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Galeano La Muerte

Kumokums, el jefe de una aldea modoc, dividió el año en dos mitades para que su pueblo pudiera vivir en dos aldeas diferentes según la estación. Aunque esto mejoró sus vidas al principio, luego la población creció demasiado. Cuando murió la hija de Kumokums, él fue al país de los muertos para recuperarla. El jefe esqueleto accedió a devolverla con la condición de que Kumokums no mire atrás hasta llegar a su aldea. Kumokums obedeció hasta

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Gustavo Walter
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Galeano La Muerte

Kumokums, el jefe de una aldea modoc, dividió el año en dos mitades para que su pueblo pudiera vivir en dos aldeas diferentes según la estación. Aunque esto mejoró sus vidas al principio, luego la población creció demasiado. Cuando murió la hija de Kumokums, él fue al país de los muertos para recuperarla. El jefe esqueleto accedió a devolverla con la condición de que Kumokums no mire atrás hasta llegar a su aldea. Kumokums obedeció hasta

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La muerte

El primero de los indios modoc, Kumokums, construyó una aldea a orillas del
río. Aunque los osos tenían buen sitio para acurrucarse y dormir, los ciervos se
quejaban de que hacía mucho frío y no había hierba abundante.
Kumokums alzó otra aldea lejos de allí y decidió pasar la mitad del año en
cada una. Por eso partió el año en dos, seis lunas de verano y seis de invierno, y la
luna que sobraba quedó destinada a las mudanzas.
De lo más feliz resultó la vida, alternada entre las dos aldeas, y se
multiplicaron asombrosamente los nacimientos; pero los que morían se negaban a
irse, y tan numerosa se hizo la población que ya no había manera de alimentarla.
Kumokums decidió, entonces, echar a los muertos. Él sabía que el jefe del
país de los muertos era un gran hombre y que no maltrataba a nadie.
Poco después, murió la hijita de Kumokums. Murió y se fue del país de los
modoc, tal como su padre había ordenado.
Desesperado, Kumokums consultó al puercoespín.
—Tú lo decidiste —opinó el puercoespín— y ahora debes sufrirlo como
cualquiera.
Pero Kumokums viajó hacia el lejano país de los muertos y reclamó a su hija.
—Ahora tu hija es mi hija —dijo el gran esqueleto que mandaba allí—. Ella no
tiene carne ni sangre. ¿Qué puede hacer ella en tu país?
—Yo la quiero como sea —dijo Kumokums.
Largo rato meditó el jefe del país de los muertos.
—Llévatela —admitió. Y advirtió:
—Ella caminará detrás de ti. Al acercarse al país de los vivos, la carne volverá
a cubrir sus huesos. Pero tú no podrás darte vuelta hasta que hayas llegado. ¿Me
entiendes? Te doy esta oportunidad.
Kumokums emprendió la marcha. La hija caminaba a sus espaldas.
Cuatro veces le tocó la mano, cada vez más carnosa y cálida, y no miró hacia
atrás. Pero cuando ya asomaban, en el horizonte, los verdes bosques, no aguantó
las ganas y volvió la cabeza. Un puñado de huesos se derrumbó ante sus ojos.

Eduardo Galeano

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