Varios - Tierras Fabulosas de La Antiguedad

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F.

Javier Gómez Espeiosi


Antonio Pérez Largacha
Margarita Vallejo W vés
F. J a v ie r G ó m e z E s p e l o s ín
A n t o n io P é r e z L a r g a c h a
M a r g a r it a V a l l e jo G ir v é s

TIERRAS FABULOSAS
DELA

ANTIGÜEDAD

Servicio de Publicaciones
Universidad de Alcalá
© Javier Gómez Espelosín
© Antonio Pérez Largacha
© Margarita Vallejo Girvés
© Servicio de Publicaciones. Universidad de Alcalá

I.S.B.N.: 84-8138-084-9
Depósito legal: M-39.428-1994
Imprime: S.E.G.
INDICE

INTRODUCCION.......................................................................................................................... 9

LAS PRIMERAS TIERRAS MITICAS,


por Antonio Pérez Largacha
Tierras míticas y fabulosas en la civilización egipcia ........................................................... 11
Bibliografía................................................................................................................................ 57
Las tierras míticas de Mesopotamia ........................................................................................... 67
Bibliografía................................................................................................................................ 95

TIERRAS FABULOSAS DEL IMAGINARIO GRIEGO,


por F. Javier Gómez Espelosín
Presentación..................................................................................................................................... 103
Islas Fabulosas ................................................................................................................................ 107
Paraísos y lugares escatológicos ................................................................................................ 153
Tierras Bárbaras .............................................................................................................................. 175
La Helade ideal................................................................................................................................ 233
Fabulaciones utópicas ................................................................................................................... 251
Tierras de fantasía .......................................................................................................................... 279
Bibliografía general........................................................................................................................ 291

TIERRAS FABULOSAS DEL M UNDO ROMANO


Y CRISTIANO,
por Margarita Vallejo Girvés
Presentación..................................................................................................................................... Í(I7
Islas míticas, fabulosas y feraces................................................................................................ HS
Islas y tierras custodiadas ............................................................................................................. V,’ \
(, ____________________________INDICE
Islas magníficas .............................................................................................................................. 327
I .os etíopes, las islas y tierras tórridas y los antípodas ......................................................... 333
I,a continuidad de lo grotesco en la imaginación .................................................................. 341
I.as fabulosas tierras reales. Las ”laudationes” ........................................................................ 351
til recuerdo del paraíso cristiano ................................................................................................ 357
l il mito de la Edad de Oro ........................................................................................................... 361
Locus amoenus ............................................................................................................................... 371
Uibliografía....................................................................................................................................... 381
INTRODUCCION

Las tierras fabulosas, entendiendo bajo este término todas aquellas que han sido
objeto de algún tipo de idealización, bien amplificando los rasgos realistas de un
paisaje concreto históricamente existente o mediante la fantasía más disparatada y
sin control, incluyendo también todo el elenco de países míticos que la imaginación
humana ha sido capaz de idear desde el principio de los tiempos, son el tema de este
libro. Sus pretensiones son las de abarcar todos aquellos casos que podrían incluirse
bajo estos calificativos desde la civilización egipcia hasta la Antigüedad más tardía.
La obra se halla por tanto dividida en tres partes fundamentales. La primera de ellas
se ocupa de analizar las tierras míticas y fabulosas de las civilizaciones orientales,
egipcia y mesopotámica, tratando de analizar el motivo por el que fueron considera­
dos de esta forma dichos territorios dentro del marco de estas respectivas culturas.
La segunda parte se ocupa del imaginario griego, quizá el más rico todos en este
respecto y el que mayor número de casos presenta, dada la peculiar tendencia a la
fabulación que desde antiguo fue característica de estas gentes. Por fin la tercera y
última se ocupa de analizar la pervivencia de la herencia griega en la civilización
romana, así como la posible creación de nuevos tipos de tierras fabulosas dentro de
la cultura latina, enriqueciendo de esta forma el elenco del que ya disponían con
anterioridad y su posterior trasvase al pensamiento cristiano.
Ciertamente existen numerosos estudios al respecto en casi todos los campos
tratados, desde la geografía mítica a la idealización de territorios bien conocidos,
pasando por las utopías y las fantasías más locas y disparatadas. Sin embargo la
mayoría queda limitada a uno de estos aspectos sin ofrecer una visión de conjunto
general y exhaustiva, tal y como es la pretensión que nos ha guiado a la hora de ela­
borar este estudio. Sin duda no todo son innovaciones respecto a lo que estaba
hecho y en muchos casos nos hemos debido limitar a esbozar un simple estado de la
cuestión, pues su tratamiento a fondo hubiera significado un crecimiento desmesu­
rado e inabarcable de la extensión del trabajo, pues no se olvide que buena parte de
los casos tratados han sido ya anteriormente objeto de importantes monografías de
cierta envergadura. Somos pues conscientes de ciertas limitaciones, asumidas ya de
forma inevitable desde el momento en el que iniciamos el largo camino a recorrer.
Sin embargo el principal impulso que nos movía era el de recoger de una maneni lo
más amplia posible el abánico de casos existente en toda la literatura antigua con el
8 INTRODUCCION

fin de ofrecer al lector curioso e interesado en estos temas un panorama completo de


la extensión e intensidad con que la imaginación de los antiguos voló en busca de
estas tierras imaginarias. Del mismo modo, pensamos que el libro podría tener tam­
bién su utilidad para todos aquellos estudiosos, procedentes de tan diversos campos
como la historia, la literatura, la filosofía, el arte o los estudios clásicos, interesados
de alguna manera en el tema al aportarles de forma global una visión de conjunto
que les permita completar a través de los análisis puntuales que se llevan a cabo y
de la bibliografía fundamental que en cada apartado se proporciona un posterior y
quizá más profundo adentramiento en el tema objeto de su atención.
Este trabajo es el resultado final de un proyecto de investigación subvencionado
por la Universidad de Alcalá de Henares que ha sido desarrollado bajo mi dirección
con la entusiasta y valiosa cooperación de Antonio Pérez Largacha, que ha tenido a
su cuidado la primera sección de la obra, y de Margarita Vallejo Girvés, encargada
de dar cierre a la misma con la tercera sección ya referida. La parte central del libro
ha sido el objeto de trabajo de quien suscribe estas líneas. Hemos de agradecer
desde estas páginas introductorias la colaboración de las bibliotecarias encargadas
del Servicio de Préstamo, gracias a cuya diligencia y buen hacer hemos podido
acceder a muchas de las obras que aparecen mencionadas a lo largo del libro. Así
mismo deseamos manifestar también nuestro agradecimiento al Vicerrector de
Extensión Universitaria, Dr. Alvar Ezquerra, por su favorable acogida a la hora de
publicar el libro, así como a los miembros del equipo de Publicaciones de nuestra
Universidad por la colaboración mostrada para su pronta aparición en el mercado.
F. Javier Gómez Espelosín
Alcalá de llenares, diciembre 1994
LAS PRIMERAS TIERRAS
MITICAS
Antonio Pérez Largacha
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS
EN LA CIVILIZACION EGIPCIA

Introducción
Viajar, conocer otras tierras, gentes y costumbres, constituye en nuestra socie­
dad una de las actividades más frecuentes y esperadas a lo largo del año, siendo nor­
mal que con posterioridad se intercambien experiencias e impresiones, creándose
imágenes determinadas de gentes, pueblos y costumbres. Pero en la Antigüedad
solamente unos pocos tenían el privilegio, o la desgracia, de poder viajar, siendo por
ello que soldados y comerciantes puedan ser considerados los principales explora­
dores y viajeros del mundo antiguo. A pesar de ello, la curiosidad siempre ha lleva­
do al hombre a emprender largos y peligrosos viajes, a adentrarse en tierras lejanas
ajenas a su tradición cultural, religiosa o política, existiendo un denominador común
a lo largo de toda la historia; cuanto más lejos se viaja, más historias, visiones idíli­
cas o fantásticas se crean, más sorpresa causan las costumbres, ritos, vegetación o
fauna con que se entra en contacto, dotándose a esos lugares de una imagen pecu­
liar, extraña y fabulosa.
Si en nuestra sociedad contemporánea, donde "actuamos" racionalmente ante los
fenómenos de la naturaleza o cualquier otra manifestación, no tenemos la misma
actitud ante los elementos geográficos, dotándolos de características exóticas y
extrañas al pensamiento e ideología que nos es propia, cuánto más las tierras leja­
nas, con accidentes geográficos extraños, vegetaciones desconocidas o pueblos dife­
rentes serían dotadas en la Antigüedad de un halo fabuloso.
Como hemos mencionado, comerciantes y militares son los principales viajeros
de la Antigüedad. Será en el mundo clásico cuando la exploración, conocimiento e
integración de nuevas tierras, o de aquellas que habían tenido una larga tradición
cultural, como Egipto, se convirtió en algo "frecuente", fomentado incluso desde
instancias gubernamentales, siendo al regreso de estos viajeros cuando esos lugares
visitados se impregnaban de un halo fantástico, mítico, pasando algunas regiones,
pueblos y costumbres a la imaginación literaria o económica, bien como lugares
donde sus gentes y hábitos constituían un choque conceptual, o como lugares donde
podían obtenerse productos excepcionales y exóticos que rentabilizar económica­
mente con su comercialización.
12 A n to n io P ér e z L a r ga ch a

Estos lugares siempre se localizan más allá de las fronteras culturales y religio­
sas de la cultura exploradora, ubicando en ellos animales fantásticos y grandes
riquezas. Son tierras ignotas, donde las primeras personas que entran en contacto
suelen ser dioses o héroes que, con sus viajes, integran dichos lugares en la koiné
cultural, al mismo tiempo que contribuyen a que en la imaginación popular emerjan
pequeñas islas culturales en medio de un mundo extraño y fantástico. Al mismo
tiempo, esas hazañas divinas o heroicas pueden motivar la exploración, conquista y
dominio de un territorio. Es por ello que en ocasiones estas leyendas e imágenes
fantásticas de tierras y pueblos esconden una intencionalidad política, animando a
que gentes y reinos emprendan el camino y acciones necesarias para alcanzar esos
lugares, símbolo de riqueza para aquellos que logran sus objetivos. Ejemplos de ello
pueden ser las primeras cruzadas o la misma imagen de riqueza que el mundo clási­
co creó en tomo a los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, intentando así
propiciar la integración de esas tierras, con personas que se enrolaran en el ejército
o emigraran a otras tierras1, no debiendo ir muy atrás en nuestra historia para encon­
trar ejemplos de ello.
Por todo ello no es de extrañar que en todas las culturas, antiguas o no, encontre­
mos referencias, creencias, tradiciones orales, etc., relativas a la existencia de unas
tierras, pueblos y productos que son descritos de una forma fabulosa y fantástica,
cuya existencia, formulación o concepción responde a múltiples y variados factores
pero en las que, por lo general, encontramos siempre un mismo elemento: en ellas
es posible obtener o comerciar con productos exóticos que son muy abundantes, de
los que carecen los pueblos en cuya imaginación nace su consideración mítica y
fabulosa. Esa rareza de sus productos también puede ser enmarcada con la idea de
una gran fertilidad de sus suelos, vivir en ellas animales fantásticos que marcan el
límite entre el mundo conocido y el inexplorado o haber tenido en ellas lugar accio­
nes heroicas de alguna divinidad o héroe. Todos estos elementos pueden formar
parte de una tierra mítica, pero no todos tienen que estar presentes al mismo tiempo.
Pero, ¿qué explica que unas tierras, pueblos y gentes sean considerados míticos y
fabulosos?.
A) Son tierras conocidas gracias a unos intercambios comcrciulcs, que serán la
base para una posterior penetración, asimilación y aculturación de las mismas en la
koiné cultural que ha entablado contactos con esas regiones lejanas y ricas. Si esas
tierras no tienen nada exótico que proporcionar, su conocimiento, exploración y
explotación carece de sentido, por lo que no serán integradas en lu koiné, siendo
consideradas unas tierras bárbaras, atrasadas, como todas las que rodean el mundo
civilizado pero que, a diferencia de otras, no tenían nada que ofrecer y cuyos habi­
tantes no podrían beneficiarse de la aculturación.
B) Debido al interés, necesidad o beneficios que los producios o habitantes de
esas tierras ofrecen, pasan a ser el escenario donde tienen liijyir las acciones heroi-
1 García Moreno (1987).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 13

cas y míticas de dioses, semi-héroes y, ocasionalmente, exploradores, cuyas hazañas


no vienen sino a simbolizar la integración de dichas tierras en una unidad cultural,
económica e ideológica. Excepcionalmente esas hazañas tendrán lugar en tierras
bárbaras carentes de un interés comercial o estratégico.
C) El recuerdo de dichos países nos es transmitido gracias a la existencia de una
literatura que, bien recogiendo tradiciones orales, bien intentando explicar las haza­
ñas de dioses y héroes, nos revela unos paisajes, habitantes o fauna fantástica propia
de unas tierras lejanas e ignotas por conocer. Igualmente, cuando dichas tierras son
conocidas, exploradas o dominadas, esos recuerdos míticos y fantásticos de un pri­
mer contacto, permanecen latentes, tanto para justificar determinadas acciones polí­
ticas como para, más frecuentemente, mostrar los efectos benéficos que la presencia
de la entidad integradora y civilizada ha tenido en esas tierras que, de otra forma,
seguirían estando en la barbarie.
D) Por lo general, dichas tierras se encuentran en las cercanías del mar, lo que
lleva implícita toda una concepción de fertilidad y riqueza de las mismas. Igualmen­
te, ese océano o mar simboliza el límite entre el mundo conocido y el imaginario,
entre lo real y lo fantástico.
E) Su localización suele venir determinada por la existencia de unos accidentes
geográficos que marcan el límite de lo explorado y conocido; la montaña o el abis­
mo marino suele ser un emblema asociado a la existencia de dichas tierras, siendo la
población indígena la que se adentra en los peligros de lo desconocido para obtener
los productos demandados por la entidad que los demanda.
Estas "premisas" suelen ir asociadas a las tierras fabulosas de la Antigüedad,
pero también a las que la imaginación y literatura medieval o moderna desarrolló.
Es por ello que, teóricamente, en la civilización egipcia deberíamos encontrar unas
tierras fantásticas donde alguno de estos elementos estuviera presente. Sin embargo,
no será hasta el Imperio Medio y, más claramente, en el Imperio Nuevo, cuando
algunos de estos elementos puedan ser detectados en el corpus literario, epigráfico o
artístico egipcio, y siempre asociados a una ideología de la realeza; los escasos
ejemplos y menciones a tierras míticas en Egipto están destinados a glorificar, aun
más, la figura del Faraón y justificar así la existencia de una realeza teóricamente
divina.
Las referencias a unas tierras o pueblos fantásticos son escasas en la civilización
faraónica, lo que puede explicarse por varias razones.
Hasta el primer milenio a.C., las exploraciones y contactos con el exterior eran
una prerrogativa real, el Estado monopolizaba el comercio eliminando el compo­
nente aventurero y comercial que caracterizó al mundo mediterráneo a partir del pri­
mer milenio2, por lo que la posibilidad de que un comerciante volviera con grandes
riquezas de unas tierras lejanas no pudo desarrollarse. Por otra parte, el ejército, y
en concreto el soldado, el principal explorador de la Antigüedad, no fue importante
2 Sherrat (1993).
14 A n to n io P ér e z L a r g a ch a

cuantitativamente hasta ese primer milenio, surgiendo entonces con fuerza la figura
del mercenario. Además, como veremos, en el caso de Egipto, el ejército tuvo una
importancia relativa debido a la carencia de amenazas externas.
Otro aspecto importante a considerar es que tanto la civilización sumeria como
la egipcia surgieron en áreas geográficas muy concretas y lejanas entre sí. Con el
paso del tiempo, en especial en la cultura mesopotámica, podemos observar un
mayor interés por integrar regiones más al Norte, aquellas donde podían obtenerse
las materias primas de las que carecía la llanura aluvial mesopotámica, al mismo
tiempo que la misma geografía del Próximo Oriente empujaba periódicamente a
nuevos pueblos a las márgenes del Tigris y del Eufrates, ampliándose progresiva­
mente las tierras conocidas o exploradas, llegándose así a la segunda mitad del II
milenio, cuando las distintas culturas orientales entran en contacto y en disputa,
pero lo hacen sobre un territorio conocido desde antiguo sobre el que no pueden
construirse visiones fantásticas. Será con posterioridad a los Pueblos del Mar, como
consecuencia de su irrupción y de la propia dinámica cultural, cuando todo el ámbi­
to mediterráneo sea integrado en una misma unidad comercial y geográfica pero,
para entonces, Egipto esta muy lejos de ser la cultura constructora de las pirámides
o de los grandes templos.
Por tanto, Egipto tuvo carencias importantes para poder desarrollar el conoci­
miento y exploración de otras regiones, pero ello no implica que en la imaginación
de sus gentes no se crearan unos mundos lejanos y desconocidos, donde la obten­
ción de ciertos productos exóticos era posible, que no fácil. Pero esas tierras, su
dominio y obtención de productos, se enmarca en la concepción del mundo y la rea­
leza que tenían.
Desde los comienzos históricos de Egipto, toda empresa huniíina iba encamina­
da a, en primer lugar, glorificar al representante divino en la Iierra, el rey, quien, a
su vez, emprendió una política propagandística de sus accione» y, en segundo lugar,
al mantenimiento del orden establecido por los dioses en la creación, orden que solo
beneficiaba a Egipto frente al caos y desorden que caractcri/uhu al resto de pueblos.
Es por ello que numerosos textos carecen de validez histórica, con menciones a
acciones de gobierno que, en ocasiones, no tuvieron lugar pero que era necesario
establecer por escrito para el buen funcionamiento del pufu ideológicam ente. Ello
explica, por ejemplo, el que en algunas menciones esporíklicmi al país de Punt, pos­
teriores al reinado de Hatshepsut, sus productos sean prenenludoN como tributo, a
pesar de que, o bien no se realizó expedición alguna o, por el contrario, Egipto esta­
ba muy lejos de dominar Punt3.
Es cierto que desde el Imperio Medio existieron composiciones "literarias"4,
pero su contenido intenta justificar una forma de gobierno, limitando el poder de los
nobles o, transmitiendo a la población una sensación (le protección y seguridad,
3 Save-Soderbergh (1946).
4 Parkinson (1991).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 15

como el cuento del ciudadano elocuente o las conocidas instrucciones, géneros lite­
rarios que fueron posteriormente utilizados por los redactores bíblicos5.
Por ello, antes de analizar los elementos característicos presentes en todo lugar
mítico o fabuloso, y su posible reflejo en la concepción egipcia del mundo, debemos
mencionar algunos aspectos generales sobre la concepción egipcia del mundo en
que vivían y de los países extranjeros con los que tenían relaciones y donde, teórica­
mente, podía haber existido algún lugar fantástico.

Egipto, los países extranjeros y sus habitantes


Antes de analizar la concepción y actitud que Egipto, y en general las culturas
próximo-orientales, adoptó hacia el mundo exterior, debemos tener en cuenta que en
todas las sociedades, desde el mundo clásico hasta nuestros días, se han establecido
diferencias entre lo que es la ciudad y su hinterland, a pesar de que ambos espacios
pertenezcan a una misma unidad cultural, política e ideológica, diferenciación que
es mas evidente en las sociedades orientales6. En la civilización egipcia hay dos
diferencias claramente establecidas, primero entre lo que es el Valle del Nilo y las
montañas que lo rodean y, en segundo lugar, entre lo que los egipcios llamaban
Kmt, la tierra cultivable, y dsrt, el desierto, diferenciación expresada incluso en el
simbolismo de los colores7 y que, en el caso egipcio, no hace más que agudizar la
diferenciación entre su mundo y el exterior, ya que el contraste es claro y evidente,
algo que en Mesopotamia está algo matizado al ser una unidad geográfica con
mayores diferenciaciones geográficas y estar más abierto al exterior8. Igualmente,
no hemos de olvidar que en la mentalidad egipcia su país era el resultado de la
unión de dos tierras, el Alto y el Bajo Egipto, cada una con sus características y
diferencias.
Por ello, los egipcios consideraban que vivían en un país "fantástico", la llanura
aluvial, bendecido por los dioses, donde éstos establecieron el orden cósmico refle­
jado en el carácter cíclico, regular y permanente de los fenómenos naturales que
garantizaban el bienestar económico de sus habitantes9. Por el contrario, los pueblos
que les rodeaban eran habitantes del caos, del desorden, donde los dioses egipcios ni
se adentraban y donde la población en la mayoría de las ocasiones estaba muy lejos
de tener asegurado el sustento económico, al vivir en el desierto, ser "habitantes de

5 Gammie & Perdue -eds-, (1990), Shupak (1993).


6 Aerts & Klengel (1990).
7 Baines (1985).
8 Sobre la diferenciación entre el mundo conocido o propio de cada cultura, y el que lo rodeaba, ij„
Liverani (1990), 33-43. Igualmente, esa división tan rígida entre la llanura aluvial y el desierto i'xpi’ii
mentó cambios en el período tolemaico, cuando los intereses comerciales y militares oblijumm a lina
mayor explotación de esas regiones, cf„ Dunand (1989).
9 Alien (1988).
16 A n to n io P é r e z L a rga ch a

la arena" o, vivir en una sociedad donde los ritmos cíclicos de la naturaleza (creci­
das de los ríos, período de la cosecha, etc.) son los opuestos a los que existían en
Egipto. Significativamente, los egipcios serán posteriormente descritos como ellos
lo habían hecho con sus vecinos: con características contrarias a las de otros pueblos
y gentes10.
Por todo ello, el mundo egipcio era etnocéntrico, pero también lo fueron otras
culturas de la Antigüedad y éstas sí crearon visiones fabulosas de otras tierras. Ade­
más, el que sus vecinos fueran habitantes del caos, podría haber creado en la imagi­
nación egipcia la idea de que en esas tierras habitaran o existieran animales fantásti­
cos, fenómenos naturales inexplicables, gentes con unas características étnicas dife-
renciadoras o, cuando menos, la existencia en ellas de productos exóticos, siendo
esto último lo único que podemos encontrar, y no de una manera clara y frecuente,
en relación a Asia y Nubia.
Ese desprecio y carencia de "imaginación" hacia lo externo tenía connotaciones
ideológicas y políticas. El orden establecido en la creación por los dioses necesitaba
ser mantenido y defendido, ya que las fuerzas del caos y sus habitantes siempre ace­
chaban y ponían en peligro la estabilidad del país; el dios sol Re era amenazado
todas las noches por la gran serpiente Apopis en su viaje por el mundo subterráneo,
el Nilo crecía todos los años gracias a los ritos celebrados pura tal fin y el desierto
amenazaba todos los días con extenderse a la rica llanura aluvial. Por ello el rey era
el encargado de vigilar, mantener y defender ese orden frente u ene caos y sus habi­
tantes, que no tenían nada que ofrecer a Egipto excepto su destrucción, como queda
de manifiesto en el pasaje dedicado a los asiáticos en las instrucciones a Merikare:
...Además debe decirse esto acerca del extranjero: mira, el vil asiático es un
miserable a causa del lugar en que se halla. Tiene problenum con el ugua, dificul­
tades con los árboles; sus caminos son múltiples y malón u ile las montañas,
c iu in íi

no habita en un único lugar...combate desde el tiempo de I Ioiiin. Ni conquista ni


tampoco es conquistado. No anuncia el día del combule1*, como un ladrón que se
precipita hacia los conspiradores...12.
Lógicamente, esta concepción fue evolucionando il medida que Egipto iba
teniendo relaciones e intercambios comerciales o diplomíilicoN con otras culturas y
pueblos que, en algunos casos, tenían una tradición y im.i cultura tan antigua y
avanzada como la suya. Estos cambios se producirán, brtninimcnle, en el Imperio
Nuevo, y solamente respecto a sus vecinos próximo-oricnlnlcH, ya que los pueblos y

10 Hartog (1980)
n Esta es una característica que lóelas las culturas desarrolladas Ik'lirn en i iiiiiím irespecto a los pue­
blos inferiores, ya que eslos no se linón por las normas de la guerra, ya t|IH ' t’l i oinliale, según la concep­
ción próximo-orienlal, dehín ser pnclado con anterioridad, no solo el Itif-iii; hiittlti^n el día, debiéndose
interrumpir el mismo al anochecer'.
'2 Hclck (1977).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 17

tierras de Nubia seguían siendo considerados atrasados13, surgiendo entonces visio­


nes universalistas de los principales dioses egipcios, no solo de Atón como se ha
pensado tradicionalmente, sino también de Amón o Ptah14.
Esta concepción ideológica y política, destinada a legitimar la institución monár­
quica, impide la aparición de cualquier individualismo, excepto el del rey. Es por
ello que el arte, la literatura, la religión, etc., son manifestaciones concebidas para el
mantenimiento de ese orden divino y de la institución real, impidiendo el acceso a
personas individuales que hubieran podido expresar libremente sus pensamientos o
experiencias propias15. Incluso en el Imperio Nuevo, cuando Egipto tuvo un mayor
contacto con sus vecinos, la representación de sus habitantes respondía a modelos
establecidos, con atributos étnicos y vestimentas determinadas, sin tener en cuenta
si esas representaciones se correspondían con la realidad16. El artista egipcio y, por
extensión, las personas que podían haber tenido la oportunidad de escribir relatos
sobre los pueblos vecinos, debían delimitar sus composiciones en un canon artístico
y describirlos según los estereotipos emanados de la corte egipcia. Por ello, compo­
siciones artísticas "extrañas" a la mentalidad egipcia, como la reina del país de Punt
representada en los relieves de Hatshepsut en Deir el-Bahari, o el arte amamiense,
suscitan tanta sorpresa y admiración o, en el campo literario, el cuento del Marinero
Náufrago y, más tardíamente, el viaje de Wenamun. Pero estas son las excepciones
que confirman la regla, debiendo recordar que, incluso su composición puede enten­
derse como un medio de legitimar la figura real en un momento histórico determina­
do; en el caso de Hathepsut y el país de Punt, la extrañeza que sus habitantes y
gobernantes causan a los egipcios puede esconder un componente ideológico en la
expedición de Hatshepsut, al tener más mérito su integración en el orden.
Es por todo ello que la consideración de los egipcios hacia los extranjeros es
despectiva, a pesar que muchos de ellos podían vivir en regiones no desérticas,
como en los bosques de cedros y pinos del Líbano, y tener por tanto un elemento
para la consideración de esas tierras como algo distinto, bello y susceptible de ser
consideradas de una forma fabulosa. Así, en otras culturas es precisamente ese pai­
saje diferente, desconocido en sus regiones de origen, lo que permite crear determi­
nadas visiones fantásticas, pero en Egipto fue lo contrario; eran regiones que causa­
ban terror.
Como ya hemos señalado, en el Imperio Medio y, especialmente, en el Imperio
Nuevo, esa visión etnocéntrica ha de modificar algunos de sus planteamientos. Hay
una presencia en el exterior, en Egipto existió una importante colonia de extranjeros
y productos exóticos de muy variada procedencia llegaban al país que, sin embarpo,
crecen y existen en esos países para ser obtenidos por Egipto y poder así propordo
13 Aunque recientemente ha habido intentos por revitalizar el papel de Nubia en el Impelid N i i i’v h ,
cf„ Morkot (1991), Smith (1991b).
14 Kemp(l97X).
15 Schafer ( 19Kf>), Gaballa (1976).
16 Waschmmi (1987).
18 A nto n io P ér e z L a r ga ch a

nar mayor esplendor a los templos donde moran los dioses; son productos que los
dioses han puesto fuera de Egipto para que esos países tuvieran algún tributo que
presentar al rey y los dioses:
Los países extranjeros vienen a ti
colmados de productos maravillosos,
cada región está llena de temor de ti
vienen a ti los habitantes de Punt
verdea para ti la Tierra de dios17 {Punt}
Las aguas te llevan {barcos} cargados de resina
para alegrar tu templo con fragancia festiva
destilan bálsamo para ti los árboles del incienso...
Crece para ti el cedro
{con cuya madera) se construye tu barca
La montaña te manda bloques de piedra
hay barcos para ti en el mar,...18
El tema del tributo es una prueba más de cómo la ideología real presentaba sus
relaciones con el exterior. En las tumbas privadas tebanas de la XVIII dinastía es
frecuente encontrar la representación de extranjeros llevando productos exóticos o
característicos de sus tierras (Creta, Asía, Libia, Nubia y Punt) como tributo, cuando
la mayoría de esos productos eran obtenidos mediante el inlcrcumbio*comercial19,
consideración como tributo que impide a nobles, comerciantes o viajeros establecer
contactos con esas tierras y volver relatando las maravillas que han visto, los prodi­
gios de que han sido testigos o, simplemente, los productos que ullí se podían obte­
ner.
Pero esos contactos continuados terminaron por dejai- nu ¡mpronla en los reyes
de la XVIII dinastía, despertando su curiosidad por la flora y launa de ese mundo
exterior, como lo confirma el que Tutmosis III erigiera un jardín botánico con
plantas y árboles desconocidos en Egipto en el interior miNino del templo de
Kamak20 o que, en la misma expedición a Punt de HatshcpNUl ne procediera a tras­
plantar árboles de Punt en el recinto de Amón. Pero, en definitivo dichas acciones
no iban sino a mostrar de una forma más clara el poder de Ion dioses egipcios y su
dominio sobre unas tierras lejanas.
A pesar de ese conocimiento cada vez mayor de lo cxti’íiii jt'io, las costumbres y
hábitos de esos pueblos siguen repugnando, como refleja el regreso de Sinuhé a
Egipto tras sus años de exilio en Asia viviendo como un aniíilii*o y adoptando, con­
siguientemente, sus vestimentas y olor:
17 La mayoría de los autores suelen identificar la Tierra del Dios" (mi l’tinl pero, como veremos, en
ocasiones pueden responder a dos realidades geográficas diferentes,
18 Mil Cantos en honor de Amón, Bresciani (1969).
19 Frandsen (1989).
20 Beaux (1990).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 19

...Entonces su majestad dijo a la Reina: "Este es Sinuhé, llegado como un


bedu, con la apariencia de los asiáticos". Ella lanzó un grito fortísimo y las criatu­
ras reales clamorearon simultáneamente. Después dijeron a su majestad: "No es
él, oh soberano, mi señor". Entonces su majestad dijo: "Ciertamente es él"21... Se
me instaló en la casa de un hijo real...Se quitaron años a mi cuerpo. Fui depilado
y me peinaron el cabello. Una cara de suciedad se dio al desierto y mis ropas (a)
los Cruzadores de la arena...Entregué la arena a quienes están en ella y aceite de
madera a quien con él se unge...22.
Igualmente, los contactos comerciales establecidos por la corte requerían la exis­
tencia de mercaderes, funcionarios leales que cumplen con los deseos de su rey y
cuya vida es satirizada:
El mercader sale al desierto dejando sus propiedades a sus hijos, temerosos de
los leones y los asiáticos. Se reconoce a sí mismo cuando está de vuelta en
Egipto23.
En esa misma línea, las escasas menciones fantásticas referidas a los habitantes
de Siria-Palestina se enmarcan en obras satíricas, cuya verdadera intencionalidad es
ridiculizar a los extranjeros: la existencia de beduinos de 3 metros de altura que, en
otro contexto podía ser una indicación del carácter imaginario de sus habitantes, en
realidad son menciones despectivas:
El estrecho está infestado de (beduinos} shasu que se esconden en la maleza;
algunos miden 4 ó 5 codos {2'5-3 metros) desde la cabeza a los pies; su rostro es
feroz y su corazón no es blando y no prestan oídos a las bromas24.
Todo ello favorece el miedo que los egipcios sentían a viajar por el extranjero
que, en la mayoría de las ocasiones no está motivado por el carácter de los habitan­
tes de esas regiones externas, sino por unas características medioambientales dife­
rentes, como refleja la conversación entre dos escribas:
Tú no has hecho el camino a Meger, en donde el cielo se oscurece de día y
todo esta cubierto de cipreses, robles y cedros que llegan hasta el cielo. Allí hay
más leones que panteras o hienas y se encuentra rodeado de beduinos por todos
lados...Se apodera de tí un estremecimiento, (los cabellos} de la cabeza se te
ponen de punta y traes el alma en un hilo. El recorrido esta lleno de piedras y
peñascos, sin que haya ningún camino transitable, porque todos están cubiertos

21 Comprobar en este pasaje como el rey es el único que, además de integrar en el orden a otros pue
blos, no se asusta ante su apariencia.
22 Lichtheim (1975), 222-35.
23 Lichtheim (1975), 184-90.
24 Papiro Anastasi 1:23,7-24,4.
20 A n to n io P ér e z L a r g a ch a

de cañaverales, de abrojos, de zarzas y de huellas de lobos. A un lado tienen el


barranco y, por el otro, se elevan las montañas25.

Miedo a un paisaje diferente que, significativamente, no se diferencia mucho del


que podía sentir un habitante del Alto Egipto, habituado al desierto y a un paisaje
repetitivo, cuando tenía que desplazarse al Delta, como queda de manifiesto en el
propio cuento de Sinuhé:
No sé lo que me ha sacado de mi sitio. Fue como un sueño, como si un hom­
bre del Delta se encontrara en Elefantina26.

o en las palabras dirigidas a un escriba que está aprendiendo:


Vuestras palabras son confusas, y no hay intérprete que pueda explicarlas.
Son como las palabras de un hombre del Delta para un hombre de Elefantina27.

El establecimiento de un Imperio en Siria-Palestina en el Imperio Nuevo podría


haber favorecido un intercambio de ideas y visiones sobre sus respectivos países o,
sobre otros con los que las ciudades sirias tenían relaciones. Sin embargo, el solda­
do egipcio fue en gran medida mercenario y nunca existió una masiva presencia
egipcia en el exterior en forma de guarniciones28, no fomentándose la profesión de
soldado desde la administración:
Los levantan cuando aún es la primera hora de la mafiana...Hslá hambriento,
su cuerpo está lastimado, está muerto mientras está todavía vivo, recibe la ración
de trigo cuando es relevado de su obligación...Son largas las marchas sobre las
colinas y bebe agua cada tres días, pero es fétida, con sabor a sal. Su cuerpo es
aniquilado por la disentería. Llega el enemigo y le rodea con Huchas, la vida está
lejos de él...29.

Pero, a pesar del hermetismo y desprecio que se desprende hacia lo extranjero,


Egipto no pudo impedir la afluencia de asiáticos, en un nú mero importante, en el
transcurso del Imperio Nuevo, bien como comerciantes o como prisioneros, y que
25 Papiro Anastasi I, 19.
26 Lichtheim (1975).
27 Papiro Anastasi I, 28.
28 Ello se explica por la misma concepción egipcia del mundo y di* i dilio debían establecerse las
relaciones con los vasallos: pensaban que para esas ciudades y s u s p o h líii loiu-s y a era suficiente bendi­
ción estar bajo la órbita de su influencia y protección divina, por lo que erum mismas ciudades tenían que
procurarse sus medios de defensa, que también eran los de Egipto, que i'ulit nmente podía enviar tro­
pas para su protección, como confirma el archivo de el-Amarna, domli' el envió de 10 ó 20 hombres es
considerado suficiente para garantizar la seguridad de la ciudad ante un pelinio.
29 Sátira de los oficios, Lichtheim (1975).

i
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 21

en algunos casos llegaron a ocupar altos cargos en la administración, existiendo en


Menfis una importante colonia de asiáticos, lo que no podía dejar de tener sus reper­
cusiones en algunas composiciones literarias. No hay que olvidar que esos extranje­
ros procedían de unos países donde la literatura mítica y heroica tenía una tradición
que se remontaba al III milenio, sus dioses tenían mitos en los que se narran sus
combates y hazañas contra fuerzas fantásticas de la naturaleza y, en ocasiones, fuera
del mundo conocido30. Es por ello que, aparte de los textos oficiales egipcios,
encontremos huellas de historias y mitos tan conocidos en el mundo asiático como
la lucha entre el mar y la diosa en composiciones egipcias como el Cuento de los
dos hermanos31.
Esos asiáticos que vivían en Egipto, a pesar de que según los egipcios vivir en su
país era una bendición y no un castigo, sentirían nostalgia por sus bosques, el mar
con el que estaban en contacto muchas de sus ciudades, sus cultos y dioses y, lógi­
camente, intercambiarían sus experiencias con la población egipcia, que podría lle­
gar a sentir cierto grado de fascinación por sus relatos y experiencias. Sin embargo,
la ausencia de una literatura o, mejor dicho, de los soportes donde poder plasmar
esa fascinación o relatos nos impide conocer el verdadero impacto que estos asiáti­
cos y su visión del mundo pudieron causar en la sociedad egipcia, aunque podemos
conjeturar que su imaginación se dejaría asombrar y cautivar por algunos de sus
relatos.
Hasta el momento nos hemos centrado en las poblaciones con las que los
egipcios tuvieron un mayor contacto y de los que mayor documentación te­
nemos, los asiáticos, pero, Egipto estaba rodeado por otros pueblos con los que
mantenía relaciones y de los que también obtenía productos exóticos, en especial
Nubia.
Es difícil creer que los contactos que Egipto mantuvo con las poblaciones nubias
no dejaran algún signo de sorpresa o fabulación acerca de sus habitantes, caracterís­
ticas étnicas y la rareza de algunos de sus productos. Sin embargo, si exceptuamos
textos como la biografía de Harduf, la propia expedición de Hatshepsut al país de
Punt o el cuento del Marinero Náufrago, el reflejo de dicha sorpresa pasa inadverti­
da en los textos disponibles hasta nuestros días.
A lo largo de su historia, los pueblos que habitaban el sur de la primera catarata,
límite fronterizo de Egipto como tierra bendecida por los dioses, recibieron distintos
nombres, algunos de los cuales eran denominaciones genéricas aplicadas a Nubia y
que iban alejándose de Elefantina a medida que la presencia y conocimiento de la
región era mayor. Hasta prácticamente el Imperio Nuevo no existió una política de
integración de esas tierras en Egipto. Sus poblaciones eran consideradas inferiores y
lo único que interesaba de ellas eran sus productos, realizándose los intercambios en
los puestos fronterizos egipcios y evitando cualquier tipo de contacto directo con
30 Como el mito de Enki y el orden del mundo, cf., el capítulo dedicado a Mesopotamia.
31 Redford( 1992a).
22 A n to n io P ér e z L a r g a ch a

estas poblaciones que, en el Imperio Medio, tenían prohibido sobrepasar la frontera


establecida por las fortalezas de la 2 catarata32.
Lógicamente, este tipo de intercambio y contacto dificultó el conocimiento de
sus costumbres y la posible formulación de visiones, de carácter fantástico o de
extrañeza al menos, en tomo a las mismas. Egipto solamente perseguía la obtención
de productos destinados al rey y, por extensión, a los templos, donde la resina, per­
fumes, mirra o incienso eran necesarios para la realización de los ritos diarios de
bañar la estatua del dios, perfumarla, embellecerla con vestimentas, etc.
Otra consideración a tener en cuenta es que a lo largo de su historia Egipto no
tuvo que hacer frente a grandes desplazamientos de población, algo que sí ocurrió
en Mesopotamia y que, según algunos, está en el origen mismo de la civilización
sumeria y la consideración fantástica de Dilmun33. Egipto en ningún momento de su
historia tuvo que ampliar sus horizontes culturales o políticos, algo que sí ocurrió
con la colonización griega, la colonización fenicia como respuesta a unas necesida­
des políticas y comerciales o el propio comercio con Dilmun por parte de algunas
culturas mesopotámicas.
Por todo ello, es significativo que mientras Egipto no mostró, públicamente, una
admiración hacia los países extranjeros y asiáticos en particular, estos sí desarrollaron
ciertas visiones de Egipto que pueden considerarse fabulosas, de una tierra donde la
riqueza es abundante y la vida fácil. Al respecto no hemos de olvidar episodios como
el de los patriarcas bíblicos, o la misma afirmación del rey de Mitanni en el sentido
de que en Egipto el oro era más abundante que el polvo y la urcmi del desierto.
Un último aspecto a destacar es la propia ideología de lij'iplo, y en general de
los Estados próximo-orientales, de que el dominio de sus entidades geográficas
implicaba el control sobre lo civilizado, lo conocido, no siendo necesaria la explora­
ción, conquista o asimilación de lo externo. Esta dinámica lúe rota en el primer
milenio, la amplitud de los contactos, las mejoras técnicas en In navegación y en los
transportes, llevó a un deseo por conocer y dominar el mundo conocido, surgiendo
tendencias universalistas, especialmente tras Alejandro Mu¡>no, siendo a partir de
entonces cuando el dominio del mundo implicaba no solo l¡i unidad territorial, cul­
tural, ideológica o geográfica, sino de todo el mundo conocido, una exageración de
términos y títulos como el acadio kissati, rey de la totalidnd, el mesopotámico Rey
de las Cuatro Regiones o el egipcio Señor de todas las Tierras.

Urbanismo y sociedad
En el mundo clásico, el conocimiento y descripción ck'l mundo conocido y de
sus confines fue una labor frecuente, posible en gran medida por la existencia de
32 Sobre estas fortalezas y su función, cf, Triggcr (1982), Smilli ( ) ,
33 Cf., el capítulo dedicado a Mesopotamia.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 23

una sociedad urbana, con poleis y grandes ciudades que actuaban como centros de
cultura y conocimiento. Dicha estructura urbana permitía que ciertas personas viaja­
ran, describieran y relataran otras tierras y pueblos con los que se tenían rela­
ciones34. Es por ello que en el caso de Egipto debemos rastrear la existencia de
ciudades y de una clase urbana.
Desde la celebre afirmación de Wilson refiriéndose a Egipto como una civiliza­
ción sin ciudades, esta idea ha sido mantenida a lo largo de los años35. Sin embargo,
en el Imperio Nuevo existieron ciudades en Egipto, no solo la celebre Pi-Rameses
mencionada en el relato bíblico del éxodo, sino otras como Menfis o Tebas. En
estas ciudades vivían nobles y altos funcionarios que se acomodan a una vida urba­
na, viviendo de unas rentas y cargos que les permitían la celebración de banquetes,
reuniones o competiciones "deportivas". Muchas de estas personas eran militares,
encargados de dirigir o acompañar al Faraón en sus campañas militares o de inspec­
ción por Siria-Palestina y Nubia. Por ello no resulta extraño encontrar algunas com­
posiciones heroicas, pero estas, como era de esperar, van destinadas a demostrar la
superioridad de Egipto y sus habitantes sobre los extranjeros, no a buscar nuevas
tierras o productos que permitieran el establecimiento de contactos comerciales o de
cualquier otro tipo. Un ejemplo de ello puede ser el cuento del Príncipe predestina­
do y la captura de Joppa o, en el Imperio Medio, la historia de Sinuhe36.
Estos cambios también se reflejan en la institución real, lejos de la consideración
divina que pudo tener en el Imperio Antiguo37. El rey es más humano, ha de presen­
tarse ante la sociedad como capaz de mantener el orden cósmico y ello lleva hacia
una consideración heroica de sus acciones, tendencia que, como todo en Egipto, es
fomentada desde la misma realeza. Las acciones de Tutmosis III en la batalla de
Megiddo o del mismo Rameses II en la batalla de Kadesh, esconden una considera­
ción heroica y propagandística de la institución real38. Es cierto que ellos siguen
dominando el Estado y son las únicas individualidades, pero nobles y altos funcio­
narios comienzan a una libertad impensable en períodos anteriores39.
Por tanto, incluso en esta sociedad más urbana del Imperio Nuevo, donde exis­
tían asiáticos que ocupaban altos cargos en la administración y algunos de sus dio­
ses fueron incluidos en el panteón egipcio40, el sentimiento de desprecio hacia lo
extranjero continuaba vigente algo plasmado, por ejemplo, en la misma incapacidad
34 No podemos olvidar tampoco que estas descripciones y deseos de conocimiento podían llevar
implícitos motivos políticos, reflejar las bendiciones de un sistema político sobre otro, o económicos.
35 Wilson (1960). Sobre el problema del urbanismo en Egipto, cf., Bietak (1979).
36 Todos estos textos, aparte de la obra de Lichtheim (1975-78), pueden consultarse en Simpson
(1972) así como en el reciente libro de Serrano (1993).
37 Aún cuando existen dudas de que la realeza egipcia fuera considerada en algún momento divina;
cf, Posener ( 1960).
38 S palinger (1982).
39 Sobre la literatura amorosa, cf., Fostcr (1974). Por otra parte, esa individualidad dio lugar n la lia
mada Piedad Personal Ramesida.
40 Especialmente en el ámbito popular, cf., Sadek (1987).
24 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

de los extranjeros por hablar la lengua egipcia: "el simio comprende palabras, aun­
que proceda de Kush"41.
Por tanto, estas composiciones, posiblemente leídas o relatadas en el transcurso
de los banquetes y reuniones de nobles, siempre tenían una finalidad, demostrar la
superioridad de la cultura y civilización egipcia. Es cierto que éste es el trasfondo
también de muchos relatos clásicos referidos a tierras distantes, pero en el caso de la
civilización egipcia en dichos textos no encontramos un afán investigador o etno­
gráfico, posiblemente porque, en el fondo, conocían bien esas tierras y estaban cerca
geográficamente, y no existía por tanto una lejanía y desconocimiento que permitie­
ra distorsionar mucho, o algo, la realidad.

Tierras fantásticas como lugar de comercio y riqueza


En la milenaria historia del Próximo Oriente, detectamos que van produciéndose
avances en el conocimiento geográfico al mismo tiempo que aumentan las necesida­
des comerciales de los Estados. Este proceso, teóricamente, podría haber favorecido
la exploración y consideración de, al menos ciertas regiones, como tierras fabulosas
y ricas, ubicadas en un mundo lejano y desconocido. Sin embargo, la mayoría de
dichos productos eran obtenidos en lugares donde sus sociedades se relacionaban
con una larga evolución cultural.
Podría pensarse que en la concepción egipcia están presentes dos elementos que
definen una tierra fabulosa: la inferioridad cultural de las poblaciones y el carácter
comercial de los contactos. Sin embargo, a pesar de lo que quería transmitir la ideo­
logía egipcia, sus contactos tenían lugar con pueblos civilizados y el carácter comer­
cial de los intercambios puede ponerse en duda. Lo que Egipto pudo perseguir en su
Imperio asiático era garantizarse la fidelidad de unas ciudades y territorios que te­
nían que asegurar el abastecimiento de las pequeñas guarniciones egipcias y del
ejército que periódicamente se trasladaba a Siria-Palestina, siendo por ello que entre
los tributos que Egipto imponía encontramos trigo, cebada, aceite, vino..., productos
que Egipto producía y no necesitaba42. Por lo tanto, Egipto no tenía como meta
obtener productos exóticos, o al menos escasos en el valle del Nilo43, lo que impide
la formulación sobre unas tierras ricas.
Por otra parte, las relaciones entre una cultura civilizada y otra inferior, donde se
obtienen las riquezas, están basadas en la superioridad técnica de la primera, que es
41 Papiro Bolonia 1094:3,9. Hay que recordar que ns n rmt, lengua egipcia, significa "el lenguaje
del hombre", y que la incapacidad del simio para hablar egipcio no radica en que sea un animal, sino en
que es de Kush.
Rcdford (1992b), quién, aun reconociendo que dichos productos no eran necesarios para Egipto,
piensa que lo que los egipcios demandaban del exterior eran esclavos, trabajadores.
4' A excepción de la madera del Libano, cuya dependencia queda de manifiesto en el relato de
Wcnamun.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 25

quien emprende el contacto y se beneficia de él. Egipto requería ciertos productos


del exterior, en especial madera, vino y aceite, pero no puso los medios técnicos para
llevar a cabo el comercio que, por ejemplo, en el caso de los cedros y madera del
Líbano era realizado en barcos de la ciudad de Biblos (Kbn). Por otra parte, no pode­
mos olvidar el componente ideológico de las expediciones comerciales, que eran
enviadas por el rey al ser el comercio egipcio un monopolio del Estado, que en nin­
gún momento protegió, fomentó o ayudó la existencia de empresas comerciales pri­
vadas, lo que si sucedió en Mesopotamia. El rey egipcio no podía permitir un acceso
directo a los productos que él obtenía y que destinaba a ensalzar a sus hermanos los
dioses o para formar parte de su ajuar funerario. Ello nos indica que el volumen del
comercio era reducido y no destinado a un mercado44. Por todo ello, la existencia de
empresas privadas o de una literatura que recogiera la existencia de unas tierras
donde Egipto, el rey, obtenía unos productos exóticos, carecía de sentido.
Es cierto que Egipto, al igual que Mesopotamia, carecía de materias primas
como la madera y algunos metales, en especial plata, pero su adquisición se realiza­
ba mediante expediciones comerciales a regiones perfectamente conocidas, actuan­
do éstas como intermediarias respecto a otras regiones aun más lejanas que, hipoté­
ticamente, podrían haber sido consideradas fantásticas por los egipcios si hubieran
tenido un contacto directo con ellas. En el caso de las relaciones diplomáticas de la
segunda mitad del II milenio, Egipto llegaba a enviar cobre a Chipre o plata a
Mitanni, productos de los que carecía, respondiendo ello a una política ideológica:
no mostrar las carencias del país a pesar de requerir el envío de dichos productos45,
práctica que impedía aún más la consideración fantástica de dichos productos y sus
lugares de procedencia.
Pero, a pesar de esa carencia de algunos productos, los egipcios no tuvieron que
emprender una política comercial para lograr un nivel cultural. Disponían de los
materiales necesarios para construir los templos de sus dioses y los recursos mine­
ros estaban más o menos próximos a sus limites geográficos46.
Igualmente, el que Egipto dependiera en la práctica totalidad de su historia de la
marina de otras entidades políticas o culturales para la recepción de los productos,
lleva implícita la inexistencia de composiciones o concepciones mágicas en tomo al
mar que, no hemos de olvidarlo, está en la base de la mayoría de las tierras fantásti­
cas de la Antigüedad y que, significativamente, aparecerá asociado al país de Punt y
en el relato fabuloso por excelencia de la civilización egipcia, el cuento del Marine­
ro Naufrago.
Esa carencia de una marina comercial, o de guerra, explica que Egipto no
emprendiera la exploración de territorios ubicados a occidente. Es verdad que las

44 En la investigación egiptológica existe un debate sobre si puede hablarse de la existencia de mer­


cados, cf., Janssen (1975).
« Liverani (1972).
46 Productos que eran obtenidos mediante las llamadas expediciones reales.
26 A n to n io P é r ez L a r g a ch a

corrientes marítimas obligaban a la realización de un circuito comercial establecido


pero, también es cierto, que su existencia podría haber implicado la pérdida, extra­
vío por los vientos o corrientes, de alguna nave fuera de su ruta y entrar así en con­
tacto con otras tierras, pero ello no sucedió, a juzgar por los textos, aunque no
hemos de olvidar que si algún barco hubiera sido desviado de su ruta y hubiera
alcanzado tierras más al occidente, como esas tierras no tenían nada que ofrecer, no
hubieran sido exploradas ni integradas en el mundo civilizado y conocido. Por otra
parte, no hemos de olvidar que hasta la colonización fenicia el occidente mediterrá­
neo permaneció en la penumbra, lo que se explica en gran medida por la carencia de
posibilidades económicas que ofrecía la costa africana, prácticamente deshabitada,
con poblaciones que no podían ofrecer nada, ni siquiera como tributo.
Fuera de Siria-Palestina, Nubia era la otra región donde Egipto obtenía sus pro­
ductos pero, si la concepción hacia los asiáticos era ya despectiva, la existente hacia
las poblaciones nubias era mayor47.
Respecto a tierras cómo Irem, Yam o el mismo Punt, lo que subyace es una polí­
tica expansiva de un rey en un determinado momento y por unas necesidades con­
cretas, apareciendo entonces unas denominaciones genéricas a unas regiones sobre
las que Egipto establecerá su influencia pero sin ninguna intención de explorar lo
que había más allá de esos límites.
Por todo ello, y recordando que según la mentalidad egipcia todos los países
extranjeros debían presentar tributos al rey, aunque estos fueran obtenidos mediante
una política comercial, la cultura egipcia en ningún momento de su historia se vio
en la necesidad de constituir empresas comerciales privadas dirigidas a la obtención
de productos exóticos. La figura del rey dominaba todos y cada uno de los aspectos
de la vida humana, impidiendo de esa forma la individualidad, la inquietud que
pudiera sentir el hombre por adentrarse en otras regiones y conocer nuevos mundos
y, cuando algún oficial se interna en territorios "hostiles" y lejanos, lo hace por
encargo del rey y formando parte de una expedición real, debiendo ser todos los
productos obtenidos presentados ante la corte para su utilización en templos, diver­
timiento del rey o realización de emblemas de poder y funerarios.
A lo largo de la civilización egipcia, solamente conocemos a dos personas que
se adentran en las tierras externas sin seguir las ordenes del rey, Sinuhé y Wena-
mun. El primero como consecuencia de inestabilidades políticas, subyaciendo en
toda la narración dos aspectos: el sentimiento de superioridad hacia lo extranjero y
la voluntad de volver a Egipto cuanto antes48. Respecto a Wenamun, este conocido
texto ha sido tenido en consideración para explicar o apoyar muchos aspectos relati­
vos a la colonización fenicia, pero el mismo no viene sino a reflejamos cómo ese
sentimiento de superioridad, fomentado desde hacia más de dos milenios, sigue

47 Trigger (1976).
48 Es por ello que estas dos composiciones, a pesar de tener elementos extraños a la ideología egip­
cia, n6 son incluidos, o considerados, como fabulosos, a pesar de las ideas de Olto (1966).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 27

latente a pesar de que Egipto había dejado de ser, hacia tiempo ya, una potencia
política, económica o militar.

Dioses y héroes. Las tierras míticas y los límites del mundo


En los relatos referidos al establecimiento de contactos y relaciones con otras
tierras, suele ser normal encontrar cómo las primeras personas que entran en contac­
to con tierras lejanas son dioses o héroes que, simbólicamente, prestan a viajeros y
comerciantes una protección y seguridad en los contactos y transacciones comercia­
les con la población indígena, al mismo tiempo que su dominio sobre los animales
fantásticos o fuerzas desconocidas que habitan esos lugares allanan el camino a los
hombres y sus limitaciones humanas, librándolos de peligros. Estas pautas, que
encontramos en el mundo griego y mesopotámico, solo las encontramos parcial­
mente en Egipto, civilización de la que no conservamos ninguna composición épica
relativa a sus dioses ya que éstos, como hemos señalado, no tienen que salir del país
para obtener producto alguno, encontrando el principal paralelismo en la figura
heroica encargada de integrar nuevas tierras en el orden de Egipto: el rey49.
En Egipto dos dioses son los que están relacionados con el mundo exterior. Por
una parte Hathor, diosa relacionada con la realeza y que era la encargada de prote­
ger las expediciones reales al exterior, disponiendo de templos en aquellos lugares
extranjeros donde la presencia egipcia era importante, como Biblos50 y el Sinaí51.
La otra divinidad es Seth, asimilado con el desierto y las tierras extranjeras52.
En el terreno mitológico, los únicos mitos que sobre los dioses conocemos pro­
ceden de la época baja o romana, cuando el gusto de los griegos y romanos por
dotar a sus dioses de historias míticas impregnó el panteón egipcio53. Por ello no
debemos extrañamos al leer a Heródoto y no encontrar ningún mito en su logos
egipcio, a pesar de haber sido introducido en los secretos de la religión egipcia
según sus propias palabras.
Egipto desarrolló dos concepciones relativas a los límites, una política o real,
tgs, y otra mítica y fija, drw54, límites sostenidos por 4 dioses que a su vez sustentan
el cielo. Menciones referidas a que el rey llega a los confines del mundo mítico son
49 Sobre los dioses egipcios, y el debate sobre si en algún momento se crearon mitos al modo y
manera que los existentes para los dioses griegos, cf, Baines (1991).
50 Montet (1928).
51 Gardiner (1951).
52 Velde (1977). El papel de Seth debe ser matizado en muchos de sus aspectos. Baste señalar al res­
pecto que, en la XIX dinastía, muchos faraones incluyen la partícula Seth en sus nombres, posiblemente
como respuesta a una integración cada vez mayor de tierras extranjeras en el orden y los contactos conli
nuados con otras tierras.
53 El mejor ejemplo es el mito de Osiris transmitido por Plutarco.
54 Homung (1980).
A n to n io P érez L a r g a c h a

abundantes en Egipto, pero siempre referidas a su papel de integrador de regiones,


Iunción que no tiene un final. En cierta medida es un proceso similar al experimen­
tado por los mitos griegos, que van trasladándose a unos límites cada vez más leja­
nos debido al progresivo conocimiento e integración de regiones lejanas donde ori­
ginariamente se localizaban esos limites. Como señala Liverani55, la frontera movi­
da por el rey no es simplemente un límite estatal, es la demarcación entre el orden y
el caos, la paz y el desorden, la justicia y la violencia, la misma función que los
mitos griegos. Por ello, la inspección del rey sobre unos territorios o el enviar una
expedición comercial a algún lugar, tiene ideológicamente el valor de demostrar el
carácter integrador del rey.
A lo largo del Imperio Nuevo, ciertas partes de ese desorden fueron incluyéndo­
se en el orden de Egipto, bien por un dominio político o unos contactos comerciales,
gracias a la acción benefactora del Faraón que con él llevaba la civilización y el
orden. Esta concepción tiene su origen en el Imperio Medio, cuando los reyes egip­
cios comienzan a erigir estelas en los confines del mundo conocido que, en su con­
cepción, se corresponden con sus dominios; estelas como las de Sesostris III en la
XII dinastía levantada en la fortaleza de Semma, Nubia, o las más conocidas de Tut-
mosis I y III en el Eufrates, son un buen ejemplo de ello: señalan el final del domi­
nio o influencia del rey y, por extensión, del mundo civilizado, fuera de esos límites
el orden y la estabilidad no habían llegado:
Su Majestad cruzo el curso del Orontes...Su Majestad alzó su brazo para ver
el fin del mundo56,
por ello en estas estelas se representa al disco solar, que protege las fronteras hasta
las que el rey ha llegado, prestando así su bendición y protección.
El rey es el encargado de abrir los nuevos caminos, de facilitar el acceso a esas
regiones que anteriormente estaban en el caos, bien construyendo pozos de agua,
cazando hipopótamos o pisando caminos ignotos, como dice haber hecho Hatshep-
sut en su expedición a Punt.
Lógicamente, es el rey y Egipto la entidad que bendice con su acción a esas tie­
rras, Egipto conoce Punt para dominarlo y explotarlo, Punt conoce Egipto para
ceder y proporcionar sus productos 57. Al igual que en el mundo clásico, ya consti­
tuía una bendición que el mundo civilizado se hubiera fijado en esas tierras atrasa­
das, pero ricas.
Pero, la principal diferencia entre ese límite egipcio y el clásico es que más allá
de él no hay nada, los dioses, el rey, no habían tenido ninguna relación con ellas,
mientras que en el mundo griego son símbolo de tierras fantásticas, míticas, donde
habitan monstruos y seres fabulosos.
55 Liverani (1990), 57.
56 Breasted (1908), ARE I I 784. En próximas páginas, su obra será abreviada ARE.
57 Liverani (1990), 65.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 29

Lógicamente, algunos de los mitos y leyendas del mundo clásico también pue­
den esconder motivaciones económicas o políticas, animando a la población a una
emigración para colonizar otras tierras y aliviar así la presión sobre la ciudad y su
territorio o, por el contrario, obtener los hombres necesarios para ejercer un dominio
real sobre esos territorios, pautas que en Egipto no se dieron.
Una prueba de la ideología egipcia expresada hasta el momento es que animales
fantásticos o monstruos, propios de los que podían habitar los confines del mundo
en otras culturas, solamente nos los encontremos bajo dos aspectos: uno terrenal, en
tiempos anteriores a la I dinastía, cuando el hombre todavía no tenía un dominio del
medio geográfico en que vivía, y otro religioso, cuando el hombre ya ha dominado
la naturaleza, esas fuerzas extrañas dejan de habitar el mundo de los vivos para
pasar a vivir en el mundo subterráneo, en el camino de la noche que el sol tenía que
recorrer diariamente58. Una salvedad puede ser la serpiente protagonista del cuento
del marinero naufrago así como las que protegían lugares concretos como el templo
de Deir el-Bahari o la necrópolis del valle de los Reyes59.
En relación con los dioses y su relación con un mundo exterior desconocido o
con el que se tenían ciertas relaciones, debemos analizar también dos aspectos, la
relación de los dioses con el comercio y el papel de los templos como integradores
de un mundo externo.
Respecto a los dioses y el comercio, ya mencionamos que en líneas generales los
productos existentes en otras tierras existen para ser llevados como tributo a Egipto.
Sin embargo, en el mito de Osiris y Seth existe un episodio que debe ser menciona­
do, en concreto la mención a Biblos. Una vez que Seth encierra a Osiris en el sarcó­
fago, éste llega a Biblos donde es rescatado por Isis. No hemos de olvidar que ya
desde el Imperio Antiguo Egipto demandó de Siria-Palestina madera con la que rea­
lizar la barca solar y los sarcófagos reales, práctica que pervive en el relato de
Wenamun. Esta mención a Biblos, ciudad mencionada también en los Textos de las
Pirámides y en la Piedra de Palermo, se explica por un deseo de integrar a esta ciu­
dad dentro de la órbita egipcia, ya que Biblos actuaba como intermediaria ante las
necesidades, o demandas, de Egipto respecto a otras regiones como el norte de Siria
y la ciudad-estado de Ebla60, siendo significativo que con el mundo clásico, el
comienzo de la navegación en Marzo estuviera marcada por las lamentaciones por
la muerte de Adonis, dios con quien es identificado Osiris61.
Igualmente, no podemos olvidar que en el mundo antiguo, y con posterioridad, las
transacciones comerciales se realizaban bajo la protección de los dioses, cuyos templos
o festividades servían de marco jurídico para los intercambios62. El templo de Heracles-
Melqart en Cádiz, el de Barbar en Dilmun o el de Hathor en Biblos, son prueba de ello.
58 Kemp (1989).
59 Donohue (1992).
60 Matthiae (1994).
si Griffiths (1970), 321-3.
62 Silver (1985).
30 A n to n io P ér e z L a rga ch a

Respecto al papel del templo como símbolo del cosmos e integrador del mundo
que va siendo conocido, explorado o dominado mucho ha sido debatido. La princi­
pal finalidad del templo egipcio era reflejar cómo había sido creado el universo y
cómo éste había sido fijado63. Desde el sancta sanctorun, donde estaba la idealiza­
ción de la colina primogénita, hasta los pilonos de entrada al templo, se simbolizaba
la acción del demiurgo. Por ello, no resulta extraño que en el Imperio Nuevo, cuan­
do Egipto tiene importantes relaciones exteriores y sus reyes actúan como integra-
dores del caos en el orden, se proceda a representar en el interior de los templos la
fauna y vegetación de ese mundo no egipcio. El jardín botánico de Tutmosis III en
el templo de Kamak, la acción de Hatshepsut de trasplantar árboles del país del Punt
en el templo, son prueba de ello64.
Por último, no hay que olvidar que las acciones del rey, y de la sociedad, van
encaminadas a resaltar la gloria de la divinidad, por ello no es extraño que ocasio­
nalmente sea el propio dios quien "ordene" la realización de una campaña de explo­
ración o de comercio, siendo un ejemplo de ello la expedición de Hatshepsut al país
de Punt, realizada por las palabras emitidas por un oráculo. Es cierto que, como
veremos, todos los textos de Hatshepsut van encaminados a reflejar su poder y valo­
rar aún más su acción integradora en el orden del país de Punt, pero no deja de ser
significativo que esa acción sea emprendida por el deseo de la divinidad que, a dife­
rencia del mundo clásico, no participa directamente en la integración65.

Literatura
Uno de los aspectos que definen a las culturas clásicas es la existencia de una
literatura, no solo religiosa, sino en todas y cada una de sus manifestaciones, algo
que no existía en las culturas próximo orientales si exceptuamos el ámbito religioso
e ideológico. Sin entrar en la consideración de las dificultades que ya entrañaba para
los propios egipcios el conocimiento de su escritura66, no hemos de olvidar que el
alfabeto y su difusión revolucionaron muchas manifestaciones culturales y de orga­
nización del Estado. Su dominio era más fácil, el funcionamiento de la administra­
ción más ágil, los mensajes podían ser entendidos por más gente.
La escritura, y su principal soporte, el papiro, era un monopolio del rey, por lo
que éste no permitía la composición de obras fuera de sus intenciones. Este aspecto
es muy importante porque a pesar del "exotismo" de su composición, obras como la
63 Finnestad (1985).
64 Sobre el jardín privado en Egipto, cf, Moens (1984), donde puede observarse como esa acción
integradora en el orden es incluso asumida por los nobles con sus represeulueiones funerarias, una prueba
más del carácter diferenciador de la sociedad del Imperio Nuevo.
65 Aunque es cierto que, por ejemplo, muchas de las empresas coloniales ¡'riegas comenzaron, o se
realizaron, con la consulta al oráculo de Apolo en Delfos.
66 Baines & Eyre (1989).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 31

del Marinero Naufrago o la propia expedición al Punt de Hatshepsut deben enten­


derse en este contexto: textos creados por y para una ideología o intencionalidad
política, la del rey y su gobierno sobre Egipto.
Fuera del círculo de la corte, muy pocas personas tenían acceso a la escritura.
Una excepción la constituían los escribas y dibujantes que trabajaban en Deir el-
Medina en la construcción de las tumbas reales67. Este núcleo podría haber sido uno
de los que creara una literatura diferente, en especial al convivir con numerosos
extranjeros con los que podían intercambiarse experiencias, relatos y leyendas sobre
sus tierras respectivas. Pero esta posibilidad carecía de los soportes necesarios,
debiendo expresar sus ideas, preocupaciones, deseos...en ostracas, pequeñas piedras
de caliza cuyo tamaño impedía realizar composiciones relativamente extensas.
Prueba de todo ello es la constatación de que algunos pocos papiros pasaban de
generación en generación a los miembros de una misma familia, que reutilizaba o
cortaban partes de los mismos cuando lo necesitaban68.
Por ello, podemos decir que Egipto no desarrolló una literatura69, debiéndonos
contentar con aquellos fragmentos, muy escasos, insertados en composiciones desti­
nadas a glorificar la acción del rey y los dioses. Ello seguramente no quiere decir
que por el país circularan historias sobre otras tierras. La experiencia de soldados,
miembros de expediciones comerciales y extranjeros irían transmitiéndose de forma
oral, deformando las historias y creando verdaderas composiciones orales fantásti­
cas. En ello también influiría ese miedo a viajar fuera del país que sentían los egip­
cios, lo que provocaría que sus experiencias fueran oídas y transmitidas pero, por
desgracia, nada de ello se nos ha conservado.

Mar e islas
Algunos de los relatos fabulosos de la Antigüedad tienen como argumento la
navegación siendo por ello que sean islas, o lugares costeros, donde recalaban
muchos de los aventureros o comerciantes de la Antigüedad70. No hay que olvidar
que en todas las culturas se tiene la impresión de conocer los límites terrestres, lo
que explica que más allá de los mismos esté un gran océano o mar que define las
fronteras del mundo y donde habitan todos los seres y animales propios de un lugar
ignoto. •
En el caso de Egipto el esquema se repite: las únicas composiciones fantásticas
acontecen en el transcurso de una navegación y la imposibilidad de hacer frente a
67 Bogoslovsky (1980).
68 Janssen (1982).
69 Eyre (1993) piensa que al final de la civilización egipcia si existió una literatura, pero que con
anterioridad estuvo limitada a una ideología.
70 Por otra parte, no podemos despreciar el hecho de que un asentamiento costero ofrecía muyoiwi
seguridades que uno terrestre, lo que explica la pauta de colonización seguida por fenicios y griogO N .
32 A n to n io P ér ez L a rga ch a

las fuerzas de la naturaleza, concretamente una tormenta. Igualmente, el que estos


relatos fabulosos solamente aparezcan en relación con el Mar Rojo y el país de Punt
no debe extrañar, ya que la navegación y trafico comercial en el Mediterráneo era
ejercido por las ciudades sirio-palestinas, pero en sus expediciones al Mar Rojo
Egipto tuvo que recurrir a sus propios medios y experiencias. Seguramente, si los
egipcios se hubieran embarcado en importantes expediciones marítimas por el
Mediterráneo, composiciones similares a la del Marinero Naufrago hubieran sido
creadas.
Por otra parte, el que el mar no aparezca en las composiciones egipcias encuen­
tra también una explicación en su concepción del mundo que, al contrario que en
Mesopotamia o Grecia, no iba de Este a Oeste, sino que el eje Norte-Sur era domi­
nante. Es cierto que la idea de un gran océano, las aguas primordiales, está presente
en la concepción egipcia, pero solamente como lugar donde el Nilo se regenera y
vuelve a crecer. Egipto no era un país rodeado por océanos, éstos limitaban al
Norte y al Sur comunicándose por el mundo inferior71. Por ello no es de extrañar
que los egipcios sintieran miedo hacia la navegación72, siendo por ello por lo que
es en su concepción del más allá donde sí encontramos seres fantásticos, monstruos
y peligros que el difunto ha de ir superando para alcanzar los campos Elíseos de
Osiris.
En el caso de Nubia, donde el Nilo podría haber constituido un elemento de
fabulación con sus cataratas y habitantes negroides, tampoco encontramos textos o
experiencias exóticas, posiblemente por ser el curso del Nilo fijo y estrecho, y por
ello conocido, por lo que la ubicación en su curso de islas o tierras fantásticas no
encontraría justificación73.

Nubia, el Mar Rojo y el país de Punt


A pesar de que los textos de que disponemos son escasos y fragmentarios, resul­
ta difícil creer que los egipcios no concibieran ciertos lugares de una forma fantásti­
ca o mítica, máxime cuando el nombre mismo de algunas ciudades, o nomos, egip­
cias, pueden estar reflejando la sorpresa y consideración que ciertos productos exó­
ticos tenían en Egipto: Nagada (Ngd) la ciudad del oro, o la misma Elefantina, cuyo
nombre egipcio, Abu -ciudad elefante-, hacen referencia al interés que existió por
los productos africanos, siendo referida en algunos textos como Puerta del Sur.
71 Jacq (1993).
72 Ver el apartado dedicado al Mar rojo y su exploración.
73 Por otra parte, y siempre que pudieron, los egipcios prefirieron ieal¡/iir expediciones terrestres. A
ello no solamente favoreció su miedo a la navegación, sino también I propios cataratas nubias. Así, la
un

primera, en las proximidades de la isla de Elefantina, los rápidos solninunto eran navegables durante la
inundación, mientras que la segunda catarata fue prácticamente infranqueable, procediéndose a desmon­
tar las embarcaciones y transportarlas por tierra y posteriormente recoiiNliuirlas, cf, Vinson (1994).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 33
Igualmente significativo es que tanto Naqada como Elefantina constituían el final e
inicio de sendas rutas comerciales que conducían al Mar Rojo y a Nubia.
Nagada se ubica a la entrada del Wadi Hammamat, la ruta de comunicación
entre el valle del Nilo y el Mar Rojo, de donde Egipto obtuvo desde tiempos predi-
násticos productos exóticos destinados al ajuar funerario, en especial conchas mari­
nas. A lo largo de toda la historia de Egipto, el Mar Rojo será una de las regiones
comerciales y de exploración de la civilización egipcia y de tiempos posteriores,
con los intentos de los monarcas helenísticos por acceder a productos africanos. Es
por ello que las referencias a la tierra del Dios o Punt pueden ponerse en relación
con un conocimiento progresivo del Mar Rojo y sus costas.
Respecto a Elefantina, constituye la vía de entrada y salida de Egipto hacia el
interior de Africa, donde las expediciones descargaban sus productos para ser trans­
portados posteriormente en barco hasta Menfis, donde se encontraba la corte.
Por ello, las próximas páginas están estructuradas en tomo a tres grandes epígra­
fes: Nubia, el Mar Rojo y Punt. Esta última está en íntima relación con el Mar Rojo,
pero sus menciones, características e importancia merecen un tratamiento especial.

Nubia
El territorio conocido como Nubia, el actual Sudán, ha sido conocido e interpre­
tado desde la perspectiva de que era el lugar donde Egipto obtenía el oro y ciertos
productos africanos. El término Nubia no es egipcio, sino romano, pudiendo encon­
trar en su etimología una prueba del interés que sus productos despertaban en la
Antigüedad, al poder derivar de la raíz nbw, oro. Los egipcios se referían a esta
región como Ta-sety, "tierra del arco", "las tierras del Sur" o "Kush", mientras que
para griegos y romanos formaba parte de su Etiopía74.
Los contactos de Egipto con esta región se remontan al período predinástico,
existiendo por entonces un reino, el de Qustul, que actuaba como intermediario
entre Nubia y los primeros reyes egipcios, proporcionándoles productos exóticos
como huevos de avestruz, plumas o marfil75. Con el comienzo de la I dinastía, los
reyes egipcios ejercieron directamente el control sobre la región, provocando el
final del llamado Grupo A de Nubia y la existencia de un vacío político que perduró
hasta la V-VI dinastías con la aparición del llamado grupo cultural C. Esta breve
reconstrucción explica que con anterioridad a la VI dinastía las menciones de expe­
diciones reales al Sur sean escasas; Egipto obtenía lo que quena directamente, sin
grandes esfuerzos, pero la aparición de nuevas entidades políticas en Nubia obligó a
los egipcios a modificar sus pautas de actuación, debiendo entrar ahora en contacto
74 Además de las clásicas obras de Adams (1977) y Trigger (1976), una visión actualizada de Inri
relaciones entre Egipto y Nubia puede encontrarse en O'Connor (1994).
75 Williams (1986).
34 A n to n io P é r ez L a r g a c h a

con los líderes políticos de Nubia para la obtención de estos productos. Por ello, no
debe extrañar que sea en la V-VI dinastías cuando aparezcan las primeras inscrip­
ciones biográficas relativas a expediciones reales. Entre estas destaca la de Harduf,
nuestra principal fuente de información sobre los pueblos nubios, y que como otros
oficiales, era el líder de dichas expediciones.
Dentro de las entidades políticas que constituían el Grupo Cultural C, algunas de
ellas son mencionadas en los textos, pero de forma muy fragmentaria, es por ello
por lo que solamente nos referiremos a aquellas sobre las que nuestra información
es mayor. No debemos olvidar que en Nubia existió una estructura de chiefdoms, o
sociedades de jefatura76, estableciendo los egipcios contacto con unos líderes encar­
gados de proporcionarles los productos demandados. Ello explica, en parte, las
luchas que los textos egipcios reflejan ocasionalmente entre líderes de distintos pue­
blos, ya que todos querían actuar como intermediarios.
Si durante el Imperio Antiguo se establecieron contactos y exploraciones, en el
Imperio Medio la pauta seguida fue de dominación y explotación del territorio,
mientras que en el Imperio Nuevo se procedió a la explotación y exploración, ésta
última dirigida a la obtención de más y variados productos africanos que poder
poner en circulación en el comercio internacional y diplomático de la segunda mitad
del II milenio.
Si en Egipto la vida se circunscribe al valle del Nilo, en Nubia la dependencia
hacia el Nilo era aún mayor, con una franja de tierra cultivable muy escasa. Ello
explica que, a juzgar por los textos egipcios la principal región de intercambio, o de
procedencia de los productos africanos, esté en las proximidades de la 5 catarata, en
el área de Dongola, la región más fértil de Nubia.
Establecer una diferenciación entre Nubia, el Mar Rojo y Punt es muchas veces
difícil, ya que los textos egipcios no son especialmente concretos a la hora de refe­
rirse a unas tierras externas a su orden, utilizando términos genéricos que hacen
referencia a amplias regiones, muchas veces diferentes y superpuestas y que a medi­
da que aumenta su conocimiento, van trasladándose con los límites de lo conocido,
explotado o explorado.
Finalmente, no debemos olvidar que no hay nada en la civilización egipcia que
nos indique un afán de conocimiento o investigación del mundo exterior. Lo único
que preocupó a Egipto en el momento de establecer sus relaciones o ampliar su
influencia fue lograr el dominio de unos territorios donde podía obtener unos pro­
ductos que su sociedad, sus dioses o el comercio internacional demandaban. Su
política no fue "comercial", sino de conquista y, por ejemplo, las numerosas campa­
ñas militares que los faraones del Imperio Nuevo realizaron en la región deben
entenderse en este contexto, dominar unos recursos y evitar las perturbaciones que
poblaciones nómadas pudieran causar en la obtención de los productos77.
76 O'Connor (1992).
77 O’Connor (1987).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 35
El país de Yam
La tierra de Yam, como otras mencionadas en los textos egipcios, hace referen­
cia a territorios pertenecientes a la actual República de Sudán, cuya localización,
límites y carácter es problemática78, pudiendo ser identificado con el país de Irem
del Imperio Nuevo.
Yam es solamente referido en textos del Imperio Antiguo79, siendo nuestra prin­
cipal, y prácticamente única, fuente de información las cuatro expediciones realiza­
das por Harduf, sobre cuyos viajes, punto de partida y de llegada, duración o medios
técnicos utilizados -transporte por tierra o por barco-, existe un debate.
Edel80, basándose en que Harduf haría diariamente unos 15 Kms, con una estan­
cia en el país de Yam de 10 días, y teniendo en cuenta los 7 y 8 meses de duración
de la expedición mencionados en su biografía, calcula que Harduh realizo 1500 (pri­
mera expedición) y 1725 Kms. (segunda expedición), cálculos que no son fiables al
no poder concretar el tiempo de estancia en la tierra de Yam, las dificultades del
camino, las paradas intermedias, etc.81. Las que sí parecen descartables son las hipó­
tesis de Yoyotte82 y Goedicke83 de ubicar Yam en las proximidades de los oasis
Kharet y Dakhleh, desierto occidental, ya que no tendría sentido que los egipcios
dieran nombres diferentes a una misma región, por lo que una localización más
al Sur parece probable, aunque la pretensión de O'Connor84 de localizarlo al Sur
de la 5 catarata es exagerada, al ser una región esporádicamente alcanzada por
Egipto, incluso en el período de mayor actividad egipcia en la región, reinado de
Tutmosis III.
En el relato de Harduf encontramos que soldados de Yam son enviados a Egipto
lo que, además de indicamos unas buenas relaciones, puede argüir en contra de una
lejanía extrema85. Otra posibilidad, apenas tenida en cuenta, es que Yam haga refe­
rencia a una amplia región situada al Oeste del Nilo. No hay que olvidar que cambios
políticos y demográficos se estaban produciendo en el sur, por lo que Egipto hubo de
relacionarse con nuevas gentes que, por qué no, recibieran el nombre de Yam, dife­
renciando ocasionalmente a algunos de los pueblos que habitaban ese país de Yam.
78 Zibelius (1972).
79 Bakr & Osing (1973), Osing (1976). Del Imperio Medio solamente tenemos la referencia al país
de Yam por parte del general Mentuhotep, en el reinado de Sesostris I, donde Yam, y otros pueblos, son
representados derrotados. Esta mención debe entenderse como la utilización de un nombre anteriormente
conocido por los egipcios y que lo aplican cuando retoman la acción en la región tras el Primer Período
Intermedio.
80 Edel (1955), 65-8.
81 Por otra parte, tampoco podemos determinar si sus viajes comenzaron en Menfis, en Elefantina o,
por el contrario, en la llamada ruta de los Oasis, cf, O'Connor (1986).
82 Yoyotte (1953).
83 Goedicke (1981, 1988).
84 O'Connor (1986).
85 Dixon (1958).
36 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

Lo cierto es que estos primeros pueblos con los que Egipto entra en contacto sí
debieron causar sorpresa y encontrarse bastante al sur, al precisar textos como los
de Uni, (VI dinastía, reinado de Pepi I), el carácter negroide de sus habitantes:
...(ha estado refiriéndose a campañas militares contra diversos pueblos) entre
los negros Irthet, los negros Mazoi, los negros Yam, los negros Wawat, entre los
negros Kau y en la tierra de Temelfi6
De las escasas referencias al país de Yam, y otros textos relativos a Nubia, pode­
mos observar como las relaciones con el sur fueron cada vez más difíciles, no solo
por la progresiva quiebra del Imperio Antiguo egipcio, también por el hecho de que
esas unidades políticas iban estructurándose al mismo tiempo que luchaban entre sí
por obtener un control sobre el territorio y su comercio y, no hemos de olvidarlo, la
inestabilidad de una región es uno de los principales obstáculos en las transacciones
comerciales. Así, Harduf ya tiene que viajar con una escolta y en uno de sus viajes
tiene que ir a la búsqueda del jefe de Yam que está persiguiendo al líder de Tjemeh
al Oeste del Nilo. A medida que avanza la VI dinastía la situación es más inestable
y peligrosa para las expediciones comerciales egipcias que, a pesar de todo, siguen
requiriendo productos de la región, prueba de la fascinación que estos productos
exóticos causaban en la corte.
Del reinado de Pepi II, conservamos parte de la biografía de Sebni, uno de los
líderes de expedición, que relata como tuvo que adentrarse hacia el Sur para recoger
el cadáver de su padre y poder enterrarle en Egipto, prueba de la inestabilidad políti­
ca al no poder ser trasladado el cuerpo de Mekhu, su padre, a Egipto cuando este
murió. Pero, a pesar de su noble acción y aflicción por la muerte de su padre, los
textos de Sebni están centrados en los productos obtenidos durante su expedición:
{Entonces yo tomé} un ejército de mi estado y 100 asnos conmigo llevando
aceite, miel, ropas y {--} para llevar presentes a estos países {y yo fui a} estos
países de negros. (El resto de la inscripción es muy fragmentario, pero menciona
el oro e incienso que trajo con él y que presentó a la corte)87.
Posteriormente, otro noble, Pepinakht, en su segunda expedición convenció a
dos líderes de líderes a visitar la corte y presentar sus tributos al rey, pero éstos eran
dos entre muchos líderes. Por todo ello, podemos pensar que Egipto va entrando en
relación con otros pueblos pero puede intuirse una política: contactar y viajar hasta
el centro de la entidad política que es dominante en el momento, ya que Egipto sola­
mente persigue la obtención de unos productos, no el dominio del territorio. Ello
explica los diferentes nombres y pueblos con que son referidas las poblaciones del
Sur: Wawat, Irtjet, Setju, etc., pudiendo referirse Yam a una amplia región, siendo
identificado como su líder el jefe del pueblo que en ese momento disfrutara del con-
86 AREI. 311.
87 ARE I. 365-374.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 37

trol sobre la región. En cualquier caso, las relaciones en un primer momento son
pacíficas, para ir deteriorándose con el tiempo.
La primera referencia a unos productos exóticos llevados a la corte egipcia la
encontramos en la biografía de Harkhuf. Desde mediados de la V dinastía en Egipto
existe un mayor Ínteres por los productos que llegaban del sur. En su primera expe­
dición Harkhuf fue acompañado por su padre, Iry, que seguramente le inició en las
rutas a seguir para alcanzar el país de Yam, familiarizarse con sus gentes y costum­
bres, pero de expediciones anteriores a Harduf no tenemos referencias. En su tercera
expedición Harhuf regresó con 300 asnos repletos con productos exóticos: incienso,
ébano, colmillos de elefante, aceite, pieles de pantera...88, pero su expedición más
fructífera fue la cuarta, de la que regresó con un enano, que causó una gran expecta­
ción y excitación en la corte.
Por tanto, productos africanos y exóticos eran conocidos en la corte del Imperio
Antiguo, pero en los escasos textos de que disponemos no encontramos ningún
intento de intentar describir a esas gentes, sus costumbres y el choque que para Har­
huf y sus hombres supondrían los habitantes de Yam, sus costumbres y rasgos étni­
cos. Lo que subyace de la biografía de Harduf es su alegría por haber traído el
enano a la corte89.
Enanos eran sobradamente conocidos en el país, como lo confirma la famosa
estatua del enano Seneb que se construyó una gran tumba en Gizah, sin olvidar que
los artesanos encargados de trabajar el metal solían ser enanos. Sin embargo, es sig­
nificativo que tanto en el caso de Harduf, como en el posterior de Hatshepsut, uno
de los motivos centrales de sus expediciones sean los pigmeos, por lo que segura­
mente estos no eran enanos, sino dng, un término egipcio que hacia referencia a
poblaciones del Africa central90.
Los productos obtenidos en Yam no son considerados como tributo, como suce­
derá con posterioridad al Imperio Antiguo, pudiendo responder el establecimiento
de contactos a la necesidad que la corte egipcia tenía de productos exóticos.
Estas expediciones responden a una primera fase de conocimiento de la región y
no hay un intento por integrar estas tierras en el orden divino, posiblemente porque
en el Imperio Antiguo el rey no necesitaba medida propagandística alguna para jus­
tificar su figura y reinado. Así, las narraciones de Harduf dan la impresión de que su
único propósito era alcanzar la tierra de Yam, obtener los productos y regresar a la
corte, pauta que no pudo ser seguida en el tercer viaje.
En relación con la expedición a Punt de la reina Hatshepsut, es conveniente
señalar algunos paralelismos. En primer lugar, existe un rey o líder en la tierra de
88 Pieles de pantera que pasaran a la iconografía de los habitantes de Nubia como su vestimenta
diferenciadora, como reflejan las pinturas murales de los nobles tebanos de la XVIII dinastía.
89 Por otra parte, en la figura del pigmeo existe un trasfondo religioso, ya que los enanos estabun
altamente considerados en la corte al poder realizar unos saltos acrobáticos que debían ser realizados en
honor del dios sol Re.
90 El-Auizy (1985).
38 A n to n io P ér e z L a r ga ch a

Yam y Harduf se hace acompañar por soldados. Ello nos indica que las relaciones
no se remontaban en el tiempo y que los egipcios posiblemente entraban en contacto
por primera vez con estas poblaciones, sin existir un deseo de conquistar o integrar
dichos territorios, algo que hubiera sido imposible con la escasa fuerza armada que
acompañó a Harduf o se desplazó a Punt.
Como era de esperar, Harduf dice haber abierto nuevos caminos y adentrarse en
tierras donde nunca antes nadie había estado. Estas afirmaciones son extrañas para
un noble, pero nos confirma que en el Imperio Antiguo los reyes no tenían necesi­
dad de justificar sus acciones, eran dioses. Finalmente, debemos recoger la hipótesis
de Goedicke91 de que las expediciones de Harduf no deben considerarse comercia­
les sino políticas. Los cambios políticos en la región y la creciente presión de pobla­
ciones nómadas del desierto occidental, obligaron a los reyes de Egipto a favorecer
y establecer relaciones con uno de esos líderes que actuara como tapón ante posibles
amenazas. En términos globales esta hipótesis parece descartable, pero lo que sí
es cierto es que Egipto preferiría comerciar, negociar y relacionarse con una
única entidad o líder político, que a su vez se encargara de reunir lo que Egipto de­
mandaba.
Por otra parte, hay que entender los viajes de Harduf como una verdadera explo­
ración de unos territorios anteriormente desconocidos. Pero este contacto con un
pueblo o región de donde podían obtenerse preciosos y exóticos productos, no llevó
consigo la aparición de una imagen mítica, fantástica de esos lugares y sus habitan­
tes. Lo único que se recoge son las meritorias acciones del líder de la expedición, y
cómo el rey premió a éste por sus esfuerzos. En ningún momento existe una preocu­
pación por conocer y explorar mejor esas tierras.

El país de Irem
Con posterioridad al Imperio Antiguo, apenas aparecen términos o textos que
nos revelen una exploración de las tierras al Sur de Elefantina. En el Imperio Medio
habrá un deseo de dominar el territorio de la Baja Nubia, evitando en todo momento
la integración o convivencia entre la población egipcia y la indígena.
En el Imperio Nuevo aparecen nuevos términos referidos a pueblos y habitantes
de Nubia cuyas relaciones con Egipto son variadas. La primera mención importante
a uno de estos pueblos se refiere al país de Miu, estela de linihab en Edfu, cuya
importancia es solamente histórica92, desapareciendo poco después de los textos.
91 Goedicke (1981), 18-9.
93 Esta mención, del reinado de Ahmosis, fundador de la XVIII dimiHlíu, nos informa acerca de la
política de expansión y control del Sur de Egipto con posterioridad al Su^iiikIo Período Intermedio, sin
que de ella deban extraerse intereses comerciales o el inicio de expedición™ comerciales a la región, cf.
O'Connor (1987), 122-4.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 39

El principal topónimo referido a Africa que encontramos a partir de la XVIII


dinastía es Irem, país, región o tierra que mantuvo importantes relaciones con Egip­
to y que posiblemente tuviera las mismas características y connotaciones que el país
de Yam en el Imperio Antiguo: la principal entidad política de la región actuando
como intermediaria en los contactos y relaciones, no solo comerciales sino también
militares, con Egipto.
La mayoría de los especialistas ubican Irem en la Alta Nubia93, pero una locali­
zación más al Sur también es probable, en tomo a la 5 catarata. Irem también es
mencionado en la expedición de la reina Hatshepsut al país de Punt, lo que ha hecho
pensar que Irem y Punt estaban cerca, algo negado por Priese94 pero que O'Connor95
defiende, ya que al viajar al país de Punt, los egipcios debían permanecer unos
meses a la espera de los vientos para su regreso, internándose tierra adentro hacia el
Oeste donde recogieron los tributos de Irem. Esto nos viene a demostrar que Irem
no se localiza en la Alta Nubia sino al Sur de la 5 catarata.
Las menciones a Irem y otros topónimos nubios en el Imperio Nuevo, Kush,
Ibbet, etc., lo único que reflejan es la actitud dominante del rey egipcio y la conside­
ración como tributo de los productos que allí se obtenían, siendo difícil establecer si
un topónimo responde a una entidad política, un nombre étnico o un lugar dentro de
un itinerario96. No hay una consideración mítica o fabulosa de sus productos, cono­
cidos en Egipto hacía más de un milenio, aunque sí se percibe cierto aprecio por su
exotismo. Un ejemplo de la consideración que los egipcios tenían hacia estos terri­
torios, y los productos que de allí obtenían, la encontramos en los anales de Tutmo-
sis III y la presentación de tributos:
...oro, 300 deben; 60 negros; el hijo del jefe de Irem — , total, 64; bueyes 180;
{ánforas} cargadas con marfil, ébano y todos los productos del país...97.

Por tanto, y a pesar de que durante el Imperio Nuevo la presencia de Egipto fue
más profunda en el Sur de Nubia, llegando hasta la cuarta catarata, con un mayor
contacto con poblaciones "extrañas" que teóricamente pudo haber favorecido la
mención a unas costumbres insólitas, lo único que encontramos es la consideración
de los productos obtenidos como tributos y, eso sí, la representación en las tumbas
privadas tebanas de una población negroide, con unas vestimentas, adornos y actitu­

93 Trigger (1976), 112; Kemp (1978), 29.


94 Priese (1974).
95 O'Connor (1987), 113-8.
96 Al respecto, los anales de Tutmosis III se han utilizado durante décadas como fuente histórica
pero, al igual que los Textos de Execración del Imperio Medio, los nombres de pueblos, ciudades y
pequeños asentamientos recogidos en dichos Anales pueden responder únicamente a itinerarios comer­
ciales o de penetración hacia el interior, siendo algunos de los topónimos fantasías o realidades que en
modo alguno deben identificarse con lugares y entidades políticas concretas, cf., Redford (1982).
97 ARE II. 494.
40 A n to n io P ér ez L a r g a ch a

des diferentes, pero todo ello enmarcado siempre en el contexto del tributo entrega­
do a Egipto por los pueblos y países ajenos al orden.
Como conclusión podemos señalar que, a pesar de lo que cabía esperar, la ima­
ginación y la literatura egipcia no llegó a desarrollar una visión fabulosa de las tie­
rras ubicadas al Sur de la primera catarata, aun cuando existían algunos elementos
para ello: lejanía, diferenciación étnica de sus habitantes y productos africanos dota­
dos de exotismo. Esta ausencia de imaginación se explica por varias razones como
hemos visto, pero la principal de ellas puede ser que la realidad geográfica, étnica y
comercial de Nubia sería bastante conocida en Egipto debido a un contacto conti­
nuado en el tiempo que se remonta al VII o, incluso, VIII milenio B.C. Es decir, no
existía el elemento sorpresa necesario para la formulación de concepciones fabulo­
sas. Otra consideración diferente es la actitud despectiva ante las poblaciones del
Sur, pero ésta era producto de una ideología.
Finalmente, a lo largo de la civilización Faraónica puede observarse la misma
pauta: una entidad étnica, política o cultural es la que actúa como principal interme­
diaria en los intercambios comerciales. Qustul hasta la I dinastía, Yam durante el
Imperio Antiguo e Irem durante el Imperio Nuevo.

El Mar Rojo
El conocimiento y exploración del Mar Rojo, que para los clásicos formara parte
del mar Eritreo, ha sido una constante a lo largo de la historia debido a los impor­
tantes beneficios económicos que esperaban obtenerse gracias a su navegación. Los
Faraones egipcios también emprendieron su exploración, pero ésta estuvo limitada a
la costa occidental y siempre en relación con la obtención de productos en el inte­
rior de Africa, siendo con el mundo clásico, el fabuloso reino de Saba y la cultura
de los Nabateos, cuando esta región comenzó a ser verdaderamente explorada,
conocida e integrada en el mundo conocido.
Desde la cultura Badariense, V-VI milenio a.C., Egipto obtuvo productos del
Mar Rojo destinados a formar parte del ajuar funerario, prueba que desde un primer
momento los habitantes del valle del Nilo sintieron una fascinación y atracción por
los productos que allí podían obtenerse98.
De el Imperio Antiguo apenas disponemos de información sobre la realización de
viajes en esta región. Posiblemente ello encuentre su explicación en que durante la
práctica totalidad del Imperio Antiguo Egipto accedió directamente a Nubia, sin enti­
dades políticas o culturales que obstaculizaran sus intereses, Soríí en el Imperio Medio
cuando Egipto comience a desarrollar una política de exploración y comercio del Mar
Rojo, debido a la existencia en Nubia de entidades políticas que, si bien no constituían
un peligro o amenaza para su seguridad, sí podían dificultar el trafico comercial.
98 Reese et allí (1986).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 41

Esta primera fase de exploración y conocimiento responde a motivaciones


comerciales. Como ya apuntamos, separar Nubia, el Mar Rojo y Punt como entida­
des geográficas distintas es difícil. La exploración del Mar Rojo se emprende con
vistas a acceder a regiones donde obtener unos productos exóticos y, en ningún
momento, debe entenderse como algo limitado a la costa, ni siquiera en la expedi­
ción de Hatshepsut al país de Punt, ya que la mayoría de los productos o maravillas
que buscaban se encuentran en el interior de Africa, por lo que el conocimiento y
exploración del Mar Rojo constituyó una vía complementaría a la ruta terrestre que
partía de Elefantina hacia el Sur. Por tanto, las exploraciones y contactos que Egipto
mantuvo con el Sur no deben entenderse como reflejo de dos rutas e intenciones
diferenciadas, aunque ambas regiones recibieran nombres diferentes; el Mar Rojo
Tierra del Dios o Punt y Nubia Kush, Wawat, etc."
La investigación sobre Nubia en el Imperio Medio se ha centrado en la construc­
ción y finalidad de las llamadas fortalezas de la Segunda Catarata, erigidas a
comienzos de la XII dinastía y que marcan una presencia más hacia el Sur de Egipto
que la que había tenido durante el Imperio Antiguo. Esta expansión hacia el Sur es
más acorde con la localización geográfica de los recursos mineros existentes en la
región, al mismo tiempo que motivada por el agotamiento de los recursos mineros
conocidos en el Imperio Antiguo en el Desierto Oriental100.
A lo largo de toda su historia, Egipto persiguió el control de los recursos y pro­
ductos del Sur, relacionándose y mezclándose lo mínimo imprescindible con la
población indígena. Las poblaciones locales eran las encargadas de explotar y llevar
los productos a las fortalezas, siendo estos posteriormente transportados a los talle­
res egipcios. Las fortalezas nubias del Imperio Medio responden a una constante
histórica a la hora de estudiar las relaciones de una entidad superior y otra inferior,
centro-periferia: proporcionar un lugar seguro donde realizar las transacciones sin
adentrarse en el territorio, respondiendo las expediciones marítimas al Mar Rojo al
mismo esquema: lugares desde donde los egipcios pueden obtener los productos que
buscaban sin adentrarse en el interior.
Por tanto, la exploración y navegación del Mar Rojo responde a una necesidad
de buscar nuevas tierras donde obtener unos productos agotados en los territorios
conocidos hasta entonces101. En este contexto, no debemos olvidar que en toda cul­
99 Como Kuentz (1920) puso de relieve, este término hace referencia a todos los países y tierras
localizados al Este de Egipto.
100 Como agotamiento no debemos entender la total desaparición de los recursos, sino que las vetas
superficiales se extinguieron y debieron buscarse otras fuentes. No hay que olvidar el celebre pasaje de
Diodoro referido al trabajo en las minas egipcias, puesto como ejemplo de lo duro que su explotación,
provocado en gran medida porque la civilización Faraónico agoto las vetas superficiales y debió prece­
derse a la explotación subterránea.
101 Ello explica que en cada momento histórico la presencia egipcia en Nubia sea más profunda en
la región, ya que motivaciones defensivas, salvo el reino de Kush en el segundo período intermedio, no
preocuparon a los egipcios. Incluso el avance de Kush durante el período Hikso responde más a un aban
dono egipcio de la región que a una expansión política o militar.
42 A n to n io P é r ez L a r g a c h a

tura la exploración o búsqueda de nuevos lugares suele realizarse mediante la nave­


gación, bien de mares, océanos o ríos, debido en parte a los problemas que plantea­
ban las comunicaciones terrestres, no solo por los costes sino también por el peligro
que podía entrañar el entrar en contacto con pueblos y regiones desconocidas cuya
actitud y receptividad eran una incógnita. Ello va a explicar, como veremos, tanto
las navegaciones por el Mar Rojo del Imperio Medio como la expedición al Punt de
la reina Hatshepsut, al tener lugar en dos momentos históricos que, debido a diver­
sas circunstancias, obligan a Egipto a buscar bien nuevos productos, aumentar su
obtención o explotar aquellos agotados en las regiones conocidas. Una vez explora­
da la costa y establecidos los primeros contactos, se procederá a la expansión terres­
tre y la paulatina sustitución de la ruta marítima por otra terrestre.

El Mar Rojo y su exploración en el Imperio Medio


Por lo dicho anteriormente, no sorprende que a comienzos del Imperio Medio
encontremos las primeras evidencias de puertos en la costa del Mar Rojo y de nave­
gaciones en el mismo, las primeras menciones a la tierra del Dios y a Punt.
En una estela encontrada en las cercanías de Wadi Gásüs, un oficial de Sesos-
tis II, Khnemhotpe señala cómo el Faraón erigió sus monumentos en la región de
Tanetjer, el termino egipcio de "Tierra del Dios", mientras que un capitán del rey
Amenenhat II menciona cómo volvió con éxito de una expedición al Punt. Estas
menciones no son las únicas ni las más antiguas. Excavaciones llevadas a cabo en la
región de Mersa Gawásis revelaron la existencia de pequeñas estelas en las que el
personaje es representado en la típica actitud de adoración, con el término Big-n-
Pwnt, vía-Punt, por lo que Sayed102 piensa que estas estelas pertenecen a marineros
o soldados que, tras regresar de sus expediciones por el Mar Rojo expresaban su
agradecimiento a la divinidad por haber vuelto sanos y salvos. Rn ellas no hay nin­
gún elemento etnográfico o de sorpresa ante las experiencias vividas o los pueblos y
lugares visitados, solamente constatamos ese terror que los egipcios sentían por la
navegación, y que, por qué no, también puede esconder cierta inseguridad ante lo
vivido o visto en dichos viajes.
Por tanto, a comienzos de la XII dinastía existía en la costil del Mar Rojo un
puerto desde donde partían las expediciones a Punt, transportándose posteriormente
los productos por vía terrestre hasta el valle del Nilo. Una ve/, explorada la región,
comienzan a construirse las fortalezas nubias, desapareciendo Ins menciones a nave­
gaciones por el Mar Rojo y la actividad del puerto.
Es en esta primera fase de conocimiento y exploración del Mar Rojo donde
podemos encontrar el verdadero significado de una composición literaria fabulosa,
el Cuento del Marinero Naufrago, prácticamente la única que desarrolló la civiliza­
ción egipcia.
102 Sayed (1977), 150.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 43

El cuento del Marinero Naufrago


Debido precisamente a ese carácter fabuloso de su narración, este cuento ha sido
interpretado de múltiples formas, siendo comparado en ocasiones con Simbad el
marino, pero el principal argumento es el de que se trata de un relato religioso103. A
ello ha contribuido, por un lado el querer interpretar siempre cualquier resto mate­
rial, epigráfico o artístico de la civilización egipcia desde una perspectiva religiosa
y, en segundo lugar, por la mención en el mismo a la isla del Ka, llegando a ponerse
en relación con la religión de Etiopía104. ,
Solamente conservamos una copia del relato, Papiro Leningrado 1115, descono­
ciendo su procedencia exacta. Sin lugar a dudas estamos ante una composición lite­
raria extraña a la civilización egipcia, siendo las más parecidas en contenido, pero
con un significado muy diferente, La historia del pastor y Los tres cuentos maravi­
llosos, conocido este último normalmente como El Rey Keops y los Magos105.
La mayoría de los estudios se han centrado en su traducción y análisis del len­
guaje empleado106 por dos razones. En primer lugar, al tratarse de una obra de
comienzos del Imperio Medio, período considerado como el clasicismo egipcio en
todos los aspectos y, en segundo lugar, por el hecho de que los términos empleados,
la construcción de las frases y su contexto reflejan importantes diferencias con el
lenguaje oficial algo que, al igual que la historia de El Rey Keops y los Magos, ha
hecho pensar que estemos ante unas composiciones concebidas para ser expuestas
oralmente, explicando ello la repetición de estrofas y su estilo fácil, tanto en voca­
bulario como en estructura107.
Respecto a su datación, la mayoría de los investigadores están de acuerdo en
ubicarlo a finales de la XI o comienzos de la XII dinastía período en el que, no
debemos olvidarlo, el Mar Rojo comenzaba a ser explorado, y anterior a que Sesos-
tris I y sus sucesores se embarcaran en la construcción de las fortalezas de la Segun­
da Catarata, aunque recientemente Parkinson108 ha defendido la segunda mitad de la
XII dinastía. Sin embargo, su composición en una fecha u otra no cambia el signifi­
cado que, en nuestra opinión, tiene el cuento.
Ya hemos señalado que este cuento suele analizarse desde una perspectiva reli­
giosa, la isla del Ka, la ubicación en los confines del mundo, la desaparición de la
isla, los meses de estancia y de espera en la misma, el viaje de regreso... son ele­
103 Kurth (1987), 173-5 lo relaciona con el curso diario del sol, al igual que Goedicke (1974), mien­
tras Derchain-Urtel (1974) piensa que la serpiente debe identificarse con el creador y la hija de la ser­
piente mencionada en el texto con Maat.
104 Lanczkowski (1955).
105 Simpsom (1972), Lichtheim (1975).
ios Blackman (1932), 41-8; Kurth (1987); Foster (1988).
107 Sobre la literatura egipcia, su estructura e interpretación, Cf., Loprieno (1988), y sobre el cuento
del Marinero Naufrago, Baines (1990). Loprieno (1991).
108 Parkinson (1991), 115.
44 A n to n io P ér e z L arga ch a

mentos que se han relacionado con el viaje diario del sol. Pero, en nuestra opinión,
lo relatado en el Cuento puede ser interpretado desde una óptica diferente, en rela­
ción con las exploraciones que del Mar Rojo se estaban realizando por entonces,
ya que como apuntó Simpsom109, "la verdadera importancia del cuento se nos
escapa".
De su lectura pueden deducirse algunos aspectos:
A) El lugar parece resultar desconocido para los egipcios en un primer momento
algo que, debido a la fecha de su composición, finales Xl-comienzos XII dinastía,
resulta lógico.
B) Las riquezas que en esa tierra pueden encontrarse son numerosas, siendo los
productos que Egipto buscaba en el exterior. La obtención de los mismos es fácil, al
ser estos abundantes y crecer por todos sitios, como prueba la contestación de la ser­
piente a los productos que el marinero le dice le serán enviados, riqueza de las tie­
rras que es enfatizada por la misma apariencia de la serpiente, oro y lapislázuli.
Igualmente, de la narración se desprende que todos los productos iban dirigidos
al rey, por lo que el marinero reconoce su imposibilidad de obtener un beneficio,
que solo le puede venir por la recompensa que le pueda dar el rey a su regreso.
C) Los barcos egipcios acceden a esa tierra en una época determinada del año,
tardando dos meses en realizar el viaje de vuelta y, consiguientemente, el de ida,
debiendo permanecer un tiempo en esa tierra para poder regresar, períodos que
encajan con las prácticas de navegación por el Mar Rojo. Es una navegación de
cabotaje, ya que la tormenta les sorprende antes de llegar a tierra para pasar la
noche.
Según estos elementos, y otros que mencionaremos, todo parece indicamos que
estamos ante un cuento que puede esconder un "manual" de navegación hacia unas
tierras lejanas, produciéndose el naufragio por haber emprendido la navegación en
un época del año en que ésta resultaba inapropiada, no como los bureos que recogen
al marinero, que parten en una época determinada, la indicada, y llegan tras el tiem­
po establecido de navegación.
No hemos de olvidar que no estamos ante una narración única, sino ante un
cuento, dentro de un cuento, narrado por otro cuento. Es decir, tiene todos los ele­
mentos para ser considerado como una forma de reunir distintas experiencias o his­
torias que circulaban por Egipto en relación con la navegación por el Mar Rojo y las
experiencias acaecidas como consecuencia de las mismas.
Pero dentro del cuento hay otros aspectos a considerar: la serpiente, los límites
del mundo conocido y las riquezas que pueden obtenerse.
A) La serpiente. Como señalamos con anterioridad, animales fabulosos apare­
cen en momentos muy determinados de la historia egipcia, plisando luego a habitar
el mundo subterráneo110.
109 Simpsom (1972), 50.
110 Algo que también ha contribuido a la consideración religiosa del cuciun.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 45

En primer lugar, la serpiente en ningún momento adopta una actitud agresiva con
el náufrago, al contrario, le tranquiliza y le informa, con gran seguridad, del tiempo
que ha de pasar en la isla. Igualmente, también debemos señalar que el marinero tam­
poco adopta una actitud heroica, sino de inseguridad e indefensión cuando aparece la
serpiente, actitud lógica ya que el heroísmo era una virtud reservada a los reyes egip­
cios. Ambas actitudes pueden ponerse en relación con el hecho de que en esas tierras
no existen peligros, la obtención de alimentos y agua está garantizada y por tanto no
debe existir una actitud de recelo ante la posibilidad de alcanzar dichas tierras.
Al analizar la función y significado de la serpiente en el relato debemos tener en
cuenta que su historia es una más dentro de la superposición de historias que forman
el cuento. Así, la serpiente narra como ese lugar había sido habitado con anteriori­
dad pero ahora permanece ella sola. Esta soledad de un animal fabuloso en un lugar
distante, exótico y rico no debe sorprendemos, ya que será una constante en los
relatos del mundo clásico. Su carácter fabuloso es ejemplo de la riqueza del lugar, al
mismo tiempo que es el último guardián del lugar, función que sin embargo no es
belicosa, al contrario, de bienvenida a los que llegan. La única diferencia que puede
establecerse con otros relatos fabulosos del mismo tipo en otras culturas es que la
entidad que va a integrar dichas tierras en su orden, en su mundo civilizado, Egipto,
no necesita la acción de un héroe o dios. El simple deseo del rey de llegar a esas tie­
rras es suficiente para su integración.
El que sea una serpiente la protectora del lugar puede sorprender en un princi­
pio, máxime cuando era una gran serpiente, Apopis, la que todas las noches amena­
zaba con engullir la barca solar de Re111. Sin embargo, no hemos de olvidar que la
cobra era uno de los símbolos protectores del Faraón, el ureusn 2 y, como reciente­
mente ha mostrado Donohue113, la gran necrópolis real del Imperio Nuevo en Tebas
estaba protegida por una gran serpiente esculpida en la roca.
B) Los límites del mundo conocido. Según nuestro planteamiento, esta compo­
sición, como posteriormente la expedición de Hatshepsut, se enmarca en un
momento histórico de exploración de nuevos lugares. Esta pauta lleva implícita,
lógicamente, la extensión de los límites terrestres conocidos. Es en este contexto en
el que algunas connotaciones religiosas pueden encontrar explicación, ya que esos
límites son siempre el lugar donde habitan y se confunden lo conocido con lo desco­
nocido, lo real con lo imaginario.
El que esa tierra o isla a la que llega el naufrago marcaba la frontera de lo hasta
entonces conocido queda plasmado en la frase de la serpiente, ...esta isla desapare­
cerá..." , simbolizando con ello que esos lugares pasaban ya a formar parte de lo
conocido, explorado o explotado, por lo que ella ha de ir a habitar otros lugares,
razón por la que el marinero no volverá a verla.

111 Otro aspecto que ha servido para primar la interpretación religiosa del relato.
Johson (1991).
113 Donohue (1992).
46 A n to n io P ér e z L a r g a ch a

C) Una tierra de riquezas. Siempre que una cultura emprende la exploración de


nuevos lugares es porque sabe que allí existen los productos que demanda. En el
caso de Egipto y Asia, existe un límite del mundo, pero en el fondo los egipcios
sabían que más allá existían reinos y ciudades, como por ejemplo los mismos Hiti-
tas, por lo que esas menciones son ideológicas y propagandísticas. En el caso del
Mar Rojo la situación es distinta; no se sabe realmente lo que hay más allá de lo
conocido, se sospecha que existen las mismas riquezas que en las áreas anterior­
mente explotadas e integradas en el orden. Es por ello que las acciones de Egipto en
la región sí van a tener un verdadero carácter integrador, no como en Asia donde es
mera propaganda política. Es por ello, y por la regla de que toda tierra lejana, locali­
zada en tomo a una isla, que el lugar adopta una naturaleza exótica, de riqueza y
abundancia.
Igualmente, debemos tener en cuenta que la serpiente se denomina como reina
de Punt, lugar con el que Egipto se reconocía a unas regiones donde diversos pro­
ductos exóticos crecían y eran abundantes, siendo ello una prueba más de que el tér­
mino Punt no es un lugar concreto, sino una referencia a unas tierras localizadas al
Sureste de Egipto y cuyo límite iba trasladándose a medida que el conocimiento y
presencia egipcia en la región aumentaba.
Finalmente, podemos señalar que este cuento, como la posterior expedición al
Punt de Hathepsut, son las dos únicas composiciones verdaderamente fabulosas que
la larga tradición egipcia creó, lo que no debe sorprendemos al ser el Mar Rojo el
único lugar donde realmente Egipto pudo desarrollar una labor de exploración e
integración de unas tierras en su orden.
Como conclusión podemos señalar que la exploración del Mar Rojo durante el
Imperio Medio fue motivada como respuesta a unas necesidades de obtener produc­
tos exóticos en unas tierras nuevas, ubicadas más al Sur que el límite establecido
durante el Imperio Antiguo. Lo realmente interesante es constatar como en un
momento histórico en el que Egipto necesita1emprender el conocimiento de una
nueva región, y hacerlo por sus propios medios, surge una composición como la del
Marinero Naufrago, del mismo tipo que los relieves y textos de la posterior expedi­
ción de Hatshepsut.
Ese afán explorador queda de manifiesto además en el papel que, a partir de la
XII dinastía, adquiere Hathor como diosa relacionada con el comercio exterior. Así,
el nombre Sesostris de los reyes de la XII dinastía significa "hijo de Wosret", una
forma tebana de Hathor, por lo que estrecha relación entre los reyes y la diosa puede
ser el resultado de las exploraciones e intereses exteriores que Egipto tenía durante
la XII dinastía.
Finalmente, hemos de recordar que la actividad en el puerto del Mar Rojo finali­
za con Sesostris III, es decir, justo hasta el momento en que lus primeras fortalezas
nubias de la segunda catarata comienzan a funcionar, supliendo así la función que
hasta entonces pudieron tener las expediciones marítimas del Mar Rojo que no nos
proporcionan una descripción de pueblos o habitantes, sino solamente de las rique-
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 47

zas del lugar, algo equiparable a los mitos y primeros viajes recogidos en la literatu­
ra clásica respecto a Tartessos.

El país de Punt
El país de Punt es el ejemplo más claro de tierra fabulosa que podemos encon­
trar en la civilización egipcia. Destino de la famosa expedición de la reina Hatshep­
sut (XVIII dinastía), el carácter fabuloso de esta tierra se ha visto acrecentado por el
hecho de que fuera una reina quien mandara realizar la expedición, prueba para
muchos del pacifismo que caracterizó su reinado respecto a los de los demás farao­
nes de la XVIII dinastía114, todos ellos guerreros y símbolos de atletas115.
En los textos el país de Punt también puede ser denominado Tanetjer (la tierra
del Dios), también utilizado, como hemos visto, para referirse al Mar Rojo o las tie­
rras situadas al Este del Nilo, mientras que en el mundo clásico fue conocido como
Opone116.
Durante muchos años se ha considerado que la expedición de Hatshepsut signifi­
có el primer contacto importante que Egipto estableció con Punt. Ello se ha debido
en gran medida al deseo de la historiografía, no solo egipcia sino también clásica,
de delimitar y fijar de una forma clara todas y cada una de las menciones a lugares
míticos o fabulosos mencionados en los textos, originándose arduos y bizantinos
debates, alejando a la investigación de la verdadera intencionalidad y significado de
estas tierras y sus nombres.
En primer lugar, Egipto estableció contactos con una tierra denominada Punt
desde el Imperio Antiguo (expedición de Harduf), disponiendo por tanto de referen­
cias que ayudan a entender el verdadero significado de la expedición de Hatshepsut,
así como los fines y política que Egipto tuvo hacia estas lejanas tierras denominadas
genéricamente Punt.
Un segundo factor que ha influido en la interpretación de esta expedición, y de
los relieves conmemorativos, son las "cambios" artísticos que en la representación
de dicha expedición pueden observarse en relación con el canónico y rígido arte
egipcio. Es por ello que la investigación, ávida de novedades y aspectos diferencia­
les, ha tomado los relieves de dicha expedición y al arte amamiense como bandera
de unas épocas ajenas a la tradición, bien por ser una reina la que gobernaba en el
país o por querer introducir una nueva religión, visiones que están muy lejos de la
realidad.
114 Ratie (1979), Martínez (1993).
115 El Habaschi (1992). Nuestro conocimiento y valoración sobre el Imperio Nuevo egipcio es muy
diferente al que se ha venido defendiendo hasta hace pocos años. Sea suficiente señalar que hasta el rei­
nado de Hatshepsut ningún reinado puede calificarse de militarista, y que la actitud de Faraones como
Tutmosis m o Rameses II respondió a factores diversos y concretos.
116 Sobre la etimología de la denominación Punt, cf., Vycichl (1970) y Herzog (1968), 22.
48 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

Lo que sí es cierto es que reuniendo los textos y relieves que Hatshepsut mandó
realizar en el templo de Deir el-Bahari, de los mismos se desprenden algunos ele­
mentos característicos de unas tierras míticas: el país de Punt está lejos, su acceso
debe realizarse por mar y en una época determinada del año, se ha de permanecer en
él varios meses antes de emprender el regreso a Egipto, sus productos son conside­
rados por los propios egipcios como "maravillas" y la forma de representar a sus
habitantes y líderes parece reflejar la sorpresa que causo a los egipcios entrar en
contacto con el país de Punt. Sin embargo, y como ya señaló Save-Sóderbergh117, la
información que sobre el país de Punt tenemos es más abundante en el pretendido
reinado militarista de Tutmosis III que en el "pacífico" de Hatshepsut.
Los relieves y textos del templo de Deir el-Bahari, publicados por vez primera
por Dümichen118 y posteriormente por Naville119, despertaron desde su publicación
el interés y la sorpresa de los investigadores, que pronto formularon diferentes hipó­
tesis en relación a la localización, características y consideración del país de Punt,
así como el medio por el que los egipcios accedieron a él. A pesar de todo, nuestra
información sobre esta tierra lejana, rica y exótica es escasa120.

Referencias a Punt anteriores a Hatshepsut


Aparte de la mención a las riquezas de Punt realizada en la biografía de Harduf,
otras son también conocidas en el Imperio Antiguo:

1. Piedra de Palermo, año 13 de Sahure, V dinastía: Punt, 80.000 medidas de


mirra, {6000} de electrum, 2600... 121.
2. Biografía de Pepi-Nakht, funcionario de Pepi II, VI dinastía: La Majestad de
mi Señor me envió al país de los Asiáticos para traerle al comandante de ma­
rineros, el conductor de caravanas, Enenkhet, que estaba construyendo un
barco para Punt cuando los Asiáticos pertenecientes a los habitantes de la arena le
mataron...112.
3. Tumba de Khui, también del reinado de Pepi II: Yo fui con mi señor {refe­
rencia a Kush}...a Punt 11 veces. Yo volví indemne tras haber visitado estos países.

117 Save-Soderbergh (1946).


118 Dümichen (1868).
119 Naville (1898).
120 Herzog (1968). Aunque se trate de un libro relativamente antiguo, ninguna otra obra de conjunto
ha sido emprendida desde entonces, encontrándose en él todas las refercnuiiiN históricas al país de Punt y
un análisis detallado de las mismas, habiéndose centrado la mayoría de las investigaciones posteriores en
apoyar o no las interpretaciones de Herzog.
121 ARE I. 161.
>22 ARE 1360.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 49

De estas referencias se desprende que Punt ya era considerado un país, o región,


donde exóticos productos que dedicar a los templos podían ser obtenidos, al mismo
tiempo que a finales del Imperio Antiguo no era un lugar seguro, lo que hay que
poner en relación con la evolución política de Nubia mencionada al referimos al
país de Yam.
Las menciones más interesantes son las dos últimas. La segunda hace mención a
un barco destinado a ir a Punt, siendo ésta la primera referencia sobre un acceso por
mar, al mismo tiempo que se mencionan a los habitantes de la arena, que no son los
habitantes de Punt, sino poblaciones del Desierto oriental. Esta referencia posible­
mente anticipa la pauta seguida en el Imperio Medio y analizada al estudiar el Mar
Rojo; el acceso a Punt podía realizarse tanto por mar como por tierra, eligiéndose
una u otra según las circunstancias. La aparición del Grupo C en Nubia en la VI
dinastía dificultaría las comunicaciones y expediciones al Sur, pudiendo ser la refe­
rencia a una navegación el primer intento por buscar una ruta alternativa a la terres­
tre que estaría llena de peligros, como recoge la última inscripción o los episodios
mencionados de Sebni y cómo tuvo que volver a recoger el cadáver de su padre.
Pero, por desgracia, en los textos dichos peligros no son encamados por una raza
étnica o unas gentes feroces, como así podría haber sido realizado.
En definitiva, Punt era una región conocida en el Imperio Antiguo, donde podía
obtenerse mirra y electrum, y posiblemente otros productos africanos, cuyo acceso
podía realizarse por mar y tierra, en opinión de Herzog posiblemente una ruta terres­
tre que unía el Alto Nilo con Punt123.
En el Imperio Medio las menciones a Punt adquieren un semblante diferente, al
aparecer los productos o tributos que Egipto obtiene en Punt como consecuencia de
su dominio y comercio con Nubia, una prueba más de que Punt hacía referencia a
una extensa región que abarcaba desde la costa del Mar Rojo hasta el curso del Nilo.

Productos del país de Punt


Como país lejano y mítico, Punt disponía de unos productos exóticos y abundan­
tes de los que carecía el valle del Nilo, en especial el incienso y la mirra, siendo sus
productos denominados "las maravillas de Punt", reflejo de la impresión que causa­
ban a los egipcios. No hemos de olvidar que la costa de la Península Arábiga, y el
Mar Rojo en general, fueron sinónimos en la Antigüedad de lugares donde podían
obtenerse diversos y variados productos, como refleja el mismo relato bíblico relati­
vo a la visita que la reina de Sabá hizo a Salomón124.
El exotismo y valoración de sus productos es tal que no debe sorprender que
aparezcan incluso en el Libro de los Muertos: Recubrí tu cuerpo, las uñas de tus
123 Herzog (1968).
124 Reyes 1.10; Cr. II. 9,1-12.
50 A n to n io P é r ez L a r g a c h a

dedos, las extremedidas de tus miembros. Fuiste impregnado con pérfume del
Punt125, mientras que Egipto, como lugar central y civilizado, ofrecía productos de
un ínfimo valor a juzgar por los textos de la expedición de Hatshepsut: anillos de
metal, una espada y collares de cuentas. No hemos de olvidar que según la mentali­
dad egipcia los habitantes de Punt habían sido bendecidos por el hecho de que
extendieran su presencia hasta esas lejanas tierras.
Aparte de los perfumes y plantas aromáticas, de los relieves de Hatshepsut tam­
bién se desprende que Egipto obtenía animales, no solo jirafas, sino también ganado
con pequeños cuernos, animales que no habitaban en la costa sino en el interior de
Africa, siendo característicos del país de Irem126, lo que no viene sino a confirmar la
identificación de Punt con la costa del Mar Rojo y la región oriental de Africa.
La consideración de sus productos es confirmada por su mención en el Festival
de Min127, así como las menciones a los olores de Amón, similares a los de Punt, en
el mito del Divino nacimiento del Faraón128.

Localización y acceso
El carácter africano de muchos de los productos obtenidos en Punt ha servido de
argumento para su localización en la costa africana, concretamente en Somalia, pero
referencias a los perfumes y plantas aromáticas han hecho pensar también en que
Punt puede hacer referencia también a la Península Arabiga, posiblemente por
influencia del relato de la reina de Sabá y la localización de la bíblica Ophir. Sin
embargo, "la combinación de plantas, animales, productos naturales y gentes
hablan claramente de una localización en Africa y excluyen Arabia"129, mientras
que Herzog señaló que Punt debe localizarse en el Nilo Azul o blanco, o incluso en
el rio Atbara130.
Respecto a su acceso, Herzog argüyó contra un acceso por el Mar Rojo y defien­
de una ruta por el Nilo, basándose principalmente en la total ausencia de informa­
ción sobre la existencia de puertos en el Mar Rojo, por lo menos hasta época tole­
maica131, premisa que la investigación posterior ha mostrado errónea, además de
que una lectura de los textos muestra la existencia de una ruta terrestre que iba hasta
Koptos y de allí hacia el Sur navegando el Mar Rojo. Lo cierto es que reuniendo
toda la información, ambas rutas son posibles y coherentes con lo que los egipcios
entendían como Punt.
125 Capítulo 167.
™ O'Connor (1987).
127 Gauthier (1931).
128 Brunner (1964).
129 Kitchen (1971), 185.
130 Herzog (1968).
131 Herzog (1968), 55-83.
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 51

Así, ya hemos visto al referimos al país de Irem, como algunos de los animales
representados en Deir el-Bahari son propios de Irem132. Pero, el acceso terrestre al
Punt y sus productos viene confirmado por las escenas conservadas en algunas tum­
bas privadas de altos funcionarios egipcios en Nubia, donde constatamos como se
está procediendo también a trasplantar árboles similares a los que la expedición de
Hatshepsut llevó de regreso133. Si estos árboles solamente podían obtenerse en la
costa, su representación en dichas tumbas es ilógica, por lo que parece lógico que
podían también ser obtenidos en el interior de Africa, bien desde las rutas terrestres
que partían de la Alta Nubia o durante los meses en que los miembros de las expedi­
ciones marinas debían permanecer en tierra a la espera de los vientos que les permi­
tieran regresar a Egipto. Así, la mención del oráculo a que guiara la expedición por
tierra y mar, puede confirmar lo dicho, aunque posiblemente la mención a una ruta
terrestre haga más referencia a la utilizada entre el Mar Rojo y Koptos, ya en Egipto.
Ya hemos visto como la primera mención importante a Punt, biografía de Har­
duf, confirma que las riquezas de esta tierra podían obtenerse tanto por vía terrestre
como marítima. La siguiente mención al Punt la encontramos excavada en la roca
en el Wadi Hammamat, la ruta comercial que unía a Egipto con el Mar Rojo. Esa
inscripción pertenece al Gran Inspector, y tesorero de la corte de Montuhotep,
Henuy134, y en ella dice haber recogido todos los productos que encontró en la costa
así como bloques de piedra para la realización de estatuas. Aparte del problema de
determinar si en realidad la expedición de Henu fue solamente a la costa del Mar
Rojo, en su inscripción encontramos la referencia a 3.000 hombres participando en
la expedición llevando consigo todo lo necesario para la construcción de los barcos
con los que realizar el viaje, así como la construcción de 11 depósitos de agua,
cifras que no concuerdan con una expedición realizada a un país lejano y exótico,
sino a una región que, más o menos conocida por los egipcios, había tenido ya rela­
ciones con el valle del Nilo y cuyos recursos habían sido explotados con anteriori­
dad, lo que no concuerda con Punt. Más parece que la expedición de Henu iba desti­
nada a poner bajo la órbita egipcia una región para su explotación futura, poniendo
las bases para facilitar el desplazamiento a la misma.
En ningún texto encontramos una referencia relativa a la duración del viaje o a
la localización exacta de Punt. El único dato es el expresado por la serpiente en el
Cuento del Marinero Naúfrago, dos meses de navegación, dato confirmado más
tarde por Heródoto (II.8): En ese punto se interrumpe la cordillera que tuerce en la
dirección que he dicho; y, según tengo entendido, allí donde alcanza su mayor
extensión, supone dos meses de camino de levante a poniente, siendo sus confines,
por levante, los países productores de incienso...^5.

132 O'Connor (1987), 917.


133 Save-Soderbergh (1960, 1963).
134 Couyat & Montet (1912-13), n2. 114,81-84.
135 Heródoto libro I-II. Traducción C. Schrader.
52 A n to n io P ér ez L a r g a ch a

Pero esos dos meses de navegación, o camino, no implican una misma distancia,
ya que las técnicas de navegación egipcias fueron sustancialmente mejoradas con la
presencia griega, acortándose la duración de los viajes.
Un problema es determinar en qué época del año podía realizarse la navegación
al país de Punt, y que según Plinio136 serían los meses de Julio y Septiembre, dato
que concuerda con las corrientes existentes en el Mar Rojo y los vientos de la
región137, llegándose en unas fechas coincidentes con el mercado de la mirra, princi­
pal producto que Egipto buscaba en Punt.
Lo cierto es que Punt no parece hacer referencia a un lugar concreto sino, segu­
ramente, a una región, más o menos extensa, cuyos límites iban desplazándose hacia
el Sur a medida que aumentaba la presencia y conocimiento de la costa del Mar
Rojo. Así, las especies acuáticas representadas en los relieves de Hatshepsut no res­
ponden a una región concreta, sino a todo el Mar Rojo138 y el que estén representa­
dos hipopótamos, jirafas y otros animales confirma que, además de ser un lugar cos­
tero, tenía ramificaciones interiores.
En cualquier caso, y al igual que sucede con toda expedición en busca de pro­
ductos maravillosos en una tierra extraña, Egipto buscaría un lugar donde poder per­
manecer durante unos meses sin peligro, por lo que las islas situadas frente a la
costa del Mar Rojo, el archipiélago de Dahlak, pueden responder a esa intencionali­
dad, además de que la principal de esas islas, Dahlak Kebir es la única donde es
posible obtener agua potable. Ello explicaría el carácter marítimo de la expedición,
las especies marinas representadas y el que soldados formaran parte de la expedi­
ción, con vistas a una penetración hacia el interior de la costa y obtener los produc­
tos. Es decir, el esquema de un lugar donde estarían garantizadas las necesidades de
la expedición, la seguridad y el acceso a los productos del interior, como en la colo­
nización fenicia. Por otra parte, no hemos de olvidar que éste fue el esquema segui­
do por Egipto en el Imperio Medio cuando comenzó una verdadera explotación y
colonización de Nubia, centros seguros defensivamente, donde además se almace­
naban los productos agrícolas destinados a la alimentación, y otros más avanzados y
pequeños encargados de las negociaciones con la población indígena.
Por todo ello, Pañis, la isla que en época tolemaica constituyó la base del comer­
cio con el Sur, pudo ser la isla a donde llegaban las embarcaciones egipcias, al
mismo tiempo que Punt podría equipararse al reino Axumita de época helenística.

Punt, ¿tierra maravillosa?


La consideración de Punt como una tierra fabulosa tiene su origen, básicamente,
en los relieves de la expedición de Hatshesut y en la consideración pacífica de su
136 Nat. His. VI, 26.104.
137 Kitchen (1971); Bradbury (1988), fig. 1.
138 Danelius & Steinitz (1967).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 53

reinado. Sus productos, calificados de "maravillas", en verdad eran exóticos, radi­


cando su importancia y valoración en su abundancia. Pero, dejando a un lado la
visión "racional" e histórica, lo cierto es que algunos elementos que aparecen permi­
ten pensar en una consideración fabulosa.
En primer lugar su olor, la fragancia del lugar. Esta es una característica presente
en toda tierra mítica o fabulosa; sus productos, desconocidos, desprenden una
atmósfera que no tiene más explicación que el exotismo y riqueza del lugar. Ejem­
plos de ello en el mundo clásico son abundantes, apareciendo en el carácter mismo
del paraíso bíblico. Las fragancias de estos lugares no son sino signo de fertilidad,
de una tierra ideal, bendecida por los dioses y donde pueden obtenerse los perfumes
y plantas aromáticas destinadas a la divinidad139.
Por ello, la Península Arabiga ha disfrutado a lo largo de la historia de una con­
sideración fabulosa, de donde procedían y podían obtenerse perfumes y aromas
escasos y exóticos en otros lugares y tierras, constituyendo, junto a la India, la tierra
aromática por excelencia.
En segundo lugar su lejanía. No es la tierra de Punt que ya era conocida gracias
a las exploraciones del Imperio Medio, el Punt de Hatshepsut y de sus sucesores
estaba más distante, había que conocerlo e integrarlo en el orden, función como
veremos reservada a los faraones, dioses en el mundo clásico, resaltando así la con­
sideración, energía y valor de las expediciones que se realizaban.
Esa lejanía e integración en el orden explica la representación de la reina de Punt
y sus habitantes. Aparte de que según la concepción egipcia ese lugar distante y
exótico en productos había sido creado para que a Egipto llegaran los mismos, sus
habitantes y gobernantes necesitan la integración, siendo por ello que una delega­
ción de "puntitas" viaja a Egipto para presentar sus productos y ponerlos a disposi­
ción del rey, lo mismo que sucedió con los viajes de Colón.
Es por todo ello que en muchos aspectos, conceptos o valoraciones del Punt
como tierra fabulosa se explican por el contenido ideológico que subyace.

Ideología del país de Punt


Aparte del exotismo de sus relieves, las escenas representadas en Deir el-Bahari
no deben entenderse en términos comerciales, sino ideológicos: Egipto integró al
Punt en el orden, la presencia de un pequeño "ejército" en la expedición sirve para
fijar las nuevas fronteras del orden egipcio. Lógicamente, un aspecto es el contenido
ideológico y otro la realidad, ya que las negociaciones llevadas a cabo en el lugar, y
reflejadas en los relieves, no es la práctica de una entidad política que toma pose
139 No hemos de olvidar que, en toda cultura o civilización, uno de los signos que dclatu 1» pii'nrii
cia de la divinidad es la fragancia que desprende la misma, bien en su morada terrestre, i»l l( iii|iln n
cuando sale de la misma con motivo de una procesión.
54 A n to n io P é r e z L a r g a c h a

sión de otra140. La pared Sur refleja como se realizaba el intercambio, mientras que
las paredes Oeste y Norte como se presenta a la sociedad egipcia.
Este contexto ideológico explica que los productos de Punt sean presentados
como tributo, inw, y que los líderes de Punt se dirijan al mensajero implica
sumisión141, algo implícito en el hecho mismo de que los regalos que llevan los
egipcios no sean dejados a los líderes o población de Punt, sino a Hathor.
Pero el contenido ideológico del Punt queda plasmado en la ubicación misma de
los relieves y su relación con el resto de escenas presentes en el templo de Deir el-
Bahari que, en líneas generales es la afirmación de que las acciones de Hatshepsut
están dentro del orden cósmico o divino.
— Las escenas de la expedición al Punt están ubicadas en una posición central
en el templo.
— Están precedidas, en la primera columnata, por las escena en la que Hatshep­
sut consagra el obelisco a Amon con ocasión de su Festival Sed142. En la misma
columnata se representan unas escenas de caza, que desde antes de la I dinastía sim­
bolizan la protección de Egipto ante las fuerzas del caos que le rodeaban143.
— Las escenas del Punt están situadas justo enfrente de las escenas que repre­
sentan la teogamia, o nacimiento divino de Hatshepsut.
Por todo ello, la expedición al Punt fue considerada algo excepcional y no reali­
zada con anterioridad. Sin embargo lo que las escenas están reflejando no es un país
o región en concreto, sino una clase de país que reúne todas las características para
ser calificado de mítico o fantástico144, ya que todas las escenas están dirigidas a
resaltar el exotismo del país145.
Por último, la acción de llevar árboles del Punt para ser trasplantados en el tem­
plo de Amón, no viene sino a simbolizar la integración de esa tierra en el orden, tal
y como ya analizamos con anterioridad.
Por tanto, Hatshepsut emprendió la expedición comercial como respuesta a una
necesidad que iba en aumento: productos que poner en circulación en un mundo que
iba extendiendo sus fronteras y donde los intercambios comerciales iban en aumen­
to, al mismo tiempo que debido a las características que adoptó la realeza egipcia
durante el Imperio Nuevo, todo rey tenía que emprender una acción diferente a los
anteriores, que marcara su reinado y justificara su gobierno. Con posterioridad a
Hatshepsut, el país de Punt fue integrado en la dinámica que caracterizó las relacio­
nes de Egipto con sus vecinos, pasando a engrosar las tierras que entregaban tributo
a Egipto, algo lógico si tenemos en cuenta lo expresada con (interioridad: las expe-
143 Liverani (1990), 242.
141 Sobre el papel y significado de estos mensajeros, cf, Valloggia ( 1')'/(i).
142 Festival del que hay que recordar su simbolismo político, nirts <|!ii' religioso, dentro de la socie­
dad egipcia.
143 Baines (1993).
144 Pirelli (1993), 386.
145 Posener (1973).
TIERRAS MITICAS Y FABULOSAS EN LA CIVILIZACION EGIPCIA 55

diciones comerciales, de exploración y contacto con el Mar Rojo responden a


momentos históricos determinados, con posterioridad se pasa a la explotación de las
tierras y sus productos, como reflejan las numerosas escenas presentes en tumbas
privadas del reinado de Tutmosis III, y sus sucesores, donde estos productos son
presentados como tributo:
Recibiendo el tributo de las Tierras del sur, junto con el tributo de Punt, el
tributo de Retenu, el tributo de Keftiu junto con el botín de todas las tierras ex­
tranjeras, traídos por el poder de su Majestad, el Rey del alto y el Bajo Egipto
Tutmosis III146.

Conclusión
Mientras que otras culturas nos han dejado relatos de viajeros y exploradores, la
civilización egipcia carece de ellos en gran medida. Como hemos ido viendo, todas
las empresas son emprendidas desde la corte y los productos son presentados al
Faraón, que los utiliza para realizar las ofrendas a sus hermanos los dioses o para su
uso personal. Sin embargo, ello no debe esconder la existencia de viajeros que
entraban en contacto con otras tierras y gentes que, lógicamente, les causarían sor­
presa, temor y fascinación, pero estaban al servicio de una empresa estatal, por lo
que el componente de individualidad necesario para la formulación de leyendas y
visiones fantasticas era inexistente.
Un aspecto a considerar es que, a diferencia de lo que suele pensarse, nuestro
conocimiento sobre la civilización egipcia es escaso. Hasta nosotros han llegado las
grandes edificaciones en piedra, informándonos sobre la religión egipcia, pero care­
cemos de archivos o textos que nos informen sobre la cotidaneidad. Así, hemos
visto como el primer personaje del que tenemos referencias sobre sus experiencias
en otras tierras es Harduf, pero el mismo, en su texto, nos da a entender que el viajar
a otras tierras era algo normal, existiendo funcionarios cuya finalidad era dirigir
expediciones para la obtención de productos exóticos:
"My majestad me concedio grandes cosas, mas que al portador del sello del
Dios Bawerded en tiempos del rey Izezi".

146 Davies (1908), 94, láminas XVII-XXIII.


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chen Texten, Wiesbaden.

Textos
Biografía de Harduf
El Canciller del Rey del Bajo Egipto, Compañero Unico, sacerdote lector, jefe
de los interpretes, que trae para su señor los productos de todos los países extranje-
BIBLIOGRAFIA 61

ros, que trae para el ornamento real los tributos de todos los países extranjeros,
Superior de los países extranjeros del extremo Sur, que extiende el temor de Horus
por los países extranjeros, que hace lo que es digno de alabanza por parte de su
señor. El Canciller del Rey del Bajo Egipto, Compañero Unico, sacerdote lector,
jefe de los intérpretes.
La majestad de Merenre, me envió junto con mi padre, el Sacerdote lector
Iry, a Yam, para abrir la ruta hasta esta tierra. Lo hice en siete meses; traje de
allí todo tipo de bellos y raros presentes. Fui alabado extremedamente a causa de
ello.
Su majestad me envió por segunda vez, solo. Salí por la ruta de Elefantina y des­
cendí por Irtjet, Makher, Terers e Irtjetj, en el espacio de ocho meses. Traje produc­
tos de este país en gran cantidad, cuyo igual jamás había sido traído hasta esta tierra
anteriormente. Descendí hasta la proximidad de la mansión del príncipe de Setju e
Irtjet y explore esas tierras extranjeras. No pude constatar que hubiera hecho ningún
Compañero o Jefe de interpretes que hubieran ido a Yam anteriormente.
Me envió Su Majestad por tercera vez a Yam. Salí desde el nomo de Tinis por la
ruta de los Oasis. Encontré que el príncipe de Yam había marchado hacia el país de
Temehu para golpear a los Temehu, en la esquina occidental del cielo...
(Envié a} un hombre para hacer que la majestad de Merenre, mi señor, supiera
(que había ido al país de Temehu} tras el príncipe de Yam...Descendí con 300
burros cargados de incienso, ébano, aceite hekenu, sat, pieles de pantera, colmillos
de elefante y palos arrojadizos, así como todo tipo de presentes...
(La carta del Faraón) Año II, día 15 del mes tercero de la inundación. Decreto
real para el compañero único, Sacerdote Lector, Jefe de los interpretes Harduf. Se
ha tenido conocimiento de tu carta que has dirigido al rey, al palacio, para hacer que
se sepa que has regresado felizmente de Yam, junto con la tropa que estaba contigo.
Dices en tu carta que has traído todo tipo de productos grandes y buenos...Has dicho
en esta tu carta que has traído un pigmeo para las danzas del dios del país de los
Habitantes del Horizonte, igual al pigmeo que el portador del sello del Dios Bawer-
ded trajo del Punt en tiempos de Isesi. Has dicho a mi majestad que no había sido
traído nada igual a él por ningún otro que haya ido a Yam anteriormente.
Tú sabes ciertamente hacer lo que tu señor quiere y aprecia. Pasas día y noche
pensando en hacer lo que tú señor ama, aprecia y manda. Su majestad proveerá tus
múltiples y honorables dignidades para el beneficio del hijo de tu hijo eternamente...
Ven hacia el norte, hacia la residencia, inmediatamente. Apresúrate y lleva con­
tigo a este pigmeo que tú has traído del país de los Habitantes del Horizonte vivo,
sano y salvo, para las danzas del dios, para alegrar el corazón, para deleitar el cora­
zón del rey Neferkare. cuando suba contigo al barco, haz que haya hombres capaces
que estén a su alrededor de él en cubierta, para evitar que caiga al agua. Cuando
duerma por la noche, haz que hombres capaces duerman alrededor de él en su tien­
da. Ve a controlar diez veces por la noche. Mi Majestad desea ver este pigmeo nidN
que los productos de la tierra de las minas y del Punt... (Serrano 1993:74-80).
62 A n to n io P ér e z L a rga ch a

Cuento del Marinero Náufrago


Así pues voy a relatarte exactamente lo que me aconteció: yo viajaba hacia las
Minas del Rey; había descendido al mar en un barco de 120 codos de largo por 40
de ancho. En él había 120 marineros, lo más escogido de Egipto: ya viesen ellos el
cielo, ya viesen la tierra, sus corazones eran más bravos que leones; eran capaces de
predecir una tormenta antes de que llegara, una tempestad antes de que se produjera.
(Pero) una tormenta estalló, cuando estábamos en el mar, antes de que alcanzáramos
tierra; el viento se levanto, bramando sin interrupción; surgió una ola de 8 codos,
pero el mástil me la deshizo. Entonces el barco pereció, y de los que en él estaban
no sobrevivió ninguno.
Fui depositado en una isla por una ola del mar. Pase tres días solo, con mi cora­
zón como compañero, tendido durmiendo en el interior de un abrigo de ramas; me
había desmayado. Estiré entonces las piernas para localizar algo que llevarme a la
boca. Encontré higueras y parras, vegetales de todo tipo de excelente calidad, frutos
del sicomoro, pepinos como si hubieran sido cultivados; también había peces y
aves. No había nada que no se encontrara allí. Me sacie y tire por tierra...Después,
tras cortar una rama apropiada, encendí una hoguera y ofrecí un sacrificio a los
dioses.
Entonces oí el ruido de un trueno. Pensé que seria una ola del mar. Los árboles
se quebraban; la tierra comenzó a temblar. Cuando descubrí mi rostro, encontré que
se trataba de una serpiente, que venia avanzando. Media 30 codos, su barba era
mayor que 2 codos; su cuerpo estaba recubierto de oro; sus cejas eran de lapislázuli
autentico; estaba erguida hacia delante. Abrió su boca hacia mi, mientras que yo
permanecía tendido sobre mi vientre ante ella, y me dijo: "¿quien te ha traído?,
¿quien te ha traído buen hombre?...Si tardas en decirme quien te ha traído hasta esta
isla haré que te descubras reducido a cenizas, convertido en alguien que no se ve".
(Yo respondí): "Tú me hablas no estoy comprendiendo. Estoy ante ti, pero he per­
dido el conocimiento".
Me puso entonces en su boca y me llevo al lugar donde vivía; me deposito sin
daño alguno, sano y salvo, y sin que se me hubiera arrebatado nada. Abrió su boca
hacia mi, mientras yo estaba tendido sobre mi vientre ante ella, y me dijo: "¿quien te
ha traído?, ¿quien te ha traído, buen hombre?, ¿Quien te ha traído hasta esta isla del
mar, cuyos lados dan a las olas?". Entonces le respondí, con mis dos brazos dobla­
dos ante ella, diciéndole: "Yo iba a la región de las minas en misión de mi soberano,
en un barco de 120 codos de largo por 40 de ancho. En él había 120 marineros, lo
más escogido de Egipto: ya viesen ellos el cielo, ya viesen la tierra, sus corazones
eran más bravos que leones; eran capaces de predecir una tormenta antes de que lle­
gara, una tempestad antes de que se produjera. Cada uno de ellos era de corazón
más valiente y de brazo más fuerte que su compañero, y no había ningún incompe­
tente entre ellos. Una tormenta estallo cuando estábamos en el mar, antes de que
alcanzáramos tierra. El viento se levanto, bramando sin interrupción; surgió una ola
BIBLIOGRAFIA 63

de 8 codos, pero el mástil me la deshizo. El barco pereció entonces, y de los que en


el estaban ninguno sobrevivió, excepto yo, que me encuentro ahora ante ti. Fui traí­
do a esta isla por una ola del mar".
Me respondió entonces: "No temas, no temas, buen hombre, no palidezcas,
ahora que has llegado a mi. Es el dios quien te ha permitido que vivas, quien te trae
a esta Isla del Ka, en la que nada hay que no se encuentre, llena como esta de todas
las buenas cosas. Mira, vas a pasar mes tras mes hasta completar cuatro meses en
esta isla. Entonces un barco vendrá de (tú) hogar, cargado de marinos a los que tu
conoces. Volverás con ellos al hogar, y morirás en tu ciudad, ¡¿que feliz es, en ver­
dad, el que puede contar lo que ha experimentado, una vez que las calamidades han
pasado!. Así pues, voy a relatarte exactamente lo que aconteció en esta isla: yo vivía
aquí con mis hermanos, entre los que había niños, sumábamos un total de 75 ser­
pientes, contando mis hijos y mis hermanos; y eso sin mencionarte mi hija pequeña,
que me llego gracias a oraciones. Entonces cayo una estrella y ellos ardieron por su
causa. Eso sucedió no estando yo con ellos; se consumieron y yo no estaba en
medio de ellos. ¡Creí morir a causa suya, cuando los encontré como un solo montón
de cuerpos!...Si eres valeroso, controla tú corazón; abrazaras entonces a tus hijos,
podrás besar a tu esposa, y veras tu casa. Eso es mejor que cualquier otra cosa,
alcanzaras el hogar, y permanecerás en él rodeado de tus hermanos.
Entonces, extendido como estaba sobre mi vientre, toqué el suelo delante de él
diciéndole: "Yo hablaré de tu poder al Soberano; haré que este al corriente de tú
grandeza. Haré que se te traiga láudano, oleo-hekenu, perfume-iudeneb, e incienso
de los templos, por medio del cual se complace cualquier dios...Haré que se te trai­
gan barcos cargados con todas las riquezas de Egipto, como ha de hacerse para un
dios que ama a la gente, en una tierra lejana que los hombres ignoran.
Se rió entonces delante de mi, ya que lo que le había dicho le pareció una sim­
pleza, y me dijo: "Tu no tendrías bastante mirra. Yo soy el rey del Punt. La mirra
me pertenece; y respecto al oleo-hekenu que has dicho seria traído, es el producto
más común en esta isla. Además, sucederá que cuando te alejes de este lugar no vol­
verás a ver nunca más esta isla, habiéndose convertido en agua".
Llegó después el barco, de acuerdo con lo que había profetizado. Fui, y me subí
en un árbol alto; reconocí a los que iban en él. Entonces corrí a anunciárselo, pero
encontré que ya lo sabia. Me dijo entonces: "Vete en paz, vete en paz buen hombre,
a tu casa. Que veas a tus hijos. Haz que yo tenga un buen nombre en tu ciudad. Es
lo que reclamo de ti". Me tendí sobre mi vientre, con los dos brazos doblados ante
él. Me ofreció un cargamento consistente en mirra, oleo-hekenu, perfume-iudeneb,
especia-khesayt, especia-tishepes, pan-shaas, pintura negra de ojos, colas de jirafa,
grandes terrones de incienso, colmillos de marfil, perros lebrales, monos de cercopi-
tecos, babuinos, además de todo tipo de riquezas. Todo ello lo cargue en el barco.
Después, habiéndome colocado sobre mi vientre para mostrarle mi gratitud, me
dijo: "Mira, alcanzaras el hogar en dos meses; abrazaras a tus hijos, rejuvenecerás
en el hogar y serás enterrado. Baje entonces a la orilla, cerca del barco, y llame a la
64 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

tripulación que estaba a bordo. Ofrecí una acción de gracias para el señor de la isla,
y los que estaban en él (barco) hicieron otro tanto.
Navegamos hacia el norte, hacia la Residencia del Soberano, y alcanzamos el
hogar en dos meses, de acuerdo con lo que él había dicho. Me presente ante el rey y
le ofrecí los presentes que había traído de la isla. El me mostró su gratitud ante el
consejo de los príncipes de todo el país147...

La expedición de Hatshepsut al país de Punt


(El oráculo) El Soberano mismo, Rey del Alto y Bajo Egipto Maat-Ka-Re. La
Majestad de la corte suplicó ante las gradas del señor de los {dioses. Una orden se
escuchó desde el gran trono, un oráculo del mismo Dios; debían abrirse las rutas
hacia el Punt, debían ser atravesados los caminos hacia las terrazas de la mirra:
"Conduciré el ejército por tierra y por mar para traer las maravillas de la Tierra del
Dios, para esta deidad, para la que creó su belleza". Se actuó de acuerdo con todo lo
que había ordenado la majestad de este dios, según el deseo de su majestad, para
que se le dé vida, estabilidad y dominio como re, eternamente...
...Navegando por el mar, comenzando el buen camino hacia la Tierra del Dios,
navegando en paz hacia el país del Punt, por el ejército del señor de las Dos tierras,
de acuerdo con la orden del señor de los dioses, Amón, señor de los tronos de las
Dos Tierras, que esta al frente de Kamak, para traerle las maravillas de todos los
países...
(Desembarco en el Punt) "Llegada del Emisario Real a la Tierra del Dios, junto
con el ejército que le acompaña, ante los grandes del Punt, enviado con todos los
buenos productos de la corte para Hathor, Dama del Punt...
...Llegada de los Grandes del Punt, inclinándose, con la cabeza gacha, para reci­
bir a este ejército del rey. Entonan alabanzas al señor de los dioses Amón-Re...Ellos
dicen, solicitándo la paz: ¿Por qué habéis llegado hasta aquí, hasta este país que la
gente desconoce?, ¿habéis venido por los caminos del cielo?, ¿habéis navegado
sobre las aguas, por la tierra y el mar de la Tierra del Dios? ¿Habéis marchado (por
el camino) de Re?...
...Cargando los barcos pesadamente con las maravillas del País del Punt: todas
las buenas maderas aromáticas de la Tierra del Dios, montonoes de resina de mirra,
jóvenes árboles de mirra, ébano, marfil puro, oro verde de Amu, madera de cinamo-
ro, madera-/ieí;yí, incienso-ihemut, incienso, pintura de ojos, monos, babuinos,
perros, pieles de pantera del sur y siervos y sus hijos. Jamás se trajo nada igual a
esto para ningún otro rey desde el principio del tiempo
“*7 Serrano 1993:261-5.
BIBLIOGRAFIA 65

Navegando, llegando en paz, viajando hasta Tebas con el corazón alegre, por el
ejército del señor de las Dos tierras, estando los Grandes de este país tras ellos.
Ellos han traído aquello cuyo igual no fue traído para ningún otro rey, a saber, las
maravillas del Punt, a causa del poder de este augusto dios, Amón-Re, señor de los
Tronos de las Dos tierras"148.

Serrano 1993:118-20.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA

Introducción
Las distintas culturas mesopotámicas que se desarrollaron hasta el primer mile­
nio a.C. presentan importantes diferencias respecto a la civilización egipcia, pero
una de las más importantes es el medio geográfico, que explica su diferente actitud
ante la vida, la concepción del más allá y, especialmente, la forma en que se irán
estructurando los diferentes Estados a lo largo de más de tres mil años de historia.
Por ello, la concepción que los mesopotámicos tenían del lugar donde vivían, la
consideración y actitud que tuvieron hacia sus vecinos más próximos y las tierras
más lejanas con las que tuvieron que ir entrando en contacto con el tiempo, fue muy
diferente a la existente en el Egipto faraónico1.
Esas características geográficas provocaron que fuera prácticamente imposible
ejercer el dominio y control sobre toda Mesopotamia, desde el Golfo Pérsico a las
costas del Mediterráneo, desde el Mar Superior al Mar Inferior, provocando ello la
existencia de muchos y variados poderes que coexistían en el tiempo y que, forzosa­
mente, tuvieron que entrar en contacto, comerciar, guerrear, etc. Pero esa diversidad
geográfica también ocasionó que los habitantes de esta vasta región entraran en con­
tacto con climas, vegetaciones y faunas diferentes, tierras que no siempre fueron
consideradas despectivamente como sucedía en Egipto ya que, en ocasiones, pue­
blos como los Guti, los Amorreos u otros procedían de esas tierras limítrofes o de
otras más lejanas.
Para analizar y comprender el significado y concepción de las regiones míticas
y fabulosas que la imaginación mesopotámica desarrolló, hay que tener presentes
dos aspectos: la carencia de materias primas -piedra, metales o madera- en lo que
se conoce como llanura aluvial mesopotámica y, en segundo lugar, la continua
afluencia de gentes y pueblos que se integraban en la sociedad existente por en­
tonces, aportando a esta nuevas ideas, pensamientos y visiones sobre el medio geo­
gráfico.
1 La obra de Frankfort y Jacobsen (1954) sigue siendo ilustrativa de como el medio geoj(i'íWko
encuentra su expresión en las actitudes humanas del Próximo Oriente.
68 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

Carencia de materias primas


Una de las características que siempre se han resaltado de las primeras formas
urbanas, sociales y económicas que aparecieron en el Próximo Oriente es que sur­
gieron en regiones geográficas donde la revolución neolítica apenas tuvo inciden­
cia2. Además, estos primeros estados carecían de materias primas que no fueran de
tipo agrícola. Por ello, una vez que la ciudad-estado se estableció firmemente en la
llanura aluvial mesopotámica, sus habitantes y líderes sintieron la necesidad acu­
ciante de obtener materias primas con las que construir, o decorar, sus edificios y
templos, emprendiéndose para ello largos viajes, a tierras lejanas donde metales,
objetos preciosos como lapislázuli, madera o piedra podían obtenerse a cambio de
textiles manufacturados o productos agrícolas3.
Estos lugares fueron rápidamente dotados de una imagen de riqueza que perma­
neció en la mente de los gobernantes mesopotámicos, explicando ello que mencio­
nes a las montañas o bosques de cedros del Líbano, al lejano Irán o a las tierras
localizadas en el golfo Pérsico aparezcan constantemente relacionadas a las grandes
hazañas o virtudes de gobierno de reyes, príncipes y nobles: eran tierras lejanas y
ricas, donde podían obtenerse las materias primas con las que los hombres -esclavos
de los dioses en la tierra-, podían construir los templos, decorarlos o fabricar los
ornamentos, símbolos de poder y status, etc.
El más importante de estos lugares, a juzgar por los mitos, documentos adminis­
trativos o económicos, fue Dilmun, ampliándose con el tiempo los contactos a otras
regiones del golfo Pérsico aún más lejanas denominadas en los textos Magan y
Meluhha, lugares todos ellos que permanecieron en la imaginación mesopotámica a
lo largo de los siglos como lugares fabulosos, donde era posible la obtención de
materiales exóticos, y cuyo interés, conocimiento y exploración perduró en época
helenística y romana.
Dilmun, Magan y Meluhha eran los términos con los que se hacía referencia a
islas y tierras ubicadas en el Golfo Pérsico y el valle del Indo, actual Pakistán, y la
fascinación que sus productos despertaron no debe extrañamos, permaneciendo en
el tiempo hasta nuestros días, cuando países como la India siguen dotados en nues­
tra imaginación de un aura fabulosa y exótica, no debiendo olvidar la propia fasci­
nación que este mundo despertó en la cultura helenística, el mundo árabe o en la
Edad Media y Moderna, cuando el deseo de acceder a las Indias infundió a muchos
viajeros, exploradores y gobernantes las fuerzas necesarias para ampliar el mundo
conocido y acceder a unos mercados rentables.
Sin embargo, y a pesar de que la actividad en el Golfo no desapareció del todo
en ningún momento histórico, ésta no era la única región donde podían obtenerse
esas materias primas necesarias para cualquier Estado. Así, Dilmun, Magan o
2 Maisels (1990).
1 (’rawfort (1973).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 69

Meluhha se localizaban al Sur de Mesopotamia y la dinámica histórica de Mesopo-


tamia iba en una dirección opuesta, hacia el norte. Problemas como el de la saliniza-
ción de los suelos4, o el deseo de acceder a la costa mediterránea e integrarse en sus
ricas rutas comerciales con Anatolia, provocaron que paulatinamente el eje político
y comercial fuera trasladándose hacia el Norte. En medio de este proceso centros
como Mari se desarrollan y deben su prosperidad, entre otras razones, al hecho de
actuar como centros intermediarios en la ruta comercial que unía al Mediterráneo
con el Golfo Pérsico, período que coincidirá, como veremos, con la época de mayor
esplendor de Dilmun.
Con posterioridad a la Babilonia de Hammurabi y la aparición de nuevos pue­
blos y Estados como Mitanni y Hatti en la segunda mitad del II milenio, el eje del
mundo mesopotámico está ya en el Norte, provocando ello el declive de las regio­
nes del golfo, pese a intentos como el de los Casitas por reanudar la actividad
comercial en la región. Por ello el recuerdo de Dilmun va diluyéndose, ya no se
envían expediciones para la obtención de sus productos, o de aquellos que Dilmun
obtenía de otras regiones más lejanas, pero su imagen y recuerdo seguirán estando
presentes en las culturas que habitan Mesopotamia, más como un deseo de relacio­
narse con un pasado glorioso que como una realidad. Deberemos esperar al primer
milenio, y especialmente al período helenístico, para que estas tierras del Golfo
recuperen su actividad económica y para que la exploración e Ínteres de las mismas
motivara la aparición de diferentes descripciones. La ampliación del mundo conoci­
do, la puesta en circulación de nuevos productos y el deseo de todos los Estados del
momento por participar en ese amplio mercado favorecerá la reapertura de Dilmun.
En ese proceso de traslación hacia el Norte del centro político de Mesopotamia,
las nuevas regiones por las que se lucha por obtener su control no serán dotadas de
una imagen fabulosa o exótica. Al igual que sucedía en Egipto, son tierras y pobla­
ciones con una amplia tradición cultural, mayor incluso que la cultura mesopotámi-
ca al ser en ellas donde tuvo lugar la revolución neolítica, y los contactos con las
mismas se remontan a los primeros estadios culturales con las llamadas colonias
Uruk5, e incluso antes, por lo que la creación de mitos y leyendas o viajes de explo­
ración a dichas regiones no tienen razón de ser.
Respecto al Este, otra de las regiones donde era posible la obtención de esas
materias primas, en ocasiones podemos intuir su consideración como una tierra
fabulosa6, pero las difíciles relaciones con los pueblos de esta región, las dificulta­
des a la hora de establecer rutas comerciales y los costes de una ruta terrestre, harán
que los Estados prefieran establecer relaciones marítimas con aquellos lugares del
golfo cuya principal virtud, como veremos en el caso de Dilmun, fue actuar como
centros receptores de productos lejanos que después ponían a disposición de los
Estados mesopotámicos.
4 Powell (1985).
5 Alzage (1989, 1993).
6 Moorey (1993).
70 A n to n io P ér e z L a r ga ch a

Por otra parte, esa carencia de materias primas favoreció desde muy pronto la
realización de expediciones comerciales, junto a la creación de colonias o centros de
intercambio, desde las colonias Uruk7 hasta las creadas y desarrolladas por el Impe­
rio Antiguo asirio en Capadocia8. Igualmente, la figura del comerciante cobró espe­
cial importancia en la sociedad mesopotámica9, estando sus actividades reguladas
dentro de los códigos legales que van sucediéndose en el tiempo. Esta dinámica per­
mite también la aparición de verdaderas prácticas "modernas" de comercio, con la
creación de empresas, la existencia de préstamos, el desarrollo de compañías donde
los distintos aspectos relacionados con la actividad comercial están regulados -quién
pone el capital, asume los riesgos, seguros, reparto de beneficios, etc.10. Todo ello
favorece el conocimiento del otro, así como la difusión de ideas y visiones sobre
esas tierras lejanas con las que se comercia. Igualmente, todo ello favorecerá que
términos como gal-Dilmun en sumerio, o Alik Tilmun en acadio, gocen de una alta
consideración social, así como la existencia de un proverbio que refleja perfecta­
mente lo que los viajeros a tierras lejanas suelen describir, El viajero de lugares dis­
tantes es un mentiroso permanente.
En muchas ocasiones los medios económicos para la realización de una expedi­
ción comercial eran puestos por el templo, que posteriormente recibía parte de los
productos obtenidos. Es precisamente en esos templos de donde conservamos algu­
nos textos de comerciantes y marinos que realizan una ofrenda a su regreso en agra­
decimiento por haber vuelto sanos y salvos de lejanas tierras11. Pero, ocasionalmen­
te, las expediciones podían realizarse individualmente, sin apoyo del templo o el
Estado:
{1} lingote de cobre de 4 talentos; 4 lingotes de cobre de 3 talentos; 11 she-
kels de piezas oblongas de bronce; 3 ojos de pez (¿perlas?)... 1 peine de mar­
fil...de una expedición a Dilmun, décima parte para la diosa Ningal, de aquellos
que fueron allí por su voluntad12.

Nuevos pueblos ¿nuevas concepciones?


La historia de Mesopotamia ha sido descrita durante años como una continua
entrada y salida de pueblos, cada uno con sus dioses y propias concepciones, pue­
blos que, procedentes de las estepas, de los Zagros o del Taurus, van afluyendo a la

7 Alzage (1993).
8 Larsen (1976).
9 Un trabajo reciente sobre los comerciantes, el comercio y los términos empleados es el de Hallo
(1992).
10 Leemans (1950).
11 van de Mieroop (1989).
12 Leemans (1960), 25-6.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 71

llanura mesopotámica periódicamente atraídos por las posibilidades agrícolas de la


misma. Pero estos pueblos, a diferencia de lo que muchas veces se señala y piensa,
no siempre irrumpen violentamente, al mismo tiempo que casi siempre se adaptan a
unas formas de gobierno más desarrolladas, presentándose en todo momento como
los herederos de una tradición13. Es por ello que sus dioses, mitos y leyendas se fun­
den con los existentes, provocando que imágenes y lugares distantes permanezcan
vivos y presentes.
Sin embargo, en ningún momento puede hablarse con una certeza absoluta de
que desde las tierras y aguas del Golfo se produjera un movimiento de pueblos, algo
que sin duda favoreció que la imagen de Dilmun, y en menor medida la de Magan o
Meluhha, permaneciera invariable a lo largo de los siglos. La mayoría de los pue­
blos y Estados que van sucediéndose en el gobierno de Mesopotamia intentan man­
tener, o reanudar, sus relaciones comerciales con el Sur ya que, al fin y al cabo, todo
nuevo poder se enfrentaba a la misma problemática: la carencia de materias primas.
Es por ello que, por ejemplo, Ur Nanmu, primer rey de la III dinastía de Ur, se
vanagloria de haber reestablecido el comercio con Magan tras el lapso Guti14.
Por tanto, los cambios políticos y étnicos en Mesopotamia poco influyeron en la
consideración de Dilmun, que en ningún momento constituyó una amenaza militar,
o política, para los gobernantes de Sumer y Accad.
Pero aunque la entrada de nuevas gentes suele conllevar la aparición de nuevas
ideas y concepciones, formas de gobierno y de organización, nada de ello influyó en
la imagen que de Dilmun se tenía. Como hemos señalado, los distintos poderes se
presentan como herederos de una tradición anterior, sus dioses reemplazan a los
anteriores, pero solo en el nombre. Los sistemas de gobierno y sus necesidades,
comerciales o militares, apenas cambian.

Literatura
La existencia de una literatura, heroica y mítica, es otra de las diferencias impor­
tantes con el mundo egipcio. Mitos, leyendas o historias, como la del héroe mesopo-
támico por excelencia, Gilgamesh, son continuamente redactadas y adaptadas al
nuevo marco político. Ello se debe en parte a que esos pueblos que van penetrando
en Mesopotamia intentan relacionarse con una tradición, no presentarse como inva­
sores, sino como restauradores de un orden, introduciendo a sus dioses en las com­
posiciones míticas existentes así como en la literatura heroica15.
13 Liverani (1988).
14 En el prologo de su código legal, Ur-Nammu relata el regreso de barcos de Magan.
15 Un ejemplo de ello son Umammu y Shuli, reyes de la III dinastía de Ur que, a través de lu lilnn
tura épica que desarrollan o promocionan, intentan legitimar su gobierno relacionándolo con la clwlnil di-
Uruk, cf., Berlin (1983b), a cuyo rey Utuhegal había derrotado Umammu.
72 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

Sin embargo, no debemos pensar en una literatura al modo y manera de la que


desarrollaran los griegos. No hay un afan descriptivo, posiblemente porque toda
Mesopotamia era conocida. El desarrollo de una literatura también se vio favorecido
por la permanencia de una lengua, el acadio, que fue mantenida a lo largo de los
siglos. Igualmente, y a pesar de que el acceso y el dominio de la escritura no fue
amplio entre la población, la relativa sencillez del acadio respecto, por ejemplo, a la
escritura jeroglífica egipcia, permitió que los comerciantes la utilizaran para realizar
su contabilidad, y que la correspondencia entre los gobernadores y comerciantes de
distintos lugares fuera una práctica relativamente común. Es por ello que, además
de las inscripciones oficiales relatando la realización de campañas militares a
Magan, o mitos donde dioses como Enki se relacionen con esas distantes tierras del
Golfo, entre la documentación encontramos textos comerciales, donde se refleja el
envío de productos y su intercambio por otros, el tránsito de caravanas desde Dil­
mun a Mari o Babilonia, etc16. Es cierto que estos textos comerciales nada nos
informan sobre la geografía de Dilmun, sus habitantes o costumbres, pero constitu­
yen una prueba más de que los productos de Dilmun, Magan y Meluhha gozaban de
una alta consideración y circulaban por toda Mesopotamia.
Un debate abierto en la actualidad es si los nombres y relatos contenidos en
composiciones como Enmerkar y el Señor de ArattaP deben interpretarse como
reflejo de una actividad comercial o si por el contrario no tienen otro objeto que
mostrar una ideología careciendo de validez histórica18. Lo cierto es que, por ejem­
plo, la composición de Enmarkar fue realizada en el período neo-sumerio, mientras
que Enmerkar fue un rey del Dinástico Antiguo II (S. XXVI a.C.), por lo que la
composición refleja una visión posterior, idealizada con vistas a legitimar el gobier­
no y su relación con un pasado mejor y glorioso19.

La concepción del otro


Mientras que en Egipto todo hombre que no viviera en la llanura aluvial era con­
siderado un bárbaro, habitante del caos y amenaza para la estabilidad cósmica, en el
mundo mesopotámico encontramos una concepción diferente, aunque en el fondo
subyace un sentimiento de desprecio y rechazo.
Tanto en sumerio como en acadio, el habitante de un país extranjero, extraño, es
relacionado con el Este y las montañas, pero no con el oeste, la estepa o desierto; la
16 Finalmente, debemos señalar la existencia de escuelas, edubas, en Mesopotamia donde se proce­
día a la educación de los niños, lógicamente de las clases altas de la sociedud. listas escuelas también
existirían en Egipto, pero apenas disponemos información de ellas, indicándonos lodos los indicios que el
acceso a la escritura era mayor en Mesopotamia.
17 Kramer (1952).
18 Sobre el comercio y la literatura, cf, Kramer (1977).
19 Sobre la tierra de Aratta, que algunos localizan en Afhanistan, cf, Mnjklzadch (1976).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 73

palabra montaña sirve también para tierra extranjera mientras que el habitante de
esos lugares es denominado como hombre de las montañas20, siendo posiblemente
la principal prueba de ello la diferente concepción que se desarrolló en tomo a los
Amorreos y los Guti.
Los primeros procedían del Oeste y eran considerados primitivos, atrasados:
el que busca trufas a los pies de la montaña, que jamás dobla la rodilla, que come
carne cruda, que no tiene una casa en vida, que no será sepultado el día de su
muerte21.
Por el contrario, los Guti, procedentes de los Zagros y destructores del Imperio
Acadio, fueron descritos como salvajes y bárbaros a pesar de que habían sido envia­
dos por los dioses como castigo por la actitud de los reyes acadios:
que no conocen vínculos como pueblo, que tienen aspecto de hombres pero cuyas
palabras son de la misma naturaleza que las de un perro22.
Esta diferenciación entre el Oeste y el Este es importante ya que, como hemos
señalado, todos los Estados tuvieron que hacer frente a la carencia de materias pri­
mas, siendo las regiones montañosas del Irán una de las más ricas en metales y pie­
dra, al mismo tiempo que vía de acceso a productos de tan alta consideración como
el lapislázuli. Pero a pesar de su riqueza, dichas regiones al Este del Tigris permane­
cieron, por lo general, en la sombra debido a que el conflicto militar siempre estuvo
presente entre las ciudades mesopotámicas y el Irán. Igualmente, el transporte de
mercancías con el Elam presentaba muchas más dificultades, debiéndose realizar
mediante caravanas de asnos que siempre podían ser objeto de ataques y saqueos.
Es por ello que regiones como el Golfo Pérsico o Anatolia se integraron en los inter­
cambios comerciales, de donde los Estados mesopotámicos obtenían las materias
primas. Además, en el caso del Golfo Pérsico no debemos olvidar las ventajas que
representaba el transporte marítimo en volumen de mercancías y costes de transpor­
te, a lo que hay que unir que el Golfo Pérsico nunca constituyó una amenaza militar.
Sin embargo, y a pesar de las tempranas menciones a Dilmun en las tablillas
Uruk (3200 a.C), los primeros contactos se realizaron con el Elam y, solo cuando el
clima de hostilidad y las dificultades fueron en aumento, las ciudades-estado sume-
rias intensificaron sus relaciones con el Golfo Pérsico23.
Pero esos primeros contactos con el Este dejaron su huella en los textos, donde
encontramos diferentes referencias a los productos obtenidos estando siempre dota­

20 Limet (1972), Steinkeller (1980).


21 Buccellati (1966), 92.
22 Cooper (1983).
23 Las relaciones entre Sumer y el Elam pueden definirse como arqueológicamente discontimins y
étnicamente duales, c/., Amiet (1979,1986 y 1993).
74 A n to n io P é r ez L a r g a ch a

dos de una alta consideración24. Dentro de ese Este lejano, rico en productos y
cuyos habitantes eran feroces y peligrosos, encontramos referencias a Marhashi,
Parahshum en acadio, de localización problemática25, pero que en los textos es men­
cionado como un lugar, o región, donde se obtenían exóticos y extraños animales,
plantas y productos.
Estos intercambios comerciales están reflejados, según algunos especialistas26
en composiciones literarias como la de Enmarkar y el Señor de Aratta, donde "el
aspecto más importante es lo que estos poemas nos enseñan acerca de la visión del
mundo de los Sumerios: sus valores, concepción del pasado y, por extensión, la
concepción de su destino nacional"21. Así, pasajes de este poema, como el que hace
referencia a los productos intercambiados, grano por piedras de las montañas o
metales, ha sido generalmente señalado como prueba del tipo de comercio estableci­
do entre las estados mesopotámicos y sus vecinos28. Sin embargo, y sin entrar en el
debate existente, ha existido durante mucho tiempo la intención de considerar estos
textos como una fuente histórica, algo que es difícil29, como veremos.
Pero a pesar de esos intercambios, de su riqueza y exotismo, las tierras del Irán
siguen siendo consideradas hostiles, creándose, en opinión de Moorey una visión
similar a El Dorado, mitad mito y mitad realidad30 donde, como sucede en casi
todas las regiones adyacentes a Mesopotamia, los primeros reyes que se adentran
militarmente son los acadios. Esa hostilidad y dificultades a la hora de obtener los
productos queda reflejado en los textos, como en los de Gudea de Lagash, donde se
establece una diferenciación entre los productos obtenidos pacíficamente, a través
de los canales comerciales, y aquellos obtenidos por la fuerza de las armas, o en el
poema de Enki y el orden del mundo, donde este dios bendice a Meluhha y Dilmun
pero establece que Elam y Marhashi serán destruidas y sus riquezas llevadas a su
ciudad santa, Nippur. Por todo ello, a partir de mediados del tercer milenio, las rela­
ciones con el Golfo aumentan, diluyéndose lentamente los contactos con ese Este
fabuloso pero peligroso.
Esa concepción de lo extranjero, extraño y peligroso, encuentra su manifestación
en el ámbito mesopotámico en la asimilación de animales fantásticos con dichas tie­
rras, encarnando dichos animales los peligros. La expresión de todo ello la encon­
tramos en el texto relativo a la destrucción de Agade31, donde se contraponen los
animales urbanos, conocidos, con otros destructivos y fantásticos que encaman los

24 Moorey (1993).
25 Steinkeller (1982), Vallat (1985).
26 Silver (1985).
27 Berlín (1983), 24.
28 Según el texto conservado, la ciudad de Aratta disponía de oro, plata y toda clase de piedras,
mientras que la ciudad sumeria de Erech proporcionaba grano.
29 Michalowski (1986).
30 Moorey (1993), 38.
31 Cooper (1983).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 75

peligros y salvajismo de los habitantes de las montañas. Es decir, al contrario que en


el mundo egipcio, una vez que se ha logrado el control de los ciclos de la naturale­
za, los animales que encamaban el carácter impredecible de las crecidas y otros
accidentes climatológicos o geográficos, pasan a encamar las tierras lejanas, siguen
habitando, pero no lo hacen en las tierras donde se obtienen pacíficamente los pro­
ductos exóticos y fabulosos, Dilmun o Magan, sino en el Elam.
Pero a pesar de que los textos se nos presentan menos despectivos hacia lo
extranjero que los egipcios, en ellos podemos observar, en líneas generales, la
misma opinión e impresión hacia la población nómada. Este es un aspecto impor­
tante ya que esa visión despectiva del nómada, en Egipto y Mesopotamia, terminará
por influir en las referencias que en la Biblia encontramos al mismo, bien como
recuerdo de un pasado penoso o como anuncio y amenaza de algo por llegar si no se
siguen los preceptos de Yahvé. No hay que olvidar que la documentación de todos y
cada uno de los Estados mesopotámicos reflejan la existencia de contactos con
nómadas, destacando la de la ciudad de Mari32, y por ello no debe sorprender que en
un momento histórico determinado, el período casita, encontremos noticias a nóma­
das actuando en Dilmun como en ellos es normal, saqueando:
Los Akhlamu se han llevado los dátiles...no hay que permitir que se saquee
un solo asentamiento..., o, los Akhlamu me hablan solo de violencia y saqueo33.
Significativamente, en el I milenio muchas de las victorias y logros que obten­
gan los reyes Asirios o Babilónicos vendrán encamados por los exóticos animales
que llegan a sus cortes, incluido Egipto34. Posiblemente, no haya que descartar el
mismo razonamiento que explica en Egipto el jardín botánico de Tutmosis III o los
árboles que son trasplantados desde el Punt por Hatshepsut: esos animales y su
fauna simbolizan las fuerzas dominadas y no vienen sino a exaltar la ideología y
poder del conquistador, utilizándolos en los desfiles triunfales. Por otra parte, la cría
o domesticación de estas especies era prácticamente imposible, siendo en muchas
ocasiones estos animales sacrificados para gloria del dios.
Por tanto, el mismo deseo de integrar lo desconocido, lo que se iba conquistan­
do, en el orden conocido, subyace en estos animales exóticos llevados como prueba
de la victoria obtenida. Al mismo tiempo, y al igual que sucedió con los faraones
del Imperio Nuevo, algunos reyes mesopotámicos parecen sentir curiosidad por la
fauna y vegetación que bajo su gobierno estaban, destacando el zoológico de Assur-
nasirpal II o la reserva natural de Sennacherib, donde en el fondo subyace el domi­
nio de aquellas tierras donde animales o plantas crecen.
Por tanto, en Mesopotamia existe también el deseo de integrar al otro en el
orden. El ejemplo más claro de ello puede ser el de Dilmun, que analizaremos más
32 Kupper (1977).
33 Comwall (1952).
34 Lion (1992).
76 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

adelante, y el de Gilgamesh. La historia de este mítico rey de Uruk nos ha sido


transmitida en numerosas tablillas de diferentes períodos, pero lo que sí puede esta­
blecerse es cómo, a medida que el mundo mesopotámico va dominando, o entrando
en relaciones con otras regiones, como el Líbano o el Golfo Pérsico, las aventuras
de Gilgamesh tienen lugar en estos lugares. Ello no significa que su figura, papel e
interpretación deba equipararse con las aventuras de Heracles en el lejano Occiden­
te, pero posiblemente sí reflejen una ampliación geográfica de los contactos comer­
ciales y la progresiva inclusión de esas tierras en el radio de acción de los reyes
mesopotámicos, que llegaran a considerar la intervención en dichas tierras como
algo legítimo.

Dilmun, Magan y Meluhha


En la literatura mesopotámica encontramos tres lugares que son referidos como
lejanos, fabulosos y ricos en productos exóticos: Dilmun, Magan y Meluhha, todos
ellos localizados en el Golfo Pérsico. El más importante de todos es Dilmun, tenien­
do noticias de su existencia y actividad comercial en el IV milenio a.C. Pero la pros­
peridad de estos lugares estuvo en íntima relación con los acontecimientos históri­
cos que acaecían en la próspera llanura aluvial mesopotámica y, secundariamente,
por el tipo de relaciones que podía entablarse con el Elam o Anatolia.
Geográficamente, y en términos generales, Dilmun se identifica con Bahrein,
Magan con la Península de Ornan y Meluhha con el Valle del Indo, el actual
Pakistán.

Dilmun, Magan y Meluhha. Sus relaciones con Mesopotamia


En las próximas páginas no pretendemos profundizar en unas relaciones que se
remontan al IV milenio, perduran en el Imperio Romano y continúan con el mundo
árabe35. Nuestra intención es reflejar cómo los contactos, declives y reapariciones
de los contactos entre las distintas áreas del Golfo y las culturas mesopotámicas
estuvieron determinadas por las necesidades de éstas últimas o por las dificultades y
conflictos que existieron con las regiones al Este del Tigris, el Irán. Por otra parte, y
al igual que en posteriores epígrafes, nos centraremos en lo acaecido hasta mediados
del II milenio, ya que con posterioridad Dilmun siguió siendo una tierra donde te­
nían lugar intercambios comerciales, pero el carácter fabuloso y mítico que tuvo en
períodos anteriores desapareció, posiblemente no por una ausencia de contactos y
relaciones, sino por ser ya un lugar conocido. En cierta medida, el Golfo Pérsico
35 Para analizar en conjunto las relaciones del Golfo Pérsico con las culturas mesopotámicas y el
período helenístico, cf., Roux (1981): Liverani (1988) y Potts (1990).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 77

recuperó su consideración como un lugar fabuloso y exótico en época helenística,


cuando la exploración y conocimiento de estas tierras y, especialmente, las del valle
del Indo, preocupó y ocupó a distintos exploradores y geógrafos.
Durante muchos años Dilmun y las culturas que se desarrollaron en el Golfo,
han constituido un misterio para la investigación, al centrarse ésta en excavar y
conocer la arqueología e historia de la llanura aluvial mesopotámica, olvidando no
sólo la historia del Golfo Pérsico sino la de todas las regiones limítrofes, tendencia
que en los últimos años se ha invertido, por lo que nuestro conocimiento sobre
Dilmun, Magan y Meluhha puede deparar en los próximos años importantes sor­
presas36.
Los contactos entre las culturas de Mesopotamia, la isla de Bahrein -Dilmun- y
la costa occidental del Golfo se remontan a la cultura Ubaid, pero éstos fueron inter­
mitentes, existiendo una ausencia de cerámica o material Ubaid en las rutas de
comunicación y comerciales del interior37. En íntima relación con estost primeros
contactos está el llamado problema sumerio y, seguramente, los inicios de una for­
mulación fabulosa y fantástica de aquellos lugares del Golfo con los que se estable­
cieron estas primeras relaciones.
Las primeras referencias escritas a Dilmun las encontramos en documentos eco­
nómicos de época Uruk38, que ya reflejan el carácter comercial de las relaciones,
encontrando referencias a un objeto de metal de Dilmun o a un oficial relacionado
con los productos procedentes de Dilmun39. Por desgracia, el documento más inte­
resante en el que Dilmun es mencionado está muy fragmentado, tratándose de una
lista de términos o nombres geográficos.
La cultura Uruk se caracterizó por ampliar las rutas y regiones con las que la
cultura Ubaid ya había entrado en contacto, siempre persiguiendo la obtención de
materias primas40. Sin embargo, hasta el momento ningún objeto Uruk ha sido
encontrado en el Golfo. Hacia el 3200 a.C. se produce el final de las colonias Uruk
del Norte de Siria, de donde las ciudades-estado de Sumer obtenían los productos
36 Lo que las investigaciones han demostrado es que el viejo planteamiento de Gordon-Childe de
considerar las culturas de Mesopotamia y del Valle del Indo como focos culturales aislados no es válida.
Sin embargo, en los últimos años ha existido una corriente historiográfica que, en cierta medida, puede
considerarse tan extremista como la de Gordon-Childe, otorgando a las culturas del Golfo tanta impor­
tancia para el desarrollo de la humanidad como a los Sumerios, Acadios y demás pueblos mesopotámi­
cos. En las próximas páginas intentaremos demostrar que un punto intermedio es posiblemente el más
valido, debiendo tener siempre presente que, a pesar de la autonomía y valores que las culturas del Golfo
pudieran desarrollar por sí mismas, su historia, prosperidad y existencia estuvo en gran medida determi­
nada por la existencia de unos poderes políticos en la llanura mesopotámica que demandaran productos
de dichas regiones, especialmente el cobre de las montañas de Magan.
37 Oates (1986).
38 Englund (1983), Nissen (1986).
39 Estos textos, como la mayoría de los procedentes de Uruk, tienen un marcado carácter comercial,
cf, Nissen (1986). En total Dilmun es mencionado en once documentos.
40 La importancia del comercio de este período queda de manifiesto en la amplitud geográfica de los
mismos, desde el Golfo hasta Egipto, cf, Moorey (1990).
78 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

demandados, algo que, lógicamente, no haría que éstas dejaran de buscar nuevas
regiones donde obtener esos productos. Es así como comienzan a adquirir importan­
cia los contactos con el Este, que suplen con cobre y piedra a las ciudades sumerias
durante el Dinástico Antiguo I. Pero los contactos con el Golfo no desaparecieron,
como demuestra el hallazgo de materiales sumerios del Dinástico Antiguo II en la
península de Omán -Magan-41. Así, las ciudades sumerias obtenían la piedra en un
arco que iba desde Anatolia hasta la península de Omán.
Sin embargo, a pesar de las referencias en los textos y del hallazgo de algunos
materiales, poco conocemos sobre los contactos anteriores al 2500 a.C, lo que puede
explicarse porque las relaciones con Susa y el Elam no eran del todo malas en este
período o, como señala Potts, al cambio en el nivel de las aguas del Golfo que, al
aumentar su caudal, ha sumergido los asentamientos históricamente anteriores42.
Igualmente, existe otra posibilidad y es que, con anterioridad al período de floreci­
miento de Dilmun, finales del III milenio, los principales contactos se establecieran
con la costa arábiga, explicando ello la mayor presencia de objetos mesopotámicos
en esas costas que en la propia isla de Bahrein43, algo que confirmaría que Dilmun
no respondería a un territorio concreto, sino a una amplia región con la que se tení­
an contactos y que, en cierto momento histórico, tuvo su centro en Bahrein.
En este primer estadio de los contactos, es importante señalar que, posiblemente
ya en este momento histórico el cobre de Magan, no mencionado en las fuentes, lle­
gara a las distintas ciudades-estado sumerias a través de Dilmun.
A partir del 2500 a.C., los contactos e importancia de Dilmun serán más paten­
tes, algo en íntima relación con las malas relaciones con el Elam, a pesar de la opi­
nión de Rice de que las relaciones e intensidad de los contactos con Dilmun en nin­
gún momento se vieron afectados por acontecimientos como la caída o desaparición
de las colonias Uruk44. Así, T. Potts señala que el aumento de los intercambios con
Dilmun está más en relación con las dificultades por obtener productos en el Este
que con un deseo de incrementar los contactos con el Golfo45.
Este último es un aspecto importante ya que, sin olvidar las posibles tensiones
militares, no hay que olvidar que en el comercio antiguo los rendimientos y benefi­
cios eran mayores si el intercambio se realizaba por mar. Las primeras menciones
en los textos a Magan son del período acadio, lo que puede relacionarse con que la
Península de Omán era la región más próxima a la costa del Irán, de donde con
anterioridad procedían los productos. La inestabilidad política está reflejada en el
mito de Enki y el orden del mundo, donde se recoge que el Elam era hostil al tráfico
comercial del Golfo, por lo que Enki bendice en primer lugar a Meluhha y des-

41 Potts (1986).
42 Potts (1993a), 180.
41 Larsen (1983), 16-7.
44 Rice (1994).
45 T. Potts (1993), 394.
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 79

pués a Dilmun, terminando con la destrucción de las casas y murallas del Elam y
Marhashi.
Durante el período acadio, tenemos las primeras referencias escritas a Magan y
Meluhha en la famosa mención de Sargón de Accad, al mismo tiempo que Manih-
tushu y Naram-Sin obtienen piedras procedentes de Magan.
Pero a partir de este período acadio puede detectarse una nueva tendencia en las
culturas mesopotámicas, haciendo cada vez más hincapié los textos en los productos
que se obtienen mediante el botín46. A pesar de ello, a comienzos del II milenio Dil­
mun sigue siendo un próspero lugar, produciéndose entonces la colonización de la
isla de Failaka, anteriormente deshabitada, probablemente por estar más próxima a
las ciudades mesopotámicas y facilitar así el tránsito comercial. Al respecto, en este
mismo momento histórico están presentes en las márgenes de Mesopotamia y del
Golfo los Amonitas, apuntados por algunos como los verdaderos causantes de la
aparición del Estado de Dilmun47.
Respecto a Magan y Meluhha, son lugares mencionados en la fuentes acadias
pero, arqueológicamente la influencia u objetos mesopotámicos hallados, por ejem­
plo en Magan, disminuyen, un fenómeno contrario a la que los textos reflejan48.
Esta contradicción puede ser entendida como un ejemplo de los reyes acadios por
recuperar tradiciones antiguas y presentarse como herederos legítimos en el poder o,
simplemente, una prueba más de frases y conceptos inherentes a un imperialismo
como el acadio.
Durante la III dinastía de Ur y el período de Isin-Larsa, el comercio con Dilmun
es importante, como demuestran las menciones a expediciones y productos de Dil­
mun de Gudea de Lagash. Igualmente, es importante señalar el papel que en lapso
de tiempo desempeñaron los Martu, que en la documentación aparecen íntimamente
relacionados con Dilmun, sus productos y comerciantes49.
Con la Babilonia de Hammurabi, el tráfico comercial continúa, apareciendo en
estos momentos la ciudad de Mari. Así, una carta de Yasmah-Addu de Mari a Ham­
murabi nos indica como una caravana enviada desde Mari a Dilmun permanecía
retenida en Babilonia.
Con posterioridad al período conocido como de Isin-Larsa y la época paleobabi-
lonica -tiempos de Hammurabi-, (2000-1750), Dilmun desaparece de la documenta­
ción. En una inscripción de Samsuliluma (1744) encontramos, "12 medidas de cobre
puro de Alasia y Dilmun'', lo que refleja que el cobre comienza a ser obtenido de la
otra gran fuente de la Antigüedad, esta vez en el Mediterráneo, Alasia -Chipre-.
Dilmun vuelve a recuperar su papel de centro comercial con los Casitas en la
segunda mitad del II milenio, pueblo que se caracterizó por un programa de recons-

46 T. Potts (1993), 395.


47 Hojlund (1989).
48 Cleuziou (1986).
49 Zarins (1986).
80 A n to n io P ér ez L a r ga ch a

tracción de antiguos templos pero, posiblemente, las relaciones que se establecieron


entre las culturas del Golfo y los Casitas tienen mucho que ver con la dinámica
internacional de la época ya que, no hay que olvidar, por entonces Egipto luchaba
con distintos poderes por el control del norte de Siria y de las rutas comerciales, no
pudiendo los Casitas acceder directamente al Mediterráneo, por lo que posiblemente
tuvieron que abrir antiguas rutas abandonadas con el tiempo. A este período casita
pertenece la ciudad III de Qal'at al-Bahrain, no pudiéndose determinar con exactitud
si los reyes casitas establecieron un control militar o político en el Golfo.

Dilmun
A lo largo de toda la historia de Mesopotamia, Dilmun es conocida, mencionada
y considerada como un importante centro comercial, apareciendo en los textos lite­
rarios, especialmente sumerios, como un lugar de prosperidad y alegría, pudiendo
en ocasiones relacionarse con la vida eterna, algo que ha propiciado su equipara­
ción, o comparación, con el paraíso bíblico50.
Pero si algo ha contribuido al misterio de Dilmun, más que las menciones a sus
exóticos productos, es el llamado problema sumerio. ¿Cuál fue el origen de la pri­
mera sociedad urbana de la humanidad?, ¿de dónde procedían los sumerios?. Estos
interrogantes, planteados ya por Kramer51 se han intentado resolver de variadas for­
mas, siendo una de ellas la hipótesis de que los Sumerios procedieran de ese lugar
mítico y fabuloso citado en sus textos, Dilmun.
Con el paso del tiempo, la denominación de Dilmun va cambiando al mismo
tiempo que las lenguas dominantes en la región, por lo que en acadio será denomi­
nada Tilmun, término que ha contribuido al debate sobre el origen de los Fenicios,
no solo por las similitudes lingüísticas con Tiro, sino por las propias afirmaciones
de Heródoto y Estrabón al respecto.
Dilmun ha pasado a la historia como la región de donde Mesopotamia obtenía
variados y exóticos productos; cobre, lapislázuli, madera, lino, dátiles... pero algu­
nos de ellos, por no decir la mayoría, no procedían siempre de Dilmun, sino de
lugares más lejanos, Magan y Meluhha.

Localización de Dilmun
Durante décadas, al igual que sucedía con el país de Yam o el de Punt en Egipto,
la investigación ha querido ubicar, concretar o individualizar todos y cada uno de
los términos geográficos que son mencionados en los textos. Es por ello que, si bien
50 La forma sumeria de Dilmun es NiTuk.
,l Kramer (1963).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 81

Dilmun puede hacer referencia a la isla de Bahrein, algunos han planteado la posibi­
lidad de que el término haga referencia también a regiones próximas a esta isla,
englobando una amplia región de donde se podían obtener diversos y preciosos
materiales con los que después comerciar52.
El debate sobre la exacta ubicación de esta mítica tierra comenzó a finales del
Siglo XIX, con el hallazgo de un cono de piedra por el Capitán Durand en la isla de
Bahrein, lo que favoreció la identificación Dilmun-Bahrein53. Igualmente, las men­
ciones de Heródoto y Estrabón respecto al origen de los Fenicios contribuyeran a
fomentar la leyenda sobre unas regiones desconocidas arqueológicamente que, apa­
rentemente, no habían desarrollado importantes formas políticas de poder, pero que
a lo largo de la historia de la Antigüedad aparecían mencionadas siempre en rela­
ción con aspectos fabulosos y exóticos. Por último, el descubrimiento de las cultu­
ras predinásticas en Egipto y la constatación de unas influencias mesopotámicas en
los primitivos estadios culturales de Egipto, provocó que Petrie, el padre de la Egip­
tología científica, apuntara las posibles relaciones entre el Golfo y Egipto para
explicar dichas influencias mesopotámicas, hipótesis que en los últimos años ha
recuperado Rice54.
En los textos55, como en un cilindro de arcilla de Assurbanipal, encontramos fra­
ses como "D ilm un en el m edio del M ar inferior''56, o en textos de Sargon II "U peri,
rey del D ilm un, cuyo lugar de descanso esta a 30 horas dobles com o un p e z en el
m edio del océano del sol naciente", aplicándose la equivalencia con la isla de Chi­
pre, también mencionada como en medio del mar. Es por ello que para Rice el
hecho de que se haga la referencia a Tiro como en el centro del mar puede confir­
mar las opiniones de Heródoto y Estrabón sobre el origen de los Fenicios, tomando
como apoyo la afirmación de Estrabón, en relación con la Odisea, de que los habi­
tantes de Sidón citados no eran de dicha ciudad, sino del Golfo Pérsico57.
Dilmun también puede hacer referencia a la isla de Failaka, donde existió un
templo a Inzak58, dios de Dilmun59, pero Alster piensa que, si bien se trata de un
templo para un dios de Dilmun, éste debe ponerse en relación con las expediciones
comerciales a Mesopotamia siendo éste un templo donde pararían los comerciantes
en su camino hacia Mesopotamia60.
En cualquier caso, el término Dilmun seguramente no haga referencia exclusi­
vamente a la isla de Bahrein, sino también a la costa oriental arábiga y, por supues­
52 Burrows & Deimel (1928).
53 Durand (1880), Rawlinson (1880). El debate en gran medida fue reavivado por Kramer (1963),
281-4 al pensar que Dilmun pudo hacer referencia a las culturas urbanas del Pakistan y la India.
54 Petrie (1939), Rice (1990, 1994).
55 Edzard et allí (1977).
56 Luckenbill (1970).
57 Rice (1994:20).
58 Nombre en acadio del dios sumerio Enshag.
59 Kjaerum (1980), Hojlund (1981).
«o Alster (1983), 45.
82 A n to n io P ér ez L a r g a c h a

to, a la isla de Failaka. Así, los hallazgos de cerámica Ubaid o Jemdet Nasr en la
costa de Arabia confirman que los contactos no sólo se establecieron con la isla de
Bahrein. Todo parece indicar que Dilmun hacía referencia a una región donde
podían obtenerse diversos productos, pero cuyos limites no son estáticos, sino
móviles61.
A la hora de analizar Dilmun o, por norma general, cualquier otra tierra fabulosa
de la Antigüedad, sabemos cómo los mesopotámicos denominaban al lugar, pero no
como se denominaban o qué pensaban los habitantes de dicho lugar. Es por ello que
Nashef, piensa que Dilmun hace referencia a una ciudad, posteriormente aplicado
de forma genérica a una región62.
En íntima relación con esta problemática está lo que Gould y White denominan
mapas mentales63, y donde podría encuadrarse Dilmun y, por qué no, a Magan y
Meluhha. Estos mapas mentales incluyen nociones, ideas y juicios de valor sobre
lugares que los redactores o creadores de los mismos pueden no haber visto nunca
o, en ocasiones, no haber existido nunca. Este último puede ser el caso de la ciudad
de Arrata, mencionada en el título de una de las composiciones literarias sumerias
más conocidas y cuya localización e historicidad ha preocupado durante décadas a
la investigación. Sin embargo, y como señala Michalowski es una ciudad que puede
no haber existido nunca, ya que lo que lo que la composición literaria persigue es
demostrar la superioridad de la cultura de Sumer64. Ello no prueba que Dilmun no
existiera, pero sí que posiblemente el término hiciera referencia a una región, prácti­
camente desconocida para toda la población de Mesopotamia, donde era posible la
obtención de diversos productos, pero sin que ello implique unos limites fijos y
estáticos a lo largo de la historia, sino cambiantes a medida que las circunstancias
cambiaban.

Dilmun y el "problema sumerio"


Desde su descubrimiento, el origen de la primera cultura de la humanidad fue
debatido. A ello contribuyó, por un lado, que la región donde se desarrollaron las
ciudades sumerias apenas había estado ocupada en períodos anteriores y, especial­
mente, que muchas de las palabras sumerias que hacen referencia a la minería, acti­
vidades agrícolas, etc., denotaban un origen externo a los Sumerios. Sin embargo,
en los últimos años ya es aceptado que los sumerios no eran extranjeros y que se
61 Un intento reciente ha sido el de Thapar (1975 y 1983) de identificar Dilmun, Magan y Meluhha
con las Indias Occidentales, basándose que en las fuentes indias del Primer milenio los nombres sumerios
de estas tierras podrían ser Aparanta, Surastra y Sindhu/Suvira, posibilidad criticada por During-Caspers
y Govindankutty (1978).
62 Nashef (1983, nota 1).
w Gould & White (1974).
64 Michalowski (1986).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 83

remontan a la población Ubaid, a pesar de ello, Rice no ha dejado se apuntar los


aspectos que pueden hacer pensar en una influencia del Golfo, y más concretamente
de Dilmun, en los avances de la cultura sumeria65.
En el centro de dicha polémica está el dios Enki, la principal divinidad sumeria
cuyo culto tenía como centro la ciudad de Eridu. Sin embargo, Enki es el dios más
sumerio de todos, por lo que defender, o intentar encontrar un origen externo de esta
divinidad es difícil.
En mi opinión, la hipótesis de Rice descansa en una interpretación errónea de los
mitos de F.nki donde esta divinidad aparece relacionada con Dilmun66. Así, interpre­
ta la actividad de Enki en una región externa a la llanura aluvial como prueba de un
posible origen externo de su culto, pero el argumento puede ser el contrario: Enki
aparece relacionado con Dilmun y la actividad comercial en el Golfo precisamente
por ser una divinidad sumeria, integrando así esas regiones externas en el mundo
conocido. Como veremos, las principales divinidades de Dilmun están íntimamente
relacionadas con Enki, pudiendo ser manifestaciones suyas en esas tierras. Por otro
lado, el que la ciudad de Enki sea Eridu, la más al Sur de todas las ciudades sume-
rias y, por ello, la que tenía mayores facilidades para acceder al tráfico comercial en
el Golfo, no es una prueba de la relación Dilmun-Eridu en el sentido de un origen en
el Golfo de la población sumeria.
Además, Rice no tiene en cuenta la posibilidad de que, a pesar de la fragmenta­
ción política existente a lo largo de todo el Dinástico Antiguo en Sumer y la existen­
cia de continuos y prolongados conflictos en el tiempo, en ocasiones acciones de
gobierno como la política exterior, o la dilucidación de conflictos entre ciudades,
pudieron ser decisiones conjuntas tomadas por representantes de todas y cada una
de las ciudades sumerias67, ya que si no no se entendería, por ejemplo, la extensión,
tanto geográfica como de esfuerzo, que representaron acciones como la expansión
Uruk, o el mismo establecimiento de relaciones con Dilmun.
Por último, y al igual que en muchos otros aspectos a lo largo de su último libro,
Rice apunta posibilidades teóricamente planteadas por otros investigadores sin dar
una referencia concreta de las mismas. Un ejemplo de ello puede ser lo dicho al
referirse al crecimiento demográfico de la ciudad de Uruk en la segunda mitad del
IV milenio68, puesto en posible relación con una llegada de población del Sur, del
golfo, y señalando la relación de Gilgamesh con Dilmun. Sin embargo, y a pesar de
ser cierto el aumento demográfico en Uruk, la historicidad de Gilgamesh es muy
tardía, segunda mitad del III milenio, por lo que la inclusión de Dilmun en el ciclo
de Gilgamesh puede responder más a la existencia de unos contactos comerciales y
el deseo de integrar esa tierra que con la llegada de población del Sur.

65 Rice (1994).
66 Rice (1994).
67 Postgate (1992).
68 Rice (1994), 90.
84
A n to n io P ér ez L a rga ch a

Dilmun como tierra fabulosa y el tema del paraíso


A la hora de entender el significado y función que Dilmun tuvo en las culturas
mesopotamicas, debemos tener presente que las referencias a Dilmun no solamente
están presentes en textos míticos, sino también en documentos económicos, algo
que, por ejemplo, no sucede con los países y regiones ubicados al Este de Mesopo-
tamia. r
La visión mítica, fabulosa y exótica de Dilmun tiene su origen en los mitos
súmenos, apuntándose en ocasiones su identificación con el Edén o paraíso, al des­
cribirse a Dilmun como un lugar limpio donde los dioses habitan y descansan. Dil­
mun es denominada como "el lugar donde el sol nace", pero también como la tierra
de los vivos, Kirlu Ti-La en sumerio. A esta imagen de Dilmun también ha contri­
buido, como era de esperar, el relato bíblico, ya que historias como la del Diluvio
universal o la del paraíso entroncan con la tradición mesopotámica de dónde surgió
el pueblo de Israel. En menor medida, el debate sobre el origen de los Fenicios tam­
bién ha incidido en la consideración fabulosa de Dilmun, debido a lo expresado en
d ^ Ezequiel (27' 3'4) sobre la equiparación de Tiro con el Edén, y la posibi­
lidad de que Tilmun, la forma acadia de Dilmun, sea el origen de Tiro.
La consideración fabulosa de Dilmun viene motivada, principalmente, por tres
aspectos: la creencia de ser el lugar donde se reposaba tras la muerte, ser el lugar
donde reside Ziusudra, el único superviviente del diluvio y prototipo de la figura
bíblica de Noe, y lo relatado en el mito de Enki y Ninhursag.
A) Dilmun como puerta de la inmortalidad.- Basándose en las composiciones
míticas sumerias y en los miles de túmulos encontrados en la isla de Bahrein, data-
bles a finales del III milenio y comienzos del II, el período de florecimiento de Dil­
mun, Lamberg-Karlovsky señaló que Dilmun debe considerarse como el lugar a
donde iban a descansar los cuerpos y almas de los habitantes de las ciudades-estado
sumerias, apoyándose en la mítica figura de Ziusudra que con posterioridad al dilu­
vio habita en Dilmun, donde además irá el héroe mesopotámico por excelencia Gil-
gamesh, en búsqueda de la planta que le otorge la eterna juventud69. '
En líneas generales esta hipótesis no ha sido aceptada. El número de enterra­
mientos puede llegar y superar los 150.000 conviniéndola en la necrópolis más
grande del Proximo Oriente, existiendo en ocasiones la posibilidad de que se reali­
zara mas de un enterramiento en el mismo túmulo. Este elevado número de tumbas
no influyo en la idea de Bibby de que esta inmensa necrópolis fue utilizada sola­
mente por la población de Dilmun™, pero Lamberg-Karlovsky lo utiliza como prue­
ba de su hipótesis, ya que difícilmente la población de Dilmun sería tan numerosa.
Los ajuares son muy pobres, lo que contrasta con la elaborada arquitectura en piedra
con que están realizadas las tumbas, además de no encontrarse objetos mesopotámi-
69 Lamberg-Karlovsky (1982, 1986).
70 Bibby (1969).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 85

eos en los ajuares71. Esta es una de las críticas realizadas a la hipótesis de Lamberg-
Karlovsky: si Dilmun es sinónimo de riqueza, productos exóticos y lugar de descan­
so eterno, ¿por qué los ajuares son tan pobres?. Igualmente, muchas de las tumbas
no presentan signos de haber sido nunca ocupadas, algo que Lamberg-Karlovsky
explica por que eran realizadas para el espíritu de la persona, para servir de casa
para la persona que moría lejos72.
Las críticas a esta hipótesis han sido variadas, pero casi todas ellas coinciden en
señalar que en ningún texto sumerio, o de otra cultura que haya tenido importantes
contactos con Dilmun, se hace referencia a una posible emigración, o viaje, para ser
enterrado en Dilmun. Pero, la crítica más importante es la referida a que si en ver­
dad existió dicha práctica, ello implicaría una concepción del más allá muy diferen­
te de la que siempre se ha señalado para las culturas mesopotámicas, donde el pro­
pio héroe Gilgamesh tiene finalmente que renunciar a sus aspiraciones de vida eter­
na y conformarse con sufrir las consecuencias de su tercera parte humana: la muerte
e imposibilidad de acceder a una vida futura73.
B) Según el diluvio sumerio, Ziusundra fue establecido en Dilmun por los dio­
ses tras el diluvio que destruyó a la humanidad. Sin embargo, en ningún momento el
mito hace referencia a la muerte de Ziusudra, él sólo vivirá allí eternamente74,
ningún texto menciona o relaciona a Dilmun como un lugar donde muere persona
alguna.
C) El mito de Enki y Ninhursag ha sido interpretado como una prueba de la
consideración, o equiparación, de Dilmun como el paraíso, pero el análisis de Alster
da una interpretación opuesta75. Así, el celebre pasaje donde no hay ningún peligro
o animal depredador, puede interpretarse en realidad como una situación en la que
no existía nada. Así, piensa que el mito pudo tener como escenario los pantanos del
Sur de Mesopotamia, más que Dilmun, simbolizando que el culto a Enki se extiende
a Dilmun.
Por último, en relación a la consideración de Dilmun como el lugar donde estaba
el paraíso y desde donde Enki creó el mundo, Rice apuntó las similitudes entre los
mitos de creación mesopotámicos y egipcios, en el sentido de que la creación se
había realizado desde una isla, en el caso de Egipto la llamada colina primogénita76.
Sin embargo, estas similitudes en ningún momento deben interpretarse como prueba
de unas relaciones o influencias de las poblaciones del Golfo en la filosofía y pensa­
miento de los egipcios.
71 Al respecto podría aducirse que la mayoría de las tumbas han sido robadas a lo largo de la histo­
ria, pero aun así es significativo que no se encontrara un solo objeto ajeno a la tradición cultural de Dil­
mun.
72 Lamberg-Karlovsky (1986).
73 Además, las prácticas funerarias mesopotámicas están muy lejos de poder confirmar la teoría de
Lambert-Karlovsky, cf, Crawfort (1991), 103-24.
74 Alster (1983), 53.
” Alster (1983), 55-60.
76 Rice (1986).
86 A n to n io P é r e z L a r g a c h a

Dilmun. Sus productos y dioses


Los productos obtenidos de Dilmun son variados: lino, madera, dátiles, perlas,
cobre, etc., pero no todos ellos se obtenían en Dilmun, muchos procedían de otras
regiones, actuando Dilmun como centro de intercambio.
En la mayoría de los textos referidos a Dilmun encontramos que uno de sus pro­
ductos más exóticos era la palmera, que pronto se convirtió en un símbolo de fecun­
didad y como tal es representada en la glíptica77, y sus frutos, dátiles, que eran muy
importantes en la dieta alimenticia de los antiguos Sumerios. Con el paso del tiem­
po, y a pesar de ser cultivada en Mesopotamia, Dilmun seguiría siendo por excelen­
cia la tierra de los dátiles y las palmeras, siendo un motivo presente cuando se quie­
re resaltar la antigüedad de una ciudad78.
El conocimiento y valoración de los productos obtenidos a través de Dilmun no
se limitó a Sumer, sino que alcanzó el Norte de Siria, siendo Dilmun mencionada
en las tablillas de Ebla79, constituyendo ello una prueba de la amplitud de los con­
tactos en el mundo mesopotámico y un reconocimiento a Dilmun como centro
comercial.
Con anterioridad ya nos hemos referido a la idea de que Mesopotamia pagaba
sus importaciones o necesidades de materias primas con productos agrícolas, pero
esta posibilidad ha sido negada por Potts80 quién, al igual que Rice81, tratan en sus
obras de equiparar a las culturas del Golfo con las desarrolladas en Mesopotamia,
no pudiendo aceptar por tanto la existencia de un intercambio tan desigual. Así,
Potts ataca los planteamientos de During Caspers de que, por ejemplo, Magan no
disponía de los recursos agrícolas necesarios para sostener a una creciente pobla­
ción embarcada en la extracción de cobre y su comercio con Mesopotamia82. Para
ello, Potts se basa en los estudios realizados en los enterramientos de Omán que
muestran una dieta alimenticia que nada tiene que ver con los cereales mesopotá-
micos. Sin embargo, sí acepta el envió de textiles manufacturados y aceite.
En relación con los productos comerciados encontramos en íntima relación a
distintas divinidades, en especial a Enki, pero también a dioses de Dilmun que, no
sólo son mencionados en los textos y mitos, sino de los que también tenemos cono­
cimiento a través de sus templos o lugares de culto en distintas ciudades de Meso­
potamia, e incluso en Susa83, algo que no debe sorprender por cuanto en la Anti­
güedad, y pese a las legislaciones existentes protegiendo el comercio y las tran­
sacciones comerciales, los peligros seguían siendo muchos, más después de haber
77 Amiet (1980).
78 Kramer (1944).
79 Pettinato (1983).
80 Potts (1993b).
81 Rice (1994).
82 During Caspers (1989).
83 Vallat (1983).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 87

realizado un viaje peligroso y largo, por lo que el intercambio es puesto bajo la


protección divina.
Las principales divinidades de Dilmun fueron Inzak y Meskilak. El primero
es generalmente denominada Inzak de Agaru, posible referencia a la región de
Bahrein de donde procedía su culto, conociéndose una única mención a Inzak de
Dilmun84.
Pero la divinidad más importante, y que centra la atención de la investigación, es
Enki, relacionado como hemos visto con el llamado problema sumerio. Nashef
señala que nada indica la existencia de un culto a Enki en Dilmun85, debiéndose
entender las menciones en sellos de la isla de Failaka a Enki como resultado de la
proximidad entre Eridu y esta isla, y la asociación entre Enki y Dilmun solo puede
producirse tras un largo período de contactos comerciales, identificándose entonces
a Inzak y Meskilak con Enki y Damgalnuna, la pareja divina de Eridu. Como señala
Nashef al referirse a las menciones míticas sumerias respecto al paraíso de Dilmun,
es claro que estas composiciones son el resultado de diversos procesos mentales y,
difícilmente, son la fuente correcta para obtener una información histórica sobre
Dilmun86.
En el centro de estas consideraciones de Nashef, y otros investigadores, están
dos composiciones literarias; El mito de Enki y Ninghursa y Enki y el orden del
mundo*1. En ambas composiciones, Dilmun es mencionada como una tierra bende­
cida por los dioses y en unos términos que han hecho pensar en una equiparación de
Dilmun con el paraíso. Sin embargo, esta relación de Enki con Dilmun deben enten­
derse, en nuestra opinión, como el resultado del deseo de las ciudades sumerias, en
especial Eridu, de integrar aquellas tierras del golfo con las que mantenían relacio­
nes comerciales en el orden, en su mundo conocido, y no como prueba de un posi­
ble origen de Enki en el golfo. Dilmun está siendo integrada por una divinidad,
pauta común en todas las culturas, al mismo tiempo que su relación con Dilmun
garantiza la validez de los intercambios y los protege.

Dilmun como "port of trade"


Las islas que componen el archipiélago de Bahrein disfrutan de una posición
estratégica en el Golfo Pérsico, convirtiéndolas en un centro indispensable para el
comercio y el trafico marítimo a lo largo de toda la historia de la región. A su privi­
legiada geografía, hay que unir que sus tierras proporcionaban agua fresca y produc­
tos agrícolas con los que ayudar a los barcos que navegaban por esas aguas. Ade­
84 Nashef (1983), 1-2.
m Nashef (1983), 6.
86 Nashef (1983), 5.
87 Berlín (1983).
88 A n to n io P ér e z L arga ch a

más, su estratégica posición le permitía actuar como centro receptor de productos


procedentes de lejanas tierras como Magan o Meluhha y distribuirlas posteriormen­
te a los Estados mesopotámicos88.
Analizando los mitos, observamos que Dilmun está dotado de un aura fabulosa,
algo que no encontramos sin embargo en relación con Magan y Meluhha, lugares
más lejanos y distantes y de donde, significativamente, provienen la mayoría de los
productos que Dilmun proporciona a Sumer y Accad. Como apunta Michalowski la
razón de ello puede estar en que Dilmun está lo suficientemente lejos para que casi
nadie haya viajado allí nunca, aunque sí lo suficientemente cerca como para propi­
ciar el contacto con Sumer89, confirmando ello que Dilmun, a pesar de tener una
localización concreta en algunos textos, es una construcción mental, un nombre sin
una relación directa con un lugar concreto.
La consideración de Dilmun como un centro comercial que servía de interme­
diario en el tránsito de mercancías a Mesopotamia, encuentra un apoyo en el impor­
tante templo de Barbar de la isla de Bahrein90, donde pudieron tener lugar muchos
de los intercambios.
Referencias a comerciantes de Dilmun son conocidas en el archivo de Mari o el
más importante de Ur. El problema esta en determinar si estos comerciantes eran de
Dilmun o, por el contrario, eran mesopotámicos. Al respecto, es interesante la hipó­
tesis de Potts de que la denominación del templo de Barbar es sumeria, llamada así
por ser el templo de extranjeros en Dilmun91. Si ello es aceptado, el papel del tem­
plo de Barbar como lugar de adoración de los comerciantes que están lejos de su
casa92 y, lo que es más importante, como lugar donde se realizarían los intercam­
bios, adquirirá una mayor consistencia93.
En el templo, en sus diferentes fases, no se ha encontrado dedicación alguna. Sin
embargo, arquitectónicamente, especialmente en lo referido a los Templos I y II, su
forma oval recuerda a un estilo provincial sumerio94. Igualmente, las técnicas de
masonería del templo II, confirman que artesanos de Magan pudieron participar en
su construcción, presentando similitudes con las técnicas utilizadas en las tumbas
circulares y lugares de habitación rectangulares de Ornan95, algo que confirma el
88 Es por ello que en los textos encontremos ocasionalmente a Dilmun asociado con productos como
el cedro, cobre u otros que en realidad no podían obtenerse en él, algo que explica en gran medida el
debate que siempre ha existido sobre la identificación de Dilmun.
89 Michalowski (1986), 134.
90 El papel de los templos como garantes de los intercambios ya ha sido mencionado,
91 Potts (1983).
92 No hay que olvidar que las principales divinidades de Dilmun tienen su contrapartida sumeria, cf.,
Nashef (1983).
83 La posibilidad de que Barbar sea un nombre sumerio se basa en lu palabra sumeria bar, que signi­
fica extranjero, en acadio barbaru. Al respecto, hace años Weidner (1913) apunto la posibilidad que el
término barbara del mundo griego procediera de una duplicación del sumerio bar.
84 Andersen (1986).
95 Doe (1986).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 89

papel de Dilmun como centro intermedio, no sólo en el trafico comercial, sino tam­
bién en técnicas de construcción, etc.
Pero esa función de Dilmun como port of trade también puede ser aplicada, aun­
que en menor medida, a Magan si, como todo indica, muchos de los productos que
en los textos aparecen como procedentes de Magan, en realidad procedían de
Meluhha96, siendo llevados a Magan para ser comerciados, siendo posteriormente
trasladados al port of trade por excelencia, Dilmun.
Al respecto, puede resultar significativo que en todos los textos, el orden de
mención sea Dilmun, Magan y Meluhha, del más próximo al más lejano, siendo la
única excepción la mención de Sargón de Acad a los barcos procedentes de Meluh­
ha, Magan y Dilmun, indicando en este sentido el trayecto de los barcos. No hemos
de olvidar que es durante el período acadio cuando las relaciones, o al menos las
menciones en los textos, con Magan y Meluhha están documentadas.
Pero el papel de Dilmun como port of trade está también confirmado por el
hecho de que en ningún texto se hace referencia a Dilmun como un país montañoso
o donde existan bosques, características propias de Magan y Meluhha, siendo por
ello que en el propio mito de Enki y el orden del mundo se diga que Magan y
Meluhha proporcionaban madera a Dilmun para la construcción de los barcos. Tam­
poco Dilmun tenía entre sus recursos o productos cobre ni madera, dos de los pro­
ductos demandados por Mesopotamia y que sí eran abundantes en Magan y Meluh­
ha, pero que en la imaginación quedaron ligados a Dilmun por ser allí desde donde
se embarcaban camino de Mesopotamia, ya que el producto de Dilmun eran los
dátiles.
Un aspecto a considerar es la estructura de los intercambios," los cuales presentan
importantes diferencias con el comercio establecido por las colonias Uruk en el IV
milenio. Así, no se han encontrado, todavía, ciindros sellos, tablillas o asentamien­
tos sumerios en el Golfo, indicando ello que en ningún momento se establecieron
colonias ni hubo, posiblemente, un desplazamiento importante de población hacia el
Golfo. Por ello, el comercio pudo estar en manos de la propia población de Dilmun,
adquiriendo así sentido las referencias a los barcos de Dilmun y las referidas a las
caravanas de Dilmun. En íntima relación con esa ausencia de actividad colonial en
el Golfo, puede estar ese aura de tierra fabulosa que Dilmun conservo con el paso
del tiempo, ya que el desconocimiento físico de la misma propiciaba que su visión
idílica se conservara.
Por último, debemos hacer referencia a los sistemas de medida empleados en las
transacciones comerciales y que, significativamente, confirman la consideración de
Dilmun como centro intermediario en el comercio. Según muchos de los textos con­
servados, además de los hallazgos arqueológicos, las unidades de medida utilizadas
eran las de Harappa, es decir, Meluhha97.
96 Weiserber (1986).
97 Roaf (1982).
90 A n to n io P ér ez L a r g a c h a

Magan
Magan es una tierra a mitad de camino entre Mesopotamia y las civilizaciones
del Valle del Indo -Meluhha-. Por lo general, estos dos nombres designan entidades
históricas y geográficas concretas, pero ocasionalmente adoptan un aura legendaria
y fabulosa, localizándose en los límites del mundo98.
Identificada con la Península de Omán, también existe la posibilidad de equipa­
rarla con Makkran, en la costa del Irán. Al igual que sucederá con Meluhha, la
documentación mesopotámica nos ilustra como términos utilizados para referirse a
unas tierras lejanas pueden hacer referencia a tierras distintas y lejanas entre si, ya
que en la documentación del primer milenio a.C, Magan será utilizado para referirse
a Egipto y Meluhha a Nubia.
La primera mención a Magan en los textos se produce en la famosa mención de
Sargon de Acad a los barcos de Dilmun, Magan y Meluhha, realizando posterior­
mente Manistusu y Naran-Sin campañas contra Magan".
Sin embargo, el botín teóricamente obtenido por Naran Sin durante su campaña
a Magan puede entenderse como una prueba más de que los términos de Dilmun,
Magan y Meluhha no siempre deben identificarse con lugares concretos y fijos. Así,
uno de los principales objetos obtenidos como botin es el alabastro, pero la Penínsu­
la de Omán, la identificación de Magan, carece de este producto, lo que lleva a Potts
a pensar que la campaña de Naran-Sin se realizó en realidad en la lado iranio del
golfo, confirmando que Magan puede hacer referencia a ambas orillas100.
Con posterioridad al Imperio Acadio, las relaciones comerciales fueron mayo­
res, a juzgar por los textos de Gudea y de Ur Nammu, así como por los textos eco­
nómicos de Isin-Larsa y del período Babilónico antiguo101. Así, en la III dinastía de
Ur y en el reinado de Amar-Sin (2046-2038), encontramos la mención a un Ensi de
Magan, algo que puede interpretarse como que Magan era en ese momento una pro­
vincia del imperio de la III dinastía de Ur.
Sin embargo, y a pesar de su creciente presencia en los textos, las influencias
mesopotámicas son menores, así como el numero de objetos encontrados, algo que
podría explicarse por el hecho de que Dilmun reforzaría su función de port oftrade,
siendo los contactos directos escasos o inexistentes.
En todos los estudios se señala que las menciones a Magan desaparecen tras la
III dinastía de Ur, lo que no implica que productos de Magan dejaran de llegar a
Mesopotamia, sino que éstos son obtenidos a través de Dilmun. Cuando en el 1700
a.C. Dilmun dejó de proporcionar cobre a Babilonia, la actividad en la península de
98 Gelb (1970).
99 La campaña de Naran-Sin, según reflejan los textos, fue como consecuencia de una rebelión con­
tra los acadios, cf, Grayson (1976). Sobre las inscripciones reales acadius, cf., Sollberger & Kupper
(1971).
100 Potts (1986b).
101 Cleuziou (1986).
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 91

Omán no se reanudó hasta mucho tiempo después, volviendo a aparecer en las fuen­
tes con Tukulti-Ninurta I (1243-1207)102.
Esta interpretación, basada en la ausencia de menciones en los textos y de evi­
dencia arqueológica en la Península de Omán, puede cambiar en cualquier momen­
to. Así, algunos hallazgos realizados en Tel Abraq pueden relacionarse con la exis­
tencia de contactos entre Magan y el Elam, al mismo tiempo que objetos familiares
a una tradición procedente de Dilmun se encuentran en Magan a comienzos del
II milenio103. Pero estos datos son escasos aún, y su interpretación difícil, pero la
posible aparición de objetos con una tradición originaria en Dilmun no debería sor­
prender si recordamos que Dilmun actuó de intermediario.
Los principales productos que son obtenidos de Magan son el cobre y la diorita,
siendo ésta última la piedra utilizada para las grandes obras artísticas, como la estela
de Naran-Sin. Respecto al cobre, la importancia de Magan queda recogida en los
textos que se refieren a esta tierra como m ontaña de cobre.

Meluhha
La localización de Meluhha parece estar en el valle del Indo, más concretamente
en el actual Pakistán donde antiguamente se desarrolló la cultura de Harrapa, siendo
los productos que de allí procedían los más variados y ricos: lapislázuli, cobre, oro y
distintas clases de madera.
Al igual que sucede con Magan, las referencias a esta lejana tierra datan básica­
mente del período acadio donde, aparte de la famosa frase de Sargón, encontramos
una tablilla en que se menciona a un hombre como el que p o see un barco de M eluh­
ha y en un cilindro sello Su-ilisu, intérprete de M eluhha. Los contactos continuaron
con Gudea de Lagash, quien dice que de Meluhha vinieron hombres con madera y
otros productos exóticos con los que construir el templo.
Con posterioridad, y a pesar de que en la III dinastía de Ur existen referencias en
los textos a Meluhha, no hay dato alguno, arqueológico o literario, que confirme la
existencia de contactos directos. Así, un análisis de los textos de Ur III104 refleja que
a diferencia de lo que sucedia con anterioridad, no hay referencia alguna a la llegada
de barcos o productos de Meluhha, es más, todas las referencias hacen referencia a
una villa de Meluhha donde se recogen distintas cantidades de grano como donacio­
nes al templo, por lo que se ha pensado que estos hombres pueden ser los herederos
de antiguos comerciantes, ahora establecidos en Mesopotamia y que en los textos
aparecen diferenciados étnicamente105, aunque algunos de ellos tengan nombres
102 Grayson (1987), 237ss.
i»3 Potts (1993b).
104 Parpóla et alli (1977).
ios Parpóla el alli (1977), 152.
92 A n to n io P ér e z L a r g a c h a

súmenos. Cronológicamente, esta situación coincidiría con el final de las culturas


urbanas en el valle del Indo, algo confirmado por el hecho de que las escasas refe­
rencias a productos de Meluhha se ponen en relación con los barcos de Tilmun.
En relación con esos posibles descendientes de antiguos comerciantes de Meluh­
ha en Mesopotamia, Lamberg-Karlovsky ha introducido una variante que necesita
aún confirmación pero que es plausible: los contactos de Meluhha con Mesopotamia
coinciden con un período de florecimiento cultural en el valle del Indo, ¿no podría
ponerse en relación el establecimiento de contactos con una expansión comercial, o
colonial, de esas culturas y no como consecuencia de una ampliación del horizonte
comercial mesopotámico?. En concreto Lamberg-Karlovsky equipara el proceso al
que se produjo con las colonias Uruk del Norte de Siria y señala que mientras obje­
tos del valle del Indo aparecen en Mesopotamia, no sucede al revés106.
Meluhha puede ser uno de los mejores ejemplos de cómo muchos de los térmi­
nos geográficos utilizados en la Antigüedad en relación a tierras lejanas, exóticas y
fabulosas iban trasladándose según la actividad comercial, el conocimiento de
dichas regiones y los contactos con otras culturas, pauta en íntima relación con los
llamados mapas mentales mencionados al referimos a Dilmun.
Así, Tosi ha apuntado la posibilidad de que el término Meluhha no indique un
lugar geográfico concreto, sino una amplia región de lo que en las fuentes clásicas
será el Mar Eritreo, llegando incluso a estar en relación con el cuerno de Africa e,
hipotéticamente, llegar a tener un contacto con los barcos egipcios que iban a la tie­
rra de Punt107. Esta posibilidad existe a juzgar por la documentación y la historia
conocida de las culturas del Indo.
Tras las menciones a Magan y Meluhha en los textos oficiales acadios, estas
regiones van desapareciendo de la documentación. En la segunda mitad del II mile­
nio, la historia proximo oriental esta dominada por los intercambios comerciales, los
tratados de paz, la lucha por ciertos territorios, etc., adquiriendo en Mesopotamia
fama, o al menos cierto conocimiento, los productos que Egipto obtenía en el sur, en
Nubia, lo que lleva a afirmaciones como la de Tusratta en el sentido de que en Egip­
to era más abundante el oro que el polvo, pero el termino Nubia o Punt no aparece
en la documentación mesopotámica, pero si el de Meluhha al referirse a estos pro­
ductos del Sur, confirmando que Meluhha hacia referencia, básicamente, a lo que en
las fuentes clasicas se conocerá como Mar Eritreo, con especial incidencia en
Nubia108.

106 Lamberg-Karlovsky (1986b).


107 Tosí (1986), 107.
EA 70,19, 95,40. 108,67; 112,20; 114,63; 117,81,91,93; 132,57; 133,17. En algunos textos
Meluhha es descrita como la tierra de hombres negros. Sin embargo, no todas las referencias a estos
hombres negros deben identificarse con Nubia ya que, por ejemplo, en la destrucción de Agade encontra­
mos la siguiente mención: Los Martu de las tierras altas que no conocían el grano...los Meluhitas, el
hombre de la tierra negra, en un período en el que no existía un conocimiento, o una relación, entre
l'gipto y Mesopotamia. Pero el debate continua, como lo confirma el último trabajo de Heinsohn (1993),
LAS TIERRAS MITICAS DE MESOPOTAMIA 93

Esta traslación, o ampliación del término Meluhha, tiene su explicación en la


concepción del universo mesopotámica, donde se pensaba que un gran océano rode­
aba toda la tierra, aunque en realidad este se concretara en dos lugares, el mar supe­
rior -el Mediterráneo- y el mar inferior -Golfo Pérsico-. En este esquema mental,
cualquier lago o región marítima con el que se entrara se consideraba una manifes­
tación bien del mar superior o inferior109, así el lago Van era una manifestación del
mar superior y el Mar Rojo del mar inferior y, por extensión, del limite anterior­
mente establecido a ese mar, Meluhha.

Conclusión
Las diferencias entre la civilización egipcia y la mesopotámica son numerosas,
pero en ambas podemos detectar una misma función de los términos que utilizan
para designar las tierras lejanas donde obtenían productos fabulosos, ya que podían
hacer referencia a amplias regiones, no siempre localizadas en un lugar concreto, al
mismo tiempo que iban trasladándose a medida que los contactos se ampliaban o
cambiaban. El Punt se refería al Mar Rojo y a la tierra situada entre la costa y el
valle del Nilo en Nubia, teniendo un límite más al sur con el paso del tiempo. Res­
pecto a Dilmun, es el único término que pudo tener unos límites más o menos esta­
blecidos, aunque no fijos, pero Magan y Meluhha, lugares que posiblemente pocos
mesopotámicos visitaron, eran desconocidos, pasando con el tiempo a designar
otras regiones y países con los que se establecieron contactos. Respecto a esto últi­
mo, un detalle significativo es que a lo largo de más de tres mil años de historia, los
mesopotámicos estaban dando forma a lo que en el mundo clásico se conocerá
como el Mar Eritreo, a donde se dirigieron numerosas exploraciones, descripciones
y campañas comerciales.
No quisiéramos terminar nuestro viaje por estas tierras próximo orientales sin
dejar en el aire una pregunta que futuras investigaciones podrán clarificar. El signi­
ficado e historia de tierras como Magan y Meluhha se han analizado siempre desde
la perspectiva del mundo mesopotámico, considerando que esas tierras fueron
incluidas en las prácticas comerciales de Sumer. Ello se debe a que la historia anti­
gua suele realizarse desde la perspectiva de unas entidades políticas dominantes,
pero cabría preguntarse si las culturas urbanas del valle del Indo no pudieron desa­
rrollar la misma política que aceptamos para Egipto o Mesopotamia: la exploración
y obtención de productos exóticos en tierras lejanas, explicando ello la existencia de
los contactos y la más que posible existencia de comerciantes de Meluhha en las
ciudades sumerias. La cultura de Harappa y sus herederas, junto a las civilizaciones
desarrolladas en China o Japón nos son totalmente ajenas, pero la impresión que de
ellas se obtiene es que en muchos aspectos igualaron y superaron a las culturas que
109 Liverani (1990), 53.
94 A n to n io P é r e z L a r g a c h a

nuestro mundo occidental considera como las primeras civilizaciones de la humani­


dad, Sumer y Egipto. Por ello, no deberíamos sorprendemos si en próximos años se
presentaran pruebas que reflejaran la visión fabulosa, rica o, por el contrario, atrasa­
da, de costumbres bárbaras, de las culturas mesopotámicas por parte de las civiliza­
ciones del Valle del Indo.
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Textos
Mito de Enki y Ninhursag
El lugar es puro
la tierra Dilmun es pura
la tierra Dilmun es pura, la tierra Dilmun es limpia
la tierra Dilmun es limpia, la tierra Dilmun es lo más resplandeciente
Cuando solos, se han asentado en Dilmun
el lugar en el que Enki se ha asentado con su esposa
ese lugar es limpio, ese lugar es lo más resplandeciente...
...En Dilmun el cuervo no profiere graznidos
el pájaro-í'mdw no profiere el grito del pájaio-ittidu,
el león no mata,
el lobo no roba la oveja,
desconocido es el perro salvaje, devorador de cabritos
desconocido es el jabalí, devorador de grano
desconocida es la...viuda
la paloma no inclina su cabeza
el de ojos enfermos no dice "tengo mal en los ojos"
el de cabeza enferma no dice "tengo mal en la cabeza"
la vieja no dice, "soy una mujer vieja"
BIBLIOGRAFIA 99

el viejo no dice "soy un hombre viejo"


la doncella no se baña, no se vierte agua resplandeciente en la ciudad
el sacerdote, lamentándose, no da vueltas a su alrededor
el cantor no profiere lamentos

Enki y el orden del mundo


...yo admiro sus florecientes cedros
Los países de Magan y Dilmun
me buscan a mi, Enki
Los barcos de Dilmun efectúan el amarre,
los barcos de Magan cargan hasta la altura del cielo,
los barcos magilum de Meluhha
transportan oro y plata
lo llevan a Nippur, para Enlil, el rey de todas las tierras...
...el marchó a la tierra de Meluhha.
Enki, el señor de Abzu, decreto sus destinos:
"Tierra negra", que tus árboles sean árboles altos, árboles de montaña
que tus tronos puedan ser tronos del palacio real,
que tus cañas sean cañas gigantes, cañas de montaña,
que tus héroes en el campo de batalla sepan empuñar las armas...
...que tu plata sea oro,
que tu cobre sea estaño para el bronce...
...El purificó, volvió espléndida la tierra de Dilmun...
...dio palmeras a su fecundo campo, comió sus dátiles
TIERRAS FABULOSAS
DEL IMAGINARIO GRIEGO
F. Javier Gómez Espelosín
PRESENTACION

La imaginación del hombre griego siempre voló en busca de tierras fabulosas,


ideales, míticas o fantásticas que compensaran las miserias y limitaciones de una
existencia real, por lo general mucho más insatisfactoria y efímera que discurría en
medio de un paisaje ciertamente singular pero duro y difícil para la vida diaria. Con
escasos cursos de agua de cierta entidad y una vegetación más bien pobre, el hom­
bre griego tendía a imaginar escenarios idílicos a la manera de verdes praderas sur­
cadas por cauces de aguas trasparentes o de lugares boscosos en los que abundaban
los árboles de todas clases. Unos lugares ideales en suma que permitieran llevar en
ellos una vida placentera y feliz1. Esta clase de fabulaciones tendía por una parte a
situarse en un pasado remoto al principio de los tiempos, en el que los hombres dis­
frutaban todavía de todas las bendiciones de la tierra sin esfuerzos ni fatigas en
compañía de los dioses. El mito de la edad de oro, tal y como aparece en Hesíodo,
fue seguramente recreado a menudo en la mente de los hombres a lo largo de todos
las épocas en esa nostalgia infinita por algo que se ha perdido de manera irreme­
diable2.
Sin embargo esa misma nostalgia se trasformaba a veces en una esperanza firme
en un futuro igualmente lejano e incierto donde podría volver a repetirse de nuevo
aquella situación primordial de felicidad. En este segundo aspecto incidieron sin
duda también de forma importante ciertas creencias religiosas de carácter escatoló-
gico que trasladaban la verdadera existencia del hombre a un paraíso ulterior a la
muerte, conscientes de la falta de opciones que el mundo real ofrecía en este sentido
y sabedores de las esperanzas que en el ser humano generan esta clase de expectati­
vas3. Sin embargo, a pesar de la importancia de estas necesidades de tipo trascen­
dente que ayudaran a soportar una vida difícil y llena de tribulaciones que culmina­
ba de forma brusca con la muerte, la búsqueda obsesiva de esta clase de paraísos
irreales se basaba a veces tan sólo en simples ansias de escapismo de una realidad
opresiva y alienante. Estos deseos se traducían en la fabricación de tierras ideales

1 Sobre la percepción mítica del paisaje, Dowden (1992), 121-133 y Buxton (1994), 80-113, donde
destaca la importancia de los factores culturales a la hora de percibir el paisaje.
2 Sobre el mito de la edad de oro, Gatz (1967).
3 Jackson Knight (1970).
104 PRESENTACION

allende los confínes del mundo, lejos del todo del alcance de los hombres, o de
forma algo más realista, en las regiones extremas del orbe, donde algunos privile­
giados podían encontrar respuesta a sus más íntimas aspiraciones. Se dibujaba de
este modo toda una geografía mítica y fabulosa que trascendía del todo los límites y
fronteras del mundo real, si bien utilizaba a su favor algunas de las informaciones
de que se disponía por aquel entonces sobre las zonas más apartadas, objeto de una
exploración todavía incipiente y problemática, y sujetas por tanto a las más atrevi­
das y fantásticas especulaciones.
El griego, como todo ser humano en este sentido pero con una mayor capacidad
quizá y una más amplia gama de recursos, dio rienda suelta a su imaginación a la
hora de construir estos espacios ideales. Sobre una base que sólo de lejos reflejaba
pálidamente una realidad material mal conocida y en consecuencia peor interpreta­
da, se elaboró todo un escenario tópico casi siempre compuesto por los mismos ele­
mentos constitutivos. El paisaje ideal añorado, en abierto contraste con la realidad
familiar más asequible, servía de morada a poblaciones fantásticas, dotadas por lo
general de una fisionomía extraordinaria y organizadas en una forma de sociedad
perfecta que a veces se reducía al simple estado natural sin otro tipo de convencio­
nes, y a una fauna singular en la que convivían por igual los productos de la fantasía
más disparatada o de los terrores más atávicos. Se establecía de esta forma un cierto
equilibrio entre las expectativas ilimitadas y las frustraciones consiguientes a la
incapacidad de alcanzar aquellas regiones. La riqueza proverbial en metales o plan­
tas aromáticas se veía compensada por la vigilancia inexorable de seres monstruo­
sos que tenían a su cargo el impedir con su presencia la fácil adquisición de tales
productos por cualquier recién llegado hasta aquellos remotos confines. La situación
de lejanía extrema, que exigía un viaje excesivamente largo y arriesgado, y la pre­
sencia cercana de accidentes geográficos tan emblemáticos y significativos como el
Océano primordial que rodeaba la tierra o cadenas de montañas elevadas que resul­
taban infranqueables hacían el resto, convirtiendo estos lugares en verdaderas tierras
fabulosas situadas por definición completamente fuera del alcance de los simples
mortales4.
Sin embargo los deseos de idealización no se detuvieron por ello y buscaron a
veces una localización más próxima a las posibilidades reales del hombre. Se trata­
ba en muchos casos de las regiones vecinas o al menos de aquellas otras que estaban
localizadas en un horizonte conocido al otro lado del mar. De estos países llegaban
noticias más frecuentes a través de los relatos de viaje de mercenarios, comercian­
tes, médicos o aventureros que se habían desplazado hasta ellas y habían consegui­
do volver rodeados de fama y expectación. Sin embargo los deseos de fabulación
que normalmente acompañan a esta clase de relatos5 desfiguraron completamente el
cuadro real de estos países, acabando por convertirlos en un estadio inferior dentro
4 Sobre estos espacios de los confines, Romm (1992).
5 Adams (1962), Von Martels (1994) y Gómez Espelosín (1995b).
PRESENTACION 105

de la misma escala de tierras fabulosas urdida ya por el pensamiento mítico, dado


que los aspectos puramente imaginarios y ficticios, construidos a veces sobre la
deformación esperpéntica de una realidad mal conocida, predominaban de forma
clara sobre una descripción más realista basada en una observación directa y veraz.
Este modelo de percepción se vio todavía ampliado por los prejuicios etnocéntricos
de una cultura como la griega, volcada sobre todo en si misma, y los estereotipos de
percepción del “otro” que se desprenden de una visión del mundo basada en estos
presupuestos. Se creó de esta forma un esquema abstracto, a veces puramente for­
mal en el que se iban introduciendo pequeñas variaciones circustanciales, cuya prin­
cipal finalidad no era otra que la de ejercer, a modo de un campo de pruebas, un
profundo ejercicio de reflexión interior sobre la propia cultura helenica, trasladando
a dicho espacio ideal todas aquellas preocupaciones y conflictos que de forma laten­
te inquietaban el espíritu griego que trataba de hallar de este modo una solución dra­
máticamente ilustrada a esta tipo de problemas6.
También la propia realidad inmediata favorecía a veces esta clase de idealizacio­
nes. Algunas regiones de la Hélade permanecieron al margen de las principales
corrientes del desarrollo histórico. Su posición geográfica o su especial topografía
determinó una cierta sensación de alejamiento de los centros de cultura e hizo de
ellas el lugar adecuado donde situar acontecimientos míticos primordiales como el
nacimiento de las divinidades, su sede favorita o la realización de determinadas
acciones fundacionales. La tendencia natural a situar más allá de los límites de la
polis, en aquellos parajes marginales que los griegos denominaban eschatia concre­
tados en bosques, marismas o montañas de las regiones limítrofes, todos aquellos
fenómenos extraordinarios que sobrepasaban la normalidad de lo cotidiano o consti­
tuían un riesgo importante para la vida civilizada como fieras descomunales en
forma de jabalíes, leones o serpientes, o poblaciones salvajes de aspecto bestial
como los centauros, se vió acentuada en estos casos por la limitación de las comuni­
caciones en un mundo donde el viajar constituía una experiencia excepcional7. Pero
a veces era el propio orgullo patrio el detonante principal para proceder a la ideali­
zación de una tierra, magnificando ciertos rasgos de su paisaje real mediante el
recuerdo de tiempos pasados más florecientes, que servían de punto de partida a ese
sentimiento particular que tenía en la autoctonía uno de sus motores de acción prin­
cipales, o a través de la recreación particular de un escenario idílico, donde pesaba
mucho más el deseo de superar a través de los recursos de la imaginación las defi­
ciencias implícitas que presentaba a este respecto el referente real inmediato8.
Resta por fin el simple deseo de fabular, de inventar paisajes imaginarios pobla­
dos por toda suerte de maravillas, de recrear los viejos mitos con intenciones críti­
cas y paródicas, que no ocultaban sin embargo este gusto por la fantasía libre que

6 Gómez Espelosín (1995d).


7 Marasco (1978) y André y Baslez (1993).
8 Jacob (1980/1).
106 PRESENTACION

desde siempre estuvo latente en la imaginación griega. Una imaginación desbordan­


te, repleta de ingenio, capaz de recrear con ciertas bases reales escenarios completa­
mente ficticios e ideales en forma de praderas umbrosas, bosques de densa y variada
vegetación, jardines de flores multicolores, por los que discurrían corrientes de agua
cristalina o de sustancias mucho más preciadas como el vino o la leche o la miel, y
rodeados de un ambiente eternamente primaveral. Un cuadro paisajístico perfecto
que constituía el marco adecuado para una existencia feliz, pero que a diferencia
ahora de las distintas evocaciones de la mítica edad de oro, eran tan solo recreacio­
nes paródicas llevadas a los límites del absurdo con el único objeto de divertir a un
auditorio que apreciaba esta clase de fantasías o de poner freno, en esta forma críti­
ca y decididamente escéptica, a todas estas fabulaciones.
Procederemos por tanto en las páginas que siguen a una revisión lo más amplia
posible de todas aquellas tierras fabulosas, entendido el término en su más amplio
sentido, que tuvieron una especial importancia o que figuraron al menos con insis­
tencia a lo largo de la literatura griega, estableciendo al tiempo una clasificación de
las mismas de acuerdo con los principios que hemos ido señalando hasta aquí.
ISLAS FABULOSAS

La fascinación por las islas parece una reacción natural dentro de la percepción
griega del mundo. Situados en medio de un mar como el Egeo, casi humanizado por
la constante presencia de archipiélagos desperdigados que servían de puente entre
un continente y otro, las islas eran para cualquier griego un fenómeno bien palpable
dentro del campo de la experiencia más inmediata. Al viajar de un lado a otro uno
se iba encontrando a lo largo de la ruta con su presencia tranquilizadora que ofrecía
lugares adecuados donde fondear las naves y las necesarias fuentes de agua con la
que aprovisionarse durante la travesía. Incluso aquellos que temían aventurarse por
las rutas marinas podían contemplar desde los promontorios costeros las numerosas
islas que jalonaban el litoral continental en casi todos sus puntos. Las islas habían
desempeñado también un papel crucial en el proceso de expansión colonial a lo
largo del período arcaico. En una primera tentativa los recién llegados solían utilizar
pequeñas islas cercanas a las costas o situadas en la desembocadura de un gran río
como asentamientos más seguros hasta que hubieran podido cerciorarse de las bue­
nas condiciones de la tierra a la que habían arribado o de las intenciones concretas,
amigables u hostiles, de las poblaciones indígenas circundantes. No son raros en
efecto aquellos casos en los que un establecimiento instalado inicialmente en una
isla acabó trasladándose con el paso del tiempo a tierra firme, constituyendo allí ya
el lugar definitivo de la colonia1.
Pero es que además de ser una realidad geográfica familiar y cercana, una isla
reunía una serie de características específicas que la convertían en el escenario ade­
cuado para todo tipo de idealizaciones. Una isla era en primer lugar un espacio geo­
gráfico cerrado al que sólo se podía acceder por mar, con lo que tenía de esta forma
garantizada del todo su seguridad desde el momento en que una potente flota era
capaz de resguardar sus costas o que la simple distancia podía mantener alejado a
cualquier tipo de visitante incómodo. La insularidad se convirtió así en el símbolo
de la libertad dentro del pensamiento político griego, tal como nos ilustra Heródoto
con el caso de Samos. Gracias a la posesión de una potente flota la isla se aseguró
su hegemonía en la región frente a las pretensiones anexionistas de las grandes
potencias continentales como Lidia primero y luego Persia.
1 Se pueden encontrar ejemplos en las páginas de Bosi (1982).
108 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Esta valoración de las condiciones políticas y estratégicas de la condición insu­


lar las hallamos también en Tucídides y su esquema del desarrollo histórico que
bosqueja en el inicio de su obra. La propia concepción periclea de la política ate­
niense en los primeros años de la guerra del Peloponeso apunta igualmente a esta
clase de consideraciones cuando incita a los ciudadanos del Atica a buscar refugio
tras la murallas de Atenas y dejar el campo expuesto a los ataques inmisericordes
del enemigo. La estrategia fracasó al final pues a pesar de que todos los condicio­
nantes apuntaban a ese objetivo, Atenas no era a fin de cuentas una isla en sentido
estricto y esta circustancia acabó pasando factura a sus habitantes. De las ventajas
que de la posición insular se derivaban para la pólis era también consciente un ene­
migo de la democracia como el Viejo Oligarca que expuso sus ideas en el pequeño
panfleto que ha llegado hasta nosotros.
A pesar de la importancia que tuvo en el mundo griego la navegación, la exten­
sión del mar abierto aterrorizó siempre a los marinos que en principio no solían
aventurarse por estos derroteros salvo en caso de extrema necesidad, prefiriendo una
navegación de cabotaje mucho más segura y tranquilizadora que permitía tener
siempre a la vista en el horizonte un cierto punto de referencia2. El hecho por tanto
de que una isla se encontrase situada en medio del mar o, todavía más, en pleno
océano, se traducía dentro de la percepción helénica como un lugar apartado en
extremo, fuera de las rutas habituales y por ello mismo lejos del alcance de la mayor
parte de los mortales. Esta sensación de distancia, más o menos acentuada, convirtió
a las islas en lugares ciertamente excepcionales en los que cabían toda clase de pro­
digios y maravillas al haber permanecido separadas del desarrollo histórico habitual
de las tierras continentales.
Una isla conservaba un espacio primigenio de vida desde sus orígenes y por ello
allí era factible que se dieran las condiciones ideales que en un momento dado de
los tiempos pretéritos pudieron darse también en otros lugares del orbe. Sin embar­
go las relaciones incesantes entre unos pueblos y otros, las guerras, las migraciones,
el comercio, habían ocasionado una cierta evolución histórica que había originado
cambios profundos en las condiciones iniciales de toda sociedad humana. Esta
degeneración progresiva desde un estado de cosas ideal hasta las penurias del
momento presente había quedado reflejada en el mito hesiódico de las razas, donde
se traducían los sentimientos de nostalgia por la felicidad perdida y un ansia de libe­
ración de los males presentes. Sin embargo las islas, a causa precisamente de su ais­
lamiento, habían conservado casi intactas las condiciones de ese universo primige­
nio, radicalmente distinto del actual, en el que las condiciones de vida se habían
mantenido inmutables e incluso la propia naturaleza no se había visto obligada por
la acción humana a variar su forma de comportamiento favorable para con los hom-
• Sobre la presencia del mar en la imaginación griega y sus temores y recelos ante él puede verse la
ulna de Ixsky (1947) y más recientemente, Vryonis (1993).
ISLAS FABULOSAS 109

bres, haciendo las veces de una madre pródiga más que las de un entorno hostil al
que era preciso dominar para sacar el máximo partido.
Este carácter esencialmente arcaizante o primigenio de las islas se aprecia en el
caso de Creta, una isla bien conocida y que desde un principio había desempeñado un
papel fundamental en el desarrolo de la civilización griega. Creta había sido el escena­
rio de mitos primordiales como el nacimiento de Zeus, constituido después en el padre
de los dioses y garante del nuevo orden olímpico del mundo, o el rapto de Europa, ori­
gen de tantos conflictos entre Oriente y Occidente. De Creta procedían ambién perso­
najes semidivinos como Cadmo el fundador de Tebas, el arquitecto Dédalo o la diosa
de los nacimientos Ilitía. En Creta había tenido su sede la primera talasocracia de la
historia, el imperio de Minos, que ejercía su dominio sobre todos los mares. La isla
había sido también la meta de alguna de las grandes expediciones heroicas de la saga
helénica como la del ateniense Teseo, encargado de liberar del minotauro a todos sus
compatriotas que año tras año acudían a la isla como tributo a la bestia. En términos
más propiamente históricos se describía a Creta como una tierra poblada de innumera­
bles gentes de todas las razas, sede de cien ciudades, tal y como aparece representada
dentro de la epopeya homérica. Entre sus reyes contaba el ilustre Idomeneo, uno de
los héroes principales que habían combatido ante los muros de Troya bajo las órdenes
de Agamenón. Por su situación, en medio del mar tal y como nos la describe Homero,
- “tras de la cual no se veía tierra alguna, sino sólo cielo y mar”- Creta era por tanto un
lugar apropiado en el que fijar toda clase de tradiciones arcaicas, vinculadas en una u
otra forma con los orígenes del mundo y de la raza helénica.
Otras islas desempeñaron también un papel fundamental dentro de la mitología
helena como sede del nacimiento de los dioses, morada de ninfas, escenario de
grandes acontecimientos o simple refugio de seres monstruosos. Una isla como Chi­
pre, también relativamente apartada en medio del mar y de la que se tenía una cierta
impresión de mezcolanza racial, era el lugar donde había nacido una diosa primor­
dial como Afrodita y en la isla se ubicaban también sus santuarios más célebres
como el de Pafos. Apolo y Artemis habían nacido en Délos y Dioniso estaba vincu­
lado a la isla de Naxos donde contaba con un importante culto. Hera se crió en
Eubea y sus gentes pretendían que éste había sido también el lugar donde se consu­
mó la unión divina entre la diosa y Zeus. En Rodas había tenido lugar el primer rito
sacrificial a Atenea. Fue en una isla, Esciros, donde Tetis quiso esconder a Aquiles
para evitar su temprano destino y en otra, Lemnos, donde el héroe Filoctetes fue
abandonado por sus compañeros a causa del mal olor que despedía su herida. En
islas tenían su morada seres como las Gorgonas, las Sirenas, Eolo, los Cíclopes o
los Telquines. Una isla lejana como la mítica Eritía era también la sede del mons­
truoso Gerión y eran frecuentes las islas en las que habitaban diosas solitarias como
Calipso o Circe, o las que estaban consagradas a determinadas deidades como Héca-
te, Ares o el Sol, o a héroes como Diomedes o Aquiles. Por fin fue debajo de islas
donde Zeus sepultó a los gigantes tras su victoria sobre esta monstruosa estirpe en
uno de los últimos intentos por cuestionar su evidente hegemonía.
110 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

Sin duda las islas tenían también una simbología cósmica. La isla representaba a
fin de cuentas la misma situación, aunque a escala reducida, de la tierra en su con­
junto que se hallaba rodeada por el océano. Se trataba por ello de un microcosmos
que reproducía las condiciones del mundo según la concepción en voga3. Es esta la
imagen que aparece representada en el célebre escudo de Aquiles en la Ilíada donde
se despliegan ante nuestros ojos en cinco círculos concéntricos las diferentes escalas
que componen el universo siendo Océano la más exterior de ellas. La insularidad
habría sido en este caso un recurso intelectual para pensar el mundo en un momento
en que la experiencia sensible no podía describirlo en su totalidad4.
Incluso desde el punto de vista de la curiosidad científica la isla aparecía tam­
bién como un objeto digno de atención particular. Ya Jenofonte destacó la originali­
dad de la fauna insular griega con respecto a la del continente y se había puesto en
relación la emergencia de islas en el mar con las grandes catástrofes naturales que
asolaron el mundo egeo en muchos momentos de la historia. Incluso la desaparición
de continentes que había tenido lugar también a través de estos procesos geológicos
había dejado huellas en ciertas islas que venían a representar los restos visibles de
estructuras mucho mayores ahora sumergidas por las aguas5.
Por todo ello no era de extrañar que cuando los griegos se pusieron a imaginar
tierras extrañas en las que la naturaleza ofrecía toda clase de facilidades y la vida en
ellas era por tanto dulce y agradable, en las que las penas y labores cotidianas no
existían o lo hacían en su más reducida e imprescindible expresión, y en las que
finalmente existía una forma de organización social perfecta en la que cada indivi­
duo recibía lo que le correspondía en justicia sin necesidad de altercados o conflic­
tos mutuos, localizasen habitualmente esta clase de sociedades idealizadas y casi
utópicas en una isla o grupo de islas. No resulta tampoco sorprendente el que esta
clase de islas aparezcan situadas en una geografía difusa e indeterminada que no
permite ni mucho menos su fácil localización. Ya los antiguos tuvieron serios pro­
blemas para ubicar dentro del mapa real algunas de estas islas y sus seguidores
modernos en este arduo pero entretenido menester continúan teniéndolos a pesar de
hacer gala de un voluntarismo más que optimista. La isla en definitiva se presentaba
a los ojos griegos como el lugar perfecto, ideal, en el que gracias a su aislamiento
protector no se había producido ningún tipo de corrupción de las condiciones de
vida primigenias. Islas además apartadas del resto que no habían sufrido tampoco el
declive moral y la mezcolanza racial que los contactos por mar provocaban habi­
tualmente según una cierta corriente de pensamiento representada por Platón prime­
ro y más tarde por Cicerón o Séneca6. El mar abierto con la inmensidad de sus
aguas por barrera protegía estos mundos ideales de toda otra interferencia y al tiem-
1 Vilatte (1991), 18.
4 Vilatte (1989), 8 y ss.
1 Gabba, (1981), 56-57.
" l’lat., Le/;, IV, 705 a; Cic., De Re Publ.JlA.
ISLAS FABULOSAS 111
po los situaba en un punto casi inalcanzable que corroboraba su aspecto mítico y
fabuloso. Del interés por las islas son buena muestra el que Diodoro de Sicilia con­
sagrase todo un libro de su Biblioteca a las mismas y que sean un elemento constan­
te de la literatura mitográfica y paradoxográfica que tanto éxito de público alcanza­
ron a partir del período helenístico. Una obra de esta clase como el tratado Mirabi-
les Auscultationes, falsamente atribuido a Aristóteles, dedica una parte considerable
de sus noticias a las islas.
Nos disponemos ahora a pasar revista a las diferentes islas fabulosas que apare­
cen a lo largo de la literatura griega sin necesidad de establecer una clasificación
pormenorizada de ellas de acuerdo con las características específicas que
presentan7. Nuestra intención es recoger todos aquellos testimonios relevantes que
afectan a tierras fabulosas que se han localizado en islas.

Esqueria: la patria de los Feacios


La isla de Esqueria, la patria de los feacios, se ha venido considerando, al igual
que el resto de los escenarios donde tuvieron lugar las aventuras de Odiseo, un lugar
puramente imaginario8. A pesar de los posibles indicios que podrían aludir a deter­
minadas situaciones históricas como podrían ser la época minoica, a través del papel
preponderante de la reina, o el primer período de la colonización griega, atendiendo
a la actividad de Nausitoo como oikistés, el episodio en su conjunto presenta rasgos
evidentes que incluyen la tierra feacia dentro de las tierras fabulosas. No en vano ha
sido considerado como la primera utopía superviviente de la literatura europea9.
Ciertamente dentro de la estructura general del poema el episodio desempeña
una función un tanto especial. Esqueria es la tierra a la que arriba el naúfrago Odi­
seo como final de sus aventuras y allí mismo recuerda ante el rey todo el resto de
sus andanzas por mar desde que salió de Troya y fue desviado de su ruta de retomo
por la acción de los vientos. También será el pais feacio el punto final de partida
para su viaje definitivo de regreso a su patria, Itaca, contando para ello con la cola­
boración inestimable de sus habitantes. Todo el pasaje guarda así un cierto carácter
de punto de inflexión narrativo. Odiseo encuentra en Esqueria los primeros hombres
civilizados a lo largo de su ruta después de haber afrontado sucesivos encuentros
con ninfas, diosas, monstruos, poblaciones salvajes e incluso haber visitado el
mundo de los muertos. Por otro lado, es allí también donde Odiseo recupera una
identidad que se había visto obligado a perder o disimular anteriormente como
forma de salvar su vida o por la fuerza de las circustancias. Cuando el protagonista
7 Esta labor la ha efectuado Martínez Hernández (1994a) y (1994b).
8 Una revisión sobre los diferentes intentos de localización y la propuesta de Corcira como lugar
representado en la mítica isla pueden verse en los dos trabajos de Shewan (1919). También Moulinier
(1958), 109-118. En general, Heubeck, West y Hainsworth (1988), 294.
9 Ferguson (1975), 14.
112 F . J a v ier G óm ez E spelo sín

se dispone a narrar ante el rey feacio Alcínoo sus aventuras marineras comienza por
reafirmar su personalidad verdadera, su nombre y procedencia, que le garantizan un
lugar, ilustre además, dentro del mundo de los hombres. De esta forma el pasaje fea­
cio podría interpretarse como una especie de puente de transición entre el mundo
del mito y la fantasía por el que el protagonista ha andado vagando todos esos años
desde que salió de Troya, y el mundo de la realidad en el que diferentes reinos se
reparten a la largo y ancho de una geografía concreta en la que las referencias perso­
nales o locales tienen ya completo sentido10. Desde un punto de vista simbólico, la
tierra de los feacios podría interpretarse como una especie de umbral que prepara al
héroe para reingresar en el mundo de los mortales después de las experiencias vivi­
das dentro de un universo sobrehumano como el de los Cíclopes, el de la n in fa
Calipso o de la maga Circe, el enclave de las Sirenas, o la bajada al Hades. La esca­
la descomunal de estas andanzas requeriría quizá un cierto adecuamiento, un “rite
de passage” al mundo contingente de los humanos, de dimensiones mucho más
reducidas, al que ahora se dispone a retomar.
Situada por tanto en un enclave tan particular, a medio camino entre lo sobrena­
tural y lo puramente humano, la tierra de los feacios presenta una curiosa mezcla de
ambos elementos que convierten el pais en un escenario ambiguo cuyos precisos
componentes se inclinan de un lado y del otro a la hora de intentar analizar su pro­
cedencia. De lo que no caben dudas es de su posición apartada “lejos de los hom­
bres industriosos”, “lejos en el brumoso ponto”, dentro de una geografía indetermi­
nada que apunta más bien hacia los confines del mundo. Los feacios son calificados
efectivamente de ecJxaToi, “los más apartados”, tanto que su situación extrema
impide la relación con el resto de los hombres y hace de la isla un lugar a salvo de
cualquier incursión enemiga dentro de un agradable y seguro aislamiento11. No
tiene apenas sentido utilizar las vagas referencias que el poeta suministra para tratar
de localizar la isla dentro de un mapa real. Se nos dice así que Odiseo ha avistado
las montañas de Esqueria tras diecisiete días de navegación desde que salió de Ogi-
gia, la morada de Calipso. Sin embargo la más que problemática identificación de
esta última nos sitúa ante uno de esos casos donde para explicar algo hemos de
recurrir a un término también poco claro -obscura per obscuriora- dado que la cita­
da isla se encuentra de lleno en el terreno de la geografía imaginaria sin que sirva de
mucho la mención de las jomadas de navegación que ha necesitado el héroe hasta
avistar las tierras feacias12. Tampoco la mención explícita de un viaje a Eubea que

10 Sobre esta función mediadora de los feacios, Segal (1962).


11 Od. VI, 8éi«te dvSptov áX4>r|CTTáci)v
VI, 204-205 olicéo^iev S ' áuái'euQe ttoXukXwcttcü eví trói'Tcp
ía xaTOL, oúSé ti" ap.p.i (BpoTúv ¿mplcryeTai áXXo?
VI, 279 ái'Spúv -rriXeSaTráii', ¿rrd oí) Tive? éyyú6ev elatu
12 Se ha tratado de identificar Ogigia con un lugar cercano al estrecho de Gibraltar, cf. Moulinier
(1958), 107. Sin embargo no se olvide el carácter aleatorio que las distancias tienen en la narración épica
sin que se correspondan normalmente con recorridos e itinerarios reales.
ISLAS FABULOSAS 113

los feacios dicen haber llevado a cabo en algún momento, con el objeto de llevar
hasta allí a Radamantis, utilizando para ello una sola jomada, nos sirve de mucha
ayuda. La excepcional rapidez de sus naves y su carácter inteligente, que las conver­
tía en una especie de ingenios mágicos, hacen posible este recorrido desde cualquier
punto del orbe convirtiendo cualquier distancia en un dato absolutamente irrelevan­
te a la hora de determinar con meridiana precisión la posible ubicación geográfica
de Esqueria, que queda del todo circuscrita al terreno de lo imaginario.
La isla cuenta además con una historia mítica que refuerza en buena medida su
condición de tierra fantástica, al sernos presentada dentro de un contexto divino en
el que parecen irrelevantes cualquiera de las vicisitudes humanas. Los feacios no
eran efectivamente una población autóctona de la isla. Al parecer habitaban en prin­
cipio la tierra de Hiperea, vecina de los Cíclopes, circustancia que los entronca de
lleno con la geografía imaginaria en la que Odiseo había estado moviéndose hasta
entonces. Sin embargo, como eran objeto de continuas injusticias por parte de tan
terribles vecinos, Nausitoo, su rey, los trasladó hasta Esqueria para ponerles a salvo
de toda injuria o daño13. La isla se hallaba por tanto lejos de los hombres, como ya
se ha dicho, pero al parecer lejos también del alcance de razas monstruosas como
los Cíclopes que componían un especial universo divino y primigenio. Su fundador
Nausitoo era además un hijo de Poseidón y de Peribea, la hija menor de Euridaman-
te que según nos dice el poeta “gobernaba entre los Gigantes”. Esta circustancia
convertía por tanto a los feacios en descendientes directos de esta raza sobrehumana
que compartía con los Cíclopes el universo preolímpico anterior al ordenamien­
to cósmico impuesto por Zeus. Su genealogía los situaba de lleno dentro de los
•rreípaTa yaÍTis, los extremos de la tierra donde tenían su morada estos descomuna­
les seres y por ende dentro del ámbito de un universo casi divino y sobrenatural,
ajeno del todo al alcance del mundo de los hombres.
Esta conexión con el linaje de los dioses refuerza igualmente el alejamiento de
los feacios del resto de los mortales. Pero no era sólo cuestión de genealogía. Su
propio aspecto exterior, su carácter, las dimensiones magníficas de sus estancias, el
extraordinario boato de sus pertenencias, su forma de vida muelle y relajada, su
contacto habitual con la divinidad y la preocupación evidente que suscitaban en los
inmortales, hacen de los feacios una raza aparte del resto de los hombres. Eran efec­
tivamente “muy queridos de los dioses” y quizá por ello fueron trasladados de lugar
ante la amenaza que para su seguridad representaba la vecindad de los Cíclopes. Su
semejanza a los dioses impulsa a Atenea a agrandar a Odiseo en la forma adecuada
con ocasión del banquete que los feacios ofrecen en su honor para que el huesped se
ajuste a la nueva situación14. Comparten con los mismos dioses el lugar en los ban­
quetes y reciben de ellos sobresalientes dones como las fuentes que manan en
el huerto de Alcínoo o los perros de oro fabricados por Hefesto que custodian su
13 Od„ VI, 4-7.
14 CW.,VIII, 18-20.
114 F . J a v ier G ó m ez E spelo sín

palacio15. El mobiliario y los utensilios responden también a estos mismos paráme­


tros y encontramos así un trono con clavos de plata, jarros de oro, una jofaina de
plata o una mesa pulimentada.
El aspecto de la isla reúne además todos los ingredientes de un paisaje idealiza­
do. Homero no nos ofrece una descripción secuenciada de la misma y es solo a base
de pinceladas intermitentes como llegamos a percibir su imagen. Sin duda hemos de
contar con la evidente standarización del lenguaje épico con sus fórmulas fijas, que
distan mucho de representar cualquier visión objetiva de la realidad y están más
acordes con las necesidades de la “performance” oral o de las cuestiones del metro,
pero a pesar de ello el poeta ha descrito el entorno circundante de los feacios con
rasgos que reflejan una concepción idealizada de la naturaleza. La princesa Nausi-
caa poco antes de su encuentro con Odiseo se dirige hacia unos lavaderos que se nos
dice son perennes y se encuentran en la “hermosísima corriente del río”. Su agua
podía incluso lavar la ropa más sucia y un río de hermosos torbellinos discurre entre
unas orillas con “fresca hierba suave como la miel”16. Odiseo encuentra en su ruta
hacia la ciudad un bosquecillo de Atenea donde mana una fuente y alrededor hay un
prado. Allí se encuentra también el cercado de Alcínoo y la florida viña. Un gran
huerto en las proximidades del palacio tiene árboles de todas clases de frutos peren­
nes que se van sucediendo unos a otros con el correr de las estaciones de forma
ininterrumpida. En el huerto hay también dos fuentes que surten de agua a los ciu­
dadanos. Toda esta exhuberante y pródiga naturaleza de la que gozan los feacios es
calificada por el poeta como dádivas de los dioses, que de este modo demostraban
su afecto hacia el pueblo de los feacios17.
Esta visión de una naturaleza armoniosa y en perfecta conjunción con el hombre
se extiende igualmente a la ciudad que los feacios habitan. Es cierto que en princi­
pio podría tratarse simplemente de una pólis cualquiera pero no cabe ninguna duda
de que sus rasgos fundamentales han sido magnificados y llevados casi al culmen de
la perfección. La ciudad está rodeada por una elevada muralla y tiene a ambos lados
un hermoso puerto que sirve de refugio a sus naves. En el centro de la ciudad se
levanta un ágora construida con piedras gigantescas que hunden sus raíces en la tie­
rra y en el medio se alza un hermoso templo de Poseidón. Que no se trata de una
ciudad cualquiera similar a las muchas póleis existentes por todo el Egeo queda
puesto de manifiesto por la admiración que tales construcciones suscitan en Odiseo,
pues al decir del poeta constituían ciertamente una “maravilla de ver”18. También
las estancias domésticas del palacio nos son presentadas bajo la misma luz. Su
aspecto sobresaliente es tal que “hasta un niño pequeño podría conducirte pues no
es nada semejante al resto de las casas de los feacios”. La impresión que su vista

15 Od. , VII, 90-92.


16 Od., VI, 85-90.
17 Schónbeck (1962), 70 y ss.
18 Od.. VII, 45.
ISLAS FABULOSAS 115
causa en los sentidos se compara al resplandor del sol o de la luna y todo en él es
esplendor y magnificencia.
a ambos lados se extienden muros de bronce desde el umbral hasta el fondo en su
tomo un azulado friso; puertas de oro cierran por dentro la sólida estancia; las
jambas sobre el umbral son de plata y de plata el dintel, y el tirador de oro. A uno
y otro lado de la puerta había perros de oro y plata que esculpió Hefesto con inge­
niosas artes para custodiar la morada del magnánimo Alcínoo - perros que son
inmortales y no envejecen nunca- A lo largo de la muralla y a ambos lados, desde
el umbral hasta el fondo, había tronos con ropajes hábilmente tejidos, obra de
mujeres......Había también unas estatuas de jóvenes de oro sobre altares perfecta­
mente construidos, portando en sus manos antorchas encendidas que alumbraban
los banquetes nocturnos del palacio19.
Un escenario por tanto considerablemente idealizado que se aleja a grandes
pasos de una realidad habitualmente mucho más modesta. Basta con comparar estas
estancias con las de los palacios de Menelao o del propio Odiseo, que disfrutan sin
duda de ciertos lujos semejantes, para darse cuenta que el poeta nos presenta aquí
un entorno que se aproxima más a la morada de los dioses que a la estancia de cual­
quier monarca mortal. La presencia de objetos excepcionales como los perros guar­
dianes fabricados por Hefesto o las estatuas de los jóvenes portando antorchas y la
extensión e intensificación del lujo que aparece por doquier marcan la distancia casi
infranqueable entre un ámbito y otro.
Una visión idealizada que se extiende también a sus gobernantes. Alcínoo
gobierna inspirado en sus designios por los dioses (VI, 12) y su pueblo lo escucha
como a un dios (VII, 11). Su esposa Arete es contemplada también como una diosa e
imparte la justicia entre los hombres (VII, 71 y 73-74). De hecho es preciso que el
héroe sepa ganarse la buena disposición de la reina para garantizar su regreso a la
patria según le aconsejan sucesivamente a Odiseo, primero Nausicaa (VI, 310-315)
y más tarde la propia Atenea(VII,75-77).
Nos hallamos por tanto ante una sociedad ideal enclavada también en un escena­
rio idílico cuyas gentes de ascendencia divina comparten el favor de los dioses y
hasta su compañía en frecuentes banquetes y disfrutan de un seguro aislamiento.
Este aislamiento juega en cambio a su favor, pues de tener necesidad los abismos
del mar no suponen para ellos ningún tipo de impedimento ya que disponen de unas
naves inteligentes que
conocen las intenciones y pensamientos de los hombres y conocen las ciudades y
los fértiles campos de todos los hombres. Recorren velozmente el abismo del mar
aunque estén cubiertas por la oscuridad y la niebla y nunca tienen miedo de sufrir
daño ni de ser destruidas20.

19 Od., VII, 84-102. (Traducción de José Luis Calvo, Ed. Nacional)


20 Orf., VIII, 559-563.
116 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Los peligros y terrores del mar quedan de esta forma neutralizados y lo que
podría parecer en principio un medio hostil que sólo sirve para garantizar su seguri­
dad queda así transformado en un espacio intermedio neutro que sólo del otro lado,
el de los hombres mortales, adquiere una valoración negativa.
Existen a lo largo de toda la narración rasgos de corte realista que sin duda refle­
jan la experiencia histórica de un momento determinado. Hemos hecho ya alusión al
acto de fundación de Nausitoo que recuerda la actividad colonial de los oikistaí o al
papel prominente de la reina Arete que podría aludir a la supremacía femenina de la
civilización cretense. Aparte de estas imprecisas alusiones encontramos también
detalles que constituyen un reflejo evidente de la experiencia cotidiana del poeta
como son las actividades usuales de las mujeres. Arete aparece así hilando a la
cabeza de sus siervas y Nausicaa tiene a su cargo lavar la ropa. También Alcínoo
debe acudir con regularidad al consejo para cumplir su función de gobierno. Tam­
bién la ciudad, como hemos señalado anteriormente, refleja en buena medida la
estructura habitual de una pólis cualquiera. Sin embargo no debemos olvidar tampo­
co que nos hallamos dentro de un contexto épico en el que entran en juego determi­
nadas expectativas que deben hacer su aparición manifiesta en cualquier clase de
circustancia. Es normal por tanto el que Nausicaa, una princesa, evidencie cierto
desprecio hacia el pueblo y tema ser objeto de comentarios amargos si es vista junto
al recién llegado (VI,270 y ss.). Del mismo modo no sorprende que Alcínoo, el rey
reconocido por todos, recibiera en un momento dado como recompensa por parte de
su pueblo una sierva como Eurimedusa, al igual que los caudillos aqueos de Troya
habían recibido también como regalo de sus súbditos siervas como Criseida o Bri-
seida. Y de igual forma se explica la contienda entre Odiseo y los nobles feacios
que le incitan a rivalizar con ellos en la carrera, dado que el héroe debe dejar cons­
tancia de su superioridad en cualquier tipo de circustancias y situaciones, por excep­
cionales que éstas puedan ser21.
Tampoco el recelo ante el forastero resulta algo sorprendente en una sociedad de
este tipo si tenemos en cuenta que eran bien conscientes de su supremacía en los
dominios del mar y por ello mostraban sus sospechas ante la llegada de un extranje­
ro que de no tener un poder equiparable o ser un dios habría tenido serias dificulta­
des para llegar hasta ellos22. Ese es al menos el tenor que se desprende de la afirma­
ción de Nausicaa ante Odiseo al poner en relación directa su actitud recelosa y poco
amistosa con la confianza que despierta en ellos la posesión de sus rápidas naves
(VII, 31-36). Esa misma actitud puede explicarse también a la vista del terrible final
de los feacios por obra de Poseidón, que petrifica la nave que había conducido de
regreso a Odiseo y cubre la ciudad con una montaña. Alcínoo alude de hecho, cuan­
do conoce el destino sufrido por su nave, a un viejo presagio de su padre que augu-

• 1 No olvidemos que Odiseo triunfa también en contextos mucho más sobrehumanos como son la
nwyor parte de sus aventuras por mar.
Sobre la aparente hostilidad de los feacios Rose (1969).
ISLAS FABULOSAS 117

raba tal final si seguían ejerciendo su labor de acompañantes o guías de los mortales
e insta a su pueblo a cesar en esta actividad y hacer ruegos a Poseidón por si podían
evitar el fatal castigo (XIII, 172-183). No es de extrañar por tanto que ante una pers­
pectiva tan siniestra muchos de los feacios se mostraran reticentes ante la presencia
de cualquier extranjero a la vista de las fatídicas consecuencias que ello podía entra­
ñar para ellos.
Todos estos detalles realistas, que entroncan el episodio dentro del contexto
épico o constituyen el lógico tributo dentro de la estética de la recepción, esencial­
mente realista, de aquellos momentos, no disminuyen el carácter idealizante de todo
el episodio. Esqueria es a todas luces un escenario utópico a medio camino entre el
mundo de los dioses y el de los hombres. Una posición intermedia que si bien da
cuenta de sus condiciones de vida excepcionales resulta también a la postre ser la
causa de su perdición. A la vista de su evidente conexión con los Titanes, que en
cierto modo representan una época dorada de la humanidad suplantada de forma
brusca por la aparición del nuevo orden olímpico y el establecimiento definitivo de
las condiciones de vida actuales, los feacios quizá representan uno de los últimos
eslabones de ese mundo feliz, identificado con la edad de Crono, en el que la huma­
nidad disfrutaba todavía de una vida apacible y plena. Su drástico final a manos de
Poseidón, uno de los Olímpicos, con el consentimiento de Zeus, por haber dado cor­
dial acogida a Odiseo y haberle conducido de regreso a su patria, nos recuerdan
también episodios similares en los que otros titanes como Prometeo sufrieron un
cruel castigo por haber prestado sus favores a los humanos. Que sea precisamente
esta la tierra a la que Odiseo arriba al final de sus andanzas y desventuras y que
desde aquí también pueda alcanzar de nuevo Itaca en un tránsito apacible que nada
tiene que ver con los traumáticos traslados que le han llevado de un lugar a otro a lo
largo de su deambular por los mares, siendo ésta también la última aparición de los
feacios, condenados después a vivir bajo un monte de la misma forma que lo habían
sido antes los Titanes y Gigantes, se explica bien desde este punto de vista23.

Eea, la isla de Circe


La isla de Eea, morada de la diosa maga Circe, figura también con pleno dere­
cho dentro del catálogo de islas fabulosas. Cuenta en efecto con los elementos nece­
sarios para ello. En primer lugar su situación en medio del mar en una ubicación
desconocida que provoca la desorientación total de Odiseo y sus hombres, incapa­
ces de saber la dirección en que deben continuar el viaje. Independientemente del
carácter estratégico desde un punto de vista narrativo que pueda tener el discurso de
Odiseo24, lo cierto es que cuando decide partir de la isla debe previamente realizar
23 Hemos tratado el tema en otro trabajo Gómez Espelosín (1995e).
24 Od., X, 190 y ss. Sobre la interpretación de este discurso dentro del esquema narrativo del poema.
Heubeck y Hoeckstra (1989), 54.
118 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

el viaje al Hades con el fin de encontrar allí a Tiresias para que le informe de la ruta
adecuada a seguir. En el extremo del mundo, bien hacia Oriente o hacia Occidente,
la isla parece el lugar más alejado al que Odiseo llega en su deambular por los
mares y su aparente proximidad al Océano la sitúa fuera de todos los ámbitos mari­
nos habituales recorridos por los hombres25. Se ha apuntado incluso la posibilidad
de que el episodio hubiera ya figurado en la saga argonaútica, dado el parentesco de
Circe con Eetes, ambos hijos del Sol, lo que sin duda situaría la isla o su morada en
el extremo oriental del mundo hacia el que se dirigía la expedición de Jasón25. De
cualquier forma su localización mítica en los confines del mundo queda confirmada
más adelante, a comienzos del canto XII, cuando Odiseo sitúa la isla
donde se encuentran la mansión y los lugares de danza de Eos y donde sale
Helios27.

Su aspecto general es también un tanto enigmático, tal y como se desprende de


la primera impresión que el héroe obtiene cuando observa la isla desde una altura
nada más llegar a ella. Ante su vista sólo aparecía un espeso bosque en medio del
cual se alzaba hasta el cielo el humo procedente del palacio de Circe28. También la
isla aparece como un lugar misterioso y temible a la vista de los compañeros de
Odiseo. La sola posibilidad de que se encuentre habitada, tal y como les apunta Odi­
seo, suscita en ellos grandes temores a la vista de su reciente experiencia con los
Lestrigones o los Cíclopes29. Son efectivamente conscientes de hallarse dentro de
un espacio excepcional en el que las tierras y gentes que encuentran solo les pueden
acarrear desgracias terribles. Un carácter extraordinario que confirma la envergadu­
ra manifiesta del ciervo que captura Odiseo en su primera exploración de la isla, una
bestia de un tamaño tal que suscita reiteradamente la admiración y sorpresa de sus
compañeros en el momento de disponerse al banquete30.
La morada de Circe se conforma también a este esquema. Edificada con piedras
talladas se hallaba rodeada de lobos y leones domesticados por los brebajes mágicos
de la diosa. La voz de Circe, imponente hasta el punto que el “piso se estremece con
su sonido” era la única señal de su presencia para unos asustados compañeros que
se veían rodeados de las bestias antes citadas que de forma inesperada se limitaban

25 Una vez más dejamos de lado el problema de su localización, vano empeño en que han dejado su
ingenio y energía importantes estudiosos. Al respecto, Moulinier (1958), 77-83 y especialmente Dion
(1971), que aboga por situar la mítica isla en la zona de Málaga.
26 Así lo sugirió Meuli (1921), 97-114 = (1975), II, 593-676 y más tarde Merkelbach (1969), 202.
27 Od., XII, 3-4.
28 Od.,X, 149-150.
» O d X, 198 y ss.
30 Od., X, 161 y ss. De hecho Odiseo enfatiza en su relato la manera también excepcional en que
debe disponer su forma de traslado. La misma expresión formular que describe a la bestia, \iá\a yáp
¡téya 0r|ptov aparece utilizada en dos ocasiones casi consecutivas en los versos 171 y 180.
ISLAS FABULOSAS 119

a juguetear a su alrededor moviendo sus largas colas. Este carácter maravilloso del
lugar queda también subrayado por la magnificencia de los objetos de mesa y de los
muebles, al estilo de los grandes palacios señoriales, o por la naturaleza de las sier-
vas de Circe, nacidas de fuentes, bosques y ríos.
Por fin, la presencia de una diosa solitaria, dotada de ciertos poderes mágicos de
los que los visitantes ocasionales de la isla se convertían en potenciales víctimas. En
este sentido una más, al igual que Ogigia, de las islas misteriosas y mágicas que
poblaban los mares en la imaginación de los navegantes. La actitud inicialmente
amistosa de la diosa, que los acoge en su palacio y les ofrece alimentos, se toma
enseguida hostil al mezclar brebajes maléficos en su bebida
para que se olvidaran por completo de su tierra patria.
El peligro manifiesto de olvidar el retomo a la patria en los navegantes que se
aventuraban en ultramar reaparece aquí de nuevo del mismo modo que se había
dejado sentir en el episodio de los Lotófagos y en otra forma más tarde con motivo
de las Sirenas. En este caso sin embargo son transformados en cerdos y encerrados
en las pocilgas de la diosa. Cuando Odiseo es informado del asunto por uno de sus
compañeros que se había librado del engaño por no haber entrado en el palacio,
manifiesta una actitud desafiante que no sólo deja sorprendido a su aterrorizado
informante sino incluso al propio dios Hermes cuando le sale al paso camino de la
morada de Circe. La incapacidad humana de actuar con sus propios medios y recur­
sos dentro de este espacio maravilloso, tierra de dioses y seres excepcionales, se
pone así de manifiesto. Odiseo, que había echado mano de su espada a la manera
convencional heroica cuando se trataba de afrontar un peligro, ve aquí sustituido
este instrumento por un brebaje benéfico que consigue gracias a la ayuda de Her­
mes. Hechos como la existencia en la isla de esta planta mágica, la célebre moly tal
y como la conocían los dioses, y la imposibilidad de extraerla del suelo para los
hombres, confirman una vez más que nos hallamos dentro de un espacio fabuloso
en el que sólo los dioses se mueven con comodidad sin afrontar los riesgos que la
condición extraordinaria del lugar provoca.
El propio Odiseo, aún a pesar de su concienciación inicial y sus precauciones,
sucumbe también finalmente a los encantos de la isla hasta el punto que debe ser
persuadido a regresar por sus compañeros. La existencia allí se había convertido en
efecto en una estancia placentera una vez que con la llegada de Odiseo y la argucia
urdida por Hermes sus compañeros habían recuperado su estado inicial y se halla­
ban en condiciones de disfrutar de las atenciones de Circe. A tono con un lugar de
características excepcionales los compañeros de Odiseo se convirtieron incluso tras
la nueva transformación en
hombres aún más jóvenes que antes y más bellos y robustos de aspecto.
La isla de Circe reúne por tanto todos los ingredientes necesarios de los lugares
maravillosos, situados en una geografía mítica que todavía conserva algunas vincu­
120 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

laciones con el mundo real, habitados por dioses o seres monstruosos y en los que
quedan compensados por un curioso balance final los aspectos prodigiosos y admi­
rables con aquellos otros menos atractivos e inquietantes.

Ogigia, la isla de Calipso


La isla de Ogigia, morada de la ninfa Calipso, constituye quizá junto con la
ya mencionada Esqueria el único espacio aparentemente idílico entre las tierras
extrañas que Odiseo se vio obligado a recorrer a lo largo de sus aventuras por los
mares lejanos. La isla reúne efectivamente todas las características de los paisajes
utópicos31. La naturaleza aparece en todo su esplendor pero dentro de una disposi­
ción aparentemente ordenada y armoniosa que invita al pleno goce de todos los
sentidos. La ninfa habitaba en una gran cueva rodeada de un entorno ciertamente
idílico:
un florido bosque de alisos, de chopos negros y olorosos cipreses, donde anida­
ban las aves de largas alas, los búhos y halcones y las cornejas marinas de afilada
lengua que se ocupan de las cosas del mar. Había junto a la cóncava cueva una
viña tupida que abundaba en uvas y cuatro fuentes de agua clara que corrían cer­
canas unas de otras, cada una hacia un lado, y alrededor, suaves y frescos prados
de violetas y apios. Incluso un inmortal que allí llegara se admiraría y alegraría en
su corazón (V, 63-74).
Sin embargo este escenario ideal, capaz de suscitar la admiración del dios Her-
mes cuando acude a la isla en cumplimiento de las órdenes dadas por Zeus y apto
del todo para una vida apacible y muelle lejos de las preocupaciones y penalidades
de los mortales, no satisfacía en cambio las expectativas de Odiseo que en el
momento de la visita divina se encontraba
sentado en la orilla lloraba donde muchas veces, desgarrando su ánimo con lágri­
mas, gemidos y pesares. Contemplaba el estéril mar derramando lágrimas
(V, 82-84).
Los motivos de su disgusto son a todas luces evidentes si atendemos al contexto
general del poema en el que el héroe se mueve casi siempre impulsado por la año­
ranza de su patria y su familia. Pero, con independencia de los condicionantes per­
sonales del héroe, la morada de Calipso presenta dos graves inconvenientes que
parecen neutralizar en alto grado esa apariencia idílica que la sitúa como tierra ideal
donde fijar la estancia definitiva. Es el propio dios Hermes, instado por Calipso a
revelar las razones de su viaje hasta la isla, quien pone de manifiesto estas insufi-
31 Al respecto, Porter y Lukermann (1976) y Bertelli (1990).
ISLAS FABULOSAS 121

ciencias que convierten el lugar en un espacio más siniestro y temido que añorado o
perseguido. En primer lugar su extrema lejanía en medio del mar - “¿Quién atrave­
saría de buen grado tanta agua salada, indecible?”- que en este caso parece más un
factor de aislamiento que de seguridad tranquilizadora. En segundo lugar Hermes
resalta la ausencia de vida humana en los alrededores - “No hay ninguna ciudad de
mortales en la que hagan sacrificios a los dioses y perfectas hecatombes”- Se trata
en efecto de un espacio divino, apartado de todos los hombres al que sólo el naufra­
go Odiseo arriba tras haber perdido al resto de sus compañeros. Calipso de hecho
afirma ante Hermes su deseo de haberlo hecho inmortal y sin vejez y se pliega, eno­
jada y con disgusto evidente, al mandato de Zeus que le ordenaba dejar partir a Odi­
seo. Lejos de constituir por tanto el paraíso esperado por cualquier mortal, Ogigia se
convierte para Odiseo en una prisión dorada donde el héroe resiste con fuerza todos
los intentos de la ninfa por hacerle olvidar su patria y conseguir que se quede allí
junto a ella de forma definitiva.
El episodio adquiere quizá cierto sentido contemplado a la luz de un relato de
viaje, esquema narrativo sobre el que posiblemente se construyeron todas las aven­
turas de Odiseo. El protagonista se enfrenta a diferentes pruebas y dificultades a lo
largo de su viaje y entre ellas se hallaba el secuestro por parte de la diosa solitaria
que habitaba en una isla desierta. Este motivo representaba posiblemente en forma
dramática uno de los peligros que acechaban a todo viajero en su andadura por
mares y tierras lejanas: el olvido del retomo, atraído por las maravillas y seduccio­
nes que iba encontrando a su paso en los países allende los mares. Una de las prue­
bas que todo viajero debía afrontar y superar a lo largo de la ruta junto con toda
clase de peligros y asechanzas era precisamente el evitar tales tentaciones y mante­
ner vivo por encima de ellas el deseo de volver a la patria. Odiseo, que constituye el
prototipo del héroe viajero y se convirtió en el modelo de esta clase de historias32,
ya supo salir airoso de esta prueba con ocasión de su llegada al pais de los Lotófa-
gos, a diferencia de algunos de sus compañeros que probaron el pernicioso fruto que
hacía olvidar el regreso. Su estancia en Ogigia no es sino un paso más, esta vez
directo y personal, en esta misma dirección sin descartar desde luego toda la dosis
de fantasía y fabulación que la presencia de islas desiertas a lo largo de las rutas
marinas despertaba entre los navegantes, que de esta forma traducían también a su
imaginación una realidad aparentemente ambigua que podía ser al tiempo escala
salvadora y dispensadora de bienes o una ocasión más de peligro ante el miedo a lo
desconocido.
Al igual que sucede con el resto de los episodios odiseicos que jalonan sus
andanzas desde el cabo Maleas hasta su regreso a Itaca, carece de todo sentido tratar
de hallar la localización precisa de la isla dentro de un mapa real33. La isla, en pala­
bras de Atenea, se encontraba en el ombligo del mar, en un lugar por tanto lejos de

32 Gómez Espelosín (1994).


33 Sobre los intentos de localización, Heubeck (1988), 260.
122 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

cualquier intento de llegar hasta ella desde cualquier punto. Su posición extrema
suscitaba incluso el desagrado de un dios viajero por excelencia como era Hermes,
tal y como ya hemos comentado anteriormente. Calipso era además una diosa, hija
de Atlante, uno de los Gigantes que tras ser derrotado por Zeus y los Olímpicos fue
condenado a sostener sobre sus hombros la bóveda celeste. La conexión genealógi­
ca de la ninfa con este ámbito divino preolímpico la sitúa también por tanto fuera de
los confines humanos, en los extremos de la tierra donde habían ido a parar todos
estos seres monstruosos que habían osado desafiar la supremacía de Zeus. Al igual
que suele ocurrir con toda su descendencia, la morada de Calipso debía encontrarse
para la imaginación griega dentro de aquellos contornos difusos que constituían los
extremos del mundo - ireípaTa yaí-qs'- donde alternaban paisajes idílicos y paradi­
síacos como el Elisio con escenarios mucho más siniestros y aterradores como la
morada de Hades. Al igual que Esqueria o la isla de Circe, en la que no aparecen sin
embargo rasgos de idealización paisajística tan evidentes y el elemento siniestro se
deja sentir con mayor fuerza a través de los encantamientos de la diosa, es muy
posible que también Ogigia, la morada de Calipso, se hallase a medio camino entre
unos y otros34.

La isla Siria
Igualmente idealizada parece la imagen de la isla Siria, descrita por Eumeo, el
porquerizo de Odiseo, en el canto XV de la Odisea35. Se trata en este caso de una
rememoración de la patria lejana, llena por tanto de melancolía y nostalgia por lo
que se ha perdido de forma definitiva. Eumeo cuenta que fue arrancado de allí a la
fuerza cuando todavía era un niño y fue raptado por unos piratas36. La natural año­
ranza de la niñez feliz frustrada tempranamente junto con la inevitable sensación de
haber perdido los privilegios inherentes a su condición de joven príncipe, todo ello
en franco contraste con la situación posterior que le tocó vivir, hicieron que Eumeo
forjara en su imaginación una visión ideal de su tierra patria. Pero aún contando con
estos condicionantes, que ayudan a explicar en buena medida la visión de la isla que
el porquerizo rememora ante Odiseo, su descripción comporta los rasgos suficientes
de idealización como para figurar en cualquier catálogo de tierras fabulosas.
Quizá no es del todo casual el que Eumeo sitúe su patria perdida en una isla que,
como se ha dicho, constituye el emplazamiento ideal para esta clase de idealizacio­
nes. Su localización precisa permanece una vez más en la más completa indefini­
ción a pesar de que se mencionan algunas referencias inmediatas como la presencia
34 Es de hecho a Esqueria donde arriba Odiseo tras haber abandonado la isla de Calipso tras haber
navegado durante diecisiete días que es la travesía más larga que aparece mencionada de forma expresa
en el poema.
35 Od., XV, 403-414
36 Od., XV, 449 y ss.
ISLAS FABULOSAS 123

de los fenicios y se alude en particular a la ciudad de Sidón, de donde era originaria


la esclava que cuidaba al joven Eumeo en su tierra natal37. Eumeo sólo indica que
se encontraba “más allá de Ortigia donde el sol da la vuelta”. Ello supone que debe­
mos buscar una localización oriental pero sin mayores pretensiones de precisión a
pesar de los intentos que algunos han llevado a cabo por encontrarle una ubicación
más concreta y exacta dentro del mapa real38.
La isla reúne aparentemente todas las bendiciones como espacio vital al proveer
de forma abundante todo tipo de necesidades. Cría buenos pastos y buenos animales
y tiene vino y trigo en abundancia. Sus habitantes no son numerosos pero se hallan
a salvo de las calamidades que suelen asolar la vida de los humanos. La pobreza no
existe y las enfermedades no les agobian. Incluso la muerte, azote inevitable para la
raza humana, llega aquí de forma dulce y completamente indolora ya que Apolo y
Artemis se encargan de llevar hacia su destino final a quienes llegan hasta la vejez
“acechándolos con suaves dardos”. La isla se halla además dividida en dos ciudades
que se reparten por igual sus riquezas, ofreciendo una clara imagen de coexistencia
pacífica entre sus habitantes sin necesidad de que existan guerras o litigios por cues­
tiones de tierras o fronteras.
Todos estos rasgos sitúan sin duda a esta isla dentro de los dominios de la utopía
y de hecho muchas de las características descritas como la muerte dulce, la ausencia
de guerra o la abundancia de recursos serán temas constantes en toda la literatura
posterior de este género. Sin embargo hacen de nuevo su irrupción en el relato cier­
tos elementos de corte mucho más realista que contribuyen una vez más a entroncar
el pasaje dentro de un contexto épico mucho más próximo a la realidad cotidiana.
La presencia de una esclava de origen fenicio en el palacio del rey conecta en efecto
la historia de Eumeo con la realidad conocida de los primeros viajes y expediciones
coloniales de los primeros tiempos del arcaísmo en los que los fenicios aparecían de
forma frecuente y casi siempre con coloraciones negativas dentro del horizonte grie­
go39. Las condiciones ideales de vida que parecen reinar en la isla no impiden que la
mencionada esclava fenicia desee conseguir el regreso a su patria por cualquier
medio posible. Se explicaría así su traición al raptar al joven Eumeo si bien el poeta
menciona, parece que con toda intención, la presencia de un factor distorsionante
como el amor que podría haber constituido el verdadero impulso para la acción de
la esclava40. De cualquier forma la simple presencia de la esclava y su alusión
al temor de recibir un duro castigo por parte de su amo si llegaba a ser descubierta,
son argumentos más que suficientes como para cimentar la realidad esencial de la
historia.
37 Od., XV,415-419.
38 Así Heubeck, West y Hainsworth (1989), 257; por su parte Ballabriga (1986), 16-22, la identifica
con Siros siguiendo en esto las pasos que ya se dieron en esta misma dirección en la propia antigüedad.
39 Sobre el papel de los fenicios en Homero, Nilsson (1933), 130-137. Sobre la imagen de los feni­
cios en la literatura clásica, Mazza (1988) donde se hallará mencionada la bibliografía anterior.
40 Od., XV, 420-423.
124 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

La imagen de Siria que Eumeo presenta parece corresponder más al retrato idea­
lizado del estado bien gobernado que a la creación de una pura utopía fantástica. El
rey gozaba sin duda del consenso de sus súbditos y les proporcionaba unas condi­
ciones de vida agradables que sólo alteraban las inevitables relaciones de dependen­
cia existentes en esta clase de sociedades arcaicas. Al igual que sucedía en Esquería
son los súbditos los encargados de sufragar algunos gastos y de rendir tributo y
homenaje a sus superiores por medio de donaciones especiales. Su justo gobierno
además de ser la causa de la estabilidad social y la paz entre sus ciudades parece
contar también con el favor continuado de los dioses que permite llevar a cabo la
optimización de los recursos naturales y sacar el mayor partido posible de las pro­
pias capacidades humanas.

Eritía, la isla de Gerión


La isla Eritía, situada en el Océano, servía de morada al monstruoso Gerión, un
personaje tricéfalo que habitaba allí con sus ganados. La isla aparece mencionada
por primera vez en la Teogonia de Hesíodo donde se la califica como “rodeada de
corrientes” - TTeptppoTos--, ya que al parecer era necesario atravesar el Océano para
llegar hasta ella41. Hasta allí viajó Heracles con el objetivo de apoderarse de los
bueyes de Gerión en cumplimiento de uno de sus célebres doce trabajos42. Sin
embargo la historia alcanzó su mayor desarrollo gracias a Estesícoro que la hizo
objeto de todo un poema, la Gerioneida, llegado hasta nosotros en algunos fragmen­
tos de papiro43. Si se acepta además la propuesta de Barret en el sentido de que el
relato conservado al respecto en la Biblioteca de Apolodoro procede en sustancia de
dicho poema, estaríamos en condiciones de hacemos una idea aproximada de su
contenido44.
A juzgar por estos testimonios no cabe ninguna duda de la situación “oceánica”
de Eritía, a la que debe llegar Heracles de un modo extraordinario como fue nave­
gando en la copa del sol. Según el relato de Apolodoro, el héroe habría recorrido
previamente para llegar hasta allí todo el occidente del Mediterráneo, por el norte de
Libia hasta Tartesos, límite extremo donde habría erigido las célebres columnas y
desde donde habría emprendido la navegación hasta la mítica isla45. Es también en
este mismo relato donde encontramos algunos datos sobre la topografía de la isla.
Al parecer en ella había un monte llamado Abas y discurría un río denominado
41 Hes„ Teog., 290.
42 Sobre el mito de Gerión, que no es intención nuestra tratar aquí, Schoo (1969), 85-92; Burkert
(1977), 273-283; del mismo autor, (1987), 134-137; Blázquez (1983).
43 Page (1973).
44 Page (1973), 144 y ss. Véase también la introducción al poema en la traducción de Adrados
(1980), 187-190.
45 Apol., II, 5,10.
ISLAS FABULOSAS 125
Antemunte, que evoca el nombre de la isla de las Sirenas que aparece en el Catálo­
go de las mujeres de Hesíodo46. Da la impresión, a juzgar por dicho testimonio, que
la isla tenía ciertas dimensiones para que fuera posible la existencia de un monte y
un río que además debían encontrarse algo alejados si atendemos al discurrir de la
historia tal y como la relata Apolodoro. En efecto, fue en el monte Abas donde pasó
la noche Heracles a su llegada a la isla. Fue allí donde el héroe dio muerte al perro
Orto y al pastor Euritión que cuidaba los ganados de Gerión. Huyendo del lugar ya
con los bueyes en su poder fue alcanzado, se nos dice, por el propio Geríon a la
altura del mencionado río, donde ambos trabaron combate y Heracles acabó con la
vida del monstruoso personaje. Gerión fue avisado del robo y del asesinato de su
boyero por Menetes, pastor que apacentaba también allí las vacas de Hades. La con­
dición “infernal” del lugar queda así confirmada y se explica en buena medida la
excepcionalidad del medio que Heracles tuvo que emplear para llegar hasta allí, de
la misma forma que Odiseo había debido recurrir a los consejos y disposiciones
divinas para alcanzar el Hades. Uno y otro lugar, cercanos hasta el punto de que los
ganados del dios infernal pastaban en la isla, se hallaban evidentemente en un espa­
cio divino completamente fuera del alcance de los hombres. También la presencia
del Sol caracteriza a la isla como un lugar más allá de los confines humanos. Efecti­
vamente, no sólo Heracles encontró al Sol en aquellos confines, cuando le dio su
copa como nave, sino que en otro pasaje de la Biblioteca de Apolodoro se nos dice
que el gigante Alcioneo había expulsado de la isla las vacas del sol47. Una serie de
asociaciones a las que se uniría el propio nombre de la isla, “roja”, y el término con
el que se describe a las vacas, “purpúreas”, que como ha recordado Alain Ballabri-
ga, pondrían de manifiesto el carácter ambivalente de la isla, a medio camino entre
el dominio de la luz solar y las tinieblas ctónicas48.
Sin embargo a pesar de esta evidente excepcionalidad, los intentos por localizar
la isla dentro de una geografía más concreta y determinada se remontan al parecer
muy atrás. El propio Estesícoro la habría situado en las cercanías de Tartesos, defi­
nido aquí como “río de plata de aguas inagotables”49. Esta indefinición, que ponía
en relación la isla con una realidad geográfica todavía un tanto difusa en la imagina­
ción griega asociada a la mitología de los confines donde se producen toda clase de
riquezas, fue progresivamente concretándose a las proximidades de Gades, la ciu­
dad fenicia del extremo occidente, y así la encontramos en Heródoto, o incluso asi­
milada del todo a ella, como sucede en Ferécides50. Hubo no obstante quienes se
empeñaron en negar esta localización extremo occidental de Eritía y trasladaron la
46 Fr. 27 Merkelbach-West.
47 Apol. 1,6,1.
48 Sobre la problemática de la isla, Ballabriga (1986), 45-53.
49 Stes. fr.7 = PMG 184. Véase al respecto Cruz Andreotti (1991a).
50 Hdt., IV, 8; Ferec., FGrHist 3 F 18 (b). Sobre la indefinición del extremo occidente en la imagi­
nación griega, Gómez Espelosín, Pérez Largacha y Vallejo Girvés (1995), donde se encontrará la biblio
grafía relevante al caso.
126 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

isla a un espacio mucho más próximo como las regiones occidentales de Grecia.
Este parece que fue el caso de Hecateo de Mileto, quien según el testimonio de
Aniano, afirmaba que Heracles no había sido enviado a la lejana Iberia sino a la
región continental de Ambracia, donde Gerión era un rey de aquellos parajes51. De
cualquier forma, su localización en aquellos contornos de la Grecia occidental no la
privaba de su aspecto fabuloso si tenemos en cuenta las resonancias míticas de país
infernal que toda esta región donde se ubicaba el río Aqueronte mantuvo a lo largo
de la época clásica. Recuérdese a este respecto el excursus geográfico completa­
mente excepcional con el que Tucídides ilustra su descripción de las operaciones
bélicas por estos parajes occidentales52. De esta forma, Eritía siempre se localizó en
el extremo del mundo, más cerca o más lejos del ombligo helénico, dentro de un
ámbito fabuloso, donde dioses y monstruos convivían, sólo al alcance de héroes de
la talla de Heracles, ayudado además por medios divinos, que debían viajar hasta
aquellos confines llevados de una imposición superior53.

La isla de las Gorgonas


Según la tradición más antigua con que contamos, la morada de las Gorgonas se
situaba en una isla del Océano, llamada Sarpedonia. Hesíodo afirma que habitan
al otro lado del ilustre océano en el confín del mundo hacia la noche, donde las
Hespérides de aguda voz54.

Esta localización en los confines del mundo aparece también en un fragmento de


los Cantos Ciprios, donde se menciona el nombre de la isla y se la caracteriza como
“rocosa”, y en Ferécides55. Una tradición que confluye sin duda en Apolodoro,
quien en su relato de las aventuras de Perseo hace viajar al héroe hasta los confines
del océano, a donde debe llegar volando, en busca de la cabeza de Medusa56. Esta
forma excepcional de viaje confirma la posición extrahumana de la morada de las
Gorgonas, un lugar más allá del alcance de los hombres comunes al que sólo los
héroes, ayudados por los dioses, consiguen llegar, de la misma forma que había
sucedido con Heracles en su viaje hasta Eritía. Dentro de la saga de Perseo, que
parece resumir Apolodoro, es ciertamente significativo a este respecto que el héroe,

51 Arr.,Anab., 2, 16,5.
52 Tuc., I, 46,4. Ballabriga (1986), 44.
53 De hecho ambos términos, el océano y el Aqueloo aparecen mencionados en un fragmento atri­
buido al poeta épico del s. V a.C., Paniasis, autor de una Heraclea, donde era Nereo y no el mismo Sol el
que proporcionaba la copa al héroe para viajar hasta la mítica isla. c/.,Matthews (1974), fr 7 y 28
54 Hes., Teog., 274-75.
55 Cipr., fr. 24 = Herodiano, II, 914 Lentz; Ferécides FGrHist 3 F 11
56 Apol., 11,4, 2,
ISLAS FABULOSAS 127

tras su huida de las Gorgonas, deba afrontar su aventura etíope con el episodio de
Andrómeda, especialmente si tenemos en cuenta la ubicación meridional de la Etio­
pía mítica que abarcaba incluso los dos confines oriental y occidental, siendo por
tanto la etapa normal de un viaje de retomo cuyo punto de partida era el extremo
occidente57.
Toda la tradición apunta a una localización en los confines si bien en Esquilo se
asocia la morada de las Gorgonas a una llanura denominada Cistene que parece
debía hallarse en el lejano oriente58. El lugar sin embargo aparece asociado en auto­
res tardíos con el extremo occidente y lo encontramos aplicado a una montaña o a
una ciudad de Libia, lo que nos da una idea de la preponderancia de la tradición que
desde el principio fijó la residencia de estos seres monstruosos en los confines más
occidentales del mundo. Asociadas a la leyenda de Perseo y sometidas por tanto a la
creciente tendencia racionalizadora de esta clase de historias, las Gorgonas se inclu­
yen como una más de las razas extraordinarias que habitaban la sorprendente Libia,
en una zona especialmente apta para ello por su situación como eran sus confines
más occidentales. Así aparecen en el relato de Dionisio Escitobraquión, tal y como
lo ha conservado Diodoro, asociadas a las Amazonas, como uno más de los pueblos
guerreros que habitaban estos contornos y que debieron ser sometidos por la acción
pacificadora y civilizadora de héroes griegos como Perseo o Heracles59. Dentro de
este mismo contexto las presenta Pausanias, quien ofrece sin embargo una versión
alternativa que remite como fuente al misterioso escritor cartaginés Proeles, según
el cual se trataba de seres humanos salvajes propios de aquellos parajes que devas­
taban continuamente el lago Tritonis hasta que Perseo acabó con ellas, gracias a
la ayuda de Atenea a la que estaba consagrado el pueblo que habita aquellos alre­
dedores60.
En un contexto algo diferente aparecen en Plinio el Viejo, que habla de varias
islas en lugar de una sola y las denomina Gorgades61. Las localiza en un lugar con­
creto de la costa atlántica africana, frente al Cuerno de Occidente - Hesperou Ceras-
e indica la distancia que media entre ellas y la costa, consistente en dos jomadas de
navegación. Plinio atribuye su información a un tal Jenofonte de Lámpsaco, autor
de un periplo de la época helenística dentro del que habrían figurado estos lugares
fabulosos62. La cosa se complica todavía más cuando el enciclopedista latino rela­
ciona estas islas con las que el cartaginés Hanón encontró a lo largo de su viaje por

57 De la supuesta presencia de etíopes en las costas occidentales africanas hay testimonios evidentes
en toda nuestra tradición, especialmente a partir del siglo IV a. C. y así se refleja en obras como el Peri­
plo de Hanón o algunos de los tratados y Periplos que han podido servir de fuente a escritores como Dio­
doro o Plinio el Viejo.
58 Esquilo, Prom., 793, cf. el comentario ad. loe. de Griffith (1983), 229.
59 Diod., m , 55.
60 Paus., II, 21, 6-7.
61 Plin. N.H., VI, 200
62 Sobre Jenofonte de Lámpsaco, Susemihl (1891), 692 y Gisinger (1967).
128 F. Ja v ier G óm ez E spelosín

las costas africanas, quien siguiendo a Plinio habría referido que las mujeres tenían
pelo sobre todo su cuerpo y los hombres eran tan veloces con sus pies que apenas
podía dárseles caza. El almirante púnico habría depositado en un templo de Cartago
las pieles de algunas de estas curiosas mujeres como testimonio palpable de la vera­
cidad de su historia. La puesta en relación del célebre pasaje de los Gorilas que
figuraba en el Periplo de Hanón con las islas Gorgades que habían sido la morada
de las monstruosas Gorgonas ya había seducido a los antiguos, como luego conti­
nuaría ejerciendo esta misma seducción sobre algunos autores modernos63. Un tipo
de argumentos que quizá ya habían manejado también otros como el no menos enig­
mático Estacio Seboso, a quien Plinio utilizó también como fuente. No tenemos
intención de abordar aquí el espinoso problema de las fuentes de Plinio para estos
pasajes64, pues lo que decididamente importa a nuestro tema es que de una manera u
otra, las islas de las Gorgonas, surgidas de la más antigua tradición mitológica que
las había localizado en un brumoso occidente, en el Océano inmenso y primordial
donde tenían lugar toda clase de maravillas y fenómenos extraordinarios, se habían
ido manteniendo en la conciencia colectiva, si bien por el giro de las cosas que la
nueva erudición mítica demandaba, se exigía que tuvieran unas coordenadas más
reales, de ahí los datos precisos de un Jenofonte de Lámpsaco, o bien, todavía
mejor, que se hallase documentada su presencia en un testimonio prestigioso del
pasado que pretendidamente hubiera reseñado aquellos contornos extremoccidenta-
les como se creía había hecho la expedición del cartaginés Hanón trasferida luego al
relato griego conservado. Una operación en suma de camuflaje y adecuación a las
nuevas exigencias de los tiempos en los que ya no resultaba creíble y no era por
tanto de recibo la fabulación mítica de los viejos tiempos, desentendida del todo de
los apremios de la geografía real y más preocupada en recrear todo un mundo com­
pletamente imaginario donde los confines borrosos empezaban nada más franquear
el horizonte.
El mito de las Gorgonas conservaba de hecho toda esa ambigüedad latente que
caracterizaba a las regiones de los confines del mundo y a los seres que habitaban
en ellos. A los poderes terribles que tales monstruos tenían sobre los hombres se
unían ciertas propiedades benefactoras que usadas del modo correcto podían provo­
car efectos mágicos positivos. Es el propio Apolodoro, quizá la fuente principal de
todo este complejo mítico, quien nos informa de estos detalles. Atenea le dio al
parecer a Heracles un rizo de la Gorgona que tenía la propiedad de poner en fuga a
los enemigos cuando una ciudad era atacada, tal y como con el que quedó protegida
Tegea contra los argivos65. También la sangre de la Gorgona poseía estas capacida­
des mágicas y según el mismo Apolodoro, la diosa Atenea se la entregó a Asclepio

63 Desanges (1983). Sobre la problemática general del Periplo de Hanón, Desanges (1978), 39-85 y
García Moreno (1989).
64 Ya lo ha hecho con acierto García Moreno (1991).
65 Apol., II, 7,3-y Paus. VIII, 47,5.
ISLAS FABULOSAS 129

quien utilizaba la que había sido extraída de las venas derechas para dar vida a los
muertos66. Una misma tradición recoge Eurípides en el Ion cuando atribuye este
mismo don de la diosa a Erictonio, esta vez en forma de dos gotas, una de las cuales
servía para causar la muerte y la otra para curar enfermedades67. Si a ello le añadi­
mos la versión de la leyenda que presenta a la Gorgona Medusa como una mujer
hermosa que fue seducida por Poseidón en un estadio anterior a haber adquirido el
aspecto espantoso con el que aparece descrita habitualmente, la conjunción de los
dos aspectos, el maravilloso y el terrorífico, que se daba en estas zonas liminales del
orbe, situadas casi ya fuera del mundo de los mortales, aparece con cierta nitidez
ante nosotros e integra las Gorgonas y su estancia en una isla dentro del universo
imaginario donde cobraban vida esta clase de fabulaciones.

La isla de las Sirenas


Un caso algo diferente al anterior es el de las islas de las Sirenas. La isla o islas
aparecen mencionadas por primera vez en Homero como una etapa más de las nave­
gaciones de Odiseo dentro de un contexto mítico que las situaba entre la isla de
Circe y el estrecho donde moraban Escila y Caribdis. Esta geografía relativa, unida
a los procesos de traslación repetidamente aludidos aquí de las tradiciones míticas al
mundo itálico y sus aledaños, llevó a localizar las islas en la cuenca del mar Tirreno
junto a la costas itálicas68. Homero nos ofrece una somera descripción del lugar más
bien siniestra. Alude en efecto a la existencia de un prado -Xeip.cov-, que más adelan­
te califica de florido, pero en él las sirenas se hallan sentadas en medio de
un gran montón de huesos humanos putrefactos, cubiertos de piel seca
emiten sus fatídicos cantos con el objetivo de atraer hacia ellas a los confiados
navegantes69. El ambiente contribuye igualmente a la condición excepcional del
lugar, pues cuando la nave de Odiseo avista la isla, el viento que la impulsaba cesa
de repente “ y se hizo una bonanza apacible”70. Sin embargo la atracción residía en
el sonoro canto de las Sirenas que prometían con su completa sabiduría agradar los
oídos de quienes se detenían a escucharlas. Todo un paisaje maravilloso en el que
de nuevo se alternan los atractivos aparentes de un canto armonioso dotado de todo
el conocimiento posible con los peligros de quedar atrapado en sus playas, perdida
la noción del regreso y, a juzgar por el dantesco espectáculo al que antes aludíamos,
condenado a una muerte segura en un lugar aparentemente desolado.
66 Apol., III, 10,3
67 Eur., Ion, 1002 y ss.
68 Los intentos por situar las Sirenas sobre el mapa remontan al menos hasta Timeo. Se las localizó
en las denominadas Sirenusas, las islas rocosas que se encuentran situadas entre Sorrento y Capri. Mouli-
nier (1958), 97-98.
69 Od., Xn, 44-46.
™ Od., XII, 168-169.
130 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

El nombre de la isla aparece en uno de los fragmentos de Hesíodo, donde se la


denomina Antemusa, calificada además como “bella” en el lema que da entrada al
escolio que contiene el mencionado paso71. Es probable sin embargo que el nombre
proceda de un mal entendimiento del epíteto que Homero aplica al prado de las
Sirenas en otro de los pasajes del mismo canto XII (v. 159). Con independencia de
ello y del número de las Sirenas que pasó de dos a tres, la isla donde moraban pudo
también haber sido trasferida a los confines del Océano donde solían encontrar fácil
cabida todo este tipo de lugares maravillosos. El significado preciso que el episodio
de las Sirenas tiene dentro del poema homérico ha sido un tema muy debatido72, sin
embargo es muy probable que se trate de la traducción a nivel literario de viejas
obsesiones marineras que hablaban de apariciones de mujeres que trataban de des­
viarles de su ruta mediante cantos armoniosos que anonadaban el espíritu. La sensa­
ción de peligro ante lo desconocido, el cansancio de las largas jomadas en soledad,
la añoranza de la patria y el hogar, y rumores más o menos infundados acerca de
seres misteriosos con forma de mujer colaboraron sin duda a recrear el mito, que fue
luego adaptado a los requerimientos y exigencias del relato de viajes.

La T\ile de Piteas
La isla de Tule, conocida a través de las navegaciones atlánticas del masaliota
Piteas a finales del siglo IV a. C., se presenta también a la imaginación griega con
todos los visos de una tierra fabulosa al menos por todo el velo de misterio en que
aparece envuelta desde un principio. No existen apenas dudas sobre su existencia
real si bien difieren ampliamente las opiniones a la hora de concretar su nombre
sobre un mapa y se barajan entre otras diferentes posibilidades como Islandia, la
costa noruega o las islas Féroe73. No hay en cambio ninguna seguridad de que el
propio Piteas hubiese llegado a pisar la isla con sus pies. Dada la confusión existen­
te en tomo a los escasos testimonios con que contamos acerca de este intrépido
navegante, no estamos ni mucho menos en condiciones de afirmar que su testimonio
sobre la mítica isla no fuera tan sólo el reflejo de noticias de segunda mano recogi­
das entre los indígenas britanos cuando alcanzó estas latitudes74. Sin embargo de

71 fr. 27 West-Merkelbach= Escolio a Apol. Rh., IV, 892.


72 Véase en general, Page (1973b), 83 y ss., Gresseth (1970) y Heubeck y Hoeckstra (1989), 118-
119.
73 Sobre las diferentes propuestas, Cary y Warmington (1929), 36-37, Dion (1977), 200 y ss. y
Aujac (1988).
74 Eso parece que se deduce de la afirmación de Estrabón, II, 4, 1 “dice que ha visto personalmente
ONUcosa parecida a la medusa pero del resto habla de oídas”. No constituye un serio argumento en contra
de esta afirmación el testimonio tardío y poco explícito a este respecto de Cleomedes, De Mot. Circ.
( '«rp. Cael. 1,7, donde al hablar de Tule se alude a la posible presencia de Piteas en la isla como un dicho
de procedencia incierta - <f>aai-.
ISLAS FABULOSAS 131

una u otra forma, a partir de Piteas, Tule constituyó dentro de la geografía griega un
espacio mítico y misterioso que representaba el último confín septentrional del
mundo del mismo modo que Etiopía lo fue para el sur o la India y la península ibéri­
ca para los extremos oriental y occidental respectivamente.
La tradición existente sobre el viaje de Piteas resulta efectivamente problemáti­
ca. El relato de sus viajes, que el masaliota debió haber consignado por escrito en
una obra que llevaba por título Sobre el océano, no ha llegado hasta nosotros75.
Todo lo que tenemos en nuestro poder son testimonios tardíos o alusiones más bien
críticas respecto a la veracidad de su historia por parte de historiadores como Poli-
bio o Estrabón que nunca admitieron la posibilidad de que un simple individuo que
no formaba parte de una expedición o de un proyecto más ambicioso hubiera podido
llevar a cabo una empresa de esas características76. Su descrédito fue por tanto casi
total a lo largo de la literatura que podemos manejar y sólo el interés de los moder­
nos por su persona, al haberlo considerado como el más intrépido aventurero y des­
cubridor de toda la Antigüedad, ha logrado revivir su fama, bien sea entre grandes
zonas de incertidumbre y especulación77. No es éste el lugar adecuado para pasar
revista a su increíble viaje a lo largo de las costas atlánticas europeas hasta abordar
los mares del norte, ya que sólo el punto más extremo de su andadura, la mítica y
misteriosa Tule constituye el objeto específico de nuestro interés78.
No es mucho lo que sabemos a ciencia cierta de la isla. Como hemos ya antici­
pado, Piteas pudo tan sólo haber oído hablar de ella a lo largo de su recorrido por
las costas de Gran Bretaña, donde debió entrar en contacto con los indígenas, o
haberla simplemente avistado a lo lejos en su navegación más septentrional. Su
exacta localización ha despertado gran interés entre los modernos estudiosos a la luz
de las interesantes especulaciones astronómicas de que al parecer hizo gala el nave­
gante masaliota que era también un reconocido experto en estas lides. Es así el fenó­
meno conocido como la noche ártica, en el que el sol apenas deja de verse a lo largo
de las veinticuatro horas de un periodo del año que dura seis meses, el que suscitó
especialmente la atención de Piteas y sobre el que seguramente insistió más exten­
samente en su relato de viaje. Piteas parece haber hecho en su relato mención explí­
cita del lugar donde el sol se acostaba, tal y como le fue mostrado por los indíge­
nas79, sin embargo es posible que con ello se refiera a alguno de los lugares de la
75 Los fragmentos atribuidos a Piteas se encuentran reunidos en Mette (1952) y más recientemente
en Roseman (1994).
76 Sobre la posición de Polibio sobre Piteas, Walbank (1972), 126-127. Sobre las pretensiones de
Polibio de ser el pionero en el descubrimiento de Occidente, Gómez Espelosín, Pérez Largacha y Vallejo
(1995), cap. 2. Sobre la postura crítica de Estrabón, Aujac (1966), 40-48.
77 De hecho se le dedica todo un capítulo en modernas historias de la exploración como la publicada
por la National Geographic Society (1987) y aparece también mencionado en obras como la de Penning
ton (1979), Keay (1991) y Favier (1991), 52 y ss..
78 Sobre todo su viaje, además de las obras ya mencionadas en las notas precedentes, pueden verse,
Broche (1935), Carpenter (1966) y Hawkes (1975).
79 Gemino, Elem. Astrom., VI.
132 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

costa británica donde efectivamente parece que estuvo, en lugar de a la isla de Tule.
Destacaba también las especiales condiciones del mar que rodeaba la isla, compues­
to al parecer de
una cierta mezcla de estos elementos - tierra, mar y aire- parecida a la medusa y
en la que afirma que la tierra, el mar y todo está suspendido y es como si aprisio­
nase a todas las cosas y sobre la que no es posible ni caminar ni navegar80.
Ambos eran fenómenos excepcionales que conectaban además con viejos mitos
como el del carro del sol recorriendo la bóveda celeste desde su nacimiento en
oriente hasta sumergirse en el confín occidental o con las historias extraordinarias
que se contaban sobre el océano más allá de las columnas de Heracles donde toda
navegación resultaba imposible y sólo los héroes o los dioses se aventuraban más
allá de ellas. Esto fue quizá uno de los motivos principales que arrojaron el descré­
dito sobre el relato de los viajes de Piteas al asociar de forma indiscriminada sus
noticias puntuales y concretas sobre determinados puntos del recorrido, posiblemen­
te bien justificadas y presentadas dentro de un contexto que las hacía más inteligi­
bles, con las patrañas y fabulaciones que discurrían desde antiguo, obra sobre todo
de los poetas, acerca de los confines del mundo81.
Piteas sin embargo trataba de ofrecer una visión aparentemente mucho más rea­
lista y veraz de su andadura por aquellas tierras del norte. Parece evidente en efecto
que jalonó su narración con datos astronómicos de toda clase y no faltaban tampoco
observaciones de estricto carácter científico que tenían que ver con fenómenos bien
conocidos pero no explicados como las mareas. Por lo que respecta a Tule, indica la
distancia precisa en jomadas de navegación que se precisaban para llegar hasta ella
desde las tierras de Britania y su latitud, eliminando de esta forma toda sospecha
que pudiera hacer entrar de lleno a Tule dentro del espectro de la geografía pura­
mente imaginaria de poetas y fabuladores. Reflejaba igualmente las condiciones de
vida de sus habitantes en consonancia con la situación de la isla próxima a la zona
glacial que la privaba de cielos despejados aptos para el cultivo del grano o de la
presencia de una buena parte de los animales domésticos que tenían su morada en
zonas más cálidas y meridionales de la ecúmene82. Se veían así obligados a alimen­
tarse de mijo, hierbas diversas, frutos silvestres y raíces, a trillar el trigo en grandes
recintos cubiertos y tomaban como bebida una mezcla de trigo y de miel. Nada por
tanto hasta aquí de fabuloso o extraordinario fuera de su especial ubicación geográ­
fica o su condición particular de ser el último punto habitado. No encontramos por
ninguna parte una concreción mayor de las maravillas y prodigios a que se alude en

80 Estr., 11,4,1 (Trad. de J.L.García Blanco, Biblioteca Clásica Gredos).


81 Ya Heródoto desea mostrar sus distancias con respecto a esta clase de literatura al hablar del
océano (II, 23) o del río Erídano en los confines de Occidente (III, 115-116).
82 Estr., IV, 5, 5:
ISLAS FABULOSAS 133

nuestra tradición de forma circustancial83. De hecho uno de los reproches que Poli-
bio hizo a Piteas fue el de que hubiera pretendido llegar hasta los confines del Uni­
verso, una circustancia que en palabras del historiador aqueo “no podría creerse
aunque lo dijera Hermes”84. En esa misma línea de crítica recoge también el testigo
Estrabón cuando afirma frente a Piteas que los límites de la tierra habitada deben
hallarse más al sur, pues según el testimonio de sus contemporáneos nada existe
más allá de Yeme - Irlanda- excepto hombres salvajes que viven penosamente a
causa del frío85. Muy probablemente haya que buscar el origen de su descrédito pos­
terior en el atrevimiento singular de Piteas al exponer crudamente tales fenómenos
excepcionales, que sólo él había podido contemplar directamente, y en sus preten­
siones de pionero en estas regiones que chocaban frontalmente con el orgullo y los
objetivos de un Polibio, que reservaba para sí una gloria semejante.
De cualquier forma, la aparición de Tule en escena no fue fugaz ni mucho
menos, por el contrario se consolidó a lo largo del tiempo como el confín septentrio­
nal del orbe y ocupó su lugar dentro del imaginario griego como una tierra maravi­
llosa envuelta en el misterio a la que prácticamente resultaba imposible llegar a
causa de las características particulares del mar circundante. Enseguida quedó tam­
bién asociada a toda la geografía mítica de los confines septentrionales, un tema que
ya había adquirido prestigio literario en plena época arcaica con el poema de Ariste-
as de Proconeso y al que se vinculaban igualmente las tradiciones relativas al pue­
blo fabuloso de los Hiperbóreos. Un espacio difuso y completamente imaginario al
que el nuevo descubrimiento daba calidad geográfica factual sin desprenderse del
todo de ese velo de misterio y lejanía inalcanzable que toda geografía mítica preci­
sa. La condición excepcional de sus estaciones, regidas por un ritmo completamente
diferente del que regulaba la vida de la mayor parte de los mortales, el ser el lugar
donde el Sol encontraba su lugar natural de descanso tras el largo recorrido por toda
la bóveda celeste, su cercanía al mar helado que era también conocido como mar de
Crono86 y por último la presencia de la miel entre la dieta de sus habitantes como
uno de sus principales ingredientes, asociada como estaba a la condición inmortal y
cuya abundancia en torrentes, ríos o fuentes figuraba de forma invariable en todas
las descripciones de tierras fabulosas, pudieron ser elementos más que suficientes
para integrar a Tule dentro de este complejo imaginario. Seguramente no es casual
que en autores tardíos como Diodoro, en el que se entremezclan las tendencias
racionalizadoras con la erudición mitológica, aparezcan referencias al mito de Fae­
tón asociadas a la descripción de estas regiones septentrionales o que en época ya
bizantina Esteban de Bizancio sitúe la isla en plenas regiones hiperbóreas87. La pura
83 Así Servio en su Comentario a Virg. Georg. I, 30: Miracula de hac ínsula feruntur.
84 Pol., XXXIV, 5, 10.
« Estr., II, 5, 8.
86 Plin., N.H., IV, 104.
87 Diod., V. 23 y Est. de Biz., s.v. 0o ú \ t |.
134 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

ficción de autores posteriores como Antonio Diógenes al situar en la isla fantasías


de todas clases no hizo otra cosa que seguir un camino que ya era bien conocido.

Cerne: una isla de los confínes del mundo


Dentro de las islas fabulosas debemos incluir también Cerne, una misteriosa isla
situada generalmente en el Atlántico frente a las costas de Africa. Su primera men­
ción sería la que aparece en el Periplo del PseudoEscílax, una obra de mediados del
siglo IV a. C. que fue atribuida al navegante jonio Escílax de Carianda88. Según este
autor la isla se hallaba frente a la costa occidental de Africa a la altura del promon­
torio Solunte en la región donde habitan los etíopes sagrados. La isla se hallaba evi­
dentemente en alta mar a juzgar por la distancia que la separa del promontorio men­
cionado, siete días de navegación, cuando la que media entre dicho promontorio y
las columnas de Heracles era de cinco jomadas, totalizando todo el viaje desde las
columnas a Cerne las doce jomadas resultantes. El autor del Periplo nos informa
también que no era posible navegar más allá a causa de las aguas poco profundas,
del lodo y de las algas, constituyendo de esta forma la isla el punto extremo alcan-
zable en la ruta marítima occidental. Parece que la isla se encontraba habitada, pues
el Periplo menciona la presencia de comerciantes fenicios que llegaban hasta ella
con sus barcos mercantes e instalaban sobre su suelo sus tiendas. Sin embargo el
texto prosigue con una alusión casi ininterrumpida sobre los Etíopes occidentales,
que al decir del autor se hallaban instalados sobre el continente. No sabemos por
tanto si también los habitantes de la isla con los que establecían relaciones comer­
ciales los fenicios eran de la misma raza.
De cualquier modo la isla aparece ya aquí situada en medio de un contexto geo­
gráfico con claras connotaciones míticas, pues no en vano se nos dice que toda esta
región de Libia era la morada de estos Etíopes, “los más bellos de todos los hom­
bres” que ya habían hecho su aparición en la imaginación griega desde los tiempos
de Homero. Sus características míticas han sido sin embargo algo rebajadas y sólo
su esplendorosa apariencia se presenta como un rasgo distintivo frente al resto de
los mortales. Por lo demás aparecen como un pueblo más dentro del catálogo etno­
gráfico que desde los comienzos jonios se había venido elaborando a la hora de des­
cribir los paises lejanos. La geografía y la historia habían contribuido de forma deci­
siva a realizar dicho acercamiento. Se hablaba de distancias precisas desde otros
puntos bien conocidos o considerados puntos bien identificables dentro de un
supuesto mapa real del mundo de aquellos tiempos. Se introducía en este ámbito
una presencia humana bien tangible como la de los fenicios, conocidos por sus
arriesgadas navegaciones de ultramar y por la pericia de sus transacciones comer­
ciales por todos los puntos de la ecúmene. Cerne quedaba de este modo integrada
88 Per. Pseud. Scyl., par. 112. Sobre el problema de datación de este Periplo, Peretti (1988).
ISLAS FABULOSAS 135

también en el conjunto de las tierras habitadas, si bien se hallaba situada en uno de


los confines, más allá de los cuales se abrían imponentes barreras físicas que resul­
taba imposible superar.
La isla aparece también mencionada, aquí de forma más escueta, en el célebre
Periplo de Hanón, ya mencionado, donde se atribuye su descubrimiento e incluso
su misma denominación a la expedición exploratoria encabezada por el almirante
púnico89. Según algunos autores ésta sería la mención inicial de la isla al conceder
carta de ley a la veracidad de la historia que el Periplo dice transcribir. Sin embargo
dada la posibilidad de que dicha obra fuese compuesta en el siglo III en los medios
alejandrinos, como parece lo más probable, sería la cita del PseudoEscílax, de
mediados del IV a. C. la pionera en mencionar la susodicha isla. No sería tampoco
de extrañar, si consideramos el Periplo de Hanón como una obra griega de ficción
hábilmente construida, que su autor, conocedor de la aparición de la isla en el Peri­
plo del PseudoEscílax, hubiera decidido incluirla en el supuesto viaje del cartaginés,
otorgándole como era lógico y coherente en una expedición pionera por estos
mares, la categoría de haber sido su descubridor. De esta forma se cubrían varios
objetivos. En primer lugar se concedía credibilidad a una expedición que debía de
haber encontrado lógicamente los puntos referenciales “reales” que eran de esperar
en aquellos confines del orbe, en segundo lugar la isla, rodeada de cierto velo de
misterio como punto limítrofe junto a un océano innavegable, contribuiría también
con su aparición a lo largo del trayecto a dotar a éste de los elementos fantásticos
imprescindibles en todo relato de estas características.
El rápido paso de Cerne al mundo de la fabulación se detecta en un pasaje de
Estrabón, cuando censura la ingenuidad y contradiciones de todo un Eratóstenes al
aceptar como buenos ciertos argumentos míticos relativos al ámbito geográfico que
se abría más allá de las columnas de Heracles, incluyendo entre ellos la mención de
la isla de Cerne, que el geógrafo de Amasia asocia a “otros lugares que hoy en día
no se pueden localizar en ningún lugar”90. Da la impresión que Cerne, al igual que
había sucedido con la Tule de Piteas, había entrado de lleno dentro del universo
imaginario y fue a partir de su breve aparición en las obras antes mencionadas, fácil
presa de fabuladores y poetas que además de asociar a su nombre ciertas maravillas
llegaron incluso a cambiar radicalmente su localización trasladándola al otro confín
del orbe, el oriental. Si hemos de creer a Plinio el Viejo esta traslación se habría ini­
ciado ya con Eforo que hablaba de la imposibilidad de aproximarse a ella viniendo
desde el mar Rojo a causa del calor existente más allá de las columnas91. Polibio en
cambio la seguía situando en el lugar previsto, frente a las costas de Mauritania
según nos informa en el mismo pasaje el enciclopedista latino92. Todavía Comelio

89 Perip. Han., 35 y ss.


9° Estr., I, 3,2.
91 Plin., N.H., VI, 199.
92 Pol., XXXIV, 15, 9.
136 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín

Nepote, siguiendo el mismo pasaje pliniano, la mantenía en esa ubicación, pero la


propia secuencia del texto induce a pensar que desde entonces la isla empezó a estar
asociada en la imaginación colectiva y literaria con otra serie de islas fantásticas que
se creía se hallaban también en aquellos contornos. La cita de Paléfato relativa a sus
habitantes, que son tachados como “cubiertos de oro”, quizá en una evocación ya
difusa de las riquezas mineras que se suponía que existían por aquellos contornos y
que habían sido explotadas por fenicios y cartagineses, y su mención en el poema
geográfico de Dionisio Periegeta, donde aparece asociada de nuevo a los míticos
etíopes, constituyen claros ejemplos de cúal fue el destino de la isla dentro de la
literatura antigua93. Su aparición como ciudad, capital de los Atlantes, en el mítico
relato del libro III de Diodoro o su presencia como lugar donde surge la aurora en
los poemas de Licofrón y de Nonno94, confirman el desvarío sufrido por Cerne,
transformada de incierta realidad geográfica frente a las costas de Africa en un sim­
ple confín fantástico, apto para la retórica o para cualquier clase de divagación
poética o mítica.

Una isla en el Océano


La idea sobre la existencia de una isla fabulosa situada en el océano dotada con
todas las bendiciones naturales y en la que reinaban unas condiciones de vida idea­
les empezó a tomar cuerpo en la literatura griega a partir de finales del siglo IV a. C.
Bien es cierto que desde el principio se había venido hablando de unas islas de los
Bienaventurados que eran la morada final de los héroes más excelentes que habían
recibido al final de sus días ese premio por mano de los dioses, pero se las localiza­
ba completamente dentro de una geografía mítica, en un difuso extremo occidente,
sin que ninguno de los mortales pudiese llegar hasta ellas. Por el contrario, ahora se
suministran algunos datos para su localización más concreta, como es su cercanía a
las costas atlánticas de Africa más allá de las columnas de Heracles, e incluso se
vinculaba su existencia, por medio de una circustancia perfectamente admisible
como era su descubrimiento a manos de fenicios o cartagineses, al terreno de los
hechos reales, sustrayéndola casi del todo de ese universo más religioso y puramen­
te imaginario.
La primera referencia a esta isla la encontramos en el tratado paradoxográ-
fico falsamente atribuido a Aristóteles que lleva por título Ilepi Gaufiaaícov
áK oua|iáT tov95. Se habla aquí de una isla desierta situada en el océano que gozaba

93 Palaeph., Incred. 33; Dio. Perieg., 219. En este último texto incluso se presentan serias dudas
acerca de la posibilidad de que ni siquiera se tratase de una isla y formase parte del continente, cf. Jacob
(1990), 122.
94 Diod. III, 54, 4; Lyc. Alex., 18 y Nonn. Dyonis. 33, 183-187. En general sobre la isla, Amiotti
(1987). Sobre su posible identificación, Walbank (1979), 638
95 Mir. Ausc., 84. Sobre la cronología de esta obra, Giannini (1964), 133-135.
ISLAS FABULOSAS 137

de todas las bendiciones de la naturaleza, con vegetación abundante, ríos navegables


y frutos de todas las clases. Fue descubierta por los cartagineses que incluso llega­
ron a instalarse en ella por algún tiempo, pero en un momento dado sus dirigentes,
temerosos de que se difundiera la existenca de dicho lugar y llegasen hasta la isla
gentes de todas partes, decidieron prohibir bajo pena de muerte la navegación hasta
allí y aniquilaron a la población que ya la habitaba con el objeto de mantener bien
guardado el secreto de su situación de cara al exterior. Esta decisión de los dirigen­
tes de Cartago ha provocado el escepticismo de los estudiosos modernos que tratan
de explicar de diferentes, y a veces curiosas, maneras un procedimiento tan cruel y
tajante96.
Todo ello si decidimos conceder carta de ley histórica al episodio, lo que no
parece estar del todo claro a la vista del lugar donde la noticia aparece, un tratado
heterogéneo de curiosidades destinado a suscitar el asombro de los lectores a través
de anécdotas sorprendentes en las que importa más la sensación de hallarse ante
algo extraordinario que el contexto real o hipotético en que el acontecimiento tiene
lugar97. Posiblemente esta noticia refleja la atmósfera de misterio que envolvía a
ojos de los griegos toda la actividad marinera de los cartagineses en el Atlántico,
celosos de mantener en secreto ciertas rutas comerciales o coloniales ante la intro­
misión de posibles competidores. Una atmósfera sin duda ideologizada por ciertos
prejuicios helénicos, continuados luego en Roma tras el enfrentamiento directo de
ambas potencias98, que quizá sólo en parte se correspondía con la realidad pero que
se refleja también en otros momentos y circustancias de la época. Así podría quizá
también explicarse dentro de este ambiente la impresión sensacionalista que sin
duda buscaba el autor del curioso Periplo de Hanón, al pretender que ponía en
conocimiento de los griegos una navegación cartaginesa de carácter oficial hacia
esas remotas regiones del Atlántico mediante una traducción al griego de la corres­
pondiente estela púnica erigida en el ágora de Cartago en la que figuraba la narra­
ción del viaje99. Esa misma impresión de fascinación y misterio sobre todo lo que
rodeaba el Atlántico, ya presente bien es cierto en la mitología helénica, y las activi­
dades cartaginesas en este ámbito puede también comprobarse en las noticias dis­
persas que aparecen a este respecto en el mismo tratado pseudoaristotélico. Todo lo
relativo a los dominios cartagineses adquiere allí en efecto tintes de lugares inacce­
sibles o maravillosos, vedados a la acción griega por el celo infatigable de los púni-

96 Así recientemente, Manfredi (1993), 73-77, propone como una de las explicaciones posibles,
entre otras, el hecho de que los cartagineses hubieran considerado inviable la ruta hasta la isla a causa de
su lejanía y hubieran por tanto decidido abandonarla a su suerte.
97 Sobre la literatura paradoxográfica, además de Giannini (1964), véase también Jacob (1981) y
Gómez Espelosín (1995b).
98 Véase al respecto Prandi (1979).
99 Sobre el Periplo de Hanón, Desanges (1978), 39-85, donde figura la bibliografía anterior. Umi
reciente puesta a punto Desanges (1981). Ponen en duda la realidad histórica del Periplo, Germain (IOS?)
y García Moreno (1989).
138 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

eos que supieron mantener en esta bruma ambigua de fascinación, terror y fantasía
sus dominios en el mar exterior100.
A la misma isla se refiere también un pasaje más extenso de Diodoro en el que
hallamos una mayor riqueza de detalles de todo tipo101. El paisaje de la isla cobra
una mayor entidad en la descripción del historiador siciliano. Lo que en el breve
pasaje del tratado pseudoaristotélico eran unas simples pinceladas sobre la vegeta­
ción, los ríos y los frutos, se convierte en Diodoro en todo un cuadro paisajístico
que guarda una cierta consistencia interna. Se habla así de un territorio compuesto
por montañas entre las que sobresale una llanura de una belleza excepcional. La
atraviesan ríos navegables que son además usados para la irrigación del terreno.
Parques y jardines pueblan el espacio de la isla, adornados con árboles de todas las
especies y regados con corrientes de agua dulce. La parte montañosa de la isla se
halla cubierta de densos bosques compuestos por árboles frutales de todas clases
surcados por agradables cañadas y fuentes abundantes. El elemento humano adquie­
re también su importancia dentro de este cuadro idílico, pues se nos dice que existen
por doquier costosas villas privadas con jardines en cuyos pabellones adornados con
flores pasan el tiempo sus habitantes banqueteando durante el verano en medio de la
abundancia y el confort que rodea su vida por todos lados. El agua de la isla contri­
buye además a la salud y vigor de sus gentes. Existe caza de todas clases a su alcan­
ce y el mar les proporciona una pesca variada. Por fin el clima suave, reinante pro­
duce toda clase de frutos a lo largo de todo el año de forma que la isla parecería una
morada más apta para los dioses que para los hombres a causa de su excepcional
eüSai|j.ovLa102.
Este detallismo en la descripción del paisaje de que hace gala Diodoro ha lleva­
do a algunos a pensar que podría haber utilizado una fuente cartaginesa que habría
conocido el lugar de primera mano103. Otros en cambio, más cercanos quizá a la
realidad de las cosas, han visto en muchos de estos detalles una simple amplifica­
ción retórica por obra de Diodoro del esquema tradicional de las islas afortu­
nadas104. Esta apreciación realista choca además con los intentos baldíos por identi­
ficar sobre el mapa la susodicha isla, pues Madeira, el candidato principal, presenta
problemas irresolubles hoy por hoy como son las dificultades técnicas que desde el
punto de vista de la navegación existirían para arribar a la isla o la ausencia de res-

100 Así Mir. Ausc., 37 (donde se alude como fuente al Periplo de Hanón), 113, 114, 134, 136. Lle­
vados quizá de este ambiente muchos estudiosos modernos mantuvieron la tesis del bloqueo cartaginés
del estrecho, impidiendo el paso más allá de las columnas de cualquier otro navegante que no tuviera
dicha nacionalidad. Dicho bloqueo ha sido negado recientemente por la mayor parte de los autores, cf.
Whittaker (1978), 80 y ss. y Huss (1993).
101 Diod., V, 19-20.
102 Sobre la noción de eüScuiJ.oi'ía ligada a una tierra y en particular a una(s) isla(s), Amiotti (1988),
169 y ss.
103 Así Manfredi (1993), 64 y ss.
'O4 Rebuffat (1978).
ISLAS FABULOSAS 139

tos arqueológicos que permitan reconocer trazos inequívocos de este cuadro


ideal105. Es más que probable que Diodoro se haya servido de una fuente anterior
para su descripción general de la isla, sin lugar a dudas griega, que a la vista de su
coincidencia de base con el pasaje del tratado del Pseudoaristóteles bien pudiera
haber sido el historiador Timeo, considerado la fuente común en los casos frecuen­
tes en que ambos autores coinciden106.
A diferencia del tratado paradoxográfico, donde tan sólo importaba recoger la
esencia de la noticia sin aportar más detalles, exprimiendo al máximo el contenido
sorprendente de la misma a tono con el proceder habitual de esta clase de literatura,
Diodoro debió reflejar con mayor exactitud el contenido de su fuente de referencia.
Una mayor precisión que está por otra parte en consonancia con las características
generales de la historia del siciliano, dedicada a explotar al máximo aquellos com­
ponentes mitológicos, historicistas, sensacionalistas o utópicos presentes en sus
fuentes de información con el fin de ofrecer al lector general un tipo de historia glo­
bal adecuada a sus expectativas, llena de colorido y erudición fácil y sin mayores
pretensiones conceptuales que cierto afán moralista y ejemplarizante107. Su descrip­
ción de la isla oceánica sintonizaba bien con el espíritu de los tiempos, al contem­
plar la naturaleza como un conjunto de espacios ordenado dispuesto para el goce y
disfrute del hombre, en el que los jardines o los parques artificiales desempeñaban
un papel fundamental108. Se trataba a fin de cuentas de dar curso a esa visión idílica
de la naturaleza que aparece de continuo en la poesía helenística y que acaparó el
interés de los artistas a la hora de decorar los espacios domésticos urbanos. Incluso
algunos aspectos puramente negativos dentro del panorama etnográfico-geográfico
griego como eran las montañas109, aparecen aquí descritas con tonos positivos que
se traducen en un aprovechamiento ideal por parte de sus habitantes. Dentro de esta
sintonía, Diodoro recarga las tintas sobre todos aquellos aspectos que denotan lujo y
opulencia en la vida muelle que llevaban sus habitantes hasta el punto de que en
algún caso podría dar la impresión de estar describiendo el tono de vida de las cor­
tes helenísticas, cuyo porte excepcional y sus considerables dispendios incidieron
sin ninguna duda en la imaginación colectiva del período en cuestión. Nuestro histo­
riador, consciente quizá de los posibles excesos que este cuadro ideal podría suscitar
y de las correspondientes asociaciones que podrían producirse en la imaginación de
sus lectores, viene a culminar tal despliege con la afirmación de que podría por la
apariencia tratarse de una morada de dioses más que de simples mortales.
105 Así lo reconocen de forma expresa autores como los antes mencionados, Amiotti y Manfredi,
que creen sin embargo en la posibilidad de que algún día puedan superarse tales inconvenientes. El resto
de las hipótesis más importantes se encuentran reseñadas en la monumental obra de Hennig (1944), 46
y ss.
106 Pearson (1987), 54 y ss.
107 Canfora (1990). También Sartori (1984).
108 Fowler (1989), 23 y ss.
109 A este respecto puede verse, Antonetti (1987).
140 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

También en consonancia con las nuevas tendencias del momento, en el terreno


historiográfico y geográfico, Diodoro inserta su descripción dentro de un contexto
perfectamente asumible desde estos dos campos. Sitúa así la isla en el Océano pero
atenúa en alguna medida esta vaguedad descriptiva al indicar que se encuentra fren­
te a las costas atlánticas de Libia a una distancia de ésta que no se atreve a precisar
pero que cifra en numerosas jomadas (fpepóiv TTXeióvcov) de viaje. Resalta asimis­
mo la utilidad inmediata desde un punto de vista humano de algunos de los rasgos
naturales que adornan la isla como las corrientes de agua o el dulce clima reinante.
Por otro lado las circustancias de su descubrimiento por obra de los fenicios dentro
de un determinado contexto o la oposición entre etruscos y cartagineses por mante­
ner el dominio de aquellos mares son elementos que integran todo el episodio den­
tro de la secuencia histórica. Esta preocupación historicista se pone de manifiesto a
la hora de atribuir su descubrimiento a los fenicios en lugar de a los cartagineses,
como hace el Pseudoaristóteles, haciendo entrar a estos últimos en escena en un
momento posterior. De la misma forma es la oposición por el dominio de los mares
entre las “talasocracias” etrusca y cartaginesa la que determina la postura final de
los dirigentes de Cartago en lugar de la curiosa decisión que nos refiere el tratado
paradoxográfico de dar muerte a los propios colonos cartagineses con el fin de man­
tener guardado el secreto. Ciertamente una drástica decisión de esta clase era mucho
más relevante al espíritu recolector de este tipo de literatura que para el prurito his­
toricista de un Diodoro empeñado en incardinar su historia dentro de parámetros
creíbles.
Diodoro - o quizá su fuente- ha construido en suma un cuadro idílico y utópico
sobre un viejo tema como era el de las islas en medio del Océano, morada de héroes
y dioses, pero lo ha adaptado al sentir de los nuevos tiempos en los que primaban
exigencias de carácter historicista o geográfico que no permitían vaguedades tan
etéreas como las del mito y en los que alentaba en los espíritus un ansia de evasión a
tierras ideales donde la perfecta conjunción del hombre con su entorno le proporcio­
naba todo aquello que le era necesario y convertía el duro trabajo cotidiano en una
secuencia ininterrumpida de placeres. Nada nuevo en definitiva que no pudiera ser
atribuido al elenco inventivo de los griegos sobre las tierras fabulosas.
Una nueva referencia a esta isla, en este caso dos, la encontramos en la biografía
de Plutarco dedicada a Sertorio110. Huyendo de sus enemigos el general romano ins­
talado en Hispania vino a dar en su viaje marítimo a la zona de Gades, una vez atra­
vesado el estrecho. Allí le informaron unos marineros de la existencia en el Atlánti­
co de dos islas separadas por un estrecho a las que denominaban Afortunadas, de las
que acababan de regresar. La descripción vuelve a incidir en los mismos temas
como son la bonanza excepcional del clima y la extraordinaria fertilidad de su suelo
que permitía llevar una vida relajada y plácida a sus habitantes. Hay sin embargo
una especial complacencia en resaltar aspectos climáticos con la mención explícita
110 Plut., Sert., 8. Sobre este episodio, García Moreno (1992), 143 y ss.
ISLAS FABULOSAS 141

de determinados vientos que ejercen su acción salutífera sobre las islas o impiden
que sus condiciones de vida se vean deterioradas. De nuevo el espíritu de los tiem­
pos y la formación particular de Plutarco, como buen aristotélico, en esta clase de
temas que tanto habían interesado al filósofo del Liceo, prestó sin duda particular
atención a este tipo de detalles metereológicos que otorgaban sin duda una cierta
consistencia a toda la noticia y prestaban por tanto al relato entero un tono de verosi­
militud que era en el fondo lo que Plutarco buscaba con este tipo de procedimientos.
En esa misma línea se hallan datos geográficos más precisos como el número de
las islas - d os-, su separación por un corto estrecho de mar y su distancia de Africa,
estimada en diez mil estadios, que sin duda superaban con creces toda la tradición
anterior mucho más difusa en este sentido y bastante menos pormenorizada111.
También el conocimiento de su existencia a través de las noticias de marineros de
Gades constituye un detalle relevante a la hora de cimentar la consistencia histórica
del relato. Sus actividades marítimas eran bien conocidas de todos en aquellos
momentos y sus andanzas por el mar exterior ya habían dado lugar a leyendas como
la que dió origen a la aventura de Eudoxo de Cízico recogida por Estrabón de Posi-
donio, según la cual se habrían encontrado los restos de un navio gaditano en las
costas del Africa oriental112.
Su anclaje en la realidad histórica se hacía además en este caso a través de la
figura de Sertorio, que enterado en un contexto perfectamente creíble de la existen­
cia de estas islas, tuvo la idea de viajar hasta ellas en busca de la calma y sosiego
que los tiempos turbulentos que le había tocado en suerte vivir le hacían esperar con
especial ansiedad, especialmente cuando los golpes de la fortuna iban decididamen­
te en contra suya. Oportunamente, la codicia e incomprensión de los suyos le forzó
a desechar tal proyecto y una vez más, como era de esperar por otra parte, las islas
quedaban sumidas en el velo de misterio y fantasía que les era necesario para seguir
conservando el encanto inevitable que atraía hacia ellas las miradas de todos aque­
llos que insatisfechos de su existencia mundana se aprestaban a buscar una estancia
más acogedora y gratificante. La presencia del mito de las islas de los Bienaventura­
dos planeaba ciertamente sobre toda esta clase de noticias y especulaciones y el pro­
pio Plutarco menciona de pasada el hecho de que los habitantes de esta parte de His-
pania creían que era allí donde se localizaba la residencia de los bienaventurados
cantada por Homero. Anteriormente encontramos ya esa conexión también en Dio­
doro, pero uno y otro trataron de ofrecer una visión de las mismas en la que sin per­
derse del todo el halo de fantasía que tal conexión implicaba, su imagen se aproxi­
mase al cómputo de las realidades geográficas, distantes y casi inalcanzables, pero
conectadas a la realidad por el entramado histórico y geográfico que ayudaba a dar­
les dicha consistencia.
111 Recuérdese a este respecto que tanto en el pasaje pseudoaristotélico como en el de Diodoro sólo
se mencionaba un viaje de muchas jomadas sin precisar distancia alguna.
112 Sobre el episodio de Eudoxo de Cízico, Gómez Espelosfn (1992) y García Moreno (1993).
142 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín

La isla situada en medio del Océano constituyó sin duda un topos literario a lo
largo de toda la época helenística y del período romano subsiguiente como prueban
el mencionado pasaje plutarqueo y las noticias existentes al respecto en autores lati­
nos como Horacio, Mela o Plinio113. Su existencia se explica posiblemente dentro
de la estela del mito de las islas de los Bienaventurados, traducido ahora a términos
más realistas que permitieran trasladar un espacio puramente imaginario con claras
derivaciones escatológicas al terreno de la geografía real del mundo habitado, tra­
tando de mantener intactas algunas de las características del modelo como era su
imagen de estancia ideal y paradisíaca. La idealización de la naturaleza, las apeten­
cias utópicas, y el nuevo espíritu de los tiempos que obligaba a utilizar las referen­
cias históricas y geográficas que se consideraban adquiridas y bien asentadas dentro
del esquema del conocimiento general, contribuyeron a conformar el nuevo estereo­
tipo en este proceso de adaptación. No estuvieron del todo ajenos ciertos requeri­
mientos de carácter literario como el afianzamiento y difusión de nuevos géneros
como el relato de viajes o la paradoxografía, que impusieron ciertos esquemas o
estrategias de narración a la hora de presentar la noticia relativa a estas islas. No
falta así en el relato de Diodoro la presencia de un elemento tan característico como
es la acción de los vientos o la tempestad a la hora de trasladar al viajero hasta estos
fabulosos parajes. Circustancia por cierto que elimina de golpe los ingenuos inten­
tos por dar consistencia efectiva a los datos suministrados que pudieran ayudamos a
situar sobre el mapa las beatíficas islas. Ello no significa que cataloguemos de fic­
ción pura y simple todos estos relatos, pues sin duda alguna circularon noticias
sobre la existencia de islas oceánicas relacionadas con el proceso de expansión, pri­
mero fenicio y luego cartaginés, por las costas africanas del Atlántico. Noticias que
probablemente sólo se concretaron, en la medida en que ello resultaba posible, en
los escuetos informes oficiales o en el relato puntual y pragmático de los comercian­
tes implicados. Su trascendencia al terreno literario es harina de otro costal y fue
precisamente allí donde se tejieron en base a los rumores en circulación o a las
informaciones más o menos veraces que podían recabarse en los puertos del Medi­
terráneo occidental los relatos esencialmente librescos que han llegado hasta nos-
atros, que iban seguramente destinados a un público culto que no solía deambular
por aquellos confines.

La isla Blanca
Dentro también de una geografía a medio camino entre lo real y lo imaginario
encontramos otras islas a lo largo de la literatura griega como la isla Blanca consa­
grada a Aquiles situada en el mar Negro. La leyenda parece que es antigua si tene­
113 Hor., Ep. XVI, 41-64; Mela, Chorogr., III, 102 y Plin., N. //.. VI, 202. Análisis de los correspon-
lientes pasajes en Manfredi (1993), 79-115.
ISLAS FABULOSAS 143

mos en cuenta que ya aparecía mencionada en la Etiópida como el destino final del
cuerpo de Aquiles114. Independientemente de las distintas variantes que aparecen
atestiguadas en la tradición mítica, su localización en el mar Negro parece una cons­
tante, si bien varía el lugar exacto, bien en las bocas del Danubio o en el estuario del
Dnieper115. Existe incluso la posibilidad de que el lugar se confunda con un paraje
denominado la “carrera de Aquiles” , que era al parecer una larga franja paralela a la
costa según sabemos por Heródoto116.
A la isla se asociaban historias fantásticas tales como la que nos da a conocer
Filóstrato, según la cual los marineros escuchaban al pasar de noche junto a ella los
cantos respectivos de Aquiles y Helena que contaban sus vidas en versos de Home­
ro117. También se suponía que allí vivía el héroe casado con Helena o con Ifigenia
junto con los dos Ayaces, Antíloco y Patroclo118. Sin embargo además de su situa­
ción en un punto bien concreto de la geografía real como era el Ponto Euxino, frente
a una de las bocas de alguno de los principales ríos que desembocan en él, tenemos
en Pausanias otra conexión con el mundo de los humanos. Según el Periegeta el pri­
mer hombre que habría arribado a la isla habría sido Leónimo de Crotona, un gene­
ral de la ciudad suritálica que herido en una batalla acudió a Delfos en busca de
remedio para su mal. La Pitia le aconsejó que fuera hasta la isla Blanca con el fin de
encontrar a Ayax, que según la historia referida por Pausanias habría sido el respon­
sable directo de su herida, para que fuese curado por el héroe. Leónimo regresó de
la isla y relató a sus compatriotas que allí había visto a los héroes antes citados y
que había recibido de parte de Helena el encargo de acudir a Hímera y decir al poeta
Estesícoro que una maldición suya era la causa de su ceguera.
Pausanias es también el único que ofrece una somera descripción de la isla. Esta
tenía al parecer un perímetro de veinte estadios, se hallaba cubierta de densos bos­
ques y poblada de animales salvajes y mansos, y por último contaba con un templo
dedicado a Aquiles y una estatua del héroe. Se trataba por tanto de una isla deshabi­
tada con una naturaleza exhuberante en la que no priman sin embargo aspectos idea­
lizadores como era el caso en las islas que hemos venido comentando hasta ahora.
La escueta descripción apunta más bien a una de esas islas misteriosas en medio del
mar, cubiertas con una densa vegetación y pobladas solamente por bestias salvajes,
dominio exclusivo de una ninfa o diosa - recuérdese el caso de la isla de Circe
donde se destacan también estos dos aspectos, bosque abundante y presencia de ani­
males- que a una estancia idílica apta para la habitación humana en condiciones per­
fectas. De hecho la experiencia de Leónimo se presenta como un acontecimiento
excepcional, llevado allí por la voluntad divina expresada a través de la Pitia délfi-
114 Huxley (1969), 145.
115 Así Paus., III, 19,12 (Danubio) frente a Estr., II, 5,22 (Bonstenes). Allí la sitúa también Dionisio
Periegeta, 542.
Hdt., IV,55.
u 7 Filóstr., Her., 746
118 Para las diferentes tradiciones y variantes, Ruiz de Elvira (1988), 428.
144 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

ca, con el fin de expiar una cierta culpa, pues según refiere Pausanias en su historia,
el general de Crotona había combatido contra el enemigo en el punto donde precisa­
mente se suponía por parte de los locrios que se solía situar Ayax Oileo para luchar
de su lado contra los Crotoniatas. Una historia en suma con evidentes asociaciones
con el culto heroico y todo el conjunto de historias fabulosas con él asociado, lo que
unido a las leyendas de marinos que refiere Filóstrato sobre la isla y a la visión ya
del todo mítica que encontramos en Dionisio Periegeta nos induce a integrar la isla
Blanca dentro de ese complejo mundo de lo imaginario en el que retazos de una
geografía real, bien precisa aunque asociada con areas marginales del mundo heléni­
co donde pudieron tener lugar fenómenos cultuales de sincretismo119, pasaron a for­
mar parte de un universo enigmático y misterioso con claras resonancias religiosas e
inaccesible a los hombres en el que se movían a sus anchas mitografos, enciclope­
distas y autores de relatos fantásticos.

La isla de Ares
Otra isla consagrada, esta vez a un dios, Ares, aparece mencionada en la saga de
los Argonautas, situada frente a la costa sur del mar Negro. En ella habitaban al
parecer unas aves hostiles que arrojaban sus plumas como dardos contra quienes por
allí pasaban120. Es muy posible que como ha señalado Bacon se trate de una interpo­
lación erudita del propio Apolonio de Rodas, quien sabedor de que Heracles en uno
de sus trabajos había expulsado las mortíferas aves del lago Estinfalio hacia una
lejana isla en el Ponto Euxino, decidiera introducirla en la secuencia narrativa del
poema121. La isla cumple además una función narrativa dentro de la obra, dado que
allí se encuentran los Argonautas con los hijos de Frixo que habían naufragado
cerca de ella en su viaje de regreso a Orcómenos en busca de las riquezas de su
padre122. El encuentro sirve además para proporcionar los guías adecuados a los
expedicionarios en su viaje hasta la Cólquide y para subrayar la relación estrecha
entre la historia de Frixo y la aventura de Jasón, principio y final de la leyenda del
vellocino de oro.
En la isla había, según cuenta Apolonio, un templo sin tejado en el que solían
hacerse ofrendas al dios en tomo a un altar de piedras que se hallaba fuera del tem-
119 Parece probado en efecto que en esta región del mar Negro existiera un culto a Aquiles como
divinidad acuática poderosa y benefactora relacionada posiblemente con el Hpios de Tracia, resultado
ambos de la evolución de un culto más antiguo, quizá cimerio, que se rendía en estas regiones a una divi­
nidad de esta clase, cf. Blawatsky y Kochelenko (1978). Sabemos además de un culto a Aquiles localiza­
do en Olbia a partir de una carta inscrita sobre una lámina de plomo hallada en Berezan datada hacia los
siglos VI-V a.C. cf. DHA, 1, 1974, 134-148.
120 Apol. Rh., II, 1031 y ss., Mela, II, 98. La mencionan simplemente los periplos del pseudoEscílax
y Escimno y Plinio en su Historia Natural, VI, 32 que la sitúa frente a Famacia.
121 Bacon (1925), 80.
122 Apol. Rh., II, 1090 y ss.
ISLAS FABULOSAS 145

pío. En el interior del recinto sagrado estaba erigido un monolito de piedra al que en
tiempos pasados rendían culto todas las Amazonas. Con ello se entroncaba la exis­
tencia y función de la isla dentro del complejo mítico tradicional en el que las Ama­
zonas desempeñaron siempre un importante papel en todo lo relacionado con esta
zona del orbe. Sin embargo no debemos olvidar que la isla aparece mencionada sin
más en el Periplo del PseudoEscílax, al que todos los indicios apuntan a situar a
mediados del s.IV a. C. Por tanto es posible que la isla figurase ya, bien fuese como
un hito más sin especiales características, dentro de los repertorios de geografía reli­
giosa de los viejos Periplos, en los que tumbas o santuarios de héroes y tem­
plos dedicados a diferentes divinidades situados en promontorios señalados de la
costa o las islas sagradas ocuparon un lugar destacado. Probablemente Apolonio
decidió conceder a la isla un papel más importante que el de mera referencia apro­
vechando su situación dentro del itinerario de la nave Argo y la convirtió en un esla­
bón más de la historia donde tenían lugar acontecimientos significativos desde el
punto de vista narrativo. Para ello la dotó de las características maravillosas perti­
nentes como era la presencia de las aves hostiles que allí habitaban, un recurso que
aparecía plenamente justificado dentro de la tradición mítica a través de la saga de
Heracles.

La isla de Diomedes
En la misma línea de la anterior, tenemos también noticia de la existencia de
unas islas consagradas a Diomedes, situadas en el mar Adriático. La presencia de
Diomedes en una isla del Adriático, donde era venerado como un dios, aparece ates­
tiguada ya en un fragmento de Ibico que se ha conservado trasmitido en un escolio a
Píndaro123. Sin embargo parece que fue Timeo quien elaboró la leyenda de forma
algo más sistemática, dando lugar a las sucesivas versiones que luego acogieron
sucesivamente Artemidoro y Estrabón, gracias a cuyo testimonio ha llegado hasta
nosotros124. Se trata sin duda de un ejemplo más de esa operación de traslación al
mundo griego occidental de mitos y tradiciones relacionadas con la guerra de Troya
con el fin de dotar a esta parte del orbe de un elenco legendario del que carecía a
causa de su relativa juventud respecto a la parte más oriental del helenismo.
La isla, naturalmente desierta como requería la ocasión, contaba al parecer con
una tumba del héroe y un santuario consagrado al mismo de cuyo mantenimiento y
vigilancia se encargaban unas aves de gran tamaño. Según la tradición aparente­
mente más antigua, la que aparece atestiguada en el tratado paradoxográfico atribui­
do a Aristóteles que remonta con toda probabilidad a Timeo, estas aves acogían de
forma amistosa a los griegos que llegaban hasta la isla, en cambio se mostraban
123 Schol. Pind. Nem. X, 12, III167-8 Dr= fr. 13 Page
124 Estr., V, 1,9. Cf. Pearson (1987), 73 y ss.
146 F . Ja v ier G ó m ez E spelosín

abiertamente hostiles contra los bárbaros de las proximidades llegando a atacarles


con sus picos cuando arribaban a ella125. Sin embargo más tarde fue sustituida por
otra según la cual dichas aves distinguían entre hombres de bien y malhechores,
convirtiendo la distinción étnica de los primeros testimonios en una discriminación
de tipo moral más acorde con el sentir de los nuevos tiempos. Esta es la versión que
presenta Estrabón126, que deriva posiblemente de Artemidoro, quien habría procedi­
do seguramente a modificar la tradición primitiva que distinguía entre griegos y bár­
baros, acorde con un contexto histórico más colonial en el que las luchas con los
indígenas justificaban la aparición de este tipo de historias tendentes a reforzar más
las señas de identidad griegas y a legitimar su presencia exclusiva en determinados
lugares con fundamentos religiosos que tenían su base en la leyenda heroica griega.
De hecho es muy posible que se trate de una leyenda de carácter etiológico a juzgar
por la secuencia de la historia, dado que a continuación se nos dice que estas aves
nacieron de los compañeros de Diomedes cuando el héroe naufragó en la isla y fue
muerto a traición por el reyezuelo indígena Dauno que gobernaba entonces por
aquellas regiones. La hostilidad hacia los indígenas de la zona quedaría así explica­
da al remontar al engaño de que Dauno hizo objeto a Diomedes, provocando la
muerte del héroe127.
También Lico de Regio, otro historiador de la Magna Grecia, ofrecía una ver­
sión de las cosas similar, a juzgar por la noticia recogida en el tratado paradoxográ-
fico de Antígono de Caristo, si bien existe una laguna en el texto que nos impide
conocer la segunda parte de la historia128. A pesar de la modificación introducida
por Artemidoro y recogida por Estrabón, fue la versión primera la que acabó al
parecer imponiéndose, pues así la presenta Plinio el Viejo, quien añade a su vez las
labores de limpieza y purificación del templo que estas aves realizaban cada día lle­
nando de agua sus gargantas y humedeciendo sus alas129. La isla era además el
único lugar del mundo donde podía encontrase esta clase de aves según el enciclo­
pedista latino. Sin duda esta excepcionalidad y el carácter maravilloso de su com­
portamiento hicieron de la isla uno de los puntos de atracción de los tratados para-
doxográficos en los que como hemos visto aparece mencionada en dos ocasiones.
La presencia de la tumba y el santuario del héroe la incluían también dentro de esa
geografía mítico-religiosa que a pesar de estar ya bien ubicada dentro de los límites
bien precisos del orbe habitado e incluso de los mucho más familiares de la cuenca
125 Mir. Ausc., 79.
126 Estr., VI, 3,9
127 Existe también otra variante de la historia según la cual Diomedes habría sido aliado del rey
Dauno y habría incluso obtenido la mano de la princesa local, conectando de esta forma con el complejo
de tópoi legendarios relacionados con la colonización, cf. Manfredi (1992), 167 y ss. Sobre la utilización
política con fines propagandísticos del mito, Braccesi (1994), 85 y ss.
128 Ant. Carys., 172 Giannini. Se trata sin duda de la misma noticia que aparece en el tratado pseu-
doaristotélico a juzgar por la secuencia de la historia, a pesar de que en este caso aparece algo más abre­
viada.
129 Plin., N.H., X, 127.
ISLAS FABULOSAS 147

mediterránea, supo conservar siempre casi intactos aquellos elementos de misterio,


fascinación y asombro que unas regiones todavía poco conocidas y habitadas por
poblaciones hostiles suscitaron en la imaginación griega en aquellos primeros
momentos en los que sólo el mito o la leyenda constituían una vía de integración
adecuada130.

Las islas del ámbar


Dentro del mismo tratado pseudoaristotélico encontramos también una noticia
relativa a unas islas denominadas Electrides, situadas en la costa norte del Adriáti­
co, donde se hallaban dos estatuas consagradas, “trabajadas a la manera antigua”131.
Ambas se creía que eran obra del mítico escultor Dédalo que las habría erigido
cuando en su huida de Minos fue a parar a aquellos contornos. La formación de las
islas se atribuía a los aluviones del Erídano, río que era considerado portador del
ámbar y que en la imaginación griega recorría las regiones más occidentales de
Europa132. Las islas quedaban así localizadas en la desembocadura de dicho río, un
lugar rodeado de misterio en el que según la misma fuente existía una laguna muy
especial, de agua caliente y con un olor particularmente fétido que provocaba que
ningún ave pudiera sobrevolarla sin precipitarse en ella. Se asociaba además toda
esta región con la leyenda de Faetón, que habría caido en la laguna cuando fue pre­
cipitado por el rayo de Zeus.
El lugar reunía todas las características para figurar en la nómina de tierras fabu­
losas, rodeadas de cierta aureola fantástica. Ya su proximidad a un río de clara rai­
gambre mítica como el Erídano constituía un buen presupuesto para ello, más toda­
vía si las propias islas habían sido formadas por sus aluviones. La presencia de la
laguna con sus propiedades extraordinarias contribuía también a acrecentar sus
posibilidades en este sentido. La presencia en las islas de las dos estatuas, de las que
se resalta especialmente su factura claramente arcaica, atribuidas además a una figu­
ra mítica de ilustre prosapia como Dédalo, era igualmente un elemento importante.
En este mismo terreno se hallaba su conexión fatal con la leyenda de Faetón, que
constituía en suma una clara explicación etiológica del mítico producto que allí se
producía. Por fin la mera existencia del ámbar, una de las materias más apreciadas
cuyo origen se fijaba en los extremos del orbe, ligada a las islas, hasta el punto de
130 Sobre la presencia de la saga de Diomedes en la zona Adriática y sus diversas conexiones con
otros complejos míticos, Manfredi (1992), 171-193 y Braccesi (1994).
131 Mir. Ausc., 81
132 Hdt, III, 115, dudaba sobre su existencia efectiva, pensando que se trataba sin más de una crea­
ción de los poetas. Se le suele identificar con el Po. Posiblemente su asociación con el ámbar rememora
una antigua ruta comercial de dicho producto que desde Jutlandia atravesaba Europa a través del Rhin
para terminar desembocando en el Ródano, cf. Spekke (1957), 47 y ss. Sobre la relación del Eridano con
el ámbar, Mastrocinque (1991).
148 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

darles su nombre, era motivo más que suficiente para convertir a esta región en un
lugar excepcional y maravilloso, con todos los ingredientes necesarios de las tierras
de los confines donde lo extraordinario y lo aterrador aparecían asociados en extra­
ña convivencia.
Sacando partido de estas características para su propio relato, Apolonio de
Rodas presenta en su poema una descripción del lugar ciertamente inquietante. Un
pesado vapor emanaba del lugar en recuerdo de la candente herida de Faetón que
impedía atravesar a las aves por encima. Las Helíades, transformadas en amplios
álamos negros, lloraban apenadas la suerte de su hermano en quejas sonoras derra­
mando las lágrimas del ámbar que se secaban al sol sobre la arena. Esta visión poé­
tica nos trasmite por encima de la estandarización del lenguaje épico en fórmulas y
epítetos como la “oscura ensenada” una imagen del lugar sombría y turbadora en la
que los elementos legendarios (muerte-castigo divino-transformación-lamento per­
petuo y llanto) desempeñan un papel importante. No se olvide a fin de cuentas que
también el bosque de Perséfone cercano al Hades es descrito en la Odisea con
un aspecto similar - “esbeltos álamos negros y estériles cañaverales”- y no parece
que debamos dudar de la imagen siniestra con que se presenta un lugar tan sig­
nificativo133.
Jacoby sugirió que el pasaje pseudoaristotélico podría proceder de Teopompo,
incluido entre los 0au|iáaia de sus Historias Filípicas134. Sin embargo el fragmen­
to atribuido a dicho historiador en el que se mencionan dichas islas no se corres­
ponde del todo con la noticia del tratado pseudoaristotélico. A juzgar por su conte­
nido, donde se presta una atención preferente a los aspectos geográfico-etnográfi-
cos de la zona en cuestión, no alcanzamos a ver dónde hallarían cabida dentro de
este pasaje los aspectos míticos, a los que la noticia del tratado paradoxográfico
parece conceder especial relevancia. La noticia que aparece recogida en el Pseudo-
aristóteles figuraba sin duda entre los relatos fabulosos a los que alude Estrabón al
tratar de estas regiones, poco dignos de crédito y que conviene dejar a un lado a la
hora de reconstruir la verdadera historia135. En la misma línea del geógrafo de
Amasia, Diodoro se hace también eco de estas leyendas a la hora de tratar de los
lugares de donde procede el ámbar, pero sumido ya en un horizonte geográfico más
despejado en el que la evidencia apuntaba mucho más al norte y consciente de las
nuevas exigencias racionalistas, sitúa la isla en el mar Báltico y la denomina Basi-
leia, un nombre propio que la aleja de la denominación mítica que recibían las islas
del Adriático136. Los nuevos tiempos en que se movían tanto Estrabón como Dio­
doro no impedían a estos autores referir todavía con placer esta clase de historias
míticas pero debían mostrarse acordes con las nuevas circustancias que tendían a

133 Od., X, 510.


134 FGrHist F 130
135 Estr., V, 1,9
136 Diod., V, 23. Cary y Warmington ( 1929), 38, la identifican con Heligoland.
ISLAS FABULOSAS 149

trasladar los lugares fabulosos fuera de la órbita de un Mediterráneo cada vez


mejor conocido y que era recorrido en aquel momento de una parte a otra por las
legiones romanas.
La tradición que asociaba el origen del ámbar con el río Erídano remontaba pro­
bablemente muy atrás, pues podría haber sido ya mencionado en conexión con la
leyenda de Faetón y las fuentes del ámbar en un poema hesiódico que no ha llegado
hasta nosotros137. La confusión existente al respecto queda puesta de manifiesto en
las correspondientes observaciones de Heródoto cuando muestra su escepticismo
sobre el caso138. Sin embargo la tradición que asociaba el mito de Faetón con el
Adriático se encuentra ya en Esquilo, si bien todavía se mueve dentro de los contor­
nos del mito139. Una tradición que ya en Eurípides aparece localizada en el Po y que
según los hallazgos arqueológicos realizados en la zona encontraría una cierta con­
firmación en la realidad de los hechos, que podrían haber dado así origen o quizá
más bien base efectiva a la hora de fijar la leyenda en aquellos contornos140. Esta
base histórica, procedente de la mayor o menor importancia que este lugar tuviera
dentro de una de las rutas comerciales del ámbar, unida al deseo evidente por parte
de mitógrafos e historiadores de trasladar hasta el Occidente leyendas de cierto
peso, fueron sin duda elementos determinantes a la hora de dar cabida a los elabora­
dos relatos de esta clase que circulaban por doquier sobre las regiones del occidente
helénico. Dentro de este cúmulo legendario debió figurar sin duda la noticia relacio­
nada con las islas del ámbar y el mito de Faetón a juzgar por los comentarios críti­
cos que el caso suscita en Polibio141, quien apunta seguramente hacia Timeo142, y
más tarde ya de forma englobada en expresiones de carácter general en un Estrabón
o un Diodoro. El tratado paradoxográfico, a cuyo autor le preocupaba sobre todo
recoger noticias curiosas o sorprendentes en las que esta clase de elementos míticos
desempeñaba un papel destacado, encontró en esta clase de autores, bien Timeo,
Lico de Regio, o quizá otros que desconocemos, un vivero bien surtido en el que
proveerse de esta clase de anécdotas.

Las Casitérides
Las islas del estaño, denominadas en griego Casitérides por el nombre del metal,
aparecen en cierta forma también como una tierra fabulosa, bien sea por la indefini­

137 West (1966), 261.


138 Hdt., III, 115.
139 Elíades, fr. 69,71 y 73 N. Cf. Culasso Gastaldi (1979).
140 Hipp., 732-742. Cf. Burelli (1979). Una identificación que remontaba ya a Ferécides, FGrHist 3
F 74. Sobre la identificación del Eridano con el Po, Braccesi (1977), 30-55 y Grilli (1975), 279 y ss.
141 Pol., II, 16.
142 No parece opinar de este modo Walbank (1957), 180, quien considera que Polibio sólo le ataca
aquí de ignorancia y no de sensacionalismo.
150 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

ción y misterio que presentan a lo largo de la literatura griega143. Ya Heródoto alude


a su velada existencia, manifestando su rotundo escepticismo al respecto144. A pesar
de los esfuerzos que el historiador de Halicamaso dice haber realizado en esta direc­
ción para informarse sobre el asunto no consiguió recabar ninguna noticia fidedigna
que le permitiera asegurar la existencia de un mar extremo en el que supuestamente
se hallarían situadas dichas islas. Al igual que sucedía con el ámbar, también el
estaño se suponía que procedía de las regiones más extremas del orbe y en concreto
de las occidentales, que en tiempos de Heródoto se hallaban todavía envueltas
en una cierta indefinición y vaguedad en contraste con lo que sucedía respecto al
oriente145.
Esta confesión de ignorancia hecha por Heródoto no impidió que el nombre de
estas islas casi míticas, al menos en los primeros momentos, siguiera circulando con
cierta fuerza. De hecho las vemos reaparecer en Estrabón, quien ya de forma apa­
rentemente segura las sitúa en una localización determinada frente a las costas
noroccidentales de Hispania146. Es prácticamente el único testimonio que nos ofrece
una descripción somera de las mismas. Fija incluso su número en diez y nos pinta a
sus habitantes en una forma un tanto espectacular con ciertos tintes sombríos. Según
el geógrafo griego en las islas habitan gentes que llevan capas negras, visten túnicas
que les llegan hasta los pies, se adornan con un cinturón en tomo al pecho y pasean
con bastones parecidos a las Furias de la tragedia. Viven de sus rebaños a la manera
de los nómadas y obtienen del comercio bienes elementales como la cerámica, la sal
y los utensilios de bronce, entregando a cambio estaño, plomo y pieles.
La imagen que ofrece Estrabón de estas islas no parece ciertamente muy idílica
y se adecúa más bien al carácter bárbaro que presenta toda su descripción de estas
regiones del norte de la península ibérica. Sin embargo llama la atención el paralelo
del aspecto algo tétrico de sus gentes vestidas de negro, paseando con bastones,
semejantes a las Furias trágicas, con el que al decir de Polibio solía describirse a los
habitantes de las riberas del río Erídano, vestidos también de negro por llevar luto
por la muerte de Faetón. Descripciones ambas que recuerdan la manera tan peculiar
de hacer historia al modo trágico mediante la presentación de escenarios ciertamen­
te impresionantes147. De cualquier forma, su ubicación en uno de los extremos del
orbe, donde todavía se confundía el mito con la realidad, a juzgar por el testimonio
del propio Estrabón relacionado con el paso del río denominado Leteo que las tro­
pas romanas habían franqueado muy recientemente, otorgaba a estos parajes una
cierta aureola fantástica, concretada aquí en el aspecto un tanto tenebroso de sus
143 No nos interesa plantear aquí el debatido problema de su localización, para ello remitimos a los
trabajos de Dion (1952) y de Ramin (1965).
144 Hdt., III, 115.
145 Sobre la falta de noticias en Herodoto sobre el extremo occidente, Nenci (1990) y Gómez Espe­
losín (1993).
146 Estr., III, 5, 11.
147 Walbank (1960).
ISLAS FABULOSAS 151

habitantes. No en vano Estrabón recalca el carácter más bien reciente del descubri­
miento de estos lugares, cuya ruta había permanecido oculta gracias a las estratage­
mas de los fenicios. El sumo celo con que guardaban este secreto queda además
bien ilustrado con la anécdota que refiere a renglón seguido sobre el ejemplo dado
por un mercader fenicio que llegó incluso a hacen encallar su propia nave con el
objeto de que no pudieran seguirle las naves romanas que trataban de localizar su
punto de destino.
El mejor conocimiento del Occidente europeo tras la conquista romana y con él
el de las rutas comerciales del ámbar y el estaño fue trasladando hacia el norte esta
localización o diversificando su procedencia por las regiones noroccidentales. Así
aparece en Diodoro que menciona una isla denominada Ictis frente a las costas de
Bretaña y vuelve de nuevo a las Casitérides, consideradas aquí como una fuente
más junto a la propia Gran Bretaña sin aludir para nada al número de islas o a la
apariencia de sus habitantes148. El nombre de las islas se mantuvo por tanto en la
tradición y a juzgar por su furtiva presencia en Plinio asociadas al nombre de un
desconocido Midácrito, que habría sido el primero en navegar hasta ellas trayendo
desde allí el preciado metal, seguían conservando algo de ese velo de misterio ini­
cial de tierra fabulosa de los confines donde existían las materias más preciadas149.
De hecho, si el nombre de Midácrito es algo más que el resultado de una confusión
textual150, su persona debió figurar entre los grandes pioneros de la época arcaica
que viajaron hasta los confines del mundo, a la manera del más conocido Coleo de
Samos que fue el primero en navegar hasta Tartesos y obtener allí unas ganancias
considerables. La reducción a una sola isla, a pesar de que en un pasaje anterior el
mismo Plinio habla de islas, y su inclusión en un catálogo de descubridores míticos,
nos lleva a pensar que el nombre de las islas o isla había permanecido rodeado de
esa aureola fabulosa asociado al nombre del navegante que llegó hasta ellas por vez
primera con indiferencia de que el correr de los tiempos hubiera disipado la penum­
bra existente y se hubieran aclarado las vías y lugares por los que discurría el
comercio de tan preciada materia. Al igual que sucedió en otros casos como el del
mencionado Tartesos o la India, el halo mítico que rodeaba estos lugares, vincula­
dos a la visión de los confines, se mantuvo con fuerza en la tradición con indepen­
dencia de los avances realizados en todas las direcciones.

Diod., V, 22 y 38.
149 Plin., N.H., VII, 197. En IV, 119 aparecen mencionadas también al paso entre las islas de His-
pania.
150 Esta fue la conjetura de Salomón Reinach (1899) = (1908).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS

Entre las tierras fabulosas cabe considerar ciertamente aquellos espacios de


carácter sagrado, vinculados más al mundo de las creencias y las ideas religiosas
que al de una geografía siquiera imaginaria, que tan sólo sirve de soporte físico ine­
ludible al escenario ideal representado por ellos. Pesa por tanto más la sensación de
hallamos ante un universo distinto, patrimonio exclusivo de dioses y héroes, al que
adornan las inevitables virtudes de las estancias ideales que el intento lejano de estar
describiendo un lugar específico y concreto, localizable en una geografía remota y
dislocada. En algún caso sin embargo sirvieron como modelo para las futuras ideali­
zaciones de los lugares de ensueño, que en muchas ocasiones no hacen más que
repetir el prototipo creado con las Islas de los Bienventurados o recrean en términos
más realistas escenarios divinos como la pradera de los dioses. Sin embargo a pesar
de toda la carga religiosa, nunca perdieron del todo su vinculación con el mundo y
fueron a establecer en lugares determinados, ciertamente inaccesibles para los
humanos, como un monte elevado, una pradera allende el océano, unas islas situa­
das en este mismo lugar, o una profunda sima de la que nadie regresaba como era el
caso del Hades, pero a la que en definitiva podía accederse a través de algunas cone­
xiones terrenas como eran las célebres grutas que caracterizaban el paisaje griego.
Montaña, islas o grutas, son en definitiva idealizaciones y mixtificaciones de este
mismo paisaje que fueron la base real que inspiró sin duda esta clase de fabulacio-
nes, escogiendo escenarios que por su grandeza, aislamiento o carácter siniestro
pudieran convenir de forma especial como morada a los seres divinos a los que
debían alojar1.

El Olimpo, la morada de los dioses


Los griegos colocaban la morada de los dioses en el monte Olimpo, la cumbre
más elevada de Grecia situada en los confines de Tesalia con Macedonia. Existe la
posibilidad de que en la lucha primordial que se libró en los orígenes, los hijos de
1 Sobre la importancia del paisaje en la mitología griega y su papel esencial a la hora de interpretar
los mitos, Buxton (1994), 80-113.
154 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Crono expulsasen a los Titanes y ocuparan la montaña que pasaría desde entonces a
convertirse en la “morada siempre segura de los dioses”2. En la Ilíada no se ofrece
una descripción explícita del Olimpo a pesar de las numerosas menciones que
encontramos a lo largo de todo el poema. Se le presenta como un lugar vasto, espa­
cioso, donde los dioses tienen su morada, de donde parten y a donde vuelven tras
sus frecuentes andanzas y visitas por el mundo de los hombres. Se apunta incluso la
posibilidad de una estancia compleja compuesta de varias puertas al modo de los
grandes palacios micénicos. En otros momentos la impresión es que existen diferen­
tes palacios para cada uno de los dioses, destacando por encima de todos el de Zeus,
que se hallaría en lo más alto y del que en una ocasión se llega a mencionar su
“broncíneo piso”3. Todo conduce por tanto a imaginar una estancia ideal a la mane­
ra de los grandes príncipes, donde la amplitud y el brillo constituyen los rasgos más
relevantes. Sin embargo el Olimpo no deja de ser una montaña elevada, con riscos y
replieges y cubierta frecuentemente de nieves. Estos epítetos que aparecen con cier­
ta frecuencia diseminados entre los otros nos hacen suponer un escenario mucho
más duro y difícil en el que resulta casi imposible imaginar la placidez con que dis­
curre la vida de los dioses.
Por otro lado encontramos en la Odisea una descripción del Olimpo claramente
idealizada. La morada de los dioses se presenta allí como un lugar en el que reina un
clima ideal, con un cielo siempre claro y luminoso, carente por completo de viento,
lluvia o nieve, y donde sus felices habitantes pasan todo el día en medio de diversio­
nes4. Esta contradicción aparente entre un lugar ideal separado del todo del mundo
de los hombres y al que sólo algunos mortales privilegiados pueden llegar llevados
allí por los dioses, y las incomodidades que presenta para la vida diaria una montaña
elevada, abrupta y nevada, ha suscitado cierta confusión entre los estudiosos moder­
nos hasta el punto que algunos editores han propuesto incluso atetizar los menciona­
dos versos del canto VI de la Odisea5. Sin embargo dicha incoherencia en la des­
cripción homérica es efectivamente tan sólo aparente.
El Olimpo era sin lugar a dudas una montaña real que los griegos podían perci­
bir con su aspecto ciertamente imponente incluso desde el mar, casi siempre cubier­
ta de nubes y con sus cimas nevadas. El lugar presentaba por tanto todos los requisi­
tos necesarios para situar en él la morada de los dioses. Su práctica inaccesibilidad y
la sensación de retiro inviolable que sus cimas presentaban a los ojos de todos eran
electivamente inmejorables condiciones para que en esas cumbres discurriera oculta
entre las nubes y la bruma la vida regalada de los inmortales. Así eran las cosas
desde la perspectiva humana y era lógico por tanto que a la hora de referirse al
2 Eso es al menos lo que parecen sugerir algunos testimonios como Hes., Teog., 112 y ss., Tr., 110 y
ss. y otros más, cf. Ruiz de Elvira (1982), 54. En general Ganzt (1993), 120-123.
1 //., VIII, 411 (varias puertas); II., XI, 77-78 (palacios de cada dios); II., XXI, 438 (broncíneo piso).
4 Od., VI, 42-45.
’ Los defiende sin embargo Stieker (1969).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 155

Olimpo primasen en ciertos casos los aspectos realistas de la descripción que apun­
taban a sus nieves perpetuas o a su irregular configuración topográfica tal y como
corresponde a una cumbre de esas características. Sin embargo a la hora de imaginar
la morada en sí, fuera de su vinculación “geográfica” real que la ponía en relación
con el mundo de los hombres y que explica los numerosos pasajes en los que los
dioses ascienden al Olimpo o recorren al bajar de él las tierras de Pieria en primer
lugar, las cosas se veían de un modo bien distinto. A partir de esos momentos pri­
maban los aspectos ideales y la estancia divina se representaba a todas luces con los
rasgos ideales que remitían por un lado al mundo de los palacios provistos de estan­
cias espaciosas y grandes puertas que daban acceso a los diferentes aposentos, y por
otro al de un lugar dotado de las condiciones climáticas perfectas concebidas desde
una mentalidad mediterránea con cielos azules sempiternos nunca turbados por
alguna de las inclemencias meteorológicas más comunes que tanto molestaban la
vida diaria de los hombres. Las exigencias formularias de la versificación épica con­
tribuyeron también a la mezcla inevitable de las dos concepciones introduciendo
aquí y allá epítetos como “nevado” o adjetivaciones como “de muchos riscos”, que
sólo en una lectura “literal” de los poemas pueden inducir a una cierta distorsión de
las realidades apuntadas.
Existía además, también dentro de esta doble perspectiva, una cierta confusión
entre el Olimpo y el ouranós, la región etérea donde los dioses habitaban ya despro­
vistos de toda ubicación geográfica precisa. Da la impresión, a la vista de los testi­
monios que nos ofrecen los dos poemas homéricos, que hasta un cierto nivel ambas
concepciones parecen coexistir sin problemas6. La composición compleja y escalo­
nada de ambos poemas admitió en su seno la coexistencia efectiva de opciones dife­
rentes que seguramente iban surgiendo de forma progresiva con el paso del tiempo
dentro de la visión griega del mundo y de los dioses. Poco es efectivamente lo que
se habla del Olimpo como morada divina después del ciclo épico, donde a juzgar
por algunas referencias de los Himnos homéricos se mantiene viva la concepción
idealizada, patente en expresiones como “Olimpo fragante de incienso” o “ la her­
mosa sede del nevoso Olimpo”7. Se tiende a situar la morada de los dioses en zonas
mucho más inconcretas o abstractas como el mencionado ouranós, con una injeren­
cia progresiva de ideas de origen cosmológico que se alejaban considerablemente de
la visión más “primitiva” y realista que establecía en una montaña elevada la resi­
dencia de los dioses. La intervención casi continua de los inmortales en las activida­
des humanas hacía necesaria una vinculación directa al mundo que permitiera dar
cuenta en clave geográfica y concreta de sus idas y venidas. Era igualmente necesa­
ria una atalaya privilegiada desde la que poder contemplar todo el discurrir de las
acciones humanas, bien como mero espectáculo o a la espera de su oportuna inter­

6 Sale (1984).
7 Him. Hom. a Herm.., 322 e Him. Hom. a H era cl7.
156 F . J a v ier G ó m ez E spelo sín

vención8. En un universo como el homérico, ligado de forma indefectible a las reali­


dades concretas y palpables, el Olimpo aparece todavía como un estadio intermedio
entre la tierra y el cielo. Las nubes remontan el Olimpo hacia el cielo cuando Zeus
desata las tormentas y en el éter y las nubes es suspendida Hera cuando recibe el
castigo de Zeus, pero al igual que la tierra, también el Olimpo es patrimonio común
de los tres Cronidas que se repartieron el resto de las zonas del universo9.
La espiritualización progresiva de las intervenciones divinas en la vida de los
hombres alejó también su residencia del mundo real trasladándola a niveles mucho
más etéreos y separados ahora del todo del mundo real. Sólo el prestigio de las
designaciones homéricas mantuvo casi intactas las formas. Sin embargo la idea de
un paisaje ideal en el que los dioses moraban alejados de todas las penas y calami­
dades humanas, rodeados de goces continuos y al que sólo unos pocos mortales
tenían acceso, se mantuvo vigente. Se trataba tan sólo de buscar otros escenarios
adecuados donde localizarlo. A fin de cuentas el paisaje olímpico reflejaba una
constante del espíritu humano como es el sentimiento de frustración inevitable que
deriva de la obligación de vivir en medio de unas condiciones cotidianas mucho
más adversas.

Los Campos Elisios


Los campos Elisios, o quizá mejor la llanura elisia, es otro de los lugares mara­
villosos con características escatológicas. Encontramos una breve alusión al lugar
en el canto IV de la Odisea cuando Proteo le predice a Menelao su destino final en
esta estancia ideal10. El anciano del mar le indica al héroe que se encuentran situa­
dos en los confines de la tierra -TTeípaTa yaír}?- junto al Océano y en ellos se dan
unas condiciones de vida ideales desde un punto de vista climático. No hay neva­
das y el invierno no es largo, tampoco hay lluvias pero la acción refrescante del
Céfiro contribuye a moderar un ambiente aparentemente cálido. La descripción de
los rasgos ambientales recuerda en buena medida al Olimpo, pero en este caso, por
tratarse de una estancia menor las condiciones ideales aparecen algo rebajadas. De
hecho el invierno está presente si bien se dice que éste no es largo, conformando
de esta forma una cuadro más proximo a las condiciones reales, aunque optimiza­
das al máximo. Incluso la ausencia de lluvia, entendida en la descripción de la
8 Así se destaca en varias ocasiones cómo el Olimpo es el lugar desde el que todo se ve, cf. IL, XI,
81 y ss.; XIV, 153 y ss.; XX, 22 y ss.; en otros muchos pasajes da la impresión que los dioses se encuen­
tran siguiendo efectivamente el curso de la batalla a juzgar por sus reacciones inmeditas, así VIII, 198 y
ss. Sin embargo el Olimpo es también el lugar apartado del mundo desde el que los dioses permanecen
líjenos a las acciones humanas sin enterarse de lo que ocurre, a pesar de sus intereses en ellas. Así Ares
que no se entera de la muerte de su hijo, II., XIII, 523.
9 II., XV, 20 y ss. (castigo de Hera); XVI, 364 (tormentas); XV, 193 (patrimonio común).
10 Od., IV, 563-569.
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 157

morada olpímpica como falta de inconvenientes climáticos, se trata aquí de com­


pensar con la presencia de las brisas refrescantes del céfiro, que dentro de una
concepción más realista debían cumplir una misión ineludible en la vida de los
hombres.
Aparte de las bendiciones climáticas no se mencionan otras condiciones ideales
que contribuyen a hacer más cómoda la vida de los hombres - pT|ícnT| (3 i o t t |- si
bien podrían fácilmente deducirse de este cuadro ambiental bien modulado. No se
detecta además en el lugar presencia humana alguna, ya que sólo el rubio Radaman-
tis es mencionado como habitante fijo del lugar. Su figura es bien conocida como
juez de los muertos en la tradición posterior donde aparece como paradigma de la
justicia11. Su vinculación con Creta - sería hijo de Zeus y Europa y hermano por
tanto de Minos- ha llevado a algunos a relacionar esta estancia ideal con las creen­
cias religiosas de la isla, en las que la idea de un escenario ideal en el más allá
habría ocupado una función destacada12. La sola presencia de Radamantis parece
ser en todo caso un rasgo indicativo, bien de la ubicación del lugar o de su condi­
ción ideal o ultraterrena. Seguramente nos encontramos aquí con una alusión a una
estancia semidivina donde sólo algunos héroes especialmente elegidos consiguen
llegar, a la manera de lo que más tarde serán las islas de los Bienaventurados. De
hecho es tan sólo Menelao entre los héroes aqueos el que es llamado a este destino
privilegiado frente al sino común que alcanzan el resto de sus compañeros, entre
ellos Aquiles y su propio hermano Agamenón, a quienes encuentra Odiseo en su
visita al Hades. La razón concreta de este privilegio se la da también Proteo a
Menelao al final de su alocución
porque tienes por esposa a Helena y eres yerno de Zeus.

Era por tanto este parentesco indirecto con Zeus, a través de su matrimonio, el
factor determinante a la hora de fijar su destino.
La brevedad del texto homérico no permite ir más lejos si bien son muchas las
hipótesis y conjeturas que se han formulado sobre la compañía que Menelao habría
podido encontrar en este privilegiado destino. Otros héroes de la saga troyana
encontraron también posteriormente destinos ideales en islas, como Aquiles, o en
lugares no especificados como Memnón. La tendencia a imaginar una morada ideal
para toda esta raza especial se aprecia ya en Hesíodo con las mencionadas islas de
los Bienventurados y fue un recurso al que otros más tarde recurrieron también en
caso de necesidad, bien por motivos patrióticos o religiosos a la hora de implantar o
propagar un determinado culto heroico. La condición particular de Menelao en este
caso no deja efectivamente de sorprendemos, pero quizá se explica atendiendo a su
relación con los hermanos de su esposa, los célebres Dioscuros, con quienes aparece
11 Así en Teognis 701; Pínd., OI., II, 75 y Pit., II, 74
12 Sobre todo Nilsson (1950), 621 y ss. y Picard (1948), 161 y ss.
158 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

asociado en otras ocasiones gozando también de una vida futura especial en lugares
señalados13.
La propia palabra ha suscitado también un despliege considerable de ingenio y
erudición. Desde explicaciones ajenas al griego como las de Bérard que lo relacio­
naba con el Abel o Padan Elousim hebreo o la de Thomson para quien evocaba los
campos del dios ugarítico El, a la de quienes han querido encontrar una raiz indo­
europea, bien recurriendo a comparaciones con otras lenguas de esta familia como
el lituano o el anglosajón, bien procediendo a reconstrucciones hipotéticas, pasando
por los que han preferido hallar su explicación dentro de la propia lengua griega
como ya lo hicieran los antiguos echando mano de todas aquellas palabras que
pudieran aproximársele14. La que ha gozado de una mayor aceptación parece ser la
que relaciona el término con éi/r|XúaLos\ cuyo significado sería el de “alcanzado
por el rayo”, indicio de la divinización de un lugar o un personaje. De esta forma
¿vt|Xúctlo9 habría sido así objeto de una mala lectura y reinterpretado como “el que
está en el Elisio”, considerado así inmortal e incorruptible, un procedimiento léxico
que no es ajeno por otra parte al proceder de la épica homérica15.
La llanura elisia se presenta en todo caso como un lugar ideal alejado del mundo
de los hombres por la barrera infranqueable del Océano, elaborado quizá a instan­
cias del modelo olímpico para servir de morada a seres privilegiados como Mene-
lao. La condición ideal del clima responde sin duda a los deseos de una comunidad
mediterránea esencialmente agrícola que contempla la primavera como la estación
perfecta, tratando de eliminar el resto de las estaciones o de suavizarlas al máximo,
suprimiendo las nieves e introduciendo la acción refrescante de brisas marinas.
También vinculado a esta condición geográfica surge el tema de la pradera ideal,
insinuada quizá aquí en el término rreSíov, que se convertirá en uno de los topicos
habituales de esta clase de representaciones ideales16. Su situación en los extremos
de la tierra iniciaba ya este proceso de traslado hacia las fronteras del mundo o a un
espacio exterior a él de los lugares ideales que en un principio se habían considera­
do localizados dentro de un ambiente más inmediato como el Olimpo o las islas
egeas. El surgimiento dentro del imaginario griego de una idea del mundo cuyos
difusos límites estaban poblados de toda clase de maravillas y prodigios pudo tener
su incidencia en esta operación. El descubrimiento paulatino de un Occidente lejano
y misterioso indujo a muchos a poner en relación estos confines mal conocidos y de
los que llegaban noticias confusas y contradictorias con estas ideas, ya que podían
13 Así Alemán Fr 7 PMG le presenta viviendo con los Dioscuros tras su muerte en Terapna, un lugar
donde los dos jóvenes pasaban su tiempo cuando no se hallaban ni en el Olimpo ni en el Hades según
sabemos por Píndaro, Pit., 11,61-64 y Nem. 10, 55-57.
14 Un resumen de estas explicaciones así como las correspondientes referencias bibliográficas se
encontrará en Gelinne (1988), 227-228.
15 Así Burkert (1960/61). Sobre el origen de palabras siguiendo estos procedimientos, Leumann
(1950), 109-110 y 122 y ss.
16 Al respecto, Motte (1973).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 159

encontrar allí un escenario adecuado donde situar toda esta clase de especulacio­
nes17. La presencia del mítico Océano y sus cualidades extraordinarias asociado en
la imaginación griega a unos contornos geográficos que aparecían como descomu­
nales e imponentes, espacio abierto además para toda clase de fantasías, abrió sin
duda un camino fructífero a las especulaciones de este género que podían además
reinterpretar los viejos datos de la tradición, como las refrescantes brisas del
céfiro18, de acuerdo con nuevas ideas religiosas y escatológicas más acordes con las
necesidades y evolución de los tiempos.

Las Islas de los Bienaventurados19


Las Islas de los Bienaventurados - n.aKápuy vf|aoi- aparecen mencionadas por
vez primera en Hesíodo cuando se refiere a la estirpe de los héroes, en su célebre
descripción de las cinco edades20. Según el testimonio del poeta beocio en estas
islas habitarían todos aquellos héroes que no perecieron junto a Tebas o en la guerra
de Troya en un lugar situado en los confines de la tierra y lejos de los hombres por
decisión de Zeus. Los héroes vivían allí felices, exentos de dolores y pesares, y
rodeados de toda abundancia de bienes ya que el campo fértil les producía tres cose­
chas al año de frutos dulces como la miel21. La configuración del lugar es en buena
medida muy similar a los Campos Elisios de que hablaba la Odisea hasta el punto
que parece que ambos lugares quedaron asimilados en la conciencia griega a juzgar
por algunos testimonios como el célebre epigrama sobre Menelao, atribuido a Aris­
tóteles, que sitúa al héroe en las Islas de los Bienaventurados en lugar del Elisio o la
referencia que aparece en la Helena de Eurípides22.
La localización de las islas junto al Océano significaba trasladarlas a los extre­
mos de la tierra, a una zona provista de ciertas cualidades especiales dentro de la
imaginación helénica que tendía progresivamente a situar allí toda clase de fantasías
y fabulaciones casi desde los inicios de su historia. Junto a las riberas del Océano
moraban razas sagradas como los etíopes o los hiperbóreos, allí tenían su lugar de
habitación seres monstruosos como las Gorgonas, y en sus aledaños, aunque de
17 Véase Fabre (1981). ■
18 Sobre el verbo ávaulrbxeiv entendido como regenerar o reanimar, con lo que las brisas de Céfiro
ayudarían a mantener con vida la parte inteligente del alma, Buffiére (1956), 262 y Rudhardt (1971),
87-88.
19 Una buena parte de este capítulo corresponde, dada la afinidad temática, a las páginas que al
mismo hemos consagrado en otro lugar, Gómez Espelosín, Pérez Largacha y Vallejo Girvés (1995).
20 Hes,,Tr. 167 y ss.. Al respecto véase, West (1978), 172 y ss. donde se hallará mencionada
la bibliografía más destacada sobre este tema. En general sobre las Islas de los Bienaventurados,
Schulten (1946); García y Bellido (1967), 47-57 y el mencionado trabajo de Gelinne citado más arriba
(1988).
2> Hes., Tr„ 170-173.
22 Arist., Frag. ed. Rose 640; Eur„Hel„ 1676-1679.
160 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

forma imprecisa, se localizaban otras regiones de características parecidas como el


ya mencionado Elisio, el pais de las Hespérides o el jardín de los dioses donde Zeus
y Hera celebraron su matrimonio. Hesíodo conocía sin duda la mención que hace
Homero en la llíada de pueblos como los afortunados etíopes que en los confines
del Océano gozan de banquetes continuos en compañía de los dioses23 y en esos
confinés había ya imaginado él mismo en su Teogonia la concepción de monstruo­
sos seres como Gerión, nacido de Crisaor y Calírroe, o los Titanes24. También sabía
que las tierras de Libia, ubicadas quizá en un occidente igualmente confuso, produ­
cían en un grado de fertilidad extraordinaria25. Creyó por tanto que éste era el ámbi­
to adecuado donde situar una estancia ideal para los héroes favoritos de los dioses,
que supervivientes de las dos grandes catástrofes que para esta raza fueron la guerra
de Troya y la expedición tebana, alcanzaron un destino inmortal.
Las condiciones climáticas ideales que habían primado de forma clara en las
descripciones someras de las moradas divinas como el Olimpo o el Elisio, son susti­
tuidas en la descripción hesiódica por una referencia más puntual a la fertilidad de
la tierra que podía producir tres cosechas al año. Esta preocupación por la agricultu­
ra, incluso en una morada ideal, resulta lógica en una personalidad como la de Hesí­
odo, que demuestra a las claras su obsesión por este tema a lo largo de todo su
poema. Sin embargo incide también en el estado de felicidad permanente que
embarga a sus habitantes que viven allí “con un corazón exento de dolores”, prestos
a disfrutar de los bienes que la naturaleza les brinda con generosidad. La estancia
casi etérea de los espacios divinos se toma aquí ya más humana con una preocupa­
ción esencial por un sustento fácil y una vida despreocupada, iniciando con ello el
marco general de las visiones utópicas que tanta fortuna tuvieron a lo largo de la
literatura griega. El aspecto humano de unos héroes que dejan a un lado el sufri­
miento y las penas del mundo de los hombres para pasar a gozar de una existencia
feliz que representa todo lo contrario de aquel queda así subrayado en la breve alu­
sión del poeta beocio.
La condición excepcional de la estancia heroica quedaría equiparada a la mítica
edad de oro si aceptásemos como auténticos tres versos que han aparecido en algu­
nos textos papiráceos que mencionan el reinado de Crono sobre aquellos lugares26.
La asimilación era de cualquier forma tentadora y probablemente se llevó a cabo en
época temprana aunque, como parece, dichos versos deban ser rechazados de la ver­
sión original hesiódica. La identidad de los privilegiados habitantes de las islas con
la primera raza de la humanidad según el catálogo hesiódico quedaba así garantiza­
da. De cualquier forma, parece probable que esta concepción de una morada divina
ideal a la que irían a parar también algunos humanos elegidos podría tener su origen
23 IL, 1,423-24.
24 Teog., 290 y 815 y ss.
25 Así Od., IV, 86.
26 Sobre el problema suscitado por estos versos, West (1978), 194-195, quien achaca al deseo de
introducir la figura de Crono dentro de este pasaje la creación de esta versión alternativa.
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 161

en ciertas creencias escatológicas de procedencia cretense o egipcia, con las que se


han encontrado ciertos rasgos comunes. La propia aplicación del término li.ckapes',
referido habitualmente a los dioses, para designar un lugar donde también habitaban
mortales, nos induce a pensar que nos hallamos ante un caso de traslación de ideas
asociadas con la vida de ultratumba hacia espacios que estaban anteriormente reser­
vados tan sólo a los dioses. La progresiva aparición de ciertas creencias como el
pitagorismo o el orfismo debieron incidir sin duda en este proceso hasta el punto de
ir conviritiendo cada vez más lo que en un principio era sólo un reducto heroico
reservado a los elegidos en un ámbito más extenso donde podían encontrar cabida
las almas de aquellos que habían observado durante su vida una conducta recta y
justa.
Dentro de esta línea se encuentra probablemente la mención de Píndaro a las
islas de los Bienaventurados en su Olímpica segunda27. Las características del lugar
son en principio las mismas que presenta la descripción hesiódica. Se insiste en
efecto sobre una existencia libre de fatigas, que evita el duro trabajo de ganarse la
vida, y sin lágrimas, libres ya de toda pena y cuidado. La duración igual de días y
noches apunta también al ideal de la estación primaveral perfecta y eterna en la que
se han dejado atrás las largas noches de invierno o los interminables días de estío.
Sus habitantes son ahora en cambio mucho más numerosos pues al decir de Píndaro
acuden allí los buenos - éoXol- que con sus méritos se han hecho acreedores a esta
estancia privilegiada “en compañía de los favoritos de los dioses”. Da la impresión
que el poeta tiene conciencia efectiva de esta progresiva apertura que ha permitido
acceder a aquellos mortales “que se precian de cumplir sus juramentos” a lo que en
principio era un coto reservado en exclusiva a los héroes, que siguen sin embargo
ocupando el lugar otorgando una compañía ilustre a quienes allí llegaban.
Sin embargo la descripción de Píndaro presenta ciertas innovaciones al ofrecer
un cuadro paisajístico idealizado con los rasgos típicos que presentará luego el locus
amoenus en la literatura clásica28. Se habla de flores de oro que brillan, unas en tie­
rra desde las ramas de árboles espléndidos y otras que las cria el mar. Con ellas los
habitantes del lugar trenzan guirnaldas y coronas bajo los rectos designios de un
justo Radamantis. Una actividad que prefigura ya de forma clara la estancia utópica
ideal en la que el tiempo transcurre alegremente sin otra clase de cuidados o preocu­
paciones en medio de una sociedad presidida por la justicia29. Esta clase de elemen­
tos paisajísticos de carácter simbólico como la pradera florida de rosas purpúreas,
los umbrosos árboles de incienso y los frutos dorados configuran la descripción de
un lugar semejante, que bien pudiera ser también la estancia de los afortunados, en
uno de los fragmentos de los Trenos pindáricos que ha llegado hasta nosotros30. Sus
27 Pind., 01., II, 61-80
28 Schónbeck (1962) y Steiner (1986), 87 y ss..
29 Sobre las tierras utópicas en general, Trousson (1975). Sobre la utopía griega en particular,
Baldry (1956), Giannini (1967) y Ferguson (1975) y Bertelli (1982) y (1991).
30 Pind., Thr., fr. 1.
162 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

habitantes se recrean allí además con competiciones deportivas como caballos y


pugilato o con el juego de dados, y viven sumergidos en medio de un ambiente
agradable en el que la música de la lira y la fragancia de las olorosas ofrendas que
presentan en las aras de los dioses constituyen los principales ingredientes. El cua­
dro, algo idealizado, representa sin duda la forma de vida relajada y muelle de la
aristocracia helénica en sus mejores momentos, a la que iban dirigidos los poemas
pindáricos31. En su deseo de presentar una vida ideal para los bienaventurados a
Píndaro no se le ofrece una imagen mejor y más plástica que aquella en la que los
placeres habituales de una vida “digna”, el atletismo y los banquetes, aparecen inte­
grados en un ambiente idílico con claras resonancias religiosas, dado el lugar que
ocupa en sus preocupaciones la piedad hacia los dioses.
Se trata sin duda de una dimensión moral y religiosa que no aparecía de forma
tan patente en la descripción de Hesíodo. En palabras del poeta, a las islas van a
parar también aquellos de los hombres que
han tenido el valor de mantener por tercera vez en uno y otro mundo su alma
absolutamente apartada de lo injusto
y sobre ellos reina Crono, aquí de manera inequívoca, que tiene junto a él a Rada-
mantis, calificado de nuevo como el paradigma de la justicia. Se trata sin duda de un
modelo ideal, alentado por inevitables preocupaciones estéticas y religiosas en el
que han influido de forma clara las creencias órficas32.
Posteriormente las islas de los Bienaventurados, sin dejar de ejercer su fascina­
ción correspondiente sobre los espíritus cada vez más inclinados a reconocer en
ellas la idea de una vida futura feliz para los virtuosos, pasan a un segundo plano
hasta el inicio de la época helenística. En esos momentos las especulaciones geográ­
ficas, unidas a veces a la constante preocupación por dar carta histórica a los viejos
mitos que se revela sobre todo en los historiadores y mitógrafos del occidente hele­
no, tienden a identificarlas con realidades confusas de una geografía insular aparen­
temente realista situada en el océano atlántico. Dejando a un lado el caso de Diodo-
ro, que ha sido estudiado en otro capítulo, esta tendencia puede apreciarse en la geo­
grafía de Estrabón, más preocupado por explicar las razones que hicieron suponer a
muchos que las islas se hallaban en aquellos contornos del extremo occidente que
en su estricta localización, que sólo es mencionada de pasada. A su juicio la tenden­
cia a localizar todas estas fábulas en el extremo occidente por parte de los poetas
tiene su explicación en la riqueza y opulencia que caracterizaba estas regiones así
como en su clima verdaderamente templado33. El geógrafo griego utilizaba estas
noticias como un argumento más en favor de su tesis principal sobre la buena infor­
mación de que disponía Homero sobre el carácter ubérrimo de estas regiones. En
31 Starr (1992), 31 y ss. En general sobre esta forma de vida, Donlan (1986).
32 Guthrie (1979), 159 y ss. En general, Rohde (1973), 87-127.
33 Estr., III, 2, 13 (C 150).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 163

medio de preocupaciones eruditas o escolásticas como la defensa a ultranza de la


buena fe y la ciencia ingenua pero válida de Homero, y preocupaciones de índole
ideológica relacionadas con sus deseos de exponer un esquema claro de la dialéctica
inevitable entre la conquista romana y la civilización, las islas pasaban a un segundo
lugar como un tema más dentro de una amplia batería siempre disponible para esta
clase de debates34.
Algo parecido sucede con la mención de unas islas en la biografía de Sertorio
escrita por Plutarco, en donde las islas Afortunadas a las que deseaba escapar el
general romano rebelde eran identificadas por los indígenas de la región meridional
de Hispania con la estancia de los Bienventurados35. De nuevo preocupaciones e
intereses de otra clase se imponen aquí a cualquier mención explícita sobre la vieja
estancia ideal de aquellos favorecidos por los dioses. Un resumen quizá de lo ocurri­
do a lo largo de estos debates eruditos y literarios en los que las islas ocupaban tan
sólo un papel secundario o ancilar respecto a un esquema de más amplias dimensio­
nes en el que primaban intereses mitográficos, paradoxográficos o incluso políticos,
lo encontramos en las densas páginas que Plinio el Viejo dedica al asunto36. El enci­
clopedista latino recoge allí los datos suministrados por autores anteriores como
Estacio Seboso o Juba, que las situaban con relación a otras islas, y al parecer pro­
porcionaban también el número exacto, el nombre y las distancias de navegación37.
Algunos han identificado dichas islas con las Canarias38. Sin embargo el relato de
Plinio incide fundamentalmente sobre aspectos que tienen ya más que ver con ele­
mentos claramente paradoxográficos, como la diferente calidad de las aguas que se
extraen de los árboles del lugar, un líquido amargo de los negros y un jugo agrada­
ble de beber de los de color más brillante, o maravillosos como el templo construido
a base de una sola piedra, las nieves perpetuas o los perros de enorme tamaño que
daban nombre a una de las islas. Sólo al final reaparecen los rasgos que aluden a la
prodigalidad de la naturaleza, aunque en más modesta medida, y de todas formas el
carácter ideal del lugar como refugio humano queda en cierto modo rebajado por la
aparición en sus costas de grandes esqueletos corrompidos de los grandes monstruos
que son expulsados por el mar. Sin duda los intereses muy diversos de Plinio han
dado lugar a un conjunto heterogéneo en el que se entremezclan las diferentes
corrientes literarias como los relatos de viaje, la paradoxografía y los mirabilia, que
centraban su atención sobre esta clase de temas, y por tanto algo alejado de la ima­
gen utópica que presentaba en el resto de las versiones hasta aquí examinadas.
34 Sobre este problema véase en general el trabajo de Van der Vliet (1984), donde se recoge la
bibliografía anterior, y el libro de Thollard (1987).
35 Plut., Sert., 8.
36 Plin., NH, VI, 37,202-204.
37 A este respecto, García Moreno (1991).
38 Véase al respecto el reciente libro de Martínez Hernández (1992), esp. el cap. 5. Del mismo autor
también puede verse (1991). En general sobre el mito de las Islas Afortunadas, Santos Yanguas (1988) y
Manfredi (1993).
164 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Resultado de esta mezcolanza es también la noticia que facilita al respecto Pom-


ponio Mela en su Corografía39. Tras situar a las islas de modo más vago, enfrente
de la costa africana, alude a su fertilidad y a la vida fácil que dicha circustancia pro­
porcionaba a sus habitantes, sin embargo no deja pasar por alto un claro elemento
paradoxográfico, que recuerda en cierta medida al mencionado por Plinio. Mela
refiere la existencia en una de las islas de dos manantiales de naturaleza extraordi­
naria. Quienes beben de uno de ellos se debilitan hasta morir de risa, y sólo consi­
guen la curación de tan extraña enfermedad si beben del otro de los manantiales. El
topos de las Islas había terminado convirtiéndose más en motivo de curiosidad por
los extraños fenómenos que allí tenían lugar que por la naturaleza ubérrima y las
condiciones de vida muelle que ésta proporcionaba a quienes por designio divino o
como refugio de las penas y fatigas cotidianas conseguían habitar en ellas.
La cima de las deformaciones sufridas por el topos de las islas de los Bienaven­
turados la encontramos, como no podía ser menos, en el genial Luciano, que a modo
de parodia orquestada en todos los tonos posibles, nos ofrece una cómica visión del
tema en sus nunca bien celebrados Relatos Verídicos40. Con su habitual talento, el
sofista de Samósata recrea el estereotipo con toda la gama de elementos que se
habían ido acumulando desde su creación para desembocar en el absurdo cómico
que presenta ante nuestros ojos. La exageración calculada de los diversos rasgos que
caracterizaban estos lugares y las claras alusiones a los diferentes elementos de tipo
paradoxográfico que habían venido añadiéndose al modelo original, tal y como apa­
recen en Plinio o Mela, no tienen otro objeto que el de construir un engendro híbri­
do que provoque una sana hilaridad en todo aquel que, provisto del amplio arsenal
de descripciones que habían abundado en la literatura griega, contemplaba ahora sus
efectos, cómicamente exagerados, en esta brillante parodia.
Aquí desfilan una tras otra todas las características y elementos que habían veni­
do configurando el paisaje ideal de estas Islas: los aromas de todas clases que llena­
ban el aire de estos lugares, los típicos elementos paisajísticos como ríos, praderas y
bosques, ciertos toques de ambientación como las brisas o los cantos de pájaros, la
presencia del justo Radamantis que ha de impartir veredicto sobre viejas pendencias
heroicas, la condición inmortal de los que allí habitan que obliga a regresar a los
que han penetrado en el lugar sin haber muerto todavía, las construcciones opulen­
tas que ya habían aparecido en Diodoro, llevadas aquí a la exageración más eviden­
te - los baños son casas de cristal y el agua rocío caliente- , la propia condición
inmaterial de sus habitantes, la longevidad, el equilibrio climático con una eterna
primavera y una cierta penumbra similar a la que antecede a la aurora, la inevitable
presencia del Céfiro, la productividad extraordinaria del suelo que eleva aquí hasta
doce o trece cosechas en el año la más modesta propuesta de dos o tres que había
venido repitiéndose hasta ahora, los también inevitables elementos paradoxográfi-
w Mela, ni, 10, 102.
40 Luc., VH, 2,5-29.
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 165

eos como los manantiales de agua y otros líquidos o las famosas dos fuentes, origen
de su estado gozoso y festivo. De la facilidad de la vida propiciada por la generosi­
dad de la naturaleza, Luciano hace todo un alarde de su genio cómico pues sitúa en
el más completo absurdo toda esta clase de prerrogativas. Los vientos les sirven, las
copas de vino están ya en los árboles y el vino surge de pronto en ellas, les coronan
los pájaros al sobrevolar sobre sus cabezas y son las nubes las que, presionadas sua­
vemente por el viento, les perfuman con la mirra que extraen de los ríos. Todo un
cuadro en suma que Luciano completa mediante su ácido comentario sobre las pre­
sencias y ausencias de notorios personajes en el lugar o introduciendo en él ciertos
lugares comunes de la tradición etnográfica y utópica como la práctica del amor en
común o la comunidad de mujeres. Al igual que había hecho con otros géneros,
Luciano ponía la guinda a toda una serie de despropósitos que a lo largo de la tradi­
ción habían ido convirtiendo el modelo de un lugar apartado y feliz en el que los
héroes llevaban una vida descansada, que aparece por vez primera en la poesía
homérica y cuyo origen quizá haya que buscar fuera de Grecia41, en un topos litera­
rio adaptable al gusto y sensibilidad de los nuevos tiempos.

El jardín de las Hespérides


Ya desde Hesíodo hace su aparición en la literatura griega la idea de un jardín
maravilloso situado en los confines del mundo en el que se hallaban unos árboles
cuyo fruto preciado consistía en unas manzanas de oro. Su localización aparente no
ofrece dudas, pues según el testimonio del poeta beocio dicho jardín se hallaba
situado “más allá del ilustre océano” junto a la morada de las Gorgonas en dirección
de la Noche42. Sus únicos habitantes eran las guardianas del tesoro mencionado, las
Hespérides, hijas de la Noche, que pasan así a integrarse dentro del complejo genea­
lógico primordial en el que se mezclan abstracciones y divinidades más personaliza­
das de orden secundario entre las que se cuentan las Parcas, Némesis y Eris. No hay
en Hesíodo ninguna referencia que nos permita siquiera imaginar una idea aproxi­
mada del lugar. Por no aparecer ni siquiera se mencionan los habituales términos
que remiten a la pradera o al jardín, escenarios habituales en la tradición posterior
de esta clase de espacios sagrados ideales43. Tan sólo los árboles productores del
magnífico fruto y la condición cantora de las Hespérides permiten suponer un paisa­
je con ciertas características idñicas a la manera de lugares fabulosos como los cam­
pos Elisios o las islas de los Bienventurados.
Sin embargo no todo el lugar presentaba una apariencia idílica completa. Ya en
Hesíodo se apunta la presencia de un terrible dragón como guardián de las manza-

41 Gwyn Griffiths (1947).


42 Hes., Teog., 215
43 Véase el libro de Motte (1973).
166 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

ñas, mencionado de pasada en una de sus muchas genealogías en otro pasaje de la


Teogonia44 Su morada sería en este caso, siguiendo la breve referencia hesiódica,
una “sombría gruta” donde el terrible reptil surgido de la unión de Ceto y Forcis
guardaba las manzanas de oro. A pesar de que en ningún momento el poeta pone en
relación ambos pasajes, todo indica que nos hallamos ante facetas diferentes de un
mismo caso. Hesíodo sitúa también el lugar en los confines de la tierra y menciona
el mismo objeto fabuloso, las manzanas de oro. Esto significaría que el país de las
Hespérides, lejos de constituir sin más un mundo paradisíaco a la manera de los
anteriormente comentados, se concibe dentro de la imaginación hesiódica como un
espacio ambiguo de características liminales en el que se mezclan por igual los ele­
mentos terroríficos y maravillosos. Su situación en el ocaso, hacia la noche, y su
proximidad a la morada de las Gorgonas apuntan más bien hacia los aspectos
inquietantes de un universo de características excepcionales separado del todo del
mundo de los hombres.
Se ha identificado también el lugar con el jardín de los dioses, la llanura sagrada
- lepóv TTéSov- donde Zeus y Hera habrían consumado su unión amorosa y donde
las Hesperides cuidan las manzanas de oro que la Tierra les concedió como regalo
de boda. Poco es sin embargo lo que sabemos explícitamente de este lugar con
excepción de las noticias procedentes de un fragmento de Ferécides trasmitido a tra­
vés de un escolio a Apolonio de Rodas y una alusión casual que encontramos en el
Hipólito de Eurípides45. En ambos pasajes se menciona de forma clara a las Hespé­
rides que habrían sido designadas para cuidar de los preciados frutos, si bien en el
fragmento de Ferécides se alude también al dragón, denominado aquí Ladón, y se
localiza su sede junto a Atlas que ya aparecía asociado al lugar también en Hesíodo,
indicando con ello su ubicación en uno de los confines del mundo, allí donde el
cielo y la tierra se unen a través de la mítica figura46.
Esta localización extremoccidental se confirmó con la inclusión de las Hespéri­
des en la saga de Heracles donde constituye el último de los doce trabajos que el
héroe se vio obligado a realizar bajo las órdenes de Euristeo. Esta inclusión es anti­
gua y posiblemente figuraba ya en la Gerioneida de Estesícoro a juzgar por uno de
sus fragmentos47. Se habla aquí de la casa de oro de las Hespérides y de una isla de
los dioses, identificando quizá el ámbito divino donde se había producido el matri­
monio sagrado con esos confines del mundo poco definidos, situados allende el océ­
ano a donde había ido a parar el héroe en sus dos últimos trabajos. Esta ampliación
del ámbito de actuación de Heracles hasta los mismos confines de Occidente se pro­
dujo posiblemente en una época algo posterior a Hesíodo, quien no relaciona el jar­
dín de las Hespérides con las hazañas del héroe griego por antonomasia. Su esfera
44 Hes., Teog., 333.
45 Ferec., FGrHist 3 F 16 = Schol. Apol. Rh„ IV, 1396; Eur., Hipp., 742-751.
46 Sobre la significación de Atlas, cf. Ballabriga (1986), 75 y ss.
47 Estesícoro fr. 8, donde se alude a “la hermosa isla de los dioses, allí donde las Hespérides tienen
mi casa de oro”.
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 167

de actuación, circunscrita en principio a un ámbito claramente helénico que tenía el


Peloponeso como centro de operaciones, alcanzó después escenarios más occidenta­
les a medida que las aspiraciones helénicas se iban también ensanchando hacia
aquellos confines del orbe tras las primeras navegaciones del siglo VII a. C. y
requerían por tanto el correspondiente refrendo de las hazañas del héroe como ilus­
tre precedente que justificaba las actuaciones reales que en aquellos momentos se
estaban llevando a cabo.
Sin embargo se trataba de un Occidente todavía a medio camino entre la geogra­
fía mítica y las escuetas referencias reales que empezaban a dibujar un difuso mapa
imaginario de aquellos confines del orbe. Así queda reflejado en las contradicciones
y confusiones que presenta el itinerario del héroe para llegar hasta las Hespérides
según aparece descrito ya en el mencionado fragmento de Ferécides y posteriormen­
te en la Biblioteca de Apolodoro. Un recorrido largo y confuso que lleva a Heracles
a recorrer prácticamente todos los rincones de la ecúmene, donde aprovecha su pre­
sencia para llevar a cabo importantes acciones de “limpieza” o de civilización48. El
héroe llega hasta el Erídano, situado de forma vaga en los confines noroccidentales,
donde obtiene la información necesaria para encontrar a Nereo, único personaje que
podría indicarle el camino a seguir para llegar hasta aquellas fabulosas tierras. Pasa
después a Libia, a Egipto, Asia, Arabia y llega hasta el mar exterior. Allí en los con­
fines del orbe encuentra a Prometeo, quien después de haber sido liberado por el
héroe le da el consejo de que no acuda personalmente hasta las Hespérides. Por el
contrario, según el parecer del titán, Heracles debería dejar que Atlas consiguiera
por él las célebres manzanas, mientras esperaba su regreso sosteniéndole la bóveda
celeste. Este itinerario retorcido que le obliga a pasar casi dos veces por el mismo
lugar, y la reiterada necesidad de obtener información acerca de la localización de
las Hespérides en personajes excepcionales como Nereo o el ya aludido Prometeo,
reflejan sin duda la confusión existente en la imaginación griega sobre los confines
del mundo, un espacio dilatado y difuso donde confluyen todavía de forma indistin­
ta entidades aparentemente dispares desde el punto de vista real respecto a su locali­
zación posterior como el Caúcaso o la tierra de los hiperbóreos. Dentro de esta cere­
monia de la confusión no debemos olvidar algunos datos que podían contribuir a
ello como el hecho de que Atlas era hermano de Prometeo y por lo tanto al igual
que él debía hallarse confinado en uno de los extremos del mundo, lo que podía
conducir a algunos a asociar en un mismo conjunto indiferenciado la estancia donde
se hallaban los dos titanes que habían sido sometidos por el castigo de Zeus. Su aso­
ciación con la morada de los dioses a la que se aludía en el fragmento de Estesícoro
antes mencionado pudo igualmente conducir a otros a situar la acción en la tierra de
los hiperbóreos, lugar favorito de Apolo, tal y como aparece recogido en Apolodoro
que corrige así la opinión de aquellos que tendían a localizarla en Libia49.
48 Lacroix (1974).
49 Apol., II, 5, 11.
168 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

Esta divergencia respecto a la localización de las Hespérides que aparece refleja­


da en el mitógrafo griego representa posiblemente un intento de reconducir la saga
mítica hacia itinerarios más arcaicos, y por tanto más indefinidos e indiferenciados,
saliendo al paso de los esfuerzos eruditos de los historiadores y mitógrafos que ya
desde la época clásica habían tratado de situar en regiones bien concretas de la geo­
grafía real los escenarios de las grandes hazañas heroicas o habían intentado racio­
nalizar de forma histórica su desarrollo. Este proceso de localización puntual pode­
mos encontrarlo ejemplificado en Heródoto donde Atlas es ya una montaña circular
muy elevada situada en el interior de Libia cuyas cumbres nunca pueden verse. No
se han perdido del todo sin embargo los rasgos fabulosos que hablaban de un perso­
naje mítico en los confines del orbe, tal y como decían los poetas, ya que el propio
historiador menciona la versión existente entre los indígenas de la región según la
cual dicha montaña era la columna del cielo, trasfiriendo así al ámbito bárbaro la
explicación cosmológica y mítica del mencionado monte. Además, según el mismo
Heródoto, algunos indígenas de la región, que se denominaban atarantes, maldecían
al sol con toda clase de improperios porque los agobiaba con sus ardores50. Sin duda
un recuerdo manifiesto del episodio de Heracles que en su viaje a estos confines se
había rebelado contra el astro rey a causa de esta misma razón obteniendo del
mismo la copa con la que pudo atravesar el océano y llegar a Eritía, el otro trabajo
que hubo de realizar el héroe en estos confines occidentales del mundo.
Este proceso de historización del mito se aprecia todavía mejor en Diodoro que
ofrece de la historia toda una interpretación en clave racionalista. Atlas, presentado
aquí como uno de los hijos de Urano habría recibido su parte correspondiente en las
regiones del océano y habría dado su nombre a los habitantes de la zona y a las
grandes montañas de la región. Llevando hasta el extremo el espíritu exegético,
Atlas habría perfeccionado la ciencia de la astrología y habría sido el primero en dar
a conocer la teoría de la esfera, lo que aclararía a la perfección sus asociaciones
míticas con la bóveda celeste51. En otro lugar convierte a Atlas en un rey que junto
con su hermano Hespero, de cuya hija Hesperis tomó la tierra este nombre, poseía
buenos ganados que sobresalían en belleza y eran de color dorado. Este último
motivo junto con la homonimia evidente de manzanas y ovejas dio pie a las fabula-
ciones de los poetas sobre las célebres manzanas52. Las Hespérides serían aquí las
hermosas hijas de Atlas, raptadas luego por el rey egipcio Busiris que al serle
devueltas a su padre por Heracles, aquel en prueba de agradecimiento le prestó todo
su apoyo en la realización de sus trabajos y le hizo conocer además los secretos de
la astrología, ciencia en la que estaba versado.
La localización del jardín en Libia, que ya aparece como un item más del paisaje
geográfico en el Periplo del Pseudo-Escílax, había dado lugar a relatos de esta índo-

50 Hdt., IV, 184.


51 Diod., 111,60.
52 Diod., IV, 27.
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 169

le en los que la tradición mítica quedaba traducida a un esquema mucho más prosai­
co y realista en el que lugares y personajes adoptaban los papeles y funciones que
de ellos demandaban los nuevos géneros o el nivel de conocimientos de la época.
Los intereses paradoxográficos hicieron también su aparición en escena y tanto las
islas en las que supuestamente se había imaginado la morada divina como el célebre
jardin libio o la montaña sagrada ocuparon también un espacio determinado dentro
de esta clase de especulaciones. A ellos sin duda remite la expresión de Plinio cuan­
do al mencionar la montaña en su correspondiente descripción de Libia la califica
de fabulosissimum por haber sido objeto de toda esta clase de tabulaciones53. Una
imagen a la que no parece mostrar una resistencia excesiva el enciclopedista latino
dada la visión que presenta de la mítica montaña, elevándose hacia el cielo en
medio de las arenas y cubierta en una de sus lomas por densos bosques recorridos
por corrientes de agua donde se producían frutos de todas clases capaces de propor­
cionar entera satisfacción. Esta imagen idílica que recuerda sin duda la del jardín
ideal se ve compensada con la extraña y sobrecogedora impresión de misterio que
su aspecto produce entre quienes allí se acercan, presas del miedo por el silencio
que reinaba de día en sus alrededores y de los fuegos y sonidos que se dejaban oir
durante la noche. Una mezcla de sensaciones que devolvía el lugar a sus míticos orí­
genes hesiódicos, si bien reinterpretado aquí a través de la maraña de asociaciones
que la leyenda, los intentos de racionalización del mito y los devaneos de una geo­
grafía en ciernes que no terminaba de encontrar su propio lenguaje científico le
habían ido añadiendo con el correr de los tiempos.

El Hades: el mundo de los muertos


La existencia de un reino de los muertos parece un lugar común en casi todas las
culturas. En el mundo griego, como casi todas las cosas, hace su aparición con los
poemas homéricos, especialmente en la Odisea. Con ocasión del viaje de Odiseo al
Hades con el objeto de recabar el consejo del adivino Tiresias a la hora de proseguir
su camino de retomo a la patria, el poeta nos presenta una somera descripción del
ámbito infernal, que a pesar de ser algo confusa y aparentemente contradictoria en
sus diferentes apariciones, constituye el cuadro más completo con que contamos al
respecto. Una imagen de la topografía del Hades, más o menos coherente, a pesar de
algunas leves diferencias, se desprende efectivamente de los tres pasajes principales
en los que el poeta se refiere al mundo de los muertos54.
En primer lugar su localización en los confines del Océano parece un rasgo
común a todos ellos. La presencia inevitable del río primordial que rodeaba la tierra

53 Plin., N.H., V,6.


54 Od., X, 508-515; XI, 13-22 y 157-158; X XIV,! 1-14.
170 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

se deja sentir a lo largo de los diferentes pasajes. El Océano como límite del mundo
de los vivos se constituye aquí como la frontera que es necesario traspasar para
alcanzar una estancia que por su propia naturaleza trasciende el espacio humano. El
mundo de los muertos, el “otro mundo” debía situarse necesariamente más allá de la
barrera que delimitaba el orbe habitado dentro de esa imagen geográfica mítica y
elemental que concebía el mundo como una isla rodeada por las aguas del río pri­
mordial. Ese es el camino que sigue Odiseo por indicación de Circe para llegar
hasta el Hades y vuelve de nuevo a entrar en sus aguas cuando emprende el regreso
hacia la isla de la diosa maga. Este era también el primer gran obstáculo que se
interponía en el camino hasta el Hades para los humanos y así lo manifiesta la
madre del héroe cuando acude asombrada ante la presencia de su hijo, todavía vivo,
en aquellos parajes.
Una vez trasladado el mundo de los muertos a los confines del universo dentro
de la imaginación griega, no parece que tenga una importancia especial su localiza­
ción más precisa dentro de este complejo mítico-geográfico que constituían los con­
fines, bien al otro lado del Océano o simplemente a lo largo de sus orillas en un
lugar indeterminado55. Lo cierto es que Odiseo, una vez anclada la nave, arriba a un
lugar desde el que el reino de Hades puede ser alcanzado a pie. No existe sin embar­
go absoluta coincidencia respecto al lugar mencionado. En el primero de los pasa­
jes, cuando Circe le anuncia el camino que debe recorrer, la antesala del Hades se
sitúa para Odiseo en el bosque de Perséfone, con sus “esbeltos álamos negros y
estériles cañaverales”56. Por el contrario, en el canto siguiente, cuando el propio
héroe es quien describe su ruta, una vez alcanzados los confines del Océano, arriba
al pais de los Cimerios, un pueblo sumido en una noche eterna que nunca recibe los
rayos del sol57.
La discrepancia puede resultar sólo aparente si tenemos en cuenta la diferente
perspectiva con que se describe el lugar. En efecto, desde la óptica de la diosa Circe
el punto de referencia inmediato es ya un espacio divino que de alguna manera for­
maba parte del conjunto infernal, dada la presencia de la diosa en la morada de
Hades. Se trata además de un bosque sagrado - áXoos- cuya breve referencia permi­
te imaginar un entorno ciertamente inquietante en el que la vegetación pierde inclu­
so la misión principal de producir frutos y servir de remanso de paz y de gozo para
el hombre. Sin embargo cuando es el héroe el que relata su viaje, el punto focal se
Iraslada a un ámbito diferente más humano como es la proximidad del pueblo y la
ciudad de los Cimerios, un punto más, seguramente, dentro de la lógica itinerante
que constituye el vagar de Odiseo por los mares y su encuentro con gentes un tanto
especiales. No existe ninguna probabilidad de que debamos identificar este pueblo
con las hordas bárbaras que arrasaron Anatolia a mediados del siglo VII a. C.

55 Véase el correspondiente estado de la cuestión que presenta Heubeck y Hoeckstra (1989), 75 y ss.
56 Od., X, 509-512.
57 Od.,XI, 14-19.
PARAISOS Y LUGARES ESCAT0L0G1C0S 171

poniendo fin con sus campañas al floreciente reino frigio58. Los Cimerios de Home­
ro son un pueblo completamente mítico con el que el poeta indica quizá sencilla­
mente que el héroe ha alcanzado en su navegación los confines extremos del mundo
en su vertiente más occidental. El extremo occidente era a fin de cuentas un mundo
de penumbra y de sombras, donde había situado también Hesíodo el reino de la
Noche59. Si en un extremo oriente idealizado y mítico, donde el astro rey tenía su
reino y hacía sus apariciones en el mundo de los mortales, se hallaban los bienaven­
turados etíopes que gozaban de continúo con la compañía de los dioses, era lógico
que, dentro de esta concepción axial y simétrica del universo, existiera en el extre­
mo opuesto un pueblo de las condiciones opuestas, sumido de continúo en la
penumbra eterna sin más asidero en la realidad que su función compensadora dentro
del mencionado esquema cósmico60.
Un lugar importante dentro de la confusa topografía del Hades lo desempeñan
los cursos de agua, descritos por la madre de Odiseo como terribles corrientes61,
concretados en dos nos, el Piriflegetonte y el Cocito, que confluyen a su vez en uno
mayor llamado Aqueronte. Es probable que a la hora de construir la imagen del
mítico río tuviera cierta influencia la conciencia más real de las condiciones geográ­
ficas que caracterizaban el homónimo río del Epiro, de corriente profunda y riberas
pantanosas que en un momento dado desaparecía bajo una garganta62. De hecho
parece que posteriomente se asociaba el lugar con un oráculo de los muertos, según
sabemos por el testimonio de Heródoto63, y toda la región mantuvo durante buena
parte del tiempo la imagen de tierras de los confines, donde se situaban incluso epi­
sodios de la saga de Heracles como el de Gerión que habían sido trasladados en un
momento dado hasta el más remoto occidente64. En Homero sin embargo parece
que nos hallamos ante un río mítico que marca los límites del reino de Hades, más
allá de los cuales no pueden traspasar las almas de los muertos. Una frontera entre
ambos mundos que delimitaba las esferas de acción de uno y otro ámbito. Esa es la
imagen al menos que aparece en la tradición posterior más inmediata como es el
caso de Alceo o Esquilo donde el Aqueronte aparece cumpliendo esta misión pri­
mordial65. Las noticias sobre unas regiones apartadas como las del Epiro, que toda­
vía en plena época clásica resultaban mal conocidas, bien pudieron de cualquier
58 Heubeck y Hoeckstra (1989), 77-79. Sobre las diferentes identificaciones que se han venido pro­
poniendo al respecto puede encontrarse un cómodo resumen en el trabajo de Ramin (1980), que sigue
admitiendo la posibilidad de que Homero hiciera alusión a un pueblo concreto así denominado por los
griegos, situado en un confuso norte.
59 Teog., 744 y ss.
60 Así lo propuso ya en su día Heubeck (1963).
« Od., XI, 157-158
62 Sobre el lugar real, Tozer (1882), 120-121. Pausanias, I, 17,5 pensaba de hecho que Homero
había ideado su noción del Hades de las características reales del lugar epirota.
« Hdt., V, 92
64 Sobre las connotaciones extremas de estas regiones epirotas, Ballabriga (1986), 43 y ss.
65 Ale., fr, 38A Lobel Page; Esquilo, Siete contra Tebas, 854-60.
172 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

modo haber influido en la evocación de la imagen de estas aguas primordiales, si


bien en un principio fue seguramente su concepción mucho más cósmica y difusa la
que prevaleció dentro de la imaginación colectiva de la que forma parte el pasaje
homérico correspondiente.
Sin embargo parece que dentro de este cuadro fluvial la Estigia, concebida en
principio quizá como una laguna, es la que desempeña un papel fundamental dentro
de la tradición relativa al Hades. Ya en la Ilíada se hace alusión a “sus abruptos cau­
ces” y se la menciona como una de las aguas primordiales por las que los dioses
realizan sus más elevados juramentos66. Dentro del cuadro de la Nekuia odiseica la
Estigia aparece también como una de las corrientes del Hades, pues de ella se dice
que procede el Cocito. En Hesíodo aparece como una hija del Océano y con él apa­
rece también relacionada de forma estrecha desde un punto de vista acuático. Se
trata aquí de nuevo del agua primordial que brota desde “un alto y escarpado peñas­
co”, como brazo del Océano por la que los dioses hacen valer sus juramentos67. Al
igual que ocurre con el Aqueronte, también la Estigia encontró un correlato dentro
de la geografía real, en Arcadia, cuya imagen concreta pudo haber influido en la
conformación de la idea mítica de estas aguas infernales, sin embargo como en el
caso anterior, Hesíodo hace referencia a esas aguas primordiales y no es muy proba­
ble que hubiera conocido directamente la impresionante cascada del interior del
Peloponeso68. No es casual en cambio el que se localice la Estigia en una región
como Arcadia a la que se vinculan también otros mitos primordiales así como el
hecho de que se trate de una zona de difícil acceso, hasta el punto que hubo de ser
descubierta por Leake en sus viajes de exploración por el Peloponeso en el pasado
siglo69. Como sucedía con el Aqueronte de Tesprotia, también la Estigia arcadia se
encontraba ubicada en una región casi ignota, cuya imagen difusa y enigmática
pudo contribuir en buena medida a conformar la idea de las aguas infernales sin
necesidad de que el testimonio literario de los poetas, donde el componente mítico e
imaginario adquiría una autonomía propia, estuviera basado directamente sobre
ellas.
En el cuadro del Hades que presentan los poemas homéricos y más en concreto
la Odisea, aparecen también otros elementos paisajísticos destacados que confor­
man la topografía infernal. Uno de ellos, la roca Leúcade, donde confluyen los dos
ríos más arriba mencionados, contribuye sin duda a realzar la visión grandiosa y
espectacular de la entrada al mundo de los muertos, influida quizá también de forma
indirecta por la realidad geográfica concreta de la cascada del interior de Arcadia
pero al igual que las aguas dotada ya de una autonomía propia dentro del imaginario
colectivo a la hora de visualizar el paisaje infertíal70. Las puertas de Helios y el pue-
“ //., VIII, 368; XV, 37 y II, 755. ..
67 Teog., 785 y ss. Sobre sus poderes regeneradores, cf. Rudhardt (1971), 93-97.
Paus. VIII, 18,1-6. Tozer (1882), 117-120.
M Sobre William Leake, Eisner (1991), 104-105.
70 Janssens (1961).
PARAISOS Y LUGARES ESCATOLOGICOS 173

blo de los Sueños representan probablemente dos figuraciones más abstractas rela­
cionadas con la posición crepuscular del mundo de los muertos. A diferencia del
relato del héroe cuando se encaminaba hacia las regiones infernales, aquí nos
encontramos con la descripción de la marcha de Hermes hacia el Hades en su cali­
dad de Psicopompós o conductor de las almas de los muertos, y es por tanto la pers­
pectiva adoptada, la ruta seguida por el dios dentro de una visión más escatológica,
la que explica quizá las variaciones aparentes del itinerario. En su camino hacia el
reino de las sombras las almas de los muertos deben atravesar el umbral de la luz,
representado aquí por las puertas del Sol, donde culmina el ámbito de la vida huma­
na regido por el gobierno del astro solar. Por otro lado, la condición inmaterial de
los difuntos una vez traspasado el umbral de la vida les aproxima al mundo de lo
inmaterial, como son los sueños. No resulta tampoco extraño el que dentro de una
visión escatológica y grandiosa que trata de representar el camino seguido hasta el
Hades, las almas atraviesen este mítico pais, cuyo linaje hace remontar Hesíodo a la
Noche, de la que descienden también la negra Ker y Tánato, conformando así un
cuadro coherente de este paisaje infernal. El propio Hesíodo recalca más adelante en
su poema que “nunca el radiante Helios les alumbra con sus rayos”, corroborando
así su situación en una región extrema franqueada por las puertas del Sol, que daban
así paso al reino de la oscuridad y la tiniebla71. Por fin el prado de asfódelo donde
habitan las almas de los muertos, corresponde quizá a la representación paradisíaca
de este ámbito infernal que aparece traducida a imágenes como la de los campos
Elisios y que procede de concepciones escatológicas precedentes como la cretense o
la egipcia, que sin duda hubieron de influir en la visión griega tal y como aparece
reflejada en estos primeros testimonios.
La visión del Hades que presenta Hesíodo en su Teogonia se corresponde con la
imagen cósmica de los confines donde se encuentra incluida. A la entrada de las
“resonantes mansiones” coloca el poeta al terrible perro guardián, cuya misión era
la de impedir que nadie traspasara los límites fijados72. La existencia de Cerbero, a
la que ya alude Homero en la ¡liada refiriéndose a la bajada de Heracles al Hades
para su captura, representa a otro nivel, en el que quizá priman más los elementos
fabulosos procedentes del cuento popular, de ahí su aparición en la saga de Hera­
cles, el mismo papel que cumplen las aguas infernales antes citadas de impedir el
paso del mundo de los muertos al mundo de los hombres y fijar con claridad la total
separación de uno y otro ámbito. Más adelante hará también su aparición la figura
del barquero Caronte con una misión similar, si bien su presencia no se detecta en la
literatura anterior al siglo V a. C., por lo que quizá refleja el influjo de nuevas ideas
extraídas del folclore o de tradiciones populares73.
La descripción de la topografía del Hades apenas encuentra otros ejemplos en la
literatura posterior, si bien parece que según Pausanias, en los Nóstoi se podía haber
71 Teog., 760
72 Teog., 770 y ss.
73 Gantz (1993), 128.
174 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

hallado alguna clase de material relacionado con la muerte de Agamenón74 y quizá


Estesícoro en su poema titulado Cerbero pudo también haber incluido algo relativo
al asunto. Sin embargo parece que lo que más interesa a los autores posteriores,
especialmente a los trágicos, son las escenas que representan el encuentro de perso­
najes en el Hades y sus correspondientes diálogos más que cualquier alusión a los
rasgos de su topografía, probablemente bien establecidos desde los poemas homéri­
cos al menos en vagas líneas generales. La imagen que obtenemos a través de ellos
no es sin duda unitaria y del todo coherente pero sí refleja una cierta concepción
grandiosa y espectacular de un mundo situado más allá de los límites del orbe en el
que se sucedían diferentes parajes, cuyo interés particular estaba más en función de
la perspectiva adoptada en la narración que de la estricta relación de una secuencia
uniforme de un universo escatológico en el que debieron ir confluyendo a lo largo
del tiempo imágenes e ideas procedentes de diversas tradiciones legendarias y reli­
giosas de entre las cuales el poeta o los poetas siempre tuvieron la posibilidad de
ejercer su selección en función de sus objetivos narrativos.

74 Paus., X, 28,7.
TIERRAS BARBARAS

El mundo bárbaro no fue para los griegos solamente sinónimo de salvajismo o


de atraso cultural respecto a la Hélade. Ya desde el principio, y posiblemente antes
de que el término en sí tomara una acepción más decididamente hostil a partir de las
guerras médicas1, los pueblos bárbaros fueron objeto de las primeras idealizaciones
de tipo etnográfico. Su imagen completamente ficticia y artificial, elaborada desde
luego a partir de premisas perfectamente helénicas, apenas se correspondía con rea­
lidad alguna y obedecía más bien a otra clase de motivos. Las viejas aspiraciones
humanas de hallar una sociedad justa y un lugar al abrigo de los males y problemas
cotidianos encontraba así un referente inmediato sobre el que basar todo este tipo de
especulaciones y al tiempo podía elaborar una especie de modelo cultural, dispuesto
en todo momento a adaptarse a los diferentes patrones de conducta, según iban cam­
biando con el tiempo los ideales, las expectativas o las frustraciones. Esta imagen
del bárbaro como el buen salvaje, que ha sabido desarrollar una forma de vida más
acorde con los requisitos de una existencia feliz, se remonta posiblemente a las pri­
meras manifestaciones de la literatura griega. Hacen así su aparición en la Iliada
homérica los piadosos etíopes, un pueblo que festeja continuamente en compañía de
los dioses sin otros cuidados o preocupaciones2. Bien es cierto que en este caso,
como ocurrirá más tarde con el caso de los hiperbóreos, se trata de pueblos que
habitan en los confines del mundo y que pertenecen casi por completo al terreno de
la geografía mítica, pero la tendencia a la idealización etnográfica se dio incluso en
poblaciones más reales que se hallaban mucho más próximas al orbe griego y en
principio al menos perfectamente localizables, como es el caso de las tribus que
Zeus contempla cuando lanza su mirada desde el monte Ida en dirección al norte3.
La vaga noción de la existencia de otros pueblos en comarcas muy lejanas que lle­
vaban un modo de vida muy diferente al de los propios griegos impulsó sin duda
esta tendencia. El desconocimiento casi absoluto del mundo circundante avalaba la

1 Lévy (1984).
2 Sobre los etíopes, MacLachlan (1992).
3 Ilíada, XIII, 5-6, donde menciona a los “nobles hipemolgos” y a los abios, “los más justos de los
hombres”.
176 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

proyección hacia regiones casi inalcanzables de los viejos ideales que miraban con
nostalgia a la desaparecida edad de oro4.
El mejor y más amplio conocimiento de los pueblos bárbaros que tuvo lugar a lo
largo de la época de las colonizaciones no redujo sin embargo las posibilidades en
este sentido. Ciertamente se tuvo conocimiento de la existencia de poblaciones clá­
mente hostiles que no recibían de forma hospitalaria a los recién llegados. Algunos
territorios, especialmente en la región occidental del mar Negro o en los aledaños de
la península de Crimea, fueron considerados lugares poco propicios para la instala­
ción de establecimientos helenos a causa del temor que inspiraban sus habitantes5.
El recelo y la desconfianza fueron sentimientos habituales que caracterizaron las
relaciones entre griegos e indígenas en muchos de estos primeros establecimientos
coloniales, tal y como ha quedado reflejado en multitud de anécdotas o en la propia
configuración espacial de las nuevas colonias, situadas en pequeñas islas frente a las
costas o provistas de especiales medidas de protección y defensa6. Sin embargo
también a lo largo de este período encontramos indicios de clara idealización de las
tierras bárbaras, sobre todo de las más inaccesibles, como los lejanos confines de
Iberia, donde se situaba el mítico reino de Tartesos, al que sólo unos pocos privile­
giados como los focenses o el legendario Coleo de Samos habían conseguido llegar,
salvando la inmensa distancia existente7. También otros países más próximos y con
los que desde antiguo existían relaciones pero cuyo acceso no resultaba fácil a los
viajeros, bien por la distancia, el exclusivismo de su población o las dificultades
políticas, fueron igualmente idealizados. Este fue el caso de Egipto o la India, que
se convirtieron muy pronto en un vivero de tradición y sabiduría de los que bebie­
ron regularmente todos los grandes sabios de la Hélade. Esta tendencia alcanzó
incluso a las regiones más septentrionales, pobladas por nómadas salvajes que ape­
nas contaban con los más elementales requisitos de lo que se consideraba la vida
civilizada. De la lejana y fría Escitia procedían sabios como Anacarsis y en sus
regiones más alejadas habitaban pueblos como los isedones, considerados personas
justas entre los que las mujeres tenían los mismos derechos que los hombres8.
Esta tendencia a idealizar a los pueblos lejanos, convertidos en prototipos mora­
les o en modelos de conducta y organización social, no se vió tampoco seriamente
4 Sobre la idealización etnográfica, Trüdinger (1918), 133 y ss. y Lovejoy y Boas (1965), 287 y ss.
5 La mala reputación de Salmideso, un lugar de perdición para las naves que siempre acababan por
embarrancar y ser saqueadas por los bárbaros de las proximidades constituye un buen ejemplo, cf. Cary
(1949), 294 y ss.
6 Anécdotas tales como la que refiere Plutarco (Quaest. Graec., 29) sobre la relación entre los ¡lirios
y la ciudad de Epidamno en el Epiro donde se instituyó el cargo oficial de vendedor con la finalidad de
que fuera sólo a través de este personaje cómo los indígenas entrasen en contacto con la ciudad en sus
asuntos comerciales, evitando así un contacto más generalizado. Sobre la separación de las comunidades
puede verse el ejemplo que nos ofrece la ciudad de Empórion, cf. Gómez Espelosín, Pérez Largacha y
Vallejo Girvés (1995).
7 Sobre la mitificación e idealización del Occidente, Fabre (1981) y la obra citada en la nota anterior.
s Hdt., IV, 26.
TIERRAS BARBARAS 177

afectada por el conflicto con los persas que contribuyó sin duda a agudizar la con­
ciencia de separación radical entre el mundo griego y el bárbaro y a cimentar el sen­
timiento de la clara supremacía moral y táctica del primero sobre el segundo9. El
afianzamiento progresivo de una cierta conciencia étnica, reforzado por la victoria
conseguida de forma tan trabajosa, no eliminaba del todo la necesidad imperiosa de
seguir trasladando hacia el mundo exterior los impulsos ideales que no podían ser
realizados en el presente y las consiguientes frustraciones. El imaginario colectivo
helénico se enriqueció de forma considerable en este sentido gracias al contacto con
el imperio persa y a su sombra surgieron representaciones fabulosas de las tierras de
los confines orientales como las que trasmitieron al mundo griego hombres como
Escñax de Carianda, primero, o Ctesias de Cnido después. Tanto uno como otro
estuvieron al servicio del Gran Rey, posiblemente de manera involuntaria, y se vie­
ron por ello obligados a pasar una larga etapa de su vida en la corte persa, recorrien­
do en cierta medida los inmensos caminos del imperio. Su relato hizo de la India, la
más remota de aquellas tierras, un país fabuloso y repleto de maravillas de todas
clases, donde cobraba vida todo lo imaginable y se hacían realidad los portentos y
prodigios más inesperados10.
Sin embargo la idealización del imperio persa no se limitó a sus confines más
extremos. La propia Persia fue considerada, quizá ya desde el principio, como un
verdadero modelo de gobierno por una buena parte de la intelectualidad griega
que veía en la figura del monarca persa una garantía de estabilidad política interna
y un principio de autoridad necesario a la hora de asegurar el dominio y la hege­
monía sobre los demás estados. La biografía novelada que dedicó Jenofonte al
mítico fundador del imperio, el gran Ciro, constituye la traducción literaria de esta
clase de posturas, realizada además en unos momentos particularmente difíciles
para sostener una actitud semejante dado que Persia no había cesado de inmiscuir­
se dentro de la política interna de los estados griegos creando serias complicacio­
nes y quebraderos de cabeza a sus más destacados adalides como eran espartanos
y atenienses11. Sin embargo la idealización de Persia no quedó reducida al terreno
de la especulación política en abstracto, en busca ahora de un nuevo modelo ope­
rativo que fuera capaz de superar la crisis que sufría el viejo sistema de las póleis.
La magnificencia y el lujo de la corte persa, su proverbial abundancia en casi
todos los terrenos, e incluso su propio escenario físico, como los célebres jardines
artificiales conocidos como parádeisos fueron igualmente objeto de cierta ideali­
zación, bien fuera a través de una óptica deformada y paródica como la de los
cómicos que presentaban a Persia bajo la imagen de un continuo festín gastronó­
mico que suscitaba la envidia de un auditorio ateniense que era objeto en aquel

9 Sobre la importancia del conflicto con los persas en la imagen griega del bárbaro, Hall (1989),
Romilly (1993) y Georges (1994).
10 Sobre la idealización de la India en general, Karttunen (1989).
11 Sobre la actitud de Jenofonte hacia el imperio persa, Hirsch (1985) y Georges (1994).
178 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín

entonces de un sinfín de penalidades en este terreno a causa de la guerra del Pelo-


poneso12.
Pero no sólo en el terreno material de las comodidades y los suministros sin fin
era Persia objeto de una admiración disimulada. También dentro de una perspectiva
moral se consideraba que los persas se hallaban sometidos a un código de valores
que no les permitía defectos tales como la mentira, la cobardía o el desafecto hacia
sus progenitores, siendo además educados desde niños dentro de estas estrictas nor­
mas de conducta13. Una historia como la que nos cuenta Heródoto acerca de un tal
Sataspes, obligado por Jerjes a circunnavegar Africa como castigo sustitutorio por
una violación que había cometido en la corte, gracias a la intercesión de su madre,
que era tía del rey, resulta en este aspecto significativa del grado en que los persas,
y sobre todo el rey, valoraban a ojos de los griegos esta manera de proceder14. For­
zado por la magnitud del proyecto y la soledad del viaje dio la vuelta cuando
se hallaba a mitad del trayecto y regresó a la corte persa. Allí relató su andadura
pero como Jerjes pensase que no le estaba diciendo la verdad fue finalmente manda­
do empalar por ello, obteniendo así la pena inicial que se le había impuesto por su
delito.
Las conquistas de Alejandro favorecieron también un mayor conocimiento de
las tierras de Oriente y pudo comprobarse sobre el terreno la inexactitud de algunas
de las historias que se contaban acerca de estos países. Sin embargo, una vez más,
quienes tuvieron el privilegio de haber vivido esta increíble experiencia y decidie­
ron narrar por escrito sus aventuras, huyeron de forma clara del realismo descriptivo
más imperioso y optaron en cambio por continuar con los viejos mitos de siempre
acerca de los confines del mundo, enriqueciendo además de forma notable gracias a
sus nuevos conocimientos el elenco de maravillas y curiosidades que podía contri­
buir a reforzar todavía más la condición fabulosa de aquellas regiones. La imagen
idealizada de las tierras de la India adquirió además ahora nuevas dimensiones debi­
do a las inclinaciones e intereses filosóficos de algunos de estos autores. Este fue el
caso de Onesícrito que introdujo en la literatura griega a los gimnosofistas, indivi­
duos dotados de todas las cualidades del verdadero sabio que trasladaron el presti­
gio sapiencial de que hasta entonces sólo disfrutaba Egipto hasta las regiones extre­
mas de la India, convertidas a partir de ahora en una visita inexcusable de cualquier
peregrinación espiritual15.
Los nuevos reinos helenísticos que se asentaron sobre aquellos territorios no
hicieron variar el rumbo para nada. La política de segregación instituida por las nue-
12 Especialmente la Persia de Ferécrates, cf. Ateneo, VI, 269 c. Sobre esta temática en general,
Haldry (1953).
>•’ Hdt., I, 136.
14 Hdt., IV, 43.
15 Sobre Onesícrito, Brown (1949). Un ejemplo claro de esta peregrinación hacia la India la lleva a
uilio el taumaturgo Apolonio de Tiana tal y como relata Filóstrato en su biografía novelada de dicho per-
üonnjc.

j
TIERRAS BARBARAS 179

vas monarquías no facilitó las relaciones entre la etnia griega dominante y los pue­
blos indígenas, manteniendo por el contrario, y en ocasiones consolidando todavía
más, las barreras de incomprensión que siempre habían existido entre unos y
otros16. El bárbaro era ahora el campesino que laboraba de forma incesante en los
inmensos predios reales o las masas heterogéneas que se iban concentrando en las
nuevas aglomeraciones urbanas. La lectura de las chispeantes escenas de las Siracu-
sanas de Teócrito nos permite apreciar el grado de estima y valoración con que los
griegos de viejo cuño medían a los egipcios, dando las gracias al monarca por haber
puesto freno de una vez por todas a la insolencia y barbarie de estas gentes17. Los
barrios separados de las nuevas ciudades o los testimonios numerosos sobre los con­
flictos interminables que los abusos de los funcionarios griegos provocaban en el
medio indígena son también indicios claros de la marginación y menosprecio con
que los griegos instalados en estos nuevos territorios trataban a las etnias sometidas.
Sin embargo la idealización de las tierras bárbaras no varió su rumbo de forma
sustancial. Los afanes escapistas de una sociedad agobiada ante las nuevas deman­
das de un mundo mucho más individualista y despiadado se tradujeron en las espe­
culaciones utópicas que en forma de relato de viajes o de tratados pseudohistóricos
circularon durante todo este período18. En esta clase de historias siempre aparecían
países lejanos donde todavía resultaba posible llevar una vida regalada en medio de
toda clase de comodidades y dispendios sin que los problemas y penalidades de la
vida diaria nos agobiaran con su incómoda presencia. En la mayoría de los casos se
trataba de islas situadas en medio del mar, lejos de todos los contornos geográficos
más próximos, que albergaban una sociedad casi perfecta, como sucede en los dos
ejemplos mejor conocidos que tenemos a nuestra disposición, el de la isla Panquea
de Evémero o el de las islas del Sol de Jámbulo, ambos relatos conservados en el
texto de la historia de Diodoro de Sicilia19. En otros casos sin embargo, como en la
naciente novela, la fabulación se trasladaba a países más reales como el ya consabi­
do Egipto, la todavía algo misteriosa Etiopía o la muy venerable Babilonia, indican­
do con ello que todavía en una época ya avanzada podía seguir imaginándose a
estos países, ahora mucho mejor conocidos que antes y convertidos incluso en meta
o escala de rutas comerciales bien establecidas, como tierras fabulosas con un toque
de exotismo en el que encuadrar las aventuras amorosas y la serie incesante de
penalidades por los que atravesaban estos nuevos héroes20.
Sin embargo los nuevos ideales filosóficos de la época dirigían sus miradas tam­
bién en otras direcciones. Más allá del gusto por lo exótico y de la fabulación sin lími­
tes a que propendía la consideración de los espacios ajenos dentro de la literatura hele-
16 Sobre la visión del bárbaro en el período helenístico, Lacy (1976).
17 Teócr., ídiL, XV, 45-50.
18 Sobre toda esta clase de literatura sigue siendo fundamental, Rohde (1914), 178-309.
19 Véase el lugar correspondiente a estos dos casos citados.
20 Sobre la novela griega, García Gual (1972), y Hagg (1983) y más recientemente, Morgan y Sto-
neman (1994).
180 F. Ja v ier G óm ez E spelosín

nística, las nuevas corrientes de pensamiento como el estoicismo valoraban la senci­


llez y la humildad de algunas formas de vida bárbaras que aunque salvajes y primiti­
vas en apariencia eran capaces no obstante de proporcionar un mayor grado de felici­
dad a sus habitantes que las sofisticadas costumbres y las confortables condiciones
que ofrecía la nueva civilización21. Las tesis de un Posidonio, traducidas en la descrip­
ción de Agatárquides sobre los pueblos ribereños del mar Rojo, son ciertamente reve­
ladoras de este nuevo impulso en la idealización de las tierras bárbaras bajo nuevos
cánones éticos22. La civilización y sus requerimientos se vienen a oponer ahora a un
modo de vida mucho más simple en el que priman sin embargo valores morales
mucho más hondos que permiten al individuo llevar una vida mejor y más feliz.
No se abandonan sin embargo las viejas obsesiones. El primitivismo, considera­
do ahora como un valor en alza por sus connotaciones morales frente a la creciente
decadencia del hombre civilizado, sigue apareciendo en la mente de muchos como
un estadio perfectamente superable con la llegada de la civilización. Las conquistas
romanas en el occidente europeo descubren la realidad poco prometedora de algu­
nos pueblos bárbaros que viven en un estado de miseria poco envidiable, sometidos
además a guerras continuas entre unas tribus y otras. La inmensa cantidad de rique­
zas que en un tiempo se había imaginado como un rasgo proverbial de estas regio­
nes extremas aparecía ahora traducida en una realidad mucho menos prometedora.
El desencanto sufrido por algunos generales romanos en sus campañas en la penín­
sula ibérica resulta revelador en este sentido. El parco botín que Lúculo obtuvo en
Intercatia, reducido a unos cuantos sayales, un poco de ganado y prisioneros, queda­
ba muy lejos de las expectativas que le habían traído hasta aquí en busca del oro y
plata que según decían abundaba en el país23. La pobreza de algunas de las regiones
septentrionales como la desconocida Irlanda eran motivo más que suficiente como
para situarla fuera de los objetivos de conquista romanos, según nos dice Estrabón,
dada la futilidad del esfuerzo por una tierra cuyas condiciones agrícolas y climáticas
eran más bien poco propicias para la producción de riquezas24. Son sin embargo
aquellas regiones con mayor nivel de desarrollo y de riqueza, provistas de todos los
requisitos de la civilización, a pesar de su relativa lejanía, las que merecen la aten­
ción del geógrafo griego que elabora en este sentido un verdadero cuadro idealizado
21 Sobre el primitivismo estoico, Lovejoy y Boas (1965), 260 y ss. En general, Baldry (1961). Una
versión todavía mucho más radical en este sentido era la de los Cínicos con su acerba crítica a los modos
<lc vida imperantes y su desprecio manifiesto por las normas en uso, cf. Lovejoy y Boas (1965), 117 y ss.
y en general, Blundell (1986), 203 y ss.
22 Sobre Posidonio y sus ideales a este respecto, Müller (1972), I, 310 y ss. y Müller (1993b). Sobre
Aj’atírquides, Gozzoli (1978) y la introducción de Burstein a su traducción de su obra Sobre el mar Rojo
(1989), 25 y ss. Podrían derivar de esta perspectiva e incluso de este mismo autor, los cuadros idílicos
nmsi utópicos que encontramos en pasajes como Estrabón, IX, 4, sobre el territorio de los albaneses, o el
de Apiuno, Lyb., 71, cuando describe Numidia, tierra de gente robusta y longeva a causa de la placidez
ili-l clima, de la dieta sencilla y del trabajo al aire libre.
App., Iber., 54.
M Fístr., I, 4,4.
TIERRAS BARBARAS 181

de las tierras del sur de la península ibérica. Su descripción de Turdetania como una
tierra plena de abundancia y de sabiduría rememora en cierta medida la vieja ima­
gen del mítico reino tartesio donde ya confluían las corrientes idealizadoras del
período arcaico, convirtiendo el solar ibérico en un auténtico El Dorado que ahora
revivía de nuevo bajo la perspectiva estraboniana.
Consideraremos ahora por separado algunos de los espacios que han sido privi­
legiados por la idealización griega a lo largo de los tiempos, tratando de definir los
rasgos esenciales que dieron pie a dicho proceso así como el papel que han ido
desempeñando en el curso del mismo los diferentes autores.

Egipto
La aparición de Egipto en el horizonte geográfico helénico se remonta segura­
mente muy atrás en el tiempo. Sin embargo es a lo largo del período arcaico cuando
aparecen en la literatura griega los primeros indicios de idealización de este asom­
broso país, fruto seguramente del restablecimiento de aquellos viejos contactos de la
época micénica a través de las primeras navegaciones hacia la región del delta con
fines comerciales o militares en el papel de mercenarios al servicio del faraón25. En
los poemas homéricos aparece Egipto dentro del horizonte brumoso, lleno de miste­
rio y fascinación, que envuelve a los países lejanos en el universo épico. Con inde­
pendencia de la realidad histórica concreta que traducen, bien el recuerdo de los
contactos habidos en el período micénico o la reanudación de los mismos en los pri­
meros momentos de la edad arcaica, lo cierto es que Egipto se presenta ya con todos
los rasgos de una tierra fabulosa.
La única mención de Egipto en la Ilíada se reduce a la ciudad de Tebas, utiliza­
da aquí como paradigma de riqueza y prosperidad casi infinitas, cuando Aquiles se
niega a aceptar cualquier clase de acercamiento con Agamenón. El ofendido Pelida
afirma con decisión que no aceptaría los regalos del Atrida ni aunque le ofreciera
....................cuanto afluye a Tebas
egipcia, en cuyas casas es en donde más riquezas hay atesoradas,
ciudad que tiene cien puertas y por cada una doscientos
hombres van y vienen con caballos y con carros26.
Esa misma imagen se desprende del retrato, vago en sus contornos pero preciso
en las referencias fabulosas, que Menelao hace del país en la descripción de su
viaje ante Telémaco y el hijo de Néstor que aparece en la Odisea21. Egipto es nue-
25 Sobre todo este período, Austin (1970).
26 Ilíada, IX, 381-384. Lorimer (1950), 97-99 considera que este pasaje es una interpolación proce­
dente de la Odisea.
27 El viaje de Menelao aparece descrito en Odisea, III, 299-302; IV, 81-85; 125-132; 220-232 y
351-586. Sobre este relato, Gómez Espelosín (1994).
182 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

vamente aquí la tierra de las inmensas riquezas de la que proceden los preciados
regalos que tanto el propio Menelao como su esposa Helena recibieron durante su
estancia en el país y exhiben ahora orgullosos en su palacio de Esparta ante los
visitantes. Es igualmente una tierra fértil que produce drogas de todas clases capa­
ces de sanar y provocar los más sorprendentes efectos. Todos son allí médicos que
sobresalen por encima de los demás pues son discípulos de Peón, que aparece en la
¡liada como el médico de los dioses28. Una tierra dotada con todas las bendiciones
posibles como la riqueza o la salud y en estrecho contacto con los dioses, situada
en un horizonte geográfico relativamente lejano todavía al que sólo los héroes con­
siguen llegar. Una visión en suma donde priman todavía aspectos puramente fan­
tásticos como el episodio de Proteo y las focas, un claro indicador de que nos
movemos todavía dentro del universo de los cuentos de viaje, un espacio ambiguo
y complejo en el que se entrecruzan de manera indistinta la realidad, la fantasía y la
leyenda.
Su inclusión dentro de la geografía fantática de los nóstoi hace de Egipto una de
las referencias míticas inexcusables de estos primeros tiempos creando a su alrede­
dor toda una aureola de tierra fabulosa que no se verá disminuida con el correr de
los tiempos. Fuera ya del ámbito legendario hay que situar el célebre relato odisei-
co que el héroe inventa ante Eumeo, haciéndose pasar por un cretense que empren­
dió una expedición hacia Egipto en busca de fortuna y aventuras29. La riqueza de
sus campos convierte al país en objeto de la codicia de los recién llegados, aparen­
temente deslumbrados por la pujanza de sus tierras. Aunque el conocimiento del
país se limitaba a la región del delta y existieron sin duda dificultades de acceso
que redujeron la implantación colonial griega al establecimiento de Naucratis,
Egipto se convirtió en la referencia inevitable dentro del mundo de la ciencia y la
logografía jonias30. Un centro de interés privilegiado donde los primeros viajeros
podían encontrar todos los ingredientes necesarios para satisfacer del todo sus
expectativas. Desde su propia configuración física, con el inmenso río que recorre
el pais, le da forma y sentido, a los numerosos monumentos que se desplegaban
ante los ojos del visitante, indicadores manifiestos de su antigüedad y opulencia,
pasando por las extrañas costumbres de sus gentes que evidenciaban un modo de
vida ciertamente distinto al de los griegos. Todo era por tanto motivo de sorpresa y
admiración.
Esta actitud se refleja en buena medida a lo largo de la descripción del país que
Heródoto nos ofrece en el libro II de sus Historias, De los lógoi bárbaros del histo­
riador jonio, el dedicado a Egipto es sin lugar a dudas el más largo de todos. El pro­
pio Heródoto justifica esta amplitud:

28 litada, V, 401 y 899.


29 Odisea, XIV, 245 y ss.
30 Sobre la relación de Egipto con la ciencia jonia, Faure (1923) y Froidefrond (1971), 123 y ss.
TIERRAS BARBARAS 183

Voy a extenderme ahora en detalle sobre Egipto, porque, comparado con


cualquier otro país, tiene muchísimas maravillas y ofrece obras que superan toda
ponderación; por esta razón hablaré de él con especial detenimiento31.
Egipto es en efecto un país repleto de maravillas por todas partes que despiertan
el asombro el viajero. La propia configuración física del país en tomo del gran río
que lo atraviesa de parte a parte o la riqueza y feracidad de las tierras del delta con
sus diferentes bocas que acaban confluyendo en el mar constituye ya de por sí sufi­
ciente motivo de asombro. El propio historiador resalta esta primacía absoluta del
Nilo ante cualquier otro río y lo mismo vale para su desembocadura, una de cuyas
bocas superaba con mucho al delta de otros ríos bien conocidos como el Meandro32.
Esta fertilidad natural de las tierras del delta es la causa de que sus habitantes reco­
jan el fruto de la tierra con menos fatiga que el resto de los hombres33, aproximán­
dose de este modo a la facilidad absoluta con que los hombres de la edad de oro
podían obtener su alimento de la tierra. Esta abundancia de la tierra se corresponde
también con su extensión, que obliga a medirla en esquenos, medida que según nos
informa el mismo Heródoto utilizan quienes poseen tierra en extensión considera­
ble, por encima de los que poseen mucha, que lo hacen en parasangas, por estadios
si su riqueza es menor y por último en brazas aquellos que son manifiestamente
pobres34. La bonanza de su clima les proporciona igualmente unas condiciones de
vida ideales al no producirse un cambio brusco de las estaciones, origen de todas las
enfermedades según la ciencia médica jonia. Los egipcios son de esta forma, en
palabras del historiador, los hombres más sanos de todos después de los libios35.
También los animales responden al mismo carácter fabuloso que caracteriza todo
el país. Aunque no abundan especialmente, pese a su vecindad con Libia, tierra pro­
verbialmente caracterizada por la abundancia de fieras, los que se dan en Egipto reú­
nen ciertas peculiaridades que los sitúan aparte de los más comunes que existen en
otras partes del mundo. Desfilan así ante nosotros animales como el cocodrilo, el hipo­
pótamo, el ibis o el ave fénix, todos ellos motivo de curiosidad que provocan una
digresión en el curso del relato a causa de su condición extraordinaria. Pero incluso
animales menos sorprendentes como el gato o las serpientes gozan de una predilección
especial que les permite figurar con todos los honores dentro de la descripción herodo-
tea debido a su carácter sagrado. Una fauna por tanto que lejos de constituir tan sólo el
complemento de la alimentación humana o su rival en la caza, se transforma en un ele­
mento sagrado, integrado de lleno dentro de su vida religiosa como prueban las prácti­
cas de zoolatría descritas o la misma momificación de que son objeto tras su muerte.
31 Hdt., II, 35. Sobre el libro II de Heródoto existe una abundantísima bibliografía, por lo que remi­
timos de forma especial al comentario de Lloyd (1975) donde se hallará toda la información pertinente al
respecto.
32 Hdt., II, 10.
33 Hdt., II, 14,2
34 Hdt., II, 6
35 Hdt., II, 77,3.
184 F . Ja v ier G óm ez E spelo sín

Sus habitantes por fin son igualmente objeto de una especial admiración a causa
de su piedad, su sabiduría o su propia antigüedad, características todas ellas que
suelen adornar a los pueblos utópicos. Su piedad se pone de manifiesto a través de
la minuciosa descripción que Heródoto realiza de sus diferentes prácticas rituales,
llegando a afirmar su supremacía en este campo sobre el resto de la humanidad36.
Su sabiduría se revela tanto en el terreno teórico como en el de la vida cotidiana.
Han realizado los descubrimientos esenciales en la vida del ser humano como el
ciclo del año o las advocaciones correctas a los dioses, a quienes fueron también los
primeros en levantar templos, erigir altares o dedicar estatuas en piedra. Han encon­
trado también la forma adecuada de interpretar los prodigios o de predecir el futuro
y todos ellos son versados en alguna clase de enfermedad de forma que todo el país
está repleto de médicos, lo que coadyuva junto con la temperancia del clima antes
citada a la buena salud general de la población. Pero también en el terreno de la vida
diaria dejan constancia de su sabiduría como en su respeto por las costumbres de
sus antepasados o por la sana disposición que suelen adoptar en el curso de los ban­
quetes, invitando a disfrutar del momento presente a los convivales después de
pasear ante su mirada un cadáver de madera como signo inequívoco del seguro final
que a todos aguarda37. Esta sabiduría proverbial, que se convertirá más adelante en
el rasgo más distintivo de la imagen de Egipto, se pone también de relieve a través
de la historia de los enviados eleos que orgullosos de las normas que habían
impuesto en Olimpia viajaron hasta Egipto en la idea de que ni siquiera los egipcios,
“los hombres más sabios que había” serían capaces de idear nada mejor. Una pre­
tensión que se demuestra vana al proponerles los egipcios una modificación
que afectaba al correcto funcionamiento de los juegos como era impedir la partici­
pación de atletas locales para evitar que resultaran favorecidos en detrimento de los
extranjeros38.
Su antigüedad queda patente a lo largo de todo el lógos egipcio mediante la exhi­
bición de una historia ancestral y milenaria que en modo alguno podían aspirar a
igualar los griegos. Las ridiculas pretensiones de Hecateo en su encuentro con los
sacerdotes egipcios, exhibiendo su descendencia de la divinidad en la decimosexta
generación, se ve superada con creces cuando los sacerdotes le invitan a penetrar en
el templo y contemplar el número de estatuas allí representado39. Son por tanto los
más versados en relatos y tradiciones por su apego a la memoria de este pasado gran­
dioso que luego más adelante despliega ante nuestros ojos en la parte final del rela­
to40. Una antigüedad que los conecta además con los mismos orígenes de la humani­
dad, convirtiéndose de alguna manera en los depositarios verdaderos de todo el baga-

36 Hdt., II, 37.


37 Hdt., II, 78.
38 Hdt., II, 160.
39 Hdt., II, 143.
40 Hdt., II, 77.
TIERRAS BARBARAS 185

je humano que ha venido acumulándose desde aquellos remotos orígenes frente a la


relativa novedad de otros pueblos mucho más recientes en esta escala histórica.
Su misma organización social en castas perfectamente delimitadas con sus fun­
ciones precisas es también reveladora de la idealización que comporta toda la visión
de Egipto, que luego más adelante acabará plasmándose en la estructura social ideal
de la República platónica41. Una ordenación de la sociedad que sin duda colmaba
los deseos de las aspiraciones de carácter utópico que desde comienzos del siglo V
a. C. venían plasmándose en algunas formulaciones como las de Hipódamo de
Mileto o Faleas de Calcedonia. Completa además este cuadro la aparición en escena
de grandes gobernantes que con sus acciones, tanto en el interior como en el exte­
rior, han ido acrecentando el prestigio, riqueza y seguridad del país. Ahí se inscri­
ben las carreras de un Sesostris, verdadero conquistador del orbe y justo gobernante
de su pueblo, o de un Amasis que a pesar de sus humildes orígenes supo ganarse el
afecto de sus súbditos, colmó al país de prosperidad y riquezas, estableció en él
colonos griegos e impulsó la vida en ciudades que en su tiempo llegaron a ser casi
veinte mil42. Todas ellas cualidades que definen al monarca o gobernante ideal,
defensor de su pueblo, promotor de la vida urbana y responsable de leyes sabias que
fueron incluso imitadas en la Atenas de Solón43.
Egipto reúne por fin dentro de sus fronteras toda clase de maravillas, bien natu­
rales como el lago Meris o la isla flotante Quemis, o fruto de la acción humana
como las pirámides, los enormes colosos que jalonaban los templos o el célebre
laberinto. No en vano el país fue ya en la misma antigüedad objeto de visitas pura­
mente turísticas en busca de la contemplación de tales maravillas44. Un país en
suma a medio camino entre la realidad y la fábula, objeto de curiosidad, admiración,
imitación y aprendizaje. En él se concentraban prodigios naturales tan sorprendentes
como el Nilo, que había constituido desde antiguo un objeto de fascinación para la
naciente ciencia griega, monumentos perennes de la grandeza humana como las
pirámides y unos individuos como los sacerdotes cuya sabiduría podía dar respuesta
a una serie de cuestiones tan importantes como el origen de la humanidad o de los
dioses. El lógos egipcio de Heródoto constituye en definitiva un verdadero compen­
dio de saberes acumulados hasta entonces que el autor presenta como fruto de una
experiencia personal, tras su viaje a Egipto, perfectamente integrada dentro de los
esquemas fundamentales que han guiado la elaboración de toda su historia45. Con
independencia de que Heródoto hubiera realmente viajado hasta Egipto46, la visión
41 Sobre este tema, véase el comentario de Lloyd (1988), III, 182 y ss. .
42 Sobre Sesostris, Obsomer (1989). Sobre la figura de Amasis, cf. Lloyd (1975), III, 211 y ss.
43 Hdt., II, 177,2
44 Gómez Espelosín (1985), 23-24. Casson (1974), 85 y ss.
45 Cf. al respecto Lloyd (1990).
46 Véase al respecto la polémica suscitada por el trabajo de Kimball Armayor (1978) que pone en
duda la estancia del historiador jonio en el país del Nilo a la vista de sus inexactitudes y de la imposibili­
dad de que realmente se llevase a cabo su pretendida entrevista con los sacerdotes egipcios. Sobre la pun­
tura del historiador a este respecto, más recientemente, Pritchett (1982) y (1993).
186 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

que nos ofrece del país tiene mucho más que ver con la imagen formada a lo largo
de toda una tradición libresca- con todas las limitaciones que se deben conceder a
dicho término al referimos a mediados del siglo V a. C.-, con todos los interrogan­
tes, misterios, incertidumbres y fabulaciones y en cuya conformación desempeñaron
sin duda un papel destacado los componentes fabulosos o legendarios, que con una
descripción veraz del mismo regida por unas reglas de claridad y precisión que
resultaban del todo ajenas a los parámetros ideológicos y literarios que regían el
comportamiento de nuestro historiador.
La contribución de Heródoto a la imagen fabulosa de Egipto en el mundo griego
fue sin lugar a dudas considerable. Todas las especulaciones posteriores van a girar
sobre el modelo establecido por el historiador de Halicamaso a pesar de las varia­
ciones que van a ir introduciéndose en dicho esquema, tendentes a ajustarlo a las
necesidades de los nuevos tiempos. Este es el caso del debate político-intelectual del
siglo IV a. C. sobre la constitución perfecta que tiene a Egipto como telón de fondo
en más de un caso. Tanto Isócrates como Platón, las dos figuras más señeras de este
período, se sirven del país del Nilo como referencia mítica a la hora de enfatizar las
virtudes de determinado sistema de gobierno o de destacar los fallos del vigente en
esos momentos dentro de la sociedad ateniense. El deseo de retomar a las fuentes
originales del helenismo jugó en favor de Egipto, como ha señalado Froidefrond, ya
que proporcionaba el testimonio más palpable de lo que pudo muy bien haber sido
el pasado de Atenas, con la que se insistía en conectarla de alguna manera, y gracias
a su sistema de gobierno había sido capaz de escapar a la decadencia que ahora se
estaba acusando en la ciudad griega, sin olvidar tampoco las afinidades aparentes
que presentaba con la pólis más representativa de las viejas tradiciones helénicas
como era Esparta47.
El elogio de Egipto que aparece en el Busiris de Isócrates tiene todas las trazas
de no ir más allá del mero artificio retórico, dentro del cual Egipto gozaba de una
posición preeminente. El tema no era nuevo, como revela el solo hecho de que el
discurso de Isócrates se componga como respuesta a otra composición anterior de
un tal Polícrates que a juicio de nuestro orador no había resultado exitosa y necesi­
taba por tanto de la corrección presente. Isócrates abunda por tanto en una veta ya
bien conocida que había sido trabajada anteriormente por los pitagóricos, a cuya
escuela se atribuye el supuesto modelo que habría inspirado la contestación del ora­
dor ateniense48. La imagen fabulosa de Egipto que presenta Isócrates en este discur­
so, la de un país situado en el lugar más bello del mundo, capaz de producir muchos
y variados bienes para sus habitantes y protegido por la muralla natural del Nilo,

47 Froidefrond (1971), 234. Egipto ya había sido anteriormente uno de los lugares privilegiados por
parte de los sofistas en su intento por recoger con curiosidad y simpatía los ejemplos más destacados de
i>óni|j.a bárbaros, cf. Jüthner (1923), 13 y ss.
48 Así fue ya señalado por Delatte (1921), 45. Por el contrario Wilamowitz (1919), vol. I, 243-244 y
vol. II, 116 n.3 pensaba más bien como fuente de inspiración en una AdKeSai^ovlwv rioXiTeía.
TIERRAS BARBARAS 187

que servía al tiempo de defensa natural y de sustento a sus moradores, regido ade­
más por un sistema de gobierno casi perfecto que elevaba a la cima del poder a los
sacerdotes-filósofos, es a fin de cuentas la imagen tópica del país eterno que ya
desde Heródoto, y probablemente antes, había seducido a la imaginación griega,
deseosa de hallar un referente inmediato y real a sus elucubraciones políticas y filo­
sóficas. El rey mítico nos es presentado bajo las diferentes perspectivas del gober­
nante sabio que sabe elegir el lugar adecuado, el legislador que articula la manera
ideal de gobierno al dividir la sociedad en tres clases separadas, el descubridor que
proporcionó el alimento suficiente a sus súbditos, el del filósofo incluso al dotar del
ocio y bienestar necesarios a la clase sacerdotal, de forma que pudieran descubrir
los secretos de la medicina con los que sanar a la población, dedicarse de lleno a los
asuntos importantes o especular libremente en astrología, cálculo y geometría, y por
fin el de un primer sacerdote encargado de fomentar la piedad de sus súbditos y el
culto a los dioses. Son por tanto las especulaciones teóricas que dominaban en los
medios intelectuales atenienses y griegos en general las que están en la base de este
cuadro ideal de la sociedad egipcia, manteniéndose por tanto el alejamiento con una
realidad cada vez mejor conocida y frecuentada que sólo de lejos podía dar pie a
esta clase de fabulaciones49.
Algo similar sucede en el caso de Platón. Como en el caso de Isócrates, Egipto
forma parte del bagaje intelectual de un ateniense cultivado y su visión idealizada
del país no tiene otro objeto que el de servir de instrumento, uno más, a su ejercicio
de reflexión sobre la sociedad y la política ateniense del momento, permitiéndole
reflejar un doble sentimiento de repulsión y admiración hacia lo que debería ser y
era la ciudad en que vivía50. Con independencia de la realidad efectiva de su viaje a
tierras del Nilo, lo cierto es que Platón refleja en sus escritos esa imagen tópica y
semifabulosa de Egipto a la que antes aludíamos. Un país cuya geografía aparece
del todo condicionada por un Nilo salvador, cuyo cuerpo social aparece dividido en
grupos funcionales estrictos, que goza de una organización artística e intelectual
envidiable y en el que la piedad hacia los dioses desempeña un papel fundamental
en toda la vida de sus habitantes. Un esquema ideal, heredero de la tradición que
representa de forma más conspicua Heródoto, convertido cada vez más en campo de
operaciones intelectuales cuyo objetivo final no es otro que el de servir de espejo,
con sus destellos y deformaciones, a una sociedad ateniense convulsa y aquejada de
serios indicios de crisis en todos los terrenos. El discurso platónico sobre Egipto se
refiere además fundamentalmente a Atenas y es por ello tan sólo un ropaje que
camufla el verdadero interés del filósofo, que no es otro que el de la sociedad de su
49 Los griegos eran sin duda conscientes de las enormes ventajas que el delta del Nilo presentaba
tanto desde un punto de vista estrictamente agrícola como estratégico, dada su fácil defensa natural, sin
embargo dichas constataciones prácticas apenas debieron incidir en un discurso intelectual y teórico que
caminaba por otros derroteros mucho más imaginarios. Sobre la frecuencia de relaciones entre Grcciu y
Egipto a lo largo del siglo IV a.C., Mallet (1922), 77 y ss. y Cloché (1919) y (1921).
50 Brisson (1987).
188 F. Ja v ier G ó m ez E spelosín

tiempo. Sin embargo este Egipto platónico marcará de forma sensible, como antes
10 hiciera ya el de Heródoto, la perspectiva griega sobre dicho país51.
Con la irrupción griega en Egipto tras la muerte de Alejandro las cosas cambian
en el terreno histórico de forma sustancial, pues ya son muchos los que pueden
adquirir una experiencia personal del país y sus gentes. Sin embargo Egipto seguirá
conservando casi intacto el prestigio intelectual que había adquirido a lo largo de los
tiempos y que se había visto reforzado últimamente con figuras como la de Platón.
La idealización del país adopta sin embargo ahora un giro algo diferente. Aunque
sigue siendo todavía a todas luces una tierra extraña y exótica, repleta de monumen­
tos magníficos y fenómenos naturales sorprendentes, sus gobernantes son ahora gre-
comacedonios y a su corte afluyen continuamente poetas e intelectuales de todas
clases cuyo principal oficio y beneficio reside en la loa y encomio de la casa real.
La imagen de una tierra afortunada y fértil, regida por unos gobernantes justos es
ahora tema principal de la propaganda regia tal y como aparece reflejado en los Idi­
lios de Teócrito. Su célebre Elogio a Tolomeo es buena prueba de esta idealiza­
ción del país del Nilo, ahora bajo el poder benefactor y próspero de un gobernante
helénico:
....pero no hay tierra tan fértil como el Bajo Egipto, cuando el Nilo desbordado
deshace los terrones empapados de agua, ni tiene tierra alguna tantas urbes de
hombres que saben laborar. Tres centenas de ciudades se levantan allí, y tres
millares sobre tres miríadas, y una tríada doble, a más de tres por nueve. Sobre
todas impera el viril Tolomeo52.
Dentro de esta línea cabe incluir igualmente la descripción pormenorizada de los
grandes fastos reales que ilustraban la grandeza del poder tolemaico, la prosperidad
del país, sus enormes riquezas y la amplitud y heterogeneidad de sus inmensos
dominios. Es el caso de la célebre procesión organizada en Alejandría por Tolomeo
11 Filadelfo como instauración de unas fiestas en honor de su padre que servirían
para exaltar a la dinastía entera, descrita por Calíxeno de Rodas y trasmitida a nos­
otros a través de una larga cita de Ateneo53.
También la obra de Hecateo de Abdera dedicada a Egipto, de la que sólo cono­
cemos algunos fragmentos54 puede incluirse dentro de esta corriente propagandísti­
ca en favor de la dinastía tolemaica, que al mismo tiempo, y como consecuencia
directa de la exaltación política y de la propia concepción de la monarquía dominan­
te en el período helenístico55, representaba una idealización del país del Nilo, tierra
que era objeto del cuidado y protección de tan significados reyes. La obra de Heca-
51 Hartog (1986), 959. Véase también el artículo de Joly (1982).
52 Teócr., Idil., XVII, 80-85 (Traducción de Manuel García Teijeiro, Biblioteca Clásica Gredos).
53 Aten., V, 197 C-203 B. Sobre este tema, Rice (1983).
54 FGrHist 264. Sobre la figura de Hecateo, Drews (1973), 123-132 y Murray (1970).
55 Véase al respecto, Gómez Espelosín (1991).
TIERRAS BARBARAS 189

teo volvía a incidir de nuevo sobre la vertiente fabulosa de Egipto como una tierra
provista de maravillas de todas clases como las pirámides o la tumba de Oximan-
dias, en la misma línea de Heródoto a quien en ocasiones repetía, añadiendo eso sí
nuevas informaciones, fruto de sus propias investigaciones. Sin embargo la obra
tenía otras perspectivas más amplias que el mero recuento de mirabilia. Se alaba la
conducta justa de sus reyes, la excelente estructura social del país, su prosperidad
económica, sus leyes equitativas y las prácticas educativas tan firmemente asentadas
en el espíritu de la población. Esta excelencia de sus costumbres y la sabiduría de
sus legisladores se pone también de manifiesto a través del relato de las hazañas de
sus reyes, tema que al parecer constituyó una parte sustancial de su obra, si juzga­
mos por el libro I de Diodoro que, según la opinión más generalizada, derivaría en
buena medida del perdido libro de Hecateo56. Egipto no es sólo una tierra pródiga
en bienes y bien gobernada según se desprende de la obra de Hecateo. Es la tierra
donde ha surgido la civilización y guarda por tanto el registro más amplio y comple­
to de la memoria humana, el lugar donde los dioses se han encamado para hacer
efectivo dicho comienzo y darle forma y sentido. Teorías que sin duda fueron
importadas de la tradición filosófica griega, de la que Hecateo era deudor, para dar
forma más sistemática y consistente a la descripción veraz del país del Nilo, presen­
tado aquí como el estado ideal, que superaba por tanto el viejo lógos herodoteo que
todavía servía de referente modélico57. Una visión de Egipto por tanto una vez más
mediatizada en la que primaban otra clase de intereses especulativos y propagandís­
ticos que poco tenían que ver con la imagen más real e inmediata que se había ido
adquiriendo con el tiempo y la creciente presencia griega en aquellas tierras.
La imagen idealizada de Egipto desde la perspectiva regia de los nuevos dinastas
deja también su huella en las manifestaciones artísticas. A pesar de la incertidumbre
existente sobre su fecha precisa la célebre taza Famesio constituiría la pieza más
representativa a este respecto. De indudable factura helenística, esta impresionante
obra artística representa casi con toda seguridad una alegoría de la fertilidad del
Nilo, identificado aquí con la solemne figura masculina que preside la escena, sen­
tada con una cornucopia frente a la que aparece una figura femenina vestida a la
manera de Isis, que según esta interpretación sería la personificación de la abundan­
cia y prosperidad. El resto de las figuras que completan el cuadro podrían muy bien
encajar dentro de todo este esquema de idealización del país, puesto ahora bajo el
gobierno de los nuevos reyes. Se piensa en efecto que la figura central masculina
podría identificarse bien con Horus en el papel asignado en el mito griego a Triptó-
lemo, que enseñó a la humanidad el arte de la agricultura, o con alguno de los
gobernantes tolemaicos, agentes directos del mantenimiento de esta prosperidad y
abundancia, y el resto de las mismas representarían a las estaciones y los vientos,

56 Sobre este tema véase el amplio comentario dedicado por Burton (1972), especialmente la intro­
ducción al mismo, donde se hallará bibliografía al respecto.
57 Murray (1972), 207.
190 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

elementos imprescindibles sin cuyo seguro concurso el milagro del Nilo no sena
hecho realidad58.
Dentro de la corriente artística del momento en la que la imagen de Egipto apare­
cía idealizada o bien se destacaban sobremanera sus rasgos de exotismo deberíamos
incluir igualmente los célebres paisajes nilóticos, como el bien conocido mosaico de
Preneste, en los que el prodigioso río y todo el paisaje que despliega a su alrededor
son la nota más característica y definitoria de dichas composiciones. Un gusto por lo
exótico que se revelaba sobre todo en la extraña fauna del país, representada también
de forma repetida en mosaicos y pinturas, así como tema favorito de un nuevo géne­
ro literario, conocido como paradoxografía, en el que se destacaba de forma especial
lo maravilloso, cuyos ecos se dejan ver todavía en obras más tardías como es el caso
de la célebre Historia de los animales de Eliano59.
La misma imagen de Egipto, una tierra idealizada repleta de maravillas en la que
se revela la historia más antigua de la humanidad, aparece también en Diodoro,
quien, a pesar de que visitó personalmente el país, utilizó sin embargo para la cons­
trucción de su relato fuentes anteriores como el mencionado Hecateo de Abdera o
Agatárquides de Cnido. Todo el libro I de Diodoro es en efecto un compendio de la
historia divina y ancestral del país del Nilo, que es presentado aquí con toda la aure­
ola religiosa y sapiencial que caracterizó a Egipto casi desde los primeros tiempos
de contacto con el mundo egeo60. A lo largo de las páginas de Diodoro Egipto se
presenta ante los ojos del lector como el antepasado primordial en el que se com­
pendia todo un resumen de la historia de la humanidad, según lo ha calificado
Vidal-Naquet en su introducción a una reciente traducción de los dos primeros
libros de la Biblioteca61. Las normas y costumbres que rigen la vida de los egipcios
son objeto de una descripción idealizada que las presenta como el modelo que todos
los demás pueblos, incluidos en esto los propios griegos, se han empeñado en
imitar62. Egipto continúa siendo, a pesar de las reservas que el propio Diodoro
pudiera tener sobre los relatos que incluye en su obra, un instrumento literario, pres­
to siempre a la idealización por los rasgos esenciales que se le atribuyen, que de
forma continuada se sigue utilizando como campo de pruebas donde pulir las defi­
ciencias y sinsentidos de la propia sociedad helénica a través de un ejercicio retórico
con evidentes connotaciones ideológicas63.
58 Sobre esta obra, Pollit (1989), 400-403.
59 Sobre la paradoxografía, véase nuestra introducción a la traducción de los escritores de este géne­
ro en la Biblioteca Clásica Gredos (en prensa), donde se hallará la bibliografía correspondiente.
60 Véase sobre el tema el libro reciente de Bemand (1994).
61 Vidal-Naquet en el prefacio a la traducción de M. Casevitz (1991).
62 Véase especialmente los capítulos 69-98 del libro I. Véase al respecto el correspondiente comen­
tario de Burton (1972).
63 Véase el trabajo reciente de Lens y Campos Daroca (1993), donde se atribuye al propio Diodoro
la responsabilidad en la visión de Egipto que plantea en su obra, proponiéndola como una mejor explica­
ción que la célebre utopía etnográfica de Hecateo en la que piensa Murray (1972) siguiendo las ideas de
Jacoby al respecto.
TIERRAS BARBARAS 191

El aislamiento de Egipto, protegido por poderosas defensas naturales de todos


los lados, fue sin duda uno de los rasgos sobresalientes que hicieron posible dentro
de la imaginación griega el situar en su territorio un estado y una sociedad ideales
que se bastaban a sí mismas y podían responder con creces al viejo ideal helénico de
la autoctonía, reivindicado de manera constante para Atenas64. Esas magníficas con­
diciones geopolíticas que pudieron estar en la base del elogio de Diodoro, reapare­
cen también en la obra geográfica de Estrabón, que viajó por Egipto de la mano de
su amigo Elio Galo, que fue segundo prefecto del país cuando estaba recién adquiri­
do por Roma. La excepcional topografía egipcia vuelve de nuevo a causar el asom­
bro del geógrafo que pone de manifiesto en su descripción del país sus mejores cua­
lidades de observador del territorio ajeno. El aislamiento que estas condiciones le
proporcionan facilita la paz reinante y favorece el desarrollo, dado que posee de
forma natural esta clase de defensas que ponen al país al abrigo de invasiones y
peligros externos. Una visión en suma distante, la del viajero, pero que revela su
admiración por una tierra y unas gentes que para nada responden a los estereotipos
forjados en la contemplación de los paisajes más propiamente helénicos65.
El elogio de las condiciones naturales de Egipto, regado por el Nilo y poseedor
de una civilización milenaria y venerable en la que la sabiduría de sus sacerdotes y
la piedad de sus habitantes constituyen los rasgos distintivos, seguirá presente a lo
largo de la literatura griega, como revela el curioso poema geográfico de Dionisio el
Periegeta, donde aparecen ahora ya bien definidos desde un punto de vista retórico
los diferentes tópoi geográficos acumulados a lo largo de toda la tradición sobre los
diferentes países y gentes66. Una clara derivación o especialización hacia el terreno
más exclusivamente religioso se deja sentir en la época imperial con el realce de lo
que se han venido en llamar a partir de la calificación de Amaldo Momigliano
“sabidurías bárbaras”67. En este debate intelectual sobre la prioridad de la primera
filosofía, Egipto era sin lugar a dudas un buen candidato al puesto de honor aunque
debía competir duramente y a veces en clara inferioridad, con otras propuestas tam­
bién defendibles como la India o Persia68. Las maravillas de Egipto han quedado
ahora casi reducidas en la práctica a la temática religiosa, produciéndose numerosos
escritos sobre el tema entre los que destacan aquellos especialmente interesados en
prácticas cultuales esotéricas com o todo lo relacionado con el Hermes
Trismegisto69, que siguen haciendo de Egipto una tierra fabulosa, si bien este con­
cepto se aplica ahora tan sólo a una de las facetas primigenias que dieron pie a esta
imagen ideal. Obras como las de Jámblico o Porfirio son buenos ejemplos de esta
64 Sobre esta cuestión puede verse el estudio de Loraux (1981), 35 y ss.
« Bemand (1994), 24-28.
66 GGM1,225 y ss. Sobre Dionisio puede verse la introducción de Jacob a su traducción (1990).
67 Momigliano (1975).
«s Hartog (1986), 962.
69 Festugiére (1944), donde se proporciona una lista de los autores aludidos. Véase al respecto tuni
bién el artículo de Makris (1987).
192 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

última tendencia del “milagro” egipcio, al igual que tratados como los de Plutarco
sobre Isis y Osiris, donde el país del Nilo es el referente ideal de las prácticas reli­
giosas o sapienciales y constituye al tiempo el mejor archivo donde rastrear la justi­
ficación y legitimidad de las propias creencias70.
Este peso de la religión en el imperio se deja sentir igualmente en la novela grie­
ga a partir de un determinado período que parece que hay que fijar en algún
momento del siglo II d. C. Sin embargo junto a esta imagen idealizada convive en la
novela otra mucho más realista y siniestra del país del Nilo, la de una tierra de ban­
didos y rebeldes, donde podían resultar bien factibles toda clase de peripecias y
aventuras, ingrediente esencial y característico del nuevo género71. La imagen de
Egipto, que siempre conservó en la literatura griega un carácter de tierra fabulosa en
la que predominaban los mirabilia de todas clases fue por tanto deteriorándose
según avanzaba el conocimiento de la realidad histórica y se iba delimitando de
forma progresiva ese carácter ideal. Por otro lado el hecho de que Egipto pasase a
ocupar una posición secundaria dentro del panorama histórico, como una provincia
más del imperio, no hizo más que acentuar este proceso del que quizá la novela, al
menos en parte, constituye un buen ejemplo representativo.

Etiopía
La condición fabulosa de Etiopía aparece muy temprano en la literatura griega,
remontándose nada menos que a los propios poemas homéricos. Ya al comienzo de
la ¡liada se nos dice que Zeus en compañía de los demás dioses ha acudido
al Océano a reunirse con los intachables etíopes para un banquete72
Esa es también la intención de Iris, la divina mensajera, en uno de los últimos
cantos, cuando al ser invitada por los vientos a un festín rehúsa a causa de su viaje
hasta el país de los etíopes, en los cauces de Océano, donde
están ofreciendo hecatombes a los inmortales, para participar yo también del
sacro festín73.
La imagen que se desprende de estos primeros testimonios no es otra que la de
una tierra fabulosa situada en los confines del mundo, junto al Océano que lo cir­
cunda, cuyos afortunados habitantes gozan en sus banquetes de la compañía de los
dioses, a los que con cierta frecuencia ofrendan piadosos sacrificios.
70 Véase por ejemplo el trabajo de Armstrong (1987).
71 Brioso (1992).
72 //., 1,423-24.
73 //., XXm, 206-207.
TIERRAS BARBARAS 193

Esta misma condición continúa manteniendo la tierra de los etíopes en la


Odisea, si bien en la misma, seguramente obra de fecha algo posterior a la Ilíada, se
aprecian algunas diferencias significativas. También en el primer canto aparece
mencionado el país de los etíopes, a donde había acudido Poseidón para asistir a una
hecatombe de toros y corderos. La referencia a su posición se limita en este caso a
un vago “que habitan lejos”, pero se añade a renglón seguido una breve nota aclara­
toria en la que se nos informa que los etíopes, que son los hombres que habitan en
los confines - ¿ux^tol ávSptov- se hallan divididos en dos grupos
unos donde se hunde Hiperión y otros donde se levanta74.
Es decir, y según una interpretación primaria de dicha referencia, situados a lo
largo de los confines orientales y occidentales del orbe. Esta afirmación del texto
homérico ha suscitado largos debates ya en la misma antigüedad, según nos refleja
Estrabón, quien concluye que la noción primera de Etiopía entre los griegos incluía
toda la extremidad meridional del mundo que bordeaba las corrientes del océano75.
En consonancia con esta primera tentativa de ubicar en el mapa, ciertamente fluido
e imaginario de los primeros tiempos, a los etíopes, aparece también en la Odisea
una escueta referencia a su posición relativa con otros pueblos mejor conocidos que
han sido objeto de las andanzas de Menelao. El rey espartano relata su viaje por tie­
rras lejanas en el siguiente orden
Errante anduve por Chipre y Fenicia, errante fui a Egipto, a los etíopes, a los
sidonios, a los erembos y a Libia...76.
Con la conocida excepción de los erembos, que resultan completamente miste­
riosos, el resto de los pueblos mencionados son perfectamente identificables y res­
ponden aproximadamente a lo que podría ser un recorrido efectivo por las regiones
orientales del mediterráneo, incluyendo el norte de Africa hasta el actual Sudán,
donde habría que situar la Etiopía más real de las fuentes antiguas77. En suma, en la
Odisea aparecerían entremezclados los datos, con claras referencias a la imagen
mítica y fabulosa de Etiopía, que había hecho su aparición en la Ilíada, y unos leves
apuntes a una localización más precisa y real, al sur de Egipto, como resultado de
las primeras noticias que por aquel entonces debían llegar hasta el mundo griego
acerca de apartadas regiones en las que podían obtenerse cuantiosas riquezas, si uno
tenía el valor y la audacia de aventurarse por ellas o contaba con el soporte divino
74 Od., 1,23-24
75 Estr., I, 2, 25-28, donde se recoge la polémica entre Aristarco y Crates. Esa imagen aparecía
igualmente consistente con la representación del mundo que aparece en Eforo, donde los etíopes ocupan
todo el lado sur del famoso cuadrilátero, FGrHist 70 F 30. Lesky (1948) y del mismo autor (1959), 35
explica esta doble referencia al habitat de los etíopes asumiendo que los antiguos mezclaban a las inevita­
bles dosis de fantasía “früher Ionische Spekulation”.
76 Od., IV, 83-85.
77 Véase el comentario de S. West al pasaje mencionado en Heubeck, West y Hainsworth (1988), 198.
194 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

en sus acciones. Un cuadro vacilante en el que junto a la fabulación mítica y a la


indefinición geográfica propia de los primeros tanteos, hacía también su aparición el
eco de las primeras especulaciones sobre la organización espacial del orbe que se
estaban llevando a cabo por aquellos tiempos, principios de la edad arcaica, en las
ciudades de Jonia78.
Con el correr del tiempo las cosas fueron cambiando sólo de forma relativa. Los
contactos con Egipto, intensificados a lo largo del período arcaico y clásico, trajeron
hasta la Hélade noticias de las regiones al sur de las tierras del Nilo y de las gentes
de color que allí habitaban. Esa es la imagen que se desprende de uno de los frag­
mentos de Jenófanes, donde se dice que los etíopes son chatos y negros79, reflejando
de esta forma un acercamiento mayor a la realidad geográfica concreta que más
tarde representó dicho término. Sin embargo la imagen de la Etiopía fabulosa, país
donde el sol se levanta para emprender su recorrido por la bóveda celeste, pervive
con igual fuerza según podemos apreciar en uno de los fragmentos de Mimnermo,
en el que la tierra de los etíopes hace el contrapunto adecuado a las Hespérides, con­
fín extremo occidental donde el sol se pone80.
La misma imagen aparece también reflejada en la tragedia griega, con una cre­
ciente vinculación de la situación del país a las fuentes del Sol. No obstante los ecos
difusos de una realidad cada vez menos desconocida se dejan igualmente entrever
cuando se habla de una raza negra viviendo junto a las riberas de un río denominado
Aithiops upó? f]\íou Tnyyais'81. Esa misma posición, en el origen de la salida del
sol, ocupan los etíopes en el Faetón de Eurípides, donde se menciona a los habitan­
tes de piel negra vecinos de este imponente lugar82.
Es sin embargo en Heródoto donde se refleja de forma más clara la mezcla de
fabulación mítica y los ecos de una geografía real todavía mal conocida pero de la
que se tenían cada vez más noticias a través de viajeros y mercenarios. Su imagen
idealizada se deja patente a la hora de fijar los confines del mundo, de los que Etio­
pía es una de las partes constituyentes
Hacia el sudoeste, por otra parte, se extiende Etiopía, la más remota de las tie­
rras habitadas; pues bien dicho país produce oro en abundancia, enormes elefan­
tes, toda clase de árboles silvestres, incluido el ébano, y, además, unos hombres
de una talla, una apostura y una longevidad excepcionales83.
78 Heidel (1937), 26 y ss. y Thomson (1965), 94 y ss.
79 F 16 Diels= Clemente, Strom., VII, 22,1.
80 F 10 D = F 12 West = Aten., XI, 469f- 470 b
81 Esquil., Prom. Ene., 808-810. Sin embargo en un fragmento del Prometeo liberado se habla de
una laguna en las corrientes de Océano que sirve de sustento a los etíopes, fr. 192 Radt= VI Griffith.
Sobre la geografía imaginaria de los trágicos en general y de Esquilo en particular, Bemand (1985), 89
y ss.
82 Faetón, 1-5 Diggle.
83 Hdt., III, 114. (traducción de C. Schrader, Biblioteca Clásica Gredos). Sobre el lógos etíope de
Heródoto, Hofmann y Vorbichler (1979).
TIERRAS BARBARAS 195

Esta visión de una tierra de los confines, con tintes claramente utópicos, presenta
no obstante ciertas conexiones evidentes con la realidad más inmediata. Así el lla­
mado lógos etíope se inscribe dentro del relato de las expediciones del rey persa
Cambises y sirve al tiempo para ilustrar de manera efectiva la locura del mismo,
que, como se comprueba en el presente caso, acabó conduciéndole al desastre. Etio­
pía aparece como un objetivo más dentro de los designios expansionistas de Cambi­
ses, que aspiraba también a conquistar a los cartagineses y amonios. Para llevar a
cabo su proyecto decide enviar previamente a unos espías ictiófagos, pueblo de las
proximidades, para que le proporcionasen la información precisa y tanteasen el
terreno con antelación.
Sin embargo Heródoto no deja pasar la ocasión de tratar al paso las maravillas
que se contaban acerca de aquellas lejanas tierras, que de manera un tanto imprecisa
sitúa a orillas del mar del sur, es de suponer que en el extremo de Libia, a medio
camino por tanto entre la realidad geográfica de Africa tal y como la entendieron los
antiguos84y las ideas preconcebidas acerca de los límites de la ecúmene y las gentes
que habitaban aquellos contornos. Menciona así aspectos destacados del escenario
utópico como la belleza de sus habitantes, “son los más altos y apuestos del
mundo”, su longevidad - viven hasta ciento veinte años y algunos incluso más-, la
forma ordenada de su gobierno - una monarquía cuyo trono lo ocupa aquel de sus
habitantes que sobresalía sobre los demás en altura y potencia física- , su dieta ali­
mentaria a base de carne cocida y leche, la abundancia de oro - hasta el punto que lo
utilizan para fabricar los grilletes de los presos-, y por último lugares maravillosos
como la célebre Mesa del Sol, una pradera siempre repleta de carne cocida que esta­
ba a disposición de todo el mundo y que según la versión indígena que Heródoto
dice aportar, era la propia tierra la que continuamente se ocupaba de reponer exis­
tencias, o la fuente de aguas lustrosas y leves que estaba en el origen de su buena
salud.
El lugar reúne por tanto todos los componentes esenciales de una tierra fabulosa
de los confines, desde la abundancia infinita de alimentos y la aparente justicia de
su forma de gobierno hasta la condición de sus habitantes, superiores en talla y fuer­
zas a los demás y con una larga vida a sus espaldas, y la misma inaccesibilidad de
su territorio, a cuya conquista debe renunciar Cambises tras la terrible experiencia
de su frustrada expedición85. Sin embargo la imagen que Heródoto presenta del pais
no es del todo idealizada, si bien conserva básicamente los rasgos de una tierra de
utopía. Su vena racionalista le lleva a admitir ciertas deficiencias como la existencia
de presos o la falta de bronce, que por ello mismo se convierte en uno de los bienes
más apreciados. La propia existencia de la llamada Mesa del Sol queda reducida en
84 Sobre este respecto, Wemer (1993).
85 Sobre la posible fuente de carácter utópico que pudo estar en el origen de este lógos heroilo
teo, Hadas (1935). Sobre la influencia en esta visión utópica de los etíopes de las condiciones hislót'icitN
reales del país en los primeros momentos, Snowden, Jr (1970), 144 y ss. y del mismo autor (1983), 46
y ss.
196 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

su relato al resultado del buen funcionamiento de los mecanismos sociales encarga­


dos de suministrar las provisiones, ya que son los propios magistrados quienes por
la noche se encargan de reponer los alimentos consumidos durante el día. Incluso en
su perfección aparente los etíopes no tienen más remedio que reconocer su inferiori­
dad ante al menos uno de los símbolos de la dieta civilizada por excelencia como es
el vino, cuando éste les es ofrecido por los enviados de Cambises.
Heródoto sin duda utilizó el pasaje de forma consciente dentro de la estructura
moral de su Historia, sacando el máximo partido de la confrontación entre los dos
mundos, el de la soberbia opulencia civilizada que aquí representa Cambises pero
que sin duda refleja en el fondo la posición griega, frente a la sencillez bárbara de
los pueblos extremos que reciben con ironía los avances de la cultura pretendida­
mente superior. Sus vestidos de púrpura y su perfume no revelan sino la falsedad
esencial de sus habitantes que utilizan tales recursos para esconderse tras esta espec­
tacular fachada, sus alimentos a base de estiércol- pues con él se siembran los cam­
pos de trigo- no permiten conseguir una vida larga, y admiran y estiman sobre todas
las cosas un material que allí se utilizaba para fabricar los grilletes.
Sin embargo, fuera ya de este contexto narrativo en el que aparece el lógos etío­
pe y del que Heródoto supo extraer toda la potencialidad moral y literaria de un
relato tradicional elaborado desde instancias míticas y filosóficas, hallamos en el
mismo historiador una imagen mucho más real de Etiopía, o al menos del mundo
subnilótico que quizá desde muy temprano entró en contacto con el mundo griego y
estuvo por tanto al alcance de sus posibilidades de conocimiento86. Aparecen así
descritos unos etíopes mucho más reales en un pasaje de los últimos libros de sus
Historias, donde el historiador jonio nos presenta un largo catálogo de las tropas
auxiliares que acompañaban al contingente persa reunido por Jerjes para atacar a
Grecia, dentro del que aquéllos figuraban entre otras muchas etnias como tropas
auxiliares87. Se trata de tropas cuyos componentes iban cubiertos con pieles de leo­
nes y panteras, provistos de grandes arcos fabricados de ramas de palmera, con los
que disparaban pequeñas flechas de caña, lanzas terminadas en un cuerno puntiagu­
do de gacela y mazas tachonadas de clavos, y se embadurnaban medio cuerpo con
yeso y la otra mitad con minio a la hora de entrar en combate.
Esta pintura real de un país del sur, con población negra y costumbres exóticas,
que nada tenía que ver con el retrato utópico que se había trazado en los primeros
tiempos reaparece de nuevo en Estrabón, que los describe como una población
nómada que anda escasa de casi todo88. Sin embargo una vez más no desapareció en
modo alguno la idea de una tierra ideal de los confines meridionales del orbe en
estrecha relación con el sol, causa principal de los beneficios y particularidades que

K6 Véanse los libros de Snowden (1970) y (1983) y el trabajo de Lonis (1981), donde se hallará tam­
bién bibliografía pertinente a este tema.
"7 Hdt„ VII, 69.
»« Estr., 1,2, 32.
TIERRAS BARBARAS 197
la caracterizaban, que de alguna forma conectaba de nuevo, o quizá nunca lo perdió
del todo, con la vieja imagen mítica a la que se alude en Homero y de la que encon­
tramos evidentes ecos en el lógos etíope de Heródoto89. En efecto, no sólo Eforo
situaba a los etíopes en los confines meridionales del orbe, provistos seguramente
de todas las connotaciones que esta localización tenía para sus tierras y habitantes,
sino que de nuevo podemos comprobar ecos evidentes de esta imagen ideal en las
páginas de Diodoro, donde los etíopes nos son presentados como una población
autóctona, los primeros que aprendieron a honrar a los dioses, motivo por el que sus
sacrificios eran los que más agradaban a la divinidad, que les concedía a cambio sus
divinos favores en forma de beneficios como la paz y la abundancia, en clara conso­
nancia con el retrato homérico. No obstante en las mismas páginas, pero más ade­
lante, Diodoro nos muestra una Etiopía que se adecúa algo más a la realidad históri­
ca de los reyes sabios, con cuyos ecos han pretendido algunos conectar la imagen
mítica de estas tierras90. Una prueba de esta continua reactualización de la imagen
idealizada de Etiopía como una tierra ideal de los confines nos la proporciona la
novela de Heliodoro, en la que el retrato del país se corresponde en buena medida
con el viejo estereotipo a pesar de llevarse a cabo en una época ya tan avanzada en
la que se tenían suficientes noticias e informaciones acerca de la Etiopía real, exis­
tente al sur del Nilo91.
A medio camino por tanto entre la realidad y el mito, la imagen de Etiopía en la
Antigüedad constituyó uno de los principales referentes del pensamiento mítico y
utópico entre los griegos. A pesar de las interferencias y confusiones que se origina­
ron ya en época antigua a causa de querer ensamblar las dos imágenes dentro de un
conjunto homogéneo y coherente, la idea fundamental que acabó prevaleciendo en
el imaginario helénico fue la de una tierra fabulosa situada en uno de los confines
del orbe, provista de todas las bendiciones consiguientes como la abundancia y
prosperidad de sus tierras o el carácter sobresaliente de sus habitantes que descolla­
ban en justicia y piedad, cuya particular relación con el Sol estaba en la base de
todas estas cualidades. Esta estrecha relación con el astro rey, que constituyó por
encima de todo su característica más destacada, fue también la responsable directa
de las confusiones existentes a la hora de tratar de situar sobre un mapa dichas tie­
rras, oscilando entre el oriente propiamente dicho, llegando incluso a identificarse
con la India, y el sur. Mitos asociados con las tierras etíopes como el de Memnón,
para el que se dan ambas procedencias, o el de Andrómeda, son claros ejemplos de
esta vaguedad que todavía sigue existiendo en plena época romana tal y como pode­
mos comprobar en Ovidio, que representa a Perseo trayendo a la heroína desde los
negros indios, localizando en un espacio difuso que se prolonga por los confines
sudorientales el país de origen de la mítica princesa.
89 Sobre la Etiopía mítica y su especial vinculación con el sol, MacLachlan (1992).
90 Véanse los mencionados trabajos de Snowden (1970) y (1983).
91 Marengo (1988).
198 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

La India
La condición fabulosa de la India como una tierra de los confines del orbe hace
su aparición en la literatura griega posiblemente de la mano de Escílax de Carian-
da, el almirante jonio que al servicio del rey persa Darío recorrió por vez primera
sus aledaños en una expedición por el Indo92. No sabemos prácticamente nada del
relato que hizo de su expedición salvo los ecos que haya podido dejar en las infor­
maciones que manejaron sobre la India autores posteriores como Hecateo de Mile-
to o Heródoto93. A juzgar por algunas referencias que nos trasmiten algunos auto­
res posteriores, Escílax debió incluir en su obra una serie de pueblos fantásticos
como los esciápodos, los macrocéfalos, los otolicnos o los monoftalmos, que
constituyeron más adelante una parte sustancial de la imagen fabulosa de aquellas
tierras94.
Si realmente Escílax llegó a desarrollar un relato de su expedición con inten­
cionalidad literaria, muy diferente por tanto del informe oficial que pudo haber
elaborado para Darío, no resultaría extraño que se hubiese dejado llevar por la ima­
ginación a la hora de describir un país situado en los confines del mundo para la
imaginación griega, y más teniendo en cuenta que se refería a unas regiones que
posiblemente no llegó a conocer de primera mano como eran las tierras del interior -
recordemos que llevó a cabo una navegación por sus costas-, sino tan sólo de oídas.
En el relato de Escílax debieron por ello entremezclarse ya los ecos difusos de una
geografía real pero desconocida en buena medida incluso quizá para algunos de sus
informadores que pudieron haber sido persas, ciertas leyendas locales o tradiciones
folclóricas no del todo bien interpretadas, y por fin el caudal imaginativo presente
desde antiguo en el mito griego, dispuesto a poblar los espacios más apartados de
seres fantásticos y extraordinarios. Si admitimos la posibilidad de que la célebre his­
toria de las hormigas y el oro que encontramos en el lógos indio herodoteo proceda
también de Escílax95, su relato sobre la India habría estado plagado de elementos
maravillosos, constituyendo la base sobre la que más tarde se iría cimentando la
visión de la India como una tierra fabulosa en la que todo era posible, desde los pro­
digios naturales y humanos hasta la perfección social y la sabiduría extrema96.
Es sin embargo nuevamente Heródoto quien nos proporciona una imagen más
completa de la India tal y como figuraba por entonces dentro de la imaginación
griega97. Dentro de su esquema del mundo, la India ocupaba el confín oriental y
92 Sobre la figura de Escílax, Cary y Warmington (1929), 61-62.
93 Hdt., IV, 44. Sobre Escílax, Gisinger (1929), Reese (1914), 35-53 y Karttunen (1989), 65-68.
94 Así Filóstr., Vit. Apol., III, 47; Harpocr., í . v . íit to yf\v oÍK oO u’T e j ; Tzetzés, Chil., 7. 629.
95 Véase al respecto nuestra argumentación en Gómez Espelosín (1995d).
96 Sobre la información de Escílax sobre la India y su significación posterior, Reese (1914), 39-52 y
Karttunen (1989), 65-68.
97 Hdt., III, 98-106. Véanse al respecto las obras de Reese (1914), 57-71, Karttunen (1989), 73-79 y
Dihle (1990).
TIERRAS BARBARAS 199

albergaba por ello, como todas las partes extremas del orbe, los recursos más pre­
ciosos98. Situada junto a la salida del sol poseía igualmente los animales más gran­
des y de sus árboles silvestres podía extraerse un copo de lana que superaba en finu­
ra y calidad a la de las ovejas. Sin embargo esta visión magnificada de una tierra
extrema no comporta una valoración utópica o altamente idealizada si tenemos en
cuenta que sus habitantes no parecen recibir los beneficios directos de esta situa­
ción, pues debían soportar el intenso calor de las mañanas, que les obligaba a per­
manecer dentro del agua para aliviar así su fuerza, o tenían que realizar peligrosas y
arriesgadas expediciones para conseguir el oro, arrebatándoselo a las terribles hor­
migas en cuyo territorio se extraía. Por lo demás, la condición física de sus habitan­
tes no parece despertar especial admiración por su talla o hermosura y su compara­
ción con los etíopes, por el color negro de su piel, parece remitir más bien a la ima­
gen real de aquel país que a la visión mítica y fabulosa que hacía de él un lugar pre­
dilecto de los dioses. Heródoto parece haberse interesado más por aquellos aspectos
etnográficos que revelan exotismo e incluso barbarie extrema a la hora de describir
a los indios. Son así presentados como gentes que se alimentaban a base de pescado
o carne cruda, cuando no de hierbas, se vestían a base de juncos, devoraban a los
enfermos o los abandonaban a su suerte y se apareaban en público como las reses.
La pintura que se desprende de todo el relato no es por ello la de una tierra bendeci­
da por la abundancia y la prosperidad, regida por monarcas justos y sabios y repleta
por doquier de maravillas. El historiador jonio ha optado aquí por otra vertiente que
le permite a la vez desplegar sus dotes narrativas, que buscan satisfacer la curiosi­
dad y fascinación por las tierras más lejanas, y utilizar estas mismas informaciones
con cierto sentido crítico al destacar las penurias que la condición extrema del país
y sus aparentes ventajas acarrean en la persona de sus habitantes, obligados a llevar
una vida que para pocos podría resultar envidiable.
A pesar del aparente revés que la información de Heródoto pudo significar, la
imagen de la India adquirió toda su connotación ideal con la obra de Ctesias de
Cnido, un médico griego que vivió durante largo tiempo en la corte persa a finales
del siglo V a. C. Ctesias se hallaba en una posición ciertamente privilegiada para
escribir sobre la India si tenemos presente que por aquel entonces el país formaba
parte, como una provincia más, del imperio persa. Hasta la corte india llegaban
enviados y embajadores de aquellas tierras a tributar sus honores al gran rey y a
entregar los tributos correspondientes. El médico griego, que gozaba del favor de la
reina madre y por ello de una posición destacada dentro de la corte, pudo muy bien
estar al corriente de las informaciones y noticias que llegaban hasta ella a través de
tales intermediarios o de los viajeros persas que por dichos motivos debieron aden­
trarse hacia aquellos territorios. Ctesias sin embargo optó, como era de esperar por
otra parte, por dar pábulo a la fantasía ofreciendo una imagen de la India completa­
mente fabulosa, la de una tierra abundante y prolífica en todos los terrenos, con una
98 Hdt., III, 106.
200 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

vegetación y una fauna sorprendentes y habitada por pueblos singulares que consti­
tuyen toda una galería de rarezas y aberraciones".
A pesar de la pérdida de la obra, el resumen que de ella hizo el patriarca Focio,
aún con todas las limitaciones que ello supone100, nos permite entrever el carácter
esencialmente fabuloso de la descripción de la India que hacía Ctesias. Fue muy
leído en la antigüedad a pesar de la fama de mentiroso que le acompañó desde un
principio. A lo largo de sus páginas desfilaban todo tipo de fenómenos sorprenden­
tes. Fuentes llenas de oro líquido o en las que se coagulaba el agua al ser extraída o
que arrojaban de nuevo al exterior a todos los que se lanzaban a ella; lagunas pro­
ductoras de aceite; árboles cuyas raíces tenían propiedades magnéticas o producían
el ámbar; animales extraordinarios como la marticora, con un rostro parecido al del
hombre y que se defendía lanzando flechas desde su cola en cualquier posición,
asnos mayores que los caballos, de cabeza purpúrea y con un solo cuerno sobre la
frente, o gusanos gigantescos capaces de devorar enteros a camellos y bueyes; pue­
blos exóticos como los pigmeos que sólo se vestían con sus largas barbas y poseían
un órgano sexual que les llegaba hasta los tobillos, o claramente fabulosos como los
cinocéfalos, con cabeza de perro, que ladraban en lugar de hablar y llevaban una
forma de vida agreste y salvaje, y los que no tenían ano, obligados por tanto a no
comer ni beber dada su incapacidad de evacuar lo ingerido.
Este cuadro pintoresco de la India en el que predominan de forma clara los ele­
mentos fantásticos no está sin embargo desprovisto de ciertos rasgos ideales que
hacen de aquellas tierras un cierto lugar de utopía, donde a la abundancia y prodiga­
lidad de la naturaleza en todos los campos se unen también otros aspectos como la
calidad de la vida humana y el predominio de la justicia. Muchas de las maravillas
naturales que abundan en el país poseen cualidades salutíferas que permiten a sus
habitantes una mejor forma de vida o los protegen de las inclemencias y desastres
naturales. Así el hierro que se extraía de una de sus fuentes, fijado en tierra, era
capaz de alejar las nubes, el granizo y los huracanes; el agua de la fuente que devol­
vía a quienes se arrojaban en ella servía para sanar las herpes blancas y la sama; el
cuerno del unicornio, utilizado como copa para beber, evitaba los espasmos y la lla­
mada enfermedad sagrada; y la raíz del árbol denominado párebo se administraba
como remedio contra los cólicos. Casi todos los pueblos son calificados de justos,
mantienen una buena disposición hacia su rey, viven durante muchos años, no son
presa de los dolores más habituales como los de cabeza, dientes u ojos, ni sufren
úlceras o gangrena, y demuestran un evidente desprecio hacia la muerte, segura­
mente como prueba manifiesta de su sabiduría. Condiciones de vida sin duda idea­
les que conforman un cuadro de vida utópico dentro de un espacio extraordinario y
sorprendente.

99 Sobre la imagen de la India de Ctesias, además de los ya mencionados libros de Reese (1914),
7 1-92 y Karttunen (1989), 80-85, Wittkower (1942) y Romm (1989).
100 Sobre este aspecto, Bigwood (1989).
TIERRAS BARBARAS 201

No todo es sin embargo positivo en esta visión de la India que nos presenta Cte­
sias. A lo largo del resumen de Focio se dejan traslucir algunos problemas que pue­
den hacer que la vida allí resulte enormemente difícil. El calor reinante llega a ser
asfixiante hasta el punto que algunos llegan a morir por su causa; la marticora,
auténtico devorador de hombres, se convierte en un enemigo ciertamente temible; la
ausencia de tormentas no les libera sin embargo de vientos y huracanes que lo arra­
san todo; y en su suelo se producen venenos y pócimas mortales que ocasionan una
muerte instantánea o males terribles, como el veneno de la serpiente o el excremen­
to del pájaro llamado dicairo. Los productos preciosos que alberga el país no se
encuentran tampoco al alcance y para llegar hasta ellos es necesario superar las
pruebas que suponen peligros tan evidentes como las serpientes que se crían en las
montañas de sardónice o los grifos que vigilan las regiones del oro. Incluso produc­
tos como el árbol del ámbar se ven afectados por un pequeño animal que devora su
fruto. Probablemente en el relato de Ctesias se entremezclaban diferentes informa­
ciones que quizá no han quedado del todo bien deslindadas en el resumen de Focio.
Así frente al carácter aparentemente ideal de los cinocéfalos, reducidos a un estado
primitivo de vida pero invencibles en la guerra por hallarse su región en unas mon­
tañas inaccesibles, longevos y organizados en un orden social aparentemente justo
que permitía una cierta igualdad entre ellos, aparecían otras poblaciones menos utó­
picas como los pigmeos o aquellos que podían ocultar buena parte de su cuerpo con
sus orejas, cuya propia apariencia buscaba ya provocar cierta comicidad, al destacar
sobre todo los aspectos exóticos y chocantes, e incluso quizá también se trató de
otros menos espectaculares, motivo por el que posiblemente fueron menos objeto de
atención del resumen del patriarca, cuyas condiciones de vida eran más duras y por
tanto más acordes con una realidad lejanamente presentida que ya antes habían sido
objeto del interés griego en el lógos indio de Heródoto y quizá de otros autores ante­
riores. En el retrato de la India de Ctesias intervinieron seguramente diversos facto­
res, desde el puro placer de fabular sobre un territorio desconocido y lejano que se
hallaba en los confines del mundo, hasta los intereses variopintos como los que
podían atraer la atención de un médico griego, la naturaleza y sus prodigios, acen­
tuados en estas regiones de forma espectacular, las gentes y sus costumbres, ciertas
dosis de filosofía política que especulaba sobre el estado ideal, la curiosidad típica­
mente jonia por todo lo extraño, y desde luego el peso inevitable de la tradición
mítica, que ya desde antiguo había venido poblando estos espacios lejanos de los
confines con toda clase de seres fabulosos.
La expedición de Alejandro pudo variar de forma radical la visión griega de la
India. A pesar de que quienes escribieron sobre ella a partir de entonces estaban en
una situación inmejorable por su presencia in situ y su mejor conocimiento de aque­
llas tierras, lo cierto es que la imagen que trasmitieron al público a través de sus
obras continuó siendo básicamente la que Ctesias y sus predecesores habían forjado
anteriormente. La India como tierra de maravillas, un escenario imponente donde la
naturaleza desplegaba todo su potencial en todas las direcciones y la sede de unan
202 F. J a v ie r G ó m ez E sp e lo sín

gentes sabias y justas que sabían administrar con prudencia los dones excepcionales
de que disfrutaban. Al gusto por lo exótico y lo extraño se añadía ahora cierto tinte
filosófico resultado de los nuevos tiempos que tendía a trasladar a estas latitudes
lejanas los esquemas ideales de conducta basados en la temperancia y la austeridad.
Un claro ejemplo de esta tendencia lo constituye Onesícrito, el piloto de la nave
real, cuyas inclinaciones cínicas, condicionaron de forma evidente todo su relato de
la conquista101. Su descripción del país de Musicano, que nos ha conservado en
parte Estrabón102, presenta en efecto todos los rasgos de un estado cínico ideal en la
India, como ya señaló en su día Karl Trüdinger103. Dos son los elementos que se
destacan de forma especial en este retrato idealizado, la prodigalidad de la naturale­
za, capaz de producir toda clase de bienes, y la sabiduría con que sus habitantes
regulan sus vidas. Los grandes árboles capaces de proporcionar sombra hasta a cua­
trocientos hombres, toda clase de raíces y pócimas, beneficiosas las unas y dañinas
las otras, especias y aromas que tonifican el aire, y unas aguas cuyas propiedades
nutricias son las responsables directas de la peculiaridad de los animales existentes
en aquellas tierras, constituyen las señas más representativas de su descripción. De
sus habitantes destaca Onesícrito la longevidad, la frugalidad y buena salud, la orga­
nización de comidas públicas al estilo espartano, el ejercicio de la caza para obtener
los alimentos, el empleo de los jóvenes como población laboral en lugar de escla­
vos, también al estilo de cretenses y espartanos, el cultivo de la medicina como
única ciencia y la simplicidad de su sistema legal. Un cuadro ideal en suma que
tiene mucho más que ver, como se puede apreciar por las comparaciones y referen­
cias que se hacen, con las obsesiones griegas sobre la sociedad perfecta que habían
conducido a idealizar sociedades como la cretense o la espartana, que con un retrato
aproximado de un estado indio de aquellos momentos. A ello se venía a sumar el
manifiesto interés de Onesícrito por todo aquello que podía resultar extraño o para­
dójico en un mundo que ya de por sí ofrecía a los amantes de la naturaleza un obser­
vatorio particular y privilegiado.
Una línea parecida siguió Megástenes, embajador seléucida al reino de Chandra-
gupta a comienzos del siglo III a. C. que escribió un tratado sobre la India, del que
deriva en buena parte el último de los libros de la Anábasis de Alejandro, obra de
Arriano, dedicado por entero a dicho país104. El retrato que Megástenes hace de la
India es también el de una tierra fabulosa con evidentes síntomas de idealización,
cuyas últimas razones cabe quizá buscar en una cierta intención propagandística.
Como ha señalado Andrea Zambrini nuestro autor “pretendía ofrecer una imagen
idealizada de la India, creando una especie de espejo ideal, en el que el estado seléu­
cida pudiera reencontrar su propia imagen ideal y perfecta, mediante la exaltación
101 Sobre Onesícrito, Brown (1949), esp. cap. III. También Pearson (1960), 83-11 y Pédech (1984),
71-157.
102 Estr., XV,1, 21-24 y 34.
103 Trüdinger (1918), 138.
104 Al respecto, Meunier (1922), Schwarz (1974) y Zambrini (1987).
TIERRAS BARBARAS 203

de una realidad político-social extraña pero análoga por los complejos problemas
históricos a la del reino seléucida”105.
Por lo demás reaparecen en Megástenes casi todos los elementos fantásticos que
habían poblado las páginas de Ctesias, con la inclusión de algunos pueblos nuevos,
revelando así cual era el otro polo de interés que captaba la atención del embajador
griego. La India fabulosa poblada de seres extraordinarios se reactualizaba de nuevo
pasando a ocupar de forma definitiva la delantera con relación a la imagen más rea­
lista que se iba haciendo sitio de forma progresiva con el avance de los tiempos106.
Basta echar un vistazo a las críticas de Estrabón sobre los escritores que tomaron
como tema a la India para damos cuenta de hasta dónde habían llegado las cosas en
lo que a los excesos de la fabulación respecta
la totalidad de los historiadores que han escrito sobre la India son, en gran medi­
da, unos falsarios; lo es de manera exagerada Deímaco, y en segundo lugar
Megástenes, en tanto que Onesícrito, Nearco y otros por el estilo están todavía en
pleno balbuceo......Sobre todo hay que desconfiar de Deímaco y de Megástenes:
éstos son en efecto los que han contado historias sobre los hombres de orejas
como camas, sobre los sin boca o los sin nariz, así como sobre los de un solo ojo,
los zanquilargos y los de dedos que se doblan hacia atrás; revivieron también la
homérica batalla de las grullas contra los pigmeos, que llaman de “tres palmos”
y también hablaron éstos de las hormigas que excavan oro, de Panes con cabeza
de alfiler, de serpientes que se tragan bueyes y ciervos, con cuernos y todo; en
estas cosas suelen ponerse en evidencia unos a otros, como afirma también Era-
tóstenes107.
Basta echar un vistazo a las páginas del libro VII de la Historia natural de Pli­
nio el Viejo para comprobar cómo la India se había convertido en efecto en uno de
los escenarios favoritos a la hora de desarrollar la inventiva e ingenio fabulador de
numerosos escritores, entre los cuales sin lugar a dudas sobresalía a todas luces el
ya mencionado Megástenes108. La India fue también objeto de atención preferente
por parte de los escritores de temas maravillosos, conocidos como Paradoxógrafos,
que sin duda encontraron en la literatura existente sobre aquellas tierras un material
abundante del que sacar partido de cara a sus particulares intereses109.
Esta fue sin embargo, a pesar de todas las críticas y excesos evidentes a que se
llegó en algunos casos, la imagen que prevaleció en la literatura según podemos
apreciar en obras de época imperial como alguno de los discursos de Dión de Prusa
o la célebre biografía de Apolonio de Tiana, obra de Filóstrato, donde el viaje a la
105 Zambrini (1983).
'06 Filliozat (1981).
“>7 Estr.,n, 1,9 (C70).
108 Plin., Nat. Hist., VII, 23 y ss.
109 Véase al respecto nuestra traducción de estos escritores en Biblioteca Clásica GredoN (en
prensa).
204 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

India del protagonista constituye uno de los elementos principales del relato. Dion
de Prusa nos presenta una imagen maravillosa de la India recorrida por ríos de
leche, vino, miel o aceite que fluyen libremente durante todo el año para todos a
excepción de un mes, en que lo hacen tan sólo para el rey. Los alimentos, mejores y
más accesibles, brotan por doquier al alcance de todos. La vida de sus habitantes
transcurre entre cánticos y fiestas tendidos a la orilla de los ríos en verdes praderas.
El canto armonioso de los pájaros sirve de telón de fondo a la placidez en medio de
la que transcurre la fácil vida de sus gentes mientras un viento moderado regula la
temperatura. Ni la vejez, ni la enfermedad ni la pobreza tienen lugar entre aquellos
hombres afortunados que gozan además de una larga vida de hasta cuatrocientos
años. Habitan sin embargo entre ellos, aunque apartados de todos estos deleites, los
brahmanes, dedicados por entero a meditar y reflexionar, sometidos a terribles tra­
bajos físicos y a soportar de grado tremendas pruebas de resistencia110. La India tie­
rra de la utopía convive por tanto al lado de la nueva imagen ideada en tiempos de
Alejandro, de la que fue posiblemente Onesícrito uno de los principales responsa­
bles, como era la tierra sede de la sabiduría verdadera donde debían llegar por nece­
sidad todos aquellos que deseaban contrastar la suya propia.
Este es precisamente el motivo fundamental del viaje de Apolonio hasta aquel
país, el de una peregrinación en busca de la legitimación de su condición de sabio
por medio del encuentro con los sabios indios111. Filóstrato nos presenta un recorri­
do ante todo simbólico cuyas diferentes etapas son sólo el pretexto necesario para
introducir los diálogos y disquisiciones que permiten revelar la sabiduría del prota­
gonista sobre las diferentes cuestiones. Se trata por tanto de un paisaje emblemático
lleno de reminiscencias fabulosas de las gestas de Alejandro como las estatuas de
oro que Alejandro y el rey indio Poro dedicaron respectivamente en el templo del
Sol o los altares erigidos en el punto final de la expedición donde estaba inscrita la
decisión de Alejandro de dar por concluida su campaña. Estos hitos se habían incor­
porado ya dentro del imaginario griego a los demás indicios heroicos anteriores
como los de Heracles o Dioniso, que el propio Alejandro había seguido a lo largo de
su aventura por aquellos confines. Sin embargo en el retrato idealizado de Filóstrato
no falta la consabida dosis de elementos maravillosos que habían constituido el
principal referente de la India desde los primeros tiempos. Nos encontramos así con
el bálsamo de los árboles que utilizaban los indios como ungüento nupcial, los
peces pavorreal, el gusano blanco del que se extraía una clase de aceite cuya llama
era inextinguible, el unicornio con cuyo cuerno se fabricaba una copa milagrosa
capaz de proporcionar la inmunidad, una pequeña mujer, mitad negra y mitad blan­
ca, árboles y plantas aromáticas de todas clases y por fin los fabulosos dragones, de
los que se ofrece incluso una descripción pormenorizada.

110 Dio. Chris., XXXV, 18 y ss.


111 Sobre el viaje a la India de Apolonio, Smith (1914); Charpentier (1934); además de nuestras
consideraciones en Gómez Espelosín (1995d).
TIERRAS BARBARAS 205

Sin embargo el objetivo final del viaje es la colina de los sabios, situada entre el
Hífasis y el Ganges, donde ni tan siquiera llegó Alejandro y hubieran fracasado en
sus intentos por lograrlo Heracles o Dioniso. Se trata por tanto de un lugar especial
y sacralizado del que Filóstrato nos ofrece una pintura con evidentes tintes oníricos.
Los sabios habitan en una colina tan alta como la acrópolis de Atenas que se
encuentra rodeada de una nube, donde se halla además un pozo del que emana un
arcoiris cuando el sol incide a mediodía sobre su fondo azul, un cráter de fuego,
donde se justifican las faltas inintencionadas, unas tinajas que contenían lluvia y
vientos respectivamente, y unas imágenes de dioses entre las que se encontraban las
de algunas deidades como Atenea, Apolo y Dioniso. Un escenario en suma adecua­
do para albergar a los brahmanes, quienes provistos de anillos y báculos mágicos
son capaces de practicar la levitación en honor del sol.
Tanto Dion de Prusa como más tarde Filóstrato demuestran sin embargo una
cierta preocupación por la veracidad esencial de sus respectivos relatos, ejerciendo
una cierta crítica sobre algunos de los elementos más característicos de la imagen
fabulosa de la India vigente desde antiguo en la tradición griega. Dion remite su
relato a los que llegan de aquel país, si bien reconoce a renglón seguido que
no son muchos los que llegan, sino algunos y por motivos comerciales y sólo se
relacionan con la gente de la costa. Es la clase de indios más menospreciada, de la
que los demás suelen hablar mal112.
De esta forma parece poner ciertas limitaciones a la información disponible a la
vista de la reducida dimensión que dichos contactos implicaban y a la presencia más
que posible de elementos fabulosos en una narración hecha desde una perspectiva
tan limitada. De hecho refiere a continuación el viejo cuento de las hormigas guar-
dianas del oro, a manera de apéndice final a su excursus indio, en una muestra evi­
dente del poderoso atractivo que seguía teniendo la imagen fabulosa de la India a
pesar de las restricciones impuestas por los nuevos tiempos.
Filóstrato demuestra igualmente una cierta postura crítica hacia algunos de los
elementos tradicionales que configuraban esta imagen fabulosa como los pueblos
fantásticos con la excepción de los célebres pigmeos, a los que sitúa sin embargo
más allá del Ganges, trasladando así su morada a lugares del todo inaccesibles y
fuera por tanto de cualquier clase de comprobación factible, pues ni siquiera Apolo­
nio había conseguido llegar hasta allí. Desmiente también de forma clara la existen­
cia de seres tales como la marticora o el agua de oro que emanaba de unas fuentes,
pero acepta en cambio las serpientes gigantescas de Nearco o las observaciones rea­
lizadas por Ortágoras acerca del firmamento especial que podía contemplarse desde
aquellas latitudes113.

112 Dio. Chris., XXXV, 22.


u3 Filóstr., Vit. Apol., III, passim.
206 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

En definitiva, la imagen fabulosa y fantástica de la India prevaleció de forma


clara a lo largo de la literatura griega por encima de cualquier tentativa de aproxi­
marse más seriamente a una realidad histórica y geográfica cada vez más real, que,
sobre todo después de las conquistas de Alejandro y más especialmente a lo largo
del imperio romano, mantuvo una presencia notable dentro del marco histórico exis­
tente con una frecuencia de relaciones y contactos de todas clases cada vez mayor.
Sin embargo la fuerza de toda una tradición literaria, llena de encanto y fascinación
por una de las regiones que ocupaba uno de los confines del orbe, la más oriental,
en estrecha relación por tanto con el sol y profundamente impregnada de toda la sig­
nificación mítico-religiosa del astro rey, se mantuvo indemne a todas estas circus-
tancias y ocupó con fuerza prácticamente el mismo lugar, desde el principio hasta el
fin dentro del imaginario griego114.

Arabia
Arabia, o lo que los griegos conocían bajo este nombre, que en un principio no
se extendía ni mucho menos a toda la península actual, ocupó también su lugar
correspondiente entre las tierras fabulosas a causa sobre todo de las especias y aro­
mas que se producían en su territorio115. No se trata sin embargo de una pintura idí­
lica. Tal y como aparece en la descripción de Heródoto, sus habitantes deben afron­
tar serios peligros a la hora de conseguir estos preciados productos, evitando a las
serpientes aladas que moraban en los árboles que producían el incienso, o a una
especie de murciélagos que habitaban junto al lago donde se daba la canela, o a las
aves de gran tamaño en cuyos nidos podía hallarse el cinamomo116. Una vez más el
paisaje aparentemente ideal de un país fabuloso se compensaba con la existencia de
los terribles peligros que acechaban a todo aquel que intentara hacerse con sus pro­
ductos. Pero a pesar de todo nos encontramos ante un escenario de características
extraordinarias, poblado de árboles particulares, lagos y escarpados riscos que pre­
senta además ciertas cualidades específicas que lo convierten en un lugar ciertamen­
te singular. Había sido esta la región donde se crió Dioniso, la tierra estaba bañada
por una fragancia enormemente agradable y allí se criaban ovejas con colas largas y
anchas.
Se atisban por tanto en medio de la equilibrada descripción de Heródoto, donde
maravillas y peligros guardan un cierto balance, signos evidentes de la fascinación
especial que suscitaban en la imaginación griega las tierras de los confines, si bien
114 Dihle (1984). En general sobre la India dentro del imaginario griego y los procedimientos segui­
dos a la hora de diseñar su imagen fabulosa, Mund-Dopchie y Vanbaelen (1989).
115 Sobre Arabia en la Antigüedad, Altheim, Stiehl (1964) y Eph' al (1982) y el volumen colectivo
(1988).
116 Hdt., III, 107-113.
TIERRAS BARBARAS 207
en este caso las connotaciones míticas que encontraban además un buen motivo de
narración en las difíciles condiciones que imperaban a la hora de adquirir cada pro­
ducto, se impusieron de forma clara sobre toda otra consideración de tipo ideal. De
todos modos la propia forma de denominación que se utilizó para designar aquellas
tierras, eí)8aí|itüv 'Apatía, tal y como aparece atestiguado en Eurípides y Aristófa­
nes117, revela en cierta medida la condición fabulosa que se les atribuía en general
con independencia de los peligros evidentes que acechaban sus contornos.
La importancia creciente del comercio de especias y aromas hizo que aquellas
tierras de los confines penetraran muy pronto dentro de la geografía real. Uno de los
oficiales navales de Alejandro, un griego llamado Anaxícrates, condujo hacia el
324 a. C. una expedición hacia estas tierras, que al parecer resultó todo un éxito y
permitió conocer toda la costa occidental de Arabia118. A lo largo de la primera
mitad de siglo III a. C continuó la exploración de estos contornos y conocemos al
menos el viaje de un tal Aristón, siguiendo la ruta de Anaxícrates, bajo las órdenes
de Tolomeo II119. De hecho ya en época helenística se mencionan los diferentes pue­
blos que habitan la región e incluso se establecen algunas distinciones entre ellos. Lo
que conservamos de la descripción geográfica de Agatárquides referente a estas tie­
rras nos permite calibrar este mejor conocimiento de las mismas frente al vago retra­
to que había trazado de ellas Heródoto en el pasaje correspondiente de sus Historias.
A pesar de ello no se rebaja la condición fabulosa de estas tierras de los aromas
y las especias. El relato de Agatárquides conserva en efecto rasgos evidentes de ide­
alización como puede apreciarse en su descripción de la región habitada por los
Sabeos120. Se trata de un país que produce la mayor parte de las cosas que conside­
ramos de más valor y en cuyo suelo se crían una cantidad innumerable de rebaños
de todas clases. Una dulce fragancia envuelve también por completo aquel territo­
rio. Los espesos bosques de su interior proporcionan productos tan apreciados como
el incienso y la mirra. Tal es la intensidad del aroma que invade todo el país que
parece obra de la divinidad y desde luego constituye un hecho casi fuera del alcance
de toda descripción humana. De hecho se destaca la diferencia esencial que separa
la condición de las plantas de estas tierras de aquellas que se encuentran TTap' fpív,
sometidas al inevitable proceso de maduración, de tal forma que quienes han tenido
una experiencia directa de ellas llegan a pensar que han probado la mítica ambrosía,
ya que son incapaces de descubrir otro nombre que resulte adecuado al carácter
excepcional de dicho aroma.
Reaparecen no obstante en la descripción de Agatárquides los inevitables peli­
gros que un paraíso de estas características suele encerrar, como las serpientes de
mortal picadura o los riesgos que para la salud puede acarrear esta atmósfera odorí­
117 Eur., Bacc., 16-18 y Aris.,/lv., 144
118 Estr., XVI, 4,4 (C768); Teofr., H.P., IX, 4,1-9. Sobre el tema, Hógemann (1985), 80-87.
119 Tam (1929). La actividad de los Tolomeos se dirigió sin embargo hacia la costa africana del mur
Rojo y hacia las tierras del interior por motivos estratégico-comerciales, cf. Desanges (1978), 247-279.
120 Agatarq., F 99 b = Diodor., III, 46-47.
208 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

fera. Una vez más nos encontramos con la ley de las compensaciones referida a
estos lugares extremos del orbe, aderezada aquí además con ciertos tintes de doctri­
na filosófica que predica la utilidad y placer que los bienes proporcionan a los hom­
bres cuando se encuentran en la cantidad adecuada y en un cierto orden. Algo simi­
lar les sucede a sus monarcas que llevan una vida afortunada en apariencia pero se
ven obligados por su condición a permanecer de continuo en el interior de su pala­
cio si no desean ser lapidados por el pueblo en cumplimiento de un antiguo oráculo
que les ordenaba proceder de este modo si llegaban a encontrarles fuera de sus apo­
sentos reales.
Con tintes más reales pero no menos fabulosos se nos describe la opulencia de
estas gentes que debido a su situación apartada - Siá t ó v 6 k t o t t l c t (i ó v - han podido
disfrutar en paz de su prosperidad y fortuna, cumpliendo de esta forma una de las
condiciones esenciales que caracterizan a todas las tierras fabulosas. El lujoso mobi­
liario que poseen o sus estancias construidas con partes de oro, plata, marfil y pie­
dras preciosas, son el resultado visible de esta privilegiada posición, que les ha per­
mitido además disfrutar de una felicidad imperturbable - eúSai|iovía ácráXeuTOS'-
durante un largo período de tiempo por hallarse fuera del alcance de todos aquellos
cuya propia codicia les hace considerar lo ajeno como un don del cielo que se
encuentra también al alcance de sus deseos. Las consideraciones filosófico-políticas
de Agatárquides, que miraba con ojos críticos el expansionismo sin escrúplos de los
Tolomeos y quizá también el romano que se inició con posterioridad, le llevaron a
presentar ante los ojos del lector el estado de felicidad sin par que caracterizaba
estas tierras lejanas hasta la entrada en acción de los intereses ajenos que hicieron de
ellas un objetivo más de su conquista121. La descripción de Agatárquides no renun­
ciaba sin embargo a destacar aspectos más fabulosos e incluso paradoxográficos,
muy en consonancia con el interés de los tiempos, como la condición sorprendente
del mar de los alrededores, de un color blanco, o la existencia de islas igualmente
prósperas en las que existían ciudades sin amurallar y en las que el ganado era tam­
bién blanco y las hembras no tenían ninguna clase de cuernos.
De nuevo por tanto nos hallamos ante una imagen fabulosa de unas tierras en la
que intervienen diversos elementos, que van desde la habitual fascinación que ejer­
cieron las tierras de los confines adornadas con todos aquellos productos deseables,
a la intrusión de determinados condicionantes ideológicos que presentan estos luga­
res como un espacio ideal que puede gozar de su fortuna en paz gracias a su posi­
ción apartada y lejos por tanto de las ambiciones de las grandes potencias del
momento. Un cuadro en suma donde se combinan en dosis diferentes los aspectos
míticos tradicionales, que hablaban de productos preciosos custodiados por seres
terribles, con otros de naturaleza más claramente histórica, que presentan ecos evi­
dentes de una realidad algo deformada por un conocimiento incompleto y remiten a
121 Al respecto véase, Gozzoli (1978) y Verdín (1982/3). En general véase también la introducción
de S. Burstein a su traducción de Agatárquides (1989).
TIERRAS BARBARAS 209

la exploración y comercio con las regiones del sur del Mar Rojo en busca de los
aromas y especias. Un tráfico comercial que si en un principio se retrotraían sus pri­
meros cabos hacia las zonas marginales del orbe, ya que sólo se conocían bien las
conexiones finales, acabó consolidándose al final del periodo helenístico y sobre
todo a lo largo de la época romana como una ruta casi habitual por la que circulaban
con regularidad esta clase de productos122.

Persia
La condición fabulosa de Persia parece en principio algo mucho más discutible.
Desde el principio fue para los griegos un país real situado en el Oriente que fue
motivo de preocupación y temor constantes en base a las amargas experiencias his­
tóricas, en las que dicho imperio tuvo una parte determinante, que les tocó vivir a lo
largo de los siglos V y IV a.C.. Sin embargo el mejor conocimiento de una realidad,
tan sólo presentida al principio, y su inclusión como tema de fondo en los debates
ideológicos que caracterizaron sobre todo los inicios del siglo IV a.C. particular­
mente en Atenas, convirtieron a Persia en un espacio ideal, sometido por tanto a
cualquiera de las deformaciones inherentes a esta clase de procesos, desde la utopía
política de Platón y la ficción novelesca de Jenofonte al retrato paródico y crítico de
algunos cómicos que lo pintaban como el pais de la abundancia y blanco favorito de
sus burlas.
El interés por el imperio persa se hizo manifiesto desde que apareció en el hori­
zonte como amenaza latente para la vida de los griegos, especialmente de aquellos
que habitaban las costas de Asia Menor, donde esta presencia de dejó sentir más
temprano, incluso antes quizá de que la amenaza en sí se hiciera efectiva. Ecos de
este interés por Persia se dejan sentir en los autores trágicos, especialmente en aque­
llas obras que tenían como tema de fondo el conflicto con los persas como las Feni-
cias de Frínico o los Persas de Esquilo, y en los autores de Persika, de los que ape­
nas conocemos otra cosa que sus nombres123. Sin embargo, una vez más, es gracias
a Heródoto como obtenemos las primeras informaciones de carácter continuo sobre
el imperio persa. El retrato que del mismo nos ofrece el historiador jonio no reviste
caracteres ideales que permitan incluir a Persia entre las tierras fabulosas, si bien
tampoco aparece descrita con los tintes de un país hostil que representaba por enton­
ces al enemigo por antonomasia del patriotismo helénico. A la curiosidad habitual
122 Así aparece al menos en el llamado Periplo del Mar Rojo, un manual para comerciantes escrito
posiblemente a lo largo del siglo I d. C.que revela la extensión y regularidad del comercio romano con
aquellas regiones. Véase al respecto la edición con comentario de Casson (1989), Sidebotham (1986) y
Casson (1993).
123 Sobre la aparición de Persia en los trágicos, Hall (1989), 56-100. Sobre los autores de Persika,
Drews (1973), 20 y ss. En general sobre el lugar de Persia en la literatura griega, Cantarella (1966) y
Georges (1994), 47 y ss.
210 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

por las costumbres extrañas y variopintas de todos los pueblos no griegos, Heródoto
suma aquí la fascinación evidente por la inmensidad de sus dominios y cierta admi­
ración no escondida por algunos de los rasgos que caracterizan la conducta persa
como su desmedido amor a la verdad, la piedad filial o su religiosidad. Incluso los
monarcas persas, con la notoria excepción de Cambises, que concentra en su perso­
na todos los aspectos negativos de la realeza como el despotismo o la crueldad, son
representados con evidentes signos de objetividad e incluso de simpatía124. Para
Heródoto de cualquier modo, Persia no era sólo un objeto de fabulación, como la
India, Escitia o incluso Egipto. Constituía el referente esencial que servía de base a
su historia del enfrentamiento entre griegos y bárbaros, un motivo de reflexión his­
tórica hecho desde el otro lado aun con todas las limitaciones de un hombre impli­
cado del todo dentro de los círculos atenienses que propugnaban por aquel entonces
la supremacía de un modelo cultural que se había establecido además por primera
vez precisamente con motivo de aquellas gloriosas victorias125.
Este interés por lo persa dio paso a una serie de historias de otra clase como la
de Ctesias, que tomaban como punto de atención los entresijos de la corte persa, con
sus disputas de harem y sus turbulentas conjuras que no contribuían ciertamente a la
idealización pero reflejaban la fascinación griega que en el fondo de todas estas crí­
ticas y parodias se dejaba sentir hacia el gigante oriental desde un mundo mucho
más reducido en posiblidades y recursos que intentaba compensar estas deficiencias
con la orgullosa respuesta de la propaganda patriótica que ahondaba las diferencias
entre la forma de vida heléncia con sus sanos ideales y el modo de vida oriental,
débil y depravado, condenado desde el principio al fracaso y la sumisión ante un
adversario más fuerte. La evolución de los acontecimientos en suelo griego no cola­
boraba precisamente a reforzar dichos ideales y ante la ruina evidente del sistema
“político”, consumido por los enfrentamientos internos y por la creciente debilidad
exterior ante las nuevas potencias que emergían en aquellos momentos como Mace-
donia, impulsaron la búsqueda de modelos alternativos que encontraron en el impe­
rio persa uno de sus puntos preferenciales.
De esta forma, la Persia que aparece de fondo en una obra como la Ciropedia de
Jenofonte se convierte en un país casi ahistórico, un espacio ideal donde tiene lugar
la educación y la acción de gobierno de un rey sabio por antonomasia, figura que
encama ahora Ciro el grande. Una tierra en la que las coordenadas históricas dejan
de regir de forma absoluta para convertirse en algo mucho más fluido y modelable
de acuerdo con las intenciones moralizantes y educativas de Jenofonte126. Buena
prueba de esta labor de abstracción ideal es el propio comienzo de la obra donde
describe la denominada “ágora libre”, un lugar central donde se encontraban el pala­
cio real y los demás edificios de gobierno, aislado del todo de los mercaderes y sus
tratos, con el fin de evitar que
124 Cantarella (1966), 493.
125 Jouanna(1981).
126 Al respecto, Hirsch (1985), Due (1989) y Georges (1994), 228 y ss.
TIERRAS BARBARAS 211

su tumulto se mezcle con el buen orden de la gente que ha recibido educación127.


La plaza que rodeaba a los edificios se hallaba dividida en cuatro partes, una
para los niños, otra para los efebos, otra para los adultos y otra para aquellos que
habían sobrepasado la edad militar. Estas clases definían y diferenciaban el proceso
educativo y formativo entre los persas, así como sus labores de contribución a la
comunidad por parte de cada una de ellas. Jenofonte conocía lo suficiente de Persia
gracias a sus numerosos contactos e incluso había tenido experiencia directa de la
inmensidad del imperio en su camino de retirada hacia el norte que describe en la
Anábasis. Sin embargo, tanto estos conocimientos como su contacto directo, unos
elementos que pudieron haber tenido incluso consecuencias negativas a la hora de
proceder a valorar el imperio por las diversas circustancias que concurrieron en su
desastrosa campaña y en otras bien cercanas como la de Agesilao, protagonista prin­
cipal de otra de sus obras, no incidieron de forma seria en la operación intelectual
que le condujo a convertir la Persia del siglo IV a. C., sometida en la realidad a ten­
siones internas y a ciertas acechanzas procedentes del exterior, en una tierra ideal
volcada en un pasado lejano donde en la persona de su rey, Ciro, se encarnaban los
viejos ideales griegos sobre el buen gobierno.

Las tierras del Norte


La idealización de las tierras del norte comenzó también muy temprano en la
imaginación griega. Buena prueba de ello es el célebre mito de los hiperbóreos que
si bien no aparece en Homero, su existencia como tema literario se detecta al menos
ya en la poesía de Hesíodo128. Es sin embargo el misterioso Aristeas de Proconeso,
a quien Heródoto parece haber seguido en su descripción de las tierras del norte,
quien debió tratar quizá más in extenso acerca de este pueblo ideal de los confines
del orbe129. Aristeas, una especie de chamán que disfrutaba de ciertos poderes
sobrenaturales, emprendió un viaje por las tierras al norte del mar Negro que luego
describió en su poema titulado Arimaspeas, del que tan sólo nos han llegado algu­
nos fragmentos. Según sabemos por el rápido resumen que hace Heródoto de este
poema, los hiperbóreos habitaban en una región situada en el extremo norte a orillas
de un mar y tras atravesar previamente las tierras de otros pueblos fabulosos como
los arimaspos, que sólo tenían un ojo, y por encima de los grifos guardianes
del oro130.
127 Cyr., I, 2, 3
128 La mención de los hiperbóreos en Hesíodo se limita a un sólo fragmento, procedente de un papi­
ro de Oxirrinco y perteneciente al Catálogo de las mujeres, Fr. 150, 21 Merkelbach-West en el que se los
califica de eíiítrnw, “de buenos caballos”.
129 Sobre Aristeas, Bolton (1962). Sobre la fecha exacta de este autor, Ivantchik (1993).
130 Hdt., IV, 13. Sobre la posible realidad del contenido de este poema, Phillips (1955).
212 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

No es ciertamente mucho lo que puede deducirse acerca de la naturaleza ideal de


aquel pueblo a partir de tan escaso bagaje. No debía ser mucho lo que podía encon­
trarse en el poema de Aristeas si juzgamos por lo que el mismo Heródoto dice más
adelante acerca de este mítico pueblo. Según este historiador ninguno de los pueblos
de la zona proporcionan información sobre los hiperbóreos, ni siquiera los Isedones,
al parecer la fuente principal de Aristeas que sólo fue capaz de llegar hasta su terri­
torio, pues en su opinión,
si así lo hicieran, también hablarían sobre el particular los escitas, al igual que
hablan sobre los hombres que sólo poseen un ojo131.
De hecho cuando Heródoto se dispone a elaborar un relato sobre ellos parece
que opta por otra clase de alternativas como son las noticias que trasmiten los habi­
tantes de la isla de Délos, a cuya isla llegaban desde tiempos ancestrales unas ofren­
das sagradas procedentes de aquel país132. Así mismo parece dejar de lado, como es
su costumbre a este respecto en otros pasajes, las noticias que contienen los poetas,
principalmente Hesíodo y Homero en los Epígonos, autores a los que menciona de
forma explícita como interesados en el tema pero de los que evita emplear cualquier
información al respecto. Sea como fuere, el caso es que la descripción de Heródoto
apenas nos permite esbozar un cuadro definido de la tierra ideal en que habitaba
dicho pueblo como no sea su localización en el extremo norte junto a un mar que
pudiera ser el océano exterior que rodeaba la tierra y su total separación del resto de
los pueblos que habitaban aquellas regiones con quienes no parece que tuvieran nin­
guna relación ni que se mezclaran en sus emigraciones y contiendas mutuas, según
el propio Heródoto recalca133. Probablemente su posición crítica frente a la poesía
épica, a la que atribuye un papel central en las informaciones sospechosas que exis­
ten acerca de los confines y las regiones inexploradas como el Océano, el río Erída-
no, las Casitérides o las propias fuentes del Nilo, influyó decisivamente a la hora de
abordar una cuestión que por sus características principales se situaba dentro del
mismo terreno escurridizo de la fabulación poética134.
La posición extrema de los hiperbóreos, situados junto al Océano, más allá de
pueblos fantásticos como los arimaspos o de seres fabulosos como los grifos, y su
aislamiento, roto tan sólo con motivo de las ofrendas delias, son ya de por sí rasgos
manifiestos de su carácter ideal. Su propio viaje hasta la isla de Délos reviste igual­
mente cierto carácter excepcional, pues se nos remite a una época del pasado remoto
en la que incluso dos de sus doncellas podían haber llegado hasta la isla en compa-

1.1 Hdt., IV, 32. (Traducción de C. Schrader, Biblioteca Clásica Gredos).


132 Hdt., IV, 33. Sobre la cuestión de las ofrendas hiperbóreas a Délos, Tréheux (1953), 278 y ss.
Acerca de la ruta seguida, Biancucci (1973). En general sobre la integración de este relato con la leyenda
en yeneral de los hiperbóreos, Romm (1992), 60-67.
1.1 Hdt., IV, 13,2 . Sobre el tratamiento de los hiperbóreos por Heródoto, Romm (1989).
' » V erdín (1977).
TIERRAS BARBARAS 213

ñía de las propias diosas, Leto e Ilitía, en busca de un lugar adecuado para el parto
de la primera de ellas. Incluso la segunda fase, en la que otras dos doncellas llega­
ron acompañadas de un cortejo para traer las ofrendas, fue pronto interrumpida ya
que los enviados hiperbóreos nunca regresaron a su país. En consecuencia decidie­
ron confiar las ofrendas a los pueblos vecinos que de frontera en frontera las iban
pasando hasta llegar a la isla, manteniendo así el aislamiento y la seguridad que su
posición privilegiada les confería por naturaleza. Por tanto, a pesar de las críticas
aparentes y del recelo fundado que despertaba en Heródoto todo lo referente a los
hiperbóreos, hasta el punto que llega a equiparar la situación de este pueblo del
norte con unos supuestos hipemotios en el sur135, su relato deja todavía entrever
algunos de los rasgos ideales que caracterizaron desde un principio a este pueblo
fabuloso136.
Es en Píndaro, donde junto al mismo tipo de referencias que nos remiten a una
tierra de los confines donde mora una comunidad sagrada sierva del dios Apolo,
encontramos una referencia más precisa a las condiciones ideales que reinan en el
país de los hiperbóreos. Así en su Pítica X el poeta refiere
La música no está ausente de sus costumbres; por todas partes se agitan coros
de doncellas, resonar de liras y silbos de flautas, y con sus cabellos ceñidos de
aúreo laurel se divierten alegremente. Ni las enfermedades ni la vejez funesta
afectan a su sacra estirpe; por el contrario sin fatigas ni luchas viven sustraídos a
la más que justa Némesis.
En el mismo poema Píndaro recalca el aislamiento inabordable de este pueblo
pues
ni con naves ni yendo a pie podrías encontrar la senda maravillosa que conduce a
donde los hiperbóreos se congregan.
a donde sólo los grandes héroes, como Heracles o Perseo, guiados por los dioses,
pueden llegar para disfrutar de los banquetes y hecatombes que ofrecen al dios
Apolo, bien sea de forma momentánea137.
Una tierra en suma ideal, favorita de los dioses, en particular de Apolo, que se
goza en los banquetes y hecatombes que allí se le ofrecen, y dotada de todas aque­
llas condiciones climáticas y paisajísticas que favorecen el desarrollo de una vida
fácil, lejos del todo de los sufrimientos y penalidades que asolan la vida humana. El
canto y la danza continuos con los que alegran sus días sus afortunados habitantes
135 Al respecto véase el artículo de Romm (1989).
136 La misma alusión a la historia de Abaris, un personaje excepcional que recoma la tierra sobre su
flecha sin probar bocado alguno, es una prueba manifiesta del carácter fabuloso de este pueblo, entre
cuyos moradores se contaban personajes de estas características. Sobre la figura de Abaris, Dodds
(1951), 140 y ss.
137 Pind., Pit. X, 30 y ss. (Traducción de P. Bádenas de la Peña y Alberto Bernabé en Alianza).
214 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

constituye un elemento más de separación de la rutina diaria, forzada al trabajo, que


suele ocupar las jomadas de los mortales. Existe por tanto un paralelismo evidente
con otras estancias de naturaleza divina como los Campos Elisios o las Islas de los
Bienaventurados que ofrecen también a sus felices moradores una existencia plácida
allá en los confines del orbe o más allá incluso de aquellos, separados del mundo
por una barrera infranqueable como el Océano. La tierra de los hiperbóreos, tal y
como se perfila en la poesía de Píndaro, presenta todas las trazas de un espacio de
estas características138, situado también en los confines del orbe y separado del resto
del mundo por la infranqueable barrera que constituían los montes Ripeos, auténtica
I rontera delimitativa con el mundo real y contingente. Su existencia como tal acci­
dente significativo de la geografía mítica griega se detecta ya en la poesía de Ale­
mán, donde se les asocia a un paisaje con densos bosques y se les señala como la
antesala de la noche139. Reaparecen más adelante en nuestra tradición asociados a
las regiones del norte y a pesar de su carácter errático e indefinido resistirán durante
largo tiempo los avances del conocimiento geográfico hasta el punto que todavía en
pleno siglo II d. C. el geógrafo Tolomeo los seguirá situando en una región septen­
trional del mar de Azov donde tenían su sede las fuentes del río Tánais140.
La información más completa sobre la tierra de los hiperbóeos la encontramos
sin embargo en un autor posterior, ya de pleno período helenístico cuya obra tan
sólo la conocemos a partir del uso que de ella pudo haber hecho el historiador Dio­
doro141. Se trata del tratado de este título -Sobre los Hiperbóreos- escrito por Heca-
leo de Abdera a comienzos del siglo III a. C. en el tono de una narración ficticia de
carácter utópico142. Hecateo sitúa a los hiperbóreos en una isla del tamaño aproxi­
mado de Sicilia, en el océano hacia el norte. El suelo de la isla es fértil y capaz por
tanto de producir toda clase de cosechas, al menos dos veces por año, gracias a su
clima temperado. En la isla nació Leto, la madre de Apolo, motivo por el que sus
habitantes honran de manera especial a este dios y son considerados como una espe­
cie de sacerdotes de su culto. Alberga también la isla un bello santuario de forma
circular dedicado al dios y en la ciudad, también consagrada a esta misma divinidad,
sus moradores se dedican por entero a tocar la cítara, con cuyo instrumento cantan
himnos de alabanza al dios, glorificando sus hazañas. Los hiperbóreos poseen tam­
bién un lenguaje que les es propio y mantienen una buena disposición hacia los
griegos, en particular hacia los atenienses y delios, que se hicieron merecedores de
esta actitud desde tiempos muy antiguos. Algunos griegos visitaron la isla y dejaron
138 De hecho en Baquílides se presenta a Creso llevado hasta allí por la acción salvadora de Apolo,
iras liberarlo de la pira de Ciro, Baq., III, 24-60.
139 En realidad como “el pecho de la noche”, Alemán, Fr. 90 Page. Sobre los montes Ripeos, Bolton
(1962), 40 y ss.
140 Dion (1976). También sobre este rasgo particular de la geografía hiperbórea y en general, como
i‘l artículo anterior, sobre todo el mito de los hiperbóreos, Ramin (1979), 55-71.
141 Diod., II, 47 = Hecateo de Abdera FGrHist 264 F 7.
142 Bertelli (1991), 516, donde supone que Hecateo lleva a cabo la recuperación del viejo mito,
pm'sto de nuevo en boga por los viajes de Piteas hacia el norte a finales del s. IV a.C.
TIERRAS BARBARAS 215

como recuerdo de su estancia costosas ofrendas votivas que llevaban inscripciones


en griego. Por su parte, también algunos de los hiperbóreos como Abaris viajaron
hasta Grecia con el fin de renovar los lazos existentes con la isla santa de Délos.
Destaca también la peculiaridad de la visión de la luna que puede contemplarse
desde aquellas latitudes, pues se la puede ver a poca distancia de la tierra y se apre­
cian pequeñas prominencias sobre su superficie a la manera de las que se encuen­
tran en nuestro planeta. Concluye por fin el relato con la visita de Apolo a la isla
cada diecinueve años, período que tardan las estrellas del firmamento en retomar a
esa misma posición.
Incluso en el breve resumen de Diodoro se aprecian algunas características defi-
nitorias de la obra de Hecateo sobre los hiperbóreos que revelan un balance equili­
brado entre la vieja tradición legendaria y las exigencias de los nuevos tiempos,
tanto a nivel político como literario. Destaca así la identificación del país con una
isla, que posiblemente ya se hallaba presente en la poesía de Píndaro, que califica de
“isleños” a sus habitantes en un momento determinado de su relato mítico a lo largo
de la Pítica X. La creciente importancia de las islas como escenarios adecuados a
toda clase de fabulaciones, y especialmente las de carácter utópico, favorecía sin
duda esta clase de ubicación143. Hecateo conservaba igualmente la atmósfera festiva
y sacra de los habitantes de la isla que ya detectábamos igualmente en Píndaro, así
como su localización septentrional que le lleva incluso a justificar la etimología del
nombre con que se designaba a sus moradores144. Esta misma corriente racionaliza-
dora se puede apreciar también en la explicación de su dedicación al dios Apolo o
en la coincidencia de su visita con un determinado período astral. También se detec­
ta a lo largo del relato cierta influencia de la literatura utópica, de la que quizá for­
maba parte esta obra145, como es la forma circular del templo de Apolo o la pose­
sión de una forma de lenguaje peculiar y exclusiva. Revela también su influencia el
relato de viajes, cuya forma narrativa pudo muy bien haber adoptado Hecateo a la
hora de narrar su historia, con síntomas tan manifiestos como las dosis elevadas de
realismo con las que compensaba la irrealidad esencial del relato, aspectos que se
dejan ver en la comparación con Sicilia para dejar constancia del tamaño de la isla,
o con la visita de algunos griegos, probablemente elegidos, que dejaron allí mues­
tras evidentes de su presencia. En este caso podría tratarse también de héroes grie­
gos, cuyas huellas monumentales eran ahora “descubiertas” por todo el orbe, llegan­
do incluso a abarcar en sus peregrinaciones las partes más remotas de la ecúmene146.
143 Véase al respecto las consideraciones de Gabba (1981), 55 y ss. así como el correspondiente
capítulo del presente libro.
144 Sobre otras propuestas al respecto, Macurdy (1916), donde aboga por su traslado a la región de
Macedonia entendiendo el segundo término del compuesto como la forma del monte Bora en lugar de la
del viento del norte, y Casson (1920), que rebate esta pretensión.
145 Así lo considera Bertelli (1982) y (1991).
146 Ese es el caso de la labor que algunos escritores como Asclepíades de Mirlea llevaron a cabo con
las tierras de la península ibérica.
216 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Resta considerar por último la presencia destacada de atenienses y delios, quie­


nes seguían manteniendo los vínculos privilegiados que la leyenda local había ya
establecido anteriormente y que hemos apreciado en Heródoto, con la adición signi­
ficativa de Atenas, dueña de la isla desde un tiempo atrás. La obra de Hecateo en
definitiva nos viene a revelar el espacio literario e ideológico al que habían acabado
por confluir diferentes elementos y tendencias que en un principio estaban más
diversificados. Así la inevitable atracción de las tierras de los confines; el mito de
los bienaventurados con claras resonancias religiosas, la llamada poderosa de la uto­
pía; ciertos aspectos del culto de Apolo relacionados con pretensiones localistas que
habían adquirido con el tiempo prestigio y resonancia internacional; los ecos difusos
de un conocimiento geográfico todavía en ciernes sobre las regiones del norte y el
noroeste, ligado a viejas rutas comerciales por las que discurrían productos como el
ámbar y el estaño, cuyos eslabones intermedios hasta llegar al Egeo habían ido
variando desde las riberas del Danubio hasta las costas del Adriático, ocasionando
con ello dobletes y confusiones en el imaginario helénico; y por fin la creciente
demanda de mayores niveles de veracidad para unos relatos fabulosos que si en un
principio habían estado confinados a la poesía, ya desde Heródoto, y quizá antes
con Hecateo o Damastes de Sigeo, habían buscado su lugar dentro de los relatos de
carácter histórico.
Sin embargo no sólo el mito hiperbóreo ocupaba las tierras del norte desde un
punto de vista fabuloso. En un norte indefinido se localizaban también según el
mencionado relato de Aristeas el país de los árimaspos, hombres de un sólo ojo,
cuya principal misión consistía al parecer en arrebatar el oro que vigilaban los
grifos147. Se trata sin duda de un motivo fabuloso, quizá perteneciente al folclore del
Asia central148 o a las leyendas orientales149, que trasladado al imaginario griego
deambuló por los confines nororientales, desde las regiones más al norte, en Aristeas,
a la India, donde los situaba Ctesias. De hecho ni siquiera el propio Aristeas afirma­
ba haberlos contemplado con sus propios ojos ni haber estado en aquellas tierras.
Toda su información al respecto procedía de los isedones, que era el pueblo extremo
al que sus pasos le habían conducido. Pertenecen por tanto de lleno al terreno de los
pueblos y tierras fantásticas, de cuya existencia tan sólo se tenían noticias verbales
procedentes en su mayoría de viajeros arriesgados que afirmaban haber oído hablar
acerca de ellos en las partes más extremas a las que habían llegado en su ruta o de
los propios indígenas de la zona150. Un claro motivo de cuento de viajeros a la
manera de las muchas historias de esta clase que aparecen en la obra de Heródoto,
147 Hdt., III, 116 y IV, 13.
148 Así lo supone Phillips (1955). Heródoto incluso llega a proporcionar una etimología para ari-
maspos de procedencia escita, cf. IV, 27. Sin embargo parece que se trata de un étnico iranio compuesto
a partir de aspa “caballo”, cf. Asheri (1990), 334.
149 De hecho el grifo como motivo artístico donde aparece por vez primera es en el arte medio-
oriental, cf. Delplace (1980).
150 Así lo señala incluso el propio Heródoto, IV, 24 en un momento dado.
TIERRAS BARBARAS 217

centradas en las dificultades que un pueblo determinado, habitante por lo general de


los confines del orbe, debía afrontar a la hora de conseguir alguno de los productos
preciados que abundaban en aquellas regiones.
En este mismo sentido cabe interpretar otra serie de pueblos extraños que habita­
ban aquellos contornos como los andrófagos, nómadas salvajes que no guardan nin­
guna clase de ley y, como su nombre indica, consumen carne humana; los melancle-
nos, siempre vestidos con negros ropajes en razón de su nombre; o los argipeos,
individuos que nacen ya calvos, con la nariz chata y un mentón pronunciado. El
caso de estos últimos merece algo más de atención por parte del historiador de Hali-
camaso que cuenta cómo se alimentaban del fruto de un árbol tras mezclarlo con
leche, tenían su morada habitual también debajo de un árbol, tanto en invierno como
en verano, y llevaban una vida en paz dado que no eran objeto de los ataques de los
vecinos a causa de su carácter sagrado. Su sentido de la justicia era tal que ejercían
labores de arbitraje entre los pueblos vecinos y su país se convertía en lugar de refu­
gio universalmente admitido por todos, de forma que quien allí llegaba se conside­
raba en lugar seguro. Los pueblos mencionados habitaban las zonas extremas del
orbe. Más allá de los andrófagos tan sólo existía un desierto, mientras que una serie
de marismas y una región deshabitada constituían los límites de los melanclenos.
Los argipeos por su parte habitaban al pie de unas montañas elevadas, de acceso
imposible “que cortan toda ruta y nadie puede franquearlas”151, posiblemente en una
referencia anónima a los que la tradición denominaba montes Ripeos. De hecho la
barrera montañosa en cuestión vuelve a constituir una verdadera frontera de lo posi­
ble, pues más allá de ella se localizaban pueblos todavía más fantásticos, que esca­
pan a la creencia del mismo Heródoto, como los hombres con pezuña de cabra o
aquellos que dormían durante seis meses. El espacio marginal del orbe, siempre
delimitado por imponentes e infranqueables barreras como el océano o una cadena
de montañas elevadas, servía otra vez de escenario adecuado a estos seres fabulosos,
producto natural de los destellos de la imaginación de los viajeros más arriesgados o
de esa mezcla de fascinación y terror que suscitaban estas regiones extremas que se
hallaban completamente fuera del alcance de los afanes humanos.
La barrera que separaba a estos pueblos del resto del orbe no era solamente de
naturaleza física. También su origen étnico constituía un elemento diferenciador
importante. Ninguno de ellos era escita, nombre con el que los griegos designaban
al conjunto mejor o peor conocido de la serie de pueblos que habitaban las regiones
al norte del mar Negro, con los que habían llegado a establecer una serie de contac­
tos. Sin embargo también los propios escitas fueron en cierta medida objeto de idea­
lización ya en época temprana. En la Ilíada se menciona a los
nobles hipemolgos, que se nutren de leche y a los abios, los más justos de los
hombres

151 Hdt., IV, 25. Sobre los argipeos, Phillips (1960) y Gómez Espelosín (1995c).
218 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

entre los pueblos que habitan al norte del monte Ida desde donde Zeus contempla el
mundo152. Ecos de esta idealización volvemos a encontrarlos en Heródoto cuando al
referirse a los isedones los califica también de personas justas entre los que hombres
y mujeres gozan de los mismos derechos o en su digresión sobre la imponente
hidrografía del país que les hace disponer de los recursos más ventajosos. Sin
embargo estos rasgos ideales que pudieran haber conformado una imagen ideal de
Escitia quedan diluidos en un discurso etnográfico mucho más complejo en el que
priman otro tipo de consideraciones que tienen que ver más con esa representación
del Otro que, como ha estudiado bien Frangois Hartog, constituye el espejo defor­
mante que sirve a Heródoto de campo de experimentación y reflexión sobre la pro­
pia cultura griega153.
Pero aún con todo, y dentro de la perspectiva básicamente realista con que Heró­
doto realiza su descripción de todas estas regiones, existen todavía espacios fabulo­
sos como la región de los gerreos, lugar elegido por los escitas para situar las tum­
bas de sus reyes, que aparece situada en los confines de su territorio, o el lugar lla­
mado Exampeo en el que existía una fuente de la que manaba agua amarga que
enturbiaba el río Hípanis y donde podía contemplarse una enorme vasija de bronce
construida a base de puntas de flecha que un rey escita ordenó reunir con el objeto
de averiguar el número efectivo de sus súbditos154. Tampoco faltaban en estas
regiones recuerdos imborrables de la visita de los grandes héroes griegos como
Heracles, pues según contaban los indígenas, podía encontrarse en una roca cercana
al río Tires la huella de uno de sus pies de un tamaño cercano al metro, impresa
sobre la piedra155. Sin embargo, como el propio Heródoto reconoce previamente, el
país apenas contaba con curiosidades destacables fuera de los ríos, que eran los más
grandes y numerosos del mundo, o de la extensión de sus llanuras. La intensidad
creciente de los contactos con estas regiones del Mar Negro y las tierras del interior,
que ya habían iniciado los milesios en el período arcaico estableciendo colonias en
sus costas, desembocó incluso en el establecimiento de poblaciones de carácter
mixto como los calípidas, que al decir del propio Heródoto eran escitas helenizados
que vivían en las proximidades de la ciudad de Olbia, o al surgimiento de algunos
fenómenos de interacción cultural como los que parecen reflejar historias como las
de Anacarsis o Esciles156. Esta situación favoreció sin duda el mejor conocimiento
de estas regiones y fue relegando cada vez con mayor fuerza a los confines extre­
mos, mucho peor conocidos, aquellos espacios imaginarios habitados por seres
extraordinarios que constituían el paisaje habitual de las tierras desconocidas. No
obstante este mejor conocimiento no significó que la descripción de estas regiones
tuviera una equivalencia completa con la realidad de las mismas. La presión inevita-
152 II, XIII, 5-6.
153 Hartog (1980).
154 Hdt., IV, 71 y ss. (gerreos) y IV, 81(Exampeo).
135 Hdt., IV, 82.
156 Hdt., IV, 76-77 (Anacarsis); 78-80 (Esciles). Sobre la figura de Anacarsis, Breebaart (1987).
TIERRAS BARBARAS 219

ble de toda la tradición y la exigencia de adecuar el espacio exterior a la imagen


establecida convertían un discurso aparentemente extraño en una reflexión más
sobre el propio mundo heleno y dejaban de lado la demanda, inexistente por otro
lado en aquel entonces, de una geografía más realista del mundo bárbaro atenta a las
circustancias históricas concretas de cada pueblo.
La tendencia a idealizar a los pueblos del norte se mantuvo viva a lo largo de la
tradición griega a pesar de las noticias en sentido contrario que iban debilitando esta
imagen idílica y les presentaban como un pueblo salvaje que practicaba costumbres
tan execrables como el canibalismo o el despellejamiento de los enemigos captura­
dos que servían de servilleta para sus monturas. Eforo se hace eco de esta aparente
contradicción pero decide destacar aquellos aspectos que revelan una conducta
ejemplar en estas gentes como el sentido elevado de la justicia que demuestran los
escitas nómadas, un pueblo que se alimentaba de la leche de sus yeguas157. La fru­
galidad de su régimen de vida y su alejamiento de los asuntos relacionados con el
dinero eran las condiciones ideales que, a juicio de Eforo, les permitía establecer las
relaciones mutuas fundamentadas en la equidad, dado que todo lo poseían en
común, mujeres y niños incluidos. De esta forma el pueblo en bloque reaccionaba al
unísono contra cualquier amenaza del exterior, pues no poseían nada que les expu­
siera a sufrir la esclavitud. Entre estas gentes se contaba el sabio Anacarsis, cuya
perfecta moderación e inteligencia penetrante fueron las cualidades que lo hicieron
figurar entre los siete sabios de Grecia (García Gual (1989), 137-158). De acuerdo
con la opinión de Trüdinger, la descripción que Eforo hacía de los escitas constituye
el primer ejemplo de idealización de los pueblos primitivos dentro de la geografía
científica158. Sin embargo es probable que nos hallemos ante un ejemplo típico de la
historiografía de este período, dependiente en buena medida de las enseñanzas de
Isócrates, que tenía en la instrucción moral uno de sus principales objetivos159. Pro­
bablemente Eforo tan sólo deseaba destacar de los escitas aquellas cualidades de las
que podía extraerse una enseñanza moral, con independencia de que existieran
igualmente entre ellos costumbres salvajes como el canibalismo que el mismo histo­
riador parece también reconocer. De nuevo la capacidad de abstracción griega pro­
cedía a convertir unos rasgos determinados, que evidenciaban una conducta moral
adecuada, en patrones de comportamiento que eran más propios de una concepción
filosófica puramente helénica y que sólo utilizaban esa referencia exterior, bien fun­
damentada en la realidad o no, pero consagrada al menos por la tradición, como una
forma cómoda de ilustración dentro de los procedimientos literarios y retóricos
imperantes en cada momento. En esa línea, el tema de la sobriedad de los escitas,
aislado ya de todo otro contexto etnográfico como el que aparecía en Heródoto y
posiblemente también en Eforo, gozó de gran predilección entre los Cínicos que

157 Eforo FGrHist F 42 = Estr., VII, ,3, 9.


158 Trüdinger (1918), 140-141. Véase en contra la opinión de Van Paasen (1957), 257-258.
159 Al respecto, Barber (1935), 75 y ss.
220 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

hicieron del mismo uno de los puntos referenciales que caracterizaban su cuadro
moral.

Las tierras de Occidente


El lejano occidente constituyó siempre un terreno ideal para la mitificación
como hemos visto en capítulos precedentes a la hora de tratar de algunos de los
mitos más célebres que se localizaban en aquellas regiones como el de la isla Eritía
o el Jardín de las Hespérides. Sin embargo llegado un momento esta idealización de
aquellas tierras de los confines occidentales comenzó a concretarse en un país deter­
minado que los griegos denominaron Tartesos, situado junto al océano y al que
caracterizaban los rasgos habituales de todas las tierras fabulosas160. La imagen que
se desprende de las primeras noticias griegas acerca de este fabuloso reino es la de
una tierra feraz, rica en metales preciosos, que se hallaba gobernada por monarcas
sabios y longevos como el mítico Argantonio que siempre se mostró además bien
dispuesto hacia los navegantes griegos que llegaron hasta su territorio161.
No existe ciertamente una descripción pormenorizada de dicho país en toda la
literatura griega sino tan sólo referencias y alusiones de carácter breve, tales como
las que encontramos en algunos poetas arcaicos o en Heródoto162. Sin embargo
todas ellas remiten en conjunto a una tierra de los confines occidentales que se
había convertido en el punto esencial de referencia de todas aquellas regiones y que
resultaba proverbial por su riqueza y la disposición favorable de sus habitantes. Es
igualmente cierto no obstante que a lo largo de toda la tradición griega existe una
imagen un tanto difusa acerca de aquella realidad occidental que se refleja en la
fluctuación de las identificaciones de dicho término, al principio un río y más tarde
ya un reino o una ciudad concreta, o en su precisa localización geográfica en las
regiones del sur de la península ibérica. Tartesos nunca perdió del todo su condición
casi mítica, tal y como había aparecido a la vista de los primeros navegantes griegos
que trasmitieron noticias un tanto vagas acerca de aquellas regiones, y por ello
ocupó un lugar destacado dentro del imaginario griego de las tierras fabulosas a
expensas de los cada vez más abundantes conocimientos que se tenían de aquellas
partes del sur de Iberia, especialmente tras la conquista romana de la península.
La conciencia de la existencia de una tierra fabulosa, en la que a las bendiciones
de la naturaleza correspondía también la sabiduría y sentido civilizador de sus habi­
tantes, permaneció viva a lo largo de la antigüedad y dio paso, con el avance de las

160 En general sobre este problema, G. Cruz Andreotti (1991), donde se hallará recogida la abundan­
te bibliografía anterior sobre este asunto.
161 Sobre la imagen de Tartesos en la literatura griega, Plácido (1993). En general sobre la imagen
de la península en el mundo grecorromano, Gómez Espelosín, Pérez Largacha, Vallejo Girvés (1995).
162 En general, Blázquez (1969) y De Hoz (1989).
TIERRAS BARBARAS 221

legiones romanas en el sur de la península y su temprana romanización, a su concre­


ción en la región de Turdetania, que de una forma global venía a ocupar las tierras
que habían sido anteriormente la sede del mítico Tartesos. Nos encontramos así con la
imagen ideal de Turdetania que aparece dibujada en el libro tercero de la Geografía
de Estrabón, cuyo retrato pormenorizado responde casi del todo al esquema de los
paisajes utópicos que tanto habían abundado en la literatura helenística anterior, situa­
dos siempre en los confines del orbe, si bien el geógrafo griego reactualiza los conte­
nidos de forma más acorde con el estado de los conocimientos y la realidad manifies­
ta de un tráfico comercial intenso que fluía por aquellas tierras163. La imagen mítica
de Iberia queda ahora ya reducida a las tierras meridionales de la misma, pues ya de
entrada el geógrafo descarta la mayor parte de su territorio por hallarse cubierta de
montañas, bosques y llanuras de suelo pobre que ni siquiera disfruta del agua uni­
formemente164.
Sin duda debía pesar lo suyo la posición paroceánica de estas tierras, con todas
las connotaciones míticas que ello comportaba, manifiestas a lo largo de la tradición
y puestas igualmente de relieve en historiadores más recientes como Polibio al des­
cribir Lusitania, a pesar de que nunca visitó en persona dicha región, pero sí las par­
tes meridionales de la península que bordeaban el mar exterior165.
Al decir de Estrabón este país
no permite hipérbole si se lo compara con todo el mundo habitado, gracias a su
fertilidad y a los bienes de la tierra y el mar y sus habitantes son tenidos por los
más cultos entre los iberos, puesto que no sólo utilizan escritura, sino que de sus
antiguos recuerdos tienen también crónicas históricas, poemas y leyes versifica­
das de seis mil años166.
El país se encuentra lleno de ciudades, “se dice que llegan a doscientas”167 y sus
tierras producen todos los bienes que son propios de la vida civilizada: trigo, vino,
aceite de gran calidad, cera, miel, pez y toda clase de sustancias adecuadas para tin­
tes. La madera surte en abundancia a los astilleros, hay minas de sal y se producen
excelentes salazones que no envidian para nada a los más celebrados de la región
del Mar Negro. El ganado abundante produce una lana de gran belleza y son raras
las alimañas. Los peces y pescados son de gran tamaño, superior al de las mismas
especies marinas que se encuentran en los mares griegos, y los atunes afluyen en
abundancia a las costas, alimentados además por una curiosa bellota marina que
produce un fruto suculento. La riqueza metalífera es tal que supera toda descripción
163 Cruz Andreotti (1993).
164 Estr., III, 1, 2. (traducción de Ma José Meana y F. Pifiero en Biblioteca Clásica Gredos).
165 Pol., XXXIV, 8, 4 = Ateneo VIII, 330 e. Walbank (1979), 601, piensa que pudo tratarse de un
error por parte de Ateneo al confundirla con Turdetania. En sentido contrario, Gómez Espelosín, Pérez
Largacha, Vallejo Girvés (1995), cap. II.
166 Estr., III, 1,6.
™ Estr., III, 2, 1.
222 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

pues ni el oro, ni la plata ni el cobre ni el hierro en ningún lugar de la tierra se


ha comprobado hasta ahora que se produzcan en tal gran cantidad ni de tan alta
calidad168.

Esta abundancia en recursos minerales había ya constituido un tema casi tópico


de la historiografía helenística, pues a juzgar por el propio Estrabón, ya Posidonio
se entusiasmaba en hipérboles a la hora de describirla169. Ya anteriormente autores
como Eforo o Timeo debieron utilizar en sus obras respectivas, referencias de esta
clase a la riqueza minera sin par de la península ibérica hasta el punto que Polibio
•en su deseo de marcar las distancias con sus predecesores afirma no haber recurrido
a esta clase, habitual a lo que parece, de procedimientos170. Sin duda los fenómenos
naturales patentes en la península ibérica y en especial en las regiones meridionales
limítrofes con el océano habían despertado el interés y la atención de los eruditos
helenísticos que se enzarzaron en agrias polémicas a costa de la veracidad y preci­
sión de esta clase de temas. Eratóstenes, que no estuvo nunca en la península, la
incluyó sin embargo en sus obras, dando crédito según Estrabón a las afirmaciones
de Piteas, y en consecuencia recibió las críticas de Artemidoro, que sí visitó en per­
sona aquellas regiones, acusándole de falsedad en la mayor parte de sus asertos171.
La fabulación existente en aquellos contornos acerca del tamaño del sol al sumergir­
se en el mar o sobre el ruido estridente que producía en su caída, sedujo ciertamente
a algunos de estos autores como Posidonio, quien al parecer dió acogida en su obra
a tales creencias172.
El criterio racionalista de Estrabón le conduce a no prestar crédito a tales afirma­
ciones pero ello no le impide admitir la posibilidad de que Homero hubiera tenido
noticias acerca de la riqueza y fertilidad de estas tierras del poniente, siendo precisa­
mente esta clase de noticias las que habrían dado lugar a la elaboración poética que
el poeta llevó a cabo sobre tales regiones173. De la misma manera explica también
las referencias existentes en autores posteriores. La gran prosperidad de Iberia, des­
cubierta primero por los fenicios y explotada luego por los cartagineses, dio paso a
leyendas tales como la longevidad de sus gentes, a la que aluden Anacreonte y
Heródoto. Estrabón sin embargo, integrado en un nuevo esquema político, como era
el del imperio de Roma, que condicionaba claramente toda su perspectiva moral y
literaria, concluye su repaso a la condición fabulosa de estas tierras conectando
dicha condición privilegiada al grado elevado de romanización que habían alcanza-

168 Estr., HI, 2, 8.


169 Estr., III, 2, 9.
170 Pol. III, 57, 2. Walbank (1957), 394 piensa que el historiador alude en este caso a autores como
Dicearco, Piteas y Eratóstenes, cuyas obras habrían sido objeto de una crítica más extensa en su perdido
libro XXXIV. Acerca de este libro, Pédech (1956).
171 Estr., 111,2,11.
172 Estr., III, 1,5.
173 Estr., III, 2, 12. Cf. Prontera (1993).
TIERRAS BARBARAS 223
do sus gentes, que han asimilado perfectamente el modo de vida romano y “ni
siquiera se acuerdan ya de su propia lengua”, hasta el punto que “poco les falta ya
para ser todos romanos”. El proceso romanizador que había culminado la conquista
encontraba así su mejor auditorio en las regiones del sur, donde su situación privile­
giada y su alto nivel de civilización propiciaban ciertamente el encuentro con la
cultura de los nuevos dueños del orbe, depositarios manifiestos de de esta clase de
virtudes173.

Lidia
El histórico reino de Lidia, situado en la parte más occidental de Asia Menor y
por tanto punto de contacto y referencia inmediatos para los griegos de la zona de
Jonia, fue también en cierto modo objeto de una cierta idealización en la literatura
griega. La imagen que obtenemos del país a través de los poetas arcaicos parece ir
encaminada en este sentido, especialmente si tenemos presente que Lidia, y en par­
ticular su capital Sardes, era para ellos el referente esencial de la riqueza y la opu­
lencia infinitas, así como el paradigma del poder militar imponente. Las alusiones a
Lidia en estos primeros poetas de la lírica griega son ciertamente constantes. Para
Safo por ejemplo, Lidia constituye la representación suprema de todo lo máximo y
deseable, hasta el punto que para enfatizar el profundo amor que siente por su hija
Ciéis, utiliza el nombre de Lidia como contrapeso significativo a la hora de poner de
manifiesto el balance apropiado de sus sentimientos
Tengo una preciosa niña, que a las flores de oro
puede parangonar su belleza, mi muy amada Ciéis.
No la daría yo ni por toda la Lidia ni por la deseable...(152D)174.

Esa misma referencia a Lidia, esta vez a su pujanza militar que puede llegar a
constituir un verdadero espectáculo, la emplea también Safo a la hora de resaltar su
afecto por la ausente Anactoria
Cómo preferiría yo el amable paso de ella
y el claro resplandor de su rostro ver ahora
a los carros de guerra de los lidios en armas
marchando al combate. (27D).

173 Sobre la posición de Estrabón a este respecto, Laserre (1983), Thollard (1987) y Jacob (1991),
147-166.
174 Las traducciones de los fragmentos de los líricos pertenecen a la Antología de C. García Guul
publicada en Alianza (1980).
224 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Sin salimos del universo afectivo de la poetisa lesbia encontramos otra referen­
cia a Lidia, esta vez a su capital, Sardes. Allí ha ido a parar una de las muchachas
que formaban parte de su thíasos y que tan intensos sentimientos despertaron en su
corazón. Safo la recuerda con nostalgia, a través de las palabras y emociones de otra
de sus compañeras, sobresaliendo en medio de las elegantes mujeres lidias con el
vehemente deseo de recabar su presencia, sin embargo la realidad acaba por impo­
nerse pues
el vasto mar que nos separa
no deja llegar hasta nosotras su llamada (98D).
Ciertamente desde nuestra perspectiva actual la distancia efectiva que mediaba
entre la capital lidia y la vecina isla de Lesbos no daría pie, ni siquiera en la más
ingenua magnificación poética de los sentimientos de distancia, a una expresión
semejante. Sin embargo esa distancia aparentemente franqueable aparece a la mente
de Safo como un abismo de separación que justifica esta clase de sentimientos.
Posiblemente, una vez más, Lidia era esa referencia lejana, a pesar de su proximi­
dad geográfica, rodeada todavía de un cierto velo de fascinación por las riquezas y
el lujo que caracterizaban su corte real y el mundo de la nobleza circundante. Sardes
era segurmente la capital de la moda y la elegancia de aquel entonces, un lugar a
donde iban a parar unas cuantas de las jóvenes griegas educadas en el círculo de
Safo, que más tarde contraían matrimonio con nobles lidios de la zona, y de todos es
bien conocido el grado de deslumbramiento que desde estos centros de prestigio y
poder dimana hacia aquellas zonas en principio más atrasadas que los toman como
punto de referencia ideal.
Esa misma visión mitificadora, tomada ahora en su vertiente negativa, como
prototipo de encumbramiento excesivo o de hueca ostentación, pero a la postre
igualmente significativa de la operación intelectual consistente en rodear un lugar
determinado de cierta magnificencia especial con relación al propio ámbito familar,
la encontramos en otros poetas arcaicos como Alemán o Jenófanes. El primero de
ellos alude a esta posición particular de la capital lidia a la hora de calificar a un
individuo utilizando la táctica de la contraposición, siendo esta procedencia un indi­
cativo suficiente de su especial condición en franco contraste con las primeras atri­
buciones:
No era un hombre rústico
ni torpe - ni siquiera entre sabios-
ni un tesalio de origen,
ni un pastor de Erisique;
mas procedía de la encumbrada Sardes (13D).
El segundo de los poetas mencionados utiliza la referencia lidia para criticar la
indolencia y el lujo inútil, aprendido de los lidios, de sus propios conciudadanos de
TIERRAS BARBARAS 225
Colofón (3 D). La imagen de la Jonia afeminada y muelle, que pronto entró en com­
petencia con la imagen más viril y austera del griego continental, debe mucho sin
duda a esta proximidad al reino de Lidia, origen de esta clase de refinamientos y
dispendios que eran considerados típicamente orientales y contrarios por tanto al
espíritu griego, más “europeo” de quienes habían permanecido en el continente sin
un contacto permanente con los imperios de Oriente175. .
Esa misma visión mitificadora, aunque ahora ya más reducida, sobre todo tras la
derrota del rey Creso ante los persas a finales del siglo VI a.C., aparece también en
el lógos lidio de Heródoto176. Si bien la región no presenta a los ojos del historiador
griego demasiadas maravillas dignas de mención, la historia de la misma, y espe­
cialmente su casa real constituye todavía el enorme vivero de referencias morales a
través de las cuales Heródoto nos va trasmitiendo sus valoraciones y reflexiones
acerca de cuestiones tan decisivas como la inevitabilidad del destino o el sentido de
la verdadera vida feliz. La figura imponente de Creso ocupa en efecto un importante
papel en la historia herodotea, hasta el punto de constituir una referencia mítica más
dentro de la misma, casi parangonable a la de otros personajes que sobrepasan con
creces los límites estrechos del personaje real para pasar a convertirse en un auténti­
co paradigma del comportamiento humano, con todas sus virtudes y defectos, sus
miserias y grandezas, sus ventajas y limitaciones177. Sólo un país como Lidia que
había gozado de esa posición privilegiada por los avatares de la historia griega en la
región asiática y se había alzado a ese pedestal idealizado que hemos comprobado
en las referencias y alusiones de los poetas líricos de la época, pudo haber albergado
a un personaje tan especial y haber dado pie para convertirlo, en una operación inte­
lectual más de las muchas con las que operaron los griegos de este período y que
Heródoto supo muy bien recoger, en un individuo por encima de sus propias circus-
tancias históricas.

Libia
La imagen del continente africano, denominado en un principio Libia por los
griegos, es deudora también en buena medida del mismo complejo de elementos
míticos y fabulosos que predominó en la descripción del mundo bárbaro dentro del
imaginario helénico. Ya en el principio del período arcaico aparece como una tierra
lejana y desconocida, objeto del interés de los primeros navegantes griegos que
esperaban encontrar allí la riqueza agrícola y ganadera que faltaba en sus lugares de
origen. Esta es al menos la imagen que se desprende del relato del viaje de Menelao

175 Para las relaciones de Lidia con el mundo griego sigue siendo válida la ya vieja obra de Radet
(1893). También Dunbabin (1957), 62 y ss.
176 Hdt., I, 93 y ss. Sobre el logos lidio, Talamo (1985) y Lombardo (1990).
177 Evans (1991), 44-51.
226 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

en la Odisea cuando al recordar su itinerario por las regiones orientales del Medite­
rráneo menciona entre ellas a Libia como punto final del recorrido
Libia donde los corderos enseguida crían cuernos, pues las ovejas paren tres
veces en un solo año. No andan allí faltos de amo ni de pastor, de queso ni de
carne, ni de dulce leche pues siempre están dispuestas para dar abundante
leche178.
Una tierra por tanto de promisión situada al otro lado del mar, todavía mal cono­
cida pero que atraía ya desde muy temprano las miradas y la atención de los nave­
gantes griegos en busca de botín y aventuras. Sin embargo la fama de su prosperi­
dad agrícola debió atraer igualmente a quienes pensaban en proyectos de una mayor
envergadura como era la fundación de una colonia en aquellos territorios. La histo­
ria de la fundación de Cirene, tal y como nos la relata Heródoto179, muestra cómo
todavía en esos momentos la situación precisa de Libia y los caminos que conducían
hasta ella a través del mar eran algo prácticamente desconocido que no invitaba en
un principio a los colonos a emprender la aventura en esa dirección. Más tarde,
cuando la insistencia del oráculo de Delfos en su mandato a los de Tera de fundar
allí una colonia se hizo ya apremiante, aquellos decidieron acudir a Creta en busca
de algún marinero de la propia isla o extranjero que hubiese llegado alguna vez
hasta aquellos parajes. La tarea no resultó ni mucho menos sencilla, pues después de
mucho deambular por la isla hallaron por fin a un pescador de la ciudad de Itanos,
un tal Corobio, que pudo conducir la expedición de Tera en busca del destino fijado
por el oráculo délfico. Con independencia de la veracidad esencial de dicha historia
y sus posibles interpretaciones, lo que aquí nos interesa resaltar es la condición de
país semifabuloso y desconocido que Libia mantenía por aquel entonces dentro de
la conciencia griega general, hasta el punto de que tales pasos sean objeto detenido
de la consideración de Heródoto y aparezcan como elementos significativos a la
hora de elaborar su historia de la fundación de Cirene.
Poco es lo que sabemos de aquellos escritores griegos que hicieron de Libia el
objeto principal de sus obras como Caronte de Lámpsaco o Hecateo, y por ello
debemos una vez más basar todo nuestro análisis de la visión griega de estas tierras
sobre el correspondiente lógos libio que aparece en las páginas del historiador de
Halicamaso180. Este relato ha sido objeto de concienzudos análisis positivistas por
parte de algunos estudiosos en la idea de apoyar mediante evidencias procedentes
de la arqueología o de la etnografía moderna las noticias que el historiador griego
nos proporciona acerca de aquellas regiones181. No es nuestra intención enmendar
aquí la plana a tan reputados especialistas, que seguramente tienen buena parte de
178 Od., IV, 85-89.
179 Hdt., IV, 150 y ss. Al respecto Caíame (1988); (1990) y Malkin (1994), 169 y ss.
180 Berti (1988).
181 Gsell (1916), Berthelot (1927), 144-180, Camps (1985) y Pritchett (1993), 254-259.
TIERRAS BARBARAS 227
razón en sus pretensiones de equiparar las noticias que proporciona Heródoto con
referencias de la realidad histórica, sino tan sólo señalar la parte importante a nues­
tro entender que dentro del lógos libio debe su razón de ser a la visión imaginaria
griega de las tierras bárbaras.
Heródoto sin duda poseía información acerca de las tierras del norte de Africa a
través de la ciudad de Cirene, a la que parece que llegó a lo largo de sus viajes182, y
por ello es muy posible que a la hora de elaborar su correspondiente relato haya
tenido en cuenta dichos elementos, algunos de ellos puramente reales, fruto de la
simple observación personal, otros oídos al socaire en conversaciones privadas con
ciudadados griegos de la colonia, o llegados hasta allí a través de las noticias confu­
sas que viajeros y comerciantes que se habían aventurado hacia las tierras del inte­
rior, difundieron acerca de su insólita experiencia. Sin embargo sus intereses iban
por otro camino a la hora de construir su relato que el de reflejar con toda exactitud
una geografía desconocida y sin interés específico para sus lectores griegos más allá
de aquellos puntos referenciales que traducidos en el retrato ideal de aquel espacio
bárbaro podían mover a la reflexión moral o simplemente suscitar la curiosidad y el
entretenimiento.
De esta forma el lógos libio de Heródoto nos presenta los trazos inequívocos de
una tierra fabulosa, escasamente idealizada en el aspecto utópico pero con los sufi­
cientes elementos imaginarios como para constituir un espacio más dentro de esa
geografía ideal y puramente ficticia en el fondo de las regiones extragriegas de la
ecúmene. Ante nosotros desfilan una serie de pueblos curiosos que presentan unas
costumbres llamativas que merecen la atención preferencial del historiador en su
breve recorrido por estas tierras. Rasgos evidentes de exotismo como el de las muje­
res de los adimárquidas que tras arrancar los piojos de sus cabellos los daban un
mordisco y los escupían en venganza por su acción parásita anterior, o las curiosas
formas de “peinado” que adoptaban algunas de estas tribus al afeitarse una parte de
la cabeza y dejar crecer el pelo en el resto de la misma, con diferentes variaciones
entre unos y otros, a la izquierda, a la dercha, delante, detras y en el centro. En este
mismo terreno hemos de situar el habitual interés del historiador por las costumbres
guerreras o funerarias de algunos de estos pueblos, como el que porten en las bata­
llas escudos elaborados con pieles de avestruz o el que los nasamones entierren sen­
tados a sus muertos.
No ocupan un lugar menos importante aquellas obsesiones típicamente griegas
como la referente a la comunidad de las mujeres que aparecen reflejadas por
doquier a lo largo de las Historias, atribuidas a diferentes pueblos183. Las costum­
bres nupciales de los nasamones que establecían que la novia debía pasar previa­
mente por las manos de todos los invitados a la boda, la extrema promiscuidad de
los maclies o la estima en que se tenía a la que había mantenido mayor número de

182 Myres (1953), 4 y ss., Brown(1988) y Lloyd (1990), 236 y ss.


183 Rosellini y Said (1978).
228 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

relaciones sexuales entre las mujeres de los gindanes, apuntan sin duda en esta
dirección. Así mismo, dentro de este complejo ideológico relacionado con la posi­
ción de la mujer y su status dentro de la sociedad, podemos incluir igualmente la
prueba ritual de las doncellas entre los mismos maclies que comprobaban su virgini­
dad a través de un combate mantenido entre ellas a base de piedras y garrotes, sien­
do catalogadas como impuras aquellas que habían perecido en el curso de la prueba.
Más que la precisa atribución de una costumbre de esta clase a un determinado pue­
blo indígena o a otro, el interés de Heródoto y de sus lectores estribaba más bien en
el reflejo dramáticamente ilustrado de esta clase de obsesiones que latían con fuerza
dentro de la propia mentalidad helénica.
Dentro de este mismo plano cabría considerar también la insistencia puesta en
aspectos de la vida de los nasamones tales como sus juramentos sobre aquellos de
sus conciudadanos que habían sido los más ecuánimes y valientes, poniendo las
manos sobre sus tumbas, o la forma en que realizaban los acuerdos, dándose de
beber uno a otro con sus respectivas manos cuando disponían de líquido o si no
lamiendo el simple polvo del suelo. Sin duda la enorme importancia de los juramen­
tos y los acuerdos en la vida cotidiana griega, y posiblemente también las dificulta­
des que conllevaba su estricto respeto y mantenimiento en una cultura donde el arte
del engaño o la astucia desempeñaban un destacado papel hasta el punto de tener en
Odiseo un verdadero modelo de conducta184, eran en definitiva los referentes últi­
mos de esta clase de observaciones.
No faltan tampoco dentro de este cuadro referencias a pueblos de indiscutible
procedencia mítica en la tradición griega como los lotófagos, a pesar de que ahora,
lejos ya de su contexto poético, aparecían perfectamente integrados dentro de la
secuencia etnográfica, llegando a describirse el fabuloso fruto de una manera cierta­
mente realista que facilitaba su inserción y aceptación plena mediante la compara­
ción con otros productos más familiares como el lentisco. Este es también el caso de
las célebres mujeres guerreras, las míticas Amazonas, camufladas aquí ahora en el
etnónimo indígena de los záveces, uno de los muchos pueblos que aparecían situa­
dos más allá de la frontera de credibilidad asumible que el propio historiador esta­
blece a lo largo de su relato, utilizando como límite definitorio el célebre río Tritón,
que divide de esta forma el conjunto de lo más familar y asumible, de aquel otro
mucho más lejano y desconocido, sujeto por tanto más a la fabulación y la fantasía
de los propios informantes indígenas185. Es precisamente este mismo río el que esta­
blece la línea de demarcación entre la parte de Libia mejor conocida en la que exis­
tía una fauna relativamente normal, o al menos parangonable con el resto de las
184 Walcott (1977).
185 Esta táctica delimitadora de zonas relativas de veracidad la lleva a cabo Heródoto en otros
muchos pasajes de una forma sutil, hasta el punto que ha despistado con ello a los estudiosos modernos y
hu conducido a posturas quizá en exceso radicales, pero sumamente sugerentes y enriquecedoras como la
ile Fehling (1989). Hemos procedido a un análisis de este estilo en otro lugar, referido al mundo de los
iii'ttipcos, Gómez Espelosín (1995c).
TIERRAS BARBARAS 229

regiones de la ecúmene, y aquella otra parte occidental más desconocida en la que


moraban bestias imponentes como las serpientes gigantes, leones, elefantes, osos,
áspides, asnos cornípedos y seres claramente fantásticos como los de cabeza de
perro, y aquellos otros sin cabeza con los ojos en el pecho, u hombres y mujeres sal­
vajes. Una región en suma abierta del todo a los excesos de la imaginación más des­
bordada y por ello un lugar apto donde ubicar aquellas aberraciones fantásticas que
desde muy temprano habían comenzado a desfilar por la poesía griega a juzgar por
el testimonio de Hesíodo o de Aristeas de Proconeso.
Al igual que sucedía en otras regiones de los confines, el accidente geográfico
excepcional que limita las zonas mejor conocidas y aquellas otras que eran objeto
fácil de la fabulación, aparece estrechamente relacionado con historias míticas de
reconocida raigambre helénica. En este caso el río Tritón y el lago asociado al
mismo, la laguna Tritónide habían recibido en un momento del pasado remoto la
visita significativa del héroe Jasón, que acabó en aquellos parajes tras haber sido
desviado por los vientos de su ruta cuando iba camino de Delfos desde su patria
natal de Yolcos. Una presencia mítica que convierte de golpe al lugar en un escena­
rio emblemático de la geografía fabulosa griega recorrida por los héroes, cuyo peso
se dejará sentir posteriormente a la hora de elaborar la historia mítica asociada a una
geografía más concreta, acorde con los conocimientos avanzados que se iban adqui­
riendo de forma creciente con el correr de los tiempos186.
Jalonan también toda la geografía de Libia ciertos lugares de carácter emblemá­
tico que a lo largo de una faja de arena que abarcaba desde la altura de la Tebas
egipcia hasta las columnas de Heracles se van sucediendo casi a intervalos fijos de
una distancia de diez días de camino. Cada uno de ellos aparece situado sobre una
loma, que eran en realidad tan sólo bloques de sal formados por terrones cristaliza­
dos en cuyas cimas brotaban manantiales de agua fresca y dulce. Se suceden de este
modo el pueblo de los amonios que cuentan con una curiosa fuente, denominada
fuente del sol, cuya agua iba progresivamente enfriándose con el correr del día,
pasando de la tibieza matinal y el frío del mediodía hasta llegar a hervir a borboto­
nes una vez llegada la medianoche; Augila, un paraje poblado de palmeras donde el
pueblo de los nasamones acudía a recolectar dátiles; la loma de los garamantes, un
pueblo que rehuía el contacto de la civilización y no poseía armas de guerra, en
cuyo territorio habitaba una curiosa raza de bueyes que pacían hacia atrás a causa de
la forma de sus cuernos curvados hacia delante, y cuya particular afición consistía
en dar caza a los etíopes trogloditas, que eran los más rápidos a la carrera y se ali­
mentaban de serpientes y lagartos, emitiendo como lengua un sonido parecido al
chirrido de los murciélagos; el pais de los atarantes, unas gentes sin nombre propio

186 e s ei caso de Dionisio Escitobraquión que situará en estas regiones, y en concreto en el lago Tri­
tónide, algunos de los mitos griegos más celebrados, tal y como aparece reflejado en las páginas de la
historia de Diodoro. cf. Rusten (1982) y la parte correspondiente de este mismo libro donde se tratan sus
tabulaciones utópicas.
230 F. J a v ie r G ó m ez E sp e lo sín

que maldecían al sol cuando quemaba en exceso y lo injuriaban a menudo por los
agobios y ardores que provocaba; y por fin la tierra de los atlantes en cuyas cercaní­
as se encontraba la montaña del Atlas, que tenía una forma estrecha y circular y
cuya cumbre no podía divisarse desde el suelo ya que se hallaba siempre oculta
entre las nubes, a la que los indígenas consideraban la columna del cielo, unas gen­
tes también particulares que no se alimentaban de seres vivos ni tenían visiones en
sueños. Llegado a este punto Heródoto confiesa su incapacidad de seguir más allá
en su relato a pesar de que reconoce que dicha faja arenosa se extendía hasta mucho
más allá de las columnas de Heracles, abriendo con ello de nuevo un espacio de
fabulación absoluta que concede de manera inmediata credibilidad automática a
todo lo que precede, dada su aparente fundamentación en el firme conocimiento del
historiador.
Todo este abanico abigarrado de pueblos y lugares sometido a una más que sos­
pechosa regularidad en sus intervalos, presentaba así a los ojos del auditorio un
espacio ciertamente fabuloso en el que aparecían elementos tan característicos como
la Fuente del sol o el monte Atlas, que además de su valor simbólico independiente
dentro del imaginario griego, representaban el papel de hitos determinantes que
marcaban el inicio y el final de toda la secuencia imaginaria de las lomas de sal y
sus respectivos pobladores. Un espacio en definitiva en el que se entremezclaban
diferentes elementos como las rarezas y curiosidades naturales muy propias de la
ciencia jonia y del gusto paradoxográfico posterior como la susodicha fuente, los
mencionados bueyes que retrocedían al pacer o la curiosa forma de alimentación a
base de reptiles de los etíopes trogloditas que les hacía emitir unos sonidos adecua­
dos a dicha dieta en lugar de una lengua humana articulada; o ciertas alusiones de
carácter mitológico como la peculiar rebeldía de los atarantes contra el sol que
recordaba sin duda la actitud retadora de Heracles cuando se disponía a marchar por
aquellas tierras en busca de las vacas de Gerión y la misma presencia de una pobla­
ción etíope, que a pesar de su extraña dieta conservan sin embargo cualidades
excepcionales de la mítica raza como la suprema velocidad, obligando a sus capto­
res a utilizar el carro como única forma de darles caza.
No faltan tampoco los consabidos paisajes idílicos, si bien dada la naturaleza
general del país, en el que predominaban los desiertos, éstos se encuentran más bien
dispersos y aislados como la colina de las Cárites, cubierta de bosques en franco
contraste con el resto de la región, como señala el propio Heródoto, o la isla Círavis,
llena de olivos y viñas. Mayor continuidad ofrecen comarcas como la que riega el
río Cínipe, que iguala a la mejor región en producción de trigo y no se parece en
nada al resto de Libia, o la región lindante con Cirene, zona ya cultivada y ocupada
de lleno por griegos, que llega a producir hasta tres cosechas anuales.
Un cuadro general por tanto ciertamente fabuloso, si bien en su elaboración han
podido intervenir ciertamente elementos tomados de una realidad más próxima o
lejana, mejor conocida o deficientemente interpretada, pero cuya intención queda
clara en algunas de las observaciones generales que recorren todo el relato, como
TIERRAS BARBARAS 231
abundante número de pueblos que constituían Libia y su enorme diversidad, rasgo
definitorio de todas las tierras lejanas y por ello fabulosas en una buena medida, la
salud proverbial de sus gentes, considerados por Heródoto los más sanos del
mundo, su carácter pionero en determinados aspectos religiosos que han pasado más
tarde a ser adoptados por los griegos como las égidas o los gritos rituales, y por últi­
mo el carácter autóctono de sus habitantes. Son precisamente las dos poblaciones
autóctonas que pueblan esta parte del orbe, como libios y etíopes, los únicos que
han resistido el avance imparable del expansionismo persa al quedar relegados a
zonas marginales y extremas, difíciles por tanto a la hora de acceder a ellas y lejos
así de las ambiciones más comunes que centran el interés y la pasión de las gentes
del mundo conocido y civilizado. Un espacio ideal en suma, abierto a toda clase de
prodigios y maravillas, surcado en el pasado por los héroes de antaño y que presenta
indudables signos de carácter primordial que lo sitúan fuera del alcance de otros
escenarios más familiares y comunes.
Este carácter semifabuloso de Libia se mantuvo vivo en la literatura griega pero
quedó reducido de forma fundamental a sus elementos mitológicos y teratológicos.
La postura de los intelectuales de Cirene, principal ciudad griega implantada en
Libia, fue la de resaltar los orígenes míticos de la colonia tratando de helenizar den­
tro del mismo esfuerzo anticuarista los orígenes de los pueblos indígenas que empe­
zaron a adquirir imaginarios parentescos con los héroes de antaño187. Esta tendencia
a la conexión mítica del solar africano con la leyenda griega ya aparecía de hecho en
el lógos herodoteo cuando recuerda que los maxies se hacían descender de los troya-
nos188, pero fue seguramente explotada a conciencia en época posterior cuando los
intereses patrióticos de la nueva fundación y su demanda de prestigio internacional
dentro del concierto helénico pusieron en marcha operaciones intelectuales de esta
clase. El papel desempeñado por Libia dentro de la leyenda griega adquirió entonces
un señalado desarrollo, quizá concretando o racionalizando la tendencia que ya desde
antiguo hacía de estos parajes extremo occidentales la morada de seres monstruosos
como las Gorgonas y el gigante Anteo o la sede del fabuloso jardín de las Hespéri-
des. Episodios de la saga de Heracles o de la de Perseo empezaron a tener su concre­
ción en aquellas regiones, haciendo de Libia una tierra fabulosa cuyo suelo era capaz
de dar cabida a seres y fenómenos del todo extraordinarios. Concepción ésta que
puede estar en el trasfondo del curioso Periplo de Hanón y su presentación fantástica
de los parajes oceánicos del continente africano con columnas de fuego que llegaban
hasta el cielo, lagunas interiores rodeadas de vegetación exuberante donde podían
contemplarse por la noche extrañas luces y aterradores sonidos, y mujeres salvajes
que resistían con violencia inusitada cualquier intento de captura189. Bien fruto de

187 Este fue el caso de autores de Lybika como Teocresto, Acesandro, Agroitas, o Menecles de
Barca, cf. Berti (1988), 148 y ss.
188 Hdt., IV, 191.
189 García Moreno (1989).
232 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

una tradición intelectual indígena que deseaba conectar las viejas leyendas libias con
el universo de la saga heroica griega, bien una extensión más de la geografía fabulo­
sa e imaginaria existente desde los inicios en la propia tradición helénica, cada vez
más actualizada y ajustada a los nuevos conocimientos, lo cierto es que esta imagen
fabulosa de Libia en su vertiente mítico anticuarista perduró a lo largo de toda la
Antigüedad, como podemos detectar a través de textos tan significativos a este res­
pecto como la Vida de Sertorio de Plutarco cuando recuerda la tradición local exis­
tente sobre la tumba de Anteo que el propio general romano se encargó de exhumar,
o el excursus libio existente en el Bellum Iugurthinum de Salustio donde se da cabida
a esta clase de fabulaciones190.
La vertiente teratológica fue, como dijimos antes, la otra corriente en que el
carácter fabuloso de Libia pervivió dentro de la literatura griega. Con el mejor
conocimiento de la región por obra de la conquista romana y la presencia in situ de
historiadores griegos como Polibio, fue éste uno de los aspectos que más llamaron
la atención del continente africano, considerado ya desde Heródoto y posiblemente
desde antes, una tierra propicia para albergar bestias de todas clases191. Una tenden­
cia cada vez más fuerte que se verá reforzada sobre todo a lo largo del siglo I a.C.
con obras como las de Ipsícrates de Amisos, Alejandro de Mindos, Tanusio Gémino
y el rey númida Juba II, interesados de forma especial en dar a conocer las maravi­
llas que en este sentido albergaba la tierra de Libia. También esta corriente contaba
con antecedentes más antiguos que podemos encontrar sin ir más lejos en los trata­
dos aristotélicos, donde se encuentra el célebre aserto “Libia siempre produce algo
novedoso”, que hizo sin duda fortuna a la hora de recabar la información disponible
sobre la fauna del mundo habitado en todos aquellos que se interesaban por este
campo concreto del saber192. Libia se convirtió de este modo en un auténtico museo
de rarezas y curiosidades zoológicas presto siempre a asombrar a un auditorio bien
dispuesto a acoger toda esta clase de maravillas, sobre todo tras el éxito evidente
que había tenido el llamado género paradoxográfico desde el comienzo del período
helenístico, una corriente que se deja sentir en obras como la Historia de los anima­
les de Eliano o en los numerosos pasajes de Plinio donde se alude repetidamente a
la fauna de estas regiones africanas193.

190 No es nuestro objeto el tratar el problema de las fuentes del historiador latino a este respecto,
asunto para el que remitimos a García Moreno (1991).
191 Véase el elenco que el de Halicamaso presenta a este respecto dentro de su lógos libio, IV, 191,
3 y ss. Al respecto Camps (1985).
192 Romm (1992), 88 y ss.
191 Wemer (1993).
LA HELADE IDEAL

La tendencia a idealizar no se limitó a las islas de los confines o a las tierras bár­
baras más o menos lejanas. Incluso los propios paisajes griegos, mucho más fami­
liares y próximos a la percepción directa de sus habitantes, fueron también objeto de
idealización y convertidos, siquiera en una mera operación intelectual o emotiva, en
tierras fabulosas que representaban el escenario más adecuado para una vida feliz y
afortunada. Ciertamente en ellas no se daban las bendiciones incontables de la natu­
raleza que se atribuían a los países de los confines del orbe ni las maravillas o prodi­
gios que podían encontrarse a cada paso en tierras bárbaras como la India o Egipto.
Ahora se trataba de lugares apacibles, incluso encantadores en algunos momentos,
que, por sus leyes y forma de gobierno o por gozar de un clima extraordinariamente
templado y una mezcla adecuada de las estaciones, permitían que los hombres que
allí habitaban alcanzasen una forma de vida ideal que podía constituirse como un
modelo a imitar. La historia mítica, el aislamiento, el prestigio cultural y los afanes
políticos desempeñaron sin duda un papel decisivo en esta clase de procesos de
idealización pero en todo caso revelan una tendencia innata al espíritu griego como
era la de imaginar paisajes ideales, propios o ajenos, más o menos accesibles que
evocaban viejos sueños de grandeza pasada y permitían albergar alguna esperanza
en un futuro incierto.

Creta
Un caso evidente de idealización dentro del mundo griego lo tenemos en la isla
de Creta, el viejo solar del gran Minos, que desde siempre había estado presente en
la conciencia mítica de los griegos. A pesar de que los griegos de la época clásica
ignoraban la existencia de la civilización enormemente avanzada que se había desa­
rrollado en la isla a lo largo de la primera mitad del segundo milenio, existía la con­
ciencia de su pasada grandeza, tal y como la vemos reflejada en la Arquelogía de
Tucídides, y habían quedado indicios en el mito que de alguna manera revelaban la
importancia primigenia de la isla, que había sido nada menos que la cuna de Zeus.
En la Odisea homérica aparece ya una visión de Creta que viene a reflejar esta opu­
lencia:
234 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

Creta es una tierra en medio del ponto, rojo como el vino, hermosa y fértil,
rodeada de mar. En ella hay numerosos hombres, innumerables, y noventa ciuda­
des en las que se mezclan unas y otras lenguas. En ella están los aqueos y los
magnánimos cretenses autóctonos, en ellas los cidones y los dorios, divididos en
tres tribus y los divinos pelasgos. Entre estas ciudades está Cnosos, una gran urbe
donde reinó durante nueve años Minos, confidente del gran Zeus1.

Aparte de su importancia histórica en aquellos lejanos tiempos, de la que se


guardaba recuerdo a lo largo de todo el período clásico2, Creta era también el centro
de atención principal a la hora de considerar los mitos y prácticas religiosas más
importantes. Desde Creta habían llegado hasta Delfos los ritos de purificación,
según se nos cuenta en el Himno homérico a Apolo3, y de la isla procedían también
algunos de los especialistas más afamados en purificación o en las artes proféticas
como Caramanor que había purificado a Apolo tras la muerte de Pitón, o Epiméni-
des, que había prestado sus servicios en Atenas4. La isla gozó también de gran pres­
tigio en el campo de las artes pues no en vano en ella había nacido el legendario
Dédalo, a cuya escuela se atribuían las obras de arte más destacadas y en ella se
habían desarrollado también por vez primera fenómenos como la música coral o la
danza5.
Sin embargo fue a partir del siglo IV cuando la idealización de Creta empezó a
adoptar un cariz algo diferente, basada fundamentalmente en la excelencia de sus
leyes y su gobierno, siendo presentada incluso como el modelo adecuado a seguir
en una obra como las Leyes de Platón6. Aparece vinculada además a Esparta, con
cuya forma de gobierno e instituciones se establecen evidentes paralelos, si bien se
señalan ciertas diferencias entre ambas que hacen del régimen de Creta algo menos
acabado y perfecto que la constitución lacedemonia7. En las consideraciones de
Aristóteles a este respecto, el aislamiento de la isla, “en medio del mar” que ya
señalaba el poeta, constituye uno de los condicionantes principales que facilita la
existencia de un régimen de estas características, pues evita las rebeliones internas y
la protege del exterior, si bien el mismo autor señala defectos evidentes en la misma
que la distancian demasiado de lo que pudiera parecer una tierra fabulosa, uno de
cuyos elementos definitorios suele ser esta posición alejada del resto del orbe.
Ecos evidentes de este proceso de idealización de la isla pueden apreciarse en
algunos de los tratados paradoxográficos que han llegado hasta nosotros, como el

1 Od., XIX, 172-179. (Traducción de José Luis Calvo, Editora Nacional).


2 Así en Hdt., III, 122; Tuc., I, 4 y 8; Plat., Leg. 706 ab; Arist., Pol., 1271 b 37
3 Himn. Hom. Apol., 388 y ss. Cf. Defradas (1954), 72 y ss.
4 En general Famell (1927), 26.
5 Sobre la importancia de Creta a este respecto, Demargne (1947).
6 Al respecto, Morrow (1960). Sobre la visión de Creta a partir de estos momentos, Van Effenterre
(1948). Recientemente véanse las consideraciones al respecto de Lens (1994).
7 Arist., Pol., 1271 b y ss.
LA HELADE IDEAL 235

atribuido falsamente a Aristóteles, donde se señala que en la isla no existe ninguna


clase de alimañas nocivas ni tampoco bestias salvajes a causa de haber sido el lugar
en el que nació Zeus8. En esta misma línea cabe interpretar el pasaje de otra de estas
obras, la conocida como Paradoxógrafo Florentino, en el que se establece la prima­
cía cretense en el hecho de poseer leyes por haberlas recibido Minos directamente
de Zeus, tras haber frecuentado durante nueve años su gruta9. Así mismo se señala
en este último pasaje la dura educación comunitaria que los niños cretenses recibían
como formación para la guerra, reflejando de esta forma la doble corriente que hacía
de la isla un lugar ideal, tomando como base por un lado sus ancestrales tradiciones
religiosas, que la hacían patria originaria de Zeus y sede de un monarca sabio,
Minos, que había recibido sus leyes del dios, y por otro el carácter comunitario y
rígido de sus instituciones educativas, que en paralelo con las de Esparta, la situaban
como modelo de los intelectuales que deseaban un cambio profundo en las estructu­
ras organizativas de la pólis ateniense.
Por lo general, además, esta visión idealizada del sistema constitucional de la
isla choca de forma evidente con la valoración mucho menos elevada que de la vida
y las costumbres cretenses se tenía por aquel entonces y particularmente a lo largo
del período helenístico, tal y como nos revela Polibio, que considera a los cretenses,
junto a los etolios, como los auténticos paradigmas de un comportamiento taimado,
mendaz y poco fiable10. Se trató por tanto de una mera operación intelectual llevada
a cabo en un momento de crisis del sistema “político” que impulsará la creación o
redescubrimiento de nuevas formas ideales de comunidad y gobierno, tal y como
aparecen en autores como Platón y Jenofonte, salidos ambos de los medios socráti­
cos, donde posiblemente se empezaron a gestar este tipo de especulaciones. La isla
de Creta, prestigiosa como era en el mito, donde ocupaba una posición destacada, y
con un papel señalado en ciertas tendencias místico-religiosas, era sin duda un lugar
adecuado donde situar una forma de comunidad bien organizada, a la vista de su
aparente aislamiento del resto de la Hélade y del olvido manifiesto en que la isla
había recaído tras el período arcaico, pasando a desempeñar una posición gris y
secundaria dentro del concierto helénico11. Las miradas casi desesperadas que bus­
caban fuera de la pólis clásica espacios ideales y soluciones a sus problemas ya
8 Mir. Ausc., 83.
9 Par. Flor., 58.
10 Pol., VI, 45, niega que la constitución cretense pueda parangonarse con la espartana, tal y como
han sostenido otros autores anteriores, entre los que menciona a Eforo, Jenofonte, Calístenes y Platón,
para pasar a afirmar a continuación, VI, 46 que “en este país (Creta) el lucro inmoral y la estafa han arrai­
gado tanto, que de todos los hombres sólo entre los cretenses no hay ganancia que resulte infame” (tra­
ducción de M. Balasch, Biblioteca Clásica Gredos). Un ejemplo concreto de la consideración que los cre­
tenses le merecen a Polibio lo encontramos en el episodio de la captura de Aqueo en Sardes, VIII, 15-21.
Al respecto véanse nuestras consideraciones en Gómez Espelosín (1992).
11 Recuérdese que sus ciudades apenas habían prestado apoyo en la guerra contra los persas y
durante la guerra del Peloponeso se había mantenido prácticamente al margen, dividida en sus lealtades u
uno y otro bando.
236 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

endémicos encontraron en la isla lejana, pero próxima y familiar al mismo tiempo,


un referente apropiado a esta clase de preocupaciones.

Esparta
El caso de Esparta es semejante al de Creta, si bien en este caso no existía el
pasado glorioso que se atribuía a la isla ni se daban tampoco los referentes de carác­
ter religioso que afectaban a aquella. Realmente nunca llegó Esparta a convertirse
del todo en una tierra fabulosa, como quizá sí lo fue Creta, al menos en un primer
momento en que se la vinculaba con esas leyendas que hacían de sus bosques y
montañas las moradas adecuadas de ninfas y dioses y un terreno propicio para ges­
tar individuos dotados de características especiales como los ya mencionados Cara-
manor y Epiménides. Sin embargo la incluimos en nuestro repertorio a causa de la
idealización de que fueron también objeto dentro de la propia Grecia su forma de
gobierno y su sistema de organización social, convirtiéndose en el modelo teórico y
referencial de una buena parte de la intelectualidad crítica ateniense que buscaba
alternativas al caduco sistema democrático que empezaba a dar por entonces, finales
del V a. C y principios del IV, síntomas evidentes de descomposición12.
Este no es ciertamente el lugar adecuado para tratar ni siquiera de pasada acerca
de la naturaleza de la constitución y las leyes espartanas o de la mayor o menor
correspondencia existente entre la representación que de ellas se tuvo en estos
medios filolaconios atenienses y la realidad histórica efectiva13. Tan sólo pretende­
mos señalar la existencia de un caso claro de idealización dentro del espacio propia­
mente griego, reducido una vez más al terreno de la constitución y el ordenamiento
político, ya que la cercanía y buen conocimiento que se tenía del país en el resto de
la Hélade impedían del todo el convertir Esparta en una tierra fabulosa dotada de
otra clase de condiciones que no fueran aquellas debidas a la sola acción del hom­
bre, y en concreto de un sólo hombre sabio como era el mítico legislador Licurgo a
quien se atribuía la creación de esta constitución ideal14. De hecho las costumbres
espartanas y en especial su sistema educativo, se convirtieron en uno de los tópicos
habituales en los tratados políticos y se aplicaron incluso estas supuestas costumbres
e instituciones a las sociedades utópicas diseñadas ya en otra parte, fuera del orbe
helénico, por considerar que dicha legislación respondía a las necesidades y exigen­
cias de una comunidad asentada sobre unas bases sólidas que garantizasen la armo­
nía interna y la continuidad frente a las disputas constantes y el estado de debilidad
permanente a que se veía abocado el sistema político existente15.
12 Al respecto, Pozzi (1991).
13 Una visión sinóptica reciente la tenemos en MacDowell (1986), donde se hallará citada la biblio­
grafía anterior pertinente al caso.
14 Remitimos para todo ello a las célebres obras de Ollier (1933-1943) y Tigerstedt (1965-1978).
Dawson (1992), 21 y ss.
LA HELADE IDEAL 237

La victoria espartana sobre Atenas en el 404 al final de una larga contienda


reforzó las expectativas puestas en su sistema por parte de todos aquellos que ya
antes habían comenzado a mirar con ojos críticos las debilidades y carencias de la
democracia ateniense. La superioridad de las instituciones laconias se ponía ahora
de manifiesto de manera contundente. Las costumbres existentes en la ciudad lace-
demonia sobre la vida familiar y el sistema de propiedad constituían la base del
éxito espartano en opinión de portavoces tan señalados de las filas filolaconias
como Critias o Jenofonte, que alababan también otra clase de prácticas de tipo
colectivista como la institución de los comedores comunes - las célebres syssitiai- o
la comunidad de bienes, extendida incluso a las mujeres e hijos, que como es bien
sabido, constituía uno de los rasgos definitorios del estado utópico y era al tiempo
una de las costumbres que se destacaban de forma especial en las descripciones
etnográficas de los pueblos bárbaros que la practicaban16.
La derrota posterior de Esparta y su pérdida de hegemonía rebajaron sin embar­
go de forma sensible las pretensiones idealizadoras de los filolaconios que habían
llegado incluso a plasmar en formulaciones utópicas abstractas como las de Faleas
de Calcedonia las cualidades del sistema espartano17. Sus valedores se limitaron
entonces a proponer como modelo a imitar la disciplina moral espartana, tal y como
hizo Jenofonte, o la validez universal de su sistema político basado en la constitu­
ción mixta -mikté politeia- que constituía una forma intermedia entre los polos
opuestos de la democracia y la oligarquía, reuniendo y seleccionando las virtudes
inherentes a ambos sistemas18. Esparta fue por tanto también en este caso origen de
un proceso de especulación política que dio lugar a un espacio ideal desde el punto
de vista constitucional y organizativo que constituía la referencia modélica a imitar.
Sin embargo, una vez más también, la Esparta que servía de modelo referencial era
en buena medida un país irreal, producto de la ficción filosófico-política de los
medios socráticos, que desencantados de la democracia ateniense y traumatizados
además por los terribles sucesos que desembocaron en la condena a muerte del
maestro, buscaban desesperadamente un punto de anclaje algo más real que las
meras especulaciones utópicas donde poder depositar sus expectativas e ilusiones de
una sociedad mejor y más sabia.

Atenas
Dentro del proceso de idealización de las tierras griegas, Atenas ocupa lógica­
mente un lugar destacado. Con la consolidación de la democracia y la victoria sobre

16 Al respecto, Rosellini y Said (1978) y Dawson (1992), 18 y ss..


17 Faleas fue posiblemente un oscuro sofista, discípulo de Trasímaco de Calcedonia que estuvo acti
vo a finales de la guerra del Peloponeso. Véase, Lana (1950).
18 Al respecto véase la obra de Aalders (1968).
238 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

los persas, la polis del Atica se convirtó en una de las potencias de la Hélade, orgu-
llosa de un pasado, que cada vez se magnificó más para darle esplendor y grandeza,
y consciente de su superioridad sobre las demás ciudades del Egeo a las que fue
además sometiendo de forma progresiva a su dominio a través de la ficción político-
propagandística de la liga ático-délica. Ya en los trágicos griegos se pone de mani­
fiesto este proceso de idealización que afecta incluso a su paisaje, poco agraciado en
la realidad a la vista de las campiñas feraces de otras tierras y sus caudalosos ríos
que faltaban por completo del escenario ateniense. El paisaje del Atica se convierte
sin embargo en un objeto de poesía que recalca sus virtudes acentuando quizá más
los aspectos emotivos que se desprenden de su contemplación para quien arriba
hasta ellos provisto de un ánimo favorable a ello.
Encontramos de esta forma pasajes tan significativos como el célebre coro del
Edipo en Colono de Sófocles, donde a las delicias paisajísticas se vienen a sumar las
evocaciones religiosas que otorgan al escenario unas características excepcionales,
muy por encima de una realidad más prosaica, que sirve de lugar de acogida al
desafortunado héroe de la saga tebana
En este país de buenos caballos, extranjero
has alcanzado la mejor morada de la tierra,
el blanco Colono, donde
el melodioso ruiseñor
con más frecuencia trina
en lo hondo de los verdes valles,
entre la oscura hiedra
y la inviolable enramada
de muchos frutos del dios,
protegida del sol y de los vientos
de todas las tempestades; por donde
el báquico Dioniso anda
a menudo en compañía de
sus divinas nodrizas.

Y florece siempre cada día


bajo el rocio del cielo
en hermosos racimos el narciso,
en antigua corona de las dos grandes diosas,
y el azafrán de reflejos de oro.
Aquí no amenguan las insomnes
aguas vagas de la corriente
del Cefiso, sino que siempre
cada día viene a fecundar
a prisa con su pura agua
LA HELADE IDEAL 239
los llanos de la tierra extensa.
Y no aborrecen a esta comarca
los coros de las Musas ni
Afrodita la de riendas de oro
Una cosa hay aquí tal la que yo
no oí que en la tierra de Asia
ni en la gran isla dórica de Pélope
jamás creciera, una planta
indomable que de sí misma rebrota,
terror de las lanzas enemigas,
que sobre todo crece en esta tierra,
el olivo de glaucas hojas,
nutridor de nuestros hijos,
al cual ni joven ni viejo
destruirá por su mano con violencia.
El ojo vigilante de Zeus
protector de los olivos
siempre le guarda, y también
Atenea la de ojos de lechuza.
Y otra alabanza tengo que decir,
la mejor, de nuestra tierra madre,
don de un gran dios y mi mayor orgullo:
¡ que es de buenos caballos, de buenos potros,
buena en el mar.
Oh hijo de Cronos tu en tal honor
la asentaste, soberano Posidón,
al hacer por vez primera en este país
el freno que doma a los caballos;
y el admirable remo de buen bogar,
ajustado a nuestras manos,
brinca veloz por el mar
en pos de las Nereidas de cien pies19.
De todo el texto se desprende una imagen de una tierra bendecida y protegida
por los dioses que la han proporcionado ventajas aparentemente nimias como el
olivo pero cuya posesión le rinde no pocas ventajas y la diferencia del resto de la
Hélade, en particular de Esparta y de Jonia, a las que alude el poeta en una de las
estrofas. No faltan por otro lado los habituales elementos que infunden una sensa­
ción de placidez con las alusiones a los verdes valles, a los muchos frutos del dios, a

19 Edip. en Col., 668-719. (Traducción de Mariano Benavente Barreda, col. Hernando).


240 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

las comentes de agua o al trino de los pájaros. Una imagen en suma idílica que
retrata un lugar del Atica pero en cuyas intenciones globales se descubre un proceso
de idealización mucho más amplio que abarca a toda la región ateniense, favorita de
los dioses, que la han visitado a menudo y muestran su favor hacia ella con dones
fundamentales como el olivo, el freno de los caballos o el remo marino.
La conciencia ateniense de la autoctonía hacía remontar hasta el mítico Erecteo
su linaje y enlazaba de esta forma su país con la edad primigenia de los dioses que
frecuentaban esta tierra. Esa es la visión que se desprende de otro coro trágico, esta
vez de la Medea de Eurípides20.
Los hijos de Erecteo desde antiguo fueron prósperos e hijos de dioses felices,
de una tierra santa y no devastada, nutridos de la sabiduría más ilustre, caminando
siempre con soltura por el resplandeciente éter, en donde, una vez, dicen que las
santas Piérides, las nueve Musas engendraron a la rubia Armonía
Y cuentan que Cipris, alcanzando las bellas corrientes del Cefiso, difunde
sobre su tierra las auras dulces y suaves de los vientos y que siempre, ceñidos sus
cabellos con una corona perfumada de rosas, envía a los Amores como compañe­
ros de la sabiduría, colaboradores de toda virtud.
¿Cómo la ciudad de los ríos sagrados, la tierra acogedora de los enemigos te
va a recibir a ti, la asesina de sus propios hijos, la impura entre las impuras?

El coro con su mensaje de alabanza de la tierra del Atica pretende persuadir a la


maga de la Cólquide para que no busque refugio en la ciudad a la vista del terrible
crimen cometido ya que no resultaría apropiado para una tierra dotada de tales cua­
lidades que había sido desde sus orígenes un lugar visitado por los dioses el acoger
a un ser que ha cometido tamaño crimen21. El Atica se había convertido por tanto en
un lugar escogido por los dioses que habían elegido dicha región ya en tiempos anti­
guos que ni siquiera alcanzaban la memoria de los propios atenienses tal y como
señala Platón en el Timeo, dentro del relato mítico de Critias, a causa de que
la buena mezcla de las estaciones que se daba en ella podría llegar a producir los
hombres más prudentes 22.

Un mito el de la autoctonía que constituía uno de los rasgos fundamentales en


las señas de identidad ateniense y que servía al tiempo para encumbrar la tierra del
Atica sobre todas las demás a causa precisamente de este carácter primigenio y
sagrado23.
20 Med., 824-855. (Traducción Alberto Medina González, Biblioteca Clásica Gredos).
21 Ya en en Esquilo, Eumen., 869, aparece la idea de Atenas como la tierra más querida de los dioses.
22 Tim., 24 d
21 Sobre la autoctonía ateniense, que no puede ser ni mucho menos tema a tratar en este espacio,
puede verse el libro de Loraux (1981), 35 y ss.; Rosivach (1987) y Tyrrell y Brown (1991), 138-144.
LA HELADE IDEAL 241

Si la idealización mítica queda reducida en buena medida en opinión de Tucídi-


des, que aporta bien distintas razones para la continuidad de la población en el Atica
como la pobreza de su suelo que desviaba la atención de los invasores24, no ocurre
lo mismo con la política tal y como podemos apreciar bien en el célebre discurso
fúnebre pronunciado por Pericles que el mismo historiador recoge en el libro II de
su Historia25. Atenas, considerada la ciudad más autárquica de todas, poseía una
constitución que en nada envidiaba a las de los demás sino que era incluso modelo a
imitar por ellos. Los atenienses disfrutaban de la igualdad de derechos así como de
las ventajas materiales y espirituales que dicha situación comportaba, ya que a la
ciudad arribaban toda clase de productos. Sus ciudadanos se preparaban para la gue­
rra sin agobios y siempre sabían adoptar el curso adecuado de las acciones en el
momento preciso. Atenas podía considerarse por ello la auténtica escuela de toda la
Hélade, pues
cada ciudadano de entre nosotros podría procurarse en los más variados aspectos
una vida completísima con la mayor flexibilidad y encanto26.
La tierra ideal de los orígenes, bendecida con la presencia divina que la había
elegido por morada, se transforma ahora en un producto mucho más reciente, obra
de la acción de los hombres que han sabido laborar con sus empresas un pasado glo­
rioso y un presente digno de toda envidia donde puede conseguirse una vida com­
pleta en todos los aspectos. Atenas presenta así, en la visión de Tucídides, puesta en
boca de Pericles, la imagen clara de un estado ideal que permite realizar al ser
humano todas sus potencialidades, sin merma alguna del desarrollo paralelo de
todos sus semejantes27.

Jonia
La Grecia de Asia, en particular la parte central de su banda costera, Jonia, fue
sin duda también objeto de cierta idealización dentro del imaginario helénico. Su
situación en la desembocadura de fértiles valles fluviales proporcionaba de entrada
un paisaje bien diferente al de las ásperas tierras de la Hélade continental, donde los
cursos de agua no abundaban precisamente y no podía hablarse con frecuencia de la
frondosidad de su vegetación. Jonia gozaba además de un clima temperado que a
los ojos de los griegos representaba el punto intermedio ideal entre el frío del norte
y los calores del sur. Ya Heródoto se hizo eco de esta posición privilegiada pues los
jonios
24 Tuc., I, 2.
25 Tuc., II, 35-47.
26 Tuc., II, 41. (traducción de Antonio Guzmán, Alianza).
27 Canfora (1988), 43-51.
242 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

...han acertado a erigir sus ciudades en la zona que goza de un cielo y un clima
más favorable pues ni las regiones situadas más al norte ni las del sur tienen unas
condiciones semejantes a Jonia28.
En esta misma situación insiste el desconocido autor del célebre tratado hipo-
crático Sobre los aires, aguas y lugares ahondando en su caso algo más en las razo­
nes profundas que explican esta posición privilegiada:
Afirmo que Asia es muy distinta de Europa en la naturaleza de todos los pro­
ductos de la tierra y, también, en la de sus hombres. Efectivamente, en Asia todo
es más hermoso y mayor; el país está más cultivado y el carácter de sus habitantes
es más dulce y sosegado. La causa de esto es la mezcla de las estaciones......en
efecto ni está excesivamente abrasada por el calor ni se reseca a causa de la
sequía y la falta de agua, ni sufre la violencia del frío, ni resulta húmeda y empa­
pada a consecuencia de las muchas lluvias y la nieve. Naturalmente las cosechas
son abundantes allí, tanto las nacidas de semillas, como las de plantas que ofrece
la tierra de por sí misma........los animales que allí crecen son magníficos como
cabe esperar y, sobre todo, paren mucho y alimentan muy bien a sus crías. Los
hombres son robustos, muy hermosos de aspecto, muy altos y muy poco diferen­
tes entre sí en aspecto y estatura. Naturalmente, esa situación es muy parecida a la
primavera, por su propia naturaleza y por la templanza de las estaciones29.

Un cuadro en suma que se corresponde en buena medida con el esquema ideal


de las tierras fabulosas, donde la prosperidad y la fertilidad del suelo se corresponde
con la belleza y talla de sus habitantes.
La pujanza de toda la zona en el período arcaico pudo en cierto modo haber con­
tribuido también a esta visión idílica del país, cuyas ciudades fueron además pione­
ras en tantos campos de la cultura griega. El lujo de sus habitantes era proverbial
entre los del continente que llegaron incluso a tacharles de cierto grado de afemina-
miento oriental que amenzaba seriamente con menoscabar su condición esencial de
griegos. El paso de la región bajo la órbita del imperio persa y el ascenso imparable
de las póleis del continente como Atenas o Esparta debió relegar a un segundo
plano las cualidades climáticas, paisajísticas y ambientales que habían hecho de
toda esta región uno de los lugares privilegiados de la geografía helena, en abierto
contraste sobre todo con las ventajas menos contundentes que en este terreno ofre­
cía el viejo solar continental. Las razones ideales se trasladaron entonces, como ya
hemos visto, a otra clase de instancias en las que por encima de la acción de una
naturaleza no excesivamente generosa se exaltaban las virtudes y capacidades del
hombre para forjar dentro de ella una sociedad perfecta.

2" Hdt., I, 142.


n Sobre aires, anuas v lugares, 12. (traducción de J.A. López Férez, Biblioteca Clásica Gredos).
LA HELADE IDEAL 243

Arcadia
La idealización de Arcadia como escenario bucólico parece sin duda un fenóme­
no tardío que muchos atribuyen a Virgilio y que no habría tenido precedentes ante­
riores en el campo de la literatura griega30. Sin embargo, con independencia de que
existiera o no una Arcadia bucólica anterior en la tradición helénica, bien fuera
antes o después de Teócrito31, lo cierto es que esta región central del Peloponeso
ofrecía a los ojos griegos un interés particular relacionado con la antigüedad primor­
dial de sus habitantes que se reclamaban descendientes de la estirpe heroica más
antigua de todas. Situada en el centro del Peloponeso, rodeada de altas montañas y
con un suelo que tenía una elevación también mayor que la de los territorios veci­
nos, se hallaba en una posición marginal y aislada que pudo en alguna medida haber
contribuido a su extrañamiento y magnificación dentro de la conciencia helénica. Su
territorio daba cabida a lugares que adquirieron ciertas connotaciones siniestras den­
tro de la leyenda griega como la laguna Estigia, que era considerada sagrada y
manaba de ella un agua mortal, o la de Estinfalo, donde habitaban las terribles aves
carnívoras que hubo de aniquilar Heracles en uno de sus trabajos, o el monte Eri-
manto, donde moraba también el terrible jabalí al que el héroe hubo de dar caza.
Era además una tierra que los dioses habían elegido para su nacimiento como
era el caso de Zeus en el monte Liceo, Poseidón en la fuente Ame, donde Rea le dió
a luz, o Hermes, que cuando nació fue lavado por las ninfas de los montes junto a
las tres fuentes, el lugar denominado Tricrena. Se decía incluso que en una de sus
fuentes, en la denominada Olimpíada, era donde había tenido lugar la batalla de los
dioses contra los gigantes. Arcadia era también la tierra natal del misterioso Pan, un
dios de los pastores cuya mitad inferior tenía forma de macho cabrío que provocaba
el pavor en los mortales con su grito estridente. Dada la condición montañosa y bos­
cosa de su territorio era también tierra de osos y lobos, una fauna que tuvo igual­
mente una incidencia especial en las leyendas produciendo extrañas historias como
la de Licaón, convertido en lobo tras haber sacrificado a un niño recién nacido en el
altar de Zeus y haber derramado como libación su sangre, o la de Calisto, hija del
mencionado Licaón que fue metamorfoseada en osa y convertida más tarde en una
constelación astral32.
30 Así lo cree Snell (1965), 395 y ss. Sin embargo no eran de esta opinión Wilamowitz que piensa a
su vez que pudo haber existido una Arcadia anterior que habría sido el modelo del poeta latino, cf. Cris­
tóbal (1980), 483-484 en donde se halla un estado de la cuestión al respecto.
31 Reitzenstein (1893), 132 y ss. defiende la existencia de un modelo de Arcadia bucólica anterior a
Teócrito. Jachmann (1952), defiende por el contrario que habría existido una bucólica Arcadia anterior a
Virgilio pero no a Teócrito. C f recientemente, Bauzá (1993), 195 y ss.
32 La mayoría de las noticias sobre los mitos y leyendas asociados con Arcadia se encuentran funda­
mentalmente en el libro VIII de la Geografía de Estrabón y en el correspondiente a la Periégesis de Puu-
sanias, que es casualmente también el libro VIII. Remitimos por tanto a ellos de forma general con el
objeto de aliviar la carga de notas puntuales a la hora de reforzar cada una de las referencias que apure
cen en el texto.
244 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

Sus habitantes eran también considerados los más antiguos entre los griegos y a
una de sus ciudades, Licosura, se la tenía por la más antigua de todas las ciudades
humanas. A este carácter primordial y primigenio se unía la buena fama que se
habían ganado sus gentes por el humanitarismo y hospitalidad de sus costumbres así
como por el respeto y veneración que practicaban hacia todo lo divino, según nos
refiere Polibio, que era originario de la región. La ley obligaba a los niños a acos­
tumbrarse desde la infancia a entonar himnos y peanes con los que glorificaban a
los héroes y dioses del país, y los jóvenes se entrenaban al son de la flauta y practi­
caban danzas con las que obsequiaban más tarde a los demás ciudadanos en el tea­
tro. Esta obsesión por la música no era sin embargo el ejemplo de un modo de vida
idílico a la manera de los paisajes ideales relacionados con la edad de oro. Por el
contrario, según nos explica el mismo Polibio, la práctica de la música tenía como
objetivo principal paliar y suavizar la dureza y severidad de la naturaleza del país,
amansando de este modo la rudeza fundamental de su espíritu33.
La importancia de Arcadia en la leyenda griega fue por tanto considerable y
buena prueba de ello es el hecho de que la región figure en un lugar destacado den­
tro del complejo mítico sobre los orígenes de Roma que se desarrolló sobre todo a
comienzos del imperio, gracias a Virgilio y Dionisio de Halicarnaso34. Según el
mencionado historiador, Arcadia era la cuna de todas las grandes familias heroicas y
era por ello el lugar adecuado al que mitógrafos y poetas acudieron en busca de
refrendos legendarios con que dar lustre a los humildes orígenes de la ciudad del
Lacio35. La importancia que el tema arcádico adquirió en estos momentos se debió
en buena medida a los deseos propagandísticos de enraizar en suelo griego los orí­
genes romanos, pero sin duda no partían de cero en esta postura. Probablemente
también resultaron determinantes en esta posición preeminente de Arcadia algunos
otros factores como el lugar dominante de la región dentro de la leyenda griega;
algunos rasgos sobresalientes de su paisaje como los antes mencionados; algunos
fenómenos de carácter maravilloso que empezaban a ser tema de los tratados para-
doxográficos muy en boga en el período helenístico, como el monte Cilene con sus
mirlos blancos o el río Aroanio con sus peces que cantaban como tordos; la extrañe-
za evidente de algunos de sus cultos como los del Zeus Liceo al que todavía en
época macedonia se le hacían sacrificios humanos; el primitivismo proverbial de sus
gentes, a las que se había catalogado ya desde Heródoto como “comedores de bello­
tas”36; el escaso nivel de urbanización con muy pocas ciudades destacables ya que
vivían fundamentalmente en aldeas; y la buena fama de que gozaban sus habitantes,
a la que aludía Polibio, algunos de los cuales habían ya figurado entre los modelos
ideales de constitución y justicia, como era el caso de los de Mantinea37. Arcadia
33 Pol., IV, 20-21.
34 Baladié (1980), 295.
35 Dion. Hal., I, 61. Véase al respecto Bayet (1920).
36 Hdt., I, 66.
37 Hdt., IV, 161.
LA HELADE IDEAL 245

impresionó sin duda a los griegos por todos estos motivos y si bien no podemos
considerarla una tierra fabulosa con plenos derechos a causa de razones tan eviden­
tes como la proximidad geográfica y el reducido impacto político que tuvo dentro
del panorama helénico, siempre debió ser considerada como un lugar especial, mis­
terioso y fascinante, con una geografía imponente, llena de evocaciones míticas, y
unas leyendas antiquísimas que debieron dar que pensar a más de uno. Quizá no es
pura casualidad el que alguien como Pausanias reconsidere su postura crítica sobre
las leyendas griegas, a las que consideraba al comienzo de su obra como tonterías,
precisamente a raíz de su exposición de las leyendas relativas a esta región de Gre­
cia y adopte ante ellas una actitud mucho más reflexiva y considerada38.

Sicilia
La isla de Sicilia fue también objeto de idealización dentro del imaginario griego
a pesar de su temprana entrada dentro del horizonte helénico con las primeras fun­
daciones coloniales en el siglo VIII a. C. que terminaron convirtiéndola en una parte
más de pleno derecho de la Hélade. La isla contaba con rasgos geográficos sobresa­
lientes que pudieron coadyuvar a esta idealización temprana por parte de los prime­
ros navegantes en la forma de una tierra fabulosa en aguas del lejano occidente. El
imponente volcán del Etna atrajo sin duda las miradas asustadas de todos los que
arribaban a sus proximidades, prestos a situar en sus fauces algunos de los más
siniestros terrores de la mitología griega como el monstruoso Tifón o el gigante
Encélado, sepultados allí tras su fracasada contienda contra los dioses olímpicos.
También el estrecho de Mesina que la separa del sur de Italia pudo contribuir a este
proceso, pues el peligro que supone para los navegantes y los animales marinos que
rondan en sus proximidades debió alentar la fantasía y el miedo de los marineros y
convertir pronto aquellos parajes en un tema más de fabulación donde situar mons­
truosas bestias a la manera de las homéricas Escila y Caribdis. Por fin la riqueza y
feracidad de su suelo, que alentó enseguida el deseo de asentamiento, propició tam­
bién el surgimiento de algunas leyendas que tendían a situar en la isla la patria de
divinidades agrícolas como Deméter o la morada de gigantes rudos y salvajes al
estilo de los Cíclopes que apenas sabían utilizar de manera civilizada la enorme
riqueza que estaba a su alcance.
Este proceso de mitificación no fue sólo el resultado de la fabulación marinera
de aquellos primeros navegantes griegos que llegaron hasta sus costas. Una vez ya
instalados en ella y constituidas las primeras póleis en el seno de la isla, se sintió la
necesidad acuciante de dotar a este nuevo territorio de un pasado venerable dentro
de la saga helénica con el fin de cimentar en sólidas bases el nuevo patriotismo grie­
go que comenzaba a surgir en estas regiones. Algunas localidades como Enna recla­
38 Paus., VIII, 8, 3.
246 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

maban para sí la gloria de haber sido el lugar de nacimiento de Deméter, otros dio­
ses como Afrodita y Hefesto empezaron también a gozar de una relación privilegia­
da con la isla, y por último algunos de los principales héroes de la saga griega hicie­
ron del lugar un escenario más, a veces privilegiado, de sus aventuras, como es el
caso de Dédalo y Minos e incluso de Heracles39. A pesar de que la isla no aparece
como tal mencionada en los poemas homéricos, muy pronto se comenzó a situar en
ella una buena parte de las aventuras marinas de Odiseo y empezaron así a adquirir
relevancia dentro de la tradición mitológica griega algunos de los lugares de su
entorno como las islas Lípari, el estrecho de Mesina, o el Etna. Ya Tucídides identi­
fica a la isla con la mítica Trinacria, la isla consagrada al Sol, donde éste albergaba
sus ganados guardados por sus dos hijas Faetusa y Lampetia, que fue visitada por
Odiseo y avistada al menos por los Argonautas40. Una identificación que sin duda
refleja en buena medida el nivel de idealización mítica al que la isla había sido
sometida y en cierta forma también el éxito de la misma cuando era claramante
reconocida por un griego del continente sin vinculaciones directas con ella como era
el caso del historiador ateniense.
No fue ajena a este deseo de idealización de la isla la actividad de algunos de los
tiranos de la misma que fueron objeto del canto encomiástico de poetas como Pín­
daro o Baquílides por su triunfo en los juegos panhelénicos. La exhaltación de la
isla como tierra elegida de los dioses se correspondía con la gloria inmortal que
alcanzaba el vencedor. Sicilia es así en la poesía pindárica “fecunda en rebaños” o
la isla
que el señor del Olimpo, Zeus, concedió a Perséfona! Le prometió con un movi­
miento de su melena que, excelente por la feracidad de su suelo, ensalzaría a la
fértil Sicilia por las opulentas cumbres de sus ciudades41.
A veces incluso recrea en tomo al Etna un paisaje de características infernales
que recuerdan de forma metafórica la topografía del Hades
...el nivoso Etna, columna del cielo, peremne nodriza de punzante nieve. Vomitan
sus entrañas purísimos veneros de fuego inaccesible; sus ríos vierten de día un
requemado flujo de humo, mas en la oscuridad una roja llamarada voltea rocas
con estrépito hasta la honda llanura de la mar42.
La incorporación de Sicilia dentro de la órbita griega y la creciente importancia
que adquirieron las ciudades asentadas en su suelo no impidió sin embargo que la
39 En general sobre la significación mítica de Sicilia, Bérard (1963), 303 y ss. Sobre la importancia
de Sicilia en la saga de Heracles, Jourdain-Annequin (1992). Sobre la significación de estos mitos para la
identidad helénica de los habitantes de la isla, de la misma autora (1988-1989).
40 Tuc., VI, 2, 2. Esta designación fue también utilizada por los poetas helenísticos como Teócr.,
Util, XXVIII, 18 y Calím., Him., III, 57.
41 Pind., Nem. I, 13-15. (traducción de P. Bádenas y Alberto Bernabé, Alianza)
n Pind., Pit. I, 20-25. Sobre el paisaje pindárico, Steiner (1986), 87-98.
LA HELADE IDEAL 247

isla permaneciera dentro de una cierta nebulosa en un horizonte lejano y próximo al


mismo tiempo que no facilitaba un conocimiento generalizado de la misma. Esta
situación de incertidumbre e ignorancia acerca de las exactas condiciones de la isla
se puso de manifiesto a la hora de emprender la célebre expedición contra ella
durante la guerra del Peloponeso. La mayoría de las gentes de Atenas desconocían
casi todo sobre Sicilia, según Tucídides:
la mayor parte de ellos desconocía la extensión de la isla y que el número de sus
habitantes era considerable, fueran griegos o bárbaros, así como que emprendían
una guerra de importancia no inferior a la que estaban sosteniendo contra los
peloponesios43.
El mismo historiador alude a su antigua población, los cíclopes y los lestrigones,
tema que ha sido objeto de la atención de los poetas, poniendo en evidencia cómo la
atribución de estas poblaciones míticas a la isla era ya un tema que venía desde anti­
guo y constituía ya en su tiempo un tema bien conocido que le parecía innecesario
tratar. Quizá las tradiciones míticas relativas a Sicilia sustituían así en la mentalidad
popular griega del continente de aquellos momentos cuaquier otra noticia sobre la
isla, a pesar de los frecuentes contactos y del cúmulo de informaciones que aquellos
habían significado a lo largo de la historia más reciente.
Fue sin embargo la acción mitificadora de los historiadores del occidente griego,
en particular de Timeo muy posiblemente, la que rodeó la isla de toda esta aureola
fabulosa, tratando de sistematizar en un orden coherente las viejas tradiciones que
quizá de forma mucho más sumaria y alusiva remitían a la isla como escenario de
las grandes hazañas heroicas44. Fue precisamente este historiador siciliano el que
indentificó también la isla con la mítica Trinacria, fundamentando su tesis en los
tres promontorios de la misma, y parece que hay que atribuir también a él la inven­
ción del paso de los Argonautas por ella, en lo que fue luego imitado por Apolonio
de Rodas, dotando así a su patria de un glorioso pasado mítico al figurar dentro de
una de las principales leyendas heroicas45.
Lo cierto es que Sicilia empezó a ocupar un lugar relevante dentro de la tradi­
ción de los relatos maravillosos, conocida como Paradoxografía, según se comprue­
ba en el tratado más célebre del género que ha llegado casi íntegro hasta nosotros, el
denominado Mirabiles Auscultationes que fue atribuido a Aristóteles46. Sicilia fue
incluso el tema central de algunos otros autores como Ninfodoro de Siracusa que

43 Tuc. VI, 1. (traducción de Antonio Guzmán, Alianza).


44 Eco de estas corrientes es muy posiblemente el pasaje de Diodoro dedicado a la isla, V, 2-6 donde
las viejas tradiciones son ordenadas y sistematizadas con el objeto de constituir un relato coherente.
« Cf. Escol. a Apol. Rhod., IV, 971. Delage (1930), 245-246.
46 Sobre la importancia del elemento mítico en la historia de Timeo, Pearson (1987), 53 y ss. Tam­
bién Vattuone (1991), 303 y ss. Sobre los posibles ecos de Timeo en el tratado pseudoaristotélico, Oel’fc
ken (1892), 83 y ss.
248 F. J a v ier G óm ez E spelosín

escribió un tratado sobre las cosas asombrosas de la isla o Polemón que dedico una
obra a sus ríos asombrosos47. Por fin la isla se convertirá también a comienzos del
período helenístico en el escenario natural idílico de los pastores de Teócrito, cons­
tituyendo una prefiguración de lo que más tarde, en una formulación mucho más
estereotipada y artificiosa, será el locus amoenus de la poesía bucólica latina48. La
nueva estética helenística que tendía a idealizar una naturaleza cada vez más lejana
del tráfago y confusión de las grandes urbes que empezaban por entonces a ser
norma en los modos de vida generales se hallaba sin duda en la base de tales estere­
otipos49, pero no hay que descartar tampoco en modo alguno que el poeta fuera
especialmente sensible a la belleza del paisaje de su tierra natal o se sintiese atraído
por la tradición legendaria en este sentido que había hecho de su isla una tierra fabu­
losa, protegida de los dioses, frecuentada por los héroes y la cuna de una brillante
historia que la había aupado muy temprano a los primeros lugares dentro del pano­
rama helénico.

Otros lugares
Dentro de la geografía griega existieron también otros lugares que si bien no
podemos catalogar como tierras fabulosas en el sentido más global del término, sí
gozaron por otra parte de un status particular en la imaginación helena. Este podría
ser el caso de la isla de Lemnos, que ocupó siempre una posición especial dentro de
las leyendas griegas. La condición volcánica de la isla y los gases que desprendía
favorecieron la ubicación en ella del culto del dios Hefesto, que según la leyenda
habría ido a caer allí cuando Zeus le arrojó desde el Olimpo al tratar de defender a
su madre Hera50. Allí le acogieron los sintios, nombre que otorga Homero en este
mismo pasaje a los habitantes prehelénicos que habitaban la isla, calificados en la
Odisea como “de lengua salvaje”51. La isla aparece asociada al ciclo de los Argo­
nautas donde los héroes encuentran una sociedad regida tan sólo por mujeres, dado
que habían asesinado a sus maridos a causa de su alejamiento por el mal olor que
Afrodita les había enviado por haber descuidado su culto. En esta isla es también
abandonado Filoctetes cuando por causa de una mordedura de serpiente la herida de
su pie exhalaba un hedor insoportable. La imagen de Lemnos, tal y como aparece en
el Filoctetes de Sófocles, presenta un alto grado de idealización que nada tiene que
ver con la realidad aparente de aquellos momentos. Como ha señalado Bemand, el
47 Sobre estos autores, Giannini (1964) y nuestra introducción acompañada de la traducción de sus
fragmentos en Paradoxógrafos griegos, Biblioteca Clásica Gredos (en prensa).
48 Al respecto véase, Schonbeck (1962).
49 HuguesFowler(1989), 23yss.
50 II., I, 590-594. Sobre la naturaleza de Hefesto y su asociación con este escenario, Burkert (1985),
167-168.
M Od„ VIII, 294.
LA HELADE IDEAL 249

poeta trágico subordina toda la descripción a dos elementos fundamentales, como el


“desierto” que rodea al abandonado héroe y la condicion liminal de los márgenes en
la que el joven Neoptólemo lleva a cabo su aprendizaje52. El paisaje de la isla se
transforma de este modo en un escenario adecuado que permita expresar al máximo
la desesperada soledad del protagonista.
Sin embargo la elección del mismo no era casual y probablemente Sófocles
contó en su favor con la tradición legendaria que hacía de la isla un lugar extraño e
inquietante, que al igual que Sicilia unía la fertilidad de su suelo, capaz de dar aco­
gida a una población numerosa, a elementos naturales mucho más alarmantes como
su naturaleza volcánica con el temor consiguiente que despertaba esta circustancia
en un medio como la cuenca del Egeo, no desacostumbrado precisamente a esta
clase de riesgos. Estas condiciones naturales, unidas a la naturaleza no griega de su
población original53, hicieron de la isla el lugar adecuado donde situar, dentro de un
horizonte geográfico relativamente familiar, algunas de las leyendas que por su con­
dición requerían un espacio extraño y marginal, donde su existencia podía ser fácil­
mente admitida sin demasiados miramientos.
Otra isla que también gozó de una posición particular fue Eubea, cuyas especia­
les condiciones físicas la convirtieron en tema central de debate de la especulación
geográfica griega54. Aunque situada muy cerca de los centros de poder como Atenas
o Beocia, la isla presentaba ciertas condiciones excepcionales como las corrientes
contrarias del Euripo que tanto interesaron a la ciencia griega, desde Aristóteles a
Eratóstenes, la actividad sísmica de su suelo, las fuentes termales y una serie de
fenómenos sosprendentes como los ríos Cereo y Neleo que producían lanas de dis­
tintos colores en el ganado que abrevaba en ellos, o la piedra que se hila y se teje de
las cercanías de Caristo, la riqueza en mármol, o la llanura de Lelanto que albergaba
una mina de naturaleza extraordinaria donde se daban al unísono el cobre y el
hierro55.
Resta por fin considerar la isla de Cerdeña, que si bien no se integró del todo
dentro del ámbito helénico fue también objeto de cierta fabulación, tal y como apa­
rece descrita en una breve digresión del libro X de la Periégesis de Pausanias56. La
isla era considerada fértil y bien poblada, semejante en tamaño y prosperidad a las
más celebradas. Su historia mítica fue seguramente también tema de interés de los
historiadores de occidente, y de Timeo en particular, que dotaron a la isla de un

52 Bemand (1985), 108 y ss.


53 En la isla se encontraron diferentes enterramientos de cremación que revelaban un material no
griego como hachas y cuchillos de hierro y un tipo de cerámica muy parecida al bucchero etrusco, pueblo
con el que por cierto se relacionaba ya en la antigüedad la isla como patria original del este pueblo itáli­
co, cf. Della Seta (1927).
54 Al respecto, Aujac (1994).
55 Las distintas referencias, procedentes de Estrabón pueden hallarse en el artículo antes menciona­
do de Aujac (1994).
« Paus., X, 17.
250 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

pasado notable griego con la expedición de Aristeo, hijo de Apolo y Cirene57. Las
condiciones geográficas de la isla, con montañas casi inaccesibles en su interior y
profundos barrancos, y una costa desprovista de buenos puertos que facilitaran la
llegada de navegantes, contribuyeron seguramente también a este proceso de extra­
ñamiento. Pausanias dice que el aire que allí se respira es turbio y malsano a causa
de la sal cristalizada y del viento del sur, circustancia que no favorecía ni mucho
menos el acercamiento y población de la isla. Sin embargo se hallaba desprovista de
serpientes y de plantas venenosas con excepción de una que provocaba la muerte a
quien la probaba en medio de risas. Esta última circustancia así como la característi­
ca particular de sus cameros cuyos cuernos se enroscaban por encima de las orejas,
apunta a la condición “paradoxográfica” de la isla, que a lo que sabemos figuró
como tema en esta clase de literatura a causa de sus peculiaridades58. La isla era
además poco conocida dentro del ámbito helénico, tal y como señala el mismo Pau­
sanias, que justifica de este modo su digresión al respecto, y sin duda esta circustan­
cia contribuyó de igual manera a que Cerdeña figurase como una tierra extraña y
perdida, en los confines del territorio de la Hélade, con todas las posibilidades casi
intactas para proceder a la fabulación de la misma, si bien esta misma cercanía
impedía otorgarle cualidades más extraordinarias.

57 Pearson (1987), 66-68. Ya Biante proponía a los jonios que partieran y colonizaran Cerdeña, la
mayor de las islas, donde vivirían felices y ejercerían su dominio sobre otros. Cf. Hdt., I, 170.
,K Así aparece en el tratado pseudo aristotélico del Mirabiles Auscultationes, 100, donde se habla de
Ins extrañas construcciones de la isla, atribuidas a Yolao, del antiguo nombre de Ichnusa a causa de su
lomia, muy parecida al contorno de la huella humana y de la labor agrícola de Aristeo, que supo sacar
punido tle su fertilidad a pesar de que se hallaba ocupada previamente por unas aves de gran tamaño. La
iiolu política final que alude al dominio cartaginés de la isla remite posiblemente a un contexto siciliano
di’l período, quizá a comienzos del siglo III a.C. en que griegos y púnicos luchaban por la hegemonía en
iiqucUns legiones del Mediterráneo. Seguramente hay que atribuir el origen de la noticia a Timeo.
FABULACIONES UTOPICAS

Dentro de una relación de las tierras fabulosas que circularon a lo largo de la lite­
ratura griega ocupan un lugar destacado aquellas fabulaciones de carácter esencial­
mente utópico en las que se diseñaba un país completamente imaginario aunque
situado en los confines de la geografía real que servía de escenario a una sociedad
perfecta. En más de un caso son simples rememoraciones del mito de la edad de oro
al que se han venido a añadir ciertas formulaciones teóricas más elaboradas y del que
han desaparecido casi por completo las connotaciones religiosas y especialmente
aquellas de cariz escatológico que tanta relevancia tenían en mitos como el de las
islas de los Bienventurados. A diferencia de esta clase de fabulaciones, de carácter
tradicional y difícilmente atribuíbles en su creación a un estrato determinado de esta
misma, las que aquí nos proponemos considerar tienen su origen en una formulación
individual obra de un autor concreto. Son la obra de autores como Platón, Teopom-
po, Evémero o el misterioso Jámbulo, que en un momento determinado decidieron
adoptar un tipo de relato de esta naturaleza para dar forma a su visión de una socie­
dad ideal, si bien las intenciones finales de unos y otros son bien distintas. Lo que en
Platón no era quizá más que la trasfiguración al terreno mítico de un discurso políti­
co más general sobre la misma Atenas, que fue luego parodiado con cierta compla­
cencia en Teopompo, en Evémero y Jámbulo, que escriben ya dentro del todo del
período helenístico, en el que parece que tuvo cierta relevancia esta clase de literatu­
ra utópica impulsada por la presión y el agobio de los nuevos tiempos1, responde
posiblemente a otra clase de motivaciones que tienen que ver más con el deseo de
cambio hacia una sociedad mejor o el simple deseo escapista de un mundo imperfec­
to, entreveradas eso sí de ciertas aspiraciones filosóficas muy al uso de los tiempos2.

La Atlántida
Sin duda el primer lugar de esta clase de fabulaciones utópicas lo ocupa la cele­
bérrima Atlántida de Platón. El relato pseudohistórico que el filósofo presenta a lo
1 Sobre la importancia de las utopías en esta época, Mosse (1969); Ferguson (1975), 122 y ss.; Aul»
ders (1975), 64 y ss. y Green (1990), 382 y ss.
2 Dawson (1992), 160 y ss.
252 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

largo de su diálogo incompleto el Critias y anticipó en algún modo en el Timeo, ha


tenido, como es bien sabido, una honda repercusión en todos los terrenos3. No es
este el lugar adecuado para analizar el tan discutido producto de la imaginación pla­
tónica. Tan sólo nos proponemos aquí destacar aquellos rasgos de la utopía platóni­
ca que sintonizan de forma clara con el esquema fundamental de lo que hemos veni­
do considerando una tierra fabulosa.
La Atlántida según Platón se hallaba situada en una isla delante de las columnas
de Heracles, de un tamaño superior a Africa y Asia juntas4. Las características de la
isla resultan ya de entrada sorprendentes. El centro de la misma estaba ocupado por
una llanura “que se dice que era la más bella de todas y de buena calidad” y a su vez
en el centro de ésta había una montaña baja en la que habitaba Evenor, nacido de la
tierra, que vivía allí con su esposa Leucipe. Ambos tuvieron una hija, Clito, que al
morir sus padres se unió a Poseidón, a quien la isla había correspondido a la hora
del reparto del mundo entre los distintos dioses5. El dios remodeló la isla de forma
que pudiera proteger a su esposa, aislando la colina central por medio de una serie
de anillos altemos de tierra y mar, todos ellos a la misma distancia. La isla resultaba
así del todo inaccesible ya que no había por entonces ni barcos ni navegación. Dotó
además a la isla de dos fuentes, una de agua fría y otra de agua caliente, e hizo qiffc
surgiera de la tierra alimentación variada y suficiente para sus habitantes. Engendró
a continuación cinco generaciones de gemelos varones y dividió la isla en diez par­
tes, entregando la casa materna al mayor de ellos y haciéndole a su vez rey de los
demás.
La estirpe de Atlante, que así se llamaba el rey principal, fue numerosa y distin­
guida y se mantuvo a lo largo de muchas generaciones. Poseían abundantes rique­
zas y disponían de todo lo necesario sin necesidad de salir de la propia isla, a pesar
de que también les llegaban productos de todas partes gracias a su imperio. La isla
en efecto producía metales como el oricalco, el más valioso de todos con excepción
del oro, y sus bosques les proporcionaban madera abundante y servían para dar
también cobijo a un número suficiente de animales domésticos y salvajes, incluido
el elefante, “que es por naturaleza el más grande y el que más come”. La isla pro­
ducía así mismo toda clase de fragancias y alimentos, en sus diversas especies,
como legumbres, aceites y frutas, y todo ello en una cantidad ilimitada. A esta
pujanza y prosperidad de la naturaleza correspondía la magnificencia y boato de
los edificios que los Atlantes habían construido. El palacio central era asombroso
por la grandeza y belleza de sus obras, pues cada uno de los que lo habían ocupado
había tratado de superar a sus predecesores. Levantaron puentes en los anillos de
mar que ponían en comunicación unas zonas con otras y rodearon el palacio con

1 Dentro de la amplísima bibliografía al respecto y dejando de lado aquellos desafortunados intentos


de localización de la mítica isla, un cómodo resumen de todo el tema puede hallarse en Gilí (1980)
4 Tim., 24 e
5 Crii., 113 c y ss.
FABULACIONES UTOPICAS 253

una muralla provista de puertas y torres. Las piedras utilizadas eran de colores
diversos como blanco, negro y rojo, y con ellas construyeron también sus casas
combinando los colores para solaz de su vista. La muralla exterior la recubrieron
de hierro y el interior con casiterita fundida y oricalco “que poseía unos resplando­
res de fuego”.
El palacio, que se hallaba situado dentro de la acrópolis, tenía en su centro un
templo inaccesible consagrado a Clito y Poseidón que estaba rodeado por una valla
de oro. Hasta allí llegaban todos los años los frutos de la estación en forma de ofren­
das desde las diez regiones en que estaba dividida la isla. Un templo de Poseidón,
de dimensiones enormes, se hallaba cubierto de plata salvo en las cúpulas que lo
estaban de oro. Su decoración interior, con el techo de marfil, estaba compuesta de
plata, oro y oricalco y presentaba por tanto a la vista una apariencia multicolor. Las
paredes, columnas y pavimento eran también de oricalco. Albergaba una imagen de
oro del dios que tocaba el techo con la cabeza a causa de su altura y otras muchas
estatuas, ofrecidas como exvoto por los particulares. Alrededor del templo se halla­
ban también estatuas de oro de todos aquellos que habían pertenecido a la familia de
los diez reyes así como otras muchas que provenían de los otros reyes de las regio­
nes que estaban bajo su dominio.
El resto de las construcciones guardaba proporción y magnificencia con el tem­
plo. Así era el palacio y una serie de edificaciones que hicieron alrededor de las
fuentes. Levantaron también cisternas al aire libre y cubiertas para los baños calien­
tes y ordenaron todas ellas de forma conveniente. Las había reales, privadas, públi­
cas, unas para mujeres y otras incluso para los caballos y animales de tiro. Canaliza­
ron estas corrientes de agua hacia el bosque de Poseidón, donde se hallaban árboles
múltiples y variados, de belleza y altura sobrenatural, y hacia los círculos exteriores
de la isla. Allí construyeron también templos, jardines y gimnasios, unos para los
hombres y otros para los caballos. La importancia de los mismos se confirmaba por
la existencia de un hipódromo en el centro de la isla mayor, donde los caballos
podían competir con libertad. Los guardianes vivían en las casas de alrededor en
una aproximación al centro que resultaba proporcional a la fidelidad de los mismos
hacia el rey, siendo los más destacados en este terreno los que habitaban en el inte­
rior mismo de la acrópolis junto a los reyes. Los astilleros se encontraban llenos de
trirremes y toda la zona del puerto estaba llena de barcos y comerciantes llegados de
todas partes que proporcionaban un continuo bullicio y actividad a esta parte de la
ciudad.
La llanura donde la ciudad se hallaba emplazada estaba rodeada de montañas,
que superaban por su número, grandeza y belleza a todas las que hay ahora y que
tenían en ellas muchas ricas aldeas de vecinos, ríos, lagos y prados, que daban ali­
mento suficiente a todos los animales, domésticos y salvajes, bosques variados en
cantidad y especies que proveían abundantemente para todas y cada una de lus
obras.
254 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

La propia llanura tenía casi la forma de un cuadrilátero rectangular recorrido por


canales que servían para transportar los productos de las montañas hacia la ciudad.
Recogían además dos cosechas, la de invierno con las aguas de la lluvia, y la de
verano con las corrientes que producía la tierra conducidas luego a través de los
canales mencionados. Toda la región se hallaba dividida en distritos que estaban a
su vez asignados a diferentes jefes, encargados de proveer en caso de guerra un con­
tingente de tropas determinado. Los reyes se regían por medio de las disposiciones
de Poseidón y las leyes de los primeros reyes que figuraban por escrito en una
columna de oricalco que estaba guardada en el templo de Poseidón en el centro de
la isla, donde tenían lugar reuniones cada cinco y seis años respectivamente para
honrar por igual los períodos de tiempo pares e impares. Realizaban unos sacrificios
particulares con un toro, mediante los cuales garantizaban la legitimidad de los jui­
cios y tenían el mandamiento de no atacarse unos a otros y ayudarse en caso de que
alguien tratara de destruir la estirpe real.
Esta potencia se mantuvo largo tiempo en pie en tanto la naturaleza divina de la
que eran partícipes desde su origen predominó sobre el carácter humano.
Poseían pensamientos verdaderos y grandes en todo sentido, ya que aplicaban
la suavidad junto con la prudencia a los avatares que siempre ocurren y unos a
otros, por lo que, excepto la virtud, despreciaban todo lo demás, tenían en poco
las circustancias presentes y soportaban con facilidad, como una molestia, el peso
del oro y de las otras posiciones. No se equivocaban, embriagados por la vida
licenciosa, ni perdían el dominio de sí a causa de la riqueza, sino que sobrios
reconocían con claridad que todas estas cosas crecen de la amistad unida a la vir­
tud común, pero que con la persecución de la honra y los bienes exteriores, éstos
decaen y se destruye la virtud con ellos6.
Con este predominio del factor humano, la raza de los atlantes se pervirtió y
alcanzaron un nivel de desvergüenza y soberbia por lo que fueron castigados por
Zeus, quien tras una derrota a manos de la primitiva Atenas, que consiguió por sí
sola impedir el avance expansionista del imperio atlántico, provocó un violento
terremoto y a continuación un diluvio que hicieron desaparecer la isla hundiéndola
en el mar7.
El relato platónico contiene, como vemos, casi todos los elementos que caracte­
rizan a una tierra fabulosa. Su ubicación oceánica, que en principio la ponía fuera
del alcance de los hombres al no existir entonces navegación alguna, constituía la
base de su aislamiento, reforzado más tarde por la obras que Poseidón llevó a cabo
mediante la construcción de los anillos concéntricos de tierra y mar que rodeaban la
colina central. Una condición que aparece más adelante confirmada con la erección

6 Crit., 120 e -121 a (traducción de Francisco Lisi, Biblioteca Clásica Gredos). Esta misma traduc­
ción se ha venido utilizando a lo largo de todo el texto.
7 Tim., 25 c-d.
FABULACIONES UTOPICAS 255
de una muralla tan imponente que seguía preservando la seguridad de la parte cen­
tral de la isla aun cuando ya afluían hasta sus puertos toda clase de gentes debido al
creciente imperio de los atlantes. La feracidad de la naturaleza era sin duda otra de
las características que adornaban esta tierra, pues tanto la llanura como las montañas
que la rodeban producían toda clase de bienes naturales, de forma que permitían
mentener a la ciudad atlántica una existencia completamente autárquica, que con
independencia de los productos que afluían desde el exterior a causa de su imperio,
se encontraba bien provista de todo lo necesario. La tierra atlántica producía igual­
mente todos los productos preciados, tanto minerales, como el celebrado oricalco,
como aromáticos, y todo ello en una belleza y cantidad ilimitadas.
Sin embargo también la acción humana ha modelado el paisaje, contribuyendo
de forma decisiva a su belleza y productividad. Consiguen así dos cosechas anuales
gracias a las labores de irrigación de la llanura principal a través del sistema de
canales que recorre toda ella. Han construido jardines y bosques que adornan y
complementan los dones divinos como las dos fuentes de agua con que Poseidón
dotó en un principio a la isla. Los fastuosos palacios, los imponentes templos y las
agradables casas particulares de diversos colores constituyen un escenario ideal en
el que las realizaciones humanas se corresponden a las bendiciones de la naturaleza
en una armonía difícilmente superable. Los baños, tanto de invierno como de vera­
no, y los gimnasios dotan a sus habitantes de toda clase de confort y comodidades
en medio de una vida aparentemente desprovista de problemas y penalidades. Se
rigen además por leyes justas y bien establecidas que remiten en su origen al orde­
namiento divino dispuesto por Poseidón, auténtico patrono de la isla. Todos los ele­
mentos en suma de una tierra de utopía a la manera de la mítica Esqueria, la patria
de los feacios, también consagrada a Poseidón, con la que mantiene evidentes para­
lelos8, si bien se han introducido otra clase de consideraciones e intereses que hacen
de la fabulación platónica un complejo diferente al de las viejas utopías épicas.
El mito platónico de la Atlántida no es efectivamente una fabulación sin más
pretensiones que la de encantar a un auditorio con el ensueño de una tierra lejana y
fabulosa. Como bien ha señalado Vidal-Naquet no podemos aspirar a entender
dicho relato si no es en conexión con la historia primitiva de Atenas que se dibuja
en paralelo a la descripción del continente perdido9. Su relato aparece de hecho a
caballo entre dos diálogos, el Timeo, donde se expresa una parte de la física platóni­
ca, y el Cridas, y es por tanto pertinente del todo a las intenciones que subyacen a
uno y otro sin que resulte posible entenderla fuera de sus respectivos contextos
narrativos y filosóficos. Platón ha elaborado un modelo que le permite por un lado
poner en práctica, discursiva al menos y dotada de una realidad aparente, el estado
ideal diseñado en la República que acaba de resumir por boca de Sócrates al

8 Así lo destacó en su día Pallotino (1952), aunque se excedió en sus consideraciones al introducir
su relación con Creta. Cf. Vidal-Naquet (1983).
9 Vidal-Naquet (1983), 319. Gilí (1980), XVII y ss.
256 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

comienzo del Timeo, y por otro, contrastar por medio de esta alegoría política los
problemas que la propia sociedad ateniense ha ido experimentando a lo largo de su
evolución política desde un estado autóctono, protegido por los dioses y basado
sobre todo en su buen ordenamiento interior, hacia un poder imperialista, basado en
la potencia de sus naves que ha terminado por fin abocándola al desastre10.
No provoca extrañeza el éxito obtenido por el mito platónico si tenemos en
cuenta la capacidad fabuladora del filósofo que ha sabido además en este caso dotar
a su historia de todos los ingredientes realistas adecuados que le permitan esperar el
ser aceptada como un relato real. Un primer refuerzo narrativo con el que cimentar
la aparente veracidad de la historia consiste en trasferir la responsabilidad última del
relato a la figura de Solón, consagrado por aquel entonces como uno de los poetas
sabios de la Hélade, y remitir en última instancia las fuentes del mismo nada menos
que a Egipto, cuyas tradiciones empezaban a ser consideradas ya desde hacía tiem­
po como la garantía de la sabiduría y la antigüedad primordial11. Ha desplegado
además a lo largo de todo el relato toques realistas como la mención del elefante, un
animal enorme pero real en definitiva que le permite ilustrar de forma óptima las
capacidades extraordinarias de que disfrutaba la tierra de los atlantes sin tener que
recurrir a ningún tipo de animales fabulosos, teniendo en cuenta que el susodicho
paquidermo representaba todavía en el mundo griego una criatura extraña y curiosa
por aquel entonces12. Toda la historia se mueve dentro de los límites de lo posible y
sólo el diseño demasiado esquemático y regular de las distintas construcciones per­
mite sospechar que nos hallamos ante una muestra evidente de uno de tantos esque­
mas utópicos o ciudades ideales que por aquel entonces se habían hecho frecuen­
tes13. Sin duda en el relato de Platón habían influido de forma poderosa descripcio­
nes como las de Heródoto sobre algunas de las capitales persas y en particular Ecba-
tana, dispuesta en círculos concéntricos, o la mítica Babilonia, cuyas fortificaciones
espectaculares pudieron también haber inspirado en buena parte la imagen platónica
de la ciudad de los atlantes14. Incluso es posible que la perfecta red de canalizacio­
nes que garantizaba el transporte y el riego de la llanura tuviera su origen en los sis­
temas de canalización existentes en oriente. Sin embargo, y aun constatando el peso
decisivo que pudieron haber tenido todas estas influencias a la hora de configurar el
cuadro de esta tierra ideal, sometida también al declive hesiódico de la degeneración
de las razas, el resultado final es la obra de una imaginación prodigiosa como la de
Platón que supo aunar en un solo cuadro elementos tan diversos, consciente además
de la importancia que para la recepción de su relato tenía la intromisión de elemen­
tos reales y su presentación legitimada por una tradición venerable como la egipcia.
i° Leveque y Vidal-Naquet (1964), 134 y ss.
11 Joly (1982) y Brisson (1987).
12 Romm (1989).
13 Leveque y Vidal-Naquet (1964), 123 y ss.
14 Hdt., I, 98 (Ecbatana) y 178 (Babilonia). Ya Friedlander (1954) y Bidez (1945), lanzaron la idea
de que la Atlántida platónica es tan sólo una trasposición ideal del Oriente y del mundo persa.
FAB ULACIONES UTOPICAS 257
A pesar de que sus intenciones últimas se hallaban limitadas por el contexto narrati­
vo, político y filosófico en el que el mito aparece, el encanto otorgado al mismo ha
sido tal que su historia ha traspasado con creces aquellas primeras premisas15.

La Merópide
Otra fabulación semejante, que quizá debemos entender como una parodia de la
Atlántida platónica, es la que el historiador Teopompo incluyó dentro de sus Histo­
rias Filípicas, de la que tenemos noticia gracias al resumen que nos ha trasmitido
Eliano dentro de sus Historias variadas16. Sileno relataba al rey frigio Midas la
existencia de un continente enorme situado en el exterior del mundo conocido y por
tanto más allá del océano que rodea las tierras de la ecúmene. En él habitaban seres
cuya talla era el doble de la habitual entre los mortales y que vivían una vida dos
veces más larga. Contaba con numerosas y grandes ciudades y la forma de vida de
sus gentes y las leyes por las que se regían eran completamente opuestas a las que
operaban en el mundo de este lado del océano.
El relato concentraba su atención en dos de las muchas ciudades que ocupaban
el suelo de este inmenso continente exterior. Una de ellas, denominada Piadosa,
representaba la versión extraoceánica del viejo mito de la edad de oro. Sus habitan­
tes vivían en paz y en medio de una gran opulencia, obtenían los frutos de la tierra
sin necesidad de recurrir al trabajo agrícola con el arado y los bueyes. Siempre
gozaban de buena salud y estaban protegidos de todas las enfermedades. Al final sin
embargo, parece que su vida acababa, si bien esto sucedía en medio del gozo y la
satisfacción. La justicia caracterizaba todo su proceder y los dioses les visitaban a
menudo, quizá a la manera en que los etíopes o los hiperbóreos recibían las periódi­
cas visitas de Poseidón o Apolo.
La otra ciudad, denominada Belicosa, presentaba sin embargo un cariz bien dife­
rente. Sus habitantes eran muy combativos, se hallaban continuadamente en armas y
guerreaban sin cesar sometiendo a los pueblos limítrofes. La causa de muerte más
habitual era por tanto la guerra, bajo los golpes de garrotes o de piedras, ya que eran
invulnerables al hierro. A pesar de que poseían en abundancia oro y plata, no tenían
ninguna estima por estos metales pues el oro era considerado entre ellos más vil de
lo que el hierro es entre nosotros. Su afán expansionista les llevó incluso en una
ocasión a emprender la travesía del océano y a intentar la conquista del mundo habi­
tado que se hallaba al otro lado. Sin embargo renunciaron pronto a su objetivo cuan­
do tras haber arribado a la tierra de los hiperbóreos supieron que esta raza era consi­
derada la más afortunada y feliz entre los hombres, pues consideraban despreciables
15 Sobre la geología y geografía del mito atlántico como refuerzos de su aparente credibilidad, Ste-
wart (1970), 416-420.
'6 V.H., III, 18. Sobre esta fabulación, Rhode (1914), 219-222, Lana (1951), Aalders (1978) y
Pédech (1989), 180-183.
258 F . J a v ier G óm ez E spelo sín

las ventajas que podrían conseguir con su expedición si aquellas gentes que a sus
ojos vivían una vida miserable ocupaban la primacía en la consideración de los
hombres.
Por fin en el relato se menciona la existencia de unos hombres llamados Méro-
pes, que habitaban numerosas y grandes ciudades, pero apenas nos refiere nada
acerca de los mismos. Sí llama su atención en cambio la existencia de un lugar muy
particular, situado en los confines de su territorio, al que denominaban “Sin retomo”
( ’ A v o c tto s1) que tenía la forma de una sima enorme. Todo el lugar estaba bañado
por una especie de media luz, rojo turbia, a medio camino entre la luminosidad y las
tinieblas. Discurrían por allí dos ríos en cuyas riberas crecían unos árboles enormes
que producían sus correspondientes frutos. Aquellos que se hallaban en las orillas
del río denominado de la Pena tenían como resultado que quien los probaba pasaba
toda su vida en medio de llantos y lamentos hasta que le llegaba el momento de su
muerte. Por el contrario, si alguno probaba los del otro río, el del Placer, veía cesar
de inmediato toda clase de deseos y pasiones hasta sumirse en una especie de dulce
olvido. Además, los mismos frutos tenían la propiedad de rejuvenecer de forma pro­
gresiva a quien los probaba, haciéndole recorrer las diferentes etapas de la vida en
sentido inverso hasta que, una vez devuelto de nuevo al estado germinal inicial, el
sujeto en cuestión desaparecía del todo.
Tal es el relato que Eliano de forma más o menos resumida y reelaborada ha
recogido en su obra. No tenemos por tanto ninguna garantía de que en la obra origi­
nal de Teopompo figurase de esta misma forma, con mayor detallismo evidente­
mente, sin que hayan influido de modo determinante los propios intereses narrativos
de Eliano, ni tampoco de que no hayan variado de forma sustancial los polos de
interés al pasar de una obra a la otra. Esta historia figuraba al parecer incluida den­
tro del libro VIII de sus Filípicas en el que abundaban los relatos maravillosos y las
digresiones de todo tipo17. Por ello es muy probable que su finalidad no fuera en
principio otra que la de divertir por medio de una fábula más en la que se detectaban
evidentes ecos de otras obras anteriores como la ya referida Atlántida platónica18 y
quizá algunas otras del mismo tipo que desconocemos por no haber llegado hasta
nosotros, pero cuya popularidad se pone de manifiesto en las burlas manifiestas de
que fueron objeto en la comedia antigua19.
Nos encontramos para empezar con ciertas incoherencias. A partir del resumen
de Eliano no queda muy claro si los Méropes era el nombre con el que designaba a
todos los habitantes del continente, o bien si por el contrario se trataba de un pueblo
diferente, uno más de los muchos que habitaban en aquel inmenso territorio. A la
vista de dicho resumen da la impresión que el centro de atención principal en la

17 Al respecto, Giannini (1964), 102- 104, Pédech (1989), 174 y ss., y Shrimpton (1991), 15-22.
18 Así lo señaló ya Rohde (1914), 220-221 y en esta misma dirección fueron también Gisinger en su
correspondiente artículo de la Pauly Wissowa, (1931) y Laqueur (1934).
19 Véase más adelante.
FABULACIONES UTOPICAS 259
obra original de Teopompo lo constituía sobre todo la dualidad existente entre las
dos ciudades principales, Piadosa y Belicosa, así como el contraste manifiesto entre
las formas respectivas de vida de una y de otra. De hecho parece que al autor sólo le
interesaba destacar del fabuloso continente su situación extraoceánica, una circus-
tancia que abría un campo privilegiado para la libre fabulación, especialmente a la
vista de las nuevas teorías y conocimientos que postulaban la existencia de esta
antiecúmene20, y las características excepcionales de sus habitantes, lógicamente en
consonancia con una localización que les ponía fuera de la órbita de las condiciones
estrictamente humanas sin que ello supusiera que podía tratarse de una raza diferen­
te a la de los humanos. Eran por tanto las condiciones que reinaban en las dos ciuda­
des mencionadas las que ocupaban la parte central del relato de Teopompo y quizá
con ello eran también objeto de una mayor extensión.
Por su parte, el detalle final concerniente al lugar denominado “Sin retomo”
parece que obedece fundamentalmente al deseo de incluir en la narración el inevita­
ble elemento paradoxográfico que queda bien ilustrado en la existencia de los dos
ríos con propiedades bien diferentes. No se olvide además que el susodicho lugar se
hallaba situado en los confines de la tierra de los Méropes, una localización más que
adecuada para situar un lugar semejante si tenemos en cuenta que más allá de la
misma no existía nada -de ahí el nombre que recibía- y por ello podría pensarse que
se trataba de un lugar con ciertas connotaciones escatológicas donde la forma de
muerte podía adoptar vertientes bien distintas en consonancia con la ribera elegida.
Sus intereses por lo maravilloso son bien manifiestos, dado que el libro VIII pudo
haber circulado en solitario como tratado paradoxográfico21, y por ello no resultaría
demasiado aventurado afirmar que Teopompo no renunció a la posibilidad de añadir
a su fábula político-paródica de las dos ciudades un elemento adicional de estas
características, que en buena lógica debía situar en los confines.
Parece probable que la parte central de la historia concentrase toda la intenciona­
lidad moral o satírica de nuestro autor, pues es en ella donde se detectan las reminis­
cencias literarias más evidentes y resultan más comprensibles las alusiones paródi­
cas. Como ya anticipamos, toda la descripción sobre la vida en la ciudad Piadosa
constituye una clara trasposición de la edad de oro, situada ahora en una clara ubica­
ción geográfica. Las demandas de los nuevos tiempos y los nuevos géneros, más
cuando se trataba de otorgar cierto grado de verosimilitud a la historia expuesta,
exigían sin duda ciertas adaptaciones. Por su parte, la ciudad Belicosa constituye un
ejemplo claro de parodia política no reñida al parecer con las mismas pretensiones
de verosimilitud a tenor del detalle numérico- sus habitantes no eran menos de dos
millones- un dato relevante, dado el grado de mortandad que esta raza sufría a causa

2° Moretti (1990).
21 Así lo sostuvo Laqueur (1934), col. 2212 y más tarde Jacoby, FGrHist II D, 365. Sobre los frag­
mentos de naturaleza paradoxográfica de Teopompo, véase nuestra traducción en Paradoxógrafos grie­
gos, Biblioteca Clásica Gredos (en prensa).
260 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

de las continuas guerras. Su invulnerabilidad al hierro es también un elemento que


puede ser interpretado bajo esta perspectiva de verosimilitud si tenemos en cuenta
que esta condición les obligaba a morir de forma más bestial, sometidos a los golpes
de maderas y piedras, una circustancia que se compadece mal con un mundo de
características extraordinarias. La abundancia de oro y plata y su escasa valoración
son seguramente otro indicio claro de esta postura irónico- crítica de nuestro autor
con respecto a la beligerante villa del poderoso continente exterior. Por fin, su
renuncia a la conquista del mundo habitado a causa de las escasas perspectivas que
se les auguraban tras su visita inicial a la tierra de los hiperbóreos, un lugar que
estaba considerado habitualmente entre los paraísos utópicos, representa el punto
más elevado de este clímax irónico al reducir prácticamente a la nada las pretensio­
nes humanas de felicidad y abundancia que se concretaban en la imagen de aquellas
lejanas tierras septentrionales comparadas con la realidad opulenta del continente
exterior que ya tenían a su alcance. Sin duda que otra clave de lectura bien pudiera
ser también la de convertir en ridiculas las expectativas de una cultura esencialmen­
te guerrera como era aquella, ya que llegado un momento las ansias de expansión no
tienen ya ningún objeto ya que los posibles nuevos dominios no representan ganan­
cia alguna con relación a lo que ya se posee. Su horizonte quedaría de este modo
reducido a la progresiva exterminación mutua a lo largo de las guerras sucesivas
que irían librando entre sí estos nuevos atlantes.
Esta es una lectura. Pero quizá tampoco debemos descartar que la tan cacareada
influencia cínica en la obra del historiador de Quíos haya afectado de forma seria
los postulados e intenciones latentes en esta fábula22. La vida de los hombres de
Piadosa podría en efecto reflejar también el ideal cínico de justicia y piedad con la
visita frecuente de los dioses a sus continuas fiestas. En esta misma dirección cabría
entender también la eliminación de las pasiones que el río de la Pena proporcionaba
a quienes probaban el fruto de los árboles que crecían en sus orillas23 y desde luego
se explicaría también desde esta misma perspectiva el rechazo de la invasión del
mundo habitado por parte de los guerreros de Belicosa, al comprobar que la vida
que los hiperbóreos llevaban, feliz pero tranquila y austera, no respondía a sus
expectativas de riqueza y no presagiaba por tanto nada bueno si aquellos eran consi­
derados los más afortunados entre los hombres.
Lo más probable es que en la intención de Teopompo se combinasen diversos
factores que hacían de este relato un elemento adecuado al conjunto del libro en el
que estaba inscrito, un libro, el VIII como ya se ha repetido dedicado por completo
a los Mirabilia. Su deseo manifiesto de divertir al lector con digresiones y relatos de
esta índole se complementaba bien con intenciones más filosóficas o morales entre
las que cabe quizá señalar su oposición al esquema ideal platónico y ciertos ecos de

22 La influencia del cinismo fue señalada en su día por Hirzel (1892). Rohde (1893), lo rechazó de
plano, quizá en forma demasiado radical.
23 Pédech (1989), 182.
FABULACIONES UTOPICAS 261

las nuevas enseñanzas cínicas, arropado todo ello en un nuevo tipo de discurso
como era la fábula maravillosa de naturaleza utópica que iba a encontrar algo más
tarde en el período helenístico cierto número de seguidores. En suma, un cuento
fantástico no desprovisto de intenciones irónicas, como parece probar el que el por­
tavoz de la historia sea un personaje tan singular como Sileno, muy adecuado para
una perspectiva semejante24, que en la medida que podemos valorarlo a través del
resumen de Eliano, no renunciaba tampoco al planteamiento de ciertos problemas
morales25.

Panquea
El relato utópico más célebre de la literatura helenística es posiblemente el de
Evémero, un autor de finales del siglo IV a. C. y comienzos del III, que nos ha lle­
gado a través de las páginas de la historia de Diodoro26. Su fama a lo largo de toda
la Antigüedad fue considerable si tenemos en cuenta que fue traducida al latín por
Ennio y todavía en pleno siglo IV d. C. Lactancio era capaz de leer la versión origi­
nal de la misma27. La forma literaria escogida para su narración fue al parecer la
del relato de viajes, que por aquel entonces empezaba a desarrollarse como género,
auspiciado seguramente por la estela dejada por las conquistas de Alejandro. Según
sabemos por el propio Diodoro, Evémero, que emprendió largos viajes bajo las
órdenes del rey Casandro, en uno de ellos llegó hasta unas islas situadas en el océa­
no meridional, al sur de las costas de Arabia, de donde parece que había partido en
su navegación, una de la cuales llevaba por nombre Panquea28. Evémero al parecer
describió su visita a la isla en una obra que llevaba por título Sagrada Inscripción
('lepa ’ Avaypa(j)f|), centrando al parecer su interés en el culto religioso de sus
habitantes y en particular sobre la estela de oro existente en un templo de Zeus
donde se hallaban inscritas las hazañas de Urano, Crono y el propio Zeus. En ella
se ponía de manifiesto la curiosa teoría, que más tarde fue denominada a raíz de
24 Podría ser significativo a este respecto la sustitución de un personaje como Sócrates, principal
personaje y portavoz en los diálogos platónicos, por la figura de Sileno con quien como es sabido se le
comparaba e incluso se representaba a veces su figura con los rasgos de éste. El cambio operado en el
marco originario del relato, la discusión entre sofistas y personajes relevantes en los diálogos platónicos
y quizá en otra clase de literatura del género en que se ponían en boca de esta clase de personajes consti­
tuciones ideales, por una historia referida por Sileno al rey Midas, cuando fue capturado por éste, de vieja
tradición ya en la literatura y el arte antiguo, cf. Gantz (1993), 138, sería a este respecto bien indicativo
de las intenciones críticas y paródicas de Teopompo.
25 Según Aalders (1978), Teopompo habría pretendido presentar una imagen pesimista de la condi­
ción humana basada en una vida miserable que reposa al tiempo sobre el placer y el dolor.
26 Diod., V, 41-46, principalmente. Sobre nuestro autor, Vallauri (1956); Ferguson (1975), 102-110;
Braunert (1968), 54 y ss. y Bertelli (1982), 559-561.
27 Sobre su influencia en autores posteriores, Brown (1946).
28 Diod., VI, 1,4. Sobre la importancia de esta clase de literatura en este momento, Rohde (1914),
178 y ss.
262 F . J a v ier G óm ez E spelo sín

este autor precisamente evemerismo, según la cual los antiguos dioses habían sido
originariamente benevolentes y justos monarcas, deificados más tarde por sus agra­
decidos súbditos a causa de los beneficios que habían recibido de ellos durante su
gobierno29.
Sin embargo su relato incluía también la descripción de la isla principal y el
modo de vida de sus habitantes, que por constituir uno de los más claros ejemplos
de tierra fabulosa, es objeto de nuestra atención en estas páginas. La isla de Panquea
estaba habitada por gentes de origen autóctono además de otros extranjeros que
eran oceanitas, indios, escitas y cretenses. Una de sus ciudades, la más importante,
era Panara, que sobresalía de las demás por su prosperidad (eú8aip.ov[a) y era
también la única que se regía por sus propias leyes y no tenía rey (c u jtó v o ^ io l K ai
á (3 a o í\e u T o i). Cada año elegían tres magistrados que salvo en lo concerniente a la
pena capital emitían justicia sobre todos los demás asuntos. Sin embargo aquellos
temas de mayor importancia los remitían a los sacerdotes que se hallaban en la cús­
pide de toda la organización político-social.
A escasa distancia de la ciudad se hallaba el templo de Zeus Trifilio, del que
eran considerados suplicantes los habitantes de Panara. El templo en sí, admirable
por su antigüedad, magnificencia y situación, se hallaba situado en medio de una
llanura cubierta con árboles de todas clases, incluidos aquellos que no tenían otra
finalidad que la de agradar la vista dado que no producían ningún tipo de frutos.
Toda la región circundante estaba provista de fuentes, pero destacaba en especial
una en las proximidades del recinto sagrado cuya magnitud daba incluso lugar a un
río por el que podían navegar los barcos. Gracias a él toda la llanura estaba cubierta
de densos bosques, donde pasaba su tiempo una gran cantidad de gentes durante el
verano que se deleitaban con los cánticos de los pájaros de todas las especies que
anidaban en aquellos. Había además jardines y praderas con plantas variadas y flo­
res que hacían del lugar una digna sede para los dioses del país. Los árboles produ­
cían de forma generosa sus frutos que servían así de alimento suficiente a los habi­
tantes de esta isla. Ello se complementaba con la plantación de numerosas viñas que
trenzadas entre sí y a gran altura proporcionaban una visión relajante sin más.
El escenario propio del templo no era menos imponente. Construido a base de
mármol blanco guardaba las proporciones adecuadas en anchura y tamaño. Estaba
sostenido por gruesas columnas, separadas por ingeniosos relieves que decoraban
los intervalos y en su interior albergaba magníficas estatuas de los dioses, destaca-
bles tanto por la calidad en su ejecución como por la magnitud de su tamaño. Hasta
el templo conducía una gran avenida a cuyos lados se alzaban grandes vasijas de
bronce sostenidas por bases cuadradas, que terminaba en las fuentes del río antes
mencionado. Sus aguas, extraordinariamente claras y dulces tenían además propie­
dades salutíferas. Sólo los sacerdotes, que habitaban alrededor del templo, tenían
29 Sobre el evemerismo, que no es el objeto de nuestra atención aquí, Graf (1993), 191-192. En este
sentido puede verse también Rusten (1982), 104 y ss. y Müller (1993a).
FABULACIONES UTOPICAS 263

permitido el acceso hasta la fuente que se hallaba rodeada de un costoso muelle de


piedra. Toda la llanura circundante había sido consagrada a los dioses en una buena
parte y con los ingresos que se obtenían de su explotación se sostenía la celebración
de sacrificios. Más allá de la mencionada llanura se alzaba una montaña elevada
consagrada a los dioses a la que denominaban “trono de Urano” u “Olimpo Trifilio”
y sobre la que los sacerdotes celebraban una vez al año un sacrificio con gran
solemnidad. Más allá de esta montaña y por el resto de Panquea había una innume­
rable multitud de animales de toda especie, desde elefantes, leopardos y gacelas a
otros muchos diferentes y admirables por su aspecto y ferocidad. Había también tres
importantes ciudades, el país era fértil en frutos y poseía gran cantidad de viñedos y
sus habitantes eran belicosos.
La constitución de la isla consistía básicamente en una división en tres castas. La
primera de ellas la componían los sacerdotes, que actuaban como líderes en todos
los asuntos referentes a la comunidad. La segunda la formaban los granjeros, encar­
gados de las labores agrícolas. Los productos obtenidos eran puestos a disposición
de la comunidad pero aquellos diez que hubieran realizado dichas labores de la
mejor manera eran recompensados como forma de estimular a los demás. La tercera
estaba compuesta por los soldados y los pastores, que a cambio de una paga protegí­
an a la ciudad los primeros, y entregaban las bestias criadas para el sacrificio los
segundos con una precisión y exactitud admirables. Todo era puesto en común, que­
dando reducida la propiedad privada a la posesión de una casa y un huerto, y eran
los sacerdotes los encaragados de la distribución equitativa de los bienes entre los
habitantes de la isla. Vestían además con tejidos suaves, dado que la lana de sus
ovejas se distinguía sobre todo por esta cualidad, y llevaban adornos de oro, como
collares, brazaletes y anillos, tanto los hombres como las mujeres. Los sa c e rd o te s
destacaban sobre los demás no sólo en su aspecto mucho más lujoso sino en la parte
que les correspondía de los bienes comunes, ya que recibían el doble de lo estableci­
do para los otros. A cambio sin embargo de tales privilegios, no se les permitía salir
fuera de los recintos sagrados e incluso se autorizaba a darles muerte si alguno era
capaz de encontrarlos fuera de esos límites.
La isla poseía además ricas minas de oro, plata, cobre, estaño y hierro, pero nin­
guno de ellos podía ser exportado fuera de ella. Había igualmente un gran número
de ofrendas a los dioses hechas de oro y plata, todas ellas de gran antigüedad. Los
umbrales del templo se habían construido también a base de estos mismos metales
junto con marfil y madera de cedro y además podían contemplarse maravillas tales
como el lecho del dios, enteramente hecho de oro y con gran magnificencia, y la
mesa del mismo que correspondía igualmente en calidad y prestancia. Por fin en el
centro del lecho se encontraba la inscripción de oro que con letras sagradas relataba
las hazañas de Urano y de Zeus, a las que más tarde fueron añadidas por Hermes las
de Artemis y Apolo.
Nuevamente no estamos en la mejor disposición para reconstruir de la fortnu
adecuada el relato original de Evémero a través del resumen, muy posiblemente reí"
264 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

laborado en alguna medida, que nos ofrece Diodoro30. Pero seguramente, a juzgar
por lo que podemos leer en las páginas de Diodoro, la intencionalidad de su obra era
ciertamente compleja. Existen algunos “desajustes” que desde luego impiden un
seguimiento secuencial de toda la historia. A pesar de que la forma literaria elegida
parece haber sido la del relato de viajes, entonces en boga, no queda clara a lo largo
de la narración diodorea la posición personal del autor -una circustancia que sí se
dará en cambio con el caso de Jámbulo (véase a continuación)-, ya que en momento
alguno se deja traslucir cual pudo haber sido el papel desempeñado por Evémero en
la isla, salvo el de mero testigo mudo de los acontecimientos. De cualquier modo,
parece evidente que en la obra se describía con cierto detalle un país de naturaleza
fabulosa en el que se entremezclaban elementos procedentes de la vieja tradición
helénica como la de las tierras de los bienaventurados, que además solían encontrar­
se en islas, pero que a veces se situaban en países de los confines como los etíopes.
Esta rememoración de deja ver en algunos de los paisajes idílicos que aparecen a lo
largo del relato como la llanura que rodeaba el templo de Zeus Trifilio o en la pre­
sencia originaria de los dioses que han dejado sus huellas en los monumentos prin­
cipales de la isla. Aparecen también en el relato huellas evidentes de las idealizacio­
nes bárbaras, que sobre todo durante el período helenístico cobraron especial fuerza
a través de autores como Hecateo de Abdera con respecto a Egipto o Megástenes
sobre la India. La moda egiptianizante se deja sentir sobre todo en la veneración
particular que merecen las viejas inscripciones que se hallaban depositadas en el
templo, escritas “en letras que los egipcios denominaban sagradas”, así como en la
influencia del modelo ideal de la sociedad egipcia que había empezado a circular
por entonces gracias a la acción de la propaganda tolemaica31, así como las nuevas
exigencias religiosas que hacían de la divinización del monarca uno de sus puntos
principales.
Sin duda también debieron intervenir en el diseño de la obra los modelos ideales
que desde el siglo V a. C. habían planeado los filósofos e intelectuales griegos en
busca de una forma de organización perfecta que viniera a sustituir a una cada vez
más enferma polis. El modelo platónico expuesto en la República con su división de
la sociedad en tres clases pudo en efecto haber tenido en este caso una incidencia
particular. Evémero sin embargo no construyó sólo un estado ideal sin más. Pan­
quea no es del todo un paraíso a pesar de la naturaleza casi idílica de su paisaje y las
ventajas que se desprenden para sus habitantes tanto por los dones que la naturaleza
les proporciona como por los beneficios que obtienen de la forma racional y justa de
gobierno por la que se rigen. Una parte del país se encuentra infestada de bandidos,
gentes sin ley y atrevidas que se hallan siempre a la espera de caer por sorpresa
sobre los desprevenidos granjeros. Es precisamente contra esta clase de peligro inte­
rior contra el que la clase de los soldados se apresta a proteger a los habitantes de la
111 Braunert (1965).
" Bertelli (1982), 661 y Hartog (1986).
FABULACIONES UTOPICAS 265

isla, pues en momento alguno se menciona otra utilidad de esta clase guerrera ni se
deducen por ningún sitio cualquier tipo de ansias expansionistas como las de los
Atlantes o los habitantes de la ciudad Belicosa en Teopompo. Dentro de la propia
sociedad panquea existe también el crimen, aunque quizá en una medida muy redu­
cida, ya que los tres magistrados de la ciudad ejercen función de jueces pero no tie­
nen, se nos advierte, competencias sobre casos en los que se trata de imponer la
pena capital.
A la hora de diseñar su relato casi utópico Evémero ha dejado que penetren en
él, de forma más o menos intencionada, algunos elementos que rebajan considera­
blemente el status ideal de su estado y se avienen mucho mejor con las condiciones
imperantes en la realidad histórica. En este sentido hemos de entender el soporte
económico que al parecer precisan los sacrificios realizados en el templo, razón por
la que una parte considerable de la llanura queda reservada desde el punto de vista
productivo a tales efectos. Pueden interpretarse igualmente en esta misma dirección
otra clase de “intromisiones” de la realidad en el cuadro ideal de la sociedad pan­
quea, como la necesidad de incentivar mediante recompensas a los agricultores con
la finalidad de que sirvan de modelo a los demás o el control estricto que al parecer
se llevaba con la entrega por los pastores de las reses destinadas al sacrificio y al
patrimonio común, insistiendo en la exactitud y precisión con que el asunto se lleva­
ba a cabo (|j.eTá rrácrris' áicpiPeíasO. De igual modo habría que entender la disposi­
ción de las tropas en fortines y puestos de vigilancia situados a intervalos regulares
para impedir las acciones de saqueo de los bandidos o la función principalmente
religiosa que la clase sacerdotal desempeñaba, a pesar de sus prerrogativas en los
demás campos. Seguramente el influjo del nuevo contexto político en el que Evé­
mero se movía se dejó sentir de forma evidente a la hora de modelar su diseño y a
pesar de sus intenciones idealizadoras no pudo evitar la presencia ineludible de
estas nuevas realidades políticas y religiosas, que reclamaban además su lugar
correspondiente dentro de esta clase de ficciones filósófico-novelescas.
Pero aún con todas estas demandas Evémero supo no obstante mantener su esta­
do utópico a buen resguardo de la contingencia histórica o del paralelo real evidente
dotándolo de rasgos que lo alejaban de lo inmediato y perceptible y lo aproximaban
por el contrario a las idealizaciones de antaño. En este sentido cabe señalar el aisla­
miento proverbial de estos lugares situados en un océano meridional, que aunque
ahora resultaba ya un espacio mejor conocido tras las experiencias de los capitanes
de Alejandro y algunas empresas tolemaicas32, continuaba siendo sin duda el lugar
adecuado donde situar lugares ideales, a la vista de los nuevos y prometedores des­
cubrimientos y las elucubraciones a que éstos daban lugar. La irrupción de los nue­
vos saberes geográficos y astronómicos que se desarrollaron en Alejandría no fue
del todo ajena a la nueva ubicación de estas tierras fabulosas y a las características
32 Véanse a este respecto las páginas correspondientes de las respectivas introducciones de Burslcin
a su traducción de Agatárquides, (1989), 1 y ss. y de Casson (1989), 11 y ss.
266 F. Ja v ier G óm ez E spelo sín

climáticas y medioambientales de que gozaban sus territorios, contribuyendo así a


acrecentar el sabor realista de que precisaban a la hora de presentar sus relatos como
resultados de una experiencia vivida, narrada a posterioñ por sus protagonistas. Un
aislamiento que se confirma también en la imposibilidad de exportar los productos
valiosos, especialmente metales, que allí se producían, una circustancia en la que el
autor insiste, posiblemente a la vista de que algo así resultaba prácticamente impen­
sable en un momento en el que ya se habían puesto en marcha grandes circuitos
comerciales de esta clase. Por último, la posición particular de sus sacerdotes, obli­
gados a permanecer enclaustrados en los límites del recinto sacro con la inminente
amenaza de morir si transgredían dicha norma, viene igualmente a separar la exis­
tencia de esta clase aparentemente privilegiada de sus paralelos inmediatos en la
realidad de su tiempo, ya en Egipto o en el imperio seleúcida, que no contaban ni
con mucho con trabas semejantes de esta envergadura.
La obra de Evémero, en definitiva, aun a pesar de las deficiencias manifiestas
que presenta la versión que nos ofrece Diodoro, responde de lleno a las exigencias
de los nuevos tiempos en los que se inserta, tanto desde el punto de vista formal,
un relato de viajes con pretensiones de veracidad y evidentes efectos realistas que
ayudasen a digerir las partes del relato menos verosímiles, como desde el de su
contenido, con una representación de un estado ideal en el que se adivinan sin
embargo algunos de los rasgos que definen las nuevas realidades políticas y en
concreto a la monarquía tolemaica, en cuyo reino parece que Evémero pudo haber
compuesto su obra33. Un cuadro ideal que se completa con las inevitables referen­
cias tradicionales a los paisajes idílicos, muy a tono además con la corriente bucó­
lica de la poesía alejandrina, o la presencia indirecta de los pueblos de los confines
y toda la carga de idealización que se les atribuía desde antiguo en la literatura
griega. Son así los escitas y los indios, junto con unos desconocidos oceanitas,
representantes quizá de las poblaciones marginales extremas que no contaban en
su favor con la tradición venerable de los antes mencionados, los principales inte­
grantes de la población de Panquea. A ellos se sumaban los cretenses, invitados de
honor en este caso si se trataba de probar la vinculación existente con la mítica isla
griega a la que se atribuía la cuna de las tradiciones religiosas más venerables. Una
relación privilegiada para la que se aportan también apoyos documentales, muy a
la moda de las pretensiones literarias del momento y de la incidencia de los nuevos
saberes antes referida, como son los ecos existentes en la lengua de los panqueos a
la hora de designar los asuntos relacionados con la divinidad o las buenas relacio­
nes de parentesco que mediaban entre las dos islas. La importancia del relato divi­
no expuesto en la inscripción sagrada, que daba además título a la obra, requería
esta clase de relaciones y al tiempo constituye un indicio más de las pretensiones

33 Así parece que se desprende del hecho de que Ateneo lo indique como originario de Cos y de la
especial resonancia que su obra tuvo en Alejandría a juzgar por las referencias críticas de Calimaco,
Yambos, Fr. 191 Pfeiffer. Cf. Fraser (1972), vol. I, 289 y ss.
FABULACIONES UTOPICAS 267

complejas de Evémero a la hora de perfilar una historia que iba seguramente


mucho más lejos que una simple novela utópica, de las muchas que por entonces
pudieron estar en boga.

Las islas del Sol


Quizá la más célebre de las fabulaciones utópicas del período helenístico sea la
atribuida a un misterioso Jámbulo que nos ha trasmitido nuevamente Diodoro en
una forma algo más completa y acabada34. Da la impresión, en efecto, que el histo­
riador se limita a resumir lo que habría sido en principio el relato autobiográfico del
propio protagonista, ya que además de hacer algunas referencias al mismo como tal,
dicho resumen ofrece una cierta secuencialidad narrativa, con un principio y un
final, a diferencia de lo que sucedía con el relato de Evémero comentado más arriba.
La historia comienza así con la presentación del mencionado Jámbulo, un hombre
que había aspirado desde su infancia a conseguir una educación pero que a la muer­
te de su padre, un comerciante, se vio obligado a dedicarse por entero a dicho
oficio. _
La trama en un principio ofrece todos los rasgos de la novela de aventuras. Así,
cuando el protagonista se dirigía hacia la región de Arabia productora de especias
fue raptado por unos bandidos que les obligaron a ejercer como pastores. Más tarde
sin embargo fueron hechos cautivos por algunos etíopes que decidieron utilizarlos
como chivos expiatorios para la purificación de su país. Dicho rito ancestral, pues
se remontaba hasta seiscientos años atrás, consistía en enviar hacia el mar abierto a
los cautivos en un bote con capacidad para dos hombres y provisiones suficientes
como para seis meses en dirección hacia el sur. Con el tiempo, según creían los etí­
opes, arribarían a una isla afortunada (eü8aí|icdv) en la que habitaban gentes hones­
tas (émeiKeís’) y donde podrían llevar una vida feliz (|i.aKapícos> El
logro de su objetivo reportaría también beneficios a los propios etíopes que disfru­
tarían de paz y prosperidad durante seiscientos años, por lo que en caso de que fra­
casaran en su intento y decidieran regresar al país recibirían por ello los más seve­
ros castigos.
Tras cuatro meses de penosa navegación, los cautivos consiguieron avistar la
isla en cuestión, que era de forma redonda y tenía un perímetro de cerca de cinco
mil estadios. A su llegada los indígenas los recibieron en medio del asombro pero
los acogieron de forma favorable y compartieron con ellos todos los bienes que la
34 Diod., II, 55-60. Sobre la utopía de Jámbulo en general pueden verse, además de las consabidas
páginas de Rohde (1914), 241 y ss., Winston (1956) y del mismo autor, (1976); Ferguson (1975), 124 y
ss., Bertelli (1982), 561 y ss. Un exhaustivo análisis del relato, especialmente desde el punto de vista de
la terminología empleada y su posible significación dentro del léxico filosófico, ha sido realizado por
Baldasarri (1973).
268 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

isla producía. Estas gentes tenían un aspecto corporal y una forma de vida que dife­
ría del todo de la del resto de los hombres. Eran todos de la misma apariencia y de
gran altura, pero tenían los huesos flexibles de forma que podían doblarse y luego
volver a su estado tendido como los nervios. Sus cuerpos eran tiernos pero vigoro­
sos, pues tenían la capacidad de agarrar un objeto con tal fuerza que no era posible
desasirlo de sus dedos en manera alguna. No tenían vello en ninguna parte de su
cuerpo con excepción de la cabeza, cejas, párpados y el mentón. Destacaban tam­
bién por su belleza y la armonía y proporción de sus cuerpos. Poseían además algu­
nas particularidades anatómicas como la abertura de sus orejas, más espaciosa que
la habitual y dotada con una especie de válvulas que les permitía cerrarlas, o su len­
gua doble que les capacitaba para reproducir toda clase de sonidos, incluidos los
cantos de los pájaros, e incluso mantener al mismo tiempo una conversación con
dos personas distintas.
El clima de la isla era el más templado, dado que al habitar en el ecuador no
sufrían los excesos ni del calor ni del frío. De esta forma los frutos maduraban
durante todo el año y los días tenían la misma duración que las noches, estando
siempre el sol al medio día en el zenit por lo que no proyectaba sombra sobre objeto
alguno. Vivían organizados en grupos basados en el parentesco y en cierto tipo de
sistema político que nunca sobrepasaban los cuatrocientos miembros. Pasaban su
vida en las praderas, dado que la tierra les proporcionaba el sustento de forma auto­
mática y suficiente gracias a la fertilidad de la isla y a la dulzura del clima. Elabora­
ban de esta forma una especie de pan de gran dulzura a base del fruto de un junco.
En la isla abundaban también las fuentes de agua caliente y fría, siendo utilizadas
las primeras para el baño y el descanso y las segundas para la bebida y para reforzar
la salud de los habitantes a causa de sus propiedades en este sentido.
Estas gentes eran además versadas en toda clase de saberes, con particular aten­
ción hacia la astrología, y poseían una clase especial de alfabeto de veintiocho
caracteres que podían reducirse solamente a siete, ya que cada uno de estos adopta­
ba cuatro variedades diferentes. Escribían además de arriba abajo y eran extraordi­
nariamente longevos, llegando a alcanzar la edad de cientocincuenta años sin que
hubieran sufrido ningún tipo de enfemedad. De hecho aquellos a los que sobrevenía
alguna clase de mal eran forzados por una ley a suicidarse. Su vida se hallaba igual­
mente regulada en cuanto a la duración pues no podían sobrepasar la edad antedi­
cha, ya que llegado ese momento estaban obligados también por ley a darse muerte,
si bien lo hacían de una manera dulce y nada traumática. Efectivamente se daba
entre ellos un tipo especial de planta que tras tenderse sobre ella les llegaba la muer­
te de forma imperceptible y suave como si fuera un sueño. Poseían en común muje­
res e hijos y cuidaban este sentido comunitario de tal forma que al nacer los niños
los cambiaban entre ellos de forma que ni siquiera las madres que les estaban dando
lactancia fueran capaces de reconocerlos. Evitaban así el surgimiento de rivalidades
entre ellos y las contiendas civiles, sin cesar en todo tipo de intentos que sirvieran
para reforzar esta armonía interna.
FABULACIONES UTOPICAS 269

Había también entre ellos curiosos animales por la forma de sus cuerpos y las
propiedades de su sangre. Se menciona así la existencia de una especie de tortuga,
de forma completamente redonda, que tenía cuatro ojos y cuatro bocas distribuidos
en forma diagonal a lo largo de su cuerpo y una gran cantidad de patas de forma que
podía moverse en cualquier dirección. Su sangre además tenía la cualidad de pegar
en su sitio cualquier miembro del cuerpo que hubiera sido seccionado. Cada grupo
social criaba además una especie de gran pájaro que tenía la finalidad de comprobar
la buena naturaleza de los recién nacidos. Les colocaban sobre ellos y de este modo
procedían a seleccionar para su crianza solamente a aquellos niños que soportaban
el vuelo sin ninguna clase de temores.
Cada grupo estaba gobernado por el más anciano, como si fuera una especie de
rey, siendo sucedido en el desempeño de estas funciones por el que le seguía en
edad cuando le llegaba el término establecido a sus días. El mar que rodeaba la isla
tenía fuertes corrientes y mareas pero era de sabor dulce y en su cielo no se avista­
ban las estrellas habituales que podemos contemplar entre nosotros. El número de
islas del archipiélago era de siete y todas ellas se hallaban a la misma distancia entre
sí y mantenían las mismas leyes y costumbres.
A pesar de las apariencias y las posibilidades que su entorno podía proporcionar­
les, sus habitantes llevaban una vida sencilla y solamente recababan aquello que
precisaban para su mantenimiento. Su dieta era frugal y desconocían todos los ador­
nos y excesos del arte culinario. Rendían culto divino al ambiente circundante, al
sol y a los cuerpos celestes. Pescaban peces y cazaban aves y en la isla crecían
abundantes árboles frutales, olivos y viñedos de los que obtenían vino y aceite en
gran cantidad. Incluso las serpientes, de gran tamaño, podían servir de alimento ya
que no eran venenosas y tenían una carne comestible y extraordinariamente dulce.
Elaboraban sus vestidos a base de un junco de fina sustancia mezclado con conchas
machacadas que producían el aspecto de la púrpura. Tenían además determinadas
las clases de comida que debían tomar en días establecidos, distribuyéndose entre
ellos las diferentes tareas, como la pesca, las labores artesanales y todas aquellas
actividades que tenían por objeto el servicio de la comunidad. Entonaban también
himnos y plegarias en honor de los dioses durante las fiestas que se celebraban entre
ellos, con particular atención al sol, del que tomaban el nombre tanto las islas como
sus habitantes. Enterraban a sus muertos en la arena de la playa en el momento de la
marea baja, de forma que cuando ésta subía, la arena fresca se amontonaba sobre
ellos haciendo así las veces de una sepultura.
Jámbulo y su compañero permanecieron durante siete años en esta isla, tras de
los cuales fueron expulsados de ella ya que no se habían adaptado a sus costumbres
por haber sido educados en los malos hábitos. De nuevo por tanto debieron empren­
der la larga travesía por mar durante cuatro meses hasta que naufragaron sobre las
costas de la India, donde murió su compañero, pero Jámbulo consiguió llegar hasta
una aldea desde la que los nativos le llevaron hasta el rey de la región, Pataliputra,
que era además favorable a los griegos y mostraba evidentes ansias de conocimien­
270 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

to. Tras su estancia allí, Jámbulo atravesó el país y toda Persia para llegar de nuevo
sano y salvo hasta Grecia, donde se dispuso a contar todas sus aventuras pensando
que eran dignas de mención.
El relato, como vemos, adoptaba la forma típica de los cuentos de viaje con la
narración de las aventuras en primera persona por boca del protagonista que las
había vivido y que casualmente solía siempre ser el único superviviente de la expe­
dición. El compañero de Jámbulo, que lo había acompañado a lo largo de todas sus
aventuras y durante su estancia de siete años en la isla, muere sin embargo al llegar
a la India, precisamente cuando ya se habían salvado, lo que permite al autor disfru­
tar de una completa omnisciencia que en ningún momento puede ser contrarrestada
por la versión alternativa de otro de los testigos presenciales. Un recurso literario
tan viejo como la Odisea, donde el héroe arriba en solitario hasta las costas de los
feacios y puede allí contar con absoluta autoridad su historia al rey Alcínoo, des­
pués de haber ido perdiendo de forma sucesiva a lo largo de sus andanzas a todos
sus compañeros de viaje. El paralelo podría incluso extenderse en esta ocasión a la
estancia de Jámbulo en la corte india, donde parece que también contó sus aventuras
a un rey que como el viejo Alcínoo se hallaba en buena disposición hacia los extran­
jeros y en las condiciones de aceptar su relato por la educación que poseía. La esce­
na del naufragio y la conducción por los nativos de la aldea hasta el rey quizá tan
solo reactualizan en función de los nuevos tiempos los viejos esquemas del relato
odiseico, sustituyendo la princesa feacia y una isla fantástica por una realidad
mucho más asumible como eran en aquel entonces los nativos de una aldea costera
y un rey filoheleno de la India, con la que existían por entonces los contactos sufi­
cientes35.
No tenemos la certeza de que el tal Jámbulo fuese un personaje real ni podemos
tampoco determinar con seguridad la época en que vivió. El nombre parece sirio y
los únicos indicios cronológicos que obran en nuestro poder son tan sólo un termi-
nus ante quem, que constituye Diodoro, y un posible terminus post quem, que sería
deducible de la mención del rey filoheleno de la India y en concreto de la región de
Pataliputra, algo poco imaginable con anterioridad a los escritos de Megástenes que
estuvo en dicha corte en calidad de embajador seleúcida a comienzos del siglo III a.
C. De cualquier forma, con independencia de que en el relato puedan haber incidido
en forma diversa y muy difícil de calibrar elementos procedentes de una experiencia
real de navegación por los confines del océano Indico en las costas cercanas a la
India, lo cierto es que el relato que nos ha trasmitido Diodoro tenía mayores preten­
siones que las de reflejar una simple experiencia real por increíble que esta pudiera
parecer36.

35 Recuérdese a este respecto la embajada de Megástenes a la corte de esta misma región. Sobre la
presencia en general de los griegos en la India sigue teniendo validez la vieja obra de Tam (1951).
Recientemente, Sherwin-White y Kuhrt (1993), 91 y ss.
36 Véase Schwarz (1982), donde se estudian los posibles paralelos con la realidad histórica.
FABULACIONES UTOPICAS 271
La historia de Jámbulo nos presenta a todas luces una tierra fabulosa en la que
aparecen todos los elementos característicos de esta clase de fabulaciones. Su aisla­
miento parece evidente a la vista de su situación en el Océano, al final de una larga
y penosa navegación de más de cuatro meses. Las islas además estaban rodeadas
por un mar con grandes olas y corrientes, y su latitud extrema quedaba confirmada
por el panorama astral que podía divisarse en su firmamento, completamente distin­
to del que podía avistarse desde nuestras latitudes. Esta separación del mundo habi­
tual se acentúa todavía más con el aspecto de sus gentes, que tienen incluso una
apariencia del todo diferente con características físicas y anatómicas extraordinarias.
Las formas de vida animal son igualmente diferentes y allí se encontraban especies
cuya naturaleza desafiaba incluso toda verosimilitud37. La naturaleza se mostraba
fértil y pródiga en toda clase de bienes, de forma que daba lugar a una existencia
feliz y plácida sin necesidad de recurrir al duro trabajo para conseguir el sustento.
Vivían una larga vida sin apenas enfermedades y en paz y demuestran su veneración
y respeto por los dioses en los festivales que se celebraban en su honor. Tenían una
organización social perfecta capaz de mantener la armonía entre ellos y aseguraba
sin problemas la continuidad de las instituciones. Su vida discurría en medio de un
clima templado que garantizaba la producción permanente de cosechas y frutos y no
faltaban tampoco las praderas idílicas donde solazarse o las inevitables fuentes
dobles que permitían el baño y la bebida y aseguraban además la salud por medio de
sus propiedades salutíferas.
No se trata sin embargo una vez más de un cuadro idílico a la manera del viejo
mito de la edad de oro o de las islas de los Bienventurados. La perfección de las for­
mas físicas y el buen funcionamiento del sistema social no esconden limitaciones
tales como la existencia de enfermedades, aunque parece que se daban en reducida
medida, o la presencia de la muerte tras una vida longeva, si bien ésta se consuma­
ba, a la manera de la edad de oro, mediante un proceso dulce que no implicaba
dolores ni traumas. Por otro lado esta sociedad ideal se asienta sobre principios de
eugenesia que eliminaban de raíz a los seres débiles, incapaces nada más nacer de
soportar un vuelo por los aires a lomos de un gran pájaro, o dictaminaba por ley la
preservación de la especie a base de la autoeliminación de aquellos que resultaban
lisiados o sufrían alguna clase de enfermedad. Su armonía social se basa igualmente
en ciertas represiones tempranas como el amor innato de las madres por sus hijos,
eliminado también de raíz al cambiar a los recién nacidos durante el proceso de lac­
tancia. Este mismo sistema muestra también sus fallas al no consentir la presencia
de elementos ajenos que a la larga resultaban nocivos para su buen funcionamiento,
como se comprueba con la expulsión final de Jámbulo y su compañero por no haber
sido educados desde un principio dentro de este medio.
No se trata tampoco de un paraíso absoluto en el que sus gentes disfrutaban sin
límite de los bienes a su alcance o en el que pasaban sus días en medio de la más
37 Así lo recalca el propio autor, II, 59,4.
272 F. Ja v ier G óm ez E spelosín

completa inactividad placentera. Su régimen de vida estaba establecido de forma


rigurosa y se distribuían entre sí de forma cíclica las tareas necesarias para una
supervivencia normal. Un comportamiento ascético y una obsesión por la concor­
dia, que revelan a las claras la intromisión en la obra de Jámbulo de las ideas filosó­
ficas del momento, de matriz cínico-estoica, que seguramente han inspirado buena
parte del relato38. Debieron incidir igualmente en su diseño ideal las concepciones
utópicas anteriores que se habían puesto de manifiesto en obras filosóficas como las
de Platón o en relatos de características similares como el de Evémero. La preocu­
pación por una forma de organización social perfecta que pudiera eliminar los
inconvenientes de la naturaleza humana tenía ya una larga tradición dentro del pen­
samiento helénico y a buen seguro dichos modelos teóricos no estuvieron ausentes
en la concepción original de Jámbulo, que pudo buscar incluso una cierta parodia de
los mismos al presentar un mundo tan perfecto, pero con un coste humano elevado
y que impedía el acomodo al mismo de las personas de carne y hueso como el pro­
tagonista, a pesar de su buena disposición espiritual, recalcada al comienzo de la
historia.
Ciertamente el autor no buscaba tan sólo divertir a su auditorio, a pesar de haber
utilizado para ello la forma literaria adecuada como era el relato de viajes y haber
recurrido sin reparos a los elementos maravillosos necesarios, incluidos aquellos de
tipo paradoxográfico como la fuente doble, las particularidades anatómicas de sus
habitantes o la existencia de una fauna fantástica39. Jámbulo presentaba su relato
como el resultado de una experiencia real y para ello se sirvió también de los recur­
sos habituales del género como la mención de ciertas precisiones de carácter geo­
gráfico, acordes con los conocimientos geográficos de la época, como la situación
en el océano meridional frente a las costas de la India; astronómicos, como la alu­
sión a un firmamento diferente al habitual que implicaba por tanto una latitud bien
distinta, o la explicación de su clima templado y la igual duración de días y noches
al hallarse en la zona del ecuador40; o científicos, con la descripción detallada de
ciertas particularidades físicas de la curiosa fauna que podían indicar un conoci­
miento de primera mano basado en la propia experiencia. La preocupación por la
sabiduría ancestral de estas sociedades, expresada aquí por su dedicación a la astro-
logia y por su peculiar sistema de escritura, que ya se había puesto de manifiesto en
el relato de Evémero, es igualmente indicativa de los deseos de actualización que
rigen en la historia de Jámbulo en todos los campos.
Unas intenciones de veracidad que quizá traducen algo más que un simple artilu-
gio literario. En consonancia con los principios de naturaleza filosófica que parecen
38 Así Ferguson (1975), 126 y ss.; Bertelli (1982), 562-563. En este sentido, Bidez (1932) 280 y ss.
y el mencionado trabajo de Baldasarri (1973) donde se relacionan los términos empleados con los con­
ceptos centrales de estos sistemas filosóficos.
39 Hemos de recordar que en este sentido Jámbulo aparece destacado por Luciano en su crítica de
los fabuladores junto con figuras clave como el propio Odiseo o Ctesias, Luc., V. H., I, 3
40 Sobre esta clase de procedimientos, Janni (1978).
FABULACIONES UTOPICAS 273

impregnar todo el relato, que se dejan sentir sobre todo en la terminología


empleada41, revelan un propósito diferente como era el de presentar bajo la forma
literaria adecuada y con los condimentos necesarios a la hora de divertir una imagen
de la sociedad ideal en la que quedaban patentes sus virtudes y defectos. Un mundo
en definitiva que lejos de estar al alcance del hombre de carne y hueso, bien fuera
en tierras lejanas y apartadas, se hallaba en el interior de sí mismo si era capaz de
ajustar su forma de vida a las demandas de la propia naturaleza y establecer con los
demás unas relaciones pacíficas y estables que garantizasen la armonía social y la
concordia. A medio camino entre la utopía crítica, a la manera de las que hicieron
célebre el género durante la época moderna como la de Tomas Moro, el relato fan­
tástico sobre la India y las tierras de alrededor, puesto en boga tras las conquistas de
Alejandro y que había alcanzado su apogeo con obras como las de Megátenes o
Deímaco42, el cuento de viajes y aventuras que ayudaba a insertar dentro de un
esquema narrativo coherente la visión del estado ideal al contextualizarlo dentro de
una experiencia realista, y el tratado filosófico-moral, en el que se ponen de relieve
los nuevos principios y preocupaciónes por una vida mejor, el relato de Jámbulo, en
la medida en que podemos valorarlo a través del resumen de Diodoro, constituyó en
este campo un hito fundamental, ciertamente original ya que había conseguido
aunar en una sola obra unos elementos que en principio parecían tan dispares.

Hespera
Hemos de incluir dentro de este apartado otra de las ficciones de naturaleza utó­
pica del período helenístico que nos ha llegado también a través de las páginas de
Diodoro y que parece que hay que atribuir a un tal Dionisio Escitobraquión, autor al
parecer de obras de esta clase en las que imperaba de forma clara el componente
mitológico43. Dentro de su obra sobre Libia dicho autor incluía la descripción de
una isla denominada Hespera a causa de su localización extremo occidental que fue
conquistada por las Amazonas. La isla se hallaba situada en la laguna Tritónide, en
las proximidades del océano que rodeaba la tierra y muy cerca también de Etiopía y
del monte Atlas. Su tamaño era enorme y estaba repleta de árboles frutícolas de
todas clases, que aseguraban la alimentación de sus habitantes. En ella se criaba
también gran cantidad de ganado, particularmente ovejas y cabras, de las que obte­
nían leche y carne para su subsistencia. Sin embargo no cultivaban la tierra ya que
la agricultura no había sido todavía descubierta entre ellos. La isla poseía también
ciudades, una de las cuales denominada Mene estaba habitada por los etíopes ictió-
fagos y consagrada a los dioses. En ella tenían lugar grandes erupciones de fuego y

41 Baldasarri (1973).
42 Estr., II, 1, 9.
43 Diod., III, 53,4-6. Acerca de este autor, Rusten (1982). Cf. Ferguson (1975), 123-14.
271 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

se daban las piedras preciosas que los griegos apreciaban. Dadas sus especiales
condiciones, fue la única parte de la isla que permaneció a salvo de la conquista
amazónica.
Ciertamente no es mucho lo que podemos deducir de la escueta referencia de
Diodoro. Interesado en esta ocasión en la relación mítica que sobre las Amazonas y
sus conquistas por el orbe relataba al parecer Dionisio, Diodoro menciona sólo de
pasada la existencia de la susodicha isla y apenas podemos entrever cuáles eran las
intenciones precisas de su autor y la relevancia que tenía dentro de todo el relato
original. Que se trata sin duda de una tierra fabulosa lo atestigua su localización en
los extremos del mundo junto a todas las referencias tradicionales que legitimaban
dicha ubicación dentro del imaginario helénico. Aparecen así como referencias
locales la tierra de Etiopía, seguramente en su más completa acepción mítica de pais
sagrado de los extremos meridionales del orbe, el monte Atlas, de clara reminiscen­
cia cosmológica al estar considerado como una columna del cielo como podemos
apreciar a través de las correspondientes páginas de Heródoto44, o la misma laguna
Tritónide que también contaba con cierta prosapia mítica45.
El paisaje de la isla, aun con ciertas dosis de primitivismo, como era la falta de
campos cultivados, sí presenta en cambio los rasgos tradicionales de abundancia y
fertilidad que parecen satisfacer del todo a sus habitantes. Un paisaje que todavía
acentúa más sus condiciones maravillosas en la ciudad de Mene, consagrada a los
dioses y habitada precisamente por un pueblo que en la tradición mitológica griega
había acogido sus banquetes, dotada de erupciones volcánicas y repleta de piedras
preciosas. De nuevo aparecen reactualizadas aquí ciertas constantes míticas de larga
tradición en la literatura griega con referencias a los nuevos tiempos y saberes como
la calificación de ictiófagos a unos etíopes, originariamente genéricos en la tradi­
ción mítica, pero que habían sido ahora objeto reciente de más cuidadas descripcio­
nes como la de Agatárquides. También su descripción de fenómenos naturales rela­
cionados con el volcanismo o la mineralogía, que empezaron a convertirse desde
finales del siglo IV a. C. en temas de interés de la ciencia griega y aparecían como
tópicos habituales en toda esta clase de historias, incluidas las más “serias” como
las de Polibio o Posidonio, revelan el proceso de actualización al que la obra de
Dionisio se vio sometida, a pesar de la preponderancia del tema mitológico.
Se nos escapan por completo las intenciones precisas de su autor fuera de su
intento por reescribir desde un punto de vista racionalista las viejas historias míticas
acorde con la realidad de los nuevos tiempos, pero desde luego no estaban ausentes
de su diseño los relatos utópicos como el de Evémero ni las idealizaciones de lo pri­
mitivo como forma de vida perfecta que se ve sorprendida por el uso de la fuerza de
una cultura pretendidamente superior. El paralelismo de las Amazonas con los
Atlantes platónicos y la brusca desaparición del lugar a la manera casi del mítico
'14 Hdt., IV, 184.
** Gsell (1915), 77 y ss.
FABULACIONES UTOPICAS 275

continente, abogan igualmente por una influencia casi segura de aquella fabulación
filosófica y su inevitable encanto. Sin embargo el interés por los mitos y sus dife­
rentes interconexiones parece en este caso haber sido uno de los elementos más
relevantes a la hora de concebir la obra de Dionisio.

Nisa
Procedente del mismo autor, encontramos también en las páginas de Diodoro
una referencia a la isla de Nisa, la patria originaria de Dioniso46. Según la larga his­
toria que Diodoro reproduce sobre las hazañas del joven dios, éste fue ocultado en
aquella ciudad por Amón, que temía los celos de Rea si llegaba a conocer el naci­
miento de este hijo bastardo. Dejando a un lado la historia mítica, nos interesa espe­
cialmente la descripción de la isla que Dionisio llevó a cabo en su obra, reproducida
en Diodoro con mayor o menor detalle. La isla se hallaba en medio del río Tritón y
sus costas eran escarpadas por todos lados salvo por uno en que existía un paso
estrecho denominado, “puertas Niseas”. La tierra de la isla era rica, estaba atravesa­
da por suaves prados y regada por abundantes corrientes de agua. Poseía toda clase
de árboles frutales y la viña silvestre en gran abundancia. Toda la región tenía ade­
más un aire puro y fresco, extremadamente saludable. Por dichos motivos sus habi­
tantes vivían la vida más larga de todas aquellas regiones. La entrada a la isla era
como una especie de cañada, protegida de los rayos del sol por la sombra generosa
de los árboles elevados que de forma apretada crecían en los alrededores, dejando
que sólo la luz atravesara su denso ramaje. A lo largo del recorrido había además
fuentes de un agua extraordinariamente dulce que convertían el lugar en un sitio
agradable para quien quisiera deambular por él.
Más hacia el interior existía una enorme cueva de gran belleza. Por encima de
ella se alzaban unos riscos de inmensa altura formados por rocas de diversos colores
dispuestas en bandas y que despedían un brillo considerable. A la entrada crecían
toda clase de árboles, tanto aquellos destinados a dar frutos como los que no tenían
otra finalidad que la de resultar gratos a la vista. En ellos anidaban pájaros de todas
clases de brillantes colores y sonoros cantos. El interior de la cueva, bañado por los
rayos del sol y cubierto de plantas y flores, despedía también la fragancia de algunas
de ellas como la casia. Allí podían verse también los lechos de algunas ninfas, ela­
borados de forma sabia por la propia naturaleza a base de flores. Hojas y flores eran
además peremnes y nunca se veía ninguna de ellas caída por los suelos. Un lugar en
definitiva apropiado para un dios tanto por su hermoso aspecto como por la fragan­
cia que allí podía respirarse.
Toda la descripción responde sin lugar a dudas al típico cuadro del locus amoe­
nus, con arraigada presencia ya en la literatura griega, pero no faltan tampoco aque
46 Diod., III, 68,4 -69.
276 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

líos elementos que vienen definiendo a las tierras fabulosas como el aislamiento en
medio de un río y el carácter escarpado de sus costas que impedía el acceso fácil,
salvo por la entrada denominada “puertas niseas”, la fertilidad del suelo, la onmi-
presencia de fuentes, la abundancia de frutos salvajes, el clima templado y sano y la
longevidad de sus habitantes. Parece sin embargo que el objetivo principal del autor
residía en esta ocasión en la descripción de un lugar adecuado para el nacimiento
del dios, olvidándose por ello de cuestiones más secundarias para sus intereses
como el status político de las gentes que habitaban la isla o su forma de organiza­
ción social. Da la impresión, sobre todo a juzgar por el resumen que nos presenta
Diodoro, que se trata de definir un escenario ideal a la vieja usanza de la pradera o
jardín de los dioses, y para ello se recurre a los elementos habituales con que se con­
taba para esta clase de pasajes en toda la tradición literaria, sobre todo a raíz de la
floreciente literatura de viajes al estilo de los casos anteriormente tratados, que
seguramente proporcionaban excelentes ejemplos a seguir. En el presente caso pare­
ce que se impuso sobre todo lo demás un cierto afán de fabulación, basado en el
gusto por lo extraordinario, muy propio de la época, aunque arropado esta vez por la
afición y erudición mitológica que se había constituido entre los nuevos saberes47,
cuya finalidad principal no era otra que la de divertir, tal y como ya señaló Estrabón
en su crítica a estos autores, entre los cuales parece que hay que incluir también a
Dionisio Escitobraquión si es que aceptamos la identificación propuesta con el autor
de una “Ciudad de Dioniso” que al parecer mencionaba Apolodoro de Atenas en
una lista de autores sobre geografía fabulosa, que eran merecedores de esta clase de
reproches48.

La isla de Pera
Quizá debiéramos incluir también dentro de este mismo apartado la isla denomi­
nada Pera a la que se refiere Crates, el filósofo cínico, y de la que tenemos noticia
gracias al poema que del mismo autor nos ha conservado Diógenes Laercio49. La
isla se encontraba en medio de un vapor color de vino, era hermosa y fértil, pero
completamente sucia y sin albergar en ella ninguna clase de bienes. Tan sólo se
podían hallar allí tomillo, ajo, higos y pan en rebanadas que tenían como ventaja
inmediata el que sus habitantes no mantuviesen entre sí guerras ni precisasen de la
posesión de armas con el fin de adquirir dinero o fama. Esta aparente escasez de
bienes la situaba además fuera de las miras de todos aquellos que podían en un prin­
cipio buscar habitar un paraíso dorado en el que la vida no presentaba problemas de
ninguna clase. Quedaban así fuera necios, parásitos, glotones y esclavos de sus ape­

47 Jacob (1994).
48 Estr., I, 2, 35; VII, 3,6. Así Rusten (1982), 113-116.
49 Diog. Laerc., VI, 85.
FABULACIONES UTOPICAS 277

titos sexuales, dejando suponer por contra que quienes se molestaban en llegar hasta
ella lo hacían convencidos plenamente de que no era esa la forma de vida a encon­
trar y buscaban en cambio un tipo de existencia bien distinta en la que primaban las
necesidades del espíritu.
La ficción imaginaria de Crates tiene manifiestas connotaciones cínicas al situar
su particular paraíso en una isla en la que la austeridad es la única garante de una
vida afortunada y la causa inmediata del mantenimiento de la paz y la concordia
entre sus habitantes, que al no estar poseídos de los deseos y ambiciones más típicos
del ser humano, no necesitan para nada el uso de las armas y parecen llevar una
existencia afortunada en perfecta armonía con la naturaleza, tal y como predicaban
los principales portavoces de dicha escuela filosófica50.

50 Sobre la utopía cínica, García Gual (1987) y Dawson (1992), 111 y ss.
TIERRAS DE FANTASIA

En estrecha conexión con las fabulaciones utópicas analizadas en el capítulo


anterior, pero supeditadas esta vez del todo al dominio absoluto de la fantasía,
encontramos en la literatura griega ejemplos evidentes de tierras fabulosas, situadas
esta vez en ninguna parte, construidas con un gran despliege de recursos imaginati­
vos y destinadas en principio a sorprender a su auditorio o a suscitar en el mismo la
risa, parodiando en forma ingeniosa, pero también a veces sutil, los excesos a que
había conducido el ansia de fabulación. En otros casos se trata tan sólo de ahondar
más si cabe dentro de esa afición por lo extraordinario y maravilloso que dio lugar al
género de los relatos paradoxográficos, encontrando por doquier, no sólo en los luga­
res más apartados del orbe, tierras llenas de prodigios naturales que suscitaban el
asombro y la fascinación de su auditorio. Unas tierras en definitiva que beben sin
duda de toda una tradición vigente a este respecto a lo largo de la literatura griega,
pero que concentran su atención sobre los casos más recientes, bien en forma de uto­
pías políticas racionalizadas o expresadas a través de una novela de aventuras al esti­
lo de la de Jámbulo, interesados como estaban sus autores de forma especial en resal­
tar esa crítica paródica de los modelos precedentes y destacar de forma evidente sus
excesos, aunque no renunciaron tampoco a aprovechar la misma corriente de la que
aquellos se habían beneficiado con anterioridad, para despertar con sus ficciones el
mismo tipo de interés y reacciones que sus supuestos modelos habían suscitado.

Tierras de Jauja
Una de las primeras ensoñaciones de carácter utópico que encontramos en la
literatura griega corresponde al mito de la edad de oro, que aparece ya formulado en
Hesíodo1. Sin embargo es en los autores de la comedia antigua, donde podemos
atisbar la primera aparición en el terreno literario de estos países de cucaña o tierras
de Jauja donde son posibles toda clase de bondades2. Se trata ciertamente de exage­
raciones manifiestas que tienden a provocar la risa, explotando a fondo la comicidad
implícita en esta clase de situaciones cuando se comparan con una realidad existente
1 Sobre el mito de la edad de oro, Guthrie (1957), 63-79 y Dawson (1992), 13-14.
2 Sobre la parodia de la edad de oro en la comedia, Lovejoy y Boas (1965), 38-41.
280 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

mucho menos pródiga, en la que han llegado incluso a ser frecuentes los problemas
de simple abastecimiento. No hemos de olvidar en efecto el contexto político de
la comedia, que se mueve dentro del ambiente de la Atenas del último cuarto del
siglo V a. C., cuando la ciudad se hallaba en plena guerra contra Esparta y al aban­
dono periódico de los campos por los campesinos se sumaban las penalidades de
abastecimiento de una población urbana cada vez más sobrecargada a causa de las
acciones de guerra3.
La puesta en escena de estos países de Cucaña tenía sin duda una función emi­
nentemente cómica, pero en ellos se expresaban también los deseos y aspiraciones
profundas de la plebe ática, cansada de la guerra y de los sufrimientos que ésta origi­
naba, que hallaba en este tipo de fabulaciones un cierto consuelo, además de deleite,
a sus fatigas cotidianas. En cierto modo, tal y como ha señado Bertelli, podría decir­
se que se trata de “un utopia dei poveri”4, destinada en j>arte a contrarrestar los dise­
ños más teóricos y abstractos aunque no menos ideales que en aquellos tiempos
corrían entre los círculos intelectuales atenienses. Son de hecho los aspectos pura­
mente materiales del viejo mito de la edad de oro los que se destacan aquí con espe­
cial énfasis, como la abundancia de comida en grados inconcebibles y la completa
ausencia de todo trabajo necesario para conseguirla. Se concibe así la existencia de
tierras fabulosas, situadas generalmente en el pasado mítico y remoto o en lugares
que resultan a primera vista impensables como el Hades o simplemente alejados
como Persia, convertida aquí en el estereotipo evidente de la opulencia infinita5.
Desgraciadamente no han llegado hasta nosotros las obras de estos autores, con
la conocida excepción de Aristófanes, y debemos limitamos a valorarlas a través de
las citas que figuran recogidas en un largo pasaje de Ateneo6. Todos ellos coinciden
en dibujar el paisaje idílico de una existencia feliz en la que destacan de forma parti­
cular el aspecto culinario, con la mención concreta de sabrosos platos que caían de
los árboles o pájaros asados que volaban hacia las bocas de los comensales, y el
automatismo de los diversos enseres, incluidos claro está los propios utensilios de
cocina, que hacían del trabajo una simple cuestión de ordeno y mando a la espera de
que los susodichos objetos se aprestaran a cumplir con la tarea fijada. Destaca en
este sentido Ferécrates, que sitúa el escenario de toda esta abundancia en lugares
algo más concretos que la simple mirada atrás, hacia un remoto pasado en el que
gobernaba Crono, llegando incluso en su parodia a utilizar para ello el propio
Hades, trasferido momentáneamente hasta las minas del Laurión en el Atica, donde
los esclavos debían desarrollar un duro trabajo en más que difíciles condiciones, que
se convierte ahora en un lugar por el que discurren ríos de caldo y vienen hasta la
boca los tordos asados, o una Persia fabulosa donde la abundancia llueve literalmen­
3 Sobre el contexto político de la comedia sigue resultando esencial el célebre libro de Ehrenberg
(1951). En particular, Cantarella (1969)
4 Bertelli (1982), 522.
5 Baldry (1953). Fauth (1973).
6 Aten., VI, 267 e-270 a.
TIERRAS DE FANTASIA 281

te del cielo con suculentos manjares cayendo de los árboles como hojas caducas7.
Mero divertimento sin más aparentemente, pero en el que se mezcla también evi­
dentemente el profundo desencanto hacia una realidad presente del todo insatisfac­
toria que obligaba a los menos favorecidos a volver su vista atrás, añorando una
edad de oro perdida en la que las cosas sucedían de bien distinta forma, y que había
arraigado al parecer en las capas populares de la población8, y la reacción airada,
expresada aquí en términos de hipérbole cómica o de agudos contrastes, contra las
idealizaciones propuestas desde medios fundamentalmente aristocráticos, que ape­
nas contemplaban las necesidades perentorias que acuciaban a la población, como
remedio a los males del presente.
Sin embargo es Aristófanes el único que nos permite valorar a través de obras
completas esta clase de fabulaciones. Los aspectos utópicos de algunas de sus obras
como Lisístrata, Asambleístas o Las Aves, son de sobra bien conocidos9 y no es el
tema preciso que concita nuestro interés en estas páginas. Sin embargo en la última
de ellas Aristófanes nos ofrece el diseño de una tierra fabulosa, la de las Aves,
donde los protagonistas emprenden la búsqueda de un lugar tranquilo (tóttos'
áTTpáyiiwv) que les aleje de los procesos judiciales y de las intrigas políticas que
dominaban por completo en aquellos momentos la vida ateniense. La solución es
ciertamente escapista, pues sólo la tierra de las aves, Nefelokokugia, situada a medio
camino entre el mundo de los dioses y los hombres, les ofrece garantías a este res­
pecto y es a donde deciden encaminar sus pasos en busca de esta tierra ideal en la
que conseguir una vida mejor10.
La tierra de las aves no es el todo una tierra fabulosa aún en su irrealidad pues
apenas existe si no en la imaginación de los personajes que tratan de convertir de
inmediato el aire que separa a hombres y dioses en un nuevo territorio políada,
dominado esta vez por las aves, que en la estela del modelo ateniense que se trataba
de satirizar, impusiera su poder sobre los dos ámbitos cortando el paso entre ellos.
Ambos protagonistas instan así a la fundación de esta ciudad aérea en la que las
aves prometen a sus futuros habitantes un sinfín de bondades que enlazan a todas
luces con los viejos ideales de un país de cucaña. Se ofrecen así salud, riquezas, paz,
juventud, risas, danzas y fiestas, en una recreación aristofánica del tópico tratado
por sus compañeros de género. Sin embargo, Aristófanes da aquí un paso más al
imaginar la existencia de este país de la abundancia añorado desde siempre por la
humanidad en un medio tan irreal como el propio aire, en el que tan sólo las aves
mantienen el equilibrio. Una irrealidad que se ve aquí además reforzada por los cla­
ros intentos “imperialistas” de viejo cuño ateniense de convertir el éter en una nueva
7 Ferécrates, Fr. 10, 10 a y 130 Edmonds. También en Tuno, la nueva colonia ateniense de la
Magna Grecia, que gozaba de fama de prosperidad.
8 Véase a este respecto Versnel (1987).
9 Sobre todo, Bertelli (1983) y David (1984).
10 Un amplio estudio sobre los valores utópicos de esta comedia es el de Corsini (1987) y Zimmer-
mann (1991).
282 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

Atenas cósmica que imponga por igual su dominio sobre hombres y dioses, pasando
las aves a ocupar el lugar divino a través de un relato sofístico que les concede la
primacía a causa de su antigüedad primordial, por encima de dioses y hombres. Una
alusión paródica esta última dirigida contra los relatos “primitivistas” que hablaban
de la autoctonia ateniense y de una historia ancestral de los orígenes, tal y como
aparecen en los diálogos platónicos del Timeo y el Critias. La broma concluye con
la fiesta habitual que pone fin a la comedia en la que se entremezclan las referencias
a una realidad desdeñosa que ofrece escasas alternativas de cambio con el juego
constante de imágenes cómicas y alusiones irónicas que hace de las comedias de
Aristófanes un ejemplo único donde la fantasía, la poesía y la crítica política y
social contemporánea componen un complejo artístico difícil de superar11.

Tierras maravillosas y de prodigios


La geografía fantástica griega, en la que predominaban de forma clara las mara­
villas de toda clase por encima de cualquier otro interés, apenas ha llegado hasta
nosotros si tenemos en cuenta que las obras más destacadas del género se han perdi­
do de forma irrecuperable y que tan sólo tenemos noticias muy escuetas acerca de
ellas. Sirva como ejemplo el célebre caso de Antífanes de Berge, que al parecer
hablaba en su obra acerca de un país en el que el frío helaba las palabras en invierno
y más tarde en verano podían escucharse esas mismas palabras, ya descongeladas
con la llegada del calor12. La fantasía de dicho autor había superado al parecer todos
los límites y su nombre se convirtió en el calificativo proverbial utilizado para cata­
logar la mentira contumaz o la fabulación sin fundamento alguno de veracidad13.
Dentro de ese mismo status situaba también Estrabón a todos aquellos autores, entre
los que incluye a Hesíodo, Alemán y Esquilo, que habían hablado en sus obras de
tierras habitadas por pueblos completamente fantásticos como los pigmeos, los
cabeza de perro, los que se hacían sombra con sus orejas, quienes tenían los ojos en
el pecho o los que poseían un solo ojo, o de lugares tan fantásticos como los montes
Ripeos, de la montaña Ogiyo y de la estancia de las Gorgonas y de las Hespérides14.
Todo un catálogo de fantasías y aberraciones, producto en su mayor parte de la ima­
ginación desenfrenada del ser humano, y de la griega en particular, que siempre
había poblado las regiones desconocidas de seres extraordinarios. Seguramente, en
un principio esta saga de pueblos y lugares fantásticos no se localizaban en parte
alguna concreta de la tierra, ya que pertenecían de pleno derecho a una geografía
11 McLeish (1980), 157 y ss.
12 Sobre este tema y su autor, Weinreich (1942).
13 Así lo encontramos en Estrabón, II, 4, 2, quien refiere que este era el calificativo de Eratóstenes
hacia Evémero, autores ambos que son puestos también por el geógrafo al mismo nivel de falsedad abso­
luta, cf. I, 3, 1 y II, 3,5.
14 Estr., VII, 3,6, refiere el catálogo elaborado por Apolodoro de Atenas.
TIERRAS DE FANTASIA 283

mítica intemporal y sin espacio definido donde las coordenadas de todo tipo brilla­
ban por su ausencia. Sin embargo, más adelante, posiblemente tras las primeras
exploraciones e intentos de expansión ultramarina que tuvieron lugar a lo largo del
período arcaico, fueron siendo situados en las regiones más remotas del orbe según
avanzaban los conocimientos geográficos y se reducía a los extremos del mundo las
zonas de terrae incognitae15.
El conocimiento progresivo de las regiones limítrofes fue trasladando a ellas una
buena parte de estas fabulaciones y ya se ha visto en los capítulos precedentes cómo
fueron ocupando su lugar correspondiente en cada uno de estos territorios. Sin
embargo el gusto por lo maravilloso y lo extraordinario per se se acentuó todavía
más, como es bien sabido, tras las grandes conquistas de Alejandro y empezaron a
surgir en el medio literario alejandrino tratados sobre lugares maravillosos, que
constituyeron el género conocido como Paradoxografía, que abarcaban práctica­
mente toda la tierra conocida, incluyendo también ciertas regiones del mundo habi­
tado más inmediato como algunas zonas de la propia Grecia, el sur de Italia o Sici­
lia. La gama de intereses era ciertamente amplia e incluía por igual el medio físico,
los ríos, lagunas, grutas, bosques, montañas, como el animal o vegetal con todas las
variedades y curiosidades a que éste daba lugar, e incluso el puramente humano,
prestando atención a las costumbres más exóticas y sensacionales de los pueblos
bárbaros o destacando aquellos fenómenos prodigiosos que contradecían las leyes
de la naturaleza16. Un poco ciertamente a la manera de los viejos tratados de etno­
grafía jonia, de los que apenas conocemos otra cosa que los ecos que han podido
dejar en la obra de Heródoto, pero acrecentado ahora por el boom de los nuevos
descubrimientos y el auge de las nuevas ciencias de la naturaleza que con los traba­
jos del Liceo habían empezado a florecer por todas partes17. Un lugar destacado
ocupan las tierras de Occidente, Sicilia e Italia, donde se localizaban innumerables
fenómenos curiosos de todas ciases y que fueron el objeto central de obras como la
de Ninfodoro, ya mencionada anteriormente. Sin embargo seguían siendo las tierras
limítrofes del mundo habitado las que atraían la atención y el interés de estos auto­
res, tal y como revelan obras como la de Isígono o Nicolás de Damasco, que conte­
nían una amplia gama de las costumbres y los lugares más curiosos18.
Ciertamente podríamos catalogar como fabulosas todas aquellas tierras sobre las
que se situaban esta clase de fenómenos, pero lo cierto es que tan sólo se referían a
lugares bien concretos de las mismas, una laguna, un río o una gruta, donde tenía
lugar el hecho objeto de su interés paradoxográfico, y no a la totalidad de ellas. Sin
embargo sí aparecen a lo largo de estos tratados algunos indicios más claros que nos
remiten a todo un país en concreto, en el que se producían algunas de las caracterís­
15 Romm (1992), cap. 5.
16 Sobre la Paradoxografía y sus intereses véase la bibliografía antes citada a este respecto.
17 Vegetti (1991).
18 Para los correspondientes fragmentos sobre ambos autores remitimos a la edición de Giannini
(1965) así como a nuestra traducción en la Biblioteca Clásica Gredos.
284 F. J a v ier G óm ez E spelo sín

ticas que definen a esta clase de tierras. Sirva como ejemplo la tierra de los Umbros,
de la que se dice en el celebre tratado atribuido a Aristóteles conocido como Mira-
biles Auscultationes que allí el ganado paría tres veces al año, su suelo producía fru­
tos mucho más numerosos de los que se habían sembrado y sus mujeres eran de una
fecundidad extraordinaria, dando a luz de forma simultánea a dos y hasta tres
hijos19. En otros casos se trata de lugares maravillosos situados de nuevo en los con­
fines del orbe conocido. Así en este mismo tratado se menciona igualmente un lugar
conocido como el monte Uranio, situado de forma vaga en el imperio de los cartagi­
neses, que se hallaba poblado de bosques y flores que emanaban un agradable
aroma a las regiones vecinas, recreando una vez más el viejo tópos del locus amoe-
nus , si bien en este caso adobado con todo el misterio que recubría inevitablmente
las regiones de los confines occidentales, asociadas a un escenario geográfico
excepcional, compuesto a base del imponente océano y de elevadas montañas que
sobrecogían el ánimo de los marinos y viajeros, capaz de albergar toda clase de pro­
digios. Un ambiente que vemos ya reflejado en algunos de los pasajes del célebre
Periplo de Hartón, cuando avistan desde la costa una columna de fuego que subía
hasta el cielo desde una elevada montaña, a la que denomina su anónimo autor, “el
Carro de los dioses”20. Una clase de relatos que, a juzgar por las referencias que
encontramos en las páginas de Heródoto al monte Atlas, debían abundar ya en el
siglo V y fueron luego aprovechados al máximo por esta clase de literatura fantásti­
ca, a la que sin duda también pertenece de lleno el mencionado Periplo21.
Otra pérdida importante a este respecto es la de Antonio Diógenes, un autor des­
conocido que escribió una especie de relato novelesco titulado Maravillas más allá
de Tule22. A lo largo del mismo debían desfilar países maravillosos de cuya descrip­
ción no han quedado apenas huellas en el resumen del patriarca Focio, que es la
forma en la que ha llegado hasta nosotros el relato de Diógenes. Sin embargo se
mencionan a lo largo del mismo lugares como la propia Tule, las partes más septen­
trionales de la tierra, donde los días o las noches llegaban a durar un año, una ciu­
dad de Iberia donde la gente podía ver de noche pero eran en cambio ciegos por el
día, e incluso las cercanías de la propia luna. Productos todos ellos de la mera fic­
ción desbordada de su autor que ha aunado dentro de un mismo relato elementos
bien diferentes pero supeditados todos ellos a un objetivo principal cual era el de
sorprender a su auditorio mediante la exhibición sin trabas de toda clase de fantasí­
as, quizá con un cierto sentido paródico del género, a la vista de algunos pasajes
señalados que apuntan en esta dirección, pero que resulta difícil calibrar sin embar­
go a partir del breve resumen de Focio.
19 Mir.Aus., 80.
20 Mir.Aus., 113
21 Sobre el carácter ficticio del Periplo de Hanón, Germain (1957). En general, Desanees (1978)
W-85 y García Moreno (1989).
22 Sobre esta obra puede verse, Di Gregorio (1968). Sobre su relación con las Historias Verdaderas
ilc l.uciano, Morgan (1985).
TIERRAS DE FANTASIA 283

La imaginación de Luciano
Dentro de los relatos fantásticos ocupa la primacía sin lugar a dudas el genial
Luciano, que en sus Historias Verdaderas trenzó una divertida parodia de esta clase
de fabulaciones en las que la imaginación disparada ya sin freno alguno había alcan­
zado excesos considerables23. Ya en el preámbulo deja claras sus intenciones de
construir una verdadera fábula, una historia completamente imaginaria que dice
haber inventado del todo y que no es resultado ninguno de un viaje hasta los lugares
que describe, a la manera de los autores más célebres del género que pretende satiri­
zar. Desfilan así ante nosotros diferentes escenarios de corte claramente fantástico
donde se igualan sus intenciones críticas con el despliege de recursos imaginativos.
Llega así en su viaje hasta una isla maravillosa en la que encuentra una estela de
bronce donde podía leerse en un griego borroso el testimonio de la presencia en el
lugar de Heracles y Dioniso, los dos viajeros míticos más celebrados, que habían
servido de excusa narrativa para un buen número de estas fantasías, de la clase de
las que hemos encontrado en Dionisio Escitobraquión. En ella también había un río
de vino de abundante corriente que servía a la vez como prueba de la estancia del
dios en la isla. En el río podían verse incluso unos peces que sabían también a vino
y producían por tanto la embriaguez si uno comía de ellos, llevando de esta forma la
parodia de esta clase de motivos al absurdo más disparatado dentro de su impecable
lógica narrativa. Las fuentes del río eran unas extrañas vides cuya parte superior
estaba formada por mujeres totalmente perfectas desde la cintura y de cuyos dedos
nacían sarmientos cargados de racimos. Sus besos, al igual que sucedía con los
peces, producían la embriaguez de quien los recibía.
Tras un viaje por el aire, arriban nada menos que a la luna, situada en medio del
aire como otra isla, esta vez flotante, de forma redonda y resplandeciente de luz.
Allí habitaban los cabalgabuitres, hombres que cabalgaban a modo de caballos
sobre buitres enormes cuyas plumas eran mayores que el mástil de un navio mer­
cante. Luciano demuestra una vez más la fuerza de su imaginación mediante la des­
cripción detallada de los extraños seres que allí habitaban y especialmente la curiosa
forma en que nacían dado que en la luna no existían las mujeres. Se habla así de
gentes que actuaban hasta los veinticinco años como esposas y después como mari­
dos, quedando embarazados en la pantorrilla. Se menciona también a los arbóreos
que nacen de las bellotas caídas de un árbol carnoso surguido al plantar en la tierra
los testículos humanos. No existe allí la muerte pues el hombre tras la vejez se
disuelve y se convierte en aire. Su dieta a base de aspirar el humo de las ranas asa­
das es común para todos y beben un aire exprimido en copas. No poseen tampoco
orificio anal en el lugar adecuado y sí en cambio encima de la pantorrilla, lugar en
el que tenía lugar el embarazo. Consideran hermosos a los calvos y les salen unas
barbas sobre las rodillas y una col en las nalgas a modo de cola. De sus narices
23 Fusillo (1988).
286 F. Ja v ier G ó m ez E spelo sín

fluye miel y sudan leche, circustancia que les permite fabricar queso con gran facili­
dad. Extraen de las cebollas un aceite denso con el que fabrican perfume, tienen
vides que producen agua y utilizan sus vientres como alforjas, ya que pueden abrir­
los y cerrarlos a discreción. Los ricos se visten con ropas de vidrio mientras que los
pobres lo hacen con hilado de bronce, metal que es abundante allí. Tienen además
los ojos desmontables y pueden incluso intercambiárselos entre sí y unas orejas
como hojas de plátano. Por fin Luciano alude al palacio real en el que había un
espejo situado sobre un pozo en el que podía contemplarse toda la tierra. La parodia
de los lugares idílicos a la manera de la vieja edad de oro, localizados en islas fabu­
losas o en el confín de las regiones del orbe, habitadas por curiosas poblaciones
como las que encontramos al referimos a las islas del Sol, son aquí caricaturizadas
llevando al extremo todas las fantasías detectables en este tipo de historias, para
acabar de convertirlas en el absurdo manifiesto, pero cómico al máximo sin duda,
que Luciano presenta aquí a sus lectores.
Sin embargo la fantasía de Luciano no parece tener límites y en el curso de su
viaje se suceden lugares y pueblos a cual más increíble. Pasan después junto al
Zodíaco, un país que era “frondoso y fértil, bien dotado de agua y otras riquezas”.
Más tarde en el descenso hacia la tierra llegan a la ciudad de las lámparas, un lugar
habitado exclusivamente por esta clase de objetos que les acogen con hospitalidad,
y a la ciudad de los Nubecuclillos en la que el viento les impide detenerse. Ya en el
mar son tragados por una ballena, en cuyo interior encuentran una isla cubierta de
un denso bosque con árboles de todas las especies y tierras cultivadas. En el centro
del mismo encuentran un templo de Poseidón y a otras gentes que les muestran las
ventajas de la isla como sus vides que producen un vino dulcísimo, un manantial de
agua fresca y una laguna, donde había peces de todas las clases. Sin embargo en la
misma habitaban igualmente otras gentes menos hospitalarias con las que aquellos
se encontraban en guerra como los saladores, con ojos de anguila y rostro de boga­
vante, los tritoncabritos, con medio cuerpo humano y el otro parecido al del pez
espada, los manosdecangrejo, los cabezatunes, los coladuras y los aletasdebarbada.
Una vez fuera ya de la ballena llegan a una isla llena de vides que tenía la forma
de un enorme queso compacto situada en medio de un mar de leche. En su centro se
alzaba un templo de Galatea, nombre adecuado a un contexto similar, y su reina era
Tiro, siguiendo el juego de palabras con la composición de la isla. Aparece más
tarde ante su vista la isla de Corcho, cuyos habitantes con pies en forma de corcho
podían correr libremente sobre las aguas del mar. Arriban después a la isla de los
afortunados, que constituye una recreación paródica del viejo tópos helénico. Allí
pueden asistir a los juicios que celebran conocidos personajes de la mitología o de
la historia. La ciudad era toda de oro y el muro de esmeralda. Las puertas, siete en
total, eran de una sola pieza de madera de cinamomo. Los cimientos y el suelo eran
de marfil. Había además templos de todos los dioses construidos de berilo y enor­
mes altares de amatista. Un río de mirra corría a su alrededor y utilizaban como
baños casas de cristal caldeadas con brasas de cinamomo. Sus habitantes sólo tenían
TIERRAS DE FANTASIA 287
cuerpos en apariencia y no envejecían dado que permanecían con la misma edad
con la que habían llegado hasta el lugar. Vivían en medio de una luz ténue semejan­
te a la aurora matinal y sólo conocían una estación, la primavera, y un único viento,
el céfiro. El país, como era de esperar, poseía flores y plantas de todas clases. Sus
vides producían doce cosechas al año y sus árboles frutales hasta trece ya que
durante un mes daban fruto en dos ocasiones. La célebre abundancia proverbial de
estos lugares alcanza aquí ya el grado de paroxismo, ya que las espigas producen el
pan ya apto para el consumo y en los alrededores de la ciudad hay trescientas sesen­
ta y cinco fuentes de agua y otras tantas de miel, quinientas de mirra, siete nos de
leche y ocho de vino.
No menos fabulosa es la descripción que presenta del Elisio, la llanura en las
afueras de la ciudad donde celebran sus fiestas. Se trata en efecto de un prado bellí­
simo rodeado de un espeso bosque que brinda a todos su sombra. Los lechos son de
flores y los vientos les sirven en todo. Unos árboles de cristal producen copas de
todos los tamaños que de forma inmediata se llenan de vino y las gentes son corona­
das por los pájaros que expanden sobre ellos flores de los prados vecinos mientras
revolotean cantando. Unas nubes repletas de mirra desprenden sobre ellos su perfu­
me bajo una suave presión de los vientos. Cantan himnos y poemas con la asistencia
del mismísimo Homero y los poetas más celebrados. Cuando éstos cesan en sus
cantos les substituye un coro de cisnes, golondrinas y ruiseñores, acompañado por
todo el bosque bajo la dirección del viento. Tienen además dos fuentes, la de la Risa
y el Placer que les proporcionan la actitud adecuada para las celebraciones.
Expulsados de la isla tras siete meses de estancia, una cifra que sin duda recuer­
da la estancia de Jámbulo en las islas del Sol, recorren otros lugares como la isla
siniestra donde recibían sus castigos los malvados. Rodeada de un olor terrible a
azufre y de un aroma como de hombres asados, la isla era rocosa y pelada, árida sin
árboles ni agua. El país era sumamente feo y su suelo se hallaba repleto por todas
partes de cuchillos y picas. Los ríos que fluían en esta ocasión eran de fango, sangre
y fuego en consonancia con el carácter del lugar. Llegan después a la isla de los
Sueños que como éstos al ser completamente irreal retrocedía cuando uno quería
aproximarse hasta ella. La ciudad se encontraba rodeada por un bosque de adormi­
deras y mandragoras en el que sólo moraban los murciélagos. Fluía por allí un río
llamado Noctámbulo y había dos fuentes, denominadas una Dormilona y la otra
Todanoche. Estaba rodeada por un muro alto y polícromo semejante en color al del
arcoiris. En su interior se hallaban los templos de la Noche, la divinidad que más
veneraban en el lugar, y del Gallo, y el palacio de Hipno. Sus habitantes los sueños
eran de diversa índole, unos hermosos y de buen ver y otros pequeños y feos.
Tras una estancia allí de treinta días emprenden de nuevo su viaje que les lleva a
través de los calabazapiratas y aquellos montados en delfines, de un mar en forma
de bosque de pinos y cipreses que no tenían raíces y a atravesar una sima inmensa
que les transporta por fin a un mar más suave y familiar. Llegan después a la isla de
los bucéfalos, con los que se ven obligados a luchar. Pasan a continuación delante
288 F. J a v ier G ó m ez E spelo sín

de unos hombres que navegaban con sus propios cuerpos tendidos boca arriba utili­
zando su miembro viril como mástil de la vela y llegan hasta una isla habitada por
mujeres, todas hermosas y jóvenes, pero con patas de burro que se alimentaban de
los extranjeros que llegaban hasta ellas, en una recreación cómica del episodio odi-
seico de Circe. Por fin arriba al otro continente, el que se encuentra frente al mundo
habitado, pero Luciano, llevando al extremo su juego literario y la parodia ingeniosa
de los relatos fabulosos, pone fin a su historia prometiendo dar cuenta de aquellas
nuevas aventuras en unos libros venideros, a todas luces inexistentes, tal y como
solían tener por costumbre algunos de estos autores, dejando en la expectativa a sus
lectores con la esperanza de poder continuar un día sus historias y dejar bien claro
también que la posibilidadad misma de continuarlas todavía dejaba buen márgen
para la fabulación.
En definitiva nos encontramos ante un desfile fantástico sin precedentes a través
del cual Luciano pasa revista a todos los tópicos de esta literatura recreando con un
gran ingenio algunos de los episodios más conocidos y celebrados de toda la litera­
tura anterior, desde la mismísima Odisea hasta los más recientes productos del
género fantástico como el de Antonio Diógenes, pasando por toda la literatura etno­
gráfica tradicional al estilo de Heródoto y los relatos fabulosos de Ctesias y los his­
toriadores de Alejandro. Una apoteosis en fin de la fantasía y de los recursos de la
imaginación de su autor que ponen a prueba la risa del lector al tiempo que le
advierten de la facilidad enorme con que podía camuflarse bajo pretensiones apa­
rentemente serias de veracidad un relato fabuloso que no era a la postre otra cosa
que una sucesión de patrañas y burdas mentiras, trabadas unas a otras con cierta
habilidad narrativa e insertas todas ellas dentro de un esquema argumental, tal y
como había enseñado el maestro primero de tales relatos, que no era otro que el
celebrado Odiseo, de quien Luciano se constituye aquí en el más destacado de sus
discípulos, utilizando dichas enseñanzas con una finalidad que en parte, posible­
mente sólo en parte, era bien distinta del viejo poeta épico.

La isla de Crono
Con justicia debe figurar también dentro de esta relación de las tierras fantásti­
cas la llamada Isla de Crono a la que alude Plutarco en su tratado sobre el rostro de
la luna24. En un diálogo entre el cartaginés Sila y Lamprias, el primero introduce el
relato acerca de una isla situada en dirección occidental de Britania, donde según
contaban los indígenas se encontraba Crono encarcelado por Zeus. La naturaleza de
la isla, que recibe el nombre homérico de Ogigia, y la dulzura del aire que la circun­
da son ciertamente admirables. Quienes en ella habitan, llegados hasta allí en un
24 Mor., 941-945. Sobre la interpretación de este diálogo, Gorgemanns (1970). Véase también la
introducción y comentario a cargo de Del Como y Lehnus (1991).
TIERRAS DE FANTASIA 289
principio para cumplir con un deber ritual hacia el dios, pasan su tiempo ocupados
en celebraciones y sacrificios o inmersos en discusiones filosóficas ya que la isla les
proporcionaba sin pena ni esfuerzos toda clase de bienes en gran abundancia. La
mayor parte de sus habitantes han decidido permanecer allí a causa de estas bendi­
ciones a pesar de que pasados treinta años al servicio del dios se les permitía aban­
donar la isla y regresar de nuevo a su casa. El propio dios, Crono, duerme en una
profunda cueva que brilla como el oro, sobre la que los pájaros derraman ambrosía
que se esparce desde allí como si fuera una fuente a toda la isla, que es bañada de
esta forma por la fragancia de su perfume. Allí podía además aprenderse astronomía
igual que el resto de la filosofía, profundizando el estudio de la naturaleza.
Parece que todo el relato de Sila se remitía a un extranjero que desde allí había
viajado hasta nuestro mundo, llegando hasta Cartago, donde Crono recibía un culto
especial, y dio pábulo a sus extraordinarias historias sobre aquella parte del mundo.
De nuevo por tanto la técnica del relato de viajes servía como marco literario intro­
ductorio de una fábula en la que destacan sobre los habituales elementos fabulosos
ciertas connotaciones religiosas que buscan para su desarrollo un escenario irreal y
fantástico, aunque situado esta vez en consonancia con las nuevas especulaciones
sobre las zonas más septentrionales del globo25. Existen sin embargo a lo largo del
relato ciertas incoherencias que confirman esta primera impresión de que Plutarco
se muestra una vez más interesado sobre todo en el contenido filosófico del diálogo
y descuida en alguna medida la precisión a la hora de diseñar el escenario idóneo,
que requiere tan sólo determinados elementos a base de la lejanía geográfica y del
mito tradicional para convertirse de golpe en el contexto adecuado a sus intencio­
nes. Buen conocedor de la literatura anterior y a tono con los nuevos saberes geo­
gráficos, sitúa su escenario en el confín occidental hacia el norte y menciona algu­
nas de las intuiciones que desde la expedición de Piteas se habían conocido sobre
estas regiones como la existencia de un mar helado o la brevedad de las noches esti­
vales. Sitúa también allende las islas el otro continente, intuido ya desde Crates de
Malos26, cuyos ríos inmensos producen con sus aluviones un mar fangoso, y pone
en boca de un cartaginés una historia de estas características, sabedor posiblemente
del aura de Cartago en este sentido al haberse realizado desde allí grandes expedi­
ciones occidentales, algunas de las cuales como el célebre Periplo de Hartón habían
alcanzado una gran popularidad a través de su conversión literaria entre el público
griego. Todo adobado con ciertos elementos de naturaleza filosófico-religiosa cuyos
antecedentes más inmediatos cabe buscarlos quizá en el Timeo platónico, como ya
vio bien Hamilton27, y los más lejanos probablemente en el viejo mito de las islas de
los bienaventurados, atestiguado en Hesíodo.
25 Véase a este respecto el apéndice II de la traducción italiana mencionada en la nota anterior.
Sobre la relación de esta historia con una posible intuición preliminar de las tierras de América del Norte
y el absurdo inherente de esta clase de intentos, Ebner (1906), 65-95.
26 Moretti (1990)
27 Hamilton (1934).
BIBLIOGRAFIA GENERAL

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TIERRAS FABULOSAS
DEL MUNDO ROMANO
Y CRISTIANO
Margarita Vallejo Girvés
PRESENTACION

La fantasía, una de las características innatas al hombre, en nada ajena a su com­


portamiento, siempre ha conducido al hombre por caminos de sombra y de luz, ten­
dentes a la búsqueda de tierras o lugares ideales o fantásticos o a la concepción de
épocas -pasadas y futuras- donde se materialicen deseos y esperanzas imposibles de
verse realizadas en el mundo actual.
El hombre romano, sea de tradición pagana o cristiana, como humano que es, no
se resiste a dejarse llevar por la imaginación, por la fantasía, si bien por las caracte­
rísticas de la época parezca menos predispuesto a la invención de nuevas teorías
acerca de tierras de jauja, o de salvación. Pero lo cierto es que seguidor de una u
otra religión se dejará conducir por su mente para que otorgue forma y materialice
dentro de ella todo aquello a lo que aspira, en aquello en lo que sueña, en definitiva
en aquello que la cruel realidad niega.
Nuestro protagonista, habitante y partícipe de la civilización romana, es también
heredero de la griega, lleva a sus espaldas las tradiciones y esperanzas de todos sus
antepasados mediterráneos; y como tal heredero continuará repitiendo y creyendo,
en no pocas ocasiones, en las tierras fantásticas y fabulosas que los griegos situaban
más allá de los confines del mundo conocido para ellos, o donde se dibujaban mon­
tañas de oro custodiadas por fantásticos animales y lugares donde la fertilidad de los
campos hacía innecesario su cuidado1. Pero también, como hombre de su tiempo,
donde el mundo conocido y dominado es mayor que el explorado por el hombre
griego2, expresa sus reservas sobre la imagen fabulosa de tal o cual tierra transmiti­
da en diversas ocasiones por la civilización helenística, en el más amplio sentido del
término3. Es más, no duda en mostrar sus reservas sobre la existencia real de las
mismas, como es el caso del tardío Cosmas Indicopleustes, o en reproducirlas, pero
dejando entender que estas ideas ya han sido criticadas, como se puede comprender
con la, justificación de Mela donde expresamente indica no sentir vergüenza de
1 Visiones por otro lado seguramente alentadas por las lecturas que se pudieran hacer al respecto,
como indican D. S„ I, 4, 2-4; III, 38,1 y XVIII, 52, 6 (c/. Sacks (1990), 55) o Gel., 9, 4, si bien este últi­
mo concluye, en relación a la literatura paradoxográfica, que es de la que habla, del escaso fruto que su
lectura puede proporcionar para la vida del hombre.
2 Chevalier (1988), 345.
3 Gabba (1981), 55.
308 M a r g a r ita V allejo G irvés

seguir a ciertos escritores que describirían no tanto tierras, como “hombres” de


características fantásticas4, o considerando legendarias ciertas informaciones que
por ejemplo Tácito reproduce pero sobre las que no se pronuncia por no haberse
comprobado in situ5, o mostrando sus reservas, como es el caso de la postura de
Cicerón ante la teoría de la Luna habitada y llena de ciudades®. En definitiva puede
decirse que la visión del mundo romano es algo más real que la griega, como evi­
dentemente era de esperar7, pero no puede olvidarse en este mismo contexto que en
la literatura latina persistió la idea de la existencia de algunos lugares fantásticos y
fabulosos, o cuanto menos distintos8.
Es principalmente por esta razón, por la pervivencia de los elementos creados
por la imaginación griega -pues creemos que quedará de manifiesto que no son muy
numerosas las ocasiones en las que el hombre romano contribuirá con nuevos temas
míticos o fabulosos a los ya creados con anterioridad9-, y por la propia necesidad
del hombre de tener una esperanza en un lugar o época distinta y mejor que la suya
por lo que el romano en muchas ocasiones se resiste a dejarse convencer de la ine­
xistencia real de estos lugares. Por ello, pero también por el hecho innegable y bási­
camente asumido de que otros elementos y tierras imaginarias han perdido ese cali­
ficativo desde el mismo momento en que se ha tomado contacto real con el lugar
donde la mente antigua las había ubicado, es por lo que el estudio de cuál es el con­
cepto de tierra y pueblo fabuloso o fantástico en Roma podrá diferir un tanto de lo
que el lector habrá comprendido de la lectura de capítulos anteriores. En definitiva,
a más tierras conocidas menos posibilidad de ubicar en ellas paraísos perdidos, si
bien es cierto que, como indica Emilio Gabba, aun a pesar de que el mundo conoci­
do sea mayor, con ello, con la lejanía de las nuevas tierras y las costumbres extrañas
a Roma de muchas de ellas se abre un nuevo terreno para el ejercicio de la fantasía
y de la imaginación10. Ahora bien, aun teniendo en cuenta esto último, no es posible
negar en primer lugar la evidencia de que en el mundo romano van a coexistir una
visión fabulosa o fantástica y una visión real de un mismo pueblo o lugar y en

4 Mela, 1,6, 55.


5 Tac., Ger. 45, 1 y 46, 6.
6 Cíe., Ac. II, 39, 123, si bien confunde a Jenófanes con Anaxágoras (cf. ed. J. S. Reid, Londres
1885, 321). Esta teoría de la habitabilidad de la Luna es antigua y muy seguida, incluso por los autores
latinos tardíos, como es el caso de Macr., Com. Somm. Scip. I, 11,7.
7 Freneaux (1974), 140-141.
8 Vasaly (1993), 136-137.
9 Rawson (1985), 253.
10 Gabba (1981), 53; cf. Vasaly (1993), 136-137, en la misma línea pero a partir de los relatos de
viajeros o comerciantes con lugares muy lejanos pero ya esencialmente reales; un ejemplo claro es la
postura de Cic., Ver. III, 207, cuando aun admitiendo que el conocimiento del Océano es considerable,
todavía habla de pueblos remotos o escondidos y desconocidos (cf. Freneaux (1974), 133-135, analizan­
do la interpretación dual del Océano en las obras de Cicerón, en ocasiones misterioso, en ocasiones real y
cercano). También Prop., 2, 10, 17-20, refiere similar postura cuando habla de que hasta la India está
sometida por Augusto, pero concluye \Y si un país se sustrae en alejados confines...'..
PRESENTACION 309

segundo que algunos de los mitos clásicos se desmoronaron incluso durante la


vigencia del mundo mediterráneo greco-romano11.
Pero no es sólo ésta la razón por la que en la mente del hombre romano se pro­
duce un cambio cualitativo en la percepción de lo imaginario. La mutación de las
creencias religiosas a lo largo de la historia del pueblo romano, y concretamente en
su período imperial, donde el cristianismo irrumpirá no sólo como fuerza política
sino también, como es propio de toda religión, como moldeador de la mente del
hombre, de sus anhelos, esperanzas y temores, contribuirá igualmente en alto grado
a que en nuestras lecturas nos encontremos de forma simultánea con la negación de
la existencia de tierras y pueblos fantásticos que la Antigüedad había hecho perdu­
rar y con la aparición de nuevas tierras que cabe también calificar de fantásticas,
localizadas en múltiples ocasiones en el famoso lugar-tópico de las tierras más allá
del Océano que circundaba la tierra, pero otras ubicadas fuera de nuestro mundo, en
un plano superior, situado entre la morada de Dios y la tierra, un lugar etéreo pero
repleto de elementos fantásticos con las mismas características, aunque expresa­
mente diferenciadas, que podrían presentar el Jardín de las Hespérides, las Islas de
los Bienaventurados o Afortunadas. De igual modo la misma ideología cristiana,
con la creencia en los milagros retomará, obviamente desde otro punto de vista, el
ejercicio de la imaginación del hombre presentando situaciones anómalas o extraor­
dinarias que no se dan en la vida cotidiana del hombre, contribuyendo de este modo
a la perduración de lo imaginario en la humanidad.
Dicho esto cabe interrogarse, ya que éste es nuestro principal punto de estudio,
si realmente el hombre romano creyó alguna vez en la existencia de tierras fantásti­
cas o de mundos fabulosos. La respuesta no puede ser más nítida: desde luego que
sí, y no sólo por repetir de una manera automática esas tradiciones heredadas, sino
porque como ya dijimos al principio es algo innato a la humanidad, es necesario
para soportar el acontecer diario. El hombre es por definición un ser disconforme
con el mundo que le ha tocado vivir; por excelentes que sean las condiciones de su
vida, de su acontecer cotidiano, siempre aspirará a mejorarlas. Y no nos referimos
con ello al afán de superación personal, sino a otros elementos: a buscar una escapa­
toria mental a las dificultades mundanas, lo que llamaríamos hoy evadirse de los
problemas cotidianos para así contrarrestar las enfermedades, la peste, la pobreza, la
tiranía, las guerras civiles12, etc...; a alcanzar un mundo en el que poder vivir sin tra­
bajar, en el caso de la vida terrenal, o a lograr un lugar de características excepcio­
nales para la vida en el más allá, elemento propio de la mayor parte de las creencias
religiosas que han presidido el acontecer histórico de la humanidad. En definitiva
las ideas creadas por la mente del hombre, en su parcela fantástica, fueron, son y
serán necesarias para el mantenimiento de la realidad humana; no es desde luego

11 Gracco Ruggini (1993), 468-469; éste será precisamente uno de los puntos por los que nos intere­
saremos.
12 C f infra, especialmente El mito de la Edad de Oro.
310 M a r g a r it a V allejo G irvés

una expresión maniqueísta de la concepción humana, no estamos identificando el


Bien con lo creado por la fantasía y el Mal con la realidad; no es una concepción tan
radical, porque de ser así la humanidad hubiera caído rápidamente en la locura, pero
sí pensamos que esas épocas o lugares utópicos y fantásticos son extremadamente
necesarios para sobrellevar la cotidianeidad. Y el hombre romano, el que va a ser el
conductor de nuestro estudio, es, como humano, partícipe de esta concepción.
Y si es partícipe de esta concepción, ¿cómo interpreta, cómo dibuja el hombre
romano esa fantasía? ¿Qué relación puede establecerse en Roma entre las hipotéti­
cas tierras aún desconocidas y la ubicación en ellas de seres de características fabu­
losas, en ocasiones anómalas, o una concepción maravillosa o idealizada de las mis­
mas? ¿Persigue el hombre una tierra fantástica dentro del mundo, dentro de la Tie­
rra o se inclina por dibujarla fuera de ella, en un plano superior o elevado? ¿Si la
localiza en la Tierra, la ubica en las tierras ya conocidas o en otras que hipotética­
mente están en ella pero que aún son desconocidas para la humanidad o de las que
se ha perdido toda conciencia real? ¿Y si va más allá, y si en lugar de una tierra en
este mundo y en esta época, localiza su tierra fantástica en nuestro mundo pero en
una época futura? Todo ello, todos estos interrogantes que hemos planteado deberán
ser contestados afirmativamente en el caso del hombre romano. Su concepción
de una tierra fantástica, aun a pesar de ser menor que la griega, es múltiple y vario­
pinta.
Esta última reflexión debe llevamos a plantear cómo cabe definir, por lo menos
desde el punto de vista romano que es el que ahora nos interesa tener en cuenta, una
tierra fantástica y fabulosa. Los textos, esencialmente latinos, que vamos a presentar
en estos capítulos, y los que se han presentado en los anteriores, creemos que pon­
drán de manifiesto de una forma nítida que no siempre lo fantástico y fabuloso debe
identificarse con lo rico, con lo exhuberante.
Por lo que atañe al mundo romano pensamos que quedará claro que desde luego
en la mayoría de las ocasiones en que el individuo deja correr su imaginación, ésta
deriva en la concepción de un mundo armonioso, fértil, exhuberante, rico en metales
preciosos, pero también veremos cómo en otras ocasiones la imaginación romana
nos va a conducir por el camino de lo grotesco, o cuanto menos de lo inconcebible
desde un punto de vista racional. Ahora bien, de todo ello resultará igualmente evi­
dente que ambas fabulaciones no son producto únicamente de Roma; es obvio que
de ella tomaron los hombres de la Edad Media las figuras grotescas que vemos apa­
recer en la decoración de las Catedrales o en los capiteles de los claustros13, pero
también resultará claro que Roma tomó, adoptó o asimiló tales características de la
imaginación y de la fabulación griega.
Otro elemento a tener siempre en cuenta, cuya importancia para esta interpreta­
ción ya hemos anticipado, es el grado de influencia de las creencias religiosas en la
13 Bouet (1986), 46-47, en relación a lo que podríamos llamar “fuentes de información” del arte y
literatura medievales.
PRESENTACION 311
predisposición del individuo a desarrollar su fantasía. Característica de la mayor
parte de ellas, y especialmente de muchos cultos y creencias que penetraron en el
universo del hombre romano, es la creencia en la vida en el más allá. En no pocas
ocasiones la difusión del culto a una divinidad extraña o ajena al ámbito romano
dependía de su concepción de la vida en el más allá; baste sino recordar el desarro­
llo del culto isíaco que ofrecía unas condiciones de vida en el más allá menos som­
brías que las terrenales. Ahora bien, queda claro que aquí la fantasía del individuo
no corría libre, sino que partía de unas mismas pautas, de unas premisas previamen­
te dibujadas por los inspiradores de tal o cual creencia; en este caso, dentro de esas
premisas religiosas, el individuo sólo podrá obligar a su imaginación a buscar varia­
ciones personales sobre una tierra o época de características fabulosas ya creadas
por la imaginación o la inspiración de otros.
No es necesario ir demasiado lejos en la búsqueda de creencias religiosas que
aúnen los elementos que acabamos de describir. Piénsese sino cuántas veces han
sido descritas las Islas de los Bienaventurados, cuántas veces se ha presentado el
Paraíso cristiano con variaciones sobre un mismo esquema, cuántas veces el Mundo
de los Justos ha venido a la mente y a la pluma de los escritores cristianos con míni­
mas variaciones sobre la concepción original14.
En el mundo romano no encontramos únicamente estas concepciones de tierras
fabulosas presentes pero al tiempo ajenas a este mundo, ya que conocemos también
idealizaciones de lugares reales. Idealizaciones que siempre tienen una razón de ser,
generalmente motivada con la relación del autor de tal concepción con la tierra que
describe, o con el deseo de elogiar un lugar donde ha surgido un individuo que ha
querido ser visto como un “salvador”. Se trata lógicamente de alabanzas a una tie­
rra, las laudationes, que una y otra vez, al igual que nos vamos a encontrar en múlti­
ples ocasiones, repiten los mismos tópicos, los mismos elementos siempre de carác­
ter agrario o climático, sea alabando a Italia, loando a Britania y a Hispania o invo­
cando la grandeza de la India. En definitiva es un tema recurrente, del que encontra­
remos múltiples ejemplos en la literatura latina clásica y tardía que ahora nos ocupa.
Todo ello, estas repeticiones constantes más o menos modificadas pero en el
fondo iguales, en definitiva estos tópicos de la fantasía que veremos en varios de los
casos que nos proponemos presentar, en principio nos deberían invitar a admitir que
la imaginación del ser humano llegó pronto a su fin, que la mente del hombre a la
hora de imaginar, de fantasear, tiene sus limitaciones, como tiene limitaciones, apa­
rentemente, la fuerza física. Pero es evidente que no, la propia historia del hombre
lleva a negar automáticamente esta propuesta; aunque de tradición cristiana el
mundo de los infiernos de la imaginería medieval o las pinturas del Bosco son cla­
ros ejemplos de ello. Por ello, por la imaginación apocalíptica medieval y aún poste­
rior, por la Utopía de Tomas Moro, por el Viaje al Centro de la Tierra de Julio
Veme o por Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, es preciso tener presente que on
m Cristóbal (1992), 140-141.
312 M a r g a r ita V a llejo G irv és

todo momento, en toda época o período de la humanidad el hombre tiende a mate­


rializar de una forma imaginaria sus temores o pesadillas, a buscar aquello que
anhela o a encontrar una explicación fantastica a aquello que no puede demostrar
con la razón. Lo hizo en el año 500 antes de Cristo, lo hicieron nuestros antepasados
romanos, medievales y renacentistas, lo hacemos en nuestros días y es de esperar
que lo sigan haciendo nuestros descendientes en el año 3000.
* * *
La presencia de lo fabuloso, de lo fantástico en el mundo del hombre romano, en
su imaginación, con todas y cada una de las definiciones que queramos darle es,
como ya hemos dicho, palpable; pero no puede analizarse como un todo, y no sólo
porque su origen sea griego, propiamente romano o romano cristiano, sino porque
las diferencias temporales o de ubicación son evidentes y los motivos que pudieron
provocar su surgimiento o el éxito de la propuesta diversos.
Por otra parte las fantasías, las diversas concepciones fabulosas de tierras y gen­
tes que vamos a analizar aquí nos van a conducir desde la recepción de la herencia
griega hasta la transmisión romana de esa herencia y de sus elementos originarios,
siempre en el terreno fantástico, a los hombres de la Edad Media, que encuentra su
momento de transición en la Antigüedad Tardía; época cuya presentación es igual­
mente necesaria para comprender algo que ya resaltábamos con anterioridad: la per-
vivencia de la inquietud imaginativa del ser humano.
Desde este punto de vista, y alterando un tanto la presentación que se ha hecho
en los capítulos anteriores, nos proponemos analizar y seguir en su evolución diver­
sas concepciones de tierras fantásticas que se encuentran en la literatura greco-
romana.
Nuestro análisis va a comenzar con aquellos elementos fabulosos presentes en la
ideología romana cuyos antecedentes, cuyos orígenes se encuentren en el mundo
griego pero simplemente incidiendo en el modo en que recogieron estos elementos
o los adaptaron a la mentalidad romana, para a continuación tomar como puntos de
análisis aquellas percepciones fantásticas o fabulosas en las que Roma o sus hom­
bres hayan realizado aportaciones originales significativas, sea desde el punto de
vista pagano sea desde el punto de vista cristiano. Resultará también evidente que
son numerosos los puntos en común entre los diversos tópicos que hemos elegido,
pero como ya hemos comentado ello se debe a la transmisión consciente o incons­
ciente de las mismas inquietudes, temores o deseos de los hombres, no importa el
momento en que se viva.
Ahora bien, salvo en algunos apartados, comprobaremos que se trate del tema
que se trate, lo fabuloso se traduce generalmente en los mismos elementos constan­
tes, aun a pesar de que en múltiples ocasiones sean absolutamente contrarios a las
leyes de la Naturaleza15: la miel abundante, la feracidad natural de la tierra, las dos
15 Thomas (1982), 41.
PRESENTACION 313

cosechas anuales, la temperatura moderada durante todo el año, la riqueza metalífe­


ra, la ausencia de animales dañinos, etc...; y ello se dibuja en las Islas Afortunadas,
en el Paraíso cristiano, en la Tierra de Saturno o en la Edad de Oro, o en las alaba­
das Italia, Hispania, Britania o India. Son, es claramente comprensible, las máximas
aspiraciones de una humanidad cuyos principales medios de vida estaban relaciona­
dos con los frutos de la tierra16. Son las tierras donde el hombre puede alcanzar la
felicidad, como parecía reconocer Isidoro de Sevilla, cuando al describir las impre­
sionantes riquezas naturales de las Islas Afortunadas comentaba “es como si se las
considerara felices y dichosas por la abundancia de sus frutos”11.
No obstante, resultará igualmente evidente en uno de los capítulos que presenta­
remos, que el hombre, en uso de su imaginación, se deja llevar por sus temores, por
sus demonios -y también desde luego por percepciones erróneas de la realidad-, y
puede llegar a presentar lugares donde la población tenga una apariencia totalmente
grotesca desde el punto de vista del canon humano que el hombre mediterráneo
conocía, que en definitiva es el nuestro.
Denominador común -excepto en un caso- de tales fabulaciones es también la
indeterminación geográfica y lejanía temporal o física de los lugares cuyas caracte­
rísticas o cuyas formas de vida son envidiadas por aquellas gentes que las describen
o que oigan o lean estas descripciones18; como veremos en repetidas ocasiones, en
el mundo romano, como el griego, existió la clara tendencia a idealizar a los pue­
blos lejanos, física y temporalmente hablando19, aunque también es verdad que con
la idea etnocéntrica que tenían los romanos vamos a conocer lugares lejanos física»
mente hablando donde las características serán totalmente negativas en relación con
las romanas20. Pero resulta igualmente evidente la motivación, doble, que tuvieron
para presentarlas en un plano geográfico o temporal distino. En primer lugar la leja
nía física e incluso su prácticamente imposible acceso quería esconder lu realidad de
la irrealidad de ese mundo anhelado; en segundo lugar, la distancia temporal busca
no sólo ocultar esa irrealidad sino mantener al hombre en el plano de su vida coti­
diana, de su mundo, con la esperanza de que vendrá un tiempo, una época en que
todas las precariedades actuales se verán sustituidas por una dicha y abundancia sin
nombre. El Mito de las Edades, concretamente en su parte conocida como Edad de
Oro, es el punto más significativo de esta reflexión21.
16 Gaster (1973), passim.
17 Isid., Etym. XIV, 6, 8 (trad. J. Oroz-Reta y M. A. Milicos Casquero, dos vols., BAC, Madrid
1982); vid. infra.
18 Martínez (1992), 12, utilizando básicamente el tema insulur.
19 Cf. Trüdinger (1918), 133-134; Ferguson (1975), 122; l’oinsonette (1979), 432.
20 Por ejemplo Sol. XXII, 2-3, respecto a Hibernia, a lu que describe como una isla prácticamente
inhabitable, con gente salvaje y belicosa, poblada por aves extrañas y en la que la miel está totalmente
ausente, elemento como se sabe muy significativo ya que se considera como uno de los alimentos defini­
dores de los lugares ideales. Cf. en relación a la localización en zonas extremas de lugares de característi­
cas negativas, Vasaly (1993), 136-138.
21 Vasaly (1993), 139.
ISLAS MITICAS, FABULOSAS Y FERACES

Las mismas características físicas de una isla, su aislamiento, la dificultad evi­


dente para arribar a muchas de ellas, el gran número que en la Antigüedad se creía
que existían sin haber conseguido explorarlas, aquellas islas que estaban separadas
por grandes distancias de tierras itálicas, hispanas, etc..., facilitaban la ubicación
“imaginaria” en ellas de lugares paradisíacos donde la divinidad convivía con el
hombre, donde éste, en ocasiones ya como ser más o menos etéreo disfrutaría de lo
que se le había prometido durante su vida, o de lugares donde reinaba la armonía,
donde se daban las características físicas deseadas por el hombre, esto es, la fertili­
dad natural más absoluta y la ausencia de la necesidad del trabajo para subsistir. En
definitiva una concepción un tanto particular del Locus Amoenus -no en vano son
ámbitos privilegiados ajenos a los avatares de la historia22- que nos llevará en dife­
rentes ocasiones a relacionarlo con diversos puntos de esta obra.
Tomando el tema de los lugares donde los hombres habitarían después de la
muerte, debe tenerse en cuenta que ese mismo “engaño” ideológico requería otro
nuevo “engaño”, esta vez también en el terreno físico, en el geográfico. Si el hom­
bre, teóricamente, no podía alcanzar estos paraísos sin pasar previamente por la
muerte del cuerpo, tampoco en vida tendría que poder alcanzar aquellos lugares, por
lo tanto su localización en un lugar lejano aislado, de difícil acceso y sin límites ni
ubicación muy definidos eran las características requeridas23.

La herencia griega
Todo ello ya lo intuyó y lo utilizó profusamente el hombre griego, como se ha
podido comprobar en los capítulos anteriores. El hombre romano pagano, seguidor
de creencias religiosas similares e incluso en muchas ocasiones iguales, no busca ni
crea otros lugares paradisíacos insulares; es evidente que los necesita, pero se sirve,
puesto que los considera aún útiles -téngase en cuenta que aún no se habrían llegado
a descubrir las islas que tendríamos que llamar de “descanso”-, de los que ha here­
dado de Grecia. Es un elemento más de los que integraron el legado griego transmi­
tido a Roma o buscado por ésta, y como es lógico la literatura latina es fiel reflejo
22 Bauzá (1993), 116-117.
23 Ferguson (1975), 122; Amiotti (1988), 166; Gabba (1991), 106-107; Gracco-Ruggini (1993), 469.
316 M a r g a r it a V allejo G irvés

de esta herencia griega, si bien como veremos muestra menor entusiasmo por varios
de estos tópicos.
Los autores latinos, muchos de ellos anticuaristas como Plinio o Mela y sus
seguidores como Solino, Marciano Capella o Isidoro de Sevilla, recogen en sus
obras alusiones a islas más o menos míticas concebidas por la civilización helénica:
la isla de las Gorgonas, las Islas de los Bienaventurados son citadas por estos auto­
res aunque sin describirlas en detalle24. Por su parte Virgilio, Séneca, Horacio o
Silio Itálico retoman estos temas como tópicos literarios25, en ocasiones teniendo
muy presente el acontecer histórico y político de Roma.
Isla mítica heredada, en este caso caracterizada por la feracidad de sus tierras, es,
siguiendo a Mela, Eritía -sin ninguna alusión a Gerión-, pero también tienen
las mismas connotaciones otras muchas, cercanas a ella, cuyo nombre no conoce pero
de las que sí sabe, curiosamente, que producen nada menos que siete cosechas anuales26.
Y no puede desde luego olvidarse la utilización latina de uno de los temas míti­
cos y fantásticos por excelencia, los Campos Elisios. Virgilio, en el pasaje de la
Eneida en que Eneas, después de ser orientado por Anquises, llega a los Campos
Elisios los describe también como un lugar desde luego fabuloso:
“lugares placenteros y deliciosas campiñas de los bosques afortunados. Allí un
aire más generoso cubre los campos con luz purpurea...”27.

Una perspectiva novedosa: Las Afortunadas


En un análisis de las Islas Míticas que se encuentran en la literatura latina no
podemos olvidar aquellas con las que un romano, Sertorio, quiso tener relación: las
Fortunatae Insulae, ya que presentan una particularidad en relación a la concepción
helenística. Así en relación a este punto J. Ferguson ha señalado que la identifica­
ción entre las Islas de los Bienaventurados, los Campos Elisios y las Afortunadas es
evidente28, pero que en la presentación literaria latina de estas últimas se les confie­
re un sentido más geográfico y real, matización que resulta evidente en varios de los
autores que aluden a estas islas29.
24 Plin., Nat. 5, 2-3; 6, 36, 201; 19, 63; Mela 3, 99-101; Sol. LVI, 10-11 y 13-19; Mart. Cap. VI,
702; Isid., Etym. XIV, 6, 10, aunque describe las Hespérides. Y debe tenerse en cuenta la mención de
Procop., Goth. VIII, 20, 48-56 (= IV, 20), a Brida, una isla a la que iban las almas de los muertos des­
pués de atravesar el mar.
25 Cf. Martínez (1992),passim\ Bauzá (1993), passim.
26 Mela 3,6,47; cf. Str. III, 2,11.
27 Verg., A. V, 638-641 (trad. de J. de Echave-Sustaeta, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1992).
Vid. infra para su consideración también como Locus Amoenus propiamente dicho.
28 Ferguson (1975), 157; García Moreno (1992), 27-28. Vid. Plu., Sert. 8, 5: “...Por todas estas
razones incluso los bárbaros piensan que estas islas son los Campos Elisios y el lugar de los Bienaven­
turados que Homero hizo famosos en la Odisea”. Cf. infra respecto a la identificación cristiana.
29 Martínez (1992), 57; Amiotti (1988), 176-177.
ISLAS MITICAS, FABULOSAS Y FERACES 317

Las Islas Afortunadas son una de las máximas definiciones de un mundo fabulo­
so; uno de esos paraísos terrenales presentes en cualquier descripción geográfica
salida de un escritor latino, pues la formulación griega de las Afortunadas o de los
Bienaventurados fue tan exitosa que los autores latinos apenas se molestaron en pre­
sentar modificaciones a su descripción. El texto de Pomponio Mela:
“Las Islas Afortunadas producen frutos nacidos por propia iniciativa y, repro­
duciéndose unos sobre otros, alimentan a sus habitantes, que no se preocupan por
nada, más abundantemente que otras ciudades cultivadas. Una de ellas sobresale
mayormente por la extraordinaria naturaleza de dos manantiales: los que prueban
uno se debilitan por la risa hasta morir, el antídoto para los así enfermos es beber
del otro”30,
es claro ejemplo del escaso dinamismo de la imaginación pagana en este sentido,
pues en él encontramos de nuevo como característica principal la fertilidad innata
de la tierra, sin necesidad de ser cultivada para alimentar a sus habitantes. Por todo
ello tal vez quepa pensar que no se trata tanto de falta de dinamismo cuanto de con­
formismo con la definición de esos lugares paradisíacos, precisamente porque cu­
brían con estas descripciones todas sus aspiraciones.
La coincidencia en el objetivo final de todos los sueños y aspiraciones del hombre
pudo ser uno de los elementos que facilitara la unión en Horacio de varios de los tópi­
cos que caracterizan los lugares fabulosos o fantásticos en un sólo lugar -Islas de los
Bienaventurados, los Campos Elisios, Edad de Oro-, precisamente en las Divites Insu­
lar, esa es precisamente la explicación por la que no vamos a encontrar apenas ningu­
na innovación en su presentación, aunque obviamente sí en su relación temporal:
“Vosotros, los que tenéis valor, dejaos de femeniles lamentaciones y volad
más allá de la costa etrusca. Nos aguarda el anchuroso Océano; tratemos de
alcanzar los campos, los felices campos, y las islas Afortunadas donde cada año
la tierra sin ser arada produce sus cosechas e incluso la viña no podada florece
siempre; germinan también las ramas del olivo, nunca estéril, y los negros higos
adornan su propio árbol; fluye la miel de las huecas encinas, y los arroyos bajan
saltando de las altas montañas ligeros y con fluir rumoroso. Allí sin ser obligadas,
acuden las cabras a los cubos de ordeño y el rebaño amigo ofrece sus henchidas
ubres, y el oso al atardecer no gruñe alrededor de los apriscos y la fértil tierra no
aparece hinchada por nidos de víboras. Y muchas más cosas admiraremos dicho­
sos: cómo el lluvioso Euro no arrasa los campos con sus lluvias, ni la pingüe
simiente se quema en una tierra reseca, pues el rey de los dioses del cielo atempe­
ro Mela 3, 10, 102 (trad. de C. Guzmán Arias, Murcia 1989); Plu., Sert. 8. La presentación de Plin.,
Nat. 6, 36-37, 202-205, difiere un tanto de la de Mela, ya que las características fabulosas de estas islas
son menores en el relato de Plinio, concluyendo incluso éste calificando alguna de ellas -la llamada
“Canaria”- como “infesta” por los animales que arroja el mar a sus costas. Sin embargo que Plinio otorga
cierto carácter mítico o fabuloso a su presentación de las Afortunadas es comprensible cuando sabemos
que las describe inmediatamente después de las islas más o menos míticas del “Mar Etiópico”; cf. Destín
yes (1987), 277-278.
318 M a r g a r it a V allejo G irvés

ra lo uno y lo otro. No se dirigió hacia allí la nave Argos con sus remeros ni la
impúdica Cólquida puso su pie en ella. No dirigieron hacia allí sus proas los
marinos sidonios y tampoco el fatigado grupo de Ulises. Ninguna enfermedad
daña al ganado ni los calores inmoderados de astro alguno consumen los rebaños.
Júpiter mantuvo aparte esas costas para las gentes piadosas cuando corrompió con
el bronce la Edad de Oro; con el bronce, y después con el hierro, endureció los
tiempos, de los que a los hombres piadosos se concede la feliz evasión de la que
yo soy el oráculo”31.
No obstante parece claro, a pesar de la unión de estos varios tópicos, que para
Horacio no se trata de una zona real sino más bien de un lugar imaginario donde
poder llegar con la imaginación y huir de la realidad que asustaba al hombre roma­
no de la época de César y Augusto32.
Esta presentación de Horacio, que en cierta forma es comprensible dadas las
características de esas zonas, también la encontramos por ejemplo en el Panegírico
de Juliano de Mamertino quien, en la misma línea, comenta:
“Se dice que los justos habitan tierras situadas en el Océano y que llevan el
nombre de Islas Afortunadas, porque en estos lugares el suelo, sin labor ninguna,
produce trigos, porque las viñas visten naturalmente las vertientes de las colinas,
porque los frutos cargan los árboles espontáneamente, porque, de ordinario, en
lugar de las hierbas, brotan las legumbres”33.
En el conjunto de los autores a los que venimos aludiendo sí encontramos una
evidente novedad en su presentación de las Islas Afortunadas, que incluso se hará
más patente en los autores tardíos, y especialmente entre los cristianos; se trata de la
más concreta localización geográfica de estas islas que nos proporcionan Salustio -y
Plutarco-, Mela, Plinio, Floro o el mismo Solino al indicamos que están por ejemplo
a mil estadios de Cádiz, o más allá de las también míticas Gorgonas, a 40 días de
navegación34.
La relativa falta de innovación a la hora de presentar estos lugares fabulosos
insulares se hace aún más evidente en autores tardíos, y aún más entre los cristianos,
quienes utilizan estos mismos tópicos de las Islas Afortunadas. Este es el caso de
Isidoro de Sevilla, cuyo retrato de éstas es, si cabe, aún más fabuloso si bien su ubi­
cación es expresamente más real:
31 Hor., Epod. 16, 41 y ss. (trad. M. Femández-Galiano y V. Cristóbal, ed. Cátedra, Madrid 1990);
cf. Martínez (1992), 33, 58 y 63, y Bauzá (1993), 113-116.
32 Manson (1978), 56; Amiotti (1988), 175-176; Bauzá (1993), 114-116 y cf. infra respecto a la
Edad de Oro.
33 Discurso de Cl. Mamertino al Emperador Juliano XXIII (trad. de F. de P. Samaranch, ed. Agui-
lar, Madrid 1969).
34 Sal., Hist. fr. 100-101; Mela 2, 2, 102; Plin., Nat. 202-205; Flor. 2, 10; Sol. LVI, 13-19. Vid.
Amiotti (1988), 172-175; García Moreno (1989), 245-246, con matizaciones sobre las diferentes pro­
puestas, índicas y atlánticas, para su localización geográfica. Id., (1992), 29-32, con el análisis del hipoté­
tico trayecto desde las costas africanas o hispanas hasta las Afortunadas.
ISLAS MITICAS, FABULOSAS Y FERACES 3J9

“Las Islas Afortunadas nos están indicando con su nombre, que producen todu
clase de bienes; es como si se las considerase felices y dichosas por la abundancia
de sus frutos. De manera espontánea producen frutos los más preciados árboles;
las cimas de las colinas se cubren de vides sin necesidad de plantarlas; en lugar de
hierbas, nacen por doquier mieses y legumbres. De ahí el error de los gentiles y de
los poetas paganos, según los cuales, por la feracidad del suelo, aquellas islas eran
el paraíso. Están situadas en el Océano, en frente y a la izquierda de Mauritania,
cercanas al occidente de la misma y separadas ambas por el mar”35.
Esta gran concreción sobre su localización geográfica y real es lógica si se tiene
en cuenta que muchas de las características fabulosas que se otorgan a estas islas
son muy semejantes a las conferidas al Paraíso cristiano36, por lo que en consecuen­
cia se haría sumamente difícil mantener o justificar la existencia de lo que podría­
mos llamar dos paraísos terrenales. Téngase así en cuenta por ejemplo no sólo el
hecho de que en ambos lugares la tierra produzca frutos de motu proprio, sino la
coincidencia en ambos lugares de incluso mínimos detalles, como es el hecho de
que si en las Islas Afortunadas de Mela encontramos dos manantiales, uno cuyas
aguas pueden llegar a provocar la muerte, y otro que produce la salvación de ese
condenado37, en el Paraíso cristiano encontramos también esa dualidad, concretada
en la presencia de dos árboles, uno el de la vida terrenal, el otro el de la vida celes­
tial38, es decir, el de la salvación del alma.
Esta es precisamente la reflexión que hace Isidoro de Sevilla desde su punto de
vista cristiano cuando admite que si bien el Paraíso y las Islas Afortunadas presen­
tan claramente características semejantes, realmente se trata de lugares absoluta­
mente distintos; es más, termina su presentación de estas islas oceánicas concretan­
do aún más su ubicación física, que ya Mela y otros habían localizado frente al
Atlas. En conclusión, Isidoro exagera las características fabulosas de las Afortuna­
das que ya había presentado Mela, pero ahora su localización es muy real porque es
preciso hacerlas más o menos reales y presentes; no puede permitir que se vean
como el Paraíso que, como inalcanzable que es, en otro pasaje ha situado indefini­
damente “en tierras orientales”39.
Relacionado con este tema debemos considerar el modo en que los autores cris­
tianos, y concretamente Juan Crisóstomo, de principios del siglo V, toma el tema

35 Isid., Etym. XIV, 6, 8; cf. Gaster (1973), passim.


36 Vid. infra, pero sobre todo Martínez (1992), 16.
37 Plin., Ato. VI, 203, utiliza también esta misma dualidad en el caso de una de las Islas Afortuna­
das; allí ubica a unos árboles negros que producen agua amarga, mientras que de los blancos mana agua
agradable de beber. Le sigue Sol. LVI, 13-19.
38 Gen. II, 7; cf. Cos. Indic., Topog. Christ. IX, 23.
39 Isid., Etym. XIV, 3, 2. Es más, en el capítulo X de la Navigatio de San Barandán (s. IX) el Paraí­
so, ubicado en el Océano occidental, está precedido por una isla, que recibe en el relato el calificativo de
Insula Deliciamm, con connotaciones que remiten claramente a temas míticos del pasado pagano (vid.
Bouet (1986), 74-76).
320 M a r g a r ita V allejo G irvés

pagano de las Islas de los Bienaventurados; para el mundo pagano esta idea maravi­
llosa de los Campos Elisios y de las Islas de los Bienaventurados se ubicaban en el
extremo-occidente, muy lejanos físicamente, sin embargo Juan Crisóstomo retoma
este tema haciendo real la existencia de un lugar donde habitan los Bienaventura­
dos: para él no está ubicado en lejanos lugares sino en las puertas de Antioquía
donde habitan los santos anacoretas, que son considerados por él como los verdade­
ros bienventurados40.
* * *

No debemos ir más allá en el estudio de la creencia del hombre romano en islas


míticas o fabulosas o aún misteriosas; su propia racionalidad, o mejor su propia
conciencia de la realidad circundante, en nuestra opinión se lo impidió. Para no
extendemos demasiado, pues se trata de un tema que ha generado abundante biblio­
grafía, piénsese en el hecho de que Plinio, reproductor de muchas fantasías y creen­
cias antiguas acerca de pueblos aún desconocidos, nos dice tajantemente que las
Islas Electridas, las fuentes del ambar a las que los griegos habían situado en el
Adriático41, jamás existieron en esos parajes. Ciertamente nos dice que se encuen­
tran en otros -prueba evidente de su credulidad o de su afán enciclopedístico que le
impedía omitir dato o notica alguna de la que tuviera conocimiento, por increíble
que ésta fuera-, pero la realidad inmediata del Adriático no permitía ni tan siquiera
una mínima fabulación situada en la zona42. O incluso en el caso de las míticas
Casitérides, de las que ya se ha tratado en un capítulo anterior, pues mientras de
nuevo Plinio parece dudar de su existencia43, para Estrabón han quedado ya descu­
biertas gracias a Publio Craso44.
Pocas son por lo tanto las islas definibles como fabulosas o míticas venidas del
pasado en cuya existencia física el hombre romano pueda creer todavía. Como ya
hemos dicho el avance en el terreno de la exploración geográfica provocó el
derrumbe de muchos misterios45, la desaparición de lugares míticos, donde desde
40 J. Crisost., In Math. hom. 70, 5 - 72, 4. Vid Festugiére (1959), 345-346 y 415-418, con la postura
en contra de San Jerónimo, y cf. también infra Locus Amoenus donde se analiza el texto de Juan Crisós­
tomo.
41 D. S. V, 23, y vid. supra.
42 Véase por ejemplo Tac., Ger. 45, 4-8, refiriendo que los “pueblos estíos”, a los que ubica en el
Báltico, son los únicos que buscan el ámbar, o Plin., Nat. 4, 103, al comentar que algunos autores anti­
guos las localizaban en las islas que circundan Britania en su límite septentrional. Sobre el desmantela-
miento romano del mito de las Islas Electridas como adriáticas, aun a pesar de que autores como Ovid.,
Met. 2,323 y ss. las utilicen como motivo eminentemente poético, vid. Chevalier (1988), 358.
43 Plin., Nat. 4, 34.
44 Str. III, 5, 11.
45 Nos parece en este sentido muy significativo el análisis de R. Fréneaux (1974), 131-141, donde, a
propósito de varios pasajes de obras ciceronianas en los que se menciona el Océano, pone de manifiesto
que precisamente el avance de la humanidad fue el que provocó la desaparición de viejos mitos y de
temores ubicados en tierras y aguas desconocidas por ser hasta entonces inalcanzables; no obstante cf.
supra.
ISLAS MITICAS, FABULOSAS Y FERACES 321

antiguo se había querido ubicar una tierra fabulosa así como la resistencia de
muchos romanos a localizar nuevos “paraísos perdidos”46; la exploración directa de
esa zona devolvía a la cruda realidad al explorador si es que pensaba que había
encontrado el “Paraíso Perdido” o la tierra del cultivo y cuidado innecesarios. Al
espíritu del hombre no le resta más elección que acomodarse -no sin presentar resis­
tencia47- a los nuevos descubrimientos, aún a pesar de que sus viejos mitos se
derrumben; o, como ocurre con Horacio o Juan Crisóstomo, redefinir con algunos
elementos novedosos, antiguos tópicos para posibilitar su perpetuación.

46 Vasaly (1993), 138-139, en época de Cicerón.


47 Gabba (1981).
ISLAS Y TIERRAS CUSTODIADAS

No todos los lugares fabulosos trazados por el mundo griego desaparecen o


“caen en desuso” en Roma.
Hasta ahora hemos comprobado que las tierras donde se situaban lo que podría­
mos llamar genéricamente “paraísos terrenales” eran inalcanzables no sólo por su
esencial lejanía e insularidad sino también por la escasa definición de su localiza­
ción, pero también hemos visto que aun a pesar de ello el mito en Roma fue en cier­
ta forma derrumbándose. Sin embargo en los autores de la Antigüedad greco-roma­
na encontramos todavía una arraigada creencia en la existencia de lo que cabría cali­
ficar de “lugares custodiados” y en consecuencia inaccesibles o cuanto menos de
muy difícil acceso.
Estos ámbitos, que no son sólo insulares puesto que también los encontramos
localizados en tierra firme -concretamente en montañas o en comarcas ocultas por
ellas, puesto que son utilizados profusamente para ubicar en ellos, precisamente por
el difícil acceso, lugares donde se desarrollan fenómenos maravillosos, exóticos,
paradoxográficos48-, presentan siempre muy similares características, que de una u
otra forma, y a pesar de su riqueza, los convierten en no aptos para su habitación. Es
evidente por lo tanto que las connotaciones fabulosas o fantásticas están presentes,
en mayor o menor medida, en su descripción.

Las custodiadas por grifos y dragones


Fabulosas o fantásticas son sin lugar a dudas las tierras custodiadas por aquellos
animales medio aguilas medio leones llamados grifos, cuyas primeras referencias
las encontramos como era de esperar en la literatura griega49. Parece desde luego
que el único cometido de estas criaturas fuera custodiar tierras riquísimas en oro,
otro de aquellos elementos deseados por el hombre, que junto con la feracidad de
48 Martínez (1992), 12.
49 Por ejemplo Hdt., IV, 13 y 27; Ctesias, 46B en Phoc., Bibl. 71 (p. 138).
324 M a r g a r it a V allejo G irvés

los campos y la abundancia de miel compuso en muchas ocasiones el panorama de


una tierra fantástica o fabulosa. Así, tomando los testimonios de San Jerónimo o
de San Isidoro, como guardianes los encontramos, junto con los dragones y otros
seres monstruosos, en la India, impidiendo que el hombre se acercara a los montes
de oro:
“...y las montañas de oro, cuyo acceso está prohibido a los hombres por los dra­
gones, los grifos y monstruos de cuerpos enormes, lo que nos muestra con qué
guardianes se enfrenta la avaricia!”50.
También son, para Pomponio Mela, los únicos guardianes de una comarca de los
Montes Ripeos, donde no sólo abunda el oro sino que además es una tierra muy fér­
til, aunque, a causa de esa custodia, inhabitable:
“hay una comarca de tierra muy fértil pero inhabitable, porque los grifos, cruel y
obstinada raza de salvajes, aman admirablemente y guardan admirablemente el
oro extraído de lo más profundo de la tierra y son hostiles a los que intentan
extraerlo”51.
El carácter fabuloso de esta tierra para el hombre es desde luego innegable, pues
reúne dos de las máximas aspiraciones terrenales del romano: el dinero y el alimen­
to; ya tendrían el pañis del que nos hablaban Juvenal y Frontón52, mientras que la
petición de ludi se convertiría en nuestra opinión en innecesaria dadas las connota­
ciones de la vida en estas tierras. Pero resulta curioso que todas aquellas tierras
donde el hombre puede hacer realidad sus máximas aspiraciones siempre presenten
un inconveniente a la hora de pretender alcanzarlas: el difícil acceso por la insulari­
dad o los accidentes geográficos y los guardianes; obviamente todo tiene una expli­
cación: puesto que era necesario mantener la ficción, era también necesario crear, al
tiempo que la fantasía, los impedimentos.

50 Ieron., Epist. CXXV, 3, 3; Isid., Etym. XIV, 3,7, tomando la referencia parcialmente de Ael., NA.
IV, 27. Este testimonio de S. Jerónimo da pie para hablar de la pervivencia de animales más o menos fan­
tásticos como guardianes en la tradición cristiana, concretamente en la iconografía medieval donde custo­
dian la entrada a los templos (cf. Baldock (1992), 126). Como se puede observar ésta es una de aquellas
ocasiones en las que los autores cristianos admiten fantasías o creencias de la Antigüedad clásica, por la
evidente razón de que su función está acorde con la creencia cristiana; en este caso lo utilizan en contra
de la avaricia.
51 Mela 2, 1, 1. El papel de los grifos como “animales custodios” parece ser un tema recurrente en
cualquier relato de viajes hacia lo desconocido; piénsese por ejemplo en el encuentro del monje San
llarandán en su viaje hacia el Paraíso con un grifo que le impide su navegación (Bouet (1986), 44-46.
lipisodio 4).
,2 Juv., 10, 75 y ss., Fron., Str. 5, 11.
ISLAS Y TIERRAS CUSTODIADAS 325

Las custodiadas por serpientes


Dentro del mismo marco de las tierras inacesibles y custodiadas por animales
creemos que puede incluirse el pasaje de Mela en el que nos presenta la isla balear
de Colubraria -Formentera-:
“Enfrente está Colubraria, de la que se me presenta recordar que, a pesar de
que está repleta de un tipo numeroso y dañino de serpientes y es por ello inhabita­
ble, sin embargo, es segura e indemne para los que entran en ella dentro de un
espacio que han marcado con tierra ibicenca; pues las mismas serpientes, que sue­
len atacar a los que llegan, evitan desde lejos y con terror la mirada de esta tierra
como si fuera veneno”53.
Desde luego Colubraria era una isla absolutamente real para los romanos, por lo
que resulta aún más chocante comprobar cómo de una u otra forma la fantasía está
presente en la concepción latina de esta tierra, pues de ese modo creemos que debe
interpretarse no sólo el hecho de que las serpientes -animales de antiguas connota­
ciones fantásticas y mágicas54- impidan su habitación, sino que sea precisamente la
tierra de otra isla, Ibiza, la que permita acercarse y entrar en ella55.
Las islas o tierras custodiadas por animales fueron uno más de los elementos que
la imaginación de los hombres de la Edad Media debieron tomar de Roma, de la
Antigüedad. No se trata sólo de que encontremos en las catedrales e iglesias medie­
vales las imágenes de animales fabulosos a los que nos referíamos más arriba, sino
que en el relato de un viajero en busca de la Tierra Prometida, como fue San Baran-
dán, encontramos su arribada a tres islas ocupadas totalmente por animales más o
menos de connotaciones fantásticas -demonios pigmeos, ratones del tamaño de un
gato o gatos monstruosos- que impiden la presencia del hombre56.

Talge, ‘la divina custodiada’


Aunque no isla custodiada, sí es Talge, localizada en el Mar Caspio, desde luego
una isla respetada:
“..es feraz sin cultivo, ubérrima en todo tipo de cereales y frutos, pero las gentes
que la rodean tienen por ilícito y como un acto de profanación coger lo que allí se
53 Mela 2, 126. Contrariamente Estrabón III, 5, 1 (Ophiousa) califica a esta isla de desierta pero sin
ningún tipo de connotación ulterior.
54 Sobre estas “propiedades mágicas” de la serpiente vid. Vázquez Hoys (1981), con la bibliogrul'lu.
55 Esta connotación mágica de Ibiza debe estar directamente en relación con las caracterlsliciiH i|iu’
de ella nos da Mela: fértil en trigo y abundante en todo tipo de frutos; vid. también infra.
56 Cf. Hernández (1992), 300.
326 M a r g a r it a V allejo G irvés

cría porque consideran que está dispuesto para los dioses y que ha de conservarse
intacto para los dioses”57.
De nuevo volvemos a encontrar un elemento que ya es habitual en la caracteri­
zación de una tierra fabulosa, la feracidad -Mela la llama ubérrima-, pero más fan­
tástico es que los habitantes de las islas de alrededor no sólo no tomen ninguno de
esos frutos sino que ni tan siquiera se acerquen a ella por considerarla “lugar de dio­
ses” y sus frutos “manjares divinos”. Entra aquí en esta ocasión en juego un elemen­
to importante: el respeto que el hombre demuestra o debe demostrar a la divinidad;
el hombre de los alrededores de esta isla conoce su existencia y su riqueza, pero aún
así, aún teniendo el hombre que trabajar o labrar sus campos, con el esfuerzo que
ello supone, no osará tocar algo cercano porque es precisamente perteneciente de
forma exclusiva a la divinidad. Este es desde luego el mensaje que puede entenderse
de este significativo texto de Mela, pero aún esconde otro, este último más relacio­
nado con la connotación fantástica, porque si antes veíamos que era la lejanía física
la que impedía su acceso, en esta ocasión la lejanía es sustituida por una “prohibi­
ción divina”.

s' Mela 3, 6,58; Ptol., VI, 9, 8. Cf. Hermann, RE IV, A 2, 2068, sub “Talge”.
ISLAS MAGNIFICAS

Intimamente relacionadas con la islas y tierras custodiadas que hemos presenta­


do en el anterior epígrafe, las llamadas tierras e islas riquísimas presentan similares
connotaciones, ya que su riqueza o magnificencia estriba en ser tierras metalíferas o
agrícolas excelentes. Los ejemplos que vamos a presentar aquí son en su totalidad
islas, una mediterránea, las restantes ubicadas en el Océano Indico, y en consecuen­
cia en el límite del mundo conocido; lugares siempre aptos para la localización en
ellos de zonas o comunidades alejadas de la visión cotidiana o normal del hombre
mediterráneo.
Todas ellas presentan también un denominador común, aunque que en esta oca­
sión no son islas custodiadas ni a las que se impida el paso. Son islas cuya habita­
ción es posible, conocidas directamente por el hombre romano, por lo que en con­
secuencia su relación con un relato imaginario es menor que en los casos anteriores
que hemos analizado hasta el momento; no obstante creemos que quedará claro su
tono fantástico para unas, ideal o matizadamente utópico para otras desde
el momento en que como ya hemos visto un ámbito isleño, por su aislamiento,
aun a pesar de que se trate de un aislamiento real y cercano, es uno de los lugares
preferidos para ubicar fenómenos naturales que se aparten de la cotidianeidad
cercana58.

Ibiza y Tánatos
Una de estas islas cercanas pero presentada con un cierto grado de connotación
fantástica o fabulosa es Ibiza. Ya hemos comentado los aspectos fabulosos de esta
isla en relación al caso de Formentera, a la que consideramos “isla custodiada” a
pesar de su infertilidad, pero conviene profundizar un poco más sobre ello. Así,
Pomponio Mela nos presenta a la mayor de las Pitiusas como una isla fértil en
trigo, copiosa en lo demás, libre de animales peligrosos -los conejos tan dañinos
58 Gabba (1981), 56-57; Id. (1991), 106-109; Martínez (1992), 11.
328 M a r g a r it a V allejo G irvés

para Baleares incluso morían, según Plinio, en la costa ebusitana59- y cuya tierra
es mágica para la de Formentera60- Sin embargo es obvio que la calificación
de fabulosa aplicada a las características naturales de la isla de Ibiza debe ser
tomada desde un punto de vista matizado, que está motivado, como explicaremos
más adelante, por la cercanía de la isla al público que pudiera conocer la obra de
Mela.
No es éste el único caso que conocemos cuya presentación literaria reside en la
abundancia de frutos, ausencia de serpientes y carácter mágico de su tierra para
estos animales aun cuando se localice en otro lugar menos lejano. Así conocemos la
referencia a la isla de Tánatos, cerca de Britania, cuyo texto reproducimos para
demostrar la absoluta similitud existente entre este pasaje y el de Mela referente a
Ibiza / Formentera:
“Tánatos es una isla del Océano, en el estrecho gálico, separada de Britania
por un pequeño estuario. Sus campos son ricos en trigo y su tierra es feraz. Se la
denomina Tánatos por la muerte que provoca a las serpientes: no hay una sóla
serpiente, y adonde se lleva tierra de aquella isla al punto acaba con la serpiente
que allí hubiere”61.

Crise, Argire y Taprobane


Aún se presentan más determinantes y ejemplificadores los casos de las islas de
Crise, Argire y Taprobane.
Crise y Argire, que han querido ser identificadas con Malaca y Sumatra respecti­
vamente62, son presentadas por Pomponio Mela y Plinio aunque ensalzando no la
riqueza agrícola de ambas sino la metalífera. Así Mela nos relata:
“Frente al Tamo está la isla de Crise; frente al Ganges, Argire una de suelo de
oro -así lo transmiten los antiguos-, la otra de plata y, según parece principalmen­
te, o su denominación procede de este hecho o la leyenda del nombre”63.
También conocemos la presentación que de estas mismas islas hace Isidoro de
Sevilla en sus Etimologías; presentación que parece un tanto más real ya que aun­
59 Plin., Nat. 8, 226. Según Isid., Etym. XIV, 6, 16, en Creta también morían los animales dañinos
que entraban en la isla.
60 Mela 2,7,125-126. Cf. Plin., Nat. 3,78 y 35,202; Sol. XXIII, 11 y supra.
61 O “Tonatis” (vid. Macdonald, RE VI, A 1709). Isid., Etym. XIV, 6, 3. En los mismos términos
Sol. XXII, 8. Ptol. II, 3, 4 alude a ella, así como el Anón. Rav. V, 31, p. 423. 4, aunque sin ningún tipo de
iclcrencia fantástica. Vid. Rivet (1974), 66.
1,2 Guzmán Arias (1989), 161, n. 1068; cf. Tomaschek, RE II, 1, 802, sub “Argyre”.
M Mela 3, 7, 70; Plin., Nat. 6,80.
ISLAS MAGNIFICAS 329

que no niega que la apariencia del suelo sea dorada o plateada comenta la causa de
esta característica: su abundancia en metales64.
Taprobane, a la que se identifica con Sri-Lanka, es presentada por Mela, Plinio e
Isidoro de Sevilla65, entre otros, pero en esta ocasión encontramos en sus relatos
connotaciones de índole matizadamente fantástica, más en el primero y tercero que
en el segundo, si bien siempre tratándose de unas características fabulosas segura­
mente determinadas por su cercanía a la mítica India y a los límites del mundo
conocido. Así, Mela nos dice de ella que o bien se trata de una isla muy extensa o,
por el contrario, del primer lugar del “otro orbe”, ignorancia que justifica porque,
según él, nadie la había bordeado66. Esa misma alusión a la existencia del “otro
orbe” constituye un elemento que es posible relacionar en cierta forma con la imagi­
nación del hombre, porque probablemente debe interpretarse como una de las tierras
más allá del Océano, oriental en este caso, presentadas desde antiguo67.
Plinio, que depende de autores más antiguos -en esta ocasión de Megástenes-,
presenta una concepción un tanto más racional de la misma, ya que nos dice tajan­
temente que se trata de una isla ubicada entre oriente y occidente68; no en vano es
consciente de que se ha tenido contacto con ella69. De la misma manera, aunque
nos habla de que “ha sido desterrada por la naturaleza a los confines del
mundo”10, que en principio, y como ya hemos visto, implicaría la posibilidad de
poder localizar en esos confines tierras más o menos míticas y fabulosas71, Plinio
aproxima la vida de sus habitantes a la de cualquier pueblo más o menos mítico; en
definitiva, la sitúa entre la frontera de lo real y lo mítico. Así es cierto que nos
habla de la vida feliz, tranquila y longeva de sus habitantes (alcanzan los cien ufios)
y como hemos visto de su riqueza en oro y perlas -más aún que en la India-, pero
concluye con la presentación de costumbres, como la valoración del oro y de la
plata, la presencia de alguna forma de gobierno, la posibilidad de que exista delin­
cuencia, el trabajo en los campos de sus habitantes o la ausencia de viñas72, ele-
Isid., Etym. XIV, 6,11.
65 Mela 3,7,71. También Plin., Nat. 6,24,81; Isid., Etym. XIV, 6, 11.
66 Cf. Plin., Nat. 6, 24, 81, indicando que ya fue bordeada en tiempos de Alcjundro Magno, cuando
se constató que se trataba de una isla. La consideración de tierras semi-conoeidas como integrantes del
“Otro Mundo" no es infrecuente, téngase por ejemplo presente la definición que Flor. I, 45, 16, da de
Britania con ocasión del interés de Julio César por este archipiélago; vid. Paulian (1982), 63; Zecchini
(1987), 255-259, aunque buscando el motivo en la ideología ccsuriana cercana a la Imitatio Alexandri
(Nenci (1992), 182). Ahora bien, esta calificación de “tierras del olio mundo" puede ser interpretado
como una metáfora, tal como hizo Serv, Virg. Ecl. I, 16 (cf. Nicolet (1988), 78-79 y 248-249 n. 23).
67 Vid. infra.
68 Loe cit. supra. Cf. Solino LUI, passim.
69 Plin., Nat. 6,24, 84-91 (en época del emperador Claudio). Cf. Gracco Ruggini (1993), 455 y n. 41.
70 Plin., Nat. 6, 24, 89.
71 De hecho en el siglo VIII d. C., precisamente a causa de esta ubicación al borde de la ecúmene, se
llegó a relacionar a Taprobane con el mundo de los Antípodas (vid. Gambin (1989), 193 y cf. infra).
72 Plin., Nat. 6, 24, 89-91.
330 M a r g a r it a V allejo G irvés

mentos que en definitiva conformaban una vida en exceso complicada y que lógi­
camente excluía la posibilidad de que la isla fuera considerada totalmente utópica.
En cierta forma puede decirse que Plinio idealiza determinadas características de la
isla y sus habitantes, pero no puede ir más allá ya que la relación directa que se
había establecido con sus gentes impedía presentarla como un lugar totalmente utó­
pico o ideal73.
Es Isidoro de Sevilla quien nos presenta a la isla con unas connotaciones tan
absolutamente ideales74 que permiten acercar el ámbito isleño de Taprobane habita­
do por los hombres no sólo a la concepción de islas riquísimas sino también a la del
locus amoenus, ya que la interconexión entre ambos conceptos parece evidente. Isi­
doro vuelve a referirse a una isla repleta de perlas y piedras preciosas pero añade
que conoce dos veranos y dos inviernos75, y lo que es aún más sorprendente, nos
menciona la existencia de dos ámbitos de la isla, separados por un río; Isidoro utili­
za aquí uno más de esos elementos heredados, ya que como es sabido el agua puede
definir ámbitos o paisajes: en este caso vemos cómo en uno de ellos habitan los
hombres, pero en el otro los animales salvajes; encontramos aquí la unión de dos
usos del agua como delimitadores de ámbitos más o menos fantásticos, ya que pri­
mero se trata de una isla y además, dentro de la isla es el agua el elemento que dife­
rencia lo que podríamos llamar armónico de lo caótico76.
Si tenemos en cuenta el momento en que Isidoro elabora su obra y el retrato fan­
tástico que nos proporciona de Taprobane, encontraremos un elemento que llama la
atención en su relato, de la misma manera que nos lo llamaba al comparar los testi­
monios de Plinio y Mela.
Orosio, que escribía dos siglos antes que Isidoro, decía de Taprobane única­
mente que tenía diez ciudades77, y a mediados del siglo VI d. C. Cosmas Indico-
pleustes en su Topographia Christiana nos habla de Taprobane como una realidad
cercana, aun admitiendo que se trata, de nuevo, de un lugar ubicado en los confines
de la tierra; es más nos habla de un comerciante llamado Sóprates que trafica con
73 Vid. Gabba (1981), 59-60 y Vasaly (1993), 138-139 y n. 16, calificando el relato de Plinio de par­
cialmente utópico aunque realista; Gracco Ruggini (1993), 455 n. 41, considera que la concepción fantás­
tica de estas características se debería ya a las fuentes literarias, más antiguas, que Plinio utiliza.
74 Presentación que poco después retomará Theodulfus, Carm. VII, 4-5 (MGH. Poetae Latini Medii
Aevi I, Münich 1978).
75 Como se puede comprobar son éstas unas características que venimos viendo repetidas, pero tam­
bién son propias del Paraíso cristiano; por ello resulta curioso que en un mapa elaborado en 1473, el
Rudimentum Novitiorum, aparezca representada esta isla junto al Paraíso, flotando, de hecho, en uno de
los cuatro ríos que la tradición indicaba que partían de él hacia las tierras conocidas (cf. Gambin (1989),
193-194).
76 En los pasajes citados supra de Plinio, encontramos que, siguiendo a Megástenes, comenta que
un río divide en dos a la isla, pero no proporciona esa división tan fantástica a la que alude Isidoro. Vid.
sobre esta utilización del agua en la concepción ideal de un lugar determinado Gabba (1981), 57 y Tilo­
mas (1982), 15.
77 Oros., Hist. Adv. Pag. I, 2, 16. Vid. Janvier (1982), 77. Cf. Plin., Nat. 6, 24, 85, quien afirmaba la
existencia de cincuenta.
ISLAS MAGNIFICAS 331

Ceilán así como de las comunidades cristianas existentes en ella78. No aparece en


estas descripciones ningún elemento que permita considerar a la isla como un
ámbito fantástico o de condiciones maravillosas e ideales para la vida; por el con­
trario es totalmente real y, aunque lejana, conocida. Sin embargo como hemos visto
Isidoro la presenta maravillosa, atemperada y rica en metales, etc..., todos ellos ele­
mentos que nos han llevado a incluirla en la relación de tierras e islas riquísimas79.
Habría desde luego que explicar esta divergencia en función de las propias fuentes
de información de Isidoro y de su afán por seguir el saber de la más clásica Anti­
güedad80.
Volviendo al tema de la ausencia de animales dañinos en una parte de la isla que
nos relata Isidoro vemos de nuevo que se trata de una característica idéntica a la de
Ibiza, también libre de aquellos seres tan perjudiciales para el mantenimiento de la
vida del hombre. .
La existencia de una zona de la isla caracterizada por la ausencia de animales
dañinos entra evidentemente dentro de las posibilidades reales, pero no es menos
cierto que es también un anhelo del hombre, sobre todo de aquél cuyo sustento
depende de los frutos que puede arrancar de la Naturaleza; por ello consideramos
que precisamente son estas características las que permiten apuntar que la tabula­
ción o la fantasía jugó un importante papel a la hora de presentar esta tierra -téngase
por ejemplo en cuenta para comprender esta relación que la ausencia de animales
dañinos es una constante en cualquier concepción de un mundo más ideal81-, por
otra parte, como ya hemos visto, también lejana al ámbito inmediatamente romano
o mediterráneo.
Podemos también aquí, aun a pesar de esta característica similar entre Taproba
ne e Ibiza, aludir a un elemento relacionado con la imaginación y la cercanía o leja
nía del hombre destinatario de esas obras al área presentada. Si nos detenemos en la
lectura de los textos a los que hemos hecho alusión, reiteradamente tanto Isidoro
como Mela aluden, en relación a las islas del Indico, a “se dice”, “dicen", que evi­
dentemente, junto con su lejanía, posibilita el desarrollo de un mayor grado de Tabu­
lación respecto a las características que estas zonas pueden presentar. No ocurre así
en el caso de Ibiza, ya que la cercanía e inmediatez geográfica del destinatario de la
obra de Mela impide al autor, en un alto grado, exagerar las características excelen­
tes que quiere otorgar a la tierra de la isla.
No deja de ser significativo el hecho de que hasta bien entrada la época renacen­
tista Taprobane continuara siendo representada, incluso en la cartografía, como un
78 Cosm. Indic., Topograph. Christ. II, 45 y 49-50; XI, 15-17 y 21. Cf. Wolska (1962), 2-9, para la
relación del autor con la isla.
79 Isla que en la Edad Media, por la relación que se buscaba entre ella y el Paraíso cristiano, vio
como era descrita de un modo todavía más maravilloso {Cf. Kappler (trad. esp. 1986), 96-97).
80 Fontaine (1983), 807-830.
81 Ferguson (1975), 164; por ejemplo ésta es una de las características del mito de la Edad de Oro o
de la concepción del locus amoenus, temas ambos que serán analizados con posterioridad.
3 32 _________________________________________________________ M a r g a r it a V allejo G irvés

lugar de características fabulosas -obviamente siguiendo las descripciones que


hemos comentado-, prueba evidente de lo arraigado de la antigua concepción82. El
cambio de denominación, pasando a llamarse Zeilon, Zaylam o Seylan supuso ya su
entrada en un mundo geográficamente real, ajeno a toda connotación de tipo fantás­
tico, fabuloso o mítico83.

82 B. Clausi (1982), 750-751, n. 44.


83 Vid. sobre esta evolución Gambin (1989), 195-200. Sobre los distintos nombres de Ceilán vid.
•iimentino (1980), 187-194.
LOS ETIOPES, LAS ISLAS Y TIERRAS TORRIDAS
Y LOS ANTIPODAS

En la presentación de varios de los lugares y tierras fantásticas que venimos


haciendo se ha podido ver como una de las constantes que caracterizan un lugar o
época ideal es una temperatura equilibrada; las temperaturas extremas son perjudi­
ciales para el hombre y en consecuencia no son, en principio, compatibles con la
existencia en ellas de un lugar ideal84. Sin embargo en la literatura griega, y parcial­
mente en la latina, que hereda su concepción, encontramos varias referencias a pue­
blos que son considerados míticos o ideales precisamente por esa cercanía al sol,
entre los que destacan por su larga tradición y presencia como tópico literario, los
“etíopes”. Del mismo modo hemos incluido en este capítulo el análisis de las ‘islas
y tierras tórridas’ y de los ‘antípodas’ por una razón directamente relacionada con la
presentación que de ellas hacen las fuentes literarias que conducen este estudio: en
la mayoría de las ocasiones la exposición es iniciada con las referencias a los etío­
pes para posteriormente mencionar las tierras tórridas, que son las que impiden
alcanzar la tierra de los antípodas.

Los Etíopes
La coexistencia entre el mito y la realidad de los etíopes, que se ha estudiado en
capítulos anteriores, va a ser transmitida por la literatura griega a la latina, al mundo
romano, tratándose de una influencia favorecida desde luego por la curiosidad que
despertaban las costumbres extrañas de pueblos como los de Meroe, con los que
desde el interés africano de Octavio Augusto se tenían frecuentes contactos diplo­
máticos, militares e incluso comerciales85. Así autores como Virgilio, Séneca o
Estacio utilizan el tema recurrente de la utopía etiópica homérica en sus obras86,
84 Vid. Reynen (1964), 99; Thomas (1982), 12. Ahora bien, Verg., G. 3, 365-380, califica de vida
tranquila y satisfecha la que llevan los habitantes de Escitia, aun a pesar de desarrollarse ésta en un clima
extremo y hostil; c/. también infra.
85 Vid. Plin., Ato. 6, 35,181 y ss. Cf. Snowden (1970), 109-111 y 131-143.
86 Verg., A. 4, 206-208 y 480-482; 6, 792-797; Id., Ed. 10, 64-68; Sen., De Ira III, 20, 2; Stnl.,
Theb. 2, 134-137; V, 426-428; VI, 261-262, variando el lugar donde se ubica al pueblo etíope, si blon
siempre son lugares remotos para los mismos romanos. Cf. MacLachlan (1992), 15-16. Sobre la "iinlrtwl"
en la literatura antigua entre “etíopes” e “indios”, vid. supra.
331 M ar g a r ita V allejo G irvés

mientras que los tardíos Macrobio o Marciano Capella, tomando su informa­


ción de autores anteriores, aún mantienen el tópico al hablar de una “Etiopía
Oculta”87.
Al igual que en el caso de otro pueblo fantástico, los antípodas, cuyas particu­
laridades vamos a analizar en este mismo capítulo, en el mundo romano se va a
conocer una resistencia a abandonar la imagen mítica que de los etíopes había
transmitido la literatura griega88; una resistencia provocada por las clases más
eulturizadas de la sociedad romana y desde luego por los propios autores que la
transmitían, posiblemente debiendo interpretarse como una respuesta a la realidad
desagradable de su mundo, que es uno de los objetivos perseguidos por aquel que
cree o concibe un paraíso ideal o una tierra fabulosa8®. Pero también se va a com­
probar que el cada vez mayor contacto de Roma con unas de esas gentes a las que
se quiere llamar etíopes90 va a contribuir, especialmente desde época de Augusto
y sobre todo en el siglo III d. C., a la percepción real de este pueblo, sin ningún
tipo de connotación fantástica o fabulosa, apareciendo incluso como un pueblo
militarmente peligroso; un ejemplo bastante significativo de esta visión dual
de los etíopes en la literatura latina91, si bien en la tardía, lo encontramos en
Macrobio quien en un pasaje al que ya hemos aludido refiere la existencia de
un pueblo etíope mítico y fabuloso mientras que en uno anterior, mucho más
realista, nos habla del calor de la zona etiópica que agota la resistencia de los
cuerpos92.
La aproximación al tema etiópico, básicamente a través de la exégesis bíblica,
también la vamos a encontrar en la literatura cristiana, donde Orígenes o el propio
Gregorio Nazianceno influidos por los relatos bíblicos de Salomón y la Reina de
Saba nos hablan de los etíopes en similares términos a los que podríamos encontrar
en la literatura griega clásica; es el caso de Gregorio Nazianceno que alude a los
“etíopes que viven al final de los extremos de la Tierra”93. Ahora bien, junto a esta
continuidad de la imagen mítica de los etíopes, también encontramos en los mismos
autores una desmitificación de estas gentes pues refieren de ellas que tienen el cuer­
po negro por naturaleza pero que su alma es negra a causa de los pecados come­
87 Mart. Cap. VI, 702; Macr., Com. Som. Scip. II, 10, 11; cf. Maslakov (1983), 100, referente al anti-
:uarismo de Macrobio.
88 Lesky (1959), 38.
89 Gracco Ruggini (1979), 119-120 y R. Lonis (1981), 82-83; Thompson (1989), 91-92, haciendo
uncapié en que el motivo que ocasionó la perpetuación de esta utopía etiópica fue precisamente la nece­
sidad de disponer de un paraíso que permitiera una huida mental.
90 André (1949), 159-160.
91 André (1949), 161-162.
92 Macr., Com. Som. Scip. II, 7, 19 y 10, 11; vid. Plin., Nat. 2, 80, 189, que relaciona la “negritud”
■liópica con su cercanía al sol. Cf. Snowden (1960), 25-26 e Id., (1970), 131-143.
93 Orig., Comm. in cant. canticorum II, 367-369; Greg. Naz., Orado XL, (PG XXXVI, 396-397); cf.
ourtés (1979), 22 y Thompson (1989), 90-91.
LOS ETIOPES, LAS ISLAS Y TIERRAS TORRIDAS Y LOS ANTIPODAS 335

tidos94. Obviamente esta última perspectiva tiene en nuestra opinión una razón de
ser, íntimamente relacionada con el paganismo y con la consideración hacia Etiopía
como zona de evangelización en los primeros tiempos del Cristianismo: como es
lógico esta doctrina no podía mantener viva la idealización de un pueblo al que se
había considerado extremadamente privilegiado por las divinidades paganas; ténga­
se para ello en cuenta que Cirilo de Alejandría llega a decir todo lo contrario que
Homero y la historiografía clásica, pues concluye que los etíopes no estaban ilumi­
nados por la luz divina95, comentario que por otra parte tampoco deja de tener con­
notaciones fantásticas.
La decadencia de la concepción fantástica de los etíopes es claramente patente
en la literatura tardía algo menos comprometida con el Cristianismo, tanto en la
griega como en la latina; así el autor de la Expositio Totius Mundi et Gentium, en el
pasaje LXII, nos habla de ellos como habitantes de las tierras límites africanas,
desiertas pero habitadas en parte por una “raza perversa de bárbaros que se llaman
Maziques y Etíopes” 96, mientras que para Cosmas Indicopleustes el mundo etiópi­
co, en el más amplio sentido del término, pero referido especialmente al reino de
Axum, es una realidad absolutamente cercana y concreta97.
En definitiva es muy cierto, siguiendo a L. Gracco Ruggini que el mito clásico
del país etiópico paulatinamente se va a desmoronar en la literatura latina, básica­
mente a causa del contacto directo que se ha tenido con este pueblo98.

Islas del Sol


La cercanía al sol no sólo sirvió a la literatura griega y latina para concebir la
existencia de pueblos fabulosos como los etíopes sino que también vamos a encon­
trar en ellas la referencia a tierras tórridas e inhabitadas o islas quemadas por el sol
y en consecuencia prácticamente mortales.
94 Orig., Com.. in Cant. Canticorum II, 377 (cf. Snowden (1969), 31-32 y Gracco Ruggini (1979),
122-123 y n. 54); Paul, de Ñola., Carm. XXVIII, 249-251. En el mismo sentido podríamos interpretar los
varios episodios recogidos por los primeros autores cristianos que relatan la aparición de varios diablos
en forma de niger puer; por ejemplo el que tienta a San Antonio en el desierto (Athan., Vit. Antonii 6
(PG XXVI, 849-852)), o el que se le aparece, según San Agustín, a un médico catecúmeno (August.,
C. D. XXII, 8); vid. para un análisis de estas personificaciones Gracco Ruggini (1979), 127-133, aten­
diendo también a las notas. De igual forma todos estos pasajes parecen estar presentes en el episodio 1 de
la tardía Navigatio de San Barandán, cuando éste ve al diablo en forma de infans ethiopis (vid. Bouet
(1986), 30).
95 Cir. de Alex., Psalm. 73, 14 (PG LXIX, 1188), y cf. Snowden (1970), 197-215 y Thompson
(1989), 90.
96 Cf. Moré (1982), 720 n. 100; este pueblo es uno de los escasos ejemplos que encontramos en uslti
obra referida a gentes externae al Imperio Romano.
97 Cosm. Indicopl., Topograph. Christ. III, 169; vid. Munro-Hay (1981).
98 Gracco Ruggini (1993), 468-469.
M a r g a r it a V allejo G irvés

En una ocasión Mela nos habla de unas “Islas del Sol” situadas en las bocas del
Indo “inhabitables hasta tal punto que el sofoco del aire que las rodea mata al ins­
tante a los que la f r a n q u e a n Del mismo modo Plinio, en el libro sexto de su His­
toria Natural, recoge la idea ya antigua de la existencia de unas islas llamadas
"(S)Adanu”, a las que no se podía llegar a causa del mismo motivo: el calor del sol
impedía toda navegación hacia ellas100. Pero este autor y Mela ya'han comentado en
otras ocasiones aspectos fantásticos o fabulosos de tierras meridionales, índicas o
cercanas a las etiópicas o trogodíticas como sería el caso de las Islas Adanu, por lo
que estos fragmentos pueden quedar integrados en la misma perspectiva fantástica
que venimos proponiendo; ahora bien no es menos cierto que las condiciones de
navegación de la Antigüedad podrían haber facilitado esta concepción de inaccesi­
bilidad patente en la presentación de ambas islas101.
De todas formas no podemos dejar de destacar la distinta utilización de la cerca­
nía al sol de griegos y latinos. Los primeros idealizan estas tierras, concretadas por
ejemplo en la de los etíopes o en la misma utópica Isla del Sol de Yámbulo102, situa­
das hacia el Ecuador, con un clima moderado, unos campos feraces y cuyos habitan­
tes llevarían su longeva existencia sin ninguna clase de problemas ni tensiones103,
mientras que algunos de los segundos fabulan en tomo a la cercanía del sol en tér­
minos muy distintos ya que para ellos es un clima extremo, que imposibilita la habi­
tación de esa tierra o incluso impide la aproximación a ella. Son evidentemente con­
cepciones opuestas.

Las tierras tórridas y los Antípodas


Queda fuera de toda duda que el exceso de calor o de frío, esto es las temperatu­
ras extremas son fenómenos de los que el hombre tiende a huir o se ve abocado a
ello, por ser básicamente no adecuados a sus características fisiológicas. Precisa­
mente va a ser esta inadecuación humana la que va a permitir el desarrollo de otra
tabulación -aunque con cierto carácter científico-, la concepción de otras tierras y
hombres o seres más o menos fantásticos104, generalmente ubicados en los confines
99 Mela 3, 7, 71; cf. Plin., Nat. 6, 97 y Sol. LIV, 4, donde describen una Insula Solis, en la que des­
pués de hablar de un sol rojo, indican que todos los animales, sin excepción, perecen sin que se sepan a
ciencia cierta las causas.
100 Plin., Nat. 6, 34, 175-176, islas a las que se identifica con la Península de Adén; el único que
treía posible alcanzarlas era Juba II de Mauritania (al que sigue Sol. LVI, 7, apartándose aquí de la opi­
nión de Plinio). Vid. Desanges (1987), 281.
101 Se complementarían aquí el aspecto científico y el literario de la concepción latina del Indo y de
la India; cf. Chevalier (1988), 356-357.
102 FGrHist 673, F89.
103 Ferguson (1975), 124-127 y 174-176; MacLahlan (1992), 26-27.
104 Como veremos en múltiples ocasiones son precisamente los lugares con temperaturas suaves y
i (instantes los que son escenarios de lugares idílicos o paradisíacos; en contraposición las áreas de climas
aunemos son muy a menudo consideradas como tierras de trabajo sacrificado.
LOS ETIOPES, LAS ISLAS Y TIERRAS TORRIDAS Y LOS ANTIPODAS 337
del mundo conocido -como anteriormente los etíopes- o aún más allá. Se trata de la
existencia de los Antípodas105 cuya concepción está íntimamente relacionada con la
de las zonas terrestres según su temperatura así como con la teoría de la esfericidad
de la tierra.
Al igual que en la mayoría de las ocasiones anteriores, el tema de los Antípodas no
es nuevo en la literatura romana pues encontramos numerosas referencias en la litera­
tura griega, atribuyéndose por algunos su concepción a Platón ya que quieren ver una
alusión a ellos en el Timeom , y por otros a los pitagóricos107. Lo cierto es que para los
griegos la división de la esfera terrestre en varios círculos108 les llevó a suponer que
todo aquello que conocían en su mundo se reproducía simétricamente en la zona
opuesta, más allá de aquellas tierras tórridas que era imposible franquear109; ese
mundo simétricamente opuesto e inaccesible era el de los Antípodas110.
Los autores latinos como Pomponio Mela, Plinio, Salustio, Virgilio y otros
muchos, incluso tardíos como Macrobio, retoman el tema de la división del mundo
en varias zonas111 para hablar primero de una tierra tórrida inhabitada, cuya distri­
bución se desconoce, y a continuación, aprovechando esa ignorancia, de la existen­
cia de una tierra similar a la nuestra, la de los Antípodas, pero donde se invierten las
estaciones, de tal manera que cuando en nuestro mundo es verano en el de ellos es
invierno y cuando en el primero es de día en el segundo reina la noche112.
Este desconocimiento va a ser precisamente el elemento determinante que de pie
a la concepción de un mundo y de unos seres distintos a los que conocemos, los
Antípodas, con unas características físicas de connotaciones más o menos fabulosas,
como son que las plantas de sus pies eran contrarias a las de los hombres, o que gra­
baban sus huellas al contrario, o que tuvieran los pies hacia arriba y la cabeza hacia
abajo o que las plantas crecieran con las hojas boca abajo113.
105 Nos referiremos aquí a aquellos que ocuparían la zona opuesta de la tierra conocida, ya que la
otra acepción, la de pueblos con las plantas vueltas y con ocho dedos pero ubicados en Libia, es analiza­
da en el siguiente capítulo. Vid. sobre estas acepciones Friedman (1981), 47.
106 Pía., Ti. 62,2 D - 63 A; cf. D. L.. III, 24, quien indica que Platón fue el primero en utilizar el tér­
mino “antípodas” en una discusión filosófica.
107 Cf. D. L. VIII, 26. Vid. Berger (1903), 186.
108 Cf. Str. II, 2, 1-3 y O, 5, 3. No todos coinciden en el número de zonas terrestres, oscilando entre
cinco y siete.
109 Cf. Str. II, 5, 10. Opinión sobre la que Posidonio estaba en contra, pues creía en la existencia de
unas tierra tórridas pero habitables (Cleom. I, 6, p. 31 y ss.; Str. II, 2, 2). La misma opinión expresará
Gem., Elementa Astronómica XVI, 25-31 (cf. Str. I, 2, 24).
no Nicolet (1988), 78.
m Cic., Som. Scip. VI, 13 y 20 y ss; Mela 1,1,4; Plin., Nat. 2, 172; Verg., G. 1, 231-244; Sal., Jug.
19, 5-6; Hyg., Astr. 1, 8, 2; Macr., Com. Som. Scip. II, 5, 22; Mart. Cap., VI, 602-608; Isid., Etym. XIV,
5,17.
112 Cic., Ac. II, 39, 123; Lucr. 1, 1058 y ss.; Verg., G. 1, 231-251; Mela 1,1,4; Hyg., Astr. 4, 1, 2;
Mart. Cap. VI, 602-608 y VIII, 874; Macr., Com. Som. Scip. II, 5, 22, etc...
U3 Cic., Ac. II, 39, 123; Lact., Inst. III, 24, aunque como veremos este último no creeposible la
existencia de tal pueblo.
338 M a r g a r it a V a llejo G irvés

La teoría de la existencia de los Antípodas es uno de los casos que ocasiona una
fuerte división -Plinio lo califica de “violento debate”- entre por un lado la ciencia o
la gente cultivada, que no consideraba su existencia cuestionable, y por otro lado el
común del pueblo romano, que la negaba114; así es muy significativo un pequeño
comentario de Cicerón:
también dices que hay un pueblo opuesto a nosotros en la parte contraria de la
tierra, con las plantas de sus pies contrarias a las nuestras, a los que se l l a m a antí­
podas. ¿Por qué estás más irritado conmigo que no me rio de tus teorías que con
aquellos que cuando las oyen creen que estás loco?”115.
Pero también es muy curiosa la razón de la negativa del sencillo hombre romano
a creer en su existencia: según Plinio el pueblo creía que con semejante concepción
de la tierra de los Antípodas sus habitantes deberían caerse; no deja de ser tampoco
reseñable el argumento de Plinio para defender su existencia, pues concluye “ellos
no se preguntan por qué no nos caemos nosotros”116, tal vez en una clara alusión al
etnocentrismo romano al que nos hemos referido en las primeras páginas117.
En este tema de los Antípodas encontramos otra particularidad que nos permite
una vez más relacionarlo con la concepción de pueblos o zonas de connotaciones
más o menos fantásticas, porque a pesar de aludir continuamente al desconocimien­
to de las características de esas zonas tórridas y aún de más allá118, no se duda en
afirmar que allí habitan unos seres a los que se llama Antípodas, es decir “con los
pies opuestos” a los del hombre que está realizando la descripción. Estamos desde
luego ante un ejercicio imaginativo del hombre antiguo, en este caso el científico -si
se nos permite utilizar este término-, en el que suple su desconocimiento de la reali­
dad por la creación de otra ‘realidad’, básica o totalmente imaginaria, aunque quiera
presentarla como fundamentada en cálculos científicos.
Ahora bien, creemos que es adecuado plantear la posible motivación del desa­
rrollo de este episodio que desde luego cabe calificar de fantástico ya desde el
momento en que los habitantes de esa tierra se llaman Antípodas, con el significado
que esta palabra conlleva, y desde el momento en que no sólo es imposible llegar a
ella sino incluso aproximarse. En nuestra opinion todo ello puede relacionarse de
nuevo con la dualidad tantas veces utilizada en la imaginación antigua; no hay nin­
guna descripción de esa tierra ni tan siquiera de cómo se piensa que ésta es, simple­
mente se alude la inversión de las estaciones119. Vuelve a surgir en esta ocasión el
tópico de la ubicación en zonas de la tierra infranqueables de lugares más o menos
fantásticos, como eran las Islas de los Bienaventurados, el Paraíso Cristiano o en
114 Plin., Nat. 2, 161; cf. Gem., Elementa Astronómica XVI, 2 (cf. Wolska (1962), 211-212).
115 Cic., Som. Scip. loe. cit. (trad. M. Vallejo Girvés).
116 Plin., Nat. 2,161.
117 Vasaly (1993), 133; cf. Eliade (1959), 12-17.
118 Por ejemplo Mela 1,1,4.
119 Mela 1,9,54.
LOS ETIOPES, LAS ISLAS Y TIERRAS TORRIDAS Y LOS ANTIPODAS 339
esta ocasión el Mundo de los Antípodas; todos ellos presentan el denominador
común de ser presentados como reales pero pasarán a ser inmediatamente califica­
dos de inaccesibles.
La existencia de los Antípodas fue negada por la tradición cristiana, primero por
no haber noticia histórica alguna al respecto pero ante todo porque era de todo
punto inconcebible la existencia de un pueblo aislado, por esa tierra tórrida, del
mundo de Cristo, es decir de un mundo donde, visto desde un punto de vista etno-
mediterráneo, no había llegado la palabra de Cristo120. El testimonio de Lactancio
que se pregunta:
“¿Hay alguien tan ignorante que crea que hay hombres cuyos pies están por
encima de sus cabezas? ¿O que todo lo que hay a nuestro lado puede estar al
revés? ¿qué las plantas y los árboles crezcan al revés y que la lluvia, la nieve y el
granizo caigan hacia arriba sobre la tierra?”121.

no deja lugar a dudas del rechazo que producían estas teorías, pero es aún más clari­
ficador el de San Agustín que nos dice:
“En cuando a la existencia de antípodas, es decir de hombres que marcan sus
huellas contrarias a nuestros pies, por la parte opuesta de la Tierra, donde sale
el sol cuando se nos oculta a nosotros, no hay razón alguna que nos fuerce a
creerlo. Nadie dice que haya conocido ésto por noticia histórica alguna sino que
se conjetura...”122.

Del mismo modo Isidoro de Sevilla, siguiendo en su percepción al obispo de


Hipona, atribuía la creación de estos pueblos a “conjeturas debidas a las elucubra­
ciones de los poetas” 123, y por esa misma razón Cosmas Indicopleustes, a mediados
del siglo VI, negaba la existencia de esa “Tierra Tórrida” que había posibilitado la
creación de este pueblo fantástico del que nos ocupamos, esgrimiendo la misma
razón: su existencia debía mucho a la ficción y a los cuentos fabulosos124. La reac­
ción cristiana contra las teorías que defendían la existencia de los Antípodas fue tal
que incluso se condenó oficialmente esta doctrina125, por lo que no deja de sorpren­
der que Beda el Venerable sí parezca aceptarla al concluir con “ninguno de nosotros
puede visitarles ni ninguno de ellos puede llegar hasta aquf'. Pero de ello se com­
120 Kappler (trad. esp. 1986), 29-30.
121 Lact., Inst. III, 24.
122 August., C. D. 16, 9 (trad. S. Santamaría del Río y M. Fuertes Lanero, BAC, Madrid 1978); vid.
Friedman (1981), 47-48.
123 Isid., Etym. IX, 2, 133.
124 Cosm. Indicopl., Topograph. Christ. Praef. I; cf. Wolska (1962). 211-212.
125 Papa Zacarías, Epist. XI ad Bonifacium archiep. (PL LXXXIX, 946-947), de la primera mitad
del siglo VIII. Cf. G. Boffito (1905), passim; Friedman (1981), 221 n. 23.
340 M a r g a r ita V a llejo G irvés

prende que los autores cristianos caen rápidamente en una contradicción pues dicen
creer en el Paraíso, cuya existencia nadie ha comprobado en vida, que ubican en la
parte oriental de la llamada “Tierra más allá del Océano” y sin embargo no creen en
esas tierras más o menos míticas o fabulosas126, aunque es evidente que ello se
explica, como veremos, por razones lógicas de tratarse el Cristianismo de una reli­
gión revelada.

156 Wolska (1962), 259, especialmente en relación a las contradicciones de Cosmas Indicopleustes
i n file sentido en particular.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO
EN LA IMAGINACION

Buena parte de los pueblos fantásticos que la literatura antigua nos ha transmiti­
do se caracterizan no por ser felices, disfrutar de una existencia relajada, sin trabajo
y sin los rigores del frío ni del calor extremo, sino por ser físicamente anómalos en
relación a la concepción del hombre mediterráneo. Del mismo modo la idea de la
fauna -y la vegetación- en la literatura antigua tampoco es ajena a una formulación
física que transgrede las leyes de la naturaleza. Todo ello está como era de esperar
en íntima relación con el conocimiento limitado que el hombre antiguo, y aun el
romano, tenía de la superficie en la que vivía127.

La humanidad fantástica
El mundo de la cultura griega conoce la Esfinge de Edipo, el Minotaum tli
Teseo, Pegaso el caballo alado, está repleto de menciones a faunos, sálmw, t en
tauros, cícloples, pero también a hombres con orejas o pies enorme,s, sin ujtw, níii
nariz, etc... Y como es constante la literatura latina también va a lonuir de* Id ;íi k‘(',íi
esos elementos fantásticos, si bien en esta ocasión vamos a comprobar que se pro­
ducen fuertes matizaciones, pudiéndose incluso concluir que en ¡iljumos casos se
introduce su existencia en los relatos pero siendo claramente palpable que no se
trata de creencias que se mantengan sino que son elementos útiles para demostrar la
erudición o conocimiento de obras antiguas de los autores; en oirás ocasiones, como
ocurre con Lucrecio, se niega la existencia de algunos de estos seres fabulosos pero
se admite la de otros128.
En cierta forma también puede interpretarse en este sentido la considerable utili­
zación de la fauna fantástica en la iconografía de época imperial, presente por ejem­
plo de un modo notable en la decoración de la Terra Sigillata donde encontramos
seres mitad hombres mitad animales, sátiros, sirenas, grifos129. Son elementos que,
127 Bianchi (1981), 230; 236-237.
128 Vid. infra.
129 Puesto que no es nuestra intención profundizar en este punto remitimos al reciente artículo de
Demarolle (1993), especialmente 193-194 y 198-202, donde se estudia la aparición de estos animales y
seres fantásticos entre los motivos decorativos de la Terra Sigillata, principalmente en la de factura gala.
3 42
M a r g a r it a V a l i .eto P r e v é s

aunque desde luego imaginarios, pertenecen ya a la cultura del hombre antiguo,


consciente o no de su inexistencia; unos seres imaginarios, en cierta forma grotes­
cos, que van a ser motivo decorativo en los mosaicos del puerto de Cartago de prin­
cipios del siglo Viso, qUe van a conocer una presencia constante en el arte de los
siglos postenores y que incluso encontramos en vajillas galas del siglo XIX cuya
leyenda es “El espíritu de los animales”, en las que se presentan escenas cotidianas
de la vida del hombre pero en las que los protagonistas tienen cabezas y manos de
monos, perros, gallinas, lobos, cerdos, etc...
Volviendo al tema que nos ocupa, es decir la presencia en la literatura latina de
seres, humanos o animales, con características cuanto menos impactantes, no resul­
tara sorprendente que sean los mismos autores que venimos utilizando -entre los
que se debe integrar aquí a Lucrecio- los que también nos transmitan en sus obras
comentarios acerca de estos seres fabulosos que por otra parte, y como era de espe­
rar, han retomado en no pocas ocasiones de la literatura griega. Ahora bien, en esta
ocasión mas que presentar todos y cada uno de estos seres fantásticos que encontra­
mos en esta literatura consideraremos en nuestro análisis aquellos aspectos más sig­
nificativos, de tal forma que podamos lograr una visión de conjunto y lo suficiente­
mente amplia del tema.
Obviamente lo fabuloso es por definición aquello que supone un cambio radical
respecto a lo que rodea al hombre. Ya hemos visto cómo se han presentado como
tierras fabulosas aquellas en las que no es necesario el trabajo agrícola, que no
conocen los rigores de los climas extremos, que son inaccesibles, etc..., pero tam­
bién incluimos como algo fabuloso o fantástico todo aquel elemento que se aleje
física o moralmente de lo que es el hombre mediterráneo de la Antigüedad131. Entre
ellos están esos seres monstruosos de los primeros momentos del mundo que Lucre­
cio presentaba del siguiente modo:
Numerosos portentos en aquella época se esforzó la tierra en crear, formados
con rostro y miembros extraños; el andrógino, medio entre los dos sexos, ni el
uno, m el otro, alejado de ambos; unos seres privados de pies, por el contrario,
otros desprovistos de manos, o también seres mudos, sin boca, y los que se halla­
ban ciegos y sin ojos o cuyos miembros se adherían pegados a todo el tronco de
modo que no podían realizar cosa alguna, ni encaminarse a parte alguna, ni tomar
lo que les era indispesable”132.
Ei posicionamiento de Lucrecio respecto a esta existencia de “hombres” o “seres
fantásticos” debe ser matizado. En el pasaje que acabamos de reproducir queda per­
fectamente reflejado cómo Lucrecio admitía que en la “juventud” de la Tierra ésta

130 August., C. S. 16, 8, 1; “...toda esa caterva de hombres o especies de hombres pintados en los
mosaicos del puerto de Cartago, tomados de libros de historias curiosas”
111 Gabba (1981), 53.
112 Lucr. 5, 837-848 (trad. I. Roca Melia, ed. Akal, Madrid 1990).
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 343

pudo equivocarse y crear seres monstruosos, pero no podemos olvidar que en la


misma obra en la que acepta este extremo niega la existencia de lo que Benabou ha
denominado “monstruos fabulosos”, esto es, de la mitología (centauros, etc.133...)
con la racionalidad como bandera: no se pueden combinar dos especies de caracte­
rísticas tan dispares134.
Para concluir con el análisis de la postura de Lucrecio no nos resistimos a antici­
par que las razones que aduce para admitir la existencia de seres anómalos a causa
de errores o ensayos de la Naturaleza son muy semejantes a las que utilizará Agus­
tín de Hipona como argumento para llegar a la misma conclusión.
En este punto es por lo tanto donde debemos analizar las razas de seres y anima­
les “monstruosos” que aparecen en la literatura griega y que se desarrollan y conso­
lidan en la latina, especialmente en la pluma de Plinio el Viejo, quien los considera
ocasionados por la ingenuidad y el desorden de la Naturaleza135.
En los libros V a VII de su Naturalis Historia encontramos múltiples referencias
a pueblos fantásticos136 -mayoritariamente presentados ya por autores como Heró-
doto, Ctesias137 o Megástenes pero cuyas características grotescas son en ocasiones
exageradas por Plinio- como por ejemplo los sátiros138, los atlantes, que están por
debajo del nivel de la civilización humana139, los de la región de Abaría, que viven
en Libia y tienen las plantas de los pies con ocho dedos y vueltas tras los talones140,
los machylies o hermafroditas141, los astomi, que carecen de boca y se alimentan
con el olfato142, los blemmyae, cuyas facciones, al carecer de cabeza, están en su
torso143, los epiphagi con los ojos en los hombros, los cyclopes o arimaspi, de grun
altura y con un sólo ojo144, los cynoscephali u hombres con cabeza de perro u los
que asimila más al género animal que al humano, los gigantes, los hippopodcs o tic
pies de caballo, los sciapodi con una sóla pierna145.
133 Cf. Lucr. 2,699 y ss; 4,725-732; 5, 888 y ss.
134 Benabou (1975), 144-146.
135 Plin., Nat. 1, 2, 32; cf. infra en este mismo capítulo, pero sobre todo J. l)0'iíin¡<0ii ( l'IHV), 28M-
290, donde analiza los textos plinianos sobre este tema desde el punto de vlMíl |imiiluiilimn icitpeclo a
que la fecundidad desordenada, especialmente en las zonas meridionales, piOílm o n n n moiirilmosos. En
una postura similar, aunque argumentando como otra razón el carácter m il lojirillnlli o (Ir la obra de Pli­
nio, Benabou (1975), 150.
136 No vamos a incluir en esta ocasión a los pueblos considerador hil i " ilu!*1 puesto que se trata
de una forma de vida que también se daba en zonas muy bien conoi’iilii'i |iui i l Ilumine untiguo.
137 Gómez Espelosín (1994), 119,121.
138 Plin., Nat. 5, 8,46; 6, 35,197; 7,2,24.
139 Plin., Nat. 5, 8, 45; vid. Bianchi (1981), 239, que pono (lo miiliillt'fjlo el mayor grado de fabula-
ción de este autor en relación a Heródoto IV, 184, que ya KH0|ilil In i'Hhloiu la de este pueblo.
140 Plin., Nat. 7, 2, 11; características que llevaron II i ohllllülli Ion i oh los antípodas o a darles tal
nombre (vid. Isid., Etym. ni, 24 y cf. Friedman (1981), 47)
Plin., Nat. 7, 2,7 y 15.
»« Plin., Nat. 6, 35,188 y 7,2,25.
143 Plin., Nat. 5, 8,46.
144 Plin., Nat. 7, 2,10; cf. Hdt. IV, 13.
145 Plin., Nat. 7,2, 24, también llamncloii M am olí |ini Iompi mi solo ojo, como los cíclopes.
3 44 M a r g a r it a V allejo G irvés

Pomponio Mela, Solino, Macrobio o Marciano Capella son también autores


latinos en cuyas obras están presentes alusiones a estos seres fantásticos. Así ade­
más de encontrar citas a muchos de los pueblos o razas referidos por Plinio146,
Mela y Solino, cuya obra Collectanea Rerum Memorabilium puede ser considera­
da como “el arquetipo sobre la monstruosidad humana”147 nos hablan por ejem­
plo de los neuros, ya conocidos a través de Heródoto, quienes pueden convertirse
en lobos148. Y como era también de esperar los recoge el saber enciclopédico de
Isidoro de Sevilla en su libro III de las Etimologías', vamos a reproducir el texto
donde el obispo hispalense habla de estos seres ya que no es amplio en exceso y
recoge alguno de los pueblos más característicos y representativos del bestiario
antiguo:
“Los cynoscéfalos deben su nombre a tener cabeza de perro; sus mismos
ladridos ponen de manifiesto que se trata más de bestias que de hombres.
Nacen en la India. También la India engrenda cíclopes. Y se les denomina
‘cíclopes’ porque ostentan un ojo en medio de la frente. Se los designa también
con el nombre de ‘agriophagítai’ porque sólo se alimentan con carne de fiera.
Se cree que en Libia nacen los blemmyas, que presentan un tronco sin cabeza y
que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados de cerviz,
tienen los ojos en los hombros. Se ha escrito que en las lejanas tierras de Orien­
te hay razas cuyos rostros son monstruosos: unas no tienen nariz, presentando
la superficie de la cara totalmente plana y sin rasgos; otras ostentan el labio
inferior tan prominente que, cuando duermen, se cubren con él todo el rostro
para preservarse de los ardores del sol; otras tienen la boca tan pequeña, que
solamente pueden ingerir la comida sirviéndose del estrecho agujero de una
caña de avena. Dicen que hay algunas que no poseen lengua y utilizan para
comunicarse únicamente señas o gestos. Cuentan que en la Escitia viven los
panotios, con orejas tan grandes que les cubren todo el cuerpo... Según dicen,
en Etiopía viven los artabatitas, que caminan, como los animales, inclina­
dos hacia el suelo; ninguno supera los cuarenta años. Los sátiros son hombreci­
llos de nariz ganchuda, cuernos en la frente y patas semejantes a las de las
cabras... Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los esciopodas, dotados de
extraordinarias piernas y de velocidad extrema... En Libia habitan los antípo­
das, que tienen las plantas de los pies vueltas tras los talones y en ellas ocho
dedos...”149.

146 Por ejemplo Mela 1, 4, 23; 1, 8, 43; 1, 8, 48; 3, 6, 55-58 donde menciona a la mayoría de estos
pueblos; Mart. Cap. VI, 667, en referencia a los sátiros; Sol. XV, 20, sobre los arimaspv, XXX, 4, sobre
los cinoscéfalos y 12, en relación a los pueblos que carecen de nariz; XXXI, 1-2, sobre los atlantes;
XXXI, 5-6, sobre los blemmies y sátiros.
147 Vid. Bianchi (1981), 244-246; Stahl (1962), 138.
148 Mela 2,1, 14; Sol. XV, 1-2. Cf. Her. IV, 105,2.
149 Isid., Etym. III, 15-24. Sobre todos ellos vid. R. Wittkower (1964), 167.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 345

En definitiva se trata de una presencia literaria muy antigua y que va a ser trans­
mitida a la Edad Media150, cuyos bestiarios no hacen más que reproducir las llama­
das “razas plinianas”, e incluso las encontramos como motivo iconográfico, escultó­
rico o literario en obras de épocas muy poco anteriores al siglo de la Ilustración151.
Pero también interesa resaltar aquí varios elementos que ligan a estos seres fan­
tásticos aún más a la esfera de la concepción fabulosa que queremos tener presente.
Uno de ellos es precisamente la ubicación de todos ellos o bien en los límites de la
ecúmene o bien en áreas conocidas pero donde es prácticamente imposible penetrar.
Así es muy significativo el comentario de Pomponio Mela cuando inmediatamente
antes de hablar de pueblos como los atlantes, blemmies, ganfasantes etc... nos ha
indicado que todos ellos, “si se puede creer en su existencia”, se localizan a conti­
nuación de una comarca amplia, vacía e inhabitable152, circunstancia que en princi­
pio imposibilita toda comprobación. Ahora bien paradójicamente alguien debe haber
podido penetrar en ese territorio ya que es posible hablar de estos pueblos; otra cosa
es que sea una simple invención que no es preciso comprobar. En el mismo sentido
está la afirmación de Plinio para quien no debe causar sorpresa, debido a la mítica
relación de esta zona con el hijo de Vulcano, que en las regiones más lejanas y des­
conocidas de la Etiopía se encuentren monstruosidades humanas y animales; en defi­
nitiva es el fuego, el calor el que configura las formas de la naturaleza153.
Ciertamente todos estos pueblos se localizan preferentemente en las áreas más
alejadas, semidesconocidas y remotas de Africa, de Asia, de Escitia y las tierras
septentrionales y desde luego de la India, donde como es sabido ya se han localiza­
do otras tierras fantásticas; lugares donde la comprobación sobre la veracidad de la
existencia de estos seres es prácticamente imposible y donde, en consecuencia,
es posible situar aquellos seres surgidos de la imaginación prodigiosa del hombre
antiguo154, favorecida desde luego por lo que debieron ser apreciaciones erróneas de
la realidad.
La relación entre formas de vida anómalas y la lejanía de sus lugares de habita­
ción y también con la imaginación queda perfectamente patente en unas significati­
vas frases de Tácito al concluir su relato sobre la experiencia de la flota de Germá­
nico en c. 16 d. C. en el mar septentrional:
“...Contaban cada cual mayores maravillas cuanto de más lejos venían; enca­
recían la violencia grande de la tempestad, pintaban aves de las que jamás se tuvo
150 Téngase en cuenta el análisis de Roncoroni (1982), 151-168, quien concluye que ya desde Soli-
no todo el saber enciclopédico de Plinio es sacrificado en favor únicamente de una recolección de todos
los mirabilia plinianos.
151 Véase al respecto Friedman (1981); Vegetti (1982), 130 o Kappler (trad. esp. 1986); brevemente
Bouet (1986), 46-47.
*52 Mela 1,4,23.
153 Plin., Nat. 6, 35,187; cf. Benabou (1975), 149.
154 Bianchi (1981), 228.
346 M a r g a r ita V a llejo G irv és

noticia, monstruos marinos, formas diversas de animales y de hombres, cosas o


vistas por los ojos o imaginadas por el miedo”155.
Por otro lado encontramos aquí el polo opuesto a la idealización de la lejanía. En
las primeras páginas ya comentábamos que el hombre antiguo, en este caso el roma­
no, calificaba de una forma dual a las tierras lejanas; unas las idealizaba considerán­
dolas lugares maravillosos y utópicos, pero otras, y éste parece ser el caso que nos
ocupa, aparecían ante sus ojos con unas características sumamente negativas. Con­
vencían al auditorio con el elemento “ellos y nosotros” y en consecuencia no era
extraño atribuir características físicas monstruosas a pueblos lejanos, remotos y
prácticamente desconocidos sino totalmente156.
Ahora bien, no sólo debía jugar en favor de la concepción anómala de estos
seres el etnocentrismo romano sino también ciertas experiencias reales de viajeros
que hubieran arribado a esas zonas o a áreas cercanas; experiencias reales en las que
el temor a lo desconocido pudo llevar, y es una constante, a concepciones erróneas
sobre la geografía o la población de las zonas visitadas. Toda novedad produce
asombro -piénsese en la sorpresa y curiosidad que despertó la primera jirafa que fue
vista en Roma157- y si además ésta es vista de lejos o se dan por ciertas noticias de
segundos y terceros no debe resultar extraño que se dibujaran seres totalmente
monstruosos en relación al patrón establecido.
Es innegable que ya los propios romanos tenían dudas acerca de su existencia.
Son en este sentido ejemplificadoras las negativas de Lucrecio a aceptar la existen­
cia, en algún momento de la historia de la tierra, de centauros, de animales de doble
naturaleza o cuerpo, o de las Escila, cuyo cuerpo sería pez en su mitad158, o la
pequeña reflexión de Tácito, que reproducimos a continuación:
“Lo demás es ya legendario: que los helusios y oxiones tienen rostro de ras­
gos humanos, cuerpos y miembros de animales. Lo dejaremos en el aire como
algo no comprobado”159,

pero no hay lugar a dudas de que si la creencia en estos seres perduró se debió, ade­
más del desconocimiento general de la zona donde se les localizaba, a aquellos libros
que recogían tales episodios; libros griegos, de Aristeas de Proconeso, de Isígono de
Nicea, de Ctesias de Cnido, de Onesícrito, Filostéfano y Hegesías, llenos de relatos
maravillosos que Aulo Gelio vio en el puerto de Brindisi y que leyó en dos noches o
como los que citaba San Agustín tratándolos de libros de historias curiosas160.
155 Tac., Ann. 2,23-24 (trad. J. L. Moralejo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1979).
156 Friedman (1981), 26 y 35 y Vasaly (1993), 136-138.
157 Plin., Nat. 8,27,69.
158 Lucr., 5, 878-609.
159 Tac., G. 46,6 (trad. J. M. Requejo, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1988); cf. Ann. 2, 23-24.
160 Gel., 9,4; August., C. D. 18, 8, 1.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 347

En varios de los capítulos anteriores se ha podido comprobar que cuando abor­


damos el análisis de la perspectiva cristiana de las diversas tierras fabulosas y fan­
tásticas siempre aparecía en ella un alto grado de recelo e incluso se negaba su exis­
tencia real; en esta ocasión sin embargo no ocurre lo mismo. El adalid del rechazo
está ahora abierto a reconocer la existencia de estos pueblos con características anó­
malas; nos estamos refiriendo a Agustín de Hipona quien en los libros decimoquinto
a decimoctavo de su De Civitate Dei después de recoger con amplitud las noticias
sobre estos pueblos transmitidas por la literatura anterior argumenta, basándose en
la procedencia del hombre de un sólo ser, Adán, y en la existencia entre los propios
súbditos del Imperio de gentes con curiosas anomalías físicas, en favor de la posibi­
lidad de la existencia real de tales seres, si bien no se pronuncia en exclusiva en este
sentido. Así encontramos reflexiones como:
“¿Puede admitirse que de los hijos de Noé, o más bien del primer hombre, del
que ellos nacieron, se hayan propagado algunas clases de hombres monstruosos
que nos refiere la historia de los pueblos?... En Hipona-Diarrito hay un hombre
que tiene las plantas de los pies en forma de luna, con sólo dos dedos en cadu pie,
y lo mismo en las manos. Si hubiera un pueblo con estas particularidades, pusurfu
a la historia por lo curioso y chocante. ... No debe parecemos absurdo que, así
como hay en algunas razas hombres-monstruos, así pueda haber en todo c! pénefo
humano pueblos-monstruos. Para concluir con prudencia y cautela: o Ion monti
truos tan raros que se citan de algunos pueblos no existen en absoluto; o ni cxIn
ten, no son hombres, y si son hombres, proceden de Adán”161;
reflexiones que convertían a estos pueblos en potenciales miembros de lu común¡
dad cristiana162. Pero resulta curioso que sea precisamente San Agustín el que ucep
te la posible existencia de estos seres porque están en “este mundo" y sin embargo
rechace la de los Antípodas porque están en el “otro mundo”; el motivo parece claro
pues a los primeros es posible evangelizarlos mientras que esto, a causa de la inac­
cesibilidad de su mundo, era imposible para los segundos.
De hecho estas reflexiones debieron tener éxito y a ello pudieron contribuir
casos como por ejemplo el de la presencia en la Antioquía de principios del siglo VI
de una mujer de la que se decía que pertenecía a la raza de los gigantes; mujer que
debía constituir una atracción ya que había viajado, lucrativamente, a lo largo y
ancho del Imperio163.
Es un hecho admitido que con las exploraciones geográficas que tuvieron lugar
desde el siglo XV aquel residuo que pudiera quedar en la mente del hombre para
creer en aquellos seres que habían concebido los antiguos griegos y romanos fue
diluyéndose con el conocimiento directo de las zonas donde se habían ubicado y con
la comprobación de que allí habitaban seres con costumbres distintas, exóticas pero
161 August., C. D. 16, 8,1-2. Vid. Kappler (trad. esp. 1986), 240-241.
162 Friedman (1981), 88-90.
163 Mal. 412.7 (ad a. 518). Vid. Kappler (trad. esp. 1986), 241 y ss.
M a r g a r it a V allejo G irvés

con características físicas similares. Esto nos da pie para comentar la idea de que la
existencia de estos pueblos pudo ser real, al menos en un cierto sentido. J. B. Fried-
inan al concluir su estudio sobre las llamadas “razas plinianas” afirma que todas ellas
pudieron tener una base real, una razón de ser; esto es, las percepciones erróneas de
los viajeros pudieron llevar a presentar como totalmente anómalas o fabulosas ciertas
características de algunos pueblos, como por ejemplo los blemmies de quienes dice
que su presentación como hombres con el rostro en el pecho obedecería a que lucha­
rían con escudos con motivos similares a las facciones humanas164. Y Benabou se
hace eco, junto a esta explicación, de un nuevo argumento: para él los casos más
anómalos tienen su razón de ser en una ‘tradición imaginaria’ difícil de anular165.

La fauna fantástica
Por último no podemos dejar de mencionar aunque brevemente la otra clase de
"monstruos” que según los antiguos podía producir la naturaleza, y es que el género
animal tampoco escapaba a sus caprichos. Así, ubicados en lugares de similares
características a los poblados por pueblos fantásticos166, además de los grifos por
ejemplo Plinio y Mela volvían a hablar, como ya había hecho Ctesias, de hormigas
gigantes167. Solino y Plinio hablarán también de la marticora, un fabuloso animal
con tres filas de dientes, rostro humano y otras características tomadas de diversos
animales168. Los dos antes mencionados e Isidoro de Sevilla comentan la existencia
de perros gigantes capaces de hacer frente a enormes toros169. Solino entre otros
muchos nos presenta también otro animal fantástico, el llamado monoceros, al que
califica como monstruo de horrible mugido, cuerpo de caballo, patas de elefante y
cabeza de ciervo con un cuerno en medio de la frente170.
Y como era de esperar los autores posteriores sumamente influidos por estos
telatos, eminentemente plinianos, también incluirán en sus obras la descripción de
animales de características fantásticas, bien los mismos -encontramos alusiones a
las hormigas y a los perros gigantes, a los grifos, a los pigmeos-, bien algo novedo­
sos -como tortugas y serpientes gigantes, gallinas con lana en China171, o los ratones
del tamaño de un gato o gatos monstruosos que se encuentra San Barandán en su
navigatio172.
164 Friedman (1981), 24-25 y 197-198.
165 Bebanou (1975), 150, siguiendo a R. Lenoble (19692), 163.
166 por ejempi0 Sol. LH, 34, comenzaba su relato sobre la India del siguiente modo “tiene muchos y
maravillosos animales",
1,17 Plin., Nat. 8, 771 Mela 3, 7,62; Sol. XXX, 23.
IWI Plin., Nat. 8,75; Sol. LII, 37.
I(’'’ Plin., Nat. 8, 149; Sol. XV, 6; Isid., Etym. IX, 2,65.
1m Sol. LII, 39-40. Cf. B. Clausi (1982), 757 y n. 60 con la bibliografía al respecto.
1/1 Kappler (trad. esp. 1986), 148-152.
1 Cf. Hernández (1992), 300.
LA CONTINUIDAD DE LO GROTESCO EN LA IMAGINACION 349
Al igual que en casos anteriores considerarán que estas características fabulosas del
mundo animal tenían su origen esencialmente en percepciones erróneas o sugeridas por
el temor a enfrentarse con sorpresas, en las que no parece caer por ejemplo Quinto Cur-
cio cuando en lugar de describir los animales extraños que Alejandro habría encontrado
en los ríos de la India comparándolos con parámetros conocidos, concluía escuetamen­
te con un “otros animales desconocidos a las demás naciones”173.
En la misma línea pero necesitado de un análisis independiente no podemos olvi­
dar en este capítulo el estudio de las terribles criaturas y bestias que se describen en el
libro del Apocalipsis, y que incluimos aquí por haber sido compuesto en dominios del
Imperio Romano. Situado en un mundo futuro, que deberá sufrir terribles catástrofes
hasta alcanzar la paz y la tranquilidad -punto que nos interesará en nuestro estudio de
la Edad de Oro- el Apocalipsis menciona langostas semejantes a caballos con caras de
hombres, cabellos de mujer y dientes de león174, caballos con cabeza de león y colas a
su vez con cabezas175, dragones con siete cabezas y diez cuernos176, panteras con diez
cuernos y siete cabezas, boca de león y patas de oso177. En definitiva, monstruos
situados ahora en un mundo futuro y terrible -como sus características físicas-, en
lugar de en uno lejano y contemporáneo, pero que como puede comprobarse en la
pequeña enumeración que hemos presentado tienen muchos puntos en común con
algunos de los animales fantásticos que la anterior literatura antigua describía.

173 Curt. 8,9.


174 Apoc. 9. 7-9. No podemos dejar de pensar aquí en las hormigas gigantes, en la marticora, en el
monoceros, etc...
175 Apoc. 9. 17 y 19.
>7« Apoc. 12. 3=4 y 17. 3.
177 Apoc. 13. 1-2.
LAS FABULOSAS TIERRAS REALES.
LAS *LAUDATIONES’

No todas las tierras caracterizadas por algún tipo de particularidad fantástica o


fabulosa en la literatura antigua, y en concreto en la latina, están ubicadas expresa­
mente en lugares inaccesibles o en remotos extremos del mundo conocido. En esta
literatura nos topamos con unas tierras, regiones, ámbitos etc... absolutamente rea­
les, cercanos e inmediatos al público al que puede ir dirigida la obra en cuestión,
caracterizados con tales ribetes fantásticos -sería más adecuado calificarlos de fabu­
losos- que apenas nada tienen que ver con la particularidad de su realidad. Se trata
de lo que se conoce como Laudationes de algunos lugares; laudationes que están
presentes desde luego en la literatura griega -recuérdese los elogios a Egipto, a la
India, a Turdetania- y como es norma habitual también en la latina, tanto clásica178
como tardía, en ésta incluso en mayor número.
Ya en otros capítulos anteriores ha quedado claro que el objetivo de estas lauda-
ñones era ensalzar un determinado territorio poniendo de manifiesto las virtudes
geográficas, agrícolas y humanas que le eran propias pero exagerándolas hasta el
extremo de que desde luego la descripción real del lugar nada tenía que ver con el
resultado de la presentación literaria del mismo; es decir se trataba de la imposición
de un paisaje ideal sobre uno totalmente real, contemporáneo y cercano170. De lodo
ello, como se ha visto y se volverá a comprobar, resultará la exposición de unas tie­
rras cuya riqueza y fertilidad sin igual hace que las incluyamos en esto estudio sobre
las tierras fabulosas de la Antigüedad; además, como en otras ocasiones unlcriores,
veremos cómo este tema en particular presenta diversos puntos en común, aunque
también divergentes, con tópicos tan directamente relacionados con lo fabuloso
como puedan ser el locus amoenus o la Edad de Oro.
En un reciente artículo a propósito de la concepción de la geografía de Egipto en
la obra de Diodoro Sículo se comentaba que desde la obra de Menandro, Sobre los
fines epidícticos, habían quedado establecidos una serie de "esquemas tópicos para
la descripción de un país”, entre los que se señalaba la asombrosa fertilidad natural
de la tierra, unas extraordinarias defensas naturales, un clima absolutamente atem-
™ piénsese por ejemplo en el elogio de la India que encontramos en l'omponio Mela 3, 7, 61-62,
que procede con toda seguridad de Arr., Ind. XVI (GGMI, 327).
179 Schonbeck (1962), 155-166, a propósito también del loáis amoenus.
352 M a r g a r it a V allejo G irvés

pcrado, etc...180, es decir unas características que ya nos son muy familiares puesto
que aparecen prácticamente en todos los capítulos de este trabajo, y a las que habría
que añadir la ausencia de animales dañinos, elemento tomado de la concepción del
mito de la Edad de Oro y, algo muy importante, la participación del hombre en esa
tierra fabulosa181. Pero pasemos ahora a analizar, tomando como punto de partida
estos elementos, los textos latinos en los que encontramos este tipo de alabanzas.

Italia, Britania e Hispania


Posiblemente sea la laudado que Virgilio dedica en su Segunda Geórgica a Ita­
lia182 el punto de partida latino del cual los autores posteriores tomaron sus elemen­
tos183; en ella encontramos todos aquellos tópicos, que hemos enumerado con ante­
rioridad, capaces de hacer grata la vida del hombre, capaces de convertir el lugar en
algo parecido a un locus amoenusm : la primavera eterna, las dos cosechas anuales,
la excelente irrigación del terreno, la defensa natural, la riqueza metalífera, la forta­
leza de sus pobladores; además, en la grandeza de esta Italia alabada aparecen como
determinantes las obras hechas por el hombre, como son las ciudades, plazas fuer­
tes, obras públicas...185. Esta descripción tan fabulosa de la Italia de finales del siglo
I a. C. escrita por Virgilio reúne la mayoría de los elementos propios de la Edad de
Oro, que tan profusamente desarrollará este poeta, incluso localizándola en la propia
Península Itálica186:
"... Aquí reina una primavera eterna y el verano existe en los meses a él aje­
nos; dos veces al año hay crías nuevas y dos veces los árboles dan fruto. Y sin
embargo, están ausentes los furiosos tigres y la raza cruel de los leones y el acóni­
to no engaña a los desgraciados que lo cogen; ni la escamosa sierpe arrastra sobre
el suelo sus inmensas rocas, ni se contrae en espiral en tan prolongado espacio.
Añade tantas ilustres ciudades y las obras públicas conseguidas con gran trabajo,
tantas plazas fuertes construidas por mano de hombre sobre abruptas rocas y los
180 Lens Tuero y Campos Daroca (1993), 141-142, siguiendo el artículo de Pemot (1981), 101-109.
181 Thomas (1982), 41.
182 Que debe comparse con Verg., G. 2, 3, 349-383 y 4, 125-146, con laudationes a Escitia y Táren­
te respectivamente, si bien en el primer caso se alude al clima extremo (cf. Thomas (1982), 37-39 y 79).
183 Alabanzas a Italia, si bien bastante más moderadas aunque siempre presentada como un tierra
agradable las encontramos por ejemplo en Vitr. 1, 6, 11; Var., R. 1, 2, 3-6; Plin., Nat. 37, 201 -202; Quint.
3,7, 26; Rut. Nam. II, 17-40. Cf. Canter (1938), 457-466; Thomas (1982), 39.
184 Bauzá (1993), 116, a propósito de este texto de Virgilio.
185 Cf. Putnam (1975), 171-199, para quien esta laudatio virgiliana a Italia presenta también puntos
negativos, como puede ser la alusión velada a conflictos. Compárese por otra parte este elogio de Italia
con el que aparece en Expos. Tot. Mund. et Gent. LV-LVI, donde habla de su abundancia, de sus grandes
ciudades y de que está gobernada por la Providencia (cf. Molé (1982), 731-736).
186 Vid. al respecto de esta utilización dual de Virgilio, Otis (1963), 164; Thomas (1982), 40-41 y
l'nvan (1984), 416.
LAS FABULOSAS TIERRAS REALES. LAS 'LAUDATIONES’ 353
ríos que corren al pie de antiguas murallas. ¿Sería preciso recordar el mar que
baña nuestro país al norte y al que lo baña al sur? ¿O acaso los grandes lagos?
¿O a tí, Lurius, el mayor de todos, y a ti, Bénaco, que te levantas con olas y bra­
mido como un mar? ¿Recordaría yo los puertos, el dique añadido al lago Lucrino
y el mar enojado con formidable estruendo allí donde la onda Julia, rechazado el
mar, resuena a lo lejos y donde el oleaje del Tirreno penetra hasta las aguas del
Averno?
Esta misma tierra nos mostró en sus venas arroyos de plata y minas de cobre
y de ella fluyó abundante el oro. Ella fue la que ha sacado a la luz una raza robus­
ta de hombres, los marsos y la juventud sabélica, y el lígur, acostumbrado a la
fatiga, y los voleos, armados de dardo corto...”187.
Pero a pesar de ser esta laudatio la primera cronológicamente hablando nos
parece mucho más significativa la alabanza a Britania que encontramos en el anóni­
mo Panegírico de Constantino, ya que su caracterización como tierra fabulosa es
absoluta:
“¡Oh Bretaña, afortunada y más dichosa ahora que todas las demás tierras, tú
que fuiste la primera que vio a Constantino elevado al rango de César! Con razón
la naturaleza te ha dotado de todas las ventajas de clima y de suelo: tú no conoces
ni los excesivos rigores del invierno, ni los ardores demasiado vivos del verano;
tus tierras son tan fecundas que te aseguran los dobles presentes de Ceres y de
Liber; no hay en tus bosques animales monstruosos, ni serpientes peligrosas en tu
suelo, antes una innumerable multitud de rebaños mansos, con sus mamas hin­
chadas de leche y con espesos vellones. Y lo que ciertamente hace amar la vida,
tus días son muy largos y ninguna de tus noches deja de tener algo de luz188, pues
la llanura que se extiende al extremo de tus costas no proyecta sombra alguna y la
. vista del cielo y de las estrellas va más allá de los límites de la noche: el mismo
sol, que a nosotros nos parece acostarse o ponerse, parece allí estar a t o n dol hori­
zonte... Las regiones que están en la vecindad de los cielos son, sin duda, más
sagradas que las regiones situadas en medio de las tierras, y está más al alcance
de los dioses enviar un emperador de una comarca en que la tierra ueuba”189.
Unas connotaciones fabulosas que además vamos a ver surgir de nuevo y si cabe
con más fuerza primero en las alabanzas a Hispania del Panegírico de Teodosio,
donde de nuevo se incluye entre los elementos que hacen grande a Hispania no sólo
sus características físicas convenientemente presentadas para alcanzar el objetivo
laudatorio perseguido sino también las “numerosas ciudades”190 y posteriormente
en De Laude Spaniae de Isidoro de Sevilla, que vamos a reproducir por ser un texto
totalmente clarificador:
187 Verg., G. 2,140-169.
188 Cf. Tac., Ag. 12 (trad. J. M. Requejo, Biblioteca Clásica Credos, Madrid 1988).
189 Paneg.de Constantino IX, 1-5 (trad. F. de P. Samurunch, ed. Aguilar, Madrid’1969), fechado en
el 310 d. C.; en la misma línea el Paneg. de Constancio XI, I-2.
190 Paneg. de Teod. IV, 2-4; compárese con el retíalo mucho más moderado y racional, aunque no
exento de idealización, que Pomponio Mela 2,6,68, hace de la misma Hispania.
354 M a r g a r it a V allejo G irvés

“Tu eres, oh España, sagrada y madre siempre feliz de príncipes y de pueblos,


la más hermosa de todas las tierras que se extienden desde el Occidente hasta la
India. Tú, por derecho, eres ahora la reina de todas las provincias, de quien reci­
ben prestadas sus luces no sólo el ocaso, sino también el Oriente. Tú eres el honor
y el ornamento del orbe, y la más ilustre porción de tierra, en la cual grandemente
se goza y espléndidamente florece la gloriosa fecundidad de la nación goda. Con
justicia te enriqueció y fue contigo más indulgente la Naturaleza con la abundan­
cia de todas las cosas creadas, tú eres rica en frutos, en uvas copiosa, en cosechas
alegre; te vistes de mieses, te sombreas de olivos, te coronas de vides. Tú eres
olorosa en tus campos, frondosa en tus montes, abundosa en peces en tus costas.
Tú te hallas situada en la región más grata del mundo, ni te abrasas en el ardor
tropical del sol, ni te entumencen rigores glaciales, sino que, ceñida por templada
zona de cielo, te nutres de felices y blandos céfiros. Tú, por tanto, engendras todo
lo que de fecundo producen los campos, todo lo que de valioso las minas, todo lo
que de útil y hermoso los seres vivientes. Ni has de ser tenida en menos por aque­
llos ríos a los que la esclarecida fama de sus rebaños ennoblece. Ante ti cederá el
Alfeo en caballos y el Clitumno en vacadas, aunque el sagrado Alfeo ejercite
todavía por los espacios de Pisa a las veloces cuádrigas, para alcanzar las palmas
olímpicas, y el Clitumno inmolara antiguamente muchos novillos en los sacrifi­
cios del Capitolio. Tú, fértilísima en pastos, ni ambicionas los prados de Etruria,
ni te admiras, pletórica en palmas, de las arboledas de Molorco, ni envidias en las
carreras de tus caballos a los carros de Élide. Tú eres feracísima por tus caudalo­
sos ríos, tú amarilleas en torrentes que arrastran pepitas de oro, tú tienes la fuente
engendradora de buenos caballos, tú posees los vellones teñidos con púrpura indí­
gena que centellean a la par de los colores de Tiro. En ti se encuentra la preciosa
piedra fulgurante en el sombrío interior de los montes, que se enciende con res­
plandor parecido al del cercano sol. Eres, además, rica en hijos, en piedras precio­
sas y púrpura y, al mismo tiempo, fértilísima en talentos y regidores de imperios,
y así eres opulenta para realzar príncipes, como dichosa en parirlos...”191.

La combinación entre lo ideal y lo real: La motivación política


El elemento que desde un primer momento llama poderosamente la atención de
todos los textos que hemos utilizado y que diferencia este capítulo del resto de los
que analizaremos -especialmente el de la Edad de Oro- es que se trata, como ya
hemos dicho, de alabanzas en tiempo presente a tierras reales y absolutamente cer­
canas, puesto que encontramos impresionantes elogios a la isla de Britania, a His-
pania, a Italia, a Judea192; es decir tierras totalmente integradas en el ambiente cul­
tural de la latinidad clásica y tardía. En consecuencia los autores son de antemano
191 Trad. de C. Rodríguez Alonso, Las Historias de los godos, vándalos y suevos de Isidoro de Sevi­
lla. Estudio, Edición crítica y traducción, León 1975.
192 Este último caso en Isid., Etym. XIV, 3,21, en una evidente trasposición del Paraíso a Jerusalem,
luí cuino ya se encuentra en Ezek. XXVIII, 12-15; vid. Ferguson (1975), 147.
LAS FABULOSAS TIERRAS REALES. LAS 'LAUDATIONES' 355
conocedores de que el público es a su vez consciente de que se hallan ante un rela­
to totalmente fantaseado o fabulado de la realidad; los autores saben perfectamente
que no pueden recurrir a indicar que han tomado la información de viajeros que
han contemplado esa tierra maravillosa, de ahí que por ejemplo no encontremos
mención alguna al cuidado innecesario del campo y las cosechas, elemento que
como es sabido está presente en cualquier descripción de una tierra con caracterís­
ticas tan impresionantes que la convierten en fabulosa. Y sin embargo, como
hemos visto, no es uno sólo el caso de laudado el que encontramos en la literatura
latina.
No obstante en varios de ellos, a pesar de su evidente e inmediata realidad geo­
gráfica, se encuentra presente una característica que los aproxima a esas tierras
fabulosas que hemos visto concebidas más o menos en pleno aislamiento o lejanía.
Así por ejemplo según el autor anónimo del Panegírico de Constandno Britania -
además de su insularidad, que como hemos visto en repetidas ocasiones es una
constante a la hora de querer presentar una tierra fabulosa- disfruta de esas condi­
ciones privilegiadas porque está ubicada en una comarca “en la que se acaba la tie­
rra” y en la que, por esa razón, el contacto con los dioses parece posible193; del
mismo modo la Hispania del Panegírico de Teodosio es calificada como “un mundo
distinto” porque permanece “encerrada”, esto es aislada, gracias a sus peculiares
características geográficas. La razón también resulta evidente para nosotros: era pre­
ciso que existiera alguna diferencia en relación con las tierras circundantes para que
fuera alabada como región privilegiada.
También existe un denominador común en estas alabanzas ya que todas ellas tie­
nen una razón de ser, generalmente de tipo político: siempre aparecen relacionadas
con alguién, de modo individual o colectivo, que, salido de esas tierras a las que se
alaba, ha salvado un Imperio o pueblo, o con alguien destinado a hacerlo; y es que
un salvador no puede proceder más que de un lugar donde la vida sea absolutamente
placentera y tranquila, ya que precisamente lo que busca el salvador es lograr la paz
y la prosperidad para el pueblo al que ha de conducir. Al tiempo, y como es com­
prensible, también se trata de un recurso literario para agradecer a esa tierra el
hecho de que haya engendrado a este “héroe”.
Este es precisamente el otro elemento que une pero al tiempo aleja a estas tierras
presentadas como fabulosas del resto de las que sí son absolutamente caracterizadas
como tales. Las une, además de los elementos de tipo geográfico-natural que hemos
visto, el hecho de que por ejemplo tanto en la Tierra de Saturno como en ésta debe
nacer o surgir un hombre que convierta la tierra en un lugar placentero194; pero aun­
193 Téngase para esto en cuenta que ya Flor. 1, 45, 16, hablaba de Britania como “Otro Mundo”; cf.
Paulian (1982), 63. Además la unión de lo humano y lo divino es una constante en estos vergeles (Gaster
(1973); Bauzá (1993), 199); recuérdese también el caso de la antigua utopía etiópica en su directa y cer­
cana relación con la divinidad (vid. suprá).
194 Hecho que aparece claramente en Virgilio, tanto en su segunda Geórgica como en A. 6,790-798
(cf. infra).
356 M a r g a r it a V allejo G irvés

que Virgilio, los autores de los Panegíricos o Isidoro de Sevilla nos han presentado
una imagen absolutamente idealizada de diversos ámbitos geográficos inmediatos,
en todos ellos es claramente comprensible que se trata de un recurso para exaltar la
figura del o'de los que se ven como salvadores, léase Octavio Augusto, Constantino,
Teodosio o el pueblo godo195.
En otro orden de cosas, pero relacionado con el contexto político, no queremos
dejar de señalar que las mismas tierras alabadas permiten comprender la apertura
del mundo romano, pues se pasa del eminentemente itálico al mediterráneo-euro-
peo. El poder de Roma como dominadora de un imperio procedía de Italia, y Virgi­
lio cantó la excelencia de esta tierra; con el tiempo los emperadores surgieron en las
provincias, de ahí que encontremos alabanzas a Britania o Hispania. Todo ello refle­
ja perfectamente la supremacía conseguida por el poder provincial que, como es
conocido, permitió, en cierta forma, la continuidad del Imperio.
Pero en definitiva y a pesar de la oscilación entre lo imaginario y lo real que
hallamos en los citados textos, parece evidente que todas estas tierras, tal como apa­
recen caracterizadas, suponen la realización del sueño de cualquier hombre pues son
la viva imagen de la paz, la tranquilidad, la armonía y la prosperidad. Desde este
punto de vista son obviamente “tierras fabulosas”, pero la inmediata cercanía de
estas tierras al pueblo lleva a que estos retratos sean vistos como una fabulación de
los poetas, como un recurso poético con finalidades eminentemente políticas.

i"'1 Ituii/ÍHITO), 116-117.


EL RECUERDO DEL PARAISO CRISTIANO

Entramos ahora en el estudio del tema que representa para el mundo cristiano el
lugar fabuloso por excelencia: el Paraíso', un tema siempre presente en la literatura
cristiana, tanto griega como latina, que entronca con la tradición bíblica, pero tam­
bién con el mito pagano de la Edad de Oro, en tanto que se trata de un mito que
vive en el pasado pero del que muchos esperan disfrutar en el futuro196, y desde
luego con el de los Campos Elisios y con el de las Islas de los Bienaventurados, ya
que se trata de la interpretación cristiana de estos197. Al fin y al cabo en todos ellos
se sitúa al hombre en contacto armónico con la naturaleza198.
La descripción del Paraíso o Jardín del Edén en el Libro del Génesis199, ubicán­
dolo “al oriente”, en las “tierras más allá del Océano”, y adornado con toda clase de
riquezas naturales es recogida, como es obvio, por todos los apologetas y exegetas
cristianos pero también por otros autores cristianos algo menos comprometidos con
los comentarios bíblicos.

La tipología del Paraíso


Puesto que nuestra intención aquí es presentar aquellas tierras fantásticas o fabu­
losas en las que creyeron los hombres de la Antigüedad, es preciso reflexionar sobre
si podemos comprender en la presentación que se hace del Paraíso cristiano la lla­
mada “tipología del Paraíso”, es decir si los elementos o tópicos que conferían ese
carácter se encuentran en la configuración literaria de este “Edén”200. La respuesta
como es evidente debe contestarse en un sentido positivo, tal como se deduce de
varios textos, como es el caso del de Lactancio201:
196 Bouet (1986), 76; Ferguson (1975), 147; Bauzá (1993), 24.
Así, Dracon. III, 753-754; cf. Martínez (1992), 16.
ws Cristóbal (1992), 140.
199 Gen. II, 7-15.
™ Martínez (1992), 68.
201 Que por cierto también retomará el tema de la Edad de Oro (cf. infrá).
358 M a r g a r it a V allejo G irvés

“...vergel fecundo y agradable; este vergel, colocado en el oriente, lo llenó de


todo tipo de arbustos y de árboles, para que el hombre se alimentara con los
variados frutos de ellos y, libre de todo trabajo...”202.
Vuelven de nuevo a surgir los tópicos de carácter natural que se han venido con­
siderando como elementos determinantes de una tierra fabulosa: fecundidad, tran­
quilidad, cuidado de los campos innecesario203, a lo que habría que añadir la “tem­
planza constante”, el ver adsiduum, que incluye, entre otros, Isidoro de Sevilla en su
descripción: “... no existe allí ni frío ni calor, sino una templanza constante”204.
En la misma línea, pero menos conocida, es la impresionante descripción del
Paraíso que hace Ecdicio Avito (c. 450-525 d. C.) del Paraíso en el libro I de su
poema bíblico, y que recoge todos los elementos que acabamos de citar. Considera­
mos oportuno reproducir unos fragmentos del mismo:
“Más allá de la India, donde el mundo comienza, donde se dice que las extre­
midades del cielo y de la tierra se encuentran, existe un jardín inaccesible rodea­
do por horizontes sin límites... Allí el invierno no acude en la regular sucesión de
las estaciones, ni el calor del verano sigue al frío del invierno..., un clima templa­
do mantiene una primavera eterna. El viento del sur nunca sopla; en el claro
cielo las nubes nunca aparecen puesto que se disipan en la eterna calma. La tierra
no necesita lluvia y ésta nunca cae, porque las plantas se mantienen con su pro­
pio rocío, que es muy abundante. La hierba verde está presente en todas partes y
la cálida tierra aparece con una belleza encantadora. En las colinas los arbustos y
árboles están siempre en flor..., los frutos, que entre nosotros necesitan todo un
año para crecer, allí lo hacen cada mes. El sol no estropea la delicada blancura de
los lirios, ni ninguna mano toca las violetas... Y puesto que no se conoce ni el
duro invierno ni el calor del verano, la primavera con sus flores y el otoño con
sus frutos están presentes todo el año... En este Paraíso los árboles desprenden
una aromática fragancia... Las orillas de sus ríos están repletas de preciosas
esmeraldas, y todas las gemas, que desea toda la vanidad del mundo, son allí
consideradas como guijarros de piedra. Jardines de flores producen gran varieda­
des de colores, y adornan las extensas llanuras con la diadema real de la propia
naturaleza...”205.
202 Lact., Inst. Div. II, 12, 15 (trad. E. Sánchez Salor, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid 1990), a
completar con Ieron., Epist. 116, 31 e Isid., Etym. XIV, 3, 2-3 (cf. Ringbom (1958), 290 y ss.). También
Pi lid.. Cathem. III, 95-110, y Dracon. I, 196-206, aunque con una gran influencia de los loci amoeni rese-
íliulos por Virgilio en la Eneida; vid. para ello Courcelle (1955), 33-34.
l,u Existe una diferencia entre este texto y Gen. II, 15, ya que en este último se hablaba expresamen-
lt' di* que Dios puso al hombre en el Jardín del Edén “para que lo labrase y cuidase”; posiblemente esta
illlnvnciu se debería a la influencia de los mitos paganos del Paraíso, en el que expresamente se indica lo
Innei i'Niirio del cultivo y cuidado de la tierra. Ahora bien, por ejemplo San Agustín incluye como precep-
t u ( ii m i regla monástica el trabajo manual, dado que Adán y Eva debían trabajar en el Edén (August., De
i í/'f’M' Mi ni XXIX, 37; cf. Brown (1969), 142-143).
'IH luid., Etym. XIV, 3, 2.
111,1 Itiilido Avito, Poem 1,211-258; cf. Kuhnmuench (1929), 347-354.
EL RECUERDO DEL PARAISO CRISTIANO 359

Por lo tanto era un lugar totalmente agradable para la vida del hombre. De hecho
un autor cristiano, también del siglo V, el obispo pelagiano Julián de Eclanum206,
resaltaba el primitivismo de la relación entre el hombre y la naturaleza existente en
el Paraíso: traza, a partir de la idea del Paraíso, un retrato idealizado de la vida cam­
pesina, inspirándose directamente en la obra pastoril de Virgilio; de hecho para él
“Adán es un pacífico campesino en un placentero jardín”, que tiene a la divinidad
como amable dueño207.

Su indeterminación geográfica
Al mismo tiempo el Paraíso recreado por los autores cristianos del Imperio
Romano presenta también otras varias características que permiten incluirlo con
mayor razón entre las tierras fantásticas o fabulosas: la constante de su ubicación,
como otras tierras fabulosas, en ese Oriente lejano, fecundo y semi-mítico; su inac­
cesibilidad, puesto que no sólo está ubicado indeterminadamente en tierras orienta­
les más allá del Océano -cuyas aguas son imposibles de franquear208-, sino que a
causa del “pecado de Adán y Eva” el lugar se encuentra custodiado por llamas
y ángeles que impiden al hombre acercarse, tanto en espíritu como en carne; su
indeterminación geográfica, que le asemeja con el tema de las Islas de los Biena­
venturados.
Esta indeterminación geográfica era uno de los elementos que utilizábamos
cuando estudiamos la presentación que Isidoro de Sevilla hacía de las Islas Afortu­
nadas209. Los elementos en común entre éstas y el Paraíso eran notables; por ese
mismo motivo Isidoro se vio obligado a indicar que no se trataba del mismo lugar y
en consecuencia a precisar más la ubicación de las Afortunadas, al tiempo que loca­
lizaba difusamente el Paraíso en tierras orientales, pero eso sí, descrito, a partir de
testimonios bíblicos, con todo lujo de detalles.
Pero al igual que hemos visto en otras ocasiones, también en este caso debieron
plantearse dudas acerca de la existencia real del Paraíso. Muchos estudiosos de la
Biblia llegaron a considerar que después de la salida del Paraíso, las menciones
acerca del futuro retomo del hombre al mismo debían interpretarse en un sentido
espiritual o alegórico, y no en un sentido real210. Pero por contra encontramos en
San Agustín una verdadera apología de la existencia del Paraíso como lugar real211,
postura que de nuevo choca con la que ya hemos visto en otras ocasiones en el pare­
cer del obispo de Hipona; recordemos que negaba la existencia de los Antípodas
206 Vid. Genn., De Vir. Ills. 45 (PL LVIII, 1084).
207 Op. Imp. VI, 12-20; cf. Brown (1969), 382.
208 Cosm. Indicopl. Topograph. Christ. II, 43.
209 Vid. supra.
210 Comentario de la BAC a De Civ. Dei p. 966-967, n. 17.
211 August., C. D. 13, 21.
360 M a r g a r it a V alleto G irvés

porque nadie había llegado hasta ellos y por lo tanto no había podido enseñarles la
“fe verdadera”, por la misma razón creía posible la existencia de seres anómalos
porque estaban “en este mundo” y eran futuros seguidores de Cristo. Ahora aunque
se afirme la imposibilidad de acceder a esa tierra fabulosa que se llama Paraíso, para
San Agustín no se puede dudar de su existencia real porque ha sido Dios el creador.
La misma postura podemos encontrar en otros autores, como por ejemplo en Cos-
mas Indicopleustes, quien como vimos rechazaba la existencia de los Antípodas, y
sin embargo admite sin lugar a dudas la existencia real de una ahora inaccesible
“tierra más allá del Océano”, donde, según él, vivieron diez generaciones de hom­
bres después de la expulsión del Paraíso, que también ubica en la parte oriental de
esta misma tierra212.
La localización del Paraíso en tierras orientales no es la única que se conoce en
la literatura cristiana, ya que en un texto muy tardío como es la Navigatio de San
Barandán, del siglo IX, encontramos cómo el monje irlandés que protagoniza el
relato parte hacia Occidente, hacia el interior del Océano, para encontrar el Paraíso,
la tierra prometida213, que es presentado con idénticas particularidades que cuando
era localizado en tierras orientales. Pero además es igualmente de difícil acceso ya
que el monje debe bajar a la profundidad de las tinieblas para alcanzar el obje­
tivo214, que es esa
“tierra inmensa y recubierta de árboles cargados de frutas como en otoño” y “de
toda suerte de piedras preciosas”215.
Es decir es el país de la luz sin fin, de la abundancia, de la fraternidad216; en
definitiva una tierra absolutamente fabulosa, como la mayoría de las que hemos
visto hasta el momento.

212 Cosm. Indicop., Topograph. Christ. II, 24 passim. Cf. Wolska (1962), 259. Vid. también Exp.
Tot. Mund. et Gent. IV e infra.
213 Recuérdese que precisamente lo que podríamos llamar “Paraíso pagano”, esto es las Islas de los
Bienaventurados o los Campos Elisios se situaban para el mundo greco-romano en el Occidente (cf. para
la distinta ubicación de todos ellos Martínez (1992), 90).
214 Curiosamente Serv., A. 5, 735, comentaba que según los poetas los Campos Elisios se encontra­
ban en un lugar subterráneo lleno de felicidad (cf. Martínez (1992), 39).
215 Navigatio. Episodio 10. Compárese con la descripción del Paraíso que se encuentra en Benedic-
lo, El viaje de San Brandan, vv. 1729-1784, presentado con mayor lujo de detalles, donde la exageración
de las condiciones excepcionales del lugar es la nota predominante.
2,6 Bouet (1986), 76.
EL MITO DE LA EDAD DE ORO

Si existe una tierra fabulosa por excelencia para el hombre romano sin duda es la
que caracteriza la Edad de Oro pues parece hecha a propósito para dar bienestar al
hombre217; una tierra donde está presente una eterna primavera, donde la fecundidad
de los campos es espontánea y los frutos abundantes, donde los ríos llevan leche y
vino, donde la miel mana de los árboles, donde no hay animales dañinos; una tierra
situada a su vez en una época en la que está ausente cualquier tipo de gobierno, de
guerra y de sufrimiento, donde reina la armonía entre los hombres, entre estos y la
naturaleza y a su vez con los dioses218, en definitiva una tierra alegre y tranquila, un
lugar absolutamente idílico y en consecuencia fabuloso.
Ahora bien a pesar de que el mito de la Edad de Oro alcanza su máxima expre­
sión y desarrollo literario, con innovaciones sobre el tema tan interesantes y deter­
minantes que permiten un análisis individual, e incluso un desarrollo social en un
mundo dominado políticamente por Roma, concretamente durante las últimas déca­
das de la República y los primeros momentos del Principado de Octavio Augusto,
su nacimiento como tópico de lugar o época fabulosa se remonta muy atrás en el
tiempo. La interpretación romana de la Edad de Oro procede, a través de poetas
como Ennio quien lo utiliza profusamente219, del mito griego de las Edades del
Hombre que encontramos desarrollado por primera vez en Hesíodo220; pero a su vez
éste parepe tener su origen en Oriente, ya que los mismos elementos que le dan
carácter están presentes no sólo en la mitología irania sino también en el Antiguo
Testamento bíblico221, especialmente en el libro de Isaías222.
Junto a esto, si tenemos presentes los elementos que caracterizan a la tierra de la
Edad de Oro no dejaremos de comprobar de inmediato que se trata de los mismos
tópicos que han determinado la mayoría de los mundos y tierras fantásticas que se
han tratado en capítulos anteriores; no en vano todos ellos preconizan un contacto
217 Poinsotte (1979), 474.
2>8 Brisson (1992), 41.
219 Ennio, en su traducción de los escritos de Evémero, que exponía la historia y genealogía de los
héroes y dioses; vid. Pavan (1984), 413.
22° Hes., Op. vv. 106-116. Vid. para el “Mito de las Edades” en Hesíodo, West (1978), 106 passim.
22> Martínez (1992), 58; Bauzá (1993), 25.
222 Is. XI, 1 y LI, 3.
3 62 M a r g a r it a V allejo G irvés

armonioso entre la naturaleza y el hombre, pero en la que éste es el rey223. Los


Campos Elisios, las Islas de los Bienaventurados, las Afortunadas, el Paraíso cristia­
no y como veremos también los Loci Amoeni que trataremos a continuación son
todos ellos casos que participan de las características de la tierra que acompaña
a la Edad de Oro224. La diferencia inmediata entre ellos podrá residir en los condi­
cionamientos temporales o geográficos que se otorgan a cada unos de los temas
anteriores.

Su desarrollo en la literatura latina


Como ya hemos dicho el tema que nos ocupa ahora es propio de la literatura de
época griega, desde Hesíodo, y posteriormente helenística; tema que es asumido por
el conjunto de la sociedad225, y que está presente, aunque con unas connotaciones
altamente particulares, en la literatura latina; por ello, puesto que lo que nos interesa
en este capítulo es conocer la perspectiva romana, vamos a resumir brevemente las
principales características comunes de la Edad de Oro para inmediatamente centrar­
nos en los motivos del acusado desarrollo que conoció este mito entre los literatos
latinos del cambio de era, que serán básicamente Catulo226, Horacio, Virgilio, Ovi­
dio y, aunque sólo en cierta medida, Lucrecio227.
La Edad de Oro, en la que habría reinado Cronos, era para Hesíodo, el creador
del mito en sí, la primera y más idílica de las cinco Edades del Hombre, fases ante­
riores de la historia de la humanidad228. Sería en este momento una “tierra de otro
mundo” pero en el sentido temporal y no geográfico, ya que se localizaba en un

223 Cristóbal (1992), 140.


224 Thomas (1982), 21-23; Martínez (1992), 33 y 63; Bauzá (1993), 24.
225 Pavan (1984), 412-413.
226 Aunque no se encuentra en la poesía de Catulo ninguna alusión a la Edad de Oro o a los Saecula
Sacra, autores como Brisson (1988), 917 y sobre todo en Id., (1992), 9 y 25-36, ven en su Carmen LXIV,
38-42, que relata la unión entre la diosa Tetis y el mortal Peleo, la primera manifestación literaria latina
de la Edad de Oro, que vendría motivada por el amor desgraciado del poeta. Sin embargo encontramos
ciertos elementos en los vv. 38-41 que limitan un tanto esta percepción, ya que queda perfectamente
reflejado que es preciso el cuidado de campos y animales para el sostenimiento humano (se abandona
esta labor para celebrar la citada unión), elementos que como vemos no son precisos en el mundo de la
Edad de Oro.
227 Su concepción es un tanto particular, bastante alejada de lo que nos proponemos tratar aquí, por
lo que únicamente diremos que para Lucrecio, concretamente en 5, 1384-1411, la Edad de Oro, que no
dcliiif del mismo modo que el resto -de hecho en 5, 1294 y ss. critica esa definición-, es la época primiti-
vn de In historia de la Humanidad, por lo que en consecuencia aquella es irreversible; una concepción
imifilc con su creencia en la linealidad de la historia. Vid. para ello Grimal (1969), 368-370 y Brisson
ll'l'H), 17-23.
lín olio orden de cosas se pueden encontrar recogidas todas las referencias latinas a la Edad de Oro
n i llini/rt (1993), 38.
1,11 Sin embargo es preciso tener en cuenta que hay diversas propuestas sobre el número de “edades”
i n In AiilliiUi-dnd; vid. para ello Gatz (1967), 35-36 y 58-59, entre otras.
EL MITO DE LA EDAD DE ORO 363

pasado remoto y se caracterizaba por la armonía, la justicia, la fecundidad y la tran­


quilidad, una tierra de recolección que nunca necesitaba ser cultivada229. Una tierra
añorada que es vista con pena y tristeza desde la perspectiva de la desagradable rea-
lidad230.
Precisamente será la situación político-social de Roma en la segunda mitad del
siglo I a. C. uno de los motivos, junto con la añoranza del hombre de ciudad que era
el romano por la naturaleza231, por los que el mito de la Edad de Oro va a tener una
fortuna inusitada y en consecuencia un desarrollo excepcional en la literatura lati­
na232. La sociedad romana, como queda perfectamente reflejado en la literatura de la
época, vivía en aquellos momentos en perpetua desazón y desconcierto; a dos gue­
rras civiles seguirá la instauración de un sistema político en definitiva novedoso, el
Principado, cuyas consecuencias eran aún absolutamente desconocidas. No es pues
de extrañar que se intentara huir de la realidad233 buscando en el pasado lugares feli­
ces y dichosos donde refugiarse y olvidar las penas o transportando a ámbitos leja­
nos y remotos, o llevando al futuro la concepción de un lugar similar donde ni los
problemas de la realidad circundante, ni ninguna otra clase de problemas tendrán
cabida. En definitiva creando en la imaginación otro mundo fabuloso234.
Las características sociales y naturales tradicionales de la Edad de Oro están pre­
sentes en la concepción romana de la misma, pero, como se deduce de lo anterior,
existe una novedad al respecto; y es que cada posicionamiento personal, incluso en
el terreno socio-político, va a equivaler a una concepción distinta de ese mundo
fabuloso que se traduce en la Edad de Oro. Antes hemos referido que eran básica­
mente cuatro los poetas responsables de que Roma retomara este mito; pues bien,
cada uno de ellos tienen posicionamientos distintos al respecto235, e incluso uno de
ellos, Virgilio, presenta diversas concepciones temporales sobre la viabilidad de la
Edad de Oro en función de su cambiante opinión sobre el momento político que
estaba viviendo Roma.
Siendo para todos los poetas una tierra que puede caliñcursc perfectamente de
deliciosa y fabulosa, lo cierto es que encontramos sensibles diferencias tanto en su
concepción temporal como geográfica. Para Horacio, buscando un lugar para esca­
par de la realidad -que no es más que la consecuencia de la tfuemi civil entre César
y Pompeyo-, la tierra de la Edad de Oro no se encuentra en el pasado ni en el futuro,
aunque sí existen ciertos elementos en su obra que pueden relacionarse con este últi­

229 Hes., Op. vv. 112-119. Cf. infra a propósito de Virgilio sobre mui innovación en esta ausencia de
labor.
230 Guittard (1980), 176. Un resumen del mito griego en l'nvan ( I9K4). 412-413; Martínez (1992),
58 y ss. y Bauzá (1993), 21-25.
231 Brisson (1982), 8, pero vid. también infra en relación ni lacas amoenus.
232 Guittard (1980), 178; Thomas (1982), 24-25.
233 Gabba (1981), 59; Thomas (1982), 133.
234 Brisson (1992), 7-9.
M5 Brisson (1992), 9 y 188-189. '
364 M a r g a r it a V allejo G irvés

mo236. Así en Epod. 16, 41 y ss, vemos cómo la escapatoria de esa realidad es huir
hacia ese mundo brillante de la Edad de Oro; pero esta evasión consiste en una
huida mental237, aunque es al tiempo geográfica pues sitúa la tierra aurea deseada
en las Islas de los Bienaventurados, en las Divites Insulae, cuyas connotaciones
fabulosas e idílicas ya se han comentado ampliamente en capítulos anteriores238.
La concepción de la tierra idílica de la Edad de Oro en la poética ovidiana es tal
vez la más acorde con la tradición hesiódica de este mito:
“La edad de oro fue creada en primer lugar, edad que sin autoridad y sin ley,
por propia iniciativa, cultivaba la lealtad y el bien. No existían el castigo ni el
temor, no se fijaban, grabadas en bronce, palabras amenazadoras, ni las muche­
dumbres suplicantes escrutaban temblando el rostro de sus jueces, sino que sin
autoridades vivían seguros. Ningún pino, cortado para visitar un mundo extranje­
ro, había descendido aún de sus montañas a las límpidas aguas, y no conocían los
mortales otras playas que las suyas. Todavía no estaban las ciudades ceñidas por
fosos escarpados; no había trompetas rectas ni trompas curvas de bronce, ni cas­
cos, ni espadas; sin necesidad de soldados los pueblos pasaban la vida tranquilos
y en medio de la calma. También la misma tierra, a quien nada se exigía, sin que
la tocase el azadón ni la despedazase reja alguna, por sí misma le daba todo; y los
hombres, contentos con alimentos producidos sin que nadie los exigiera, cogían
los frutos del madroño, las fresas de las montañas, las cerezas del cornejo, las
moras que se apiñan en duros zarzales, y las bellotas que habían caído del copudo
árbol de Júpiter. Había una primavera eterna y apacibles céfiros de tibia brisa aca­
riciaban a flores nacidas sin simiente. Pero además la tierra, sin labrar, producía
cereales, y el campo, sin que se le hubiera dejado en barbecho, emblanquecía de
espigas cuajadas de grano. Corrían también ríos de néctar, y rubias mieles gotea­
ban en la encina verdeante”239.
Con la presencia de las mismas características, vemos aquí, y en otros textos,
que para Ovidio esta tierra y estos tiempos idílicos son ya irrecuperables240, pero los
motivos que llevaron a este autor a retomar el mito de la Edad de Oro, que él ve con
pena y añoranza, son los mismos que hemos visto en Horacio y que veremos en
otros autores: contemplaba la escena política y social romana presente y futura de
un modo tan absolutamente pesimista, que el único consuelo, si es que se puede
calificar así, que le resta a Ovidio es recordar que la humanidad vivió otros tiempos
muchísimo más felices. Pero la desesperanza en Ovidio alcanza desde luego límites
1 Fraenkel (1966), 52 y ss.; Brisson (1992), 66-67.
; '7 Manson (1978), 56.
MB Vid. supra, pero también Manson (1978), 56; Amiotti (1988), 175-176; Brisson (1992), 67-70-
Mmi/.rt (1993), 52 y 114-116.
1 Ov„ Met. 1, 89-112 (trad. A. Ruiz de Elvira, CSIC, Madrid 1983 (1988)); cf. Bauzá (1993), 52-
VI
1111 Así se comprende el dolor que expresa Ov., Met. 15, 96-144. Loupiac (1992), 94, la califica de
1llpn lu'fiirtdico’’.
EL MITO-DE LA EDAD DE ORO 365

extremos porque para él no existe esperanza alguna de que ese mundo fecundo,
tranquilo y armonioso de la Edad de Oro retome en un momento futuro de la histo­
ria del hombre; desde luego fue una tierra idílica, un mundo fabuloso pero que esta­
ba localizado temporalmente en un pasado fabuloso, y que ya no existía ni existiría
más.
Las características físicas de la Edad de Oro en la poesía de Virgilio son básica­
mente idénticas a todas las que encontramos en autores anteriores: fertilidad espon­
tánea241, ausencia de temores, convivencia con los dioses, etc.... Sin embargo es este
autor el que reúne en sus obras diversas concepciones sobre la Edad de Oro; y no
nos referimos únicamente a si consideraba posible el retomo de esa época, sino a
que también encontramos una diferente ubicación geográfica de esa tierra e incluso
ciertas características que dan un tono absolutamente particular a la tierra fabulosa
de la Edad de Oro virgiliana242.
Todos los estudios apuntan a que la consideración de Virgilio hacia la época en
que vivía marcó profundamente su concepción de la Edad de Oro. Desde luego el
poeta estaba de acuerdo en que en el pasado remoto de la humanidad había existido
una época en que la tierra que rodeaba al hombre debía ser definida básicamente
como fabulosa e ideal; Virgilio admitía la pérdida pasada de esta tierra fabulosa,
pero su obra está en cierta medida repleta de optimismo, presente y futuro. Así Vir­
gilio tanto en la Cuarta Egloga como en la Eneida cree firmemente en que ese
mundo idílico se ha de recuperar; sin embargo existe una sustancial diferencia pues
en la primera encontramos que para el poeta ha de llegar en un futuro próximo -con­
cepción que vendría determinada por las esperanzas despertadas para la República
por la “Paz de Brindisi” del año 40 a. C.-243:
“Ya llega la última edad anunciada en los versos de la Sibila de Cumas; ya
empieza de nuevo una serie de grandes siglos. Ya vuelve la virgen Astrea y los
tiempos en que reinó Saturno; ya una nueva raza desciende del alto cielo. Tú, ¡oh
casta Lucina!, favorece al recién nacido infante, con el cual concluirá, lo primero,
la edad de hierro, y empezará la de oro en todo el mundo; ya reina tú Apolo. Bajo
tu consulado ¡oh Poliónl, tendrá principio osla gloriosa edad y empezarán a correr
los grandes meses; mandando tií, desaparecerán los vestigios, si aún quedan, de
nuestra antigua maldad, y la tierra se verá libre de sus perpetuos terrores. Este
niño recibirá la vida de los dioses, con los cuales verá mezclados a los héroes, y
entre ellos le verán todos a (31, y redirá el orbe, sosegado por las virtudes de su
padre. Para tí, ¡oh niño!, producirá en primleius la tierra inculta hiedras trepado­
ras, nardos y colocusius, mezcladas con el risueño acanto. Por sí solas volverán
las cabras al redil, llenas de ubres do leche, y no temerán los ganados a los corpu­
lentos leones. De tu cuna brotarán hermosas llores, desaparecerán las serpientes y
las falaces yerbus venenosas; por doquiera nacerá el amomo asirio, y cuando lle­
241 Brisson (1992), 78=79.
242 Pavan (1984), 413; Brisnon (1992), 109.
243 Pavan (1984), 423; Brisson (1992), 109.
366 M a r g a r it a V allejo G irvés

gues a la edad de leer las alabanzas de los héroes, y los grandes hechos de tu
padre, y de conocer lo que es la virtud, poco a poco amarillearán los campos con
las blandas espigas, rojos racimos penderán de los incultos zarzales, y las duras
encinas destilarán rocío de miel. Todavía quedarán, sin embargo, algunos rastros
de la antigua maldad, que moverán al hombre a provocar en naves las iras de
Tetis, a ceñir las ciudades con murallas y abrir surcos en la tierra. Otro Tifis habrá
y otra Argos, que llevará escogidos héroes; otras guerras habrá también, y por
segunda vez caerá sobre Troya un terrible Aquiles. Mas luego, llegado que seas a
la edad viril, el nauta mismo abandonará la mar y cesarán en su tráfico las naves;
todo terreno producirá todas las cosas. La tierra no consentirá el arado, la vid no
consentirá la podadera y el robusto labrador desuncirá del yugo los bueyes. No
aprenderá la lana a teñirse con mentidos colores; por sí mismo el camero en los
prados mudará su vellón, ya en suave púrpura, ya en amarilla gualda; con solo
pastar la yerba se vestirán de escarlata los cordilleras. ¡Corred, siglos venturosos!,
dijeron a sus husos las Parcas, acordes con el incontrastable numen de los Hados.
Ya es llegado el tiempo; crece para estos altos honores, ¡oh cara estirpe de los
dioses, oh glorioso vástago de Júpiter! Mira cómo oscila el mundo sobre su incli­
nado eje, y cómo las tierras y los espacios del mar, y el alto cielo y todas las cosas
se regocijan con la idea del siglo que va a llegar”244,
mientras que en la Eneida Virgilio considera que ese mundo ideal ya es práctica­
mente un hecho ante la labor desplegada por Octavio Augusto:
“Este es, éste el que vienes oyendo tantas veces que te está prometido,
Augusto César, de origen divino, que fundará de nuevo la edad de oro en los cam­
pos del Lacio en que Saturno reinó un día...”245 .
En este pasaje de la Eneida queda también patente otra innovación en lo que se
refiere a la concepción tradicional de la Edad de Oro y que a su vez es también poco
frecuente en la definición de “tierra fabulosa” que venimos presentando. Salvo en el
capítulo que hemos dedicado a las laudationes, las tierras fabulosas e idílicas con las
que soñaban los hombres de la Antigüedad estaban situadas bien en un pasado o futu­
ro remotos bien en un lugar absolutamente lejano e incluso inalcanzable en ocasiones;
sin embargo en esta ocasión Virgilio la sitúa en un futuro absolutamente inmediato,
prácticamente en el presente y a la vez éste se hace realidad en la propia Italia246.
Ciertamente estos dos elementos desconciertan un tanto, ya que la realidad se
encargaría de desmentir básicamente todas las descripciones de Virgilio, pero todos
ellos encajan perfectamente si pensamos que realmente el poeta espera que la Italia
que surga del gobierno de Augusto sea un lugar idílico en comparación con el pano­
rama político, económico y social que se había vivido hasta entonces. Desde este
244 Verg., Ecl. 4.
245 Verg., A. 6,790-798. Cf. Pavan (1984), 418.
246 Otis (1963), 164.
HL MITO DE LA EDAD DE ORO 367

punto de vista es innegable que la Italia que nos describe Virgilio, que ya ensalzó en
similares términos en la Segunda Geórgica241, es una tierra razonablemente fabulo­
sa, propia de la Edad de Oro; una delimitación geográfica en Italia a la que habrían
contribuido decisivamente el hecho de que tradicionalmente a Italia se la llamara
Saturnia Terra248 y el que esa península sea una zona de clima moderadamente tem­
plado249, característica que como hemos visto es propia de la Edad de Oro y de cual­
quier otro mundo que quiera definirse como idílico y fabuloso.
Al hilo de esta relación causa-efecto propuesta por Virgilio entre Augusto y la
nueva Edad de Oro localizada ahora en Italia, encontramos en el Discurso aniversa­
rio de Mamertino en honor de Maximiano Augusto lo que también podemos califi­
car de tierra fabulosa en la época presente, ahora en el conjunto del Imperio, surgida
también por la llegada de un nuevo emperador:
“Puedes hablar aún de la salubridad de estos tiempos y de la fertilidad de las
tierras... ¡cuán grande era, antes de que vosotros devolvierais al Estado su salud,
la escasez de las cosechas y cuán grande era el número de muertos debido al ham­
bre y a las enfermedades que por todas partes se nos echaban encima! Pero, tan
pronto como vosotros habéis hecho lucir vuestra luz sobre los pueblos, han
comenzado a soplar por el mundo auras bienhechoras que no acaban. Ningún
campo engaña al campesino, si no es por cuanto su fertilidad sobrepasa las espe­
ranzas. Los hombres ven alargarse su vida y ven que su número aumenta. Las
mieses rompen los graneros en que son guardadas y, sin embargo, ¡las tierras cul­
tivadas duplican su extensión! Donde había bosques, hay ya tierras de siembra:
¡no nos bastamos para la recolección y la vendimia!”250.
Es desde luego un discurso lleno de retórica con la única intención de alabar a
los gobernantes251, pero no dejan de ser los mismos elementos que hemos destacado
en repetidas ocasiones para definir un mundo fabuloso; ahora bien este fragmento es
la evidencia de que la concepción ideal de un mundo mejor basado en la fecundidad
de la naturaleza y en lo innecesario del trabajo agrícola se mantuvo a lo largo de la
Antigüedad252.

Su desarrollo en la literatura cristiana


Por último nos queda analizar, dentro de este capítulo que hemos dedicado a la
Edad de Oro su concepción por parte del mundo cristiano, puesto que éste también
247 Verg., G. 2, 140-169.
248 Guittard (1980), 178; u Saturnia Terra habría que añadir Hesperia, Ausonia además de lógica­
mente Italia.
Vasaly (1993). 134, n. 7.
250 Discurs. Max. XV, 2-4 (Mumei lino) (trad. F. de P. Samaranch, ed. Aguilar, Madrid 1969).
251 Curtius (1955), 278.
252 Aunque cf. Loupiuc ( 1992), 92 106, cumulo analiza desde el punto de vista político la presencia
de la necesidad del trabujo del hombre en (¡rnrxicas de Virgilio.
Iu n
368 M a r g a r it a V allejo G irvés

encierra la creencia de la venida de un mundo futuro en el que no habrá hambre ni


sed, ni el sol producirá ya ardor, donde no habrá más lamentaciones ni muertes,
donde habrá árboles que produzcan doce cosechas al año y donde no habrá animales
dañinos253. Este “nuevo mundo cristiano” viene también caracterizado por la llega­
da nuevamente del reino de Cristo, circunstancia que podemos contraponer a la ins­
tauración del reino de Saturno, que caracteriza la Edad de Oro propiamente dicha.
En el mundo pagano, como acabamos de ver, no había unanimidad respecto al
retomo de esa época y tierra idñica; todos parecían estar de acuerdo en que ya había
existido con anterioridad, en un pasado remoto, pero no eran ya tan unánimes las
opiniones respecto a su posible retomo. Sin embargo la creencia cristiana en lo que
podríamos llamar su particular Edad de Oro presenta un extremo que le une con el
pasado remoto254 pero también otro que le relaciona con el futuro. El vínculo o la
representación de la Edad de Oro pasada vendría a ser para el cristiano el Jardín del
Edén mientras que la representación futura vendría a ser el del mundo surgido tras
el Juicio Final255.
Ahora bien, esta novedad que podríamos calificar de “temporal” no debe hacer­
nos olvidar que existe un evidente denominador común entre lo que puede llamarse
la óptica cristiana de la Edad de Oro con el concepto literario pagano del mismo
tema. Este denominador común es obviamente el paisaje representado en ambos
mitos pues el mundo surgido del Juicio Final recuerda enormemente al que era pro­
pio de la Edad de Oro: es claro y brillante, con una tierra fecunda y fértil, con abun­
dancia de miel, con arroyos de vino y leche, con ausencia total de trabajo, con una
traquilidad total que se extiende a la ausencia de crimen, de impiedad, de bestias y
animales dañinos.
En este sentido, el de la por otra parte nada extraña presencia de esos elementos
comunes, podemos ver los textos de Lactancio presentando el mundo del día des­
pués del Juicio Final como una Edad de Oro, en los que no duda en utilizar para su
descripción de ese mundo idílico y futuro aquello que dijeron los poetas sobre el
tema, básicamente Virgilio, y la Sibila:
“...Entonces serán apartadas del mundo las tinieblas que cubrían y tapaban el
cielo, la luna tendrá la claridad del sol, y el sol será siete veces más brillante de lo
que es ahora. La tierra dará muestras de su fecundidad y producirá espontánea­
mente fértilísimos frutos; las rocas de los montes rezumarán miel, por lo arroyos
correrá el vino y los ríos inundarán con leche; el propio mundo, por fin, gozará;
toda la naturaleza se alegrará al ser arrebatada y librada del dominio del mal, de
la impiedad, del crimen y del error. Las bestias no se alimentarán de sangre en
este tiempo, ni las aves de sus presas sino que todo estará tranquilo y plácido. Los
leones y los temeros estarán juntos en los mismos pesebres, los lobos no raptarán
253 Apoc. 1. 16; 21. 2; 22. 1; 22. 15.
254 Guittard (1980), 176.
255 Ferguson (1975), 147-149; Pavan (1984), 413.
EL MITO DE LA EDAD DE ORO 369

ovejas, los perros no cazarán, los gavilanes y águilas no dañarán, los niños juga­
rán con las serpientes. Sucederá, en fin, lo que los poetas dijeron que sucedió en
los tiempos dorados durante el reinado de Saturno....”256.
Por otro lado también la utilización por parte de los escritores cristianos del
tema de la Edad de Oro localizada en el futuro tiene un evidente motivo relacionado
con la situación que se viviría en el presente. Así es muy significativo que sea en
época de los problemas que los cristianos tuvieron con Domiciano cuando se redac­
tara el Apocalipsis, cuya conclusión final es ese mundo nuevo idílico; aunque prece­
dido de la destrucción total del mundo tal y como era conocido; situación por otro
lado también presente en los Libros Sibilinos, que “prometían la destrucción de
Roma y la llegada de un salvador que instauraría la justicia y la prosperidad’'251.
El objetivo era consolar a los cristianos de las persecuciones y mantener abierta la
esperanza en el futuro, asegurando que en él se encontrará una tierra absolutamente
fabulosa e idílica que compensará de todos los problemas sufridos en el pasado; del
mismo modo es Lactancio, un autor cristiano muy sensibilizado por el tema de las
persecuciones -recordemos su de Mortibus persecutorum- el que vuelve a utilizar,
con el mismo objetivo, el tema de la esperanza futura, materializada en un mundo
fabuloso e idílico.

256 Lact., Inst. Div. VII, 24,7-9.


257 Orac. Syb. II, 27 y ss; cf. Pavan (1984), 413.
LOCUS AMOENUS

Isidoro de Sevilla comentaba que según Varrón los loci amoeni, los lugares
amenos eran aquellos que estaban hechos especialmente para amar y para ser ama­
dos258; lugares cuyas características son exageradas e idealizadas y cuya única utili­
dad para el hombre vendría a ser el proporcionarle descanso y tranquilidad259.
Desde luego ésta es una percepción acertada, pero si pensamos en la presenta­
ción de las características geográficas que nos dan diversos autores de la Antigüe­
dad sobre lo que ellos llaman loci amoeni -lugares donde abundan “aves, ríos, brisa,
bosque, flores, sombra”260; o son de “temperatura agradable y sana, de una atmós­
fera pura, de dulces brisas y de un viento extremadamente placentero, y de una
abundancia de bosques...”261, y otras varias que iremos citando pertinentemente262-
comprobaremos no sólo que el locus amoenus es un lugar cuya existencia real es
ciertamente cuestionable sino que salvo alguna excepción todos aquellos temas que
hemos tratado con anterioridad merecerían ser incluidos en este capítulo263; espe­
cialmente el mito de la Edad de Oro ya que se considera que varias descripciones de
lugares que son calificados de amoeni, como por ejemplo la Arcadia, presagian la
llegada de la Edad de Oro264. Sin embargo existe una sutil diferencia entre ellos
pues aunque ambos comparten la idealización de la naturaleza, los arroyos de un
locus amoenus propiamente dicho no llevan vino y leche sino agua, aunque cristali­
na; si bien su temperatura es suave se alaba o elogia la existencia de lugares donde
disfrutar de la sombra, prueba evidente de que el sol ejercía su labor, y además,
generalmente, tampoco se niega taxativamente que el trabajo fuera totalmente inne­
cesario. Es decir, se trata de una tierra fabulosa comparada con el trabajo habitual de
la naturaleza265, que produce más de un disgusto al hombre, pero no lo es tanto
258 Isid., Etym. XIV, 8, 33.
259 Curtius (trad. esp. 1955), 1,276.
260 Ant. Lat. 1,2, núm. 809 (Tiberiano).
“ i Amian. XXIII, 6, 67.
262 un estudio pormenorizado de los elementos que dim un íicter al locus amoenus como idealiza­
ción de la naturaleza en Schónbeck (1962), 18-60.
263 Martínez (1992), 33.
** Schónbeck (1962), 132-154; Pennacini (1984), 142.
265 Cf. Thomas (1982), 17, para quien el locus amoenus i'slrt cercano a lo maravilloso pero no lo
alcanza totalmente.
372 M a r g a r it a V alleto G irvés

si pensamos en las características de los otros lugares que hemos definido como
fabulosos.
Por ello vamos a intentar analizar únicamente varias acepciones de locus amoe­
nus que se encuentran en la literatura latina y tardía: cómo ven los latinos el lugar
que se consideraba, literariamente hablando, por excelencia el más idílico de todos
cuantos existían, esto es el Valle de Tempe; cómo Virgilio crea también su locus
amoenus particular, esto es la Arcadia; y cómo en buena parte de la literatura latina
pueden encontrarse descripciones tan fastuosas de regiones, granjas, bosques y jar­
dines, reales o imaginarios, que de hecho merecen ser calificados de amoeni. Por
último analizaremos también una curiosa variación en la concepción del tópico que
ahora nos interesa y que tiene lugar en la primera literatura cristiana, y más concre­
tamente en los escritos de Juán Crisóstomo.

La formulación latina del Locus Amoenus


Salvo en lo que se refiere a este último punto, es posible aislar de entre todas las
descripciones de lugares que de una u otra forma pueden calificarse de amoeni cier­
tos elementos comunes; y no nos referimos con ello a las propiedades tan impresio­
nantes de la naturaleza, qué no son otra cosa que una idealización absoluta de las
características naturales de un lugar real266 sino a un elemento que ha sido uno de
los hilos conductores de nuestro estudio, esto es la ubicación remota, lejana o de
difícil acceso de estas “campiñas” fabulosas: unas veces son lugares absolutamente
imaginarios, como es el caso de la Arcadia de Virgilio, por lo que su innacesibilidad
es evidente, pero otros son aunque reales, islas, campos o lugares situados en valles
que están a su vez rodeados de montañas que obviamente dificultan su acceso y que
dicho sea de paso sería el dato que permitiría afirmar que ese lugar, y no los de los
ulrededores, presentara esas características tan fabulosas, y por último otros lugares
(|ue se sitúan en una de esas zonas que por excelencia han acogido en la literatura
(intigua ámbitos fabulosos, fantásticos, utópicos e idílicos, esto es las zonas de
Oriente.
Kl locus amoenus, que como decimos no es más que el resultado literario de
idealizar la naturaleza de un determinado lugar, está presente en la literatura griega
tiende que en la Odisea se alabaron las características de los Jardines de Alcínoo o
de los alrededores de la cueva donde habitaba Calipso267, pero el que es considerado
uní por excelencia es el valle de Tempe26*; tanto es así que la expresión Valle de
Irnipc pasó en la literatura helenística y desde luego en la posterior latina a ser

,f“'’ (’urtius (trad. esp. 1962), 280.


1,1' (Ul V, 64-74 y VII, 112-132; cf. Schonbeck (1962), 70-111; P. Grimal (1969), 64-65.
1,111 Cf. Pennacini (1984), 142.
LOCUSAMOENUS 373

sinónimo de “fresco valle” o “lugar ameno”269 perdiendo en la mayoría de los auto­


res -excepto en Livio- todo el significado geográfico real de esa expresión270.
Pero a su vez en la literatura latina, que es la que ahora nos interesa tener en
cuenta, encontramos una dualidad de significados en las descripciones del Valle de
Tempe; así hay quienes como Catulo o Plinio el Viejo alaban y elogian las caracte­
rísticas idílicas y fabulosas de este valle, interpretado en un sentido ideal pero geo­
gráfico:
“...El Valle de Tempe... donde se elevan montañas de suaves pendientes... el
valle que se extiende entre ellas está repleto de bosques frondosos. Por él discurre
el cristalino Peneo con sus apacibles y verdes orillas, acompañadas por el armo­
nioso canto de las aves...”271,
prueba evidente de la fama que este lugar había alcanzado como fabuloso, a pesar
de que no se desconocía la naturaleza real del valle tesalio272, pero también de que
era un tema especialmente amado por la población romana273. Y hay otros, la mayo­
ría, que tomando ese tópico de la literatura griega ensalzan e idealizan las caracterís­
ticas geográficas de determinados lugares, generalmente valles o lugares de difícil
acceso, que distan realmente de ser como los han presentado.
La literatura latina está repleta de esas descripciones de valles, jardines o bos­
ques a los que se aplica invariablemente el calificativo de amoenus o en ocasiones
de Tempe, que como hemos visto pasó a ser su sinónimo; así vemos como entre
otros Virgilio por ejemplo con:
”En cambio paz segura,
y un sabroso vivir libre de engaños
y el acopio profuso de sus dones
tiene el agricultor. Aquella holgura
y alma serenidad de la campaña,
umbrosas espeluncas, vivos lagos,
el fresco Tempe
los mugidos
del perezoso buey, los apacibles
sueños gozados bajo amenas sombras
a su dicha no faltan”274,
y Petronio con su retrato de la “avenida de los plátanos”:
“ 9 Vid. Malaspina (1990), 116.
270 Malaspina (1990), 117 y 123-125 para el análisis de lu propuesta liviana al respecto.
271 Plin., Nat. 4, 8, 31 (trad. M. Vallejo); también Catul. 64, 285-302, en similares términos.
272 Sobre la “geografía real” e historia de este valle tesalio vid. Stáhlin, RE V, A, 1, cois. 474-479,
sub “Tempe”. Malaspina (1990), 114-118 y n. 40.
273 Malaspina (1990), 114-118 y n. 40.
274 Verg., G. 2,468-474.
3 74 M a r g a r it a V allejo G irvés

“Había derramado sus sombras veraniegas el plátano ondulante, y con él tam­


bién el laurel coronado de bayas, y el tembloroso ciprés, y los pinos bien podados
con su copa estremecida. Entre el arbolado jugueteaban las aguas caprichosas de
un arroyo espumoso que arrastraba piedrecillas en sus plañideras ondas.
Digno marco del amor: díganlo si no el ruiseñor del bosque y la golondrina de
querencias ciudadanas que, describiendo círculos sobre el césped y las tiernas
violetas, animaban los campos con sus trinos...”275,
siguen este esquema, pero en nuestra opinión no es menos aclarador y significativo
un pequeño poema del ya tardío Tiberiano276:
“Por el fresco, hermoso valle, de florido cesped
serpeando iba un riachuelo de lucientes guijas.
En lo alto, al blando soplo de la brisa, ondeaban
los laureles azulados y los verdes mirtos,
y la muelle grama
abajo daba lindas flores
colorados azafranes y azucenas cándidas;
un perfume de violetas invadía el bosque.
Entre flores y pimpollos, don de Primavera
presidía la que es reina de color y aroma,
la opulenta, la aurea rosa, gala y prez de Díone.
En los árboles brillaban gotas mil de alfójar
por aquí y allá corrían, con murmullo blando,
arroyuelos que arrastraban cristalinas ondas.
En las cuevas, verde hiedra se prendía al musgo;
y las sombras resonaban con los dulces trinos
y gorjeos de incontables pajaros canoros.
El murmullo del arroyo se sumaba al canto
de las frondas remecidas por el suave céfiro.
El viajero allí se embriaga de perfume y música
pues hay aves, ríos, brisa, bosque, flores, sombra”277.
Entre los valles alabados por la literatura latina, en este caso más tardía, encon­
tramos el lago de Como, pues es presentado por Claudiano pero especialmente por
Casiodoro con el mismo amor y admiración que ya hemos observado en los textos
anteriores; en este caso, como en el del Lago di Garda que nos presenta Catulo,
vemos cómo también se aprecia y ensalza la belleza de sus lagos.
En su alabanza al Lago de Como, Claudiano se admira de las sombreadas ori­
llas llenas de olivos pero también de sus frescas y bravas aguas, a las que llega a
275 Petr., Sat. CXXXI, 8.
276 Vid. PLRE1,911, sub. “Tiberianus”.
111 Anth. Lat. I, 2, núm. 809 (Tiber.).
LOCUSAMOENUS 375

describir como olas del mar278. Es sin embargo la descripción que Casiodoro hace
del mismo paisaje en su Varia XI, no exenta de motivación política, la más her­
mosa y la que recoge los elementos que hemos visto que daban forma al locus
amoenus:
“...su belleza parece hecha para proporcionar únicamente placer. En su parte
posterior está repleto de campos cultivados útiles tanto para pasear como para
proporcionar abundantes alimentos; en su parte anterior se disfruta de la ameni­
dad de sesenta millas de agua dulce donde el espíritu se gratifica con deleite y
donde no aparecen tormentas que alejen la pesca. Verdaderamente debe recibir
el nombre de Como, disfrutando de los regalos que lo adornan... El lago está
ubicado en el fondo de un gran valle; imitando la forma de una concha sus espu­
mosas orillas presentan un color blanco; a su alrededor los picos de las altas
montañas parecen una corona. Sus orillas están exquisitamente adornadas con
grandes y ricas villas y rodeadas por un cinturón perenne de un bosque de oli­
vos. Junto a ellos, las viñas cubren las laderas de las montañas y más arriba apa­
recen los bosques de castaños; por las laderas los torrentes de aguanieve bajan
hasta el lago...”279.

Localizaciones en Horacio, Virgilio y Tácito


Otros lugares absolutamente reales son presentados bajo un prisma idílico evi­
dentemente exagerado; es el caso de Horacio y posteriormente de Tácito. Horacio
nos transmite su impresión de que la granja que posee es un lugar absolutamente
fabuloso y apacible280. Es presentada como un verdadero locus amoenus: todo en
ella, que está situada significativamente en un valle rodeado de montañas, es agra­
dable, fecundo, tranquilo; no le falta ninguna de las características propias de un
lugar como el que nos ocupa281.
Esta idealización como sabemos no es un unicum en la obra de Horacio pues
anteriormente hemos visto cómo en el Epodo 16 dibujaba un lugar, las Afortunadas,
donde ubicaba los Campos Elisios que eran presentados como el paradigma de la
idealización; es evidente que existe una conexión entre ambos, conexión que parece
residir en la propia posición personal de Horacio, ya que si ese mundo ideal de las
278 Claud., De Bell. Goth. 319 y ss.
279 Cass., Var. XI, 14 (trad. M. Vallejo). Vid. Canter (1938), 468.
280 Hor., Ep. 1, 16, 1-16. Vid. los completos estudios sobre esta epístola en particular de Schónbeck
(1962), 155-166 y Thomas (1982), 16-17, con un abundante aparato bibliográfico en ambos casos; breve­
mente puede verse Canter (1938), 466.
281 Cf. Voit (1975), 412, considera que Horacio aplica aquí no sólo las características del locus amo­
enus propiamente dicho sino también las de la Edad de Oro, que tan interrelacionadas están (vid. supra
en este mismo capítulo).
376 M a r g a r it a V allejo G irvés

Afortunadas era únicamente un lugar creado por la mente para huir “mentalmente”
hacia él, también en su granja nos dibuja un mundo fabuloso, aunque en menor
grado, que existe realmente y donde además puede retirarse del caos del mundo y
refugiarse en un entorno que nos presenta como paradisíaco282.
En la misma línea de Horacio encontramos otra superposición de un paisaje
ideal inventado a uno absolutamente real y conocido; se trata de la presentación
expresa como amoena de la isla de Capri en uno de los capítulos que Tácito dedica
en sus Armales a la figura de Tiberio283. Vista desde el prisma propuesto por Tácito
la isla es riquísima, goza de un clima atemperado y de suaves brisas, además su
acceso es difícil no sólo por tratarse de un entidad insular sino porque los vientos
que la rodean lo entorpecen aún más. Este sería precisamente el motivo que explica­
ría que Tácito nos dibujara esta isla, que ha sido escogida por Tiberio para huir de
los problemas del Imperio y dedicarse al otium, con unas características tan fabulo­
sas y tan extrañas a la cercana y real Península Itálica284.
Si Horacio y Tácito han idealizado un lugar cuya existencia real es evidente,
Virgilio va a presentar un mundo o paisaje ideal que únicamente existe en la imagi­
nación del poeta. Nos estamos refiriendo a la Arcadia285, aunque como sabemos
Virgilio también ha considerado como amoeni otros lugares, por ejemplo los Cam­
pos Elisios286.
La Arcadia, que es uno de esos lugares que presagiarían la llegada de la Edad de
Oro287, es posiblemente el más hermoso locus amoenus imaginario creado por la
literatura latina288; el Valle de Tempe era algo heredado pero no así la Arcadia. Se
trata de un “paraíso soñado”, un mundo atemporal, idílico, bucólico y pastoral, en el
que la naturaleza y los dioses son los únicos compañeros del hombre; un lugar naci­
do a propósito para dar placer al hombre, un lugar de evasión289, libre de toda turbu­
lencia, para que olvide sus preocupaciones y se dedique al descanso, al ocio (danza,
música, canto) y al amor290. Se trata en consecuencia de un lugar que es y debe ser
incluido entre los fabulosos, aunque en esta ocasión totalmente artificiales, que creó
la literatura antigua.

282 Vid. Thomas (1982), 24-25.


2S3 Tac., Ann. 4, 67, 1-2.
21,4 Thomas (1982), 126-130.
Vid. Barra (1984), 273 y Brisson (1992), 89, entre otros, para quienes la Arcadia de Virgilio
encomie un elogio a la fértil llanura del Po.
Verg., A. 6, 638-641. Cf. al respecto Pennacini (1984), 141; Martínez (1992), 51. Una postura
i|iic por cierto luego siguieron poetas cristianos como Prudencio, Cathem. III, 96-110, que identifica el
Imus umoenus con otro lugar sagrado, esto es el Paraíso (cf. Pennacini (1984), loe. cit.).
287 Pennacini (1984), 142; Brisson (1992), 89.
Verg., Ecl. 7,1-14 y 42-49; 8, 1-45; 10.
-w'1 Recuérdese el Epodo XVI de Horacio.
m Jachmann (1952), 161-174; Grimal (1969), 65 y 382-386; Barra (1984), 272-273; Cristóbal
11W ). 133-134 y 139; Bauzá (1993), 195-199.
LOCUS AMOENUS 377

La Tierra de los Seres de Amiano Marcelino


Continuando con los puntos que nos hemos propuesto analizar, veremos que en
la literatura latina, en este caso más tardía, se aplican, aunque lógicamente con
menos frecuencia, las características del locus amoenus a pueblos lejanos, situados
curiosamente en Oriente; en esta ocasión no sólo se elogian las características natu­
rales sino también la vida de los hombres que la ocupan, por lo que se acerca bas­
tante a la calificación de lugares utópicos. Este es el caso de la tierra de los “Seres”,
a la cual Amiano Marcelino otorga los mismos elementos -temperatura agradable y
sana, atmósfera pura, dulces brisas, viento placentero, abundancia de bosques, exis­
tencia apacible y pacífica que desconoce la guerra291- que hemos visto como pro­
pios de todos aquellos loci amoeni que hemos tratado hasta el momento292.
Tal idealización de la forma de vida y de la tierra de los Seres por parte de
Amiano Marcelino, que desde luego retoma la idea helenística del amor por lo para­
disíaco293, no deja de ser curiosa teniendo en cuenta que este pueblo mantenía con­
tactos más o menos directos con el pueblo romano desde hacía varios siglos294. Pero
aun con ello seguía siendo un lugar eminentemente desconocido además de lejano;
por ello si pensamos que en la época en que Amiano Marcelino escribe, finales del
siglo IV, el Imperio vive un continuo desorden explicaremos fácilmente que un
escritor “tan real” como el que nos ocupa volviera a idealizar a un pueblo y a una
tierra lejana, aunque con escasas posibilidades de ser llamada utópica ya que ese
contacto eminentemente comercial que se mantenía -a pesar de que el propio Amia-
no niega la existencia de este comercio- lo impedía295. Pero no impedía que se idea­
lizaran sus características, para lo que además existiría en nuestra opinión otra
razón, en esta ocasión de índole ideológica o política, pues pensamos que teniendo
en cuenta el continuo conflicto que el Imperio Romano mantenía con el Sasánida,
tan cercano a la China real, que no parece ser otra que el pueblo de los Seres, inten­
taría convencer a los súbditos del Imperio de la necesidad de continuar con ese con­
flicto ya que más allá estaba ese pueblo que llevaba una existencia tan amena y pla­
centera, en definitiva una tierra fabulosa.

El Locus Amoenus en la literatura cristiana


Nos resta analizar para concluir este capítulo la diversa concepción de locus
amoenus que está presente en la literatura cristiana; así vamos a encontrar por un
lado testimonios que suponen básicamente una continuidad en la presentación de los
291 Amian., XXIII, 6,67.
292 Fontaine (1977), 114, n. 245; y siguiéndole Poinsotte (1979), 475 y n. 206.
293 Fontaine (1977), 114, n. 245; cf. Grimal (1969), 85-86.
294 Poinsotte (1979).
295 Poinsotte (1979), 464-474.
378 M a r g a r it a V allejo G irvés

elementos que en la literatura anterior dieron carácter propio a esos lugares y por
otro testimonios que desde luego suponen una innovación, puesto que se van a cali­
ficar de amoenae áreas que en absoluto merecerían tal consideración desde el punto
de vista de los criterios que dieron forma a este mito del locus amoenus.
El primer caso es el que nos encontramos en la descripción que en la anónima
Expositio Totius Mundi et Gentium aparece del pueblo de los Camarini, que se
ubica indefinidamente en “estas partes de Oriente” donde previamente el redactor,
de acuerdo con la tradición, ha situado el Jardín del Edén296. Su aspecto es desde
luego el de una tierra maravillosa y fabulosa -no siembran ni labran, es excelente en
toda clase de minerales- y además es cuasi-utópica -sus habitantes, de una longevi­
dad impresionante pues todos fallecen al alcanzar los 118 ó 120 años, son piadosos
y buenos y se gobiernan sin autoridad suprema-; pero sin embargo existen algunos
elementos que la alejan un tanto de esa calificación: nos dice que sus habitantes
estarían, debido al poderoso ardor del sol, totalmente quemados si no se bañaran
continuamente en el río. Esto no es desde luego propio de un locus amoenus donde
la temperatura es suave y constante297.
Creemos que este elemento anómalo que entorpece desde luego la vida de un
mundo que merecería calificarse sin duda alguna de fabuloso tiene una evidente
razón de ser, que no es otra que la necesidad del autor de diferenciar de algún modo
el Paraíso cristiano de este pueblo de los Camarini tan cercano y tan similar a aquel.
El mito del Paraíso debía ser mantenido en todo momento -ya vimos la misma pos­
tura en Isidoro de Sevilla-, por lo que los lugares cercanos a él debían guardar cierto
parecido pero nunca ser idénticos; por ello nosotros, aunque no sin reservas, califi­
camos este lugar de locus amoenus, si bien en definitiva no deja de ser una tierra
fabulosa, que además está situada en un lugar donde tradicionalmente se han venido
localizando otras tierras no menos fabulosas o fantásticas, Oriente.
Otra acepción de locus amoenus que encontramos en la literatura cristiana es la
que hemos calificado de innovadora pues aunque la descripción de la tierra que se
define como tal es similar a todas aquellas que han merecido ser presentadas como
loci amoeni, sabemos sin embargo que realmente el lugar en cuestión no es tan idíli­
co como se ha descrito. Se trata del elogio que de la vida de los monjes y eremitas
(lol desierto hace Juan Crisóstomo, cuyo texto vamos a reproducir dado que lo con­
federamos altamente significativo:
“... [la vida es] ajena a toda preocupación, libre de envidias y malquerencias y de
todo vicio; llena, en cambio, de buena esperanza y de trofeos de victoria. No hay
Exp. Tot. Mund. et Gent. IV-VII; vid. ante todo Molé (1982), 713, para comprender el sentido
liiiiifilnario que se otorga a los Camarini. Por otro lado no podemos dejar de mencionar que ésta es una
"I"11 llcna de contradicciones ya que si en los primeros capítulos se dedica a describir la vida de pueblos
v lleí iíin fabulosas -de cuya existencia real se puede dudar-, en el resto no hace sino enumerar las rique-
tm de las tierras del Imperio, desde Siria hasta Hispania o Galia.
l’hilonenko (1980), 373 y 375-377; Molé (1982), 731-733.
LOCUS AMOENUS 379

allí turbación, no hay enfermedad, no hay ira para el alma. Todo es calma, todo es
paz... Contempla el vuelo de los pájaros, los árboles que agitan su fronda, oye el
susurro del céfiro y los torrentes que se precipitan por entre los barrancos.. Si
ellos (los monjes) se han ido a habitar los desiertos, ha sido para enseñarte a tí a
despreciar el tumulto del mundo...”298.
Que Juan Crisóstomo presenta el desierto donde se retiran los monjes como un
locus amoenus nos parece innegable; piénsese sino en esa alusión a la ausencia de
preocupaciones, en la permanente presencia de la tranquilidad y de la felicidad pero
sobre todo en los árboles frondosos, las brisas tranquilas y los torrentes, todos ellos
elementos que determinan un locus amoenus y que recuerdan sobremanera los can­
tos de Virgilio en su Segunda Geórgica respecto a la tranquila y privilegiada vida
de los labradores, cuyo entorno es para este autor un verdadero locus amoenus299.
Pero como es evidente el desierto carece de todos ellos.
Desde un punto de vista real el desierto es todo menos un locus amoenus en el
sentido tradicional del término; pero al igual que para el caso anterior del pueblo de
los Camarini, esta descripción tan idílica que Juan Crisóstomo hace de la vida de
los monjes del desierto y del lugar donde ésta se desarrollaba tiene también una
motivación específica, que según A. J. Festugiére no sería otra que contraponer la
vida exaltada de la ciudad a la vida tranquila en ese desierto; para este autor ese
desarrollo de la poesía de la vida monástica idílica en el desierto, que era vista como
un “paraíso perdido” -algo con lo que no estaba de acuerdo en modo alguno San
Jerónimo300- no hacía más que retomar el tema helenístico de la poesía pastoral y
bucólica301. En definitiva no hacía más que presentar el lugar del desierto donde
habitaban los monjes como un locus amoenus, utilizando el recurso de sobreponer
un paisaje ideal e inventado a otro real.

298 J. Crisost., In Math. hom. 70,5-72,4 (trad. D. Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955-1956).
299 Cf. Verg., G. 2,468-474.
3°° Vid. Ieron., Epist. V-XVII, donde el desierto al que se retiran los monjes de Siria es árido, reple­
to de escorpiones y en el que no están ausentes las tensiones de la vida humana; cf. Festugiére (1959),
416-418.
3»1 Festugiére (1959), 345-346.
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