Julio Garmendia
Julio Garmendia
Julio Garmendia
Esto ofendi un tanto al buen seor Coco, el cual crey necesario hacer una aclaratoria,
poniendo las cosas en su puesto.
Es cierto que soy duro explic, pero eso no quiere decir que no tenga corazn. Es
mi exterior, que es as. Por dentro soy blando, tierno y suave como una capita de
algodn.
Es lo que yo digo, seor don Coco se apresur a conceder la Manzanita. Yo s que
su agua es saladita como las lgrimas, y que eso viene de su gran corazn que usted
tiene.
As es asinti el buen Coco, satisfecho. Y qu quera usted decirme, amiga
Manzanita? Estoy para servirle!
Ya usted se habr fijado dijo la Manzanita, conteniendo a duras penas sus sollozos
en lo que est pasando aqu en la frutera. Esas del Norte, esas intrusas! ocupan la
atencin de todo el mundo, y todos las encuentran muy de su gusto, seor Coco, seor
Coooooooco! y la pobre Manzanita rompi a llorar a lgrima viva.
El Coco no hallaba qu hacer ni qu decirle a Manzanita. Viendo esto otra vecina, se
acerc pausadamente para tratar de consolarla.
Ay, seora Lechosa! gimi Manzanita echndole los brazos al cuello. Qu
desgracia la ma!
Lechosa
Volvindose hacia otro de los vecinos, con los ojos hmedos tan blanda as era,
pregunt la Lechosa:
Qu me dice usted de esto, seor Aguacate? No comparte el dolor de Manzanita?
Usted, que parece una lgrima verde a punto de caer!
Ay, cmo no, seora Lechosa! se apresur a decir el Aguacate, rodando ladeado
hasta los pies de Manzanita. Mi piel puede ser dura y seca, pero por dentro me derrito
como mantequilla.
En esto se desprendi un Cambur de uno de los racimos que colgaban del techo, y fue a
caerle encima a la Guanbana. Pero la Guanbana no se irrit ni protest, ni siquiera
pareci darse cuenta de lo sucedido; es tan buena ella, que hasta las mismas espinas
que la protegen por fuera, son tiernas a tal punto que un beb puede aplastarlas con la
yema de su dedito. Pero la Naranja tambin haba acudido a consolar a Manzanita, y se
puso amarilla de rabia amarilla como un limn.
Esos Cambures dijo desdeosamente. Siempre cayndole a una encima.
Qu se habr credo la Naranja? refunfu el Cambur. Nada ms que porque es
redonda y amarilla, ya se cree el Sol.
como si todo se hubiera arreglado con slo palabras, volvi a gimotear perdidamente,
acordndose otra vez de sus pesares. Entonces se le acerc la Pia y se puso a
acariciarla y a mimarla. Pero cada vez que doa Pia le haca un mimo en la mejilla,
Manzanita se escurra un poco hacia atrs, diciendo:
Ay, seora Pia! Ay! Ay!
Pero la Pia no pensaba que esto pudiera ser a causa de las escamas y las sierritas
punzantes que la adornan por todos lados, sino que era a causa de la pena que segua
afligiendo a Manzanita, y que a cada instante se le haca ms viva y aguda; y
continuaba acaricindola y mimndola. Mientras ms ayes lanzaba la pobre
Manzanita, ms y mejor la acariciaba y la estrechaba entre sus brazos la buena seora
Pia, hacindola gritar ms todava.
Hasta que unas dulces Parchitas se apiadaron de ella y empezaron a decir, para
distraer la atencin de la Pia:
Seora Pia Seora Pia Oiga lo que dicen los Mangos.
Pues, qu dicen? interrog la Pia, volvindose.
Que usted y que es agria
Esto reaviv inesperadamente el dolor de Manzanita.
Agria la Pia! Ay! exclam fuera de s. Pues qu no dirn de m? Y ms ahora
que han venido sas, y que todos andan con la boca abierta de lo buenas y sazonadas
que son!
No, nosotros no hemos dicho nada de usted, misia Pia explicaban los Mangos.
Nosotros somos frutas que venimos de gran rbol, y no nos ocupamos de frutas que
viven pegadas al suelo.
De gran rbol! ri la Pia con sarcasmo. Pero no estamos hablando de eso, sino
de gusto y sabor. Y quin ms dulce que yo, cuando quiero serlo? Y no olviden ustedes
pegajosos! aadi levantando la voz que estn tratando con una dama de mucho
copete; o es que no lo saben?
El Mango solt la risa.
Porque lleva un moo de hojas duras en la cabeza dijo, ya se cree dama de gran
copete.
Yo tengo algo que es ms, mucho ms que copete se oy. Tengo corona!
Todos se volvieron, mirando a la Granada, que llevaba una corona, una verdadera y
autntica corona real, esto era innegable.
Las frutas pegadas al suelo, como han dicho antes esos caballeritos Mangos, y yo
en particular, que por mi tamao y otras cosas puedo considerarme tambin reina
de las frutas
Ay, Patilla! susurr la Pia.
La Patilla se cree reina! La Patilla se cree reina! rieron dentro de un canasto unas
niitas muy traviesas, y que tenan fama de loquillas, las Guayabas.
Ni siquiera repar en ellas la bonachona y plcida Patilla; pero la Tuna, erizada de
pelillos y aguijoncitos, pareca pronta a defenderse y zaherir, a pesar de que nadie
estaba metindose con ella.
La frutera estaba ya cerrada haca rato, y todava hablaban las frutas (como si
exhalaran su aroma, cada una el suyo). La Manzanita no durmi en toda la noche.
Hasta la madrugada no pudo cerrar los ojos. De modo que, al amanecer del da
siguiente, cuando volvieron a abrir la frutera, dorma an, y soaba Estaba muerta.
La Manzanita criolla se haba muerto de pena y de vergenza de verse tan chiquita, tan
verdecita, tan fruncidita, tan acidita y tan durita. Pobre Manzanita! Y a pesar de todo,
tena buen corazn, s, tena su corazn jugoso, tierno, perfumado, ella tambin, y la
prueba es que para hacer dulce era muy buena.
Esto era lo que ahora decan todos alrededor de ella, y la lloraban y la compadecan, la
llevaban sobre sus hombros y le ponan flores encima.
La llevaban a enterrar. Pero la que ms lloraba en el entierro de Manzanita, la que ms
triste iba, era la misma Manzanita, que se tena mucha compasin y se daba una gran
lstima. El cortejo pasaba por la falda del cerro, y estaban presentes las frutas ms
importantes y representativas, todas las grandes frutas. Slo la seora Patilla, entre
stas, no haba podido llegar hasta all; varias veces lo intent, pero se vino rodando
hasta el pie de la cuesta una y otra vez; all se qued al fin, inmvil, sudorosa, echando
la colorada lengua hacia afuera. El lento cortejo suba por la ladera; los pjaros piaban
tristemente, siguindolo de rama en rama; murmuraban las hojas, alguna se
desprenda y vena a posarse en tierra.
La neblina cubra la faz del sol.
Cuando la echaron al hoyo, cerca de un arroyuelo, hubo un formidable
estremecimiento. Seguramente disparan el can por m, o se hunde el cerro pens
Manzanita envanecida. Llev luego la palabra el joven Durazno, amigo de infancia y
compaero de juegos de Manzanita, y todos comenzaron en seguida a echarle tierra
encima Manzanita se enderezaba, pataleaba, se empinaba en la punta de los pies; se
sacuda la tierra como una gallinita en un basurero. Pero la tierra segua cayendo a
paletadas, y al fin Manzanita qued tapada.
Cuando ya estaba enterrada, y todos se haban ido cuesta abajo, hacia la frutera otra
vez, lleg por entre la tierra oscura y recin removida un gusano, y le dijo al odo a
Manzanita:
De qu te moriste, Manzanita, t tan dura?
De dolor, seor Gusano, viendo llegar a esas ricas Manzanas del Norte, y que nadie
ms senta gusto por m contest ella. Ni a los nios, ni a los pajaritos, ni a nadie le
gustaba ya, para qu iba a seguir viviendo?
Mira, Manzanita le dijo otra vez al odo el gusano, te voy a dar un consejo. Mejor
es que no te mueras todava. Oye lo que te voy a decir: esas lindas manzanas fcilmente
perecen aqu, yo lo s, y te lo digo porque soy tu viejo amigo y porque somos los dos de
aqu del cerro.
La Manzanita vio una lumbre de esperanza en aquello que le deca el gusano.
Y crees t que se van a morir de verdad esas bichas? pregunt con los ojos
brillantes.
De seguro que s, Manzanita. Es el calor lo que las daa explic el gusano, con aire
entendido y cientfico.
Entonces Manzanita comenz a escarbar con fuerza la tierra que le haban echado
encima, se sali afuera y se vino rodando cerro abajo hasta la frutera otra vez.
Acababan de alzar ruidosamente la reja de hierro que serva de puerta a la frutera (fue
ste el estampido que oy en sueos Manzanita), y todas las frutas lanzaron
exclamaciones y gritos de sorpresa al ver entrar tan fresca y gil a Manzanita.
Pero, cmo es eso, Manzanita? le preguntaban todas a la vez. No te dejamos esta
maana muerta y enterrada?
Ah, s! Dispensen! dijo Manzanita, olorosa todava a tierra. Pero es que he
venido a ver una cosa, una sola cosa no ms, y despus me voy otra vez; si no es nada,
me vuelvo a ir a enterrarme yo misma. Ustedes no tienen que volver a llevarme, ni
acompaarme, ni volver a subir el cerro, ni echarme otra vez la tierra encima. Muchas
gracias! Yo misma me la echo Un momento!
Aqu no pueden estar sino en nevera, y seguro que en su tierra no son nadie! les
dijo, mirndolas de soslayo.
Pero ya Manzanita estaba consolada, y en el fondo de su corazn, ya les estaba
perdonando su belleza y su atractivo. Su ira se aplac inesperadamente y, en lo
secreto y profundo de s misma, un sbito vuelco se produjo
Despus de todo dijo al cabo de un momento, bajndose del montn de Cocos y
echando otra mirada a la cesta de las manzanas desechadas, son frutas como yo, hijas
de la tierra y el sol, buscadas por los nios y los pjaros Perecederas frutas, como yo!
La naricilla estaba todava lustrosa; la voz, ronca y quebrada por los sollozos. Pero
lanz un largo y hondo suspiro de pena apaciguada Y como por encanto
desaparecieron las huellas de la amargura y el rencor; y se hizo presente aquella pizca
de dulzura y de frutal delicia que la Naturaleza misma tambin puso en la sensible
pulpa de que hizo a Manzanita, el da en que la hizo Y la alegra, la maravillosa
alegra de Manzanita, estall, de pronto, incontenible y desbordante, al sentirse,
nuevamente, entrelazada, y en paz, como entre hermanas, con todas las dems frutas
del trpico y del mundo
Y la maravillosa alegra cundi por todos lados; se comunic a todas las frutas; sus
fantsticos colores refulgan, bajo el rayo del sol que las tocaba; se juntaban o se
separaban sus formas, con capricho; confundanse sus aromas en la tibieza del aire
tropical. Materialmente fulguraban las Naranjas, como soles echados en montn;
bailaban los Cambures, jubilantes; el Aguacate daba traspis, su cuello largo y
retorcido impedale moverse acompasadamente; la Patilla sonaba a hueco, y se
deslenguaba; Nsperos y Chirimoyas y Frutas de Pan saltaban fuera de las cestas y los
sacos; los mismsimos seores Cocos Secos se echaron a rodar por aqu y por all, con
sordo ruido, exhibiendo al sol sus largos y duros pelos; y los Mamones, as como las
Guayabas y las pequeas Ciruelas fragantes y coloradas cundo no!, aprovecharon
tambin la confusin para ponerse a corretear por el suelo, como ratones,