17-08-21 El Diamante de La Inquietud - Amado Nervo
17-08-21 El Diamante de La Inquietud - Amado Nervo
17-08-21 El Diamante de La Inquietud - Amado Nervo
Amado Nervo
Amigo, yo ya estoy viejo. Tengo una hermosa barba blanca, que sienta
admirablemente a mi cabeza apostlica; una cabellera tan blanca como mi barba,
ligeramente ensortijada; una nariz noble, de perfil aguileo; una boca de gruesos y
golosos, que gust los frutos mejores de la vida...
Amigo, soy fuerte an. Mis manos sarmentosas podran estrangular leones.
Estoy en paz con el Destino, porque me han amado mucho. Se les perdonarn
muchas cosas a muchas mujeres, porque me han amado en demasa.
Un ingls humorista ha dicho que la vida sera soportable... sin los placeres. Ye
aado que sin los dolores sera insoportable.
Como Diderot, sufrira con gusto diez mil aos las penas del infierno, con tal de
renacer: La vida es una aventura maravillosa. Comprendo que los espritus que pueblan
el aire, ronden la tierra deseando encarnar.
-No escarmientan, dirn.
-No, no escarmientan. Las hijas de los hombres los seducen, desde los tiempos
misteriosos de que habla el Gnesis; una serpiente Invisible les cuchichea: quieres
empezar de nuevo?.
Yo, amigo, ser como ellos. Ya estoy viejo, morir pronto... pero la vida me tienta!
La vida prometedora no me ha dado an todo lo suyo. S yo que sus senos altivos
guardan infinitas mieles... Slo que la nodriza es avara, y las va dando gota a gota... Se
necesitan muchas vidas para exprimir algo de provecho... Yo volver, pues, volver...
Pero ahora, amigo, no es tiempo de pensar en ello. Ahora es tiempo de pensar en el
pasado. Conviene repasar una vida antes de dejarla. Yo estoy repasando la ma y en vez
de escribir memorias, me gusta desgranarlas en narraciones e historias breves. Quieres
que te cuente una de esas historias?
-En todas mis historias hay hermosas mujeres. Mi vida est llena de dulces
fantasmas. Pero este fantasma de la historia que te voy a contar, mejor dicho de la
confidencia que te voy a hacer, es el ms bello.
-Hermoso nombre.
-I-
Que dnde la conoc?
Vers: Fue en Amrica, en Nueva York. Has ido a Nueva York? Es una ciudad
monstruosa; pero muy bella. Bella sin esttica, con un gnero de belleza que pocos
hombres pueden comprender.
Iba yo bobeando hasta donde se puede bobear en esa nerviosa metrpoli, en que la
actividad humana parece un Nigara; iba yo bobeando y divagando por la octava
Avenida. Miraba... Oh vulgaridad!, calzado, calzado por todas partes, en casi todos los
almacenes; ese calzado sin gracia, pero lleno de fortaleza, que ya conoces, amigo, y con
el que los yanquis posan enrgica y decididamente el pie en el camino de la existencia.
-Parece mentira...
Y entonces, amigo, advert, escchame bien, advert que muy cerca, viendo el
escaparate contiguo (dedicado a las botas y zapatos de seora) estaba una mujer, alta,
morena, plida, interesantsima, de ojos profundos y cabellera negra. Y esa mujer, al or
mi exclamacin, sonri...
Yo, al ver su sonrisa, comprend, naturalmente, que hablaba espaol: su tipo adems
lo deca bien a las claras (a las obscuras ms bien por su cabello de bano y sus ojos tan
negros que no pareca sino que llevaban luto por los corazones asesinados y que los
enlutaban todava ms an el remordimiento).
-S, seor.
-Andaluza?
-Vaya un preguntn!
Se dispona a seguir su camino. Pero yo no he sido nunca de esos hombres indecisos
que dejan irse; quiz para siempre, a una mujer hermosa. (Adems: no me empujaba
hacia ella mi destino?)
-Perdone usted mi insistencia -la dije-; pero llevo ms de un mes en Nueva York,
me aburro como una ostra (doctos autores afirman que las ostras se aburren; ellos
sabrn por qu!). No he hablado desde que llegu, una sola vez espaol. Sera en usted
una falta de caridad negarme la ocasin de hablarlo ahora... Permtame, pues, que con
todos los respetos y consideraciones debidas, y sin que esto envuelva la menor ofensa
para usted, la invite a tomar un refresco, un ice cream soda, o, si a usted le parece mejor
una taza de t...
-No s qu hacer: si le respondo a usted que no, va a creerme una mujer sin caridad;
y si le respondo que s, va a creerme una mujer liviana!
-Le prometo a usted que me limitar a creer que slo es usted caritativa; es decir,
santa, porque como dice el catecismo del padre Ripalda, el mayor y ms santo para Dios
es el que tiene mayor caridad, sea quien fuere...
- II -
Ocho das despus nos habamos ya encontrado siete veces (siete veces, amigo, el
nmero por excelencia, el que, segn el divino Valles, no produce ni es producido; el
rey de los impares, gratos a los dioses!), y en cierta tarde de un da de mayo, a las seis,
iniciada ya una amistad honesta, delicada, charlbamos en un frondoso rincn del
Central Park.
Yo tena treinta y cinco aos y haba amado ya por lo menos cuarenta veces, con lo
cual dicho est que haba ganado cinco aos, al revs de cierto famoso avaro, el cual
muri a los ochenta y tantos, harto de despellejar al prjimo, y es voz pblica que deca:
Tengo ochenta y dos aos y slo ochenta millones de francos: he perdido, pues, dos
aos de mi vida.
-Mi vida -decame ella- no tiene nada de particular. Soy hija de un escultor espaol
que se estableci en los Estados Unidos hace algunos aos, y muri aqu. Me cas muy
joven. Enviud hace cuatro aos; no tuve hijos desgraciadamente. Poseo un modesto
patrimonio, lo suficiente para vivir sin trabajar... o trabajando en lo que me plazca. Leo
mucho. Soy... relativamente feliz. Un poquito melanclica...
-De suerte que no hay un misterio, un solo misterio en su vida?... Creo que s,
porque nunca he visto ojos que ms denuncien un estado de nimo doloroso y
excepcional...
-Ni por ventura ni por desgracia; pero me parece imposible que unos ojos tan
negros, tan profundos y tan extraos como los de usted, no recaten algn enigma.
-Uno esconden!
Uno esconden y es tal que ms vale no saberlo; quien me ame ser la vctima de ese
enigma.
-Pues?
-S, igalo usted bien para que no se le ocurra amarme: yo estar obligada por un
destino oculto, que no puedo contrarrestar, a irme de Nueva York un da, para siempre,
dejndolo todo.
-Adnde?
-A un convento.
-A un convento?
-A un convento de Espaa?
-Y cundo se ir usted.
-Otra voluntad?
-S, otra, voluntad invisible!1... Escapar, pues, una noche de mi casa, de mi hogar.
Si amo a un hombre, me arrancar de sus brazos; si tengo fortuna, la volver la espalda,
y calladamente me perder en el misterio de lo desconocido.
-Hara lo mismo: una noche usted se acostara a mi lado y por la maana encontrara
la mitad del lecho vaca... vaca para siempre!... Ya ve usted -aadi sonriendo- que no
soy una mujer a quien deba amarse!
-All usted! No crea que esto que le digo es un artificio para encender su
imaginacin... Es una verdad leal y sincera. Nada podr detenerme.
-Qu sabe usted -exclam-, qu sabe usted si una fuerza podra detenerla: el amor
por ejemplo! Si el destino para castigarla hace que enloquezca usted de amor por otro
hombre!
-Es posible que yo enloquezca de amor (ya que los pobres mortales siempre estamos
en peligro de enloquecer de algo); pero aun cuando tuviese que arrancarme el corazn,
me ira...
-Y si yo me jurase a mi vez amarla y hacerla que me amase de tal modo que faltara
usted a su promesa?
-Cmo se llama usted? Creo que ocho das de amistad me dan el derecho de
preguntarla su nombre.
-Ana Mara.
-Pues bien, Ana mara yo la amar como nadie la ha amado; usted me amar como
a nadie ha amado; porque lo merecer a fuerza de solicitud incomparable, de ternura
infinita!
- III -
Nuestro idilio sigui su curso apacible y un poco eglgico bajo las frondas, y un
mes despus de lo relatado, en otra tarde tan bella como la que con sus luces tenues
acarici nuestras primeras confidencias, yo me present a Ana Mara de levita y
sombrero de copa.
-Entonces?
-Algo ms solemne an: Moratn coloca las resoluciones extremas en este orden: 1.,
meterse a traductor; 2., suicidarse; 3., casarse, yo he adoptado la ms grave: la tercera
resolucin.
-Absolutamente!
-Por qu?
-Hombre, porque casarse con una mujer desconocida; con una extranjera a quien
acaba usted de encontrar, de quien no sabe ms que lo que ella ha querido contarle, me
parece infantil, por no decir otra cosa...
-Por no decir tonto? Suelte usted la palabra: Hay acaso matrimonio que no sea una
tontera?
-A menos -aadi ella sin hacer hincapi en mi frase- que me conozca usted por
referencias secretas; que se haya valido de la polica privada, de un detective ladino, y
haya usted obtenido datos tranquilizadores... Por lo dems, en Estados Unidos casarse
es asunto de poca monta. Se divorcia uno tan fcilmente! Con hacer un viaje a Dakota
del Norte... o del Sur, todo est arreglado en unas cuantas semanas!
-Yo estoy dispuesto, seora, a casarme con usted a la espaola: en una iglesia
catlica, con velaciones, con msica de Mendelsohn y Wagner, padrinos, testigos,
fotografa al magnesio, etc., etc.
-Qu ocurrente!
-He dicho que vengo a pedirla su mano, esa incomparable mano, que parece
dibujada por Holbein en su retrato de la duquesa de Miln, o por Van Dyck...
-Pero...
-No hay pero que valga, seora: supongamos que lo que voy a hacer es una
simpleza; lo dir ms rudamente an y con perdn de usted; una primada. No tengo el
derecho a los treinta y cinco aos, soltero, rico, libre, de correr mi aventura, tonta o
divertida, audaz o vulgar?
-Y por qu?
-Porque lo que le insinu la otra tarde es una verdad; porque en determinada hora de
mi vida debo irremisiblemente romper los lazos que me unen a la tierra, quebrantar los
apegos todos, hasta el ltimo... y desaparecer.
Santa Juana Francisca Frmiot de Chantal se fue, pasando por sobre el cuerpo de su
hijo Celso Benigno, quien para impedrselo se haba tendido en el umbral de la puerta.
-Piadosamente me educaron.
-No la he dicho que vengo a pedirla su mano? Ana Mara -aad, y a mi pesar en
mi voz sonaba ya el metal de la emocin-: Ana Mara, aunque parezca mentira, yo la
quiero a usted ms de lo que quisiera quererla... Ana Mara, sea usted mi mujer...
-Aunque!
-Aunque!
Y aquella tarde ambos volvimos del brazo, pensativos y afectuosos, por las febriles
calles de la Cartago moderna, a tiempo que los edificios desmesurados, se encendan
fantsticamente.
- IV -
Una maana que, comprenders, amigo, debi ser necesariamente luminosa,
cumplidas todas las formalidades del caso, celebramos Ana Mara y yo nuestro
matrimonio.
Un esplndido tren, uno de esos vastos y confortables trenes de la New York Central
and Hudson River, nos llev a Buffalo -ciudad que siempre me ha sido infinitamente
simptica- y de all nos fuimos en tranva elctrico al Nigara.
Parecame que el perenne estruendo de las aguas haba de aislar nuestras almas,
cerrando nuestros odos a todo rumor que no fuese su montono y divino rumor
milenario.
Y as fue.
Ana Mara me amaba con un amor sumiso, silencioso, de intensidad no soada, pero
sin sobresaltos. ramos el uno del otro con toda la mansa plenitud de dos arroyos que se
juntan en un ro, y que caminan despus copiando el mismo cielo, el propio paisaje.
Tres encantos por excelencia, que a muy pocos embelesan porque no saben lo que
son, haba yo soado siempre en una mujer.
Una mujer que anda bien, que anda con un ritmo suave y gallardo, es una delicia
perpetua, amigo; verla ir y venir por la casa es una bendicin.
Pues, y la msica de la voz! La voz que te acaricia hasta cuando en su timbre hay
enojo, la voz que aade ms msica a la msica eterna y siempre nueva de los te quiero.
En cuanto a los cabellos abundantes, que en el sencillo alio del tocado casero, caen
en dos trenzas rubias o negras (las de Ana Mara eran de una negrura sedosa,
incomparable), son, amigo, un don para las manos castas que los acarician, como pocos
dones en la tierra.
Puede un hombre quedar ciego para siempre, y si su mujer posee estos tres encantos,
seguirlos disfrutando con fruicin inefable.
Y las manos sabias, expertas, que han adquirido la delicadeza de las antenas
trmulas de los insectos, alisarn los cabellos de seda, que huelen a bosque virgen, a
agua y a carne de mujer.
Pues con ser tanto no eran estas tres cosas las solas que volvan infinitamente
amable a Ana Mara; toda su patria, toda la Andaluca, con su tristeza mora, recogida y
religiosa, con su grave y delicado embeleso, estaba en ella. Y adems ese no s qu
enigmtico que hay en la faz de las mujeres que me han peregrinado asaz por tierras
lejanas.
Yo dije en alguna ocasin, hace muchos aos: Eres misteriosa como una ciudad
vista de noche.
-V-
En cierta ocasin, despus de un paseo ideal a la luz de la luna, que haca de las
cataratas un hervidero de palos yo, cogiendo la diestra de Ana Mara y oprimindola
amorosamente contra mi corazn, pregunt a mi amada:
La idea fija, la horrible y fatal idea fija, que dorma en su espritu, se despert de
pronto y se asom a sus ojos...
-S, te quiero, te quiero con toda mi alma! Y eres mejor de lo que yo crea; eres ms
bueno y ms noble que lo que yo pensaba; pero es fuerza que me vaya!
-Qu secreto es ese tan poderoso, Ana Mara, que te puede arrancar de mis brazos?
-No...
-No, nunca.
-Ests triste?
En el estruendo del Nigara aquel delicado sollozo de mujer pareca perderse, como
parecen perderse todas nuestras angustias en el seno infinito del abismo indiferente.
Cuantas veces mirando la noche estrellada me he dicho: cada uno de esos soles
gigantescos alumbra mundos y de cada uno de esos mundos surge un enorme grito de
dolor, el dolor inmenso de millones de humanos... Pero no lo omos; la noche
permanece radiante y silenciosa. Adnde va ese dolor inconmensurable; en qu oreja
invisible resuena; en qu corazn sin lmites repercute; en qu alma divina se refugia?
Seguir surgiendo as intilmente y perdindose en el abismo?
- VI -
Yo.- Te estoy leyendo en los ojos una irona, amigo, parceme como que dices:
Vaya un tonto de encargo y de remate! Vaya un sentimental marido... Vaya uno ms!
de la vieille boutique
romantique!
Quin por otra parte no se ir en este mundo! Tan pueril aprensin me recuerda a
cierto monomanaco, tonto de solemnidad, de mi pueblo natal. Habla en mi pueblo una
dama caritativa que se llamaba doa Julia, quien, harta al fin de socorrer a aquel
hombre, que se lo gastaba todo en vicios, un da le neg terminante e irrevocablemente
su auxilio.
El monomanaco se veng, escribiendo en el panten municipal, en la parte ms
visible del sepulcro de familia de la dama (muy ostentoso por cierto): Doa Julia de
X. Morir!!!.
Lleg a su casa enferma y tuvo que encamarse. Por poco se muere de aquel Morir!
Yo.- Ni el tonto era tan tonto, ni veo la paridad; pero, en, fin, acepto tu irona y la
sufro pacientemente, amigo, recordndote slo que esta historia pas hace veinticinco
aos...
Te he dicho que estaba enamorado de Ana Mara, para que encuentres naturales
todas las apreciaciones, todos los temores, ya que estar enamorado es navegar por los
mares de la inquietud... Y has de saber ms: has de saber que, a medida que transcurran
los das, esta inquietud se iba acrecentando en m de una manera alarmante.
Una noche, el horror, la angustia, fueron terribles. Vivamos ya nuestra Casa, en Sea
Girt, en New Jersey, donde haba yo alquilado una pequea villa frente al mar. Haca
calor. Yo dorma con sueo ligero, un poco nervioso. De pronto me despert y al
extender la siniestra, sent que la mitad del lecho estaba vaco... Encend la luz... Ana
Mara no se hallaba a mi lado. Di un grito y salt de la cama... Entonces, de la pieza
inmediata, vino a m su voz musical, llena de ternura:
- VII -
Un hijo!, un hilo poda detenerla para que no se fuese, para que no dejase a mitad
vaco mi lecho una noche, aquella espantosa noche que tena que llegar! Un hijo, el
amor infinito de un hijo remachara el eslabn de la cadena.
Pero el destino se neg a traernos aquella alma nueva que apretase ms nuestras
almas, que fuese a modo de Espritu Santo; relacin dulcsima de amor entre dos seres
que en l se adorasen.
S, el destino me neg ese bien; ha sido mi fatum ir al lado de las mujeres amadas
sin ver jams entre ellas y yo la cabeza rubia o morena de un ngel.
La soledad de dos en compaa ha tenido para conmigo todas sus crueldades... Pero
me apresurar a decirlo, s lament con Ana Mara la ausencia angustiosa del que
debiera venir, nunca sent a su lado esa soledad de dos; sent siempre la plenitud, y
pareciome que poseyndola a ella, lograba yo dulcemente mi fin natural.
El amigo.- Ah!, sin aquel temor, sin aquel sobresalto, que me hacen sonrer ahora
que me los cuentas, amigo, quiz porque ya no veo sobre tu faz, arada por los lustros
lentos, ms que la sombra del dolor vencido; ah!, sin aquel sobresalto, sin aquel temor,
slo un Dios pudiera lograr la mxima ventura por ti lograda en los brazos de Ana
Mara, no es esto?
Slo un Dios, s, ya que no mas ellos son capaces de gozar sin miedo, con la mansa
confianza de la perennidad de su goce.
Yo.- Pero vale la pena gozar as? Bendita sea la juventud -dijo Lamartine en el
prlogo de las poesas de Alfredo de Musset- con tal de que no dure toda la vida!. La
felicidad sin dolor que la contraste, es inconcebible... Se necesita un poco de amargo
para dar gusto al vermut!
Yo.- Cul?
Yo.- Acaso ests en lo justo..., pero ya volveremos dentro de unos momentos a este
sabroso tema de la inquietud, como claro obscuro de la dicha. Ahora prodigo mi relato.
- VIII -
El amor es ms fuerte que todos los secretos.
-Por qu, por qu ha de ser preciso que te vaya! -le pregunt con ms premura y
ms angustia que nunca.
Habrs notado, amigo, y si no lo has notado te lo har llorar, que para Ana Mara
todo era muy sencillo en este mundo.
Por ejemplo, cuando dorma, sobre todo en las primeras horas de la noche, sola
soar en voz alta y sus palabras eran claras, que podan percibirse distintamente.
Entonces me diverta en hablarla, intervena, me mezclaba en su monlogo o dilogo,
terciaba en su conversacin interior, sin levantar la voz... Y ella conversaba conmigo,
durmiendo; me introduca insensiblemente en su ensueo... A veces, la conversacin se
prolongaba por espacio de algunos minutos. Hablaba yo despierto y ella responda,
traspuesta o dormida del todo, siempre, naturalmente, que acertase yo a colarme por una
rendija misteriosa, en el recinto de su visin.
Es muy sencillo....
-Te lo voy a revelar ya que te empeas -me dijo al fin-; pero de antemano te repito
que no esperes nada extraordinario. Yo me cas muy joven, con un hombre muy bueno,
a quien adoraba, como que fue mi primer amor. Ese hombre, bastante mayor que yo, era
muy celoso, infinitamente celoso. T sabes lo que son los celos? Pues es muy
sencillo: desconfas hasta de la sombra de tu sombra... Yo era incapaz de engaarle;
pero precisamente por eso estaba celoso. Los celos no provienen nunca de la realidad.
Anhelaba siempre complacerme. Iba yo vestida como una princesa (si es que las
princesas van bien vestidas, que suelen no irlo). Ms cada nuevo atavo era para l
ocasin de tormento.
A medida que pasaban los aos, el alma de aquel hombre se iba obscureciendo y
encapotando. Y era una gran alma, te lo aseguro, una gran alma, pero enlobreguecida
por la enfermedad infame... En vano extremaba yo mis solicitudes, mis ternuras, mis
protestas, que no hacan ms que aumentar su suspicacia. En la calle iba yo siempre con
los ojos bajos o distrados, sin osar clavarlos en ninguna parte. En casa, jams reciba
visitas... Todo intil: los celos aumentaban, se volvan obsesores...
Agoniz dos das, dos das de una torturante lucidez... Y una tarde, dos horas antes
de morir, cuando empezaba la luz a atenuarse en la suavidad del crepsculo y adquira
tonos msticos en la alcoba, l, con una gran ansia, con una ternura infinita, me cogi
una mano, atrajo con su diestra mi cabeza y me dijo al odo:
-Te irs cuando quieras!, cuando puedas... Pero antes de los treinta aos; todava
joven, todava bella. Te irs a ser nicamente ma, ma y de Dios; a orar por m, que
bien lo necesito, a pensar en m; a quererme mucho... Jramelo!
Y con todo el mpetu, con toda la resolucin, con toda la entereza de mi alma, de mi
pobre alma, romntica y enamorada, de mi sencilla y dulce alma andaluza, se lo jur.
- IX -
El amigo (burln).- Esos juramentos que se hacen a los moribundos son la mejor
garanta de todo lo contrario. Te acuerdas de cierto cuentecito de Anatolio France?
Pues este delicioso y zumbn Anatolio, refiere que en un cementerio japons, sobre una
tumba recin cerrada, un viajero vio a una mujercita nipona que con el ms coqueto de
los abanicos, soplaba sobre la tierra hmeda an.
En la agona habale hecho l jurar que no amara a ningn otro mortal mientras no
se secase la tierra de su fosa.
La mujercita amante, entre lgrimas y caricias, lo haba prometido... Y para que la
tierra se secara ms pronto, soplaba con su abanico!
-X-
-Ese juramento es una niera -exclam-. No te obliga en absoluto... Egosmo de
moribundo a quien se miente por piedad; promesa de la que no debe hacerse el menor
caso. l ya desapareci. On ne peut pas vivre avec les morts: No se puede vivir con
los muertos, dice el proverbio francs.
-Que sabes t? -me respondi con voz temerosa y con una extraa vehemencia-
Qu sabes t?... Los muertos se empean a veces en seguir viviendo con nosotros!
-Escucha -aadi-: cuando te conoc, aquella tarde, sent por ti una de esas simpatas
sbitas, inexplicables, que nos hacen pensar a veces en que ya hemos vivido antes de
esta vida... Comprend que iba a quererte con toda mi alma, que iba a amar por segunda
vez, y tuve miedo... El muerto, asomado perpetuamente a mi existencia, qu pensara
de mi infidelidad?... El muerto! Te aseguro que desde que l se volvi invisible, lo
siento con mayor intensidad a mi lado; y desde que me cas contigo, ms an. En todo
rumor, en el viento que pasa, en los silbos lejanos de las mquinas, en el choque de los
cristales de las copas y los vasos, hasta en el crujir misterioso de los muebles advierto
que hay tonos e inflexiones de reproche! Y me miran con reproche las estrellas y viene
cargado de reproches el rayo de luna; y el filo de agua que corre, y las ondas del mar
que se desparraman ondulando por la arena, se quejan de mi inconstancia, dando voz al
alma del desaparecido! Tienes en l un rival implacable...
Mucho vacil, mucho luch para no amarte; pero en esa misma lucha haba ya
amor... Tena que realizar mi nueva fatalidad. T eras ms fuerte que yo y me venciste...
Pero a mi amor se mezclaba una angustia muy grande: te quera, te quiero an con
remordimiento...
Recuerdo que una noche, sobre todo, mi congoja fue tal, los reproches interiores que
el muerto pareca hacerme tan amargos, que llena de desolacin y al propio tiempo de
ternura por aquel amor a m, que se empeaba en sobrevivir a la tumba, le renov mi
promesa con toda la energa de mi voluntad.
-Aunque me case con l -le dije-, te juro de nuevo que un da le dejar para
entregarme en un convento a Dios y a ti solo, para pensar en ti y orar por ti como t
queras... Mi cuerpo, en suma, qu te importa! Ya no puedes poseerlo. Djaselo a l;
pero mi alma seguir siendo tuya!
(Me perdonas, verdad, amor mo; en realidad mi alma es de los dos; est dividida...
No te enojes! No es culpa ma; t dirs de la mitad de mi corazn, pero su mano de
sombra tira de la otra mitad y la pobre entraa sangra..., sangra...)
Yo, pobre de m, refugiome en tus brazos, o febril, me escapo del lecho y voy a
buscar un poco de aire puro, de paz y de silencio a la ventana.
Aydame t a luchar con l, bien mo; no quiero dejarte! Ahora siento que te amo
ms que nunca. S fuerte contra l, como Jacob lo fue contra el espritu con quien luch
por el espacio de una noche... Slvate y slvame!
Era tan pattico, tan desesperado el acento de Ana Mara, que yo, amigo, aunque soy
muy seor de m mismo, me ech a llorar en sus brazos...
Yo.- Todos los fuertes lloran! Tenlo presente. Llor, pues, y pagado el tributo al
corazn, la voluntad acerada, dije con firmeza:
-No temas, Ana Mara, yo te adoro y luchar con esa sombra. De sus brazos y de su
influjo misterioso he de arrancarte. Como Orfeo, ira al propio Hades a arrebatar a mi
Eurdice del poder de Plutn y con ella en mis brazos tendra el herosmo de no mirar
hacia atrs... Pero es preciso que t te resuelvas a quebrantar ese juramento absurdo.
-No puedo -gimi la infeliz escondiendo su cabecita entre mis brazos...- De veras
que no puedo!
***
Era preciso salvarla de la locura, a pesar suyo. Haba que intentar el combate con
aquella sombra, el duelo a muerte..., y no perd el tiempo. Al da siguiente fui a buscar a
uno de los ms celebrados especialistas en enfermedades nerviosas, en psicosis raras y
tenaces. La examin y...
- XI -
El amigo.- El remedio ms sencillo para el mal de Ana Mara, hubiera sido
convencerla de que los muertos ya no pueden nada contra los vivos, de que se mueven
en un plano, desde el cual nuestro plano es inaccesible. La conviccin de tu esposa era
todo en su dolencia. No ya fenmenos psquicos, sino hasta fenmenos materiales,
pueden producirse por la creencia en ellos. Hay casos -dice William James-, en que no
puede producirse un fenmeno si no va precedido de una fe anterior en su realizacin.
La vida est llena de estos casos. Para vencer a aquella sombra, para matarla, bastaba,
naturalmente, que Ana Mara dejase de creer en ella. La duda es un proyectil de 75
contra los fantasmas, la negacin sincera es un proyectil de 42.
- XII -
Yo.- Pero volvamos a nuestro tema de hace un rato, sobre la inquietud como
excitante de la dicha: aquella ansiedad perenne en que yo viva, aquel miedo de todos
los instantes acrecentaban mi amor a Ana Mara.
Nos irritamos contra la vida, porque no nos da nada definitivo, porque la muerte o la
desgracia estn siempre de detrs de la cortina esperando entrar, o a nuestras espaldas,
mirndonos a hurtadillas... Y en cuanto la suerte nos depara un goce relativamente
seguro nos ponemos a bostezar como las carpas...
El amigo.- As acontece, en efecto, y el autor del Pragmatismo, a quien te citaba
hace un comento, nos dice en su ensayo sobre si La vida vale o no la pena de ser vivida:
Es un hecho digno de notarse que ni los sufrimientos ni las penas mellan en principio
el amor a la vida; parecen al contrario comunicarle un sabor ms vivo. No hay fuente de
melancola ms grande que la satisfaccin. Nuestros verdaderos aguijones son la
necesidad, la lucha, y la hora del triunfo nos aniquila de nuevo. Las lamentaciones de la
Biblia no emanan de los judos en cautividad, sino de los dos de la poca gloriosa de
Salomn. En el momento en que era aplastada Alemania por las tropas de Bonaparte fue
cuando se produjo la literatura ms optimista y ms idealista que haya habido en el
mundo.... Y sigue citando casos por el estilo. El dolor, amigo mo, es, pues, la sola
fuente posible de felicidad. Sabes t cmo defini un humorista la ausencia? La
Ausencia es un ingrediente que devuelve al amor el gusto que la costumbre le hizo
perder... Y otro tanto puede afirmarse del temor que a ti te atenaceaba. Ana Mara era
como un diamante montado en una sortija de miedo..., que lo haca valer infinitamente;
t miedo de perderla!
Yo.- Me parece que te la dara aun en el caso contrario... Pero puesto que por rara
felicidad coincidimos en esta tesis, voy a contarte tres hechos que la corroboran:
-Deseara usted vivir eternamente as, como est? Con la misma mujer a quien
adora, el mismo hotel en la Avenida del Bosque, los mismos amigos que encuentra tan
simpticos?
Ser inmortales, pero temiendo a cada paso no serlo: he aqu la suprema felicidad, en
el marco de la suprema inquietud.
Amara una mujer como yo a Ana Mara, pero temiendo perderla, he aqu la
voluptuosidad por excelencia.
Vais a besarla y os decs: Acaso este beso ser el ltimo, con lo cual el deleite
llega a lo sobrehumano.
-Quiz maana ya no se halle aqu! Tal vez haya huido para siempre!
Entonces sents todo lo que valen el sosiego divino, la paz amorosa de aquellos
instantes...
Yo.- Pues una mujer que ha de irse de un momento a otro, irrevocablemente, una
mujer que temis perder a cada instante, tiene ms prestigio, ms extrao y misterioso
embeleso que una muerta... Ests de acuerdo, amigo?
El Conde se despertaba a medias, estiraba los brazos, se daba cuenta, fjate, se daba
cuenta de lo bien que estaba en su cama..., y se volva del otro lado... La inquietud y el
miedo momentneo de tener que levantarse (ya que en el primer momento no se
acordaba de su orden de la vspera), avaloraban infinitamente su dicha de volverse a
dormir.
***
El amigo.- Tienes razn; tenemos razn, mejor dicho... Aun cuando a veces se me
ocurre que acaso la condicin por excelencia de la felicidad, es no pensar en ella... En
cuanto en ella piensas, piensas tambin que no hay motivo para ser feliz! Y, por lo
tanto, ya no lo eres. La conciencia plena y la felicidad son incompatibles. Por eso
cuando Thetis, antes de metamorfosear en mujer a la sirena enamorada de que nos habla
en uno de sus encantadores En Marge, Julio Lematre, la pregunta si para vivir con un
hombre renunciara a la inmortalidad, la sirena responde: Il faut ne penser a rien pour
tre immortelle avec Plaisir!... Pero aguarda y no digas que tengo el espritu de
contradiccin; comprendo contigo que se adora infinitamente a un ser que est a punto
de desaparecer, a una criatura que en breve ha de dejarnos; a todo lo que es alado, fugaz,
veleidoso, y s de sobra que el amor no crece, sino lo riega la diaria inquietud...
Yo.- Pues as se agitaba el mo, merced a la obsesin de Ana Mara que estaba
resuelta a irse. Mi corazn temblaba da y noche al lado de ella, como una pobre paloma
asustada y saboreaba yo, como pocos la han saboreado, esa copa del amor en cuyo
fondo hay toda la amargura del ruibardo, de la cuasia y de la retama...
El amigo.- No dijo Shakespeare que una dracma de alegra debe tener una libra de
pena? (One dram of joy must have a pound of care...)
Yo.- Antes haba dicho Ovidio: Nulla est sincera voluptas, sollicitum que aliquid
laetis advent.
- XIII -
No en vano, empero se lucha con un muerto, amigo. Es posible acaso vencerle;
porque los muertos no son invencibles, no mandan tanto como se cree; pero la pugna es
muy ruda y se van dejando en ella pedazos del alma.
Con qu encarnizamiento intent hacerla olvidar!.., pero hay fantasmas que no nos
dejan comer la flor de loto, que nos la arrebatan de los labios vidos.
Le souvenir des morts -dice Maeterlink- est mme plus vivant que celui des
vivants, comme s'ils y aidaient, comme si de leur ct ils faisaent un effort mystrieux
pour rejoindre le ntre.
-Huye de ese hombre, huye de ese hombre! -le repeta dentro de su pobre cerebro
enloquecido.
***
Resolv viajar.
Vinimos a Europa y recorrimos todos esos sitios que hay que recorrer: navegamos
en una gndola vieja y negruzca por los sucios canales de Venecia; subimos en
funicular a unas montaas de Suiza, que parecan de estampera barata; paseamos por
las playas de Niza; comimos la bouillabaisse, con mucho azafrn, en una polvorosa
avenida de Marsella donde soplaba el mistral; contemplamos en una tarde, naturalmente
de lluvia, las piedras negras de la Abada de Westminster; confirmamos, en suma, con
un bostezo digno del Eclesistico, que lo que fue es lo mismo que ser y nada hay
nuevo bajo del sol; y un poquito ms aburridos que antes, volvimos a Yaquilandia los
tres: Ana Mara, el Muerto y yo...
T, amigo, que eres un hombre normal, o crees serlo, quisieras que Ana Mara
hubiese olvidado a su muerto, que le importasen un comino sus reproches, que
procurase vivir feliz conmigo y no turbase esta felicidad con su descabellada idea de
irse, de acudir a esa cita misteriosa que el difunto le daba en la soledad de un claustro...
Pues precisamente porque esto hubiera sido lo lgico, no era lo natural y lo verosmil,
ya que la naturaleza ni tiene nuestra lgica ni, como digo, obra conforme a nuestra
verosimilitud.
Tambin, te oigo decir: En suma, se trataba de un simple caso de neurastenia....
Bueno, volvemos a las andadas: y qu es la neurastenia? La neurastenia, yelo bien, no
es una enfermedad; es una evolucin. Si el hombre no anda an con taparrabo, si sali
de la animalidad, lo debe slo al predominio de su sistema nervioso. El sistema nervioso
le ha hecho rey de la creacin, ya que su sistema muscular es bien inferior al de muchos
animales. Ahora bien, cada ser que en la sucesin de los milenarios ha avanzado un
poco en relacin con la horda, con la masa, ha sido en realidad un neurastnico... Slo
que antes no se les llamaba as. No pronuncies, pues, nunca con desdn esta palabra.
Los neurastnicos se codean con un plano superior de la vida; son progenerados,
candidatos a la humanidad...
- XIV -
Pero bueno estoy yo para discutir o filosofar, amigo, cuando llego al punto ms
angustioso de mi relato: Ana Mara se me iba muriendo.
Siempre con los ojos abiertos y los prpados amoratados... Cuando me despierto, en
la noche, a la luz de la veladora, lo primero que encuentro son sus ojos, sus ojos
agrandados desmesuradamente, como dos nocturnas flores de misterio.
Pide el sueo con una voz dulce, infantil; como un nio pedira un juguete...
- XV -
Si estas cosas que te cuento, amigo, fuesen una novela, yo las arreglara de cierto
modo para dejarte satisfecho. Ana Mara, con quien, a lo mejor, has simpatizado, no se
morira. La haramos vivir feliz unos cuantos aos. Tendra dos hijos: un nio y una
nia. El nio sera moreno, como conviene a un hombre; la nia sera rubia, como
conviene a un ngel.
Quise cerrar las maderas, pero ella se opuso; no la molestaba aquella luz, al
contrario.
Ella se mostraba tranquila, muy tranquila. El muerto, como ya tena segura su presa,
la dejaba en paz.
-Ahora siento irme -decame Ana Mara con voz apacible y dulce, en la cual no
haba la menor fatiga. Siento irme porque te quiero y por lo solo que vas a quedarte;
pero estoy contenta por dos cosas: lo uno porque ya no fue preciso escapar, escapar una
noche impelida por una voluntad todopoderosa y extraa, a la cual en vano hubiera
intentado resistir; lo otro porque ahora que repaso los breves aos que nos hemos
amado, veo que fueron lo mejor de mi vida. A l le am mucho, pero con reposo; y a ti
te he amado mucho; pero con inquietud. Esa certidumbre de que era preciso
abandonarte pronto, daba un precio infinito a tus caricias. El destino tuvo para nosotros,
disponiendo as las cosas, una suprema coquetera.
Imagnate que nuestra vida hubiese sido serena, permanente, montona, con la
ntima seguridad de su prolongacin indefinida: me habras amado lo mismo?
***
Amigo mo, no quiero describirte ms esta escena! Ana Mara muri sobre mi
pecho, blanda, muy blandamente, y recuerdo que el faro varias veces ilumin con su haz
lvido, nuestras cabezas juntas, como con luz de eternidad.
- XV -
Dirs, acaso, que el fantasma me venci en toda la lnea.
***
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