Textos Varios Sobre La Patagonia
Textos Varios Sobre La Patagonia
Textos Varios Sobre La Patagonia
Cerca del final de la famosa narracin de Darwin sobre el viaje del Beagle, hay un
pasaje que para m tiene un significado y un inters especiales. Dice as, y el subrayado
es mo: Evocando imgenes del pasado, veo que las llanuras de la Patagonia pasan
frecuentemente ante mis ojos; sin embargo, todos dicen que son las ms pobres e
intiles. Se caracterizan slo por sus posesiones negativas, sin viviendas, sin agua, sin
rboles, sin montaas; no tienen ms que algunas plantas enanas. Por qu entonces- y
el caso no me ha sucedido slo a m- estos ridos desiertos se han posesionado de tal
modo de mi mente? Por qu no producen igual impresin las pampas, que son ms
Imagen del Lago Argetino, uno de los sitios de Patagonia explorados por Francisco P.
Moreno (Foto gentileza Ral Pantin).
En 1934, por razones polticas, el escritor argentino Ricardo Rojas es desterrado por
unos meses a la Isla Grande de Tierra del Fuego, en la Patagonia Argentina. All escribe
la obra Archipilago, un diamante literario en la valoracin de la religin y el mundo
mgico de los onas y yaganes, antiguos dueos de la gran isla patagnica. Ahora, en
Temakel, le presentamos un momento de Archipilago, obra muy poco leda o recordada
en la actualidad, donde Rojas fustiga la incomprensin de Darwin respecto a los yaganes
y donde experimenta la palpitacin trascendente del reino de Onaisn, el mgico, mtico y
perdido mundo de los onas.
Adems de los links en copete, en Temakel pueden consultar una galera fotogrfica y un
texto introductorio sobre el Hain, el fundamental rito de los onas:
La desaparecida magia del Hain Y tambin el mito de Kenos: Kenos, el hroe de los
onas
EL CHAMN Y LA LLUVIA
EL CHAMAN Y LA LLUVIA
Pillanhue
Tintica
Cuando el invierno espesa el aire y el lago se vuelve hielo, Payn* sale de la caverna.
Arropa su magra figura con cueros, apaga la fogata, carga sus secretos y cruza el lago
que lo ve marcar el centro de su mdula con el rastro de sus tranus*, que a cada paso
parte en dos el silencio de las cumbres. Dicen que detrs del volcn, tan lejos que
apenas se imagina, est el mar.
Que hay que bajar por desfiladeros tortuosos, viendo a la piedra en carne viva
alimentar el fro de los ventisqueros, tapndole el ojo a las tormentas y velando de la
montaa para que no se pierda.
A la distancia los picos de la cordillera prolongan en sombras sus aristas filosas,
cortando en finas lonjas de silbidos la carnadura del viento del oeste. Entre un aire
celeste se esfuman las ltimas vrtebras del espinazo del continente, antes de hundirse
en el ocano.
Todava el verde muestra un tono tmido frente a la nieve eterna. Ms abajo, renovado y
vigoroso, cierra fila entre batallones de rboles quietos, para ser al final de la pendiente,
el lmite exacto entre el monte y un mar sereno.
Luego el paisaje se torna menos duro. El corazn amaina sus latidos. Se respira una
brisa clara, cargada de fragancias nuevas que cuentan de fogones familiares, rboles
aserrados, rumor de pueblo.
El pueblo es, desde la altura, al principio slo una mancha que a medida que se
desciende va tomando forma: casas de madera alineadas al borde de la calle angosta; la
iglesia blanca frente a la plazuela de una cuadra por lado y los manchones de bosques
entre los claros que deja la labranza.
Entre perros que salen a su encuentro y gente pobre que lo ver pasar como un sueo,
Payn camina con los ojos cargados de mar.
El pequeo casero se llama Tintica*, uno de los pocos nombres que los
conquistadores espaoles respetaron entre El Carmen y Nuestra Seora de Atocha.
Tintica qued prendido en la memoria como un delirio antiguo. Algunos viejos cuentan
cmo muri all la abuela de Payn quemada viva por hereje. La trajeron arrastrando
dicen- hasta el centro de la plaza. La crucificaron y le prendieron fuego. Dicen que ardi
nueve das sin que el cuerpo perdiera su forma; se gastaron toda la lea seca y la vieja
segua entera, echando fuego por el hueco de los ojos.
Recin al dcimo da, cuando una llovizna fina cubri el casero tapando sus celajes
mortecinos, el cadver comenz a disolverse. Un agua negra corra desde las cenizas en
direccin al mar, resumiendo el torrente en las arenas de la playa. La marea en cada ola
se la tragaba en rtmicas bocanadas, hasta que slo una mancha oscura, como de aceite,
separaba el azul del mar y el horizonte. A ese sitio sabe llegar Payn para no olvidar lo
que es.
Payn
Laifil*, la abuela de Payn muerta en Tintica, haba vivido largos aos en un paraje al
norte de Cruz Negra, en los primeros mdanos del desierto.
Desterrada por los comentarios acerbos de un obispo, termin confinada con su oficio
de machi al sur, donde el mar lavaba su terrosa memoria.
Payn, sexto retoo de su hija soltera y de padre desconocido, vino al mundo con una
barba tupida que le cubra todo el rostro unindosele a un pelo lacio como enjambre de
avispas negras.
Para Laifil fue la seal. Ese nio endeble, contrahecho, era el elegido por los dioses
para ser depositario del legado ancestral. Le cost caminar y adolescente, recin pudo
pronunciar el nombre de su abuela, que desde que naci se apoder de l y lo llev a su
choza solitaria.
Para ser chamn, se nace chamn.
Ella, que haba viajado las cien leguas hasta Almejuelas para hacer llover luego de
treinta aos de sequa; que le pudo decir a Manuela Chvez, con slo leer en la clara
de un huevo de gallina que su hombre estaba vivo y andaba cuatrereando por Miraflores
y no muerto como dijeron los de la partida; fue ella que al cuarto mes de nacido le abri
al nio el tercer ojo, con el que Payn podra escrutar ms all de las cosas.
En su mollera, antes que el hueso crezca y cierre su crneo pequeo. le puso el
sagrado anillo de plata, puerta por donde pasar esa luz que slo pueden recibir los
que no tienen sombra, los que slo vieron sus rostros en los espejos de agua, los
Luego de la trgica muerte de Laifil, nada fue igual en Tintica. Era como si Dios,
desde entonces, transitara tan pobre y necesitado como los paisanos y mestizos que
comparten
sus vidas y esos designios ineludibles.
A todos aquellos que arrimaron lea a la hoguera, la machi muerta les record la
crueldad con lgubres seales.
A Primitiva Huenchocoy en das que el viento del oeste pareca dormido sobre un mar
aceitoso, un aire repentino le cerraba puertas y se prolongada en quejido ronco que slo
ella oa. Un fro de tumbas se instalaba en sus huesos a pesar del sol quemante del
verano. Le buscaron remedio pero nada le cur ese temor al fantasma que cerraba
puertas y pona hielo en su sangre. Enloquecida, en una marejada grande, nadie la oy
perderse entre el estruendo de las olas. Apareci ahogada, con los ojos arrancados, en
la playa donde Payn suele regresar a encontrarse con su abuela.
A Secundino Gamn, por las noches, manos huesudas y heladas le recorren la espalda
para robarle el sueo y alejarse luego con pasos que no dejan rastros a la luz del da.
El sabe esperar despierto... y nada. Es cuando lo vence el sueo que la difunta lo
despierta y se aleja de repente dejndolo estaqueado por un miedo torturante.
A la Vicenta Ainol la locura le fue llegando despacio, como una agona perezosa y cruel.
Vea como un amco* posaba sus redondas pupilas en la ventana y luego le daba el
lomo como seal de desgracia antes de marcharse. Ella lo miraba y gritaba su angustia,
sin que nadie pudiera jams ver al aguilucho pecho blanco. As una y otra vez ... meses,
aos.
Una noche se levant y fue al encuentro del ave. Al aclarar la encontraron colgada de la
cumbrera con un tiento al cuello y los pies a una cuarta de la pila de lea que amonton
para subir y ahorcarse.
Otros cuentan que ven una luz que baja de los montes y recorre la calle principal hasta
llegar al centro de la plazuela. Ah se detiene algunos instantes para iniciar luego una
frentica danza, hasta convertirse en remolino de fuego. Lentamente va perdiendo fuerza
y, ya dbil, enfila hacia el mar donde la noche se la traga. Un penetrante olor azufra las
sombras del pueblo quieto. En cada casa, un soplo hmedo apaga velas y candiles,
mientras que afuera, no lejos de los cercos, los perros torean extraas figuras que ms
tarde se repliegan arrastrndose con ruido de cadenas.
Hace un tiempo marcharon en busca del cura de El Carmen. El cura vino casi de mala
gana y luego de un largo sermn que culpaba a demonios y pecadores por las penurias
del pueblo se lleg, hasta el centro de la plaza y bendijo el sitio con agua santa. Todos
Laifil
Arrodillado, juntando las palmas de las manos como guardando en un cofre las cruces
que entre las lneas de la vida y de la muerte, marcaban a sangre su destino, Payn entr
en trance para ver llegar a Laifil en su canoa desde algn lejano laberinto. Se le apareca
brumosa, ajada la piel por tantas intemperies, las manos sarmentosas de tejer
interminables matrones, por hablarle desde su boca pequea, arrugada, hundida, como
una pualada dada en un cuero..
- Nada de lo que vez, es como lo vez...- le deca. Hay que entender lo que dicen los que
habitan el misterio para no errar el camino. Nada de lo que se ve es eso en realidad
repeta. La mente no puede distinguir qu es realidad y qu es fantasa. Por eso debes
usar tu instinto, esa parte animal que tienes para entender a la madre tierra. Cuando no
se usa el instinto slo se ve lo que se desea ver, no lo que hay que ver en realidad.
Recuerda que para tener todo, primero debes quedarte sin nada. Nada de lo que la
gente cree que es suyo le pertenece; el hombre sabio, Payn, es aquel que poco o nada
tiene. Que cuando marcha, todo lo esencial lo lleva puesto.
Las mariposas son en verdad ilusiones de jvenes vrgenes desaparecidas; los sapos,
espritus de gente quemada y no sepultada; las vboras, hembras adlteras que se
cruzaron con machos de otras especie; los pjaros slo son pensamientos: negros,
blancos, de colores. Vers pasar a la gente dormida caminando feliz hacia su
despeadero. Estn dormidos, por eso no te ven ni pueden sentir el fuego, o la piedra, o
la nieve, o el cuchillo, o el lazo, o la peste que los matar.
Te llamarn mago Paynle deca- porque dormidos, creern ver lo que t quieras que
vean o sientan y ser tu voluntad medir en ellos el bien y el mal, la noche y el da, como
la vida y la muerte.
Antes de lograr abrir los ojos, vio como la anciana suba a la canoa y remando
parsimoniosamente se alejaba rumbo a Mocha*, la isla que segn los antiguos, es el
lugar donde residen los espritus.
Con la boca reseca por sales y vientos, cargndose el crepsculo como un poncho,
marchaba caviloso por la calle entre caminantes que lo atravesaban como a una
transparencia , sin imaginar su presencia entre las voces y ruidos de la aldea.
Con el ltimo rayo de sol colgado de su rostro indio, dejaba atrs las casas grises que
al final del casero se fundan con las primeras manchas de monte, antes que la montaa
se apoderara del valle con su mole imponente.
Arriba, del otro lado de la cordillera, luego de cruzar el costado sur del Pillanhue y
reconocerse en el espejo esmeralda de sus aguas, le aguardar la caverna y su abrigo
de minerales antiguos y los mensajes que el fuego le develar en luz cuando la fogata
abra su cerrado prpado de cenizas.
Rinconada
Todo era viejo, desgastando por ese viento arenoso puliendo los perfiles de casas
abandonadas hace tanto tiempo.
La iglesia sin cura, amontonaba un mdano bajo frente a sus gruesas puertas
cerradas, en un silencio macizo slo roto por alguna campanada fuera de hora, cada vez
que una rfaga de viento norte mova y golpeaba el negro badajo, colgante como
testculo de toro.
Por el callejn principal de Rinconada suele pasar la historia como una anciana ciega
sin detenerse. Fue obligado descanso de las tropas revolucionarias en su trnsito al
norte y parada de mercaderes, bandoleros y contrabandistas de frontera.
Algunos aseguran que el mismsimo Brigadier General Don Estanislao Lezcano, hizo
noche en la vspera de la batalla de El Quemado, velando las armas antes de aquel
Pirquinero
Agachado como estaba sobre las aguas, apenas si pudo ver la figura reflejada que se
deformaba llevada por la corriente. Al levantar la vista, se encontr de golpe con Payn
que lo observaba desde la orilla.
Lentamente el buscador de oro se enderez. Desde la batea, una breve catarata rubia
de agua y arena cay para perderse entre el rumor de cauce andando.
-Buenas...- alcanz a decir, an metido hasta las rodillas en el arroyo.
Payn levant un brazo en mudo saludo y se qued inmvil, como quien no termina de
entender lo que est viendo.
El hombre camin el trecho que lo separaba de la orilla con los ojos fijos en la silueta
morena, aparecida de la nada.
Cuando estuvo cerca, la mirada del indio se haba puesto lacia.
-Hace tres das que lavo... y ni una chispita! Parece prometedor el sitio pero, hasta
ahora... Vengo de Farellones y comentan los mineros que en la naciente de este arroyo
hay oro. Y usted, qu anda haciendo por aqu?
- Vine a or el ruido de la lluvia dijo Payn para volver a adentrarse en un mutismo
prolongado.
- Me llamo Joaqun Meneses coment el pirquinero* acuclillado junto al fogn de
piedras bochas que encerraban un fuego de leas menudas.
-Ha encontrado oro, aqu?
- No busco oro, no lo necesito... respondi el mago.
Meneses lo escuch como a una voz lejana y sin sentido. Antes que pudiera ordenar
sus pensamientos, Payn agreg:
- Nada se puede conseguir con oro. El oro es el sudor sagrado del volcn y quien le
roba al Pillanhue slo puede esperar desgracias!
Payn mir el humo subir recto, sostenido en la quietud de la maana como un pabilo
blanco sobre los rboles. Tap con ramas la boca de la caverna y march aguas abajo.
El ciego sentado junto al fuego, adivinaba ese sol joven salido de la tierra que le
calentaba la cara y le pona un reverbero lila en sus pupilas opacas.
Sinti de golpe la mano del indio apoyarse en su hombro. Ningn ruido haba
denunciado su llegada. Gir la cabeza preguntando...
- Quin anda ah?
- Payn contest el chamn con voz apenas audible.
- He venido a verlo porque quiero que me cure. Soy ciego.
- Ya lo s... s tambin por qu perdiste la vista. Si encuentro esa flor azul que Elchn*
guarda para dar luz a los ciegos, volvers a ver. Si no la encuentro, nunca ms vers.
Ahora vuelve por donde viniste y por ninguna causa regreses a este sitio le sugiri
para quedar en silencio.
- Gracias, gracias Payn! expres el ciego extendiendo los brazos en busca del
chamn, pero nada encontr. Nadie respondi a sus palabras.
Lenta, dolorosamente avanzaba el ciego, tropezando, cayendo y levantndose para
caer de nuevo sobre el spero suelo.
Das enteros de penosa marcha regreso a Caadn Huemul, con la esperanza
abrigndole su corazn fatigado, sobreviviendo a lo ms hondo de su noche.
Primero fue como un lejano deseo de llorar que se derrumbaba de sus ojos dormidos.
En el cristal lquido de la lgrima, un arco iris difuso le ilumin los sentidos con
minsculo relmpago, tornndose de a poco en una visin acuosa, estremecida por
flechas luminosas que fueron dando color a cada cosa: al principio, el camino, luego las
casa y por ltimo la gente.
Hilario lloraba. Era esa la forma ms rotunda de lavar tanta oscuridad.
En la caverna el chamn miraba el fuego, perdido en lejanos territorios, mientras la flor
azul que Elchn guarda para dar luz a los ciegos, le azulaba la negra obsidiana de sus
ojos.
El ltimo viaje
Mientras caminaba hacia el mar, Payn presenta que ste sera el ltimo encuentro
con su venerada abuela. Algo muy ntimo, visceral, asomado de los confines de la
sangre, le avisaba de aquella prdida, signada por un atavismo milenario.
Laifil, que despus de muerta pareca seguir envejeciendo, se le apareci armada de la
postrera hechura humana. Esa que en cien aos de existencia terrena la maceraba enjuta
y macilenta, como una grotesca crislida detenida en el tiempo de otra esfera.
El grito
Siguiendo los repliegues escabrosos por donde la cordillera declina su mole india en
quebradas profundas, el caminante se dejaba llevar por sendas casi borradas que cabras
salvajes y huemules labraban a fuerza de pezuas en los riscales de las cumbres.
Vena de Zaino Cahuel*, con ese rumbo que segn los dichos de un trashumante lo
llevara al encuentro del curandero que habitaba algn remoto paraje andino.
Slo con lo puesto marchaba animado por una energa escondida, recndita, que le
calentaba la sangre y lo empujaba desde lo hondo de su instinto mestizo.
Lorenzo elay era bajo, de cara ancha y oscura, sombreada por una cabellera negra y
dura que, indcil, le caa hasta sus hombros fuertes. Hijo de la montaa, era capaz de
VOCABULARIO
EL GUILA
EN MARCHA
El sonido montono del motor de la vieja camioneta, le produca cierta somnolencia,
acentuada por esa larga ruta sin demasiadas curvas que con rumbo S.O., lo llevaba al
encuentro con el paisaje cordillerano.
Haba manejado desde muy temprano y su estmago le avisaba que era hora de hacer un
alto, con esa languidez cada vez ms acentuada.
Esper encontrar un lugar adecuado a la vera del camino y detuvo la marcha. Una mata
de molle* le abrig la espalda del viento. Con lea menuda encendi un pequeo fuego y
calent agua para el mate.
Cort en rodajas el resto de fiambre y el poco queso que, desde la antevspera, era su
men fijo, junto al pan casero de corta existencia, con relacin con los otros dos
elementos.
Para cuando termin con el ltimo bocado, la pava le avisaba con tmidos silbos que
estaba lista para la mateada.
El viento del oeste acamaba la rubia melena de los coirones*, doblando las curtidas
ramas del viejo molle, que mostraba al medioda las pulidas cuentas de sus frutos
perfectos. Camin un trecho para "estirar las piernas" y orinar largamente al reparo de
una malaespina*.
Cuando regresaba hacia la camioneta, una bandada de corraleras* levant un vuelo bajo,
casi rozando el monte dormido. Un sol desteido se sostena en lo alto de un cielo
anaranjado.
Otra vez en marcha. De nuevo la negra lonja estirando sus kilmetros incontables ante
los ojos del viajero, en ese trnsito obcecado por los lmites ms extremos del desierto.
Poco a poco la vegetacin cambiaba su rstica vestimenta, para dar paso a pastizales
altos que trepaban hasta el vientre astroso de las ovejas, con manchones de montes de
ires* enanos, agazapando su verdor en las laderas de dilatados valles.
Al fondo, las primeras estribaciones de la cordillera, elevaban sus imponentes siluetas,
azuladas de lejanas.
Al atardecer, el ruido del motor rebotaba contra la pared rocosa, prolongado en un eco
metlico por la estrecha senda calada en la piedra, al filo del precipicio. Para entonces,
bosques compactos, como subidos a la espalda escabrosa de la montaa, inundaban de
un verde intenso, la increble serenidad del paisaje.
Antes que las sombras esfumaran los perfiles afilados de las cumbres, a orillas de un
pequeo arroyo, detuvo la marcha del fatigado motor y arm la carpa.
Pronto la noche unt su holln umbroso en cada criatura, como si la vida escondiera de
la oscuridad, su germen prodigioso.
Se durmi pronto, acunado por el memorioso canto del agua.
LA CASA
La casa era pequea, hecha con troncos de ciprs*puestos uno encima del otro, dando
forma a las paredes de rstica fortaleza.
El techo estaba construido de tejuelas, obra del chileno Paredes -que, como irona, era
especialista en techos-.
De su paciencia infinita, como hojas de un rbol misterioso, fueron saliendo las
diminutas tejuelas de lenga*, con las que se fue tapando, de a minsculas porciones, el
cielo con las manos.
Nadie sabe cundo llegaron los Reumay a Piedras Blancas. Slo se sabe que habitan ese
paraje desde siempre, desde que los abuelos tienen memoria.
Pero a la casa la hicieron entre todos.
Limpiaron el lugar, hacharon los rboles y los desgajaron, y a golpes de hachuela*
fueron armando el slido esqueleto de madera, cerca del arroyo que alguien le puso "
RAMON
Era media maana cuando los tres hermanos, que jugaban cerca del arroyo, lo vieron
aparecer. Jacinto y Julin se quedaron quietos, presos de la curiosidad por saber quin
era ese hombre que saltaba de piedra en piedra cruzando el cauce en direccin a ellos.
Elvira corri hacia la casa para avisar de aquella inesperada visita.
-Mam, ah viene un hombre!...
Cuando Mara Reumay sali al patio, el recin llegado la miraba con una expresin
extraa, como quin regresa desde una honda tribulacin.
-Ando buscando a la curandera, -alcanz a decir con voz apenas audible-
vengo desde Las Taguas*... mi mujer est por parir y tiene mucha fiebre... est muy mal,
seora...
Con un gesto lo invit a pasar. Cuando estuvieron adentro, le dijo.
-Debe tener hambre, descanse, coma algo. Cuando recobre el aliento saldremos para su
casa -se apresur a decir la machi,* al tiempo que le peda a Jacinto que ensillara los
caballos para el viaje.
Las Taguas estaba a tres leguas con rumbo norte, entre los repliegues de la
precordillera, con una senda por camino, como dibujada entre la vegetacin tupida y
peligrosos riscales.
En los ltimos tramos, casi a tientas, avanzaban llevados por el instinto de las
cabalgaduras, acechados de insondables abismos. Marcharon callados, maniatados por
un mutismo torturante que les llenaba de arena las gargantas.
Cuando llegaron, ningn sonido denunciaba a la vida. Un candil de luz vacilante esfum
las tercas sombras del rostro de la enferma. Su mirada, hundida en el cieno obsesivo de
la muerte, luchaba por mostrar de a ratos su debilitada lumbre, aferrndose a la
esperanza como un animal trampeado.
A los pies, entre sbanas sucias, anclado an por el cordn a su madre, el recin nacido
pareca dormir. Un ro de tinta azulaba su cuerpito inerte, ajeno al fatalismo que agostaba
la savia de esos senos vacos, que ya no imaginaba su sed.
La machi se inclin sobre el recin nacido y con la boca le cort el tibio lazo. Lo subi
hasta sus brazos y sali con l a la hondura de la noche para adentrarse en sus
misterios.
El llanto quebr el silencio nocturno, acallando los ruidos de sus criaturas invisibles. De
atrs de la casa, apareci Mara Reumay con el nio, destilando an su piel arrugada, las
ltimas gotas de las heladas aguas de la vertiente.
Abrigado con una manta de lana, lo puso cerca de la cocina. Al calor de los leos,
lentamente fue recobrando vitalidad, despertando de su pesadilla, regresado al duro
mundo de los mortales.
Cuando volvieron junto a la madre, la encontraron sin vida, con los ojos abiertos,
mirando sin ver las ennegrecidas vigas del techo.
Ruperto Martnez contemplaba a la curandera mientras alimentaba al pequeo con leche
de cabra. Sumergido en profundas cavilaciones, pareca no estar en aquel sitio, hasta
que la voz de la mujer lo trajo desde alejados confines.
-Ahora que se ha quedado solo, cmo har para criar al nio en esta soledad? -pregunt
la machi sin mirarlo.
EL ENCUENTRO
La camioneta detuvo su marcha, en volvindola con el polvo fino que pareca empujar
desde atrs el pesado andar del antiguo vehculo. Apostada a la orilla del camino, ella
esperaba el paso de algn viajero que la llevara hasta el pueblo. Haba caminado casi la
legua que separa Piedras Blancas de la ruta provincial 146 y haca un par de horas que
aguardaba, atisbando con el odo atento el mnimo sonido que perturbara la prstina
calma. De a ratos, el rumor del viento entre los rboles remedaba el ronroneo metlico
de un motor en marcha, que de a de a poco, era tapado por el oculto trinar de algn
pjaro.
Abri la puerta del acompaante mientras preguntaba...
-Va para el pueblo?
Con un ademn de su mano derecha, Emiliano Villaverde le indic que subiera.
Durante el trayecto, apenas si cruzaron alguna pregunta, seguida de un monoslabo
como respuesta.
-Vive por aqu?
-S.
-Cmo se llama este lugar ?
-Piedras Blancas.
-Haca mucho que esperaba ?
-No mucho...
-Cuntos kilmetros faltan para llegar al pueblo ?
-Cuarenta.
Apenas aparecieron las primeras casas del pueblo, la machi dijo.
-Por aqu noms... muchas gracias! -mientras abra la puerta y se apartaba rpidamente
del vehculo.
En el pueblo, Emiliano compr algunos comestibles, carg nafta y luego de un corto
descanso, se prepar para continuar el viaje.
A lo lejos, la figura de aquella mujer pareca llamarlo desde esa quietud de estatua. Pas
al lado de la anciana que espera a la vera del camino, pero un impulso ingobernable le
hizo frenar bruscamente y poner marcha atrs, hasta llegar de nuevo junto a ella.
Cuando pudo ver su rostro, algo parecido a una sonrisa le juntaba arrugas en las
comisuras de su boca pequea, disimulando un gesto de picarda. Esta vez no esper
que la invitara. Se subi y sentada junto al conductor, le dijo.
-Me llamo Mara Reumay... si va para all, voy de regreso a Piedras Blancas -le indic
sealando con el mentn en direccin al camino.
-Mucho gusto... Emiliano -contest mientras le estrechaba la huesuda mano a la
curandera.
-Qu anda haciendo por aqu? -quiso saber la machi.
-Busco plantas medicinales. Soy profesor en la universidad y necesito muestras para
realizar un trabajo -respondi sin sacar la vista del sinuoso camino.
-En esta regin estn casi todas las yerbas que curan. Hay algunas que poco se las
conoce porque crecen muy arriba, montaa adentro, lejos de los lugares que camina la
gente -coment la abuela mapuche* mostrando de pronto una desacostumbrada
cordialidad.
RAICES
Hasta los doce aos, Ramn pasaba sus vacaciones en Piedras Blancas, luego de
permanecer en el Internado del pueblo durante el ciclo escolar. Cuando termin la
SEGUNDO ENCUENTRO
Ms de un ao tard Emiliano Villaverde en regresar a Piedras Blancas.
Abrumado por encontradas sensaciones, volva a los mgicos territorios de la chamana,
desprovisto de todo su pasado, guiado por un oculto llamado que le trepanaba las
sienes con una vibracin salida de sus propios huesos.
Un relmpago que le pona de fuego la garganta con su fsforo breve y suba como lava
por su sangre hasta fundirle la memoria.
Algo parecido al miedo y al olvido, un aire doloroso y sin embargo placentero detenido
en algn recodo de la mente, liberaba de pronto su fuerza desconocida. Y l se dejaba
llevar, aletargado por un sopor atrapante que en su traslcida atmsfera, alineaba los
imprecisos lmites de inalcanzables mundos.
Ella le haba dicho que cuando fuera tiempo de regresar, un sentimiento parecido a la
melancola lo envolvera con su resolana untosa y el vuelo de un guila en sus sueos
sera la seal para su partida.
Y ahora que trepaba el angosto sendero que lo llevaba hasta la casa de la machi, an
poda ver el vuelo del ave atravesar con reflejos dorados el alto cielo de sus sueos.
Mara Reumay pareca estar esperando su llegada. Sentada junto a la pequea ventana,
hilaba lana retorcindola contra el escondido muslo que se presenta tras la pollera larga
y rstica. El huso*, esa diminuta rueda de roca volcnica adherida al extremo de la vara,
garabateaba una escritura indescifrable sobre el piso desparejo, amontonando en su
vientre hinchado, la redonda madeja.
Cuando se abri la puerta, los ojos de la anciana se achicaron hasta ser apenas dos
hendijas por donde la luz entraba, para salir luego transformada en un resplandor
brillante, coronando con destellos dorados su cabeza.
Se miraron largamente, hasta que Emiliano decidi ir a su encuentro y abrazarla.
Pasaron algunos das antes que la chamana le hablara de comenzar con las enseanzas.
Fue una noche despus de comer que le dijo de salir a dar un paseo por las montaas.
Un crepsculo plido agonizaba detrs del acerado filo de los altos picachos, inclinando
hacia el naciente las sombras de los rboles. Poco a poco la tarde se hunda en
solapadas oquedades, presintiendo el fro de la noche cercana. Al este, como contenidos
por un horizonte lquido, los restos del da extendan sobre la distancia sus quillangos*,
armados con retazos de cobre.
Sealando un lugar resguardado del viento andino, Mara Reumay anunciaba el final del
camino.
-Aqu haremos noche -dijo mientras descargaba la pesada mochila. Bajo este rbol
podremos descansar sin que los dueos del monte se molesten con nuestra presencia.
Hay que pedir permiso al dios de los rboles para caminar sus senderos y tomar del
suelo algunas de sus cosas. And buscando un buen sitio para dormir, un lugar que te
sea propicio, as podrs tener buenos sueos -le recomend la chamana, escondiendo
un gesto de malicia.
Al poco rato, Emiliano Villaverde dorma profundamente.
LA PARTIDA
Ramn Martnez suba por el camino que lleva a la casa.
Sentada frente a la ventana, desde donde se poda contemplar los valles que sirven de
cauce al arroyo, la anciana lo divis apenas dobl el recodo que sigue el dibujo de la
orilla y se estrecha contra los palos acostados en hileras de los corrales.
Vio su estampa de hombre fuerte, moldeado a golpes de intemperie en los rigores de esa
tierra cruel y hermosa, que engendra sus criaturas con la salvaje gnesis de su designio
insondable.
Ese nio desvalido, hurfano de toda ternura, desterrado de la vida, que un da lleg a
sus manos, es el hombre que encamina sus pasos hacia lo que intuye, ser su ltimo
encuentro. En su ndole de madre, un desasosiego antiguo le pone cerrazn en la
mirada; algo parecido al desamparo le llena de vientos su corazn paisano, y siente que
una pequea muerte suelta sus culebras de humo en la garganta.
Se abrazaron en silencio. Cuando pudo verle la cara, se dio cuenta que el hombre
lloraba. Apartndose, dijo...
-Abuela Mara, vengo a despedirme. Me voy de puestero a lo de Galarraga... el otro da
hablamos en el boliche de Pardo y nos pusimos de acuerdo. No me quera ir sin
avisarle...
Ella lo miraba sin responder. Pareca sorprendida. Aprovechando una pausa, al fin
habl...
-Ya lo saba... te so y me dabas la espalda la otra noche... Pero ya sos un hombre y es
bueno que elijas tu camino. Igual me pone triste que te vayas, m hijo!
-No me voy para siempre, abuela! Es por un tiempo... aqu ya somos muchos ahora con
Emiliano...
Mara Reumay se acerc, le acarici el rostro curtido y como quin suspira, susurr...
Que Elchn* te proteja!
Y lo vio vadear el arroyo seguido de sus perros y perderse tras los peascos oscuros. El
caballo le peda rienda levantando el testuz girando levemente la cabeza, como
queriendo mirar por ltima vez ese paisaje y despedirse de la querencia donde haba
nacido. El jinete apareca de a trechos, como salido de la piedra y fue empequeeciendo
su figura hasta volverse un punto oscuro que trepaba los faldeos para desaparecer
tragado por el perfil brumoso de las serranas.
Ella se qued mirando la distancia. Poco a poco sus ojos indios se fueron achicando y
buscaron un sitio en sus sienes plateadas. Su nariz aguilea se fue afinando hasta tomar
la forma de un pico poderoso y cubierta de plumas negras, elev su cuerpo
transformado en guila hasta sobrepasar en su vuelo, las doradas crestas de las lengas.
EL REGRESO
Cuando entr en la casa, una oscuridad obstinada porfiaba por cubrir de sombras las
siluetas de las cosas, deslumbradas por esa catarata de luz, que desbordaba el marco de
la puerta. Desde un rincn, los ojos de la anciana parecan brasas suspendidas en el aire
espeso. Slo esos ojos con destellos extraos que lo miraban sin un parpadeo,
delataban la presencia de la machi, amparada en un halo saturado de tinieblas.
Permaneci callado contemplando como hipnotizado esos diminutos fuegos, hasta que
la voz de la curandera lo sac de trance.
-Te estaba esperando -dijo mientras recuperaba su forma humana a medida que la
claridad tocaba su cuerpo esmirriado. Pareca otra. La encontr distinta, como aquellos
seres que vemos despus de una larga ausencia. Ella pudo leerle el pensamiento.
EL PUESTO DE MARQUEZ
As le llamaban al sitio donde fue a parar Ramn Martnez con sus perros. Era la ltima
"poblacin" hacia el poniente que tena "La Comarca," esas leguas de campos
quebrados que hered el vasco Javier Galarraga, de su padre, el finado don Francisco,
poblador de aquellos parajes desde principio de siglo. El puesto de Marquez estaba
habitado slo para las veranadas,* cuando con la primavera, la hacienda trepaba hasta
los primeros contrafuertes cordilleranos, en busca de valles con pastos nuevos,
abandonando los abrigados caadones del invierno, exhaustos de tanta pezua y
pastoreo.
Zona de interminables llanuras, encontraba repentino lmite en escabrosos territorios
sembrados de rocas volcnicas, con lengas tortuosas que mantenan en su memoria de
rbol, el violento tatuaje de pretritos sismos. Altos murallones sostenan un cielo
plido, garabateado por el vuelo altsimo de los cndores, marcando con su carbonilla el
mapa indeleble de sinuosos desfiladeros.
Dicen que el puesto tiene ese nombre por un chileno que muri de fro mientras
campeaba* unos animales por esas laderas traicioneras. Cuentan que una nevazn lo
sorprendi mientras lidiaba por hacer bajar un pio* extraviado. Ya resignado a su
suerte, busc abrigo en una cueva, guarida de pumas y gatos salvajes, hasta que se
durmi vencido por el cansancio y la muerte lo toc con su mano de escarcha. Salieron
a buscarlo y alguien dijo que el puestero pensaba cruzar la cordillera, tal vez llamado por
un amor lejano.
-Lo hubiera dicho antes! caraje uno de la partida- y regresaron...
Lo encontraron despus de medio ao, comido por las alimaas. Las aves de rapia
despielaron esos huesos llenos de olvido, hasta blanquear con una sonrisa macabra, la
oscura boca de la caverna.
Pero aquello haba ocurrido haca ms de treinta aos, demasiado tiempo para Ramn
Martnez, el joven puestero que ahora se ocupaba de cuidar esa parte del campo de
Javier Galarraga. Estaba contento con su trabajo, a pesar de esa soledad obstinada, que
de tarde en tarde, le soplaba su mnimo viento, avivando las brasas de la melancola.
Sala a recorrer su territorio, apenas el crepsculo abra su enorme prpado rojo, para
regresar a media tarde, al paso del caballo, como arrastrando sombras que bajo del
estribo pisoteaban los perros. Desensillaba.
Unos mates, mientras en la cocina la carne asada soltaba su aroma campesino. Darle de
comer a los cansados ovejeros y, a dormir temprano, que maana se repetir la historia,
en una rutina interminable.
Pero no pudo dormir. A pesar de la fatiga, una preocupacin se interpona entre su
mente y el sueo. Haba encontrado una oveja muerta y ya era la tercera en una semana!
-Debe ser el zorro se dijo a si mismo intentando tranquilizarse- Maana voy a poner
unas trampas... cuando el "colorao" le ensea a matar a sus cachorros, sabe dejar el
tendal, el maldito!... no creo que sea el puma... he visto rastros, pero arriba, cerca de las
cuevas... por ah le hago una llegada para ver qu encuentro en esas madrigueras. Es
difcil verlo... como buen gato duerme casi todo el da... sale recin a la tardecita... de
noche caza y toma agua en el arroyo... s ver las marcas que dejan sus patas en la
arena... Ese tambin sabe hacer mucho dao cuando tiene cra!... pero debe ser el zorro
quiso convencerse cerrando los ojos en un desesperado esfuerzo por llamar al sueo
esquivo.
Y se durmi de madrugada, arropado con los cueros de ovejas que le sirven de cobijas...
Pasaron los das sin que ningn acontecimiento modificara su tranquila existencia,
entretenido en repuntar la hacienda, arreglar algn alambrado, buscar lea para el
puesto, o recorrer las trampas.
Slo a veces, el recuerdo de un nombre querido le clavaba sus espuelas invisibles en el
bajo vientre y todo su cuerpo se caldeaba como atrapado por las lenguas de fuego de
esos incendios, que devoran lejanas poblaciones de nubes tras el horizonte. Entonces la
soledad haca sonar su moscardn de viento desmemoriado, hasta ser una dolorosa
espina de sal en los odos.
EL ESPIRITU GUARDIAN
Emiliano Villaverde volva con dos truchas que haba pescado en el remanso que forma
el Arroyo del Coipo cuando tuerce su rumbo, estirando su ribera sur hasta dejar una
estrecha lonja de tierra entre sus aguas rumorosas y los corrales. Lo haba intentado una
y otra vez sin resultado, hasta que Ramn le revel el secreto.
Tens que hacer un seuelo como los bichos que comen las truchas-le haba dicho.
Esas moscas o avispas que cazan al vuelo cuando saltan del agua... como sas...
En la cocina, Mara Reumay fumaba su pipa. Ensimismada en lejanos recuerdos, algo
ms que el humo envolva su rostro de cera, cercado por una aureola celeste que pareca
salir de su propia cabeza. Sin moverse, como si la voz no saliera de su boca, Emiliano le
oy decir...
-Anoche so con tu espritu guardin... lo he visto!
-Con qu ha soado? pregunt fingiendo no comprender, mientras depositaba las
truchas sobre la mesa.
La machi no respondi enseguida. Le dio largas pitadas a su pipa de arcilla, antes de
continuar...
-He visto al len* "cebarse"* con las ovejas... anoche anduvo carneando! Hasta ahora
mataba por hambre... para comer... pero anoche degoll a tres animales por gusto... por
hacer dao noms! Esa era la seal que esperaba...
-Qu seal, doa Mara?
-Hace tiempo, antes que aparecieras, el guila me "hizo ver" a tu espritu guardin. Me
habl de tu llegada y cul sera la seal cuando fuera tiempo para que encontraras a tu
protector. V la cueva donde la puma pari sus cachorros; dos eran hembritas y un
machito que iba a crecer hasta alcanzar el peso del que sera su cazador. Dijo tambin
que comera carne de animales extraos y lo mataran una noche sin luna.
-Quin lo matar?- quiso saber.
-Vos, Emiliano, quin ms! respondi con firmeza.
El soplo helado de un escalofro le recorri la espalda. Un temblor creciente se apoder
de su cuerpo, como si dos manos descomunales lo sacudieran aferrndolo de los
hombros, hasta ponerlo al filo de la inconciencia. Aunque quiso gritar su miedo, ni una
sola palabra pudo dejar de su boca de estatua. Intent caminar hacia ella pero sus
msculos parecan no reconocer el mensaje de su cerebro turbado.
Sinti la mano huesuda de la anciana posarse en su brazo. El se dej llevar entregado al
poder de esa tiniebla que lo inmovilizaba, maniatado por los hilos de saliva de esa araa
tenebrosa. Como desde un recuerdo, la machi le hablaba...
-Nadie podr ayudarte... tendrs que hacerlo solo... a cuchillo! Ser una noche sin luna...
tendrs que aprender a mirar con los ojos del puma si quers salir vivo de ese encuentro
EMILIANO Y RAMON
Una llovizna pertinaz mimetizaba en su urdimbre lquida, los definidos relieves del
paisaje cordillerano. Ese estambre de lluvia menuda, pareca caer de un cielo pequeo,
que apenas alcanzaba la estatura de los rboles. Acotada hasta un tiro de piedra, la
claridad dejaba ver la difusa silueta de los corrales cercanos. Haba llovido toda la noche
y esa cerrazn saturada de grises, presagiaba el reinado del agua, ms all de los lmites
del da. Detrs de esa ptina cenicienta, el verano maduraba en silencio su vino fragante.
La vio aparecer de la lluvia y trepar el ltimo tramo de la pendiente, flotando en una
resolana que por momentos deformaba su rostro enjuto, con hechura de alfarera.
Destilando desde sus trapos oscuros restos de lluvia, dijo...
-Traigo buenas noticias, Emiliano! En sueos, el guila me pidi que fuera hoy al pie del
rbol sagrado. De ah vengo. No poda verla, pero escuchaba su voz claramente.
-Qu fue lo que dijo? pregunt sin poder disimular cierta inquietud-
-Habl sobre tu espritu guardin... dijo que tens que marchar lo ms pronto posible a
su encuentro... que l te est esperando... que no debs demorar, muchacho!
-Qu ms dijo, abuela?
-Muchas cosas... pero no pregunts ms porque no puedo decir ms de lo que ya te
dije... preparate para cuando deje de llover... entonces te dir qu rumbo tomar... and
eligiendo caballo, recao y los vicios* para un viaje largo, Emiliano!
Para cuando quiso intentar un reclamo, la anciana lo haba dejado solo en la cocina. Se
arrim a la ventana y entre las lgrimas que derramaba el cristal, pudo ver cmo la
llovizna segua agujereando el aire puro de las montaas con las espinas del agua. Sin
pensarlo, murmur entre dientes...
-Ojal no pare nunca de garuar!
Y comprendi que tiritaba en aquel templado atardecer de febrero.
Como haba pasado un tiempo atrs con Ramn, lo vio vadear el Arroyo del Coipo y
perderse tragados -jinete y caballo- por las fauces descomunales del peascal andino. Y
como en aquella ocasin, a la machi se le escap el mismo ruego...
-Qu Elchn te proteja!
Con el rumbo que le haba fijado su maestra, Emiliano Villaverde cruz esos cordones
que atravesaban sus espinazos recios a su paso, estirando hacia el naciente filosas
crestas de saurios. Imaginaba esa planicie desplegada hasta el lmite azul del ro
pedregoso, alfombrando el lomo achatado de la meseta con su pastura rubia. Pero
primero haba que sortear con nimo sereno, las trampas que le tenda el sinuoso
camino.
Recin para el medioda dej atrs las estribaciones y comenz un trote liviano por la
vasta llanura, guarnecida aqu y all por fortalezas de roca volcnica, que contrastaban
su negra mole, contra el dorado fondo del coironal dormido. El aire traa lejanos rumores
LA ULTIMA BATALLA
Despus de la partida de Emiliano, Mara Reumay haba envejecido. Pareca achicarse
devorada por las llamas de su propia hoguera, transmutando su forma humana en esa
apariencia de gallinazo carroero, que encorvado, caminaba sin regreso hacia una
extraa metempsicosis*. Se haba soado desandando sus rastros terrenales, regresada
a cada uno de los sitios donde el legado de los antiguos la llevara para ser la mensajera
de los padres azules.
Hoy ha visitado por ltima vez la tumba de Nicols Millaqueo. Y a medida que escuchaba
de la boca del muerto repetidas historias, las flacas piernas se contraan hasta tomar las
formas de las garras costrosas de un guila. Lentamente, como una sombra lquida, el
plumaje oscuro la cubri entera, dejando slo espacio para las pupilas vivaces y el pico
recio. Permaneci inmvil algn tiempo, hasta que batiendo las alas, vol libre por el
cielo cordillerano.
Desde lo alto, la vieja casa, esqueleto de barco hundido, pareca zarpar de su larga
penitencia rumbo a su naufragio definitivo. Entre la bruma que soltaba la cascada
despus de moler contra las piedras sus cristales de hielo, el Arroyo del Coipo se
llevaba aguas abajo los ltimos fantasmas de Piedras Blancas.
Ahora el ave navega las corrientes heladas de las alturas, sostenida a la luminosa
bveda por invisibles ataduras. Surcar la inmensidad en un planeo sin esfuerzo hasta
depositar su flechazo de viento y plumas en las nudosas ramas del rbol sagrado. All
esperar a su espritu guardin para ir juntos en busca de la piedra aguilera donde
armarn su nido.
Pero antes de aparearse, la vieja paisana marchar en soledad hasta el sitio sagrado y
esperar que la muerte le toque el hombro con su mano huesuda. Ver llegar a su
compaero y sentir su pico despielarla, comenzando por los ojos, para que la luz
traspase su crneo y salga por el anillo de plata de la coronilla, apagando todo resto de
vida pasada en esa osamenta sin memoria; seguir por su boca, para que slo pueda
pronunciar palabras de sabidura y terminar por los odos, para que slo pueda
escuchar la voz de los chamanes muertos. An sin su carne, sabr cundo el espritu
guardin comenzar con la tarea de llevar uno a uno sus huesos hasta el rbol sagrado.
Ese ser su final. Tal vez, con la llegada de los nuevos tiempos, Mara Reumay,
convertida en guila, regrese a esos desconocidos parajes para ser el espritu guardin
de los chamanes venideros.
Pero ahora debe volver a cada lugar visitado en vida a "borrar" sus rastros. A despedirse
de los seres que ha conocido y viajar a los sueos de su discpulo, el chamn blanco.
Guiada por el misterioso instinto que orienta a las aves, salvar en un solo vuelo las tres
jornadas de marcha que separan a Pampa del Pedrero de Piedras Blancas, para barrer
"con un viento de alas" el rastro maligno de "la piedra que camina" y liberar de su
atadura al enterrado sueo de Nicols Millaqueo.
EL AMULETO
Emiliano Villaverde despert sobresaltado. Algo, venido de la oscuridad impenetrable
pugnaba por entrar, asomado a ese cuadrado ojo de buey desde donde se poda
imaginar el oleaje siniestro de la noche. Era un aleteo, un rayo lejano que pestaaba su
dorada vislumbre, calcando en el vidrio la figura de un guila en vuelo.
Sentado en el jergn* de cueros, miraba al ave picotear y araar la ventana, impasible
ante esa barrera infranqueable. Cuando la quietud se adue nuevamente del puesto, se
incorpor sin hacer ruido, para no despertar a Ramn que a una brazada,* dorma el
hondo sueo del pen de campo. Se visti y a tientas busc el verijero* que siempre
dorma escondido entre los pliegues de la manta que le serva de almohada. Cuando
abri la puerta, un aire oscuro le llen los ojos de sombras. Poco a poco, como si
mnimas lucirnagas untaran luz en el contorno de las cosas, pudo "ver"por donde
caminaba. Los caballos dormitaban dando grupas al rumbo desde donde el viento de la
cordillera, acama al coironal andino, justo en el lmite donde termina el largo travesao
del palenque y comienzan los corrales. Un resplandor cobrizo , una resolana luminosa
envolva la masa informe de los animales apretujados, en esa resignada actitud, propia
de su mansedumbre. Aislados balidos lanzaron su alerta desde ese confuso conjunto,
apenas percibieron la extraa presencia.
Con todos los msculos tensos, la respiracin agitada por un miedo desconocido,
anhelaba la llegada de algn indicio que confirmara la peligrosa aparicin del puma, en
esa espera ominosa que deseaba con fervor que acabara, al unsono con un recelo
torturante que pretenda extender indefinidamente. En cuclillas, apoyado en los alambres
del corral, esper pacientemente. A veces el viento despreocupado pareca traer en el
rumor nocturno de la montaa, los secretos sonidos de sus ocultos habitantes. Por
largos momentos, una calma dolorosa, aquietaba los latidos de la vida, como si todo
fuera parte de ese silencio rotundo. Desparramados en el pequeo guardapatio, los
perros dorman echados al reparo de las paredes del rancho. Nada pareca perturbar el
liviano sueo de los ovejeros. Era como si los pasos del chamn blanco no alcanzaran a
tocar el suelo, en esa sigilosa marcha del cazador yendo al definitivo encuentro con el
puma.
Angel Uranga es uno de los talentos que merecen brillar ms all de la solitaria llama de
la estepa y el viento de la ancestral Patagonia. En esta ficcin, se confunde el pasado de
las exploraciones hispanas de las tierras del sur y un hecho del mundo presente. Fusin
de planos temporales donde destella parte del sentido del encuentro la vida y la muerte y
el hombre y la tierra. En Temakel tambin pueden encontrarse con otra exhalacin
narrativa de este autor patagnico: Hilario. Una epopeya
(*) Angel URANGA, entre otros trabajos inditos an, ha publicado los siguientes textos
dentro del gnero ensayo: "Cinco siglos de Derechos Humanos y Leyendas Negras"
(1992); "Fragmentos de un texto inconcluso" Poemas de Omar Terraza (1997); "Desde la
diferencia"(1997); "Vencedores y Vencidos" Cronologa del movimiento huelgustico de
Santa Cruz de 1920-1921 (1998); "Ampliando nuestra memoria" Breve ensayo en el
cincuentenario de la publicacin de "El Complejo Tehuelche" de Federico Escalada
(1999); "Memorial de la Tribu" Resea histrica de Comodoro Rivadavia y cronologa
(2001); "El Eco de la Letra" Una genealoga patagnica (2001)
Cuando lo despert el sol en los ojos, pudo notar que estaba sobre una huella apenas
marcad. Desconoci el camino por el que haba andado la tarde anterior. Se levanta
dolorido para proseguir el rumbo que la luz de la maana le marca.
Debe seguir por estos parajes del viento y de la piedra, anhelando llegar a algn
caadn donde pueda encontrar agua. Debe recorrer, ahora casi con desesperacin el
seco y mudo entorno, donde cada tanto, en el aire transparente de la maana, el silvo de
un pjaro, en una armnica combinacin de notas breves y largas, suena como un
llamado burln.
Ha caminado en la noche y agotado se durmi al amparo de las matas, En algn
momento cruz sin darse cuenta la anhelada ruta tres. Ahora s est seguro de estar
perdido, de otra manera hacia dnde puede llevar esta huella cubierta de pastos? a un
puesto de veranada? a algn lugar donde se junta lea? cavila- Y si son campos de
veranada son campos de la costa: entonces -razona- el mar no puede estar tan lejos.
Mientras sigue por la huella apenas dibujada medita y duda:
y si me desvi durante la noche y no voy directamente hacia la costa? Pero no, la
direccin es sta, hacia el este.
Duda el nufrago en un ocano de tierra seca que ms extrava a quien ya est
extraviado.
Arriba, el sol marca al mnimo su sombra.
He caminado toda la noche y todo este medio da y la picada no aparece. habr andado
como sonmbulo? Pero cundo entonces cruc la ruta?, porque seguro que la cruc...
tampoco veo los postes telegrficos que la bordean, ni un alambrado...
Era caminar por un lugar perdido como l- en la mudez del paisaje, cerrado, oscuro a
todo signo reconocible. Un naufragar en medio del calor, el cansancio, la soledad que lo
aplasta, hacindole arrastrar los pies ahora ampollados, que dejan sobre el polvo
milenario sus propias huellas sin aire.
Mira la brevedad de su sombra. Han de ser las doce, hora del almuerzo, del pan crocante,
la mesa, los platos, el sonar cantarino de los cubiertos. Msica de la casa. Las doce. En
la vidriera de la relojera observa admirado el reloj pulsera suizo con los nmeros y las
agujas doradas desatndose ntidas sobre el fondo negro. Le parece un poco caro, pero
vindolo bien, vale la pena.
En la indigencia total por la que transcurre, el reloj representbasele rodeado de un
especial encantamiento, de perfumes nocturnos y noches alegres.
Al pasar me miro de reojo en el espejo del club social que refleja cmo luce la peinada
brillante y engominada, en la mueca asoma el reloj de manecillas y nmeros romanos
dorados sobre un fondo negro noche perfumada de agua colonia. Ese que pasa en el
espejo fuma rubios con la boquilla roja que compr no se acuerda dnde, tal vez en el
almacn de ramos generales de la calle pellegrini; el traje azul oscuro cruzado, los
zapatos tan impecablemente lustrosos que parecen de charol y la camisa de cuello
almidonado me dan una pinta bacana; le hago una sea sutil con la cabeza a la de pelo
castao y vestido azul floreado y ... salimos a bailar la msica que suena irresistible,
invitando a, invitando...a...
Vuelven repartidos en pequeos grupos.
De inco en inco y de seys en seys de vuelta hacia las naos.
Andariegos adustos y complotados, traen a sus jefes como prisioneros o rehenes.
Regresa en grupos confusos, cuidndose y sospechndose el uno del otro, porque con
la rebelin ha cundido tambin la desconfianza mutua.
Rodrigo de Isla, que de jefe de la avanzada expedicionaria pasa a ser el primer y
principal rehn de los alzados, le recita la compartida suerte a Juan de Mori:
HILARIO
Una epopeya
La historia puede renacer y ser nuevo frescor de vida. As, renace el indio guaran
Hilario Tapary en este relato de Angel Uranga.
Hilario Tapary fue preservado del cido del olvido a travs de la mencin de su nombre
por Pedro De Angelis en su Coleccin de Obras y Documentos relativos a la Historia
antigua y moderna de las Provincias del Ro de la Plata. 1836/37.
Se teje all una historia segn la cual, en 1753, Domingo Basavilbaso, dueo de
saladeros, enva a San Julin una tartana con el propsito de extraer sal y eregir una
factora. Tres personajes palpitarn en torno a la creacin de aquel establecimiento
circundado por la soledad y los labios de la tierra patagnica: un gallego de nombre
Santiago, un "natural de las Indias Occidentales" y un indio guaran, Hilario Tapary.
De esta manera aflora en lejanas agua del recuerdo Hilario Tapary. Ese Hilario que,
gracias al hechizo de escritor de Uranga, se acerca renacido, de nuevo jadeante, en las
playas de nuestro tiempo. Retorno, entre barcos de palabras e imgenes de narrador de
ese Hilario, de, segn el decir de Uranga: "esa figura patagnica que escupe las
pequeas semillas que le dejan la boca hambrienta teida de un violeta rojizo".
EI
(*) Angel URANGA, entre otros trabajos inditos an, ha publicado los siguientes textos
dentro del gnero ensayo: "Cinco siglos de Derechos Humanos y Leyendas Negras"
(1992); "Fragmentos de un texto inconcluso" Poemas de Omar Terraza (1997); "Desde la
diferencia"(1997); "Vencedores y Vencidos" Cronologa del movimiento huelgustico de
Santa Cruz de 1920-1921 (1998); "Ampliando nuestra memoria" Breve ensayo en el
cincuentenario de la publicacin de "El Complejo Tehuelche" de Federico Escalada
(1999); "Memorial de la Tribu" Resea histrica de Comodoro Rivadavia y cronologa
(2001); "El Eco de la Letra" Una genealoga patagnica (2001)
En Temakel tambin hemos editado la obra de Angel Uranga: Sombras nomadas en la
meseta
2
-Cont paraguayo, contanos cmo saliste del desierto.
Pero los recuerdos no necesitan ser convocados, vienen solos al llamado, son fieles y
seguidores, como Chamigo, los recuerdos.
-Llegamos! -exclama Hilario al divisar de pronto desde una colina la lnea sinuosa y
brillante del ro todava lejano.
Hace un par de das, hace unas cuatro o cinco leguas que viene cargando con tozudez el
cuerpo sutil del Chino, pese a los rezongos de ste:
-Deje paraguaio, deje Chino morir en paz.. Pero Hilario no podra, no sabra dejar a ese
hombre sediento y moribundo en medio del desierto.
-El ro Chino, cmo es su nombre?.Fue a nombrarlo de acuerdo a lo que haba odo
cuando pasaban frente a la desembocadura rumbo al sur a bordo de la tartana San
Antonio.
-Cmo lo nombraban en el barco?; el desalado? -la palabra son rebelde al odo.
-No era el desalado. -Y mientras apoya en las rocas el cuerpo exhausto, delirante de sed
del compaero, va armando como un rompecabezas las slabas sonndoles iguales:
-De-sa-la-do, de-se-a-do; -el asombro y descubrimiento:
el ro Deseado! -exclama, mas bien grita mirando la lnea de plata que zigzaguea entre la
estepa abrindose arborescente hacia el mar.
El Deseado. Y el nombre nunca fue ms justo para esos cuerpos cansados, esas bocas
sedientas, esas visiones sin referencias, esas mentes perdidas.
-Llegamos Chino -repite cansado y eufrico el hombre guaran-, tenemos agua y comida
seguro. Como si la visin del curso de agua fuese de por si el fin del viaje, un signo
natural de civilizacin, un anticipo de calor de semejantes, de gente, de casas, de gestos
conocidos.
Pero el Chino ya no sabe responder; su cuerpo y su mente se han negado a continuar.
Hilario lo observa y entonces comprende todo, y como para ahuyentar lo que sabe, trata
de animarlo:
- No me afloje Chino que estamos cerca -y mirando la serpiente de agua an lejana:
Aguante un poco ms, lo dejo aqu y voy a traerle agua. Espreme si? Qu tardar
para hacer trata de persuadir mientras calcula la distancia- unas dos leguas? Aguante
Chino que ya vengo con agita si?, aguante chamigo.
Hilario se aleja veloz, la sed y la muerte lo apuran.
Al regresar reprochar al desolado silencio:
-Pero Chino, no me afloje ahora.
Sin embargo, ese hombre sobre las piedras es ya un sueo que se aleja, tal vez con el
corazn alegre, sabiendo en ese definitivo instante, que su compaero le traera el agua
anhelada.
3
Hilario mira atribulado la lnea malva de los cerros y el lejano horizonte del mar de un
azul fatal. Mira esos ojos oblicuos ya sin luz, mira al compaero que se durmi para
siempre. Hilario mira y respira la muerte. "No se vaya chino, no se vaya", se escucha a si
mismo decir junto al silbo patagn entre el ramaje espinoso. Un nudo amargo le sube del
abandono a la garganta. Sentado en las rocas deja que un tiempo interminable lo
anonade y la soledad encorve su voluntad.
Antes del atardecer toca con el reverso de la mano el cuello fro del muerto: Te fuiste
noms Chino, -le brota resignado. Y otra vez ingresa en el silencio
Pasar largo rato extasiado y aptico contemplando el espectculo de luces australes,
de graduales modulaciones, de colores sonando a bronces rojos y naranjas; golpes
4
en soledad.
solo y en adnica soledad,
sin nadie, slo sin alguien. hurfano de todo mundo.
en el silencio, en el inmenso silencio arcaico virgen de hombres.
pero en el silencio de los vuelos y sus sombras, en la soledad del lagarto de dibujos
caprichosos y del peludo cuis, seres de la tierra profunda. en el silencioso rumor del
agua orillando la laguna; en la soledad marina de la playa habitada por innumerables
seres giles, voltiles, soberanos de la luz; en el gallardo desierto de pastos atardecidos
o en el silencio nocturno de las piedras, de los ojos de lechuza; en el silencio orquestal
de la maana cristalina y en el sonido del viento que agita las plumas del cauqun, del
tero, la gaviota, soplo que juega con los pelos rojizos de la mara, del zorrino
blanquinegro.
camin en el silencio abierto y resplandeciente de ocultas flores amarillas.
Y ah va, a la intemperie, protegido por sus breves recuerdos de hombre joven,
desterrado y enterrado en la profundidad del espacio inexorable.
Es alguien, un ser elemental, descarnado; una voluntad tenaz, inquebrantable, una
decisin obstinada y trashumante en la inagotable inmensidad austral. No ms que eso,
un hombre, es decir, un punto, una minscula figura del paisaje, un imperceptible
movimiento listo a ser confundido con algn animal en la montona escenografa
patagona.
Anduvo sin tiempo sin un antes y un despus, sin maana, sin ayer. No contabiliza los
das y no porque no supiera sino porque no importa, porque este da no es ms que la
continuacin del anterior, sabiendo adems que el de maana ser como el de hoy: un
eterno cambio de lo igual. Cada despertar ser la primer maana de su vida,
inaugurando el mundo con sus pupilas vrgenes de nuevos horizontes. Nmade de los
tiempos, l es el viaje y es el camino, el movimiento en la quietud, aquello que fluye sin
causa, inasible, el que cruza sobre un fondo permanente, la inslita novedad en el
arcano mutismo de las cosas.
En la geografa inalterable y quieta, su cuerpo andante es la inslita novedad del tiempo
humano confundindose con los lugares, un ser que se expande y se contrae, se
oscurece de cansancio con las sombras y se activa nuevamente cuando llega, del este,
la luz, su vida, su oriente.
Camin por sinlugares donde cualquier pensamiento se ahogara apabullado por el
silencio inmemorial del peso de las edades. Traspuso horizontes sin saber que los
cruzaba. Camin por extensiones que se dilatan como una huidiza meloda pnica; por
cerros repitindose intermitentes, mesetas y bajos iguales a otras mesetas y a otros
bajos, paisajes recreando variaciones sobre si mismos.
Ms all del horizonte, otros horizontes.
6
Su fsico, y tambin su mente se acostumbraron al ritmo, y recin entonces fue dueo
del espacio de su cuerpo y ste una emanacin de la tierra que camina. Eran sus piernas
nervudas las que saban, ellas tenan memoria de un territorio nunca recorrido. Era la
disposicin especial del cuerpo que lo llevaba con una leve inclinacin no hacia el suelo,
sino hacia delante, como buscando los horizontes que se suceden.
El no sabe, slo su cuerpo sabe; esa mquina orgnica que aprende ms rpido que la
mente, asimilndose a una geografa nada piadosa, ms bien cruel.
El no tiene conciencia, no mide la vastedad del esfuerzo. El es sus piernas y es sus ojos.
Todas sus fibras acostumbrronse al terreno sorpresivo y abrupto, al nuevo ritmo que
agudiza los reflejos siempre alertas a cualquier movimiento del campo camuflado de
peligros.
Cada da aprender a trotar con menor desgaste de energa. Sabr vagar sin tropiezos,
eludir obstculos imprevistos, como salir airoso de alguna cueva de tucu tuco; aprende
a respirar de otra manera, sin abrir la boca que daa la garganta y los pulmones. Sus
sentidos elaboran una sutil percepcin primigenia para captar el alimento, el agua, la
cada; como esa tuna que aparentan no ver sus ojos pero que las piernas esquivan, y
luego vuelve para arrancarla con el cuchillo, pelarla y comrsela con cuidado.
Y as trot, para olvidarse y sobrevivir. Anduvo,con la sangre viajndole urgente.
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Sabiendo que su direccin es siempre el norte, teniendo a su derecha el mar,
comprendi que no deba desesperar, que tena todo el tiempo del mundo para l. Supo,
sin saber, se lo dijo el instinto, que si no se detena, si no se tomaba su tiempo no
llegara a ninguna parte. Tiempo para descansar, tiempo para caminar, tiempo para
comer y cazar, tiempo para cada cosa: dnde escuch eso?.
Tambin aprendi que demorarse era avanzar, y que no siempre el que va ms rpido
llega antes. Llegar llegara, un da ms un da menos llegara, pero si no apaciguaba las
ansias, si no tranquilizaba su andar nunca llegara.
Entonces dej de sentir el apuro por rebasar horizontes. Y como siguiendo un oscuro
mensaje, adopt el ritmo oculto de las cosas, sabiendo que igual superara los ms
lejanos confines pero sin el anhelo angustioso de rebasarlos. As le fue creciendo la
paciencia del cazador primitivo, capaz de esperar horas y perseguir por das al animal
buscado y darle alcance, compartiendo luego con el perro amigo: picanas, carac, alitas,
costillares.
Ahora lo vemos cruzando una pampa al trote, trepa cerros sin esfuerzo afirmndose en
los dedos de los pies; asciende por la ladera, avanza sobre la meseta, cruza el otoo al
trote, llega al fondo de un caadn, se mueve sobre la piel del silencio.
Se detiene. Slo escucha su respiracin y el acelerado jadeo del perro, ronco,
cavernoso. Nada ms se escucha, ni siquiera el canto delgado y solitario del chorlito
sobre la rama, nada. Cubierto por el silencio contina atento y cansado, cruza el
caadn siempre trotando, salta una zanja seca y se aleja, se aleja.
Desaparece.
Anda andariego, y andando, a cada paso se distancia y en cada paso se acerca a la
memoria y lo alejar del olvido.
La figura, desdibujada y perdida vuelve a emerger ntida y constante. Hilario va, sin
ideas, sin hogar, sin mujer, sin ms pas que el pas que pisa. Slo tiene ciertas
imgenes que cada tanto vuelven, recurrentes, ciertos sueos y pesadillas. Vuelven los
recuerdos verdes de su tiempo verde, de ros soleados y pjaros multicolores mientras
sigue indetenible por la pampa parda.
Lo vemos desplazarse por un faldeo, pero ahora desaparece tras esos matorrales gris
verdosos o en aquella hondonada semioculta. Pasa cerca de un calafate que se demor
en sus frutos y que recoge como una ofrenda del paisaje. Hilario, esa figura patagnica
que escupe las pequeas semillas que le dejan la boca hambrienta teida de un violeta
rojizo. Un fantasma escurridizo, una nube terrestre, un breve viento corporal el que
rodea un monte de molle, el que ocupa el vaco silencioso de presencia humana.
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No est perdido, pero es un nufrago de silencios, de fro, de distancias. El sabe que
todo lo que debe hacer es persistir en el ritmo conquistado.
-Trotando livianito llegar, si, llegar, s que llegaremos Chamigo, slo hay que aguantar,
aguantar como los patagones.
9
Vag por das, empujado o detenido por el fantasma de la vastedad. Anduvo a su
merced, en medio de densas polvaredas que recorran todo el da, de la maana a la
tarde prpura, calmando slo con la noche para continuar otra vez al otro da, insistente,
incansable, abrumador en su danza de abismos.
As cruz el pas del viento, como una rfaga ms en el territorio intemporal de su
aventura
En una pequea pampa pedregosa y pelada (visitada y trabajada por el aire fro y seco,
por el sol, la nieve y los siglos, los veranos, el viento, por las lluvias y las noches
heladas, por el granizo, el trnsito de las fieras, las estaciones), dieron caza (hombre y
perro) al chulengo perseguido desde la tarde anterior, la pasada noche y todo el da
completo hasta esta tarde. Ah mismo lo carne, despus de degollarlo y beberles (perro
y hombre) la sangre. El hombre se puso la res al hombro y as camin buscando en una
hondonada cercana un lugar protegido para disfrutar (cazadores hambrientos, cansados
y flacos) una carne fresca y tierna y un cuerito de lana rubio canela y blanca para
abrigar.
Al calor de fuego y con la modorra que deja el alimento, asoma el deseo. Como una brisa
lo invade la imagen turbadora de la mujer, la renegrida selva de su cabellera enmaraada
sobre los pechos donde canta el placer, la confusin carnal, las urgencias y el
sorprendido estallido del fundirse en ella.
Memor mulatas y negras de amores frenticos, de cuerpos cimbriantes sobre el pasto
fresco, en un paraso de juegos sensuales bajo el sol, cuerpos oscuros, exigentes,
fulgurantes de sudor y saliva. Slo me falta ella. Dice, y se ensuea.
-Hemos andado tanto que se acab el mundo.
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hondonadas y veloces distancias; y tambin, curiosos charitos grisceos, los cuellos
alargados de sorpresa; y avestruces patudos, confundido su plumaje plomizo entre el
gris parduzco de las mesetas; lo sigui la vista macroscpica del cndor, cuando an
planeaba de la cordillera al mar; los vieron tantos y tantos atemporales seres
atravesando migrante, inocente como ellos, el otoo austral.
Quin pudo haber visto a Hilario?; quines sino el pululante mundo de seres vivos
poblando la virginal estepa patagnica.
-Chamigo! -llama el andante, sin saber que el perro ha olido al piche, por eso escarba
intensamente y al or el grito levanta la cabeza, el hocico lleno de tierra, las orejas tiesas,
atentas, y vuelve otra vez a mirar y escuchar con detenida y nerviosa atencin la cueva.
El hombre vuelve a silvar llamndolo, y el animal, inquieto, levanta la cabeza para
mirarlo, pero ahora la indecisin se apodera de l, no sabra si seguir la caza o volver al
hombre; entonces lanza un par de ladridos rpidos, cortados, nerviosos hacia el bpedo
y hacia la cueva, pero fiel y obediente retorna al trote donde se encuentra Hilario.
En sus das habrn noches en las que, cubierto por los cueros, y Chamigo a sus pies
(seres pedestres abrigndose mutuamente) sabr espiar cmo brota desde los confines
del mar, el astro de la noche, descubriendo con su luz plata la negra lnea horizontal que
separa el cielo del mar y proyectando sobre la superficie tenebrosa un sendero dorado
que llega en oleadas centellantes hasta la costa. Luego, ya elevada, la esfera naranja y
oro reverbera lentejuelas marinas, y momentos despus, definitivamente alta, la
plenilnica claridad ilumina la noche oscura, indescifrable y helada.
Hilario observa admirado, sin pensamientos el fantasmal paisaje nocturno. Abrumado y
supersticioso ante Aquello le invade un antiguo temor pnico que le viene de su
orfandad ante la inmensurable presencia del Todo; es entonces cuando un
estremecimiento de fragilidad humana le recorre el cuerpo y se acurruca bajo los cueros
resguardado en el olor clido de su cuerpo, el cuerpo que es todo su hogar. Acurrucado,
ms cerca del fogn, ahora de brasas rosada y grises ya casi apagadas.
Otras noches, no ser la luna sino un vrtigo de negro cielo transparente lo que sus ojos
y corazn admirarn: un jolgorio titilante, una mirada de luces inalcanzables que emiten
desde la nada seales misteriosas, un revuelo de nebulosas, una frondosidad de
estrellas de donde se descuelgan veloces algunas viajeras dejando surcos inefables
sobre el teln de la noche. Absorto en las esplndidas constelaciones que dibujan
figuras mitolgicas, sabr -se lo dirn los tehuelches- que esas formas alargadas all
arriba conocidas como Cruz del Sur, la nombran y eso es lo que parece- Las Patas del
Avestruz; porque son dos, ah estn, yendo al sur: vos Chamigo viste un avestruz con
una sola pata? La pata en el cielo, en el suelo del cielo del avestruz. El cielo de todos.
Y en ese estarse quieto contemplando tanta gloria, sinti que l tambin y con l
Chamigo y con l todo el campo y todo el mundo: el viento, el agua, la noche, movase
siguiendo el oculto ritmo que cada ser comparte y cumple y lleva dentro de s; el inefable
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Son dos das caminando en la nieve y en su cuerpo se ha instalado el fro como una
enfermedad perversa. El cielo lmpido y celeste contrasta con las sombras violceas de
las laderas sur de los cerros de donde proviene un aire lacerante que le talla un rostro de
distancias y de hielo.
Pero el cielo azul de la maana se ir tornando gris metal a media tarde. Y otra vez,
oleadas y oleadas de infinitos copos interrumpidas por remolinos de viento blanco le
cubre la visin, lo desorienta. Un deslumbramiento sutil y callado se desploma glido e
implacable sobre el mundo. Blanco plata en la gris tormenta. Fro blanco en la
desolacin helada.
Con la nieve hasta las rodillas, los pies son plomos dolientes de humedad. Caminar es
hacer crecer el cansancio, sin embargo debe superar la meseta donde transita y llegar a
un bajo protegido de la tormenta pese a que no puede ver ms all de unos pocos
metros, espiando entre las pestaas que se cubren de hielo la blancura enceguecedora.
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La tormenta hace un claro por el que se observa, al fin, la interminable extensin vaca
del mar.
"El mar, donde sale el sol". ya no est perdido, sabe la direccin que debe seguir.
"Hacia el norte, siempre al norte, siempre al norte..."
La sombra cubierta de cueros resulta un punto gris y mvil en el desierto nevado. El sol
asoma entre las nubes rpidas que el viento despeja; y entonces es testigo gratuito de
una apoteosis area sobre el pramo helado. Una luz dorada cubre de esplendor el
paisaje blanco. La sombra azul camina su orfandad sobre ese mundo de oro sin
entender tanta fro fulgor. Pero fue solo un rato, un parntesis brillante, un nico golpe
de luz en que el oro alumbr sobre las cosas y se apag.
La tarde cruz rpida seguida de tinieblas, y en el umbral de un silencio inmenso y
sagrado, el solitario nmada apenas es una sombra difusa bajo el sudario tenebroso y
helado.
Las piernas se resisten a seguir. En una mata alta y frondosa y con las pocas fuerzas
que an le quedan, escarba con el cuchillo buscando la tierra seca para refugiarse
exhausto, definitivo, cayndose en el cansancio.
Un ser de la inmensidad cubrindose y en posicin fetal murmura junto a su perro: "Hay
que seguir Chamigo, descansamos un poco y seguimos... porque si te dorms Chamigo
te mors".
Pero el agudo, el quemante fro le desgarra no ya la carne, tambin la voluntad, y siente
que resbala hacia un sueo dulce que lo guarda que lo cuida y lo apaa, es una nube
blanda y bondadosa, una cancin maternal. Un piadoso sopor lo invade y se adormece.
se est estamos bien Chamigo estoy bien est
ya no hacen falta los mates ni el charqui ni el agua ya no hay que caminar ms
los ojos se apagan bajo la lengua tibia del sueo con la imagen de ella y su mirar de
brasas que llaman lo llaman regresan esos ojos del verde soleado llegan al blanco
austral grue chamigo en la tormenta ahora regresan no me dejen en sanjulin sus ojos
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Pagina en blanco
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-Se durmi don Hilario?-He? -vuelve el viejo abriendo los pequeos ojos en ese rostro
oculto en la semipenumbra que el rescoldo proyecta sobre la breve estancia de adobes
ahumados- no gur, miraba pa dentro noms.-Casi se le cae la pipa, don. La pipa hecha
por las manos callosas del hombre sentado sobre una cabeza de vacuno. El fuego
remolonea su calor en tonos naranjas y en ocultos azules. Sobre las brasas, una negra
pava comienza a cuchichiar su tibieza para los ltimos mates del da.-Recordaba noms.
Dice ese hombre de barba gris que ya no espera nada, dice en un decir pausado como la
tarde tranquila de la pampa.Y qu recordaba don Hilario?-Tiempos menos tranquilos.
Aquel viaje volva cada vez con ms insistencia a su memoria. La vida vivida se
presentaba ms actual y fuerte que este presente tan remoto como insulso. Durante la
travesa haba vivido como en un estado de continua exitacin, en permanente alerta,
predispuesto al peligro, a lo imprevisto. Era, recordaba, como cuando viva arrebatado
por aquellos ojos de la clida muchacha guaran, as de transido, pareca un amor que
regresaba, insistente, provocador. Sobre el camastro suea sin sueo; no es aquel de
los prpados pesados y el agobio del cuerpo que lo desplomaba en la nieve, es un
ensueo que viene como imgenes de su vida, esas que fueron construyendo su nica e
intransferible experiencia, esa vida que aora como si no hubiera sido de l, pero en
cambio su cuerpo memora las vivencias. Igual de desesperado se aferraba al embeleso
de aquellos ojos renegridos, aquella cabellera esponjosa, clida, oscura, cuando verla
era provocar un volcn dentro del pecho, un dolor de pualada amorosa. Es el cuerpo
que se siente viejo y convoca los recuerdos para aplacarse? Le anuncian sus sentidos
una experiencia nueva y definitiva?Vuelven las imgenes en visiones superpuestas: nia
donosa de ojos selvticos, figuras de tehuelches ecuestres recortados en la nieve, la
proa del barco hundindose y saliendo airosa de las olas fras del mar del sur,
instantneas de su fiel Chamigo "mi viejo perro, hace tanto, hace ya tanto...".La vida o
el recuerdo de la vida entrndole por los sentimientos? Ah su vida, su vieja vida!, y este
cuerpo que pesa y cuesta levantarlo.Sale la sombra del rancho, va en busca del oscuro,
viejo y manso como l, atado al palenque. Monta y se aleja sin ruido, sin perros, sin
testigos, como un fantasma, un olvido, iniciando un viaje del que nadie sabr decir nada.
Y l, habiendo navegado el mar tantas veces, habiendo surcado los clidos ros de su
niez, pero que slo una nica vez cruzara aquel inconmensurable pas del sur, slo esa
vez sera suficiente para marcarlo tan hondo durante toda su existencia, hasta esta tarde
encaminada hacia la noche de su da.
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Volver, retornar a esa tierra de un pay tan especial y misterioso. Ahora va, cabalga
hacia la boca de la noche, con la misma decisin con que sali de San Julin y era joven
y llevaba en su mirada una embriaguez de horizontes inalcanzables. Va hacia el oscuro
enigma de aquellos ojos negros que siempre lo acompaaron y ahora lo llaman, lo
llaman "Hilario". Te llaman Hilario. Ya noche, la mujer que se demor charlando con la
vecina entra al rancho a oscuras:-Hilario te preparo unos mates?Separa el cuero de
potrillo que divide la cocina de la pieza y pregunta:-Hilario?
Angel Uranga. C.Riv. marzo/julio/1998.
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Noticias acerca de Hilario Tapary
"Hilario" es ese personaje brotado del trasfondo de la historia patagnica.
N; mejor corrijo: "Hilario" es el personaje que fue creciendo desde los pies de corredor
pedestre, como una suerte de obsesin telrica y deportiva.
LOS YMANAS
Los ymanas fueron un pueblo que habitaron en lo que hoy es la Isla Grande de Tierra
del Fuego en el sur de la Patagonia. Eran canoeros, de hbitos nmadas, pacficos, con
un rico lenguaje. En este momento de textos sobre Patagonia de Temakel intentaremos
acercarles algunos aportes que nos ilustren sobre esta especial comunidad humana hoy
tristemente desaparecida lo mismo que que sus vecinos los onas. Para consumar este
propsito, les presentamos primero un texto introductorio muy completo sobre la vida y
costumbres de los ymanas. Luego un fragmento de la obra sobre los indios fueguinos
del clebre antroplogo austraco Martn Gusinde, quien particip en un hain ona. Aqu,
Gusinde analiza la inquietante mortandad de los ymanas. Y, por ltimo, una entrevista a
la tambin famoso antroploga francesa Anne Chapman, autora de un clsico libro sobre
los onas. En este caso, su vocacin antropolgica se refleja en una labor de
recuperacin del olvidado legado de los ymanas, los primeros marinos de Chile y
Argentina.
EI
Sobre los ymanas en Temakel tambin pueden consultar:
. El informe de Schapenham .El documento ms antiguo sobre los ymanas
EL INFORME DE SCHAPENHAM
EL DOCUMENTO MAS ANTIGUO SOBRE LOS YAMANAS
Por Pablo J. Gallez
1. El informe de Schapenham
Los Ymana (vulgo Yaghanes) vivan en los canales situados entre la isla Grande de
Tierra del Fuego y el Cabo de Hornos. Eran los indgenas ms australes del mundo. La
mayora de los antroplogos que los conocieron antes de su extincin (1), y de los
arquelogos e historiadores que los estudiaron despus, coinciden en afirmar que la
primera descripcin de esta etnia y de sus costumbres, es la de Robert Fitz-Roy, en
1830. Estos cientficos no han tenido conocimiento del informe que presentamos aqu,
debido al vicealmirante holands Geen Huygen Schapenham, y anterior en 206 aos al
relato de Fitz-Roy. El informe Schapenham ha pasado casi desapercibido, quizs porque
no ha sido publicado independientemente, sino como parte del diario de a bordo de la
Amsterdam, nave capitana de la Flota Nasvica, editado en 1626 en Amsterdam. (2) Dos
versiones francesas del siglo XVIII tampoco parecen haber merecido la atencin de los
etnlogos. (3) El nico autor moderno que se acord del informe de Schapenham es
Martn Gusinde. En la introduccin histrica de su obra maestra Die Yamana, copia sin
comentarios (4) la traduccin alemana publicada en el libro atribuido errneamente a
Adolph Decker. (5) En el presente trabajo, nos guiamos por el texto original en holands
arcaico, reeditado por el historiador Voorbeijtel Cannenburg en su excelente estudio
sobre la Flota Nasvica. (6)
2. Descubrimiento de los Ymana Desde la formacin de la Unin de Utrecht en 1579
hasta el Tratado de Mnster en 1648, los Pases Bajos han luchado para liberarse de la
dominacin espaola. Como los gastos de los ejrcitos peninsulares se pagaban con el
oro y la plata del Per, los holandeses decidieron apoderarse de esta colonia, y armaron
con este fin la Flota Nasvica, compuesta de once naves de guerra. Esta Flota sali de
Holanda en 1623 al mando del almirante Jacques L'Hermite, y lleg al Cabo de Hornos en
febrero de 1624. Para protegerse de las tormentas, buscaron refugio en la Baha Nassau,
entonces desconocida. El vicealmirante Schapenham explor la baha con el patache
Windhond y descubri las islas Navarino y Lennox. (7) Entr en contacto con los
Ymana en la costa sur de Navarino. La descripcin de esta tribu y de sus costumbres,
que traducimos a continuacin, es parte del informe de Schapenham al almirante
L'Hermite, segn lo refiere el presunto autor del diario de la expedicin, el cosmgrafo
Jan van Walbeek.
11. Aperos de pesca "... en las cuales guardan sus aperos de pesca: unas lneas con
anzuelos de piedra ingeniosamente tallada, en los cuales cuelgan mejillones; pescan as
tantos peces como quieren." La pesca desde la playa estaba generalmente a cargo de
los hombres armados de arpones, mientras las mujeres pescaban con lneas desde las
canoas. Thomas Bridges describe lneas hechas con nervios de ballena (30) mientras su
hijo Lucas habla de los sedales que las mujeres hacan con sus propios cabellos
trenzados. (31) Los autores ms recientes destacan la pesca con el arpn de punta de
hueso, simple o doble, manejado por los hombres. (32)
12. Armas
"Tienen varios tipos de armas. Unos llevan arcos y flechas con punta de piedra en forma
de arpn, hechas con mucho arte. Otros se arman de largas lanzas cuya punta es un
hueso filoso provisto de dientes para clavarse mejor en las carnes. Utilizan tambin
garrotes y hondas que manejan con mucha eficacia, as como cuchillos de piedra bien
afilados." La lanza y el arpn son elementos comunes a los Ymana y a los Alak'aluf. Se
cree generalmente que el arco y las flechas fueron tomados de los Selk'nam, si bien el
arco ymana era ms pequeo. El informe de Schapenham prueba que este prstamo es
anterior al siglo XVII. Varios autores modernos consideran que la lanza y el arpn se
usaban para matar peces, nutrias y focas, el arco y las hondas para cazar pjaros (33) y
los garrotes para las peleas individuales o intertribales. Segn Weddell, la honda era el
arma, de tiro ms utilizada. (34) Fitz-Roy escribe que "el hombre, donde vaya, lleva
siempre la honda suspendida del cuello o de la cintura". Agrega que un hondanazo tiene
mayor alcance que un tiro de mosquete. En febrero de 1624. los Ymana mataron a 17
holandeses "con palos, hondas y picas", (35) y Allen Gardiner, en 1851, fue amenazado
por Ymana armados de hondas, (36) lo que indica que las hondas y lanzas eran tambin
armas de guerra.
13. Luchas internas
"Llevan permanentemente sus armas consigo, porque, segn entendimos, estn siempre
en guerra con otro clan que vive unas millas al este, en el Paso Goree y cerca de la Isla
Terhalten; stos se pintan de negro, mientras los de las bahas Windhond y Schapenham
se pintan de colorado." En nuestro trabajo El descubrimiento de la Baha Nassau, hemos
demostrado que la Isla Terhalten del informe de Schapenham es la actual Isla Lennox, y
que su Baha Windhond es el actual Seno Grandi. La Baha Schapenham, que ha
conservado su nombre, est situada en la Pennsula Hardy. Los Ymana eran "nmades
del mar", pero cada clan tena un territorio ms o menos reservado, en base a un
derecho reconocido o a meras pretenciones o a relaciones de fuerza, por lo que los
Clanes vecinos estaban perpetuamente en estado de guerra latente. Thomas Bridges
describi las hostilidades del clan Ymana de Puerto Hueso con el de Ushuaia: "Un
grupo se distingua del otro por la peculiar pintura de la cara; (los de Puerto Hueso) la
tenan cubierta de puntos blancos sobre un fondo negro; los otros, cruzada por rayas
blancas sobre un fondo rojo." (37) Braun Menndez resume as sus luchas: "A la tribu
enemiga se la persigue y destruye a pedradas." (38)
14. Canoas
"Sus canoas son dignas de admiracin. Para construirlas, toman la corteza entera de un
rbol grueso; la modelan, recortando ciertas partes y volviendo a coserlas, de manera
que adquiera la forma de una gndola de Venecia. La trabajan con mucho arte,
colocando la corteza sobre maderos, como se hace con los barcos en los astilleros de
Holanda. Una vez obtenida la forma de gndola, refuerzan la canoa cubriendo el fondo
de punta a punta con palos transversales, que recubren a su vez de corteza; luego cosen
el conjunto. En estas canoas, que miden 10, 12, 14 16 pies de largo por dos de ancho,
se sientan cmodamente siete u ocho hombres, y navegan tan eficazmente como lo
haran en una chalupa de remos." Esta es quizs la mejor descripcin de la construccin
de las canoas ymana, despus de la de Gusinde. (39) Fitz - Roy se limita a escribir que
"la canoa se construye con largos trozos de corteza, cosidos entre s". La corteza
utilizada era la del coihue, llamado en ymana shushche (haya perenne = nothofagus
betuloides). Las canoas, en forma de "media luna", estaban cosidas con tiras de cuero
de focas o con barbas de ballena.(40) La canoa de corteza es propia de los Ymana. Los
Alak'aluf usaban canoas de tablas, y los Selk'nam no usaban ninguna. Schapenham dice
NOTAS
(1) Los pocos sobrevivientes de Mejillones (Isla Navarino) no son considerados como de
sangre pura.
(2) Iovrnael Vande Nassausche Vloot Ofte Beschriivingh vande Voyagie om den
gantschen Aerdt-Cloot ghedaen met elf Schepen: Onder 't beleydt vanden Admirael
Iaques L'Hermite ende Vice-Admirael Geen Huygen Schapenham inde Iaeren 1623, 1624,
1625 en 1626. Amsterdam, Gerritsz & Wachter, 1626.
(3) Ren Augustin de RENNEVILLE: Recueil des voyages qui ont servi l'tablissement
et aux progrs de la Compagnie des Indes Orientales forme dans les Provinces Unies
des Pays-Bas. Amsterdam, J. P. Bernard 1702-1706, Tomo IV. La misma versin est
reproducida en gran parte en la obra del Abb PREVOST: Histoire gnrale des voyages,
25 tomos, La Haya, 1747-1780.
(4) Martn GUSINDE: Die Feuerland Indianer, 3 tomos in-49; Vol. 11: "Die Ymana: von
Leben und Denken der Wassernomaden am Kap Hoorn", Wien-Mdling 1937 (1.500
pginas), pp. 52-53.
(5) Adolph DECKER era un militar alemn, "capitn de armas" en la nave Mauritius de la
Flota Nasvica. Ha publicado la versin alemana del diario: Diurnal der Nassawischen
Flotta oder Tagregister und historische ordentliche Beschreibung einer gewaltigen
michtigen Schiffahrt vmb die gantze Erdkugel rund vmher in den Jahren 1623 - 1624 -
1625 1626-1627, von Adolph Decker ausz flammischer Spraach vbersetzet. Strassburg,
Eberhard Zetzners, 1629. El mismo ttulo dice claramente que Decker es el traductor,
pero los alemanes lo suelen considerar como autor, porque el diario de la expedicin es
annimo (vase infra).
(6) W. VOORBEIJTEL CANNENBURG: De reis om de wereld van de Nassausche Vloot
1623 -1626. Coleccin Linschoten, tomo LXV. La Haya, Martinus Nijhoff 1964, pp. 49 - 51.
(7) Ver nuestro estudio "El descubrimiento de la Baha Nassau" in Boletn del Centro
Naval N? 698, pp. 15 - 35 (Buenos Aires 1974) y en Karukink N? 1 1, pp. 2 - 21 (Buenos
Aires 1975).
(8) Robert FITZ - ROY: Narracin de los viajes de levantamiento de los buques de S. M.
Adventure y Beagle en los aos 1826 a 1836. Buenos Aires, Centro Naval 1933, Tomo III,
pp. 160 y ss. Es traduccin por Teodoro Caillet-Bois de Narrative of the surveying
voyages of His Majesty's ships Adventure and Beagle between the years 1826 and 1836.
London, H. Colburn 1839.
(9) Martn GUSINDE, o. c., p. 221.
(10) Joseph EMPERAIRE: Los nmades del mar, Santiago de Chile, Ed. Universidad de
Chile 1963, p. 141. Es traduccin de Les nomades de la mer, Paris, Gallimard 1957.
(11) Martn GUSINDE, o. c., pp. 431, 655, 656, 757, 763, 860, 997, 1013, 1116, 1117, 1129,
1360 y 1470.
(12) Mircille GUYOT: Les mythes chez les Selk'nam et les Yamana de la Terre de Feu,
Paris, Institut d'Ethnologie 1968, pp. 58-59.
(13) Martn GUSINDE, o. c., p. 221.
(14) Ricardo Eduardo LATCHAM: La prehistoria chilena, Santiago de Chile, Ed. Universo
1928.
(15) Segn Flix F. OUTES: "Datos sobre la ergologa y el idioma de los Ymana de
Wulaia reunidos por el misionero R. R. Rau con anterioridad a 1866 y anotados por don
Jorge Claraz" in Revista del Museo de La Plata, La Plata, tomo XXX (1927), p. 52.
(16) E. Lucas BRIDGES: El ltimo confn de la tierra, Buenos Aires, Emec 1952, p. 56. Es
traduccin de Uttermost part of the earth, London 1947.
(17) Flix F. OUTES, o. c. 1. c.
(18) Martn Gusinde, o. c., p. 400.
(19) Opinin referida por Rae Natalie P. de Goodall: Tierra del Fuego, Buenos Aires 1970,
p. 11.
(20) Andrs R. ALTIERI: "Los indios Ymana de la Tierra del Fuego" in Revista de
Anne Chapman es autora de clebres investigaciones sobre los selk' nams u onas. En
Los onas, editorial Emec, ha estudiado profusamente el ritual ona del hain. Aqu, la
antroploga francesa bucea en diversos aspectos simblicos de algunos mitos del
desaparecido pueblo de la Isla Grande de Tierra del Fuego, pueblo creador de una de las
ms ricas mitologas de la historia.
En Temakel tambin: Galera sobre hain ona
"A dnde se fueron las mujeres que cantaban como los tamtam (canarios)? Haba muchas
mujeres. A dnde se fueron?", me pregunt un da Lola Kiepja, la ltima selk'nam de Tierra del
Fuego que vivi como indgena. Eso fue en mayo de 1966 cuando estuve viviendo con ella cerca del
Lago Fagnano en lo que era entonces la reserva indgena. Lola falleci pocos meses ms tarde a la
edad aproximada de 90 aos. Desde su muerte el 9 de octubre de 1966 hasta la fecha, 15 de agosto
de 1973 han muerto cuatro hombres de ascendencia selk'nam. En la Isla Grande, Tierra del Fuego,
quedan en vida cinco personas de madre indgena y cuatro ms que hablan an el idioma de sus
padres, o sea Angela Loij, una mujer dulce y sonriente; Luis Garibaldi Honte, el mayor de todos;
Federico Echelaite, trabajador de estancia y Augustn Clemente, de madre selk'nam (1) y padre
ymana (yahgan). Y an vive Leticia Ferrando cuyo padre era selk'nam y la madre alakaluf. Hay
varias personas en la Patagonia y an en Buenos Aires de ascendencia selk'nam. Son los que
quedan de un grupo que se estim en 3.500 o 4.000 individuos antes de la llegada de los blancos a la
Isla Grande por el ao 1880 (2). Pese a los esfuerzos bien intencionados de los misioneros
salesianos y otros blancos como los hijos del misionero T. Bridges, los selk'nam desaparecieron a
raz del encuentro con los blancos. Fueron asesinados, murieron de enfermedades aportadas por los
blancos y fueron deportados fuera de la zona. Otros sucumbieron en luchas fraticidas de los ltimos
veinte aos del siglo pasado y principio de ste.
Los selk'nam eran un pueblo de tipo paleoltico. Fabricaban herramientas de piedra, hueso y madera
y vivan de la naturaleza, sin cultivar la tierra. Una actividad capital para ellos era la caza, pues
coman sobretodo guanacos y varias especies de roedores, se vestan con pieles de estos dos
animales, adems de la del zorro. Hacan sus toldos de pieles de guanaco. Recogan moluscos,
huevos, bayas, ciertas races, semillas y hongos. Cazaban pjaros y focas; pescaban en las lagunas
y por las playas y aprovechaban ballenas encalladas. A menudo cambiaban de campamento: el
Luna es Sho',On Tam, la hija del Cielo, su hermana es Nieve. Su esposo, Sol, es hermano de Viento.
Nieve, el hermano de la Luna, se cas con la hermana de Lluvia.
Luna (Kre) y Nieve (Xosh) pertenecen al Sud. Sol (Kren) y Viento (Shenu) son del Oeste. Lluvia
(Chalu), Mar (Ko'oh) y su hermana Tempestad (O'ok) son del Norte. Este, lugar de la cordillera
resbaladiza era el "centro" del universo y la sede del poder chamnico. All est Temukel, Palabra, el
ms poderoso de todos.
En la era mtica que se llama hwenli, todas estas fuerzas, lo mismo que algunas estrellas, habitaron
la tierra y fueron poderosos chamanes. Y esa "gente" de la era de hwenh se llaman los hwenh.
Cuando se origin el mundo actual y la sociedad humana, la mayor parte de los hombres y de las
mujeres howenh fueron transformados en los animales, cordilleras, corros y acantilados, pampas y
valles, lagos y lagunas de la tierra, o sea en lo que se conoce hoy en da como la Isla Grande, Tierra
Desde, probablemente, millares de aos atrs y hasta fines del siglo pasado, los jvenes
selk'nam eran iniciados en le hain donde les revelaban que los espritus del hain eran
slo hombres disfrazados para engaar a las mujeres. A lo largo de los meses que
duraba la ceremonia, los klc,keten, o sea los jvenes iniciantes, deban dejar de ser
nios para convertirse en hombres. Esto es el sentido que daban a las duras pruebas
fsicas y morales que los jvenes tenan que soportar, como tambin a la educacin que
all les impartan los viejos. Les instruan en las tradiciones de hwenh, a propsito de
los orgenes y las transformaciones de todas las cosas del universo. Les enseaban el
comportamiento que deban seguir y las obligaciones familiares y sociales que deban
cumplir. Y tenan que confesarse si haban cometido falta contra ese cdigo, durante su
niez.
Para el "espectculo" que se presentaba a las mujeres durante el transcurso de toda la
ceremonia, hombres escogidos especialmente por sus diferentes dones interpretaron
los espritus del hain, unos quince, veinte o ms segn el nmero de participantes en el
evento. Sin embargo dos espritus del hain no eran representados por "actores". Aqu
nos ocuparemos solamente de uno, ,cuyo nombre era Xalpen, un espritu subterrneo
que la tradicin describa como hembra canbal, voraz y colrica. Esta no era
representada por nadie debido a razones que se vern a continuacin.
En la era hwenh, y del hain femenino, fue sobretodo Xalpen quien estremeca de terror
a los hombres. Era mitad roca y mitad carne. Cuando emerga de su recinto subterrneo
al interior de la choza ceremonial y durante todos los meses que duraba el rito, no
cesaba de reclamar carne de guanaco y toda clase de alimentos. Los hombres hwenh
fueron obligados a buscarlos y ofrecrselos, tratando as de calmar su apetito insaciable
esperando que as ella no exigira carne "humana". Ella meta todo lo que los hombres le
traan, en un gran bolso que, segn se deca, estaba hecho de piel de guanaco y
adornado con rayas rojas. En los momentos culminantes de la ceremonia, se
desesperaba por comer carne "humana". En otro artculo esperamos tratar ms a fondo
este y otros aspectos del rito, pues su descripcin merece una atencin detenida.
Cuando los hombres hwenh hubieron arrancado el secreto del poder a las mujeres, los
recuerdos de stas se volvieron incomunicables pues ellas fueron transformadas en
elementos del cosmos y de la naturaleza o en animales y por lo tanto privadas de la
palabra. Y lgicamente Xalpen fue obligada a servir a sus antiguas vctimas, es decir a
los hombres, en perjuicio de sus anteriores amas, las mujeres.
En el tiempo "humano", (pasado el mitolgico) al preparar la ceremonia, ciertas veces
los hombres fabricaron un Xalpen con una armazn hecha de arcos que rellenaban con
hierbas para darle volumen y solidez. Forraban el armazn con cueros de guanaco
cosidos y pintados con rayas de arcilla roja. En ciertos momentos del rito, lo asomaban
un poco a la entrada del hain para mostrarla a las mujeres esperando as atemorizarlas.
Las mujeres la perciban pero de lejos, pues les estaba prohibido acercarse al hain.
En la tierra, el chamn que vea su toca de plumas en la sombra de Luna y las plumas
mojadas de sangre, senta que morira pronto, que Luna lo haba "agarrado", que lo
haba embrujado. Su cuerpo temblando, l cantaba:
Estoy agarrado por la Hija del Cielo. Estoy debajo de sus rodillas.
Alguien me matar. Estoy agarrado por la Luna."
Cara enfurecida."
Aquel que Luna "comer", ella le mostraba una cosa ensangrentada, sea un puado de
hierbas, una punta de flecha, un desgarrn de su capa (6). Ese sera matado en un
combate o aniquilado solo. Los que van a sucumbir por una enfermedad, se ven en la
sombra de Luna como un halcn sin plumas.
A sus favorecidos Luna les daba una cosa redonda, de piedra, madera o cuero de
guanaco. Y cuando su espritu descenda a la tierra, otro xo'on se acercaba a l y tomaba
con la boca, la cosa redonda que la Luna le haba dado. Pero el sentenciado por Luna,
descenda sin nada.
Creencias
En el tiempo de hwenh, Lechuza era una mujer. Su nombre era K'uumits en tanto que la
palabra que significa al ave lechuza es sank'on. Estaba asociada al Sud, como Luna y
era originaria de Apen, el territorio de Luna. Su marido Cheip, Gorrin, perteneca al
Oeste, como Sol. El cazaba guanacos pero a ella no le agradaba esa carne. Un da
K'uumits mat a su cuado armada de un arpn (o una lanza), cort el cuerpo en
pedazos y lo as; pero cuando empezaba a comerlo oy llegar a su marido.
-"Dnde est mi hermano?" Le pregunt a su mujer. -"No lo s."
Fue la respuesta.
Buscando a su hermano, el hombre levant unas mantas (de piel de guanaco) y all vio
una cadera de su hermano. En este instante K'uumits se transform en Lechuza y vol
hacia la noche riendo. Y se re siempre por haber podido comer a su cuado.
Los selk'nam del territorio de Apen (ubicado al sur de ro Grande, en la zona de Lago
Blanco) fueron llamados kre-unka, "originarios de Luna". En el siglo pasado antes de la
llegada de los blancos a la Isla Grande, all viva una mujer llamada Waa-an. Ella no fue
xo'on pero en cada eclipse cantaba sola a la Luna. Adoraba a Luna.
El marido de Waa-an la golpeaba mucho. Abrumada por estos abusos, se arm de un
arpn. En ese momento lleg su cuado que le arranc el arpn y luego de golpearla le
dijo:
"Ibas a atacar a mi hermano! Eras como tu hwenh, K'uumits. Quieres comer carne
humana. T desciendes de Luna y por eso eres tan colrica."
"Tu mujer iba a matarte para comerte. Era del hwenh peligroso de comedores de
gente."
No obstante su mitologa y creencias, los selk'nam no eran antropfagos como tampoco
lo eran los dems grupos indgenas de Tierra del Fuego (7).
Como smbolo de un poder nefasto femenino Luna a veces "coma" a sus eternos
enemigos, los hombres. Uno de sus ltimos "vctimas" fue un xo'on llamado Kau-opr del
haruwenh llamado Kamshkin (por un cerro as nombrado que se sita cerca de ro
Moneta en la regin fronteriza, Argentina-Chile). All en la dcada del noventa del siglo
pasado todava vivan unos ocho o diez familias. Kau-opr, sea Kamshkinuxo'on haba
heredado su poder chamnico de su padre quien haba sido muerto por los blancos
unos aos atrs. El viva con su mujer y seis hijos varones adems de sus seis
hermanos, dos de los cuales tambin tenan hijos, con sus tos, y dems familia. Un da
unos blancos llegaron a caballo al campamento, armados y de improvisto, con la
intencin de llevar las familias a la misin salesiana establecida entonces en la Isla
Dawson. No se sabe como ocurri el primer encuentro pero mataron a varios hombres,
Kamshkinu - xo'on entre ellos. Algunos adultos y nios fueron llevados a la misin en
tanto que los dems se escaparon. Kamshkinuxo'on se haba convencido que iba a ser
matado, fuera por un blanco, fuera por otro indio. Durante un eclipse de Luna que
ocurri algn tiempo atrs su espritu haba hecho el "viaje" a Luna. Ella le habra
mostrado un puado de pasto ensangrentado: estaba kre chinen, agarrado de Luna.
Comprendi entonces que ella lo iba a "comer" (8). (*)
(*) Fuente: Este artculo fue publicado originalmente en francs en la revista Objects et
Mondes, bajo el ttulo Lune en Terre de Feu. Mythes et rites des Selk'nam, Tomo XII,
1972, pp. 145-158. El texto aqu presentado aqu difiere en algo del original. (A su vez,
este texto ha sido previamente editado, en edicin digital en Biblioteca virtual de pgina
web de Museo del Fin del Mundo en Ushuaia, Tierra del Fuego, Repblica Argentina.
NOTAS
(1) Aqu no hacemos la distincin entre los selk'nam y los haush. Aunque sus idiomas
diferan sus modos de vida eran muy parecidos. (cf. Karukink, N 3, 1973, pp. 5-7).
(2) Esta estimacin es del Padre Martn Gusinde el etnlogo que ms ha estudiado los
pueblos indgenas de Tierra del Fuego y quien visit la zona cuatro veces entre 1918 y
1922. Es el autor de una obra de 1176 pginas, dedicada a una descripcin de la cultura
selk'nam publicado en Modling bei Wien en 1931, de otra obra de la misma magnitud
tratando la cultura vmana (de los Yahganes), de un libro de divulgacin "Hombres
Primitivos de Tierra del Fuego", Sevilla, 1951 v de numerosos artculos sobre estos
grupos, publicados en revistas cientficas alemanes. (3) El idioma selk'nam tiene una
serie de fonemas que no existen en los idiomas indo-europeos. En este artculo
transcribimos las palabras en selk'nam sin emplear signos especiales y por ende su
ortografa es solo una aproximacin al verdadero sonido de las palabras.
(4) Todos los hwenh tenan nombres propio diferentes de las palabras comunes con
que se designan las cosas en las cuales fueron trans formados. Sin embargo aqu se
nombra a lo hwen por las palabras comunes v no por su nombres, porque no me ha
sido posible, hasta ahora, conocer todos los que son mencionado en este texto.
(5) Otra versin de este mito dice que fue So quien se dio cuenta. Al comienzo de la
ceremonia encontr a una mujer que se estaba pegando plumones para representar al
espritu Ketrnen. Al darse cuenta que Sol le haba visto ella se arroj a una cascada
para ocultarse. Se convirti entonces en el pjaro Ko'oklol (pinzn que vive an cerca de
las cascadas.
(6) Despus de la llegada de los blancos a la isla, Luna a veces mostraba un pedazo de
uniforme de polica ensangrentado o de cuero de botas para significar que el hombre
sera matado por un blanco.
(7) Cf. por ejemplo pp. 25-28 de El Ultimo Confn de la Tierra, E. Lucas Bridges, Buenos
Aires, 1952.
(8) Los datos presentados en este artculo fueron recogidos directamente de
"informantes" indios. Representan parte del estudio etnolgico que la autora lleva a
Un camino en tierras patagnicas sobre las que, acaso, se proyect el calor y la sombra
de Ascencio Brunel (foto Matilde Gironelli).
*
-Anoche me despertaron los perros, no los escuchaste viejo?.
-No, no escuch nada.
-Claro, si roncabas como un tronco.
Luego, mate en mano, el puestero sali a tirar la yerba del da anterior notando en
seguida algo raro en el lugar: el nochero, que haba quedado atado con la soga larga no
estaba, no se lo va por ningn lado.
-Que raro comenta al entrar.
-Qu pasa viejo? pregunta la mujer.
-Que se haya desatado el oscuro, es raro.
-No habr sido...
-Y...a lo mejor noms.
*
Comento a mis amigos que estoy tratando de escribir acerca de la mtica figura de un
gaucho que es perseguido, que se lo captura y que siempre se le escabulle a la polica.
-No se si te acords rememora Julio-, pero hace un par de aos ya me hablaste de l.
*
Colonia 16 de Octubre: noviembre de 1895
No alcanz a encender la pipa que hace ms llevadera las horas de trabajo, porque
cuando alz la vista, no para ver algo sino por el simple y natural reflejo de mirar sin ver,
lo que vio atrajo de inmediato su atencin. As estuvo unos minutos con el cachimbo
apagado colgndole del labio en una actitud concentrada y esttica.
Durante un buen rato Zacaras Jones observ el movimiento de animales, o de jinetes
que asomaban por el lado sur en el filo de la ltima ladera que corta el horizonte. Luego,
cuando entraron en el bosque los perdi de vista volviendo a aparecer ya mucho ms
cerca, pero todava del otro lado del Corintos, al que cruzaron con lentitud debido a la
fuerte correntada y las piedras sueltas que conforman el lecho del ro. Entonces pudo
distinguir el pelaje de los caballos del grupo que se acercaba.
Al pasar cerca del colono, ste los pudo observar con ms detenimiento,
reconocindolos. Era el cacique Kankel con quince de sus paisanos y traan a un
detenido que vena sobre una mula con las manos atadas con tientos.
El detenido era un gaucho sin sombrero, en cabeza, el pelo largo, enmaraado y sujeto
con una vincha, de tupida y renegrida barba, llevando por toda ropa un chiripa y una piel
de len puma que lo cubra. Sin embargo, lo que ms le llam la atencin, fue la mirada
cimarrona del personaje: profunda, inteligente, agazapada, como si aguardara un ataque
o espiara algo.
Al pasar el grupo cerca de Zacaras, el cacique lo salud y l a su vez a Kankel. Despus
se detuvieron en lo de Martn Underwood, el comisario, quien sali a recibirlos. Para
entonces varios colonos se haban congregado frente a lo de don Martn para conocer la
novedad que quebrantaba los hbitos coloniales.
Ah pudieron observar mejor al detenido que traan los hijos del desierto.
El hombre miraba debajo de sus oscuras cejas, y en el pelo fosco colgaban hebras de
pasto seco como si hubiera andado por el suelo. Sin embargo, y pese a su lamentable
traza y situacin de capturado por algn delito, mostraba una dignidad que
desconcertaba. Ese gaucho detenido tena una presencia que resultaba inquietante.
Ahora, Zacaras Jones no recuerda si alguien dijo o slo l pudo pensarlo: que pese a lo
mal entrazado, ese hombre detenido o prisionero tena un porte que trasuntaba cierta
arrogancia, Zacaras dira incluso seoril; extrao en un gaucho vagabundo, segn pudo
saber despus. Pero ese parecer, esa imagen paradjica, como igualmente
contradictoria percepcin de la idiosincracia de ese hombre (el cual y segn luego lo
sabr, era un fugitivo, un mal entretenido, un proscripto de la justicia territorial), no
resultaba de la actitud prepotente ni grosera propia de cuatreros, de bandoleros o
matones; era ms bien una presencia que reflejaba una especial como natural gallarda.
Esa figura zaparrastrosa tena, sin embargo, un hlito familiar con la cual uno en seguida
se solidariza; una personalidad que, por ms que anduviera montado sobre una mula,
por ms que lo condujeran atado (un acto de humillacin para alguien que pertenece a
una raza de centauros, la que hace de su libertad la razn de su existencia), mantena,
pese a su aspecto y situacin, una actitud y un porte distintivon. Eso es lo que pareca
Dice ahora, confusamente, Zacaras-, por lo menos, eso me pareca a m. Un, cmo le
dira... alguien con autoridad.
-Autoridad? -se escandaliza la autoridad.
-Digo yo; por su prestancia insiste Zacaras Jones-, la cual, pese a ir sobre una mula y
atado, pese a su apariencia zaparrastrosa, pese a parecer un bandido, a un vulgar
*
El cacique Kankel (que habla gals, que habla castilla, que habla la Lengua), dar su
versin:
-Lo vimos merodeando los toldos (la tribu est asentada en la costa del ro Mayo), y sin
que el robacaballos se de cuenta, lo fuimos de a poco rodeando y en cuanto lo tuvimos a
tiro de bola y que intent una escapada, ay nom le echamos el lazo. Y ac se lo traigo
don Martn, para que no ande cuatrereando ms caballos de Chejuelchos.
-Se resisti el proscripto? indaga el comisario de la Colonia mirando fijamente al
detenido.
-Noo, para nada, no. responde Kanquel que habla gals, castilla y naturalmente, la
Lengua.
*
-...ni rastros deja ese hombre.
-No? s que no!. S que deja rastros. Pero eso s, hay que encontrarlo. Deja rastros s
seor, cmo no. Con el compadre Feliciano y don Avelino lo seguimos como por dos
das.Y a que no sabe qu rastros, que huellas dejaba?
-Y...
-...caballos cansados, alguno que otro degollado y sin la lengua; el fogoncito apagado
con tierra, alguna prueba de sus intestinos y los rastros de bota de potro por donde
anduvo o se subi al caballo.
-Y lo pescaron?
-Qu vamos a pescar hombre!. Ese matrero es el mismo diablo. Le perdimos el rastro en
un pedrero. Ah se nos hizo humo.
*
en Comodoro Rivadavia,2002
-Y quin es ese Asencio Brunel?
Es Pablo quien se interesa observndome sobre sus lentes y suspendiendo la lectura
vespertina del diario de la maana.
Entonces comento acerca del marginal fantasma el cual resulta ser la personificacin de
la misma fuga; alguien que huye de su tiempo y de nosotros. Les hablo de esa figura
proscripta que muere varias muertes porque muchos quisieron ser, sin duda, sus
victimarios. Indios y policas lo apresan y as como lo capturan as se les escapa. Lo
cierto es que muere varias veces comento a mis amigos- quiz porque sus captores no
*
1896, en Rawson, despacho del Gobernador
JUEZ: Cmo no va a escaparse un hombre as, si ni crcel tenemos, ni siquiera celdas.
GOBERNADOR: Quisiera estar seguro que estaba engrillado, porque conociendo a ese
bandido fue que orden que deba llevar grillos.
COMISARIO: S, pero...
GOBERNADOR: Pero?. Ac no hay peros que valgan Comisario. Ese hombre, si tena
puesto los grillos y se escap, entonces es un mago, porque los grillos aparecieron a
orillas del ro y no cantando precisamente; y si no los tena puesto, entonces usted,
Comisario, por ser el responsable, usted y quienes estaban de custodia, tendrn un
sumario administrativo.
(El gobernador est parado en posicin de firme, las manos en la espalda, el mentn
elevado mirando con mirada de autoridad al subordinado).
COMISARIO: S seor Gobernador, pero la custodia de los presos no nos corresponde a
nosotros sino al alcalde.
GOBERNADOR: Djese de excusas, Martnez! (vocifera); lo cierto es que la Polica
estaba de facto en la custodia del preso. (Hace una pausa y hablando con cierto tono de
complicidad) Salvo que haya habido algn secuaz entre ustedes.Qu me dice?
El comisario Martnez no puede creer lo que acaba de escuchar del gobernador Tello;
pero antes de fabricar una defensa ante la sospecha de la mxima autoridad, ste le
ordena secamente:
GOBERNADOR: Y ahora, retrese.
Ni bien el comisario Martnez cierra la puerta del despacho dice el :
JUEZ: (Hablando como para s) Un fugitivo de la justicia, un cuatrero un mal entretenido.
GOBERNADOR: un gaucho presuntuoso.Vio usted cmo se comportaba, cmo
contestaba las preguntas de la polica? Un cuatrero, un vagabundo que desafa y se
burla de nuestro orden...
JUEZ: y de todo el mundo.
GOBERNADOR:...de todo aquello en que ponemos nuestro empeo.
JUEZ: S, del sistema.
GOBERNADOR: Como usted bien acaba de decir: de todos. Se ha burlado de
Underwood, de los colonos, de las autoridades territoriales, de pacficos y honrados y
laboriosos pobladores que engrandecen la patria y traen el progreso a estos desiertos.
De Kankel, De la vaqua de los tehuelches! Es inaudito.
JUEZ: Un matrero insolente.
*
Al despertar lo primero que sinti fue el verde olor a alfalfa, pero de inmediato un agudo
dolor en las piernas lo descoloc, sin poder situarse. Dnde podra estar? qu haba
pasado?. El fresco olor del alfalfar segua ah, por lo que imagin que estaba cerca de
algn potrero, y por ello cerca de algunas casas. Entonces record lo ltimo que haba
visto: el indio apuntndole...
No; lo ltimo fue ese estallido, el relmpago en la noche cuando en una estancia burlaba
una tropilla. No, tampoco. Lo ltimo era...
Se ve a s mismo alejndose, fugitivo, sin rostro, huidizo, opacado, tornndose invisible
a la partida que lo persigue en Ger Aike? en el Coyle? en el Genoa? dnde?...
*
-Sin embargo, este matrero digo dirigindome a Julio-, me resulta una figura difcil de
captar, tal vez por ser un nombre escurridizo.
-Un nombre o un hombre? Julio duda de lo que escucha.
-El hombre ya no est, nos queda un nombre invisible casi por lo huidizo...
-Como el viento insiste Julio.
-...por lo que me ha costado acercarme a l y ms an, apresarlo.
-Echarle el lazo, como se deca apunta Julio.
-Deber emplear otra tcnica de acercamiento Dije.
-A m me parece -opina Pablo que segua con atencin la charla-, que ms que una
tcnica se tratara de componer una estructura literaria.
Con Julio miramos a Pablo esperando que sea ms explcito.
-Claro explica entonces Pablo-, porque fijate que el relato debe tener una estructura
acorde con el objeto de la enunciacin. Creo, me parece, que por ah ira la cosa.
-Se trata de personajes casi mticos que nos llegan borrosos y al margen de toda historia
comenta Julio.
-Personajes de la trastienda del oficializado gran relato patagnico dice Pablo
pensativo mirando fijo a Julio.
-Ellos mismos recrean su propia historia. Digo; y pienso: (un personaje veloz, ubicuo,
un perseguido que an nosotros, un siglo despus seguimos buscndolo)-. Lo que nos
llega de Brunel es como un juego de rompecabezas. El relato lo imagino enfocando el
objeto desde distintas miradas...es...como un espejo que se quiebra por el paso del
tiempo y en el que todos los pedazos reflejan lo mismo.
*
Gallegos, 1903
El holands, flaco y alto como un mstil por eso lo llaman Long Jack-, recostado contra
el mostrador, charla con otros lugareos que lo acompaan interesados en otra vuelta
de ginebra.
-No, ese hombre no muri asegura el holands Jack van der Hayden, alias Long Jack,
recostado en el mostrador lustroso por el uso en ese hotel de Ro Gallegos.
-Bueno, yo digo. Dice un parroquiano-. Como haba desaparecido tanto tiempo y nada
se saba de l.
-Haca tres aos que no se hablaba de ese matrero. Agrega otro de la rueda.
-Como no se comentaba por ningn lado ningn robo de caballos ni que apareciese
alguno muerto y sin la lengua, yo crea que Brunel era finado.No dicen que lo mataron
los tehuelches?.
El otro parroquiano asiente lo que dice su compaero.
-Mi se lo puedo garantizar asegura Long Jack con su cara colorada y sus ojos azules,
grises o celestes.- Lo vi con mis propios ojos, y de esto no hace mucho; har unos tres
meses. Mi estaba esperando a unos amigos en el destacamento Tres Pasos...
-Cerca de Ultima Esperanza aclara un parroquiano.
-Si, claro -confirma el holands-; para ir a Lago Viedma y de ah al San Martn, cuando
cayeron bien tempranito unos peones chilenos de la estancia vecina con un hombre
doblado en la grupa de un zaino y muy mal herido; vena ms muerto que vivo ese
cristiano, estaba manchado de sangre, medio desnudo lo traan, lo cubra un cuero de
oveja y una bombacha ensangrentada era todo lo que traa puesto. Los peones dijeron
que ese hombre les haba robado y degollado una vaquillona y tambin que les haba
matado un compaero, que lo rastrearon y anduvieron siguindolo durante un da hasta
donde hizo campamento; lo rodearon y ah noms le dieron bala, lo trajeron en anca y lo
dejaron tirado en el piso del destacamento con ms de cinco balazos puestos. Si
ustedes lo hubieran visto como estaba ese bandido seguro que decan: "ste, si no
muere hoy, de maana no pasa"
-Y todava estaba vivo?
-No estaba del todo muerto, por lo visto el fro bajo cero le congel la sangre y no
alcanz a desangrarse. Eso fue lo que lo salv, el fro, qu les parece?.
-Vea usted no? exclama un parroquiano antes de empinar el remanente de ginebra.
-Y as se fue recuperando contina Long Jack-. Despus me enter que sali en libertad
porque pagaron la fianza.
-Y quin pudo pagarle, no dicen que mat a un hombre? pregunta el parroquiano.
-Mi entiendo que bandido no mat a ese paisano.
-Capaz que algn amigo o pariente pag la fianza supone el otro parroquiano.
-Tendr amigo o tendr compinche el cuatrero?
-Por eso les digo que ese hombre no est muerto -insiste el holands.
-Y, "yerba mala ...-comienza a decir un parroquiano.
-..."nunca muere" concluye el otro.
*
el fro el sueo del fro estoy churrasqueando el matambre de la vaquillona protegido por
las bardas a mis espaldas y unos matorrales altos que crecen enfrente a orillas del
arroyo correntoso despus de comer creo haberme dormido y tuve o me pareci tener
un sueo y siento una puntada en el hombro entonces pienso me estn cagando a tiro
intento ir hacia donde tengo el caballo y un dolor muy agudo en la cadera y otro ms que
no sabra ubicar porque voy atravesado sobre el caballo mirando la nieve y el fro que no
me deja pensar no entiendo por qu voy as sobre el zaino me extrao a m mismo me
siento como un animal muerto soy una piel que se balancea tirado en las ancas por el
sueo de la nieve el sueo del fro...
*
los chilenos me acusaban de haber matado a un compaero de ellos pero no era as yo
nunca mat a nadie bueno salvo a ese en punta arenas por andar encamotado pero fue
en duelo criollo algo legal claro que tuve que tomar debida distancia a ese chileno lo
mat la polica eso fue lo que me dieron a entender y me echaron la culpa a m por eso
pude salir pagando una fianza no muy grande tampoco voy a decir quien la pag
y de lo que pas en el caadn al borde del arroyo cerca de tres pasos de eso tengo
como una cerrazn en mi memoria
*
en Comodoro Rivadavia
-Por las noticias que se tiene, casi todos los testigos o pseudos testigos insisten que
andaba vestido nicamente con una piel de puma. Sin embargo, no creo que siempre
anduviera semidesnudo y menos an en invierno.Te lo imagins en esas mesetas con
nieve y viento, con un fro de padre y seor mo de veinte o treinta grados bajo cero?
Pablo trata de que compartamos su imaginar.
*
A lo sumo, no fue ms que un par de veces que me habrn visto con un cuero de puma.
Hubo un tiempo si, al comienzo de mis andadas, al dispararme de Punta Arenas cuando
me desgraci; entonces siempre andaba con recado y con todas las pilchas. Despus
me di cuenta que si tena que desaparecer rapidito tena que andar en pelo, sin ningn
peso, a lo sumo una encimera o un cojinillo para el fro; el poncho de grupa, y abrigado
con el facn a la cintura y otro cuchillo en la bota de potro; nunca con un solo fierro.
Los inviernos trataba de arrimarme a algn puesto en la cordillera abandonado despus
de la veranada y donde siempre hay buena caza y mucho agua.
Aunque...una vez s que la pas bastante fea. Fue para una nevazn machaza, cuando
tuve que matar una vaca de las que arreaba, vaciarle las entraas y refugiarme dentro de
la osamente todava caliente. Ah dentro pas la noche del temporal. Esa vez tom
sangre y com carne cruda igual que un indio, al otro da camin en la nieve todo el da
hasta que llegu a un puesto.
Esa vez s que la pas fea.
*
Trelew,1920
En el bar que se encuentra frente a la estacin de tren sobre la avenida 9 de Julio, y en la
mesa al lado de la ventana, el jubilado de la polica, en el que an persisten los tpicos
rasgos del hijo de la tierra, si bien ahora suavizados por el corte de pelo cano ("ahora ya
estoy todillo", dice con orgullosa nostalgia), por la ropa y los aos de modales urbanos,
me sigue contando:
-Esa vez matamos dos pjaros de un tiro. Bueno, es una forma de decir no?, porque
uno de los pjaros en realidad se vol.
El veterano amaga una risa que apaga vaciando de un taco el remanente de caa que
quedaba en el vaso.
-Otra? insist para que la historia contine.
-S, cmo no. Dice, y hago una sea al mozo para que sirva otra vuelta.
-Permiso dice el veterano levantndose mientras lo miro sorprendido- ya vuelvo se
excusa y enfila hacia la puerta que dice "bao".
*
en Esquel, tambin en 1920
-Y es as como llegamos y rescatamos al gobernador Tello.
-Cmo que rescataron?
-Claro el informante gals se sorprende por mi pregunta-. No sabe que el Gobernador
haba quedado con esa gente sublevada y casi solo? Nosotros fuimos a rescatarlo de los
indios de la tribu de Salp en el Genoa. Casi solo digo, ya que haba ido a solucionar el
asunto con un par de ayudantes, nada ms. Nosotros salimos con el seor Murray
Thomas a darle una mano junto con treinta colonos bien armados. Y tras una pausa-.
Pero por suerte todo se solucion sin problemas.
-Cul fue el motivo por el que se haba sublevado la indiada?
-Ellos exigan la entrega de las tierras prometidas por el gobierno cuando se fund la
colonia Pastoril, ah por el Genoa, pero como el gobierno no cumpla, esa gente se
revolucion. "Reclamamos la tierra como se reclama un alimento", argumentaba
Cayupul queriendo resucitar los libres y gloriosos tiempos en que el blanco era slo un
espordico viajero, una lejana amenaza a ese holgar irresponsable y sin lmites.
"No olvidemos hermanos que recorramos esta tierra, a la que pertenecemos como el
pasto o el ave, de la Gran Agua a los altos cerros cubiertos de nieve; que cruzbamos
*
-Por lo que se comenta, a ese hombre lo han matado un par de veces. Sin ir ms lejos, el
cacique Kankel dijo que un to suyo lo mat en la costa del Guenguel, y esto lo vuelve a
afirmar un explorador.
-El Guenguel; y eso dnde queda?
-Que yo sepa... y, ms abajo de ro Mayo.
-Ah, ya s, por el Buenosaires.
-Nooo, bastante ms parriba. Y...estee, eso que le contaba fue en el noventa y seis y que
despus de finado, los indios quemaron la osamenta de ese cristiano.
-Y no fue as.
-Pareciera que no, porque ms despus dicen que lo vieron por la Ultima Esperanza.
-Una estancia.
-Puede ser, pero eso queda ya en Chile, ms al sur.
*
Estamos a comienzos del siglo XX, el explorador Clemente Onelli llega a los toldos del
cacique Quilchamal a orillas del Chala, donde escucha por boca del jefe tehuelche los
ltimos momentos en la vida del afamado gaucho cerril.
Onelli contar lo que ahora le cuenta Quilchamal: que ese "malhechor" escribe Onelli
que le cuenta Quilchamal- andaba con intenciones de robarse la caballada de la gente de
Kankel por el lado del Senguer pero que stos le adivinan la intencin, o ya lo estaban
esperando, porque el ao anterior lo haban apresado y conducido a la Colonia 16 de
Octubre y de ah a Rawson, sin embargo se les escap a las autoridades; y as es como
disimulados salen a perseguirlo para apresarlo.
-Y, supongo que a esa gente, como usted dice, le result fcil alcanzar al malhechor
supone el explorador italiano en el toldo de Quilchamal.
-No, no fue tan as don Onelli. Ese hombre andaba en buenos caballos, caballos de
chejuelchos. Aclara el cacique con recatado orgullo-. Y buen jinete que era tambin
Qu si pareca un paisano ese gaucho!. Si, paisano el hombre, y mucho zorro.
-Y porqu Quilchamal?
-Por lo pampa pal caballo. Y meta disparar ese Brunel, y paisanos que lo siguen y no le
pierden pisada. El cacique se toma su tiempo mientras toma el mate que le ceba su
mujer-. No, si no fue fcil. Mire que de Senguer a la costa del Guenguel todo el tiempo
sin parar, meta galopear y hasta la noche tambin, y eso que la noche... Y a la maana
llegan al Guenguel que estaba cubierto de yelo. Los paisanos, maliciando que el Brunel
rumbeaba pal lado del ro, le cortan campo, sino no lo alcanzan, no. Porque llevaba dos
parejeros ese diablo. Y ah es cuando lo pescan porque ese gaucho se demor en cruzar.
-Era pleno invierno, entonces...? pregunta la visita de Quilchamal.
-Pleno invierno?, no; era pal desyelo. Fue...a ver...
-Si estaba deshielando habr sido hacia setiembre, octubre lo ms. Interviene un
ayudante del explorador italiano.
-Y entonces? insiste Onelli.
-Y; que ese hombre se tir al ro helado. Un diablo el huinca. Se tir noms. Ah es
cuando lo alcanzan, porque se demor en cruzar el Guenguel y pasianos le cortaron
campo. Y cuando cruza el ro, dicen que un to de Kankel le hace un disparo desde esta
orilla y que lo mata. Despus quemaron el cuerpo del rabacaballos. As contaron, si.
Cuenta el cacique Quilchamal a Onelli a orillas del Chala a dos aos de distancia de los
ltimos momentos del afamado matrero patagn.
-Un tal Juvenal Antonio Urruti. Este seor, trabaj en el diario "Neuqun" de los
Chaneton. Su director y propietario se hizo clebre por denunciar desde sus pginas la
matanza de Zainuco
-Ah si, creo haber ledo ese caso comenta Julio. Fue a causa de una fuga de presos de
la crcel de Neuqun .
-Eso sucedi en mayo del 16, y al ao siguiente, en enero, Chaneton ser asesinado por
esbirros del gobierno. Pero volviendo a nuestro periodista.
-A Urruti.
-Juvenal Urruti; l tambin anduvo, como dije, tras las huellas del evasivo oriental. Ahora
bien; sucede que sus apuntes sobre Brunel nunca se publicaron. De acuerdo a estos
apuntes, el periodista pudo acceder a algunos testigos del matrero y mal entretenido...
-El gaucho comelenguas
-...por ejemplo; el testimonio de un retirado de la polica territorial, que, por lo que
parece, era un muchacho tehuelche convertido en milico. Tambin le dieron su
testimonio colonos de Trevelin y de Esquel...
-Cuando aquello sera todava la llamada Colonia 16 de Octubre.
-Si usted lo dice. Y tambin testimonios de un poblador del sur de Santa Cruz, un gringo,
as como de una veterana prostituta que en su juventud conoci...
-En la cama, imagino...
-...imagina bien, a nuestro guacho mal entretenido.
*
Ludmila:
Gallegos 1919
-Y usted cundo lo conoci, fue aqu en Gallegos?
-Ac s, en Gallegos. Y... eso habr sido por el ao uno o dos.
-Antes que lo capturasen en Ultima Esperanza.
-Creo que si, antes. Si, estuvo aqu un par de veces.
-Y cmo era l?
-Cmo era?
La veterana mira hacia la ventana, su blanca cara, retocada de maquillaje parece un
Tolouse Lautrec, rellena, suave, de gestos parsimoniosos y lnguidos.
-Y dice en un tono tmido mirando por la ventana que permite la vista de una calle de
tierra, vaca y polvorienta, recorrida por un viento que nace de las entraas del sur-: un
muchacho interesante atina a comentar.
-Un muchacho, es decir que no era una persona... mayor o veterana.
-No, no era un viejo, la ltima vez, creo que fue en el ao dos, no tendra todava
cuarenta aos.
-Pero usted lo conoci antes.
*
...relajados, despus de habernos acollarados con la gringuita churrasca, alazana de
ojos claros, tan blanquita a mi lado, apoyada en el codo, la palma de la mano en la mejilla
pregunta por qu siempre ands disparando y yo muy orondo fumo con las manos en la
nuca, es algo que no puedo dejar de hacer, digo, mirando una mancha de humedad en
un rincn del techo en aquella clida pieza de Gallegos, no puedo estarme quieto en
ningn lugar y tampoco de que me amansen, sigo redomn noms, estarme en un lugar
sera como para un pjaro vivir enjaulado, me pongo nervioso gringuita , y trabajar?
pregunta la Lumi, la de los ojos de humo trabajar, para qu? con lo que se le paga a la
peonada mejor vivir de arriba; ac, el trabajo mejor pago es andar matando indios a tiro
limpio, los estancieros que te contratan piden que tens que llevar o las dos orejas o la
guasca del indio. Ludmila hace un gesto de asco, entonces cambia de posicin, se
arrodilla en la cama y se sienta sobre sus piernas nubes plegadas, con las manos en la
falda; eso s que es delito, no lo que yo hago, lo mo es mas bien como un juego, un
juego repite la rubita; un juego a ver quien me alcanza y ella que re y en plena noche me
abriga el alma, me gusta ser libre digo, pasado de hambre a veces pero sin que nadie me
grite ni me mande, pero como no se puede vivir del aire siempre hay que conseguir algo
para sobrevivir y la gringa de pelo alazn tirando a bayo me mira como si yo estuviese
en el horizonte o fuese un bichito, entonces le cuento que una vez en Gaiman, donde
viven los galeses, y eso donde queda, entonces le explico; y como te deca, me
encontraba detenido y un pastor aconsejndome que mi salvacin estaba en trabajar la
tierra, pero eso de andar araando el suelo como un piche y juntando pasto para los
animales no es para m, que me dejen de joder, a m me sacs del caballo y soy hombre
muerto. la polica anda diciendo que sos un vago y un mal entretenido dice con una
sonrisa que parece una liviana maana de enero cordilllerana, que yo sepa con vos s
que estoy bien entretenido y ella que descansa su cabeza alazada en mi pecho, pero eso
de vago depende para qu, si es trabajo que no conozco o no me interesa o pagan mal,
no trabajo, como hice en las Malvinas y cuando me cans me fui y sanseacab y el
oro? pregunta la Lumi y me sorprendi y cmo sabs que saqu oro?,pregunto, y ella,
si ac pagaste con pepitas de oro no te acords o estabas en pedo?, bueno, estuve
asociado un par de meses con unos gringos, pero no vala la pena, demasiado trabajo y
no se sacaba nada. ellos decan y repetan algo que me qued porque yo siempre pens
igual, decan que la tierra no tiene dueos y los hombres no tienen amos y a los indios
por qu le sacabas las tropillas?, mir rubita, para m aunque tengan marca, todo animal
que anda por el campo es orejano...
*
zona de Ro Pico,1896
Juan Rastrupp, de la Comisin de Limites, observa detenidamente por el teodolito los
accidentes del terreno y, sin quitar los ojos del visor que acerca la distancias, dice a
Julio Koslowsky, su compaero de trabajos: "Sobre el faldeo hay una tropilla de
caballos, es lo nico viviente que se puede captar en este sector; de quin podrn ser
esos animales si por aqu no hay pobladores?. Fjese usted Julio".
El naturalista ocupa el lugar de observacin y enfoca para su ptica el punto de mira.
Tras unos momentos saca su conclusin de hombre conocedor de la zona: "Esos
animales deben ser los que abandona el famoso Ascencio Brunel"
*
1910
Como en todo el pas, en aquel pueblo del noroeste patagnico se festeja la fiesta del
Centenario.
Un programa variado y entretenido convoca a pobladores y paisanaje comarcano.
El sol de mayo asomaba con toques de clarines, izamiento de banderas, canciones de
bronce que evocaban antiguas epopeyas y daban vivas en honor al cumple siglo patrio.
A su vez, en la escuela de adobe, elegidos alumnos declaman montonos versos
argentos de corceles y victorias.
Hasta el filo del medioda se escucharn los discursos que hacen revivir el fulgor de la
joven identidad nacional, vacuna y triguera.
Todo esto ser antes; porque a las inflamadas arengas acerca del pasado compartido y
del comn y venturoso porvenir, seguirn las clidas manifestaciones de la cultura
culinaria nacional; la oratoria ser el prefacio al rito argentino que se entusiasma y se
pone a punto ante el aroma de dorados asados clavados en asadores; ante bandejas de
empanadas atacadas con patritico entusiasmo y ante el locro que en las ollas
rpidamente toca fondo, comida adecuada para stas fiestas y ste tiempo que siempre
se presenta con telrico frescor nacional.
Ser una patritica alegra de estmagos y corazones matizada con la cueruda y sobada
bota, masajeada, buscada y ofrecida a las bocas abiertas, deseantes del lquido
bermelln, pasada de mano en mano, de boca en boca para aliviar el alimento y
retemplar el nimo de tanta intemperie patagona.
Luego, cuando slo quedaba en el terreno la perrera solazndose en un crujir de huesos
de novillo, de chivitos y de yegua, de alguna picana de avestruz o un asadito de
chulengo; algunos concurrentes, ya medio baleados de aperitivos y vino en bota,
desaparecan en busca de la siesta reponedora de energas para las horas que quedaban
del da, que, no siendo pocas, apuntaban a ser movidas.
Otros, mientras tanto, perseguirn la suerte o simplemente diversin, jugndose entero a
las patas de un parejero en las cuadreras, o mostrando habilidades en la sortija como en
el cinchn.
Hay carreras de embolsados para la juventud; juegos de bochas, de taba y de tejo para
los veteranos que apuestan fuerte y sin proscripciones, en esa mezcla fraterna que
brinda la fiesta de todos, donde conviven, slo por este da, las distintas condiciones
sociales y donde los habituales formalismos quedan de lado.
Tiempo de fiesta que democratiza a ricos y pobres, plebeyos y encumbrados, siendo
todos, por unas horas, igualitariamente ciudadanos.
Ambientan la tarde, el mate amargo con el dulce y un amable aroma de pastelitos con los
que las patronas lucen su arte culinario.
As fue como las horas festivas de ese da pasaron sin notarse. Y cuando el sol del
veinticinco disimuladamente se fue alejando; boliches y lugares marginales irn
recibiendo celebrantes que ocuparn hasta el ltimo rincn de esos refugios.
Sobre los tapetes se encendern los juegos de mesa. Se jug, y fuerte, al monte, a la
treinta y una, al punto y al truco; y en esos campos del azar, porotos, fsforos o
garbanzos contabilizaban tantos que simulaban ganancias y prdidas en efectivo.
Se multiplicarn con tenacidad las apuestas, regadas de ginebra, de caa seca o dulce,
de alguna grapa, del infaltable tinto o blanco y que solidarias damas acompaarn con
alguna copita de menta o de ans. Y a medida que se acercaba la hora, ms intenso se
haca el rumor del bailongo programado en el galpn que est detrs de la capilla.
Y as fue que lleg la noche del celebrado da del ao diez.
Y a la luz de velones, candiles y lmparas a kerosene, la msica ir ganando el ambiente.
Ya se escuchan las cordeonas y guitarras desgranando rancheras y cuecas, habaneras,
polcas y jotas; aires bailados sobre pisos polvorientos y enjuagados con regaderas,
tachitos o jarros de lata preparados para la ocasin.
En cierto momento y en alguna parte se escuch un catico murmullo de voces, y una
voz femenina que gritaba: "Ay, pero si es mi Pancho, seprenlo por favor". Y despus:
"Traigan algo para parar la sangre". Y otras voces en tono indiferente, menos apremiante
comentando: "Qu se le va a ser, son de mala bebida, toman un poquito y se pierden".
En la rueda criolla que escucha con devota atencin y silencio hay un gaucho de
indefinida y curtida edad: viste respetable traje negro, el oscuro poncho pampa doblado
sobre el hombro izquierdo; luce en la solapa, como todos, la escarapela patria, nveo
pauelo al cuello, bombacha gris oscura y lucientes botas de media caa acordeonadas.
Y este hombre ya maduro, al escuchar las hazaas en romance de su vida, baja el ala del
sombrero para ocultar a los presentes, silenciosos lagrimones que asoman pudorosos
de sus ojos cansados de escudriar horizontes. Horizontes de valles de mesetas y
cordilleras, lneas intangibles y azules que se alejan, se alejan y se alejan; como en fuga
se alejaba l, en un tiempo, de la gente.
A.U./ octubre 2002
Neuqun no es una ciudad-paisaje como comnmente se cree que son todas las
reas patagnicas. No es una extensin donde podamos echarnos a apreciar la
naturaleza como la obra de arte de un dios creador y un gobierno decorador. Pero hay
una sensacin que se expresa en cada paseante o en cada habitante y nos hace pensar
que hay puntos clave, smbolos para el espritu, que nos demandan una cadencia
especial. Es como si toda la ciudad se construyera sobre estos puntos naturales y
cualquier atentado a ellos repercutiese en el movimiento, la apariencia, de todo el
entramado urbano y los seres que lo recorren.
En Neuqun hay una larga Avenida (aproximadamente de 60 cuadras) que une el Ro
Limay con las bardas, que son medianas formaciones de tierra arcillosa, muy ridas y
con escasa vegetacin. El ro y las bardas son los extremos, la naturaleza que le da
sentido, que sostiene la calle y su recorrerla.
Neuqun crece en una Patagonia que para ser incorporada a la Repblica debi ser
primeramente limpiada de indgenas. Las redes ferroviarias se extendan llevando
consigo la garra aspiradora de barbarie pero tambin la ilusin de hacer de esa tierra un
lugar habitable humanamente (donde humanamente esta modalizado temporalmente).
Este vaciamiento contribuye a que el hombre neuquino tenga la impresin de estar
viviendo en una tierra apropiada y no propia. De no poder enraizar en estas tierras y en
este cielo que ya tan cantado y sentido fue.
Es necesario para fundamentar esta afirmacin relevar aspectos histricos de los
fundadores y la fundacin de la ciudad siguiendo la idea de que la fundacin de una
ciudad habla del modo de habitar la existencia particular.
Tambin har eco de la importancia del nombre del lugar que se habita como formador
de cierta predisposicin hacia el espacio habitado. Se hace hincapi en la particularidad
de esta ciudad que no tiene un unvoco significado de su nombre.
El modo en que se fund y el nombre modelan cierta identidad neuquina que se expresa
en el desapego o el contacto de extrema comunin solo con puntos simblicos de la
ciudad. Es interesante recalcar cmo ese punto de negacin del contacto con lo natural,
mitolgico y sagrado del espacio genera su propio contrario: una fuerza o necesidad
imperiosa de ese contacto. Se filtran las ganas ms humanas de comunicarse con la
presencia real que di origen a este mundo.
Rastreare esta protesta, esta necesidad, en las voces de habitantes, poetas neuquinos.
Parto de la conviccin de que en el contexto gestado desde la modernidad que desoye
los anhelos internos de contacto irracional con la existencia es an posible la
reconstruccin de la comunin con la tierra, el cielo y el aire. Pero esto es solo dable
ejecutando una conciencia de esta necesidad y de los impedimentos puntuales e
histricos para satisfacerla.
NOMBRAR EL ESPACIO
Si bien la argumentacin me ha llevado a colocar en los Mapuches la propiedad
primera y legitima de la extensin del norte patagnico donde se construira la ciudad de
Neuqun es vlido plantear una idea que cuestiona an tambin esta aplicacin de la
lgica del poseer en relacin a la amplitud del espacio, que no solo comprende materia
como la fauna, flora, el suelo y los accidentes topogrficos, sino tambin al aire y ciertos
nimos, como ases lumnicos que dan contorno y existencia a lo palpable. De modo que
existe una dimensin del espacio que no es adjudicable a ningn ser sino que es
poderosa en si misma, digo: la relacin con el espacio y sus fuerzas oscuras es siempre
dialctica e histrica.
Los Mapuches tambin intentaban explicar lo que los rodeaba, contarlo, revivir su causa.
Como pueblo grafo mantenan una constante tradicin de relatos orales. Los mitos
sobre los ciclos naturales, los elementos de la naturaleza simbolizando cualidades
humanas o figuras mitolgicas se reiteran y expanden. Los aspectos ms directamente
ligados a las vicisitudes de la existencia humana reclaman una explicacin mtica de
mayor insistencia.
Los Mapuches eran dueos de una identidad muy fuerte, basada en una mentalidad
individualista que se traduca en su organizacin poltica (un sistema democrtico que
no los someta a un cacique), su destreza los traslad desde Chile para pasar a dominar
a todos los pueblos que vivan en estrecho contacto con ellos, como los Pehuenches de
Neuqun. Comenzaron a penetrar pacficamente en la Patagonia en el siglo XVIII y a
principios del XIX enfrentamientos con Tehuelches concretaron la dominacin de la
Las Bardas
He preado las bardas esta tarde.
Se han henchido de dulzura los botones,
fueron creciendo soles diminutos,
gotearon leches por los tallos speros
y el perfume zumbn
cubri las latas.
Las bardas son smbolo en Neuqun y sta poeta caracteriza en su fusin con ellas un
modo de experimentarlas. Las bardas son preables en el presente basural para
hacerlas madre nuevamente. Para revivir la idea de que ellas actualizan la matriz, son lo
preexistente.
La naturaleza es lo que ha quedado. Es aquello detrs del shopping que han alzado en
las bardas.
El pensamiento del moderno urbano coextiende la sensacin generada por el contacto
con lo natural a una sensacin de pureza, de Dios: Ricardo Fonseca es representativo en
este sentido en su poema Paisaje:
En este pueblo de chacras y de ediles;
De ajustados horarios comerciales, habra que hacer sitio a la ventura
Para nunca apagarnos totalmente.
Miren que vivir tan programados
Y andar poniendo sello en todas partes,
Y no seguir al viento hasta otoo
Y repartir mas risa por la barda.
Citas:
1
Carlos Bouquet Roldan, citado por Angel Edelman, Primera Historia del Neuqun. ed.
Plus ultra ( Bs. As, 1991).
2
Hector Murena: El Rito ms Primitivo, Material de Ctedra PCPC 2002.
3
Angel Edelman: Primera historia del Neuqun, ed. Plus ultra ( Bs. As, 1991).
4
idem.
5 idem p.14.
6 Idem.
7 Vase Len Benars, Leyendas argentinas, Ed. Atlntida. Bs. As, 1984. pp. 103-106.
8
Vase Alvarez, Gregorio, Neuqun: Historia, Geografa y Toponimia. Editado por
Congreso Nacional. Bs. As., 1983. p.108.
9
Idem, p.109.
10 J. Steiner, Presencias reales, Material de Ctedra Casullo, ficha de prcticos, UBA
2002, p.19.
11
Universidad del Comahue, Influencia del medio ambiente en la expresin pictrica
neuquina. Fondo Editorial Neuquino, 1991, p.45.
12
Lil Muoz en Voces a mano, poesa neuquina. Neuquen, 1997, pp. 54-55.
13
idem, pp.103-104.
14
Roberto Hosne, Barridos por el viento, Editorial Planeta, Buenos Aires, 1997, p.8.
15
Irma Cua, "A tu sed", en Voces a mano, p.10.
16 Barridos por el viento. Op.cit., pp.281-282.
EL CACIQUE ORKEKE
Algunos seres dejan su marca en el viento. Viento patagnico en este caso. Y alientos
lejanos se unen a veces, como el George Chaworth Musters y un grupo de tehuelches.
En 1869 Musters lleg a la Isla Pavn, en el Ro San Cruz, Patagonia Argentina, donde
tena su factora el legendario y valiente comandante Luis Piedra Buena. All se uni a
una tribu tehuelche. Durante diez meses recorri con los indios patagnicos 2700
kilmetros entre la desembocadura del Ro San Cruz y Carmen de Patagones, a orillas
del Ro Negro. Uno de los integrantes de la tribu con la que convivi el explorador ingls
era el cacique Orkeke. En numerosas ocasiones, en un relato de su viaje que nos dej
Musters, el jefe tehuelche emerge con visos de hombre sabio, rebosante de bondad y
generosidad.
Y Orkeke era un ser libre. Hasta que, en 1883, cerca de Puerto Deseado, fue capturado
junto con otros miembros de su tribu y llevado a Buenos Aires, donde concurri a
El pacfico cacique luego del viaje con Musters conoci a otros viajeros y entre ellos al
ingls Julius Beerbohm, que en su libro de 1879 "dej un excelente retrato, que coincide
con el de Musters" y Orkeke recordaba perfectamente haber visitado siendo nio San
Julin, donde estaban todava los colonos espaoles de Viedma, al decir de Teodoro
Caillet Bois (1945).
Otro periodista e historiador afirmara que "Orkeke era de pura estirpe tehuelche. Los
exploradores patagnicos lo haban ungido caballero por su amplitud hospitalaria, su
disposicin servicial y su inquietud comprensiva, reconocindosele seoro en la vasta
heredad", (Lenzi, 1962). Y en verdad, hasta el presente, el hurgar en esta parte de la
historia patagnica no ha presentado algn hecho que empaara esas opiniones, salvo
que Lista -a pesar de considerarlo gran colaborador y amigo- lo inyectara en algn
escrito como afecto al alcohol vaya novedad entre los nativos! y algo pendenciero. Eran
mujeres y hombres libres y la atadura blanca no poda ser asumida as noms. Y en esto
buena culpa tuvieron los bolicheros y mercachifles expoliadores: yerba, azcar y
aguardiente por pieles y plumas.
Por 1883 el gobierno nacional continuaba con el propsito de seguir avanzando sobre
araucanos o mapuches transcordilleranos, pacficos tehuelches nativos y la mezcla de
etnias que se produca desde haca aos. Sayhueque, sus caciques y capitanejos
optando por resistir alargaban la llamada campaa al desierto y por eso el magnfico
transporte "Villarino", afectado a viajes por las costas patagnicas y comandado por
Moreno se hallaba en Mendoza y Piedra Buena -ambos buenos amigos- muy enfermo
fallecera el 10 de agosto de aquel ao. No cabe duda de que los atendieron muy bien,
distinto a los mapuches presos. Orkeke pasea en coche por Buenos Aires. Lo
acompaan Lista, doctor Escudero y Horat visitando los "principales edificios pblicos y
el parque 3 de Febrero". Tambin el jardn zoolgico, donde lo asombra un avestruz
africano, mucho ms chico que su patagnico, que le entregaba alimento y piel.
"Orkeke se convierte en prisionero con honores de husped y concurrente obligado a
cuanto espectculo pblico se ofrezca". La Sociedad Cientfica Argentina, que presida
Lista, le ofrece -con lleno de pblico- la zarzuela "Mefistfeles" en el teatro de la Alegra
y Orkeke con su mujer e hija ocupan el palco central con varios de sus seleccionados
tehuelches. El pblico se lleva un chasco con el comportamiento y la vestimenta:
"sencillos hombres de campo; visten saco, bombachas o chirip y ponchos de pao
negro (compartidos con vincha roja y botas de cuero crudo). Las mujeres, bata sin
mangas, pollera y pauelos de variados colores". Reciben muchos regalos, suben al
escenario y hablan muy favorablemente Lista y el profesor de la UBA Juan Mara Larsen.
Muy aplaudidos. En tranway especial regresan a Retiro. A los pocos das la misma
sociedad le ofrece banquete en el Caf Pars con la presencia de Durn, ministro
plenipotenciario de Espaa, Larsen, explorador del Chaco Juan C. Cominges, marino
Eduardo Lan, Miguel Cano, Francisco de Ibarra, Esteban Rodrguez, Juan S. Bauz y
Lista. Hubo brindis, discursos y hasta una poesa y cuando le toca el turno, Orkeke
"habla con parquedad, no obstante su facilidad de palabra (saba castellano) limitndose
a manifestar a su manera que es amigo de los cristianos, que no pelea para no
exponerse a morir y muriendo todo concluye".
Como todos los pueblos, los mapuches crearon una cosmovisin, una imagen de la
totalidad de lo real. As an hoy, la "gente de la tierra" se relaciona con un universo
preado de sentido y sacralidad. Su interpretacin mtica de la existencia nace en sus
tierras ancestrales, en los suelos de Patagonia. Aqu un texto de el maestro Don
Aukanaw, perteneciente a una obra mayor, "La ciencia secreta de los mapuches".
1) Los hroes: Los guerreros muertos en combate, los lmen (aristcratas y jefes), los
miembros de la clase sacerdotal (en cualquiera de sus jerarquas), los fulminados por el
rayo, etc., ascienden a los cielos y all moran, manifestndose generalmente en las cimas
de las montaas y, especialmente, en los volcanes. Para coadyuvar a tal ascensin se
los sola enterrar a los lmen en lugares sagrados, como lo alto de las montaas (sitios
Los pillan, como toda kratofana, son ambivalentes. Su ira puede daar a un mapuche
del mismo modo que daan a los winka (no-mapuche). Castigan a los traidores a la raza
y a los conversos al cristianismo lanzando sus flechas mgicas productoras de
enfermedades sobre los ganados y sobre los hombres.
Estn siempre presentes en todas las batallas de los mapuche que preservan la
religin y la tradicin y los ayudan a destruir al enemigo con la colaboracin de los ngen,
que activan fenmenos geolgicos y meteorolgicos demoledores para el winka invasor.
El general Kallfkura es un gran pillan que vela por los suyos. Se dice que dentro de
poco ha de venir a reunirse con ellos, lo que lo hace merecedor de atenciones sacras.
2) Los nios: Los que mueren prematuramente tienen un lugar especial en los
inframundos y all aguardan el momento propicio para completar en este mundo el ciclo
vital interrumpido.
3) Las mujeres de los hroes: Ellas siguen el camino de sus compaeros cuando
aceptan una muerte heroica y se inmolan en la tumba de su hombre, mueren en el campo
de batalla (cumpliendo funciones de apoyo) o son buscadas por el hroe en los
inframundos de donde las saca y las lleva a los cielos.
4) El comn: Los que mueren de viejos o a causa del wekuf. Al igual que los cobardes
van a parar a alguno de los inframundos, donde llevan una existencia a la inversa de la
terrestre: si robaron, sern robados; si calumniaron, sern calumniados.
Los mapuche suelen disentir en el nmero de pisos o mapu de que consta el Cosmos.
La ms ortodoxa de las versiones es la de 4 superiores y 4 inferiores. Todas las otras
son slo distintos puntos de vista que no contradicen tal esquema. Los hay que cuentan
3 (1 cielo, la Mapu, 1 inframundo); los que cuentan 5 (4 cielos y la Mapu); los que 6 (los 4
cielos, la Mapu, y el inframundo como una unidad); los que 7 (4 cielos, la Mapu y 3
inframundos); los que 8 (los 4 cielos y 4 infiernos, dejando tcita la Mapu; los que 9 (la
totalidad del conjunto). Esta discrepancia de puntos de vista particulares suele ser muy
comn en todas las tradiciones arcaicas. Dice al respecto Guenn: "es comn a todas
las doctrinas tradicionales la divisin en tres mundos, pero adquiere formas diversas. En
la India misma no hay dos que coincidan externamente, aunque no se contradigan. Estas
Los mapuche orientales ubican la morada de las almas en la cordillera o del otro lado
de la misma; los occidentales en las zonas costeras; los de la costa del Pacfico en islas
occidentales (como por ejemplo la isla Mocha); los de la isla Mocha en regiones allende
el mar. Esta isla es anloga a aquella de la tradicin celta llamada Ouesant.
OBSERVACIONES
Es de capital importancia para la comprensin de lo expuesto tener en consideracin
los siguientes puntos:
1) La concepcin del Cosmos como una esfera dividida en planos horizontales es slo
un simbolismo espacial de lo que en realidad es la manifestacin del Ser Universal.
2) Los distintos planos son un simbolismo, dentro del espacial, de nivel (una
transposicin analgica en diferentes niveles) de las mltiples modalidades de aquella
manifestacin.
3) El Cosmos se manifiesta entre dos polos (no manifiestos) uno esencial y otro
substancial, entindanse estos dos trminos en estricto sentido etimolgico. En la India
se denominan Purusha y Prakriti, en China Tien y Ti, en el judasmo Chokmah y Binah,
en el cristianismo el Santo Espritu y la Virgen, etc. Precisamente entre esos dos polos
se extendern los distintos niveles horizontales cuyo nmero es indefinido, pero en la
mayor parte de las tradiciones a los efectos representativos slo se consideran
fundamentalmente tres: dos polares y uno ecuatorial. Las variaciones numricas
asignadas por las diversas culturas responden slo a puntos de vista diferentes, sin que
ello implique una contradiccin entre ellas.
4) Vale decir que cada uno de los planos horizontales -denominados mundos, cielos,
infiernos, planos, esferas, orbes, crculos, etc., no son otra cosa que el dominio en el que
se desarrolla un grado o estado de la Existencia Universal o Manifestacin csmica. En
todas las tradiciones los "lugares" simbolizan esencialmente estados.
10) Cada uno de los niveles horizontales es en s mismo anlogo a todo el Cosmos, cada
uno es una Imago Mundi o microcosmos; en esos pequeos cosmos hallamos tambin
niveles anlogos y correspondientes a los del gran Cosmos, y as sucesivamente.
El conjunto ser algo as como esas imgenes catptricas producidas por la reflexin de
un objeto situado entre dos espejos cuyos planos reflectantes se hallan enfrentados, y
que lo reproducen indefinidamente. O como esas cajas chinas dentro de las cuales
siempre se encuentra otra similar pero ms pequea que, a su vez, contiene otra an
ms pequea, y as sucesivamente.
Por eso debe explicitarse a qu sistema se refiere un trmino determinado, cosa que
pocas veces se hace, y ello engendra no pocas confusiones o da lugar a las
contradicciones o incoherencias que encuentran los investigadores donde no las hay.
EL ECO DE LA LETRA
Una genealoga patagnica
Por ngel Uranga
El texto que presentamos a continuacin es, sin ninguna duda, una excelente aporte a
un espacio an no debidamente pensado: la significacin profunda del sentido de lo
patagnico. ngel Uranga, talentoso escritor chubutense (del que hemos editado ya, en
esta seccin y en la Biblioteca Virtual de Temakel, algunos de sus valiosos escritos),
manifiesta aqu, en su "El eco de la letra", su brillantez como ensayista. Su ensayo se
despliega en dos movimientos: uno creativo; otro inquisitivo y conjetural. Lo creativo
emerge a travs de una modalidad poco atendida en la actualidad por el trabajo
intelectual y la escritura literaria: la asociacin de diversas fuentes, de diversos perfiles,
para comprender una temtica. Mediante inspiradas relaciones, Uranga vincula a
grandes pensadores europeos, con libros de viajeros u obras sobre historia o leyendas
indgenas patagnicas. En segundo trmino, el movimiento inquisitivo-conjetural se
asocia con la tesis fundamental de la elaborada y meditada propuesta de Uranga: "La
Patagonia es una invencin literaria, una creacin de la LETRA".
La primera parte de este notable ensayo, que merece la atencin de todo lector
interesado en la relacin entre cultura y geografa patagnicas (o en el vnculo entre
pensamiento y tierra en general) fue escrito por ngel Uranga, en Comodoro Rivadavia,
en la provincia patagnica de Chubut, en abril 2001; la segunda parte, en julio del 2002.
Esteban Ierardo
Para comunicacin con el autor: [email protected]
EL ECO DE LA LETRA
Una genealoga patagnica
Por ngel Uranga
"Cul es el poder de la ficcin?. Hay una red de ficciones
que constituyen el fundamento mismo de la sociedad"
Ricardo Piglia: "Crtica y Ficcin"
"Cuntanos cmo es el Sur; qu hace all la gente; por qu viven all;
por qu siguen viviendo."
William Faulkner: "Absaln Absaln"
II DEL IMAGINARIO
Este breve ensayo trata del imaginario, ahora bien, no sera ocioso preguntarnos a qu
denominamos imaginario.
Segn Castoriadis a quien en esto seguimos-: "Lo imaginario es, primordialmente,
creacin de significaciones y creacin de imgenes o figuras que son su soporte".(1) Es
decir, imgenes y figuras que adquieren o se les da un sentido determinado de acuerdo
con cierta representacin del mundo y la sociedad y afn a especficos intereses
concretos que mueven a los seres humanos.
El imaginario es una imagen, una realidad transparente y sin lugar, un magma de
significaciones fluyentes, una fuerza incorprea que determina, que impulsa o paraliza,
hace pensar y entrar en conflictos, amar o escribir, comer o vestirnos de determinada
forma, en suma, provoca hacer cosas de cierta o determinada manera.
El imaginario social resulta del annimo obrar colectivo, una produccin de
subjetividades que posibilita enmarcar lo real catico de la existencia.
El imaginario social es un discurso de poder condicionante de valores sociales; resulta
de ello un instituyente cultural organizador de gustos, percepciones, conductas e ideas.
Lo imaginario da forma a valores que rigen lo social, fragua la identidad colectiva y
establece horizontes de sentido.
Dicho de otro modo, el imaginario social es una inmaterialidad, un "cuerpo sin rganos"
que produce efectos de realidad y, por ende, crea y recrea realidad(es).
Al juego de proyecciones de representaciones, de impresiones y de imgenes con que
construimos el mundo lo denominamos realidad, y a lo real le conferimos nombre de
apariencias que, con el tiempo, con el uso que hacemos del lenguaje, aquellas adquieren
estatus de real predominando as en la construccin de la realidad socio histrica. Sin
embargo, esto que parece un autoengao o inconciencia es, en realidad, la exacta
LA ETIMOLOGA
Sin embargo, el origen del topnimo que la etimologa popular consagr no surge
respecto a la talla de los primitivos habitantes del austro, tiene en cambio una gnesis
tan oculta como invisible, tan inverosmil como desfavorable.
Las palabras patagn / patagones proviene de la letra, de la letra de la literatura.
NOMBRAR ES DOMINAR
Patagonia, y todo lo que el nombre connot, tuvo un categrico origen ficcional,
producto de la impresin, del asombro y del recelo hacia el Otro desconocido y diferente
y cuya denominacin resultar peyorativa, propia del etnocentrismo del europeo en su
imposibilidad de pensar al Otro, al que visualiza como amenaza y subestima en la
relacin, dado que Patagn es desemejado, es salvaje, brbaro, come carne cruda, que
viste con pieles de animales, que se aparea con stos, que habla un lenguaje
incomprensible.
Si nominar es ejecutar un acto de posesin, de dominio, nombrar entonces es dominar.
Dominacin viene siempre acompaada de subestimacin y desprecio. Es as, con
violencia, como entra la Patagonia, gente y geografa a la historia mundial de occidente.
Pero habr ms, la realidad copiar a la ficcin. La historia novelesca, me refiero al
"Primalen" dice:
Y este Patagn dizen que lo engendr vn animal que ay en aquellas montaas, que es el
ms dessemejado que ay en el mundo, salvuo que tiene mucho entendimiento y es muy
amigo de las mugeres. E dizen que ouo que auer con vna de aquellas patagonas, que
ans las llamamos nosotros por saluajes, e que aquel animal engendr en ella aquel fijo;
y esto tinenlo por muy cierto, segn sali desemejado, que tiene la cara como de can, e
las orejas tan grandes que le llegan fasta los hombros, y los dientes muy agudos e
grandes, que le salen fuera de la boca retuertos, e los pies de manera de cieruo. (...)
E como l (Primalen) ouo muerto los leones, fue sobre el Gran Patagn, e cuando lo
vido ans, tan dessemejado e cosa tan estraa de mirar, tomle en voluntad de lo lleuar
preso, e si l lo pudiesse lleuar en sus naos, que le sera grande honra, porque su seora
Grindona lo viesse. (...)
-Ora vos dexad de esso dixo Primalen-, e rugovos que vamos de aqu e lleuemos a
Patagn biuo, preso, porque todos lo vean. (...) E como llegaron a la mar entraron en vna
varca e subieron en la nao adonde estaua Patagn preso, en cadenas, en vna cmara.
(...) E tena la cara tan espantosa que pona pauor a quien lo miraua, e no pareccia sino el
mesmo diablo, que pareca que por los ojos echaua fuego, e tan disforme estaua que no
ay hombre que vos lo pudiesse contar e gimiendo muy fieramente de verse ans preso.
(10)
MIRAR LA COSA
Por qu Magallanes segn Pigafetta- al ver por vez primera al nativo de estas costas
exclama "Patagn!" y no, por ejemplo, "Palmern", o "Amads", u otro hroe de las
novelas de caballera en lugar de mencionar a un ser grotesco a un anti hroe?
Queda claro que desde el comienzo existir una mirada discriminadora que subestima y
cosifica al otro diferente, una ptica y un verbo que ajeniza la Diferencia.
Este mirar de afuera consistir, en s mismo, un acto de proteccin de la identidad del
invasor frente a la diferencia, y, consecuentemente, de violento dominio sobre esa
diferencia que previamente fuera naturalizada, es decir, puesta en el mismo orden de las
categoras naturales primarias.
El hombre americano, para la mirada invasora, estar ms cerca de ser una variedad de
la zoologa que de la especie humana. Para la episteme europea, el ser americano
resultar naturaleza antes que cultura.
El Otro, en tanto absoluta alteridad, es esa Cosa de la cual todo se ignora y a la que hay
que someter a la mirada racional, es decir, divisoria, parcial, analtica.
Es obvio que la imagen que los europeos a partir del siglo XVI- tienen de s mismos
ser de evidente superioridad frente a los nuevos pueblos y culturas descubiertas y
sobre los que se lanzan con la furia que el hambre de botn inspira.
Esta violencia habase puesto en marcha en el Caribe (palabra cuyo timo canbal, es a
ojos vistas un trmino despectivo) en las islas de Cuba y Santo Domingo y que pronto se
extendera a Mxico y al Per cuyos habitantes sufrirn siglos de esclavitud tras el
despojo y la destruccin de sus culturas.
CAPITULO SEGUNDO
EL CUERPO
El imaginario patagnico, esa intangible como contundente realidad, se ha ido
construyndose en torno a mapas superpuestos y elaborados en el tiempo por un
sinnmero de transentes, quienes explicitaron en la escritura un espacio para la
imaginacin y la leyenda. Estos escritos sern semillas que abonarn tanto el porvenir
como la utopa.
Los inquietos pioneros que con tenacidad y asombro leyeron este espacio, y que en el
idioma de sus cuerpos compusieron esos mapas, generaron una toponimia e
invencionaron una historia, un simulacro de origen.
(Un simulacro, porque el Origen pertenece al tiempo intemporal de lo sagrado, el de los
dioses y de la naturaleza; el Origen sin origen, que es la Vida y sus infinitas criaturas y
con ellas el hombre: Tchon, Tehuelche, Mapuche, en suma, los Antiguos, gente
originaria del austro, Pueblos del Sur).
DIFERENCIA EN LA REPETICIN:
La repeticin es la razn de ser de la literatura.
"Escribir para no morir, como deca Blanchot" repite Foucault, agregando ms
adelante:"Los dioses envan las desdichas a los mortales para que las cuenten; pero los
mortales las cuentan para que las desdichas nunca lleguen a su fin, y que su
cumplimiento se sustraiga en la lejana de las palabras, all donde stas que no quieren
callarse, cesarn al fin" (21)
La naturaleza de la literatura consiste en repetirse a s misma. Una cadena
ininterrumpida para huir de la muerte, o del olvido, que consiste en la forma que
adquiere la muerte en la escritura; lo expone y bien expresa la bella y joven Scherezada
en sus interminables historias entrelazadas noche a noche para postergar su final.
La literatura es ese lenguaje que se produce y reproduce a s mismo hasta gestar su
propia, exclusiva, singular realidad virtual.
La literatura crea su propio espacio de representacin, se autorreferencia como doble de
s; figura ante el espejo, manifiesta su realidad-lenguaje como su nica realidad y
verdad.
El lenguaje y la obra, los personajes y sus avatares se transfieren, se ocultan, se
mimetizan, y en ese lenguaje interminable vive la literatura.
"El enojo de Aquiles y los rigores de la vuelta de Ulises no son temas universales; en
esa limitacin, la posteridad fund una esperanza. Imponer a otras fbulas, invocacin
por invocacin, batalla por batalla, mquina sobrenatural por mquina sobrenatural, el
curso y la configuracin de la Ilada, fue el mximo propsito de los poetas, durante
veinte siglos". Escribe Jorge Luis Borges en "Flaubert y su destino ejemplar". Y en nota
a pie de pgina agrega:
"Sigamos las variaciones de un rasgo homrico, a lo largo del tiempo. Helena de Troya,
en la Ilada, teje un tapiz, y lo que teje son batallas y desventuras de la guerra de Troya.
En la Eneida, el hroe, prfugo de la guerra de Troya, arriba a Cartago y ve figuradas en
un templo escenas de esa guerra y, entre tantas imgenes de guerreros, tambin la
suya"(22).
Y ya que estamos en los clsicos, ya Homero se cita a s en la Odisea, donde efecta un
pliegue en su relato, y autopresenta en el Canto VII donde el astuto Ulises escucha de un
aedo su propia aventura, y cubre con un manto su rostro para que los presentes no vean
que llora.
Tambin el ingenioso caballero Cervantes presenta al arrebatado Alonso Quijano
comentado cmo otros, Alonso de Avellaneda, no ya cita, sino arrebata, copia, imita y
plagia sus andanzas, a tal punto que en el Prlogo al Lector de la Segunda Parte, debe
decir:
Repeticin y diferencia:
...En el fondo slo distinguimos una pequea cadena de cerros; el horizonte, sobre ellos,
est toldado de nubes plomizas y oculta las Cordilleras pero, en un momento que se
hace un claro entre los vapores agolpados, vemos el negro cono del volcn y una ligera
columna de humo que se eleva de su crter.
Los tehuelches me han mencionado varias veces, y con terror supersticioso, esta
"montaa humeante". Es el Chalten que vomita humo y cenizas y que hace temblar la
tierra; sirve de morada a infinidad de poderosos espritus, que agitan las entraas del
cerro y que son los mismos que hacen tronar el tmpano que se desmorona en el
lago.(...) grandioso espectculo debe presenciar el salvaje, al pie del Chalten, cuando en
la noche del fuego brota del centro del agua congelada en las altas montaas e ilumina
como gigantes faros con sus rojizos resplandores las
blancas nieves de los Andes y las azules aguas del lago, mientras la densa columna de
negro humo oculta las brillantes estrellas del sur.
Este volcn es la montaa ms elevada de las que se ven en estas inmediaciones y creo
que su cono activo es uno de los ms atrevidos del globo; su crter, situado a una altura
que calculo a la vista de 7.000 pies, no guarda la nieve, y su color negro, igual al del pico
ms agudo, situado en su costado oeste, se destaca sombro de la nieve de la base.
Viedma cita en su diario esta montaa, al decir que hay dos piedras como torres que los
indios llaman Chaltel, pero no dice que sea un volcn. (...)
Francisco Moreno: marzo, 2 de 1877 (25)
Diferencia en la repeticin:
Frecuentemente iba hasta un punto que dominaba el Ro de las Vueltas, y desde all tena
la ms maravillosa de las visiones. El amanecer sobre el cerro Fitz-Roy constituye un
cuadro como para cautivar al exigente artista. Los picos de la montaa se perfilan
ntidos en la luz del alba, en contraste con la profunda sombra del bosque a su pie;
luego, de repente, los primeros rayos del sol levante parecan jugar sobre la cimas, como
luces de San Telmo en los masteleros de un barco. Despus era imponente verlos
extenderse hacia abajo, hasta revelar en prpura la totalidad del cono del Fitz-Roy, como
si le hubiera tocado la vara dorada del mago; el valle entero se inundaba de luz, y
centenares de metros ms abajo serpenteaba el Ro de las Vueltas, deshacindose en
cantidad de arroyuelos, como hilos de plata en gigantesco estuche verde. Mi pluma no
alcanza a describir su hermosura, por ms que haya hecho hace aos una pobre
tentativa, intitulada Ven a nuestras bellas montaas. A veces me quedaba horas
hipnotizado en mi contemplacin, mientras los siervos pastaban apaciblemente en mi
derredor, y no poda menos de inclinarme reverente meditando sobre la frase: "Gracias,
mi Dios; s que ests aqu, junto a m"
Andreas Madsen (26)
CAPITULO TERCERO
EL VIAJE
Patagonia comienza con un viaje. Todo viaje es una historia que a su vez contiene otras.
Viajar es recorrer territorio; se viaja sobre el mismo suelo que otros en otros tiempos lo
hicieron.
Lo inmediato y primero en todo andar es el cansancio y es el asombro, el latido al lmite
de ritmos sensoriales, el encuentro inslito con horizontes ignotos, una experiencia
nmade de un cuerpo viandante sobre el cuerpo territorio.
LOS VIAJES
El viaje como experiencia se ramifica en mltiples sentidos, habra as un viaje de
aprendizaje y un viaje identitario, un viaje colonial de apropiacin y conquista, el viaje
del ocio y el metafsico. Una deriva de caminos y discmiles modos del caminar.
Viaje de aprendizaje, camino hacia la fuente de un conocimiento inmediato, in situ de la
cosa buscada; es el viaje paradigmtico de Flix de Azara, de Alejandro Humboldt, de
DOrbigny, Darwin, o Hans Steffen entre otras avanzadas, que generan el descubrimiento
de una realidad y convocan a su emulacin.
El viaje identitario como bsqueda de lo que es y de lo que no se es, en el cual la
emergencia del Otro puede surgir como amenaza o como obstculo impenetrable.
AL PIE DE LA LETRA
Dijimos que en el inicio de la Patagonia asomaba el topnimo basado en la letra de la
literatura. Pero aqu no termina la historia de nuestra invencin ficcional.
En el siglo XVIII habr una lectura inquieta de una escritura prctica: los lectores sern
burcratas iluministas de Carlos III, la letra pertenecer a la obra del jesuita Toms
Falkner, "Descripcin de la Patagonia y de sus partes contiguas de la Amrica del Sur",
fechada en 1774 y cuyas sugerencias a los poderes de ocupar estas heredades alarma a
tal punto a la corte del rey espaol que ste decide establecer poblaciones y a su orden
se erige en enero de 1778 el Fuerte San Jos en Pennsula Valds, a cargo de Juan de la
Piedra. Un ao despus, el fuerte El Carmen bajo la responsabilidad de Francisco de
Viedma; y en diciembre de 1780, Floridablanca, en San Julin, por el hermano de aquel,
don Antonio de Viedma.
El texto de Falkner que pondr en alerta roja a las autoridades espaolas deca:
Si alguna nacin intentara poblar este pas podra ocasionar un perpetuo sobresalto a
los espaoles por razn de que aqu se podran enviar navos al Sur y destruir en el
todos sus puertos antes que tal cosa se supiese en Espaa, ni an en Buenos Aires...
La alarma est claramente expresada en la Real Orden del 24 de marzo de 1778:
Con el fin de que los ingleses o sus colonos insurgentes no piensen establecerse en la
Baha de San Julin o sobre la misma costa para la pesca de Ballenas en aquellos mares
a que se han dedicado con mucho empeo, ha resuelto S.M. que se den rdenes
reservadas y bien precisas al Virrey de Buenos Aires y tambin al Intendente de la Rl.
Hazienda, previnindoles que de comn acuerdo y con toda la posible prontitud
disponga hacer un formal Establecimiento y Poblacin de dha. Baha de San Julin(...)
(27)
Dos meses despus, en las "Instrucciones" del Conde de Floridablanca, aparecen
nuevos fantasmas que recorren Amrica, son los de la emancipacin de las trece
colonias norteamericanas producida en agosto de 1776:
Desesperanzados los Yngleses de recobrar las vastas posesiones que ven subtradas de
su dominio en Amrica Septentrional, con tanto menoscabo de su marina y comercio, y
consiguientemente de su extensivo poder, les es ya indispensable pensar en hacer
alguna adquisicin en Amrica Meridional, la que le sirva al mismo tiempo de empleo y
fomento a sus pesqueras, navegacin mercantil y fuerzas navales y prometa a la
Potencia Britnica para lo necesario alguna indemnizacin de la gran prdida que ha
padecido.(...) Se sabe que han levantado planos y hecho varios reconocimientos, lo que
debe excitar nuestra vigilancia y nuestras precauciones (...)
Dos son los parages principales a donde desde luego debemos dirigir nuestro conato
para ocuparnos inmediatamente y formar con ellos alguna poblacin: Baha Sin fondo y
Baha San Julin...y enviar socorros a fin de que no se malogren por la falta de auxilios,
ni se repita el lamentable suceso de Puerto de la Hambre poblado por Pedro Sarmiento
de Gamboa. (28)
Con esto dejamos plenamente aclarado lo aclaran los documentos reales- que fue la
letra y la lectura de la letra disparadores de hechos prcticos que llevaron a movilizar
cuantiosos medios materiales y personales que diera lugar a la creacin de las primeras
poblaciones blancas en Patagonia.
OTRAS LECTURAS
Juan Manuel de Rosas leer el Informe de 1781 del piloto Basilio Villarino sobre la
navegabilidad del Ro Negro, y con seguridad la obra del sabio Flix de Azara, "Viajes
por la Amrica Meridional"(1808). Sobre sta y otras informaciones como Informes y
Memoriales, extender la frontera de la Confederacin Argentina hasta Choele Choel.
Estamos en 1833 y el naturalista Charles Darwin visita al caudillo bonaerense en el
campamento de ste. El hecho no es para nada intrascendente, sea para la ciencia, sea
para futuros viajeros cientficos.
Francisco Moreno, sigue en la letra y en los pasos a don Antonio de Viedma, al capitn
Fitz Roy, a Darwin, al misionero Tefilo Schmid, a Guillermo Cox o al piloto Basilio
CAPITULO CUARTO
ESCRIBIR Y SEDUCIR
LA NOVELA DE UN PAS
Hacia la segunda mitad del siglo positivista, la escritura con temtica patagona adquiere
otro tono, no muy distinto a la precedente si bien ms pragmtica y perentoria, como
quitndose el lastre colonial, como si quisiera ponerse al ritmo del tiempo histrico que
la modernidad acelera sin esperar. Pareciera que la velada advertencia de Falkner de
ocupar el sur baldo- volvirase a tener en consideracin dada su actualidad en el
proyecto nacional.
Los integrantes de la llamada "generacin del ochenta" se expresarn en un lenguaje
optimista con perspectivas de futuro, empeados por ensanchar los horizontes
territoriales, y darle un formato definitivo al estado nacional. (31)
Lo efectuado por tal generacin fue un acto de tensin vital tan grande que desbord
toda praxis y toda imaginacin geopoltica de los argentinos educados para un pas
miniatura, portuario, de pampa hmeda.
Moreno, Moyano, Fontana, Lista, Olascoaga, Castillo, Ameghino, Onelli entre otros,
cubrirn con actos posesorios las vacas paginas de las cartas geogrficas, aventarn el
impenetrable silencio de los vastsimos espacios con relatos de sus propias o ajenas
andanzas donde abundan empeos, incertidumbres, xtasis, peligros, audacia y coraje
de precursores.
Textos que brotando de suelos recorridos, circularn de la imagen a la mano que escribe
para descifrar en la escritura aquello marcado por el camino; inslitas y hondas
vivencias, sensaciones fuertes, inolvidables, intensidades hipnticas de cielos
implacables donde un paisaje estalla.
Escritura corporal de pioneros donde se trasluce la admiracin y la singularidad vivida,
en sus tiempos gramaticales, en la tensin que el relato crea y donde no faltarn
protagonistas principales y secundarios; escritos borroneados sobre un escenario
severo e inconmovible. Ser la novela del poder en expansin, escrita y protagonizada
por generaciones de hroes y antihroes, fideles y traidores, criollos, gringos, onas,
tehuelches y mapuches, un escrito polifnico de autor sin nombre.
Pero el relato escrito slo puede ser individual, la literatura es un trabajo y un placer
solitario. Novela autobiogrfica aunque trate la etnologa, la geografa o la historia,
escritura donde lo pblico y lo privado se confunden se complementan o arriban a la
contradiccin.
LA SEDUCCIN DE LA LETRA
Escrito bajo el silencio mineral que enmarca y asla el murmullo de las cosas y de los
seres que acompaaron ese momento, quienes como mudos testigos quedarn
grabados en los signos que intentan captar esos instantes. Escrito en la libreta de
apuntes y ahora ledo y escuchado por aquellos inocentes por vivir en adnica
ignorancia de la letra, ignorantes del fenmeno cultural letrado, de ese universo
denominado libro, escritura, lectura, magia hinptica que trae el huinka.
Francisco Moreno lee a los tehuelches que acompaaron a Musters prrafos de "At
home with the Patagonians" (posiblemente lo habr hecho en ingls, idioma que
entendan) donde ellos, analfabetos oyentes de un lector que les lee aquello que
efectivamente hicieron en el pasado.
Del libro surge esa nueva recreacin de la vida vivida, esa correspondencia llamada
verdad. En ese descifrar de caracteres se hace presente y actualiza el pasado convivido
y que ahora, el "Tapayo"(as nombrarn familiarmente los indios al Perito) vuelve a hacer
presente y actual.
Los oyentes, libres an, han sido ya capturados por la literatura, ahora son signos,
letras, fantasmas que emergen al abrirse la caja que dicen "libro". Tambin ellos estn
cazados, enredados en esos juegos de magia . Convertidos en historia escrita, se los ha
capturado y disecado, han dejado de ser la letra del mundo para pertenecer al mundo de
EN LA DERIVA DE LA LECTURA
El novel lector, y me refiero a aquel que primerizo se acerca a un libro de viajes
ignorante del pas que el autor recorre, de la direccin de sus ros, de los parajes con
sus relieves, los quiebres, cimas, y cuevas, escarpas y sendas, amplitudes pampas y
valles estrechos, pas con su bichero, su clima, y la toponimia que nombra las cosas de
ese mundo ignorado. Ese lector se internar en una narracin de ficcin aunque lo que
lea se designe de cientfico. Sabr tal vez, como el autor,
a dnde va, pero, igual a aquel, ser absorbido por la incertidumbre y el desconcierto ya
que para este lector, los nombres, su grafa y su fontica resultan no ya familiares sino
literalmente incomprensibles.
Confirmando lo que decimos, podramos citar al respecto algunos nombres de la
topografa que anota Musters en su viaje:
Oshir, Mowaish, Eletueto, Eke,Yolk, Henno,Geylum, entre otros.
Podra ubicar el lector patagnico poco versado en geografa histrica a qu paraje se
refiri el viajero ingls? Y sin embargo ese andar a tientas, ese vagar en un espacio
desconocido y en un tiempo perdido es, justamente, lo que apasiona y gusta de tales
relatos.
A veces, el viajero se apiada del lector:
"Para facilitar al lector la comprensin de nuestra ruta divagante y la disposicin
intrincada de estas montaas y ros, el croquis que ofrecemos puede ser de utilidad;
ste no pretende ser exacto, pero proporciona una idea de la regin atravesada y de
nuestros movimientos entre Henno y Teckel". (33) En la grafa toponmica actual seran
Genoa y Tecka.
El azar y lo imprevisto como parte de la magia del camino.
As describe Moreno los momentos en que llega al lago Argentino:
Nada puede expresar mi entusiasmo en estos momentos que el caballo asciende y
desciende jadeando la cadena de mdanos, aguijoneado por la espuela, hasta caer
extenuado en un pozo o embudo formado por el remolino de viento entre la arena
movediza. El ruido es mucho ms sensible pues parece que detrs del mdano choca el
agua; ya se oye el ruido del cascajo que rueda a su impulso; trepo la oleada de arena y
encuentro al grandioso lago que ostenta toda su grandeza hacia el oeste. Es un
espectculo impagable y comprendo que no merece siquiera mencin lo que hemos
trabajado para presenciarlo; todo lo olvido ante l.
LA MALDITA CONQUISTA
La escritura es una forma de la tica, letra de una conducta y de una valoracin implcita
en toda relacin. La conciencia social y tica nunca estuvo aletargada ni oscurecida
pese al natural optimismo y a la impetuosa voluntad con que imprimieron a sus
aventuras exploradores y colonizadores. Pero esas voces crticas que denunciaron los
malos tratos infligidos a la poblacin autctona en la
conquista del desierto, no fueron muchas ni suficiente para ser tenidas en cuenta por los
poderes decididores, pese a la autoridad y prestigio de un Lucio Mansilla, del Perito
Moreno, o de los misioneros de las rdenes religiosas que hicironse eco
del despojo y el dolor de los pueblos nativos.
Del carcter pacfico de los hombres del sur, dar cuenta un testigo objetivo:
"...acaso sean los patagones, de todas las naciones salvajes, las menos inclinadas a
atacar o engaar a los extranjeros." (37)
Todas estas voces de tolerancia fueron tapadas por la euforia terrateniente enancada en
la cresta del avasallante progreso liberal.
Tras el holocausto de la poblacin del Tehuel y el inicuo despojo de la tierra repartida
entre la oligarqua, cundi el desaliento y muchos de quienes participaron en la
ampliacin del territorio patrio sintironse totalmente defraudados.
Esto escribir un testigo irreprochable; el Comandante Prado:
Pobres y buenos milicos!
Haban conquistado veinte mil leguas de territorio, y ms tarde, cuando esa inmensa
riqueza hubo pasado a manos del especulador que la adquiri sin mayor esfuerzo ni
trabajo, muchos de ellos no hallaron siquiera en el estercolero del hospital- rincn
CAPITULO QUINTO
EL INCESANTE MURMULLO
"Ese murmullo sin trmino que se llama literatura"
Michel Foucault
DE LA LIBRETA DE APUNTES
La verdad es que se miraba muchas veces con recelosa curiosidad el hecho de que
tomara notas, y se hacan averiguaciones para determinar sobre qu poda realmente
escribirse en ese lugar, porque aunque la inteligencia tehuelche puede comprender que
SEGUNDA PARTE
CAPITULO PRIMERO
LA CANCIN DE LA TIERRA
Sin embargo, antes que la Letra y su Eco, antes que suene y se imponga la escritura,
mucho antes, en un infinito tiempo anterior, es decir, en una impensable edad,
permaneci el silencio. Nombro al silencio originario, protector y guardin de la palabra,
cuna, placenta, silencio madre.
Y del callar antropolgico, atento, respetuoso y perplejo, emerger un da el verbo
nombrando el asombro de la vida.
La Palabra no nace para nombrar lo obvio, tampoco para rumorear la chchara, ni se
forma del desperdicio cotidiano; es, en cambio, cifra de la condicin humana, brota de
los abismos de su inmanencia mgica y chamnica como un nombrar agradecido de la
donacin y pasa a ser ritual, para comentar y representar el espectculo del mundo, en
el tiempo en que Tierra-Hombre-Cielo eran Uno y uno era Todo.
DEL MITO
De la percepcin holstica del mundo antiguo, del animismo naturalista nacern los
mitos, creadores y organizadores de la existencia de los hombres.
El mito es el ncleo auroral de donde crece y se desarrolla la palabra, el mbito
imaginario en el que se despliega la idea catica que el Antiguo tena de s y de su
entorno.
El mito es un relato en torno al origen, sea del hombre, del mundo o de los dioses; as es
como existen mitos etiolgicos, cosmolgicos o teognicos. Un mito es la narracin de
un acontecimiento arquetpico y ejemplificador realizado por seres extraordinarios:
dioses o hroes, donde igualmente coexisten seres fabulosos y en un tiempo primigenio
que ser considerado como "tiempo sagrado" (Mircea Eliade). El mito tiene una realidad
sagrada porque trata de realidades permanentes e inalterables de la condicin humana,
como la muerte, el amor, el nacimiento, el dolor, el alimento, la reproduccin, el trabajo
El relato mtico nunca fue un mero cuento, una seductora historia fantasiosa; se trata en
cambio de una energtica anmica que la comunidad revive como realidad actual,
creando lazos muy fuertes de identidad y unin. De tal manera, los mitos no son slo
patrimonio de culturas "primitivas" son, sin duda, parte dinmica de la realidad humana.
Los mitos apunta a establecer y construir una identidad. Son certezas de un pasado
comn y de un destino o futuro tambin comn, compartido. En virtud de ello, la
celebracin del mito asegura una pertenencia, un lugar comn de solidaridades y
arraigo.
Debemos entender el mito como potencia cultural imaginativa, movilizadora y
aglutinante de una comunidad.
Como mensaje, el mito se transmite y funciona en la oralidad. Oralidad y escritura son
relatos irreductibles. En la oralidad est el encuentro, la reunin, la voz y su timbre; los
gestos, las pausas, los ritmos, los silencios y los tonos acompaando y enfatizando la
coloratura del relato.
"Memoria, transmisin oral, tradicin: tales son las condiciones de existencia y
supervivencia del mito", escribe el antroplogo Jean Pierre Vernant.
Cada relato es una nueva y distinta manera de decir lo ya dicho. Taumaturgia del orador,
magia retrica que subyuga al auditorio hacindolo partcipe de lo narrado. Podramos
asegurar que cada relato oral es una indita interpretacin de lo conocido.
LA VOZ DE LA TIERRA
La voz y la danza. Y cuando canta el hombre, suena el cultrn, sstole y distole de la
inmensidad y del tiempo. Geografa y cultura, geografa de una cultura.
Voz del cultrn sonando a corazn oculto, lento, candencioso y grave, montono, sordo,
opaco; sonido que emana del cuero del animal. La mano soleada y terrosa que insiste
sobre el parche pardo y tenso en el cual hay pintado en negro, lneas que se cruzan en
las cuatro direcciones del pas y en cuyos extremos y sin salirse de la circunferencia
cultrunera que simboliza la Mapu o el mismo Cosmos, se diversifican las lneas
formando un delta, una triloga que tal vez sea la misma Pata de Avestruz que brilla en el
negro cielo austral.
Es, sin duda, la voz de la Tierra la que se escucha. La mano terrosa del nativo
percutiendo cueros. Cuero con piel en un piel a piel de la Vida. Cuerpo sobre cuerpo,
coito primordial y sagrado sonando sin disonancia que gesta con su canto y las
sagradas trutrucas y piflcas un clmax ritual en el choique prrun o loncomeo,
simulando el andar de los seres terrestres, el movimiento ligero del avestruz, el gracioso
del tero, el sonido subterrneo del tucu tuco, el vuelo del guila, hijos todos del viento y
de la Tierra. (46)
CAPITULO SEGUNDO
LA NOVELA DEL ESTADO NACIONAL
"El Estado construye ficciones... una serie de narraciones para ocultar la violencia delos
cuerpos"
Ricardo Piglia
A partir del siglo XIX, la literatura cientfica y pseudo cientfica, con su voz imperturbable
y neutra, terminar por fabricar la novela del pas positivista, terrateniente y especulador.
A su vez, la literatura propiamente dicha (pero habr que esperar un avanzado siglo XX
para su aparicin), nos comentar del pas que no fue. La literatura, para desarmar y
desmontar el relato encubridor del poder.
La novela del Estado es la letra del poder y de su representacin; por su parte, el relato
(hasta qu punto es relato y no tambin novela?) de la sociedad civil lo ser acerca de
la constitucin de su identidad en el espacio ganado por el Estado en su expansin
geopoltica.
Nadie duda de la posicin hegemnica del discurso estatal sobre los particulares y el
colectivo social, el que ha dado lugar a la construccin de la llamada "identidad
nacional". De tal forma, el memorando estatal se ha convertido en Historia, al
sobreponerse y hacer acallar las memorias particulares, al ejercer el dominio sobre el
colectivo e imponer su propio discurso como nico discurso de verdad.
Confirmada la integracin de la regin patagnica a la nacin argentina, la escritura
cientfica, en todas sus ramas, se desbordar a lo largo y ancho del territorio
recientemente conquistado. Es el momento del dominio total y por ello se har necesario
e imprescindible obtener la mayor cantidad de datos a los efectos de saber con qu tipo
de territorio hay que contar para desplegar las polticas del estado capitalista y
SOCIEDAD Y ESTADO
Los exploradores argentinos, en especial aquellos de la Generacin del Ochenta,
quienes, obedeciendo a la pragmtica poltica gobernante y ejecutando rdenes y
disposiciones, orientaciones y leyes; ejecutarn el texto de la accin conquistadora y
colonizadora. Accin que engarza los eslabones de una cadena de acciones enfocadas
en el viajar, explorar, clasificar, informar o destruir, que predispone a ejecutar una letra
(rdenes, disposiciones, reglamentos, leyes), sobre el cuerpo objetivo terrritorial y el
cuerpo subjetivo del nativo.
En este indispensable rittornello de lo escrito a lo actual y de lo actual a lo escrito,
comprobaremos cmo ir formndose el cuerpo imaginario argentino sobre Patagonia y
el imaginario patagnico propiamente dicho sobre s mismo.
Viajeros y exploradores entonces; si bien los argentinos fueron los ltimos en aparecer
en la escena patagona para declamar la soberana, quienes lo precedieron siempre sern
extranjeros.
Ellos, los viajeros, genricamente hablando, fueron quienes, con o sin programa oficial,
imprimieron con sus cuerpos la novela del pas austral
En la letra de los exploradores y andariegos de distintos signos e intenciones, hay,
primero, un "discurso de la accin", de doble interpretacin: el de la accin propiamente
dicha, es decir; el relato del viaje, el que efecta el cuerpo del viajero, relato de la
subjetividad que elabora una experiencia; y relato de la accin del discurso, de los
textos describiendo aquella subjetividad expresada en la experiencia de la escritura. Y
un segundo discurso, compuesto uno, por los "representantes" del expansionista
Estado Nacional, y otro, el que produce la sociedad civil.
Hay un momento excepcional en la historia del Sur que describe lo que acabo de
expresar.
En la expedicin de 1885 llevada a cabo por la Compaa de Rifleros del Chubut se
escribirn dos relatos: el pblico u oficial, y el privado. El primero efectuado por el
primer Gobernador del Chubut, Luis Jorge Fontana, y un segundo que expondr John
Murray Thomas(entre otros) comandante de la expedicin aludida.
Dos textos que son los respectivos "Diarios" de la expedicin.
El viaje exploratorio tiene dos versiones, dos miradas sobre lo mismo. Hay s una misma
intencin: testimoniar el acontecimiento y adems una voluntad, un mismo mpetu, una
comunidad de ideales matizados desde las respectivas subjetividades, intereses y
expectativas individuales.
Tenemos entonces: un proyecto poltico estatal y un proyecto de la sociedad civil. Un
programa vertical y otro de la propia comunidad movilizndose en pos de sus
especficos intereses. Este movimiento de auto organizacin como fue el caso de los
galeses del Chubut, no armonizaba del todo con los intereses del Estado Nacional, por
restarle a ste capacidad de decidir sobre los particulares, quedando todo el
protagonismo librado a manos de los colonos.
Tenemos aqu definidamente expuestos dos modelos polticos: por una parte, la
autoridad nica, el poder unificado y centralizado elaborado por el roquismo; por otro, el
sistema democrtico mutualista y cooperativo.
De hecho, el sistema de organizacin social de los galeses del Chubut revela un alto
grado de participacin democrtica, que el estado nacional argentino, de estructura
SALIDA
Dejara aqu concluido este ensayo que por alguna razn o intencin he definido como
primera parte, la cual de hecho est convocando a su continuacin.
La idea primaria, la que fuera enunciada al comienzo: Patagonia como invencin de la
letra, provoc distintos tpicos literarios sealados en el viaje, la experiencia del mismo,
la escritura del y sobre el cuerpo (cuerpo de la geo y cuerpo psicosomtico) recorrido
como repeticin y simultneamente como diferencia; que en la letra de los viajeros, la
repeticin no es mera copia ni imitacin sino un nombrar otro desde otro lugar y otro
tiempo. Son tpicos o imgenes que el espejo de la letra reflejara.
El viaje y su escritura pero igualmente, la escritura como provocacin, como camino
hacia el imaginario patagn. Una letra que deja huellas ramificadas y abiertas a las ms
variadas preocupaciones del conocimiento y la accin, del ser y del saber. Escritos
atravesando problemticas heterogneas, cruces de fronteras temticas, mezcla de
gneros componen el mosaico de la percepcin y concepcin del Sur, asomndose en
cada uno de los relatos el hecho literario en s mismo, la eleccin de metforas
adecuadas, la construccin oracional, la ruptura de la lnea del relato por digresiones,
explicaciones, definiciones, y tambin, el relato dentro del relato de leyendas, mitos,
anecdotario, la presentacin y desenvolvimiento de personajes que, para gloria de
nuestro imaginario, fueron de carne y hueso.
Segunda Parte
Captulo Primero: La Cancin de la Tierra
Del mito. Del mito al logos. De mitos y leyendas del Tehuel. La palabra como acto. La voz
de la Tierra. Un mundo sin Dios.
Captulo Segundo: La novela del Estado Nacional
Sociedad y Estado. Hacia una literatura patagnica. Hay una literatura patagnica?
Salida.
NOTAS
1 CASTORIADIS, Cornelius: La Institucin Imaginaria de la Sociedad. Vol. 2
El imaginario social y la institucin. Tusquets Editores Bs.As.1993.
2 "Hacer la genealoga de los valores, de la moral, del ascetismo, del conocimiento, no
ser por tanto partir a la bsqueda de su "origen", minusvalorando como inaccesibles
todos los episodios de la historia; ser por el contrario ocuparse de las meticulosidades
y en los azares de los comienzos; prestar una escrupulosa atencin a su derrisoria
malevolencia; prestarse a verlas surgir quitadas las mscaras, con el rostro del otro no
tener pudor para ir a buscarlas all donde estn-"revolviendo los bajos fondos"...El
genealogista necesita de la historia para con conjurar la quimera del origen un poco
como el buen filsofo tiene necesidad del mdico para conjurar la sombra del alma.(...) el
genealogista parte a la bsqueda del comienzo...innombrable que dejan esa sospecha de
color, esta marca casi borrada que no sabra engaar a un ojo un poco histrico."
Michael FOUCAULT: "Microfsica del Poder". Ed. La Piqueta. 1992
3 GANDIA, Enrique de: La Ciudad de los Csares (Separata de Anales del Museo
En 1949, el mdico Federico Escalada public, bajo los auspicios del Instituto Superior
de Estudios Patagnicos (histrico antecedente de la actual Universidad Nacional de la
Patagonia), la obra de antropologa y etnologa ms importante de la Patagonia Central:
"El Complejo Tehuelche". ngel Uranga analiza aqu el legado de una esencial obra en el
estudio de de los tehuelches, los ancestrales habitantes de la vastedad patagnica.
LA PESADILLA DE LA HISTORIA
Si la desaparicin de una especie natural es una prdida irreparable que sucede en la
bisfera que la fecunda diversidad ha elaborado trabajosamente, toda desaparicin de
una comunidad humana resulta una catstrofe en el esquema cultural al romperse el
equilibrio hombre-naturaleza y la necesaria multiplicidad y heterogeneidad que cada
pueblo revela respecto a la comunidad humana en general.
La historia es esa pesadilla donde los hombres producen y reproducen vencedores y
vencidos, dejando la confusa trama de glorias y cenizas, de luces y sombras, y as, por
alguien que produce heridas otros hay que se empean en realizar suturas. Tendramos
entonces, contrastando con las sombras de Corts la preocupacin antropolgica de
Bernardino de Sahagn o la utopa de Vasco de Quiroga; frente a los oscuros abismos
de los Pizarros, la obra vindicadora del Inca Garcilaso. Aqu, la contraparte de Winter
ser Francisco Moreno, el Perito.
En la larga duracin de la historia, todo vencedor por el odio obtiene siempre una
victoria prrica, si es que lo rechazado era bueno para la experiencia general. En toda
derrota de lo valioso queda latente un murmullo de posibilidades truncas, de utopas que
esperan la ocasin para volver a salir a luz y exponer su verdad; cuando esto sucede,
cuando alguien levanta la lpida del monopolio de la palabra, las voces reencarnadas
nos dicen mensajes que hoy, tras un largo ciclo de destruccin intentamos balbucear
para no consumirnos en nuestros propios errores.
INTRUSOS Y DEPREDADORES
Aunque los habitantes primigenios de nuestra regin-pas supieron de los europeos a
comienzos del siglo XVI, cuando los hombres de Magallanes secuestran un par de
nativos "gigantes", segn Pigafetta cronista de la expedicin, denominndolos
"patagones" e iniciando en este doble acto robo y definicin- la relacin colonial; a
pesar de las entradas de Valdivia, los intentos de misionar de Mascardi y Ca., y de las
"visitas" de viajeros ingleses: Falkner, Musters, Darwin, y espordicas como fallidas
intenciones de habitar la regin por parte de los espaoles; no ser hasta las ltimas
dcadas del siglo pasado en que los nativos "patagones" conocern en su real
dimensin trgica, depredadora, colonial-, la calaa de los intrusos civilizados.
Arriba dos indios del pueblo tehuelche; abajo, derecha, dos nias tehuelches.
EL HOLOCAUSTO PATAGON
El etnocidio que signific la Conquista del Desierto, queda expuesto en el
despoblamiento del "desierto". Slo en la isla grande de Tierra del Fuego y en el espacio
de una dcada (entre los siglos XIX y XX) el 90% de los Onas (Ymanas, Alacalufes,
Selkman) desapareci, rmington, alcohol y viruela mediante.
El tehuelche era pacfico y colaborador del cristiano, sobradas pruebas dieron los
grandes caciques aoni-kenk, Orkeke y Casimiro. Pese a la reconocida benevolencia, su
ingreso compulsivo a la civilizacin signific su inapelable aniquilamiento. En los viejos
libros de historia y en el imaginario argentino, la presencia patagnica comienza como
una campaa de exterminio, cuando el reluciente estado nacional extenda su soberana
sobre el ominoso silencio de una raza para provecho de terratenientes y sbditos de
SMB.
Federico Escalada
(*) Fuente: ngel Uranga, "Ampliando nuestra memoria. A cincuenta aos de la primera
edicin de "El complejo tehuelche" de Federico Escalada, 1999, Comodoro Rivadavia.
TERRITORIO: Waj Mapu. Patagonia secreta
Por Martha Perotto
La geografa patagnica, como otros paisajes del rico planeta azul, es capaz de
inspirar brisas creadoras y vislumbres hondos de la existencia. Para traducir los
mensajes de la tierra en historias, smbolos y seales, es necesaria la mediacin de un
ojo sensible, de una pluma esmerada. Este es el caso de la narrativa de Martha Perotto,
escritora que reside en El Bolsn hace ms de veinte aos. Perotto naci en Buenos, y,
en su bello hogar patagnico, ejerce actualmente la docencia en Lengua y Literatura. Ha
editado obras como Cuentos para un invierno largo, y De un castillo en Patagonia. Aqu,
Perotto respira en su ltima obra Territorios. Waj mapu. Patagonia secreta, una novela
atravesada por la bsqueda de un paleontlogo en el norte de Neuqun. La pasin por el
hallazgo de las arcaicas osamentas de dinosaurios se convierte en persecucin de una
veta visceral del vivir. As, en el captulo seis de Territorio...(que presentamos aqu),
Germn, el paleontlogo, manifiesta: "... los paleontlogos vivimos, como todos lo
cientficos, en una eterna pregunta. Y si la contestamos encontramos otra
nueva. Buscamos el pasado remoto. En el fondo queremos reconstruir la historia de la
vida." En el siguiente captulo, Juan, un nio mapuche, se eleva en sueos, en
ensoaciones de ternuras y cristales, donde Batman o Superman, que gestan sus
hazaas en sus amadas historietas, son inspiracin para un sueo heroico, un sueo de
liberacin de un pueblo que, lentamente, se desvanece entre las susurrantes garras del
viento patagnico.
Esteban Ierardo
Para comunicacin con Martha Perotto: [email protected]
CAPITULO 7
Entonces Supermn, antes de que la kriptonita le haga efecto, logra desviar el asteroide
que iba a chocar contra la Tierra y que haba provocado tumultos y disturbios en
multitudes enloquecidas por el miedo. El planeta vuelve a la calma. Pocas horas
despus, Clark Kent es el encargado de redactar la noticia para su peridico. FIN.
Juan, sentado en el umbral del correo, cierra la revista de historietas y se queda un rato
soando con su hroe. Despus se levanta, entra al modesto edificio y tendindole la
revista al jefe de correos le dice:
- Ya la termin, no tiene otra?
- S, pero por hoy ya leste bastante. Qu te parece si te la presto la semana que viene,
cuando regress al pueblo?
Juan se queda pensando.
- Es que no s si podr venir. Hay mucho trabajo.
- Juan, Juan, sos el nico que consigue sacarme las revistas para leerlas en
casa.
- Yo se las voy a cuidar.
- S, ya s. Pero son el esfuerzo de toda mi infancia. Es una coleccin nica, esas
revistas no se consiguen ms... - rezonga mientras le alarga los ejemplares.
- Yo se las voy a cuidar -. Las aprieta contra el pecho pero no se va.
El jefe de correos tiene dos pasiones: las viejas revistas mejicanas de Supermn y
Batman y las estampillas. Esas dos posesiones lo transforman en un personaje para
Juan.
- Y ahora, qu ms quers?
- Cuando regrese para devolvrselas, me deja ver las estampillas?
- Bueno, bueno. Ah est tu pap que te busca.
El nio pone las revistas en una bolsita y descubre entre ellas un chupetn.
Le sonre mientras monta a la grupa del caballo de Andalicio y saludando con la
golosina en alto, se alejan hacia su hogar.
Desde la punta del cerrito al que ha subido con dificultad, Juan puede observar el
2 viaje al sur
En 1874 se embarca en el "Bergatn Rosales" de la Armada a Santa Cruz con el objetivo
de explorar las tierras donde se haban establecido los chilenos. El barco llega hasta la
desembocadura del ro Santa Cruz.Junto con Carlos Bergatn y el guardiamarina Carlos
Mara Moyano, se internan en Santa Cruz y Ro Negro, donde encuentran una tribu
aborigen que mantena viejas costumbres de un tiempo remoto, con vestigios de una
vida anterior a la llegada del hombre blanco. Moreno hizo acopio de una gran cantidad
de objetos de habitantes primitivos. En diciembre llega a su fin la expedicin luego de 5
meses. Vuelven a Buenos Aires debido a una revolucin que al llegar ya haba sido
sofocada. Viaja a Entre Ros para comparar la formacin terciaria de las barrancas del
Paran con la de las Patagonia. Francisco Pascasio Moreno no slo intenta explorar la
Patagonia sino, tambin, integrarla al pas que est ajeno a su existencia "Hay una sola
patria para el mapuche y para el blanco. Una sola patria, a pesar de todo..."
Reconocimientos
En 1903 sufre una terrible prdida. El 26 de enero muere su hijo Florencio de tan solo 9
aos. Utiliz el trabajo como mtodo de ocupacin y en unos meses recuper su
entusiasmo."Ese mismo ao el Congreso Nacional premia la labor de Moreno como
perito y los trabajos que durante muchos aos ha prestado gratuitamente a la Nacin,
otorgndole tierras en el territorio del Neuqun o al sur del ro Negro. Moreno ubica esas
tierras en el extremo oeste del lago Nahuel Huapi y las dona a su vez a la Nacin con el
fin de que sean conservadas como parque natural. De esta manera el 6 de noviembre de
1903 la Argentina se convirti en el tercer pas del mundo, despus de Estados Unidos y
La inmortalidad
Su ltimo viaje a la Patagonia lo realiza en 1912, siete aos antes de su muerte, cuando
acompaa a Teodoro Roosevelt, por pedido especial de ste, a la regin de Nahuel
Huapi. Francisco Pascasio Moreno muri en la madrugada del 22 de noviembre de 1919.
En el pas su muerte pasa inadvertida. Pero en el exterior numerosos pases e
instituciones le rinden homenaje, pues Moreno es un verdadero exponente de las
mejores virtudes de la raza, al margen de su condicin de argentino. En 1944 sus restos
fueron traslados a Bariloche, cubiertos con la bandera argentina y los ponchos de
Sayhueque, Catriel y Pincn, y depositados en la isla Centinela, convirtiendo el
imponente escenario de sus mayores glorias en digno monumento a su grandeza. Nada
le hubiera satisfecho ms que descansar en las tierras por las que luchara sin desmayo
en vida y sin esperar ningn beneficio personal. Moreno fue un autodidacta, humanista,
civilizador, explorador, gegrafo, antroplogo, etngrafo, paleontlogo, historiador,
socilogo, diplomtico, legislador, educador y escritor y poeta de la naturaleza, y por
encima de todo un ser humano que luch hasta el final de su vida por los ideales de su
juventud. Moreno ha sido considerado hroe civil de nuestro pas. Esto es especialmente
destacable en una Nacin donde la mayor parte de los hombres ilustres de la historia
han sido militares o han actuado como tales, y donde los civiles ms nombrados han
participado en mayor o menor medida de las luchas polticas de su tiempo, luchas que
en muchos casos se han proyectado hasta la actualidad. La vida de Francisco Pascasio
Moreno fue una lucha continua. En las tolderas, en los parlamentos indios, en las
expediciones por tierra y mar, en el cautiverio, Moreno mostr su coraje y su enorme
comprensin por la condicin humana. Fue l, el explorador, el pionero, el cientfico que
se arriesg a borrar los lmites entre civilizacin y barbarie. (*)
EL PADRE DE AGOSTINI Y LA PATAGONIA
Foto 1
RELATO
DEspus de catorce horas de colectivo, a unos 1147 kilmetros de Buenos Aires,
llegamos a Neuqun. El medioda devolva a los neuquinos, al calor de sus hogares, y a
eso de las dos de la tarde la ciudad se vaci. La quietud y el silencio slo eran alterados
por los latigazos del viento. Despus de andar la ciudad, unos bancos que
descansaban bajo la glorieta en el boulevard de la calle central nos invitaron al descanso
hasta la hora de partida.En una Combi, recorrimos los 322 kilmetros hacia el oeste,
hasta el pueblo de Alumin (del mapuche: olla brillante), una localidad bautizada por los
mapuches abrigada por uno de los tantos valles de la cordillera. Desde all, diversos
caminos se abren hacia los lagos de origen glaciar del norte del Parque Nacional Lann.
El atardecer de despleg por la ruta 22. Mientras dormitaba Juan, amigo y compaero de
viaje, mi vista rod por la estepa cubierta de arbustos enanos que brillaban como
borbotones de algodn bajo la luz de un sol remoln. Pasamos Zapala y tomamos la ruta
46. A pocos kilmetros, sobre nuestra derecha, el chofer nos seal el Parque Nacional
Laguna Blanca: 11.250 hectreas protegidas que albergan el rea de nidificacin ms
importante de la Patagonia con ms de cien especies de aves e incluye una de las
mayores poblaciones de cisnes de cuello negro del pas. Despedimos la camioneta 16
kilmetros antes de llegar a Alumin, en el parador Rahue, a 30 del lago Quilln. La
noche era fra y entramos en la nica construccin de la zona: una clida cabaita donde
un gua turstico nos convid unos mates revitalizadores mientras nos recomendaba el
mejor lugar para la carpa, donde dormimos a rienda suelta. El Quilln en vista. Entrado el