Junger Ernst - El Corazon Aventurero
Junger Ernst - El Corazon Aventurero
Junger Ernst - El Corazon Aventurero
El corazn aventurero
Figuras y caprichos
Las semillas de todo lo que tengo en mente las encuentro por doquier.
Hamann
Por tanto, todo esto existe.
El corazn aventurero. Primera versin[1].
El lirio tigrado
Steglitz
Peces voladores
Steglitz
En vano, pero no sin placer, mientras meta las manos en una baera,
intentaba coger al vuelo pececillos muy escurridizos de un azul nacarado. Cuando
ya no podan escabullrseme, se elevaban sobre la superficie del agua y
revoloteaban grcilmente alrededor de la estancia mientras agitaban sus
minsculas aletas como si fueran alas. Despus de haber trazado en el aire diversas
curvas, volvan a zambullirse en el agua. Esa mudanza de elemento suscitaba una
extraordinaria alegra.
Sueos de vuelo
Stralau
La cantera de grava
Goslar
Nos disgusta tanto releer los libros que hemos escrito justo porque frente a
ellos parecemos falsificadores de moneda. Nos hemos adentrado en la cueva de Al
Bab y slo hemos sacado a la luz un miserable puado de plata. Tambin tenemos
la sensacin de regresar a estados donde nos metamorfosebamos como una
serpiente se muda de su piel ajada.
Me pasa tambin lo mismo con esos apuntes que vuelvo a revisar tras casi
diez aos. Segn me cuentan, an capturan, cada tres meses, con asombrosa
regularidad, sus quince lectores. Semejante fidelidad recuerda a ciertas flores,
como la Silene noctiflora, cuyo cliz, que permanece abierto de noche durante una
sola hora, convoca a su alrededor una minscula sociedad de huspedes alados.
Sin embargo, el hecho de recomenzar a escribir precisamente aquello que ya
dbamos por terminado tiene un valor extraordinario para el autor. Le ofrece la
rara oportunidad de contemplar el lenguaje como si fuera una sola pieza, con la
mirada del escultor, por as decirlo, y trabajarla como si fuera materia corprea. De
esa suerte, espero dar todava un poco ms de agudeza a todo aquello que tal vez
ha cautivado al lector. En primer lugar no hay que temer las tachaduras y el
resultado debe perfeccionarse con las reservas de que disponemos. Tambin
conviene aadir algunos pasajes que antao habamos desechado, pues slo con el
paso del tiempo aprendemos a sazonar los platos en su justa medida.
Como forma visible de esa diversidad me viene a la mente una de aquellas
cavidades que a veces se muestra en los lechos secos de los torrentes en los pasos
de los Alpes. Nos encontramos ah con fragmentos gruesos, guijarros pulidos,
cascos fulgurantes y arena: rocalla variada como la que deposit la crecida en
primavera y otoo sobre el valle desde los estratos superiores. De vez en cuando,
sostenemos en la mano un pequeo hallazgo y lo observamos desde todos los
ngulos, tal vez un cristal de roca o una concha de caracol quebrada, cuya
estructura en espiral nos sorprende, o una punta de estalactita plida como la luna
procedente de cavernas desconocidas, en cuyo interior los murcilagos revolotean
en crculos silenciosos. Aqu se oculta la patria de los caprichos, de las burlas
nocturnas que el espritu, sin perturbarse, pero con peligro, goza como en una
logia solitaria[2]. Sin embargo hay tambin cantos de granito rodados, pulidos en la
sima de los glaciares, en lugares donde se abre una vasta perspectiva desde la cual
el mundo aparece un poco ms pequeo, pero tambin ms claro y regular, como
si estuviera grabado sobre mapas geogrficos de una gran nitidez, pues el orden
supremo se oculta en la multiplicidad como en un acertijo visual. Se trata de
enigmas sorprendentes: cuanto ms aumenta la distancia ms nos acercamos a la
solucin. La obtendremos cuando alcancemos el punto ms extremo, en el infinito.
As pues, hay materia de sobra, pero el lenguaje debe pulirla con elementos
de su propia cosecha. Es preciso que vuelva a hacer brotar agua, ese manantial
fluido y a la vez transparente que juega con las figuras y las baa.
Sobre cristalografa
berlingen
Endivias violeta
Steglitz
berlingen
El horror
Berln
Hay un tipo de lminas de chapa de gran tamao que suele emplearse en los
pequeos teatros para simular el ruido del trueno. Me imagino muchsimas de esas
lminas, an ms delgadas y sonoras, dispuestas unas sobre otras a distancias
regulares, como las hojas de un libro que, sin embargo, no estn prensadas, sino
que se mantienen espaciadas entre s mediante un dispositivo separador.
Imagina que te subo a la hoja superior de esta enorme pila, y apenas el peso
de tu cuerpo la roza, se parte en dos con un gran estruendo. Te precipitas, y caes
sobre la segunda hoja que asimismo estalla con una explosin todava ms
violenta. El cuerpo alcanza la tercera, la cuarta y la quinta hoja sin detenerse, y el
aumento de la velocidad de cada hace que los impactos se sucedan con una
aceleracin semejante en ritmo y fuerza a un creciente redoble de tambor. Cada vez
ms vertiginosa y delirante, tanto la cada como el redoble se transforman en un
poderoso retumbo de trueno que al final hace volar por los aires los lmites de la
conciencia.
As es como el horror suele apoderarse de los seres humanos: el horror, que
es algo completamente distinto del miedo, la angustia o el temor. Ms bien se dira
afn al espanto que reconoce el rostro de la Gorgona con el cabello erizado y la boca
abierta a punto de gritar, mientras el temor, ms que ver lo inquietante, lo
sospecha, pero justo por ello su poder atenaza al hombre con mayor fuerza. El
miedo se encuentra todava lejos del lmite y puede conversar con la esperanza, y el
susto, s, el sobresalto es aquello que experimentamos cuando se quiebra la lmina
superior. Y entonces, en la cada mortal, se intensifican los golpes estridentes de
timbales y las luces se ponen de color rojo incandescente, ya no como seal de
alarma, sino como terrible confirmacin, hasta llegar al horror.
Presientes lo que ya sucede en aquel espacio fronterizo, por el que tal vez
Visita extraa
Leipzig
Tristram Shandy
Berln
Berln
sangre se puede ver bajo la piel? Los sueos ms arduos son soados en fructferas
tierras de nadie, en zonas desde las cuales la obra se contempla como algo
contingente, con un grado nfimo de necesidad. Miguel ngel, que, al final de su
vida, se limita a esbozar los rostros en el mrmol y deja dormitar en las cuevas los
bloques en bruto como crislidas, cuya vida, replegada sobre s misma, confa a la
eternidad. La prosa de La voluntad de poder, campo de batalla del pensamiento an
por descombrar, vestigio de una solitaria y terrible responsabilidad, gabinetes
llenos de llaves arrojadas all por alguien que no dispona de tiempo para abrirlos.
Incluso un creador como el caballero Bernini, en pleno apogeo, confiesa su aversin
por la obra acabada y Huysmans, en el prlogo tardo a Rebours, se refiere a la
imposibilidad de releer sus propios libros. He aqu tambin una imagen paradjica,
como la de un hombre que posee la obra original y sin embargo prefiere estudiar
malos comentarios. Las grandes novelas que permanecieron inacabadas, no fue
posible acabarlas porque se ahogaban bajo el peso de su propia concepcin. Se
parece a la construccin de catedrales.
Pero, una vez ms, trabajan? Dnde estn aquellos monasterios de santos,
en cuya noche oscura el alma triunfaba majestuosamente sobre la carne y
conquistaba el tesoro de la gracia? Dnde las columnas de los estilitas como
monumentos de una sociedad suprema? Dnde se conserva la conciencia de que
nuestros pensamientos y sentimientos son completamente imperecederos, de que
existe algo as como una doble contabilidad secreta donde todo gasto aparece, de
nuevo, en un lugar muy alejado, como ingreso? El nico recuerdo consolador se
asocia a esos instantes de la guerra en que de repente el resplandor de una
explosin arrebata de las tinieblas la figura solitaria de un centinela perdido que
deba de haber permanecido largo tiempo en ese puesto. Durante esas
innumerables y terribles noches de guardia en la oscuridad se amas un tesoro que
ser gastado ms tarde.
La fe en esos hombres solitarios brota de la nostalgia por una fraternidad sin
nombre, por una relacin espiritual ms profunda de la que es posible entre seres
humanos.
Culebras azules
Berln, Osthafen
Leipzig
La conviccin
Berln
La llave maestra
Berln
La razn combinatoria
Berln
entabla con los especialistas una breve y decisiva batalla, donde stos, por as
decirlo, se lanzan a un ataque frontal, mientras l es capaz de acosar, con facilidad,
las alas del enemigo desde los flancos. Su superioridad sobresale en el arte de la
guerra por su mxima belleza y rapidez.
Mientras el entendimiento asume, entre otros cometidos, la funcin de
clasificar las cosas segn sus afinidades, la razn combinatoria se muestra superior
porque es capaz de dominar la genealoga de las cosas y sacar a la luz sus
analogas profundas. Por el contrario, la simple razn lgica se limita a corroborar
las semejanzas superficiales y se afana por medir las hojas en el rbol genealgico
de las cosas, cuyo patrn fundamental yace oculto en el punto germinal de la raz.
Por lo dems, el especialista digno de admiracin se reconoce tambin por
disponer de reservas ms amplias que aquellas que se albergan en su disciplina.
Cada trabajo particular de cierto calado se mezcla al menos con una gota de
facultad combinatoria; y qu alados nos sentimos cuando ya en la introduccin a
uno de sus tratados damos con aquellas frases provistas de fuerza y, no obstante,
expresadas sin gran esfuerzo, que dejan reconocer la impronta soberana. He aqu
una sal que opone resistencia al tiempo y a cualquiera de sus progresos.
El caballero negro
Leipzig
El placer estereoscpico
Berln
como cuando los conceptos nos dejan en la estacada nos vemos obligados a confiar
de nuevo en la intuicin, tambin en muchas ocasiones, cuando empleamos
nuestra facultad perceptiva, recurrimos inmediatamente al sentido del tacto. Por
eso nos gusta acariciar con la yema de los dedos las cosas nuevas, raras o valiosas.
Es un gesto que revela tanto una naturaleza ingenua como una cultura refinada.
Volviendo a la estereoscopia: su eficacia consiste en agarrar las cosas con las
pinzas internas. Que esto suceda gracias a un solo sentido que, por as decirlo, se
desdobla, aumenta la delicadeza del asimiento. El verdadero lenguaje, el lenguaje
del poeta, se distingue por el modo de asir sus palabras y sus imgenes, palabras
que a pesar de sernos familiares desde hace tanto tiempo, se abren como flores y
parecen irradiar un resplandor virgen, una msica coloreada. Aqu resuena la
armona oculta de las cosas. Sobre su origen nos dice Angelus Silesius:
En el espritu los sentidos son un solo sentido y un solo uso:
Quien contempla a Dios lo gusta, lo toca, lo huele y tambin lo oye.
Toda percepcin estereoscpica nos provoca una especie de vrtigo, pues
saboreamos en profundidad una impresin que, al principio, se nos ofreca en la
superficie. Como en una gozosa cada, entre el asombro y la fascinacin, nos
estremece un escalofro que oculta al mismo tiempo una certeza; experimentamos
el juego de los sentidos con su leve movimiento, como un velo de misterio, como
un teln tras el cual acecha lo maravilloso.
En esa mesa no hay ningn plato que no contenga un grano de especias de la
eternidad.
El rizo[5]
Leipzig
refera a la muerte como el viaje ms prodigioso que era capaz de emprender el ser
humano, un verdadero juego de prestidigitacin, la capa invisible por excelencia,
asimismo la rplica sumamente irnica en la lucha eterna, la postrera e
inexpugnable fortaleza de todos los seres libres y valientes. Cuando trataba esta
materia dispona de una reserva inagotable de smiles y elogios.
Desgraciadamente debo reconocer que olvid demasiado pronto sus
lecciones. En vez de perseverar en mis estudios, ingres en la orden de los
mauritanos, la de los politcnicos subalternos del poder [7].
Goslar
vestido con ropa lujosa y de una cortesa exagerada. Estaba sentado a la mesa junto
a l; se present como director de un consorcio de hoteles europeo y me enred en
una conversacin sobre los suicidas, en los que crea ver la escoria de la
humanidad. As pues, un solo canalla es capaz de arruinarles toda la estacin!.
Por lo dems, el ejercicio de este tipo de observacin no se limita al placer
que, sin duda, depara. Solemos dividir a los seres humanos en dos grandes clases,
por ejemplo, en cristianos y no cristianos, explotadores y explotados, y as
sucesivamente. Nadie se libra de esta tendencia, pues la divisin dicotmica es la
ms comn entre todas las formas taxonmicas. Pero conviene tener presente que
tal divisin no es armnica; es de ndole lgica o moral. Ese carcter implica la
siguiente conclusin: la divisin dicotmica deja siempre un resto; por eso es
preciso siempre una nueva eleccin en un sistema bipartidista o una guerra eterna
en la frontera entre cristianos y paganos. La estabilidad, por el contrario, crece en la
medida en que ms all de la mera divisin intelectual somos capaces de una
divisin sustancial, y cuanto ms numerosas son las posibilidades de divisin,
tanto ms seguro es el depsito que se conserva en ellas. sta es la ventaja del
sistema de castas, que est determinado tanto por la divisin en dos como por la
divisin en varios grupos.
Aunque entrae dificultad, merecera la pena investigar si nuestro mundo
laboral contiene grmenes de esa clase, es decir, si se observa una tendencia del
carcter especial del trabajo a la integracin. En cualquier caso, no es su naturaleza
simple la que se opone a la posibilidad de divisin en una multiplicidad [9].
Rojo y verde
Goslar
de una ciudad reunidos delante de sus puertas, mientras cuchichean sobre cosas
extraas. A veces, en tales ocasiones, me asalta una sospecha: ah debe de haber un
cometa detrs de los tejados.
Npoles
De cabo Miseno, y desde all hacia la Procida, el olor del mar me pareci ms
profundo, penetrante y vigorizador que nunca. Siempre que lo aspiro, mientras
sigo el angosto curso de la orilla pulido por el vaivn de las olas, experimento
aquella ingravidez que delata un aumento de libertad. Tal vez se deba a que este
olor rene putrefaccin y fertilidad en una mezcla indiscernible; generacin y
muerte se equilibran en la balanza.
Esta secreta armona, que fortalece el corazn y lo sosiega, se expresa, sobre
todo, en las oscuras exhalaciones de las algas, que el mar arroja sobre la lnea de la
playa en verdes tramas luminosas, en oscuros haces y en racimos de un bronceado
cristalino. As se forma el lecho donde la mar esparce las abigarradas ofrendas de
su sobreabundancia. Muchos seres van all a perecer, de modo que el caminante
contempla su andadura orlada por la descomposicin. Ve los blanquecinos vientres
de los peces inflados por la putrefaccin, las puntas agudas y resplandecientes de
la estrella de mar resecadas hasta parecer cuero ajado, los bordes curvos de las
conchas que se resquebrajan para abrirse a la muerte; y las errantes medusas, esos
suntuosos ojos del ocano con su iris de oro centelleante, que se desvanecen hasta
no dejar apenas sino una membrana de espuma seca.
Sin embargo, aqu estn ausentes los horrores de los campos de batalla, que
el guerrero ha dejado tras de s, pues, sin cesar, el mar, como un animal de rapia,
lame a lengetazos salados y afilados su irisada presa, husmea sus rastros de
sangre y, de nuevo, los absorbe. Estos despojos estn entreverados con la fuente de
la vida. Por ello, su olor semeja una pcima amarga que corta las angustias de la
fiebre. Pues, cierto, tambin aqu, cuando la mar susurra desde la lejana, como una
de aquellas grandes caracolas que, de nios, tombamos de la repisa de la
chimenea para acercarla a nuestras orejas, y sobre su concha rosada una
enfermedad voluptuosa pareca extender manchas mohosas de color azul, s,
tambin aqu, la cercana de la muerte instila en la sangre una de esas gotas de opio
que nos sume en un melanclico letargo y conjura la lbrega mascarada de la
aniquilacin. Sin embargo, tambin la irradiacin de la vida, tres veces
resplandeciente, alcanza al corazn, como si procediese de la misteriosa piedra
negra que despide rayos rojos.
ste es el spero olor de la carne, investido con los dos grandes smbolos de
la muerte y la generacin, y por ello, sin duda, digno de sazonar la frontera entre
tierra firme y mar.
El diorama
Berln
El guardabosque mayor
Goslar
El inventor
berlingen
A bordo, el primer da en la sala del comedor. Como siempre por esta poca,
el barco navega costeando las Maldivas, y como siempre, en cuanto aparece el pez
espada, se enciende un fuego cruzado de brindis y alusiones. Por supuesto, todo se
mantiene bajo el sello de la confidencialidad, pues cuando se prepara el pescado
alla cremonese significa que va a recogerse en tierra a un nuevo pasajero. En efecto,
en la mesa del capitn flamean ptalos rojos de Lilium tigrinum y tras el ramo
acecha el recin llegado, un pequeo y desagradable jovenzuelo, que curiosea a
todo el mundo con sus ojos porcinos. Debe de haberse abstenido una gran parte en
el balotaje para que un tipo semejante pueda haberse colado entre los invitados, sin
que nadie le concediera la balota blanca. Mientras reflexiono sobre todas estas
cosas, el joven me hace llegar una nota por medio de un camarero al que insta a
marchar, de modo inoportuno, al paso de la oca. En la nota me ruega hacerle el
honor de la presentacin previa y asegura que su nombre debe ya serme conocido,
pues aade es clebre por haber introducido la hlice rcord en todas las
naves del mundo. As pues, me veo obligado por las buenas o por las malas a
levantarme y ofrecerle un brindis al que los dems se suman con cierto enojo. Pero
entonces el hombrecillo se crece, se yergue y comienza a vanagloriarse mientras
cuenta, entre otras cosas, que ha provocado una inflacin en Pars. Para probarlo
seala con su dedo el frac, al que adorna la roseta roja de la Legin de Honor y que
l pretende haber conseguido por una bagatela. Y aade: Vean, an llevo uno de
esos fracs por el que cualquier sastre exige el triple del precio normal. A
continuacin se gira y una vez de espaldas nos ensea una joroba descomunal.
Nuestra risa le incita a moverse entre las mesas dando pequeos y lisonjeantes
pasos de baile; sin embargo, en medio de un giro cae en redondo. Seguramente se
le ha atragantado una espina de pescado, como sucede muy fcilmente cuando an
no se conoce la preparacin alla cremonese. Pronto aparece nuestro pequeo doctor
con el cordn negro-rojo-negro de los mauritanos bajo la bata de cirujano que se ha
echado sobre los hombros apresuradamente. Capta la situacin a primera vista,
El libro de reclamaciones
Leipzig
Soaba que esperaba el enlace en una pequea y lejana estacin, donde las
moscas zumbaban en los odos. Puesto que el estado lbrego de la sala de espera
me desazonaba, intent descargar mi mal humor en los funcionarios; les ped
explicaciones y exig esto y aquello con nfulas propias de un gran seor. Al final
hicieron venir a] jefe de estacin, que me ofreci disculpas respetuosamente y me
rog que renunciara a registrar mis quejas en el libro de reclamaciones. Puesto que
no estaba dispuesto a aceptar sus excusas, al final, de buena o mala gana, no le
qued ms remedio que ir a buscar el libro, y me prepar para escribir un sermn
con toda mi malicia. Pero entonces se presentaron todo tipo de obstculos: la tinta
estaba seca, tuve que pedir prestado un portaplumas y otras cosas por el estilo.
Poco a poco se volvieron las tornas, hasta que los funcionarios consiguieron
imponerse; me amenazaron con sanciones, tuve que mostrar el billete de viaje y el
documento de identidad, perd el tren y sufr toda clase de trastornos y vejaciones.
An podra desarrollar el relato de otro modo, por ejemplo, que el
funcionario empieza imponindome el libro de reclamaciones y acaba
obligndome a inscribir mi queja, hasta que de los trazos de mi escritura nacen
cosas tan desagradables como un ejrcito de hormigas.
En los invernaderos
Dahlem
hostil tiene su profundidad especial y tambin tiene mucho sentido, ms all de las
contingencias externas, el hecho de que Egipto sea la tierra de las enfermedades de
los ojos.
Pero lo ms sorprendente era el comportamiento de esos nios en la seccin
de los cactus; aqu se rean a carcajadas, como sus compaeros videntes ante la
jaula de los monos. Su risa me caus una alegra extraordinaria. Experimentaba un
sentimiento muy parecido al que nos embarga cuando en un lugar intransitable,
por ejemplo, en lo ms alto de la almena de un muro, vemos crecer todava hierbas
y flores.
Frutti di mare
Npoles
elemental de las mareas del golfo, semejante a una rica y enorme sopera: un
mundo de filamentos vtreos, varillas y minsculas esferas. Redes barrederas han
rasurado con pesadas grapas el tapiz de algas y han emergido rebosantes de la
gran diversidad de organismos que se aparean y se dan caza mutuamente sobre
esos prados irisados. Y siempre hay algo absolutamente extraordinario que destaca
sobre esa masa, algo que como la estrella brillante del rbol de Navidad se ve a
primera vista; un anlido rojo escarlata que se enrosca como un dragn pintado
sobre una porcelana china, una frgil comtula de finos radios de color amarillo
azafrn, un cangrejito transparente que habita en un diminuto tonel de gelatina, el
Cestus veneris, en cuyo cuerpo de cristal oscila una chispa de fuego de un verde
violeta, o un huevo de tiburn, en cuyo interior se ve el embrin aletargado como
en un almohadn de cuerno vtreo del que penden cintas.
Los secretos que atesora un mar del Sur son una fuente de encanto
inagotable para un ojo nrdico acostumbrado a una luz ms mortecina. Tambin
los colores de los animales terrestres, por ejemplo, de los insectos, incrementan su
riqueza y variedad en las zonas ms templadas; se vuelven ms vivos, ms
metlicos, los contrastes son ms fuertes y ms provocativos. Pero slo el mar
confiere a sus moradores esa juguetona elegancia y blandura de los tonos, el
esmalte irisado y oscilante de los viejos vidrios, la maravillosa delicadeza y ternura
de las criaturas efmeras. Esos colores son de ensueo, ms nocturnos que diurnos;
necesitan del abismo azul oscuro como proteccin. A veces, por sus intensas
manchas de color violeta y rojo oscuro que se encienden en la carne como esas
clases de fina porcelana blanca, rosa o amarilla, recuerdan a ciertas orqudeas,
como la Stanhopea; pero tambin stas buscan la noche uniforme de los bosques
ms espesos que exhalan vapores de color verde oscuro. Hay algo maravilloso en el
hecho de que ese brillo anime precisamente las formas de la vida ms sutiles y
hmedas y no en vano nace tambin del rgano ms valioso y vulnerable del
cuerpo humano, es decir, del ojo.
De este modo, una sala de trabajo en cuyo seno la vida se rene en muchas
formas sugiere la comparacin con el taller de un relojero donde manecillas de
todos los tamaos corren sobre cientos de esferas coloreadas. El ojo contempla un
mecanismo sumamente ingenioso, no importa sobre cul de sus ruedas se pose,
sobre el paraguas de la medusa que se abre y se cierra al ritmo de la respiracin o
sobre la diminuta vescula en el cuerpo de un organismo unicelular cuyas
pulsaciones siguen el ritmo del latido cardiaco.
Cada uno de esos pndulos, sean largas o breves sus oscilaciones, vibra en el
punto que constituye el centro de todos los tiempos. Por ello nos da una sensacin
de seguridad vivir rodeados del tictac de los relojes biolgicos; y comparto el gusto
del prncipe de Ligne, ese amable caballero y guerrero de buena casta que instal
sus castillos, donde bandadas de palomas reposaban sobre sus cumbreras, en
amplios parques, con bosquecillos repletos de nidos, con pastos rebosantes de vida,
con arriates de flores libadas por enjambres de abejas y mariposas y con estanques
cuyo espejo temblaba incesantemente bajo el coletazo de las carpas gordas y
saltarinas.
En efecto, a esto se llama estar protegido por las metforas de la vida como
por centinelas.
Berln
Paseo a lo largo de la playa con unos isleos por una zona desierta del
litoral. En el vientre de un inmenso pez arrojado por el mar descubrimos un
muerto que extraemos desnudo como un recin nacido de la masa parduzca del
animal. Un hombre con chaqueta azul de marino me ruega la mxima cautela: Es
un mal hallazgo. No sabe usted que una de sus ltimas y ms terribles
estratagemas consiste en disfrazarse de cadver y dejarse arrastrar hasta la costa?.
Repentino sentimiento de angustia, mientras la playa se torna catica y lbrega.
Apresurada retirada a travs de un encinar pasando por delante de una granja con
techo de paja donde habita la vieja. Nuestros pasos nos delatan, pues sus gavilanes
domesticados nos acompaan revoloteando en el bosquecillo. Hay una relacin
misteriosa entre los gavilanes y el muerto. Cuando huyendo volvemos la cabeza
por ltima vez en el linde del bosque, nos sentimos aterrados por una escena de
matanza que se ejecuta en el corral de la granja. Ante la puerta abierta del granero
un grupo de siervos ha colgado de un palo de madera el cuerpo de un hombre
robusto boca abajo y con las piernas esparrancadas; la carne es desagradablemente
blanca, ya escaldada y despellejada. En un dornajo humeante flota la cabeza, cuya
gran barba cerrada hace su aspecto an ms angustioso. La barba lleva en s algo
de animalesco; provoca ms o menos la siguiente sospecha: debe de haber sido una
verdadera y fatigosa matanza, una de sas donde se derrocha aguardiente.
A continuacin la vieja nos somete a una terrible persecucin, en la que
nosotros vamos dando rodeos, mientras ella arremete contra nosotros en lnea
recta. En el mecanismo de esos movimientos complicados y excitantes se expresa la
lucha del bien, donde buscamos refugio, contra el mal. Sin embargo, puesto que
nosotros no somos radicalmente buenos, mientras que, por el contrario, la vieja es
mala por naturaleza, es forzoso que al final sucumbamos. Esta necesidad maligna
se expresa en el hecho de que la vieja gane cada vez ms espacio. La angustia crece
tanto que finalmente hace desaparecer por completo las imgenes del velo.
Berln
Ayer, durante un paseo nocturno por las calles ms alejadas del barrio del
Este donde habito vi una imagen solitaria y sombra. La ventana enrejada de un
stano ofreca a la vista un cuarto de mquinas, donde, sin ninguna persona que se
ocupara de l, un gigantesco volante rodaba en torno al eje y con ello produca un
pitido. Mientras un vapor clido y aceitoso se escapaba del interior al exterior a
travs de la ventana, el odo se senta fascinado por el poderoso curso de una
energa conducida con seguridad; sin hacer casi ruido, como las pisadas
acolchadas de una pantera, el giro de la rueda se apoderaba de los sentidos,
acompaado de una leve crepitacin como aquella que salta de la piel negra de
los gatos y de un zumbido silbante del acero al rozar con el aire. Todo esto era un
poco letrgico adems de muy perturbador. Y aqu experiment de nuevo lo que se
siente tras el mecanismo propulsor de un avin, cuando el puo empuja hacia
delante el acelerador y se eleva el espantoso rugido de la fuerza que quiere huir de
la tierra; o cuando por la noche nos lanzamos a travs de los paisajes ciclpeos,
mientras los surtidores de llama incandescente de los altos hornos desgarran la
oscuridad y en medio de ese frentico movimiento al espritu no le parece posible
que no haya ni un tomo que no est trabajando[12]. En lo alto, sobre las nubes, y en
lo profundo en las entraas de naves relucientes, cuando la energa inunda las alas
plateadas y las estructuras de hierro, nos embarga un sentimiento de orgullo y de
dolor; el sentimiento de estar en una situacin de peligro, sin importar que
viajemos en un camarote de lujo como en una concha nacarada o que nuestro ojo
divise al enemigo en el retculo de la mirilla.
Resulta difcil captar la imagen de esta situacin de peligro porque
presupone la soledad como una de sus condiciones y cuesta todava ms de
desvelar debido al carcter colectivo de nuestra poca. Y sin embargo, cada uno
ocupa hoy su puesto sans phrase y solitario, sin importar que se encuentre tras el
fuego de una sala de calderas o asuma de forma incisiva la responsabilidad del
Libros crueles
Berln
poderosos como a los simples. Esa benevolencia se asemeja a una luz en virtud de
la cual la dignidad humana se muestra con un semblante justo. Est estrechamente
vinculada con lo que hay de soberano y noble en nuestro fuero interno, pero
tambin con nuestra libre capacidad creativa. Adems, se remonta a tiempos
arcaicos; embellece a los hroes homricos no menos que a la realeza que
administra justicia en la plaza pblica. En esta poca, representa el aspecto
espiritual del poder que se funda en un origen benigno, cuyo smbolo no es el
manto de prpura, sino el cetro de marfil.
Donde existe ese espacio libre y claro entre los seres humanos, garantizado
por la ley justa, ah las imgenes y las formas tambin van creciendo sin esfuerzo.
Crea un clima favorable, donde sobre todo florece la cultura y la moral; y en tal
estado las pequeas ciudades han tenido mayor parte en la historia de nuestro
planeta que los vastos reinos donde incontables millones de personas han vivido
sin pena ni gloria. De ese modo un pequeo huerto produce una cosecha ms rica
que un inmenso desierto.
Es un buen signo para nosotros que nuestra memoria oriente la historia
segn esos astros de primer orden. En esto, ciertamente, nos parecemos a
astrnomos que no pueden prescindir de la realidad visible, pues as como slo
una gran luz puede salvar distancias infinitas, del mismo modo slo una
conciencia excelsa puede penetrar los bancos de niebla del tiempo. Hay un grado
de claridad que triunfa sobre el efecto nebuloso de los siglos; as, la Atenas de
Pericles se nos muestra mucho ms despejada a nuestra vista que la Atenas
medieval, alrededor de mil aos ms prxima a nosotros, y sobre la cual
Gregorovius reuni los escasos fragmentos existentes para reconstruir su historia.
Sin embargo, siempre resulta asombroso que modelos y arquetipos
conserven su luz a lo largo de los siglos, si se piensa con qu poder lo salvaje y lo
amorfo se han impuesto una y otra vez en la historia. En este sentido, la Odisea es el
gran canto de la razn ilustrada, la cancin del espritu humano, cuyo periplo a
travs de un mundo abundante en horrores elementales y monstruos crueles
conduce a la meta incluso a pesar de la oposicin de los dioses.
Zinnowitz
Amor y retorno
Leisnig
Desembarco como oficial con una tripulacin de nufragos en una isla del
ocano Atlntico.
Todos estbamos muy enfermos y recibimos alojamiento en unas cabaas de
tablas de un pequeo pueblo de pescadores construido entre las ruinas de piedra
de una ciudad destruida, donde se nos confi al cuidado de una monja. A los
sufrimientos que nos causaron el escorbuto y la inanicin, se uni la amenaza de
una planta narctica que creca en la isla y floreca al anochecer. Su corazn
amarillo y fosforescente estaba rodeado por una corola de floracin ilusoria de
color rojo brillante, y al verla se sucumba a la irresistible tentacin de comerla. Sin
embargo, quien la probaba se suma en un letargo del que ya no poda despertar.
En un largo cobertizo de techo bajo, donde se colgaban las redes para secar,
habamos colocado uno al lado del otro una fila de tales muertos durmientes. Les
consuma la fiebre y respiraban con ahogo; sus rostros delataban sueos
cambiantes que pasaban a toda prisa. La monja no ahorraba esfuerzos en acostarlos
cmodamente e introducirles la sopa gota a gota, y yo la ayudaba en esas tareas.
Debido a la comunidad que cre ese triste trabajo, nos acercamos mucho; ella me
inici en muchos secretos de la isla y me obsequi con pequeos pecios que las olas
arrastraban a la playa desde los barcos naufragados.
Con el paso del tiempo me pareci reconocer cada vez ms claramente la
existencia de viejos vnculos que me unan a la monja y a la isla. En las breves
pausas que me permita el trabajo me gustaba meditar sobre todo esto, con espritu
atento, pero sin pasin, como cuando se reflexiona sobre las pginas de un libro
ledo durante los das de permiso. Por las tardes, tras dedicarnos todo el da a
cuidar una vez ms a los enfermos, iba de vez en cuando a tomar el aire al pequeo
prado de la playa que se extenda ante las cabaas. En mi interior se despert con
El color rojo
Goslar
Nos sobran razones para acercarnos con cautela al color rojo. Se manifiesta
raramente cuando a lo largo de la vida todo discurre sin asperezas, pero se
enciende en las tensiones. Simboliza lo oculto o lo que hay que esconder o cuidar,
en particular el fuego, el sexo o la sangre. Por ello, cuando el rojo aparece de
repente, suscita sorpresa, como las banderitas rojas que cierran el acceso a canteras
o campos de tiro. En general indica la inminencia del peligro; as, las luces traseras
y las luces intermitentes de nuestros automviles son rojas. Esto vale especialmente
para el peligro de fuego; los anuncios de incendios y los extintores se pintan de
rojo, incluso los camiones que transportan lquidos inflamables o materia
explosiva. Con la creciente necesidad de combustible o carburante el mundo se
cubre con una red de estaciones flameantes de tonalidades rojas y amarillas; ya
slo ese espectculo bastara para que un extranjero advirtiera que viaja por pases
explosivos, por una poca dominada por Urano. El rojo se prefiere para las
sustancias explosivas; para los productos simplemente inflamables se aaden
signos amarillos y anaranjados.
La prodigiosa ambigedad que anima el mundo de los smbolos explica que
ese color tenga un efecto al mismo tiempo amenazante y excitante. El bello ejemplo
de las bayas rojas con que el cazador adorna lazos y trampas corrobora la validez
de este principio. En animales colricos como el pavo y el toro bravo el hechizo que
ejerce este color se manifiesta en su forma ms violenta: los ciega. Tambin hay
tipos de carcter humano que sufren vahdos al contemplar el rojo ardiente, por
ejemplo, de ciertas especies de tulipanes.
Ese efecto alarmante y atractivo del color rojo resulta particularmente
adecuado para sealar cosas necesarias en situaciones de urgencia. Por lo comn,
el elemento peligroso tambin interviene aqu, como en los botiquines, los
salvavidas y los frenos de emergencia. A veces se trata tambin de una premura
abstracta, como en las etiquetas rojas con que correos estampa las cartas urgentes.
El carcter amenazante adems de publicitario salta a la vista all donde ese
color se entreteje con las relaciones sexuales. En este mbito hay una gama
sofocante que va desde la luz rojiza que ilumina el vestbulo de una casa de mala
reputacin con un resplandor mortecino y ttrico, casi sensible al tacto, hasta el
encarnado procaz y chilln de las alfombras y cortinas en las escaleras de los
grandes infiernos del juego y de la lujuria.
En el rojo de los labios, en las ventanas de la nariz y en las uas se desvela el
color de la epidermis interna. Igualmente nos imaginamos rojo el forro de los
vestidos y nos gusta que ese color fundamental brille donde la tela externa se ha
desgarrado o se ha dado la vuelta. Tal es el sentido de los dobladillos, solapas,
cuellos, pestaas y ojales, de ciertos tipos de ropa interior; as el interior de las
camas, bajo las fundas, es rojo. Esa idea se aplica tambin al interior de estancias y
casas, sobre todo cuando guardan relacin especial con la suntuosidad. En salones
de gala se accede a travs de cortinas rojas, y para las recepciones se extendan
alfombras rojas hasta la entrada. Nos gusta revestir con seda roja el interior de
estuches y de cajas donde conservamos joyas. As se presenta el regalo valioso,
mientras el brillo marino y celeste realza el aspecto de los objetos magnficos: por
ello, la perla combina bien con un fondo azul.
Entre los otros colores, el amarillo aumenta el desasosiego que irradia del
rojo; la combinacin de rojo y amarillo provoca sensaciones ardientes y
desagradables. An ms maligno es el efecto del rojo en conjuncin con el negro,
mientras el color verde tiende a suavizar lo rojo. Un fondo verdoso es capaz incluso
de darle un toque alegre, as como la hierba verde alegra el pao rojo de las
cazadoras, aunque tampoco aqu falte el vnculo con la sangre. El gris ejerce
tambin un efecto amortiguador, pero la tonalidad sangunea contrasta
poderosamente con el blanco; tal es el caso del maquillaje y los polvos, la herida y
la venda, la sangre y la nieve. La pompa del poderoso se acenta mediante los
vnculos con el oro. Si se aade el blanco produce una impresin afable, el negro
refuerza sentimientos de orgullo y melancola. A los tonos escarlata puros se asocia
un vaco sanguneo; como los castillos de fuegos artificiales y los saltos de agua,
estos tonos cautivan al espritu con el espectculo del movimiento. Maravilloso es
el empeo por cultivar flores negras, donde el ltimo rastro de rojo se extrae al
destilarlo mediante un proceso de cultivo. sa es la piedra filosofal de la jardinera,
y en efecto todo gnero de saber debe estar prevenido contra el rojo.
En cualquier caso, quien lleva este color demuestra cierta osada, y por ello
de ordinario suele mostrarse como si se hubiera hecho visible por algn desorden,
a travs de aberturas, rasgaduras o una costura descosida. Quien lo exhibe en
espacios amplios y pblicos se encuentra en posesin de un poder mortfero, por
ejemplo, los jueces supremos, los soberanos y los jefes del ejrcito, pero tambin el
ejecutor al que se entrega la vctima. Al verdugo le corresponde la capa negra, cuyo
forro rojo se torna visible en el instante del golpe.
La bandera roja de la revuelta indica el lado interior o la materia elemental
del orden. Por ello no es propiamente un distintivo, sino que aparece en todo lugar
en que el fuego de los incendios y el derramamiento de sangre desgarra el velo
tejido. A veces la roja sustancia primigenia brota como si procediera de fuentes
secretas o de crteres volcnicos, y se dira que desea inundar el mundo. Pero
entonces vuelve a refluir, consumindose a s misma, y slo permanece en las togas
de los Csares.
berlingen
En el desage
Goslar
Goslar est baada por el Gose, un angosto riachuelo que segn el plano de
Frankenberg desemboca en la ciudad y prosigue de nuevo su curso a travs de un
gran canal que cruza la muralla urbana. Este punto dbil se encontraba cubierto
antao por el Wasserburg, un edificio que pertenece a los tesoros desconocidos de
la ciudad y que se ha conservado muy bien.
Intramuros, al Gose se le llama desde tiempos remotos el desage; ese
nombre siempre se me ha antojado ingenioso como designacin de las aguas sucias
y residuales. Sin embargo, hasta donde alcanzo, se remonta al trmino latino
aquaeductus a travs de la forma Agetocht, a mi juicio, menos apropiada. Es un bello
ejemplo de cmo la lengua popular digiere un vocablo extranjero.
Durante mi paseo diario alrededor de la fortificacin doblo a menudo por el
canal de Wasserburg y hago el camino de vuelta a lo largo del desage. Friedrich
Georg, un da que me acompaaba, hizo que reparara en una figura sumergida en
el agua, que al principio tomamos por uno de esos muecos de peluche para nios.
Sin embargo, al contemplarlo de cerca descubrimos que se trataba de un corderillo
minsculo, que an exhiba el cordn umbilical. La figura, que a un primer golpe
de vista fugaz nos haba divertido, nos caus enseguida repugnancia, sobre todo a
medida que reconocamos con ms nitidez que no era sino la postrera imitacin de
una forma viviente, y adems compuesta por grumos finsimos de fango que
temblaban en la corriente.
Descubrir que una aparicin, como en este caso, de algo entraable, no es
sino una ilusin ptica y que, en el fondo, tras ella se oculta la nada no me resulta
nuevo, y, sin embargo, despierta siempre inquietud. As, a veces nos encontramos
con ojos que se diran formados por un fango turbio y helado y que delatan el
grado mximo de impasibilidad humana. Existe hoy una nueva clase de espanto
similar al que nos sobresalta cuando nos topamos con un cadver oculto en el
agua; encuentros en los que se insina una situacin teolgica absolutamente
concreta y frente a los cuales el ser humano se ve necesitado del amparo, largo
tiempo olvidado, de los severos preceptos purificadores.
Por el contrario, el caso inverso, cuando el muerto se revela vivo, resulta
aliviador. Creemos ver, por ejemplo, un trozo de madera enmohecida, y en ese
mismo instante salta una gran langosta al mismo tiempo que bajo sus litros grises
se despliega un par de alas luminosas[14].
Leipzig
punta de los dedos, y en efecto, a menudo, percibiremos que unas manos finas y
bien proporcionadas revelan una condicin afortunada. Hay toda una ciencia del
momento propicio; para introducirse en ella nada mejor que el compendio de
Casanova. Esa lectura vale por cientos de mamotretos pedantes; su indudable
superioridad consiste en que nos invita a participar en una musicalidad de la vida
que casi haba sido olvidada. Ningn esfuerzo compensa el alivio que una poca
nos concede como tal mientras saca a cuestas la frgil barca de nuestra existencia.
El ser humano despierta una maana como en una casa donde todo canta y vibra
desde la bodega hasta los desvanes. En tales espacios, apenas rozamos con el dedo
las formas, se configuran y se acuan por s mismas, como atradas por una fuerza
magntica.
A veces siento como si el cuerno de la abundancia comenzara de nuevo a
inclinarse un poco a nuestro favor, aunque ninguno de los vivientes gozar de sus
dones. Nuestro pensamiento cultiva an la tierra de un modo tan agresivo que no
deja ni una pizca de espacio para la mala hierba de la fortuna.
Goslar
Goslar
Estaba sentado en un gran caf, donde tocaba una orquesta y una clientela
concurrida de aspecto elegante se aburra en sus mesas. Para buscar el cuarto de
bao atraves una puerta de la que colgaba una cortina de terciopelo rojo, pero de
pronto me perd en un laberinto de escaleras y galeras y desde las salas
primorosamente amuebladas fui a parar a un ala que amenazaba ruina. Crea
haber llegado a la pastelera; un pasillo desierto por el que me aventur estaba
como espolvoreado con harina, y cucarachas negras se arrastraban por las paredes.
Pareca que los empleados an no haban terminado de trabajar, pues llegu a un
recoveco donde una rueda que giraba lenta, pero bruscamente, pona en
movimiento una correa; al lado un fuelle de cuero se inflaba y desinflaba a
intervalos. Para examinar el interior de la sala del horno que se encontraba en el
piso de abajo, me asom bastante a una de las ventanas opacas, que daba a un
jardn silvestre. El espacio que contempl ofreca ms bien el aspecto de una forja.
Con cada golpe del fuelle se encendan las brasas del carbn donde las
herramientas estaban al rojo vivo; y cada vuelta de la rueda haca funcionar toda
clase de mquinas extraas. Vi que haban secuestrado a dos clientes, un caballero
y una dama, y queran forzarlos a desnudarse. Los dos se resistan como gatos y
pens para mis adentros: Es verdad, mientras vistan sus ropas distinguidas,
estarn a salvo. Sin embargo, me pareci un signo de mal agero que las costuras
ya cedieran bajo los agarrones y que la carne ya fuera visible a travs de las
rasgaduras. Me alej de puntillas y consegu dar con el camino de vuelta al caf.
Me sent de nuevo a mi mesa, pero la orquesta, los camareros y las elegantes salas
se me aparecieron bajo una luz completamente distinta. Tambin me di cuenta de
que esos clientes no sentan tedio, sino angustia.
La mosca fosforescente
Goslar
Por otra parte, me resulta curioso que cuando espiamos una relacin
cualquiera, como en este caso la de las avispas, se nos revelan otras cosas secretas,
como el cazador en el aguardo y el soldado en la avanzada. La primera escena
ertica se me impuso cuando de nio estaba jugando al escondite en un viejo
casern. Cuando comenzamos a observar fijamente un punto cualquiera, entramos
en una relacin especial con el mundo en su conjunto, y a quien descubre un nico
secreto, se le revelan muchos otros sin proponrselo. En un grado inferior esto
tambin vale para el inventor; no se trata de que nos decidamos por la invencin,
sino que nos convertimos en inventores slo cuando ya hemos comenzado a
inventar. Por ello, la gente con ese talento tiene buena mano en los mbitos ms
dispares.
Historia in nuce[16].
El complemento
Goslar
La zinnia
berlingen
Hay riquezas que entran en nuestra vida como regalos. Un buen da las
encontramos como imgenes desplegadas desde reinos invisibles, y pronto se
convierten en familiares, en nuestra propiedad. As me pas con la zinnia, una flor
recin llegada a nuestros jardines.
Adems de los encantos que el jardinero suele elogiar en ella, esta planta
asombra, sobre todo, por la complacencia con que se sirve del medio cromtico. No
slo engendra, como el resto de nuestras flores de jardn, una rica gama de
tonalidades puras, sino que muestra dones nicos en su gnero, en cuanto que es
capaz de desarrollar una serie completa de tales gamas conforme a diversas claves.
Sus flores parecen talladas y confeccionadas a partir de elementos muy alejados
entre s: marfil, pieles finas, terciopelo o bronce fundido. A ello corresponde la
abundancia de pigmentos que se depositan sobre los ptalos como tizas o tinta
china de diversos colores, tambin como colores al leo, al temple o metlicos y
esto, una vez ms, con numerosas combinaciones y mezclas.
Un efecto ms intenso resulta de la tonalidad de la corola en su parte
inferior, que frecuentemente se torna visible al abombarse levemente cada uno de
sus pequeos ptalos. En otros casos, la coloracin se extiende por el borde de la
parte superior, como la tinta china sobre el margen hmedo de la hoja. Esos
estratos conjuran mgicamente, ya sea por armona o por contraste, esplndidos
diseos. Por ejemplo, el siguiente modelo es muy bello: el color de la flor de un rojo
aterciopelado profundo pero con el toque de un barniz dorado, y los ptalos
individuales revestidos como tejas ovaladas con una orla de oro claro. En el medio,
un resto de estambre an intacto forma un botn dorado. Ese diseo se repite en
variedades marrn oscuro, negro, escarlata y ladrillo, y ciertamente, los colores se
presentan sobre un fondo ora liso como la porcelana, ora blando como la esponja.
Suplemento a la zinnia
berlingen
inmediata con el mundo, de donde brota una fuerza originaria. Aunque slo sea
durante un segundo, el ojo debe conservar la fuerza suficiente para ver las obras de
la Tierra como si fuera el primer da de la creacin, es decir, en su magnificencia
divina.
Hay pocas y quiz tambin ciertos estados en que ese don se reparte
entre los seres humanos como el roco depositado sobre las hojas. En otras se
desvanece de nuevo el ter dorado que fluye alrededor de las imgenes, y las cosas
se reducen tan slo a sus formas abstractas. En este caso, la intuicin inmediata,
por ejemplo, en tanto poesa, puede alcanzar el valor inconmensurable de una
fuente que brota en el desierto. Donde el lenguaje se ha petrificado, un solo verso
puede compensar el peso de bibliotecas enteras, y en tales espacios se verifican las
distinciones incomparables que Hildebrant reclama para Dietrich von Bern:
La fuerza de la Tierra
se dividi en dos partes entre nosotros,
una le toc a millones de hombres,
la otra se reserv exclusivamente para Dietrich[19].
De la prensa
Stralau
punto de vista moral y jurdico son personas buenas y modlicas o bien asesinos y
delincuentes. En este caso se muestra del modo ms evidente no slo la diferencia
entre lo trgico y lo meramente triste, sino tambin la diferencia entre el mundo
trgico y el mundo moral.
Al mismo tiempo, en esa frase se delata una superioridad manifiesta sobre el
mundo de la organizacin estatal; una suerte de fuerza de gravedad que no se deja
detener por nada. Es curioso qu dbil e inseguro puede llegar a ser el orden legal
con sus ceremonias y uniformes. Tal cosa me result clara por primera vez en la
guerra civil; las revoluciones todava son inofensivas mientras las madres no
participan en la lucha. Pero cuando tienen que enfrentarse con ellas, las tropas ms
disciplinadas se olvidan simplemente de disparar. Donde las mujeres superan el
miedo a la muerte, las cosas se imponen con la violencia de un torrente salvaje.
Al examinar una frase semejante se observar tambin que su verdad arraiga
en regiones ms profundas que van desde la eleccin infalible de las palabras hasta
la posicin y serie en que se han dispuesto las vocales. De este modo, en la segunda
parte, mediante las tres vocales acentuadas, el lamento desciende tres grados en
intensidad[20]. Pero justo al comienzo resuena lo ms raro e inaudito, o sea, el jbilo
misterioso con que la madre se aferra a una posesin que a partir de entonces ya no
podr perder nunca. La trayectoria del hombre es como la del pez volador que
emerge de los elementos, juega fugazmente a la luz de los colores y retorna a las
profundidades, retorna al seno de las madres.
Suplemento
berlingen
Escepticismo intuitivo
Steglitz
berlingen
lugar a sutilezas. Surge as un estilo filtrado que a veces decepciona por su belleza
estril y su salud artificial, una prosa para vegetarianos. A la cual le corresponde,
en las artes plsticas, un clasicismo vaco.
A este contexto pertenece adems una clase de sensibilidad capaz de ver los
rasgos morales como a travs de una lente de aumento; la perspicacia enfermiza de
quien ha perdido el apetito en su relacin con los seres humanos. Entonces, los
desequilibrios ocultos dejan estigmas sobre el rostro, la sonrisa se agra, la inflexin
de la voz traiciona sin disimulo intenciones y pretextos, que bullen en el nimo del
hablante. Esa sensibilidad morbosa se extiende tambin fcilmente a la observacin
de nuestra imagen desdoblada en el espejo, por ejemplo, en el individuo
atormentado por escrpulos de confesin, un tipo que tampoco falta en los pases
protestantes.
Al tipo del escrupuloso que pesa las cosas con balanzas de precisin, se
corresponde otro, al que podemos denominar trombonista, que recurre a medios
tan pesados como montaas. Esta segunda clase es casi ms peligrosa, pues
mientras la mota de polvo se compone todava de un minsculo pedacito de tierra,
aqu reina el aire como elemento completamente incierto. Las cosas adoptan un
cariz ligero y vago como el viento, equvoco e inflado. Y giran como la veleta en la
tormenta de los humores y opiniones volubles.
Mientras se considera que los escrupulosos tienden al pesimismo, entre los
trombonistas prevalece el optimismo. Los primeros llevan una vida sedentaria y
retirada, los segundos una vida agitada y errante. En el primer caso el espritu
penetra, como el arte de la relojera, en estuches cada vez ms finos, en el segundo
el espritu crea, como el soplador de vidrio dotado de poderosos pulmones, una
serie de formas cambiantes. En aqullos se ve al espritu trabajar de manera
concntrica, en stos de manera excntrica. Uno prefiere encapsularse en logias
sectarias, el otro ama las grandes reuniones y las plazas pblicas. Si siguiramos a
un trombonista a lo largo de los aos, podramos elaborar un catlogo de sus
inclinaciones. Como filsofo, por ejemplo, toca su instrumento segn todos los
sistemas.
Cuando nos visita, puede orsele ya desde el portal de abajo; entra animado
y enseguida monopoliza la conversacin. Cuando se enreda en contradicciones, se
larga entre groseras. Sin embargo, su rencor no subsiste durante mucho tiempo; es
una entrada en escena que se repite cada medio ao. Tal vez, aquellas opiniones
que tanto le apasionaron en nuestro ltimo encuentro, entretanto se han
Helgoland
algo familiar, como el eco de una meloda primordial: el osado doble juego del
espritu que nos apela con ardor y, no obstante se oculta profundamente. Por una
parte, este juego tiende a dar a la conciencia una impronta metlica de orden
superior, pero, por otra, se pierde en la selva de las fuerzas elementales.
En esas dos tendencias, cuyos cursos son tan divergentes, que incluso
parecen contradecirse como el sueo y la realidad, se ocultan la unidad y la
multiplicidad de nuestro mundo tan enigmtico. Nos encontramos con ellas en
toda gran disputa de nuestro tiempo, en cada una de sus teoras y fenmenos
significativos, incluso en el carcter de todo individuo eminente. Nada nos
distingue tanto como esa vecindad que existe entre la terrible fuerza
desencadenada y la contemplacin impasible que raya en la temeridad. ste es
nuestro estilo, un estilo de volcnica precisin, cuya peculiaridad slo ser
reconocida por los que vengan detrs de nosotros.
Sin embargo, hay muchas cosas que los lmites de la conciencia histrica, por
ejemplo, el modo tan salvaje y anrquico en que los dos aspectos de nuestro poder,
el aspecto elemental y el aspecto de orden, se repelen el uno al otro como fuego y
hielo. Viajamos por este mundo como a travs de una ciudad titnica, que en un
sector resplandece a la luz de pavorosos incendios, mientras en otro los operarios
planean la construccin de obras ciclpeas. Se suceden a gran velocidad imgenes
de un profundo y sordo sufrimiento que se padece como en sueos, con aquella
demoniaca invulnerabilidad del espritu que somete el caos al dominio de sus luces
y relmpagos y de sus figuras cristalinas.
Pero as como en este paraje la imagen de la superficie marina se une con los
ingeniosos movimientos de estas aves, tan semejantes a insectos, cabe adivinar
tambin lugares donde aquellos dos grandes motivos se aproximan y se funden en
una unidad. Es posible que en esta coincidencia de los opuestos se oculte la parte
metafsica de nuestra misin[21].
Sobre la dsinvolture
Goslar
Las cosas que ni siquiera nadie echa de menos no son las peores. Entre ellas
figura la dsinvolture, una actitud para la que nos falta la expresin
correspondiente. Esta palabra francesa tambin puede traducirse al alemn por
Ungeniertheit, es decir, desinhibicin, desvergenza o campechana; traduccin
certera en cuanto designa un modo de obrar que no se anda con rodeos. Pero
contiene todava un significado distinto, es decir, el de una superioridad
comparable a la de los dioses. En este sentido, dsinvolture equivale a la inocencia
del poder.
Donde la dsinvolture se mantiene intacta, no puede haber ninguna duda
sobre quin sustenta el poder. Debe de haber sido an visible cuando Luis XIV
disolvi el Parlamento. En su busto esculpido por Bernini, que pude contemplar en
Versalles, salta tambin a la vista; sin embargo, aqu ya se manifiesta cierta pose. En
este orden los prncipes son tan inviolables que incluso la rebelin se acaudilla en
su nombre. Por el contrario, donde ya no reina la dsinvolture, los soberanos
comienzan a moverse como hombres que han perdido el equilibrio; se aferran al
principio subordinado de la virtud. Es un sntoma seguro de decadencia. En
naturalezas como Luis XV y Federico Guillermo II, cuyo retrato pintado por Anton
Graff invita a reflexiones sugerentes, se insinan ideas sutiles a tal respecto. Tras
nosotros el diluvio; esta mxima oculta tambin otro sentido. El epgono posee
cierto patrimonio, pero no puede permitirse herederos. As pues, despilfarra la
fortuna en el casino.
Asimismo el saber disponer, sin vacilaciones, de tesoros principescos es
cuestin de dsinvolture. El hombre es capaz de contemplar el oro sin envidia, si cae
en manos de un ser noble. El pobre cargador que ve entronizar al afortunado
Simbad en su palacio comienza a alabar a Dios, que concede dones tan elevados.
En nuestro tiempo la riqueza despierta mala conciencia entre los seres humanos, y
por esta razn intentan justificarla mediante la virtud. No pretenden vivir como
mecenas en la abundancia, sino como pequeos contables.
La dsinvolture es un don natural y espontneo y, en cuanto tal, mucho ms
emparentado con la fortuna o la magia que con la voluntad [22]. Nuestra concepcin
del poder est falseada desde hace largo tiempo por su exagerada relacin con la
voluntad. Los tiranos de las ciudades renacentistas son ejemplares mediocres,
tcnicos subalternos. Sin embargo, el ser humano es algo ms que un animal de
rapia, a saber, el seor de los animales de rapia [23]. En este sentido, se me ocurre
que tambin el caballero en el jardn de los leones posee dsinvolture.
Sobre la mesa de un banquete, a la que se han reunido muchos invitados,
hay una manzana de oro que nadie se atreve a coger. Todos tienen el deseo ardiente
de tomarla, pero cada uno siente que se armara un gran revuelo, con slo insinuar
su deseo. Entonces entra un nio en la sala y agarra la manzana con la mano libre;
y un profundo y alegre sentimiento de aprobacin se apodera de todos los
comensales.
Como gracia irresistible del poder, la dsinvolture es una forma particular de
serenidad. Ciertamente, tambin esta palabra, como tantas otras de nuestra lengua,
necesita ser restituida a su sentido. La serenidad es una de las armas ms potentes
a disposicin del hombre; la lleva como una armadura mgica con la que es capaz
de enfrentarse a los terrores de la aniquilacin. Desde esa fuerza luminosa, que se
pierde en los albores de la historia, la dsinvolture penetra profundamente en la
cronologa histrica como un vstago cultivado en casas de alta alcurnia. Y no es
sino su propio mito el que seduce a los pueblos ante un tal espectculo.
Este estado tambin puede corroborarse en la arquitectura. Por ejemplo, aqu
en Goslar slo hay un edificio que sirva como marco adecuado a la dsinvolture. No
nos referimos al palacio imperial, tan mal restaurado, sino al viejo Ayuntamiento
junto al mercado, una joya tallada en piedra gris. Si se lo contempla desde el lado
de la fuente, se ve entre sus arcos de estructuras ligeras a la par que robustas un
portal digno de una recepcin principesca.
Suplemento a la dsinvolture
berlingen
Goslar
sus alianzas.
En los puestos perdidos la vida est obligada a decidirse, as como la materia
sometida a una alta presin se manifiesta en sus formas cristalinas. Aqu lo vil
destaca de forma ms ntida, como, por ejemplo, la tripulacin de un barco pirata
que se hunde se abandona a toda clase de excesos salvajes para aturdir su
conciencia. Por ello, en el seno de ciertas jerarquas se intenta preparar al individuo
para las situaciones de peligro en las que ha de resistir en su puesto sin mando y en
solitario. La relevancia de semejante representacin se reconoce por el hecho de
que en medio de la disolucin ella misma puede crear puntos de referencia
conforme a los cuales se orienta la totalidad. La fuerza representativa del individuo
puede ser inmensa; y la historia conoce procesos en que, cuando millones de
personas callan, un buen testigo puede por s mismo invertir el juicio.
Por esto, los estudios histricos forman parte tambin de los instrumentos
espirituales imprescindibles para una suprema comprensin del mundo. De las
grandes gestas humanas, como las transmitidas por las tradiciones, nos llega el eco
de un lenguaje que tambin nos interpela directamente. Y el archivo de nuestros
documentos contiene respuestas insuperables a cmo el ser humano debe
comportarse en los puestos perdidos. Entre los grandes cursos que la Historia
contiene in nuce como una academia secreta se encuentra tambin la disciplina que
ensea a morir. Por ello, Luis XVI hizo bien en meditar sobre la historia de Carlos I
mientras estaba preso en la torre del Temple.
Acertijos visuales[26]
berlingen
distinto, por ejemplo, como techos pintados con aberturas a travs de las cuales se
divisaban astros, as un indito sobre los misterios eleusinos que haba llegado a
sus manos desde las secretas obras pstumas de Fiorelli. Como muchas de sus
inclinaciones, tambin sta ejerci su influjo sobre m; igualmente le debo la
predileccin por la oculta correspondencia que existe entre las cosas.
En lo que atae a los acertijos visuales, el maestro pretenda sobre todo
provocar esa conmocin que nos sacude cuando inesperadamente vemos en una
cosa otra distinta. Tal vez pensaba de ese modo deshacer y cortar las finas races
que ligan a nuestro ser con el mundo cotidiano de hbitos y rutinas pticas. Es
verdad: si adivinamos el enigma que se oculta en la imagen, podemos sentir
estupor, asombro, sobresalto, pero tambin alegra. Cuando se acumulan tales
impresiones, comenzamos a aproximarnos a las cosas con cautela; contemplamos
incluso los simples materiales sobre los que se asientan nuestras representaciones
con atencin, expectativa o escepticismo. Nigromontanus deba de proponerse
precisamente eso; su mtodo no se orientaba, como en las escuelas superiores, a la
bsqueda, sino al hallazgo. As, se distingua por infundir una peculiar confianza
en que todos nuestros caminos, incluso los que parecen vanos o infructuosos,
encierran un fruto propio, como la semilla de la nuez; y exiga que antes de caer
dormidos examinsemos la jornada en nuestra memoria como se abre una concha.
Tales ejercicios deban revelar que el mundo en su totalidad tambin est
constituido conforme al modelo de un acertijo visual; que sus secretos yacen sobre
la superficie a la vista de todos y que slo se necesita una mnima acomodacin del
ojo para ver la abundancia de sus tesoros y milagros. Le gustaba citar la sentencia
de Hesiodo segn la cual los dioses tienen oculto el sustento a los hombres y que el
mundo es tan frtil que el trabajo de un da basta para todo un ao de cosecha. As
no se requera sino un instante de meditacin para descubrir las llaves que abren la
cmara del tesoro donde podemos nutrirnos durante toda una vida; y para
ilustrarlo sealaba aquellos artefactos simples, que una vez inventados se diran
concebibles hasta por un nio. Le gustaba aludir a la fantasa; su fertilidad era un
smil de la fecundidad del universo, pero la gente viva como seres que moran de
sed sobre manantiales de una fuerza inagotable. Tambin dijo una vez que el
mundo se nos ha transmitido con sus elementos como las veinticuatro letras del
alfabeto y que su imagen se ha ido formando a medida que se desarrollaba nuestra
escritura. Sin duda, se precisaba un verdadero autor y no un mero escribiente [27].
Se refiri a esta cuestin cuando le acompa en una de sus excursiones
geomnticas en los lindes de los montes del Harz, a lo largo de un trecho
misterioso, en donde se haban erigido unas viejas atalayas. Fue en esa ocasin
cuando expuso con mayor claridad su mtodo. Si no lo entend mal, lo consideraba
un arte de conducir la vida, con lo imperecedero como meta. Se guiaba por la
concepcin verdadera del mundo, inscrita en este mundo ordinario como un
enigma visual: inaferrablemente cerca. Afirmaba que el primer indicio de un acto
de visin afortunada era el asombro y despus la alegra.
Cuando rememoro todo aquello, tengo la impresin de que entonces no me
encontraba en el estado apropiado que ciertas doctrinas establecen como condicin
previa. Sin duda experiment tambin esa conmocin magnfica que nos invade
cuando se desdibujan los lmites y se revelan significados ocultos; pero slo como
quien se desliza volando por jardines inexplorados. Particip en la vida como un
jugador osado que lo apuesta todo por apresar un instante de dicha, y sin embargo
Nigromontanus me haba enseado que, cualquiera que fuera el lugar donde me
encontrara, en la celda de un ermitao o en un palacio suntuoso, siempre se gana
algo.
El picoverde
berlingen
Coraje y osada
A bordo
En los museos
berlingen
como en el caso de los indios americanos o de las grandes fieras africanas, brinda al
menos proteccin frente al exterminio absoluto. El procedimiento puede adoptar
formas grandiosas al sustraer extensos mbitos a la total irradiacin de la
conciencia abstracta, ya sean paisajes, oficios o tambin nacionalidades
comprendidas en unidades ms amplias. A menudo nos encontramos aqu con
maraas casi inextricables de esfuerzos polticamente conservadores y
ecolgicamente preservadores, aunque no sea posible dudar de la unidad del
proceso principal.
Tal vez sea bueno, en general, apartar la vista de las intenciones y considerar
las formas como si la naturaleza o un instinto oscuro las hubieran producido; y,
sobre todo, jams debe confiarse en las explicaciones que el ser humano actual
pretende ofrecer de sus esfuerzos. En esta perspectiva se manifiesta el parentesco
que nuestro reino musestico posee con los grandes cultos mortuorios y funerarios
y que se tornara an ms evidente si se trasladasen parte de las colecciones a las
cmaras subterrneas. En el impulso musestico se revela el aspecto necrolgico de
nuestra ciencia; una tendencia a enterrar la vida en la paz e inviolabilidad de los
mausoleos conceptuales, y tal vez tambin la voluntad de elaborar un vasto
catlogo de materiales escrupulosamente ordenados que pueda legar un fiel
trasunto de nuestra vida y de sus afanes ms lejanos. Esto recuerda al inventario de
Tutankamn.
All donde la ciencia se vincula con el impulso musestico, aqulla se aparta
de la voluntad y con ello se suprime la desconfianza que inspiran las ramas que se
adentran en la tcnica; aqu no hay patentes ni temor de espionaje. Por mucho que
hayan aumentado las molestias del viaje, en la esfera musestica el intercambio y el
movimiento tienen lugar en un medio bastante seguro. Tambin hallamos por
doquier un clima uniforme respecto a modos de pensar y mtodos de trabajo,
como, por regla general, slo era tpico de los edificios de las rdenes religiosas
esparcidas a lo largo y ancho de pases e imperios. En un mundo donde se llega al
degello por disensiones sobre el contrato social, hay lugares que han permanecido
tan vrgenes de todo eso como los oasis de Jpiter Amn.
Por lo dems, los museos tienen tambin en comn con los mausoleos que la
crtica apenas les afecta, como se percibe fcilmente si nos fijamos en la actitud y en
los rostros de sus visitantes. En la voluntad de duracin se oculta una poderosa
fuerza; puede sentirse fsicamente cuando se sostiene en las manos un objeto que
ha estado miles de aos al cuidado humano, sobre todo, si se trata al mismo tiempo
de una de las obras maestras donde el arte ha llegado a su culmen. En este sentido,
chispa de vida que ilumina el polvo; nuestra gran pregunta por el enigma del
mundo. Ni siquiera las distancias ms astronmicas ni las pocas ms remotas nos
dejan reposar, y nuestros telescopios orientados hacia las estrellas fijas, nuestras
redes que se hunden en el mar profundo, los picos que remueven las ruinas bajo
las que yacen ciudades, teatros y templos desaparecidos, a todos ellos les mueve la
pregunta de si tambin en aquel lugar y en aquel tiempo puede sentirse el ncleo
ms ntimo de la vida, la fuerza divina que nos habita. Y cuanto ms extraos y
misteriosos sean los espacios desde donde nos llega la respuesta, aunque no sea
sino un eco amortiguadsimo a travs de milenios y zonas heladas, tanto ms
ntima es la dicha que nos colma.
En el puesto fronterizo[34]
berlingen
lmpida que nunca. Puede ser abarcada con la mirada como un pas sobre el mapa,
y nuestro itinerario, que se extiende sobre tantos aos, se hace visible en su
significado oculto como las lneas de la mano. El ser humano comprende su periplo
desde la perspectiva de lo necesario, por vez primera sin sombras ni luces. Lo que
aflora de nuevo no son tanto las imgenes como la esencia de su contenido. Es
como si, tras finalizar una pera, con el teln ya cado, en un espacio sin pblico,
una orquesta invisible volviera a representar, por ltima vez, el motivo principal de
la pieza: solitario, trgico, altivo y con una trascendencia letal. El agonizante
vislumbra un nuevo modo de amar su vida, sin que le acucie el instinto de
conservacin. Y sus pensamientos alcanzan soberana, si se liberan del miedo que
ofusca y lastra toda inteligencia, toda deliberacin.
Slo aqu puede decidirse la cuestin de la inmortalidad que tanto
desazonaba al espritu mientras viva. La solucin slo es posible en una situacin
tan extraordinaria, donde el moribundo alcanza una cumbre desde la cual puede
otear la lnea que separa los parajes de la vida y de la muerte. Y as logra una
perfecta seguridad, mientras se contempla a s mismo tanto en una parte como en
la otra. Sufre una detencin en su marcha, como si arribase a un puesto fronterizo
solitario, una aduana situada en la cima ms elevada de un macizo montaoso,
donde se cambia la calderilla de la memoria por oro [35]. Su conciencia se alza como
una luz y en su brillo reconoce que nadie va a embaucarle, puesto que all canjea
miedo por confianza.
En ese nterin, donde el tiempo linda con la eternidad, cabe suponer que se
sitan aquellas regiones descritas por los cultos religiosos como purgatorio. Tal es
la va por la que el ser humano espera restablecer su dignidad. No hay vida que se
haya preservado por completo de la bajeza; nadie se salva sin merma. Pero ahora,
como ante un angosto paso de montaa, ya no hay desvo posible ni tampoco
vacilacin que valga, por muchos obstculos que se opongan. Ahora la muerte
gobierna el paso, como una lejana catarata arrastra el curso de la corriente. El ser
humano que emprende esta marcha solitaria, a la que ya nada puede detener, se
parece a un soldado que vuelve a reconquistar su rango.
As como el nio disfruta de rganos que facilitan y hacen posible el
nacimiento, para afrontar la muerte el ser humano tambin posee rganos cuya
formacin y fortalecimiento competen a los ejercicios espirituales. All donde este
saber declina, se extiende frente a la muerte una suerte de idiotez, como delata
tanto el incremento de un pnico ciego como de cierto desprecio de la muerte igual
de irreflexivo y mecnico.
El colirrojo
berlingen
Notas al colirrojo
Leisnig
Paseos balericos
el que nos invade al pie del abismo de la vida. Los animales se adentran en nuestra
percepcin por lo comn tan queda e inadvertidamente como imgenes mgicas.
Despus, en sus figuras, danzas y juegos nos ofrecen representaciones de una
ndole sumamente enigmtica y poderosa. Parece que a cada imagen animal le
corresponde una seal en nuestro interior. Y esto lo siento con ms vehemencia
desde que la caza no me depara ningn placer. Sin embargo, los lazos tendidos
aqu son de naturaleza oculta; los presentimos como adivinamos el mensaje
importante contenido en una carta lacrada.
En el camino de vuelta me sorprendi una esplndida armona de cuatro
colores: una mata de geranios de color rojo ardiente que creca enfrente de un
muro azul y blanco, de tal modo que el follaje verde destacaba sobre la mitad
inferior del muro, de tonalidad azul, mientras que la roja corona de flores se alzaba
sobre la parte superior, de tonalidad blanca. Los caserones dormitaban con
mansedumbre en el aire sereno; cada uno envuelto en un delicado velo de humo.
El caminante se sumerge en su esfera como en anillos de incienso, puesto que la
aromtica madera de pino de montaa alimenta el hogar.
El goce que procuraban estos paseos solitarios se debe ciertamente a que
como Bas el caminante lleva lo suyo consigo mismo [37]. Nuestra conciencia nos
acompaa como un espejo esfrico o mejor como un aura cuyo centro somos
nosotros. Las imgenes bellas penetran en esta aura y experimentan en ella una
alteracin atmosfrica. Andamos bajo constelaciones de signos como bajo auroras
boreales, anillos solares y arco iris.
Este selecto desposorio con el mundo y el acto de procreacin subsiguiente
pertenecen a los placeres ms excelsos que nos han sido concedidos. La tierra es
nuestra madre y esposa eterna; y como toda mujer, nos ofrece sus dones segn
nuestra riqueza.
El hipoptamo
berlingen
que, sin duda, goza de cierta fama en los dominios de la Corona. Asimismo, el
hecho de que me invitara enseguida a su despacho privado no lo interpret ms
que como un gesto de cortesa habitual.
Por el contrario, tras pasar por una cortina roja, me pareci inslito ver a dos
cazadores con librea a la lumbre de un fuego de chimenea y en actitud de espera.
Habamos entrado en una especie de antecmara, donde junto a una escalera de
mano todava yacan por el suelo otros utensilios, como los que emplea el tapicero
para decorar una vivienda. Del techo colgaba un cordel rojo, seguramente para
instalar la araa. Los trabajos de albailera no estaban terminados, pues a travs
de la puerta entreabierta del stano vi un mortero y una paleta en una artesa de
madera.
Sin embargo, el hecho de que la aventura se me antojara sospechosa se deba
menos a las extraas circunstancias que a cierto olfato infalible en tales asuntos.
Cuando se prepara un ataque a una persona flota entre los participantes un fluido
familiar a cualquiera que como yo ha frecuentado palacios de prncipes asiticos o
ha mediado en suntuosas tiendas montadas entre huestes en formacin de
combate. Ms tarde, en la etapa de complemento a mis estudios y en el trato con
los enajenados tuve ms de una ocasin para perfeccionar ese don, pues en este
mbito fracasa a menudo incluso el observador ms atento, si no le socorre una
especie de don adivinatorio.
En tales situaciones juzgu siempre prudente dejar que las acciones se
acoplaran fcilmente entre s, para evitar toda vacilacin y toda laguna que pudiera
dar lugar a un contratiempo, pues ms de una vez he podido observar que cierto
estado de serenidad y despreocupacin nos protege como un amuleto contra las
potencias inferiores. Por ello no dud en seguir al anticuario, que corri una
segunda cortina y luego abri una puerta de dos batientes; a continuacin se retir
haciendo una reverencia.
La estancia a la que me haba conducido result ser un saln iluminado por
muchas velas y espejos y amueblado segn el gusto del siglo XIX, con un Watteau
bellsimo en lo alto de la chimenea. En el centro vi a una dama que, como si fuera
una marioneta, hizo un gesto para invitarme a que me acercara. Puesto que los
inmviles pabilos inundaban la estancia de una luz sin apenas sombras, reconoc
de inmediato en ella a la mujer de elevada alcurnia que, a la sazn, ya estaba
envuelta en rumores y cuyo destino ocupaba al mundo. Puesto que tambin haba
visto la librea, estim conveniente hacer una reverencia, como es debido en los
palacios reales. La princesa me dio las gracias y me invit a sentarme frente a ella
en una mesa cuyo tablero formaba un espejo oval orlado con flores pintadas de
toda clase.
A pesar de las circunstancias sospechosas que rodearon mi entrada en el
saln no pude, mientras nos contemplbamos un buen rato en silencio, resistirme a
la aficin fisiognmica desarrollada desde que trabajo en mi obra sobre la mmica
de la enfermedad mental y que me resulta a m mismo frecuentemente molesta y
tambin un poco ridcula. Esa aficin, a la que a menudo me entrego durante mis
paseos en el puerto de Ostende durante noches enteras, mientras dejo pasar ante
mis ojos miles de rostros como en un caleidoscopio, me ha dotado de una fatal
clarividencia que ya me permite en cierto modo adivinar las semillas de ciertos
hechos notables. Ese don me resulta tanto ms penoso cuanto que de modo
completamente intempestivo veo en la conformidad a la regla aquel gnero de
grandeza mediante la cual el ser humano permanece unido a lo divino.
Desgraciadamente, en cuanto mdico me pasa a menudo como en las selvas de
Bengala, donde vi con temor cmo las formas vivas se sofocaban en su propia
exuberancia. Se me antoja que la abundancia de sntomas nos separa de los
pacientes como si fuera una espesura inextricable: sabemos muy poco de la salud y
demasiado de las enfermedades.
Ciertamente, en ese caso una mirada menos aguda tambin habra captado
el desorden incipiente. Sin embargo, como confirma la experiencia, muchas veces
transcurre bastante tiempo hasta que se percibe en toda su envergadura. Esto es as,
en particular, cuando las ideas en su conjunto se muestran coherentes, con
frecuencia incluso perspicaces, aunque la locura ya las domina; como una nave
cuyo rumbo se dirige contra los escollos conforme a las leyes del arte de
navegacin. Cuando el paciente goza adems de una elevada posicin social, la
crtica procede en general con mayor vacilacin, y as el poderoso aventaja a la
gente comn puesto que se le permite llevar ms lejos sus extravagancias.
La costumbre de muchos astrlogos de investigar las semejanzas con
determinados animales me parece un buen medio para la comprensin
fisiognmica. Bajo este aspecto encontr obvia la semejanza con la serpiente, tan
ntida que al verla experiment el mismo tipo de curiosidad que sent cuando me
top en el vergel de mi jardn con la gran naja, considerada la reina de las
serpientes. Ese aspecto ofdico suele desarrollarse en personas en las que se une
cierta debilidad de la parte maxilar con un arco cigomtico pronunciado, como no
es raro observar precisamente en las viejas familias. En este caso se aada, de un
modo casi inquietante, un movimiento sinuoso del cuello y la mirada fija, pero
escrutadora, de los grandes ojos.
En el rostro de la dama me llam no menos la atencin un segundo rasgo
que en mi Fisiognmica denomino quemadura. Encontramos esas facciones all
donde la luz de la vida se inflama, como se experimenta en el vicio o tambin en la
desgracia, pero an ms profundamente en los casos donde se renen ambos
estados. A partir de ese rostro cabe inferir determinados antecedentes, en
particular un periodo de la vida agitado por celos salvajes o por amores no
correspondidos. Sobre todo, se encuentra en mujeres, en las que la vejez ya cercana
proyecta sus sombras.
Si describo esto con cierta prolijidad, quiero alegar en mi disculpa que
nuestro silencio dur un buen rato. Por lo dems, estas anotaciones reproducen
muy bien el estado de nimo que me inspiran tales circunstancias. Mis
pensamientos se enhebran como los toques de campana en un solo carilln y, sin
embargo, cada uno de ellos est envuelto por un aura vibratoria. Adems debo
confesar que mientras interpretaba ese rostro casi se me escap lo sorprendente de
la situacin. Siempre me pareci que la caza mayor deba hacer frente al ser
humano y descender con la mirada hasta aquella naturaleza problemtica e
informe que bulle en el fondo del crter. Pero puesto que era capaz de ello, haba
resuelto el enigma antes de que mediara una palabra.
Finalmente mi oponente prorrumpi en una carcajada sonora y estudiada:
Doctor, debe usted admitir que conozco los cebos con que se pesca a peces
tan raros.
Y es un placer para m, alteza; sin ninguna duda, no se podra haber
elegido mejor reclamo que esa acuarela. Y puesto que es as, debo suponer que
tambin mi misin como experto mdico aqu en Preston posee su prehistoria
secreta?
Como veo, su perspicacia merece los elogios; tambin se le reconocen
maestros extraordinarios. Precisamente por ello he arreglado este encuentro;
necesito su ayuda mdica en un caso de extrema dificultad.
Mi arte est a su disposicin. Pero no habra sido ms simple recurrir a
mis servicios en mi casa de Russel Square que por este modo casi mgico?
caso me resista a conocer u or, estaba particularmente baado por las luces
intensas y apremiantes de la locura, y bajo tales circunstancias siempre se corre
peligro, sobre todo si el enfermo dispone de poder. Ya me pareci inquietante la
manera casi sobrenatural en que haba sido citado, y, por tanto, mi rechazo estaba
ms que justificado. En pases donde tanto los edificios pblicos como los privados
contienen innumerables salas que slo se franquean bajo pena de muerte, se gana
una buena experiencia en la discrecin.
Despus de que mi paciente me hubiera escuchado muy atentamente y,
como ya he dicho, con creciente serenidad, la vi un buen rato recorrer la estancia
de arriba abajo, en actitud ensimismada, mientras el movimiento pendular de su
cabeza se comunicaba al cuerpo de un modo gracioso. Finalmente tir del cordn
de seda de la campanilla que colgaba junto a la puerta. Apareci el joven anticuario
al que se le impartieron en voz baja algunas rdenes, pero slo pesqu la palabra
italiana presto. Acto seguido o ruidos en la antecmara. Entonces volvi a la
mesa con espejo y aprovech ahora para apoyar su mano sobre mi brazo.
En estas circunstancias, seor, el servicio que podra prestarme es ms
importante de lo que pensaba. Aquello que he de revelarle ahora se dice pronto,
aunque incluso ese poco que deseo comunicarle me resulta muy penoso. Pero
puesto que al mdico se le muestra incluso el cuerpo desnudo
Hable, sin reparos, Madame.
Pues bien. Despus despus de aquel suceso que ya he mencionado se
desarrollaron perturbaciones no previstas que al principio slo me inquietaron un
poco y luego fueron aumentando en intensidad. No hace mucho he comenzado a
sentirme como si zozobrase en un barco que naufraga velozmente Doctor, hay
momentos en que todo empieza a vacilar y si alguien puede ayudarme, es usted.
Supongo que tampoco el sueo nocturno la apacigua.
No, incluso es un tormento aadido, pero no me tome por una aprensiva.
Ya a los catorce aos disfrutaba de la libertad de exquisitas horas nocturnas
consumidas en lecturas clandestinas de ndole lucianesca y ni siquiera el espritu
de Duncan me provocaba inquietud. Sin embargo, hay cosas de cariz ms maligno,
fenmenos, por as decirlo, de naturaleza mecnica, como el modo en que un
autmata comienza a vibrar.
Tiene usted la sensacin de que esas crisis han despertado ya sospechas
en su entorno?
Creo que apenas; en cualquier caso podra fingir migraas. Sin embargo,
en cada conversacin, en cada audiencia tengo la impresin de moverme en
espacios llenos de plvora, donde saltan chispas, y con tanta ms violencia cuanto
ms selectos son los crculos que frecuento. El conjunto tiene adems el ridculo
resabio que impregna nuestra vida como un mal condimento, y esto me llena a
menudo de una furia ciega. Cuando al principio pensaba en el suceso, no era
sino un recuerdo entre otros recuerdos variopintos, como un gnero particular de
pez que asoma, de vez en cuando, en distintos puntos de la superficie. Tal vez se
deba a esto mi intento de reprimir precisamente ese recuerdo y que su retorno
comenzara a extraarme. Repar en que esos esfuerzos se unan a una suerte de
monlogos, primero palabras aisladas, despus frases y finalmente estallidos de ira
encendida y estridente. Con ello me vino la mana de emplear expresiones soeces y
obscenas; ms soeces y obscenas que las que jams se hayan odo en las lonjas del
pescado o en Newgate antes de las ejecuciones. S, he descubierto en m el talento
para componer blasfemias que ni siquiera se conocen en las cloacas, como si
desembocaran en mi interior fuentes de inmundicia, todava desconocidas
Siga hablando, Madame.
Tengo tambin la sensacin de que esas masas se estancan en mi interior,
como se observa ante las presas de los molinos. Por ello, aprovecho cualquier
ocasin para liberarme de ese peso profiriendo blasfemias a escondidas, tambin
escribo cosas por el estilo en cartas que luego quemo. Sin embargo, tras das
enteros en que el ceremonial me expone a la vista de todos desde la maana a la
tarde, siento crecer en mis adentros una especie de lava. As, recientemente, en la
noche del primero de mayo, el mal irrumpi de un modo tan espantoso que me
hizo sentir como una gran extraa respecto a m misma. A medianoche me vi
reflejada en levitacin en el gran espejo de mi tocador, una vela en la mano, con
espuma en la boca y los cabellos erizados de miedo. Desde entonces, tengo la
sensacin de haber adquirido una mirada particularmente penetrante. Y en los
rostros, en las voces presiento lo abyecto, y toda palabra obsequiosa, todo gesto
corts se me desvela como una mentira demasiado difana, demasiado negligente
que oculta una connivencia secreta. Esa oposicin se hace tanto ms evidente
cuanto ms brillo irradia el lujo de los vestidos y los uniformes. Cuando los
embajadores presentan en la Corte a sus compatriotas eminentes o mientras
celebramos los banquetes de lujo, me entran ganas de desgarrar los trajes y ofrecer
un brindis que desnude las entraas de la tierra. Pero no es eso, doctor, lo que me
desasosegaba, pues ya de nia, cuando sostena en las manos una copa valiosa,
senta el placer de lanzarla contra el pavimento, y jams sub unos acantilados o
una torre sin que una voz secreta me tentase a saltar al vaco. Pero ms all de todo
esto hay otra cosa extraa que juega con todo lo anterior como el gato con el ratn.
No son mis pensamientos los que me causan horror, sino ms bien la siguiente
pregunta: qu debo hacer, si vuelvo a sufrir la crisis de aquella noche?
Despus de or el relato, que result ser todava un poco ms prolijo, nos
sumimos en nuestro silencio. Contempl morosamente las perlas preciosas que
yacan dispersas sobre la alfombra, pues cuando mencion el ataque de furia, la
princesa se aferr al hilo de su collar, y lo desgarr bajo su mano. Antes de que en
las Maldivas o en Bahrein se obtenga un botn con una sola pieza de semejante
tamao, dos esclavos buceadores languidecen de tisis y el tercero es atravesado por
el pez espada.
Ciertamente no era la pregunta planteada la que ocupaba mis pensamientos.
Las cosas que inquietan al paciente y al mdico son la mayora de las veces muy
diversas; as, cuando le cur el absceso, mi amigo Wallmoden estaba preocupado,
sobre todo, por su tez, que l encontraba un poco azafranada. Me parece tpico del
ser humano algo que he observado con frecuencia: que, por regla general, slo se
siente amenazado en su equilibrio mental cuando al mismo tiempo se siente
afectado en la voluntad. Por el contrario, para el mdico no supone ninguna
diferencia que el enfermo oculte en s una demencia o se crea perturbado por el
exterior. Tanto una como la otra se curan desde la raz. Desde un punto de vista
terico, claro est, el extrao momento en que la voluntad nos deja en la estacada
sigue siendo de gran importancia, pues al igual que la fuerza muscular, tambin
nuestra fuerza mental posee su vertiente voluntaria e involuntaria, y quien conoce
las reglas conforme a las cuales interactan como el flujo lunar y el solar, ha
alcanzado un grado en el arte mdico que nadie entre nosotros puede siquiera
soar. En mi trato familiar con hombres capaces de controlar la respiracin y los
latidos del corazn y con una piel insensible a cualquier fuego, aprend muchas
ms cosas que en el teatro anatmico de Hunter, y eso que no pretendo despreciar
las enseanzas que ste me ha ofrecido. En esto se fundan las curaciones
espontneas de la epilepsia y otras enfermedades que justificaron mi fama, y el
nico secreto de estas terapias consiste en devolver al enfermo el dominio sobre
ciertas partes de su sistema vegetativo.
Por eso no pueden extraarme fenmenos que muchas veces he visto
desvanecerse como humo bajo las ilusiones de los derviches, de los faquires
antes de cada audiencia prueba los dulces que yo le prescribo. stos colocan una
especie de freno a la lengua; contienen una droga que restablece el sueo nocturno.
En particular, le recomiendo el uso de varillas aromticas que conviene quemar de
noche sobre platos de arcilla y de da echar con profusin al fuego de las
chimeneas. Le hago preparar en clave cifrada todo lo necesario en mi pequeo
laboratorio, que Mister Morrison mantiene en su botica. Aadir tambin un
cuaderno, una especie de diario parecido a los que se llevan en las rdenes
religiosas para el examen de conciencia. En mi caso lo dispongo como una suerte
de espejo espiritual para enfermos que viven lejos de mi consulta. Si sigue esos
consejos, puedo asegurarle que su estado de ansiedad ceder dentro de un mes.
Por ltimo, juzgara conveniente que vuestra alteza emplease como secretario a uno
de nuestros pequeos prrocos rurales. All se encuentran naturalezas excelentes
que pueden competir con el mejor de los anticuarios.
Despus de haber explicado mis prescripciones hasta el ltimo detalle, la
princesa, alzndose, me dio permiso para retirarme. Me pareci casi como si
hubiese adivinado algn secreto ms all de mis intenciones, pues me sorprendi
que correspondiese a mi saludo con aquella dispensa antigua, propia de la Corte,
en la que una rodilla y una mano rozan el suelo. Tal vez no era sino el gesto que
exiga su orgullo. Al hacer esa reverencia recogi del suelo la solitaria perla del
collar, una esfera pura del tamao de una cereza de mrmol y de una irisacin
esplndida. De ese modo recib una pieza ornamental cuya belleza superaba a la de
los botines del mismo Lord Clive.
Cuando el anticuario me condujo a la salida, not que ya se haba recogido la
antecmara. El fuego estaba apagado, la puerta del stano cerrada, haba
desaparecido la escalera de mano y el cordel de la araa, y los cazadores tampoco
se apoyaban en la chimenea. La estancia se hallaba vaca como un escenario tras
una funcin anulada. Lo que siempre vuelve a asombrarme en mi trabajo no es el
encuentro con lo extrao. Me parece ms raro que toda locura encuentre siempre
tanta ayuda como desea. Pues aunque todo nuestro viejo mundo siga su curso
impertrrito, no puedo dudar de que est ordenado segn un plan providencial.
No es slo la perla real la que me recuerda la niebla de Preston cuando de
noche la contemplo a la buena luz de una vela. Aproximadamente seis semanas
ms tarde recib en mi casa de la ciudad una gran caja plana cuyo interior contena,
bien embalada, la acuarela de la heredad de Pomerania. La colgu de un firme
cordel rojo sobre la chimenea, no exactamente sobre mi lugar de trabajo, pero
tampoco a demasiada distancia de l. De vez en cuando, puedo observar cmo
alguno de mis clientes la estudia con atencin y al final aparta su mirada como ante
una ilusin ptica. Entre estos pacientes se encuentra tambin mi amigo
Wallmoden que, efectivamente, desde el absceso se ha vuelto un poco aprensivo.
Por ello, tampoco suelo contradecirle cuando afirma que el cuadro pertenece al
gnero de obras de arte extravagantes. As puedo mantener en secreto el hecho de
que las disonancias de nuestro bello mundo me sedujeran, ms de una vez, como
puertas enrejadas que dan acceso a las esferas ms sublimes de su armona; y
tambin puedo ocultar el hecho de que el peligro me pareciera un peaje barato.
Los albaricoques
Ginebra
Primer suplemento
Casablanca
En ciertos casos es tambin posible que uno disponga a voluntad de esa clase
de visin durante un lapso de tiempo ms largo. Los lienzos de El Bosco delatan la
posesin de un don semejante. Tenemos la sensacin de que la ralea dedicada a sus
maquinaciones, que espiamos en el cuadro, desaparecera igualmente si advirtiera
que un ojo humano se fija en ellas. La mirada acecha como a travs del techo de
una bveda.
Tambin hay situaciones extraordinarias en las que a pesar de estar ya
despiertos permanecemos inmviles en el interior de esa bveda. Eso puede
suceder, sobre todo, cuando el despertar es al mismo tiempo repentino y terrible.
Abrimos los ojos de golpe y vemos que nuestra casa est en llamas. Nos
levantamos de la cama y nos precipitamos hacia la puerta soando despiertos a
travs de pasillos y escaleras incendiadas. Mientras nos movemos casi en estado de
levitacin, sin sensacin de gravedad, experimentamos horror y una especie de
placer.
ste es uno de los estados ms raros en los que el ser humano acta como un
fantasma. Me gusta imaginarme a Medea en ese estado de exaltacin terrible. Aqu
no slo se confunden vigilia y sueo, sino tambin las fuerzas internas y las
manifestaciones externas del sentimiento, como los smbolos de una matemtica
superior; y de un modo espantoso risa y llanto.
Algunos autores siguen escribiendo tragedias sin haber padecido en toda su
vida un conflicto trgico. Entonces los personajes se parecen al cuadro pintado por
la mano de un ciego que sigue una plantilla.
Segundo suplemento
berlingen
Tercer suplemento
berlingen
Tal vez sea ste el momento de volver a referirse a los estratos superiores que
ya mencionamos en La cantera de grava. Desde un punto de vista retrospectivo
me parece que coleccionar modelos es el mtodo ms apropiado a nuestra
empresa. Su carcter estenogrfico es el nico capaz de abarcar la gran cantidad de
datos derivados de nuestras prospecciones.
Al mismo tiempo, por seguir con las metforas geolgicas, esa presentacin
de modelos exige una clase de prosa que posea una mayor capacidad de atravesar
la materia. El espritu del lenguaje no reposa en las palabras y en las imgenes;
penetra hasta los tomos que una corriente desconocida anima y obliga a formar
figuras magnticas. Slo as es capaz de abarcar la unidad del mundo, ms all de
la oposicin entre da y noche, sueo y realidad, grados de latitud y franjas
horarias, incluso de la distincin entre amigo y enemigo: en todos los estados del
espritu y la materia.
La abundancia
berlingen
ros chinos, cuyos caudales de agua pasan fluyendo entre diques alzados como una
elevada torre sobre terrenos cultivados.
Por ello, Hesiodo dice con razn que a los hombres les estn destinadas
cosechas mezquinas y esto en el seno de las abundantsimas ddivas de un mundo
rebosante, donde realmente trabajar un solo da al ao basta para todos los
restantes. Esto cree tambin nuestra ciencia, que se propone transformar la madera
en pan y los tomos en energa. En esta meta y, sin duda, en otras ms osadas no
hay nada utpico, pero s ciertamente en la fe de que con la tcnica es posible
conjurar la indigencia. Donde tales artes obtienen xito, ciertos contrapesos
inopinados restablecen de nuevo los males originarios; por ejemplo, con la
nutricin aumenta tambin la cantidad de seres que alimentar o con el incremento
de nuevas energas se alimenta la industria militar y se perfecciona la estrategia
blica. Marte es el devorador insaciable de este mundo.
Claro est, la breve sentencia de Hesiodo, como la Luna, slo nos muestra la
cara visible. Pero su presupuesto es que la abundancia existe y que los dioses
disponen a su capricho. La vida alberga dos direcciones: una est dirigida a la
penuria que causa inquietud, la otra a la abundancia que comprende la llama del
sacrificio. Nuestra ciencia, conforme a su naturaleza, se doblega a la inquietud y se
aleja del fondo festivo de la existencia; es simple organizacin de la indigencia, as
como el agrimensor depende de la unidad de medida o el contable del nmero. Por
ello sera necesario inventar la ciencia de la abundancia, si no existiera desde
siempre; pues no es otra que la teologa.
En este punto nos encontramos en una situacin extraa, de la que, sin
embargo, slo es lcito hablar con cautela. Percibimos nuestro mundo como los
icebergs, de los cuales slo la punta aflora sobre la superficie. Aqu, por
descontado, nuestras frmulas se tornan siempre ms concisas, difanas e
irrefutables; ya son previsibles los puntos en que la ciencia habr pronunciado la
ltima palabra. Sin embargo, ella no avanza hasta la mxima capacidad de sus
elementos, hasta el potencial de sobreabundancia. Aqu viene al encuentro la
teologa, una nueva teologa que posee carcter descriptivo. Ella ha prestado
nombres a las imgenes que nos son familiares desde antao. Estas
denominaciones se ven acompaadas por poderosos actos de conocimiento,
reconocimiento y serenidad.
Goslar
En la vida cotidiana nos acompaa tambin un sentido muy sutil para las
relaciones simblicas y con frecuencia describimos extraos rodeos por pueblos
alejados o pocas desaparecidas, mientras seguimos el rastro de una estructura que
nos rodea por doquier. Pues lleva su tiempo comprender que estamos dotados del
modo ms excelente con nuestros ojos y que la prxima esquina basta para
observar todas esas cosas maravillosas.
De esta manera el varn, cuando entra en ciertas tiendas, como, por ejemplo,
en las verduleras, siente un leve asomo de inconveniencia, como en cualquier
lugar donde entra en contacto con zonas en que reina la mujer. Semejantes
negocios y puestos de reventa abundan en estas viejas callejas y quien atiende en
ellos casi siempre es una mujer. Cuando se entra en esas tiendas, se tiene enseguida
la sensacin de que aparecemos como extranjeros; tambin solemos interrumpir a
un corro de mujeres que estn tratando asuntos ntimos. La fama que se origina en
tales sitios es el equivalente femenino de la prensa y la poltica. Se nota, sin ms,
que aqu los asuntos son tratados de un modo incomparablemente ms sutil,
certero y reservado que en las conversaciones polticas. Sobre todo, se notar la
falta de palabras rimbombantes; las observaciones nunca apuntan al concepto
general, sino a la persona y al detalle particular. De vez en cuando, tambin vemos
al marido de la verdulera, que a menudo muestra rasgos de gnomo y se ocupa con
labores subalternas. Le vemos arrastrar sacos pesados a la bveda del stano,
tambin se le confa aquella parte del negocio que es necesario despachar fuera de
la casa; asimismo transporta las mercancas sobre un pequeo carro. El almacn
mismo se prefiere instalar en un nivel ms profundo, en las cmaras de la bodega,
la amplitud de las ventanas es mnima, el escaparate suele ser tambin pequeo, y
los objetos se exponen de forma poco esmerada, como en un altar de campaa. El
olor predominante es el fuerte olor a tierra que nace de los cereales. Asombra el
pequeo papel que desempea la bscula. Antes que a peso, ciertos gneros se
El color azul
berlingen
Somos los pequeos zorzales que la madre tierra embelesa con el color rojo.
El rojo es su materia interna que la naturaleza oculta bajo sus faldas verdes, bajo
sus encajes blancos tejidos con la nieve de los glaciares y bajo los volantes grises
con que el ocano orla sus costas. Nos encanta sobremanera que nuestra madre nos
desvele un poco de sus secretos rojos, amamos el resplandor de la caverna del
dragn Fafnir[40], amamos la sangre en los das ardientes de la batalla, amamos los
labios rebosantes que se nos brindan entreabiertos.
Rojo es el elemento de nuestra vida terrena; hemos revestido todo nuestro
cuerpo con l. Por ello, el rojo nos es cercano; tan cercano que entre l y nosotros no
hay espacio para la meditacin. Es el color del presente puro; bajo su signo nos
entendemos sin necesidad de palabras.
Pero al mismo tiempo, para nuestro bien se han echado fuertes sellos sobre
ese color. Lo saludamos vehementemente y con la misma vehemencia
retrocedemos de espanto ante su visin; el rojo nos hace respirar a un ritmo vital
trepidante, pero al mismo tiempo nos sofoca con su ansiedad. De lo contrario, el
mundo ofrecera un espectculo como el de la habitacin de Barba Azul o se
iluminara como un teatro donde penetra confusamente el fulgor de incendios
incesantes. Contra esta amenaza nos amparan los poderes custodios y rectores, la
prpura de los prncipes y la llama pura en el hogar de las vestales.
Sin embargo, esa parquedad que constituye nuestra gloria presupone el
principio del espritu soberano y legislador al que se asocia el color azul. En este
color se insinan las dos alas del espritu; lo prodigioso y la nada. Es el espejo de
las profundidades misteriosas y de las distancias infinitas.
El azul nos es familiar, sobre todo, como color del cielo. Ms plido y fresco,
rayando a menudo con el gris o tambin con el verde, provoca en nuestras latitudes
la sensacin de espacio vaco e ilimitado. Slo cerca del trpico irradia el azul
atlntico eternamente claro, al que cabe comparar verosmilmente con una bveda
celeste. Pero ms all del vapor de la tierra, el firmamento luce en su resplandor
profundo, cercano al negro y es posible que all se revele el majestuoso poder de la
nada. Las estrellas se baan en ella, como el cristal en el agua madre.
Los mares profundos atrapan ese color en su seno y lo reflejan en mltiples
tonalidades, desde el cobalto opaco hasta el azul luminoso. Hay extensiones
marinas de oscuro resplandor zafreo o sedoso; luego, otra vez superficies de
claridad cristalina sobre el fondo luminoso y en los acantilados vrtices donde el
flujo brota de las profundidades con el color de los clices de las flores y de las
pupilas de los ojos, y se extiende maravillosamente. Todo el que ame el mar
recuerda momentos de sobresalto y despus de clara serenidad espiritual ante tales
espectculos. Ni el agua ni la inmensidad acutica provocan esa serenidad, sino su
poder divino, neptuniano, que tambin mora en las olas ms pequeas.
El azul es la tonalidad de los lugares extremos y de los grados ltimos que
permanecen inaccesibles a la vida, como el color de la niebla que se volatiliza en la
nada, el del hielo de ventisqueros y el del centro de la llama de un soplete.
Asimismo este color penetra en las sombras, los crepsculos y las lneas remotas
del horizonte. Se aproxima a lo que reposa y retrocede ante lo que se mueve.
Cuando aparece el color rojo, experimentamos un acercamiento y una
aceleracin en las relaciones entre las cosas; por el contrario, el azul provoca una
sensacin de alejamiento y demora. Por ello, un jardn con flores azules sera el ms
propicio a la contemplacin. Una estancia con paredes azules nos parece ms
grande, ms tranquila, pero tambin ms fra. El color azul posee una virtud
curativa para el corazn. En el lenguaje popular sirve para designar estados
extraos, irreales y ebrios, en particular para el color del aire; tambin simboliza el
universo mgico y la fidelidad permanente. En efecto, el azul, en contraposicin al
rojo como elemento polarizador, aparece como el color oportuno para las alianzas,
como el color universal por excelencia. Asimismo alude a la vida espiritual, y
especialmente en sus matices violeta, a la vida asctica que refuerza la esterilidad
de la carne.
El color azul remite a un estado de mayor espiritualidad, pero no a un estado
de mayor nobleza, como el que se desarrolla en la gama roja que culmina en el
prpura. No participa en las distinciones jerrquicas; su lugar puede suponerse all
donde la ley tiene su patria, no donde gobierna. La relacin entre azul y rojo ofrece
materia para una meditacin de altura: en la esfera csmica una meditacin sobre
el cielo y la tierra; en la esfera humana, sobre el poder sacerdotal y real.
La pescadilla negra
Bergen
coqueteaba con una bella criada. Sacaba las piezas de una cuba y sin mirarlas, con
un cuchillo afilado, les cortaba la cabeza bajo las branquias. Esa actividad
impasible ofreca un contraste penoso con el dolor que despertaba. Esa impresin
no responda tanto a la crueldad del procedimiento como a su distraccin
mecnica. Los gestos del pescador ancestral que vi en el sur, en un pequeo
acantilado ante la baha de Alcudia [42], eran incomparablemente ms cuidadosos y
atentos, como demostraba la pericia con que abra y limpiaba su presa. Aqu se
manifiesta el diverso tratamiento que el comerciante da a la mercanca y el cazador
a la pieza.
Durante el desayuno le di vueltas a la idea de que hemos nacido en una
poca que nos amenaza tanto con la intervencin industriosa del comerciante como
con la ruda crueldad del cazador; una poca voraz por partida doble. Navegamos
entre guerras y contiendas civiles como Odiseo entre Escila y Caribdis; y tal vez,
como esos peces, ignoramos incluso el nombre del proceso en cuyas mallas
estamos atrapados. Me complacera mucho que alguna vez un libro de historia
universal, como los que vern la luz dentro de doscientos aos, me desvelara este
misterio. Desgraciadamente tales crnicas ofrecen a menudo cuadros parciales. As
como en el Pars de 1792 convivi la vida agradable con la guillotina, aqu en la
lonja de Bergen el sabroso almuerzo de las once se sirve al lado mismo de los
bancos del matadero[43].
A bordo
El espectculo de la feria anual, donde hay tanto que ver, incluye tambin
aquellos grupos reunidos en torno al movimiento giratorio de las ruedas de la
fortuna. Pasamos sin prestar atencin junto a una de las figuras del destino en cuyo
orden encaja nuestra vida, sin atender tampoco a la rueda que, sin duda, merecera
la pena contemplar con un poco ms de precisin, aunque despreciemos la
ganancia que promete el pregonero con aire de bufn.
Encontramos esas pequeas mquinas con formas diversas donde funciona
un principio comn. Su mecanismo consiste en el funcionamiento combinado de
una rueda o un disco giratorio con un sistema de smbolos que se disponen como
colores, cifras o signos. Segn la idea, puede representarse la rueda como formada
por dos crculos, de los cuales el que est en reposo se distingue por una divisin,
mientras el otro determina el resultado tras activar el movimiento giratorio.
El juego se simplifica, pero no se modifica si se unen el disco de smbolos
con la rueda en movimiento. As se compone la ruleta en su forma usual, que se
nos presenta como un disco giratorio. No obstante, si practicamos un corte
transversal a travs de la ruleta, mostramos su doble cualidad; distinguimos
primero la rueda y despus el crculo con signos que se superpone sobre la primera
como una hoja o como una capa de pintura. Sin embargo, hay tambin formas de
ruleta en las que ciertamente gira la rueda, pero no el crculo de signos separado de
ella. Tal es el caso, por ejemplo, de aquellas ruedas de la fortuna en que el disco
giratorio muestra la forma de una peonza cuyo movimiento lanza las bolas a
diversas cavidades dispuestas de modo perifrico. En esa forma el juego se torna
ms claro, pues el crculo de signos es, conforme a su propia esencia, inmvil y
constante en sus divisiones. En esto se basa la relacin firme entre prdidas y
ganancias y con ello el balance seguro de todas las empresas para las que trabaja la
rueda de la fortuna.
Ro
Desde el alba estaba vagabundeando en esa residencia del dios solar, cuya
puerta rocosa recibe al extranjero como las nuevas columnas de Hrcules, que una
vez sobrepasadas hacen olvidar el viejo mundo. Haba atravesado los mercados y
los barrios portuarios hasta llegar a los arrabales ms retirados, donde el colibr se
posa en las grandes flores de los jardines. Despus regres a travs de avenidas con
palmeras reales y flamboyanes hasta los barrios populosos, y haba espiado la vida
en sus zonas agitadas y ociosas.
Slo hacia la tarde me despert como de un sueo en el que hasta nos
habamos olvidado de comer y de beber, y sent que el espritu comenzaba a
debilitarse bajo la sobreabundancia de imgenes. Sin embargo, no lograba
separarme y como un avaro no quera perder ni un segundo de mi tiempo. Sin
concederme reposo, gir hacia nuevas calles y plazas.
Pero pronto me pareci como si mis pasos se volvieran ms ligeros y la
ciudad se transfigur extraamente. Al mismo tiempo cambi mi modo de ver;
pues si hasta el momento haba mirado hasta la saciedad todo lo nuevo y
desconocido, ahora las imgenes penetraban en m sin ningn esfuerzo. Ahora me
eran familiares; me parecan recuerdos, composiciones de m mismo. Afinaba mi
humor a voluntad como un instrumento, como alguien que sale a pasear con su
batuta y al apuntar ora all ora all, hace msica con el mundo.
Ahora tena la sensacin de ser husped en casa del rico y del pobre, y el
mendigo que me diriga la palabra me haca un favor al darme la oportunidad de
confirmarlo. En puntos desde donde la vista abarca la ciudad como un anfiteatro,
comprend que una construccin semejante era, como una colmena, la obra
colectiva de muchas generaciones; sin embargo, al mismo tiempo un espritu la
hizo levantar como el sueo de una noche, y no slo como morada para los seres
El pescadero
Ponta Delgada
Notas
[1]
Die Schleife, literalmente, curva, viraje, lazo y tambin rizo o looping hecho
por un avin. (N. del T.) <<
[6]
Cabe constatar aqu cierta confesin, pues por las mismas fechas en que se
public la segunda edicin de El corazn aventurero, en 1938, Jnger estaba a punto
de publicar Sobre los acantilados de mrmol, donde la orden de los mauritanos
desempea un papel fundamental como secta consagrada al poder y a la fuerza, al
nihilismo y a la tcnica. Los lectores de la novela identificaron la figura del
guardabosque mayor, viejo seor de los mauritanos, con Hitler, y a la orden
misma con las innumerables sectas nacionalistas en cuyo seno se incub el nazismo
y el asalto a la Repblica de Weimar. Conviene recordar que acabada la Gran
Guerra, despus de prestar servicio en el Ejrcito hasta 1923, Jnger se matricul en
la Universidad de Leipzig para estudiar ciencias de la naturaleza, especialmente
zoologa. Tambin sigui las lecciones de filosofa del vitalista Hans Driesch y del
filsofo y psiclogo Felix Krger, donde trab estrecha amistad con Hugo Fischer,
alias Nigromontanus o Magister. Con treinta y un aos, Jnger interrumpi sus
estudios universitarios para dedicarse exclusivamente al oficio de escritor. Es justo
entonces, en 1927, cuando se traslada a Berln, donde conoce a personajes
destacados de la revolucin conservadora y del movimiento nacionalsocialista, es
decir, a mauritanos como Joseph Goebbels, Ernest von Salomon o Carl Schmitt,
colabora tambin con revistas de orientacin nacionalista como Der Widerstand, de
Ernst Nieckisch, y comienza la redaccin de El corazn aventurero, publicado en
1929. Sin embargo, la referencia a la orden de los mauritanos, as como el epgrafe
entero sobre el rizo, no apareci sino en la segunda edicin de 1938. Sobre la orden
de los mauritanos y la contraposicin entre el guardabosque mayor y Braquemart
como reflejo de un conflicto interior de los mauritanos vase Sobre los acantilados
de mrmol, pgs. 50-55 y 137-147, respectivamente. Sobre la relacin de los
mauritanos con la Oficina de Convergencia y sus tcnicas de informacin y control
vase Helipolis, pgs. 40 y sigs. y 413-414. Los diferentes diarios contienen
importantes alusiones. Cf. Radiaciones, vol. 1, Tusquets Editores, Barcelona, 1989,
pgs. 24-25 y 359; y Pasados los setenta (1965-1970), Tusquets, Barcelona, 1995, pgs.
87-88. (N. del T.) <<
[8]
En Sobre la linea (1950), Jnger considera Crimen y castigo como una de las
dos fuentes principales para el conocimiento del nihilismo, junto con Nietzsche. Cf.
E. Jnger/Martin Heidegger, Acerca del nihilismo, Paids, Barcelona, 1994, pgs. 1618 y 24-25 (trad. de Jos Luis Molinuevo). (N. del T.) <<
[16]
la segunda versin de El corazn aventurero aparece encabezado por una cita del
llamado Mago del Norte: La semilla de todo aquello que tengo en mente, la
encuentro por doquier. En La emboscadura encontramos una de las definiciones tal
vez ms precisas del concepto de historia in nuce: Es cierto que esta ltima (la
filosofa de la historia) ha de ser completada por el conocimiento de la historia in
nuce: el tema, que sufre variaciones en la infinita diversidad del espacio y el
tiempo, es siempre el mismo; en este sentido hay no slo una historia de la cultura,
sino tambin una historia de la humanidad y esa historia es precisamente historia
en la sustancia, historia concentrada, historia del ser humano. Esa historia se repite
en cada una de las biografas personales, E. Jnger, La emboscadura, Tusquets
Editores, Barcelona, 1988, pgina 101 (trad. de Andrs Snchez Pascual). Historia
concentrada se corresponde al trmino alemn Geschichte im Nusskern, cuya
traduccin latina sera precisamente historia in nuce. (N. del T.) <<
[17]
La frase expresada por la madre dice en alemn: Hab ich euch endlich,
Merece la pena comparar este pasaje con una entrada de diario fechada el
15 de septiembre de 1943, donde Jnger describe un ataque areo de escuadrillas
que marchaban en formacin triangular, como las grullas: El espectculo tena
los dos grandes rasgos de nuestra vida y de nuestro mundo: el orden
rigurosamente consciente, disciplinado, y el desencadenamiento elemental. Era a
un tiempo de una excelsa belleza y de una fuerza demoniaca. Por algunos minutos
perd la visin de conjunto y mi consciencia se diluy en el paisaje, en la sensacin
de catstrofe, pero tambin del sentido que subyaca a ella. E. Jnger, Radiaciones,
vol. 2, Tusquets Editores, Barcelona, 1992, pg. 143 (trad. de Andrs Snchez
Pascual). (N. del T.) <<
[22]
En italiano en el original ingls de Bacon: un poco di matto. (N. del T.) <<
[26]
En el original alemn aparece tan slo el prefijo ber. (N. del T.) <<
[29]
Para una crtica mucho ms radical del carcter musestico del ideal
burgus de cultura y su relacin de compensacin respecto a la provisionalidad y
destructividad de los paisajes de taller lase el captulo titulado El arte como
configuracin del mundo del trabajo en El trabajador, ed. cit., pgs. 188-193. (N. del
T.) <<
[33]
Das Seine mit sich trgt. Esta sentencia atribuida por Jnger a Bas, uno
de los Siete Sabios de Grecia, cierra tambin la primera edicin de Visita a
Godenholm, aunque parafraseada: Der Mensch trgt alles Ntige in sich (El ser
humano lleva todo lo necesario en s mismo). En realidad, la traduccin latina de
esa vieja mxima dice as: omnia mea mecum porto, llevo todos mis bienes
conmigo. (N. del T.) <<
[38]
Dragn, vigilante del tesoro de los nibelungos, al que dio muerte Siegfrid.
De la sangre de Fafnir se form la piel de gigante de Siegfrid. (N. del T.) <<
[41]
portuaria del sudoeste de Noruega, antigua capital del reino situada a la entrada
de los fiordos y que fue un dinmico centro econmico de la Liga Hansetica
durante la Edad Media. Al desembarcar, el visitante se encuentra con un viejo
barrio comercial cuya plaza mayor se llama Torget, que acoge diariamente una
lonja conocida como Mercado de Pescado de Torget. El viajero puede almorzar en
dicho mercado, como cuenta el propio Jnger. (N. del T.) <<
[42]
universal. Y tras un punto y aparte confesaba: Es, en verdad, una cosa extraa;
pues qu sacrificios no hara uno por ver con sus propios ojos, por ejemplo, la
batalla del bosque de Teutoburgo o el asedio de Jerusaln. Pero, en cambio, apenas
nos conmueve la idea de estar asistiendo a un giro de los tiempos del que tal vez se
seguir hablando dentro de mil aos. De vez en cuando, deberamos pensar en
ello, sin embargo; as nos percataramos ms all del dolor, del hasto y del
aburrimiento del ncleo esencial de nuestra vida. Cuando uno conoce la
resistencia que el ser humano opone a las exigencias histricas, parece un prodigio
que pueda llegar a haber historia. Ernst Jnger, Tempestades de acero, Tusquets
Editores, Barcelona, 1987 (trad. de Andrs Snchez Pascual), pg. 350. (N. del T.) <<