Marcial Lafuente Estefanía - Caciques de Muerte
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CAPÍTULO PRIMERO
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—Dime.
—Deseo cambiar de ropa.
—Entiendo... Ven conmigo.
—Debo recoger antes una de mis maletas. Van cargadas de libros y
ropas.
El alto cow-boy acompañó a la muchacha hasta la diligencia y bajó
una de las maletas que iban sobre el techo del vehículo.
Minutos más tarde la muchacha aparecía en el comedor presentando
un aire completamente distinto.
—Está mucho más bonita así... —dijo el alto cow-boy—. Disculpe...
No se lo diga a su prometido.
Rio con tuerza otra vez.
—Es curioso —dijo a continuación—. Llevamos más de dos semanas
viajando juntos y todavía no me has dicho cómo te llamas.
— ¡Qué despiste el mío! Joe... Joe Russell.
—Mi nombre es Rhonda.
—Un nombre bonito... Vistiendo de esta forma me da más libertad
para hablar. Es costumbre mía tutear a todo el mundo. Espero que no
te molestes por esto
—Me agrada que lo hagas... Seremos buenos amigos.
Joe sonrió.
— ¿Quieres saber una cosa?
Esperó sonriente la muchacha.
—Debería faltar más de lo que falta para llegar a Phoenix.
—Si pudiera oírle mi prometido.
—Eres una mujer encantadora. Y te diré algo más; haré todo lo
posible por quitarle la novia al afortunado que está esperando tu
llegada en Phoenix.
Estas palabras dichas con tanta naturalidad hicieron gracia a la
muchacha.
A ella, acostumbrada a vivir en un ambiente completamente distinto,
aquello le agradaba.
Fueron los primeros en terminar de comer y salieron con ánimo de
dar un corto paseo.
El conductor les aconsejó que si no querían quedarse en tierra que
no se alejaran demasiado.
Pero como contaban con casi una media hora, decidieron aprovechar
el tiempo.
Bajo un grupo de espesos árboles se detuvieron.
—Háblame de tu prometido.
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CAPÍTULO II
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—Son muy rudimentarios los métodos que emplean los indios, pero
a veces suelen dar resultado. Trochu tuvo suerte.
— ¡Me alegro...! Ahí no hay nadie, no mires... Me vi obligado a poner
en libertad al autor del disparo. Se hospeda en el Best Horse. Ha
resultado ser muy amigo de míster Watson, el encargado de la reserva.
—Entiendo... Busco el rancho de Cedric Duning... Me esperaban hace
un par de semanas.
—Te acompañaré hasta el almacén de Julius. Un poco antes que
hubieras llegado le habrías encontrado aquí. Julius es quien le
proporciona todo lo que necesitan en el rancho. Su almacén está junto
al río.
Sonrió Joe y siguió al sheriff.
Este miraba sorprendido de vez en cuando al caballo que les seguía.
Era el de Joe.
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CAPÍTULO III
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—Supongo que ya todos saben a qué se debe esta pequeña fiesta que
he organizado. Aquí tienen a la nueva maestra de Phoenix... Disculpen,
la emoción que me embarga en estos momentos no me permite
continuar hablando...
Palideció ligeramente Joe al escuchar esto.
Clark Haycox fue de los primeros en acercarse a la elegante y bella
joven.
— ¡Estás preciosa, Rhonda!
—Por favor, Clark... No me pongas más nerviosa de lo que estoy.
— ¡No me apartaré un solo momento de ti en toda la noche!
Le brindó su mano y la muchacha la aceptó.
La joven pareja se dedicó a saludar a todos los invitados.
Joe, disimuladamente, cuando iban a llegar al lugar en que él se
encontraba, se volvió de espaldas fingiendo estar contemplando uno de
los cuadros que adornaban la pared.
—Ese hombre está distraído, Clark.
— ¡Bah! No conviene que te vean hablar con un vulgar cow-boy...
¿Cómo se habrá atrevido a venir así?
Cedric y Julius se acercaron sonrientes.
—Ese joven ha venido con nosotros —aclaró Cedric—. Es nuestro
nuevo preparador.
—Estás perdiendo el tiempo prestando tanta atención a los caballos
que tenéis en el rancho... De nada os servirá, Cedric.
—Eso ya lo veremos, Clark.
Rhonda aprovechó para acercarse a Joe.
—Pero ¿qué están viendo mis ojos? —exclamó la muchacha.
—Hola. Es muy bonita la casa de tus padres.
— ¡Joe...!
Clark miró sorprendido a su prometida.
— ¿Conoces a este hombre, Rhonda?
— ¡Claro que le conozco! Viajó conmigo en la diligencia. Es el que
atendió al indio herido...
— ¡Vaya! Ahora podremos saber lo que ocurrió con él.
—Ven conmigo, Joe, te presentaré a mis padres.
La noticia se extendió con rapidez.
Lo mismo el gobernador que su esposa saludaron con agrado a Joe.
Y las atenciones de que era objeto por parte de estos, fue motivo de
los más diversos comentarios.
Bill Gibson, el hombre que había disparado sobre el joven indio, se
encontraba entre los invitados, comentando con su amigo Roger:
— ¡Ese maldito cow-boy va a estropearnos la fiesta! ¿Dónde está
Fred?
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CAPÍTULO IV
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por el cargo que iba a ocupar, sino porque a partir de aquel momento
iba a poder ocuparme de todos los problemas de mis paisanos.
— ¡Es usted admirable, señor!
El gobernador continuó atendiendo a los invitados. Rhonda y Vivian
decidieron abandonar la cocina.
Clark y los amigos las asediaban constantemente y se vieron
obligadas a bailar sin descanso.
Joe y Douglas decidieron no aparecer por los salones charlando
amigablemente con los criados en la cocina donde celebraban una
fiesta por su cuenta.
Nancy disfrutaba escuchando las historias de Joe sobre los caballos. ,
—Tú y tu esposo debéis hacerme pronto una visita o me enfadaré
con los dos, y cuando un tejano se enfada... Más vale que no tengáis
ocasión de verlo.
Reían todos con ganas.
Clark se alegró de que ninguno apareciera por los salones, e hizo
comentarios sobre este particular con sus amigos.
—Has conseguido asustarle, Clark —decía uno de estos—. Desde
que discutisteis no ha vuelto a aparecer ninguno de los dos. Allí tienes
al viejo Julius. Ni una sola vez se ha movido de su asiento desde que
llegó.
Se echaron a reír al ver que el viejo se ponía en pie en ese preciso
momento.
—Si antes hablas...
— ¿Dónde irá?
—Se habrá cansado de estar sentado. No comprendo para qué ha
venido... Bill tampoco se ha movido de su asiento. Ya parece algo más
tranquilo.
—Estando tu padre con él no hay peligro.
Clark miró sonriente al amigo.
Rhonda estaba aburrida en el fondo. Echaba de menos las bromas de
Joe.
Su rostro cambió de expresión al ser requerida por uno de los
miembros de la orquesta.
Acudió la muchacha al pequeño escenario donde se hallaba la
orquesta y su padre anunció a todos los invitados que en Phoenix
contaban ya con una nueva maestra.
Fueron muy aplaudidas sus palabras.
Con un gesto sencillo, dio las gracias a todos por los calurosos
aplausos que le tributaron.
Sin dejar de sonreír, dijo en voz baja a su hija:
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—Haz por ver a ese joven otra vez y dile que deseo hablar a solas
con él después de que todos se marchen.
La muchacha continuó riendo y dio a entender a su padre con un
ligero movimiento afirmativo de cabeza que había escuchado sus
palabras.
Dos horas más tarde comenzó el destile.
Los Haycox fueron de los últimos en marchar.
Joe y Douglas continuaban en la cocina.
Rhonda y Vivian fueron quienes les anunciaron que la fiesta había
terminado.
— ¿Se ha ido Julius también? —preguntó con sorpresa Douglas.
—Nosotras somos las únicas que hemos quedado. Cuando decidáis
marchar, saldréis por la parte trasera para evitar que Clark y sus
amigos os vean... Les hicimos creer que os habíais marchado hace
tiempo.
Sonrió Joe y comenzó a bromear con Rhonda.
—A pesar de lo que tu prometido te haya contado, me gustaría que
visitaras el rancho de los Duning. Mañana dará comienzo mi trabajo.
—Vivian se quedará esta noche aquí. Mañana me corresponderá a
mí devolver la visita... ¡Ah! Mi padre quiere hablar contigo antes de que
te marches.
— ¿Qué quiere ahora?
—No lo sé... Ahí entra.
Se hizo un gran silencio en la cocina.
—Creí que se había marchado el tejano —dijo seguidamente—. ¿Le
has dicho algo, Rhonda?
—Ahora mismo acabo de decírselo. Confieso que ya se me había
olvidado.
Douglas fue invitado también a la reunión. Sentáronse cómodamente
en el despacho del gobernador, diciendo este seguidamente:
—Voy a necesitar dentro de poco hombres de confianza... y he
pensado en vosotros dos. Os preguntaréis que por qué confío en
vosotros como es lógico, y no puedo deciros más que porque creo
conocer a las personas... Ciertos problemas me tienen muy
preocupado. Tengo que arreglármelas para saber lo que de veras está
ocurriendo en la reserva. La he visitado en más de una ocasión y he
podido comprobar que esa pobre gente vive atemorizada en esas
tierras que el Gobierno les ha concedido.
Continuó hablando durante más de una hora, escuchándole Joe y
Douglas en silencio.
—Julius y yo hemos comentado esto mismo en varias ocasiones —
agregó Douglas —. Antes, de vez en cuando, solían visitarnos algunos
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de los indios que viven en la reserva; desde hace una temporada, nadie
ha venido por el almacén de los Haycox, por eso no hemos concedido a
esto mayor importancia.
—Tampoco visitan los almacenes de los Haycox —aclaró el
gobernador—. Mis hombres han estado pendientes de este detalle y
hasta la fecha, ni un solo indio ha debido salir de la reserva. Míster
Watson me proporciona alguna información, pero tengo el
presentimiento que me cuenta lo que únicamente le interesa a él.
—Perdone que le interrumpa, señor. Hoy, a raíz de la injusticia que
se cometió con aquel joven indio, cuento con buenos amigos en uno de
los campamentos indios. Si no le importa, me gustaría pudieran
acompañarme un día, pero sin que los vigilantes tengan noticias de
esta visita.
El plan propuesto por Joe fue aceptado por el gobernador.
Rhonda y Vivían se habían retirado a descansar.
El propio gobernador les acompañó hasta una de las puertas
traseras, por donde salieron a la calle.
Joe decidió pasar el resto de la noche en el almacén de Julius.
Despertó muy temprano para poder llegar al rancho antes que la
jornada diera comienzo.
—Buenos días, Joe. ¿Por qué has madrugado tanto?
—Hola, Julius, buenos días... Quiero llegar al rancho a una hora
prudente. No quiero que mis compañeros piensen mal.
—Entiendo, pero tú no tienes que ver nada con el resto del equipo.
—Me considero uno de tantos, aunque mi misión sea muy distinta.
Hoy pienso dedicarme a estudiar de lleno todos los caballos que hay en
el rancho. Veré si se puede hacer algo. Anoche oí decir que los Haycox
poseen los mejores ejemplares de todo Arizona. Claro que los que
hablaban de esto no deben entender mucho de caballos.
—Voy a decirte una cosa, Joe; todo el afán de Cedric es poder
derrotar a los Haycox en las carreras, y esto os resultará muy difícil por
más que os lo propongáis. El año pasado es cierto que no hicieron mal
papel los caballos que Cedric presentó, pero estaban muy lejos de
conseguir el triunfo. Pronto oirás hablar de Dean, Bruck y Oliver; están
considerados como los mejores jinetes de la comarca. A pesar de no
entender gran cosa sobre este particular, soy de la opinión que el jinete
hace mucho en ciertas ocasiones.
—Sin lugar a dudas, Julius. Más de lo que puedes imaginarte. Te lo
demostraré cuando nos hagas una visita. ¿Te ayudo a colocar eso?
—No pierdas más tiempo si quieres llegar pronto al rancho. Ya me
ayudará Douglas cuando se levante.
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CAPÍTULO V
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— ¿Qué dices?
— ¡Esto no hay quien lo beba!
— ¡Entre todos terminaréis por volverme loco! —exclamó—.
¡Primero dices que es un buen whisky el que te he servido y ahora
aseguras rotundamente que es veneno!
— ¡Y lo es! Ya me has estropeado la noche...
Se vio obligado el viejo a probar el whisky de las dos botellas.
—Creo que tienes razón... —dijo—. ¡Esto sabe a demonios!
Ahora era Joe el que reía con fuerza. Y el viejo tiró todo el contenido
de la segunda botella.
—Pediré disculpas a los clientes que se marcharon protestando.
Tengo que darles la razón, no hay quien beba este veneno.
—Tira eso también. ¿Se quedan así las ventanas?
—Yo las cerraré. Encárgate de las puertas, a mí me cuesta mucho
trabajo cerrarlas.
Poco después paseaban por la orilla del río, Julius se convenció de
que Joe hablaba en serio cuando le preguntó dónde podría encontrar
trabajo.
—Francamente, no acierto a comprender —dijo el viejo—. Tienes
ganas de buscarte complicaciones...
—Los tejanos tenemos fama de ser tozudos y es muy posible que no
se equivoquen al juzgarnos así. No pienso volver al rancho de los
Duning.
— ¡No puedes hablar en serio! El que Cedric se haya equivocado no
quiere decir que...
—Está bien, buscaré trabajo por mi cuenta. Si viene Douglas por
aquí, dile que haré por verle más tarde.
Se mordió los labios de rabia el viejo al verle marchar.
— ¡Estos tozudos tejanos...! —murmuro
Marchó en busca de su caballo y no tardo en presentarse en el
rancho de su amigo Cedric.
No vio a nadie ante la casa y esto le sorprendió. Se tranquilizó al
comprobar que su amigo estaba en la casa.
— ¡Caramba! ¿Qué haces aquí a estas horas, Julius?
—A verte vengo.
— ¿Te ocurre algo?
— ¿Qué ha pasado con Joe?
— ¡No me hables de él! En esta ocasión no me queda más remedio
que dar la razón a Simon.
—No es preciso que me cuentes nada, estoy enterado de todo. Me lo
contó. ¿Estás seguro que eligió tus peores caballos?
—Sin la menor duda.
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CAPÍTULO VI
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—Falta mucho todavía para las fiestas. Puede decirse que aún no
hemos empezado a seleccionarlos en el rancho.
—No confíe en ese hombre... Hará peor papel que el año pasado.
Cedric no hizo caso al vaquero y continuó caminando.
Le llegaron las risas de los compañeros del que había estado
hablando con él.
La comida resultó agradable.
Cedric escuchó cuanto se habló durante la sobremesa, sin que ni una
sola vez interviniera.
—Estás muy callado, Cedric —dijo Bob Haycox—. ¿Alguna novedad
para este año?
—No lo sé...
—Que te diga tu hija lo que ha visto esta mañana. Ha presenciado las
pruebas de uno de nuestros mejores caballos. Clark se lo regalará a
Rhonda cuando las carreras terminen.
—Está de suerte.
— ¿Quieres que te dé un consejo, Cedric? No te presentes en las
carreras este año.
— ¿Por qué?
—Porque sabes mejor que nadie que no tendrás nada que hacer. Te
morirás con las ganas de derrotarme.
Se echó a reír, contagiando a los demás comensales.
—Recibirás una gran sorpresa en cualquier momento. El hombre
que se encarga de preparar mis caballos es la persona que más
entiende.
— ¡Papá...! ¿Cómo puedes hablar así después de lo que...?
—Demostró tener razón Joe y así lo pude comprobar. Los caballos
que eligió entre nuestra ganadería eran los mejores. Ninguno supimos
darnos cuenta.
—Clark, te ruego que invites a mi padre y a ese fanfarrón a
presenciar una de las pruebas de vuestros caballos. ¡Para que se
convenza de una vez!
—Pueden venir cuando les plazca. Sabe tu padre que no tenemos
ningún interés en tenerle engañado.
Cedric supo aprovechar la oportunidad que se le presentaba y
aceptó la invitación.
—De acuerdo —dijo—. Vendré con Joe mañana mismo. Quiero que
él sea quien juzgue lo que veamos.
—Es capaz de decirte que tus caballos son mejores —agregó Bob
Haycox.
Provocó escandalosas carcajadas este comentario.
Terminada la comida empezaron u desfilar los invitados.
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CAPÍTULO VII
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vigilar a los indios que decidan participar en los ejercicios. Si los tratáis
como es debido, lo pensarán mejor y terminarán por no presentarse en
las carreras.
— ¿Qué pasa con los caballos de Cedric?
—Ese no me preocupa. Son de risa los que piensa presentar.
Se echaron todos a reír.
Poco después decidían hacer acto de presencia en el saloon con
ánimo de divertirse.
Irving acaparó a una de las empleadas más solicitadas por los
clientes.
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CAPÍTULO VIII
Durante los dos días que estuvieron Joe, Douglas y el agente Malone
en la reserva, Trochu, el hijo de Gran Tokana (Gran Zorro Gris), les
acompañó a todas partes.
El joven indio conservaba el rifle que Joe le había regalado.
Demostró tener una gran habilidad en el manejo del mismo; realizó
varias exhibiciones que fueron muy aplaudidas por los tres visitantes.
Al regreso del campamento visitaron al gobernador, a quien le
entregaron el informe de todo lo que habían conseguido averiguar.
Pudieron averiguar que ninguno de los agentes había sido atacado
por los indios y así lo hicieron constar.
Cedric y Julius se alegraron al verles, en particular por la gran noticia
que les habían comunicado.
En un lugar apartado del rancho de los Duning se encontraba uno de
los mejores caballos que se habían criado en aquellas montañas, el que
gracias a la ayuda prestada por los indios consiguieron capturar.
Vivian continuaba ignorando esto y cada vez se mostraba con mayor
disgusto referente a la presencia de Joe en el rancho.
Rhonda, convencida también de que los Duning harían el ridículo en
la carrera, intentó convencer al padre de su amiga.
Le preocupaba tanto esto, que llegó a pedir a su padre hablara con
Cedric.
— ¿Qué le ocurre, hija? Cedric sabe bien lo que se hace... Yo no pongo
en duda que los Haycox vuelvan a triunfar en las carreras, pero lo que
sí puedo decirte es que este año apostaré unos cuantos dólares en
favor de Duning.
— ¡Papá...! No hablarás en serio, ¿verdad?
Se echó a reír el gobernador.
—Pues claro que sí, hija. Ese muchacho que trabaja como
preparador de los Duning...
— ¡No me hables de él! ¡Es un fanfarrón!
— ¡Vaya! Procura no llamárselo cuando pueda oírte, porque es capaz
de castigarte como no te puedes imaginar. Ahora te está hablando tu
padre, no el gobernador de Arizona. Conozco muy bien a los tejanos.
— ¡Le llamaré fanfarrón en sus narices tan pronto como lo vea!
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CAPÍTULO IX
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— ¡Maldito...!
— ¡Cuidado, Clark! Conseguirás que mis manos se pongan nerviosas
si continúas por ese camino.
Forzó una sonrisa Clark, sin poder evitar que sus piernas temblaran.
Irving le dio la espalda y se alejó.
Douglas continuó bailando con Rhonda sin que Clark pudiera
evitarlo.
La madre de este comentó con la de la muchacha:
—Me da la impresión de que Rhonda se está propasando. Mi hijo
está furioso.
—No la culpes a ella, Jane. Ya la conoces... Le gusta divertirse en
estas fiestas...
— ¡Mira! —exclamó con sorpresa—. ¡Ahora está bailando con ese
cow-boy tan alto que defendió a los indios!
La esposa del gobernador miró hacia el lugar que su amiga le
indicaba y sintió una especie de satisfacción por todo su cuerpo.
— ¡Esto es intolerable! —exclamó la esposa de Haycox.
—La fiesta se celebra para todos, Jane. No tienes motivos para
ponerte así.
— ¿Es que no te das cuenta, Debbie? Tu hija está bailando con un
vulgar cowboy. ¡Es un atrevido ese muchacho!
—Es tejano, con eso está dicho todo. Me hizo mucha gracia lo que me
contó Rhonda cuando llegó del Este. Sabes que ese muchacho viajó con
ella, y tuvo la osadía de decirle que haría todo lo posible por robarle la
novia a su prometido.
Se echó a reír al decir esto.
—Tendrá un serio disgusto con Clark, ya lo verás.
—Hoy se transige todo, Jane, tranquilízate.
Clark, acompañado de dos amigos, se acercó a la pareja que bailaba
tranquilamente.
— ¡Rhonda! —dijo—. Te estoy esperando...
— ¿Para qué? Sabes que Joe es un buen amigo mío.
Palideció visiblemente Clark.
—No quiero que por mi culpa tengáis disgustos. Debes bailar con tu
prometido.
— ¡Cuando termine el baile hablaré contigo, Clark! ¡Ya estoy harta de
tus tonterías!
Joe no pudo contener la risa.
Lívido como un cadáver, se alejó Clark.
—Tu prometido se ha disgustado —comentó Joe.
— ¡Estoy cansada de escuchar esa palabra! ¡Clark no es mi
prometido, ni lo ha sido nunca! Un buen amigo y nada más...
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— ¿Como yo?
—Igual... —respondió mecánicamente la muchacha, viéndose
obligada a tener que soportar la sonrisa de Joe.
Este, para evitar nuevas complicaciones a la muchacha, no la molestó
en toda la noche, de lo que Clark se alegró.
Pero Rhonda estaba tan furiosa que se retiró mucho antes de que la
fiesta terminara.
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CAPÍTULO X
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—Dime, Stick.
—Ese muchacho es admirable.
Sonrió agradecida la esposa del gobernador.
A pesar de las horas que faltaban para que se celebrara la gran
carrera, todo el mundo acudió a la pradera con el fin de conseguir un
buen puesto.
Bob Haycox marchó con todos los caciques de la ciudad, comentando
con ellos acerca de la extraña postura adoptada por el gobernador y su
esposa.
—Otro en su lugar habría dado orden inmediatamente de que la
detuvieran —decía Fred Watson.
— ¡No te preocupes! Van a saber muy pronto en Phoenix quién es
Bob Haycox. Cuando todo haya terminado, Clark se encargará de echar
a latigazos a ese odioso tejano.
—Tranquilízate, Bob, ya falta poco —agregó Patrick Coleman.
Muchos de los caballos que iban a participar se encontraban en el
centro de la pradera.
Entre los espectadores continuaban cruzándose apuestas,
encontrando los aprovechados oportunidad de poner en juego unos
dólares que consideraban ganados de antemano al decidirse algunos,
por simpatía hacia Joe, aceptar las considerables condiciones de los
apostantes en favor de los Haycox.
Joe se encontraba ya entre los que iban a participar.
El caballo que llevaba de la brida fue contemplado en silencio por el
sheriff.
— ¿Dónde habéis conseguido ese caballo?
—Hola, sheriff. Eso no importa ahora. Apueste a nuestro favor si
desea ganar.
— ¡Es maravilloso! Creo que me atreveré a apostar en favor vuestro.
Joe se echó a reír.
Tan pronto como fueron ultimados los pequeños detalles por el
jurado, se ordenó a los participantes que fueran ocupando sus
respectivos puestos.
Un gran silencio reinaba en aquel momento.
Parecía como si los espectadores contuviesen hasta la respiración.
Tampoco pestañeaban, para no perder el menor detalle.
Los corazones latían a un ritmo acelerado cuando el sheriff se situó a
espaldas de los participantes dispuesto a dar la señal.
Vivian comenzó a llorar sin saber lo que ocurría.
Sonó el disparo y los caballos se pusieron en movimiento.
Los tres jinetes de los Haycox se pusieron inmediatamente a la
cabeza.
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Dos semanas más tarde las relaciones entre Joe y Rhonda habían
cambiado por completo.
La muchacha visitaba casi todos los días el rancho de los Duning,
aumentando con tal motivo el odio de Clark.
Fred Watson marchó a la reserva, de donde no quiso salir en varios
días.
Irving, desesperado, prometió a Clark que se enfrentaría con Joe tan
pronto como se le presentara la oportunidad.
Harold Lorry, ventajista en el Best Horse, al servicio de la casa, se
unió a Irving.
Las manos de ambos estaban consideradas como las más rápidas.
Al enterarse Julius, llevó la noticia al rancho de su amigo Cedric.
Joe tomó a broma sus palabras.
— ¡Debes creerme, Joe! Cedric sabe que esos hombres no bromean.
Procura ir lo menos posible por la ciudad.
—Pensaba dar una vuelta esta tarde.
— ¡Escúchame, Joe, no seas loco!
—Tranquilízate, Julius. Prometí a Rock que le acompañaría y pienso
hacerlo.
— ¡Impídeselo, Cedric! ¡Tienes que hacerlo!
—Es inútil, Julius, ya conoces a Joe.
— ¡Terminaré volviéndome loco!
Rhonda, que llegaba en ese momento acompañada de Vivían,
sorprendió a Joe riendo.
Pero al conocer las causas de aquella risa, no le hizo mucha gracia.
Y con ánimo de evitar la desgracia, pidió valientemente a Joe que la
acompañara.
Dieron una vuelta por el rancho.
—Pronto podrás montar ese caballo. He observado que se está
encariñando contigo.
—No vayas a la ciudad, Joe...
—Lo suponía. Estaba seguro que Julius...
— ¡Tengo miedo, Joe! ¿Es que no te has dado cuenta de lo que me
pasa? Me enamoré de ti desde el primer momento que te vi.
La rodeó con sus brazos y la besó.
— ¡Por Texas que todo cambiará ahora! —exclamó Joe.
Media hora más tarde regresaron a la casa.
Pero a pesar de todo, Rhonda no consiguió evitar que marchara a la
ciudad.
Douglas decidió acompañarles.
Durante el camino, Rock, el viejo cocinero, habló de Irving y de
Harold Lorry, hombres a quienes hacía mucho tiempo conocía.
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FINAL
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Se echó a reír.
— ¡Por Texas que lo haré! —exclamó.
—Así me gusta —agregó sonriente Joe—. Douglas me pidió que me
pasara por el almacén... Parece ser que el viejo Julius no se encuentra
muy bien. Vendré a buscarte tan pronto como me sea posible. No me
hagas esperar mucho... La boda está fijada para las seis. A Julius se le ha
metido en la cabeza que va a morirse antes de que Douglas y Vivian se
casen; por eso han anticipado la fecha.
Rhonda acompañó a su prometido hasta la puerta.
Stick, el criado negro, recibió el consabido saludo de Joe.
— ¿Qué tal está tu esposa, Stick?
—Estupendamente ahora. El tratamiento le va muy bien.
Joe le dio un golpe cariñoso al despedirse. Dejó el pequeño maletín
en la silla de montar y se dirigió al almacén de Julius. Este estaba a la
puerta.
— ¡Caramba! Creí que estabas más grave...
—Ya no me duele nada. Fíjate en eso, Joe, debe haber reunión de
caciques en el Best Horse. Alguien va a ser sentenciado a muerte.
¡Hum!... No me gusta nada.
Pasaron al interior del almacén.
Pero la reunión no se iba a celebrar en el Best Horse, sino en el
rancho de los Haycox.
Bob fue saludando a los visitantes a medida que iban entrando.
—Creo que ya estamos todos —dijo al saludar a los últimos que
habían llegado—. Clark es el único que falta. Saldré a ver si está con los
muchachos en la vivienda.
Encontró a dos de sus cow-boys a la puerta de la vivienda destinada
a estos y les preguntó por su hijo.
Al saber que había salido se puso furioso.
Regresó a la casa, donde todos se dieron cuenta de su enfado.
— ¡Sabía que tenía que estar aquí! ¡No le disculpes, Watson!
Clark se presentó media hora más tarde, interrumpiendo con su
presencia las órdenes que su padre daba en esos momentos.
— ¡Siempre llegas tarde a todas partes! ¡Te advertí que si no estabas
aquí cuando todos estos amigos llegaran, te acordarías, imbécil!
¿Dónde has estado con Mervyn?
—Intenté ver a Rhonda.
— ¡Idiota!
Con la mano del revés, le golpeó en el rostro.
— ¡Siéntate!
Y seguidamente, como si nada hubiera ocurrido, continuó hablando
de lo mismo.
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Dos horas más tarde, convencido del peligro que corrían todos, dio
instrucciones para que le silenciaran antes que las autoridades le
soltaran la lengua.
La esposa de Haycox sufrió un ataque de locura al enterarse que
habían matado a su hijo.
Bob felicitaba mientras tanto al hombre que había conseguido
cerrarle la boca para siempre.
—Así me gusta, Mervyn. La pena es que no hayas conseguido hacer
lo mismo con el sheriff.
— ¡Disparé a matar!
—Están tratando de salvarle la vida en estos momentos. Márchate a
la reserva... Allí no podrán encontrarte. Cuenta a Fred lo ocurrido; él te
protegerá.
No perdió tiempo el capataz.
Jane Haycox supuso que su esposo había tenido algo que ver en todo
aquello y se dedicó a vigilar todos sus movimientos.
Se cumplían un par de semanas de la muerte de su hijo, cuando
consiguió la primera noticia.
Sin dudarlo un solo segundo, se presentó aquella misma noche en la
casa del gobernador.
Habló con este y le contó todo lo que había escuchado.
Joe se encargó de movilizar a los indios amigos.
—Ahora tendrás oportunidad de utilizar tu rifle, Trochu. No dudes
en disparar a matar cuando esos hombres se presenten. Vienen con la
intención de apoderarse del oro que encontraron en vuestras tierras
sagradas...
Gran Tokana situó a sus guerreros de forma que cuando los
esperados «visitantes» llegaran no pudieran salir con vida.
Bob Haycox, Fred Watson y Patrick Coleman aparecieron al frente
del grupo.
El resto lo componían Mervyn, Dean, Buck, Roger Kirkendall y Bill
Gibson.
—Ahí tenéis a los caciques de la muerte —comentó en voz baja
Julius, que había ido también a la reserva,
El joven Trochu apuntó con serenidad al hombre que sin el menor
escrúpulo le hirió desde la diligencia.
Apretó el gatillo, escuchándose seguidamente la canción de muerte.
Bill Gibson rodó por el suelo sin vida.
— ¡Nos tienen acorralados! —gritó Bob, tratando de huir.
Varias flechas se clavaban en su pecho en ese momento.
Una descarga cerrada terminó con los malhechores.
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FIN
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