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Prehistoria, Protohistoria y Arte Rupestre


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JOSÉ IGNACIO ROYO GUILLÉN

Introducción
Si hay algo que puede definir a este territorio de las es-
tribaciones orientales del sistema Ibérico es su carácter
agreste y fronterizo. Su complicada orografía, horadada
por profundos tajos provocados por la red fluvial, permite
la presencia de cañones o desfiladeros donde todavía se
conserva una rica muestra del ecosistema mediterráneo,
en especial en lo referido a la fauna y flora. Por otra parte,
su ubicación geográfi-
ca, junto al extremo
norte de la provincia
de Castellón, le ha conferido tradicionalmente su
condición de frontera entre el altiplano turolense
y los valles abiertos al Mediterráneo. Este duro
paisaje, en el que las comunicaciones siempre
han sido dificultosas, es el soporte que los pri-
meros pobladores de estas tierras debieron do-
minar o acomodar para su explotación, adap-
tando en todo momento sus modos de vida a las
duras condiciones que esta comarca represen-
taría para sus primeros habitantes.

Pero estas mismas dificultades del territorio, fren-


te a las tremendas transformaciones físicas ex-
perimentadas por otras comarcas aragonesas a
causa del desarrollo agrícola o industrial, han
propiciado que en esta zona se hayan ralenti-
zado o minimizado dichas alteraciones, permi-
tiendo la conservación del paisaje y en conse-
cuencia, del rico patrimonio arqueológico de la
zona, a pesar del desconocimiento científico casi Vista general del abrigo del Arenal
absoluto de la mayor parte de la superficie ocu- de la Fonseca

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pada por la comarca. De las quince poblaciones que componen la Comarca del
Maestrazgo, hay siete, Allepuz, Cañada de Benatanduz, La Cuba, Pitarque, Tron-
chón, Villarluengo y Villarroya de los Pinares, de las que no conocemos ni un solo
resto de época prehistórica o protohistórica, a pesar de la riqueza de yacimientos
existente en aquellas localidades donde la investigación arqueológica ha concen-
trado sus trabajos. Este es el caso de Cantavieja, Castellote, La Iglesuela del Cid y
en especial Molinos, en cuyo término municipal se han localizado cerca de un cen-
tenar de yacimientos arqueológicos.

El conocimiento de la riqueza arqueológica de esta comarca es muy reciente. Hasta


mediados del siglo XX no se darán a conocer al ámbito científico los primeros ya-
cimientos de la misma, de la mano del profesor Ripio, el cual dará a conocer a co-
mienzos de la década de 1960, parte del conjunto parietal localizado entre Santo-
lea y Ladruñán, en el actual término municipal de Castellote. No será hasta la década
de 1980, cuando una serie de jóvenes investigadores fijen su atención en esta zona
y concentren en ella algunos trabajos de prospección y las primeras excavaciones
en abrigos y cuevas de la comarca, como en el caso de F. Arasa, con sus pros-
pecciones por todo el reborde oriental de la zona, o el de A. Martín y G. Ruiz Za-
patero, con su estudio sobre la metalurgia de algunos poblados de la Edad del Hie-
rro. No obstante, los trabajos más importantes de esta etapa van a ser los realizados
por P. Utrilla y A. Álvarez con las excavaciones realizadas en la Cueva de los Toros
de Cantavieja y sobre todo el descubrimiento y posterior excavación del abrigo del
Arenal de la Fonseca, donde A. Sebastián realizará varias campañas de excavación.

Excavaciones en el Arenal de la Fonseca

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Durante la década de 1990 se realizarán esporádicos trabajos sobre el arte rupes-


tre, en especial en lo relativo a sus grabados al aire libre, destacando el hallazgo
y publicación de los grabados del Barranco Hondo de Castellote, a cargo de A. Se-
bastián, o los hallazgos de nuevos conjuntos de grabados en Cantavieja, llevada a
cabo por N. Mesado y J.L.Viciano. Junto a dichas investigaciones, hay que desta-
car los proyectos dirigidos por F. Burillo, uno de los cuales encaminado a la ela-
boración de la Carta Arqueológica de Aragón y el más importante para la comar-
ca, el estudio arqueológico del término municipal de Molinos, donde se localizarán
una buena nómina de yacimientos prehistóricos y protohistóricos, excavándose en
algunos de los más representativos.

Pero será en los últimos años del siglo XX y primeros del XXI cuando las investi-
gaciones en la zona recibirán un notable impulso. A cargo de P. Utrilla se retomarán
las excavaciones en el abrigo del Are-
nal de la Fonseca y otros abrigos de
los alrededores, con resultados de
enorme importancia para el estudio
de los primeros pobladores de la co-
marca. También se procederá a la re-
visión de otros abrigos con represen-
taciones rupestres, en especial los
conjuntos de La Vacada, llevada a
cabo por M. Martínez-Bea, o del Ba-
rranco Hondo, en este caso dirigido
por P. Utrilla y V. Villaverde. Por nues-
tra parte, diversos trabajos de docu-
mentación y protección del patrimo-
Cuadrúpedo del abrigo de La Vacada, en Castellote
nio rupestre de la zona, nos han
permitido dar a conocer algunos
conjuntos de gran interés, como las pinturas protohistóricas de Las Rozas I o la lo-
calización de paneles pintados inéditos con contextos arqueológicos asociados,
como es el caso del Arenal de la Fonseca, donde se han realizado dichos hallaz-
gos durante el proceso de protección física del yacimiento, durante el año 2003.

A pesar de la nómina de investigadores citada, la investigación arqueológica en esta


comarca adolece sobre todo de continuidad, a pesar de la concentración de tra-
bajos en las épocas más antiguas, en especial de su arte rupestre y de sus restos
prehistóricos. Son muy pocos los que de forma continuada han realizado trabajos
en la zona, en especial en cuanto a excavaciones arqueológicas sistemáticas se re-
fiere. Por esta razón y por el desconocimiento total de grandes áreas de terreno,
sobre todo en lo que se refiere a la parte central y meridional de la comarca, los
datos que contamos en la actualidad están incompletos y sólo conocemos con cier-
ta profundidad algunas zonas muy concretas, de las que siempre es muy compli-
cado extrapolar datos a otras más o menos cercanas.

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La explotación del territorio durante el paleolítico y epipaleolítico

Los restos arqueológicos


A tenor de los datos conocidos en áreas próximas, sabemos que ya desde el Pa-
leolítico Inferior algunos grupos de cazadores-recolectores recorrían estas tierras.
No obstante, la documentación más fiable obtenida a partir de finales del siglo XX,
demuestra la presencia ya continuada de pequeños grupos de cazadores nean-
dertales durante el Paleolítico Medio (60.000/40.000 a. C.). De estos momentos con-
tamos con las excavaciones realizadas en la Cueva de los Toros de Cantavieja y en
el Abrigo Ahumado del Pudial en Ladruñán (Castellote). En el primer yacimiento
consistía en un hábitat o campamento de cazadores ubicado en un abrigo profundo
de grandes dimensiones, en un ambiente climático relativamente frío en el que la
fauna dominante sería el caballo, cabra, corzo, ciervo y sarrio. El material lítico re-
cuperado es plenamente característico de las industrias musterienses de la cuen-
ca media del Ebro. Entre el instrumental de sílex destaca la presencia mayoritaria
de raederas, puntas levallois y lascas retocadas. De similares características sería el
segundo yacimiento, en el que la industria musteriense localizada, en la que pre-
domina la presencia de raederas, confirmaría la ocupación neandertal de la cuen-
ca media-alta del río Guadalope durante el Paleolítico Medio, posiblemente entre
el 50.000 y el 35.000 a. C., ocupación posibilitada en gran medida por las favora-
bles condiciones medioambientales.

Por lo que respecta a los restos de ocupación humana durante el Paleolítico Su-
perior, gracias a los recientes trabajos llevados a cabo por el equipo de P. Utrilla
en los alrededores del embalse de Santolea, conocemos la primera ocupación de
cazadores cromañones conocida en Aragón, fechada en los inicios del Paleolítico
Superior, con una industria característica del Gravetiense (a partir del 25.000 a. C.).
Las excavaciones realizadas en el Abrigo del Arenal de la Fonseca, han permitido
documentar un nivel de ocupación con industrias líticas de dicho momento, con
continuidad en el Magdaleniense
Final (12.000-10.000 a. C.), lo que per-
mite plantear la posible presencia de
una ocupación paralela en la Cueva
de los Toros y retomar también el ha-
llazgo de la mandíbula de la Cueva de
las Graderas de Molinos, clasificada
en un primer momento como perte-
neciente a un Cromañón, posterior-
mente fechada como Eneolítica y que
a la luz de los últimos descubrimien-
tos, habrá que reconsiderar como un
posible resto humano de la más que
Arquero levantino del abrigo del Arenal de la segura ocupación durante el Paleolí-
Fonseca tico Superior en la zona.

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Tras el profundo cambio climático del final del Paleolítico Superior, los modos de
vida de las pequeñas bandadas de cazadores-recolectores, no sólo no sucumbie-
ron, sino que al menos durante tres o cuatro milenios (entre el 9.000 y el 5.000 a.
C.) se mantuvieron y prosperaron en la zona, sostenidos gracias a un ecosistema
que permitió el mantenimiento de la actividad depredadora de estos grupos hu-
manos. Los hallazgos de niveles de ocupación epipaleolíticos en el Arenal de la
Fonseca y en el cercano Abrigo de Angel 2, junto a la localidad de Ladruñán, o
en la Cueva de los Toros de Cantavieja, así parecen demostrarlo.

¿Las primeras muestras de arte rupestre al aire libre?

Aunque todavía no seamos capaces de fechar de forma absoluta las primeras ma-
nifestaciones gráficas parietales presentes en la comarca del Maestrazgo, lo cierto
es que muy probablemente sea en un ambiente cultural y económico de fuerte tra-
dición epipaleolítica y como una muestra más de su identidad territorial, cuando
se documentan las primeras representaciones pintadas del llamado arte levantino,
que debemos situar en esta comarca a partir del sexto milenio a. C.

Hasta la fecha sólo conocemos los abrigos pintados levantinos localizados en el


término municipal de Castellote: Abrigo de la Vacada, Abrigo de los Arqueros, Abri-
go del Torico del Pudial, Friso Abierto del Pudial y Abrigo del Arenal de la Fonse-
ca, a los que hay que añadir el excepcional hallazgo de algo único en el arte ru-
pestre del Arco Mediterráneo: los grabados levantinos del Barranco Hondo,
recientemente reestudiados.

En todos los casos estudiados hasta el momento, las representaciones pintadas o


grabadas son fieles exponentes de la sociedad que las realiza. En ellas predomi-
nan los temas figurativos y naturalistas en diversas tonalidades de rojo, en los que
aparecen escenas de caza con arqueros persiguiendo, acechando o dando caza a
bóvidos, jabalíes, ciervos o cabras, como fauna predominante en estos abrigos pin-
tados. Las diferentes figuras pintadas pueden aparecer aisladas, por parejas o for-
mando escenas, pero en la mayoría de
las ocasiones con la figura humana
como elemento primordial de todos
los paneles decorados. Estas manifes-
taciones parietales se ubican en pare-
des más o menos lisas de abrigos de
pequeño y mediano tamaño localiza-
dos cerca de las riberas de los ríos o
barrancos adyacentes, casi siempre en
lugares de fácil acceso, salvo en algún
caso concreto, como en El Torico del
Pudial, donde su localización en un
lugar casi inaccesible plantea una fun-
cionalidad ciertamente distinta del Toro levantino del abrigo del Torico del Pudial

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resto de abrigos cercanos. Los abrigos pintados o grabados levantinos también pue-
den situarse en la confluencia de caminos o barrancos, coincidiendo en muchos
casos con lugares desde los que se puede controlar el paso de la fauna objeto de
caza.

Hoy por hoy todavía quedan muchas lagunas en lo referente a la cronología del
arte levantino y si éste es de origen más antiguo que el arte esquemático, origi-
nado en el seno de sociedades agrícolas neolíticas. Tampoco está demostrada la
funcionalidad de estas representaciones pintadas o grabadas: magia de caza, rituales
religiosos, sociales o de iniciación, marcadores territoriales, etc. Dentro del deba-
te levantado en torno a la cronología y origen del arte levantino, la aparición y es-
tudio definitivo de los grabados al aire libre del Abrigo del Barranco Hondo de Cas-
tellote abre nuevas perspectivas en la investigación. La presencia de un magnífico
ciervo naturalista, acompañado de una cierva y rodeados de varios cazadores pro-
vistos de arcos, con claros paralelos estilísticos en las representaciones de arque-
ros levantinos presentes en los alrededores, pero con una técnica de ejecución que
durante más de diez años ha posibilitado que muchos expertos en arte rupestre
fechasen dichas figuras en un entorno del final del Paleolítico Superior, así como
los paralelos formales de dichas figuras de animales con otras similares aparecidas
en abrigos castellonenses y fechados en un momento de transición entre el Pale-
olítico Superior y el Epipaleolítico, podrían llevar a reconsiderar el inicio del arte
levantino, propio de sociedades depredadoras de etapas más antiguas.

Las primeras comunidades agrícolas y sus manifestaciones rupestres


Ya sea por evolución o aculturación de las poblaciones autóctonas de tradición epi-
paleolítica, o por la llegada de nuevos pobladores plenamente neolíticos, el paso
de la economía depredadora a la productora que representa la llamada revolución
neolítica, es decir, el nacimiento de las primeras comunidades agrícolas, debió pro-
ducirse en esta zona, pero muy especialmente en el Guadalope medio, a partir del
V milenio a. C. Buena prueba del fenómeno de aculturación que sufren las po-
blaciones autóctonas de este territorio, la podemos observar en el Arenal de la Fon-
seca de Castellote, donde sobre los niveles epipaleolíticos se documenta la ocu-
pación del mismo espacio por gentes neolíticas, las cuales, a pesar de las
innovaciones tecnológicas detectadas en la talla del sílex o en la presencia de ce-
rámica y del conocimiento de la agricultura y una incipiente ganadería, todavía man-
tienen un tipo de hábitat troglodita y la caza y la recolección como elementos com-
plementarios de su economía de producción doméstica.

Estas primeras comunidades agrícolas no sólo ocupan los abrigos cercanos a cur-
sos de agua, sino que se establecen también en el interior o a la entrada de cue-
vas, utilizadas durante el Eneolítico (a partir del 3.000 a. C.) no sólo como luga-
res de hábitat, sino también de enterramiento. Tal es el caso de la Cueva de
Matutano, Cueva de la Bonifacia o Rambla de las Truchas I en la localidad de La

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Iglesuela del Cid, así como otros ejemplos localizados en las cuevas de Santa Lucía,
Las Graderas, o Las Baticambras en la localidad de Molinos, sólo por citar algu-
nos de los yacimientos más representativos de este periodo. Muy posiblemente de
este momento sean los primeros poblados estables al aire libre, formados posi-
blemente por agrupaciones de cabañas que periódicamente serían abandonados
tras el agotamiento de las tierras circundantes.

Será durante la Edad del Bronce (a partir del 2.000 a. C.), cuando realmente po-
dremos hablar de los primeros poblados estables con cierta estructura urbana, con
ejemplos tales como Fuente del Ballester o Azarollera II en Castellote, o bien de
otros de similares características, pero ya del Bronce final localizados en Molinos.

Por lo que respecta a las muestras de arte parietal asociadas al nacimiento de las
primeras comunidades agrícolas neolíticas, los datos con los que contamos en la
actualidad concentran los hallazgos en el entorno del actual embalse de Santolea,
pudiendo fecharse entre el Neolítico Antiguo (5.000 a. C.) y los inicios de la Edad
del Bronce (2.000 a. C.). El arte rupestre característico de estas sociedades pro-
ductoras es el esquemático, aunque por el momento las evidencias documentadas
en la zona son escasas. Estas representaciones esquemáticas pueden manifestarse
en abrigos exclusivamente decorados con dichas manifestaciones, o bien en los
mismos abrigos en los que aparecen figuras de estilo levantino, como sucede en
el caso del Arenal de la Fonseca, donde las intervenciones del Gobierno de Ara-
gón para la protección del yacimiento arqueológico y su conjunto rupestre, nos han
permitido descubrir un panel con pinturas esquemáticas en las que aparecen re-
presentaciones humanas y de cuadrúpedos. Lo realmente importante de este ha-
llazgo es que apareció a un nivel mucho más bajo que el resto de las pinturas del
abrigo y por lo tanto, sellado por los niveles arqueológicos de cronología neolíti-
ca, lo que ha permitido su contextualización cronológica, cosa muy poco frecuente
en el arte rupestre.

Otras representaciones esquemáticas, aunque realizadas en fechas posteriores, se-


rían las localizadas en el Abrigo de las
Rozas I de Castellote, con un peque-
ño panel pintado en rojo en el que
aparecen unos cruciformes entrelaza-
dos, y los conjuntos de grabados al
aire libre de La Masía del Tosco y de
Los Cerradicos de la Masía Casagran-
ja I-II de Cantavieja, en donde hemos
constatado la representación de an-
tropomorfos, escaleriformes, cruci-
formes, cazoletas y canalillos en un
contexto tipológico que muy bien po-
dría clasificar a estos conjuntos entre
las representaciones del final de la Arqueros levantinos. Detalle de “Los Cerradicos”,
Edad del Bronce. en Cantavieja

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La Edad de Hierro: la consolidación del poblamiento y la explotación sistemática de los recursos


A partir del Bronce Final y con la llegada de los influjos culturales de los Campos
de Urnas a la zona (a partir del 1.000-900 a. C.), va a producirse durante el Hie-
rro I la consolidación de los poblados estables, así como una fuerte expansión de-
mográfica que provocará la explotación sistemática de los recursos disponibles en
el territorio, no sólo los agropecuarios y cinegéticos, sino también los metalúrgi-
cos. Buena prueba de ello es la presencia significativa de poblados del Hierro I en
varias poblaciones de la comarca. Entre los más importantes podemos citar a los
de Vallipón, Azarollera y Masía Fuente el Salz de Castellote, El Morrón del Cid y
El Puntal del Moro en La Iglesuela del Cid, Los Villares en Miravete de la Sierra, o
Valderriguel 1-2, Pozo del Salto, Cerro de la Corona, El Fontanar 1-2, Loma del Ro-
blar y Villarcastillo IX en Molinos.

De todos los yacimientos citados, son los poblados localizados en el término mu-
nicipal de Molinos los mejor conocidos, junto con algunos otros, como el de Va-
llipón de Castellote. En la localidad de Molinos, gracias a los trabajos dirigidos por
F. Burillo y J. Ibáñez, se ha podido estudiar el origen y evolución de una comu-
nidad del Bronce Final/Hierro I en la que se constata una gran densidad de po-
blación basada en el control del territorio y de sus recursos, mediante un sistema
jerarquizado en la que se combinan los pequeños asentamientos familiares espe-
cializados de carácter agropecuario o incluso defensivo, como sería el caso del ya-
cimiento de Villarcastillo VI, frente a unos cuantos poblados de carácter urbano y
de considerable tamaño (superior a una Ha) con los cuales se controla todo el te-
rritorio, como se ha comprobado en el poblado de La Loma del Roblar que ade-
más explotó los afloramientos ferrosos de los alrededores.

Ya sea por la sobreexplotación del espacio físico o por algún tipo de influencias
externas, el caso es que este sistema económico y social sufrió un colapso a fina-
les del siglo VI a. C. y durante buena parte del V, produciéndose destrucciones,
incendios generalizados y abandonos en los poblados, fenómeno constatado en
todo el valle del Ebro y vinculado al periodo “Ibérico Antiguo”, así como a la lle-
gada de las primeras influencias mediterráneas y orientales a la comarca.

A partir del siglo V y durante todo el siglo IV a. C., este fenómeno cristalizará en
un aparente descenso demográfico y una concentración de la población dispersa
en poblados de marcado carácter urbano en los que la minería del hierro y su me-
talurgia supondrá un elemento de gran importancia. De este periodo previo a la
romanización existen suficientes ejemplos en la comarca del Maestrazgo: Cabeci-
co de la Heredad en Bordón, El Castellar en Cantavieja, Puntal de las Rozas en Cas-
tellote, Los Cabezuelos en Fortanete, El Morrón del Cid y la Cueva del Turcacho en
La Iglesuela del Cid, El Puntal y El Castellar Mas de Dalmau en Mirambel, Los Vi-
llares en Miravete de la Sierra y La Mezquita, Valderriguel 3, El Picuezo, Santa Bar-
bara Norte y los hornos de Villarcastillo en Molinos. Todos estos asentamientos re-
presentan la evolución autóctona del poblamiento de la comarca hasta la llegada
de los movimientos expansionistas de Roma a partir del siglo II a. C.

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Por lo que se refiere al arte rupestre de la Edad del Hierro, hay que decir que hasta
finales del siglo XX, todas las manifestaciones pintadas o grabadas de la zona se
habían clasificado en los dos grandes estilos artísticos post paleolíticos conocidos
para el arco mediterráneo: el arte levantino y el esquemático. En ambos casos las
cronologías que se barajaban eran claramente prehistóricas. Los recientes estudios
llevados a cabo en algunas figuras naturalistas y esquemáticas plasmadas en abri-
gos de los alrededores del embalse de Santolea, han permitido constatar que du-
rante la época ibérica y posiblemente ya desde el Hierro I, algunos de los primi-
tivos santuarios rupestres fueron utilizados de nuevo, como M. Martínez-Bea ha
demostrado en el reciente estudio y revisión de los paneles pintados del Abrigo
de la Vacada de Castellote. En dicho conjunto se han documentado algunas figu-
ras que por tipología y estilo deben emparentarse con representaciones de este mo-
mento, como sucede con un guerrero y un caballo localizados entre los paneles
levantinos, cuya fisonomía encuentra sus paralelos más evidentes en las repre-
sentaciones pintadas de los vasos celtibéricos. En otros casos, como en el cerca-
no Abrigo de las Rozas I, aparecen pequeñas inscripciones en alfabeto ibérico junto
a otros motivos esquemáticos, asociándose su factura a un poblado ibérico cerca-
no a este panel pintado.

En todo caso, comprobamos como arte rupestre y contexto arqueológico van uni-
dos en esta Comarca del Maestrazgo, compartiendo el mismo territorio al menos
durante los últimos 5.000 años antes del cambio de Era y perpetuando así el ca-
rácter ritual de estos santuarios parietales al aire libre, que en última instancia re-
presentan la expresión gráfica de las ideas de los primitivos habitantes de estas tie-
rras. La protección física de este patrimonio y su puesta en valor de cara a su disfrute

Vista general del abrigo de Las Rozas, junto al embalse de Santolea

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público es una labor que poco a poco se va consolidando en la comarca como una
oferta cultural y como un factor endógeno de desarrollo rural, dentro de estruc-
turas de gestión que como el Parque Cultural del Maestrazgo pueden permitir am-
pliar y dar a conocer el rico patrimonio arqueológico de esta Comarca.

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