Maritain, Jacques - 10 - La Inmortalidad Del Alma
Maritain, Jacques - 10 - La Inmortalidad Del Alma
Maritain, Jacques - 10 - La Inmortalidad Del Alma
Jacques Maritain
Conferencia en el Brooklyn Institute de Nueva York, 1943. Este
ensayo es una rplica y complemento de otro, La inmortalidad del
yo, que forma el captulo IV de la obra De Bergson a Santo Toms
de Aquino.
Yo no creo que Erskine tenga razn cuando sostiene que jams ha hecho
Fechner de la inmortalidad un problema moral. Fechner admite ms bien una
especie de ley del karma; segn l la vida despus de la muerte es impedida
o exaltada, desgraciada, al menos por un tiempo, o feliz, segn que nuestras
acciones hayan sido malas o buenas [1]. Mas, segn el pensamiento de Fechner,
el hombre, en su tercera vida (que sucede a la muerte, como su segunda vida en
su propio cuerpo sucede al nacimiento, que es una muerte respecto de la vida
uterina), el hombre, en su vida despus de la muerte, sobrevvese en los otros
hombres, en virtud de las ondas espirituales que ha producido en la humanidad,
y adquiere un nuevo organismo en el conjunto del universo: lo que supone una
idea extraa y precaria del yo, y la hiptesis de que el hombre no es sino una
habitacin en la que otros espritus se unen y entrecruzan. Debo decir aqu que
Fechner, si bien admite la realidad del libre albedro, de la autodeterminacin,
de la conciencia y de la razn, contntase con una bien pobre nocin del alma
y aun de Dios.
1 Segn
que el hombre haya sido bueno a malo, que se haya portado con nobleza o baja
mente, que haya sido activo o perezoso, se encontrar con un organismo sano o enfermo,
hermoso o repugnante, fuerte o dbil, en el mundo futuro; y su libre actividad en esta vida de
terminar sus relaciones con las otras almas, su destino, su capacidad y sus talentos respecto de
un ulterior progreso en el otro mundo. (FECHNER, Life after Death, Nueva York, Pantheon
Books, 1943, pp. 33-34.)
La inmortalidad del alma 3
Surge aqu un gran problema, al que falta mucho para ser resuelto: el
problema de la inter-solidaridad universal. Todos vivimos en la persuasin de que
existe una misteriosa unidad del mundo, de que el conjunto del gnero humano
sufre por las iniquidades de cada individuo, y de que cada uno es ayudado por la
generosidad y el amor que todos despliegan en su vida individual. De un modo
o de otro este sentimiento debe tener algo de verdad.
Mas esto no quiere decir que exista un alma del mundo en el sentido
estoico o spinozista. Vivimos en el tiempo, y cada hombre es una unidad
espiritual encerrada en el mundo de la materia y del cambio; y de consiguiente
las victorias o derrotas interiores de estas unidades espirituales pueden ejercer
alguna influencia, y esta influencia puede seguir adelante en la historia humana
y perdurar en ella por alguna expresin exterior en el mundo, por alguna accin
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realizada hacia afuera. Pues de lo contrario, cmo explicar que cada uno de
nosotros desee tan ardientemente expresar o manifestar aquello que llena su
espritu o su corazn, y ser escuchado por otros espritus? Un Goethe, un
Schiller, un Napolen continan viviendo en medio de nosotros, dice Fechner, Y
esto es seguro; pero es porque hicieron resonar muy alto sus pensamientos y sus
actos a travs del mundo.
Es una gran verdad que la energa del espritu es tan grande, y su accin
sobre las energas materiales de la vida tan poderosa, que todo lo penetra y
echa mano de todos los modos posibles de comunicacin, penetrando as en la
historia humana a travs de secretos e invisibles canales.
Los santos, los hombres que todos llaman los espirituales, tienen
experiencia de una contemplacin que coloca sus almas en una paz ms alta
y ms fuerte que todo el mundo entero; y atraviesan por pruebas interiores
y sufren crucifixiones y muertes que slo una vida ms elevada y fuerte
que la existencia biolgica es capaz de sufrir y sobrellevar. Y aun nosotros,
sabemos que podemos deliberar sobre nosotros mismos, juzgar nuestros actos,
acogernos a lo bueno por ser bueno y sin ninguna otra razn; a todos nos
consta ms o menos claramente que somos personas, que poseemos derechos
y tenemos deberes, y que en nosotros se encierra la dignidad humana. Cada
uno de nosotros es capaz, en ciertos momentos de su existencia, de descender
hasta las ms ntimas profundidades de su yo, por alguna entrega o don de s
mismo, o por algn irrecusable juicio de su propia conciencia; y darse cuenta,
en tales ocasiones, de ser un universo aparte, inmerso en el gran universo
estrellado, mas nunca dominado por l.
que Dios era un ser inmaterial? Esos monjes crean sin duda en la inmortalidad
del alma, pero pudese dudar que hubieran sido capaces de comprender la fuerza
de los argumentos que acabamos de exponer.
Contina el mismo autor haciendo notar que, por el hecho de que las
primeras nociones como las del bien y el mal, o de la inmortalidad, nacieron
espontneamente entre los hombres ms primitivos, por eso mismo mereceran
ser estudiadas y examinadas como nociones dotadas de valor absoluto.
Todos los poderes orgnicos y sensibles del alma humana estn adormecidos
en un alma separada, por hallarse en la incapacidad de pasar al ejercicio sin el
cuerpo. El alma separada hllase sumergida en muy profundo sueo en lo que
respecta al mundo material; los sentidos externos y sus percepciones quedaron
anuladas; las imgenes de la memoria y de la imaginacin, los movimientos de
los instintos y de las pasiones se han reducido a la nada. Mas este sueo no es
como el nuestro, oscuro y lleno de ensueos; es un sueo lcido e inteligente,
abierto a las realidades espirituales. Porque ahora la luz procede del interior.
La inteligencia y las facultades espirituales estn despiertas y activas. Al estar
separada del cuerpo, en adelante concese el alma en s misma, su sustancia hase
hecho transparente a su inteligencia, y est intelectualmente penetrada en sus
ms ntimas profundidades. El alma concese a s misma de manera intuitiva,
queda deslumbrada de su hermosura, y conoce las dems cosas en su propia
sustancia y en la medida en que ellas se le parecen. Conoce a Dios por la imagen
de Dios que es ella misma. Y conforme a su estado de existencia incorprea
recibe de Dios, sol de los espritus, ciertas ideas e inspiraciones que la iluminan
directamente y ayudan a la luz natural de la humana inteligencia, que, segn
Santo Toms, es la ltima en la jerarqua de los espritus.
Tal anhelo no puede ser satisfecho por la naturaleza, pero s por la gracia. El
alma inmortal est formando parte e injertada en el gran drama de la redencin.
Si, en el momento de la separacin del cuerpo, en el instante en que la eleccin
del alma queda inmutablemente fijada para siempre, el alma inmortal prefiere su
propia voluntad y su propio mal a la voluntad y al don de Dios, si quiere ms sufrir
miseria con orgullo que ser bendecida por la gracia, concdesele lo que quiere, y
no cesar de quererlo y preferirlo y permanecer siempre fija en su preferencia.
Si el alma se abre a la voluntad y al don de Dios, amado como su supremo bien
verdadero, entonces dsele lo que ha amado, y entra para siempre en el gozo del Ser
increado, y ve a Dios cara a cara, y concelo como se conoce l, intuitivamente, de
esta manera se hace, segn lo dice San Juan de la Cruz, Dios por participacin; y
llega, por gracia, a la comunin con la vida divina y a la beatitud en consideracin
de la cual fueron creadas todas las cosas. y el grado de su beatitud y de su visin
corresponder al grado de mpetu interior que la lleva a Dios, es decir, del amor
de que fue capaz durante su vida sobre la tierra.