PRADA, Nancy, Debates Feministas Sobre La Pornografía

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UNIVERSIDAD DE CDIZ

MSTER EN GNERO IDENTIDAD Y CIUDADANA

2008 2009

TESINA:

"Fui la puta feliz, la porngrafa feliz, ya sabis":

Debates feministas sobre la pornografa

Presentada por:

Nancy Prada Prada

Dirigida por:

Francisco Vazquez

Cdiz, julio de 2009

1
CONTENIDO

I. Introduccin

II. Pornografa
1. Qu es pornografa?
2. Desde cundo comenzamos a hablar de pornografa?
3. Potencial desestabilizador de la pornografa
4. Historia de la pornografa
a. La novela pornogrfica
b. Apuntes histricos sobre el cine/video porno
c. Cine / video porno en Espaa

III. Debate feminista sobre la pornografa


1. Tensin placer peligro
2. Las antiporngrafas, USA
a. Esclavitud sexual, violacin y pornografa
b. Vamos a poner fin a la pornografa: Dworkin MacKinnon
3. Las pro-sex, USA
a. Pureza social VS Deseo femenino.
b. Una teora radical del sexo: Gayle Rubin

4. El debate en Espaa
a. Algo anda mal con la pornografa y prohibirla no lo soluciona
b. El trabajo sexual es un trabajo
c. Otra hermandad de mujeres: putas y feministas
d. Movimiento Social de Mujeres
e. Contra la pornografa y la prostitucin

IV. Porno Feminismo


a. Porno Poder: Beatriz Preciado
b. King Kong y las perras de Barcelona
c. Porno para mujeres
d. Pos Porno
e. Pos - Porno en Espaa

V. Conclusiones

2
I. Introduccin

Todos mis amigos hombres tienen alguna historia de su edad adolescente relacionada

con la pornografa. Historias sobre cmo accedan a dicho material (fundamentalmente

revistas y pelculas) sin tener la edad legal para comprarlo, sobre cmo lo

intercambiaban entre ellos, sobre las fantasas que construan a partir de dichas

imgenes y sobre las argucias que inventaban para encontrar en sus casas familiares el

espacio privado que les permitiera entregarse al disfrute masturbatorio que les

prodigaba el porno.

La inmensa mayora de mis amigas mujeres, por el contrario, nunca entraron en

contacto con la pornografa siendo adolescentes. Muchas ni siquiera en la Universidad,

y algunas, an hoy, no han visto jams una pelcula pornogrfica. Yo misma vi mi

primera porno a una edad muy superior a la que tenan mis amigos cuando se estrenaron

en dicho consumo, y no llegu all por iniciativa propia y solitaria, sino siguiendo la

invitacin de un hombre, por entonces mi pareja, y en su compaa.

El consumo diferencial de pornografa por parte de hombres y mujeres hace parte del

sistema de gnero, que construye cuerpos y deseos claramente distinguibles en funcin

del sexo, al que imagina como un determinante biolgicamente constituido. El cuerpo y

el deseo femenino estn diseados en este sistema, desde la tierna infancia, para mostrar

reservas frente al erotismo y la sexualidad, de manera que la pornografa no despierte en

ellos, en ellas, casi ningn inters.

3
No obstante, en el camino -an corto pero lleno de logros- de la liberacin femenina,

unas pocas mujeres comenzaron a interesarse en el asunto. Las pocas se multiplicaron y

hoy han dejado de ser excepciones. Si bien el derecho a una sexualidad plena ha sido

una de las mayores conquistas del feminismo, en torno a expresiones como la

pornografa no existe consenso al interior del movimiento. Existe, ms bien, un debate

intenso sobre el tema, debate que me propongo recrear parcialmente (comparando el

caso estadounidense y el caso espaol) en el presente ensayo.

Dicho debate ancla sus races en el final de los aos setenta del siglo XX, cuando se

articula en Estados Unidos una posicin feminista expresamente en contra de la

pornografa. Dicha posicin, sostenida por una extraa coalicin entre feministas y

extrema derecha, defenda la necesidad de abolir la pornografa, a la que consideraba en

s misma como una forma de violencia contra las mujeres. Como reaccin a los intentos

abolicionistas, feministas de opinin contraria y mujeres que hacan parte de la industria

pornogrfica defendieron una posicin ms cercana a la reglamentacin, que admita

una crtica cultural al porno, pero rescataba la capacidad de agencia de las mujeres para

intervenir en l y sealaba las nefastas consecuencias que tendra apostar por la

abolicin. Dichas posiciones encontradas no nacieron de manera autnoma en el

contexto ibrico. All, llegaron ambas posturas ya fermentadas y encontraron, una y

otra, sus propias exponentes. Sin embargo, como se ver en el desarrollo del texto, una

de esas posturas se impuso sobre la otra.

Ningn sector tiene el monopolio de la verdad feminista, sin embargo, como queda

claro tras revisar este debate, algunos intentan apropirselo, de manera que los trminos

4
de la discusin no han sido siempre cordiales sino que, como recuerda Gayle Rubin al

respecto de los encuentros -o mejor, desencuentros- entre la Women Against

Pornography (WAP) y las lesbianas sadomasoquistas, se parecen en ocasiones a las

guerras de bandas.

Por supuesto, las feministas no han sido las nicas que han entrado a participar del

debate en torno a la pornografa. Desde la propia industria pornogrfica, los estudios

culturales o la sociologa, tambin se han elaborado valiosos aportes a la discusin, pero

en tanto es el debate feminista el que ha vertebrado su anlisis en el papel que el gnero

juega cuando hablamos de pornografa, me centrar de manera casi exclusiva en l.

La vocacin de este trabajo es ser un estado de la cuestin, es decir, no entra en el

anlisis minucioso y la confrontacin con las autoras para producir nuevo conocimiento,

sino que expone los trminos del debate tal como se ha dado hasta la fecha, de la

manera ms clara que me ha sido posible. As las cosas, los aportes tericos novedosos

habran de comenzar justo cuando aparece el punto final del presente texto. En todo

caso, tales aportes requeriran necesariamente la revisin que hago, y en ello radica su

valor. Hacer una crtica o formular una postura terica alternativa a las expuestas,

requiere una informacin completa de lo que se ha dicho antes y este texto es

justamente eso: una resea crtica de lo que se ha dicho en el debate feminista sobre la

pornografa en los contextos estadounidense y espaol. Mi punto de llegada es en

realidad un punto de partida.

5
No obstante, una modesta pero nada trivial conclusin asoma tras esta revisin: en

Espaa result insostenible, desde la entrada del debate, una postura que abogara por la

abolicin de la pornografa. Contrario a lo que ocurri en su momento en Estados

Unidos, las propuestas abolicionistas no tuvieron all mayores repercusiones y

actualmente es difcil encontrar alguna feminista espaola que articule sus anlisis a

favor de la abolicin de la pornografa. Yo al menos, no he encontrado ninguna a lo

largo de esta investigacin. La pregunta con la que debera comenzar una investigacin

posterior es por qu?

Una hiptesis surge luego de documentar el debate: cuando ste entra en Espaa (en la

ltima dcada del siglo XX), el pas sigue despertando de la pesadilla (al menos en

cuanto a libertad sexual se refiere) franquista. La dictadura de Franco habra sido, segn

esta hiptesis, especialmente severa con los disidentes sexuales, de manera que una

vez superada, las libertades defendidas por excelencia habran sido aquellas que ataen

a la identidad, opcin y conductas sexuales. Cualquier cosa que entorpeciera el libre

desarrollo de dichas libertades tendra un sabor directo a dictadura, y sera

automticamente evitada.

En comunicaciones personales, la investigadora Beatriz Gimeno, concuerda con dicha

hiptesis sealando cmo incluso las feministas antiprostitucin, que s representan un

sector de opinin muy fuerte en Espaa, no se atreven a decir pblicamente lo que

opinan sobre la pornografa. Gimeno me sealaba, adems, que la consideracin de lo

que es o deja de ser "libertad" es cultural, y resulta muy distinto en Estados Unidos y en

Espaa. Me pona un ejemplo: recuerdo que hace poco en una entrevista un poltico

6
norteamericano deca que su pas es el ms libre del mundo porque l poda llevar

armas sin que nadie le detuviera, y el periodista espaol le deca: s pero yo puedo ir

desnudo por la playa y usted no. Lo que se entiende por mxima libertad en Estados

Unidos no es lo mismo que en Espaa, donde la represin del franquismo habra hecho

que libertad se equiparara en buena medida con libertad sexual. Un hecho verificable

consistente con esta hiptesis -como tambin me deca la profesora Gimeno- es que en

Espaa haya resultado ms fcil que en otros pases conseguir derechos para la

comunidad LGBT.

He dicho ya que ste trabajo constituye slo un punto de partida. Queda entonces

comenzar a caminar.

7
II. Pornografa

Si no existiesen otras consideraciones, la pornografa merecera atencin slo por el

hecho de haber llegado a convertirse en un fenmeno de masas, multitudinario y

multimillonario. Sin embargo, las otras consideraciones existen. Pero empecemos por el

comienzo. O por algn punto que definiremos arbitrariamente como comienzo para

situar el debate que me propongo recrear.

Cules son los orgenes de la pornografa? Cualquier intento de aproximacin a

esos orgenes depender de lo que entendamos por pornografa. Sin embargo, no es

tan sencillo como proponer una definicin y comenzar a enumerar datos histricos de su

ocurrencia, pues justamente tal definicin forma parte central del debate, en tanto la

produccin de conocimiento implica la produccin de sentidos. No entendemos hoy por

pornografa lo que se entenda hace un siglo, y la razn no es simplemente que la

pornografa haya cambiado, sino que se han abierto focos de mirada dismiles sobre los

mismos fenmenos.

Tal como afirma el filsofo Ruwin Ogien en su libro Pensar la Pornografa (2005),

el tema plantea mltiples problemas econmicos, sociolgicos, psicolgicos y jurdicos,

pero tambin algunos problemas conceptuales, epistemolgicos y morales que interesan

a la disciplina filosfica1, aunque quienes se dedican a ella pocas veces muestren

entusiasmo en encararlos pblicamente (Ogien, 2005, p.17).

1
Para otras reflexiones sobre el fenmeno pornogrfico desde la Filosofa ver: Soble, Alan. The
Philosophy of Sex (1991). United States of America: Littlefield Adams Quality Paperbacks. En particular
los captulos de Harry Brod, Rosemarie Tong y Alan Soble.

8
Me apoyar a lo largo de este acpite en la exposicin de Ogien, para quien no hay

diferencia moral entre las representaciones sexuales que son crudas y explcitas y las

que no lo son (Ogien, 2005, p.27), esto es, que la pornografa y el erotismo se

distinguen slo por consideraciones estticas y no habra ninguna razn moral para

desaprobar la pornografa. As las cosas, todos los aspectos del debate filosfico en

torno a la pornografa se esclarecen si se considera la distincin entre lo que es justo y

lo que est bien.

1. Qu es pornografa?

Como provocadoramente se pregunta Ruwen Ogien en la introduccin de su libro:

Un sueo puede resultar 'pornogrfico'? Pueden existir recuerdos 'pornogrficos'?

Las relaciones sexuales, los accesorios sexuales, los rganos genitales pueden ser

'pornogrficos' o slo debe reservarse el adjetivo 'pornogrfico' a su representacin

escrita, filmada, fotografiada, dibujada, etc.? (Ogien, 2005, p.15)

En la Amrica precolombina abundan las figurillas antropomrficas con enormes

falos; el templo Lakshamana, en India, expone un amplio repertorio de escenas

orgisticas, y las estampas japonesas ancestrales recrean imgenes de mltiples juegos

erticos. De hecho, las primeras representaciones iconogrficas en las que se aprecian

rganos genitales y prcticas sexuales de manera explcita datan de cinco mil aos atrs

y abundan tambin en lo que hoy reconocemos como historia de occidente. Los

primeros habitantes de Ti-n-Lalan, regin de Fezzan (Libia), dibujaron en sus piedras

figuras antropomrficas con portentosos penes realizando el acto sexual. En el Antiguo

9
Egipto se han encontrado imgenes de felaciones y autofelaciones, mientras que la

cpula entre hombres aparece con frecuencia en la cermica griega. Se conocen

reproducciones de escenas lascivas que datan de la Edad Media (en las que una figura

demonaca es la principal protagonista) y tampoco faltan en el Renacimiento las

imgenes de contenido sexual explcito, slo que en stas se incluye a curas y monjas en

el festn. En la Modernidad y hasta nuestros das aparecen variadas imgenes que

exponen pblicamente la desnudez genital y los mecanismos del coito en fuentes que se

consideran especializadas, como enciclopedias mdicas o guas conyugales2. Sin

embargo, ninguna de esas representaciones es considerada hoy como pornogrfica.

Se requiere entonces una primera delimitacin de lo que se ha entendido por

pornografa en el contexto occidental: toda representacin pblica (texto, imagen,

etc.) de actividad sexual explcita no es pornogrfica; pero toda representacin

pornogrfica contiene actividades sexuales explcitas (Ogien, 2005, p.49). Esta

caracterizacin deja por fuera los sueos, las relaciones y los rganos en s mismos, para

centrarse solamente en sus representaciones. Por otra parte, afirma que para considerar

una imagen como pornogrfica es necesario -pero no suficiente- que sea

explcitamente sexual.

Qu hace falta, adems del componente sexual, para que una imagen sea

considerada como pornogrfica? Ogien recoge los criterios que se han formulado

como necesarios para completar la definicin, tres de ellos subjetivos y otros dos

objetivos. Los primeros son: la intencin del autor de estimular sexualmente al


2
Para una historia detallada de la pornografa ver: Frederick, Koning (1978) Historia de la pornografa.
Barcelona: Bruguera / Hyde, Montgomery (1973) Historia de la pornografa. Buenos Aires: Editorial La
Plyade

10
consumidor, las reacciones afectivas o cognitivas del consumidor y las reacciones

afectivas o cognitivas del no-consumidor. Los criterios objetivos son: los rasgos

estilsticos (escenas de penetracin, primeros planos de rganos genitales, etc.) y los

rasgos narrativos (deshumanizacin de los personajes, degradacin, etc.)

Tras su anlisis, el autor muestra que los tres criterios subjetivos resultan

insuficientes y que, en todo caso, se trata de elementos evaluativos (la opinin del

espectador frente a la imagen) y no descriptivos (la imagen en s misma), de manera que

tanto pornografa como erotismo se refieren a la misma cosa y slo enuncian una

distinta posicin del sujeto observador. Robbe-Grillet condensara esta idea al afirmar

que la pornografa es el erotismo de los otros.

Los criterios objetivos, que han sido enunciados con mayor frecuencia por juristas,

escritores y filsofas feministas, no funcionan mejor que los subjetivos. Las leyes que

intentan afirmarse en ellos, promoviendo la censura, conducen a paradojas. Esto es

debido a que la censura amenaza dos libertades fundamentales: la libertad de expresin

artstica (siendo los artistas inconformistas quienes terminan vetados las ms de la

veces, aunque su obra no sea directa o exclusivamente sexual), y la libertad de las

mujeres y las minoras sexuales, que terminan siendo sus vctimas. Sobre esta ltima

amenaza, Ogien documenta interesantes hechos que tuvieron lugar tras la ley pro-

censura aprobada en 1992 en Canad:

() las feministas fueron las principales vctimas de la nueva reglamentacin, as como


todas las minoras sexuales, gay, lesbiana, etc. Las libreras y otros comercios
especializados en temas gay, lsbicos, feministas, etc. sufrieron acoso; el material que
vendan era verificado peridicamente. Dos aos y medio ms tarde, a ms de la
mitad de las libreras feministas canadienses les haban confiscado material o se lo haban

11
embargado en las aduanas Para colmo de la irona, una obra de una de las
promotoras de la ley antipornografa, Andrea Dworkin, fue embargada por
pornogrfica. Para colmo de la estupidez, una treintena de ejemplares de El hombre
sentado en el pasillo, de Marguerite Duras, fue retenida en las fronteras en aplicacin de
la ley, esto es, porque se consider que la prosa de Duras poda ser perniciosa para las
mujeres. (2005, p.103)

Ahora bien, sigamos un modelo ortodoxo y definamos preliminarmente la

pornografa siguiendo las directrices de la Real Academia Espaola de la Lengua:

Carcter obsceno de obras literarias o artsticas. Obra literaria o artstica de ese

carcter. Tratado acerca de la prostitucin (RAE, 2001)

La definicin de la RAE se funda en el carcter obsceno, cuyo sentido, a su vez,

es: impdico, torpe, ofensivo al pudor. Siguiendo esta caracterizacin, sera

pornogrfica toda representacin que ofendiera el pudor. Vemos que el criterio aqu no

es la afeccin del consumidor, sino la del no-consumidor. No importa que la obra

pretenda o logre producir excitacin sexual (en quien la consume) sino que consigue

afectar el pudor (de quien no desea -o declara no desear- consumirla). Tal definicin

sigue siendo valorativa, subjetiva, pues hace referencia a estados mentales o afectivos

de algunos sujetos, en este caso, aquellos que se ven ofendidos por el material

pornogrfico.

Frente a los problemas que suscita el intento de definir de este modo aristotlico las

palabras del lenguaje natural, entre ellas pornografa, podemos optar por otro

comienzo: cambiar la pregunta Qu es la pornografa? por la pregunta desde cundo

comenzamos a hablar de pornografa?

12
2. Desde cundo comenzamos a hablar de pornografa?

Hemos dicho que en las sociedades antiguas existan ya representaciones pblicas

de rganos y actividades sexuales. De hecho, la etimologa de la palabra pornografa

tiene origen griego: es la unin del sustantivo porn (prostituta) y el verbo graphein

(acto de escribir o representar). Sin embargo, podemos entender la pornografa como

una invencin moderna.

Dicha afirmacin se sustenta de dos maneras: una, mostrando que es tras la

Revolucin Francesa cuando las representaciones explcitas de las actividades sexuales

comienzan a tener como nica funcin social reconocida la estimulacin visual de los

consumidores. En la Antigedad estas imgenes tenan un papel religioso (exaltacin de

la fecundidad, etc.) y en la Edad Media uno poltico (ridiculizacin del clero, etc.). Sera

a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX cuando las representaciones sexuales

explcitas reduciran su funcin a la de estmulo sexual3. Otro sentido de afirmar que la

pornografa es una invencin moderna, implica mostrar que es a partir del siglo XIX

cuando la justificacin pblica del control de las representaciones sexuales comienza a

formularse en trminos morales, lo cual permiti por primera vez hablar de obras

indecentes o licenciosas4.

Si bien en otros momentos de la historia las representaciones sexuales explcitas

podan censurarse por ser justificaciones religiosas (obras blasfematorias) o polticas

3
Para un anlisis de este desarrollo ver Hunt, Lynn (1993). The invention of pornography: Obscenity and
the origins of modernity. New York: Zone Books
4
Para un desarrollo historiogrfico de la cuestin ver: Corbin, A., Courtines, J.J. y Vigarello, G. (2005-
2006) Historia del cuerpo, 3 vols, Madrid: Taurus.

13
(obras subversivas), desde mediados del siglo XIX comienzan a controlarse o

prohibirse por su carcter obsceno. Curiosamente, esta oposicin en trminos morales

aparece cuando el acceso a materiales sexualmente explcitos se democratiza. Antes,

cuando era potestad de una lite reducida, stos contenidos no fueron percibidos como

peligrosos.

Desde la historia se ha documentado cmo, cuando las excavaciones de Herculanum

y de Pompeya en el siglo XVII sacaron a la luz una enorme cantidad de imgenes

erticas, stas fueron encerradas en una cmara secreta del Museo Borbnico de

Npoles, al cual se prohibi el acceso de mujeres, nios y personas pobres, hecho que

resulta paradigmtico del manejo que se daba a tales obras. Sin embargo, el desarrollo

de tcnicas de reproduccin y de difusin masiva como la fotografa, el cine y los

peridicos, entre otros, permiti el acceso a pblicos ms amplios y fue entonces

cuando el asunto se convirti en problema social, probablemente como reaccin

burguesa frente a su potencial subversivo. En palabras de Ogien:

() mientras es la lite quien consume las representaciones explcitas de actividades


sexuales, mientras slo son las personas distinguidas quienes se deleitan con stas en
sus salones privados, la pornografa no existe. Las cosas comienzan a torcerse a partir
del momento en que, gracias a los medios de difusin modernos, tales representaciones
comienzan a circular fuera de este pequeo crculo, y los ms pobres tambin pueden
disfrutarlas. Entonces nace la idea de que hay que controlar o prohibir urgentemente la
difusin de esas representaciones, so pretexto de que son repugnantes, peligrosas,
inmorales. Se ha inventado la pornografa! (2005, p.73)

3. Potencial desestabilizador de la pornografa

14
Anlisis contemporneos afirman que la pornografa ha funcionado como dispositivo

normalizador de la sexualidad. Marie-Hlne Bourcier, sociloga y activista queer, por

ejemplo, dedica el primer captulo de su libro Queer Zones, al tema del cine porno,

estudiando los casos de la cinta Baise-Moi y del director independiente Bruce La

Bruce. En este captulo, la autora muestra cmo el porno tradicional cumple la funcin

de naturalizar la diferencia sexual, fijando las identidades de gnero y las prcticas

sexuales.

Sin embargo, otras posturas sugieren que la pornografa encierra al mismo tiempo un

potencial desestabilizador5. En su artculo El macho vulnerable: pornografa y

sadomasoquismo, Javier Sez, socilogo, autor y editor de importantes publicaciones de

temtica gay, coincide inicialmente con Bourcier, insistiendo en que La pornografa no

escapa al rgimen disciplinario de produccin de sexualidades que seala Foucault

(Sez, 2006), sino que se constituye, justamente, como una tecnologa del sexo, esto es,

un conjunto de teoras y tcnicas que definen la sexualidad. As concebida, la

pornografa juega el papel de un relato acerca de nuestra dimensin ertica: el porno es

tambin una escuela, una enseanza, de cmo se folla, con quin, con qu, para qu

(Sez, 2006).

Ahora bien, entender que el porno es un gnero (cinematogrfico) que produce gnero

(masculino/femenino) (Sez, 2006), implica entender que la produccin de gnero

(masculino/femenino) puede verse alterada si se modifican los trminos del porno, en

5
Para un anlisis sobre la mirada pornogrfica ver: Barba, Andrs & Montes, Javier (2008) La ceremonia
del porno. Barcelona: Anagrama

15
tanto dispositivo que lo produce. Esto es: un porno distinto, puede producir gneros

distintos.

Para ejemplificar este efecto, Sez utiliza el caso del porno fist (penetracin anal con

el puo). En tanto prctica que surge en el seno de las comunidades S/M gays, tambin

el fist propone un desplazamiento radical: se abandona lo genital como lugar esencial o

principal de la sexualidad, y sta se ve desplazada a todo el cuerpo como lugar posible

de experimentacin de placer (Sez, 2006).

Como se ha dicho, en este orden de ideas, la pornografa inventa la sexualidad. Qu

tipo de sexualidad inventa la pornografa tradicional, incluso la pornografa gay? En ella

impera el guin: ereccin-penetracin-eyaculacin, en el cual el protagonista es el pene.

Se trata de una sexualidad que limita el cuerpo y el placer a la genitalidad y dicta cmo

deben ser las relaciones entre los cuerpos (uno dotado de un pene penetrador, otro de un

agujero penetrable).

El porno fist, por su parte, propone una imagen distinta, mostrando lo masculino como

vulnerable y subvirtiendo con ello el cdigo heterocentrado. Este tipo de porno tambin

disuelve la norma activo / pasivo, pues el papel del puo penetrador es intercambiable

entre las personas que participan. De hecho -seala Sez- es significativo que no existan

penes sino puos penetradores: el hecho de que en las pelculas de fist no haya

ereccin, ni penetracin con el pene, ni eyaculacin supone un desafo radical al

gnero. Por ello Sez concluye que la prctica del fist y cierto tipo de cine porno gay

S/M son formas de resistencia a los sistemas de orden sexual, que imponen criterios

16
heterocentrados, que intentan naturalizar la sexualidad y el gnero, y que regulan los

cuerpos y las formas de placer (Sez, 2006)

4. Historia de la pornografa

Cualquier intento por resumir la historia de la pornografa en unas cuantas pginas

resultara ingenuo, adems de incompleto y sesgado, porque desde la aparicin del cine

y los primeros Stag Films, pasando por el auge que signific la Revolucin Sexual,

hasta nuestros das de produccin y consumo virtual globalizado, el desarrollo de la

industria cinematogrfica porno ha sido gigante y ha tenido -y tiene- distintas caras

segn el territorio y los contextos donde ha parecido -y sigue apareciendo-.

No obstante el ttulo de este apartado sita con ms precisin nuestro tema: vamos a

hablar de la pornografa en formato audiovisual. Por supuesto que no es ste el nico, ni

el primero, ni acaso el ms extendido de los formatos en que la pornografa ha

circulado, pero interesa de manera especial porque el debate feminista sobre la

pornografa (columna vertebral de este ensayo) y las propuestas Post Porno (punto al

que queremos llegar tras revisar el debate) lo han tomado como lugar privilegiado de

sus crticas o apuestas, como paradigma de lo que rechazan o apoyan.

a. La novela pornogrfica

17
Diremos, antes de continuar, que otro de los baluartes fuertes de la pornografa ha

sido la literatura. El siglo XVIII ingls vio florecer un subgnero literario caracterizado

por descripciones detalladas de las actividades sexuales, aunque para entonces, no

exista gran diferencia entre ertico, pornogrfico, libertino o licencioso, de tal manera

que muchas veces los mismos textos eran definidos como obscenos, erticos o

pornogrficos (Aragn, 2006, p.228). La obra Fanny Hill, de Jonh Cleland, publicada

de forma annima entre 1748 y 1749, se considera la primera representante de este tipo

de novela, y por lo mismo, produjo numerosos escndalos, fue censurada y prohibida,

pero tambin ampliamente leda6.

Se trata de un texto escrito en gnero epistolar, de manera que la narradora es la

misma protagonista, Fanny Hill, una mujer que fue prostituta en Londres entre los 15 y

los 18 aos, y quien rememora los hechos pasados para plasmarlos en las dos extensas

cartas que componen el libro, dirigidas a una annima seora. Sus descripciones,

minuciosas y detalladas, abarcan una amplia gama de episodios sexuales, entre los que

se incluyen escenas de masturbacin, encuentros homosexuales entre hombres y

mujeres, voyeurismo a travs de agujeros en puertas y paredes, primeros encuentros

sexuales en los que doncellas son desfloradas, otros en los que se finge la

desfloracin, sexo por amor, sexo por dinero, violaciones, experiencias grupales,

encuentros entre personas de clases sociales o edades dismiles, placer a travs del

dolor, etc.

6
Para una revisin de la censura de Fanny Hill ver: Sabor, Peter (1987) The Censor Censured:
Expurgating Memoirs of a Woman of Pleasure. En Purks, Robert (Ed.),Tis natures fault. Unautorized
Sexuality Turing the Enlightenment (pp. 192 201). United States of America: Cambridge University
Press

18
El debate feminista en torno a la pornografa tambin se ha ocupado de sus

manifestaciones literarias, tipo Fanny Hill y la amplia produccin posterior que se ubica

en la misma tradicin. Por promover el discurso sexual femenino desde la

independencia y el goce, la obra de Cleland ha sido catalogada como una novela

liberadora para las mujeres, en tanto se explaya en descripciones explcitas de su deseo

y su placer, ubicndolas como sujetos activos dentro del contexto sexual. Todo ello, sin

que las licencias sexuales hagan de la protagonista una mujer menos bondadosa o

generosa, esto es, sin que cuestionen su naturaleza femenina.

Tal como seala Mara Losada (1997), en la novela de Cleland se rompe el

binarismo mujer virtuosa / mujer perdida que haba imperado hasta entonces en este

gnero literario, para dar lugar a la representacin de una mujer que no es virtuosa, pero

que tampoco ha llegado all siendo violada o seducida. Lo que leemos es la descripcin

del deseo sexual femenino, de su placer, en la voz de una mujer que lo vive. La

protagonista es portadora de un discurso sexual propio, en el que ella juega un papel

activo, del que obtiene placer y del que habla sin vergenza.

Otros sectores de opinin, por su parte, ponen nfasis en un rasgo particular de esta

obra: se trata de una novela travestida, de manera que las experiencias supuestamente

femeninas que se narran esconden tras de s una mirada masculina, la voz del autor. Esta

circunstancia nos coloca entonces, no frente a la voz de una mujer que relata sus

experiencias, sino de un hombre (Cleland) que se pone en el lugar de una mujer (Fanny

Hill) y cuenta desde su mirada masculina cmo sera esa liberacin del deseo

femenino. Por ello, la crtica seala que el lenguaje que se utiliza y la forma del deseo

19
que se dibuja es la utilizada tpicamente por hombres, de manera que estaramos frente a

una pica fantasa masculina (Aragn, 2004, p.55).

La fantasa masculina que Cleland pone en voz de Fanny Hill se caracteriza por

seguir un cnon de belleza fsica (del que participan todas las mujeres retratadas en la

novela), en el papel de doncellas virtuosas que deban interpretar ante sus clientes para

satisfacer el deseo de posesin de stos, o en la idea de que el orgasmo deba alcanzarse

simultneamente por el hombre y la mujer: al sentir en l los sntomas de la fusin, se

le uni luego ella en el momento oportuno (Cleland, 2007, p.197)7.

Tambin se percibe esa mirada masculina en la descripcin amable e idealizada que

se hace de las casas licenciosas y del oficio de la prostitucin. Se dir de la casa de Mrs.

Cole que nada de envaramiento haba, ni cautela, ni resentimiento, ni pequeas

envidias, sino que todo resultaba, sin afectacin, fcil, ameno y alegre (Cleland, 2007,

p.161), y sobre el trato que reciban de los clientes: observbamos con todo escrpulo

la cortesa y las buenas maneras. No caba aqu la obscenidad tosca, ni la conducta

grosera u ofensiva, ni los reproches cargados de envidia que podran hacerse a las

muchachas cuando satisfacan los caprichos y deseos de los hombres (Cleland, 2007,

p.202).

Otro sesgo masculino se evidencia en la valoracin diferencial de las infidelidades

de hombres y mujeres, pues cuando Fanny es descubierta engaando a Mr. H, ste

declara: No sois persona de linaje, educacin o sensibilidad como para que entre a

20
discutir con vos la grandsima diferencia que existe entre nuestras respectivas ofensas

(Cleland, 2007, p.145).

Finalmente, otra clara muestra de que Fanny Hill encubre un deseo masculino es la

concentracin en el coito como actividad sexual por excelencia, y en el pene como

responsable del placer femenino. La importancia que los genitales de los hombres (y en

especial su tamao) cobra en los episodios es sustancial, pues se entiende que ocurre

en el amor como en la guerra, donde siempre vence la lanza ms larga (Cleland, 2007,

p.270).

Por lo anterior leemos mltiples apologas a los miembros enormes: se dir de Dick

el Bondadoso que era tan tremenda su envergadura que, aun preparadas como

estbamos para descubrir algo extraordinario, su desmesura super con creces nuestras

expectativas (Cleland, 2007, p.269). De Will, el joven mensajero, que se ergua al

tiempo como instrumento de horror y de deleite (Cleland, 2007, p.124), y del amante

de Harriet que exhibi uno de tan portentosa envergadura que proclamaba a su dueo

como hroe verdadero de cualquier mujer (Cleland, 2007, p.195).

Sealamientos como los anteriores concluyen que si bien estas memorias de una

dama de placer nos proponen la imagen de una mujer duea de su placer sexual,

reproducen al mismo tiempo los trminos del deseo masculino. Una posicin

conciliadora sugiere que ambas cosas son ciertas sin que ninguna anule a la otra, pues,

como seala Asuncin Aragn: la novela es, sin lugar a dudas, producto de la fantasa

masculina pero en una poca en la que la representacin del ideal femenino quedaba

21
epitomizado en un ser asexual (2004, p.59). De esta manera, aunque se trate de una

traduccin del deseo masculino, dicha traduccin resultara transgresora, en tanto aporta

un papel sexual activo a las mujeres, papel que an no se reconoca como legtimo a

mediados del siglo XVIII.

No obstante el florecimiento de obras como Fanny Hill en pases como Inglaterra o

Francia, la situacin en Espaa fue ms modesta8. Tal como documenta Jean Luis

Guerea la existencia de una censura relativamente eficaz, y sobre todo la permanencia

de la temida Inquisicin hasta principios del siglo XIX, explican en gran parte el retraso

hispnico en materia de publicaciones erticas (Guerea, 2005, p.32). Ms an, una

vez desaparecida la Inquisicin siguieron vigentes los ndices de libros prohibidos con

criterios igual de estrictos, en los que la mera alusin al cuerpo y al amor bastaba para

su inclusin de lecturas en la lista de los escritos que convena prohibir (Guerea,

2005, p.34).

No obstante este retraso, en Espaa tambin comenzaron a circular libros erticos

que estaban prohibidos, fundamentalmente en el formato de impreso clandestino, esto

es, publicaciones annimas y sin pie de imprenta o con falsas indicaciones

bibliogrficas. La primera de estas obras de la que se tiene noticia es una traduccin de

Therese Philosophe (1812), la famosa novela ertica francesa atribuida a Jean Baptiste

de Boyer9. En los aos veinte y treinta del siglo XX estas publicaciones aumentarn

8
Para una bibliografa exhaustiva sobre erotismo ver: Cerezo, Jos Antonio (1993) Bibliotheca Erotica.
Madrid: Ediciones El Museo Universal.
9
Para mayor documentacin sobre la produccin ertica clandestina en Espaa ver: Guerea, Jean Louis
(1998) La produccin ertica espaola en los siglos XIX y XX . En Sevilla, Florencio & Alvar, Carlos
(Eds.) Actas del XIII Congreso de la Asociacin Internacional de Hispanistas (pp. 195 202) Madrid:

22
significativamente con la aparicin de colecciones erticas de novelas cortas, con

formato, precio y condiciones de difusin que permitirn el ensanchamiento del pblico

lector, fundamentalmente masculino (Guerea, 2005, p.42).

Muchas de estas obras, para evitar las multas o el secuestro de ejemplares, se valan

del humor, dando paso a un gnero pornogrfico expresado desde y para la risa. Los

escritores ertico festivos (como los llama Pura Fernndez) proponan al lector un

juego de trasgresin que pone al descubierto los anhelos de una lbido colectiva; la

realidad cotidiana aparece revestida de una doble lectura (Fernndez, 1996, p.86). En

este erotismo revestido de picaresca, la sublimacin ertica cede el paso a una

renovada imagen de las relaciones sexuales como realidad desproblematizada y, a

menudo, trivializada (Fernndez, 1996, p.87).

b. Apuntes histricos sobre el cine porno

Recapitulemos: se entender provisionalmente por cine porno aquella

representacin audiovisual (aunque en sus orgenes haya sido en formato de cine mudo)

que contiene imgenes de rganos genitales y/o actividades sexuales explcitas, las

cuales tomarn ms o menos centralidad en los planos de acuerdo a la poca. Dichas

representaciones se diferencian de otras consideradas no pornogrficas (como

aquellas de tipo mdico) por hacer parte constitutiva de lo que hoy se reconoce

oficialmente como historia del cine pornogrfico. Se trata, pues, de obras

consideradas porno porque la pornografa hegemnica -y no- de hoy las reclama

Castalia. Guerea, Jean Louis. La produccin de impresos erticos en Espaa en la primera mitad del
siglo XIX. Revista PILAR, octubre de 2005, 31 42.

23
como sus antecesoras. Porno es, entonces, lo que la industria pornogrfica -y sus

contextos- ha llamado tradicionalmente porno.

Esta delimitacin inicial del objeto, evade intencionalmente y de momento los

anlisis exhaustivos sobre la definicin de la pornografa y nos permite avanzar sin

detenernos ante el obstculo de su heterodesignacin, siempre subjetiva y dependiente

del punto de vista, como hemos sealado antes, lo cual, no obstante, ser nuevamente

tematizado en la revisin del debate que ocupa los captulos posteriores.

Ahora bien, la industria pornogrfica ha coincidido en que el cine porno es aquel

que tiene un objetivo masturbatorio. En palabras de Jordi Costa, el porno tiene el fin de

nutrir nuestro imaginario venreo (2006, p.14), de manera que podemos definirlo

como un espectculo que muestra una versin amplificada (y, a veces, sobreactuada)

del acto sexual que nos obliga (o nos invita) a dialogar de manera tctil con nosotros

mismos o con los ocasionales (o fieles) cmplices de nuestra inducida calentura

(Costa, 2006, p.14)

Los datos confirman que el cine porno tiene casi la misma edad que el cine mismo.

De hecho, Romn Gubern afirma que el cine pornogrfico no fue en sus orgenes, en

realidad, ms que un eslabn perfeccionado de la fotografa licenciosa ya practicada en

el siglo XIX, utilizando a prostitutas como modelos (Gubern, 2005, p.9). Los hermanos

Lumire deslumbraron por primera vez al pblico parisino con el cinematgrafo el 28

de diciembre de 1895, y pocos meses despus Charles Path, pionero de la

industrializacin del cine en Francia, anunciaba ya en su catlogo algunos cortos

24
licenciosos. Por no contener ms que escenas de desnudez estas primeras incursiones

en el gnero fueron llamadas Dshabillage.

La tecnologa del cine se internacionaliz pronto. En Estados Unidos Vitascope,

la compaa de Tomas Alba Edison, rueda en 1896 las primera obras de este tipo, que

comenzaron a proyectarse en los Nickelodeons salas de cine que tomaban su nombre

de Nickel (nombre de las monedas de cinco centavos) y Odeion (trmino que en la

Antigua Grecia designaba a los primeros teatros destinados al espectculo)10. En 1907

se cre en Chicago en primer Comit de Censura y en 1908, el alcalde de Nueva York

orden el cierre de todos los Nickelodeons de la ciudad. Tras la negociacin que

iniciaron los dueos de dichos establecimientos, stos lograron reabrir sus puertas en

1909. Sin embargo, ese mismo ao se cre en Estados Unidos el National Board of

Censorship of Motion Picture, que se convirti en 1915 en el National Board

Review, la mxima entidad censora a nivel nacional, gracias a la cual la produccin de

Dshabillage (o al menos su exhibicin pblica) fue ampliamente restringida.

En Francia, tambin aparecieron instancias censoras hacia finales de la primera

dcada del siglo XX. Las principales casas productoras de este tipo de material, Path y

Gaumont (que mantuvieron a nivel mundial el monopolio de la produccin, distribucin

y exhibicin de cine hasta el fortalecimiento de los grandes estudios en Hollywood),

dejaron de lado el gnero ertico, que entonces pas a ser un negocio clandestino, cuyo

mercado estaba compuesto por compradores privados. Esta misma circunstancia -su

10
Para una historia de la industria del cine porno estadounidense ver: McNeil, Legs & Osborne, Jennifer.
(2005). The Other Hollywood. The Uncensored Oral History of the Porn Film Industry. New York:
Regan Books.

25
exilio de los crculos de exhibicin pblica- permiti que las nuevas pelculas se

hicieran cada vez ms explcitas, hasta llegar a presentar escenas de sexo real.

Al igual que las modelos de la fotografa pornogrfica de finales del siglo XIX, las

primeras actrices de estos cortometrajes para adultos eran prostitutas y sus clientes

fueron los primeros protagonistas masculinos. De all que en la mayora de estos

primeros filmes todos aparezcan ocultando su verdadera identidad tras antifaces, barbas

postizas o disfraces de la poca.

En Estados Unidos la exhibicin de filmes libertinos e ilegales se restringi a los

clubes privados masculinos. Es all donde estas cintas empiezan a ser conocidas

inicialmente como Smokers (Gubern, 2005, p.9). Pocos aos despus, sern las

fraternidades y las hermandades universitarias (y en general las asociaciones gremiales

o de voluntarios) los principales clientes de este mercado clandestino. Los cortos

licenciosos eran entonces los encargados de animar las despedidas de solteros y las

fiestas de iniciacin o despedida de los compaeros de una fraternidad. Fiestas, en

principio, exclusivamente masculinas y popularmente conocidas como Stag Party. De

all que el trmino Smokers entrara luego en desuso y fuera reemplazado por el de

Stag Films (Gubern, 2005, p.10), cintas rodadas en Super 8 y caracterizadas por

vincular las principales caractersticas de la cultura popular de los Estados Unidos

(autos, paisajes, comportamientos sociales).

Durante el periodo entre guerras, Francia se convirti en la mejor plaza para la

realizacin de Stag Films, pues al entorno social de permisividad y tolerancia policial

26
se sum el perfeccionamiento de las condiciones tcnicas: para la navidad de 1922 la

casa Path lanz al mercado el Path Baby, un prctico proyector que se convirti

tambin en el primer sistema de filmacin de uso casero y pocos aos despus en el

proyector ms popular de aquella dcada.

Durante la posguerra, buscando retomar los controles perdidos y reestablecer los

valores y las organizaciones sociales, se dio comienzo en Europa a una etapa de

reforzamiento y recrudecimiento de las leyes de censura, as como a un mayor control

policial, a la vez que estricto (ahora s), al respecto de cualquier actividad que fuera en

contra de la moral y las buenas costumbres. En Francia, que durante la dcada de los

treinta se conoci como el paraso de las producciones de filmes para adultos, el 13 de

abril de 1946 es aprobada la Ley Marthe Richard la cual cerr cerca de 1400 burdeles

en todo el pas y alrededor de 180 slo en Pars, lo que signific un duro golpe para los

circuitos ilegales de exhibicin clandestina de Stag Films, cuyo epicentro eran

precisamente las casas de citas.

Dado que la crudeza de la postguerra se siente con ms fuerza en Europa que en los

Estados Unidos, es en esta ltima nacin donde lentamente se da el renacer de las cintas

pornogrficas. En 1959 el estreno de The Immoral Mr. Teas, del director Russ Meyer,

supuso el primer paso de un camino que terminar con la aparicin de un subgnero

cinematogrfico que en la dcada de los aos 60 tomar fuerza y se dar a conocer

como nudie. En esos aos los comits de censura slo permitan el uso de escenas en

las que aparecieran desnudos a los realizadores de documentales de corte naturista, pues

consideraban que en esos trabajos tales escenas carecan de cualquier intencin ertica.

27
Lo que hicieron los nudies fue utilizar ambiguas ancdotas argumentales que les

permitieran la generosa inclusin de escenas con chicas desnudas:

El itinerario de esta permisividad, conquistada paulatinamente desde los aos cincuenta,


comprende a los nudies norteamericanos () los Films sobre campos nudistas, los de
pedagoga sexual y los Films erticos que acabaran por formalizar en los aos sesenta el
gnero soft core, con actos sexuales simulados (Gubern, 2005, p.11)

No obstante, los nudies, sin proponrselo en principio, tuvieron otras tres

caractersticas que atrajeron el inters del pblico adulto. La primera, que empezaron a

idear, buscando burlar la censura, elaboradas tramas argumentales mucho ms

entretenidas y sugestivas que las de los viejos Stag Films. La segunda, que a

diferencia de los viejos filmes para adultos que empleaban annimos actores y actrices

naturales, las protagonistas de los nudies fueron celebres strippers o modelos de

pin ups de la poca, que incluso haban aparecido en las pginas centrales de revistas

como Playboy. La tercera, que a cambio de conformarse con escenas bastante ms

suaves de las que estaban acostumbrados a ver, le permitan a los viejos consumidores

de Stag Films evitar el riesgo de terminar en la crcel por hacer uso de material

considerado ilegal.

Adems de la aparicin del soft core, los mediados de los sesentas se caracterizaron

en los Estados Unidos por generar un ambiente legal ms benigno en lo referente a la

produccin de pelculas para adultos. En 1965 el Cdigo Hays, que haba sido

establecido en 1930, fue derogado definitivamente y en el mismo ao, en el Estado de

Nueva York, los tribunales de justicia declararon anticonstitucional la censura. El clima

de relativa permisividad que se respiraba posibilit que aparecieran pequeos circuitos

de cine ertico en Estados como San Francisco, Los ngeles y Nueva York. Las zonas

28
rojas de las grandes ciudades lentamente vieron aparecer en sus inmediaciones pequeas

salas especializadas en las que se proyectaban las primerizas escenas de sexo simulado

de los filmes soft core. No hubo de pasar mucho tiempo para que los productores se

volvieran ms atrevidos y se animaran a incluir insertos ms explcitos en algunas

producciones extranjeras. Y tampoco fue mucho el que se necesit para que aparecieran

salas que empezaron a programar, al lado de su repertorio de soft core, secuencias hard

core de cinco o diez minutos que denominaron loops.

Justamente fueron los loops, pequeos cortometrajes sin mayor secuencia, el campo

de entrenamiento y experimentacin en el que aprendieron el oficio destacados pioneros

del porno como los hermanos Mitchell, Gerard Damiano, Bill Osco y Alex De Renzy

entre otros. Los loops fueron igualmente las primeras ventanas en que se mostraron

actores y actrices que se convertiran en grandes estrellas del porno como Linda

Lovelace, John Holmes y Jamie Gillis. De hecho, tal como muestra Romn Gubern

existi cierta continuidad industrial y profesional en el trnsito del porno soft al hard,

con frecuencia con los mismos actores, directores y tcnicos reciclados (Gubern, 2005,

p.12)

En 1969 se realiz, en un enorme recinto ubicado a las afueras de Copenhague, y

gracias a la despenalizacin de la pornografa probada ese ao por el parlamento de

Dinamarca, la primera feria de sexo en el mundo: la Expo Sex 69 (Gubern, 2005, p.12).

El evento tuvo una gran resonancia entre la prensa internacional y especficamente en

los Estados Unidos reaviv el debate sobre la legalizacin de las producciones, tanto

29
flmicas como impresas, de material con contenido para adultos. Para la pornografa en

general, tal feria marc el inicio de una nueva temporada en los avatares de su historia.

En 1970 aparece en San Francisco el largometraje History of the Blue Movie de Bill

Osco y Alex de Renzy, a manera de antologa de la historia del cine porno desde 1915.

Esta cinta marca un punto de no retorno en la historia del cine porno y el comienzo de

su instalacin como fenmeno de masas:

A partir de este momento, la expansin pblica del gnero se hizo meterica en los
Estados Unidos, pues a pesar de que las autoridades de bastantes estados y ciudades
seguan vetando la difusin de este material, su difusin pblica en los influyentes
estados de California, Nueva York y Massachussets generaba una prctica que el resto
del pas acabara por seguir. (Gubern, 2005, p.13)

Aparecern entonces fenmenos de taquilla como Deep Throat (1972) de Gerard

Damiano o Behind the Green Door (1973) de los hermanos Mitchel. Gracias a los bajos

costos de produccin y la rapidez de sus rodajes, la industria del cine pornogrfico

creci en un quinientos por ciento en tres aos (Gubern, 2005, p.14). En adelante el

gnero sigui creciendo y diversificndose, sealizado con la letra X signo infamante

del anonimato que ilustra la consideracin despectiva de las instituciones oficiales hacia

el gnero, pero que ilustra tambin el anonimato conseguido por los seudnimos de

muchos profesionales del gnero (Gubern, 2005, p.15).

Actualmente, el porno, en cuanto a su estructura narrativa, est bsicamente dividido

en dos tipos: las pelculas con argumento (features) y aquellas que presentan

nicamente escenas sexuales (gonzos), las cuales implican al director, quien suele ser a

la vez actor y operador de cmara (Jordi, 2006, p.16). Las salas de exhibicin pblica

30
han decado dando paso al consumo domstico, facilitado por el paso del video

analgico al video digital y al Internet.

5. Cine/video porno en Espaa

La dictadura franquista (1939 1975) mantuvo a Espaa rezagada del resto de

Europa y del mundo en muchos aspectos: la produccin y exhibicin de cine con

contenido ertico no marc la excepcin. Fue hacia los finales del rgimen, en la dcada

de 1970, cuando aparecieron las primeras imgenes erticas, muy tmidas an, en filmes

comerciales, principalmente bajo la estructura de comedia sexy, la cual lleg a

consolidar todo un modelo que hizo carrera en la historia del cine espaol: el dramatis

personae de un macho subdesarrollado, que piensa con la entrepierna y slo tiene ojos

para las suecas y las minifaldas y que, por supuesto, siempre acabar casndose con la

chica del pueblo, tan casta como solcita en su papel de reposo del guerrero (Snchez,

2004, p.77)

En sus nmeros 5 y 9, de septiembre de 1979 y febrero de 1980 respectivamente, la

revista de cine Contracampo11 public un dossier titulado Cine y Pornografa, en el

que presenta la situacin del gnero pornogrfico por aquellos das en el pas y en el que

podemos constatar cmo, aunque a finales de los 70s la produccin pornogrfica

mundial sumaba ya varias dcadas, el fenmeno era para entonces muy reciente en las

pantallas espaolas, a las que las escenas explcitamente sexuales habran entrado

11
La revista de cine Contracampo fue una publicacin peridica publicada en Madrid entre 1979 y 1987,
que goz de gran reconocimiento entre los cinfilos de su momento y que sigue siendo un referente en la
actualidad. En el ao 2007 Ediciones Ctedra public un libro que rene varios textos y dossiers
especiales de la revista, que dan cuenta del cine clsico, el cine espaol y la teora flmica.

31
solamente hacia 1977, segn afirma Julio Prez Perucha (1979). Adems, su

distribucin se mantena an mayoritariamente controlada por multinacionales

norteamericanas.

Tal como documenta Sergi Snchez (2004), durante el rgimen franquista se haba

expedido en Espaa (en 1963) una ley de censura especialmente represora de la cultura

cinematogrfica. Esta ley comenz a transformarse en 1975 (antes incluso de la

instauracin de la democracia y la posterior Ley del Cine). Lo primero que se hizo fue

eliminar la palabra censura y sustituirla por la de calificacin cinematogrfica, a

partir de lo cual la desnudez en el cine pas a consentirse siempre y cuando estuviera

exigida por la unidad del filme (p.165). Ms adelante, en 1977, mediante el Decreto

Ley 3071, se dividi a las pelculas entre S (porno blando o softcore, esto es,

simulacin del acto sexual) y X (porno duro o hardcore, es decir, exhibicin del

acto sexual). Por ello se registra este ao (1977) como el inicio de la exhibicin de

porno en Espaa (aunque slo de porno blando).

Las pelculas S podan exhibirse en salas pblicas, mientras que para las X se

expedira una normativa especial, que nunca apareci. Como consecuencia de este vaco

jurdico, las pelculas clasificadas como X siguieron sin poder ser exhibidas

legalmente. La productora casera Llorca Guevara, que figura entre las precursoras del

porno local, fue la primera en conseguir que una de sus cintas (Una loca extravagancia

sexy, 1977) obtuviera la clasificacin S, haciendo una adicin de pequeos

fragmentos de porno blando que contenan escenas de streeptease. Por otro lado, la

32
clebre pelcula El Imperio de los Sentidos (1976) del director japons Oshima Nagashi,

fue clasificada como X.

El avance de la produccin pornogrfica en este pas fue acelerado, pese a los

obstculos normativos, de manera que en 1979, dos aos despus de la ley de

clasificacin cinematogrfica, ya haban aparecido varias productoras autctonas

(como la citada Llorca Guevara), distribuidoras y salas de exhibicin (el Cine

Arniches y el Teatro - Cine Martn, ambos en Madrid y de caractersticas muy distintas,

se cuentan entre estas ltimas). Si bien la administracin no saba qu hacer con el

porno duro, pues segua sin aparecer una legislacin sobre los espacios en que poda

exhibirse las cintas catalogadas como X, lo que se conoca en Espaa era ya

abundante e inclua la zoofilia y el sadomasoquismo (Company, 1979).

No obstante, en trminos generales, los primeros pasos de la produccin de porno en

Espaa siguieron el modelo europeo: porno blando, soso y normalizado (distinto a los

orgenes del porno estadounidense, de fuerte influencia contracultural). Pese al carcter

potencialmente progresista de la pornografa, sobrevivan en las pelculas europeas las

reglas estables del gnero (tros en los que un hombre se rodea de sus dos mujeres, por

ejemplo) y la consagracin del matrimonio estable (no era infrecuente que los tros o las

parejas sexuales terminaran en ceremonias nupciales). Adems, permanecan an

ausentes la temtica bisexual y transexual.

Se estima que entre 1977 y 1983 se clasificaron como S alrededor de 525

pelculas y el promedio de ingresos que facturaba cada una de ellas estaba alrededor de

33
los 30 millones de pesetas netos (Snchez, 2004). Desde el punto de vista artstico, la

crtica rese desde el comienzo que el porno que comenzaba a producirse en el pas se

caracterizaba por ausencia narrativa y era, en general, de baja calidad:

Salvo algunas obras excntricas como Intercambio de parejas ante el mar (1978,
Gonzalo Garca Pelayo), algo ms voluntariosa a la hora de trabajar dilogos y
situaciones, a menudo pareca existir un mayor esfuerzo en la bsqueda de un ttulo
original que en la redaccin de un guin solvente: La basura est en el tico (1979,
Ignacio F. Iquino), El fontanero, su mujer y otras cosas del meter (1981, Carlos Aured)
o No me toques el pito que me irrito (1983, Richard Vogue), la primera pelcula
filmada en Tetavisin segn la publicidad de la poca, son algunos de ellos (Snchez,
2004, p.165).

Adems de esos reproches en cuanto a la calidad, el hecho de que pelculas

mediocres como Una loca extravagancia sexy lograran la clasificacin S y con ella el

permiso para ser exhibidas, mientras que obras de la talla de El Imperio de los Sentidos

permanecan censuradas, pronto gener otros malestares. La obra de Oshima (entre

otras), pese a incluir escenas hard, fue defendida por sectores de vanguardia que

intentaron excluirla del calificativo pornogrfica para aplicarle el de obra de arte

ertico. Paralelamente surgieron crticas ms audaces, que defendan la pornografa

(dura o blanda) en tanto producto cultural y dirigan su reclamo, no hacia las decisiones

del sistema clasificatorio, sino a la pretensin misma de clasificar:

Por otra parte creemos que el mismo derecho tienen a circular las Bananas mecnicas que
Wet Dreams o cualquier otro annimo producto prohibido por el infame remoquete X
y que la protesta deba dirigirse, antes que nada, contra la misma existencia de salas y
filmes X. Ya que defender unos productos enfrentndolos a otros, cuando de censura se
trata, es ponerse la soga (poltica e ideolgica) al cuello. Sobre todo cuando se hace en
nombre del asptico erotismo y contra la embrutecedora pornografa!; cuestiones
todas ellas poco esclarecidas socialmente y en donde la ideologa dominante reina y
triunfa (Prez, 1979, p.21)

34
La ley de clasificacin pornogrfica no slo tena evidentes vacos que conducan

a absurdos como el antes citado, sino que coincida con los intereses dominantes,

dispuestos a aceptar la pornografa inofensiva mientras repudiaba aquella que

movilizara ideas subversivas. Por ello, junto a las crticas referidas a la baja calidad de

estas producciones, aparecieron tambin sealamientos referidos a los mensajes que las

imgenes transmitan, pues -como se reconoca en el especial de Contracampo dedicado

al tema- este porno era la traduccin de los intereses de la clase dominante en el

decisivo mbito del sexo del individuo, estando adems dirigido a un pblico masculino

al basar su trama en el sometimiento de la mujer al falo (Company, 1979, p.15)

Pier Paolo Pasolini, director de la pelcula italiana Sal o los 120 das de Sodoma

(inspirada en la clebre obra del Marqus de Sade), sentaba una posicin similar en un

debate sobre la censura efectuado en Bolonia en diciembre de 1974:

Siempre hemos pensado que no existe un lmite para la libertad de expresin y que, por
tanto, las obras pornogrficas y comerciales tienen tambin el derecho a existir, siendo
exorbitante el pretexto del arte. Hemos tenido razn al luchar contra eso, y seguimos
teniendo razn, pero ocurre que, en la prctica, la tolerancia de Estado tiende a tolerar las
obras pornogrficas y comerciales, es decir, vulgares, mientras contina tendiendo a la
intolerancia frente a las obras de arte en las que el elemento ertico ha tenido siempre
una significacin cultural poltica (Pasolini, 1980, p.48)

Lo interesante de estas posiciones, es que al aceptar que cierto tipo de pornografa

(usualmente la que lograba con facilidad una S en el sistema clasificatorio) era afn a

los intereses dominantes, se reconoca implcitamente que era posible otro tipo de

produccin pornogrfica de resistencia. De hecho, tal posibilidad (que ser el punto de

partida de las propuestas porno feministas, captulo cuatro) se afirmaba tambin de

manera explcita, cuando se reconoca que el poder no es monoltico ni invencible, sino

35
que admite los intersticios, los resquebrajamientos, y que el cine pornogrfico, adems

de ser vehculo de las ideas dominantes, podra serlo tambin de otros discursos sobre el

sexo:

Sin embargo, el cine pornogrfico no soporta, como parece a primera vista y sera lgico
pensar, maldicin bblica alguna que le obligue a ser exclusivo vehculo de las posiciones
de la ideologa dominante sobre sexo y genitalidad, ni tampoco est marcado por pecado
original alguno que le impida abordar la realizacin de ficciones que posibiliten un
conocimiento socialmente til sobre el sexo y lo que ste moviliza. Muy al contrario, al
afrontar directamente estos problemas se encuentra potencialmente capacitado para
producir ese saber. El que los ejemplos no abunden no hace sino subrayar, viejo axioma,
que tambin en los dominios del cine porno existen dominantes y silenciados
(Contracampo, 5, p.31)

Como precoces ejemplos de un porno distinto al habitualmente difundido, se

resean en la revista Contracampo tres pelculas de su momento: dos estadounidenses,

A travs del espejo (1976) de Jonas Middleton y Las erticas aventuras de Pinocho

(1972) de Corey Allen, y una espaola: Bilbao (1978) de Bigas Luna.

Con la intencin de subrayar el potencial desestabilizador de la imagen

pornogrfica, Jess G. Requena (1980) sugiere en su anlisis que el porno duro en su

conjunto, con o sin intencin, implicara una estrategia de desarticulacin del poder que

funcionara de la siguiente manera: al centrar su atencin en el pene erecto (las vaginas,

y con ellas las mujeres, pasaran a un segundo plano, siendo receptculos pasivos de la

vitalidad de los miembros) hace de l, del pene, de los sucesivos penes que se exponen,

objetos intercambiables y comparables, vaciados de sentido. La misma operacin no

tendra lugar en el porno blando, en el que el pene en ereccin debe permanecer en

silencio, ha de ser adivinado. Y al adivinarlo, el espectador lo construye

fantasmticamente, es decir, lo construye como falo (p.38). Segn esta interpretacin,

36
el mecanismo de mostrar incansablemente los penes, desactiva el dispositivo de poder

flico, mientras que al ocultarlos (porno blando), exhibiendo en cambio prdigamente

los cuerpos desnudos de mujeres, deja intacto el orden simblico del poder del falo,

aclarando cules son sus espacios de dominio (los cuerpos de ellas) e imponiendo

adems un nico punto de mirada, un solo sujeto observador: el varn.

En 1983 la Direccin General de Cinematografa derog el sistema clasificatorio

que se haba instaurado en 1977. El 27 de abril de ese ao se aprob el Real Decreto

sobre pelculas y Salas X y de Arte y Ensayo, que elimin la etiqueta S y el 5 de

marzo de 1984 se inaugur la primera sala de cine X en Espaa12.

Tal como documenta Jordi Costa (2006, p.13) el cineasta Jess Franco fue el primer

director oficial de cine porno en Espaa, estrenando tres meses despus de la apertura

de la primera sala X su pelcula Lilian, la virgen pervertida (1984). Desde entonces, la

produccin ha sido amplia y la industria pornogrfica espaola ha crecido

exponencialmente, siendo prueba de ello la realizacin anual del FICEB (Festival

Internacional de Cine Ertico de Barcelona) desde 1993. Sin embargo, como sealan

algunos autores (Costa, 2006), esta sexplotation gira fundamentalmente en torno al

porno heterosexual convencional, mientras que otro tipo de porno especializado, como

el porno gay, no posee un volumen de produccin cuantitativamente relevante en el

mercado espaol (Costa, 2006, p.16). Como se ver en el captulo cuarto, apuestas

feministas por un nuevo porno intentarn llenar ese vaco.

12
Para una historia del porno espaol a partir de entonces ver: Costa, Jordi (2006) El Sexo que habla. El
porno espaol explicado por s mismo. Madrid: Aguilar

37
Despus de Jess Franco, se reconoce como padre del porno espaol a Jos Mara

Ponce, quien forj un lenguaje y sent las bases de la industria pornogrfica local, cuya

historia, no obstante, carece del sensacionalismo y los golpes de efecto del porno

norteamericano, tal como afirma Costa:

Aqu, por ejemplo, no tenemos a unos hermanos Mitchell que hayan emprendido un re-
enacting de la historia de Can y Abel, ni hemos asistido a encarnizadas luchas de
familias mafiosas por controlar el negocio de las Cabimas de sex shop. sta es,
definitivamente, una historia sin violencia. Pero una historia con pasin (Costa, 2006,
p.36)

38
III. Debate feminista sobre la pornografa

1. Tensin placer / peligro

Como en otros temas, no existe una posicin feminista nica frente a la dimensin

ertica de las mujeres, sino que cabe hablar, ms bien, de un debate feminista sobre la

sexualidad, debate que suma cerca de un siglo y que est lejos de zanjarse.

El debate se ha construido sobre la tensin placer / peligro que implica la sexualidad

para las mujeres. Un amplio nmero de feministas, herederas conscientes o no del

puritanismo del siglo XIX, ha insistido en el peligro, abogando por la necesidad de

defensa ante la sexualidad voraz de los hombres, que ha sido utilizada histricamente

como instrumento de dominacin. Otro sector, igualmente amplio, insiste por su parte

en el placer, en la importancia que tiene para la causa de liberacin de las mujeres la

reivindicacin y exploracin de su sexualidad, resaltando la potencial agencia que se

desprendera de ella, por lo cual la defienden como un derecho y exigen respeto a su

diversidad y las distintas formas de disidencia sexual.

En su texto El placer y el peligro: hacia una poltica de la sexualidad (1989), la

antroploga Carole S. Vance plantea con claridad los trminos del debate.

Efectivamente -seala Vance- la sexualidad ha sido y sigue siendo un terreno de

constreimiento, de represin y peligro para las mujeres, pero al mismo tiempo, es un

terreno de exploracin, placer y actuacin. El nfasis en una de estas dimensiones ha

39
dividido en dos sectores la opinin de las feministas: de un lado las proteccionistas, de

otro las expansionistas.

Vance contextualiza el surgimiento del debate como consecuencia de los cambios en

las condiciones materiales y en la organizacin social que implic el avance del

capitalismo, bsicamente en el debilitamiento del pacto tradicional que haba existido

hasta entonces entre hombres y mujeres, un pacto que opona la seguridad sexual a la

libertad sexual: si las mujeres eran buenas (constreidas sexualmente), los hombres

las protegeran; si no, los hombres podan atropellarlas y castigarlas (1989, p.11).

Mientras las feministas del siglo XIX optaron por la asexualidad para garantizar su

respetabilidad, la segunda ola del feminismo exigi la autonoma sexual. Dado que en el

sistema patriarcal el deseo sexual de las mujeres desencadena el ataque masculino, unas

optaron por no manifestar ese deseo y las otras por promoverlo en escenarios

igualitarios.

En el marco de este debate sobre la sexualidad, dos temas se imponen como punta

de lanza de las posiciones enfrentadas: en primer lugar la prostitucin y en segundo -

sobre el que vamos a concentrarnos- la pornografa.

Dos condiciones, entre otras, favorecieron que el acaloramiento del debate tuviera

lugar en Estados Unidos, a finales de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo

XX: el mayor desarrollo de la pornografa en este pas (y su conversin en fenmeno de

masas), enfrentado a las fuertes posiciones neo-conservadoras que comenzaron a surgir

all mismo en este periodo.

40
Como hemos visto, para comienzos de los ochenta la pornografa era ya un sector

que mova millones de dlares y que estaba al alcance de todo el mundo en Estados

Unidos. Dos dcadas atrs, el movimiento feminista de dicho pas haba vivido una

primera escisin entre las Liberales y las Radicales. En este momento se produce una

nueva ruptura, que da lugar al Feminismo Cultural, y que se produce, justamente, por

las posiciones encontradas en el debate sobre la sexualidad, y ms concretamente, en el

debate que gener la pornografa.

Recogiendo las categoras que propone Carol Vance, podemos decir que la vertiente

proteccionista del feminismo asumi la lucha contra la pornografa, mientras las

expansionistas encarnaron la posicin pro-sex. Entre las primeras destacan las figuras de

Catharine MacKinnon, Andrea Dworkin, Robin Morgan, Susan Brownmiller y Kathleen

Barry, entre otras. Entre las segundas sobresalen Gayle Rubin, Carole S. Vance, Alice

Echols y las lesbianas sadomasoquistas, entre ellas Pat Califia.

2. Las antiporngrafas, USA

Las feministas anti-pornografa se apoyan en la tesis de que existe un contrato

sexual previo al contrato social, un contrato que instaura la ley del derecho sexual de los

hombres sobre las mujeres. La pornografa es uno de los instrumentos de perpetuacin

de dicho contrato. Mediante ella, no slo se movilizan representaciones degradantes del

cuerpo de las mujeres, sino que se construye lo que es una mujer: una cosa al servicio

sexual de los hombres.

41
El tema de la pornografa -dirn las antiporngrafas-, lo que excita en ella, es el

poder masculino. Hacer de esta violencia genrica motivo de excitacin sexual,

reproduce la violencia, ya no slo en el terreno de la representacin, sino en el de la

vida real: la pornografa es la teora, los hombres aprenden de esa teora y la concretan

en violaciones y otras agresiones hacia las mujeres. Por eso es necesario acabar con la

pornografa, no porque sea obscena y atente a la moral, sino porque es una prctica

poltica de dominio y viola los derechos civiles de las mujeres.

a. Esclavitud sexual, violacin y pornografa

En su clebre obra El contrato sexual (1988) Carol Pateman, feminista de origen

ingls radicada en Estados Unidos, hace una lectura de gnero de la teora del Contrato

Social rousseauniana, mostrando cmo subyace a sta un previo contrato sexual, que

subordina las mujeres a los hombres a travs de distintos mecanismos, entre los que

sobresale la apropiacin y explotacin sexual del cuerpo de ellas.

Para llegar a estas conclusiones Pateman analiza el principio de libertad universal

que estara en la base del contrato social, poniendo en cuestin, justamente, su carcter

universal: slo los varones gozan de dicha libertad, mientras las mujeres permanecen

privadas de ella y sujetas a la voluntad de los hombres. El contrato sexual previo,

realizado entre hombres, establecera y regulara su acceso sexual al cuerpo de las

mujeres, pacto que permanecera invisibilizado gracias a la divisin liberal de los

espacios pblico privado.

42
En opinin de Pateman, la divisin del espacio social entre el mundo pblico

(masculino, universal y racional) y el mundo privado (femenino, parcial y emocional)

ha excluido a las mujeres del contrato social, asocindolas a la naturaleza (fundndose

en buena medida en el hecho biolgico de su capacidad reproductora), y asociando a los

hombres con la cultura. De esta manera, las mujeres, ajenas al espacio cultural,

permanecen privadas de la posibilidad de libertad, igualdad y fraternidad en que se

funda el contrato social, construido en, por y para el espacio pblico. As, el

matrimonio, la maternidad y la prostitucin, entre otras, implicaran relaciones

contractuales de dominacin masculina.

Especficamente sobre la prostitucin, Pateman afirma que no puede ser considerada

-como pretende el discurso liberal contractualista- como un trabajo igual a otros, pues se

trata de comprar el acceso sexual al cuerpo de las mujeres y este hecho debe ser tenido

en cuenta: no es casualidad que la inmensa mayora de compradores sean hombres y que

los cuerpos vendidos sean fundamentalmente los de las mujeres. Dado que la

sexualidad, en su opinin, est ligada a la construccin de identidad, al comprar sexo

(en cuerpo o en representaciones) los varones afirman su virilidad, y cuando este

negocio se legitima, se est afirmando la ley del derecho sexual de los hombres sobre

las mujeres:

El uso general de las partes sexuales y de los cuerpos de las mujeres, tanto en
representaciones como en los cuerpos vivos, es central para la industria del sexo y
recuerda constantemente a varones -y mujeres- que los varones son los que ejercen la ley
del derecho sexual masculino, que son ellos los que tienen el derecho patriarcal de acceso
a los cuerpos de las mujeres (Pateman, 1995, p.274)

43
Aunque Pateman no form parte del activismo antipornogrfico, ste se ubicar

dentro de su marco terico y dir que la pornografa, en tanto representacin de las

mujeres como objeto comercial, moviliza el discurso de la desigualdad y ratifica la

supremaca masculina.

Como prematuro antecedente del movimiento antipornogrfico estadounidense

podemos ubicar el grupo WITCH - Women's International Terrorist Conspiracy from

Hell (BRUJA - Conspiracin Internacional de Mujeres Terroristas del Infierno), autor

de varias intervenciones ldico-polticas clebres, como la protesta contra el desfile de

Miss Amrica en Atlantic City, en 1968. En los setenta se vincula con este grupo la

escritora Robin Morgan, quien expresara la frase que lleg a convertirse en el eslogan

por excelencia del movimiento: La pornografa es la teora, la violacin es la prctica.

Morgan, una de las activistas que haba liderado el separatismo del Feminismo

Radical (es clebre en este sentido su artculo Adis a todo esto de 1970) y que

tomara partido, en la nueva escisin, por el Feminismo Cultural, escriba en 1974:

El acto de violacin no es ms que la expresin de la norma, incluso alienta la fantasa


masculina en la cultura patriarcal de la agresin sexual. Y la articulacin de esa fantasa
en una industria de mil millones de dlares es la pornografa La pornografa es
propaganda sexista, ni ms ni menos. La pornografa es la teora: la violacin es la
prctica "( p.137 - 139)

Siguiendo la lnea del Feminismo Cultural y su exaltacin de los valores femeninos,

Morgan afirmaba que la mercantilizacin del sexo era propia de la sexualidad

masculina, y que en el otro polo, la sexualidad femenina se caracterizaba por la

bsqueda de relaciones y la afectividad:

44
Cada mujer de las que estamos aqu () siente que el nfasis sobre la sexualidad genital,
la cosificacin, la promiscuidad, la falta de compromiso emocional y la dura
invulnerabilidad eran el estilo masculino y que nosotras, como mujeres, valoramos ms
el amor, la sensualidad, el humor, la ternura, la entrega (Morgan citada en Echols, p.97)

La pornografa, en opinin de Morgan, refleja una sexualidad deshumanizada y

basada en la dominacin del hombre sobre la mujer, muy distinta al erotismo, que

expresa una sexualidad integrada, basada en el mutuo afecto y deseo entre iguales

(Herrero, 1996, 1, p.47). El erotismo, entonces, estara mucho ms prximo a la

sexualidad femenina, mientras que la pornografa desembocara directamente en

violencia contra las mujeres, al mostrar una imagen de ella segn la cual todas son

putas, desdibujando as su respetabilidad.

En el mismo sentido, Kathleen Barry, otra clebre antiporngrafa, desarroll la

teora de la esclavitud sexual, la cual abarca un amplio nmero de fenmenos, entre

los que se incluyen la trata de mujeres, la prostitucin, la pornografa, los malos tratos

maritales, las violaciones, etc. Todos stos constituyen violencia sexual como estrategia

de dominacin patriarcal. Ms all de que exista o no consentimiento inicial por parte

de la mujer que vive estas situaciones, lo que las determina como esclavitud es el hecho

de que las mujeres no puedan cambiar su situacin si lo desean.

A nivel individual, los culpables de la esclavitud sexual de las mujeres son los

proxenetas y los clientes. A nivel social, Barry identifica como responsable de este

orden de cosas a la ideologa y prcticas de lo que denomina sadismo cultural, que

incorpora como prctica legtima la violencia sexual. El principal ejemplo de esta

ideologa es la pornografa. La autora afirma que la pornografa -especialmente la

45
sadomasoquista- incorpora la violencia a las relaciones cotidianas, ubicando

socialmente a la mujer en el lugar de objeto, modelado por las expectativas de consumo

del hombre. La pornografa sera entonces la descripcin grfica de lo que los hombres

exigen de las mujeres: se trata de un acto poltico de dominacin, un intento de crear

una imagen de las mujeres que concuerde con la visin que los varones quieren tener, y

con el uso que de ellas quieren hacer (Ordoez, 2006, p.106). La consecuencia ms

extrema de la pornografa sera la violacin.

La conexin pornografa/violacin fue elaborada en detalle por la periodista Susan

Brownmiller en su libro Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violacin (1975).

En l, la autora entiende la violacin, no como un acto irracional, sino como un proceso

consciente de intimidacin, mediante el cual el colectivo de los hombres mantiene

intimidado al colectivo de las mujeres. La pornografa incitara a los hombres a pasar de

la intimidacin latente a la agresin real:

Una vez que aceptamos como verdad fundamental que la violacin no es un crimen
irracional, impulsivo, de incontrolable lujuria, sino un deliberado, hostil y violento acto
de degradacin y posesin por parte de un posible vencedor, destinado a intimidar e
inspirar miedo, tenemos que mirar hacia los elementos en nuestra cultura que promueven
estas actitudes y les hacen propaganda , que proporcionan a los hombres, y, en particular,
a los impresionables varones adolescentes, la ideologa y el estmulo psicolgico para
cometer sus actos de agresin (p.391)

En su artculo Sadomasoquismo: la nueva reaccin al feminismo, Barry afirma que

la reaccin de algunos sectores feministas frente a la campaa antipornogrfica no es

otra cosa que un cabildeo de lesbianas y mujeres heterosexuales izquierdistas que

quieren destruir el movimiento para que los hombres izquierdistas puedan seguir

46
abusando sexualmente de las mujeres, sin miedo a la crtica (Barry citada en Echols,

1989, p.88)

De hecho la crtica de las Feministas Culturales se extender no slo a la

pornografa, sino a la sexualidad masculina en general. Susan Brownmiller afirmaba

que la violacin (entendida como acto poltico de poder y dominio) es una funcin de la

biologa masculina, aunque la agresin se presenta slo cuando existe un acercamiento

no consentido: la violacin es violencia, el coito es sexualidad. Catherine MacKinnon

ir ms lejos y reprochar a Brownmiller que nunca se pregunta si, bajo las

condiciones de supremaca masculina, la nocin de consentimiento tiene algn

sentido (citado en Rich, 1999, p.179).

b. Vamos a poner fin a la pornografa: Dworkin - MacKinnon

Sin lugar a dudas las dos autoras ms destacadas de la posicin antipornografa son

la activista Andrea Dworkin13 y la abogada Catharine MacKinnon14. La primera de

ellas, junto con Robin Morgan, fue una de las organizadoras de la manifestacin en

Times Square (Nueva York) en contra de la pornografa, que cont con cerca de siete

13
Andrea Dworkin (1946 2005). Escritora y activista, lder del movimiento antipornografa en Estados
Unidos. Licenciada en Literatura, autora de una larga lista de obras de ensayo, cuento y novela. Entre sus
libros de ensayo se encuentran: Pornography - Men Possessing Women (1981), Civil Rights: A New Day
for Women's Equality (1988), Right-Wing Women: The Politics of Domesticated Females (1991), In
Harms Way: The Pornography Civil Rights Hearings (1997), Heartbreak: The Political Memoir of a
Feminist Militant (2002)
14
Catharine MacKinnon es Abogada, doctorada en la Universidad de Yale. Actualmente es profesora de
Derecho en la Universidad de Michigan y profesora visitante en Harvard. Entre sus libros se encuentran:
Toward a Feminist Theory of the State (1989), Only Words (1993), Women's Lives, Men's Laws (2005),
Are Women Human?: And Other International Dialogues (2006)

47
mil participantes y que lideraba la organizacin Mujeres contra la Pornografa,

fundada en 1979.

Ambas (Dworkin y MacKinnon), son las autoras de un proyecto de ordenanza que

denunciaba la pornografa en tanto atentado contra los derechos civiles de las mujeres,

al tiempo que brindaba a aquellas que se sintiesen vctimas de la industria pornogrfica

la posibilidad de adelantar procesos legales para recibir compensaciones. El proyecto

fue aprobado por el Consejo del Ayuntamiento de la ciudad de Minneapolis, a finales de

1983, aunque posteriormente fue vetado por el Alcalde demcrata Donald Fraser. Pocos

meses despus un proyecto similar fue aprobado por el Consejo Municipal de la ciudad

de Indianpolis. Tras una demanda presentada por un colectivo de editores, escritores y

libreros, la ordenanza fue declara inconstitucional, por constituir una violacin a la

Primera Enmienda, decisin que fue ratificada por la Corte de Apelaciones en agosto de

1985 y luego por la Suprema Corte en febrero de 1986. Iniciativas similares, aunque

tambin sin xito, se produjeron en Cambridge (Massachusetts), Madison (Wisconsin) y

Suffolk Country (Nueva York), entre otras ciudades (Malen Sea, s.f.)

Pese a que estos intentos de hacer aprobar leyes que permitieran a las mujeres

demandar la produccin y distribucin de pornografa no lograron surgir en Estados

Unidos, fueron el antecedente y el soporte terico de iniciativas similares en otros

pases. En 1992 un proyecto de ley con las mismas caractersticas fue reconocido como

legal por el Tribunal Supremo canadiense, siendo ste el primer antecedente de medidas

legales contra la pornografa en nombre de perjuicios causados a las mujeres (Ogien,

48
2005). Adems, los trabajos de Dworkin y MacKinnon constituyen la base del modelo

aplicado por el gobierno de Suecia para tratar el tema de la prostitucin a partir de 1999.

En el anlisis que hace Andrea Dworkin sobre la pornografa es posible distinguir

dos frentes de argumentacin: uno, denuncia de la situacin de las mujeres que aparecen

en la pornografa (el caso de Linda Lovelace, la protagonista de la pelcula Garganta

Profunda, es emblemtico en este sentido), y dos, la crtica a las imgenes pornogrficas

en s mismas, a los contenidos de la pornografa.

Sobre este ltimo Dworkin afirma, a partir de la dicotoma sexualidad femenina /

sexualidad masculina, que la segunda es compulsiva y es la materia prima del

asesinato, no del amor (Dworkin citada en Echols, 1989, p.98), de manera que para los

hombres existe un vnculo fundamental entre violencia y sexualidad, el cual encuentra

su expresin cultural en la pornografa:

Los hombres creen lo que dice la pornografa, en que las mujeres se resisten y dicen no
slo para que los hombres las fuercen y las maltraten ms y ms (). Los hombres creen
en la pornografa y no creen a las mujeres que dicen no. (Dworkin citada en Herrero,
p.53)

La pornografa reproduce invariablemente papeles fijos para hombres y mujeres: los

primeros aparecen siempre como poseedores de las segundas. Activos y pasivas.

Dominadores y dominadas. La pornografa -toda ella- es una prctica de la poltica

sexual, y al reproducir siempre la jerarqua de estos roles, es una institucin de

desigualdad entre los gneros: El gran tema de la pornografa como gnero es el poder

masculino (Dworkin, 1989, p.24), y su funcin es similar al que cumple la propaganda

racista en una sociedad racista, esto es, mantener el orden social establecido.

49
Su anlisis apunta a que la pornografa llena de significado el poder sobre el que se

construye la desigualdad genrica. En ella, las mujeres se representan como objeto de

uso sexual masculino, esto implica que tienen un significado social que las define como

utilizables sexualmente, segn el deseo de los hombres. De esta manera, la pornografa

crea un objeto sexual al que es posible acceder, crea a las mujeres como pornografa, y a

la pornografa como lo que son las mujeres (Dworkin, 1989).

La pornografa, entonces, no es solamente una metfora, un mensaje susceptible de

ser aprendido por el espectador. No es slo reflejo, proyeccin o expresin. Es tambin

una realidad sexual. La pornografa no slo representa a la mujer en el papel de cosa

que se adquiere y se usa, sino que hace de ella tal cosa. Ms all del campo de la

representacin, en la vida real, los hombres desearn practicar el sexo con esa imagen

de mujer que la pornografa les vende.

El que uno pueda expresar la idea que la prctica expresa no hace de esa prctica una
idea. La pornografa no es ms idea de lo que lo son la segregacin o el linchamiento,
aunque ambos institucionalizan la idea de la inferioridad de un grupo respecto a otro
(MacKinnon, 1995, p.370)

Dworkin lleva la idea de la violencia como estndar de la sexualidad masculina

hasta sus ltimas consecuencias, al afirmar que no es slo la falta de consentimiento lo

que caracteriza la violacin, sino que incluso toda relacin heterosexual es en s misma

un acto de violacin, aunque la mujer crea participar voluntariamente en l, pues su

voluntad est enajenada por la opresin sistmica a la que ha sido sometida. De esta

manera, todo consentimiento es slo aparentemente voluntario.

50
Esta ltima idea ser retomada por autoras como Susan Griffin y por la organizacin

Women Against Sexo WAS (Mujeres contra las relaciones sexuales), quienes

sostendrn que la liberacin de la mujer, su emancipacin de la cultura patriarcal y, en

una palabra, la revolucin feminista, pasa por la eliminacin de toda actividad sexual

(Herrero, 1996, 1, p.54). Por ello, los planteamientos de Dworkin se reconocen no slo

como feminismo antipornografa, sino tambin como feminismo antisexo.

En su libro Hacia una teora feminista del Estado (1995) Catharine MacKinnon

sita la sexualidad dentro de la teora de la desigualdad entre los sexos: la sexualidad

() es una dimensin en la que el gnero ocurre y a travs de la cual se constituye

socialmente el gnero (p.230). La sexualidad, entonces, refuerza y constituye a la vez

la jerarqua social entre los gneros, y en virtud de esa jerarqua la sexualidad es

construida privilegiando los intereses (deseos, fantasas, etc.) de quienes ostentan el

lugar privilegiado: lo que es sexual es lo que hace que el hombre tenga una ereccin

(MacKinnon, 1995, p.242).

En esta comprensin de la sexualidad, la pornografa viene a jugar el papel de la

verdad del sexo para los hombres, porque muestra cmo ven ellos el mundo y cmo

acceden a l:

Desde el testimonio de la pornografa, lo que quieren los hombres es: mujeres atadas,
mujeres violentadas, mujeres torturadas, mujeres humilladas, mujeres degradadas y
ultrajadas, mujeres asesinadas, O, para ser justos con la versin blanda, mujeres
sexualmente alcanzables, que puedan tener, que estn ah para ellos, que deseen ser
tomadas y usadas, tal vez slo con una ligera atadura (MacKinnon, 1995, p.244)

51
Para MacKinnon la pornografa ofrece como motivo de excitacin la humillacin

femenina, exaltando este modelo como deseable y convirtiendo la desigualdad entre

hombres y mujeres en algo sexualmente excitante. La pornografa vende mujeres a los

hombres como sexo y para el sexo (1995, p.350), con lo cual contribuye causalmente

a actitudes y conductas violentas y discriminatorias que definen el tratamiento y la

situacin de la mitad de la poblacin las mujeres (MacKinnon, 1995, p.352). Sus

afirmaciones se fundan en mltiples estudios (citados en su libro) que concluyen como

efectos de la pornografa, entre otros, el aumento de la intencin del hombre de agredir

a la mujer y la produccin de cambios de actitud en los hombres que estn

correlacionados con la violacin.

La pornografa no distingue entre erotismo y subordinacin de la mujer, sino que,

justamente, hace que aparezcan como lo mismo. Dado que se considera sexo todo lo que

excita sexualmente a los hombres, en la pornografa la violencia es sexo. La

desigualdad es sexo, la humillacin es sexo (MacKinnon, 1995, p.384), de manera que

el dispositivo ertico no funciona sin la jerarqua del gnero y la sexualidad es ella

misma una construccin del poder masculino.

Siguiendo a Dworkin, esta autora afirma que el dao que produce la pornografa es

doble: por un lado, crea a las mujeres como sujetos a dominar, y por otro, domina y

humilla efectivamente a aquellas que aparecen en las representaciones pornogrficas.

Sobre el primer tipo de efecto de la pornografa, dir que cuando las palabras son lo

mismo que los actos, se las considera actos. Qu son el chantaje, el cohecho, la

52
conspiracin o el acoso sexual? Son palabras emitidas que en s mismas constituyen

delito. Sin embargo, cuando se trata de la imagen pornogrfica, le ley parece olvidar ese

avance dado en otros campos y se limita a entenderla como meras representaciones,

de las que no puede comprobarse relacin causal con daos infringidos a las mujeres.

Desde su perspectiva, el dao que la pornografa hace a las mujeres, es en primer lugar

un dao como grupo, un dao al colectivo de las mujeres, a las que desposee de poder y

deshumaniza, definindolas como sujetos a dominar:

La idea dominante es que la pornografa debe causar dao del mismo modo que lo causan
los accidentes de trfico, o de lo contrario sus efectos no sern cognoscibles como dao.
El problema de esta concepcin del dao individualizada, atomista, lineal, exclusiva,
aislada, limitada al agravio positivista en una palabra- es que la forma en que la
pornografa elige y define a las mujeres para el abuso y la discriminacin no funciona as.
Daa efectivamente a los individuos, no como individuos de uno en uno, sino como
miembros del grupo de mujeres. (MacKinnon, 1995, p.377)

El segundo efecto de la pornografa es el dao a las mujeres individuales: se sabe

que las mujeres sufren una brutal coaccin para someterlas a las representaciones

pornogrficas. MacKinnon insiste en la denuncia de Dworkin: las mujeres individuales

que estn en la pornografa no lo hacen en libertad y de manera racional, porque lo

cierto es que la mujer -en la pornografa y en parte debido a la pornografa- no tiene

tales derechos (MacKinnon, 1995, p.382)

Los aportes de MacKinnon son especialmente significativos en el campo de la

jurisprudencia. La autora afirma que la ley de la obscenidad, tal como est concebida en

Estados Unidos, es funcional a la mirada pornogrfica de las mujeres, porque (siguiendo

a Dworkin) la pornografa construye quines son las mujeres (y los hombres las tratan

de acuerdo a ello), con lo cual crea -y no slo representa- una sexualidad vuelta objeto,

53
una sexualidad en la que a las mujeres les suceden cosas reales y no se trata slo de

exposicin a la obscenidad: La obscenidad de los hombres no es la pornografa de las

mujeres. La obscenidad se ocupa ms de si los hombres se sonrojan y la pornografa de

si las mujeres sangran (MacKinnon, 1995, p.361)

Por lo anterior, MacKinnon advierte que la Ley de Obscenidad est concebida para

la proteccin de los consumidores, esto es, de los hombres (el que las mujeres puedan

consumir pornografa no hace que est menos dirigida a ellos). Se entiende la

obscenidad como un mal: ms pecado que delito. Es la moralidad la que anima la

intromisin estatal en la cuestin de la pornografa. Dicha moralidad liberal, su discurso

en trminos de bien y mal, no toca la desigualdad genrica que produce la

pornografa, slo prohbe lo que considera inmoral, mientras protege lo que considera

moral y esto ltimo, con frecuencia, es daino para las mujeres, porque la moralidad es

tambin una unidad de medida nacida de la visin masculina del mundo.

La ley de la obscenidad trata la moral desde el punto de vista masculino, que quiere decir
el punto de vista del dominio masculino. La crtica feminista de la pornografa, en
contraste, parte del punto de vista de las mujeres, que quiere decir el punto de vista de la
subordinacin de las mujeres a los hombres (MacKinnon, 1995, p.356)

En este orden de ideas, el asunto mismo de la definicin sobre lo que es y no es

pornogrfico resulta insustancial y solo invisibiliza la dominacin masculina que

subyace en el fenmeno pornogrfico, puesto que la lucha por una definicin de

pornografa es una lucha entre hombres por las condiciones del acceso a la mujer

(MacKinnon, 1995, p.368). Las discusiones al respecto caen en el lugar comn de lo

que ofende a uno puede ser bueno para otro, pero la revisin de las decisiones de los

tribunales de censura sugiere que al final, la obscenidad es el sexo que hace que la

54
sexualidad masculina parezca mala (MacKinnon, 1995, p.369). Todo lo dems, lo que

no afecte la libertad sexual de los hombres, no es considerado como obsceno.

Por eso la obscenidad, la Ley de Obscenidad, no es un instrumento valioso para

enfrentar la desigualdad genrica que la pornografa significa. Desde la perspectiva

feminista que MacKinnon asume, la pornografa es la esencia de un orden social sexista,

su acto quintaesencial, porque las mujeres viven en el mundo que crea la pornografa,

viven su mentira como realidad y sienten en su cuerpo las consecuencias, aunque, al

ser constitutiva de la realidad social, la pornografa se hace invisible como dao.

Por otro lado, la Ley de Obscenidad, en atencin a la Primera Enmienda que

reclama la proteccin del mbito privado, no toma en cuenta que tambin lo privado es

una esfera de poder social en la que tiene lugar el sexismo. Cuando slo prohbe la

exhibicin pblica de la pornografa lo que protege es el derecho de los hombres a

imponer la pornografa a las mujeres en privado (MacKinnon, 1995, p.372).

Segn MacKinnon, esa libertad de expresin, que se defiende a toda costa, ignora

que la libertad de expresin de los hombres silencia la libertad de expresin de las

mujeres, aunque esto sea difcil de demostrar empricamente porque el silencio no es

elocuente (1995, p.374). Esa ignorancia ha quedado en evidencia cuando, enfrentados

los tribunales a denuncias de mujeres inmersas en la pornografa, han aceptado que los

daos existen pero han seguido protegiendo la pornografa como medio de expresin,

que no puede reprimirse en virtud de la Primera Enmienda. De nuevo, se ha dado un

trato moral al tema, en vez de uno poltico:

55
Los actos se convirtieron en ideas y la poltica en moral cuando el tribunal transform la
coaccin, la fuerza, el ataque y el trfico de la subordinacin en control del
pensamiento y la ciudadana de segunda clase por razn del gnero en ideas sobre la
sexualidad que pueden ser expresadas (MacKinnon, 1995, p.387)

Una ltima anotacin sobre la crtica de MacKinnon: segn esta autora, el

tratamiento jurdico que se da en Estados Unidos a la pornografa, que se reduce a

pasarla por el tamiz de la Ley de la Obscenidad (la cual, como hemos visto, es de corte

moral) obedece al lugar privilegiado y con poder que ocupan los porngrafos. Cuando

los tribunales asumen que la prohibicin de la pornografa significa discriminar un

punto de vista (lo que resulta inconstitucional), desconocen el punto de vista

contrario, el de las mujeres que denuncian, stas s acalladas y desconocidas sin que la

Primera Enmienda parezca temblar. Queda en evidencia, entonces, que la libertad de

expresin est mediada por la jerarqua de gneros:

Cundo deja un punto de vista de ser punto de vista? Cuando es el propio,


especialmente cuando las propias palabras, como las de los porngrafos, son palabras
desde el poder. En la hipocresa epistemolgicamente hermtica del punto de vista
masculino, prohibir los avances hacia la igualdad entre los sexos sirvindose de la ley es
neutralidad estatal. (MacKinnon, 1995, p.388)

Por eso sus iniciativas para censurar la pornografa no se formulan en nombre de la

Primera Enmienda de la Constitucin, que protege la libertad de expresin, sino en

nombre de la Decimocuarta Enmienda, que afirma la igual proteccin de las leyes,

porque en su opinin la injusticia de la pornografa radica en que censura la voz de las

mujeres y el cambio que ellas proponen se encaminara a liberarnos de esa censura

poltica.

56
3. Las Pro-Sex, USA

Miremos ahora la otra cara de la moneda. Las feministas que se mostraban en

desacuerdo con la campaa antipornogrfica se agruparon en a su vez en el grupo FACT

- Feminist Anti-Censorship Taskforce (Organizacin Feminista contra la Censura).

Mientras las antiporngrafas hicieron alianza con la derecha, las pro-sex se aliaron con

la ACLU American Civil Liberties Union (Sindicato a favor de las libertades civiles

americanas) e hicieron frente a los avances de las Feministas Culturales.

Como han mostrado varios autores, efectivamente, en el mercado de produccin y

difusin de la pornografa pueden hallarse aspectos socialmente problemticos, como

sobreexplotacin y misoginia, pero no se trata de patologas sociales especficas a este

sector, sino que: pueden encontrarse por todas partes, incluso en la fabricacin de

juguetes para nios, lo cual, digmoslo de pasada, jams ha conducido a que se solicite

la prohibicin de los juguetes (Ogien, 2005, p.36).

Los argumentos ms fuertes de la postura antipornografa no son aquellos que

sealan las condiciones de trabajo de las mujeres inmersas en el negocio (denuncias en

las que se extiende Andrea Dworkin, por ejemplo), pues, como se ha sealado, de

dichas crticas se concluira, ms bien, la urgencia de una legislacin laboral para la

industria pornogrfica, que garantice condiciones de trabajo favorables para las mujeres

que hacen parte de ella.

57
Por otro lado, tampoco sus soportes conceptuales han escapado a una revisin crtica

de otros sectores feministas. stos sealan que el movimiento antipornogrfico es una

reaccin frente a la ideologa cultural dominante que desarrolla la amenaza del peligro

sexual. La reaccin antipornografa centra sus esfuerzos en la seguridad, exigiendo el

control de la expresin pblica de la sexualidad masculina, y con ello -aunque tal vez

sin proponrselo- vuelve a establecer los principios bsicos del antiguo sistema de

gnero, fundado en el pacto impuesto a las mujeres: seguridad a cambio de

constreimiento sexual. (Vance, 1989).

La cruzada antipornografa crea la sensacin de que la seguridad de las mujeres est

constante y peligrosamente amenazada: genera an ms miedo. Reconoce que ser mujer

no es seguro y que los intentos feministas de reivindicar el placer son especialmente

peligrosos. Afirma que las mujeres son ms dbiles y que estn asustadas. Propone un

feminismo dogmtico y controlador. Frente a ello, Carole S. Vance nos recuerda que los

movimientos sociales, entre ellos el Feminismo, se mueven gracias a una visin, no

pueden actuar slo por el miedo, de manera que: No basta con alejar a las mujeres del

peligro y la opresin; es necesario moverse hacia algo: hacia el placer, la accin, la

autodefinicin. El feminismo debe aumentar el placer de las mujeres, no slo disminuir

nuestra desgracia (1989, p.48).

Adems de fundarse en el miedo, la campaa antipornogrfica genera vergenza,

porque al insistir en la trivializacin de la pulsin ertica, las mujeres que la sienten o

la desean aparecen como ridculas: existen urgencias polticas que pasan de ellas. Por

esta razn Carole S. Vance se pregunta:

58
Desconfiamos de nuestra pasin, pensando que quiz no es algo nuestro, sino un
montaje de la cultura patriarcal? Las mujeres pueden ser agentes sexuales? Podemos
actuar en nuestro propio inters? O somos puramente vctimas que debemos dirigir
nuestros esfuerzos hacia la resistencia contra los ataques masculinos de una cultura
patriarcal? Es necesario que nuestra pasin espere a un momento ms seguro para
expresarse? Cundo llegar ese momento? Nos acordaremos algunas de nosotras de lo
que era nuestra pasin? (1989, p.18)

Su respuesta y la de otras feministas pro-sex ser: el momento es ahora. Por eso se

opondrn a las campaas antipornogrficas e intentarn hacer evidentes sus

contradicciones y contraindicaciones.

Para ello sealan, en primer lugar, que quienes se oponen a la pornografa -como

quienes se oponen al aborto- utilizan un lenguaje efectista: dado que nuestra

alfabetizacin visual es pobre, se sirven de imgenes sobrecogedoras que vinculan -

rpidamente y sin suficiente anlisis- con argumentos retricos, para impulsar a los

espectadores hacia la conclusin que desean obtener. As, por ejemplo, la imagen de una

mujer encadenada ser, sin ms, considerada como seal de trato degradante, sin

detenerse a considerar lo que verdaderamente representa. Las lesbianas

sadomasoquistas, entre otros colectivos, levantarn su voz de protesta, como se ver

ms adelante.

Otro grave problema de los argumentos antipornografa es que el vnculo que

defienden entre consumo de pornografa y aumento de la violencia hacia las mujeres no

est fundado. Desde la psicologa y la sociologa se han adelantado mltiples

investigaciones que pretenden establecer los efectos de la pornografa en quien la

59
consume y sus resultados estn lejos de ser concluyentes, de hecho, se contradicen unas

a otras.

Como seala Ogien (2005) histricamente han existido dos posiciones tericas para

encarar los efectos de la pornografa en quien la consume. La primera es la teora de la

catarsis, segn la cual, cuanta ms pornografa se consume, menos se pasa a la accin.

La segunda es la teora de la imitacin, que supone justamente lo contrario: cuanta

ms pornografa se consume, ms se pasa a la accin.

En 1967 el presidente Jonhson encarg un informe (que fue concluido durante la

administracin Nixon) sobre los efectos de la pornografa. Entonces los resultados

favorecieron la hiptesis de la catarsis. Ms adelante, en 1984, la administracin de

Ronald Reagan encarg a la Comisin Meese (que lleva el nombre del entonces

Ministro de Justicia) un informe similar, el cual estuvo listo en 1986. ste, por su parte,

comprob la hiptesis de la imitacin, confirmando los efectos negativos de la

pornografa y su papel favorecedor de los comportamientos antisociales. No obstante,

una revisin sociolgica de este ltimo equipo investigador dej en evidencia que sus

resultados no eran fiables:

Seis de los once miembros eran adversarios declarados de la pornografa. Los


testimonios eran seleccionados en funcin de los prejuicios de la mayora de los
miembros de la Comisin. Incluso en esas condiciones, la Comisin se vio forzada a
reconocer que su conclusin general no se sustentaba realmente en las investigaciones
empricas que ella misma haba ordenado realizar. Dicha conclusin dependa ms del
sentido comn y de las intuiciones personales que de los hechos cientficos (Ogien,
2005, p.118)

60
Otro aporte muy citado es el realizado por Dolf Zillmann y Jennings Bryant

(Pornography: recents research interpretations and policy considerations, 1989),

quienes demuestran la tesis del efecto negativo por imitacin de la pornografa, pues

al exponerse a ella, el espectador aprende a comportarse como los hroes masculinos de

dichas imgenes, interiorizando que las mujeres estn siempre vidas de complacer los

deseos sexuales de los hombres. En ste y otros estudios empricos similares, el

problema radica en la interpretacin de los datos: los indicadores escogidos son

indicadores fiables de las variables? la existencia de correlacin entre las variables

prueba la existencia de un nexo causal?

Las iniciativas anti-pornografa se enfrentan, adems, a varios problemas

normativos y metodolgicos. Entre los primeros vale la pena sealar que quienes

afirman que la pornografa afecta la psique de quien la consume cometen el error de

confundir efectos psicolgicos con efectos ideolgicos. De probarse que existe una

relacin causal entre exposicin a la pornografa y cambios en la conducta, sera

necesario entender dichos cambios como consecuencia de una afeccin ideolgica y no

psicolgica. En todo caso, los estudios empricos no han aportado hasta la fecha pruebas

definitivas que confirmen el carcter crimingeno (esto es, que promueva el crimen,

en trminos de Ogien) de la pornografa, ni tampoco pruebas definitivas de que no lo

promuevan, de manera que las razones para estar en contra o a favor de ella deberan ser

siempre normativas.

Entre los problemas metodolgicos, sobresale uno relacionado con los soportes

empricos: si se sostiene que la pornografa causa daos en el espectador, sera

61
consecuente no admitir que los sujetos fueran incluidos en un estudio experimental, de

manera que no habra forma de confirmar la hiptesis de partida. Por otra parte, la idea

sostenida por Dworkin y MacKinnnon segn la cual la pornografa no es slo una causa

de la subordinacin de las mujeres sino que es en s misma una forma de subordinacin,

se construye con base en una distorsin de la teora de los actos de habla de J. L.

Austin15.

a. Pureza social VS Deseo femenino.

Dado el resurgimiento de la poltica proteccionista en Estados Unidos, asumida con

especial vehemencia por el movimiento antipornografa, Ellen Carol DuBois y Linda

Gordon (1989) llaman la atencin sobre la necesidad de recordar la historia de la tensin

placer / peligro, y rastrean sus orgenes en el siglo XIX. Dado que slo sera a finales de

ese siglo, y fundamentalmente en los comienzos del siguiente, cuando el desarrollo

tcnico permitira la aparicin de la pornografa en su formato audiovisual (hemos dicho

ya algo sobre la literatura pornogrfica, cuyos orgenes son ms antiguos y se remontan

al siglo XVIII), el debate se concentr exclusivamente en la prostitucin.

La tesis de DuBois y Gordon es que la opcin proteccionista entroncara con las

iniciativas que denunciaban la esclavitud blanca entre 1860 1870, esto es, la

coaccin fsica que obligaba a las mujeres a entrar en la prostitucin16, y con las

brigadas que organizaron las buenas mujeres para salvar a las prostitutas en lo que

15
Para otros problemas normativos y metodolgicos, as como el uso incorrecto de la teora de los Actos
de Habla, ver Ogien, 2005. p.p. 121 131, 150 160.
16
Ver Hunt, L. (Ed.) (1993). The Invention of Pornography, 1500-1800: Obscenity and the Origins of
Modernity, New York: Zone Books.

62
se conoce como iniciativas de pureza social. Como muestran estas autoras, ya para

entonces se exageraba la magnitud del problema, en primer lugar porque su definicin

de prostitucin inclua a todas las mujeres que se dedicaban al sexo ocasional, fueran

o no pagadas, y en segundo lugar porque generalizaban la coaccin en la prostitucin,

negando a las prostitutas cualquier papel que no fuera el de vctimas pasivas. En esta

lgica, la prostitucin era per se algo degradante y ninguna mujer poda elegirla

libremente. El papel que se autoasignaban las feministas era el de rescatar a las

mujeres cadas, quisieran stas ser o no rescatadas.

Dicho afn mantena intacta la moralidad sexual que divida a las mujeres en buenas

y malas. Esto refleja, desde el anlisis de DuBois y Gordon, el miedo de las mujeres

buenas a perder su propia respetabilidad, la cual no era slo un asunto imaginario,

sino que implicaba sanciones materiales. Por eso, para mantener ellas mismas los

privilegios de ser una buena mujer, deban acentuar sus diferencias con las otras. Si bien

algunas de estas activistas del siglo XIX identificaban ya el problema de la violencia

domstica que sufran las mujeres de bien, no se atrevieron todava a desafiar

polticamente la institucin familiar, as que se concentraron en la violencia

extrafamiliar de la cual la prostitucin se convirti en el chivo expiatorio.

Tras las acciones iniciales por librar a las prostitutas de su condicin, las feministas

del movimiento de pureza social pasaron a presionar por la abolicin de la prostitucin,

enfrentndose a un problema maysculo: muchas prostitutas no queran dejar de serlo.

El problema era que las prostitutas tenan que estar de acuerdo en que eran vctimas. La
interpretacin de la prostitucin como trata de blancas (es decir, que las prostitutas se

63
haban visto forzadas a participar) permita a las feministas verse a s mismas como
liberadoras de esclavas. Pero si las prostitutas no estaban arrepentidas, o si negaban la
inmoralidad de sus actos, perdan su derecho a la ayuda y a la compasin de las
reformistas. (DuBois & Gordon, 1989, p.67)

Efectivamente existan muchas putas impenitentes y la actitud de las feministas

frente a ellas refleja el carcter represivo de la supuesta hermandad de mujeres que

defendan: al no estar dispuestas a reconocer la legitimidad de la prostitucin, el

movimiento de pureza social aceptaba una moralidad sexual que constrea a las

mujeres. Es interesante sealar cmo, desde entonces, los argumentos de estas

feministas coincidan con los sectores reaccionarios y ms conservadores, pues el ataque

a la prostitucin haca parte tambin del discurso de muchos reformistas masculinos,

incluso algunos antifeministas (DuBois & Gordon, 1989, p.56). Esta coincidencia

sugiere que la persecucin de la prostitucin debe entenderse como parte de un sistema

sexual ms amplio, en el que la sexualidad tena una valoracin profundamente negativa

en s misma (entre los pecados sobresale siempre el pecado sexual).

No obstante la fuerza de las feministas comprometidas con el movimiento de

pureza social, tambin en el siglo XIX pueden encontrarse vestigios de lo que sera la

poltica pro-sex del siglo XX. Dichos vestigios remontan a los movimientos utpicos y

a favor del amor libre entre 1820 y 1840, desde los cuales algunas mujeres se negaron a

identificar el deseo como algo masculino y cuestionaron la obligatoriedad del

matrimonio legal como canal nico de la sexualidad.

DuBois y Gordon recogen en su rastreo, adems, voces de la segunda mitad del

siglo XIX, entre ellas, la de Victoria Woodhull, defensora del amor libre; la de

Elizabeth Cady Staton, quien suma a sus conocidos aportes por el reconocimiento de la

64
ciudadana plena para las mujeres una defensa de su deseo sexual; y la de Alice

Stockham, sufragista que propona uniones en las que los deseos y el placer de las

mujeres tuvieran lugar.

Entrado ya el siglo XX, en el marco de las discusiones sobre el derecho al control

natal, se produjo un alzamiento feminista que afirmaba que era innecesario pagar el

precio de la abstinencia sexual para alcanzar la autodeterminacin reproductiva.

Haciendo una valoracin positiva de la gratificacin sexual, estas feministas

comenzaron a romper la dicotoma mujer buena / mujer mala:

() ya no estaban dominadas por el miedo a convertirse en prostituta o a que se opinara


que lo eran. () Reconoceris algunos de sus nombres: Emma Goldman, Margaret Sanger,
Crystal Eastman, Elizabeth Gurley Flynn, incluso Louisse Bryant, pero hubo muchas ms.
Por encima de todo defendieron el derecho de la mujer a ser sexual. Se acostaron con muchos
hombres sin casarse. Tuvieron mltiples amantes. Se convirtieron en madres solteras.
Algunas de ellas mantuvieron relaciones abiertamente sexuales con otras mujeres. (DuBois
& Gordon, 1989, p.72)

Ambas posiciones, la de aquellas feministas que defienden la pureza social y la de

aquellas que critican la misoginia, la violencia y la dominacin masculina sin renunciar

a la sexualidad, han sobrevivido hasta finales del siglo XX. Sobre las primeras, que

actualizan sus postulados en la postura antipornografa, afirman DuBois y Gordon que

encierran un llamado a la tradicin anterior, una sobrevaloracin del peligro sexual al

que estn expuestas las mujeres, que no acierta a diferenciar su poltica de una versin

conservadora (y antifeminista) de la pureza social del siglo XIX.

En la misma lnea de hacer una revisin histrica de la poltica sexual radical

feminista, y tambin ubicndose del lado pro-sex, Alice Echols (1989) examina el

65
periodo que va desde finales de los aos sesenta hasta mediados de la dcada del

ochenta del siglo XX, pues considera que es imposible comprender las opiniones

encontradas sobre la sexualidad si no se revisan a la luz de otras diferencias que se

dieron en el pensamiento feminista de este periodo.

Dichos cambios se relacionan con la manera de entender el gnero, la cual ha dado

forma a los anlisis sobre la sexualidad: mientras las primeras feministas radicales

derivaban la opresin de las mujeres de la construccin del gnero en s, muchas

feministas de los ochenta creen que la desigualdad se origina en la represin de los

valores femeninos. Las primeras apostaran por la eliminacin del gnero como

categora social significativa (siguiendo la vertiente radical) y las segundas por la

consolidacin de la identidad femenina (Feminismo Cultural).

Las Feministas Culturales afirman que la inhibicin sexual de las mujeres es seal

de su superioridad, y no de su opresin (como afirman las radicales). La contracultura

femenina que proponen, implica una polarizacin de la sexualidad femenina y

masculina, en la cual la primera constituye un anatema mientras que la segunda es

idealizada. Muchas de las Feministas Culturales -seala Echols- ni siquiera precisan si

la diferencia entre una y otra sexualidad es biolgica o cultural, e incluso algunas

recurren a explicaciones biolgicas de las diferencias de gnero, lo cual es ledo, desde

la postura pro-sex, como un retroceso.

Una figura importante del Feminismo Cultural ser Adrienne Rich, quien elaborar

un anlisis crtico de la heterosexualidad obligatoria, en tanto institucin poltica que

66
disminuye el poder de las mujeres y cuyo inters es asegurar el derecho masculino al

acceso fsico, econmico y emocional de las mujeres (Rich, 1999, p.186). Segn Rich,

la imposicin de la heterosexualidad se hace necesaria -en la lgica patriarcal- para

garantizar lo que Kathleen Barry llamaba la esclavitud sexual femenina, esto es, el

control que ejercen los hombres sobre la sexualidad de las mujeres (mediante la fuerza

fsica pero tambin usando otras estrategias como el temprano adoctrinamiento en un

tipo de amor servicial y sumiso). La autora propone, adems, la idea de que existe un

continuo lesbiano, que da cuenta de una amplia gama de experiencias identificadas con

mujeres, y que servira de base para el cambio en las relaciones sociales entre los sexos,

rescatando la fuente de poder femenino que la institucin de la heterosexualidad

pretende liquidar. Por estas razones, Rich afirmaba que la pornografa perjudica la

potencialidad de amar y ser amadas por otras mujeres en una relacin recproca e

ntegra (Rich citada en Echols, p.102).

Aunque Rich no form parte del movimiento antipornografa, ste bebi de sus

ideas que invitaban a un exorcismo de lo masculino y una maximizacin de la

feminidad, deduciendo de ellas que la pornografa era una fuerza contaminante que

actualizaba el lastre patriarcal y minaba el poder femenino, poder emanado en buena

medida de su modelo de sexualidad, que rescataba el amor romntico frente al que tanto

haba luchado el Feminismo Radical.

Dada la inconmensurabilidad entre sexualidad femenina y sexualidad masculina

sobre la que se apoyan las tesis antipornografa, Echols plantea una paradoja

subyacente: Su caracterizacin de la sexualidad masculina es tan uniformemente

67
desfavorable y tan absolutamente desolada que uno se pregunta qu se lograra

restringiendo o eliminando la pornografa (1989, p.98).

Desde una visin pro-sex, Echols critica la campaa antipornogrfica porque resta

importancia al deseo femenino desde justificaciones netamente ideolgicas, asumiendo

una ortodoxia que contribuye a la heterofobia y que refuerza la barrera tradicional entre

vrgenes y putas. Adems, seala el grave error que cometi al vincular sus postulados

con los de la extrema derecha, la cual utiliza los mismos argumentos de las

antiporngrafas para arremeter, por otro lado, contra el feminismo, el aborto y los

derechos de gays y lesbianas. Esto lleva a Echols a concluir que las mujeres de la

campaa antipornogrfica abandonan el feminismo para dedicarse a la indignacin

moral femenina, pues: La poltica sexual del feminismo cultural en realidad no nos

ofrece otra cosa que valores sexuales tradicionales femeninos disfrazados de valores

radicales feministas (1989, p.106)

En este punto es importante sealar que la crtica de Echols, y otras que afirman un

sustrato moral en la campaa antipornogrfica no son del todo acertadas. En realidad,

muchos de los argumentos de las feministas anti-pornografa no son moralistas, en tanto

sus iniciativas no intentan luchar contra los peligros que la pornografa implica para la

moral pblica o para la familia (de hecho se insiste en que esa moral e instituciones

como la familia son injustas con las mujeres, y la pornografa lo que hace es afianzar

esa injusticia estructural).

68
La posicin de Dworkin, MacKinnon y compaa va en otra direccin. Su crtica a

la pornografa se funda en que sta, con su reiteracin de escenas degradantes,

insensibiliza a sus espectadores frente al sufrimiento de las mujeres, creando con ello un

escenario frtil para los actos violentos hacia ella (la pornografa es la teora, la

violacin la prctica como deca Morgan). Adems, la imagen que proyecta la

pornografa debilita la posicin de las mujeres como ciudadanas. Sus argumentos se

fundan entonces en la proteccin de los derechos civiles de las mujeres, es decir que son

argumentos de justicia (no morales). En tanto feministas radicales, las anti-pornografa

no defienden la familia o la sociedad de hecho muchas de ellas eran lesbianas pblicas,

por ejemplo- . MacKinnon lo formula con precisin: Las preocupaciones del

feminismo por el poder y la impotencia son ante todo polticas, no morales. En la

perspectiva feminista, la obscenidad es una idea moral y la pornografa es una prctica

poltica. La obscenidad es abstracta, la pornografa es concreta (1995, p.353)

Consciente del carcter poltico de la campaa antipornogrfica, la antroploga

Gayle Rubin dirige su crtica a la poltica sexual de la que participa, la cual reprime la

sexualidad en un sentido poltico, no psicolgico.

b. Una teora radical del sexo: Gayle Rubin

Rubin17 (1989) coincide con Alice Echols en sealar la trampa en la que caen las

antiporngrafas al coincidir con la derecha norteamericana. Segn ella, antes que con la

17
Gayle Rubin es Antroploga y terica feminista. Es clebre su ensayo The Traffic in Women: Notes on
the 'Political Economy' of Sex (1975), en el que se propone por primera vez la teora del sistema sexo/
gnero. Otros de sus ensayos son: The Leather Menace (1982), The Catacombs: A temple of the butthole
(1991), Of catamites and kings: Reflections on butch, gender, and boundaries (1992), Sites, Settlements,

69
pornografa, los movimientos conservadores haban arremetido contra el sector gay, con

el inters de estrechar las fronteras de la conducta sexual aceptable, pues vinculan las

conductas sexuales inmorales con un posible declive del poder norteamericano. Los

argumentos de la derecha, en efecto, son de tipo moral, y tal vez sea por el vnculo con

ella, que tal calificacin ha cado tambin sobre las antiporngrafas.

Lo que Gayle Rubin propone es un anlisis progresista sobre la sexualidad en su

conjunto, que conduzca a elaborar una teora radical del sexo (en trminos sociales e

histricos), en la que, como hace Michel Foucault con la represin sexual, fenmenos

como la prostitucin y la pornografa se entiendan como parte de una dinmica ms

amplia, de una economa general de los discursos sobre el sexo en las sociedades

modernas (Foucault, 2003, p.18). En el desarrollo de esta teora Rubin seala como

especialmente tiles, entre otros, los anlisis desarrollados por Jeffrey Weeks.

Weeks describe la comercializacin y mercantilizacin del sexo como consecuencia

del desplazamiento de la acumulacin capitalista a la distribucin capitalista, desde la

produccin hacia el consumo, lo cual repercuti en los cambios de las costumbres

sexuales y en hacer del sexo algo que se poda comprar en la prostitucin y en la

pornografa. La concentracin de crticas dirigidas a la pornografa responde a que sta

permite ponerle cara al problema, constituye un enemigo visible, que las feministas

antipornografa entendern como la representacin ms grfica de la explotacin

sexual femenina (Week, 1993, p.367).

and Urban Sex: Archaeology And The Study of Gay Leathermen in San Francisco 1955-1995 (2000),
Studying Sexual Subcultures: the Ethnography of Gay Communities in Urban North America (2002)

70
Sin embargo, seala Weeks, es necesario entender que la pornografa es

simultneamente una definicin legal, un producto histricamente formado y cambiante,

y un fenmeno sociolgico, organizado dentro de una industria particular en diversas

localizaciones sociales (1993, p.368), esto es, un fenmeno complejo, sobre cuyos

efectos es difcil generalizar. Concretamente sobre la concepcin de las antiporngrafas,

este autor seala que la violencia contra las mujeres es endmica en la sociedad, as que

una parte de la pornografa la reflejar, pero la pornografa no es la causa, sino un

sntoma del problema. Por otra parte, no toda la pornografa refleja o promueve la

violencia sino que existe alguna pornografa irnica y subversiva.

Rubin sigue esta misma perspectiva para mostrar cmo la propaganda antiporno

sugiere que la industria del sexo comercial es la causa del sexismo, y que de all se

propaga al resto de la sociedad, lo cual no tiene sentido: la industria del sexo no es

ciertamente una utopa feminista, pero simplemente refleja el sexismo imperante en la

sociedad en su conjunto (Rubin, 1989, p.173).

La autora seala como causa de esta confusin el sistema de estima ertico en el

contexto estadounidense, en el que el sexo se toma, incluso, demasiado en serio:

No se tacha a una persona de inmoral, no se le enva a prisin, ni se la expulsa de su


familia, porque le guste la cocina con muchas especias. Pero un individuo, quiz tenga
que sufrir todo esto y ms porque le guste el cuero de un zapato. En ltima instancia,
qu posible importancia social puede tener que a una persona le guste masturbarse con
un zapato? (Rubin, 1989, p.188)

Esta sobrevaloracin de la sexualidad, est an llena de reservas y sospechas: El

sexo es culpable mientras que no se demuestre su inocencia (Rubin, 1989, p.135), por

71
lo cual el sistema ertico se construye sobre la base de jerarquas que racionalizan el

bienestar de los sexualmente privilegiados y la adversidad de la chusma sexual (Rubin,

1989, p.139). La jerarqua sexual ubica del lado bueno (normal, natural, saludable,

sagrado) al heterosexual en matrimonio, mongamo y procreador, y del lado malo

(anormal, antinatural, daino, pecaminoso) a los travestidos y transexuales, los

fetichistas y sadomasoquistas, los que tienen sexo por dinero o intergeneracional. Entre

el lado bueno y el lado malo un gran nmero de actividades se debaten la frontera

de la aceptabilidad.

Las leyes sobre el sexo -como la que impulsan las antiporngrafas- son el

instrumento por excelencia de esta estratificacin sexual. Adems, dichas leyes no

hacen desaparecer las actividades que ilegalizan, pues la legislacin sexual no es un

reflejo perfecto de la moral sobre la conducta sexual (Rubin, 1989, p.151), sino que las

condenan a la marginacin y el subdesarrollo, haciendo a sus trabajadores ms

vulnerables a la explotacin: En sus peores extremos, la leyes sexuales son pura y

simplemente apartheid sexual (Rubin, 1989, p.156)

Rubin retoma el concepto de pnico moral desarrollado por Weeks: los pnicos

morales son el momento poltico del sexo, durante los cuales las actitudes difusas son

canalizadas hacia la accin poltica y de all al cambio social (Rubin, 1989, p.164). El

ataque contra la pornografa cristalizara uno de estos momentos de pnico moral,

inventando vctimas para poder justificar el tratamiento de los vicios como

crmenes.

72
Segn Rubin, dado que es difcil argumentar que las imgenes de sexo oral o de

penetraciones sean violentas, la campaa antipornogrfica se concentr en una muestra

muy selectiva de la imaginera sadomasoquista, sacando las imgenes de su contexto

para asustar al pblico. Esto presenta dos problemas: por un lado, se dice con ello que

toda la pornografa es pornografa sadomasoquista (lo que est lejos de ser cierto), y por

otro -y ms grave- afirma que la pornografa sadomasoquista conduce a la violencia

contra las mujeres, concretamente a la violacin, con lo cual convierte a una minora

sexual impopular los grupos sadomasoquistas y a sus lecturas en chivo expiatorio de

problemas sociales que ellos no crean (Rubin, 1989, p.167). La extensin de este

discurso anti-sadomasoquismo (con cara de discurso anti-pornografa) puede convertirse

fcilmente, en opinin de Rubin, en una caza de brujas moralista, que ninguna

contribucin hace a la reduccin de la violencia contra las mujeres.

Pat Califia afirma que el sadomasoquismo es un ritual ertico que implica poner en

prctica fantasas en las que un miembro de la pareja es sexualmente dominante y el

otro es sexualmente obediente (Califia, 1993, p.178). Extrapolar los juegos de

dominacin sumisin a la conducta social en general, es un error que desconoce las

causas de la subordinacin de las mujeres y ubica como chivo expiatorio las

sexualidades no normativas:

En realidad, tener fantasas S/M y tener relaciones consideradas de segunda categora en


una sociedad machista son dos cosas muy diferentes. Las mujeres tienen trabajos peor
pagados porque tienen que sobrevivir y esos trabajos son los nicos a su alcance. Una
fantasa S/M es una eleccin hecha entre un abanico de posibles temas erticos, decir si,
ama, complacer a una amante que est contigo no es, desde luego, lo mismo que decir
si, seor a tu jefe (Califia, 1993, p.178)

73
As, para Califia la pornografa sadomasoquista, lejos de ser un vehculo de

dominacin, se constituye como un desafo a la predisposicin puritana de nuestra

cultura en tanto expone una sexualidad subversiva: una serie de modelos antitticos a

aquellos que ofrecen la Iglesia catlica, las novelas romnticas y mi madre (Califia

citada en Weeks, p.369)

Gayle Rubin seala otra inconsistencia del ataque contra las imgenes

sadomasoquistas: las antiporngrafas cuestionan la capacidad de consentimiento de

las mujeres que participan en escenas sadomasoquistas, y en general en la pornografa,

dado que su actuacin respondera a una especie de educacin en la sumisin, un

adoctrinamiento en la subordinacin18. Sin embargo, no se cuestiona la capacidad para

consentir en otros escenarios sexuales. Eligen realmente en libertad su opcin las

lesbianas mongamas? As, las leyes antipornografa se fundan en el prejuicio de que

algunas actividades sexuales se realizan bajo consentimiento de ambas partes y otras no,

lo cual es cierto (las leyes sobre violacin se fundan justamente en el no

consentimiento), slo que intenta imponer cules de esas actividades pueden ser

legtimamente consentidas y cules no, desconociendo la voz de sus protagonistas, lo

que las lleva en muchos casos a establecer delitos en los que no existe vctima

demandante alguna:

En la ley, el consentimiento es un privilegio del que disfrutan slo aquellos cuyas


conductas sexuales son del ms alto status. Los que practican conductas sexuales de
bajo status no tienen derecho legal a stas. Adems, las sanciones econmicas, las
presiones familiares, el estigma ertico, la discriminacin social, la ideologa negativa y
la falta de informacin sobre conductas erticas sirven todas para dificultar la eleccin de
opciones sexuales no convencionales. Existen ciertamente limitaciones estructurales a la
libre opcin sexual, pero difcilmente puede decirse que presionen a alguien a convertirse

18
Sheila Jeffreys desarrollar esta idea en su libro La hereja lesbiana

74
en pervertido. Por el contrario, su labor de coercin empuja a todos hacia la normalidad
(Rubin, 1989, p.181)

Ruwen Ogien resume con claridad la paradoja a la que conduce el cuestionamiento

del libre consentimiento que hacen las antiporngrafas: para ellas cuando una mujer

dice no, es no. Pero cuando dice si, no es si (Ogien, 2005, p.161)

El movimiento antipornogrfico, entonces, es para Rubin la expresin de una lnea

de pensamiento que considera la liberalizacin sexual como una mera extensin de los

privilegios masculinos, y el nico cambio que introduce en el sistema de jerarquas

sexuales es que ubica del lado bueno al lesbianismo mongamo, relegando la

heterosexualidad a la zona intermedia. Los parias sexuales continan siendo los

mismos: prostitutas, sadomasoquistas, etc. Esta autora, por su parte, nos recuerda que

han sido las militantes sexuales radicales (entre ellas las lesbianas sadomasoquistas) las

que han abierto los debates sobre el sexo y que es verdaderamente bochornoso negar su

contribucin, falsear sus posiciones y reforzar as su estigma (Rubin, 1989, p.177).

5. El debate en Espaa

Como hemos visto, en Estados Unidos la industria del cine y video pornogrfico

tuvo un desarrollo creciente desde comienzos del siglo XX. La revolucin sexual de

los aos 60 propici la aparicin de escenas cada vez ms hard y la creciente toma de

poder por parte de la derecha oficial, ya en los aos setenta, reaccion frente a este

atentado a las buenas costumbres con medidas de censura, fundadas en argumentos

75
morales. Por los mismos aos se separ del Feminismo Radical una nueva corriente de

feministas que vean en la pornografa, tanto un vehculo de la subordinacin femenina,

como un acto de subordinacin en s misma. Estas Feministas Culturales coincidiran

con la derecha en la campaa antipornografa.

En Espaa, las cosas sucederan de manera distinta. Dado que slo hacia finales de

la dcada del setenta comienza a entrar la pornografa en los crculos de proyeccin

ibricos, el asunto tardara en ser tematizado por las feministas locales. De hecho, las

voces apareceran en un orden inverso al de Estados Unidos: all fueron las

antiporngrafas las primeras en sentar su posicin pblica, frente a la cual reaccionaran

las feministas pro-sex, mientras que a Espaa llegara el debate ya fermentado y seran

las opiniones pro-sex las primeras en manifestarse, haciendo eco del debate

norteamericano, encontrndose posteriormente con la oposicin abolicionista.

En trminos generales, el clima intelectual que se respiraba en Europa,

concretamente en lo que respecta a poltica sexual, a comienzos del siglo XX, era

mucho ms progresista que en Norteamrica. Muchas feministas de corte radical

viajaban a Europa en un intento por escapar del ambiente puritano, como documentan

DuBois y Gordon: esta limitada tradicin de radicales sexuales era tan marginal dentro

del feminismo en los Estados Unidos que, cuando en el siglo XX, Margaret Sanger

quiso buscar una actitud ms positiva hacia el sexo tuvo que irse a Europa para

encontrarla (Dubois & Gordon, 1989, p.70). Aunque la dictadura franquista marc en

Espaa un enorme parntesis en esa mirada progresista, una vez superado dicho periodo

76
las posiciones herederas del feminismo pro-sex entraron con relativa facilidad en el

panorama.

a. Algo anda mal con la pornografa y prohibirla no lo soluciona

Una de las primeras autoras en tematizar la pornografa en el contexto espaol fue la

sociloga Raquel Osborne19, quien haba realizado estudios de posgrado en Estados

Unidos y participado directamente del debate en ese pas, por ejemplo, en la IX

Conferencia de Investigacin y Feminismo del Barnard College de la Universidad de

Columbia (1982), uno de los hitos de la discusin sobre el tema de la pornografa, del

cual se recogen varias ponencias en el libro Placer y Peligro, compilado por Carole

Vance y al que me he referido antes.

Osborne nos ofrece su versin del debate ocurrido en esta conferencia, desde una

posicin que defiende la necesidad de abandonar los intentos de una sociologa de la

desviacin y del control social y asumir, mejor, el reto de una sociologa del

comportamiento sexual, en la que no se establezcan jerarquas sexuales que tachen

como inferiores e insanas algunas actividades consensuadas, convirtiendo a sus

protagonistas en carne de can para la reprobacin social y las sanciones legales:

vamos a dejar que la censura provenga de las lesbianas ms convencionales y se ejerza


sobre las que practican el sadomasoquismo? Segn este principio, las feministas
19
Raquel Osborne es Doctora en Sociologa de la Universidad Complutense de Madrid y Master of
Philosophy por la Universidad de Nueva York. Profesota titular en Sociologa del Gnero en el
Departamento de Sociologa III de la Universidad Nacional de Educacin a Distancia (UNED). Entre sus
publicaciones se encuentran: Las mujeres en la encrucijada de la sexualidad : una aproximacin desde el
feminismo (1989); La construccin sexual de la realidad : un debate en la sociologa contempornea de la
mujer (1993); (Comp., junto con Oscar Guasch) Sociologa de la sexualidad (2003); (Comp.)
Trabajador@s del sexo. Derechos, trfico y migraciones en el siglo XXI (2004).

77
heterosexuales podran sentirse superiores a las lesbianas y, ya para rematar, la derecha
tradicional a todo el resto (Osborne, 1989, p.128)

La autora advierte que los trminos del debate pueden sonar extraos en la

perspectiva hispnica de los ochenta: la novedad de este tema en Espaa es indudable,

tanto como fenmeno sociolgico cuanto por la ausencia en nuestro pas de estudios que

a ella se refieran (Osborne, 1989, p.29). Concretamente se refiere a los trminos del

ataque de las antiporngrafas contra las lesbianas del tipo butch/femme, especialmente

aquellas que practican el sadomasoquismo, experiencias que para entonces resultaban

exticas en el pas. Sin embargo, Osborne insiste en que nuestra falta de familiaridad

con ellos no debiera obstaculizar la apreciacin de cuanto puede haber de intolerancia

en la postura de sus crticos y en qu medida afecta sta a la cuestin de la libertad de

expresin de la sexualidad (Osborne, 1989, p.127). Adems, agrega, ya en 1983

comienzan a orse en Espaa voces aisladas, desde el Partido Feminista, que abogan por

la prohibicin de filmes catalogados como porno.

Tal como relata esta autora, en 1982 el movimiento feminista estadounidense ya

estaba claramente dividido en las dos facciones que hemos descrito: antiporngrafas y

pro-sex. Sus puntos de vista encontrados llevaran incluso a las antiporngrafas a los

insultos y la difamacin, y a respuestas defensivas de las pro-sex. Como hace notar

Osborne, este ambiente dificulta el debate: est lejos de hacer un favor al feminismo

como ideologa poltica y movimiento social, y mucho ms cerca de hacer el juego a

quienes promulgan divide y vencers.

78
Dicha hostilidad se tradujo en el desconocimiento como interlocutoras vlidas entre

unas y otras: lo malo de las feministas antipornografa no es que se manifiesten en

desacuerdo con las elecciones sexuales de otras mujeres, sino que las descalifiquen con

el epteto de antifeministas y pervertidas sexuales (Osborne, 1989, p.126). En su

opinin, el debate no debera atender a si comportamientos como el sadomasoquismo (u

otros) son polticamente correctos o no, sino considerar que, efectivamente, forman

parte de las manifestaciones sexuales de algunas mujeres, entonces tenemos el derecho

de pretender eliminarlos? cules seran los argumentos para hacerlo?

Otro punto que resulta chocante para Osborne es la coincidencia de la campaa

antipornografa estadounidense con la derecha, coincidencia que Andrea Dworkin

justificaba de la siguiente manera: Cuando las mujeres sufren una violacin no se les

pregunta de entrada si son demcratas o son republicanas (Dworkin citada en Osborne,

1989, p.45), por lo cual las mujeres piden ayuda donde pueden encontrarla. As, la

retrica de la derecha ha hecho propio el lenguaje de las feministas antipornografa,

segn la cual la violencia contra las mujeres no estara simplemente reflejada en la

pornografa, sino que irradia directamente de ella. Osborne se pregunta con sospecha:

Qu encierra esta propuesta que tanto entusiasma a la derecha norteamericana?

(1989, p.47)

En su opinin las feministas antipornografa habran optado por este blanco de

ataque porque el sexo siempre ha tenido un sustrato cultural de recelo es mucho ms

sencillo y capaz de aglutinar amplias masas el lidiar con la representacin, con las

imgenes que atacan y degradan a las mujeres, que no con los propios protagonistas de

79
las agresiones (Osborne, 1987, p.49). Ahora bien, puestas en ello, sus formulaciones de

una ley antipornografa estn llenas de conceptos vagos: escenarios de degradacin,

envilecimiento, invitar a la penetracin, objeto sexual, etc. Estas ambigedades

slo conduciran en la prctica a comportamientos arbitrarios por parte de la polica y de

los jueces: el resultado ms probable, por no decir inevitable, consistir en desaprobar

aquellas imgenes que resulten menos convencionales y privilegiar en cambio aquellas

que estn ms cercanas a los sentimientos mayoritarios sobre la sexualidad apropiada

(Osborne, 1989, p.54).

Estos sentimientos mayoritarios sobre la sexualidad apropiada son conservadores.

La derecha lo sabe y por eso apoya la iniciativa de las antiporngrafas. Como seala

Osborne: De nuevo la derecha gana aqu la partida a las feministas (Osborne, 1989,

p.54). Los acontecimientos, como ya hemos visto, confirmarn esta hiptesis, e incluso

obras de Dworkin sern embargadas en Canad tras la aprobacin de una ley de este

corte. Por eso, concluye Osborne, en un clima de resurgimiento conservador, no se

pueden dejar incontrolados instrumentos aprovechables por la derecha, porque una vez

en el poder, sta sabr cmo controlarlos para que sirvan a sus fines (Osborne, 1989,

p.56)

Por otra parte, el vnculo causal entre pornografa y violencia contra las mujeres -en

el que se fundan tanto la derecha como las antiporngrafas- no se ha establecido: se

comente el error metodolgico de interpretar una mera correlacin (entre consumo de

pornografa y aumento de las violaciones conocidas) como una relacin causa-efecto. Si

bien Dworkin y MacKinnon afirman constantemente que los estudios lo constatan, no

80
se detienen a revisar los trminos de tales estudios. Osborne lo hace y muestra cmo

algunos slo permiten concluir que la exposicin a la violencia produce cambios de

actitud (da igual si se incluye o no escenas de sexo, el resultado es el mismo); la

mayora de estudios mide efectos de la pornografa sobre actitudes, no sobre conductas

(actitudes y comportamientos son fenmenos muy distintos entre s), y muchos de ellos

dan lugar a interpretaciones diferentes a las ofrecidas por sus autores.

Curiosa y lamentablemente -seala Osborne- la prohibicin que promueven las

antiporngrafas se centra slo en las imgenes que contengan expresiones sexuales

(incluso sin que stas sean violentas), pero no dice nada respecto a las representaciones

de violencia. Por otra parte, su formulacin, segn la cual es la pornografa en s misma

la que realiza el dao sobre las mujeres, distrae la atencin:

La idea de que no son los hombres los que ejercen esta violencia sino la propia
pornografa ha acabado entusiasmando a la derecha, que de tal modo puede echar sobre
esta ltima toda la culpa y dejar de interesarse por la violencia real, la cual nunca le ha
interesado demasiado (Osborne, 1989, p.62)

Adems, Osborne insiste en que no podemos confundir la fantasa con la realidad:

casi todas y todos tenemos fantasas de hacer o dejarnos hacer cosas que no haramos

ni nos gustara que nos hicieran en la realidad (1989, p.62). Las imgenes y los textos

de ficcin no son la misma cosa que los comportamientos. Fantasear con una violacin

no es lo mismo que cometerla, como pretenden las antiporngrafas; son los

comportamientos -y no las fantasas- los que realmente establecen relaciones de

subordinacin. Por lo tanto, olvidar la dimensin fantstica de la pornografa,

convirtindola en la causa de todas las dificultades de la emancipacin de las mujeres

81
representa un abierto sinsentido, la prdida de todo contacto con la realidad (Osborne,

1989, p.64)

En lo que respecta a la coaccin que sufren las mujeres que participan en la

elaboracin de material pornogrfico, Osborne coincide con la crtica de las feministas

pro-sex estadounidenses: creer que todas estas mujeres han sido coaccionadas, aunque

muchas afirmen lo contrario, significa incurrir en un estereotipo sexista, toda vez que

se considera a las mujeres incapaces de consentir su participacin en tales menesteres

(1989, p.64). Ellas mismas afirman que en muchos casos es la necesidad de dinero lo

que las impulsa a entrar en la pornografa, pero al hacerlo, no estn ms coaccionadas

que cualquier otra persona que trabaja para comer. Incluso estas mujeres se oponen a la

ley antipornografa, porque de implementarse, se hara mucho ms complicada su

situacin:

() en caso de ser aprobada, ciertos sectores de la industria pasaran a ser ilegales, con
el consiguiente perjuicio para las interesadas, tanto por lo que se refiere a su explotacin
por parte de los patronos como por su mayor vulnerabilidad e indefensin ante la accin
de la polica (Osborne, 1989, p.65)

Una cuestin subyace a este planteamiento sobre las mujeres que aparecen en la

pornografa, cuestin que comparte Osborne y que se ver concretada en las iniciativas

pro-sex, tanto estadounidenses como espaolas: en vez de la alianza entre ciertas

feministas y la derecha a favor de la censura, no habra sido ms deseable una unin de

dichas feministas con las mujeres de la industria del sexo? (Osborne, 1989, p.65)

La conclusin de Osborne respecto de la Ley Antipornografa es que no constituye

una herramienta til para el fin de la emancipacin de las mujeres. Desde su

82
perspectiva, la reduccin de la libertad de expresin (objetivo de esta ley) no favorece

en ningn caso la causa feminista. Si bien es necesario combatir el sexismo que existe

en los medios de comunicacin, la censura definitivamente no es el camino. Los medios

son sexistas porque la sociedad y sus principales representantes en tales medios

(hombres y mujeres) son machistas, y es esto ltimo lo que necesitamos combatir.

Otro de los aportes crticos de Osborne a este debate, es su consideracin de las

ventajas que podra significar para el anlisis feminista de la pornografa la teora del

delito sin vctima, desarrollada por Edwin Schur. En ella se definen los delitos sin

vctima como conductas que implican una transaccin voluntaria entre adultos de

bienes y servicios con una fuerte demanda pero legalmente proscritos. En este tipo de

delitos, la prohibicin acarrea consecuencias negativas, como la aparicin del mercado

negro y su consecuente invitacin a la corrupcin de la polica. En realidad, las leyes

que penalizan los delitos sin vctima, slo conservan la fachada de la moralidad

pblica y responden a polticas de contencin ms que a la intencin real de eliminar la

conducta prohibida, por lo cual resultan contraproducentes. Para el caso se la

pornografa, si se mira como un delito sin vctima, la atencin debera dirigirse en otra

direccin:

Si la actuacin de las leyes en contra de la pornografa pone de manifiesto que la


legislacin no puede ser una solucin al problema, la atencin debe dirigirse a las
cuestiones subyacentes que, en principio, alimentan la demanda de pornografa (Osborne,
1989, p.32)

Siguiendo a Schur, Osborne considera que debe ser lcita la existencia de un

dominio de moralidad o inmoralidad privado, que no sea objeto de legislacin, para que

exista un equilibrio entre la libertad individual y los derechos colectivos. En este marco

83
de anlisis la clave residira, pues, no en si aprobamos o desaprobamos las conductas

en cuestin, sino ms bien en si aprobamos o desaprobamos los esfuerzos para

contrarrestarlas a travs de la ley (Osborne, 1989, p.31).

La diferencia con los postulados de las antiporngrafas radicara en que stas

cuestionan la moralidad de la pornografa en s misma, mientras que una lectura de la

pornografa como delito sin vctima cuestionara la moralidad de la ley que intenta

prohibirla. Mientras para las primeras resulta perjudicial no prohibir la pornografa,

ubicados en la segunda posicin se entiende que la prohibicin hace ms dao que bien.

Desde el anlisis de Schur se argumenta a favor de la despenalizacin, dado que sta

iguala la ley en accin a la ley que aparece en el papel, pues, como se ha sealado, un

delito sin vctima no desaparece porque se le penalice (esto slo propicia el mercado

negro y sus consecuencias). Osborne afirma que las feministas antipornografa parecen

ser concientes de ello; sin embargo, siguen negndose a aceptar las imgenes

pornogrficas, porque consideran que permitir la libre circulacin de dichas imgenes

significa aceptar su mensaje (segn el cual, el abuso de las mujeres es normal).

En suma, el feminismo podra nutrirse de la teora de los delitos sin vctima, la

cual ha desconocido sistemticamente, aunque sta, a su vez, adolece de una mirada de

gnero: se limita a identificar como causa de la venta de pornografa el hecho de que

existe una amplia demanda, y estudia los efectos negativos de prohibir dicha venta sin

preocuparse por razones ms profundas de la demanda que la sustenta.

84
En el contexto espaol, con el que Osborne se reencuentra tras su estancia en

Estados Unidos, las dificultades para encarar estos temas obedecen tambin (como

seala Gayle Rubin para el caso norteamericano) a una ausencia de marcos conceptuales

ms amplios para entender la sexualidad. Algunos datos concretos dan cuenta de ello:

en Espaa, en los aos ochenta, no ha habido una reaccin tan enrgica en contra de los

homosexuales pero slo porque stos llevan una vida marginal, a diferencia de lo que

ocurre con los norteamericanos cuyo grado de organizacin es ya para entonces muy

notable20. La fuerza de la iglesia catlica en el pas contina siendo muy intensa e

influyente en las actividades sociales (la bajsima cifra de abortos legales por ao en

centros pblicos es un sntoma de esto). Sigue opinndose que la sexualidad es un

asunto secundario, sin relevancia, y que las cuestiones fundamentales para las mujeres

son las reivindicaciones econmicas y laborales. El bagaje en temas relacionados con la

sexualidad es realmente pobre:

Aspectos tan elementales como el uso de anticonceptivos, el divorcio, el aborto o la


pornografa se hallaban sumidos hasta hace unos aos en la ilegalidad; y en el caso del
aborto, la situacin contina siendo de lo ms irregular. La prostitucin es un asunto del
que nadie quiere ocuparse. Las madres solteras, las lesbianas, etc., son grupos
estigmatizados en una sociedad en la que la sexualidad autorizada ha de ser heterosexual
y pasada por el matrimonio como Dios manda. Las relaciones prematrimoniales son eso,
pre-matrimoniales (Osborne, 1989, p.133)

Las pocas voces que se han escuchado hasta entonces en Espaa sobre estos temas

(tipo Cela y Garca Berlanga), han hablado desde el punto de vista masculino y no

ciertamente feminista. Osborne seala algunas excepciones, como los trabajos del

doctor Serrano Vicens (La sexualidad femenina en Espaa), pero en todo caso, se trata

20
Para un anlisis que muestra cmo en Espaa no hay tradicin identitaria en relacin con la
homosexualidad, a diferencia del mundo germnico y anglfono, ver: Cleminson, Richard & Vazquez,
Francisco (2007) Los Invisibles. A History of Male Homosexuality in Spain 1850 1940. Chicago: The
University of Chicago Press

85
siempre de varones. As las cosas, se ha hablado sobre todo del placer de los hombres,

quienes han sido los que mayor derecho han tenido a experimentarlo. Adems, sus

exposiciones no dan lugar a un anlisis del sexismo implcito en la concepcin,

expresin y representacin de la sexualidad, por lo que concluye Osborne:

La liberacin ha de ser emprendida por todas/os, porque nadie est libre como para tirar
la primera piedra, que muchas veces significa, al mismo tiempo, recibir la pedrada. Pero
nuestra alienacin forzosa en este terreno hace que el afn por avanzar en el camino hacia
el placer sea an mayor que en el hombre. Nosotras tenemos todo que ganar en el intento
(Osborne, 1989, p.137)

Las anteriores reflexiones de Osborne forman parte de su libro Las mujeres en la

encrucijada de la sexualidad (1989), en el que, como hemos visto, plantea una

diferencia fundamental entre las dos posturas encontradas: mientras las antiporngrafas

tienen una visin monoltica de la pornografa (denuncian que toda ella es

discriminatoria y que conduce siempre a la violencia contra las mujeres), la posicin

pro-sex enfatiza su carcter contradictorio: por un lado, alguna pornografa es sexista y

muestra a las mujeres como vctimas pasivas del hombre, pero por otro, la pornografa

da lugar a una representacin de la sexualidad no ligada al contexto

marital/reproductivo, y con ello, a una liberacin del deseo femenino.

En el prlogo de esta obra de Osborne, la filsofa feminista Celia Amors seala

que para entonces el tema de la pornografa no ha tenido en Espaa mayor resonancia,

ni en su versin americana ni en la italiana, acuada por la pornodiputada con

pretensiones emancipatorias (1989, p.16), por lo cual resulta todava pertinente

analizar el estado de la cuestin en Norteamrica. Aunque Amors no ha trabajado en

detalle el tema concreto de la pornografa, afirma en este prlogo que sta, como la

prostitucin, es un efecto estructural de los pactos entre los varones que constituyen el

86
patriarcado como sistema de dominacin, por lo cual es difcilmente concebible su

erradicacin sin un cambio total del sistema. Por ello celebra el anlisis de Osborne, que

invita a entenderlo como un fenmeno complejo y se toma distancia de la solucin

inocente y simplista, que promueve su prohibicin legal.

Amors seala que el debate no puede leerse como un enfrentamiento entre

puritanismo versus antipuritanismo. De hecho, una feminista puede ser lo uno o lo otro

(as como entre los hombres machistas se encuentran versiones puritanas y

antipuritanas). El sentido profundo del debate no es ese, sino la pertinencia de las

medidas abolicionistas para nuestro objetivo comn (la igualdad entre los gneros):

Lo que se estima o se desestima en ltimo trmino es la idoneidad de un medio la


censura penal de la pornografa como medida sobreprotectora de la mujer contra la
degradacin sexual- con respecto a un fin que ni las pro-sexo ni las antiporngrafas -al
menos muchas de ellas- discutiran: la constitucin de un espacio de igualdad entre
hombres y mujeres para el ejercicio de la libertad sexual (Osborne, 1989, p.20)

En otro prlogo, esta vez al libro de Alicia H. Puleo Dialctica de la sexualidad

(1992), Amors afirma que el feminismo an no haba hecho un ajuste de cuentas

completo con la revolucin sexual de los aos sesenta. Si bien coincide con las

feministas pro-sex, quienes llamaron la atencin sobre lo perjudicial que resultaba la

alianza de las antiporngrafas con la derecha, tampoco ellas han sido lo suficientemente

radicales como para, en su sentido etimolgico, tomar las cosas por raz (Puleo, 1992,

VIII). Segn Amors, aunque se ha criticado la concepcin esencialista de la sexualidad

que proponen las feministas en contra de la pornografa, insistiendo en el carcter

construido de la misma, se requiere adems desmontar las formas de articulacin

patriarcal que este constructo ha revestido en la contemporaneidad filosfica (VIII).

Justamente en esa direccin se dirige el aporte de Alicia Puleo, quien identifica algunos

87
momentos significativos en los que el varn se ha autodesignado como lo

especficamente humano, conceptualizando en cada caso lo femenino como su correlato.

Puleo reconstruye la lgica patriarcal que sustenta algunos hitos de la filosofa, en

los cuales la sexualidad ha ocupado un lugar privilegiado en la reflexin sobre el Ser y

el sentido de la existencia humana (es el caso de la metafsica pesimista de Arthur

Schopenhauer, las ideas izquierdo - freudianas de William Reich y Herbert Marcuse o la

teora del erotismo de Georges Bataille). Con ello, contribuye al anlisis de la poltica

sexual desde claves filosficas, concretamente al estudio del dispositivo de

sexualidad que denunciara Michel Foucault como parte de las microprcticas de poder

en el proceso de formacin del sujeto moderno y correlativo sometimiento (Puleo,

1992, p.4), esto, por supuesto, desde una perspectiva feminista, que incluye la

dimensin de gnero que brillaba por su ausencia en el anlisis foucaultiano.

Si bien la presentacin detallada de la crtica de Puleo desborda mis objetivos, su

mencin es importante como antecedente temprano (el libro citado es de 1992) de

trabajos que apuntan a la construccin de una teora feminista de la sexualidad (en su

caso, desde la filosofa, en tanto creadora de ideologa) en el contexto espaol, la misma

teora que Raquel Osborne echa en falta y cuya elaboracin ella misma encarar,

haciendo mencin especial del tema de la pornografa.

En este camino, Osborne publica en 1993 su libro La construccin sexual de la

realidad (que recoge su tesis doctoral presentada en 1989 en la Universidad

Complutense de Madrid). En l, revisa el debate estadounidense sobre la pornografa en

88
un marco ms amplio, entendindolo como bandera de la ideologa del Feminismo

Cultural. ste se caracteriza por una forma dicotmica de concebir el mundo, en la cual

la dicotoma mujer/hombre se correspondera con la de naturaleza/cultura. En este orden

de ideas, la sexualidad masculina se entiende como naturalmente agresiva, mientras la

femenina como naturalmente dulce. Al respecto, Osborne se pregunta: a qu viene la

dicotoma naturaleza/cultura antes expresada si al mismo tiempo la sexualidad

masculina es vista como algo natural? (1993, p.70)

A la luz del Feminismo Cultural, que, como hemos dicho, hace nfasis en las

diferencias entre los sexos (la existencia de esencias masculinas y femeninas), Osborne

analiza la llamada revolucin sexual y sus implicaciones para las mujeres. Para el

caso que nos ocupa es interesante destacar en su anlisis el papel que viene a jugar la

pornografa en su reciente ingreso a una Espaa no preparada ideolgicamente para

hacerle frente: el famoso giro de la ola de pornografa y erotismo que nos invade se

halla impreso en nuestras mentes de espaolitas/os que hemos sufrido la Espaa

nacional-catlica (1993, p.28)

En su exposicin, Osborne se ocupa del problema de la definicin de pornografa,

llamando la atencin sobre el hecho de que el afn de establecer la frontera entre

pornografa y erotismo se inspira en el deseo de condenar -de ser posible

legalmente- la primera. Al hacerlo, se distorsiona el significado de las imgenes que

caen bajo la denominacin de pornogrficas y se deja de prestar atencin a los

contenidos de las otras imgenes que aparecen en los medios de comunicacin,

fuertemente cargadas de sexismo. La autora seala que la prensa espaola se ha hecho

89
eco de la exitosa campaa de la ultraderecha norteamericana a la hora de tachar como

obscenas obras de arte tan conocidas como las de Robert Mapplethorpe, punta del

iceberg de una amplia campaa contra la indecencia en las obras de arte (Osborne,

1993, p.289).

Al concentrar la atencin en la pornografa (mayoritariamente consumida por

hombres), se deja de analizar el contenido sexista que puede haber en la televisin

comercial, las novelas rosa, las revistas de moda, etc., medios fundamentalmente

consumidos y a millones- por mujeres, sin reparar en que ello constituye una muy

notable fuente de persuasin para stas en lo relativo a su identidad y a su papel en la

divisin de roles, tan diferente y por debajo del masculino (Osborne, 1993, p.292).

Su posicin, que como hemos visto est en contra de medidas legales que prohban

la pornografa, por considerar que no atienden al problema fundamental del sexismo,

insiste, sin embargo, en la necesidad de realizar una crtica cultural de la pornografa.

Efectivamente, aunque no pueda demostrarse la conexin causal entre pornografa y

violencia contra las mujeres, una inmensa cantidad de la pornografa que circula posee

ingredientes profundamente machistas, cuando de lo que estamos en realidad

necesitadas es de imgenes positivas que secunden nuestros intentos de obtener mayores

oportunidades en todos los terrenos (Osborne, 1993, p.290).

Osborne seala en el texto de presentacin de su tesis doctoral, que este debate

sobre la sexualidad ha suscitado suficiente inters en Espaa, a juzgar por su inclusin

en revistas acadmicas (como Sistema, 1983 y Papers, 1987), en otras de teora

90
feminista (Desde el feminismo, 1985) y en algunas de carcter ms popular (Nosotras,

1989). En 1989 se abri un Master sobre Sexualidad Humana que incorporaba la

perspectiva de gnero y varias publicaciones que se ocupan del tema han aparecido en

las libreras locales. Adems, se han realizado diversos foros que ponen a discutir las

posiciones encontradas e incluyen a invitadas de la talla de Carole Vance, Kathleen

Barry y Catharine MacKinnon, entre otras. Por ello, concluye Osborne (y su libro

apunta en esa direccin), la situacin en Espaa tal vez sea distinta, se aleje de estriles

mimetismos y esquive entre nosotros la reincidencia en errores de planteamiento

superables y nos depare la oportunidad de ponernos un da en situacin de intervenir en

ella con voz propia (1993, p.302).

b. El trabajo sexual es un trabajo

En Espaa, el debate sobre la pornografa no ha tenido un desarrollo independiente

del debate en torno a la prostitucin, sino que los dos se mezclan e incluso ha cobrado

una especial relevancia el segundo. Sin embargo, ambos permanecen ligados porque

suele hacerse una asociacin a priori entre las mujeres que aparecen en la pornografa y

aquellas que se dedican a ofrecer servicios sexuales remunerados con contacto fsico.

Acaso tambin las nuevas tecnologas, cuyo uso se ha extendido desde que el debate

entr en Espaa, hacen ms difcil la diferenciacin desde hace varios aos, en tanto

muchos escenarios de la prostitucin tienen forma virtual y son, al mismo tiempo,

representaciones, por un lado, y servicios sexuales en si mismas, por otro, aunque no

medie el contacto fsico.

91
Para recoger esa pluralidad y ambigedad, Laura Mara Agustn21, nos habla de la

industria del sexo, trmino que incluye:

() burdeles o casas de citas, clubes de alterne, ciertos bares, cerveceras, discotecas,


cabarets y salones de cctel, lneas telefnicas erticas, sexo virtual por Internet, sex
shops con cabinas privadas, muchas casas de masaje, de relax, del desarrollo del
bienestar fsico y de sauna, servicios de acompaantes (call girls), unas agencias
matrimoniales, muchos hoteles, pensiones y pisos, anuncios comerciales y semi-
comerciales en peridicos y revistas y en formas pequeas para pegar o dejar (como
tarjetas), cines y revistas pornogrficos, pelculas y videos en alquiler, restaurantes
erticos, servicios de dominacin o sumisin (sadomasoquismo) y prostitucin callejera.
(Agustn, 2000)

Como se ve, la pornografa y la prostitucin se convierten, desde esta perspectiva,

slo en algunas de las mltiples caras que tiene la mercantilizacin de las imgenes y

actividades sexuales. Dicho carcter multifactico tambin se hace evidente cuando se

afirma como lo hacen todas las fuentes- que esta industria crece de manera

impresionante, aunque no est nada claro cmo se cuantifica el fenmeno:

Qu es lo que se tiene que contar, exactamente? Los ingresos de los dueos de


negocios? El nmero de personas empleadas en todo lo relacionado a la industria (es
decir el que te lleva al sitio en taxi, el que te cuida el auto, el que te trae la bebida, el que
te protege en la puerta, el que te cobra, el que te limpia el sitio?) No habra que incluir
tambin a los que producen las herramientas necesarias como la ropa, el maquillaje, los
productos para el pelo y las pelucas, las bebidas, las comidas, el tabaco y los
preservativos? Y por qu no a los abogados que arreglan las escrituras y los permisos de
todo tipo, los contables, los mdicos que hacen chequeos a los empleados y los que
alquilan cuartos por horas? (Agustn, 2000)

Para el tema que nos ocupa, resultan pertinentes algunas de las conclusiones de

Agustn. En primer lugar, su consideracin de no perpetuar el supuesto clsico de

mujer-prostituta/ hombre-cliente, pues sus investigaciones sobre la industria del sexo

21
Laura Mara Agustn, de origen argentino pero radicada en Europa, es Educadora en programas
populares de Amrica Latina y con migrantes. Investigadora y candidata doctoral en Estudios Culturales
de la Open University del Reino Unido. Especializa durante aos en migraciones relacionadas con la
industria del sexo.

92
sealan que cada vez hay ms hombres y transgneros que se dedican al trabajo sexual,

aunque esto no desmiente que la mayora de dichas personas siguen siendo mujeres.

Si bien su anlisis de la industria del sexo resulta til para una comprensin ms

global del fenmeno, su resistencia a concentrarse nicamente en el colectivo de las

mujeres -que ella misma identifica como una amplia mayora dentro de este mercado-

constituye un desconocimiento de las peculiaridades de gnero que encierra el tema,

desconocimiento que, por otra parte, no es ingenuo sino intencional, pues la misma

autora afirma que ste no hace parte de los objetivos de su investigacin:

el tema no es intentar explicar por qu existe prostitucin, buscando sus causas; ni es


definirla ni juzgarla dentro de ningn marco terico como sera el feminismo, el
posmodernismo, etc. Tampoco voy a identificar qu grupos o individuos se encuentran
ms en esta industria y cmo funcionan las redes migratorias involucradas. Sobre todo no
voy a abordar la cuestin de si algn ser humano pueda elegir realmente cmo trabaja,
sea prostitucin u otra cosa (Agustn, 2000)

No obstante lo anterior, los aportes se Agustn sern importantes para la posicin

feminista que rechaza el modelo abolicionista en Espaa, porque ubican a las mujeres

del sexo en el papel de trabajadoras.

Por otro lado, Agustn seala una variable ms que debe necesariamente ser tenida

en cuenta en el debate espaol: entre las personas que dentro de la industria del sexo se

dedican concretamente a la gratificacin sexual del consumidor, existe un muy alto

porcentaje de migrantes. La gran mayora de estas personas, distinto a lo que afirman

con ligereza sectores reaccionarios, llega a su lugar de destino sabiendo que va a ejercer

la prostitucin u otro trabajo sexual y ha optado libremente por tal cosa, as que no se

describen como forzados. Tampoco es cierto hablar de ellos como personas que no

93
tenan otra opcin en la vida, pues, como asegura Agustn, siempre media su capacidad

de eleccin: tendrn menos opciones o menos opciones agradables que otras personas,

pero las tienen (2000), y eso queda probado cuando se constata que no todas las

personas pobres o en situaciones muy adversas optan por el trabajo sexual.

En la perspectiva de Agustn, el trabajo en la industria del sexo es cmo todos los

trabajos del mundo (2000), slo que ste puede resultar especialmente atractivo para

quienes encuentran sus otras opciones (limpieza, servicio domstico, cuidado de

ancianos o nios, etc.) desagradables, difciles o mal pagadas. En este sentido, la autora

relata cmo muchas de las personas que escogen esta opcin afirman, frente a quienes la

desaprueban por considerar que les convierte en vctimas miserables, que seguramente

nunca han limpiado los retretes de servicios pblicos o aguantado el acoso sexual que

acompaa a mucho trabajo domstico, los oficios supuestamente ms dignos que la

prostitucin (Agustn, 2000).

Su intencin es ubicar el intercambio de sexo y dinero en la lgica del trabajo,

haciendo frente a la persecucin que se hace de la industria sexual, persecucin que

viene tanto de las fuerzas del orden pblico que quieren encarcelarles como de

bienpensantes que quieren rescatarles (Agustn, 2008). Desde su punto de vista, es

fundamental entender que el trabajo sexual es trabajo. Agustn documenta cmo una

de las tcticas que se ha utilizado para afirmar esta comprensin del fenmeno en

trminos laborales, es buscar que algn sindicato general acepte el concepto del trabajo

sexual para luego incluir a sus trabajadores en sus actividades convencionales. Este ha

sido el caso en Catalua, donde Comisiones Obreras ha integrado a estos trabajadores,

94
aunque la mayora de las otras ramas regionales del mismo sindicato no han imitado el

ejemplo cataln. Otra estrategia en esta misma direccin ha sido la conformacin de

grupos pro-derecho laboral, independientes de los sindicatos establecidos. Ejemplo de

ello en Espaa sern el Colectivo Hetaira y LICIT, de los cuales hablaremos ms

adelante.

En opinin de Agustn (2008), en la lucha del movimiento pro-derechos de los

trabajadores del sexo puede resultar muy til el concepto de ciudadana sexual, esto

es, la idea de que tenemos autonoma sobre nuestro cuerpo y que las preferencias

sexuales pueden volverse una base de derechos, comunidades e identidades (como lo ha

sido para el movimiento gay). Un ejemplo de este modelo se encuentra en el Manifesto

de L@s Trabajador@s Sexuales en Europa presentado en Bruselas, en el cual se

incluye: Exigimos nuestro derecho como seres humanos de utilizar nuestros cuerpos

para cualquier fin que no consideremos perjudicial, incluyendo el derecho a mantener

relaciones sexuales consentidas, independientemente del gnero y del origen tnico de

nuestras parejas y de si stas pagan o no. Se trata, entonces, de articular las demandas

en torno al derecho a la autodeterminacin de la propia vida corporal, de manera que

incluyan a quienes venden servicios sexuales.

c. Otra hermandad de mujeres: putas y feministas

En los primeros meses del 2003 se vivi en el Estado espaol una fuerte campaa

abolicionista, encabezada por algunas asociaciones de vecinos que pedan la

erradicacin de la prostitucin callejera y medidas de represin contra las trabajadoras

95
sexuales (Juliano, 2004, p.117). En apoyo a los peligros que esto implicaba para las

trabajadoras del sexo, se conform entonces la Plataforma comunitaria: trabajo sexual

y Convivencia22.

En su documento de presentacin (fechado el 29 de abril de 2003), esta Plataforma

sealaba los problemas tanto de la posicin reglamentarista como de la abolicionista. De

la primera, que acepta que la prostitucin es un mal necesario y aboga por la

necesidad de asegurar a los clientes sexo seguro mediante el registro de las prostitutas

y la erradicacin de la prostitucin callejera, la Plataforma afirma que coarta la libertad

de expresin de las trabajadoras sexuales, da lugar a toda clase de abusos contra ellas, y

ni siquiera logra la seguridad que ofrece, ya que el nico sexo seguro es el que se realiza

con preservativo (Juliano, 2004, p.118). Sobre la posicin abolicionista, se seala que

parte del supuesto moral segn el cual la prostitucin es degradante, que omite el

anlisis de las bases econmicas de la prostitucin, y que funciona como profeca

autocumplida, pues al considerar toda la prostitucin como forzada, dificulta la tarea

de captar y erradicar los casos en que realmente las trabajadoras sexuales han sido

vctimas de algn delito o han padecido algn tipo de violencia (Juliano, 2004, p.118).

Dado que en ambos casos hay una desvalorizacin de las trabajadoras sexuales, la

postura que la Plataforma reclama es la legalizacin, que incluye no slo la

despenalizacin (que es el caso en Espaa, donde ejercer la prostitucin no constituye

delito), sino tambin un reconocimiento de la prostitucin como actividad laboral, con

sus consecuentes garantas. Este paso, requiere necesariamente tomar en cuenta la


22
Constituida por organizaciones como LICIT, Ambit Dona, las Oblatas, la Asociacin de vecinos
Ponent, el grupo Genera, Los Verdes y Comisiones Obreras, entre otros, tal como documenta Dolores
Juliano, 2004, 117.

96
perspectiva y las demandas de las propias implicadas, pues Intentar salvar a las

personas sin su consentimiento puede ser una posicin bien intencionada, pero no es

una forma eficaz de encarar la situacin (Juliano, 2004, p.120).

Una figura muy representativa de esta postura a favor de la legalizacin, desde la

academia, ser la antroploga Dolores Juliano23, quien afirma que detrs de las

propuestas abolicionistas se esconden prejuicios, que no se desarrollan como discurso

porque constituyen no lugares, que ponen en evidencia ideas polticamente

incorrectas que nadie puede permitirse expresar pblicamente. Los no lugares son

para Juliano lo no dicho porque no puede decirse, aquello que no puede enunciarse

porque implica conflicto de valores o contradicciones en las prcticas. Se trata de

aquello que de decirse nos revelara como aquello que no queremos ser (Juliano, 2004,

p.122).

Un ejemplo de no lugar lo constituyen los prejuicios racistas: toda persona racista

negar enfticamente esta asignacin. Lo mismo ocurre con quienes se manifiestan a

favor de la abolicin de la prostitucin. Aunque no puedan expresarlo abiertamente, las

prostitutas representan en su imaginario la suciedad, el vicio, la degradacin (Juliano,

2004, p.123). Sus argumentos explcitos se fundan en la falta de libertad de las

23
Dolores Juliano es Antroploga, profesora de la Universidad de Barcelona, con amplia experiencia en
el trabajo con mujeres de sectores populares, educacin intercultural y migraciones femeninas. Es la
creadora del grupo L.I.C.I.T. (Lnea de Investigacin y Cooperacin con Inmigrantes Trabajadoras
sexuales), y desde hace unos aos centra sus esfuerzos en el estudio del fenmeno de la prostitucin y las
violencias del estigma sobre las mujeres. Entre sus principales publicaciones se encuentran: Cultura
Popular (1986), El juego de las astucias. Mujer y construccin de mensajes sociales alternativos (1992),
Educacin intercultural. Escuela y minoras tnicas (1993), Chiapas: una rebelin sin dogmas (1995), La
causa saharaui y las mujeres (1998), Las que saben... subculturas de mujeres (1998), Las prostitutas: El
polo estigmatizado del modelo de mujer (2001), Excluidas y marginales. Una aproximacin
antropolgica (2004) y Marita y las mujeres en la calle (2004).

97
prostitutas, a quienes tipifican como explotadas e indefensas, lo cual les permite eludir

el reconocimiento de que es la prostitucin misma la que molesta (p.124).

Segn el anlisis de Juliano, el marco para la violencia fsica es la violencia

simblica, y sta se logra con la estigmatizacin. En el caso de las trabajadoras

sexuales, la principal funcin de su estigmatizacin consiste en controlar a las mujeres

no prostitutas, romper la solidaridad de gnero y aislar a las prostitutas (2004, p.113).

Para sostener este punto Juliano se sirve en buena medida de los aportes de Gail

Petherson, sicloga de origen estadounidense pero radicada en Europa, quien tambin

ha sido una de las artfices de la unin entre prostitutas y feministas, articulando un

discurso a favor de la legalizacin de la pornografa y la prostitucin.

Petherson afirma que uno de los mecanismos del patriarcado para perpetuarse es

construir categoras opresoras sobre las mujeres, como la de prostituta o puta, que

se aplica tanto a las trabajadoras del sexo como a cualquier mujer que realiza algo que

se supone deshonroso. Nombrar a una mujer como puta implica hacer caer sobre ella

un estigma, pues la sociedad patriarcal impone criterios morales diferenciados para

hombres y mujeres, de manera que se exige de ellas, por ejemplo, una castidad y pureza

que en ellos carece de importancia.

La puta (y la mujer que aparece en la pornografa o la consume, con seguridad

ser tachada de tal) est desprestigiada y se considera mala, en oposicin a la buena

mujer que el patriarcado promueve: la clsica distincin entre madre y puta. Estas

categoras, afirma Pheterson, funcionan como instrumentos de control sobre la conducta

98
de las mujeres, que desearn huir del estigma y hacer parte del grupo socialmente

aceptado.

Pheterson subraya un elemento que impregna de vigor la posicin a favor de la

pornografa y que parece ausente en las posturas abolicionistas: la capacidad de agencia

de las mujeres. Si bien el sistema est diseado para que deseemos ubicarnos del lado

bueno, es posible disear estrategias que subviertan esas categoras y respondan a la

subordinacin, no ya ubicando a las mujeres en el papel de meras vctimas, sino en el de

agentes del cambio.

Un ejemplo de estas estrategias de supervivencia y resistencia es la apropiacin del

estigma de manera consciente, con el propsito de cuestionar la supremaca masculina.

Esta ha sido, por ejemplo, la estrategia queer, que se aleja de la tradicin del

movimiento gay cuando los sujetos dejan de pedir ser aceptados como normales, igual

que los dems, y se autoproclaman como raros, defendiendo esa rareza. Para el caso

que nos ocupa, la diferencia es clara cuando consideramos las implicaciones de ser

heterodesignada como puta (con intencin de insultar) en oposicin a autodesignarse

puta (con intencin de reivindicar la autonoma sobre la propia sexualidad).

Por otra parte, Pheterson insiste en que la frontera entre pornografa y prostitucin

no es clara para nadie. No lo es para las mujeres que participan en ambos escenarios:

algunas trabajadoras del sexo se sienten libres de moverse entre el trabajo de modelos

y la prostitucin, y otras sienten que una jerarqua separa las dos industrias (Pheterson,

99
1989, p.226). Tampoco lo es para los entes gubernamentales ocupados del tema, ni para

las otras personas relacionadas con la industria (productores y consumidores):

El algunos pases, como Noruega, la pornografa es censurada, pero la prostitucin est


descriminalizada, mientras que en Estados Unidos la pornografa florece y la prostitucin es
ilegal. Algunos pases, como Canad, no producen casi pornografa, pero son consumidores
regulares de lo que viene del extranjero: otros pases, como Dinamarca, producen porno
para exportacin y, sin embargo, consumen relativamente poco porno ellos mismos. Los
porngrafos occidentales a veces van al Tercer Mundo, a pases como Tailandia, para
producir pornografa con trabajo barato y modelos exticas (Pheterson, 1989, p.226)

Ahora bien, Dolores Juliano insiste en el papel regulador que juegan las categoras

estigmatizadoras (que recaen por igual entre quienes se prostituyen y entre quienes

aparecen en la pornografa), afirmando que stas pretenden neutralizar el

cuestionamiento al modelo femenino tradicional. Esto ocurre, porque el discurso

hegemnico se defiende discriminando a quienes juzga como distintas sin reconocer

la crtica que esa diferencia implica. Una de las consecuencias del estigma es que la

actividad que realizan las estigmatizadas no se reconoce como trabajo, y puesto que en

la sociedad capitalista la dignidad depende de la condicin de trabajador/trabajadora, el

estigma propicia la vulnerabilidad de las personas sobre las cuales recae: El hecho de

que las prostitutas no sean crebles socialmente y de que se desvaloricen sus

testimonios, funciona objetivamente como una garanta de impunidad para cualquiera

que las agreda (Juliano, 2004, p.129). As, se aumenta el poder de los no-

estigmatizados sobre las que si lo estn, del cliente sobre la prostituta.

Sin embargo, como seala Pheterson, la principal funcin del estigma no se dirige al

control de las mujeres estigmatizadas, sino de todas las dems. Segn Juliano, la

agresividad social hacia las trabajadoras sexuales no se explica tanto porque ellas

mismas impliquen un peligro, sino porque la sociedad obtiene una utilidad de su

100
estigmatizacin: fuerza a las mujeres en general a mantenerse dentro de las normas, lo

cual interesa a los hombres porque, como ha mostrado la investigacin antropolgica,

en nuestras sociedades el apellido, el rol social, el estatus econmico y el prestigio se

transmiten por lnea paterna (somos patrilineales), y la paternidad slo puede asegurarse

mediante el control sexual de las mujeres.

El dispositivo de control funciona de la siguiente manera: estigmatizada la prostituta

e institucionalizada la violencia hacia ella, tal categora (puta) se utiliza como insulto

generalizado (al tiempo que es insulto de gnero). La agresividad latente en este insulto

obliga a las mujeres a desmarcarse del modelo peyorativo, poniendo distancia entre

ellas y las as rotuladas, lo que da por resultado una conducta de rechazo de las

trabajadoras sexuales, ms visible incluso entre las mujeres que entre los hombres

(Juliano, 2004, p.112).

En Espaa, como he sealado, el sector feminista que se opone a la legalizacin de

la pornografa y la prostitucin, lo hace fundamentalmente como defensa de la libertad

de las prostitutas, asumiendo que ninguna mujer podra asumir libremente una actividad

tan estigmatizada como sta, sino que debe existir una enajenacin, una falta de

autonoma que las conduzca a dichos oficios. Juliano seala que esta mirada cae en el

error de identificar cuerpo con persona, mientras que las trabajadoras sexuales

diferencian claramente que ellas realizan una representacin teatral, que no las involucra

en tanto personas. Este anlisis feminista coincidira con una idea muy arraigada en la

sociedad, segn la cual la prostitucin no es algo que se hace, sino que expresa o

materializa algo que se es (Juliano, 2004, p.114).

101
Tal diferencia, elaborada por las mujeres directamente implicadas, apareca ya en

los testimonios que recogan las antiporngrafas estadounidenses. Catharine

MacKinnon (1995, p.263) cita en su libro, por ejemplo, el siguiente fragmento de una

entrevista a Olympia, una mujer que posa para la pornografa blanda:

Dr: quin eres?


O: Qu quin soy? Olympia, la mueca bailarina. La ms dulce con la supersuprema
Dr: Pero qu es eso?
O: Es el ttulo de mi obra
Dr: sealndola Eso es un cuerpo. Es tuyo?
O: Si
Dr: Eres tu cuerpo?
O: No. No soy mi cuerpo, pero s es mi cuerpo.

El anlisis de MacKinnon concluye que distinguir entre cuerpo-persona constituye

una estrategia defensiva de la entrevistada, una estrategia de disociacin a la cual

recurren las mujeres que han sufrido abusos sexuales, y que terminan por separar su

persona de su cuerpo. Con ello, parece sugerir que, efectivamente, una persona sana

es su cuerpo.

Por el contrario, Juliano afirma que la enajenacin corporal que experimentan las

trabajadoras del sexo, correspondera, ms bien, a la posicin general que se entiende

como sana, pues no se diferencia en nada de la que experimenta cualquier otra

trabajadora (o trabajador) que vende su esfuerzo: el hecho de que los clientes

consideren a las trabajadoras sexuales objeto de su placer, no difiere de la consideracin

que realizan los usuarios de cualquier servicio (tambin proporcionan placer los

masajes, o la peluquera, o los restaurantes) y no tiene por qu transformarse en una

cosificacin interiorizada como tal (2004, p.126).

102
As las cosas, la prostitucin puede considerarse simplemente como una opcin ms

dentro de las posibilidades de empleo poco satisfactorias (horarios largos, relaciones

laborales frustrantes, etc.), con la caracterstica, especfica para el trabajo sexual, de

estar peor visto y mejor pagado (Juliano, 2004, p.128). Son en general muy pocos los

trabajos que se ofrecen como mbito de autorrealizacin y desarrollo personal (quiz

slo algunas pocas actividades creativas y autnomas). El resto, no son una opcin

plenamente libre, sino que se realizan (las realizamos) para satisfacer necesidades

econmicas. Conforme disminuye el capital educativo de las personas, ms penoso

resulta el ambiente laboral al que pueden acceder, uno de ellos, la prostitucin. Desde

esta perspectiva, la postura abolicionista resulta absurda: toda la ira social y su

contrapartida, la vocacin salvadora, se dirige a concienciar a las mujeres para salvarlas

de la opcin ms rentable de las que tienen a su alcance (Juliano, 2004, p.128).

Tras su anlisis de la situacin de las prostitutas musulmanas, Juliano seala que

para las mujeres transgredir los lmites parece constituirse en una opcin deseable en

sociedades diseadas especialmente para mantenerlos (2004, p.136) y que mientras no

se modifiquen las posibilidades laborales de las mujeres, luchar por la erradicacin de la

prostitucin, nica actividad rentable para muchas de ellas, es, adems de utpico,

favorecer la vulnerabilidad de las trabajadoras del sexo.

Otro anlisis que coincide en la necesidad de unir a las feministas con las

trabajadoras del sexo es el que hacen Linda S. Kauffman y Manuel Talens (este ltimo,

103
profesor de la Universidad de Valencia) en su captulo Trabajo sexual: produciendo

porno (2000), en el que afirman:

Las trabajadoras del sexo de la vida real tienen razn al desconfiar de las feministas y de
las cruzadas contra la pornografa: con el pretexto de proteger a las busconas del dao
que reciben, estas feministas no dudaran en dejar a millones de mujeres sin medios de
subsistencia (Kauffman & Talens, 2000, p.139)

Desde la perspectiva del anlisis de los productos culturales, Kauffman y Talens

plantean la necesidad de or la voz de las trabajadoras sexuales, quienes afirman que la

culpabilidad respecto al sexo como diversin es el punto clave; el sexo annimo es tan

vlido como cualquier otro tipo de sexo (Kauffman & Talens, 2000, p.139). Siguiendo

dicho hilo, estos autores discuten el trabajo de tres directores de cine24 que toman las

propuestas de las mujeres que trabajan en pelculas porno como punto de partida, lo cual

implica dar voz a las mujeres marginales que muchas feministas pretenden silenciar y

hacer una crtica cultural a la pornografa desde otra posicin: En vez de considerar la

pornografa como raz de toda maldad, la desmitifican, exponiendo los mecanismos

ocultos que la producen. Nada hace ms dao a la lascivia que dejar bien claro el trabajo

que cuesta el sexo (Kauffman & Talens, 2000, p.140).

d. Movimiento social de mujeres

Entendemos que el Feminismo es a la vez un movimiento social y una teora

poltica, as que revisar sus posiciones pasa por dar cuenta de lo que ocurre tanto en el

Movimiento de Mujeres, como en el debate acadmico, los dos espacios en los que el

24
Los trabajo discutidos son Inserts (1976) de John Byrum; Body Double (1984) de Bryan de Palma;
y My own private Idaho (1991) de Gus Van Sant.

104
Feminismo se juega sus apuestas. Hemos revisado el segundo, as que haremos ahora

algunas anotaciones sobre el primero.

En Espaa, muchas de las ideas antes expuestas en contra de la penalizacin de la

pornografa y la prostitucin han sido retomadas cuando no elaboradas conjuntamente-

por el Colectivo Hetaira, cuyo centro abri sus puertas el 12 de marzo de 1995, en un

evento que cont con la participacin, entre otras, de Gail Petherson, quien para

entonces ya haba publicado su libro Nosotras las putas. Desde entonces, sus iniciativas

por mejorar las condiciones de las trabajadoras del sexo, desde una postura alejada del

abolicionismo, no han cesado.

Entre dichas iniciativas se encuentran: la dignificacin, en 1996, del nombre de

Araceli Guilln, prostituta de la zona centro de Madrid que fue asesinada; la exposicin

fotogrfica colectiva titulada El cuerpo en venta (1996); la publicacin del folleto

informativo Trabajo y salud (1998) en formato cmic; recorridos (desde 1998) por las

zonas donde se ejerce la prostitucin en Madrid, en su furgoneta La Libertina; la

organizacin de la primera manifestacin de prostitutas en el Estado espaol (19 de

febrero de 2002), bajo el lema: Las prostitutas tenemos derechos (otras de sus

consignas fueron: Respeto total al trabajo sexual, La ley de extranjera para la reina

Sofa, Ni vctimas ni esclavas, nosotras decidimos, Yo soy fulana y tu mengana);

la comparecencia ante la Comisin Especial de Estudio de la Prostitucin creada por el

Senado en 2002; la exigencia del esclarecimiento del asesinato de Edith Napolen, una

prostituta de Sierra Leona (2003); Jornadas sobre prostitucin y algunas intervenciones

105
en el espacio pblico como una cacerolada ante el Ayuntamiento de Madrid, a la que

asistieron cerca de 100 trabajadoras del sexo.

La portavoz de este Colectivo, Cristina Garaizbal25, en su intervencin en la

Comisin del Congreso del 1 de junio de 2006, sintetiz su posicin y las demandas que

con base en ella hacen al Estado espaol.

Garaizbal sostiene que slo cuando el delito est claramente diferenciando de la

legalidad es posible perseguirlo eficazmente, razn por la cual es necesario distinguir

entre la prostitucin forzada y la prostitucin voluntaria. La experiencia de Hetaira en

Madrid muestra que la segunda (la voluntaria) es la mayora: un 85% de las mujeres

que captan su clientela en las calles de Madrid lo hacen por decisin propia, porque,

como la mayora de nosotras, buscan la manera de vivir lo mejor posible dentro de las

opciones que la vida les ofrece.

Aunque la prostitucin forzada sea minoritaria, Garaizbal es enftica en que un

estado democrtico se define precisamente por defender los derechos de las minoras,

por lo cual resulta necesario que se persiga con determinacin a las mafias que

mantienen a las mujeres trabajando en un rgimen de esclavitud. Pero las acciones que

se realicen deben poner en primer trmino la proteccin de las mujeres que denuncian

sin criminalizar a las vctimas.

25
Cristina Garaizbal es Psicloga, especializada en terapias de gnero y sexualidad. Cofundadora del
Colectivo Hetaira, de Madrid, en el que participa desde su fundacin en 1995.

106
Desde la posicin de Hetaira la mejor garanta para una lucha eficaz contra el

trfico de mujeres con fines de explotacin sexual es la legalizacin de la prostitucin

ejercida de manera voluntaria. Sobre esta prostitucin voluntaria, y en contra de la

alternativa abolicionista, Garaizbal se pregunta qu pasa con aquellas que no quieren

abandonarla? alguien les pregunta qu quieren hacer? Porque uno de los problemas

fundamentales de esta filosofa es que no tiene en cuenta las opiniones de las

trabajadoras del sexo ya que siempre son consideradas vctimas, sin capacidad para

decidir por s mismas, en consecuencia, con la filosofa abolicionista como bandera se

acaban aplicando polticas criminalizadoras y represivas contra las prostitutas y su

entorno.

Qu desean las mujeres que ejercen la prostitucin de manera voluntaria? Desean

ser tratadas con dignidad, sin ser estigmatizadas por desarrollar ese trabajo; desean no

ser discriminadas y tener los mismos derechos que otros trabajadores; aspiran a poder

trabajar en la calle pero en zonas tranquilas, seguras, sin ser molestadas y sin molestar

ellas a nadie.

Dado que es necesario que se legisle pensando fundamentalmente en defender los

derechos de la parte ms vulnerable del entramado de la prostitucin, es decir, las

trabajadoras, Garaizbal propone en su intervencin, entre otras, las siguientes

acciones:

1. Para las prostitutas inmigrantes: considerar el trabajo sexual un medio

de vida legtimo para conseguir legalizar la residencia.

107
2. Para la prostitucin de calle: negociar la utilizacin de los espacios

pblicos, considerando en pie de igualdad a las trabajadoras del sexo y a los

vecinos lo cual se conseguira con la creacin de zonas de tolerancia o barrios

rojos donde se pueda trabajar en buenas condiciones de seguridad, tranquilidad

e higiene

3. Para la prostitucin en clubs: regular las relaciones laborales cuando

median terceros. Para ello es fundamental que se derogue la ltima modificacin

que se hizo del artculo 188 bis del Cdigo Penal que considera delito lucrarse

explotando la prostitucin de otra persona, an con el consentimiento de la

misma, adems, se debe defender la capacidad de autodeterminacin de las

trabajadoras en su trabajo y especialmente en relacin a qu actos estn

dispuestas a vender y a quin. En este sentido es importante que se recorten las

prerrogativas de la patronal (limitacin de horarios, descansos semanales,

separar el lugar de trabajo del de vivienda) y que las licencias se concedan

prioritariamente a los locales autogestionados y las cooperativas de trabajadoras

sexuales.

Garaizbal concluye reconociendo que ante un fenmeno como la prostitucin

caben diferentes valoraciones morales, pero que no podemos olvidar que todos

vendemos algo para poder subsistir y lo que histricamente se ha planteado es mejorar

las condiciones en las que se realizan los trabajos, nunca la abolicin de uno en

particular. De esta manera, independientemente de las opiniones particulares sobre la

108
prostitucin, no podemos seguir permitiendo que un sector tan amplio de mujeres se

vea desposedo de los derechos ms elementales, lo cual es una cuestin de justicia

que no puede posponerse por cuestiones electoralistas ni moralistas.

Algunas jvenes feministas, por su parte, han utilizado el humor para evidenciar los

prejuicios morales sobre los que se funda el rechazo a la prostitucin. Es el caso de

Lilitu: Asamblea Feminista de Sevilla, colectivo que en un documento de septiembre

de 2003 parodia el manifiesto abolicionista titulado Aceptar la prostitucin es legitimar

la violencia contra las mujeres. El documento de Lilitu se titula, a su vez, Aceptar el

matrimonio es legitimar la violencia contra las mujeres, y en l se denuncia que los

mayores ndices de violencia y de explotacin se dan en el marco de la familia por lo

que no tiene sentido tratar de salvar a las que han elegido opciones distintas (Juliano,

2004, p.121)

e. Contra la pornografa y la prostitucin

Hemos insistido en que los aos setenta del siglo XX, con el debilitamiento y fin de

la censura que supuso la dictadura de Franco, marcaron la entrada de la pornografa en

Espaa. Por los mismos aos este pas vivi una reactivacin del movimiento

organizado de mujeres, el cual, sin embargo, no prest especial inters al tema de la

pornografa, tanto porque sta no estaba an lo suficientemente establecida como para

ser considerada un problema sustancial, como porque el movimiento tena otras

urgencias, relacionadas con los aspectos laborales y econmicos de la situacin de las

mujeres.

109
Tambin hemos revisado los aportes de Raquel Osborne, quien documenta cmo la

aparicin en Espaa del debate feminista sobre la pornografa -y en general sobre la

sexualidad- se hered del debate estadounidense, siendo ella misma una de sus primeras

portavoces (desde una postura pro-sex), lo cual no quiere decir que no existiera

previamente un clima de opinin respecto al tema. Efectivamente lo haba y ste era,

cmo no, de corte conservador.

En general, se respiraba en el ambiente espaol una posicin ms cercana a la

abolicin de la pornografa y la prostitucin, aunque estos asuntos no se hubieran

tematizado en los debates acadmicos ni hicieran parte fundamental de la agenda

feminista. Entre tanto, sera la postura contraria a la prohibicin la primera que

apareciera en el escenario acadmico, que por el mismo contenido de sus tesis (la

necesidad de una alianza entre feministas y mujeres de la industria del sexo), se vincul

tempranamente con los sectores de base.

Como hemos visto, la primera asociacin de mujeres organizada en torno a estos

asuntos fue el Colectivo Hetaira, conformado por prostitutas y otras mujeres de distintos

campos profesionales, surgido en 1995 con el objetivo de luchar contra la

discriminacin y marginacin social que sufran las prostitutas. A esta iniciativa

seguiran otras del mismo corte, como LICIT26, en Barcelona. Pronto, el sector

feminista de opinin contraria reaccionara. Insisto en llamar la atencin sobre la

diferencia con el debate estadounidense: mientras all la postura pro-sex se elabora


26
L.I.C.I.T. es la Lnea de Investigacin y Cooperacin con Inmigrantes Trabajadoras sexuales, creada
en 2000. Desarrolla diversas lneas de trabajo y actuacin con el objetivo de reivindicar los derechos
civiles y humanos de las personas trabajadoras sexuales.

110
como respuesta a la presin abolicionista, en Espaa es el abolicionismo el que surge

como respuesta a iniciativas feministas que defienden la legalizacin de la pornografa y

la prostitucin.

Esta reaccin se consolidara en 2002, ao en el que surge la Plataforma de

Organizaciones de Mujeres por la Abolicin de la Prostitucin, la cual denuncia en su

Manifiesto contra la explotacin sexual de las mujeres:

Que la tolerancia y aceptacin social hacia las prcticas masculinas de compra de


servicios sexuales, equivale a fortalecer los privilegios masculinos y, por tanto, a ratificar
modelos y relaciones desiguales entre hombres y mujeres (Manifiesto citado en Ordoez,
2006)

Por ello, su postura apunta a la erradicacin definitiva de la pornografa y la

prostitucin, en todos los casos y circunstancias, proponiendo para ello medidas

legales27. La Plataforma afirma que estas actividades no slo afectan a las mujeres que

se dedican a ellas, sino a todo el colectivo, en tanto ratifica el dominio masculino sobre

los cuerpos femeninos sustentando as el patriarcado. En sus posiciones, la influencia

del feminismo abolicionista estadounidense es clara. Siguiendo sus premisas,

consideran la pornografa como una forma de violencia contra las mujeres y como

ejemplo de una mirada patriarcal de la sexualidad.

27
Para una revisin general de la posicin oficial del estado espaol al respecto, ver Ordoez, Ana Luisa
(2006). En resumen: a nivel estatal, la instancia ms representativa en Espaa hasta hace poco fue el
Instituto de la Mujer, creado en 1983, dependiente del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales a travs
de la Secretara General de Polticas de Igualdad. Su postura aparece registrada en los Planes de Igualdad
de Oportunidades que formul desde su creacin. En el primero de ellos (1988 1990) su postura
coincida con el movimiento abolicionista, en tanto consideraba que la prostitucin y la pornografa
conducan a situaciones de explotacin y deban suprimirse del escenario social. En el segundo Plan
(1993 1995), sin embargo, no se hace alusin al tema. En el tercero (1997 2000) se habla del trfico
de personas y del proxenetismo, asuntos stos que s deban combatirse, y en el cuarto (2003 2006) se
insiste en la matizacin entre prostitucin forzada y trfico de mujeres, sin pretender abarcar en estas
categoras todo el fenmeno de la prostitucin y la pornografa

111
La voz abolicionista ms potente en el contexto espaol es la de Lidia Falcon28,

reconocida activista y una de las fundadoras del Partido Feminista, creado en 1975 y

registrado como tal en 1981. Para ella, la relacin hombre-mujer es fundamentalmente

una relacin de clase, en la que las mujeres ocupan el lugar subalterno:

La mujer se halla sometida al hombre en relaciones de produccin precapitalista. Tanto


en las sociedades primitivas, donde el modo de produccin domstico se halla en toda su
pureza, como en las sociedades capitalistas, donde se encuentra sometido al modo de
produccin capitalista, el status de la mujer es el de sierva (Falcn, 1994, p.80)

Para Falcn, la servidumbre de la mujer implica su sometimiento a distintos tipos de

explotacin, entre ellas, la explotacin sexual, cuyo mximo ejemplo es la prostitucin:

Para las mujeres la posesin de rganos sexuales apetecibles por el hombre ha


constituido su desgracia, y las ha condicionado hasta la total esclavitud que padecen las
prostitutas. Estas pertenecen en cuerpo y alma a su amo, que por este derecho de
propiedad vende el goce de su cuerpo a todos los hombres que paguen por ello. La
prostituta no se pertenece a s misma, en la misma forma que tampoco el esclavo.
(Falcn, 1994, p.85)

En su ponencia presentada en la Comisin Mixta Congreso-Senado sobre el tema29,

el 8 de junio de 2006, Falcn se manifiesta claramente a favor de una postura

abolicionista basada en la necesidad de eliminar lo que llama la lacra de la prostitucin:

nosotras lo que pedimos es una ley que abola determinantemente la prostitucin, que

penalice al prostituidor, al proxeneta y al cliente, y que, naturalmente, disponga de los

medios necesarios para sacar a estas mujeres de esta situacin (Falcn, 2006, p.6).

28
Lidia Falcn (1935) es Licenciada en derecho, en Arte Dramtico y Periodismo y Doctora en Filosofa.
Fundadora del Partido Feminista Espaol y autora de mltiples libros entre los que se encuentran: Mujer
y Sociedad (1969); Mujer y Poder Poltico
29
En esta oportunidad Falcn se presenta como representante de la opinin compartida por el Partido
Feminista de Espaa, el Partido Feminista de Catalua, el Partido Feminista de Euskadi y el de Valencia,
el Colectivo Feminista Lambroa y la Federacin de Tribunales Permanentes de Crmenes contra la Mujer.

112
Para fundamentar su posicin, esta autora contradice en primer trmino que la

prostitucin pueda ser entendida como trabajo, porque sta no rene las condiciones de

dignidad y respeto humano que deben acompaar toda actividad laboral: Que nadie

arguya que lo mismo es fregar escaleras o construir casas que tener que invertir todo el

ser en proporcionar placer a veinte hombres desconocidos cada da para que puedan

utilizar su cuerpo convertido en un objeto (Falcn, 2006, p.3).

En su opinin, los burdeles son lugares diseados para tener encerradas a cientos

de mujeres que durante diez o doce horas diarias tengan que prestar su cuerpo y todo su

ser en realidad a la violacin de diez, quince, veinte hombres cada da (2006, p.3). Es

importante notar la diferencia de su lenguaje respecto a otras de las perspectivas que

hemos examinado: para Falcn las prostitutas no prestan un servicio sexual, sino que

son violadas sistemticamente.

Tampoco es cierta, segn Falcn, la pretendida libertad de algunas mujeres para

pactar esa situacin. En su ponencia, afirma que la inmensa mayora de las mujeres

prostituidas (ntese de nuevo el giro lingstico que reduce a las prostitutas al lugar de

vctimas) se encuentran forzadas: los informes oficiales afirman que el 95 por ciento de

las mujeres, y sobre todo hoy en Espaa, proceden de la emigracin, estn forzadas y

traficadas30. De hecho, a lo largo de su exposicin se sucedern comparaciones entre la

prostitucin y el trfico de los trabajadores ilegales. Esto nos dejara solamente un

cinco o como mximo un diez por ciento de prostitutas vocacionales, cifra demasiado

baja como pretender fundar en ella una legislacin en este campo.

30
Las cifras que arroja la investigacin del Colectivo Hetaira en Madrid contradicen totalmente esta
afirmacin. Falcn, por su parte, no cita sus fuentes.

113
Puesta a contradecir los fundamentos de quienes abogan por la legalizacin, Falcn

seala que es falsa la idea que se hace circular, segn la cual la prostitucin resulta, en

trminos econmicos, ms atractiva que otras alternativas, pues en realidad quien gana

dinero con ella son los proxenetas, mientras las prostitutas se mantienen en la pobreza:

se est engaando a la opinin pblica dicindole que es mucho ms lucrativo trabajar

en eso que estar fregando o que tener un empleo modesto (Falcn, 2006, p.3). As las

cosas, la legalizacin no soluciona ninguno de los problemas de las mujeres

prostituidas, e incluso contradice lo que se ha ganado ya con la Ley Integral de

Violencia de Gnero, pues de tener un curso favorable: ser posible en el futuro

denunciar la violacin del marido y no ser posible denunciar la violacin del

prostituidor (Falcn, 2006, p.4).

Otro argumento de Falcn a favor de la abolicin es que ningn hombre deseara

que su madre, hija o hermana se dedicara a la prostitucin, aunque la mayora de ellos

se muestran partidarios de que ste oficio siga existiendo, lo cual, desde su punto de

vista, obedece a su inters por dividir a las mujeres en dos categoras: las decentes (su

propia familia) y las prostitutas (las que pueden ser humilladas). Curiosamente, vemos

cmo su posicin se muestra tambin contraria a dicha divisin, tal como lo hacen

quienes rechazan el abolicionismo, slo que en su opinin la manera de borrarla es

borrando tambin a las prostitutas.

La misma Falcn reconoce que sus argumentos estn cargados de valoraciones

morales: en vez de hablar de derechos civiles o econmicos a m me gustara hablar de

114
moral y de dignidad (2006, p.4), pues, cuando una mujer se prostituye o es

prostituida, mejor dicho, no vende su cuerpo, vende su alma (2006, p.5). Cuando se

afirma que la prostitucin es como cualquier otra actividad, se hace por la confusin

social y moral que tenemos hoy (2006, p.5). Desde su mirada, la prostitucin est

directamente relacionada con el vicio:

Teniendo la legalizacin, ya estarn completamente impunes, sern completamente


impunes los proxenetas. Teniendo en cuenta que tambin hay otra corriente que pide la
legalizacin de la droga, si accedemos a la legalizacin de estas dos corrientes, que estn
ntimamente ligadas porque, adems, una gran mayora de mujeres estn tambin
enganchadas a la droga, se les ha dado desde el principio y se las tiene sometidas a la
necesidad de su consumo, tendremos un paraso de la droga y de la prostitucin. (Falcn,
2006, p.4)

En la misma comparecencia ante la Comisin Mixta Congreso-Senado del 8 de

junio de 2006, Roco Nieto Rubio, representante de la Asociacin para la Prevencin,

Reinsercin y Atencin de la Mujer Prostituta APRAMP, sostiene que toda

prostitucin constituye una violacin de los derechos humanos (p.6) y, dado que es la

demanda masculina lo que constituye el factor fundamental de desarrollo de este

negocio, la prostitucin debe ser entendida como un aspecto estructural que hace

referencia a la desigualdad de gnero (p.6). No obstante, en sus consideraciones Nieto

destaca que los ms de veinte aos de trabajo de la APRAMP ratifican un punto que no

puede ser obviado: como no trabajemos de una manera directa con estas personas no

vamos a conseguir nada, es decir, que cualquiera que sea el tratamiento legal que se de

a la cuestin, es fundamental contar con la voz de las prostitutas.

La postura de Lidia Falcn, en este ltimo punto es radicalmente distinta. Podramos

pensar que concuerda con autoras como Dolores Juliano, quien insiste en la necesidad

de escuchar la voz de quienes mejor conocen lo que sucede en el mundo de la

115
prostitucin, slo que mientras Juliano y compaa afirman que esas expertas son las

mismas prostitutas, Falcn considera que quien conoce mejor las circunstancias de este

negocio es la polica. Esta afirmacin no deja de sorprender, dada la herencia de

izquierda que subyace en las posiciones del Partido Feminista Espaol (fundado por

Falcn), y la evocacin inmediata a un episodio ya ocurrido en la historia del debate: la

ruinosa alianza que hicieran las feministas estadounidense con la derecha.

116
IV. Porno Feminismo

Hemos revisado antes algunas separaciones que han tenido lugar al interior del

Feminismo, entre ellas, la separacin del Feminisno Radical de su origen Liberal, y ms

adelante la consolidacin del Feminismo Cultural. En este camino, lleno de reflexin,

crtica y auto-crtica, han aparecido tambin en las ltimas dos dcadas nuevas

corrientes que insisten en poner en cuestin el sujeto poltico del Feminismo, esto es,

la mujer. El nfasis se ha puesto en desarticular ese sujeto mujer, que ha sido -

explcita o implcitamente- entendido como biolgicamente predeterminado, y con

sufijos: la mujer ha sido mayoritariamente equivalente a mujer blanca, heterosexual,

de clase media y sumisa.

Las nuevas corrientes feministas, por el contrario, atienden a la diversidad de las

mujeres, dejando de hablar de la mujer y ocupndose de la realidad de mujeres que

tradicionalmente han estado en los mrgenes de clase, gnero y raza/etnia. Estos

feminismos disidentes, como los llama la filsofa Beatriz Preciado (2007), tienen

mltiples caras: desde la formulacin de la heterosexualidad como rgimen poltico

(Monique Wittig, Afriene Rich, etc.), pasando por el anlisis de los procesos culturales

que normalizan las diferencias entre los gneros (Judith Butler), entre ellos los procesos

cientficos de construccin de la representacin (Donna Haraway, Anne Fausto-

Sterling), hasta las voces crticas que ponen en evidencia el racismo y el colonialismo

oculto tras algunas empresas feministas (Angela Davis, Bell hooks, Gloria Anzaldua,

Gayatri Spivak, etc.). Se trata, en cada caso, de nuevos feminismos de multitudes,

feminismos para los monstruos, proyectos de transformacin colectiva para el siglo

117
XXI (Preciado, 2007), cuyo objetivo no es tanto liberar a las mujeres o conseguir su

igualdad legal, sino desmantelar los dispositivos polticos que producen las diferencias

de clase, de raza, de gnero y de sexualidad haciendo as del feminismo una plataforma

artstica y poltica de invencin de un futuro comn (Preciado, 2007)

Entre estas corrientes feministas, una mucho ms reciente se concentra en las

mujeres que han ocupado histricamente los bajos fondos de la victimizacin

femenina (Preciado, 2007): las trabajadoras sexuales, las actrices porno y las insumisas

sexuales. Este movimiento, como documenta Preciado, se estructura discursiva y

polticamente en torno a los debates del feminismo contra la pornografa en Estados

Unidos, frente al cual se oponen, adems de las voces acadmicas que hemos revisado,

militantes como Scarlot Harlot, una prostituta californiana que reivindica la

profesionalizacin de la prostitucin; Margo Saint James creadora del movimiento

COYOTE en San Francisco; y el grupo PONY (Prostitutas de Nueva York) en el que

destaca la figura de Annie Sprinkle, entre otras.

En el bloque espaol -de nuevo siguiendo a Preciado- aparecen las autoras ya

revisadas (Dolores Juliano, Raquel Osborne), los movimientos de trabajadoras sexuales

(Hetaira en Madrid, Cabiria en Lyon y LICIT en Barcelona), pero tambin varios

grupos artstico-polticos y autoras independientes que adoptan un feminismo ldico y

reflexivo que escapa del mbito universitario para encontrar en la produccin

audiovisual, literaria o performativa sus espacios de accin (Preciado, 2007).

118
Estamos, entonces, frente a un Feminismo posporno, punk y transcultural

(Preciado, 2007), que, concretamente frente al tema que nos ocupa, piensa que el mejor

antdoto contra la pornografa dominante no es la censura, sino la produccin de

representaciones alternativas de la sexualidad, hechas desde miradas divergentes de la

mirada normativa (Preciado, 2007).

Muchas de las conclusiones de Raquel Osborne apuntaban ya en la misma

direccin:

() la ley que protege la libertad de expresin en los estados Unidos prohbe el uso de la
censura incluso en los casos de ms odioso contenido, dado que aquella misma podra
ofrecerse como contrapartida efectiva para contrarrestar los prejuicios y los mensajes
discriminatorios. Frente a la expresin negativa la respuesta consistira en
contraponerle la expresin positiva, para as convencer en el mercado de las ideas
mediante aqullas que favorezcan a las mujeres y se opongan al sexismo imperante
(Osborne, 1989, p.61)

La pornografa puede movilizar valores diferentes a los de la misoginia: las

posibilidades de la imaginacin y expresin feministas en el terreno de la sexualidad

apenas estn comenzando a encontrar su voz. Las mujeres necesitan la libertad y un

espacio socialmente reconocido para apropiarse de un lenguaje que ha sido siempre

masculino (Osborne, 1989, p.68). Este nuevo feminismo se ha dado a la tarea de

producir esas representaciones, gracias a que, por primera vez en la historia, las mujeres

estn en condiciones (disponen de capital tanto simblico como econmico) de producir

dicho material, ya sea grfico o escrito. Desde esta mirada se entiende que la

pornografa, lejos de ser la peor amenaza para las mujeres, puede constituir su arma ms

potente.

119
a. Porno Poder: Beatriz Preciado

En su reciente libro titulado Testo Yonki (2008), la filsofa Beatriz Preciado31 hace

un anlisis original del tema de la pornografa, poco convencional y bastante diferente a

los que hemos examinado hasta el momento. Dicho anlisis sita el tema de la

pornografa en el contexto capitalista actual, el cual identifica como era

farmacopornogrfica, el tercer modelo en la historia del capitalismo. Los dos anteriores

seran, primero el rgimen esclavista, y segundo el rgimen industrial (con el fordismo

como modo especfico de produccin y consumo). Nuestro capitalismo se

correspondera con el rgimen psicotrpico y punk, caracterizado por el desplazamiento

del fordismo y la aparicin de nuevos soportes industriales. El gran negocio del nuevo

capitalismo es, segn Preciado, la gestin poltica y tcnica del cuerpo, del sexo y de la

sexualidad, negocio que se ancla en tres sectores: la empresa global de la guerra, la

industria farmacutica y la industria pornogrfica.

Por lo anterior, resulta necesario hacer un anlisis sexopoltico de la economa

mundial, pues las materias primas fundamentales de nuestro modelo capitalista son

ahora la excitacin y el placer: El verdadero motor del capitalismo actual es el control

farmacopornogrfico de la subjetividad (Preciado, 2008, p.36).

31
Beatriz Preciado es Filsofa y doctora en Teora de la Arquitectura. Actualmente, ensea teora del
gnero en diferentes universidades europeas, entre las que cabe destacar la Universidad de Paris VIII,
l'cole des Beaux Arts de Bourges y el Programa de Estudios Independientes del Museu d'Art
Contemporani de Barcelona. Es la autora de numerosos ensayos entre los que destacan : " Sex Design "
(Centre Pompidou, 2007), " Multitudes Queer " (Multitudes, 2004), " Savoirs-Vampires@War "
(Multitudes, 2005) y de los libros: Manifiesto contra-sexual (2002) y Testo Yonqui (2008). A travs
de sus escritos y sus talleres, se pondrn en marcha en Francia y en Espaa nuevas incitativas tericas y
polticas drag king, postpornogrficas y transgnero.

120
As como la economa clsica centr su anlisis en la categora de fuerza de

trabajo, el anlisis de Preciado se centrar en la fuerza orgsmica (a la que llamar

potentia gaudendi), esto es, la potencia (actual o virtual) de excitacin (total) de un

cuerpo: lo que el capitalismo actual pone a trabajar es la potencia de correrse como tal

(2008, p.38). Esta potentia gaudendi se caracteriza por la imposibilidad de ser poseda o

conservada: existe nicamente como evento, relacin, prctica, devenir. Su sustrato es

el cuerpo polisexual, es decir, no un cuerpo prediscursivo que termina en la piel, sino

constituido tambin por los entramados de produccin y cultivo propios de la

tecnociencia (2008, p.39), un tecnocuerpo.

Siguiendo con la analoga, Preciado a firma que mientras la fuerza de trabajo

produce capital, esta nueva fuerza orgsmica produce capital sexual, de manera que

todo cuerpo es capital sexual en potencia. As como los tericos postfordistas prestaron

especial atencin al trabajo inmaterial, se entender desde la teora farmacopornogrfica

que el trabajo cuyo mayor inters cobra en el anlisis social es el trabajo sexual,

concretamente su papel en los procesos de subjetivacin, esto es, hacer del sujeto una

reserva de corrida planetaria transformable en capital, en abstraccin, en dgito

(Preciado, 2008, p.40).

En este marco conceptual, Preciado entiende la pornografa como un fenmeno

complejo. Por una parte, la pornografa, en tanto industria cinematogrfica, es un

dispositivo masturbatorio, pero tambin es la sexualidad transformada en espectculo,

un dispositivo de publicacin de lo privado (Preciado, 2008, p.180), mediante el cual

la representacin adquiere un papel poltico. La pornografa es un mbito performativo

121
y como tal rene las mismas caractersticas que cualquier espectculo de la industria

cultural virtuosismo, posibilidad de reproduccin tcnica transformacin digital,

difusin audiovisual y teatralizacin-, la nica diferencia, por el momento, es su estatuto

underground (Preciado, 2008, p.180).

La pornografa, segn Preciado, es uno de los motores ocultos del capitalismo del

siglo XXI. La autora nos propone la siguiente analoga: la industria pornogrfica es a

la industria cultural y del espectculo lo que la industria del trfico de drogas ilegales es

a la industria farmacutica (Preciado, 2008, p.181). Paradgicamente, mientras la

pornografa ocupa el lado oculto y marginal de la industria cultural, se constituye a la

vez como paradigma de sta, pues los beneficios de la produccin actual dependen de la

cercana al modelo farmacopornogrfico. Lo que ocurre es que las otras formas de

produccin cultural quieren producir placer y plusvala pornogrfica sin sufrir la

marginalizacin de la representacin porno (Preciado, 2008, p.181).

b. King Kong y las perras de Barcelona

Devenir Perra es el ttulo del primer libro de Itziar Ziga, en el cual la autora hace

un retrato colectivo de la feminidad subversiva que encarnan ella y un grupo de perras

en la ciudad de Barcelona. Ziga dedica varios apartados al tema del ejercicio de la

prostitucin y la participacin en productos pornogrficos, concordando con Dolores

Juliano en que es mucho ms fcil hablar de ellas cuando no estn (Ziga, 2009, p.96),

122
pero tomndose la palabra para decir, justamente, lo que los sectores abolicionistas no

quieren escuchar.

Ziga tambin trae al lenguaje y la experiencia cotidianas los anlisis sobre la funcin

del estigma sealando: sa es la trampa: atacar socialmente a las putas para que las

esposas se sientan privilegiadas y traguen con todo (Ziga, 2009, p.107). Las perras

de las que habla Ziga son mujeres liberadas, con una esttica no convencional y sobre

las que recae el estigma de putas aunque slo dos de ellas han recibido regularmente

dinero a cambio de sexo. No obstante, casi todas nosotras hemos producido nuestro

propio porno desviado () muchas hemos intentado varias veces dar el salto a la

prostitucin () sin demasiado xito (Ziga, 2009, p.114). Su apuesta vital ha sido re-

apropiarse del simblico puta, pero puta porque yo lo digo:

Slo hay que contar la cantidad de agresiones sexuales por las que transita una mujer
cualquiera a lo largo de su vida. Todas las respuestas a esa continua y devastadora
violencia son legtimas. Nuestra respuesta de perras es: vale, mi cuerpo es el de una puta,
mira cmo gozo, mira cmo me corro, mira cmo restriego mi cuerpo de puta con quien
quiero, cuando quiero, donde quiero (Ziga, 2009, p.115)

En los productos audiovisuales que suelen producir, aparecen siempre personas

adultas que juegan y se dan placer, pese a lo cual suelen ser vetados: me parece

aberrante que en un horario infantil no permitan exhibir cuerpos pornogrficos pero

invadan nuestras casas con cuerpos sufrientes indefensos (Ziga, 2009, p.116). Ziga

presenta as uno de esos productos vetados:

Hace ms de un ao, trat de colgar en el blog de ex_dones un vdeo que haba grabado
con Majo y Elena-Urko de post_op al que llamamos como la cancin que nos inspir:
Siempre que vuelves a casa. Maruja despeinada alcohlica yo- prepara la comida a su
garrulo Elena- que vuelve de trabajar con el casco todava en la cabeza y ganas de
follarse a su mujercita en la cocina. Todo empieza como una tpica escena de porno
hetero hasta que la Maruja desnuda a su hambriento marido, lo pone culo en pompa y le

123
introduce un pepino (presuntamente). Nos apeteca dar la vuelta a los roles, transgredir,
jugar, pero nos sorprendi gratamente que varias amigas se excitaran al verlo. se es el
posporno que buscamos producir desde hace aos: poltico y hmedo (Ziga, 2009, p.115)

Por su parte, Virginie Despentes afirma en su libro Teora King Kong: yo, como

chica, soy ms bien King Kong que Kate Moss 32. Despentes, escritora francesa cuya

obra ha tenido un eco significativo en el contexto espaol, sostiene que es necesario

avanzar hacia la revolucin del sistema de gnero, en el que tanto hombres como

mujeres terminan convirtindose en tteres del Estado y del capitalismo, esa religin

igualitarista, puesto que nos somete a todos y nos lleva a todos a sentirnos atrapados,

como lo estn todas las mujeres (Despentes, 2007, p.26).

Sobre la pornografa, tema al que Despentes dedica uno de sus captulos, considera

que el tpico segn la cual el porno aumenta el nmero de violaciones es hipcrita y

absurdo: como si la agresin sexual fuera una invencin reciente, que tuvo que ser

introducida en las mentes a travs de las pelculas (Despentes, 2007, p.32).

Segn Despentes, lo que en realidad motiva a los militantes antiporno es que ste

habla directamente al propio deseo, forzando al espectador a saber algo sobre s mismo,

algo que se ha decidido callar o ignorar: El problema que plantea el porno reside en el

modo en el que golpea el ngulo muerto de la razn. Se dirige directamente al centro de

las fantasas, sin pasar por la palabra ni por la reflexin (Despentes, 2007, p.77).

32
Comparacin entre la famosa top model Kate Moss y la bestia de la pelcula King Kong, en la que
una dulce joven es secuestrada por una tribu aborigen en una isla lejana, y entregada como ofrenda a un
enorme gorila llamado Kong, quien comienza a desarrollar una extraa atraccin por la chica.

124
Lo que ocurre, en opinin de la autora, es que esta exposicin cruda del deseo

ertico pone en evidencia aquello que es sexualmente excitante, lo cual arroja una

imagen del sujeto que resulta incompatible con la identidad social que ste ha adoptado:

aquello que nos excita o que no nos excita proviene de zonas incontrolables, oscuras y

pocas veces en acuerdo con lo que deseamos conscientemente (Despentes, 2007, p.78).

Entre aquello que revela el porno y que no queremos aceptar conscientemente se

encuentra el hecho de que el deseo sexual es una mecnica: yo no s nada sobre por

qu es tan excitante ver a otras personas follando y dicindose guarradas. El caso es que

funciona. Es mecnico. (Despentes, 2007, p.78). Dado que entendemos tambin que la

lbido es compleja y lo que dice de nosotros no siempre es consecuente con lo que nos

gustara ser, muchos prefieren obviar lo que el porno delata. Intentan acallar el porno.

Por otra parte, seala Despentes, la pornografa es el sexo puesto en escena,

ritualizado (Despentes, 2007, p.84), una puesta en escena con objetivo masturbatorio,

cosa que no parecen entender quienes hacen las crticas al cine pornogrfico, pues

desconocen que se trata, justamente, de cine, y le exigen (lo que no ocurre con otros

gneros) que sea una imagen de lo real:

Como si el porno ya no fuera cine. Reprochamos a las actrices, por ejemplo, que finjan el
placer. Estn ah para eso, se les paga para eso, han aprendido a hacerlo. No se le pide a
Britney Spears que tenga ganas de bailar cada tarde que sale a actuar. A eso es a lo que
viene, nosotros pagamos para verlo, cada uno hace su trabajo y nadie se queja al salir
diciendo yo creo que simulaba. El porno debera decir la verdad. Algo que nunca
pedimos al cine, esencialmente una tcnica de ilusin (Despentes, 2007, p.78)

Lo anterior resulta especialmente curioso si consideramos, con Despentes, que

justamente lo que asusta del porno es que pone en evidencia nuestros deseos ms

oscuros y por eso se le rechaza, pero al mismo tiempo se le exige que diga la verdad

125
sobre nuestra sexualidad. El porno, entonces, podra constituir uno de esos no lugares

de los que habla Dolores Juliano33.

Por otro lado, no es cierto como afirman sus detractores- que el porno sea todo

igual y creativamente pobre. Existen muchos subgneros (porno chic, alt-porno, post-

porn, gang Bang, SM, fetichismo, bondage, uro-scato, temtico, etc.) con programas,

historia y estticas diferentes. Dicha variedad invisibilizada, delata que los discursos en

contra de la pornografa fuerzan sus conclusiones al centrarse en imgenes prototpicas,

aquellas que deben censurarse, de manera que lo que escribe realmente la historia del

porno, lo que la inventa y lo define es la censura (Despentes, 2007, p.79).

La censura, afirma Despentes, pretende proteger al pueblo de sus ganas de ir al cine

a ver buenas pelculas de sexo (Despentes, 2007, p.83). No obedece a ninguna protesta

popular, sino al inters particular de quienes ostentan el poder porque sigan siendo ellos

los nicos que tengan la experiencia de una sexualidad ldica, pues el pueblo podra

disminuir su rendimiento en el trabajo con tanta lujuria. Por esto no es la pornografa

lo que molesta a las lites, sino su democratizacin (Despentes, 2008, p.83).

Para Despentes, la pornografa slo suscita un nico problema moral: la

agresividad con que la gente trata a las actrices porno (Despentes, 2007, p.80), y ste

es justamente el problema del que no quieren dar cuenta los censuradores: las

33
Ver aparatado III, 5, c. Juliano afirma que detrs de las propuestas abolicionistas se esconden
prejuicios, que no se desarrollan como discurso porque constituyen no lugares, que ponen en evidencia
ideas polticamente incorrectas que nadie puede permitirse expresar pblicamente. Los no lugares son
para Juliano lo no dicho porque no puede decirse, aquello que no puede enunciarse porque implica
conflicto de valores o contradicciones en las prcticas. Se trata de aquello que de decirse nos revelara
como aquello que no queremos ser (Juliano, 2004, p.122).

126
condiciones reales de quienes trabajan en la industria pornogrfica. Esto es as porque se

necesita que estas mujeres permanezcan marcadas, en peligro: el colectivo se preocupa

de que paguen el precio ms alto por haberse apartado del camino recto y por haberlo

hecho pblicamente (Despentes, 2007, p.81). De nuevo, aplicando al discurso de

Despentes las categoras que hemos estudiado previamente, podemos decir que la

censura obvia la condicin laboral de las actrices porno porque capitaliza a su favor (el

de la moral conservadora) que recaiga sobre ellas el estigma, como lo explica Gail

Pheterson34.

La violencia con que se trata las actrices porno devela el mecanismo patriarcal que

hay detrs del estigma: a los hombres les da rabia que ellas se hayan tomado la

libertad de hacer exactamente lo que ellos deseaban ver (Despentes, 2007, p.81). Por

eso mismo resulta tan difcil para una actriz porno hacer luego otro tipo de cine, porque

los hombres no permiten que el objeto de su deseo salga del marco particular en que lo

han encerrado y tachan de ilegtimo cualquier intento en otra direccin: no es que ellas

no sean capaces de hacer nada ms que porno, ni que no quieran hacerlo, es que todo

est organizado para asegurar que ello no sea posible (Despentes, 2007, p.82).

Con la estigmatizacin, se intenta situar a la actriz porno en el lugar de vctima, y no

dejar que salga de all, pero advierte Despentes- las actrices porno causan un efecto

inquietante frente a los hombres, son las mujeres liberadas, mujeres fatales que atraen

34
Aparatado III, 5, c. Petherson afirma que uno de los mecanismos del patriarcado para perpetuarse
es construir categoras opresoras sobre las mujeres, como la de prostituta o puta, que se aplica tanto a
las trabajadoras del sexo como a cualquier mujer que realiza algo que se supone deshonroso. Nombrar a
una mujer como puta implica hacer caer sobre ella un estigma, pues la sociedad patriarcal impone
criterios morales diferenciados para hombres y mujeres, de manera que se exige de ellas, por ejemplo, una
castidad y pureza que en ellos carece de importancia.

127
todas las miradas, estn lejos de ser las mujeres calladas y sumisas que se quiere que

sean o de necesitar la victimizacin de la que son objeto por parte de las movilizaciones

antipornografa, por lo cual se pregunta: Qu tab se ha trasgredido aqu que merezca

una movilizacin tan febril? (Despentes, 2007, p.85). Ese tab, dice la autora, es la

apropiacin de la masculinidad por parte de las mujeres. El papel que interpretan las

actrices porno es el de mujeres sexualmente deseantes, activas, dispuestas, mujeres

sexualmente masculinizadas: una transgresin de las normas de gnero.

Ahora bien, Despentes afirma que no todo el porno es igual, pero efectivamente

existe mucho de l que sufre de una carencia fundamental: al ser una industria dominada

por hombres, el deseo femenino debe pasar por la mirada masculina y las pelculas se

hacen bajo esa mirada: Cuando los hombres ponen en escena personajes femeninos,

rara vez suele ser para intentar comprender sus vivencias o lo que ellas sienten como

mujeres. Es ms bien para poner en escena su sensibilidad de hombres en un cuerpo de

mujer (Despentes, 2007, p.39). Aqu estamos, como en el caso de Fanny Hill para la

literatura, frente a pelculas travestidas, en las que los hombres hablan cono si fueran

mujeres, inventan su deseo a la medida de sus fantasas sobre ellas, y por supuesto, la

mayora de veces se equivocan.

c. Porno para mujeres

Segn Erika Lust el porno es un discurso cultural y poltico. Si no participamos en

este discurso, estamos perdiendo una oportunidad de tener voz sobre lo que nos

pone (Lust citada en Prieto, 2009).

128
Con miras a llenar ese vaco que existe de voces de mujeres en el panorama

pornogrfico, Lust publica en 2008 su libro Porno para Mujeres, el cual comienza

diciendo: A mi me ocurri como a la mayora de mujeres: cuando vi porno por primera

vez no fue amor a primera vista (Lust, 2008, p.10). Y no fue amor a primera vista

porque lo que se encontr fue que la mujer slo apareca en dichos filmes para

complacer a los hombres sin que se retratara su propio placer, porque se insista en

fantasas sexuales masculinas y machistas, porque los estereotipos femeninos y

masculinos eran ofensivos y fantasiosos y porque se trataba de productos audiovisuales

muy pobres.

Sin embargo, que la inmensa mayora de la produccin pornogrfica fuera as, no la

llev a concluir que esas caractersticas fueran necesidades intrnsecas del porno, sino

que ha existido una ausencia de voces femeninas y que al incorporarlas un porno

diferente era posible. No slo posible, sino deseable, porque las mujeres, afirma Lust,

tambin queremos ver buen cine sexual explcito, haciendo uso de nuestro legtimo

derecho al placer de la sexualidad. Por ello insistir, captulo a captulo, en que La

pornografa en s no es mala, no obstante, s hay mucha pornografa mala (Lust, 2008,

p.37).

Ya Osborne adverta que el inters de muchas mujeres por la pornografa mereca

una re-lectura:

Que ciertas mujeres disfruten de la pornografa a pesar de ser hecha por hombres y para
hombres- no significa simplemente, como sus oponentes quieren darnos a entender, que

129
se acomoden al sexismo, sino que estn expresando su resistencia a una cultura que no ha
permitido tradicionalmente ningn placer a la mujer (Osborne, 1989, p.126)

Porno para mujeres se ofrece entonces como una gua por el universo del cine

adulto, que rescata intentos exitosos de produccin de una pornografa distinta, que no

representen solamente -como la mayora- la sexualidad masculina. Se trata de un libro

no acadmico, dirigido al pblico en general, pero en el que las ideas pro-pornografa

expuestas en el debate acadmico se materializan, aterrizan al mundo cotidiano,

entablando el tan necesario puente entre teora y prctica.

Lust se defiende de las crticas que le lanzan los productores de la industria porno,

quienes afirman que hacer cine para mujeres es discriminatorio, mostrando cmo lo que

ellos suelen ver como pornografa para todos, es slo pornografa para ellos, pornografa

masculina: lo que ocurre es que lo masculino es el estndar universal en este mundo

donde vivimos, por eso no entendis que hace falta otra perspectiva (Lust, 2008, p.18).

Afirmar un porno para mujeres significa, no excluir a los hombres de la audiencia,

sino avisar que est pensado para un pblico femenino, que las imgenes se centran en

el placer de las mujeres. Con esto, se hace nfasis, de paso, en que el otro porno exclua

dicha intencin.

Esta gua parte de la premisa segn la cual la pornografa cumple un papel educador

en quien la observa, premisa que sostienen tambin las abolicionistas, slo que, distinto

a ellas, sugiere que deben transformarse los mensajes que se movilizan en la

pornografa, en vez de eliminarla como discurso posible. Citando a Kate Millet,

concuerda con ella en que Hay algo muy til en la explicitacin que nos ofrece la

130
pornografa, nos puede ayudar a las mujeres a superar ideas patriarcales horribles como

la de que el sexo es pecado, y que el pecado en l es la mujer (Millet citada en Lust,

2008, p.36).

Sus palabras se dirigen a las mujeres, invitndolas a entrar en el mundo del porno.

Al respecto, afirma que Hay mujeres que dicen que no les gusta el porno y nunca en su

vida han visto ni una escena, por lo tanto su rechazo no es objetivo, es fruto de una

tradicin (p.37). Su posicin al respecto puede leerse como un eco de los anlisis de

Gail Pheterson y Dolores Juliano, al insistir en que las mujeres no suelen acercarse a la

pornografa (y quienes lo hacen suelen ocultarlo) por miedo a sufrir el estigma social

que conlleva para una mujer ser pornfila, y no tanto por el hecho de que en realidad no

le guste el porno. En el mismo sentido, Lust se queja de la dicotoma que impregna el

imaginario y divide a las mujeres en buenas y malas: todava siento que en muchos

mbitos de nuestra sociedad, si no eres santa y sumisa, si protestas, reivindicas, si

molestas y te revelas, te sealan indicando que eres conflictiva, que eres peligrosa

(Lust, 2008, p.46)

La autora es consciente de que siempre ha existido una relacin de amor odio

entre feminismo y pornografa (Lust, 2008, p.48). Del lado conflictivo de la relacin

identifica a Dworkin y MacKinnon, mientras que en una posicin opuesta habla de las

llamadas anticensura que evolucionaron hacia las pro sex. Ella misma se incluye

en estas ltimas, cuya premisa fundamental es que las mujeres son libres de usar su

cuerpo a su antojo y que promueven decididamente la libertad sexual. Para sostener esta

131
postura se apoya en las tesis que Wendy McElroy desarrolla en su libro XXX: A

womans rigth to pornography, quien afirma:

Histricamente, el feminismo y la pornografa han sido compaeros de viaje. Esta unin


era natural, quizs hasta inevitable. Al fin y al cabo, tanto el feminismo como la
pornografa se enfrentan al concepto de que el sexo est necesariamente conectado con el
matrimonio o la procreacin. Ambos ven a la mujer como un ser sexual que puede y debe
utilizar se sexualidad tambin por placer y satisfaccin. Adems, muchas de las
reivindicaciones feministas han sido planteadas alrededor de la sexualidad de la mujer:
matrimonio equitativo, lesbianismo, control de la natalidad, aborto, violencia de
gnero (McElroy citada en Lust, 2008, p.48)

Por lo anterior, Lust insiste en que su propuesta es la de un cine X feminista,

porque considera necesario que el feminismo impregne todas las reas de la expresin

cultural y artstica, incluida la pornografa. De lo contrario, si el feminismo no permea

la pornografa, el porno seguir expresando solamente lo que piensan los hombres sobre

el sexo: si dejamos que lo hagan todo los hombres, seguiremos siempre representadas

en el porno como su fantasa masculina nos ve: putas, lolitas, ninfmanas (Lust, 2008,

p.49)

Los clichs del cine pornogrfico tradicional sealados por Lust, que lo hacen poco

realista y predecible, incluyen: sexo oral de ellas hacia ellos (y muy poco a la inversa),

mujeres siempre dispuestas a encuentros sexuales (enfermeras, profesoras, alumnas,

etc.), medias de malla y zapatos de tacn insufrible, locaciones exuberantes (castillos,

helicpteros, carros lujosos, etc.), personajes prototpicos (ellas, rubias ninfmanas;

ellos mafiosos o traficantes). En estas pelculas los hombres siempre estn bien dotados,

nunca fallan una ereccin y sus eyaculaciones siempre son exageradamente abundantes.

Por su parte, las mujeres siempre tienen senos grandes y nunca la regla, aunque sean

jvenes y atractivas les gusta tener sexo con hombres de mediana edad, gordos y feos, y

132
gritan desmesuradamente durante los encuentros. Adems, la fotografa, la msica y los

decorados (la calidad audiovisual en general) son de bajsima calidad.

En oposicin a eso, Lust desvirta el mito segn el cual las mujeres son menos

visuales que los hombres, para afirmar que nosotras tambin queremos ver sexo

explcito (y no slo romances a los Danielle Steele), pero sexo explcito sin

connotaciones machistas. Su propuesta en este sentido (qu queremos ver las mujeres?)

rompe muchas de las reglas heteronormativas, entre ellas: la misoginia, la homofobia, la

interpretacin del deseo femenino en clave masculina, la persecucin a las disidencias,

la defensa del matrimonio o pareja estable, la centralidad del coito y el modelo de

sexualidad vainilla35.

En cuanto a los personajes defiende la aparicin de caracterizaciones de mujeres

crebles y no slo de aquellas que pertenecen al imaginario colectivo masculino

(prostitutas, babysitters, colegialas, enfermeras, etc.). Personajes femeninos en los que

las mujeres reales podamos vernos reflejadas y cuyo placer no aparezca invisibilizado o

puesto al servicio del placer masculino.

Por su parte, los personajes masculinos deberan ser hombres modernos, que

respeten a las mujeres:

() el hroe habitual en el mundo de la pornografa el hombre macho, machista,


superfollador, con superpolla- como Rocco Siffredi o Nacho Vidal, no nos vuelve locas.
Han triunfado en el mundo del porno porque otros hombres menos musculados y menos
dotados que ellos se excitan vindolos en proezas tipo Nacho desvirga culos en Praga o
Rocco y veintitrs adolescentes calientes (Lust, 2008, p.40)

35
Trmino acuado para nombrar el modelo de la sexualidad suave, tradicional, despreciando otro tipo
de deseos como el BDSM (Bondage - Dominacin - Sadismo - Masoquismo)

133
Tambin es fundamental que las relaciones entre hombres y mujeres no reproduzcan

el modelo mujer dbil e ingenua / hombre protector y avezado. De ningn modo habra

que consentir en el mito de que toda mujer, en el fondo, desea ser violada: siempre

debe quedar muy claro en las escenas que los personajes mantienen relaciones

consentidas, puesto que la idea de que en una violacin la vctima desea ser victimizada

es una clara marca de sexismo.

El Porno para mujeres que Lust propone debera incluir tambin escenas

homoerticas entre hombres:

En las pelculas porno siempre hay una escena entre dos chicas, pero cuando yo puse una
escena entre dos chicos en Cinco historias para ellas, me miraron como si estuviera loca.
Los hombres pueden excitarse con sexo lsbico pero les parece horrible que nosotras
queramos ver sexo gay (Lust, 2008, p.41)

Adems, las escenas lsbicas deberan tambin cobrar un poco de realismo: no todas

las mujeres lesbianas son altas, delgadas, guapas, con melena y uas largas (Lust,

2008, p.29)

Entre las autoras de porno para mujeres destaca tambin la figura de Rut Ruso,

realizadora, guionista y escritora, que dirige la productora Volando Vengo, radicada en

Madrid. Esta productora se presenta a s misma como especializada en crear medios

audio-visuales encargados en despertar la inteligencia emocional del espectador

(Volando Vengo, s.f). Las obras flmicas de Ruso se distinguen por su exploracin

sobre el deseo y la sexualidad de la mujer, siempre desde un punto de vista poltico y

pedaggico. Con esta mirada, esta artista cre el proyecto de investigacin y sello de

134
creacin "mycookingfilms: cine explcito para mujeres", a travs del cual se pretende

deconstruir y recuperar de la clandestinidad el gnero pornogrfico, haciendo un porno

en el que las mujeres puedan desarrollarse no slo como pblico espectador, sino como

protagonistas activas de su propia sexualidad (Rut Ruso, 2008).

En general, si bien las propuestas de porno para mujeres abren la posibilidad de un

cine pornogrfico alternativo, en respuesta a la hegemona que han tenido los hombres

en este campo, las mismas rayan, no obstante, con el esencialismo.

Erika Lust, por ejemplo, pese afirmar que es difcil generalizar acerca de los gustos

de la mitad de la poblacin mundial; las mujeres no podemos ser una sola y monoltica

categora de personas (Lust, 2008, p.38) en posteriores afirmaciones parece subrayar

una diferencia esencial entre hombres y mujeres, en virtud de la cual las segundas

estaran en capacidad de producir pelculas pornogrficas como las que la autora

propone. Hablando, por ejemplo, de la calidad esttica que reclama en el porno, dir que

todo lo femenino tiende a tener ms estilo y diseo que lo masculino, desde tiempos

inmemoriales. Y con el porno ha de suceder lo mismo; nosotras lo haremos ms bonito

(Lust, 2008, p.44). Respecto de la necesidad de un mayor nmero de productoras y

guionistas, su argumento es que esto se requiere para que las pelculas pornogrficas

tengan nuestra sensibilidad (Lust, 2008, p.45). Esto nos deja frente a la clara

distincin de sensibilidad masculina, por un lado, y sensibilidad femenina, por otro,

es decir, nuevamente una dicotoma esencial.

135
Por otra parte, la defensa de un porno para mujeres, descansa sobre otra tesis en

comn con la campaa antipornografa, esto es, la idea segn la cual el porno es un

manual de sexualidad. Como examinamos en su momento, no se ha demostrado que ver

pornografa afecte los comportamientos del espectador y lo conduzca a incrementar su

violencia contra las mujeres. En el mismo sentido, tambin podramos demandar

pruebas de que un porno de contenido no sexista surta efectos positivos en las

relaciones hombre mujer.

d. Pos Porno

Las propuestas contemporneas de pos porno son algo distinto al simple porno

para mujeres. Si bien coinciden con ste en que el porno convencional est hecho por

hombres y para hombres (uno de sus lemas es si no te gusta el porno, hazlo t

mismo), se aparta de la idea de una sensibilidad femenina, que deseara una historia

con argumento, que incluyera el romance y caricias llenas de ternura (hay postporno

hardcore, gore, sadomasoquista, etc.). Slvia Marimon afirma en su artculo

Postpornografia de la A a la Z, que el postporno es sobre todo plural, y quiere ser todo

aquello que la industria tradicional pornogrfica ignora (Marimon, s.f.).

El movimiento pos porno se alza como alternativa al feminismo estatal, afirmando

que el Estado no puede protegernos de la pornografa, ante todo porque la

descodificacin de la representacin es siempre un trabajo semitico abierto del que no

hay que prevenirse sino al que hay que atacarse con reflexin, discurso crtico y accin

136
poltica (Preciado, 2007). Las actuales propuestas pos porno encaran, justamente, esa

tarea de deconstruccin de la imagen pornogrfica, creando una esttica feminista

hecha de un trfico de signos y artefactos culturales y de la resignificacin crtica de

cdigos normativos que el feminismo tradicional consideraba como impropios de la

feminidad (Preciado, 2007).

Durante la maratn posporno que organiz el Museo de Arte Contemporneo de

Barcelona MACBA en 2004, Annie Sprinkle declaraba:

Posporno es material sexual explcito, que no es necesariamente ertico, suele ser ms


irnico, ms poltico, ms experimental, ms espiritual, ms feminista, ms alternativo,
ms intelectual que el porno. El posporno tambin est hecho para excitar, pero no
nicamente a los hombres, y tambin est hecho para pensar, experimentar, dialogar
(Sprinkle, citada en Ziga, 2009, p.162)

Annie Sprinkle es la imagen emblemtica del posporno, nuestra Mamma posporno,

nuestra perra Alfa como le llama Itziar Ziga. Segn Sprinkle, en resumen, creo que la

gente tiene derecho a comprar, vender y hacer pornografa; y mucha gente quiere

eliminar ese derecho. Para mejor o para peor, quiero seguir expresndome en imgenes

pornogrficas y ganarme la vida haciendo algo para lo que soy buena y que a la gente le

gusta (Sprinkle citada en Pheterson, 1989, p.223)

Tal como recoge Gail Pheterson en su libro Nosotras, Las Putas (1989) que

constituye un acta del II Congreso Mundial de Putas realizado en el Parlamento

Europeo en Bruselas (octubre de 1986), Annie Sprinkle se presentaba a s misma en

aquella ocasin declarando que haba hecho unas cien pelculas porno de larga duracin,

otras cincuenta de ocho milmetros y que haba trabajado como modelo desnuda para

casi todas las revistas para hombres de Estados Unidos. Tambin he sido prostituta

137
durante nueve aos, casi siempre en salones de masaje y aade: Personalmente

encuentro que hacer pornografa es mucho ms divertido y creativo que ser prostituta.

Nunca fue obligada y siempre cont con buena suerte en sus negocios, gracias a los

cuales ha ganado mucho dinero: Fui la puta feliz, la porngrafa feliz, ya sabis

(Sprinkle citada en Pheterson, 1989, p.222).

En su intervencin en tal Congreso, Sprinkle afirm que para cada uno de los

argumentos en contra de la pornografa hay tambin un aspecto positivo. Por ejemplo:

probablemente la pornografa confunda a la gente acerca de la sexualidad, pero

tambin probablemente resuelve los problemas sexuales de otras personas (Sprinkle

citada en Pheterson, 1989, p.222). Si bien existe una cantidad de pornografa realmente

horrible -afirma- tambin he hecho cosas de las que estoy orgullosa, que me gustan

realmente y que encuentro muy creativas (Sprinkle citada en Pheterson, 1989, p.223).

Frente a todo la pornografa misgina y sexista que abunda, la propuesta de Sprinkle es

siempre la misma: si no os gusta la pornografa que existe, cread vuestro propio porno

(Sprinkle citada en Ziga, 2009, p.162)

Es clebre su performance titulado The Public Cervix Announcement, en el que

Sprinkle invita al pblico asistente a examinar su vagina a travs de un espculo

ginecolgico. Ziga describe as aquellas ya mticas- imgenes:

Annie, maquillada, escotada y divina como siempre sonre con su habitual dulzura. Y las
espectadoras de todo gnero- le dicen: gracias, es muy bonito. Esa sonrisa de la puta que
controla la situacin, de la actriz porno que dice queris mi coo, pues os lo voy a
ensear hasta el fondo, es el paradigma de lo que yo pienso que suponemos las perras
sin collar en este mundo heteronormativo (Ziga, 2009, p.161)

138
Segn la periodista y crtica de arte Mery Cuesta, el discurso pos-pornogrfico que

propone Sprinkle rechaza la representacin clsica del sexo tal y como ha sido

impuesta por la pornografa convencional () y se centra en crear representaciones de

la sexualidad alternativas que conllevan una politizacin de la mirada pornogrfica

(Cuesta citada en Costa, 2006, p.153).

Si bien en su revisin periodstica de la produccin X espaola, Jordi Costa seala

que quiz a la pornografa espaola an le falte recibir, con los brazos abiertos, a su

propia Annie Sprinkle (Costa, 2006, p.154), la semilla de Sprinkle ha encontrado tierra

frtil en territorio espaol: las Girls Who Like Porno, los trabajos independientes de

Mara Llopis y de la Pornoterrorista, son ejemplos de ello.

e. Pos porno en Espaa

Una de las pioneras y ms activas representantes pos porno en Espaa es Mara

Llopis36, quien cre y dirigi junto con Agueda Baon- la iniciativa Girls Who Like

Porno GHLP. Este proyecto surgi en Barcelona en 2002 con la intencin de ofrecer

una visin del porno y de la sexualidad propia, cuestionando y subvirtiendo la

construccin de identidades, de fantasas y de sexualidades y reivindicando la creacin

de otra pornografa (Girls who, s.f.).


36
Mara Llopis (Valencia, 1975) es graduada en Bellas Artes en la Universidad de Valencia con un
Master en Animacin Audiovisual en la Universidad Autnoma de Barcelona. Ha impartido talleres sobre
pornografa y feminismo en Hangar (Centro de Produccin de Arte de Barcelona), el
PornFilmFestivalBerlin, Arteleku (Centro de Arte de San Sebastian) o el City of Women Festival en
Ljubljana, entre otros. Ha ofrecido conferencias y proyecciones de video sobre postporno en el Centro de
Arte de Stocolmo KKH, en Pinched (Sex, Love and Counter Cultures Festival) en Amsterdam, el
PostPornPolitics Symposium en Berlin o en el Centro de Arte Santa Mnica en Barcelona.

139
LLopis y Baon sostienen que la multiplicidad de nuestros deseos no puede

categorizarse (Girls who, s.f.), por lo cual no se nombran a s mismas como

lesbianas, heterosexuales o bisexuales. Tampoco creen que tenga sentido teorizar sobre

si existen o no diferencias entre hombres y mujeres porque quizs sencillamente no

existan hombres y mujeres, y el concepto de gnero sea una construccin popular bien

montada que tiende a desaparecer (Girls who, s.f.). Las GWLP consideran que la

sociedad sufre una hipersexualizacin que esconde en realidad mucha precariedad

sexual:

Por muy liberales que seamos, por mucho que follemos, esa no es la solucin.
Necesitamos otra manera de entender el sexo que supere el mito, el tab, el tedio, la
heteronormalidad, el euro rosa y la genitalizacin, no slo de nuestras relaciones sexuales
sino tambin de nuestras identidades (Girls who, s.f.).

Por lo mismo, afirman en su presentacin que no creen en la feminidad, ni mucho

menos en la pertinencia de un porno para mujeres, justamente porque esa etiqueta se

est usando para hablar de un porno lleno de feminidad, es decir, msica romntica,

polvos suaves, cariosos y heterosexuales (Girls who, s.f.). Por el contrario, creen

en la teora queer feminista post pornogrfica como sus abuelas en el padre nuestro

(Girls who, s.f.).

Para cumplir su objetivo GHPL produjo entre 2003 y 2007 (periodo en que

permaneci activo el proyecto) una serie de videos y shows audiovisuales, entre los que

destacan El streptease de mi abuela, La Bestia o Porno Terror. Adems realizaron

varios talleres con el objetivo de reflexionar sobre la pornografa desde un

140
posicionamiento feminista y fomentar la creacin de material sexualmente explcito

pero subversivo.

Entre las cuestiones que tematizaban en sus talleres se encuentra la de cmo

transformar el cuerpo de los hombres en objetos de deseo, pues hasta el momento slo

el de las mujeres lo ha sido: El cuerpo del hombre es de hecho una amenaza ms que

un objeto de deseo en una sociedad en la que la violacin y los abusos sexuales estn a

la orden del da (Girls who, s.f.). Incluso se cuestiona si esta inversin debera o no

estar entre los objetivos del porno subversivo que proponen, ya que hacerlo podra caer

en una poltica reformista hacer con ellos lo que han hecho con nosotras. Por eso se

preguntan: Cundo filman las mujeres a los hombres? Hay un lugar para la

objetivizacin del cuerpo del hombre fuera de la iconografa porno gay? () no tienen

la misma necesidad los hombres de subvertir la imagen que ha creado de su sexualidad

la misma industria? (Girls who, s.f.).

La evidencia histrica de la cual parten estas autoras es que el papel que han jugado

las mujeres en la pornografa siempre ha estado delante de la cmara, por lo cual se

proponen ubicarse tambin detrs de ella (sin dejar de estar delante): Queremos hacer

porno. Y no slo eso: queremos subvertir la imagen de nuestra sexualidad que ha sido

construida por la industria pornogrfica (Girls who, s.f.).

Las GWLP entienden que si bien la prostitucin es un oficio muy antiguo, la

pornografa como empresa meditica existe desde hace relativamente poco tiempo y con

rapidez ha pasado de la fotografa a la cinematografa, luego al video casero y

141
finalmente al boom de internet. En medio de esa industria tan potente y tan machista,

LLopis y Baon se reclaman herederas del pos porno de Annie Sprinkle, en tanto el

fin de sus trabajos no es el de excitar sexualmente como lo hace la pornografa

tradicional (aunque lo haga de todas formas):

Su fin es el de subvertir la posicin de mujer de pasividad y subyugacin al hombre y


mostrar una sexualidad fuerte e incluso agresiva. El mensaje se transforma en un mensaje
poltico radical feminista. Ellas se muestran. No son los hombres los que les dicen como
tienen que abrir las piernas. Yo las abro cuando quiero, si quiero. (Girls who, s.f.).

En su GWLP Manifesto 2004, LLopis y Baon sostienen que as como el discurso

que sostena la inferioridad intelectual de las mujeres ha pasado de moda y nadie

sensato se atrevera actualmente a sostenerlo, tal vez tambin llegue el da en que no

tenga sentido hablar de girlswholikeporno, porque tal vez ya no existan girls ni boys, y

el porno como manifestacin del sexo sea tan diferente como somos las personas

(Girls who, s.f.). Entre tanto, insisten en acercar ese momento haciendo su propia

pornografa:

Reivindicamos el placer de generar y consumir porno. Y tanto ms si es pornografa


hecha por nosotras mismas, construida por sus actores y actrices, que no niegue ningn
cuerpo, ninguna prctica que surja de un consenso, que visibilice la sabrosa realidad de
las personas seropositivas que seguimos vivas y follando y que genere nuevos referentes
visuales que inspiren a unos y derroten a otros. Un porno que consiga empoderarnos,
superar las risitas de instituto, el chiste fcil o el insulto y se atreva a hablar del sexo y de
nuestras sexualidades, desde una posicin de poder para las que tradicionalmente no la
hemos tenido. Y sin olvidar nunca el sentido del humor (Girls who, s.f.).

Otra de las caras del pos porno en Espaa es la de la Pornoterrorista, Diana J.

Torres, quien en su Manifiesto Pornoterrorista, afirma que su intencin es alejarse de la

insensibilidad que promulgan los medios de comunicacin y atraer la mirada hacia los

cuerpos disidentes de las normas de gnero, cuerpos cuyas prcticas sexuales y

sensibilidad no encajan en la estructura social y son tachados como el enemigo:

142
Eso es lo que somos, EL ENEMIGO. Y como tal tenemos que comportarnos. Mi trabajo
es un intento de asumir a travs del arte ese papel que la sociedad nos asigna y que no
slo no hemos de despreciar sino que ha de enorgullecernos. Somos monstruxs, slo nos
falta ser tambin peligrosxs, hacer que se tambalee, aunque sea slo un poquito, el pilar
de sus creencias ms firmes (Torres, s.f)

Segn Torres, quien se cataloga a s misma como artista, poeta y terrorista, sus

acciones pretenden llamar la atencin sobre los prejuicios sexuales y de gnero, ser un

arma que impacte: Quizs de esto se trate el terrorismo que practico: cuando te estalla

una granada en las manos, de seguro salpicars a todxs por igual (Torres, s.f). El que es

tildado como enemigo debe ejercer el terrorismo para resistir a su tipificacin como

enfermo mental o sujeto marginal, que es lo que espera a quienes no se cien a los

patrones normalizados de lo que es el sexo y la pornografa:

A travs del terror que puede causar un cuerpo no normativo, un acto sexual no
normativo o una conducta sexual depravada en una sociedad mayoritariamente sujeta
estrictamente a las normas, pretendo originar tambin una reaccin en aquellxs que nos
censuran, que nos tienen por enfermaxs, por delincuentes, por hijxs del mal (Torres, s.f)

La pornoterrorista ejerce su activismo a travs de distintas acciones ldicas, entre

ellas, el proyecto Perrxs Horizontales, el cual dirige desde su pgina web y que

consiste en la oferta de servicios sexuales (los de ella y los de otras personas que

participan del proyecto). La convocatoria permanece permanentemente abierta a otros

que quieran unirse bajo una condicin fundamental: es imprescindible que seas una

perra (esto incluye cualquier tipo de gnero), que te guste follar y pasrtelo bien y que la

prostitucin no suponga para ti ningn tipo de dilema o conflicto moral (no queremos

perrxs arrepentidxs a ltima hora) (Torres, s.f). Adems, la pornoterrorista participa de

mltiples escenarios artsticos con sus performances:

143
El show Pornoterrorismo consiste bsicamente en un recital de pornopoesa y poesa,
combinado con vdeo y con determinadas acciones (generalmente relacionadas o con el
porno o con el terror y lo gore). La idea es que el pblico escuche lo que digo, vea lo que
proyecto en el vdeo y lo que hago y SIENTA. Tambin es importante que el pblico
participe, yo pido su colaboracin (para zurrarme, penetrarme, tocarme, fistearme y
dems guarradas) en varias ocasiones durante la performance (Torres, s.f)

144
VI. Conclusiones

La pornografa, en tanto fenmeno cultural, es susceptible de distintas y a veces

contradictorias- miradas. Dichas miradas se han construido tanto desde la industria

pornogrfica como agente productor, como desde disciplinas que convierten tales

productos en su objeto de estudio, ya sea desde las artes, las humanidades o las ciencias

sociales.

La teora feminista ha cruzado su mirada a la pornografa como fenmeno cultural

con la perspectiva de gnero, construyendo una crtica particular que est lejos de ser

uniforme y toma mejor el carcter de un debate.

Dicho debate se enmarca en uno ms amplio que ha sido descrito por algunas

autoras como la tensin placer peligro que subyace a la sexualidad femenina. Sus

orgenes ms claros tienen lugar en Estados Unidos a finales de los setenta y comienzos

de los ochenta del siglo XX, favorecido por el carcter de fenmeno de masas que cobra

all la pornografa, y las primeras respuestas explcitamente abolicionistas a las que se

ve enfrentada.

Dentro del feminismo estadounidense, surge por aquel entonces una fraccin

importante que se manifiesta en contra de la pornografa, a la que define como violencia

contra las mujeres en s misma. Andrea Dworkin, Catharine MacKinnon, Kathleen

Barry, Susan Brownmiller y Robin Morgan, apoyadas en ideas de Carole Pateman,

destacan entre las principales antiporngrafas estadounidenses.

145
A la par, y como respuesta a la campaa abolicionista de dichas antiporngrafas

(aliadas con la extrema derecha), otro grueso sector feminista se unir con

organizaciones a favor de las libertades civiles para sealar los riesgos de las posturas

antipornografa, desvirtuando la pretendida conexin entre pornografa y violencia

contra las mujeres. Entre las principales exponentes de la postura pro-sex destacan

Gayle Rubin, Carole Vance, Ellen Carol DuBois, Linda Gordon y Alice Echols.

En Espaa, por su parte, el debate feminista en torno a la pornografa ha tenido un

desarrollo distinto. En la dcada de los setenta, cuando surge el debate acalorado en

Estados Unidos, la pornografa slo comienza a entrar en Espaa, as que habr que

esperar hasta comienzos de los noventa, cuando la pornografa se consolide como

fenmeno de masas tambin en la pennsula, para que sea tematizada por las feministas

locales.

Para entonces, se cuenta ya con una amplia produccin de las feministas

estadounidenses (tanto de las antiporngrafas como de las feministas pro-sex) y sern

sus anlisis el punto de partida del debate en Espaa. El primero en manifestarse ser el

sector ms cercano a las ideas pro-sex, encabezado por autoras como Raquel Osborne y

Dolores Juliano. Sin embargo, como ha quedado expuesto, en Espaa el nfasis fue

puesto en el otro gran tema de la tensin placer peligro: la prostitucin. Autoras como

Lidia Falcn y las activistas del Partido Feminista lideraran un movimiento por la

abolicin de la prostitucin, a la cual consideran como en su momento lo hicieron

146
Dworkin y compaa con la pornografa- la forma por excelencia de violencia contra las

mujeres.

La oposicin a la pornografa queda as desdibujada en el debate espaol y son muy

escasas las fuentes que se refieren a ella de manera independiente. Como anticip en la

introduccin, esta ausencia puede deberse a la importancia central que ocupan las

libertades sexuales en el contexto posfranquista, en el que resultara inviable sostener

posturas que contradigan el libre desarrollo de la identidad, opcin y conductas

sexuales.

Por lo anterior, el terreno en Espaa fue frtil al desarrollo de lo que hoy se conoce

como Porno Feminismo, un feminismo ms ldico, artstico y transcultural, que a su

vez tiene varias caras. Una de ellas, sostiene que es susceptible hacer una crtica cultural

a la pornografa sin caer en campaas abolicionistas y apuesta por nuevas pornografas,

concretamente por la produccin de un porno para mujeres que elimine los sesgos

androcntricos del discurso pornogrfico. Otras iniciativas, por su parte, denuncian el

esencialismo que subyace al porno para mujeres y proponen la construccin de un

discurso crtico sobre la sexualidad, que cite el lenguaje pornogrfico no con un fin

masturbatorio, sino con la intencin de deconstruirlo y poner en evidencia las

desigualdades que alimenta.

Subyace en las posturas porno feministas las ideas de autoras como Beatriz

Preciado, segn las cuales el porno es una fuente de poder central en el rgimen

capitalista contemporneo. Por lo anterior, la comprensin cabal de nuestra realidad

147
social exige un anlisis sexo-poltico que pasa necesariamente por el fenmeno

pornogrfico. Las expresiones Porno Feministas que aparecen en Espaa, se inspiran

tambin en buena medida y aqu la tuerca vuelve a girar- de aportes estadounidenses

de otro sector que en su momento se opuso a la campaa antipornografa, no desde el

mbito del feminismo acadmico, sino desde la propia realidad de las mujeres del porno

y la prostitucin, entre quienes destaca la figura de Annie Sprinkle.

Si bien el debate est lejos de zanjarse, los aportes recientes brindan nuevos

elementos, nuevos marcos tericos desde los cules examinar el fenmeno, tomar

posicin y actuar.

148
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