A Galope Con Marcial Lafuente Estefanía

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A GALOPE CON MARCIAL LAFUENTE ESTEFANÍA

Esta nota tiene un lector: Luis Gilberto Castro Reyes, mi amigo, mi vecino, mi
pana.
Sucede que Gilberto y yo tenemos historia común de sobra. En 1965 ambos
éramos vecinos, nuestras viviendas quedaban frente a frente, en la calle
5ta., luego Francisco Febrillet, pero que nunca perdió su nombre de La
Quinta”, en Villa Faro.
Y para 1966 ambos desarrollamos, al igual que otros amigos entrañables
como Alberto Lora, Quintino, y Wilfredo Santana Moquete, Freddy, El Curío
(por los dientes frontales grandes y salientes, que daban a su cara y a su
sonrisa una alegría singular), la pasión por la lectura.
Yo traía eso desde la infancia.
Crecí con los muñequitos de El Caribe y mi alegría era el suplemento a color
de los sábados. Así que desarrollé amigos como Avivato, Don Abundio,
Ramona, el Dr. Merengue, El Fantasma, Dick Tracy, Trucutú, Lorenzo y
Pepita, La Pequeña Lulú, Archie, Daniel El Travieso y demás personajes.
Y por las lecturas de mi mamá, ávida devoradora de Vanidades y Buen
Hogar, por igual devoré aquellas revistas de frivolidades, desde El Mundo y
sus Estrellas hasta las novelas de Corín Tellado. Así que inicié como lector.
Luego llegaron los “paquitos”, las historietas ilustradas, que alimentaron mi
infancia: Hopalong Cassidy, Los 4 Fantásticos, Archie, El Pato Donald, Roy
Rogers, El Fantasma, Chanoc, etc.
Y entonces, en 1966 empezamos a descubrir a Marcial Lafuente Estefanía.
Uno, que se había criado viendo series de vaqueros, muñequitos de
vaqueros, paquitos de vaqueros, películas de vaqueros… ¿Cómo no quedar
atrapados en aquel mundo de vaqueros de Marcial Lafuente?
El conflicto dramático era sencillo: siempre un villano, siempre una damisela,
siempre un justiciero, siempre una situación intolerable y gente pusilánime a
la espera de un redentor, siempre un abuso y la imaginación ponía el resto.
Hoy, Carmen Polanco, la esposa de René y amiga querida, publica una foto
del amanecer en Kansas City y el sólo nombre despertó en mí aquellas
vaqueradas épicas, los duelos, los pistoleros, los forajidos, la lucha eterna
por la justicia frente al abuso y la ambición desaforada, el mundo nunca
perdido de don Marcial Lafuente Estefanía, y mi adolescencia en Villa Faro:
Gilberto, Quintino, Freddy y las novelitas de vaqueros.
Había leído que don Marcial Lafuente Estefanía nunca visitó a Estados
Unidos, pero el dato era incorrecto. Si vivió allí y lo recorrió.
Nacido en Toledo, en 1903, estudió ingeniería industrial y ejerció su
profesión en España, África y América. Vivió en los Estados Unidos desde
1928 hasta el 1931, en el tiempo de La Gran Depresión, recorriendo gran
parte del país.
De vuelta a España, participa en el bando republicano durante la Guerra Civil
Española, en donde alcanza el rango de general de artillería en el frente de
Toledo. Al triunfar el bando nacionalista, decide no exiliarse. Y eso significaba
una sola cosa: prisión (y el riesgo incluso de fusilamiento).
No lo fusilaron, por suerte.
Durante la guerra, Enrique Jardiel Poncela, el conocido dramaturgo español,
le había dado un consejo: “Escribe para que la gente se divierta, es la única
forma de ganar dinero con esto”. Y en la prisión, empezó a escribir usando el
papel de baño:
“Empecé a escribir prácticamente en un rollo de papel higiénico. No tenía
cuartillas, no tenía pluma; entonces decidí utilizar el lápiz y el papel de
retrete. Estaba en una quinta de uno de los hoteles en los que me recluyó el
Gobierno”.
Aplicando el consejo de Jardiel Poncela, Marcial Lafuente Estefanía procuró
eludir las laboriosas descripciones, para centrarse en el conflicto dramático,
y sobre todo, en los diálogos.
Cuando es excarcelado, y no poder ejercer como ingeniero, empieza a
proponer a distintas editoriales sus primeras novelas con pseudónimos tales
como “Tony Spring”, “Arizona”, “Dan Luce” o “Dan Lewis”. Y sus historias
románticas las publica con el nombre de su esposa “María Luisa Beorlegui” y
también como “Cecilia de Iraluce”. Luego, Editorial Brugueras lo edita y
empieza a publicar como M.L. Estefanía.
Su primera novela del oeste la escribió en 1943, con el título de “La Mascota
de la Pradera”. Y con Editorial Brugueras llegó a publicar 2,600 novelitas de
no más de 100 páginas, muchas de ellas inspiradas en los conflictos
dramáticos del teatro clásico español del Siglo de Oro que su padre, el
periodista y escritor Federico Lafuente, le enseñó a conocer y amar en su
infancia.
Las novelas de Marcial Lafuente se leían y vendían en Estados Unidos. Era el
Zane Gray del siglo 20. Conocedor de ese hecho, Marcial cuidaba los datos y
referencias tanto de lugar como de época, botánica, etc., auxiliándose de
una historia de los Estados Unidos, un atlas antiguo de Estados Unidos de la
época de conquista del lejano oeste y una guía telefónica estadounidense,
de donde extraía los nombres de sus personajes.
A partir de 1958 sus hijos, Francisco y Federico, comenzaron a colaborar con
su padre en escribir las historias del oeste y, tras el fallecimiento de
Federico, también su nieto se sumó a la elaboración de historias del viejo
oeste bajo la marca Marcial Lafuente Estefanía.
Las novelitas de vaqueros mantienen su vigencia. Editorial B, que las publica,
indica que "En España las ventas de la colección Bolsilibros Oeste alcanza en
la actualidad los 2.500.000 ejemplares al año, a los que hay que añadir las
ventas en Latinoamérica, sobre todo en México, que elevan la cifra hasta los
5.400.000", según informa Pere Surera, ejecutivo de la misma.
Las novelitas de Marcial Lafuente Estefanía, las de Corín Tellado, las del FBI,
la CIA, espionaje, etc., originaron un mercado de lectores, y puestos donde se
alquilaban y se cambiaban por un pequeño pago, originando una masa de
lectores que leían para entretener su ocio, pero por igual, se sumergían en
los mundos mágicos de la imaginación.
Extrañamente, muy populares en toda América y España, las novelitas de
vaqueros están prohibidas en Cuba y en Venezuela
De tanto leer a Marcial Lafuente Estefanía y a autores policíacos y de
novelitas de espionaje, un día me vi escribiendo una novelita de vaqueros, y
luego una de espionaje.
Lo mismo hizo Gilberto. Y por igual Quintino. Y Freddy El Curío.
Marcial Lafuente Estefanía, entre tiros, galopadas, duelos y venganzas había
parido un puñado de escritores en agraz, en un barrio suburbano de Santo
Domingo, a miles de kilómetros de Toledo y de Kansas City.
Así son estas vainas.

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