Carta de Maurice Blanchot
Carta de Maurice Blanchot
Carta de Maurice Blanchot
sta es la razn por la que, hoy, asisto como a una mala comedia a la vuelta
de un liberalismo ya entonces caduco. Cul era mi papel? Aprender a
hacerlo todo para poder hacerlo todo. Y a menudo era un placer. Trabajar
con los tipgrafos, rehacer en los ltimos minutos artculos que eran
demasiado largos o demasiado breves, corregir pruebas y suprimir textos
peligrosos (como se enseaba con irona, haba tres tabes: la Academia
haba de montones de acadmicos en este diario, la Iglesia y el Comit
des Forges). En realidad, mi tarea esencial era escribir escribir
brillantemente, segn el bro de la casa y en el mnimo de tiempo,
editoriales cuyas sustancia y orientacin se haban discutido previamente
con el director. En el fondo, haba, y yo me apercib de ello poco a poco,
haba dos clanes dentro y fuera del diario. Uno estaba representado por
Chaumeix, no solamente acadmico, sino maestro de la Academia (nadie
poda ser elegido sin su acuerdo, y l es quien hizo entrar a Maurras).
Apareca poco por el diario, traa su papel y se eclipsaba. En poltica
interior, su principal mbito, se inclin cada vez ms hacia una derecha
extrema. Tras el armisticio, se dice que fue el principal consejero de Ptain y
contribuy quiz a arrastrar a Maurras por el camino execrable que ste
sigui. El otro clan estaba representado por el director del diario (hombre
muy simple, aunque conde) y el conjunto del equipo periodstico. Su poltica
segua siendo tradicional: un patriotismo moderado y un liberalismo
heredado de los grandes antepasados. Slo poco a poco me apercib de sus
intenciones. Al nombrarme o al hacerme nombrar redactor jefe, pensaba
encontrar en m al sucesor que mantendra contra Chaumeix las viejas
tradiciones. En eso no haba nada deshonroso. Pero los acontecimientos
decidieron de otro modo. Sobre estos acontecimientos, y cuando todo
pareci perdido, intent en vano pesar recurriendo a P. Reynaud (presidente
del Consejo). Ante todo me pareca necesario evitar el armisticio, evitar a
Ptain y evitar ceder a la debacle aceptando la propuesta de Churchill, el
cual deseaba vincular constitucionalmente nuestros dos pases. Esta
propuesta fue rechazada por todos, incluido de Gaulle, incluso si ste se
hizo su honrado intrprete. He sabido incluso que Weygand deseaba la
derrota de Inglaterra para que la vergenza de la derrota no estuviera
reservada nicamente al ejrcito francs. Tales eran las intenciones de los
menos gemanfilos de nuestros dirigentes. Le he contado a usted, creo,
cmo tuve el triste privilegio de asistir en Vichy a la capitulacin de la
Asamblea nacional, poniendo fin ilegalmente a la III Repblica y confiando
todos sus poderes a un viejo astuto de quien slo se poda esperar una
poltica interior y una poltica exterior detestables, bajo simulacros
engaosos.
Mi decisin fue entonces tomada inmediatamente. Era el rechazo. Rechazo
naturalmente frente al ocupante, pero rechazo no menos obstinado con
respecto a Vichy que representaba a mi parecer lo ms degradante que
haba. Por eso, a partir de mi regreso a Clermont-Ferrand a donde se haban
replegado casi todas las publicaciones, supliqu al director de
los Dbats sabotear el diario (todos los editoriales que escrib entonces,
durante algunos das, fueron censurados: era la prueba de que no se poda
He dejado de lado lo que durante este tiempo (sin duda desde 1930) haba
sido mi verdadera vida, es decir, la escritura, el movimiento de la escritura,
su oscura busca, su aventura esencialmente nocturna (sobre todo teniendo
en cuenta que, como a Kafka, slo me quedaba la noche para escribir). En
este sentido, he estado expuesto a una verdadera dicotoma: la escritura del
da al servicio de tal o cual (no hay que olvidar que entonces escriba
tambin para un arquelogo famoso que necesitaba la ayuda de un escritor)
y la escritura de la noche que me volva extrao a cualquier otra exigencia
que no fuera ella misma, cambiando al mismo tiempo mi identidad u
orientndola hacia algo desconocido inaprensible y angustioso. Si hubo falta
por mi parte, est sin duda en este compartimiento. Pero al mismo tiempo
aceler una especie de conversin de m mismo abrindome a la espera y a
la comprensin de los cambios perturbadores que se preparaban. No dir
que hay una escritura de derechas y una escritura de izquierdas: eso sera
una simplificacin absurda y adems sin alcance. Pero as como se descubre
en Mallarm una exigencia poltica implcita que es subyacente a su
exigencia potica (Alain Badiou a menudo ha hecho alusin a ello), as
mismo quien se vincula con la escritura debe privarse de todos las
seguridades que un pensamiento poltico preestablecido puede procurar
(una poltica conservadora limita las incertidumbres por algunos lados, la
poltica nazi fue abisal; reclamaba la nada para todos los que no se
ajustaban a sus reglas (su concepcin racial de la humanidad), pero no se
pona nunca en cuestin; Hitler, se deca a menudo bastante neciamente en
la poca, era tambin un pequeo-burgus conservador por eso es por lo
que Bretn, en las polmicas injustas que siguieron a Contre-Attaque
trataba a Bataille de surfasciste, lo que no tena ms sentido que una
injuria).
He aqu lo que puedo decir por el momento, no sin dificultades. Hasta cierto
punto, siempre he tenido cierta pasin poltica. La cosa pblica me provoca
a menudo. Y el pensamiento poltico est siempre quizs an por descubrir.
Disclpeme por todas estas observaciones que son poco importantes. Si no
obstante quiere transmitrselas a Philippe Lacoue-Labarthe, le ruego que no
se enfade por no comunicrselas directamente, mientras que son tambin
una respuesta a su carta tan amistosa. Puede uno alegar como excusa sus
dbiles fuerzas? No lo creo. Las fuerzas son de cualquier manera demasiado
dbiles, y la fuerza no es nunca deseable.
[1] Jean Luc-Nancy, Maurice Blanchot. Passion politique, Galile, Pars, 2011,
pp. 45-62.