Después de La Teoría Terry Eagleton

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R E S E A S

Despus de la teora
TERRY EAGLETON
Barcelona, Debate, 2005, 235 pp.

POR JUAN LEYVA*

Si la teora es una introspeccin sobre por qu y para qu


pensamos lo que pensamos y
hacemos lo que hacemos en
determinado campo del conocimiento, lo que hay despus de
la teora son las bases incluso
de por qu una disciplina o
varias son necesarias e importantes para la vida ms all del
puro mbito acadmico o intelectual. Fuera del laboratorio,
del aula, de los congresos de
especialistas y de los libros, la
vida espera su cuota de reflexin y la apertura o drenado de
los canales que la mantienen
ligada a aquello que transcurre
en el silencio de las pginas o
en los mbitos ms o menos
estrechos de la produccin de
saberes.
Por otro lado, si la cultura
es [] un nexo vital entre la
poltica y la experiencia personal; da a las necesidades y
deseos humanos una forma
que se puede debatir pblicamente, ensea nuevos modos
de subjetividad y combate las
representaciones recibidas
(Eagleton, 1999, pp. 133-134),

no cabe la menor duda ,


entonces, de que debe ensearse, de que las humanidades, las ciencias sociales y el
arte (lo comnmente denominado cultura) deben seguir
teniendo cabida en las universidades, a pesar de ciertas
oleadas tendientes a sealar
que ninguno de esos campos
posee utilidad, y de la proliferacin de tecnolgicos y otro tipo
de escuelas destinadas a hacer
ms funcional el mercado, en
detrimento a veces del funcionamiento social. Para la mayora de quienes sostienen una
postura semejante, o se acercan a ella, no se trata de pura
ignorancia o desprecio, sino de
una intuitiva o clara percepcin
de que, sencillamente, tales
campos disciplinarios son peligrosos, no obstante haber sido
poco a poco abandonados al
terreno de las tradiciones y los
valores ms o menos inservibles desde el punto de vista de
la utilidad mercantil, que les
hizo, para ello, un lugar en las
universidades.
Las grandes preguntas

Centro de Estudios sobre la


Universidad, UNAM.
[email protected]

Con los movimientos de 1968,


sin embargo, una pregunta
cada vez ms fuerte se hizo
sentir en aquellas instituciones

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que, como dice Eagleton con


humor, eran el refugio de
gente que a lo largo de tres o
cuatro aos no tena otra cosa
que hacer que leer libros y
darle vueltas a la cabeza
(2005, pp. 38-39): y si la
manera de entender y ensear
la cultura no estaba siendo
ms que otro modo de contribuir al statu quo, un estado de
cosas que no requera precisamente demasiadas vueltas
para ser cuestionado? Cuando
ciertas orientaciones neoliberales, francamente derechistas o
autoritarias de cualquier cuo
tratan con desdn y bajo presupuesto a las ciencias sociales, las humanidades y las
artes, lo hacen no slo con la
intencin de mejorar las aptitudes productivas, sino porque
estn conscientes de esta posibilidad transformadora, harto
saludable, por lo dems, para
el proceso de autocrtica y
renovacin requerido por toda
formacin social.
A juicio de Eagleton, no hay
duda de que el potencial creativo y transformador de la cultura y las univeridades radica
en la claridad con que, pese a
los debates habidos particularmente despus de 1968 (en
medio de los cuales muchos
han perdido el rumbo e incluso

la cabeza o fingen perderlos),


desembocan en la conciencia
de que su finalidad primera y
ltima es la bsqueda de
mejores condiciones de vida
para todos. Qu pueda signicar
esto ltimo es el foco principal
de Despus de la teora,
publicado por primera vez en
Londres en 2004.
Para este autor nacido en
Salford, Inglaterra, en 1943,
esta pregunta no es de ningn
modo nueva, sino una de las
lneas gua de sus libros, entre
otros, aquellos dedicados a la
explicacin y enseanza de la
literatura: Una introduccin a
la teora literaria (1998 [1996])
y La funcin de la crtica
(1999 [1996]), obras cuyas
primeras versiones datan de
1983 y 1984, respectivamente.
Lejos de hacerse preguntas
restringidas al mbito literario, cualquiera que pueda ser
la connotacin del trmino,
Eagleton en la va de su
maestro Raymond Williams,
abre la visin y las interrogantes al campo amplio de la filosofa, el psicoanlisis, la sociologa y la economa poltica,
perspectiva que elabora sobre
todo a raz de Walter Benjamin
o hacia una crtica revolucionaria (1998 [1981]), donde, a las
lecciones del berlins y de
Williams, incorpora su propia
lectura de Brecht y Bajtn. Mi
lector, malicioso y avezado
como es, dir a estas alturas:
Ah, ya te tengo, se trata de
los estudios culturales!.
Estudios culturales
y universidad

En efecto, Eagleton conoce


bien y se mueve con fluidez en

ese mbito. Procura una visin


del arte y la literatura que no
sea ajena a las instituciones y
la plataforma poltico-econmica que posibilitan su produccin y consumo, y estructuran
su funcin. Quiz el mayor
reproche que puede hacrsele
es la atencin reducida que da
a los aspectos formales de la
representacin artstica, pero
se es un problema que no
demerita la pertinencia de su
enfoque para la reflexin sobre
la cultura en un sentido
amplio. De ah su importancia.
Lo que ocurre, para Eagleton,
no es que haya que hacer a un
lado la forma artstica, sino evitar aislarla de sus bases sociales. Las disciplinas en que la
modernidad ha dividido el
estudio de las necesidades
y deseos humanos tambin
pueden ser mejor comprendidas desde esa perspectiva.
Los aos sesenta nos legaron, pues a raz de su inquietud en torno al papel de las
universidades y las disciplinas
en la reproduccin de un statu
quo por lo menos discutible,
una preocupacin cada vez
ms honda por la cultura, aunque el estudio de sta se haya
convertido poco a poco, despus de las derrotas del 68,
en una suerte de refugio para
promover un cambio que en el
terreno econmico y poltico
empez a creerse difcil o
imposible, tal como ocurri
tambin con los movimientos
de emancipacin colonial, que
se toparon con unas clases
gobernantes locales cada vez
ms aisladas de la poblacin
en su conjunto y, en contrapartida, socias intermediarias de
los intereses mundiales.

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Los estudios culturales,


pese a su tendencia a no reconocer ningn valor universal o
natural, y su inclinacin a limitarse a las condiciones locales,
tuvieron, a lo largo de casi cuatro dcadas y de modo paralelo al escepticismo deconstructivo y luego al nihilismo
posmoderno, logros indudables. La teora cultural, escribe
Eagleton,
nos ha persuadido de que en
la construccin de una obra de
arte intervienen muchas cosas
adems del autor. Las obras
de arte tienen una especie de
inconsciente que no se
encuentra bajo el control de
sus productores. Hemos acabado por comprender que uno
de sus productores es el lector, el espectador o el oyente;
que el receptor de una obra de
arte es un cocreador de ella,
sin el cual la obra no existira.
Nos hemos vuelto ms sensibles al juego del poder y deseo
que hay en los artefactos culturales, a la variedad de formas en que pueden confirmar
o refutar la autoridad poltica.
Tambin entendemos que esto
es al menos una cuestin
tanto de su forma como de su
contenido. Ha aflorado una
sensacin ms acusada de
cun estrechamente las obras
de la cultura pertenecen a sus
pocas y lugares especficos; y
cmo esto puede enriquecerlas
en lugar de menoscabarlas.
Esto mismo es cierto de nuestras respuestas a ellas, que
siempre son histricamente
especficas. Se ha prestado
mayor atencin a los contextos
materiales de estas obras de
arte, y a cmo tanta cultura y

civilidad han tenido sus races


en la infelicidad y la explotacin. Hemos acabado por
reconocer la cultura en el sentido ms amplio como un territorio en el que los condenados
y los desposedos pueden
explotar significados compartidos y afirmar una identidad
comn (2005, p. 107).

Sin embargo, es preciso


advertir que, ms all de la
literatura y el arte, prcticamente todo tipo de textos y
artefactos culturales han recibido tambin esta revisin crtica. Los deconstructivistas y los
postmodernistas han enfatizado esta perspectiva, especialmente en lo que se refiere a la
pregunta constante sobre los
basamentos de las afirmaciones presentes en toda obra o
texto y a su carencia de estabilidad, lo que a veces los ha llevado a un escepticismo trgico
(dira Eagleton) y a un relativismo cnico. A unos y a otros
Eagleton les propone sacar
jugo, con humor, a la ambigedad e inestabilidad del sentido;
pero, nos previene, la irona de
semejantes posiciones es que,
a menudo, acaban siendo
copartcipes de un statu quo al
que se supone cuestionan. Al
antiindividualismo pluralista,
incluyente, antijerrquico y
combativo de toda norma sostenido por los posmodernos,
Eagleton responde:
El problema que esto tiene
como causa radical es que en
ella no hay mucho con lo que
disintiera el prncipe Carlos.
[] el capitalismo es un credo
impecablemente incluyente: no
le importa a quin explota. Es

admirablemente igualitario en
su buena disposicin para
menospreciar, sin ms, a cualquiera. Est dispuesto a codearse con cualquier antigua
vctima, por poco apetecible
que sea. La mayor parte del
tiempo, al menos, se muestra
impaciente por mezclarse con
tantas culturas diversas como
sea posible, de modo que
pueda venderle sus mercancas a todas ellas./ Con el
nimo generosamente humanista del poeta de la
Antigedad, a este sistema
nada humano le es ajeno. En
su bsqueda del beneficio
recorrer cualquier distancia,
soportar cualquier penuria, se
unir a la ms detestable de
las compaas, sufrir las
humillaciones ms abominables, tolerar el papel pintado
ms chabacano y traicionar
alegremente a sus familiares
ms prximos. Es el capitalismo lo que es desinteresado,
no los profesores universitarios
(2005, p. 30).
Enseanza y ciudadana

En suma, para este autor, de


lo que se trata es de dejarse
de antinormatividades contestatarias de apariencia crtica y
escepticismos de pretendido
rigor metodolgico, y hacerse
responsables de lo que se propone a la sociedad con semejantes posturas. Qu ensear,
con qu instrumentos y para
qu o con qu objetivos las
grandes preguntas que subyacen a todo quehacer universitario confluyen, para Eagleton,
en una temtica que bien
podramos relacionar directamente con la discusin actual

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sobre la ciudadana, siempre y


cuando no olvidemos que participar de la ciudad y su conjunto de pactos no puede desligarse de la situacin espacial de
quien adopta esa ciudadana:
qu tan ciudadano se puede
ser cuando se vive en los mrgenes de una metrpoli, aun
cuando se transite por ella?
Toca, entonces, ahora, volver al punto de la relacin
entre las artes, las ciencias y
las humanidades, y la bsqueda de mejores condiciones de
vida para todos.
En polmica con buena
parte de las corrientes actuales, Eagleton en el que quiz
sea el captulo ms importante
de su libro (5) regresa al problema de cmo se constituye
la verdad, la objetividad y,
nada menos, la virtud. As,
como suena y se escribe. El
centro de todo es, pues, la
moral. Pero nos advierte que
no se trata de mojigatera ni
imposicin de normas, sino del
hallazgo de las razones ltimas
de lo humano y de la convivencia. Lejos de quienes plantean
que no hay universales,
Eagleton sostiene que no debemos negar la base misma de
nuestra posibilidad de identificarnos con el vecino y el habitante ms lejano de nuestro
planeta. Se trata de la corporalidad y sus necesidades (incluido un hbitat favorable), entre
las cuales se hallan el conocimiento, el amor y la comprensin. Si se ha sostenido que no
hay esencias, que todo es cultural y contingente, nuestro
autor propone, en cambio, que
no debemos olvidar lo caracterstico de lo humano: haber
nacido para nada en especial

(lo que implica un largo periodo de adiestramiento infantil


para la vida mediado por los
afectos) y, por lo tanto, ser
aptos para una transformacin
constante que reconstruye a
cada momento el sentido de la
vida slo a partir de nuestra
posibilidad de mejorar, de ser
cada vez mejores en aquello
que ms nos gusta hacer.
Eagleton afirma que nuestro
principal deber consiste en
ofrecer y ofrecernos las ptimas condiciones para ello.
Si para Aristteles la virtud,
el ser mejores seres humanos,
tena su recompensa en s
misma, Eagleton seala que
esa perspectiva es irreal por lo
que toca a la imprescindible
necesidad del otro que entraa, pues no hay posibilidad de
mejorar sin reflexin, y no hay
reflexin sin la intervencin del
otro, que nos define y nos enriquece, y frente al cual tambin
nos definimos y al que contribuimos a desarrollar. El conocimiento de s y del mundo, que
se da en un ir y venir entre
ambas instancias (el yo interior
y el mbito externo), es indisoluble del conocimiento y reconocimiento del otro quien nos
muestra los lmites, para lo
cual es indispensable el amor,
la amistad o, al menos, una
actitud opuesta al odio:
Sin embargo, hay una
relacin ms profunda entre
la objetividad y la tica. La
objetividad puede suponer
una apertura desinteresada a
las necesidades de los dems,
una apertura que est muy
cerca del amor. No es lo
contrario del inters personal
y las convicciones, sino del

egosmo. Tratar de comprender la situacin de los dems


tal como es en realidad es
una condicin esencial para
cuidar de ellos. [] Lo
importante, en todo caso,
es que preocuparse genuinamente por alguien no es lo
que supone un obstculo para
entender su situacin tal como
es, sino lo que la hace posible.
En contra del adagio que dice
que el amor es ciego, es
precisamente porque el amor
lleva consigo una aceptacin
radical por lo que nos permite
ver a los dems tal como
son./ Preocuparse por otro es
estar presente para l bajo la
forma de una ausencia, una
determinada atencin olvidada
de s mismo. Si a cambio uno
es amado o los dems confan
en uno, es esto en gran medida lo que propoporciona la
confianza en uno mismo para
olvidarse de s, un asunto que
de otro modo sera peligroso.
En parte tenemos que pensar
en nosotros mismos por
miedo, el cual podemos superar mediante la seguridad de
que se confa en nosotros
(2005, pp. 140-141).

Por eso el poder tiene tantas dificultades para salir de s


y reconocer al otro y confiar en
l, y por eso, tambin, la objetividad es tan difcil. Requiere
un esfuerzo moral a toda prueba: nadie que no est abierto
al dilogo con los dems, que
no desee escuchar, argumentar con honestidad y reconocerlo cuando est equivocado
puede hacer progresos reales
investigando el mundo (2005,
p. 142):

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Si conocer el mundo significa


con bastante frecuencia escarbar en los complejos envoltorios del autoengao, conocerse
a s mismo significa esto an
ms. Solo alguien inusualmente seguro de s puede tener el
coraje de enfrentarse a s
mismo de este modo sin racionalizar lo que descubre para
desecharlo ni quedar consumido por una culpa intil (2005,
p. 146).
Un mundo para todos

Preocuparse por otro, en


suma, significa darle esa confianza, fincar las condiciones
para que la adquiera; y regatersela no habla ms que de
nuestra propia inseguridad.
Preocuparse por otro es trabajar recprocamente en la construccin de las condiciones
para desempearnos de lo
mejor en lo que ms nos
gusta, aunque, claro, Eagleton
no es ingenuo, y sabe de sobra
que este ideal es cabalmente
contrario al utilitarismo del
dinero, para el que toda ocupacin gratuita resulta ya en s
misma sospechosa. La aparente gratuidad de las artes y las
humanidades es uno de sus
rasgos ms ominosos a la vista
del egosmo, el poder o la
racionalidad prctica del capital, pero, con todo y por eso,
esas reas siguen siendo cultivables, ya que es en ellas
donde a menudo surge la pregunta de si no sera necesario
transformar la realidad para
prosperar (2005, p. 51), en
vista de la aguda conciencia
sobre la calidad de vida en un
mundo como el actual; y aunque, por otro lado, sean los

artistas los ms difciles de


organizar para efecto de acciones sociales y, como dice
Eagleton, no sean los mejores
a la hora de levantarse de la
cama.
En la tarea de renovar y
mejorar la enseanza no debe
menospreciarse nunca el papel
del arte o las humanidades, y
menos en la de contribuir a la
generacin de mejores ciudadanos, pues, recordemos, el
reconocimiento y la objetividad
tan importantes para la convivencia, poseen fuertes lazos
con la vida afectiva y la reflexividad (rasgos sobresalientes
del arte).
Contra los antitericos, que
sostienen que no es posible la
autorreflexin epistemolgica
en la medida en que estar
siempre mediada por el mbito
al que pretende conocer, y que
no hay que rascar donde no
pica, Eagleton les recuerda
que ese lmite no es obstculo
sino precondicin, de la misma
manera que el autoconocimiento es imposible sin la conciencia de que se pertenece no
a otra y nada ms que a aquella piel en la que estamos contenidos. Los lmites, a diferen-

cia de la opinin de Lady


Macbeth (que, como el capital,
odia toda restriccin), son creativos, no anuladores del crecimiento humano (Eagleton
2005, p. 128), e implican
siempre la conciencia plena de
la otredad, del otro irreductible
que nos inventa y se reinventa
a s mismo a partir de nuestra
presencia. Lejos de combatirlos, debemos tenerlos siempre
en mente y cultivarlos.
El poderoso, el egosta, el
millonario emprendedor o el
nio mimado no deben sentir
ningn temor al otro ni a los
lmites que impone incluso con
su mera existencia, pues en la
de l descansa la suya propia,
al modo en que escribi Saer
en El entenado, acerca del
exterminio colonizador:
Como ellos [los indgenas]
eran el nico sostn de lo exterior, lo exterior desapareca
con ellos, arrumbado, por la
destruccin de lo que lo conceba, en la inexistencia. Lo que
los soldados que los asesinaban nunca podran llegar a
entender era que, al mismo
tiempo que sus vctimas, tambin ellos abandonaban este

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mundo. Puede decirse que,


desde que los indios fueron
destruidos, el universo entero
se ha quedado derivando en la
nada (1983, p. 125).

Para finalizar, digmoslo, si


se quiere, una vez ms: la
cultura es [] un nexo vital
entre la poltica y la experiencia
personal; da a las necesidades
y deseos humanos una forma
que se puede debatir pblicamente, ensea nuevos modos
de subjetividad y combate las
representaciones recibidas.

REFERENCIAS
Terry (1999), La funcin
de la crtica, trad. de Fernando
Ingls Bonilla, Barcelona,
Paids.
(1998), Una introduccin a la
teora literaria, trad. de Jos
Esteban Caldern, Mxico,
Fondo de Cultura Econmica.
(1998), Walter Benjamin o
hacia una crtica revolucionaria, trad. de Julia Garca
Lenberg, Madrid, Ctedra.
SAER, Juan Jos (1983), El entenado, Mxico-Buenos Aires,
Folios.
EAGLETON,

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