Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick - Tomo XIV
Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick - Tomo XIV
Visiones y Revelaciones de Ana Catalina Emmerick - Tomo XIV
DISCERNIMIENTO DE LAS
SAGRADAS
RELIQUIAS
Según las visiones de la
Ven. Ana Catalina Emmerick
- Editado por Revista Cristiandad.org
y Editorial Surgite! –
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Índice
Introducción 6
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INTRODUCCIÓN
Como ya dijimos, Ana Catalina poseía, en grado excelso, el don de discernir las
reliquias verdaderas de las falsas. Al mismo tiempo que autenticaba el hueso
de un santo, veía, en éxtasis, a éste, y se desarrollaban al momento, como en
una pantalla cinematográfica, sus movimientos, palabras y hechos principales.
De este modo pudo relatar, como se ha visto, la biografía de numerosos
mártires, varones virtuosos y santas vírgenes, con pormenores familiares
preciosos, de los cuales nada nos dice la hagiografía. Discurre la viderite
acerca del valor de las reliquias, de los lugares donde yacen, y del abandono
negligente en que se las tiene. A veces logra reconstruír la historia completa de
un alma heróica, que posee todo el encanto de una novela conmovedora, como
la vida del niño de Sachsenhausen y la de aquella doncella suiza que
conservaba una cruz con reliquias en la soledad de la selva.
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DISCERNIMIENTO DE LAS
SAGRADAS RELIQUIAS
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I
"Tu has recibido, me dijo el Ángel un día, el don de ver la luz que sale de las
reliquias de los santos por la disposición que se te ha dado en orden a la
comunidad de los miembros del cuerpo de la Iglesia; pero la fe es la condición
de toda disposición para recibir la influencia y la acción segradas".
Estando despierta veo a veces como un cuerpo luminoso y mil rayos de luz que
suben desde la tierra y se hacen una sola cosa con ese cuerpo. Muchas veces
uno de los hilos de luz se rompe y vuelve atrás; entonces en ese punto nace
una sombra. (Imagen de la comunion de los fieles por las oraciones y obras
buenas). Me es difícil explicar claramente estes cosas. Veo la bendición y los
efectos de las cosas benditas como cosas que santifican y salvan, como luz
que difunde luz. La maldad, la culpa y la maldición las veo oscuras y
tenebrosas, produciendo efectos de perdición. Veo la luz y las tinieblas como
cosas vivas, que producen respectivamente luz o tinieblas.
Conozco hace mucho tiempo las reliquias verdaderas, y las distingo de las
falsas; temiendo que las falsas sean veneradas, he enterrado muchas de ellas.
Mi guía me dijo que era gran abuso hacer pasar por verdaderas reliquias los
objetos simplemente tocados en ellas. Estando cierta vez preparando hostias
en el convento, sentí vivo deseo de acercarme a un armario y como impulsada
hacia él. Entonces alcé un relicario con reliquias y no pude descansar hasta
que no fueron de nuevo honradas.
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II
He tenido que hacer un gran viaje. Fui conducida por mi guía a los lugares de
nuestro país donde están reposando huesos de santos ignorados por los
vivientes. Vi cuerpos enteros de santos sobre los cuales se han construído
edificios y lugares donde antes ha habido iglesias y conventos. Allí había filas
enteras de cadáveres y entre ellos algunos cuerpos de santos. También aquí,
en Dülmen, vi enterrados restos sagrados entre la iglesia y la escuela. Los
santos a quienes pertenecían acercabanse a mí desde los coros celestiales, y
cada uno me decía: "Éstos son mis huesos".
También vi que estos tesoros, aunque tan poco estimados, traen, sin embargo,
salud a los lugares que por esta causa se libraron de graves calamidades, y
que otros pueblos más recientes han padecido muchos males, porque no
poseen tales tesoros. No puedo decir en cuantos lugares, admirables y
desiertos, entre muros, casas y rincones, estuve, donde yacen ocultos y
despreciados magníficos tesoros de reliquias. Las honré y pedí a los santos
que se dignaran no privar al pueblo de su amor y amparo.
De este modo, hablando conmigo algunas palabras, aunque pocas, cada uno
de los guías desaparecía con su respectivo coro de los lugares donde habían
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cumplido su deber. Algunas veces salíamos a la luz y visitábamos otros
subterráneos; pero no pude comprender cómo hubieran jardines y palacios
sobre el lugar donde estábamos sin que sus habitantes supieran nada de esto,
ni como habían sido hechas esas excavaciones.
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III
(1820)
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IV
Luego vinieron los huesos de los primeros mártires y de los apóstoles, y fueron
puestos al pie de la cruz. Después las reliquias de ejércitos de mártires, de
sacerdotes, de confesores, de papas, de vírgenes, de ermitaños, de monjes,
etcétera, las cuales fueron expuestas en preciosos vasos, en cajitas muy bien
adornadas, en relicarios en forma de torres y en admirables guarniciones de
joyas.
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Finalmente se formo al pie de la cruz una montana de tesoros y la cruz fué
subiendo a medida que crecía la montaña, hasta que llegó a una especie de
Calvario resplandeciente. Los portadores de las reliquias eran los que las
habían exaltado y venerado en la tierra y las más de las veces aquellos cuyos
restos habían de ser luego venerados. Todos aquéllos cuyas reliquias estaban
allí presentes, se veían ordenados en coros, según su categoría y estado, y
con ellos se llenaba la iglesia cada vez más. Sobre ellos resplandecía el cielo
abierto y todo parecía lleno de gloria, pues era la Jerusalén celestial. Las
reliquias estaban circundadas por los colores de la gloria de sus respectivos
santos. Los santos también resplandecían con tales colores, y de esta suerte
se hallaban ellos en admirable relación con sus huesos y sus huesos con ellos.
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V
Vi levantarse sobre las reliquias altares, que por la veneración que se les
tributaba se convirtieron en capillas e iglesias, las cuales vinieron después a
tierra a consecuencia del desprecio en que eran tenidas las mismas reliquias.
Vi que en el tiempo en que todo era tinieblas y oscuridad, las reliquias fueron
dispersas, y los relicarios de metales preciosos, fundidos y convertidos en
dinero. Vi que la dispersión de las reliquias es mayor mal que la enajenación de
los relicarios. Las iglesias donde las reliquias fueron dispersas y no recibieron
el honor debido, las vi decaer y destruídas muchas de ellas. Estuve en Roma,
en Colonia y en Aquisgrán, y vi grandes tesoros tenidos en mucha veneración.
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VI
Ya veo lo que usted me da. No puedo describir la impresión que me causa. Veo
y no sólo veo, sino siento una luz a modo de fuego fatuo, unas veces más
clara, otras mas pálida, y siento que esta luz me circunda como llama que se
agita a impulsos del viento. Veo también la relación de esta luz con un cuerpo
luminoso, y de este cuerpo con un mundo de luz que surge de una luz.
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VII
Este es un gran tesoro; aquí dentro hay reliquias de San Pedro, de su hijastra
Santa Petronila, de San Lázaro, de Martha y de Magdalena. Este tesoro hace
tiempo que ha llegado de Roma. Esto sucede con las reliquias que no se
encuentran ya en posesión de la Iglesia, sino de personas privadas. Este
relicario ha sido heredado, donado, echado en medio de objetos viejos de poco
valor, hasta que por acaso llego a maños de la Hermana Söntgen. He de
interesarme para que sean dignamente honradas estas reliquias.
A propósito de este asunto narró la vidente que una hebrea había encontrado
un pequeño relicario entre varias prendas de vestido compradas. Desde ese
momento fué presa de tal inquietud, que determinó hacerlo llegar a manos de
Ana Catalina, la cual había visto en visión todo lo sucedido, y sonrió cuando le
trajeron el precioso relicario.
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VIII
No nombró a Cristo. Me dijo ambas cosas como queriendo significar que había
hecho obras extremadamente buenas. Yo me hice la señal de la cruz en la
frente con el leño de la santa cruz. Entonces su aspecto se volvió horrible, y
con bramidos de rabia me echó en cara que le había arrebatado una jovencita
que él habia ganado para sí. Finalmente desapareció profiriendo terribles
amenazas.
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IX
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X
Esta severa prohibición fué violada por el Peregrino, quien por hacer un favor a
un amigo paso en manos de la vidente reliquias que ella creía eran de los
relicarios de su armario. Al día siguiente narró lo que sigue:
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XI
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XII
He visto un sepulcro abierto, que había sido anteriormente murado, y algo más
allá, en los primeros tiempos del cristianismo, a un jovencito delicado, y junto a
él a otros seis con una mujer. Me fué dicho el nombre de Felicitas y me fué
mostrada una plaza casi redonda, con muros sostenidos por arcos, y me fué
dicho: Allá, en aquellas cavernas, estaban las bestias feroces; y allá abajo, en
aquellas cárceles, del otro lado, estaban prisioneros los mártires, atados con
cadenas, para ser luego destrozados por las fieras. He visto también gente que
venía de noche, caveba y se llevaba los huesos de los mártires. Me fué dicho:
"Esto lo hacen secretamente; son amigos de los mártires, y así estos sagrados
huesos han llegado a Roma y más tarde repartidos.
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XIII
Una semana después, el Peregrino presentó las reliquias que aún quedaban en
la caja traída por la joven Neuhaus. Ana Catalina dijo:
Veo a Isabel de Turingia con una corona en una mano y una cestilla en la otra.
De la cestilla caen rosas de oro sobre un pobre que estaba debajo de ella. He
aqíi a Bárbara. La veo con una corona en la cabeza y un caliz con el
Sacramento en la mano. Mirando varias reliquias la vidente añadió: Estos son
huesos recogidos en Roma donde martirizaban a los cristianos.
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XIV
(9 de Mayo de 1820)
Al día siguiente volvió la conversación sobre el tema y dijo al Peregrino que era
muy inconveniente presentarle huesos paganos que excitaban en ella
impresiones siniestras.
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XV
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XVI
(21 de Diciembre de 1820) Ana Catalina había anunciado que el día de Santo
Tomás reconocería muchas reliquias. El Peregrino la encontró ese día con la
caja de las reliquias sobre el lecho. En visión, durante la noche, había
distribuído aquellos huesos y recubierto las paredes internas de la caja con
pedazos de seda. Había ordenado de modo especial las cinco reliquias de
Santiago el Menor, de Simón el Cananeo, de José de Arimatea, de Dionisio
Areopagita y de un discípulo de San Juan Evangelista, llamado Eliud.
He tenido una noche luminosa. He sabido el nombre de todas las reliquias que
se encuentran aquí y he visto los viajes de los apostoles y discípulos cuyas
reliquias poseo. En cuanto a Santo Tomás he visto un cuadro festivo, muy
solemne. He visto también como estas reliquias han llegado aquí a Münster,
como un obispo extranjero las reunió y como llegaron a manos del obispo de
esta diócesis. Todo lo he visto con sus nombres y sus épocas. Confío en el
Señor que todo esto que he visto no se perderá. He obtenido permiso para
revelar a mi confesor los nombres de las reliquias que ha traído el amigo y que
el confesor se los pueda declarar; pero no me es permitido a mi decir estos
nombres. Ah! Yo creía que podría decirle los nombres de todas les reliquiasl Lo
tenía ya en la punta de la lengua para decirlo, cuando salió subitamente del
lado derecho del armario, que está junto a mi, una mano cándida y luminosa
que me cerró la boca, y no me dejó decir los nombres. Esto sucedió de modo
tan repentino y sorprendente que estuve a punto de reír.
Tanto el confesor como el amigo habían oído los golpes en el armario sin
podérselos explicar. El confesor dijo: "Creo el que diablo no osará hacer una de
las suyas". Ana Catalina, tomando una reliquia del armario, dijo: "Es aquel
santo cuya reliquia ha traído el amigo del Peregrino".
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XVII
Quién es esa monjita que yace en un estado tan miserable? El padre confesor
nada me dijo sobre ella. Debería ir él junto a ella porque está en un estado más
digno de compasión que el mío; yace como en medio de agudas espinas.
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XVIII
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XIX
Yo veo y siento la luz. Es como un rayo, como una flecha que me penetra y me
lleva consigo; luego siento la dependencia y la correlación de aquel rayo de luz
con aquel cuerpo luminoso del cual deriva, y delante de mí se presentan los
cuadros de la vida terrena de aquel cuerpo luminoso y su lugar en los coros de
la Iglesia triunfante. Hay una maravillosa relación entre el cuerpo y el alma,
relación que no cesa ni con la muerte, de tal manera que los espíritus
bienaventurados no cesen de obrar sobre los fieles por medio de cada partícula
de su cuerpo. En el día del juicio sera muy fácil cosa para los ángeles separar a
los buenos de los malos, ya que todo sera luz y tinieblas.
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XX
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XXI
El vicario Hilgenberg le trajo dos largas tiras de género, a las cuales estaban
sujetadas varias reliquias. Ana Catalina se conmovió y dijo:
XXII
A los ángeles los veo sin aureola. Los veo en forma humana, con semblante y
cabellos; pero mucho más esbeltos, nobles y de rostros más finos e inteligentes
que las criaturas humanas. Los veo transparentes, todo luz, con diferentes
grados unos de los otros. A los seres humanos que han llegado a la celeste
beatitud, los veo envueltos en una luz corpórea, más cándida que
resplandeciente, y en torno de ellos veo una esfera luminosa, una gloria, una
apariencia de santidad de diversos colores, los cuales estan en relación con el
grado y el género de sus purificaciones. No veo que los ángeles muevan los
pies, ni tampoco lo veo en los santos, fuera de los cuadros históricos, donde los
veo con vida humana o en su acción entre los hombres. Veo en todas estas
apariciones, en su estado perfecto en el cielo, que jamás se comunican por
medio de la palabra: los unos se dirigen a los otros y se compenetran
íntimamente; así leen en el otro lo que piensa.
Tenía dos fragmentos óseos de Santa Hildegarda, uno mayor que otro. Cierto
día se mostró sorprendida, como si alguien se le acercara, y exclamó:
Lo que escribe Ludwig Clarus en su libro Briefe der H. Hildegard (1-24) puede
referirse a los demás casos de reconocimiento de reliquias por la vidente: "El
cuerpo de Santa Hlldegarda se encuentra aún en Eibingen en su caja. Fueron
sacadas diversas partes de su cuerpo. Una partícula semejante poseyó
Cristlano Brentano, el cual la entregó a su hermano Clemente que estaba por
este tiempo en relación frecuente con la monja Ana Catalina Emmerick, de
Dülmen(1824) oyendo y escribiendo las visiones de esta vidente. De una carta
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de Cristiano Brentano, de principios del año 1851, que tengo a la vista, escrita
a una amiga, transcribo los siguientes párrafos: "La monja Emmerick recibió de
mí, entregada por Clemente, una reliquia insignis que yo había recibido, sacada
del cuerpo de Santa Hlldegarda. Ni a mi hermeno Clemente ni a la monja dije
de quién fuese esa reliquia. Mi hermano, que había dejado la reliqula durante la
noche junto a Ana Catalina, me dijo a la mañana siguiente que tal reliquia debía
ser de Santa Hildegarda, pues duraute toda la noche había estado la vldente
en conversación y vlsiones con esta Santa".
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XXIII
El Peregrino le trajo una vez una caja con cincuenta fragmentos de reliquias
mezcladas. Apenas las tuvo y contempló, comenzó a separarlas, dando cuenta
de quienes eran y a qué parte del cuerpo pertenecían:
Estas estuvieron en el fuego; veo que las buscan en medio de las cenizas.
Estas estuvieron en la iglesia de una ciudad; veo que las adornan y purifican.
Aquellas otras resplandecen de luz más viva. Estas resplandecen menos, y he
aquí una que resplandece con una especial luz dorada. Al decir esto la vidente
cayo en éxtasis y dijo: Veo a un viejo oprimido por el reumatismo, que yace
sobre una camilla en una plaza pública. Un obispo, de báculo pastoral, se
inclina sobre él y apoya la cabeza sobre su espalda. Están presentes hombres
que lleven teas.
Ana Catalina dijo luego que el hueso que resplandecía de color dorado era de
aquel obispo, llamado Sérvulo. Nombró también a San Quirino, como si su
reliquia se encontrase allí presente. Cuando el Peregrino le presentó un
paquete de reliquias perteneciente a la casa ducal de los Dülmen, Ana Catalina
separó los retazos de paños diciendo:
"Este fragmento es de aquella clase de leño del que fué hecha la cruz y que
María tenía consigo en Éfeso; es leño de cedro. Aquel fragmento de seda
pertenece a un pequeño manto, con el cual estuvo vestida una estatua de
María; es antiquísimo".
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"Esto ha sido llevado, hace mucho tiempo, por un ermitaño de la Palestina.
Pertenece a un árbol que estaba plantado en el jardín de un antiguo esenio.
Sobre este árbol fué conducido Jesús por el tentador al final de su ayuno de 40
dias".
Entregó al Peregrino un pequeño paquete:
Esta es tierra del monte Sinaí. Os veo junto a aquel monte. Luego, tomando
otro hueso: Esto pertenece a un santo cuya solemnidad ocurre en el mes de
julio. Su nombre ampieza con E. Lo he visto encarcelado con otros dos que
chupaban los huesos de hambre. Conducido al martirio, por cause de sus
maravillosos discursos sobre Dios, lo tuvieron por loco y querían dejarlo libre,
Un soldado, empero, dijo: "Veamos si es capaz de llamar a su Dios del cielo,
porque entonces es merecedor del martirio como los demás". Este soldado fué
herido por un rayo. He visto luego al santo celebrando un servicio divino en la
iglesia y luego lo vi martirizado.
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XXIV
He aquí que viene una procesión entera de santos. Abriendo la cruz, dijo: Helos
aquí a todos. Entre ellos; un Viejo puro y sincero, como el ermitaño de Suiza. El
Peregrino le dejó la cruz, y ella contó al día siguiente:
Cuando esta cruz me fué acercada, he visto en fila, precisamente como están
dispuestas aquí dentro las reliquias, a todos estos santos en forma de cruz en
el aire y debajo de ellos una comarca salvaje, llena de bosques, una espesa
cambronera, y a algunas personas, entre las cuales, un hombre semejante al
viejo ermitaño de Suiza. Después tuve una visión de aquella cruz. He visto en
un vallecito, cerca de un bosque situado en un país montañoso, no lejos del
mar, una ermita donde vivían recogidas seis mujeres que se habían dedicado a
la vida solitaria. Eran todas de edad en que podían ayudarse unas a otras. Eran
muy recogidas, silenciosas y vivían muy pobremente; no tenían provisiones y
pedían limosna. Tenían una superiora y recitaban las horas canónicas.
Llevaban túnica burda y oscura con capuchón. Las vi andar por el jardincito,
dispuesto cerca de las celdas, donde cada una podía entrar por su entrada
particular. Los jardincitos eran muy lindos, aunque pequeños, y tenían árboles
de naranjas. Los cultivaban ellas mismas. Las vi ocupadas en un trabajo para
mí desconocido: tenían una máquina, semejante a un telar, de varias cuerdas,
con las cuales tejían tapetes rústicos y variopintos, hechos con sumo cuidado.
He visto que con cierta paja blanca y sutil tejían un delicado trabajo
entrelazado. Sus lechos estaban sobre el suelo desnudo y consistían en una
tabla con un mal colchón de paja y una manta. Allí no se cocinaba mucho.
Tomaban su comida en común, y en la mesa alta y profunda había ciertas
cavidades que les servían de platos. A derecha e izquierda de estas cavidades
había unas tapas que se bajaban sobre las cavidades y las cubrían. Las vi
comiendo a todas juntas una oscura sopa de hierbas. En su capilla reinaba la
mayor simplicidad. Cuanto había allí de ornamentos consistía en trabajos de
paja. Pensé entre mi: "Aquí dentro hay oración de oro con utensilios de paja;
así era entonces, ahora se usa oración de paja con utensilios de oro". El altar
de piedra estaba cubierto de una bella estera de paja entretejida y festoneada,
pendiente de los extremos. En el medio había un pequeño tabernáculo y, sobre
él, esa cruz que tenía el Peregrino. A diestra y siniestra veíanse dos
candelabros de leño y dos urnas o vasos, también de leño, que contenían
ramos de flores ordenados en forma de ostensorio. Esta ermita era un edificio
cuadrado de piedra, con techo de leña. Los espacios interiores estaban
divididos por estacas entrelazadas, de un palmo de largo, de madera
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semejante a aquella con que fabrican las cajas. Las paredes, hechas con
maderas entrelazadas, eran de diversa altura; en la capilla, de la altura superior
a un hombre, no llegaban al techo; en las celdas, más bajas. Las religiosas
podían verse por encima. Estaban sostenidas por estacas, plantadas y
reforzadas contra los muros. El ingreso del lado del mar llevaba a la cocina, y a
ésta seguía el comedor con las extrañas mesas; detrás estaba la capilla. A la
derecha y a la izquierda estaban las tres celdas y delante los jardines. Las
puertas que daban al jardín tenían forma de arco: eran bajas, pequeñas, y la
ventana sobre la puerta estaba colocada de modo que no se podía mirar hacia
adentro. Delante de las ventanas había pequeñas cortinas de paja que podían
tenerse levantadas con palos a modo de tiendas. Las sillas estaban hechas con
estera, sin apoyo y tenían un mango de leño. El piso de la capilla estaba
cubierto de un tapete de varios colores, grueso, fabricado por ellas mismas.
Entonces dió gracias a Dios de rodillas delante de esta cruz. La selva virgen se
extendía distante de todo camino separada por un precipicio situado entre
glaciares. Ningún hombre, ningún cazador penetraba allí. Buscó largo tiempo
un lugar conveniente, hasta que lo encontró en lo más profundo del bosque.
Era un sitio pequeño, libre y desembarazado, rodeado de árboles y de zarzas,
suficiente para erigir allí una pequeña capilla. Por arriba estaba casi cubierto de
árboles, y el suelo atravesado por las raices de los mismos árboles. Decidió
servir a Dios allí mismo, aislada completamente de los hombres, sin ayuda
ninguna eclesiástica o profana. Tenía consigo la cruz que plantó sobre un altar
edificado por ella misma con piedras, y detrás de él dispuso su lecho. No tenía
fuego; lo tenía solamente en el corazón. Durante treinta años no vió siquiera el
pan. En aquellas cercanias vi a ciertos animales en lo alto de los montes,
semejantes a cabras, que saltaban de un escollo a otro; en torno de esta ermita
vi también liebres blancas y pájaros grandes como gallos.
He visto llegar a estos lugares a un cazador con sus perros. Estaba al servicio
de un noble, que tenía un castillo en lo alto del monte, a distancia de alguna
milla. He visto luego aquel castillo destruído, del que ahora queda solo un
fragmento de torre cubierto de hiedra y de plantas salvajes. Aquel cazador
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vestía túnica gris muy ajustada y en torno al cuerpo un cinturón adornado.
Llevaba un pequeño sombrero redondo, de punta, y bajo el brazo, el arco. Sus
perros penetraron ladrando en lo espeso de las matas, y el cazador se acercó y
vió algo brillante, que era aquella cruz. Se acercó y clamó en alta voz. La
ermitaña se había ocultado, y al principio no quiso responder. Finalmente gritó
diciendo al cazador que no se espantase de ella si no le veía semblante
humano. Entonces él la vió y la vi yo también en visión. La vi circundada de
resplandor. Era alta, cubierta el cuerpo; largos y grises cabellos le pendían por
las espaldas y el pecho. Toscos eran sus pies y oscuros sus brazos; caminaba
encorvada por el peso de la edad. Con todo, a pesar de esta apariencia, tenía
algo de severo y de noble en sus modales. Al principio no quiso decir quién era;
pero cuando advirtió que el cazador era hombre piadoso, le dijo: "Veo que tu
eres siervo de Dios". Y le contó como había venido a parar a aquél lugar.
Rehuso salir de allí con él; y dijo al cazador que volviese dentro de un año con
un sacerdote ermitaño. He visto cómo recibió el Santísimo Sacramento.
Después quiso permanecer un rato sola y cuando aquellos dos se acercaron de
nuevo, la hallaron muerta. Quisieron llevarse consigo el cuerpo, mas no
pudieron moverla. La sepultaron en el mismo lugar y el cazador tomó
secretamente la cruz para memoria del hecho. Más tarde, sobre su tumba que
estaba en un matorral, se edificó una capilla en honor del santo venerado por
ella de un modo especial y que había ella nombrado. De varios lados habia
entradas que llevaban al interior de aquella capilla.
El cazador tuvo devoción a la cruz por mucho tiempo; finalmente, por liviandad
e inconsideracion, la cedió a un habitante de una pequeña ciudad situada al pie
del monte. Éste la veneró mucho y oraba siempre delante de ella, y en una
tormenta que devastó la comarca quedaron él y su casa preservados del
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desastre. Después de su muerte pasó la cruz a uno de sus herederos, y así
pasó de mano en mano hasta llegar a un campesino, que la vendió juntamente
con otros objetos. Perdió, por eso, casa y campos. Después he visto la cruz
relegada y despreciada en medio de mil cosas de todo género, en poder de
personas que no tenían temor de Dios. A esta gente la compró un extranjero,
incrédulo, no por devoción, sino por simple curiosidad, sin conocer el valor del
tesoro que poseía, y a pesar de ello aquella cruz le fué de inmenso provecho.
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XXV
El Peregrino le había dado una reliquia que Ana Catalina declaró pertenecer a
un antigua ermitaño. Varios dias después contó al Peregrino el martirio de un
niño, pariente del ermitaño.
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Vi entonces la historia del niño martirizado. Sus padres vivían hace cerca de
tres siglos, en Sachsenhausen, junto a Frankfurt, y era éste de muchísima
piedad. Tenían un pariente próximo, que vivía en Egipto, como ermitaño, del
cual a menudo hablaban, recordándolo con afecto y veneración.
Frecuentemente, mirando a su hijito, decían entre si, que se considerarían
dichosos si el niño imitase a aquel pariente en género de vida tan feliz,
sirviendo a Dios en la soledad. Padres que tienen semejantes deseos sobre un
hijo único, que aún no tenía un año de vida, debían ciertamente ser muy
piadosos. Éste deseo se renovaba frecuentemente en su ánimo. Cuando el
niño hubo cumplido un año, murió uno de sus padres. El que sobrevivió
contrajo nuevas nupcias y la conversación sobre el ermitaño y el deseo de que
fuese también el niño un ermitaño se renovó con el tiempo en la nueva familia.
El niño se entretenía y divertía a menudo con semejantes conversaciones.
Murió el otro de sus progenitores, de modo que el niño quedó huérfano. La
tradición del ermitaño había quedo arraigada en la familia, y el niño, ya de
cuatro años, tenía vivos deseos de conocer al pariente ermitaño. Me dijo que
ciertamente habria resultado algo bueno si hubiera seguido viviendo; quizás se
habría hecho también él ermitaño. Me dijo, además, que había sido un buen
niño y agraciado, aunque de ninguna manera tan hermoso como lo era al
presente. Sus nuevos padres, que veian en él al heredero de la casa, estarían
contentes en librarse de su presencia, y conversaban de esto cuando hablaban
del lejano ermitaño. El niño no había cumplido los cuatro años, cuando los
parientes le entregaron a ciertos hebreos extranjeros, que debían llevarlo a
Egipto al lado del ermitaño. Procedieron así para librarse del niño, y hablaron
del viaje a Egipto sólo para ocultar al niño la traición. Aunque el niño llegó a ser
mártir por esta causa, con todo no dejó nunca de usar de amor y caridad hacia
su familia y su ciudad natal. Me mostró una casa grande, aun no del todo
terminada, de estilo moderno, en la cual había una fiesta, al parecer de bodas,
donde a menudo se daban tales fiestas. Vi una cantidad de habitaciones
iluminadas con lámparas y mucha gente bien vestida y adornada, festejando y
bailando. "Esto hacen, me dijo el niño, sobre los huesos de un antepasado, que
con su piedad ha establecido el primer fundamento del presente bienestar de la
familia". Me condujo dentro de un sotano amurallado, donde en un doble féretro
yacía, en perfecta posición, un esqueleto blanco, bien conservado. La caja
interna era de plomo y la externa me pareció de madera oscura. El niño me dijo
que el difunto había sido el fundador de la casa y pariente suyo; hombre muy
piadoso, que había ganado grandes riquezas, censervándose siempre buen
cristiano. Cuando fue destruida la iglesia donde estaba sepultado, sus hijos
llevaron el cadáver al sótano, olvidándose completamente de él y de su
cadáver. Penetré per todos los departamentos de la casa. Vi también en la
ciudad muchos huesos de santos y de beatos reposando en subterráneos, bajo
los fundamentos de las iglesias destruidas y de monasterios, sobre los cuales
se habían edificado casas y palacios. El niño me dijo que la ciudad decaería
mucho, porque estaba en la cumbre del orgullo.
Hice un gran viaje por mar hacia una comarca arenosa y cálida. El niño me
había dejado sola. Pasé luego a una ciudad desierta, donde las casas caían
una sobre otra en ruinas, y allí encontré de nuevo al niño, y vi en una cueva,
bajo una colina, el lugar de su martirio, y vi su martirio mismo.
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Parecía aquél un sitio destinado para el sacrificio de animales. De las paredes
pendían ganchos de hierro, en les cuales los judíos sujetaron al niño en forma
de un crucificado, haciendo destilar su sangre de cada uno de sus miembros.
Sobre el suelo veianse dispersos muchos huesos luminosos de niños
anteriormente martirizados, allí sepultados, y estos huesos resoplan decían
como centellas. El martirio de este niño no fue nunca descubierto ni castigado
por el brazo secular. Me pareció que allí no había ningún cristiano, fuera de
algún ermitaño que del desierto venía a la ciudad.
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XXVI
Cuando recibí las reliquias enviadas por el deán Overberg tuve la visión de la
forma en que estas reliquias fueron llevadas de Roma a Münster por obra
especialmente de los primeros obispos y de la grandísima reverencia con que
eran colocadas en relicarios cerrados y distribuídos a varias iglesias. He visto
damas piadosas reunidas para ordenarlas y envolverlas; al hacerlo tenían
cuidado de mantenerse puras y santas. He visto algunos sacerdotes que con
ellas distribuían luego esas reliquias. Eran sujetadas a los relicarios, adornadas
con ribetes y flores y dispuestas en pirámide. Cuando fueron expuestas por
primera vez a la pública veneración, se hizo una gran solemnidad y todo el país
se consideró favorecido. Muchas reliquias fueron amuradas a los altares de la
iglesia de Ueberwasser. Algunos piadosos canónigos de capítulo, cuando oían
hablar de algún santo o beato, procuraban conseguirse alguna reliquia de ellos,
que luego veneraban como un gran tesoro. Vi después que al ampliarse y
restaurarse las iglesias y los altares, eran colocados unos sobre otros los
huesos de santos de las épocas más diversas. Se hallaron muchos cuerpos
sagrados de los cuales algunos miembros fueron extraídos y colocados con las
otras reliquias. Así se encontró el cuerpo de una virgen, de la cual poseo un
pequeño hueso. Las grandes bendiciones que de tales huesos surgían las he
visto disminuír y concluír con el aumento del descuido en que las reliquias eran
tenidas. He visto también que, no sin un designio de la Providencia, esas
reliquias llegaron a manos del deán Overberg, quien sin conocerlas siquiera,
les había asignado un decente lugar para guardarlas.
Otra vez que Ana Catalina tenía en sus manos la caja de reliquias, que llamaba
su iglesia, vió a Santo Tomás Apóstol y un cuadro de sus viajes y de su misión
en las Indias.
"He aquí que Clara esta delante de mi". Más tarde añadió:
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XXVII
He viajado por muchos lugares, lejos de aqui, por Betania, Jerusalén y Francia.
El hueso es de Marta. El vestido es de Magdalena y es de color azul, con flores
amarillas y algo de verde. Es un resto de su vanidad. Llevaba todavia este
vestido debajo de un manto de luto, en Betania, en el momento de la
resurrección de Lazaro. Todos estos vestidos quedaron en casa de Lazaro
cuando ella pasó a Francia. Ciertos piadosos amigos los tomaron y
conservaron fragmentos para memoria. Algunos peregrinos, que habían ido a
visitar su tumba en Francia, envolvieron la reliquia en estos paños, creyendo
que tanto el hueso como los fragmentos de los vestidos fuesen de Magdalena;
pero solamente el vestido es de ella; el hueso es de Marta.
"Cuando vi de nuevo el hueso de aquel santo Papa, me fué dicho: "No del
tercer Papa, sino del décimotercero y su nombre quiere decir Salvador".
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El Peregrino comprobó que se trataba de San Sotero, que quiere decir en
griego Salvador.
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XXVIII
Esto es lo que recuerdo haber visto. Cuando la vi por primera vez, la santa me
consoló y me animó respecto de mis visiones sobre las Sagradas Escrituras y
me dijo algo para mi confesor, que he olvidado enteramente.
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XXIX
He visto cuadros relativos a este santo. De noche, con muchos otros, iba en
busca de cuerpos de santos mártires dispersos y les daba sepultura,
escribiendo el nombre sobre su sepulcro. Lo he visto envuelto en su manto,
errando de un lado a otro, llevando muchos huesos sagrados. Transportó
también huesos a las catacumbas y colocó delante de ellos rótulos con
nombres y escrituras y separó unos de otros. Entre estos escritos hay actas de
los santos mártires. Creo que en un gran subterráneo, donde vi conservados
tantos rótulos, se encuentra una buena parte de los que él había transportado.
En esta ocasión he visto que nosotros poseemos la mas preciosa parte de las
reliquias y que entre ellas están muchos cuerpos que él reconoció, escribiendo
sus nombres. La piadosa viuda Lucina le rogó que sepultase a dos infelices,
muertos de hambre en la cárcel hacía algún tiempo. Lo hicieron de noche, y
transportaron el cadáver de un hombre y de una mujer en aquél lugar donde
estaba sepultado San Lorenzo. Cuando iban a ponerlos, los huesos de San
Lorenzo se apartaron, como si no quisieran tener en su vecindad esos
cadáveres; por esto fueron sepultados en otro lugar.
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He visto luego cuadros relativos a Ambrosia, a Liborio y el gobierno de la
iglesia bajo San Gregorio. En especial estos cuadros se referían a las
relaciones de aquellos santos con las piadosas mujeres, y que a causa de este
inocente y piadoso trato eran muy calumniados. Gregorio había fundado
muchos monasterios para monjas, y en los días que estaban antes
consagrados a las divinidades paganas y a las bacanales, inducía a centenares
de aquellas mujeres a orar públicamente con hábitos de penitentes, para expiar
así y compensar a la iglesia por los muchos pecados cometidos en otros
tiempos en esos mismos días. He visto que obrando de este modo consiguió
mucho bien; aquellas festividades del diablo y del pecado disminuyeron en su
tiempo. Tuvo que sufrir mucho por causa de su celo. Luego vi un cuadro del
diácono Ciriaco, que padeció innumerables sufrimientos. Una vez estuvo oculto
por mucho tiempo en una catacumba situada no lejos del lugar donde ahora se
levanta la iglesia de San Pedro. Allí casi se moría de hambre. Fué martirizado.
Recuerdo que San Ciriaco había sido consagrado por Marcelo y que él, con
otros dos cristianos, Largo y Smaragdo, protegía a los cristianos que debían
trabajar en las excavaciones. Él mismo fué condenado a estos trabajos
forzados y allí libró del demonio a la hija de un cristiano.
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XXX
Plácido y Donato
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XXXI
Veo los nombres, en parte bajo los pies, y en parte al lado del cuerpo y veo los
atributos de cada uno de ellos. Veo a Ediltrudes con la corona depuesta; veo a
Teresa, Radegunda, Genoveva, Catalina, Foca, María de Cleofás. Esta es de
mayor estatura que María Santísima y está vestida de igual manera; es hija de
la hermana mayor de María. Veo también a Ambrosio, Urbano y Silvano.
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XXXII
(2 de Abril de 1821)
Desde hace algún tiempo veo un hermoso fragmento blanco del cráneo de San
Lucas, junto a mi. Lo veo muy distintamente y, sin embargo, no acabo de
creerlo, ni aun viéndolo en visión, y ahora, por castigo, lo olvido estando
despierta. La noche pasada vi la historia que se refiere a esta reliquia. San
Gregorio Magno llevó consigo desde Constantinopla a Roma la calavera de
San Lucas y un brazo de San Andrés, y obtuvo de ello tan feliz resultado que
por medio de estas reliquias hizo mucho bien a los pobres. Fueron colocados
en su monasterio de San Andrés. Algún fragmento de la calavera y del brazo
llegaron hasta Colonia. He visto la gran alegría del obispo de aquella ciudad
cuando le llegó tal reliquia. Después, aquellos sagrados fragmentos pasaron a
Maguncia; luego a Paderborn, y finalmente a Münster. Ahora ambos se
encuentran aquí, en mi relicario. La reliquia de San Andrés esta encerrada en
una cápsula. El hueso de San Lucas debe encontrarse en un ángulo, envuelto
en un pañito; ahora no recuerdo el lugar preciso.
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XXXIII
"Ah! Estoy muy lejos de ser María... Soy, empero, de su estirpe, y he vivido
treinta o cuarenta años después de su época. Nací en las cercanías del lugar
donde ella nació; pero no la he conocido, y no estuve en los lugares
consagrados por su presencia y sus dolores, para no dar a conecer que era
cristiana, por ser tiempos de grandes persecuciones. Entre los míos se
conservaba la memoria del Señor y de su Santísima Madre con tal ardor y
vivacidad que yo me esforzaba de todos modos en imitar sus virtudes: seguía
en mi alma las huellas del Señor y en el lugar donde vivía meditaba, como lo
hacían los cristianos, recorriendo las estaciones del Via crucis. Obtuve la gracia
de probar los íntimos y secretos dolores de María, y esto constituyó mi martirio.
Un sucesor de los apóstoles, un sacerdote, era mi amigo y guia." La aparición
pronunció el nombre, que ahora no recuerdo. No era nombre de apóstol ni otro
que figure en las letanías de los santos: era un nombre antiguo y extranjero,
aunque me parece haberlo oído otras veces. "Por este sacerdote se llego a
saber de mí; de otro modo hubiera sido del todo desconocida. El mandó parte
de mis cabellos a Roma. Un obispo de tu país obtuvo algunos y los trajo con
otros muchos. Todo esto quedo enteramente olvidado. Fueron llevadas
también a Roma muchas reliquias y restos de mi época, aunque no pertenecen
a mártires."
Cierta vez el Peregrino puso ante sus ojos un AGNUS DEI. Ella lo tomó en sus
manos y dijo:
Oh, la poderosa Señora! Esta pequeña imagen estuvo en contacto con una
imagen milagrosa.
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XXXV
El Peregrino puso en sus maños una imagen de Santa Rita de Cascia, que
había sido tocada con una gota de la sangre de los estigmas de la santa. Ana
Catalina dijo:
Veo una santa monjita, que parece sin huesos ni carne. No la puedo tocar.
En otra ocasión puso en sus manos un libro abierto, una de cuyas páginas
había sido bañada con la sangre de sus propios estigmas. Sonriendo, dijo:
Qué es esta florecilla tan graciosa, estriada de rojo y de blanco, que sale del
libro y viene al medio de mis maños?.
Una dama de París le había enviado una imagen que había estado en contacto
con los huesos de San Bobadilla. Ella se la puso sobre la frente. El santo se le
apareció y le prestó ayuda en sus dolores. Ella vió todo su martirio.
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El Peregrino le dió un anillo roto que había estado en contacto con la tumba de
San Nicolás de Flue. Ana Catalina dijo al punto:
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RELIQUIAS DE JESUCRISTO Y
DE SU MADRE SANTÍSIMA
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XXXVI
Hay aquí también cabellos de María. Los veo de nuevo. Hay aquí,
efectivamente, sangre de Cristo. Hay aquí tres finísimos glóbulos. Esta reliquia
obra en mi de modo muy diverso de todas las demás reliquias. Me atrae tan
maravillosamente; me deja en el corazón un ansia dulce y tranquila. Las otras
reliquias resplandecen, en comparación con ésta, como un fuego, y ésta como
un sol de mediodía. Esta es sangre de Cristo. He visto una vez la que destilaba
de una hostia consagrada. Ciertamente, quedó sangre de Cristo en la tierra, no
ya como sangre substancial, sino así como un color de ella; no puedo
expresarlo mejor. He visto a los ángeles recoger solamente aquella que caía
sobre la tierra en el Via Crucis y durante su pasión.
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XXXVII
He visto una santa princesa, en hábito de peregrina, llegar con gran séquito a
Jerusalén. Provenía de la isla de Creta y no estaba aún bautizada, pero lo
deseaba ardientemente. La he visto en Roma cuando era pagana. Parecía que
por entonces había una tregua en las persecuciones, porque el Papa habitaba
en un edificio en ruinas; allí ella fue instruida y los cristianos se reunían
calladamente. En la Tierra Santa las cosas estaban tranquilas, pero un viaje a
Jerusalén iba acompanado de muchos peligros. La ciudad de Jerusalén estaba
muy cambiada: algunas alturas habían sido allanadas y algunos valles hondos
cubiertos con escombros y rellenados dentro de la ciudad. Por eso ciertos
caminos pasaban ahora por encima de santos lugares. Creo que también los
judíos habían sido obligados a refugiarse y a encerrarse en una parte
determinada de la ciudad. Existían ruinas del antiguo templo. El lugar del santo
sepulcro permanecía fijo e inmutable junto al monte Calvario, fuera de la
ciudad, pero no se podía llegar hasta allá porque estaba cubierto de escombros
y de tierra y amurallado en torno. Allí cerca se detenían y vivían en cuevas o
bóvedas ruinosas muchos santos varones, que veneraban esos lugares y
parecían ser de aquellos que habían sido establecidos por los primeros obispos
desde los tiempos de los Apóstoles. Ellos no podían llegar corporalmente hasta
el santo Sepulcro, pero a menudo en visiones llegaban a sus cercanías. Parece
que poca atención despertaban por entonces los cristianos: podían, sin ser
molestados, pero con ciertas precauciones, visitar los santos lugares, hacer
excavaciones y sacar reliquias y cosas sagradas. En aquel tiempo fueron
buscados y encontrados varios cuerpos de santos mártires de la primera
época, y celosamente guardadas sus reliquias.
Aquella princesa que había peregrinado hasta allí, orando sobre el Monte de
los Olivos, vio en visión la Sangre preciosa, y lo indicó a un sacerdote de los
que guardaban el santo Sepulcro. Este, con cinco otros, fue al lugar señalados
y excavó la tierra. Encontró una piedra colorada sobre la cual Jesucristo había
sudado sangre; estaba cubierta de muchas gotas de sangre. Como no podían
separar la piedra del escollo de donde formaba parte, separaron de un lado un
pedazo del tamaño de cinco palmos. De esta piedra recibió una parte la
princesa peregrina. Obtuvo también otras sagradas reliquias y fragmentos de
los vestidos de San Lorenzo, y del viejo Simeón, cuya tumba yacía destruida no
muy lejos del mismo templo. Recuerdo que el nombre de esa princesa es
santo, pero no conocido entre nosotros. El fragmento de piedra era triangular y
lleno de venas de diversos colores. Primero fué colocado dentro de un altar;
más tarde en el pedestal de un Ostensorio.
Entre la ciudad y el castillo se levantaba un gran arco a través del cual se veía
la ciudad, a la cual se llegaba por una carretera real. El padre tenía otros cinco
hijos; la madre había muerto cuando la niña era aun pequeña. Él había estado
ya en la Tierra Santa y en Jerusalén. Uno de sus antepasados había conocido
a aquel Léntulo que tenía tanto afecto por Jesús y tanta amistad con Pedro; por
medio de él había llegado a conocer las verdades del Cristianismo. Por esto
supe que el padre de la joven no era enemigo del Cristianismo. Mientras él
estaba en Roma con el joven que debía ser su yerno, hablaron del Cristianismo
y el joven dijo que deseaba ardientemente ser cristiano. Creo que en esta
ocasión se trato del futuro matrimonio o que al menos trabaron mutua amistad.
El rey se alejaba cada vez más del culto de los dioses y del modo de vivir de
los paganos; y la hija y los hijos frecuentemente oían ponderar al Cristianismo.
El rey tenía derechos sobre el Laberinto de Creta; pero había renunciado a
ellos precisamente por su diverso modo de pensar, cediendo esos derechos a
su cuñado. El Laberinto de Creta y el templo no tenían entonces tanto horror
como en épocas anteriores, en las cuales muy a menudo traían criaturas
humanas para ser despedazadas por las bestias feroces; con todo se
celebraban cultos a los ídolos, y muchos lo visitaban por razón de sus rarezas
maravillosas. Adentro se cometían actos vergonzosos y abominables. De lejos
parecía aquello un monte cubierto de verdor. Cuando la joven estuvo en Roma
para hacerse instruir en la fe cristiana, tendría diecisiete años. Cuando al año
siguiente peregrinó con otros de la misma idea a Jerusalén, me parece que su
padre había muerto y que ella era libre y dueña de si misma. Llevó la preciosa
Sangre sobre su persona, dentro de un cinturón ricamente bordado, en el cual
se veían muchas pequeñas aberturas. Los peregrinos solían llevar semejantes
cinturones colgados en bandolera. Cuando regresó a Creta no pasó mucho que
el prometido vino a buscarla en una nave equipada. Se entretuvo algún tiempo
en Creta, y luego se la llevó a Roma, donde estuvieron mucho tiempo. Allí se
hizo bautizar secretamente.
En esta época la cátedra de Pedro quedo por algún tiempo vacante: había
discordia y confusión y tenían lugar muchos secretos asesinatos de cristianos.
Desde Roma se dirigieron en una nave, con la escolta de muchos soldados, a
las Galias. A contar desde la época de su matrimonio, pasaron cerca de la
mitad de un año entre Creta y Roma. La Sangre preciosísima era llevada por el
conde durante su viaje en un cinturón en torno de su cuerpo. La esposa se lo
había dado como garantía de su fidelidad. Su lugar de parada estaba en el
Ródano, no lejos de Avignon y de Nimes, pues había apenas siete horas de
viaje; el castillo estaba situado en una isla. Tarcaso y el retiro solitario de
Magdalena no estaban muy distantes de allí. En Nimes había ya entonces
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algunos preceptores cristianos, los cuales vivían secretamente en comunidad.
El claustro de Santa Marta estaba situado en una montaña entre el río Ródano
y un lago. El castillo del conde se levantaba sobre una isla y no lejos de allí se
veía una pequeña villa. Esta villa de San Gabriel debe su origen a un milagro.
Un hombre fue salvado de una tempestad que lo había sorprendido en el lago.
Allí el conde era visitado con frecuencia por un ermitaño, que era un santo
sacerdote.
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XXXVIII
La preciosísima Sangre
He visto algo de San Trófimo de Arles, por aquel tiempo; recuerdo solo algunos
nombres. Ya mucho antes que el conde se uniese en matrimonio, había
cristianos llegados de Palestina, y el conde los había tratado siempre bien y
protegido. Había en estos lugares comunidades cristianas, aunque se
mantenían ocultas. El padre de la joven había guardado secreto su modo de
pensar a sus hijos mayores, que no pensaban como él; en cambio los
hermanos menores tenían la fe de su hermana y creo que entre ellos hubo
mártires.
Pensaba en la Sangre del Señor y dirigí una mirada hacia el altar existente en
el castillo de la condesa. He visto a esta persona cuando era niña en la casa de
su padre, en la isla de Creta, y luego durante su demora con el conde en la
ciudad de Roma. Allí mismo he visto a San Moisés, niño, cuando llevaba toda
clase de consuelos, alimentos y ayuda a los enfermos y prisioneros cristianos.
He visto al conde y a la condesa en Roma, en lugares subterráneos con otros
cristianos y con los sacerdotes, leyendo en los manuscritos a la luz de
lámparas; parecía que eran instruidos secretamente en la fe. En aquel tiempo
fueron bautizadas muchas personas distinguidas. No había entonces una
persecución pública; pero el que era sorprendido como cristiano, estaba
perdido.
El 15 de Julio indicó una reliquia perteneciente al Papa Anacleto. Dijo que era
el quinto Papa, sucesor de Clemente y mártir. Al mismo tiempo se refirió
nuevamente a la preciosa Sangre dando las siguientes noticias:
El nombre de aquel conde era como el del amigo de San Agustín; Pontiziano;
la condesa se llamaba Tazia o Dacia; no lo puedo expresar mejor. La fiesta de
esta santa se celebra a fines de mayo o a principio de junio.
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XXXIX
Estuvo conmigo un cardenal, que fue confesor de la reina Isabel. Fue un gran
director de espíritu y me dijo que yo debía acusarme del bien descuidado y no
cumplido y que debía expiar mucho por los pecados de otras personas. Me
indicó y mostró a santa Dátula, que tuvo la reliquia de la preciosa Sangre. Ella
conoció el inmenso valor de su reliquia, y abandonando todos sus bienes vivió
con su marido en la soledad para llorar sus pecados. El cardenal que se me
apareció se llama Giménez. No había oído yo antes tal nombre; no fue
declarado santo.
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XL
Viendo un día muchas cosas referentes a Santa Marta, indicó el lugar donde
habitaban Santa Dátula y Pontiziano:
Creta es una isla larga, estrecha y muy adentellada; en el centro corre una
hilera de montanas que la divide en dos partes. El castillo del padre de Santa
Dátula era un edificio maravillosamente bello y estaba excavado en parte entre
los escollos marmóreos en forma de terrazas sobrepuestas. Sobre esas
terrazas había pórticos de columnas y los patios estaban circundados también
por pórticos, sobre los cuales había jardines. El padre de la joven había
edificado las terrazas y pensiles como defensas delante de su castillo, y
cuando fue iniciado en el cristianismo, le sirvió esto para separarse de los
vecinos, de la cercanía del Laberinto y del abominable templo de los ídolos. Era
un hombre muy dado a las bellas artes. Lo he visto siempre entre hábiles
artistas y arquitectos, reunidos en torno suyo. Tenía la cabeza algo calva y
metida a las espaldas; por lo demás, estaba bien formado, y era muy solícito y
benévolo. Poseía vastas tierras en la isla y tenía alguna autoridad. El muro
exterior del castillo estaba hecho en forma de gradas. Las terrazas se veían
floridas y cuidadas, y servían de ingreso a las estancias interiores.
Hoy es el aniversario del día en que Pontiziano venía a sacar a Dátula del
palacio de su hermano, para llevarla como esposa, ya que el padre de la joven
no vivía. Durante la noche he visto la maravillosa fiesta que se hizo. Aún
conservo en mi fantasía los semblantes de las personas, siervas y criadas que
he visto. En el palacio habitaban dos hermanos de Dátula; ambos tenían
muchos hijos, jóvenes y niñas, y había allí mucha servidumbre. Cada niño tenia
un ayo y cierta cantidad de hombres y mujeres para su servicio. Estaban
también todos los parientes con su servidumbre.
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En torno de aquel edificio se veía un semicírculo de edificios pequeños de los
cuales salió, a la llegada del esposo, un canto melodioso, acompanado de
armoniosas flautas.
Lo mas atrayente de todo aquel cuadro era la esposa Dátula, que estaba
sentada en un elevado trono. Ocupaban las gradas, en dos filas, los familiares,
las amigas y las doncellas. Estaban todas vestidas de blanco; sus cabellos
trenzados con arte,llenos de adornos y joyas; llevaban velos muy largos. Dátula
tenía un vestido blanco y reluciente, que parecía seda, con largos pliegues; sus
cabellos trenzados con piedras preciosas. No puedo decir cuanto me alegraba
y conmovía ver debajo de sus vestidos resplandecer, sobre el corazón, la
cintura bordada que contenía la reliquia de la Sangre preciosa de Jesucristo.
Este esplendor vencía en brillo a toda la magnificencia que veía en torno de la
fiesta. He visto también que el corazón de Dátula estaba sumergido en dulces
pensamientos ante la presencia de aquella santa reliquia. Ella parecía un
ostensorio viviente.
Dátula llevo a muchas consigo y también a su aya e institutriz, que era muy
inclinada al cristianismo. No he presenciado el embarque.
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XLI
Tiene que ser venerada esta imagen. Es preciosa; estuvo en contacto: por eso
resplandece tan luminosamente. (Poniendo la imagen sobre su pecho, añadió):
Esta imagen ha tocado la túnica de Jesucristo, y en esta túnica hay una gota de
la Sangre de Cristo, de la cual nadie tiene noticia. Esta mancha de sangre esta
en la parte superior del cuello.
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XLII
(8 de Abril de 1823)
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XLIII
(Junio de 1820)
He visto al Señor muerto en la cruz. He visto todo: los lugares y las posiciones,
y he visto al pueblo como en el día de Viernes Santo. Era en el momento en
que debían ser quebradas las piernas a los crucificados. Longinos tenía un
caballo mulo, puesto que no era como nuestros caballos; ése tenía el cuello
mucho mas grueso. Estaba fuera del círculo de los ajusticiados; avanzó de a
pie, dentro del círculo, con su lanza; subió sobre la colina del Gólgota e hirió al
Señor por la parte derecha. Cuando vio brotar la sangre y el agua, se sintió
muy conmovido; descendió del monte, montó a caballo y se dirigió rápidamente
a la ciudad. Se fué a Pilatos y le dijo que tenía a Jesús por Hijo de Dios, y que
no quería ser mas militar. En efecto, dejó junto a Pilatos su lanza y las demás
armas y se fue de allí. Creo que fué Nicodemo a quien encontró en su camino y
a quien narró lo acontecido y desde aquel momento se unió a los discípulos.
Pilatos consideró aquella lanza indigna y vergonzosa, como instrumento de
suplicio, y no quiso conservarla junto a sí. Creo que así la recibió Nicodemo del
mismo Pilatos. Me parece que tenemos otra reliquia de Nicodemo.
He aquí a los soldados con la sagrada lanza!... Hay allí una partecita de la
lanza del Señor. Es Víctor que lleva una partecita de la lanza dentro de su
misma lanza. Tres solamente lo saben. (Mas tarde narró): Después del
mediodía experimenté la sensación de como si la cruz del Señor posase sobre
mi y como si su sagrado Cuerpo estuviese muerto entre mis brazos, sobre mi
brazo derecho. No lejos estaba la santa lanza en dos fragmentos: uno grueso y
otro menor. Cuál debía tomar para mi consuelo?. . . Tomé el sagrado Cuerpo y
la lanza desapareció de mí. Desde entonces pude volver a hablar. (En otra
ocasión):
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XLIV
El diario del doctor Wesener, con fecha 16 de Octubre de 1816, contiene este
primer relato de reconocimiento de reliquias. Habiéndole puesto ante los ojos
una pequeña caja, Ana Catalina dijo:
Esta cajita contiene una cosa muy preciosa: una partecita de la verdadera
Cruz. La tengo también sobre el pecho (una reliquia de la Cruz). Tengo,
además, una reliquia de la lanza. El cuerpo pendía de la cruz, pero la lanza
estuvo en el cuerpo. A cual de las dos debo amar mas? La cruz es el
instrumento de la redención; la lanza ha abierto una ancha puerta al amor. Oh,
ayer entré allí bien adentro! (Era un viernes). La reliquia de la cruz hace dulces
mis dolores; la reliquia de la lanza los aleja. Muchas veces, cuando la reliquia
de la cruz dulcifica mis penas, he dicho con confianza al Señor: ";Oh Señor
mio! Si para Ti se hizo dulce el padecer sobre esta cruz, cómo esta pequeña
parte de ella no endulzara mis penas?". . .
San José y San Antonio estuvieron junto a mí, y San Antonio puso en mis
manos el fragmento de la cruz que había perdido.
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XLV
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El vestido al que pertenecía esta reliquia era el exterior que cubría el dorso,
alargándose en algunos pliegues y llegando hasta los pies. Una de las partes
superiores caía sobre la espalda y el pecho, y llegaba al otro lado, donde se
unía por medio de un botón, formando así una abertura en torno del cuello. Con
la ayuda de un cinto era retenido a mitad del cuerpo; de este modo abarcaba
ambos lados , partiendo debajo de los brazos y llegando a los pies. Cubría todo
el vestido interior, o túnica, que era también de color oscuro. De los dos lados
se abría aquel vestido exterior mostrando el forro interior. Estos forros tenían
rayas coloradas y amarillas a lo largo y al través. Este fragmento de la reliquia
era de la parte exterior. Me parece que era un vestido que se usaba en las
solemnidades y que se llevaba de ese modo, según los usos antiguos de los
hebreos. Santa Ana usaba uno semejante. La túnica, la parte anterior del busto
y las mangas estaban cubiertas con este vestido. La túnica tenía mangas
estrechas, un tanto encrespadas en los codos y en los pulsos. Los cabellos los
recogía dentro de una gorra de color amarillento, que descendía sobre la
frente, formando pliegues en la parte posterior de la cabeza. Por encima
llevaba un velo negro de una tela delgada que descendía hasta medio cuerpo.
Con este vestido he visto a la Virgen recorrer el Via Crucis en los últimos
tiempos. No sé si lo llevaba porque era vestido de solemnidad o porque en la
época de la crucifixión del Salvador tenía este vestido de luto bajo el manto que
la envolvía. He visto a la Virgen en este lugar, ya muy avanzada en años,
aunque en sus facciones no aparecía ninguna señal de edad, fuera de una
expresión de mas ardiente deseo y aspiración del cielo, que contribuía a
transfigurarla divinamente. Aparecía siempre indescriptiblemente seria y
recogida: no la he visto reír. A medida que crecía en años aparecía mas
cándida y transparente de facciones. Estaba delgada. No he visto arrugas ni
signo de decadencia en su rostro. Parecía como espiritualizada. Abierta la
reliquia, he visto que era un fragmento de pano con rayas, largo como un dedo.
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XLVI
He visto, también, aunque no recuerdo el lugar, en una iglesia griega del Asia,
un fragmento del velo de María de un color amarillo pálido. Habían sido
distribuidos ya tantos fragmentos de ese velo, que había sido muy extenso, que
no quedaba sino un pequeño trozo. Había llegado a aquella iglesia por medio
de San Juan Evangelista. He visto un cuadro donde se me mostró como la
gente disputaba acerca de si era reliquia verdadera o no. Un hombre temerario
se quiso apoderar de aquel pano y quedó con la mano paralizada, mientras su
mujer rezaba con mucho fervor por él. También San Lucas se encontraba allí,
en medio de estos hombres, y dio testimonio de la autenticidad de la reliquia:
tomando el velo, lo puso sobre la mano herida de aquel hombre y al punto
sanó. Lucas entregó a aquella gente una declaración escrita de esta reliquia, y
cero que el escrito existe allí todavía. Les contó su vida anterior y como se
había dado al cultivo de las bellas artes y se había entregado a los viajes por
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diversos lugares, teniendo ocasión de ver a María, cuando fue a Éfeso con San
Juan. Habló también de los cuadros que había pintado.
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XLVII
En Éfeso, donde estaba la casa de María, existe aun una piedra sobre la cual
los apóstoles Pedro y Juan celebraban la santa Misa. Cada vez que Pedro y
Juan llegaban a la Palestina, visitaban la casita de Nazaret y celebraban allí la
Misa. Se había erigido un altar donde antes estaba el hogar. Un pequeño
armario, usado por María, se había convertido en tabernáculo. La casa de Ana
estaba situada en las afueras, a media hora de camino de Nazaret.
Desde allí se podía llegar sin ser observado, por caminos extraviados, hasta la
casa de María y de José en Nazaret, sobre una pequeña elevación. No estaba
edificada precisamente en la colina, sino en la parte posterior, separada por un
estrecho sendero, donde había una pequeña ventana, puesto que aquella parte
era muy obscura. La parte posterior de la casa era triangular, como la casita de
María en Éfeso; en este triángulo estaba el dormitorio de María, donde recibió
el anuncio del Ángel. Este triángulo estaba separado de la casa por la pared
del fogón, que consistía, como en Éfeso, en una excavación en la pared, en
cuyo centro, sobre el lugar de la lena, se elevaba una chimenea y terminaba en
un cano que sobresalía del techo. En la extremidad de esta chimenea he visto
mas tarde suspendidas dos campanitas. A derecha e izquierda había dos
puertas que conducían a las estancias de María. En el muro del hogar se veían
aberturas o nichos donde estaban guardados varios utensilios.
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XLVIII
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XLIX
Después de la muerte de Cristo los judíos habían tratado de destruir todos los
lugares que los cristianos consideraban sagrados. Habían hecho cavar fosos a
través del camino donde Jesús había caído. Los lugares, hermosos de verdor,
donde Jesús había predicado, los hicieron intransitables y a los jardines les
habían puesto cercos. En algunos sitios habían tendido hasta fosos
disimulados para que los peregrinos cayeran dentro. He visto que algunos de
estos pérfidos judíos cayeron ellos mismos dentro de los fosos. Habían
desfigurado y puesto obstáculos en los caminos que llevaban al Calvario,
abriendo fosos en algunos espacios y cercando otros con vallas. Muchos
peregrinaban a esos lugares y se habían obrado grandes maravillas allí. He
visto que cavaron y bajaron la cumbre del monte Calvario y la tierra que
sacaban de allí la desparramaban sobre los caminos. Los cinco lugares llenos
de verdor que en forma de corazón había habido allí y que llevaban al lugar de
la crucifixión, los habían deformado. Cuando sacaron la tierra de la cumbre del
Calvario, quedo una piedra blanca, desnuda, donde se veía un hoyo cuadrado,
de un codo de hondo, donde había estado la cruz. Los he visto en este lugar
trabajar penosamente con palancas y troncos de árboles para remover la
piedra, pero ella caía siempre mas profundamente. Entonces cubrieron el lugar
con tierra. El lugar del santo sepulcro era de propiedad de Nicodemo y quedó
como estaba.
Más tarde volvieron estos lugares a ser profanados. El jardín del santo sepulcro
era ligeramente inclinado desde la altura en la cual había estado el sepulcro.
He visto como cavaban y bajaban la altura y cubrían con la tierra el jardín y
desparramaban y disimulaban todo el lugar. He visto esta noche todo el lugar
del sepulcro y el Calvario completamente cambiado e irreconocible. Muchos
caminos estaban cubiertos de escombros y cortados a través con otros
caminos y sendas. El monte Calvario, donde había otras alturas más y en
medio de ellas lugares de verdor, estaba bajado e igualado en una grande
extensión. Los dos judíos que habían venido con Helena para buscar la cruz
tuvieron que fingirse aun judíos para saber de los otros el lugar de la cruz.
Cuando de la conversación con los judíos supieron donde estaba el lugar del
sepulcro y del Calvario, encontró Helena sobre el santo sepulcro un templo a
Venus con mármoles y figuras paganas. Sobre el monte Calvario estaba el
ídolo de Adonis. Los judíos no querían decir donde estaba la cruz de Cristo y
decían que se trataba sólo de un antiguo judío.
He visto a una mujer de grande estatura y majestad, ya de edad, pero aún ágil
(Helena) con un velo que cubría una pequeña corona, entrar y salir en muchas
casuchas y en oscuras cuevas. en los muros de la ciudad, inquiriendo datos.
He visto también al pequeño viejo y demacrado judío, de larga barba, meterse
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en una y otra casucha, antes de que entrase la Señora para preguntar. Una vez
he visto que hizo congregar a muchos judíos. Otra vez he visto a Helena
encaminarse con ese viejo judío y dos hombres que portaban un barreno largo
hacia el lugar donde había estado la cruz. El templo del ídolo ya había sido
demolido. El viejo judío no sabía tampoco con precisión, y estuvieron
barrenando en derredor y siempre mas cerca, hasta que vieron una señal en el
mismo barreno, que ya no recuerdo cual era. Entonces empezaron a cavar allí.
He visto a la Emperatriz, cuando encontró el lugar, quitarse la corona y dejar
sueltos sus cabellos. Tomó algo de su cuello y del pecho y quitóse los
calzados, dejándolo todo sobre una piedra blanca y limpia. Tuvieron que cavar
un foso muy profundo antes de hallar algo. Encontraron primero la cruz de un
ladrón; luego, no lejos de allí, la cruz de Cristo, y después la otra. Encontraron
la cruz de Cristo desarmada; pero los pedazos estaban allí en cierto orden. La
tabla de la inscripción estaba algo más lejos; sobre ella el pergamino con la
inscripción. Debajo de un madero del brazo de la cruz estaban los tres clavos
en orden: el clavo de los pies era de un palmo y medio de largo; los otros, de
un palmo. Helena mandó el clavo mas grueso a su hijo Constantino.
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