Episodios de La Guerra Civil La Conquista de Retamares: Libreria Santaren - Vallad0Lid
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EPISODIOS DE LA GUERRA
CIVIL
La conquista
de Retamares
por la
columna
Castejn
MUY PRONTO
APARECER:
Revoluciones
polticas
y seleccin humana
U n g r a n l i b r o del d o c t o r
M. Bauelos Garca
P E S E T A S
LA
CONQUISTA
DE
RETAMARES
P O R LA COLUMNA DE C A S T E J N
EPISODIOS
PUBLICADOS:
Len.
2 . L o s c e n t a u r o s de E s p a a en el Puerto del P i c o .
Imprenta
C a s t e l l a n a
LUIS
MONTAN
ILUSTRACIONES
DE
GEACHE
La conquista de Retamares
por la columna de Castejn
EPISODIO
LIBRERA
NMERO
SANTARN
V ALLADOLID
Ilustraciones
de
Geache
AVANZA
A Madrid?
Hacia Madrid.
D e buena gana marchara con vosotros.
Pues porque no querrs.
Porque no querr? Si tengo ya dos hermanos en el frente,
y en casa no me dejan! En parte, tienen razn. Si nos matan a Jos
tres, quin se cuida de los viejos? Al menos, que quede uno. Y ese
uno he tenido la desgracia de ser yo en mi casa. Os vais muchos?
.De choque, vamos tres centurias. Una de Valladoldd, otra de
Segovia y a de Madrid.
Entramos en el da 4 de Noviembre, y la noticia se esparci como
la lumbrarada de un cohete por a ciudad.
Esta noche se va Falange!
-Va tu hermano?
-Naturalmente. Si no le dejsemos ir por las buenas, se escapara, y era lo mismo. Se va mucha gente. Voy a comprar unos detentes y unas medallas para los chicos.
Nosotras ya las compramos. A qu hora se van?
N o s. Voy a adquirirlas antes de que cierren, porque luego, a
ltima hora...
Y las muchachas veinteaeras de Valladolid, madres y hermanas,
formaban a primeras 'horas de fia tarde cordiales corrillos con los fa-
langistas, les paraban en iplena calle de Santiago para hacerles el ofrecimiento de "una reliquia o de un pequeo recuerdo bendecido.
A las seis, Campo Grande y los alrededores de 3a Academia ofrecan el soberbio espectculo^ de una gran muchedumbre enracimada.
Ya se encontraban en el cuartel de Falange los camisas azules llegados deH Pinar. En el gran patio central de la Academia fueron formando' las milicias expedicionarias,
y ai filo de las seis y media, un
movimiento de expectacin en el
gento, que recorri la explanada
con un crescendo de pleamar, fu
eil1 anuncio de que las fuerzas se disponan ya a salir.
E3 desfile de los falangistas desde la Academia a la estacin del
Norte, por todo Campo Grande,
fu aligo apofesico... Los camisas
azules, vitoreados frenticamente
por la multitud, marchaban cantando el himno de Falange, cuyos
versos se erguan arropados en una
maban las fuerzas expedicionarias
tres centurias: la de Valladoiid, la
continuada saliva de aplausos. Forde Madrid y la de Seg vi a, mandadas por e comandante Navarro,
con los siguientes jefes de centuria: Luis Argelles, la de Valladolid; capitn Navarro, la de Segovia, y capitn Silvestre, la de Madrid.
Con las centurias marchaban tambin otros falangistas destinados al
servicio de orden y vigilancia.
En tren marcharon las fuerzas hasta el pueblo de Azaa, que fu
bautizado por los Ejrcitos de Espaa, al ser conquistado, con el nombre de Nueva Numancia, seguramente para evitar a sus honrados vecinos el oneroso ttulo de azaistas en la nueva historia de Espaa.
Antes de llagar a Nueva Numancia, el convoy se detuvo un par de
horas largas en Tala vera, con objeto de que las centurias fueran revistadas por el general Varela, ante el cual desfilaron en perfecta formacin y con la impedimenta de ametralladoras. El general Varela
felicit ail comandante Navarro por la marcialidad y buen conjunto
de la muchachada azul. Desde Nueva Numancia, ios expedicionarios
CON
EL
TERCIO
A las tres de Ja maana se toc diana, y la Falange se puso nuevamente en pie. An era noche cerrada, y se desconocan los motivos del llamamiento.
Las centurias formaron dentro de la misma iglesia, bajo la gran
nave central, y al salir a la calle, algo extrao en el ambiente les
di a entender que algo inmediato se preparaba.
La noticia se esparci con la rapidez del relmpago por entre los
falangistas:
Vamos con l Tercio hacia Retamares!
Una impaciencia que contaba los minutos por horas se haba apoderado de nuestros muchachos; a nerviosidad pona un tic singular
en los rostros.
Tardaremos mucho en salir?
N o s. Sern ya las cuatro, no?
Y a deben ser. Esperaremos seguramente que empiece a amanecer.
Minutos despus, an no amaneca, las centurias abandonaban
Alcorcn. Se marchaba despacio, sin prisas, obedeciendo las rdenes del mando, como si, previamente medida la distancia, se llevase
una pequea anticipacin sobre el horario previsto para la llegada
a un punto determinado.
Una claridad lechosa comenzaba a apuntar por el Este, corrase
por el cielo como las luces precursoras del amanecer. Los muchachos caminaban charlando en su formacin de fres por lnea. Un
vientecillo fresco golpeaba los rostros. De pronto se hizo un alto. Al
borde del camino, sobre una gran explanada de la izquierda, apareci un nuevo ncleo de fuerzas. Era el Tercio, al mando del comandante Castejn, que esperaba previamente el enlace con las centurias en aquel lugar. El encuentro despert entre los falangistas un
gran entusiasmo, contenido a duras penas. Era verdad: la Falange ; ba
a entrar en fuego junto a la Legin. Y cada camisa azul se hizo en
el corazn una promesa inviolable, por Espaa y por la Falange:
A donde llegue el Tercio, llegar yo.
LA CONQUISTA DE RETAMARES
Precedido de los carros de asalto, ei Tercio sali por delante, quedando un poico a la retaguardia las centurias. La operacin sobre Retamares estaba a cargo de la columna de Castejn, dividida en tres
alas: la del centro, formada por 'el Tercio; la de 'la izquierda, cubriendo
el flanco, integrada por Falange, y la de la derecha, que ya haba
salido con anterioridad, para enlazar ms tarde con la Legin, compuesta por los Regulares.
La misin confiada por 1 mando a las centurias era delicadsima,
y para cumplirla haba necesidad de jugarse cuanto el enemigo pusiera sobre el campo, ya que consista en proteger todo el flanco izquierdo de la operacin para evitar que los rojos hicieran cualquier
movimiento envolvente.
A las siete de la maana comenz el fuego por el sector centro
y derecha, al encontrar contacto nuestros tanques y las avanzadillas
del Tercio y Regulares con las primeras posiciones ocupadas por el
enemigo. Los rojos, pegados al terreno y protegidos por parapetos v
trincheras, hacan un nutrido fuego de ametralladora y fusilera. El
terreno, suavemente ondulado, pero todo l cuesta arriba, hacia el
polvorn cuya conquista se intentaba, favoreca aul enemigo.
Mientras nuestras tropas coloniales proseguan su avance, lias centurias ocuparon una vaguada sita detrs de un altozano que daba vista
a la venta del Cano, en espera de rdenes de nuevo avance, segn los
movimientos que hicieran los rojos al verse atacados por el centro y
por la derecha.
El mpetu del Tercio y de los tbores era, una vez ms, admirable. Las primeras trincheras rojas, defendidas por una doble fila de
alambradas, eran un verdadero crter. Se disparaba desde ellas por
descargas cerradas y fuego en cortina de ametralladoras.
Los moros, arrastrndose por tierra y ofreciendo apenas blanco,
avanzaban penosamente, pero seguros de s mismos, envueltos en una
verdadera nube de metralla. Los legionarios, abiertos en guerrilla, acosaban por su flanco, aprovechando las hendiduras del terreno, las pequeas matas del monte y las piedras de algn saliente. Iban avanzando por galopadas de veinte en veinte metros, llevando en vilo sus
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i6.
rna.no surcaban el espacio, cubriendo de estallidos la fachada, las ventanas, el ltimo baluarte enemigo. El ataque en forma de herradura
sobre el polvorn fu tan enrgico, tan rpido, tan bien trazado, que
vindose los rojos envueltos por todas partes y a nuestros soldados
dispuestos a no detenerse en el asalto, antes de llegar la .primera oleada de moros al pie de las ventanas, sin esperar el choque de los bravos legionarios en el fondo de la ltima trinchera, el enemigo huj'
a la desbandada, abandonando ametralladoras, fusiles y toda clase
de pertrechos.
Un vtor unnime uni en entusiasmo1 a nuestras fuerzas. Moros y
legionarios, al grito de Viva Espaa!, se metan de cabeza por las
ventanas, en persecucin d^ los fugitivos. A hachazos, a culatazos, a
patadas, fueron derribadas las puertas del polvorn.
El asalto haba sido tan rpido, que un grupo de rojos, sin tiempo
para huir, se haba refugiado en el fondo de uno de los ltimos pabellones e intentaban hacerse fuertes en l. Un moro, arrastrndose por
debajo de las ventanas, coloc un
cartucho de dinamita en la puerta.
Cada ventana era un volcn de fuego. Pega dios a la pared, nuestros
soldados cruzaban retos y dicterios:
Salid, cobardes!
Entrad vosotros!
Os vamos a pelar vivos!
Abrid la puerta, si os atrevis!
Desde dentro se haca sobre aqulla un fuego granizado, y la madera de los tablones saltaba en pequeas astillas al paso- de las balas,
cuando un estallido seco hizo retumbar la nave y la puerta salt
hecha mil pedazos. Por el hueco,
cuchillo en mano, penetraron legionarios y moros. Poco a poco, fu
cesando, eil fuego del interior. Slo
se perciba un estrpito sordo de
jadeos, de imprecaciones cortadas a flor de labio, de juramentos
roncos.
Y de pronto, un silencio hondo y trgico. Moros y legionarios salan de la nave con sus uniformes rasgados, con las huellas de una
lucha a muerte en sus rostros amoratados. Los cuchillos brillaban como
extraos rubes.
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Por el tejado trepaba un legionario. La bandera sovitica se derrumb bajo el golpe certero de un hacha. Y en su lugar, la ensea
roja y gualda de Espaa se riz a los vientos, proclamando que Retamares haba sido< ya ganado para la gran causa nacional.
LA GLORIA DE FALANGE
La accin paralela obliga a otro pequeo retroceso, en busca de la
gloria de Falange.
Al avanzar el Tercio hacia el polvorn, las centurias del comandante Navarro sustituyeron al Tercio en la posicin de la Venta del
Cano., con objeto de que la Legin, como ya dijimos antes, quedase
protegida por su flanco izquierdo.
En la ltima loma de este sector fu herido en el pie izquierdo
Jos Antonio Girn, cuando, en cumplimiento de sus funciones de
subjefe de centuria, iba poniendo los puestos para escalonar el avance.
Girn, en lo ms alto de la loma, atendiendo slo a su centuria y sin
cuidarse del nutrido fuego' que desde abajo haca el enemigo, fu alcanzado por una bala.
Jos Antonio1 Girn, cuya modestia slo puede compararse con su
entereza, se limit a decir, al ver su borcegu manchado de sangre:
Deben haberme herido; pero no es nada.
Sus camaradas, que adoran en l, le rodearon solcitos, formando a su alrededor una muralla con sus cuerpos.
Ahora te evacuaremos.
Ya haban sido avisados los mdicos, y acudan solcitos para
atenderle los doctores Corzo y Petschen, sin: importarles el fuego de
fusilera que desde sus escondrijos seguan haciendo los rojos contra
ia loma.
Girn mandaba imperativamente:
No preocuparos, que esto no es nada. A vuestros puestos! Todos a vuestros puestos, y dejadme!
Luego, luego. Ahora tenemos que llevarte.
Y casi, a viva fuerza, los falangistas cogieron en brazos al valeroso
Girn para proceder a su evacuacin cuando llegaban los mdicos. Corzo y Petschen no slo prodigaron los consuelos de la ciencia y el afecto de la camaradera entre los camisas azules, sino que tambin rirt-
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dieron su tributo de sangre a la gloria de Espaa y de Falange, porque, en su abnegacin, cayeron heridos bajo el plomo marxista.
Las centurias, a'l llegar al polvorn, fueron recibidas con vtores por
legionarios y regulares. Haban peleado derrochando sangre, abnegacin y patriotismo. Slo la centuria de Valladolid contaba con veintitantos heridos en sus filas.
El comandante Navarro poda sentirse orgulloso de sius camisas
azules. En Retamares, el heroico comandante Castejn, jefe de la columna, estrecha con efusin la mano del comandante Navarro:
Esos muchachos se han batido oomoi leones. As deben ser los
soldados de Espaa. Les felicito y me felicito.
LA CASILLA DE LA MUERTE
Aunque de hecho Retamares ya estaba en poder del Ejrcito espaol, la amenaza constante que durante deirca de un mes se abati
sobre l constantemente bajo los fuegos de la aviacin y la artillera
rojas, y con. el enemigo no slo a escasos metros, sino- adems atacando y aprovechando cualquier descuido para intentar una sorpresa,
hizo que su posesin no fuese verdaderamente: efectiva hasta que, tomado Pozuelo, el enemigo qued tan castigado y distante de nuestras
posiciones, que ya Retamares quedaba consolidado- y casi como zona
de la retaguardia. En todo este azaroso perodo de consolidacin, fu
cuando las fuerzas de Falange templaron bien sus armas y las centurias de Valladolid, Madrid y Segovia batieron un verdadero rcord
de espritu militar, de pujanza y bravura. Tercio y Regulares prosiguieron su avance hacia Madrid por el ala izquierda, en busca le
enlace de las carreteras de Pozuelo y La Corua, y en Retamares slo
siguieron' (tas tres centurias citadas y una ma de moros. Estas fuerzas quedaron a la defensa y custodia de la nueva zona conquistada,
que los rojos rodeaban por todas paites menos por eil sector del campamento de Cuatro Vientos.
Los falangistas, posedos de.un gran espritu, se dedicaron a afianzar sus posiciones, construyendo slidos parapetos y trincheras cubiertas para hurtar la accin de los ((pjaros)) y caones rojos. Muchachos todos de carrera, despiertos de inteligencia y entusiastas de
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corazn, ponan tan felices intuiciones en su obra, que las fortificaciones parecan hechas por soldados ya expertos en tales menesteres
blicos.
Entre cantos, siempre con una sonrisa sobre el esfuerzo, unos
acarreaban cemento, otros llevaban piedras, aqullos cargaban sacos
terreros, los de ms all abran profundas zanjas, provistos de palas y
picos. Y mientras unos trabajaban, otros, turnndose, y Cada cual superndose en eT cumplimiento de sus deberes, montaban las guardias
en los puestos de avanzada sealados por los jefes.
En el campamento se viva para la guerra, pero con tal colaboracin fraterna entre ellos, de la que
tambin participaban los moros, que
haca d)e Retamares un lugar que era
1 orgullo del comandante Navarro v
la satisfaccin de sus aguerridos moradores.
Una pequea chavola, a la que las
centurias haban bautizado con el nombre de ((Casilla de la Muerte)), se levantaba en el lugar ms avanzado del
frente. Era una casina de adobe y
ladrillo, de un solo piso, en la que
estaban de guarnicin diaria una seccin de moros y una Falange de veinticuatro camisas azules, que eran relevados peridicamente por otros. Los
moros vivan encantados con los falangistas, a los que llamaban el (charca amiga, y unos y otros se, disputaban en todo momento los sitios de
mayor peligro, en un alarde de patriotismo y arrojo de buenos guerrilleros, que se hara difcil determinar
quin superaba a quin.
La casilla, por su situacin era blanco constante de la artillera
roja, que disparaba contra ella jornada tras jornada gran nmero de
abuses y granadas, no dando lugar a que sus bravos defensores se
aburrieran en ella. A veces, cuando el fuego enemigo era ms intenso y se corra el peligro de que un obs deil quince se la llevase como
a una paja con todos sus guardadores dentro, moros y falangistas la
abandonaban transitoriamente, tomando posiciones a sus alrededores,
ocultos entre piedras y breales, pero con el fusil y la ametralladora
dispuestos a no ceder el paso a los rojos, si es que lo intentaban.
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HERIDOS
Jaime Zabalo Gstelo.
Angel Abad Mingelo a.
Julin Martn Garca.
Geferino V arel a Alonso.
Antonio Alberola Ruisz.
Ignacio Prez Rodrguez.
Antonio Stolbe Cerezal.
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Florencio Condado
DESAPARECIDO
Eugenio Alonso.
HERIDOS
Juan Redondo.
Miguel Tejedor.
Enrique Muoz.
Emiliano de Pedro.
Ignacio Herranz.
Cirilo Casas.
Isidro Martin.
Gregorio Garca Palomares.
David Lucas.
Elias de Andrs.
Jos Torres Que vedo.
Manuel Santos.
Victorio Garca.
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Ignacio Esbvez.
Angel de la Iglesia.
Bernardo Estvez.
Melitn Arranz.
Antonio Petschen Kutz (mdico).
Francisco Corzo (mdico).
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Y se encarg a Vicent, que con Pepe Sez, Pombo, Sanz el pequeo y Salcedo, fueran a recoger al (herido con el que se encontraban
Represa y Choimn.
Salieron los expedicionarios en busca del camarada herido; y orientados por Zaera llegaron hasta el soto donde se encontraba; pero una
vez all se dieron cuenta de que no haban llevado camilla y que el
'traslado en brazos sera muy molesto' para Senz, por lo que decidieron regresar de nuevo un par de ellos en busca de la camilla. Y a sta en
el soto, acomodaron en ella al herido y lo llevaron en hombros cerca
de cuatro kilmetros hasta el campamento de Retamares. La herida
ia tena Enrique Senz en el costado, sobre da que hicieron una cura
provisional, lavndosela con agua que era do- nico que (tenan a mano.
El desfile con k camilla en hombros, a travs del monte, en noche
cerrada y bajo los estallidos de la artillera en plena accin, tenan un
hondo sabor de agua fuerte.
UN
TIRADOR
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EL
L T I M O
29
El prximo
Episodio:
Asalto
yfdefensa
heroica
PRXIMAMENTE:
Los dramas de la
guerra en Espaa,
en la ciudad y
en las trincheras.
Por
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PESETAS
PESETAS
P E S E T A S
mandante Galbis). Libro intenso y emocionante, fiel reflejo de la vida en campaa, por
5
P E S E T A S
L I B R E R A
S A NT, A R N
V A L L A D O L I D