Relatos Lima 1881
Relatos Lima 1881
Relatos Lima 1881
Presentacin
Prlogo1
Introduccin
Relatos
La batalla de Miraflores. Testimonio del Teniente
Coronel Manuel Layseca
Impresiones de un reservista
11
20
22
1 El texto del prlogo, introduccin y el primer relato fueron tomados de http://elinaresm.blogspot.com/2011_01_01_archive.html , el 09 de noviembre de
2014.
enfrentamiento
fue
el
ltimo
diario
La
Tribuna
fue
publicado,
por
de Miraflores.
San Juan.
Comercio,
pero
la
primera
versin
Cisneros,
periodista,
quien
estuvo
que
Pirola
no
orden
la
Belisario
biografa
oficiales
publicados
por
publicado
por
su
Miraflores.
Los
Surez
El
del
general
Juan
Buenda,
donde
Miraflores.
~2~
se
refiere
su
actuacin
en
~3~
lnea
peruana
de
Miraflores
se
mar,
en
donde
actualmente
se
El
la izquierda. En
efectivo
del
Ejrcito
de
lnea
esta lnea se
coronel
Dvila,
caballera,
547
2,761
hombres;
hombres,
batera
de Miraflores.
fuerzas
Guarnicin
de
Marina
Guardia
chilenas
eran
casi
20
mil
el
fuego,
pesar
de
las
ordenes
4.
estaba
de
Orbegozo.
El
Cuerpo
tena
sus
en
un
Francia,
almuerzo
con
Inglaterra
Petit
Italia
batallones N 2, N 4, N 6, N 8, N 10,
reductos N 1, N 2, N 3. hasta el N
segn
Spenser
St.
John,
Ministro
~4~
heridos (7).
los
Las
bajas
chilenas
si
son
~5~
La batalla de Miraflores
Testimonio del
Teniente Coronel Manuel Layseca
~6~
~7~
~8~
Justamente al mismo tiempo, observamos que las tropas chilenas, en columna cerrada,
avanzaban sobre Barranco, introducindose en las chcaras Pacayar y Larrin, habiendo
entre los que marchaban y nosotros, una distancia de ochocientos metros ms o menos
teniendo de por medio, la Quebrada Honda.
Como el armisticio de que se ha hablado ms arriba, deba terminar en la media noche de
aquel da, nos mantuvimos tranquilos, ocupando el batalln Guarnicin de Marina la
chcara Armendriz, posicin estratgica pues desde ah dominbamos perfectamente
todo el camino a Barranco.
Siendo esa situacin, a las doce y media del da, los buques de la escuadra rompan los
fuegos, el batalln de marina se abra en guerrilla y se iniciaba el combate en todo nuestro
frente.
Bien recuerdo al sargento Meneses y al cabo Lucero, dos famosos tiradores que tenamos
en nuestra compaa, quienes donde ponan el ojo ponan la bala, siendo cada disparo un
seguro mensajero de la muerte para quien era tocado; bala disparada por cada uno de
estos muchachos, era hombre que caa fulminado.
Diezmado el regimiento naval, fue reforzado por el segundo de lnea y un resto del
Atacama. Tal era el valor de estos hombres que formaban estas unidades que en pocos
momentos, los soldados chilenos que avanzaban parapetndose tras las tapias y utilizan de
todos los recursos de la naturaleza del terreno, bien pronto tuvieron que sembrar el campo
con sus cadveres. Sin embargo, el mayor nmero de enemigos rest fuerzas a nuestros
valientes.
Por dos veces, logramos rechazar, casi definitivamente, a los chilenos, a punto tal, que las
embarcaciones que llegaron hasta muy cerca de la playa, hacan seales muy incesantes
para que los chilenos volvieran a bordo, como nico medio de librarse del estrago que
hacan nuestras tropas en las filas de ellos.
Desgraciadamente, estos ligeros xitos, que hubieran llegado a una feliz terminacin,
vironse bien pronto frustrados, pues, la falta de municin hizo que nuestros brazos
sintiranse indefensos.
Al mandarse traer ms municin, un equvoco o un error, hizo que nos trajeran municin
Peabody, cuando lo que necesitbamos era Remington calibre 43. Escrito estaba que la
planta chilena entrara en las calles de Lima, no ya por consecuencia de su valor, sino por
las circunstancias que se acaba de enunciar.
Entre tanto, el coronel Fanning haba fallecido. El comandante Isaac
Chamorro, enrolado en las filas al no tener puesto a su regreso de las
campaas del sur, acababa de ser herido; herido tambin el coronel
Surez. Entonces, asumi el puesto de jefe del Guarnicin de Marina
el sargento mayor Sarrio, quien, sin perder un solo momento la
serenidad, alentaba a las tropas que lo rodeaban y, en un instante de
feliz inspiracin, comision al subteniente Domingo Gamio, para que,
Subteniente Domingo Gamio como
Consl de Per en Amberes
~9~
cartucheras tenan los soldados muertos y los heridos, para as, poder dar municin a los
que an se mantenan en pi, quienes por recomendacin especial deban quemar tiro por
tiro, teniendo solo la certeza del impacto mortal en el enemigo. El subteniente Gamio
cumpli valerosamente la macabra comisin.
Entre tanto, la suerte nos haba dado las espaldas una vez ms. La retirada haba
comenzado por efecto de la falta de municin, pues al notar el enemigo de que ya no
disponamos de una sola bala, reaccion violentamente, renovando el ataque, ya sobre un
conjunto de hombres que no tenan sino el valor para contrarrestar el ataque.
El comandante Arias Araguez, que en las ltimas maniobras de la defensa haba recibido
una mortfera bala, exhala el ltimo suspiro.
Entonces el mayor Sarrio, sereno siempre y comprendiendo la dureza de la situacin, para
que no se enterara el enemigo, ordeno de viva voz la retirada, diciendo: No tengo derecho
de sacrificar a estos valientes que quedan, sin contar con municin y sin posibilidad de
rechazar este flanqueo; un rato ms y sera tarde, quedaramos envueltos raz de ellos.
Reunidos que fueron los ltimos sobrevivientes, iniciose la marcha de retirada a Lima; por
el camino, entre surcos y grietas, encontrbamos soldados heridos, algunos de los cuales
nos insultaba creyndonos huidos y los mas, nos pedan que les vengramos, ya que aun
nos quedaba vida.
Estos momentos de depresin espiritual, nos haba aniquilado completamente; todos
llevbamos como una constante visin, entre otros, el episodio del capitn Asanza, quien,
herido en un brazo, apenas fue vendado, con la izquierda empu su espada, alentando a
sus soldados a seguir en la lucha. El del teniente Valega, quien, herido desde los primeros
momentos de la refriega, se neg a abandonar el campo de lucha,
hasta el momento en que perdi el conocimiento, como consecuencia
de la fuerte hemorragia que le sobrevino.
Nos pareca que los fallecidos Patrn, Hurtado y Aza, Barrios,
Higginson, Genaro V. Cobin, mi hermano materno, Surez, Becker,
Eslava y otros, seguan con nosotros, la marcha en retirada; les
sentamos cerca de nosotros.
Ya en Lima, el 16 de enero, con los restos del Guarnicin de Marina,
recibimos orden de marchar en refuerzo de la Ciudadela Pirola, a
rdenes del Dr. Fernando Palacios, que la mandaba. Habamos casi recin iniciado el
desfile hacia nuestra nueva posicin, cuando una contra orden nos haca regresar al
cuartel, en el convento de La Merced, con el mandato expreso de que se nos desarmara y
licenciara.
No me es posible seor redactor, nos dijo el seor Layseca, el describir la situacin del
momento aquel. Los mismos momentos del rudo combate durante los cuales vi caer a mis
ms queridos compaeros y entre ellos, mi hermano, si me produjeron una sensacin de
pesar infinito, no fue tanto como el que experiment cuando, uno a uno, nos quitaban
nuestras espadas, nuestros fusiles, las mismas armas con las que habamos defendido,
~ 10 ~
siquiera por horas, la dignidad nacional, nuestro terruo bien querido. Con las lgrimas en
los ojos, veamos como nuestro armamento era amontonado en un rincn del cuartel.
Cada prenda de combate que nos arrebataban, era como un trozo del corazn que nos lo
robaran en un momento de injusticia, que era duro para nosotros el soportarlo. No podra
ser yo, en palabras, reconstruir aquel momento. Estas son cosas que se siente muy dentro
del corazn y que es imposible traducirlas.
Recuerdo que entre los que salimos vivos del campo de batalla se contaban al mayor
Sarrio, el mayor Hernndez, el mayor graduado Mariano Bustamante, el teniente Lpez
Hurtado, el subteniente Nicanor Legua, hermano del actual Presidente de la Repblica y
nico oficial que sobrevivi del grupo de su compaa; el subteniente Pedro E. Muiz y
Guillermo Freundt, de todos los cuales, slo sobrevivimos hasta la fecha (y que sea por
muchos aos seor Layseca), el teniente Federico Valega, hoy teniente coronel, don
Domingo Gamio, que no sigui la carrera militar, y el que habla, actualmente teniente
coronel.
El mayor de los oficiales subalternos tendra escasamente 20 aos; as y todo, por espacio
de cinco meses, soportamos en el Callao, el intermitente caoneo de los buques chilenos,
que tenan dominado el indefenso puerto del Callao.
Del comportamiento del batalln Guarnicin de Marina, durante la accin de armas que
he relatado someramente, puede dar fe el que fuera sargento Augusto B. Legua, hoy
Presidente de la Repblica, que desde el reducto que peleara, que estaba colindante con
nuestra posicin, observara en detalle, el comportamiento valeroso de todos los que,
desde la trinchera improvisada en Armendriz, luchbamos con toda decisin (8).
Notas
(1) Enrique Flrez, Ciudadanos en Armas. El Ejrcito de Reserva de Lima en la Guerra del Pacfico, Tesis para optar el ttulo
de Licenciado, pp. 140; 158
(2) Peridico La Tribuna, 23 de enero de 1884. Parte anotado y documentado del Estado Mayor General al Dictador, sobre las
batallas del 13 y 15 de enero de 1881.
(3) Jorge Ortiz Sotelo, Apuntes sobre la batalla de Miraflores, p. 103. Parte oficial del general Pedro Silva.
(4) Rudolph de Lisle, The Royal Navy & the Peruvian-Chilean War 1879-1881, pp. 151-152.
(5) Peridico La Actualidad, 4 de febrero de 1881.
(6) Instituto de Estudios Histrico-Martimos del Per. P.R.O. Further Correspondence respecting the conduct of war against
Peru by Chile. 1879-81, pp. 35-38, oficio de St. John al conde Granville del 22 de enero de 1881.
(7) Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacfico, recopilacin completa de todos los documentos oficiales, correspondencias
y dems publicaciones referente a la guerra que han dado a la luz la prensa de Chile, Per y Bolivia, conteniendo
documentos inditos de importancia, tomo IV, p. 479.
(8) Peridico La Crnica, 15 de enero de 1928.
~ 11 ~
Recuerdos de la guerra
con Chile
Jos Salvador Cavero Ovallei
~ 12 ~
La batalla de Miraflores
~ 13 ~
~ 14 ~
Impresiones de un
reservista
(1)
~ 15 ~
Federico Bresani
Como una sola vez hicimos ejercicio de fuego, la mayor parte de los soldados ignoraba o
no conoca muy bien el manejo del rifle. El fogueo se verific en la Pampa de Amancaes,
donde se consumi ms sndwiches y licores que plvora y plomo (5).
Oficiales y soldados fuimos muy exactos en asistir al ejercicio mientras pareca dudoso el
ataque a la ciudad; pero desde el da que los invasores desembarcaron en Pisco, el
animoso entusiasmo de los reservistas empez a decaer y sigui decayendo hasta
degenerar en un amilanamiento indecoroso. Abundaban los rostros plidos y las voces
temblorosas. Las primeras en amilanarse fueron las personas decentes: ellas, con sus
figuras patibularias y sus comentarios fnebres, sembraron el desaliento en el nimo de
las clases populares. Difundido el miedo y prdida la vergenza, los hombres se guarecan
en las legaciones, en los conventos y en sus propias casas. Hubo necesidad de traerles por
la fuerza. Un da, arrogndome facultades supremas, orden a un sargento que, al mando
de una comisin del 50 y sin respetar domicilios ni guardar consideraciones de ninguna
especie, recogiese a la gente, fuera o no fuera de nuestro batalln. El sargento don
Manuel Jos Ramos y Larrea logr traer a muchos; pero no a todos. Regres narrando
cosas inauditas: algunos, al saber la llegada de los comisionados, se fingan enfermos y
apresuradamente, sin haber tenido tiempo de quitarse la ropa, se metan en cama; hubo
quien, vestido de mujer, se dola de las muelas y con un barboquejo trataba de esconder
mostacho y barbas.
~ 16 ~
Las esposas, las madres y las hijas se mostraban heroicas en la defensa de sus esposos, de
sus hijos y de sus padres. Insultaban a los comisionados, les amenazaban y aun les
acometan: en una de las rafles, el sargento recibi un tremendo escobazo. Algunos aos
despus, Ramos y yo nos reamos al recordar el chichn levantado en su cabeza por el
palo de escoba. Mas no todas las hembras carecieron de virilidad espartana: una mujer del
pueblo extrajo del escondite a su hombre o su marido y le entreg diciendo:
Llvense a este maricn!
Con la desercin, no slo de los soldados sino de los oficiales, los tres batallones de la
novena divisin quedaron reducidos a uno, y yo di el salto de capitn a teniente coronel y
segundo jefe del 50. Si la batalla de San Juan se hubiera librado en junio, yo habra
concluido por ascender a general de brigada o jefe de estado mayor. A fines de diciembre,
los restos de la novena divisin recibieron orden de acuartelarse en el convento de San
Francisco; ms no lo efectu yo porque al intentarlo me dijeron que otra persona haba
sido nombrada en mi lugar.
Algunos das estuve indeciso, no sabiendo qu resolucin tomar, cuando recib orden
verbal de constituirme en la batera del Pino, como jefe de la guarnicin. Mi coronel haba
credo prestar mejores servicios alistndose en la Cruz Roja. Muchos pensaron lo mismo.
II
El cerro del Pino est situado a unos dos kilmetros al
sur de Lima. Mandaba la batera el capitn de navo
don Hiplito Cceres. La guarnicin sumaba unos
ciento cincuenta o doscientos hombres pertenecientes a
la Reserva, quiere decir, a los batallones enrarecidos y
quedados en cuadro: formaba un curioso
abigarramiento, donde capitanes y mayores haban
descendido al rango de soldados. A la guarnicin de
reservistas se agregaban unos cuantos oficiales de
marina y algunos marineros destinados al servicio de
los caones. No faltaban militares de toda graduacin:
hasta dos o tres coroneles. De estos, unos dorman en
el Pino, otros se iban al cerrar la noche. Ignoro para
qu vinieron ni quin les mand.
El Pino contaba con cuatro piezas: dos buenos caones Vavasseur que haban pertenecido
a la corbeta Unin y dos caones de montaa.
III
Al amanecer del 13 de enero un caoneo lejano me anunci la batalla. Vea fogonazos, oa
descargas de rifle, sin darme cuenta precisa del combate. Los chilenos atacaban por la
izquierda: nada ms poda percibirse.
~ 17 ~
Aclarado el da, disminuy el caoneo, mas las descargas de fusil me parecieron aumentar
y extenderse en direccin a Chorrillos. Not que por nuestra derecha, en el morro Solar, se
combata.
Qu haba pasado? A las nueve o diez de la maana me convenc de nuestra derrota. Por
las inmediaciones del Pino huan soldados dispersos en direccin a Lima. Decidimos
detenerlos y engrosar la guarnicin de nuestra batera. Varias comisiones salieron a
cumplir la orden; mas hubo necesidad de suspenderla para evitar una serie de lucha
armadas: los dispersos acabaron por defenderse a tiros. Habra convenido ametrallarles
desde los fuertes. Los persas tenan razn de poner a retaguardia de sus ejrcitos grandes
masas de caballera para detener, chicotear y empujar a los fugitivos.
Los pocos dispersos recogidos y llevados al Pino ofrecan un aspecto lamentable. Algunos
pobres indios de la sierra (morochucos, segn dijeron) llevaban rifles nuevos, sin estrenar;
pero de tal modo ignoraban su manejo que pretendan meter la cpsula por la boca del
arma (6). Un coronel de ejrcito se lanz a prodigarles mojicones, tratndoles de indios
imbciles y cobardes. Le manifest que esos infelices merecan compasin en lugar de
golpes. No me escuch y quiso seguir castigndoles.
Si pone usted las manos en otro soldado le dije, tendr usted que habrselas
conmigo.
Refunfuando me volte la espalda. Como momentos despus nos viramos cara a cara,
me dijo, ponindome la mano en el hombro:
Pas la mayor parte de la noche sin dormir. Ni del campo ni de la ciudad vena el menor
ruido: sobre la carnicera se desplegaba la serenidad imperturbable del firmamento. En
medio de un silencio trgico, observaba yo con mi anteojo el lejano incendio de Chorrillos;
la belleza de las enormes llamaradas sanguinolentas me haca olvidar el origen del fuego.
De vez en cuando unos como polvorazos y explosiones suban ms arriba de las llamas,
iluminando el horizonte. Fatigado de rondar, me haba sentado en una gran piedra y
empezaba a dormir, cuando sent en la mano el roce de algo hmedo y fro: era el hocico
de un perro. De dnde vena ese animal? (9, 10, 11).
~ 18 ~
El 15, nos hallbamos reunidos los oficiales cuando una descarga de fusilera nos anunci
el ataque de los chilenos a los reductos de Miraflores. Algunos oficiales, cogidos de
pnico, huyeron a todo escape, bajando el cerro con una agilidad de galgo. Quise ordenar
que se les hiciese fuego, mas el jefe del fuerte me lo impidi:
Deje usted que los cobardes se vayan, me dijo (12).
Era da de un sol magnfico. A pesar de los aos trascurridos, veo las masas de tropas
chilenas embistiendo los reductos, retrocediendo y volviendo a embestir, por tres o cuatro
veces. Diviso an los reflejos de espadas blandidas por oficiales para detener y empujar a
los soldados. Ms de un momento me figur que los enemigos huan en completa derrota;
pero desgraciadamente observ que el ltimo reducto de nuestra derecha haba sido
flanqueado y que algunos batallones de la Reserva eran palomeados
en la fuga (13).
Al llegar la noche, todos haban abandonado el Pino, as la tropa
como los oficiales. El jefe, antes de seguir el xodo general, nos
encarg a don Eduardo Lavergne y a m inutilizramos los caones.
Slo quedamos en el fuerte, Lavergne, don Jos Mara Cebrin, un
hijo de Bolognesi (Federico) y yo. De cuando en cuando sentamos
ruidos que se acercaban a nosotros y se hacan ms sensibles en la
falda del cerro.
Eduardo Lavergne
Completo?
Completo.
~ 19 ~
Notas
(1) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: A principios de 1915, Juan Pedro Paz Soldn, director del diario limeo La Capital, invit
a algunos combatientes en la guerra con Chile a escribir sus recuerdos personales: Gonzlez-Prada acept, y traz estas
impresiones, que vieron la luz con el ttulo de Relato de don Manuel Gonzlez-Prada. Ms tarde quiso ampliar estas
reminiscencias; pero slo refundi los cinco primeros prrafos del relato publicado en La Capital. (Las siguientes cifras dan
idea de las proporciones de esta refundicin: los cinco acpites iniciales del original impreso suman trescientas palabras; la
versin corregida alcanza a cerca de mil quinientas.) El presente texto consta, pues, de dos partes: la primera, indita; la
segunda, publicada. La nota 11 indica el punto de separacin entre ambas.
(2) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del texto impreso aparece anotada la siguiente variante: Mi coronel era don
Federico Bresani, comerciante como el seor Figari y persona de excelentes cualidades.
(3) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Desempeaba la Comandancia General de la Reserva don Julio Tenaud, un
hacendado, y la Jefatura del [ilegible en el manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada] don Juan M. Echenique, algo peor que un
hacendado: un militar de saln y alcoba.
(4) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: En los ltimos meses de 1880, Lima se haba transformado en campamento. Todo
era toque de tambores, clangor de trompetas, ruido de sables, galope de caballos y arrastrado de cureas. Ya pasaba un
batalln de lnea, ya un pelotn de indios con ms aire de ovejas que de tigres, ya un regimiento de caballera, ya una
brigada de artilleros. Abundaban las plumas blancas, las charreteras doradas y los queps rojos.
(5) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Tuvo ms de francachela que de preparacin al combate.
(6) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: En el texto publicado aparece aqu la siguiente frase, suprimida en la refundicin indita:
Detalle ignominioso: mujeres estacionadas en las afueras de Lima, golpeaban y desmontaban de los caballos a los fugitivos.
(7) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Este dilogo, desde donde dice No me escuch..., etc., est tachado en el manuscrito.
Creemos de inters contravenir la voluntad del autor.
(8) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: El recuerdo del autor es exacto, y est corroborado por don Manuel de Elas Bonnemaison
en el reportaje que le hizo un redactor de Mundial de Lima y publicado en esa revista el 7 de octubre de 1921. Preguntado el
seor Elas Bonnemaison (guardiamarina en el Huscar durante el combate de Angamos) sobre su actuacin posterior en la
campaa terrestre, contesta:
...fui destinado a la fortaleza del Cerro del Pino, asistiendo a la batalla de Miraflores.
Recuerda usted algunos incidentes de la batalla?
S. Tengo algunos recuerdos que me llenan de dolor patritico, pero sobre los cuales conviene ms no hablar. Era mi jefe
inmediato ese gran espritu que fue don Manuel Gonzlez-Prada.
(9) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Comprend al Nern de la leyenda. Tambin comprend al Byron del epitafio a
Boatswain.
(10) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Sent algo nuevo: la inquietud de que tal vez saldra herido o perdera la vida. Mas
el papel ridculo de los amilanados produjo en mi una reaccin saludable: el miedo de los otros me infundi nimo. Desde
aquel momento me tuve por condenado a morir dentro de breve plazo; sin embargo, una voz interior me anunciaba que yo...
[Inconcluso en el manuscrito, Alfredo Gonzalez-Prada]
(11) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Aqu termina la parte indita y ampliada, como explica la nota 1. Lo siguiente es copia del
recorte impreso, alterado por el autor con algunas enmiendas e interpolaciones.
(12) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito los nombres de algunos de esos oficiales. Nos
limitaremos a indicar las iniciales: D.I.C., T.C., M.C., y un oficial apellidado R.
(13) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Recuerdo una gran pluma blanca balancendose en la cabeza de un jinete que con
gran velocidad galopaba hacia Lima. De pronto se detiene, retrocede y huye en sentido contrario: era probablemente algn
general.
(14) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Inconcluso. La ltima parte de este prrafo, desde donde dice: Ignoro si la guardia
urbana... etc., es una interpolacin al texto publicado.
(15) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: No quera ver la insolente figura de los vencedores.
(16) Nota marginal de Manuel Gonzlez-Prada: Las cosas me ofrecan un aspecto raro; los amigos me eran indiferentes. Era yo
otro hombre. Todo mi pasado haba muerto.
(17) Nota de Alfredo Gonzalez-Prada: Al margen del recorte, el autor ha escrito estas palabras: Vanidad, ineptitud y cobarda.
~ 20 ~
Propaganda y ataque
IV
Si gracias a los polticos mercantiles nuestra vida normal se resume en el despilfarro y la
bancarrota se condensa en algo mejor durante las conflagraciones internacionales?
Olvidemos Ingavi y el Portete, recordemos vergenzas ms cercanas.
En la guerra con Chile no imitamos a los holandeses de 1673 ni a los rusos de 1812:
estbamos lejos de los hombres que anegaban territorios para cerrar el paso a los ejrcitos
de Luis XIV, de los que talaban campos y quemaban ciudades para matar de hambre y fro
a las huestes de Napolen. Los militares, los eternos succionadores de los jugos
nacionales, los obligados a defender el pas, ofrecen el mal ejemplo. Qu hacen algunos
de los jefes enviados al Sur para organizar la victoria? Hurtan los fondos destinados a la
tropa, juegan, beben y agotan en brazos de mujerzuelas el vigor que deberan gastar en los
campos de batalla. La responsabilidad inmensa no les modifica: permanecen los mismos,
los que antes de la guerra vivan enriquecindose con plazas supuestas en los batallones,
aprendiendo Tctica y Estrategia en las antesalas de los presidentes, ganando ascensos
merced a la proteccin de faldas libidinosas, haciendo grotescas sediciones pretorianas y
no sabiendo ni sostener a los amos, pues se dejaban derrotar por desordenados pelotones
de montoneros. As desaparecieron, con todos sus generales y todos sus coroneles, los
formidables ejrcitos de Echenique, Pezet, Prado y Cceres.
Chile encuentra allanado el camino a la victoria y la
conquista. El ejrcito peruano (si ejrcito se llama
la aglomeracin de indios semiconscientes arreados
por jefes moralmente inferiores a ellos) no resiste
el empuje de los batallones chilenos. Tampoco
resiste la reserva o milicia compuesta de unidades
intelectualmente superiores a los individuos de
tropa. La ruina se consuma: todo se desploma en la
sangre y el fango, a pesar de los herosmos
individuales y colectivos, porque si existen un Grau
y un Bolognesi, no faltan indiadas que al rifle chileno
~ 21 ~
y concluir el tratado de Ancn. Se quedaron tambin para vivir en relaciones ntimas con
los incendiarios de Chorrillos y repasadores de los reservistas heridos en Miraflores.
Hay algo tan oprobioso y nauseabundo como la actitud de Lima durante la ocupacin
chilena? Aqu no sopla una sola rfaga del orgullo paraguayo; y se concibe: los envilecidos
con la lluvia de oro no podan ennoblecerse con la derrota y la opresin. Se patentiza la
accin deprimente de los mercaderes polticos. Hombres y no del pueblo estrechan la
mano de los invasores, les sirven de satlites, empleados sumisos, espas, alguaciles,
delatores, consejeros en la imposicin de los cupos. Jvenes decentes les pilotean en las
casas de prostitucin, cuando no les ofrecen en la familia propia lo que se vende en los
prostbulos. Mujeres de todo linaje les prodigan entraables y fecundas manifestaciones de
cario. Mientras el Per sufre una crucifixin y sangra de Norte a Sur, las hembras de la
capital se abrazan con los chilenos y engendran unos cuatro o cinco mil bastardos.
Siguiendo el instinto del sexo, prefieren el vencedor al vencido, el valiente al cobarde.
Merecen disculpa.
En esto se resume la obra de nuestros mercaderes polticos ii.
~ 22 ~
Los Mrtires de
San Juan y Miraflores
Jorge Basadre Grhmann
~ 23 ~
...
l nmero de los muertos entre los jefes peruanos lleg a ser extraordinario. En
San Juan perecieron siete coroneles, entre ellos dos comandantes generales, tres
jefes de batalln y un edecn del Dictador; siete teniente-coroneles; un nmero
elevado a ms del doble de sargentos mayores y, cuando menos, una cuarta parte de los
oficiales subalternos.
En Miraflores la proporcin de bajas fue mayor: diez coroneles entre ellos cuatro
primeros jefes de batalln y un nmero igual de tenientes coroneles. Los tres generales
que ejercan mando resultaron heridos. No expresa satisfaccin el general Pedro Silva,
jefe del Estado Mayor peruano, en su parte oficial, acerca de la conducta de la tropa en
San Juan, salvo las que mandaron Iglesias y Recavarren. Ricardo Palma en una carta a
Pirola afirma que en San Juan, batallones enteros arrojaron sus armas sin quemar una
cpsula y fugaron y lo atribuye a que eran indios (8 de febrero de 1881).
En cambio, en Miraflores, la Reserva, formada por los vecinos de
la capital, se bati heroicamente, singularizndose el batalln N 6,
cuyos jefes primero y segundo Narciso de la Colina y el
lambayecano Natalio Snchez murieron; el Guarnicin de Marina
casi exterminado como se ha visto, con su jefe Juan Fanning; el
Guardia Chalaca con su jefe el capitn de Fragata Carlos Arrieta
tambin victimado.
Entre los muertos cados en las dos batallas libradas a las puertas
de Lima contronse, adems, Reynaldo de Vivanco y Juan Castilla,
los dos hijos de los grandes caudillos. Tambin los comandantes
~ 24 ~
Segun, de sesenta aos jefe de seccin en la misma oficina; Jos Mara Segun de 18
aos; Manuel Mara Segun, su hermano paterno; Samuel Mrquez, ex cnsul en Chile y
hermano de Jos Arnaldo; Francisco Javier Retes, dueo de una cuantiosa fortuna,
voluntario del Huscar, prisionero en Angamos y combatiente en San Juan; Pablo
Bermdez; Ramn Daino; comerciantes como Mariano Pastor Sevilla; Manuel
Roncavero, Enrique Barrn, Bartolom Trujillo, Emilio Cavenecia, Jos G. Rodrguez,
Ismael Escobar; profesor del Colegio de Guadalupe; la Universidad y la Escuela de
Ingenieros; Saturnino del Castillo que enseaba en varios planteles de Lima, era autor de
difundidas obras didcticas y rindi su existencia vivando al Per; periodista como
Mariano Arredondo Lugo, cronista de La Opinin Nacional y Carlos Amzaga, cronista de
La Patria; J. Enrique del Campo; presidente de la Sociedad de Artesanos; el tipgrafo
Manuel Daz, el obrero Juan Olmos; el empleado del ferrocarril trasandino Fernando
Tern; el mecnico Csar Lund.
De la generacin ms nueva sucumbieron, entre otros muchos, Enrique y Augusto
Bolognesi, hijos del hroe de Arica; Jos Andrs Torres Paz, el joven chiclayano
legendario en el Per que haba paseado el estandarte carolino entre el
humo y el estruendo de San Francisco y de Tarapac, de Tacna y de
San Juan; Enrique Lembcke que dej a su tierna novia destinada a
seguirlo loca a la tumba; el adolescente Carlos Fernn Gonzlez
Larraaga; Felipe Valle Riestra y Latorre, articulista inteligente
de La Opinin Nacional que a los veintids aos llev la espada
enarbolada por su to poltico Guisse y prob ser digno de ella;
Hernando de Lavalle y Pardo, veintids aos, hijo del diplomtico
cuya gestin intent detener la guerra y ms tarde celebr la paz;
Jos Andrs Torres Paz
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general Manuel Ignacio de Vivanco. Fue hallado en la misma fecha del fallecimiento de su
madre, Manuela Iriarte de Olavegoya, muchos das despus de la batalla iii.
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Abogado, jurista, magistrado, catedrtico universitario y poltico peruano. Bajo las rdenes de Andrs A. Cceres luch en la
defensa de Lima y en la campaa de la resistencia en la Sierra, durante la Guerra del Pacfico. Fue Ministro de Hacienda (18931894), Ministro de Justicia (1894 y 1910), Ministro de Gobierno (1894-1895), Vicepresidente del Per (1904-1908) y Presidente
del Consejo de Ministros (1910). Tambin fue Senador por Ayacucho en varios periodos y Diputado por Huanta. Como
magistrado lleg hasta el cargo de Fiscal de la Corte Suprema. Nacin en Huanta, 19 de febrero de 1850, y falleci en Lima el 9
de febrero de 1940. De: http://huantabella.blogspot.com/2012/11/personajes-ilustres.html. Visitada el 09 de noviembre 2014.
ii
Gonzlez-Prada, Manuel. 1986. Propaganda y ataque, en Obras, Tomo II, Volumen 4, Lima: Ediciones Cop, pginas 169-175
iii
Basadre, Jorge. 1968-70. Historia de la Repblica del Per. 6ta. Ed., Tomo VIII, Lima: Editorial Universitaria, pp. 311-314.
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