La Modernidad.

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1.

La modernidad de la televisin en Amrica Latina


En ningn otro medio como en la televisin se hacen presentes las contradicciones de la modernidad latinoamericana, al
mismo tiempo que en la descentrada modernidad de la televisin hace hoy crisis su modelo central, el de la modernidad
ilustrada. Aunque la prensa sea aun el espacio de opinin decisiva de los sectores dirigentes, ella representa sin embargo
en nuestros pases un medio inaccesible econmica y culturalmente a las mayoras. Y la radio, conectada a la oralidad
cultural de estos pases y habiendo jugado hasta los aos setenta un rol decisivo en la mediacin entre el mundo
expresivo-simblico de lo rural y la racionalidad tecno-instrumental de la ciudad, ha sido desplazada de esa funcin por la
televisin, medio en el que se tejen hoy poderosas complicidades de la cultura oral y la visualidad electrnica.
Contradictoria modernidad la de la televisin en pases en los que la desproporcin del espacio social que el medio ocupa
-al menos en trminos de la importancia que adquiere lo que en l aparece- es sin embargo proporcional a la ausencia de
espacios polticos de expresin y negociacin de los conflictos y a la no representacin, en el discurso de la cultura
oficial, de la complejidad y diversidad de los mundos de vida y los modos de sentir de sus gentes. Es la debilidad de
nuestras sociedades civiles, los largos empantanamientos polticos y una profunda esquizofrenia cultural en las elites, los
que recargan cotidianamente la desmesurada capacidad de representacin que ha adquirido la televisin. Se trata de una
capacidad de interpelacin que no pude ser confundida con los ratings de audiencia. No porque la cantidad de tiempo
dedicado a la televisin no cuente sino porque el peso poltico o cultural de la televisin no es medible en el contacto
directo e inmediato, pudiendo ser evaluado solamente en trminos de la mediacin social que logran sus imgenes. Y esa
capacidad de mediacin proviene menos del desarrollo tecnolgico del medio, o de la modernizacin de sus formatos, que
de lo que de l espera la gente, y de lo que le pide. Esto significa que es imposible saber lo que la televisin hace con la
gente si desconocemos las demandas sociales y culturales que la gente le hace a la televisin. Demandas que ponen en
juego el continuo deshacerse y rehacerse de las identidades colectivas y los modos como ellas se alimentan de y se
proyectan sobre las representaciones de la vida social que la televisin ofrece. Cierto, de Mxico hasta Brasil o Argentina,
la televisin convoca como ningn otro medio a las gentes, pero el rostro que de nuestros pases aparece en la televisin
no slo es un rostro contrahecho y deformado por la trama de los intereses econmicos y polticos que sostienen y
moldean a ese medio, es tambin paradjicamente el rostro doloridamente cotidiano de todas las violencias, desde el
maltrato a los nios a la generalizada presencia de la agresividad y la muerte en las calles.
De otra parte la televisin se ha constituido en actor decisivo de los cambios polticos, en protagonista de las nuevas
maneras de hacer poltica, a la vez que es en ella donde el permanente simulacro de los sondeos suplanta la participacin
ciudadana, y donde el espectculo truca hasta disolver el debate poltico. Pero espacio de poder estratgico en todo caso:
por la democratizacin de esa "esfera pblica electrnica", que es la televisin, pasa en buena medida la democratizacin
de las costumbres y de la cultura poltica. Y tambin estticamente la televisin se ha vuelto crucial en Latinoamrica,
pues est convocando -pese a las anteojeras de los negociantes y a los prejuicios de muchos de los propios creadores- a
buena parte del talento nacional, de sus directores y artistas de teatro y de cine, hasta grupos de creacin popular y a las
nuevas generaciones de creadores de video. En las brechas de la televisin comercial, y en las posibilidades abiertas por
los canales culturales, regionales y locales o comunitarios, la televisin aparece como un espacio estratgico para la
produccin y reproduccin de las imgenes que de si mismos se hacen nuestros pueblos y con las que quieren hacerse
reconocer de los dems.
En Amrica Latina es en las imgenes de la televisin donde la representacin de la modernidad se hace cotidianamente
accesible a las mayoras. Son ellas las que median el acceso a la cultura moderna en toda la variedad de sus estilos de
vida, de sus lenguajes y sus ritmos, de sus precarias y flexibles formas de identidad, de las discontinuidades de su
memoria y de la lenta erosin que la globalizacin produce sobre los referentes culturales. Son entonces esos
contradictorios movimientos los que debemos explicitar y comprender.
El primer movimiento es el que atae al lugar de los medios, y en especial de la televisin, en la conformacin
latinoamericana de lo nacional. Constituidas en naciones al ritmo de su transformacin en "pases modernos", no es
extrao que una de las dimensiones ms contradictorias de la modernidad latinoamericana se halle en los proyectos de
nacin y en los desajustes con lo nacional. En los aos veinte lo nacional se propone como sntesis de la particularidad
cultural y la generalidad poltica que "transforma la multiplicidad de deseos de las diversas culturas en un nico deseo de
participar (formar parte) del sentimiento nacional"2. En los aos cuarenta/cincuenta el nacionalismo se transmuta en
populismos que consagran el protagonismo del Estado en detrimento de la sociedad civil, un protagonismo que es
racionalizado como modernizador tanto en la ideologa de las izquierdas como en la poltica de las derechas3. A partir de
los ochenta, por el contrario, la afirmacin de la modernidad nacional es identificada con la sustitucin del Estado por el

mercado como agente constructor de hegemona, lo que acabar produciendo una profunda inversin de sentido que
conlleva a la creciente devaluacin de lo nacional4.
Qu papel han jugado los medios y procesos de comunicacin a lo largo de ese proceso?. La modernizacin que
atravesamos entraa un fuerte cambio con relacin a la posicin que tuvieron los medios en la "primera" modernidad: la
de los aos 30-50 configurada por los populismos de Getulio Vargas en Brasil, de Crdenas en Mxico, y de Pern en
Argentina. En aquel primer proceso de modernizacin los medios masivos fueron decisivos en la formacin y difusin de
la identidad y el sentimiento nacional. La idea de modernidad que sostiene el proyecto de construccin de naciones
modernas en los aos treinta-cincuenta articula un movimiento econmico -entrada de las economas nacionales a formar
parte del mercado internacional- a un proyecto poltico: constituirlas en naciones mediante la creacin de una cultura y
una identidad nacional. Proyecto que slo ser posible mediante la comunicacin entre masas urbanas y Estado. Los
medios, y especialmente la radio, se convertirn en voceros de la interpelacin que desde el Estado converta a las masas
en pueblo y al pueblo en nacin5. La radio en todos, y el cine en algunos pases -Mxico, Brasil, Argentina- van a hacer la
mediacin de las culturas rurales tradicionales con la nueva cultura urbana de la sociedad de masas, introduciendo en sta
elementos de la oralidad y la expresividad de aquellas, y posibilitndoles hacer el paso de la racionalidad expresivosimblica a la racionalidad informativo-instrumental6 que organiza la modernidad.
El proceso que vivimos hoy es no slo distinto sino en buena medida inverso: los medios masivos, cooptados por la
televisin, se han convertido en poderosos agentes de una cultura-mundo que se configura hoy, de la manera ms
explcita en la percepcin de los jvenes, y en la emergencia de culturas sin memoria territorial, ligadas a la expansin del
mercado de la televisin, del disco o del video. Culturas que se hallan ligadas a sensibilidades e identidades nuevas: de
temporalidades menos "largas" ms precarias, dotadas de una gran plasticidad para amalgamar ingredientes que provienen
de mundos culturales muy diversos, y por lo tanto atravesadas por discontinuidades en las que conviven gestos atvicos,
residuos modernistas y vacos postmodernos. Esas nuevas sensibilidades conectan con los movimientos de la
globalizacin tecnolgica que estn disminuyendo la importancia de lo territorial y de los referentes tradicionales de
identidad.
Pero la devaluacin de lo nacional no proviene nicamente de las culturas audiovisuales y las transformaciones que la
tecnologa telemtica produce en las identidades sino de la erosin interna que produce la liberacin de las diferencias7,
especialmente de las regionales y las generacionales. Mirada desde la cultura planetaria, la nacional aparece provinciana y
cargada de lastres paternalistas. Mirada desde la diversidad de las culturas locales, la nacional es identificada con la
homogenizacin centralista y el acartonamiento oficialista. Lo nacional en la cultura resulta siendo un mbito rebasado en
ambas direcciones. Lo que no significa que culturalmente haya dejado de tener vigencia: la de una mediacin histrica de
la memoria larga de los pueblos, esa precisamente que hace posible la comunicacin entre generaciones.
El segundo movimiento que introduce la modernidad latinoamericana es la peculiar compenetracin -complicidad y
complejidad de relaciones- entre la oralidad que perdura como experiencia cultural primaria de las mayoras y la "oralidad
secundaria" que tejen y organizan las gramticas tecnoperceptivas de la visualidad electrnica. Cmo seguir pensando
separadas la memoria y la modernidad -y la modernidad ilustradamente anclada en el libro- cuando en Amrica Latina las
mayoras acceden a y se apropian de la modernidad sin dejar su cultura oral; cuando la dinmica de las transformaciones
que calan en la cultura cotidiana de las mayoras proviene de la desterritorializacin y las hibridaciones culturales que
propician y agencian los medios audiovisuales en su desconcertante movilizacin de "estratos profundos de la memoria
colectiva sacados a la superficie por las bruscas alteraciones del tejido social que la propia aceleracin modernizadora
comporta"8?. Estamos entonces ante una visualidad que ha entrado a formar parte de la visibilidad cultural "a la vez
entorno tecnolgico y nuevo imaginario, capaz de hablar culturalmente -y no slo de manipular tcnicamente- de abrir
nuevos espacios y tiempos a una nueva era de lo sensible". De modo que la complicidad y compenetracin entre oralidad
cultural y narrativas audiovisuales no remite a los exotismos del analfabetismo tercermundista sino al descentramiento
cultural que cataliza la televisin.
Pues la televisin es el medio que ms radicalmente ha desordenado la idea y los lmites del campo de la Cultura: sus
tajantes separaciones entre realidad y ficcin, entre vanguardia y kitsch, entre espacio de ocio y de trabajo. Como afirma
Eco: "Ha cambiado nuestra relacin con los productos masivos y los del arte elevado. Las diferencias se han reducido o
anulado, y con las diferencias se han deformado las relaciones temporales y las lneas de filiacin. Cuando se registran
estos cambios de horizonte nadie dice que las cosas vayan mejor, o peor: simplemente han cambiado, y tambin los
juicios de valor debern atenerse a parmetros distintos. Debemos comenzar por el principio a interrogarnos sobre lo que
ocurre"10. Y es que ms que buscar su nicho en la idea ilustrada de cultura, la experiencia audiovisual la replantea de
raz, incluso en nuestros subdesarrollados pases: en el rastreo de las formas de continuidad y ruptura cultural nos

encontramos ante una nueva generacin "cuyos sujetos no se constituyen a partir de identificaciones con figuras, estilos y
prcticas de aejas tradiciones, que definen aun hoy lo que es cultura, sino a partir de la conexin/desconexin con (del
juego de interfaz) con los aparatos"11. Es una generacin que ha aprendido a hablar ingls en una televisin captada por
antena parablica, que se siente mucho ms a gusto escribiendo en el computador que en el papel, y que experimenta una
empata cuasi natural con el idioma de las nuevas tecnologas. Lo que lleva bien lejos las transformaciones de la
percepcin del espacio y el tiempo, de las que habla Giddens al tematizar el desanclaje12 que produce la modernidad por
relacin al espacio del lugar, esto es la desterritorializacin de la actividad social de los contextos de presencia,
liberndola de las restricciones que imponan los mapas mentales, los hbitos y prcticas locales. A lo que asistimos es a
la configuracin de una espacialidad cuyas delimitaciones ya no estn basadas en la distincin entre interior, frontera y
exterior .Y que por lo tanto no emerge del recorrido viajero que me saca de mi pequeo mundo, sino de su revs: esto es
de la experiencia domstica convertida por la televisin y el computador en territorio virtual al que, como expresivamente
dice Virilio "todo llega sin que haya que partir".
Es justamente en la escena domstica donde el descentramiento producido por la televisin se torna en verdadero desorden cultural. Mientras la cultura del texto escrito cre espacios de comunicacin exclusiva entre los adultos instaurando
una marcada segregacin entre adultos y nios, la televisin cortocircuita los filtros de la autoridad parental
transformando los modos de circulacin de la informacin en el hogar: "Lo que hay de verdaderamente revolucionario en
la televisin es que ella permite a los ms jvenes estar presentes en las interacciones entre adultos (..) Es como si la
sociedad entera hubiera tomado la decisin de autorizar a los nios a asistir a las guerras, a los entierros, a los juegos de
seduccin, los interludios sexuales, las intrigas criminales. La pequea pantalla les expone a los temas y comportamientos
que los adultos se esforzaron por ocultarles durante siglos"13. Al no depender su uso de un complejo cdigo de acceso,
como el del libro, la televisin expone a los nios, desde que abren los ojos, al mundo antes velado de los adultos. Pero al
dar ms importancia a los contenidos que a la estructura de las situaciones seguimos sin comprender el verdadero papel
que la televisin est teniendo en la reconfiguracin del hogar. Y los que entrevn esa perspectiva se limitan a cargar a la
cuenta de la televisin la incomunicacin que padece la institucin familiar: como si antes de la televisin la familia
hubiera sido un remanso de comprensin y de dilogo!. Lo que ni padres ni psiclogos se plantean es por qu mientras los
nios siguen gustando de libros para nios prefieren -en porcentajes del 70% o ms segn las investigaciones realizadas
en muchos los pases- los programas de televisin para adultos. Cuando es ah donde se esconde la pista clave: mientras el
libro disfraza su control -tanto el que sobre l se ejerce como el que a travs de l se realiza- tras su estatuto de objeto
distinto y de la complejidad de los temas y del vocabulario, el control de la televisin no admite disfraces haciendo
explcita la censura. La que, de una parte, devela los mecanismos de simulacin que sostienen la autoridad familiar, pues
los padres juegan en la realidad papeles que la televisin desenmascara: en ella los adultos mienten, roban, se
emborrachan, se maltratan... Y de otra, el nio no puede ser culpabilizado por lo que ve (como s lo es por lo que
clandestinamente lee) pues no fue l quien trajo subrepticiamente el programa ertico o violento a la casa. Y con el desorden introducido en la la escena domstica la televisin desordena tambin las secuencias del aprendizaje por
edades/etapas, ligadas al proceso escalonado de la lectura, y las jerarquas basadas en la "polaridad complementaria" entre
hechos y mitos. Mientras la cotidiana realidad est llena de fealdades y defectos, los padres de la patria de que nos hablan
los libros-para-nios son hroes sin tacha, valientes, generosos, ejemplares; que es lo mismo que nos cuentan cuando
hablan de los padres de la casa: honestos, abnegados, trabajadores, sinceros. De una manera oscura los padres captan hoy
lo que pasa pero la mayora no entiende su calado limitndose a expresar su desazn porque los nios ahora "saben
demasiado" y viven cosas que "no son para su edad". Lo que nos cuenta la historia es otra cosa: durante la Edad Media los
nios vivan revueltos con los adultos en el trabajo, en la taberna, hasta en la cama. Es slo a partir del siglo
XVIl14,cuando el declive de la mortalidad infantil se cruza, en las clases medias y altas, con un aprendizaje por libros que sustituye al aprendizaje por prcticas- cuando emerge la infancia como "un mundo aparte". Y bien la televisin ha
puesto fin a esa separacin social, y es ah donde cala la honda desazn que produce su des-orden cultural. Es obvio que
en ese proceso la televisin no opera por su propio poder sino que cataliza y radicaliza movimientos que estaban en la
sociedad previamente, como las nuevas condiciones de vida y de trabajo que han minado la estructura patriarcal de la
familia: insercin acelerada de la mujer en el mundo del trabajo productivo, drstica reduccin del nmero de hijos,
separacin entre sexo y reproduccin, transformacin en las relaciones de pareja, en los roles del padre y del macho, y en
la percepcin que de si misma tiene la mujer. Es en el mltiple desordenamiento que atraviesa el mundo familiar donde se
inserta el des-orden cultural que la televisin introduce.
El malestar en la cultura de la modernidad que expresan las generaciones de los ms jvenes en Amrica Latina, su
empata cognitiva y expresiva con los lenguajes del video y el computador, enlazan con el estallido de las fronteras
espaciales y sociales que la televisin introduce en el hogar des-localizando los saberes y des-legitimando sus
segmentaciones. Ello modifica tanto el estatuto epistemolgico como institucional de los lugares de saber y de las figuras
de razn. No es extrao que el imaginario de la televisin sea asociado a los antpodas de los valores que definen a la

escuela: larga temporalidad, sistematicidad, trabajo intelectual, valor cultural, esfuerzo, disciplina. Pero al ser acusada por
la escuela de todos los males y vicios que acechan a la juventud la televisin devela lo que sta cataliza de cambios en la
sociedad: desde el desplazamiento de las fronteras entre razn e imaginacin, entre saber e informacin, naturaleza y
artificio, arte y ciencia, saber experto y experiencia profana, a la conexin de las nuevas condiciones del saber con las
nuevas formas de sentir y las nuevas figuras de la socialidad15. Desplazamientos y conexiones que empezaron a hacerse
institucionalmente visibles en los movimientos del 68 desde Pars a Berkeley pasando por Ciudad de Mxico. Entre lo que
dicen los graffitis "la poesa est en la calle", "la ortografa es una mandarina", "hay que explorar sistemticamente el
azar", "la inteligencia camina ms que el corazn pero no va tan lejos"16 y lo que cantan los Beatles -necesidad de
explorar el sentir, de liberar los sentidos, de hacer estallar el sentido-, entre las revueltas de los estudiantes y la confusin
de los profesores, y en la revoltura que esos aos producen entre libros, sonidos e imgenes, emerge un nuevo proyecto de
saber que cuestiona radicalmente el carcter monoltico y transmisible del conocimiento, que revaloriza las prcticas y las
experiencias, que alumbra un saber mosaico17: hecho de objetos mviles y fronteras difusas, de intertextualidades y
bricolajes. Y es en ese proyecto de saber donde comienza a abrirse camino la posibilidad de dejar de pensar
antagnicamente escuela y medios audiovisuales, que es el proyecto que empieza en la televisin y continua juntando el
palimpsesto con el hipertexto.
En lo que atae a la nueva experiencia desordenadora del tiempo P.Nor, en una obra capital, que desentraa dimensiones
poco pensadas en el discurso postmoderno, avizora el sentido del desvanecimiento del sentimiento histrico en este fin de
siglo al analizar el crecimiento de la pasin por la memoria :"La nacin de Renan ha muerto y no volver. No volver
porque el relevo del mito nacional por la memoria supone una mutacin profunda: un pasado que ha perdido la coherencia
organizativa de una historia se convierte por completo en un espacio patrimonial"18.Es decir, en un espacio ms
museogrfico que histrico. Y una memoria nacional edificada sobre la reivindicacin patrimonial estalla, se divide, se
multiplica: ahora cada regin, cada localidad cada grupo reclama el derecho a su memoria. "Poniendo en escena una
representacin fragmentada de la unidad territorial de lo nacional los lugares de memoria celebran paradjicamente el fin
de la novela nacional"19. Ahora el cine, que fue durante la primera mitad del siglo XX el heredero de la vocacin
nacional de la novela, -"el pblico no iba al cine a soar sino a aprender, y sobre todo a aprender a ser mexicanos"20
afirma C.Monsivais- lo ven las mayoras en el televisor de su casa. Al tiempo que la televisin misma se convierte en un
reclamo fundamental de las comunidades regionales y locales en su lucha por el derecho a la construccin de su propia
imagen, que se confunde as con el derecho a su memoria, de que habla P.Nora.
Pero la perturbacin del sentimiento histrico se hace aun ms evidente en una contemporaneidad que confunde los
tiempos y los aplasta sobre la simultaneidad de lo actual, sobre el "culto al presente" que fabrican los medios y sobre todo
la televisin. La devaluacin de la memoria la vivimos todos, pero mientras los adultos la sentimos como una mutilacin,
la gente joven la siente como la forma misma de su tiempo. Un tiempo que proyecta el mundo de la vida sobre el
presente, un presente continuo cada vez ms efmero. La identificacin de la juventud con el presente tiene a mi ver un
escenario clave: el de la acelerada destruccin de la memoria de nuestras ciudades. Des-espacializado21 el cuerpo de la
ciudad por exigencias del flujo/ trfico de vehculos e informaciones, su materialidad histrica se ve devaluada a favor del
nuevo valor que adquiere el "rgimen general de la velocidad"22 ,que pasa a legitimar el arrasamiento de la memoria
urbana volviendo equivalentes, e insignificantes, todos los lugares, y en cierto modo todos los relatos. Co-incidencia! en
el flujo televisivo23 se halla quizs la metfora ms real del fin de los grandes relatos: por la equivalencia de todos los
discursos -informacin, drama, publicidad, o ciencia, pornografa, datos financieros- la interpenetrabilidad de todos los
gneros y la transformacin de lo efmero en clave de produccin y en propuesta de goce esttico. Una propuesta basada
en la exaltacin de lo mvil y difuso, de la carencia de clausura y la indeterminacin temporal. El des-arraigo que
padecen gran parte de los adultos en la sociedad actual se ha transformado en un des-localizado modo de arraigo desde el
que los jvenes la habitan nmadamente la ciudad24, desplazando peridicamente sus lugares de encuentro,
atravesndola en una exploracin que tiene muchas relaciones con la travesa televisiva que permite el zappar: esa
programacin nmadamente hecha de restos y fragmentos de novelas, videoclip musicales, informativos o deportes. Una
ciudad descentrada y catica, hecha tambin de restos, pedazos y deshechos, de incoherencias y amalgamas que es la que
realmente conforma su mirada, su modo de ver.