Marcial Lafuente Estefanía - Caciques de Muerte

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© Ediciones B, S.A.

M.L. Estefania Página1


M.L. Estefanía Caciques de Muerte

Titularidad y derechos reservados


a favor de la propia editorial
Bailen, 84 - 08009 Barcelona (España)
Distribuye: Distribuciones Periódicas
Londres, 2-4 - 08029 Barcelona
Distribución en Argentina: Capital:
Brihet e hijos SRL. Interior: Dipu SRL.
1.ª edición en España: septiembre, 1993
1.ª edición en América: febrero, 1994
© M. L Estefanía
Ilustración cubierta: Luis Almazán
Impreso en España - Printed in Spain
ISBN: 84-406-3723-3
Imprime: NOVOPRINT, S. A.
Depósito legal: B. 37.807-1987

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

CAPÍTULO PRIMERO

—No tardaremos en llegar, miss. Ya le dije que la ropa que lleva


puesta le molestaría. Viajará mucho más tranquila si se pone unos
pantalones y una camisa. Irá más protegida contra el polvo. Ese vestido
tiene que darle mucho calor. Esta tierra es muy distinta de la que viene.
— ¿Estuvo alguna vez en el Este?
—No, nunca estuve, pero he oído hablar tanto de esas grandes
ciudades que en muchas ocasiones yo mismo he llegado a creerme que
estuve en ellas.
La elegante muchacha dejó al descubierto su perfecta dentadura al
reír.
—Nací en esta tierra, pero tuve que abandonarla cuando era una
niña. Mi padre me obligó para estudiar.
El chirriante vehículo dio una sacudida en ese momento.
El alto cow-boy que viajaba trente a ella la sujetó con fuerza
impidiendo que se golpeara contra el techo.
— ¡Es horrible! ¡Ya podía tener más cuidado el conductor! —
protestó.
—Los caminos están en bastante mal estado por esta zona. Disculpe
al conductor. Tampoco a él le agradan estas cosas, estoy seguro.
Los dos elegantes que viajaban junto a la joven miraron con
desprecio al cow-boy.
—Tiene usted razón, joven —manifestó uno de aquellos hombres—.
Cuando lleguemos a Phoenix me quejaré ante la Compañía. Deberían
dejar esta clase de vehículos para los hombres como el que tiene
enfrente. Están acostumbrados.
No concedió importancia el alto cow-boy a la intervención y echó un
vistazo al exterior.
Forzó una sonrisa la joven y continuó hablando con el vaquero.
—Qué bonito es todo esto, ¿verdad?
—A mí por lo menos me gusta. Ya talla poco para llegar a la Posta.
Tendrá unos minutos para descansar.

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— ¿Falta mucho para llegar a la zona donde se encuentran los


indios? Tengo entendido que existe una gran Reserva por estos
lugares.
—Desconozco esta parte —respondió sonriente el cowboy, llamando
la atención de la joven de perfecta y blanca dentadura.
— ¿No ha estado nunca en Phoenix?
Hizo un movimiento negativo con la cabeza.
—Creí que conocía mi ciudad natal. Le gustaría, estoy segura.
—Eso creo yo también. Aunque soy hombre que se conforma con
poca cosa. Siempre he estado contento donde he podido trabajar.
— ¿Busca trabajo?
—Voy recomendado a un hombre llamado Cedric Duning, quien al
parecer posee un importante rancho en Phoenix. Mi misión será cuidar
caballos. Hay quién dice que entiendo bastante de esas cosas.
— ¡Qué casualidad! ¡Precisamente esa familia es muy amiga de mis
padres!
—Me alegro. Mire, ya estamos llegando a la Posta. Los gritos del
conductor obligaron a los caballos de tiro a reducir la marcha.
Un hombre de edad avanzada era el único que esperaba ante el
pequeño edificio de madera.
El conductor le saludó amigablemente.
— ¿Muchos viajeros? —preguntó después del correspondiente
saludo y antes de que estos descendieran del vehículo, que estaba
totalmente cubierto de una espesa capa de polvo.
—Traigo las plazas completas. Creí que los caballos no resistirían. El
segundo que va en cabeza por la de recha, cojea visiblemente. Échale
un vistazo por si acaso.
—Llevarás un buen tiro hasta el próximo puesto... Llegará un día en
que todo el mundo se convenza que los mejores caballos de la Unión se
crían en las monta ñas de Arizona.
Se echó a reír el conductor.
Descendió con habilidad del pescante, anunciando se unidamente a
los viajeros que contaban con una hora para comer algo.
La esposa del encargado de la Posta saludó a los nuevos visitantes.
A la elegante joven le proporcionó el lugar más cómodo del rústico
comedor.
—Esto es distinto a esas ciudades de las que debe venir, jovencita:
aquí estará más cómoda. Mi esposo y yo llevamos más de quince años
en este lugar. Durante ese tiempo he tratado con muchas personas
procedentes del Este, pero si he de serle sincera, prefiero a las que
visten como este joven.
—Voy a pedirle un favor.

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—Dime.
—Deseo cambiar de ropa.
—Entiendo... Ven conmigo.
—Debo recoger antes una de mis maletas. Van cargadas de libros y
ropas.
El alto cow-boy acompañó a la muchacha hasta la diligencia y bajó
una de las maletas que iban sobre el techo del vehículo.
Minutos más tarde la muchacha aparecía en el comedor presentando
un aire completamente distinto.
—Está mucho más bonita así... —dijo el alto cow-boy—. Disculpe...
No se lo diga a su prometido.
Rio con tuerza otra vez.
—Es curioso —dijo a continuación—. Llevamos más de dos semanas
viajando juntos y todavía no me has dicho cómo te llamas.
— ¡Qué despiste el mío! Joe... Joe Russell.
—Mi nombre es Rhonda.
—Un nombre bonito... Vistiendo de esta forma me da más libertad
para hablar. Es costumbre mía tutear a todo el mundo. Espero que no
te molestes por esto
—Me agrada que lo hagas... Seremos buenos amigos.
Joe sonrió.
— ¿Quieres saber una cosa?
Esperó sonriente la muchacha.
—Debería faltar más de lo que falta para llegar a Phoenix.
—Si pudiera oírle mi prometido.
—Eres una mujer encantadora. Y te diré algo más; haré todo lo
posible por quitarle la novia al afortunado que está esperando tu
llegada en Phoenix.
Estas palabras dichas con tanta naturalidad hicieron gracia a la
muchacha.
A ella, acostumbrada a vivir en un ambiente completamente distinto,
aquello le agradaba.
Fueron los primeros en terminar de comer y salieron con ánimo de
dar un corto paseo.
El conductor les aconsejó que si no querían quedarse en tierra que
no se alejaran demasiado.
Pero como contaban con casi una media hora, decidieron aprovechar
el tiempo.
Bajo un grupo de espesos árboles se detuvieron.
—Háblame de tu prometido.

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—Por favor, Joe, yo prefiero hablar de otra cosa Lo que sí me


gustaría es que continuáramos viéndonos si es que en realidad piensas
quedarte en Phoenix.
— ¡Ahora con más motivos me quedaré! Lo que siento es que no
haya una plaza en el rancho de tus padres para poder verte lodos los
días...
Aquel hombre le resultaba terriblemente simpático. Reía con ganas
la muchacha.
—Mi prometido terminaría por pedir que te colgaran Creo que es lo
que suelen hacer en esta tierra con los hombres a los que se les
considera peligrosos. Durante el tiempo que estuve en el Este me han
contado muchas cosas mis padres en sus cartas... Muchas de mis
compañeras de curso se quedaban horrorizadas al leerlo
—Se castiga únicamente de esa forma a los cuatreros o salteadores
de caminos, así como a los que se divierten disparando sobre otra
persona por la espalda. Podría contarles muchas cosas, pero creo que
ya no tienes tiempo para nada. Así que lleguemos a Phoenix todo se
habrá terminado. ¿Tu familia es aficionada a los caballos?
—Mi padre, en particular. Le cuestan mucho dinero las apuestas.
Precisamente en Phoenix es donde se celebran las carreras más
importantes.
—Debe entender poco de caballos tu padre. Pronto oirás hablar de
Joe el Tejano, así es como me llaman los amigos. Nací en Texas, el mejor
territorio de la Unión.
— ¡Vaya! ¡Estoy viendo que lo que me contaron en la Universidad es
cierto!
—Si te refieres a que somos unos fanfarrones, te equivocas. Un buen
tejano, cuando asegura una cosa es porque está seguro de poder
demostrarlo. Los Duning ganarán mucho cuando yo llegue y me haga
cargo de sus caballos. Hay muchas personas que se empeñan en
convertir un caballo que no vale para nada, en algo fuera de serie, y
esto no puede ser.
Rhonda le contempló en esta ocasión con sorpresa y simpatía al
mismo tiempo.
—Esta es la primera vez que tengo ocasión de hablar con un tejano,
y si sois todos iguales, tiene que ser simpático ese territorio.
—No lo sabes bien.
La muchacha sintió una sensación extraña por todo su cuerpo al
fijarse en los ojos de Joe.
— ¿Regresamos a casa? Disponemos de unos cuantos minutos para
echar un vistazo a los caballos que hay en los corrales. Me gustaría
escuchar tu opinión sobre esos animales.

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—Los caballos que la Compañía utiliza son todos por un estilo. No


valen para otra cosa.
—Algunos son muy bonitos.
—Eso no quiere decir nada... Iremos a verlos. Estaban relativamente
cerca y no tardaron en llegar a los corrales.
Todavía no había sido enganchado el tiro de refresco, entre los que
Joe vio algún buen ejemplar.
—Fíjate en ese, Rhonda... Es un buen caballo. Todos ellos son
bastante mejor que los que hemos traído hasta aquí.
—No olvides que mi tierra tiene fama de criar los mejores caballos
de la Unión.
— ¡Ya no somos solamente los tejanos los fanfarrones!
Los elegantes que viajaban con ellos les sorprendieron riendo.
—Veo que se divierte con el vaquero —comentó uno—. El conductor
y el encargado de la Posta van a enganchar el nuevo tiro en la
diligencia. No confíe demasiado en los que visten como ese gigante.
Joe le miró.
—En el Oeste, Rhonda, todos los que visten como ese «caballero»
suelen ser elementos peligrosos. He conocido a muchos ventajistas que
vestían de igual forma.
— ¡Un momento, amigo...!
— ¡Cuidado, «caballero»...! No intente sacar el «Colt» que sin duda
guarda bajo esa elegante chalina. Esta muchacha sufriría una gran
decepción si me obliga a matarle delante de ella.
Un profundo malestar se apoderó del tipo elegante. Se dio cuenta
que tenía un peligroso enemigo enfrente y dio la espalda.
Le imitó su amigo marchando todos a ocupar sus puestos en el
interior del pequeño vehículo.
Un hora más tarde acusaban de nuevo las molestias del excesivo
polvo que se introducía y que provocaba fuertes golpes de tos entre los
viajeros.
El terreno era cada vez más duro, hasta que el polvo llegó a
desaparecer casi por completo.
Joe inclinó su sombrero de ancha ala hacia delante y fingió dormir.
Los elegantes entablaron conversación con la muchacha.
—Me imagino que estará deseando ver a sus padres, ¿verdad?
—En efecto. Llevo exactamente seis años sin verles. Si llego a venir
de vacaciones les aseguro que no hubiera regresado a la Universidad
con tal de no hacer otro viaje como este. ¡Es horrible! ¿Falta todavía
mucho para llegar a Phoenix?
—Un par de días aproximadamente. Ya hemos entrado en Atizona.

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—Me lo supuse cuando oí lo que dijo el encargado de la Posta


referente a los nuevos caballos.
Se echaron a reír.
— ¿Es cierto que le está esperando su prometido? —inquirió otros
de los elegantes.
—Sí. Durante el tiempo que estuve estudiando nos escribimos con
frecuencia.
—Tendrá muchas ganas de verla.
—Eso creo.
— ¿Y usted?
—No le entiendo.
—He querido decir, si tiene ganas de llegar...
— ¡Ya lo creo! ¡Tengo todos los huesos completamente molidos!
Joe continuó escuchando.
— ¡Mire! —exclamó uno de los elegantes—. ¡Es un indio!
Rhonda contempló entusiasmada al joven indio que galopaba en la
misma dirección que llevaba la diligencia.
Gritó de pronto al escuchar un disparo.
El joven jinete indio rodó por el suelo.
— ¡Te he ganado la apuesta, Roger! —exclamó, satisfecho, el que
había disparado.
— ¡Cobarde! — exclamó Joe, agarrándole con fuerza por las ropas
del pecho—. ¿Por qué ha disparado sobre ese pobre muchacho?
— ¡Suéltame...!
— ¡Pare! ¡Detenga la diligencia! —exigió Joe al conductor.
Minutos después descendían todos los viajeros y contemplaban en
silencio a Joe, que caminaba hacia el lugar donde había caído el joven
indio.

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CAPÍTULO II

En Phoenix había numerosos curiosos esperando la llegada de la


diligencia.
Joe viajaba en el pescante con el indio herido y descendió con él en
brazos.
— ¡Apartaos! ¡Dejad paso! — gritaba el sheriff —. ¿Qué ha ocurrido,
amigo?
—Hola, sheriff. Detenga a ese tipo. Disparó sobre este pobre
muchacho.
Palideció Bill Gibson, que así se llamaba el elegante que había
disparado por capricho sobre el joven indio.
— ¡No le haga caso, sheriff! ¡Temí pudiera tratarse de un ataque y
disparé así que vi a ese repulsivo ser!
—El único ser repulsivo que hay aquí en estos momentos eres tú.
¡Deténgale, sheriff!
El de la placa pidió al elegante que le acompañara hasta su oficina.
Y a pesar de las protestas de este quedó encerrado en una de las
celdas.
Mientras que Joe transportaba al joven indio a una de las clínicas
más próximas, acompañado del sheriff, Rhonda explicaba a sus padres
así como a su prometido y a la familia de este, cómo se había
desarrollado el incidente.
— ¡Qué susto me has dado, hija! —exclamó la madre de la joven—.
¡Cuando vi a ese joven indio sobre el pescante de la diligencia creí
que...!
— ¡Todos pensamos en lo mismo! —exclamó Clark Haycox,
prometido de la muchacha.
— ¿Dónde se ha quedado papá? —preguntó a su madre.
—No ha podido venir... Una importante visita lo ha impedido... Están
tratando de solucionar un grave problema. Vamos a casa.

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Los Haycox les acompañaron.


Únicamente Rhonda pensaba en el joven indio herido.
Al entrar en la lujosa mansión de sus padres, una inmensa alegría se
apoderó de ella.
Le parecía un sueño todo aquello.
Como loca recorrió todas las habitaciones de la casa. Intentó entrar
en el despacho de su padre, pero se lo impidieron dos hombres con el
respeto debido.
Clark Haycox no se apartaba de ella.
Los padres de este les contemplaban sonrientes.
— ¿Verdad que hacen buena pareja, Debbie?
—Lo mismo estaba pensando yo, Jane. Mi esposo estará deseando
terminar con esa reunión... Rhonda está pendiente del despacho.
Media hora más tarde podía abrazar la muchacha a su padre.
— ¡Papá...!
— ¡Hija! ¡Déjame que te vea bien! ¡Estás preciosa!
— ¡Oh, papá!
Padre e hija lloraban de alegría. Y así que el gobernador supo lo
ocurrido con el indio, dijo:
— ¡Era lo que faltaba! Las noticias que me llegan de la reserva no son
nada esperanzadoras... Andan un poco revueltos los indios.
— ¡Te juro, papá, que ese joven no hizo nada cuando dispararon
sobre él! ¡Fue un crimen!
Bob Haycox miró preocupado a la joven.
—Tranquilízate, Rhonda... Ese hombre bien pudo creer que se
trataba de un ataque indio.
— ¡No, no es cierto! ¡Iba saludándonos desde el caballo cuando fue
alcanzado por el disparo de ese cobarde!
— ¡Rhonda!
—Lo siento, papá, no he podido contenerme...
Unas rebeldes lágrimas aparecieron en los ojos de la muchacha.
Ascendió con rapidez a la parte alta del edificio donde se
encontraban sus habitaciones y se internó en ellas.
Mientras, en la clínica, Joe esperaba noticias con impaciencia.
El médico, un hombre de edad, apareció con un gesto expresivo en
su rostro.
— ¿Cómo está, doctor? — preguntó preocupado Joe.
—Poco es lo que he podido hacer. La bala se encuentra alojada en un
lugar muy peligroso... No me atrevo a extraérsela.
— ¡Tiene que intentarlo! ¡Morirá si no lo hace!
—Y si lo intento también... Prefiero que muera en otra parte.

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El rostro de Joe cambió bruscamente de expresión. Miró en silencio


al sheriff, a quien dijo:
—Ayúdeme.
El de la placa entró decidido en la habitación donde se encontraba el
joven indio.
Dos horas más tarde se internaba en las montañas.
Abrió los ojos el muchacho y Joe le miró sonriente.
La sorpresa de aquel joven indio no tuvo límites al escuchar lo que
Joe le decía, expresándose correctamente en aquel idioma tan extraño.
— ¡Es...tar vigilada la reser...va! —balbució—. Más al norte poder
en...trar sin ver...nos...
Con el índice de su mano derecha señaló hacia el lugar que habían de
seguir.
Joe comprobó horas más tarde que el muchacho tenía razón.
Sin darse cuenta se vio en uno de los campamentos existentes en la
gran reserva.
Varios indios se le acercaron.
Vestían exactamente igual que el herido.
Habló con ellos Joe y le condujeron hasta una de las tiendas
habitadas por el jefe de aquel campamento, que resultó ser el padre del
muchacho.
Dos muchachas indias contemplaban en silencio al herido con
lágrimas en los ojos.
Eran hermanas de sangre de este.
Joe, moviéndose con rapidez, volvió a hablar con el jefe, padre del
muchacho.
—Tu hijo morirá si no le extraemos la bala que tiene alojada en el
cuerpo. Nada podrá hacer el hechicero. Yo intentaré salvarle la vida.
Soy médico. Llevo en la silla de mi caballo un pequeño maletín con
instrumental suficiente para operar a tu hijo.
Seguidamente el herido fue internado en la tienda del jefe.
Joe dio instrucciones a las hermanas del muchacho que luchaba
entre la vida y la muerte, y las dos se movieron con rapidez.
Sabía Joe que si no intentaba extraer aquella bala eran pocas las
horas de vida que le quedaban, y a pesar de que podía costarle la vida
el fracaso, intentó operarle.
Dos horas más tarde, con el rostro cubierto de sudor por el esfuerzo
realizado, se dejó caer, extenuado, sobre las pieles que servían de lecho
al herido.
Las dos mujeres que le ayudaron le cubrieron con unas pieles.
Joe pasó la noche sin dormir.

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A la mañana siguiente pudo comprobar que el herido había sufrido


un cambio esperanzador y se mostró más optimista.
El padre del muchacho le escuchó en silencio, pero no quiso
manifestar su alegría hasta no estar convencido que su hijo se salvaría.
Joe permaneció todo el día sin salir de la tienda.
La siguiente noche, rendido por el cansancio, se quedó dormido;
había pedido a una de las hermanas del herido que le despertara si
observaba algo anormal.
La fiebre, elevada al principio, comenzó a decrecer.
Esto tranquilizó a Joe.
Dos días más tarde anunciaba Joe al padre del muchacho que había
salido de peligro.
Todo el campamento comenzó a confiar en Joe.
Únicamente el hechicero era el que tenía deseos de venganza. Su
«medicina» había fracasado por culpa del hombre blanco que
continuaba en el campamento.
Una tarde entró decidido en la tienda.
Joe le miró sorprendido.
—Tú no puedes entrar aquí —le dijo—. Tu medicina no hubiera
podido hacer nada por Trochu.
—Por tu culpa estar espíritus furiosos... Ellos pedir venganza...
Trochu estar sentenciado por tu culpa.
— ¡No digas tonterías! —exclamó Joe en inglés sin darse cuenta
Volvió a repetirlo en el idioma de los indios, echándose a reír el
herido.
— ¡Cuando Trochu recuperar salud, tú tener que pelear frente a mí!
Y cuando pelea terminar, todos saber quién tiene razón.
Trochu miró sonriente a Joe.
—Hechicero ser hombre peligroso —dijo—. Si tú pelear con él,
poder matarte...
— ¿Lo estás viendo, Trochu? Te advertí que no hablaras...
El gesto que hizo de dolor el indio le preocupó. Pero al ver la herida
se tranquilizó.
Muchos de los amigos del hechicero estaban deseando que el hijo del
jefe se pusiera bien para que pudiera efectuarse la pelea.
Transcurrieron varios días y Trochu se recuperó por completo.
Dos semanas llevaba Joe en la reserva. Se hizo muy amigo del joven
al que había salvado la vida.
Lo mismo este que su padre hablaban correctamente el inglés.
Una tarde le anunció Joe su marcha, prometiéndoles que volvería a
visitarles de vez en cuando.

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—El hechicero no te dejará marchar. Debes hacerlo sin despedirte


de nadie... Esta misma noche te acompañará Trochu hasta la zona
vigilada...
Las hermanas de Trochu entraban en ese momento.
Joe las saludó con agrado y les dio una vez más las gracias por lo
bien que se habían portado cuando le ayudaron.
—Cometería un grave error si me marchara sin decir nada al
hechicero. No me gusta dejar enemigos detrás de mí.
Trochu se asustó.
— ¡Puede matarte, Joe! —exclamó.
—No te preocupes, Trochu... Le retaré a un duelo sin armas.
— ¡No aceptará! Ya conoces nuestras armas... Tendrás que
enfrentarte a él con cualquiera de ellas. La lanza es lo que mejor
maneja.
—Gracias por tu información.
— ¿Dónde vas?
Sin dejar de sonreír salió Jue de la tienda.
Los guerreros indios le contemplaron en silencio.
Descubrió Joe al hechicero y se acercó a él.
—He decidido marchar hoy mismo. Antes deseo hacer las paces
contigo.
— ¡Tú tener que luchar... para calmar furia espíritus...!
Pronto se convenció Joe que no podría marcharse sin antes
enfrentarse al hechicero y le brindó la oportunidad de elegir armas.
Eligió inmediatamente la lanza.
Se extendió con rapidez la noticia por el campamento, acudiendo
todo el mundo al lugar donde todas las peleas se celebraban.
El hechicero movía con habilidad la lanza.
Pero al anunciar Joe que se enfrentaría sin ninguna clase de armas al
hechicero, causó verdadero asombro la nueva noticia.
Trochu, a pesar de sus pocos años, estaba acostumbrado a
presenciar esta clase de peleas.
Su corazón latía precipitadamente, temía por la vida de Joe.
Estuvo tentado de pedir a su padre que impidiera aquella desigual
lucha, pero no lo hizo.
Joe, con medio cuerpo al descubierto, se colocó frente al emplumado
hechicero.
Este comenzó a dar saltos de alegría.
Y como temía que el jefe diera nuevas órdenes, se lanzó sobre su
enemigo.
La lanza salió lanzada de su mano con fuerza.
Joe consiguió salvar la vida por verdadero milagro.

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Respiró con profundidad e impidió que el hechicero se hiciera


nuevamente con el arma.
Gritó con fuerza el hechicero, de dolor, al ser alcanzado en el
estómago por el puño derecho de Joe.
Todo fue tan rápido que apenas pudieron darse cuenta de lo que
había sucedido.
El golpe que Joe le había propinado con el antebrazo fue mortal.
Sin preocuparse del muerto se despidió de la familia de Trochu,
marchando este con él hacia la zona no vigilada de la reserva.
Horas más tarde conseguía salir Joe sin que nadie le viera gracias a
las instrucciones que le dio el joven indio.
Se abrazaron al despedirse.
—Si alguna vez tengo necesidad de volver, sabré llegar hasta vuestro
campamento sin que los vigilantes me vean.
— ¿Me traerás el regalo que me prometiste?
—Si me prometes no emplear el rifle más que para cazar, ahora
mismo te lo daré.
Dio su palabra de honor el joven indio y Joe le entregó su rifle.
—Si la vida de tu padre está en peligro, utilízalo también, Trochu.
Volvieron a abrazarse emocionados.
Descendió sin prisa por el atajo que su amigo le había enseñado,
viéndose antes de lo que esperaba en la pradera.
Una hora más tarde se detenía junto a un pequeño arroyo para que
su caballo bebiera.
Él hizo lo mismo.
A los dos les vino muy bien el pequeño descanso que se tomaron.
Y siguiendo la corriente de las aguas del río Salt, llegó a Phoenix.
Entró, por el mismo lugar que lo habían hecho en la diligencia.
Desmontó al entrar en la calle principal y caminó con el caballo de la
brida.
Sonrió al comprobar que se había orientado con acierto. No tardó en
descubrir la oficina del sheriff.
El de la placa abrió los ojos de sorpresa.
— ¡Caramba! —exclamó.
—Hola, sheriff.
— ¿Dónde te metiste? Nos hemos cansado de buscarte... Supe por el
doctor que no podía hacerse nada por aquel muchacho al que te
llevaste.
—Se equivoca, en estos momentos se encuentra estupendamente. Le
llevé hasta el campamento de su padre, donde he permanecido hasta
hace unas cuantas horas.
— ¿Cómo es posible?

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—Son muy rudimentarios los métodos que emplean los indios, pero
a veces suelen dar resultado. Trochu tuvo suerte.
— ¡Me alegro...! Ahí no hay nadie, no mires... Me vi obligado a poner
en libertad al autor del disparo. Se hospeda en el Best Horse. Ha
resultado ser muy amigo de míster Watson, el encargado de la reserva.
—Entiendo... Busco el rancho de Cedric Duning... Me esperaban hace
un par de semanas.
—Te acompañaré hasta el almacén de Julius. Un poco antes que
hubieras llegado le habrías encontrado aquí. Julius es quien le
proporciona todo lo que necesitan en el rancho. Su almacén está junto
al río.
Sonrió Joe y siguió al sheriff.
Este miraba sorprendido de vez en cuando al caballo que les seguía.
Era el de Joe.

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CAPÍTULO III

Joe fue presentado a todos los cow-boys que componían el equipo


del rancho por el propio patrón, estrechando la mano de cada uno de
aquellos hombres.
—Hola, tejano — saludó el capataz—. Me han dicho que así es como
te llaman tus amigos.
Joe miró sonriente a su patrón.
—Y me agrada que me llamen así. Texas es lo que más quiero de este
mundo. Tengo ganas de echar un vistazo a los caballos del rancho.
— ¿Es cierto que haces milagros con esos animales? Los compañeros
del capataz se echaron a reír.
—Cuando les haya visto responderé a tu pregunta. Es fácil darse
cuenta que tú no entiendes de esas cosas.
Un gran silencio siguió a estas palabras.
— ¡No queremos fanfarrones en el equipo! —exclamó el capataz.
—Cuidado, hermano. Estoy dispuesto a demostrar que soy bastante
mejor cow-boy que tú en cualquier momento. ¿Sigues creyendo que
soy un fanfarrón?
— ¡Cuidado, tejano!
— ¡Simon —gritó Cedric—, deja en paz a este muchacho! ¡Te advertí
que no le molestaras! Y ahora que estáis todos reunidos diré algo para
que no haya malos entendidos. Joe Russell recibirá directamente mis
órdenes. ¡Me entenderé personalmente con él!
Joe miró sonriente al capataz.
—Acaban de estropear todos tus planes, amigo — dijo.
— ¡Eso no impedirá para que te obligue a demostrar lo que acabas
de decir!
—Mejor es que queden las cosas como están. Te avergonzarás si me
obligas a demostrar que soy muy superior a ti en todos los sentidos.
— ¡Repito que eres un fanfarrón!
— ¡Hum...! Procura no volver a insultarme.

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— ¡Ven conmigo, Joe!—ordenó el viejo Cedric—. Quiero presentarte


a mi hija y al cocinero. Cualquiera de los dos puede proporcionarte
toda la información que necesites referente a nuestros caballos.
Se despidió de todos Joe y se marchó con el patrón.
Vivian, que así se llamaba la hija de este, saludó con agrado al nuevo
preparador.
Rock, el cocinero, simpatizó desde el primer momento con él.
—Saldré a dar una vuelta contigo — dijo el cocinero—. Vivian tiene
que ir a una fiesta que dan en la ciudad. Como no te des prisa llegarás
larde.
—Joe irá con nosotros — agregó Cedric—. Así tendré oportunidad
de presentarle a los Haycox. Son los que presumen de tener los
mejores caballos del territorio.
—A Clark no le hará mucha gracia verle en la fiesta — inquirió el
viejo cocinero —. Ya le conoce, patrón.
Joe asoció enseguida aquel nombre. Ya no le cabía la menor duda
que se trataba del prometido de Rhonda.
—Tengo sumo interés en conocer a esa familia — dijo—. Siempre es
conveniente conocer al enemigo...
Se echaron a reír padre e hija a excepción del cocinero, quien
encogiéndose de hombros se mostró preocupado.
Vivian no tardó en prepararse para la fiesta.
Joe, al verla, exclamó:
— ¡Bonito vestido! ¿Tan elegante es la fiesta?
—Se celebra en la casa del gobernador —aclaró Cedric.
—Prefiero quedarme entonces. Si me presento vistiendo de esta
forma se reirán todos de mí.
Hizo movimiento afirmativo de cabeza el cocinero.
—No le hagas caso a Rock — dijo Cedric—. El gobernador es una
excelente persona y admira a toda la gente que viste como nosotros en
este momento. Yo no me cambiaré tampoco.
Terminaron convenciéndole y marcharon los tres hacia el calesín
que uno de los cow-boys había preparado.
—Cabemos los tres — dijo Vivian.
—Yo prefiero hacer el viaje sobre mi caballo. Se molestaría conmigo
si lo dejo aquí.
Dirigió unas palabras al caballo y comenzó a relinchar con fuerza.
Vivian reía con ganas, contagiando a su padre y al cocinero.
Sin prisa llegaron a la ciudad.
Ante el pequeño almacén de Julius se detuvieron.
Joe tuvo oportunidad de conocer a Douglas Parker, el joven que en
realidad dirigía el pequeño negocio.

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—Tenía muchas ganas de verle por aquí — dijo Douglas, después de


estrechar la mano que Joe le tendió al ser presentados—. ¿Qué pasó
con aquel indio?
—Está muy bien. Ya hablaremos de esto... ¿Crees que puedo
presentarme así en la casa del gobernador?
— ¿Por qué no? Ya me ves a mí... Estás muy bonita, Vivian.
Se sonrojó al escuchar esto. Joe se dio cuenta y dijo:
—Bueno, por lo menos tendremos con quien bailar...
Riendo, Douglas ayudó a la muchacha a subir al calesín.
Ante la casa del gobernador se encontraban varios elegantes
charlando animadamente.
Joe desmontó sin prestar atención a ninguno de ellos.
Los dos criados de color que recibían a los invitados iban recogiendo
las prendas que les entregaban, clasificándolas con cuidado.
—Hola, Stick —saludó Douglas a uno de los criados—. Vais a tener
un día de mucho trabajo.
—Estamos acostumbrados, Douglas. Me alegra verte por aquí.
—A media tiesta me escaparé a echar un trago contigo.
—Contando con que pueda moverme de aquí...
Joe reía escuchándoles.
—Voy a presentarte un buen amigo, Stick. Joe Russell, pero le gusta
que los amigos le llamen Tejano.
— ¡Encantado! ¿Eres de Texas?
— ¿Es que no se nota?
—También yo... Vine hace más de diez años a esta casa y aquí
continúo.
— ¡Estupendo, Stick! Sin duda seremos buenos amigos...
El grupo de elegantes que entraba en ese momento se les quedaron
mirando con cierta indiferencia.
— ¡Atiende como es debido a los invitados, Stick! — protestó uno.
Se acercó nervioso a ellos el criado.
—Disculpen...
— ¡Lleva esto a su sitio!
Joe se fijó con atención en el hombre que hablaba con tanto
desprecio al pobre criado.
Al verse en aquellos lujosos salones se dedicó a observar muchas de
las obras de arte que adornaban las paredes.
El mobiliario era de estilo virginiano.
De pronto su corazón latió precipitadamente al ver a Rhonda frente
a él.
El gobernador, después de dar la bienvenida a todos, dijo:

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—Supongo que ya todos saben a qué se debe esta pequeña fiesta que
he organizado. Aquí tienen a la nueva maestra de Phoenix... Disculpen,
la emoción que me embarga en estos momentos no me permite
continuar hablando...
Palideció ligeramente Joe al escuchar esto.
Clark Haycox fue de los primeros en acercarse a la elegante y bella
joven.
— ¡Estás preciosa, Rhonda!
—Por favor, Clark... No me pongas más nerviosa de lo que estoy.
— ¡No me apartaré un solo momento de ti en toda la noche!
Le brindó su mano y la muchacha la aceptó.
La joven pareja se dedicó a saludar a todos los invitados.
Joe, disimuladamente, cuando iban a llegar al lugar en que él se
encontraba, se volvió de espaldas fingiendo estar contemplando uno de
los cuadros que adornaban la pared.
—Ese hombre está distraído, Clark.
— ¡Bah! No conviene que te vean hablar con un vulgar cow-boy...
¿Cómo se habrá atrevido a venir así?
Cedric y Julius se acercaron sonrientes.
—Ese joven ha venido con nosotros —aclaró Cedric—. Es nuestro
nuevo preparador.
—Estás perdiendo el tiempo prestando tanta atención a los caballos
que tenéis en el rancho... De nada os servirá, Cedric.
—Eso ya lo veremos, Clark.
Rhonda aprovechó para acercarse a Joe.
—Pero ¿qué están viendo mis ojos? —exclamó la muchacha.
—Hola. Es muy bonita la casa de tus padres.
— ¡Joe...!
Clark miró sorprendido a su prometida.
— ¿Conoces a este hombre, Rhonda?
— ¡Claro que le conozco! Viajó conmigo en la diligencia. Es el que
atendió al indio herido...
— ¡Vaya! Ahora podremos saber lo que ocurrió con él.
—Ven conmigo, Joe, te presentaré a mis padres.
La noticia se extendió con rapidez.
Lo mismo el gobernador que su esposa saludaron con agrado a Joe.
Y las atenciones de que era objeto por parte de estos, fue motivo de
los más diversos comentarios.
Bill Gibson, el hombre que había disparado sobre el joven indio, se
encontraba entre los invitados, comentando con su amigo Roger:
— ¡Ese maldito cow-boy va a estropearnos la fiesta! ¿Dónde está
Fred?

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—Le vi hace un momento por allí, estaba con Bob... Tranquilízate,


hombre.
— ¡No lo puedo remediar!
El elegante se mostró nervioso.
Joe fue invitado por el gobernador y ambos se reunieron en el lujoso
despacho de este.
—Tome asiento —invitó el gobernador—. Mi hija me contó lo
ocurrido con ese joven indio sobre el que míster Gibson disparó...
—Perdone que le interrumpa, señor; pero si hubiera ocurrido en
Texas, ya estaría colgado ese cobarde.
—Creyó que se trataba de un ataque y disparó al verle; eso fue lo
que dijo.
Sonrió maliciosamente Joe.
—Es un embustero si dijo eso. Disparó por capricho, todos los que
íbamos en la diligencia lo vimos.
—Fueron interrogados otros viajeros y dijeron lo mismo...
Los ojos de Joe se clavaron en los del gobernador.
—Me gustaría volver a ver a esos cobardes. ¿También su hija le dijo
lo mismo?
—No, ella no. Habló exactamente igual que lo está haciendo usted.
Estoy francamente preocupado. ¿Qué ocurrió con ese joven indio?
Joe se sinceró con el gobernador.
—Salvó milagrosamente la vida —terminó diciendo.
—Acaba de quitarme un gran peso de encima. Mi hija se alegrará
cuando lo sepa. Su compañía durante el viaje le resultó muy simpática.
Era la primera vez que hablaba con un tejano y le resultó muy
divertido.
Se echaron a reír.
Durante casi una media hora estuvieron reunidos, mirándoles todos
los invitados con gran atención tan pronto como hicieron acto de
aparición en los salones. Rhonda apareció sonriente ante ellos.
— ¿Qué te ha parecido, papá? ¿Hablasteis algo de...?
—Tenías razón, Rhonda. De momento dejaremos las cosas como
están. ¿Qué le ocurre a la orquesta?
—Te estábamos esperando todos.
Hizo una seña a la muchacha y la orquesta comenzó a interpretar el
primer bailable.
— ¿Bailamos, tejano?
—Tu prometido está pendiente de nosotros...
—No importa.
Mientras bailaban, observó algo extraño Rhonda en su pareja.

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No le era posible conceptuarle como un vulgar vaquero, como todo


el mundo decía.
—Bailas muy bien. ¿Dónde aprendiste?
—Hice las primeras prácticas con un caballo hace mucho tiempo.
Rhonda reía con fuerza viéndose obligada a pedir a Joe que dejara de
bailar.
—Me ha hecho mucha gracia tu respuesta... —dijo, sin dejar de reír.
— ¿Por qué no me dijiste que tu padre era...?
— ¿Para qué? Lo he pasado muy bien contigo durante el viaje. Estoy
segura que si hubieras sabido que era la hija del gobernador no te
habrías atrevido a tratarme en la forma que lo hiciste.
—Te equivocas, eso demuestra que no conoces a los tejanos. Te
repito lo mismo que en aquella ocasión; haré todo lo posible por
robarle la novia a ese que no hace más que mirarnos.
La muchacha se puso nerviosa al escuchar esto.
— ¿Qué pasó con el joven indio que te llevaste? Murió, ¿verdad?
—No, no ha muerto... Salvó milagrosamente la vida, pero lo cierto es
que ahora se encuentra estupendamente.
— ¿De veras?
—Los tejanos no acostumbramos a mentir ni a bromear con estas
cosas...
—Perdona, no era mi intención molestarte. ¿Conoces el lugar donde
se está construyendo la nueva escuela?
—Sí.
—Espero verte alguna vez por allí...
—Naturalmente que me verás, aunque tu prometido se enfade.
¿Cuándo es la boda?
—Todavía no se me ha ocurrido pensar en eso. Si me casara no
podría trabajar como pienso hacerlo dentro de poco. Hay muchos
niños en la ciudad que me necesitan.
—Van a tener una gran maestra — rio Joe.
La orquesta daba por terminado el primer bailable en ese momento.
Joe acompañó a la muchacha hasta la mesa donde se encontraban
sus padres y se despidió respetuoso de ella.
Clark corrió como un loco a su encuentro.
Tomó por un brazo a la muchacha y la obligó materialmente a bailar
con él.
— ¿Te das cuenta de lo que acabas de hacer? —la recriminó—.
¿Cómo se te ha ocurrido bailar con un vulgar vaquero?
—Se comportó muy bien conmigo durante el viaje, Clark. Es amigo
mío y...

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— ¿Amigo tuyo? ¡Procura que nadie te oiga! ¿Y ese es el nuevo


preparador de los Duning? ¡Qué sabrá ese zanquilargo lo que es un
buen caballo...!
—Demostró entender bastante de esas cosas.
—Me hace mucha gracia escucharte, Rhonda. Pronto tendrás
oportunidad de ver lo que es un buen caballo. Mañana, precisamente,
empiezan las pruebas en el rancho. Los tres mejores jinetes de la Unión
montarán nuestros caballos favoritos.
La muchacha sonrió, decidiendo no contrariar a Clark para evitar
tener que discutir con él. Joe no volvió a bailar con nadie. Pero Vivían,
que bailaba con Douglas, dijo a este:
—Joe se está aburriendo soberanamente en esta fiesta. Con la
cantidad de muchachas jóvenes que hoy...
—Vamos junto a él.
Dejaron de bailar y se acercaron.
— ¿Ya os habéis cansado? No me extraña... Yo, desde luego, no
hubiera resistido tanto.
— ¿Por qué no bailas, Joe?

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CAPÍTULO IV

—Nunca me han resultado simpáticas estas fiestas.


— ¡Vaya! ¿Has asistido a muchas? — exclamó Douglas.
Joe se echó a reír.
— ¿Por qué no seguís bailando? Yo aprovecharé para echar un trago
en compañía de ese criado amigo tuyo. Ahora no tendrá mucho que
hacer.
—Tienes razón. ¿Nos disculpas un momento, Vivian? Prometí a Stick
que me reuniría con él para echar un trago en su compañía. Espérame
un momento, Joe. Rhonda se ha cansado de bailar por lo que se ve... Tu
compañía le resultará agradable.
Vivian se puso en movimiento.
Los dos fueron saludados por los padres de Rhonda.
—Hola, Rhonda. ¿Te importa que me quede aquí?
—Lo estaba deseando. Tenemos que hablar de muchas cosas...
Douglas se despidió y se alejó.
Minutos más tarde se reunían Joe y él con Stick, el criado de color
que atendía la puerta.
—Vamos, Stick, el que venga ya sabe lo que tiene que hacer. Espera,
yo lo arreglaré...
Habló Douglas con uno de los compañeros de su amigo, quien aceptó
sin ningún pretexto lo que acababan de proponerle.
Joe, Douglas y el criado marcharon a la cocina.
La esposa de Stick saludó cariñosa a Douglas, haciendo
seguidamente lo mismo con Joe al serle presentado.
—Ten cuidado, Stick. Si alguien pregunta por ti...
—Deja tranquilo a Stick, Nancy. Tu esposo tiene el mismo derecho
que los demás a tener un momento libre para echar un trago.
—Ya conoces a ciertas personas, Douglas —agregó la esposa del
criado—. Tan pronto como se den cuenta que no está en la puerta, son
capaces de venir aquí...
Era como un presentimiento que no la dejaba vivir tranquila lo que
acababa de decir.

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Y en efecto, un amigo de los Haycox, al no ver al criado en cuestión


en la puerta, lo comentó con sus amigos en los salones.
Clark pidió a dos amigos que le acompañaran.
Los tres sorprendieron a los que se encontraban en la cocina.
—Estamos cansados de buscarte, Stick —dijo maliciosamente, Clark
—. Este amigo desea recoger su ropa y allí no hay nadie que lo atienda.
¡Se lo diremos a los señores!
— ¡Le ruego me disculpe, míster Haycox...!
—Un momento —intervino Joe—. No debéis culpar a este hombre.
Douglas y yo somos los responsables. Está obligado a atender a todos
los invitados y le hemos pedido que...
— ¡Procura tratarnos con más respeto, amigo! Sin duda no habéis
elegido el lugar más indicado para alternar... —protestó enérgicamente
Clark.
—Se respira un aire más sano aquí, desde luego —agregó Joe—. Si
estás molesto porque he bailado con tu prometida, me da lo mismo.
Más tarde volveré a bailar con ella. Rhonda me resulta simpática.
— ¡Maldito...!
—Cuidado, amigo... No me obligues a estropearte la fiesta.
Clark supo darse cuenta de que se hallaba frente a un hombre
sumamente peligroso.
— ¡Te pesará, ya lo verás! ¡Procura no volver a molestar a Rhonda o
me veré obligado a...!
—Estás desaprovechando el tiempo. Tengo entendido que dentro de
poco anunciará un pequeño descanso la orquesta. No te preocupes por
nosotros; no nos moveremos de aquí.
El gobernador escuchó por casualidad lo que acababa de decir Joe y
se ocultó para que no le vieran los que salían en ese momento.
Clark iba furioso.
Durante el descanso que la orquesta anunció minutos más tarde, Joe
y Douglas continuaron en la cocina con el matrimonio de color.
Entró sonriente el gobernador y saludó a lodos.
— ¿Cómo va ese trabajo, Nancy?
—Ya lo ve, señor... Todo está listo.
—Lleva una de esas bandejas al salón, Stick. Yo me llevaré la otra.
La esposa del criado se echó a reír.
— ¿Qué van a pensar los invitados, señor?
—Pueden pensar lo que quieran.
Joe y Douglas se hicieron cargo de las otras dos bandejas restantes
en las que iba lodo lo que la vieja cocinera había preparado.
Causó verdadera sorpresa la postura del gobernador.
La esposa de Bob Haycox exclamó al verle:

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— ¿Qué le ocurre a tu esposo, Debbie?


—Le agradan estas cosas, Jane, ya lo conoces...
— ¿Y esos otros? ¡Esto es intolerable! ¡Mira lo que está haciendo el
preparador de los Duning!
Joe ofrecía su bandeja a Rhonda en esos momentos. La muchacha
tomó uno de los fritos y dio las gracias a Joe.
— ¡Hum...! ¡Está estupendo! —exclamó Rhonda al probar la
comida—. Espera, cogeré otro... sin duda, Nancy es la mejor cocinera
que he conocido.
—Nosotros nos hemos aprovechado en la cocina —mintió Joe,
bromeando—. Allí sabía mejor.
—Ya lo has oído, Vivian. Vamos a dar una vuelta nosotras también...
Algo nos tendrá reservado Nancy.
Las dos muchachas se presentaron en la cocina.
Y durante todo el descanso lo pasaron en compañía de la cocinera y
de su esposo.
Varios de los invitados se presentaron allí también solicitando algo
de lo que la cocinera había preparado.
Al saber la pobre mujer que había sido el gobernador el que había
recomendado a sus invitados que visitaran la cocina, esperó se le
presentara la ocasión de expresar su agradecimiento.
—Prepara más fritos como esos, Nancy. Quiero que mis invitados se
marchen tranquilos. Acaban de llegar unos cuantos rezagados.
Dos nuevas bandejas fueron ofrecidas, primeramente a los invitados
que habían llegado con tanto retraso y quienes presentaron sus
disculpas.
— ¿Han atendido como es debido a los trabajadores? —preguntó el
gobernador.
—Les hemos dejado a todos en el Best Horse, señor. El encargado de
míster Coleman prometió atenderles personalmente.
—Muchas gracias. Me hubiera gustado poder estar un momento con
esos hombres, pero ya ven que me es imposible. Si estoy en un sitio no
puedo estar en el otro.
— ¡Por favor! ¡Su personalidad no le permite...!
—No olviden que yo también nací en esta tierra. Mis padres eran
humildes, tenían un pequeño rancho cerca de Phoenix, en Glandale
exactamente. Es el motivo de que pase mis cortas vacaciones todos los
años en ese pueblo.
—Pero hoy es distinto, señor. Su disposición social no le permite
ciertas cosas...
—Están muy equivocados, amigos. Cuando me nombraron
gobernador de Arizona me dieron la mayor alegría de mi vida, pero no

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por el cargo que iba a ocupar, sino porque a partir de aquel momento
iba a poder ocuparme de todos los problemas de mis paisanos.
— ¡Es usted admirable, señor!
El gobernador continuó atendiendo a los invitados. Rhonda y Vivian
decidieron abandonar la cocina.
Clark y los amigos las asediaban constantemente y se vieron
obligadas a bailar sin descanso.
Joe y Douglas decidieron no aparecer por los salones charlando
amigablemente con los criados en la cocina donde celebraban una
fiesta por su cuenta.
Nancy disfrutaba escuchando las historias de Joe sobre los caballos. ,
—Tú y tu esposo debéis hacerme pronto una visita o me enfadaré
con los dos, y cuando un tejano se enfada... Más vale que no tengáis
ocasión de verlo.
Reían todos con ganas.
Clark se alegró de que ninguno apareciera por los salones, e hizo
comentarios sobre este particular con sus amigos.
—Has conseguido asustarle, Clark —decía uno de estos—. Desde
que discutisteis no ha vuelto a aparecer ninguno de los dos. Allí tienes
al viejo Julius. Ni una sola vez se ha movido de su asiento desde que
llegó.
Se echaron a reír al ver que el viejo se ponía en pie en ese preciso
momento.
—Si antes hablas...
— ¿Dónde irá?
—Se habrá cansado de estar sentado. No comprendo para qué ha
venido... Bill tampoco se ha movido de su asiento. Ya parece algo más
tranquilo.
—Estando tu padre con él no hay peligro.
Clark miró sonriente al amigo.
Rhonda estaba aburrida en el fondo. Echaba de menos las bromas de
Joe.
Su rostro cambió de expresión al ser requerida por uno de los
miembros de la orquesta.
Acudió la muchacha al pequeño escenario donde se hallaba la
orquesta y su padre anunció a todos los invitados que en Phoenix
contaban ya con una nueva maestra.
Fueron muy aplaudidas sus palabras.
Con un gesto sencillo, dio las gracias a todos por los calurosos
aplausos que le tributaron.
Sin dejar de sonreír, dijo en voz baja a su hija:

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—Haz por ver a ese joven otra vez y dile que deseo hablar a solas
con él después de que todos se marchen.
La muchacha continuó riendo y dio a entender a su padre con un
ligero movimiento afirmativo de cabeza que había escuchado sus
palabras.
Dos horas más tarde comenzó el destile.
Los Haycox fueron de los últimos en marchar.
Joe y Douglas continuaban en la cocina.
Rhonda y Vivian fueron quienes les anunciaron que la fiesta había
terminado.
— ¿Se ha ido Julius también? —preguntó con sorpresa Douglas.
—Nosotras somos las únicas que hemos quedado. Cuando decidáis
marchar, saldréis por la parte trasera para evitar que Clark y sus
amigos os vean... Les hicimos creer que os habíais marchado hace
tiempo.
Sonrió Joe y comenzó a bromear con Rhonda.
—A pesar de lo que tu prometido te haya contado, me gustaría que
visitaras el rancho de los Duning. Mañana dará comienzo mi trabajo.
—Vivian se quedará esta noche aquí. Mañana me corresponderá a
mí devolver la visita... ¡Ah! Mi padre quiere hablar contigo antes de que
te marches.
— ¿Qué quiere ahora?
—No lo sé... Ahí entra.
Se hizo un gran silencio en la cocina.
—Creí que se había marchado el tejano —dijo seguidamente—. ¿Le
has dicho algo, Rhonda?
—Ahora mismo acabo de decírselo. Confieso que ya se me había
olvidado.
Douglas fue invitado también a la reunión. Sentáronse cómodamente
en el despacho del gobernador, diciendo este seguidamente:
—Voy a necesitar dentro de poco hombres de confianza... y he
pensado en vosotros dos. Os preguntaréis que por qué confío en
vosotros como es lógico, y no puedo deciros más que porque creo
conocer a las personas... Ciertos problemas me tienen muy
preocupado. Tengo que arreglármelas para saber lo que de veras está
ocurriendo en la reserva. La he visitado en más de una ocasión y he
podido comprobar que esa pobre gente vive atemorizada en esas
tierras que el Gobierno les ha concedido.
Continuó hablando durante más de una hora, escuchándole Joe y
Douglas en silencio.
—Julius y yo hemos comentado esto mismo en varias ocasiones —
agregó Douglas —. Antes, de vez en cuando, solían visitarnos algunos

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de los indios que viven en la reserva; desde hace una temporada, nadie
ha venido por el almacén de los Haycox, por eso no hemos concedido a
esto mayor importancia.
—Tampoco visitan los almacenes de los Haycox —aclaró el
gobernador—. Mis hombres han estado pendientes de este detalle y
hasta la fecha, ni un solo indio ha debido salir de la reserva. Míster
Watson me proporciona alguna información, pero tengo el
presentimiento que me cuenta lo que únicamente le interesa a él.
—Perdone que le interrumpa, señor. Hoy, a raíz de la injusticia que
se cometió con aquel joven indio, cuento con buenos amigos en uno de
los campamentos indios. Si no le importa, me gustaría pudieran
acompañarme un día, pero sin que los vigilantes tengan noticias de
esta visita.
El plan propuesto por Joe fue aceptado por el gobernador.
Rhonda y Vivían se habían retirado a descansar.
El propio gobernador les acompañó hasta una de las puertas
traseras, por donde salieron a la calle.
Joe decidió pasar el resto de la noche en el almacén de Julius.
Despertó muy temprano para poder llegar al rancho antes que la
jornada diera comienzo.
—Buenos días, Joe. ¿Por qué has madrugado tanto?
—Hola, Julius, buenos días... Quiero llegar al rancho a una hora
prudente. No quiero que mis compañeros piensen mal.
—Entiendo, pero tú no tienes que ver nada con el resto del equipo.
—Me considero uno de tantos, aunque mi misión sea muy distinta.
Hoy pienso dedicarme a estudiar de lleno todos los caballos que hay en
el rancho. Veré si se puede hacer algo. Anoche oí decir que los Haycox
poseen los mejores ejemplares de todo Arizona. Claro que los que
hablaban de esto no deben entender mucho de caballos.
—Voy a decirte una cosa, Joe; todo el afán de Cedric es poder
derrotar a los Haycox en las carreras, y esto os resultará muy difícil por
más que os lo propongáis. El año pasado es cierto que no hicieron mal
papel los caballos que Cedric presentó, pero estaban muy lejos de
conseguir el triunfo. Pronto oirás hablar de Dean, Bruck y Oliver; están
considerados como los mejores jinetes de la comarca. A pesar de no
entender gran cosa sobre este particular, soy de la opinión que el jinete
hace mucho en ciertas ocasiones.
—Sin lugar a dudas, Julius. Más de lo que puedes imaginarte. Te lo
demostraré cuando nos hagas una visita. ¿Te ayudo a colocar eso?
—No pierdas más tiempo si quieres llegar pronto al rancho. Ya me
ayudará Douglas cuando se levante.

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—Pues como no le despiertes se tirará todo el día durmiendo.


Anoche abusó un poco de la bebida...
—Ya lo vi. Estaba desconocido. Fue una de las pocas veces que le vi
tan alegre. Douglas no es de los que sonríen tan fácilmente.
—Conmigo lo ha hecho siempre. Me dijo que le hacía mucha gracia
mi forma de expresarme.
—He observado que no solamente a Douglas... A cierta persona me
dio la impresión que le ocurre lo mismo. Ten cuidado, tejano; Clark es
un enemigo peligroso.
—Si te refieres a Rhonda te diré que no ha cambiado nada a pesar de
todo. Esa muchacha me agrada y continuaré viéndola mientras ella no
se oponga.
— ¡Eres un caso! ¡No puedes negar que eres tejano!
Joe se echó a reír y se despidió del viejo.
Este quedó refunfuñando. Y en vista que Douglas no se levantaba, se
presentó en su habitación y le despertó con sus potentes voces.
—Ya voy, Julius, ya voy. ¡Me has asustado!
— ¡Levántate de una vez...!

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CAPÍTULO V

Aquella misma tarde, Rhonda y Vivían se presentaron en el rancho


acompañándolas Rock, el cocinero, hasta el lugar en que se encontraba
Joe.
—Aquí le tenéis —dijo el cocinero—. Se pasa las horas muertas
hablando con los caballos. No me extrañaría que se presente en la casa
relinchando.
También Joe se echó a reír al escuchar al cocinero,
—Buenas tardes, jovencitas. Como le hagáis caso a Rock, acabaréis
por no saber ni cómo os llamáis siquiera.
La risa fue en aumento al escuchar las protestas del cocinero.
— ¿Cómo va ese trabajo, tejano?
—Poco se puede hacer con estos animales —respondió a Rhonda—.
¿Es todo lo que hay en el rancho?
—Tenemos más ejemplares en la parte del río, pero Simon cree que
es aquí donde se encuentran los mejores de nuestra ganadería.
—Pues como todos sean como estos, ganaría mucho más dinero si
los vendiera tu padre a la compañía de diligencias. Para arrastrar esos
vehículos por lo menos han de servir.
— ¿Qué estás diciendo? ¡Fíjate en ese ejemplar, por ejemplo!
— ¿Qué le has visto, Vivian? No está mal de presencia, pero para lo
que lo quiere tu padre, no vale. Es precisamente el peor de este grupo.
— ¡Te equivocas! ¡Ahora acabas de demostrarme lo mucho que
entiendes! ¡Se lo diré a mi padre!
—Yo no perdería tiempo...
— ¡Claro que pienso decírselo! ¡Como mi padre confíe en ti, sí que
estamos perdidos!
—Hasta el momento no he visto ningún caballo que valga la pena
esforzarse por él.
Rhonda arrugó el entrecejo al escuchar esto.
— ¡Vivían tiene razón, eres un perfecto fanfarrón!
—Y tú la mujer más bonita que he conocido. Lástima que estés
comprometida.

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— ¿Lo has oído, Vivian? ¿Será atrevido?


La sangre acudió de golpe al rostro de Rhonda y dio media vuelta.
Joe reía con ganas.
Vivian se marchó enfadada también:
—Has conseguido enfadar a las dos. Como haya alguien en la casa,
van a crearte problemas —le dijo el cocinero.
—Déjalas, Rock. ¿Sabes dónde tienen los otros caballos?
—En el lado opuesto de donde nos encontramos ahora. Sigue en esa
dirección y los encontrarás junto al río. Yo no puedo acompañarte. Si
llegan los muchachos y no encuentran la cena lista...
—Entiendo. Iré a dar una vuelta.
Silbó a su caballo y montó con agilidad.
Antes de llegar al lugar que el cocinero le había indicado, se encontró
con un grupo de caballos.
De pronto encontró algo que consideró importante y desmontó.
Se acercó a los caballos.
Acarició cariñoso a uno que le había llamado la atención.
—Muy bien, amigo. Creo que contigo valdrá la pena perder algo de
tiempo.
Continuó hablando, sin darse cuenta de que dos de los cow-boys le
escuchaban en silencio.
Estos marcharon a informar al capataz.
Se echaron a reír al saber lo que Joe estaba haciendo.
— ¿Estáis seguros de que se refería a ese caballo?
—Hablaba con él, Simon. Y le acariciaba el cuello.
— ¡Buena sorpresa va a recibir el patrón! ¡Me alegro de todo esto!
Vamos a terminar de marcar esos terneros. Presiento que nos vamos a
divertir cuando lleguemos a casa.
El capataz era el encargado de aplicar los hierros a los terneros que
estaban sin marcar.
Y así que terminó la jornada, se presentó todo el equipo en la casa.
Ante la vivienda desmontaron, amarrando a la barra sus respectivas
monturas.
El capataz, al comprobar que Joe no había llegado aún, se presentó
en la vivienda de sus patronos.
—Hola, Simon. ¿Alguna novedad?
— ¿Puede salir un momento, patrón? Deseo decirle algo importante.
— ¿Ocurre algo?
Cedric abandonó su asiento y salió acompañado del capataz.
En la vivienda destinada a sus hombres fue informado de lo que
habían visto hacer a Joe y se sorprendió.

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— ¡No es posible! —exclamó—. ¡Es precisamente uno de nuestros


peores caballos!
—Cuando llegue el «entendido» se convencerá. Ya lo verá, patrón.
Cedric quedó preocupado.
Y temiendo que se hubiera equivocado con Joe, esperó a que llegara.
Se presentó en la vivienda cuando ya se habían marchado los cow-
boys.
Nada más desmontar, se encontró con su patrón.
—Hola, tejano. Te estaba esperando.
—He tenido una tarde de mucho trabajo. Al final encontré un par de
caballos que vale la pena intentar algo.
— ¿Dónde están esos caballos?
—Junto al río los encontré...
— ¡Tenía razón Simon! —exclamó.
—No le comprendo...
— ¡Nada! ¡No he dicho nada...! ¡Mañana se hará cargo mi hija de esos
caballos!
— ¿Qué le ocurre, patrón? ¿Puede saberse?
—Es muy sencillo, que no entiendes una sola palabra de caballos.
¡Eso es todo!
— ¡Vaya! ¿A qué viene esto?
Cedric no tuvo más remedio que sincerarse con Joe. Este le
contempló en silencio y dijo:
—Está bien, puede hacer lo que le venga en gana. El rancho es suyo.
De haberlo sabido antes, no me hubiera presentado aquí. Si cree que su
capataz está en lo cierto, dígale que se haga cargo de mi trabajo. Por mi
no se preocupe, encontraré dónde trabajar.
Cedric se puso nervioso.
— ¡Espera...! Debes reconocer que estás equivocado.
— ¿En qué?
—Has ido a elegir precisamente los peores caballos de mi ganadería.
— ¿Quién se lo ha dicho? No hay más que dos caballos en toda su
ganadería que valgan la pena sacrificarse por ellos un poco. La verdad
es que ninguno vale nada
— ¿Por qué has elegido los dos peores?
— ¿Quién ha dicho que esos caballos son los peores? Está
equivocado.
—Demuéstramelo.
—Creo que no vale la pena. Busque a otro que se haga cargo de sus
caballos. Aunque me ofreciera ahora mismo el doble de lo que
acordamos, no me quedaría en este rancho.
Joe dio media vuelta.

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Recogió su caballo y partió al galope.


Cuando Cedric quiso darse cuenta, ya había desaparecido en el
horizonte.
Galopó sin detenerse en ningún otro sitio hasta que llegó a la ciudad.
Julius se sorprendió al verle.
—Hola, tejano. No esperaba verte hoy por aquí.
— ¿Queda algo de whisky?
— ¿Qué te ocurre?
—Nada, deseo beber, eso es todo.
—A ti algo te ocurre.
Joe entró en el almacén.
— ¿No está Douglas? — preguntó.
—Se marchó hace un buen rato. Me pidió que me encargara de
cerrar. Lo iba a hacer precisamente en este momento.
Joe contó al viejo lo que había ocurrido en el rancho
—Estaba seguro de que te ocurriría algo de esto Cedric piensa poco
con la cabeza. Tal vez si le convences de su error...
— ¡Ni lo intentaré siquiera! ¡Que haga lo que le venga en gana con
sus caballos! Que le pida ayuda a Simon. No pienso volver siquiera por
el rancho.
—Tranquilízate. Tampoco tienes derecho a hablar de esa forma.
Aunque Cedric esté equivocado...
— ¡No pienso volver! Buscaré otro trabajo en otro lugar, si no lo
encuentro regresaré a Texas. No debí salir de allí.
Sonrió el viejo y sirvió un vaso de whisky a Joe.
—Esto te sentará bien. Bebe.
Obedeció Joe.
— ¡Caramba! Es un buen whisky.
— ¿Hablas en serio?
—Naturalmente. A mí, por lo menos, me gusta.
—Eso es otra cosa. Todos mis clientes dicen que no les sirvo más que
veneno cuando me piden que les sirva algo de beber.
— ¿Es igual todo el whisky que tienes?
—No lo sé. Todavía no lo he probado. Precisamente serví a unos
amigos de aquella botella y se quejaron.
—Puede que tengan razón.
—Todo el whisky es igual.
—Sírveme un poco de la otra botella.
Julius volvió a llenarle el vaso.
Un característico gesto de desagrado cubrió el rostro de Joe.
—Tenían razón los que protestaron. ¡Esto es veneno!
El viejo le miró sorprendido.

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— ¿Qué dices?
— ¡Esto no hay quien lo beba!
— ¡Entre todos terminaréis por volverme loco! —exclamó—.
¡Primero dices que es un buen whisky el que te he servido y ahora
aseguras rotundamente que es veneno!
— ¡Y lo es! Ya me has estropeado la noche...
Se vio obligado el viejo a probar el whisky de las dos botellas.
—Creo que tienes razón... —dijo—. ¡Esto sabe a demonios!
Ahora era Joe el que reía con fuerza. Y el viejo tiró todo el contenido
de la segunda botella.
—Pediré disculpas a los clientes que se marcharon protestando.
Tengo que darles la razón, no hay quien beba este veneno.
—Tira eso también. ¿Se quedan así las ventanas?
—Yo las cerraré. Encárgate de las puertas, a mí me cuesta mucho
trabajo cerrarlas.
Poco después paseaban por la orilla del río, Julius se convenció de
que Joe hablaba en serio cuando le preguntó dónde podría encontrar
trabajo.
—Francamente, no acierto a comprender —dijo el viejo—. Tienes
ganas de buscarte complicaciones...
—Los tejanos tenemos fama de ser tozudos y es muy posible que no
se equivoquen al juzgarnos así. No pienso volver al rancho de los
Duning.
— ¡No puedes hablar en serio! El que Cedric se haya equivocado no
quiere decir que...
—Está bien, buscaré trabajo por mi cuenta. Si viene Douglas por
aquí, dile que haré por verle más tarde.
Se mordió los labios de rabia el viejo al verle marchar.
— ¡Estos tozudos tejanos...! —murmuro
Marchó en busca de su caballo y no tardo en presentarse en el
rancho de su amigo Cedric.
No vio a nadie ante la casa y esto le sorprendió. Se tranquilizó al
comprobar que su amigo estaba en la casa.
— ¡Caramba! ¿Qué haces aquí a estas horas, Julius?
—A verte vengo.
— ¿Te ocurre algo?
— ¿Qué ha pasado con Joe?
— ¡No me hables de él! En esta ocasión no me queda más remedio
que dar la razón a Simon.
—No es preciso que me cuentes nada, estoy enterado de todo. Me lo
contó. ¿Estás seguro que eligió tus peores caballos?
—Sin la menor duda.

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— ¿Hiciste alguna prueba?


—No es preciso hacer nada. Ven conmigo. Ahora verás los caballos
que eligió como favoritos. ¡No quiero ni pensar en ello!
Marcharon los dos hacia el lugar donde se encontraban los caballos
en cuestión.
Julius echó un vistazo a los animales, pero no se atrevió a hacer el
menor comentario.
— ¿No dices nada?
— ¿Qué quieres que diga? Sabes que entiendo poco de estas cosas...
— ¡Sé sincero, Julius! No hace falta entender mucho para
convencerse que Joe estaba equivocado. ¡Cada vez que pienso lo que ha
podido ocurrir por confiar en él...!
—Yo haría unas pruebas de todas formas.
— ¡Eres más tozudo que él! Ahora te convencerás Monta cualquiera
de esos dos caballos. Yo lo haré sobre este otro.
Ninguno de los dos era buen jinete, pero se dispusieron a realizar la
prueba.
Cedric marcó el recorrido.
La distancia que habrían de recorrer era un par de millas
aproximadamente.
Julius montaba uno de los caballos que Joe había seleccionado y así
que Cedric gritó: «¡Ahora!», se lanzaron al galope.
El caballo que Julius montaba resultó mucho más rápido que el de
Cedric.
Repitieron la prueba montando este otro de los caballos.
Obtuvieron el mismo resultado.
Volvieron a repetir la misma maniobra otras cuatro veces, de nada
sirvió a Cedric.
— ¿Te convences ahora?
—No puede ser... Haremos otra cosa; tú montarás este caballo y yo el
tuyo.
Nuevamente demostró aquel animal ser mucho más rápido.
Un sudor trío apareció en la frente de Cedric.
—Empiezo a sospechar que estaba equivocado...
—Lo estás, convéncete de una vez. Como no vayas ahora mismo en
busca de ese muchacho, ten la completa seguridad de que no volverá
por aquí.
— ¿Qué estás diciendo?
—No sé si serás capaz de convencerle. Me dijo que no volvería.
Pensaba buscar trabajo.
Cedric se puso nervioso.

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Espoleó con tuerza el caballo que montaba y galopó en dirección a la


ciudad.
Julius le siguió, llegando bastante más tarde.
Ante la oficina del sheriff se detuvo.
Tomó asiento y decidió esperar a que el sheriff llegara.

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CAPÍTULO VI

—Hola, Ben. Llevo más de un par de horas esperándote. ¿Has visto a


Cedric?
—Estuve con él hasta hace un momento. ¿Qué ha ocurrido con Joe?
No hay forma de convencer al muchacho.
— ¿Dónde están?
—En el Best Horse le he dejado.
—Tenemos que ayudar a Cedric. Se ha dado cuenta de su error un
poco tarde, pero creo que si le ayudamos, conseguiremos convencer al
tejano.
—Dime primeramente qué ha ocurrido. Necesito saberlo.
Julius le refirió lodo en pocas palabras.
—...Hasta que hicimos las pruebas no hubo forma de convencer a
Cedric.
— ¡Menuda es la que está formando Simon! Será mejor que nos
quedemos aquí. Joe prometió venir a verme si no encontraba trabajo
por su cuenta.
—Es precisamente lo que tenemos que evitar. Cedric está
arrepentido. Quedó bien demostrado que Joe tenía razón. Vamos.
No pudo negarse el sheriff.
Joe continuaba en el Best Horse, apoyado en el mostrador.
Un cow-boy se acercó a él, diciéndole de manera que solamente él
pudiera oírle:
—En el rancho donde trabajo encontrarás lo que buscas.
Joe le miró en silencio.
— ¿Cómo se llama ese rancho?
—Los Haycox son mis patrones.
—Gracias, amigo. No trabajaré tampoco en ese rancho por mucho
dinero que me ofrezcan.
—No seas loco.
—Ya lo has oído. Agradezco tu buena intención. Bebe lo que quieras,
te invito. Me quedan cinco dólares todavía en el bolsillo.

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—Estás desaprovechando la mejor oportunidad de tu vida,


muchacho. Si es cierto que entiendes tanto de caballos como dicen por
ahí, si aceptas el trabajo que te estoy ofreciendo, podrás ver de cerca a
los mejores ejemplares de la Unión.
Sonrió Joe y continuó bebiendo.
—Cedric Duning decía lo mismo cuando llegué. Los caballos que
tienen en el rancho no sirven más que para tirar de una diligencia o
algo por el estilo. Ya le dije que ganaría dinero si vende esos caballos a
la Wells y Fargo.
Las potentes carcajadas del cow-boy que hablaba con Joe llamaron la
atención de la mayoría de los clientes.
—Se lo diré al patrón tan pronto como le vea —dijo el cow-boy, sin
dejar de reír—. ¡Ah! Me llamo Mervyn Dawson, soy el capataz de los
Haycox.
Douglas se acercó a Joe tan pronto como el capataz de los Haycox se
marchó de su lado.
—Es preciso que hablemos a solas, Joe.
—Bebe lo que quieras, Douglas. Puedes hablar. Te escucho.
—Cedric está muy arrepentido. Julius le hizo convencerse de su
error. Probaron uno de los caballos que tú elegiste y resultó ser muy
superior a los otros.
Hubo unos segundos de silencio. Hizo Joe una seña al barman y pagó
la bebida que le había servido.
Acompañado de Douglas salió a la calle.
Continuaron hablando tranquilamente sin que nadie les molestara.
Cedric apareció ante ellos.
—Hola, tejano. Es preciso que hable un momento contigo. Tomes la
determinación que tomes, deseo hablar contigo. He venido a
presentarte mis disculpas. La lección que he recibido no la olvidaré
mientras viva.
Joe tuvo que admitir la sincera disculpa de Cedric y le prometió
continuar en el rancho con la condición de que nadie más interviniera
en su trabajo.
—Te doy mi palabra de que nadie te molestará. Confío en ti. Pase lo
que pase, se hará lo que tú digas.
—Gracias. En esas condiciones continuaré con ustedes.
La noticia se extendió con rapidez. Vivian y Rhonda se hallaban
acompañadas de Clark Haycox y varios amigos de este cuando se
enteraron.
— ¡Mi padre tiene que estar loco! —exclamó Vivian—. No puede
hacer eso...

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—Me gustaría hablar a solas con él —dijo Clark—. Como de veras


confíe en ese hombre, es mucho lo que perderá en las próximas
carreras. Estoy dispuesto a ayudarte, Vivian. Para que te convenzas de
una vez de que es imposible que tu padre pueda derrotarnos, ve
mañana con Rhonda hasta el rancho. Presenciarás las pruebas que
venimos realizando.
Unas rebeldes lágrimas aparecieron en los ojos de Vivian.
Aquella noche apenas pudo dormir.
Antes del amanecer decidió hablar con su padre y se presentó en su
habitación.
Le vio tan dormido, que no se atrevió a despertarle.
Pensativa, regresó a su habitación sin hacer ruido.
Se asomó a la ventana y se dedicó a contemplar el estrellado
firmamento, sin darse cuenta que el cocinero la estaba viendo.
Amaneció sin que hubiera conseguido pegar un solo ojo en toda la
noche
Decidió vestirse.
Minutos después se presentaba en la cocina.
—Buenos días, Vivian. ¿Cómo es que has madrugado tanto?
—Hola, Rock... Ha hecho mucho calor esta noche. No hay quien pare
en la habitación. Mi padre todavía no se ha despertado. ¿Hay algo de
café caliente?
—Si esperas un poco, podrás tomar todo el que quieras. Está
terminando de hacerse.
Rock continuó hablando con Vivian sin abandonar su trabajo.
Así que el calé estuvo listo, sirvió una taza a la muchacha y otra para
él.
Se dio cuenta Vivian que Rock intentaba averiguar dónde iba tan
temprano y puso como pretexto que pensaba dar un paseo por las
tierras del rancho.
No la perdió de vista hasta que la vio montar a caballo.
Galopó en dirección al río.
Llegó hasta la misma orilla y allí cambió de dirección.
Una hora más tarde se reunía con Rhonda en el lugar acordado.
—Buenos días, Rhonda. Estoy sin dormir.
—Algo parecido me ha ocurrido a mí. Me he pasado la noche
pensando en los problemas de tu padre.
— ¡Tiene que estar loco! ¡Como confíe en ese gigante...!
—Hay que reconocer que Joe tenía razón.
—Ahora lo veremos. Estoy deseando llegar al rancho de los Haycox.
— ¿Sabe Douglas que venías a la ciudad?

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—No, no quise decirle nada. Y es mejor que no se entere nadie dónde


hemos estado.
Montaron a caballo, espoleándolos con fuerza.
Los vaqueros de los Haycox les saludaron con agrado.
Ante la vivienda destinada a ellos, se encontraban los tres jinetes
considerados como los mejores de la comarca.
Se acercaron los tres a darles la bienvenida al rancho. Clark no tardó
en aparecer, uno de los cow-boys le anunció la visita.
—No os esperaba tan temprano —dijo Clark como saludo—. Mi
padre vendrá con nosotros también.
Bob Haycox cumplimentó a las muchachas y se prepararon todos
para la marcha.
Vivian, al llegar al lugar donde se encontraban los caballos del
rancho, curioseó toda la ganadería con suma atención.
Se realizaron varias pruebas, siendo siempre los mismos jinetes
quienes montaban a los caballos favoritos.
Rhonda y Vivian aplaudían emocionadas cuando se obtenía un buen
resultado.
El viejo Haycox controlaba los tiempos haciendo continuamente
anotaciones en una pequeña libreta.
Justamente al mediodía suspendieron las pruebas.
Oliver O'Brien desmontaba en ese momento, siendo el caballo que él
había montado el que obtuvo mejor resultado en las pruebas.
— ¡Es maravilloso ese caballo! —exclamó Vivian.
Rhonda acariciaba cariñosa al animal.
Clark se acercó sonriente a ella.
— ¿Te gusta ese caballo, Rhonda?
— ¡Mucho, Clark! ¡Ya lo creo que me gusta! ¡Es maravilloso...!
—Después de las carreras te lo regalaré.
— ¿De veras?
—Mi padre podrá decírtelo.
El viejo Haycox confirmó las palabras de su hijo. Y en vista del éxito
obtenido, se celebró una comida en el rancho para todos.
Lo mismo la familia de Rhonda como la de Vivian fueron invitados.
A la hora de la comida se reunieron todos. Cedric escuchó en silencio
alguno de los comentarios que se hacían sin que se diera por enterado.
—Perdone, míster Duning, ¿es cierto que ese tejano ha vuelto a
quedarse en su rancho? —le preguntó uno de los vaqueros.
—Sí. ¿Por qué?
—Por simple curiosidad, míster Duning. ¿Qué tal se presenta la
temporada? Me refiero a sus caballos.

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—Falta mucho todavía para las fiestas. Puede decirse que aún no
hemos empezado a seleccionarlos en el rancho.
—No confíe en ese hombre... Hará peor papel que el año pasado.
Cedric no hizo caso al vaquero y continuó caminando.
Le llegaron las risas de los compañeros del que había estado
hablando con él.
La comida resultó agradable.
Cedric escuchó cuanto se habló durante la sobremesa, sin que ni una
sola vez interviniera.
—Estás muy callado, Cedric —dijo Bob Haycox—. ¿Alguna novedad
para este año?
—No lo sé...
—Que te diga tu hija lo que ha visto esta mañana. Ha presenciado las
pruebas de uno de nuestros mejores caballos. Clark se lo regalará a
Rhonda cuando las carreras terminen.
—Está de suerte.
— ¿Quieres que te dé un consejo, Cedric? No te presentes en las
carreras este año.
— ¿Por qué?
—Porque sabes mejor que nadie que no tendrás nada que hacer. Te
morirás con las ganas de derrotarme.
Se echó a reír, contagiando a los demás comensales.
—Recibirás una gran sorpresa en cualquier momento. El hombre
que se encarga de preparar mis caballos es la persona que más
entiende.
— ¡Papá...! ¿Cómo puedes hablar así después de lo que...?
—Demostró tener razón Joe y así lo pude comprobar. Los caballos
que eligió entre nuestra ganadería eran los mejores. Ninguno supimos
darnos cuenta.
—Clark, te ruego que invites a mi padre y a ese fanfarrón a
presenciar una de las pruebas de vuestros caballos. ¡Para que se
convenza de una vez!
—Pueden venir cuando les plazca. Sabe tu padre que no tenemos
ningún interés en tenerle engañado.
Cedric supo aprovechar la oportunidad que se le presentaba y
aceptó la invitación.
—De acuerdo —dijo—. Vendré con Joe mañana mismo. Quiero que
él sea quien juzgue lo que veamos.
—Es capaz de decirte que tus caballos son mejores —agregó Bob
Haycox.
Provocó escandalosas carcajadas este comentario.
Terminada la comida empezaron u desfilar los invitados.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

Mervyn, el capataz, anunció a sus compañeros que por la tarde no se


trabajaría y todos empezaron a prepararse para ir a divertirse un poco
en la ciudad.
Fred Watson, el encargado de la reserva, se quedó hasta última hora
en el rancho con sus amigos, los elegantes que Joe había conocido
durante el viaje en la diligencia.
— ¿Cuándo va a empezar nuestro «trabajo», Fred?
—Ten un poco de paciencia, Bill. Pasado mañana haréis vuestra
primera visita a los indios. Mira qué contento se ha puesto Roger.
Este se frotaba las manos.
—Son tantas las cosas que me ha contado Irving, que estoy deseando
poder entrevistarme con una de esas mujeres con las que me dijo tener
tanta confianza.
Fred se echó a reír, imitándole Bob Haycox.
—Hace tiempo que no recibo nada de la reserva, Fred. Nos estamos
quedando sin mercancía en los almacenes.
—Nadie contaba con que tuvierais que hacer un envío como el que
hiciste. ¿Cobraste todo el importe de la mercancía?
—No, pero tampoco me preocupa. Son buenos amigos y sé que me
pagarán tan pronto como les exija que lo hagan. En El Paso se vende
estupendamente todo lo que los indios fabrican. No hay duda que son
buenos artesanos.
—No he hablado con Irving. Él es quien se encarga de todo esto. Creí
que habías recibido alguna cosa.
—Desde que hicimos aquel envío tan fuerte, no hemos recibido
absolutamente nada.
—No lo comprendo. Irving nos sacará de dudas. Esta noche nos
visitará. Encárgate de avisar a Patrick, Bob... En su despacho nos
reuniremos. A ver qué noticias nos trae.
Se puso en pie al decir esto, manifestando seguidamente que
marchaba a la ciudad.
—Espera un momento, Fred. ¿Sabes algo de los caballos que Irving
nos iba a enviar?
—Nada... Hace más de dos semanas que no voy por la reserva.
—Me interesa mucho eso. Los mejores caballos están en poder de los
indios.
—Va a resultar difícil arrancárselos. Claro que Irving sabe cómo
hacerlo. No creo que se opongan sus «amigos».
Clark no pudo enterarse de nada, por haber marchado acompañando
a Rhonda y a Vivian hasta la ciudad.
El gobernador recibió aquella misma noche una visita inesperada.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

Uno de los tres agentes que había enviado a la reserva acababa de


llegar malherido.
En la enfermería instalada en la parte baja de la elegante mansión,
fue internado por sus compañeros.
Inmediatamente fue avisado el médico de confianza de la casa.
Al reconocer al herido no comprendía cómo había podido caminar
en aquellas condiciones.
Sabía que le quedaban muy pocos minutos de vida e intentaron
conseguir que les dijera algo.
Balbuceó unas palabras y murió.
—Las heridas han sido producidas por flechas... —aclaró el
médico—. Es todo lo que puedo decirle, señor. Traeré el trozo de flecha
que tiene en esa herida, la que sin duda le ha producido la muerte.
El gobernador no quiso presenciar la operación, siéndole más tarde
llevado a su despacho el trozo de flecha extraído del cuerpo del agente
muerto.
— ¡Ni siquiera hemos podido saber qué ha sido de sus compañeros!
Desde hace una temporada vienen ocurriendo cosas muy raras en la
reserva. Yo me encargaré personalmente de averiguarlo. Visitaré esas
tierras.
Se reflejó una gran sorpresa en los rostros que le rodeaban.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

CAPÍTULO VII

Dos semanas más tarde un agente informó a Joe que el gobernador


quería verle y aquella misma tarde, poco antes del anochecer, se
entrevistó con la máxima autoridad del territorio.
—Siéntate, Joe. Permíteme que te trate con esta familiaridad.
Ocurrió algo muy extraño hace un par de semanas.
El gobernador refirió lo ocurrido. Ni una sola vez fue interrumpido
por Joe, que le escuchaba en silencio.
—Eran tres de mis mejores hombres. La verdad es que de los otros
dos no hemos vuelto a tener ninguna noticia; te puedes imaginar lo que
ha ocurrido. Las familias han llorado su muerte desde el primer
momento. Te he mandado llamar porque estoy dispuesto a realizar una
pequeña investigación en tierras indias. Deseo que me acompañes.
—Lo haré con mucho gusto, señor. Así tendré oportunidad de visitar
a mi buen amigo Trochu. Pero casi es conveniente que usted se
quedara aquí. Si los vigilantes nos descubren, harán fuego sin más
explicaciones...
Joe continuó poniendo inconvenientes y terminó por convencer al
gobernador, quien con tal de averiguar la verdad estaba dispuesto a
exponer su propia vida yendo a la reserva.
Una hora más larde se ponía Joe de acuerdo con el agente que el
gobernador le había presentado.
E hicieron los preparativos para que la visita se realizara aquella
misma noche.
El nombre de Douglas se mencionó también, encargándose Joe de
avisarle.
Así que este conoció lo ocurrido, aceptó la invitación de Joe,
manifestando a continuación:
—Tendré que hablar con Julius. Y no sé qué disculpa voy a darle.
Algo se me ocurrirá...
—Espera, iré contigo. Yo le hablaré. A mí me creerá.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

El agente se quedó en la mansión del gobernador en espera que


aquellos dos hombres fueran a buscarle. Julius se alegró al ver entrar a
Joe.
—Ya iba siendo hora que me hicieras una visita, tejano. ¿No te ha
dicho Douglas que siempre pregunto por ti?
—Ando muy ocupado estos días. He venido a pedirte un favor, pero
con la condición de que no has de decir nada a nadie. Se trata de algo
importante.
—Termina de una vez...
—Douglas y yo saldremos esta noche hacia esas montañas donde se
encuentra uno de los mejores ejemplares que he visto en toda mi vida.
Lo descubrí por casualidad.
— ¡Estáis los dos locos! Podéis hacer lo que queráis. No te preocupes
por lo de mañana, Douglas. Ya me las arreglaré. Lo que hace falta es
que tengáis suerte... ¿Sabe Cedric algo de esto?
—No he querido decirle nada. Si conseguimos dar caza a ese
magnífico ejemplar, lo sabrá cuando lleguemos. Me encargaré
personalmente de prepararlo. Si tuviéramos esa suerte, daríamos una
gran sorpresa a los Haycox este año.
—De veras que sois tozudos los tejanos. Douglas no ha nacido en
Texas, pero también está bien servido de eso que llaman tozudez.
Terminaron echándose a reír los tres.
Bromearon un poco más con el viejo y luego abandonaron el
almacén.
Al llegar a la casa del gobernador, se encontraron con la familia del
agente muerto en acto de servicio.
La pobre viuda lloraba en compañía de los compañeros de su
desaparecido esposo.
Joe, Douglas y el agente que les acompañaba viéronse obligados a
esperar, ya que aquella enlutada mujer con sus dos pequeños cogidos
de la mano fue recibida por el gobernador.
Este prometió que se celebraría una obra benéfica en su honor y que
no debía preocuparse por sus hijos, ya que estos recibirían la
educación que su padre hubiera deseado.
—Ni mis hijos ni yo lo olvidaremos, señor —lloró emocionada.
El propio gobernador acompañó a los tres miembros de la familia
hasta la puerta principal. Stick, el criado negro, abrió la puerta.
— ¡Qué felicidad más grande es vivir sin enterarse de todas estas
cosas, Stick! —dijo el gobernador con aire de dolor—. ¡Pobre familia!
—El esposo de esa mujer era un buen hombre. Y un buen amigo mío.
Recuerde lo que le recomendó el doctor, señor; debe tomarse unas
vacaciones o terminará enfermo.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

—Lo mío no tiene importancia, Stick. Hasta que consiga averiguar


quiénes han sido los autores de la muerte de... ¡pobre Jeff! ¡No pienso
descansar un solo minuto!
Con aire cansado volvió a entrar en su despacho.
Su rostro cambió de expresión al ver a los tres hombres que iban a
partir aquella misma noche con una misión especial a la reserva.
—Hola, amigos — saludó—. La esposa de Jeff Cook acaba de
marcharse. La pobre está desesperada.
—Jeff era uno de nuestros mejores compañeros, señor. Su muerte
nos ha afectado a todos.
—Escuche con atención lo que voy a decirle, Malone. Limítese a
obedecer las órdenes que Joe Russell le dé. Hágase la idea que es un
superior suyo. Piense que cualquier negligencia en el servicio puede
costarle la vida a los tres. Y es preciso que averigüen lo que está
ocurriendo en la reserva. Traten de averiguar dónde se encuentra el
campamento de Gran Tokana. Tokana, que se opuso a Nube Roja, es
amigo de todos los jefes blancos. Sus propios guerreros le bautizaron
con ese nombre en recuerdo de aquel otro jefe indio que habitó en las
Colinas Negras...
Joe sonrió.
—Perdone que le interrumpa, señor. Llegaremos sin ninguna
dificultad al campamento indio. Trochu, el joven indio que hirió ese
amigo de míster Watson, es hijo de ese jefe indio.
— ¿De veras?
—Permanecí dos semanas en ese campamento. Y es precisamente el
hombre a quien pienso pedir ayuda.
—La información que tengo referente a Gran Tokana es que se
puede confiar en él. Suerte es lo único que me queda por desearles. En
el supuesto caso que precisen ayuda, ya saben lo que tienen que hacer.
En el almacén de Julius estaremos esperando vuestras noticias.
Se pusieron en pie los tres y se despidieron del gobernador.
Encontraron los caballos a la puerta. El agente que se había
encargado de ir en busca de los animales protestó:
— ¡Menudo trabajo me ha costado arrastrar a este caballo!
Joe se echó a reír.
—No está acostumbrado a hacer las cosas a la fuerza. Se me olvidó
advertirles.
Se tranquilizó el caballo al escuchar la voz de su amo.
—Tranquilízate... Este hombre es un buen amigo...
Volvió a relinchar con fuerza.
El agente que le había llevado hasta aquel lugar se apartó con
rapidez.

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Joe volvió a reír, contagiando en esta ocasión a Douglas y a Jimmy


Malone, el otro agente que iría con ellos a la reserva.
Este habló con su compañero.
— ¿Dónde vas, Jimmy?
—A dar una vuelta por la ciudad. Me ha dado permiso el gobernador.
Hoy tendrás que encargarte tú de la guardia.
— ¡Siempre haces lo mismo! Te aprovechas todo lo que puedes...
Mientras el agente continuaba protestando, Joe, Douglas y Jimmy se
alejaron.
Con los caballos de la brida caminaron por la parte trasera de los
edilicios.
Media hora más tarde Laminaban por la orilla del río sin prisa.
La oscuridad de la noche impidió de momento a Joe orientarse.
—No se ve nada — comentó.
— ¿Estás seguro de que vamos por buen camino?
—Por ahora sí, Douglas. Veremos si soy capaz de orientarme cuando
lleguemos a las montañas.
Algunos de los animales que habitaban a orillas del río se cruzaban
corriendo ante ellos para buscar el refugio en las aguas.
Horas más tarde se internaron en las montañas.
Mientras, en el despacho de Patrick Coleman, propietario del Best
Horse, se celebraba una interesante reunión.
Faltaba uno de los caciques, a quien todos estaban esperando.
—Tarda Fred —comentó Bob Haycox—. Siempre le ocurre lo mismo.
Estará perdiendo el tiempo con alguna de esas mujeres. No se da
cuenta de los años que tiene.
Roger Kirkendall, Bill Gibson, Patrick e Irving Lipstein, se echaron a
reír.
Fred Walson aparecía en ese momento sonriente en la puerta.
— ¡Vaya! ¡Por fin has llegado! —exclamó el viejo Haycox.
—Estoy seguro de que ya estabais criticándome, ¿me equivoco?
— ¡Claro que lo estábamos haciendo! ¿Sabes qué hora es?
—Tranquilízate, Bob. No me ha sido posible llegar antes.
—Siempre pones la misma excusa.
—Me gustaría que te dieras una vuelta por la reserva. No hay más
remedio que reforzar la vigilancia. Alguien está visitando el
campamento de Gran Tokana. Un hechicero nos ha revelado el secreto.
Su hijo, el indio que Bill hirió, fue salvado por un médico de esta
ciudad. A ti te corresponde averiguar qué médico ha sido. Tendrás que
regresar pronto a la reserva, Irving. Tus compañeros te están
esperando.

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— ¡Entra y cierra la puerta! —ordenó el viejo Haycox—. Hay cosas


más importantes que solucionar. Uno de los agentes que envió el
gobernador llegó con vida a su casa. Tuvimos suerte que muriera antes
de hablar.
Fred miró con sorpresa a Irving, su hombre de confianza.
— ¿Cómo es posible, Irving?
—Soy el más sorprendido. Lo cierto es que llegó con vida, como se
ha podido comprobar. Pero creen que han sido los indios quienes le
han matado.
Esto tranquilizó al hombre recién llegado. Tomó asiento para
escuchar en silencio, como los demás, el nuevo plan ideado por el viejo
Haycox.
—Hay que obrar sin titubeos en la reserva —dijo—. Si queremos que
el nuevo «negocio» continúe proporcionándonos los mismos o
mayores beneficios.
Ni una sola objeción al nuevo plan. Aceptado por todos, terminaron
brindando por el éxito de sus nuevos planes.
—Tengo una mala noticia para ti, Bob; va a resultar muy difícil
conseguir los caballos que me pediste. Los mejores ejemplares están en
poder de Gran Tokana, al parecer, y en ese campamento se nos ha
prohibido entrar hace tiempo. Irving es quien te lo puede decir o
explicar con más detalles.
— ¿Qué le ocurre a ese indio? Tú eres el encargado de la reserva,
Fred. Están obligados a obedecer tus órdenes.
—Y lo hacen. Pero introducirse en ese campamento es muy
peligroso.
— ¡Espera un momento! Acabas de decir que el hechicero...
—No te hagas ilusiones. Ya lo he tratado con él. Prometió ayudarme,
pero no estoy muy seguro. Si me trae algún caballo, mejor para todos.
Le prometí concederle privilegios sobre los demás. Le vi un poco
inseguro. No se atreverá a traicionar a su jefe, es la impresión que me
dio.
— ¿Ni obligándole?
—Perderíamos el tiempo —dijo Irving—. Si conocieras bien a esos
indios, no hablarías así, Bob.
Este quedó convencido.
—Está bien. De todas formas, me gustaría conseguir alguno de esos
ejemplares. Confío en ti, Fred.
—Repito lo de antes; no te hagas demasiadas ilusiones. Sabes que si
me es posible, los tendrás.
—Gracias. Este año resultará mucho más difícil triunfar en las
carreras. Va a permitirse a los indios que participen en ellas.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

— ¿Qué dices? No consentiré que ninguno de esos cerdos abandone


sus tierras.
—El gobernador publicará una orden autorizándoles. ¿Crees que
podrás convencerle de lo contrario?
— ¡Soy el responsable de lo que ocurra en esas tierras! ¡Me opondré
a ello!
—No conviene enemistarse con nuestro amigo Earl. Tal vez si le
expones tus razonamientos consigas algo. Me darías una gran alegría,
porque si se presentan los indios en las carreras veo muy difícil el
poder derrotarles y los premios este año valen la pena. Se habla de
cinco mil dólares para el caballo vencedor.
— ¡Hablaré con el gobernador!
—Hazlo antes de que se publique la orden de la que acabo de
hablarte.
Consultó su reloj el encargado de la reserva.
— ¡Si no fuera tan tarde...! —se lamentó.
—Es posible que te reciba si expones un motivo interesante.
—Voy a intentarlo. Ya veré qué se me ocurre. Se puso en pie y
abandonó la reunión.
Fue recibido por uno de los agentes que hacían la vigilancia a la
puerta de la casa del gobernador.
—Traigo una noticia importante para el gobernador. Es preciso que
le vea cuanto antes.
—Se le anunciará su visita. No creo que le reciba ya a estas horas,
pero tratándose de usted...
Y en efecto, fue recibido por el gobernador.
Fred Watson expuso un extraño problema surgido en la reserva y el
gobernador le escuchó con atención.
—Todos los años se les ha permitido asistir a las fiestas y este año he
pensado darle un nuevo voto de confianza al permitirles participar en
los ejercicios. Tienen el mismo derecho que los demás. A pesar de lo
que acaba de decirme, no variarán mis planes.
—Piénselo bien, señor. Supone un gran peligro para todos los
ciudadanos de Phoenix que los indios salgan de la reserva.
—Otros años han salido y no ha ocurrido nada. Más peligro supone
la visita de tantos pistoleros y cuatreros que nos visitarán esos días,
aprovechando que no se puede hacer nada contra ellos.
El encargado de la reserva optó por no insistir y se despidió del
gobernador, dándole las gracias por haberle recibido a aquellas horas.
Y en el Best Horse no se tardó en conocer la noticia.
—Estaba seguro que no lo conseguirías, Fred. Conozco al
gobernador. Lo que hace falta es que tus hombres se encarguen de

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vigilar a los indios que decidan participar en los ejercicios. Si los tratáis
como es debido, lo pensarán mejor y terminarán por no presentarse en
las carreras.
— ¿Qué pasa con los caballos de Cedric?
—Ese no me preocupa. Son de risa los que piensa presentar.
Se echaron todos a reír.
Poco después decidían hacer acto de presencia en el saloon con
ánimo de divertirse.
Irving acaparó a una de las empleadas más solicitadas por los
clientes.

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CAPÍTULO VIII

Durante los dos días que estuvieron Joe, Douglas y el agente Malone
en la reserva, Trochu, el hijo de Gran Tokana (Gran Zorro Gris), les
acompañó a todas partes.
El joven indio conservaba el rifle que Joe le había regalado.
Demostró tener una gran habilidad en el manejo del mismo; realizó
varias exhibiciones que fueron muy aplaudidas por los tres visitantes.
Al regreso del campamento visitaron al gobernador, a quien le
entregaron el informe de todo lo que habían conseguido averiguar.
Pudieron averiguar que ninguno de los agentes había sido atacado
por los indios y así lo hicieron constar.
Cedric y Julius se alegraron al verles, en particular por la gran noticia
que les habían comunicado.
En un lugar apartado del rancho de los Duning se encontraba uno de
los mejores caballos que se habían criado en aquellas montañas, el que
gracias a la ayuda prestada por los indios consiguieron capturar.
Vivian continuaba ignorando esto y cada vez se mostraba con mayor
disgusto referente a la presencia de Joe en el rancho.
Rhonda, convencida también de que los Duning harían el ridículo en
la carrera, intentó convencer al padre de su amiga.
Le preocupaba tanto esto, que llegó a pedir a su padre hablara con
Cedric.
— ¿Qué le ocurre, hija? Cedric sabe bien lo que se hace... Yo no pongo
en duda que los Haycox vuelvan a triunfar en las carreras, pero lo que
sí puedo decirte es que este año apostaré unos cuantos dólares en
favor de Duning.
— ¡Papá...! No hablarás en serio, ¿verdad?
Se echó a reír el gobernador.
—Pues claro que sí, hija. Ese muchacho que trabaja como
preparador de los Duning...
— ¡No me hables de él! ¡Es un fanfarrón!
— ¡Vaya! Procura no llamárselo cuando pueda oírte, porque es capaz
de castigarte como no te puedes imaginar. Ahora te está hablando tu
padre, no el gobernador de Arizona. Conozco muy bien a los tejanos.
— ¡Le llamaré fanfarrón en sus narices tan pronto como lo vea!

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—Te acordarás de lo que acabo de decirte. ¡Ah! Clark vino a buscarle


muy temprano. Quería que vieras las pruebas que iba a realizar con
unos nuevos caballos que al parecer han recibido, pero tu madre
también te está esperando. Ve a verla. No sé dónde quiere que la
acompañes. Está citada con la madre de Clark.
La muchacha besó cariñosa a su padre y abandonó el despacho.
Seguidamente se reunió con su madre.
— ¿Dónde te has metido, Rhonda? Me he cansado de buscarte.
Arréglate un poco. La madre de Clark nos está esperando. Creo que han
recibido unos vestidos preciosos. Ya conoces a Jane, creo que va a
regalarnos uno a cada una. Así, por lo menos, tu padre no podrá decir
que gastamos mucho dinero. Él es quien se lo gasta con tantos
problemas como se crea. Tiene que estar loco. Ahora pretende sufragar
los gastos de los dos hijos de ese agente que mataron los indios.
—Pobrecillos, mamá... Lo merecen.
—No pienses igual que tu padre. Cuando tengas unos años más te
darás cuenta de muchas cosas. Perdona, hija, no creas que me molesta
que tu padre haga eso. Lo que deseo hacerle comprender es que no
evitará ciertas desgracias, por mucho que se empeñe.
—Tratar de evitarlas supone una gran satisfacción.
La vieja besó cariñosa a su hija.
— ¡Estoy de acuerdo contigo, hija! —suspiró—. Vamos antes de que
se haga demasiado tarde. Ponte un vestido elegante.
—Me resulta mucho más cómoda esta ropa. ¿Te importa?
—Como quieras.
Al salir se despidieron cariñosamente de los criados. La esposa de
Bob Haycox las estaba esperando en uno de los almacenes de su
esposo.
—Creí que no vendríais. Hace tiempo que no te veo, Rhonda. ¿Por
dónde te metes? Ya sé que estuviste en el rancho con Clark
presenciando las pruebas que están haciendo con los caballos. Van a
acabar locos con esas cosas. Pasad. Ahora os enseñaré los vestidos que
acabamos de recibir. No he querido ponerlos a la venta por temor a
quedarme sin ninguno.
El salón donde se vieron obligadas a esperar estaba elegantemente
adornado.
La esposa de Haycox no tardó en aparecer, acompañada de dos
empleados.
Todos los vestidos, los cinco distintos modelos que había recibido,
resultaron muy bonitos.
— ¡Este es precioso! —exclamó la madre de Rhonda.

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—Tenemos el mismo gusto, mamá. También a mí me gusta mucho


ese vestido. Para ti lo encuentro un poco atrevido.
—No pensaba en mí cuando dije que era bonito.
—Entiendo...
—El vestido es tuyo, Rhonda.
— ¡Jane!
—Para que lo estrenes el día de la fiesta. Clark recibirá una gran
sorpresa cuando te vea.
Rhonda, que estaba deseando marcharse, dijo a su madre:
—Sabes que Vivían me está esperando. Le pedí me acompañara
hasta la nueva escuela. Todavía no habéis ido ninguna de las dos a
verla. Ha quedado muy bonita. Estoy deseando que pasen las fiestas
para poder empezar mi trabajo.
—Pronto te cansarás, Rhonda. Cometes un grave error haciéndote
cargo de esa escuela.
— ¡Jane! No hablas en serio, ¿verdad?
—Claro que sí. Y estoy segura que tu madre está de acuerdo
conmigo.
—No lo estoy, Jane. Me alegra que Rhonda ejerza su carrera.
— ¡Bah! ¿Qué necesidad tiene?
—Disculpadme —dijo la muchacha —. Muchas gracias por tu regalo,
Jane.
Al verse en la calle, respiró con tranquilidad. Pensando en sus cosas
no se dio cuenta de la presencia del sheriff al pasar ante la oficina de
este.
—Buenos días, Rhonda —saludó el de la placa.
—Hola, sheriff. ¡No lo había visto!
—Ya me había dado cuenta. ¿En qué vas pensando?
—En mis problemas. ¿No ha visto a Vivían?
—No. Por aquí no ha venido nadie. Fíjate en ese grupo. Están
acudiendo más forasteros que ningún año. ¿Has leído esto?
Rhonda se acercó a leer el escrito que había sido colocado en la
puerta de entrada de la oficina del sheriff.
Se anunciaba que los indios eran autorizados a participar en los
distintos ejercicios, pudiendo comprobar con gran satisfacción, la
muchacha, que aquel escrito había sido firmado por su padre.
—Todavía no he tenido oportunidad de ver a ningún indio. Y eso que
Julius me aseguró que a su almacén acudían varios clientes de la
reserva.
—Hace tiempo que no vienen los indios por aquí. Míster Watson les
habrá prohibido salir de sus tierras.
— ¿Por qué?

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—Lo ignoro, pequeña.


El grupo de forasteros se detuvo ante ellos.
—Bonita muchacha —dijo uno—. ¿Es usted su padre, sheriff?
— ¿Os importa?
—Es muy bonita. Simple curiosidad...
—A veces resulta peligroso ser curioso. No lo olvidéis.
— ¿Lo habéis oído, muchachos?
Se echaron a reír.
El sheriff les dio la espalda y comenzó a caminar junto a Rhonda.
— ¡Eh, sheriff...! No se vaya... Preséntenos por lo menos a esa
muchacha.
Rhonda se volvió con rapidez.
— ¿Qué queréis? — dijo, dirigiéndose a todos.
— ¡Dejadme a mí con esta paloma! —exclamó uno de los que iban en
el grupo.
La muchacha le contempló furiosa.
—Cuidado, amigo... No intente propasarse o soy capaz de...
Intervino nuevamente el sheriff.
—Dejad en paz a esta muchacha. No me obliguéis a deteneros.
—Decir que esta muchacha es bonita no supone ningún delito.
Clark y Melvyn, que iban charlando animadamente, se detuvieron al
darse cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Ambos se mostraron furiosos al llegar junto a Rhonda y el sheriff.
— ¡Clark...! —exclamó uno de los forasteros.
— ¡Vaya! ¡Esto sí que tiene gracia! ¿Qué hacéis por aquí?
—Nos hemos cansado de estar en la montaña. Faltan pocos días para
las fiestas. ¿Conoces a esta muchacha?
—Dejadla tranquila. Es mi prometida.
—Perdona, Clark. De haberlo sabido...
Supieron que se trataba de la hija del gobernador y se mostraron
más amables a partir de aquel momento.
Rhonda se marchó, reuniéndose con Vivian en la nueva escuela, que
muy pronto iba a ser inaugurada.
Llegó furiosa.
— ¿Qué te ocurre, Rhonda?
— ¡Estoy furiosa! ¿Has visto a Douglas?
—No, no estaba en el almacén. Y Julius no supo decirme dónde fue.
Cuéntame lo que te ha ocurrido.
Rhonda se lo refirió todo y Vivian terminó por echarse a reír.
—Te advierto que a mí no me hace ninguna gracia —protestó al
escuchar las risas—. Si hubiera tenido un látigo en la mano, habría sido
capaz de cruzarle el rostro a ese hombre.

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—Tranquilízate, mujer. Siendo la prometida de Clark nadie se


atreverá a molestarte.
Mostróse más furiosa todavía al escuchar esto.
— ¡Estoy cansada de que todo el mundo crea que soy la prometida
de ese engreído! ¡Verás qué pronto lo arreglo...!
— ¡Hum...! Va a resultar cierto lo que te dije hace unos días...
— ¡Por favor, Vivian! Es cierto que el tejano me resulta simpático,
pero no existe nada de lo que estás pensando en este momento.
— ¡Ese fanfarrón llevará su merecido muy pronto! Debe estar
esperando algún caballo, porque no le veo a ninguna hora. Mi padre le
acompaña a todas partes. ¿Has hablado con tu padre?
—De eso quería precisamente hablarle. Más hubiera valido que no le
dijera nada. ¿Sabes lo que me ha dicho? Que apostará un puñado de
billetes en favor de vuestros caballos.
— ¡Eso es una locura!
—Sí, ya lo sé, pero ¿cómo nos las arreglaremos para convencerles?
—Yo sé cómo. Pide a Clark que invite a tu padre. Cuando vea de lo
que son capaces los caballos de los Haycox, se convencerá de su error y
entonces hablará con mi padre.
A Rhonda le molestaba tener que recurrir a Clark, pero no le
quedaba más solución que hablar con él.
Horas más tarde recibía el gobernador la invitación.
Amante de estas cosas no dudó en aceptar, acompañándole las dos
muchachas.
Se hicieron varias pruebas en el rancho, aplaudiendo el gobernador
cada vez que una de estas pruebas terminaba.
Y salió convencido del triunfo de los Haycox.
Al llegar a casa dio orden de que suspendieran toda clase de visitas y
volvió a salir sin que nadie le viera.
Únicamente sus hombres de confianza sabían que había marchado.
Era de las pocas veces que salía de la casa sin escolta.
Cedric recibió una gran alegría al reconocer al visitante.
— ¡Este hombre está loco! —exclamó, saliendo a su encuentro.
Sonriente desmontó el gobernador ante la casa.
—Temía no encontrarte, Cedric.
— ¿Cómo te has atrevido a salir solo, Earl? Eres un loco...
—Tenía que verte con urgencia.
—Con enviar un aviso...
—Estuve presenciando unas pruebas en el rancho de los Haycox.
Clark me invitó. Tienen unos caballos maravillosos. Será muy difícil
derrotarles, aunque los indios se presenten...
Cedric tomó el caballo de la brida y lo amarró a la barra.

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—Vamos dentro. Ahora es cuando estoy más seguro de que podré


derrotar a los Haycox. Se encuentra en mi rancho el mejor ejemplar de
Arizona.
— ¡No seas loco!
—Tranquilízate. Vas a comprobarlo tú mismo dentro de poco. Es
maravilloso el caballo que Joe trajo de la reserva. Gracias a la ayuda
que les prestó el hijo de Gran Tokana les fue posible cazarlo en las
montañas indias.
El gobernador se mostró sorprendido.
Y tenía tantos deseos de poder ver el caballo en cuestión que pidió a
su amigo le llevara hasta el lugar donde lo tenían.
Joe suspendió su trabajo al ver a Cedric acompañado.
Al darse cuenta de quién era el acompañante, se echó a reír y se
tranquilizó.
Douglas salió de su escondite también.
Los ojos del gobernador se abrieron de asombro al fijarse en el
caballo que estaban preparando.
El potente relincho de aquel animal le obligó a detenerse.
—No se acerque demasiado, señor. Todavía no está familiarizado
con las personas...
Joe le acarició cariñoso el cuello.
—Vamos, tranquilízate. Ahora tendrás que soportar nuevamente
todo el peso de mi cuerpo. El gobernador debe confiar en ti.
Joe saltó sobre el caballo.
— ¡Vamos! —gritó Joe, acariciando al caballo en el cuello.
Partió como una exhalación, dando la impresión que ni siquiera
ponía las patas en el suelo.
Comenzó a dar saltos de alegría el gobernador, aplaudiendo
emocionado.
Douglas, con el reloj en la mano, seguía pendiente de la prueba.
Había ganado varios segundos con relación a la anterior prueba y
corrió junto a Joe, besando cariñoso al caballo en el cuello.
— ¡Lo estamos consiguiendo! ¡Menuda sorpresa van a recibir ciertas
personas!
Cedric reía escuchando las exclamaciones del gobernador.
— ¡No hay duda que será el caballo que triunfe! Cada vez me alegro
más de haber venido... ¡Jamás he visto nada parecido!
—Falta lo más difícil todavía, ponerle los hierros de este rancho —
inquirió Joe—. Es para que los Haycox no pongan ningún pretexto.
— ¡Bob va a pagármelas todas juntas! —exclamó Cedric—.
Recuperaré con creces todo lo que ha venido ganándome estos años. Ni
los caballos indios tendrán nada que hacer.

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Cedric y el gobernador regresaron a la casa.


Descorcharon una botella al llegar y brindaron de antemano por el
éxito que obtendrían en las carreras.
Dos horas más tarde el gobernador entraba en su casa acompañado
de Cedric.
Le comunicaron enseguida las visitas que se habían acumulado.
Nadie se había dado cuenta de que había salido y esto le tranquilizó.
—No te vayas, Cedric. Hoy no recibiré a nadie. Vamos a mi despacho.
Deseo continuar hablando contigo. Cuando sepan los Haycox que
apostaré en favor de tus caballos, van a creer que estoy loco. Todo el
dinero que les arranque va destinado a la escuela que mi hija dirigirá.
Entraron riendo en el despacho, recibiendo instrucciones los criados
para que nadie les molestara.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

CAPÍTULO IX

Los indios acudieron a la ciudad bajo la vigilancia de los hombres de


Fred Watson.
Rhonda, que estaba deseando poder hablar con uno de los indios,
acudió inmediatamente al almacén de Julius al saber que dos indios se
encontraban allí.
Julius les atendía con agrado, expresándose algunas veces en aquel
extraño idioma del que Rhonda no entendía una sola palabra.
Vivian reía al escucharle.
Los dos jóvenes indios se acercaron a Rhonda y la saludaron con su
característico estilo.
—Julius ser amigo nuestro. Decir que tú querer hablar con nosotros.
—Sí, es cierto... —exclamó nerviosa.
Minutos más tarde se mostraba más tranquila y pensó que a la
escuela también podían acudir algunos indios. Decidió hablar con su
padre después de los primeros ejercicios que iban a celebrarse aquella
misma tarde.
Las bebidas alcohólicas estaban prohibidas para los indios y Julius
les obsequió con unos refrescos.
En el pequeño establecimiento se encontraban numerosos
forasteros, quienes, a juzgar por su aparente comportamiento,
deberían estar familiarizados a alternar con los indios, dada la poca
importancia que concedían a la presencia de estos.
Salieron contentos los indios, deteniéndose al escuchar tras ellos:
— ¡Quietos!
Con rostro inexpresivo miraron a los dos hombres que se acercaban.
Se trataba de dos de los vigilantes de la reserva.
— ¿Qué habéis estado bebiendo? —interrogó con malos modales el
más fuerte, aparentemente, de los dos —. ¿Whisky?
Respondieron con un movimiento negativo de la cabeza al escuchar
esta última palabra.
— ¡Se os advirtió que no probarais el alcohol, cerdos! Están teniendo
demasiadas consideraciones con vosotros...
Uno de los indios fue brutalmente golpeado, sorprendiéndose los
curiosos de que ni siquiera hicieran intención de defenderse.
El indio golpeado tenía el rostro cubierto de sangre.
— ¡Malditos...! —exclamó nuevamente el vigilante, golpeando al
otro.
Una exclamación de sorpresa se escuchó seguidamente.
Y la noticia se extendió con rapidez.

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Joe y Douglas acudieron inmediatamente al enterarse.


Y sin que nadie se atreviera a intervenir en defensa de aquellos dos
pobres indios, los vigilantes continuaban golpeándoles.
— ¡Basta, cobardes! —gritó Joe.
Los vigilantes se volvieron con rapidez.
— ¡No te metas en lo que no te importa, amigo! ¡Si no hubieran
dejado salir a estos cerdos de la reserva habría sido mejor!
— ¿Por qué les castigáis?
— ¡Han bebido whisky ahí dentro! Julius sufrirá las consecuencias.
— ¡No es cierto! ¡Bebieron únicamente un refresco cada uno, que yo
mismo les serví!
— ¡Claro! Ya sé que entraron a beber agua...
Se echó a reír el compañero del que había hablado.
—Sois unos cobardes...
Joe ayudó a uno de los indios a ponerse en pie. El sheriff se abrió
paso entre los curiosos.
— ¿Qué significa esto? —interrogó al fijarse en el rostro
ensangrentado de uno de los indios.
—Hola, sheriff —respondió el vigilante que había golpeado a los
indios—. Me he visto obligado a castigar a esos dos. Han estado
bebiendo en el almacén de Julius... Whisky, por supuesto.
— ¡No les hagas caso, Ben! —gritó nuevamente el viejo Julius—. ¡Yo
mismo les serví un refresco!
—Los llevaremos a la reserva. Es donde han debido quedarse. Estos
hombres son muy peligrosos cuando se encuentran bajo los efectos del
«agua de fuego», como ellos llaman al whisky.
Dando la espalda al sheriff, se dirigió a los indios, indicándoles que
se pusieran en movimiento.
— ¡Van a estropearnos las fiestas! —exclamó el compañero del que
les había golpeado.
Joe se interpuso en su camino.
—Cualquiera de esos dos hombres podría matarte a golpes si en
efecto estuviera bajo los efectos del alcohol.
— ¡Déjanos en paz, gigante! ¡Sabemos muy bien lo que tenemos que
hacer!
Seguidamente, el vigilante se expresó en indio. Pedía a los que había
golpeado dijeran que habían estado bebiendo whisky.
Una sonrisa especial cubrió el rostro de Joe.
— ¿Qué le estás diciendo?
—Ahora lo sabrás...
Los indios continuaron en silencio.
— ¡Hablad! —exigió el vigilante en aquel idioma extraño.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

—Déjales en paz... Ignoro lo que dices —mintió Joe, que había


entendido perfectamente a los vigilantes.
Los dos indios miraban con simpatía a Joe.
— ¡Vamos, caminad! ¡Vais a saber lo que es bueno cuando lleguemos
a la reserva!
Joe continuó fingiendo no entender lo que decía aquel hombre y se
acercó lentamente a él.
Desprendiéndose de su cinturón-canana, dijo:
—A ver si eres capaz de hacer lo mismo conmigo... ¡Voy a castigaros
a los dos a la vez!
— ¡Sheriff! ¡Diga a este loco que no continúe provocándonos o...!
El sheriff se puso al lado de los indios.
Descubrió a un conocido médico de la ciudad y le pidió atendiera al
herido.
Poco después manifestaba el médico que ninguno de aquellos dos
hombres había probado el alcohol.
— ¿Qué dices ahora, cobarde? —agregó, provocativo, Joe.
— ¡Maldito...! No le basta el haber complicado la vida a tu patrón,
sino que ahora...
— ¡No intervenga, sheriff! —gritó Joe al darse cuenta de la intención
de este—. La prohibición no impedirá que castigue a esos dos cobardes
en la forma que merecen. Me enfrentaré a ellos sin armas.
Los dos vigilantes dejaron caer su arsenal al suelo.
En pocos minutos se concentró una verdadera manifestación en
aquel lugar.
Los vigilantes de la reserva, temiendo una reacción peligrosa para
ellos de los espectadores, atacaron a un mismo tiempo.
Joe golpeó al primero, derribándole como un pesado fardo.
Zancadilleó al otro, obligándole a perder el equilibrio.
Antes de que tomara contacto con el suelo recibió un tremendo
rodillazo en el rostro.
Se sobrecogieron muchos de los espectadores al escuchar aquel
característico ruido.
Los aplausos comenzaron a sonar y Joe fue elevado a hombros por
un grupo de forasteros, sin que nadie se preocupara de los hombres
que continuaban en el suelo.
Avisado Fred, se presentó en la oficina del sheriff, donde creía
estaban los indios.
— ¡Acaban de informarme de lo ocurrido! —dijo al entrar—. ¿Dónde
tiene a los indios?
—Esperaba su visita, míster Watson. Ignoro dónde han podido ir
esos dos hombres. Se les castigó injustamente.

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— ¡No sabe lo que está diciendo!


— ¿Por qué grita tanto para hablar?
— ¡Entrégueme a los indios! ¡Por su culpa ha muerto uno de mis
mejores hombres y otro se encuentra gravemente herido!
—Si no hubiéramos estado en fiestas, le aseguro que estarían
colgando a estas horas esos dos hombres suyos.
— ¡Tiene que estar loco! ¿Dónde han dejado a los indios?
—Si de veras desea saberlo, pregúntelo a los agentes del
gobernador. No sé dónde les habrán llevado...
Palideció el tipo al escuchar esto.
— ¡Se están metiendo en lo que no les importa! Yo soy quien ha de
solucionar los problemas de la reserva. Nadie más puede intervenir...
—No se complique la vida, míster Watson. Los ejercicios dan
comienzo esta tarde. Si de veras no quiere perdérselos...
Giró bruscamente sobre sus talones el encargado de la reserva y
abandonó la oficina, dejando al sheriff con la palabra en la boca.
Este se echó a reír y terminó con un movimiento negativo de cabeza,
como síntoma de preocupación.
La noticia se extendió con rapidez por toda la ciudad.
Irving, compañero del vigilante muerto y del otro que se encontraba
en grave estado, rugía como una fiera en el despacho de Patrick
Coleman, donde se reunió con su jefe.
— ¡Basta Irving! —gritaba Fred Watson—. En realidad no han tenido
la culpa esos dos indios. Os advertí que el alcohol sería vuestro peor
enemigo y no habéis querido hacerme caso. Lo que me sorprende es
que no les hayan colgado por lo que hicieron. En el fondo me alegro de
lo que les ha ocurrido.
— ¡Yo les vengaré! ¡Esta tarde, cuando terminen los ejercicios de
«Colt» y rifle, lanzaré un reto a ese cobarde!
—Olvídalo. No creas que es tan tonto ese muchacho...
Los puños del pistolero se crisparon y terminó golpeando con fuerza
sobre la mesa.
Transcurrió el tiempo olvidándose todo el mundo del incidente.
La pradera donde iban a celebrarse los ejercicios se encontraba llena
de gente.
Rhonda, que había sido elegida reina de la tiesta, ocupaba el asiento
de honor en la tribuna, junto a su padre.
Varios equipos esperaban en el centro de la pradera el momento de
su intervención.
Irving formaba parte del equipo de los Haycox, originando este
detalle los más variados comentarios.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

Todos los equipos que fueron interviniendo lo hicieran mejor o peor,


se les aplaudía con fuerza.
Cuando se anunció al equipo de los Haycox se hizo un profundo
silencio.
Irving se situó frente a los blancos junto a sus compañeros Mervyn y
dos cow-boys más.
Los cuatro movieron con la mayor rapidez sus manos y al ser
consultados los blancos obtuvieron el éxito sin ninguna clase de dudas.
Bob Haycox mostrábase orgulloso.
Cuando quiso darse cuenta el gobernador había abandonado la
tribuna regresando a su casa, donde se entrevistó con alguno de los
indios amigos a quienes prometió que defendería en todo momento.
Aquella noche, en el salón donde se celebraba la primera fiesta del
programa, Rhonda apareció elegantemente vestida, sin que consiguiera
apartarse un solo momento de Clark, quien tan implacablemente la
acechaba.
Lo que no pudo evitar Clark es que bailara con el triunfador de los
primeros ejercicios.
— ¿Qué le ha parecido nuestra intervención?
—El jurado calificador obró con justicia al otorgarles el triunfo. Han
sido los mejores que se han presentado.
Continuaron charlando animadamente.
Douglas y Vivían se cruzaron con ellos pidiendo Rhonda a su pareja
la disculpara unos segundos.
Se acercó decidida a la pareja que bailaba a su lado, diciendo:
—Recuerda que el próximo baile lo tienes comprometido conmigo,
Douglas.
—No lo he olvidado —respondió este—. Precisamente estábamos
hablando de esto Vivian y yo.
—No os alejéis mucho de mí. Clark no me deja respirar con libertad.
Clark no podía oír lo que hablaban. Rhonda continuó bailando con el
pistolero y así que terminó el bailable, Douglas se acercó a ellos.
—Este es mi baile, Rhonda —dijo.
Les miró con sorpresa el pistolero y se alejó. Clark se mordió los
labios con rabia.
— ¿Por qué no la has acompañado hasta aquí? —protestó al llegar
Irving a su lado.
—Era lo que me proponía, pero el ayudante de Julius se anticipó.
— ¡Le pesará! ¡Ha sabido aprovechar las circunstancias!
—Yo no hablaría así, Clark. Cuando bailaba con tu prometida fue ella
la que me pidió que la disculpara y se acercó a Douglas y a la hija de
Cedric. Me da la impresión de que ha sido ella quien le pidió el baile.

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— ¡Maldito...!
— ¡Cuidado, Clark! Conseguirás que mis manos se pongan nerviosas
si continúas por ese camino.
Forzó una sonrisa Clark, sin poder evitar que sus piernas temblaran.
Irving le dio la espalda y se alejó.
Douglas continuó bailando con Rhonda sin que Clark pudiera
evitarlo.
La madre de este comentó con la de la muchacha:
—Me da la impresión de que Rhonda se está propasando. Mi hijo
está furioso.
—No la culpes a ella, Jane. Ya la conoces... Le gusta divertirse en
estas fiestas...
— ¡Mira! —exclamó con sorpresa—. ¡Ahora está bailando con ese
cow-boy tan alto que defendió a los indios!
La esposa del gobernador miró hacia el lugar que su amiga le
indicaba y sintió una especie de satisfacción por todo su cuerpo.
— ¡Esto es intolerable! —exclamó la esposa de Haycox.
—La fiesta se celebra para todos, Jane. No tienes motivos para
ponerte así.
— ¿Es que no te das cuenta, Debbie? Tu hija está bailando con un
vulgar cowboy. ¡Es un atrevido ese muchacho!
—Es tejano, con eso está dicho todo. Me hizo mucha gracia lo que me
contó Rhonda cuando llegó del Este. Sabes que ese muchacho viajó con
ella, y tuvo la osadía de decirle que haría todo lo posible por robarle la
novia a su prometido.
Se echó a reír al decir esto.
—Tendrá un serio disgusto con Clark, ya lo verás.
—Hoy se transige todo, Jane, tranquilízate.
Clark, acompañado de dos amigos, se acercó a la pareja que bailaba
tranquilamente.
— ¡Rhonda! —dijo—. Te estoy esperando...
— ¿Para qué? Sabes que Joe es un buen amigo mío.
Palideció visiblemente Clark.
—No quiero que por mi culpa tengáis disgustos. Debes bailar con tu
prometido.
— ¡Cuando termine el baile hablaré contigo, Clark! ¡Ya estoy harta de
tus tonterías!
Joe no pudo contener la risa.
Lívido como un cadáver, se alejó Clark.
—Tu prometido se ha disgustado —comentó Joe.
— ¡Estoy cansada de escuchar esa palabra! ¡Clark no es mi
prometido, ni lo ha sido nunca! Un buen amigo y nada más...

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— ¿Como yo?
—Igual... —respondió mecánicamente la muchacha, viéndose
obligada a tener que soportar la sonrisa de Joe.
Este, para evitar nuevas complicaciones a la muchacha, no la molestó
en toda la noche, de lo que Clark se alegró.
Pero Rhonda estaba tan furiosa que se retiró mucho antes de que la
fiesta terminara.

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M.L. Estefanía Caciques de Muerte

CAPÍTULO X

Tres días más tarde todos los ejercicios celebrados hasta el


momento habían sido ganados por los hombres de Haycox, a quienes
también consideraban favoritos en las carreras, el último ejercicio que
faltaba por celebrarse.
Las manifestaciones hechas por Cedric Duning fue motivo de gran
escándalo.
Pero Bob Haycox fue el único que consiguió cruzar una importante
apuesta con el loco manifestante, como así se le consideraba en la
ciudad, y con el gobernador.
Joe y Douglas se presentaron en el almacén de Julius y se echaron a
reír al ver lo que estaba ocurriendo.
— ¡Menos mal que habéis llegado! —exclamó el viejo—. Esta gente
se cree que tengo tanto dinero como el Banco. ¡Acabo de apostar todos
mis ahorros, a ver si me dejan tranquilo de una vez!
—A esto se debe el que hayamos venido —dijo Joe—. No
pensábamos aparecer por aquí ninguno de los dos hasta después de la
carrera.
— ¡Estoy asustado...! Esa letra es de Clark. ¿Qué quiere?
—Hacer una interesante apuesta conmigo, al parecer...
— ¡Ten cuidado, Joe! Tú ya conoces a Clark Douglas...
—Eres un idiota, Julius. Aprovecha la oportunidad que se te presenta
y apuesta cuanto tengas a favor de Joe.
—Dejadme en paz...
— ¿Cuánto crees que vale este almacén?
— ¡No insistas, Douglas! ¡Esto significa más de lo que imaginas para
mí!
Douglas se volvió hacia los numerosos clientes que habían
enmudecido.
—Julius desea haceros una nueva apuesta.
En avalancha se lanzaron sobre el viejo.
— ¡Un momento! ¡Apartaos!
— ¡No le hagáis caso a este loco! —gritó, asustado, el viejo.
—Acabas de decirme que si encontrabas a alguien que quisiera
poner diez mil dólares frente a tu almacén, que lo pondrías en juego a
favor de los caballos de Duning.
Los billetes comenzaron a aparecer en las manos de aquellos
hombres.
Y Julius no tuvo más remedio que aceptar la apuesta.
Douglas y Joe se encargaron de ultimar los detalles.

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El viejo se dio cuenta de lo que había hecho cuando se vio obligado a


firmar el documento que su apostante requirió.
Dinero y documento fueron depositados en manos del sheriff,
Al quedar a solas con el de la placa, exclamó:
— ¡Entre todos habéis conseguido arruinarme! ¡No quiero apostar!
¡No! ¡No lo haré!
—Demasiado tarde, Julius. No aceptarán que rechaces la apuesta.
— ¿Dónde está Douglas? ¡Ese maldito ha tenido la culpa! Ya puede ir
despidiéndose de su trabajo...
—Cálmate... Así no conseguirás nada. Douglas marchó con Joe al Best
Horse, donde Clark le cito.
Decidieron acercarse a ver qué estaba ocurriendo. Joe, Douglas y
Clark se hallaban en presencia del gobernador y de su hija.
Vivían acompañaba a esta.
— ¡Tu padre ha de estar loco! —exclamó Rhonda en voz baja.
Clark, sonriente, decía en esos momentos a Joe:
—En vista de que no cuentas con el dinero suficiente, acaba de
ocurrírseme algo mejor; serás expulsado para siempre de esta ciudad
si resultas, cosa que no dudo, derrotado en la carrera.
Todo el mundo estaba esperando la respuesta de Joe. Este miró al
gobernador sonriente.
— ¿Qué ganaré a cambio?
—La cantidad que tú mismo fijes.
—No sería justo ni honrado por mi parte aceptar en estas
condiciones. Propongo algo más importante.
Se echaron a reír Clark y sus amigos, contagiando a la mayoría de la
gente que les rodeaba.
—Tú dirás...
—Le ruego que disculpe lo que voy a decir, señor. Le doy mi palabra
de tejano de que mis palabras tendrán un sentido distinto.
— ¡De fanfarrón! ¡Es la única palabra que puedes dar! —interrumpió
Rhonda sin poder evitarlo.
—Por favor, Rhonda... No interrumpas a este joven. Puedes hablar, te
escucho.
—Acepto la apuesta con una condición —dijo Joe, dirigiéndose a
Clark—. Que si soy yo el que triunfa, no te molestarás si te robo la
novia.
Una bomba no hubiera hecho tanto efecto en el salón. El gobernador
se echó a reír.
—Me alegra que haya sabido comprenderme, señor.
Clark estaba lívido.

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— ¡No quiero bromas con esto! —protestó—. ¡Retira ahora mismo


tus palabras!
— ¿Temes acaso ser derrotado?
— ¡Te echaré a latigazos de la ciudad!
—Aún me queda algo por decir, algo que esta revoltosa no se ha
atrevido a hacer público nunca. Tu amistad con la familia Gwyne no te
da derecho a hacer creer a todo el mundo que esa pequeña es tu
prometida.
— ¡Esto es intolerable...!
Rhonda agradeció las palabras de Joe.
— ¡Cuidado, amigo...! Respeta por lo menos la presencia de este gran
hombre.
— ¡No saldrás vivo de Phoenix! —barbotó Clark—. ¡Yo mismo te
mataré a latigazos!
— ¿Qué dices tú, pequeña?
— ¡No me llames pequeña! ¡Te dije en una ocasión que no volvieras a
repetirlo!
—Tú misma has reconocido que los tejanos somos muy tozudos.
Las potentes risas que llenaron el salón no dejaron escuchar las
protestas de la muchacha.
Como la pólvora se extendió la noticia por la ciudad.
La madre de Clark se entrevistó inmediatamente con la esposa del
gobernador.
— ¿Te has enterado? ¡Es increíble lo que está ocurriendo! ¿Sabes lo
que se ha atrevido a decir ese loco de quien todo el mundo habla?
—Mi esposo me lo ha contado, Jane. A Earl le hizo mucha gracia.
— ¡Ahora es cuando más me convenzo de que ninguno en esta casa
estáis cuerdos!
— ¡Basta, Jane! No consentiré que grites de esta forma en mi casa.
Ese joven ha dicho algo que me ha agradado por lo menos; tu hijo se
tomó demasiado atrevimiento al manifestar en todas partes que
nuestra hija es su prometida, sin ser cierto.
— ¡Debbie...!
—Ya iba siendo hora de que lo aclarásemos.
— ¡No pienso volver a pisar esta casa! ¡Pediré a tu hija me devuelva
el traje que lleva puesto!
—Se lo has regalado.
Dio un tremendo portazo al salir.
—No debió permitir esto, señora.
—No tiene importancia, Stick. Ya verás como los Haycox no vuelven
a molestarnos.
— ¿Me permite una sugerencia, señora?

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—Dime, Stick.
—Ese muchacho es admirable.
Sonrió agradecida la esposa del gobernador.
A pesar de las horas que faltaban para que se celebrara la gran
carrera, todo el mundo acudió a la pradera con el fin de conseguir un
buen puesto.
Bob Haycox marchó con todos los caciques de la ciudad, comentando
con ellos acerca de la extraña postura adoptada por el gobernador y su
esposa.
—Otro en su lugar habría dado orden inmediatamente de que la
detuvieran —decía Fred Watson.
— ¡No te preocupes! Van a saber muy pronto en Phoenix quién es
Bob Haycox. Cuando todo haya terminado, Clark se encargará de echar
a latigazos a ese odioso tejano.
—Tranquilízate, Bob, ya falta poco —agregó Patrick Coleman.
Muchos de los caballos que iban a participar se encontraban en el
centro de la pradera.
Entre los espectadores continuaban cruzándose apuestas,
encontrando los aprovechados oportunidad de poner en juego unos
dólares que consideraban ganados de antemano al decidirse algunos,
por simpatía hacia Joe, aceptar las considerables condiciones de los
apostantes en favor de los Haycox.
Joe se encontraba ya entre los que iban a participar.
El caballo que llevaba de la brida fue contemplado en silencio por el
sheriff.
— ¿Dónde habéis conseguido ese caballo?
—Hola, sheriff. Eso no importa ahora. Apueste a nuestro favor si
desea ganar.
— ¡Es maravilloso! Creo que me atreveré a apostar en favor vuestro.
Joe se echó a reír.
Tan pronto como fueron ultimados los pequeños detalles por el
jurado, se ordenó a los participantes que fueran ocupando sus
respectivos puestos.
Un gran silencio reinaba en aquel momento.
Parecía como si los espectadores contuviesen hasta la respiración.
Tampoco pestañeaban, para no perder el menor detalle.
Los corazones latían a un ritmo acelerado cuando el sheriff se situó a
espaldas de los participantes dispuesto a dar la señal.
Vivian comenzó a llorar sin saber lo que ocurría.
Sonó el disparo y los caballos se pusieron en movimiento.
Los tres jinetes de los Haycox se pusieron inmediatamente a la
cabeza.

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Joe continuaba entre el grupo.


Los aplausos y gritos rompieron repentinamente el silencio.
Simon, el capataz de los Duning, se manifestó en contra de sus
patronos y animaba como un loco de alegría a los caballos que
figuraban en la cabeza.
— ¿Se da cuenta, patrón? ¡Ya ve el papel que está haciendo ese
caballo!
—Parece que te alegras, Simon...
— ¡Esto estaba visto! ¡Le está bien empleado!
Bob y sus acompañantes se echaron a reír al escucharles.
—Por lo menos demuestras ser algo inteligente. Si algún día decides
cambiar de trabajo, ya sabes dónde me tienes.
— ¡Cuente conmigo, señor Haycox! Ganaré mucho más trabajando
para ustedes.
De pronto se escuchó una exclamación general y todos volvieron la
cabeza hacia el lugar donde ahora se encontraban los caballos
participantes.
— ¡No le dejéis pasar! —gritaba enloquecido Bob Haycox, al darse
cuenta de lo que estaba ocurriendo.
Joe había conseguido situarse entre los tres jinetes que iban en
cabeza.
Dean, Buck y Oliver se cerraron para impedir que Joe les adelantara.
Pero al dar la vuelta donde terminaba la mitad del recorrido, Joe se
filtró hábilmente entre Buck y Oliver sin que pudieran evitar que les
adelantara.
Rugía la pradera en estos momentos.
Los indios también manifestaban su alegría, gritando y gesticulando.
Dean, en su desesperación por dar alcance a Joe, castigó brutalmente
al caballo que montaba sin darse cuenta del peligro que esto encerraba.
Y Joe pasó el primero por la meta con más de media milla de ventaja.
Dean luchaba por dominar su montura sin conseguirlo.
Los espectadores, al darse cuenta de lo que ocurría quedaron
pendientes de esto.
— ¡Vamos! —gritó Joe a su caballo.
Una exclamación de sorpresa se escuchó al contemplar la nueva
exhibición.
Durante la carrera no había galopado de aquella manera el caballo
triunfador.
Joe consiguió dar alcance a su perseguidor segundos antes que el
enloquecido caballo se estrellara contra una enorme roca; sin lugar a
dudas, habría arrastrado a la muerte a su jinete de no haber
conseguido antes Joe arrancarle de la silla.

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Dos semanas más tarde las relaciones entre Joe y Rhonda habían
cambiado por completo.
La muchacha visitaba casi todos los días el rancho de los Duning,
aumentando con tal motivo el odio de Clark.
Fred Watson marchó a la reserva, de donde no quiso salir en varios
días.
Irving, desesperado, prometió a Clark que se enfrentaría con Joe tan
pronto como se le presentara la oportunidad.
Harold Lorry, ventajista en el Best Horse, al servicio de la casa, se
unió a Irving.
Las manos de ambos estaban consideradas como las más rápidas.
Al enterarse Julius, llevó la noticia al rancho de su amigo Cedric.
Joe tomó a broma sus palabras.
— ¡Debes creerme, Joe! Cedric sabe que esos hombres no bromean.
Procura ir lo menos posible por la ciudad.
—Pensaba dar una vuelta esta tarde.
— ¡Escúchame, Joe, no seas loco!
—Tranquilízate, Julius. Prometí a Rock que le acompañaría y pienso
hacerlo.
— ¡Impídeselo, Cedric! ¡Tienes que hacerlo!
—Es inútil, Julius, ya conoces a Joe.
— ¡Terminaré volviéndome loco!
Rhonda, que llegaba en ese momento acompañada de Vivían,
sorprendió a Joe riendo.
Pero al conocer las causas de aquella risa, no le hizo mucha gracia.
Y con ánimo de evitar la desgracia, pidió valientemente a Joe que la
acompañara.
Dieron una vuelta por el rancho.
—Pronto podrás montar ese caballo. He observado que se está
encariñando contigo.
—No vayas a la ciudad, Joe...
—Lo suponía. Estaba seguro que Julius...
— ¡Tengo miedo, Joe! ¿Es que no te has dado cuenta de lo que me
pasa? Me enamoré de ti desde el primer momento que te vi.
La rodeó con sus brazos y la besó.
— ¡Por Texas que todo cambiará ahora! —exclamó Joe.
Media hora más tarde regresaron a la casa.
Pero a pesar de todo, Rhonda no consiguió evitar que marchara a la
ciudad.
Douglas decidió acompañarles.
Durante el camino, Rock, el viejo cocinero, habló de Irving y de
Harold Lorry, hombres a quienes hacía mucho tiempo conocía.

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FINAL

— ¡Hola, fanfarrón! ¡He estado esperando durante mucho tiempo


una oportunidad como esta!
Simon, el ex capataz, de los Duning, se colocó frente a Joe, dando a
entender sus claras intenciones.
— ¡Quieto, Simon! ¡Ese hombre me pertenece! —exclamó una voz.
Irving y Harold Lorry se colocaron junto a Simon.
—Creí que solamente eran los Haycox los que se habían vuelto locos
—comentó con naturalidad Joe—. ¿Es que ya no me recuerdas, Irving
Lipstein? Fíjate bien en mí... Intentaré refrescarte la memoria un poco.
El cobarde que está a tu lado también iba contigo en aquella ocasión.
Mi nombre es Joe Russell. Durante mucho tiempo anduve
persiguiéndoos para vengar la muerte de un pobre hombre que hizo
mucho por la humanidad. Sé que uno de los dos conserváis todavía la
cicatriz en la espalda de una bala que más valió os hubiera matado.
Aquel pobre médico, después de salvaros la vida, no sé en realidad cuál
de los dos sois al que me refiero, ¡le asesinasteis traidoramente! Esto
me ayudó a reconoceros...
Joe desplegó el pasquín que llevaba en su bolsillo.
Las manos de Irving se movieron con la mayor rapidez y la peor de
las intenciones.
Joe disparó varias veces.
Simon cayó sin vida, quedando Irving y Harold Lorry con los brazos
partidos.
— ¡No he querido que vosotros murierais tan pronto!
En presencia de los numerosos testigos que se habían reunido en la
calle. Joe puso al descubierto las espaldas de ambos.
— ¡Un médico!... ¡Me estoy desangrando!... —suplicó Harold Lorry.
— ¡Tú fuiste quien le asesinó! —gritó Joe—. ¡Trae cuerdas, Douglas!
— ¡No me mates!... ¡Yo no tuve nada que ver en aquello!...
— ¡Cobarde! ¡Asesino! —gritó Joe.
Les arrastró bajo el primer árbol que encontró y les colgó.
Una semana después conocía todo el mundo en Phoenix la verdadera
personalidad de Joe.
Rhonda, en presencia de sus padres, dijo a este:
—Desde el primer momento que hablé contigo me di cuenta que no
eras un vulgar cow-boy como querías hacerme creer. Hay cosas que no
se pueden ocultar... ¿Cómo encuentras a mi padre?
—No es nada de cuidado, pero tendrás que obligarle a que se tome
unos días de descanso... El método ya lo conoces. Recuerda mi lema.

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Se echó a reír.
— ¡Por Texas que lo haré! —exclamó.
—Así me gusta —agregó sonriente Joe—. Douglas me pidió que me
pasara por el almacén... Parece ser que el viejo Julius no se encuentra
muy bien. Vendré a buscarte tan pronto como me sea posible. No me
hagas esperar mucho... La boda está fijada para las seis. A Julius se le ha
metido en la cabeza que va a morirse antes de que Douglas y Vivian se
casen; por eso han anticipado la fecha.
Rhonda acompañó a su prometido hasta la puerta.
Stick, el criado negro, recibió el consabido saludo de Joe.
— ¿Qué tal está tu esposa, Stick?
—Estupendamente ahora. El tratamiento le va muy bien.
Joe le dio un golpe cariñoso al despedirse. Dejó el pequeño maletín
en la silla de montar y se dirigió al almacén de Julius. Este estaba a la
puerta.
— ¡Caramba! Creí que estabas más grave...
—Ya no me duele nada. Fíjate en eso, Joe, debe haber reunión de
caciques en el Best Horse. Alguien va a ser sentenciado a muerte.
¡Hum!... No me gusta nada.
Pasaron al interior del almacén.
Pero la reunión no se iba a celebrar en el Best Horse, sino en el
rancho de los Haycox.
Bob fue saludando a los visitantes a medida que iban entrando.
—Creo que ya estamos todos —dijo al saludar a los últimos que
habían llegado—. Clark es el único que falta. Saldré a ver si está con los
muchachos en la vivienda.
Encontró a dos de sus cow-boys a la puerta de la vivienda destinada
a estos y les preguntó por su hijo.
Al saber que había salido se puso furioso.
Regresó a la casa, donde todos se dieron cuenta de su enfado.
— ¡Sabía que tenía que estar aquí! ¡No le disculpes, Watson!
Clark se presentó media hora más tarde, interrumpiendo con su
presencia las órdenes que su padre daba en esos momentos.
— ¡Siempre llegas tarde a todas partes! ¡Te advertí que si no estabas
aquí cuando todos estos amigos llegaran, te acordarías, imbécil!
¿Dónde has estado con Mervyn?
—Intenté ver a Rhonda.
— ¡Idiota!
Con la mano del revés, le golpeó en el rostro.
— ¡Siéntate!
Y seguidamente, como si nada hubiera ocurrido, continuó hablando
de lo mismo.

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—Tu misión sería la más importante, Fred... Si conseguimos arrancar


esa fortuna a los indios, nos marcharemos a otro lugar. En El Paso
estaremos a unas cuantas yardas de la frontera. ¡No consentiré que se
rían de nosotros! ¡La carrera política de Earl Gwyne está en nuestras
manos! Cuando haya dejado de ser gobernador de Arizona, ¡le buscaré!
Llévate a Clark... En la reserva será más útil, pero no dejes de vigilarle.
Aléjale de las mujeres indias o lo echará todo a perder. ¡Es el inútil más
despreciable que he conocido!
Clark, a pesar de su disgusto, no se atrevió a contrariar a su padre.
Sin embargo, horas más tarde, cuando todos los visitantes
abandonaron el rancho, habló con su madre.
—No te preocupes, hijo; yo trataré de convencer a tu padre. Prefiero
que estés aquí... ¡No consientas que Rhonda se ría de ti!
— ¡Gracias, mamá!
Pero ambos ignoraban que el viejo Haycox escuchaba tras la puerta.
Esperó a que su hijo se marchara y entró decidido.
—Hola, Bob... Sabes que nunca me he preocupado de tus negocios y
que en alguna ocasión te he ayudado, pero ahora deseo pedirte un
favor.
— ¡Sé lo que vas a decirme! ¡Lo escuché todo tras esa puerta! ¡Has
tenido la virtud de echar al mundo el ser más despreciable que he
conocido!
— ¡Bob!
— ¡No me interrumpas!
— ¡Ya me he cansado, Bob! ¡Sé muy bien por qué odias tanto al
muchacho!
— ¿Es que no tengo sobrados motivos para odiarle?
—Tú tuviste la culpa de aquello. Si no me hubieras obligado a
casarme contigo...
— ¿Te quejas todavía? ¿Cuándo soñaste vivir de la forma que vives?
¡Maldita...!
La golpeó con la mano del revés, derribándola aparatosamente al
suelo.
Sin preocuparse de ver si le había hecho mucho daño, abandonó la
habitación.
Aquella misma tarde se presentaba el sheriff en casa anunciando a
los Haycox que su hijo había sido detenido por intentar abusar de
Rhonda, en un apartado lugar de la ciudad donde fue sorprendido por
los agentes del gobernador.
Bob visitó a su hijo, para el que no consiguió la libertad.

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Dos horas más tarde, convencido del peligro que corrían todos, dio
instrucciones para que le silenciaran antes que las autoridades le
soltaran la lengua.
La esposa de Haycox sufrió un ataque de locura al enterarse que
habían matado a su hijo.
Bob felicitaba mientras tanto al hombre que había conseguido
cerrarle la boca para siempre.
—Así me gusta, Mervyn. La pena es que no hayas conseguido hacer
lo mismo con el sheriff.
— ¡Disparé a matar!
—Están tratando de salvarle la vida en estos momentos. Márchate a
la reserva... Allí no podrán encontrarte. Cuenta a Fred lo ocurrido; él te
protegerá.
No perdió tiempo el capataz.
Jane Haycox supuso que su esposo había tenido algo que ver en todo
aquello y se dedicó a vigilar todos sus movimientos.
Se cumplían un par de semanas de la muerte de su hijo, cuando
consiguió la primera noticia.
Sin dudarlo un solo segundo, se presentó aquella misma noche en la
casa del gobernador.
Habló con este y le contó todo lo que había escuchado.
Joe se encargó de movilizar a los indios amigos.
—Ahora tendrás oportunidad de utilizar tu rifle, Trochu. No dudes
en disparar a matar cuando esos hombres se presenten. Vienen con la
intención de apoderarse del oro que encontraron en vuestras tierras
sagradas...
Gran Tokana situó a sus guerreros de forma que cuando los
esperados «visitantes» llegaran no pudieran salir con vida.
Bob Haycox, Fred Watson y Patrick Coleman aparecieron al frente
del grupo.
El resto lo componían Mervyn, Dean, Buck, Roger Kirkendall y Bill
Gibson.
—Ahí tenéis a los caciques de la muerte —comentó en voz baja
Julius, que había ido también a la reserva,
El joven Trochu apuntó con serenidad al hombre que sin el menor
escrúpulo le hirió desde la diligencia.
Apretó el gatillo, escuchándose seguidamente la canción de muerte.
Bill Gibson rodó por el suelo sin vida.
— ¡Nos tienen acorralados! —gritó Bob, tratando de huir.
Varias flechas se clavaban en su pecho en ese momento.
Una descarga cerrada terminó con los malhechores.

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Gran Tokana elevó su brazo derecho, dando a entender que todo


había terminado.
Algunos vigilantes consiguieron escapar, huyendo desesperados
hacia la frontera.

FIN

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