Varios - Tierras Fabulosas de La Antiguedad
Varios - Tierras Fabulosas de La Antiguedad
Varios - Tierras Fabulosas de La Antiguedad
TIERRAS FABULOSAS
DELA
ANTIGÜEDAD
Servicio de Publicaciones
Universidad de Alcalá
© Javier Gómez Espelosín
© Antonio Pérez Largacha
© Margarita Vallejo Girvés
© Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá
I.S.B.N.: 84-8138-084-9
Depósito legal: M-39.428-1994
Imprime: S.E.G.
INDICE
INTRODUCCION.......................................................................................................................... 9
Las tierras fabulosas, entendiendo bajo este término todas aquellas que han sido
objeto de algún tipo de idealización, bien amplificando los rasgos realistas de un
paisaje concreto históricamente existente o mediante la fantasía más disparatada y
sin control, incluyendo también todo el elenco de países míticos que la imaginación
humana ha sido capaz de idear desde el principio de los tiempos, son el tema de este
libro. Sus pretensiones son las de abarcar todos aquellos casos que podrían incluirse
bajo estos calificativos desde la civilización egipcia hasta la Antigüedad más tardía.
La obra se halla por tanto dividida en tres partes fundamentales. La primera de ellas
se ocupa de analizar las tierras míticas y fabulosas de las civilizaciones orientales,
egipcia y mesopotámica, tratando de analizar el motivo por el que fueron considera
dos de esta forma dichos territorios dentro del marco de estas respectivas culturas.
La segunda parte se ocupa del imaginario griego, quizá el más rico todos en este
respecto y el que mayor número de casos presenta, dada la peculiar tendencia a la
fabulación que desde antiguo fue característica de estas gentes. Por fin la tercera y
última se ocupa de analizar la pervivencia de la herencia griega en la civilización
romana, así como la posible creación de nuevos tipos de tierras fabulosas dentro de
la cultura latina, enriqueciendo de esta forma el elenco del que ya disponían con
anterioridad y su posterior trasvase al pensamiento cristiano.
Ciertamente existen numerosos estudios al respecto en casi todos los campos
tratados, desde la geografía mítica a la idealización de territorios bien conocidos,
pasando por las utopías y las fantasías más locas y disparatadas. Sin embargo la
mayoría queda limitada a uno de estos aspectos sin ofrecer una visión de conjunto
general y exhaustiva, tal y como es la pretensión que nos ha guiado a la hora de ela
borar este estudio. Sin duda no todo son innovaciones respecto a lo que estaba
hecho y en muchos casos nos hemos debido limitar a esbozar un simple estado de la
cuestión, pues su tratamiento a fondo hubiera significado un crecimiento desmesu
rado e inabarcable de la extensión del trabajo, pues no se olvide que buena parte de
los casos tratados han sido ya anteriormente objeto de importantes monografías de
cierta envergadura. Somos pues conscientes de ciertas limitaciones, asumidas ya de
forma inevitable desde el momento en el que iniciamos el largo camino a recorrer.
Sin embargo el principal impulso que nos movía era el de recoger de una maneni lo
más amplia posible el abánico de casos existente en toda la literatura antigua con el
8 INTRODUCCION
Introducción
Viajar, conocer otras tierras, gentes y costumbres, constituye en nuestra socie
dad una de las actividades más frecuentes y esperadas a lo largo del año, siendo nor
mal que con posterioridad se intercambien experiencias e impresiones, creándose
imágenes determinadas de gentes, pueblos y costumbres. Pero en la Antigüedad
solamente unos pocos tenían el privilegio, o la desgracia, de poder viajar, siendo por
ello que soldados y comerciantes puedan ser considerados los principales explora
dores y viajeros del mundo antiguo. A pesar de ello, la curiosidad siempre ha lleva
do al hombre a emprender largos y peligrosos viajes, a adentrarse en tierras lejanas
ajenas a su tradición cultural, religiosa o política, existiendo un denominador común
a lo largo de toda la historia; cuanto más lejos se viaja, más historias, visiones idíli
cas o fantásticas se crean, más sorpresa causan las costumbres, ritos, vegetación o
fauna con que se entra en contacto, dotándose a esos lugares de una imagen pecu
liar, extraña y fabulosa.
Si en nuestra sociedad contemporánea, donde "actuamos" racionalmente ante los
fenómenos de la naturaleza o cualquier otra manifestación, no tenemos la misma
actitud ante los elementos geográficos, dotándolos de características exóticas y
extrañas al pensamiento e ideología que nos es propia, cuánto más las tierras leja
nas, con accidentes geográficos extraños, vegetaciones desconocidas o pueblos dife
rentes serían dotadas en la Antigüedad de un halo fabuloso.
Como hemos mencionado, comerciantes y militares son los principales viajeros
de la Antigüedad. Será en el mundo clásico cuando la exploración, conocimiento e
integración de nuevas tierras, o de aquellas que habían tenido una larga tradición
cultural, como Egipto, se convirtió en algo "frecuente", fomentado incluso desde
instancias gubernamentales, siendo al regreso de estos viajeros cuando esos lugares
visitados se impregnaban de un halo fantástico, mítico, pasando algunas regiones,
pueblos y costumbres a la imaginación literaria o económica, bien como lugares
donde sus gentes y hábitos constituían un choque conceptual, o como lugares donde
podían obtenerse productos excepcionales y exóticos que rentabilizar económica
mente con su comercialización.
12 A n to n io P ér e z L a r ga ch a
Estos lugares siempre se localizan más allá de las fronteras culturales y religio
sas de la cultura exploradora, ubicando en ellos animales fantásticos y grandes
riquezas. Son tierras ignotas, donde las primeras personas que entran en contacto
suelen ser dioses o héroes que, con sus viajes, integran dichos lugares en la koiné
cultural, al mismo tiempo que contribuyen a que en la imaginación popular emerjan
pequeñas islas culturales en medio de un mundo extraño y fantástico. Al mismo
tiempo, esas hazañas divinas o heroicas pueden motivar la exploración, conquista y
dominio de un territorio. Es por ello que en ocasiones estas leyendas e imágenes
fantásticas de tierras y pueblos esconden una intencionalidad política, animando a
que gentes y reinos emprendan el camino y acciones necesarias para alcanzar esos
lugares, símbolo de riqueza para aquellos que logran sus objetivos. Ejemplos de ello
pueden ser las primeras cruzadas o la misma imagen de riqueza que el mundo clási
co creó en tomo a los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, intentando así
propiciar la integración de esas tierras, con personas que se enrolaran en el ejército
o emigraran a otras tierras1, no debiendo ir muy atrás en nuestra historia para encon
trar ejemplos de ello.
Por todo ello no es de extrañar que en todas las culturas, antiguas o no, encontre
mos referencias, creencias, tradiciones orales, etc., relativas a la existencia de unas
tierras, pueblos y productos que son descritos de una forma fabulosa y fantástica,
cuya existencia, formulación o concepción responde a múltiples y variados factores
pero en las que, por lo general, encontramos siempre un mismo elemento: en ellas
es posible obtener o comerciar con productos exóticos que son muy abundantes, de
los que carecen los pueblos en cuya imaginación nace su consideración mítica y
fabulosa. Esa rareza de sus productos también puede ser enmarcada con la idea de
una gran fertilidad de sus suelos, vivir en ellas animales fantásticos que marcan el
límite entre el mundo conocido y el inexplorado o haber tenido en ellas lugar accio
nes heroicas de alguna divinidad o héroe. Todos estos elementos pueden formar
parte de una tierra mítica, pero no todos tienen que estar presentes al mismo tiempo.
Pero, ¿qué explica que unas tierras, pueblos y gentes sean considerados míticos y
fabulosos?.
A) Son tierras conocidas gracias a unos intercambios comcrciulcs, que serán la
base para una posterior penetración, asimilación y aculturación de las mismas en la
koiné cultural que ha entablado contactos con esas regiones lejanas y ricas. Si esas
tierras no tienen nada exótico que proporcionar, su conocimiento, exploración y
explotación carece de sentido, por lo que no serán integradas en lu koiné, siendo
consideradas unas tierras bárbaras, atrasadas, como todas las que rodean el mundo
civilizado pero que, a diferencia de otras, no tenían nada que ofrecer y cuyos habi
tantes no podrían beneficiarse de la aculturación.
B) Debido al interés, necesidad o beneficios que los producios o habitantes de
esas tierras ofrecen, pasan a ser el escenario donde tienen liijyir las acciones heroi-
1 García Moreno (1987).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 13
cuantitativamente hasta ese primer milenio, surgiendo entonces con fuerza la figura
del mercenario. Además, como veremos, en el caso de Egipto, el ejército tuvo una
importancia relativa debido a la carencia de amenazas externas.
Otro aspecto importante a considerar es que tanto la civilización sumeria como
la egipcia surgieron en áreas geográficas muy concretas y lejanas entre sí. Con el
paso del tiempo, en especial en la cultura mesopotámica, podemos observar un
mayor interés por integrar regiones más al Norte, aquellas donde podían obtenerse
las materias primas de las que carecía la llanura aluvial mesopotámica, al mismo
tiempo que la misma geografía del Próximo Oriente empujaba periódicamente a
nuevos pueblos a las márgenes del Tigris y del Eufrates, ampliándose progresiva
mente las tierras conocidas o exploradas, llegándose así a la segunda mitad del II
milenio, cuando las distintas culturas orientales entran en contacto y en disputa,
pero lo hacen sobre un territorio conocido desde antiguo sobre el que no pueden
construirse visiones fantásticas. Será con posterioridad a los Pueblos del Mar, como
consecuencia de su irrupción y de la propia dinámica cultural, cuando todo el ámbi
to mediterráneo sea integrado en una misma unidad comercial y geográfica pero,
para entonces, Egipto esta muy lejos de ser la cultura constructora de las pirámides
o de los grandes templos.
Por tanto, Egipto tuvo carencias importantes para poder desarrollar el conoci
miento y exploración de otras regiones, pero ello no implica que en la imaginación
de sus gentes no se crearan unos mundos lejanos y desconocidos, donde la obten
ción de ciertos productos exóticos era posible, que no fácil. Pero esas tierras, su
dominio y obtención de productos, se enmarca en la concepción del mundo y la rea
leza que tenían.
Desde los comienzos históricos de Egipto, toda empresa huniíina iba encamina
da a, en primer lugar, glorificar al representante divino en la Iierra, el rey, quien, a
su vez, emprendió una política propagandística de sus accione» y, en segundo lugar,
al mantenimiento del orden establecido por los dioses en la creación, orden que solo
beneficiaba a Egipto frente al caos y desorden que caractcri/uhu al resto de pueblos.
Es por ello que numerosos textos carecen de validez histórica, con menciones a
acciones de gobierno que, en ocasiones, no tuvieron lugar pero que era necesario
establecer por escrito para el buen funcionamiento del pufu ideológicam ente. Ello
explica, por ejemplo, el que en algunas menciones esporíklicmi al país de Punt, pos
teriores al reinado de Hatshepsut, sus productos sean prenenludoN como tributo, a
pesar de que, o bien no se realizó expedición alguna o, por el contrario, Egipto esta
ba muy lejos de dominar Punt3.
Es cierto que desde el Imperio Medio existieron composiciones "literarias"4,
pero su contenido intenta justificar una forma de gobierno, limitando el poder de los
nobles o, transmitiendo a la población una sensación (le protección y seguridad,
3 Save-Soderbergh (1946).
4 Parkinson (1991).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 15
como el cuento del ciudadano elocuente o las conocidas instrucciones, géneros lite
rarios que fueron posteriormente utilizados por los redactores bíblicos5.
Por ello, antes de analizar los elementos característicos presentes en todo lugar
mítico o fabuloso, y su posible reflejo en la concepción egipcia del mundo, debemos
mencionar algunos aspectos generales sobre la concepción egipcia del mundo en
que vivían y de los países extranjeros con los que tenían relaciones y donde, teórica
mente, podía haber existido algún lugar fantástico.
la arena" o, vivir en una sociedad donde los ritmos cíclicos de la naturaleza (creci
das de los ríos, período de la cosecha, etc.) son los opuestos a los que existían en
Egipto. Significativamente, los egipcios serán posteriormente descritos como ellos
lo habían hecho con sus vecinos: con características contrarias a las de otros pueblos
y gentes10.
Por todo ello, el mundo egipcio era etnocéntrico, pero también lo fueron otras
culturas de la Antigüedad y éstas sí crearon visiones fabulosas de otras tierras. Ade
más, el que sus vecinos fueran habitantes del caos, podría haber creado en la imagi
nación egipcia la idea de que en esas tierras habitaran o existieran animales fantásti
cos, fenómenos naturales inexplicables, gentes con unas características étnicas dife-
renciadoras o, cuando menos, la existencia en ellas de productos exóticos, siendo
esto último lo único que podemos encontrar, y no de una manera clara y frecuente,
en relación a Asia y Nubia.
Ese desprecio y carencia de "imaginación" hacia lo externo tenía connotaciones
ideológicas y políticas. El orden establecido en la creación por los dioses necesitaba
ser mantenido y defendido, ya que las fuerzas del caos y sus habitantes siempre ace
chaban y ponían en peligro la estabilidad del país; el dios sol Re era amenazado
todas las noches por la gran serpiente Apopis en su viaje por el mundo subterráneo,
el Nilo crecía todos los años gracias a los ritos celebrados pura tal fin y el desierto
amenazaba todos los días con extenderse a la rica llanura aluvial. Por ello el rey era
el encargado de vigilar, mantener y defender ese orden frente u ene caos y sus habi
tantes, que no tenían nada que ofrecer a Egipto excepto su destrucción, como queda
de manifiesto en el pasaje dedicado a los asiáticos en las instrucciones a Merikare:
...Además debe decirse esto acerca del extranjero: mira, el vil asiático es un
miserable a causa del lugar en que se halla. Tiene problenum con el ugua, dificul
tades con los árboles; sus caminos son múltiples y malón u ile las montañas,
c iu in íi
10 Hartog (1980)
n Esta es una característica que lóelas las culturas desarrolladas Ik'lirn en i iiiiiím irespecto a los pue
blos inferiores, ya que eslos no se linón por las normas de la guerra, ya t|IH ' t’l i oinliale, según la concep
ción próximo-orienlal, dehín ser pnclado con anterioridad, no solo el Itif-iii; hiittlti^n el día, debiéndose
interrumpir el mismo al anochecer'.
'2 Hclck (1977).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 17
nar mayor esplendor a los templos donde moran los dioses; son productos que los
dioses han puesto fuera de Egipto para que esos países tuvieran algún tributo que
presentar al rey y los dioses:
Los países extranjeros vienen a ti
colmados de productos maravillosos,
cada región está llena de temor de ti
vienen a ti los habitantes de Punt
verdea para ti la Tierra de dios17 {Punt}
Las aguas te llevan {barcos} cargados de resina
para alegrar tu templo con fragancia festiva
destilan bálsamo para ti los árboles del incienso...
Crece para ti el cedro
{con cuya madera) se construye tu barca
La montaña te manda bloques de piedra
hay barcos para ti en el mar,...18
El tema del tributo es una prueba más de cómo la ideología real presentaba sus
relaciones con el exterior. En las tumbas privadas tebanas de la XVIII dinastía es
frecuente encontrar la representación de extranjeros llevando productos exóticos o
característicos de sus tierras (Creta, Asía, Libia, Nubia y Punt) como tributo, cuando
la mayoría de esos productos eran obtenidos mediante el inlcrcumbio*comercial19,
consideración como tributo que impide a nobles, comerciantes o viajeros establecer
contactos con esas tierras y volver relatando las maravillas que han visto, los prodi
gios de que han sido testigos o, simplemente, los productos que ullí se podían obte
ner.
Pero esos contactos continuados terminaron por dejai- nu ¡mpronla en los reyes
de la XVIII dinastía, despertando su curiosidad por la flora y launa de ese mundo
exterior, como lo confirma el que Tutmosis III erigiera un jardín botánico con
plantas y árboles desconocidos en Egipto en el interior miNino del templo de
Kamak20 o que, en la misma expedición a Punt de HatshcpNUl ne procediera a tras
plantar árboles de Punt en el recinto de Amón. Pero, en definitivo dichas acciones
no iban sino a mostrar de una forma más clara el poder de Ion dioses egipcios y su
dominio sobre unas tierras lejanas.
A pesar de ese conocimiento cada vez mayor de lo cxti’íiii jt'io, las costumbres y
hábitos de esos pueblos siguen repugnando, como refleja el regreso de Sinuhé a
Egipto tras sus años de exilio en Asia viviendo como un aniíilii*o y adoptando, con
siguientemente, sus vestimentas y olor:
17 La mayoría de los autores suelen identificar la Tierra del Dios" (mi l’tinl pero, como veremos, en
ocasiones pueden responder a dos realidades geográficas diferentes,
18 Mil Cantos en honor de Amón, Bresciani (1969).
19 Frandsen (1989).
20 Beaux (1990).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 19
21 Comprobar en este pasaje como el rey es el único que, además de integrar en el orden a otros pue
blos, no se asusta ante su apariencia.
22 Lichtheim (1975), 222-35.
23 Lichtheim (1975), 184-90.
24 Papiro Anastasi 1:23,7-24,4.
20 A n to n io P ér e z L a r g a ch a
i
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 21
Urbanismo y sociedad
En el mundo clásico, el conocimiento y descripción ck'l mundo conocido y de
sus confines fue una labor frecuente, posible en gran medida por la existencia de
32 Sobre estas fortalezas y su función, cf, Triggcr (1982), Smilli ( ) ,
33 Cf., el capítulo dedicado a Mesopotamia.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 23
una sociedad urbana, con poleis y grandes ciudades que actuaban como centros de
cultura y conocimiento. Dicha estructura urbana permitía que ciertas personas viaja
ran, describieran y relataran otras tierras y pueblos con los que se tenían rela
ciones34. Es por ello que en el caso de Egipto debemos rastrear la existencia de
ciudades y de una clase urbana.
Desde la celebre afirmación de Wilson refiriéndose a Egipto como una civiliza
ción sin ciudades, esta idea ha sido mantenida a lo largo de los años35. Sin embargo,
en el Imperio Nuevo existieron ciudades en Egipto, no solo la celebre Pi-Rameses
mencionada en el relato bíblico del éxodo, sino otras como Menfis o Tebas. En
estas ciudades vivían nobles y altos funcionarios que se acomodan a una vida urba
na, viviendo de unas rentas y cargos que les permitían la celebración de banquetes,
reuniones o competiciones "deportivas". Muchas de estas personas eran militares,
encargados de dirigir o acompañar al Faraón en sus campañas militares o de inspec
ción por Siria-Palestina y Nubia. Por ello no resulta extraño encontrar algunas com
posiciones heroicas, pero estas, como era de esperar, van destinadas a demostrar la
superioridad de Egipto y sus habitantes sobre los extranjeros, no a buscar nuevas
tierras o productos que permitieran el establecimiento de contactos comerciales o de
cualquier otro tipo. Un ejemplo de ello puede ser el cuento del Príncipe predestina
do y la captura de Joppa o, en el Imperio Medio, la historia de Sinuhe36.
Estos cambios también se reflejan en la institución real, lejos de la consideración
divina que pudo tener en el Imperio Antiguo37. El rey es más humano, ha de presen
tarse ante la sociedad como capaz de mantener el orden cósmico y ello lleva hacia
una consideración heroica de sus acciones, tendencia que, como todo en Egipto, es
fomentada desde la misma realeza. Las acciones de Tutmosis III en la batalla de
Megiddo o del mismo Rameses II en la batalla de Kadesh, esconden una considera
ción heroica y propagandística de la institución real38. Es cierto que ellos siguen
dominando el Estado y son las únicas individualidades, pero nobles y altos funcio
narios comienzan a una libertad impensable en períodos anteriores39.
Por tanto, incluso en esta sociedad más urbana del Imperio Nuevo, donde exis
tían asiáticos que ocupaban altos cargos en la administración y algunos de sus dio
ses fueron incluidos en el panteón egipcio40, el sentimiento de desprecio hacia lo
extranjero continuaba vigente algo plasmado, por ejemplo, en la misma incapacidad
34 No podemos olvidar tampoco que estas descripciones y deseos de conocimiento podían llevar
implícitos motivos políticos, reflejar las bendiciones de un sistema político sobre otro, o económicos.
35 Wilson (1960). Sobre el problema del urbanismo en Egipto, cf., Bietak (1979).
36 Todos estos textos, aparte de la obra de Lichtheim (1975-78), pueden consultarse en Simpson
(1972) así como en el reciente libro de Serrano (1993).
37 Aún cuando existen dudas de que la realeza egipcia fuera considerada en algún momento divina;
cf, Posener ( 1960).
38 S palinger (1982).
39 Sobre la literatura amorosa, cf., Fostcr (1974). Por otra parte, esa individualidad dio lugar n la lia
mada Piedad Personal Ramesida.
40 Especialmente en el ámbito popular, cf., Sadek (1987).
24 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
de los extranjeros por hablar la lengua egipcia: "el simio comprende palabras, aun
que proceda de Kush"41.
Por tanto, estas composiciones, posiblemente leídas o relatadas en el transcurso
de los banquetes y reuniones de nobles, siempre tenían una finalidad, demostrar la
superioridad de la cultura y civilización egipcia. Es cierto que éste es el trasfondo
también de muchos relatos clásicos referidos a tierras distantes, pero en el caso de la
civilización egipcia en dichos textos no encontramos un afán investigador o etno
gráfico, posiblemente porque, en el fondo, conocían bien esas tierras y estaban cerca
geográficamente, y no existía por tanto una lejanía y desconocimiento que permitie
ra distorsionar mucho, o algo, la realidad.
47 Trigger (1976).
48 Es por ello que estas dos composiciones, a pesar de tener elementos extraños a la ideología egip
cia, n6 son incluidos, o considerados, como fabulosos, a pesar de las ideas de Olto (1966).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 27
latente a pesar de que Egipto había dejado de ser, hacia tiempo ya, una potencia
política, económica o militar.
Lógicamente, algunos de los mitos y leyendas del mundo clásico también pue
den esconder motivaciones económicas o políticas, animando a la población a una
emigración para colonizar otras tierras y aliviar así la presión sobre la ciudad y su
territorio o, por el contrario, obtener los hombres necesarios para ejercer un dominio
real sobre esos territorios, pautas que en Egipto no se dieron.
Una prueba de la ideología egipcia expresada hasta el momento es que animales
fantásticos o monstruos, propios de los que podían habitar los confines del mundo
en otras culturas, solamente nos los encontremos bajo dos aspectos: uno terrenal, en
tiempos anteriores a la I dinastía, cuando el hombre todavía no tenía un dominio del
medio geográfico en que vivía, y otro religioso, cuando el hombre ya ha dominado
la naturaleza, esas fuerzas extrañas dejan de habitar el mundo de los vivos para
pasar a vivir en el mundo subterráneo, en el camino de la noche que el sol tenía que
recorrer diariamente58. Una salvedad puede ser la serpiente protagonista del cuento
del marinero naufrago así como las que protegían lugares concretos como el templo
de Deir el-Bahari o la necrópolis del valle de los Reyes59.
En relación con los dioses y su relación con un mundo exterior desconocido o
con el que se tenían ciertas relaciones, debemos analizar también dos aspectos, la
relación de los dioses con el comercio y el papel de los templos como integradores
de un mundo externo.
Respecto a los dioses y el comercio, ya mencionamos que en líneas generales los
productos existentes en otras tierras existen para ser llevados como tributo a Egipto.
Sin embargo, en el mito de Osiris y Seth existe un episodio que debe ser menciona
do, en concreto la mención a Biblos. Una vez que Seth encierra a Osiris en el sarcó
fago, éste llega a Biblos donde es rescatado por Isis. No hemos de olvidar que ya
desde el Imperio Antiguo Egipto demandó de Siria-Palestina madera con la que rea
lizar la barca solar y los sarcófagos reales, práctica que pervive en el relato de
Wenamun. Esta mención a Biblos, ciudad mencionada también en los Textos de las
Pirámides y en la Piedra de Palermo, se explica por un deseo de integrar a esta ciu
dad dentro de la órbita egipcia, ya que Biblos actuaba como intermediaria ante las
necesidades, o demandas, de Egipto respecto a otras regiones como el norte de Siria
y la ciudad-estado de Ebla60, siendo significativo que con el mundo clásico, el
comienzo de la navegación en Marzo estuviera marcada por las lamentaciones por
la muerte de Adonis, dios con quien es identificado Osiris61.
Igualmente, no podemos olvidar que en el mundo antiguo, y con posterioridad, las
transacciones comerciales se realizaban bajo la protección de los dioses, cuyos templos
o festividades servían de marco jurídico para los intercambios62. El templo de Heracles-
Melqart en Cádiz, el de Barbar en Dilmun o el de Hathor en Biblos, son prueba de ello.
58 Kemp (1989).
59 Donohue (1992).
60 Matthiae (1994).
si Griffiths (1970), 321-3.
62 Silver (1985).
30 A n to n io P ér e z L a rga ch a
Respecto al papel del templo como símbolo del cosmos e integrador del mundo
que va siendo conocido, explorado o dominado mucho ha sido debatido. La princi
pal finalidad del templo egipcio era reflejar cómo había sido creado el universo y
cómo éste había sido fijado63. Desde el sancta sanctorun, donde estaba la idealiza
ción de la colina primogénita, hasta los pilonos de entrada al templo, se simbolizaba
la acción del demiurgo. Por ello, no resulta extraño que en el Imperio Nuevo, cuan
do Egipto tiene importantes relaciones exteriores y sus reyes actúan como integra-
dores del caos en el orden, se proceda a representar en el interior de los templos la
fauna y vegetación de ese mundo no egipcio. El jardín botánico de Tutmosis III en
el templo de Kamak, la acción de Hatshepsut de trasplantar árboles del país del Punt
en el templo, son prueba de ello64.
Por último, no hay que olvidar que las acciones del rey, y de la sociedad, van
encaminadas a resaltar la gloria de la divinidad, por ello no es extraño que ocasio
nalmente sea el propio dios quien "ordene" la realización de una campaña de explo
ración o de comercio, siendo un ejemplo de ello la expedición de Hatshepsut al país
de Punt, realizada por las palabras emitidas por un oráculo. Es cierto que, como
veremos, todos los textos de Hatshepsut van encaminados a reflejar su poder y valo
rar aún más su acción integradora en el orden del país de Punt, pero no deja de ser
significativo que esa acción sea emprendida por el deseo de la divinidad que, a dife
rencia del mundo clásico, no participa directamente en la integración65.
Literatura
Uno de los aspectos que definen a las culturas clásicas es la existencia de una
literatura, no solo religiosa, sino en todas y cada una de sus manifestaciones, algo
que no existía en las culturas próximo orientales si exceptuamos el ámbito religioso
e ideológico. Sin entrar en la consideración de las dificultades que ya entrañaba para
los propios egipcios el conocimiento de su escritura66, no hemos de olvidar que el
alfabeto y su difusión revolucionaron muchas manifestaciones culturales y de orga
nización del Estado. Su dominio era más fácil, el funcionamiento de la administra
ción más ágil, los mensajes podían ser entendidos por más gente.
La escritura, y su principal soporte, el papiro, era un monopolio del rey, por lo
que éste no permitía la composición de obras fuera de sus intenciones. Este aspecto
es muy importante porque a pesar del "exotismo" de su composición, obras como la
63 Finnestad (1985).
64 Sobre el jardín privado en Egipto, cf, Moens (1984), donde puede observarse como esa acción
integradora en el orden es incluso asumida por los nobles con sus represeulueiones funerarias, una prueba
más del carácter diferenciador de la sociedad del Imperio Nuevo.
65 Aunque es cierto que, por ejemplo, muchas de las empresas coloniales ¡'riegas comenzaron, o se
realizaron, con la consulta al oráculo de Apolo en Delfos.
66 Baines & Eyre (1989).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 31
Mar e islas
Algunos de los relatos fabulosos de la Antigüedad tienen como argumento la
navegación siendo por ello que sean islas, o lugares costeros, donde recalaban
muchos de los aventureros o comerciantes de la Antigüedad70. No hay que olvidar
que en todas las culturas se tiene la impresión de conocer los límites terrestres, lo
que explica que más allá de los mismos esté un gran océano o mar que define las
fronteras del mundo y donde habitan todos los seres y animales propios de un lugar
ignoto. •
En el caso de Egipto el esquema se repite: las únicas composiciones fantásticas
acontecen en el transcurso de una navegación y la imposibilidad de hacer frente a
67 Bogoslovsky (1980).
68 Janssen (1982).
69 Eyre (1993) piensa que al final de la civilización egipcia si existió una literatura, pero que con
anterioridad estuvo limitada a una ideología.
70 Por otra parte, no podemos despreciar el hecho de que un asentamiento costero ofrecía muyoiwi
seguridades que uno terrestre, lo que explica la pauta de colonización seguida por fenicios y griogO N .
32 A n to n io P ér ez L a rga ch a
primera, en las proximidades de la isla de Elefantina, los rápidos solninunto eran navegables durante la
inundación, mientras que la segunda catarata fue prácticamente infranqueable, procediéndose a desmon
tar las embarcaciones y transportarlas por tierra y posteriormente recoiiNliuirlas, cf, Vinson (1994).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 33
Igualmente significativo es que tanto Naqada como Elefantina constituían el final e
inicio de sendas rutas comerciales que conducían al Mar Rojo y a Nubia.
Nagada se ubica a la entrada del Wadi Hammamat, la ruta de comunicación
entre el valle del Nilo y el Mar Rojo, de donde Egipto obtuvo desde tiempos predi-
násticos productos exóticos destinados al ajuar funerario, en especial conchas mari
nas. A lo largo de toda la historia de Egipto, el Mar Rojo será una de las regiones
comerciales y de exploración de la civilización egipcia y de tiempos posteriores,
con los intentos de los monarcas helenísticos por acceder a productos africanos. Es
por ello que las referencias a la tierra del Dios o Punt pueden ponerse en relación
con un conocimiento progresivo del Mar Rojo y sus costas.
Respecto a Elefantina, constituye la vía de entrada y salida de Egipto hacia el
interior de Africa, donde las expediciones descargaban sus productos para ser trans
portados posteriormente en barco hasta Menfis, donde se encontraba la corte.
Por ello, las próximas páginas están estructuradas en tomo a tres grandes epígra
fes: Nubia, el Mar Rojo y Punt. Esta última está en íntima relación con el Mar Rojo,
pero sus menciones, características e importancia merecen un tratamiento especial.
Nubia
El territorio conocido como Nubia, el actual Sudán, ha sido conocido e interpre
tado desde la perspectiva de que era el lugar donde Egipto obtenía el oro y ciertos
productos africanos. El término Nubia no es egipcio, sino romano, pudiendo encon
trar en su etimología una prueba del interés que sus productos despertaban en la
Antigüedad, al poder derivar de la raíz nbw, oro. Los egipcios se referían a esta
región como Ta-sety, "tierra del arco", "las tierras del Sur" o "Kush", mientras que
para griegos y romanos formaba parte de su Etiopía74.
Los contactos de Egipto con esta región se remontan al período predinástico,
existiendo por entonces un reino, el de Qustul, que actuaba como intermediario
entre Nubia y los primeros reyes egipcios, proporcionándoles productos exóticos
como huevos de avestruz, plumas o marfil75. Con el comienzo de la I dinastía, los
reyes egipcios ejercieron directamente el control sobre la región, provocando el
final del llamado Grupo A de Nubia y la existencia de un vacío político que perduró
hasta la V-VI dinastías con la aparición del llamado grupo cultural C. Esta breve
reconstrucción explica que con anterioridad a la VI dinastía las menciones de expe
diciones reales al Sur sean escasas; Egipto obtenía lo que quena directamente, sin
grandes esfuerzos, pero la aparición de nuevas entidades políticas en Nubia obligó a
los egipcios a modificar sus pautas de actuación, debiendo entrar ahora en contacto
74 Además de las clásicas obras de Adams (1977) y Trigger (1976), una visión actualizada de Inri
relaciones entre Egipto y Nubia puede encontrarse en O'Connor (1994).
75 Williams (1986).
34 A n to n io P é r ez L a r g a c h a
con los líderes políticos de Nubia para la obtención de estos productos. Por ello, no
debe extrañar que sea en la V-VI dinastías cuando aparezcan las primeras inscrip
ciones biográficas relativas a expediciones reales. Entre estas destaca la de Harduf,
nuestra principal fuente de información sobre los pueblos nubios, y que como otros
oficiales, era el líder de dichas expediciones.
Dentro de las entidades políticas que constituían el Grupo Cultural C, algunas de
ellas son mencionadas en los textos, pero de forma muy fragmentaria, es por ello
por lo que solamente nos referiremos a aquellas sobre las que nuestra información
es mayor. No debemos olvidar que en Nubia existió una estructura de chiefdoms, o
sociedades de jefatura76, estableciendo los egipcios contacto con unos líderes encar
gados de proporcionarles los productos demandados. Ello explica, en parte, las
luchas que los textos egipcios reflejan ocasionalmente entre líderes de distintos pue
blos, ya que todos querían actuar como intermediarios.
Si durante el Imperio Antiguo se establecieron contactos y exploraciones, en el
Imperio Medio la pauta seguida fue de dominación y explotación del territorio,
mientras que en el Imperio Nuevo se procedió a la explotación y exploración, ésta
última dirigida a la obtención de más y variados productos africanos que poder
poner en circulación en el comercio internacional y diplomático de la segunda mitad
del II milenio.
Si en Egipto la vida se circunscribe al valle del Nilo, en Nubia la dependencia
hacia el Nilo era aún mayor, con una franja de tierra cultivable muy escasa. Ello
explica que, a juzgar por los textos egipcios la principal región de intercambio, o de
procedencia de los productos africanos, esté en las proximidades de la 5 catarata, en
el área de Dongola, la región más fértil de Nubia.
Establecer una diferenciación entre Nubia, el Mar Rojo y Punt es muchas veces
difícil, ya que los textos egipcios no son especialmente concretos a la hora de refe
rirse a unas tierras externas a su orden, utilizando términos genéricos que hacen
referencia a amplias regiones, muchas veces diferentes y superpuestas y que a medi
da que aumenta su conocimiento, van trasladándose con los límites de lo conocido,
explotado o explorado.
Finalmente, no debemos olvidar que no hay nada en la civilización egipcia que
nos indique un afán de conocimiento o investigación del mundo exterior. Lo único
que preocupó a Egipto en el momento de establecer sus relaciones o ampliar su
influencia fue lograr el dominio de unos territorios donde podía obtener unos pro
ductos que su sociedad, sus dioses o el comercio internacional demandaban. Su
política no fue "comercial", sino de conquista y, por ejemplo, las numerosas campa
ñas militares que los faraones del Imperio Nuevo realizaron en la región deben
entenderse en este contexto, dominar unos recursos y evitar las perturbaciones que
poblaciones nómadas pudieran causar en la obtención de los productos77.
76 O'Connor (1992).
77 O’Connor (1987).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 35
El país de Yam
La tierra de Yam, como otras mencionadas en los textos egipcios, hace referen
cia a territorios pertenecientes a la actual República de Sudán, cuya localización,
límites y carácter es problemática78, pudiendo ser identificado con el país de Irem
del Imperio Nuevo.
Yam es solamente referido en textos del Imperio Antiguo79, siendo nuestra prin
cipal, y prácticamente única, fuente de información las cuatro expediciones realiza
das por Harduf, sobre cuyos viajes, punto de partida y de llegada, duración o medios
técnicos utilizados -transporte por tierra o por barco-, existe un debate.
Edel80, basándose en que Harduf haría diariamente unos 15 Kms, con una estan
cia en el país de Yam de 10 días, y teniendo en cuenta los 7 y 8 meses de duración
de la expedición mencionados en su biografía, calcula que Harduh realizo 1500 (pri
mera expedición) y 1725 Kms. (segunda expedición), cálculos que no son fiables al
no poder concretar el tiempo de estancia en la tierra de Yam, las dificultades del
camino, las paradas intermedias, etc.81. Las que sí parecen descartables son las hipó
tesis de Yoyotte82 y Goedicke83 de ubicar Yam en las proximidades de los oasis
Kharet y Dakhleh, desierto occidental, ya que no tendría sentido que los egipcios
dieran nombres diferentes a una misma región, por lo que una localización más
al Sur parece probable, aunque la pretensión de O'Connor84 de localizarlo al Sur
de la 5 catarata es exagerada, al ser una región esporádicamente alcanzada por
Egipto, incluso en el período de mayor actividad egipcia en la región, reinado de
Tutmosis III.
En el relato de Harduf encontramos que soldados de Yam son enviados a Egipto
lo que, además de indicamos unas buenas relaciones, puede argüir en contra de una
lejanía extrema85. Otra posibilidad, apenas tenida en cuenta, es que Yam haga refe
rencia a una amplia región situada al Oeste del Nilo. No hay que olvidar que cambios
políticos y demográficos se estaban produciendo en el sur, por lo que Egipto hubo de
relacionarse con nuevas gentes que, por qué no, recibieran el nombre de Yam, dife
renciando ocasionalmente a algunos de los pueblos que habitaban ese país de Yam.
78 Zibelius (1972).
79 Bakr & Osing (1973), Osing (1976). Del Imperio Medio solamente tenemos la referencia al país
de Yam por parte del general Mentuhotep, en el reinado de Sesostris I, donde Yam, y otros pueblos, son
representados derrotados. Esta mención debe entenderse como la utilización de un nombre anteriormente
conocido por los egipcios y que lo aplican cuando retoman la acción en la región tras el Primer Período
Intermedio.
80 Edel (1955), 65-8.
81 Por otra parte, tampoco podemos determinar si sus viajes comenzaron en Menfis, en Elefantina o,
por el contrario, en la llamada ruta de los Oasis, cf, O'Connor (1986).
82 Yoyotte (1953).
83 Goedicke (1981, 1988).
84 O'Connor (1986).
85 Dixon (1958).
36 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
Lo cierto es que estos primeros pueblos con los que Egipto entra en contacto sí
debieron causar sorpresa y encontrarse bastante al sur, al precisar textos como los
de Uni, (VI dinastía, reinado de Pepi I), el carácter negroide de sus habitantes:
...(ha estado refiriéndose a campañas militares contra diversos pueblos) entre
los negros Irthet, los negros Mazoi, los negros Yam, los negros Wawat, entre los
negros Kau y en la tierra de Temelfi6
De las escasas referencias al país de Yam, y otros textos relativos a Nubia, pode
mos observar como las relaciones con el sur fueron cada vez más difíciles, no solo
por la progresiva quiebra del Imperio Antiguo egipcio, también por el hecho de que
esas unidades políticas iban estructurándose al mismo tiempo que luchaban entre sí
por obtener un control sobre el territorio y su comercio y, no hemos de olvidarlo, la
inestabilidad de una región es uno de los principales obstáculos en las transacciones
comerciales. Así, Harduf ya tiene que viajar con una escolta y en uno de sus viajes
tiene que ir a la búsqueda del jefe de Yam que está persiguiendo al líder de Tjemeh
al Oeste del Nilo. A medida que avanza la VI dinastía la situación es más inestable
y peligrosa para las expediciones comerciales egipcias que, a pesar de todo, siguen
requiriendo productos de la región, prueba de la fascinación que estos productos
exóticos causaban en la corte.
Del reinado de Pepi II, conservamos parte de la biografía de Sebni, uno de los
líderes de expedición, que relata como tuvo que adentrarse hacia el Sur para recoger
el cadáver de su padre y poder enterrarle en Egipto, prueba de la inestabilidad políti
ca al no poder ser trasladado el cuerpo de Mekhu, su padre, a Egipto cuando este
murió. Pero, a pesar de su noble acción y aflicción por la muerte de su padre, los
textos de Sebni están centrados en los productos obtenidos durante su expedición:
{Entonces yo tomé} un ejército de mi estado y 100 asnos conmigo llevando
aceite, miel, ropas y {--} para llevar presentes a estos países {y yo fui a} estos
países de negros. (El resto de la inscripción es muy fragmentario, pero menciona
el oro e incienso que trajo con él y que presentó a la corte)87.
Posteriormente, otro noble, Pepinakht, en su segunda expedición convenció a
dos líderes de líderes a visitar la corte y presentar sus tributos al rey, pero éstos eran
dos entre muchos líderes. Por todo ello, podemos pensar que Egipto va entrando en
relación con otros pueblos pero puede intuirse una política: contactar y viajar hasta
el centro de la entidad política que es dominante en el momento, ya que Egipto sola
mente persigue la obtención de unos productos, no el dominio del territorio. Ello
explica los diferentes nombres y pueblos con que son referidas las poblaciones del
Sur: Wawat, Irtjet, Setju, etc., pudiendo referirse Yam a una amplia región, siendo
identificado como su líder el jefe del pueblo que en ese momento disfrutara del con-
86 AREI. 311.
87 ARE I. 365-374.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 37
trol sobre la región. En cualquier caso, las relaciones en un primer momento son
pacíficas, para ir deteriorándose con el tiempo.
La primera referencia a unos productos exóticos llevados a la corte egipcia la
encontramos en la biografía de Harkhuf. Desde mediados de la V dinastía en Egipto
existe un mayor Ínteres por los productos que llegaban del sur. En su primera expe
dición Harkhuf fue acompañado por su padre, Iry, que seguramente le inició en las
rutas a seguir para alcanzar el país de Yam, familiarizarse con sus gentes y costum
bres, pero de expediciones anteriores a Harduf no tenemos referencias. En su tercera
expedición Harhuf regresó con 300 asnos repletos con productos exóticos: incienso,
ébano, colmillos de elefante, aceite, pieles de pantera...88, pero su expedición más
fructífera fue la cuarta, de la que regresó con un enano, que causó una gran expecta
ción y excitación en la corte.
Por tanto, productos africanos y exóticos eran conocidos en la corte del Imperio
Antiguo, pero en los escasos textos de que disponemos no encontramos ningún
intento de intentar describir a esas gentes, sus costumbres y el choque que para Har
huf y sus hombres supondrían los habitantes de Yam, sus costumbres y rasgos étni
cos. Lo que subyace de la biografía de Harduf es su alegría por haber traído el
enano a la corte89.
Enanos eran sobradamente conocidos en el país, como lo confirma la famosa
estatua del enano Seneb que se construyó una gran tumba en Gizah, sin olvidar que
los artesanos encargados de trabajar el metal solían ser enanos. Sin embargo, es sig
nificativo que tanto en el caso de Harduf, como en el posterior de Hatshepsut, uno
de los motivos centrales de sus expediciones sean los pigmeos, por lo que segura
mente estos no eran enanos, sino dng, un término egipcio que hacia referencia a
poblaciones del Africa central90.
Los productos obtenidos en Yam no son considerados como tributo, como suce
derá con posterioridad al Imperio Antiguo, pudiendo responder el establecimiento
de contactos a la necesidad que la corte egipcia tenía de productos exóticos.
Estas expediciones responden a una primera fase de conocimiento de la región y
no hay un intento por integrar estas tierras en el orden divino, posiblemente porque
en el Imperio Antiguo el rey no necesitaba medida propagandística alguna para jus
tificar su figura y reinado. Así, las narraciones de Harduf dan la impresión de que su
único propósito era alcanzar la tierra de Yam, obtener los productos y regresar a la
corte, pauta que no pudo ser seguida en el tercer viaje.
En relación con la expedición a Punt de la reina Hatshepsut, es conveniente
señalar algunos paralelismos. En primer lugar, existe un rey o líder en la tierra de
88 Pieles de pantera que pasaran a la iconografía de los habitantes de Nubia como su vestimenta
diferenciadora, como reflejan las pinturas murales de los nobles tebanos de la XVIII dinastía.
89 Por otra parte, en la figura del pigmeo existe un trasfondo religioso, ya que los enanos estabun
altamente considerados en la corte al poder realizar unos saltos acrobáticos que debían ser realizados en
honor del dios sol Re.
90 El-Auizy (1985).
38 A n to n io P ér e z L a r ga ch a
Yam y Harduf se hace acompañar por soldados. Ello nos indica que las relaciones
no se remontaban en el tiempo y que los egipcios posiblemente entraban en contacto
por primera vez con estas poblaciones, sin existir un deseo de conquistar o integrar
dichos territorios, algo que hubiera sido imposible con la escasa fuerza armada que
acompañó a Harduf o se desplazó a Punt.
Como era de esperar, Harduf dice haber abierto nuevos caminos y adentrarse en
tierras donde nunca antes nadie había estado. Estas afirmaciones son extrañas para
un noble, pero nos confirma que en el Imperio Antiguo los reyes no tenían necesi
dad de justificar sus acciones, eran dioses. Finalmente, debemos recoger la hipótesis
de Goedicke91 de que las expediciones de Harduf no deben considerarse comercia
les sino políticas. Los cambios políticos en la región y la creciente presión de pobla
ciones nómadas del desierto occidental, obligaron a los reyes de Egipto a favorecer
y establecer relaciones con uno de esos líderes que actuara como tapón ante posibles
amenazas. En términos globales esta hipótesis parece descartable, pero lo que sí
es cierto es que Egipto preferiría comerciar, negociar y relacionarse con una
única entidad o líder político, que a su vez se encargara de reunir lo que Egipto de
mandaba.
Por otra parte, hay que entender los viajes de Harduf como una verdadera explo
ración de unos territorios anteriormente desconocidos. Pero este contacto con un
pueblo o región de donde podían obtenerse preciosos y exóticos productos, no llevó
consigo la aparición de una imagen mítica, fantástica de esos lugares y sus habitan
tes. Lo único que se recoge son las meritorias acciones del líder de la expedición, y
cómo el rey premió a éste por sus esfuerzos. En ningún momento existe una preocu
pación por conocer y explorar mejor esas tierras.
El país de Irem
Con posterioridad al Imperio Antiguo, apenas aparecen términos o textos que
nos revelen una exploración de las tierras al Sur de Elefantina. En el Imperio Medio
habrá un deseo de dominar el territorio de la Baja Nubia, evitando en todo momento
la integración o convivencia entre la población egipcia y la indígena.
En el Imperio Nuevo aparecen nuevos términos referidos a pueblos y habitantes
de Nubia cuyas relaciones con Egipto son variadas. La primera mención importante
a uno de estos pueblos se refiere al país de Miu, estela de linihab en Edfu, cuya
importancia es solamente histórica92, desapareciendo poco después de los textos.
91 Goedicke (1981), 18-9.
93 Esta mención, del reinado de Ahmosis, fundador de la XVIII dimiHlíu, nos informa acerca de la
política de expansión y control del Sur de Egipto con posterioridad al Su^iiikIo Período Intermedio, sin
que de ella deban extraerse intereses comerciales o el inicio de expedición™ comerciales a la región, cf.
O'Connor (1987), 122-4.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 39
Por tanto, y a pesar de que durante el Imperio Nuevo la presencia de Egipto fue
más profunda en el Sur de Nubia, llegando hasta la cuarta catarata, con un mayor
contacto con poblaciones "extrañas" que teóricamente pudo haber favorecido la
mención a unas costumbres insólitas, lo único que encontramos es la consideración
de los productos obtenidos como tributos y, eso sí, la representación en las tumbas
privadas tebanas de una población negroide, con unas vestimentas, adornos y actitu
des diferentes, pero todo ello enmarcado siempre en el contexto del tributo entrega
do a Egipto por los pueblos y países ajenos al orden.
Como conclusión podemos señalar que, a pesar de lo que cabía esperar, la ima
ginación y la literatura egipcia no llegó a desarrollar una visión fabulosa de las tie
rras ubicadas al Sur de la primera catarata, aun cuando existían algunos elementos
para ello: lejanía, diferenciación étnica de sus habitantes y productos africanos dota
dos de exotismo. Esta ausencia de imaginación se explica por varias razones como
hemos visto, pero la principal de ellas puede ser que la realidad geográfica, étnica y
comercial de Nubia sería bastante conocida en Egipto debido a un contacto conti
nuado en el tiempo que se remonta al VII o, incluso, VIII milenio B.C. Es decir, no
existía el elemento sorpresa necesario para la formulación de concepciones fabulo
sas. Otra consideración diferente es la actitud despectiva ante las poblaciones del
Sur, pero ésta era producto de una ideología.
Finalmente, a lo largo de la civilización Faraónica puede observarse la misma
pauta: una entidad étnica, política o cultural es la que actúa como principal interme
diaria en los intercambios comerciales. Qustul hasta la I dinastía, Yam durante el
Imperio Antiguo e Irem durante el Imperio Nuevo.
El Mar Rojo
El conocimiento y exploración del Mar Rojo, que para los clásicos formara parte
del mar Eritreo, ha sido una constante a lo largo de la historia debido a los impor
tantes beneficios económicos que esperaban obtenerse gracias a su navegación. Los
Faraones egipcios también emprendieron su exploración, pero ésta estuvo limitada a
la costa occidental y siempre en relación con la obtención de productos en el inte
rior de Africa, siendo con el mundo clásico, el fabuloso reino de Saba y la cultura
de los Nabateos, cuando esta región comenzó a ser verdaderamente explorada,
conocida e integrada en el mundo conocido.
Desde la cultura Badariense, V-VI milenio a.C., Egipto obtuvo productos del
Mar Rojo destinados a formar parte del ajuar funerario, prueba que desde un primer
momento los habitantes del valle del Nilo sintieron una fascinación y atracción por
los productos que allí podían obtenerse98.
De el Imperio Antiguo apenas disponemos de información sobre la realización de
viajes en esta región. Posiblemente ello encuentre su explicación en que durante la
práctica totalidad del Imperio Antiguo Egipto accedió directamente a Nubia, sin enti
dades políticas o culturales que obstaculizaran sus intereses, Soríí en el Imperio Medio
cuando Egipto comience a desarrollar una política de exploración y comercio del Mar
Rojo, debido a la existencia en Nubia de entidades políticas que, si bien no constituían
un peligro o amenaza para su seguridad, sí podían dificultar el trafico comercial.
98 Reese et allí (1986).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 41
mentos que se han relacionado con el viaje diario del sol. Pero, en nuestra opinión,
lo relatado en el Cuento puede ser interpretado desde una óptica diferente, en rela
ción con las exploraciones que del Mar Rojo se estaban realizando por entonces,
ya que como apuntó Simpsom109, "la verdadera importancia del cuento se nos
escapa".
De su lectura pueden deducirse algunos aspectos:
A) El lugar parece resultar desconocido para los egipcios en un primer momento
algo que, debido a la fecha de su composición, finales Xl-comienzos XII dinastía,
resulta lógico.
B) Las riquezas que en esa tierra pueden encontrarse son numerosas, siendo los
productos que Egipto buscaba en el exterior. La obtención de los mismos es fácil, al
ser estos abundantes y crecer por todos sitios, como prueba la contestación de la ser
piente a los productos que el marinero le dice le serán enviados, riqueza de las tie
rras que es enfatizada por la misma apariencia de la serpiente, oro y lapislázuli.
Igualmente, de la narración se desprende que todos los productos iban dirigidos
al rey, por lo que el marinero reconoce su imposibilidad de obtener un beneficio,
que solo le puede venir por la recompensa que le pueda dar el rey a su regreso.
C) Los barcos egipcios acceden a esa tierra en una época determinada del año,
tardando dos meses en realizar el viaje de vuelta y, consiguientemente, el de ida,
debiendo permanecer un tiempo en esa tierra para poder regresar, períodos que
encajan con las prácticas de navegación por el Mar Rojo. Es una navegación de
cabotaje, ya que la tormenta les sorprende antes de llegar a tierra para pasar la
noche.
Según estos elementos, y otros que mencionaremos, todo parece indicamos que
estamos ante un cuento que puede esconder un "manual" de navegación hacia unas
tierras lejanas, produciéndose el naufragio por haber emprendido la navegación en
un época del año en que ésta resultaba inapropiada, no como los bureos que recogen
al marinero, que parten en una época determinada, la indicada, y llegan tras el tiem
po establecido de navegación.
No hemos de olvidar que no estamos ante una narración única, sino ante un
cuento, dentro de un cuento, narrado por otro cuento. Es decir, tiene todos los ele
mentos para ser considerado como una forma de reunir distintas experiencias o his
torias que circulaban por Egipto en relación con la navegación por el Mar Rojo y las
experiencias acaecidas como consecuencia de las mismas.
Pero dentro del cuento hay otros aspectos a considerar: la serpiente, los límites
del mundo conocido y las riquezas que pueden obtenerse.
A) La serpiente. Como señalamos con anterioridad, animales fabulosos apare
cen en momentos muy determinados de la historia egipcia, plisando luego a habitar
el mundo subterráneo110.
109 Simpsom (1972), 50.
110 Algo que también ha contribuido a la consideración religiosa del cuciun.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 45
En primer lugar, la serpiente en ningún momento adopta una actitud agresiva con
el náufrago, al contrario, le tranquiliza y le informa, con gran seguridad, del tiempo
que ha de pasar en la isla. Igualmente, también debemos señalar que el marinero tam
poco adopta una actitud heroica, sino de inseguridad e indefensión cuando aparece la
serpiente, actitud lógica ya que el heroísmo era una virtud reservada a los reyes egip
cios. Ambas actitudes pueden ponerse en relación con el hecho de que en esas tierras
no existen peligros, la obtención de alimentos y agua está garantizada y por tanto no
debe existir una actitud de recelo ante la posibilidad de alcanzar dichas tierras.
Al analizar la función y significado de la serpiente en el relato debemos tener en
cuenta que su historia es una más dentro de la superposición de historias que forman
el cuento. Así, la serpiente narra como ese lugar había sido habitado con anteriori
dad pero ahora permanece ella sola. Esta soledad de un animal fabuloso en un lugar
distante, exótico y rico no debe sorprendemos, ya que será una constante en los
relatos del mundo clásico. Su carácter fabuloso es ejemplo de la riqueza del lugar, al
mismo tiempo que es el último guardián del lugar, función que sin embargo no es
belicosa, al contrario, de bienvenida a los que llegan. La única diferencia que puede
establecerse con otros relatos fabulosos del mismo tipo en otras culturas es que la
entidad que va a integrar dichas tierras en su orden, en su mundo civilizado, Egipto,
no necesita la acción de un héroe o dios. El simple deseo del rey de llegar a esas tie
rras es suficiente para su integración.
El que sea una serpiente la protectora del lugar puede sorprender en un princi
pio, máxime cuando era una gran serpiente, Apopis, la que todas las noches amena
zaba con engullir la barca solar de Re111. Sin embargo, no hemos de olvidar que la
cobra era uno de los símbolos protectores del Faraón, el ureusn 2 y, como reciente
mente ha mostrado Donohue113, la gran necrópolis real del Imperio Nuevo en Tebas
estaba protegida por una gran serpiente esculpida en la roca.
B) Los límites del mundo conocido. Según nuestro planteamiento, esta compo
sición, como posteriormente la expedición de Hatshepsut, se enmarca en un
momento histórico de exploración de nuevos lugares. Esta pauta lleva implícita,
lógicamente, la extensión de los límites terrestres conocidos. Es en este contexto en
el que algunas connotaciones religiosas pueden encontrar explicación, ya que esos
límites son siempre el lugar donde habitan y se confunden lo conocido con lo desco
nocido, lo real con lo imaginario.
El que esa tierra o isla a la que llega el naufrago marcaba la frontera de lo hasta
entonces conocido queda plasmado en la frase de la serpiente, ...esta isla desapare
cerá..." , simbolizando con ello que esos lugares pasaban ya a formar parte de lo
conocido, explorado o explotado, por lo que ella ha de ir a habitar otros lugares,
razón por la que el marinero no volverá a verla.
111 Otro aspecto que ha servido para primar la interpretación religiosa del relato.
Johson (1991).
113 Donohue (1992).
46 A n to n io P ér e z L a r g a ch a
zas del lugar, algo equiparable a los mitos y primeros viajes recogidos en la literatu
ra clásica respecto a Tartessos.
El país de Punt
El país de Punt es el ejemplo más claro de tierra fabulosa que podemos encon
trar en la civilización egipcia. Destino de la famosa expedición de la reina Hatshep
sut (XVIII dinastía), el carácter fabuloso de esta tierra se ha visto acrecentado por el
hecho de que fuera una reina quien mandara realizar la expedición, prueba para
muchos del pacifismo que caracterizó su reinado respecto a los de los demás farao
nes de la XVIII dinastía114, todos ellos guerreros y símbolos de atletas115.
En los textos el país de Punt también puede ser denominado Tanetjer (la tierra
del Dios), también utilizado, como hemos visto, para referirse al Mar Rojo o las tie
rras situadas al Este del Nilo, mientras que en el mundo clásico fue conocido como
Opone116.
Durante muchos años se ha considerado que la expedición de Hatshepsut signifi
có el primer contacto importante que Egipto estableció con Punt. Ello se ha debido
en gran medida al deseo de la historiografía, no solo egipcia sino también clásica,
de delimitar y fijar de una forma clara todas y cada una de las menciones a lugares
míticos o fabulosos mencionados en los textos, originándose arduos y bizantinos
debates, alejando a la investigación de la verdadera intencionalidad y significado de
estas tierras y sus nombres.
En primer lugar, Egipto estableció contactos con una tierra denominada Punt
desde el Imperio Antiguo (expedición de Harduf), disponiendo por tanto de referen
cias que ayudan a entender el verdadero significado de la expedición de Hatshepsut,
así como los fines y política que Egipto tuvo hacia estas lejanas tierras denominadas
genéricamente Punt.
Un segundo factor que ha influido en la interpretación de esta expedición, y de
los relieves conmemorativos, son las "cambios" artísticos que en la representación
de dicha expedición pueden observarse en relación con el canónico y rígido arte
egipcio. Es por ello que la investigación, ávida de novedades y aspectos diferencia
les, ha tomado los relieves de dicha expedición y al arte amamiense como bandera
de unas épocas ajenas a la tradición, bien por ser una reina la que gobernaba en el
país o por querer introducir una nueva religión, visiones que están muy lejos de la
realidad.
114 Ratie (1979), Martínez (1993).
115 El Habaschi (1992). Nuestro conocimiento y valoración sobre el Imperio Nuevo egipcio es muy
diferente al que se ha venido defendiendo hasta hace pocos años. Sea suficiente señalar que hasta el rei
nado de Hatshepsut ningún reinado puede calificarse de militarista, y que la actitud de Faraones como
Tutmosis m o Rameses II respondió a factores diversos y concretos.
116 Sobre la etimología de la denominación Punt, cf., Vycichl (1970) y Herzog (1968), 22.
48 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
Lo que sí es cierto es que reuniendo los textos y relieves que Hatshepsut mandó
realizar en el templo de Deir el-Bahari, de los mismos se desprenden algunos ele
mentos característicos de unas tierras míticas: el país de Punt está lejos, su acceso
debe realizarse por mar y en una época determinada del año, se ha de permanecer en
él varios meses antes de emprender el regreso a Egipto, sus productos son conside
rados por los propios egipcios como "maravillas" y la forma de representar a sus
habitantes y líderes parece reflejar la sorpresa que causo a los egipcios entrar en
contacto con el país de Punt. Sin embargo, y como ya señaló Save-Sóderbergh117, la
información que sobre el país de Punt tenemos es más abundante en el pretendido
reinado militarista de Tutmosis III que en el "pacífico" de Hatshepsut.
Los relieves y textos del templo de Deir el-Bahari, publicados por vez primera
por Dümichen118 y posteriormente por Naville119, despertaron desde su publicación
el interés y la sorpresa de los investigadores, que pronto formularon diferentes hipó
tesis en relación a la localización, características y consideración del país de Punt,
así como el medio por el que los egipcios accedieron a él. A pesar de todo, nuestra
información sobre esta tierra lejana, rica y exótica es escasa120.
dedos, las extremedidas de tus miembros. Fuiste impregnado con pérfume del
Punt125, mientras que Egipto, como lugar central y civilizado, ofrecía productos de
un ínfimo valor a juzgar por los textos de la expedición de Hatshepsut: anillos de
metal, una espada y collares de cuentas. No hemos de olvidar que según la mentali
dad egipcia los habitantes de Punt habían sido bendecidos por el hecho de que
extendieran su presencia hasta esas lejanas tierras.
Aparte de los perfumes y plantas aromáticas, de los relieves de Hatshepsut tam
bién se desprende que Egipto obtenía animales, no solo jirafas, sino también ganado
con pequeños cuernos, animales que no habitaban en la costa sino en el interior de
Africa, siendo característicos del país de Irem126, lo que no viene sino a confirmar la
identificación de Punt con la costa del Mar Rojo y la región oriental de Africa.
La consideración de sus productos es confirmada por su mención en el Festival
de Min127, así como las menciones a los olores de Amón, similares a los de Punt, en
el mito del Divino nacimiento del Faraón128.
Localización y acceso
El carácter africano de muchos de los productos obtenidos en Punt ha servido de
argumento para su localización en la costa africana, concretamente en Somalia, pero
referencias a los perfumes y plantas aromáticas han hecho pensar también en que
Punt puede hacer referencia también a la Península Arabiga, posiblemente por
influencia del relato de la reina de Sabá y la localización de la bíblica Ophir. Sin
embargo, "la combinación de plantas, animales, productos naturales y gentes
hablan claramente de una localización en Africa y excluyen Arabia"129, mientras
que Herzog señaló que Punt debe localizarse en el Nilo Azul o blanco, o incluso en
el rio Atbara130.
Respecto a su acceso, Herzog argüyó contra un acceso por el Mar Rojo y defien
de una ruta por el Nilo, basándose principalmente en la total ausencia de informa
ción sobre la existencia de puertos en el Mar Rojo, por lo menos hasta época tole
maica131, premisa que la investigación posterior ha mostrado errónea, además de
que una lectura de los textos muestra la existencia de una ruta terrestre que iba hasta
Koptos y de allí hacia el Sur navegando el Mar Rojo. Lo cierto es que reuniendo
toda la información, ambas rutas son posibles y coherentes con lo que los egipcios
entendían como Punt.
125 Capítulo 167.
™ O'Connor (1987).
127 Gauthier (1931).
128 Brunner (1964).
129 Kitchen (1971), 185.
130 Herzog (1968).
131 Herzog (1968), 55-83.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 51
Así, ya hemos visto al referimos al país de Irem, como algunos de los animales
representados en Deir el-Bahari son propios de Irem132. Pero, el acceso terrestre al
Punt y sus productos viene confirmado por las escenas conservadas en algunas tum
bas privadas de altos funcionarios egipcios en Nubia, donde constatamos como se
está procediendo también a trasplantar árboles similares a los que la expedición de
Hatshepsut llevó de regreso133. Si estos árboles solamente podían obtenerse en la
costa, su representación en dichas tumbas es ilógica, por lo que parece lógico que
podían también ser obtenidos en el interior de Africa, bien desde las rutas terrestres
que partían de la Alta Nubia o durante los meses en que los miembros de las expedi
ciones marinas debían permanecer en tierra a la espera de los vientos que les permi
tieran regresar a Egipto. Así, la mención del oráculo a que guiara la expedición por
tierra y mar, puede confirmar lo dicho, aunque posiblemente la mención a una ruta
terrestre haga más referencia a la utilizada entre el Mar Rojo y Koptos, ya en Egipto.
Ya hemos visto como la primera mención importante a Punt, biografía de Har
duf, confirma que las riquezas de esta tierra podían obtenerse tanto por vía terrestre
como marítima. La siguiente mención al Punt la encontramos excavada en la roca
en el Wadi Hammamat, la ruta comercial que unía a Egipto con el Mar Rojo. Esa
inscripción pertenece al Gran Inspector, y tesorero de la corte de Montuhotep,
Henuy134, y en ella dice haber recogido todos los productos que encontró en la costa
así como bloques de piedra para la realización de estatuas. Aparte del problema de
determinar si en realidad la expedición de Henu fue solamente a la costa del Mar
Rojo, en su inscripción encontramos la referencia a 3.000 hombres participando en
la expedición llevando consigo todo lo necesario para la construcción de los barcos
con los que realizar el viaje, así como la construcción de 11 depósitos de agua,
cifras que no concuerdan con una expedición realizada a un país lejano y exótico,
sino a una región que, más o menos conocida por los egipcios, había tenido ya rela
ciones con el valle del Nilo y cuyos recursos habían sido explotados con anteriori
dad, lo que no concuerda con Punt. Más parece que la expedición de Henu iba desti
nada a poner bajo la órbita egipcia una región para su explotación futura, poniendo
las bases para facilitar el desplazamiento a la misma.
En ningún texto encontramos una referencia relativa a la duración del viaje o a
la localización exacta de Punt. El único dato es el expresado por la serpiente en el
Cuento del Marinero Naúfrago, dos meses de navegación, dato confirmado más
tarde por Heródoto (II.8): En ese punto se interrumpe la cordillera que tuerce en la
dirección que he dicho; y, según tengo entendido, allí donde alcanza su mayor
extensión, supone dos meses de camino de levante a poniente, siendo sus confines,
por levante, los países productores de incienso...^5.
Pero esos dos meses de navegación, o camino, no implican una misma distancia,
ya que las técnicas de navegación egipcias fueron sustancialmente mejoradas con la
presencia griega, acortándose la duración de los viajes.
Un problema es determinar en qué época del año podía realizarse la navegación
al país de Punt, y que según Plinio136 serían los meses de Julio y Septiembre, dato
que concuerda con las corrientes existentes en el Mar Rojo y los vientos de la
región137, llegándose en unas fechas coincidentes con el mercado de la mirra, princi
pal producto que Egipto buscaba en Punt.
Lo cierto es que Punt no parece hacer referencia a un lugar concreto sino, segu
ramente, a una región, más o menos extensa, cuyos límites iban desplazándose hacia
el Sur a medida que aumentaba la presencia y conocimiento de la costa del Mar
Rojo. Así, las especies acuáticas representadas en los relieves de Hatshepsut no res
ponden a una región concreta, sino a todo el Mar Rojo138 y el que estén representa
dos hipopótamos, jirafas y otros animales confirma que, además de ser un lugar cos
tero, tenía ramificaciones interiores.
En cualquier caso, y al igual que sucede con toda expedición en busca de pro
ductos maravillosos en una tierra extraña, Egipto buscaría un lugar donde poder per
manecer durante unos meses sin peligro, por lo que las islas situadas frente a la
costa del Mar Rojo, el archipiélago de Dahlak, pueden responder a esa intencionali
dad, además de que la principal de esas islas, Dahlak Kebir es la única donde es
posible obtener agua potable. Ello explicaría el carácter marítimo de la expedición,
las especies marinas representadas y el que soldados formaran parte de la expedi
ción, con vistas a una penetración hacia el interior de la costa y obtener los produc
tos. Es decir, el esquema de un lugar donde estarían garantizadas las necesidades de
la expedición, la seguridad y el acceso a los productos del interior, como en la colo
nización fenicia. Por otra parte, no hemos de olvidar que éste fue el esquema segui
do por Egipto en el Imperio Medio cuando comenzó una verdadera explotación y
colonización de Nubia, centros seguros defensivamente, donde además se almace
naban los productos agrícolas destinados a la alimentación, y otros más avanzados y
pequeños encargados de las negociaciones con la población indígena.
Por todo ello, Pañis, la isla que en época tolemaica constituyó la base del comer
cio con el Sur, pudo ser la isla a donde llegaban las embarcaciones egipcias, al
mismo tiempo que Punt podría equipararse al reino Axumita de época helenística.
sión de otra140. La pared Sur refleja como se realizaba el intercambio, mientras que
las paredes Oeste y Norte como se presenta a la sociedad egipcia.
Este contexto ideológico explica que los productos de Punt sean presentados
como tributo, inw, y que los líderes de Punt se dirijan al mensajero implica
sumisión141, algo implícito en el hecho mismo de que los regalos que llevan los
egipcios no sean dejados a los líderes o población de Punt, sino a Hathor.
Pero el contenido ideológico del Punt queda plasmado en la ubicación misma de
los relieves y su relación con el resto de escenas presentes en el templo de Deir el-
Bahari que, en líneas generales es la afirmación de que las acciones de Hatshepsut
están dentro del orden cósmico o divino.
— Las escenas de la expedición al Punt están ubicadas en una posición central
en el templo.
— Están precedidas, en la primera columnata, por las escena en la que Hatshep
sut consagra el obelisco a Amon con ocasión de su Festival Sed142. En la misma
columnata se representan unas escenas de caza, que desde antes de la I dinastía sim
bolizan la protección de Egipto ante las fuerzas del caos que le rodeaban143.
— Las escenas del Punt están situadas justo enfrente de las escenas que repre
sentan la teogamia, o nacimiento divino de Hatshepsut.
Por todo ello, la expedición al Punt fue considerada algo excepcional y no reali
zada con anterioridad. Sin embargo lo que las escenas están reflejando no es un país
o región en concreto, sino una clase de país que reúne todas las características para
ser calificado de mítico o fantástico144, ya que todas las escenas están dirigidas a
resaltar el exotismo del país145.
Por último, la acción de llevar árboles del Punt para ser trasplantados en el tem
plo de Amón, no viene sino a simbolizar la integración de esa tierra en el orden, tal
y como ya analizamos con anterioridad.
Por tanto, Hatshepsut emprendió la expedición comercial como respuesta a una
necesidad que iba en aumento: productos que poner en circulación en un mundo que
iba extendiendo sus fronteras y donde los intercambios comerciales iban en aumen
to, al mismo tiempo que debido a las características que adoptó la realeza egipcia
durante el Imperio Nuevo, todo rey tenía que emprender una acción diferente a los
anteriores, que marcara su reinado y justificara su gobierno. Con posterioridad a
Hatshepsut, el país de Punt fue integrado en la dinámica que caracterizó las relacio
nes de Egipto con sus vecinos, pasando a engrosar las tierras que entregaban tributo
a Egipto, algo lógico si tenemos en cuenta lo expresada con (interioridad: las expe-
143 Liverani (1990), 242.
141 Sobre el papel y significado de estos mensajeros, cf, Valloggia ( 1')'/(i).
142 Festival del que hay que recordar su simbolismo político, nirts <|!ii' religioso, dentro de la socie
dad egipcia.
143 Baines (1993).
144 Pirelli (1993), 386.
145 Posener (1973).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 55
Conclusión
Mientras que otras culturas nos han dejado relatos de viajeros y exploradores, la
civilización egipcia carece de ellos en gran medida. Como hemos ido viendo, todas
las empresas son emprendidas desde la corte y los productos son presentados al
Faraón, que los utiliza para realizar las ofrendas a sus hermanos los dioses o para su
uso personal. Sin embargo, ello no debe esconder la existencia de viajeros que
entraban en contacto con otras tierras y gentes que, lógicamente, les causarían sor
presa, temor y fascinación, pero estaban al servicio de una empresa estatal, por lo
que el componente de individualidad necesario para la formulación de leyendas y
visiones fantasticas era inexistente.
Un aspecto a considerar es que, a diferencia de lo que suele pensarse, nuestro
conocimiento sobre la civilización egipcia es escaso. Hasta nosotros han llegado las
grandes edificaciones en piedra, informándonos sobre la religión egipcia, pero care
cemos de archivos o textos que nos informen sobre la cotidaneidad. Así, hemos
visto como el primer personaje del que tenemos referencias sobre sus experiencias
en otras tierras es Harduf, pero el mismo, en su texto, nos da a entender que el viajar
a otras tierras era algo normal, existiendo funcionarios cuya finalidad era dirigir
expediciones para la obtención de productos exóticos:
"My majestad me concedio grandes cosas, mas que al portador del sello del
Dios Bawerded en tiempos del rey Izezi".
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Textos
Biografía de Harduf
El Canciller del Rey del Bajo Egipto, Compañero Unico, sacerdote lector, jefe
de los interpretes, que trae para su señor los productos de todos los países extranje-
BIBLIOGRAFIA 61
ros, que trae para el ornamento real los tributos de todos los países extranjeros,
Superior de los países extranjeros del extremo Sur, que extiende el temor de Horus
por los países extranjeros, que hace lo que es digno de alabanza por parte de su
señor. El Canciller del Rey del Bajo Egipto, Compañero Unico, sacerdote lector,
jefe de los intérpretes.
La majestad de Merenre, me envió junto con mi padre, el Sacerdote lector
Iry, a Yam, para abrir la ruta hasta esta tierra. Lo hice en siete meses; traje de
allí todo tipo de bellos y raros presentes. Fui alabado extremedamente a causa de
ello.
Su majestad me envió por segunda vez, solo. Salí por la ruta de Elefantina y des
cendí por Irtjet, Makher, Terers e Irtjetj, en el espacio de ocho meses. Traje produc
tos de este país en gran cantidad, cuyo igual jamás había sido traído hasta esta tierra
anteriormente. Descendí hasta la proximidad de la mansión del príncipe de Setju e
Irtjet y explore esas tierras extranjeras. No pude constatar que hubiera hecho ningún
Compañero o Jefe de interpretes que hubieran ido a Yam anteriormente.
Me envió Su Majestad por tercera vez a Yam. Salí desde el nomo de Tinis por la
ruta de los Oasis. Encontré que el príncipe de Yam había marchado hacia el país de
Temehu para golpear a los Temehu, en la esquina occidental del cielo...
(Envié a} un hombre para hacer que la majestad de Merenre, mi señor, supiera
(que había ido al país de Temehu} tras el príncipe de Yam...Descendí con 300
burros cargados de incienso, ébano, aceite hekenu, sat, pieles de pantera, colmillos
de elefante y palos arrojadizos, así como todo tipo de presentes...
(La carta del Faraón) Año II, día 15 del mes tercero de la inundación. Decreto
real para el compañero único, Sacerdote Lector, Jefe de los interpretes Harduf. Se
ha tenido conocimiento de tu carta que has dirigido al rey, al palacio, para hacer que
se sepa que has regresado felizmente de Yam, junto con la tropa que estaba contigo.
Dices en tu carta que has traído todo tipo de productos grandes y buenos...Has dicho
en esta tu carta que has traído un pigmeo para las danzas del dios del país de los
Habitantes del Horizonte, igual al pigmeo que el portador del sello del Dios Bawer-
ded trajo del Punt en tiempos de Isesi. Has dicho a mi majestad que no había sido
traído nada igual a él por ningún otro que haya ido a Yam anteriormente.
Tú sabes ciertamente hacer lo que tu señor quiere y aprecia. Pasas día y noche
pensando en hacer lo que tú señor ama, aprecia y manda. Su majestad proveerá tus
múltiples y honorables dignidades para el beneficio del hijo de tu hijo eternamente...
Ven hacia el norte, hacia la residencia, inmediatamente. Apresúrate y lleva con
tigo a este pigmeo que tú has traído del país de los Habitantes del Horizonte vivo,
sano y salvo, para las danzas del dios, para alegrar el corazón, para deleitar el cora
zón del rey Neferkare. cuando suba contigo al barco, haz que haya hombres capaces
que estén a su alrededor de él en cubierta, para evitar que caiga al agua. Cuando
duerma por la noche, haz que hombres capaces duerman alrededor de él en su tien
da. Ve a controlar diez veces por la noche. Mi Majestad desea ver este pigmeo nidN
que los productos de la tierra de las minas y del Punt... (Serrano 1993:74-80).
62 A n to n io P ér e z L a rga ch a
tripulación que estaba a bordo. Ofrecí una acción de gracias para el señor de la isla,
y los que estaban en él (barco) hicieron otro tanto.
Navegamos hacia el norte, hacia la Residencia del Soberano, y alcanzamos el
hogar en dos meses, de acuerdo con lo que él había dicho. Me presente ante el rey y
le ofrecí los presentes que había traído de la isla. El me mostró su gratitud ante el
consejo de los príncipes de todo el país147...
Navegando, llegando en paz, viajando hasta Tebas con el corazón alegre, por el
ejército del señor de las Dos tierras, estando los Grandes de este país tras ellos.
Ellos han traído aquello cuyo igual no fue traído para ningún otro rey, a saber, las
maravillas del Punt, a causa del poder de este augusto dios, Amón-Re, señor de los
Tronos de las Dos tierras"148.
Serrano 1993:118-20.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA
Introducción
Las distintas culturas mesopotámicas que se desarrollaron hasta el primer mile
nio a.C. presentan importantes diferencias respecto a la civilización egipcia, pero
una de las más importantes es el medio geográfico, que explica su diferente actitud
ante la vida, la concepción del más allá y, especialmente, la forma en que se irán
estructurando los diferentes Estados a lo largo de más de tres mil años de historia.
Por ello, la concepción que los mesopotámicos tenían del lugar donde vivían, la
consideración y actitud que tuvieron hacia sus vecinos más próximos y las tierras
más lejanas con las que tuvieron que ir entrando en contacto con el tiempo, fue muy
diferente a la existente en el Egipto faraónico1.
Esas características geográficas provocaron que fuera prácticamente imposible
ejercer el dominio y control sobre toda Mesopotamia, desde el Golfo Pérsico a las
costas del Mediterráneo, desde el Mar Superior al Mar Inferior, provocando ello la
existencia de muchos y variados poderes que coexistían en el tiempo y que, forzosa
mente, tuvieron que entrar en contacto, comerciar, guerrear, etc. Pero esa diversidad
geográfica también ocasionó que los habitantes de esta vasta región entraran en con
tacto con climas, vegetaciones y faunas diferentes, tierras que no siempre fueron
consideradas despectivamente como sucedía en Egipto ya que, en ocasiones, pue
blos como los Guti, los Amorreos u otros procedían de esas tierras limítrofes o de
otras más lejanas.
Para analizar y comprender el significado y concepción de las regiones míticas
y fabulosas que la imaginación mesopotámica desarrolló, hay que tener presentes
dos aspectos: la carencia de materias primas -piedra, metales o madera- en lo que
se conoce como llanura aluvial mesopotámica y, en segundo lugar, la continua
afluencia de gentes y pueblos que se integraban en la sociedad existente por en
tonces, aportando a esta nuevas ideas, pensamientos y visiones sobre el medio geo
gráfico.
1 La obra de Frankfort y Jacobsen (1954) sigue siendo ilustrativa de como el medio geoj(i'íWko
encuentra su expresión en las actitudes humanas del Próximo Oriente.
68 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
Por otra parte, esa carencia de materias primas favoreció desde muy pronto la
realización de expediciones comerciales, junto a la creación de colonias o centros de
intercambio, desde las colonias Uruk7 hasta las creadas y desarrolladas por el Impe
rio Antiguo asirio en Capadocia8. Igualmente, la figura del comerciante cobró espe
cial importancia en la sociedad mesopotámica9, estando sus actividades reguladas
dentro de los códigos legales que van sucediéndose en el tiempo. Esta dinámica per
mite también la aparición de verdaderas prácticas "modernas" de comercio, con la
creación de empresas, la existencia de préstamos, el desarrollo de compañías donde
los distintos aspectos relacionados con la actividad comercial están regulados -quién
pone el capital, asume los riesgos, seguros, reparto de beneficios, etc.10. Todo ello
favorece el conocimiento del otro, así como la difusión de ideas y visiones sobre
esas tierras lejanas con las que se comercia. Igualmente, todo ello favorecerá que
términos como gal-Dilmun en sumerio, o Alik Tilmun en acadio, gocen de una alta
consideración social, así como la existencia de un proverbio que refleja perfecta
mente lo que los viajeros a tierras lejanas suelen describir, El viajero de lugares dis
tantes es un mentiroso permanente.
En muchas ocasiones los medios económicos para la realización de una expedi
ción comercial eran puestos por el templo, que posteriormente recibía parte de los
productos obtenidos. Es precisamente en esos templos de donde conservamos algu
nos textos de comerciantes y marinos que realizan una ofrenda a su regreso en agra
decimiento por haber vuelto sanos y salvos de lejanas tierras11. Pero, ocasionalmen
te, las expediciones podían realizarse individualmente, sin apoyo del templo o el
Estado:
{1} lingote de cobre de 4 talentos; 4 lingotes de cobre de 3 talentos; 11 she-
kels de piezas oblongas de bronce; 3 ojos de pez (¿perlas?)... 1 peine de mar
fil...de una expedición a Dilmun, décima parte para la diosa Ningal, de aquellos
que fueron allí por su voluntad12.
7 Alzage (1993).
8 Larsen (1976).
9 Un trabajo reciente sobre los comerciantes, el comercio y los términos empleados es el de Hallo
(1992).
10 Leemans (1950).
11 van de Mieroop (1989).
12 Leemans (1960), 25-6.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 71
Literatura
La existencia de una literatura, heroica y mítica, es otra de las diferencias impor
tantes con el mundo egipcio. Mitos, leyendas o historias, como la del héroe mesopo-
támico por excelencia, Gilgamesh, son continuamente redactadas y adaptadas al
nuevo marco político. Ello se debe en parte a que esos pueblos que van penetrando
en Mesopotamia intentan relacionarse con una tradición, no presentarse como inva
sores, sino como restauradores de un orden, introduciendo a sus dioses en las com
posiciones míticas existentes así como en la literatura heroica15.
13 Liverani (1988).
14 En el prologo de su código legal, Ur-Nammu relata el regreso de barcos de Magan.
15 Un ejemplo de ello son Umammu y Shuli, reyes de la III dinastía de Ur que, a través de lu lilnn
tura épica que desarrollan o promocionan, intentan legitimar su gobierno relacionándolo con la clwlnil di-
Uruk, cf., Berlin (1983b), a cuyo rey Utuhegal había derrotado Umammu.
72 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
palabra montaña sirve también para tierra extranjera mientras que el habitante de
esos lugares es denominado como hombre de las montañas20, siendo posiblemente
la principal prueba de ello la diferente concepción que se desarrolló en tomo a los
Amorreos y los Guti.
Los primeros procedían del Oeste y eran considerados primitivos, atrasados:
el que busca trufas a los pies de la montaña, que jamás dobla la rodilla, que come
carne cruda, que no tiene una casa en vida, que no será sepultado el día de su
muerte21.
Por el contrario, los Guti, procedentes de los Zagros y destructores del Imperio
Acadio, fueron descritos como salvajes y bárbaros a pesar de que habían sido envia
dos por los dioses como castigo por la actitud de los reyes acadios:
que no conocen vínculos como pueblo, que tienen aspecto de hombres pero cuyas
palabras son de la misma naturaleza que las de un perro22.
Esta diferenciación entre el Oeste y el Este es importante ya que, como hemos
señalado, todos los Estados tuvieron que hacer frente a la carencia de materias pri
mas, siendo las regiones montañosas del Irán una de las más ricas en metales y pie
dra, al mismo tiempo que vía de acceso a productos de tan alta consideración como
el lapislázuli. Pero a pesar de su riqueza, dichas regiones al Este del Tigris permane
cieron, por lo general, en la sombra debido a que el conflicto militar siempre estuvo
presente entre las ciudades mesopotámicas y el Irán. Igualmente, el transporte de
mercancías con el Elam presentaba muchas más dificultades, debiéndose realizar
mediante caravanas de asnos que siempre podían ser objeto de ataques y saqueos.
Es por ello que regiones como el Golfo Pérsico o Anatolia se integraron en los inter
cambios comerciales, de donde los Estados mesopotámicos obtenían las materias
primas. Además, en el caso del Golfo Pérsico no debemos olvidar las ventajas que
representaba el transporte marítimo en volumen de mercancías y costes de transpor
te, a lo que hay que unir que el Golfo Pérsico nunca constituyó una amenaza militar.
Sin embargo, y a pesar de las tempranas menciones a Dilmun en las tablillas
Uruk (3200 a.C), los primeros contactos se realizaron con el Elam y, solo cuando el
clima de hostilidad y las dificultades fueron en aumento, las ciudades-estado sume-
rias intensificaron sus relaciones con el Golfo Pérsico23.
Pero esos primeros contactos con el Este dejaron su huella en los textos, donde
encontramos diferentes referencias a los productos obtenidos estando siempre dota
dos de una alta consideración24. Dentro de ese Este lejano, rico en productos y
cuyos habitantes eran feroces y peligrosos, encontramos referencias a Marhashi,
Parahshum en acadio, de localización problemática25, pero que en los textos es men
cionado como un lugar, o región, donde se obtenían exóticos y extraños animales,
plantas y productos.
Estos intercambios comerciales están reflejados, según algunos especialistas26
en composiciones literarias como la de Enmarkar y el Señor de Aratta, donde "el
aspecto más importante es lo que estos poemas nos enseñan acerca de la visión del
mundo de los Sumerios: sus valores, concepción del pasado y, por extensión, la
concepción de su destino nacional"21. Así, pasajes de este poema, como el que hace
referencia a los productos intercambiados, grano por piedras de las montañas o
metales, ha sido generalmente señalado como prueba del tipo de comercio estableci
do entre las estados mesopotámicos y sus vecinos28. Sin embargo, y sin entrar en el
debate existente, ha existido durante mucho tiempo la intención de considerar estos
textos como una fuente histórica, algo que es difícil29, como veremos.
Pero a pesar de esos intercambios, de su riqueza y exotismo, las tierras del Irán
siguen siendo consideradas hostiles, creándose, en opinión de Moorey una visión
similar a El Dorado, mitad mito y mitad realidad30 donde, como sucede en casi
todas las regiones adyacentes a Mesopotamia, los primeros reyes que se adentran
militarmente son los acadios. Esa hostilidad y dificultades a la hora de obtener los
productos queda reflejado en los textos, como en los de Gudea de Lagash, donde se
establece una diferenciación entre los productos obtenidos pacíficamente, a través
de los canales comerciales, y aquellos obtenidos por la fuerza de las armas, o en el
poema de Enki y el orden del mundo, donde este dios bendice a Meluhha y Dilmun
pero establece que Elam y Marhashi serán destruidas y sus riquezas llevadas a su
ciudad santa, Nippur. Por todo ello, a partir de mediados del tercer milenio, las rela
ciones con el Golfo aumentan, diluyéndose lentamente los contactos con ese Este
fabuloso pero peligroso.
Esa concepción de lo extranjero, extraño y peligroso, encuentra su manifestación
en el ámbito mesopotámico en la asimilación de animales fantásticos con dichas tie
rras, encarnando dichos animales los peligros. La expresión de todo ello la encon
tramos en el texto relativo a la destrucción de Agade31, donde se contraponen los
animales urbanos, conocidos, con otros destructivos y fantásticos que encaman los
24 Moorey (1993).
25 Steinkeller (1982), Vallat (1985).
26 Silver (1985).
27 Berlín (1983), 24.
28 Según el texto conservado, la ciudad de Aratta disponía de oro, plata y toda clase de piedras,
mientras que la ciudad sumeria de Erech proporcionaba grano.
29 Michalowski (1986).
30 Moorey (1993), 38.
31 Cooper (1983).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 75
demandados, algo que, lógicamente, no haría que éstas dejaran de buscar nuevas
regiones donde obtener esos productos. Es así como comienzan a adquirir importan
cia los contactos con el Este, que suplen con cobre y piedra a las ciudades sumerias
durante el Dinástico Antiguo I. Pero los contactos con el Golfo no desaparecieron,
como demuestra el hallazgo de materiales sumerios del Dinástico Antiguo II en la
península de Omán -Magan-41. Así, las ciudades sumerias obtenían la piedra en un
arco que iba desde Anatolia hasta la península de Omán.
Sin embargo, a pesar de las referencias en los textos y del hallazgo de algunos
materiales, poco conocemos sobre los contactos anteriores al 2500 a.C, lo que puede
explicarse porque las relaciones con Susa y el Elam no eran del todo malas en este
período o, como señala Potts, al cambio en el nivel de las aguas del Golfo que, al
aumentar su caudal, ha sumergido los asentamientos históricamente anteriores42.
Igualmente, existe otra posibilidad y es que, con anterioridad al período de floreci
miento de Dilmun, finales del III milenio, los principales contactos se establecieran
con la costa arábiga, explicando ello la mayor presencia de objetos mesopotámicos
en esas costas que en la propia isla de Bahrein43, algo que confirmaría que Dilmun
no respondería a un territorio concreto, sino a una amplia región con la que se tení
an contactos y que, en cierto momento histórico, tuvo su centro en Bahrein.
En este primer estadio de los contactos, es importante señalar que, posiblemente
ya en este momento histórico el cobre de Magan, no mencionado en las fuentes, lle
gara a las distintas ciudades-estado sumerias a través de Dilmun.
A partir del 2500 a.C., los contactos e importancia de Dilmun serán más paten
tes, algo en íntima relación con las malas relaciones con el Elam, a pesar de la opi
nión de Rice de que las relaciones e intensidad de los contactos con Dilmun en nin
gún momento se vieron afectados por acontecimientos como la caída o desaparición
de las colonias Uruk44. Así, T. Potts señala que el aumento de los intercambios con
Dilmun está más en relación con las dificultades por obtener productos en el Este
que con un deseo de incrementar los contactos con el Golfo45.
Este último es un aspecto importante ya que, sin olvidar las posibles tensiones
militares, no hay que olvidar que en el comercio antiguo los rendimientos y benefi
cios eran mayores si el intercambio se realizaba por mar. Las primeras menciones
en los textos a Magan son del período acadio, lo que puede relacionarse con que la
Península de Omán era la región más próxima a la costa del Irán, de donde con
anterioridad procedían los productos. La inestabilidad política está reflejada en el
mito de Enki y el orden del mundo, donde se recoge que el Elam era hostil al tráfico
comercial del Golfo, por lo que Enki bendice en primer lugar a Meluhha y des-
41 Potts (1986).
42 Potts (1993a), 180.
41 Larsen (1983), 16-7.
44 Rice (1994).
45 T. Potts (1993), 394.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 79
pués a Dilmun, terminando con la destrucción de las casas y murallas del Elam y
Marhashi.
Durante el período acadio, tenemos las primeras referencias escritas a Magan y
Meluhha en la famosa mención de Sargón de Accad, al mismo tiempo que Manih-
tushu y Naram-Sin obtienen piedras procedentes de Magan.
Pero a partir de este período acadio puede detectarse una nueva tendencia en las
culturas mesopotámicas, haciendo cada vez más hincapié los textos en los productos
que se obtienen mediante el botín46. A pesar de ello, a comienzos del II milenio Dil
mun sigue siendo un próspero lugar, produciéndose entonces la colonización de la
isla de Failaka, anteriormente deshabitada, probablemente por estar más próxima a
las ciudades mesopotámicas y facilitar así el tránsito comercial. Al respecto, en este
mismo momento histórico están presentes en las márgenes de Mesopotamia y del
Golfo los Amonitas, apuntados por algunos como los verdaderos causantes de la
aparición del Estado de Dilmun47.
Respecto a Magan y Meluhha, son lugares mencionados en la fuentes acadias
pero, arqueológicamente la influencia u objetos mesopotámicos hallados, por ejem
plo en Magan, disminuyen, un fenómeno contrario a la que los textos reflejan48.
Esta contradicción puede ser entendida como un ejemplo de los reyes acadios por
recuperar tradiciones antiguas y presentarse como herederos legítimos en el poder o,
simplemente, una prueba más de frases y conceptos inherentes a un imperialismo
como el acadio.
Durante la III dinastía de Ur y el período de Isin-Larsa, el comercio con Dilmun
es importante, como demuestran las menciones a expediciones y productos de Dil
mun de Gudea de Lagash. Igualmente, es importante señalar el papel que en lapso
de tiempo desempeñaron los Martu, que en la documentación aparecen íntimamente
relacionados con Dilmun, sus productos y comerciantes49.
Con la Babilonia de Hammurabi, el tráfico comercial continúa, apareciendo en
estos momentos la ciudad de Mari. Así, una carta de Yasmah-Addu de Mari a Ham
murabi nos indica como una caravana enviada desde Mari a Dilmun permanecía
retenida en Babilonia.
Con posterioridad al período conocido como de Isin-Larsa y la época paleobabi-
lonica -tiempos de Hammurabi-, (2000-1750), Dilmun desaparece de la documenta
ción. En una inscripción de Samsuliluma (1744) encontramos, "12 medidas de cobre
puro de Alasia y Dilmun'', lo que refleja que el cobre comienza a ser obtenido de la
otra gran fuente de la Antigüedad, esta vez en el Mediterráneo, Alasia -Chipre-.
Dilmun vuelve a recuperar su papel de centro comercial con los Casitas en la
segunda mitad del II milenio, pueblo que se caracterizó por un programa de recons-
Dilmun
A lo largo de toda la historia de Mesopotamia, Dilmun es conocida, mencionada
y considerada como un importante centro comercial, apareciendo en los textos lite
rarios, especialmente sumerios, como un lugar de prosperidad y alegría, pudiendo
en ocasiones relacionarse con la vida eterna, algo que ha propiciado su equipara
ción, o comparación, con el paraíso bíblico50.
Pero si algo ha contribuido al misterio de Dilmun, más que las menciones a sus
exóticos productos, es el llamado problema sumerio. ¿Cuál fue el origen de la pri
mera sociedad urbana de la humanidad?, ¿de dónde procedían los sumerios?. Estos
interrogantes, planteados ya por Kramer51 se han intentado resolver de variadas for
mas, siendo una de ellas la hipótesis de que los Sumerios procedieran de ese lugar
mítico y fabuloso citado en sus textos, Dilmun.
Con el paso del tiempo, la denominación de Dilmun va cambiando al mismo
tiempo que las lenguas dominantes en la región, por lo que en acadio será denomi
nada Tilmun, término que ha contribuido al debate sobre el origen de los Fenicios,
no solo por las similitudes lingüísticas con Tiro, sino por las propias afirmaciones
de Heródoto y Estrabón al respecto.
Dilmun ha pasado a la historia como la región de donde Mesopotamia obtenía
variados y exóticos productos; cobre, lapislázuli, madera, lino, dátiles... pero algu
nos de ellos, por no decir la mayoría, no procedían siempre de Dilmun, sino de
lugares más lejanos, Magan y Meluhha.
Localización de Dilmun
Durante décadas, al igual que sucedía con el país de Yam o el de Punt en Egipto,
la investigación ha querido ubicar, concretar o individualizar todos y cada uno de
los términos geográficos que son mencionados en los textos. Es por ello que, si bien
50 La forma sumeria de Dilmun es NiTuk.
,l Kramer (1963).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 81
Dilmun puede hacer referencia a la isla de Bahrein, algunos han planteado la posibi
lidad de que el término haga referencia también a regiones próximas a esta isla,
englobando una amplia región de donde se podían obtener diversos y preciosos
materiales con los que después comerciar52.
El debate sobre la exacta ubicación de esta mítica tierra comenzó a finales del
Siglo XIX, con el hallazgo de un cono de piedra por el Capitán Durand en la isla de
Bahrein, lo que favoreció la identificación Dilmun-Bahrein53. Igualmente, las men
ciones de Heródoto y Estrabón respecto al origen de los Fenicios contribuyeran a
fomentar la leyenda sobre unas regiones desconocidas arqueológicamente que, apa
rentemente, no habían desarrollado importantes formas políticas de poder, pero que
a lo largo de la historia de la Antigüedad aparecían mencionadas siempre en rela
ción con aspectos fabulosos y exóticos. Por último, el descubrimiento de las cultu
ras predinásticas en Egipto y la constatación de unas influencias mesopotámicas en
los primitivos estadios culturales de Egipto, provocó que Petrie, el padre de la Egip
tología científica, apuntara las posibles relaciones entre el Golfo y Egipto para
explicar dichas influencias mesopotámicas, hipótesis que en los últimos años ha
recuperado Rice54.
En los textos55, como en un cilindro de arcilla de Assurbanipal, encontramos fra
ses como "D ilm un en el m edio del M ar inferior''56, o en textos de Sargon II "U peri,
rey del D ilm un, cuyo lugar de descanso esta a 30 horas dobles com o un p e z en el
m edio del océano del sol naciente", aplicándose la equivalencia con la isla de Chi
pre, también mencionada como en medio del mar. Es por ello que para Rice el
hecho de que se haga la referencia a Tiro como en el centro del mar puede confir
mar las opiniones de Heródoto y Estrabón sobre el origen de los Fenicios, tomando
como apoyo la afirmación de Estrabón, en relación con la Odisea, de que los habi
tantes de Sidón citados no eran de dicha ciudad, sino del Golfo Pérsico57.
Dilmun también puede hacer referencia a la isla de Failaka, donde existió un
templo a Inzak58, dios de Dilmun59, pero Alster piensa que, si bien se trata de un
templo para un dios de Dilmun, éste debe ponerse en relación con las expediciones
comerciales a Mesopotamia siendo éste un templo donde pararían los comerciantes
en su camino hacia Mesopotamia60.
En cualquier caso, el término Dilmun seguramente no haga referencia exclusi
vamente a la isla de Bahrein, sino también a la costa oriental arábiga y, por supues
52 Burrows & Deimel (1928).
53 Durand (1880), Rawlinson (1880). El debate en gran medida fue reavivado por Kramer (1963),
281-4 al pensar que Dilmun pudo hacer referencia a las culturas urbanas del Pakistan y la India.
54 Petrie (1939), Rice (1990, 1994).
55 Edzard et allí (1977).
56 Luckenbill (1970).
57 Rice (1994:20).
58 Nombre en acadio del dios sumerio Enshag.
59 Kjaerum (1980), Hojlund (1981).
«o Alster (1983), 45.
82 A n to n io P ér ez L a r g a c h a
to, a la isla de Failaka. Así, los hallazgos de cerámica Ubaid o Jemdet Nasr en la
costa de Arabia confirman que los contactos no sólo se establecieron con la isla de
Bahrein. Todo parece indicar que Dilmun hacía referencia a una región donde
podían obtenerse diversos productos, pero cuyos limites no son estáticos, sino
móviles61.
A la hora de analizar Dilmun o, por norma general, cualquier otra tierra fabulosa
de la Antigüedad, sabemos cómo los mesopotámicos denominaban al lugar, pero no
como se denominaban o qué pensaban los habitantes de dicho lugar. Es por ello que
Nashef, piensa que Dilmun hace referencia a una ciudad, posteriormente aplicado
de forma genérica a una región62.
En íntima relación con esta problemática está lo que Gould y White denominan
mapas mentales63, y donde podría encuadrarse Dilmun y, por qué no, a Magan y
Meluhha. Estos mapas mentales incluyen nociones, ideas y juicios de valor sobre
lugares que los redactores o creadores de los mismos pueden no haber visto nunca
o, en ocasiones, no haber existido nunca. Este último puede ser el caso de la ciudad
de Arrata, mencionada en el título de una de las composiciones literarias sumerias
más conocidas y cuya localización e historicidad ha preocupado durante décadas a
la investigación. Sin embargo, y como señala Michalowski es una ciudad que puede
no haber existido nunca, ya que lo que lo que la composición literaria persigue es
demostrar la superioridad de la cultura de Sumer64. Ello no prueba que Dilmun no
existiera, pero sí que posiblemente el término hiciera referencia a una región, prácti
camente desconocida para toda la población de Mesopotamia, donde era posible la
obtención de diversos productos, pero sin que ello implique unos limites fijos y
estáticos a lo largo de la historia, sino cambiantes a medida que las circunstancias
cambiaban.
65 Rice (1994).
66 Rice (1994).
67 Postgate (1992).
68 Rice (1994), 90.
84
A n to n io P ér ez L a rga ch a
eos en los ajuares71. Esta es una de las críticas realizadas a la hipótesis de Lamberg-
Karlovsky: si Dilmun es sinónimo de riqueza, productos exóticos y lugar de descan
so eterno, ¿por qué los ajuares son tan pobres?. Igualmente, muchas de las tumbas
no presentan signos de haber sido nunca ocupadas, algo que Lamberg-Karlovsky
explica por que eran realizadas para el espíritu de la persona, para servir de casa
para la persona que moría lejos72.
Las críticas a esta hipótesis han sido variadas, pero casi todas ellas coinciden en
señalar que en ningún texto sumerio, o de otra cultura que haya tenido importantes
contactos con Dilmun, se hace referencia a una posible emigración, o viaje, para ser
enterrado en Dilmun. Pero, la crítica más importante es la referida a que si en ver
dad existió dicha práctica, ello implicaría una concepción del más allá muy diferen
te de la que siempre se ha señalado para las culturas mesopotámicas, donde el pro
pio héroe Gilgamesh tiene finalmente que renunciar a sus aspiraciones de vida eter
na y conformarse con sufrir las consecuencias de su tercera parte humana: la muerte
e imposibilidad de acceder a una vida futura73.
B) Según el diluvio sumerio, Ziusundra fue establecido en Dilmun por los dio
ses tras el diluvio que destruyó a la humanidad. Sin embargo, en ningún momento el
mito hace referencia a la muerte de Ziusudra, él sólo vivirá allí eternamente74,
ningún texto menciona o relaciona a Dilmun como un lugar donde muere persona
alguna.
C) El mito de Enki y Ninhursag ha sido interpretado como una prueba de la
consideración, o equiparación, de Dilmun como el paraíso, pero el análisis de Alster
da una interpretación opuesta75. Así, el celebre pasaje donde no hay ningún peligro
o animal depredador, puede interpretarse en realidad como una situación en la que
no existía nada. Así, piensa que el mito pudo tener como escenario los pantanos del
Sur de Mesopotamia, más que Dilmun, simbolizando que el culto a Enki se extiende
a Dilmun.
Por último, en relación a la consideración de Dilmun como el lugar donde estaba
el paraíso y desde donde Enki creó el mundo, Rice apuntó las similitudes entre los
mitos de creación mesopotámicos y egipcios, en el sentido de que la creación se
había realizado desde una isla, en el caso de Egipto la llamada colina primogénita76.
Sin embargo, estas similitudes en ningún momento deben interpretarse como prueba
de unas relaciones o influencias de las poblaciones del Golfo en la filosofía y pensa
miento de los egipcios.
71 Al respecto podría aducirse que la mayoría de las tumbas han sido robadas a lo largo de la histo
ria, pero aun así es significativo que no se encontrara un solo objeto ajeno a la tradición cultural de Dil
mun.
72 Lamberg-Karlovsky (1986).
73 Además, las prácticas funerarias mesopotámicas están muy lejos de poder confirmar la teoría de
Lambert-Karlovsky, cf, Crawfort (1991), 103-24.
74 Alster (1983), 53.
” Alster (1983), 55-60.
76 Rice (1986).
86 A n to n io P é r e z L a r g a c h a
papel de Dilmun como centro intermedio, no sólo en el trafico comercial, sino tam
bién en técnicas de construcción, etc.
Pero esa función de Dilmun como port of trade también puede ser aplicada, aun
que en menor medida, a Magan si, como todo indica, muchos de los productos que
en los textos aparecen como procedentes de Magan, en realidad procedían de
Meluhha96, siendo llevados a Magan para ser comerciados, siendo posteriormente
trasladados al port of trade por excelencia, Dilmun.
Al respecto, puede resultar significativo que en todos los textos, el orden de
mención sea Dilmun, Magan y Meluhha, del más próximo al más lejano, siendo la
única excepción la mención de Sargón de Acad a los barcos procedentes de Meluh
ha, Magan y Dilmun, indicando en este sentido el trayecto de los barcos. No hemos
de olvidar que es durante el período acadio cuando las relaciones, o al menos las
menciones en los textos, con Magan y Meluhha están documentadas.
Pero el papel de Dilmun como port of trade está también confirmado por el
hecho de que en ningún texto se hace referencia a Dilmun como un país montañoso
o donde existan bosques, características propias de Magan y Meluhha, siendo por
ello que en el propio mito de Enki y el orden del mundo se diga que Magan y
Meluhha proporcionaban madera a Dilmun para la construcción de los barcos. Tam
poco Dilmun tenía entre sus recursos o productos cobre ni madera, dos de los pro
ductos demandados por Mesopotamia y que sí eran abundantes en Magan y Meluh
ha, pero que en la imaginación quedaron ligados a Dilmun por ser allí desde donde
se embarcaban camino de Mesopotamia, ya que el producto de Dilmun eran los
dátiles.
Un aspecto a considerar es la estructura de los intercambios," los cuales presentan
importantes diferencias con el comercio establecido por las colonias Uruk en el IV
milenio. Así, no se han encontrado, todavía, ciindros sellos, tablillas o asentamien
tos sumerios en el Golfo, indicando ello que en ningún momento se establecieron
colonias ni hubo, posiblemente, un desplazamiento importante de población hacia el
Golfo. Por ello, el comercio pudo estar en manos de la propia población de Dilmun,
adquiriendo así sentido las referencias a los barcos de Dilmun y las referidas a las
caravanas de Dilmun. En íntima relación con esa ausencia de actividad colonial en
el Golfo, puede estar ese aura de tierra fabulosa que Dilmun conservo con el paso
del tiempo, ya que el desconocimiento físico de la misma propiciaba que su visión
idílica se conservara.
Por último, debemos hacer referencia a los sistemas de medida empleados en las
transacciones comerciales y que, significativamente, confirman la consideración de
Dilmun como centro intermediario en el comercio. Según muchos de los textos con
servados, además de los hallazgos arqueológicos, las unidades de medida utilizadas
eran las de Harappa, es decir, Meluhha97.
96 Weiserber (1986).
97 Roaf (1982).
90 A n to n io P ér ez L a r g a c h a
Magan
Magan es una tierra a mitad de camino entre Mesopotamia y las civilizaciones
del Valle del Indo -Meluhha-. Por lo general, estos dos nombres designan entidades
históricas y geográficas concretas, pero ocasionalmente adoptan un aura legendaria
y fabulosa, localizándose en los límites del mundo98.
Identificada con la Península de Omán, también existe la posibilidad de equipa
rarla con Makkran, en la costa del Irán. Al igual que sucederá con Meluhha, la
documentación mesopotámica nos ilustra como términos utilizados para referirse a
unas tierras lejanas pueden hacer referencia a tierras distintas y lejanas entre si, ya
que en la documentación del primer milenio a.C, Magan será utilizado para referirse
a Egipto y Meluhha a Nubia.
La primera mención a Magan en los textos se produce en la famosa mención de
Sargon de Acad a los barcos de Dilmun, Magan y Meluhha, realizando posterior
mente Manistusu y Naran-Sin campañas contra Magan".
Sin embargo, el botín teóricamente obtenido por Naran Sin durante su campaña
a Magan puede entenderse como una prueba más de que los términos de Dilmun,
Magan y Meluhha no siempre deben identificarse con lugares concretos y fijos. Así,
uno de los principales objetos obtenidos como botin es el alabastro, pero la Penínsu
la de Omán, la identificación de Magan, carece de este producto, lo que lleva a Potts
a pensar que la campaña de Naran-Sin se realizó en realidad en la lado iranio del
golfo, confirmando que Magan puede hacer referencia a ambas orillas100.
Con posterioridad al Imperio Acadio, las relaciones comerciales fueron mayo
res, a juzgar por los textos de Gudea y de Ur Nammu, así como por los textos eco
nómicos de Isin-Larsa y del período Babilónico antiguo101. Así, en la III dinastía de
Ur y en el reinado de Amar-Sin (2046-2038), encontramos la mención a un Ensi de
Magan, algo que puede interpretarse como que Magan era en ese momento una pro
vincia del imperio de la III dinastía de Ur.
Sin embargo, y a pesar de su creciente presencia en los textos, las influencias
mesopotámicas son menores, así como el numero de objetos encontrados, algo que
podría explicarse por el hecho de que Dilmun reforzaría su función de port oftrade,
siendo los contactos directos escasos o inexistentes.
En todos los estudios se señala que las menciones a Magan desaparecen tras la
III dinastía de Ur, lo que no implica que productos de Magan dejaran de llegar a
Mesopotamia, sino que éstos son obtenidos a través de Dilmun. Cuando en el 1700
a.C. Dilmun dejó de proporcionar cobre a Babilonia, la actividad en la península de
98 Gelb (1970).
99 La campaña de Naran-Sin, según reflejan los textos, fue como consecuencia de una rebelión con
tra los acadios, cf, Grayson (1976). Sobre las inscripciones reales acadius, cf., Sollberger & Kupper
(1971).
100 Potts (1986b).
101 Cleuziou (1986).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 91
Omán no se reanudó hasta mucho tiempo después, volviendo a aparecer en las fuen
tes con Tukulti-Ninurta I (1243-1207)102.
Esta interpretación, basada en la ausencia de menciones en los textos y de evi
dencia arqueológica en la Península de Omán, puede cambiar en cualquier momen
to. Así, algunos hallazgos realizados en Tel Abraq pueden relacionarse con la exis
tencia de contactos entre Magan y el Elam, al mismo tiempo que objetos familiares
a una tradición procedente de Dilmun se encuentran en Magan a comienzos del
II milenio103. Pero estos datos son escasos aún, y su interpretación difícil, pero la
posible aparición de objetos con una tradición originaria en Dilmun no debería sor
prender si recordamos que Dilmun actuó de intermediario.
Los principales productos que son obtenidos de Magan son el cobre y la diorita,
siendo ésta última la piedra utilizada para las grandes obras artísticas, como la estela
de Naran-Sin. Respecto al cobre, la importancia de Magan queda recogida en los
textos que se refieren a esta tierra como m ontaña de cobre.
Meluhha
La localización de Meluhha parece estar en el valle del Indo, más concretamente
en el actual Pakistán donde antiguamente se desarrolló la cultura de Harrapa, siendo
los productos que de allí procedían los más variados y ricos: lapislázuli, cobre, oro y
distintas clases de madera.
Al igual que sucede con Magan, las referencias a esta lejana tierra datan básica
mente del período acadio donde, aparte de la famosa frase de Sargón, encontramos
una tablilla en que se menciona a un hombre como el que p o see un barco de M eluh
ha y en un cilindro sello Su-ilisu, intérprete de M eluhha. Los contactos continuaron
con Gudea de Lagash, quien dice que de Meluhha vinieron hombres con madera y
otros productos exóticos con los que construir el templo.
Con posterioridad, y a pesar de que en la III dinastía de Ur existen referencias en
los textos a Meluhha, no hay dato alguno, arqueológico o literario, que confirme la
existencia de contactos directos. Así, un análisis de los textos de Ur III104 refleja que
a diferencia de lo que sucedia con anterioridad, no hay referencia alguna a la llegada
de barcos o productos de Meluhha, es más, todas las referencias hacen referencia a
una villa de Meluhha donde se recogen distintas cantidades de grano como donacio
nes al templo, por lo que se ha pensado que estos hombres pueden ser los herederos
de antiguos comerciantes, ahora establecidos en Mesopotamia y que en los textos
aparecen diferenciados étnicamente105, aunque algunos de ellos tengan nombres
102 Grayson (1987), 237ss.
i»3 Potts (1993b).
104 Parpóla et alli (1977).
ios Parpóla el alli (1977), 152.
92 A n to n io P ér e z L a r g a c h a
Conclusión
Las diferencias entre la civilización egipcia y la mesopotámica son numerosas,
pero en ambas podemos detectar una misma función de los términos que utilizan
para designar las tierras lejanas donde obtenían productos fabulosos, ya que podían
hacer referencia a amplias regiones, no siempre localizadas en un lugar concreto, al
mismo tiempo que iban trasladándose a medida que los contactos se ampliaban o
cambiaban. El Punt se refería al Mar Rojo y a la tierra situada entre la costa y el
valle del Nilo en Nubia, teniendo un límite más al sur con el paso del tiempo. Res
pecto a Dilmun, es el único término que pudo tener unos límites más o menos esta
blecidos, aunque no fijos, pero Magan y Meluhha, lugares que posiblemente pocos
mesopotámicos visitaron, eran desconocidos, pasando con el tiempo a designar
otras regiones y países con los que se establecieron contactos. Respecto a esto últi
mo, un detalle significativo es que a lo largo de más de tres mil años de historia, los
mesopotámicos estaban dando forma a lo que en el mundo clásico se conocerá
como el Mar Eritreo, a donde se dirigieron numerosas exploraciones, descripciones
y campañas comerciales.
No quisiéramos terminar nuestro viaje por estas tierras próximo orientales sin
dejar en el aire una pregunta que futuras investigaciones podrán clarificar. El signi
ficado e historia de tierras como Magan y Meluhha se han analizado siempre desde
la perspectiva del mundo mesopotámico, considerando que esas tierras fueron
incluidas en las prácticas comerciales de Sumer. Ello se debe a que la historia anti
gua suele realizarse desde la perspectiva de unas entidades políticas dominantes,
pero cabría preguntarse si las culturas urbanas del valle del Indo no pudieron desa
rrollar la misma política que aceptamos para Egipto o Mesopotamia: la exploración
y obtención de productos exóticos en tierras lejanas, explicando ello la existencia de
los contactos y la más que posible existencia de comerciantes de Meluhha en las
ciudades sumerias. La cultura de Harappa y sus herederas, junto a las civilizaciones
desarrolladas en China o Japón nos son totalmente ajenas, pero la impresión que de
ellas se obtiene es que en muchos aspectos igualaron y superaron a las culturas que
109 Liverani (1990), 53.
94 A n to n io P é r e z L a r g a c h a
ALSTER, B. (1983), "Dilmun, Bahrain and the alleged paradise in Sumerian myth and litera-
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Textos
Mito de Enki y Ninhursag
El lugar es puro
la tierra Dilmun es pura
la tierra Dilmun es pura, la tierra Dilmun es limpia
la tierra Dilmun es limpia, la tierra Dilmun es lo más resplandeciente
Cuando solos, se han asentado en Dilmun
el lugar en el que Enki se ha asentado con su esposa
ese lugar es limpio, ese lugar es lo más resplandeciente...
...En Dilmun el cuervo no profiere graznidos
el pájaro-í'mdw no profiere el grito del pájaio-ittidu,
el león no mata,
el lobo no roba la oveja,
desconocido es el perro salvaje, devorador de cabritos
desconocido es el jabalí, devorador de grano
desconocida es la...viuda
la paloma no inclina su cabeza
el de ojos enfermos no dice "tengo mal en los ojos"
el de cabeza enferma no dice "tengo mal en la cabeza"
la vieja no dice, "soy una mujer vieja"
BIBLIOGRAFIA 99
1 Sobre la percepción mítica del paisaje, Dowden (1992), 121-133 y Buxton (1994), 80-113, donde
destaca la importancia de los factores culturales a la hora de percibir el paisaje.
2 Sobre el mito de la edad de oro, Gatz (1967).
3 Jackson Knight (1970).
104 PRESENTACION
allende los confínes del mundo, lejos del todo del alcance de los hombres, o de
forma algo más realista, en las regiones extremas del orbe, donde algunos privile
giados podían encontrar respuesta a sus más íntimas aspiraciones. Se dibujaba de
este modo toda una geografía mítica y fabulosa que trascendía del todo los límites y
fronteras del mundo real, si bien utilizaba a su favor algunas de las informaciones
de que se disponía por aquel entonces sobre las zonas más apartadas, objeto de una
exploración todavía incipiente y problemática, y sujetas por tanto a las más atrevi
das y fantásticas especulaciones.
El griego, como todo ser humano en este sentido pero con una mayor capacidad
quizá y una más amplia gama de recursos, dio rienda suelta a su imaginación a la
hora de construir estos espacios ideales. Sobre una base que sólo de lejos reflejaba
pálidamente una realidad material mal conocida y en consecuencia peor interpreta
da, se elaboró todo un escenario tópico casi siempre compuesto por los mismos ele
mentos constitutivos. El paisaje ideal añorado, en abierto contraste con la realidad
familiar más asequible, servía de morada a poblaciones fantásticas, dotadas por lo
general de una fisionomía extraordinaria y organizadas en una forma de sociedad
perfecta que a veces se reducía al simple estado natural sin otro tipo de convencio
nes, y a una fauna singular en la que convivían por igual los productos de la fantasía
más disparatada o de los terrores más atávicos. Se establecía de esta forma un cierto
equilibrio entre las expectativas ilimitadas y las frustraciones consiguientes a la
incapacidad de alcanzar aquellas regiones. La riqueza proverbial en metales o plan
tas aromáticas se veía compensada por la vigilancia inexorable de seres monstruo
sos que tenían a su cargo el impedir con su presencia la fácil adquisición de tales
productos por cualquier recién llegado hasta aquellos remotos confines. La situación
de lejanía extrema, que exigía un viaje excesivamente largo y arriesgado, y la pre
sencia cercana de accidentes geográficos tan emblemáticos y significativos como el
Océano primordial que rodeaba la tierra o cadenas de montañas elevadas que resul
taban infranqueables hacían el resto, convirtiendo estos lugares en verdaderas tierras
fabulosas situadas por definición completamente fuera del alcance de los simples
mortales4.
Sin embargo los deseos de idealización no se detuvieron por ello y buscaron a
veces una localización más próxima a las posibilidades reales del hombre. Se trata
ba en muchos casos de las regiones vecinas o al menos de aquellas otras que estaban
localizadas en un horizonte conocido al otro lado del mar. De estos países llegaban
noticias más frecuentes a través de los relatos de viaje de mercenarios, comercian
tes, médicos o aventureros que se habían desplazado hasta ellas y habían consegui
do volver rodeados de fama y expectación. Sin embargo los deseos de fabulación
que normalmente acompañan a esta clase de relatos5 desfiguraron completamente el
cuadro real de estos países, acabando por convertirlos en un estadio inferior dentro
4 Sobre estos espacios de los confines, Romm (1992).
5 Adams (1962), Von Martels (1994) y Gómez Espelosín (1995b).
PRESENTACION 105
La fascinación por las islas parece una reacción natural dentro de la percepción
griega del mundo. Situados en medio de un mar como el Egeo, casi humanizado por
la constante presencia de archipiélagos desperdigados que servían de puente entre
un continente y otro, las islas eran para cualquier griego un fenómeno bien palpable
dentro del campo de la experiencia más inmediata. Al viajar de un lado a otro uno
se iba encontrando a lo largo de la ruta con su presencia tranquilizadora que ofrecía
lugares adecuados donde fondear las naves y las necesarias fuentes de agua con la
que aprovisionarse durante la travesía. Incluso aquellos que temían aventurarse por
las rutas marinas podían contemplar desde los promontorios costeros las numerosas
islas que jalonaban el litoral continental en casi todos sus puntos. Las islas habían
desempeñado también un papel crucial en el proceso de expansión colonial a lo
largo del período arcaico. En una primera tentativa los recién llegados solían utilizar
pequeñas islas cercanas a las costas o situadas en la desembocadura de un gran río
como asentamientos más seguros hasta que hubieran podido cerciorarse de las bue
nas condiciones de la tierra a la que habían arribado o de las intenciones concretas,
amigables u hostiles, de las poblaciones indígenas circundantes. No son raros en
efecto aquellos casos en los que un establecimiento instalado inicialmente en una
isla acabó trasladándose con el paso del tiempo a tierra firme, constituyendo allí ya
el lugar definitivo de la colonia1.
Pero es que además de ser una realidad geográfica familiar y cercana, una isla
reunía una serie de características específicas que la convertían en el escenario ade
cuado para todo tipo de idealizaciones. Una isla era en primer lugar un espacio geo
gráfico cerrado al que sólo se podía acceder por mar, con lo que tenía de esta forma
garantizada del todo su seguridad desde el momento en que una potente flota era
capaz de resguardar sus costas o que la simple distancia podía mantener alejado a
cualquier tipo de visitante incómodo. La insularidad se convirtió así en el símbolo
de la libertad dentro del pensamiento político griego, tal como nos ilustra Heródoto
con el caso de Samos. Gracias a la posesión de una potente flota la isla se aseguró
su hegemonía en la región frente a las pretensiones anexionistas de las grandes
potencias continentales como Lidia primero y luego Persia.
1 Se pueden encontrar ejemplos en las páginas de Bosi (1982).
108 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
bres, haciendo las veces de una madre pródiga más que las de un entorno hostil al
que era preciso dominar para sacar el máximo partido.
Este carácter esencialmente arcaizante o primigenio de las islas se aprecia en el
caso de Creta, una isla bien conocida y que desde un principio había desempeñado un
papel fundamental en el desarrolo de la civilización griega. Creta había sido el escena
rio de mitos primordiales como el nacimiento de Zeus, constituido después en el padre
de los dioses y garante del nuevo orden olímpico del mundo, o el rapto de Europa, ori
gen de tantos conflictos entre Oriente y Occidente. De Creta procedían ambién perso
najes semidivinos como Cadmo el fundador de Tebas, el arquitecto Dédalo o la diosa
de los nacimientos Ilitía. En Creta había tenido su sede la primera talasocracia de la
historia, el imperio de Minos, que ejercía su dominio sobre todos los mares. La isla
había sido también la meta de alguna de las grandes expediciones heroicas de la saga
helénica como la del ateniense Teseo, encargado de liberar del minotauro a todos sus
compatriotas que año tras año acudían a la isla como tributo a la bestia. En términos
más propiamente históricos se describía a Creta como una tierra poblada de innumera
bles gentes de todas las razas, sede de cien ciudades, tal y como aparece representada
dentro de la epopeya homérica. Entre sus reyes contaba el ilustre Idomeneo, uno de
los héroes principales que habían combatido ante los muros de Troya bajo las órdenes
de Agamenón. Por su situación, en medio del mar tal y como nos la describe Homero,
- “tras de la cual no se veía tierra alguna, sino sólo cielo y mar”- Creta era por tanto un
lugar apropiado en el que fijar toda clase de tradiciones arcaicas, vinculadas en una u
otra forma con los orígenes del mundo y de la raza helénica.
Otras islas desempeñaron también un papel fundamental dentro de la mitología
helena como sede del nacimiento de los dioses, morada de ninfas, escenario de
grandes acontecimientos o simple refugio de seres monstruosos. Una isla como Chi
pre, también relativamente apartada en medio del mar y de la que se tenía una cierta
impresión de mezcolanza racial, era el lugar donde había nacido una diosa primor
dial como Afrodita y en la isla se ubicaban también sus santuarios más célebres
como el de Pafos. Apolo y Artemis habían nacido en Délos y Dioniso estaba vincu
lado a la isla de Naxos donde contaba con un importante culto. Hera se crió en
Eubea y sus gentes pretendían que éste había sido también el lugar donde se consu
mó la unión divina entre la diosa y Zeus. En Rodas había tenido lugar el primer rito
sacrificial a Atenea. Fue en una isla, Esciros, donde Tetis quiso esconder a Aquiles
para evitar su temprano destino y en otra, Lemnos, donde el héroe Filoctetes fue
abandonado por sus compañeros a causa del mal olor que despedía su herida. En
islas tenían su morada seres como las Gorgonas, las Sirenas, Eolo, los Cíclopes o
los Telquines. Una isla lejana como la mítica Eritía era también la sede del mons
truoso Gerión y eran frecuentes las islas en las que habitaban diosas solitarias como
Calipso o Circe, o las que estaban consagradas a determinadas deidades como Héca-
te, Ares o el Sol, o a héroes como Diomedes o Aquiles. Por fin fue debajo de islas
donde Zeus sepultó a los gigantes tras su victoria sobre esta monstruosa estirpe en
uno de los últimos intentos por cuestionar su evidente hegemonía.
110 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
Sin duda las islas tenían también una simbología cósmica. La isla representaba a
fin de cuentas la misma situación, aunque a escala reducida, de la tierra en su con
junto que se hallaba rodeada por el océano. Se trataba por ello de un microcosmos
que reproducía las condiciones del mundo según la concepción en voga3. Es esta la
imagen que aparece representada en el célebre escudo de Aquiles en la Ilíada donde
se despliegan ante nuestros ojos en cinco círculos concéntricos las diferentes escalas
que componen el universo siendo Océano la más exterior de ellas. La insularidad
habría sido en este caso un recurso intelectual para pensar el mundo en un momento
en que la experiencia sensible no podía describirlo en su totalidad4.
Incluso desde el punto de vista de la curiosidad científica la isla aparecía tam
bién como un objeto digno de atención particular. Ya Jenofonte destacó la originali
dad de la fauna insular griega con respecto a la del continente y se había puesto en
relación la emergencia de islas en el mar con las grandes catástrofes naturales que
asolaron el mundo egeo en muchos momentos de la historia. Incluso la desaparición
de continentes que había tenido lugar también a través de estos procesos geológicos
había dejado huellas en ciertas islas que venían a representar los restos visibles de
estructuras mucho mayores ahora sumergidas por las aguas5.
Por todo ello no era de extrañar que cuando los griegos se pusieron a imaginar
tierras extrañas en las que la naturaleza ofrecía toda clase de facilidades y la vida en
ellas era por tanto dulce y agradable, en las que las penas y labores cotidianas no
existían o lo hacían en su más reducida e imprescindible expresión, y en las que
finalmente existía una forma de organización social perfecta en la que cada indivi
duo recibía lo que le correspondía en justicia sin necesidad de altercados o conflic
tos mutuos, localizasen habitualmente esta clase de sociedades idealizadas y casi
utópicas en una isla o grupo de islas. No resulta tampoco sorprendente el que esta
clase de islas aparezcan situadas en una geografía difusa e indeterminada que no
permite ni mucho menos su fácil localización. Ya los antiguos tuvieron serios pro
blemas para ubicar dentro del mapa real algunas de estas islas y sus seguidores
modernos en este arduo pero entretenido menester continúan teniéndolos a pesar de
hacer gala de un voluntarismo más que optimista. La isla en definitiva se presentaba
a los ojos griegos como el lugar perfecto, ideal, en el que gracias a su aislamiento
protector no se había producido ningún tipo de corrupción de las condiciones de
vida primigenias. Islas además apartadas del resto que no habían sufrido tampoco el
declive moral y la mezcolanza racial que los contactos por mar provocaban habi
tualmente según una cierta corriente de pensamiento representada por Platón prime
ro y más tarde por Cicerón o Séneca6. El mar abierto con la inmensidad de sus
aguas por barrera protegía estos mundos ideales de toda otra interferencia y al tiem-
1 Vilatte (1991), 18.
4 Vilatte (1989), 8 y ss.
1 Gabba, (1981), 56-57.
" l’lat., Le/;, IV, 705 a; Cic., De Re Publ.JlA.
ISLAS FABULOSAS 111
po los situaba en un punto casi inalcanzable que corroboraba su aspecto mítico y
fabuloso. Del interés por las islas son buena muestra el que Diodoro de Sicilia con
sagrase todo un libro de su Biblioteca a las mismas y que sean un elemento constan
te de la literatura mitográfica y paradoxográfica que tanto éxito de público alcanza
ron a partir del período helenístico. Una obra de esta clase como el tratado Mirabi-
les Auscultationes, falsamente atribuido a Aristóteles, dedica una parte considerable
de sus noticias a las islas.
Nos disponemos ahora a pasar revista a las diferentes islas fabulosas que apare
cen a lo largo de la literatura griega sin necesidad de establecer una clasificación
pormenorizada de ellas de acuerdo con las características específicas que
presentan7. Nuestra intención es recoger todos aquellos testimonios relevantes que
afectan a tierras fabulosas que se han localizado en islas.
se dispone a narrar ante el rey feacio Alcínoo sus aventuras marineras comienza por
reafirmar su personalidad verdadera, su nombre y procedencia, que le garantizan un
lugar, ilustre además, dentro del mundo de los hombres. De esta forma el pasaje fea
cio podría interpretarse como una especie de puente de transición entre el mundo
del mito y la fantasía por el que el protagonista ha andado vagando todos esos años
desde que salió de Troya, y el mundo de la realidad en el que diferentes reinos se
reparten a la largo y ancho de una geografía concreta en la que las referencias perso
nales o locales tienen ya completo sentido10. Desde un punto de vista simbólico, la
tierra de los feacios podría interpretarse como una especie de umbral que prepara al
héroe para reingresar en el mundo de los mortales después de las experiencias vivi
das dentro de un universo sobrehumano como el de los Cíclopes, el de la n in fa
Calipso o de la maga Circe, el enclave de las Sirenas, o la bajada al Hades. La esca
la descomunal de estas andanzas requeriría quizá un cierto adecuamiento, un “rite
de passage” al mundo contingente de los humanos, de dimensiones mucho más
reducidas, al que ahora se dispone a retomar.
Situada por tanto en un enclave tan particular, a medio camino entre lo sobrena
tural y lo puramente humano, la tierra de los feacios presenta una curiosa mezcla de
ambos elementos que convierten el pais en un escenario ambiguo cuyos precisos
componentes se inclinan de un lado y del otro a la hora de intentar analizar su pro
cedencia. De lo que no caben dudas es de su posición apartada “lejos de los hom
bres industriosos”, “lejos en el brumoso ponto”, dentro de una geografía indetermi
nada que apunta más bien hacia los confines del mundo. Los feacios son calificados
efectivamente de ecJxaToi, “los más apartados”, tanto que su situación extrema
impide la relación con el resto de los hombres y hace de la isla un lugar a salvo de
cualquier incursión enemiga dentro de un agradable y seguro aislamiento11. No
tiene apenas sentido utilizar las vagas referencias que el poeta suministra para tratar
de localizar la isla dentro de un mapa real. Se nos dice así que Odiseo ha avistado
las montañas de Esqueria tras diecisiete días de navegación desde que salió de Ogi-
gia, la morada de Calipso. Sin embargo la más que problemática identificación de
esta última nos sitúa ante uno de esos casos donde para explicar algo hemos de
recurrir a un término también poco claro -obscura per obscuriora- dado que la cita
da isla se encuentra de lleno en el terreno de la geografía imaginaria sin que sirva de
mucho la mención de las jomadas de navegación que ha necesitado el héroe hasta
avistar las tierras feacias12. Tampoco la mención explícita de un viaje a Eubea que
los feacios dicen haber llevado a cabo en algún momento, con el objeto de llevar
hasta allí a Radamantis, utilizando para ello una sola jomada, nos sirve de mucha
ayuda. La excepcional rapidez de sus naves y su carácter inteligente, que las conver
tía en una especie de ingenios mágicos, hacen posible este recorrido desde cualquier
punto del orbe convirtiendo cualquier distancia en un dato absolutamente irrelevan
te a la hora de determinar con meridiana precisión la posible ubicación geográfica
de Esqueria, que queda del todo circuscrita al terreno de lo imaginario.
La isla cuenta además con una historia mítica que refuerza en buena medida su
condición de tierra fantástica, al sernos presentada dentro de un contexto divino en
el que parecen irrelevantes cualquiera de las vicisitudes humanas. Los feacios no
eran efectivamente una población autóctona de la isla. Al parecer habitaban en prin
cipio la tierra de Hiperea, vecina de los Cíclopes, circustancia que los entronca de
lleno con la geografía imaginaria en la que Odiseo había estado moviéndose hasta
entonces. Sin embargo, como eran objeto de continuas injusticias por parte de tan
terribles vecinos, Nausitoo, su rey, los trasladó hasta Esqueria para ponerles a salvo
de toda injuria o daño13. La isla se hallaba por tanto lejos de los hombres, como ya
se ha dicho, pero al parecer lejos también del alcance de razas monstruosas como
los Cíclopes que componían un especial universo divino y primigenio. Su fundador
Nausitoo era además un hijo de Poseidón y de Peribea, la hija menor de Euridaman-
te que según nos dice el poeta “gobernaba entre los Gigantes”. Esta circustancia
convertía por tanto a los feacios en descendientes directos de esta raza sobrehumana
que compartía con los Cíclopes el universo preolímpico anterior al ordenamien
to cósmico impuesto por Zeus. Su genealogía los situaba de lleno dentro de los
•rreípaTa yaÍTis, los extremos de la tierra donde tenían su morada estos descomuna
les seres y por ende dentro del ámbito de un universo casi divino y sobrenatural,
ajeno del todo al alcance del mundo de los hombres.
Esta conexión con el linaje de los dioses refuerza igualmente el alejamiento de
los feacios del resto de los mortales. Pero no era sólo cuestión de genealogía. Su
propio aspecto exterior, su carácter, las dimensiones magníficas de sus estancias, el
extraordinario boato de sus pertenencias, su forma de vida muelle y relajada, su
contacto habitual con la divinidad y la preocupación evidente que suscitaban en los
inmortales, hacen de los feacios una raza aparte del resto de los hombres. Eran efec
tivamente “muy queridos de los dioses” y quizá por ello fueron trasladados de lugar
ante la amenaza que para su seguridad representaba la vecindad de los Cíclopes. Su
semejanza a los dioses impulsa a Atenea a agrandar a Odiseo en la forma adecuada
con ocasión del banquete que los feacios ofrecen en su honor para que el huesped se
ajuste a la nueva situación14. Comparten con los mismos dioses el lugar en los ban
quetes y reciben de ellos sobresalientes dones como las fuentes que manan en
el huerto de Alcínoo o los perros de oro fabricados por Hefesto que custodian su
13 Od„ VI, 4-7.
14 CW.,VIII, 18-20.
114 F . J a v ier G ó m ez E spelo sín
Los peligros y terrores del mar quedan de esta forma neutralizados y lo que
podría parecer en principio un medio hostil que sólo sirve para garantizar su seguri
dad queda así transformado en un espacio intermedio neutro que sólo del otro lado,
el de los hombres mortales, adquiere una valoración negativa.
Existen a lo largo de toda la narración rasgos de corte realista que sin duda refle
jan la experiencia histórica de un momento determinado. Hemos hecho ya alusión al
acto de fundación de Nausitoo que recuerda la actividad colonial de los oikistaí o al
papel prominente de la reina Arete que podría aludir a la supremacía femenina de la
civilización cretense. Aparte de estas imprecisas alusiones encontramos también
detalles que constituyen un reflejo evidente de la experiencia cotidiana del poeta
como son las actividades usuales de las mujeres. Arete aparece así hilando a la
cabeza de sus siervas y Nausicaa tiene a su cargo lavar la ropa. También Alcínoo
debe acudir con regularidad al consejo para cumplir su función de gobierno. Tam
bién la ciudad, como hemos señalado anteriormente, refleja en buena medida la
estructura habitual de una pólis cualquiera. Sin embargo no debemos olvidar tampo
co que nos hallamos dentro de un contexto épico en el que entran en juego determi
nadas expectativas que deben hacer su aparición manifiesta en cualquier clase de
circustancia. Es normal por tanto el que Nausicaa, una princesa, evidencie cierto
desprecio hacia el pueblo y tema ser objeto de comentarios amargos si es vista junto
al recién llegado (VI,270 y ss.). Del mismo modo no sorprende que Alcínoo, el rey
reconocido por todos, recibiera en un momento dado como recompensa por parte de
su pueblo una sierva como Eurimedusa, al igual que los caudillos aqueos de Troya
habían recibido también como regalo de sus súbditos siervas como Criseida o Bri-
seida. Y de igual forma se explica la contienda entre Odiseo y los nobles feacios
que le incitan a rivalizar con ellos en la carrera, dado que el héroe debe dejar cons
tancia de su superioridad en cualquier tipo de circustancias y situaciones, por excep
cionales que éstas puedan ser21.
Tampoco el recelo ante el forastero resulta algo sorprendente en una sociedad de
este tipo si tenemos en cuenta que eran bien conscientes de su supremacía en los
dominios del mar y por ello mostraban sus sospechas ante la llegada de un extranje
ro que de no tener un poder equiparable o ser un dios habría tenido serias dificulta
des para llegar hasta ellos22. Ese es al menos el tenor que se desprende de la afirma
ción de Nausicaa ante Odiseo al poner en relación directa su actitud recelosa y poco
amistosa con la confianza que despierta en ellos la posesión de sus rápidas naves
(VII, 31-36). Esa misma actitud puede explicarse también a la vista del terrible final
de los feacios por obra de Poseidón, que petrifica la nave que había conducido de
regreso a Odiseo y cubre la ciudad con una montaña. Alcínoo alude de hecho, cuan
do conoce el destino sufrido por su nave, a un viejo presagio de su padre que augu-
• 1 No olvidemos que Odiseo triunfa también en contextos mucho más sobrehumanos como son la
nwyor parte de sus aventuras por mar.
Sobre la aparente hostilidad de los feacios Rose (1969).
ISLAS FABULOSAS 117
raba tal final si seguían ejerciendo su labor de acompañantes o guías de los mortales
e insta a su pueblo a cesar en esta actividad y hacer ruegos a Poseidón por si podían
evitar el fatal castigo (XIII, 172-183). No es de extrañar por tanto que ante una pers
pectiva tan siniestra muchos de los feacios se mostraran reticentes ante la presencia
de cualquier extranjero a la vista de las fatídicas consecuencias que ello podía entra
ñar para ellos.
Todos estos detalles realistas, que entroncan el episodio dentro del contexto
épico o constituyen el lógico tributo dentro de la estética de la recepción, esencial
mente realista, de aquellos momentos, no disminuyen el carácter idealizante de todo
el episodio. Esqueria es a todas luces un escenario utópico a medio camino entre el
mundo de los dioses y el de los hombres. Una posición intermedia que si bien da
cuenta de sus condiciones de vida excepcionales resulta también a la postre ser la
causa de su perdición. A la vista de su evidente conexión con los Titanes, que en
cierto modo representan una época dorada de la humanidad suplantada de forma
brusca por la aparición del nuevo orden olímpico y el establecimiento definitivo de
las condiciones de vida actuales, los feacios quizá representan uno de los últimos
eslabones de ese mundo feliz, identificado con la edad de Crono, en el que la huma
nidad disfrutaba todavía de una vida apacible y plena. Su drástico final a manos de
Poseidón, uno de los Olímpicos, con el consentimiento de Zeus, por haber dado cor
dial acogida a Odiseo y haberle conducido de regreso a su patria, nos recuerdan
también episodios similares en los que otros titanes como Prometeo sufrieron un
cruel castigo por haber prestado sus favores a los humanos. Que sea precisamente
esta la tierra a la que Odiseo arriba al final de sus andanzas y desventuras y que
desde aquí también pueda alcanzar de nuevo Itaca en un tránsito apacible que nada
tiene que ver con los traumáticos traslados que le han llevado de un lugar a otro a lo
largo de su deambular por los mares, siendo ésta también la última aparición de los
feacios, condenados después a vivir bajo un monte de la misma forma que lo habían
sido antes los Titanes y Gigantes, se explica bien desde este punto de vista23.
el viaje al Hades con el fin de encontrar allí a Tiresias para que le informe de la ruta
adecuada a seguir. En el extremo del mundo, bien hacia Oriente o hacia Occidente,
la isla parece el lugar más alejado al que Odiseo llega en su deambular por los
mares y su aparente proximidad al Océano la sitúa fuera de todos los ámbitos mari
nos habituales recorridos por los hombres25. Se ha apuntado incluso la posibilidad
de que el episodio hubiera ya figurado en la saga argonaútica, dado el parentesco de
Circe con Eetes, ambos hijos del Sol, lo que sin duda situaría la isla o su morada en
el extremo oriental del mundo hacia el que se dirigía la expedición de Jasón25. De
cualquier forma su localización mítica en los confines del mundo queda confirmada
más adelante, a comienzos del canto XII, cuando Odiseo sitúa la isla
donde se encuentran la mansión y los lugares de danza de Eos y donde sale
Helios27.
25 Una vez más dejamos de lado el problema de su localización, vano empeño en que han dejado su
ingenio y energía importantes estudiosos. Al respecto, Moulinier (1958), 77-83 y especialmente Dion
(1971), que aboga por situar la mítica isla en la zona de Málaga.
26 Así lo sugirió Meuli (1921), 97-114 = (1975), II, 593-676 y más tarde Merkelbach (1969), 202.
27 Od., XII, 3-4.
28 Od.,X, 149-150.
» O d X, 198 y ss.
30 Od., X, 161 y ss. De hecho Odiseo enfatiza en su relato la manera también excepcional en que
debe disponer su forma de traslado. La misma expresión formular que describe a la bestia, \iá\a yáp
¡téya 0r|ptov aparece utilizada en dos ocasiones casi consecutivas en los versos 171 y 180.
ISLAS FABULOSAS 119
a juguetear a su alrededor moviendo sus largas colas. Este carácter maravilloso del
lugar queda también subrayado por la magnificencia de los objetos de mesa y de los
muebles, al estilo de los grandes palacios señoriales, o por la naturaleza de las sier-
vas de Circe, nacidas de fuentes, bosques y ríos.
Por fin, la presencia de una diosa solitaria, dotada de ciertos poderes mágicos de
los que los visitantes ocasionales de la isla se convertían en potenciales víctimas. En
este sentido una más, al igual que Ogigia, de las islas misteriosas y mágicas que
poblaban los mares en la imaginación de los navegantes. La actitud inicialmente
amistosa de la diosa, que los acoge en su palacio y les ofrece alimentos, se toma
enseguida hostil al mezclar brebajes maléficos en su bebida
para que se olvidaran por completo de su tierra patria.
El peligro manifiesto de olvidar el retomo a la patria en los navegantes que se
aventuraban en ultramar reaparece aquí de nuevo del mismo modo que se había
dejado sentir en el episodio de los Lotófagos y en otra forma más tarde con motivo
de las Sirenas. En este caso sin embargo son transformados en cerdos y encerrados
en las pocilgas de la diosa. Cuando Odiseo es informado del asunto por uno de sus
compañeros que se había librado del engaño por no haber entrado en el palacio,
manifiesta una actitud desafiante que no sólo deja sorprendido a su aterrorizado
informante sino incluso al propio dios Hermes cuando le sale al paso camino de la
morada de Circe. La incapacidad humana de actuar con sus propios medios y recur
sos dentro de este espacio maravilloso, tierra de dioses y seres excepcionales, se
pone así de manifiesto. Odiseo, que había echado mano de su espada a la manera
convencional heroica cuando se trataba de afrontar un peligro, ve aquí sustituido
este instrumento por un brebaje benéfico que consigue gracias a la ayuda de Her
mes. Hechos como la existencia en la isla de esta planta mágica, la célebre moly tal
y como la conocían los dioses, y la imposibilidad de extraerla del suelo para los
hombres, confirman una vez más que nos hallamos dentro de un espacio fabuloso
en el que sólo los dioses se mueven con comodidad sin afrontar los riesgos que la
condición extraordinaria del lugar provoca.
El propio Odiseo, aún a pesar de su concienciación inicial y sus precauciones,
sucumbe también finalmente a los encantos de la isla hasta el punto que debe ser
persuadido a regresar por sus compañeros. La existencia allí se había convertido en
efecto en una estancia placentera una vez que con la llegada de Odiseo y la argucia
urdida por Hermes sus compañeros habían recuperado su estado inicial y se halla
ban en condiciones de disfrutar de las atenciones de Circe. A tono con un lugar de
características excepcionales los compañeros de Odiseo se convirtieron incluso tras
la nueva transformación en
hombres aún más jóvenes que antes y más bellos y robustos de aspecto.
La isla de Circe reúne por tanto todos los ingredientes necesarios de los lugares
maravillosos, situados en una geografía mítica que todavía conserva algunas vincu
120 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
laciones con el mundo real, habitados por dioses o seres monstruosos y en los que
quedan compensados por un curioso balance final los aspectos prodigiosos y admi
rables con aquellos otros menos atractivos e inquietantes.
ciencias que convierten el lugar en un espacio más siniestro y temido que añorado o
perseguido. En primer lugar su extrema lejanía en medio del mar - “¿Quién atrave
saría de buen grado tanta agua salada, indecible?”- que en este caso parece más un
factor de aislamiento que de seguridad tranquilizadora. En segundo lugar Hermes
resalta la ausencia de vida humana en los alrededores - “No hay ninguna ciudad de
mortales en la que hagan sacrificios a los dioses y perfectas hecatombes”- Se trata
en efecto de un espacio divino, apartado de todos los hombres al que sólo el naufra
go Odiseo arriba tras haber perdido al resto de sus compañeros. Calipso de hecho
afirma ante Hermes su deseo de haberlo hecho inmortal y sin vejez y se pliega, eno
jada y con disgusto evidente, al mandato de Zeus que le ordenaba dejar partir a Odi
seo. Lejos de constituir por tanto el paraíso esperado por cualquier mortal, Ogigia se
convierte para Odiseo en una prisión dorada donde el héroe resiste con fuerza todos
los intentos de la ninfa por hacerle olvidar su patria y conseguir que se quede allí
junto a ella de forma definitiva.
El episodio adquiere quizá cierto sentido contemplado a la luz de un relato de
viaje, esquema narrativo sobre el que posiblemente se construyeron todas las aven
turas de Odiseo. El protagonista se enfrenta a diferentes pruebas y dificultades a lo
largo de su viaje y entre ellas se hallaba el secuestro por parte de la diosa solitaria
que habitaba en una isla desierta. Este motivo representaba posiblemente en forma
dramática uno de los peligros que acechaban a todo viajero en su andadura por
mares y tierras lejanas: el olvido del retomo, atraído por las maravillas y seduccio
nes que iba encontrando a su paso en los países allende los mares. Una de las prue
bas que todo viajero debía afrontar y superar a lo largo de la ruta junto con toda
clase de peligros y asechanzas era precisamente el evitar tales tentaciones y mante
ner vivo por encima de ellas el deseo de volver a la patria. Odiseo, que constituye el
prototipo del héroe viajero y se convirtió en el modelo de esta clase de historias32,
ya supo salir airoso de esta prueba con ocasión de su llegada al pais de los Lotófa-
gos, a diferencia de algunos de sus compañeros que probaron el pernicioso fruto que
hacía olvidar el regreso. Su estancia en Ogigia no es sino un paso más, esta vez
directo y personal, en esta misma dirección sin descartar desde luego toda la dosis
de fantasía y fabulación que la presencia de islas desiertas a lo largo de las rutas
marinas despertaba entre los navegantes, que de esta forma traducían también a su
imaginación una realidad aparentemente ambigua que podía ser al tiempo escala
salvadora y dispensadora de bienes o una ocasión más de peligro ante el miedo a lo
desconocido.
Al igual que sucede con el resto de los episodios odiseicos que jalonan sus
andanzas desde el cabo Maleas hasta su regreso a Itaca, carece de todo sentido tratar
de hallar la localización precisa de la isla dentro de un mapa real33. La isla, en pala
bras de Atenea, se encontraba en el ombligo del mar, en un lugar por tanto lejos de
cualquier intento de llegar hasta ella desde cualquier punto. Su posición extrema
suscitaba incluso el desagrado de un dios viajero por excelencia como era Hermes,
tal y como ya hemos comentado anteriormente. Calipso era además una diosa, hija
de Atlante, uno de los Gigantes que tras ser derrotado por Zeus y los Olímpicos fue
condenado a sostener sobre sus hombros la bóveda celeste. La conexión genealógi
ca de la ninfa con este ámbito divino preolímpico la sitúa también por tanto fuera de
los confines humanos, en los extremos de la tierra donde habían ido a parar todos
estos seres monstruosos que habían osado desafiar la supremacía de Zeus. Al igual
que suele ocurrir con toda su descendencia, la morada de Calipso debía encontrarse
para la imaginación griega dentro de aquellos contornos difusos que constituían los
extremos del mundo - ireípaTa yaí-qs'- donde alternaban paisajes idílicos y paradi
síacos como el Elisio con escenarios mucho más siniestros y aterradores como la
morada de Hades. Al igual que Esqueria o la isla de Circe, en la que no aparecen sin
embargo rasgos de idealización paisajística tan evidentes y el elemento siniestro se
deja sentir con mayor fuerza a través de los encantamientos de la diosa, es muy
posible que también Ogigia, la morada de Calipso, se hallase a medio camino entre
unos y otros34.
La isla Siria
Igualmente idealizada parece la imagen de la isla Siria, descrita por Eumeo, el
porquerizo de Odiseo, en el canto XV de la Odisea35. Se trata en este caso de una
rememoración de la patria lejana, llena por tanto de melancolía y nostalgia por lo
que se ha perdido de forma definitiva. Eumeo cuenta que fue arrancado de allí a la
fuerza cuando todavía era un niño y fue raptado por unos piratas36. La natural año
ranza de la niñez feliz frustrada tempranamente junto con la inevitable sensación de
haber perdido los privilegios inherentes a su condición de joven príncipe, todo ello
en franco contraste con la situación posterior que le tocó vivir, hicieron que Eumeo
forjara en su imaginación una visión ideal de su tierra patria. Pero aún contando con
estos condicionantes, que ayudan a explicar en buena medida la visión de la isla que
el porquerizo rememora ante Odiseo, su descripción comporta los rasgos suficientes
de idealización como para figurar en cualquier catálogo de tierras fabulosas.
Quizá no es del todo casual el que Eumeo sitúe su patria perdida en una isla que,
como se ha dicho, constituye el emplazamiento ideal para esta clase de idealizacio
nes. Su localización precisa permanece una vez más en la más completa indefini
ción a pesar de que se mencionan algunas referencias inmediatas como la presencia
34 Es de hecho a Esqueria donde arriba Odiseo tras haber abandonado la isla de Calipso tras haber
navegado durante diecisiete días que es la travesía más larga que aparece mencionada de forma expresa
en el poema.
35 Od., XV, 403-414
36 Od., XV, 449 y ss.
ISLAS FABULOSAS 123
La imagen de Siria que Eumeo presenta parece corresponder más al retrato idea
lizado del estado bien gobernado que a la creación de una pura utopía fantástica. El
rey gozaba sin duda del consenso de sus súbditos y les proporcionaba unas condi
ciones de vida agradables que sólo alteraban las inevitables relaciones de dependen
cia existentes en esta clase de sociedades arcaicas. Al igual que sucedía en Esquería
son los súbditos los encargados de sufragar algunos gastos y de rendir tributo y
homenaje a sus superiores por medio de donaciones especiales. Su justo gobierno
además de ser la causa de la estabilidad social y la paz entre sus ciudades parece
contar también con el favor continuado de los dioses que permite llevar a cabo la
optimización de los recursos naturales y sacar el mayor partido posible de las pro
pias capacidades humanas.
isla a un espacio mucho más próximo como las regiones occidentales de Grecia.
Este parece que fue el caso de Hecateo de Mileto, quien según el testimonio de
Aniano, afirmaba que Heracles no había sido enviado a la lejana Iberia sino a la
región continental de Ambracia, donde Gerión era un rey de aquellos parajes51. De
cualquier forma, su localización en aquellos contornos de la Grecia occidental no la
privaba de su aspecto fabuloso si tenemos en cuenta las resonancias míticas de país
infernal que toda esta región donde se ubicaba el río Aqueronte mantuvo a lo largo
de la época clásica. Recuérdese a este respecto el excursus geográfico completa
mente excepcional con el que Tucídides ilustra su descripción de las operaciones
bélicas por estos parajes occidentales52. De esta forma, Eritía siempre se localizó en
el extremo del mundo, más cerca o más lejos del ombligo helénico, dentro de un
ámbito fabuloso, donde dioses y monstruos convivían, sólo al alcance de héroes de
la talla de Heracles, ayudado además por medios divinos, que debían viajar hasta
aquellos confines llevados de una imposición superior53.
51 Arr.,Anab., 2, 16,5.
52 Tuc., I, 46,4. Ballabriga (1986), 44.
53 De hecho ambos términos, el océano y el Aqueloo aparecen mencionados en un fragmento atri
buido al poeta épico del s. V a.C., Paniasis, autor de una Heraclea, donde era Nereo y no el mismo Sol el
que proporcionaba la copa al héroe para viajar hasta la mítica isla. c/.,Matthews (1974), fr 7 y 28
54 Hes., Teog., 274-75.
55 Cipr., fr. 24 = Herodiano, II, 914 Lentz; Ferécides FGrHist 3 F 11
56 Apol., 11,4, 2,
ISLAS FABULOSAS 127
tras su huida de las Gorgonas, deba afrontar su aventura etíope con el episodio de
Andrómeda, especialmente si tenemos en cuenta la ubicación meridional de la Etio
pía mítica que abarcaba incluso los dos confines oriental y occidental, siendo por
tanto la etapa normal de un viaje de retomo cuyo punto de partida era el extremo
occidente57.
Toda la tradición apunta a una localización en los confines si bien en Esquilo se
asocia la morada de las Gorgonas a una llanura denominada Cistene que parece
debía hallarse en el lejano oriente58. El lugar sin embargo aparece asociado en auto
res tardíos con el extremo occidente y lo encontramos aplicado a una montaña o a
una ciudad de Libia, lo que nos da una idea de la preponderancia de la tradición que
desde el principio fijó la residencia de estos seres monstruosos en los confines más
occidentales del mundo. Asociadas a la leyenda de Perseo y sometidas por tanto a la
creciente tendencia racionalizadora de esta clase de historias, las Gorgonas se inclu
yen como una más de las razas extraordinarias que habitaban la sorprendente Libia,
en una zona especialmente apta para ello por su situación como eran sus confines
más occidentales. Así aparecen en el relato de Dionisio Escitobraquión, tal y como
lo ha conservado Diodoro, asociadas a las Amazonas, como uno más de los pueblos
guerreros que habitaban estos contornos y que debieron ser sometidos por la acción
pacificadora y civilizadora de héroes griegos como Perseo o Heracles59. Dentro de
este mismo contexto las presenta Pausanias, quien ofrece sin embargo una versión
alternativa que remite como fuente al misterioso escritor cartaginés Proeles, según
el cual se trataba de seres humanos salvajes propios de aquellos parajes que devas
taban continuamente el lago Tritonis hasta que Perseo acabó con ellas, gracias a
la ayuda de Atenea a la que estaba consagrado el pueblo que habita aquellos alre
dedores60.
En un contexto algo diferente aparecen en Plinio el Viejo, que habla de varias
islas en lugar de una sola y las denomina Gorgades61. Las localiza en un lugar con
creto de la costa atlántica africana, frente al Cuerno de Occidente - Hesperou Ceras-
e indica la distancia que media entre ellas y la costa, consistente en dos jomadas de
navegación. Plinio atribuye su información a un tal Jenofonte de Lámpsaco, autor
de un periplo de la época helenística dentro del que habrían figurado estos lugares
fabulosos62. La cosa se complica todavía más cuando el enciclopedista latino rela
ciona estas islas con las que el cartaginés Hanón encontró a lo largo de su viaje por
57 De la supuesta presencia de etíopes en las costas occidentales africanas hay testimonios evidentes
en toda nuestra tradición, especialmente a partir del siglo IV a. C. y así se refleja en obras como el Peri
plo de Hanón o algunos de los tratados y Periplos que han podido servir de fuente a escritores como Dio
doro o Plinio el Viejo.
58 Esquilo, Prom., 793, cf. el comentario ad. loe. de Griffith (1983), 229.
59 Diod., m , 55.
60 Paus., II, 21, 6-7.
61 Plin. N.H., VI, 200
62 Sobre Jenofonte de Lámpsaco, Susemihl (1891), 692 y Gisinger (1967).
128 F. Ja v ier G óm ez E spelosín
las costas africanas, quien siguiendo a Plinio habría referido que las mujeres tenían
pelo sobre todo su cuerpo y los hombres eran tan veloces con sus pies que apenas
podía dárseles caza. El almirante púnico habría depositado en un templo de Cartago
las pieles de algunas de estas curiosas mujeres como testimonio palpable de la vera
cidad de su historia. La puesta en relación del célebre pasaje de los Gorilas que
figuraba en el Periplo de Hanón con las islas Gorgades que habían sido la morada
de las monstruosas Gorgonas ya había seducido a los antiguos, como luego conti
nuaría ejerciendo esta misma seducción sobre algunos autores modernos63. Un tipo
de argumentos que quizá ya habían manejado también otros como el no menos enig
mático Estacio Seboso, a quien Plinio utilizó también como fuente. No tenemos
intención de abordar aquí el espinoso problema de las fuentes de Plinio para estos
pasajes64, pues lo que decididamente importa a nuestro tema es que de una manera u
otra, las islas de las Gorgonas, surgidas de la más antigua tradición mitológica que
las había localizado en un brumoso occidente, en el Océano inmenso y primordial
donde tenían lugar toda clase de maravillas y fenómenos extraordinarios, se habían
ido manteniendo en la conciencia colectiva, si bien por el giro de las cosas que la
nueva erudición mítica demandaba, se exigía que tuvieran unas coordenadas más
reales, de ahí los datos precisos de un Jenofonte de Lámpsaco, o bien, todavía
mejor, que se hallase documentada su presencia en un testimonio prestigioso del
pasado que pretendidamente hubiera reseñado aquellos contornos extremoccidenta-
les como se creía había hecho la expedición del cartaginés Hanón trasferida luego al
relato griego conservado. Una operación en suma de camuflaje y adecuación a las
nuevas exigencias de los tiempos en los que ya no resultaba creíble y no era por
tanto de recibo la fabulación mítica de los viejos tiempos, desentendida del todo de
los apremios de la geografía real y más preocupada en recrear todo un mundo com
pletamente imaginario donde los confines borrosos empezaban nada más franquear
el horizonte.
El mito de las Gorgonas conservaba de hecho toda esa ambigüedad latente que
caracterizaba a las regiones de los confines del mundo y a los seres que habitaban
en ellos. A los poderes terribles que tales monstruos tenían sobre los hombres se
unían ciertas propiedades benefactoras que usadas del modo correcto podían provo
car efectos mágicos positivos. Es el propio Apolodoro, quizá la fuente principal de
todo este complejo mítico, quien nos informa de estos detalles. Atenea le dio al
parecer a Heracles un rizo de la Gorgona que tenía la propiedad de poner en fuga a
los enemigos cuando una ciudad era atacada, tal y como con el que quedó protegida
Tegea contra los argivos65. También la sangre de la Gorgona poseía estas capacida
des mágicas y según el mismo Apolodoro, la diosa Atenea se la entregó a Asclepio
63 Desanges (1983). Sobre la problemática general del Periplo de Hanón, Desanges (1978), 39-85 y
García Moreno (1989).
64 Ya lo ha hecho con acierto García Moreno (1991).
65 Apol., II, 7,3-y Paus. VIII, 47,5.
ISLAS FABULOSAS 129
quien utilizaba la que había sido extraída de las venas derechas para dar vida a los
muertos66. Una misma tradición recoge Eurípides en el Ion cuando atribuye este
mismo don de la diosa a Erictonio, esta vez en forma de dos gotas, una de las cuales
servía para causar la muerte y la otra para curar enfermedades67. Si a ello le añadi
mos la versión de la leyenda que presenta a la Gorgona Medusa como una mujer
hermosa que fue seducida por Poseidón en un estadio anterior a haber adquirido el
aspecto espantoso con el que aparece descrita habitualmente, la conjunción de los
dos aspectos, el maravilloso y el terrorífico, que se daba en estas zonas liminales del
orbe, situadas casi ya fuera del mundo de los mortales, aparece con cierta nitidez
ante nosotros e integra las Gorgonas y su estancia en una isla dentro del universo
imaginario donde cobraban vida esta clase de fabulaciones.
La T\ile de Piteas
La isla de Tule, conocida a través de las navegaciones atlánticas del masaliota
Piteas a finales del siglo IV a. C., se presenta también a la imaginación griega con
todos los visos de una tierra fabulosa al menos por todo el velo de misterio en que
aparece envuelta desde un principio. No existen apenas dudas sobre su existencia
real si bien difieren ampliamente las opiniones a la hora de concretar su nombre
sobre un mapa y se barajan entre otras diferentes posibilidades como Islandia, la
costa noruega o las islas Féroe73. No hay en cambio ninguna seguridad de que el
propio Piteas hubiese llegado a pisar la isla con sus pies. Dada la confusión existen
te en tomo a los escasos testimonios con que contamos acerca de este intrépido
navegante, no estamos ni mucho menos en condiciones de afirmar que su testimonio
sobre la mítica isla no fuera tan sólo el reflejo de noticias de segunda mano recogi
das entre los indígenas britanos cuando alcanzó estas latitudes74. Sin embargo de
una u otra forma, a partir de Piteas, Tule constituyó dentro de la geografía griega un
espacio mítico y misterioso que representaba el último confín septentrional del
mundo del mismo modo que Etiopía lo fue para el sur o la India y la península ibéri
ca para los extremos oriental y occidental respectivamente.
La tradición existente sobre el viaje de Piteas resulta efectivamente problemáti
ca. El relato de sus viajes, que el masaliota debió haber consignado por escrito en
una obra que llevaba por título Sobre el océano, no ha llegado hasta nosotros75.
Todo lo que tenemos en nuestro poder son testimonios tardíos o alusiones más bien
críticas respecto a la veracidad de su historia por parte de historiadores como Poli-
bio o Estrabón que nunca admitieron la posibilidad de que un simple individuo que
no formaba parte de una expedición o de un proyecto más ambicioso hubiera podido
llevar a cabo una empresa de esas características76. Su descrédito fue por tanto casi
total a lo largo de la literatura que podemos manejar y sólo el interés de los moder
nos por su persona, al haberlo considerado como el más intrépido aventurero y des
cubridor de toda la Antigüedad, ha logrado revivir su fama, bien sea entre grandes
zonas de incertidumbre y especulación77. No es éste el lugar adecuado para pasar
revista a su increíble viaje a lo largo de las costas atlánticas europeas hasta abordar
los mares del norte, ya que sólo el punto más extremo de su andadura, la mítica y
misteriosa Tule constituye el objeto específico de nuestro interés78.
No es mucho lo que sabemos a ciencia cierta de la isla. Como hemos ya antici
pado, Piteas pudo tan sólo haber oído hablar de ella a lo largo de su recorrido por
las costas de Gran Bretaña, donde debió entrar en contacto con los indígenas, o
haberla simplemente avistado a lo lejos en su navegación más septentrional. Su
exacta localización ha despertado gran interés entre los modernos estudiosos a la luz
de las interesantes especulaciones astronómicas de que al parecer hizo gala el nave
gante masaliota que era también un reconocido experto en estas lides. Es así el fenó
meno conocido como la noche ártica, en el que el sol apenas deja de verse a lo largo
de las veinticuatro horas de un periodo del año que dura seis meses, el que suscitó
especialmente la atención de Piteas y sobre el que seguramente insistió más exten
samente en su relato de viaje. Piteas parece haber hecho en su relato mención explí
cita del lugar donde el sol se acostaba, tal y como le fue mostrado por los indíge
nas79, sin embargo es posible que con ello se refiera a alguno de los lugares de la
75 Los fragmentos atribuidos a Piteas se encuentran reunidos en Mette (1952) y más recientemente
en Roseman (1994).
76 Sobre la posición de Polibio sobre Piteas, Walbank (1972), 126-127. Sobre las pretensiones de
Polibio de ser el pionero en el descubrimiento de Occidente, Gómez Espelosín, Pérez Largacha y Vallejo
(1995), cap. 2. Sobre la postura crítica de Estrabón, Aujac (1966), 40-48.
77 De hecho se le dedica todo un capítulo en modernas historias de la exploración como la publicada
por la National Geographic Society (1987) y aparece también mencionado en obras como la de Penning
ton (1979), Keay (1991) y Favier (1991), 52 y ss..
78 Sobre todo su viaje, además de las obras ya mencionadas en las notas precedentes, pueden verse,
Broche (1935), Carpenter (1966) y Hawkes (1975).
79 Gemino, Elem. Astrom., VI.
132 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
costa británica donde efectivamente parece que estuvo, en lugar de a la isla de Tule.
Destacaba también las especiales condiciones del mar que rodeaba la isla, compues
to al parecer de
una cierta mezcla de estos elementos - tierra, mar y aire- parecida a la medusa y
en la que afirma que la tierra, el mar y todo está suspendido y es como si aprisio
nase a todas las cosas y sobre la que no es posible ni caminar ni navegar80.
Ambos eran fenómenos excepcionales que conectaban además con viejos mitos
como el del carro del sol recorriendo la bóveda celeste desde su nacimiento en
oriente hasta sumergirse en el confín occidental o con las historias extraordinarias
que se contaban sobre el océano más allá de las columnas de Heracles donde toda
navegación resultaba imposible y sólo los héroes o los dioses se aventuraban más
allá de ellas. Esto fue quizá uno de los motivos principales que arrojaron el descré
dito sobre el relato de los viajes de Piteas al asociar de forma indiscriminada sus
noticias puntuales y concretas sobre determinados puntos del recorrido, posiblemen
te bien justificadas y presentadas dentro de un contexto que las hacía más inteligi
bles, con las patrañas y fabulaciones que discurrían desde antiguo, obra sobre todo
de los poetas, acerca de los confines del mundo81.
Piteas sin embargo trataba de ofrecer una visión aparentemente mucho más rea
lista y veraz de su andadura por aquellas tierras del norte. Parece evidente en efecto
que jalonó su narración con datos astronómicos de toda clase y no faltaban tampoco
observaciones de estricto carácter científico que tenían que ver con fenómenos bien
conocidos pero no explicados como las mareas. Por lo que respecta a Tule, indica la
distancia precisa en jomadas de navegación que se precisaban para llegar hasta ella
desde las tierras de Britania y su latitud, eliminando de esta forma toda sospecha
que pudiera hacer entrar de lleno a Tule dentro del espectro de la geografía pura
mente imaginaria de poetas y fabuladores. Reflejaba igualmente las condiciones de
vida de sus habitantes en consonancia con la situación de la isla próxima a la zona
glacial que la privaba de cielos despejados aptos para el cultivo del grano o de la
presencia de una buena parte de los animales domésticos que tenían su morada en
zonas más cálidas y meridionales de la ecúmene82. Se veían así obligados a alimen
tarse de mijo, hierbas diversas, frutos silvestres y raíces, a trillar el trigo en grandes
recintos cubiertos y tomaban como bebida una mezcla de trigo y de miel. Nada por
tanto hasta aquí de fabuloso o extraordinario fuera de su especial ubicación geográ
fica o su condición particular de ser el último punto habitado. No encontramos por
ninguna parte una concreción mayor de las maravillas y prodigios a que se alude en
nuestra tradición de forma circustancial83. De hecho uno de los reproches que Poli-
bio hizo a Piteas fue el de que hubiera pretendido llegar hasta los confines del Uni
verso, una circustancia que en palabras del historiador aqueo “no podría creerse
aunque lo dijera Hermes”84. En esa misma línea de crítica recoge también el testigo
Estrabón cuando afirma frente a Piteas que los límites de la tierra habitada deben
hallarse más al sur, pues según el testimonio de sus contemporáneos nada existe
más allá de Yeme - Irlanda- excepto hombres salvajes que viven penosamente a
causa del frío85. Muy probablemente haya que buscar el origen de su descrédito pos
terior en el atrevimiento singular de Piteas al exponer crudamente tales fenómenos
excepcionales, que sólo él había podido contemplar directamente, y en sus preten
siones de pionero en estas regiones que chocaban frontalmente con el orgullo y los
objetivos de un Polibio, que reservaba para sí una gloria semejante.
De cualquier forma, la aparición de Tule en escena no fue fugaz ni mucho
menos, por el contrario se consolidó a lo largo del tiempo como el confín septentrio
nal del orbe y ocupó su lugar dentro del imaginario griego como una tierra maravi
llosa envuelta en el misterio a la que prácticamente resultaba imposible llegar a
causa de las características particulares del mar circundante. Enseguida quedó tam
bién asociada a toda la geografía mítica de los confines septentrionales, un tema que
ya había adquirido prestigio literario en plena época arcaica con el poema de Ariste-
as de Proconeso y al que se vinculaban igualmente las tradiciones relativas al pue
blo fabuloso de los Hiperbóreos. Un espacio difuso y completamente imaginario al
que el nuevo descubrimiento daba calidad geográfica factual sin desprenderse del
todo de ese velo de misterio y lejanía inalcanzable que toda geografía mítica preci
sa. La condición excepcional de sus estaciones, regidas por un ritmo completamente
diferente del que regulaba la vida de la mayor parte de los mortales, el ser el lugar
donde el Sol encontraba su lugar natural de descanso tras el largo recorrido por toda
la bóveda celeste, su cercanía al mar helado que era también conocido como mar de
Crono86 y por último la presencia de la miel entre la dieta de sus habitantes como
uno de sus principales ingredientes, asociada como estaba a la condición inmortal y
cuya abundancia en torrentes, ríos o fuentes figuraba de forma invariable en todas
las descripciones de tierras fabulosas, pudieron ser elementos más que suficientes
para integrar a Tule dentro de este complejo imaginario. Seguramente no es casual
que en autores tardíos como Diodoro, en el que se entremezclan las tendencias
racionalizadoras con la erudición mitológica, aparezcan referencias al mito de Fae
tón asociadas a la descripción de estas regiones septentrionales o que en época ya
bizantina Esteban de Bizancio sitúe la isla en plenas regiones hiperbóreas87. La pura
83 Así Servio en su Comentario a Virg. Georg. I, 30: Miracula de hac ínsula feruntur.
84 Pol., XXXIV, 5, 10.
« Estr., II, 5, 8.
86 Plin., N.H., IV, 104.
87 Diod., V. 23 y Est. de Biz., s.v. 0o ú \ t |.
134 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
93 Palaeph., Incred. 33; Dio. Perieg., 219. En este último texto incluso se presentan serias dudas
acerca de la posibilidad de que ni siquiera se tratase de una isla y formase parte del continente, cf. Jacob
(1990), 122.
94 Diod. III, 54, 4; Lyc. Alex., 18 y Nonn. Dyonis. 33, 183-187. En general sobre la isla, Amiotti
(1987). Sobre su posible identificación, Walbank (1979), 638
95 Mir. Ausc., 84. Sobre la cronología de esta obra, Giannini (1964), 133-135.
ISLAS FABULOSAS 137
96 Así recientemente, Manfredi (1993), 73-77, propone como una de las explicaciones posibles,
entre otras, el hecho de que los cartagineses hubieran considerado inviable la ruta hasta la isla a causa de
su lejanía y hubieran por tanto decidido abandonarla a su suerte.
97 Sobre la literatura paradoxográfica, además de Giannini (1964), véase también Jacob (1981) y
Gómez Espelosín (1995b).
98 Véase al respecto Prandi (1979).
99 Sobre el Periplo de Hanón, Desanges (1978), 39-85, donde figura la bibliografía anterior. Umi
reciente puesta a punto Desanges (1981). Ponen en duda la realidad histórica del Periplo, Germain (IOS?)
y García Moreno (1989).
138 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
eos que supieron mantener en esta bruma ambigua de fascinación, terror y fantasía
sus dominios en el mar exterior100.
A la misma isla se refiere también un pasaje más extenso de Diodoro en el que
hallamos una mayor riqueza de detalles de todo tipo101. El paisaje de la isla cobra
una mayor entidad en la descripción del historiador siciliano. Lo que en el breve
pasaje del tratado pseudoaristotélico eran unas simples pinceladas sobre la vegeta
ción, los ríos y los frutos, se convierte en Diodoro en todo un cuadro paisajístico
que guarda una cierta consistencia interna. Se habla así de un territorio compuesto
por montañas entre las que sobresale una llanura de una belleza excepcional. La
atraviesan ríos navegables que son además usados para la irrigación del terreno.
Parques y jardines pueblan el espacio de la isla, adornados con árboles de todas las
especies y regados con corrientes de agua dulce. La parte montañosa de la isla se
halla cubierta de densos bosques compuestos por árboles frutales de todas clases
surcados por agradables cañadas y fuentes abundantes. El elemento humano adquie
re también su importancia dentro de este cuadro idílico, pues se nos dice que existen
por doquier costosas villas privadas con jardines en cuyos pabellones adornados con
flores pasan el tiempo sus habitantes banqueteando durante el verano en medio de la
abundancia y el confort que rodea su vida por todos lados. El agua de la isla contri
buye además a la salud y vigor de sus gentes. Existe caza de todas clases a su alcan
ce y el mar les proporciona una pesca variada. Por fin el clima suave, reinante pro
duce toda clase de frutos a lo largo de todo el año de forma que la isla parecería una
morada más apta para los dioses que para los hombres a causa de su excepcional
eüSai|j.ovLa102.
Este detallismo en la descripción del paisaje de que hace gala Diodoro ha lleva
do a algunos a pensar que podría haber utilizado una fuente cartaginesa que habría
conocido el lugar de primera mano103. Otros en cambio, más cercanos quizá a la
realidad de las cosas, han visto en muchos de estos detalles una simple amplifica
ción retórica por obra de Diodoro del esquema tradicional de las islas afortu
nadas104. Esta apreciación realista choca además con los intentos baldíos por identi
ficar sobre el mapa la susodicha isla, pues Madeira, el candidato principal, presenta
problemas irresolubles hoy por hoy como son las dificultades técnicas que desde el
punto de vista de la navegación existirían para arribar a la isla o la ausencia de res-
100 Así Mir. Ausc., 37 (donde se alude como fuente al Periplo de Hanón), 113, 114, 134, 136. Lle
vados quizá de este ambiente muchos estudiosos modernos mantuvieron la tesis del bloqueo cartaginés
del estrecho, impidiendo el paso más allá de las columnas de cualquier otro navegante que no tuviera
dicha nacionalidad. Dicho bloqueo ha sido negado recientemente por la mayor parte de los autores, cf.
Whittaker (1978), 80 y ss. y Huss (1993).
101 Diod., V, 19-20.
102 Sobre la noción de eüScuiJ.oi'ía ligada a una tierra y en particular a una(s) isla(s), Amiotti (1988),
169 y ss.
103 Así Manfredi (1993), 64 y ss.
'O4 Rebuffat (1978).
ISLAS FABULOSAS 139
de determinados vientos que ejercen su acción salutífera sobre las islas o impiden
que sus condiciones de vida se vean deterioradas. De nuevo el espíritu de los tiem
pos y la formación particular de Plutarco, como buen aristotélico, en esta clase de
temas que tanto habían interesado al filósofo del Liceo, prestó sin duda particular
atención a este tipo de detalles metereológicos que otorgaban sin duda una cierta
consistencia a toda la noticia y prestaban por tanto al relato entero un tono de verosi
militud que era en el fondo lo que Plutarco buscaba con este tipo de procedimientos.
En esa misma línea se hallan datos geográficos más precisos como el número de
las islas - d os-, su separación por un corto estrecho de mar y su distancia de Africa,
estimada en diez mil estadios, que sin duda superaban con creces toda la tradición
anterior mucho más difusa en este sentido y bastante menos pormenorizada111.
También el conocimiento de su existencia a través de las noticias de marineros de
Gades constituye un detalle relevante a la hora de cimentar la consistencia histórica
del relato. Sus actividades marítimas eran bien conocidas de todos en aquellos
momentos y sus andanzas por el mar exterior ya habían dado lugar a leyendas como
la que dió origen a la aventura de Eudoxo de Cízico recogida por Estrabón de Posi-
donio, según la cual se habrían encontrado los restos de un navio gaditano en las
costas del Africa oriental112.
Su anclaje en la realidad histórica se hacía además en este caso a través de la
figura de Sertorio, que enterado en un contexto perfectamente creíble de la existen
cia de estas islas, tuvo la idea de viajar hasta ellas en busca de la calma y sosiego
que los tiempos turbulentos que le había tocado en suerte vivir le hacían esperar con
especial ansiedad, especialmente cuando los golpes de la fortuna iban decididamen
te en contra suya. Oportunamente, la codicia e incomprensión de los suyos le forzó
a desechar tal proyecto y una vez más, como era de esperar por otra parte, las islas
quedaban sumidas en el velo de misterio y fantasía que les era necesario para seguir
conservando el encanto inevitable que atraía hacia ellas las miradas de todos aque
llos que insatisfechos de su existencia mundana se aprestaban a buscar una estancia
más acogedora y gratificante. La presencia del mito de las islas de los Bienaventura
dos planeaba ciertamente sobre toda esta clase de noticias y especulaciones y el pro
pio Plutarco menciona de pasada el hecho de que los habitantes de esta parte de His-
pania creían que era allí donde se localizaba la residencia de los bienaventurados
cantada por Homero. Anteriormente encontramos ya esa conexión también en Dio
doro, pero uno y otro trataron de ofrecer una visión de las mismas en la que sin per
derse del todo el halo de fantasía que tal conexión implicaba, su imagen se aproxi
mase al cómputo de las realidades geográficas, distantes y casi inalcanzables, pero
conectadas a la realidad por el entramado histórico y geográfico que ayudaba a dar
les dicha consistencia.
111 Recuérdese a este respecto que tanto en el pasaje pseudoaristotélico como en el de Diodoro sólo
se mencionaba un viaje de muchas jomadas sin precisar distancia alguna.
112 Sobre el episodio de Eudoxo de Cízico, Gómez Espelosfn (1992) y García Moreno (1993).
142 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín
La isla situada en medio del Océano constituyó sin duda un topos literario a lo
largo de toda la época helenística y del período romano subsiguiente como prueban
el mencionado pasaje plutarqueo y las noticias existentes al respecto en autores lati
nos como Horacio, Mela o Plinio113. Su existencia se explica posiblemente dentro
de la estela del mito de las islas de los Bienaventurados, traducido ahora a términos
más realistas que permitieran trasladar un espacio puramente imaginario con claras
derivaciones escatológicas al terreno de la geografía real del mundo habitado, tra
tando de mantener intactas algunas de las características del modelo como era su
imagen de estancia ideal y paradisíaca. La idealización de la naturaleza, las apeten
cias utópicas, y el nuevo espíritu de los tiempos que obligaba a utilizar las referen
cias históricas y geográficas que se consideraban adquiridas y bien asentadas dentro
del esquema del conocimiento general, contribuyeron a conformar el nuevo estereo
tipo en este proceso de adaptación. No estuvieron del todo ajenos ciertos requeri
mientos de carácter literario como el afianzamiento y difusión de nuevos géneros
como el relato de viajes o la paradoxografía, que impusieron ciertos esquemas o
estrategias de narración a la hora de presentar la noticia relativa a estas islas. No
falta así en el relato de Diodoro la presencia de un elemento tan característico como
es la acción de los vientos o la tempestad a la hora de trasladar al viajero hasta estos
fabulosos parajes. Circustancia por cierto que elimina de golpe los ingenuos inten
tos por dar consistencia efectiva a los datos suministrados que pudieran ayudamos a
situar sobre el mapa las beatíficas islas. Ello no significa que cataloguemos de fic
ción pura y simple todos estos relatos, pues sin duda alguna circularon noticias
sobre la existencia de islas oceánicas relacionadas con el proceso de expansión, pri
mero fenicio y luego cartaginés, por las costas africanas del Atlántico. Noticias que
probablemente sólo se concretaron, en la medida en que ello resultaba posible, en
los escuetos informes oficiales o en el relato puntual y pragmático de los comercian
tes implicados. Su trascendencia al terreno literario es harina de otro costal y fue
precisamente allí donde se tejieron en base a los rumores en circulación o a las
informaciones más o menos veraces que podían recabarse en los puertos del Medi
terráneo occidental los relatos esencialmente librescos que han llegado hasta nos-
atros, que iban seguramente destinados a un público culto que no solía deambular
por aquellos confines.
La isla Blanca
Dentro también de una geografía a medio camino entre lo real y lo imaginario
encontramos otras islas a lo largo de la literatura griega como la isla Blanca consa
grada a Aquiles situada en el mar Negro. La leyenda parece que es antigua si tene
113 Hor., Ep. XVI, 41-64; Mela, Chorogr., III, 102 y Plin., N. //.. VI, 202. Análisis de los correspon-
lientes pasajes en Manfredi (1993), 79-115.
ISLAS FABULOSAS 143
mos en cuenta que ya aparecía mencionada en la Etiópida como el destino final del
cuerpo de Aquiles114. Independientemente de las distintas variantes que aparecen
atestiguadas en la tradición mítica, su localización en el mar Negro parece una cons
tante, si bien varía el lugar exacto, bien en las bocas del Danubio o en el estuario del
Dnieper115. Existe incluso la posibilidad de que el lugar se confunda con un paraje
denominado la “carrera de Aquiles” , que era al parecer una larga franja paralela a la
costa según sabemos por Heródoto116.
A la isla se asociaban historias fantásticas tales como la que nos da a conocer
Filóstrato, según la cual los marineros escuchaban al pasar de noche junto a ella los
cantos respectivos de Aquiles y Helena que contaban sus vidas en versos de Home
ro117. También se suponía que allí vivía el héroe casado con Helena o con Ifigenia
junto con los dos Ayaces, Antíloco y Patroclo118. Sin embargo además de su situa
ción en un punto bien concreto de la geografía real como era el Ponto Euxino, frente
a una de las bocas de alguno de los principales ríos que desembocan en él, tenemos
en Pausanias otra conexión con el mundo de los humanos. Según el Periegeta el pri
mer hombre que habría arribado a la isla habría sido Leónimo de Crotona, un gene
ral de la ciudad suritálica que herido en una batalla acudió a Delfos en busca de
remedio para su mal. La Pitia le aconsejó que fuera hasta la isla Blanca con el fin de
encontrar a Ayax, que según la historia referida por Pausanias habría sido el respon
sable directo de su herida, para que fuese curado por el héroe. Leónimo regresó de
la isla y relató a sus compatriotas que allí había visto a los héroes antes citados y
que había recibido de parte de Helena el encargo de acudir a Hímera y decir al poeta
Estesícoro que una maldición suya era la causa de su ceguera.
Pausanias es también el único que ofrece una somera descripción de la isla. Esta
tenía al parecer un perímetro de veinte estadios, se hallaba cubierta de densos bos
ques y poblada de animales salvajes y mansos, y por último contaba con un templo
dedicado a Aquiles y una estatua del héroe. Se trataba por tanto de una isla deshabi
tada con una naturaleza exhuberante en la que no priman sin embargo aspectos idea
lizadores como era el caso en las islas que hemos venido comentando hasta ahora.
La escueta descripción apunta más bien a una de esas islas misteriosas en medio del
mar, cubiertas con una densa vegetación y pobladas solamente por bestias salvajes,
dominio exclusivo de una ninfa o diosa - recuérdese el caso de la isla de Circe
donde se destacan también estos dos aspectos, bosque abundante y presencia de ani
males- que a una estancia idílica apta para la habitación humana en condiciones per
fectas. De hecho la experiencia de Leónimo se presenta como un acontecimiento
excepcional, llevado allí por la voluntad divina expresada a través de la Pitia délfi-
114 Huxley (1969), 145.
115 Así Paus., III, 19,12 (Danubio) frente a Estr., II, 5,22 (Bonstenes). Allí la sitúa también Dionisio
Periegeta, 542.
Hdt., IV,55.
u 7 Filóstr., Her., 746
118 Para las diferentes tradiciones y variantes, Ruiz de Elvira (1988), 428.
144 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
ca, con el fin de expiar una cierta culpa, pues según refiere Pausanias en su historia,
el general de Crotona había combatido contra el enemigo en el punto donde precisa
mente se suponía por parte de los locrios que se solía situar Ayax Oileo para luchar
de su lado contra los Crotoniatas. Una historia en suma con evidentes asociaciones
con el culto heroico y todo el conjunto de historias fabulosas con él asociado, lo que
unido a las leyendas de marinos que refiere Filóstrato sobre la isla y a la visión ya
del todo mítica que encontramos en Dionisio Periegeta nos induce a integrar la isla
Blanca dentro de ese complejo mundo de lo imaginario en el que retazos de una
geografía real, bien precisa aunque asociada con areas marginales del mundo heléni
co donde pudieron tener lugar fenómenos cultuales de sincretismo119, pasaron a for
mar parte de un universo enigmático y misterioso con claras resonancias religiosas e
inaccesible a los hombres en el que se movían a sus anchas mitografos, enciclope
distas y autores de relatos fantásticos.
La isla de Ares
Otra isla consagrada, esta vez a un dios, Ares, aparece mencionada en la saga de
los Argonautas, situada frente a la costa sur del mar Negro. En ella habitaban al
parecer unas aves hostiles que arrojaban sus plumas como dardos contra quienes por
allí pasaban120. Es muy posible que como ha señalado Bacon se trate de una interpo
lación erudita del propio Apolonio de Rodas, quien sabedor de que Heracles en uno
de sus trabajos había expulsado las mortíferas aves del lago Estinfalio hacia una
lejana isla en el Ponto Euxino, decidiera introducirla en la secuencia narrativa del
poema121. La isla cumple además una función narrativa dentro de la obra, dado que
allí se encuentran los Argonautas con los hijos de Frixo que habían naufragado
cerca de ella en su viaje de regreso a Orcómenos en busca de las riquezas de su
padre122. El encuentro sirve además para proporcionar los guías adecuados a los
expedicionarios en su viaje hasta la Cólquide y para subrayar la relación estrecha
entre la historia de Frixo y la aventura de Jasón, principio y final de la leyenda del
vellocino de oro.
En la isla había, según cuenta Apolonio, un templo sin tejado en el que solían
hacerse ofrendas al dios en tomo a un altar de piedras que se hallaba fuera del tem-
119 Parece probado en efecto que en esta región del mar Negro existiera un culto a Aquiles como
divinidad acuática poderosa y benefactora relacionada posiblemente con el Hpios de Tracia, resultado
ambos de la evolución de un culto más antiguo, quizá cimerio, que se rendía en estas regiones a una divi
nidad de esta clase, cf. Blawatsky y Kochelenko (1978). Sabemos además de un culto a Aquiles localiza
do en Olbia a partir de una carta inscrita sobre una lámina de plomo hallada en Berezan datada hacia los
siglos VI-V a.C. cf. DHA, 1, 1974, 134-148.
120 Apol. Rh., II, 1031 y ss., Mela, II, 98. La mencionan simplemente los periplos del pseudoEscílax
y Escimno y Plinio en su Historia Natural, VI, 32 que la sitúa frente a Famacia.
121 Bacon (1925), 80.
122 Apol. Rh., II, 1090 y ss.
ISLAS FABULOSAS 145
pío. En el interior del recinto sagrado estaba erigido un monolito de piedra al que en
tiempos pasados rendían culto todas las Amazonas. Con ello se entroncaba la exis
tencia y función de la isla dentro del complejo mítico tradicional en el que las Ama
zonas desempeñaron siempre un importante papel en todo lo relacionado con esta
zona del orbe. Sin embargo no debemos olvidar que la isla aparece mencionada sin
más en el Periplo del PseudoEscílax, al que todos los indicios apuntan a situar a
mediados del s.IV a. C. Por tanto es posible que la isla figurase ya, bien fuese como
un hito más sin especiales características, dentro de los repertorios de geografía reli
giosa de los viejos Periplos, en los que tumbas o santuarios de héroes y tem
plos dedicados a diferentes divinidades situados en promontorios señalados de la
costa o las islas sagradas ocuparon un lugar destacado. Probablemente Apolonio
decidió conceder a la isla un papel más importante que el de mera referencia apro
vechando su situación dentro del itinerario de la nave Argo y la convirtió en un esla
bón más de la historia donde tenían lugar acontecimientos significativos desde el
punto de vista narrativo. Para ello la dotó de las características maravillosas perti
nentes como era la presencia de las aves hostiles que allí habitaban, un recurso que
aparecía plenamente justificado dentro de la tradición mítica a través de la saga de
Heracles.
La isla de Diomedes
En la misma línea de la anterior, tenemos también noticia de la existencia de
unas islas consagradas a Diomedes, situadas en el mar Adriático. La presencia de
Diomedes en una isla del Adriático, donde era venerado como un dios, aparece ates
tiguada ya en un fragmento de Ibico que se ha conservado trasmitido en un escolio a
Píndaro123. Sin embargo parece que fue Timeo quien elaboró la leyenda de forma
algo más sistemática, dando lugar a las sucesivas versiones que luego acogieron
sucesivamente Artemidoro y Estrabón, gracias a cuyo testimonio ha llegado hasta
nosotros124. Se trata sin duda de un ejemplo más de esa operación de traslación al
mundo griego occidental de mitos y tradiciones relacionadas con la guerra de Troya
con el fin de dotar a esta parte del orbe de un elenco legendario del que carecía a
causa de su relativa juventud respecto a la parte más oriental del helenismo.
La isla, naturalmente desierta como requería la ocasión, contaba al parecer con
una tumba del héroe y un santuario consagrado al mismo de cuyo mantenimiento y
vigilancia se encargaban unas aves de gran tamaño. Según la tradición aparente
mente más antigua, la que aparece atestiguada en el tratado paradoxográfico atribui
do a Aristóteles que remonta con toda probabilidad a Timeo, estas aves acogían de
forma amistosa a los griegos que llegaban hasta la isla, en cambio se mostraban
123 Schol. Pind. Nem. X, 12, III167-8 Dr= fr. 13 Page
124 Estr., V, 1,9. Cf. Pearson (1987), 73 y ss.
146 F . Ja v ier G ó m ez E spelosín
darles su nombre, era motivo más que suficiente para convertir a esta región en un
lugar excepcional y maravilloso, con todos los ingredientes necesarios de las tierras
de los confines donde lo extraordinario y lo aterrador aparecían asociados en extra
ña convivencia.
Sacando partido de estas características para su propio relato, Apolonio de
Rodas presenta en su poema una descripción del lugar ciertamente inquietante. Un
pesado vapor emanaba del lugar en recuerdo de la candente herida de Faetón que
impedía atravesar a las aves por encima. Las Helíades, transformadas en amplios
álamos negros, lloraban apenadas la suerte de su hermano en quejas sonoras derra
mando las lágrimas del ámbar que se secaban al sol sobre la arena. Esta visión poé
tica nos trasmite por encima de la estandarización del lenguaje épico en fórmulas y
epítetos como la “oscura ensenada” una imagen del lugar sombría y turbadora en la
que los elementos legendarios (muerte-castigo divino-transformación-lamento per
petuo y llanto) desempeñan un papel importante. No se olvide a fin de cuentas que
también el bosque de Perséfone cercano al Hades es descrito en la Odisea con
un aspecto similar - “esbeltos álamos negros y estériles cañaverales”- y no parece
que debamos dudar de la imagen siniestra con que se presenta un lugar tan sig
nificativo133.
Jacoby sugirió que el pasaje pseudoaristotélico podría proceder de Teopompo,
incluido entre los 0au|iáaia de sus Historias Filípicas134. Sin embargo el fragmen
to atribuido a dicho historiador en el que se mencionan dichas islas no se corres
ponde del todo con la noticia del tratado pseudoaristotélico. A juzgar por su conte
nido, donde se presta una atención preferente a los aspectos geográfico-etnográfi-
cos de la zona en cuestión, no alcanzamos a ver dónde hallarían cabida dentro de
este pasaje los aspectos míticos, a los que la noticia del tratado paradoxográfico
parece conceder especial relevancia. La noticia que aparece recogida en el Pseudo-
aristóteles figuraba sin duda entre los relatos fabulosos a los que alude Estrabón al
tratar de estas regiones, poco dignos de crédito y que conviene dejar a un lado a la
hora de reconstruir la verdadera historia135. En la misma línea del geógrafo de
Amasia, Diodoro se hace también eco de estas leyendas a la hora de tratar de los
lugares de donde procede el ámbar, pero sumido ya en un horizonte geográfico más
despejado en el que la evidencia apuntaba mucho más al norte y consciente de las
nuevas exigencias racionalistas, sitúa la isla en el mar Báltico y la denomina Basi-
leia, un nombre propio que la aleja de la denominación mítica que recibían las islas
del Adriático136. Los nuevos tiempos en que se movían tanto Estrabón como Dio
doro no impedían a estos autores referir todavía con placer esta clase de historias
míticas pero debían mostrarse acordes con las nuevas circustancias que tendían a
Las Casitérides
Las islas del estaño, denominadas en griego Casitérides por el nombre del metal,
aparecen en cierta forma también como una tierra fabulosa, bien sea por la indefini
habitantes. No en vano Estrabón recalca el carácter más bien reciente del descubri
miento de estos lugares, cuya ruta había permanecido oculta gracias a las estratage
mas de los fenicios. El sumo celo con que guardaban este secreto queda además
bien ilustrado con la anécdota que refiere a renglón seguido sobre el ejemplo dado
por un mercader fenicio que llegó incluso a hacen encallar su propia nave con el
objeto de que no pudieran seguirle las naves romanas que trataban de localizar su
punto de destino.
El mejor conocimiento del Occidente europeo tras la conquista romana y con él
el de las rutas comerciales del ámbar y el estaño fue trasladando hacia el norte esta
localización o diversificando su procedencia por las regiones noroccidentales. Así
aparece en Diodoro que menciona una isla denominada Ictis frente a las costas de
Bretaña y vuelve de nuevo a las Casitérides, consideradas aquí como una fuente
más junto a la propia Gran Bretaña sin aludir para nada al número de islas o a la
apariencia de sus habitantes148. El nombre de las islas se mantuvo por tanto en la
tradición y a juzgar por su furtiva presencia en Plinio asociadas al nombre de un
desconocido Midácrito, que habría sido el primero en navegar hasta ellas trayendo
desde allí el preciado metal, seguían conservando algo de ese velo de misterio ini
cial de tierra fabulosa de los confines donde existían las materias más preciadas149.
De hecho, si el nombre de Midácrito es algo más que el resultado de una confusión
textual150, su persona debió figurar entre los grandes pioneros de la época arcaica
que viajaron hasta los confines del mundo, a la manera del más conocido Coleo de
Samos que fue el primero en navegar hasta Tartesos y obtener allí unas ganancias
considerables. La reducción a una sola isla, a pesar de que en un pasaje anterior el
mismo Plinio habla de islas, y su inclusión en un catálogo de descubridores míticos,
nos lleva a pensar que el nombre de las islas o isla había permanecido rodeado de
esa aureola fabulosa asociado al nombre del navegante que llegó hasta ellas por vez
primera con indiferencia de que el correr de los tiempos hubiera disipado la penum
bra existente y se hubieran aclarado las vías y lugares por los que discurría el
comercio de tan preciada materia. Al igual que sucedió en otros casos como el del
mencionado Tartesos o la India, el halo mítico que rodeaba estos lugares, vincula
dos a la visión de los confines, se mantuvo con fuerza en la tradición con indepen
dencia de los avances realizados en todas las direcciones.
Diod., V, 22 y 38.
149 Plin., N.H., VII, 197. En IV, 119 aparecen mencionadas también al paso entre las islas de His-
pania.
150 Esta fue la conjetura de Salomón Reinach (1899) = (1908).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS
Crono expulsasen a los Titanes y ocuparan la montaña que pasaría desde entonces a
convertirse en la “morada siempre segura de los dioses”2. En la Ilíada no se ofrece
una descripción explícita del Olimpo a pesar de las numerosas menciones que
encontramos a lo largo de todo el poema. Se le presenta como un lugar vasto, espa
cioso, donde los dioses tienen su morada, de donde parten y a donde vuelven tras
sus frecuentes andanzas y visitas por el mundo de los hombres. Se apunta incluso la
posibilidad de una estancia compleja compuesta de varias puertas al modo de los
grandes palacios micénicos. En otros momentos la impresión es que existen diferen
tes palacios para cada uno de los dioses, destacando por encima de todos el de Zeus,
que se hallaría en lo más alto y del que en una ocasión se llega a mencionar su
“broncíneo piso”3. Todo conduce por tanto a imaginar una estancia ideal a la mane
ra de los grandes príncipes, donde la amplitud y el brillo constituyen los rasgos más
relevantes. Sin embargo el Olimpo no deja de ser una montaña elevada, con riscos y
replieges y cubierta frecuentemente de nieves. Estos epítetos que aparecen con cier
ta frecuencia diseminados entre los otros nos hacen suponer un escenario mucho
más duro y difícil en el que resulta casi imposible imaginar la placidez con que dis
curre la vida de los dioses.
Por otro lado encontramos en la Odisea una descripción del Olimpo claramente
idealizada. La morada de los dioses se presenta allí como un lugar en el que reina un
clima ideal, con un cielo siempre claro y luminoso, carente por completo de viento,
lluvia o nieve, y donde sus felices habitantes pasan todo el día en medio de diversio
nes4. Esta contradicción aparente entre un lugar ideal separado del todo del mundo
de los hombres y al que sólo algunos mortales privilegiados pueden llegar llevados
allí por los dioses, y las incomodidades que presenta para la vida diaria una montaña
elevada, abrupta y nevada, ha suscitado cierta confusión entre los estudiosos moder
nos hasta el punto que algunos editores han propuesto incluso atetizar los menciona
dos versos del canto VI de la Odisea5. Sin embargo dicha incoherencia en la des
cripción homérica es efectivamente tan sólo aparente.
El Olimpo era sin lugar a dudas una montaña real que los griegos podían perci
bir con su aspecto ciertamente imponente incluso desde el mar, casi siempre cubier
ta de nubes y con sus cimas nevadas. El lugar presentaba por tanto todos los requisi
tos necesarios para situar en él la morada de los dioses. Su práctica inaccesibilidad y
la sensación de retiro inviolable que sus cimas presentaban a los ojos de todos eran
electivamente inmejorables condiciones para que en esas cumbres discurriera oculta
entre las nubes y la bruma la vida regalada de los inmortales. Así eran las cosas
desde la perspectiva humana y era lógico por tanto que a la hora de referirse al
2 Eso es al menos lo que parecen sugerir algunos testimonios como Hes., Teog., 112 y ss., Tr., 110 y
ss. y otros más, cf. Ruiz de Elvira (1982), 54. En general Ganzt (1993), 120-123.
1 //., VIII, 411 (varias puertas); II., XI, 77-78 (palacios de cada dios); II., XXI, 438 (broncíneo piso).
4 Od., VI, 42-45.
’ Los defiende sin embargo Stieker (1969).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 155
Olimpo primasen en ciertos casos los aspectos realistas de la descripción que apun
taban a sus nieves perpetuas o a su irregular configuración topográfica tal y como
corresponde a una cumbre de esas características. Sin embargo a la hora de imaginar
la morada en sí, fuera de su vinculación “geográfica” real que la ponía en relación
con el mundo de los hombres y que explica los numerosos pasajes en los que los
dioses ascienden al Olimpo o recorren al bajar de él las tierras de Pieria en primer
lugar, las cosas se veían de un modo bien distinto. A partir de esos momentos pri
maban los aspectos ideales y la estancia divina se representaba a todas luces con los
rasgos ideales que remitían por un lado al mundo de los palacios provistos de estan
cias espaciosas y grandes puertas que daban acceso a los diferentes aposentos, y por
otro al de un lugar dotado de las condiciones climáticas perfectas concebidas desde
una mentalidad mediterránea con cielos azules sempiternos nunca turbados por
alguna de las inclemencias meteorológicas más comunes que tanto molestaban la
vida diaria de los hombres. Las exigencias formularias de la versificación épica con
tribuyeron también a la mezcla inevitable de las dos concepciones introduciendo
aquí y allá epítetos como “nevado” o adjetivaciones como “de muchos riscos”, que
sólo en una lectura “literal” de los poemas pueden inducir a una cierta distorsión de
las realidades apuntadas.
Existía además, también dentro de esta doble perspectiva, una cierta confusión
entre el Olimpo y el ouranós, la región etérea donde los dioses habitaban ya despro
vistos de toda ubicación geográfica precisa. Da la impresión, a la vista de los testi
monios que nos ofrecen los dos poemas homéricos, que hasta un cierto nivel ambas
concepciones parecen coexistir sin problemas6. La composición compleja y escalo
nada de ambos poemas admitió en su seno la coexistencia efectiva de opciones dife
rentes que seguramente iban surgiendo de forma progresiva con el paso del tiempo
dentro de la visión griega del mundo y de los dioses. Poco es efectivamente lo que
se habla del Olimpo como morada divina después del ciclo épico, donde a juzgar
por algunas referencias de los Himnos homéricos se mantiene viva la concepción
idealizada, patente en expresiones como “Olimpo fragante de incienso” o “ la her
mosa sede del nevoso Olimpo”7. Se tiende a situar la morada de los dioses en zonas
mucho más inconcretas o abstractas como el mencionado ouranós, con una injeren
cia progresiva de ideas de origen cosmológico que se alejaban considerablemente de
la visión más “primitiva” y realista que establecía en una montaña elevada la resi
dencia de los dioses. La intervención casi continua de los inmortales en las activida
des humanas hacía necesaria una vinculación directa al mundo que permitiera dar
cuenta en clave geográfica y concreta de sus idas y venidas. Era igualmente necesa
ria una atalaya privilegiada desde la que poder contemplar todo el discurrir de las
acciones humanas, bien como mero espectáculo o a la espera de su oportuna inter
6 Sale (1984).
7 Him. Hom. a Herm.., 322 e Him. Hom. a H era cl7.
156 F . J a v ier G ó m ez E spelo sín
Era por tanto este parentesco indirecto con Zeus, a través de su matrimonio, el
factor determinante a la hora de fijar su destino.
La brevedad del texto homérico no permite ir más lejos si bien son muchas las
hipótesis y conjeturas que se han formulado sobre la compañía que Menelao habría
podido encontrar en este privilegiado destino. Otros héroes de la saga troyana
encontraron también posteriormente destinos ideales en islas, como Aquiles, o en
lugares no especificados como Memnón. La tendencia a imaginar una morada ideal
para toda esta raza especial se aprecia ya en Hesíodo con las mencionadas islas de
los Bienventurados y fue un recurso al que otros más tarde recurrieron también en
caso de necesidad, bien por motivos patrióticos o religiosos a la hora de implantar o
propagar un determinado culto heroico. La condición particular de Menelao en este
caso no deja efectivamente de sorprendemos, pero quizá se explica atendiendo a su
relación con los hermanos de su esposa, los célebres Dioscuros, con quienes aparece
11 Así en Teognis 701; Pínd., OI., II, 75 y Pit., II, 74
12 Sobre todo Nilsson (1950), 621 y ss. y Picard (1948), 161 y ss.
158 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
asociado en otras ocasiones gozando también de una vida futura especial en lugares
señalados13.
La propia palabra ha suscitado también un despliege considerable de ingenio y
erudición. Desde explicaciones ajenas al griego como las de Bérard que lo relacio
naba con el Abel o Padan Elousim hebreo o la de Thomson para quien evocaba los
campos del dios ugarítico El, a la de quienes han querido encontrar una raiz indo
europea, bien recurriendo a comparaciones con otras lenguas de esta familia como
el lituano o el anglosajón, bien procediendo a reconstrucciones hipotéticas, pasando
por los que han preferido hallar su explicación dentro de la propia lengua griega
como ya lo hicieran los antiguos echando mano de todas aquellas palabras que
pudieran aproximársele14. La que ha gozado de una mayor aceptación parece ser la
que relaciona el término con éi/r|XúaLos\ cuyo significado sería el de “alcanzado
por el rayo”, indicio de la divinización de un lugar o un personaje. De esta forma
¿vt|Xúctlo9 habría sido así objeto de una mala lectura y reinterpretado como “el que
está en el Elisio”, considerado así inmortal e incorruptible, un procedimiento léxico
que no es ajeno por otra parte al proceder de la épica homérica15.
La llanura elisia se presenta en todo caso como un lugar ideal alejado del mundo
de los hombres por la barrera infranqueable del Océano, elaborado quizá a instan
cias del modelo olímpico para servir de morada a seres privilegiados como Mene-
lao. La condición ideal del clima responde sin duda a los deseos de una comunidad
mediterránea esencialmente agrícola que contempla la primavera como la estación
perfecta, tratando de eliminar el resto de las estaciones o de suavizarlas al máximo,
suprimiendo las nieves e introduciendo la acción refrescante de brisas marinas.
También vinculado a esta condición geográfica surge el tema de la pradera ideal,
insinuada quizá aquí en el término rreSíov, que se convertirá en uno de los topicos
habituales de esta clase de representaciones ideales16. Su situación en los extremos
de la tierra iniciaba ya este proceso de traslado hacia las fronteras del mundo o a un
espacio exterior a él de los lugares ideales que en un principio se habían considera
do localizados dentro de un ambiente más inmediato como el Olimpo o las islas
egeas. El surgimiento dentro del imaginario griego de una idea del mundo cuyos
difusos límites estaban poblados de toda clase de maravillas y prodigios pudo tener
su incidencia en esta operación. El descubrimiento paulatino de un Occidente lejano
y misterioso indujo a muchos a poner en relación estos confines mal conocidos y de
los que llegaban noticias confusas y contradictorias con estas ideas, ya que podían
13 Así Alemán Fr 7 PMG le presenta viviendo con los Dioscuros tras su muerte en Terapna, un lugar
donde los dos jóvenes pasaban su tiempo cuando no se hallaban ni en el Olimpo ni en el Hades según
sabemos por Píndaro, Pit., 11,61-64 y Nem. 10, 55-57.
14 Un resumen de estas explicaciones así como las correspondientes referencias bibliográficas se
encontrará en Gelinne (1988), 227-228.
15 Así Burkert (1960/61). Sobre el origen de palabras siguiendo estos procedimientos, Leumann
(1950), 109-110 y 122 y ss.
16 Al respecto, Motte (1973).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 159
encontrar allí un escenario adecuado donde situar toda esta clase de especulacio
nes17. La presencia del mítico Océano y sus cualidades extraordinarias asociado en
la imaginación griega a unos contornos geográficos que aparecían como descomu
nales e imponentes, espacio abierto además para toda clase de fantasías, abrió sin
duda un camino fructífero a las especulaciones de este género que podían además
reinterpretar los viejos datos de la tradición, como las refrescantes brisas del
céfiro18, de acuerdo con nuevas ideas religiosas y escatológicas más acordes con las
necesidades y evolución de los tiempos.
eos como los manantiales de agua y otros líquidos o las famosas dos fuentes, origen
de su estado gozoso y festivo. De la facilidad de la vida propiciada por la generosi
dad de la naturaleza, Luciano hace todo un alarde de su genio cómico pues sitúa en
el más completo absurdo toda esta clase de prerrogativas. Los vientos les sirven, las
copas de vino están ya en los árboles y el vino surge de pronto en ellas, les coronan
los pájaros al sobrevolar sobre sus cabezas y son las nubes las que, presionadas sua
vemente por el viento, les perfuman con la mirra que extraen de los ríos. Todo un
cuadro en suma que Luciano completa mediante su ácido comentario sobre las pre
sencias y ausencias de notorios personajes en el lugar o introduciendo en él ciertos
lugares comunes de la tradición etnográfica y utópica como la práctica del amor en
común o la comunidad de mujeres. Al igual que había hecho con otros géneros,
Luciano ponía la guinda a toda una serie de despropósitos que a lo largo de la tradi
ción habían ido convirtiendo el modelo de un lugar apartado y feliz en el que los
héroes llevaban una vida descansada, que aparece por vez primera en la poesía
homérica y cuyo origen quizá haya que buscar fuera de Grecia41, en un topos litera
rio adaptable al gusto y sensibilidad de los nuevos tiempos.
le en los que la tradición mítica quedaba traducida a un esquema mucho más prosai
co y realista en el que lugares y personajes adoptaban los papeles y funciones que
de ellos demandaban los nuevos géneros o el nivel de conocimientos de la época.
Los intereses paradoxográficos hicieron también su aparición en escena y tanto las
islas en las que supuestamente se había imaginado la morada divina como el célebre
jardin libio o la montaña sagrada ocuparon también un espacio determinado dentro
de esta clase de especulaciones. A ellos sin duda remite la expresión de Plinio cuan
do al mencionar la montaña en su correspondiente descripción de Libia la califica
de fabulosissimum por haber sido objeto de toda esta clase de tabulaciones53. Una
imagen a la que no parece mostrar una resistencia excesiva el enciclopedista latino
dada la visión que presenta de la mítica montaña, elevándose hacia el cielo en
medio de las arenas y cubierta en una de sus lomas por densos bosques recorridos
por corrientes de agua donde se producían frutos de todas clases capaces de propor
cionar entera satisfacción. Esta imagen idílica que recuerda sin duda la del jardín
ideal se ve compensada con la extraña y sobrecogedora impresión de misterio que
su aspecto produce entre quienes allí se acercan, presas del miedo por el silencio
que reinaba de día en sus alrededores y de los fuegos y sonidos que se dejaban oir
durante la noche. Una mezcla de sensaciones que devolvía el lugar a sus míticos orí
genes hesiódicos, si bien reinterpretado aquí a través de la maraña de asociaciones
que la leyenda, los intentos de racionalización del mito y los devaneos de una geo
grafía en ciernes que no terminaba de encontrar su propio lenguaje científico le
habían ido añadiendo con el correr de los tiempos.
se deja sentir a lo largo de los diferentes pasajes. El Océano como límite del mundo
de los vivos se constituye aquí como la frontera que es necesario traspasar para
alcanzar una estancia que por su propia naturaleza trasciende el espacio humano. El
mundo de los muertos, el “otro mundo” debía situarse necesariamente más allá de la
barrera que delimitaba el orbe habitado dentro de esa imagen geográfica mítica y
elemental que concebía el mundo como una isla rodeada por las aguas del río pri
mordial. Ese es el camino que sigue Odiseo por indicación de Circe para llegar
hasta el Hades y vuelve de nuevo a entrar en sus aguas cuando emprende el regreso
hacia la isla de la diosa maga. Este era también el primer gran obstáculo que se
interponía en el camino hasta el Hades para los humanos y así lo manifiesta la
madre del héroe cuando acude asombrada ante la presencia de su hijo, todavía vivo,
en aquellos parajes.
Una vez trasladado el mundo de los muertos a los confines del universo dentro
de la imaginación griega, no parece que tenga una importancia especial su localiza
ción más precisa dentro de este complejo mítico-geográfico que constituían los con
fines, bien al otro lado del Océano o simplemente a lo largo de sus orillas en un
lugar indeterminado55. Lo cierto es que Odiseo, una vez anclada la nave, arriba a un
lugar desde el que el reino de Hades puede ser alcanzado a pie. No existe sin embar
go absoluta coincidencia respecto al lugar mencionado. En el primero de los pasa
jes, cuando Circe le anuncia el camino que debe recorrer, la antesala del Hades se
sitúa para Odiseo en el bosque de Perséfone, con sus “esbeltos álamos negros y
estériles cañaverales”56. Por el contrario, en el canto siguiente, cuando el propio
héroe es quien describe su ruta, una vez alcanzados los confines del Océano, arriba
al pais de los Cimerios, un pueblo sumido en una noche eterna que nunca recibe los
rayos del sol57.
La discrepancia puede resultar sólo aparente si tenemos en cuenta la diferente
perspectiva con que se describe el lugar. En efecto, desde la óptica de la diosa Circe
el punto de referencia inmediato es ya un espacio divino que de alguna manera for
maba parte del conjunto infernal, dada la presencia de la diosa en la morada de
Hades. Se trata además de un bosque sagrado - áXoos- cuya breve referencia permi
te imaginar un entorno ciertamente inquietante en el que la vegetación pierde inclu
so la misión principal de producir frutos y servir de remanso de paz y de gozo para
el hombre. Sin embargo cuando es el héroe el que relata su viaje, el punto focal se
Iraslada a un ámbito diferente más humano como es la proximidad del pueblo y la
ciudad de los Cimerios, un punto más, seguramente, dentro de la lógica itinerante
que constituye el vagar de Odiseo por los mares y su encuentro con gentes un tanto
especiales. No existe ninguna probabilidad de que debamos identificar este pueblo
con las hordas bárbaras que arrasaron Anatolia a mediados del siglo VII a. C.
55 Véase el correspondiente estado de la cuestión que presenta Heubeck y Hoeckstra (1989), 75 y ss.
56 Od., X, 509-512.
57 Od.,XI, 14-19.
PARAISOS Y LUGARES ESCAT0L0G1C0S 171
poniendo fin con sus campañas al floreciente reino frigio58. Los Cimerios de Home
ro son un pueblo completamente mítico con el que el poeta indica quizá sencilla
mente que el héroe ha alcanzado en su navegación los confines extremos del mundo
en su vertiente más occidental. El extremo occidente era a fin de cuentas un mundo
de penumbra y de sombras, donde había situado también Hesíodo el reino de la
Noche59. Si en un extremo oriente idealizado y mítico, donde el astro rey tenía su
reino y hacía sus apariciones en el mundo de los mortales, se hallaban los bienaven
turados etíopes que gozaban de continúo con la compañía de los dioses, era lógico
que, dentro de esta concepción axial y simétrica del universo, existiera en el extre
mo opuesto un pueblo de las condiciones opuestas, sumido de continúo en la
penumbra eterna sin más asidero en la realidad que su función compensadora dentro
del mencionado esquema cósmico60.
Un lugar importante dentro de la confusa topografía del Hades lo desempeñan
los cursos de agua, descritos por la madre de Odiseo como terribles corrientes61,
concretados en dos nos, el Piriflegetonte y el Cocito, que confluyen a su vez en uno
mayor llamado Aqueronte. Es probable que a la hora de construir la imagen del
mítico río tuviera cierta influencia la conciencia más real de las condiciones geográ
ficas que caracterizaban el homónimo río del Epiro, de corriente profunda y riberas
pantanosas que en un momento dado desaparecía bajo una garganta62. De hecho
parece que posteriomente se asociaba el lugar con un oráculo de los muertos, según
sabemos por el testimonio de Heródoto63, y toda la región mantuvo durante buena
parte del tiempo la imagen de tierras de los confines, donde se situaban incluso epi
sodios de la saga de Heracles como el de Gerión que habían sido trasladados en un
momento dado hasta el más remoto occidente64. En Homero sin embargo parece
que nos hallamos ante un río mítico que marca los límites del reino de Hades, más
allá de los cuales no pueden traspasar las almas de los muertos. Una frontera entre
ambos mundos que delimitaba las esferas de acción de uno y otro ámbito. Esa es la
imagen al menos que aparece en la tradición posterior más inmediata como es el
caso de Alceo o Esquilo donde el Aqueronte aparece cumpliendo esta misión pri
mordial65. Las noticias sobre unas regiones apartadas como las del Epiro, que toda
vía en plena época clásica resultaban mal conocidas, bien pudieron de cualquier
58 Heubeck y Hoeckstra (1989), 77-79. Sobre las diferentes identificaciones que se han venido pro
poniendo al respecto puede encontrarse un cómodo resumen en el trabajo de Ramin (1980), que sigue
admitiendo la posibilidad de que Homero hiciera alusión a un pueblo concreto así denominado por los
griegos, situado en un confuso norte.
59 Teog., 744 y ss.
60 Así lo propuso ya en su día Heubeck (1963).
« Od., XI, 157-158
62 Sobre el lugar real, Tozer (1882), 120-121. Pausanias, I, 17,5 pensaba de hecho que Homero
había ideado su noción del Hades de las características reales del lugar epirota.
« Hdt., V, 92
64 Sobre las connotaciones extremas de estas regiones epirotas, Ballabriga (1986), 43 y ss.
65 Ale., fr, 38A Lobel Page; Esquilo, Siete contra Tebas, 854-60.
172 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
blo de los Sueños representan probablemente dos figuraciones más abstractas rela
cionadas con la posición crepuscular del mundo de los muertos. A diferencia del
relato del héroe cuando se encaminaba hacia las regiones infernales, aquí nos
encontramos con la descripción de la marcha de Hermes hacia el Hades en su cali
dad de Psicopompós o conductor de las almas de los muertos, y es por tanto la pers
pectiva adoptada, la ruta seguida por el dios dentro de una visión más escatológica,
la que explica quizá las variaciones aparentes del itinerario. En su camino hacia el
reino de las sombras las almas de los muertos deben atravesar el umbral de la luz,
representado aquí por las puertas del Sol, donde culmina el ámbito de la vida huma
na regido por el gobierno del astro solar. Por otro lado, la condición inmaterial de
los difuntos una vez traspasado el umbral de la vida les aproxima al mundo de lo
inmaterial, como son los sueños. No resulta tampoco extraño el que dentro de una
visión escatológica y grandiosa que trata de representar el camino seguido hasta el
Hades, las almas atraviesen este mítico pais, cuyo linaje hace remontar Hesíodo a la
Noche, de la que descienden también la negra Ker y Tánato, conformando así un
cuadro coherente de este paisaje infernal. El propio Hesíodo recalca más adelante en
su poema que “nunca el radiante Helios les alumbra con sus rayos”, corroborando
así su situación en una región extrema franqueada por las puertas del Sol, que daban
así paso al reino de la oscuridad y la tiniebla71. Por fin el prado de asfódelo donde
habitan las almas de los muertos, corresponde quizá a la representación paradisíaca
de este ámbito infernal que aparece traducida a imágenes como la de los campos
Elisios y que procede de concepciones escatológicas precedentes como la cretense o
la egipcia, que sin duda hubieron de influir en la visión griega tal y como aparece
reflejada en estos primeros testimonios.
La visión del Hades que presenta Hesíodo en su Teogonia se corresponde con la
imagen cósmica de los confines donde se encuentra incluida. A la entrada de las
“resonantes mansiones” coloca el poeta al terrible perro guardián, cuya misión era
la de impedir que nadie traspasara los límites fijados72. La existencia de Cerbero, a
la que ya alude Homero en la ¡liada refiriéndose a la bajada de Heracles al Hades
para su captura, representa a otro nivel, en el que quizá priman más los elementos
fabulosos procedentes del cuento popular, de ahí su aparición en la saga de Hera
cles, el mismo papel que cumplen las aguas infernales antes citadas de impedir el
paso del mundo de los muertos al mundo de los hombres y fijar con claridad la total
separación de uno y otro ámbito. Más adelante hará también su aparición la figura
del barquero Caronte con una misión similar, si bien su presencia no se detecta en la
literatura anterior al siglo V a. C., por lo que quizá refleja el influjo de nuevas ideas
extraídas del folclore o de tradiciones populares73.
La descripción de la topografía del Hades apenas encuentra otros ejemplos en la
literatura posterior, si bien parece que según Pausanias, en los Nóstoi se podía haber
71 Teog., 760
72 Teog., 770 y ss.
73 Gantz (1993), 128.
174 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
74 Paus., X, 28,7.
TIERRAS BARBARAS
1 Lévy (1984).
2 Sobre los etíopes, MacLachlan (1992).
3 Ilíada, XIII, 5-6, donde menciona a los “nobles hipemolgos” y a los abios, “los más justos de los
hombres”.
176 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
proyección hacia regiones casi inalcanzables de los viejos ideales que miraban con
nostalgia a la desaparecida edad de oro4.
El mejor y más amplio conocimiento de los pueblos bárbaros que tuvo lugar a lo
largo de la época de las colonizaciones no redujo sin embargo las posibilidades en
este sentido. Ciertamente se tuvo conocimiento de la existencia de poblaciones clá
mente hostiles que no recibían de forma hospitalaria a los recién llegados. Algunos
territorios, especialmente en la región occidental del mar Negro o en los aledaños de
la península de Crimea, fueron considerados lugares poco propicios para la instala
ción de establecimientos helenos a causa del temor que inspiraban sus habitantes5.
El recelo y la desconfianza fueron sentimientos habituales que caracterizaron las
relaciones entre griegos e indígenas en muchos de estos primeros establecimientos
coloniales, tal y como ha quedado reflejado en multitud de anécdotas o en la propia
configuración espacial de las nuevas colonias, situadas en pequeñas islas frente a las
costas o provistas de especiales medidas de protección y defensa6. Sin embargo
también a lo largo de este período encontramos indicios de clara idealización de las
tierras bárbaras, sobre todo de las más inaccesibles, como los lejanos confines de
Iberia, donde se situaba el mítico reino de Tartesos, al que sólo unos pocos privile
giados como los focenses o el legendario Coleo de Samos habían conseguido llegar,
salvando la inmensa distancia existente7. También otros países más próximos y con
los que desde antiguo existían relaciones pero cuyo acceso no resultaba fácil a los
viajeros, bien por la distancia, el exclusivismo de su población o las dificultades
políticas, fueron igualmente idealizados. Este fue el caso de Egipto o la India, que
se convirtieron muy pronto en un vivero de tradición y sabiduría de los que bebie
ron regularmente todos los grandes sabios de la Hélade. Esta tendencia alcanzó
incluso a las regiones más septentrionales, pobladas por nómadas salvajes que ape
nas contaban con los más elementales requisitos de lo que se consideraba la vida
civilizada. De la lejana y fría Escitia procedían sabios como Anacarsis y en sus
regiones más alejadas habitaban pueblos como los isedones, considerados personas
justas entre los que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres8.
Esta tendencia a idealizar a los pueblos lejanos, convertidos en prototipos mora
les o en modelos de conducta y organización social, no se vió tampoco seriamente
4 Sobre la idealización etnográfica, Trüdinger (1918), 133 y ss. y Lovejoy y Boas (1965), 287 y ss.
5 La mala reputación de Salmideso, un lugar de perdición para las naves que siempre acababan por
embarrancar y ser saqueadas por los bárbaros de las proximidades constituye un buen ejemplo, cf. Cary
(1949), 294 y ss.
6 Anécdotas tales como la que refiere Plutarco (Quaest. Graec., 29) sobre la relación entre los ¡lirios
y la ciudad de Epidamno en el Epiro donde se instituyó el cargo oficial de vendedor con la finalidad de
que fuera sólo a través de este personaje cómo los indígenas entrasen en contacto con la ciudad en sus
asuntos comerciales, evitando así un contacto más generalizado. Sobre la separación de las comunidades
puede verse el ejemplo que nos ofrece la ciudad de Empórion, cf. Gómez Espelosín, Pérez Largacha y
Vallejo Girvés (1995).
7 Sobre la mitificación e idealización del Occidente, Fabre (1981) y la obra citada en la nota anterior.
s Hdt., IV, 26.
TIERRAS BARBARAS 177
afectada por el conflicto con los persas que contribuyó sin duda a agudizar la con
ciencia de separación radical entre el mundo griego y el bárbaro y a cimentar el sen
timiento de la clara supremacía moral y táctica del primero sobre el segundo9. El
afianzamiento progresivo de una cierta conciencia étnica, reforzado por la victoria
conseguida de forma tan trabajosa, no eliminaba del todo la necesidad imperiosa de
seguir trasladando hacia el mundo exterior los impulsos ideales que no podían ser
realizados en el presente y las consiguientes frustraciones. El imaginario colectivo
helénico se enriqueció de forma considerable en este sentido gracias al contacto con
el imperio persa y a su sombra surgieron representaciones fabulosas de las tierras de
los confines orientales como las que trasmitieron al mundo griego hombres como
Escñax de Carianda, primero, o Ctesias de Cnido después. Tanto uno como otro
estuvieron al servicio del Gran Rey, posiblemente de manera involuntaria, y se vie
ron por ello obligados a pasar una larga etapa de su vida en la corte persa, recorrien
do en cierta medida los inmensos caminos del imperio. Su relato hizo de la India, la
más remota de aquellas tierras, un país fabuloso y repleto de maravillas de todas
clases, donde cobraba vida todo lo imaginable y se hacían realidad los portentos y
prodigios más inesperados10.
Sin embargo la idealización del imperio persa no se limitó a sus confines más
extremos. La propia Persia fue considerada, quizá ya desde el principio, como un
verdadero modelo de gobierno por una buena parte de la intelectualidad griega
que veía en la figura del monarca persa una garantía de estabilidad política interna
y un principio de autoridad necesario a la hora de asegurar el dominio y la hege
monía sobre los demás estados. La biografía novelada que dedicó Jenofonte al
mítico fundador del imperio, el gran Ciro, constituye la traducción literaria de esta
clase de posturas, realizada además en unos momentos particularmente difíciles
para sostener una actitud semejante dado que Persia no había cesado de inmiscuir
se dentro de la política interna de los estados griegos creando serias complicacio
nes y quebraderos de cabeza a sus más destacados adalides como eran espartanos
y atenienses11. Sin embargo la idealización de Persia no quedó reducida al terreno
de la especulación política en abstracto, en busca ahora de un nuevo modelo ope
rativo que fuera capaz de superar la crisis que sufría el viejo sistema de las póleis.
La magnificencia y el lujo de la corte persa, su proverbial abundancia en casi
todos los terrenos, e incluso su propio escenario físico, como los célebres jardines
artificiales conocidos como parádeisos fueron igualmente objeto de cierta ideali
zación, bien fuera a través de una óptica deformada y paródica como la de los
cómicos que presentaban a Persia bajo la imagen de un continuo festín gastronó
mico que suscitaba la envidia de un auditorio ateniense que era objeto en aquel
9 Sobre la importancia del conflicto con los persas en la imagen griega del bárbaro, Hall (1989),
Romilly (1993) y Georges (1994).
10 Sobre la idealización de la India en general, Karttunen (1989).
11 Sobre la actitud de Jenofonte hacia el imperio persa, Hirsch (1985) y Georges (1994).
178 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín
j
TIERRAS BARBARAS 179
vas monarquías no facilitó las relaciones entre la etnia griega dominante y los pue
blos indígenas, manteniendo por el contrario, y en ocasiones consolidando todavía
más, las barreras de incomprensión que siempre habían existido entre unos y
otros16. El bárbaro era ahora el campesino que laboraba de forma incesante en los
inmensos predios reales o las masas heterogéneas que se iban concentrando en las
nuevas aglomeraciones urbanas. La lectura de las chispeantes escenas de las Siracu-
sanas de Teócrito nos permite apreciar el grado de estima y valoración con que los
griegos de viejo cuño medían a los egipcios, dando las gracias al monarca por haber
puesto freno de una vez por todas a la insolencia y barbarie de estas gentes17. Los
barrios separados de las nuevas ciudades o los testimonios numerosos sobre los con
flictos interminables que los abusos de los funcionarios griegos provocaban en el
medio indígena son también indicios claros de la marginación y menosprecio con
que los griegos instalados en estos nuevos territorios trataban a las etnias sometidas.
Sin embargo la idealización de las tierras bárbaras no varió su rumbo de forma
sustancial. Los afanes escapistas de una sociedad agobiada ante las nuevas deman
das de un mundo mucho más individualista y despiadado se tradujeron en las espe
culaciones utópicas que en forma de relato de viajes o de tratados pseudohistóricos
circularon durante todo este período18. En esta clase de historias siempre aparecían
países lejanos donde todavía resultaba posible llevar una vida regalada en medio de
toda clase de comodidades y dispendios sin que los problemas y penalidades de la
vida diaria nos agobiaran con su incómoda presencia. En la mayoría de los casos se
trataba de islas situadas en medio del mar, lejos de todos los contornos geográficos
más próximos, que albergaban una sociedad casi perfecta, como sucede en los dos
ejemplos mejor conocidos que tenemos a nuestra disposición, el de la isla Panquea
de Evémero o el de las islas del Sol de Jámbulo, ambos relatos conservados en el
texto de la historia de Diodoro de Sicilia19. En otros casos sin embargo, como en la
naciente novela, la fabulación se trasladaba a países más reales como el ya consabi
do Egipto, la todavía algo misteriosa Etiopía o la muy venerable Babilonia, indican
do con ello que todavía en una época ya avanzada podía seguir imaginándose a
estos países, ahora mucho mejor conocidos que antes y convertidos incluso en meta
o escala de rutas comerciales bien establecidas, como tierras fabulosas con un toque
de exotismo en el que encuadrar las aventuras amorosas y la serie incesante de
penalidades por los que atravesaban estos nuevos héroes20.
Sin embargo los nuevos ideales filosóficos de la época dirigían sus miradas tam
bién en otras direcciones. Más allá del gusto por lo exótico y de la fabulación sin lími
tes a que propendía la consideración de los espacios ajenos dentro de la literatura hele-
16 Sobre la visión del bárbaro en el período helenístico, Lacy (1976).
17 Teócr., ídiL, XV, 45-50.
18 Sobre toda esta clase de literatura sigue siendo fundamental, Rohde (1914), 178-309.
19 Véase el lugar correspondiente a estos dos casos citados.
20 Sobre la novela griega, García Gual (1972), y Hagg (1983) y más recientemente, Morgan y Sto-
neman (1994).
180 F. Ja v ier G óm ez E spelosín
de las tierras del sur de la península ibérica. Su descripción de Turdetania como una
tierra plena de abundancia y de sabiduría rememora en cierta medida la vieja ima
gen del mítico reino tartesio donde ya confluían las corrientes idealizadoras del
período arcaico, convirtiendo el solar ibérico en un auténtico El Dorado que ahora
revivía de nuevo bajo la perspectiva estraboniana.
Consideraremos ahora por separado algunos de los espacios que han sido privi
legiados por la idealización griega a lo largo de los tiempos, tratando de definir los
rasgos esenciales que dieron pie a dicho proceso así como el papel que han ido
desempeñando en el curso del mismo los diferentes autores.
Egipto
La aparición de Egipto en el horizonte geográfico helénico se remonta segura
mente muy atrás en el tiempo. Sin embargo es a lo largo del período arcaico cuando
aparecen en la literatura griega los primeros indicios de idealización de este asom
broso país, fruto seguramente del restablecimiento de aquellos viejos contactos de la
época micénica a través de las primeras navegaciones hacia la región del delta con
fines comerciales o militares en el papel de mercenarios al servicio del faraón25. En
los poemas homéricos aparece Egipto dentro del horizonte brumoso, lleno de miste
rio y fascinación, que envuelve a los países lejanos en el universo épico. Con inde
pendencia de la realidad histórica concreta que traducen, bien el recuerdo de los
contactos habidos en el período micénico o la reanudación de los mismos en los pri
meros momentos de la edad arcaica, lo cierto es que Egipto se presenta ya con todos
los rasgos de una tierra fabulosa.
La única mención de Egipto en la Ilíada se reduce a la ciudad de Tebas, utiliza
da aquí como paradigma de riqueza y prosperidad casi infinitas, cuando Aquiles se
niega a aceptar cualquier clase de acercamiento con Agamenón. El ofendido Pelida
afirma con decisión que no aceptaría los regalos del Atrida ni aunque le ofreciera
....................cuanto afluye a Tebas
egipcia, en cuyas casas es en donde más riquezas hay atesoradas,
ciudad que tiene cien puertas y por cada una doscientos
hombres van y vienen con caballos y con carros26.
Esa misma imagen se desprende del retrato, vago en sus contornos pero preciso
en las referencias fabulosas, que Menelao hace del país en la descripción de su
viaje ante Telémaco y el hijo de Néstor que aparece en la Odisea21. Egipto es nue-
25 Sobre todo este período, Austin (1970).
26 Ilíada, IX, 381-384. Lorimer (1950), 97-99 considera que este pasaje es una interpolación proce
dente de la Odisea.
27 El viaje de Menelao aparece descrito en Odisea, III, 299-302; IV, 81-85; 125-132; 220-232 y
351-586. Sobre este relato, Gómez Espelosín (1994).
182 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
vamente aquí la tierra de las inmensas riquezas de la que proceden los preciados
regalos que tanto el propio Menelao como su esposa Helena recibieron durante su
estancia en el país y exhiben ahora orgullosos en su palacio de Esparta ante los
visitantes. Es igualmente una tierra fértil que produce drogas de todas clases capa
ces de sanar y provocar los más sorprendentes efectos. Todos son allí médicos que
sobresalen por encima de los demás pues son discípulos de Peón, que aparece en la
¡liada como el médico de los dioses28. Una tierra dotada con todas las bendiciones
posibles como la riqueza o la salud y en estrecho contacto con los dioses, situada
en un horizonte geográfico relativamente lejano todavía al que sólo los héroes con
siguen llegar. Una visión en suma donde priman todavía aspectos puramente fan
tásticos como el episodio de Proteo y las focas, un claro indicador de que nos
movemos todavía dentro del universo de los cuentos de viaje, un espacio ambiguo
y complejo en el que se entrecruzan de manera indistinta la realidad, la fantasía y la
leyenda.
Su inclusión dentro de la geografía fantática de los nóstoi hace de Egipto una de
las referencias míticas inexcusables de estos primeros tiempos creando a su alrede
dor toda una aureola de tierra fabulosa que no se verá disminuida con el correr de
los tiempos. Fuera ya del ámbito legendario hay que situar el célebre relato odisei-
co que el héroe inventa ante Eumeo, haciéndose pasar por un cretense que empren
dió una expedición hacia Egipto en busca de fortuna y aventuras29. La riqueza de
sus campos convierte al país en objeto de la codicia de los recién llegados, aparen
temente deslumbrados por la pujanza de sus tierras. Aunque el conocimiento del
país se limitaba a la región del delta y existieron sin duda dificultades de acceso
que redujeron la implantación colonial griega al establecimiento de Naucratis,
Egipto se convirtió en la referencia inevitable dentro del mundo de la ciencia y la
logografía jonias30. Un centro de interés privilegiado donde los primeros viajeros
podían encontrar todos los ingredientes necesarios para satisfacer del todo sus
expectativas. Desde su propia configuración física, con el inmenso río que recorre
el pais, le da forma y sentido, a los numerosos monumentos que se desplegaban
ante los ojos del visitante, indicadores manifiestos de su antigüedad y opulencia,
pasando por las extrañas costumbres de sus gentes que evidenciaban un modo de
vida ciertamente distinto al de los griegos. Todo era por tanto motivo de sorpresa y
admiración.
Esta actitud se refleja en buena medida a lo largo de la descripción del país que
Heródoto nos ofrece en el libro II de sus Historias, De los lógoi bárbaros del histo
riador jonio, el dedicado a Egipto es sin lugar a dudas el más largo de todos. El pro
pio Heródoto justifica esta amplitud:
Sus habitantes por fin son igualmente objeto de una especial admiración a causa
de su piedad, su sabiduría o su propia antigüedad, características todas ellas que
suelen adornar a los pueblos utópicos. Su piedad se pone de manifiesto a través de
la minuciosa descripción que Heródoto realiza de sus diferentes prácticas rituales,
llegando a afirmar su supremacía en este campo sobre el resto de la humanidad36.
Su sabiduría se revela tanto en el terreno teórico como en el de la vida cotidiana.
Han realizado los descubrimientos esenciales en la vida del ser humano como el
ciclo del año o las advocaciones correctas a los dioses, a quienes fueron también los
primeros en levantar templos, erigir altares o dedicar estatuas en piedra. Han encon
trado también la forma adecuada de interpretar los prodigios o de predecir el futuro
y todos ellos son versados en alguna clase de enfermedad de forma que todo el país
está repleto de médicos, lo que coadyuva junto con la temperancia del clima antes
citada a la buena salud general de la población. Pero también en el terreno de la vida
diaria dejan constancia de su sabiduría como en su respeto por las costumbres de
sus antepasados o por la sana disposición que suelen adoptar en el curso de los ban
quetes, invitando a disfrutar del momento presente a los convivales después de
pasear ante su mirada un cadáver de madera como signo inequívoco del seguro final
que a todos aguarda37. Esta sabiduría proverbial, que se convertirá más adelante en
el rasgo más distintivo de la imagen de Egipto, se pone también de relieve a través
de la historia de los enviados eleos que orgullosos de las normas que habían
impuesto en Olimpia viajaron hasta Egipto en la idea de que ni siquiera los egipcios,
“los hombres más sabios que había” serían capaces de idear nada mejor. Una pre
tensión que se demuestra vana al proponerles los egipcios una modificación
que afectaba al correcto funcionamiento de los juegos como era impedir la partici
pación de atletas locales para evitar que resultaran favorecidos en detrimento de los
extranjeros38.
Su antigüedad queda patente a lo largo de todo el lógos egipcio mediante la exhi
bición de una historia ancestral y milenaria que en modo alguno podían aspirar a
igualar los griegos. Las ridiculas pretensiones de Hecateo en su encuentro con los
sacerdotes egipcios, exhibiendo su descendencia de la divinidad en la decimosexta
generación, se ve superada con creces cuando los sacerdotes le invitan a penetrar en
el templo y contemplar el número de estatuas allí representado39. Son por tanto los
más versados en relatos y tradiciones por su apego a la memoria de este pasado gran
dioso que luego más adelante despliega ante nuestros ojos en la parte final del rela
to40. Una antigüedad que los conecta además con los mismos orígenes de la humani
dad, convirtiéndose de alguna manera en los depositarios verdaderos de todo el baga-
que nos ofrece del país tiene mucho más que ver con la imagen formada a lo largo
de toda una tradición libresca- con todas las limitaciones que se deben conceder a
dicho término al referimos a mediados del siglo V a. C.-, con todos los interrogan
tes, misterios, incertidumbres y fabulaciones y en cuya conformación desempeñaron
sin duda un papel destacado los componentes fabulosos o legendarios, que con una
descripción veraz del mismo regida por unas reglas de claridad y precisión que
resultaban del todo ajenas a los parámetros ideológicos y literarios que regían el
comportamiento de nuestro historiador.
La contribución de Heródoto a la imagen fabulosa de Egipto en el mundo griego
fue sin lugar a dudas considerable. Todas las especulaciones posteriores van a girar
sobre el modelo establecido por el historiador de Halicamaso a pesar de las varia
ciones que van a ir introduciéndose en dicho esquema, tendentes a ajustarlo a las
necesidades de los nuevos tiempos. Este es el caso del debate político-intelectual del
siglo IV a. C. sobre la constitución perfecta que tiene a Egipto como telón de fondo
en más de un caso. Tanto Isócrates como Platón, las dos figuras más señeras de este
período, se sirven del país del Nilo como referencia mítica a la hora de enfatizar las
virtudes de determinado sistema de gobierno o de destacar los fallos del vigente en
esos momentos dentro de la sociedad ateniense. El deseo de retomar a las fuentes
originales del helenismo jugó en favor de Egipto, como ha señalado Froidefrond, ya
que proporcionaba el testimonio más palpable de lo que pudo muy bien haber sido
el pasado de Atenas, con la que se insistía en conectarla de alguna manera, y gracias
a su sistema de gobierno había sido capaz de escapar a la decadencia que ahora se
estaba acusando en la ciudad griega, sin olvidar tampoco las afinidades aparentes
que presentaba con la pólis más representativa de las viejas tradiciones helénicas
como era Esparta47.
El elogio de Egipto que aparece en el Busiris de Isócrates tiene todas las trazas
de no ir más allá del mero artificio retórico, dentro del cual Egipto gozaba de una
posición preeminente. El tema no era nuevo, como revela el solo hecho de que el
discurso de Isócrates se componga como respuesta a otra composición anterior de
un tal Polícrates que a juicio de nuestro orador no había resultado exitosa y necesi
taba por tanto de la corrección presente. Isócrates abunda por tanto en una veta ya
bien conocida que había sido trabajada anteriormente por los pitagóricos, a cuya
escuela se atribuye el supuesto modelo que habría inspirado la contestación del ora
dor ateniense48. La imagen fabulosa de Egipto que presenta Isócrates en este discur
so, la de un país situado en el lugar más bello del mundo, capaz de producir muchos
y variados bienes para sus habitantes y protegido por la muralla natural del Nilo,
47 Froidefrond (1971), 234. Egipto ya había sido anteriormente uno de los lugares privilegiados por
parte de los sofistas en su intento por recoger con curiosidad y simpatía los ejemplos más destacados de
i>óni|j.a bárbaros, cf. Jüthner (1923), 13 y ss.
48 Así fue ya señalado por Delatte (1921), 45. Por el contrario Wilamowitz (1919), vol. I, 243-244 y
vol. II, 116 n.3 pensaba más bien como fuente de inspiración en una AdKeSai^ovlwv rioXiTeía.
TIERRAS BARBARAS 187
que servía al tiempo de defensa natural y de sustento a sus moradores, regido ade
más por un sistema de gobierno casi perfecto que elevaba a la cima del poder a los
sacerdotes-filósofos, es a fin de cuentas la imagen tópica del país eterno que ya
desde Heródoto, y probablemente antes, había seducido a la imaginación griega,
deseosa de hallar un referente inmediato y real a sus elucubraciones políticas y filo
sóficas. El rey mítico nos es presentado bajo las diferentes perspectivas del gober
nante sabio que sabe elegir el lugar adecuado, el legislador que articula la manera
ideal de gobierno al dividir la sociedad en tres clases separadas, el descubridor que
proporcionó el alimento suficiente a sus súbditos, el del filósofo incluso al dotar del
ocio y bienestar necesarios a la clase sacerdotal, de forma que pudieran descubrir
los secretos de la medicina con los que sanar a la población, dedicarse de lleno a los
asuntos importantes o especular libremente en astrología, cálculo y geometría, y por
fin el de un primer sacerdote encargado de fomentar la piedad de sus súbditos y el
culto a los dioses. Son por tanto las especulaciones teóricas que dominaban en los
medios intelectuales atenienses y griegos en general las que están en la base de este
cuadro ideal de la sociedad egipcia, manteniéndose por tanto el alejamiento con una
realidad cada vez mejor conocida y frecuentada que sólo de lejos podía dar pie a
esta clase de fabulaciones49.
Algo similar sucede en el caso de Platón. Como en el caso de Isócrates, Egipto
forma parte del bagaje intelectual de un ateniense cultivado y su visión idealizada
del país no tiene otro objeto que el de servir de instrumento, uno más, a su ejercicio
de reflexión sobre la sociedad y la política ateniense del momento, permitiéndole
reflejar un doble sentimiento de repulsión y admiración hacia lo que debería ser y
era la ciudad en que vivía50. Con independencia de la realidad efectiva de su viaje a
tierras del Nilo, lo cierto es que Platón refleja en sus escritos esa imagen tópica y
semifabulosa de Egipto a la que antes aludíamos. Un país cuya geografía aparece
del todo condicionada por un Nilo salvador, cuyo cuerpo social aparece dividido en
grupos funcionales estrictos, que goza de una organización artística e intelectual
envidiable y en el que la piedad hacia los dioses desempeña un papel fundamental
en toda la vida de sus habitantes. Un esquema ideal, heredero de la tradición que
representa de forma más conspicua Heródoto, convertido cada vez más en campo de
operaciones intelectuales cuyo objetivo final no es otro que el de servir de espejo,
con sus destellos y deformaciones, a una sociedad ateniense convulsa y aquejada de
serios indicios de crisis en todos los terrenos. El discurso platónico sobre Egipto se
refiere además fundamentalmente a Atenas y es por ello tan sólo un ropaje que
camufla el verdadero interés del filósofo, que no es otro que el de la sociedad de su
49 Los griegos eran sin duda conscientes de las enormes ventajas que el delta del Nilo presentaba
tanto desde un punto de vista estrictamente agrícola como estratégico, dada su fácil defensa natural, sin
embargo dichas constataciones prácticas apenas debieron incidir en un discurso intelectual y teórico que
caminaba por otros derroteros mucho más imaginarios. Sobre la frecuencia de relaciones entre Grcciu y
Egipto a lo largo del siglo IV a.C., Mallet (1922), 77 y ss. y Cloché (1919) y (1921).
50 Brisson (1987).
188 F. Ja v ier G ó m ez E spelosín
tiempo. Sin embargo este Egipto platónico marcará de forma sensible, como antes
10 hiciera ya el de Heródoto, la perspectiva griega sobre dicho país51.
Con la irrupción griega en Egipto tras la muerte de Alejandro las cosas cambian
en el terreno histórico de forma sustancial, pues ya son muchos los que pueden
adquirir una experiencia personal del país y sus gentes. Sin embargo Egipto seguirá
conservando casi intacto el prestigio intelectual que había adquirido a lo largo de los
tiempos y que se había visto reforzado últimamente con figuras como la de Platón.
La idealización del país adopta sin embargo ahora un giro algo diferente. Aunque
sigue siendo todavía a todas luces una tierra extraña y exótica, repleta de monumen
tos magníficos y fenómenos naturales sorprendentes, sus gobernantes son ahora gre-
comacedonios y a su corte afluyen continuamente poetas e intelectuales de todas
clases cuyo principal oficio y beneficio reside en la loa y encomio de la casa real.
La imagen de una tierra afortunada y fértil, regida por unos gobernantes justos es
ahora tema principal de la propaganda regia tal y como aparece reflejado en los Idi
lios de Teócrito. Su célebre Elogio a Tolomeo es buena prueba de esta idealiza
ción del país del Nilo, ahora bajo el poder benefactor y próspero de un gobernante
helénico:
....pero no hay tierra tan fértil como el Bajo Egipto, cuando el Nilo desbordado
deshace los terrones empapados de agua, ni tiene tierra alguna tantas urbes de
hombres que saben laborar. Tres centenas de ciudades se levantan allí, y tres
millares sobre tres miríadas, y una tríada doble, a más de tres por nueve. Sobre
todas impera el viril Tolomeo52.
Dentro de esta línea cabe incluir igualmente la descripción pormenorizada de los
grandes fastos reales que ilustraban la grandeza del poder tolemaico, la prosperidad
del país, sus enormes riquezas y la amplitud y heterogeneidad de sus inmensos
dominios. Es el caso de la célebre procesión organizada en Alejandría por Tolomeo
11 Filadelfo como instauración de unas fiestas en honor de su padre que servirían
para exaltar a la dinastía entera, descrita por Calíxeno de Rodas y trasmitida a nos
otros a través de una larga cita de Ateneo53.
También la obra de Hecateo de Abdera dedicada a Egipto, de la que sólo cono
cemos algunos fragmentos54 puede incluirse dentro de esta corriente propagandísti
ca en favor de la dinastía tolemaica, que al mismo tiempo, y como consecuencia
directa de la exaltación política y de la propia concepción de la monarquía dominan
te en el período helenístico55, representaba una idealización del país del Nilo, tierra
que era objeto del cuidado y protección de tan significados reyes. La obra de Heca-
51 Hartog (1986), 959. Véase también el artículo de Joly (1982).
52 Teócr., Idil., XVII, 80-85 (Traducción de Manuel García Teijeiro, Biblioteca Clásica Gredos).
53 Aten., V, 197 C-203 B. Sobre este tema, Rice (1983).
54 FGrHist 264. Sobre la figura de Hecateo, Drews (1973), 123-132 y Murray (1970).
55 Véase al respecto, Gómez Espelosín (1991).
TIERRAS BARBARAS 189
teo volvía a incidir de nuevo sobre la vertiente fabulosa de Egipto como una tierra
provista de maravillas de todas clases como las pirámides o la tumba de Oximan-
dias, en la misma línea de Heródoto a quien en ocasiones repetía, añadiendo eso sí
nuevas informaciones, fruto de sus propias investigaciones. Sin embargo la obra
tenía otras perspectivas más amplias que el mero recuento de mirabilia. Se alaba la
conducta justa de sus reyes, la excelente estructura social del país, su prosperidad
económica, sus leyes equitativas y las prácticas educativas tan firmemente asentadas
en el espíritu de la población. Esta excelencia de sus costumbres y la sabiduría de
sus legisladores se pone también de manifiesto a través del relato de las hazañas de
sus reyes, tema que al parecer constituyó una parte sustancial de su obra, si juzga
mos por el libro I de Diodoro que, según la opinión más generalizada, derivaría en
buena medida del perdido libro de Hecateo56. Egipto no es sólo una tierra pródiga
en bienes y bien gobernada según se desprende de la obra de Hecateo. Es la tierra
donde ha surgido la civilización y guarda por tanto el registro más amplio y comple
to de la memoria humana, el lugar donde los dioses se han encamado para hacer
efectivo dicho comienzo y darle forma y sentido. Teorías que sin duda fueron
importadas de la tradición filosófica griega, de la que Hecateo era deudor, para dar
forma más sistemática y consistente a la descripción veraz del país del Nilo, presen
tado aquí como el estado ideal, que superaba por tanto el viejo lógos herodoteo que
todavía servía de referente modélico57. Una visión de Egipto por tanto una vez más
mediatizada en la que primaban otra clase de intereses especulativos y propagandís
ticos que poco tenían que ver con la imagen más real e inmediata que se había ido
adquiriendo con el tiempo y la creciente presencia griega en aquellas tierras.
La imagen idealizada de Egipto desde la perspectiva regia de los nuevos dinastas
deja también su huella en las manifestaciones artísticas. A pesar de la incertidumbre
existente sobre su fecha precisa la célebre taza Famesio constituiría la pieza más
representativa a este respecto. De indudable factura helenística, esta impresionante
obra artística representa casi con toda seguridad una alegoría de la fertilidad del
Nilo, identificado aquí con la solemne figura masculina que preside la escena, sen
tada con una cornucopia frente a la que aparece una figura femenina vestida a la
manera de Isis, que según esta interpretación sería la personificación de la abundan
cia y prosperidad. El resto de las figuras que completan el cuadro podrían muy bien
encajar dentro de todo este esquema de idealización del país, puesto ahora bajo el
gobierno de los nuevos reyes. Se piensa en efecto que la figura central masculina
podría identificarse bien con Horus en el papel asignado en el mito griego a Triptó-
lemo, que enseñó a la humanidad el arte de la agricultura, o con alguno de los
gobernantes tolemaicos, agentes directos del mantenimiento de esta prosperidad y
abundancia, y el resto de las mismas representarían a las estaciones y los vientos,
56 Sobre este tema véase el amplio comentario dedicado por Burton (1972), especialmente la intro
ducción al mismo, donde se hallará bibliografía al respecto.
57 Murray (1972), 207.
190 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
elementos imprescindibles sin cuyo seguro concurso el milagro del Nilo no sena
hecho realidad58.
Dentro de la corriente artística del momento en la que la imagen de Egipto apare
cía idealizada o bien se destacaban sobremanera sus rasgos de exotismo deberíamos
incluir igualmente los célebres paisajes nilóticos, como el bien conocido mosaico de
Preneste, en los que el prodigioso río y todo el paisaje que despliega a su alrededor
son la nota más característica y definitoria de dichas composiciones. Un gusto por lo
exótico que se revelaba sobre todo en la extraña fauna del país, representada también
de forma repetida en mosaicos y pinturas, así como tema favorito de un nuevo géne
ro literario, conocido como paradoxografía, en el que se destacaba de forma especial
lo maravilloso, cuyos ecos se dejan ver todavía en obras más tardías como es el caso
de la célebre Historia de los animales de Eliano59.
La misma imagen de Egipto, una tierra idealizada repleta de maravillas en la que
se revela la historia más antigua de la humanidad, aparece también en Diodoro,
quien, a pesar de que visitó personalmente el país, utilizó sin embargo para la cons
trucción de su relato fuentes anteriores como el mencionado Hecateo de Abdera o
Agatárquides de Cnido. Todo el libro I de Diodoro es en efecto un compendio de la
historia divina y ancestral del país del Nilo, que es presentado aquí con toda la aure
ola religiosa y sapiencial que caracterizó a Egipto casi desde los primeros tiempos
de contacto con el mundo egeo60. A lo largo de las páginas de Diodoro Egipto se
presenta ante los ojos del lector como el antepasado primordial en el que se com
pendia todo un resumen de la historia de la humanidad, según lo ha calificado
Vidal-Naquet en su introducción a una reciente traducción de los dos primeros
libros de la Biblioteca61. Las normas y costumbres que rigen la vida de los egipcios
son objeto de una descripción idealizada que las presenta como el modelo que todos
los demás pueblos, incluidos en esto los propios griegos, se han empeñado en
imitar62. Egipto continúa siendo, a pesar de las reservas que el propio Diodoro
pudiera tener sobre los relatos que incluye en su obra, un instrumento literario, pres
to siempre a la idealización por los rasgos esenciales que se le atribuyen, que de
forma continuada se sigue utilizando como campo de pruebas donde pulir las defi
ciencias y sinsentidos de la propia sociedad helénica a través de un ejercicio retórico
con evidentes connotaciones ideológicas63.
58 Sobre esta obra, Pollit (1989), 400-403.
59 Sobre la paradoxografía, véase nuestra introducción a la traducción de los escritores de este géne
ro en la Biblioteca Clásica Gredos (en prensa), donde se hallará la bibliografía correspondiente.
60 Véase sobre el tema el libro reciente de Bemand (1994).
61 Vidal-Naquet en el prefacio a la traducción de M. Casevitz (1991).
62 Véase especialmente los capítulos 69-98 del libro I. Véase al respecto el correspondiente comen
tario de Burton (1972).
63 Véase el trabajo reciente de Lens y Campos Daroca (1993), donde se atribuye al propio Diodoro
la responsabilidad en la visión de Egipto que plantea en su obra, proponiéndola como una mejor explica
ción que la célebre utopía etnográfica de Hecateo en la que piensa Murray (1972) siguiendo las ideas de
Jacoby al respecto.
TIERRAS BARBARAS 191
última tendencia del “milagro” egipcio, al igual que tratados como los de Plutarco
sobre Isis y Osiris, donde el país del Nilo es el referente ideal de las prácticas reli
giosas o sapienciales y constituye al tiempo el mejor archivo donde rastrear la justi
ficación y legitimidad de las propias creencias70.
Este peso de la religión en el imperio se deja sentir igualmente en la novela grie
ga a partir de un determinado período que parece que hay que fijar en algún
momento del siglo II d. C. Sin embargo junto a esta imagen idealizada convive en la
novela otra mucho más realista y siniestra del país del Nilo, la de una tierra de ban
didos y rebeldes, donde podían resultar bien factibles toda clase de peripecias y
aventuras, ingrediente esencial y característico del nuevo género71. La imagen de
Egipto, que siempre conservó en la literatura griega un carácter de tierra fabulosa en
la que predominaban los mirabilia de todas clases fue por tanto deteriorándose
según avanzaba el conocimiento de la realidad histórica y se iba delimitando de
forma progresiva ese carácter ideal. Por otro lado el hecho de que Egipto pasase a
ocupar una posición secundaria dentro del panorama histórico, como una provincia
más del imperio, no hizo más que acentuar este proceso del que quizá la novela, al
menos en parte, constituye un buen ejemplo representativo.
Etiopía
La condición fabulosa de Etiopía aparece muy temprano en la literatura griega,
remontándose nada menos que a los propios poemas homéricos. Ya al comienzo de
la ¡liada se nos dice que Zeus en compañía de los demás dioses ha acudido
al Océano a reunirse con los intachables etíopes para un banquete72
Esa es también la intención de Iris, la divina mensajera, en uno de los últimos
cantos, cuando al ser invitada por los vientos a un festín rehúsa a causa de su viaje
hasta el país de los etíopes, en los cauces de Océano, donde
están ofreciendo hecatombes a los inmortales, para participar yo también del
sacro festín73.
La imagen que se desprende de estos primeros testimonios no es otra que la de
una tierra fabulosa situada en los confines del mundo, junto al Océano que lo cir
cunda, cuyos afortunados habitantes gozan en sus banquetes de la compañía de los
dioses, a los que con cierta frecuencia ofrendan piadosos sacrificios.
70 Véase por ejemplo el trabajo de Armstrong (1987).
71 Brioso (1992).
72 //., 1,423-24.
73 //., XXm, 206-207.
TIERRAS BARBARAS 193
Esta visión de una tierra de los confines, con tintes claramente utópicos, presenta
no obstante ciertas conexiones evidentes con la realidad más inmediata. Así el lla
mado lógos etíope se inscribe dentro del relato de las expediciones del rey persa
Cambises y sirve al tiempo para ilustrar de manera efectiva la locura del mismo,
que, como se comprueba en el presente caso, acabó conduciéndole al desastre. Etio
pía aparece como un objetivo más dentro de los designios expansionistas de Cambi
ses, que aspiraba también a conquistar a los cartagineses y amonios. Para llevar a
cabo su proyecto decide enviar previamente a unos espías ictiófagos, pueblo de las
proximidades, para que le proporcionasen la información precisa y tanteasen el
terreno con antelación.
Sin embargo Heródoto no deja pasar la ocasión de tratar al paso las maravillas
que se contaban acerca de aquellas lejanas tierras, que de manera un tanto imprecisa
sitúa a orillas del mar del sur, es de suponer que en el extremo de Libia, a medio
camino por tanto entre la realidad geográfica de Africa tal y como la entendieron los
antiguos84y las ideas preconcebidas acerca de los límites de la ecúmene y las gentes
que habitaban aquellos contornos. Menciona así aspectos destacados del escenario
utópico como la belleza de sus habitantes, “son los más altos y apuestos del
mundo”, su longevidad - viven hasta ciento veinte años y algunos incluso más-, la
forma ordenada de su gobierno - una monarquía cuyo trono lo ocupa aquel de sus
habitantes que sobresalía sobre los demás en altura y potencia física- , su dieta ali
mentaria a base de carne cocida y leche, la abundancia de oro - hasta el punto que lo
utilizan para fabricar los grilletes de los presos-, y por último lugares maravillosos
como la célebre Mesa del Sol, una pradera siempre repleta de carne cocida que esta
ba a disposición de todo el mundo y que según la versión indígena que Heródoto
dice aportar, era la propia tierra la que continuamente se ocupaba de reponer exis
tencias, o la fuente de aguas lustrosas y leves que estaba en el origen de su buena
salud.
El lugar reúne por tanto todos los componentes esenciales de una tierra fabulosa
de los confines, desde la abundancia infinita de alimentos y la aparente justicia de
su forma de gobierno hasta la condición de sus habitantes, superiores en talla y fuer
zas a los demás y con una larga vida a sus espaldas, y la misma inaccesibilidad de
su territorio, a cuya conquista debe renunciar Cambises tras la terrible experiencia
de su frustrada expedición85. Sin embargo la imagen que Heródoto presenta del pais
no es del todo idealizada, si bien conserva básicamente los rasgos de una tierra de
utopía. Su vena racionalista le lleva a admitir ciertas deficiencias como la existencia
de presos o la falta de bronce, que por ello mismo se convierte en uno de los bienes
más apreciados. La propia existencia de la llamada Mesa del Sol queda reducida en
84 Sobre este respecto, Wemer (1993).
85 Sobre la posible fuente de carácter utópico que pudo estar en el origen de este lógos heroilo
teo, Hadas (1935). Sobre la influencia en esta visión utópica de los etíopes de las condiciones hislót'icitN
reales del país en los primeros momentos, Snowden, Jr (1970), 144 y ss. y del mismo autor (1983), 46
y ss.
196 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
K6 Véanse los libros de Snowden (1970) y (1983) y el trabajo de Lonis (1981), donde se hallará tam
bién bibliografía pertinente a este tema.
"7 Hdt„ VII, 69.
»« Estr., 1,2, 32.
TIERRAS BARBARAS 197
la caracterizaban, que de alguna forma conectaba de nuevo, o quizá nunca lo perdió
del todo, con la vieja imagen mítica a la que se alude en Homero y de la que encon
tramos evidentes ecos en el lógos etíope de Heródoto89. En efecto, no sólo Eforo
situaba a los etíopes en los confines meridionales del orbe, provistos seguramente
de todas las connotaciones que esta localización tenía para sus tierras y habitantes,
sino que de nuevo podemos comprobar ecos evidentes de esta imagen ideal en las
páginas de Diodoro, donde los etíopes nos son presentados como una población
autóctona, los primeros que aprendieron a honrar a los dioses, motivo por el que sus
sacrificios eran los que más agradaban a la divinidad, que les concedía a cambio sus
divinos favores en forma de beneficios como la paz y la abundancia, en clara conso
nancia con el retrato homérico. No obstante en las mismas páginas, pero más ade
lante, Diodoro nos muestra una Etiopía que se adecúa algo más a la realidad históri
ca de los reyes sabios, con cuyos ecos han pretendido algunos conectar la imagen
mítica de estas tierras90. Una prueba de esta continua reactualización de la imagen
idealizada de Etiopía como una tierra ideal de los confines nos la proporciona la
novela de Heliodoro, en la que el retrato del país se corresponde en buena medida
con el viejo estereotipo a pesar de llevarse a cabo en una época ya tan avanzada en
la que se tenían suficientes noticias e informaciones acerca de la Etiopía real, exis
tente al sur del Nilo91.
A medio camino por tanto entre la realidad y el mito, la imagen de Etiopía en la
Antigüedad constituyó uno de los principales referentes del pensamiento mítico y
utópico entre los griegos. A pesar de las interferencias y confusiones que se origina
ron ya en época antigua a causa de querer ensamblar las dos imágenes dentro de un
conjunto homogéneo y coherente, la idea fundamental que acabó prevaleciendo en
el imaginario helénico fue la de una tierra fabulosa situada en uno de los confines
del orbe, provista de todas las bendiciones consiguientes como la abundancia y
prosperidad de sus tierras o el carácter sobresaliente de sus habitantes que descolla
ban en justicia y piedad, cuya particular relación con el Sol estaba en la base de
todas estas cualidades. Esta estrecha relación con el astro rey, que constituyó por
encima de todo su característica más destacada, fue también la responsable directa
de las confusiones existentes a la hora de tratar de situar sobre un mapa dichas tie
rras, oscilando entre el oriente propiamente dicho, llegando incluso a identificarse
con la India, y el sur. Mitos asociados con las tierras etíopes como el de Memnón,
para el que se dan ambas procedencias, o el de Andrómeda, son claros ejemplos de
esta vaguedad que todavía sigue existiendo en plena época romana tal y como pode
mos comprobar en Ovidio, que representa a Perseo trayendo a la heroína desde los
negros indios, localizando en un espacio difuso que se prolonga por los confines
sudorientales el país de origen de la mítica princesa.
89 Sobre la Etiopía mítica y su especial vinculación con el sol, MacLachlan (1992).
90 Véanse los mencionados trabajos de Snowden (1970) y (1983).
91 Marengo (1988).
198 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
La India
La condición fabulosa de la India como una tierra de los confines del orbe hace
su aparición en la literatura griega posiblemente de la mano de Escílax de Carian-
da, el almirante jonio que al servicio del rey persa Darío recorrió por vez primera
sus aledaños en una expedición por el Indo92. No sabemos prácticamente nada del
relato que hizo de su expedición salvo los ecos que haya podido dejar en las infor
maciones que manejaron sobre la India autores posteriores como Hecateo de Mile-
to o Heródoto93. A juzgar por algunas referencias que nos trasmiten algunos auto
res posteriores, Escílax debió incluir en su obra una serie de pueblos fantásticos
como los esciápodos, los macrocéfalos, los otolicnos o los monoftalmos, que
constituyeron más adelante una parte sustancial de la imagen fabulosa de aquellas
tierras94.
Si realmente Escílax llegó a desarrollar un relato de su expedición con inten
cionalidad literaria, muy diferente por tanto del informe oficial que pudo haber
elaborado para Darío, no resultaría extraño que se hubiese dejado llevar por la ima
ginación a la hora de describir un país situado en los confines del mundo para la
imaginación griega, y más teniendo en cuenta que se refería a unas regiones que
posiblemente no llegó a conocer de primera mano como eran las tierras del interior -
recordemos que llevó a cabo una navegación por sus costas-, sino tan sólo de oídas.
En el relato de Escílax debieron por ello entremezclarse ya los ecos difusos de una
geografía real pero desconocida en buena medida incluso quizá para algunos de sus
informadores que pudieron haber sido persas, ciertas leyendas locales o tradiciones
folclóricas no del todo bien interpretadas, y por fin el caudal imaginativo presente
desde antiguo en el mito griego, dispuesto a poblar los espacios más apartados de
seres fantásticos y extraordinarios. Si admitimos la posibilidad de que la célebre his
toria de las hormigas y el oro que encontramos en el lógos indio herodoteo proceda
también de Escílax95, su relato sobre la India habría estado plagado de elementos
maravillosos, constituyendo la base sobre la que más tarde se iría cimentando la
visión de la India como una tierra fabulosa en la que todo era posible, desde los pro
digios naturales y humanos hasta la perfección social y la sabiduría extrema96.
Es sin embargo nuevamente Heródoto quien nos proporciona una imagen más
completa de la India tal y como figuraba por entonces dentro de la imaginación
griega97. Dentro de su esquema del mundo, la India ocupaba el confín oriental y
92 Sobre la figura de Escílax, Cary y Warmington (1929), 61-62.
93 Hdt., IV, 44. Sobre Escílax, Gisinger (1929), Reese (1914), 35-53 y Karttunen (1989), 65-68.
94 Así Filóstr., Vit. Apol., III, 47; Harpocr., í . v . íit to yf\v oÍK oO u’T e j ; Tzetzés, Chil., 7. 629.
95 Véase al respecto nuestra argumentación en Gómez Espelosín (1995d).
96 Sobre la información de Escílax sobre la India y su significación posterior, Reese (1914), 39-52 y
Karttunen (1989), 65-68.
97 Hdt., III, 98-106. Véanse al respecto las obras de Reese (1914), 57-71, Karttunen (1989), 73-79 y
Dihle (1990).
TIERRAS BARBARAS 199
albergaba por ello, como todas las partes extremas del orbe, los recursos más pre
ciosos98. Situada junto a la salida del sol poseía igualmente los animales más gran
des y de sus árboles silvestres podía extraerse un copo de lana que superaba en finu
ra y calidad a la de las ovejas. Sin embargo esta visión magnificada de una tierra
extrema no comporta una valoración utópica o altamente idealizada si tenemos en
cuenta que sus habitantes no parecen recibir los beneficios directos de esta situa
ción, pues debían soportar el intenso calor de las mañanas, que les obligaba a per
manecer dentro del agua para aliviar así su fuerza, o tenían que realizar peligrosas y
arriesgadas expediciones para conseguir el oro, arrebatándoselo a las terribles hor
migas en cuyo territorio se extraía. Por lo demás, la condición física de sus habitan
tes no parece despertar especial admiración por su talla o hermosura y su compara
ción con los etíopes, por el color negro de su piel, parece remitir más bien a la ima
gen real de aquel país que a la visión mítica y fabulosa que hacía de él un lugar pre
dilecto de los dioses. Heródoto parece haberse interesado más por aquellos aspectos
etnográficos que revelan exotismo e incluso barbarie extrema a la hora de describir
a los indios. Son así presentados como gentes que se alimentaban a base de pescado
o carne cruda, cuando no de hierbas, se vestían a base de juncos, devoraban a los
enfermos o los abandonaban a su suerte y se apareaban en público como las reses.
La pintura que se desprende de todo el relato no es por ello la de una tierra bendeci
da por la abundancia y la prosperidad, regida por monarcas justos y sabios y repleta
por doquier de maravillas. El historiador jonio ha optado aquí por otra vertiente que
le permite a la vez desplegar sus dotes narrativas, que buscan satisfacer la curiosi
dad y fascinación por las tierras más lejanas, y utilizar estas mismas informaciones
con cierto sentido crítico al destacar las penurias que la condición extrema del país
y sus aparentes ventajas acarrean en la persona de sus habitantes, obligados a llevar
una vida que para pocos podría resultar envidiable.
A pesar del aparente revés que la información de Heródoto pudo significar, la
imagen de la India adquirió toda su connotación ideal con la obra de Ctesias de
Cnido, un médico griego que vivió durante largo tiempo en la corte persa a finales
del siglo V a. C. Ctesias se hallaba en una posición ciertamente privilegiada para
escribir sobre la India si tenemos presente que por aquel entonces el país formaba
parte, como una provincia más, del imperio persa. Hasta la corte india llegaban
enviados y embajadores de aquellas tierras a tributar sus honores al gran rey y a
entregar los tributos correspondientes. El médico griego, que gozaba del favor de la
reina madre y por ello de una posición destacada dentro de la corte, pudo muy bien
estar al corriente de las informaciones y noticias que llegaban hasta ella a través de
tales intermediarios o de los viajeros persas que por dichos motivos debieron aden
trarse hacia aquellos territorios. Ctesias sin embargo optó, como era de esperar por
otra parte, por dar pábulo a la fantasía ofreciendo una imagen de la India completa
mente fabulosa, la de una tierra abundante y prolífica en todos los terrenos, con una
98 Hdt., III, 106.
200 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
vegetación y una fauna sorprendentes y habitada por pueblos singulares que consti
tuyen toda una galería de rarezas y aberraciones".
A pesar de la pérdida de la obra, el resumen que de ella hizo el patriarca Focio,
aún con todas las limitaciones que ello supone100, nos permite entrever el carácter
esencialmente fabuloso de la descripción de la India que hacía Ctesias. Fue muy
leído en la antigüedad a pesar de la fama de mentiroso que le acompañó desde un
principio. A lo largo de sus páginas desfilaban todo tipo de fenómenos sorprenden
tes. Fuentes llenas de oro líquido o en las que se coagulaba el agua al ser extraída o
que arrojaban de nuevo al exterior a todos los que se lanzaban a ella; lagunas pro
ductoras de aceite; árboles cuyas raíces tenían propiedades magnéticas o producían
el ámbar; animales extraordinarios como la marticora, con un rostro parecido al del
hombre y que se defendía lanzando flechas desde su cola en cualquier posición,
asnos mayores que los caballos, de cabeza purpúrea y con un solo cuerno sobre la
frente, o gusanos gigantescos capaces de devorar enteros a camellos y bueyes; pue
blos exóticos como los pigmeos que sólo se vestían con sus largas barbas y poseían
un órgano sexual que les llegaba hasta los tobillos, o claramente fabulosos como los
cinocéfalos, con cabeza de perro, que ladraban en lugar de hablar y llevaban una
forma de vida agreste y salvaje, y los que no tenían ano, obligados por tanto a no
comer ni beber dada su incapacidad de evacuar lo ingerido.
Este cuadro pintoresco de la India en el que predominan de forma clara los ele
mentos fantásticos no está sin embargo desprovisto de ciertos rasgos ideales que
hacen de aquellas tierras un cierto lugar de utopía, donde a la abundancia y prodiga
lidad de la naturaleza en todos los campos se unen también otros aspectos como la
calidad de la vida humana y el predominio de la justicia. Muchas de las maravillas
naturales que abundan en el país poseen cualidades salutíferas que permiten a sus
habitantes una mejor forma de vida o los protegen de las inclemencias y desastres
naturales. Así el hierro que se extraía de una de sus fuentes, fijado en tierra, era
capaz de alejar las nubes, el granizo y los huracanes; el agua de la fuente que devol
vía a quienes se arrojaban en ella servía para sanar las herpes blancas y la sama; el
cuerno del unicornio, utilizado como copa para beber, evitaba los espasmos y la lla
mada enfermedad sagrada; y la raíz del árbol denominado párebo se administraba
como remedio contra los cólicos. Casi todos los pueblos son calificados de justos,
mantienen una buena disposición hacia su rey, viven durante muchos años, no son
presa de los dolores más habituales como los de cabeza, dientes u ojos, ni sufren
úlceras o gangrena, y demuestran un evidente desprecio hacia la muerte, segura
mente como prueba manifiesta de su sabiduría. Condiciones de vida sin duda idea
les que conforman un cuadro de vida utópico dentro de un espacio extraordinario y
sorprendente.
99 Sobre la imagen de la India de Ctesias, además de los ya mencionados libros de Reese (1914),
7 1-92 y Karttunen (1989), 80-85, Wittkower (1942) y Romm (1989).
100 Sobre este aspecto, Bigwood (1989).
TIERRAS BARBARAS 201
No todo es sin embargo positivo en esta visión de la India que nos presenta Cte
sias. A lo largo del resumen de Focio se dejan traslucir algunos problemas que pue
den hacer que la vida allí resulte enormemente difícil. El calor reinante llega a ser
asfixiante hasta el punto que algunos llegan a morir por su causa; la marticora,
auténtico devorador de hombres, se convierte en un enemigo ciertamente temible; la
ausencia de tormentas no les libera sin embargo de vientos y huracanes que lo arra
san todo; y en su suelo se producen venenos y pócimas mortales que ocasionan una
muerte instantánea o males terribles, como el veneno de la serpiente o el excremen
to del pájaro llamado dicairo. Los productos preciosos que alberga el país no se
encuentran tampoco al alcance y para llegar hasta ellos es necesario superar las
pruebas que suponen peligros tan evidentes como las serpientes que se crían en las
montañas de sardónice o los grifos que vigilan las regiones del oro. Incluso produc
tos como el árbol del ámbar se ven afectados por un pequeño animal que devora su
fruto. Probablemente en el relato de Ctesias se entremezclaban diferentes informa
ciones que quizá no han quedado del todo bien deslindadas en el resumen de Focio.
Así frente al carácter aparentemente ideal de los cinocéfalos, reducidos a un estado
primitivo de vida pero invencibles en la guerra por hallarse su región en unas mon
tañas inaccesibles, longevos y organizados en un orden social aparentemente justo
que permitía una cierta igualdad entre ellos, aparecían otras poblaciones menos utó
picas como los pigmeos o aquellos que podían ocultar buena parte de su cuerpo con
sus orejas, cuya propia apariencia buscaba ya provocar cierta comicidad, al destacar
sobre todo los aspectos exóticos y chocantes, e incluso quizá también se trató de
otros menos espectaculares, motivo por el que posiblemente fueron menos objeto de
atención del resumen del patriarca, cuyas condiciones de vida eran más duras y por
tanto más acordes con una realidad lejanamente presentida que ya antes habían sido
objeto del interés griego en el lógos indio de Heródoto y quizá de otros autores ante
riores. En el retrato de la India de Ctesias intervinieron seguramente diversos facto
res, desde el puro placer de fabular sobre un territorio desconocido y lejano que se
hallaba en los confines del mundo, hasta los intereses variopintos como los que
podían atraer la atención de un médico griego, la naturaleza y sus prodigios, acen
tuados en estas regiones de forma espectacular, las gentes y sus costumbres, ciertas
dosis de filosofía política que especulaba sobre el estado ideal, la curiosidad típica
mente jonia por todo lo extraño, y desde luego el peso inevitable de la tradición
mítica, que ya desde antiguo había venido poblando estos espacios lejanos de los
confines con toda clase de seres fabulosos.
La expedición de Alejandro pudo variar de forma radical la visión griega de la
India. A pesar de que quienes escribieron sobre ella a partir de entonces estaban en
una situación inmejorable por su presencia in situ y su mejor conocimiento de aque
llas tierras, lo cierto es que la imagen que trasmitieron al público a través de sus
obras continuó siendo básicamente la que Ctesias y sus predecesores habían forjado
anteriormente. La India como tierra de maravillas, un escenario imponente donde la
naturaleza desplegaba todo su potencial en todas las direcciones y la sede de unan
202 F. J a v ie r G ó m ez E sp e lo sín
gentes sabias y justas que sabían administrar con prudencia los dones excepcionales
de que disfrutaban. Al gusto por lo exótico y lo extraño se añadía ahora cierto tinte
filosófico resultado de los nuevos tiempos que tendía a trasladar a estas latitudes
lejanas los esquemas ideales de conducta basados en la temperancia y la austeridad.
Un claro ejemplo de esta tendencia lo constituye Onesícrito, el piloto de la nave
real, cuyas inclinaciones cínicas, condicionaron de forma evidente todo su relato de
la conquista101. Su descripción del país de Musicano, que nos ha conservado en
parte Estrabón102, presenta en efecto todos los rasgos de un estado cínico ideal en la
India, como ya señaló en su día Karl Trüdinger103. Dos son los elementos que se
destacan de forma especial en este retrato idealizado, la prodigalidad de la naturale
za, capaz de producir toda clase de bienes, y la sabiduría con que sus habitantes
regulan sus vidas. Los grandes árboles capaces de proporcionar sombra hasta a cua
trocientos hombres, toda clase de raíces y pócimas, beneficiosas las unas y dañinas
las otras, especias y aromas que tonifican el aire, y unas aguas cuyas propiedades
nutricias son las responsables directas de la peculiaridad de los animales existentes
en aquellas tierras, constituyen las señas más representativas de su descripción. De
sus habitantes destaca Onesícrito la longevidad, la frugalidad y buena salud, la orga
nización de comidas públicas al estilo espartano, el ejercicio de la caza para obtener
los alimentos, el empleo de los jóvenes como población laboral en lugar de escla
vos, también al estilo de cretenses y espartanos, el cultivo de la medicina como
única ciencia y la simplicidad de su sistema legal. Un cuadro ideal en suma que
tiene mucho más que ver, como se puede apreciar por las comparaciones y referen
cias que se hacen, con las obsesiones griegas sobre la sociedad perfecta que habían
conducido a idealizar sociedades como la cretense o la espartana, que con un retrato
aproximado de un estado indio de aquellos momentos. A ello se venía a sumar el
manifiesto interés de Onesícrito por todo aquello que podía resultar extraño o para
dójico en un mundo que ya de por sí ofrecía a los amantes de la naturaleza un obser
vatorio particular y privilegiado.
Una línea parecida siguió Megástenes, embajador seléucida al reino de Chandra-
gupta a comienzos del siglo III a. C. que escribió un tratado sobre la India, del que
deriva en buena parte el último de los libros de la Anábasis de Alejandro, obra de
Arriano, dedicado por entero a dicho país104. El retrato que Megástenes hace de la
India es también el de una tierra fabulosa con evidentes síntomas de idealización,
cuyas últimas razones cabe quizá buscar en una cierta intención propagandística.
Como ha señalado Andrea Zambrini nuestro autor “pretendía ofrecer una imagen
idealizada de la India, creando una especie de espejo ideal, en el que el estado seléu
cida pudiera reencontrar su propia imagen ideal y perfecta, mediante la exaltación
101 Sobre Onesícrito, Brown (1949), esp. cap. III. También Pearson (1960), 83-11 y Pédech (1984),
71-157.
102 Estr., XV,1, 21-24 y 34.
103 Trüdinger (1918), 138.
104 Al respecto, Meunier (1922), Schwarz (1974) y Zambrini (1987).
TIERRAS BARBARAS 203
de una realidad político-social extraña pero análoga por los complejos problemas
históricos a la del reino seléucida”105.
Por lo demás reaparecen en Megástenes casi todos los elementos fantásticos que
habían poblado las páginas de Ctesias, con la inclusión de algunos pueblos nuevos,
revelando así cual era el otro polo de interés que captaba la atención del embajador
griego. La India fabulosa poblada de seres extraordinarios se reactualizaba de nuevo
pasando a ocupar de forma definitiva la delantera con relación a la imagen más rea
lista que se iba haciendo sitio de forma progresiva con el avance de los tiempos106.
Basta echar un vistazo a las críticas de Estrabón sobre los escritores que tomaron
como tema a la India para damos cuenta de hasta dónde habían llegado las cosas en
lo que a los excesos de la fabulación respecta
la totalidad de los historiadores que han escrito sobre la India son, en gran medi
da, unos falsarios; lo es de manera exagerada Deímaco, y en segundo lugar
Megástenes, en tanto que Onesícrito, Nearco y otros por el estilo están todavía en
pleno balbuceo......Sobre todo hay que desconfiar de Deímaco y de Megástenes:
éstos son en efecto los que han contado historias sobre los hombres de orejas
como camas, sobre los sin boca o los sin nariz, así como sobre los de un solo ojo,
los zanquilargos y los de dedos que se doblan hacia atrás; revivieron también la
homérica batalla de las grullas contra los pigmeos, que llaman de “tres palmos”
y también hablaron éstos de las hormigas que excavan oro, de Panes con cabeza
de alfiler, de serpientes que se tragan bueyes y ciervos, con cuernos y todo; en
estas cosas suelen ponerse en evidencia unos a otros, como afirma también Era-
tóstenes107.
Basta echar un vistazo a las páginas del libro VII de la Historia natural de Pli
nio el Viejo para comprobar cómo la India se había convertido en efecto en uno de
los escenarios favoritos a la hora de desarrollar la inventiva e ingenio fabulador de
numerosos escritores, entre los cuales sin lugar a dudas sobresalía a todas luces el
ya mencionado Megástenes108. La India fue también objeto de atención preferente
por parte de los escritores de temas maravillosos, conocidos como Paradoxógrafos,
que sin duda encontraron en la literatura existente sobre aquellas tierras un material
abundante del que sacar partido de cara a sus particulares intereses109.
Esta fue sin embargo, a pesar de todas las críticas y excesos evidentes a que se
llegó en algunos casos, la imagen que prevaleció en la literatura según podemos
apreciar en obras de época imperial como alguno de los discursos de Dión de Prusa
o la célebre biografía de Apolonio de Tiana, obra de Filóstrato, donde el viaje a la
105 Zambrini (1983).
'06 Filliozat (1981).
“>7 Estr.,n, 1,9 (C70).
108 Plin., Nat. Hist., VII, 23 y ss.
109 Véase al respecto nuestra traducción de estos escritores en Biblioteca Clásica GredoN (en
prensa).
204 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
India del protagonista constituye uno de los elementos principales del relato. Dion
de Prusa nos presenta una imagen maravillosa de la India recorrida por ríos de
leche, vino, miel o aceite que fluyen libremente durante todo el año para todos a
excepción de un mes, en que lo hacen tan sólo para el rey. Los alimentos, mejores y
más accesibles, brotan por doquier al alcance de todos. La vida de sus habitantes
transcurre entre cánticos y fiestas tendidos a la orilla de los ríos en verdes praderas.
El canto armonioso de los pájaros sirve de telón de fondo a la placidez en medio de
la que transcurre la fácil vida de sus gentes mientras un viento moderado regula la
temperatura. Ni la vejez, ni la enfermedad ni la pobreza tienen lugar entre aquellos
hombres afortunados que gozan además de una larga vida de hasta cuatrocientos
años. Habitan sin embargo entre ellos, aunque apartados de todos estos deleites, los
brahmanes, dedicados por entero a meditar y reflexionar, sometidos a terribles tra
bajos físicos y a soportar de grado tremendas pruebas de resistencia110. La India tie
rra de la utopía convive por tanto al lado de la nueva imagen ideada en tiempos de
Alejandro, de la que fue posiblemente Onesícrito uno de los principales responsa
bles, como era la tierra sede de la sabiduría verdadera donde debían llegar por nece
sidad todos aquellos que deseaban contrastar la suya propia.
Este es precisamente el motivo fundamental del viaje de Apolonio hasta aquel
país, el de una peregrinación en busca de la legitimación de su condición de sabio
por medio del encuentro con los sabios indios111. Filóstrato nos presenta un recorri
do ante todo simbólico cuyas diferentes etapas son sólo el pretexto necesario para
introducir los diálogos y disquisiciones que permiten revelar la sabiduría del prota
gonista sobre las diferentes cuestiones. Se trata por tanto de un paisaje emblemático
lleno de reminiscencias fabulosas de las gestas de Alejandro como las estatuas de
oro que Alejandro y el rey indio Poro dedicaron respectivamente en el templo del
Sol o los altares erigidos en el punto final de la expedición donde estaba inscrita la
decisión de Alejandro de dar por concluida su campaña. Estos hitos se habían incor
porado ya dentro del imaginario griego a los demás indicios heroicos anteriores
como los de Heracles o Dioniso, que el propio Alejandro había seguido a lo largo de
su aventura por aquellos confines. Sin embargo en el retrato idealizado de Filóstrato
no falta la consabida dosis de elementos maravillosos que habían constituido el
principal referente de la India desde los primeros tiempos. Nos encontramos así con
el bálsamo de los árboles que utilizaban los indios como ungüento nupcial, los
peces pavorreal, el gusano blanco del que se extraía una clase de aceite cuya llama
era inextinguible, el unicornio con cuyo cuerno se fabricaba una copa milagrosa
capaz de proporcionar la inmunidad, una pequeña mujer, mitad negra y mitad blan
ca, árboles y plantas aromáticas de todas clases y por fin los fabulosos dragones, de
los que se ofrece incluso una descripción pormenorizada.
Sin embargo el objetivo final del viaje es la colina de los sabios, situada entre el
Hífasis y el Ganges, donde ni tan siquiera llegó Alejandro y hubieran fracasado en
sus intentos por lograrlo Heracles o Dioniso. Se trata por tanto de un lugar especial
y sacralizado del que Filóstrato nos ofrece una pintura con evidentes tintes oníricos.
Los sabios habitan en una colina tan alta como la acrópolis de Atenas que se
encuentra rodeada de una nube, donde se halla además un pozo del que emana un
arcoiris cuando el sol incide a mediodía sobre su fondo azul, un cráter de fuego,
donde se justifican las faltas inintencionadas, unas tinajas que contenían lluvia y
vientos respectivamente, y unas imágenes de dioses entre las que se encontraban las
de algunas deidades como Atenea, Apolo y Dioniso. Un escenario en suma adecua
do para albergar a los brahmanes, quienes provistos de anillos y báculos mágicos
son capaces de practicar la levitación en honor del sol.
Tanto Dion de Prusa como más tarde Filóstrato demuestran sin embargo una
cierta preocupación por la veracidad esencial de sus respectivos relatos, ejerciendo
una cierta crítica sobre algunos de los elementos más característicos de la imagen
fabulosa de la India vigente desde antiguo en la tradición griega. Dion remite su
relato a los que llegan de aquel país, si bien reconoce a renglón seguido que
no son muchos los que llegan, sino algunos y por motivos comerciales y sólo se
relacionan con la gente de la costa. Es la clase de indios más menospreciada, de la
que los demás suelen hablar mal112.
De esta forma parece poner ciertas limitaciones a la información disponible a la
vista de la reducida dimensión que dichos contactos implicaban y a la presencia más
que posible de elementos fabulosos en una narración hecha desde una perspectiva
tan limitada. De hecho refiere a continuación el viejo cuento de las hormigas guar-
dianas del oro, a manera de apéndice final a su excursus indio, en una muestra evi
dente del poderoso atractivo que seguía teniendo la imagen fabulosa de la India a
pesar de las restricciones impuestas por los nuevos tiempos.
Filóstrato demuestra igualmente una cierta postura crítica hacia algunos de los
elementos tradicionales que configuraban esta imagen fabulosa como los pueblos
fantásticos con la excepción de los célebres pigmeos, a los que sitúa sin embargo
más allá del Ganges, trasladando así su morada a lugares del todo inaccesibles y
fuera por tanto de cualquier clase de comprobación factible, pues ni siquiera Apolo
nio había conseguido llegar hasta allí. Desmiente también de forma clara la existen
cia de seres tales como la marticora o el agua de oro que emanaba de unas fuentes,
pero acepta en cambio las serpientes gigantescas de Nearco o las observaciones rea
lizadas por Ortágoras acerca del firmamento especial que podía contemplarse desde
aquellas latitudes113.
Arabia
Arabia, o lo que los griegos conocían bajo este nombre, que en un principio no
se extendía ni mucho menos a toda la península actual, ocupó también su lugar
correspondiente entre las tierras fabulosas a causa sobre todo de las especias y aro
mas que se producían en su territorio115. No se trata sin embargo de una pintura idí
lica. Tal y como aparece en la descripción de Heródoto, sus habitantes deben afron
tar serios peligros a la hora de conseguir estos preciados productos, evitando a las
serpientes aladas que moraban en los árboles que producían el incienso, o a una
especie de murciélagos que habitaban junto al lago donde se daba la canela, o a las
aves de gran tamaño en cuyos nidos podía hallarse el cinamomo116. Una vez más el
paisaje aparentemente ideal de un país fabuloso se compensaba con la existencia de
los terribles peligros que acechaban a todo aquel que intentara hacerse con sus pro
ductos. Pero a pesar de todo nos encontramos ante un escenario de características
extraordinarias, poblado de árboles particulares, lagos y escarpados riscos que pre
senta además ciertas cualidades específicas que lo convierten en un lugar ciertamen
te singular. Había sido esta la región donde se crió Dioniso, la tierra estaba bañada
por una fragancia enormemente agradable y allí se criaban ovejas con colas largas y
anchas.
Se atisban por tanto en medio de la equilibrada descripción de Heródoto, donde
maravillas y peligros guardan un cierto balance, signos evidentes de la fascinación
especial que suscitaban en la imaginación griega las tierras de los confines, si bien
114 Dihle (1984). En general sobre la India dentro del imaginario griego y los procedimientos segui
dos a la hora de diseñar su imagen fabulosa, Mund-Dopchie y Vanbaelen (1989).
115 Sobre Arabia en la Antigüedad, Altheim, Stiehl (1964) y Eph' al (1982) y el volumen colectivo
(1988).
116 Hdt., III, 107-113.
TIERRAS BARBARAS 207
en este caso las connotaciones míticas que encontraban además un buen motivo de
narración en las difíciles condiciones que imperaban a la hora de adquirir cada pro
ducto, se impusieron de forma clara sobre toda otra consideración de tipo ideal. De
todos modos la propia forma de denominación que se utilizó para designar aquellas
tierras, eí)8aí|itüv 'Apatía, tal y como aparece atestiguado en Eurípides y Aristófa
nes117, revela en cierta medida la condición fabulosa que se les atribuía en general
con independencia de los peligros evidentes que acechaban sus contornos.
La importancia creciente del comercio de especias y aromas hizo que aquellas
tierras de los confines penetraran muy pronto dentro de la geografía real. Uno de los
oficiales navales de Alejandro, un griego llamado Anaxícrates, condujo hacia el
324 a. C. una expedición hacia estas tierras, que al parecer resultó todo un éxito y
permitió conocer toda la costa occidental de Arabia118. A lo largo de la primera
mitad de siglo III a. C continuó la exploración de estos contornos y conocemos al
menos el viaje de un tal Aristón, siguiendo la ruta de Anaxícrates, bajo las órdenes
de Tolomeo II119. De hecho ya en época helenística se mencionan los diferentes pue
blos que habitan la región e incluso se establecen algunas distinciones entre ellos. Lo
que conservamos de la descripción geográfica de Agatárquides referente a estas tie
rras nos permite calibrar este mejor conocimiento de las mismas frente al vago retra
to que había trazado de ellas Heródoto en el pasaje correspondiente de sus Historias.
A pesar de ello no se rebaja la condición fabulosa de estas tierras de los aromas
y las especias. El relato de Agatárquides conserva en efecto rasgos evidentes de ide
alización como puede apreciarse en su descripción de la región habitada por los
Sabeos120. Se trata de un país que produce la mayor parte de las cosas que conside
ramos de más valor y en cuyo suelo se crían una cantidad innumerable de rebaños
de todas clases. Una dulce fragancia envuelve también por completo aquel territo
rio. Los espesos bosques de su interior proporcionan productos tan apreciados como
el incienso y la mirra. Tal es la intensidad del aroma que invade todo el país que
parece obra de la divinidad y desde luego constituye un hecho casi fuera del alcance
de toda descripción humana. De hecho se destaca la diferencia esencial que separa
la condición de las plantas de estas tierras de aquellas que se encuentran TTap' fpív,
sometidas al inevitable proceso de maduración, de tal forma que quienes han tenido
una experiencia directa de ellas llegan a pensar que han probado la mítica ambrosía,
ya que son incapaces de descubrir otro nombre que resulte adecuado al carácter
excepcional de dicho aroma.
Reaparecen no obstante en la descripción de Agatárquides los inevitables peli
gros que un paraíso de estas características suele encerrar, como las serpientes de
mortal picadura o los riesgos que para la salud puede acarrear esta atmósfera odorí
117 Eur., Bacc., 16-18 y Aris.,/lv., 144
118 Estr., XVI, 4,4 (C768); Teofr., H.P., IX, 4,1-9. Sobre el tema, Hógemann (1985), 80-87.
119 Tam (1929). La actividad de los Tolomeos se dirigió sin embargo hacia la costa africana del mur
Rojo y hacia las tierras del interior por motivos estratégico-comerciales, cf. Desanges (1978), 247-279.
120 Agatarq., F 99 b = Diodor., III, 46-47.
208 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
fera. Una vez más nos encontramos con la ley de las compensaciones referida a
estos lugares extremos del orbe, aderezada aquí además con ciertos tintes de doctri
na filosófica que predica la utilidad y placer que los bienes proporcionan a los hom
bres cuando se encuentran en la cantidad adecuada y en un cierto orden. Algo simi
lar les sucede a sus monarcas que llevan una vida afortunada en apariencia pero se
ven obligados por su condición a permanecer de continuo en el interior de su pala
cio si no desean ser lapidados por el pueblo en cumplimiento de un antiguo oráculo
que les ordenaba proceder de este modo si llegaban a encontrarles fuera de sus apo
sentos reales.
Con tintes más reales pero no menos fabulosos se nos describe la opulencia de
estas gentes que debido a su situación apartada - Siá t ó v 6 k t o t t l c t (i ó v - han podido
disfrutar en paz de su prosperidad y fortuna, cumpliendo de esta forma una de las
condiciones esenciales que caracterizan a todas las tierras fabulosas. El lujoso mobi
liario que poseen o sus estancias construidas con partes de oro, plata, marfil y pie
dras preciosas, son el resultado visible de esta privilegiada posición, que les ha per
mitido además disfrutar de una felicidad imperturbable - eúSai|iovía ácráXeuTOS'-
durante un largo período de tiempo por hallarse fuera del alcance de todos aquellos
cuya propia codicia les hace considerar lo ajeno como un don del cielo que se
encuentra también al alcance de sus deseos. Las consideraciones filosófico-políticas
de Agatárquides, que miraba con ojos críticos el expansionismo sin escrúplos de los
Tolomeos y quizá también el romano que se inició con posterioridad, le llevaron a
presentar ante los ojos del lector el estado de felicidad sin par que caracterizaba
estas tierras lejanas hasta la entrada en acción de los intereses ajenos que hicieron de
ellas un objetivo más de su conquista121. La descripción de Agatárquides no renun
ciaba sin embargo a destacar aspectos más fabulosos e incluso paradoxográficos,
muy en consonancia con el interés de los tiempos, como la condición sorprendente
del mar de los alrededores, de un color blanco, o la existencia de islas igualmente
prósperas en las que existían ciudades sin amurallar y en las que el ganado era tam
bién blanco y las hembras no tenían ninguna clase de cuernos.
De nuevo por tanto nos hallamos ante una imagen fabulosa de unas tierras en la
que intervienen diversos elementos, que van desde la habitual fascinación que ejer
cieron las tierras de los confines adornadas con todos aquellos productos deseables,
a la intrusión de determinados condicionantes ideológicos que presentan estos luga
res como un espacio ideal que puede gozar de su fortuna en paz gracias a su posi
ción apartada y lejos por tanto de las ambiciones de las grandes potencias del
momento. Un cuadro en suma donde se combinan en dosis diferentes los aspectos
míticos tradicionales, que hablaban de productos preciosos custodiados por seres
terribles, con otros de naturaleza más claramente histórica, que presentan ecos evi
dentes de una realidad algo deformada por un conocimiento incompleto y remiten a
121 Al respecto véase, Gozzoli (1978) y Verdín (1982/3). En general véase también la introducción
de S. Burstein a su traducción de Agatárquides (1989).
TIERRAS BARBARAS 209
la exploración y comercio con las regiones del sur del Mar Rojo en busca de los
aromas y especias. Un tráfico comercial que si en un principio se retrotraían sus pri
meros cabos hacia las zonas marginales del orbe, ya que sólo se conocían bien las
conexiones finales, acabó consolidándose al final del periodo helenístico y sobre
todo a lo largo de la época romana como una ruta casi habitual por la que circulaban
con regularidad esta clase de productos122.
Persia
La condición fabulosa de Persia parece en principio algo mucho más discutible.
Desde el principio fue para los griegos un país real situado en el Oriente que fue
motivo de preocupación y temor constantes en base a las amargas experiencias his
tóricas, en las que dicho imperio tuvo una parte determinante, que les tocó vivir a lo
largo de los siglos V y IV a.C.. Sin embargo el mejor conocimiento de una realidad,
tan sólo presentida al principio, y su inclusión como tema de fondo en los debates
ideológicos que caracterizaron sobre todo los inicios del siglo IV a.C. particular
mente en Atenas, convirtieron a Persia en un espacio ideal, sometido por tanto a
cualquiera de las deformaciones inherentes a esta clase de procesos, desde la utopía
política de Platón y la ficción novelesca de Jenofonte al retrato paródico y crítico de
algunos cómicos que lo pintaban como el pais de la abundancia y blanco favorito de
sus burlas.
El interés por el imperio persa se hizo manifiesto desde que apareció en el hori
zonte como amenaza latente para la vida de los griegos, especialmente de aquellos
que habitaban las costas de Asia Menor, donde esta presencia de dejó sentir más
temprano, incluso antes quizá de que la amenaza en sí se hiciera efectiva. Ecos de
este interés por Persia se dejan sentir en los autores trágicos, especialmente en aque
llas obras que tenían como tema de fondo el conflicto con los persas como las Feni-
cias de Frínico o los Persas de Esquilo, y en los autores de Persika, de los que ape
nas conocemos otra cosa que sus nombres123. Sin embargo, una vez más, es gracias
a Heródoto como obtenemos las primeras informaciones de carácter continuo sobre
el imperio persa. El retrato que del mismo nos ofrece el historiador jonio no reviste
caracteres ideales que permitan incluir a Persia entre las tierras fabulosas, si bien
tampoco aparece descrita con los tintes de un país hostil que representaba por enton
ces al enemigo por antonomasia del patriotismo helénico. A la curiosidad habitual
122 Así aparece al menos en el llamado Periplo del Mar Rojo, un manual para comerciantes escrito
posiblemente a lo largo del siglo I d. C.que revela la extensión y regularidad del comercio romano con
aquellas regiones. Véase al respecto la edición con comentario de Casson (1989), Sidebotham (1986) y
Casson (1993).
123 Sobre la aparición de Persia en los trágicos, Hall (1989), 56-100. Sobre los autores de Persika,
Drews (1973), 20 y ss. En general sobre el lugar de Persia en la literatura griega, Cantarella (1966) y
Georges (1994), 47 y ss.
210 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
por las costumbres extrañas y variopintas de todos los pueblos no griegos, Heródoto
suma aquí la fascinación evidente por la inmensidad de sus dominios y cierta admi
ración no escondida por algunos de los rasgos que caracterizan la conducta persa
como su desmedido amor a la verdad, la piedad filial o su religiosidad. Incluso los
monarcas persas, con la notoria excepción de Cambises, que concentra en su perso
na todos los aspectos negativos de la realeza como el despotismo o la crueldad, son
representados con evidentes signos de objetividad e incluso de simpatía124. Para
Heródoto de cualquier modo, Persia no era sólo un objeto de fabulación, como la
India, Escitia o incluso Egipto. Constituía el referente esencial que servía de base a
su historia del enfrentamiento entre griegos y bárbaros, un motivo de reflexión his
tórica hecho desde el otro lado aun con todas las limitaciones de un hombre impli
cado del todo dentro de los círculos atenienses que propugnaban por aquel entonces
la supremacía de un modelo cultural que se había establecido además por primera
vez precisamente con motivo de aquellas gloriosas victorias125.
Este interés por lo persa dio paso a una serie de historias de otra clase como la
de Ctesias, que tomaban como punto de atención los entresijos de la corte persa, con
sus disputas de harem y sus turbulentas conjuras que no contribuían ciertamente a la
idealización pero reflejaban la fascinación griega que en el fondo de todas estas crí
ticas y parodias se dejaba sentir hacia el gigante oriental desde un mundo mucho
más reducido en posiblidades y recursos que intentaba compensar estas deficiencias
con la orgullosa respuesta de la propaganda patriótica que ahondaba las diferencias
entre la forma de vida heléncia con sus sanos ideales y el modo de vida oriental,
débil y depravado, condenado desde el principio al fracaso y la sumisión ante un
adversario más fuerte. La evolución de los acontecimientos en suelo griego no cola
boraba precisamente a reforzar dichos ideales y ante la ruina evidente del sistema
“político”, consumido por los enfrentamientos internos y por la creciente debilidad
exterior ante las nuevas potencias que emergían en aquellos momentos como Mace-
donia, impulsaron la búsqueda de modelos alternativos que encontraron en el impe
rio persa uno de sus puntos preferenciales.
De esta forma, la Persia que aparece de fondo en una obra como la Ciropedia de
Jenofonte se convierte en un país casi ahistórico, un espacio ideal donde tiene lugar
la educación y la acción de gobierno de un rey sabio por antonomasia, figura que
encama ahora Ciro el grande. Una tierra en la que las coordenadas históricas dejan
de regir de forma absoluta para convertirse en algo mucho más fluido y modelable
de acuerdo con las intenciones moralizantes y educativas de Jenofonte126. Buena
prueba de esta labor de abstracción ideal es el propio comienzo de la obra donde
describe la denominada “ágora libre”, un lugar central donde se encontraban el pala
cio real y los demás edificios de gobierno, aislado del todo de los mercaderes y sus
tratos, con el fin de evitar que
124 Cantarella (1966), 493.
125 Jouanna(1981).
126 Al respecto, Hirsch (1985), Due (1989) y Georges (1994), 228 y ss.
TIERRAS BARBARAS 211
ñía de las propias diosas, Leto e Ilitía, en busca de un lugar adecuado para el parto
de la primera de ellas. Incluso la segunda fase, en la que otras dos doncellas llega
ron acompañadas de un cortejo para traer las ofrendas, fue pronto interrumpida ya
que los enviados hiperbóreos nunca regresaron a su país. En consecuencia decidie
ron confiar las ofrendas a los pueblos vecinos que de frontera en frontera las iban
pasando hasta llegar a la isla, manteniendo así el aislamiento y la seguridad que su
posición privilegiada les confería por naturaleza. Por tanto, a pesar de las críticas
aparentes y del recelo fundado que despertaba en Heródoto todo lo referente a los
hiperbóreos, hasta el punto que llega a equiparar la situación de este pueblo del
norte con unos supuestos hipemotios en el sur135, su relato deja todavía entrever
algunos de los rasgos ideales que caracterizaron desde un principio a este pueblo
fabuloso136.
Es en Píndaro, donde junto al mismo tipo de referencias que nos remiten a una
tierra de los confines donde mora una comunidad sagrada sierva del dios Apolo,
encontramos una referencia más precisa a las condiciones ideales que reinan en el
país de los hiperbóreos. Así en su Pítica X el poeta refiere
La música no está ausente de sus costumbres; por todas partes se agitan coros
de doncellas, resonar de liras y silbos de flautas, y con sus cabellos ceñidos de
aúreo laurel se divierten alegremente. Ni las enfermedades ni la vejez funesta
afectan a su sacra estirpe; por el contrario sin fatigas ni luchas viven sustraídos a
la más que justa Némesis.
En el mismo poema Píndaro recalca el aislamiento inabordable de este pueblo
pues
ni con naves ni yendo a pie podrías encontrar la senda maravillosa que conduce a
donde los hiperbóreos se congregan.
a donde sólo los grandes héroes, como Heracles o Perseo, guiados por los dioses,
pueden llegar para disfrutar de los banquetes y hecatombes que ofrecen al dios
Apolo, bien sea de forma momentánea137.
Una tierra en suma ideal, favorita de los dioses, en particular de Apolo, que se
goza en los banquetes y hecatombes que allí se le ofrecen, y dotada de todas aque
llas condiciones climáticas y paisajísticas que favorecen el desarrollo de una vida
fácil, lejos del todo de los sufrimientos y penalidades que asolan la vida humana. El
canto y la danza continuos con los que alegran sus días sus afortunados habitantes
135 Al respecto véase el artículo de Romm (1989).
136 La misma alusión a la historia de Abaris, un personaje excepcional que recoma la tierra sobre su
flecha sin probar bocado alguno, es una prueba manifiesta del carácter fabuloso de este pueblo, entre
cuyos moradores se contaban personajes de estas características. Sobre la figura de Abaris, Dodds
(1951), 140 y ss.
137 Pind., Pit. X, 30 y ss. (Traducción de P. Bádenas de la Peña y Alberto Bernabé en Alianza).
214 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
151 Hdt., IV, 25. Sobre los argipeos, Phillips (1960) y Gómez Espelosín (1995c).
218 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
entre los pueblos que habitan al norte del monte Ida desde donde Zeus contempla el
mundo152. Ecos de esta idealización volvemos a encontrarlos en Heródoto cuando al
referirse a los isedones los califica también de personas justas entre los que hombres
y mujeres gozan de los mismos derechos o en su digresión sobre la imponente
hidrografía del país que les hace disponer de los recursos más ventajosos. Sin
embargo estos rasgos ideales que pudieran haber conformado una imagen ideal de
Escitia quedan diluidos en un discurso etnográfico mucho más complejo en el que
priman otro tipo de consideraciones que tienen que ver más con esa representación
del Otro que, como ha estudiado bien Frangois Hartog, constituye el espejo defor
mante que sirve a Heródoto de campo de experimentación y reflexión sobre la pro
pia cultura griega153.
Pero aún con todo, y dentro de la perspectiva básicamente realista con que Heró
doto realiza su descripción de todas estas regiones, existen todavía espacios fabulo
sos como la región de los gerreos, lugar elegido por los escitas para situar las tum
bas de sus reyes, que aparece situada en los confines de su territorio, o el lugar lla
mado Exampeo en el que existía una fuente de la que manaba agua amarga que
enturbiaba el río Hípanis y donde podía contemplarse una enorme vasija de bronce
construida a base de puntas de flecha que un rey escita ordenó reunir con el objeto
de averiguar el número efectivo de sus súbditos154. Tampoco faltaban en estas
regiones recuerdos imborrables de la visita de los grandes héroes griegos como
Heracles, pues según contaban los indígenas, podía encontrarse en una roca cercana
al río Tires la huella de uno de sus pies de un tamaño cercano al metro, impresa
sobre la piedra155. Sin embargo, como el propio Heródoto reconoce previamente, el
país apenas contaba con curiosidades destacables fuera de los ríos, que eran los más
grandes y numerosos del mundo, o de la extensión de sus llanuras. La intensidad
creciente de los contactos con estas regiones del Mar Negro y las tierras del interior,
que ya habían iniciado los milesios en el período arcaico estableciendo colonias en
sus costas, desembocó incluso en el establecimiento de poblaciones de carácter
mixto como los calípidas, que al decir del propio Heródoto eran escitas helenizados
que vivían en las proximidades de la ciudad de Olbia, o al surgimiento de algunos
fenómenos de interacción cultural como los que parecen reflejar historias como las
de Anacarsis o Esciles156. Esta situación favoreció sin duda el mejor conocimiento
de estas regiones y fue relegando cada vez con mayor fuerza a los confines extre
mos, mucho peor conocidos, aquellos espacios imaginarios habitados por seres
extraordinarios que constituían el paisaje habitual de las tierras desconocidas. No
obstante este mejor conocimiento no significó que la descripción de estas regiones
tuviera una equivalencia completa con la realidad de las mismas. La presión inevita-
152 II, XIII, 5-6.
153 Hartog (1980).
154 Hdt., IV, 71 y ss. (gerreos) y IV, 81(Exampeo).
135 Hdt., IV, 82.
156 Hdt., IV, 76-77 (Anacarsis); 78-80 (Esciles). Sobre la figura de Anacarsis, Breebaart (1987).
TIERRAS BARBARAS 219
hicieron del mismo uno de los puntos referenciales que caracterizaban su cuadro
moral.
160 En general sobre este problema, G. Cruz Andreotti (1991), donde se hallará recogida la abundan
te bibliografía anterior sobre este asunto.
161 Sobre la imagen de Tartesos en la literatura griega, Plácido (1993). En general sobre la imagen
de la península en el mundo grecorromano, Gómez Espelosín, Pérez Largacha, Vallejo Girvés (1995).
162 En general, Blázquez (1969) y De Hoz (1989).
TIERRAS BARBARAS 221
Lidia
El histórico reino de Lidia, situado en la parte más occidental de Asia Menor y
por tanto punto de contacto y referencia inmediatos para los griegos de la zona de
Jonia, fue también en cierto modo objeto de una cierta idealización en la literatura
griega. La imagen que obtenemos del país a través de los poetas arcaicos parece ir
encaminada en este sentido, especialmente si tenemos presente que Lidia, y en par
ticular su capital Sardes, era para ellos el referente esencial de la riqueza y la opu
lencia infinitas, así como el paradigma del poder militar imponente. Las alusiones a
Lidia en estos primeros poetas de la lírica griega son ciertamente constantes. Para
Safo por ejemplo, Lidia constituye la representación suprema de todo lo máximo y
deseable, hasta el punto que para enfatizar el profundo amor que siente por su hija
Ciéis, utiliza el nombre de Lidia como contrapeso significativo a la hora de poner de
manifiesto el balance apropiado de sus sentimientos
Tengo una preciosa niña, que a las flores de oro
puede parangonar su belleza, mi muy amada Ciéis.
No la daría yo ni por toda la Lidia ni por la deseable...(152D)174.
Esa misma referencia a Lidia, esta vez a su pujanza militar que puede llegar a
constituir un verdadero espectáculo, la emplea también Safo a la hora de resaltar su
afecto por la ausente Anactoria
Cómo preferiría yo el amable paso de ella
y el claro resplandor de su rostro ver ahora
a los carros de guerra de los lidios en armas
marchando al combate. (27D).
173 Sobre la posición de Estrabón a este respecto, Laserre (1983), Thollard (1987) y Jacob (1991),
147-166.
174 Las traducciones de los fragmentos de los líricos pertenecen a la Antología de C. García Guul
publicada en Alianza (1980).
224 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
Sin salimos del universo afectivo de la poetisa lesbia encontramos otra referen
cia a Lidia, esta vez a su capital, Sardes. Allí ha ido a parar una de las muchachas
que formaban parte de su thíasos y que tan intensos sentimientos despertaron en su
corazón. Safo la recuerda con nostalgia, a través de las palabras y emociones de otra
de sus compañeras, sobresaliendo en medio de las elegantes mujeres lidias con el
vehemente deseo de recabar su presencia, sin embargo la realidad acaba por impo
nerse pues
el vasto mar que nos separa
no deja llegar hasta nosotras su llamada (98D).
Ciertamente desde nuestra perspectiva actual la distancia efectiva que mediaba
entre la capital lidia y la vecina isla de Lesbos no daría pie, ni siquiera en la más
ingenua magnificación poética de los sentimientos de distancia, a una expresión
semejante. Sin embargo esa distancia aparentemente franqueable aparece a la mente
de Safo como un abismo de separación que justifica esta clase de sentimientos.
Posiblemente, una vez más, Lidia era esa referencia lejana, a pesar de su proximi
dad geográfica, rodeada todavía de un cierto velo de fascinación por las riquezas y
el lujo que caracterizaban su corte real y el mundo de la nobleza circundante. Sardes
era segurmente la capital de la moda y la elegancia de aquel entonces, un lugar a
donde iban a parar unas cuantas de las jóvenes griegas educadas en el círculo de
Safo, que más tarde contraían matrimonio con nobles lidios de la zona, y de todos es
bien conocido el grado de deslumbramiento que desde estos centros de prestigio y
poder dimana hacia aquellas zonas en principio más atrasadas que los toman como
punto de referencia ideal.
Esa misma visión mitificadora, tomada ahora en su vertiente negativa, como
prototipo de encumbramiento excesivo o de hueca ostentación, pero a la postre
igualmente significativa de la operación intelectual consistente en rodear un lugar
determinado de cierta magnificencia especial con relación al propio ámbito familar,
la encontramos en otros poetas arcaicos como Alemán o Jenófanes. El primero de
ellos alude a esta posición particular de la capital lidia a la hora de calificar a un
individuo utilizando la táctica de la contraposición, siendo esta procedencia un indi
cativo suficiente de su especial condición en franco contraste con las primeras atri
buciones:
No era un hombre rústico
ni torpe - ni siquiera entre sabios-
ni un tesalio de origen,
ni un pastor de Erisique;
mas procedía de la encumbrada Sardes (13D).
El segundo de los poetas mencionados utiliza la referencia lidia para criticar la
indolencia y el lujo inútil, aprendido de los lidios, de sus propios conciudadanos de
TIERRAS BARBARAS 225
Colofón (3 D). La imagen de la Jonia afeminada y muelle, que pronto entró en com
petencia con la imagen más viril y austera del griego continental, debe mucho sin
duda a esta proximidad al reino de Lidia, origen de esta clase de refinamientos y
dispendios que eran considerados típicamente orientales y contrarios por tanto al
espíritu griego, más “europeo” de quienes habían permanecido en el continente sin
un contacto permanente con los imperios de Oriente175. .
Esa misma visión mitificadora, aunque ahora ya más reducida, sobre todo tras la
derrota del rey Creso ante los persas a finales del siglo VI a.C., aparece también en
el lógos lidio de Heródoto176. Si bien la región no presenta a los ojos del historiador
griego demasiadas maravillas dignas de mención, la historia de la misma, y espe
cialmente su casa real constituye todavía el enorme vivero de referencias morales a
través de las cuales Heródoto nos va trasmitiendo sus valoraciones y reflexiones
acerca de cuestiones tan decisivas como la inevitabilidad del destino o el sentido de
la verdadera vida feliz. La figura imponente de Creso ocupa en efecto un importante
papel en la historia herodotea, hasta el punto de constituir una referencia mítica más
dentro de la misma, casi parangonable a la de otros personajes que sobrepasan con
creces los límites estrechos del personaje real para pasar a convertirse en un auténti
co paradigma del comportamiento humano, con todas sus virtudes y defectos, sus
miserias y grandezas, sus ventajas y limitaciones177. Sólo un país como Lidia que
había gozado de esa posición privilegiada por los avatares de la historia griega en la
región asiática y se había alzado a ese pedestal idealizado que hemos comprobado
en las referencias y alusiones de los poetas líricos de la época, pudo haber albergado
a un personaje tan especial y haber dado pie para convertirlo, en una operación inte
lectual más de las muchas con las que operaron los griegos de este período y que
Heródoto supo muy bien recoger, en un individuo por encima de sus propias circus-
tancias históricas.
Libia
La imagen del continente africano, denominado en un principio Libia por los
griegos, es deudora también en buena medida del mismo complejo de elementos
míticos y fabulosos que predominó en la descripción del mundo bárbaro dentro del
imaginario helénico. Ya en el principio del período arcaico aparece como una tierra
lejana y desconocida, objeto del interés de los primeros navegantes griegos que
esperaban encontrar allí la riqueza agrícola y ganadera que faltaba en sus lugares de
origen. Esta es al menos la imagen que se desprende del relato del viaje de Menelao
175 Para las relaciones de Lidia con el mundo griego sigue siendo válida la ya vieja obra de Radet
(1893). También Dunbabin (1957), 62 y ss.
176 Hdt., I, 93 y ss. Sobre el logos lidio, Talamo (1985) y Lombardo (1990).
177 Evans (1991), 44-51.
226 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
en la Odisea cuando al recordar su itinerario por las regiones orientales del Medite
rráneo menciona entre ellas a Libia como punto final del recorrido
Libia donde los corderos enseguida crían cuernos, pues las ovejas paren tres
veces en un solo año. No andan allí faltos de amo ni de pastor, de queso ni de
carne, ni de dulce leche pues siempre están dispuestas para dar abundante
leche178.
Una tierra por tanto de promisión situada al otro lado del mar, todavía mal cono
cida pero que atraía ya desde muy temprano las miradas y la atención de los nave
gantes griegos en busca de botín y aventuras. Sin embargo la fama de su prosperi
dad agrícola debió atraer igualmente a quienes pensaban en proyectos de una mayor
envergadura como era la fundación de una colonia en aquellos territorios. La histo
ria de la fundación de Cirene, tal y como nos la relata Heródoto179, muestra cómo
todavía en esos momentos la situación precisa de Libia y los caminos que conducían
hasta ella a través del mar eran algo prácticamente desconocido que no invitaba en
un principio a los colonos a emprender la aventura en esa dirección. Más tarde,
cuando la insistencia del oráculo de Delfos en su mandato a los de Tera de fundar
allí una colonia se hizo ya apremiante, aquellos decidieron acudir a Creta en busca
de algún marinero de la propia isla o extranjero que hubiese llegado alguna vez
hasta aquellos parajes. La tarea no resultó ni mucho menos sencilla, pues después de
mucho deambular por la isla hallaron por fin a un pescador de la ciudad de Itanos,
un tal Corobio, que pudo conducir la expedición de Tera en busca del destino fijado
por el oráculo délfico. Con independencia de la veracidad esencial de dicha historia
y sus posibles interpretaciones, lo que aquí nos interesa resaltar es la condición de
país semifabuloso y desconocido que Libia mantenía por aquel entonces dentro de
la conciencia griega general, hasta el punto de que tales pasos sean objeto detenido
de la consideración de Heródoto y aparezcan como elementos significativos a la
hora de elaborar su historia de la fundación de Cirene.
Poco es lo que sabemos de aquellos escritores griegos que hicieron de Libia el
objeto principal de sus obras como Caronte de Lámpsaco o Hecateo, y por ello
debemos una vez más basar todo nuestro análisis de la visión griega de estas tierras
sobre el correspondiente lógos libio que aparece en las páginas del historiador de
Halicamaso180. Este relato ha sido objeto de concienzudos análisis positivistas por
parte de algunos estudiosos en la idea de apoyar mediante evidencias procedentes
de la arqueología o de la etnografía moderna las noticias que el historiador griego
nos proporciona acerca de aquellas regiones181. No es nuestra intención enmendar
aquí la plana a tan reputados especialistas, que seguramente tienen buena parte de
178 Od., IV, 85-89.
179 Hdt., IV, 150 y ss. Al respecto Caíame (1988); (1990) y Malkin (1994), 169 y ss.
180 Berti (1988).
181 Gsell (1916), Berthelot (1927), 144-180, Camps (1985) y Pritchett (1993), 254-259.
TIERRAS BARBARAS 227
razón en sus pretensiones de equiparar las noticias que proporciona Heródoto con
referencias de la realidad histórica, sino tan sólo señalar la parte importante a nues
tro entender que dentro del lógos libio debe su razón de ser a la visión imaginaria
griega de las tierras bárbaras.
Heródoto sin duda poseía información acerca de las tierras del norte de Africa a
través de la ciudad de Cirene, a la que parece que llegó a lo largo de sus viajes182, y
por ello es muy posible que a la hora de elaborar su correspondiente relato haya
tenido en cuenta dichos elementos, algunos de ellos puramente reales, fruto de la
simple observación personal, otros oídos al socaire en conversaciones privadas con
ciudadados griegos de la colonia, o llegados hasta allí a través de las noticias confu
sas que viajeros y comerciantes que se habían aventurado hacia las tierras del inte
rior, difundieron acerca de su insólita experiencia. Sin embargo sus intereses iban
por otro camino a la hora de construir su relato que el de reflejar con toda exactitud
una geografía desconocida y sin interés específico para sus lectores griegos más allá
de aquellos puntos referenciales que traducidos en el retrato ideal de aquel espacio
bárbaro podían mover a la reflexión moral o simplemente suscitar la curiosidad y el
entretenimiento.
De esta forma el lógos libio de Heródoto nos presenta los trazos inequívocos de
una tierra fabulosa, escasamente idealizada en el aspecto utópico pero con los sufi
cientes elementos imaginarios como para constituir un espacio más dentro de esa
geografía ideal y puramente ficticia en el fondo de las regiones extragriegas de la
ecúmene. Ante nosotros desfilan una serie de pueblos curiosos que presentan unas
costumbres llamativas que merecen la atención preferencial del historiador en su
breve recorrido por estas tierras. Rasgos evidentes de exotismo como el de las muje
res de los adimárquidas que tras arrancar los piojos de sus cabellos los daban un
mordisco y los escupían en venganza por su acción parásita anterior, o las curiosas
formas de “peinado” que adoptaban algunas de estas tribus al afeitarse una parte de
la cabeza y dejar crecer el pelo en el resto de la misma, con diferentes variaciones
entre unos y otros, a la izquierda, a la dercha, delante, detras y en el centro. En este
mismo terreno hemos de situar el habitual interés del historiador por las costumbres
guerreras o funerarias de algunos de estos pueblos, como el que porten en las bata
llas escudos elaborados con pieles de avestruz o el que los nasamones entierren sen
tados a sus muertos.
No ocupan un lugar menos importante aquellas obsesiones típicamente griegas
como la referente a la comunidad de las mujeres que aparecen reflejadas por
doquier a lo largo de las Historias, atribuidas a diferentes pueblos183. Las costum
bres nupciales de los nasamones que establecían que la novia debía pasar previa
mente por las manos de todos los invitados a la boda, la extrema promiscuidad de
los maclies o la estima en que se tenía a la que había mantenido mayor número de
relaciones sexuales entre las mujeres de los gindanes, apuntan sin duda en esta
dirección. Así mismo, dentro de este complejo ideológico relacionado con la posi
ción de la mujer y su status dentro de la sociedad, podemos incluir igualmente la
prueba ritual de las doncellas entre los mismos maclies que comprobaban su virgini
dad a través de un combate mantenido entre ellas a base de piedras y garrotes, sien
do catalogadas como impuras aquellas que habían perecido en el curso de la prueba.
Más que la precisa atribución de una costumbre de esta clase a un determinado pue
blo indígena o a otro, el interés de Heródoto y de sus lectores estribaba más bien en
el reflejo dramáticamente ilustrado de esta clase de obsesiones que latían con fuerza
dentro de la propia mentalidad helénica.
Dentro de este mismo plano cabría considerar también la insistencia puesta en
aspectos de la vida de los nasamones tales como sus juramentos sobre aquellos de
sus conciudadanos que habían sido los más ecuánimes y valientes, poniendo las
manos sobre sus tumbas, o la forma en que realizaban los acuerdos, dándose de
beber uno a otro con sus respectivas manos cuando disponían de líquido o si no
lamiendo el simple polvo del suelo. Sin duda la enorme importancia de los juramen
tos y los acuerdos en la vida cotidiana griega, y posiblemente también las dificulta
des que conllevaba su estricto respeto y mantenimiento en una cultura donde el arte
del engaño o la astucia desempeñaban un destacado papel hasta el punto de tener en
Odiseo un verdadero modelo de conducta184, eran en definitiva los referentes últi
mos de esta clase de observaciones.
No faltan tampoco dentro de este cuadro referencias a pueblos de indiscutible
procedencia mítica en la tradición griega como los lotófagos, a pesar de que ahora,
lejos ya de su contexto poético, aparecían perfectamente integrados dentro de la
secuencia etnográfica, llegando a describirse el fabuloso fruto de una manera cierta
mente realista que facilitaba su inserción y aceptación plena mediante la compara
ción con otros productos más familiares como el lentisco. Este es también el caso de
las célebres mujeres guerreras, las míticas Amazonas, camufladas aquí ahora en el
etnónimo indígena de los záveces, uno de los muchos pueblos que aparecían situa
dos más allá de la frontera de credibilidad asumible que el propio historiador esta
blece a lo largo de su relato, utilizando como límite definitorio el célebre río Tritón,
que divide de esta forma el conjunto de lo más familar y asumible, de aquel otro
mucho más lejano y desconocido, sujeto por tanto más a la fabulación y la fantasía
de los propios informantes indígenas185. Es precisamente este mismo río el que esta
blece la línea de demarcación entre la parte de Libia mejor conocida en la que exis
tía una fauna relativamente normal, o al menos parangonable con el resto de las
184 Walcott (1977).
185 Esta táctica delimitadora de zonas relativas de veracidad la lleva a cabo Heródoto en otros
muchos pasajes de una forma sutil, hasta el punto que ha despistado con ello a los estudiosos modernos y
hu conducido a posturas quizá en exceso radicales, pero sumamente sugerentes y enriquecedoras como la
ile Fehling (1989). Hemos procedido a un análisis de este estilo en otro lugar, referido al mundo de los
iii'ttipcos, Gómez Espelosín (1995c).
TIERRAS BARBARAS 229
186 e s ei caso de Dionisio Escitobraquión que situará en estas regiones, y en concreto en el lago Tri
tónide, algunos de los mitos griegos más celebrados, tal y como aparece reflejado en las páginas de la
historia de Diodoro. cf. Rusten (1982) y la parte correspondiente de este mismo libro donde se tratan sus
tabulaciones utópicas.
230 F. J a v ie r G ó m ez E sp e lo sín
que maldecían al sol cuando quemaba en exceso y lo injuriaban a menudo por los
agobios y ardores que provocaba; y por fin la tierra de los atlantes en cuyas cercaní
as se encontraba la montaña del Atlas, que tenía una forma estrecha y circular y
cuya cumbre no podía divisarse desde el suelo ya que se hallaba siempre oculta
entre las nubes, a la que los indígenas consideraban la columna del cielo, unas gen
tes también particulares que no se alimentaban de seres vivos ni tenían visiones en
sueños. Llegado a este punto Heródoto confiesa su incapacidad de seguir más allá
en su relato a pesar de que reconoce que dicha faja arenosa se extendía hasta mucho
más allá de las columnas de Heracles, abriendo con ello de nuevo un espacio de
fabulación absoluta que concede de manera inmediata credibilidad automática a
todo lo que precede, dada su aparente fundamentación en el firme conocimiento del
historiador.
Todo este abanico abigarrado de pueblos y lugares sometido a una más que sos
pechosa regularidad en sus intervalos, presentaba así a los ojos del auditorio un
espacio ciertamente fabuloso en el que aparecían elementos tan característicos como
la Fuente del sol o el monte Atlas, que además de su valor simbólico independiente
dentro del imaginario griego, representaban el papel de hitos determinantes que
marcaban el inicio y el final de toda la secuencia imaginaria de las lomas de sal y
sus respectivos pobladores. Un espacio en definitiva en el que se entremezclaban
diferentes elementos como las rarezas y curiosidades naturales muy propias de la
ciencia jonia y del gusto paradoxográfico posterior como la susodicha fuente, los
mencionados bueyes que retrocedían al pacer o la curiosa forma de alimentación a
base de reptiles de los etíopes trogloditas que les hacía emitir unos sonidos adecua
dos a dicha dieta en lugar de una lengua humana articulada; o ciertas alusiones de
carácter mitológico como la peculiar rebeldía de los atarantes contra el sol que
recordaba sin duda la actitud retadora de Heracles cuando se disponía a marchar por
aquellas tierras en busca de las vacas de Gerión y la misma presencia de una pobla
ción etíope, que a pesar de su extraña dieta conservan sin embargo cualidades
excepcionales de la mítica raza como la suprema velocidad, obligando a sus capto
res a utilizar el carro como única forma de darles caza.
No faltan tampoco los consabidos paisajes idílicos, si bien dada la naturaleza
general del país, en el que predominaban los desiertos, éstos se encuentran más bien
dispersos y aislados como la colina de las Cárites, cubierta de bosques en franco
contraste con el resto de la región, como señala el propio Heródoto, o la isla Círavis,
llena de olivos y viñas. Mayor continuidad ofrecen comarcas como la que riega el
río Cínipe, que iguala a la mejor región en producción de trigo y no se parece en
nada al resto de Libia, o la región lindante con Cirene, zona ya cultivada y ocupada
de lleno por griegos, que llega a producir hasta tres cosechas anuales.
Un cuadro general por tanto ciertamente fabuloso, si bien en su elaboración han
podido intervenir ciertamente elementos tomados de una realidad más próxima o
lejana, mejor conocida o deficientemente interpretada, pero cuya intención queda
clara en algunas de las observaciones generales que recorren todo el relato, como
TIERRAS BARBARAS 231
abundante número de pueblos que constituían Libia y su enorme diversidad, rasgo
definitorio de todas las tierras lejanas y por ello fabulosas en una buena medida, la
salud proverbial de sus gentes, considerados por Heródoto los más sanos del
mundo, su carácter pionero en determinados aspectos religiosos que han pasado más
tarde a ser adoptados por los griegos como las égidas o los gritos rituales, y por últi
mo el carácter autóctono de sus habitantes. Son precisamente las dos poblaciones
autóctonas que pueblan esta parte del orbe, como libios y etíopes, los únicos que
han resistido el avance imparable del expansionismo persa al quedar relegados a
zonas marginales y extremas, difíciles por tanto a la hora de acceder a ellas y lejos
así de las ambiciones más comunes que centran el interés y la pasión de las gentes
del mundo conocido y civilizado. Un espacio ideal en suma, abierto a toda clase de
prodigios y maravillas, surcado en el pasado por los héroes de antaño y que presenta
indudables signos de carácter primordial que lo sitúan fuera del alcance de otros
escenarios más familiares y comunes.
Este carácter semifabuloso de Libia se mantuvo vivo en la literatura griega pero
quedó reducido de forma fundamental a sus elementos mitológicos y teratológicos.
La postura de los intelectuales de Cirene, principal ciudad griega implantada en
Libia, fue la de resaltar los orígenes míticos de la colonia tratando de helenizar den
tro del mismo esfuerzo anticuarista los orígenes de los pueblos indígenas que empe
zaron a adquirir imaginarios parentescos con los héroes de antaño187. Esta tendencia
a la conexión mítica del solar africano con la leyenda griega ya aparecía de hecho en
el lógos herodoteo cuando recuerda que los maxies se hacían descender de los troya-
nos188, pero fue seguramente explotada a conciencia en época posterior cuando los
intereses patrióticos de la nueva fundación y su demanda de prestigio internacional
dentro del concierto helénico pusieron en marcha operaciones intelectuales de esta
clase. El papel desempeñado por Libia dentro de la leyenda griega adquirió entonces
un señalado desarrollo, quizá concretando o racionalizando la tendencia que ya desde
antiguo hacía de estos parajes extremo occidentales la morada de seres monstruosos
como las Gorgonas y el gigante Anteo o la sede del fabuloso jardín de las Hespéri-
des. Episodios de la saga de Heracles o de la de Perseo empezaron a tener su concre
ción en aquellas regiones, haciendo de Libia una tierra fabulosa cuyo suelo era capaz
de dar cabida a seres y fenómenos del todo extraordinarios. Concepción ésta que
puede estar en el trasfondo del curioso Periplo de Hanón y su presentación fantástica
de los parajes oceánicos del continente africano con columnas de fuego que llegaban
hasta el cielo, lagunas interiores rodeadas de vegetación exuberante donde podían
contemplarse por la noche extrañas luces y aterradores sonidos, y mujeres salvajes
que resistían con violencia inusitada cualquier intento de captura189. Bien fruto de
187 Este fue el caso de autores de Lybika como Teocresto, Acesandro, Agroitas, o Menecles de
Barca, cf. Berti (1988), 148 y ss.
188 Hdt., IV, 191.
189 García Moreno (1989).
232 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
una tradición intelectual indígena que deseaba conectar las viejas leyendas libias con
el universo de la saga heroica griega, bien una extensión más de la geografía fabulo
sa e imaginaria existente desde los inicios en la propia tradición helénica, cada vez
más actualizada y ajustada a los nuevos conocimientos, lo cierto es que esta imagen
fabulosa de Libia en su vertiente mítico anticuarista perduró a lo largo de toda la
Antigüedad, como podemos detectar a través de textos tan significativos a este res
pecto como la Vida de Sertorio de Plutarco cuando recuerda la tradición local exis
tente sobre la tumba de Anteo que el propio general romano se encargó de exhumar,
o el excursus libio existente en el Bellum Iugurthinum de Salustio donde se da cabida
a esta clase de fabulaciones190.
La vertiente teratológica fue, como dijimos antes, la otra corriente en que el
carácter fabuloso de Libia pervivió dentro de la literatura griega. Con el mejor
conocimiento de la región por obra de la conquista romana y la presencia in situ de
historiadores griegos como Polibio, fue éste uno de los aspectos que más llamaron
la atención del continente africano, considerado ya desde Heródoto y posiblemente
desde antes, una tierra propicia para albergar bestias de todas clases191. Una tenden
cia cada vez más fuerte que se verá reforzada sobre todo a lo largo del siglo I a.C.
con obras como las de Ipsícrates de Amisos, Alejandro de Mindos, Tanusio Gémino
y el rey númida Juba II, interesados de forma especial en dar a conocer las maravi
llas que en este sentido albergaba la tierra de Libia. También esta corriente contaba
con antecedentes más antiguos que podemos encontrar sin ir más lejos en los trata
dos aristotélicos, donde se encuentra el célebre aserto “Libia siempre produce algo
novedoso”, que hizo sin duda fortuna a la hora de recabar la información disponible
sobre la fauna del mundo habitado en todos aquellos que se interesaban por este
campo concreto del saber192. Libia se convirtió de este modo en un auténtico museo
de rarezas y curiosidades zoológicas presto siempre a asombrar a un auditorio bien
dispuesto a acoger toda esta clase de maravillas, sobre todo tras el éxito evidente
que había tenido el llamado género paradoxográfico desde el comienzo del período
helenístico, una corriente que se deja sentir en obras como la Historia de los anima
les de Eliano o en los numerosos pasajes de Plinio donde se alude repetidamente a
la fauna de estas regiones africanas193.
190 No es nuestro objeto el tratar el problema de las fuentes del historiador latino a este respecto,
asunto para el que remitimos a García Moreno (1991).
191 Véase el elenco que el de Halicamaso presenta a este respecto dentro de su lógos libio, IV, 191,
3 y ss. Al respecto Camps (1985).
192 Romm (1992), 88 y ss.
191 Wemer (1993).
LA HELADE IDEAL
La tendencia a idealizar no se limitó a las islas de los confines o a las tierras bár
baras más o menos lejanas. Incluso los propios paisajes griegos, mucho más fami
liares y próximos a la percepción directa de sus habitantes, fueron también objeto de
idealización y convertidos, siquiera en una mera operación intelectual o emotiva, en
tierras fabulosas que representaban el escenario más adecuado para una vida feliz y
afortunada. Ciertamente en ellas no se daban las bendiciones incontables de la natu
raleza que se atribuían a los países de los confines del orbe ni las maravillas o prodi
gios que podían encontrarse a cada paso en tierras bárbaras como la India o Egipto.
Ahora se trataba de lugares apacibles, incluso encantadores en algunos momentos,
que, por sus leyes y forma de gobierno o por gozar de un clima extraordinariamente
templado y una mezcla adecuada de las estaciones, permitían que los hombres que
allí habitaban alcanzasen una forma de vida ideal que podía constituirse como un
modelo a imitar. La historia mítica, el aislamiento, el prestigio cultural y los afanes
políticos desempeñaron sin duda un papel decisivo en esta clase de procesos de
idealización pero en todo caso revelan una tendencia innata al espíritu griego como
era la de imaginar paisajes ideales, propios o ajenos, más o menos accesibles que
evocaban viejos sueños de grandeza pasada y permitían albergar alguna esperanza
en un futuro incierto.
Creta
Un caso evidente de idealización dentro del mundo griego lo tenemos en la isla
de Creta, el viejo solar del gran Minos, que desde siempre había estado presente en
la conciencia mítica de los griegos. A pesar de que los griegos de la época clásica
ignoraban la existencia de la civilización enormemente avanzada que se había desa
rrollado en la isla a lo largo de la primera mitad del segundo milenio, existía la con
ciencia de su pasada grandeza, tal y como la vemos reflejada en la Arquelogía de
Tucídides, y habían quedado indicios en el mito que de alguna manera revelaban la
importancia primigenia de la isla, que había sido nada menos que la cuna de Zeus.
En la Odisea homérica aparece ya una visión de Creta que viene a reflejar esta opu
lencia:
234 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
Creta es una tierra en medio del ponto, rojo como el vino, hermosa y fértil,
rodeada de mar. En ella hay numerosos hombres, innumerables, y noventa ciuda
des en las que se mezclan unas y otras lenguas. En ella están los aqueos y los
magnánimos cretenses autóctonos, en ellas los cidones y los dorios, divididos en
tres tribus y los divinos pelasgos. Entre estas ciudades está Cnosos, una gran urbe
donde reinó durante nueve años Minos, confidente del gran Zeus1.
Esparta
El caso de Esparta es semejante al de Creta, si bien en este caso no existía el
pasado glorioso que se atribuía a la isla ni se daban tampoco los referentes de carác
ter religioso que afectaban a aquella. Realmente nunca llegó Esparta a convertirse
del todo en una tierra fabulosa, como quizá sí lo fue Creta, al menos en un primer
momento en que se la vinculaba con esas leyendas que hacían de sus bosques y
montañas las moradas adecuadas de ninfas y dioses y un terreno propicio para ges
tar individuos dotados de características especiales como los ya mencionados Cara-
manor y Epiménides. Sin embargo la incluimos en nuestro repertorio a causa de la
idealización de que fueron también objeto dentro de la propia Grecia su forma de
gobierno y su sistema de organización social, convirtiéndose en el modelo teórico y
referencial de una buena parte de la intelectualidad crítica ateniense que buscaba
alternativas al caduco sistema democrático que empezaba a dar por entonces, finales
del V a. C y principios del IV, síntomas evidentes de descomposición12.
Este no es ciertamente el lugar adecuado para tratar ni siquiera de pasada acerca
de la naturaleza de la constitución y las leyes espartanas o de la mayor o menor
correspondencia existente entre la representación que de ellas se tuvo en estos
medios filolaconios atenienses y la realidad histórica efectiva13. Tan sólo pretende
mos señalar la existencia de un caso claro de idealización dentro del espacio propia
mente griego, reducido una vez más al terreno de la constitución y el ordenamiento
político, ya que la cercanía y buen conocimiento que se tenía del país en el resto de
la Hélade impedían del todo el convertir Esparta en una tierra fabulosa dotada de
otra clase de condiciones que no fueran aquellas debidas a la sola acción del hom
bre, y en concreto de un sólo hombre sabio como era el mítico legislador Licurgo a
quien se atribuía la creación de esta constitución ideal14. De hecho las costumbres
espartanas y en especial su sistema educativo, se convirtieron en uno de los tópicos
habituales en los tratados políticos y se aplicaron incluso estas supuestas costumbres
e instituciones a las sociedades utópicas diseñadas ya en otra parte, fuera del orbe
helénico, por considerar que dicha legislación respondía a las necesidades y exigen
cias de una comunidad asentada sobre unas bases sólidas que garantizasen la armo
nía interna y la continuidad frente a las disputas constantes y el estado de debilidad
permanente a que se veía abocado el sistema político existente15.
12 Al respecto, Pozzi (1991).
13 Una visión sinóptica reciente la tenemos en MacDowell (1986), donde se hallará citada la biblio
grafía anterior pertinente al caso.
14 Remitimos para todo ello a las célebres obras de Ollier (1933-1943) y Tigerstedt (1965-1978).
Dawson (1992), 21 y ss.
LA HELADE IDEAL 237
Atenas
Dentro del proceso de idealización de las tierras griegas, Atenas ocupa lógica
mente un lugar destacado. Con la consolidación de la democracia y la victoria sobre
los persas, la polis del Atica se convirtó en una de las potencias de la Hélade, orgu-
llosa de un pasado, que cada vez se magnificó más para darle esplendor y grandeza,
y consciente de su superioridad sobre las demás ciudades del Egeo a las que fue
además sometiendo de forma progresiva a su dominio a través de la ficción político-
propagandística de la liga ático-délica. Ya en los trágicos griegos se pone de mani
fiesto este proceso de idealización que afecta incluso a su paisaje, poco agraciado en
la realidad a la vista de las campiñas feraces de otras tierras y sus caudalosos ríos
que faltaban por completo del escenario ateniense. El paisaje del Atica se convierte
sin embargo en un objeto de poesía que recalca sus virtudes acentuando quizá más
los aspectos emotivos que se desprenden de su contemplación para quien arriba
hasta ellos provisto de un ánimo favorable a ello.
Encontramos de esta forma pasajes tan significativos como el célebre coro del
Edipo en Colono de Sófocles, donde a las delicias paisajísticas se vienen a sumar las
evocaciones religiosas que otorgan al escenario unas características excepcionales,
muy por encima de una realidad más prosaica, que sirve de lugar de acogida al
desafortunado héroe de la saga tebana
En este país de buenos caballos, extranjero
has alcanzado la mejor morada de la tierra,
el blanco Colono, donde
el melodioso ruiseñor
con más frecuencia trina
en lo hondo de los verdes valles,
entre la oscura hiedra
y la inviolable enramada
de muchos frutos del dios,
protegida del sol y de los vientos
de todas las tempestades; por donde
el báquico Dioniso anda
a menudo en compañía de
sus divinas nodrizas.
las comentes de agua o al trino de los pájaros. Una imagen en suma idílica que
retrata un lugar del Atica pero en cuyas intenciones globales se descubre un proceso
de idealización mucho más amplio que abarca a toda la región ateniense, favorita de
los dioses, que la han visitado a menudo y muestran su favor hacia ella con dones
fundamentales como el olivo, el freno de los caballos o el remo marino.
La conciencia ateniense de la autoctonía hacía remontar hasta el mítico Erecteo
su linaje y enlazaba de esta forma su país con la edad primigenia de los dioses que
frecuentaban esta tierra. Esa es la visión que se desprende de otro coro trágico, esta
vez de la Medea de Eurípides20.
Los hijos de Erecteo desde antiguo fueron prósperos e hijos de dioses felices,
de una tierra santa y no devastada, nutridos de la sabiduría más ilustre, caminando
siempre con soltura por el resplandeciente éter, en donde, una vez, dicen que las
santas Piérides, las nueve Musas engendraron a la rubia Armonía
Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrientes del Cefiso, difunde
sobre su tierra las auras dulces y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus
cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a los Amores como compañe
ros de la sabiduría, colaboradores de toda virtud.
¿Cómo la ciudad de los ríos sagrados, la tierra acogedora de los enemigos te
va a recibir a ti, la asesina de sus propios hijos, la impura entre las impuras?
Jonia
La Grecia de Asia, en particular la parte central de su banda costera, Jonia, fue
sin duda también objeto de cierta idealización dentro del imaginario helénico. Su
situación en la desembocadura de fértiles valles fluviales proporcionaba de entrada
un paisaje bien diferente al de las ásperas tierras de la Hélade continental, donde los
cursos de agua no abundaban precisamente y no podía hablarse con frecuencia de la
frondosidad de su vegetación. Jonia gozaba además de un clima temperado que a
los ojos de los griegos representaba el punto intermedio ideal entre el frío del norte
y los calores del sur. Ya Heródoto se hizo eco de esta posición privilegiada pues los
jonios
24 Tuc., I, 2.
25 Tuc., II, 35-47.
26 Tuc., II, 41. (traducción de Antonio Guzmán, Alianza).
27 Canfora (1988), 43-51.
242 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
...han acertado a erigir sus ciudades en la zona que goza de un cielo y un clima
más favorable pues ni las regiones situadas más al norte ni las del sur tienen unas
condiciones semejantes a Jonia28.
En esta misma situación insiste el desconocido autor del célebre tratado hipo-
crático Sobre los aires, aguas y lugares ahondando en su caso algo más en las razo
nes profundas que explican esta posición privilegiada:
Afirmo que Asia es muy distinta de Europa en la naturaleza de todos los pro
ductos de la tierra y, también, en la de sus hombres. Efectivamente, en Asia todo
es más hermoso y mayor; el país está más cultivado y el carácter de sus habitantes
es más dulce y sosegado. La causa de esto es la mezcla de las estaciones......en
efecto ni está excesivamente abrasada por el calor ni se reseca a causa de la
sequía y la falta de agua, ni sufre la violencia del frío, ni resulta húmeda y empa
pada a consecuencia de las muchas lluvias y la nieve. Naturalmente las cosechas
son abundantes allí, tanto las nacidas de semillas, como las de plantas que ofrece
la tierra de por sí misma........los animales que allí crecen son magníficos como
cabe esperar y, sobre todo, paren mucho y alimentan muy bien a sus crías. Los
hombres son robustos, muy hermosos de aspecto, muy altos y muy poco diferen
tes entre sí en aspecto y estatura. Naturalmente, esa situación es muy parecida a la
primavera, por su propia naturaleza y por la templanza de las estaciones29.
Arcadia
La idealización de Arcadia como escenario bucólico parece sin duda un fenóme
no tardío que muchos atribuyen a Virgilio y que no habría tenido precedentes ante
riores en el campo de la literatura griega30. Sin embargo, con independencia de que
existiera o no una Arcadia bucólica anterior en la tradición helénica, bien fuera
antes o después de Teócrito31, lo cierto es que esta región central del Peloponeso
ofrecía a los ojos griegos un interés particular relacionado con la antigüedad primor
dial de sus habitantes que se reclamaban descendientes de la estirpe heroica más
antigua de todas. Situada en el centro del Peloponeso, rodeada de altas montañas y
con un suelo que tenía una elevación también mayor que la de los territorios veci
nos, se hallaba en una posición marginal y aislada que pudo en alguna medida haber
contribuido a su extrañamiento y magnificación dentro de la conciencia helénica. Su
territorio daba cabida a lugares que adquirieron ciertas connotaciones siniestras den
tro de la leyenda griega como la laguna Estigia, que era considerada sagrada y
manaba de ella un agua mortal, o la de Estinfalo, donde habitaban las terribles aves
carnívoras que hubo de aniquilar Heracles en uno de sus trabajos, o el monte Eri-
manto, donde moraba también el terrible jabalí al que el héroe hubo de dar caza.
Era además una tierra que los dioses habían elegido para su nacimiento como
era el caso de Zeus en el monte Liceo, Poseidón en la fuente Ame, donde Rea le dió
a luz, o Hermes, que cuando nació fue lavado por las ninfas de los montes junto a
las tres fuentes, el lugar denominado Tricrena. Se decía incluso que en una de sus
fuentes, en la denominada Olimpíada, era donde había tenido lugar la batalla de los
dioses contra los gigantes. Arcadia era también la tierra natal del misterioso Pan, un
dios de los pastores cuya mitad inferior tenía forma de macho cabrío que provocaba
el pavor en los mortales con su grito estridente. Dada la condición montañosa y bos
cosa de su territorio era también tierra de osos y lobos, una fauna que tuvo igual
mente una incidencia especial en las leyendas produciendo extrañas historias como
la de Licaón, convertido en lobo tras haber sacrificado a un niño recién nacido en el
altar de Zeus y haber derramado como libación su sangre, o la de Calisto, hija del
mencionado Licaón que fue metamorfoseada en osa y convertida más tarde en una
constelación astral32.
30 Así lo cree Snell (1965), 395 y ss. Sin embargo no eran de esta opinión Wilamowitz que piensa a
su vez que pudo haber existido una Arcadia anterior que habría sido el modelo del poeta latino, cf. Cris
tóbal (1980), 483-484 en donde se halla un estado de la cuestión al respecto.
31 Reitzenstein (1893), 132 y ss. defiende la existencia de un modelo de Arcadia bucólica anterior a
Teócrito. Jachmann (1952), defiende por el contrario que habría existido una bucólica Arcadia anterior a
Virgilio pero no a Teócrito. C f recientemente, Bauzá (1993), 195 y ss.
32 La mayoría de las noticias sobre los mitos y leyendas asociados con Arcadia se encuentran funda
mentalmente en el libro VIII de la Geografía de Estrabón y en el correspondiente a la Periégesis de Puu-
sanias, que es casualmente también el libro VIII. Remitimos por tanto a ellos de forma general con el
objeto de aliviar la carga de notas puntuales a la hora de reforzar cada una de las referencias que apure
cen en el texto.
244 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
Sus habitantes eran también considerados los más antiguos entre los griegos y a
una de sus ciudades, Licosura, se la tenía por la más antigua de todas las ciudades
humanas. A este carácter primordial y primigenio se unía la buena fama que se
habían ganado sus gentes por el humanitarismo y hospitalidad de sus costumbres así
como por el respeto y veneración que practicaban hacia todo lo divino, según nos
refiere Polibio, que era originario de la región. La ley obligaba a los niños a acos
tumbrarse desde la infancia a entonar himnos y peanes con los que glorificaban a
los héroes y dioses del país, y los jóvenes se entrenaban al son de la flauta y practi
caban danzas con las que obsequiaban más tarde a los demás ciudadanos en el tea
tro. Esta obsesión por la música no era sin embargo el ejemplo de un modo de vida
idílico a la manera de los paisajes ideales relacionados con la edad de oro. Por el
contrario, según nos explica el mismo Polibio, la práctica de la música tenía como
objetivo principal paliar y suavizar la dureza y severidad de la naturaleza del país,
amansando de este modo la rudeza fundamental de su espíritu33.
La importancia de Arcadia en la leyenda griega fue por tanto considerable y
buena prueba de ello es el hecho de que la región figure en un lugar destacado den
tro del complejo mítico sobre los orígenes de Roma que se desarrolló sobre todo a
comienzos del imperio, gracias a Virgilio y Dionisio de Halicarnaso34. Según el
mencionado historiador, Arcadia era la cuna de todas las grandes familias heroicas y
era por ello el lugar adecuado al que mitógrafos y poetas acudieron en busca de
refrendos legendarios con que dar lustre a los humildes orígenes de la ciudad del
Lacio35. La importancia que el tema arcádico adquirió en estos momentos se debió
en buena medida a los deseos propagandísticos de enraizar en suelo griego los orí
genes romanos, pero sin duda no partían de cero en esta postura. Probablemente
también resultaron determinantes en esta posición preeminente de Arcadia algunos
otros factores como el lugar dominante de la región dentro de la leyenda griega;
algunos rasgos sobresalientes de su paisaje como los antes mencionados; algunos
fenómenos de carácter maravilloso que empezaban a ser tema de los tratados para-
doxográficos muy en boga en el período helenístico, como el monte Cilene con sus
mirlos blancos o el río Aroanio con sus peces que cantaban como tordos; la extrañe-
za evidente de algunos de sus cultos como los del Zeus Liceo al que todavía en
época macedonia se le hacían sacrificios humanos; el primitivismo proverbial de sus
gentes, a las que se había catalogado ya desde Heródoto como “comedores de bello
tas”36; el escaso nivel de urbanización con muy pocas ciudades destacables ya que
vivían fundamentalmente en aldeas; y la buena fama de que gozaban sus habitantes,
a la que aludía Polibio, algunos de los cuales habían ya figurado entre los modelos
ideales de constitución y justicia, como era el caso de los de Mantinea37. Arcadia
33 Pol., IV, 20-21.
34 Baladié (1980), 295.
35 Dion. Hal., I, 61. Véase al respecto Bayet (1920).
36 Hdt., I, 66.
37 Hdt., IV, 161.
LA HELADE IDEAL 245
impresionó sin duda a los griegos por todos estos motivos y si bien no podemos
considerarla una tierra fabulosa con plenos derechos a causa de razones tan eviden
tes como la proximidad geográfica y el reducido impacto político que tuvo dentro
del panorama helénico, siempre debió ser considerada como un lugar especial, mis
terioso y fascinante, con una geografía imponente, llena de evocaciones míticas, y
unas leyendas antiquísimas que debieron dar que pensar a más de uno. Quizá no es
pura casualidad el que alguien como Pausanias reconsidere su postura crítica sobre
las leyendas griegas, a las que consideraba al comienzo de su obra como tonterías,
precisamente a raíz de su exposición de las leyendas relativas a esta región de Gre
cia y adopte ante ellas una actitud mucho más reflexiva y considerada38.
Sicilia
La isla de Sicilia fue también objeto de idealización dentro del imaginario griego
a pesar de su temprana entrada dentro del horizonte helénico con las primeras fun
daciones coloniales en el siglo VIII a. C. que terminaron convirtiéndola en una parte
más de pleno derecho de la Hélade. La isla contaba con rasgos geográficos sobresa
lientes que pudieron coadyuvar a esta idealización temprana por parte de los prime
ros navegantes en la forma de una tierra fabulosa en aguas del lejano occidente. El
imponente volcán del Etna atrajo sin duda las miradas asustadas de todos los que
arribaban a sus proximidades, prestos a situar en sus fauces algunos de los más
siniestros terrores de la mitología griega como el monstruoso Tifón o el gigante
Encélado, sepultados allí tras su fracasada contienda contra los dioses olímpicos.
También el estrecho de Mesina que la separa del sur de Italia pudo contribuir a este
proceso, pues el peligro que supone para los navegantes y los animales marinos que
rondan en sus proximidades debió alentar la fantasía y el miedo de los marineros y
convertir pronto aquellos parajes en un tema más de fabulación donde situar mons
truosas bestias a la manera de las homéricas Escila y Caribdis. Por fin la riqueza y
feracidad de su suelo, que alentó enseguida el deseo de asentamiento, propició tam
bién el surgimiento de algunas leyendas que tendían a situar en la isla la patria de
divinidades agrícolas como Deméter o la morada de gigantes rudos y salvajes al
estilo de los Cíclopes que apenas sabían utilizar de manera civilizada la enorme
riqueza que estaba a su alcance.
Este proceso de mitificación no fue sólo el resultado de la fabulación marinera
de aquellos primeros navegantes griegos que llegaron hasta sus costas. Una vez ya
instalados en ella y constituidas las primeras póleis en el seno de la isla, se sintió la
necesidad acuciante de dotar a este nuevo territorio de un pasado venerable dentro
de la saga helénica con el fin de cimentar en sólidas bases el nuevo patriotismo grie
go que comenzaba a surgir en estas regiones. Algunas localidades como Enna recla
38 Paus., VIII, 8, 3.
246 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
maban para sí la gloria de haber sido el lugar de nacimiento de Deméter, otros dio
ses como Afrodita y Hefesto empezaron también a gozar de una relación privilegia
da con la isla, y por último algunos de los principales héroes de la saga griega hicie
ron del lugar un escenario más, a veces privilegiado, de sus aventuras, como es el
caso de Dédalo y Minos e incluso de Heracles39. A pesar de que la isla no aparece
como tal mencionada en los poemas homéricos, muy pronto se comenzó a situar en
ella una buena parte de las aventuras marinas de Odiseo y empezaron así a adquirir
relevancia dentro de la tradición mitológica griega algunos de los lugares de su
entorno como las islas Lípari, el estrecho de Mesina, o el Etna. Ya Tucídides identi
fica a la isla con la mítica Trinacria, la isla consagrada al Sol, donde éste albergaba
sus ganados guardados por sus dos hijas Faetusa y Lampetia, que fue visitada por
Odiseo y avistada al menos por los Argonautas40. Una identificación que sin duda
refleja en buena medida el nivel de idealización mítica al que la isla había sido
sometida y en cierta forma también el éxito de la misma cuando era claramante
reconocida por un griego del continente sin vinculaciones directas con ella como era
el caso del historiador ateniense.
No fue ajena a este deseo de idealización de la isla la actividad de algunos de los
tiranos de la misma que fueron objeto del canto encomiástico de poetas como Pín
daro o Baquílides por su triunfo en los juegos panhelénicos. La exhaltación de la
isla como tierra elegida de los dioses se correspondía con la gloria inmortal que
alcanzaba el vencedor. Sicilia es así en la poesía pindárica “fecunda en rebaños” o
la isla
que el señor del Olimpo, Zeus, concedió a Perséfona! Le prometió con un movi
miento de su melena que, excelente por la feracidad de su suelo, ensalzaría a la
fértil Sicilia por las opulentas cumbres de sus ciudades41.
A veces incluso recrea en tomo al Etna un paisaje de características infernales
que recuerdan de forma metafórica la topografía del Hades
...el nivoso Etna, columna del cielo, peremne nodriza de punzante nieve. Vomitan
sus entrañas purísimos veneros de fuego inaccesible; sus ríos vierten de día un
requemado flujo de humo, mas en la oscuridad una roja llamarada voltea rocas
con estrépito hasta la honda llanura de la mar42.
La incorporación de Sicilia dentro de la órbita griega y la creciente importancia
que adquirieron las ciudades asentadas en su suelo no impidió sin embargo que la
39 En general sobre la significación mítica de Sicilia, Bérard (1963), 303 y ss. Sobre la importancia
de Sicilia en la saga de Heracles, Jourdain-Annequin (1992). Sobre la significación de estos mitos para la
identidad helénica de los habitantes de la isla, de la misma autora (1988-1989).
40 Tuc., VI, 2, 2. Esta designación fue también utilizada por los poetas helenísticos como Teócr.,
Util, XXVIII, 18 y Calím., Him., III, 57.
41 Pind., Nem. I, 13-15. (traducción de P. Bádenas y Alberto Bernabé, Alianza)
n Pind., Pit. I, 20-25. Sobre el paisaje pindárico, Steiner (1986), 87-98.
LA HELADE IDEAL 247
escribió un tratado sobre las cosas asombrosas de la isla o Polemón que dedico una
obra a sus ríos asombrosos47. Por fin la isla se convertirá también a comienzos del
período helenístico en el escenario natural idílico de los pastores de Teócrito, cons
tituyendo una prefiguración de lo que más tarde, en una formulación mucho más
estereotipada y artificiosa, será el locus amoenus de la poesía bucólica latina48. La
nueva estética helenística que tendía a idealizar una naturaleza cada vez más lejana
del tráfago y confusión de las grandes urbes que empezaban por entonces a ser
norma en los modos de vida generales se hallaba sin duda en la base de tales estere
otipos49, pero no hay que descartar tampoco en modo alguno que el poeta fuera
especialmente sensible a la belleza del paisaje de su tierra natal o se sintiese atraído
por la tradición legendaria en este sentido que había hecho de su isla una tierra fabu
losa, protegida de los dioses, frecuentada por los héroes y la cuna de una brillante
historia que la había aupado muy temprano a los primeros lugares dentro del pano
rama helénico.
Otros lugares
Dentro de la geografía griega existieron también otros lugares que si bien no
podemos catalogar como tierras fabulosas en el sentido más global del término, sí
gozaron por otra parte de un status particular en la imaginación helena. Este podría
ser el caso de la isla de Lemnos, que ocupó siempre una posición especial dentro de
las leyendas griegas. La condición volcánica de la isla y los gases que desprendía
favorecieron la ubicación en ella del culto del dios Hefesto, que según la leyenda
habría ido a caer allí cuando Zeus le arrojó desde el Olimpo al tratar de defender a
su madre Hera50. Allí le acogieron los sintios, nombre que otorga Homero en este
mismo pasaje a los habitantes prehelénicos que habitaban la isla, calificados en la
Odisea como “de lengua salvaje”51. La isla aparece asociada al ciclo de los Argo
nautas donde los héroes encuentran una sociedad regida tan sólo por mujeres, dado
que habían asesinado a sus maridos a causa de su alejamiento por el mal olor que
Afrodita les había enviado por haber descuidado su culto. En esta isla es también
abandonado Filoctetes cuando por causa de una mordedura de serpiente la herida de
su pie exhalaba un hedor insoportable. La imagen de Lemnos, tal y como aparece en
el Filoctetes de Sófocles, presenta un alto grado de idealización que nada tiene que
ver con la realidad aparente de aquellos momentos. Como ha señalado Bemand, el
47 Sobre estos autores, Giannini (1964) y nuestra introducción acompañada de la traducción de sus
fragmentos en Paradoxógrafos griegos, Biblioteca Clásica Gredos (en prensa).
48 Al respecto véase, Schonbeck (1962).
49 HuguesFowler(1989), 23yss.
50 II., I, 590-594. Sobre la naturaleza de Hefesto y su asociación con este escenario, Burkert (1985),
167-168.
M Od„ VIII, 294.
LA HELADE IDEAL 249
pasado notable griego con la expedición de Aristeo, hijo de Apolo y Cirene57. Las
condiciones geográficas de la isla, con montañas casi inaccesibles en su interior y
profundos barrancos, y una costa desprovista de buenos puertos que facilitaran la
llegada de navegantes, contribuyeron seguramente también a este proceso de extra
ñamiento. Pausanias dice que el aire que allí se respira es turbio y malsano a causa
de la sal cristalizada y del viento del sur, circustancia que no favorecía ni mucho
menos el acercamiento y población de la isla. Sin embargo se hallaba desprovista de
serpientes y de plantas venenosas con excepción de una que provocaba la muerte a
quien la probaba en medio de risas. Esta última circustancia así como la característi
ca particular de sus cameros cuyos cuernos se enroscaban por encima de las orejas,
apunta a la condición “paradoxográfica” de la isla, que a lo que sabemos figuró
como tema en esta clase de literatura a causa de sus peculiaridades58. La isla era
además poco conocida dentro del ámbito helénico, tal y como señala el mismo Pau
sanias, que justifica de este modo su digresión al respecto, y sin duda esta circustan
cia contribuyó de igual manera a que Cerdeña figurase como una tierra extraña y
perdida, en los confines del territorio de la Hélade, con todas las posibilidades casi
intactas para proceder a la fabulación de la misma, si bien esta misma cercanía
impedía otorgarle cualidades más extraordinarias.
57 Pearson (1987), 66-68. Ya Biante proponía a los jonios que partieran y colonizaran Cerdeña, la
mayor de las islas, donde vivirían felices y ejercerían su dominio sobre otros. Cf. Hdt., I, 170.
,K Así aparece en el tratado pseudo aristotélico del Mirabiles Auscultationes, 100, donde se habla de
Ins extrañas construcciones de la isla, atribuidas a Yolao, del antiguo nombre de Ichnusa a causa de su
lomia, muy parecida al contorno de la huella humana y de la labor agrícola de Aristeo, que supo sacar
punido tle su fertilidad a pesar de que se hallaba ocupada previamente por unas aves de gran tamaño. La
iiolu política final que alude al dominio cartaginés de la isla remite posiblemente a un contexto siciliano
di’l período, quizá a comienzos del siglo III a.C. en que griegos y púnicos luchaban por la hegemonía en
iiqucUns legiones del Mediterráneo. Seguramente hay que atribuir el origen de la noticia a Timeo.
FABULACIONES UTOPICAS
Dentro de una relación de las tierras fabulosas que circularon a lo largo de la lite
ratura griega ocupan un lugar destacado aquellas fabulaciones de carácter esencial
mente utópico en las que se diseñaba un país completamente imaginario aunque
situado en los confines de la geografía real que servía de escenario a una sociedad
perfecta. En más de un caso son simples rememoraciones del mito de la edad de oro
al que se han venido a añadir ciertas formulaciones teóricas más elaboradas y del que
han desaparecido casi por completo las connotaciones religiosas y especialmente
aquellas de cariz escatológico que tanta relevancia tenían en mitos como el de las
islas de los Bienventurados. A diferencia de esta clase de fabulaciones, de carácter
tradicional y difícilmente atribuíbles en su creación a un estrato determinado de esta
misma, las que aquí nos proponemos considerar tienen su origen en una formulación
individual obra de un autor concreto. Son la obra de autores como Platón, Teopom-
po, Evémero o el misterioso Jámbulo, que en un momento determinado decidieron
adoptar un tipo de relato de esta naturaleza para dar forma a su visión de una socie
dad ideal, si bien las intenciones finales de unos y otros son bien distintas. Lo que en
Platón no era quizá más que la trasfiguración al terreno mítico de un discurso políti
co más general sobre la misma Atenas, que fue luego parodiado con cierta compla
cencia en Teopompo, en Evémero y Jámbulo, que escriben ya dentro del todo del
período helenístico, en el que parece que tuvo cierta relevancia esta clase de literatu
ra utópica impulsada por la presión y el agobio de los nuevos tiempos1, responde
posiblemente a otra clase de motivaciones que tienen que ver más con el deseo de
cambio hacia una sociedad mejor o el simple deseo escapista de un mundo imperfec
to, entreveradas eso sí de ciertas aspiraciones filosóficas muy al uso de los tiempos2.
La Atlántida
Sin duda el primer lugar de esta clase de fabulaciones utópicas lo ocupa la cele
bérrima Atlántida de Platón. El relato pseudohistórico que el filósofo presenta a lo
1 Sobre la importancia de las utopías en esta época, Mosse (1969); Ferguson (1975), 122 y ss.; Aul»
ders (1975), 64 y ss. y Green (1990), 382 y ss.
2 Dawson (1992), 160 y ss.
252 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
una muralla provista de puertas y torres. Las piedras utilizadas eran de colores
diversos como blanco, negro y rojo, y con ellas construyeron también sus casas
combinando los colores para solaz de su vista. La muralla exterior la recubrieron
de hierro y el interior con casiterita fundida y oricalco “que poseía unos resplando
res de fuego”.
El palacio, que se hallaba situado dentro de la acrópolis, tenía en su centro un
templo inaccesible consagrado a Clito y Poseidón que estaba rodeado por una valla
de oro. Hasta allí llegaban todos los años los frutos de la estación en forma de ofren
das desde las diez regiones en que estaba dividida la isla. Un templo de Poseidón,
de dimensiones enormes, se hallaba cubierto de plata salvo en las cúpulas que lo
estaban de oro. Su decoración interior, con el techo de marfil, estaba compuesta de
plata, oro y oricalco y presentaba por tanto a la vista una apariencia multicolor. Las
paredes, columnas y pavimento eran también de oricalco. Albergaba una imagen de
oro del dios que tocaba el techo con la cabeza a causa de su altura y otras muchas
estatuas, ofrecidas como exvoto por los particulares. Alrededor del templo se halla
ban también estatuas de oro de todos aquellos que habían pertenecido a la familia de
los diez reyes así como otras muchas que provenían de los otros reyes de las regio
nes que estaban bajo su dominio.
El resto de las construcciones guardaba proporción y magnificencia con el tem
plo. Así era el palacio y una serie de edificaciones que hicieron alrededor de las
fuentes. Levantaron también cisternas al aire libre y cubiertas para los baños calien
tes y ordenaron todas ellas de forma conveniente. Las había reales, privadas, públi
cas, unas para mujeres y otras incluso para los caballos y animales de tiro. Canaliza
ron estas corrientes de agua hacia el bosque de Poseidón, donde se hallaban árboles
múltiples y variados, de belleza y altura sobrenatural, y hacia los círculos exteriores
de la isla. Allí construyeron también templos, jardines y gimnasios, unos para los
hombres y otros para los caballos. La importancia de los mismos se confirmaba por
la existencia de un hipódromo en el centro de la isla mayor, donde los caballos
podían competir con libertad. Los guardianes vivían en las casas de alrededor en
una aproximación al centro que resultaba proporcional a la fidelidad de los mismos
hacia el rey, siendo los más destacados en este terreno los que habitaban en el inte
rior mismo de la acrópolis junto a los reyes. Los astilleros se encontraban llenos de
trirremes y toda la zona del puerto estaba llena de barcos y comerciantes llegados de
todas partes que proporcionaban un continuo bullicio y actividad a esta parte de la
ciudad.
La llanura donde la ciudad se hallaba emplazada estaba rodeada de montañas,
que superaban por su número, grandeza y belleza a todas las que hay ahora y que
tenían en ellas muchas ricas aldeas de vecinos, ríos, lagos y prados, que daban ali
mento suficiente a todos los animales, domésticos y salvajes, bosques variados en
cantidad y especies que proveían abundantemente para todas y cada una de lus
obras.
254 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
6 Crit., 120 e -121 a (traducción de Francisco Lisi, Biblioteca Clásica Gredos). Esta misma traduc
ción se ha venido utilizando a lo largo de todo el texto.
7 Tim., 25 c-d.
FABULACIONES UTOPICAS 255
de una muralla tan imponente que seguía preservando la seguridad de la parte cen
tral de la isla aun cuando ya afluían hasta sus puertos toda clase de gentes debido al
creciente imperio de los atlantes. La feracidad de la naturaleza era sin duda otra de
las características que adornaban esta tierra, pues tanto la llanura como las montañas
que la rodeban producían toda clase de bienes naturales, de forma que permitían
mentener a la ciudad atlántica una existencia completamente autárquica, que con
independencia de los productos que afluían desde el exterior a causa de su imperio,
se encontraba bien provista de todo lo necesario. La tierra atlántica producía igual
mente todos los productos preciados, tanto minerales, como el celebrado oricalco,
como aromáticos, y todo ello en una belleza y cantidad ilimitadas.
Sin embargo también la acción humana ha modelado el paisaje, contribuyendo
de forma decisiva a su belleza y productividad. Consiguen así dos cosechas anuales
gracias a las labores de irrigación de la llanura principal a través del sistema de
canales que recorre toda ella. Han construido jardines y bosques que adornan y
complementan los dones divinos como las dos fuentes de agua con que Poseidón
dotó en un principio a la isla. Los fastuosos palacios, los imponentes templos y las
agradables casas particulares de diversos colores constituyen un escenario ideal en
el que las realizaciones humanas se corresponden a las bendiciones de la naturaleza
en una armonía difícilmente superable. Los baños, tanto de invierno como de vera
no, y los gimnasios dotan a sus habitantes de toda clase de confort y comodidades
en medio de una vida aparentemente desprovista de problemas y penalidades. Se
rigen además por leyes justas y bien establecidas que remiten en su origen al orde
namiento divino dispuesto por Poseidón, auténtico patrono de la isla. Todos los ele
mentos en suma de una tierra de utopía a la manera de la mítica Esqueria, la patria
de los feacios, también consagrada a Poseidón, con la que mantiene evidentes para
lelos8, si bien se han introducido otra clase de consideraciones e intereses que hacen
de la fabulación platónica un complejo diferente al de las viejas utopías épicas.
El mito platónico de la Atlántida no es efectivamente una fabulación sin más
pretensiones que la de encantar a un auditorio con el ensueño de una tierra lejana y
fabulosa. Como bien ha señalado Vidal-Naquet no podemos aspirar a entender
dicho relato si no es en conexión con la historia primitiva de Atenas que se dibuja
en paralelo a la descripción del continente perdido9. Su relato aparece de hecho a
caballo entre dos diálogos, el Timeo, donde se expresa una parte de la física platóni
ca, y el Cridas, y es por tanto pertinente del todo a las intenciones que subyacen a
uno y otro sin que resulte posible entenderla fuera de sus respectivos contextos
narrativos y filosóficos. Platón ha elaborado un modelo que le permite por un lado
poner en práctica, discursiva al menos y dotada de una realidad aparente, el estado
ideal diseñado en la República que acaba de resumir por boca de Sócrates al
8 Así lo destacó en su día Pallotino (1952), aunque se excedió en sus consideraciones al introducir
su relación con Creta. Cf. Vidal-Naquet (1983).
9 Vidal-Naquet (1983), 319. Gilí (1980), XVII y ss.
256 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
comienzo del Timeo, y por otro, contrastar por medio de esta alegoría política los
problemas que la propia sociedad ateniense ha ido experimentando a lo largo de su
evolución política desde un estado autóctono, protegido por los dioses y basado
sobre todo en su buen ordenamiento interior, hacia un poder imperialista, basado en
la potencia de sus naves que ha terminado por fin abocándola al desastre10.
No provoca extrañeza el éxito obtenido por el mito platónico si tenemos en
cuenta la capacidad fabuladora del filósofo que ha sabido además en este caso dotar
a su historia de todos los ingredientes realistas adecuados que le permitan esperar el
ser aceptada como un relato real. Un primer refuerzo narrativo con el que cimentar
la aparente veracidad de la historia consiste en trasferir la responsabilidad última del
relato a la figura de Solón, consagrado por aquel entonces como uno de los poetas
sabios de la Hélade, y remitir en última instancia las fuentes del mismo nada menos
que a Egipto, cuyas tradiciones empezaban a ser consideradas ya desde hacía tiem
po como la garantía de la sabiduría y la antigüedad primordial11. Ha desplegado
además a lo largo de todo el relato toques realistas como la mención del elefante, un
animal enorme pero real en definitiva que le permite ilustrar de forma óptima las
capacidades extraordinarias de que disfrutaba la tierra de los atlantes sin tener que
recurrir a ningún tipo de animales fabulosos, teniendo en cuenta que el susodicho
paquidermo representaba todavía en el mundo griego una criatura extraña y curiosa
por aquel entonces12. Toda la historia se mueve dentro de los límites de lo posible y
sólo el diseño demasiado esquemático y regular de las distintas construcciones per
mite sospechar que nos hallamos ante una muestra evidente de uno de tantos esque
mas utópicos o ciudades ideales que por aquel entonces se habían hecho frecuen
tes13. Sin duda en el relato de Platón habían influido de forma poderosa descripcio
nes como las de Heródoto sobre algunas de las capitales persas y en particular Ecba-
tana, dispuesta en círculos concéntricos, o la mítica Babilonia, cuyas fortificaciones
espectaculares pudieron también haber inspirado en buena parte la imagen platónica
de la ciudad de los atlantes14. Incluso es posible que la perfecta red de canalizacio
nes que garantizaba el transporte y el riego de la llanura tuviera su origen en los sis
temas de canalización existentes en oriente. Sin embargo, y aun constatando el peso
decisivo que pudieron haber tenido todas estas influencias a la hora de configurar el
cuadro de esta tierra ideal, sometida también al declive hesiódico de la degeneración
de las razas, el resultado final es la obra de una imaginación prodigiosa como la de
Platón que supo aunar en un solo cuadro elementos tan diversos, consciente además
de la importancia que para la recepción de su relato tenía la intromisión de elemen
tos reales y su presentación legitimada por una tradición venerable como la egipcia.
i° Leveque y Vidal-Naquet (1964), 134 y ss.
11 Joly (1982) y Brisson (1987).
12 Romm (1989).
13 Leveque y Vidal-Naquet (1964), 123 y ss.
14 Hdt., I, 98 (Ecbatana) y 178 (Babilonia). Ya Friedlander (1954) y Bidez (1945), lanzaron la idea
de que la Atlántida platónica es tan sólo una trasposición ideal del Oriente y del mundo persa.
FAB ULACIONES UTOPICAS 257
A pesar de que sus intenciones últimas se hallaban limitadas por el contexto narrati
vo, político y filosófico en el que el mito aparece, el encanto otorgado al mismo ha
sido tal que su historia ha traspasado con creces aquellas primeras premisas15.
La Merópide
Otra fabulación semejante, que quizá debemos entender como una parodia de la
Atlántida platónica, es la que el historiador Teopompo incluyó dentro de sus Histo
rias Filípicas, de la que tenemos noticia gracias al resumen que nos ha trasmitido
Eliano dentro de sus Historias variadas16. Sileno relataba al rey frigio Midas la
existencia de un continente enorme situado en el exterior del mundo conocido y por
tanto más allá del océano que rodea las tierras de la ecúmene. En él habitaban seres
cuya talla era el doble de la habitual entre los mortales y que vivían una vida dos
veces más larga. Contaba con numerosas y grandes ciudades y la forma de vida de
sus gentes y las leyes por las que se regían eran completamente opuestas a las que
operaban en el mundo de este lado del océano.
El relato concentraba su atención en dos de las muchas ciudades que ocupaban
el suelo de este inmenso continente exterior. Una de ellas, denominada Piadosa,
representaba la versión extraoceánica del viejo mito de la edad de oro. Sus habitan
tes vivían en paz y en medio de una gran opulencia, obtenían los frutos de la tierra
sin necesidad de recurrir al trabajo agrícola con el arado y los bueyes. Siempre
gozaban de buena salud y estaban protegidos de todas las enfermedades. Al final sin
embargo, parece que su vida acababa, si bien esto sucedía en medio del gozo y la
satisfacción. La justicia caracterizaba todo su proceder y los dioses les visitaban a
menudo, quizá a la manera en que los etíopes o los hiperbóreos recibían las periódi
cas visitas de Poseidón o Apolo.
La otra ciudad, denominada Belicosa, presentaba sin embargo un cariz bien dife
rente. Sus habitantes eran muy combativos, se hallaban continuadamente en armas y
guerreaban sin cesar sometiendo a los pueblos limítrofes. La causa de muerte más
habitual era por tanto la guerra, bajo los golpes de garrotes o de piedras, ya que eran
invulnerables al hierro. A pesar de que poseían en abundancia oro y plata, no tenían
ninguna estima por estos metales pues el oro era considerado entre ellos más vil de
lo que el hierro es entre nosotros. Su afán expansionista les llevó incluso en una
ocasión a emprender la travesía del océano y a intentar la conquista del mundo habi
tado que se hallaba al otro lado. Sin embargo renunciaron pronto a su objetivo cuan
do tras haber arribado a la tierra de los hiperbóreos supieron que esta raza era consi
derada la más afortunada y feliz entre los hombres, pues consideraban despreciables
15 Sobre la geología y geografía del mito atlántico como refuerzos de su aparente credibilidad, Ste-
wart (1970), 416-420.
'6 V.H., III, 18. Sobre esta fabulación, Rhode (1914), 219-222, Lana (1951), Aalders (1978) y
Pédech (1989), 180-183.
258 F . J a v ier G óm ez E spelo sín
las ventajas que podrían conseguir con su expedición si aquellas gentes que a sus
ojos vivían una vida miserable ocupaban la primacía en la consideración de los
hombres.
Por fin en el relato se menciona la existencia de unos hombres llamados Méro-
pes, que habitaban numerosas y grandes ciudades, pero apenas nos refiere nada
acerca de los mismos. Sí llama su atención en cambio la existencia de un lugar muy
particular, situado en los confines de su territorio, al que denominaban “Sin retomo”
( ’ A v o c tto s1) que tenía la forma de una sima enorme. Todo el lugar estaba bañado
por una especie de media luz, rojo turbia, a medio camino entre la luminosidad y las
tinieblas. Discurrían por allí dos ríos en cuyas riberas crecían unos árboles enormes
que producían sus correspondientes frutos. Aquellos que se hallaban en las orillas
del río denominado de la Pena tenían como resultado que quien los probaba pasaba
toda su vida en medio de llantos y lamentos hasta que le llegaba el momento de su
muerte. Por el contrario, si alguno probaba los del otro río, el del Placer, veía cesar
de inmediato toda clase de deseos y pasiones hasta sumirse en una especie de dulce
olvido. Además, los mismos frutos tenían la propiedad de rejuvenecer de forma pro
gresiva a quien los probaba, haciéndole recorrer las diferentes etapas de la vida en
sentido inverso hasta que, una vez devuelto de nuevo al estado germinal inicial, el
sujeto en cuestión desaparecía del todo.
Tal es el relato que Eliano de forma más o menos resumida y reelaborada ha
recogido en su obra. No tenemos por tanto ninguna garantía de que en la obra origi
nal de Teopompo figurase de esta misma forma, con mayor detallismo evidente
mente, sin que hayan influido de modo determinante los propios intereses narrativos
de Eliano, ni tampoco de que no hayan variado de forma sustancial los polos de
interés al pasar de una obra a la otra. Esta historia figuraba al parecer incluida den
tro del libro VIII de sus Filípicas en el que abundaban los relatos maravillosos y las
digresiones de todo tipo17. Por ello es muy probable que su finalidad no fuera en
principio otra que la de divertir por medio de una fábula más en la que se detectaban
evidentes ecos de otras obras anteriores como la ya referida Atlántida platónica18 y
quizá algunas otras del mismo tipo que desconocemos por no haber llegado hasta
nosotros, pero cuya popularidad se pone de manifiesto en las burlas manifiestas de
que fueron objeto en la comedia antigua19.
Nos encontramos para empezar con ciertas incoherencias. A partir del resumen
de Eliano no queda muy claro si los Méropes era el nombre con el que designaba a
todos los habitantes del continente, o bien si por el contrario se trataba de un pueblo
diferente, uno más de los muchos que habitaban en aquel inmenso territorio. A la
vista de dicho resumen da la impresión que el centro de atención principal en la
17 Al respecto, Giannini (1964), 102- 104, Pédech (1989), 174 y ss., y Shrimpton (1991), 15-22.
18 Así lo señaló ya Rohde (1914), 220-221 y en esta misma dirección fueron también Gisinger en su
correspondiente artículo de la Pauly Wissowa, (1931) y Laqueur (1934).
19 Véase más adelante.
FABULACIONES UTOPICAS 259
obra original de Teopompo lo constituía sobre todo la dualidad existente entre las
dos ciudades principales, Piadosa y Belicosa, así como el contraste manifiesto entre
las formas respectivas de vida de una y de otra. De hecho parece que al autor sólo le
interesaba destacar del fabuloso continente su situación extraoceánica, una circus-
tancia que abría un campo privilegiado para la libre fabulación, especialmente a la
vista de las nuevas teorías y conocimientos que postulaban la existencia de esta
antiecúmene20, y las características excepcionales de sus habitantes, lógicamente en
consonancia con una localización que les ponía fuera de la órbita de las condiciones
estrictamente humanas sin que ello supusiera que podía tratarse de una raza diferen
te a la de los humanos. Eran por tanto las condiciones que reinaban en las dos ciuda
des mencionadas las que ocupaban la parte central del relato de Teopompo y quizá
con ello eran también objeto de una mayor extensión.
Por su parte, el detalle final concerniente al lugar denominado “Sin retomo”
parece que obedece fundamentalmente al deseo de incluir en la narración el inevita
ble elemento paradoxográfico que queda bien ilustrado en la existencia de los dos
ríos con propiedades bien diferentes. No se olvide además que el susodicho lugar se
hallaba situado en los confines de la tierra de los Méropes, una localización más que
adecuada para situar un lugar semejante si tenemos en cuenta que más allá de la
misma no existía nada -de ahí el nombre que recibía- y por ello podría pensarse que
se trataba de un lugar con ciertas connotaciones escatológicas donde la forma de
muerte podía adoptar vertientes bien distintas en consonancia con la ribera elegida.
Sus intereses por lo maravilloso son bien manifiestos, dado que el libro VIII pudo
haber circulado en solitario como tratado paradoxográfico21, y por ello no resultaría
demasiado aventurado afirmar que Teopompo no renunció a la posibilidad de añadir
a su fábula político-paródica de las dos ciudades un elemento adicional de estas
características, que en buena lógica debía situar en los confines.
Parece probable que la parte central de la historia concentrase toda la intenciona
lidad moral o satírica de nuestro autor, pues es en ella donde se detectan las reminis
cencias literarias más evidentes y resultan más comprensibles las alusiones paródi
cas. Como ya anticipamos, toda la descripción sobre la vida en la ciudad Piadosa
constituye una clara trasposición de la edad de oro, situada ahora en una clara ubica
ción geográfica. Las demandas de los nuevos tiempos y los nuevos géneros, más
cuando se trataba de otorgar cierto grado de verosimilitud a la historia expuesta,
exigían sin duda ciertas adaptaciones. Por su parte, la ciudad Belicosa constituye un
ejemplo claro de parodia política no reñida al parecer con las mismas pretensiones
de verosimilitud a tenor del detalle numérico- sus habitantes no eran menos de dos
millones- un dato relevante, dado el grado de mortandad que esta raza sufría a causa
2° Moretti (1990).
21 Así lo sostuvo Laqueur (1934), col. 2212 y más tarde Jacoby, FGrHist II D, 365. Sobre los frag
mentos de naturaleza paradoxográfica de Teopompo, véase nuestra traducción en Paradoxógrafos grie
gos, Biblioteca Clásica Gredos (en prensa).
260 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
22 La influencia del cinismo fue señalada en su día por Hirzel (1892). Rohde (1893), lo rechazó de
plano, quizá en forma demasiado radical.
23 Pédech (1989), 182.
FABULACIONES UTOPICAS 261
las nuevas enseñanzas cínicas, arropado todo ello en un nuevo tipo de discurso
como era la fábula maravillosa de naturaleza utópica que iba a encontrar algo más
tarde en el período helenístico cierto número de seguidores. En suma, un cuento
fantástico no desprovisto de intenciones irónicas, como parece probar el que el por
tavoz de la historia sea un personaje tan singular como Sileno, muy adecuado para
una perspectiva semejante24, que en la medida que podemos valorarlo a través del
resumen de Eliano, no renunciaba tampoco al planteamiento de ciertos problemas
morales25.
Panquea
El relato utópico más célebre de la literatura helenística es posiblemente el de
Evémero, un autor de finales del siglo IV a. C. y comienzos del III, que nos ha lle
gado a través de las páginas de la historia de Diodoro26. Su fama a lo largo de toda
la Antigüedad fue considerable si tenemos en cuenta que fue traducida al latín por
Ennio y todavía en pleno siglo IV d. C. Lactancio era capaz de leer la versión origi
nal de la misma27. La forma literaria escogida para su narración fue al parecer la
del relato de viajes, que por aquel entonces empezaba a desarrollarse como género,
auspiciado seguramente por la estela dejada por las conquistas de Alejandro. Según
sabemos por el propio Diodoro, Evémero, que emprendió largos viajes bajo las
órdenes del rey Casandro, en uno de ellos llegó hasta unas islas situadas en el océa
no meridional, al sur de las costas de Arabia, de donde parece que había partido en
su navegación, una de la cuales llevaba por nombre Panquea28. Evémero al parecer
describió su visita a la isla en una obra que llevaba por título Sagrada Inscripción
('lepa ’ Avaypa(j)f|), centrando al parecer su interés en el culto religioso de sus
habitantes y en particular sobre la estela de oro existente en un templo de Zeus
donde se hallaban inscritas las hazañas de Urano, Crono y el propio Zeus. En ella
se ponía de manifiesto la curiosa teoría, que más tarde fue denominada a raíz de
24 Podría ser significativo a este respecto la sustitución de un personaje como Sócrates, principal
personaje y portavoz en los diálogos platónicos, por la figura de Sileno con quien como es sabido se le
comparaba e incluso se representaba a veces su figura con los rasgos de éste. El cambio operado en el
marco originario del relato, la discusión entre sofistas y personajes relevantes en los diálogos platónicos
y quizá en otra clase de literatura del género en que se ponían en boca de esta clase de personajes consti
tuciones ideales, por una historia referida por Sileno al rey Midas, cuando fue capturado por éste, de vieja
tradición ya en la literatura y el arte antiguo, cf. Gantz (1993), 138, sería a este respecto bien indicativo
de las intenciones críticas y paródicas de Teopompo.
25 Según Aalders (1978), Teopompo habría pretendido presentar una imagen pesimista de la condi
ción humana basada en una vida miserable que reposa al tiempo sobre el placer y el dolor.
26 Diod., V, 41-46, principalmente. Sobre nuestro autor, Vallauri (1956); Ferguson (1975), 102-110;
Braunert (1968), 54 y ss. y Bertelli (1982), 559-561.
27 Sobre su influencia en autores posteriores, Brown (1946).
28 Diod., VI, 1,4. Sobre la importancia de esta clase de literatura en este momento, Rohde (1914),
178 y ss.
262 F . J a v ier G óm ez E spelo sín
este autor precisamente evemerismo, según la cual los antiguos dioses habían sido
originariamente benevolentes y justos monarcas, deificados más tarde por sus agra
decidos súbditos a causa de los beneficios que habían recibido de ellos durante su
gobierno29.
Sin embargo su relato incluía también la descripción de la isla principal y el
modo de vida de sus habitantes, que por constituir uno de los más claros ejemplos
de tierra fabulosa, es objeto de nuestra atención en estas páginas. La isla de Panquea
estaba habitada por gentes de origen autóctono además de otros extranjeros que
eran oceanitas, indios, escitas y cretenses. Una de sus ciudades, la más importante,
era Panara, que sobresalía de las demás por su prosperidad (eú8aip.ov[a) y era
también la única que se regía por sus propias leyes y no tenía rey (c u jtó v o ^ io l K ai
á (3 a o í\e u T o i). Cada año elegían tres magistrados que salvo en lo concerniente a la
pena capital emitían justicia sobre todos los demás asuntos. Sin embargo aquellos
temas de mayor importancia los remitían a los sacerdotes que se hallaban en la cús
pide de toda la organización político-social.
A escasa distancia de la ciudad se hallaba el templo de Zeus Trifilio, del que
eran considerados suplicantes los habitantes de Panara. El templo en sí, admirable
por su antigüedad, magnificencia y situación, se hallaba situado en medio de una
llanura cubierta con árboles de todas clases, incluidos aquellos que no tenían otra
finalidad que la de agradar la vista dado que no producían ningún tipo de frutos.
Toda la región circundante estaba provista de fuentes, pero destacaba en especial
una en las proximidades del recinto sagrado cuya magnitud daba incluso lugar a un
río por el que podían navegar los barcos. Gracias a él toda la llanura estaba cubierta
de densos bosques, donde pasaba su tiempo una gran cantidad de gentes durante el
verano que se deleitaban con los cánticos de los pájaros de todas las especies que
anidaban en aquellos. Había además jardines y praderas con plantas variadas y flo
res que hacían del lugar una digna sede para los dioses del país. Los árboles produ
cían de forma generosa sus frutos que servían así de alimento suficiente a los habi
tantes de esta isla. Ello se complementaba con la plantación de numerosas viñas que
trenzadas entre sí y a gran altura proporcionaban una visión relajante sin más.
El escenario propio del templo no era menos imponente. Construido a base de
mármol blanco guardaba las proporciones adecuadas en anchura y tamaño. Estaba
sostenido por gruesas columnas, separadas por ingeniosos relieves que decoraban
los intervalos y en su interior albergaba magníficas estatuas de los dioses, destaca-
bles tanto por la calidad en su ejecución como por la magnitud de su tamaño. Hasta
el templo conducía una gran avenida a cuyos lados se alzaban grandes vasijas de
bronce sostenidas por bases cuadradas, que terminaba en las fuentes del río antes
mencionado. Sus aguas, extraordinariamente claras y dulces tenían además propie
dades salutíferas. Sólo los sacerdotes, que habitaban alrededor del templo, tenían
29 Sobre el evemerismo, que no es el objeto de nuestra atención aquí, Graf (1993), 191-192. En este
sentido puede verse también Rusten (1982), 104 y ss. y Müller (1993a).
FABULACIONES UTOPICAS 263
laborado en alguna medida, que nos ofrece Diodoro30. Pero seguramente, a juzgar
por lo que podemos leer en las páginas de Diodoro, la intencionalidad de su obra era
ciertamente compleja. Existen algunos “desajustes” que desde luego impiden un
seguimiento secuencial de toda la historia. A pesar de que la forma literaria elegida
parece haber sido la del relato de viajes, entonces en boga, no queda clara a lo largo
de la narración diodorea la posición personal del autor -una circustancia que sí se
dará en cambio con el caso de Jámbulo (véase a continuación)-, ya que en momento
alguno se deja traslucir cual pudo haber sido el papel desempeñado por Evémero en
la isla, salvo el de mero testigo mudo de los acontecimientos. De cualquier modo,
parece evidente que en la obra se describía con cierto detalle un país de naturaleza
fabulosa en el que se entremezclaban elementos procedentes de la vieja tradición
helénica como la de las tierras de los bienaventurados, que además solían encontrar
se en islas, pero que a veces se situaban en países de los confines como los etíopes.
Esta rememoración de deja ver en algunos de los paisajes idílicos que aparecen a lo
largo del relato como la llanura que rodeaba el templo de Zeus Trifilio o en la pre
sencia originaria de los dioses que han dejado sus huellas en los monumentos prin
cipales de la isla. Aparecen también en el relato huellas evidentes de las idealizacio
nes bárbaras, que sobre todo durante el período helenístico cobraron especial fuerza
a través de autores como Hecateo de Abdera con respecto a Egipto o Megástenes
sobre la India. La moda egiptianizante se deja sentir sobre todo en la veneración
particular que merecen las viejas inscripciones que se hallaban depositadas en el
templo, escritas “en letras que los egipcios denominaban sagradas”, así como en la
influencia del modelo ideal de la sociedad egipcia que había empezado a circular
por entonces gracias a la acción de la propaganda tolemaica31, así como las nuevas
exigencias religiosas que hacían de la divinización del monarca uno de sus puntos
principales.
Sin duda también debieron intervenir en el diseño de la obra los modelos ideales
que desde el siglo V a. C. habían planeado los filósofos e intelectuales griegos en
busca de una forma de organización perfecta que viniera a sustituir a una cada vez
más enferma polis. El modelo platónico expuesto en la República con su división de
la sociedad en tres clases pudo en efecto haber tenido en este caso una incidencia
particular. Evémero sin embargo no construyó sólo un estado ideal sin más. Pan
quea no es del todo un paraíso a pesar de la naturaleza casi idílica de su paisaje y las
ventajas que se desprenden para sus habitantes tanto por los dones que la naturaleza
les proporciona como por los beneficios que obtienen de la forma racional y justa de
gobierno por la que se rigen. Una parte del país se encuentra infestada de bandidos,
gentes sin ley y atrevidas que se hallan siempre a la espera de caer por sorpresa
sobre los desprevenidos granjeros. Es precisamente contra esta clase de peligro inte
rior contra el que la clase de los soldados se apresta a proteger a los habitantes de la
111 Braunert (1965).
" Bertelli (1982), 661 y Hartog (1986).
FABULACIONES UTOPICAS 265
isla, pues en momento alguno se menciona otra utilidad de esta clase guerrera ni se
deducen por ningún sitio cualquier tipo de ansias expansionistas como las de los
Atlantes o los habitantes de la ciudad Belicosa en Teopompo. Dentro de la propia
sociedad panquea existe también el crimen, aunque quizá en una medida muy redu
cida, ya que los tres magistrados de la ciudad ejercen función de jueces pero no tie
nen, se nos advierte, competencias sobre casos en los que se trata de imponer la
pena capital.
A la hora de diseñar su relato casi utópico Evémero ha dejado que penetren en
él, de forma más o menos intencionada, algunos elementos que rebajan considera
blemente el status ideal de su estado y se avienen mucho mejor con las condiciones
imperantes en la realidad histórica. En este sentido hemos de entender el soporte
económico que al parecer precisan los sacrificios realizados en el templo, razón por
la que una parte considerable de la llanura queda reservada desde el punto de vista
productivo a tales efectos. Pueden interpretarse igualmente en esta misma dirección
otra clase de “intromisiones” de la realidad en el cuadro ideal de la sociedad pan
quea, como la necesidad de incentivar mediante recompensas a los agricultores con
la finalidad de que sirvan de modelo a los demás o el control estricto que al parecer
se llevaba con la entrega por los pastores de las reses destinadas al sacrificio y al
patrimonio común, insistiendo en la exactitud y precisión con que el asunto se lleva
ba a cabo (|j.eTá rrácrris' áicpiPeíasO. De igual modo habría que entender la disposi
ción de las tropas en fortines y puestos de vigilancia situados a intervalos regulares
para impedir las acciones de saqueo de los bandidos o la función principalmente
religiosa que la clase sacerdotal desempeñaba, a pesar de sus prerrogativas en los
demás campos. Seguramente el influjo del nuevo contexto político en el que Evé
mero se movía se dejó sentir de forma evidente a la hora de modelar su diseño y a
pesar de sus intenciones idealizadoras no pudo evitar la presencia ineludible de
estas nuevas realidades políticas y religiosas, que reclamaban además su lugar
correspondiente dentro de esta clase de ficciones filósófico-novelescas.
Pero aún con todas estas demandas Evémero supo no obstante mantener su esta
do utópico a buen resguardo de la contingencia histórica o del paralelo real evidente
dotándolo de rasgos que lo alejaban de lo inmediato y perceptible y lo aproximaban
por el contrario a las idealizaciones de antaño. En este sentido cabe señalar el aisla
miento proverbial de estos lugares situados en un océano meridional, que aunque
ahora resultaba ya un espacio mejor conocido tras las experiencias de los capitanes
de Alejandro y algunas empresas tolemaicas32, continuaba siendo sin duda el lugar
adecuado donde situar lugares ideales, a la vista de los nuevos y prometedores des
cubrimientos y las elucubraciones a que éstos daban lugar. La irrupción de los nue
vos saberes geográficos y astronómicos que se desarrollaron en Alejandría no fue
del todo ajena a la nueva ubicación de estas tierras fabulosas y a las características
32 Véanse a este respecto las páginas correspondientes de las respectivas introducciones de Burslcin
a su traducción de Agatárquides, (1989), 1 y ss. y de Casson (1989), 11 y ss.
266 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín
33 Así parece que se desprende del hecho de que Ateneo lo indique como originario de Cos y de la
especial resonancia que su obra tuvo en Alejandría a juzgar por las referencias críticas de Calimaco,
Yambos, Fr. 191 Pfeiffer. Cf. Fraser (1972), vol. I, 289 y ss.
FABULACIONES UTOPICAS 267
isla producía. Estas gentes tenían un aspecto corporal y una forma de vida que dife
ría del todo de la del resto de los hombres. Eran todos de la misma apariencia y de
gran altura, pero tenían los huesos flexibles de forma que podían doblarse y luego
volver a su estado tendido como los nervios. Sus cuerpos eran tiernos pero vigoro
sos, pues tenían la capacidad de agarrar un objeto con tal fuerza que no era posible
desasirlo de sus dedos en manera alguna. No tenían vello en ninguna parte de su
cuerpo con excepción de la cabeza, cejas, párpados y el mentón. Destacaban tam
bién por su belleza y la armonía y proporción de sus cuerpos. Poseían además algu
nas particularidades anatómicas como la abertura de sus orejas, más espaciosa que
la habitual y dotada con una especie de válvulas que les permitía cerrarlas, o su len
gua doble que les capacitaba para reproducir toda clase de sonidos, incluidos los
cantos de los pájaros, e incluso mantener al mismo tiempo una conversación con
dos personas distintas.
El clima de la isla era el más templado, dado que al habitar en el ecuador no
sufrían los excesos ni del calor ni del frío. De esta forma los frutos maduraban
durante todo el año y los días tenían la misma duración que las noches, estando
siempre el sol al medio día en el zenit por lo que no proyectaba sombra sobre objeto
alguno. Vivían organizados en grupos basados en el parentesco y en cierto tipo de
sistema político que nunca sobrepasaban los cuatrocientos miembros. Pasaban su
vida en las praderas, dado que la tierra les proporcionaba el sustento de forma auto
mática y suficiente gracias a la fertilidad de la isla y a la dulzura del clima. Elabora
ban de esta forma una especie de pan de gran dulzura a base del fruto de un junco.
En la isla abundaban también las fuentes de agua caliente y fría, siendo utilizadas
las primeras para el baño y el descanso y las segundas para la bebida y para reforzar
la salud de los habitantes a causa de sus propiedades en este sentido.
Estas gentes eran además versadas en toda clase de saberes, con particular aten
ción hacia la astrología, y poseían una clase especial de alfabeto de veintiocho
caracteres que podían reducirse solamente a siete, ya que cada uno de estos adopta
ba cuatro variedades diferentes. Escribían además de arriba abajo y eran extraordi
nariamente longevos, llegando a alcanzar la edad de cientocincuenta años sin que
hubieran sufrido ningún tipo de enfemedad. De hecho aquellos a los que sobrevenía
alguna clase de mal eran forzados por una ley a suicidarse. Su vida se hallaba igual
mente regulada en cuanto a la duración pues no podían sobrepasar la edad antedi
cha, ya que llegado ese momento estaban obligados también por ley a darse muerte,
si bien lo hacían de una manera dulce y nada traumática. Efectivamente se daba
entre ellos un tipo especial de planta que tras tenderse sobre ella les llegaba la muer
te de forma imperceptible y suave como si fuera un sueño. Poseían en común muje
res e hijos y cuidaban este sentido comunitario de tal forma que al nacer los niños
los cambiaban entre ellos de forma que ni siquiera las madres que les estaban dando
lactancia fueran capaces de reconocerlos. Evitaban así el surgimiento de rivalidades
entre ellos y las contiendas civiles, sin cesar en todo tipo de intentos que sirvieran
para reforzar esta armonía interna.
FABULACIONES UTOPICAS 269
Había también entre ellos curiosos animales por la forma de sus cuerpos y las
propiedades de su sangre. Se menciona así la existencia de una especie de tortuga,
de forma completamente redonda, que tenía cuatro ojos y cuatro bocas distribuidos
en forma diagonal a lo largo de su cuerpo y una gran cantidad de patas de forma que
podía moverse en cualquier dirección. Su sangre además tenía la cualidad de pegar
en su sitio cualquier miembro del cuerpo que hubiera sido seccionado. Cada grupo
social criaba además una especie de gran pájaro que tenía la finalidad de comprobar
la buena naturaleza de los recién nacidos. Les colocaban sobre ellos y de este modo
procedían a seleccionar para su crianza solamente a aquellos niños que soportaban
el vuelo sin ninguna clase de temores.
Cada grupo estaba gobernado por el más anciano, como si fuera una especie de
rey, siendo sucedido en el desempeño de estas funciones por el que le seguía en
edad cuando le llegaba el término establecido a sus días. El mar que rodeaba la isla
tenía fuertes corrientes y mareas pero era de sabor dulce y en su cielo no se avista
ban las estrellas habituales que podemos contemplar entre nosotros. El número de
islas del archipiélago era de siete y todas ellas se hallaban a la misma distancia entre
sí y mantenían las mismas leyes y costumbres.
A pesar de las apariencias y las posibilidades que su entorno podía proporcionar
les, sus habitantes llevaban una vida sencilla y solamente recababan aquello que
precisaban para su mantenimiento. Su dieta era frugal y desconocían todos los ador
nos y excesos del arte culinario. Rendían culto divino al ambiente circundante, al
sol y a los cuerpos celestes. Pescaban peces y cazaban aves y en la isla crecían
abundantes árboles frutales, olivos y viñedos de los que obtenían vino y aceite en
gran cantidad. Incluso las serpientes, de gran tamaño, podían servir de alimento ya
que no eran venenosas y tenían una carne comestible y extraordinariamente dulce.
Elaboraban sus vestidos a base de un junco de fina sustancia mezclado con conchas
machacadas que producían el aspecto de la púrpura. Tenían además determinadas
las clases de comida que debían tomar en días establecidos, distribuyéndose entre
ellos las diferentes tareas, como la pesca, las labores artesanales y todas aquellas
actividades que tenían por objeto el servicio de la comunidad. Entonaban también
himnos y plegarias en honor de los dioses durante las fiestas que se celebraban entre
ellos, con particular atención al sol, del que tomaban el nombre tanto las islas como
sus habitantes. Enterraban a sus muertos en la arena de la playa en el momento de la
marea baja, de forma que cuando ésta subía, la arena fresca se amontonaba sobre
ellos haciendo así las veces de una sepultura.
Jámbulo y su compañero permanecieron durante siete años en esta isla, tras de
los cuales fueron expulsados de ella ya que no se habían adaptado a sus costumbres
por haber sido educados en los malos hábitos. De nuevo por tanto debieron empren
der la larga travesía por mar durante cuatro meses hasta que naufragaron sobre las
costas de la India, donde murió su compañero, pero Jámbulo consiguió llegar hasta
una aldea desde la que los nativos le llevaron hasta el rey de la región, Pataliputra,
que era además favorable a los griegos y mostraba evidentes ansias de conocimien
270 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
to. Tras su estancia allí, Jámbulo atravesó el país y toda Persia para llegar de nuevo
sano y salvo hasta Grecia, donde se dispuso a contar todas sus aventuras pensando
que eran dignas de mención.
El relato, como vemos, adoptaba la forma típica de los cuentos de viaje con la
narración de las aventuras en primera persona por boca del protagonista que las
había vivido y que casualmente solía siempre ser el único superviviente de la expe
dición. El compañero de Jámbulo, que lo había acompañado a lo largo de todas sus
aventuras y durante su estancia de siete años en la isla, muere sin embargo al llegar
a la India, precisamente cuando ya se habían salvado, lo que permite al autor disfru
tar de una completa omnisciencia que en ningún momento puede ser contrarrestada
por la versión alternativa de otro de los testigos presenciales. Un recurso literario
tan viejo como la Odisea, donde el héroe arriba en solitario hasta las costas de los
feacios y puede allí contar con absoluta autoridad su historia al rey Alcínoo, des
pués de haber ido perdiendo de forma sucesiva a lo largo de sus andanzas a todos
sus compañeros de viaje. El paralelo podría incluso extenderse en esta ocasión a la
estancia de Jámbulo en la corte india, donde parece que también contó sus aventuras
a un rey que como el viejo Alcínoo se hallaba en buena disposición hacia los extran
jeros y en las condiciones de aceptar su relato por la educación que poseía. La esce
na del naufragio y la conducción por los nativos de la aldea hasta el rey quizá tan
solo reactualizan en función de los nuevos tiempos los viejos esquemas del relato
odiseico, sustituyendo la princesa feacia y una isla fantástica por una realidad
mucho más asumible como eran en aquel entonces los nativos de una aldea costera
y un rey filoheleno de la India, con la que existían por entonces los contactos sufi
cientes35.
No tenemos la certeza de que el tal Jámbulo fuese un personaje real ni podemos
tampoco determinar con seguridad la época en que vivió. El nombre parece sirio y
los únicos indicios cronológicos que obran en nuestro poder son tan sólo un termi-
nus ante quem, que constituye Diodoro, y un posible terminus post quem, que sería
deducible de la mención del rey filoheleno de la India y en concreto de la región de
Pataliputra, algo poco imaginable con anterioridad a los escritos de Megástenes que
estuvo en dicha corte en calidad de embajador seleúcida a comienzos del siglo III a.
C. De cualquier forma, con independencia de que en el relato puedan haber incidido
en forma diversa y muy difícil de calibrar elementos procedentes de una experiencia
real de navegación por los confines del océano Indico en las costas cercanas a la
India, lo cierto es que el relato que nos ha trasmitido Diodoro tenía mayores preten
siones que las de reflejar una simple experiencia real por increíble que esta pudiera
parecer36.
35 Recuérdese a este respecto la embajada de Megástenes a la corte de esta misma región. Sobre la
presencia en general de los griegos en la India sigue teniendo validez la vieja obra de Tam (1951).
Recientemente, Sherwin-White y Kuhrt (1993), 91 y ss.
36 Véase Schwarz (1982), donde se estudian los posibles paralelos con la realidad histórica.
FABULACIONES UTOPICAS 271
La historia de Jámbulo nos presenta a todas luces una tierra fabulosa en la que
aparecen todos los elementos característicos de esta clase de fabulaciones. Su aisla
miento parece evidente a la vista de su situación en el Océano, al final de una larga
y penosa navegación de más de cuatro meses. Las islas además estaban rodeadas
por un mar con grandes olas y corrientes, y su latitud extrema quedaba confirmada
por el panorama astral que podía divisarse en su firmamento, completamente distin
to del que podía avistarse desde nuestras latitudes. Esta separación del mundo habi
tual se acentúa todavía más con el aspecto de sus gentes, que tienen incluso una
apariencia del todo diferente con características físicas y anatómicas extraordinarias.
Las formas de vida animal son igualmente diferentes y allí se encontraban especies
cuya naturaleza desafiaba incluso toda verosimilitud37. La naturaleza se mostraba
fértil y pródiga en toda clase de bienes, de forma que daba lugar a una existencia
feliz y plácida sin necesidad de recurrir al duro trabajo para conseguir el sustento.
Vivían una larga vida sin apenas enfermedades y en paz y demuestran su veneración
y respeto por los dioses en los festivales que se celebraban en su honor. Tenían una
organización social perfecta capaz de mantener la armonía entre ellos y aseguraba
sin problemas la continuidad de las instituciones. Su vida discurría en medio de un
clima templado que garantizaba la producción permanente de cosechas y frutos y no
faltaban tampoco las praderas idílicas donde solazarse o las inevitables fuentes
dobles que permitían el baño y la bebida y aseguraban además la salud por medio de
sus propiedades salutíferas.
No se trata sin embargo una vez más de un cuadro idílico a la manera del viejo
mito de la edad de oro o de las islas de los Bienventurados. La perfección de las for
mas físicas y el buen funcionamiento del sistema social no esconden limitaciones
tales como la existencia de enfermedades, aunque parece que se daban en reducida
medida, o la presencia de la muerte tras una vida longeva, si bien ésta se consuma
ba, a la manera de la edad de oro, mediante un proceso dulce que no implicaba
dolores ni traumas. Por otro lado esta sociedad ideal se asienta sobre principios de
eugenesia que eliminaban de raíz a los seres débiles, incapaces nada más nacer de
soportar un vuelo por los aires a lomos de un gran pájaro, o dictaminaba por ley la
preservación de la especie a base de la autoeliminación de aquellos que resultaban
lisiados o sufrían alguna clase de enfermedad. Su armonía social se basa igualmente
en ciertas represiones tempranas como el amor innato de las madres por sus hijos,
eliminado también de raíz al cambiar a los recién nacidos durante el proceso de lac
tancia. Este mismo sistema muestra también sus fallas al no consentir la presencia
de elementos ajenos que a la larga resultaban nocivos para su buen funcionamiento,
como se comprueba con la expulsión final de Jámbulo y su compañero por no haber
sido educados desde un principio dentro de este medio.
No se trata tampoco de un paraíso absoluto en el que sus gentes disfrutaban sin
límite de los bienes a su alcance o en el que pasaban sus días en medio de la más
37 Así lo recalca el propio autor, II, 59,4.
272 F. Ja v ier G óm ez E spelosín
Hespera
Hemos de incluir dentro de este apartado otra de las ficciones de naturaleza utó
pica del período helenístico que nos ha llegado también a través de las páginas de
Diodoro y que parece que hay que atribuir a un tal Dionisio Escitobraquión, autor al
parecer de obras de esta clase en las que imperaba de forma clara el componente
mitológico43. Dentro de su obra sobre Libia dicho autor incluía la descripción de
una isla denominada Hespera a causa de su localización extremo occidental que fue
conquistada por las Amazonas. La isla se hallaba situada en la laguna Tritónide, en
las proximidades del océano que rodeaba la tierra y muy cerca también de Etiopía y
del monte Atlas. Su tamaño era enorme y estaba repleta de árboles frutícolas de
todas clases, que aseguraban la alimentación de sus habitantes. En ella se criaba
también gran cantidad de ganado, particularmente ovejas y cabras, de las que obte
nían leche y carne para su subsistencia. Sin embargo no cultivaban la tierra ya que
la agricultura no había sido todavía descubierta entre ellos. La isla poseía también
ciudades, una de las cuales denominada Mene estaba habitada por los etíopes ictió-
fagos y consagrada a los dioses. En ella tenían lugar grandes erupciones de fuego y
41 Baldasarri (1973).
42 Estr., II, 1, 9.
43 Diod., III, 53,4-6. Acerca de este autor, Rusten (1982). Cf. Ferguson (1975), 123-14.
271 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
se daban las piedras preciosas que los griegos apreciaban. Dadas sus especiales
condiciones, fue la única parte de la isla que permaneció a salvo de la conquista
amazónica.
Ciertamente no es mucho lo que podemos deducir de la escueta referencia de
Diodoro. Interesado en esta ocasión en la relación mítica que sobre las Amazonas y
sus conquistas por el orbe relataba al parecer Dionisio, Diodoro menciona sólo de
pasada la existencia de la susodicha isla y apenas podemos entrever cuáles eran las
intenciones precisas de su autor y la relevancia que tenía dentro de todo el relato
original. Que se trata sin duda de una tierra fabulosa lo atestigua su localización en
los extremos del mundo junto a todas las referencias tradicionales que legitimaban
dicha ubicación dentro del imaginario helénico. Aparecen así como referencias
locales la tierra de Etiopía, seguramente en su más completa acepción mítica de pais
sagrado de los extremos meridionales del orbe, el monte Atlas, de clara reminiscen
cia cosmológica al estar considerado como una columna del cielo como podemos
apreciar a través de las correspondientes páginas de Heródoto44, o la misma laguna
Tritónide que también contaba con cierta prosapia mítica45.
El paisaje de la isla, aun con ciertas dosis de primitivismo, como era la falta de
campos cultivados, sí presenta en cambio los rasgos tradicionales de abundancia y
fertilidad que parecen satisfacer del todo a sus habitantes. Un paisaje que todavía
acentúa más sus condiciones maravillosas en la ciudad de Mene, consagrada a los
dioses y habitada precisamente por un pueblo que en la tradición mitológica griega
había acogido sus banquetes, dotada de erupciones volcánicas y repleta de piedras
preciosas. De nuevo aparecen reactualizadas aquí ciertas constantes míticas de larga
tradición en la literatura griega con referencias a los nuevos tiempos y saberes como
la calificación de ictiófagos a unos etíopes, originariamente genéricos en la tradi
ción mítica, pero que habían sido ahora objeto reciente de más cuidadas descripcio
nes como la de Agatárquides. También su descripción de fenómenos naturales rela
cionados con el volcanismo o la mineralogía, que empezaron a convertirse desde
finales del siglo IV a. C. en temas de interés de la ciencia griega y aparecían como
tópicos habituales en toda esta clase de historias, incluidas las más “serias” como
las de Polibio o Posidonio, revelan el proceso de actualización al que la obra de
Dionisio se vio sometida, a pesar de la preponderancia del tema mitológico.
Se nos escapan por completo las intenciones precisas de su autor fuera de su
intento por reescribir desde un punto de vista racionalista las viejas historias míticas
acorde con la realidad de los nuevos tiempos, pero desde luego no estaban ausentes
de su diseño los relatos utópicos como el de Evémero ni las idealizaciones de lo pri
mitivo como forma de vida perfecta que se ve sorprendida por el uso de la fuerza de
una cultura pretendidamente superior. El paralelismo de las Amazonas con los
Atlantes platónicos y la brusca desaparición del lugar a la manera casi del mítico
'14 Hdt., IV, 184.
** Gsell (1915), 77 y ss.
FABULACIONES UTOPICAS 275
continente, abogan igualmente por una influencia casi segura de aquella fabulación
filosófica y su inevitable encanto. Sin embargo el interés por los mitos y sus dife
rentes interconexiones parece en este caso haber sido uno de los elementos más
relevantes a la hora de concebir la obra de Dionisio.
Nisa
Procedente del mismo autor, encontramos también en las páginas de Diodoro
una referencia a la isla de Nisa, la patria originaria de Dioniso46. Según la larga his
toria que Diodoro reproduce sobre las hazañas del joven dios, éste fue ocultado en
aquella ciudad por Amón, que temía los celos de Rea si llegaba a conocer el naci
miento de este hijo bastardo. Dejando a un lado la historia mítica, nos interesa espe
cialmente la descripción de la isla que Dionisio llevó a cabo en su obra, reproducida
en Diodoro con mayor o menor detalle. La isla se hallaba en medio del río Tritón y
sus costas eran escarpadas por todos lados salvo por uno en que existía un paso
estrecho denominado, “puertas Niseas”. La tierra de la isla era rica, estaba atravesa
da por suaves prados y regada por abundantes corrientes de agua. Poseía toda clase
de árboles frutales y la viña silvestre en gran abundancia. Toda la región tenía ade
más un aire puro y fresco, extremadamente saludable. Por dichos motivos sus habi
tantes vivían la vida más larga de todas aquellas regiones. La entrada a la isla era
como una especie de cañada, protegida de los rayos del sol por la sombra generosa
de los árboles elevados que de forma apretada crecían en los alrededores, dejando
que sólo la luz atravesara su denso ramaje. A lo largo del recorrido había además
fuentes de un agua extraordinariamente dulce que convertían el lugar en un sitio
agradable para quien quisiera deambular por él.
Más hacia el interior existía una enorme cueva de gran belleza. Por encima de
ella se alzaban unos riscos de inmensa altura formados por rocas de diversos colores
dispuestas en bandas y que despedían un brillo considerable. A la entrada crecían
toda clase de árboles, tanto aquellos destinados a dar frutos como los que no tenían
otra finalidad que la de resultar gratos a la vista. En ellos anidaban pájaros de todas
clases de brillantes colores y sonoros cantos. El interior de la cueva, bañado por los
rayos del sol y cubierto de plantas y flores, despedía también la fragancia de algunas
de ellas como la casia. Allí podían verse también los lechos de algunas ninfas, ela
borados de forma sabia por la propia naturaleza a base de flores. Hojas y flores eran
además peremnes y nunca se veía ninguna de ellas caída por los suelos. Un lugar en
definitiva apropiado para un dios tanto por su hermoso aspecto como por la fragan
cia que allí podía respirarse.
Toda la descripción responde sin lugar a dudas al típico cuadro del locus amoe
nus, con arraigada presencia ya en la literatura griega, pero no faltan tampoco aque
46 Diod., III, 68,4 -69.
276 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
líos elementos que vienen definiendo a las tierras fabulosas como el aislamiento en
medio de un río y el carácter escarpado de sus costas que impedía el acceso fácil,
salvo por la entrada denominada “puertas niseas”, la fertilidad del suelo, la onmi-
presencia de fuentes, la abundancia de frutos salvajes, el clima templado y sano y la
longevidad de sus habitantes. Parece sin embargo que el objetivo principal del autor
residía en esta ocasión en la descripción de un lugar adecuado para el nacimiento
del dios, olvidándose por ello de cuestiones más secundarias para sus intereses
como el status político de las gentes que habitaban la isla o su forma de organiza
ción social. Da la impresión, sobre todo a juzgar por el resumen que nos presenta
Diodoro, que se trata de definir un escenario ideal a la vieja usanza de la pradera o
jardín de los dioses, y para ello se recurre a los elementos habituales con que se con
taba para esta clase de pasajes en toda la tradición literaria, sobre todo a raíz de la
floreciente literatura de viajes al estilo de los casos anteriormente tratados, que
seguramente proporcionaban excelentes ejemplos a seguir. En el presente caso pare
ce que se impuso sobre todo lo demás un cierto afán de fabulación, basado en el
gusto por lo extraordinario, muy propio de la época, aunque arropado esta vez por la
afición y erudición mitológica que se había constituido entre los nuevos saberes47,
cuya finalidad principal no era otra que la de divertir, tal y como ya señaló Estrabón
en su crítica a estos autores, entre los cuales parece que hay que incluir también a
Dionisio Escitobraquión si es que aceptamos la identificación propuesta con el autor
de una “Ciudad de Dioniso” que al parecer mencionaba Apolodoro de Atenas en
una lista de autores sobre geografía fabulosa, que eran merecedores de esta clase de
reproches48.
La isla de Pera
Quizá debiéramos incluir también dentro de este mismo apartado la isla denomi
nada Pera a la que se refiere Crates, el filósofo cínico, y de la que tenemos noticia
gracias al poema que del mismo autor nos ha conservado Diógenes Laercio49. La
isla se encontraba en medio de un vapor color de vino, era hermosa y fértil, pero
completamente sucia y sin albergar en ella ninguna clase de bienes. Tan sólo se
podían hallar allí tomillo, ajo, higos y pan en rebanadas que tenían como ventaja
inmediata el que sus habitantes no mantuviesen entre sí guerras ni precisasen de la
posesión de armas con el fin de adquirir dinero o fama. Esta aparente escasez de
bienes la situaba además fuera de las miras de todos aquellos que podían en un prin
cipio buscar habitar un paraíso dorado en el que la vida no presentaba problemas de
ninguna clase. Quedaban así fuera necios, parásitos, glotones y esclavos de sus ape
47 Jacob (1994).
48 Estr., I, 2, 35; VII, 3,6. Así Rusten (1982), 113-116.
49 Diog. Laerc., VI, 85.
FABULACIONES UTOPICAS 277
titos sexuales, dejando suponer por contra que quienes se molestaban en llegar hasta
ella lo hacían convencidos plenamente de que no era esa la forma de vida a encon
trar y buscaban en cambio un tipo de existencia bien distinta en la que primaban las
necesidades del espíritu.
La ficción imaginaria de Crates tiene manifiestas connotaciones cínicas al situar
su particular paraíso en una isla en la que la austeridad es la única garante de una
vida afortunada y la causa inmediata del mantenimiento de la paz y la concordia
entre sus habitantes, que al no estar poseídos de los deseos y ambiciones más típicos
del ser humano, no necesitan para nada el uso de las armas y parecen llevar una
existencia afortunada en perfecta armonía con la naturaleza, tal y como predicaban
los principales portavoces de dicha escuela filosófica50.
50 Sobre la utopía cínica, García Gual (1987) y Dawson (1992), 111 y ss.
TIERRAS DE FANTASIA
Tierras de Jauja
Una de las primeras ensoñaciones de carácter utópico que encontramos en la
literatura griega corresponde al mito de la edad de oro, que aparece ya formulado en
Hesíodo1. Sin embargo es en los autores de la comedia antigua, donde podemos
atisbar la primera aparición en el terreno literario de estos países de cucaña o tierras
de Jauja donde son posibles toda clase de bondades2. Se trata ciertamente de exage
raciones manifiestas que tienden a provocar la risa, explotando a fondo la comicidad
implícita en esta clase de situaciones cuando se comparan con una realidad existente
1 Sobre el mito de la edad de oro, Guthrie (1957), 63-79 y Dawson (1992), 13-14.
2 Sobre la parodia de la edad de oro en la comedia, Lovejoy y Boas (1965), 38-41.
280 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
mucho menos pródiga, en la que han llegado incluso a ser frecuentes los problemas
de simple abastecimiento. No hemos de olvidar en efecto el contexto político de
la comedia, que se mueve dentro del ambiente de la Atenas del último cuarto del
siglo V a. C., cuando la ciudad se hallaba en plena guerra contra Esparta y al aban
dono periódico de los campos por los campesinos se sumaban las penalidades de
abastecimiento de una población urbana cada vez más sobrecargada a causa de las
acciones de guerra3.
La puesta en escena de estos países de Cucaña tenía sin duda una función emi
nentemente cómica, pero en ellos se expresaban también los deseos y aspiraciones
profundas de la plebe ática, cansada de la guerra y de los sufrimientos que ésta origi
naba, que hallaba en este tipo de fabulaciones un cierto consuelo, además de deleite,
a sus fatigas cotidianas. En cierto modo, tal y como ha señado Bertelli, podría decir
se que se trata de “un utopia dei poveri”4, destinada en j>arte a contrarrestar los dise
ños más teóricos y abstractos aunque no menos ideales que en aquellos tiempos
corrían entre los círculos intelectuales atenienses. Son de hecho los aspectos pura
mente materiales del viejo mito de la edad de oro los que se destacan aquí con espe
cial énfasis, como la abundancia de comida en grados inconcebibles y la completa
ausencia de todo trabajo necesario para conseguirla. Se concibe así la existencia de
tierras fabulosas, situadas generalmente en el pasado mítico y remoto o en lugares
que resultan a primera vista impensables como el Hades o simplemente alejados
como Persia, convertida aquí en el estereotipo evidente de la opulencia infinita5.
Desgraciadamente no han llegado hasta nosotros las obras de estos autores, con
la conocida excepción de Aristófanes, y debemos limitamos a valorarlas a través de
las citas que figuran recogidas en un largo pasaje de Ateneo6. Todos ellos coinciden
en dibujar el paisaje idílico de una existencia feliz en la que destacan de forma parti
cular el aspecto culinario, con la mención concreta de sabrosos platos que caían de
los árboles o pájaros asados que volaban hacia las bocas de los comensales, y el
automatismo de los diversos enseres, incluidos claro está los propios utensilios de
cocina, que hacían del trabajo una simple cuestión de ordeno y mando a la espera de
que los susodichos objetos se aprestaran a cumplir con la tarea fijada. Destaca en
este sentido Ferécrates, que sitúa el escenario de toda esta abundancia en lugares
algo más concretos que la simple mirada atrás, hacia un remoto pasado en el que
gobernaba Crono, llegando incluso en su parodia a utilizar para ello el propio
Hades, trasferido momentáneamente hasta las minas del Laurión en el Atica, donde
los esclavos debían desarrollar un duro trabajo en más que difíciles condiciones, que
se convierte ahora en un lugar por el que discurren ríos de caldo y vienen hasta la
boca los tordos asados, o una Persia fabulosa donde la abundancia llueve literalmen
3 Sobre el contexto político de la comedia sigue resultando esencial el célebre libro de Ehrenberg
(1951). En particular, Cantarella (1969)
4 Bertelli (1982), 522.
5 Baldry (1953). Fauth (1973).
6 Aten., VI, 267 e-270 a.
TIERRAS DE FANTASIA 281
te del cielo con suculentos manjares cayendo de los árboles como hojas caducas7.
Mero divertimento sin más aparentemente, pero en el que se mezcla también evi
dentemente el profundo desencanto hacia una realidad presente del todo insatisfac
toria que obligaba a los menos favorecidos a volver su vista atrás, añorando una
edad de oro perdida en la que las cosas sucedían de bien distinta forma, y que había
arraigado al parecer en las capas populares de la población8, y la reacción airada,
expresada aquí en términos de hipérbole cómica o de agudos contrastes, contra las
idealizaciones propuestas desde medios fundamentalmente aristocráticos, que ape
nas contemplaban las necesidades perentorias que acuciaban a la población, como
remedio a los males del presente.
Sin embargo es Aristófanes el único que nos permite valorar a través de obras
completas esta clase de fabulaciones. Los aspectos utópicos de algunas de sus obras
como Lisístrata, Asambleístas o Las Aves, son de sobra bien conocidos9 y no es el
tema preciso que concita nuestro interés en estas páginas. Sin embargo en la última
de ellas Aristófanes nos ofrece el diseño de una tierra fabulosa, la de las Aves,
donde los protagonistas emprenden la búsqueda de un lugar tranquilo (tóttos'
áTTpáyiiwv) que les aleje de los procesos judiciales y de las intrigas políticas que
dominaban por completo en aquellos momentos la vida ateniense. La solución es
ciertamente escapista, pues sólo la tierra de las aves, Nefelokokugia, situada a medio
camino entre el mundo de los dioses y los hombres, les ofrece garantías a este res
pecto y es a donde deciden encaminar sus pasos en busca de esta tierra ideal en la
que conseguir una vida mejor10.
La tierra de las aves no es el todo una tierra fabulosa aún en su irrealidad pues
apenas existe si no en la imaginación de los personajes que tratan de convertir de
inmediato el aire que separa a hombres y dioses en un nuevo territorio políada,
dominado esta vez por las aves, que en la estela del modelo ateniense que se trataba
de satirizar, impusiera su poder sobre los dos ámbitos cortando el paso entre ellos.
Ambos protagonistas instan así a la fundación de esta ciudad aérea en la que las
aves prometen a sus futuros habitantes un sinfín de bondades que enlazan a todas
luces con los viejos ideales de un país de cucaña. Se ofrecen así salud, riquezas, paz,
juventud, risas, danzas y fiestas, en una recreación aristofánica del tópico tratado
por sus compañeros de género. Sin embargo, Aristófanes da aquí un paso más al
imaginar la existencia de este país de la abundancia añorado desde siempre por la
humanidad en un medio tan irreal como el propio aire, en el que tan sólo las aves
mantienen el equilibrio. Una irrealidad que se ve aquí además reforzada por los cla
ros intentos “imperialistas” de viejo cuño ateniense de convertir el éter en una nueva
7 Ferécrates, Fr. 10, 10 a y 130 Edmonds. También en Tuno, la nueva colonia ateniense de la
Magna Grecia, que gozaba de fama de prosperidad.
8 Véase a este respecto Versnel (1987).
9 Sobre todo, Bertelli (1983) y David (1984).
10 Un amplio estudio sobre los valores utópicos de esta comedia es el de Corsini (1987) y Zimmer-
mann (1991).
282 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
Atenas cósmica que imponga por igual su dominio sobre hombres y dioses, pasando
las aves a ocupar el lugar divino a través de un relato sofístico que les concede la
primacía a causa de su antigüedad primordial, por encima de dioses y hombres. Una
alusión paródica esta última dirigida contra los relatos “primitivistas” que hablaban
de la autoctonia ateniense y de una historia ancestral de los orígenes, tal y como
aparecen en los diálogos platónicos del Timeo y el Critias. La broma concluye con
la fiesta habitual que pone fin a la comedia en la que se entremezclan las referencias
a una realidad desdeñosa que ofrece escasas alternativas de cambio con el juego
constante de imágenes cómicas y alusiones irónicas que hace de las comedias de
Aristófanes un ejemplo único donde la fantasía, la poesía y la crítica política y
social contemporánea componen un complejo artístico difícil de superar11.
mítica intemporal y sin espacio definido donde las coordenadas de todo tipo brilla
ban por su ausencia. Sin embargo, más adelante, posiblemente tras las primeras
exploraciones e intentos de expansión ultramarina que tuvieron lugar a lo largo del
período arcaico, fueron siendo situados en las regiones más remotas del orbe según
avanzaban los conocimientos geográficos y se reducía a los extremos del mundo las
zonas de terrae incognitae15.
El conocimiento progresivo de las regiones limítrofes fue trasladando a ellas una
buena parte de estas fabulaciones y ya se ha visto en los capítulos precedentes cómo
fueron ocupando su lugar correspondiente en cada uno de estos territorios. Sin
embargo el gusto por lo maravilloso y lo extraordinario per se se acentuó todavía
más, como es bien sabido, tras las grandes conquistas de Alejandro y empezaron a
surgir en el medio literario alejandrino tratados sobre lugares maravillosos, que
constituyeron el género conocido como Paradoxografía, que abarcaban práctica
mente toda la tierra conocida, incluyendo también ciertas regiones del mundo habi
tado más inmediato como algunas zonas de la propia Grecia, el sur de Italia o Sici
lia. La gama de intereses era ciertamente amplia e incluía por igual el medio físico,
los ríos, lagunas, grutas, bosques, montañas, como el animal o vegetal con todas las
variedades y curiosidades a que éste daba lugar, e incluso el puramente humano,
prestando atención a las costumbres más exóticas y sensacionales de los pueblos
bárbaros o destacando aquellos fenómenos prodigiosos que contradecían las leyes
de la naturaleza16. Un poco ciertamente a la manera de los viejos tratados de etno
grafía jonia, de los que apenas conocemos otra cosa que los ecos que han podido
dejar en la obra de Heródoto, pero acrecentado ahora por el boom de los nuevos
descubrimientos y el auge de las nuevas ciencias de la naturaleza que con los traba
jos del Liceo habían empezado a florecer por todas partes17. Un lugar destacado
ocupan las tierras de Occidente, Sicilia e Italia, donde se localizaban innumerables
fenómenos curiosos de todas ciases y que fueron el objeto central de obras como la
de Ninfodoro, ya mencionada anteriormente. Sin embargo seguían siendo las tierras
limítrofes del mundo habitado las que atraían la atención y el interés de estos auto
res, tal y como revelan obras como la de Isígono o Nicolás de Damasco, que conte
nían una amplia gama de las costumbres y los lugares más curiosos18.
Ciertamente podríamos catalogar como fabulosas todas aquellas tierras sobre las
que se situaban esta clase de fenómenos, pero lo cierto es que tan sólo se referían a
lugares bien concretos de las mismas, una laguna, un río o una gruta, donde tenía
lugar el hecho objeto de su interés paradoxográfico, y no a la totalidad de ellas. Sin
embargo sí aparecen a lo largo de estos tratados algunos indicios más claros que nos
remiten a todo un país en concreto, en el que se producían algunas de las caracterís
15 Romm (1992), cap. 5.
16 Sobre la Paradoxografía y sus intereses véase la bibliografía antes citada a este respecto.
17 Vegetti (1991).
18 Para los correspondientes fragmentos sobre ambos autores remitimos a la edición de Giannini
(1965) así como a nuestra traducción en la Biblioteca Clásica Gredos.
284 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
ticas que definen a esta clase de tierras. Sirva como ejemplo la tierra de los Umbros,
de la que se dice en el celebre tratado atribuido a Aristóteles conocido como Mira-
biles Auscultationes que allí el ganado paría tres veces al año, su suelo producía fru
tos mucho más numerosos de los que se habían sembrado y sus mujeres eran de una
fecundidad extraordinaria, dando a luz de forma simultánea a dos y hasta tres
hijos19. En otros casos se trata de lugares maravillosos situados de nuevo en los con
fines del orbe conocido. Así en este mismo tratado se menciona igualmente un lugar
conocido como el monte Uranio, situado de forma vaga en el imperio de los cartagi
neses, que se hallaba poblado de bosques y flores que emanaban un agradable
aroma a las regiones vecinas, recreando una vez más el viejo tópos del locus amoe-
nus , si bien en este caso adobado con todo el misterio que recubría inevitablmente
las regiones de los confines occidentales, asociadas a un escenario geográfico
excepcional, compuesto a base del imponente océano y de elevadas montañas que
sobrecogían el ánimo de los marinos y viajeros, capaz de albergar toda clase de pro
digios. Un ambiente que vemos ya reflejado en algunos de los pasajes del célebre
Periplo de Hartón, cuando avistan desde la costa una columna de fuego que subía
hasta el cielo desde una elevada montaña, a la que denomina su anónimo autor, “el
Carro de los dioses”20. Una clase de relatos que, a juzgar por las referencias que
encontramos en las páginas de Heródoto al monte Atlas, debían abundar ya en el
siglo V y fueron luego aprovechados al máximo por esta clase de literatura fantásti
ca, a la que sin duda también pertenece de lleno el mencionado Periplo21.
Otra pérdida importante a este respecto es la de Antonio Diógenes, un autor des
conocido que escribió una especie de relato novelesco titulado Maravillas más allá
de Tule22. A lo largo del mismo debían desfilar países maravillosos de cuya descrip
ción no han quedado apenas huellas en el resumen del patriarca Focio, que es la
forma en la que ha llegado hasta nosotros el relato de Diógenes. Sin embargo se
mencionan a lo largo del mismo lugares como la propia Tule, las partes más septen
trionales de la tierra, donde los días o las noches llegaban a durar un año, una ciu
dad de Iberia donde la gente podía ver de noche pero eran en cambio ciegos por el
día, e incluso las cercanías de la propia luna. Productos todos ellos de la mera fic
ción desbordada de su autor que ha aunado dentro de un mismo relato elementos
bien diferentes pero supeditados todos ellos a un objetivo principal cual era el de
sorprender a su auditorio mediante la exhibición sin trabas de toda clase de fantasí
as, quizá con un cierto sentido paródico del género, a la vista de algunos pasajes
señalados que apuntan en esta dirección, pero que resulta difícil calibrar sin embar
go a partir del breve resumen de Focio.
19 Mir.Aus., 80.
20 Mir.Aus., 113
21 Sobre el carácter ficticio del Periplo de Hanón, Germain (1957). En general, Desanees (1978)
W-85 y García Moreno (1989).
22 Sobre esta obra puede verse, Di Gregorio (1968). Sobre su relación con las Historias Verdaderas
ilc l.uciano, Morgan (1985).
TIERRAS DE FANTASIA 283
La imaginación de Luciano
Dentro de los relatos fantásticos ocupa la primacía sin lugar a dudas el genial
Luciano, que en sus Historias Verdaderas trenzó una divertida parodia de esta clase
de fabulaciones en las que la imaginación disparada ya sin freno alguno había alcan
zado excesos considerables23. Ya en el preámbulo deja claras sus intenciones de
construir una verdadera fábula, una historia completamente imaginaria que dice
haber inventado del todo y que no es resultado ninguno de un viaje hasta los lugares
que describe, a la manera de los autores más célebres del género que pretende satiri
zar. Desfilan así ante nosotros diferentes escenarios de corte claramente fantástico
donde se igualan sus intenciones críticas con el despliege de recursos imaginativos.
Llega así en su viaje hasta una isla maravillosa en la que encuentra una estela de
bronce donde podía leerse en un griego borroso el testimonio de la presencia en el
lugar de Heracles y Dioniso, los dos viajeros míticos más celebrados, que habían
servido de excusa narrativa para un buen número de estas fantasías, de la clase de
las que hemos encontrado en Dionisio Escitobraquión. En ella también había un río
de vino de abundante corriente que servía a la vez como prueba de la estancia del
dios en la isla. En el río podían verse incluso unos peces que sabían también a vino
y producían por tanto la embriaguez si uno comía de ellos, llevando de esta forma la
parodia de esta clase de motivos al absurdo más disparatado dentro de su impecable
lógica narrativa. Las fuentes del río eran unas extrañas vides cuya parte superior
estaba formada por mujeres totalmente perfectas desde la cintura y de cuyos dedos
nacían sarmientos cargados de racimos. Sus besos, al igual que sucedía con los
peces, producían la embriaguez de quien los recibía.
Tras un viaje por el aire, arriban nada menos que a la luna, situada en medio del
aire como otra isla, esta vez flotante, de forma redonda y resplandeciente de luz.
Allí habitaban los cabalgabuitres, hombres que cabalgaban a modo de caballos
sobre buitres enormes cuyas plumas eran mayores que el mástil de un navio mer
cante. Luciano demuestra una vez más la fuerza de su imaginación mediante la des
cripción detallada de los extraños seres que allí habitaban y especialmente la curiosa
forma en que nacían dado que en la luna no existían las mujeres. Se habla así de
gentes que actuaban hasta los veinticinco años como esposas y después como mari
dos, quedando embarazados en la pantorrilla. Se menciona también a los arbóreos
que nacen de las bellotas caídas de un árbol carnoso surguido al plantar en la tierra
los testículos humanos. No existe allí la muerte pues el hombre tras la vejez se
disuelve y se convierte en aire. Su dieta a base de aspirar el humo de las ranas asa
das es común para todos y beben un aire exprimido en copas. No poseen tampoco
orificio anal en el lugar adecuado y sí en cambio encima de la pantorrilla, lugar en
el que tenía lugar el embarazo. Consideran hermosos a los calvos y les salen unas
barbas sobre las rodillas y una col en las nalgas a modo de cola. De sus narices
23 Fusillo (1988).
286 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín
fluye miel y sudan leche, circustancia que les permite fabricar queso con gran facili
dad. Extraen de las cebollas un aceite denso con el que fabrican perfume, tienen
vides que producen agua y utilizan sus vientres como alforjas, ya que pueden abrir
los y cerrarlos a discreción. Los ricos se visten con ropas de vidrio mientras que los
pobres lo hacen con hilado de bronce, metal que es abundante allí. Tienen además
los ojos desmontables y pueden incluso intercambiárselos entre sí y unas orejas
como hojas de plátano. Por fin Luciano alude al palacio real en el que había un
espejo situado sobre un pozo en el que podía contemplarse toda la tierra. La parodia
de los lugares idílicos a la manera de la vieja edad de oro, localizados en islas fabu
losas o en el confín de las regiones del orbe, habitadas por curiosas poblaciones
como las que encontramos al referimos a las islas del Sol, son aquí caricaturizadas
llevando al extremo todas las fantasías detectables en este tipo de historias, para
acabar de convertirlas en el absurdo manifiesto, pero cómico al máximo sin duda,
que Luciano presenta aquí a sus lectores.
Sin embargo la fantasía de Luciano no parece tener límites y en el curso de su
viaje se suceden lugares y pueblos a cual más increíble. Pasan después junto al
Zodíaco, un país que era “frondoso y fértil, bien dotado de agua y otras riquezas”.
Más tarde en el descenso hacia la tierra llegan a la ciudad de las lámparas, un lugar
habitado exclusivamente por esta clase de objetos que les acogen con hospitalidad,
y a la ciudad de los Nubecuclillos en la que el viento les impide detenerse. Ya en el
mar son tragados por una ballena, en cuyo interior encuentran una isla cubierta de
un denso bosque con árboles de todas las especies y tierras cultivadas. En el centro
del mismo encuentran un templo de Poseidón y a otras gentes que les muestran las
ventajas de la isla como sus vides que producen un vino dulcísimo, un manantial de
agua fresca y una laguna, donde había peces de todas las clases. Sin embargo en la
misma habitaban igualmente otras gentes menos hospitalarias con las que aquellos
se encontraban en guerra como los saladores, con ojos de anguila y rostro de boga
vante, los tritoncabritos, con medio cuerpo humano y el otro parecido al del pez
espada, los manosdecangrejo, los cabezatunes, los coladuras y los aletasdebarbada.
Una vez fuera ya de la ballena llegan a una isla llena de vides que tenía la forma
de un enorme queso compacto situada en medio de un mar de leche. En su centro se
alzaba un templo de Galatea, nombre adecuado a un contexto similar, y su reina era
Tiro, siguiendo el juego de palabras con la composición de la isla. Aparece más
tarde ante su vista la isla de Corcho, cuyos habitantes con pies en forma de corcho
podían correr libremente sobre las aguas del mar. Arriban después a la isla de los
afortunados, que constituye una recreación paródica del viejo tópos helénico. Allí
pueden asistir a los juicios que celebran conocidos personajes de la mitología o de
la historia. La ciudad era toda de oro y el muro de esmeralda. Las puertas, siete en
total, eran de una sola pieza de madera de cinamomo. Los cimientos y el suelo eran
de marfil. Había además templos de todos los dioses construidos de berilo y enor
mes altares de amatista. Un río de mirra corría a su alrededor y utilizaban como
baños casas de cristal caldeadas con brasas de cinamomo. Sus habitantes sólo tenían
TIERRAS DE FANTASIA 287
cuerpos en apariencia y no envejecían dado que permanecían con la misma edad
con la que habían llegado hasta el lugar. Vivían en medio de una luz ténue semejan
te a la aurora matinal y sólo conocían una estación, la primavera, y un único viento,
el céfiro. El país, como era de esperar, poseía flores y plantas de todas clases. Sus
vides producían doce cosechas al año y sus árboles frutales hasta trece ya que
durante un mes daban fruto en dos ocasiones. La célebre abundancia proverbial de
estos lugares alcanza aquí ya el grado de paroxismo, ya que las espigas producen el
pan ya apto para el consumo y en los alrededores de la ciudad hay trescientas sesen
ta y cinco fuentes de agua y otras tantas de miel, quinientas de mirra, siete nos de
leche y ocho de vino.
No menos fabulosa es la descripción que presenta del Elisio, la llanura en las
afueras de la ciudad donde celebran sus fiestas. Se trata en efecto de un prado bellí
simo rodeado de un espeso bosque que brinda a todos su sombra. Los lechos son de
flores y los vientos les sirven en todo. Unos árboles de cristal producen copas de
todos los tamaños que de forma inmediata se llenan de vino y las gentes son corona
das por los pájaros que expanden sobre ellos flores de los prados vecinos mientras
revolotean cantando. Unas nubes repletas de mirra desprenden sobre ellos su perfu
me bajo una suave presión de los vientos. Cantan himnos y poemas con la asistencia
del mismísimo Homero y los poetas más celebrados. Cuando éstos cesan en sus
cantos les substituye un coro de cisnes, golondrinas y ruiseñores, acompañado por
todo el bosque bajo la dirección del viento. Tienen además dos fuentes, la de la Risa
y el Placer que les proporcionan la actitud adecuada para las celebraciones.
Expulsados de la isla tras siete meses de estancia, una cifra que sin duda recuer
da la estancia de Jámbulo en las islas del Sol, recorren otros lugares como la isla
siniestra donde recibían sus castigos los malvados. Rodeada de un olor terrible a
azufre y de un aroma como de hombres asados, la isla era rocosa y pelada, árida sin
árboles ni agua. El país era sumamente feo y su suelo se hallaba repleto por todas
partes de cuchillos y picas. Los ríos que fluían en esta ocasión eran de fango, sangre
y fuego en consonancia con el carácter del lugar. Llegan después a la isla de los
Sueños que como éstos al ser completamente irreal retrocedía cuando uno quería
aproximarse hasta ella. La ciudad se encontraba rodeada por un bosque de adormi
deras y mandragoras en el que sólo moraban los murciélagos. Fluía por allí un río
llamado Noctámbulo y había dos fuentes, denominadas una Dormilona y la otra
Todanoche. Estaba rodeada por un muro alto y polícromo semejante en color al del
arcoiris. En su interior se hallaban los templos de la Noche, la divinidad que más
veneraban en el lugar, y del Gallo, y el palacio de Hipno. Sus habitantes los sueños
eran de diversa índole, unos hermosos y de buen ver y otros pequeños y feos.
Tras una estancia allí de treinta días emprenden de nuevo su viaje que les lleva a
través de los calabazapiratas y aquellos montados en delfines, de un mar en forma
de bosque de pinos y cipreses que no tenían raíces y a atravesar una sima inmensa
que les transporta por fin a un mar más suave y familiar. Llegan después a la isla de
los bucéfalos, con los que se ven obligados a luchar. Pasan a continuación delante
288 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín
de unos hombres que navegaban con sus propios cuerpos tendidos boca arriba utili
zando su miembro viril como mástil de la vela y llegan hasta una isla habitada por
mujeres, todas hermosas y jóvenes, pero con patas de burro que se alimentaban de
los extranjeros que llegaban hasta ellas, en una recreación cómica del episodio odi-
seico de Circe. Por fin arriba al otro continente, el que se encuentra frente al mundo
habitado, pero Luciano, llevando al extremo su juego literario y la parodia ingeniosa
de los relatos fabulosos, pone fin a su historia prometiendo dar cuenta de aquellas
nuevas aventuras en unos libros venideros, a todas luces inexistentes, tal y como
solían tener por costumbre algunos de estos autores, dejando en la expectativa a sus
lectores con la esperanza de poder continuar un día sus historias y dejar bien claro
también que la posibilidadad misma de continuarlas todavía dejaba buen márgen
para la fabulación.
En definitiva nos encontramos ante un desfile fantástico sin precedentes a través
del cual Luciano pasa revista a todos los tópicos de esta literatura recreando con un
gran ingenio algunos de los episodios más conocidos y celebrados de toda la litera
tura anterior, desde la mismísima Odisea hasta los más recientes productos del
género fantástico como el de Antonio Diógenes, pasando por toda la literatura etno
gráfica tradicional al estilo de Heródoto y los relatos fabulosos de Ctesias y los his
toriadores de Alejandro. Una apoteosis en fin de la fantasía y de los recursos de la
imaginación de su autor que ponen a prueba la risa del lector al tiempo que le
advierten de la facilidad enorme con que podía camuflarse bajo pretensiones apa
rentemente serias de veracidad un relato fabuloso que no era a la postre otra cosa
que una sucesión de patrañas y burdas mentiras, trabadas unas a otras con cierta
habilidad narrativa e insertas todas ellas dentro de un esquema argumental, tal y
como había enseñado el maestro primero de tales relatos, que no era otro que el
celebrado Odiseo, de quien Luciano se constituye aquí en el más destacado de sus
discípulos, utilizando dichas enseñanzas con una finalidad que en parte, posible
mente sólo en parte, era bien distinta del viejo poeta épico.
La isla de Crono
Con justicia debe figurar también dentro de esta relación de las tierras fantásti
cas la llamada Isla de Crono a la que alude Plutarco en su tratado sobre el rostro de
la luna24. En un diálogo entre el cartaginés Sila y Lamprias, el primero introduce el
relato acerca de una isla situada en dirección occidental de Britania, donde según
contaban los indígenas se encontraba Crono encarcelado por Zeus. La naturaleza de
la isla, que recibe el nombre homérico de Ogigia, y la dulzura del aire que la circun
da son ciertamente admirables. Quienes en ella habitan, llegados hasta allí en un
24 Mor., 941-945. Sobre la interpretación de este diálogo, Gorgemanns (1970). Véase también la
introducción y comentario a cargo de Del Como y Lehnus (1991).
TIERRAS DE FANTASIA 289
principio para cumplir con un deber ritual hacia el dios, pasan su tiempo ocupados
en celebraciones y sacrificios o inmersos en discusiones filosóficas ya que la isla les
proporcionaba sin pena ni esfuerzos toda clase de bienes en gran abundancia. La
mayor parte de sus habitantes han decidido permanecer allí a causa de estas bendi
ciones a pesar de que pasados treinta años al servicio del dios se les permitía aban
donar la isla y regresar de nuevo a su casa. El propio dios, Crono, duerme en una
profunda cueva que brilla como el oro, sobre la que los pájaros derraman ambrosía
que se esparce desde allí como si fuera una fuente a toda la isla, que es bañada de
esta forma por la fragancia de su perfume. Allí podía además aprenderse astronomía
igual que el resto de la filosofía, profundizando el estudio de la naturaleza.
Parece que todo el relato de Sila se remitía a un extranjero que desde allí había
viajado hasta nuestro mundo, llegando hasta Cartago, donde Crono recibía un culto
especial, y dio pábulo a sus extraordinarias historias sobre aquella parte del mundo.
De nuevo por tanto la técnica del relato de viajes servía como marco literario intro
ductorio de una fábula en la que destacan sobre los habituales elementos fabulosos
ciertas connotaciones religiosas que buscan para su desarrollo un escenario irreal y
fantástico, aunque situado esta vez en consonancia con las nuevas especulaciones
sobre las zonas más septentrionales del globo25. Existen sin embargo a lo largo del
relato ciertas incoherencias que confirman esta primera impresión de que Plutarco
se muestra una vez más interesado sobre todo en el contenido filosófico del diálogo
y descuida en alguna medida la precisión a la hora de diseñar el escenario idóneo,
que requiere tan sólo determinados elementos a base de la lejanía geográfica y del
mito tradicional para convertirse de golpe en el contexto adecuado a sus intencio
nes. Buen conocedor de la literatura anterior y a tono con los nuevos saberes geo
gráficos, sitúa su escenario en el confín occidental hacia el norte y menciona algu
nas de las intuiciones que desde la expedición de Piteas se habían conocido sobre
estas regiones como la existencia de un mar helado o la brevedad de las noches esti
vales. Sitúa también allende las islas el otro continente, intuido ya desde Crates de
Malos26, cuyos ríos inmensos producen con sus aluviones un mar fangoso, y pone
en boca de un cartaginés una historia de estas características, sabedor posiblemente
del aura de Cartago en este sentido al haberse realizado desde allí grandes expedi
ciones occidentales, algunas de las cuales como el célebre Periplo de Hartón habían
alcanzado una gran popularidad a través de su conversión literaria entre el público
griego. Todo adobado con ciertos elementos de naturaleza filosófico-religiosa cuyos
antecedentes más inmediatos cabe buscarlos quizá en el Timeo platónico, como ya
vio bien Hamilton27, y los más lejanos probablemente en el viejo mito de las islas de
los bienaventurados, atestiguado en Hesíodo.
25 Véase a este respecto el apéndice II de la traducción italiana mencionada en la nota anterior.
Sobre la relación de esta historia con una posible intuición preliminar de las tierras de América del Norte
y el absurdo inherente de esta clase de intentos, Ebner (1906), 65-95.
26 Moretti (1990)
27 Hamilton (1934).
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300 F. J a v ier G óm ez E spelo sín
11 Gracco Ruggini (1993), 468-469; éste será precisamente uno de los puntos por los que nos intere
saremos.
12 C f infra, especialmente El mito de la Edad de Oro.
310 M a r g a r it a V allejo G irvés
La herencia griega
Todo ello ya lo intuyó y lo utilizó profusamente el hombre griego, como se ha
podido comprobar en los capítulos anteriores. El hombre romano pagano, seguidor
de creencias religiosas similares e incluso en muchas ocasiones iguales, no busca ni
crea otros lugares paradisíacos insulares; es evidente que los necesita, pero se sirve,
puesto que los considera aún útiles -téngase en cuenta que aún no se habrían llegado
a descubrir las islas que tendríamos que llamar de “descanso”-, de los que ha here
dado de Grecia. Es un elemento más de los que integraron el legado griego transmi
tido a Roma o buscado por ésta, y como es lógico la literatura latina es fiel reflejo
22 Bauzá (1993), 116-117.
23 Ferguson (1975), 122; Amiotti (1988), 166; Gabba (1991), 106-107; Gracco-Ruggini (1993), 469.
316 M a r g a r it a V allejo G irvés
de esta herencia griega, si bien como veremos muestra menor entusiasmo por varios
de estos tópicos.
Los autores latinos, muchos de ellos anticuaristas como Plinio o Mela y sus
seguidores como Solino, Marciano Capella o Isidoro de Sevilla, recogen en sus
obras alusiones a islas más o menos míticas concebidas por la civilización helénica:
la isla de las Gorgonas, las Islas de los Bienaventurados son citadas por estos auto
res aunque sin describirlas en detalle24. Por su parte Virgilio, Séneca, Horacio o
Silio Itálico retoman estos temas como tópicos literarios25, en ocasiones teniendo
muy presente el acontecer histórico y político de Roma.
Isla mítica heredada, en este caso caracterizada por la feracidad de sus tierras, es,
siguiendo a Mela, Eritía -sin ninguna alusión a Gerión-, pero también tienen
las mismas connotaciones otras muchas, cercanas a ella, cuyo nombre no conoce pero
de las que sí sabe, curiosamente, que producen nada menos que siete cosechas anuales26.
Y no puede desde luego olvidarse la utilización latina de uno de los temas míti
cos y fantásticos por excelencia, los Campos Elisios. Virgilio, en el pasaje de la
Eneida en que Eneas, después de ser orientado por Anquises, llega a los Campos
Elisios los describe también como un lugar desde luego fabuloso:
“lugares placenteros y deliciosas campiñas de los bosques afortunados. Allí un
aire más generoso cubre los campos con luz purpurea...”27.
Las Islas Afortunadas son una de las máximas definiciones de un mundo fabulo
so; uno de esos paraísos terrenales presentes en cualquier descripción geográfica
salida de un escritor latino, pues la formulación griega de las Afortunadas o de los
Bienaventurados fue tan exitosa que los autores latinos apenas se molestaron en pre
sentar modificaciones a su descripción. El texto de Pomponio Mela:
“Las Islas Afortunadas producen frutos nacidos por propia iniciativa y, repro
duciéndose unos sobre otros, alimentan a sus habitantes, que no se preocupan por
nada, más abundantemente que otras ciudades cultivadas. Una de ellas sobresale
mayormente por la extraordinaria naturaleza de dos manantiales: los que prueban
uno se debilitan por la risa hasta morir, el antídoto para los así enfermos es beber
del otro”30,
es claro ejemplo del escaso dinamismo de la imaginación pagana en este sentido,
pues en él encontramos de nuevo como característica principal la fertilidad innata
de la tierra, sin necesidad de ser cultivada para alimentar a sus habitantes. Por todo
ello tal vez quepa pensar que no se trata tanto de falta de dinamismo cuanto de con
formismo con la definición de esos lugares paradisíacos, precisamente porque cu
brían con estas descripciones todas sus aspiraciones.
La coincidencia en el objetivo final de todos los sueños y aspiraciones del hombre
pudo ser uno de los elementos que facilitara la unión en Horacio de varios de los tópi
cos que caracterizan los lugares fabulosos o fantásticos en un sólo lugar -Islas de los
Bienaventurados, los Campos Elisios, Edad de Oro-, precisamente en las Divites Insu
lar, esa es precisamente la explicación por la que no vamos a encontrar apenas ningu
na innovación en su presentación, aunque obviamente sí en su relación temporal:
“Vosotros, los que tenéis valor, dejaos de femeniles lamentaciones y volad
más allá de la costa etrusca. Nos aguarda el anchuroso Océano; tratemos de
alcanzar los campos, los felices campos, y las islas Afortunadas donde cada año
la tierra sin ser arada produce sus cosechas e incluso la viña no podada florece
siempre; germinan también las ramas del olivo, nunca estéril, y los negros higos
adornan su propio árbol; fluye la miel de las huecas encinas, y los arroyos bajan
saltando de las altas montañas ligeros y con fluir rumoroso. Allí sin ser obligadas,
acuden las cabras a los cubos de ordeño y el rebaño amigo ofrece sus henchidas
ubres, y el oso al atardecer no gruñe alrededor de los apriscos y la fértil tierra no
aparece hinchada por nidos de víboras. Y muchas más cosas admiraremos dicho
sos: cómo el lluvioso Euro no arrasa los campos con sus lluvias, ni la pingüe
simiente se quema en una tierra reseca, pues el rey de los dioses del cielo atempe
ro Mela 3, 10, 102 (trad. de C. Guzmán Arias, Murcia 1989); Plu., Sert. 8. La presentación de Plin.,
Nat. 6, 36-37, 202-205, difiere un tanto de la de Mela, ya que las características fabulosas de estas islas
son menores en el relato de Plinio, concluyendo incluso éste calificando alguna de ellas -la llamada
“Canaria”- como “infesta” por los animales que arroja el mar a sus costas. Sin embargo que Plinio otorga
cierto carácter mítico o fabuloso a su presentación de las Afortunadas es comprensible cuando sabemos
que las describe inmediatamente después de las islas más o menos míticas del “Mar Etiópico”; cf. Destín
yes (1987), 277-278.
318 M a r g a r it a V allejo G irvés
ra lo uno y lo otro. No se dirigió hacia allí la nave Argos con sus remeros ni la
impúdica Cólquida puso su pie en ella. No dirigieron hacia allí sus proas los
marinos sidonios y tampoco el fatigado grupo de Ulises. Ninguna enfermedad
daña al ganado ni los calores inmoderados de astro alguno consumen los rebaños.
Júpiter mantuvo aparte esas costas para las gentes piadosas cuando corrompió con
el bronce la Edad de Oro; con el bronce, y después con el hierro, endureció los
tiempos, de los que a los hombres piadosos se concede la feliz evasión de la que
yo soy el oráculo”31.
No obstante parece claro, a pesar de la unión de estos varios tópicos, que para
Horacio no se trata de una zona real sino más bien de un lugar imaginario donde
poder llegar con la imaginación y huir de la realidad que asustaba al hombre roma
no de la época de César y Augusto32.
Esta presentación de Horacio, que en cierta forma es comprensible dadas las
características de esas zonas, también la encontramos por ejemplo en el Panegírico
de Juliano de Mamertino quien, en la misma línea, comenta:
“Se dice que los justos habitan tierras situadas en el Océano y que llevan el
nombre de Islas Afortunadas, porque en estos lugares el suelo, sin labor ninguna,
produce trigos, porque las viñas visten naturalmente las vertientes de las colinas,
porque los frutos cargan los árboles espontáneamente, porque, de ordinario, en
lugar de las hierbas, brotan las legumbres”33.
En el conjunto de los autores a los que venimos aludiendo sí encontramos una
evidente novedad en su presentación de las Islas Afortunadas, que incluso se hará
más patente en los autores tardíos, y especialmente entre los cristianos; se trata de la
más concreta localización geográfica de estas islas que nos proporcionan Salustio -y
Plutarco-, Mela, Plinio, Floro o el mismo Solino al indicamos que están por ejemplo
a mil estadios de Cádiz, o más allá de las también míticas Gorgonas, a 40 días de
navegación34.
La relativa falta de innovación a la hora de presentar estos lugares fabulosos
insulares se hace aún más evidente en autores tardíos, y aún más entre los cristianos,
quienes utilizan estos mismos tópicos de las Islas Afortunadas. Este es el caso de
Isidoro de Sevilla, cuyo retrato de éstas es, si cabe, aún más fabuloso si bien su ubi
cación es expresamente más real:
31 Hor., Epod. 16, 41 y ss. (trad. M. Femández-Galiano y V. Cristóbal, ed. Cátedra, Madrid 1990);
cf. Martínez (1992), 33, 58 y 63, y Bauzá (1993), 113-116.
32 Manson (1978), 56; Amiotti (1988), 175-176; Bauzá (1993), 114-116 y cf. infra respecto a la
Edad de Oro.
33 Discurso de Cl. Mamertino al Emperador Juliano XXIII (trad. de F. de P. Samaranch, ed. Agui-
lar, Madrid 1969).
34 Sal., Hist. fr. 100-101; Mela 2, 2, 102; Plin., Nat. 202-205; Flor. 2, 10; Sol. LVI, 13-19. Vid.
Amiotti (1988), 172-175; García Moreno (1989), 245-246, con matizaciones sobre las diferentes pro
puestas, índicas y atlánticas, para su localización geográfica. Id., (1992), 29-32, con el análisis del hipoté
tico trayecto desde las costas africanas o hispanas hasta las Afortunadas.
ISLAS MITICAS, FABULOSAS Y FERACES 3J9
“Las Islas Afortunadas nos están indicando con su nombre, que producen todu
clase de bienes; es como si se las considerase felices y dichosas por la abundancia
de sus frutos. De manera espontánea producen frutos los más preciados árboles;
las cimas de las colinas se cubren de vides sin necesidad de plantarlas; en lugar de
hierbas, nacen por doquier mieses y legumbres. De ahí el error de los gentiles y de
los poetas paganos, según los cuales, por la feracidad del suelo, aquellas islas eran
el paraíso. Están situadas en el Océano, en frente y a la izquierda de Mauritania,
cercanas al occidente de la misma y separadas ambas por el mar”35.
Esta gran concreción sobre su localización geográfica y real es lógica si se tiene
en cuenta que muchas de las características fabulosas que se otorgan a estas islas
son muy semejantes a las conferidas al Paraíso cristiano36, por lo que en consecuen
cia se haría sumamente difícil mantener o justificar la existencia de lo que podría
mos llamar dos paraísos terrenales. Téngase así en cuenta por ejemplo no sólo el
hecho de que en ambos lugares la tierra produzca frutos de motu proprio, sino la
coincidencia en ambos lugares de incluso mínimos detalles, como es el hecho de
que si en las Islas Afortunadas de Mela encontramos dos manantiales, uno cuyas
aguas pueden llegar a provocar la muerte, y otro que produce la salvación de ese
condenado37, en el Paraíso cristiano encontramos también esa dualidad, concretada
en la presencia de dos árboles, uno el de la vida terrenal, el otro el de la vida celes
tial38, es decir, el de la salvación del alma.
Esta es precisamente la reflexión que hace Isidoro de Sevilla desde su punto de
vista cristiano cuando admite que si bien el Paraíso y las Islas Afortunadas presen
tan claramente características semejantes, realmente se trata de lugares absoluta
mente distintos; es más, termina su presentación de estas islas oceánicas concretan
do aún más su ubicación física, que ya Mela y otros habían localizado frente al
Atlas. En conclusión, Isidoro exagera las características fabulosas de las Afortuna
das que ya había presentado Mela, pero ahora su localización es muy real porque es
preciso hacerlas más o menos reales y presentes; no puede permitir que se vean
como el Paraíso que, como inalcanzable que es, en otro pasaje ha situado indefini
damente “en tierras orientales”39.
Relacionado con este tema debemos considerar el modo en que los autores cris
tianos, y concretamente Juan Crisóstomo, de principios del siglo V, toma el tema
pagano de las Islas de los Bienaventurados; para el mundo pagano esta idea maravi
llosa de los Campos Elisios y de las Islas de los Bienaventurados se ubicaban en el
extremo-occidente, muy lejanos físicamente, sin embargo Juan Crisóstomo retoma
este tema haciendo real la existencia de un lugar donde habitan los Bienaventura
dos: para él no está ubicado en lejanos lugares sino en las puertas de Antioquía
donde habitan los santos anacoretas, que son considerados por él como los verdade
ros bienventurados40.
* * *
antiguo se había querido ubicar una tierra fabulosa así como la resistencia de
muchos romanos a localizar nuevos “paraísos perdidos”46; la exploración directa de
esa zona devolvía a la cruda realidad al explorador si es que pensaba que había
encontrado el “Paraíso Perdido” o la tierra del cultivo y cuidado innecesarios. Al
espíritu del hombre no le resta más elección que acomodarse -no sin presentar resis
tencia47- a los nuevos descubrimientos, aún a pesar de que sus viejos mitos se
derrumben; o, como ocurre con Horacio o Juan Crisóstomo, redefinir con algunos
elementos novedosos, antiguos tópicos para posibilitar su perpetuación.
50 Ieron., Epist. CXXV, 3, 3; Isid., Etym. XIV, 3,7, tomando la referencia parcialmente de Ael., NA.
IV, 27. Este testimonio de S. Jerónimo da pie para hablar de la pervivencia de animales más o menos fan
tásticos como guardianes en la tradición cristiana, concretamente en la iconografía medieval donde custo
dian la entrada a los templos (cf. Baldock (1992), 126). Como se puede observar ésta es una de aquellas
ocasiones en las que los autores cristianos admiten fantasías o creencias de la Antigüedad clásica, por la
evidente razón de que su función está acorde con la creencia cristiana; en este caso lo utilizan en contra
de la avaricia.
51 Mela 2, 1, 1. El papel de los grifos como “animales custodios” parece ser un tema recurrente en
cualquier relato de viajes hacia lo desconocido; piénsese por ejemplo en el encuentro del monje San
llarandán en su viaje hacia el Paraíso con un grifo que le impide su navegación (Bouet (1986), 44-46.
lipisodio 4).
,2 Juv., 10, 75 y ss., Fron., Str. 5, 11.
ISLAS Y TIERRAS CUSTODIADAS 325
cría porque consideran que está dispuesto para los dioses y que ha de conservarse
intacto para los dioses”57.
De nuevo volvemos a encontrar un elemento que ya es habitual en la caracteri
zación de una tierra fabulosa, la feracidad -Mela la llama ubérrima-, pero más fan
tástico es que los habitantes de las islas de alrededor no sólo no tomen ninguno de
esos frutos sino que ni tan siquiera se acerquen a ella por considerarla “lugar de dio
ses” y sus frutos “manjares divinos”. Entra aquí en esta ocasión en juego un elemen
to importante: el respeto que el hombre demuestra o debe demostrar a la divinidad;
el hombre de los alrededores de esta isla conoce su existencia y su riqueza, pero aún
así, aún teniendo el hombre que trabajar o labrar sus campos, con el esfuerzo que
ello supone, no osará tocar algo cercano porque es precisamente perteneciente de
forma exclusiva a la divinidad. Este es desde luego el mensaje que puede entenderse
de este significativo texto de Mela, pero aún esconde otro, este último más relacio
nado con la connotación fantástica, porque si antes veíamos que era la lejanía física
la que impedía su acceso, en esta ocasión la lejanía es sustituida por una “prohibi
ción divina”.
s' Mela 3, 6,58; Ptol., VI, 9, 8. Cf. Hermann, RE IV, A 2, 2068, sub “Talge”.
ISLAS MAGNIFICAS
Ibiza y Tánatos
Una de estas islas cercanas pero presentada con un cierto grado de connotación
fantástica o fabulosa es Ibiza. Ya hemos comentado los aspectos fabulosos de esta
isla en relación al caso de Formentera, a la que consideramos “isla custodiada” a
pesar de su infertilidad, pero conviene profundizar un poco más sobre ello. Así,
Pomponio Mela nos presenta a la mayor de las Pitiusas como una isla fértil en
trigo, copiosa en lo demás, libre de animales peligrosos -los conejos tan dañinos
58 Gabba (1981), 56-57; Id. (1991), 106-109; Martínez (1992), 11.
328 M a r g a r it a V allejo G irvés
para Baleares incluso morían, según Plinio, en la costa ebusitana59- y cuya tierra
es mágica para la de Formentera60- Sin embargo es obvio que la calificación
de fabulosa aplicada a las características naturales de la isla de Ibiza debe ser
tomada desde un punto de vista matizado, que está motivado, como explicaremos
más adelante, por la cercanía de la isla al público que pudiera conocer la obra de
Mela.
No es éste el único caso que conocemos cuya presentación literaria reside en la
abundancia de frutos, ausencia de serpientes y carácter mágico de su tierra para
estos animales aun cuando se localice en otro lugar menos lejano. Así conocemos la
referencia a la isla de Tánatos, cerca de Britania, cuyo texto reproducimos para
demostrar la absoluta similitud existente entre este pasaje y el de Mela referente a
Ibiza / Formentera:
“Tánatos es una isla del Océano, en el estrecho gálico, separada de Britania
por un pequeño estuario. Sus campos son ricos en trigo y su tierra es feraz. Se la
denomina Tánatos por la muerte que provoca a las serpientes: no hay una sóla
serpiente, y adonde se lleva tierra de aquella isla al punto acaba con la serpiente
que allí hubiere”61.
que no niega que la apariencia del suelo sea dorada o plateada comenta la causa de
esta característica: su abundancia en metales64.
Taprobane, a la que se identifica con Sri-Lanka, es presentada por Mela, Plinio e
Isidoro de Sevilla65, entre otros, pero en esta ocasión encontramos en sus relatos
connotaciones de índole matizadamente fantástica, más en el primero y tercero que
en el segundo, si bien siempre tratándose de unas características fabulosas segura
mente determinadas por su cercanía a la mítica India y a los límites del mundo
conocido. Así, Mela nos dice de ella que o bien se trata de una isla muy extensa o,
por el contrario, del primer lugar del “otro orbe”, ignorancia que justifica porque,
según él, nadie la había bordeado66. Esa misma alusión a la existencia del “otro
orbe” constituye un elemento que es posible relacionar en cierta forma con la imagi
nación del hombre, porque probablemente debe interpretarse como una de las tierras
más allá del Océano, oriental en este caso, presentadas desde antiguo67.
Plinio, que depende de autores más antiguos -en esta ocasión de Megástenes-,
presenta una concepción un tanto más racional de la misma, ya que nos dice tajan
temente que se trata de una isla ubicada entre oriente y occidente68; no en vano es
consciente de que se ha tenido contacto con ella69. De la misma manera, aunque
nos habla de que “ha sido desterrada por la naturaleza a los confines del
mundo”10, que en principio, y como ya hemos visto, implicaría la posibilidad de
poder localizar en esos confines tierras más o menos míticas y fabulosas71, Plinio
aproxima la vida de sus habitantes a la de cualquier pueblo más o menos mítico; en
definitiva, la sitúa entre la frontera de lo real y lo mítico. Así es cierto que nos
habla de la vida feliz, tranquila y longeva de sus habitantes (alcanzan los cien ufios)
y como hemos visto de su riqueza en oro y perlas -más aún que en la India-, pero
concluye con la presentación de costumbres, como la valoración del oro y de la
plata, la presencia de alguna forma de gobierno, la posibilidad de que exista delin
cuencia, el trabajo en los campos de sus habitantes o la ausencia de viñas72, ele-
Isid., Etym. XIV, 6,11.
65 Mela 3,7,71. También Plin., Nat. 6,24,81; Isid., Etym. XIV, 6, 11.
66 Cf. Plin., Nat. 6, 24, 81, indicando que ya fue bordeada en tiempos de Alcjundro Magno, cuando
se constató que se trataba de una isla. La consideración de tierras semi-conoeidas como integrantes del
“Otro Mundo" no es infrecuente, téngase por ejemplo presente la definición que Flor. I, 45, 16, da de
Britania con ocasión del interés de Julio César por este archipiélago; vid. Paulian (1982), 63; Zecchini
(1987), 255-259, aunque buscando el motivo en la ideología ccsuriana cercana a la Imitatio Alexandri
(Nenci (1992), 182). Ahora bien, esta calificación de “tierras del olio mundo" puede ser interpretado
como una metáfora, tal como hizo Serv, Virg. Ecl. I, 16 (cf. Nicolet (1988), 78-79 y 248-249 n. 23).
67 Vid. infra.
68 Loe cit. supra. Cf. Solino LUI, passim.
69 Plin., Nat. 6,24, 84-91 (en época del emperador Claudio). Cf. Gracco Ruggini (1993), 455 y n. 41.
70 Plin., Nat. 6, 24, 89.
71 De hecho en el siglo VIII d. C., precisamente a causa de esta ubicación al borde de la ecúmene, se
llegó a relacionar a Taprobane con el mundo de los Antípodas (vid. Gambin (1989), 193 y cf. infra).
72 Plin., Nat. 6, 24, 89-91.
330 M a r g a r it a V allejo G irvés
mentos que en definitiva conformaban una vida en exceso complicada y que lógi
camente excluía la posibilidad de que la isla fuera considerada totalmente utópica.
En cierta forma puede decirse que Plinio idealiza determinadas características de la
isla y sus habitantes, pero no puede ir más allá ya que la relación directa que se
había establecido con sus gentes impedía presentarla como un lugar totalmente utó
pico o ideal73.
Es Isidoro de Sevilla quien nos presenta a la isla con unas connotaciones tan
absolutamente ideales74 que permiten acercar el ámbito isleño de Taprobane habita
do por los hombres no sólo a la concepción de islas riquísimas sino también a la del
locus amoenus, ya que la interconexión entre ambos conceptos parece evidente. Isi
doro vuelve a referirse a una isla repleta de perlas y piedras preciosas pero añade
que conoce dos veranos y dos inviernos75, y lo que es aún más sorprendente, nos
menciona la existencia de dos ámbitos de la isla, separados por un río; Isidoro utili
za aquí uno más de esos elementos heredados, ya que como es sabido el agua puede
definir ámbitos o paisajes: en este caso vemos cómo en uno de ellos habitan los
hombres, pero en el otro los animales salvajes; encontramos aquí la unión de dos
usos del agua como delimitadores de ámbitos más o menos fantásticos, ya que pri
mero se trata de una isla y además, dentro de la isla es el agua el elemento que dife
rencia lo que podríamos llamar armónico de lo caótico76.
Si tenemos en cuenta el momento en que Isidoro elabora su obra y el retrato fan
tástico que nos proporciona de Taprobane, encontraremos un elemento que llama la
atención en su relato, de la misma manera que nos lo llamaba al comparar los testi
monios de Plinio y Mela.
Orosio, que escribía dos siglos antes que Isidoro, decía de Taprobane única
mente que tenía diez ciudades77, y a mediados del siglo VI d. C. Cosmas Indico-
pleustes en su Topographia Christiana nos habla de Taprobane como una realidad
cercana, aun admitiendo que se trata, de nuevo, de un lugar ubicado en los confines
de la tierra; es más nos habla de un comerciante llamado Sóprates que trafica con
73 Vid. Gabba (1981), 59-60 y Vasaly (1993), 138-139 y n. 16, calificando el relato de Plinio de par
cialmente utópico aunque realista; Gracco Ruggini (1993), 455 n. 41, considera que la concepción fantás
tica de estas características se debería ya a las fuentes literarias, más antiguas, que Plinio utiliza.
74 Presentación que poco después retomará Theodulfus, Carm. VII, 4-5 (MGH. Poetae Latini Medii
Aevi I, Münich 1978).
75 Como se puede comprobar son éstas unas características que venimos viendo repetidas, pero tam
bién son propias del Paraíso cristiano; por ello resulta curioso que en un mapa elaborado en 1473, el
Rudimentum Novitiorum, aparezca representada esta isla junto al Paraíso, flotando, de hecho, en uno de
los cuatro ríos que la tradición indicaba que partían de él hacia las tierras conocidas (cf. Gambin (1989),
193-194).
76 En los pasajes citados supra de Plinio, encontramos que, siguiendo a Megástenes, comenta que
un río divide en dos a la isla, pero no proporciona esa división tan fantástica a la que alude Isidoro. Vid.
sobre esta utilización del agua en la concepción ideal de un lugar determinado Gabba (1981), 57 y Tilo
mas (1982), 15.
77 Oros., Hist. Adv. Pag. I, 2, 16. Vid. Janvier (1982), 77. Cf. Plin., Nat. 6, 24, 85, quien afirmaba la
existencia de cincuenta.
ISLAS MAGNIFICAS 331
Los Etíopes
La coexistencia entre el mito y la realidad de los etíopes, que se ha estudiado en
capítulos anteriores, va a ser transmitida por la literatura griega a la latina, al mundo
romano, tratándose de una influencia favorecida desde luego por la curiosidad que
despertaban las costumbres extrañas de pueblos como los de Meroe, con los que
desde el interés africano de Octavio Augusto se tenían frecuentes contactos diplo
máticos, militares e incluso comerciales85. Así autores como Virgilio, Séneca o
Estacio utilizan el tema recurrente de la utopía etiópica homérica en sus obras86,
84 Vid. Reynen (1964), 99; Thomas (1982), 12. Ahora bien, Verg., G. 3, 365-380, califica de vida
tranquila y satisfecha la que llevan los habitantes de Escitia, aun a pesar de desarrollarse ésta en un clima
extremo y hostil; c/. también infra.
85 Vid. Plin., Ato. 6, 35,181 y ss. Cf. Snowden (1970), 109-111 y 131-143.
86 Verg., A. 4, 206-208 y 480-482; 6, 792-797; Id., Ed. 10, 64-68; Sen., De Ira III, 20, 2; Stnl.,
Theb. 2, 134-137; V, 426-428; VI, 261-262, variando el lugar donde se ubica al pueblo etíope, si blon
siempre son lugares remotos para los mismos romanos. Cf. MacLachlan (1992), 15-16. Sobre la "iinlrtwl"
en la literatura antigua entre “etíopes” e “indios”, vid. supra.
331 M ar g a r ita V allejo G irvés
tidos94. Obviamente esta última perspectiva tiene en nuestra opinión una razón de
ser, íntimamente relacionada con el paganismo y con la consideración hacia Etiopía
como zona de evangelización en los primeros tiempos del Cristianismo: como es
lógico esta doctrina no podía mantener viva la idealización de un pueblo al que se
había considerado extremadamente privilegiado por las divinidades paganas; ténga
se para ello en cuenta que Cirilo de Alejandría llega a decir todo lo contrario que
Homero y la historiografía clásica, pues concluye que los etíopes no estaban ilumi
nados por la luz divina95, comentario que por otra parte tampoco deja de tener con
notaciones fantásticas.
La decadencia de la concepción fantástica de los etíopes es claramente patente
en la literatura tardía algo menos comprometida con el Cristianismo, tanto en la
griega como en la latina; así el autor de la Expositio Totius Mundi et Gentium, en el
pasaje LXII, nos habla de ellos como habitantes de las tierras límites africanas,
desiertas pero habitadas en parte por una “raza perversa de bárbaros que se llaman
Maziques y Etíopes” 96, mientras que para Cosmas Indicopleustes el mundo etiópi
co, en el más amplio sentido del término, pero referido especialmente al reino de
Axum, es una realidad absolutamente cercana y concreta97.
En definitiva es muy cierto, siguiendo a L. Gracco Ruggini que el mito clásico
del país etiópico paulatinamente se va a desmoronar en la literatura latina, básica
mente a causa del contacto directo que se ha tenido con este pueblo98.
En una ocasión Mela nos habla de unas “Islas del Sol” situadas en las bocas del
Indo “inhabitables hasta tal punto que el sofoco del aire que las rodea mata al ins
tante a los que la f r a n q u e a n Del mismo modo Plinio, en el libro sexto de su His
toria Natural, recoge la idea ya antigua de la existencia de unas islas llamadas
"(S)Adanu”, a las que no se podía llegar a causa del mismo motivo: el calor del sol
impedía toda navegación hacia ellas100. Pero este autor y Mela ya'han comentado en
otras ocasiones aspectos fantásticos o fabulosos de tierras meridionales, índicas o
cercanas a las etiópicas o trogodíticas como sería el caso de las Islas Adanu, por lo
que estos fragmentos pueden quedar integrados en la misma perspectiva fantástica
que venimos proponiendo; ahora bien no es menos cierto que las condiciones de
navegación de la Antigüedad podrían haber facilitado esta concepción de inaccesi
bilidad patente en la presentación de ambas islas101.
De todas formas no podemos dejar de destacar la distinta utilización de la cerca
nía al sol de griegos y latinos. Los primeros idealizan estas tierras, concretadas por
ejemplo en la de los etíopes o en la misma utópica Isla del Sol de Yámbulo102, situa
das hacia el Ecuador, con un clima moderado, unos campos feraces y cuyos habitan
tes llevarían su longeva existencia sin ninguna clase de problemas ni tensiones103,
mientras que algunos de los segundos fabulan en tomo a la cercanía del sol en tér
minos muy distintos ya que para ellos es un clima extremo, que imposibilita la habi
tación de esa tierra o incluso impide la aproximación a ella. Son evidentemente con
cepciones opuestas.
La teoría de la existencia de los Antípodas es uno de los casos que ocasiona una
fuerte división -Plinio lo califica de “violento debate”- entre por un lado la ciencia o
la gente cultivada, que no consideraba su existencia cuestionable, y por otro lado el
común del pueblo romano, que la negaba114; así es muy significativo un pequeño
comentario de Cicerón:
también dices que hay un pueblo opuesto a nosotros en la parte contraria de la
tierra, con las plantas de sus pies contrarias a las nuestras, a los que se l l a m a antí
podas. ¿Por qué estás más irritado conmigo que no me rio de tus teorías que con
aquellos que cuando las oyen creen que estás loco?”115.
Pero también es muy curiosa la razón de la negativa del sencillo hombre romano
a creer en su existencia: según Plinio el pueblo creía que con semejante concepción
de la tierra de los Antípodas sus habitantes deberían caerse; no deja de ser tampoco
reseñable el argumento de Plinio para defender su existencia, pues concluye “ellos
no se preguntan por qué no nos caemos nosotros”116, tal vez en una clara alusión al
etnocentrismo romano al que nos hemos referido en las primeras páginas117.
En este tema de los Antípodas encontramos otra particularidad que nos permite
una vez más relacionarlo con la concepción de pueblos o zonas de connotaciones
más o menos fantásticas, porque a pesar de aludir continuamente al desconocimien
to de las características de esas zonas tórridas y aún de más allá118, no se duda en
afirmar que allí habitan unos seres a los que se llama Antípodas, es decir “con los
pies opuestos” a los del hombre que está realizando la descripción. Estamos desde
luego ante un ejercicio imaginativo del hombre antiguo, en este caso el científico -si
se nos permite utilizar este término-, en el que suple su desconocimiento de la reali
dad por la creación de otra ‘realidad’, básica o totalmente imaginaria, aunque quiera
presentarla como fundamentada en cálculos científicos.
Ahora bien, creemos que es adecuado plantear la posible motivación del desa
rrollo de este episodio que desde luego cabe calificar de fantástico ya desde el
momento en que los habitantes de esa tierra se llaman Antípodas, con el significado
que esta palabra conlleva, y desde el momento en que no sólo es imposible llegar a
ella sino incluso aproximarse. En nuestra opinion todo ello puede relacionarse de
nuevo con la dualidad tantas veces utilizada en la imaginación antigua; no hay nin
guna descripción de esa tierra ni tan siquiera de cómo se piensa que ésta es, simple
mente se alude la inversión de las estaciones119. Vuelve a surgir en esta ocasión el
tópico de la ubicación en zonas de la tierra infranqueables de lugares más o menos
fantásticos, como eran las Islas de los Bienaventurados, el Paraíso Cristiano o en
114 Plin., Nat. 2, 161; cf. Gem., Elementa Astronómica XVI, 2 (cf. Wolska (1962), 211-212).
115 Cic., Som. Scip. loe. cit. (trad. M. Vallejo Girvés).
116 Plin., Nat. 2,161.
117 Vasaly (1993), 133; cf. Eliade (1959), 12-17.
118 Por ejemplo Mela 1,1,4.
119 Mela 1,9,54.
LOS ETIOPES, LAS ISLAS Y TIERRAS TORRIDAS Y LOS ANTIPODAS 339
esta ocasión el Mundo de los Antípodas; todos ellos presentan el denominador
común de ser presentados como reales pero pasarán a ser inmediatamente califica
dos de inaccesibles.
La existencia de los Antípodas fue negada por la tradición cristiana, primero por
no haber noticia histórica alguna al respecto pero ante todo porque era de todo
punto inconcebible la existencia de un pueblo aislado, por esa tierra tórrida, del
mundo de Cristo, es decir de un mundo donde, visto desde un punto de vista etno-
mediterráneo, no había llegado la palabra de Cristo120. El testimonio de Lactancio
que se pregunta:
“¿Hay alguien tan ignorante que crea que hay hombres cuyos pies están por
encima de sus cabezas? ¿O que todo lo que hay a nuestro lado puede estar al
revés? ¿qué las plantas y los árboles crezcan al revés y que la lluvia, la nieve y el
granizo caigan hacia arriba sobre la tierra?”121.
no deja lugar a dudas del rechazo que producían estas teorías, pero es aún más clari
ficador el de San Agustín que nos dice:
“En cuando a la existencia de antípodas, es decir de hombres que marcan sus
huellas contrarias a nuestros pies, por la parte opuesta de la Tierra, donde sale
el sol cuando se nos oculta a nosotros, no hay razón alguna que nos fuerce a
creerlo. Nadie dice que haya conocido ésto por noticia histórica alguna sino que
se conjetura...”122.
prende que los autores cristianos caen rápidamente en una contradicción pues dicen
creer en el Paraíso, cuya existencia nadie ha comprobado en vida, que ubican en la
parte oriental de la llamada “Tierra más allá del Océano” y sin embargo no creen en
esas tierras más o menos míticas o fabulosas126, aunque es evidente que ello se
explica, como veremos, por razones lógicas de tratarse el Cristianismo de una reli
gión revelada.
156 Wolska (1962), 259, especialmente en relación a las contradicciones de Cosmas Indicopleustes
i n file sentido en particular.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO
EN LA IMAGINACION
Buena parte de los pueblos fantásticos que la literatura antigua nos ha transmiti
do se caracterizan no por ser felices, disfrutar de una existencia relajada, sin trabajo
y sin los rigores del frío ni del calor extremo, sino por ser físicamente anómalos en
relación a la concepción del hombre mediterráneo. Del mismo modo la idea de la
fauna -y la vegetación- en la literatura antigua tampoco es ajena a una formulación
física que transgrede las leyes de la naturaleza. Todo ello está como era de esperar
en íntima relación con el conocimiento limitado que el hombre antiguo, y aun el
romano, tenía de la superficie en la que vivía127.
La humanidad fantástica
El mundo de la cultura griega conoce la Esfinge de Edipo, el Minotaum tli
Teseo, Pegaso el caballo alado, está repleto de menciones a faunos, sálmw, t en
tauros, cícloples, pero también a hombres con orejas o pies enorme,s, sin ujtw, níii
nariz, etc... Y como es constante la literatura latina también va a lonuir de* Id ;íi k‘(',íi
esos elementos fantásticos, si bien en esta ocasión vamos a comprobar que se pro
ducen fuertes matizaciones, pudiéndose incluso concluir que en ¡iljumos casos se
introduce su existencia en los relatos pero siendo claramente palpable que no se
trata de creencias que se mantengan sino que son elementos útiles para demostrar la
erudición o conocimiento de obras antiguas de los autores; en oirás ocasiones, como
ocurre con Lucrecio, se niega la existencia de algunos de estos seres fabulosos pero
se admite la de otros128.
En cierta forma también puede interpretarse en este sentido la considerable utili
zación de la fauna fantástica en la iconografía de época imperial, presente por ejem
plo de un modo notable en la decoración de la Terra Sigillata donde encontramos
seres mitad hombres mitad animales, sátiros, sirenas, grifos129. Son elementos que,
127 Bianchi (1981), 230; 236-237.
128 Vid. infra.
129 Puesto que no es nuestra intención profundizar en este punto remitimos al reciente artículo de
Demarolle (1993), especialmente 193-194 y 198-202, donde se estudia la aparición de estos animales y
seres fantásticos entre los motivos decorativos de la Terra Sigillata, principalmente en la de factura gala.
3 42
M a r g a r it a V a l i .eto P r e v é s
130 August., C. S. 16, 8, 1; “...toda esa caterva de hombres o especies de hombres pintados en los
mosaicos del puerto de Cartago, tomados de libros de historias curiosas”
111 Gabba (1981), 53.
112 Lucr. 5, 837-848 (trad. I. Roca Melia, ed. Akal, Madrid 1990).
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 343
146 Por ejemplo Mela 1, 4, 23; 1, 8, 43; 1, 8, 48; 3, 6, 55-58 donde menciona a la mayoría de estos
pueblos; Mart. Cap. VI, 667, en referencia a los sátiros; Sol. XV, 20, sobre los arimaspv, XXX, 4, sobre
los cinoscéfalos y 12, en relación a los pueblos que carecen de nariz; XXXI, 1-2, sobre los atlantes;
XXXI, 5-6, sobre los blemmies y sátiros.
147 Vid. Bianchi (1981), 244-246; Stahl (1962), 138.
148 Mela 2,1, 14; Sol. XV, 1-2. Cf. Her. IV, 105,2.
149 Isid., Etym. III, 15-24. Sobre todos ellos vid. R. Wittkower (1964), 167.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 345
En definitiva se trata de una presencia literaria muy antigua y que va a ser trans
mitida a la Edad Media150, cuyos bestiarios no hacen más que reproducir las llama
das “razas plinianas”, e incluso las encontramos como motivo iconográfico, escultó
rico o literario en obras de épocas muy poco anteriores al siglo de la Ilustración151.
Pero también interesa resaltar aquí varios elementos que ligan a estos seres fan
tásticos aún más a la esfera de la concepción fabulosa que queremos tener presente.
Uno de ellos es precisamente la ubicación de todos ellos o bien en los límites de la
ecúmene o bien en áreas conocidas pero donde es prácticamente imposible penetrar.
Así es muy significativo el comentario de Pomponio Mela cuando inmediatamente
antes de hablar de pueblos como los atlantes, blemmies, ganfasantes etc... nos ha
indicado que todos ellos, “si se puede creer en su existencia”, se localizan a conti
nuación de una comarca amplia, vacía e inhabitable152, circunstancia que en princi
pio imposibilita toda comprobación. Ahora bien paradójicamente alguien debe haber
podido penetrar en ese territorio ya que es posible hablar de estos pueblos; otra cosa
es que sea una simple invención que no es preciso comprobar. En el mismo sentido
está la afirmación de Plinio para quien no debe causar sorpresa, debido a la mítica
relación de esta zona con el hijo de Vulcano, que en las regiones más lejanas y des
conocidas de la Etiopía se encuentren monstruosidades humanas y animales; en defi
nitiva es el fuego, el calor el que configura las formas de la naturaleza153.
Ciertamente todos estos pueblos se localizan preferentemente en las áreas más
alejadas, semidesconocidas y remotas de Africa, de Asia, de Escitia y las tierras
septentrionales y desde luego de la India, donde como es sabido ya se han localiza
do otras tierras fantásticas; lugares donde la comprobación sobre la veracidad de la
existencia de estos seres es prácticamente imposible y donde, en consecuencia,
es posible situar aquellos seres surgidos de la imaginación prodigiosa del hombre
antiguo154, favorecida desde luego por lo que debieron ser apreciaciones erróneas de
la realidad.
La relación entre formas de vida anómalas y la lejanía de sus lugares de habita
ción y también con la imaginación queda perfectamente patente en unas significati
vas frases de Tácito al concluir su relato sobre la experiencia de la flota de Germá
nico en c. 16 d. C. en el mar septentrional:
“...Contaban cada cual mayores maravillas cuanto de más lejos venían; enca
recían la violencia grande de la tempestad, pintaban aves de las que jamás se tuvo
150 Téngase en cuenta el análisis de Roncoroni (1982), 151-168, quien concluye que ya desde Soli-
no todo el saber enciclopédico de Plinio es sacrificado en favor únicamente de una recolección de todos
los mirabilia plinianos.
151 Véase al respecto Friedman (1981); Vegetti (1982), 130 o Kappler (trad. esp. 1986); brevemente
Bouet (1986), 46-47.
*52 Mela 1,4,23.
153 Plin., Nat. 6, 35,187; cf. Benabou (1975), 149.
154 Bianchi (1981), 228.
346 M a r g a r ita V a llejo G irv és
pero no hay lugar a dudas de que si la creencia en estos seres perduró se debió, ade
más del desconocimiento general de la zona donde se les localizaba, a aquellos libros
que recogían tales episodios; libros griegos, de Aristeas de Proconeso, de Isígono de
Nicea, de Ctesias de Cnido, de Onesícrito, Filostéfano y Hegesías, llenos de relatos
maravillosos que Aulo Gelio vio en el puerto de Brindisi y que leyó en dos noches o
como los que citaba San Agustín tratándolos de libros de historias curiosas160.
155 Tac., Ann. 2,23-24 (trad. J. L. Moralejo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1979).
156 Friedman (1981), 26 y 35 y Vasaly (1993), 136-138.
157 Plin., Nat. 8,27,69.
158 Lucr., 5, 878-609.
159 Tac., G. 46,6 (trad. J. M. Requejo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1988); cf. Ann. 2, 23-24.
160 Gel., 9,4; August., C. D. 18, 8, 1.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 347
con características físicas similares. Esto nos da pie para comentar la idea de que la
existencia de estos pueblos pudo ser real, al menos en un cierto sentido. J. B. Fried-
inan al concluir su estudio sobre las llamadas “razas plinianas” afirma que todas ellas
pudieron tener una base real, una razón de ser; esto es, las percepciones erróneas de
los viajeros pudieron llevar a presentar como totalmente anómalas o fabulosas ciertas
características de algunos pueblos, como por ejemplo los blemmies de quienes dice
que su presentación como hombres con el rostro en el pecho obedecería a que lucha
rían con escudos con motivos similares a las facciones humanas164. Y Benabou se
hace eco, junto a esta explicación, de un nuevo argumento: para él los casos más
anómalos tienen su razón de ser en una ‘tradición imaginaria’ difícil de anular165.
La fauna fantástica
Por último no podemos dejar de mencionar aunque brevemente la otra clase de
"monstruos” que según los antiguos podía producir la naturaleza, y es que el género
animal tampoco escapaba a sus caprichos. Así, ubicados en lugares de similares
características a los poblados por pueblos fantásticos166, además de los grifos por
ejemplo Plinio y Mela volvían a hablar, como ya había hecho Ctesias, de hormigas
gigantes167. Solino y Plinio hablarán también de la marticora, un fabuloso animal
con tres filas de dientes, rostro humano y otras características tomadas de diversos
animales168. Los dos antes mencionados e Isidoro de Sevilla comentan la existencia
de perros gigantes capaces de hacer frente a enormes toros169. Solino entre otros
muchos nos presenta también otro animal fantástico, el llamado monoceros, al que
califica como monstruo de horrible mugido, cuerpo de caballo, patas de elefante y
cabeza de ciervo con un cuerno en medio de la frente170.
Y como era de esperar los autores posteriores sumamente influidos por estos
telatos, eminentemente plinianos, también incluirán en sus obras la descripción de
animales de características fantásticas, bien los mismos -encontramos alusiones a
las hormigas y a los perros gigantes, a los grifos, a los pigmeos-, bien algo novedo
sos -como tortugas y serpientes gigantes, gallinas con lana en China171, o los ratones
del tamaño de un gato o gatos monstruosos que se encuentra San Barandán en su
navigatio172.
164 Friedman (1981), 24-25 y 197-198.
165 Bebanou (1975), 150, siguiendo a R. Lenoble (19692), 163.
166 por ejempi0 Sol. LH, 34, comenzaba su relato sobre la India del siguiente modo “tiene muchos y
maravillosos animales",
1,17 Plin., Nat. 8, 771 Mela 3, 7,62; Sol. XXX, 23.
IWI Plin., Nat. 8,75; Sol. LII, 37.
I(’'’ Plin., Nat. 8, 149; Sol. XV, 6; Isid., Etym. IX, 2,65.
1m Sol. LII, 39-40. Cf. B. Clausi (1982), 757 y n. 60 con la bibliografía al respecto.
1/1 Kappler (trad. esp. 1986), 148-152.
1 Cf. Hernández (1992), 300.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 349
Al igual que en casos anteriores considerarán que estas características fabulosas del
mundo animal tenían su origen esencialmente en percepciones erróneas o sugeridas por
el temor a enfrentarse con sorpresas, en las que no parece caer por ejemplo Quinto Cur-
cio cuando en lugar de describir los animales extraños que Alejandro habría encontrado
en los ríos de la India comparándolos con parámetros conocidos, concluía escuetamen
te con un “otros animales desconocidos a las demás naciones”173.
En la misma línea pero necesitado de un análisis independiente no podemos olvi
dar en este capítulo el estudio de las terribles criaturas y bestias que se describen en el
libro del Apocalipsis, y que incluimos aquí por haber sido compuesto en dominios del
Imperio Romano. Situado en un mundo futuro, que deberá sufrir terribles catástrofes
hasta alcanzar la paz y la tranquilidad -punto que nos interesará en nuestro estudio de
la Edad de Oro- el Apocalipsis menciona langostas semejantes a caballos con caras de
hombres, cabellos de mujer y dientes de león174, caballos con cabeza de león y colas a
su vez con cabezas175, dragones con siete cabezas y diez cuernos176, panteras con diez
cuernos y siete cabezas, boca de león y patas de oso177. En definitiva, monstruos
situados ahora en un mundo futuro y terrible -como sus características físicas-, en
lugar de en uno lejano y contemporáneo, pero que como puede comprobarse en la
pequeña enumeración que hemos presentado tienen muchos puntos en común con
algunos de los animales fantásticos que la anterior literatura antigua describía.
pcrado, etc...180, es decir unas características que ya nos son muy familiares puesto
que aparecen prácticamente en todos los capítulos de este trabajo, y a las que habría
que añadir la ausencia de animales dañinos, elemento tomado de la concepción del
mito de la Edad de Oro y, algo muy importante, la participación del hombre en esa
tierra fabulosa181. Pero pasemos ahora a analizar, tomando como punto de partida
estos elementos, los textos latinos en los que encontramos este tipo de alabanzas.
que Virgilio, los autores de los Panegíricos o Isidoro de Sevilla nos han presentado
una imagen absolutamente idealizada de diversos ámbitos geográficos inmediatos,
en todos ellos es claramente comprensible que se trata de un recurso para exaltar la
figura del o'de los que se ven como salvadores, léase Octavio Augusto, Constantino,
Teodosio o el pueblo godo195.
En otro orden de cosas, pero relacionado con el contexto político, no queremos
dejar de señalar que las mismas tierras alabadas permiten comprender la apertura
del mundo romano, pues se pasa del eminentemente itálico al mediterráneo-euro-
peo. El poder de Roma como dominadora de un imperio procedía de Italia, y Virgi
lio cantó la excelencia de esta tierra; con el tiempo los emperadores surgieron en las
provincias, de ahí que encontremos alabanzas a Britania o Hispania. Todo ello refle
ja perfectamente la supremacía conseguida por el poder provincial que, como es
conocido, permitió, en cierta forma, la continuidad del Imperio.
Pero en definitiva y a pesar de la oscilación entre lo imaginario y lo real que
hallamos en los citados textos, parece evidente que todas estas tierras, tal como apa
recen caracterizadas, suponen la realización del sueño de cualquier hombre pues son
la viva imagen de la paz, la tranquilidad, la armonía y la prosperidad. Desde este
punto de vista son obviamente “tierras fabulosas”, pero la inmediata cercanía de
estas tierras al pueblo lleva a que estos retratos sean vistos como una fabulación de
los poetas, como un recurso poético con finalidades eminentemente políticas.
Entramos ahora en el estudio del tema que representa para el mundo cristiano el
lugar fabuloso por excelencia: el Paraíso', un tema siempre presente en la literatura
cristiana, tanto griega como latina, que entronca con la tradición bíblica, pero tam
bién con el mito pagano de la Edad de Oro, en tanto que se trata de un mito que
vive en el pasado pero del que muchos esperan disfrutar en el futuro196, y desde
luego con el de los Campos Elisios y con el de las Islas de los Bienaventurados, ya
que se trata de la interpretación cristiana de estos197. Al fin y al cabo en todos ellos
se sitúa al hombre en contacto armónico con la naturaleza198.
La descripción del Paraíso o Jardín del Edén en el Libro del Génesis199, ubicán
dolo “al oriente”, en las “tierras más allá del Océano”, y adornado con toda clase de
riquezas naturales es recogida, como es obvio, por todos los apologetas y exegetas
cristianos pero también por otros autores cristianos algo menos comprometidos con
los comentarios bíblicos.
Por lo tanto era un lugar totalmente agradable para la vida del hombre. De hecho
un autor cristiano, también del siglo V, el obispo pelagiano Julián de Eclanum206,
resaltaba el primitivismo de la relación entre el hombre y la naturaleza existente en
el Paraíso: traza, a partir de la idea del Paraíso, un retrato idealizado de la vida cam
pesina, inspirándose directamente en la obra pastoril de Virgilio; de hecho para él
“Adán es un pacífico campesino en un placentero jardín”, que tiene a la divinidad
como amable dueño207.
Su indeterminación geográfica
Al mismo tiempo el Paraíso recreado por los autores cristianos del Imperio
Romano presenta también otras varias características que permiten incluirlo con
mayor razón entre las tierras fantásticas o fabulosas: la constante de su ubicación,
como otras tierras fabulosas, en ese Oriente lejano, fecundo y semi-mítico; su inac
cesibilidad, puesto que no sólo está ubicado indeterminadamente en tierras orienta
les más allá del Océano -cuyas aguas son imposibles de franquear208-, sino que a
causa del “pecado de Adán y Eva” el lugar se encuentra custodiado por llamas
y ángeles que impiden al hombre acercarse, tanto en espíritu como en carne; su
indeterminación geográfica, que le asemeja con el tema de las Islas de los Biena
venturados.
Esta indeterminación geográfica era uno de los elementos que utilizábamos
cuando estudiamos la presentación que Isidoro de Sevilla hacía de las Islas Afortu
nadas209. Los elementos en común entre éstas y el Paraíso eran notables; por ese
mismo motivo Isidoro se vio obligado a indicar que no se trataba del mismo lugar y
en consecuencia a precisar más la ubicación de las Afortunadas, al tiempo que loca
lizaba difusamente el Paraíso en tierras orientales, pero eso sí, descrito, a partir de
testimonios bíblicos, con todo lujo de detalles.
Pero al igual que hemos visto en otras ocasiones, también en este caso debieron
plantearse dudas acerca de la existencia real del Paraíso. Muchos estudiosos de la
Biblia llegaron a considerar que después de la salida del Paraíso, las menciones
acerca del futuro retomo del hombre al mismo debían interpretarse en un sentido
espiritual o alegórico, y no en un sentido real210. Pero por contra encontramos en
San Agustín una verdadera apología de la existencia del Paraíso como lugar real211,
postura que de nuevo choca con la que ya hemos visto en otras ocasiones en el pare
cer del obispo de Hipona; recordemos que negaba la existencia de los Antípodas
206 Vid. Genn., De Vir. Ills. 45 (PL LVIII, 1084).
207 Op. Imp. VI, 12-20; cf. Brown (1969), 382.
208 Cosm. Indicopl. Topograph. Christ. II, 43.
209 Vid. supra.
210 Comentario de la BAC a De Civ. Dei p. 966-967, n. 17.
211 August., C. D. 13, 21.
360 M a r g a r it a V alleto G irvés
porque nadie había llegado hasta ellos y por lo tanto no había podido enseñarles la
“fe verdadera”, por la misma razón creía posible la existencia de seres anómalos
porque estaban “en este mundo” y eran futuros seguidores de Cristo. Ahora aunque
se afirme la imposibilidad de acceder a esa tierra fabulosa que se llama Paraíso, para
San Agustín no se puede dudar de su existencia real porque ha sido Dios el creador.
La misma postura podemos encontrar en otros autores, como por ejemplo en Cos-
mas Indicopleustes, quien como vimos rechazaba la existencia de los Antípodas, y
sin embargo admite sin lugar a dudas la existencia real de una ahora inaccesible
“tierra más allá del Océano”, donde, según él, vivieron diez generaciones de hom
bres después de la expulsión del Paraíso, que también ubica en la parte oriental de
esta misma tierra212.
La localización del Paraíso en tierras orientales no es la única que se conoce en
la literatura cristiana, ya que en un texto muy tardío como es la Navigatio de San
Barandán, del siglo IX, encontramos cómo el monje irlandés que protagoniza el
relato parte hacia Occidente, hacia el interior del Océano, para encontrar el Paraíso,
la tierra prometida213, que es presentado con idénticas particularidades que cuando
era localizado en tierras orientales. Pero además es igualmente de difícil acceso ya
que el monje debe bajar a la profundidad de las tinieblas para alcanzar el obje
tivo214, que es esa
“tierra inmensa y recubierta de árboles cargados de frutas como en otoño” y “de
toda suerte de piedras preciosas”215.
Es decir es el país de la luz sin fin, de la abundancia, de la fraternidad216; en
definitiva una tierra absolutamente fabulosa, como la mayoría de las que hemos
visto hasta el momento.
212 Cosm. Indicop., Topograph. Christ. II, 24 passim. Cf. Wolska (1962), 259. Vid. también Exp.
Tot. Mund. et Gent. IV e infra.
213 Recuérdese que precisamente lo que podríamos llamar “Paraíso pagano”, esto es las Islas de los
Bienaventurados o los Campos Elisios se situaban para el mundo greco-romano en el Occidente (cf. para
la distinta ubicación de todos ellos Martínez (1992), 90).
214 Curiosamente Serv., A. 5, 735, comentaba que según los poetas los Campos Elisios se encontra
ban en un lugar subterráneo lleno de felicidad (cf. Martínez (1992), 39).
215 Navigatio. Episodio 10. Compárese con la descripción del Paraíso que se encuentra en Benedic-
lo, El viaje de San Brandan, vv. 1729-1784, presentado con mayor lujo de detalles, donde la exageración
de las condiciones excepcionales del lugar es la nota predominante.
2,6 Bouet (1986), 76.
EL MITO DE LA EDAD DE ORO
Si existe una tierra fabulosa por excelencia para el hombre romano sin duda es la
que caracteriza la Edad de Oro pues parece hecha a propósito para dar bienestar al
hombre217; una tierra donde está presente una eterna primavera, donde la fecundidad
de los campos es espontánea y los frutos abundantes, donde los ríos llevan leche y
vino, donde la miel mana de los árboles, donde no hay animales dañinos; una tierra
situada a su vez en una época en la que está ausente cualquier tipo de gobierno, de
guerra y de sufrimiento, donde reina la armonía entre los hombres, entre estos y la
naturaleza y a su vez con los dioses218, en definitiva una tierra alegre y tranquila, un
lugar absolutamente idílico y en consecuencia fabuloso.
Ahora bien a pesar de que el mito de la Edad de Oro alcanza su máxima expre
sión y desarrollo literario, con innovaciones sobre el tema tan interesantes y deter
minantes que permiten un análisis individual, e incluso un desarrollo social en un
mundo dominado políticamente por Roma, concretamente durante las últimas déca
das de la República y los primeros momentos del Principado de Octavio Augusto,
su nacimiento como tópico de lugar o época fabulosa se remonta muy atrás en el
tiempo. La interpretación romana de la Edad de Oro procede, a través de poetas
como Ennio quien lo utiliza profusamente219, del mito griego de las Edades del
Hombre que encontramos desarrollado por primera vez en Hesíodo220; pero a su vez
éste parepe tener su origen en Oriente, ya que los mismos elementos que le dan
carácter están presentes no sólo en la mitología irania sino también en el Antiguo
Testamento bíblico221, especialmente en el libro de Isaías222.
Junto a esto, si tenemos presentes los elementos que caracterizan a la tierra de la
Edad de Oro no dejaremos de comprobar de inmediato que se trata de los mismos
tópicos que han determinado la mayoría de los mundos y tierras fantásticas que se
han tratado en capítulos anteriores; no en vano todos ellos preconizan un contacto
217 Poinsotte (1979), 474.
2>8 Brisson (1992), 41.
219 Ennio, en su traducción de los escritos de Evémero, que exponía la historia y genealogía de los
héroes y dioses; vid. Pavan (1984), 413.
22° Hes., Op. vv. 106-116. Vid. para el “Mito de las Edades” en Hesíodo, West (1978), 106 passim.
22> Martínez (1992), 58; Bauzá (1993), 25.
222 Is. XI, 1 y LI, 3.
3 62 M a r g a r it a V allejo G irvés
229 Hes., Op. vv. 112-119. Cf. infra a propósito de Virgilio sobre mui innovación en esta ausencia de
labor.
230 Guittard (1980), 176. Un resumen del mito griego en l'nvan ( I9K4). 412-413; Martínez (1992),
58 y ss. y Bauzá (1993), 21-25.
231 Brisson (1982), 8, pero vid. también infra en relación ni lacas amoenus.
232 Guittard (1980), 178; Thomas (1982), 24-25.
233 Gabba (1981), 59; Thomas (1982), 133.
234 Brisson (1992), 7-9.
M5 Brisson (1992), 9 y 188-189. '
364 M a r g a r it a V allejo G irvés
mo236. Así en Epod. 16, 41 y ss, vemos cómo la escapatoria de esa realidad es huir
hacia ese mundo brillante de la Edad de Oro; pero esta evasión consiste en una
huida mental237, aunque es al tiempo geográfica pues sitúa la tierra aurea deseada
en las Islas de los Bienaventurados, en las Divites Insulae, cuyas connotaciones
fabulosas e idílicas ya se han comentado ampliamente en capítulos anteriores238.
La concepción de la tierra idílica de la Edad de Oro en la poética ovidiana es tal
vez la más acorde con la tradición hesiódica de este mito:
“La edad de oro fue creada en primer lugar, edad que sin autoridad y sin ley,
por propia iniciativa, cultivaba la lealtad y el bien. No existían el castigo ni el
temor, no se fijaban, grabadas en bronce, palabras amenazadoras, ni las muche
dumbres suplicantes escrutaban temblando el rostro de sus jueces, sino que sin
autoridades vivían seguros. Ningún pino, cortado para visitar un mundo extranje
ro, había descendido aún de sus montañas a las límpidas aguas, y no conocían los
mortales otras playas que las suyas. Todavía no estaban las ciudades ceñidas por
fosos escarpados; no había trompetas rectas ni trompas curvas de bronce, ni cas
cos, ni espadas; sin necesidad de soldados los pueblos pasaban la vida tranquilos
y en medio de la calma. También la misma tierra, a quien nada se exigía, sin que
la tocase el azadón ni la despedazase reja alguna, por sí misma le daba todo; y los
hombres, contentos con alimentos producidos sin que nadie los exigiera, cogían
los frutos del madroño, las fresas de las montañas, las cerezas del cornejo, las
moras que se apiñan en duros zarzales, y las bellotas que habían caído del copudo
árbol de Júpiter. Había una primavera eterna y apacibles céfiros de tibia brisa aca
riciaban a flores nacidas sin simiente. Pero además la tierra, sin labrar, producía
cereales, y el campo, sin que se le hubiera dejado en barbecho, emblanquecía de
espigas cuajadas de grano. Corrían también ríos de néctar, y rubias mieles gotea
ban en la encina verdeante”239.
Con la presencia de las mismas características, vemos aquí, y en otros textos,
que para Ovidio esta tierra y estos tiempos idílicos son ya irrecuperables240, pero los
motivos que llevaron a este autor a retomar el mito de la Edad de Oro, que él ve con
pena y añoranza, son los mismos que hemos visto en Horacio y que veremos en
otros autores: contemplaba la escena política y social romana presente y futura de
un modo tan absolutamente pesimista, que el único consuelo, si es que se puede
calificar así, que le resta a Ovidio es recordar que la humanidad vivió otros tiempos
muchísimo más felices. Pero la desesperanza en Ovidio alcanza desde luego límites
1 Fraenkel (1966), 52 y ss.; Brisson (1992), 66-67.
; '7 Manson (1978), 56.
MB Vid. supra, pero también Manson (1978), 56; Amiotti (1988), 175-176; Brisson (1992), 67-70-
Mmi/.rt (1993), 52 y 114-116.
1 Ov„ Met. 1, 89-112 (trad. A. Ruiz de Elvira, CSIC, Madrid 1983 (1988)); cf. Bauzá (1993), 52-
VI
1111 Así se comprende el dolor que expresa Ov., Met. 15, 96-144. Loupiac (1992), 94, la califica de
1llpn lu'fiirtdico’’.
EL MITO-DE LA EDAD DE ORO 365
extremos porque para él no existe esperanza alguna de que ese mundo fecundo,
tranquilo y armonioso de la Edad de Oro retome en un momento futuro de la histo
ria del hombre; desde luego fue una tierra idílica, un mundo fabuloso pero que esta
ba localizado temporalmente en un pasado fabuloso, y que ya no existía ni existiría
más.
Las características físicas de la Edad de Oro en la poesía de Virgilio son básica
mente idénticas a todas las que encontramos en autores anteriores: fertilidad espon
tánea241, ausencia de temores, convivencia con los dioses, etc.... Sin embargo es este
autor el que reúne en sus obras diversas concepciones sobre la Edad de Oro; y no
nos referimos únicamente a si consideraba posible el retomo de esa época, sino a
que también encontramos una diferente ubicación geográfica de esa tierra e incluso
ciertas características que dan un tono absolutamente particular a la tierra fabulosa
de la Edad de Oro virgiliana242.
Todos los estudios apuntan a que la consideración de Virgilio hacia la época en
que vivía marcó profundamente su concepción de la Edad de Oro. Desde luego el
poeta estaba de acuerdo en que en el pasado remoto de la humanidad había existido
una época en que la tierra que rodeaba al hombre debía ser definida básicamente
como fabulosa e ideal; Virgilio admitía la pérdida pasada de esta tierra fabulosa,
pero su obra está en cierta medida repleta de optimismo, presente y futuro. Así Vir
gilio tanto en la Cuarta Egloga como en la Eneida cree firmemente en que ese
mundo idílico se ha de recuperar; sin embargo existe una sustancial diferencia pues
en la primera encontramos que para el poeta ha de llegar en un futuro próximo -con
cepción que vendría determinada por las esperanzas despertadas para la República
por la “Paz de Brindisi” del año 40 a. C.-243:
“Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya
empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelve la virgen Astrea y los
tiempos en que reinó Saturno; ya una nueva raza desciende del alto cielo. Tú, ¡oh
casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el cual concluirá, lo primero,
la edad de hierro, y empezará la de oro en todo el mundo; ya reina tú Apolo. Bajo
tu consulado ¡oh Poliónl, tendrá principio osla gloriosa edad y empezarán a correr
los grandes meses; mandando tií, desaparecerán los vestigios, si aún quedan, de
nuestra antigua maldad, y la tierra se verá libre de sus perpetuos terrores. Este
niño recibirá la vida de los dioses, con los cuales verá mezclados a los héroes, y
entre ellos le verán todos a (31, y redirá el orbe, sosegado por las virtudes de su
padre. Para tí, ¡oh niño!, producirá en primleius la tierra inculta hiedras trepado
ras, nardos y colocusius, mezcladas con el risueño acanto. Por sí solas volverán
las cabras al redil, llenas de ubres do leche, y no temerán los ganados a los corpu
lentos leones. De tu cuna brotarán hermosas llores, desaparecerán las serpientes y
las falaces yerbus venenosas; por doquiera nacerá el amomo asirio, y cuando lle
241 Brisson (1992), 78=79.
242 Pavan (1984), 413; Brisnon (1992), 109.
243 Pavan (1984), 423; Brisson (1992), 109.
366 M a r g a r it a V allejo G irvés
gues a la edad de leer las alabanzas de los héroes, y los grandes hechos de tu
padre, y de conocer lo que es la virtud, poco a poco amarillearán los campos con
las blandas espigas, rojos racimos penderán de los incultos zarzales, y las duras
encinas destilarán rocío de miel. Todavía quedarán, sin embargo, algunos rastros
de la antigua maldad, que moverán al hombre a provocar en naves las iras de
Tetis, a ceñir las ciudades con murallas y abrir surcos en la tierra. Otro Tifis habrá
y otra Argos, que llevará escogidos héroes; otras guerras habrá también, y por
segunda vez caerá sobre Troya un terrible Aquiles. Mas luego, llegado que seas a
la edad viril, el nauta mismo abandonará la mar y cesarán en su tráfico las naves;
todo terreno producirá todas las cosas. La tierra no consentirá el arado, la vid no
consentirá la podadera y el robusto labrador desuncirá del yugo los bueyes. No
aprenderá la lana a teñirse con mentidos colores; por sí mismo el camero en los
prados mudará su vellón, ya en suave púrpura, ya en amarilla gualda; con solo
pastar la yerba se vestirán de escarlata los cordilleras. ¡Corred, siglos venturosos!,
dijeron a sus husos las Parcas, acordes con el incontrastable numen de los Hados.
Ya es llegado el tiempo; crece para estos altos honores, ¡oh cara estirpe de los
dioses, oh glorioso vástago de Júpiter! Mira cómo oscila el mundo sobre su incli
nado eje, y cómo las tierras y los espacios del mar, y el alto cielo y todas las cosas
se regocijan con la idea del siglo que va a llegar”244,
mientras que en la Eneida Virgilio considera que ese mundo ideal ya es práctica
mente un hecho ante la labor desplegada por Octavio Augusto:
“Este es, éste el que vienes oyendo tantas veces que te está prometido,
Augusto César, de origen divino, que fundará de nuevo la edad de oro en los cam
pos del Lacio en que Saturno reinó un día...”245 .
En este pasaje de la Eneida queda también patente otra innovación en lo que se
refiere a la concepción tradicional de la Edad de Oro y que a su vez es también poco
frecuente en la definición de “tierra fabulosa” que venimos presentando. Salvo en el
capítulo que hemos dedicado a las laudationes, las tierras fabulosas e idílicas con las
que soñaban los hombres de la Antigüedad estaban situadas bien en un pasado o futu
ro remotos bien en un lugar absolutamente lejano e incluso inalcanzable en ocasiones;
sin embargo en esta ocasión Virgilio la sitúa en un futuro absolutamente inmediato,
prácticamente en el presente y a la vez éste se hace realidad en la propia Italia246.
Ciertamente estos dos elementos desconciertan un tanto, ya que la realidad se
encargaría de desmentir básicamente todas las descripciones de Virgilio, pero todos
ellos encajan perfectamente si pensamos que realmente el poeta espera que la Italia
que surga del gobierno de Augusto sea un lugar idílico en comparación con el pano
rama político, económico y social que se había vivido hasta entonces. Desde este
244 Verg., Ecl. 4.
245 Verg., A. 6,790-798. Cf. Pavan (1984), 418.
246 Otis (1963), 164.
HL MITO DE LA EDAD DE ORO 367
punto de vista es innegable que la Italia que nos describe Virgilio, que ya ensalzó en
similares términos en la Segunda Geórgica241, es una tierra razonablemente fabulo
sa, propia de la Edad de Oro; una delimitación geográfica en Italia a la que habrían
contribuido decisivamente el hecho de que tradicionalmente a Italia se la llamara
Saturnia Terra248 y el que esa península sea una zona de clima moderadamente tem
plado249, característica que como hemos visto es propia de la Edad de Oro y de cual
quier otro mundo que quiera definirse como idílico y fabuloso.
Al hilo de esta relación causa-efecto propuesta por Virgilio entre Augusto y la
nueva Edad de Oro localizada ahora en Italia, encontramos en el Discurso aniversa
rio de Mamertino en honor de Maximiano Augusto lo que también podemos califi
car de tierra fabulosa en la época presente, ahora en el conjunto del Imperio, surgida
también por la llegada de un nuevo emperador:
“Puedes hablar aún de la salubridad de estos tiempos y de la fertilidad de las
tierras... ¡cuán grande era, antes de que vosotros devolvierais al Estado su salud,
la escasez de las cosechas y cuán grande era el número de muertos debido al ham
bre y a las enfermedades que por todas partes se nos echaban encima! Pero, tan
pronto como vosotros habéis hecho lucir vuestra luz sobre los pueblos, han
comenzado a soplar por el mundo auras bienhechoras que no acaban. Ningún
campo engaña al campesino, si no es por cuanto su fertilidad sobrepasa las espe
ranzas. Los hombres ven alargarse su vida y ven que su número aumenta. Las
mieses rompen los graneros en que son guardadas y, sin embargo, ¡las tierras cul
tivadas duplican su extensión! Donde había bosques, hay ya tierras de siembra:
¡no nos bastamos para la recolección y la vendimia!”250.
Es desde luego un discurso lleno de retórica con la única intención de alabar a
los gobernantes251, pero no dejan de ser los mismos elementos que hemos destacado
en repetidas ocasiones para definir un mundo fabuloso; ahora bien este fragmento es
la evidencia de que la concepción ideal de un mundo mejor basado en la fecundidad
de la naturaleza y en lo innecesario del trabajo agrícola se mantuvo a lo largo de la
Antigüedad252.
ovejas, los perros no cazarán, los gavilanes y águilas no dañarán, los niños juga
rán con las serpientes. Sucederá, en fin, lo que los poetas dijeron que sucedió en
los tiempos dorados durante el reinado de Saturno....”256.
Por otro lado también la utilización por parte de los escritores cristianos del
tema de la Edad de Oro localizada en el futuro tiene un evidente motivo relacionado
con la situación que se viviría en el presente. Así es muy significativo que sea en
época de los problemas que los cristianos tuvieron con Domiciano cuando se redac
tara el Apocalipsis, cuya conclusión final es ese mundo nuevo idílico; aunque prece
dido de la destrucción total del mundo tal y como era conocido; situación por otro
lado también presente en los Libros Sibilinos, que “prometían la destrucción de
Roma y la llegada de un salvador que instauraría la justicia y la prosperidad’'251.
El objetivo era consolar a los cristianos de las persecuciones y mantener abierta la
esperanza en el futuro, asegurando que en él se encontrará una tierra absolutamente
fabulosa e idílica que compensará de todos los problemas sufridos en el pasado; del
mismo modo es Lactancio, un autor cristiano muy sensibilizado por el tema de las
persecuciones -recordemos su de Mortibus persecutorum- el que vuelve a utilizar,
con el mismo objetivo, el tema de la esperanza futura, materializada en un mundo
fabuloso e idílico.
Isidoro de Sevilla comentaba que según Varrón los loci amoeni, los lugares
amenos eran aquellos que estaban hechos especialmente para amar y para ser ama
dos258; lugares cuyas características son exageradas e idealizadas y cuya única utili
dad para el hombre vendría a ser el proporcionarle descanso y tranquilidad259.
Desde luego ésta es una percepción acertada, pero si pensamos en la presenta
ción de las características geográficas que nos dan diversos autores de la Antigüe
dad sobre lo que ellos llaman loci amoeni -lugares donde abundan “aves, ríos, brisa,
bosque, flores, sombra”260; o son de “temperatura agradable y sana, de una atmós
fera pura, de dulces brisas y de un viento extremadamente placentero, y de una
abundancia de bosques...”261, y otras varias que iremos citando pertinentemente262-
comprobaremos no sólo que el locus amoenus es un lugar cuya existencia real es
ciertamente cuestionable sino que salvo alguna excepción todos aquellos temas que
hemos tratado con anterioridad merecerían ser incluidos en este capítulo263; espe
cialmente el mito de la Edad de Oro ya que se considera que varias descripciones de
lugares que son calificados de amoeni, como por ejemplo la Arcadia, presagian la
llegada de la Edad de Oro264. Sin embargo existe una sutil diferencia entre ellos
pues aunque ambos comparten la idealización de la naturaleza, los arroyos de un
locus amoenus propiamente dicho no llevan vino y leche sino agua, aunque cristali
na; si bien su temperatura es suave se alaba o elogia la existencia de lugares donde
disfrutar de la sombra, prueba evidente de que el sol ejercía su labor, y además,
generalmente, tampoco se niega taxativamente que el trabajo fuera totalmente inne
cesario. Es decir, se trata de una tierra fabulosa comparada con el trabajo habitual de
la naturaleza265, que produce más de un disgusto al hombre, pero no lo es tanto
258 Isid., Etym. XIV, 8, 33.
259 Curtius (trad. esp. 1955), 1,276.
260 Ant. Lat. 1,2, núm. 809 (Tiberiano).
“ i Amian. XXIII, 6, 67.
262 un estudio pormenorizado de los elementos que dim un íicter al locus amoenus como idealiza
ción de la naturaleza en Schónbeck (1962), 18-60.
263 Martínez (1992), 33.
** Schónbeck (1962), 132-154; Pennacini (1984), 142.
265 Cf. Thomas (1982), 17, para quien el locus amoenus i'slrt cercano a lo maravilloso pero no lo
alcanza totalmente.
372 M a r g a r it a V alleto G irvés
si pensamos en las características de los otros lugares que hemos definido como
fabulosos.
Por ello vamos a intentar analizar únicamente varias acepciones de locus amoe
nus que se encuentran en la literatura latina y tardía: cómo ven los latinos el lugar
que se consideraba, literariamente hablando, por excelencia el más idílico de todos
cuantos existían, esto es el Valle de Tempe; cómo Virgilio crea también su locus
amoenus particular, esto es la Arcadia; y cómo en buena parte de la literatura latina
pueden encontrarse descripciones tan fastuosas de regiones, granjas, bosques y jar
dines, reales o imaginarios, que de hecho merecen ser calificados de amoeni. Por
último analizaremos también una curiosa variación en la concepción del tópico que
ahora nos interesa y que tiene lugar en la primera literatura cristiana, y más concre
tamente en los escritos de Juán Crisóstomo.
describir como olas del mar278. Es sin embargo la descripción que Casiodoro hace
del mismo paisaje en su Varia XI, no exenta de motivación política, la más her
mosa y la que recoge los elementos que hemos visto que daban forma al locus
amoenus:
“...su belleza parece hecha para proporcionar únicamente placer. En su parte
posterior está repleto de campos cultivados útiles tanto para pasear como para
proporcionar abundantes alimentos; en su parte anterior se disfruta de la ameni
dad de sesenta millas de agua dulce donde el espíritu se gratifica con deleite y
donde no aparecen tormentas que alejen la pesca. Verdaderamente debe recibir
el nombre de Como, disfrutando de los regalos que lo adornan... El lago está
ubicado en el fondo de un gran valle; imitando la forma de una concha sus espu
mosas orillas presentan un color blanco; a su alrededor los picos de las altas
montañas parecen una corona. Sus orillas están exquisitamente adornadas con
grandes y ricas villas y rodeadas por un cinturón perenne de un bosque de oli
vos. Junto a ellos, las viñas cubren las laderas de las montañas y más arriba apa
recen los bosques de castaños; por las laderas los torrentes de aguanieve bajan
hasta el lago...”279.
Afortunadas era únicamente un lugar creado por la mente para huir “mentalmente”
hacia él, también en su granja nos dibuja un mundo fabuloso, aunque en menor
grado, que existe realmente y donde además puede retirarse del caos del mundo y
refugiarse en un entorno que nos presenta como paradisíaco282.
En la misma línea de Horacio encontramos otra superposición de un paisaje
ideal inventado a uno absolutamente real y conocido; se trata de la presentación
expresa como amoena de la isla de Capri en uno de los capítulos que Tácito dedica
en sus Armales a la figura de Tiberio283. Vista desde el prisma propuesto por Tácito
la isla es riquísima, goza de un clima atemperado y de suaves brisas, además su
acceso es difícil no sólo por tratarse de un entidad insular sino porque los vientos
que la rodean lo entorpecen aún más. Este sería precisamente el motivo que explica
ría que Tácito nos dibujara esta isla, que ha sido escogida por Tiberio para huir de
los problemas del Imperio y dedicarse al otium, con unas características tan fabulo
sas y tan extrañas a la cercana y real Península Itálica284.
Si Horacio y Tácito han idealizado un lugar cuya existencia real es evidente,
Virgilio va a presentar un mundo o paisaje ideal que únicamente existe en la imagi
nación del poeta. Nos estamos refiriendo a la Arcadia285, aunque como sabemos
Virgilio también ha considerado como amoeni otros lugares, por ejemplo los Cam
pos Elisios286.
La Arcadia, que es uno de esos lugares que presagiarían la llegada de la Edad de
Oro287, es posiblemente el más hermoso locus amoenus imaginario creado por la
literatura latina288; el Valle de Tempe era algo heredado pero no así la Arcadia. Se
trata de un “paraíso soñado”, un mundo atemporal, idílico, bucólico y pastoral, en el
que la naturaleza y los dioses son los únicos compañeros del hombre; un lugar naci
do a propósito para dar placer al hombre, un lugar de evasión289, libre de toda turbu
lencia, para que olvide sus preocupaciones y se dedique al descanso, al ocio (danza,
música, canto) y al amor290. Se trata en consecuencia de un lugar que es y debe ser
incluido entre los fabulosos, aunque en esta ocasión totalmente artificiales, que creó
la literatura antigua.
elementos que en la literatura anterior dieron carácter propio a esos lugares y por
otro testimonios que desde luego suponen una innovación, puesto que se van a cali
ficar de amoenae áreas que en absoluto merecerían tal consideración desde el punto
de vista de los criterios que dieron forma a este mito del locus amoenus.
El primer caso es el que nos encontramos en la descripción que en la anónima
Expositio Totius Mundi et Gentium aparece del pueblo de los Camarini, que se
ubica indefinidamente en “estas partes de Oriente” donde previamente el redactor,
de acuerdo con la tradición, ha situado el Jardín del Edén296. Su aspecto es desde
luego el de una tierra maravillosa y fabulosa -no siembran ni labran, es excelente en
toda clase de minerales- y además es cuasi-utópica -sus habitantes, de una longevi
dad impresionante pues todos fallecen al alcanzar los 118 ó 120 años, son piadosos
y buenos y se gobiernan sin autoridad suprema-; pero sin embargo existen algunos
elementos que la alejan un tanto de esa calificación: nos dice que sus habitantes
estarían, debido al poderoso ardor del sol, totalmente quemados si no se bañaran
continuamente en el río. Esto no es desde luego propio de un locus amoenus donde
la temperatura es suave y constante297.
Creemos que este elemento anómalo que entorpece desde luego la vida de un
mundo que merecería calificarse sin duda alguna de fabuloso tiene una evidente
razón de ser, que no es otra que la necesidad del autor de diferenciar de algún modo
el Paraíso cristiano de este pueblo de los Camarini tan cercano y tan similar a aquel.
El mito del Paraíso debía ser mantenido en todo momento -ya vimos la misma pos
tura en Isidoro de Sevilla-, por lo que los lugares cercanos a él debían guardar cierto
parecido pero nunca ser idénticos; por ello nosotros, aunque no sin reservas, califi
camos este lugar de locus amoenus, si bien en definitiva no deja de ser una tierra
fabulosa, que además está situada en un lugar donde tradicionalmente se han venido
localizando otras tierras no menos fabulosas o fantásticas, Oriente.
Otra acepción de locus amoenus que encontramos en la literatura cristiana es la
que hemos calificado de innovadora pues aunque la descripción de la tierra que se
define como tal es similar a todas aquellas que han merecido ser presentadas como
loci amoeni, sabemos sin embargo que realmente el lugar en cuestión no es tan idíli
co como se ha descrito. Se trata del elogio que de la vida de los monjes y eremitas
(lol desierto hace Juan Crisóstomo, cuyo texto vamos a reproducir dado que lo con
federamos altamente significativo:
“... [la vida es] ajena a toda preocupación, libre de envidias y malquerencias y de
todo vicio; llena, en cambio, de buena esperanza y de trofeos de victoria. No hay
Exp. Tot. Mund. et Gent. IV-VII; vid. ante todo Molé (1982), 713, para comprender el sentido
liiiiifilnario que se otorga a los Camarini. Por otro lado no podemos dejar de mencionar que ésta es una
"I"11 llcna de contradicciones ya que si en los primeros capítulos se dedica a describir la vida de pueblos
v lleí iíin fabulosas -de cuya existencia real se puede dudar-, en el resto no hace sino enumerar las rique-
tm de las tierras del Imperio, desde Siria hasta Hispania o Galia.
l’hilonenko (1980), 373 y 375-377; Molé (1982), 731-733.
LOCUS AMOENUS 379
allí turbación, no hay enfermedad, no hay ira para el alma. Todo es calma, todo es
paz... Contempla el vuelo de los pájaros, los árboles que agitan su fronda, oye el
susurro del céfiro y los torrentes que se precipitan por entre los barrancos.. Si
ellos (los monjes) se han ido a habitar los desiertos, ha sido para enseñarte a tí a
despreciar el tumulto del mundo...”298.
Que Juan Crisóstomo presenta el desierto donde se retiran los monjes como un
locus amoenus nos parece innegable; piénsese sino en esa alusión a la ausencia de
preocupaciones, en la permanente presencia de la tranquilidad y de la felicidad pero
sobre todo en los árboles frondosos, las brisas tranquilas y los torrentes, todos ellos
elementos que determinan un locus amoenus y que recuerdan sobremanera los can
tos de Virgilio en su Segunda Geórgica respecto a la tranquila y privilegiada vida
de los labradores, cuyo entorno es para este autor un verdadero locus amoenus299.
Pero como es evidente el desierto carece de todos ellos.
Desde un punto de vista real el desierto es todo menos un locus amoenus en el
sentido tradicional del término; pero al igual que para el caso anterior del pueblo de
los Camarini, esta descripción tan idílica que Juan Crisóstomo hace de la vida de
los monjes del desierto y del lugar donde ésta se desarrollaba tiene también una
motivación específica, que según A. J. Festugiére no sería otra que contraponer la
vida exaltada de la ciudad a la vida tranquila en ese desierto; para este autor ese
desarrollo de la poesía de la vida monástica idílica en el desierto, que era vista como
un “paraíso perdido” -algo con lo que no estaba de acuerdo en modo alguno San
Jerónimo300- no hacía más que retomar el tema helenístico de la poesía pastoral y
bucólica301. En definitiva no hacía más que presentar el lugar del desierto donde
habitaban los monjes como un locus amoenus, utilizando el recurso de sobreponer
un paisaje ideal e inventado a otro real.
298 J. Crisost., In Math. hom. 70,5-72,4 (trad. D. Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955-1956).
299 Cf. Verg., G. 2,468-474.
3°° Vid. Ieron., Epist. V-XVII, donde el desierto al que se retiran los monjes de Siria es árido, reple
to de escorpiones y en el que no están ausentes las tensiones de la vida humana; cf. Festugiére (1959),
416-418.
3»1 Festugiére (1959), 345-346.
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