Will, Edouard - El Mundo Griego Y El Oriente Tomo I - El Siglo V (510-403) PDF
Will, Edouard - El Mundo Griego Y El Oriente Tomo I - El Siglo V (510-403) PDF
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EL MUNDO GRIEGO
Y EL ORIENTE
CIVILIZACIONES TOMO I. EL SIGLO V (510-403)
EDOUARD WILL
EL MUNDO GRIEGO
Y EL ORIENTE
TOMO I. EL SIGLO V (510-403)
EL MUNDO GRIEGO
Y EL ORIENTE
EDOUARD WILL
TOMO I
EL SIGLO F (510-403)
Traduccin
F.ca Javier Fernndez Nieto
-sksl-
s.xuii//,
Maqueta: RAG
* N. del T.: La 3.a edicin francesa de este manual (1989) contiene, en las pgs. 709-
722, una serie de Complementos Bibliogrficos (de 1972 a 1987) a las notas que figuran a
pie de pgina, puesto que stas se mantienen de idntica manera a como aparecieron en la
1.a edicin (1972). Para comodidad del lector, incluimos aqu la presentacin escrita porEd.
Will a tales Complementos, no sin advertir que hemos procedido a refundir toda esa biblio
grafa dentro de las notas a las que se destina.
Presentacin de los Complementos Bibliogrficos: El que con motivo de la 3.a edicin de
esta obra ofrezca un texto inalterado de la misma no significa, desde luego, que lo considere
definitivo: nunca podr escribirse nada definitivo sobre la historia y la civilizacin del siglo v
griego, poca renuente a un conocimiento exacto y, por consiguiente, a toda interpretacin irre
futable. El presente libro no puede pretender otra cosa sino presentar lo que yo crea saber, en
bruto, de esta poca y del modo en que me la figuraba durante los aos en que estuve trabajan
do en ella. Sin duda habra que reconsiderar muchas cuestiones, pero mis inquietudes cientfi
cas han tomado una va distinta a la del siglo v desde el mismo da en que puse punto final a
estas pginas. La documentacin apenas ha crecido desde entonces, pero la bibliografa no ha
cesado de aumentar, y, hay que decirlo bien claro, de una manera a menudo frustrante. Pues,
frente a algunos trabajos que han aportado novedades en forma de correcciones de detalle o de
conjeturas que merecen reflexin, fiente a unas pocas actualizaciones o sntesis parciales sobre
diversos aspectos de la civilizacin griega (y no incluyo aqu a los manuales destinados a la
enseanza que han visto a luz en distintos pases), qu cantidad de artculos que no hacen, poco
ms o menos, sino recolar conocimientos adquiridos o problemas desesperados, y algunos de
ellos funcionan prcticamente como competiciones deportivas entre eruditos... El lector curio
so tiene, sin embargo, derecho a estar informado de cuanto se escribe: a los complementos
bibliogrficos de la 2.aedicin (1980, pp. 709-715) he aadido lo esencial de lo que se ha publi
cado en estos ltimos aos, aun cuando confieso no haberlo ledo todo -tarea a la que me apli
qu durante los aos en que tuve a mi cargo, en la Revue Historique, los Bulletins dHistoire
Grecque, el ltimo de los cuales apareci en 1980 (tomo CCLXII/2)-. Mis complementos
bibliogrficos no encierran pues, mayor pretensin que constituir un repertorio que est, en la
medida de lo posible, al da. Hay un punto, no obstante, sobre el que me he abstenido de mul
tiplicar las referencias recientes: la historia militar, sobre el que ahora puede verse R. Lonis, La
guerre en Grce. Quinze annes de recherche: 1968-1983, R.E.G., XCVHI, 1985, pp. 321 ss.,
al que remito aqu, de una vez por todas, para lo relativo al conjunto del siglo v.
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Prlogo
Edouard Will
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ABREVIATURAS
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INTRODUCCIN
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Introduccin
HISTORIA GENERAL
PRIMERA PARTE
EL IMPERIO PERSA
Y EL MUNDO GRIEGO EGEO
EN LA VSPERA DE LAS GUERRAS MDICAS
CAPTULO PRIMERO
EL IMPERIO PERSA1
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
su Imperio; esas listas permiten trazar a grandes rasgos el cuadro del Esta
do persa. Su ncleo estaba formado por los altos pases que se extendan
desde el Caspio al golfo Prsico: Media, Susiana (Elam), Persia propia
mente dicha. De estos tres pases, Media pierde decididamente la supre
maca bajo el reinado de Daro: el papel que haba desempeado en la
insurreccin del 522 movi al nuevo rey a rebajar a su capital, Ecbatana,
al rango de residencia de verano y a transferir el centro del Estado ms al
sur. En Persia, Ciro ya haba fundado Pasagarda (Parsagada, campo de
los persas), en donde se hizo inhumar. Daro fund all Pars a (Perspo-
lis para los griegos), en cuyas cercanas, en Naqsh-i-Rustam, recibieron
desde entonces sepultura los reyes persas; pero Perspolis se encontraba
demasiado apartada para hacer de ella una capital cmoda, y nunca fue
ms que el centro religioso del Imperio. Antes incluso de emprender los
trabajos de Perspolis, Daro haba instalado los servicios centrales en la
vieja capital elamita de Susa, tocando a Irn y a los pases de la Baja
Mesopotamia: los griegos nunca conocieron otra capital real de los per
sas ms que sta. Por el noroeste, el Imperio alcanzaba el Cucaso, el mar
Negro y el Egeo; por el oeste inclua todo el Creciente Frtil, de Babilo
nia a Palestina, pasando por Asira, Siria y Fenicia y prolongndose hasta
Egipto (y, de forma ms bien terica, hasta Libia). Al noroeste compren
da los pases que se extienden desde el Caspio al Yaxartes (Sir Daria),
mientras que por el sureste Daro aadi a Gandara, ya ocupada por Ciro,
la llanura del Indo.
Era un enorme dominio, cuya superficie cabe cifrarla, en nmeros
redondos, en tres millones de kilmetros cuadrados -pero esencialmente
un dominio heterogneo, tanto por la configuracin geogrfica, que con
trapona altas mesetas, montaas, llanuras de aluvin, desiertos, como por
su abigarrada composicin tnica y la diversidad de civilizaciones en l'
yuxtapuestas. Lograr que cohabitaran pacficamente pueblos tan distintos
como los iranios, los semitas (unos y otros divididos en muchos grupos),
los egipcios, los indios, los griegos, etc., pueblos separados, sin hablar de
las distancias, por sus modos de vida, sus religiones, sus lenguas, consti
tua una tarea que Ciro y Cambises slo haban llegado a esbozar, obte
den sogenannten Tributzug an der Apadanatreppe, Berln, 1966; P. Frei y K. Koch (ed.),
Reichsidee und Reichsorganisation im Perserreich, Gottingen, 1984; O. Bucci, L impero
persiana come ordinamento giuridico sovranazionale. I: Classi sociali e forme di depen-
denza giuridica e socio-economica, Roma, 1984; Th. Petit, La rforme impriale et l ex
pdition europenne de Darius Ier, A.C., LIII, 1984, pp. 35 ss.; Eadem, La date de la
rforme impriale de Darius I" et de son expdition europenne. Nouvelle contribution,
Les Et. Class., LV, 1987, pp. 175 ss.
Sobre el Irn nororiental y las estepas adyacentes: S. P. Tolstov, Aufden Spuren der alt-
choresmischen Kultur, Berlin, 1953, cap. VI; V. M. Masson, DrevnezemledePtcheskaia
Kultura Margiany, Mater, i Issledov. po Arkheol. SSSR 73, 1959, 2* parte, cap. III.
Sobre las lenguas del Imperio: K. Hoffmann y W. B. Henning, Handbuch der Orienta-
listik: IV Iranisttik; 1. Linguistik, Leiden, 1958.
Sobre la moneda: D. Schlumberger, L argent grec dans l empire achmnide, Paris,
1953.
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poder central, los ojos del rey. Para impedir que se salga de la recta
senda, el rey cuenta tambin con la ayuda de las grandes familias aristo
crticas enfeudadas en la satrapa: as fueron creados cantidad de domi
nios nobiliarios persas fuera de Irn. La imagen de strapas cuasi
independientes, que nos brindan los autores griegos de finales del v y del
siglo IV, no debemos proyectarla anacrnicamente hacia el pasado.
En los peldaos inferiores la red administrativa parece no haber sido
muy densa. Las satrapas comportaban, sin duda, subdivisiones, pero se
aprecian mucho peor por cuanto que los ttulos de quienes estaban situa
dos a su cabeza apenas revean su posicin en la jerarqua: ni el trmino
persa strapa, ni los ttulos semtico de pecha (administrador) o griegos
de archon (comandante) o de hyparchos (vicecomandante -pero la
subordinacin se expresa respecto al rey) apuntan un grado preciso, y los
encontramos empleados en todos los niveles. En los pases que haban
desarrollado formas polticas diferenciadas (como era el caso de las ciu
dades griegas o fenicias) tales cuadros, privados en lo sucesivo de cual
quier soberana, fueron utilizados como engranajes administrativos
locales, subordinados al personal de la satrapa. Estas experiencias sern
tambin recogidas por los Estados herederos del Imperio Persa.
La principal tarea de la administracin consista en la percepcin del
tributo y el mantenimiento del orden. Aunque sus predecesores ya obliga
ron a contribuir a los pueblos sometidos, fue Daro quien estableci la cifra
total de los tributos. Esa estricta reglamentacin que, segn Herdoto,
vali a Daro el calificativo de tendero, exiga la unificacin, en la medi
da de lo posible, de las unidades mtricas y de los patrones de valor: en
esta materia, dentro del Imperio reinaba la mayor diversidad de sistemas.
En lo concerniente a las medidas, Daro se esforz por imponer una
medida real y un peso real en todas las regiones. Pero la mayor nove
dad fue la creacin de una moneda real, que no tiene precedentes antes de
Daro. La conquista de Asia Menor haba entregado a los persas los pases
inventores de la moneda, en el sentido en que la entendemos nosotros, en
tanto que las dems regiones avanzadas del Imperio (Mesopotamia, Egip
to, Fenicia) mantenan an los instrumentos premonetarios (lingotes,
anillas, etc., de metales preciosos con un determinado peso), e inmensas
comarcas no conocan sino el trueque. Daro se inspir, desde luego, en la
experiencia de las acuaciones bimetlicas lidias. Sin embargo, mientras
que los daricos, estteras de oro de 8,4 g con la efigie del rey revestido
de arquero, se han encontrado en todo el Imperio y fuera de sus fronteras,
los siclos de plata de 5,6 g (como la relacin oro/plata se haba fijado en
1/13, se necesitaban 20 siclos para hacer 1 darico) son conocidos nica
mente en Asia Menor y no suponan, pues, ms que un tipo monetario
regional, sin paralelo (al menos, en poca de Daro) en el resto del Impe
rio: la moneda de oro fue la moneda del Imperio. Su creacin no equi
vale a la introduccin de la economa monetaria en el Imperio: si los
daricos sirvieron para financiar los gastos reales y pudieron moverse en las
transacciones, su principal cometido parece haber sido el de patrn oficial
y unidad de cuenta, as como el de cmodo instrumento, aunque no exclu
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cin de Ahura-Mazda como creador del cielo y la tierra (lo que no pare
ce deducirse de la doctrina de Zaratustra).
Que la religin aquemnida fuera sincretista -esto era an mucho ms
cierto para las religiones populares del Imperio- no significa, sin embar
go, que la influencia zorostrica hubiera sido eliminada dentro de ella. Un
crculo, de todos modos, parece haber quedado sujeto a las enseanzas de
Zaratustra, el formado por los magos, sobre quienes resulta difcil ave
riguar qu eran exactamente. Herdoto, que los define como una tribu
meda, nos informa de que su cadver no era sepultado antes de haber
sido desgarrado por las aves o los perros: esto es zorostrico, mientras
que la inhumacin, practicada por los dems persas, no lo es. Ahora bien,
si estos conservadores del zoroastrismo haban sido violentamente perse
guidos por Daro en el momento de su llegada al trono, por motivos real
mente polticos y tnicos antes que religiosos, pronto recuperaron una
slida posicin dentro del Imperio Persa, en donde fueron considerados
como la casta sacerdotal oficial- Si tuvieron, desde luego, que consentir
en mltiples compromisos, lograron ejercer a cambio cierta influencia
-pero resultara trabajoso definir en qu sentido.
Por lo dems, parece que la huella zorostrica se impuso ms durade
ramente en las concepciones escatolgicas y morales de los persas que en
sus concepciones propiamente teolgicas. Al invocar a Ahura-Mazda
como testigo de la verdad de la inscripcin de Behistun, Daro resuma
quiz la aportacin esencial del zoroastrismo a la civilizacin de su pue
blo; y la famosa frmula de Herdoto que compendia los principios de la
educacin persa (montar a caballo, tirar con arco, decir la verdad),
especie de breviario de las cualidades que Daro se reconoce a s mismo
en su inscripcin funeraria de Naqsh-i-Rustam, destaca tambin ese rigor
moral del que el historiador griego menciona algunos otros ejemplos y
que parece ofrecemos un buen reflejo de la predicacin de Zaratustra.
Estos simples bosquejos quedaran, no obstante, incompletos, de no
tomar en cuenta la sealada tolerancia de los persas frente a las religiones
extranjeras.
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Rev. Bibl, XLVI, 1937, pp. 29 ss., vuelto a publicar en el libro Bible et Orient, Pars, 1967,
pp. 83 ss., E. J. Bickerman, The historical foundations of postbiblical Judaism, en L. Fin-
kelstein (ed.), The Jews, their history, culture and religion, New York, 1949; estudio reim
preso en Bickerman, From Ezra to the last of the Maccabees, New York, s.d. [1962]. G.
Gnoli, Politique religieuse et conception de la royaut chez les Achmnides, Acta Iran.,
II, 1974, pp. 116 ss.; P. Tozzi, Per a storia della politica religiosa degli Achemenidi, Riv.
St. It., LXXXIX, 1977, pp. 18 ss.; G. Firio, Impero universale e politica religiosa. Ancora
sulla distruzioni dei tempi greci ad opera dei Persiani, Ann. Sc. Norm. Pisa, XVI, 1986, pp.
331 ss. Sobre los libros bblicos que afectan a este perodo (Deutero-Isaas, Ezequiel, Ageo,
Zacaras, Malaquas, Crnicas, Esdras-Nehemas), deben consultarse los correspondientes
captulos de O. Eissfeidt, Einleitung in das Alte Testament, 3.a ed., Tbingen, 1964.
5 Vid., infi-a, p. 31.
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El imperio persa
ha revelado toda la verdad a los persas. Pero este respeto a las religio
nes no iranias poda conocer temibles alteraciones si los pueblos que las
profesaban dejaban de acatar obediencia. Despus de la revuelta que
estall en Babilonia en 482, Jeijes orden fundir la estatua de Marduk y
destruir su templo, tal como, dos aos ms tarde, haba de destruir los
santuarios de los griegos que pretendan resistirle; y si, despus de la
revuelta de 485, los cultos egipcios no parecen haber corrido semejante
suerte, verdaderamente los Aquemnidas slo mostraron para con ellos,
en lo sucesivo, una absoluta indiferencia. El liberalismo religioso de
los Grandes Reyes exiga, por o tanto, una condicin: la sumisin pasi
va de las poblaciones.
Su actitud respecto al judaismo constituye el aspecto de la poltica
persa que ha sido estudiado ms minuciosamente. Pero conviene fijar
bien las perspectivas. En virtud de sus principios, la poltica juda de Ciro
y de sus sucesores no difiere de la aplicada a otros pueblos del Imperio y
es probable que el poder real no prestase ms atencin de la precisa a una
comunidad tan mnima. Sucede, sin embargo, que dicha poltica determi
n profundamente la evolucin del judaismo y obtuvo, en consecuencia,
un alcance incalculable para la historia universal. Resulta til, pues, que
la analicemos con mayor detalle, como no procede hacer en el caso de los
babilonios, los egipcios o los griegos.
Ya se ha sealado en el volumen anterior cmo Nabucodonosor puso
fin, en el ao 587, al reinado de Jud. Jerusaln y el Templo de Yav fue
ron destruidos y una parte de la poblacin fue deportada a Babilonia.
Durante este cautiverio, benigno despus de todo, el pueblo judo conser
v su originalidad y su fe, fe que el cumplimiento de las profecas no hizo
sino consolidar. A falta de santuarios el culto ya no pudo celebrarse, pero
las comunidades del exilio haban permanecido vinculadas a sus tradicio
nes, e incluso las haban impulsado, en una comprensible reaccin, por la
va de un rigor que habra de mostrarse fecundo en los tiempos futuros.
Algunos profetas haban mantenido la esperanza de una restauracin.
Ezequiel, cuya famosa visin de las osamentas vueltas a la vida ilustraba
la voluntad de reunifcacin del pueblo, haba trazado el plan de una Jeru
saln ideal, centro de un estado teocrtico organizado bajo la ley nica de
Yav: este austero proyecto, que, obligado por una piedad ms ritualista
que espontnea, tenda a evitar en suma, es un documento precioso para
la historia del movimiento legalista que, un siglo ms tarde, inspirara la
obra de Nehemas y de Esdras. Los disturbios del reino neobabilonio, y
luego los primeros triunfos de Ciro, sirvieron de alimento a estas visiones
de futuro y dieron motivo a nuevas profecas (el Deutero-Isaas). La cada
de Babilonia en el 539 abri, por fin, la puerta del retorno.
Efectivamente, poco despus de la captura de Babilonia curs Ciro la
orden de reconstruir el Templo de Jerusaln, y un segundo edicto autori
z a los deportados a volver a Judea. Hubo muchos, sin embargo, que pre
firieron quedarse en Babilonia, y la cifra de unas 50.000 personas que,
segn la tradicin, form el primer convoy de repatriados, se ha estima
do, a veces, exagerada. El jefe de esta expedicin, a la que ms tarde
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7 Entre las regiones del Imperio que conocemos bien an figura la Grecia de Asia, cuyo
examen efectuaremos ms adelante (pp. 78 ss.) a propsito de la revuelta jonia.
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CAPTULO
l-L O S ESCITAS10
9 La edicin anterior contena, con el ttulo Los vecinos del Imperio persa, una sec
cin sobre la India salida de la pluma de Ren Grousset: en esta edicin hemos suprimido
aquel apartado, aun cuando la vida de Buda coincida con el inicio del perodo abarcado por
este volumen. Ha parecido ms cmodo, en la refundicin general de la coleccin, reunir en
el Volumen I (Les premieres civilisations) una panormica de la historia de subcontinente
indio e incluir de una tirada ei inmenso perodo que se extiende desde la civilizacin del
Indo en la Edad del Bronce (Mohenjo-Daro, Harappa) hasta la poca de la predicacin de
Buda. La presencia de las pginas de J. Naudou consagradas a esos problemas en el volu
men anterior de la serie no debe hacer olvidar a los lectores de ste que fue en la poca de
las Guerras Mdicas cuando naci el budismo.
10 O b r a s d e c o n s u l t a La va fue abierta por tres obras que, aunque superadas, siguen
siendo fundamentales: E. H. Minns, Scythians and Greeks, Cambridge, 1913; M. Rostovtzeff,
Iranians and Greeks in South Russia, Oxford, 1922, y Skythien und der Bosporus, I, Berln,
1931. Entre la muy abundante bibliografa reciente tan slo citaremos algunos ttulos. Obras de
carcter general: R. Grousset, L Empire des steppes, Pars, 1939; B. N. Grakov y A. I. Meliou-
kova, Dve arkeologhitcheskie kultury v Skifii Gerodota (Dos culturas arqueolgicas en la
Escitia de Herdoto), Sovietsk Arkheol., XVIII, 1953, pp. I l l ss.; T. T. Rice, The Scythians,
Londres, 1957; R. Wemer, Geschichte des Donau-Schwarzmeerraumes im Altertum, en
Abriss der Geschichte antiker Randkulturen, Munich, 1961; J. A. H. Potratz, Die Skythen in
Sdrussland. Ein untergangener Volk in Siidosteuropa, Basel, 1963; K. Jettmar, Die frhen
Nomaden der Eurasiadschen Steppen, en Saeculum Weltgeschichte, II, Freiburg-Basel-Wien,
1966, pp. 69 ss.; E. Lvy, Les origines du mirage scythe, Ktma, VI, 1981, pp. 57 ss.; A. M.
Khazanov, Les scythes et la civilisation antique. Problmes de contacts, D. H. A., VIH, 1982,
pp. 7 ss. Sociedad escita: A. I. Terenojkin, Ob obchtchestvennom stroe Skifov (Sobre a orga
nizacin social de los escitas), Sovietsk. Arkheol., 1966/1, pp. 3 ss. Religion: A. Alfldi, ber
die theriomorphe Weltbetrachtung in den hochasiatischen Kulturen, Arch. Am,, 1931, col. 393
ss.; K. Meuli, Scythica, Rh. M., LXX, 1935, pp. 121 ss. Arte: K. Schefold, Die iranische
Kunst der Puntuslander, en Handb. d. Archaol, II, 1954, pp. 423 ss.; P. Amandry, Lart scyt
he archaque, Arch. Anz., 1965. col. 891 ss. Relaciones con los griegos: W. Blawatsky, Le
rayonnement de la culture antique dans les pays de la Pontide du Nord, V1IP Congrs inter-
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
estepas, desde el Danubio hasta Asia Central. Vecinos del Imperio Persa,
estos pueblos acampaban sobre todo entre el Caspio y el Sir Daria (el
Yaxartes de los antiguos), es decir, sobre la cara norte del Irn oriental.
Tanto los textos aquemnidas como los textos griegos conocen a estos
escitas orientales con el nombre de saka, y ambos tipos de documentacin
precisan algunas subdivisiones entre los mismos. Las prospecciones
arqueolgicas han permitido conocer mejor la civilizacin de estas tribus,
especialmente en las zonas de oasis que son (ms bien que eran) la Mar-
giana (Merv) y las depresiones de los grandes ros del Aral. Mientras que
Hecateo de Mileto afirmaba que los Masagetas del Khorezm desconocan
la agricultura sedentaria, actualmente sabemos que en la poca en que se
edific el Imperio Persa estas regiones haban sido en gran parte ganadas
para una agricultura de regado (sobre la que Herdoto, es cierto, tena
confusas nociones), y esta situacin implica un poder poltico centraliza
do que debi reemplazar a la sociedad de pastores guerreros evocada en
los textos ms antiguos del Avesta. As pues, debemos hoy admitir la
existencia de un reino del Khorezm, anterior al nacimiento del Estado
aquemnida y que se extenda, al sur, desde las montaas del Khorassan
a Sogdi'ana. Sigue siendo una cuestin oscura bajo qu circunstancias se
convirti este reino en la 16.a satrapa persa -en realidad un reino tri
butario de dudosa fidelidad. La economa sedentaria, agricola y pastoril,
no constitua sin embargo una zona continua, puesto que se hallaba vin
culada al regado, y el nomadismo se mantena en los territorios estpicos
y subdesrticos: la expedicin contra los masagetas, en la que muri Ciro,
as como las campaas que condujo Daro contra los saka al inicio de su
reinado (hacia 517) parecen haber sido operaciones de pacificacin des
tinadas a limitar las infiltraciones de los nmadas en el Irn propiamente
dicho y a asegurar las comunicaciones entre el mar Caspio y Bactriana:
problema que volveremos a encontrar planteado en los mismos trminos
en poca helenstica. Por lo que concierne al Khorezm propiamente
dicho, comprobamos que suministr contingentes a Jerjes en 480, pero
que ya no proporcion ningn otro a Daro III para luchar contra Alejan
dro: parece, por lo tanto, que esta regin recobr su independencia en el
intervalo.
Si estos escitas de Asia an son mal conocidos, estamos mejor docu
mentados sobre el grupo occidental, establecido en las estepas de la actual
Ucrania, para el que tendemos a reservar el nombre de escitas y con el
cual el Imperio Persa slo entrara en contacto cuando la expedicin de
Daro, que abordaremos ms abajo. Es fundamentalmente en su calidad
de vecinos de las colonias pnticas griegas por lo que los escitas nos inte
resan aqu, pero es tambin esta misma vecindad con los griegos la que
nos ha permitido conocerlos mejor, pues, junto a los datos arqueolgicos
que crecen da a da, disponemos de las descripciones de los textos, entre
nal d Archeol. class. (Paris, 1963), pp. 393 ss. Sobre los escitas asiticos, vid. los trabajos de
Tolstov y de Masson citados en la nota 2.
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En los confines septentrionales del imperio persa: los escitas
las que ocupan un puesto relevante los Skythikoi logoi de Herdoto (lib.
IV) y unas cuantas pginas del tratado hipocrtico Sobre las aguas, los
aires y los lugares.
Las migraciones a cuyo trmino fijaron los escitas sus puntos de resi
dencia son mal conocidas. Ya hemos visto, en el tomo anterior, cmo
penetraron en el Prximo Oriente asitico en la poca final del Nuevo
Imperio asirio (segunda mitad del siglo vil), pero ignoramos las circuns
tancias de su penetracin en Europa. El examen de sus sepulturas en las
estepas rusas, puesto en relacin con los datos historiogrficos, ha condu
cido en general a pensar que su empuje hacia Occidente se haba produci
do a comienzos del siglo Vffl, lo que explicara el reflujo de los cimerios
orientales hacia el sur del Cucaso y en Anatolia, as como la penetracin
de los escitas, tras sus pasos, hacia el Luristn. Pero recientes hallazgos
obligan a retrotraer an ms atrs la entrada de los escitas en Europa, aun
cuando es imposible fijar los hitos y fechas de su desplazamiento. Sin
embargo, durante la poca que aqu nos interesa su zona de dominio se
halla bien delimitada. El corazn de la misma lo formaban las estepas que
se extienden entre el Don y el Dniester. Por el margen izquierdo del Don
tienen como vecinos a un pueblo con el que estn emparentados, los Sau-
rmatas o Srmatas, que presionaron a su vez hacia el oeste en poca
helenstica. Por otra parte, los Saurmatas dejaban aislados del grueso de
los escitas a un grupo ms meridional, los escitas del Kuban. Al oeste, el
Dniester no representa un lmite fijo: encontramos tribus escticas hasta el
Danubio y, adems, los restos arqueolgicos prueban que, desde el siglo
vil, los escitas lanzaron expediciones de pillaje al norte y sur de los Cr
patos, expediciones que en ocasiones se materializaron en la creacin de
asentamientos de cierta duracin. Sus huellas son relativamente abundan
tes en Hungra, pero las conocemos tambin en Galitzia, Bohemia, Sile
sia, en Prusia Oriental e incluso en Brandeburgo. Al norte, por ltimo, en
la estepa boscosa, las prospecciones arqueolgicas han permitido carac
terizar una civilizacin que, por muchos de sus elementos (armas, boca
dos de caballo, arte anmalstico, etc.), puede ser calificada de escita, pero
a la que otros elementos vinculan con las culturas regionales prehistri
cas. Son, sin embargo, la actual Ucrania esteparia y Crimea septentrional
los territorios que pueden recibir el nombre de Escitia, vasta regin en
donde los nmadas se superpusieron, sin expulsarlos ni exterminarlos, a
los agricultores sedentarios prehistricos.
Dentro de este marco, es imposible situar con precisin a todos los
pueblos enumerados por Herdoto. Pero nuestro historiador distingue
con bastante exactitud entre las tribus autnticamente escticas y aque
llas otras que slo se aproximan a los escitas por algunos aspectos de su
forma de vida. Entre los verdaderos escitas podemos clasificar a los que
Herdoto llama escitas reales (entre el Don y el Dnieper, incluyendo
el norte de Crimea), a los escitas nmadas (entre el Dnieper e Ingou-
letz), a los escitas agricultores (georgoi, en el bajo Dnieper) y a los
Calpidas o Helenoescitas (curso inferior del Bug); los Alazones y los
escitas labradores (arotres) son ms difciles de localizar, y no es
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
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En los confines septentrionales del imperio persa: los escitas
hijos; la mayora de los escitas jams abandon este modo de vida, inclu
so cuando algunos de ellos se sedentarizaron al estar en contacto con los
griegos o con poblaciones agrcolas preescticas. Pero este punto debe ser
matizado: tales pueblos no se desplazan a gran distancia ms que desalo
jados por accidentes climticos o atropellados por otros pueblos; tuvo que
ser un fenmeno de esta naturaleza el que trajo a los escitas de Asia a
Europa. En cambio, despus de encontrar el pas que les permite detener
se, practican un nomadismo estacional. A Daro, que le hizo preguntar
por qu no paraba de huir con armas y bagajes ante el ejrcito persa, un
prncipe escita le respondera que no haca nada especial que aquello que
acostumbraba a hacer en tiempo de paz, contestacin que indica que las
tribus escticas posean terrenos de pasto estivales en el norte, en los con
fines de la regin forestal, e invernales en el sur, en la regin pntica. El
producto de sus ganados y el de la caza, as como los tributos de los
sedentarios, les permitan vivir con un desahogo que, en el caso de los
jefes, alcanzaba incluso la opulencia.
El paso de la simple cra de ganado como nmadas a la sedentariza-
cxn o a un gnero de vida seminmada comenz probablemente, en algu
nas tribus, mucho antes de que la influencia griega pudiera hacerse notar,
por influencia de las poblaciones agrcolas autctonas. Esta evolucin no
dejara de ir progresando de los siglos v il al III, pero parece dudoso que
en algn momento haya afectado a la totalidad de los escitas. La impor
tancia creciente que adquirira Escitia como granero de trigo del mundo
mediterrneo implica, sin embargo, una decadencia paralela de la econo
ma pastoril. Pero en la poca en que Daro intentaba reducir a los escitas
como sbditos, es verdad que el nomadismo pastoril todava era el siste
ma dominante en sus modos de vida.
La organizacin poltica y social de los escitas dista mucho de estar
clara. Los ms importantes de los escitas son, para Herdoto, los escitas
reales: esta denominacin parece indicar que dicho grupo era el nico
que posea, en el siglo V, una forma de realeza. Herdoto aade que los
escitas reales consideraban a los dems escitas como sus esclavos: es
difcil de saber a qu forma de dependencia alude esta expresin, incluso
suponiendo que su pretensin correspondiera a la realidad. El pas estaba
dividido en distritos, que Herdoto llama nomos, dotados todos ellos
de un gobernador: estos distritos tal vez constituan el marco de percep
cin de un tributo impuesto a los sedentarios o a las tribus escitas some
tidas; pero quiz no tenan otra funcin sino delimitar los territorios a
recorrer: no es posible tomarlos como inicio de una administracin cen
tralizada. En las pocas ms remotas, la organizacin social deba des
cansar sobre la estructura familiar patriarcal: pero existen indicios
reveladores de que esta ltima se hallaba, desde el siglo v, disociada, sin
que distingamos qu sistema la haba reemplazado. En cualquier caso, las
sepulturas dan pruebas de muy diversos grados de riqueza y, por consi
guiente, de poder: ello podra revelar una crisis del nomadismo, ligada a
los progresos de la sedentarizacin. Los historiadores soviticos han
interpretado estos hechos como el nacimiento de una sociedad aristocr
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
-44-
En los confines septentrionales del imperio persa: los escitas
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
nes, que son el germen del que provienen los conocimientos geogrfi
cos y etnogrficos transmitidos por Herdoto, revelaron las posibilida
des comerciales que se abran a las ciudades griegas. Sabemos que el
trigo, producido bien por los agricultores indgenas vasallos de los esci
tas, bien por los escitas sedentarizados, fue el artculo ms importante
-y su relevancia creci con el tiem po- del comercio griego con Escitia.
Pero no era el nico: cuero, pieles y carnes fueron tambin mercancas
apreciadas, as como los esclavos. No obstante, los esclavos escitas,
tan extensamente documentados en el mundo griego, solan ser, desde
luego, indgenas preescticos hechos prisioneros por los nmadas. Los
escitas, por su parte, buscaban el vino griego y productos artesanales
helnicos, objetos que en principio fueron importados del Egeo (apare
cen vasos rodios en los kurganes de la segunda mitad del siglo VU) y
luego se fabricaron, en nmero creciente, en las ciudades pnticas. Este
negocio hizo prosperar a los griegos del Ponto, aunque no sera correc
to pensar que vivan exclusivamente del mismo: la idea de que gran
nmero de colonias del Ponto fueron slo fundadas en calidad de facto
ras destinadas a traficar con la poblacin local debe ser recibida con
prudencia; los griegos parecen haberse dedicado ellos mismos, en todas
partes, a la agricultura, y el negocio vena por aadidura: pero sus
ganancias podan ser inmensas.
Los intercambios entre civilizaciones son ms difciles de evaluar. Ya
hemos visto que la sedentarizacin parcial de los escitas no se debi, en
principio, a la influencia griega -pero en este campo es seguro que la
hubo. Sin embargo, no podemos pretender que si los escitas se sedenta-
rizan en contacto con los griegos (especialmente en Crimea), lo hicieron
nicamente a consecuencia de la seduccin ejercida por el gnero de
vida de los griegos, pues los nmadas no suelen sedentarizarse ms que
presionados por una necesidad, y no vislumbramos, en este caso, de qu
necesidad pudo tratarse. Pero la influencia griega es apreciable en el uso
de la piedra para la construccin de las viviendas y cmaras funerarias,
y el atractivo de la vida griega afect, ciertamente, a los crculos aristo
crticos. La historia, narrada por Herdoto, de Anacarsis, condenado a
muerte por sus congneres por haber sucumbido a esta seduccin, es
equvoca: el historiador quiere demostrar as que los indgenas intentaban
resistir a la helenizacin; pero al mismo tiempo prueba que no siempre
podan abstenerse. De hecho, los escitas casi no llegaron a helenizarse, y
quienes dieron el paso lo hicieron slo superficialmente. Ni su gusto por
los objetos de arte griegos ni la penetracin de motivos griegos en el arte
escita afectaron profundamente a su civilizacin. La elaboracin por los
artesanos griegos de un arte barbarizante destinado a los escitas es
otro dato que sirve para marcar los lmites del gusto de sus clientes por
las cosas griegas. Pero no insistamos aqu ms de la cuenta en estos con
tactos e intercambios: ser slo a partir del siglo IV, en la fase final de la
civilizacin escita, cuando asistiremos a una compenetracin ms pro
funda entre los dos mundos. Aunque eso queda ya lejos de los momen
tos anteriores a la expedicin de Daro.
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En los confines septentrionales del imperio persa: los escitas
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El imperio persa y ei mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
que el rey persa no debi atravesar el Dniester. Pero con ello bastaba,
realmente, para que sus tropas, que se haban adentrado en comarcas
desiertas, padecieran en seguida caresta y hambre y el rey se viera obli
gado a efectuar una retirada poco gloriosa; retirada que poda haber
resultado ms catastrfica de lo que fue si los contingentes griegos
encargados de custodiar el puente del Danubio hubieran cedido a las
sugerencias de los escitas, que les aconsejaban destruirlo. La lealtad de
los griegos permiti a Daro retirar hasta Tracia los restos de su ejrcito;
y all tuvo que castigar a las ciudades griegas de la regin, que se haban
sublevado al llegar la noticia de su revs.
El Gran Rey regres a Asia y encomend a su lugarteniente Megaba-
zo la tarea de sojuzgar Tracia hasta el Estrimn y de obtener la alianza del
rey Amintas de Macedonia. De este modo, la fantstica expedicin de
Escitia terminaba de forma ms realista, con la incorporacin de una
nueva satrapa al Imperio.
Lo que probara, sin embargo, que el fracaso de Escitia fue rudo, es la
repercsin que tuvo entre los griegos de Asia Menor, que haban parti
cipado en la expedicin hasta el Danubio y asistido al retomo sin gloria
del Gran Rey: por primera vez, el Imperio Aquemnida haba desmenti
do su invencibilidad.
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CAPTULO
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
w Si hacemos una excepcin con Occidente: vid., sobre este punto, infra, p. 208.
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
trar que las ciudades de Asia hubieran sufrido en aquellas fechas una crisis
econmica. El comercio mediterrneo revea, desde luego, notables altera
ciones en el curso del siglo VI, pero si tratamos de determinar qu parte de
las mismas obedece a la llegada de los persas a las costas resulta casi impo
sible efectuar un balance. La salida de los focenses hacia Occidente intro
dujo cambios en la circulacin mercantil en el Mediterrneo: pero cmo
repercuti este hecho sobre el comercio de otras ciudades? La llegada a Ate
nas de artesanos jonios, qu influencia ejerci en el desarrollo del comer
cio tico, que no haba esperado a la conquista persa para adquirir entidad?
Hasta qu punto la conquista persa de Egipto, realizada a continuacin de
la de Asia Menor, afect al comercio griego de Nucratis? Si los milesios
llegaron, segn Herdoto (VI, 20), a desesperarse por la destruccin de
Sbaris en el 510, no significa eso que, treinta y cinco aos despus de la
conquista persa, mantenan fructferas relaciones con Italia? Tenemos, pues,
un conjunto de fenmenos cuyos pormenores no habra manera de aclarar:
si es probable que el cambio de dominacin en Asia Menor originase algu
nas perturbaciones econmicas, no podramos decir hasta qu punto las ciu
dades sufrieron sus consecuencias. Hay historiadores que piensan que
algunas de ellas supieron aprovechar la situacin y que fue slo la desdi
chada revuelta de 500-494 la que asest un golpe mortal a su economa: no
afirma Herdoto (V, 28) que Mileto nunca haba disfrutado de mayor rique
za que en vsperas de aquella sublevacin? La hiptesis de una crisis eco
nmica provocada por la conquista persa podra derivar muy bien del deseo
de encontrar una explicacin ms al descontento de los jonios.
Por otra parte, es preciso dejar constancia de que la conquista persa no
apag de un da para otro el movimiento intelectual jonio. Es en poca
persa cuando Mileto vive la ilustracin de los filsofos Anaximadro y
Anaximenes, feso la de Herclito. Es en poca persa cuando Hecateo de
Mileto aporta su contribucin a la elaboracin del pensamiento histrico
y al conocimiento del mundo. Ciertamente estos pensadores no tendrn
ningn sucesor en su pas, y la corriente racionalista jonia, el mejor obse
quio de la Grecia de Asia al pensamiento occidental, est en ese
momento a punto si no de extinguirse, al menos de alejarse de su hogar
original en direccin a otras regiones del mundo griego. Pero, aun reco
nociendo que el nuevo clima creado por la dominacin persa en las ciu
dades de Asia Menor no era, desde luego, favorable a la expansin del
librepensamiento intelectual, debemos tambin reconocer que el verdade
ro freno que acab oponindose a su ejercicio sera, una vez ms, la cats
trofe hacia donde se precipitaron los griegos de Asia a comienzos del
siglo V por mor de su rebelin -rebelin que constituira, por s misma,
una manifestacin de su profunda necesidad de libertad.
En definitiva, fue principalmente en este ltimo plano (el de la liber
tad poltica, de la libre evolucin de las instituciones cvicas libres, de la
definicin del hombre griego como ciudadano libre) sobre el que la con
quista persa marca un hito para la Grecia de Asia. Si consideramos anti
cipadamente que despus de las Guerras Mdicas las ciudades de Asia
apenas conocern ms que un rgimen de libertad vigilada en el seno del
-52-
El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
II.ESPARTA Y EL PELOPONESO15
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
16 Infra, p. 394.
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
Cleisthenes, H ist, XXXIII, 1984, pp. 283 ss.; P. Siewert, Die Trittyen Attikas und die Hee-
resreform des Kleisthenes, Munich, 1982.
Sobre el ostracismo: J. Carcopino, L ostracisme athnien, 2.a d., Pars, 1935; O.W.
Reinmuth, j.v. Ostraksmos, PW, XVIII, 1, 1942, coll. 1680 ss.; R. Goossens, Le texte
dArstote, A.P., XXII, 8 et l obligation de rsidence des Athniens ostraciss, Chron.
d'Egypte, XL, 1945, pp. 125 ss.; A. E. Raubitschek, The origin of ostracism, A.J.A., LV,
1951, pp. 221 ss.; Id., Philochoros fr. 30 Jac., Hermes, LXXXIII, 1955, pp. 119 ss.; id.,
Theophrastos on ostracism, Classica et Mediaevalia, XIX, 1958, pp. 73 ss.; C. A. Robin-
son Jr., Cleisthenes and ostracism, A.J.A., LVI, 1952, pp. 23 ss.; R, Wemer, Die Quellen
zur Einfihrung des Ostrakismus, Ath., n.s., XXXVI, 1958, pp. 48 ss,; A.R. Hands, Ostra
ka and the law of ostracism, J.H.S., LXXIX, 1959, pp. 69 ss.; D. Kagan, The origin and
purposes of ostracism, Hesperia, XXX, 1961, pp. 393 ss.; C. W. Fomara, A note on Ath.
Pol., 22, Cl. Q; n.s., XIII, 1963, pp. 101 ss.; J. J. Keaney, The text of Androtion F. 6 and
the origin of ostracism, Hist., XIX, 1970, pp. 1 ss.; G. R. Stanton, The introduction of
ostracism and Acmeonid propaganda, J.H.S., XC, 1970, pp. 180 ss.; R. Thomsen, The ori
gin of ostracism. A synthesis, Copenhague, 1972; C. P. Longo, La bul e la procedura
dellostracismo; considerazioni su Vat. Gr. 1144, Hist., XXIX, 1980, pp. 257 ss.; G. A.
Lehmann, Der Ostrakismus. Entscheid in Athen, von Kleisthenes zur Ara des Themisto-
kles, Ztschr.f Pap. u. Epigr., XLI, 1981, pp. 85 ss.
Sobre el ambiente intelectual e ideolgico de la reforma: J. A. O. Larsen, Cleisthenes
and the development of the theory of democracy at Athens, en Essays in political theory
pres, to G.H. Sabine, Nueva York, 1948, pp. 1 ss.; P. Lvque y P. Vidal-Naquet, Clisthne
Athnien, Pans-Besanon, 1964.
Las fuentes literarias esenciales (e insuficientes) son: Herdoto, V, 66, 69-72, y Arist
teles, Ath. Pol, 20-21 (ms 22, y Androcin, fr. 6 para el ostracismo).
15 El Consejo democrtico de la Cuatrocientos, cuya creacin es atribuida a Soln por
la tradicin del siglo rv, tiene, a nuestro parecer, pocas posibilidades de haber sido una rea
lidad histrica, no obstante la opinin contraria de la mayor parte de los estudiosos.
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
- Que, por otra parte, no fueron suprimidas y subsistieron en calidad de marco desti
nado a asuntos de culto.
La eleccin de este trmino, que significa grupo de tres o compuesto por tres par
tes, es enigmtica. Las tritios son, de hecho, tercios de tribus.
- 63 -
O 5 10K m ......................... Frearros
, Atena IV
TRITlAS La mayora de Tritas tienen el nombre del demos que ejerce de
cabeza de distrito (nombres subrayados). Hay tres excepciones: |||P * W illlll
m
Tetrpolis, Diacria y Pedas, que hemos incluido en el mapa. Iff
.... s s M m : .
DEMOS Todos ios nombres que llevan ei nmero de su tribu son demos. Las localidades sin nmero
no poseen la condicin de demos. Los siguientes demos eran barrios que pertenecan a la
aglomeracin urbana de Atenas y no figuran en este mapa: Colito (II), Cidateneo (111), Colidas (IV),
Escambnidas (IV), Leucnoe (IV), Oa (VI).
-65-
El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
26 Infra, p. 493.
- 66 -
El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
27 Infra, p. 243.
-* Infra, p. 401.
-67-
El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
29 Es el quorum exigido en Atenas para toda medida que se votaba en relacin a una
determinada persona.
-6 8 ~
El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
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El mundo griego (excepto Occidente) en vspera de las guerras mdicas
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
3- Infra, p. 510.
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El mundo griego (excepto occidente) en vspera de las guerras mdicas
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El imperio persa y el mundo griego egeo en la vspera de las guerras mdicas
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SEGUNDA PARTE
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
solicitar la ayuda de ese mismo Imperio Persa del que, por un momento,
pudo pensarse que estaba ya alejado del horizonte griego -n o es difcil
convencerse de que el inicio del siglo v contempla la apertura del mayor
proceso de toda la historia griega: aquel que, a un tiempo, cimentar sin
vacilaciones la grandiosidad de la civilizacin de la polis y, paralelamen
te, determinar su crisis. Tan slo las conquistas de Alejandro alcanzarn
una importancia tan relevante (aun teniendo diferente sentido) para los
destinos del mundo griego. No resulta intil imaginar cul hubiera sido
la evolucin de la civilizacin griega si las Guerras Mdicas nunca
hubieran ocurrido; ni imaginar qu habra pasado si los griegos hubie
ran sido derrotados. En ambos casos la historia de Europa y de Asia
hubiera sido sensiblemente distinta -es decir, que la historia universal
habra tomado otro camino. Esta sola reflexin justifica la atencin tradi
cionalmente prestada al perodo que ahora abordamos.
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Las guerras mdicas
Supra, p. 47.
-79-
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
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Las guerras mdicas
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
Tracia (Herdoto presenta esta accin como una huida vergonzosa), pero
enseguida hall all la muerte. Daro, no obstante, aun cuando probable
mente pensaba deportar a los jonios, intent todava resolver el proble
ma por la va poltica haciendo regresar a Histeo a Jonia: instigador en
secreto de la revuelta, pero oficialmente consejero del Gran Rey, el mile
sio estaba en una situacin equvoca y, segn parece, cada bando lleg a
creer que trabajaba a favor del contrario. Como Mileto se neg a reci
birle, Histieo tom a su vez el camino de Tracia y los Estrechos. Sus
aventuras posteriores, que Herdoto presenta como las de un capitn de
piratas, no parecen haber tenido influencia decisiva sobre la prosecusin
de los acontecimientos; por lo dems sera capturado y ejecutado algu
nos aos ms tarde.
Como Mileto era el corazn de la insurreccin, las fuerzas persas con
vergieron, por tierra y por mar, contra esta ciudad. Los jonios concentra
ron su esfuerzo en el mar, pero, mal organizados y poco entusiatas ante
aquel panorama, se dejaron aplastar en la batalla de Lade (495 o 494?).
Mileo fue tomada al asalto en el 494 y, en parte, arrasada ; un sector de
su poblacin fue deportado a la Baja Mesopotamia: la poca gloriosa de
su historia culminaba con este desastre.
Despus de algunas represalias los persas dieron prueba de modera
cin y de sentido poltico, y las medidas que adoptaron constituyen, evi
dentemente, otros tantos remedios a las causas del descontento y, por
consiguiente, de la insurreccin. Las tiranas de aristcratas a sueldo de
los ocupantes fueron arrinconadas y Artafemes estableci en todas partes
(por consejo de Hecateo?) la democracia, refiere Herdoto: cabe
suponer que se trataba, al menos, de regmenes de autonoma cvica; se
dictaron disposiciones para evitar las disputas entre comunidades; el tri
buto, por ltimo, no sufri ningn aumento, sino que fue establecido
sobre una base catastral precisa y razonable. Este cambio no representa
ba, desde luego, la libertad, pero tampoco era una situacin peor que
antes de la rebelin; al menos, polticamente hablando. Pues si parece
dudoso que una de las causas de la revuelta haya que buscarla en una cri
sis econmica determinada por la conquista persa, resulta en cambio cier
to que, despus de la revuelta, en las ciudades griegas de Asia se produce
una decadencia econmica: tendremos que esperar, sobre todo, a los
comienzos de la poca helenstica para ver cmo renuevan provechosas
relaciones con sus antiguos dominios coloniales del Ponto Euxino. Pero
otros acontecimientos posteriores fueron responsables, es verdad, de la
gran duracin de esta demora.
Por muchas reservas que puedan mantenerse respecto a las leccio
nes de la historia, sin embargo el futuro probar, segn parece, que la
leccin brindada por la fallida revuelta de Jonia sera comprendida: la
libertad de los griegos de Asia no poda ser conquistada y garantizada
ms que desde el mar, y a condicin expresa de que los asiticos fueran
totalmente eliminados de su superficie por fuerzas navales griegas
invencibles. Pero al da siguiente de la batalla de Lade an no se haba
logrado alcanzar este requisito.
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Las guerras mdicas
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
35 Si es que fue en el 493 cuando ejerci el cargo de arconte: esta fecha nos ha sido
transmitida tardamente por Dionisio de Halicarnaso (poca de Augusto) y la cronologa tra-
dicional de los arcontes atenienses para este perodo se halla todava demasiado en tela de
juicio. Los investigadores actuales estiman que la fecha arcontal de Temstoces debe de ser
falsa y que el rebajarla al ao 483 (es decir, a la poca en que hizo que se emprendiese la
construccin de la flota: infra, p. 93 s.) prestara mayor coherencia a una carrera que, si el
arcontado es del 493, se vera acto seguido afectada por un eclipse de diez aos. Faltara,
sin embargo, demostrar que la fecha transmitida es falsa...
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
39 Todava de reducidas proporciones: parece que sera este mismo ao 493/2 cuando
los atenienses debieron de alquilar veinte naves a Corinto para combatir mejor contra Egina,
mientras que en el 491 los atenienses irn a mendigar a Esparta su mediacin ante los egi~
netas, no tanto, sin duda, por temor al medismo egineta cuanto por el hecho de que este
eterno conflicto estaba consumiendo sus fuerzas.
-86-
Las guerras mdicas
tin interna del Imperio Aquemnida, y lejos de poder probar que los per
sas se disponen entonces a volver a emprender la conquista del mundo, y
en primer trmino de la Grecia de Europa, resulta tambin imposible pro
bar que Susa pensara tomar venganza de la veleidosa participacin ate
niense en la revuelta. La conciencia que en la propia Grecia habran
tenido algunos sobre el peligro persa es, en realidad, el resultado de espe
culaciones hechas ya en la Antigedad, pero, sobre todo, modernamente.
Que, en cambio, algunos griegos comprendieran que el restablecimiento
de los persas en el Egeo constitua un factor que poda ser introducido en
la poltica interna de las ciudades, eso es otro problema: y se trata del pro
blema esencial.
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
tra de que la misma pudiera haberse concertado entonces) antes que para
protegerlos contra la traicin de los insulares en caso de invasin persa:
tampoco faltaban atenienses dispuestos a medizar, y los eginetas com
batieron a su vez valientemente en 480/79.
Los persas, entre tanto, preparaban en Cilicia la expedicin que se
hizo a la mar en el verano del 490. Pese a las cifras citadas por Herdoto
(VI, 94 ss.), los hechos probarn que slo consista en una flota demasia
do modesta como para aspirar a la conquista de Grecia. Si se hubiera
tratado simplemente, como pretende Herdoto, de tomar venganza de
Atenas y de Eretria por su participacin en el incendio de Sardes en el
498, es evidente que los persas no se habran entretenido cerca de un mes
en las Cicladas y en Eubea: pues lo que se pretenda, en realidad, era esta
blecer regmenes vasallos en todas partes. Una sumisin dcil traera apa
rejada la benevolencia persa; la resistencia desatara represalias: por
haber huido a las montaas los habitantes de Naxos vieron la ciudad
incendiada. La ejecucin de esta medida, por una parte, pero, por la otra,
la reverencia mostrada por el almirante persa Datis al santuario de Dlos,
no hacan sino inquietar y dividir las opiniones: buen nmero de insula
res tuvieron que renunciar a ofrecer resistencia. Hubo, a veces, vacilacio
nes: en la isla de Eubea, la ciudad de Caristo comenz resistiendo y luego
capitul; en Eretria, una faccin organiz la defensa, pero otra distinta
entreg la plaza, que no dej por eso de ser saqueada e incendiada y un
sector de sus habitantes deportado.
Quedaba Atenas. Dentro del estado mayor de los persas no haba, desde
luego, ms que una persona que centrara en Atenas el objeto final de la
expedicin, y este hombre era Hipias, su antiguo tirano. No cabe duda de
que ste, informado de la existencia de un partido persa en su patria,
esperaba que los atenienses renunciaran a cualquier resistencia, ni de que
Hipias haba convencido a.Datis de que la ciudad lo acogera sin violencia
alguna. Pero no haba contado con Milcades, cuya hostilidad hacia los per
sas fue abiertamente respaldada por todos aquellos que, guiados por consi
deraciones propiamente atenienses, no deseaban ver cmo los asiticos
restauraban la decadente influencia de los Alcmenidas y los Pisistrtidas,
ni cmo abolan el rgimen clisteniano. Situacin confusa, cuyo factor ms
decisivo no fue, verdaderamente, el patriotismo griego alzado contra el
invasor asitico. Sea como fuere, cuando los persas abandonaron Eubea
para desembarcar en la baha de Maratn, hacia comienzos de septiembre,
Milcades logr que triunfara en la Ekklesa la decisin de resistir. Un
decreto propuesto por l -del que Herdoto no nos habla- aprob que los
contingentes de hoplitas salieran al encuentro de los persas y que un men
sajero corriera a solicitar la ayuda de los espartanos. En espera de aqullos,
que respondieron que acudiran en cuanto se lo permitiera la conclusin de
las fiestas de Apolo Carneo42, los atenienses, a quienes se unieron los pla-
Se trata simplemente de una evasin piadosa, pues hay otros ejemplos de interdictos
rituales que paralizaban operaciones militares.
- 89 -
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
-90-
Las guerras mdicas
los trabajos sobre ei Imperio Persa citados en nota 1; sobre Esparta, en nota 15 ; sobre la pol
tica ateniense, en nota 37, y sobre los orgenes de las Guerras Mdicas, en nota 34, vid. tam
bin: J. Labarbe, La loi navale de Thmistocle, Pars-Lieja, 1957; R. J. Buck, The reforms
of 487 B.C. in the selection of archons, Cl Ph., LX, 1965, pp. 96 ss.: D. W. Knight, Athe
nian politics 510 to 478 B.C.: some problems, en Some studies in Athenian politics in the
fifth cent. B.C., Historia-Einzelschriften, Heft 13, Wiesbaden, 1970; P. Bicknell. The date
of Miltiades Parian expedition, A.C XLI, 1972, pp. 225 ss.; R. Develin, Miltiades and
the Parian expedition, A.C., XLVI, 1977, pp. 571 ss.; C.J. Haas, Athenian naval power
before Themistocles, Hist., XXXIV, 1985, pp. 29 ss.; J. Wolsk, Thmistocle, ia cons
truction de la flotte athnienne et la situation internationale en Mditerrane, Riv. Stor.
-91-
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
dell'An., XIV, 1984, pp. 179 ss. Problemas tcnicos de construccin naval: J.b S. Morrison
y J.F. Coates, The Athenian trireme, Cambridge, 1986.
44 Supra, p. 62.
- 92 -
Las guerras mdicas
que esta reforma proceda de una tendencia democrtica, pues los arcontes
continuarn siendo reclutados, por treinta aos an, entre las dos clases cen
suales superiores: pero el cambio aportaba un factor de calma a la ciudad al
limitar las contiendas, y no perjudicaba los intereses de la aristocracia ms
que en la medida en que disminua las oportunidades que se ofrecan a las
personalidades de primer rango para acceder a las archa superiores. Desde
este punto de vista, las consecuencias de la reforma seran importantes,
pues el arcontado (y, por consiguiente, el Arepago) habra de poblarse
desde ahora, principalmente, con personajes de segunda fila y, tocado como
estaba por el desvo de soberana que le supuso la reforma de Clstenes,
sufrir una disminucin similar de poder. En el terreno militar, sobre todo, el
arconte polemarca, que ya no poda ser designado en consideracin a su
competencia, ser un cargo que languidecer en beneficio del colegio de los
diez estrategos, que siguen siendo electos: Maratn constituy la ltima
batalla en que pudo verse a un polemarca en combate.
Nada de cuanto acabamos de sealar parece que pueda explicarse por
referencia al peligro persa -y la poltica exterior de las ciudades europe
as daba la impresin de estar dominada, a su vez, por precauciones estric
tamente regionales. En Esparta, estos aos marcan la fecha en que el rey
Cleomenes I termina su carrera. La resistencia que en varias ocasiones le
haba opuesto su colega Demarato fue lo que le determin a lograr que
ste fuera depuesto (Demarato haba ido a refugiarse en Susa) y que fuera
reemplazado por el dcil Leotquidas. Pero la inoportuna personalidad de
Cleomenes, su aficin por una clase de poltica que amenazaba compro
meter el equilibrio peloponesio, todo ello sera causa de que en Esparta
reinase tal clima de hostilidad hacia su persona que no tuvo ms remedio
que exiliarse (hacia el 490?). Despus de estar poco tiempo en Tesalia,
intent reinstalarse valindose de la ayuda de los arcadios. Esparta fue
presa de tan gran inquietud, que decidi volver a llamarlo antes de que
pudiera pasar a los hechos. Cleomenes fue entonces, probablemente, ase
sinado, pues la tradicin acerca de su locura y de su suicidio (hacia el
488?) resulta sospechosa. Las interpretaciones modernas de los ltimos
episodios de la poltica de Cleomenes, que se explicaran por su deseo de
unir a toda Grecia ante la inminencia del peligro persa, y de su cada, que
obedeca a la voluntad espartana de no verse mezclada en estos asuntos
lejanos, tienen pocas probabilidades de acercarse a la verdad: Cleomenes
era una persona ambiciosa de corte tirnico, con el que no podan con
ciliar ni el orden espartano ni la tranquilidad peloponesia.
En Atenas, entre tanto, la principal preocupacin segua centrada en
la guerra egintica. La cronologa de este incidente es discutible, pero la
tregua que los atenienses debieron imponer a sus adversarios al acercarse
Jerjes prueba que la guerra todava mostraba sus rigores en el 481. E
igualmente este conflicto fue la causa, segn Herdoto (VII, 144), de que
Temstocles convenciera a los atenienses para construir la flota de guerra
que, en la prctica, servira contra los persas: aunque es cierto que, en esta
fecha (483/2), pudieron asimismo tener en cuenta los preparativos de los
persas. En cualquier caso, vemos reaparecer ahora a Temstocles, cuya
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
carrera se nos pierde despus del 49345, pese a las hiptesis que intentan
reconstruirla evocando su influencia como mentor de los primeros ostra
cismos y de la reforma sobre la designacin de los arcontes. Pues en el
483/2 los atenienses acababan de descubrir que eran ricos: efectivamen
te, la explotacin de los yacimientos argentferos de Laurin haba reve
lado, poco tiempo antes, la existencia de un filn excepcional, el de
Maronea, cuyo arriendo proporcionaba en estas fechas unos 100 talentos
(600.000 dracmas) por ao. Conforme a la costumbre, bien documentada,
de repartir los beneficios pblicos entre los miembros de la comunidad,
los ciudadanos tenan el propsito de repartirse esta plusvala, pero
Temstocles los convenci para que la dedicaran a un programa de cons
trucciones navales: en dos tandas anuales, Atenas se hara con una flota
de 200 trirremes -m s de lo que jams haba posedo ninguna ciudad. La
decisin tropez con algunas dificultades: fue necesario vencer no slo la
decepcin de las buenas gentes que haban abierto su bolsa en vano, sino
en particular la hostilidad de ciertas personas que entendieron que el
asunto provocara graves consecuencias polticas, pues se vea venir que
los miles de ciudadanos de la cuarta clase, a los que habra que enrolar
como remeros (a 174 remeros por embarcacin, los thetes vlidos para el
servicio no bastaban, por s mismos, para cubrir la dotacin de 200 tri
rremes), adquiriran un terrible peso poltico frente a los cerca de 10.000
hoplitas que, hasta entonces, haban dispuesto del monopolio de la fuer
za militar ateniense: la clase rural de los maratonmacos crea haber
demostrado que se bastaba para defender a la patria, y la oposicin que
mantuvo fue encabezada, sin duda, por Aristides, pues ste sufri el ostrar .
cismo en el mismo ao en que la flota empezaba a ser fabricada en los
astilleros (en el 483/2).
En tal fecha ya haban podido llegar hasta Atenas noticias sobre los pre
parativos de los persas, cuya lentitud en las movilizaciones no es razn sufi
ciente para explicar que tardasen tanto tiempo en intervenir despus de
Maratn. Desde luego Herdoto nos muestra a Daro dando las rdenes
para proceder a los mismos inmediatamente despus del regreso de Datis,
y cmo estos gigantescos preparativos quedaron interrumpidos a causa de
otros problemas: pero no debe olvidarse que la tradicin griega tena inte
rs en subrayar retrospectivamente la constancia e intensidad de la hospita
lidad persa -siendo as que cuanto acabamos de ver sobre la historia de
Atenas y de Esparta entre 490 y 483 no parece revelar una especial inquie
tud al respecto. Tampoco la conquista en el programa imperial aquem-
nida; y, vistos desde Susa, los asuntos egeos podan presentarse como cosas
lejanas y marginales, satisfactoriamente resueltas, adems, por la expedi
cin naval del 490. Maratn haba sido un percance irritante, pero no hasta
el extremo de amenazar la seguridad del Imperio! Suponiendo que Daro
proyectase vengarse de aquel hecho, se lo impidi la revuelta que estall en
Egipto en 487 o 486, luego su propia muerte, ocurrida hacia finales del 486.
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Infra, p. 213.
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gar los griegos sino ejercer una accin provisional de retardo: pues no caba
pensar en rechazar al invasor desde tales posiciones. Haba previsto el plan
de los griegos que, despus de esa fase, se desarrollase otra etapa, ligada a
la hiptesis de una prosecucin del avance persa al sur de las Termopilas y
del Artemisio? Herdoto no permite suponerlo, pero un documento apasio
nadamente debatido ha suscitado la cuestin. Segn Herdoto, en efecto,
seria solamente despus de los reveses griegos de Termopilas y la de Arte
misio cuando se habra resuelto la evacuacin del Atica y la concentracin
de fuerzas navales en la baha de Salamina; en cambio, segn una inscrip
cin descubierta en 1959 en Trezena tales decisiones habran sido tomadas
antes de ios primeros combates, considerando por tanto la imposibilidad de
detener a los persas al norte del Atica: se trata de un decreto votado por la
Ekklesa ateniense a propuesta de Temstocles, decreto al que aluden diver
sas fuentes literarias y que bsicamente ordena que, despus de haber eva
cuado el tica, la mitad de la flota ateniense (100 unidades) se dirigir al
Artemisio, mientras que la otra mitad quedar de reserva en Salamina.
Desde el punto de vista formal, este texto no puede ser autntico: grabado
unos dos siglos despus de los sucesos, con un estilo y unos detalles sobre
las instituciones demasiado anacrnicos como para pertenecer al ao 481 o
480, slo cabe considerarlo, desde tal perspectiva, como una falsificacin.
Faltara saber si esta falsificacin no ha sido pespunteada sobre una deci
sin histrica, acerca de cuya verosimilitud no existe una opinin confor
me. El genio estratgico de Temstocles, que siempre ha sido exaltado
basndose exclusivamente en el relato de Herdoto, se vera an ms
engrandecido si el contenido sustancial del decreto pudiera considerarse
autntico, puesto que entonces constituira una certeza que Temstocles
haba previsto que el choque decisivo no podra provocarse ms que en el
propio litoral del Atica. El debate permanece abierto49.
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
Akad. Wien, CCXI, 1929, pp. 3 ss.; J. Keil, Die Schlacht bei Salamis, Hermes, LXXIII,
1938, pp. 329 ss.; W. K. Pritchett, Towards a restudy of the battle of Salamis, A.J.A.,
LXIII, 1959, pp. 251 ss.; Id., Studies in Greek topography, Im Univ. of Calif. Press, 1965;
C. W. Fomara, The hoplite achievment at Psyttaleia, J.H.S., LXXXVI, 1966, pp. 51 ss.
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Las guerras mdicas
vigilar el paso se dejaron sorprender. Tan pronto como advirti que estaba
rodeado, Lenidas hizo regresar a casa a los peloponesios, asumi la defen
sa de las Termpilas con sus espartiatas, los tespieos y los tebanos, y des
pach un mensajero a la flota para avisarla de la necesidad de replegarse.
El heroico sacrificio de Lenidas y de su ltima escuadra, que ha sido a
veces tomado por el modelo puro de sacrificio intil, se explica realmente
por el deseo de proteger la retirada de la flota: para ponerse a salvo, aqu
lla deba atravesar el estrecho del Euripo, un punto en el que dos embarca
ciones no pueden cruzarse y que es fcil de interceptar desde tierra firme.
Si Lenidas no hubiera resistido hasta el anochecer la caballera persa (o la
tesalia) habra podido alcanzar la angostura antes que la flota, que hubiera
quedado encerrada. Cuando la flota recibi el mensaje de Lenidas, la bata
lla de Artemisio, dura pero incierta, acababa de finalizar: la cada de la
noche permiti a los griegos ocultarse y alcanzar el Euripo antes de que
fuera bloqueado. Desde luego, sin el sacrificio de Lenidas la guerra esta
ba, si no terminada, al menos perdida.
Abierta as a la invasin la ruta de Grecia central, numerosas pobla
ciones medizaron sin disimulos: locrios, dorios (de Dride), beocios;
pero los focidios sufrieron la venganza de sus viejos enemigos, los tesa
lios, y su territorio fue tratado a sangre y fuego, mientras que una partida
de brbaros se abra camino hasta las inmediaciones de Delfos, de donde
fue ahuyentada por obra de ciertos prodigios... Tanto si la evacuacin
del Atica haba sido decidida desde antes de Termopilas, como si lo fue
tan slo despus, ahora resultaba necesario actuar de prisa. Para los ven
cidos en los primeros combates, el problema estribaba, sobre todo, en
acordar una conducta comn, pues, a partir de este momento, los distin
tos intereses divergan ya de forma estridente.
Es probable que las discrepancias acerca de las concepciones estratgi
cas hubieran empezado a manifestarse desde el 481: desde la profundidad
del Peloponeso el peligro slo poda imaginarse con una lucidez menos
intensa que aquella con la que lo vean las poblaciones situadas al norte del
Istmo, y apenas caben dudas de combatir al norte de Tesalia, despus en las
Termpilas y en Artemisio, constituyeron concesiones al punto de vista ate
niense y a la estrategia inspirada por Temstocles. Por parte de los esparta
nos, en especial, siempre angustiados por la idea de comprometer la
estabilidad del Peloponeso (Argos, los mesenios, ciertos aliados que falla
ban a veces...), la aceptacin de estos planes representaba, es evidente, una
decisin razonable, pero no exenta de un grado de abnegacin que convie
ne anotar a su favor. El fracaso del primer acto iba ahora a llevar al enemi
go hasta las puertas del Peloponeso: en lo sucesivo, dnde y cmo se dara
batalla? Herdoto dice que, al volver de Artemisio, los atenienses pensa
ban encontrar a los peloponesios acampados en Beocia con todas sus fuer
zas, a la espera del brbaro; sin embargo se enteraron de que los
peloponesios fortificaban el Istmo con un muro, atribuyendo el mayor valor
a la salvacin del Peloponeso... sin preocupacin del resto en absoluto, es
decir, ante todo del tica, que sera sacrificada. No obstante, la insistencia
de los atenienses consigui que la flota, que efectuaba la retirada desde
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
51 A saber, por parte de los peloponesios: Esparta, Corinto y sus colonias, Sicin, Epi
dauro, Trezena, Hermiona, Mgara; por parte de los insulares: Egina, Clcide, Eretria, Esti
ra, Ceos, Naxos, Cizno, Srifo, Sifnos, Melos; ms, naturalmente, la flota ateniense. En
total, 378 unidades segn Herdoto, 400 segn Tucdides.
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
que reprimi con dureza: Babilonia, en la que los persas entraron a saco,
perdi entonces (479) la apariencia de autonoma que haba conservado
bajo los reinados de Ciro y de Daro. Pero la atencin de Herdoto se con
centra exclusivamente sobre los asuntos de Grecia. El relato coherente y
detallado que proporciona sobre los meses que separan Salamina de Pla
tea est, sin embargo, demasiado claramente concebido con miras a la
exaltacin de los atenienses como para que podamos comprender este
perodo dramtico con absoluta exactitud.
Hay, en primer lugar, al da siguiente de Salamina, un episodio singu
lar: al no haber recibido el premio en el Istmo, Temstocles habra acudi
do a Esparta para dejar que se le tributaran honores. Coronado, colmado
de regalos y despedido luego con una escolta hasta los lmites de Laconia,
el vencedor de Salamina habra sido muy mal recibido, a su regreso, por
sus compatriotas; acto seguido, desaparece del relato herodoteo y ya no
volvemos a encontrarlo, en otras fuentes, ms que despus de Platea...
Qu significado tienen tanto los honores de los espartanos como el eclip
se del hroe del 480? No cabe poner en tela de juicio que Temstocles fuera
a Esparta y que all se viera tratado con mimo, pero s es posible dudar de
que se desplazara hasta all para eso... Es probable que los honores espar
tanos compensaran el fracaso de una negociacin sobre la estrategia a
adoptar en el futuro. Pues lo cierto es que Salamina no liberaba a los ate
nienses de la amenaza persa; pero los peloponesios, cuyos atrinchera
mientos en el Istmo no corran ya el peligro de ser sorteados por mar, no
podan sino sentirse ms confirmados en una actitud defensiva que haca
caso omiso de los intereses no peloponesios. Las dificultades que experi
mentaron los atenienses, durante los siguientes meses, para obtener una
ofensiva en Beocia obligan a pensar que el viaje de Temstocles fue la pri
mera etapa, todava sin frutos, de una larga y dramtica negociacin.
Sin embargo, fue el propio Mardonio quien proporcion a los atenien
ses un instrumento para presionar a los peloponesios... Si los persas hubie
ran pretendido atacar por tierra el Peloponeso, el mejor momento habra
sido justo al da siguiente de Salamina: pero nada de eso haba sucedido.
Por el contrario, desde su campamento de invierno en Tesalia, Mardonio
trat de negociar un acuerdo de paz y de alianza con los atenienses exclu
sivamente. No podramos decir si tal gestin encerraba la condicin de
medio (disminuir la resistencia griega con miras a la campaa ulterior) o
de fin (convertir a toda Grecia central, sin esfuerzo alguno, en dependen
cia del Imperio Persa, y evitar una nueva campaa al dejar detrs de s a
un Peloponeso paralizado). Fueran cuales fuesen las intenciones de Mar
donio, que, entre Salamina y Platea, parecen haber sido ms polticas que
conquistadoras, el jefe persa envi a Atenas como delegado a Alejandro de
Macedonia, portador de propuestas muy atractivas: el perdn persa, el
olvido de todo lo pasado, la autonoma, la reconstruccin de los santuarios
destruidos, ampliaciones territoriales. El precio a pagar: entrar en la alian
za de Jerjes. Un buen nmero de griegos haba medizado en condicio
nes menos ventajosas como para que Mardonio albergara esperanzas de
convencer a los atenienses, cuya situacin era asimismo muy precaria.
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locrios, a los malios, a algunos focidios (la mayor parte de los cuales
haban formado guerrillas), as como a los macedonios.
Sintieron necesidad los griegos, en vsperas del combate decisivo
(comienzos de septiembre del 479), de renovar sus juramentos? Ya en el
siglo IV a. C. se discuta sobre este punto, y el texto epigrfico (asimismo
del siglo IV) que ha llegado a nosotros de un juramento de Platea es
apcrifo en su forma, pero podra haber sucedido que fuera entonces
cuando los griegos de la resistencia juraron diezmar a quienes volunta
riamente haban medizado.
No vamos a seguir a Herdoto en su larga narracin de las operacio
nes53 ni, en particular, de las desmoralizantes jornadas que precedieron a
la accin definitiva -y ms o menos fortuita; pues los griegos, que se
hallaban modificando sus posiciones en medio de un cierto desorden, no
estaban preparados para resistir a un ataque, situacin que Mardonio
haba captado perfectamente. A partir de su relato obtenemos la impre
sin de que la tarea, en verdad abrumadora, sobrepasaba la capacidad de
Pausanias -y sin duda tambin habra superado la capacidad de cualquier
otro estratego griego puesto al mando de un ejrcito de infantera tan
imponente, compuesto por contingentes muy individualistas, opuesto a
un adversario cuya superioridad resida primordialmente en su caballera.
Pero, aunque en la batalla se dieran numerosos golpes de suerte (y a la
cabeza figura la muerte de Mardonio), subsiste el hecho de que la victo
ria griega se alcanz, finalmente, gracias a la superioridad de los hoplitas
griegos sobre los combatientes brbaros; y Herdoto, aun cuando siem
pre los juzgue con severidad, se ve obligado a reconocer que los espar
tiatas fueron los mejores.
Los restos del ejrcito brbaro que se salvaron de esta refriega efec
tuaron rpidamente la retirada hacia el norte y no fueron perseguidos: la
explicacin estriba en el agotamiento de los vencedores, pero tambin
-despus de la recoleccin y particin del botn, del levantamiento de los
trofeos, de las ceremonias fnebres y en accin de gracias- en la necesi
dad de ocuparse antes que nada de los asuntos de aquella Grecia central
que haba medizado casi de forma general; volveremos luego sobre
este punto54. Abandonemos ahora provisionalmente el campo de batalla
de Platea; en la misma poca en que se realizaba la campaa de Beocia,
una campaa naval proporcionaba a los griegos una nueva victoria.
Desde la primavera del 479 una escuadra de 110 veleros se haba ido
reuniendo en Egina bajo el mando del rey espartano Leotquidas; la flota
inclua un continente ateniense, que estaba a las rdenes de Jantpo. Una
solicitud llegada de Quos, en donde acababa de fracasar una revuelta,
determin a Leotquidas a avanzar hasta Dlos -pero no ms all; Her
doto se burla de sus vacilaciones, pero evidentemente no era cuestin de
iniciar una aventura asitica mientras que an no estaba nada resuelto en
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
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Las guerras mdicas
55 Cf infra, p. 496.
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55 Infra, p. 215.
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CAPTULO II
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58 Infra, p. 391.
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/i)
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tado por el Consejo de los aliados, sino por el propio pueblo ateniense. Y
como el problema de las relaciones entre Atenas y Esparta va a plantear
se, en ese mismo instante, en toda Grecia, es evidente que el da despus
de Platea y de Micala nos permite asistir a un nuevo reparto de papeles.
En efecto, mientras que el contingente ateniense cercaba Sesto (que
caer a finales del invierno: con ello termina la obra de Herdoto), el resto
de la poblacin ateniense haba regresado a su patria: No se haba sal
vado casi nada del antiguo recinto -escribe Tucdides- la mayor parte de
las casas estaban en ruinas... Entonces, Tos atenienses resolvieron
reconstruir lo primero sus murallas, y por este motivo se producira el pri
mer conflicto con los espartanos. Vemos reaparecer ahora a Temstocles,
y Tucdides, que presta una excepcional atencin al personaje, hace otro
tanto con el asunto de los muros de Atenas, en donde detecta una de las
primeras manifestaciones de la rivalidad entre Atenas y Esparta; pues,
aunque en el debate iniciado a raz de esta operacin se hubiera invocado
la eventualidad de una nueva llegada de los persas, resulta patente que los
atenienses pretendan que su ciudad fuera insensible a las presiones pelo-
poriesias. y los espartiatas trataban de evitar que el proyecto prosperase.
La historia de los anteriores treinta aos explica los dos puntos de vista.
Fue la ausencia de verdaderas fortificaciones en Atenas lo que permiti
en el ao 510 a los espartanos derrocar a Hipias y poner en peligro, ms
tarde, la labor de Clstenes; fue este mismo hecho el que en el 480, al obli
gar a la evacuacin de la ciudad, convirti a los atenienses en un pueblo
sin casa ni hogar, y eso indujo a los peloponesios a ignorar los intereses
atenienses. Indudablemente, su flota representaba, en manos atenienses,
una baza esencial: pero esa baza, vlida contra la flota persa, ya no serva
contra las fuerzas terrestres de los peloponesios, muy superiores a las de
Atenas, y no convena que, siendo en lo sucesivo poderosa por mar, Ate
nas quedara expuesta a las ofensivas peloponesias por tierra; si, dentro de
la alianza que se haba prorrogado, los atenienses queran tratar de igual
a igual con los espartiatas, era preciso reducirlos a la imposibilidad de
intervenir en sus asuntos como lo haban hecho en poca de Cleomenes.
Temstocles no tuvo dificultades para convencer a sus compatriotas de
esta doctrina, que es el embrin de aquella otra que desarroll Pericles.
Enterados de lo que suceda, los espartanos intentaron apartar a los ate
nienses de su tarea: Temstocles hizo que lo enviaran a Esparta so pretex
to de negociar y, mientras que l distraa a las autoridades espartiatas,
toda Atenas trabajaba en las murallas -a s devolvan a los espartanos la
propina del invierno anterior Los espartanos, a pesar de su encubierto
disgusto, tuvieron que inclinarse ante la realidad. El recinto de Atenas
haba sido apresuradamente cerrado con ayuda de las ruinas de la ciudad
(Tucdides lo afirma y la arqueologa lo confirma), pero la ciudad estaba
a cubierto. Siguiendo este impulso, los atenienses acabaron tambin las
fortificaciones del Pireo (Tue., I, 89-93).
La independencia mostrada por los atenienses debi alimentar las difi
cultades dentro de Esparta, cuya hegemona era puesta en tela de juicio
por la propia alianza. Si haba que proseguir la lucha contra los persas,
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
55 Sucede, probablemente, en 478/76, pero sin que podarnos asegurar si se trata de fina
les del 478 o de comienzos del 477. Entre la campaa de Pausanias en Chipre y el regreso
a Esparta de Dorcis hay demasiados vaivenes en el Egeo como para que todos ocurrieran
durante la buena temporada del 478.
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
61 El trmino figura empleado por Tucdides, que escribe a finales del siglo, pero su uti
lizacin no se halla atestiguada antes del ao 446/5; es, por tanto, posible, que el historia
dor lo haya usado de manera anacrnica. Sobre su sentido, cf. infra, p. 163.
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
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Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
56 Infra, p. 131.
67 Cundo...? La fecha del episodio es incierta, al igual que toda la cronologa de este
apartado, para la que seguimos ia versin ms general, aun siendo discutible. Una fuente tar
da (Justino) presenta a Pausanias mantenindose en Bizancio durante siete aos, y algunos
autores modernos estiman que sera preciso rebajar otro tanto las acciones de Cimn. Pero
entonces, qu habra sucedido en el intervalo? Tucdides, 1,98 ss., transmite el orden de los
acontecimientos a partir de la toma de Ein, pero habia del episodio de Pausanias durante
una digresin (I, 131), sin situarlo.
68 Infra, p. 127.
59 Infra, p. 124.
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1 )
70 Infra, p. 128.
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Las guerras mdicas y e establecimiento de la hegemona ateniense
71 Nuestra ignorancia sobre la historia interna del Imperio aquemnida nos impide saber
si hubo otros factores que tambin influyeron.
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Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
pero stos haban de ser, cada vez ms, los de los atenienses, cuya hege
mona se ejerce atendiendo cada da menos a la eventualidad de combatir
en nuevos Eurimedontes. Atenas descubre lo que es ser una potencia y
tambin, algunas veces, el coste que puede suponerle continuar por esa
va. Del montn de ruinas dejadas por Jerjes, Atenas extrae aquel princi
pio que Tucdides, ms tarde, se dedicar a retrotraer hasta tiempos prehis
tricos, a saber, que no hay ms podero que el otorgado por las reservas
financieras, y que no se alcanzan reservas financieras sino mediante el
dominio del mar; de ah que la hiptesis segn la cual sena en esta poca
(y no estrictamente en el 454/3, como, por lo general, se admite)72 cuando
los atenienses habran transferido el tesoro federal desde Dlos a Atenas
no deja de poseer cierta verosimilitud, aunque no es demostrable. Los grie
gos se complacan en la dialctica de lo justo y de lo til: si ambos
trminos resultaban coincidentes, para los atenienses, cuando en el 478/7
haban recibido la hegemona, en el momento presente lo til prevalece
sobre lo justo, como Naxos y Tas os acaban de comprobar.
Ahora bien, durante el asedio Tasos habra solicitado el apoyo de
Esparta (segn Tucdides, I, 101): saban acaso los tasios que la amistad
entre atenienses y espartanos, que estos ltimos llegaron todava a invo
car para justificar su renuncia a la hegemona, perteneca ya al pasado?
7- Infra, p. 149 s.
73 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras de carcter general citadas en la nota 12
y de las obras sobre Esparta citadas en la nota 15, vase:
Sobre Pausanias, Temstocles y los asuntos del Peloponeso (cuestiones inextricable
mente ligadas): N. G. L. Hammond, art. cit., supra, nota 64; H. Schaefer, s.v. -Pausanias,
PW, XVIII, 4, 1949, coll. 2571 ss.; M.E. White, Some Agiad dates: Pausanias and his
sons, J.H.S., LXXXIV, 1964, pp. 140 ss.; A. Lippold, Pausanias von Sparta und die Per-
ser, Rh. M., CVIII, 1965, pp. 320 ss.; C.W. Fomara, Some aspects of the career of Pau
sanias, Hist., XV, 1966, pp. 257 ss.; A. Blamire, Pausanias and Persia, G.R.B.S., XI,
1970, pp. 295 ss.; H. Honishi, Thucydides method in the episodes of Pausanias and The
mistocles, A J. Ph., XCI, 1970, pp. 52 ss.; P. J. Rhodes,, Thucydides on Pausanias and
Themistocles, Hist., XIX, 1970, pp. 387 ss.; AJ. Podlecki, Themistocles and Pausanias,
R.E, CIV, 1976, pp. 293 ss.; H. D. Westlake, Thucydides on Pausanias and Themistocles -
a written source?, Cl. Q., XXVII, 1977, pp. 95 ss.; H. Rohdich, Der Feind im Innem (Zum
Pausanias-Themistokles-Exkurs Thuk. 1. 128-138), Amike und Abenland, XXX, 1984, pp.
1 ss.; L. Schumacher, Themistokles und Pausanias. Die Katastrophe der Sieger, Gymn.,
XCIV, pp. 218 ss.; R. J. Lenardon, The chronology of Temistocles ostracism and exile,
Hist., VIII, 1959, pp. 23 ss.; G. L. Cawkwell, The fall of Themistocles, Auckland Class.
Essays press, to EM. Blaicklock, Auckland, 1970, pp. 39 ss.; J. F. Barret, The downfall of
Themistocles, G.R.B.S., XVIII, 1977, pp. 291 ss.; J. L. ONeil, The exile of Themistocles
and democracy in the Peloponnese, Cl.Q., XXXI, 1981, pp. 335 ss.; M. Steinbrecher, op.
cit., supra, nota 64; K. Adshead, Politics of the archaic Peloponnese. The transition from
archaic to classical politics, Aldershot, 1986; W. G. Forrest, Themistokles and Argos, Cl.
Q., n.s., X, 1960, pp. 221 ss.; M. Woerrle, Untersuchungen zur Verfassungsgeschichte von
- 125 -
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
Argos im 5. Jht. v. Chr., Diss., Erlangen, 1964; R.A. Tomlinson, Argos and the Argolidfrom
the end o f the Bronze age to the Roman occupation, Londres, 1972; Th. Kelly, Argive
policy in the fifth cent. B.C., Cl. Ph., LXIX, 1974, pp. 81 ss.; R. Flacelire, art. cit., supra,
nota 57; J. R. Cole, Cimons dismissal, Ephialtes revolution and the Pelop. wars,
G.R.B.SD., XV, 1974, pp. 369 ss.; C. Callrner, Studien zur Geschichte Arkadiens, Lund,
1943; R.T. Williams, The confederate coinage of the Arcadians in the fifth cent. B.C., Nueva
York, 1965; R. Sealey, The great earthquake in Lacedaemon, Hist., VI, 1957, pp. 368 ss.;
G. Klaffenbach, Das Jahr der Kapitulation von Ithome und der Ansiedlung der Messenier
in Naupaktos, Hist., I, 1950, pp. 231 ss.; G. Giannelli, La terza guerra messenica e las-
sedio di Itome, Studi Calderini-Paribeni, 1 ,1956, pp. 29 ss. ; D. M. Lewis, Ithome again,
Hist., II, 1953, pp. 412 ss.; D. W. Reece, The date of the fall of Ithome, LXXXII,
1962, pp. I l l ss.
Sobre la reforma de Efialtes (el personaje no es ms que un nombre): M. Giffler, The
Boule of 500 from Salamis to Ephialtes, A.J. Ph., LXII, 1941, pp. 224 ss.; G. de Sanctis,
Pericle, Miln, 1944, caps. III-IV; C. Hignett, A history of the Athenian constitution,
Oxford, 1952, caps. VII-VIII; R. Sealey, Ephialtes, Cl. Ph., LIX, 1964, pp. 11 ss.; K. J.
Dover, The political aspect of Aeschyluss Eumenides, J.H.S., LXXVII, 1957, pp. 230
ss.; A. J. Podlecki, The political background of Aeschylean tragedy, Ann Arbor, 1966, cap.
V; P. J. Rhodes, The Athenian Boule, Oxford, 1972, pp. 201 ss.; R. Sealey, Ephialtes, eisan-
gelia and the council, Studies McGregor, Locust Valley, 1981, pp. 125 ss.; W. G. Forrest y
D. L. Stockton, The Athenian archons. A note, Hist., XXXVII, 1987, pp. 235 ss. Diver
sos estudiosos estiman que la isegoria, supra, p., slo se habra desarrollado despus de
Efialtes: cf. G. T. Griffith, Isegoria in the Assembly of Athens, en Studies pres, to V. Ehren-
berg, pp. 115 ss. y A. G. Woodhead, Isegoria in the Council of 500, Hist., XVI, 1967, pp.
129 ss., pero cf. las dudas que hemos expresado en Rev. Hist., CCXXXVIII, 1967, p. 396,
n. 2.
Para el conjunto de la poltica ateniense de la poca de Cimn vista desde un enfoque
aristocrtico y aconizante: Fr. Schachermeyr, Die friihe Klassik der Griechen, Stuttgart,
1966; F. Kiechle, Athens Politik nach der Abwehr der Perser, Hist. Ztschft., CCIV, 1967,
pp. 265 ss.
Toda la cronologa del perodo que ahora empieza es problemtica: Ph. Deane, Thucy
dides dates 465-431 B.C., Don Mills, 1972 {sobre ello M. Pierart, Les Et. Class., XLVI,
1976, pp. 109 ss.); E. Bayer y J. Heideking, Die Chronologie des perikleischen Zeialters,
Darmstadt, 1975; J.H. Schreiner, Antithukydidean studies in the Pentekontaetia, Symb.
Osl, LI, 1976, pp. 19 ss.; LII, 1977, pp. 19 ss.
- 126 -
Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
- 127 -
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
74 Supra, p. 93.
75 Es la fecha ms probable, aunque no podemos probarlo: algunos la elevan al 474.
- 128 -
Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
75 Supra, p. 124.
77 Debe advertirse que Argos es democrtica: infra, p. 416.
78 Jeijes o Artajeqes I? La tradicin es demasiado incierta y contradictoria como para
poder hacerse una idea firme sobre la fecha de la llegada de Temstocles a Asia y sobre su
itinerario.
- 129 -
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
-130-
Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/I)
durante los aos sucesivos. -Para las relaciones entre Esparta y Atenas, a
continuacin: ya mediocres antes del contratiempo de Cimn, a raz del
mismo se echaran a perder por completo.- Pero tal situacin no se habra
producido sin un trastorno que ocurri entre tanto en la poltica interior
ateniense, y que se halla tambin en relacin (ocasional, ya que no causal)
con la expedicin de Mesenia: es lo ltimo que debemos examinar.
Efectivamente, cuando Cimn y sus hombres regresaron a Atenas en
el otoo del 462, supieron que durante su ausencia se haba llevado a cabo
una revolucin poltica. Ya hemos visto que el ostracismo de Temstoces
tuvo, sin duda, ocultas intenciones institucionales, pero que resultaba
imposible distinguirlas en el contexto del 471/0. Solamente a partir de los
sucesos del 462 podemos arrojar luz sobre aquellos hechos: el debate con
cerna al Arepago. Clstenes no haba introducido modificaciones en este
consejo aristocrtico, en el que residan de por vida los arcontes despus
de abandonar el cargo, y se haba contentado con yuxtaponerle el Conse
jo democrtico de los Quinientos. El conflicto entre ambos Consejos era
inevitable, pero aparece oscurecido por la ignorancia en que nos encontra
mos acerca de las competencias del Arepago. Sin embargo, cuando Aris
tteles dice que en el siglo VI el Arepago era guardin de las leyes y
vigilante de las instituciones, que velaba por casi todos los actos ms
importantes de la vida poltica y enderezaba soberanamente a quienes
haban cometido alguna infraccin (Athen. Pol., 8, 4), parece que de ello
podramos concluir que una de sus principales funciones consista en la
vigilancia de los magistrados y, especialmente, en la recepcin y la even
tual solucin de sus rendiciones de cuentas (euthynai). Es decir, que en la
medida en que las magistraturas superiores quedaban de hecho reservadas
a los miembros de la aristocracia, su finiquito les era concedido (o dene
gado) por sus pares, sus ancianos, cuya ptica no era necesariamente lo
que habra adoptado una instancia democrtica tal cual la Boul de los
Quinientos o la Heliea. El recuerdo, conservado asimismo por Aristteles
(25, 2), de demandas presentadas contra areopagitas en relacin con sus
funciones hace pensar que estas ltimas no eran ejercidas a satisfaccin de
todos, que deba existir cierta connivencia entre magistrados y antiguos
magistrados, y que una de las reivindicaciones populares deba de ser, si
no la supresin del Arepago, al menos la transferencia de las euthynai a
los Quinientos. El conflicto entre las fuerzas democrticas en ascenso,
cuyo papel de motor del podero naval ateniense les haba dotado de una
mayor conciencia y exigencias, y las fuerzas del conservadurismo aristo
crtico, a las que Clstenes haba concedido un amplio espacio de la poli
teia. Entre estas dos tendencias, la posicin de Cimn era ilgica, pues este
hombre, que haba conducido a la flota a tan grandes xitos y convertido
a los thetes en artesanos de la hegemona martima, no estaba dispuesto a
extraer las correspondientes consecuencias polticas renunciando a los
ltimos privilegios que su clase deba a la anacrnica intangibilidad del
Arepago. Con todo, su autoridad segua siendo grande: acusado de
corrupcin por un joven principiante llamado Pericles, Cimn fue absuel-
to (463), y cuando lleg a Atenas la solicitud de los espartanos consigui
-131 -
Las guerras mdicas y el establecimiento de la hegemona ateniense
- 132 -
Los comienzos de la hegemona ateniense (479-462/1)
Complejo perodo, pues, el que transcurre del 478 al inicio del 461,
y perodo, adems, crucial, en el que todo se implica en numerosas deri
vaciones: la cuestin de la hegemona; la potencia de Esparta, vinculada
a su repliegue en el Peloponeso; la de Atenas, a su desarrollo talasocr-
tico; la alternativa entre la eventual complementariedad y la eventual
oposicin de ambos sistemas; la apertura democrtica de Atenas; el
afianzamiento de Esparta en su tradicin, que toma visos cada vez ms
oligrquicos. De estas distintas facetas, que, como hemos visto, son
inmediato resultado de los confusos avalares del reflujo persa, no hay
ninguna que no se encuentre, en cierto modo, ligada a todas las dems.
El ao 462/1, finalmente, resuelve las incertidumbres desde el momento
en que traza los contornos y las tendencias internas de estas dos conste
laciones cuyo enfrentamiento va a dominar, con ms o menos constan
cia, los aos venideros del siglo V.
TERCERA PARTE
EL IMPERIALISMO ATENIENSE
HASTA EL INICIO
DE LA GUERRA DEL PELOPONESO
CAPTULO PRIMERO
- 137-
El imperialismo ateniense Imsta el inicio de la guerra del Peloponeso
opportunity; causation and the Peloponnesian war, A.C., XLX, 1980, pp. 87 ss.; D. M.
Lewis, The origins of the first Peloponnesian war, Studies McGregor, Locust Valley,
1981, pp. 71 ss. Sobre Argos, vid. los trabajos de M. Woerrle y de A.J. Podlecki citados
supra, nota 73. Adems: J. H. Quincey, Orestes and the Argive alliance, Cl. Q., n.s., XIV,
1964, pp. 190 ss. Sobre Tesalia: M. Sordi, op. cit., supra, nota 30.
Sobre los comienzos de Pericles (que son objeto de interpretaciones extremadamente
divergentes y todas ellas, necesariamente, fragiles): R. Sealey, The entry of Perikles into
history, He mes, LXXXIV, 1956, pp. 234 ss., y la bibliografa periclea citada infra, nota.
La segunda parte del libro de D. Kagan, The outbreak of the Peloponnesian war, taca-
Londres, 1969, est consagrada al perodo 461-446.
53 Supra, p. 114.
- 138-
El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
- 140 -
El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
general, que fue la perspectiva de echar mano al trigo egipcio lo que les
determin a dar semejante paso; puede ser, pero dejando a un lado que no
est demostrado que la dominacin persa impidiera a los griegos comprar
trigo en Egipto, no era motivo suficiente la posibilidad de contribuir a la
restauracin de un Egipto independiente y al desmantelamiento del Impe
rio Persa? En Grecia el comercio sigue ms bien a la poltica, no la pre
cede...Sea como fuere, la flota griega avanz hasta Memfis y se apoder
de la villa, a excepcin de la ciudadela: que, de este modo, los atenienses
se hubieran convertido en dueos de Egipto (Tucd., I, 109) slo podra
entenderse si se refiere al Bajo Egipto. Desconocemos, por desgracia,
cuanto sucedi entre esta brillante entrada y la catstrofe que, seis aos
ms tarde, deba rematar la expedicin88.
De esta forma, menos de dos aos despus del ostracismo de Cimn
y del asesinato de Efialtes, Atenas estaba simultneamente embarcada en
las dos clases de poltica que aquellas personas haban encarnado. Afron
tar al mismo tiempo tanto al Imperio Persa como a los peloponesios supo
na, sin embargo, entablar un juego lleno de riesgos89.
83 Infra, p, 149.
89 N o t a a d i c i o n a l : El problema del inicio de la poltica occidental de Atenas. Sola
mente a partir de los aos 446-443, con la fundacin de Turios (infra, p. 253), es cuando
tenemos la certidumbre de una poltica ateniense en direccin al occidente itao-siciliota.
Con anterioridad a tales fechas, nos movemos en el terreno de una serie de hiptesis que, a
los ojos de algunos, estn consideradas como verdades. Tales hiptesis se fundamentan en
inscripciones, cuyas dataciones son objeto de controversia, y en textos tardos. Las inscrip
ciones son, por un lado, la alianza establecida entre Atenas y la ciudad lima (infra, p. 314)
de Egesta (o Segesta), en Sicilia occidental; de otro, las alianzas de Atenas con Regio y
Leontinos. El tratado con Egesta estaba fechado, en la misma estela, mediante el nombre de
un arconte del que slo subsisten las dos ltimas letras: ...ON. En principio se haba resti
tuido el nombre de Aristn, puesto que el ao en que ejerci el cargo, el 454/3, es aquel en
que hubo una guerra entre Egesta y Selinunte (Diod., XI, 86, 2), con motivo de la cual Eges
ta habra solicitado la ayuda de Atenas. Luego, una revisin de la piedra ha llevado a pre
ferir el nombre de Habrn, arconte en el 458/7. Los tratados con Regio y Leontinos estn
slo atestiguados en el arcontado de Apseudes, en el 433/2; pero, como el encabezamiento
que proporciona esta fecha fue vuelto a grabar, en lo que concierne a Regio, sobre un espa
cio previamente picado, y por una mano a la que se considera ms reciente que aquella que
grab el resto del texto, generalmente se admite que el acto diplomtico de 433/2 constitui
ra la renovacin de un tratado ms antiguo. Como, por otra parte, parece a priori poco vero
smil que la lejana Egesta hubiera pedido auxilio a los atenienses si aqullos no hubieran
estado ya presentes en Occidente, y es tambin poco plausible que los atenienses hubieran
sido capaces de aliarse con Eges sin haberles antes asegurado el paso del estrecho de Mesi-
na, algunos historiadores han deducido que la primera alianza con Regio, ciudad que era la
llave del estrecho, sera anterior a la alianza con Egesta y podra remontar a las inmedia
ciones del 460, es decir, a la poca de que tratan nuestras anteriores pginas. Con esta inter
pretacin de las inscripciones se han confrontado una serie de textos, que no aportan
ninguna certeza cronolgica. Justino (IV, 3, 4-5) evoca una expedicin ateniense capitanea
da por Lampn (conocido por haber sido, ms tarde, uno de los responsables de la funda
cin de Turios), la cual habra ido a socorrer a Catania (a la que se considera como aliada
de Regio); y Timeo (ff. 98, Jac.) menciona una campaa siciliana del estratego Ditimo
(conocido por haber sido, ms tarde, uno de los comandantes de la flota ateniense enviada
en ayuda de Corcira en el 433/2: infra, p. 269), y una vez finalizada esta campaa habra
seguido hasta aples. Ditimo habra combatido, segn Timeo, contra los indgenas scu-
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
los; pues bien, como despus veremos (infra, p. 227), fue durante los aos que suceden a la
cada de las tiranas de Occidente, entre 460 y 450, cuando el sculo Ducetio edific una
especie de reino, a expensas parcialmente de las ciudades griegas, y sera para contrarrestar
esa amenaza por lo que Catania, apoyada por Regio, habra recurrido a los atenienses. Estos
(el propio Pericles, se dice a menudo) habran vislumbrado en la situacin siciliota de aque
llos aos la ocasin propicia para alojar los intereses polticos y frumentarios de su ciudad
en el mundo occidental. Finalmente, tendramos datos numismticos (presencia de numera
rio ateniense de este perodo, influencias ticas sobre determinadas amonedaciones occi
dentales) que confirmaran tal reconstruccin, dentro de cuya perspectiva sera necesario
situar tambin el establecimiento de Atenas en el golfo de Corinto (Pagas, Naupacto).
Esta visin de los comienzos de la poltica occidental de Atenas, cuya base documen
tal es frgil, ha sido atacada. La datacin del tratado con Egesta en el 458/7 ha sido puesta
en entredicho a partir de criterios paleogrficos y diplomticos; la repeticin del encabeza
miento del tratado con Regio (cuyo tipo de escritura no implicara necesariamente una fecha
diferente a la que se asigna al resto del texto, ni mucho menos una fecha casi treinta aos
posterior) no tendra nada que ver con la renovacin de un tratado formalmente cerrado
para la eternidad (es aidion) y que habra sido jurado en el ao 433/2 por primera y nica
vez; es precisamente en el ao 433/2 cuando poseemos la nica mencin fechada de Diti
mo, el cual, se dice, pudo perfectamente seguir desde Corcira a Sicilia; es en el 422 cuando
el ateniense Fax fue enviado a Sicilia para tratar de recoger algunas alianzas en la isla
(infra, p. 314), y el ao siguiente, que conoci un arconte terminado en ON (Aristin),
podra ser el del tratado con Egesta; la documentacin numismtica, que jams puede datar
se con precisin, es equvoca. Por ltimo, parece poco plausible que, en el momento en que
comienzan las hostilidades peloponesias y la expedicin a Egipto, Atenas creyera que poda
asimismo probar fortuna en Occidente a partir del 460, aproximadamente.
Uno y otro sistema implican posiciones metodolgicas y concepciones histricas muy
diferentes, y entre ellas no parece que hoy sea posible zanjar definitivamente la discusin:
es la razn por la que hemos separado aqu este problema del contexto general. El lector
encontrar las ltimas ediciones de los documentos epigrficos en Bengtson, Staatsvertra-
ge, II, n. 139 (Egesta), 162 y 163 (Regio y Leontinos), y en Meiggs-Lewis, n. 37, 63 y 64.
Para el estado ms reciente del debate y toda la bibliografa anterior, vase La circolazione
della moneta ateniese in Sicilia e in Magna Grecia = Atti del I convegno intemaz. di Studi
Numismatici 1967, Roma, 1969, en donde la cronologa alta es principalmente defendida
por S. Consolo-Langher y por E. Lepore, la baja por H. B. Mattingly. Adems: J. D. Smart,
Athens and Egesta, J.H.S., XCII, 1972, pp. 128 ss.; E. Ruschenbusch, .Die Vertrage
Athens mit Leontinoi und Rhegion vom J. 433/2, Ztschr. f. Pap. u. Epigr., XIX, 1975, pp.
225 ss.; T. E. Wick, A note on the Athen-Egestan alliance, J.H.S., XCV, 1975, pp.186 ss.;
id., Athens alliances with Rhegion and Leontinoi, Hist., XXV, 1976, pp. 228 ss.; H. B.
Mattingly, The alliance of Athens with Egesta, Chiron, XVI, 1986, pp. 166 ss. (la rebaja,
decididamente, al 418/7).
m O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras de carcter general citadas en la nota 12,
vase P. Cloch, La politique extrieure dAthnes de 462 454 av. J. C., A. Cl., XI, 1942,
pp. 25 ss., 213 ss.; E R. Wst, Zum Problem Imperialismus und machtpolitisches Den-
ken im Zeitalterder Polis, Klio, XXXII, 1932, pp. 76 ss.; R. Meiggs, The Athen. empire,
cap. 6. Sobre los Largos Muros: Y. Garlan, Recherches de poliorctique grecque, Paris,
1974, pp. 48 ss.
Sobre los asuntos de Grecia central, vid. las obras de P. Cloch y M. Sordi citadas en la
nota 30, as como J. A. O. Larsen, Greek federal States, Oxford, 1968, pp. 32 ss. y 122 ss.;
R. J. Buck, The Athenian domination of Boeotia, Cl. Ph., LXV, 1970, pp. 217 ss. Un
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El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
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52 Infla, p. 287.
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
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El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
34 Infra, p. 353.
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
Si Plutarco tiene sin duda razn al fijar la llamada de Cimn das des
pus de Tanagra, anda muy descaminado cuando aade que Cimn prepa
r de inmediato la paz entre Atenas y Esparta: adems, el asunto no poda
ni plantearse mientras Atenas estuviera en guerra con los aliados de Espar
ta. Pero el asedio de Egina segua su curso. Si los eventos de Grecia central
haban proporcionado a los eginetas la esperanza de ver cmo el cerco se
levantaba, la noticia de Enfita contribuy a hacerlos capitular (finales del
457 o inicios del 456): tuvieron, como los tasios, que derribar sus murallas,
entregar su flota y someterse al phoros en los sucesivo; pero, as como
para Tasos esta ltima clusula haba significado estrictamente una modifi
cacin de su estatuto en el interior de la Confederacin dlie a, para el caso
de Egina significaba la adhesin forzosa a dicha organizacin, a la que
antes dudosamente se habra incorporado por su propia voluntad. Egina no
era la primera en sufrir esta suerte96, ni la primera ciudad de la alianza pelo
ponesia en pasar al bando ateniense87, pero s constitua el primer aliado de
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El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
Esparta al que se obligaba a hacerlo. Dentro del proceso que hace rodar a
Atenas por la pendiente del imperialismo, la cada de Egina, ciudad rica,
poderosa y que se haba cubierto de gloria contra los persas, marca un hito
importante. Aunque conserve su autonoma, Egina vivir bajo la tutela
ateniense durante un cuarto de siglo, finalizado el cual conocer un des
tino todava peor.
Con la rendicin de Egina, los atenienses, inexpugnables detrs de sus
Largos Muros, dueos del golfo sarnico e instalados en el golfo de
Corinto, van a operar a sus anchas en las costas del Peloponeso. En el
456/5 se produce el periplo de Tlmidas, quien primero castig las playas
de Laconia, incendiando el arsenal de Giteo, y luego las de Mesenia,
hasta penetrar por el oeste en el golfo de Corinto, en donde se adue de
Clcide de Etolia, colonia corintia. Poseer Clcide, junto a Naupacto, sig
nificaba amenazar an ms las comunicaciones de Corinto con occiden
te. Tlmidas culmin sus hazaas marchando a provocar en su propio
territorio a los sicionios, vecinos de los corintios. La ausencia de cual
quier reaccin demostraba la impotencia del enemigo ante la presencia de
flotillas atenienses. Mas lo que era real por mar, no lo era por tierra, como
se haba probado en Tanagra. Es decir, que desde ahora quedan enuncia
dos los trminos estratgicos de las relaciones entre atenienses y pelopo
nesios, entre dos potencias de distinta naturaleza que no pueden algo ms
que intentar perjudicarse evitando enfrentarse.
Invencibles en Grecia, los atenienses iban a ser vencidos por los per
sas en Egipto (Tucd., I, 109 ss.). Entre el da en que all desembarcaron
y las fechas de su derrota, no sabemos qu sucede. Lo cierto es que des
pus de haber tratado intilmente de obtener que los espartanos efectua
sen una diversin en el tica, los persas enviaron una expedicin a Egipto
(456?): vencido en campo abierto, expulsado de Memfis, el cuerpo de
ejrcito ateniense fue sitiado durante dieciocho meses en una isla del delta
y, finalmente, casi aniquilado. Cincuenta trirremes de reemplazo, llegadas
despus de la catstrofe, sufrieron la misma suerte (454, al parecer). Egip
to volvi a caer bajo el dominio persa, excepto un rincn del delta, en el
que se mantuvo independiente un prncipe libio, Amirteo, rey de los
pantanos.
Como desconocemos el total de efectivos atenienses en Egipto (por lo
menos 90 trirremes), no hay forma de calcular sus prdidas, pero, aadi
das a las sufridas desde 459, aqullas no podan sino afectar gravemente
al potencial militar ateniense. Lleg a pensarse, en algunas ciudades de
la Confederacin de Dlos, que con este desastre doblaban las campanas
por la hegemona ateniense? Una serie de documentos epigrficos, des
graciadamente no fechables y de interpretacin controvertida, sugieren
que hubo defecciones o veleidades de defeccin en Asia Menor y en las
islas98, y tal vez esa agitacin comenzara incluso antes de la victoria persa.
Nada hay de claro ni seguro en este punto, ni siquiera, como general
98 Infra, p. 161.
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
mente se admite, que haya sido en el 454 cuando los atenienses juzgaron
prudente trasladar el tesoro federal de Dlos a Atenas".
Sostener una guerra conjuntamente contra el Imperio Persa y contra
los peloponesios exceda la capacidad ateniense, y la paz era deseable;
tambin lo era, sin duda, para los adversarios peloponesios de Atenas,
para quienes Esparta no haba sido de ninguna ayuda, y para la propia
Esparta, que, incapaz de auxiliar a sus aliados, poda temer su desconten
to. Pero no caba que Atenas se planteara negociar con Esparta estando
latente la impresin de la catstrofe egipcia: primero deba demostrar que,
pese a su desastre oriental, Atenas posea libertad de movimientos en
Grecia. En 454/3, toc a Pericles el turno de salir a actuar en el golfo de
Corinto; despus de derrotar por segunda vez a los sicionios, los atenien
ses captaron a los vecinos aqueos para su alianza, y marcharon luego a
atacar a Enadas, en Acarnania. Despus de Naupacto y Clcide de Eto-
lia, aquella operacin representaba un nuevo intento para apoderarse de
una base en la ruta hacia occidente -intento que, por otra parte, fracas,
pues Enadas era inconquistable.
A pesar de este revs, Atenas continuaba estando en situacin de ope
rar en las costas del Peloponeso, e incluso de concertar all mismo alian
zas casi en los umbrales de Corinto: ahora era posible abrir la
negociacin. En 454/3, gracias a Cimn, se cerr una tregua de cinco
aos con los peloponesios100; los atenienses podan ya respirar.
Aunque no iba a ser por mucho tiempo, en oriente, la situacin crea
da por el desastre de Egipto reclamaba tanto ms una reaccin ateniense
cuanto que, muy probablemente, los persas se proponan explotar su vic
toria presionando de nuevo hacia el Egeo. En el 450, una flota federal sin
gl rumbo a Chipre con 200 naves, 60 de las cuales fueron destacadas a
Egipto (no sabemos qu hizo esta escuadra). En Chipre, la lucha empez
con malos signos: durante el asedio de Citio, los griegos padecieron esca
sez de vveres; Cimn, que ostentaba el mando, muri -fue preciso aban
donar el juego. Pero, sorprendidos por la flota persa ante Salamina de
Chipre, los atenienses y sus aliados, que se estaban retirando, obtuvieron
una completa victoria. Esta inesperada inversin de la situacin permiti,
tambin en este frente, abrir negociaciones, y quiz con mayor facilidad
desde el momento en que Cimn ya no figuraba en escena. Sobre la
autenticidad de esta negociacin101, conducida en Sus a por el ateniense
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El primer conflicto entre los atenienses y los peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445
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CAPTULO II
EL IMPERIO ATENIENSE
Como voz griega que es, el trmino hegemona expresa una reali
dad griega, a saber, la situacin de un hombre o de un estado que, en vir
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
iung, Roman. Abt. LXIII, 1943, pp. 368 ss. (ambos artculos vueltos a publicar en: H. Scha
efer, Probleme der Alten Geschichte, Gottingen, 1963, pp. 41 ss. y 120 ss.); R. Meiggs, The
frowht of Athenian imperialism, LXIII, 1943, pp. 21 ss.; id., The crisis of Athe
nian imperialism, Harv. Stud. Class. Phil., LXVII, 1963, pp. 1 ss.; B. D. Merit, H.T. Wade-
Gery y M.F. McGregor, A. T.L., II, Documents y III, Comentarios; J. P. Barron, Milesian
politics and Athenian propaganda, c. 460-440 B.C., J.H.S., LXXXII, 1962, pp. 1 ss.; J. M.
Balcer, The Athenian regulations fo r Chalkis: studies in Athenian imperialism, Wiesbaden,
1978; J. M. Balcer ei al., Studien zum attischen Seebund, Konstanz, 1984 (estudios diversos
sobre las estructuras de las alianzas).
Sobre la nocin de autonoma, vid. el estudio (discutible) de E. J. Bickerman, Auto
noma. Sur un passage de Thucydide (I, 144, 2), R.I.DA., 3' ser., V, 1958, pp. 331 ss. Asi
mismo: P. Karavites, Eleutheria and autonoma in fifth-century interstate relations,
R.I.D.A., XXIX, 1982, pp. 145 ss.; M. Ostwaid, Autonoma: its genesis and early histoty,
Chico, 1982; E. Lvy, Autonoma et eleutheria au Ve, R. PL, LVII, 1983, pp. 249 ss.
-158-
El imperio ateniense
del que ese poder se ejerca, de tal modo que en ambos sentidos puede tra
ducirse arch por imperio), incluso de tirana (es decir, de poder
autocrtico e incontrolado), y a tratar a sus aliados de hypekooi, es decir,
sbditos reducidos a obediencia.
Con este planteamiento, el problema de saber en qu momento naci
el imperialismo ateniense ha sido suscitado en muchas ocasiones. Es un
falso problema, pues las relaciones entre los atenienses y sus aliados no
dejaron de cambiar, y esta evolucin se detecta muy mal, a travs de fuen
tes con lagunas y de documentos ruinosos, como para poder definir el
punto exacto en que la hegemona ateniense se transform decididamen
te en arch. Sin entrar aqu en los problemticos detalles de esta evolu
cin, querramos empezar subrayando su extrema complejidad.
Complejidad que posee, como es natural, sus factores atenienses -pero
tambin los hay por parte de los aliados.
Del lado ateniense, el imperialismo es en primer trmino un estado de
nimo. Sin llegar a afirmar que ese estado de nimo exista ya antes de 478
y que la victoria de Salamina hizo representarse de pronto las ventajas a
obtener de una eventual talasocracia, hasta el punto de que los atenienses
no slo aceptaron con diligencia la oferta de la hegemona (lo que resul
ta evidente), sino que incluso la sugirieron, debe no obstante admitirse
que ese estado de nimo se puso de manifiesto al da siguiente de la fun
dacin de la Confederacin de Dlos. Obligar a Caristo a entrar en la
alianza, impedir a Naxos, Tasos y, sin duda, algunas otras ciudades aban
donar la organizacin, era ya imperialismo, incluso si tales actos fueron
quiz sancionados por instancias federales. Muy pronto, parece que hay
en Atenas gente resuelta a hacer de la alianza contra los persas un instru
mento del podero ateniense. Y gente tambin, es cierto, hostil a esta ten
dencia, puesto que perciben que la expansin talasocrtica es causa a un
tiempo de la agravacin de la tensin con Esparta (ya hemos sealado, al
respecto, la falta de lgica de un Cimn que pretende ser simultneamen
te promotor de la talasocracia y defensor de la amistad espartana) y de los
progresos de la democracia; constituir un rasgo constante de la vida pol
tica ateniense el que los adversarios del imperialismo martimo sern
reclutados en determinados crculos de la aristocracia rural, aun cuando
poltica martima y poltica interior nunca dejarn de reflejarse una sobre
otra -sin que sea, pese a todo, posible, confundir por completo la hostili
dad a la democracia y la hostilidad al imperialismo. Por otra parte, el esta
do de nimo imperialista tender a arrastrar una especie de mecanismo
del imperialismo106, y la pleonexia (deseo de poseer ms) acarrear la
polypragmosyne (que podra traducirse por activismo); en varios pasa
jes, Tucdides efectuar un lcido anlisis de ese fenmeno. Nada de todo
esto es simple, y adems los acontecimientos se encargarn, en diversas
104 Ser en poca ya tarda cuando Tucdides (VI, 17, 3) pondr en boca de Alcibiades
la expresin ms clara de este hecho: Ya no nos resulta posible determinar hasta qu grado
estamos resueltos a ejercer el Imperio, puesto que, en el punto al que hemos llegado, la nece
sidad exige que..., etc..
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
-1 6 0 -
El imperio ateniense
Esa complejidad que se adivina dentro del cuadro general del impe
rialismo ateniense vuelve igualmente a aparecer cuando intentamos deter
minar las principales etapas de su evolucin. A tal efecto, hay que
considerar dos momentos: la poca del desastre de Egipto y la de la paz
de Calas.
En el 454107 los atenienses, con el pretexto de la amenaza de los br
baros, trasladaron el tesoro de Dlos a la Acrpolis de Atenas. Para cier
tos historiadores, sta sera la ocasin en que los atenienses se habran
quitado la mscara, exhibiendo su desdn por las instancias federales y
ponindose en situacin de utilizar a su antojo los fondos de los aliados.
Tucdides nos previene contra una interpretacin de este tipo, pues en nin
gn sitio menciona el traslado del tesoro, mientras que se dedica a realzar
la ascensin de la arch ateniense. Adems, el ao 454 hubiera estado mal
escogido para efectuar ese giro de la hegemona al imperialismo, pues por
algunas inscripciones de difcil y controvertida interpretacin parece
deducirse que el desastre egipcio, sobrevenido precisamente en el 454,
provoc una crisis en la Confederacin. Ya hemos visto que, en los
comienzos108, las ciudades litorales de Asia Menor parecen no haberse
sumado a las filas de los aliados ms que de forma lenta y probablemen
te, pues, sin entusiasmo, y que fue slo, segn parece, el da despus de
Eurimedonte cuando la liga complet todos sus efectivos en este sector109.
Ahora bien, el desastre de Egipto condujo seguramente a que se produje
ran defecciones en la zona minorasitica. Parece que, en ciertas ciudades
de Jonia (Eritras, Mileto, Colofn algo ms tarde) y de Trada, se adue
aron del gobierno una serie de individuos que preferan la tutela persa a
la hegemona ateniense. Ante esa situacin, Atenas deba de reaccionar so
pena de ver cmo el movimiento se extenda (en las Cicladas parecen
haberse evidenciado riesgos de defeccin) y la Confederacin se des
membraba. Ignoramos la forma en que sucedieron las cosas, pero la situa
cin se hallaba restablecida hacia el 450 (que es, asimismo, el ao del
ltimo xito ateniense en Chipre)"0 y se haban adoptado importantes
garantas frente a las ciudades reintegradas, garantas que indiscutible
mente poseen un valor imperialista y que analizaremos ms adelante.
Pero, en el 454, el traslado del tesoro slo fue, evidentemente, una medi
da de urgencia destinada a evitar que, en caso de una insurreccin gene
ralizada, los fondos federales pudiesen caer en manos de los rebeldes.
La paz de Calas inaugura un nuevo perodo crtico. Al vedar la pre
sencia de los persas en el mundo egeo, el tratado suprima el fin funda
mental de la alianza, y como eso provocaba que la Confederacin diera
imagen de caduca, se corra el riesgo de generar su desmembramiento y
en consecuencia de retirar sus pilares al podero naval ateniense. El pro
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
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El imperio ateniense
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
1I.-EL PHOROS115
li! Esto ocurre en el 428: las circunstancias en medio de las cuales estalla la crisis
samia, en 441 (infra, p. 257), revelan sin embargo que los aliados navales disponan an de
un cierto grado de libertad en su poltica exterior.
" 6 O b r a s d e c o n s u l t a . - Los trabajos sobre los documentos epigrficos relativos al
phoros (listas y decretos) datan de hace ya ms de un siglo, y las incertidumbres engendra
das por el deterioro de los textos originan que estas investigaciones jams vayan a tener
punto final. Cualquier ensayo de sntesis slo puede representar un estado momentneo de
problema que enseguida vuelve a ser objeto de debate. Sin remontamos aqu a los trabajos
del siglo pasado, recordemos que la primera gran sntesis fue la de E. Cavaignac, Etudes sur
histoire financire d Athnes au V s., Pars, 1908. A continuacin, los estudios han sido
efectuados sobre todo por alemanes, cf. la monografa citada supra, en la nota 105, de H.
Nesselhauf, y por americanos: su culminacin provisional consiste en la gran publiccin .
de B. D. Meritt, H.T. Wade-Gery y M.F. McGregor, The Athenian Tribute Lists (o A.T.L.):
I. Documentos, II. Revisin de I, III. Comentario histrico, y IV. ndice, Cambridge (Mass.),
1939-1953. Las restituciones de lagunas, e incluso la restauracin de las estelas sobre las
-164-
El imperio ateniense
que estaban grabadas las listas (y, por tanto, el orden y datacin de las mismas) no cesan de
quedar sometidas al examen atento del investigador. Vid., entre otros, S. Dow, Studies in
the Athenian tribute-list, Cl. Ph., XXXVII, 1942, pp. 371 ss.; XXXVIII, 1943, pp. 20 ss.
(se ocupa en particular del problema de saber si hubo o no percepcin en el 449/8); H.T.
Wade-Gery y B. D. Meritt, Athenian resources in 449 and 431 B.C., Hesp., XXVI, 1957,
pp. 163 ss.; P. A. Lepper, Some rubrics in the Athenian quota-lists, LXXXII, 1962,
pp. 25 ss.; M. F. McGregor, The ninth prescript of the Athenian quota-list, Phoenix, XVI,
1962, pp. 267 ss.; W. K. Pritchett, The height of the lapis primus, Hist., XIII, 1964, pp.
129 ss.; B. D. Meritt, The top of the first tribute-stele, Hesp., XXXV, 1966, pp. 134. ss.;
R. Sealey, Notes on the tribute quota lists 5, 6 and 7 of the Athenian empire, Phoenix,
XXIV, 1970, pp. 13 ss.; A. French, The tribute of the Allies, Hist., XXI, 1972, pp. 1 ss.;
R. Meiggs, The Athenian Empire, cap. 13 y, acerca de la tasacin del 425, cap. 19; W. .
Prichett, The Hellenotamiai and Athenian finance, Hist., XXVI, 1977, pp. 295 ss.; R, K.
Unz, The surplus of the Athenian phoros, G.R.B.S., XXVI, 1985, pp. 21 ss. Sobre las lis
tas, vid. tambin las informaciones de actualizacin (sin textos) dadas por Meiggs-Lewis,
n. 39 y 50, as como las ediciones ms recientes (con bibliografa y comentario) de los
.decretos de Clinias (n. 46), de Calas (sobre los trasvases de fondos entre los distintos teso
ros: n. 58), de Clenimo (n. 68) y de Tudipo (sobre el aumento del tributo: n. 69).
Sobre la nocin de tributo de Aristides: A. W. Gomme, Comment., I, 1945, pp. 273
ss.; M. Chambers, Four hundred and sixty talents, Cl. Ph., LIII, 1958, pp. 26 ss.
Sobre las incertidumbres de la cronologa de las inscripciones y las polmicas suscita
das a este respecto, cf. infi-a, nota 165 (nota adicional).
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El imperio ateniense
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
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El imperio ateniense
[2J Los griegos eran tcnicamente incapaces de realizarla, y, a lo sumo, las autoridades ate
nienses se vieron, durante la guerra del Peloponeso, abocadas a comprobar que el total recau
dado era insuficiente y a aumentarlo con aireglo a estimaciones empricas y aproximadas.
*-4 Cuando Tucdides, II, 13, hace decir a Pericles, en el 431, que Atenas percibe
anualmente, en trminos generales, 600 talentos de los tributos de los aliados, dicha cifra
slo puede entenderse si admitimos que Tucdides incluye dentro del phoros los recursos
financieros que provienen de algunas ciudades aliadas (o asimiladas a los aliados, como
Anfpolis), pero que no estaban contabilizados oficialmente en las listas.
125 Recordemos que el talento, unidad de cuenta (de peso, en realidad), vale 6.000 drac
mas, as como, para fijarlas ideas, que el sueldo diario del hoplita ateniense y el de los tri
pulantes de la flota es de una dracma, mientras que la dieta por asistencia a los juegos de la
Heliea es de dos bolos (1/3 de dracma).
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
Infra, p. 173.
127 Supray p. 124.
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El imperio ateniense
Durante nuestro recorrido por los aos que vieron surgir y consoli
darse al Imperio Ateniense hemos apreciado que este edificio, nacido con
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
of Chios in the fifth century B.C., Talanta, X-XI, 1978-1979, pp. 66 ss.; H. J. Gehrke, Zur
Geschichte Milets in der Mitte des 5. Hjts. v. Chr., Hist., XXIX, 1980, pp. 17 ss.; W. Schu
ller, Die Einfhrung der Demokratie auf Samos im 5. Jht., Klio, LXIII, 1981, pp. 281 ss.;
M. Pirart, Athnes et Milet, Mus. Helv., XL, 1983,.pp. 1 ss.; XLI, 1985, pp. 276 ss. (pro
blemas institucionales); K. W. Welwei, Demos und plethos in athenischen Volks-
beschlssen um 450 v. Chr., Hist., XXXV, 1986, pp. 177 ss.
I0 nfra. p. 260.
m Se designa as al autor annimo de un opsculo (Athenaion Politeia) escrito, sin
duda, hacia el 430, y catalogado por error, desde la propia Antigedad, entre las obras de
Jenofonte. Este texto, el ms antiguo que conservamos en prosa tica, es un documento
esencial para el conocimiento del sistema democrtico e imperialista ateniense de la poca
de Pericles, hacia quien demuestra una visceral hostilidad.
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El imperio ateniense
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
deras colonias (apoikiai) que los atenienses fundaron por la misma poca.
Slo vamos a considerar aqu aquellas que afectaron a las relaciones entre
Atenas y los aliados. Podemos observar, en efecto, que mientras las cle
ruquas se contentaban con estar al lado de ciudades cuya existencia no
era, por tanto, suprimida, hubo casos en que los atenienses expulsaron
totalmente a la poblacin de algunas ciudades para reemplazarla por colo
nos atenienses134. No conocemos ms que un ejemplo de una medida tan
radical antes de la guerra del Peloponeso, el de la ciudad Eubea de His-
tiea al acabar la rebelin del 446. Pero la guerra conducir a los atenien
ses a multiplicar el uso de este procedimiento: lo aplica a Egina en 431;
a Potidea en 429; a Esciona en 421/0; a Melos en 416/5. En todos los
casos, el resultado fue la fundacin de nuevas ciudades135. Y estas colo
nias, que proceden todas de consideraciones militares, nos llevan a pasar
a la serie de las medidas de carcter poltico.
Carcter exclusivamente poltico poseen ciertos magistrados ate
nienses que parecen haber residido de forma permanente en muchas
ciudades, si no en todas. Llamados bien vigilantes (episkopoi), bien
simplemente magistrados (archontes), es imposible saber en qu con
sistan sus competencias, que eran probablemente tanto ms amplias
cuanto que no estaban definidas de manera precisa. Algunos decretos
atenienses de alcance general (el de Clinias sobre la percepcin del pho
ros136, el de Clearco sobre la reforma monetaria)137 encargan a estos
magistrados que vigilen la ejecucin de las medidas decretadas; otros
textos les confan la proteccin de aquellos extranjeros que son amigos
del pueblo ateniense; un pasaje de Aristfanes considera a un episkopos
como una especie de delator pblico. En resumen, puede decirse que
estas personas, que parecen haber sido los aclitos de la Boul atenien
se y que, sin tener la condicin de embajadores, ni de cnsules, ni de
agentes informativos, eran las tres cosas a un tiempo, ejercan con su
sola presencia una presin poltica sobre las ciudades en las que resid
an. Nos gustara saber si los hubo en todas partes; el decreto de Clinias,
que los menciona como un grupo homogneo, parece darlo a entender,
pero el decreto de Clearco excluye tal posibilidad, pues seala: ... y en
caso de que en estas ciudades no haya archontes de los atenienses....
Desconocemos la razn de que una determinada ciudad albergara entre
sus muros magistrados atenienses, y otra, en cambio, no; pero esa diver
sidad subraya con ms fuerza el hecho de que el imperio Ateniense no
posea una administracin homognea y que los atenienses regulaban
sus relaciones con los aliados de forma emprica y bilateral, incluso
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El imperio ateniense
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
- 176 ~
El imperio ateniense
1V.-IMPERIAUSMO Y JURISDICCIN141
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Athenian courts, en Essays in Greek history, Oxford, 1958, pp. 180 ss.; G. E. M. de Sain
te-Croix, Notes in jurisdiction in the Athenian empire, Cl. Q., n.s., XI, 1961, pp. 94 ss.;
R. Seager, The Phaselis decree: a note, Hist., XV, 1966, pp. 509 ss.; R. Meiggs, The
Athen. empire, cap. 12. Sobre la proteccin judicial de los proxenos: A. Wilheim, Attische
Urkunden, IV. Teil, Sitz--Ber. Akad. Wien, CCXVII/5, 1939-1940. Sobre el conjunto, vid.
asimismo: Ph. Gauthier, Symbola. Les trangers et la justice dans les cits grecques, Nancy,
1972, cap. IV.
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El imperio ateniense
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
l4 Supra, p. 166.
143 Una graph es una accin de derecho pblico.
144 Infra, p. 294.
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El imperio ateniense
destino de los vencidos fue objeto de dos debates sucesivos, uno de los
cuales condujo a una condena a muerte colectiva, pero el segundo a un
tratado anlogo a los anteriores; adems, 1.000 culpables fueron ejecu
tados. Evidentemente, aqu nos encontramos en los lmites del derecho
de guerra y no cabra hablar de un proceso en regla, pese a los debates,
puesto que los culpables no fueron admitidos a defenderse: lo cual no
quiere decir que el demos ateniense no se constituyera en juez -un juez
abusivo y arbitrario, desde luego- de una comunidad aliada. El asunto
mitilenio es muy diferente a las disposiciones judiciales relativas al pho
ros, pero tiene en comn con ellas el que, en ambos casos, la jurisdiccin
ateniense ha suplantado a una jurisdiccin federal.
Cuanto antecede concierne a asuntos que pueden ser calificados, con
toda propiedad, de federales, y que interesan al funcionamiento o incluso
a la existencia de la federacin. No sucede lo mismo con lo que tratare
mos a continuacin.
De vez en cuando se dice que los atenienses han despojado sistemti
camente a los tribunales de las ciudades aliadas en beneficio de los tribu
nales atenienses siempre que haba de por medio causas legales de carcter
poltico. Ahora bien, nada hay ms trabajoso que definir jurdicamente lo
que es un caso poltico y determinar la instancia judicial competente.
Siendo cierta en los asuntos internos de un solo Estado, esta proposicin
lo es todava ms, a fortiori, cuando estn implicadas las relaciones entre
estados y, especialmente, entre estados ligados por un lazo tan desigual
como el que vinculaba a Atenas con sus aliados. Tampoco los atenienses
parecen haberse esforzado en definir las causas polticas que deban ser
competencia de sus tribunales. Pero frecuentemente interfirieron en la
competencia judicial de las ciudades aliadas, despojadas en provecho de
los tribunales atenienses, y todos esos casos pueden ser considerados como
polticos en la medida en que los mismos implicaban a intereses polti
cos atenienses. En concreto: en la medida en que en ellos estaban impli
cados ciudadanos atenienses o partidarios de Atenas.
Ya hemos visto que todas las ciudades aliadas contaban con partida
rios y adversarios de la hegemona ateniense. Ahora bien, uno de los
mtodos adoptados por los atenienses para proteger a sus partidarios
contra sus adversarios consista en sustraerlos a la jurisdiccin de sus
propias ciudades para confiarlos a la justicia ateniense, si no siempre en
primera instancia, otorgndoles al menos derecho de apelacin. Los ms
notables, entre tales partidarios de Atenas, eran los proxenos de los ate
nienses: una serie de decretos atenienses nos permiten saber que si sus
propios conciudadanos entablaban un proceso criminal contra un proxe-
no de los atenienses, este personaje posea el derecho exorbitante de pre
sentar recurso ante la justicia popular ateniense; asimismo, llegamos a
saber que si un proxeno de los atenienses se consideraba perjudicado por
uno de sus conciudadanos, tena derecho a demandarlo ante la justicia
ateniense. En otras palabras, los proxenos estaban ms o menos asimi
lados, en el terreno judicial, a los ciudadanos atenienses, detalle confir
mado por algunos textos que precisan qu si uno de ellos caa asesinado
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
H5 Dicho castigo parece haber consistido en una multa colectiva de cinco talentos.
146 Sin los atenienses significa ya sin la participacin de, ya sin la autorizacin
de los atenienses, lo que en el fondo viene a ser lo mismo, es decir, sin que un tribunal
ateniense haya conocido la causa. Aqu se trata de una causa privada, pero evidentemente
no era posible efectuar una distincin (Antifonte, Sobre el asesinato de Herodes, 47).
~ 182-
El imperio ateniense
Infra, p. 592.
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El imperio ateniense
1S No debemos hacer caso a Aristteles, A.P., 24, 1, cuando de golpe pone en el haber
de Aristides lo que ser la poltica de guerra de Pericles en el 431 : abandonar las zonas rura
les, bajar a la ciudad y, desde all, ejercer una hegemona que asegurar la troph de toda la
poblacin. Opinin que no deja de inquietar respecto al conocimiento que posea Aristte
les del siglo v y a la forma en que haba ledo a Tucdides (cf. principalmente Tucdides, II,
14 s.).
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
Hemos indicado que los fracasos sufridos por los intentos de expan
sin ateniense en Egipto y en el golfo de Corinto -dos direcciones que
coinciden con rutas del trigo- no impidieron a los atenienses alcanzar
entonces la cima de su prosperidad. Dicha prosperidad tena una base
financiera, que fue generosamente alimentada por el phoros: y es en el
450 cuando comienzan las punciones efectuadas en el tesoro de los Hele
notamas para la financiacin de los trabajos de la Acrpolis. Podramos
sentir la tentacin de ver ah un acto de imperialismo econmico, un indi
cio del hecho de que el Imperio habra sido proyectado como una fuente
de ingresos financieros -algo que en la realidad fue. Pero qu criterio
tuvieron los atenienses? Slo cabra hablar de explotacin financiera de
los aliados para atender a intereses atenienses si quedara probado que las
tasaciones se realizaron con arreglo a necesidades atenienses; sin embar
go, se no fue nunca el caso, puesto que el phoros se caracteriza en esta
poca por la estabilidad de la base tributaria primitiva152. La financiacin
de los grandes trabajos mediante fondos federales deriva de la simple
comprobacin de que existe un excedente anual y del principio de que el
dinero pertenece a aquellos que lo han recibido, con tal que satisfagan sus
obligaciones: los aliados no pagan para que los atenienses puedan cons
truir el Partenn, pero, ya que pagan en exceso, los atenienses son dueos
de emplearlo a su manera. Podra objetarse que, como los gastos milita
res distaban mucho de absorber el phoros, lo justo habra sido disminuir
su importe y que, como los atenienses no lo hicieron, eso equivala a tasar
a los aliados con arreglo a necesidades financieras de Atenas, a razonar,
por tanto, en trminos de poltica financiera? Pero los atenienses no pare
cen haber enfocado el problema desde esta perspectiva. Pues, por una
parte, el debate que se emprendi sobre ese asunto no parece haber sido
financiero, sino moral, ya que se centraba no en los pagos de los aliados,
sino en el uso que de los mismos se haba hecho; el escndalo, la tirana
manifiesta consista en adornar a Atenas como una coqueta con aquel
dinero (Plut., Per., 12), y si hubiera continuado atesorndolo como antes,
sin duda nadie habra encontrado motivos para censurrselo. Y, por otra
parte, el Pseudo-Jenofonte (un contemporneo!) anota que, si todos los
atenienses tienen oportunidad de disfrutar del dinero de los aliados, la
ventaja ms directa que de ello sacan es que no falta de qu vivir con su
trabajo, sin tener posibilidad de conspirar (I, 15). Razonamiento pueril a
los ojos de un economista moderno, pero razonamiento autnticamente
griego, pues la mxima pagad, trabajad y vivid en paz pertenece al
banal arsenal filosfico atribuido a los tiranos. El phoros, que, pese a
todas las operaciones contables que se le prodigaban, jams fue objeto de
una estimacin presupuestaria (nocin desconocida por los griegos!), se
haba convertido con el paso del tiempo en un dato permanente de la vida
pblica ateniense, en un elemento de esa tirana hacia la que tenda la
hegemona desde mediados de siglo y que, por figurar en un lugar desta-
- 188 -
El imperio ateniense
153 Podemos vacilar entre el momento en que, al da siguiente de la paz de Calas, los
atenienses toman medidas para mantener su Imperio (o sea, hacia 449/8), y la primera fase
de la guerra del Peloponeso (o sea, hacia el 425/4). La discusin, que mezcla consideracio
nes histricas y paleo grficas, es ms o menos un callejn cerrado. Ciertas consideraciones
numismticas parecen, sin embargo, sealar la direccin de la fecha ms alta.
154 Infra, p. 598.
155 Las cuentas de la aparch, o listas del tributo, se llevan en moneda ateniense desde
el 454/3, con una excepcin para este primer ao, ya que el total anota una partida expresa
da en estteras (de electro) de Czico.
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El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
Los atenienses debieron de ser conscientes de ello, y por esa razn se han
preguntado algunos si dicho atentado no constituira uno de sus objetivos:
dar curso obligatorio a sus monedas, imponer en todas las ciudades la
lechuza tica y la efigie de Atenea, no habra sido un medio de manifes
tar la sujecin de los aliados? Es difcil responder a esta pregunta, pero el
examen de los posibles efectos causados por el decreto de Clearco156podr
ayudarnos a ello -aunque no conozcamos con certeza la fecha del mismo.
La numismtica revela, en efecto, que das despus de las Guerras Mdi
cas y de la fundacin de la Confederacin de Dlos las acuaciones ate
nienses no cesan de difundirse157, mientras que las amonedaciones de los
aliados insulares, incluidas las ciudades de Eubea, no cesan de perder fuer
za, hasta interrumpirse hacia mediados de siglo; podra ocurrir que esa
interrupcin fuera una consecuencia del decreto de Clearco (que se fecha
ra, entonces, alrededor del ao 450), pero sera un decreto que, en esta
zona, no habra hecho sino poner punto final a una evolucin espont-
neaJ5S. En otras regiones, las cosas son menos claras: se aprecia la inte
rrupcin de acuaciones locales en lugares dispersos de Asia Menor y de
Tracia, pero esto no constituye un fenmeno general. De entre los tres
grandes aliados navales, Quos parece haber cesado de acuar plata hacia
el 448, pero Samos parece haber seguido con sus emisiones, que slo inte
rrumpir con el fracaso de su revuelta en el 439; en cuanto a Lesbos (Miti-
lene), en la isla se acuaba el electro, que queda fuera del alcance del
decreto. Tambin se aprecia, por otra parte, que ciudades que haban inte
rrumpido sus amonedaciones las reanudaban a partir del inicio de la gue
rra del Peloponeso, sin haberse rebelado por ello contra Atenas, y este
movimiento se acelera a partir del momento en que el podero ateniense
comienza a tambalearse. Pese a su apariencia de imperiosa nitidez, el
decreto de Clearco se integra dentro de un conjunto complejo de fenme
-190-
El imperio ateniense
nos sobre los que resulta difcil tanto dar cuenta como determinar el signi
ficado de la voluntad ateniense. Sin embargo, si reparamos en el hecho de
que, por un lado, el decreto viene precedido de una evolucin que camina
precisamente en la misma direccin que aqul pretende imponer, y en que,
por el otro, dispone una excepcin formal para el electro y el oro (es decir,
para las amonedaciones de buena calidad), estaremos inclinados a buscar
ms bien los mviles en el mbito de las preocupaciones tcnicas que en
un deseo imperialista de afirmar la supremaca ateniense. O, si ese
deseo ha existido, a no situarlo en primer trmino. Como quiera que sea,
el decreto de Clearco slo logr efectos limitados. Si puede verse en l el
testimonio de un presentimiento emprico de las ventajas que poda ofre
cer la unificacin racional de los sistemas monetarios, tambin sucede que
la poca no era capaz de dominar unos mecanismos cuyo anlisis no haba
sido abordado, y que la solucin emprendida, tcnicamente simplista,
cometa el notorio error de ser una solucin impuesta, que expresaba de
forma vejatoria la impronta de un imperialismo cuyas metas eran, en rea
lidad, diferentes.
Nuestros textos, conviene repetirlo, no autorizan a afirmar que el impe
rialismo ateniense contuviese nada, ni en sus motivaciones ni en su mane
ra de ejercerlo, que pueda pasar por una poltica econmica, es decir,
conscientemente destinada a fundamentar el equilibrio y la prosperidad
material de la comunidad ateniense. Por contra, esos textos revelan que el
imperialismo fue concebido como un medio de poder y que su motor cons
tante fue la voluntad de dominio. La flota de guerra naci por la voluntad
de aplastar a sus vecinos de Egina; sirvi contra los persas para dejar a
salvo la libertad; vali a los atenienses la hegemona en el Egeo; la hege
mona engendr la arch -y la arch tiene su fin en s misma-.Existen sin
duda aspectos econmicos, pero que pertenecen a la categora bien de los
medios, bien de los fines, la talasocracia, al imponer en los mares la paz
ateniense y al ensanchar las fuentes de la autarqua ateniense hasta los lmi
tes del mundo mediterrneo, favoreci la adquisicin de los productos
necesarios, y los artculos superfluos vinieron acto seguido sin que ningn
decreto los forzase a ello, la coaccin, por cuanto sabemos, slo ser un
arma de guerra despus del 431. Esta jerarqua de valores del imperialismo
ateniense no tiene nada de arbitrario: es la misma que Tucdides atribuye a
Pericles en el Discurso fnebre (, 36 ss.). Lejos de que el imperialismo
figure all representado como medio de asegurar riqueza y prosperidad,
placidez y alegra de vivir, de sus palabras se deduce que tales bienes fue
ron la recompensa de un podero cuyo fin primordial y ltimo consista en
exaltar la extrema libertad de los atenienses -aunque esta libertad implica
se la negacin de la libertad de los dems.
Y as, la idea lanzada en ocasiones de que la pareja democracia-impe
rialismo habra sido concebida con miras a hacer de los atenienses los
rentistas del Imperio se antoja una ilusin que confunde los efectos y
los mviles: extraa comunidad de rentistas, desde luego, hubiera sido
este pueblo que se dedic a cultivar la aficin por el riesgo y las virtudes
de la accin como ningn otro pueblo lo haba hecho jams. Asimismo,
El imperialismo ateniense hasta el inicio e la guerra del Peloponeso
- 192-
El imperio ateniense
1K Supra, p. 189.
- 193-
El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
VII-CONCLUSIN136
-194-
Ei imperio ateniense
humanos, la suma de las partes nunca equivale al todo. De todos los pun
tos de vista sobre el imperialismo ateniense que hemos examinado se des
prende, al menos, una constante, puesto que cada uno de ellos nos ha ido
llevando a una verdad griega universal: la primaca de lo poltico. El dine
ro, las armas, las instituciones, la justicia, la troph, los mismos dioses: el
anlisis nos permite conceder su propio valor a cada uno de estos datos,
con independencia del resto, pero slo adquieren pleno sentido desde el
momento en que convergen en la voluntad de poder y de dominio del pue
blo ateniense. La arch, hacia la que rod rpidamente la hegemona del
478 por obra de la voluntad de los atenienses, es en sustancia el poder de
mando y el dominio mltiple (geogrfico, jurdico, moral) dentro del cual
ese poder se ejerce, en definitiva, el Imperio. Por medio del phoros,
de sus escuadras y de sus clerucos, de sus magistrados y de la seduccin
de su rgimen poltico, de su preponderancia econmica y del prestigio de
sus dioses, Atenas reina en todos los terrenos, y aquellos griegos que al
principio decidieron elevarla a su cabeza quedan progresivamente redu
cidos, por la intervencin de todos esos factores, a no ser otra cosa, en su
mayora, sino sus sbditos. Esta evolucin se aprecia claramente en las
frmulas de juramento: cuando los eritreos son de nuevo forzados a obe
decer, hacia mediados de siglo, juran no separarse del pueblo de los ate
nienses ni de los aliados de los atenienses; pero, unos aos ms tarde, los
calcidenses juran no separarse del pueblo ateniense..., pagar el phoros a
los atenienses..., prestar auxilio y defender al pueblo ateniense..., obede
cer al pueblo ateniense: ya no figuran para nada los dems aliados; ni
camente se expresa la voluntad del pueblo ateniense; la confederacin
toma un cariz monrquico, el de una tirana, por repetir el crudo trmi
no que Tucdides pone en boca de Pericles: segn el cual, sucede con la
arch como con la tirana, que parece tan injusto hacerse con ella como
peligroso desprenderse luego (, 63).
El reconocimiento de la injusticia, o de la ilegitimidad del Imperio,
por uno de aquellos hombres que fueron sus ms conscientes artfices,
nos conduce una vez ms a interrogamos sobre los sentimientos que des
pert el imperialismo ateniense entre quienes sufrieron sus efectos. Las
palabras mismas de Pericles, as como la alusin que nuestro personaje
habra hecho, en aquel pasaje, al odio engendrado por la arch, no deben
conducimos a una respuesta apresurada y simple: dejando aparte el hecho
de que este discurso, pronunciado en el momento en que se inicia la gue
rra del Peloponeso, tiene como meta impulsar a los atenienses a la accin,
y de que este pasaje, que confronta las ventajas del Imperio con el desas
tre que supondra su prdida si los atenienses bajaran la guardia, fuerza
sin duda algo la nota exagerando los riesgos de desmembramiento inter
no, debe advertirse que el propio Tucdides hace decir en el Discurso
fnebre a Pericles mismo que de todas las ciudades actuales, solamente
Cambridge, 1978, pp. 303 ss.; W. Schuller, Die Stadt ais Tyrann. Athens Herrschaft iiber
seine Bundesgenossen, Konstanz, 1978.
-195-
El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
144 Sin embargo, ya veremos (infra, p. 257), a propsito de Samos, cun frgil y equ
voca era dicha convergencia de intereses.
- 19 6 -
El imperio ateniense
-1 9 7 -
El imperialismo ateniense hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
-ISJ Nota adicional: A lo largo de todo este captulo, hemos tenido en cuenta constante
mente un determinado nmero de decretos atenienses que, para nosotros, constituyen la
expresin ms inmediata del imperialismo ateniense. Estos decretos poseen, en su mayora,
fechs conjeturales, y ha sido datndolos, en lneas generales, durante el perodo que va de
mediados de siglo (de aproximadamente el 454) hasta el inicio de la guerra del Peloponeso
como hemos elaborado, en buena medida, el cuadro generalmente aceptado del imperialis
mo ateniense en poca periclea. Sin embargo, es preciso saber que esta datacin ha sido
sistemticamente debatida por un estudioso ingls, H.B. Mattingly, el cual, apoyndose en
criterios a la vez paleogrficos e histricos (unos y otros discutibles y discutidos), se ha pro
puesto rebajar el apogeo del imperialismo ateniense a la primera parte de la guerra del Pelo
poneso, es decir, despus de la muerte de Pericles. Bibliografa sobre este debate: H. B.
Mattingly, The Athenian coinage decree, Hist., X, 1961, pp. 148 ss.; id., Athens and
Euboea, J.H.S., LXXXI, 1961, pp. 124; id., The peace of Callias, Hist., XIV, 1965, pp.
273 ss.; id., Athenian imperialism and the foundation of Brea, Cl. Q., n. s., XVI, 1966,
pp., 172 ss.; d., Periclean imperialism, en Studies Ehrenberg, Oxford, 1966, pp. 193 ss.;
id., Formal dating criteria for fifth century Attic inscriptions, Acta of the fifth epigr. con
gress, Oxford, 1971, pp. 193 ss.; id., Epigraphically the twenties are too late..., B.S.A.,
LXV, 1970, pp. 129 ss.; id., The mysterious 3.000 talents of the first Callias decree,
G.R.B.S., XVI, 1975, pp. 15 ss.; id., The second Athenian coinage decree, Klio, LIX,
1977, pp. 83 ss.; id., Three Attic decrees, Hist., XXV, 1976, pp. 38 ss.; E. EErxleben,
Das Miinzgesetz des attisch-delischen Seebundes, Arch. f. Papyrusforsch., XIX, 1969,
pp. 91 ss.; XX, 1970, pp. 66 ss.; XXI, 1971, pp. 145 ss.; C. W. Fomara, The date of the
Callias decrees, G.R.B.S., XI, 1970, pp. 185 ss. (vase tambin la nota 89, nota adicional).
Contra: B. D. Meritt y H. T. Wade-Gery, The dating of documents to the mid-fifth cen
tury, J.H.S., LXXXII, 1962, pp.ss.; R. Meiggs, The crisis of Athenian imperialism, Har
vard Stud, in Class. Philo!,, LXVII, 1963, Apndice pp. 24 ss.; id., The dating of
fifth-century Attic inscriptions, LXXXVI, 1966, pp. 86 ss.; id., The Athen. empire,
pp. 165 ss., 519 ss.; G. E. M. de Sainte-Croix, The origins o f the Peloponnesian War, Lon
dres, 1972, p. 418; D. W. Bradeen, The Kailias decrees again, G.R.B.S.. XII, 1972, pp.
469 ss.; A. G. Woodhead, Reflexions on the use of the literary and epigraphical evidence
for the history of the Athenian empire, Akten d. VI. Intern. Kongr.f. gr. u. lat. Epigr. 1972,
Munich, 1973, pp. 345 ss.; Ed. Will, R.H., CCLI, 1974, p. 140, n. 1; W. E. Thompson,
Internal evidence for the date of the Kailias decrees, Sytnb. Osloenses, XLVIII, 1973, pp.
24 ss.; id., The protected found of Athena and Hephaistos, A.J. Ph., XCVIII, 1977, pp.
249 ss. La incertidumbre que reina en cuanto a las conclusiones de este debate nos ha hecho
preferir, en este libro, atenemos a una communis opinio que siempre parece ms defendible.
Pero el debate al que la misma se halla sometida debe ser conocido. En el momento de entre
gar este libro a la imprenta, observo que la reciente obra de Ch. G. Starr, Athenian coinage
480-449 B. C., Oxford, 1970, sigue la orientacin de la cronologa tradicional.
-198-
CUARTA PARTE
LA GRECIA DE OCCIDENTE
HASTA APROXIMADAMENTE
MEDIADOS DEL SIGLO V 166
16 obras generales de consulta: Sobre la Grecia de Occidente en general: E. Pas, Sto
ria della Sicilia e della Magna Grecia, Torino, 1894; T. J. Dundabin, The Western Greeks:
the history o f Sicily and South Italy from the foundations of the Greek colonies to 480 B.C.,
Oxford, 1948, fundamental, pero la fecha final es algo arbitraria; A. Schenk von Stauffen-
berg, Trinakria. Sizilien und Grossgriechenland in archaischer und friihklassischer Zelt,
Munich-Viena, 1963; A. G. Woodhead, The Greeks in the West, Londres, 1962; J. Board-
man, The Greeks overseas, Harmondsworth, 1964, cap. V. Sobre los problemas cronolgi
cos: R. Van Compemolle, Etude de chronologie et d historiographique siciliotes,
Bruselas-Roma, 1959. Se encontrar una bigliografa general en la obra de J. Heurgon, pp.
32 ss., mencionada en la nota siguiente.
Sobre Sicilia: A. Holm, Geschichte Siziliens im Altertum, 3 vol., Leipzig, 1870-1898;
E. A. Freeman, History of Sicily, 4 vol. publicados, Oxford, 1891-1894; W. HiittI, Verfas-
sungsgeschichte von Syrakus, Praga, 1929; B. Pace,Ajte e civilt della Sicilia antica, 4 vol.,
Miln, 1935; H. Wentker, Sizilien und Athen, Heidelberg, 1956; L. Pareti, Sicilia antica,
Palermo, 1959; M.. Finley, Ancient Sicily to the Arab conquest, Londres, 1968; id., Ancient
Sicily; a revised edition, Londres, 1979 (trad, francesa: la Sicile antique. Des origines l
poque byzantine, Pars, 1986); E. Gabba y G. Vallet (d.), La Sicilia antica, 5 vol., Npoles,
1980; edit, en 2 vol., Npoles, 1984. Vase tambin la til bibliografa analtica de numis
mtica siciliota de K. Christ, Jhb.fr Numism. u. Geldgesch., V-VI, 1954-1955, pp. 183 ss.
Para mayores detalles sobre las investigaciones, que evolucionan con gran rapidez, deben
consultarse los nmeros de la revista Kokalos, Palermo.
Sobre la Magna Grecia: E. Ciaceri, Storia della magna Grecia, Miln, 1927; G. Gian-
nelli, La Magna Grecia dci Pitagora a Pirro, Miln, 1928; M. Napoli, Civilit della Magna
Grecia, Roma, 1969; G. Pugliese-Carratelli (ed.), Megale Hellas. Storia e civilt della
Magna Grecia, Miln, 1983. El progreso de las investigaciones puede seguirse en las Atti
anuales de los Convegni di Studi sulla Magna Grecia, que se celebran en Tarento desde
1961. El tercer volumen de estas Atti, Tarento, 1963 [1964], contiene, pp. 35 ss., una biblio
grafa muy completa recopilada por D. Muslli.
INTRODUCCIN
EL M EDIO167
- 201 -
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo V
ISS Italotas, siciliotas: son los trminos utilizados para designar a los griegos de Ita
lia meridional y de Sicilia.
165 Esto es posible, a lo sumo, en el caso de la Cirenaica, a la que consagraremos un
apndice: infra, p.. En cambio, resulta imposible escribir una historia, a falta de fuentes, del
mundo colonia] pntico en el siglo v.
170 Vase, sobre este punto, el volumen siguiente.
171 El trmino debe entenderse en el sentido griego de no-heleno.
-202-
El medio
-203-
La Grecia de occidente uista aproximadamente mediados del siglo v
Rirgos1'.
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j'vGe'ta. iSIraosa
C'T-.a-hcV i^'Acras
(Helero
-)
lIltfl too km
Magna Grecia y Sicilia
-204-
El medio
172 Incluso algunos hablan, en una lnea sobre la que no vamos a insistir, de indoeuro
peos y semitas.
-205-
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
- 206 -
El medio
-207-
CAPTULO NICO
-209-
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
Gela fue el lugar en que empieza esta historia, cuando, hacia el 502, un
tal Cleandro se aduea del poder en la ciudad -por qu?, de qu manera?,
lo ignoramos, como tampoco sabemos en qu consisti su reinado, que ter
min hacia el 495 con su asesinato. Evidentemente, Cleandro haba sido apo
yado por un grupo de partidarios, a quienes aquel crimen no elimin de la
escena, pues su poder file recogido por su hermano Hipcrates. Si no enten
demos las causas de la tirana de Gela, todava vemos menos claro por qu
Hipcrates, una vez alcanzado el poder, se embarc en una poltica de expan
sin territorial que deba producir inmensas consecuencias, ni si sus opera
ciones eran fruto de un plan elaborado de repente y consistente en someter a
la totalidad de la Sicilia oriental. Lo cierto es que, despus de haber iniciado
su campaa sometiendo a los sculos, ya fuertemente helenizados, que pobla
ban el interior de las tierras de Gela, Hipcrates desemboc, hacia 495 o 494,
al norte de Siracusa, en la zona calcidense, y all se apoder sucesivamente
de Catana, de Naxos y de Zancle174antes de volverse hacia Leontinos, la ms
meridional. A la cabeza de todas estas ciudades quedaron situados tiranos
afectos al triunfador. Desdeando provisionalmente el territorio siracusano,
que con su avance permaneca aislado al sureste, Hipcrates se dispuso a
someter a los sculos septentrionales, pero surgi un impedimento: la situa
cin en Zancle volvi a concentrar su inters.
Cuando, poco tiempo atrs, la revuelta de Jonia haba comenzado a pal
par el desastre, los habitantes de Zancle, que deseaban extender su influencia
por la costa norte de la isla, solicitaron el apoyo de la colonizacin jonia. Su
llamada haba sido escuchada por aristcratas samios, ansiosos de abandonar
su patria. Pero, llegados a Locros, aquellos exilados supieron que Zancle
haba cado en manos de Hipcrates y del tirano a quien ste haba instalado
al frente de la ciudad, Escita. Ahora bien, la toma de Zancle representaba un
duro golpe para la ciudad italiota del estrecho, Regio, la cual, por ser tambin
de origen calcidense, viva en buenas relaciones y en una especie de simbio
sis econmica con Zancle. Ocurra, adems, que Regio acababa de pasar
(494) a poder de un tirano, Anaxilao, y ste vio en la llegada de los samios el
medio de restablecer la situacin de Zancle. Los samios dieron su consenti
miento y se aduearon de la plaza. Incapaz de reconquistarla, Hipcrates,
para ganar por la mano a Anaxilao, entr en tratos con los samios y les entre
g la ciudad, cuyos primitivos habitantes fueron vendidos, excepto una mino
ra de aristcratas, con quienes los samios se asociaron (Herd., VI, 22-24).
A pesar de esa relativa recuperacin, el dominio de Hipcrates sobre el estre
cho se mostraba frgil (493?).
A fin de cuentas, todas sus conquistas, que tomaban al sesgo la parte
oriental de Sicilia, seguan siendo frgiles mientras Siracusa y sus posesiones
territoriales estuvieran intactas. Por otra parte, las ciudades griegas que se
haban anexionado eran martimas: sera capaz de mantenerlas sin contar
con una flota (los recientes acontecimientos de Jonia podan ser motivo de
114 Nuestras fuentes no hablan de Catana, pero es probable que fuese la primera ciudad
que sucumbi.
-210-
La expansion dinomnida hasta la batalla de Himera
l7 Se ha supuesto que dicha mediacin se les habra ocurrido a Corinto y a Corcira por
el temor a ver cmo se desarrollaba, bajo la direccin de Hipcrates, una potencia naval que
hubiera amenazado los intereses occidentales de ambas ciudades. Esta hiptesis parece poco
verosmil, y sobre todo intil, puesto que una mediacin similar es tpica de las relaciones
de parentesco (syngeneia) que unen a una metrpolis con sus colonias, o de las colonias-
hermanas entre s (Corcira y Siracusa pasaban por haber sido fundadas el mismo ao por los
corintios).
176 O b r a s d e c o n s u l t a . - A lo s ttu lo s m e n c io n a d o s e n la s n o ta s 166 y 173, d e b e n a a
d ir s e :
Sobre la suerte reservada a Leontinos: H. Chantraine, Syrakus und Leontinoi, Jhb. f
Num. ii. Geldgesch., VIII, 1957, pp. ss.
Sobre las emisiones monetarias de Siracusa: C. M. Kraay, Greek coins and history:
some current problems, Londres, 1969.
Sobre la construccin del sincronismo con las guerras mdicas: Ph. Gauthier, Le parall
le Himre-Salamine au v' et au rve s. av. J.-C., R.E.A., LXVIII, 1966, pp. 5 ss.; Y. Garlan, Etu
des dhistoire militaire VIII: propos du parallle Himre-Salamine, B.C.H. 1970, pp. 607 ss.
177 De ah el nombre de Dinomnidas que se aplica a la dinasta fundada por Geln.
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
-212-
La expansion dinomnida hasta la batalla de Himera
180 Los supervivientes fueron a instalarse en Selinunte, cuya metrpolis era Mgara, y
este refuerzo no vino ms que a confirmar la hostilidad de Selinunte frente a Geln y su alia
do Tern.
181 Para el breve espacio de tiempo que dur el reinado de Geln en Siracusa (485-478),
el anlisis numismtico ha detectado la utilizacin de unos 200 pares de cuos, lo que reve
la una intensidad de acuaciones sin parangn en el mundo antiguo: ignoramos, por lo
dems, de dnde provena el metal, inexistente en Sicilia, pero el comercio de esclavos
puede haber sido una de sus fuentes.
182 Supra, p. 101.
-213-
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
-214-
La expansion dinomnda hasta la batalla de Himera
inmenso ejrcito en su inmenso Imperio, haca falta que Cartago hubiera pro
cedido del mismo modo. Si Jerjes haba sido vencido en Salamina en. sep
tiembre del 480, haca falta que Amlcar lo hubiera sido en Sicilia el mismo
da exactamente. El carcter de demasiado perfecto para ser verdico de esta
construccin hace planear muchas dudas respecto a todos sus detalles, pues lo
verdadero y lo falso se entrecruzan demasiado estrechamente como para que
podamos discernirlos con certeza: fuerzas enroladas, cronologa, todo ofrece
muy poca seguridad, e igual sucede respecto a los motivos finales de ambos
Estados brbaros. Pues, desde la Antigedad (pero no antes del siglo IV), los
historiadores imaginaron que Susa y Cartago llegaron a un acuerdo para
aplastar al mundo helnico en su conjunto -algo sobre lo que Herdoto no
habra dejado de informar, caso de tener noticia...-, hiptesis de la que los
modernos historiadores se han apropiado para agrupar ambas guerras en un
vasto conflicto entre Oriente y Occidente. Ahora bien, si es cierto que entre el
occidente griego y el Imperio Persa no dejaba de haber relaciones, si es pro
bable adems que las hubiese entre Cartago y las ciudades fenicias, nada per
mite demostrar la existencia de relaciones oficiales entre el Gran Rey y
Cartago, y las propias condiciones en medio de las cuales se desarroll, como
hemos visto, la hostilidad entre los griegos egeos y los persas no abonan la
idea de que los persas hubieran puesto sus miras en Occidente. Adems, las
causas de las Guerras Mdicas y las del conflicto que ahora nos ocupa se
muestran como si hubieran sido absolutamente ajenas unas a otras. La teora
de una gran alianza brbara contra el conjunto de los griegos es un fantasma
tenaz: conjurado en muchas ocasiones, nunca cesa de reaparecer...183. Si los
griegos creyeron que las batallas de Salamina y de Himera fueron libradas el
mismo da a la misma hora, eso significa, en el mejor de los supuestos, que se
celebraron el mismo ao. Al aceptar este sincronismo (que no implica que los
cartagineses emplearan, como Jerjes, tres aos en prepararse, ni tampoco que
Terilo fue expulsado en el 483), Aristteles vea en l una simple coinciden
cia: parece que esta observacin podra aplicarse al conjunto de ambas gue
rras. Contando, pues, con el carcter milagroso del sincronismo
fundamental de nuestra cronologa, qu podemos retener de los hechos?
En el verano de un ao que, efectivamente, es sin duda el 480, Amlcar
desembarc en Panormo (Palermo) y avanz sobre Himera. Si bien Cartago
tena mayores razones para interesarse por el estrecho de Mesina que por la
regin de Himera, el lugar elegido para el desembarco se explica fcilmente,
y no slo porque Panormo era una base fenicia: atacar Himera obligaba a
Geln a dividir sus fuerzas, puesto que debera acudir en ayuda de Tern con
su ejrcito de tierra, mientras que su flota quedaba inmovilizada por la vigi
lancia que efectuaba la de Anaxilao en el estrecho184. La tradicin otorga
183 Pero el que nos neguemos a tomara en consideracin no autoriza a rechazar, dentro de
la leyenda, el llamamiento hecho en el 481/0 por Esparta y Atenas a Geln (supra, p. 100). De
todos modos, Geln no estaba entonces en condiciones de responder a esta solicitud, como
subraya Herdoto, VII, 165.
184 Se ha supuesto que Anaxilao se vera impedido de reunirse con Amlcar por la amenza
que la flota de Geln creaba sobre sus dominios, pero el caso inverso es tambin muy verosmil.
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La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
- 216 -
La Magna Grecia pitagrica
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La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
1,0 Pueden advertirse, en la sociedad pitagrica antigua, una serie de rasgos que la
hacen parecida a las sociedades espartana y cretense.
-218-
La Magna Grecia pitagrica
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La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
Con todo, no hay duda de que en el primer cuarto del siglo v Crotona
adquiere un podero de primer orden, podero que amenazaba especialmente
a Locros (amenazada, de otro lado, por la expansin de Regio) y que tal vez
incluso lleg a hacer sombra a Siracusa, puesto que Hiern abrig la idea, por
un momento, de restaurar Sbaris. Pero no alcanzamos a descifrar el secreto
de tal desarrollo, en la medida, al menos, en que parece que deberamos atri
buirlo a la poltica de los pitagricos.
La preponderancia crotoniata era, sin embargo, frgil. Primero tropez, al
parecer, con la hostilidad de las ciudades aliadas (algunas de las cuales rea
nudan sus amonedaciones autnomas a partir, ms o menos, del 480), pero
luego, y sobre todo, con las luchas intestinas. La tendencia oligrquica pita
grica atraa, en la misma Crotona, la hostilidad de los elementos populares,
y tambin quiz la de los aristcratas ajenos a la secta. Los pitagricos con
siguieron mantener su ascendiente hasta, aproximadamente, mediados de
siglo, pero, en una fecha que ignoramos (entre 455 y 445), sucumbieron bajo
ja violencia de una insurreccin que prendi en todas las ciudades en donde
haban disfrutado de influencia: en todas partes, los representantes de este
movimiento filosfico-poltico fueron exterminados, desterrados, persegui
dos, y sus lugares de reunin incendiados. Fue entonces cuando el pitagoris-
mo adquiere definitivamente su carcter secreto, lo que contribuye a nuestra
falta de informacin sobre sus ideas. En su condicin de factor poltico, no lo
veremos reaparecer hasta el siglo IV.
La cada de los pitagricos sumi a las ciudades en una anarqua que
demuestra la complejidad de la oposicin que aquellas gentes haban suscita
do. Segn una tradicin antigua, fueron las metrpolis de Crotona-las peque
as ciudades aqueas del Peloponeso- las que acudieron en ayuda de su
destrozada colonia, se impusieron como mediadoras y restablecieron el orden
y la armona en la poblacin (Pol., , 39, 1-4).
Esta visin panormica del episodio pitagrico nos ha llevado a descui
dar algunos otros aspectos de la historia italiota de esta poca: ms adelante
examinaremos una serie de importantes acontecimientos que tuvieron por
escenario al mar Tirreno. Pero hay una ciudad, cuya ausencia en la narracin
anterior habr llamado la atencin: Tarento. Tentada asimismo por el pitago
rismo, no haba entrado en cambio dentro de la rbita de Crotona. Las lagu
nas que presentan nuestras fuentes no permiten afirmar que Tarento se
mantuviera absolutamente aparte, pero parece que ante todo dedicaba la
mayor parte de sus esfuerzos a luchar contra los yapigios. En el 474/3, la pre
sin ejercida por estos ltimos era tan amenazadora que los tarentinos nece
sitaron buscar aliados: solicitaron la alianza de Crotona o de Siracusa,
ciudades ambas, en aquel momento, poderosas? No lo sabemos: lo cierto es
que no lograron sino la de la lejana Regio195, que no pudo librarles de una
derrota sin precedente en toda su historia (Herd., VU, 170). Esta breve apa
ricin de la amenaza indgena es un dato precioso, pues nos recuerda que la
l9 Infra, p. 221.
- 220 -
Apogeo y mina de las tirantas de occidente
156 Es verdad que, en este caso concreto, debieron ejercerse otras influencias helnicas
procedentes de la costa adritica, en la cual nunca se asentaron los tarentinos.
137 O b r a s d e c o n s u l t a . - A las obras de carcter general citadas en la nota 166, y a los
trabajos mencionados en los apartados anteriores, debe aadirse: R. Combet-Famoux,
Cuines, lEtmrie et Rome la fin du vr et au dbut du sicle, M.A.H.E.F.R., LXIX,
1957, pp. 7 ss.; G. Pugiiese-Carratelli, Napoli antica, P. del P., VII, 1952, pp. 243 ss.; E.
Lepore, en Storia di Napoli, I, Npoles, 1967, pp. 141 ss.; L. Piccirilli, La controversia fra
Ierone I e Polizelo..., Ann. Scuola Norm. Sup. Pisa, cl. di Lettere e Filos., ser. Ill, I, 1971,
pp. 65. SS. Sobre el problema de las instituciones de Etna: Ed. Will, Doriens et Ioniens,
Pars-Estrasburgo, 1956, pp. 58 ss. Para la Cirenaica (en nota 205, nota adicional): F. Cha-
moux, Cyrne sous la monarchie des Battiades, Paris, 1953.
-221 -
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo '
- 222 -
Apogeo y ruina de las tiranas de occidente
de Cumas, y el peligro pnico haber sido elevado al nivel del peligro etrusco
-y ambos al del peligro persa. Ya hemos dicho201que ah existe, con gran pro
babilidad, una doble deformacin de las perspectivas.
Esta victoria es el nico hecho de armas de Hiern, quien, en lo dems,
se consagr exclusivamente a su Estado siciliota. Continu, por otra parte,
con aquella poltica que consista en manipular a las masas de las poblacio
nes sin ningn miramiento hacia su pasado y sus intereses. La fundacin de
Etna es una buena muestra de esa conducta. A Hiern le faltaba la gloria del
fundador, del ktistes, que le habra asegurado un culto heroico despus de
muerto. Le faltaba tambin un refugio seguro ante la emergencia de even
tuales disturbios en Siracusa? Lo cierto es que en el 475 una erupcin del
Etna le ofreci la ocasin para procurarse una y otra cosa. Al haber quedado
destruidas Catana y Naxos por el cataclismo, los supervivientes fueron incor
porados a Leontinos, y Hiern fund una nueva ciudad, Etna, en el emplaza
miento de Catana; el cueipo cvico de Etna estuvo formado, segn Diodoro
(XI, 49), por 5.000 siracusanos y, principalmente, por peloponesios: estos
individuos eran sin duda, unos y otros, mercenarios, y es probable que los
siracusanos fueran, realmente, sculos. A menudo se admite el hecho de
que Hiern habra dotado a Etna de instituciones especficamente dorias,
incluso calcadas sobre las de Esparta; pero los pocos versos de la 1.a Ptica de
Pndaro que han dado origen a esta teora indican ms bien que el poeta,
imbuido del ideal arcaico de las libertades aristocrticas, se permite, en un
poema consagrado a la exaltacin de la gloria de los Dinomnidas, invitar a
su principesco cliente con todo respeto a restaurar en Etna las venerables tra
diciones de las que no haca caso en Siracusa. En realidad, ignoramos cmo
fueron las instituciones de Etna -excepto que el propio hijo de Hiern, Dino-
menes, fue instalado en la ciudad como rey, dicen nuestras fuentes. Como
Dinomenes era entonces menor de edad, fue confiado a la tutela de un cua
do de Hiern, lo que viene a significar que Etna, presidida por un goberna
dor, no gozaba de ninguna forma de autntica libertad. La obra doria de
Hiern en Etna podra haber consistido, esencialmente, en aprovechar la
ruina de Naxos y Catana para disminuir an ms a los elementos calcidenses
de la poblacin integrante de sus Estados, los cuales mantenan, quiz, cier
ta tendencia a ponerse de parte de Regio.
el favor de los atenienses y recordar a Esparta la batalla librada al pie del Citern (Platea),
dos derrotas en que cayeron los medos, los de curvos arcos -pero no sin antes haber entrega
do a los hijos de Dinmenes el tributo del himno que, junto a la ribera de lmpidas aguas del
Himera, por su valor merecieron, cuando infligieron parecida derrota a sus enemigos. Para
conocer el alcance exacto del suceso de Himera, conviene subrayar que Pndaro, cuando com
puso en el 476 la Olmpica I para Hiern, as como sus Olmpicas II y III para Tern, no expe
riment an la necesidad de expresarse tal como lo hace en el pasaje arriba traducido.
201 Supra, p. 214. Hay que insistir otra vez: las relaciones belicosas entre los griegos de
Campania y los etruscos son ms reales y constantes que las habidas entre los griegos de Sici
lia y los cartagineses.
- 223 -
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
:o: La expulsin de los antiguos mercenarios de los tiranos parece haber constituido un
fenmeno general.
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Apogeo y ruina de las tirantas de occidente
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La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
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Sicilia despus de los tiranos. Ducetio y el problema sculo
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Sicilia despus de los tiranos. Ducetio y el problema sculo
al que se haba mirado, sin duda, con indiferencia, amenazaba con llegar a
crear un peligro, no tanto porque se tratara de un fenmeno indgena cuanto
por el riesgo de un renacimiento de la tirana, ahora que las ciudades acaba
ban de librarse de ella. Tal vez Ducetio posea menos talento militar que
poltico, pues a partir del ao siguiente (450), fue sumando fracasos. Aban
donado por la mayora de sus partidarios, se retir del juego en condiciones
que confirman que ningn movimiento nacional serio sostena sus pro
yectos: se rindi a los siracusanos, que lo enviaron al exilio en Corinto
(Diod., XI, 91-92).
Ducetio no tard mucho tiempo en regresar a Sicilia, a la cabeza de un
contingente de tropas formado por colonos griegos (448?), para fundar en la
isla, en el mismo lugar en que los habitantes de Zancle haban previsto, a
comienzos de siglo, instalar a los jonios208, la ciudad de Kale Akte (Bella-
Orilla): era, adems, una ciudad greco-scula, cuyo fundador oficial (el
ktistes) fue un jefe sculo, Arcnides de Herbita209. La eleccin de este empla
zamiento excntrico y mediocre por Ducetio obedeci sin duda al hecho de
que, entonces, los siracusanos haban recuperado las regiones que le haban
servido anteriormente de base, a excepcin, parece ser, de Palice210, ciudad
que destruyeron algunos aos ms tarde. Pero la muerte de Ducetio ya haba
puesto trmino a cualquier resurreccin de un Estado greco-sculo hostil a
Siracusa, y Kele Akte, por s sola, no representaba ningn peligro para Sira
cusa (Diod., , 8,29).
El episodio de Ducetio constituye el ltimo eco de la gran poca de las
tiranas sicilianas. Episodio sculo, desde luego, en la medida en que, por ser
l mismo sculo, Ducetio utiliz a sus compatriotas como fuerza de choque
para elevarse al poder personal. Pero su maniobra y, sobre todo, su fracaso,
revelan que nunca lleg a despertar un movimiento nacional -suponiendo
que albergara ese propsito, algo que precisamente parece dudoso, ya que
Ducetio puso sus esperanzas tanto en los elementos griegos (mercenarios,
colonos, ciudades calcidenses tal vez) como en los sculos. Por otra parte,
tenemos derecho a preguntamos si acaso era susceptible de hacer entre los
sculos un movimiento nacional; en otras palabras, si los sculos
constituan lo que nosotros llamamos una nacin. Pues bien, este es el
punto sobre el que nos podemos permitir ser muy escpticos: aquel pueblo de
agricultores pacficos haba empezado a salir de su prehistoria slo bajo la
influencia de la civilizacin griega, y supona nicamente una baja propor
cin el nmero de los que haban sido reducidos, al principio de la coloniza
cin griega, al estado servil. Al no haber elaborado ninguna forma de cultura
superior que consideraran propia, al no haber accedido a ninguna clase de
organizacin poltica de carcter estatal, al carecer de recuerdos histricos,
faltaban todos los factores que habran podido impulsar entre los sculos una
- 229 -
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo V
Queda por ver esa franja del noroeste que, frecuentada precozmente por
los griegos de Oriente, a partir de las fechas en tomo al 600, constituy el
escenario esencial de la colonizacin fcense, con las fundaciones proba
blemente contemporneas de Marsella y Emporion (Ampurias), luego, hacia
el 565, de Alalia (Aleria) en Crcega y de Hiele (Velia) en Italia. Nuestros
211 Acerca de las intervenciones atenienses en Sicilia, cf. infra, pp. 295, 312. Ya hemos
sealado, supra, nota 89 (nota adicional), los problemas planteados por la hiptesis de una
intervencin ateniense en poca de Ducetio.
212 O b r a s d e c o n s u l t a - F. Villard, La cramique grecque de Marseille (VI-IV sicle).
Essai d histoire conomique, Pars, 1960; F. Benoit, Recherches sur Vhellnisation su midi
de la Gaule, Aix-en-Provence, 1965; G. Vallet y F. Vilard, Les Phocens en Mditerrane
occidentale et la fondation de Hyl, P. del P., CVIII-CX, 1966, pp. 166 ss.; J.-P. Morel,
Les Phocens en Occident: certitudes et hypothses, ibid., pp. 378 ss.; J. de Wever, La
chra massaliote daprs les fouilles rcentes, A.C., XXXV, 1966, pp. 71 ss.; E. Lepore,
Strutture della colonizzazione focea in Occidente, P. del P., CXXX-CXXXIII, 1970, pp.
43 ss.; M. Clavel-Lveque, Das griechische Marseille. Entwicklungsstufe und Dynamik
einer Haldesmacht, en E. Ch. Welskopf (d.), Hellenenische Poleis. Krise-Wandlung-Wir-
kung, II, Akad. Veriag, Berlin, 1974, pp. 855 ss. = Marseille grecque. La dynamique d un
imprialisme marchand, Marseille, 1977.
-230-
El dominio fcense: Marsella
textos se interrumpen antes de la poca que aqu nos ocupa, puesto que el
ltimo eco que tenemos respecto a los focentes de Occidente se eleva al 540.
Alalia haba recibido esos das el refuerzo de aquellos de sus metropolitanos
que haban huido de la conquista persa; pero, como la cada de Focea haba
causado tambin el efecto de hacer cesar el comercio al que se entregaban
sus colonos, los habitantes de Alalia se haban visto forzados a convertirse
en piratas. Esta transformacin determin a los etruscos y a los cartagineses
a eliminar ese foco de trastornos. En el 540, Alalia result, si no destruida,
al menos reducida a ser del todo inofensiva. La tradicin tambin recoge que
los focenses se retiraron a Regio, y que despus se instalaron en Hiele; pero
despus de estas noticias enmudece durante mucho tiempo. Hemos de limi
tamos, por tanto, a la interpretacin de los datos arqueolgicos.
stos ponen de manifiesto, hacia comienzos del siglo V, un profundo
cambio en la situacin de Marsella (Massalia) -en realidad, una sbita deca
dencia. Marsella haba conocido, a lo largo del siglo vi, una gran prosperi
dad resultante del papel de intermediario que la ciudad haba desempeado
entre el mundo mediterrneo y las tierras clticas del interior: los hallazgos
de objetos griegos efectuados en el corredor del Rdano (incluidos los diver-
tculos de los montes que lo cien) hasta la altura de Borgoa encierran una
asombrosa similitud con los hallazgos aparecidos en la propia Marsella213.
Seal de que haba existido un eje comercial que se articulaba, en la regin
del curso superior del Sena, sobre un eje puramente cltico, y el producto
ms valioso que circulaba a travs del mismo era, sin duda, el estao sumi
nistrado por las misteriosas Casitrides (all en donde estuviesen, en defini
tiva, estas islas armoricanas o normandas). Ahora bien, hacia el ao 400
dicho eje deja de ser empleado (sustituido, en adelante, por una ruta alpina,
danubiana y de Champaa)214 -y Marsella entra en un perodo de aletarga-
miento, como revelan la decadencia brutal de sus importaciones, al igual que
la de sus acuaciones monetarias, y del que no saldr hasta mediados del
siglo IV; veremos que entonces renace tanto la prosperidad de la ciudad
como la tradicin literaria que nos informa de ella. Este parntesis introdu
cido en el desarrollo de Marsella por el siglo V y los comienzos del iv, y que
encuentra sin duda su reflejo en el silencio de los textos, no se explica por el
surgimiento de conmociones en la situacin del Mediterrneo occidental315,
sino que la clave debe buscarse, probablemente, en determinadas rupturas
que afectan al equilibrio interno del mundo cltico. La decadencia de Mar
sella es, en efecto, contempornea de la crisis final de la cultura halstttica y
213 Similitud que nos lleva a incluir la famosa crtera de Vix, esa obra maestra del arte
griego en bronce: adems, nunca se ha encontrado nada parecido en otra parte, si bien es
cierto que los textos demuestran que no se trataba de un objeto excepcional,
214 Las comunicaciones transalpinas entre Italia y la Europa central son sensiblemente
anteriores (certificadas, principalmente, por la presencia de productos etruscos del siglo vi
al norte de los Alpes), pero en esta poca adquieren una preponderancia absoluta.
215 La batalla de Alalia, a la que durante mucho tiempo se ha considerado un acontecimien
to catastrfico para la situacin de los griegos en el Mediterrneo occidental, y en particular para
ia de los masaliotas, aparece hoy como un episodio local de alcance relativamente modesto.
-231-
La Grecia de occidente hasta aproximadamente mediados del siglo v
de los inicios del perodo de La Tne: todava falta mucho para que podamos
entender los acontecimientos que tuvieron entonces por escenario a la Galia
y a la Europa central, pero la desaparicin de la residencia principesca del
mundo surgido en tomo al monte Lassois (Vix),. que parece haber sido una de
las estaciones del comercio masaliota en la Galia, hace pensar que es en esa
direccin por donde conviene buscar las causas de la crisis que golpe a la
ciudad de Lacidonte. El estao de las Casitrides, una de cuyas vas de encau-
zamiento haba sido, probablemente, el valle de Rdano, no dej por eso de
alcanzar la cuenca del Mediterrneo; adems, la estela del Rdano no haba
sido la arteria exclusiva de ese comercio, pero las rutas concurrentes, en con
creto la de los Alpes y especialmente la ruta atlntica, en manos de los carta
gineses, se lo repartieron de ahora en adelante.
En la poca de que trata este libro, Marsella puede ser considerada como
ausente: el silencio de las fuentes no significa, desde luego, que la ciudad
haya perdido entonces cualquier tipo de contacto con el resto del mundo grie
go. La cramica tica, que haba llegado con abundancia a Marsella en el
siglo VI, no desaparece en el V (pero las proporciones en que se mantiene
ahora este producto de lujo se reducen grandemente): cabe pensar que llega
ba hasta la ciudad por medio de los focenses de Hiele, con quienes los masa-
liotas debieron de seguir relacionados. Mantuvieron tambin otras
relaciones, e incluso a ms distancia? -pregunta a la que, por el momento, no
hay posibilidad de contestar. Pero la reapertura de Marsella al mundo exterior
a partir de mediados del siglo IV sugiere que la ciudad no se repleg total
mente sobre s misma durante este largo espacio de tiempo.
Una ltima observacin contribuir a situar a Marsella en su lugar exac
to dentro del mundo de su poca. Incluso en los momentos de prosperidad, la
proyeccin de Marsella parece haber sido menos considerable de lo que se
imaginaba: en los siglos VI y V, su territorio sigui manteniendo los estrechos
lmites que el relieve le impone y que los masaliotas slo rebasarn entre los
siglos IV y . Asimismo, las colonias provenzales que la tradicin le atribuye
no parece que deban ser anteriores al siglo m: constituyen, por consiguiente,
fenmenos que pertenecen a la poca del renacimiento masaliota, y si los
sealamos aqu es para evitar los anacronismos en que se suele incurrir al
referirse a ellos.
- 232-
QUINTA PARTE
-235-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
- 236-
Introduccin
-237-
CAPTULO PRIMERO
ATENAS Y PERICLES
-239-
De la paz de Treinta Aos a guerra del Peloponeso
- 240-
Alenas y Pericles
mond, Strategia and hegemona in fifth-cent. Athens, CL Q., XIX, 1969, pp. 111 ss., vuel
to a publicar en id., Studies in Greek Histoy, Oxford, 1973, cap. 10; J. E. Roberts, The impe
achment o f generals at Athens during the classical Period. A study in political
accountability, Diss. Yale, 1976; E.F. Bioedow, Pericles powers in the counter-strategy of
431, Hist., XXXVI, 1987, pp. 9 ss.
215 Temstocles es, hoy en da, el ateniense sobre ei que poseemos mayor nmero de
ostraka; es digno de inters comprobar que los tres personajes que le siguen, en este palma
rs, son precisamente unos desconocidos (Calxeno, hijo de Arsitnimo, Hipcrates, hijo de
Alcmenides, y Menn, hijo de Menclides): todos ellos tuvieron necesariamente que
desempear un papel de cierta importancia, e incluso, en un momento dado, de primera fila,
pero la historiografa los haba olvidado, como olvid al Arqustrato que debi de ser el prin
cipal colaborador de Efialtes en 462/1, si creemos una mencin incidental de Aristteles.
220 ]-> p 404.
-2 4 1 -
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
- 242-
Atenas y Pericles
-243-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
-244-
Atenas y Pericles
Basel 1982, pp. 20 ss. Sobre Tucdides, hijo de Melesias: H. T. Wade-Gery, Thucydides,
the son of Melesias. A study of Periclean policy, J.H.S., LII, 1932, pp. 205 ss. (= Essays
in Greek history, Oxford, 1958, pp. 239 ss.); A. E. Raubitschek, Theopompos on Thucydi
des the son of Melesias, Phoenix, XIV, 1960, pp. 81 ss.; F. J. Frost, Pericles, Thucydides
son of Melesias and Athenian politics before the war, Hist., XIII, 1964, pp. 385 ss.; H. D.
Meyer, Thukydides Melesiou und die oligarchische Opposition gegen Perikles, Hist.,
XIV, 1967, pp. 141 ss.; W. R. Connor, Theopompus and fifth-centuiy Athens, Cambridge
(Mass.), 1968; P. Krentz, The ostracism of Thoukydides, son o f Melesias, Hist., XXXIII,
1984, pp. 499 ss.
Sobre las hetairas, vase la nota 363.
Sobre los procesos: FJ. Frost, Pericles and Drakontides, J.H.S., LXXXIV, 1964, pp.
69 ss.; G. Donnay, La date du procs du Phidias, A C , XXXVII, 1968, pp. 19 ss.; Ch. Tre-
bel-Schubert, Zur Datierung des Phidiasprozesses, Athen. Mitt., XCVIII, 1983, pp. 101 ss.
El Pseudo-Jenofonte ha sido objeto de numerosas ediciones y comentarios, cuya lista,
hasta el ao 1940, se encontrar en el A. W. Gomme, The Old Oligarch, H.S.C.Ph., suppl.
1 ,1940, pp. 221 ss. (=M ore essays in Greek history and literature, Oxford, 1962, pp. 38 ss.).
Para los trabajos posteriores a esa fecha: M. Volkening, Das Bild der attischen Staates in
der pseudo-xenophontischen Schrift vom Staate der Athener, Diss., Mnster, 1940; H.
Frisch, The constitution o f the Athenians, Copenhague, 1942; M. Gigante, La costituzione
degli ateniesi, Npoles, 1953; J. de Romilly, Le Pseudo-Xnophon et Thucydide, R. Ph.,
XXXVI, 1962, pp. 225 ss.; G. W. Bowersock, Pseudo-Xenophon, H.S.C.Ph., LXXI,
1966, pp., 33 ss.; M. J. Fontana, L Athenaion Politeia del Vsec. a.C Palermo, 1968, quien,
contra toda probabilidad, rebaja la fecha dei texto a 411/0, pero en donde se hallarn com
plementos bibliogrficos. Traduccin espaola: O. Guntias, Pseudo Jenofonte. La Rep
blica de los atenienses, Madrid, 1984 (B.C.G., n. 75).
226 Infra, p. 414.
227 Supra, p. 146.
-245-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
- 246-
Atenas y Pericles
-247-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
233 La nocin de prostates tou demou (el que se sita ante el pueblo, a su cabeza),
que nada tiene de institucional y que ser aplicado por Tucdides a los demagogos de fines de
siglo, no le fue aplicada a Pericles antes del siglo iv. Nocin que es, por io dems, equvoca,
puesto que segn cul sea el sentido dado a demos (el pueblo ateniense tomado oficialmente
en su totalidad, o slo los elementos populares), adquiere un alcance verdaderamente pol
tico, que no carece de analoga con el de protos aner (cf. ms abajo), o un alcance partidista,
el de jefe del bando democrtico. nicamente la primera acepcin podra convenir a la per
sona de Pendes, pese a la opinin de quienes lo ven como un jefe de partido.
234 lnpa, p. 544.
Ciertamente, debe rechazarse la posibilidad de que hubiera un proceso contra Aspasia,
noticia sobre la que nuestra tradicin es muy poco realista. Recordemos que Pericles, despus
de haber repudiado a la ateniense con la que contrajo primeras nupcias, se cas con la milesia
Aspasia: como el propio Pericles haba sometido a votacin en 451/0 el decreto que negaba el
derecho de ciudadana a los hijos nacidos de madre extranjera, fue necesario un decreto espe
cial para hacer ciudadano al hijo que naci de este segundo matrimonio. Ello sucedi, es ver
dad, despus de que Pericles hubiera perdido los dos hijos fruto de su primera unin.
-248-
Arenas y Pericles
Estos varios asuntos, que distan mucho de darnos una clara idea del
estado de opinin en una poca en que fcilmente imaginamos a los ate
nienses comulgando en el culto al podero a la beldad, nos permiten cir
cunscribir mejor las ideas de Pericles, ya que nos revelan puntos en los
cuales stas eran atacadas o discutidas, y definir mejor la extensin y los
lmites de su autoridad personal. El alto grado que la misma haba alcan
zado se deduce, de entrada, por el hecho de que tras la desaparicin del
hijo de Melesias nadie se expuso ya a atacar personalmente a Pericles, y
nadie tuvo ya suficiente influencia para impedir ahora que fuera cada ao
reelegido. Y si la financiacin de las grandes obras pblicas constituy
realmente uno de los temas de los que dependi el ostracismo votado en
el 443, de ello resulta que la explotacin del phoros en provecho de Ate
nas y, por tanto, el propio imperialismo representaban la base ms firme
del consenso entre la mayora del demos y un Pericles que, sin duda, era
quien mejor supo expresar y realizar las aspiraciones colectivas en esta
materia. Seguramente, las ideas del hombre de Estado racionalista y las
ideas del ateniense medio slo coincidan de manera imperfecta: entre
los fines y los medios, tal como deba concebirlos, por una parte, la masa
de ciudadanos (la paz, la prosperidad, el prestigio, fundamentados en el
podero), y tal como los conceban el mismo Pericles y su crculo de inte
lectuales (la inteligencia lgica que justificaba tanto la autoridad ejercida
por el gran poltico sobre sus conciudadanos como la autoridad que Ate
nas ejerca sobre sus aliados-sbditos, y el respeto que impona al resto
del mundo) -entre ambos puntos de vista, poda haber otro comn rase
ro que no fuera el de los resultados? Ciertamente, la masa de los atenien
ses se preocupaba an menos de saber que, siguiendo a Pericles, se
converta en instrumento temporal de esas Nubes que, segn Anaxgoras,
regan el cosmos, que de contemplarse poseedora de un poder secular
irresistible; menos de conocer que Atenas ascenda al rango de escuela
de Grecia, que de tener conciencia del peso que esta escuela ejerca
en Grecia. Naturalmente, el destello ideal que deba despedir Atenas en el
pensamiento de Pericles y que expresar Tucdides en el Discurso fne
bre no dejaba de tener su influencia en el pensamiento de la mayora. Pero
sospechamos que hay aqu confusiones y equvocos, pues lo que poda
promover el demos, dentro de la obra que le propona Pericles, no eran
tanto la idea de un orden trascendental que le corresponda encarnar cuan
to la reaccin instintiva de un patriotismo orgulloso alimentado por el
recuerdo de las luchas pasadas y la confianza en los dioses tradicionales,
ensalzado adems por el esplendor del presente y la conviccin justifica
da en la atraccin universal que aqul ejerca. Por ms que Pericles sola
hablar al pueblo con el lenguaje que ste quera or, lo que se adivinaba
de sus ideas ms ntimas no dejaba de inquietar, los jueces que condena
ron a Fidias y Anaxgoras, los ciudadanos que, tal vez, decidieron el
ostracismo de Damn, buena gente, muchos de los cuales deban de votar
por Pericles en las elecciones, no eran personas que hubieran cado
inconscientemente en las trampas tendidas por la verdadera oposicin; no
les disgustaba, llegado el caso, efectuar un disparo de advertencia hacia
- 249-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
236 De entre los severos juicios emitidos por J. K. Beloch sobre Pericles, tal vez el
menos injusto sera el de no haberse rodeado sino de nulidades. Pero tampoco conocemos
bastante del crculo poltico de Pericles como para estar segaros de la validez de semejante
juicio.
237 infra, p. 426.
-250-
Atenas y Pericles
-251-
CAPITULO
-252-
El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
etia, R.F., n.s., XXXIII, 1955, pp. 1645 ss.; H. Wentker, Sizilien und Athen, Heidelberg,
1956; A. J. Graham, Colony and mother-city in ancient Greece, Manchester, 1964; K. von
Fritz, Die griechische Geschichtsschereibung, I, Berln, 1967, pp. 733 ss.; F. J. Brandhofer,
Untersuchungen zur athenischen Westpolitik im Zeitalter des Perikles, Diss., Munich, 1971 ;
F. Sartori, Prodromi di costituzioni miste in citt italiote nel sec. v a.C>, Atti dell'Istituto
veneto di Scienze, Lettere et Arti, CXXXI, 1972-1973, pp. 617 ss.; N. K. Rutter, Diodorus
and the foundation of Thurii, Hist., XXII, 1973, pp. 155 ss.; G. Vallet, Avenues, quartiers
et tribus Thourioi, Mlanges Heurgon, Roma, 1976, pp. 1021 ss. Para los tratados con
Regio y Leontinos, supra, p. 141, nota 89.
240 Supra, p. 141.
241 En realidad, sigui subsistiendo una pequea Sbaris, bajo la autoridad de Crotona,
como atestiguan sus monedas.
4- El problema cronolgico (y sus implicaciones histricas!) es bastante complejo:
aqu seguimos el esquema ms plausible.
-253-
De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
- 254 -
El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
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253 No hemos dicho los diez estrategos: sta es una de aquellas ocasiones en que la tribu
Acamntida proporcion dos estrategos, Pericles y Glaucn (cf supra, p. 244). Sin embar
go, parece dudoso que un estratego no se quedara en el tica, para asumir all el mando de
las tropas territoriales; as pues, en este ao es probable que hubiera 11 estrategos.
-54 Y que pone asimismo de manifiesto, de forma indirecta, que la poltica contempo
rnea de Atenas en Occidente no inquietaba ms de la cuenta a los corintios, quienes no la
vean, evidentemente, como una expansin amenazadora de la arch ateniense.
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Del asunto de Samos, Tucdides pasa otra vez directamente a los prole
gmenos de la guerra del Peloponeso: nueva laguna de unos cinco aos, que
257 Un monumento a los cados atenienses, no datado, aunque hay buenas razones para
atribuirlo al ao 440/39, registra 12 muertos en Bizancio y 28 en el Quersoneso: lle
gara a tener repercusiones en esta regin la defeccin de Bizancio?
258 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de los trabajos citados en las notas 12 y 216, vase:
Sobre la expedicin pntica: J.H. Oliver, The peace of Calilas and the Pontic expedi
tion of Pericles, H ist, VI, 1957, pp. 254 s. (defiende una datacin alta); I. B. Brasinsky,
Afiny i sevemoe Pritchernomorje v VI-VH vv. do n. e., Moscu, 1963 (sita la expedicin en
el 439, pero duda de que Pericles haya penetrado realmente en el Mar Negro); H. B. Mat
tingly, Periclean imperialism, en Studies pres, to V. Ehrenberg, Oxford, 1966, pp. 194 ss.;
asimismo A.T.L., III, pp. 114 ss.
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Sobre Brea: ltima edicin del decreto ap. Meiggs-Lewis, n. 49; A. G. Woodhead,
The site of Brea, Cl. Q n.s., II, 1962, pp, 57 ss.; J. A. Alexander, Thucydides and the
expedition of Callias against Potidaea 432 B.C., A.J.Ph., LXXXIII, 1962, pp. 265 ss.; D.
Asheri, Note on the site of Brea, AJ.Ph., XC, 1969, pp. 337 ss.
Sobre Amfi'polis: A .I L , III, pp. 308 ss.; D. Asheri, Studio suiia colonizzacione di
Anfipoi sino alla conquista macedone, R.F., XCV, 1967, pp. 5 ss.
Sobre Macedonia: St. Casson, Macedonia, Thrace and Illyria their relation to Greece
from earliest times to the time of Philip, Oxford, 1926; F. Geyer, Makedonien bis zur Thron-
besieigung Philipps, Mnchen-Berlin, 1930; P. Cloch, Histoire de la Macdoine ju sq
l avnement d Alexandre le Grand, Paris, 1960; N.G.L. Hammond y G.T. Griffith, A His
tory of Macedonia, II, Oxford, 1979, pp. 115 ss.; M. Erxington, Geschichte Makedoniens,
Mnchen, 1986.
Supra, p. 124.
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262 O b r a s d e c o n s u l t a - Adems de las obras citadas en las notas 12 y 216, y del minu
cioso anlisis de D. Kagan, The outbreak of the Peloponnesian war, Cornell Univ. Pr., 1969,
vase:
Trabajos generales sobre los orgenes del conflicto: G. E. M. de Sainte-Croix, The ori
gins o f the Peloponnesian war, Londres, 1972; K. W. Welwi, Das Problem des Prven-
tivkrieges im politischen Denken des Perikles und des Atkibiades, Gymn., LXXIX, 1972,
pp. 289 ss.; R. Sealey, The causes of the Peloponnesian war, Cl. Ph., LXX, 1975, pp. 89
ss.; C. A. Powell, Athens difficulty, Spartas opportunity; causation and the Peloponnesian
war, A.C., XLIV, 1980, pp. 87 ss.
Sobre Tucdides (que, por ser nuestra fuente contempornea fundamental, plantea pro
blemas inseparables de los que suscita la misma guerra, y muy particularmente sus orgenes);
F. W. Ullrich, Beitrge zur Erklarung des Thukydides, Hamburg, 1845-1846; Ed. Meyer,
Forschungen zur alten Geschichte, II, Halle, pp. 269 ss.; G. B. Grundy, Thucydides and the
history o f his age, Oxford, 1910; 2a edicin, aumentada con un segundo volumen, Oxford,
1948; Ed. Schwartz, Das Geschichtswerk des Thukydides, 2.a d., Bonn, 1929; W. Schade-
waldt, Die Geschichtsschreibung des Thukydides, Leipzig, 1929; J.H. Finley, Thucydides,
Cambridge (Mass.), 1942; 2.3 d., 1947; J. de Romilly, Thucydide et l imprialisme athnien.
La pense de l historien et la gense de l oeuvre, Paris, 1947; 2.a d., 1951; H. Strasburger,
Die Entdeckung der politischen Geschichte durch Thukydides, Saeculum,V, 1954, pp. 395
ss.; F. Kiechle, Ursprung und Wirkung der machtpolitischen Theorien im Geschichtswerk
des Thukydides, Gymm., LXX, 1963, pp. 289 ss.; F. E. Adcock, Thucydides and his histor)',
Cambridge, 1963; S. Mazzarino, IIpensiero storico classico. I, Bari, 1966; K. von Fritz, Die
griechische Geschichtsschreibung, I, Berlin, 1967; W. R. Connor, Thucydides, Princeton,
1984. Esto no son sino algunos hitos dentro de ima bibliografa inmensa, que es inagotable.
Hay que saber que nunca ha sido posible llegar a un acuerdo, para la comprensin del pen-
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samiento de Tucdides, entre una tendencia analtica que se propone realzar la existencia
de sucesivas etapas en la evolucin de este pensamiento, a travs de las sucesivas capas de
redaccin (cf. Ullrich, Schwartz, Romlly, Adcock), y una tendencia unitaria, segn la
cual el historiador habra concebido de entrada la guerra como un todo (Meyer, Finley). La
dificultad proviene, ciertamente, del estado incompleto de la obra, n solamente en cuanto
al final, sino incluso en el material que conservamos (von Fritz). Para la lectura de Tucdi
des, servirn de ayuda las ediciones comentadas de J. Classen y J. Steup, 3.a a 5.a ed., Berln,
1900-1922; reimpr., 1963, para el conjunto de la obra, y de A. Maddalena, para el libro I, 3
vol., Firenze, 1951-1952, as como de A. W. Gomme, A historical commentary on Thucydi
des, continuado, tras la muerte del autor, por A. Andrewes y K.J. Dover, 5 vol., libros I-VIII,
Oxford, 1945-1981. Por lo que toca a los discursos incluidos por Tucdides en su obra -sobre
los que l mismo dice que, siendo difcil reproducir exactamente el tenor literal de los mis
mos, aunque yo los haba escuchado personalmente o me haban sido referidos por otros, he
relatado lo que yo entiendo que habran podido expresar, por responder a las circunstancias
del momento, y los he redactado con la intencin d mantenerme, respecto al contenido de
las opiniones, lo ms cerca posible de lo que realmente haba sido dicho (I, 22)~ el proble
ma ha sido tratado en todas las obras arriba mencionadas, a las que debe aadirse, entre otras:
F. Egermann, Die Geschichtsbetrachtung des Thukydides, Das neue Bild der Antike, I,
1942, pp. 272 ss.; F. E. Adcock, Thucydides in Book , LXX, 1951, pp. 2 ss.; H.
P. Stahl, Thukydides, die Stellung des Menschen im geschichtlichen Prozess, Munich, 1966,
cap. III (abundante bibliografa). Sobre Tucdides y los documentos contemporneos: W.
Kolbe, Thukydides im Lichte der Urkunden, Stuttgart, 1930; C. Meyer, Die Urkunden im
Geschichtswerk des Thukydides, Munich, 1955.
Sobre el asunto de Corcira: N. G. L. Hammond, Naval operations in the south chan
nel of Corcyra 435-433, LXV, 1945, pp.26 ss.; F. P. Rizzo, II racconto della spe-
dizione ateniese a Corcira in EUanico e Tucidide, R.F., XCIV, 1966, pp. 271 ss.; L.
Piccirili, Gli arbitrati interstatali greci, Pisa, 1973, n. 23. Sobre la financiacin de la gue
rra de Corcira: Meiggs-Lewis, n. 61.
Sobre el asunto de Potidea: J. A. Alexander, Thucydides and the expedition o f Callias
against Potidaea 432 B.C., A.J.Ph., LXXXIII, 1962, pp. 265 ss.; W. E. Thompson, The
chronology of 432/1, Hermes, XCVI, 1968, pp. 216 ss. Sobre el problema afn de los or
genes de la Confederacin de Calcdica de Tracia (en el 432?; antes an?; ms tarde?):
en ltimo lugar J. A. O. Larsen, Greek federal states, Oxford, 1968, pp. 58 ss.; L. de Salvo,
Le origine del koinon dei Calcidesi di Tracia, Ath., XLVI, 1968, pp. 47 ss., en donde se
hallar la bibliografa anterior. Contribuciones numismticas al problema: J. A. Alexander,
The coinage of Potidaea, Studies Robinson, , 1953, pp. 201 ss.; A. R. Bellinger, Notes
on the coins of Olynth, ibid., pp. 180 ss.
Sobre el problema megarense: E. L. Highbarger, The history and civilization o f ancient
Megara, Baltimore, 1927, cap. XII; R. J. Bonner, The Megarian decrees, Cl. Ph., XVI,
1921, pp. 238 ss.; P. A. Brunt, The Megarian decree, A.J. Ph., LXXII, 1951, pp. 269 ss.;
K. Volk], Das megarische Psephisma, Rh. M., XCIV, 1951, pp. 330 ss.; W. R. Connor,
Charinus Megarian decree, AJ.Ph., LXXXIII, 1962, pp. 225 ss.; R. P. Legon, Megara.
The political history o f a Greek city-state, Cornell Univ. Pr., 1981 ; B. R. Mac Donald, The
Megarian decree, Hist., XXXII, 1983, pp. 385 ss.; P. A. Stadter, Plutarch, Charinus and
the Megarian decree, G.R.B.S., XXV, 1985, pp. 351 ss.
Sobre las negociaciones de 432/1 : H. Nesselhauf, Die diplomatischen Verhandlungen
vor dem peloponnesischen Kriege, Hermes, LXIX, 1934, pp. 286 ss.; F. Adcock y D.J.
Mosley, Diplomacy in Ancient Greece, Londres, 1975; P. Karavites, Greek interstate rela
tions and moral principles in the fifth century B.C., P. de jP.,CCXVI, 1984, pp. 161 ss.
(estos dos trabajos rebasan el presente problema); E.F. Bloedow, Archidamus the intelli
gent Spartan, Klio, LXV, 1983, pp. 27 ss.
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
dentes. Sin embargo, antes de proceder, por nuestra parte, a ese anlisis,
veamos en qu terminos defina nuestro historiador este problema crucial
de la historia griega: el de los orgenes de la guerra del Peloponeso.
Esta guerra la emprendieron los atenienses y los peloponesios des
pus de haber roto la paz de Treinta Aos... Al principio he expuesto las
quejas y diferencias que provocaron aquella ruptura... Considero, en efec
to, que la ms verdadera causa (alethestate prophasis), aqulla, sin
embargo, de que se habla menos, fue que el crecimiento de los atenienses
y el temor inspirado por ste a los lacedemonios convirtieron la guerra en
algo ineludible; pero los cargos (aitiai) abiertamente invocados por una y
otra parte, los que condujeron a romper el tratado y a entrar en la guerra,
eran los siguientes (I, 23,4-5) - a saber, los asuntos de Corcira y de Poti-
dea, que ms adelante expondremos. As pues, la bsqueda de las causas
haba conducido a Tucdides a distinguir, por un lado, la existencia de
motivaciones profundas, en las que vea una especie de necesidad polti
ca derivada del incremento del podero ateniense; y, por otro lado, una
serie de circunstancias adventicias y contingentes, en las que vea a las
fuerzas que se descolgaban de esa necesidad. A la causa profunda, a la
alethestate prophasis261, Tucdides no le consagra ninguna explicacin
que la desarrolle: pero es sta la que justifica su disgresin sobre la Pente-
contecia (introducida por la frase: He aqu cmo los atenienses llegaron
a la situacin que determin su ascensin (I, 89,1), e incluso aparece en
diversas ocasiones dentro del anlisis de las causas inmediatas (que se
cierra con la frase: Los lacedemonios teman que los atenienses exten
diesen an ms su podero, al comprobar que la mayor parte de Grecia
estaba ya sometida a sus mandatos (I, 88).
Tucdides no se encontraba satisfecho, por tanto, con las causas inme
diatas, sobre las que apreciaba que no guardaban proporcin con el con
flicto que llegaron a desatar, y su concepcin sera tranquilizadora para la
conciencia si no suscitase determinados problemas en la valoracin del
historiador moderno. Pues si la alethestate prophasis tucididea es verda
dera (si no es una hiptesis subjetiva), las conclusiones que nos ha pare
cido posible obtener del anlisis de los aos anteriores a la guerra tienen
todas las opciones de ser falsas. Cabe sospechar que si, pese a todo, las
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De la paz. de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Anos y la guerra del Peloponeso
166 Plutarco, Per., 29, 3, sugiere sin embargo que Peoles no era hombre de medidas
extremas: podra ser, por tanto, el autor del compromiso.
267 Uno de ios estrategos que tena el mando era Lacedemonio, hijo de Cimn: eleccin
evidentemente destinada a tranquilizar a los espartanos. Adems, esta flotilla tena orden de
no atacar a los corintios, excepto si intentaban desembarcar en Corcira. Esta misma pruden
cia se observa tambin en el otro bando: los cefalonios, los epidauros, los trecenios y los her-
mionenses ya no figuran entre los aliados de los corintios en la batalla de las islas Sibota.
268 Tucdides, , 68, menciona incidentalmente una alianza entre Atenas y los acamamos:
la fecha ha sido objeto de grandes discusiones, pero la poca del asunto de Cortira no es abso
lutamente imposible. Debe recordarse, por otra parte (cf. supra, nota 89), que otro de los estra
tegos atenienses enviados a Corcira es Ditimo, al que un fragmento de Timeo nos presenta
actuando en Sicilia y llegando hasta Npoles; ya hemos visto que, para algunos autores, tales
operaciones deberan datarse en los aos inmediatamente posteriores a 460, pero podemos tam
bin preguntamos si no sera en el 433/2 cuando Ditimo lleg hasta Sicilia y hasta el mar Tirre
no. Ya hemos dicho que, con un mtodo correcto, este problema parece por ahora insoluble.
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
-7t> Tucdides, I, 58, no entra en detalles, pero las listas del tributo revelan que la
revuelta no fue general. Los dems rebeldes, no potideatas, evacuaron sus ciudades y se con
centraron en Olinto.
271 Supra, p. 263.
572 Infra, p. 278.
211 El escolio a Aristfanes, Paz, 605, indica que los megarenses se quejaron a Esparta
durante el arcontado de Pitodoro = 432/1: las razones de su queja pueden ser mucho ante
riores, pero es imposible fechar el decreto ateniense.
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
175 El azar quiso que una embajada ateniense hubiera llegado recientemente a Esparta
para otros asuntos (1,72); es difcil dejar de pensar que esos otros asuntos no haban sido
suscitados muy oportunamente para permitir a los atenienses encontrarse en Esparta en una
circunstancia grave, pese a que no haban sido invitados.
216 Es en esta ocasin cuando hallamos la primera alusin al decreto: I, 67.
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De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
Tucdides hace estallar una lacnica llamada al combate del foro Este-
nelaidas: basta de palabreras, nada de negociaciones, ;la guerra! Despus
de someter a votacin la cuestin de saber si el tratado (de 446/5) esta
ba roto y los atenienses eran culpables, la mayora se pronunci por una
respuesta afirmativa -es decir, por la guerra. Esta mayora, termina
diciendo Tucdides (I, 88), no era que hubiese sufrido la influencia de
los discursos de los aliados, sino que tema que el podero de los atenien
ses se extendiese an ms...: alethestate prophasis.
Sin embargo, existe un fallo en el razonamiento de Tucdides, pues si
esta conviccin de la mayora era anterior al debate e independiente de
sus trminos, no vemos por qu no se habra expresado un ao antes,
cuando las autoridades de los lacedemonios haban prometido a los
potideatas un auxilio que no se haba cumplido, ni por qu Esparta no
haba reaccionado todava por s misma al decreto contra Mgara, que
marcaba una clara progresin del podero ateniense. En realidad, Tucdi
des mismo pone de manifiesto que la mayora de los espartiatas estaba
contra la guerra, pues Estenelaidas slo obtuvo su mayora mediante una
maniobra de intimidacin277. La alethestate prophasis, esa ascensin irre
sistible del podero ateniense, figura probablemente entre los grandes
argumentos de los adversarios de Atenas; pero que, como quiere Tucdi
des, los espartiatas (colectivamente) estuvieran, desde haca mucho tiem
po, angustiados por ella y que se fuera el verdadero mvil de su
determinacin, es algo que no parece encajar con su exposicin de los
hechos. Si el argumento fue invocado, no sucedera que Tucdides le
habra hecho sufrir una especie de transmutacin intelectual?
Ahora bien, si, en su fuero interno, muchos espartiatas pensaban como
Arqudamo, cules pudieron ser los mviles de aquellos que llamaron a la
guerra? No cabe duda de que algunos estaran posedos por un odio invete
rado respecto a Atenas: la alethestate prophasis fue cierta, seguramente, al
menos en el caso de una minora, que no haba conseguido hasta entonces
hacer valer sus opiniones, pero a la que Estenelaidas supo astutamente
transformar en mayora. Pero tal vez sea preciso buscar tambin otras expli
caciones. No hemos dejado de insistir, desde el comienzo del libro, sobre la
complejidad de los problemas a los que Esparta deba enfrentarse dentro del
Peloponeso. Estos problemas poseen dos facetas indisolublemente ligadas.
En primer lugar, conviene no perder de vista que, aun destinada a salir final
mente victoriosa de la guerra, Esparta se encuentra ya en la pendiente de su
declive. El nmero de los espartiatas de pleno derecho, de los Homoioi, no
ha dejado de disminuir desde la vspera de las guerras mdicas, y no hay
por qu dudar de que ellos mismos tenan una acongojada conciencia de
277 Las votaciones se hacan por aclamacin. Sin embargo, Estenelaidas habra declara
do que no distingua cul era ms fuerte, si el gritero a favor de la guerra o el gritero en
contra (lo que supone que el gritero contra la guerra era mayoritario), y entonces habra
hecho proceder a una votacin por segregacin, a fin de que los pacifistas se comprometie
sen pblicamente: de ah el resultado final (I, 77, 2-3).
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Anos y la guerra del Peloponeso
este proceso275. Pero estos primeros pasos de oligantropa slo eran nefas
tos desde el punto de vista militar. E igualmente desde el punto de vista
poltico, pues nada prueba que ese descenso demogrfico afectara a las res
tantes categoras de la comunidad lacedemonia (periecos, inferiores
varios), ni, en particular, a los hilotas. Si reparamos en que todo el edificio
sociopoltico lacedemonio haba sido concebido en provecho de la minora
de los iguales, se comprender que la situacin relativa de estos ltimos
no cesara de empeorar. Buena razn, se dir, para que Esparta no se lanza
se a una guerra contra Atenas y su Imperio -y esto era, sin duda, uno de los
puntos del razonamiento de personas tales como Arqudamo. Pero -segun
do aspecto del problema- el edificio lacedemonio no era en s mismo ms
que una parte del sistema peloponesio, del que sabemos que estaba esen
cialmente destinado a cuajar las relaciones entre los diversos estados de la
pennsula. En caso de disturbios en Laconia o en Mesenia, los espartiatas
slo corran graves riesgos si algunos de los aliados se pronunciaban con
tra ellos, como haba sucedido muy poco despus de las guerras mdicas279.
As pues, la cohesin de la Confederacin peloponesia era ms que nunca,
para los espartiatas, un imperativo absoluto. En caso de resquebrajarse, no
slo se encontrara amenazado el potencial militar federal, sino todo el
equilibrio peloponesio, y Argos, o los mesenios, o los dos juntos, tendran
posibilidades de salir de su aislamiento. Pues bien, en el 432 la Confedera
cin peloponesia est agrietada: en el 435, y luego en el 433, los corintios
haban realizado sus expediciones de Epidamno y de Corcira, y una serie
de ciudades de la liga les haban apoyado, contra el parecer de Esparta; por
tanto, estos aliados haban desautorizado implcitamente a la ciudad hege-
mnica. Si .suponemos que, pese a Esparta, Corinto se obstinaba en su beli
cismo (y en la situacin presente le era ya difcil retroceder) y que reciba
de nuevo el apoyo de Mgara, de Epidauro, de Trezena, de Fliunte, de
Elide, de Tebas, etc., no significara eso que la Confederacin peloponesia
estaba acabada? Todava peor, no correra Esparta el peligro de ver cmo
se constitua una nueva alianza peloponesia que la excluira, pero incluira
a Argos, amenaza que los corintios haban esgrimido? (I, 71, 4-5) Yo soy
su jefe, luego lo soy... El razonamiento de los adversarios de Arqudamo
no sera quiz: Si queremos seguir siendo sus jefes, pongmonos a su
cabeza? Hacerlo representaba riesgos (Arqudamo). Pero acaso no hacer
lo no encerraba mayores peligros an? La intencin de los espartiatas pro
motores de la guerra en 432/1 no habra sido, antes que ocasionar la ruina
del sistema ateniense (en buena lgica, las posibilidades eran escasas),
impedir la del sistema peloponesio?
La decisin arrancada por Estenelaidas no comprometa ms que a
Esparta: faltaba consultar al conjunto de los aliados peloponesios, para
saber si opinaban que era preciso entrar en guerra. En el Congreso con-
273 Cf. infra, p. 29S, las reacciones a la derrota de Esfacteria. Sobre el proceso en s,
infra, p. 397.
-n Supra, p. 129.
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Esta votacin suscita problemas insolubles. Por una parte, Tucdides seala a] paso
que todas las ciudades no estaban representadas (habla de aquellos de los aliados que esta
ban presentes), e ignoramos por qu. Por otra parte, si meditamos sobre los posibles mvi
les de su decisin, no es posible sustraerse a la impresin de que haba ms miembros en
contra que a favor de la guerra: los Estados montaeses del interior deban mirar con indi
ferencia estos asuntos que eran, en resumidas cuentas, martimos, y las ciudades martimas
deban sentirse destinadas, en caso de guerra, a ser las primeras vctimas de Atenas. En
cuanto a los planes de guerra desarrollados por los corintios, no debieron de convencer a
mucha gente, puesto que no fueron aplicados en el momento de abrir las hostilidades. Es
lamentable que Tucdides no diga nada de los beocios: su peso fue, tal vez, determinante.
Pero, en definitiva, tal vez fue la comprobacin de que los propios espartanos haban aca
bado por decidirse lo que convenci a la mayora de los aliados de que la guerra era nece
saria. Por desgracia, ignoramos cmo se repartieron los votos.
2S1 Se trata del asesinato de los partidarios de Ciln: el incidente databa del siglo vil!
Cf. el volumen anterior de la presente coleccin, e infra, nota 586.
151 Concernientes, en particular, a la expiacin del asesinato de Pausanias (supra,
p. 127): la ocasin sirve para que Tucdides inserte ias dos digresiones sobre Pausanias y
Temstoces (I, 128, 2-138).
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De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
en la balanza para impedir que la Ekklesa se deje llevar por esa tentacin:
conforme al tratado, Atenas ha propuesto someter a un arbitraje las dife
rencias existentes, pero, a su buena voluntad, Esparta contrapone una
serie de exigencias que demuestran su mala fe: entre iguales, no deben
darse rdenes. No os imaginis que al rechazar la abrogacin del decre
to megarense irais a la guerra por poca cosa... pues esa poca cosa con
tiene en s la confirmacin absoluta de vuestra resolucin y la pone
completamente a prueba; si cedirais, eso lo atribuiran a la intimidacin:
y detrs vendran, inmediatamente, nuevas exigencias, an ms graves...
Que vuestras reflexiones partan de esta idea: o bien ceder, antes que sufrir
algn dao; o bien, si hace falta entrar en guerra (opcin que, por mi
parte, creo preferible), y aunque el pretexto sea pequeo o grande, no
ceder y conservar sin temor cuanto hemos adquirido... A fin de cuentas,
somos ms fuertes y ms ricos, estamos estratgicamente mejor situados
(punto extensamente desarrollado)285 y la guerra es inevitable; rechace-
, mos, pues, todas sus exigencias, reiterndoles que estamos dispuestos a
someternos a un arbitraje, pero dispuestos tambin a defendernos si nos
atacan. La Ekklesa sigui la opinin de Pericles (I, 140-145). La negati
va ateniense a cualquier negociacin bajo presin de unas rdenes con
duca a Esparta a tomar la iniciativa de las operaciones, a menos de
consentir una capitulacin poltica tan grave como aquella que haba
esperado causarle a Atenas. Licuefaccin de los tratados y pretextos
para salir a la guerra: se era el lugar en que estaban...
Sucede aqu como en los orgenes de tantas guerras: vemos, poco ms
o menos, funcionar la maquinaria que conduce a lo irremediable; pero
mucho peor, cmo esa maquinaria se ha puesto en marcha. Ese temor pro
fundo y antiguo que, segn la alethestate prophasis tucididea, los cin
cuenta aos de crecimiento ateniense habran inspirado a los espartanos
aparece ms como una perspectiva histrica a gran escala, puesta de relie
ve por una inteligencia de genio, que como una larga cadena de causali
dades concretas, de cuya reaccin los actores del drama pudieran haber
tenido clara conciencia. Si, en los momentos del asunto de Corcira, el
riesgo de nuevas expansiones de la talasocracia ateniense pudo ser invo
cado por los corintios para sacudir la inercia espartana, resulta que es pre
cisamente esa inercia espartana, que Arqudamo transfigura en enrgica
prudencia, el dato que ms netamente destaca en la exposicin tucididea'
Adems, creemos haber podido demostrar que -salvo lagunas considera
bles en nuestra documentacin- la poltica ateniense tampoco haba sido
agresiva despus de la firma de la paz de Treinta Aos. Pero lo que resul
ta ms grave es que, en el orden de causalidades, algunos elementos esen
ciales escapan a nuestra comprensin: cul fue, en particular, el papel
desempeado por Pericles en el camino hacia la guerra? l se opona en
todo a los lacedemonios y no permita que se cediera, sino que alentaba a
los atenienses a la guerra, escriba Tucdides a propsito de las nego-
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Anos y la guerra del Peloponeso
daciones del invierno del 432/1. Cabe hacer uso de esta frase para
imputar a Pericles la responsabilidad del conflicto? Si l alentaba a la
guerra, desde cundo lo haca? Y por qu motivo? La prudencia debe
presidir las siguientes observaciones, que se fundamentarn estrictamen
te en el texto de Tucdides.
1. Tucdides no hace intervenir a Pericles antes del invierno del
432/1. Por tanto, no poseemos ningn medio para conocer sus ideas, su
influencia, su actividad con anterioridad a aquella fecha. En los aconteci
mientos anteriores (Corcira, Potidea, Mgara -p o r no llegar ms arriba-),
nicamente mediante una red de hiptesis podemos, a beneficio de inven
tario, hacer intervenir al factor pericleo.
2. El se opona en todo a los lacedemonios -esos mismos lacede-
monios que, segn Tucdides, son los nicos en tomar la iniciativa de las
negociaciones realizadas en aquel invierno del ao 432/1. Ahora bien, en
la exposicin tucididea -dejando a un lado las vanas promesas hechas
a los potideatas- la entrada en escena de los lacedemonios se anticipa slo
ligeramente a la de Pericles, puesto que fue en el otoo del 432 cuando,
por la presin de los corintios, y sin ningn entusiasmo, se deciden a la
guerra. No hay derecho, pues, si nos atenemos a Tucdides (y qu hacer
en otro caso, sino soar?), a elevar el comienzo de esta oposicin de
Pericles a los lacedemonios a una poca anterior a la propia interven
cin de estos ltimos.
3. Si alentaba a los atenienses a la guerra, tampoco podemos
retrotraer estos alientos a una fecha anterior a la doble declaracin de
guerra, primero de los espartiatas, luego de los peloponesios. Adems, no
es posible tomar esta expresin como algo aislado (ni puede darnos la
clave de todo el pensamiento pericleo desde haca varios aos), sino sola
mente en relacin con la expresin precedente, a la que se limita a com
pletar: no permita que se cediera -evidentemente a la serie de
reivindicaciones lacedemonias, cuya exposicin acaba de emprender
Tucdides-. Y esa negativa a ceder se encuentra explicitada en los pasa
jes del discurso de Pericles que hemos recogido antes.
Bien miradas las cosas, la frase de Tucdides sobre el belicismo de
Pericles no puede ser aplicada a su poltica anterior a la declaracin de
guerra peloponesia, ni siquiera a las negociaciones del invierno del 432/1.
Con anterioridad -participase o no Pericles en algunos aspectos- Atenas
se ha mostrado prudente en el asunto de Corcira, resuelta en el de Potidea
(que, jurdicamente, no concerna a los peloponesios), moderada, sin
duda, en el de Mgara, cuidadosa en todas las ocasiones de no convertir
se en culpable de una violacin de los tratados. Y en esta hora, en que los
peloponesios han tomado la iniciativa de la guerra, aunque los espartanos
tratan an de seducir al pueblo ateniense mediante propuestas aparente
mente aceptables (frente a la magnitud del conflicto que su rechazo sig
nificara), Pericles se opone a tales propuestas, pues su aceptacin
equivaldra a una capitulacin antes de cualquier combate, algo que no
toleran ni el podero, ni el prestigio, ni el inters de los atenienses. Si no
queremos hacer decir a Tucdides ms de lo que dice, nada prueba que
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De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
Pericles haya buscado la guerra, pero es cierto que una vez que el adver
sario decidi llevarla a cabo, se opuso a que su ciudad eludiese el lance
(cf. asimismo II, 61, 1). Que haya visto venir la guerra cuando an esta
ba lejos y la haya considerado como algo inevitable en un plazo ms o
menos largo, eso es otro problema, y no estamos capacitados para hallar
la solucin286.
Sin embargo, las perspectivas han estado viciadas desde la Antige
dad. Antes incluso de que escribiese Tucdides, sus contemporneos, sor
prendidos por la obstinacin con que Pericles se propona mantener el
decreto megarense (que le serva, segn Tucdides, paxa realizar un test de
la energa ateniense contra los ultimtums espartanos), vieron en este
asunto la causa de la guerra, y las generaciones sucesivas, al recoger esta
tradicin popular y percibir que haba una desproporcin entre la negati
va a abrogar el decreto y las catstrofes que se derivaron, sospecharon la
existencia de un enigma que intentaron, mal que bien, dilucidar. Plutarco
plantea claramente el problema (Per., 31-32): alentaba Pericles a la gue
rra porque vean en ella la solucin ms sensata? (cf Tucd.). O bien a
consecuencia de una presuntuosa confianza? O bien, por ltimo, porque
la decadencia de su influencia le hizo ver en la guerra una diversin ade
cuada para conseguir que aqulla fuese indispensable? Algunos autores
modernos han quedado cautivados por esta tercera hiptesis: a partir del
433, Pericles habra sufrido principalmente los ataques de Tucdides, hijo
de Melesias, vuelto del exilio - a no ser que padeciese, por su izquierda,
los del demagogo Clen; sera en estos aos de tensin cuando, para debi
litarle ms, sus adversarios le habran puesto como zancadillas los proce
sos de Fidias y de Anaxgoras, incluso el de Aspasia; y Pericles, para
acallar esos irritantes ataques gestados por una santa alianza, habra
provocado la guerra mediante una maniobra cuyo pivote central lo cons
tituira el decreto megarense. Ya hemos sealado que el pueblo ateniense
no era un cuerpo homogneo y unnime (Tucdides nos lo acaba de recor
dar otra vez), que la poltica de Pericles, cualquiera que fuese, tena que
levantar necesariamente alguna forma de oposicin, y que sus adversarios
era lgico que intentaran eliminarlo: todo es cuestin de simple sentido
comn. Pero no conservamos ningn dato al respecto sobre estos aos
cruciales: no hay pruebas de que el hijo de Melesias regresara nunca a
Atenas; nada nos ilustra sobre la carrera de Clen antes del 429; el pro
ceso de Fidias tiene grandes probabilidades de haberse celebrado despus
del 438, el de Anaxgoras no puede fecharse y el de Aspasia es dudoso...
La hiptesis segn la cual la guerra habra sido una maniobra periclea de
-s6 Cuando Pericles finaliza su discurso diciendo que la guerra es fatal, o necesaria
ho anak polemein), es claro, con arreglo a lo que precede, que concibe esa necesidad
en el contexto del momento. En otras palabras: si cedemos a una exigencia, vendrn a pre
sentamos otras; de tal manera que, al fin y a la postre, acabaremos por ser empujados hasta
una negativa, es decir, a la guerra; es preferible, pues, renunciar desde ahora a cualquier
concesin. Este razonamiento, y por consiguiente la idea de la necesidad de la guerra, no
puede ser trasladado ms all del invierno del 432/1.
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El imperialismo ateniense entre la paz de Treinta Aos y la guerra del Peloponeso
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De la paz de Treinta Aos a la guerra del Peloponeso
han cerrado a los hechos econmicos, sino que frente a ellos han aplica
do los conceptos de la sociedad poltica de su poca. Ahora bien, para la
polis (esto no tiene que ver con los particulares), lo econmico existe,
desde luego, pero como un medio de la poltica (asegurar a la colectivi
dad subsistencias e ingresos financieros y, eventualmente, privar de ellos
a otros) o como una consecuencia de la poltica289 -no como un fin de la
poltica-. Pues el fin de la misma, segn Pericles expresar luego clara
mente, consiste en el podero dominador de la polis o, en el peor de los
casos, en su simple existencia como comunidad libre: el desahogo y la
prosperidad son slo secundarios290. No hay ninguna razn para que los
corintios pensaran de diferente manera. El dominio de la ruta martima
hacia Occidente? Tucdides destaca sus ventajas a propsito de la alianza
con Corcira, pero lo hace en trminos estratgicos, es decir, polticos -y
si los corintios conciben temores, es porque la presencia ateniense en
Corcira puede amenazar su seguridad y, en caso de guerra, los medios
econmicos de su existencia poltica. La guerra no ha nacido de la dispu
ta entre dos Handelsmachte, sino del conflicto entre dos comunidades
polticas, una de las cuales, debido a la expansin de su podero militar y
de su influencia poltica, amenazaba socavar las bases del podero e inclu
so de la existencia de la otra. Es algo ms que un matiz: se trata de cap
tar las realidades de esa poca en su irreductible originalidad. Reprochar
a Tucdides haber despreciado las infraestructuras econmicas es pre
tender imponer a sus ideas una superestructura postiza.
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SEXTA PARTE
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La guerra del Peloponeso
w Infra, p. 295.
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La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
podran ser removidos (I, 121), su optimismo sera desmentido por los
acontecimientos: los espartiatas tardarn cerca de veinte aos en com
prenderlo. Respecto a las 500 (?) naves y a las ayudas financieras que los
lacedemonios habran esperado reunir gracias a sus amigos occidentales
(II, 7, 2), se trataba de una pura ilusin.
Esta heterogeneidad de ambas coaliciones se hallaba an ms acen
tuada por las cualidades psicolgicas y morales que sus tradiciones gue
rreras haban desarrollado en uno y otro campo. Para ser ms exactos,
digamos que la vieja tradicin guerrera griega se haba conservado entre
los peloponesios, mientras que los atenienses haban desarrollado una
nueva, fundada en la movilidad, la rapidez y la audacia. Los corintios lo
haban entendido perfectamente, si es que la comparacin paralela en que
contraponen a los atenienses y a los espartanos no es una creacin de
Tucdides: Los atenienses son innovadores, raudos para concebir y rea
lizar lo que han ideado; vosotros (espartiatas) preservis lo adquirido, no
inventis nada nuevo y ni siquiera realizis lo que es necesario para
actuar; ellos tienen, por su parte, ms audacia que fuerza, ms temeridad
en las dificultades que buen juicio y muchas esperanzas; vosotros slo
actuis en reserva de vuestro podero, desconfiis de las reflexiones ms
seguras y pensis que nunca saldris bien de un mal paso; ellos muestran
resolucin all donde vosotros contemporizis, dispuestos a moverse
cuando vosotros os quedis en casa; cuando dominan a sus enemigos, son
los que obtienen mayores ventajas; cuando son vencidos, los que menos
ceden, etc. (I, 70). Tambin en este punto, el Pseudo-Jenofonte (II, 4-5)
se hace eco de Tucdides.
Como cada uno de los bandos dominaba el terreno en el que el adver
sario mostraba mayor debilidad, y lo haca con arreglo a un estilo extra
o para el otro, no haba por qu esperar que la guerra originase vastas
batallas: de una parte y de otra, la estrategia deba consistir en evitar las
acciones decisivas en el escenario en donde el enemigo posea la fuerza,
pero hostigarle en los linderos de aquellos campos en que era dbil, y
resulta claro que ambos contendientes proyectaron al principio una gue
rra de desgaste, sin perseguir una victoria total, que deba parecerles
improbable. Las concepciones estratgicas iniciales eran respuesta a las
pseudonegociaciones del invierno del 432/1: las armas deban convencer
a uno de los adversarios para que cediese en aquellos extremos donde la
persuasin haba fracasado -y, con la ayuda de los dioses, el permitirles
algn gran logro, llegado el caso.
La estrategia de Pericles estaba fundada en la posibilidad de transformar
Atenas y sus puertos en un campo atrincherado abierto hacia el mar: estra
tegia cuya concepcin era anterior al propio Pericles. Toda la poblacin del
tica fue invitada a recogerse dentro de este recinto con sus bienes mue
bles. Poco importaba que el enemigo, que dominaba todos los caminos con
tinentales del tica, invadiese el pas y lo devastase: el capital territorial
contaba menos que el capital humano, y el dominio del mar permita con
servar este ltimo renunciando a los productos del tica. Respaldada por su
flota, duea de las rutas del trigo, Atenas deba transformarse en una isla,
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La guerra del Peloponeso
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La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
-97 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras a que hemos remitido desde la nota 291,
y de las que estn citadas en la misma, vase:
Sobre el incidente de Platea: M. Amit, Great and small poleis, Bruxelles, 1973.
Sobre la naturaleza de la epidemia: D. L. Page, Cl. Q., n.s., III, 1953, pp. 97 ss.; W.P.
McArthur, Cl. Q., il s ., IV, 1954, pp. 171 ss.; A. N. Alexeiev, V.D.I., 97, 1966/III, pp. 127 ss.
Desde un punto de vista menos mdico: H. N. Couch, Some political implications of the
Athenian pleague, T.A.P.A., LXVI, 1935, pp. 92 ss.
Sobre los asuntos de Tracia y Macedonia, vid. las obras citadas en ia nota 258, y las
fuentes relativas al tratado con Sitalces apud H. Bengtson, Staatsvertrage, II, n. 165; ade
ms, E. Luppino, La symmachia ira Atene e Sitalce, Riv. St. dell Ant., XI, 1981, pp. 1 ss.;
N. G. L. Hammond y G.TY. Griffith, A History o f Macedonia, II, Oxford, 1979, pp. 124 ss.;
M. Errington, Geschichte Makedoniens, Mnchen, 1986, pp. 23 ss.; J. T. Chambers, Per
diccas, Thucydides and the Greek city-states, Anc. maced. Fourth intern. Sympos. 1986,
pp. 139 ss.
Sobre la campaa de Formin: A. Koster, Studien zur Geschichte des antiken Seewe-
sens, Klio, Beiheft, XXXII, Leip2 ig, 1934, pp. 81 ss.
m Desde finales del siglo v se ha dado a la primera fase de la guerra el nombre de gue
rra arquidmica, asimismo llamada guerra de los diez aos.
- 289 -
La guerra del Peloponeso
259 Fue al trmino de las campaas del 431 cuando Pendes pronunci, con motivo de las
exequias por los atenienses muertos en combate, ei famoso Discurso fnebre (epitaphios),
cuyo contenido sustancial es transmitido por Tucdides, II, 34-46. Varias veces hemos hecho
uso, en las pginas anteriores, de este elogio de una Atenas ms o menos idealizada.
30 j np-a pp. 449-450.
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La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
-291-
La guerra del Peloponeso
Lesbos during the Peloponnesian war, Hist., XX, 1971, pp. 405 ss.; id., Athens and Samos,
Lesbos and Chios 478-404 B.C., Manchester, 1982, cap. Ill; H. D. Westlake, The commons
at Mitylene, Hist., XXV, 1976, pp. 429 ss.
Sobre los asuntos de Corcira: I. A. F. Bruce, The Corcyraean civil war of 427 B.C.,
Phoenix, XXV, 1971, pp. 108 ss.
Sobre Pilos: Ed. Meyer, Forschungen, II, 1899, pp. 333 ss.; A. Momigliano, Pilo,
A th., n. s., VIII, 1930, pp. 226 ss.; A.W. Gomme, Notes on the Pyos campaign, en
Comm-, III, pp. 482 ss.; S. van de Maele, Dmosthne et Con Pylos (425 av. J.-C.),
Mlanges M. Lebel, Qubec, 1980; M. H. B. Marshall, Cleon and Pri des: Sphacteria,
Greece & Rome, XXXI, 1984, pp. 19 ss.
Sobre el tributo de 425, la bibliografa es inmensa; debemos sealar: W. Kolbe, Die
Kleonschatzung des J. 425/4 v. Chr., Sitz.-Ber. A t Wien, 1930, pp. 333 ss.; id., Thukydi
des und die Urkunde, 1G, F, 63, ibid., 1937, pp. 172 ss.; B. D. Mertt y A.B. West, The
Athenian assessment of 425 B.C., Ann Arbor, 1934, que suscit numerosas recensiones, la
ms detenida de las cuales es la de H. Nesselhauf, Gnomon, 1936, pp. 296 ss.; M. F. McGre
gor, Kleon, Nicias and the trebling of tribute, T.A.P.A., LXVI, 1935, pp. 146 ss.; H. T.
Wade-Gery y B.D. Meritt, Pylos and the assessment of tribute, A.J. Ph., LVII, 1936, pp.
377 ss. ; B. D. Meritt, Kleons assessment of tributes to Athens, Studies McGregor, Locust
Valley, 1981, pp. 89 ss. Y, finalmente, A.T.L., II, pp. 40 ss., y III, pp. 70 ss.
Sobre la guerra en Sicilia, adems de las obras de carcter general citadas en la nota
166, vid.: H. Wentker, Sizilien und Atheti, Heidelberg, 1956, pp. 108 ss.; H. D. Westlake,
Hermocrates the Syracusan, Bull. J. Rylands Libra/y, XLI, 1958-1959, pp. 239 ss.; F.
Grosso, Ermocrate di Siracusa, Kokalos, XII, 1966, pp. 102 ss.; G. Maddoli, en Gabba-
Vallet, Sicilia Antica (2.a ed. 1984), II, pp. 67 ss.; G. Scuccimarra, Note sulla prima spedi-
zione ateniese in Sicilia (427-424 A.C.), Riv. St. delV Ant, XV, 1985, pp. 23 ss. (en donde
se hallar abundante bibliografa).
-292-
La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
N.B.: Resulta imposible, en el marco de este libro, abarcar iodos los acontecimientos
de la guerra. Por eso, en adelante slo consideraremos aquellos sucesos que constituyen arti
culaciones esenciales del conflicto; pero tambin, llegado el caso, algunos otros que encie
rran un significado especial, con independencia de su importancia poltica o estratgica.
303 Supra, p. 113.
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La guerra del Peloponeso
que Platea cayese, hubo otro acontecimiento que habra de dar a la gue
rra una nueva dimensin: la revuelta de Mitilene.
Los oligarcas mitilenios, que alimentaban el descontento, resolvieron
llevar a cabo la secesin en el 428, arrastrando con ellos a los dems les-
bios, salvo a Metimna. Esperaban que los atenienses, debilitados por la
enfermedad, responderan con poca conviccin; quiz conocan tambin
las dificultades que empezaban a afectar a las finanzas atenienses304. Pero
el complot fue denunciado y los atenienses tomaron la delantera: al ocu
rrir en tiempos de guerra, el asunto era ms grave que el de Samos y su
xito no slo habra originado peligros de contagio, sino adems reforza
do a las fuerzas navales del Peloponeso. Una escuadra ateniense fue
enviada a Lesbos. Cogidos desprevenidos, los mitilenios trataron intil
mente de negociar; pero lograron enviar secretamente una embajada para
sostener su causa en Esparta, luego en los Juegos Olmpicos. Los pelo-
ponesios admitieron a los Iesbios en su alianza, pero no pudieron apoyar
les de modo eficaz. Los atenienses, en cambio, demostraron que su
energa no se hallaba mermada: el asedio de Mitilene no les impidi salir
a devastar las costas peloponesias en 428 y 42730\ Hambrienta, sacudida
adems por disturbios populares, Mitilene capitul a comienzos del vera
no del 427. La primera reaccin del demos ateniense fue terrible: no
perdonando a estos aliados privilegiados el haberse rebelado y haber atra
do hasta Jonia a una flota peloponesia (cuya impericia, sin embargo,
haba sido patente...), la Ekklesa vot, a propuesta de Clen, la condena
a muerte de todos los varones adultos de Mitilene, y la reduccin a la
esclavitud de mujeres y nios; fue enviada una trirreme para que el decre
to se ejecutase. Medida tan excesiva que algunos ateniense se alzaron, al
da siguiente, para exigir que, pese a la ilegalidad del procedimiento, la
deliberacin volviera a abrirse. Tucdides resume este segundo debate en
la famosa anttesis de dos discursos, puesto uno en boca de Clen, el otro
de un tal Diodoto, discurso que analizaremos dentro de otro contexto306.
Una corta mayora se adhiri al parecer de Diodoto: pareci suficiente
con ejecutar a los prisioneros mitilenios que haban sido conducidos a
Atenas307, y se despach una segunda trirreme a Lesbos para intentar
impedir la carnicera. La nave lleg por los pelos. Las murallas de Miti
lene fueron derribadas, su flota confiscada y la totalidad de sus tierras
repartidas entre clerucos atenienses305 (, 2-6, 8-14, 18-19, 25-50).
m Fue en el ao 428/7 cuando, por vez primera, los atnienses se vieron obligados a
recurrir al impuesto directo (eisphora).
305 Debemos sealar que los espartanos, quienes, para paralizar a los atenienses, haban
proyectado una segunda invasin del tica a fines del verano del 428, tuvieron que renun
ciar a ella, pues sus aliados se negaron a desplazarse... La invasin de comienzos del vera
no del 427 fue, en cambio, muy dura.
M Infra, p. 451.
Mil, segn el texto conservado de Tucdides. La cifra parece alta: la confusin con
30 no es imposible desde el punto de vista paleogrfico.
508 Sobre este ltimo aspecto, supra, p. 173.
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La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
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La guerra dei Peloponeso
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La guerra de los diez aos o guerra arquidmicci
Pilos y Esfacteria
-297-
La guerra del Peloponeso
popularidad quedaba por ello daada, Clen descarg sus iras contra la
incapacidad de los estrategos, y especialmente de Nicias (que no haba
intervenido para nada!): si l, Clen, fuera estratego, el problema hace
tiempo que estara resuelto ! Nicias le tom la palabra y se brind a ceder
le el cargo. Ante una Ekklesa tumultuosa y risuea, Clen comprendi
que la propuesta iba en serio -y la acept (V, 23, 26-28).
Clen, que jams haba ejercido el mando militar, haba proclamado
que en menos de veinte das traera vivos a Atenas a los lacedemonios
de Esfacteria, a no ser que los exterminase all mismo. Su buena estre
lla le permiti cumplir su bravata: algunos das antes de su llegada a
Pilos, los tupidos bosques que cubran Esfacteria haban ardido -aun
cuando Demstenes, a quien estas espesuras le haban hecho dudar, pre
paraba el ataque definitivo en el momento en que Clen desembarc
con algunas tropas ligeras (hacia agosto del 425). El asalto se realiz de
inmediato; los lacedemonios se defendieron con heroicidad hasta el ins
tante en que Clen, que tena empeo en llevarse consigo a unos cuan
tos espartanos vivos, les propuso una capitulacin: los 292
supervivientes se rindieron; haba, entre ellos, 120 espartiatas (IV, 29-
39). Esta rendicin fue el acontecimiento ms inesperado de la gue
rra. No falt incluso la evocacin de las Termopilas -pero resultaba
claro que, sin desmerecer de su valenta, los espartiatas ya no podan
darse el lujo de sacrificios intiles.
La victoria de Pilos tuvo importantes consecuencias. La propia Pilos
fue confiada a los mesenios de Naupacto, quienes desde ese punto exci
taron a los hilotas, sus compatriotas, y llevaron la guerra a Laconia. Por
otra parte, los atenienses proclamaron que, si el tica era invadida, los
prisioneros seran ejecutados: ya no se produjo ninguna otra invasin del
tica. Por ltimo, es probable -aunque no hay posibilidad de demostrar
lo rigurosamente- que el triunfo de Clen en Pilos y el restablecimiento
de su popularidad dieran como resultado una importante medida finan
ciera: el aumento general de la tasa del phoros de los aliados. Ya hemos
hecho alusin a las dificultades financieras que afectaban a Atenas desde
comienzos de la guerra: los clculos de Pericles tal vez haban pecado por
exceso de optimismo, incluso desde perspectivas estratgicas primitivas,
y estas ltimas haban quedado desbordadas por todas partes. Algunos
documentos epigrficos revelan que las reservas que Pericles haba enu
merado con tanta complacencia en el 432/1 se haban derretido como la
nieve al sol. Desde el 428, los atenienses haban tenido que someterse al
impuesto directo sobre el capital (eisphor) y Tucdides habla varias
veces de navios perceptores (argyrologoi nees), que se enviaban a los
puertos aliados para recaudar sus cotizaciones antes de la fecha legal. Es
difcil decir en qu medida se produjo una devaluacin del dinero que
contribuy a agravar esas dificultades, pero es indiscutible que estas lti
mas socavaban las mismas bases de la doctrina periclea, quien deseaba
que el podero ateniense descansara primordialmente en la abundancia
financiera (periousa chrematon). El pueblo ateniense extrajo su leccin
cuando la tasacin de 42574, la nica que ha conservado, en estado frag
- 298-
La guerra de los diez aos o guerra arqutdmica
312 Puesto que el phoros ya es insuficiente... y que no se tasa a ninguna ciudad con
un porcentaje inferior al que venta pagando hasta ahora.... Cf. supra, p. 170.
313 Infra, p..
314 O b r a s d e c o n s u l t a - Adems de las obras de carcter general citadas en las notas 12
y 301, deben consultarse: P. A. Brunt, art. cit., supra, nota 291; R. Meiggs, The Athen. empi
re, cap. 19; C. H. Grayson, Two passages in Thucydides, Cl. Q., XXII, 1972, pp. 62 ss.
Sobre los asuntos de Tracia: P. Roussel, La campagne de Clon en Thrace, Serta
Kazaroviana (= Izvestiya na Bulgarskiya Arkheologitcheski Inst, XVI, 1950, pp. 257 ss.);
H. D. Westlake, Thucydides and the fall of Amphipolis, Hermes, XC, 1962, pp. 276 ss.;
D. Asheri, art. cit., supra, nota 258.
Sobre los asuntos de Beocia: P. Cloche, op. cit., supra, nota 30; J. A. O. Larsen, Greek
federal States, pp. 139 ss.
- 299-
La guerra del Peloponeso
Sobre la tregua de 423: E. Bikeiman, La trve de 423 av. J.-C. entre Athnes et Spar
te, Rev. intern. Dr. Antiqu., 1 ,1952, pp. 199 ss.; L. Piccirilli, Gli arbiirati interstatali greci,
Pisa, 1973, n. 25. Bibliografa complementaria ap. Bengtson, Staatsvertrage, II, n. 185.
Tratado entre Atenas y Perdicas: cf. Bengtson, op. cit., n. 186.
Tratados del 421 : la claridad de Tucdides (que reproduce los documentos) motiva que
los trabajos modernos sean poco numerosos. Debe verse: G. de Sanctis, La pace di Nicia,
R.F., n.s., V, 1927, pp. 93 ss., quien la interpreta en un sentido desfavorable a Atenas; L. Pic
cirilli. Gli arbitrati interstatali greci, Pisa, 1973, n. 27. Bibliografa complementaria ap.
Bengtson, op. ch., n. 188 y 189.
Sobre la situacin financiera de Atenas: A.T.L-, III, cap. X.
315 Sus intrigas y la presin que ejerca sobre las ciudades de la costa macedonia que
dan de manifiesto en los decretos atenienses en favor de Metona (de 428/7 y 426/5), uno de
los cuates ya ha sido mencionado, supra, p. 185.
-300-
La guerra de los diez, aos o guerra arquidmica
-301-
La guerra del Peloponeso
-302-
La guerra de los diez aos o guerra arquidmica
3,5 Sin embargo, Esciona segua siendo asediada por los atenienses. Deba sucumbir
poco despus de ia firma de la paz: sus defensores fueron exterminados, mujeres y nios
reducidos a la esclavitud, su territorio entregado a los plateenses (V, 32, 1).
~ 303 -
La guerra del Peloponeso
315 No hay noticias de que se produjera una consulta a los aliados de Atenas, que ten
an, asimismo, obligacin de jurarlo.
320 Los beocios, por su parte, iban a establecer una tregua aparte con Atenas.
-304-
La guerra de los diez aos o guerra arquidcimica
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La guerra del Peloponeso
-306-
CAPTULO
2i Obras de con su lta .- Adems de las obras de carcter general citadas en la nota 12,
vase:
Sobre el conjunto del captulo: D. Kagan, The Peace o f Nicias and the Sicilian expedi
tion, Ithaca, 1981. Sobre el perodo 421-416: H. D. Westlake, Thucydides and the uneasy
peace: a study in political incompetence, Cl. Q., XXI, 1971, pp. 315 ss.; R. Seager, After
the peace of Nicias: diplomacy and policy 421-416 B.C., Cl. Q., XXVI, 1976, pp. 249 ss.;
Th. Kelly, Cleobulus, Xenares and Thucydides account of the demolition of Panactum,
Hist., XXI, 1972, pp. 159 ss.
Sobre los asuntos peloponesios: H. D. Westlake, Athens and the argive coalition, A.
J. Ph., LXI, 1940, pp. 413 ss.; D. Kagan, Corinthian diplomacy after the peace of Nicias,
A. J. Ph., LXXXI, 1960, pp. 291 ss.; id., Argive politics and policy after the peace of
Nicias, CL PL, LVII, 1962, pp. 209 ss.; H. Neumann, Die Politik Athens nach dem
Nikiasfrieden und die Datierung des OstraMsmus des Hyperbolos, Klio, XXIX, 1936, pp.
36 ss.; L. Piccirilli, Gli arbitrati interstatali greci, Pisa, 1973, nms. 28-31; M. Amit, Great
and small poleis, Bruxelles, 973 (Mantinea); U. Cozzoli, Lica e la politica spartana nell
et della guerra del Peloponneso, Studi Manni, II, 1980, pp. 573 ss.; E. David, The oli
garchic revolt in Argos, 417 B.C., A.C., LV, 1986, pp. 113 ss.
Sobre Alcibiades: J. Hatzfeld, Alcibiade. Etudes sur l histoire d Athnes la fin du cin
quime sicle, Paris, 1940; 2.a d., 1951; F. Taeger,Alkibiades, Munich, 1943 (apologtico);
M.F. McGregor, The genius of Alcibiades, Phoenix, XIX, 1965, pp. 27 ss.; R. Seager,
Alcibiades and the charge of aiming at tyranny, H ist, XVI, 1967, pp. 6 ss. Para todo
cuanto concierne, a continuacin, la carrera de Alcibiades, vase E.F. Bloedow, Alcibiades
reexamined, Wiesbaden, 1973; sobre la tradicin del siglo rv: M. Turchi, Motivi della pol
mica su Alcibiade negli oratori attici, P. del P., CCXV, 1984, pp. 105 ss.
Sobre el asunto de Melos (adems de ias obras de Tucdides, citadas en la nota 262): G.
de Sanctis, Postille turidide, R. C. Accad. Lincei, Se. Mor., serv. VI, vol. VI, 1930, pp.,
299 ss.; G. Deininger, D er Melierdialog, Diss. Erlangen, 1939; J. Scharf, Zum Meierdia-
log des Thukydides, Gymn., LX, 1954, pp. 504 ss.; M. Treu, Athen und Melos und der
Melierdialog des Thukydides, Hist., II, 1954, pp. 253 ss.; W. Eberhardt, Der Melierdia
log und die Inschriften, ATL, A 9, IG, I, 63 + und IG, I, 97 +; Betrachtungen zur historis-
chen Glaubwrdigkeit des Thukydides, Hist., VIII, 1959, pp. 284 ss.; W. Kierdorf, Zum
Melierdialog des Thukydides, Rh. M., N.F., CV, 1962, pp. 253 ss.; A. E. Raubitschek, War
-307-
La guerra del Peloponeso
Melos tributpflchtig?, Hist., XII, 1963, pp. 78 ss.; S. Cagnazzi, La spedizione contro Mel
d el416 a.C., Bari, 1983 (el editor de Tucdides habra desplazado el famoso dilogo del 426
al 416, y lo habra sometido a una serie de retoques: la conducta de los atenienses no podra,
pues, juzgarse con el texto que nos ha sido transmitido...).
La paz de Nicias marca una cesura en la obra de Tucdides. El historiador, que termina
su relato de la guerra de Diez Aos con las palabras: ste es el relato de la primera gue
rra... (V, 24, 2), contina enseguida la narracin con un nuevo prefacio, en el que afir
ma la unidad del perodo de veintisiete aos que deba conducir a 404 e impugna a quienes
vean en la tregua o acuerdo (xymbasis) abierto por la paz de Nicias una verdadera
paz (eirene). Esa ntida cesura, por una parte, y, por ia otra, el hecho de no reconocerle
sino un valor enormemente relativo al tratado constituyen dos de los elementos del proble
ma de la evolucin del pensamiento de Tucdides (supra, nota 262).
323 No podemos planteamos aqu el examen de todos los detalles de esta operacin, que
fueron muy bien analizados por Tucdides, V, 27 ss., a quien remitimos.
-308-
De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
convencer a los argivos para que ofrecieran esta alianza a cuantos quisie
ran formar parte de ella. Los mantineos, que contaban tambin con un
gobierno democrtico y se hallaban entonces trabajando en edificar su
propia hegemona sobre Arcadia, se adscribieron de inmediato, seguidos
por los Eleos y por algunas ciudades de Tracia deseosas de librarse de
Atenas. La operacin tropez con la negativa de los megarenses y de los
beocios, quienes, aunque hostiles a la paz de Nicias, desconfiaban de las
ciudades democrticas y en el fondo conservaban su amistad con Espar
ta. Pero s obtuvo como resultado el inquietar a Esparta, en donde -evi
dentemente los corintios asilo haban calculado-los adversarios de la paz
de Nicias intentaron remontar la pendiente abriendo contactos previos de
forma simultnea a los beocios y a los propios argivos. Estos ltimos,
temerosos de que una triple alianza entre espartanos, atenienses y beocios
amenazara el sistema que ellos estaban fundando, se apresuraron a rea
nudar las negociaciones para la renovacin de su paz con Esparta. Si tales
negociaciones culminaban felizmente, se produca el fracaso del plan
corintio -pero esto conduca tambin, y de manera ms slida, al resta
blecimiento de la influencia lacedemonia sobre el Peloponeso, en unas
condiciones que permitiran a los espartanos estar menos ansiosamente
aferrados a la alianza ateniense.
En Atenas, los adversarios de la paz no se dejaron engaar y decidie
ron parar el golpe. Ahora, con tal motivo, hace su aparicin Alcibiades,
hijo de Clinias. Sobrino, por parte de madre, de Pericles, que haba sido
su tutor, Alcibiades sigue siendo para los modernos lo que ya fue para sus
contemporneos: una personalidad atractiva y odiosa a la vez, pero tam
bin enigmtica. Divinamente apuesto, prodigiosamente inteligente, y
con una lucidez poltica que lo aproxima a Temstocles, sin embargo Alci
biades mostraba su rebelda a ese espritu de sumisin a la tradicin y a
las leyes que constitua an el fundamento de la ciudad y confera la dig
nidad de ciudadano. Se ha puesto en duda que fuese fruto de la ensean
za de los sofistas326, pero, siendo cierto que el individualismo y la
ambicin sin lmites prescinden de aquella doctrina, parece evidente que
la nueva mentalidad haba inspirado a Alcibiades. Su intimidad con
Scrates no fue quizs ajena a ese carcter, aun cuando la exigencia moral
y la lealtad cvica del filsofo no ejercieron ninguna influencia sobre este
discpulo, quien no fue, desde luego, la nica oveja descarriada. Aunque
dio sus primeros pasos en la vida poltica durante la poca de la paz, Alci
biades se haba sentido dolorido por no ver asociado su nombre a los
hechos pblicos, y haba gestado por ello un profundo odio hacia Nicias
y hacia su obra.
En el 420, cuando los atenienses vieron cmo se perfilaba el doble
acercamiento de los espartanos con los beocios y los argivos, Alcibiades
dirigi la ofensiva contra aquella amenaza. Que adoptara esa actitud para
escalar puestos no quita nada el hecho de que su poltica se inscribiera
Infra, p. 426.
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La guerra del Peloponeso
327 Los eleos, al comprobar que nadie se interesaba por Lepren. nica cuestin que Ies
preocupaba (supra, p. 304, y Tucdides, V, 49-50), abandonaron la partida.
ns Solamente la batalla de Platea aline, en el siglo v, una cantidad superior de efectivos.
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De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
militar de los atenienses fue, prudentemente, modesta; por otra parte, por
arriesgada que fuera y aunque finalmente se hubiese perdido, la partida
mereca ser jugada, pues, si Agis hubiera perdido la batalla de Mantinea
(y falt muy poco), la hegemona peloponesia de Esparta habra quedado
arruinada por mucho tiempo. En cuanto a las relaciones entre Atenas y
Esparta, simplemente se haba dado un paso ms hacia esa progresiva
gangrena de la paz de Nicias que, desde el ao 420, ya no posea dema
siado valor. Por lo dems, la influencia adquirida por Esparta en Argos
dur poco: los aristcratas argivos que se haban reconciliado con Espar
ta derrocaron a la democracia, pero esa revolucin desencaden una gue
rra civil en la que los demcratas se alzaron con el triunfo. A partir de
417/6 la restaurada democracia argiva volvi a suscribir la alianza ate
niense y se reemprendieron las hostilidades contra Esparta. Pero esta lti
ma no se haba descuidado a la hora de restablecer su autoridad sobre
Arcadia y recuperar la confianza de los corintios (V, 53-82)329.
Estos sucesos no podan ocurrir sin promover alborotos en la opinin
ateniense, circunstancia sobre la que Tucdides guarda gran discrecin.
La rivalidad y el conflicto entre Nicias y Alcibiades, que el historiador
nos permite vislumbrar, no hace sino expresar un debate entre las dos
opciones que se presentaban a los atenienses: o consolidar la paz obte
niendo la ejecucin de sus clusulas (particularmente la relativa a Anf-
polis), o explotar sus puntos dbiles a fin de acentuar las ventajas y
desventajas que originaba, respectivamente, a ambos firmantes. Con cla
ridad: respetar la paz o reanudar la guerra. Adems, el sueo en una
expansin del Imperio, ilusin contenida por Pericles y por Nicias, con
tenida asimismo por las necesidades de la guerra, haba vuelto a brotar
con motivo de la paz, y una parte de la juventud, llegada a la edad polti
ca y militar en el momento en que sus mayores aspiraban a deponer las
armas, acariciaba ese sueo con complacencia. Conflicto de intereses, de
temperamentos, de generaciones330: todo conspiraba para dividir al pueblo
entre Nicias y Alcibiades. Pero la divisin era tambin social y enfrenta
ba a la antigua clientela popular y urbana de Clen, belicosa de natural,
con la pacfica poblacin rural. Ahora bien, si Alcibiades, gran hacenda
do, no desdeaba apoyarse en aquellos que haban seguido a Clen, la
direccin de este bando le era disputada por un labrador demagogo,
Hiprbolo, nueva bestia negra de Aristfanes; y, para desembarazarse de
Alcibiades, Hiprbolo tuvo la idea de enviarlo al ostracismo. A comien
zos del 418 o del 417331, por primera vez despus de muchos aos, la
Ekklesa estim que era oportuno proceder a una ostrakophora. En
seguida estuvo claro que la partida slo ataa a los tres protagonistas del
momento. As, Alcibiades y Nicias se pusieron de acuerdo para hacer
329 E l importante detalle de la libre retirada concedida al cuerpo de lite argivo al final
de la batalla se encuentra en D iod o ro, X I I , 7 9 , 6.
-,?0 Sin embargo, conviene advertir que el conflicto de generaciones se sita funda
mentalmente en otro nivel: sobre ello, infra, p. 444.
331 La fecha no puede ser establecida con seguridad.
-311 -
La guerra del Peloponeso
lnfra, p. 452.
M El asunto de Melos coincide con el momento en que Atenas se lanza a la expedicin
de Sicilia (vid. ms adelante), y por lo general se considera que las Troyanas de Eurpides,
representada en esas mismas fechas, constituyen una advertencia (lo que es probable) y, en
cierta medida, una profeca. Pero cabe dudar que Eurpides no estuviera pensando en
Melos.
334 O b r a s d e c o n s u l t a - Adems de las obras de carcter general citadas en la nota 12
de las obras sobre Occidente citadas en la nota 166; de los trabajos sobre Hermcrates (nota
301) y sobre Aicibades (nota 324), vase: A. Momigliano, Le cause della spedizione di
Sicilia, R.F., n.s., VII, 1929, pp. 317 ss.; G. de Sanctis, I Precedenti della grande spedi
zione ateniese in Sicial, ibid., pp. 433 ss.; H. Wentker, Sizilien und Athen, Heidelberg,
1956; W. Peremans, Thucydide, Alcibiade et l expdition de Sicile en 415 av. J.-C., A.C.,
XXV, 1956, pp. 331 ss.; K. vonFrizt, Griechische Geschichtsschreibung, I, 1, Berlin, 1967,
pp. 730 ss.; E. Delebecque, Thucydide et Alcibiade, Aix, 1965; W. Liebeschtz, Thucydi
des and the Sicilian expedition, Hist., XVII, 1968, pp. 289 ss.; K. Rutter, Sicily and South
Italy: the background to Thucydides Books 6 and 7, Greece & Rome, XXXIII, 1968, pp.
-312-
De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
142 ss.; U.Lafft, La spedzione ateniese in Sicilia del 415 A.C., Riv. St. It., LXXXII, 1970,
pp. 277 ss.; G. Maddoli en Gabba-Vallet, Sicilia Antica (2.a ed.., 1984), II, pp. 74 ss. Estu
dios especiales: O. Aurenche, Les groupes d'Alcibiade, de Logoras et de Teucros, Pars,
1974; R. Osbome, The erection and the mutilation of the Hermai, Proc. Cambr. Phil. Soc.,
XXXI, 1985, pp. 47 ss.; S. van de Maele, Le rcit de l expdition athnienne de 415 en
Sicile et l opinion de Thucydide sur le rappel dAlcibiade, A.C. XL, 1971, pp. 21 ss.; D.
Lateiner, Nicias inadequate encouragement (Thuc., 7. 69.2), Cl. Ph., LXXX, 1985, pp.
201 ss. Vid. tambin el artculo de K.W. Welwei, supra, nota 262.
Sobre la cronologa: cf. B.D. Meritt, The departure of Alcibiades for Sicily, A.J.A.,
XXXIV, 1930, pp. 125 ss.; id., The battle of the Assinarus, Cl. Ph., XXVII, 1932, pp. 336
ss. Sobre la topografa de los combates ante Siracusa: H. P. Drogemiiller, Syrakus. Zur Topo
graphie und Geschichte einer griechischen Sladt, Heidelberg, 1969, con comentario al texto
de Tucdides.
Sobre el problema concreto del lugar que pudo ocupar Cartago dentro de los planes ate
nienses, y sobre las contradicciones que su incumplimiento origin dentro de la exposicin
de Tucdides, vase M. Treu, Athen und Karthago und die thukydideische Darstellung,
Hist., III, 1954-1955, pp. 41 ss.
335 Sin embargo, esto slo es cierto hasta el momento en que la ocupacin de Decelia
por los peloponesios, en la primavera del 413 (infra, p. 320), hizo del tica un teatro per
manente de operaciones.
336 Supra, p. 295.
-313-
La guerra del Peloponeso
m Supra, p. 299.
s,s Ya hemos sealado (supra, nota 89) las incertidumbres que pesan sobre la datacidn
de esta alianza: si el texto epigrfico normalmente se fecha, hoy en da, en el 458/7, Tuc
dides, VI, 6, 2, atribuye ei tratado a la poca de la expedicin siciliana del 427/4, y algunos
estudiosos lo rebajan al ao 421/0, pues consideran que sera resultado del viaje de Fax...
33!> Volvemos a encontrar aqu la nocin de alethestate propliasis, cf. supra, p. 267.
-314-
De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
-315-
La guerra del Peloponeso
colorido que, asegur, hara falta, para triunfar a tan gran distancia, com
prometer todo el Imperio en esta operacin y movilizar todos los recursos
financieros de Atenas; el xito exigira ese precio -y Nicias daba por
hecho que lo juzgaran exorbitante. Error psicolgico: sus palabras provo
caron una increble exaltacin y, como el entusiasmo de unos haca temer
a los otros que podran caer en descrdito, todos los atenienses en bloque
decidieron incrementar la expedicin al doble del primitivo proyecto...
(VI, 19-26). Nicias, que haba ofrecido su concurso en el mando a cual
quiera que refutase sus tesis, tuvo que conservarlo, compartido con Alci
biades, cuya poltica haba favorecido cuando confiaba en arruinarla...
Se impona resumir aquel debate que, al provocar el estallido de ten
siones latentes, ilustra la conclusin dada por Tucdides a sus palabras
sobre la autoridad de Pericles: De entre quienes le sucedieron, como
ninguno era superior al resto y cada uno aspiraba a ocupar la primera
plaza, se dedicaron a halagar al pueblo y a abandonar en sus manos los
asuntos; y como se trataba de una gran ciudad, y poseedora de un impe
rio, el resultado fue la comisin de mltiples errores, entre los que desta
ca la expedicin de Sicilia... (II, 65, 10-11). Tucdides pona el dedo en
un fallo de las instituciones atenienses, que, a falta de un ejecutivo aut
nomo y responsable, subordinaban las decisiones a la influencia de per
sonalidades o de grupos. Con el objeto de los debates excediese la
comprensin de muchos de los asistentes; con que la opinin se dividie
se con arreglo a criterios inciertos que dejaban la puerta abierta a las
pasiones; y con que, por ltimo, no estuviera presente ningn hombre de
Estado con suficiente altura para imponer sus perspectivas al gento -se
era el riesgo que se corra a partir de la muerte de Pericles, que los votos
que comprometan la suerte de la ciudad fuesen determinados por impon
derables no previsibles. Frente a Alcibiades, Pericles habra razonado, sin
duda, como lo hizo Nicias, pero Nicias careca de la autoridad de Pericles.
En medio de los preparativos, estall en Atenas un doble escndalo:
en una misma noche, la mayor parte de los Hermes343 de Atenas sufrie
ron la mutilacin del rostro. La opinin pblica, supersticiosa, vio en
aquel sacrificio un mal presagio para la expedicin: era, probablemente,
lo que perseguan sus autores, probables adversarios de Alcibiades. La
investigacin revel, por aadidura, que en algunas casas se haban cele
brado impas parodias de los misterios de Eleusis. Indudablemente,
ambos sacrilegios no tenan ninguna relacin, pero la gente hizo con todo
ello una amalgama: a su modo de ver, existan indicios de un complot
contra la democracia. Pues quin, sino los oligarcas, poda entregarse a
semejantes desafos contra los objetos ms sagrados de la piedad popu
lar? Y quin pues, sino Alcibiades, a quien su inconformismo poco
democrtico haca ya sospechoso de aspirar a la tirana, poda ser el cau-
?43 Pilares cuadranglares de piedra, adornados con un phallos y rematados con una
cabeza barbada, que eran levantados por la piedad popular delante de los santuarios y de
algunas casas.
-316-
De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
344 Slo en el momento de la concentracin general en Corcira ofrece Tucdides, VI, 43-
44, un cuadro de los efectivos de la expedicin, que sern los siguientes: en fuerzas de com
bate, 100 trirremes atenienses (40 de ellas equipadas como transporte de tropas); 34
trirremes aliadas; 2.200 hoplitas atenienses; 2.150 hoplitas de los aliados del Imperio; 500
hoplitas argivos y 250 mantineos y mercenarios (arcadios?); tropas ligeras: 480 arque
ros (de ellos, 80 mercenarios cretenses), 700 honderos rodios; 120 megarenses (exiliados).
Para cuerpo de ingenieros e intendencia, 130 transportes. Por ltimo, una infinidad de naves
comerciales privadas acompaaban a la expedicin. Debe advertirse que Atenas est lejos
de poner en juego la totalidad de sus propias fuerzas en la operacin; ignoramos, en parti
cular, de cuntas trirremes dispona entonces Atenas: de 300, como en el 431? O de 400,
como sugieren algunos textos?
34 Supra, p. 305.
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La guerra del Peloponeso
-318-
De la p a t de Nicias al desastre de Sicilia
546 Importante demo dei norte del Pedion tico, al pie del Pames.
347 Entre los argumentos de Alcibiades que Tucdides no recoge deba de figurar tam
bin que Decelia dominaba la ruta de Oropo y, por consiguiente, de Beocia y de Eubea.
548 Sobre los sculos, supra, p. 229.
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La guerra del Peloponeso
PLEMIRIO i
Siracusa
- 320 -
De la paz. de Nicias al desastre de Sicilia
(VI, 105; VII, 18). Ya no haba por qu, desde ese instante, mantener la fic
cin de la paz. Los peloponesios invadieron el Atica y se establecieron en
Decelia, posicin que fortificaron (VII, 19): esta operacin es la que dara
nombre a la ltima fase de la guerra del Peloponeso (guerra declica)349.
Pero la situacin ateniense ante Siracusa se haba deteriorado. Una
serie de rudos combates haba desalojado a Nicias de Plemirio. Los ate
nienses haban perdido en las refriegas barcos, material y abastecimien
tos; y, peor an, haban perdido el control del Puerto Mayor (VII, 21-24).
Mientras que los siciliotas, que hasta entonces se haban mantenido a la
expectativa, se inclinaban hacia el lado siracusano, Gilipo resolvi rema
tar la tarea antes de que llegasen los refuerzos atenienses. Los siracusa-
nos haban modificado el armamento de sus trirremes para mejorar su
eficacia en el ataque frontal; en efecto, los atenienses no disponan del
espacio imprescindible para ejecutar el ataque lateral, para el que sus tri
rremes estaban diseadas. Aquella innovacin se demostr rentable (VII,
36-41), pero an no se haba alcanzado la decisin final cuando Dems-
tenes apareci delante de Siracusa con 73 trirremes, 5.000 hoplitas y la
correspondiente proporcin de combatientes ligeros. La aparicin de esa
flota, anhelada por unos, temida por los otros, e inesperada por todos en
aquel preciso instante, sumi a los siracusanos en el desconcierto.
Demstenes era hombre de decisiones rpidas: o bien, aprovechando
la sorpresa, tomaba al asalto Siracusa sin perder tiempo; o bien, si fraca
saba, reembarcaba a todo el mundo y regresaba a Atenas con rapidez. De
todos modos, era preciso poner trmino a esta guerra, que se haba con
vertido en un absurdo dada la presencia de los peloponesios en el tica.
Ahora bien, el asalto nocturno lanzado por Demstenes contra las Epipo
las fracas por completo (VII, 42-46). As pues, haba que partir ahora,
cuando todava se hallaban a tiempo. Y sin embargo fue Nicias, el anti
guo adversario de la expedicin, l, que intilmente haba solicitado ser
relevado del mando, quien se opuso a esa medida. Siracusa, deca, estaba
al borde del agotamiento y haba un sector de ciudadanos que reclamaba
la paz; ningn decreto del pueblo ateniense haba ordenado que se levan
tara el sitio; por tanto, lo que esperaba a los estrategos cuando regresaran
era la clera del demos, los procesos, las condenas, y sus propios solda
dos seran los primeros en denunciarlos, una vez fuera de peligros.
Demstenes y Eurimedonte propusieron una solucin intermedia: reple
garse hacia Catana o Tapsos con el objeto de rehacerse y esperar las rde
nes de Atenas. Pero la obstinacin senil de Nicias fue inamovible y el
ejrcito continu delante de Siracusa, en medio de una inaccin que
acab siendo, por obra del paludismo, an ms debilitante. Hizo falta que
llegasen refuerzos enemigos para que Nicias, a disgusto cediera. Ya esta
ba dada la orden de preparar la marcha, cuando se produjo un eclipse de
luna330. De todo el ejrcito, Nicias no era el menos supersticioso: consul-
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La guerra del Peloponeso
JSI Tucdides analiza los motivos de esta exaltacin en VII, 56: los siracusanos se vean,
junto a espartanos y corintios, ascendidos al primer puesto de la coalicin que iba a liberar
al mundo griego del peso y de la amenaza del imperialismo ateniense. El historiador apro
vecha, adems, esta ocasin para dibujar los contornos de ambas coaliciones (57-58); son,
en realidad, los representantes de la casi totalidad del mundo griego quienes estn ahora en
Siracusa. Este catlogo de los combatientes permite captar la vanidad de la nocin tradicio
nal de parentesco (syngeneia), invocada con tanta frecuencia en los discursos que jalonan
el relato tucidideo de la guerra de Sicilia: hay jonios, dorios y eolios en uno y otro bando.
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De la paz de Nicias al desastre de Sicilia
Si tuviramos los ojos fijos slo en Atenas, podramos dar a estos aos
el ttulo de De la derrota al golpe de Estado. Pero no estamos tratando
- 324 -
Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
Agis and Spartan policy, LVIII, 1938, pp. 31 ss.; S. van de Maele, Le livre VIII
de Thucydide et la politique de Sparte en Asie Mineure (412-411 av. J.-C.), Phoenix, XXV,
1971, pp. 32 ss.
353 Supra, p. 319.
354 Hasta las vigas y las tejas de las casas, precisa el annimo de las Hellen. Oxyrrh.,
XVII (XII), 4-5 (en el 431, los campesinos atenienses haban tenido la precaucin de des-
montarlas ellos mismos!). Otra idea contempornea de la pobreza griega: para estar en con
diciones precisamente de fortificar Decelia, los espartanos haban requisado instrumental y,
en particular, hierro a todos sus aliados (VII, 18, 4).
355 Los beocios haban de ocupar Oropo a comienzos del 411.
- 325 -
La guerra del Peloponeso
del 413, el pueblo suprimi el phoros para sustituirlo por una tasa de 1/20
(eikost) sobre el comercio martimo -pero eso era hacer cuentas sin cal
cular la parlisis de quienes, en el mercado ateniense, estaban desde ahora
privados de productos locales de exportacin. Adems, el decreto por
medio del cual el pueblo levant la prohibicin, en el ao 412, de gastar
fondos de la ltima reserva de 1.000 talentos creada en el 431 revela la
insuficiencia de la eikost (VIII, 19, 1-2; 27-28; VIII, 15).
La expedicin de Sicilia haba sido el origen de ese desastre econ
mico. Cuando Atenas se enter del aniquilamiento de sus fuerzas en Sici
lia, sobrevino la desesperacin, la clera, el desconcierto: lejos de haber
conquistado el Occidente, era la propia Atenas la que se hallaba al borde
del abismo; se haban perdido unos 12.000 ciudadanos (3.000 eran hopli-
tas), 200 trirremes, despilfarrado el dinero: dnde estaban los responsa
bles? De qu valan los orculos que haban prometido la victoria? Y
-aadan tal vez otros- de qu vala la democracia que haba tolerado tan
funestas decisiones? Pero la desesperacin infundi la energa -segn
costumbre de las democracias, observa Tucdides... Ya se encontrara el
dinero y la madera necesarios para reconstruir la flota; se mantendra a los
aliados dentro de la obediencia; se efectuaran recortes en los gastos
pblicos. Y se design a una Comisin de Ancianos356 para que empe
zaran a deliberar sobre todos los problemas impuestos por las circunstan
cias (VIII, 1). Aristteles sealar el carcter oligrquico de los colegios
de probouloi (Pol. 1298 b, 1299 b, 1322 b), pero no es seguro que, al ins
tituir aquella comisin de 10 miembros, los atenienses del 413 tuviesen
otra intencin que no fuese la rapidez y la eficacia en las decisiones que,
efectivamente, iban a tomarse, y en las que no es posible descubrir ten
dencias antidemocrticas o laconfilas. Queda por decir que ese Comi
t de Salvacin pblica privaba de sus prerrogativas democrticas a
buleutas y pritanos, y, por tanto, poda transformarse en el embrin de un
poder oligrquico.
De momento, era preciso prevenirse a la mayor urgencia. Nunca aque
lla insularidad que, en la mente de Pericles, haban de asegurar a Ate
nas sus fortificaciones y el dominio del mar, haba sido ms autentica por
el sector terrestre: el Atica, devastada, era ms inhospitalaria para sus
hijos que un ocano sin playas. Pero el verdadero peligro consista en que
Atenas no pudiera conservar abierta e inaccesible a la vez su ventana al
mar. As pues, lo ms urgente era proceder sin retraso a las construccio
nes navales que permitiran hacer frente a las escuadras que a su vez cons
truan los peloponesios, as como a aquellas que, nadie lo dudaba,
acudiran desde Occidente; prevenir el hambre vigilando las rutas del
trigo; y, sobre todo, calmar la agitacin que las noticias de Sicilia espar
can por todo el Imperio: a la vista de que (o creyendo que) Atenas esta
ba sin fuerzas y Esparta se hallaba decidida a terminar con ella, todos
556 No convena que los jvenes deliberasen sobre los problemas graves, haba excla
mado Nicias (contra Alcibiades) en la primavera del 415 (VI, 12, 2).
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
3S7 Se trata, principalmente, de los resmenes de las Persika de Ctesias, fuente poco
segura.
355 Supra, p. 258.
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La guerra del Peloponeso
J9 Por el nombre de su negociador: cf. Andcides, Paz, 28-29. Desde comienzos del
425, Aristfanes haca con frecuencia alusin a tratos con Susa, y, segn parece, a tratos
financieros (Acam., 61 ss.).
350 No hay otra posibilidad ms que combinar Tucdides, VIII, 5-6; Andcides, loe. cit.,
y Ctesias, 42 b s.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
durante aos los atenienses van a desplegar una energa que habra podi
do pensarse que estaba destrozada a resultas del desastre de Siracusa.
Das despus de estos primeros xitos, el espartano Calcideo cerr con
Daro II un tratado de alianza -que no tardara en ser sometido a revisin,
de tan favorable como era exclusivamente para el Gran Rey: su redaccin
contemplaba en trminos muy vagos las obligaciones de los persas, pero
esencialmente afirmaba que todos los territorios que posee el rey persa
o que posean sus antepasados pertenecern al rey. Esta clusula res
tauraba (sobre el papel!) el Imperio Persa en sus lmites anteriores a
Salamina, pues inclua implcitamente a todas las islas y, en Europa,
Tesalia, la Lcrida y cuantos territorios se extendan hasta Beocia (cf.
V in, 43, 3). Por tericas que fuesen, estas concesiones espartanas eran
demasiado escandalosas como para no espantar a aquellos mismos que en
otro tiempo haban medizado y que en el momento actual se haban
puesto, para luchar contra Atenas, del lado peloponesio.
Los atenienses, sin embargo, dedicaban todo su empeo en conservar
Jonia. Una revolucin democrtica les asegur la posesin de una slida
base en Samos, que fue recompensada con el reconocimiento de su auto
noma. Mitilene, que tambin se haba rebelado, al igual que Metimna,
fue reconquistada, y lo mismo se hizo con Clazomene; el territorio de
Quos fue devastado; no obstante, el asedio de Mileto fue abandonado
cuando se anunci la llegada de refuerzos peloponesios y siciliotas (a las
rdenes de Hermcrates). Los peloponesios terminaron el verano guerre
ando por cuenta de Tisafernes. Pero despus de algunas disputas finan
cieras consiguieron agriar las relaciones entre el strapa, que pretenda
reducir a la mitad los sueldos prometidos, y sus aliados griegos (VIII, 19-
29). Pues bien, esa avaricia se la haba recomendado... Alcibiades. En
efecto, el ateniense, que haba despertado las sospechas de los espartanos,
haba trasladado su persona y sus consejos a la residencia de Tisafernes,
a quien induca ahora a dejar que los dos' adversarios se desgastaran
mutuamente; era importante que el Gran Rey no'impidiera, en el futuro,
un resurgimiento de los atenienses, los nicos que seran capaces de qui
tarle de en medio a los peloponesios. Alcibiades preparaba su regreso a
Atenas... (VIII, 45-47). Aunque Tisafernes haca bastante caso a Alcibia
des, firm con los lacedemonios un segundo tratado (VIII, 37), que insis
ta sobre las obligaciones financieras persas, pero mantena las
pretensiones del Gran Rey sobre las posesiones de sus. antepasados. Fla
grante torpeza, por parte de gentes que se las daban de liberadores de los
griegos! As lo comprendieron en Esparta, desde donde se le envi al
navarca Astoco una comisin formada por consejeros polticos. Como
Tisafernes se haba negado a retocar el tratado, los comisarios declararon
que Esparta no se convertira en instrumento de esclavizacin de los grie
gos: la primera fase de colaboracin entre peloponesios y persas, que
Alcibiades haba apadrinado, acababa en una semirruptura, de la que l
era artfice (VIII, 43). Sin embargo, cuando estaba a punto de finalizar el
invierno del 412/1, Tisafernes reanud su amistad con los peloponesios:
tal como haba aconsejado Alcibiades, no era conveniente que uno de los
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La guerra del Peloponeso
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
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La guerra del Peloponeso
Sobre las operaciones militares, vase la bibliografa de los apartados anterior y poste
rior; adems, E. Delebecque, Une fable dAlcibiade sur le mythe dune flotte, Ann. Fac.
Lettres Aix, XLIII, pp. 13 ss.
764 Supra, p. 326.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
}6S Ya no volveremos a remitir a pasajes concretos de Tucdides; hay que leer todo el
libro VIII, del captulo 47 en adelante.
s Supra, p. 330.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
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La guerra del Peloponeso
nas, Alcibiades aceptara, desde luego, regresar a ella con los demcratas.
De hecho, acudi a Samos a la primera insinuacin y despleg all una
elocuencia tan persuasiva que el ejrcito, despus de elegirle estratego,
le confi todos los asuntos. Y ahora, las relaciones entre Tisafernes y
los peloponesias, y la flota fenicia, cuya llegada estaba prometiendo
desde haca meses, tardaba tanto en venir que resultaba evidente que
jams llegara, tal como Alcibiades se lo haba aconsejado un ao antes,
Tisafernes dejaba que los adversarios se agotasen mutuamente.
En aquel momento, aparecieron por Samos unos emisarios de los
Cuatrocientos, para explicar lo que suceda en Atenas. Despus de estar
a punto de dejarse despedazar, se deshicieron en buenas palabras, a las
que nadie concedi crdito: el cuerpo expedicionario habra zarpado de
inmediato hacia Atenas a golpe de remo para pelearse con los oligarcas si
Alcibiades no hubiera advertido que esa decisin significara abandonar
el escenario de las operaciones al enemigo: Este fue el primer servicio
que Alcibiades prest a la ciudad, y no el menor... Era tambin un ser
vicio que se prestaba a s mismo, pues no tena empeo en regresar a su
patria a costa de una guerra civil: era preferible jugar la carta de la conci
liacin, dejando a los atenienses de Atenas la preocupacin de desemba
razarse por s mismos de los oligarcas. Hizo, pues, que se remitiese a los
emisarios, declarando que no tena nada contra los Cinco Mil, pero que,
respecto a los Cuatrocientos (que haban desdeado volver a llamarle),
exiga su disolucin y el restablecimiento de la Boul legal. En cuanto a
la guerra, era preciso continuarla, pues si una de las dos mitades del pue
blo ateniense capitulaba, todo acabara.
Las noticias llevadas desde Samos a Atenas acrecentaron las vaci
laciones que ya estaban perfilndose. Los Cuatrocientos no eran unni
mes, y los ms prudentes y moderados comenzaban a lamentar el haberse
embarcado en una aventura sin perspectivas. Hubo un grupo, en torno a
Teramenes (cuyas ideas, en lo esencial, resulta imposible captar), que
empez a levantar su voz: Indudablemente no pensaban que fuera nece
sario suprimir la propia oligarqua, pero pedan que se designara real
mente a los Cinco Mil, que hasta ahora posean una existencia
exclusivamente terica, y que los derechos polticos fueran repartidos con
algo ms de equidad. Lo que Tucdides seala de los simpatizantes de
Teramenes es verdadero a fortiori de Alcibiades: Cada uno de ellos no
persegua ms que su inters personal... Faltaba por ver quin sera el pri
mero en hacerse con la jefatura del demos...
Como esta fisura en el seno de la oligarqua haca peligrosa la situa
cin de quienes se haban comprometido en las posiciones ms extremas,
cada vez les importaba ms conseguir que Esparta accediera a las pro-,
puestas de paz: terminaron por enviar hasta all una embajada encabeza
da por Antifonte y Frnico. Esta delegacin regres con las manos vacas:
las autoridades de Esparta no tenan ms razones que las que no fue capaz
de encontrar Agis en Decelia para tratar con una faccin que estaba en
situacin desesperada. Antes bien, las circunstancias sugeran a los pelo-
ponesos acabar mediante las armas con los atenienses divididos.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
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La guerra del Peloponeso
3,0 Los captulos 98 y siguientes del libro VII slo abarcan las operaciones militares del
otoo del 411, antes de que la muerte sorprendiese ai historiador a la vuelta de una frase.
71 Es lo contrario de cuanto haba sucedido das despus de las Guerras Mdicas, cuan
do los remeros no propietarios, responsables del progreso del podero y de la riqueza de la
colectividad, haban adquirido un peso cada vez mayor en la vida poltica.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
especialmente una circunstancia, a saber, que la doble guerra que los ate
nienses mantienen desde el ao 413, la guerra declica, que es terrestre,
y la guerra de Jonia, que es naval, les obliga a dividir constantemente sus
fuerzas con arreglo a criterios estratgicos que son, al mismo tiempo, cri
terios sociales: no es una casualidad que el complot oligrquico no tarda
se en fracasar en Samos, en una ambiente en donde el nautiks ochlos era
mayoritario, mientras que hall un terreno ms favorable en Atenas, en
donde la mayora la formaban los hoplitas propietarios. Sin duda, no era
la primera vez que se produca este reparto, a la vez social y geogrfico,
de las fuerzas atenienses; pero, a partir del 413, su gravedad estriba en
que, en un perodo de miseria financiera, el reparto separa por un lado a
una mayora de ciudadanos que no tiene nada que perder, a no ser sus
derechos cvicos, y por el otro a una mayora de ciudadanos cuyos sacri
ficios materiales Ies animan a desplazar a los primeros hasta los mrge
nes de la comunidad. Lo cual encerraba un peligro mayor que el de una
revolucin constitucional: el de la guerra civil, y, como observ Tucdi
des, si Alcibiades tuvo alguna vez un mrito -l, cuyos consejos a los
espartanos haban originado esta situacin- fue el de haber sabido evitar
el enfrentamiento entre aquellas dos mitades de la sociedad ateniense.
Miseria financiera, conviene insistir de nuevo: si la separacin, a una y
otra parte del Egeo, de esas dos mitades normalmente complementarias
del cuerpo cvico ateniense redund en un antagonismo institucional, la
razn fue que la ciudad no se hallaba en condiciones de subvenir a los
gastos de guerra mediante recursos pblicos. Mientras una vida econmi
ca normal, as como el propio Imperio, haban sido suficientes para finan
ciar la democracia en la paz y en la guerra, sin recurrir a otro tipo de
contribuciones privadas que no fueran las formas tradicionales de carc
ter litrgico, no hubo ningn motivo para que el rgimen poltico no con
citase una cuasi unanimidad. Pero desde el momento en que las fuentes
de ingreso pblicas estaban agotadas y la ciudad slo poda sobrevivir
gracias a las contribuciones de los propietarios -para qu la democracia?
Esa relacin entre el problema financiero y el de las instituciones la per
cibe Tucdides a propsito de los oligarcas de Samos: Fuese dinero o
cualquier otro medio de valor, lo tomaran con entusiasmo de sus recur
sos personales siempre que sus sacrificios les aprovechase a ellos mismos
y no a otros. Y como rplica, aade a continuacin estas palabras, que
justificaban a los ojos de los demcratas de Samos su ruptura con la Ate
nas oligrquica: No se haba perdido gran cosa: la ciudad ya no tena
dinero para enviarles.
Factores financieros, factores personales: significa esto que las ideas
o las doctrinas no desempearon ningn papel en aquellas circunstancias?
Los hombres no trastocan o fundan regmenes polticos sin que, por enci
ma de intereses, odios o ambiciones, haya determinadas ideas que inspi
ren o justifiquen sus acciones. Pero el episodio del 411 no se caracteriz
por enfrentamientos doctrinales. Los textos legislativos nacidos muertos
que menciona Aristteles revelan la existencia de una reflexin sobre los
problemas institucionales; pero eso no entraaba ninguna novedad a fines
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La guerra del Peloponeso
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La guerra del Peloponeso
377 Los peloponesios perderan tambin, poco despus, la ayuda de sus aliados occi
dentales, que regresaron a Sicilia en el otoo del 408 ante el anuncio de una ofensiva carta
ginesa sobre la isla. En el contexto de esta reanudacin de las hostilidades entre griegos y
pnicos en Sicilia fue cuando los atenienses veran desembarcar en 407/6 una embajada car
taginesa. Sobre estos acontecimientos de Occidente, vid. el volumen siguiente.
}7S Desde Cinosema a Ccico, son aproxidamente 160 las unidades que perdieron ios
peloponesios.
379 Infi'a, p. 360.
350 En realidad, los documentos de que disponemos para esta poca muestran que exis
te una improvisacin perpetua en la gestin financiera: los estrategos en campaa se arre
glan como pueden, viviendo sobre el terreno, cuando la ciudad no les enva sumas
provenientes de recursos extraordinarios ocasionales.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
381 Debemos destacar que los peloponesios obtienen un notable xito, en el curso del
invierno del 410/09, expulsando (por fin!) de Pilos a la guarnicin mesenio-ateniense que
se mantena en la plaza despus de tanto tiempo. Ahora bien, en sus recientes propuestas de
paz, los espartanos haban ofrecido intercambiar Pilos por Decelia...
382 Infra, p. 346.
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gran procesin y a los ritos que durante la misma llevaban a cabo; a fina
les del verano del 407, la procesin efectu el recorrido de ida y de vuel
ta por tierra bajo la proteccin del ejrcito, sin tener que sufrir ningn
agravio por parte de los peloponesios. El prestigio de Alcibiades alcanz
as su cnit. Momentneamente adormecidas sus divisiones internas,
pareca que Atenas podra afrontar su futuro con optimismo (Jen, Hell. I,
4 , ss.; Diod., XIII, 69; Plut., Ale., 32~34)385.
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La guerra del Peloponeso
vos factores que iban a intervenir en su contra. De estos dos factores, uno
era persa, el otro espartano.
Ya hemos visto que Alcibiades haba conseguido de Farnabazo que el
strapa se encargaba de escoltar hasta Susa a una embajada ateniense. Lo
que ignoraban entonces los atenienses, es que por muy poco tiempo les
haba aventajado una embajada peloponesia y que la suya propia jams ,
alcanzara su destino: consecuencia de un cambio de poltica real respec
to a los asuntos griegos. A decir verdad, dichos asuntos slo a partir de
ahora van a ser objeto de directivas precisas por parte de Susa. Pese a lo
mal conocida que contina siendo la historia interna del Imperio Persa,
sabemos bastante de ella como para comprender que el conflicto entre
atenienses y peloponesios debi de figurar durante bastante tiempo como
una cuestin marginal: la atencin de Daro II se hallaba fija, principal
mente, en la agitacin de Egipto y de Judea, en los disturbios de media y
en las intrigas que brotaban dentro de la propia familia real. En el 411, la
instalacin en Salamina de Chipre de un dinasta griego, Evgoras, que
trab relacin con los atenienses, tuvo que despertar alguna clase de alar
ma en el reino persa. Sin embargo, fueron la rivalidad entre los dos hijos
de Daro y la preferencia mostrada por la reina Paristide hacia el menor,
Ciro el Joven, las razones que determinaron una intervencin ms acti
va de los persas en la guerra del Peloponeso. Con la esperanza de pro
porcionar a su favorito una funcin y un campo de trabajo que
Sobre el caso de las Arginusas: P. Cloch, Laffaire des Arginuses, Rev. Hist., CXXX,
1919, pp. 5 ss.; J. Hatzfeld, Socrate au procs des Arginuses, R.E.A., XLII, 1940
(=Mlanges Radet), pp. 165 ss.; A. Andrewes, The Arginousai trial, Phoenix, XXVIII,
1974, pp. 112 ss.; M. Sordi, Teramene e ii processo delle Arginuse, Aevum, LV, 1981, pp,
3 ss.; A. Mehl, Fr eine neue Bewertung eines Justizskandals. Der Aginusenprozess und
seine berlieferung, Ztsch. Sav. Stift. (rom. Abt.), XCIX, 1982, pp. 32 ss.; G. Nmeth, Der
Arginusenprozess. Die Geschichte eines politischen Justizmordes, Klio, LXVI, 1984,
pp. 51 ss.
Sobre las finanzas atenienses: E. S. G. Robinson, Some problems in tha later fifth-cen
tury coinage of Athens, /n. Num. Soc., Mus. Noies, IX, 1960, pp. 1 ss. (en donde se halla
r la bibliografa); W. E. Thompson, The date of the Athenian gold coinage, A.J. Ph.,
LXXXVI, 1965, pp. 159 ss.; M. J. Price, Early Greek bronze coinage, en Essays in Greek
coinage pres, to St. Robinson, Oxford, 1967, pp. 90 ss.; W. E. Thompson, The golden Nikai
and the coinage of Athens, Num. Chr., X, 1970, pp. 1 ss.; W. K. Pritchett, Loans of Athe
na in 407 B.C., Ane. Soc.r VIII, 1977, pp. 33 ss.
Sobre Egosptamos: Chr. Eberhardt, Xenophon and Diodorus on Aegospotami, Pho
enix, XXIV, 1970, pp. 225 ss.; G. Wylie, What really happened at Aegospotami?, A.C.,
LV, 1986, pp. 125 ss.
Sobre la cada de Atnas: J. A. R. Munro, The end of the Peloponnesian war, Cl. Q.,
XXXI, 1937, pp. 32 ss.; id., Theramenes against Lysander, Cl. Q.. XXXII, 1938, pp. 18
ss. (cf. la crtica a estos dos artculos de Lotze, op. cit.). Debemos sealar un nuevo texto
papirolgico relativo al comportamiento de Teramenes, sucesivamente publicado y comen
tado por R. Merkelbach y H.C. Youtie, Ztschr.f. Pap. u. Epigr., II, 1968, pp. 161 ss.; A. Hen-
richs, ibid., III, 1968, pp. 101 ss.; A. Andrewes, ibid., VI, 1970, pp. 35 ss.; R. Sealey, ibid.,
XVI, 1975, pp. 279 ss.
Sobre la edificacin del Imperio espartano, adems de las obras de carcter general y
Lotze, op. cit., vase E. Cavaignac, Les dcarchies de Lysandre, Rev. des Et. Hist., XXV,
1924, pp. 285 ss.; G. Bokisch, Harmostai, Klio, XLVI, 1965, pp. 129 ss.
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La guerra del Peloponeso
feso -y lo realiz con tan gran xito, que la flota ateniense padeci una
sangrienta derrota ante Notio (primavera del 406). Alcibiades, que haba
regresado a toda prisa, trat de enderezar la situacin, pero Lisandro evit
hacerle frente. Desmoralizados, los atenienses regresaron a Samos, desde
donde slo pudieron intentar operaciones menores, destinadas a conse
guir dinero.
Al abandonar Atenas, Alcibiades haba dejado campo libre a quienes
haban visto su vuelta con malos ojos y no se atrevieron a oponerse. La
derrota de Notio, de la que se hizo responsable, as como las quejas de
algunas ciudades estrujadas, suministraron las armas a sus adversarios; es
probable que Cleofonte lograra su destitucin inmediatamente despus de
Notio, pero en cualquier caso, en las elecciones de estratego para el ao
406/5 su nombre no sali de las urnas (ni tampoco el de Trasbulo). Esa
destitucin era injusta, aunque Alcibiades comprendi que su pasado se
alzaba contra l y que no sera capaz de salvar el escollo. Sin esperar a su
sustituto, abandon el ejrcito y alcanz, en solitario, sus dominios per
sonales del Quersoneso de Tracia: all volveremos a encontrarlo (Jen.,
Hell., I, 5; Plut., Ale., 35; Lis., 2ss.; adems, para la batalla de Notio, H ell
Ox., IV).
Mientras que el estratego Conn llegaba a Samos para hacerse cargo
de la sucesin de Alcibiades, reorganizaba la flota y restableca la disci
plina, Lisandro vea por su parte cmo llegaba su sustituto, Calicrtidas.
Podra darse el caso de que este ltimo perteneciera a una tendencia hos
til a Lisandro y debiese su eleccin a un sector de espartanos al que
repugnaba la ayuda persa, y ms an las condiciones que la subordinaban.
En todo caso, resulta evidente que Lisandro cre una serie de dificultades
a su sucesor, el cual, al no obtener ningn subsidio de Ciro, se vio obli
gado a solicitar la generosidad de las ciudades griegas. Calicrtidas, sin
embargo, dio un golpe maestro bloqueando a Conn en el puerto de Miti-
lene. El ateniense pudo avisar a su patria, y sta, como al da siguiente del
desastre de Sicilia, revel de nuevo su energa oculta. En un mes llegaron
a fletarse, con recursos privados, 110 trirremes; todos los elementos de la
poblacin, incluidos los esclavos, formaron las tripulaciones; y, como ya
no quedaba ms dinero, se acuaron monedas de cobre con un bao de
plata e incluso monedas de oro: sntoma de extrema miseria, puesto que
el oro, que durante esta poca no tuvo curso monetario en Grecia, slo
poda obtenerse mediante fundicin de los objetos ornamentales y de los
exvotos de los templos367. Con los refuerzos que lograron reunir en diver
sas ciudades aliadas, partieron en total 150 trirremes para intentar des
bloquear a Conn.
La batalla se libr en las islas Arginusas, junto a la entrada meridio
nal del canal que separa Lesbos del continente. Los peloponesios fueron
completamente derrotados y perdieron 75 naves y a Calicrtidas. Los ate-
357 Es destacable el hecho de que tambin Corinto acue moneda de oro en esta poca:
la penuria de plata es, por consiguiente, general.
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Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
;ss Agis haba lanzado un duro ataque contra Atenas a comienzos de ese ao, pero la
operacin fracas.
-'a Trasilo, uno de los principales autores de la restauracin democrtica, haba sido
inculpado por Teramenes; este ltimo, elegido estratego en las anteriores elecciones, haba
visto cmo su cargo era inmediatamente invalidado y particip en la batalla de las Arginu
sas slo como trierarco: hay un ajuste de cuentas entre ambas personas...
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La guerra del Peloponeso
antes que Lisandro, lleg tan slo para conocer la noticia de la cada de
Lampsaco y se dirigi de inmediato hacia la ra de la cabra (Aigos-
potamos, al norte de Sesto), desde donde no tard en venir a presentar
batalla a Lisandro, que la rechaz durante cuatro das seguidos; el recuer
do de Czico, de las Arginusas y de tantas otras ocasiones en que los ate
nienses haban demostrado su superioridad tctica le hicieron preferir la
sorpresa y la astucia a los riesgos de una batalla en formacin. Renun
ciando a cualquier iniciativa, los atenienses continuaron su estancia en
Egosptamos y sacaron sus barcos a la orilla (Jen., H ei, II, 1, 18-24).
Entonces reapareci Alcibiades. Haba acudido desde su vecina resi
dencia, y llam la atencin de los estrategos sobre los peligros de su situa
cin: la playa arenosa de Egosptamos era indefendible y la
imposibilidad de conseguir aprovisionamientos obligaba a los hombres a
merodear por los campos; sera preferible instalarse en Sesto, en donde la
flota se hallara protegida y dispondra de vveres en abundancia; adems,
si escuchaban sus consejos (y, tal vez, si le entregaban alguna porcin del
mando), un grupo de prncipes tracios, amigos suyos, iran a atacar el
campamento enemigo. Alcibiades vislumbraba aqu una ltima oportuni
dad para salir adelante -y esta fue seguramente la razn por la que los
estrategos le rogaron secamente que se ocupara de sus asuntos (Hel, ,
1, 25-26; Plut., Ale., 37; Diod., XIII, 105; Corn. Nep., Ale., 8, 3).
Las divergencias entre las fuentes no nos permiten saber cmo se pro
dujo la catstrofe (finales de agosto del 405). Segn Diodoro y determi
nadas alusiones de Lisias y de Iscrates, que inspiran ms confianza que
Jenofonte, Lisandro habra sorprendido a la flota ateniense cuando se pre
paraba a ponerse en movimiento (contra l? hacia Sesto?) y slo unos
cuantos barcos se encontraban a flote. Constituy un triunfo fcil para el
espartano: la mayor parte de las unidades atenienses cayeron en sus
manos; de las diez o veinte que escaparon, unas pocas fueron a llevar la
noticia a Atenas, mientras que el resto, con Conn, tomaron el camino del
exilio; los combatientes que pudieron, marcharon a refugiarse a Sesto, en
donde capitularon unos das ms tarde (Diod., XIII, 106; Lisias, XXI, 11;
Iscrates, XVIII, 59 s.)390.
Consciente de que Atenas se hallaba a su merced, Lisandro acab la
operacin de cerrar los Estrechos reconquistando Bizancio y Calcedn, y
liquid los ltimos residuos del Imperio Ateniense en el Egeo: todas las
ciudades se rindieron y ieron confiadas a gobiernos oligrquicos reduci
dos (las decarchas), apoyados por guarniciones peloponesias mandadas
por harmosas (gobernadores)351. Samos fue la nica que resisti392. Los
350 Jenofonte, H ei, II, 1, 27 ss., parece ms o menos novelado; su relacin de la matan
za de los prisioneros atenienses no encuentra confirmacin en otras fuentes, y nicamente
un estratego ateniense parece haber sido ejecutado por el enemigo.
351 Aunque etimolgicamente significa ajustador, el trmino harmosts designa, en el
lenguaje poltico, a aquel que asegura el orden.
352 Los samios enviaron una delegacin a Atenas para discutir las medidas a tomar. Fue
entonces cuando los atenienses hicieron por los samios lo que jams habran hecho por nin-
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La guerra del Peloponeso
da que no se hiciera trato alguno, sino que Atenas fuera destruida (deci
sin que los propios atenienses teman). Si Esparta hubiera compartido
semejante punto de vista, Atenas estaba perdida. Pero Esparta se opuso a
aquella venganza y, aunque sus razones no figuran expuestas en ninguna
parte, no es imposible adivinar algunas de ellas.
Desde luego, cabe tomar en consideracin la influencia de motivos de
carcter moral y religioso: la camaradera de combate en 480-479, la
comn pertenencia a la Anfictona dlfica, cuyos miembros haban jura
do no destruirse entre s -son elementos que la piedad espartana no poda
omitir por completo. Pero nuestra atencin debe recaer sobre todo en
motivos ms pragmticos. Ahora, cuando el desequilibrio introducido en
el mundo griego por el imperialismo ateniense quedaba ya eliminado, no
convena que fuera reemplazado por otro, y a eso habra conducido el
deseo de los corintios y de los tebanos -y en provecho de uno y de otro.
Las relaciones que unan a los tebanos y a los espartanos y los senti
mientos que ambas ciudades se prodigaban son demasiado mal conocidos
como para que podamos juzgar la repercusin del factor beocio en las
decisiones espartanas; pero la destruccin de Atenas habra ocasionado
un exagerado desarrollo de la influencia de Tebas en Grecia central, fen
meno que no poda parecer deseable a los espartanos, cuya influencia se
haba extendido por esta regin y ms al norte. En cuanto a los corintios,
los sentimientos que les tributaban los espartanos deban de ser modera
dos: desde luego, Esparta no haba olvidado el papel de Corinto en el
desencadenamiento de la guerra y el fracaso de la paz de Nicias, mientras
que su participacin en el esfuerzo de la guerra parece haber sido limita
do. Da la impresin de que el podero y la prosperidad de Corinto haban
decado en el curso de la guerra, y que la destruccin de Atenas habra
representado un inmenso provecho para la ciudad del Istmo -provecho
que quiz Esparta deseaba tanto menos concederle cuanto que Corinto
habra cosechado, gracias al mismo, un aumento de influencia dentro de
la Confederacin. Y no hay que olvidar, por ltimo, que haba en Espar
ta ciertas personas que, cual Lisandro, estaban resueltas a sustituir el
imperialismo de Atenas por un imperialismo espartano394; ahora bien, la
construccin de ese nuevo imperio no tena nada que ganar con un resur
gimiento de Corinto, ni, por tanto, con la desaparicin de Atenas: era pre
ferible conservar una Atenas desarmada, integrada en la Confederacin
peloponesia (dentro de la cual podra hacer de contrapeso a Corinto), y
eventualmente oligrquica395. Al salvar a Atenas, los espartanos no pod
an ignorar que disgustaran a sus ms importantes aliados, pero, en aquel
3,4 Lisandro no particip en las negociaciones de finales del invierno de 405/4, pero
estaba desde luego en contacto con su ciudad y resulta difcil poner en duda la impronta de
su influencia personal en el desarrollo de tales negociaciones.
355 El problema del rgimen ateniense, es decir, la supresin de la democracia, no pare
ce haber sido planteado en aquellas negociaciones. Pero es verdad que el mismo atormen
taba el pensamiento de Teramenes y de los exiliados atenienses, as como el de algunos
espartanos, entre los cuales estaba Lisandro, que en aquellas fechas haba establecido
gobiernos oligrquicos extremos en todas las ciudades.
-352-
Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
Dicha libertad raramente poda ser saboreada por otros que no fueran
los vencidos en la crisis del 411. Aquellas personas haban condenado a
la democracia por doctrinarismo o por inters, y el restablecimiento de la
democracia en el 410 no haba hecho sino confirmar su hostilidad hacia
un rgimen que les ofreca, como nico privilegio, la continuacin de sus
sacrificios. El uso dado por el demos a su recuperada soberana entre los
aos 410 y 405 no haba contribuido a reconciliarlos: las negativas lan
zadas a las propuestas espartanas despus de Czico y despus de las
Arginusas; la demagogia poltica y financiera de Cleofonte y de sus seme
jantes; la sospecha frente a quienes, mucho o poco, se haban comprome
tido en 411, y a los que el pueblo tenda a considerar como miembros de
un complot permanente contra su poder; las secuelas del cisma que haba
enfrentado a la flota con la ciudad; la inquietante crisis de histeria que
haba engendrado el proceso de las Arginusas; la resistencia heroica, pero
poco razonable, decretada despus de Egosptamos -todo eso no poda
ms que aglutinar la formacin de una coalicin confusa contra un rgi-
men que haba dado demasiados signos de desequilibrio antes de precipi
tar a la ciudad a una catstrofe sin precedentes. Aquella democracia
centenaria, confirmada por su resistencia ante los brbaros y exaltada por
su hegemona, antes de que su imperialismo la desnaturalizase al hacer
que su poder y su riqueza descansaran sobre la tirana no desmentida,
no era, semejante democracia, un rgimen,condenable? Y adems, no
estaba inapelablemente condenada desde ahora, despus de que este pro
blema, planteado ya en el 411/0, hubiese recibido entonces una respuesta
provisionalmente negativa? En el 404, esta condena agrupara a un con
junto de personas que no se hallaban mucho ms unidos que en el 411 por
un ideal o una doctrina comunes. A la especie poco numerosa de aquellos
que, durante un siglo, haban condenado el poder del demos en nombre
de una tica aristocrtica que, a cada generacin, se haba convertido en
ms caduca, se unan aquellos otros, tampoco muy numerosos, a quienes
el trasiego de ideas les haba emancipado del respeto a las tradiciones399,
y aquellos a quienes la miseria de los tiempos haba aquejado de desi
lusin respecto a un rgimen al que antao sirvieron lealmente, y sus
padres antes que ellos. Sin embargo, la democracia (o, al menos su evo
lucin a partir del 478) haba sido impulsada por la flota, por los Largos
Muros que aseguraban la utilizacin sin obstculos de aquella flota y por
el Imperio edificado merced a la misma: pero el Imperio se haba derrum
bado, los Largos Muros estaban en manos de los demoledores y la flota
-m s vala no hablar de ella, Puesto que aquella infraestructura del
rgimen ya no exista, se poda y se deba conservar el rgimen, o, segn
algunos, no era sta la ocasin soada para deshacerse de l? La paz haba
impuesto a los atenienses contentarse con su territorio propio: en el
Sparta and the Thirty tyrants, Ane. Soc., XIII-XIV, 1982-1983, pp. 105 ss.; H.J. Gehrke,
Stasis. Untersuchungen zu den inneren Kriegen in den griechischen Staaten des 5. und 4.
Jh. v. Ch., Munich, 1985.
m Infra, p. 494.
-354-
Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
-355-
La guerra del Peloponeso
Desde el principio? Diodoro, XIV, 3, 6-7, nos describe las reticencias del atenien
se a la operacin: quiz slo la admiti despus de la intervencin de Lisandro... El episo
dio no constituye sino un equvoco ms sobre el comportamiento de este habilidoso hombre.
405 Tan slo Lisias, loe. cit., nos indica el escenario del golpe de Estado. La lista de los
Treinta figura en Jenofonte, H ei, II, 3, 2 (pasaje interpolado).
-356-
Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
4W Cleofonte haba sido una de las primeras vctimas de los oligarcas, condenado y eje
cutado fechas antes del cierre de la paz.
- 357 -
La guerra del Peloponeso
fuera de la ley. Arrancado del mismo altar junto al que se haba refugia
do sin que nadie se atreviese a moverse, Teramenes termin su carrera de
poltico marrullero, pero al final valiente, bebiendo la cicuta a la salud de
Critias (Jen., H ei, II, 3, 11 ss.).
Fuera de Atenas, sin embargo, el viento se volva contra los Treinta.
Los horrores narrados por los refugiados apiadaban incluso a quienes
haban sido peores enemigos de Atenas. Por lo dems, los clculos segu
an su curso: en Tebas, ciudad en donde la negativa espartana a destruir
Atenas haba hecho nacer una corriente laconfoba, algunas personas
sopesaban las ventajas de una democracia ateniense restaurada con el
apoyo beocio. En la propia Esparta, la influencia de Lisandro iba en des
censo. El vencedor haba vuelto al mar en el verano del 404 para prose
guir en Tracia la edificacin del imperio con el que proyectaba sustituir
al que haba derribado405 -pero las operaciones de esta naturaleza indis
ponan siempre a un alto porcentaje de espartanos, pues con ello se corra
el peligro de perder de vista los problemas peloponesios, as como de
favorecer el surgimiento de personajes demasiado poderosos: lo que anta
o se haba alegado contra Pausanias poda aducirse, ahora, contra Lisan
dro. Adems, el imperio de Lisandro era an ms opresivo que el de los
atenienses: haba sido para llegar a esa meta por lo que se haba desple
gado, veintiocho aos antes, la bandera de las libertades helnicas? En
definitiva, parece que junto a los dos reyes, a quienes Lisandro haca som
bra, los foros electos para el 404/3 estaban poco decididos a continuar
con la experiencia oligrquica ateniense, pues no resultaba fcil apreciar
qu beneficio se desprendera de ello para nadie. Pero fue desde Tebas,
ciudad en la que se hallaba refugiado Trasbulo, desde donde la operacin
se puso en marcha.
En otoo, Trasbulo vino con 700 hombres a apoderarse de File, situa
da en los contrafuertes meridionales del Pames, y el mal tiempo impidi
a los Treinta desalojarlos. Cuando los hombres de File, cuyos efectivos
crecieron de da en da, fueron un millar, marcharon contra el Pireo: los
oligarcar haban acumulado all a una muchedumbre de ciudadanos pri
vados de sus derechos y las posibilidades de un golpe de mano eran supe
riores que en Atenas. Pero como el nmero todava estaba a favor de los
oligarcas, los demcratas se establecieron en Muniquia, en donde se enta
bl la pelea: Trasbulo gan esta batalla callejera en la que perdieron la
vida Critias y Crmides. El desencanto y la disensin hicieron presa en
los Tres Mil, quienes no obstante se pusieron de acuerdo para deponer a
los Treinta (que se refugiaron en Eleusis) y reemplazarlos por un nuevo
Comit de diez miembros (diciembre del 404). Comenz as la guerrilla
entre Atenas y el Pireo.
Mientras que los oligarcas no vean ms tabla de salvacin que Espar
ta, estallaron las diferencias entre los espartanos: en efecto, Lisandro
405 Fue durante estas operaciones cuando Alcibiades debi escapar al Quersoneso: se
refugi junto a Farnabazo, que se dej convencer para asesinarlo.
-35 8 -
Del desastre de Sicilia a la cada de Atenas
logr an ser enviado a Eleusis, desde donde contaba con reducir al Pireo.
Pero apenas haba dado media vuelta cuando Pausanias persuadi a los
foros del peligro que encerraba la poltica de Lisandro; as pues, envia
ron a su vez al rey espartano al frente de un ejrcito aliado -(comienzos
del verano del 403). Slo los corintios y los beocios se negaron a formar
en la expedicin: puesto que Esparta haba rehusado destruir Atenas, nin
guno de estos dos estados deseaba que la ciudad vencida cayese ahora
bajo la autoridad excesivamente estricta de los lacedemonios, ya fuera la
de Lisandro o la de Pausanias. Las fisuras que atravesaban el campo de
los vencedores, e incluso el de los propios espartanos, iban a salvar a la
democracia ateniense.
Deseoso, principalmente, de arruinar la autoridad de Lisandro, Pausa
nias se haba inclinado a favorecer en secreto a las gentes del Pireo. Y aun
que no ces de combatir a estos demcratas, que le obligaron a consumir
ms energas de las que calculaba, negoci con ambos bandos y acab por
hacer viable un compromiso. Se proclam una amnista general, de la que
solamente quedaron excluidos los supervivientes de los Treinta y los Diez
del Preo, as como el colegio de los Once406; los irreductibles seran libres
de ir a instalarse en Eleusis, un lugar que los Treinta haban transformado
en una ciudad independiente407. Las gentes del Pireo alcanzaron Atenas
despus de la marcha de los peloponesios. Una vez celebrado un sacrificio
solemmne, Trasbulo exhort a la ciudad a la concordia y las instituciones
democrticas fueron restauradas (Jen., H el, , 4).
Se haba pasado una pgina de la historia, cuyas ltimas lneas fueron
sangrientas408. Aquel sombro fin de siglo afectaba al mundo griego por
entero, pues, polticamente hablando, constitua un campo en ruinas. Del
prestigioso edificio del Imperio Ateniense no quedaba ni un solo vestigio,
pero el triunfo de quienes lo haban destruido parece, de entrada, dudoso:
al perder la partida ante los muros del Pireo, Lisandro vea diluirse su
sueo de una talasocracia espartana, y el nuevo curso que acabar toman
do la poltica egea de su ciudad no la conducir a un incremento de su
prestigio y grandeza. La Confederacin peloponesia, que a lo largo de
todo el siglo ha dado muestras de un equilibrio precario, es ms frgil que
nunca y el mal humor de los tebanos y de los corintios, que ya les con
duce a mirar con mejores ojos hacia Atenas que hacia Esparta, permite
presentir cules sern las constelaciones polticas en un futuro prximo.
Por ltimo, en la propia Esparta, ms profundamente herida de lo que nos
deja ver el secreto con que se rodea, imperan las discrepancias en cuanto
a la conducta seguida despus de la cada de Atenas: nada ms regresar a
su patria despus de reconciliar a los atenienses, Pausanias fue acusado
-359-
La guerra del Peloponeso
405 Ahora se reemprendi, hasta llevarla a trmino, la codificacin de las leyes, inicia
da en el 410 (supra, p. 342).
LIBRO SEGUNDO
410 Los documentos figurados exigen, por definicin, el comentario del discurso escri
to, al que se limitan a ilustrar de forma concreta, y secundaria.
-363-
El mundo griego y el Oriente
-364-
Interludio: de los acontecimientos a la civilizacin
-365-
El mundo griego y el Oriente
-366-
Interludio: de los acontecimientos a la civilizacin
ciso hacer hablar por seas: es cierto que vamos entendindolos cada vez
mejor, sin que seamos por ello capaces de hacer historia a partir sola
mente de tales seas. Es natural que se diga que la historiografa antigua
no permite por s sola ms que construir un esqueleto de historia; pero la
arqueologa por s sola no permite ms que bosquejar un fantasma de his
toria. Por desgracia, slo en raras ocasiones resulta posible aunarlas. En
resumen, excepto en Atenas y algunos lugares privilegiados, el ro de que
hablamos se pierde muy a menudo entre la arena, o se reduce a unos cuan
tos hilillos, ligeros, cuando no a unos pocos charcos. Y esto debe bastar
para precaver al historiador de la tentacin de las generalizaciones sim-
plificadoras.
Ante estas mltiples dificultades, que afectan a la naturaleza de las
cosas, nos queda por elegir un campo de accin, situacin que no cabe
justificar con ningn mtodo satisfactorio. Frente a una materia inmensa
e inestable, estamos condenados a la bsqueda de un remedio para salir
del paso, puesto que, si nuestra mente (inteligencia e imaginacin) es apta
para concebir la totalidad de esa materia en sus diversas dimensiones,
nuestro lenguaje no tiene capacidad para reflejarla sin partirla en trozos.
Como historiadores, no es posible desdear el tiempo: un cuadro est
tico del siglo v sera un contrasentido, y quienes se han arriesgado a rea
lizarlo no han podido evitar con frecuencia quedar deslumbrados por ese
momento privilegiado que' fueron los aos de la vspera de la guerra del
Peloponeso -en Atenas-. Pero no es posible ordenar toda nuestra visin
del siglo V en tomo al Discurso Fnebre pericleo, documento engaoso
que representa un poco el verweile doch, du bist so schon de Pericles.
Pero aqu no cabe hablar de un problema de verweilen: la civilizacin
griega de los aos 430 (y tampoco, en especial, la ateniense) ya no es tan
idntica* a la de finales del siglo como la de los aos quinientos no haba
sido idntica a la de los das posteriores a las Guerras Mdicas.
Recurrimos, pues, a una periodizacin? Esta operacin, que se ha
intentado a menudo, seria legtima, e incluso podra considerarse que el
ideal consistira en establecer algunas estaciones que correspondiesen,
por ejemplo, a los cuatro momentos evocados ahora mismo, lo que per
mitira a la vez recalar en todos los terrenos y sealar las evoluciones.
Pero ese procedimiento tambin sera ilusorio, puesto que, ya lo hemos
indicado, nada avanza al mismo paso, ni en un mismo sitio, ni de un lugar
a otro. Aunque permitira definir las tonalidades de una sucesin de po
cas, este mtodo ocasionara confusiones y repetidores intiles. Si bien
renunciamos a tal procedimiento, no obstante no lo abandonaremos sin
detenemos en l un instante, pues los perodos del siglo v ocupan un
lugar demasiado destacado en el pensamiento histrico moderno como
para que podamos pasarlos en silencio.
Las reflexiones sobre la periodizacin del siglo v no son sino un
aspecto de aquellos que no han cesado de desarrollarle en torno a la
nocin de clsico. No entraremos aqu a detallar una serie de debates,
a menudo abstractos, diluidos a veces en un verbalismo poco adecuado
para clarificar las realidades, que han rodeado la elaboracin de este con
-367-
El mundo griego y el Oriente
-36 8 -
Interludio: de los acontecimientos a la civilizacin
-369-
PRIMERA PARTE
m Hay que conservar el trmino griego ethnos, que emplean los autores griegos: los
trminos modernos tribu, Estado tribal, federacin tribal, deben evitarse desde el
momento en que provocan representaciones impropias.
-373-
Introduccin
41 Infra, p. 455.
-374-
CAPTULO PRIMERO
-375-
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
dica de Tracia), 30 (Beoda), 34 (Rodas). Sobre villa y ciudad: R. Lonis, Astu et polis.
Remarques sur le vocabulaire de la ville et de FEtat dans Ies inscriptions attiques, Ktma,
V in, 1983, pp. 95 ss. Para los puntos de vista marxistas sobre los problemas de las ciuda
des en la poca clsica, vid. las numerosas contribuciones recogidas en E.C. Welskopf (ed.),
Hellenische Poleis. Krise-Wandlung-Wirkung, 4 vol., Berln (Akad.), 1974; E. C. Welskopf,
Soziale Typenbegrijfe im alten Griechenland..., Bd. 3: Untersuchungen ausgewahlter alt-
griechische soziale Typenbegrijfe, Berln (Akad.), 1981.
415 Supra, p. 263.
416 Supra, p. 173.
417 Cf. supra, pp. 209 ss., la expansin territorial de Siracusa en tiempos de los tiranos;
mencionemos tambin la desaparicin, en tanto poleis, de Micenas y de Tirinto, anexiona
das por Argos hacia el 468.
-376-
Polis politeia: generalidades
-377-
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
42 Esta distincin no deja de ofrecer ambigedades: polis tuvo primero un valor topo
nmico (la ciudadela), y en Atenas, por ejemplo, ese sentido se ha conservado para designar
a las Acrpolis (es decir, la polis alta); cuando un decreto debe ser publicado em polet,
esto significa en la Acrpolis. De ah que, tambin en el caso de Atenas, la oposicin
entre poblacin baja (asty) y poblacin alta (polis) sea trivial. La ambigedad, para ser
exactos, concierne sobre todo a as tos, el habitante de una ciudad, que, en algunos textos,
parece ms o menos sinnimo de poltes, el ciudadano; pero polites nunca significa
habitante de una ciudad. Esta ambigedad procede del hecho de que, en muchos casos, el
desarrollo urbano alrededor de la sede de los rganos del Estado condujo a una confusin
entre ambos aspectos de la ciudad, el de centro poltico y el de crculo econmico-so ci al. En
cuanto al trmino ciudad, mediante el que generalmente se traduce polis, es por desgra
cia equvoco desde el momento en que el uso comn le otorga el sentido de aglomeracin
urbana. La ecuacin polis ciudad es, as, pues, convencional.
a- A falta de documentos, nunca hay posibilidad de establecer cifras absolutas: en el '
momento en que la poblacin del tica alcanza su punto mximo (o sea, en vsperas de la
guerra del Peloponeso), las estimaciones ms razonables soportan una incertidumbre del
orden de la decena de millar para los ciudadanos y de la centena de millar para el total de la
poblacin. Dichas incertidumbres adquieren toda su importancia si consideramos que el
tope superior que podemos asignar a los ciudadanos es de 40.000, y algo ms de 300.000
para la poblacin total, e incluso tales cifras deberamos quiz de reducirlas a 35.000 y
200.000. El tica es entonces la regin ms poblada de Grecia...
-378-
Polis y politeia: generalidades
-379-
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
424 Estas palabras no rezan para los tiranos, quienes, por diversas razones, aunque siem
pre muy claras, fabricaron hornadas de ciudadanos, como hemos visto en Sicilia. Tampoco
seran aplicables en pocas ms tardas, en unos momentos en que una serie de ciudades que
estaban, desde el punto de vista financiero, en situacin desesperada, comerciaron habitual
mente con su politeia -tambin, a veces, para reconstruir un cuerpo cvico que se hallaba en
vas de extincin.
- 380 -
Polis y politeia: generalidades
decreto ateniense del 451, que reserva la politeia ateniense a los hijos
nacidos de padre y de madre ateniense tiene quiz la siguiente explica
cin: al final de un perodo durante el cual los derechos ms esenciales
haban sido concedidos a todos los atenienses, cuyo nmero se haba
incrementado notablemente, era llegado el momento de introducir res
tricciones... Las preocupaciones del pueblo cvico jams obsesionaron
a los griegos: la preocupacin inversa parece haber sido mucho ms real.
-381 -
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
- 382 -
Polis y polieia: generalidades
-3 83 -
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
- 384-
Polis y politeia: generalidades
-38 5 -
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
<3 Antes, sin embargo, de que la crtica racionalista viniese a minar la conviccin en la
trascendencia del Nomos y en su carcter absoluto: cf. infra, p. 434.
4S Infra, p. 434.
4J7 Cf. la prosopopeya de las leyes en el Critn de Platon (50 ss.), e infra, p. 436.
- 386 -
Polis y politeia: generalidades
458 Convendra aadir: y en las relaciones entre poleis. Pues la aspiracin a la hegemo
na deriva asimismo de ese deseo de ser los primeros, y el Discurso fnebre de Pericles
no es otra cosa sino una exaltacin de la primaca de Atenas. En el mismo orden de ideas,
los vencedores en los juegos panhelnicos triunfan no tanto a ttulo individual cuanto como
representantes de su ciudad, y su gloria recae sobre su comunidad entera; Pndaro, en los
Epinicios, nunca deja de exaltar a la polis del vencedor.
435 El ideal de isonoma fue aristocrtico antes de ser democrtico: cf infra, p. 402.
-387-
El marco poltico de la civilizacin griega en el siglo v
- 388-
Polis > politeia: generalidades
-389-
CAPTULO
CIUDADES OLIGRQUICAS
Segn Tucdides, I, 19, los espartanos habran procurado que las ciu
dades de su alianza estuviesen siempre regidas por oligarquas: declara
cin de carcter general, cuya aplicacin desarroll Lisandro
intensamente a finales de la guerra del Peloponeso, pero que apenas figu
ra reflejado en nuestras fuentes. No hay duda de que la estructura econ
mica y social de las ciudades rurales del interior del Peloponeso favoreca
esta tendencia, pero ya hemos visto que la influencia de Argos y de Ate
nas poda estimular eventualmente en ellas algunas aspiraciones demo
crticas. Y, a la inversa, la apertura martima de un aliado de Esparta no
era en absoluto para que la oligarqua fuese el rgimen imperante, sin
necesidad de que Esparta, segn parece, se viera obligada a sostenerlo.
-390-
Ciudades oligrquicas
Tal es el caso de Corinto, que estaba gobernada por una oligarqua sobre
la que las fuentes tardas nos informan mal: el cuerpo cvico parece haber
estado distribuido en ocho phylai (al igual que su territorio en ocho dis
trito s-mere), cada una de las cuales facilitaba nueve buleutas (elegidos?)
y un proboulos (por cooptacin?), a fin de constituir una Boul de 80
miembros. La restringida cifra total de este Consejo, la existencia de una
Comisin de probouloi441. La ausencia de cualquier referencia a una
asamblea popular (halia?), son un conjunto de datos que atestiguan el
carcter oligrquico de las instituciones, como lo testimonia el elogio
hecho por Pndaro, 01, , 6 ss., de la eunoma corintia, de ese ideal de
orden, de armona y de jerarqua aristocrtica -aunque sea imposible
sealar hasta que punto la oligarqua corintia segua manteniendo una
sustancia aristocrtica448.
Aliada asimismo de Esparta, Tebas, otra ciudad rural, era tradicional
mente aristocrtica- oligrquica, pero su rgimen conoci diversas vici
situdes en el curso del siglo V. En el ao 427, un tebano declara que en el
480/79 el rgimen de nuestra ciudad se hallaba tan alejado de la oligar
qua isonmica como de la democracia: quiero decir que, en virtud de sus
leyes, era asimismo opuesto al rgimen ms sensato, y lo ms prximo
posible a la tirana, pues los asuntos pblicos se encontraban en poder
(dynasteia) de un pequeo grupo de ciudadanos (Tucd., III, 62, 3). Esta
oligarqua restringida fue barrida, sin duda, a raz de la derrota de los per
sas, a quienes se haba unido. Pero Tebas continu siendo oligrquica,
puesto que los atenienses les impusieron (sin xito) la democracia en el
457449. n cuant0 a ia nocin de oligarcha isonomos, que representa el
rgimen ms sensato, ha hecho correr mucha tinta. Sabemos que la
nocin de isonoma puede encerrar una connotacin tanto democrtica
como (lo que sucede aqu) oligrquica450. Es probable que en el 427 cali
fique al rgimen que estaba entonces vigente en Tebas, y que adoptaron
conjuntamente todas las ciudades beocias en el 447, cuando se fund su
Confederacin451. Sabemos por Hell. Oxyrrh., XVI (XI), que dichas ciu
dades estaban regidas cada una por una Boul dividida en cuatro seccio
nes, cada una de las cuales se hallaba en funciones durante una cuarta
parte del ao, proponiendo proyectos al pleno de la Boul, que tomaba las
decisiones. Esquema anlogo al de las pritanas atenienses, pero cuyo
-391-
La civilizacin griega en el siglo v
451 Como las ciudades beocias eran muy desiguales, el nmero total de miembros de su
Boul era, sin duda, variable.
455 Como parece haber sido el caso del can de los Neleidas de Mileto, con el que los
atenienses contemporizaron antes de expulsarlos, en el 445, segn se cree.
454 En la extremidad oriental de la isla, los Eteocretenses (verdaderos cretenses) eran
descendientes de los primeros ocupantes.
-392-
Ciudades oligrquicas
455 Eso puede contribuir a explicar que jams se rebelaran -pero su tranquilidad obede
ce tambin, ciertamente, al hecho de que estaban ms estrechamente vigilados, por ciuda
des prximas unas a otras y que tenan todas el mismo inters en verles mantenerse en
calma.
456 E l kosmos hiarorgos posee una competencia sacerdotal; el kosmos ksenios posee
jurisdiccin sobre los no ciudadanos.
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La civilizacin griega en el siglo v
.-PROBLEMAS ESPARTIATAS*51
-394-
Ciudades oligrquicas
-395-
La civilizacin griega en el siglo v
-396-
Ciudades oligrquicas
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La civilizacin griega en el siglo v
cuanto poseen los particulares en Lacedemonia; pues, a lo largo de varias generaciones, oro
y plata entran en su pas..., y jams salen de l... Y as, no puede dudarse de que aquellas
gentes sean las ms ricas entre los griegos en oro y plata... (Alcibiades, 122 e-123 a). Sin
embargo, debemos guardamos de tomar estas palabras al pie de la letra.
,66 Orden, ordenacin: el trmino comprende a la vez las instituciones y el estilo
de vida de los espartiatas, y expresa su buena legislacin (eunoma).
467 Los inferiores constituyen una categora compleja, que incluye, junto a los espartia
tas venidos a menos, a varios grupos difciles de definir: los neodamodeis son considerados,
por lo general, como hilotas manumitidos, pero hay constancia de hilotas manumitidos que
no son neodamodeis; los mothakes son inferiores admitidos a la agog, pero es difcil saber
si eran hijos de espartiatas venidos a menos o hijos de padre espartiata y de madre hilota...
-Lisandro habra sido un mothax (?).
<6S Este fenmeno, concomitante de la decadencia de los homoioi, estallar en el 397,
fecha de la conspiracin de Cinadn e intento de golpe de Estado de los inferiores.
- 398-
Ciudades oligrquicas
465 La venta del kleros continuar siendo ilegal a finales del siglo iv.
470 El calificativo epcleras, dado a las hijas de estas familias, expresa su funcin de
transmisoras del kleros.
471 La prctica del epiclerato es comn a toda Grecia. En Atenas, ia hija epclera deba
casarse con su pariente ms prximo o, en su defecto, con un extrao a la familia, designa
do por el arconte: este marido, cuya nica funcin consista en procrear un nieto para su sue
gro y administrar sus bienes hasta ia mayora de edad del nio, no legaba sus propios bienes
a su hijo. Parece que en Esparta, al contrario, como suceda en Creta (Gortina), el hijo de
una epclera heredaba tambin los bienes de su padre (cuando aqul dispona de algunos),
cosa que favoreca la concentracin de fortunas.
472 El maltusianismo espartano debe ser relacionado con este proceso: aunque ofi
cialmente se favoreci la procreacin, los espartiatas practicaban normalmente la restriccin
de nacimientos, sobre todo mediante la poliandria (varios hermanos que tomaban por espo
sa a una misma mujer).
- 399-
La civilizacin griega en el siglo v
- 400 -
CAPTULO II
LAS DEMOCRACIAS
-401 -
La civilizacin griega en el siglo V
- 402-
Las democracias
477 Debe advertirse que el trmino existe en el vocabulario poltico ateniense, pero para
designar las funciones personales del demarchos, del jefe del demos, del alcalde de aldea.
4,8 Supra, p. 159.
m Supra, p. 132.
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La civilizacin griega en el siglo v
-404-
Las democracias
pp. 54 ss.; id., Athenian leadership, expertise of charisma, Studies McGregor, Locust
Valley, 1981, pp. 153 ss.; R. Thomsen, War tasex in classical Athens, Armes et fiscalit
dans le monde antique, Paris, 1977, pp. 135 ss.
4S1 Sobre la reforma de Clstenes, supra, p. 58. Sobre la evolucin del reclutamiento de
los arcontes, pp. 92, 147. Sobre la reforma de Efialtes, p. 131. Sobre la limitacin del dere
cho de ciudadana, p. 380. Sobre los estrategos, p. 243.
482 Reina tambin la incertidumbre respecto a la reparticin social de esta cifra total.
Contamos con algunas indicaciones numricas para los hoplitas, es decir, para las tres pri
meras clases censuales (pentacosiomedimnos, caballeros, zeugitas): son alrededor de 9.000
en Maratn; 8.000 en Platea (pero en ese mismo instante hay hoplitas enrolados en la flota);
Tucdides enumera 13.000 hoplitas y 1.000 caballeros en servicio activo en el 4 3 1 (a los que
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La civilizacin griega en el siglo v
debemos aadir la reserva de las clases de mayor edad); los Cinco Mil hopla parecho-
menoi del 411 acabaron siendo, por ltimo, 9.000 (supra, p. 337). En cuanto a los iheles,
que servan en la flota, nunca ha sido posible contabilizarlos. Debe advertirse, sin embargo,
que fue preciso recurrir a los aliados para poblar la flota del 480, y asimismo que aparecen
de nuevo mercenarios, e incluso esclavos, en las chusmas de la marina ateniense de fines de
siglo. Todos los intentos realizados, partiendo de estas cifras inseguras, para obtener la cifra
total de la poblacin cvica ateniense (mujeres y menores de edad incluidos), son tambin
inciertas, puesto que no sabemos cul era la media de una familia ateniense.
453 Dicha proporcin y composicin se modificaron durante aquellos perodos de la
guerra del Peloponeso en que los territorios rurales fueron evacuados y el conjunto de la
poblacin cvica qued replegado en las aglomeraciones urbanas de Atenas y del Pireo.
Las elecciones para el cargo de estratego se celebraban en la primera pritana, des
pus de la sexta, en que los presagios eran favorables (Aristt., A.P., 44, 4), lo que impli
cara, de forma bastante sorprendente, que podan diferirse hasta el mismo verano, tiempo
ya de campaas militares... Sobre la divisin del ao en pritanas, supra, p. 65.
445 Ignoramos si la regla de cuatro asambleas por pritana, atestiguada en el siglo iv, exis
ta ya en el siglo v: ei hecho de que, a partir de la segunda mitad del siglo v, la primera Ekkle
sa de cada pritana fuera llamada principa! (kyra) sugiere que, en pocas anteriores, era la
nica. La Boul poda convocar Asambleas extraordinarias cuando la situacin io exiga.
486 A no ser la broma grotesca de Aristfanes, Cab., 624 ss.
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Las democracias
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Las democracias
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La civilizacin griega en el siglo v
alguna incapacidad jurdica). Por otra parte, a su salida del cargo todo
magistrado tiene que rendir cuentas490, de su gestin financiera (ante una
comisin de la Boul) si tuvo fondos que administrar, morales y jurdicas
si alguien le acusaba de haber faltado a sus deberes. Por ltimo, a lo largo
del ao podan efectuarse una serie de controles. En el siglo IV (pero
suceda ya as en el siglo v?), la Ekklesa se pronunciaba, mediante un
voto a mano alzada, sobre la gestin de todos los magistrados al comien
zo de cada pritana (Aristteles, A.P., 43, 4; 61, 2): el magistrado que no
obtena su descargo, era llevado ante la justicia. Pero adems, todo ciu
dadano que estimara que un magistrado haba cometido una ilegalidad
poda presentar una acusacin especial, la eisangela, que era sustanciada
bien por la Ekklesa, bien por un tribunal popular. Este procedimiento,
cuyos orgenes son mal conocidos, fue utilizado contra Pericles en el 430,
y luego contra los estrategos de las Arginusas. Es ste un procedimiento
esencialmente democrtico, que permita al primero que llegase, en
defecto de un ministerio pblico, instituirse en defensor de la ley contra
quienes estaban encargados de aplicarla.
As pues, resulta que, como la soberana del demos exclua por defi
nicin cualquier poder personal (c f Tucd., 89,4), todos los caminos que,
mediante el ejercicio de un cargo pblico, habran podido conducir a ejer
cerlo, se hallaban bloqueados. La nica va abierta para aquellos a quie
nes no satisfaca el ejercicio, a menudo oscuro, oneroso y agobiante, de
unas funciones estrechamente vigiladas, era el camino real de la elocuen
cia; y el nico poder personal es el del ciudadano que, en posesin de
un proyecto poltico, se muestra capaz de persuadir al demos a que utili
ce su soberana para aplicar dicho proyecto en el marco de la legalidad.
Poder precario y del que nadie haca uso sino a su propia costa y riesgos
-aunque tambin, a veces, a costa y riesgos del demos.
Lo que, a cada paso de su andadura, se alzaba ante el ciudadano que se
aventuraba en la vida pblica, era el espectro de la justicia popular, que
cualquier individuo poda poner en movimiento491. No entraremos aqu en
detalles acerca de la maquinaria judicial ateniense (por lo dems, mal cono
cida en el siglo v), cuyo nico fin no era, evidentemente, la defensa de la
legalidad pblica492: trataremos, ms bien, de realzar los principios propios
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Las democracias
de esa justicia que son necesarios para la comprensin del rgimen demo
crtico. El primer embate se haba dirigido contra los privilegios judiciales
de las magistraturas aristocrticas, mediante la institucin por Soln de una
justicia popular, y lo mismo da que sta funcionara en apelacin o en pri
mera instancia y que el tribunal popular de la Heliea se distinguiera ya o no
de la Ekklesa (son dos temas discutibles). No hay posibilidad de seguir la
evolucin del sistema, entre Soln y el siglo V. Pero, a partir del momento
en que disponemos de algunas ideas generales sobre la justicia en el siglo
V, se comprueba que la misma combina algunas reliquias de la maquinaria
judicial arcaica con las instituciones democrticas, y que la evolucin mar
cha con claridad hacia una creciente preponderancia de estas ltimas -o
mejor dicho: de su soberana. Si hay una relacin necesaria entre las ins
tancias que definen la ley y las instancias encargadas de hacerla respetar,
resultaba inevitable que, desde el mismo da en que fue lesgilador sobera
no, el demos se convirtiese tambin en soberano justiciero y que la autori
dad suprema en materia de justicia escapase de las manos a esa minora que
abasteca las magistraturas y el Arepago. O, por lo menos, se le escapaba
casi completamente: pues, por una parte, hubo una serie de campos que no
se decidieron a tocar, por ejemplo el mbito de lo sagrado, el de los delitos
de sangre, etc., y que fueron abandonados a esos fsiles judiciales que son
el Arepago, precisamente, y otros tribunales mal conocidos (el Paladio, el
Delfinio, Freatis, etc...), que eran escenario de procedimientos arcaicos y a
veces irracionales493; pero, por otra parte, por razones de comodidad, una
serie de causas mnimas, que respondan a lo que nosotros llamamos jueces
de paz o simple polica, quedaban confiadas slo a los magistrados, con las
limitaciones definidas por la ley494. En cuanto a todo lo dems, la jurisdic
cin popular tenda a captar para s el mayor nmero de asuntos, y los
:magistrados no intervienen en los mismos sino en virtud de su hegemona,
que no consiste ms que en recibir las causas, instruirlas y presidir las
audiencias, cada magistrado en el mbito de su competencia495, pero ya no
se les permite juzgar.
La identidad entre la jurisdiccin popular y la Ekklesa se deduce de
tres hechos: en primer lugar, de su nombre, la Heliea, que en algunas ciu
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La civilizacin griega en el siglo v
La media de edad deba de ser bastante elevada: los heliastas de las Avispas son una
serie de viejos a quienes atrae el misthos. Ntese que la cifra de 6.000 es la misma que se
exiga en la Ekklesa para determinados asuntos: la Heliea reuna, por lo general, mayor can
tidad de gente que la Ekklesa, contribuyendo a vaciar esta ltima.
' i91 Los tribunales (que comprendan, en general, de 201 a 1.501 jueces) eran menos
numerosos para los casos privados, ms numerosos para los pblicos, y, dentro de cada una
de estas dos categoras, variaban segn la importancia del caso. La constitucin de los tri
bunales (cuyos miembros eran sacados a suerte para cada audiencia) y la distribucin de las
causas entre ellos eran competencia de los tesmotetes.
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Las democracias
siente investido con un poder colectivo real, mientras que los campesinos
de la Paz se desaniman porque los asuntos tratados en la Ekklesa les
superan (615 ss.) El carcter ms restringido de los tribunales, ms limi
tado de las causas deferidas ante los mismos, ms ordenado de los deba
tes, no explica todo eso que los asiduos a las sesiones soberanas del
demos prefiriesen los tribunales populares (retribuidos!) a la Asamblea,
y que una irresistible evolucin fuera ampliando sin cesar las competen
cias de la Heliea? Decamos antes que la Ekklesa y la Boul no podan
concebirse una sin otra: hay que aadir a la Heliea entre las obras vivas
de la democracia ateniense. Precisamente a propsito de la justicia popu
lar escribir Aristteles que cuando el pueblo es dueo del voto, es
dueo de la politeia (A.P., 9, 1).
Con esta misma perspectiva sobre el espritu y el funcionamiento de
la democracia daremos una ojeada, para acabar, al sistema financiero ate
niense. Sistema confuso que se desarroll al azar, sin que ninguna legis
lacin global viniera nunca a introducir coherencia en el mismo. La
misma nocin de presupuesto, es decir, de una evaluacin equilibrada de
los ingresos y de los gastos en el ao venidero, ni siquiera existe. Ade
ms, la organizacin financiera de Atenas (la nica de Grecia que cono
cemos, a grandes rasgos, en esta poca) se presenta como sectorial, lo
que traduce la ausencia de nico tesoro: los fondos de que puede dispo
ner la comunidad estn repartidos en una serie de cajas, de las que el
tesoro pblico (to demosion) no es ms que una entre varias, alimenta
das por los recursos propios de cada una de ellas, destinados a gastos
especiales -pero se podan establecer conexiones entre ellas mediante un
sistema de prstamos a inters. El sector ingresos-gastos ms antiguo era
el de los cultos (financiacin de los sacrificios, mantenimiento de los tem
plos): cada divinidad posea sus ingresos, que procedan sustancialmente
de sus propiedades territoriales (arrendadas a particulares) y que eran
abonados en unas cajas cuya gestin estaba confiada a dos colegios de
tesoreros (tamiai), los tesoreros de Atenea y los tesoreros de los otros
dioses493. En cuanto al tesoro pblico, que administraban los kolakre-
taim , estaba alimentado por los ingresos nacionales: minas, peajes500,
tasas diversas, multas, tasa de residencia de los metecos (metoikion), pro
ducto de la venta de bienes confiscados, etc. Por ltimo, no debe olvidar
se que a partir del da en que el tesoro federal de los Helenotamas fue
495 Los tesoreros eran reclutados entre los Pentacosiomedimnoi: su fortuna personal
garantizaba no slo su competencia financiera (cf. Tucd., VI, 39, 1, ejemplo que concierne,
es verdad, a Siracusa), sino tambin su solvencia en caso de incidentes en la gestin...
499 Obsrvese que tanto tamas como kolakretes proceden de la lengua de ios sacrifi
cios: son, originalmente, quienes cortan y distribuyen las partes de la vctima.
500 Los yacimientos mineros, propiedad del demos, eran arrendados a explotadores pri
vados; la adjudicacin de las explotaciones y el pago de los arriendos se efectuaban en la
Boul, segn un procedimiento que nos informa, en el siglo iv, Aristteles, A.P., 47, 2. Los
peajes (de un 1 por 100 sobre todos los bienes que entraban y salan) eran asimismo objeto
de arriendo.
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La civilizacin griega en el siglo v
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Las democracias
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La civilizacin griega en el siglo v
algo all: pero no cabe proceder a grandes cambios sin amputar a la pro
pia democracia (III, 8). Esos temas de poca monta sern abordados en
el siglo IV con arreglo a los cambios que se han producido en las condi
ciones generales. Pero lo esencial era slido: la democracia no era es
locura reconocida, segn la habra considerado Alcibiades (Tucd., VI,
89, 6).
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Las democracias
507 El nmero de estrategos no parece haber sido fijo: en el 415 se decide elegir tres;
ms tarde, sern quince.
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La civilizacin griega en el siglo v
5(111 Sobre las circunstancias del advenimiento de Dionisio, vid. el volumen siguiente.
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CAPTULO IV
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La civilizacin griega en el siglo v
510 Remitimos, asimismo, a cuanto hemos sealado supra, p. 218, sobre la misteriosa
zona de influencia crotoniata en Italia meridional y sobre los Estados territoriales que cons
tituyeron los tiranos de Siracusa, de Acragante y de Regio (pp. 208 ss.). No parece que
podamos hablar, en este caso, de federaciones de Estados, ni de Estados federados.
511 Lo que corresponde al sentido etimolgico de anarcha: ausencia de mando, o de
autoridad suprema.
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Los estados federales en el siglo v
512 Tucd., IV, 78, 2-3: ... la masa (plethos) de los tesalios haba sido siempre favora
ble a los atenienses; de tal manera que si la tradicin regional tesalia hubiera sido la isono-
ma en lugar del poder personal (dynasteia), Brasidas nunca habra podido pasar; e incluso
entonces..., hubo una serie de personas, de bando opuesto ai de sus guas, que salieron a su
encuentro... para impedirle pasar y le dijeron que estaba cometiendo una falta al seguir su
ruta sin el acuerdo previo de la Asamblea general -en caso de que to panton koinon sea
dicha Asamblea. Sobre este episodio, supra, p. 301.
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La civilizacin griega en el siglo v
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Los estados federales en el siglo v
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CAPTULO V
515 O b r a s d e c o n s u l t a - Las obras generales sobre la teora poltica griega con gran
frecuencia slo tratan del siglo v como una introduccin al siglo rv, y ello de forma suma
ria. Vase: E. Barker, Greek political theory. Plato and his predecessors, Londres, 1918; T.
H. Sinclair, Histoire de la pense politique grecque, trad, francesa, Pars, 1953; Cl. Moss,
Les doctrines politiques grecques, Paris, 1969; E. M. Wood y N. Wood, Classical ideology
and ancient political theory, Oxford, 1978; W. Donlan, The aristocratic ideal in ancient
Greece, Lawrence, 1980.
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La teora poltica en el siglo v
rio, los filsofos del siglo rv llegaron al mismo resultado que la demo
cracia cuando efectu la codificacin: a bloquear cualquier discusin te
rica abierta. Pues, desde el momento en que asignaron un fin (teleolgico)
a la evolucin de las sociedades, impusieron un fin (un trmino) a cual
quier debate. Entre una realidad democrtica frenada por la legislacin y
una teora reaccionaria frenada por la tirana de las ideas no exista nin
guna posibilidad de dilogo.
Es en este punto en lo que el siglo v difiere del iv. En un ambiente en
el que las instituciones estaban an formndose, sin que nada pudiera
pasar de antemano como definitivo, en un ambiente en el que las leyes,
continuamente modificadas, se hallaban mal codificadas y, en el caso de
las ms antiguas, eran mal conocidas, la especulacin terica deba ser
ms abierta y audaz, y las relaciones entre teora y prctica ms constan
tes y variadas de lo que fueron ms tarde. El presente captulo lo dedica
remos a intentar captar la fisionoma del siglo V respecto a tales facetas.
Pero advirtamos, desde el comienzo, que desde el punto de vista docu
mental se aprecia una censura hacia mediados de siglo. En su primera
mitad, hay que saber leer entre las lneas de los textos poticos o filos
ficos para adivinar los debates entre las ideas y cul es su orientacin.
Luego, los textos se multiplican: Herdoto y Tucdides, Aristfanes y
Eurpides, los fragmentos de los sofistas, y, por ltimo, el propio Platn
(nacido en el 427) permiten ver las cosas con mayor claridad.
515 O b r a s de co n sulta . - Sobre la poca arcaica, vid J .-P . Vemant, Les origines de la
pense grecque, Pars, 1962.
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La civilizacin griega en el siglo v
520 Ya hemos sealado, supra, p. 138, que las Eumnides de Esquilo nos devuelven un
eco de los debates surgidos en tomo a la reforma de Efialtes.
531 Supra, p. 402.
522 Supra, p. 385.
523 O b r a s d e c o n s u l t a . - Sobre los sofistas existen captulos en todas las historias de la
filosofa griega finfra, nota 733), de entre las cuales mencionaremos aqu la ms amplia y
reciente: W. C. K. Guthrie, A history o f Greek philosophy; III, Cambridge, 1969. Entre las
numerosas obras que han tratado de o han tocado el tema de la sofstica, pueden verse en par
ticular: W. Jaeger, Paideia. Die Formung des griechischen Menschens, 2.a ed., Berln, 1936;
trad. franc.: Pars, 1964; trad, espaola: Paideia. Los ideales de la cultura griega, Mxico,
1957; W. Nestle, Vom Mythos zum Logos. Die Selbsentfaltung des griechischen Denkens vom
Homer bis aufdie Sophistik und Sokrates, Stuttgart, 1940; reimpr., 1966; E. Duprel, Les So
phistes, Neuchtel, 1948; M. Untersteiner, 1 sofisti, Torino, 1949; trad, inglesa: The sophists,
Oxford, 1953; F. Adorno, I sofisti e Socrate, Torino, 1964, seleccin de textos precedida de
una introduccin; E. Wolf, Griechisches Rechtsdenken, H, Frankfurt, 1952; E. A. Havelock,
The liberal temper in Greek politics, Londres, 1957; C. Corbato, Sofisti e politica ad Atene
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La teora poltica en el siglo V
miento griego se ve afectado por esta corriente (aunque slo sea por reac
cin); pero como todo pensamiento griego clsico se inserta en la polis y se
encuentra, por tanto, ms o menos en funcin del pensamiento poltico, es
ahora, a estas alturas de nuestro estudio, cuando debemos abordar el anlisis
de los sofistas. Para captar la importancia de la sofstica, recordemos nueva
mente cmo era el universo mental de los griegos cuando aqulla comenz
a alborear. Para el hombre griego de la primera mitad del siglo v (con algu
nas pocas excepciones), la polis, objeto y sujeto a la vez de la prctica y del
pensamiento poltico, no es todava una sociedad secularizada. En la con
ciencia comn, esta sociedad, que inclua tanto a los hombres como a los dio
ses524, se estimaba que segua reflejando un orden superior deseado por los
dioses. Por profunda y, en ocasiones, brutalmente que ya se hubiera procedi
do a modificar la ley (en su sentido ms amplio, que incluye al orden socio-
poltico por completo, a su armazn institucional, a sus concepciones
religiosas, a sus normas morales), esa ley segua siendo considerada como la
expresin en la tierra de principios metafsicos y csmicos. Pues bien, todo
este orden complejo, as como sus principios, pasan a ser objeto de discu
sin por parte de un movimiento intelectual que, en la historia de la humani
dad, es comparable al Renacimiento (en sus aspectos racionalistas) y a las
luces del siglo XVIII -y particularmente es tal vez comparable a la gran
revolucin intelectual y moral que vivimos hoy en da. Movimiento intelec
tual: por primera vez un grupo de hombres, los sofistas525, basndose en la
durante la guerra del Peloponneso, Trieste, 1958; L. Edelstein, The idea of progress in classi
cal antiquity, Baltimore, 1967; T. Cole, Democritus and the sources of Greek anthropology,
Amer. Philoi. Assoc., Monogr. XXV, 1967; A. W. H. Adkinds, Arete, techne, democracy and
the sophists..., XCIII, 1973, pp. 4 ss.; E. Ch. Welskopf, Sophisten, en EAD. (d.),
Hellenische Poleis, IV, Berlin, 1974, pp. 1927 ss.; G. B. Kerferd, The Sophistic movement,
Cambridge, 1981; id., The Sophists and their legacy, Proceed, o f the fourth intern. Coll. on
Ancient Philosophy..., Wiesbaden, 1981; M. Dreher, Sophistic und Polisentwicklung. Die so
phis tische Staatstheorien des flinften Jhts. v. Chr., Frankfurt-Bema, 1983.
Los fragmentos de los sofistas figuran en Diels y Kranz, Die Fragmente der Vorsokrati-
ker, II, 5.a ed., Berln, 1934-1938, y reimpresin reciente, con el comentario de K. Freeman,
The Pre-socratic philosophers. A companion to Diels FVS, Oxford, 1946. Trad, francesa (a
veces discutible): J.-P. Dumont, Les sophistes. Fragments et tmoignages, Pars, 1969.
sz* Infra, p. 488.
515 El trmino exige una definicin. Desde su ms antigua utilizacin, las palabras sophos
y sopha (que comnmente se traducen por sabio y sabidura) poseen un significado
ambiguo: sophos designa no solamente al sabio, sino tambin al hbil o capaz, cualquie
ra que sea el campo sobre el que verse esa habilidad, y sin ninguna connotacin tica; la
sopha no slo califica al amigo de la sabidura, al filsofo, sino tambin a quien domi
na una tcnica, cualquiera que sea (a un artesano, por ejemplo). Y hay que partir de esta acep
cin tcnica: sobre sopha se ha formado sophizein, practicarla sopha (con el sentido, aqu,
de dominio tcnico), y sobre sophizein el nombre de sophistes, que designa al que posee la
capacidad de sophizein, ai que domina una sopha tcnica, y es capaz, por tanto, de comuni
carla mediante la enseanza. En el terreno intelectual, pues, el sophistes es simultneamente
sabio y profesor (la primera figura de un universitario, se ha dicho), sin prejuzgar en absoluto
el contenido de su ciencia. En la poca que nos ocupa, el trmino se fija para designar a esta
categora de intelectuales cuyo pensamiento tratamos de delimitar aqu. No se ha tratado nunca
de una escuela: la sofstica no es ms que una corriente de pensamiento, no una doctrina.
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La teora poltica en el siglo v
ere tos del hombre y de las relaciones humanas, con un dominio de las tc
nicas que permitan intervenir en dichas relaciones mediante la discusin
(dialctica) y el discurso (retrica) y comprometidos a ensear tales tc
nicas. Nada de todo eso permite prejuzgar un contenido doctrinal. Las
tcnicas son, por definicin neutras. Como todos, parece ser, compartan
la conviccin filosfica de la imposibilidad de acceder a otra verdad que
no fuese la verdad de opinin531, y puesto que cada opinin (doxa) slo
era cierta para quien la haba formado y nicamente comunicable median
te persuasin, los sofistas enseaban que era posible a alguien de cual
quier cosa y de su contraria. Esto equivale a decir que la sofstica poda
ser puesta al servicio de todas las causas. No subrayamos este punto sino
para evitar cualquier confusin entre la sofstica y una doctrina filosfi
ca. Pero eso no significaba, de ningn modo, que los sofistas fuesen nece
sariamente personas amorales o nihilistas: ya veremos que posean ideas
bien definidas, en un sentido o en otro -pero no en cuanto sofistas.
Delimitaremos mejor la fisionoma de los sofistas si intentamos com
prender por qu fueron mal vistos por la mayora de sus contemporneos,
as como por la posteridad.
Advirtamos, en principio, un hecho sociolgico: al igual que muchos
artistas, los sofistas eran gente itinerante, es decir, polticamente desa
rraigados y, en los lugares en que residan, extranjeros. La tradicin nos
los muestra como residentes, sobre todo, en Atenas, ciudad en la que la
prctica democrtica deba ofrecer un campo privilegiado a sus ensean
zas. Pero la mayor parte son extraos en esta ciudad: Protgoras es de
Abdera, Gorgias de Leontinos, Prdico de Ceos, Hipias de Elide, Trasi-
bulo de Calcedn; ateniense, casi no hay ningn otro ms que Antifon
te532. El hecho de que Atenas, que vio converger a los sofistas, no fuera la
patria de la sofstica, al igual que no lo fue de ninguno de los grandes fil
sofos del siglo v que en ella vivieron o que all pasaron su vida (Anax
goras, Demcrito), mientras que fue la cuna de los grandes trgicos, es un
fenmeno significativo: poderosa y rica, la ciudad atrae a los pensadores
racionalistas, pero ninguno nace en ella; sujetos todava slidamente a la
tradicin, los atenienses se inclinan a ver con malos ojos a estos extran
jeros que se meten a querer ensearles cmo administrar sus asuntos.
Como extranjeros dentro de la ciudad, los sofistas no podan vivir en
Atenas ms que vendiendo (y a un caro precio) sus enseanzas: pertene
can, pues, a la categora menos estimada de la poblacin libre, la de los
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534 El Scrates de las Nubes es una figura caprichosa, sobre la que resulta difcil saber
si posee cualquier relacin con la realidad. Representa, por lo dems, una broma sin odio.
Aunque Platn, en La Apologa, hace guardar a Scrates cierto rencor frente al cmico, sin
embargo en el Banquete los presenta departiendo amigablemente.
535 Recordemos que Critias, el jefe de filas de los Treinta (pariente cercano de Platn),
sin ser l mismo un sofista profesional estuvo lo suficientemente marcado por la sofstica
como para que sus escritos se clasifiquen entre los de los sofistas.
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La teora poltica en el siglo v
538 Respeto a uno mismo y respeto al prjimo, mejor que pudor, idea con la que se
traduce generalmente el trmino.
530 La idea de que no podra existir sociedad si no fuera posible dar muerte al malvado,
al igual que se abate a un animal daino, se encuentra tambin en Demcrito.
540 Infra, pp. 546 s..
5J1 Infra, p. 528.
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tada a los hombres por Zeus, son incapaces de acceder a los principios de
la techne politik: aquellos que permanecen dominados por el estado
natural, que nicamente puede corregirse mediante la sabidura tcni
ca, y a quienes sus instintos les impiden adherirse al contrato social.
Protgoras roza aqu el conflicto latente entre la naturaleza y la ley, que
ms abajo analizaremos; pero se aprecia ya que, en este debate, se
encuentra al lado de la ley, puesto que Zeus exige que se d muerte a quie
nes son incapaces de acceder a las virtudes cardinales de la vida poltica,
es decir, de someterse a la ley contractual.
La idea de que la ley positiva, no por ser obra humana y contrato social
deja de proceder de premisas metafsicas es caracterstica de una poca en
que el relativismo racionalista tenda, no sin problemas, a afirmarse a tra
vs de las concepciones tradicionales. Adems, este tipo de ideas aparece
r de nuevo en un discurso pseudo-demostnico, el Contra Aristogiton, en
el que algunos estudiosos han credo apreciar una serie de citas de un trata
do sofstico del siglo V. El orador, que afirma que las leyes persiguen (no
han sido, pues, establecidas de una vez por todas) lo bueno, lo justo y lo
til, y que, cuando lo han hallado y definido, eso es comn, igual y seme
jante para todos, afirma tambin, para fundamentar mejor la autoridad de
la ley, que toda ley es una invencin y un don de los dioses, una decisin
de las personas sensatas y un contrato comn (syntheke coin). No vamos
a detenemos en la aparente contradiccin de los trminos, pero sealemos
aquello que, en esta formulacin acumulativa, corresponde a la formulacin
gentica de Protgoras. Pues, lo que constituye aqu un don de los dioses
no es tanto la propia ley cuanto las ideas de lo bueno, lo justo y lo til que
inspiran las pesquisas de los legisladores, que culminan en el contrato.
Las ideas religiosas tradicionales y el pensamiento relativista del contrato
social continan, pues, combinndose de una manera que puede antojrse-
nos contradictoria, aunque constituye la originalidad de esta poca542.
Pero la expresin ms acabada de 1a ley-contrato que nos haya llega
do no contiene ninguna referencia a lo divino, y es aquella que Platn atri
buye a Scrates en el Critn. Condenado a muerte de forma legal, aunque
inicua, Scrates se niega a huir: respeta demasiado las leyes de la ciudad
como para violarlas ahora, cuando son fuente para l de sufrimiento. Y la
famosa prosopopeya de las Leyes ilustra su pensamiento, fundado
exclusivamente sobre la nocin de contrato. Las leyes de la ciudad han
dado todo al ciudadano Scrates, que ha dispuesto de una larga vida para
estudiarlas. Pues bien, a aquel que desapruebe las leyes no se le impide
abandonar la ciudad; pero quien permanezca voluntariamente en la ciu
dad adquiere de hecho el compromiso (homologa) de obedecer a las
542 Sin embargo, debemos sealar que, por parte de los filsofos, Demcrito, a quien su ato
mismo mecanicista (infra, p. 544) impeda por completo recurrir a un principio metafsico, ela
bor una gentica social paralela a la de Protgoras, pero concebida en trminos estrictamente
humanos. Lo justo no aparece all como un principio trascendental, sino como aquello que per
mite al grupo defenderse contra cualquier agresin llegada de fuera y contra cualquier disen
sin interna; lo justo y lo injusto de Demcrito son, por tanto, valores puramente utilitarios.
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La teora poltica en el siglo v
5,3 La concepcin de la sociedad como un producto contractual parece haber sido, pues,
algo trivial en la segunda mitad del siglo v, y hallamos testimonios de ello en los fragmen
tos de otros sofistas (Hipias, Antifonte). Pero ya veremos que no todos estimaban que la ley-
contrato supusiera un bien.
544 Cf. la nota 523.
545 Infra, p. 542.
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La civilizacin griega en el siglo v
546 Hay que observar, de paso, que esto constituye una de las fuentes por las preocupa
ciones lingsticas -muy modernas- de los sofistas.
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La civilizacin griega en el siglo v
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La teora poltica en el siglo v
Cuando Gorgias afirmaba que si algo exista, eso no podra ser conoci
do, y que si algo poda ser conocido ello no podra ser comunicado ni, por
tanto, enseado, esa proposicin tan slo constitua una paradoja. En reali
dad, todos los sofistas se confirmaron como profesionales de la educacin
y de la enseanza, profesando que la naturaleza humana es un terreno que
no debemos dejar baldo, sino cultivarlo. Adems, de la sofstica proviene
nuestra nocin de cultura en su dimensin de formacin intelectual
humanista, que culmina en una antropologa progresista y optimista.
El problema que examinaremos aqu no es el del lugar (esencial) que
ocupa la sofstica dentro de la historia general de la educacin, sino aquel
otro, ms concreto, del papel que desempe dentro de la educacin pol
tica griega. Ese papel dist mucho de ser homogneo: en materia de edu
cacin (paideia) la sofstica aport lo mejor y lo peor. Digamos, ms
exactamente, que la sofstica, en cuanto tcnica, puede ser hecha respon
sable de las peores cosas, pero que algunos sofistas hicieron un empleo
muy valioso de la misma. Abordemos el problema por su lado positivo.
Lo que, en la ptica tradicional, conformaba al buen ciudadano, era su
arel, su virtud. Nocin que inclua, adems de sus virtudes privadas, la
sumisin a la ley, la dedicacin a los asuntos pblicos, el coraje militar, etc.,
y todo este conjunto deba poseer una alta proporcin de excelencia y efi
cacia. Nadie se haba preguntado, antes de los sofistas, si una enseanza te
rica poda contribuir a formar buenos ciudadanos: la aret tena su origen en
la tradicin, a la que bastaba respetar. Punto de vista expresado, al final del
Menn de Platn, por quien deba ser el acusador de Scrates, Anito. Este
demcrata bien pensado estimaba que, en asuntos de virtud, el ltimo lle
gado de entre las personas honestas (los kaloi kagathoi) saba ms que
todos los sofistas reunidos: pues la aret se adquiere por tradicin familiar
e imitando a los antepasados y a los grandes hombres de tiempos pasados.
Sobre la enseanza de la aret, los sofistas no estaban todos de acuerdo:
Gorgias lo consideraba una pretensin ridicula, pero no Protgoras, cuyo
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La civilizacin griega en el siglo v
punto de vista nos lo expone Platn. Cuanto ya hemos visto sobre el pensa
miento de Protgoras nos ayudar a entender su planteamiento. En el Pro
tgoras, el sofista se titula educador poltico, y su enseanza tiene por objeto
la prudencia en los asuntos domsticos, y, respecto a los de la ciudad, la
manera de adquirir en los mismos la mayor competencia posible mediante
la accin y la palabra. Scrates tiene sus dudas: no estamos viendo cmo
muchos ciudadanos sin educacin se meten en todo, y cmo los grandes
hombres de Atenas han fracasado a la hora de transmitir sus capacidades a
sus hijos? Protgoras propone entonces a sus auditores el mito que conoce
mos, para explicar que la aret ha sido concedida sin distinciones por Zeus
a todos los hombres, y que por eso todos estn capacitados para ocuparse de
los asuntos de la ciudad. Pero, aade Protgoras, esto no significa que la
enseanza de la aret no sea necesaria, pues los hombres estn ms o menos
dotados de esas cualidades y las circunstancias ahogan a veces, en algunas
personas, el sentido de la virtud, que debe ser cultivado: al igual que Anito,
Protgoras certifica que todos los padres educan a sus hijos, antes de que la
propia polis contine educndolos durante el resto de su vida50. Despus de
una serie de consideraciones muy tradicionalistas, Protgoras slo justifica
los derechos del sofista en nombre de su competencia tcnica: Por poco
que una persona sea superior a las otras en el arte de conducimos a la aret,
debemos alegrarnos por ello: pues bien, pienso que yo soy una de esas per
sonas y, mejor que cualquier otra, sirvo a los dems hombres transformn
dolos en kaloi kagathoi (P r o t 318-328)551. Por otra parte, el sentido de la
pedagoga se manifiesta explcitamente en el Teeteto (166 d~167 d): si nin
guna opinin es ms cierta que otra, existen sin embargo las de los sabios,
que son mejores; lo cierto es que su pedagoga tiene por objeto situar al dis
cpulo en condiciones de recoger y concebir las mejores opiniones -las
mejores en relacin a esos valores que Protgoras consideraba como
requisitos inherentes a la existencia de la polis. Recoger lo que es mejor,
concebir lo que es mejor: en cualquier caso, escoger lo mejor. La paideia
debe situar a los jvenes en condiciones de realizar esa eleccin: pues, por
buena que sea su naturaleza, por bien que haya sido educado, su vida ente
ra ser un producto de la eleccin. Es lo que Prdico pretenda, a su vez,
demostrar mediante la apologa del joven Heracles entre el Vicio y la Vir
tud. Lo que la personificacin de Aret propone a nuestro hroe juvenil es,
lisa y llanamente, el ideal del buen ciudadano: la amistad hacia sus conciu
dadanos, la dedicacin a la polis y a la Hlade, el trabajo de la tierra, el ejer-
citamiento militar -actividades, todas ellas, que los dioses slo te
concedern con fatiga y esfuerzo... (Jen., Mem., , 1, 21 ss.).
Si la sofstica ms que ponerse al servicio de la paideia tradicional, no se
explicaran bien los estragos que caus. Y si Protgoras estaba obligado a
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La teora poltica en el siglo v
552 El debate entre Esquilo y Eurpides, en las Ranas, vuelve a abordar en parte estos
mismos temas.
553 Y de que no es posible decir que exprese todo el pensamiento de Aristfanes sobre la
educacin: las Avispas -que constituyen un ejemplo de ese mundo al revs, tan querido por ios
cmicos, en la medida en que es el hijo quien intenta (re)hacer la educacin de su padre- llegan
a la conclusin de que la naturaleza humana es incorregible y la educacin un imposible.
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La civilizacin griega en el siglo v
S4 Cf., por ejemplo, los argumentos sobre la edad y la experiencia que Nicias contra
pone a la juventud irreflexiva de Alcibiades, y la acusacin que este ltimo le devuelve de
enfrentar a los viejos con los jvenes, en el curso del largo debate sobre la expedicin de
Sicilia (Tucd., VI, 12, 2; 13, 1; 17, 1; 18, 6).
555 O b r a s d e c o n s u l t a - Adems de las obras citadas en la nota 523, vase: F. Heini-
mann, Nomos und Physis. Herkunft und Bedeutung einer Antithese im griechischen Denken
des 5. Jhts., Base!, 1945; A. Dihle, Herodot und die Sophistic, Philoi, CVI, 1962, pp. 207
ss.; H. Lloyd-Jones, The justice of Zeus, Berkeley-Los ngeles-Londres, 1971. Vid. la
bibliografa tucididea de la nota 262 y, en especial, las publicaciones relativas al dilogo de
Melos citadas en la nota 324.
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La teora poltica en el siglo v
556 Sobre la ley de los contrarios como principio del pensamiento de Herclito, infra, p. 543.
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La civilizacin griega en el siglo v
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La teora poltica en el siglo v
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La civilizacin griega en el sig h v
558 Es una teora de esta clase la que informa toda la Athenaion Politeia pseudo-jeno-
fontea, obra a la que hemos hecho mltiples referencias en la primera parte de este libro. El
autor observa que el demos, que posee el poder, ha organizado todo muy bien con miras a
su inters: que este bien democrtico constituya un mal absoluto a los ojos del libelis
ta es otro asunto -cuestin de opiniones-. Debe advertirse que con el rgimen ateniense de
los Cinco Mil, en el 411/0, se produce una aplicacin del principio de Trasmaco: del prin
cipio de Trasmaco, pero tambin de la proposicin de Protagoras segn la cual la ciudad
considera bueno aquello que le resulta bueno en determinadas circunstancias. Esas circuns
tancias son precisamente aquellas que, en Atenas, otorgan a los propietarios la condicin de
ser una mayora: pueden instalarse en el poder y legislar como les parezca bien, es decir,
en su inters.
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La Teora p o lt ic a en e l s ig lo V
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La civilizacin griega en el siglo V
5M Supra, p. 295.
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La teora poltica en el siglo v
56 De esta forma de dialctica, Tucdides nos ofrece otros ejemplos adems de los que
luego analizamos: por poner un caso, es esta dialctica la que nutre la trama del debate entre
corcirenses y corintios en Atenas: supra, p. 268.
561 Supra, p. 294.
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La civilizacin griega en el siglo v
552 Sobre este acto de terrorismo imperialista en plena paz, supra, p. 312.
5 Estas palabras fueron escritas, evidentemente, con posterioridad al ao 404.
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La teora poltica en el siglo v
za) obedece a una necesidad natural, que quiere que el fuerte posea el
mando; no somos nosotros quienes hemos establecido esa ley...: exista ya
antes que nosotros y existir eternamente... Que los melios no cuenten
con la ayuda de los espartanos, pues ningn pueblo considera bueno sino
aquello que le agrada, y justo aquello que le es til... El inters pone su
punto de mira en la seguridad, mientras que lo bueno y lo justo suponen
siempre ese tipo de riesgos que, segn sabemos, Esparta trat de evitar: la
seguridad no se determina con arreglo a los sentimientos, sino a la fuerza.
Pues bien, vosotros sois dbiles habitantes de una isla, y nosotros los
seores del mar: los espartanos no movern un dedo. Abandonad, por
tanto, la aloga (sinrazn, irracionalidad): es una aloga forjarse
esperanzas, que no son sino el refugio de los dbiles; es una aloga el
invocar el honor, que en el presente caso tan slo constituye una palabra
(onoma) que, en realidad (ergon), os conducir al desastre; y como ese
desastre no ser consecuencia de la tyche564, sino de vuestra necedad, no
contribuir a sealar vuestro honor, sino vuestra vergenza565. Conclusin:
nosotros somos fuertes, pero moderados; os ofrecemos entrar en la alian
za, a cambio de un tributo, y la tranquilidad, si sois gente razonable, con
sentiris. Sabemos que los melios no consintieron, y lo que vino despus.
El inters del dilogo consiste en que traspasa al terreno prctico de
las relaciones internacionales aquellos principios que hemos visto desa
rrollados en el terreno terico de la poltica interior. El punto de vista
melio, fundado en el amor a la libertad y en la confianza en los dioses,
expresa el viejo ideal cvico griego, que los propios atenienses haban
encamado frente a Jerjes -y que, en su mayora, estarn nuevamente dis
puestos a sumir en el 405. Pero, en el 416, los atenienses se hallan en una
posicin de fuerza que les ha conducido a una perversin de este ideal,
que trata de justificar su argumentacin, la cual, como hemos visto, debe
mucho a una cierta formulacin de la sofstica: el derecho del ms fuerte
es la justicia segn la naturaleza; frente a la necesidad de la naturaleza,
el derecho, la justicia, la libertad, la igualdad y el honor no son ms que
convenciones de los dbiles; la conducta de los hombres viene slo dic
tada por el inters, que quiere que se busque la seguridad evitando los
riesgos -y el respeto a la libertad de los melios entraara un peligro para
Atenas, al igual que su defensa lo entraara para Esparta. Tal es la razn
prctica, que nicamente los melios se niegan a entender.
En nombre de la libertad, los melios aborrecen de hecho la tirana de
Atenas. Ahora bien, ya sealbamos que ese mismo rechazo hara renun
ciar a los atenienses, en cuanto ciudadanos, a la tirana del individuo
sobre la ciudad. El dilogo de Melos nos permite, pues, captar una con
tradiccin fundamental de la poca: la libertad, la igualdad, la amistad,
esos bienes intangibles en el interior de la comunidad, no lo son en el
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La civilizacin griega en el siglo V
5W Y en las Aves (en el ao 414) es el propio poeta el que sucumbe a una tentacin de
enajenacin: la de la huida hacia lo irreal, hacia un absurdo encantador, contrapuesto al
angustiante absurdo de la ciudad real.
567 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras citadas en la nota 414, vase: H. Ryffel,
Meabole Politeion. Der Wandel der Staatsverfassungen, Berna, 1949; K. F. Stroheker, Zu
den Anfngen der monarchischen Theorie in der Sophistic, Hist., II, 1954, pp. 381 ss.; A.
Dihle, Herodot und die Sophistic, PhiloL, CVI, 1962, pp. 207 ss.
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La teora poltica en el siglo v
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La teora poltica en el siglo '
IX -L A ASPIRACIN A LA CONCORDIA
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La civilizacin griega en el siglo v
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La teora poltica en el siglo v
573 En realidad, tan slo se trata de una acumulacin de dinero. Hablar, como se ha
hecho, de anticapitalismo, no deja de ser anacrnico.
574 Infra, p. 602.
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L a te o ra p o lt ic a en e l s ig lo V
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SEGUNDA PARTE
ASPECTOS RELIGIOSOS
DE LA CIVILIZACIN GRIEGA DEL SIGLO V
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CAPTULO PRIMERO
GENERALIDADES583
- 469-
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
documentadas por la literatura tan slo para una lite. Por otra parte, sera
una equivocacin establecer un corte tajante entre las prcticas consuetu
dinarias, que nos parecen derivar de la supersticin, los cultos pblicos y
las especulaciones metafsicas o teolgicas, puesto que se pasaba insensi
blemente desde un terreno a otro. Para penetrar en ese mundo complejo
es preciso que previamente definamos algunas ideas y algunos hechos.
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Generalidades
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo y
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Generalidades
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
590 Sin embargo, conviene sealar que existen algunos cultos a los Doce Dioses.
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Generalidades
551 Los hroes cuentan, por lo general, con mitos que a veces ios presentan como fruto
de la unin entre un dios y una mortal: de ah deriva la calificacin de semidoses
(hemitheoi) que en ocasiones reciben, y que de otro modo casi no tendra sentido. Aada
mos que la etimologa de hroe no se halla establecida, y que ignoramos, por tanto, el sig
nificado original del trmino. Las heronas femeninas son rarsimas y, todas ellas, tardas.
592 En especial, cuando la divinidad es distribuidora del destino: daimon est en rela
cin con daiomai, repartir, atribuir, y hay que advertir el paralelismo (cf. infra, p. 533)
entre eudaimona y eutycha, la felicidad, es decir, el hecho de tener una buena parte.
Infra, p. 513.
-475-
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
poblaba los bosques, las aguas, los vientos o las grutas, con fantasmas
cuyos contornos se hallaban mejor o peor trazados: ninfas, stiros, harp
as, sirenas, etc. Haba incluso objetos materiales que pasaban por ser por
tadores de fuerzas a conjuntar, sin que se llegara siempre a distinguir a una
entidad personalizada; y aun cuando a una divinidad se le haya hecho
venir a habitar tal objeto, no resulta difcil discernir la sacralidad primi
tiva del objeto: la sacralidad del mojn es anterior a Hermes, la del cerca
do a Zeus Herk.ei.os, la del hogar a Hestia, y as sucesivamente. Podemos
captar ah, en las cosas trivialmente cotidianas, la omnipresencia de lo
sagrado y la tendencia a personalizarlo bajo apariencias divinas.
5M O b r a s d e c o n s u l t a . - Sobre los lugares sagrados y las reglas que dentro de los mis
mos se aplicaban, cf. M. P. Nilsson, G.G.R., I \ pp. 71 ss., en donde figura la bibliografa
anterior. Sobre los altares: C. Yavis, Greek altars. Origins and typology, Saint-Louis
(Miss.), 1949. Sobre el templo y su desarrollo, vid. los tratados de arquitectura griega, prin
cipalmente: C. Weickert, Typen der archaischen Architektur in Griechenland und Kleina-
sien, Augsburg, 1929; W. B. Dinsmoor, The architecture o f ancient Greece, 2.a d., Londres,
1950; D. S. Robertson, A handbook o f Greek and Roman architecture, 2.a d., Cambridge,
1954; A. W. Lawrence, Greek architecture, Harmonsworth, 1957. Sobre ei vocabulario de
las estatuas de culto: G. Roux, Pindare et lancienne statue dApollon Delphes, R.E.G.,
LXXV, 1962, pp. 372 ss.
585 Sobre el sentido de este adjetivo, que en este caso se ha sustantivado, cf. supra, p. 470.
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Generalidades
556 Temenos (de temnein): parte dividida. Cf. el decreto ateniense sobre la fundacin
de Brea (supra, p. 262), en el que se aprecia cmo los emene haban sido divididos antes
incluso de que el texto hubiera sido redactado.
557 Es cierto que ios griegos saban, llegado el caso, sortear el derecho de asilo con un
cinismo bastante sealado (a nuestros ojos, al menos); a este respecto, lase en Tucdides (I,
134) la narracin sobre el final de Pausanias.
m De naiein, habitar; la forma dialectal tica es neos.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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Generalidades
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Aspeaos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
los ritos, siempre que es posible, resulta fructfera603, y resulta que nos
descubre que tal clase de rito, vinculado al culto de tal dios, originalmen
te nada tena que ver con ese dios, bien porque, haya sido transferido de
un dios a otro (pues hay dioses conquistadores y usurpadores), bien por
que el rito nos revele que al principio fue independiente de cualquier culto
tributado a un dios individualizado (rituales mgicos de origen predesta)
y que ms tarde fue incorporado a tal culto concreto604. Pues la esencia
propia del acto ritual reside en llevar su eficacia dentro de s mismo, aun
que la ejecucin correcta del rito posee a menudo ms valor que la vene
racin de la divinidad a la que se consagra dicho rito, o a veces,
simplemente, con la que se conecta el rito por medio de un mito.
El sacrificio es el acto ritual por excelencia. La nocin de sacrificio
puede encubrir muchas realidades rituales que ningn trmino griego
expresa de modo comprensivo. Si buscamos un comn denominador,
podramos decir que sacrificio es todo acto consistente en consagrar (hie
rvan) algo a la divinidad, e incluir en esta nocin las ofrendas de cualquier
clase: primicias de las cosechas, libaciones en las comidas, cabelleras de los
nios, diezmo del botn, exvotos diversos, etc. Nos limitaremos aqu a pre
sentar las principales formas de lo que ms comnmente se llama sacrifi
cio. Intentar una definicin global sera tan intil como tratar de aislar,
entre las formas del sacrificio, unos cuantos tipos caracterizados d forma
absolutamente clara. Es, desde luego, posible distinguir los sacrificios con
arreglo a las divinidades a las que se ofrecen (pues no se sacrifica de cual
quier manera a la divinidad que sea -y conocemos sacrificios que no se
ofrecen a ninguna divinidad-)605, con arreglo a las ofrendas o vctimas sacri
ficadas (no se sacrifica cualquier cosa a la divinidad que sea), con arreglo,
por ltimo, a actos rituales que distan mucho de ser homogneos: semejan
tes sistemas de clasificacin presentaran demasiadas intersecciones
mutuas como para permitir a ninguno de ellos, por s solo, definir un tipo
de sacrificio y procurar un principio de explicacin del mismo.
El tipo de sacrificio ms trivial y mejor conocido (desde Homero) es el
sacrificio cruento que se consagra a los dioses (ms exactamente a los dio
ses uranios). Se lleva a cabo sobre un altar tabular (hornos), cuyas dimen
siones varan segn la importancia del santuario y el nmero de vctimas
ofrecidas. Despus de unos ritos preliminares, a menudo complicados y a
veces enigmticos, la vctima606 es degollada en el altar, despedazada y
deshuesada. Luego se efectuaba un reparto entre la divinidad y la comuni-
- 480 -
Generalidades
dad que haca el sacrificio: para el dios eran los huesos, la grasa y una serie
de fragmentos de determinados rganos, que se quemaban encima del
altar; para los hombres la carne, que, una vez asada, era consumida, y algu
nas veces deba serlo en el mismo lugar. El verbo thyo y el sustantivo thy-
sa, que designaban primitivamente la cremacin de la parte de los dioses,
acabaron por extenderse para denominar este tipo de sacrificio y, final
mente, el conjunto de la ceremonia de la que este sacrificio era el centro.
Se han planteado muchas interrogantes sobre los orgenes y el significado
de este ritual, que ya empezaron, adems, en la propia antigedad (cf. Hes.,
Teog., 535 ss.). Ninguna explicacin moderna es plenamente satisfactoria,
pero sin duda el principio para llegar a una interpretacin, que ningn
texto antiguo nos proporciona, radica en el hecho de que la vctima es
repartida entre los hombres y la divinidad (idea cercana a Odisea, XIV,
414 ss., en donde el sacrificio constituye un aspecto de la comida).
A las divinidades subterrneas y a los hroes corresponda un sacrificio
que se realizaba ya en un altar bajo, la eschara (el hogar), ya en una fosa o
bothros, incluso en una cavidad natural; la vctima es degollada de tal mane
ra que su sangre (o cualquier otro lquido, si no se trata de un sacrificio ani
mal) penetre en el suelo, y despus se quema ntegramente (holocausto) sin
que los autores del sacrificio consuman ninguna parte. Este sacrificio, en el
que la ofrenda llega entera a la divinidad, se llama enagismcf7: constituye,
asimismo, el tipo del sacrificio funerario, como se deduce de la ms antigua
descripcin que ha llegado hasta nosotros (Odis., XI, 23 ss.).
Tales son las dos formas fundamentales del sacrificio: poseen infini
tas variantes en cuanto a los detalles, y no representan la totalidad de
aquello que, sin ser thysa ni enagisma, podra, por uno u otro motivo, ser
calificado de sacrificio.
El sacrificio no es, generalmente, sino el acto central de un ceremo
nial ms extendido consistente en una heortm , y puede incluir procesio
nes, himnos, danzas, sacrificios preliminares o accesorios, juegos
(agones), etc., elementos todos ellos cuya naturaleza y orgenes no siem
pre resulta posible captar, como tampoco la razn de su integracin en un
ritual nico. Cada heort tiene su sitio en el calendario, pero estas cere
monias eran tan numerosas que se haba experimentado la necesidad de
establecer, para registraras, calendarios heortolgicos especiales, cuyos
fragmentos epigrficos se han conservado en varios lugares. Este escr
pulo a no celebrar un sacrificio en un da que no es conveniente, escr
pulo agravado por las incertidumbres del calendario lunisolar609, confirma
de nuevo el formalismo ritualista de los griegos.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
V.-LA PIEDAD610
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Generalidades
611 Platn pasa continuamente de eusebs a hosios sin que sea posible establecer una
neta distincin de sentido entre uno y otro trmino.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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Generalidades
mar la atencin del dios, o de los dioses, designados por sus nombres: la
frmula escchame es frecuente. El llamamiento a la divinidad tiene
por objetivo ms comn el solicitar su benevolencia. Pero como las rela
ciones entre los hombres y los dioses dependen, las ms de las veces, del
do ut des, la solicitud va acompaada a menudo de una promesa, y, si la
solicitud es atendida, toda la operacin puede terminarse mediante una
oracin de accin de gracias. No existe aqu ningn tipo de magia apre
miante: hay, ms bien, persuasin y confianza en la buena fe divina; nada
revela mejor el carcter especfico de la piedad griega que el antro
pomorfismo de estas relaciones613. Mas, para aquellos que haban reba
sado esta concepcin sumaria, la oracin poda, asimismo, ascender a un
nivel superior, el de la adoracin, del que tenemos testimonio, por ejem
plo, en la oracin ntima que Eurpides hace pronunciar a Artemis en
favor de Hiplito (Hip., 73 ss.), o el de una meditacin del ser mortal que
expresa su humildad ante la presencia divina: ste es, sin duda, el senti
do que debemos atribuir a la oracin de Scrates al sol naciente en el
Banquete de Platn (220 d).
Sealemos, por ltimo, que una verdadera espiritualidad no puede
concebirse sino con arreglo a una doctrina de la naturaleza y del destino
del alma, ideas que el pensamiento de la mayora nunca lleg a conocer.
La creencia en la otra vida del muerto, con sus prcticas rituales (mobi
liario y sacrificios funerarios, ritos propiciatorios frente a los espectros,
etc.), no equivale, en efecto, a la distincin entre un ser corporal y un ser
espiritual llamado a un destino post mortem, que estar condicionado por
sus mritos terrestres; al menos, slo encontraremos semejantes concep
ciones al margen de la religin comn614. Para esta ltima, la muerte no
es sino una plida continuacin de la vida, una sombra a la que su inma
terialidad no le impeda ser representada bajo una forma material -pero
que no esperaba ni bienaventuranzas ni castigos eternos, sino ms bien
un eterno tedio, si debemos creer a la sombra de Aquiles en la Odisea...
Como no haba de preocuparse por su salvacin, el hombre griego no
tena que incluir en su piedad ninguna forma de ascesis espiritual con
miras a un juicio que slo era conocido por algunas doctrinas esotricas.
Centrada en el mundo terrenal, aquella piedad trataba especialmente de
asegurar, en armona con lo que pasaba por ser la voluntad de los dioses,
la prosperidad del grupo y la felicidad terrestre del individuo. Desde
luego, las palabras griegas que se traducen aproximadamente por feli
cidad pertenecen al vocabulario religioso: tanto la eudaimona como la
613 La prctica, muy extendida, de las consagraciones, y los innumerables objetos voti
vos de todo gnero hallados en las excavaciones tendran que ponerse en relacin con a ora
cin. Tales objetos (los ms instructivos son los relieves votivos), que acompaaban bien
una peticin, bien una accin de gracias, vienen a ser euchai materializadas y perpetuadas.
Por lo general, el trmino agalma (lo que regocija) serva para designarlos antes de que
se fijaran en las estatuas de culto y de que, en este uso, fuera reemplazado por la palabra
anathema (lo que es colocado en alto).
614 Infra, p. 513.
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CAPTULO II
LA RELIGIN CVICA
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
615 stos son tan slo algunos ejemplos: se conocen 65 cultos de Atenea polias o
poliouchos.
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La religin cvica
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622 Cuya etimologa, en verdad, no puede asegurarse: el trmino, que se pone en rela
cin con pallakis, la muchacha, tambin ha sido ligado al verbo pallein, blandir (un
arma), de donde derivara el palladion, imagen de la diosa blandiendo su lanza.
n Sin embargo, respecto a este doble aspecto de Atenea en la Acrpolis de Atenas, cf.
infra, p. 499.
Supra, p. 472.
-490-
La religion cvica
Sobre las Targelias, supra, nota 587; las Pianopsias, que incluan asimismo una
panspermia, estaban sealadas por el rito de la eiresione, consagracin de una rama de olivo
o de laurel rodeada con cintas de lana y cargada con las primicias de toda clase de frutos,
para recordar el fin de la esterilidad (Plut., Teseo, 22, pasaje a consultar para ver una expli
cacin etiolgica pseudohistrica).
626 Sobre el xtasis dionisiaco, infra, pp. 514 s.
621 Esencialmente en las Dionisiacas rurales (que son fiestas lugareas ms que unas
fiestas cvicas propiamente dichas), pero tambin en las Dionisiacas urbanas, que son de
creacin artificial y reciente (Pisistrato).
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo '
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La religion cvica
583, vase: Busolt y Swoboda, Griechische Staatskunde, I, pp. 514 ss.; II, pp. 1168 ss., Ate
nas. Las leyes sagradas han sido recopiladas por L. Prott y L. Ziehen, Leges graecorum
sacrae..., Leipzig, 1896-1907; F. Sokolovski, Lois sacres d Asie Mineure, Paris, 1955; id.,
Lois sacres des cits grecques, Supplment, Pars, 1962; id., Lois sacres des cits grec
ques, Paris, 1969.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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La religion cvica
43J La nica funcin que exiga una competencia era la de aquellos intrpretes de la
jurisprudencia sagrada y de los orculos que eran los exgetas: estos personajes tenan que
proceder de las familias que custodiaban el conocimiento de esa ciencia.
655 Es ste un sacrificio de tipo particular (horkia o horkomosia), puesto que no se ofre
ce a una divinidad (supra, p. 480).
636 Supra, p. 414.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
w7 En nuestro tiempo, en que la polucin est a la orden del da, llama la atencin un
decreto ateniense de finales del siglo v que prohbe practicar curtidos en el ro Iliso aguas
arriba del santuario de Heracles: se trata de no manchar unas aguas cuya pureza era ritual
mente necesaria ro abajo.
638 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras de carcter general citadas en la nota
5S3, vase:
Sobre el problema general religin y poltica: M.P. Nilsson, Culis, myths, oracles and
politics in ancient Greece, Lund, 1951.
Sobre los diferentes aspectos de los rituales de Atenea: L. Deubner, Attische F este, Ber
ln, 1932; S. Eitrem, Les Thesmophoria, Ies Skirophoria et es Arrhphoria, Symbolae
Osloenses, XXIII, 1944 (non vidi); K. Krenyi, Die Jungfrau und Mutter der griechischen
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La religion cvica
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
641 En el 458 los alborotos suscitados por las reformas de Ealtes an no deban de
haber amainado (supra, p. 131). Recordemos que el ao 458/7 es tambin la fecha de una
conjura antidemocrtica (supra, p. 147). Los llamamientos de Atenea a la paz civil, ala con
cordia de todos los ciudadanos, indudablemente no eran intiles.
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La religion cvica
30m.
La Acrpolis de Atenas
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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La religion cvica
644 Cuya ereccin es anterior, por lo dems, al comienzo de las grandes obras pblicas.
645 Primer ejemplo conocido de la utilizacin de este trmino.
644 Demst., c. Androcin, 76 s.; cf. tambin 13; Plut., Per., 12, presenta asimismo una
justificacin de las grandes obras pblicas basadas en el prestigio.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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La religion cvica
651 Hay que sealar tambin algunos otros aspectos aristocrticos del culto de Atenea
Polias: Jas pequeas Arreforias tenan que ser de buena familia; la familia aristocrtica
de los Praxiergidas suministraba hereditariamente los sacerdotes encargados de los ritos
purificatorios de las Plynteria. En cuanto a a propia sacerdotisa, slo poda pertenecer al
genos, aristocrctico entre todos, de los Eteobutadas.
652 El trmino supone cien vctimas, pero el decreto en cuestin pone de manifiesto que
el nmero real de animales estaba subordinado, durante el siglo iv al menos, a la suma que
la ciudad poda destinar a su adquisicin: en la poca en que los atenienses exigan a cada
ciudad aliada la entrega de una vaca para las Grandes Panateneas, la hecatombe deba sobre
pasar las cien vctimas.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
653 Debemos recordar que es con ocasin de las Grandes Panateneas cuando las ciuda
des aliadas son invitadas a enviar delegaciones a Atenas para enterarse del importe de su
phoros en los cuatro aos siguientes.
CAPTULO m
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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Crculos sociorreligiosos distintos a la ciudad
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
tucional interna. En todo el mundo jonio las fratras celebraban las Apa-
turias, fiesta de quienes descienden del mismo padre, y esta fiesta
haba quedado vinculada a Apolo Patroos, padre mtico de Ion, epnimo
legendario de los jonios. Pero las fratras atenienses tambin tributaban
culto a Zeus Phratrios y a Atenea Phratria: puede haber ocurrido que
esta pareja sea bastante artificial, limitndose a adaptar a las fratras, para
someterlas mejor a la ciudad, la pareja de Zeus Polieus y de Atenea
Polias. En diversas ciudades, es Poseidn quien desempea el papel de
dios phratrios (en Esparta es llamado genesios; otros eptetos llegan
incluso a hacer de l un dios genealgico).
Como toda comunidad, los demos ticos poseen sus propios cultos y,
en mltiples casos, esos cultos deban de ser los herederos de los cultos de
las fratras. As suceda, probablemente, en aquellos demos que continua
ron llevando nombres gentilicios (Etlidas, Eupridas, Cecrpidas, Filai-
das, Titcidas, etc.); asimismo, los demos que procedan de antiguas
comunidades independientes (Tetrpolis de Maratn, Eleusis, etc.) conser
vaban sus antiguos cultos. Pero sobre todo los demos rurales (la mayora)
eran escenario y zonas de conservacin de innumerables rituales agrarios,
como lo eran las comarcas rsticas de toda Grecia, y estos rituales, acom
paados a menudo de festejos tales como los que caracterizaban a las Dio-
nisiacas rurales (y que en su origen nada deban, seguramente, a Dioniso),
representaran para muchos campesinos lo esencial de la religin.
Las tribus (phylai) eran tambin mbitos de culto. Si los antiguos
phylobasileis subsisten en la Atenas democrtica, es slo en su papel de
poseedores de algunos sacerdocios: las cuatro viejas phylai nicamente
haban sido respetadas por Clstenes en la medida en que era imposible
suprimir sus cultos; y ya hemos visto que en el primer sacrificio de las
Palateneas derivaba, tal vez, de la Atenas de las cuatro tribus. Pero las
diez tribus clistenianas tributaban tambin culto a sus hroes epnimos,
y algunos de ellos eran originalmente cultos gentilicios. Fenmenos an
logos se aprecian asimismo en otras ciudades, en las que nuevas divisio
nes del cuerpo cvico acabaron superponindose a los antiguos marcos
sociales: los antiguos marcos se conservan para el culto, pero los nuevos
cuentan asimismo con su hiera.
Los cultos de un crculo sociolgico dado slo permanecen vivos si ese
crculo cuenta con vida propia. Ahora bien, en el Atica posclisteniana,
nico pas en el que estos aspectos ofrecen algo de claridad, lo que se halla
vivo es la casa familiar, el demo y la propia polis, es decir, la clula fun
damental de la vida del individuo y los dos mbitos en los que se mueve
su vida de ciudadano. Fuera de ello, no hay ms que venerables perviven
cas o creaciones artificiales poco susceptibles de hacer brotar una con
ciencia religiosa que hiciese mella en las realidades de la existencia.
Lo que hemos dicho hasta ahora concierne a los ciudadanos, pero la
sociedad real inclua tambin a los no ciudadanos, extranjeros y esclavos,
que no podan prescindir del marco religioso. Estas personas se reagru-
paban de forma natural alrededor de las divinidades de su patria, que
podan ser divinidades brbaras. Llegaba a ocurrir, adems, que la
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Crculos sociorreligiosos distintos a la ciudad
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo V
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Crculos sociorreligiosos distintos a la ciudad
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
446 Alcibiades presenta sus victorias olmpicas entre los principales mritos que apoya
ran su derecho al mando de la expedicin de Sicilia: por una parte, constituyen, segn la
costumbre, un honor (tim), una fuente de gloria (doxa) para su linaje; pero, por otra paite,
son tambin tiles a su patria, pues ei hecho de haber alineado simultneamente siete carros
(ningn particular haba hecho algo parecido en el pasado) haba conducido a los grie
gos a representarse exageradamente el podero de la ciudad..., pues esperaban que la guerra
lo hubiera rebajado... (Tucd., VI, 16, 1-2).
Supra, p. 248. El taller de Fidias en Olimpia ha sido recientemente descubierto; el
hallazgo se autentiza gracias a una copa que lleva su nombre.
6 Infra, p. 55S.
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CAPTULO IV
665 Debemos ser conscientes de la impropiedad del trmino, sobre el que recae, en las
lenguas modernas, todo el peso del misticismo cristiano. Por lo que aqu concierne, la
nocin de misterios (cf. infra, p. 519) supone principalmente iniciacin y secreto, pero no
efusin espiritual.
670 O b r a s d e c o n s u l t a - Todas las obras de carcter general (vid. nota 583) contienen
pginas sobre el pitagorismo rfico. Los textos rficos de cualquier poca estn reunidos
en O. Kem, Orphicorum fragmenta, Berln, 1922; los textos pitagricos en Diels-Kranz, Die
Fragmente der Vorsokratiker, I, 6.a ed., Berln, 1951.
La inmensa bibliografa rfca est reunida, hasta 1922, en O. Kem, op. cit.; de 1922 a
1950 en la actualizacin de . P. Nilsson, Early orphism and kindred religious move
ment, Harv. Theol. Rev., XXVIII, 1935, pp. 181 ss., vuelto a publicar y completado en
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
Opuscula selecta, II, Lund. 1952, pp. 628 ss. Ms recientemente pueden verse, entre otros:
W. C. K. Gurthrie, Orpheus and Greek religion, 2.a d., Londres, 1952; L. Moulinier, Orp
he et orphisme l poque classique, Paris, 1955. Sobre las relaciones entre orfismo y dio
nisismo, vid. asimismo H. Jeanmaire, Dionysos, Paris, 1951, pp. 390 ss.
Sobre Pitgoras y el pitagorismo: K. von Fritz, s.v. Pythagoras, P.W., XXIV, 1963, col.
171 ss.; M. Detienne, op. cit., supra, nota 588; C. J. de Vogel, Pythagoras and early Pytha-
goreanism, Assen, 1966. Sobre los problemas relativos a la poltica pitagrica, supra, nota
188.
671 Supra, p. 216.
672 Conviene no confundir la doctrina rfica, mal conocida y mal vista por el vulgo,
y la leyenda de Orfeo, de la que, por ei contrario, la abundante iconografa existente nos
revela que fue muy popular.
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Fuera de los marcos sociales: corrientes y crculos msticos
673 Llegadas al estado de xtasis (ekstasis: hecho de estar fuera de s), las mnades des
pedazaban y devoraban crudo (omos) aun cervato, considerado como la encamacin del dios.
6W Sobre el juego de palabras soma-sema, vase la interpretacin lingstica trans
mitida por Platn, Cratilo, 400 c; vid. asimismo Fedro, 250 c, etc.
675 En algunas sepulturas de Italia meridional han sido halladas laminillas de oro, lla
madas pitagricas, que indicaban al difunto el itinerario a seguir para llegar a su ltimo
destino.
4,6 Las distancias que marca el pitagorismo frente a los dioses y a la doctrina del alma
son la fuente de su contribucin a los orgenes del pensamiento filosfico.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
seducir a aquellos para quienes la vida en la tierra era dura, pero, duran
te las pocas en que esta vida no era del todo desesperante, no es ningu
na sorpresa que fuesen sobre todo los aspectos aberrantes de tales
doctrinas los que hayan inquietado a la mayora: los rfico-pitagricos, a
quienes sus ideas y sus prcticas alejaban de los rituales comunitarios,
slo podan ser considerados como unos inadaptados a la vida social -y
eso eran, en realidad, excepto que impusieran las reglas de su propia
sociedad. Ahora bien, la especie de tirana que ejercieron los pitagricos
en la Magna Grecia y la revuelta que eso provoc hacia mediados del
siglo V677 contribuyeron tambin a arruinar la popularidad de estas sectas
msticas, que parecen haber quedado reducidas en todas partes a una exis
tencia clandestina que acentuaba an ms su esoterismo.
Los ecos de estas doctrinas recogidos en la literatura del siglo v ponen
de manifiesto cmo la opinin pblica estaba dividida frente a las mismas.
Por una y otra parte, desde un Herdoto que se hallaba al corriente de
muchas cosas sobre las que da a entender que prefiri callarse (cf. , 81,
123; IV, 94 ss.), encontramos testimonios tanto de reprobacin como de una
cierta adhesin. Reprobacin, en algunas alusiones de Aristfanes678.
Reprobacin, asimismo, la que muestra Eurpides, quien denuncia en la
figura de Orfeo a un ruin mago tracio (Alcestes, 962; el Cclope, 646) y
hace que Teseo vitupere el orfismo de Hiplito, su vegetarismo y sus con
fusos libros mgicos:679 a esas gentes, que se las extrae! (Hipl, 948
ss.). Pero, por otra parte, vemos tambin, en Pndaro, el reconocimiento res
petuoso de una escatologa que comprende un juicio de las almas y una tri
ple metempscosis y que se corona, para las almas puras, en la isla de los
bienaventurados: la Olmpica II (62 ss.), en la que se formula esa doctrina,
est dedicada a Tern de Acragante, y es posible que fuera en Occidente en
donde el poeta haba sido informado de tales conceptos -que debe ponerse
en relacin con las palabras que Platn pone en boca de Scrates: Y puede
ser que aquellos a quienes debemos la institucin de las iniciaciones no
sean personas de poco mrito, sino que sea verdad... que quien llega al
Hades sin haber recorrido los dos grados de la iniciacin680ocupar un lugar
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Fuera de los marcos sociales: corrientes y crculos msticos
ILELEUSIS m
6,1 O b r a s d e c o n s u l t a - Todas las obras de carcter general (nota 583) contienen un cap
tulo sobre Eleusis. Tan slo espigaremos aqu unos pocos ttulos de entre una bibliografa gigan
tesca: P. Foucart, Les Mystres d Eleusis, Pars, 1914, que sigue siendo importante, pese a la
hiptesis insostenible acerca de un origen egipcio; G. Mautis, Les mystres d Eleusis, Pars,
1934; M. P. Nilsson, Die eleusinische Gottheiten, A rch.f Religonswiss., XXXII, 1935, pp.
79 ss. (=Opuscula selecta, II, 1952, pp. 542 ss.); O. Kem, s.v, Mysteren, P.W.. XVI, 2, 1935,
col. 1211 ss.; V. Magnien, Les mystres d Eleusis, Pars, 1950, a consultar ante todo por la abun
dancia de textos citados; G. E. Mylonas, Eleusis and the eleusinian mysteries, Prnceton-Lon-
dres, 1961, que se basa en el estado ms actual de la investigacin arqueolgica; K. Kernyi,
Die Mysterien von Eleusis, Zrich, 1962; id., Eleusis. Archetypal image of mother and daugh
ter, Nueva York, 1967; D. Sabatucci, Saggio sul misticismo greco, Roma, 1965; K. Clinton, The
sacred officials of the Eleusinian mysteries, Trans. Am. Philos. Assoc., n.s., LXIV/III, 1974; K.
Dowden, Grades in the Eleusinian mysteries, R.H.R., CXCVII, 1980, pp. 409 ss.
6 Ya hemos visto una consecuencia de este fenmeno en el hecho de que fue en Eleu
sis en donde se refugiaron los supervivientes de los Treinta y sus partidarios: supra, p. 358.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
- 518 -
Fuera de los marcos sociales: corrientes y crculos msticos
Este breve resumen de un largo poema pasa por alto una infinidad de detalles que
han alimentado la exgesis de los fenmenos eleusinios. Otro grupo de textos aade deta
lles suplementarios: ya hemos sealado (supra, nota 620) el episodio del porquero Eubuleo;
hay an otros ms.
685 Debemos aadir que a comienzos de la poca helenstica se fund una nueva Eleu
sis en Alejandra; pero tenemos muchas razones para pensar que los misterios alejandrinos
se desviaron rpidamente por caminos muy ajenos al eleusinismo autntico. Sin embargo,
algunos hechos u opiniones consignadas en fuentes tardas pueden proceder del santuario
alejandrino.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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Fuera de los marcos sociales: corrientes y crculos msticos
659 Una parte de los cuales, de carcter obsceno, sacan de nuevo a relucir, en un segun
do plano, toda una magia primitiva de la fecundidad, claramente desfasada respecto al sig
nificado de la iniciacin.
690 El telesterion fue agrandado varas veces en el curso de su historia: una de esas
ampliaciones se inscribe entre los grandes trabajos pericleos.
6,1 Cuya naturaleza sigue siendo incierta: para unos, se abra sbitamente la lucernaria
(opaion) practicada en el techo, de tal manera que el sol iluminaba de repente el Telesterion
-pero la telet se realizaba de da? (cf. Aristf., Ran., 342). Y no poda pasar que llovie
se en octubre? Para otros, que se refieren al episodio del Demofonte nio del Himno, en el
anaktoron se encenda una hoguera deslumbrante y el opaion slo serva para que saliese
el humo.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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Fuera de los marcos sociales: corrientes y crculos msticos
655 Tucd., VI, 28; la misma asociacin figura en Iscrates, Sobre el tronco de caballos.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo V
slo a los ciudadanos, siendo tambin una clavija del edificio sociopo-
ltico ateniense. Cmo la conceban exactamente los atenienses es lo
que no podemos decir...636.
El pitagorismo rfico nos ha alejado de los aspectos pblicos de la
religin griega; el eleusinismo nos ha devuelto, finalmente, hasta ellos.
Queda por aadir que, en ambos casos, el anlisis nos ha transportado a
un nivel distinto del de las concepciones y las prcticas comunes, el de las
perspectivas escatolgicas beatficas que se dirigen al hombre en cuanto
individuo. Al formalismo funcional de la religin sociopoltica, los ms
ticos contraponan otra cosa, que permita al hombre abstraerse de su
situacin mundana y de su condicin jurdica en la esperanza de un ms
all bienaventurado. Pero sucede que esa cosa diferente, que esencial
mente parece haber sido la misma tanto en las sectas como en Eleusis,
adquira en una y otra parte distintas orientaciones con respecto al orden
poltico-social; pues lo que las iniciaciones msticas contraponen al esta
blecimiento, por parte de las sectas que se separaban de las prcticas
comunes parece no haber sido objeto, precisamente, ms que de una opo
sicin, mientras que fue aadido a esas prcticas por el eleusinismo, que
de este modo aparece como si hubiera sido artfice de una cierta integra
cin en el orden social. La oscuridad y la impopularidad de las sectas rfi-
co-pitagricas en el siglo v contrastan con el prestigio y la veneracin que
rodean a Eleusis: estamos psimamente informados como para captar las
razones de ese contraste, pero las relaciones fundamentalmente diferentes
que mantenan las sectas, por un lado, y el eleusinismo, por el otro, con
la sociedad establecida -la de la polis- deben ocupar un lugar destacado
dentro del mismo.
656 Es posible que la iniciacin anual, a cargo de la ciudad, del pais aphhestias tuvie
ra por objeto que toda la polis se considerase como tericamente iniciada a travs de esos
representantes oficiales, de modo que el secreto ligase al cuerpo cvico por completo y que
su violacin, le afectase en cuanto tal?
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CAPTULO V
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
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La evolucin de la mentalidad religiosa
703 Conviene insistir sobre el hecho de que la actitud de Herdoto respecto a los poetas
picos deriva de una forma de operar como historiador; efectivamente, el ciclo homrico,
Hesodo y las teogonias mticas haban sido atacadas mucho antes de Herdoto por los fil
sofos, pero a partir de un tipo de reflexiones a que Herdoto era por completo ajeno: cf.
infra, p. 540.
lai Sobre la idea de nmesis, infra, p. 536.
w Supra, p. 496.
- 527 -
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
706 Ya lo hemos visto, supra, p. 434, en el caso de Protgoras, o tambin, supra, p. 442, en
el caso del mito de Heracles en Prdico; cf. asimismo infra, p. 543, el prlogo de Parmenides.
107 Hay sin embargo un sector -aunque marginal y difcilmente perceptible- de la reli
gin griega en el que la mentalidad mtica parece haber seguido viva, el de los grupos r-
cos (supra, p. 513), los cuales parecen haber utilizado algunas experiencias del
pensamiento filosfico para reinterpretar, bajo una forma mtica, los datos de la religin tra-
- 528 -
La evolucin de la mentalidad religiosa
dicional: parece que, partiendo de puntos terminales de especulaciones filosficas que hab
an reemplazado, como veremos, a los dioses del panten por determinados principios abs
tractos, la especulacin rfica habra vuelto a crear, en cierto modo, a los dioses, mediante
una mitopoyesis alegrica, y, siguiendo en la misma direccin, vuelto a crear las teogonias
a partir de cosmogonas filosficas. Pero todo ello es demasiado oscuro como para que aqu
hagamos algo ms que sealarlo.
708 O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras citadas en las notas anteriores, vase: J.
Jacoby, s.v. Herodotos, P.W., suppi. II, 1913, col. 479 ss.; I. M. Linforth, Named and
unnamed Gods in Herodotus, Univ. of Calif, stud, in Class. PhiloL, IX 37, 1928, pp. 201 ss.;
W. Ptscher, Gotter und Gottheit bei Herodot, Wien. Stud., LXXI, 1958, pp. 5 ss.; H. D.
F. Kito, The idea of God in Aeschylus and Sophocles, Entretiens sur l Antiqu. class., I,
Gnova, 1952, pp. 167 ss.; F. Chapouthier, Euripide et l accueil du divin, ibid., pp. 205
ss. Vid. asimismo la monografa de G. Murray, Euripide and his age, 2.a d., Oxford, 1946;
trad, espaola: Eurpides y su poca, Mxico, 1951.
709 Hacemos esta precisin para dejar a un lado, por el momento, las interpretaciones
filosficas de lo divino.
710 En griego, la expresin tanto lleva el artculo como, lo ms frecuente, funciona sin l.
-529-
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
711 La curiosidad de los griegos por aquel pas singular, que sin embargo conocieron
mal, era antigua. En lo concerniente a Herdoto, su saber sobre las cosas egipcias es super
ficial y anecdtico, y su libro I (el libro egipcio) es un tejido de errores y de absurdos;
adems, el libro no debe leerse como si fuera un documento sobre la religin egipcia, sino
en cuanto documento sobre el pensamiento del propio Herdoto.
7I- As como a erigirles altares, templos y estatuas (II, 4, 50).
713 Sin embargo, como los nombres de los dioses griegos no eran los mismos que los de
los dioses egipcios, Herdoto los consideraba simples traducciones: Isis es aquella que en
- 530-
La evolucin de la mentalidad religiosa
griego se llama Demeter (II, 59); Osiris, del que se dice que es Dionisio (II, 42). Deme
ter, Dioniso, son los nombres que, en un remoto pasado, sirvieron para traducir Isis, Osiris;
nombres egipcios y nombres griegos designan a unas realidades divinas comunes a ambos
pueblos (II, 52).
714 Conviene pensar aqu en las conclusiones ltimas de a epistemologa de Gorgias:
nada existe, nada es cognoscible, nada es verdaderamente comunicable; el hombre vive en
un universo verbal; cf. supra, pp. 437 s.
715 El sustantivo theiotes, la divinidad, no aparece con anterioridad a la traduccin
griega de la Biblia, en el siglo in.
716 En cuanto a to theion, Herdoto slo recurre a esa nocin para expresar cualidades
de lo divino -lo divino es envidioso (I, 32; III, 40) o previsor (III, 108): son los nicos
ejemplos en toda la obra-, mientras que los actos estn siempre reservados a los dioses,
tanto los que se nombran como los annimos. En cambio, to daimonion aparece como un
principio activo (cf. V, 87; VI, 84), aunque no sea posible juzgar sobre el pensamiento de
Herdoto al respecto.
-531 -
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
717 Es preferible dejar a Eurpides fuera de este contexto: su sentimiento religioso per
tenece a otra poca, a aquella que vive una experiencia religiosa ms individualizada (por
que est ms interiorizada) y, a la vez, ms impregnada de relativismo filosfico, lo que
explica tambin que sea difcil delimitar, pues oscila constantemente desde el escepticismo
hasta las expresiones ms puras de la piedad. La religin de Eurpides, que proviene de las
corrientes ms contradictorias de un siglo que el poeta vivi en su mayor parte (484-405) y
cuya contemporaneidad con Sfocles es testimonio de la variedad de las mismas, exigira
un estudio por separado.
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La evolucin de la mentalidad religiosa
7IS Es absolutamente seguro que tales contactos existieron, puesto que ninguna de aque
llas comentes se desarroll de forma aislada y algunos crculos estuvieron abiertos a todas
las novedades del espritu. Y aqu pensamos no solamente en Atenas, patria de los trgicos,
pero que acogi a Herdoto y a los filsofos, sino tambin en Occidente, inmenso foco del
pensamiento filosfico, pero que acogi a Pndaro, Esquilo y Herdoto. En uno y otro mbi
to (e incluso en otros sitios) flotaban ideas en el aire, y quienquiera que respirase ese aire
difcilmente no poda ser afectado por dichas ideas. Pero todo este campo se muestra muy
reacio al anlisis.
7I!I O b r a s d e c o n s u l t a - Adems de los trabajos citados en los anteriores apartados,
vase: J. Coman, L'ide de la Nmsis chez Eschyle, Pars-Estrasburgo 1931; F. Focke,
Geschehen und Gtter, apud W. Marg, Herodot, Wege der Forschung, XXVI, Darms
tadt, 1962, pp. 35 ss.; F. Helmann, Geschichte und Schicksal bei Herodot, ibid., pp. 40
ss.; J. Kirchberg, Die Funktion der Orakel im Werke Herodots, Gttingen, 1965; W. Nestle,
Euripides, der Dichter der griechischen Aufidarung, Stuttgart, 1961; M. Pohlenz, La liber-
-533-
Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
t grecque, trad, francesa, Pars, 1956; A.W.H. Adkins, Merit and responsability, Oxford,
1960; H. Lloyd-Jones, op. cit., supra, nota 555.
720 Sobre esa nocin, vid. ms abajo.
721 Estos dos sentidos se relacionan, ei primero con teuchein, producir; el segundo
con tynchanein, producirse.
v- Lo que conducir a la nocin de azar, que no es de naturaleza religiosa; cf. Demo
crito, infra, p. 545.
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La evolucin de la mentalidad religiosa
723 Prometeo liberado y Prometeo portador del fuego, de las que slo conservamos
algunos deficientes resmenes.
724 En Herdoto, el orculo de Delfos anuncia la cada de Creso ya desde la subida al trono
de su antepasado Giges, como castigo aplazado por la usurpacin de este ltimo (1,13). Y como
el final de Creso hace caer a los griegos de Asia bajo el dominio persa, toda la historia de las
Guerras Mdicas queda atada por el destino, que se manifiesta de nuevo en la operacin de
Jeijes. En otras palabras, la tyche divina es el motor ltimo de toda la obra de Herdoto.
r- Este sentido se deduce claramente de un empleo aplicado al hombre por Herdoto,
III, 80: el tirano siente phthonos frente a los buenos y reserva su charis a los malvados. Tam
poco aqu cabe hablar, como en el caso de los dioses, de envidia.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
726 Desde ese punto de vista, la asociacin entre la hybris y la tirana se produce cons
tantemente.
727 Como sucede en los textos de Herdoto, , 32 y III, 40, anteriormente evocados: la
persecucin de su felicidad por parte de Creso y de Polcrates constituye hybris.
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Aspectos religiosos de la civilizacin griega del siglo v
problema del mal. Si los dioses son los promotores de la hybris de los
hombres, es que el mal forma parte de los planes divinos. Pero -una vez
m s- por qu? Slo si conservsemos sus tres Prometeos, comprender
amos las ideas de Esquilo respecto a este problema. Lo cierto es que el
Prometeo encadenado contiene una respuesta escandalosa a la anterior
pregunta, respuesta que constituye un atolladero teolgico: si los dioses
inspiran la hybris a los hombres, es porque ellos mismos son vctimas de
la hybris... Si el desenlace de la triloga significaba una especie de reden
cin del dios y del titn por haber accedido a la justicia y a la piedad, eso
lavaba a Zeus (y a la esencia divina en general) de la arbitrariedad de su
primitiva hybris, pero dejaba sin solucin el problema del mal. Esquilo se
vea preso en la contradiccin entre la idea de la justicia divina y la idea
de que, aun procediendo de la voluntad de los dioses, el mal tambin pro
ceda de forma necesaria.
Era un problema insoluble dentro del marco de las creencias tradicio
nales730 y que nicamente poda ser sorteado de modo ms o menos apa
rente. Oigamos a Sfocles: si los dioses detestan la hybris y la castigan, y
sin embargo sigue siendo una constante de la conducta humana, no ser
que el hombre, en.el momento en que se convierte en culpable, ignora que
su acto es hybris? En el Edipo rey, el hroe ha dado muerte a su padre, se
ha casado con su madre, y la phthonos de los dioses ha enviado la peste
sobre Tebas; la luz llega (demasiado tarde): Edipo ignoraba que Layo
fuese su padre, Yocasta su madre. Sin duda, haba sido cegado por los
dioses (lo que deja sin solucin el problema ltimo) -pero un delito
cometido por ignorancia es siempre un delito? Es slo mucho despus, en
el Edipo en Colono, cuando Sfocles pronuncia su respuesta: Segn la
ley, yo soy puro: yo ignoraba mi crimen cuando lo cometa (548 ss.),
homicidio, incesto, desgracia... todo lo he sufrido contra mi voluntad, tal
ha sido el capricho de los dioses, pero a m, personalmente, no podrs
encontrar ninguna falta que reprocharme (964 ss.). As pues, Sfocles
introduce una dicotoma entre el nivel incognoscible de los designios
divinos y el nivel jurdico de las relaciones humanas. A los ojos de los
dioses, el hombre culpable de hybris es un irresponsable-responsable (no
sabe lo que hace, pero no deja de merecer el castigo); a los ojos de los
hombres, su ignorancia y, por tanto, su irresponsabilidad le eximen de
aquellos mismos crmenes por los que los dioses le persiguen. Es un signo
de. los tiempos, y sin duda un indicio de la influencia sofstica731: la volun-
730 Debe advertirse que, en la Orestada, Esquilo inserta todava una nocin de carcter
preteolgico: tanto Agamenn cuando sacrifica a Igenia, como Clitemnestra cuando da
muerte a Agamenn y Orestes a Clitemnestra, lo hacen con conocimiento de causa -pero su
responsabilidad (una idea que no cabe dejar absolutamente a un lado) est implcitamente
negada por la intervencin del alastor, especie de genio malo de su familia, que gui su
brazo en cada ocasin (cf. Agam., 1494 ss.).
731 Vase al respecto la Tetraloga II de Antifonte, que trata contradictoriamente del
problema de saber quin es responsable del homicidio involuntario, si el que ha lanzado
correctamente la jabalina hacia el blanco, o aquel que ha venido atolondradamente a cruzar
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tad de los dioses, el enigma del destino, ya no son algo absoluto. El acto
humano est tambin inscrito en el contexto de la moral y de la ley, con
arreglo a las cuales se definen la responsabilidad y la libertad. Sfocles
no resolvi la contradiccin entre ambos niveles, el metafisico y el tem
poral: correspondera a otros, coetnos suyos, el resolverla, negando
uno de sus dos trminos, y el reponerlo todo al terreno de lo humano,
que no quiere decir el de lo racional. La Medea de Eurpides mata a sus
hijos, impulsada no por una fuerza metafsica, por un dios, sino por
su pasin (thymos), cuyo origen es inaccesible a la razn (Medea, 1078
ss.). Nos encontramos as en el camino de la explicacin psicolgica,
pero de una psicologa que no est todava en posesin de sus herra
mientas, que reconoce el podero de la physis, pero no lo explica: la
inteligencia se apodera de cuanto ha quitado a los dioses -y no sabe qu
hacer con ellos.
Pero pese a las vueltas que se dieran al problema, el destino queda
ba en manos de los dioses. El hombre, pues, no es libre sino en la medi
da que se mantiene sin cruzar ese lmite, ms all del cual encuentra su
perdicin. Pero, puesto que su ceguera le impide tantas veces distinguir
aquel lmite, cmo debe conducirse para que su tyche sea buena?
La idea de la inevitabilidad del destino era propia de un pesimismo
del que encontramos muchmas expresiones. Cuando un hombre acaba
mal, ha sido una necesidad cuyas causas ltimas resultan incognosci
bles732. El hombre slo puede apreciar el destino el da de su muerte: en
todas las cosas, debemos considerar el final, como Soln advierte a
Creso (, 42) con palabras que son las mismas de los ltimos versos del
Edipo rey. Juguete de los dioses, cuya justicia obedece a misteriosos
designios, el hombre es igual a nada (Sfocles, Edip. R., 1186), un
fantasma y una sombra vana (Ayax, 126), de forma que no nacer es la
mejor de las suertes, y lo que ms se le acerca consiste en regresar de
inmediato al mismo lugar de donde se ha venido (Edip. Col., 1224 ss.;
cf. Herd., I, 31): es un privilegio ver cmo se detiene pronto la rueda
del destino.
As pues, hay que vivir correctamente, pero cmo reglar su vida? A
esta pregunta le dieron los griegos dos respuestas, una que elude los ries
gos de la tyche, y otra que los acepta. Conocemos la primera, la del nada
en exceso, la de la cordura (sophrosyne), de esa modestia que sirve para
no caer jams en la hybris. Es la actitud de aquel ateniense a quien el
Soln de Herdoto pone como ejemplo a Creso, virtuoso, buen cuidada-
en la trayectoria del arma. El problema no se reduce por entero al mbito racional: conde
nar al primero ser contrario al daimon, pero absolverlo ser a la vez santo (hosion) y
justo. Sobre esta misma orientacin, la de una casustica que asocia las consideraciones tem
porales y metafsicas, cf. el anlisis de la responsabilidad de Helena en las Troyanas de Eur
pides (919 ss.).
732 Mil ci ades deba acabar mal(Herd., VI, 135); era preciso que a Candaules le
sucediera una desgracia (I, 8); cuando fue preciso que Apries conociera a desdicha (II,
161), etc.
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no, buen padre y que muere valerosamente en una guerra justa: un hom
bre libre, pero que jams ha ejercido su libertad ms all de los lmites
fijados por las leyes y por los dioses. Esta cordura no es sinnima de inac
cin, de miedo a la vida, sino ms bien de moderacin, de mesotes. Pero,
frente a esa piadosa cordura, la mayor parte de los hombre prefieren una
especie de fatalismo: puesto que el hombre no puede conocer su suerte y
que adems, cuando sobrepasa sus lmites, parece que lo hace por igno
rancia, entonces, por qu preocuparse de su destino? Hay otro tipo de
cordura, el que concilia la piedad (honrar a los dioses sabiendo que sus
designios son impenetrables) y la accin: si esta ltima es coronada por
el xito, eso prueba que los dioses estn a tu lado -y cmo saber en qu
momento girar la rueda? Este fatalismo es optimista: hay que esperar
que todo acabar bien...
Moral de la moderacin, dictada por el temor a la phthonos divina;
moral de la accin, dictada por la ignorancia del momento en que esa
phthonos se manifestar y la resignacin a saber que, pronto o tarde, la
rueda debe girar: vemos aqu dos mecanismos de la civilizacin griega,
dos realidades gemelas que proceden de las mismas concepciones meta
fsicas. Falta sealar que la moral de la accin tena tambin funda
mentos psicolgicos: la apologa soloniana de la moderacin no
agrad nada a Creso..., convencido de que era preciso ser muy ignoran
te para despreciar los bienes presentes e invitar a considerar el final de
todas las cosas (Herd., I, 33). Incluso si Creso se halla cegado por los
dioses, incluso si no puede pasar por fatalista (puesto que se obstina en
ignorar las leyes del destino), sus palabras son trivialmente psicolgicas
y su moral del goce poda aportar un seguro esfuerzo a un fatalismo
consciente: puesto que el hombre ignora lo que le reservan los dioses,
lo mismo da disfrutar de lo que posee e intentar tener todava ms. Psi
cologa y metafsica se conjugaban para justificar la avidez (pleonexia)
y el activismo (polypragmosyne).
El motor psicolgico deba ganar terreno desde el da en que, para
algunos, el agnosticismo elimin la idea del destino y ya slo vio en los
golpes de la tyche a los del destino. Ni Herdoto ni los trgicos, para
quienes la libertad no se ha desembarazado an de todos los obstculos
metafsicos, han alcanzado esa etapa. Esa libertad hemos de intentar
delimitarla al concluir nuestro anlisis. Si la concepcin del destino dio
origen a una sabidura de moderacin y a un fatalismo generador de
accin, la libertad debe ser considerada desde dos puntos de vista. Desde
el primero, queda restringida al estrecho marco en el que la toleran los
dioses; desde el segundo, la aceptada ignorancia sobre los lmites de ese
marco le abre generosamente la puerta; pues reconocerse incapaz de
saber en qu momento se desatar la phthonos de los dioses, y conven
cerse luego de que dicha ignorancia te declara inocente de antemano a
los ojos de los hombres, eso facilitaba eliminar el freno que el temor a la
hybris impona a la libertad. La secularizacin progresiva de las relacio
nes humanas deba conducir a replantear en sus trminos el problema de
la libertad.
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735 Parmnides, cuyas fechas no son seguras, viva en tiempos de la expansin pitag
rica en la Magna Grecia.
736 Sobre este ltimo punto, supra, pp. 385 s.
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Delfos. Los ritos, e incluso los misterios, son en el fondo prcticas impas,
que proceden de un desconocimiento de lo divino.
La combinacin de lo mstico y de lo racional triunfa, en la genera
cin siguiente (mediados del siglo v), dentro del pensamiento -confuso,
por lo dem s- de Empedocles de Acragante, que carga las tintas en el
aspecto mtico. Personalidad sospechosa, Empdocles parece haber inten
tado una sntesis eclctica de todo cuanto le haba precedido, con un fuer
te componente de misticismo rfico-pitagrico. Se muestra como un
fsico al explicar el mundo a partir de los cuatro elementos, pero asi
mila aquellos elementos con los principios divinos dndoles nombres de
dioses tradicionales. La combinacin de los elementos se realiza bajo la
influencia de dos principios antagonistas, Phila (el amor, o la amistad) y
Neikos (la envidia rencorosa). Fsica y metafsica, racionalismo y misti
cismo ms o menos alegrico se asocian, pues, en proporciones mucho
ms difciles de detectar que en ningn otro de los presocrticos; pero,
pese a todo el aparato escnico con que Empdocles se rode, su pensa
miento est dominado por una intuicin metafsica de carcter religioso.
Por el contrario, es el racionalismo lo que se impone, hacia la misma
poca, en el pensamiento de Anaxgoras de Clazomene, el ntimo de Peri
cles. Su filosofa procede menos de la cosmologa que de la medicina y
de la biologa. Ahora bien, la ciencia griega se haba enfrentado a un lmi
te que se opona a la observacin y a la experimentacin material; el que
separa a los organismos vivos del mundo del espritu (nous). El nous no
solamente no acompaa a todos los seres vivos, puesto que es el privile
gio del hombre, sino que incluso sus manifestaciones, particularmente las
patolgicas (cf. el tratado hipocrtico Sobre el morbo sagrado, la epi
lepsia), no pueden reducirse a las del organismo material. Adems, y
sobre todo, el nous slo encierra una absoluta pureza, pues todas las sus
tancias o cualidades de que se compone el mundo, como son divisibles
hasta el infinito, fueron objeto de una mezcla (krasis) de cuyo interior
brotaron, gracias a un movimiento vertiginoso, los seres del mundo sen
sible; pero el nous, que es de una materialidad excesivamente tenue, es
ajeno y externo a la materia mezclada, es infinito, autnomo y eterna
mente puro. Pues bien, tal como el nous humano manda y dirige el cuer
po, de la misma manera el Nous csmico, despus de haber penetrado la
totalidad de la materia mezclada, introduce en ella orden y razn: el uni
verso de Anaxgoras est regido por el Espritu. Encerraba todava esta
concepcin una parcela de teologa? Podramos, desde luego, sealar
algunas analogas entre el Nous y el apeiron de Anaximandro o el Dios
Uno de Jenfanes: analogas, por lo menos, en los atributos y en la fun
cin, pues Anaxgoras nunca asimila al Nous con lo divino. Formalmen
te, la filosofa de Anaxgoras parece haber sido una metafsica no
solamente sin dioses, sino incluso sin dios -lo que explica (entre otras
cosas) la condena de que fue objeto.
Por ltimo, el materialismo mecanicista de los atomistas habra de
eliminar, en teora, cualquier referencia a lo divino, e incluso cualquier
principio metafsico -aunque el movimiento que animaba a los tomos
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La evolucin de ia mentalidad religiosa
737 An deberamos, sin duda, matizar estas palabras: el eco fue, tal vez, mayor en los
crculos ms abiertos de Jonia o del mundo colonial que en la muy conservadora Atenas,
ciudad en la que debemos poner aparte el caso de Anaxgoras, cuya (mala!) reputacin fue
relacionada con la influencia que ejerci sobre Pendes. Pero he llegado a Atenas y nadie
me ha reconocido, dice un fragmento de Demcrito...
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740 Este sentido dado a atheos, atheotes, no aparece antes de Platn; los ejemplos ante
riores de atheos poseen el sentido ya de impo (que no tiene en cuenta a los dioses: Pn
daro, Pit., IV, 162; Esquilo, Eum., 151; Sf., Traqu., 1036), ya de abandonado por los
dioses (Sf., Ed. Rey, 661).
741 Una serie de textos tardos evocan a algunos ateos del siglo v: Prdico, Critias o
el oscuro Digoras de Melos, llamado el ateo. Pero estos textos no revelan ninguna con
cepcin filosfica avanzada, ms all de consideraciones que responden al agnosticismo
sofstico ms trivial.
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Infra, p. 609.
747 Supra, pp. 321 s. Ya hemos sealado, por otro lado, que es en la poca en que la
influencia de Nicias se encuentra en su cnit cuando por fin se acomete, en el 421, la recons
truccin del templo viejo, albergue de la vieja estatua de Atenea, el Erecteion, y cabe
preguntarse si el Erecteion no es ms o menos un Antipartenn: con una planta arcaizan
te, de dimensiones modestas y consagrado a rituales ancestrales, los menos ilustrados que
pudiese haber...
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7Si Cf. las metopas del tesoro de los atenienses en Delfos, pocos das despus de la bata
lla de Maratn.
754 Especialmente los progresos del arte de los broncistas y su influencia en el de los
marmolistas.
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Pero estas dos no eran las nicas en su gnero: sabemos que Polcleto realiz una
estatua criselefantina colosal para el Heraion de Argos, su patria.
740 Conviene recordar que tales obras estaban compuestas con miras a una representa
cin nica: en ei siglo v y en Atenas, la nica excepcin se hace con Esquilo, cuyas trage
dias son objeto de varios reestrenos.
761 Y hay que aadir la pintura monumental, de la que no se ha conservado nada, excep
to algunos reflejos en la pintura de vasos y en descripciones tardas. Pero lo que conocemos,
por ejemplo, de las grandes composiciones de Polignoto de Tasos en los muros de la lesche
de los cnidios en Delfos demuestra que el pintor desarrollaba en ellas conceptos religiosos,
principalmente en materia de ultratumba.
7ti- Empleamos el trmino, desde luego, en nuestro sentido esttico, pero antes en ei
sentido tico: una disposicin de nimo.
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Por ltimo, hay que preguntarse si, a la vista de que el fin primero y
ltimo del arte del siglo V consista en expresar unas ideas religiosas, la
crisis de finales de siglo lleg o no a afectarle. En efecto, esta crisis, como
tuvimos oportunidad de comprobar, alcanz a la parcela religiosa por
varios flancos: en cuanto crisis poltica, hizo vacilarlas estructuras sagra
das de la sociedad y la confianza en los dioses tradicionales; en cuanto
crisis intelectual y humanista, origin un desapego hacia el pensa
miento religioso tradicional. Realmente, en lo que toca a las artes sera
exagerado hablar de crisis, pues se trata ms bien de una evolucin, ini
ciada antes de que estalle la crisis poltica y cuyo sentido podremos apre
ciar ms fcilmente si la cotejamos con la que muestra la obra de
Eurpides dentro de la tragedia. Ya sealamos la tendencia del poeta a
prestar ms atencin a los problemas humanos, y en particular a los de la
psicologa pasional femenina, que a los grandes problemas metafsicos
que daban contenido a las obras de Esquilo y de Sfocles, actitud que
implicaba, por parte de Eurpides, una cierta indiferencia crtica (que en
s no era, para nada, irreligiosa) respecto a la tradicin religiosa. Un pasa
je de Aristteles (Pot., 6) nos suministrar un buen paralelo; es aquel en
que el filsofo alaba a Polignoto (contemporneo de Esquilo) por haber
sabido expresar un ethos que luego no pudo ya encontrar en Zeuxis (con
temporneo de Eurpides); en otras palabras, el arte del primero habra
difundido una especie de enseanza religiosa y moral de la que el segun
do se habra alejado, para concentrarse en el estudio de lo humano en s
-aunque fuese a travs de temas mticos, como en Eurpides. Si Poligno
to es el pintor de la gran poca trgica, Zeuxis sera el de la poca sofs
tica765. El paralelo euripideo lo volvemos a encontrar en determinadas
renovaciones temticas introducidas en la pintura de los vasos a partir de
la segunda mitad de siglo76: especialmente, se advierte la intrusin, en el
seno de escenas familiares de la vida femenina, de Afrodita y de Eros.
Hay que abstenerse de atribuir un valor religioso a esas escenas figuradas
que -y eso es lo que ms im porta- sobre todo traducen, despus de un
largo perodo de desaparicin, un ascenso social de la mujer y un relati
vo decaimiento paralelo de la tica esencialmente masculina, de pocas
anteriores, y del erotismo pederstico, que era uno de sus componentes.
Por otra parte, es hacia las mismas fechas cuando hace su aparicin, en la
pintura de vasos, la larga serie de temas dionisiacos y de representaciones
de extatismo mendico (otro motivo femenino ms), que expresan, a su
vez, una corriente religiosa, aunque ligada, entre otras, al sentimiento de
la insuficiencia de la religin establecida, la de la norma social y poltica
que est en va de quiebra.
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La evolucin del arte del ltimo tercio del siglo no puede explicarse,
sin embargo, exclusivamente mediante consideraciones de orden religio
so -y esa misma circunstancia tiene su importancia pitra captar el estado
de espritu de la poca. La paz y la prosperidad que reinan, por lo menos
en Atenas, a partir de mediados de siglo, como ponan trmino a la aus
teridad poltica y material de ms de medio siglo de luchas, tenan nece
sariamente que ir aparejadas de una aspiracin a gozar de un respiro. Las
grandes obras pblicas pericleas, emprendidas en el momento en que se
abre este perodo, aparecen como la culminacin y la sublimacin del
espritu de la poca anterior -sublimacin periclea y fidisica del espri
tu de los tiempos de Cimn. Pero cabe preguntarse si, en el mismo ins
tante en que el grave Partenn es inaugurado, ese espritu -ese ethos- que
lo haba inspirado no estaba ya superado. Algunos aos ms tarde, en el
432, la apertura de las obras del pequeo templo de Atenea Nike, con su
vuelta a la gracia del estilo jnico, no es una buena ilustracin del
incomparable encanto (terpsis) que, segn Pericles, en el elogio del
Discurso fnebre, Atenas supo introducir en todos los aspectos de la
vida? (Tucd,, , 38, 1). Las desgracias de las siguientes pocas no con
duciran al arte hacia planteamientos austeros, y las caritides del Erec-
teion no parecen cumplir otro papel ms que la terpsis del ojo. Los rostros
siguen estando impregnados de gravedad -y esa gravedad subsiste en los
relieves votivos-, pero, para todo lo dems, el estilo rico o adornado
de la plstica de finales de siglo se aleja del idealismo para tender al rea
lismo (es decir, a lo mundano), mientras que los artistas tratan cada vez
ms de colocar l dominio de su tcnica al servicio de un virtuosismo que,
como por definicin encuentra un fin en s mismo, no alcanza ya la misma
altura que el dominio demostrado por la generacin interior al servicio de
una mentalidad. No es, desde luego, ninguna casualidad que sobre este
aspecto del arte de la poca de la guerra del Peloponeso lleguemos a
expresarnos en trminos semejantes a aquellos con que definimos, asi
mismo, el arte de los sofistas.
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TERCERA PARTE
ECONOMA Y SOCIEDAD
La vida econmica griega es mal conocida antes del siglo IV, y en el siglo
v no lo es mucho mejor que en poca arcaica. Sin embargo, lo que nos gus-
768 O b r a s d e c o n s u l t a . - Casi todos los tratados generales de historia griega (nota 12)
contienen una serie de pginas dedicadas a la economa, a veces anticuadas y a menudo dis
cutibles en la medida en que generalizan los datos propios del siglo iv.
Obras de carcter general: G. Glotz, Le travail dans la Grce ancienne, Pars, 1920;
M. L. W. Laistner, Greek economics, Londres, 1923, J. Toutain, L conomie antique, Paris,
1927; trad, espaola: La economa en la edad antigua, Barcelona, 1929; J. Hasebroek, Staat
und Handel im alen Griechenland, Tbingen, 1928; id., Griechische Wirtschafis- und
Gesellschaftsgeschichte, Tbingen, 1931; F. Heichelheim, Wirtschaftsgeschichte des Alter-
tums, 2 vol., Leiden, 1938; edic, inglesa aumentada: An ancient economic history, 3 vol.,
Leiden, 1955-1964; A. Aymard, Hirarchie du travail et autarcie individuelle dans la Grce
archaque, Etudes d histoire ancienne, Pars, 1967 (pero publicado primero en 1943), pp.
316 ss.; H. Michell, The economics of ancient Greece, 2.a d., Cambridge, 1957; H. Bol-
kestein, Economic life in Greece's golden age, 2.a d., Leiden, 1958; Cl. Moss, Le travail
en Grce et Rome, Paris, 1966; edic. inglesa: The ancient world at work, Londres, 1969;
trad, espaola: El trabajo en Grecia y Roma, Madrid, 1980; M. Austin y P. Vidal-Naquet,
Economie et socits en Grce ancienne, 2.a d., Paris, 1973; edic. inglesa revisada y
aumentada: Economic and social history o f ancient Greece. An introduction, Londres, 1977;
. I. Finley, The Ancient economy, Londres, 1973; ed. de bolsillo, Londres, 1985; trad, ita
liana, Roma-Bari, 1974; trad, espaola, Madrid, 1974; trad, francesa, Pars, 1975. Desde un
punto de vista general, hay que sealar dos obras muy diferentes, interesantes y discutibles:
el enorme libro, de un marxismo muy personal, de G. M. E. de Sainte-Croix, The class-
struggle in the ancient Greek world from the archaic age to the Arab conquest, Londres,
1981; trad, espaola: La lucha de clases en el mundo griego antiguo, Barcelona, 1988; y el
pequeo libro de Fr. Gschnitzer, Griechische Sozialgeschichte von der mykenischen bis zum
Ausgang der klassischen Zeit, Wiesbaden, 1981 (trad, espaola: Historia social de Grecia.
Desde el perodo micnico hasta el final de la poca clsica, Madrid, 1987), que pretende
en vano reducir lo social a un estado de pureza imposible...
Sobre la economa y la sociedad atenienses en particular (pero debemos sealar que
muchas de las pginas de los anteriores trabajos en realidad recogen -por fuerza- el caso
ateniense): V. Ehrenberg, The people o f Aristophanes. A sociology o f old Attic comedy, 2.a
d., Oxford, 1951; A. H. M. Jones, The economic basis of Athenian democracy, Past and
Present, 1952, pp. 13 ss.; trad, alemana en Welt ais Geschichte, XIV, 1954, pp. 10 ss.; vuel
to a publicar en Athenian democracy, Oxford, 1957; S. Lauffer, Die Bedeutung des Stan-
desunterschiedes im klassischen Athen, Hist. Ztschft, CLXXXV, 1958, pp. 497 ss.; A.
French, The growth of Athenian economy, Londres, 1964.
Sobre los problemas demogrficos atenienses: A. W. Gomme, The population of
ancient Athens, Oxford, 1933; R. Meiggs, A note on the population of Attica, Cl. R.,
LXXVIII, 1964, pp. 2 ss.; W. E. Thompson, Three thousand Achamian hoplites, Hist.,
XIII, 1964, pp. 400 ss.; M.H., Hansen, Demographic reflection on the number of Athenian
citizens 451-309 B.C., Am. J. Anc. Hist., VII, 1982, pp. 172 ss.
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Economa y sociedad
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Introduccin
lengua carece de voces para expresar una idea, esa idea no existe. El grie
go dispone de un vocabulario diferenciado para designar las distintas
ramas de la actividad econmica (la agricultura, la ganadera, el artesa
nado, el comercio lejano o sedentario, el manejo del dinero, ect), pero
esas actividades parciales nunca han sido agrupadas en una representa
cin global, en un concepto comprensivo susceptible de ser expresado
mediante una palabra. El fenmeno tiene su importancia: significa, por
una parte, que las diversas formas de la actividad econmica (que con
vergan todas para constituir lo que nosotros entendemos por economa
en su sentido amplo) estaban, en realidad, yuxtapuestas y no coordina
das, sino de forma muy parcial (lo que permite eliminar la idea de que las
poleis hubiesen tenido una poltica econmica); significa, asimismo,
que el moderno historiador, cuando trata de reconstruir la economa
griega, o, ms modestamente, la de una polis, se entrega a una tarea arbi
traria, puesto que esa economa no exista como un concepto global, pues
to que tan slo constitua una suma de actividades sectoriales y no un
organismo coherente, concebido como tal. Adems, el historiador de la
economa griega debe desconfiar de toda teora econmica. No es que la
economa griega no haya respondido a algunas leyes (la ley de la ofer
ta y la demanda, por ejemplo, que ciertamente ya fue reconocida antes del
siglo IV, en que es formulada): pero el anlisis de cuanto nos descubren
los textos sobre vivencias econmicas demuestra, sustancialmente, que
los principios que regan la economa de la Grecia de las ciudades son
irreductibles a cuanto han elaborado los tericos de la economa moder
na, puesto que tales principios son inherentes a esa forma histrica nica
que es la polis y al sistema de representaciones mentales que informaba
el comportamiento del ciudadano.
Si es que hubo alguna vez un concepto econmico elaborado por los
griegos, se fue el de autarqua (autarkeia), que es el hecho de bastarse
a s mismo. La autarqua es la condicin econmica de la libertad, la
negacin de la dependencia: un hombre o una ciudad slo se sentan ple
namente libres si su subsistencia no dependa de otro. Para el individuo,
la autarqua es un ideal campesino, consistente en vivir, a ser posible, de
su propio fundo, sin deber nada a nadie. Para la ciudad, la autarqua con
sistira tericamente en la suma de las autarquas individuales. Ni para
sta ni para los otros la autarqua existe de forma absoluta. Para vivir de
su fundo, el campesino tiene necesidad de artesanos (herrero, alfarero,
etc.), cuyos trabajos compra, al igual que en ocasiones intercambia bienes
y servicios con sus vecinos. Desde el punto de vista comunitario, la autar
qua es posible a niveles aldeanos (y esto puede seguir siendo cierto en
pequeas ciudades rurales), pero, a poco que la ciudad se urbanice, inclu
yendo en su seno a una determinada proporcin de hombres que no vivan
de su fundo y demasiado numerosos como para que la tierra pueda man
tenerlos, la ciudad est condenada a importar, es decir, a afrontar una serie
de azares que son la negacin de la autarqua. Conviene, por otro lado,
dejar bien sentado que el ideal de autarqua individual implica un sistema
de valores fuera del cual es imposible comprender la economa griega. Si
-565-
Economa y sociedad
-566-
Introduccin
171 Normalmente: significa que no tenemos en cuenta aqu las anomalas propiciadas
por el imperialismo.
773 Supra, p. 178.
114 Es evidente que la seguridad garantizada en la cuenca del Egeo y en los estrechos
por la flota ateniense sera un poderoso auxiliar del comercio; pero cabe observar que esta
forma de polica es un subproducto del imperialismo y que sus objetivos ltimos no son eco
nmicos, sino polticos. Otras ciudades que no eran Atenas ejercan tambin una vigilancia
militar en la zona de sus intereses econmicos; ya nos hemos ocupado (supra, p. 221) de la
lucha entablada por las ciudades griegas tirrenas contra la piratera etrusca, pero, como
hemos visto, tambin en aquellas regiones entraban en consideracin preocupaciones de
arch poltica. En cambio, nada sabemos sobre la forma en que se garantizaba, en ese mar
Adritico castigado por la piratera iliria, la seguridad de un comercio griego cuya intensi
dad est bien documentada por las excavaciones de Spina y Hadria, en la desembocadura
del Po: la importancia de las fuerzas navales de Corcira podra explicarse por esa razn. Para
volver a Atenas, hemos de sealar que el mantenimiento de la flota de guerra, instrumento
del imperialismo, constituye el nico nivel, segn parece, en el que la polis interviene direc
tamente en el comercio exterior: infra, p. 597.
-567-
Economa y sociedad
que tienden a vincular los tipos de ocupacin con los tipos de estatuto
social, y si aquello en lo que algunas veces se ha querido ver una polti
ca econmica no consiste realmente sino en la convergencia de efectos
econmicos derivados de unas medidas que, en s mismas, no lo eran, de
ah resulta que debemos, al abordar la economa de las ciudades griegas,
liberamos de toda teora anacrnica y analizar los datos concretos a la luz
de unos hechos mentales que no son los nuestros.
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La vida rural
Sobre las relaciones entre tcnicas y mentalidad: J.-P. Vemant, Travail et nature dans la
Grce antique, Joum. de Psychol., 1955, pp. 1 ss. (= Mythe et pense chez les Grecs, Paris,
1965, pp. 197 ss.; trad, espaola: Mito y pensamiento en la Grecia Antigua, Barcelona, 1973).
Hay que excluir, evidentemente, a los propios espartiatas, quienes, desde luego,
viven tan slo de las rentas de sus tierras, pero no las explotan directamente, sin que por eso
sean habitantes de ciudad: es un caso excepcional.
777 Supra, p. 271.
778 Arcadia es una de las principales regiones de Grecia suministradora de mercenarios
y de colonos (en Sicilia, en la fundacin de Turios) durante el siglo v: en aquel territorio era
difcil conseguir la autarqua rural, y no haba otro tipo de actividades que pudiesen dar ocu
pacin a los brazos sobrantes.
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Economa y sociedad
775 Recordemos, por otra parte, que las invasiones peloponesias del tica acabaron en
el 424, y slo se reanudaron en el 413, con la ocupacin permanente.
-570-
La vida rural
780 Es absolutamente preciso dejar aparte a la Grecia montaosa del noroeste, sobre la
que no sabemos gran cosa, y el mbito colonial pntico, que es, en s mismo, muy diverso
(desde las vertientes hmedas de las cadenas pnticas anatlicas a las estepas del norte),
pero completamente situado, desde la lnea de la Propntida, fuera de la zona del olivo.
751 Excepto en algunas regiones montaosas hmedas, como el piro.
7S- Pero las fuerzas de caballera griegas son mediocres tanto por su nmero como,
sobre todo, por su eficacia, salvo en algunas regiones privilegiadas, como Beocia, Tesalia,
Sicilia.
-571-
Economa y sociedad
tal, del suelo y de la hidrografa -fenmeno comn, por otra parte, a todo
el mundo mediterrneo. Cerdos, aves de corral y asnos completaban la
riqueza pecuaria de los campos griegos. La mediocridad de la cra gana
dera y su decadencia pueden deducirse de la oposicin entre la alimenta
cin homrica, basada esencialmente en la carne, y la alimentacin
clsica, con claro predominio de los vegetales. Es cierto que los produc
tos del mar suministraban un complemento importante a esta dieta, en
aquellos lugares que podan procurrselos.
Ya se trate de agricultura o de ganadera, de la observacin de las
prcticas rurales griegas se obtiene a menudo una impresin de medio
cridad y de estancamiento, que ser conveniente explicar.
Estamos mal documentados sobre la destrbucin de los bienes races.
Parece que deberamos distinguir aqu entre la vieja Grecia del Egeo y
las regiones de colonizacin. En la Grecia del Egeo, el reparto del suelo
data de las ltimas migraciones de finales del II milenio. De lo que suce
di entonces, no sabemos en realidad nada, aunque se hayan efectuado
algunas especulaciones al respecto. Pero esta distribucin primitiva no
perdur en ningn lado: los fenmemos de concentracin y de redistribu
cin del suelo que, por ejemplo, adivinamos (ms que observarlos) en el
Atica de los siglos vu y vi, debieron de producirse en todas partes. Ahora
bien, en qu forma culminan tales procesos es un dato que, por lo general,
nos resulta imposible conocer. Ya hemos intentado captar lo que sucede en
el mbito espartano783, para llegar a comprobar que la distribucin iguali
taria de tierras conquistadas entre los homoioi no impidi que se produje
sen concentraciones, de tendencia plutocrtica. En el tica, en donde los
campesinos de comienzos del siglo VI haban presentado reivindicaciones
igualitarias, a las que Soln se haba resistido, mientras que los tiranos,
como se ha sospechado, les habran dado en parte satisfaccin, la situacin
parece estabilizada en el siglo v -estabilizada dentro de una desigualdad
que se hizo,, sin duda, soportable gracias al acceso del demos a la igualdad
poltica, puesto que la exigencia de una redistribucin del suelo desapare
ce de nuestra documentacin-, lo que contribuye tambin a explicar el
desarrollo de otros recursos distintos al suelo. Si pretendemos saber cmo
se reparta el suelo del tica entre los ciudadanos propietarios (cuyo
nmero no es conocido), hay que arriesgarse a extraer inferencias a partir
del siglo vi, pues el siglo v no proporciona ninguna informacin, excepto,
como veremos, para el caso de los ms ricos. Los estudios efectuados par
tiendo de documentos del siglo VI han permitido, de forma bastante hipo
ttica, disear el siguiente cuadro: 10 por ciento de los propietarios de
los bienes races habran dispuesto en aquellas fechas de ms de 12 hect
reas (el mximo es sensiblemente ms alto, pero no es posible precisarlo);
respecto al restante 90 por ciento de los propietarios, habran constitui
do tres grupos aproximadamente iguales, que poseeran, respectivamente,
de cinco a doce hectreas el primero de ellos, de dos a cinco hectreas el
-572-
La vida rural
segundo, y menos de dos hectreas el ltimo -el trnsito entre cada uno de
estos cuatro grupos, as como en el interior de los mismos, eran insensi
bles. As que este esquema burdamente indicativo no es vlido para el
siglo V. En efecto, sabemos que un cierto nmero de campesinos atenien
ses, arruinados por la guerra declica, abandonaron sus explotaciones y
que en el siglo IV conoci una modificacin de la distribucin del suelo,
cuyo alcance convendra no exagerar, pero de la que es lgico pensar que
se hizo, sobre todo, en detrimento de las propiedades ms reducidas y en
beneficio de las grandes; deberamos por tanto, para el siglo v, corregir las
cifras anteriores en la lnea de aumentar el nmero de pequeos propieta
rios, pero ya no cabe aadir ms.
Los nicos datos con que contamos para el Atica en el siglo v con
ciernen a la gran propiedad. Sabemos, por un lado, que la clase censual
superior (los pentakosiomedimnoi) estaba representada en todos los
demos del tica y, por consiguiente, que ninguna zona tena el monopo
lio de la gran propiedad. Sabemos, por otra parte, gracias a los frag
mentos de las inscripciones que registran la venta de los bienes de
Alcibiades y de los dems Hermocpidas, que las propiedades de aque
llos ricos ciudadanos no formaban una sola pieza, sino que estaban dis
persas. Ignoramos cmo se haban constituido. Desde luego, por va
hereditaria, y tal vez medante compra -pero eso plantea el problema
indisoluble de la alienabilidad del suelo en el siglo v - Si es cierto que la
tierra puede traspasarse libremente en el siglo IV, no sabemos qu suce
da antes: lo ms probable es que ninguna ley prohibiese jurdicamente las
enajenaciones, pero que la tica tradicional detuviese a los ciudadanos
antes de vender la tierra de sus antepasados784. De ah que las transferen
cias de propiedades habidas en el siglo IV seran un indicio ms del aba
timiento de la vieja mentalidad cvica -o, si se prefiere, un indicio de que
los apremios econmicos haban pasado a tener ms fuerza que la moral
ancestral. Todo esto es solamente vlido para el Atica, y las cosas deban
variar considerablemente segn las ciudades.
En el mundo colonial785podemos apreciar, dentro de los bienes ra
ces, una serie de estructuras que nos descubren fenmenos muy distintos
a los observados en la Grecia del Egeo786. A priori, eso no es una sorpre
sa: fundadas ms tarde, estas ciudades haban tenido, por lo general, una
evolucin menos compleja; y, fundadas en medios geogrficos general
mente ms vastos y homogneos, las colonias haban logrado dotarse
754 Los cambios de dueo de que trata Lisias, VII (Areopagtico), se refieren a una tie
rra confiscada.
785 Expresin terica: las ciudades coloniales tenan en comn el haber sido fundadas
en nuevos espacios (para los griegos), pero aquellos espacios no eran necesariamente espa
cios vrgenes, y el entorno indgena variaba considerablemente, segn su nivel cultural, su
mayor o menor hostilidad a los colonos, etc. Problemas que ya hemos abordado (supra,
p. 201) y de los cuales tendremos que volver a ocupamos.
7S6 Aunque quiz las ciudades de Asia Menor, fundadas asimismo en un medio colo
nial, pudieron presentar caracteres anlogos a los que vamos a destacar a continuacin.
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Economa y sociedad
747 Estas ltimas parecen ser resultado de una gran operacin colectiva de mejora de tie
rras, fechable a mediados del siglo v.
7SS Este tipo de divisin territorial debe ponerse en relacin con el hecho de que diver
sas ciudades de Occidente posean un cuerpo cvico limitado por un numerus clausus (cuer
po de los Mil: supra, p. 392). A poco que conozcamos bien el catastro, los lotes
metapontinos eran alrededor de 1.300.
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La vida rural
m Dejamos aqu a un lado el problema, muy concreto, de los hilotas y otros grupos
semejantes.
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Economa y sociedad
190 De los 45 esclavos sobre los que hay constancia, 19 pertenecan a un meteco y no
podan ser, por tanto, agricultores.
7,1 En la venta de los bienes de los Hermocpidas, su precio medio (inferior, ciertamen
te, al de mercado) es de 174 dracmas. Sera preciso que pudisemos comparar dicho precio
con el precio de los bienes races, lo cual es imposible, porque esos mismos documentos indi
can el precio medio de 410 dracmas para una casa, cifra que es excesivamente baja (maras
mo del mercado en 415-413; repugnancia de los compradores a adquirir esos bienes
confiscados?'-en el siglo iv una casa costar, por trmino medio, 2.000 dracmas-). En cual
quier caso, durante estos aos el esclavo es relativamente caro. No debe olvidarse que el ciu
dadano-soldado perciba alrededor de 200 dracmas por la campaa completa de un ao.
-576-
La vida rural
792 Mediocridad que, con todo, no conviene generalizar; el cultivo del olivo, por ejem
plo, haba alcanzado un destacable nivel tcnico.
793 Supra, p. 483.
-577-
Economa y sociedad
posible su virtud-arete, ante la cual -deca Hesodo- los dioses han cre
ado el sudor. Pues tan slo mediante el sudor, la fatiga (ponos) y la apli
cacin (epimeleia) el hombre puede obtener del suelo todo lo que los
dioses tienen a bien concederle. Y no es Hesodo, sino Jenofonte, quien
afirma que la tierra, por ser una divinidad (theos), ensea la justicia a
aquellos que son capaces de aprenderla794- y es a aquellos que le consagran
la mejor therapeia a quienes les concede, a cambio, la mayora de bienes
(Econ., V, 12). Adems, son los dioses los que han dado a los hombres las
plantas alimenticias (Demeter, el trigo; Dionisio, la vid; Atenea, el olivo)
e instituido la forma de cultivarlas; es decir, de rendirles culto: no hay
nada que deba cambiarse ah, ni inventar procedimientos tcnicos nuevos
que seran otras tantas argucias destinadas a engaar a los dioses. El pro
greso tcnico en agricultura habra implicado una emancipacin mental e
intelectual que ni siquiera llegaba a plantearse en los ambientes rurales
del siglo V, ni de los siglos siguientes, pues los estudios de un Teofrasto
o de los sabios helensticos no tendrn nada de campesino y seguirn
careciendo de efectos reales.
Si el ideal de la propiedad autrquica estaba unido al estatuto del libre
ciudadano, se comprende ahora que la aceptacin de una determinada
pobreza (de esa pobreza que, segn Herdoto, formaba parte de la natu
raleza de las cosas griegas)795, o por lo menos de una determinada media
na (mesotes), enraizaba en las concepciones religiosas y morales. La
riqueza procedente de la tierra no es, desde luego, rechazada, pero tam
poco se busca sin ms: esa riqueza le es dada a algunos no porque sepan
hacer que su fundo produzca ms, sino porque poseen un fundo de mayor
tamao -y esto es asimismo un hecho del estatuto social, de esa jerarqua
aristocrtica que la propia democracia no lleg a eliminar. Y ese plus de
riqueza, cuando existe, es abiertamente desviado hacia la vida poltica
antes que utilizarlo para hacer ms agradable la existencia (pues incluso
los ricos siguen viviendo con sencillez) o en la economa comercial, ya
que permite a quienes disfrutan del mismo consagrar su tiempo a los
asuntos pblicos, asumir magistraturas y liturgias. Parece, pues, que la
economa rural contina siendo en todas partes, aunque en distinto grado,
la base esencial de la sociedad poltica, la de los ciudadanos; que, aun
cuando poda haber excedentes comercializables, dicha economa no
estaba dominada por afanes de rentabilidad; y que, por consiguiente, tena
grandes posibilidades de ser muy estable - a menos que se viese afectada
por trastornos ligados a disturbios polticos, tales como los sealados en
Occidentes en poca de los tranoslo por una catstrofe semejante a la
que experimentaron los campos de tica durante la guerra declica.
Es en este ltimo caso cuando mejor apreciamos las consecuencias,
que agravan y prolongan durante un largo nmero de aos (413-404) una
-578-
El artesanado. Tecnologa y trabajo servil
-579-
Economa y sociedad
Sobre los trabajos pblicos: R. H. Randall, The Erechtheum workmen, A.J.A., LVI,
1953, pp. 199 ss.; B. Wesenberg, Kuns und Lohn am Erechtheion, Arch. Anz., 1985, pp.
55 ss.
Sobre la relacin mentalidad-cienca-tcnica, vase (entre otros): W. J. Verdenius,
Science grecque et science moderne, Rev. Philos, CLII, 1962, pp. 319 ss.; J.-R Vemant,
Mythe et pense chez les grecs, Paris, 1965, cap. IV (trad, espaola: Mito y pensamiento en
la Grecia Antigua, Barcelona, 1973); . I. Finley, Technical innovation and economic pro
gress in the ancient world, Econ. Hist.Rev., XVIII, 1965, pp. 29 ss.; H. W. Pleket, Tech
nology and society in the graeco-roman world, Acta Hist. Neerlandica, II, 1967, pp. 1 ss.;
W. den Boer, Progress in the Greece of Thucydides, Medel. d. Koningl. Nederl. Akad. v.
Wetensch., Afd. Letterk., n.s. XL, 2, 1977.
7,7 Demiourgos implica una actividad al servicio del pblico (ya hemos visto, supra,
p. 383, que el trmino designaba a los magistrados en varias ciudades); banausos se referira,
originalmente, a los oficios del fuego; luego adquiri un matiz peyorativo de vulgaridad, tos
quedad. Encontramos, asimismo, cheimtechnes, cheironax, que expresan la actividad manual.
79S Categora que no incluye toda la produccin cermica: aqu hay que aadir los vasos
de barniz negro, la vajilla comn no decorada, ios contenedores destinados a la conserva
cin y a la exportacin de diversos gneros, las figurillas, lmparas, tejas, caos, etc.
795 Llevaba poco tiempo, parece ser, construir una trirreme, y necesitaba pocos trabajado
res; sin embargo, era preciso mantenerlas y renovarlas frecuentemente, pues eran poco dura
deras. Una batalla naval con mltiples daos creaba una solicitud de mano de obra, que se vea
sensiblemente reducida en poca de paz. Desde luego, en todas las ciudades martimas exista
un gremio permanente de carpinteros de ribera, pero haba tambin auxiliares temporales.
-5S0-
El artesanado. Tecnologa y trabajo servil
-581-
Economa y sociedad
-582-
El artesanado. Tecnologa y trabajo servil
-58 3 -
Economa y sociedad
lo, la haba heredado ya de su propio abuelo; despus de haber fijado su residencia en Atenas,
habra gozado de la amistad de Pericles y de Sfocles, y es difcil imaginar que desempease
un oficio artesanal. Sus hijos haban recibido la misma educacin que los atenienses distin
guidos. Haban abandonado Atenas para ir a vivir de una hacienda en Turios, de donde hab
an sido desterrados en el 412. Slo despus de su regreso a Atenas conocemos ei dato de la
famosa armera, pero ignoramos qu importancia tena dentro de su fortuna. Adems, es arbi
trario hablar, como hacen algunos estudiosos modernos, de un taller de 120 esclavos. Lisias
(contra Eratstenes, 19) dice simplemente que, entre los bienes que le confiscaron los Trein
ta, figuraban 120 esclavos, de los cuales se llevaron ellos los mejores y entregaron los dems
al tesoro pblico, lo que puede desatar diversas hiptesis sobre la naturaleza de aquel per
sonal y su pertenencia a la empresa artesanal. Cf. tambin ms adelante, nota 807.
504 Por desgracia, no contamos con ningn dato sobre alguna fortuna mueble en el siglo
v, tal como nos sucede en el rv, en el caso, por ejemplo, de la que Demstenes disput a su
tutor (contra Afobo, I, 9-11). Esta fortuna, exclusivamente urbana, inclua dos talleres arte
sanales, bienes domsticos, dinero en efectivo y sumas prestadas. Los talleres tan slo son
evacuados desde el punto de vista de su renta y ei dinero no parece que intervenga aqu ms
que para la compra de materias primas; en cuanto al dinero colocado (prstamos a particu
lares, prstamos martimos), se destina a otras operaciones ajenas a los talleres. Adems,
una buena parte de las rentas de esos ciudadanos tan acomodados se encauzaba, necesaria
mente, hacia los gastos polticos: no se trata de una familia de industriales capitalistas en
el sentido moderno del trmino. No hay ninguna razn para pensar que el siglo v haya sido
ms moderno, a estos efectos, que el iv.
305 Conviene no confundir divisin del trabajo y diferenciacin de oficios: esta lti
ma parece haber estado bastante acentuada. Un pasaje de Jenofonte, drop., VIII, 2, demues
tra que cuanto ms numerosa es la comunidad, tanto ms se diferencian los oficios. Pero
cuando dice que, en un taller de zapatera, uno no hace sino cortar, otro sino coser, etc., eso
no tiene nada'que ver con el trabajo en cadena; esta especializacin en un trabajo parcial
no tiene otro objeto que la mejora de la calidad del producto mediante la mejora de la dyna
mis de cada trabajador, y no es un problema de producir ms.
- 584-
El artesanado. Tecnologa y trabajo servil
* Supra, p. 540.
-585-
Economa y sociedad
807 Por lo dems, no es preciso suponer que esta empresa, si es que efectivamente (?)
ocupaba a un centenar de obreros en el 405/4, funcionara siempre al mismo nivel. En esta
-586-
El artesanado. Tecnologa y trabajo servil
poca, las considerables prdidas sufridas por las fuerzas armadas atenienses crearon una
demanda excepcional de armamento, atestiguada adems por las construcciones navales, y
es posible que los dos hermanos, deseosos de manifestar su lealtad a su patria adoptiva, con
sagrasen entonces una parte de su fortuna a ampliar la actividad de una empresa cuyas
dimensiones podan ser mucho ms modestas en tiempos de normalidad. Por ltimo, no es
fcil concebir a todos esos trabajadores laborando en un mismo local (lo que implicara la
nocin de manufactura); sin embargo, en esta poca en que los metecos huyen de Atenas,
los talleres vacos no seran difciles de encontrar, y lo ms probable es que la gran empre
sa en cuestin no hiciese ms que reagrupar una serie de talleres. De cualquier modo, pare
ce tratarse de un fenmeno excepcional.
808 Convendra hacer una restriccin en lo tocante a los perodos de la guerra del Pelo-
poneso, durante los cuales los atenienses quedaron encerrados dentro de su recinto fortifi
cado y los misthoi adquirieron entonces una importancia ms considerable que en tiempos
de paz, puesto que, privados de sus ingresos territoriales, los campesinos seguan obligados
a atender a sus abastecimientos. Se ha observado algunas veces que esta situacin habra
podido favorecer el desarrollo de la mano de obra artesanal libre, incluso cvica; pero, por
un lado, Atenas vive entonces en pie de guerra y esa mano de obra potencial se encuentra
en buena medida absorbida, durante ocho meses al ao, por sus tareas militares (por las que
percibe, esencialmente, sueldos militares, que son en realidad misthoi); y, por otro lado, la
situacin que, segn se piensa, habra podido originar una transferencia de la mano de obra
rural hacia el artesanado urbano es, econmicamente hablando, una situacin de marasmo:
los metecos abandonan ahora Atenas en gran nmero, y si no haba ya lugar para sus acti
vidades, tampoco la haba para la de eventuales artesanos ciudadanos. El problema se plan
tear en otros trminos cuando, despus del restablecimiento de la paz, veamos a los
metecos regresar a Atenas, pero tambin cmo una determinada proporcin de campesinos
no vuelve a sus campos devastados (cf. el volumen siguiente).
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Economa y sociedad
m Supra, p. 577.
810 Sobre la complementariedad de las capacidades dentro de la sociedad, cf. Platn,
Rep., 370 c.
-58 8 -
Los intercambios
que el artesano libre (y sobre todo que el artesano ciudadano), pero deba
atender a sus necesidades y a las de sus compaeros, pagar su renta al
dueo y, a ser posible, acumular un peculio: no haba ningn inters en
vender menos caro que su vecino libre. En el caso de un taller con mano
de obra servil gestionado por un patrono libre, ste deba mantener a su
capital humano811, y, como sus esclavos no tenan ningn inters en la
buena marcha del taller, su rendimiento sera ms bajo que en el caso
anterior. Suponiendo que hubiese querido, el propietario no habra podi
do fijar unos precios inferiores a los del mercado -d e un mercado que,
repitmoslo, era demasiado estrecho como para que un incremento de la
produccin no se hubiera visto destinado a ser vendido de saldo. La com
petencia entre talleres, con independencia de que sus trabajadores fueran
libres o serviles, no estaba inscrita en la naturaleza de los hechos.
Resumamos: la poca clsica (pues, a estos efectos, el siglo IV no
parece que se diferenciara profundamente del V) slo tuvo una produc
cin artesanal, y no industrial, que funcionaba en el marco de unos
talleres celulares con mano de obra poco numerosa; una produccin
que, por hallarse estrictamente adaptada a las necesidades del mercado, se
mantuvo en trminos cualitativamente modestos (ms preocupada por la
calidad que por la cantidad), y que, de todos modos, estuvo alejada de un
incremento tecnolgico de la produccin a consecuencia de su incapaci
dad para acceder a esta nocin; un artesanado en el que el trabajo de los
ciudadanos, de los metecos y de los esclavos coexista sin competir entre
s. Por ltimo, esa coexistencia de los tres elementos jurdicos de la mano
de obra constitua, de hecho, una complementariedad, cuyas proporciones
variaban, en cada ciudad, con arreglo a tendencias propias de sus estruc
turas polticas: segn que la polis tolerase o no que sus ciudadanos se ocu
pasen de otra cosa que no fuera la agricultura, segn que exigiese, a un
nmero mayor o menor de entre ellos, una participacin ms o menos
activa en los asuntos pblicos, segn que pudiese o quisiera ofrecerles
algunas compensaciones financieras por dicha participacin, estaba
abriendo un campo de actividad ms o menos amplio a las otras dos cate
goras de mano de obra artesanal. Y, en definitiva, lo hace tan cumplida
mente que, tanto en este terreno como en todos los dems, todo sigue y
continuar estando subordinado a la polis.
IV.-LOS INTERCAMBIOS812
511No cabe aadir la idea de amortizacin, puesto que an no haba sido captada.
m O b r a s d e c o n s u l t a . - Adems de las obras citadas en la nota 768, puede verse:
Sobre los comerciantes y los oficios comerciales: H. Knorringa, Emporos, data on trade
and traders in Greek literature fivm Homer to Aristotle, Amsterdam, 1926; M. I. Finkelstein,
Emporos, Neukleros and Kapelos, a Prolegomena to the study of Athenian trade, Cl. Phil.,
XXX, 1935, pp. 320 ss.; P. Chantraine, Conjugaison et histoire des veibes signifiant vendre,
- 589-
Economa y sociedad
R.Ph., XIV, 1940, pp. 11 ss.; E. Erxleben, Das Verhaltnis des Handels zum Produktionsauf-
kommen in Attika im 5. u 4. Jht., Klio, LVII, 1975, pp. 365 ss.; B. Bravo, Remarques sur
les assises sociales, les formes dorganisation et la terminologie du commerce maritime grec
lpoque archaque, Dial. Hist. Ane., III, 1977, pp. 1 ss. (rebasa la poca arcaica hacia
fechas posteriores); J. Velissaropoulos, Le monde de lemporion, ibid., pp. 61 ss.; R. J. Hop
per, Trade and industry in classical Greece, Londres, 1979; Ph. Gauthier, De Lysias Alis
tte (A.P., 51,4). Le commerce du grain Athnes et les fonctions des sitophylakes, Rev.
Hist. Droit, LXI, 1981, pp. 5 ss.; H. Montgomery, Merchants fond of coun: citizens and
foreigners in the Athenian grain trade. Syinb. Osl, LXI, 1986, pp. 43 ss. Debemos hacer una
llamada de advertencia sobre el hecho de que estos trabajos, as como los que han sido reuni
dos por P. Gamsey, K. Hopkins y C. R. Whittaker, Trade in the ancient economy, Londres,
1983, slo pueden aplicarse al siglo v a costa de prudentes extrapolaciones.
Sobre el comercio martimo en general y la navegacin (corrientes comerciales): A.
Koester, Das antike Seewesen, Berln, 1923; R. Henng, Abhandlungen zur Geschichte des
Schiffarht, Jena, 1928; E. Ziebarch, Beitrage zur Geschichte des Seeraubs und Seehandels
im alten Griechenland, Hamburg, 1929; T. S. Noonan, The grain trade of the Northern
Black Sea in Antiquity, A. J. Pj., XCIV, 1973, pp. 231 ss.; S. Dimitriu y P. Alexandrescu,
Limportation de la cramique attique dans les colonies du Pont-Euxin avant les guerres
mediques, Rev. Arch., 1973, pp. 23 ss.; L. Braccesi, Grecit adriatica. Un capitolo dlia
colonizzazione greca in Occidente, Bolognia, 1971, cap. II; Ed. Will, La Grande Grce,
milieu dchanges. Rflexions mthodologiques, Atti del 1 2 Convegno di Studi sulla
Magna Grecia 1972, Npoles, 1975, pp. 21 ss.
Arqueologa y circulacin comercial: vid. supra, nota 768, Arqueologa e historia eco
nmica; adems, G. Vallet, Les routes maritimes de la Grande-Grce, Atti del secondo
convegno di studi sulla Magna Grecia (Taranto, 1962), Npoles, 1963, pp. 117 ss.
Importaciones alimenticias: L. Gemet, L approvisionnement d'Athnes en bl au Ve et
au IVe sicles, Paris, 1909; R. J. Bonner, The commercial policy of imperial Athens, Cl.
Ph., XVIII, 1923, pp. 193 ss.; K. Koester, Die Lebensmittelversorgung der altgriechischen
Stadt, Berlin, 1939; . I. Finley, Classical Greece (citado supra, nota 768).
Circulacin de los productos artesanales: como la documentacin arqueolgica se halla
considerablemente dispersa, resulta imposible pergear una bibliografa; adems, los inten
tos de sntesis se orientan preferentemente hacia la poca arcaica que hacia el siglo v. Cf.,
sin embargo, el artculo antes citado de G. Vallet; la sntesis de N. Alfieri y P. E. Arias,
Spina, Munich, 1958, y, para el Ponto (entre otros), N. A. Onaiko, Antitchny import na
territorii srednego Pridnieprovia, VII-V vv. do n. e., Sov. Arkh., 1960-1962, pp. 25 ss.
Dinero, moneda y circulacin monetaria: M . Cary, The sources of silver for the Greek
world, Mlanges Glotz, I, Paris, 1932, pp. 133 ss.; K. Christ, Die Griechen und das Geld,
Saeculum, XV, 1964, pp. 214 ss. (con abundante bibliografa); A. Stazio, La documentazio-
ne numismtica, Atti del term convegno di studi sulla Magna Grecia (Taranto, 1963), Napo
li, 1964, pp. 113 ss.; C. M. Kraay, Hoards, small change and the origin of coinage, J.H.S.,
LXXXIV, 1964, pp. 72 ss.; Id., Greek coins and histoiy: some current problems, Londres,
1969; La circolazione della moneta ateniese in Sicilia e in Magna Grecia = Atti del 1. Con
vegno del Centro intern, di Studi Numis., 1967, Roma, 1969, con contribuciones de L. Bre-
glia, E. Pozzi Paolini, N. F. Parise, C. M. Kraay, G. Manganaro, S. Consolo-Langher, H. B.
Mattingly, E. Lepore, B. Mitrea, Dcouvertes montaires et relations dchanges dHistria
avec les populations locales aux vmv* sicles, Studii Clasice, VII, 1965, pp. 143 ss. (en ruma
no, con un resumen en francs); E. Schoenert-Geiss, Die Wirtschafts- und Handelsbeziehun-
gen zwischen Griechenland und den nrdlichen Schwarzmeerksten im Spiegel der
Miinzfunden (6.-1. Jht.), Klio, LUI, 1971, pp. 105 ss.; Ead., Die Geldzirkulation Attikas,
Klio, LVI, 1974, pp. 377 ss.; M. Laloux, La circulation des monnaies delectrum de Cyzi-
-590-
Los intercambios
que, Rev. belge de Num., CXVII, 1971, pp. 31 ss.', R. Bogaert, Le cours du stare de Cyzi-
que Athnes aux v* et iv* sicles, ibid., CXUI, 1977, pp. 17 ss. Dos aspectos de la econo
ma monetaria al margen de la economa propiamente dicha: moneda y trabajos pblicos:
E. Kluwe, Die athenische Geldwirtschaft im 5. Jht. und die Flnanzierungsweise des Parthe-
nons, Parthenon-Kongress Basel 1982, pp. 11 ss.; dinero y tica cvica: Ed. Will, Fonctions
de la monnaie dans les cits grecques de lpoque classique, Numismatique antique. Probl
mes et mthodes = Annales de l Est..., Mmoire n. 44, Nancy-Louvain, 1975, pp. 233 ss.
Sobre la banca, los dos libros recientes de R. Bogaert, Les origines antiques de la ban
que de dpt, Leiden, 1966, y Banques et banquiers dans les cits grecques, Leiden, 1968,
ofrecen toda la bibliografa anterior, que apenas afecta, por lo dems, al siglo v.
813 Acam., 811 ss.; 898 ss.; etc.
814 El problema ha sido especialmente discutido al ocuparnos de las comunicaciones
-591-
Economa y sociedad
- 592 -
Los intercambios
obra servil, y en las que ese comercio parece haber sido bien organizado (probablemente con
la colaboracin de jefes indgenas), eran Tracia, Escitia y Caria.
S23 Es llamativo que no se diga nada sobre los metales; y adems, sabemos que exista
un comercio del mrmol, que podremos apreciar con ms claridad a medida que avancen los
anlisis petrogrficos.
Algunos hallazgos de nforas demuestran que los vinos de Quos, de Tasos y del
tica eran solicitados por los escitas de la cuenca media del Dnieper desde mediados del
siglo vi.
VJ Sabemos que algunas ciudades peloponesias (Argos, Corinto) producan bronces
reputados y exportados, pero los hallazgos no son lo suficientemente abundantes como para
que podamos identificar con seguridad los talleres y as zonas de exportacin. Las rutas del
comercio corintio estn jalonadas, hasta mediados del siglo vi, por la abundante produccin
cermica de esta ciudad; pero esa produccin se extingue hacia el 550, y desde entonces las
rutas comerciales sufren, para nosotros, un eclipse. Sin embargo, es cierto que Corinto con
tinu aprovisionndose de trigo en el exterior y es probable que exportase productos met
licos. Este ejemplo debe llamar nuestra atencin sobre el carcter incierto y equvoco de los
hallazgos de cermica en cuanto documentos de las comentes comerciales: su presencia
prueba la existencia de corrientes comerciales, sin que el caso inverso sea necesariamente
verdadero, y la mayor o menor abundancia de hallazgos de cermica no debe jams ser con
siderada como la prueba de una mayor o menor abundancia en el volumen total de los bie
nes que circulaban por la ruta que la cermica jalona, a lo sumo, como un indicio.
- 593-
Economa y sociedad
ca tica y de su evolucin. Es en Italia en donde las cosas parecen ms claras: entre el lti
mo tercio del siglo vi y mediados del v, la cermica pintada tica conoce una fuerte
progresin en Sicilia y en Campania, y una progresin menor en la Magna Grecia, y a con
tinuacin, empieza a decaer- En Etruria, en donde las importaciones ticas alcanzan su
mximum en el tercer tercio del siglo vi, se aprecia luego una regresin continua, pero las
cantidades absolutas siguen siendo, no obstante, superiores a las anotadas en cualquier otra
parte hacia 450. A su vez, la progresin de la cermica tica en el Adritico (cf. la necr
polis de Spina) hay que ponera en relacin con el empuje de los etruscos hacia la llanura
baja del Po. Sera deseable que pudisemos efectuar evaluaciones estadsticas del mismo
tipo en el mundo colonia] pntico. All se comprueba, por ejemplo, la coincidencia entre la
decadencia de las importaciones de cermica tica y el desarrollo de la cermica de Olbia,
pero, como aqulla no posea la calidad de la tica, es dudoso que se trate de un fenmeno
de competencia, y es ms probable que los alfareros de Olbia ocuparan un espacio que ten
da a quedar libre.
- 594-
Los intercambios
-595-
Economa y sociedad
ba, entre otras, de corrientes comerciales que partieron del Pireo o que
acabaron en l830, no dejan de constituir una categora excepcional de
datos, y lo ms frecuente es que la circulacin monetaria slo pueda ser
observada a una escala menor. Ya hemos examinado los problemas que
se plantean en la cuenca del Egeo durante la vigencia del imperialismo
ateniense, a propsito del decreto de Clearco, y sealamos que la
intensidad del trfico poda ser una de las razones de dicha medida831.
Han sido objeto de anlisis diferentes reas de circulacin regional, en
varios territorios, de la Grecia propiamente dicha (circulacin del
numerario egineta en una zona delimitada por el Peloponeso, Creta y
Rodas); en el Ponto Euxino (circulacin de monedas de Histria en la
comarca del bajo Danubio y a lo largo de la costa occidental); en Italia
meridional. No son slo los hallazgos de monedas lo que importa, sino
su pertenencia a tal o cual sistema ponderal, los patrones que permiten
a veces delimitar zonas comerciales y determinadas variaciones en su
distribucin: cuando se comprueba, por ejemplo, que del siglo VI al V
Posidonia pasa del patrn fcense (el de su vecina Elea) al patrn
aqueo que utilizan las colonias tirrenas de Sbaxis, y que ese cambio va
acompaado de una ampliacin del rea en la que se descubren las
monedas de Posidonia, eso implica la existencia de cambios en la cir
culacin comercial italiota, probablemente ligados a la desaparicin de
Sbaris. Estos pocos ejemplos slo estaban orientados a plantear algu
nos problemas que sera intil intentar resolver a escala general del
Mediterrneo.
Si podemos seguir a los objetos (vasos, monedas y otros productos),
no es posible seguir a los hombres que los transportaban, ni siquiera
identificarlos: nunca sabremos si un vaso tico encontrado en Olbia
figuraba en el flete de salida de un negociante del Pireo o en el flete de
regreso de un olbiopolita -y sera muy interesante conocer ese dato.
Por otra parte, ignoramos si un objeto que ha sido exhumado lejos de su
lugar de produccin haba llegado all directamente o no -o, al menos,
no lo sabemos sino en raras ocasiones. Detrs de ello se encuentra el
problema de los intermediarios, que sera importante conocer con ms
detalle. La existencia de intermediarios es evidente desde que las
corrientes comerciales penetran a fondo, en el interior de los continen
tes: productos egeos que penetran en el centro de la Galia, de Ucrania o
de Afganistn tienen pocas probabilidades de haber llegado hasta all
310 En lo relativo a Occidente, las cosas distan mucho de estar claras en el siglo v, tanto
en el espacio (las monedas atenienses tan slo se atestiguan, por ei momento, en Sicilia y en
el estrecho de Mesina -regiones en donde se utilizaba el mismo patrn- y, espordicamen
te, en las costas tixrenas de Italia) como en el tiempo (parecen haber conocido tres perodos
de afluencia: desde finales del siglo vi al 480; hacia mediados de siglo, y antes de acabar el
mismo). La interpretacin es objeto de grandes controversias, pero existe un acuerdo para
pensar que la tercera ola de la moneda tica en Sicilia se halla en conexin con la expedi
cin de 415-413, y que nada debe a las corrientes comerciales normales.
m Supra, p. 189.
-596-
Los intercambios
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Economa y sociedad
material de las especies monetarias; pero, desde el momento en que el mundo griego cono
ca la economa monetaria, el instrumento monetario intervena necesariamente para deter
minar el valor de los bienes intercambiados. Las transacciones de este tipo deban de ser
tanto ms frecuentes cuanto que la cantidad total de dinero acuado en el mundo griego
parece haber sido siempre, con mucho, inferior al valor de la masa total de bienes negocia
dos. La moneda desempea, de este modo, el papel ideal de patrn-marco de valores y de
unidad de cuenta.
-598-
Conclusiones
V.CONCLUSIONES
-599-
Economa 3 sociedad
Pero, por grande que haya sido en algunas ciudades la apertura de esa
sociedad poltica, nunca ha roto el lazo que, concreta o idealmente, liga
al ciudadano a la tierra - a su tierra familiar si es propietario, a la tierra
de la patria si no lo es. A la tierra en cuanto bien, a la agricultura en
cuanto gnero de vida. La agricultura puede no bastar ya, y a veces la
carencia es intensa, para la subsistencia de la comunidad, y entonces
puede no seguir siendo, sino de forma imperfecta, la base econmica de
su existencia; mas no por eso deja de constituir el pilar esencial del vivir
bien, de la virtud cvica y del comercio del hombre con los dioses. Cual
quier otro trabajo ocupa un puesto inferior en la jerarqua de las repre
sentaciones ticas, y viene a suponer o bien que la persona que lo ejerce
ha perdido la posibilidad de vivir de su fundo, o incluso la posesin del
mismo (lo que puede originar hasta la prdida total o parcial de sus dere
chos cvicos), o bien que, por no poseer los derechos cvicos, no tenga
derecho a una parte del suelo. Desde ese momento, el artesanado o el
comercio implican, para el ciudadano, una menor dignidad, ms o menos
percibida segn la apertura poltica, y, para el no ciudadano, son la nica
forma de actividad que le ofrece la sociedad -pero que puede ofrecerle
con mucha generosidad.
Segunda observacin: en algunas ramas del trabajo la produccin
nunca est dominada por el afn de productividad, ya que se hallan para
lizadas por concepciones arcaicas de naturaleza religiosa y moral; la
nocin de una relacin sagrada o natural entre la tierra y el trabajo, entre
la capacidad del artesano y la calidad de su producto, alej al trabajador
griego de la idea de que podra producir ms si produca de otra manera,
mientras que al imponer la conviccin de que el hombre no tiene que
modificar esas relaciones naturales mediante la alteracin de la propia
naturaleza, cerr a la ciencia terica el paso hacia la ciencia aplicada y
hacia un progreso tecnolgico que, a fin de cuentas, apenas era reclamado
por la situacin del mercado. El recurso a la mano de obra servil, invoca
do a menudo como causa del estancamiento tecnolgico, podra en cam
bio ser la consecuencia. En cuanto al lugar reservado a esta mano de obra
servil, lugar que variaba considerablemente segn cada ciudad835 y que
jams podemos determinar cuantitativamente en ninguna rama de la pro
duccin, dependa de factores infinitamente diversos, sin que nunca resul
te posible ligar estrictamente el trabajo servil a un ideal de descanso total
del ciudadano (salvo en las ciudades guerreras de tipo espartiata o creten
se), ni descubrir una competencia entre el trabajo servil y el trabajo libre.
El espritu no productivo del trabajador individual tiene su corolario
en la poltica de las ciudades, cuando esta ltima afecta, la mayora de las
veces de manera indirecta, a los problemas econmicos. Lo que preocu
pa a la comunidad, desde luego, es asegurar su subsistencia; pero, en la
medida en que los recursos locales no son suficientes, sera intil que tra
tsemos de encontrar disposiciones destinadas a fomentar la produccin:
-600-
Conclusiones
m Sin embargo, debemos ser precavidos ante los excesos de algunas teoras que, vin
culando la preocupacin por asegurar el consumo al pretendido ideal de descanso del ciu
dadano, deducen de ello que el ideal ltimo de la polis habra sido hacer del ciudadano un
rentista-consumidor. Es una visin voluntariosa, cuya realidad no hay ningn dato que la
confirme.
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Economa y sociedad
3T Supra, p. 458.
!3 Cf. asimismo, en el siglo iv, Jenof., Econ., XI, 9; Aristt., Et. Nie., VIII, 1, 1; IX, 8 ,
9, etc.
*39 Si este ideal no estaba implcito, las reflexiones financieras de Platn y de Aristte
-602-
Conclusiones
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Economa y sociedad
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Conclusiones
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CONCLUSION GENERAL
EL PROCESO DE SCRATES
- 607 -
Economa y sociedad
Pero, puesto que ese punto de vista ateniense se nos impone con
tanta fuerza - la fuerza de las cosas y la fuerza de los documentos-, es
el que adoptaremos para terminar. En tal caso, la evidencia que se
impone es la de una crisis final, que hemos reconocido en todos los
mbitos sucesivamente estudiados, de modo que bastar aqu con resu
mir nuestras observaciones.
Es, en primer trmino, una crisis poltica, la ms patente: la de la
polis ateniense y, simultneamente, la del mundo griego egeo que Ate
nas haba conseguido reunir bajo su autoridad. Crisis contradictoria,
como haban sido contradictorios los ltimos desarrollos de la libertad
democrtica en Atenas y de la negacin de la libertad en el imperio.
Sometida en dos ocasiones a los asaltos de los oligarcas, la libertad
democrtica es finalmente restaurada en Atenas, pero se ve afectada
por un coeficiente de desilusin de temor y de sospecha que refleja un'
deterioro de la salud pblica -y se vio privada de las bases financieras
que le haba asegurado la explotacin de los sbditos. Pero o
derrumbamiento del imperialismo ateniense, al que tanto haba contri
buido la aspiracin de los aliados por recuperar sus libertades, no tuvo
como consecuencia la liberacin de todas las ciudades del Egeo, pues
to que en Esparta, no obstante el hecho de haber enarbolado contra
Atenas el estandarte de la libertad, algunas personas proyectan enton
ces volver a ocupar el lugar de Atenas -e n la medida en que aquel lugar
no est ya nuevamente en manos de los persas. Y el debate que el
imperialismo ateniense y la guerra del Peloponeso haban abierto en
numerosos lugares entre rgimen poltico interno y sumisin a una
autoridad externa, ese debate entre democracia y oligarqua no se
encuentra cerrado, despus de todo: en muchas ciudades, no ha hecho
sino cambiar de signo.
En Atenas, la crisis poltica no es ms que un problema doctrinal:
est unida a los trastornos socioeconmicos que haba introducido el
imperialismo y que fueron precipitados ms tarde por los aconteci
mientos de finales de siglo. El imperialismo, sin llegar a destruir los
fundamentos rurales de la economa social de la ciudad, les haba
inyectado, gracias a la talasocracia, un complemento de recursos y
posibilidades econmicas que haba favorecido el desarrollo de la ciu
dad y de las funciones urbanas -m ientras que ese desarrollo, mediante
un efecto de rechazo, haba acentuado las tendencias imperialistas. La
prolongada privacin de su territorio, durante la guerra declica, des
truy despus esa complementariedad, porque el cuerpo cvico ate
niense se vio entonces, en parte, encerrado dentro de un medio urbano
improductivo, y en parte reducido a combatir por mar viviendo de la
guerra. Y, el da en que el torno de los peloponesios qued por fin aflo
jado, el elemento rural de la poblacin se encontr con que su capital,
mueble e inmueble, estaba arruinado. As, el siglo IV se abre sobre la
destruccin temporal del antiguo equilibrio socioeconmico -que
nunca ser ntegramente restaurado-, destruccin que implica el dete
rioro del equilibrio poltico.
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El proceso de Scrates
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Economa y sociedad
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El proceso de Scrates
542Supra, p. 441.
sw Supra, p. 358.
Recordemos que ei propio Scrates se haba defendido contra esta confusin; supra, p. 547.
-611-
Economa y sociedad
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NDICE ONOM STCO Y TEMTICO
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Indice onomstico y temtico
-614-
Indice onomstico y temtico
Aristteles, 59, 61, 128, 131-132, 147, 185, 496-497, 499, 501-504, 506-50$, 511,
214, 241, 326, 331, 335, 338-340, 375- 517, 520, 527, 533, 545, 548-551, 554,
376, 391-394, 399, 404, 410,413, 417, 557-558, 560
424, 433, 506, 522, 542, 559 ateniense, 53, 62, 65-67, 73-75, 77-78, 80,
Arquelao, 460 82, 84, 8 6 - 8 8 , 90-92, 94, 96, 98, 100-
Arqustrato, 241 104, 106-110, 112-133, 135, 138-142,
Arqudamo, 273-276, 278, 289, 310, 325 144, 146-198, 229, 235-236, 239, 241,
arquitectura, 22, 34, 476-477, 521, 553 244, 248-265, 267-275, 277-282, 286,
Artabano, 95 288-294, 296, 298, 300-305, 308-312,
Artafemes, 79-80, 82, 84 314-315, 318-322, 324-333, 335-336,
Artajeijes, 21, 29, 33, 36, 38,129, 140, 327 339, 341, 343, 346-350, 352, 355-356,
Artemision, 99, 101 358-359, 376, 380-384, 388, 391, 396,
artesano, 427, 553 401-404, 406, 408, 410, 412-413, 415-
artesanado, 60 418, 424, 430-432, 448, 454, 459, 477,
artynai, 383 489,492,496, 502-504, 506, 510, 517-
Asamblea (vase Apella, Ekklesa), 518, 524, 528, 539, 548, 553, 558
54-56, 60, 62, 243, 335, 338, 340, 377, atenienses, 57, 60, 65, 67,70-74, 80-81, 83-
381-384, 391-392, 394-396, 402, 406, 8 6 , 88-95, 97-100, 103-108, 110-112,
409, 412-413, 416, 421, 495, 557 114-125, 127-130, 137-155, 157-165,
Asdepio, 475, 551 167-183, 185-198, 202, 212, 222, 226,
Asia Menor (vase Jonia, Elida), 19, 229, 235-236, 240-241, 243, 245-247,
21, 26, 38, 48, 50-52, 90, 104, 123-
249, 251-256, 258-264, 267-274, 276-
124, 143, 149, 151,161,190, 193,202,
277, 279, 281, 285-292, 294-305, 308-
208, 261, 327-328, 330, 347, 494, 506
319, 321-322, 325-327, 329-330,
Asia Menor (griegos de), 48
332-333, 335-339, 341-344, 346-354,
asilo, asylos, 471, 477
356-360, 376-377, 379-381, 383, 386,
Asopo, 108
391-393, 397, 404-405, 409, 417, 421-
Aspasia, 248, 280
423, 429, 431-432, 452-455, 471, 477,
Asinaro, 322
491,494, 496, 498, 500-504, 508, 510,
Asira, 16, 35
523-524, 551, 555-556; -instituciones
staco, 262-263
atenienses, 67, 71, 128, 316, 404;
Astart, 201
-relaciones exteriores, 55; -en el 490,
Astoco, 329-330
8 8 , 111, 497; - y Jeijes, 104; -y Argos,
asios, 378
asty, 64, 377-378 54, 80, 140, 275, 304; -y los beocios,
ataktoi poleis, 167 108, 153, 309, 359; -y Corinto, 264,
atesmo, 546-547 490; - y Egina, 143; -y Egipto, 22,146;
ateo, 542-543, 547 -y Esparta, 55, 57, 70, 94, 116, 137,
Atengoras, 440 148, 175, 235, 270, 310-311, 318, 326,
Atenas, 52-53,56, 58-59, 62, 64, 68-74,77- 380; - y el Occidente, 252-253; -y los
78, 80, 83-94, 98, 106-107, 116, 122- tesaios, 72, 138, 145
125, 128-129, 131-133, 137-153, 155, Atenea, 150, 166, 168, 171, 190, 192-193,
157-162, 165-169, 173-179, 181-183, 247-248, 260, 317, 342, 413-414, 434,
185-190, 192-198, 214, 223-224, 226, 458, 488-490, 492, 494, 496-504, 508,
229, 235-236, 239-241, 243, 245-249, 550, 556-557, 560; -Chalkioikos. 494;
251-265, 268-281, 286-292, 295-302, -H ygieia, 503; -Nike, 499, 503;
304-312, 314-321, 323-333, 335-353, Pallas, 490; Parthenos, 247, 490,
355-360, 376-380, 382, 384-385, 387- 497, 500-504, 557; -Phrata, 508;
388, 390, 397, 399, 402-403, 406-408, -Polias, 247, 488, 492, 497, 499-500,
411-416, 421-424, 426, 430-431, 441- 502-504, 508; - Promachos, 489, 498-
442, 448-454, 471-472, 475, 488-494, 501, 503-504
-615-
Indice onomstico y temtico
- 616 -
Indice onomstico y temtico
Crmdes, 357-35S ciudad, 42, 51, 54, 56-60, 62-63, 65-66, 69,
Carneas, 102 71, 73-74, 81-82, 85, 87-89, 91-94, 99,
Cartago, 84, 95, 203, 205, 211, 213-216, 111, 114, 116, 119, 122-124, 129-130,
256, 313, 318 137, 139, 141-144, 147-149, 158, 160,
cartagins, 205, 213 162, 166, 168, 172-176, 178-179, 182,
Casitrides, 231 184-185, 192-194, 197, 209-213, 215,
Casmenas, 203, 211 217-218, 220, 222-224, 226-231, 235,
Caspio, 16, 40 240, 246-247, 252-256, 258, 260, 263-
Catana, 203-204, 209, 212, 222-223, 226- 264, 270-271, 275, 280, 285, 288-289,
293, 295, 299-303, 305-306, 308-310,
228, 252, 256,286, 318, 321-322
314, 316-320, 323, 325, 327-328, 333-
Caulonia, 219
334, 336, 339-342, 344, 347, 351-354,
Cecropida, 64-65
358-359, 376-378, 381-383, 385, 387-
Cefalonia, 268, 290
388, 390-391, 394-395, 403, 406-408,
Ceos, 98, 104, 431
414-415, 418,422,424,426,428, 430-
cermica, 55, 557 431, 433-434, 436-439, 442, 446-449,
Cerdea, 205, 213 451, 453-455, 457-459, 467, 474, 476,
cereales, 187, 472 483, 487-489, 493, 495-496, 498, 501-
chamanismo, 44-45 503, 505, 507-509, 511-513, 517-518,
charis, 535 523-524, 526-527, 545, 547-549, 554,
chiliarchos, 20 558; -derecho de ciudadana (vase
China, 42 politeia), 58, 127, 212, 239, 248,
Chipre, 81, 117, 140, 143, 147, 150-151, 380-381,405
161,346 Czico, 189, 341, 343, 347, 349-350,354
chremata, 43 9 Cizno, 104
Cibeles, 551 Claro, 5, 72, 78, 92, 95-96, 99, 117, 171,
Cicladas, 84, 89, 92,161,510 173,205,209,219,263,267,270,276,
Cclope, 516 280, 287, 298, 310-311, 332,417,439,
ciencia, 218, 427-428, 465, 479, 495, 541, 491,521,537,547
544-545, 547 clases censuales, 93, 405, 425
Cilicia, 89, 151 Clazomene, 241, 328-329, 347, 544
cilicirios, 211 Clendridas, 254
Cn, 276, 471 Clearco, 174, 180, 189-191
Cleofonte, 342, 348-349, 354-355, 357
cimerios, 41
Cleomenes I, 60, 93, 128, 405
Cimn, 87, 121-122, 124, 126-132, 137-
Clen, 280, 292-294, 297-299, 302-303,
141, 146-148, 150, 159, 174, 240-241,
311,332, 409, 451-452
246,269, 560, -poca de, 122,126
Clenmo, 165,167, 180
Cinadn, 398
cleinqua, clerucos, 73,122, 170,173,193,
Cinco Mil, 334, 336-338, 343, 349, 355,
195, 294
357, 392, 406, 448, 455 Clinias, 165, 167, 174, 180, 309
inosema, 341-342, 345 CJstenes, 58, 60-63, 65-74, 80, 84-85, 87,
Cinosura, 105 93, 116, 131, 139, 241, 356, 401-403,
Cinuria, 54, 304 405, 425, 429, 503, 508
Cinvat (puente), 23 clisteniano, 68, 89, 332, 423
Cirene, 225-226, 382, 491 Clitemnestra, 538
Cirenaica, 31,202, 220,225 Cnido, 124, 510
Ciro, 9, 16, 26-28, 37, 40, 106, 346-349 cnidios, 204, 557
Citera, 299, 308, 490 Colofn, 161, 170, 174, 176, 347, 542
Citern, 72, 108, 222 colonias fenicias, 204; -griegas, 40; -corin
Citio, 150 tias, 98
- 617 -
Indice onomstico y temtico
Colono, 173, 334, 338, 340, 492, 538 Criton, 386, 436
comedia, 296 cronolgicas (incerditumbres), 121, 148
cmicos, 251, 281, 410, 443 Cronos, 222
comercio, 46, 51-52, 141, 178, 187, 197, Crotona, 204, 217-220, 253, 392, 488-
212, 230-231,271,326 489,555
comercial, 20, 22, 230, 377 crotoniatas, 217-219, 224
competicin, 110, 386, 414, 511; -espritu Ctesias, 33-34, 140, 327-328
de, 386 Cuatrocientos, 59, 334-337, 340-341, 526
concordia, 359-360, 457-461, 498, 501 culto, 24, 27-30, 56, 63, 81, 193, 222, 247,
conformismo, 458, 483, 486, 548-549 249, 382,470, 472-477, 480,483, 485,
conformista, 484, 545, 550 487-488, 490-493, 495-496, 498-504,
congreso panhelnico, 152, 162, 239, 254; 506-510, 512, 517-518, 520, 545, 551,
proyecto de, 152, 239, 254 554; -cultual, 247, 414, 492, 500, 507,
conocimiento, 5, 34-35, 37, 45, 47, 52, 84, 510, 548, 556
172, 182, 185, 314,428, 433, 437-438, Cumas, 204, 221-223, 225
464,482,495, 517, 530, 538, 541,543,
552; teora del, 42S, 437
Conn, 348-350 da.dou.chos, 521
contrato, 158, 259, 386, 429, 434, 436-437, daevas, 23-24
439, 446-447, 454, 457; -contractual, daimon, 473, 475, 515, 532-533, 539, 548;
. 436-437, 446, 482; -social, 429, 436- daimonion, 531
437, 439, 446-447, 454, 457 Damn, 241, 248-249
Copais (lago), 421 Danubio, 40-42, 47-48, 51, 290
Corcira, 129, 141-142, 210, 266-273, daricos, 19
275, 278-279, 281-282, 286, 290- Daro I, 9, 15
292, 295, 317 Daro II, 327-329, 343, 346
corcirenses, 100,155,268-269,272,295,451 Daro III, 40
corego, 139 Datis, 89-90, 92, 94
Corinto, 54, 57, 73-74, 86, 98, 104, 108, David, 25, 28, 307
138, 140, 142-145, 149-150, 154-155, David (casa real de), 28
187-188, 210, 224, 228, 235, 254, 264, decarchas, 350, 356, 397
268-273, 275, 281, 306, 310, 318, 348, Decelia, 64, 313, 319, 321, 325, 327, 335-
352, 390-391, 487, 490, 492 337,343-344; declica (gueira), 321,339
Corinto (golfo de), 140, 142, 145, 149-150, Delfinio, 411
155, 187-188 Delfos (anfictiona de). 113
corintios, 54, 73-74, 104, 108, 138, 140, Delfos (orculo de), 60, 72, 96, 98, 496,
143,149,155,210,259,268-273, 275- 535-536
276, 278-279, 282, 286-287, 290, 304, Delio, 192, 194, 301-302, 305
308-311, 318-319, 322, 351-352, 359, Dlos, 89, 99, 109, 120-122, 124-125, 145,
376, 391,451,490 149-150, 152, 157, 159, 161-164, 166,
Coronea, 143, 153-154, 422 179, 190,192, 198, 243,277,420, 510;
cosmogona, 516 -Confederacin de, 99, 120-122, 124,
cosmologa, 514, 542-545 145, 149, 152, 157, 159,162-164, 190,
crdito, 336 1 92,198,2 4 3 ,2 7 7 ,4 2 0 ,5 1 0
Creso, 49, 81, 534-537, 539-540 demagogia, 224, 332, 342, 349, 354, 409,
Creta, 388, 390, 392, 399, 487 417, 454
cretense, 217 demagogo, 240, 280, 299, 311
cra (vase ganadera), 43 Demarato, 72-73, 93, 385
Crimea, 41, 46, 262 demarchos, 403
Critias, 353, 355-358, 421, 433, 455, Demeter, 193, 488-489, 492, 510, 518-523,
546-548 530-531,546
-618 -
ndice onomstico y temtico
-619-
Indice onomstico y temtico
-620-
ndice onomstico y temtico
esclavos, 33, 43, 46, 56, 97, 212, 271, 325, Estira, 98, 104
330, 348, 388-389, 393, 406, 449, 460, estrategos, 93, 167-168, 243-244, 259, 269,
491,493-494, 508 298, 318, 321, 335, 341-344, 349-350,
Escpadas, 72, 421 405-410, 417, 503
escultura, 22, 554 estrecho de Mesina, 141, 206, 208-209,215
eschara, 481 Estrimn, 48, 122, 124, 262-263, 290
Esdras, 27-30 Etlidas, 508
Esfacteria, 275, 296-298, 305-306 Eteobutadas, 503
Esparta, 49, 53-57, 60, 70-74, 77, 80, 86, eteocretenses, 392
88, 91-94, 99, 102, 104, 106-107, 111, ethnos, 419
ethos, 558-559
114-117, 121, 123, 125-133, 137-140,
Etionia, 337-338
142, 147-150, 153-155, 158-159, 163-
Etiopa, 35
164, 175-176, 179, 214, 222, 235-236,
Etna, 220, 222-223, 226-227
254-255, 259, 268, 270-278, 285, 288,
Etolia, 149-150, 154, 296, 419
294-297, 300-306, 308-311, 314, 318,
Etruria, 204, 215, 217, 256
322, 324-329, 335-337, 342, 345, 349, etruscos, 201, 204-206, 215, 221-222, 230-
351-353, 356-359, 377, 380, 382, 385, 231,318
388-391, 393-400, 426, 453, 488, 490- Eubea, 71, 74, 89, 100, 102, 122, 152-
491, 494, 506, 508; -instituciones de, 153, 173-174, 185-186, 190, 319,
426; ~y Atenas, 53, 80, 131, 214, 235, 325, 337, 341
295; y el Peloponeso, 10, 53, 113, 128, eubeos, 98, 108, 153, 162, 180
135,138,140,142,144,146,148,150, Eubuleo, 489, 519
152,154,156,158,160,162,164,166- eudaimonta, 475, 485
170, 172-178, 180, 182, 184-190, 192, Euranides, 138, 426, 458, 498
194-198,229,233,236, 240, 242,244- Eumolpidas, 518
246, 248, 250, 252-283, 285-286, 288, eunoma, 391, 398, 457
290,292, 294, 296,298, 300,302, 304, Euribades, 102, 104
306, 308, 310, 312, 314-316, 318, 320- Eurimedonte, 124, 129, 148, 161, 320-321
322, 326, 328, 330-332, 334, 336, 338, Eurpides, 312, 425, 443 , 448 , 455-456,
340, 342, 344-346, 348, 350, 352-354, 460, 485, 509, 516, 528-529, 532, 539,
356,358, 360, 378, 390, 397,406,410, 548, 550, 559
414-415, 417, 422, 444, 449, 460-461, Euripo, 100,103
463-465, 547-548, 550-551, 560; -y Euripntidas, 55, 396
los persas, 324; - y Argos, 54, 80, 304; eusebs, 483, 527
- y Grecia central, 70; - y los persas, euthyna, 410, 494
Eutifrn, 483-484
324; -Argos, 54, 80, 304; -y Grecia
Eutresis, 422
central, 70; -cultos, 24, 26-27, 62, 66,
eutycha, 303, 475, 486
192-194, 396, 413, 428, 469-470, 473-
Evgoras, 346
476, 487-489, 491-496, 507-510, 513-
Evesprides, 225-226
514, 518, 523, 525, 531, 542, 546,
exilio, 27-30, 60, 68-69, 138, 147, 228,
549-551
280, 301, 312, 350-351, 355, 418,471-
Esquilo, 105, 128, 138, 223, 403, 426, 443, 472, 526
458, 480, 497-498, 526-528, 532-535, exiliados, 153, 213, 217, 317, 327, 352-
537-538, 542, 547, 557-559 353, 357
Esquines, 494 experiencia poltica, 429-430, 433
Estagira, 301 xtasis, 491, 515
estao, 230-231 extatismo, 559
estatua, 27, 240, 247-248, 477, 499-502, extranjeros, 17, 56, 61, 174, 263, 380, 388-
504, 550, 554-557 389, 411, 431-432, 493, 507-508, 549,
estatuaria, 553 551; -dioses, 551
Estenelaidas, 274-275 Ezequiel, 26-27
- 621 -
ndice onomstico y temtico
- 622 -
ndice onomstico y temtico
Hermes, 53, 59, 83, 87, 96, 102, 118, 138, humano, 30, 33, 45, 126, 202, 287, 377-
157,216, 239, 266, 299, 316,331,435, 378, 388,428,458, 463,479,528, 535-
444, 476, 497 536, 539, 544, 546, 555-556, 559
Hermiona, 98, 104, 268, 290 Homero, 381, 386, 472, 480, 491, 526, 529,
Hermcrates, 299, 312, 318, 329 532,542, 555
Herodes, 182 homrico, 381, 518, 527, 533
hroe, 106, 129, 442, 475, 522, 538 homoioi (espartiatas), 274, 395, 397-399
heroico, 103, 222 homoiosis, 556
Hesodo, 425, 429, 472, 474, 526-528, 532, homologa, 436
535, 542 homonoia, 458-460
bestia, 377 hoplitas, 56, 80, 89, 94, 108-110, 130, 132,
Hestia, 476, 506-507 144, 173,215, 271,286,296-297, 301-
Hestitida, 420 302, 317, 321, 326, 332, 334, 337-339,
Hiele, 230-231 355, 392, 394, 397, 405, 411, 414, 423
hiereus, 471 horkos, 495
Hiern, 212, 216, 219-223, 225, 227 hosios, 471-472, 483
hieron (santuario), 471, 476-477 hospitalidad, 70, 94, 175, 213, 507, 532
hieropos, 494, 503 husped, 213, 507
hieros, 470-472, 483 Hyakinthia, 107
hierro, 185, 325, 397, 429 hybris, 455-456, 484, 536-540, 548
hilotas, 54, 56-57, 126-127, 130, 203, 211, hyparchos, 19
235, 275, 296, 298, 304, 389, 393-395, hypekooi, 159, 164
398, 400, 420 hypomeiones (vase inferiores), 398
Himera, 204, 210-211, 213-216, 222-223,
225, 319
Himno a Demeter, 518 Ictino, 558
Hiparco hijo de Carmo, 85, 92, 100 igual, 17, 23-24, 26, 31, 44, 61, 67, 69, 79,
Hiprbolo, 311-312 99, 108, 110, 116, 119, 122, 143, 178,
Hipias, 59-60, 70, 74, 80, 84-85, 87-90, 180, 182, 187, 192, 197, 202, 210-211,
116, 431,437, 446 214,218, 223, 227,231, 240,248,281,
Hipcrates, 208-212, 224, 241, 301 329, 351, 377, 382, 385-386, 389, 391,
hipocrtico, 41, 445, 544 395, 399, 402-403, 417,420,426, 431-
Hipcrates de Gela, 209 432, 434-436,438,442, 446, 450, 453,
Hipcrates, 208-212, 224, 241, 301 457-458,460,463,472, 474, 479, 483,
Hipdamo, 254, 457 488,496, 504,509, 522, 525, 527, 534,
Hiplito, 485, 516 539, 552
Hipotntida, 64-65 igualdad, 67-68, 123, 158, 196, 396-399,
hippeis, 59, 68 402, 426, 449-450, 453-454, 456-457,
Histaspes, 22 459, 503
Histiea, 153, 174, 185, 557 igualitario, 387, 395, 398, 402
Histieo de Mileto, 51, 79 ilegalidad, 132, 224, 294, 334, 340, 408-
historie, 461, 463 410, 446, 457
holocausto, 481 Iliso, 144, 496, 520
hombre, 23, 44-45, 52, 60, 89, 111, 128- Imbros, 122, 185
129,131,139, 146,184,213, 223,240- imperialismo, 91, 117, 135, 138, 140, 142,
243, 246, 249-250, 269, 293, 316, 321, 144,146, 148-150, 152, 154, 156, 158-
337, 344, 347, 355-356, 375-376, 399, 162, 164-166, 168, 170, 172, 174-176,
415, 427-429, 431-432, 434-435, 438- 178-180, 182-188, 190-192, 194-198,
440, 445-449, 463, 470-472, 477, 479, 236, 249, 252-253, 255, 257, 259, 261,
482-485, 487-488, 505, 507, 513-514, 263-265, 267, 269, 271, 273, 275, 277,
517, 524, 526-528, 531, 534-544, 546, 279,281, 293, 312, 314, 322, 352, 354,
552-553, 556-558 416, 430, 497
- 623 -
ndice onomstico y temtico
imperialista, 159-162, 172, 183, 187, 191, Jmblico (vase Annimo Jmblico),
254-255, 299, 452, 454, 496, 498, 442,446, 457, 459
502,504 Jantipa, 139
imperio ateniense, 53, 157, 159, 161, 163- Jantipo, 92, 109, 115, 241
165, 167, 169, 171, 173-177, 179, 181,Jenfanes, 542-544, 558
183, 185, 187, 189,191, 193,195, 197, Jenofonte, 33, 172, 244-245, 338, 340,
271, 300-303, 328, 350, 359 345, 350, 353, 355-356, 391,433,446,
impo, 547 458, 550
Jenofonte (pseudo), 245
impiedad, 248, 447, 483-484, 546-549
Jeijes, 20, 22, 24, 27, 32, 38, 40, 84, 86, 93,
Inaro, 140
95-98,101-102,104-106,108,111,125,
independencia, 29, 32, 40, 56, 74, 113-114,
127-129, 137-138, 140, 214-216, 225,
116, 127, 132, 163-164, 172, 195, 225- 385,453,462, 497, 500, 511, 535-537
226, 293, 333, 347, 376, 384, 419-420,Jerusaln, 27-29, 32
467, 505, 509, 515, 519 Jonia, 31-32, 35, 51-52, 79-82, 84, 97, 118,
India, 9, 22, 39 161, 167, 170, 206, 209, 294, 328-329,
Indo, 16, 22, 39 333,339, 343,347,349, 397,510,545,
indgenas, 31-32, 46, 201, 203, 206-207, 554; -revuelta de 31, 79, 82, 84, 97,
210, 220, 225, 227, 229, 494 209, 510; -d e Jonia, 328, 339, 397
individuo, 100, 293, 386-387, 403, 410, jonios, 35-36, 52, 78-82, 84, 97, 115, 118,
446-448, 453, 456, 485, 508, 524 192, 225, 322, 405, 460, 508, 510
individualismo, 38, 309, 387, 449 jnico, 304, 560
inferiores, 19, 31, 127, 206, 275, 301, 327, Jnico (mar), 304
388, 394, 398-400, 473, 490, 542 Jud, 27, 30, 32
judaismo, 27-28, 30
iniciacin, 380, 513, 515, 518-524
judos, 29-32
iniciado, 116, 209, 224, 247, 317,510, 517,
juegos, 66,169,294,387,481,501,511-512
519-520, 522-523
juramento, 17-18, 24, 99, 105, 109, 113,
injusticia, 195, 429, 435, 443, 452, 546
119-120, 180, 195, 304, 377, 412, 458,
injusto, 38, 195, 250, 429, 436, 443-444, 480,483,495,497, 550
446-447, 449, 452 justicia, 21, 32, 73, 129, 178-182, 195,
In, 508 201, 276, 291, 302, 318, 320, 382,
irracionalidad, 425, 453 385-386, 404, 410-413, 425-426,
irracional, 428, 454,470,472, 545, 550-551 429-430, 432, 435, 439, 445-448,
Isgoras, 60-61, 70-72, 74 452-454, 456, 458, 488, 498, 515,
isegora, 61, 126, 409 532, 535-536, 538-539, 542-543, 556
Isis, 530-531 justo, 106, 112, 125, 188, 197, 270, 273,
islas del Egeo, 236 308, 428-429, 435-440, 443-449, 451-
insulares, 86, 88-89,98,104,115,118,143, 453, 498, 536, 539
172, 190, 254 judicial, 68, 177-183, 196, 226, 340, 383-
384, 410-412
Iscrates, 350, 460, 522-523
jurisdiccin, 18, 60, 69, 132, 178, 180-181,
isonoma., 58, 67, 79-80, 122, 218, 387,
18 3 ,382,393,396,411,430
391-392, 402-403, 421, 456-457,
497, 555
isopolitea, 351
kathars, katharsis (vase pureza,
Italia, 52, 104, 158, 202, 205-207, 213, puro), 472
216, 218, 230-231, 254, 299, 317-318, Khorezm, 23, 40
420,515 klarotai, 389, 393
italiotas, 220-221, 467 kleros (suerte), 73, 173, 395, 398-399
Itome, 126, 130 Kore, 193, 489, 518-519, 521-523
- 624 -
ndice onomstico y temtico
-625-
Indice onomstico y temtico
- 626 -
ndice onomstico y temtico
mito, 23, 87, 434-435, 439, 442, 470, 479- navales, 80, 82, 94, 101-102, 104, 117-118,
480, 489-490, 492, 515, 518-519, 521- 160, 162-164,168, 190, 196, 257, 261,
523, 526-528 269,294, 326, 414
mtico, 36, 492, 508, 518, 525-526, 528, navarco, 341, 347, 349
541, 544-545, 556 Naxos, 79, 89,104, 123-125,159,170,173,
mitologa, 478-479, 488, 527, 531 180, 203-204, 209, 212, 222-223
Mitra, 24 necesidad, 18,20, 24,46,52, 57,63,65,69,
mnoitai, 389, 393
72, 86, 103, 109, 114, 126, 137, 145,
Moirai, 534
151,159, 166, 172, 177,183-184, 196,
moira, 534
222,246, 267,272, 276, 280,285,296,
monarchia, 401-402
300, 306, 315, 345, 376,390, 438, 445-
raonarchos, 382
moneda, 16, 19, 88, 189, 219, 347-348, 448,450,453,457,460,463,465,481-
385, 421; -amonedacin, 190 482, 500, 503, 537, 539, 545, 547, 554
monetaria (economa), 19-20, 120,174, 189 Negro (mar), 9,'16,42,51,186,261-262,415
monotesmo, 23, 30 Nehemas, 27, 29
moral, 21, 23, 25, 28-29, 33, 69, 104, 175, neikos, 544
188, 195, 217-218, 244,256, 266, 288, Neleidas, 392
295,309, 323, 341, 352, 355, 379, 399, nmesis, 527
427, 433,446-447,450, 452, 465,472, neodamodeis, 394, 398
484, 507, 510-511, 516, 527, 539-540, Nicias, 257, 291-293, 298-299, 303, 305,
543, 549, 556, 559 307-309, 311-313, 315-323, 326, 344,
moralidad, 483 352, 376, 409, 444, 549-550
Morgantina, 226-227 nihilismo, 439
Motia, 201, 203-204 Nilo, 9, 21
muerte, 17, 28, 36, 46, 56-57, 71, 82, 95,
Nisea, 140, 300, 304
109, 129, 147,181-183, 198,211,219-
nobles (vase aristcratas), 60-61, 66,
220, 228, 240, 247-248, 251-252, 262,
266,289, 291, 294, 303, 313, 316-318,
68, 183, 211, 245, 379, 402-403, 407,
448, 455, 504, 528
320, 322, 327,333,337-338, 342, 347,
349, 351, 435-437, 451-452, 455, 471- nmadas, 34, 39-43, 46-47
472, 485, 490, 492, 514-515, 519, 522, nomadismo, 40, 43
538-539 nomophylakes, 391
Muniquia, 358 nomos, 43,58,385-386,401,426,430,432,
Musas, 543 4 3 4 , 444-447,449-450, 454, 555-556
- 627 -
Indice onomstico y temtico
-628-
Indice onomstico y temtico
Peloponeso, 10, 53-54, 57,74, 98, 103-104, 247, 259, 261-262, 324, 327-330, 333,
106,108, 111, 113, 115, 117, 123, 125- 335, 338, 341, 346, 360, 385, 391,410,
126, 128-130, 133, 135, 138, 140, 142, 422, 455, 460, 462, 497-498, 501, 511,
144-146, 148-150, 152, 154, 156, 158, 527,536
160, 162, 164, 166-170, 172-178, 180, Perspolis, 16, 18, 20, 22, 24, 33-38
182, 184-190, 192, 194-198, 211, 229, persuasin, 250, 287, 431, 440, 465, 485
233, 235-236, 240, 242, 244-246, 248, peste, 290-291, 293, 296, 305, 405, 449-
250, 252-283, 285-286, 288, 290, 292, 450,475, 538, 551
294, 296, 298,300, 302,304,306,308- petalismos, 418
310, 312, 314-316, 318, 320-322, 326, phallos, 316, 491
328, 330-332, 334, 336, 338, 340, 342, pharmakos, 472
344-346, 348, 350, 352-354, 356, 358, pheiditia, 395
360, 378, 390,395,397,406, 410,414- phila, 457, 459, 544
415, 417, 422, 444, 449, 460-461, 463- philotima, 386, 501, 504
465, 490, 492, 547-548, 550-551, 560 phoros, 118-119, 123, 148, 150, 153, 160,
peloponesios, 72-73, 102-104, 106-108, 162, 164-171, 173, 177, 180-181, 188-
110-111, 114-117, 120-121, 123, 125, 189, 193, 195-196, 249, 258, 260, 263,
130, 137, 139, 141, 143,145-151,153- 270, 277, 285, 298-299, 305, 325-326,
155, 222, 236, 253-256, 259, 267-269, 3 28,411,496,504
275-276, 279, 285-291, 293-296, 301, phyle, 379
303, 305, 307, 313, 315, 318-321, 326- physis, 444-447, 449-450, 454, 539
330, 335, 337, 341-343, 345-348, 351, Pianopsias, 491
358-359, 490 piedad, 27, 30, 32, 193-194, 247-248, 316,
Peloponeso (guerra del), 10, 53, 113, 128, 349, 352, 385, 450, 478,482-486, 501-
135, 138, 140, 142, 144, 146, 148, 150, 502, 512, 515, 527, 532-533, 535, 538,
152, 154, 156,158,160,162,164,166- 540, 548
170, 172-178, 180, 182,184-190, 192, Pilos, 291-292, 296-300, 302-303, 308, 343
194-198, 229, 233, 236, 240, 242, 244- Pndaro, 222-223, 225-226, 387, 391, 426,
246, 248, 250, 252-283, 285-286, 288, 511, 516, 522, 525-526, 528, 532-533,
290, 292, 294, 296, 298, 300, 302, 304, 547, 557-558
306, 308, 310, 312, 314-316, 318, 320- pintor, 557, 559
322, 326, 328, 330-332, 334, 336, 338, pintura, 553, 557, 559
340, 342, 344-346, 348, 350, 352-354, piratera, 172, 197, 221
356, 358, 360, 378, 390, 397, 406, 410, Pireo, 63-64, 86, 116, 144, 183, 185-187,
414-415, 417, 422, 444, 449, 460-461, 189,254,290, 317, 337, 344, 353,357-
463-465, 547-548, 550-551, 560 359, 377, 406
penestas, 71, 420-421 Pisandro, 332-334
Pentateuco, 28-29 Pisistrato, 59, 69, 224, 491
pentecontecia, 113, 198, 257, 267, 405 pistis, 457-459, 482
Perdicas II, 290 Pisutnes, 261, 328
Pericles (sucesores de), 291, 455 Pitgoras, 217-218, 514, 558
Perinto, 342 pitagorismo, 217-220, 513-517, 522-524
persa (imperio), 9, 13, 16-48, 50, 52, 54, Pitia, 70, 98, 100, 256, 510
56, 58, 60, 62, 66, 68, 70, 72, 74, 78, Pitodoro, 271
81, 90-91, 106, 141, 150-151, 176,Pixunte, 217
214, 225, 235, 327, 329, 346, 360 plata, 19, 35, 189-190, 348, 397-398
persas (los), 9-10, 16-17, 19, 24-27, 30-31, Platea, 9, 31, 71-73, 98-99, 105-106, 108-
33-35, 42, 50-52, 71-72, 77-90, 92-94, 110, 112-113,115-117,216,222,289-
96-98, 100-102, 104-108, 110-119, 290, 293-295, 304, 310, 397, 405,
122, 124, 128, 139-140, 149-151, 159, 422; -batalla de, 31, 99, 105, 109-110,
161, 191-192, 210, 214, 223, 225, 241, 112, 310
-629-
Indice onomstico y temtico
Platon, 211, 386, 397, 424-425, 430, 432- probouloi, 99, 324, 326, 332, 334, 382, 391
434, 436-438, 441-442, 446-448, 452, procesin, 36, 345, 500, 502-503, 520-
456-457, 483, 485, 494, 515-516, 537, 521, 558
546-547, 556, 559 proceso de Fidias, 280; -de Scrates, 483;
Plemirio, 319, 321 -de impiedad, 248, 483
pleonexia, 159, 540 Procharisteria, 492
plethos, 61, 172, 402-403, 421 Prdico, 431, 442, 528, 546-547
Plistoanacte, 153, 303 prohedroi, 334
Plutarco, 107, 109, 113, 130, 138, 147-148, prokrisis, pmkritoi, 384, 404
Prometeo, 429,434-435, 527, 535, 538
152,239, 246-247,256, 262,269, 280,
Prometeo encadenado, 527, 535, 538
345, 351
prophasis, 266-268, 274, 278, 281, 314
Plutn, 489, 518
Propntida, 341
Pnyx, 337 propiedad, 29, 66, 173, 181, 344, 387, 392,
pobre, 145, 439, 456, 478 411,413, 494, 557
pobreza, 325, 327, 445 pmskynesis, 17
polemarco, 179, 411 Prosopopeya de las Leyes, 386,436
poliadas, 478, 491 prostates, 248
Polfcrates, 51, 536-537 prostasa, 323
Polideuces, 506 tou demou, 248, 456
Polignoto, 557-559 Protgoras, 254, 431, 434-443, 445-446,
polis,, passim, 66, 78, 115, 142, 184, 252, 448, 458, 528, 542, 546-548, 559
282, 331-332, 335, 375-379, 381, 383- proteuein, 386
389,393-394,398,401, 405,411, 419- protos aner, 248,250-251
420, 427-429, 433, 435, 439-442, 444, prytanis, 382
446, 449, 451, 454, 467,476,487-488, psicologa, 480, 519, 539-540, 559
psephisma, 242, 266, 406, 496
491-496, 498, 503, 505, 507-509, 511,
pnicos, 342
517-518, 523-524, 527, 545-546, 549,
puro, 35,103,187,198,273, 446,472-473,
551-552
483-484, 487,511,538, 544
politeia, 128, 131, 172, 245-246, 331, 340, Pyrgi, 201
356, 375, 377-381, 383, 385-389, 400,
404,413,416,448,458,493, 509,549-
550, 555; patrios politeia, 331,356 Queronea, 422
politesmo, 23, 473 Quersoneso de Tracia, 170, 173, 185, 348
poltes, 378,387 Quinientos, 61, 65, 67, 131-132, 334, 382,
Polizalo, 220-221 384, 405-407, 417
polypragmosyne, 159, 540 Quos, 81,109,160,162,164,172,179,190,
Ponto Euxino, 82, 185, 262, 264 196, 257,259, 261,286, 328-330,403
pntico, 186, 202, 226
Poseidon, 492, 502, 508, 510, 556
Posidonia, 204, 206, 219 racionalismo, 194, 426, 428, 462-463, 467,
Potidea, 119, 170, 174, 266-267, 270-273, 525, 541, 544, 548, 550-551
277, 279, 285, 288, 291, 300, 305 racionalidad, 425, 463
racional, 67, 189, 191, 250, 454, 457,461-
potideatas, 270-271,274
462, 464, 470, 539, 544-545
precio, 106, 162, 222, 305, 308, 313, 316,
razn, 32, 66-67, 80, 83, 88, 92, 94, 105,
330, 376,409, 431
110, 126, 128, 142, 148, 151, 160, 168,
preigistoi, 394 170, 174,179, 183,190,194, 211,225,
presocrtica, 428, 525, 541, 545 237,243-244,251,273,275, 282, 339,
prstamo, 162,514-515 349-350, 356, 360, 398, 414, 422-423,
Priene, 258 425-426, 428, 430, 435, 438-439, 443,
Pritaneo, 408 450, 453,463,481,489, 494,534,539,
pritanos, 65-66,180,326,349,407,414,503 542, 544-545, 550, 555
-630-
Indice onomstico y temtico
-631-
ndice onomstico y temtico
- 632 -
Indice onomstico y temtico
- 63 3 -
Indice onomstico y temtico
vino, 30, 35, 46, 124, 127, 185, 205, 210, Yaxartes, 16, 40
212, 323, 331, 337, 345, 349, 358, 398, Yocasta, 538
403, 453, 459, 491, 506, 512, 546
virtud, vase aret, 27, 111, 183, 303,
386, 389, 391, 405, 411,437, 441-443, Zacaras, 26, 28
445, 458, 477, 484, 493, 498, 546, 552 Zacinto, 268, 296
Vix, 230-231 Zancle, 203-204, 206, 209, 211, 224, 228
Zaratustra, 22-25
zoroastrismo, 23-25, 35
Zeus, 225, 251, 320, 425, 435-436, 439,
woikeis, 393
442, 444,458,460, 476, 484, 491-492,
499, 505-508, 510, 512, 514, 518-519,
523, 529-530, 532-536, 538, 542-543,
xenia, vase hospitalidad, 175
553, 556-557; Herkeios, 476, 505-506;
xoanon, 499, 504
Hikesios, 507; Meilichios, 506; Phra-
trios, 508; Polieus, 491-492, 499, 508;
Xenios, 507
Yapigia, 204, 206 Zeuxis, 559
yapigios, 206, 220-221 Zorobabel, 28
NDICE DE ILUSTRACIONES
- 635 -
INDICE
P r lo g o .......... 5
A b r e v ia t u r a s 7
I n t r o d u c c i n 9
HISTORIA GENERAL
PRIMERA PARTE
EL IMPERIO PERSA
Y EL MUNDO GRIEGO EGEO
EN LA VSPERA DE LAS GUERRAS MDICAS
C a p t u l o p r im e r o : El imperio persa 15
TERCERA PARTE
EL IMPERIALISMO ATENIENSE
HASTA EL INICIO
DE LA GUERRA DEL PELOPONESO
C a p t u lo p r im er o : El primer conflicto entre los atenienses > los
peloponesios y la situacin oriental de 461 a 445............................ 137
-640-
CUARTA PARTE
LA GRECIA DE OCCIDENTE
HASTA APROXIMADAMENTE
MEDIADOS DEL SIGLO V
I n t r o d u c c i n : El medio....................................................................... 201
C a p t u l o n i c o ..................................................................................... 209
QUINTA PARTE
SEXTA PARTE
-6 4 1 -
C a p t u lo II: De la paz de Nicias al desastre de Sicilia (421 -413).... 307
LIBRO SEGUNDO
PRIMERA PARTE
- 642-
C a p t u l o V: La teora poltica en el siglo V, 424
SEGUNDA PARTE
ASPECTOS RELIGIOSOS
DE LA CIVILIZACIN GRIEGA DEL SIGLO V
C a p t u lo p r im e r o : Generalidades..................................................... 469
- 643-
TERCERA PARTE
ECONOMA Y SOCIEDAD
C a p t u l o n i c o ............................................................................................................ 563
n d ic e o n a m s t ic o y t e m t ic o .......................................................................... 613
n d ic e d e m a p a s ............................................................................................................ 641
-644-