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1. ORÍGENES Y CONCEPCIÓN DEL PODER.

2. SISTEMA Y REGIMEN POLITICO

Sistema y Régimen político. Diferencias.

"Sistemas políticos y régimen político: El sistema político es el resultado de las opciones


políticas, económicas y sociales acogidas por una sociedad determinada, en un momento
determinado; el régimen político muestra las materializaciones coyunturales de las relaciones de
poder, tanto políticas como económicas, en esas sociedades.

Sistemas políticos: definición de sistema político


Definición de sistema político según la Real Academia de la lengua Española (RAE)
La gobernabilidad es la cualidad propia de una comunidad política según la cual sus instituciones de
gobierno actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo considerado legitimo por la ciudadanía,
permitiendo así el libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo mediante la obediencia del
pueblo.
Dentro de esta definición se debe tomar en cuenta dos variables la primera es la eficacia, y la segunda
la legitimidad. La eficacia puede entenderse como el cumplimiento de los objetivos del gobierno
(capacidad de aprobar leyes, la eficiencia para ejecutarlas a través del aparato burocrático y la aceptación
de los involucrados para poder aplicar estas políticas). La legitimidad se puede considerar como la
aceptación de los ciudadanos de la dominación del gobierno.

Definición de sistema político según David Easton


Un sistema político es un conjunto de interacciones políticas. Lo que distingue las interacciones políticas
del resto de interacciones sociales es que se orientan hacia la asignación autoritaria de valores a una
sociedad.

Definición de sistema político según Gabriel Almond


Un sistema político es un sistema de interacciones, existente en todas las sociedades independientes,
que realiza las funciones de integración y adaptación, tanto al interior de la sociedad como en relación con
las otras, mediante el uso o la amenaza del uso de la violencia física más o menos intereses en
formulaciones generales y por medio del reclutamiento de personal comprometido con una cierta
orientación política.

Diferencia entre sistema político y régimen político ¿son expresiones sinónimas?


Para algunos, régimen político y sistema político son expresiones sinónimas. Una y otra designan el
conjunto de instituciones políticas, que constituyen el sub-sistema político de un sistema social. Para
nosotros el termino sistema político designa un conjunto más amplio que el termino régimen político.
Estudiar un sistema político no es solamente analizar sus instituciones políticas y su organización
ordenada en un régimen político. Es estudiar también las relaciones entre el régimen y todos los otros
elementos del sistema social: económicos, técnicos, culturales, ideológicos e históricos entre otros.

Diferencia entre sistema político y forma de gobierno


El término «sistema político» ha sido confundido con el de «forma de gobierno» porque
alude a la estructura y funcionamiento de los poderes públicos. Los términos «forma de
gobierno» o «régimen político» o «sistema de gobierno» o «modelo de gobierno» definen
con distintos matices la forma de ejercitar el gobierno, es decir, los distintos tipos de poder
por parte de poder gobernante, y una «estructura de gobierno» o es la forma en la que se
estructura dicho poder, sin embargo el término «sistema político» define al sistema en el que
se encuentra inmerso dicho poder y en el cual ha de desenvolverse para conseguir su
objetivo.

Teoría general de sistema político de Maurice


Duverger

Carlos Fernando Castañeda Castro

Advierte el autor que emplea la expresión régimen político en dos sentidos; en un sentido
amplio y en un sentido particular, es decir para designar al todo como a sus partes
componentes.

Régimen político (sentido amplio): Es un conjunto completo de instituciones coordinadas


y articuladas, que hacen referencia al mismo tiempo al fundamento del poder, a la elección
de los gobernantes, a su estructura y funcionamiento.
Régimen político (sentido particular o restringido): Lo utiliza para designar una seña
particular del régimen político, así se refiere por ejemplo al régimen parlamentario,
presidencial, democrático, etc. En este caso toma a las partes como al todo.

Teoría general de régimen político

El autor usa el concepto de régimen político, como una cierta combinación de un sistema
de partidos, una forma de votación, de uno o varios tipos de decisión, de una o varias
estructuras de grupos de presión. Para Duverger el estudio de cualquier proceso social
debe ser combinado y paralelo, no aislado de su contexto, para así comprenderlo
plenamente.

Para Duverger el conjunto de instituciones políticas que funcionan en un país determinado


y en un momento determinado constituye su régimen político; ellos constituyen un conjunto
coherente y coordinado de instituciones.

Las instituciones políticas para Duverger son aquellas que se refieren al poder, a su
organización, a su devolución, a su ejercicio, a su legitimidad, etc. y la combinación de
estas instituciones configura el régimen político. La base de todo régimen político se
encuentra en el fenómeno de la autoridad, del poder, de la distinción entre gobernados y
gobernantes; por lo que todo régimen político aparece como una respuesta dada a los
siguientes problemas:

a. Problemas de la autoridad de los gobernantes y de la obediencia de los ciudadanos.


¿Cuáles son las funciones del poder político que definen las bases ideológicas del
régimen?
b. Problemas relativos a la elección de los gobernantes. ¿Cómo se designan a los
individuos que recibirán la carga y el poder de gobernar un Estado?
c. Problemas relativos a la estructura de los gobernantes. ¿Cuál es la contextura de cada
órgano gubernamental y cuáles son las relaciones entre ellos?
d. Problemas relativos a la limitación de los gobernantes. ¿Se considera que los
gobernantes tienen el derecho de intervenir en todo o, por el contrario, se plantea el
problema de poner limites a su intervención, asegurando a los gobernados un ámbito
de libertad personal? y si se admite lo anterior ¿Qué procedimientos teóricos (jurídicos)
asegurarán su respeto?

Tipología básica

Contemporáneamente una tipología básica expresa dos situaciones extremas, estas son la
democracia clásica y al otro extremo la dictadura. Aunque el autor reconoce que tal
tipología tropieza con dificultades que explica: No está ausente de segundas intenciones
políticas, ya que hay una connotación valorativa positiva para la democracia y negativa
para la dictadura, por lo cual tal tipología toma partido de antemano. Considera que en las
democracias clásicas existen una gran variedad de regímenes, como en las dictaduras,
por lo que conserva dicha tipología como cuadro general.

Rasgos típicos de la democracia

Duverger expresa que las democracias descansan en el concepto de legitimidad del poder
que se abrió camino en el siglo XVIII y que se impuso en el siglo XIX con:

a. Las libertades públicas;


b. Elecciones libres;
c. Separación de funciones;
d. Existencia de oposición.
Por lo que afirma, que son regímenes establecidos y estáticos; desde la perspectiva de la
estructura económica social, las democracias corresponden a sociedades estables o
relativamente estables; es decir que evolucionan de manera lenta y sin un desacuerdo
fundamental con las estructuras existentes.

Rasgos típicos de las dictaduras

El rasgo común de las dictaduras contemporáneas, como el de toda dictadura, es la de ser


regímenes dinámicos y que están en construcción. No descansan en una concepción de
legitimidad existente, sino que tienden a definir nuevas concepciones de legitimidad no
admitidas aun de manera general y que es preciso imponer. La dictadura corresponde a
sociedades inestables en la que el recurso de la fuerza no es descartado. Las dictaduras
revolucionarias tienden a hacer predominar la fuerza de las nuevas; mientras las
dictaduras reaccionarias a las viejas fuerzas.

Tipología de régimen político de Duverger :

El autor formula dos tipologías, la primera jurídica y la otra sociológica de los regímenes
políticos:

 Tipología Jurídica de Régimen político: La vieja teoría filosófica de Montesquieu


sirve aun para Duverger para formular su tipología, ya que se plantea la siguiente
pregunta que debe ser resuelta ¿Deben confiarse las funciones del gobierno a una serie
de órganos distintos o, por el contrario, reunirlas en manos de un solo órgano y
gobernante? A esta pregunta Duverger plantea responder con las tres tipologías
jurídicas que pasamos a describir:
o Régimen de confusión de poderes;
o Régimen de separación de poderes;
o Régimen de colaboración de poderes.
 Régimen de confusión de poderes: Es aquella situación cuando todos las funciones
del Estado legislativo, ejecutivo, judicial son ejercidas por el mismo órgano, o bien
cuando un solo órgano tiene el poder efectivo de decisión en todas las materias, y los
demás se encuentran estrechamente subordinadas al mismo y no pueden actuar mas
que en su nombre. La confusión de poderes se presenta dos variantes:
o La confusión absoluta: supone la existencia en el Estado de un órgano único con
poder de decisión, que acumula numerosas funciones; es decir, no existe mas que un
sólo órgano gubernamental en el Estado con capacidad de decisión, y todos los
demás órganos tienen solamente un carácter administrativo. Por lo que, ese único
órgano se encuentra investido de una multiplicidad de funciones: legislativas,
ejecutivas y jurisdiccional.
o La confusión relativa de poderes: es más frecuente que la anterior y ocurre cuando
los órganos gubernamentales están estrechamente subordinados los unos a los
otros, de manera que uno solo de ellos está investido del poder de decisión. En su
base hay una multiplicidad de órganos gubernamentales, entre los cuales se opera
una cierta distribución de las funciones estatales, ya que en realidad existe un solo
órgano gubernamental que está dotado de autoridad efectiva y todos los demás no
actúan sino en su nombre y de acuerdo a sus directivas.
A modo de ejemplo, Duverger explica que la confusión y la concentración de poderes se
ha encarnado en las monarquías absolutas y en las dictaduras; de los cuales las
dictaduras contemporáneas son la forma más difundida de la confusión de poderes en que
modernamente se ha trasladado la autoridad del dictador a la estructura del llamado
partido único.

Para Duverger el partido único, es la gran innovación del siglo XX, él comporta un doble
cambio que se expresa en los siguientes puntos: El partido único comporta la
transformación de arriba a abajo del sentido de la elección, ya que se sustituye la elección
democrática por la elección plebiscitaria. y, el partido único implica una concentración de
poder en beneficio de sí mismo.

El régimen de partido único comporta según Duverger una concentración de poderes,


cualquiera sea el tipo oficial de régimen establecido en su Constitución; aunque
corresponda al régimen parlamentario o alguna variante. La división de poderes, lo mismo
que la colaboración entre ellos, no es más que una ficción en un régimen de partido único,
por cuanto en ésta entidad están concentrados todos los poderes.

3. SISTEMAS POLÍTICOS.
Concepto de sistema político
El concepto aparece como un enfoque teórico abstracto a partir de la aplicación de la teoría sistémica a la
ciencia política. El sistema político, en cambio, hace referencia ya al funcionamiento en sí de los distintos
actores en el espacio público. El concepto mismo de sistema hace referencia a un conjunto de
operaciones y relaciones entre las partes que hacen que el todo (es decir el sistema en sí) sea mucho
más que la simple suma de cada parte por separado.

Se habla por ejemplo de sistema de partidos políticos, cuando se describe si existe un solo partido político
(sistema de partido único) o dos partidos (bipartidismo) o varios (sistema multipartidario) o cuando uno
solo gana siempre las elecciones (sistema de partido hegemónico) o cuando uno es más fuerte que el.
Pero no es solo el sistema de partidos lo que da su estructura al sistema político, el que es mucho más
amplio. Intervienen en el sistema político otros actores de la realidad social, como los sindicatos, las
organizaciones de la sociedad civil, las iglesias, en algunos casos el ejército, la opinión pública, la prensa,
y otros. El sistema político suele ser una realidad muy compleja a investigar y evaluar, con múltiples
relaciones, donde cada parte del mismo interactúa con las demás. Estas interacciones, a los fines de su
estudio, se dividen en inputs (que es lo que cada parte recibe de las demás) y outputs (que es lo que
genera hacia las otras). Dentro de cada parte se procesan los diversos inputs y de este proceso surge
una salida o output, que a su vez se convierte en input de alguna otra parte. El estudio del sistema
adquiere entonces una enorme complejidad, por el diverso grado de relaciones existentes y las
interrelaciones que se producen.

El concepto de sistema político se inicia con Aristóteles


Algunos politólogos e historiadores afirman que el concepto de sistema político se empieza a vislumbrar
con Aristóteles y dentro del enfoque pseudosistémico aplicado a la política en el Leviatán de Hobbes.

Su origen más reciente se atribuye a autores como David Easton, Almond, M. Weinstein o H. Jaguaribe,
que aplican por primera vez la teoría sistémica a la vida política, añadiendo a su fundamento la
concepción estructural funcionalista del sociólogo estadounidense Talcott Parsons sobre el análisis
sistémico y estructural de la vida social que define funcionalmente los procesos de cambio en sociedad y
política.

Sistemas políticos: características del sistema político


Las cuatro funciones que deben ser realizadas por un sistema y que se hacen requisitos imprescindibles
para atribuir efectivamente la conceptualización de sistema político a un ente determinado:

• La adaptación, que se configura por la relación del sistema con el medio exterior, dentro del cual se
encuentra y a su vez, interactúa.
• La persecución de objetivos, que consiste en la movilización de las energías del sistema hacia las metas
que se han propuesto.
• La de integración, que se define por las acciones que permiten mantener la coherencia del sistema.
• Lo que se denomina «latencia», que es la capacidad de motivación del sistema para alcanzar los
objetivos señalados.
• De esta forma, el concepto nace a partir de la teoría general de sistemas y se ha vinculado
históricamente a la teoría funcionalista.

Sistemas políticos nacionales y subnacionales

La mayor parte de los estados nacionales independientes están constituidos como naciones unitarias (por
ejemplo, Bélgica, Francia, Países Bajos, Reino Unido y España), dentro de las cuales puede darse
una descentralización regional del poder que puede alcanzar diversos niveles. En los sistemas federales
(como los de Argentina, Austria, Brasil, Canadá, India, Rusia y Estados Unidos), la autoridad política está
dividida entre el gobierno nacional y los gobiernos de cada una de las unidades federadas.
Existen muchos tipos de sistemas políticos subnacionales. La comunidad tribal o tribu es el más primitivo.
En la tribu las relaciones básicas son las de parentesco, y el poder tiene una base territorial, ejerciendo
el dominio los varones adultos. La ley es la costumbre y suele venir apoyada por componentes religiosos.
El siguiente escalón lo constituyen las comunidades rurales, en las que el individuo conserva todavía
su personalidad propia, que puede manifestarse más difícilmente en las ciudades. Tanto en unas como en
otras suele ser habitual la organización en municipios o ayuntamientos, regidos por un alcalde que,
nombrado por los vecinos o por la autoridad superior, ejecuta las decisiones del concejo vecinal o las
suyas propias. Son frecuentes, además, las organizaciones comarcales (mancomunidades o asociaciones
de municipios) o regionales (provincias, departamentos, comunidades autónomas), intermedias entre las
unidades políticamente federadas (Länder, estados federados, cantones, etc.) y las unidades inferiores.
El feudalismo fue una de las primeras formas históricas de organización subnacional.

La organización política estatal: los sistemas sucesorios


Si se tiene en consideración las unidades constituidas por cada uno de los estados nacionales, las formas
que adopta la organización política son extremadamente variadas. Su clasificación puede atender a
diversos criterios. Uno de los más importantes es el sistema sucesorio empleado para la transmisión del
poder político.
Históricamente, en la época de la monarquía absoluta, y también en el caso de algunas dictaduras, la
forma más importante de sucesión ha sido la hereditaria, en la que un descendiente del anterior
gobernante asume el poder. En algunos casos, los modernos sistemas constitucionales establecen una
sucesión por prescripción constitucional, con carácter transitorio. No obstante, en todos los sistemas de
este tipo, la transmisión del poder se produce usualmente como consecuencia de un proceso electoral en
el que los votantes deciden cuál ha de ser la persona o partido que ha de ocupar el poder político. No es
raro, sin embargo, que la sucesión se produzca por la fuerza, sobre todo en países poco desarrollados, y
cuya estructura de poder o implantación social es débil.
Evidentemente, las distintas formas de sucesión permiten configurar una división básica entre sistemas
políticos autocráticos, que ejercen el poder de forma absoluta y reprimen a la oposición política para
perdurar en el poder, y sistemas políticos democráticos, con mecanismos de crítica y recambio político
bien establecidos.

Sistemas bipartidistas y sistemas multipartidistas


La mayoría de los sistemasdemocráticos europeos (Francia, España eItalia) se basan en el
multipartidismo. En elespectro de partidos democráticospredominantes, podemos distinguir tresgrandes
familias ideológicas: los conservadores,defensores de los derechosindividuales y partidarios de mantener
elorden social y de reducir la intervención delEstado; los democratacristianos,confesionales de carácter
conservador, perocon mayor sensibilidad por los temas dejusticia social; y los socialistas, que otorganal
Estado un papel importante como redistribuidor de la riqueza a partir de lapolítica fiscal. Este abanico
puede ampliarsecon los partidos comunistas, nacionalistas,ecologistas, etc., que suelen
configurarimportantes minorías parlamentarias. Cuandoningún partido consigue la mayoría suficientepara
garantizar la elección del presidente delGobierno, suelen realizarse alianzas, y lospartidos bisagra se
convierten en un elementovital para el mantenimiento de la estabilidaddel gobierno, que suele ser de
coalición.La democracia americana, como en elcaso británico, se configura en la prácticacomo un sistema
bipartidista. En GranBretaña, los dos partidos son el PartidoConservador y el Partido Laborista,
mientrasque en Estados Unidos son el PartidoRepublicano y el Partido Demócrata. En elsistema
americano, los republicanos tienen un carácter más conservador y tienen el apoyo delmundo de los
grandes negocios, mientras los demócratas presentan un programa de caráctermás social, suelen contar
con el apoyo de los sindicatos y las minorías étnicas y recogenbuena parte del voto de las clases medias.
A diferencia de sus homólogos británicos, losdiputados americanos no están obligados a seguir ninguna
disciplina de voto en el Congreso,y el presidente a menudo debe buscar el apoyo de diputados de ambos
partidos. Esta relativaindependencia explica el importante papel que los lobbies, grupos de presión,
desarrollan enla democracia americana.

Estados unitarios y Estados federales


Los estados unitarios centralizados
Los Estados unitarios, es decir, aquellos que tienen una organización uniforme para todo el territorio y
toman las decisiones desde un único centro político, tienen una larga tradición en Europa. Algunos son
muy centralistas, como es el caso de Francia, donde los Departamentos y los Municipios tienen pocas
atribuciones y se gobierna todo el Estado desde París. Otros, en las últimas décadas, han optado por una
organización descentralizada en la que se reconoce la autonomía de algunas nacionalidades o regiones y
se les reconoce una cierta capacidad de autogobierno, a la vez que las grandes ciudades han conseguido
importantes competencias políticas. Es el caso de Bélgica, de Gran Bretaña y también de la España de
las Autonomías, creada por la Constitución de 1978, que dota a las regiones una amplia capacidad
legislativa.

Los estados federales o descentralizados


El modelo de Estado federal parte del reconocimiento de la personalidad de los diversos Estados que lo
integran, y cada uno de ellos goza del derecho a legislar y a tener sus propias instituciones políticas. El
poder y las responsabilidades políticas quedan, pues, repartidos entre los diversos Estados y el poder
federal. Este último suele ocuparse delos asuntos referentes apolítica internacional, economía, defensa y
seguridad. Es el caso de Estados Unidos, donde los 50estados que integran la Unión tienen muchas
atribuciones; y en Europa tenemos el ejemplo de Alemania, configurada por diversos Lander, aunque con
menores poderes. Suiza presenta una estructura confederal, con un poder central muy débil que se
reduce a la coordinación de los diversos cantones, que son casi soberanos.

Sistemas políticos: sistema democrático

Existen dos grandes tipos de sistemas políticos:


• Sistemas democráticos: Democracias estables; Democracias en proceso de consolidación y desarrollo
• Sistemas no democráticos

El concepto de democracia, en términos generales, puede expresarse a través de dos concepciones


básicas: la concepción crítica, que desarrolla un concepto normativo respecto de los valores al
expresarlos como un concepto ideal-teleológico que persigue la autodeterminación de los seres humanos.
Por otro lado, la concepción positivista entiende la democracia como procedimiento para la toma de
decisiones.

De aquí arrancarían dos concepciones clave: una, de carácter sintético, que exige el principio del
gobierno representativo y responsable sujeto a control parlamentario, y al de las elecciones, y otro, de
carácter comprensivo, que entiende la democracia como un sistema institucional que tiene la finalidad de
tomar decisiones, y donde los individuos adquieren el poder de decidir mediante un proceso
de elección colectiva en un ámbito de competencia.

Esto nos lleva a considerar tres concepciones importantes en el análisis de los regímenes democráticos:

1. La concepción individualista de la democracia que parte de una concepción racionalista del individuo.
Así, por ejemplo, Downs considera a los individuos como votantes (clientes), y a los partidos
políticos como oferentes de políticas públicas. La democracia es el mercado en el que los votos les sirven
a los individuos para adquirir determinadas políticas.

2. La concepción colectivista o socialista se estructura sobre tres ideas principales:


• La idea de democracia social (socialdemocracia), que implica la extensión de la ciudadanía social, de
los derechos sociales.
• La idea de democracia económica: que supone la reducción de la desigualdad por razones de riqueza,
mediante la socialización.
• La idea de democracia industrial que determina la participación de los trabajadores en los procesos de
producción.

3. La concepción procedimental de la democracia, que parte de los análisis de Schumpeter y Dahl, entre
otros, y que asegura que la democracia es un procedimiento que garantiza la propia democracia, lo que
requiere ciertos requisitos como: libertad de asociación y organización política; libertad de expresión;
derecho al voto y capacidad electoral activa y pasiva no restringida; competencia electoral pacífica entre
líderes y entre partidos políticos; existencia de una información plural y fiable y, en suma, disponer
de procesos electorales periódicos, libres, fiables y suficientemente tutelados.

4. LA DEMOCRACIA
PRINCIPIOS DE LA DEMOCRACIA
• Principio de Soberanía Nacional. Significa que el único soberano legítimo es el pueblo, y que la
legitimidad surge de la voluntad ciudadana, expresada mediante el voto.

• Principio de la mayoría y defensa de los derechos de la minorías. Alude al problema de unificar intereses
–diversos y contradictorios- en sociedades tan grandes y complejas como las actuales. Ante ello, el
criterio que guía las decisiones políticas es el de la mayoría. Sin embargo, esta regla requiere la
participación de las minorías, quien tienen derecho no sólo de existir sino también de influir en esa toma
de decisiones. Esta dinámica de mayorías y minorías se relaciona con la existencia de partidos políticos.

• Principio de representación política democrática. Este principio es ineludible para que la sociedad pueda
funcionar, debido a la inviabilidad de poner a discusión y votación del pueblo todas las decisiones del
gobierno; esta situación no anula el plebiscito como recurso para conocer la opinión directa de los
ciudadanos en casos excepcionales.
La Democracia de los antiguos y de los modernos

"La diferencia entre la democracia de los antiguos y la de los


modernos se ha vuelto un tema obligado, no menos famoso que el de
Banjamin Constant sobre la libertad. Y, al igual que éste, se refiere
tanto al uso descriptivo como al valorativo de la palabra. Entre la
democracia de los antiguos y la de los modernos efectivamente resaltan
dos diferencias, una analítica y otra axiológica" (Bobbio,
1997,p.239).

En este texto de Bobbio nos muestra el camino por donde transita su


reflexión en el tema comparativo de la democracia. Extractamos de su
ensayo sobre la "Democracia", incluido en su obra más vasta: El
filósofo y la política (Antología), sus principales contenidos para el
servicio de nuestro análisis, son:

a) En su uso descriptivo: por democracia los antiguos entendían la


democracia directa; los modernos, la representativa. Los antiguos
acudían a la plaza pública todos los hombres libres a deliberar y
decidir directamente sobre los asuntos públicos. Los modernos, a
través del sufragio, depositan su voto no para decidir, sino para
elegir a quien deberá decidir. Para los antiguos, entonces,
"Democracia" significaba poder del demos. Para los modernos, poder de
los representantes del demos. En los antiguos, la participación
directa es la regla; en la democracia de los modernos, la
participación es la excepción y la elección la regla, aunque hoy en
día se ha avanzado en la participación a través del referendo y la
revocatoria de los mandatos.
b) En su uso axiológico: los antiguos tuvieron la tendencia a valorar
en forma negativa a la democracia; los modernos, en cambio, lo hacen
en forma positiva. Platón en La República, Libro VIII, señala la
disgregación social de la que es responsable el gobierno popular, dada
su visión aristocrática de la política. Aristóteles también califica
de malo al régimen democrático y, junto con su maestro, no duda en
calificar al vulgo como un monstruo terrible, desmedido e ingrato.
Sila democracia se toma como el gobierno de los pobres, no se vacila
en sostener que los pobres, precisamente porque no tienen nada,
carecen del derecho de gobernar; y cuando logran arrebatar el poder
producen desastres.

La democracia adquiere una valoración positiva, dice Bobbio, cuando


significó un poder de un cuerpo colectivo, basado en la igualdad
natural de los hombres (isogénesis), que habló de una naturaleza
humana (aunque persistentemente criticada) que ha hecho a los hombres
originariamente iguales. A esto habría que agregar el ideario
cristiano recogido en la idea de que los hombres son hermanos en
cuanto hijos de Dios. Para Bobbio, el juicio positivo sobre la
democracia de los modernos, depende del reconocimiento de estos
derechos humanos.

Bobbio desarrolla más ideales sobre la democracia moderna, señalando


que ella descansa en el valor del individuo, con sus defectos e
intereses, lo que la impele a reconocer sus derechos, lo cual es
desconocido en la democracia de los antiguos. "La democracia moderna
reposa sobre una concepción individualista de la sociedad" ( Bobbio,
1997:p.247).

En este individualismo moderno se encuentra, dice Bobbio, una


ontología y una ética. Una ontología, en cuanto allí está presente una
concepción atomista de la sociedad, como aparece en el estado de
naturaleza en la filosofía política de Hobbes a Kant, en la economía
política con su actor básico el homo economicus, criticado fuertemente
por Marx. Una ética, en cuanto al hombre le es atribuida una
personalidad moral que, según Kant, posee una dignidad, no un precio;
es fin, nunca medio. ( Bobbio, 1997: pp. 248-253).

Pero Bobbio no se deja llevar por la avalancha de este individualismo


liberal, atomista y egoísta, y señala que la consideración ética de
una variante liberal no hace a un lado la idea de que el hombre
también es un ser social. "Hay de individualismo a individualismos"
(Bobbio,1997: p.247). Para nuestro filósofo italiano "existe el
individualismo de la tradición...

REGLAS DE LA DEMOCRACIA

La regla de la mayoría
Es importante aclarar que en un sistema
democrático como el libera, que supone la existencia
de individuos consientes y libres, la mayoría no
significa unanimidad, es decir, que todas las
personas y cada una de las personas piensan o
están en total acuerdo con algún punto. Por el
contrario, en el sistema democrático cabe la
discrepancia, pues esta se supera con el consenso
para tomar decisiones que involucran a todos los
miembros de una sociedad, con el fin de que
potencien de la mejor manera posible los intereses
individuales. La regla de la mayoría alude no tanto al
proceso y su forma, como al resultado que define la
elección y, por lo tanto, constituye el gobierno.
Siendo la mayoría el gobierno, la mayoría hace la
ley.

La regla del consenso


Esta regla define, de un lado, la forma del proceso
democrático, es decir, la intención de que el proceso
democrático debe aceptar el mayor número de
posiciones posibles que, enfrentadas en igualdad de
condiciones y en uso de plenas libertades publicas,
constituyan una mayoría que expresa la voz del
pueblo. De otro, que el soporte permanente de la
vida democrática es el pueblo. En el caso de las
elecciones presidenciales en Colombia, donde
diversos programas y candidatos se disputan el
juego por el favor popular, la posibilidad de la
primera magistratura. La técnica de la doble vuelta
permite que en este juego se dispute un mayor
número de posiciones, que al final se centran en las
dos primeras mayoritarias.

La regla de la minoría
Si bien la mayoría hace ley, esto no significa que se
pueda extralimitar y acallar a la minoría. En una
nueva democracia sana, la minoría vencida pasa a
la oposición con plenos derechos de constituirse en
una fuerza que promueva la constitución de nuevas
mayorías. Esta regla es la de alternación en el poder
Al suponer la posibilidad del desacuerdo y de la
opinión critica, sin que su ejercicio se castigue con la
exclusión, esta regla resalta los matices sociales y
llama la atención sobre lo que esta por fuera del
sistema.

La regla de la competencia
Pluralismo
Sin competencia, como garantía de acción política,
son imposibles los procedimientos para llegar al
consejo y, por lo tanto, la consecución de mayorías y
la expresión de las minorías. La competencia
significa la pluralidad, la oportunidad de expresar,
proponer o discrepar de otros, en procura del bien
común o de la confirmación de mayorías. No contar
con competencia, por el contrario, significa favorecer
la intolerancia y hasta el despotismo.

Regla del control


El gobierno y las instituciones de la
democracia deben ser instituciones controladas o
por lo menos controlables. Personerías Ministerio
público y otros mecanismos de control constitucional
e institucional, garantiza el tratamiento de la
pregunta: “Quien controla a los controladores” por
esta razón, toda democracia sana procura contar
con instituciones que eviten el abuso del poder o su
utilización en favor personal.

Regla de la lealtad
Aclara que el sistema democrático se basa en la ley.
La ley es la forma como el sistema democrático se
materializa y prolonga. A ella debe atenerse el
comportamiento político de los ciudadanos y de las
fuerzas políticas que compiten por el poder del
Estado, así como aquellos que lo ejercen.

Regla de la responsabilidad
Es un sistema integral, que en el momento de la
aplicación de una supone la interconexión y la
garantía de la existencia de las demás. Las reglas
democráticas no se aplican las unas separadas de
las otras, o unas a pesar de las demás. La
responsabilidad supones esta visión integral y
sistémica de la sociedad democrática, sin la cual
democracia se pervierte en anarquía, abuso del
poder o autoritarismo.

“La democracia es el peor de los sistemas de gobierno con excepción de todos los demás”.
Esta tesis de Winston Churchill indica que todos los regímenes o sistemas políticos son malos,
pero el menos malo es la democracia. La verdadera democracia en sí es una aspiración, un
ideal, un anhelo de un vasto conglomerado de individuos en todo el mundo, pero democracia
perfecta no existe, al menos no es posible presuponerla entre seres humanos, como nos hacía
entender Rousseau, quien reconocía la democracia como un gobierno de dioses. Pensamos
que aun así, imperfecta, es necesario construirla y preservarla.

La idea de la libertad está indisolublemente ligada a la democracia. Libertad es autonomía,


ausencia de coacción tanto psíquica como física. En su libro “Sobre la libertad”, Jhon Stuart Mill
manifiesta estar de acuerdo con Tocqueville en el sentido de que la clase de tiranía que hoy
más se debe temer “no es la que se ejerza sobre los cuerpos sino sobre las mentes”. Por eso
no es de buen gusto, actitudes ya sea de gobernantes, de jefes de instituciones o de aquellos
que circunstancialmente estén revestidos de algún tipo de poder, pretender hacer compatibles
las imposiciones con la democracia. Nada más torpe e insensato. Con ello sólo demuestran la
ilegitimidad y fragilidad del poder. Al ser incapaces de generar consenso y de hacer sentir la
autoridad gracias a su liderazgo y ejecutorias populares, a los gobiernos ilegítimos no les
queda otra alternativa que recurrir a la fuerza y a la violencia para mantenerse.

Para decir la verdad, la única imposición válida en una democracia es el imperio de la ley. Dura
es la ley pero es la ley. Es un imperativo. Obedecer la ley es libertad. Ley elaborada por el
pueblo o constituyente primario y que en una democracia debe colmar las expectativas
nacionales. La democracia es el gobierno del pueblo y no el gobierno de los políticos.

A propósito del presente año electoral nos permitimos citar siete reglas básicas de la
democracia relacionadas con la soberanía popular: 1) Regla de la mayoría, lo cual no significa
unanimidad, que todos piensen y quieran lo mismo o estén de acuerdo con algún punto. La
mayoría hace la ley. 2) Regla del consenso, donde la única imposición es la voz del pueblo,
pues el pueblo es el soporte permanente de la vida democrática. 3) Regla de la minoría, que
significa que si bien la mayoría hace la ley, no le atribuye derecho alguno para extralimitarse y
acallar a la minoría, puesto que la democracia también presupone el disenso. Aquí la oposición
y el desacuerdo son importantes. 4) Regla de la competencia, pues sin competencia no hay
garantía de acción política ni posibilidad de lograr consenso ni la expresión de las minorías.
Competencia significa pluralismo, derecho a disentir, a oponer y a proponer. Lo contrario se
llama despotismo e intolerancia. 5) Regla del control que evita el uso abusivo y arbitrario del
poder. No permite el autoritarismo, el totalitarismo o consolidación de poderes absolutos. 6)
Regla de la legalidad, fundamento y garante del sistema democrático, y 7) Regla de la
responsabilidad, respeta a las mayorías sin apabullar a las minorías. Evita la anarquía y el
descontrol social o la anomia.

Los gobernantes deben ser prudentes y contar con la habilidad de escuchar todas las voces,
no sólo a quienes les calientan los oídos para alabarles y aplaudirles, sino también a quienes
disienten de sus decisiones y acciones. Por esto, nos parece oportuno citar de nuevo a Mill: “Lo
peor del reducir al silencio a quien emite su opinión es que equivale a cometer un robo contra
la especie humana: se roba así tanto a la generación presente como a la posteridad, y a los
que disienten de esa opinión más aún que a los que la comparten. Si tal opinión es verdadera,
se les priva de la oportunidad de admitirla y salir con ello del error abrazándose con la verdad,
si es falsa, pierden el beneficio, casi tan grande como el citado, de poder percibir más
claramente y sentir de un modo más vivido su propia verdad mediante su enfrentamiento y
choque con el error”.

Quienes adulan a los gobernantes siempre se buscan a sí mismos y en ningún caso son dignos
de confianza; en los momentos difíciles los políticos o gobernantes se quedan solos. Más
confianza merecen quienes con argumentos les critican, les proponen y les orientan; éstos en
general no cobran un solo peso y casi siempre están inspirados en la defensa del bien público.
A algunos dirigentes desde la opinión se les quiere ayudar y se ponen bravos. Lo cual no es
más que un acto de torpeza. Deben aprender a escuchar y sopesar las voces disidentes, quien
quita que en ellas puede estar la solución de muchos males.

Los problemas de la democracia


Existe en nuestros días un consenso generalizado sobre la idea de que el democrático es el
sistema político más justo y positivo entre los existentes. Sin embargo, no por ello debemos
olvidar los problemas que arrastra la democracia y que debe afrontar y superar si quiere
convertir en realidad el principio de la libertad y la igualdad de oportunidades para todos los
ciudadanos. Un primer grupo de problemas se relaciona con el papel de los ciudadanos en
la democracia, progresivamente identificado o reducido a la simple práctica electoral.
Además, cabe destacar el aumento del abstencionismo electoral, ya que se constata que el
número de personas que participa en las elecciones tiende a disminuir (en Estados Unidos,
por ejemplo, normalmente vota menos de la mitad del electorado). Este fenómeno va unido
a un cierto desprestigio de los partidos políticos, a los que se acusa de estar controlados por
una minoría que impone sus criterios, de falta de debate interno y de excesivos casos de
corrupción económica. La rígida disciplina de voto de la mayoría de los partidos ha hecho
decaer la vida parlamentaria y los debates han perdido parte de su función y de su interés,
ya que el voto puede preverse anticipadamente y al margen de las discusiones
parlamentarias. Por otro lado, el elevado coste de las campañas electorales aleja de la
pugna política a los partidos que no tienen medios económicos para financiarlas y deja a los
más fuertes en manos de quienes les han concedido apoyo económico. La necesidad de
fondos que los militantes no pueden aportar ha contribuido a utilizar métodos de financiación
irregular, y bastantes veces ha desembocado en casos de corrupción, con la consiguiente
merma de confianza del electorado en la transparencia de las finanzas de los partidos
políticos. También ha perjudicado la salud de la democracia el protagonismo de los medios
de comunicación, ya que son los que canalizan y construyen buena parte de la opinión
pública. La guerra de estos medios por la audiencia ha convertido la legítima oposición
política en un "espectáculo" de la política, que otorga un gran poder mediático a las grandes
cadenas televisivas o radiofónicas y a la prensa. Un segundo orden de problemas tiene un
cariz más económico y social. Algunos analistas consideran que existe una contradicción de
fondo entre los principios igualitarios de la democracia y la lógica del sistema capitalista.
Denuncian la oposición entre las ambiciones económicas del mundo empresarial, con
beneficios astronómicos, y las expectativas democráticas de los ciudadanos, que exigen no
solo libertades políticas, sino también la consolidación del Estado del Bienestar, garantizado
por la redistribución de la riqueza a partir de un sistema fiscal progresivo. Finalmente, un
tercer grupo de problemas se fundamenta en la constatación de que los derechos
democráticos no benefician de la misma manera a todo el conjunto de la población. Cada
vez son más numerosas las voces que reclaman la regulación de unos derechos específicos
para determinados colectivos, como las minorías nacionales en el interior de los Estados, las
poblaciones indígenas dentro de las naciones antiguamente colonizadas o los inmigrantes
procedentes del Tercer Mundo. Los movimientos a favor de la multiculturalidad y de la
igualdad de derechos entre los habitantes de un mismo Estado denuncian la falta de
neutralidad cultural de las democracias, que en nombre de los valores de la mayoría
(religión, lengua, cultura, etc.) margina en la práctica a todos aquellos que no los comparten.

El PBI per cápita comparaciones


Comparación de Países > Producto Interno Bruto (PIB) per capita
All

Población: Población

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Posició
País Producto Interno Bruto (PIB) per capita (US$)
n
102,10
1 Qatar
0
2 Liechtenstein 89,400
3 Macao 88,700
4 Bermudas 86,000
5 Mónaco 85,500
6 Luxemburgo 77,900
7 Singapur 62,400
8 Jersey 57,000
9 Islas Malvinas 55,400
10 Noruega 55,400
11 San Marino 55,000
12 Suiza 54,800
13 Brunéi 54,800
14 Man, Isle of 53,800
Estados
15 52,800
Unidos
16 Hong Kong 52,700
17 Guernsey 44,600
18 Islas Caimán 43,800
19 Países Bajos 43,300
20 Canadá 43,100
21 Australia 43,000
22 Gibraltar 43,000
23 Austria 42,600
Islas Vírgenes
24 42,300
Británicas
25 Kuwait 42,100
26 Irlanda 41,300
27 Suecia 40,900
28 Islandia 40,700
29 Taiwán 39,600
30 Alemania 39,500
31 Groenlandia 38,400
32 Dinamarca 37,800
33 Bélgica 37,800
Nueva
34 37,700
Caledonia
35 Reino Unido 37,300
36 Andorra 37,200
37 Japón 37,100
38 Israel 36,200
39 Finlandia 35,900
40 Francia 35,700
San Pedro y
41 34,900
Miquelón
42 Corea del Sur 33,200
43 Bahamas 32,000
44 Arabia Saudí 31,300
45 Islas Feroe 30,500
Nueva
46 30,400
Zelanda
47 España 30,100
Emiratos
48 Árabes 29,900
Unidos
49 Bahráin 29,800
50 Omán 29,800
51 Italia 29,600
52 Malta 29,200
Islas Turcas y
53 29,100
Caicos
54 Guam 28,700
55 Eslovenia 27,400
República
56 26,300
Checa
57 Seychelles 25,900
Guinea
58 25,700
Ecuatorial
59 Aruba 25,300
60 Barbados 25,100
61 Eslovaquia 24,700
62 Grecia 23,600
63 Portugal 22,900
64 Lituania 22,600
65 Estonia 22,400
Polinesia
66 22,000
Francesa
67 Timor Oriental 21,400
68 Polonia 21,100
Trinidad y
69 20,300
Tobago
70 Hungría 19,800
71 San Martín 19,300
72 Gabón 19,200
73 Letonia 19,100
74 Chile 19,100
75 Argentina 18,600
Antigua y
76 18,400
Barbuda
77 Rusia 18,100
78 Croacia 17,800
79 Malasia 17,500
80 Uruguay 16,600
81 Panamá 16,500
82 Botsuana 16,400
83 Puerto Rico 16,300
San Cristóbal
84 16,300
y Nieves
85 Bielorrusia 16,100
86 Mauricio 16,100
87 Líbano 15,800
88 México 15,600
89 Sint Maarten 15,400
90 Turquía 15,300
91 Curacao 15,000
Islas Vírgenes
92 14,500
Americanas
93 Rumania 14,400
94 Bulgaria 14,400
95 Dominica 14,300
96 Kazajistán 14,100
97 Granada 13,800
Islas Marianas
98 13,600
del Norte
99 Venezuela 13,600
100 Santa Lucía 13,100
101 Surinam 12,900
102 Costa Rica 12,900
103 Irán 12,800
104 Anguila 12,200
105 Brasil 12,100
San Vicente y
106 las 12,100
Granadinas
107 Montenegro 11,900
108 Sudáfrica 11,500
109 Libia 11,300
110 Colombia 11,100
111 Serbia 11,100
112 Perú 11,100
113 Azerbaiyán 10,800
114 Macedonia 10,800
115 Albania 10,700
116 Ecuador 10,600
117 Palaos 10,500
118 Cuba 10,200
119 Tailandia 9,900
120 Túnez 9,900
121 China 9,800
República
122 9,700
Dominicana
123 Turkmenistán 9,700
124 Islas Cook 9,100
125 Maldivas 9,100
126 Jamaica 9,000
127 Belice 8,800
128 Islas Marshall 8,700
129 Guyana 8,500
130 Montserrat 8,500
Bosnia y
131 8,300
Hercegovina
132 Tonga 8,200
133 Namibia 8,200
Samoa
134 8,000
Americana
135 Santa Helena 7,800
136 Kosovo 7,600
137 Argelia 7,500
138 El Salvador 7,500
139 Ucrania 7,400
140 Micronesia 7,300
141 Iraq 7,100
142 Bután 7,000
143 Paraguay 6,800
144 Egipto 6,600
145 Sri Lanka 6,500
146 Kiribati 6,400
147 Angola 6,300
148 Armenia 6,300
149 Samoa 6,200
150 Jordania 6,100
151 Georgia 6,100
152 Mongolia 5,900
153 Niue 5,800
154 Suazilandia 5,700
155 Marruecos 5,500
156 Bolivia 5,500
157 Guatemala 5,300
158 Indonesia 5,200
159 Siria 5,100
160 Nauru 5,000
161 Fiyi 4,900
162 Congo 4,800
163 Honduras 4,800
164 Vanuatu 4,800
165 Filipinas 4,700
166 Nicaragua 4,500
167 Cabo Verde 4,400
168 India 4,000
169 Vietnam 4,000
Wallis y
170 3,800
Futuna
171 Uzbekistán 3,800
172 Moldavia 3,800
173 Ghana 3,500
174 Tuvalu 3,500
175 Islas Salomón 3,400
176 Laos 3,100
177 Pakistán 3,100
Papúa-Nueva
178 2,900
Guinea
179 West Bank 2,900
180 Nigeria 2,800
181 Yibuti 2,700
182 Camboya 2,600
183 Sudán 2,600
Sáhara
184 2,500
Occidental
185 Yemen 2,500
186 Chad 2,500
187 Kirguizistán 2,500
188 Camerún 2,400
189 Tayikistán 2,300
Santo Tomé y
190 2,200
Príncipe
191 Lesoto 2,200
192 Mauritania 2,200
193 Bangladesh 2,100
194 Senegal 2,100
195 Gambia 2,000
Corea del
196 1,800
Norte
197 Kenia 1,800
Costa de
198 1,800
Marfil
199 Zambia 1,800
200 Tanzania 1,700
Birmania;
201 1,700
Myanmar
202 Benín 1,600
203 Uganda 1,500
204 Burkina Faso 1,500
205 Ruanda 1,500
206 Nepal 1,500
207 Sudán del Sur 1,400
208 Sierra Leona 1,400
209 Etiopía 1,300
210 Comoras 1,300
211 Haití 1,300
212 Mozambique 1,200
213 Eritrea 1,200
Guinea-
214 1,200
Bissau
215 Togo 1,100
216 Afganistán 1,100
217 Malí 1,100
218 Guinea 1,100
219 Madagascar 1,000
220 Tokelau 1,000
221 Malaui 900
222 Níger 800
223 Liberia 700
República
224 Centroafrican 700
a
225 Burundi 600
226 Somalia 600
227 Zimbabue 600
República
228 Democrática 400
del Congo
5. FORMAS TOTALITARIAS Y AUTORITARIAS.

Los sistemas políticos autoritarios

Los sistemas autoritarios


Actualmente, más de la mitad de los habitantes del Tercer Mundo vive en sistemas no democráticos
donde la violencia, la fuerza y la corrupción se imponen como reglas de convivencia y la violación de los
derechos humanos pasa a convertirse en un hecho cotidiano. La separación de poderes en estos
sistemas no existe, la independencia del poder judicial es una ficción y, a menudo, las instituciones
otorgan poderes excepcionales a una persona que domina la vida política. Son regímenes dictatoriales
sometidos a una constante inestabilidad política provocada por actos de violencia y golpes de Estado, y
donde el Ejército tiene un importante protagonismo en la vida política. A pesar de una serie de
características comunes, pueden establecerse diferencias entre los regímenes políticos no democráticos.

Los sistemas democráticos degradados


A pesar de respetar las reglas básicas de la democracia (marco constitucional, partidos, elecciones...), la
Constitución otorga excesivos poderes al ejecutivo, y son muy amplias las prerrogativas del Presidente y
del Gobierno en detrimento de las del Parlamento. Así, el juego democrático se convierte en una ficción
mantenida por unas elecciones falseadas en las que se ofrecen a la oposición muy pocas posibilidades de
ganar. Además, las libertades y los derechos públicos no siempre pueden ser ejercidos (derecho de
expresión, de opinión, de reunión, de manifestación, de prensa, etc.) y la oposición política es combatida
con métodos no democráticos. Esta situación corresponde a algunos países latinoamericanos, asiáticos y
del antiguo bloque del Este.

Los sistemas de partido único


Otra alternativa que se da es la existencia de sistemas políticos basados en un partido único que ejerce el
poder de manera dictatorial como ocurre en un buen número de países de Oriente Medio y de África. El
partido único se confunde aquí con el aparato del Estado, al frente del cual se sitúa un presidente que es
a la vez líder del partido, jefe religioso o dirigente del grupo oligárquico establecido en el poder. En este
contexto, la violencia es el medio más frecuente de relación entre el gobierno y sus opositores. Los
movimientos armados se convierten en la única salida de una oposición que no dispone de recursos
democráticos para expresarse ni de garantías democráticas para alcanzar el poder. En contraposición, el
Estado legitima la violencia institucional como único medio para mantener orden social.

La violación de los derechos humanos en sistemas no


democráticos
En todos los Estados del mundo se cometen atentados, más o menos flagrantes, contra los
derechos humanos, pero es en los sistemas no democráticos donde estas violaciones
constituyen una práctica habitual. El Informe de Amnistía Internacional del año 2001
documentaba torturas y malos tratos en 125 países del mundo. La detención arbitraria y sin
juicio es un hecho frecuente en las dictaduras, donde un buen número de personas son
confinadas en prisiones, a menudo en unas condiciones materiales deplorables, sólo por
decisión de la administración, de la policía o del ejército, sin intervención del poder judicial.
Estas detenciones arbitrarias van acompañadas de malos tratos e incluso torturas, y, en
muchos casos, no se respeta el derecho del detenido a una defensa justa. También son
frecuentes, en las dictaduras o en los países en guerra, las ejecuciones sumarias, es decir,
sin juicio previo y que pueden llegar a afectar a miles de personas, que son asesinadas por
su origen étnico, su religión o ideología política. Los asesinatos en masa de elevados
contingentes de población civil, en la que son numerosas las mujeres y los niños indefensos,
han proliferado en numerosas guerras, y en casos como los de Bosnia o Ruanda se puede
incluso hablar de genocidio. Pero la violación de derechos humanos también está presente
en algunas esferas de los países más desarrollados y democráticos. Un caso particular es el
ámbito doméstico, donde se ejercen también malos tratos contra mujeres y niños. Por otro
lado, la pena de muerte continúa vigente en la legislación de muchos países, algunos de
ellos con regímenes democráticos.

AUTORITARISMO Y TOTALITARISMO
El autoritarismo se describe como una forma de gobierno caracterizado por un énfasis en la
autoridad del Estado en una república o unión. Es un sistema político controlado por los
legisladores electos que suelen permitir un cierto grado de libertad. Puede definirse como un
comportamiento en el que sobresale una persona o institución en el ejercicio de la autoridad que
correspondía. El autoritarismo puede ser caracterizado por el uso de abuso de poder y la
autoridad y a menudo se confunde con el despotismo. En las relaciones humanas, el
autoritarismo puede ponerse de manifiesto en la vida nacional, donde un déspota o dictador actúa
sobre millones de ciudadanos, interfiriendo hasta en la vida familiar, donde se encuentra el
dominio de una persona a otra a través del poder del terror financiero, económico o y la coacción.

Distinción entre el autoritarismo y el totalitarismo La distinción entre el régimen autoritario y


totalitario es que en el autoritarismo, el gobierno no pretende controlar la vida privada de sus
ciudadanos al punto de convertirlos, de manera compulsiva, en personas reeducadas para pasar
el resto de sus vidas sobre el régimen. Los regímenes autoritarios en América Latina, mantienen
una fuerte represión desde arriba, contra los elementos disidentes de renombre, pero la población
civil en general, se quedaba por lo general en paz. En particular, el autoritarismo del Estado
prefiere alienar a la población, ofreciendo espectáculos públicos que le restan de las
preocupaciones políticas. Así, durante estas situaciones de conflicto suelen producirse eventos
notorios como encuentros deportivos por ejemplo. Ya en el totalitarismo, el gobierno tiende a
divinizarse a sí mismo, a través de la implementación de una verdadera dictadura de partido
único. Esto nunca se ha visto en América Latina, con la única excepción del sistema del
socialismo de Castro desplegado en Cuba desde 1959. Allí, la adoración del pueblo de Cuba por
Fidel Castro solamente encontró su paralelo fanatismo en Corea del Norte con Kim Il-Sung y su
hijo y sucesor Kim Jong-il. Este fue también el caso de los regímenes comunistas de estilo
bolchevique que buscaban moldear la consciencia de los jóvenes al modelo impuesto por los
jóvenes. Por ejemplo, En la antigua Unión Soviética, las escuelas primarias enseñaron a los niños
a cantar canciones con títulos como “Mi abuelo Lenin” con el fin de confundir los valores familiares
con los valores revolucionarios. Hitler intentó imitar el modelo comunista, con el establecimiento
de “Juventudes hitlerianas”, pero no con el mismo éxito. En los regímenes totalitarios, toda la
iniciativa personal de los ciudadanos debe ser canalizada al Estado, que no reconoce la
existencia de otra cosa que a sí mismo. No existen otras ideologías y otras formas de
pensamiento para el Estado salvo la suya misma. Esta concepción del gobierno fue criticada por
el método que deben adoptarse para las consecuencias últimas.

Propaganda maoísta

Ideas principales de Hannah Arendt sobre el totalitarismo (básicamente desde una


perspectiva de la filosofía política), es necesario complementar con algunas ideas más, ya
desde una perspectiva más politológica, que resuman el concepto de totalitarismo. De este
fenómeno se puede decir:
 Hay ausencia de pluralismo, al ser destruida la esfera pública. No hay partidos ni
organizaciones, las agrupaciones que existan están sometidas y alineadas con el poder.
En pocas palabras, la libertad no existe. Hay UNA verdad indiscutible, y punto.
 Lo anterior está íntimamente relacionado con el hecho de que no haya sociedad civil. Esta
no existe, y si intenta aparecer, es reprimida y destruida. Los individuos aislados no logran
organizarse.
 Hay un Partido Único, la que dirige el país, la que dicta la ideología que determina el curso
de la historia y de la sociedad. El partido tiene control total sobre las instituciones y sobre
los individuos. La diferencia entre Estado, Gobierno y Partido se diluye.
 Hay una burocracia organizada, funciona como una maquinaria, un aparato, subordinado
al Partido.
 Hay una ideología que se erige como verdad. La ideología es un proyecto que
internamente guarda coherencia y busca dar una explicación totalizadora del mundo,
busca explicarlo todo.
 El líder, que es el Jefe del Partido, está por encima de todo orden normativo. La legalidad
se subordina al líder y a la ideología. Hay un fuerte culto a la personalidad.

Los autoritarismos difieren en:

 Hay pluralismo limitado, pero no desaparece. Existe una oposición, aunque débil. El
Estado restringe libertades, pero no las elimina, no busca intervenir en la mentalidad de los
individuos, solo le interesa su apatía, inacción, inmovilidad, un consentimiento tácito.
 Hay sociedad civil, los partidos no necesariamente desaparecen, aunque quedan
marginados. Algunos pueden colaborar. Los movimientos sociales tampoco desaparecen,
pero son silenciados.
 Según el tipo de autoritarismo que sea, puede haber burocracias organizadas o
simplemente un caudillo. Dictaduras burocráticas son, por ejemplo, las del Cono Sur
(Pinochet en Chile, Videla y Galtieri en Argentina). Dictaduras tradicionales y caudillistas
son las del siglo XIX o la de los Somoza en Centroamérica.
 Bajo grado de elaboración de justificación ideológica. No hay una ideología
como explicación totalizadora del mundo, aunque a veces se diga que si (caso de Chávez
en Venezuela). Lo que hay es una apelación a mentalidades, actitudes
intelectuales, valores como el nacionalismo, la religión, etc. No es un discurso articulado y
lógico, sino que apela a emociones, sentimientos.
 No busca movilizar, sino callar. Mientras más dormidas estén las masas, mejor. Solo
individuos. En el totalitarismo, si bien se destruye la esfera pública y los individuos se
atomizan, se busca movilizarlos por medio de la masa, en donde también pierden su
individualidad. Solo son algo cuando son masa.
Pinochet

Ejemplos clásicos de totalitarismo son Alemania de Hitler, URSS de Stalin, China de Mao,
Cuba de Fidel Castro (aunque evidentemente en menor medida que los anteriores), Corea
del Norte, el proyecto de Pol Pot y el Khmer Rouge (Jemeres rojos) en Camboya y de
Sendero Luminoso en Perú. Autoritarismos hay de varios tipos. Los regímenes burocrático-
autoritarios clásicos en el Cono Sur en la década de los setentas (Chile, Argentina, Brasil,
Uruguay), llamados de derecha, otros de corte corporativista como el de Velasco en Perú y
Omar Torrijos en Panamá (en la misma época), llamados comúnmente de izquierda o
populistas. Los autoritarismos populistas clásicos, también corporativos, como el de Perón
a mediados de siglo en Argentina o el de Getulio Vargas en Brasil, que compartían con
Velasco y Torrijos un modelo de Estado desarrollista y fuerte intervención en la economía.
O las dictaduras tradicionales, como los del siglo XIX (caudillistas) o de los Somoza
en Nicaragua. En los últimos años, se ha agregado un tipo más, los
autoritarismos competitivos o regímenes electorales autoritarios, como el gobierno de
Fujimori, Putin en Rusia o Chávez en Venezuela (teniendo en cuenta también en este
último caso un tipo de política bastante cercano a los populismos tradicionales), que
mantienen una aparente democracia electoral, aunque controlando los organismos que
realizan los comicios.
Los khmer rouge en Camboya y el enemigo absoluto

El origen de estos artículos sobre ambos conceptos está en las confusiones en que a
veces se cae. Si bien ambas categorías implican intolerancia, una de ellas se queda en la
represión del opositor, mientras que la otra llega a su eliminación total. Se reproduce más
o menos lo que decía en otro post acerca de Schmitt, el opositor no es simple rival sino
que se convierte en enemigo absoluto. Esto ocurre cuando la dicotomía determinante no
es amigo-enemigo, sino bueno-malo. Al ser bueno-malo, el enemigo es absoluto y se
busca no su derrota, sino su eliminación. Es un criterio no político, sino moral. El malo no
tiene cabida en el mundo, y por ello debe desaparecer.

6. DEMOCRACIAS HIBRIDAS

Hoy en día, la mayoría de los regímenes políticos


del mundo no son ni claramente democráticos ni
completamente autoritarios, sino que comparten
elementos tanto de la democracia como del
autoritarismo. Esta nueva categoría de regímenes
políticos ha sido conceptualizada y
operacionalizada de muy distintos modos, sin que
quizás se haya ofrecido una respuesta satisfactoria
conjunta a los aspectos teóricos y metodológicos.

El propósito es ofrecer un marco teórico y


metodológico que sirva al investigador para el
análisis comparado de los regímenes políticos,
teniendo en cuenta la relevancia actual de estas
formas políticas híbridas. Para ello, en primer
lugar, se analizan las aportaciones teóricas más
relevantes realizadas sobre los revista de Estudios
Políticos, regímenes políticos que no son
considerados ni democracias plenas ni autocracias
absolutas. En segundo lugar, se ofrece una
definición de los regímenes políticos híbridos y de
sus elementos característicos.
Definición y caracterización de los regímenes
políticos híbridos

LOS REGÍMENES POLÍTICOS HÍBRIDOS: DEMOCRACIAS Y


AUTORITARISMOS

Es conveniente,
a) ofrecer una definición de los regímenes
políticos híbridos;
b) establecer una tipología de regímenes políticos
que contemple a éstos. Podemos considerar los
regímenes políticos híbridos como: «regímenes que
combinan elementos de la democracia —como
pluralismo, instituciones representativas,
elecciones o constitucionalismo— con otras formas
de poder autoritarias.

De esta forma, la competición política puede estar


restringida o se puede excluir de ella a algún
grupo con apoyo social relevante, pueden existir
actores políticos decisorios pero sin estar sujetos
a responsabilidad política, lo que limita la
autonomía de las instituciones representativas, y
pueden restringirse de diversas formas los derechos
políticos y libertades públicas, a pesar de estar
formalmente garantizados». De esta definición de
régimen político híbrido se derivan las siguientes
características, las cuales pueden darse en su
conjunto o algunas de ellas y, en ese caso,
combinarse de distinta forma en cada caso concreto,
lo que nos lleva a diferentes tipos de regímenes
híbridos:

a) Competencia política limitada. En algunos


regímenes híbridos, a pesar de reconocer el
pluralismo, tanto por lo que respecta a partidos
como a grupos sociales, se produce una competencia
política no absoluta. De este modo, pueden existir
ciertos grupos a los que se excluye del proceso
político o que, aunque participando, no posean
capacidad real de acceso al poder. Igualmente, las
fuerzas políticas cercanas al régimen suelen verse
favorecidas por el mismo en los procesos políticos.

b) Celebración de elecciones pluralistas, aunque


los procesos electorales pueden estar afectados por
diversos grados de irregularidad. La limpieza de
las elecciones puede verse afectada en diversos
grados. Así, en los regímenes híbridos más
competitivos, los procesos electorales pueden tener
lugar sin graves acusaciones de fraude y pueden
producir gobiernos a través de los resultados
obtenidos en las urnas (aunque éstos pueden estar
limitados por la acción de veto players). Por el
contrario, en los más autoritarios, las artimañas
para reducir a la oposición afectan gravemente a
los resultados electorales. En ambos casos, los
sistemas electorales pueden estar diseñados para
favorecer al partido o partidos afines al régimen.

c) Veto players sin responsabilidad política o


existencia de dominios reservados. Por un lado,
pese a la existencia de instituciones
representativas, pueden existir actores con
capacidad de decisión o de influencia que no están
sujetos a responsabilidad política por no deber su
posición a los procedimientos democráticos de
extracción de cargos públicos, de forma que sin su
acuerdo no es posible sacar adelante ningún
proyecto de cambio político o que afecte a sus
principios o intereses. Estos actores pueden ser:
externos, como un poder extranjero que interfiere
en la política nacional; o internos como un monarca
o dirigente autoritario, que ha llegado al poder
por medios más o menos violentos; las fuerzas
armadas; un partido hegemónico conducido por un
pequeño grupo o por un único líder; jerarquías
religiosas; oligarquías económicas y otros grupos
poderosos; o, una combinación de los citados
actores.

Por otro lado, también puede darse la circunstancia


de existir «dominios reservados», que se atribuyen
a una institución reconocida formalmente pero que
limita la acción de otras instituciones u, otro
caso, una institución con poderes extraordinarios
que pone en cuestión el sistema de frenos y
contrapesos del Estado. Esto es, por ejemplo, un
soberano que detenta poderes legislativos y
ejecutivos en detrimento del Parlamento y del
Gobierno. La diferencia entre la existencia de veto
players y los dominios reservados se encuentra en
el carácter informal de los primeros frente al
formal de los segundos.

d) Falta de autonomía de las instituciones


representativas. Como consecuencia de lo anterior,
las instituciones representativas pierden autonomía
frente a los verdaderos decisores. No obstante,
dependiendo del mayor o menor grado de
autoritarismo, la oposición puede participar
activamente e influir en los procesos
institucionales a través de las instituciones.
Igualmente, puede existir un funcionamiento
inadecuado de los controles mutuos de los poderes
del Estado. Por otro lado, las instituciones y, en
particular, la Administración pueden verse inmersas
en fenómenos de corrupción o clientelismo político.

e) Derechos y libertades públicas mermadas. A pesar


del reconocimiento formal de los derechos civiles y
políticos (libertad de pensamiento y expresión,
libertad de prensa, libertad de reunión y
manifestación, libertad de asociación, habeas
corpus, etc.), existen límites a su ejercicio
cuando se pueda poner en cuestión la naturaleza del
poder. Asimismo, puede existir algún grupo social
significativo que sea excluido de los derechos de
ciudadanía. En este caso concreto, si existe un
reconocimiento formal de los amplios poderes que
detentan estos Jefes de Estado, preferimos hablar
de existencia de «dominios reservados».

Una vez definidos y caracterizados los regímenes


políticos híbridos podemos ofrecer una tipología de
regímenes políticos que tenga en cuenta las
diferencias entre los regímenes híbridos, en cuanto
a las características anteriormente analizadas.
Estos se derivarían de las dos categorías
principales que marcan los polos opuestos del
continuum entre la democracia plena y el
autoritarismo cerrado. De este modo, distinguimos
como regímenes políticos híbridos las «democracias
defectivas» y los «autoritarismos pluralistas».

a) Democracia plena. Régimen de gobierno en el que


el acceso al poder se establece a través de
elecciones periódicas y competitivas, con igualdad
de oportunidades tanto respecto al ejercicio del
derecho al voto como a poder presentarse como
candidatos a dichas elecciones. Los gobernantes
están sujetos a responsabilidad política en el
ejercicio de sus funciones y son capaces de dar
respuesta a las demandas básicas de los ciudadanos.
La única restricción que se establece al pluralismo
y a la participación en la esfera social y política
es aquella que suponga un atentado a los principios
legales y constitucionales. Este régimen se
fundamenta en la aceptación mayoritaria de las
reglas de juego político y en el respeto a las
minorías.
b) Democracia defectiva. Regímenes políticos que
pueden no haber culminado su proceso de
consolidación democrática o que, efectuando
procesos electorales competitivos que cumplen las
funciones de representación y producción de
gobierno, pueden verse limitados en su desarrollo
democrático por distintos factores: un
funcionamiento inadecuado en los frenos y
contrapesos de las instituciones representativas,
la hegemonía de una fuerza política que debilita el
papel de la oposición, fenómenos de corrupción y
clientelismo, la amenaza de algún actor ajeno a las
instituciones representativas, la presencia externa
de una potencia que supervise el desarrollo
democrático del país, garantías parciales de los
derechos y libertades, la falta de igualdad plena
en el ejercicio de los derechos de los grupos
sociales, étnicos o religiosos, etc. En función de
cuál de estos aspectos sea el que se produzca en el
sistema político analizado, nos encontraremos ante
una democracia defectiva:

b.1.) Tutelada: por la existencia de actores sin


responsabilidad política que influyen en el
desarrollo político del país.

b.2.) Iliberal: en la que se produce limitaciones


en el ejercicio de las libertades públicas y en el
imperio efectivo de la ley.
Si existe una combinación de ambos aspectos
(actores sin responsabilidad política y limitación
de libertades públicas), ya no deberíamos hablar de
«defectos del régimen democrático», sino de la
presencia de un régimen autoritario.

c) Autoritarismo pluralista. Regímenes en los que


se han establecido instituciones representativas,
en base a elecciones pluralistas, pero en el que
algunas fuerzas políticas se ven relegadas de los
procesos políticos. Asimismo, el correcto
funcionamiento del gobierno puede verse alterado
por la falta de autonomía de las instituciones
representativas, la falta de equilibrio o
contrapesos entre poderes o la presencia de actores
influyentes sin responsabilidad política. Por otro
lado, aunque se reconoce formalmente el Estado de
Derecho, en ocasiones se puede producir un recorte
en los derechos y libertades públicas cuando se
pueda poner en riesgo las bases del poder político.
En función del grado de competencia política y del
margen de garantía de las libertades civiles, el
autoritaritarismo pluralista puede ser:

c.1.) Cuasi competitivo y cuasi libre. En el juego


político y electoral participan un amplio espectro
de fuerzas políticas que tienen capacidad de
disputarse el poder y verse representadas en las
instituciones representativas, de modo que existe
un amplio pluralismo social y político. No
obstante, algún grupo político puede verse excluido
de la competición electoral y política. Igualmente,
la autonomía de las instituciones puede verse
limitada por la existencia de veto players sin
responsabilidad política o por actores formales que
centralizan el proceso institucional y político.
Estos autoritarismos cuasi competivos suelen estar
asociados a un reciente desarrollo de las
libertades públicas, en materia de derecho de
asociación, libertad de expresión, pluralismo de
medios de comunicación, etc. No obstante, la
garantía de estos derechos y libertades pueden
verse constreñidas por los límites que puede
imponer el poder, por ejemplo, en materia de
integridad del territorio, religión, figura del
Jefe de Estado, etc.

c.2.) Hegemónico restrictivo. En este tipo de


regímenes políticos el sistema político puede verse
dominado por poderes militares, extranjeros,
jerarquías religiosas, oligarquías económicas o
cualquier otro grupo poderoso. Asimismo, puede
existir una autoridad política formalmente
reconocida que asume la práctica totalidad del
poder político. Por otro lado, pese a que pueden
haber experimentado procesos de liberalización
política, como el reconocimiento del pluralismo
político, sólo los partidos o candidatos que
participan en el poder tienen posibilidad real de
acceder a los cargos e instituciones públicas. Por
lo tanto, las elecciones, si bien pueden ser
pluralistas, están excluidas de ella la oposición
y, por tanto, no son competitivas. Asimismo, los
derechos y libertades son muy restrictivos y están
sujetos continuamente a las amenazas de los poderes
públicos. Determinados grupos étnicos, religiosos y
regionales pueden verse relegados de los derechos
civiles e, incluso, pueden existir conflictos
importantes en algunos de estos ámbitos.

d) Autoritarismo cerrado. No existe Estado de


Derecho, ni reconocimiento de las principales
derechos políticos y libertades públicas. No se
admite la posibilidad de existencia de grupos
políticos que representen otros intereses u
objetivos distintos a los de quienes ejercen el
poder. En los procesos electorales, si los
hubiesen, sólo participan los candidatos del
régimen político

Casi 3 de cada 10 países viven bajo regímenes autoritarios


Un informe de 'The Economist' muestra cómo la democracia viene perdiendo terreno en
el mundo.

'The Economist' identifica que la consolidación plena de la democracia en


América Latina continúa estancada.
Foto:
Miguel Gutiérrez / EFE

Por: Catalina Cabrera Mantilla
29 de abril 2017 , 07:43 p.m.

La revista ‘The Economist’ publicó recientemente su índice que evalúa el estado


de la democracia en el mundo, para el que tuvo en cuenta 167 estados. El balance
con corte a 2016 es, a primera vista, preocupante: solo 19 países del mundo (sin
contar a Estados Unidos) viven gobernados en una ‘democracia plena’; 57 en
una ‘democracia defectuosa’ (categoría en la que se encuentra Colombia), 40
están clasificados con el nombre de ‘regímenes híbridos’ (parcialmente
democráticos y parcialmente autoritarios); y 51 países están regidos por
regímenes autoritarios.
Además, en 76 países, entre los que se encuentran Estados Unidos y la gran
mayoría de países del este de Europa, ha habido un retroceso en los valores
democráticos. Los datos muestran que la puntuación media de la democracia
mundial en el 2016 bajó a 5,52 en una escala de 0 a 10, en comparación con la
puntuación de 5,55 del 2015. El estudio atribuye la caída, entre otras razones, a
que hay una insatisfacción popular frente a las instituciones y élites políticas, que
“han fallado en representar los intereses de la gente del común”, según se lee en el
informe.

De acuerdo con ‘The Economist’, la mitad de la población mundial (49 por


ciento) está gobernada por regímenes democráticos, aunque en la mayoría de los
casos no se trate de una ‘democracia plena’ (medida por un funcionamiento
gubernamental satisfactorio, un sistema efectivo de pesos y contrapesos de poder,
libertad de prensa, entre otros) sino de ‘democracias defectuosas’, que tienen
problemas de participación política y de gobierno. Dentro de esta mitad del
mundo que alcanza a pasar el umbral de la democracia, se ubican también los
‘regímenes híbridos’, entre los que se encuentran gobiernos como el venezolano.

Al poner la lupa en América Latina, pueden encontrarse fundamentos


democráticos relativamente fuertes, que incluyen puntuaciones altas en
participación de la ciudadanía en procesos electorales, pluralismo y las libertades
civiles. Sin embargo, ‘The Economist’ identifica que la consolidación plena de
la democracia en la región continúa estancada, fundamentalmente, por la
poca efectividad de la función política. Así, Uruguay es el único país que se
encuentra en la lista de ‘democracias plenas’ de la región, en el puesto 19 del
escalafón global.

Europa occidental sigue siendo la región con más países clasificados como
‘democracias plenas’: Noruega, Islandia y Suecia ocupan el top 3 del ‘ranking’
mundial. Quizá los casos más llamativos y preocupantes son los de países
como Italia, Francia y Portugal que por años se destacaron por la salud de sus
gobiernos y ahora pasaron a ser ‘democracias defectuosas’.

Un caso llamativo es el del Reino Unido. El ‘brexit’ mejoró su puntuación


democrática, pues aumentó la participación política (uno de los ítems tenidos en
cuenta en la medición), con el voto del 72 por ciento de la población, 11 puntos
por encima del promedio de las elecciones generales de la última década. La
clasificación de la democracia en el Reino Unido pasó de 8,31 en el 2015 a
8,36 el año pasado, lo que lo puso en el decimosexto lugar del escalafón de las
‘democracias plenas’.

En Europa del este, otro de los focos de atención que dejó la medición del índice,
hay una profunda decepción popular con la democracia. El antiguo bloque
comunista ha registrado la regresión más dramática desde el 2006. No hay un solo
país que alcance la clasificación de ‘democracia plena’, a pesar de que 11 de los
países incluidos en esta investigación son miembros de la Unión Europea. La
gran mayoría son considerados ‘democracias defectuosas’ y
autoritarias. Dentro del índice de democracias, Estonia es el país que está en
primer lugar, en el puesto 29.

En África subsahariana la participación política ha aumentado de manera


considerable en los últimos cinco años pero todavía está muy lejos de
implementar una política democrática formal. A pesar de haber mejorado un poco
en su puntaje democrático, aún debe mejorar aspectos como el funcionamiento
del gobierno, las libertades civiles, la libertad de prensa y el pluralismo. Mauricio
es el único país de esta región que se cataloga como ‘democracia plena’, los
demás países son clasificados como regímenes híbridos y autoritarios.

Si hablamos del contexto internacional, la medición indica que ha habido una


gran tendencia mundial, desde los años 70, a la disminución de confianza en el
mundo occidental. De hecho, los registros demuestran que esta desconfianza
se aceleró después del colapso del comunismo en 1989 y se profundizó
después de la crisis financiera global del 2008, producto del colapso de la
burbuja inmobiliaria en Estados Unidos.
Como explica Miguel García, director del Observatorio de la Democracia de la
Universidad de los Andes, “nos encontramos ante una fase de un fuerte
escepticismo de la ciudadanía frente a la democracia, lo que produce un retroceso
de los valores de la misma en muchos países, como está pasando en Venezuela,
Turquía y Estados Unidos”.
Descenso estadounidense
Lo que más resalta del estudio es que Estados Unidos pasó de ser clasificada
como una ‘democracia plena’ a catalogarse como una ‘democracia
defectuosa’.

Sandra Borda, decana de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Jorge


Tadeo Lozano, explica que la explicación a dicho descenso puede encontrarse en
el descontento generalizado hacia la clase política y la separación gradual entre
los intereses del americano promedio y los de sus dirigentes. El reflejo más claro
de todo esto es el triunfo de Donald Trump en las últimas elecciones
presidenciales. “La gente –explica Borda– ya no encuentra ningún tipo de
resonancia en lo que ellos llaman el ‘establecimiento de Washington’, que son los
políticos de toda la vida que provienen en su gran mayoría de ciudades grandes.
La gente quería a alguien que hablara su ‘lenguaje’ y que tuviera sus mismas
preocupaciones”.

Esta elección del presidente, de acuerdo con ‘The Economist’, fue un grito
desesperado por un cambio en la sociedad estadounidense y en su sistema
político. De acuerdo con el informe, Trump “se convirtió en beneficiario de la
baja estima con la que los votantes estadounidenses percibían a su gobierno,
los representantes electos y los partidos políticos”.

El informe de la Unidad de Inteligencia de ‘The Economist’ resalta que la calidad


de la democracia ha retrocedido en el mundo por el desencanto de los ciudadanos
hacia la clase política y sus instituciones. Pero puede que aún haya esperanza para
la democracia porque, a través del voto, las personas están manifestando sus
preferencias políticas y su descontento (casos como EE. UU., el referendo en
Turquía y el ‘brexit’), lo que se traduce en más participación política, que se
refleja en las urnas.

¿Por qué a los dictadores les gusta parecer demócratas?


Colombia no es una ‘democracia plena’
En el escalafón global de ‘The Economist’, Colombia se encuentra en el puesto
57 con un puntaje de 6,67 sobre 10 y está catalogada como una ‘democracia
defectuosa’. Las calificaciones más bajas las tuvo en sus cortos niveles de
participación política (4,4) y cultura política (4,38), que son causados por los
altos índices de abstinencia electoral y apatía política en el país.

Politólogos e internacionalistas consultados consideran que aunque Colombia


tiene unas instituciones políticas “muy débiles”, en el país se llevan a cabo
elecciones de acuerdo a un calendario electoral, se respetan los resultados de las
elecciones, existe el derecho a disentir y a hacer oposición, hay libertad de prensa
y hay un avance significativo en lo que respecta al reconocimiento de las
diferencias, orientaciones, cultos e identidades.

CATALINA CABRERA MANTILLA


Escuela de Periodismo Multimedia EL TIEMPO

7. GLOBALIZACIÓN, CRISIS DE LA REPRESENTACIÓN, PARTIDOS EEUU,


FRANCIA, UK

INTRODUCCIÓN
Al termino de la Guerra Fría y con la caída del Muro de Berlín, la bipolaridad sucumbió
ante el llamado Nuevo Orden Mundial que da por ende a la Globalización. Dentro de la
década de los noventas, se inicia la multipolaridad, enmarcada por la Globalización. Dentro
de este nuevo escenario mundial, las naciones junto con las organizaciones y las
empresas multinacionales y trasnacionales dictan un nuevo destino común mundial.
Como nosotros sabemos en la actualidad el mundo se ha visto envuelto en un fenómeno
muy importante al que conocemos como Globalización. Este fenómeno se ha dado
mediante un proceso complejo de cambios e interacciones entre los países. La entrada de
los países a la Globalización se ha dado en muchas formas diferentes pues para algunos
países se ha visto que existe gran facilidad para adaptarse al nuevo entorno, esto se ha
dado en los países altamente desarrollados o industrializados, pero en cuanto a otros
países, que no cuentan con ventajas absolutas o comparativas en la producción de sus
bienes, servicios y en tecnología se han visto involucrados con muchos problemas de
diversos tipos como lo son económicos, políticos y sociales, dentro de los cuales en este
pequeño ensayo hablaremos sobre la influencia de la Globalización en la política de los
países del mundo.
GLOBALIZACIÓN EN LA POLÍTICA MUNDIAL
El concepto de globalización es muy amplio y diverso, siempre que tratamos de definirlo o
buscar su mejor significado encontramos los siguientes aspectos:
· Proceso de intensificación de las interconexiones entre los diferentes sectores dentro del
escenario mundial, de tal forma que los sucesos que ocurren de un lado del mundo,
influyen y repercuten en lugares lejanos a este. Estos sucesos pueden ser de orden
económico, político, social y cultural.
· Un proceso diferente de Acumulación del Capital (última etapa del Capitalismo), donde
las multinacionales concentran cada vez más la producción. Existe por tanto, una
concepción global de mercado.
· La base o pilar donde descansa el fenómeno de la globalización es el avance o
innovación técnica. Se instaura una nueva sociedad del conocimiento.
· Existe una perfecta movilidad del capital, el capital financiero (dinero virtual) prima sobre
el capital mercantil.
Los factores de la globalización son:
 Libre Mercado (intercambio comercial)
 Tecnología
 Revolución Informática (comunicaciones)
Los agentes que llevan a cabo este proceso son:
 OIG´S (Organizaciones Intragubernamentales).
 ONG´S (Organizaciones No Gubernamentales).
 Empresas Transnacionales y Multinacionales.
GLOBALIZACIÓN Y ESTADO
El sistema global tiene varias aspectos que se van relacionando entre sí, un ejemplo es la
economía mundial junto con el Estado. Las economías nacionales se están haciendo cada
vez más interdependientes unas de otras dentro del nuevo sistema. Esta economía global
se basa en el libre mercado, y cada vez el Estado interviene menos en los asuntos
económicos de su país. El mercado decide y el Estado vigila y regula, pero no ejecuta los
programas económicos.
Ante la política global actual, el Estado ha dejado de ser el actor principal. La diferencia
entre política interna y externa de los países está desapareciendo cada vez más. Ante esta
realidad, las políticas internas de las naciones tienen que ir adecuadas a la política
internacional.
Otro problema al que se enfrenta el Estado es que éste ha dejado de ser el principal
promotor de desarrollo. Actualmente sus funciones son como regulador y vigilante de este
proceso, sin embargo, el Estado debe de entrar en coordinación con los demás actores
tales como: empresas y organismos internacionales, para lograr el desarrollo o para lograr
ser el promotor principal de éste.
Muchos de los autores que se han ocupado del tema de la globalización han llegado a una
conclusión: ya que este fenómeno tiene un carácter supranacional, es inevitable que el
poder político olvide su estructura actual, marcada por el Estado-nación; para dar origen a
organizaciones supranacionales que puedan ejercer adecuadamente el poder político. Un
ejemplo muy claro de esto es la Unión Europea (UE), ya que es la única organización
internacional que es supranacional. La unión esta por arriba de los estados miembros, ya
que están organizados por un Parlamento Europeo, un Tribunal, y un Banco Europeo.
Durante la década de los años setentas y ochentas se empezó a desarrollar el sistema
WOMP (World Order Model Project). Este sistema afirma que el Estado no es el Centro y
que existen muchas otras formas de organizar el mundo.
Para el analista internacional Peter Drucker, desde hace treinta y cinco años el Estado ha
estado en agotamiento y el Estado ha perdido fuerza por el avance en las comunicaciones
y tecnologías. Al contrario para Harrison Smith, el Estado no ha perdido fuerza, sino que
se ha transformado dentro del proceso de la Globalización, ya que lo observa como un
vehículo para la expansión de la economía global.
GLOBALIZACIÓN Y DEMOCRACIA
Por democracia moderna comprendemos a la forma de gobierno o de organizar el poder
político en el que lo decisivo o lo importante es que el pueblo no sólo es el objetivo de
gobierno; sino que también el sujeto que gobierna. El principio constitutivo de la
democracia moderna es la soberanía popular. El pueblo es la fuente única y legítima de
poder. También es el conjunto de procedimientos encargados de hacer viable el principio
fundamental de la soberanía popular. Es un procedimiento no una solución a los problema
de la sociedad. Forma de legitimizar y autorizar el gobierno.
Se apela a la globalización para explicar el derrumbe de regímenes totalitarios como la
caída de la soberanía de los Estados-Nación, para denunciar la inexistencia de
democracia económica y la injerencia de los mercados monopólicos en los servicios
básicos de las naciones.
La globalización imprimió en las democracias la concepción de los intereses privados
como beneficiarios a la sociedad. En las democracias el principio de ciudadanía implica
soberanía popular y ésta supone participación ampliada y variada. Fenómenos como la
desesperanza política en los partidos políticos, el absentismo electoral, la corrupción, el
fraude fiscal, la falta de debate público ciudadano son síntomas de la inexistencia de la
praxis ciudadana, relacionadas a las carencias de identidades y de ausencia de estado.
Las democracias actuales se corresponden al modelo de Schumpeter, son democracias
del mercado.
Ahora, más que nunca, es fundamental la vigencia de una democracia basada en valores
éticos, que la convierta en una forma de vida y no solamente en una forma de gobierno. La
necesidad de la transparencia está implícita en el concepto de vida honesta y de
democracia y debe estar vigente en todos los actos de la globalización.
Para el analista internacional, Ernst Ultrich la democracia debe de ser reinventada,
mediante tres pilares principales. Primero, la forma estatal democrática nacional existente
debe de cambiar. Las diferentes naciones cooperan en muchas entidades que los
diferentes Estados han acordado(Tribunales de Justicia Intl, Convenios sobre Derechos
Humanos y Medio ambiente etc.) necesitamos la democracia estatal, puesto que
únicamente ella otorga la necesaria legitimidad para las negociaciones internacionales.
El segundo pilar es la industria privada, que es la que, en gran parte, produce riqueza. Sin
embargo hay grandes industrias que contaminan y violan los derechos de sus
trabajadores, esto devalúa la democracia, por lo tanto la opinión pública mundial debe de
castigar a estas empresas, haciendo valer más la democracia y la justicia, que lo
económico.
El tercer pilar es la sociedad civil. La sociedad civil somos todos nosotros, en particular
cuando colaboramos con las diferentes organizaciones e instituciones especificas. Estos
organismos pueden contribuir a la democratización y concientización de los pueblos.
LOS FACTORES EXTERNOS E INTERNOS QUE AFECTAN A LA GLOBALIZACIÓN
Efectos que ha causado la globalización en las políticas externas de los países:
*La expansión de la OTAN hacia el Este
*Los programas de investigación millonarios de los Norteamericanos para crear una
defensa anticoheteril.
*El apetito imperialista de los estados más fuertes por seguir sometiendo a
los más débiles
*El desarrollo de los armamentos nucleares, ha servido para que más países construyan
armas nucleares
*Hay gran interés por parte de los países en alinearse en bloques comerciales para poder
tener un intercambio comercial que los ayude a mejorar la productividad y elevar sus
ingresos.
*Se apoya la desaparición de las funciones del estado , así se liberan de la pesada carga
de la burocracia y la planificación central del estado entregándose a la planificación central
del Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de
Comercio y las grandes Instituciones y Trasnacionales de la Comunidad Capitalista.
*Ya no se busca el bien común sino evitar males mayores (guerras mundiales, catástrofes
epidemiológicas, entre otros)
*La democracia pluralista y el libre mercado
*La comunicación y manejo de la información real y verídica en el instante en que suceden
los sucesos en cualquier parte del mundo
*Descontinuación de los estados nacionales en donde se reduce su soberanía y con ella la
posibilidad de efectivar la democracia, aumentando el poder y fuerza de algunos pocos
estados y de las grandes empresas transnacionales que controlan el proceso
*Las corporaciones multinacionales son organizaciones globales que no localizadas en
ningún lugar específico de un estado-nación concreto forman una nueva clase gobernante
mundial.

Democracia y globalización. Artículo El Pais.

la democracia se encuentra de nuevo en peligro, y se discute si la


globalización económica está minando las bases de la democracia de la
nación-Estado. Las relaciones de poder globalizadas quitan relevancia a
las instituciones nacionales de la democracia parlamentaria y
representativa. A partir de la década de 1980, la desregulación de los
mercados financieros y la privatización a gran escala de servicios
estatales han perjudicado los esfuerzos por la estabilidad social y la
distribución equitativa de los recursos, siendo las consecuencias la
desigualdad, la desintegración y el descontento a nivel social. La eficacia
y el crecimiento económico constituyen ahora el rasero por el que se
mide todo en esta era de la globalización, y en el afán por la ganancia,
las fronteras nacionales no son más que obstáculos a superar.

La posmodernidad ha creado problemas cuya solución es difícil de


encontrar si no es mediante la cooperación internacional. Esto es así en
varios campos: desde las crisis financieras hasta el calentamiento global
de la Tierra, pasando por la delincuencia internacional, las epidemias y la
corrupción internacionalizada. La sociedad de la información y de la
comunicación internacionalizan culturas, ideas, modas y modos de
consumo, mientras que instituciones transnacionales como la ONU, la
OTAN, la OMC, la UE y otras se encargan de establecer normas y reglas
de juego en un marco cada vez más globalizado. Todo esto son
tendencias que van en el sentido de la globalización, en claro detrimento
de la soberanía nacional.

Las consecuencias de estas transformaciones son dramáticas para la


democracia que, en cualquiera de sus variantes, tiene la nación-Estado
como marco de referencia. Cuando las decisiones se toman a un nivel
internacionalizado, alejadas de las bases sociales, la participación
ciudadana necesariamente disminuye y a la vez se acentúa la
desconfianza con respecto a los dirigentes políticos. Es patente en este
caso el desfase entre los sistemas establecidos de toma de decisiones
políticas y los nuevos órganos políticos transnacionales, cuya actuación
tiene cada día más efectos en la vida de las naciones y de los individuos.
Los problemas aquí mencionados no son recientes: las antiguas
formaciones estatales de la Unión Soviética y de Yugoslavia tuvieron
características transnacionales y, cuando se rompieron, dieron lugar a
rivalidades y guerras ya no tanto nacionales como étnicas. Las ansias
democráticas de estos grupos se vieron frustradas por problemas de
origen muy antiguo.

El siglo XX fue, en gran parte, el siglo de las naciones-Estado, y al entrar


en el siglo XXI existen en el mundo alrededor de 200 unidades de este
tipo. Sin embargo, después de la IIGuerra Mundial (1939-1945) se asistió
al despegue de la colaboración internacional para tratar de evitar
conflictos bélicos y se echaron los cimientos de un edificio jurídico de
cooperación destinada a crear una legislación universal de derechos
humanos y de coexistencia pacífica, legislación que en más de una
ocasión entraba en conflicto con leyes nacionales. Y desde la década de
1920 hubo una tendencia, que se fue acentuando a lo largo de la
centuria, a la actuación transnacional de las grandes empresas, que de
esta manera se encontraban muchas veces en un vacío jurídico,
pudiendo proceder más o menos a su antojo y en función de la lógica de
la mayor ganancia económica. Instituciones financieras como el Fondo
Monetario Internacional y el Banco Mundial se han arrogado, sin lugar a
dudas, prerrogativas políticas al imponer sus condiciones (planes de
estabilización) para conceder préstamos, restringiendo de esta manera
las opciones democráticas de los pueblos en materia de política
económica y social.

Es para remediar esta situación de real anarquía jurídica y económica


que algunos, como el ilustre filósofo alemán Jürgen Habermas, han
comenzado a discutir la posibilidad de una democracia política
transnacional. En la fase inicial en la que se encuentra actualmente el
debate, éste se basa en conceptos que se han mostrado útiles y
funcionales en la nación-Estado, aunque una eventual democracia
transnacional muy posiblemente necesitaría estructuras nuevas para
servir realmente a un demos, grupo humano definido por su unidad
política.

Por ahora, las instituciones transnacionales -por ejemplo, la Unión


Europea- carecen de infraestructura política capaz de fomentar el diálogo
transnacional a través de un espacio público o de organizaciones
realmente representativas de los deseos e intereses populares. El
conflicto actual de la UE con el nuevo Gobierno de Austria no es más que
un anuncio de los problemas que podrán surgir. Los problemas se
podrían multiplicar debido a que las identidades son varias y los
problemas de un Estado plurilingüe se agravarían para constituir una
auténtica torre de Babel en una democracia transnacional. Por eso, y a
pesar de la existencia de Internet, sería muy de temer que la
implementación de principios de la democracia representativa a un nivel
transnacional o global no hiciera más que aumentar la distancia entre la
élite y la base.

A lo largo de las últimas dos décadas, mucho poder ha sido transferido al


capital financiero, convirtiendo a bancos, inversores, especuladores e
instituciones financieras en reales actores políticos. Y aquí es donde
actualmente reside el gran dilema democrático: si a los inversores no les
agrada la política de un país retiran lisa y llanamente las inversiones,
ocasionando así una fuerte presión política y minando la democracia.
Existe ahora una relación desproporcionada entre la democracia nacional
y las estructuras transnacionales, que es donde se toman cada vez más
decisiones. El control democrático disminuye y los programas de
bienestar social se ven gravemente deteriorados. Se puede uno
preguntar si éste no es el objetivo mismo de la globalización económica,
sobre todo teniendo en cuenta la lógica de ganancia del capital.

En esta época de globalización hace falta, más que nunca, una discusión
sobre las fronteras entre democracia y dictadura, fronteras que se hacen
borrosas por los dictados del capital globalizado.

Johannes Nymark es profesor de español de la universidad noruega de


Ciencias Económicas y Empresariales y autor de Historia de España y de
Hispanoamérica
8. CULTURA POLÍTICA. LA TRADICIÓN AUTORITARIA PERU.

Por cultura política se entiende el conjunto de conocimientos, evaluaciones y actitudes


que una población determinada manifiesta frente a diversos aspectos de la vida política y
el sistema político en el que se inserta. Abarca tanto los ideales políticos como las normas
operativas de un gobierno, y es el producto tanto de la historia de un sistema político como
de las historias de los miembros del mismo.
La cultura política es un concepto profusamente utilizado en la ciencia política desde los
años 60 a la actualidad,como un modelo alternativo a las premisas marxistas sobre la
política. En las últimas décadas, la difusión de estudios efectuados a través de encuestas
transnacionales y la multiplicación de estudios de caso, han permitido reunir información
sistemática sobre la cultura política de sociedades de todos los niveles de desarrollo y
tradiciones culturales.

Almond y Verba: la cultura cívica


La génesis contemporánea del concepto proviene de la obra "La Cultura Cívica" de 1965,
en el cual Gabriel Almond y Sidney Verba señalan que la cultura política de una nación
consiste en la distribución entre sus miembros de determinadas pautas de orientación
hacia los objetos políticos. Dicha orientación se refiere a aspectos internalizados de
objetos y relaciones, que se traducen en tres formas: una «orientación cognitiva», es decir,
el conocimiento y creencias acerca del sistema político, de sus papeles y de los
incumbentes de dichos papeles en sus aspectos políticos y administrativos; una
«orientación afectiva», o los sentimientos acerca del sistema político, sus funciones, su
personal y sus logros; y una «orientación evaluativa», relacionada con los juicios y
opiniones sobre objetos políticos que involucran típicamente la combinación de criterios de
valor con la información y los sentimientos. Además, clasifican los objetos hacia los cuales
se dirige la orientación política del individuo en cuatro categorías:

 El sistema en su conjunto, incluyendo sentimientos generales tales como


el patriotismo o el desprecio por lo propio, los conocimientos y valoraciones de una
nación (como grande/pequeña, o fuerte/débil) y de un sistema político (como
socialista, democrático, constitucional, etc.)
 Los elementos de entrada del sistema político, relacionados con el proceso político,
esto es la corriente de demandas que va de la sociedad al sistema y la conversión de
dichas demandas en principios gubernativos de autoridad, mediadas por instituciones
como los partidos políticos, los grupos de interés y los medios de comunicación.
 Los elementos de salida del sistema político, relacionados con el proceso
administrativo, que es aquel mediante el cual son aplicados o impuestos los principios
de autoridad del gobierno, a través de estructuras como las burocracias y los
tribunales de justicia.
 Orientaciones hacia “uno mismo”, en tanto elemento político activo, y el contenido y la
cualidad del sentido de competencia personal confrontado con el sistema político
En ese modelo, según los autores, la cultura política se constituye por la frecuencia de
diferentes especies de orientaciones cognitivas, afectivas y evaluativas hacia el sistema
político en general, sus aspectos políticos y administrativos y la propia persona como
miembro activo de la política. A partir de ello, identificaron tres tipos puros de cultura
política:
 Parroquial, donde los ciudadanos sólo son conscientes de la presencia
del gobierno central, y viven sus vidas lo suficientemente cerca de las decisiones
tomadas por el Estado, distantes y sin ser conscientes de los fenómenos políticos. No
tienen conocimiento ni interés en la política. Este tipo de cultura política es en general
congruente con una estructura política tradicional, y típica de sociedades donde no hay
roles políticos especializados: el liderazgo, la jefatura del clan o de la tribu, o el
chamanismo son roles difusos de tipo político-económico-religioso y, para los
miembros de estas sociedades, las orientaciones políticas hacia dichos roles no están
separadas de sus orientaciones religiosas o sociales.
 De súbdito, donde los ciudadanos son conscientes del gobierno central, y están
fuertemente sujetos a sus decisiones con poco margen para disentir. Los individuos
son conscientes de la política, de sus actores e instituciones. Está afectivamente
orientados hacia la política, pero está en el lado del "flujo descendente" de la política,
esto es, del proceso administrativo más que del proceso político. En general, es un
tipo congruente con una estructura autoritaria centralizada.
 Participante, en el cual los ciudadanos son capaces de influir en el gobierno de varias
maneras y se ven afectados por ella. El individuo está orientado hacia el sistema como
un todo, tanto a las estructuras como a los procesos políticos y administrativos. Este
tipo es generalmente congruente con una estructura política democrática.
Cada cultura política real es una mezcla de estos tipos ideales y difiere de las otras por el
grado y modo como los combina.

El autoritarismo en el Perú
CRUCE DE IDEAS. Eduardo Torres es un historiador de 30 años que acaba de ganar el premio de
ensayo de la PUCP con un trabajo titulado "Buscando un rey. El autoritarismo en la historia del
Perú. Siglos XVI-XXI". Publicamos extractos de este trabajo que pronto se convertirá en un libro
Por Eduardo Torres Arancivia

Vivimos en una sociedad eminentemente autoritaria. Sí, a pesar de que nuestra Constitución y
nuestras leyes proclaman derechos de avanzada, a pesar de que todos somos ciudadanos, que
podemos elegir y ser elegidos; el autoritarismo encuentra la manera de colarse en nuestra vida
nacional. Sería muy simple echarle la culpa a las dictaduras que han señoreado este país desde su
fundación en 1821 (o 1824 o 1826, como se prefiera). Claro, la dictadura es el summun del
autoritarismo pero ¿y si volteamos el argumento? Es decir, si comenzamos a meditar en el hecho
de que el autoritarismo también se expresa por y entre nosotros, simples y comunes ciudadanos;
que no solo ronda por los antiguos salones del Palacio de Gobierno, sino que también puede
transitar por la ciudad a través de una combi; que aun está latente en nuestros atávicos prejuicios,
en nuestra impuntualidad, en eso que nos gusta llamar la criollada, en la informalidad, en la
preferencia por el amiguismo más que por la carrera basada en méritos y en la antipática
superioridad de la que hace alarde el que lo tiene todo frente al que no tiene nada.

(...) Las estructuras históricas no pueden desaparecer de un día a otro, pero los fundadores del
Perú republicano pensaron que sí o creyeron que, tras un breve lapso, las bondades de la
democracia le harían comprender al nuevo peruano que había resultado un buen negocio salir de la
condición de súbdito para pasar a la de ciudadano. Sin embargo, como el nuevo Estado no había
pasado por procesos como una revolución burguesa, una revolución a la francesa de 1789, una
revolución industrial y una revolución liberal; surgió ese híbrido: la República-Monárquica.

¿Qué debemos entender por ese término tan contradictorio por no decir paradójico? Que el auroral
proyecto republicano peruano recogió más del Antiguo Régimen --este concepto define el período
histórico comprendido entre los siglos XVI y XVIII-- que de la modernidad. De esta manera, la
república resultó ser una quimera. El mismo Flores Galindo la definió como "una república sin
ciudadanos" y es que los cambios se produjeron a nivel de leyes y estatutos, pero estos no tuvieron
su correlato en la realidad. En vez de virreyes comenzaron a gobernar presidentes, pero resultaba
que estos tenían más poder que los primeros. (...) Los criollos, que constituyeron la élite desde el
siglo XVII, no fueron capaces de conformar una clase dirigente; por el contrario siguieron
manteniendo sus hábitos cortesanos y rentistas y así dejaron un vacío de poder que fue llenado por
el autoritarismo de caudillos militares durante casi todo el siglo XIX.

(...) Lamentablemente, la república-monárquica se prolongó al siglo XX y así la situación se fue


agravando permitiendo que el autoritarismo campeara a lo largo de esa centuria. Las dictaduras y
los gobiernos autoritarios se sucedieron unos a otros, mientras que los escasos regímenes
democráticos no llegaron a funcionar por el propio viciamiento del sistema y así hasta los tiempos
más recientes. Hagamos un breve repaso: Hay presidentes que contratan sobrinos y hermanos, eso
es cortesano; hay omnipresentes asesores en el entorno palaciego que parecen estar sobre la ley,
eso es cortesano; importa más lo personal que lo profesional, eso es cortesano; existen argollas
exclusivas y excluyentes en nuestros ámbitos laborales, eso es cortesano; nos desvivimos por la
ceremonia y el boato, eso es muy cortesano; los gobernantes peruanos creen que el Estado es su
patrimonio y que pueden repartirlo a su antojo entre serviles y aduladores, eso es el summun de la
cortesanía.

LA FICCIÓN DEMOCRÁTICA
Como Eric Hobsbawn que catalogó al siglo XX como el siglo más violento de la historia universal --
con las salvedades del caso--, bien podría decirse que el siglo XX peruano no solo fue el más
violento de la historia (desde el siglo XVII) sino también el más autoritario. El más violento porque
las muertes que el fracaso democrático trajo es posible que hayan alcanzado cifras que superen las
cien mil personas (calcúlese los muertos producto de la explotación cauchera en la selva, de los
conflictos sociales y políticos de los años 30, de la dictadura de los años 50 y de la violencia
terrorista de los años 80 y 90) y el más autoritario porque los pocos proyectos democráticos que se
consolidaron en la centuria se estrellaron contra una realidad que aún no había superado su
herencia colonial.

EL ABSOLUTISMO PRESIDENCIAL
Si el autoritarismo en el Perú ha encontrado campo fértil se debe en buena medida al absolutismo
presidencial. En este punto no debe confundirse absolutismo presidencial con régimen dictatorial.
El segundo es, como se sabe, un régimen de facto, cuyo origen espurio y principalmente por la
fuerza, lo vuelve ilegítimo. El primero, por su parte --y para el caso peruano-- está sustentado en
la propia legislación. En otras palabras, en el Perú, la historia jurídica republicana ha fomentado
siempre una figura presidencial fuerte, con mucho poder, casi omnímoda. Tal circunstancia llevó a
decir a Víctor Andrés Belaunde en un célebre discurso dado en la Universidad de San Marcos en
1914 que "el presidente de la República es un virrey sin Monarca, sin Consejo de Indias, sin oidores
y sin juicio de residencia". Pero la afirmación de Belaunde se quedaba corta: ningún virrey del
Perú tuvo tanto poder como un presidente peruano actual.

LA ARGOLLA y LA CORTE
El Perú de inicios del siglo XX estuvo bajo el poder de una argolla: la oligarquía peruana. Fue Jorge
Basadre el primero en darse cuenta de lo cerrado que era el grupo que detentaba las riendas del
país: se trataba los descendientes de los antiguos aristócratas peninsulares que se habían
enriquecido en la época del auge guanero y que --ya consolidados como grupo-- se encargaron de
reconstruir al país tras la guerra con Chile. Si una clase dirigente civil no se pudo consolidar en
1821, más o menos lo hizo en 1899, solo que esta nunca llegó a madurar de tal forma que
deviniese en burguesía. El desarrollo que propulsaron fue limitado y enmarcado dentro de la
antedicha noción de la modernidad dentro de la tradición.
IMPUNTUALIDAD PERUANA
La impuntualidad en la que incurren los peruanos también puede ser considerada una expresión
autoritaria. Al tolerarse la transgresión por la supervivencia de las antedichas estructuras
antiguorregimentales, el volverse dueño del tiempo frente a un subordinado es una forma de
ejercer autoridad. Las tardanzas del presidente Toledo fueron una prueba de ello: él podía llegar
tarde a sus citas pues entendía que nadie lo iba a reprender o lo iba a obligar a cumplir una
agenda establecida. De la misma manera lo entendió Ollanta Humala cuando hizo esperar a Alan
García en el debate presidencial: frente a una población que permite criollamente la transgresión,
la tardanza del candidato bien podría convertirse en un buen golpe publicitario (tal vez sus
asesores buscaron resaltar con esa conducta una pose de caudillo que puede dejar en ridículo a su
adversario, más aun si este era un ex presidente). Y tales cuadros se reproducen en la vida
cotidiana teniendo al tiempo como objeto en disputa. Así, el argot peruano también conoce
aquella frase que dice "si quiere esperar, que espere".

1. De qué manera se manifiesta según el artículo el autoritarismo en nosotros.Explíquelos


2. ¿Cómo se entiende lo que autor dice, que el el Perú se estableció una "República
Monárquica?
3. ¿Por qué el historiador Eric Hobsban consideró al siglo XX como el más violento y el más
autoritario?. ¿Cómo se expresó en el Perú?
4. ¿Existe un absotutismo presidencial?. Ponga 2 ejemplos

II. REGIMEN POLITICO.

9. Formas de gobierno y de organización del Régimen Político.

Las distintas formas de gobierno


Cada estado determina la forma concreta de gobierno que ha de adoptar. Tradicionalmente ha sido
relevante la monarquía, aunque la mayor parte de las que hoy sobreviven son de tipo constitucional, es
decir, el monarca no ejerce el poder, sino que se limita a representar a la nación y al pueblo, que detenta
el poder real. Este mismo principio se adopta en todas las formas republicanas de organización
democrática, en las que el estado es representado por un jefe de estado, mientras que un jefe de
gobierno, elegido democráticamente, detenta la función ejecutiva. En algunas repúblicas, estos dos
papeles se identifican. En las democracias, tanto monárquicas como republicanas, el poder pertenece al
pueblo y se manifiesta en el imperio de la ley sobre todas las instituciones del estado.
En las dictaduras modernas, igual que en las antiguas, el poder no suele proceder de un acto sucesorio ni
de un proceso democrático, sino que, con frecuencia, es obtenido por la fuerza, y habitualmente también
se pierde de la misma forma. En el caso de los países totalitarios, el poder es detentado por una
oligarquía identificada con un partido único y, ocasionalmente, con un líder.

Distintos tipos de gobiernos o regímenes políticos.


Las respuestas de las interrogantes que presentamos a continuación nos permiten una mejor definición,
en una sociedad política determinada:
- Cual es el sistema de elección de los gobernantes?
- De qué manera están distinguidas las funciones del gobierno?
- Cómo se articulan los distintos poderes?
- Qué tipo de relación existe entre unos y otros?
- Cuales son sus cauces de comunicación con las diferentes partes del cuerpo social?
- Hasta qué punto los gobernados pueden limitar o controlar el poder de los gobernantes?
Adentrándonos en las variables de respuestas posibles, analizaremos los diversos regímenes políticos.
Es decir, buscaremos delimitar las áreas de poder político y sus órganos principales, a la vez que
establecemos su configuración.
2. Definicion
Corrientemente se dice son los diversos conjuntos de doctrinas y métodos que han sido propuestos en
diversos tiempos y sistemas sociales a fin de gobernar a los pueblos.
En la mayoría de los textos contemporáneos sobre ciencias políticas, conceptos
claves como los de estado, poder o régimen han sido sustituidos por el término "sistema político", con el
que se hace referencia al conjunto de instituciones legales que constituyen un gobierno o estado, o, en un
sentido más amplio, comúnmente aceptado, a la "concreta institucionalización de determinadas ideologías
políticas".
Un sistema político puede definirse como la forma concreta, articulada con frecuencia en un conjunto
de leyes básicas, que adopta la organización de la vida política de la sociedad.

3. Relacion sistema politico-sociedad


Para Jiménez de Parga, a la hora de estudiar un régimen político habrá que estudiar
el texto constitucional del mismo y, por otro lado habrá que completar ese conocimiento con otras
aportaciones en algunos casos más realistas como puede ser la aportación de la Ciencia Política. Para
acercarnos a la realidad de un régimen hay que estudiar la práctica, dice este autor, para él, el régimen
político sería "la solución que se da de hecho a los problemas políticos de un pueblo".
En una opinión un tanto diferenciada de la mayoria de los autores, Fernando Badia, establece una
separación entre el sistema político y el régimen político, definiendo que el primero es un conjunto
de estructuras coordinadas desde el punto de vista formal, pero que no existen necesariamente en la
realidad, al menos en su estado puro; y en cuanto al régimen este entiende "que son los distintos tipos
concretos de organización que han existido o que existen actualmente", dejando claro en su explicación
que estos son más complejos que los sistemas. Al analizar su composición establece que provienen de
complementos diversos, de supervivencias de sistemas anteriores y de síntomas de sistemas futuros.

4. Supuestos y principios estructurales


Segùn Lucas Verdù los elementos integrantes del régimen político son:
- Un techo ideológico que puede ser liberal, socialista, comunista, democrático, etc.
- Elemento estructural: modo concreto de organización política que pude ser bajo un estado unitario,
federal, regional, etc.
- Elemento social: modo arquitectónico que configura la sociedad política.
Para Lucas Verdù, el régimen político supone una síntesis de elementos biológicos y de organización
política en su correspondiente estructura social que hace más expresiva la caracterización de las
diferentes políticas existentes.
Para Jiménez de Parga los elementos serían:
- Supuestos: que serían la suma de posibilidades que facilitan o dificultan una solución política
(condiciones geográficas, riqueza material, nivel de vida, costumbres, etc.)
- Principios: que estarían integrados por las normas jurídicas y los poderes
(Constitución o ley fundamental del régimen y todas las demás normas).
En cuanto a los poderes cabe distinguir: los formales, establecidos por la Constitución Española y las
leyes complementarias y, los poderes de hecho o extraconstitucionales, como los partidos
políticos, grupos de presión, etc. que articulan también una solución real del régimen.

5. Los sistemas políticos supranacionales


Las relaciones que entre sí mantienen los distintos estados han cristalizado históricamente en la
formación de entidades supranacionales de distintos tipos.
Imperios.
Formados normalmente por la fuerza, los imperios se caracterizan por la centralización del poder y la
ausencia de una representación efectiva de sus partes integrantes. En contraste con los grandes imperios
antiguos (Egipto, China, Persia, Roma), cuyos regímenes autoritarios proporcionaban un gobierno
relativamente estable a numerosos súbditos y vastos territorios a lo largo de cientos de siglos, los
imperios modernos (como el imperio británico y, en menor medida, los formados por otras naciones
europeas) estuvieron integrados por colonias que, lejos de la metrópoli, pudieron desarrollar diversas
formas de autogobierno, factor decisivo que en un lapso muy corto de tiempo, durante el período de
entreguerras del siglo XX, precipitó el desmoronamiento del imperialismo moderno y configuró un nuevo
panorama internacional.
Ligas.
Compuestas por estados que combinan sus fuerzas para oponerse a algún enemigo común, o que
acuerdan colaborar para la consecución de un fin determinado, las ligas constituyen una de las formas
más comunes de organización supranacional. Son especialmente conocidas la Liga Hanseática y, en el
siglo XX, la Liga (o Sociedad) de Naciones, formada tras la primera guerra mundial, y predecesora de las
Naciones Unidas.
Confederaciones.
Son las confederaciones asociaciones voluntarias de estados
independientes que acuerdan limitar sus respectivas actividades en algunos aspectos, y establecer
determinados mecanismos conjuntos de deliberación y actuación. istóricamente constituyeron el primer
paso en la formación de estados a partir de unidades más pequeñas, como sucedió con la Confederación
de Cantones Suizos, con el Bund alemán del siglo XIX o con los Artículos de Confederación de
los Estados Unidos (1781-1789). Asimismo, las confederaciones pueden sustituir a los imperios tras su
definitiva disolución, como fue el caso de la Comunidad Británica de Naciones o la Comunidad Francesa.
Federaciones.
Las agrupaciones de estados de una región geográfica que establecen una sola organización ejecutiva
para la realización o supervisión de determinadas acciones de alcance diverso reciben el nombre de
federaciones. Sus objetivos pueden ser políticos o económicos (Benelux, Unión Europea, Euratom) o
militares (Organización del Tratado del Atlántico Norte, OTAN).
Naciones Unidas.
Las Naciones Unidas constituyen un sistema supranacional en el que se integran voluntariamente todos
los estados que lo desean. Sus fines, el mantenimiento de la paz y la búsqueda conjunta del desarrollo en
todos los ámbitos, se encuentran recogidos en una carta fundacional (1945).

6. Sistemas políticos nacionales y subnacionales


La mayor parte de los estados nacionales independientes están constituidos como naciones unitarias (por
ejemplo, Bélgica, Francia, Países Bajos, Reino Unido y España), dentro de las cuales puede darse
una descentralización regional del poder que puede alcanzar diversos niveles. En los sistemas federales
(como los de Argentina, Austria, Brasil, Canadá, India, Rusia y Estados Unidos), la autoridad política está
dividida entre el gobierno nacional y los gobiernos de cada una de las unidades federadas.
Existen muchos tipos de sistemas políticos subnacionales. La comunidad tribal o tribu es el más primitivo.
En la tribu las relaciones básicas son las de parentesco, y el poder tiene una base territorial, ejerciendo
el dominio los varones adultos. La ley es la costumbre y suele venir apoyada por componentes religiosos.
El siguiente escalón lo constituyen las comunidades rurales, en las que el individuo conserva todavía
su personalidad propia, que puede manifestarse más difícilmente en las ciudades. Tanto en unas como en
otras suele ser habitual la organización en municipios o ayuntamientos, regidos por un alcalde que,
nombrado por los vecinos o por la autoridad superior, ejecuta las decisiones del concejo vecinal o las
suyas propias. Son frecuentes, además, las organizaciones comarcales (mancomunidades o asociaciones
de municipios) o regionales (provincias, departamentos, comunidades autónomas), intermedias entre las
unidades políticamente federadas (Länder, estados federados, cantones, etc.) y las unidades inferiores.
El feudalismo fue una de las primeras formas históricas de organización subnacional.

7. La organización política estatal: los sistemas sucesorios


Si se tiene en consideración las unidades constituidas por cada uno de los estados nacionales, las formas
que adopta la organización política son extremadamente variadas. Su clasificación puede atender a
diversos criterios. Uno de los más importantes es el sistema sucesorio empleado para la transmisión del
poder político.
Históricamente, en la época de la monarquía absoluta, y también en el caso de algunas dictaduras, la
forma más importante de sucesión ha sido la hereditaria, en la que un descendiente del anterior
gobernante asume el poder. En algunos casos, los modernos sistemas constitucionales establecen una
sucesión por prescripción constitucional, con carácter transitorio. No obstante, en todos los sistemas de
este tipo, la transmisión del poder se produce usualmente como consecuencia de un proceso electoral en
el que los votantes deciden cuál ha de ser la persona o partido que ha de ocupar el poder político. No es
raro, sin embargo, que la sucesión se produzca por la fuerza, sobre todo en países poco desarrollados, y
cuya estructura de poder o implantación social es débil.
Evidentemente, las distintas formas de sucesión permiten configurar una división básica entre sistemas
políticos autocráticos, que ejercen el poder de forma absoluta y reprimen a la oposición política para
perdurar en el poder, y sistemas políticos democráticos, con mecanismos de crítica y recambio político
bien establecidos.

8. Las distintas formas de gobierno


Cada estado determina la forma concreta de gobierno que ha de adoptar. Tradicionalmente ha sido
relevante la monarquía, aunque la mayor parte de las que hoy sobreviven son de tipo constitucional, es
decir, el monarca no ejerce el poder, sino que se limita a representar a la nación y al pueblo, que detenta
el poder real. Este mismo principio se adopta en todas las formas republicanas de organización
democrática, en las que el estado es representado por un jefe de estado, mientras que un jefe de
gobierno, elegido democráticamente, detenta la función ejecutiva. En algunas repúblicas, estos dos
papeles se identifican. En las democracias, tanto monárquicas como republicanas, el poder pertenece al
pueblo y se manifiesta en el imperio de la ley sobre todas las instituciones del estado.
En las dictaduras modernas, igual que en las antiguas, el poder no suele proceder de un acto sucesorio ni
de un proceso democrático, sino que, con frecuencia, es obtenido por la fuerza, y habitualmente también
se pierde de la misma forma. En el caso de los países totalitarios, el poder es detentado por una
oligarquía identificada con un partido único y, ocasionalmente, con un líder.
10. Las tradiciones constitucionales. La Constitución de Cadiz.

Las cuatro etapas de la historia constitucional comparada


Joaquín Varela Suanzes-Carpegna

1. El nacimiento del constitucionalismo: La Gran Bretaña


(1688-1776)
En la historia constitucional comparada es posible
distinguir cuatro grandes etapas. La primera de ellas se
desarrolla en Inglaterra -sólo a partir de 1707 cabe hablar
de la Gran Bretaña- desde comienzos del siglo XVII hasta la
época de la emancipación de las colonias americanas, con
una fecha clave en medio: la “Gloriosa” revolución de 1688.
En los documentos más importantes de esta primera etapa,
sobremanera en el Bill of Rights de 1689, se formulan dos
principios básicos del derecho público británico, todavía
en vigor: el rule of law o Estado de derecho y la soberanía
del Parlamento, esto es, del rey junto a las cámaras de los
Lores y la de los Comunes. Dos principios procedentes de la
baja Edad Media (Bracton y Fortescue los habían formulado
con claridad), que los intentos absolutistas de Tudores y
Estuardos no consiguieron nunca desterrar, a diferencia de
lo que ocurrió al otro lado del Canal de la Mancha. De
acuerdo con estos dos principios, los revolucionarios de
1688, tras forzar la abdicación de Jacobo II, vertebran la
primera monarquía constitucional del mundo, cuyo fundamento
se hallaba en el consentimiento de la nación representada
por el Parlamento, aunque éste siguiese reconociendo a
Guillermo de Orange amplios poderes en la esfera ejecutiva
e incluso en la legislativa, al poder vetar las leyes
aprobadas por los Lores y los Comunes. En realidad, el rey
que emerge de la revolución de 1688 -que fue una mera
revolución política, a diferencia de la francesa de 1789-
no sólo reinaba, sino que también gobernaba. Téngase
presente que los hombres que hicieron esta revolución
estaban tan lejos del absolutismo monárquico como de la
república, cuyo recuerdo se asociaba al puritanismo de
Cromwell. Querían un rey robusto, con política propia,
aunque para llevarla a cabo tuviese necesariamente que
recabar el concurso del Parlamento, al que correspondía
aprobar las leyes -que en adelante el monarca ya no podría
dispensar-, y, por tanto, los impuestos, así como exigir la
responsabilidad penal de los miembros del ejecutivo a
través de un complicado procedimiento: el impeachment. Un
procedimiento que en ningún caso podía dirigirse contra el
rey, dada su irresponsabilidad jurídica y política, que
exigía que todos sus actos fuesen refrendados por sus
ministros, según las máximas king can not do wrong y king
can not act alone. El rey, por otra parte, ya no podría
intervenir en el ejercicio de la función jurisdiccional,
que se encomendaba a unos jueces independientes e
inamovibles, a quienes se confiaba la importantísima misión
de proteger los derechos individuales, como el de habeas
corpus, el de petición, el de portar armas y la libertad de
imprenta. Derechos incluidos en el Bill de 1689. Se
trataba, pues, de una monarquía de nueva planta, aunque los
revolucionarios de 1688 pretendiesen engarzarla con la de
la baja Edad Media, basada en el binomio rey/ reino, y los
derechos individuales con los privilegios estamentales
consagrados por la Carta Magna, como expresamente había
hecho ya la Petición de Derechos de 1628, aprobada por el
Parlamento durante la época de Jacobo I. Tal engarce era
muy acorde con el liberalismo inglés del siglo XVII y en
particular con el que alumbró la revolución de 1688. Un
liberalismo cuyo substrato iusracionalista -muy evidente en
Locke, el gran teórico de esta revolución- no le impidió
mantener una concepción historicista, pragmática y
conciliadora de la política, que le impulsó a tender
puentes entre el presente y el pasado, entre la
aristocracia y la burguesía, entre las dos Cámaras del
Parlamento y una Corona ocupada por una Casa, la de Orange,
símbolo del protestantismo; Una religión cuya continuidad
trató de asegurar en 1701 la Ley de Establecimiento. Ahora
bien, es preciso tener en cuenta que desde la entronización
de los Hannover, en 1714, diversas reglas no escritas,
conocidas más adelante como "convenciones
constitucionales", fueron alterando las bases
constitucionales de la revolución de 1688. Estas
convenciones irían parlamentarizando la monarquía
constitucional al transferir de facto al Gabinete, y dentro
de él sobre todo al Primer ministro, la dirección política
del Estado, que de iure residía primordialmente en el rey,
como se ha dicho. A un Gabinete, desde luego, responsable
políticamente, y no sólo penalmente, ante el Parlamento,
sobremanera ante los Comunes, sin perjuicio de que la
confianza regia siguiese siendo necesaria para gobernar
hasta el siglo XIX. En realidad, el sistema parlamentario
de gobierno, en cuya consolidación desempeñó un papel clave
el sistema bipartidista, sería la tercera gran aportación
del constitucionalismo británico, junto al rule of law y a
la soberanía del Parlamento. En esta primera etapa de la
historia constitucional comparada es necesario, pues,
distinguir dos modelos: el que diseñaba la Constitución
formal y el que articulaba la Constitución material. El
primero, sustentado doctrinalmente en la lockeana teoría de
la balanced constitution, retocada más tarde por
Bolingroke, Blackstone y Paley, era una modelo monárquico-
constitucional; el segundo, defendido por Burke y Fox, era
un modelo monárquico-parlamentario. Dos modelos, sin
embargo, no siempre fáciles de distinguir en el siglo
XVIII, ni siquiera para los propios británicos, y llamados
a gozar de una enorme influencia en la historia
constitucional comparada. En rigor, el debate que tuvo
lugar, dentro y fuera de la Gran Bretaña, acerca de ambos
modelos (para rechazarlos o para aceptarlos) representa una
parte importantísima de esta historia, como se verá de
inmediato.

2. El constitucionalismo revolucionario: Estados Unidos,


Francia y el mundo hispánico (1776-1814)

Si la primera etapa es la más extensa de todas, la segunda,


la revolucionaria, es la más intensa. Se inicia en 1776 con
la independencia americana, prosigue con la Revolución
francesa de 1789 y culmina con las Cortes de Cádiz,
abarcando, así, las tres fases de la revolución
euroatlántica, de la que surgirá una pluralidad de naciones
independientes y republicanas, tanto en la América
anglosajona como en la hispánica.

Durante esta etapa, los textos constitucionales americanos


y franceses se inspiran sobre todo en el iusnaturalismo
racionalista, fuente primordial de la Declaración de
Independencia de los Estados Unidos, de la Declaración de
Derechos de Virginia y de la Declaración francesa de 1789,
con sus referencias al estado de naturaleza, al pacto
social, a los derechos naturales e inalienables del hombre
y a la soberanía del pueblo o de la nación.

No obstante, en los Estados Unidos el iusnaturalismo no


estuvo reñido con el respeto a la tradición británica del
common law, como tampoco había ocurrido con Locke, máxima
autoridad doctrinal para los padres fundadores de los
Estados Unidos. Un common law que, a juicio de éstos, la
metrópoli había hollado reiteradas veces, como recuerda la
Declaración de Independencia, pergeñada por Jefferson.

En la Constitución española de 1812, origen del


constitucionalismo hispánico, el iusnaturalismo está
todavía más matizado que en los Estados Unidos, al
fundamentarse en una supuesta tradición medieval liberal,
laboriosamente exhumada por Martínez Marina y a la que se
remite una y otra vez el extenso y enjundioso "Discurso
Preliminar"-en cuya redacción destacó la pluma de Agustín
Argüelles- del código gaditano, así como el preámbulo de
éste, que contiene también una significativa invocación
divina, fruto del fuerte influjo que el catolicismo ejerció
sobre los diputados de las Cortes de Cádiz, incluidos
algunos destacados liberales, como Diego Muñoz Torrero,
presidente de la Comisión constitucional.

El impulsor del constitucionalismo durante esta segunda


etapa es un liberalismo radical, aunque no democrático, que
exaltaba la libertad individual, sin cerrarse del todo a la
igualdad. Un liberalismo antiaristocrático y
antimonárquico, aunque en Europa se viese obligado a
aceptar la Monarquía. Una Monarquía, eso sí, en la que el
monarca pasaba a ser siervo del Parlamento, de un
Parlamento monocameral, como aconteció en la Francia de
1791 y en la España de 1812.

Los dos modelos constitucionales más influyentes que se


vertebraron durante esta etapa fueron obra de la Convención
de Filadelfia y de la Asamblea de 1789. El primero de ellos
cristalizó en la todavía vigente Constitución de los
Estados Unidos de América, aprobada en 1787, a la que se
agregó en 1791 un Bill de Derechos, propuesto por Madison,
en donde se reconocieron la libertad religiosa, de
expresión y de imprenta, el derecho de reunión y de portar
armas, la inviolabilidad de domicilio y correspondencia y
una larga lista de garantías procesales, a partir de la
cláusula due process of law, que en el futuro permitiría al
Tribunal Supremo articular una construcción jurisprudencial
del Estado de derecho.

Desde un punto de vista organizativo, el modelo americano


ponía en pie una República inspirada en la soberanía
popular y vertebrada de acuerdo con una rígida separación
de los poderes, de donde nacería el sistema
presidencialista de gobierno. La Jefatura del Estado y del
gobierno se atribuía a un Presidente de la República,
elegido por el cuerpo electoral, aunque de forma indirecta;
el poder legislativo a un Congreso bicameral, compuesto de
la Cámara de Representantes y del Senado, y el poder
judicial a unos jueces y Tribunales presididos por el
Tribunal Supremo. Tales poderes se sometían entre sí a un
conjunto de checks and balances, como el veto presidencial
de las leyes y la responsabilidad penal del Presidente ante
el Congreso. Pero, además, la Constitución de 1787
establecía una distribución federal del poder que iba más
allá del entramado previsto en los "Artículos de la
Confederación" (el documento trazado en buena medida por
John Dickinson) y que consagraba un difícil compromiso
entre los partidarios de reforzar los poderes de la
Federación, como Hamilton y Madison, y los que abogaban por
mantener unos Estados robustos, como Jefferson. Last but
not least, el modelo americano sancionaba el valor
normativo de la Constitución y, por tanto, de los derechos
que a partir de 1791 tal Constitución reconoce. En
realidad, en los Estados Unidos de América la Constitución
se concibió como la norma suprema del país, a la que se
subordinan todas las demás. La supremacía de la
Constitución se afianzaría de forma definitiva en la
importantísima sentencia dictada por el Juez Marshall en el
célebre caso Marbury versus Madison, de 1803, en la que se
encuentra el fundamento de la revisión judicial de las
leyes (la judicial review).

El segundo gran modelo constitucional de esta etapa


revolucionaria se plasmó en la Declaración de Derechos de
1789 y en la Constitución de 1791. El primer texto parte de
una concepción filosófica, no jurídica, de los derechos,
que se conciben como derechos del "hombre" y no sólo de los
"ciudadanos". Una concepción que defendieron con especial
brillantez Sieyès y Barnave, frente al criterio de Mounier
y Mirabeau, que deseaban "positivizar" tales derechos,
incluyéndolos en la Constitución. La Declaración de 1789
comenzaba afirmando la igualdad natural de los hombres,
esto es, no que los hombres "debieran ser" iguales, sino
que, en efecto, lo eran. Una afirmación que criticaría
ácidamente Bentham poco después. Conforme a estas premisas,
la Declaración proclamaba la igualdad ante la ley, la
libertad religiosa, de expresión y de imprenta, el derecho
de habeas corpus, los principios de legalidad penal y
fiscal, la presunción de inocencia y el derecho,
"inviolable y sagrado", de propiedad. Unos "derechos
naturales e imprescriptibles del hombre" cuya conservación
era "el objetivo de toda asociación política". Para lo cual
era preciso que el Estado en ciernes se articulase conforme
a dos principios claves: el de soberanía nacional y el de
división de poderes, a los que alude esta Declaración en
los artículos tercero y décimo sexto.

Estos dos principios, interpretados ambos de acuerdo con


las doctrinas de Rousseau más que con las de Montesquieu,
como hizo Sieyès, el gran ingeniero constitucional de la
Revolución francesa, se convirtieron en los dos grandes
pilares de la Constitución de 1791, aprobada por la
Asamblea Constituyente el 3 de septiembre y "aceptada" por
el monarca, a la sazón Luis XVI, diez días más tarde. A
partir de estos dos principios, más bien dogmas o
apotegmas, la Constitución de 1791 puso en planta una
monarquía republicana, que otorgaba a la Asamblea Nacional,
además de la función legislativa, el ejercicio primordial
de la dirección política del Estado, a la que debía
someterse el rey (que no podía disolver el Parlamento) y
unos ministros a los que se prohibía ser diputados.
Prohibición que se aprobó, una vez más, contra el criterio
de Mirabeau, el miembro más clarividente de aquella magna
Asamblea, precursor del constitucionalismo que triunfaría
en el siglo XIX.

Pese a que el modelo de 1789-1791 fracasó estrepitosamente,


los principios en los que se inspiraba ejercerían una gran
influencia no sólo en Francia, en donde la Declaración de
1789 sigue todavía en vigor, sino también en España. En
realidad, pese a los deseos de anglófilos como Jovellanos y
Blanco-White, el modelo constitucional por el que se
decantó la Asamblea de 1789- la más brillante e influyente
de toda la historia del parlamentarismo- fue el que
tuvieron más en cuenta los hombres que redactaron la
Constitución española de 1812. Una Constitución del siglo
XVIII, aunque cronológicamente se hubiese aprobado en el
XIX.

Frente a una monarquía tan o más absoluta que la francesa y


con una sociedad mucho más parecida a la de Francia que a
la de la Gran Bretaña -con una nobleza igualmente
parasitaria, aunque con una burguesía muchísimo menos
potente social y políticamente en España que en Francia-
los liberales doceañistas prefirieron seguir el modelo
francés de 1789-1791 en vez del británico de 1688.
Ciertamente, algunas piezas de este modelo suscitaban su
admiración, como la independencia de los jueces y el
florecimiento de las libertades públicas, pero, no bien
conocedores del proceso parlamentarizador llevado a cabo
por las convenciones constitucionales, entendían que en la
monarquía británica el peso del monarca y de la Cámara de
los Lores era excesivo e incompatible, desde luego, con el
que debían tener en una nación decidida a llevar a cabo no
sólo una revolución política, como la de 1688, sino también
una revolución social, como la de 1789. Debe tenerse en
cuenta, asimismo, que la adopción del modelo monárquico-
constitucional británico chocaba con un contexto histórico
en el que el pueblo era el protagonista indiscutible, en
contraste con la ausencia del rey y la deserción de buena
parte de la aristocracia, que había decidido colaborar con
las autoridades francesas y aceptar el Estatuto de Bayona.

Es preciso recordar, no obstante, que los dos grandes


principios en los que se fundamentaba el modelo
constitucional creado por la Asamblea de 1789, la soberanía
nacional y la división de poderes, no se defendieron en las
Cortes de Cádiz apelando a la razón, como había ocurrido en
esta Asamblea con los "patriotas", artífices de la
Constitución de 1791, sino a la historia medieval española.
Por otro lado, es preciso señalar que la Constitución de
Cádiz carecía de una declaración de derechos. No fue un
olvido involuntario. Se rechazó expresamente una
declaración de esta índole para no dar lugar a las
acusaciones- por otra parte muy frecuentes- de
"francesismo". No obstante, de una forma dispersa y
desordenada, el código gaditano, sobre todo en el título V,
reconocía algunos derechos individuales, como el del juez
predeterminado por la ley, el de Habeas Corpus, el de
petición o la libertad de imprenta, pero no desde luego la
libertad religiosa. Antes al contrario, el artículo 12 de
este texto- dolorosa y a la postre inane concesión de los
diputados liberales a los sentimientos mayoritarios de los
españoles- consagraba de manera rotunda la confesionalidad
católica del Estado.

Precisamente, la mezcla de catolicismo, historicismo


nacionalista -vinculado éste de forma inextricable a la
resistencia contra Napoleón-, y radicalismo liberal,
explican en buena medida el enorme influjo de la
Constitución de Cádiz en Europa, sobre todo en la del Sur,
y en Hispanoamérica, durante las tres primeras décadas del
siglo XIX, esto es, justamente en el decisivo momento de la
transición del Antiguo Régimen al Estado liberal, aunque el
mito de Cádiz perduraría a lo largo de toda la pasada
centuria.

3. El constitucionalismo del siglo XIX: el contraste entre


Europa y América (1814-1917)

La tercera etapa, la decimonónica, comienza en 1814 y


termina en 1917, en plena Primera Guerra Mundial. Durante
ella se consolida y expande el Estado Constitucional en
Europa y América, aunque dentro del viejo continente esta
expansión quedase detenida en su parte oriental, bajo el
yugo de los imperios ruso y otomano. Si la Constitución de
los Estados Unidos se convirtió a lo largo de este período
en el más importante punto de referencia para los países
Iberoamericanos (aunque más teórico que práctico), el nuevo
constitucionalismo post-revolucionario europeo, fruto en
buena medida del acuerdo entre la aristocracia reformista y
la alta burguesía, dio la espalda al constitucionalismo
salido de la Revolución de 1789 y adoptó el que había
triunfado en la Inglaterra de 1688. Un constitucionalismo
este último que ya habían elogiado Voltaire y Montesquieu
durante la primera mitad del siglo XVIII y Mounier y
Mirabeau en la Asamblea de 1789.

De este modo, la soberanía del Parlamento (de un Parlamento


bicameral, con una Cámara Baja elegida por una minoría de
la población y con una Cámara Alta inspirada en la de los
Lores), la concepción de los derechos individuales como
derechos positivos creados por el legislador nacional, así
como el sistema parlamentario de gobierno, pasaron a formar
parte esencial del bagaje doctrinal del nuevo
constitucionalismo europeo, traumatizado por el recuerdo
del terror jacobino y en cuya definición jugaron un papel
muy relevante Benjamín Constant y los doctrinarios
franceses Royer-Collard y Guizot.
A partir de 1814 se rompe, así, el nexo que en el siglo
XVIII había existido entre el Constitucionalismo de los
Estados Unidos y el de la Europa continental. Un nexo
fácilmente perceptible si se coteja la Constitución de 1787
con la francesa de 1791 y con la española de 1812. De este
modo, mientras en los Estados Unidos se consolida una
República presidencialista y federal basada en la
supremacía de la Constitución sobre la ley, en Europa se
consolida una monarquía abierta al sistema parlamentario,
unitaria, con la excepción de los Imperios confederales de
Austria-Hungría y Alemania, y cimentada en la supremacía de
la ley sobre la Constitución, cuyo valor jurídico se
devalúa respecto del que había alcanzado bajo la
Constitución francesa de 1791 y la española de 1812, hasta
convertirse en un mero documento político.

El abandono de los principios de 1789 y la adopción de los


británicos de 1688 se hace patente en las Carta francesa de
1814, otorgada por Luis XVIII, hermano del monarca
guillotinado en 1793, y cuyas líneas maestras fueron
trazadas por los doctrinarios Beugnot, redactor del
preámbulo, en el que se formulaba el principio monárquico,
y Montesquieu, autor principal de su breve articulado. La
Carta de 1814 reconocía que Luis XVIII, "Rey de Francia y
de Navarra", sin dejar de ser soberano, autolimitaba
voluntariamente el ejercicio de su soberanía en beneficio
de un Parlamento y de unos jueces independientes. Esto es,
venía a admitir, no una división de poderes (pouvoirs),
pero sí una división de potestades (puissances). La Carta,
además, aceptaba una de las más relevantes conquistas de la
Revolución de 1789 cuando, bajo la rúbrica de "Derecho
Público de los franceses", recogía algunos derechos y
libertades que en la Declaración de 1789 se habían
presentado como "derechos naturales del hombre y del
ciudadano": la igualdad ante la ley, la libertad de
conciencias y cultos -pese a la confesionalidad católica
del Estado- la libertad de Imprenta y el respeto a la
propiedad privada sin excepción, incluidos los "bienes
nacionales" confiscados a la aristocracia y el clero
durante la revolución.

La intransigencia del "ultra" Carlos X, hermano de Luis


XVIII, provocó en 1830 la revolución de Julio, que obligó a
revisar la Carta de 1814, sobre todo su preámbulo. La nueva
Carta ya no se concebía como un texto otorgado por el rey,
sino como resultado de un pacto entre Luis-Felipe de
Orleans, "Rey de los franceses", y el Parlamento. Por lo
demás, el contenido de la Carta de 1814 se mantuvo casi en
su integridad, aunque la de 1830 limitaba la potestad
reglamentaria del monarca, ampliaban un tanto las
competencias del Parlamento, por ejemplo en materia de
iniciativa legislativa, y suprimía el artículo que
proclamaba la confesionalidad católica del Estado.

La revolución francesa de 1830 alentó a los liberales


belgas a separarse de Holanda y a proclamar un nuevo Estado
constitucional. La Constitución de 1831 tuvo, no obstante,
un contenido político bastante más avanzado que la Carta
francesa de 1830. No era, como ésta, una "Carta
constitucional", sino una auténtica Constitución, esto es,
la consecuencia del acuerdo unilateral de una Asamblea
constituyente, que, en nombre de la nación, imponía el
nuevo texto constitucional a los órganos constituidos que
ella creaba, incluido el rey, Leopoldo I, cuya dinastía, la
de Sajonia-Coburgo, los constituyentes belgas eligieron
libremente, rechazando la continuidad dinástica de la Casa
de Orange, al negarse a aceptar las pretensiones del Rey
Guillermo de Holanda.

Como consecuencia de este punto de partida, los poderes del


rey estaban más limitados en la Constitución belga de 1831
que en la francesa de 1830. Asimismo, mientras que en la
Carta de 1830 se había conservado una pairía hereditaria
designada por el rey, en Bélgica el Senado se articuló ya
inicialmente como una cámara electiva. El sufragio
electoral, además, si bien en ambos países estaba basado en
el censo de los contribuyentes, era bastante más amplio en
Bélgica que en Francia. La libertad religiosa se regulaba,
en fin, con más generosidad en la Constitución de 1831, a
la que no fue ajena la influencia de Lamennais, que en la
Carta de 1830.

Desde un punto de vista histórico-constitucional, la


principal característica de la Constitución belga reside en
haber acogido las dos tradiciones constitucionales más
relevantes del continente europeo: la francesa y la
inglesa. Si merced a la primera el artículo 25 proclamó la
soberanía nacional, a tenor de la segunda las relaciones
entre el rey y el Parlamento se regularon desde unas
premisas proclives al desarrollo del sistema parlamentario
de gobierno.

Los tres textos constitucionales que se acaban de comentar


tuvieron una influencia muy grande. El principio monárquico
recogido en la Carta de 1814 inspiró el constitucionalismo
alemán desde del siglo XIX y fue también la fuente más
relevante de la Carta portuguesa de 1826 (trasunto, a su
vez, de la brasileña de 1824), así como del Estatuto
Albertino de 1848. La Carta de 1830 fue tenida muy en
cuenta, en cambio, por los redactores de las Constituciones
españolas de 1845 y 1876. Por su parte, la Constitución
belga tuvo un enorme influjo en el constitucionalismo más
progresista, como el que cristalizó en la Constitución
española de 1869.

Ahora bien, en rigor, las Cartas francesas de 1814 y 1830 y


la Constitución belga de 1831 articulaban tres versiones
distintas de un mismo modelo monárquicoconstitucional,
inspirado sobre todo en la Gran Bretaña, aunque esta última
Constitución intentase -y en parte consiguiese- llevar a
cabo una síntesis entre el constitucionalismo francés
revolucionario y el británico, según se acaba de decir.

La monarquía constitucional, en realidad, se convirtió en


el modelo mayoritario en la Europa del XIX, aunque, en
función de la práctica y de las convenciones, este modelo
amparase diversos sistemas de gobierno: desde el
parlamentario, que se consolidó en la Gran Bretaña -sobre
todo a partir de la Reform Act de 1832- en Bélgica, en
Holanda y en los países escandinavos, hasta el
antiparlamentario que estuvo en vigor en Alemania, pasando
por el orleanista de la Europa del sur, basado en la
doctrina de la doble confianza del Gobierno: ante la
Corona, la más importante en la práctica, y ante el
Parlamento. Una doctrina sustentada por Royer-Collard y
Guizot en Francia, así como por todos los conservadores
españoles, desde Martínez de la Rosa a Cánovas del
Castillo, defensores de la "soberanía compartida" entre el
rey y las Cortes, pilar del constitucionalismo moderado y
conservador español del siglo XIX, que en realidad no era
sino la versión patria de la británica soberanía del
Parlamento.

Desde luego, durante esta tercera etapa se aprobaron


también algunos textos constitucionales inspirados en los
principios de la Revolución francesa (no sólo la del 89
sino también en parte la del 93), como ocurre con la
Constitución que se aprobó en Francia en 1848. Una
Constitución elaborada por una Comisión parlamentaria entre
cuyos miembros figuraban hombres tan ilustres como
Tocqueville, Considérant y Lamennais, y en cuyo preámbulo
se esbozaba lo que se llamaría en el siglo XX el Estado
democrático y Social de Derecho. En realidad, el texto de
1848, pese a enlazar con el constitucionalismo de la etapa
revolucionaria, o precisamente por eso, puede considerarse
una Constitución precursora del constitucionalismo del
siglo XX, a la vez que la contra-Constitución del siglo
XIX. En cualquier caso, esta Constitución fue muy efímera
(como todas las Constituciones progresistas del siglo XIX):
en 1851 el sobrino de Napoleón acabó con ella desde la
Presidencia misma de la República.

4. El constitucionalismo de entreguerras (1917-1939)


El triunfo de la revolución soviética marca el inicio de
una nueva etapa en la historia constitucional comparada,
que llega hasta 1939, aunque muchos de sus rasgos se
mantengan en la actualidad, por ejemplo en las vigentes
Constituciones italiana, alemana y española. Esta etapa, la
cuarta, se caracteriza por la profunda crisis del Estado
liberal que se había ido construyendo a lo largo del siglo
XIX, así como de la teoría que a su abrigo se había ido
articulando. Esta crisis, fruto de diversas y complejas
causas económico-sociales y culturales, entre ellas la
irrupción de un potente movimiento obrero, venía
anunciándose en las últimas décadas del siglo XIX, sobre
todo en los países económicamente más industrializados,
como la Gran Bretaña, Alemania y Francia, pero estalló
después de la Gran Guerra, espoleada por el triunfo del
comunismo en Rusia y por la inmediata reacción fascista.

Buena parte de las Constituciones aprobadas en el período


de entreguerras, eran fruto de una revolución, como la
mexicana de 1917, o, al menos, de un cambio político
brusco, como la alemana de 1919, la austriaca de 1920 y la
española de 1931. Tres constituciones que sustituyeron
viejas monarquías por nuevas repúblicas, a veces en medio
de la violencia, como ocurrió en Alemania. Por otro lado,
en la elaboración de las nuevas Constituciones resultó
decisiva la participación de los profesores de Derecho,
como aconteció con Hugo Preuss en Alemania, con Kelsen en
Austria, y con Adolfo Posada y Luis Jiménez de Asúa en
España.

Las Constituciones de entreguerras modificaron


profundamente el contenido de las Constituciones
ochocentistas -troqueladas, como queda dicho, en el modelo
británico- recuperando algunos principios inspiradores del
constitucionalismo revolucionario francés y americano.
Algunas de estas Constituciones, como la austriaca de 1920
y en la española de 1931, ponían en planta un Tribunal
encargado de velar por la constitucionalidad de las leyes
aprobadas por el Parlamento, según las pautas establecidas
en la Constitución estadounidense de 1787, aunque con las
importantes modificaciones que introdujo Kelsen en ese
modelo. De este modo, se reforzaba jurídicamente todo el
texto constitucional frente a la ley, con lo que se llevaba
hasta sus últimas consecuencias el telos primordial del
Estado del Derecho: la subordinación de todos los poderes
públicos a normas jurídicas, incluido el Parlamento. En
estas dos Constituciones, además, los derechos reconocidos
en el texto constitucional dejaban de ser, como hasta
entonces habían sido en Europa, unos derechos cuya eficacia
jurídica dependía de la regulación de una ley posterior,
para convertirse en unos auténticos derechos fundamentales,
que vinculaban a todos los poderes públicos, Gobierno,
Parlamento y jueces, aunque no todos de la misma manera,
sin necesidad de la interpositio legislatoris.

Pero además de profundizar en el Estado de derecho, las


Constituciones de entreguerras transformaron este Estado en
un Estado democrático. Con ello consiguieron soldar dos
conceptos que desde el siglo XVIII se habían considerado no
sólo distintos, sino distantes e incluso antitéticos: el
liberalismo y la democracia. Esta apertura a la democracia
se hizo de muy diversas maneras. Desde luego, al extender
un principio tan vinculado a la democracia como el
republicano, así como al proclamar el principio de
soberanía popular y reconocer el sufragio femenino, pero
también al suprimir una segunda cámara parlamentaria
conservadora y al tratar de conjugar la democracia
representativa con la directa, recogiéndose a este efecto
los institutos del referéndum y de la iniciativa
legislativa popular.

En las nuevas Constituciones de entreguerras se vertebraba,


asimismo, un Estado social de derecho, hasta entonces sólo
esbozado en la Constitución francesa de 1848. El Estado
social era la consecuencia de una nueva manera de concebir
las relaciones del Estado con la sociedad y la conquista
más palpable de los sindicatos obreros y de los partidos
socialistas, que desempeñaron un papel clave en esta etapa
del constitucionalismo, al lado de las formaciones
representativas de la burguesía progresista. A este
respecto, es preciso mencionar, por su carácter pionero, a
la Constitución mexicana de 1917, cuyo título sexto recogía
algunos principios básicos del Estado social (ya
adelantados en su art. 27), que habrían de influir en el
capítulo II del título III de la Constitución española de
1931.

Las Constituciones de entreguerras organizaban también


sobre nuevas bases la distribución territorial del poder.
Cierto que la Constitución mexicana seguía fiel al
federalismo tradicional, pero las europeas, como la alemana
de 1919, la austriaca de 1920 y la española de 1931,
pretendieron superar tanto los esquemas federales como los
unitaristas, con el objeto de racionalizar jurídicamente el
poder público, como insistió Kelsen al trazar las bases de
la Constitución austriaca, y de fortalecer la función
integradora del Estado, como insistiría Smend en el
contexto de la Alemania weimariana. De acuerdo con estas
ideas, la Constitución española de 1931 articulaba "un
Estado integral" -concepto no demasiado claro- compatible
con la autonomía de los municipios y las regiones, como
decía su artículo primero. Un tipo de Estado cuyas premisas
serían tenidas muy en cuenta por los constituyentes
italianos de 1947 y por los españoles de 1978.

Por último, si bien la Constitución mexicana de 1917 seguía


fiel a la tradición presidencialista, la mayoría de las
Constituciones europeas de entreguerras, como las tres que
se acaban de mencionar, se decantaban por un sistema
parlamentario de gobierno. Ahora bien, lo hacían de acuerdo
con las pautas de lo que Boris MirkineGuetzevitch llamó
"parlamentarismo racionalizado", a tenor del cual plasmaban
expresa y detalladamente en su articulado los mecanismos de
control parlamentario del ejecutivo, con el propósito,
además, de evitar la crónica inestabilidad gubernamental de
algunos sistemas parlamentarios del ochocientos, como el
que se desarrolló durante la III República francesa.

La Los
Constitución modelos
de Cadiz.

constitucionales en las
Cortes de Cádiz
La invasión napoleónica trajo consigo el desplome de la Monarquía hispánica.
Para sustituirla por una Monarquía constitucional había dos grandes modelos:
monarquía inglesa, que se había ido construyendo a lo largo de un dilatado proceso
histórico en el que la revolución de 1688 había supuesto un hito decisivo, y la
Monarquía francesa de 1791, que se había diseñado en la Asamblea constituyente de
1789 de acuerdo fundamentalmente con unas premisas racionales.

En las Cortes de Cádiz, el modelo constitucional inglés fue defendido por los
Diputados realistas, mientras el francés de 1791 fue reivindicado con éxito por los
Diputados liberales de la metrópoli, plasmándose en buena medida en el texto
constitucional de 1812. Las páginas que siguen tratarán de explicar esta distinta
actitud. Ahora bien, es preciso tener en cuenta que, en teoría, existía un tercer
modelo constitucional: el republicano y federal de los Estados Unidos de América.
Un modelo por el que quizá -sólo quizá- se decantasen las simpatías de los
Diputados americanos, habida cuenta de que a éstos ni el modelo inglés ni el francés
les resultaban convincentes. La común mentalidad antiaristocrática de los
representantes de ultramar, partidarios de un igualitarismo liberal, chocaba con los
principios básicos del constitucionalismo inglés, por el que no manifestaron apenas
simpatías. En lo que atañe al modelo constitucional francés de 1791, el radical
uniformismo político y administrativo que éste entrañaba, al estar basado en el
dogma jacobino de la soberanía nacional, suponía un insuperable obstáculo para que
estos Diputados se identificaran con él. Pero lo que estaba claro es que el modelo
constitucional de los Estados Unidos no convencía en absoluto ni a los Diputados
realistas ni a los liberales de la metrópoli. Precisamente, antes de examinar la
influencia de los modelos inglés y francés en las Cortes de Cádiz -sobre todo en los
liberales de la metrópoli, que fueron, al fin y al cabo, los que dominaron aquellas
Cortes-, es preciso decir dos palabras sobre el rechazo del modelo constitucional de
los Estados Unidos en nuestra primera Asamblea constituyente.

El modelo constitucional de los Estados Unidos


de América
En España no hubo un grupo republicano de cierta consistencia organizativa e
ideológica hasta la segunda mitad del siglo XIX. En las Cortes de Cádiz, desde
luego, ningún Diputado se manifestó a favor de la República, ni siquiera entre los
Diputados americanos. Esta forma de gobierno se identificaba en aquella Asamblea
con la democracia directa de la Antigüedad, con los excesos de la Convención
francesa de 1793 y con el federalismo de los Estados Unidos. Si el ejemplo de las
polis griegas y de la República romana resultaba impracticable y opuesto al sistema
representativo, el régimen de guillotina y terror les repugnaba profundamente. En
cuanto al modelo norteamericano, tanto a los Diputados realistas como a los
liberales de la metrópoli, les parecía tan lejano ideológica como geográficamente,
sin que los americanos llegase a reivindicarlo nunca de forma expresa.
En realidad, como escribe Manuel Martínez Sospedra, «el modelo
norteamericano era de muy difícil asimilación. Por de pronto -añade este autor- se
trataba de una Constitución republicana tendencialmente democrática y además se
traba de una ley fundamental federal, factores todos que jugaban en su contra. Por
ende, no era bien conocida en nuestro país y su influencia se veía dificultada por una
razón suplementaria: se trataba de un texto constitucional nacido de una ruptura
sangrienta y dolorosa respecto del régimen anterior y cuyo tinte radical era notorio...
Ciertamente, el carácter marcadamente monárquico de la institución presidencial
junto con la rígida separación de los poderes que caracteriza al texto de 1781
indicaban un camino posible, pero las discrepancias eran demasiado grandes y la
inadecuación del modelo notoria. El constitucionalismo norteamericano podía servir
a lo sumo como ejemplo de cómo organizar la relación ejecutivo-parlamento y podía
servir de fuente de argumentos en punto a la cuestión de las facultades del Rey, pero
muy poco más», La Constitución de 1812 y el primer liberalismo español, Facultad
de Derecho, Valencia, 1978, p. 41.
Los Diputados liberales incluso repudiaron de forma expresa el modelo
constitucional de los Estados Unidos en alguna ocasión. Así ocurrió en el debate del
Título VI del Proyecto de Constitución, que organizaba «el gobierno interior de los
pueblos y provincias», en el que se enfrentaron las tesis uniformistas de los liberales
de la metrópoli y las «provincialistas» de los Diputados americanos. Tesis estas
últimas que los liberales no dudaron en calificar de «federalistas», con harta
exageración e incluso con notable imprecisión conceptual. Pero lo que ahora importa
subrayar es que en este debate el conde de Toreno señaló que la Constitución en
ciernes intentaba por todos los medios «excluir el federalismo, puesto que no hemos
tratado de formar sino una Nación sola y única» Diarios de las Discusiones y Actas
de las Cortes (D. D. A. C.), t. 11, p. 212. «Lo dilatado de la Nación -añadía Toreno-
la impele baxo un sistema liberal al federalismo; y si no lo evitamos se vendría a
formar, sobre todo con las provincias de Ultramar, una federación como la de los
Estados Unidos, que insensiblemente pasaría a imitar la más independiente de los
antiguos cantones suizos, y acabaría por constituir estados
separados», Ibidem, p. 247. A este criterio se adhirió también Agustín de Argüelles,
quien insistió en los supuestos peligros del federalismo y en la necesidad de alejarse
del modelo de la «federación anglo-americana»1.

La "crisis" del Antiguo Régimen español


Tradicionalmente, se entiende por Antiguo Régimen al sistema político-social imperante en Europa hasta
finales del S.XVIII-PP.MM. XIX, por el cual una minoría privilegiada (nobleza y clero) detentaba
el poder político y no pagaba impuesto alguno. Por el contrario el denominado Tercer Estado, que era la
mayor parte de la población, no podían obstentar cargos públicos importantes en la administración del
Estado y tenía que pagar todo tipo de impuestos al estamento privilegiado. Dentro del Tercer Estado se
encontraba la burguesía que era un grupo rico económicamente y soportaba cargas fiscales como los
demás miembros del Tercer Estado. Esta burgue-sía, en auge con el capitalismo incipiente, reclamaba
una participación en el poder político, acabando a la larga con el poder absoluto del rey.
Durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) en España, las revueltas populares desembocan en
la creación de Juntas Locales y Regio-nales de Defensa. Estas juntas tienen como objetivo defenderse de
la inva-sión francesa y llenar el vacío de poder (ya que no reconocían la figura del francés José I).
Estaban compuestas por militares, representantes del alto clero, funcionarios y profesores, todos ellos
conservadores. En septiembre otorgan la dirección suprema a la Junta Suprema Central.
La profunda crisis creada por la guerra, la Junta Central Suprema, que se creó tras la derrota francesa en
la Batalla de Bailén, ordenó mediante decreto del 22 de mayo de 1809 la celebración de Cortes
Extraordinarias y Constituyentes, rompiendo con el protocolo tradicional pues sólo el rey tenía la potestad
de convocarlas y presidirlas.
En el caso de España, no se va a producir una ruptura entre la nobleza y el alto clero, por una parte, y la
burguesía, por la otra, sino más bien, un acuerdo mutuo de intereses en el que incluso la burguesía
española más cualificada pretenderá conseguir títulos de nobleza a cambio del sosteni-miento de
la monarquía.
Pienso que el primer pacto importante, entre nobleza-clero y la débil burguesía española se produce
durante la Guerra de la Independencia, primero con una serie de decretos y, al final, con la promulgación
de la Constitución de Cádiz.
Las Cortes, previstas para 1810, por el avance napoleónico, tuvieron que reunirse primero en San
Fernando, entonces Isla de León, y después en Cádiz, que entonces estaban sitiadas por las fuerzas
francesas.
La Constitución de 1812 es uno de los textos jurídicos más importantes del Estado español, por cuanto
sentó las bases de constituciones poste-riores. Considerada como un baluarte de libertad, fue promulgada
en Cádiz el 19 de Marzo de 1812, día de la festividad de San José, por lo que po-pularmente fue conocida
como "La Pepa". Esta constitución fue el primer texto constitucional con el que contó España.
Compuesta de diez títulos con 384 artículos, es considerada como el primer código político a tono con
el movimiento constitucionalista europeo contemporáneo, de carácter novedoso y revolucionario, que
establecía por primera vez la soberanía nacional y la división de poderes, como dos de
sus principios fundamentales.
La Constitución de 1812 recoge muchos de los principios fundamentales que siguen vigentes en nuestros
días. Algunos de ellos los tenemos tan asi-milados que parece increíble que en otro tiempo las cosas no
fueran igua-les. Pero lo cierto es que, en el momento de su proclamación, significaron una ruptura con lo
que existía con anterioridad. Es muy importante mostrar a los ciudadanos que principios que para ellos
son tan habituales como la libertad individual, la libertad de prensa, o la inviolabilidad del propio do-micilio
son derechos que disfrutamos ahora, pero que se planteaban como absolutamente modernos e
innovadores en La Constitución de Cádiz.

Las tendencias en las Cortes


En el seno de las Cortes de Cádiz los diputados se agruparon en tendencias que, aun sin que se puedan
denominar como partidos políticos, sí tuvieron, al menos, algunos contornos bien definidos. Los puntos
básicos sobre los que es posible trazar una catalogación de las corrientes presentes en Cádiz son
aspectos tales como la idea de Estado y de Constitución, la forma de articular la forma de gobierno y
el concepto de soberanía.
A partir de estas premisas, tal y como en su día mostró el profesor Varela Suanzes, pueden apreciarse
tres tendencias en las Cortes de Cádiz: liberales de la metrópoli, realistas y americanos.
Los liberales aparecían como herederos naturales de las corrientes revolucionarias que se habían
formado en España a raíz de la recepción del iusracionalismo. Su intención consistía en introducir
profundos cambios en el Estado, buscando más una ruptura con el arcaico sistema administrativo, que
una mera reforma. Ello no impedía que los liberales tratasen de revestir, con un ropaje historicista, lo que
no eran sino novedades. Sin embargo, este «historicismo deformador» era, ante todo, un mecanismo para
esconder esas novedades, procedentes, muchas de ellas, de Francia; un país, no debe olvidarse, con el
que se estaba luchando.
La tendencia liberal -en la que destacaban Agustín Argüelles, Toreno, Golfín o Muñoz Torrero- partía de la
idea de soberanía nacional, enten-diendo «nación» como un ente ideal y abstracto, distinto de la mera
suma de individuos o de provincias que la integraban. La nación era soberana, no debido a la vacancia
del Trono, sino porque ésta era su natural e irrenun-ciable condición. Aunque trataran de disimularlo, en el
fondo de esta con-cepción latía una idea iusracionalista, basada en las teorías de estado, de naturaleza y
pacto social: los individuos, libres e iguales por naturaleza, habían renunciado a parte de sus libertades
para constituir un Estado y una Sociedad a través del pacto social, confiriendo la titularidad de la
soberanía a la colectividad o nación. Si la nación era la titular de la soberanía, su ejercicio, por el
contrario, debía repartirse entre diversos órganos. De ahí deducían la doctrina de la división de poderes,
extraída ante todo de las teorías de Montesquieu. Sin embargo, al partir del dogma de la soberanía
nacional, esta división -separación de poderes- se desvirtuaba: los liberales tendían a considerar que los
tres órganos del Estado (Monarca, Cortes y jueces) no se hallaban situados en una situación de paridad.
Antes bien, las Cortes, en cuanto representantes de la soberanía nacional, aparecían como el verdadero
centro político del Estado, asumiendo las más altas funciones de dirección política.
Para realizar todas estas alteraciones sustanciales en el Estado español, los liberales consideraban que
resultaba preciso asumir una nueva tarea constituyente. Si la nación era soberana, entre sus atributos se
hallaba el de otorgarse una Constitución, en la que decidir, sin ataduras históricas, sobre la forma de
gobierno que deseasen otorgarse. A la luz de las teorías sobre el poder constituyente de Sieyès, los
liberales de Cádiz negaron el concepto realista de «Leyes Fundamentales» y consideraron que a la
nación soberana no podía imponérsele ningún límite efectivo en su capacidad de decidir el contenido de
la norma fundamental.
Los planteamientos de los realistas -como Inguanzo, Borrull o Alonso Cañedo (a la sazón sobrino de
Jovellanos)- discurrían por derroteros bien distintos. La soberanía era un atributo compartido entre el Rey
y la nación, formada esta última por la suma de estamentos y provincias. Tal concep-ción, que negaba por
supuesto las teorías iusracionalistas, se basaba en una concepción historicista, próxima al ideario
ilustrado del reformismo his-tórico mencionado en el primer epígrafe. Para la corriente realista
la historia nacional poseía un efecto prescriptivo, de modo que elementos tales como la Monarquía,
la religión o los pactos pretéritos suscritos entre el Rey y los estamentos, formaban parte de una
«Constitución histórica», materializada en las antiguas Leyes Fundamentales. Precisamente la afir-mación
de la existencia de esas Leyes Fundamentales, y su carácter inmu-table, formaban una segunda nota
distintiva de los realistas. Éstos negaban la virtualidad del poder constituyente y, por tanto, la libertad de la
nación para trastocar las antiguas Leyes Fundamentales abordando un nuevo proceso constituyente.
Según los realistas, las Leyes pretéritas resultaban intangibles, inmodificables. Sólo algunos aspectos
podían modificarse,pe-ro siempre a través de un nuevo pacto suscrito entre los dos sujetos coso-beranos
-Rey y Cortes-. Hallándose preso el primero en Bayona,resultaba, pues, un sacrilegio el que las Cortes
tratasen de alterar la forma de gobierno histórica.
Los realistas apenas admitían algunas «perfecciones» que podrían realizar las Cortes sobre dicha
Constitución histórica. En realidad, estas reformas pretendían reforzar lo que los realistas consideraban
que ya había existido en España: una forma de gobierno consistente en una Monarquía moderada o
templada. Se trataba de un modelo de equilibrio constitucional conforme al cual el Monarca dirigía el
Estado con la colaboración de las Cortes; dicho en otros términos, la dirección política la asumían los dos
cosoberanos. Según los realistas, este modelo constitucional propuesto no resultaba novedoso, sino que
hundía sus raíces en la historia nacional, en especial la castellana. En este sentido, los realistas
equiparaban un gobierno mixto -que, supuestamente había existido en Castilla- con la división de
poderes; del mismo modo identificaban clásica la reunión por estamentos en Cortes, con el bicameralismo
de corte británico, por mucho que las dife-rencias entre ambos resultaban más que evidentes.
El tercer grupo en liza se hallaba representado por los diputados ame-ricanos que concurrieron a las
Cortes, entre los que descollaban Mejía, Larrazábal y Leyva, se alinearon en muchas ocasiones con los
liberales de la metrópoli, pero en otros puntos mostraron un ideario propio y definido, en especial en
aquellos asuntos relevantes para los territorios de ultramar. La defensa de su postura propia dependía de
su particular manera de concebir la soberanía y el Estado. En efecto, partiendo de una mixtura entre
elementos tradicionales y el iusracionalismo, así como el ideario de Rou-sseau, los americanos
consideraron que la nación no era más que la suma de territorios y de individuos, cada uno de ellos
copartícipe en la soberanía. De ahí derivaban, siguiendo a Rousseau que, siendo cada sujeto partíci-
pe "uti singuli" de la soberanía, poseía un derecho innato al voto, del que no podía ser privado. La
consecuencia a la que deseaban llegar era la implantación de un sufragio universal que permitiera,
además, a los territorios de ultramar tener una representatividad proporcional a su base poblacional. Algo
que no lograron incluir en la Constitución, ante la opo-sición de los liberales que veían, en tal posibilidad el
peligro de que los territorios de ultramar obtuviesen una representación en Cortes superior a la de los
peninsulares.
En el proceso constituyente la opción liberal, mayoritaria, logró imponer sus posturas casi a lo largo de
todo el articulado. La declaración de soberanía nacional, la posibilidad de la Nación de alterar a su
voluntad la forma de gobierno, la posición preeminente de las Cortes, entre otros muchos factores que, a
continuación, se exponen, muestran la ideología liberal subyacente.
El proceso constituyente
Tal y como ha mostrado Tomás y Valiente, en la elaboración de la Constitución de Cádiz es posible
distinguir entre una tarea preconstituyente y una fase propiamente constituyente. En realidad, la primera
comenzaría en la Junta de Legislación de la Junta Central, nombrada el 27 de septiem-bre de 1809, y de
la que formaron parte Rodrigo Riquelme (que la presidió), Manuel de Lardizábal, José Antonio Mon y
Velarde, Conde del Pinar, José Pablo Valiente, Antonio Ranz Romanillos, José María Blanco White,
Alejandro Dolarea y Agustín Argüelles, que actuó en calidad de secretario. Riquelme sólo presidió las tres
primeras sesiones, en tanto que Blanco White no aceptó el cargo, siendo sustituido por Antonio Porcel,
que tampoco fue muy asiduo. Los restantes miembros se repartían entre rea-listas (Valiente y el Conde
del Pinar), liberales (Dolarea, Argüelles y Ranz de Romanillos) y antiguos ilustrados (Manuel de
Lardizábal).
Esta Junta quedaba comisionada para estudiar los informes emanados de la «Consulta al País»,
debiendo señalar a continuación las reformas legales y constitucionales que estimase conveniente
realizar. Ranz Romanillos quedó encargado de recoger cuáles de las Leyes históricas españolas tenían el
carácter de «fundamentales», en lo que parecía una adscripción a la corriente realista. En el Acuerdo de
la Junta de Legislación de 10 de diciembre de 1809, Romanillos cumplía con este cometido, señalando
los diversos artículos de la legislación histórica nacional que tenían el carácter de fundamentales por
tratar de los derechos de la nación, los derechos del Rey y los derechos de los individuos (concepto,
pues, material de Cons-titución). Sin embargo, el propio Ranz Romanillos indicaba que la legis-lación
resultaba excesivamente dispersa y confusa, de modo que una mera reforma y compilación de estas
leyes traería consigo un resultado poco armónico. En consecuencia, debía procederse a realizar una
nueva Cons-titución.
Sin embargo, este triunfo de la opción liberal (abrir un proceso consti-tuyente, y no una mera reforma de
las Leyes Fundamentales) ya latía en las sesiones de la Junta de Legislación desde, al menos, el Acuerdo
6.º, de 5 de noviembre de 1809, en el que se hablaba de elaborar un proyecto de Constitución. En las
sucesivas Actas, se iban apuntando unas bases acerca del contenido de la futura Constitución, pero es
dudoso que la Junta de Legislación realizase un texto articulado.
Reunidas las Cortes de Cádiz,el 8 de diciembre de 1810,el diputado mejicano Mejía Lequerica solicitó que
la Asamblea no se separase antes de hacer una Constitución. El diputado Oliveros, en la misma
línea,propuso que se nombrara una Comisión que preparase los materiales necesarios, algo que apoyó
Espiga, aunque con el matiz de solicitar que se designasen «tantas Juntas cuantos son los ramos de la
Constitución». Por su parte, Muñoz Torrero solicitó que se convocara una nueva «Consulta» nacional, a la
que debían concurrir tanto nacionales como extranjeros. Finalmente, se acordó que las tres propuestas se
recogiesen por escrito, aprobándose las dos primeras el día 9, y la de Muñoz Torrero el 12. Como
resultado, la Cámara decidió que se nombrara en principio una comisión de ocho individuos que, a la vista
de los informes de la «Consulta al País», preparasen un proyecto de Constitución.
El nombramiento de los miembros de la Comisión se verificó el 23 del mismo mes, recayendo en un
número superior al inicialmente convenido: de ellos sólo tres eran americanos (Antonio Joaquín Pérez,
Vicente Morales Duárez y Joaquín Fernández de Leyva), y el resto se repartían entre el bando liberal
(Agustín Argüelles, Evaristo Pérez de Castro, José Espiga y Antonio Oliveros) y el realista (José Pablo
Valiente, Pedro María Ric, Francisco Rodríguez de la Bárcena, Francisco Gutiérrez de la Huerta y Alonso
Cañedo). El 12 de marzo de 1811 el grupo americano se vio in-crementado con dos nuevos miembros:
Jáuregui y Mendiola.
La Comisión tenía, en definitiva, un componente básicamente liberal, que se vio plasmado en el proyecto
de Constitución que presentó a discusión de las Cortes el 18 de agosto de 1811.
El resultado de los debates constituyentes, la célebre Constitución de 1812, respondió, ante todo, al
ideario liberal, con una clara adscripción al pensamiento revolucionario francés. Los puntos de conexión
entre el texto gaditano y la Constitución francesa de 1791 son bastante evidentes, hasta el punto que
algún absolutista, como el padre Vélez (Apología del Altar y del Trono, 1818), trató de demostrar que se
trataba de una simple copia. Sin embargo, no pueden dejar de observarse notas muy propias de la Cons-
titución del 12, siendo la más relevante el historicismo nacionalista y deformador que exuda el texto. En
efecto, los liberales trataron de disfrazar la vocación francófila del documento -no en balde Francia era el
enemigo contra el que se luchaba-, y para ello huyeron de toda la metafísica abs-tracta revolucionaria,
empleando, en su lugar, el recurso a una supuesta historia nacional en la que sería posible encontrar el
precedente de cuantas instituciones establecía la Constitución del 12.En este sentido, los liberales
trataron de emplear mayormente el ejemplo de las instituciones de Aragón, al considerarlas más
«democráticas» que las de Castilla.
Dos son los principios claves en la Constitución de 1812: la soberanía nacional y la división de poderes.
En realidad, ambos principios ya habían sido proclamados a través del Decreto I de 24 de septiembre de
1810, pero su inclusión en la Constitución gaditana implicó arduos debates en los que, finalmente,
lograron imponerse los liberales. Por lo que se refiere a la soberanía nacional, recogida en el artículo 3 del
texto, la discusión más importante tuvo lugar entre realistas y liberales a la hora de interpretar el adverbio
«esencialmente» («La soberanía reside esencialmente en la Na-ción...») y el inciso final del artículo («por
lo mismo, pertenece a ésta exclusivamente el derecho de establecer sus leyes fundamentales»). Los
realistas consideraban que, tal y como se redactaba el artículo, la Nación podía cambiar las antiguas
leyes del Reino sin contar con la voluntad del Rey; algo impensable para ellos, que sostenían que las
Leyes Fundamen-tales eran un pacto bilateral que no podía ser anulado unilateralmente por ninguna de
las partes. Para los realistas, la Nación sólo había «reasumido» la soberanía como consecuencia de la
vacancia del Trono, pero ello no le habilitaba a hacer tabula rasa de las antiguas Leyes Fundamentales.
Los liberales, sin embargo, consideraban que la Nación era soberana en sí misma, al margen de la
presencia o ausencia del Rey; por lo tanto, su poder soberano la convertía en titular del poder
constituyente, al que la historia no podía limitar.
La división de poderes también supuso un importante desencuentro entre realistas y liberales. Ambos
parecían coincidir en la relevancia de este principio, pero su interpretación y alcance era muy diferente.
Para los realistas, la división de poderes debía materializarse en un sistema de equilibrio constitucional,
de modelo británico, en el que Rey y Cortes ocuparan una posición equidistante; para velar por este
equilibrio, cada órgano dispondría de limitados medios de actuación y control sobre la actividad del otro
(así, el veto del Rey frente a las leyes de las Cortes, y la posibilidad del Parlamento de
exigir responsabilidad penal a los ministros del Rey). Las ideas de los liberales iban por otros derroteros:
la soberanía nacional conducía a un predomino de los representantes de la Nación, esto es, las Cortes,
de modo que éstas dirigían en esencia el gobierno nacional. A pesar de que se proclamara la división de
poderes, los liberales admitían que las Cortes pudieran tomar parte en el poder ejecutivo y judicial que, en
realidad, le estaban subordinados en virtud de la idea de que la ley precedía a la ejecución y aplicación
del Derecho. Así pues, los liberales proponían un sistema prácticamente asambleario, con el Parlamento
como centro del Estado.
La Constitución de 1812 se puede considerar como liberal moderada. El Rey sigue gozando de
importantes prerrogativas, entre las que caben mencionar: La potestad de hacer ejecutar las leyes (16).
La persona del Rey es sagrada e inviolable, y no está sujeta a responsabilidad. (Art. 168) Su autoridad se
extiende a todo cuanto conduce a la conservación del orden público en lo interior, y a la seguridad del
Estado en lo exterior, conforme a la Constitución y a las leyes. (Art. 170).
La religión oficial será la católica, apostólica y romana.España es, por tanto, un Estado confesional. En el
nombre de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad
(Preámbulo). La religión de la Nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana,
única verdadera. La Nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra
(Art.12). Además en muchos actos a Cortes se realizaban al final misas solemnes. Los ciu-
dadanos que han compuesto la junta se trasladarán a la parroquia, donde se cantará un solemne Te
Deum, llevando al elector o electores entre el presidente, los escrutadores y el secretario.(Art.58).
Concluido este acto,pasarán los electores parroquiales con su presidente a la Iglesia mayor, en donde se
cantará una misa solemne de Espíritu Santo por el eclesiástico de mayor dignidad, el que hará
un discurso propio de las circunstancias (Art.71).
Las Cortes, por su parte, se encargan de las tareas relevantes del Estado; no sólo aprueban leyes, sino
que pueden incluso elaborar decretos que, ocupando el mismo nivel de jerarquía formal que las leyes, no
precisan, sin embargo, de sanción regia. Estas Cortes no podían ser disueltas ni suspendidas por el
monarca, y contaban con una Diputación Permanente que controlaría la observancia de sus decisiones
durante los recesos parlamentarios.
A lo largo del articulado existen una pluralidad de derechos, especialmente de carácter procesal: libertad
civil (art. 4), propiedad (arts. 4, 172.10, 294 y 304), libertad personal (art. 172.11), libertad
de imprenta (arts. 131.24 y 371), igualdad (en su vertiente de no concesión de privi-legios -art. 172.9-, y
de igualdad contributiva -art. 339-), inviolabilidad del domicilio (art. 306), derecho de representar las
infracciones constitucio-nales (art. 374) y, en fin, derechos de naturaleza procesal: predeterminación del
juez (art. 247), derecho a un proceso público (art. 302), arreglo de controversias mediante arbitraje (art.
280), habeas corpus (arts. 291 y ss.), y principio de "nulla poena sine previa lege" (art. 287). Característica
común a todos estos derechos era su carácter racional, concebidos como libertad de defensa.
Para ser elegido Diputado a Cortes se requeían ciertos requisitos: se requiere ser ciudadano que está en
el ejercicio de sus derechos, mayor de veinticinco años… (Art. 91) y tener una renta anual proporcionada,
procedente de bienes propios. (Art 92). De esta manera, se limitaba la entrada de clases bajas como
diputados, además de no establecer como requisito pertenecer a la nobleza. Así, muchos burgueses
pudieron acceder a las Cortes sin quejas ni problemas, pues cumplían todas las condiciones exigibles.

Tarea reformadora- legislativa de las Cortes de Cádiz


La tarea reformadora de las Cortes no se circunscribió a elaborar la Constitución de 1812. Antes bien, las
Cortes aprobaron una ingente can-tidad de leyes, decretos y órdenes complementarias que conforman un
cuerpo legislativo hasta cierto punto revolucionario. Ello no obstante, hay que señalar que la Constitución
era tan detallada que incluso comprendía materias típicamente legislativas, como el Derecho electoral.
La tarea legislativa desarrollada por las Cortes de Cádiz no adoptó la forma jurídica de ley. La explicación
resulta evidente: según la propia Constitución de 1812, la ley requería de la sanción regia, de modo que
hallándose ausente el monarca, las decisiones de Cortes no podían asumir tal "nomen iuris". Así, el
Parlamento expidió, en su defecto, Decretos y Órdenes, emanados ambos de su exclusiva voluntad.
Entre las disposiciones emanadas de las Cortes destacan, en primer lugar, aquellas que tuvieron por
objeto determinar la forma de gobierno, regulando la organización y funcionamiento de los órganos
estatales. Así, aprobaron dos Reglamentos para el funcionamiento interno de las Cortes (Reglamento
para el Gobierno Interior de las Cortes, de 24 de Noviembre de 1810 y Decreto CCXCIII, Reglamento para
el Gobierno Interior de las Cortes, de 4 de Septiembre de 1813). Igualmente se reafirmó la inviolabi-lidad
parlamentaria (Decreto XIII, de 28 de noviembre de 1810). Del mis-mo modo, regularon con profusión al
poder ejecutivo interino -la Regencia- a través de Decretos sobre sus facultades
y organización (Decreto XXIV, Reglamento Provisional del Poder Executivo, de 16 de Enero de 1811;
DecretoCXXIX, Nuevo Reglamento de la Regencia del Reyno, de 26 de Enero de 1812 y
Decreto CCXLVIII, Nuevo Reglamento de la Regencia del Reyno, de 8 de Abril de 1813), así como sobre
la responsabilidad de los órganos ejecutivos (Decreto LXXVI: Responsabilidad de las autoridades en
cumplimiento de las órdenes superiores, de 14 de julio de 1811; Decreto CVII: Responsabilidad sobre la
observancia de los Decretos de Cortes, de 11 de noviembre de 1811; Decreto CCXLIV, de 24 de marzo
de 1813, de Reglas para que se haga efectiva la responsabilidad de los empleados pú-blicos).
Hay que señalar que los reglamentos de la Regencia invistieron un sis-tema asambleario de gobierno,
conforme al cual los regentes eran una mera sombra de poder ejecutivo, subordinados a la estricta
observancia de las órdenes de las Cortes y sin asimilarse en absoluto con el papel que la Constitución de
1812 otorgaba al monarca.
La protección de las libertades cuenta, como principal disposición nor-mativa, el Decreto IX, de 10 de
noviembre de 1810, de libertad política de imprenta. Como puede comprobarse por la fecha de
expedición, el Decreto fue anterior a la propia Constitución. Ello respondía a la clara intencio-nalidad
política de promover la discusión política entre los ciudadanos, una de las exigencias principales del
primer liberalismo español. Se trataba, además, del medio idóneo para mentalizar a la población de las
nuevas ideas políticas que iban a asentarse en la Constitución de 1812. El Decreto IX, sin embargo,
mezcla elementos típicamente liberales, como la idea de opinión pública como medio de controlar al
poder, con reminiscencias ilustradas: así, la idea de que la imprenta serviría para fomentar la ilustra-ción
del pueblo. Una idea, por cierto, que pasaría a la propia Constitución de 1812 (artículo 371), puesto que la
libertad de imprenta se recogió en el título dedicado a la Instrucción Pública.
Las reformas sociales también tuvieron un eco importante entre las reformas legislativas aprobadas por
los constituyentes gaditanos. Entre las más señaladas hay que incluir el Decreto LXXXII, de 6 de agosto
de 1811, por el que se extinguían los señoríos jurisdiccionales, en un intento de realizar
el programa liberal, acabando con los terrenos improductivos.
No obstante los diputados liberales, en la mayoría de los casos propietarios feudales o clérigos, no habían
querido hacer una revolución social;por ello omitieron los cambios más profundos que podían atraer al
campesinado y se limitaron a «proyectos de reforma moderada,que resultaban excesivos para los
explotadores del viejo sistema e insuficientes para los explotados». De aquí el escaso apoyo social de las
medidas reformadoras en el momento en que volvió Fernando VII; y también el retraso y la moderación de
la revolución burguesa española,que cuando se produjo en la década de 1830 tuvo el carácter de un
tránsito pacífico y pactado de la sociedad feudal al nuevo orden burgués.

11. Modelos parlamentario y presidencial.

PRESIDENCIALISMO
 Elección directa o casi directa del Jefe del Estado. Esto es definitorio pero no
definitivo porque en Austria, Islandia e Irlanda eligen directamente a su Jefe de Estado
pero sin poderes. Luego son parlamentaristas.
 El gobierno ni es designado ni desbancado mediante voto parlamentario.
El gobierno es una prerrogativa presidencial, es el Presidente el que nombra y cesa a los
miembros de su gobierno.
 El Presidente dirige el ejecutivo, no hay autoridad dual.
El Jefe del Estado es la misma persona que el Jefe de Gobierno.

PARLAMENTARISMO
 El gabinete no dirige la legislatura, el Parlamento confecciona el orden del día.
 El poder está disperso e incluso atomizado.
 La responsabilidad prácticamente desaparece del todo (porque hay muchos actores).
 Poca o ninguna disciplina partidista.
 Los primeros Ministros y sus gobiernos no pueden actuar rápida ni decisivamente.
 Las coaliciones no solucionan los desacuerdos y nunca están seguras de contar con
apoyos legislativos.
 Los gobiernos nunca hablan con una voz única y clara.
 Entre ambos está el parlamentarismo controlado por los Partidos.

SEMIPRESIDENCIALISMO
Características comunes:
Hablamos de semipresidencialismo si contamos con:
 El Jefe del Estado (Presidente) es elegido por voto popular ya sea directa o
indirectamente para un periodo determinado.
 El Jefe del estado comparte el poder ejecutivo con el primer Ministro con lo que se
establece una estructura de autoridad dual basada en tres criterios:
 El Presidente es independiente del Parlamento pero no se le permite gobernar solo y en
consecuencia su voluntad está canalizada a través del Gobierno.
 El Primer Ministro y su Gabinete son independientes en algunos casos del Presidente
porque dependen del Parlamento. Sujetos al voto de confianza, de censura.
 La estructura de la autoridad dual que caracteriza al semipresidencialismo permite
diferentes balances de poder entre las dos cabezas dependiendo de la dinámica política.

Sistemas democráticos parlamentaristas


Los Estados democráticos desarrollan un sistema dedemocracia parlamentaria en la que el
papelpredominante de la vida política lo desempeña la Asambleade diputados o Parlamento, elegida por
sufragio universal.Esta asamblea ejerce el poder legislativo y elige alpresidente del Gobierno, que tiene el
poder ejecutivo y esresponsable ante ella, de tal manera que, cuando pierde elapoyo mayoritario, el
gobierno se ve obligado a dimitir.El jefe del Estado puede ser un soberano hereditario(rey) o un
presidente electo, pero en ambos casos sóloasume la representación oficial del Estado. Sus
poderesvienen fijados por la Constitución, que varía según losdiferentes Estados. En general, el jefe del
Estado es elencargado de nombrar como presidente del Gobierno allíder del partido que ha obtenido la
mayoría de los votos en las elecciones a la Asamblea de diputados. La preponderancia del parlamento
otorga alos partidos políticos un papel de primerorden en la vida política del país. Elloselaboran las
candidaturas a laselecciones y organizan los grupos parlamentariosentre los diputados electos decada
partido.

Sistemas democráticospresidencialistas
Estados Unidos, y Francia enmenor medida, presenta un tipo dedemocracia también parlamentaria,
peropresidencialista. En la democraciaamericana, el poder ejecutivo está enmanos de un presidente
elegidodirectamente por sufragio universal yque es a la vez jefe del Estado y presidentedel Gobierno.
Asume grandespoderes y nombra una administración formada por secretarios (ministros) que sólo
sonresponsables ante él y que sólo él puede destituir. El poder legislativo está en manos de unCongreso
con dos cámaras: la de Representantes, que cuenta con un número de delegados decada Estado
escogidos proporcionalmente entre la población, y el Senado, que cuenta condos senadores por
Estado.Los dos poderes, ejecutivo y legislativo, se necesitan mutuamente para podergobernar y, en la
práctica cotidiana, el Congreso controla la política del presidente mediantela votación anual del
presupuesto. El Presidente puede vetar una ley propuesta por elCongreso, pero no tiene la facultad de
disolverlo. El Congreso no puede destituir alPresidente y sólo en casos de extrema gravedad puede
aplicar el procedimiento deimpeachment y destituirlo.

12. RECEPCIÓN Y VARIACIONES EN EL PERÚ.


Reflexiones sobre el Régimen
Político Peruano

Regímenes políticos:

En el mundo democrático hay dos regímenes políticos claramente


diferenciados, el Parlamentario y el Presidencial. De este último,
surgió en 1958, el régimen denominado por Maurice Duverger,
semi-presidencial y que rige en Francia desde la Constitución de
ese año.

El régimen Parlamentario, que es el más antiguo dado que se


remonta al siglo XVII inglés, tiene las siguientes características
asumidas en forma evolutiva:

1.- Tiene dos cabezas , el Jefe de Estado y el Jefe de Gobierno.


2.- El Gabinete o Ministerio detenta el Gobierno en forma
colectiva.
3.- El Gobierno es fiduciario del Parlamento, al que sostiene con
su respaldo político.
4.- La pérdida de confianza del Parlamento en el Gabinete implica
su caída.
5.- El Jefe de Estado, a solicitud de l Primer Ministro, puede
disolver al Parlamento para provocar una nueva elección
parlamentaria.
6.- Los partidos políticos fuertes y cohesionados y con gran
respaldo popular han modificado políticamente el esquema
jurídico antes descrito. Las censuras son más bien raras, sólo
una en la segunda mitad del siglo XX, y la disolución ha dejado
de ser un mecanismo para dirimir políticamente a quien
corresponde el gobierno, y es más bien una vía para obtener
una mayoría fresca o para auscultar la opinión pública.
7.- En los países en los que no hay una tradición de partidos
políticos sólidos que puedan sustentar al gobierno, se ha
buscado modificar los cánones del parlamentarismo clásico
para encontrar mecanismos que estabilicen al gobierno. Así
Alemania, primero , en 1949 y España luego en 1978,
introdujeron la denominada censura constructiva que no sólo
exige mayoría de número legal de parlamentarios para la
censura del gabinete, sino que simultáneamente debe haber
acuerdo en el gobierno reemplazante. No se produce, en
consecuencia, en ningún caso un vacío de poder.
8.- El gobierno presidencial, que aunque parezca raro, nació a
partir del régimen parlamentario, en Estados Unidos con la
Constitución de 1887. Sus características son:

a) Rígida separación de poderes, entre el ejecutivo, legislativo y


judicial.
b) El Jefe de Estado que es el Presidente de la República, es a
la vez Jefe de gobierno y es elegido por voto popular por un
plazo predeterminado, no pudiendo ser revocado por el
Congreso ni requiere de su voto.
c) El congreso cuenta con importantes atribuciones aparte de la
clásica legislativa, ratifica a los altos funcionarios del Estado
y su rol es el más importante en la conducción de las
finanzas públicas. Los Ministros o Secretarios no tienen
acceso a las sesiones congresales.
d) En el siglo XX gracias a los medios de comunicación y a las
guerras mundiales el Presidente se ha configurado en el líder
de la nación.
e) En 1957 ante la imposibilidad de resolver la crisis de Argelia,
que reclamaba con renovada violencia su independencia de
la metrópoli francesa, las fuerzas políticas llamaron al
Gobierno a Charles de Gaulle, quien puso como condición
diseñar una nueva Constitución, que sería sometida
directamente al voto de los franceses . Ambas Cámaras
aprobaron el requerimiento gaullista poniendo como única
condición que el Consejo de Ministro debía responder
políticamente ante el Parlamento, característica definitoria
del parlamentarismo clásico.

La nueva Constitución francesa conservó la responsabilidad


política ministerial ante el parlamento, pero introdujo algunos
cambios que en realidad forjaron un nuevo régimen con el
establecimiento de un nuevo Presidente de la República, que de
figura ceremonial pasó a ser un auténtico líder de la República
francesa, quien entre otras atribuciones tenía:
a) Someter a referéndum popular directo proyectos de ley, sin
necesaria consulta al Parlamento.
b) Disolución parlamentaria libre.
c) Dictadura comisoria en situación de grave c risis
constitucional, resuelta por él mismo.
d) Presidencia efectiva del Consejo de Ministros.

A partir de un Parlamentarismo que se había tornado ineficiente,


De Gaulle asistido por un equipo encabezado por su Ministro de
Justicia Michelle Debraix perfiló un auténtico nuevo sistema en el
que la predominancia del Jefe de Estado es reforzada por una
limitación de los poderes del Parlamento, el que sólo puede
legislar en los ámbitos específicos que la Constitución le acuerda.

El Régimen Político Peruano

Los fundadores de nuestra etapa republicana, al igual que los de


los otros países latinoamericanos, optaron al definir nuestro
régimen de gobierno por el Presidencial, a imitación de la Carta
norteamericana de 1787. Sin embargo, desde los primeros días,
en el Perú, en el mismo 1821, nuestros países se apartaron del
modelo norteamericano consagrando inicialmente el necesario
refrendo ministerial de los actos presidenciales de gobierno,
institución que, como sabemos, no existe en el país del norte ( 1 ) .

Se actuó así ante el temor de una Presidencia demasiado


poderosa. Nuestra Carta Constitucional de 1856 instituyó como
organismo deliberante al Consejo de Ministros, en que el
Presidente era un primus inter pares. Igualmente, por ley del 17
de Noviembre de 1856 ( 2 ) se dio un paso de gran trascendencia que
modificó la naturaleza de nuestro régimen político, se estableció la
censura ministerial acordada por cualquiera de las Cámaras, rasgo
que como sabemos caracteriza al régimen parlamentario. En esa
misma norma se creaba la Presidencia del Consejo de Ministros,
institución a su vez de raigambre parlamentaria.

La Constitucion es de 1867 ( 3 ) , 1920 ( 4 ) , 1933 ( 5 ) , 1979 ( 6 ) ,


1993 ( 7 ) confirmaron junto con la Ley paralela a la Carta de 1860,
que la efectivización de la responsabilidad política de los Ministros
por las Cámaras se había incorporado a nuestra Constitución
histórica, dejando atrás la aspiración inicial de la República de
brindar a nuestro país un régimen presidencial. Con la
introducción de la censura ministerial nuestros Presidentes ya no
fueron más libres de nombrar a los Ministros de estado. Tenían
que pensar, al hacerlo, en la eventual respuesta parlamentaria.

Fue en el contexto referido en el párrafo anterior que Leguía al ser


elegido por segunda vez Presidente de la República, en 1919, y
teniendo presente lo que había sido su primer período, encabezó
el golpe del 4 de julio de 1919 para plebiscitariamente modificar la
Constitución, de tal manera que fuera posible la elección
simultánea del Ejecutivo y las Cámaras, a efecto de que actuando
el candidato presidencial como “locomotora” jalara los carritos de
la mayoría parlamentaria. Leguía, como sabemos, gobernó
dictatorialmente con una mayoría parlamentaria incondi cional.

En 1933 buscando expiar los pecados leguistas la Carta


Constitucional de ese año, no sólo reguló el Consejo de Ministros,
la Presidencia del Consejo, sino también la cuestión de confianza,
el voto de censura y la interpelación ministerial (para la
interpelación ministerial se exigía sólo un quinto d e los votos
hábiles y para la censura mayoría simple).

En 1978, cuando el país carecía de reservas internacionales y


vivía índices de inflación nunca antes superados, el Gobierno
militar de entonces convocó a los civiles a retornar al poder, para
lo cual convocó a una Asamblea Constituyente. En dicha
Asamblea nuestros políticos reflexionando sobre la crisis de 1968
que llevó al golpe militar y que fue propiciada por un gobierno
inestable, cuyos ministros caían por la censura o por el temor a
sufrirla no abandonaron nuestra Constitución histórica y así en la
Carta de 1979 permanecen todas las instituciones parlamentarias
que distorsionan nuestro régimen presidencial.

Sin embargo, a decir verdad, estas se flexibilizaron haciendo más


difícil tanto la inte rpelación como la censura ministerial (se exige
un tercio de votos para la interpelación y mitad las uno del número
legal de la Cámara de Diputados -que es la única que goza de la
atribución - para la censura).

En 1990 el país estaba sumergido en una nue va crisis económica


(el dólar había subido de 290 soles en 1980 a 450 millones de
soles en 1990) y volvió a encontrarse con un Presidente de la
República para el cual el Parlamento discrepante era un obstáculo,
produciéndose en 1992 otro golpe de estado, m uy similar al de
Leguía porque fue encabezado por el propio Jefe de Estado.

La Carta de 1993, hija del golpe de Estado de 1992, no modificó el


régimen político de la carta precedente, aunque redujo las
Cámaras legislativas a una. Durante los dos período s
presidenciales de Fujimori, este contó con una mayoría
parlamentaria incondicional conduciéndose como un gobierno
constitucional en las formas pero como una dictadura en los
hechos.

La disolución introducida en la Carta de 1979 requiere para que el


Presidente pueda optar por ello que el Congreso censure o niegue
la confianza a tres Consejos de Ministros en la de 1979 y a dos en
1993. Aparte de lo ilusorio que implica que el Congreso ofrezca la
causa para su disolución, debe tenerse presente la experien cia
francesa con las disoluciones parlamentarias en las que
necesariamente la estabilidad del Presidente de al República se
juega en la elección.

Reflexiones finales:
La historia de nuestro régimen político nos muestra dos escenarios: o el
Presidente de la República cuenta con mayoría parlamentaria adicta o no la
tiene.
En el primero, el Presidente dirige el Gobierno sin control alguno, verbigracia
casos de Benavides, Prado, Belaúnde -segundo periodo-, García, Fujimori; o
el Presidente está enfrentado al Congreso: Ejemplos Bustamante y Rivero,
Belaúnde -primer período-, Fujimori -los años iniciales 1990 y 1991 del primer
período- y sin ánimo de ser agoreros el actual gobierno de Toledo. Esto
significa que nuestro sistema no es viable porque en ninguna de las dos
alternativas puede desenvolverse sin tropiezos. Como una Constitución debe
ofrecer reglas permanentes para que sean cuales sean las opciones del
electorado el país se desenvuelva con normalidad es imperativo que
repensemos nuestro régimen político.

César Valega García

Tambien puede verse mas en:


http://e-spacio.uned.es/fez/eserv/bibliuned:Derechopolitico-1991-33-
AD3DB2A8/PDF

III. REGIMEN POLITICO PERUANO.

13. SISTEMA ELECTORAL Y PROCESO ELECTORAL.

Los diferentes sistemas de escrutinio electoral


Los sistemas de escrutinio electoral vienen determinados por las respectivas leyes
electorales. El modelo de distrito unipersonal, que se utiliza, por ejemplo, en Gran Bretaña y
EE UU, es el más simple. El escaño de diputado en cada circunscripción lo obtiene el
candidato que ha obtenido la mayoría relativa de votos en aquel distrito. Este sistema
favorece, sin duda, el bipartidismo, ya que son los dos grandes partidos mayoritarios los que
consiguen obtener las mayorías relativas. .El escrutinio proporcional es el más extendido y
permite que los partidos minoritarios tengan presencia en el Parlamento. Los electores
escogen entre las diversas candidaturas y cada una obtiene un número de escaños
proporcionales al número de votos obtenido. Pero, para poder garantizar la obtención de
mayorías parlamentarias, muchas leyes electorales han introducido modificaciones que
benefician numéricamente a los partidos mayoritarios. Los sistemas políticos republicanos
en que para la elección del presidente de la República se presentan modelos de electorales
variados. En Francia, los ciudadanos votan directamente a los diversos candidatos. En
Estados Unidos, los electores de cada Estado eligen a sus compromisarios, que son los
encargados de la elección del presidente (sufragio indirecto). Además, existe la tradición de
que cada partido celebre unas elecciones primarias para designar al candidato presidencial.
Finalmente, en otros Estados, como Alemania e Italia, el presidente de la República no es
votado directamente por los electores, sino por el conjunto de diputados y senadores.

https://es.slideshare.net/marialejandracastill/sistema-electoral-en-el-peru
Introducción
En esta investigación se encontrarán los puntos pedidos; Todos los países democráticos, procuran que
cuando de elegir a algún funcionario público se trate, la legitimidad, la transparencia y la efectividad sean
el común denominador del proceso de elección.
El sistema electoral es el encargado de poner las reglas para las elecciones; además, es el responsable
de contabilizar y emitir los resultados de manera ágil, efectiva y, sobre todo, transparente; y es por eso
que se puede decir que la legitimidad de la democracia depende del sistema electoral.
Cada país tiene un sistema diferente, pudiéndose valorar la efectividad del sistema electoral de acuerdo
con los resultados que brinde (esto quiere decir que, de acuerdo con la variedad de los elegidos, se
puede medir dicha efectividad). Para que sea más claro, es conveniente dar un ejemplo: si en unas
elecciones para Congreso (ciento dos curules) son elegidos por parte del Partido Liberal sesenta
Congresistas, por parte del Partido Conservador treinta y cinco y por parte de los demás partidos y
movimientos independientes siete, se puede inferir que, en este caso, el sistema electoral es deficiente,
ya que la participación variada es mínima y el poder se concentra en únicamente dos partidos, lo que
hace que el Estado pierda legitimidad.

Sistema electoral
El Sistema Electoral es el nombre que da la Constitución política del Perú al conjunto
de instituciones encargadas de la organización, planificación y ejecución de los
distintos procesos electorales que se llevan a cabo en el país. Todas ellas tienen su sede en la capital,
Lima.
El sistema electoral es uno de los elementos fundamentales del sistema político de un país. Sin embargo,
puede causar equivocaciones debido a la confusión respecto al término. Incluso en la Constitución
Política del Perú encontramos un serio error respecto a lo que en realidad es un sistema electoral.
Un sistema electoral es un conjunto de elementos que, combinados de cierta forma, permiten traducir
votos en puestos de representación. Esto es, en escaños o en cargos de gobierno. No obstante, en la
Constitución del Perú, bajo Del sistema electoral encontramos una descripción de los organismos
electorales. Si esto fuera correcto, significaría que países que no tienen organismos electorales no
tendrían sistema electoral.
Elementos de los sistemas electorales para elecciones parlamentarias
Dentro de éstos encontramos, en primer lugar, a la distribución de las circunscripciones electorales. Esto
se refiere al tamaño y al número de éstas en un sistema electoral. El tamaño de las circunscripciones es
la cantidad de escaños que se disputan en cada circunscripción. El número de circunscripciones es la
cantidad de circunscripciones que se han delimitado para el proceso electoral. La relación entre tamaño y
número de las circunscripciones es inversamente proporcional. Por ejemplo, en el Perú el tamaño máximo
de una circunscripción es 120, ya que existen 120 escaños en el Congreso. Esto ocurre en una
circunscripción única que abarca a todo el país, como sucedió entre los años 1992 y 2000.
El sistema electoral peruano
Tomando en cuenta los elementos del sistema electoral peruano, no resulta sorprendente la
fragmentación extrema que vemos para las elecciones del 2006. El sistema electoral peruano es
proporcional hasta extremos sumamente nocivos. Probablemente en nuestro país sería contraproducente
instaurar un sistema mayoritario ya que existe una pluralidad de intereses en la población. No obstante,
es indiscutible la necesidad urgente de establecer correcciones al sistema electoral. Por ejemplo,
podríamos evitar el ingreso de los partidos pequeños mediante una barrera electoral efectiva a nivel
nacional.
Por otro lado, se podría evaluar la introducción de la lista cerrada y bloqueada. Si consideramos nuestro
frágil sistema de partidos, incentivar la cercanía de la relación entre el candidato y partido sería bastante
favorable para fortalecerlo. En el mismo sentido sería apropiado evaluar la eliminación del doble voto
preferencial. Esta medida incluso evitaría el transfuguismo debido a que el candidato debería su puesto al
partido en última instancia.
Es imprescindible definir en primer lugar cuáles son los objetivos de nuestro sistema electoral para que
éste sea construido orientado hacia dichos fines. Es decir, si se debe favorecer la gobernabilidad, es
inevitable introducir aquellas reformas que modifiquen el multipartidismo extremo. El sistema electoral
peruano también debería tener como objetivo fortalecer el sistema de partidos.

No obstante las ineludibles reformas a nuestro sistema electoral, no debe considerarse que éstas
resolverán todos los problemas propios del sistema político del país. Los sistemas electorales se insertan
en condiciones específicas políticas, económicas, sociales y culturales.

Sistema electoral peruano


Nuestra Constitución Política utiliza la denominación de sistema electoral para referirse al conjunto de
organismos que conducen los procesos electorales. Este sistema se encuentra conformado por:
 Jurado Nacional de Elecciones (JNE)
 Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE)
 Registro Nacional de Identificación y Estado Civil (RENIEC)
ORGANISMOS ELECTORALES

JURADO NACIONAL DE ELECCIONES


El JNE es un organismo autónomo que tiene como finalidad garantizar el derecho a elegir y ser elegido,
velando por el respeto y cumplimiento de la voluntad popular manifestada en los procesos electorales.
HISTORIA DEL JURADO NACIONAL DE ELECCIONES
El JNE se creó el 26 de mayo de 1981, fecha de promulgación del Estatuto Electoral (Decreto Ley N°
7177) que establece su creación en la capital de la República y de jurados departamentales en cada
capital de departamento.
La creación del JNE fue el resultado de un largo proceso de maduración política y electoral que se inicia
con las Constituciones de 1823 y 1826 que hacían referencia al "poder electoral".
Este proceso de maduración continúa con las Constituciones de 1933, y específicamente la de 1979. Esta
última consagra al JNE como único organismo lectoral del Perú. Sin embargo, la Constitución de 1993
establece la división de la administración electoral en tres organismos electorales.
En su vida institucional, el JNE ha garantizado la voluntad popular en 16 Elecciones Políticas Generales,
9 Elecciones Parlamentarias, 18 Elecciones Municipales, 2 Referéndum, 3 Elecciones Regionales entre
otras consultas populares.
Con motivo de las Elecciones Políticas Generales del 2006, el JNE promovió la suscripción del Pacto
Ético Electoral por las organizaciones políticas en el Registro de Organizaciones Políticas. Dicho pacto
fomenta básicamente el voto informado en la ciudadanía y el debate de ideas y programas durante la
campaña electoral.
MISIÓN DEL JNE:
Garantizar la voluntad popular mediante la fiscalización de la organización y ejecución de los procesos
electorales en el ámbito nacional, regional y local, manteniendo latente en la sociedad peruana la
participación democrática.
Asimismo, en cumplimiento de su función educadora difunde la formación de valores cívicos ciudadanos
para la conciencia pacífica.
VISIÓN DEL JNE
Constituirse en el organismo posicionado en la ciudadanía, organizaciones políticas, autoridades
nacionales, regionales y locales, como ente rector del Sistema Electoral,
demostrando liderazgo, competencia, ética e integridad.
FUNCIONES ELECTORALES DEL JNE
El JNE desarrolla sus funciones en los siguientes ámbitos:
 Función Jurisdiccional
 Función Fiscalizadora
 Función Educativa
 Función Normativa
 Función Administrativa y de Registro Electoral
FUNCIÓN JURISDICCIONAL
 Proclama los resultados electorales.
 Declara la vacancia de las autoridades municipales y regionales.
 Resuelve:
 Asuntos electorales
 La nulidad de un proceso electoral
 En última instancia las apelaciones, contra las resoluciones de la Oficina de Registro de las
Organizaciones Políticas (OROP) y de los Jurados Electorales Especiales (JEE).
 Las apelaciones contra la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) y el Registro Nacional de
Identificación y Estado Civil (RENIEC).
 En última instancia los proceso de vacancia de autoridades regionales y municipales.
 Determina en última instancia la inscripción de candidatos a: Presidente, Vicepresidentes, Congresistas,
Miembros del Parlamento Andino, Presidente y Consejeros Regionales, Alcaldes y Regidores Municipales
FUNCIÓN FISCALIZADORA
FISCALIZA:
 La legalidad del ejercicio del sufragio, desde la convocatoria hasta la proclamación de los resultados.
 La elaboración de los padrones electorales, que es la relación de ciudadanos y ciudadanas hábiles para
votar.
 El comportamiento de todos los actores electorales (miembro de mesa, electores, personeros,
observadores, miembros de organizaciones políticas, entre otros).
 Los procedimientos de propaganda electoral, las garantías del proceso, la neutralidad de los organismos y
funcionarios públicos.
 La elección de representantes ante el Consejo de Coordinación Regional (CCR), el Consejo de
Coordinación Local (CCL), Juntas Vecinales, y otras elecciones de las instituciones u organizaciones que
así lo soliciten.
FUNCIÓN EDUCATIVA
 Desarrolla programas permanentes de educación electoral que permita crear conciencia cívica en la
ciudadanía; para cumplir con dicho objetivo celebra convenios con diversas instituciones.
 Diseña y ejecuta programas de capacitación electoral de los funcionarios del JNE y de los miembros de
los JEE en cada proceso electoral.
 Desarrolla proyectos de investigación y estudios en materia electoral y municipal.
FUNCIÓN NORMATIVA
 Propone proyectos de ley en materia electoral.
 Determina el número de escaños del Congreso por cada distrito electoral.
 Determina el proceso de tachas contra los integrantes de las Oficinas Descentralizadas de Procesos
Electorales.
 Establece el número de firmas que se presenta para el ejercicio de los derechos de participación
y control ciudadano.
 Establece el número de firmas que deben presentar las organizaciones políticas para participar en los
procesos electorales.
Reglamenta:
 Las leyes electorales
 La aplicación de la cuota de género y la cuota nativa en los procesos electorales.
 Las tachas contra los integrantes de las Oficinas Descentralizadas de Procesos Electorales.
 La inscripción de los extranjeros residentes en el Perú, para su participación en los procesos electorales
municipales.
 La difusión y control de la propaganda electoral.
 El Registro Electoral de Encuestadoras.
FUNCION ADMINISTRATIVA Y DE REGISTRO ELECTORAL
 Determina las circunscripciones electorales y las sedes de los Jurados Electorales Especiales (JEE).
 Inscribe a los observadores electorales, nacionales e internacionales.
 Recibe y admite las credenciales de los personeros de las organizaciones políticas.
 Presenta al Poder Ejecutivo, el presupuesto del Sistema Electoral.
 Inscribe a las encuestadoras electorales.
 Coordina con el Poder Judicial la designación de los Presidentes de los JEE.
 Integra con los organismos del Sistema Electoral, el Comité de Coordinación Electoral.
 Administra el servicio de Dispensas por omisión al sufragio o instalación a la mesa de sufragio.
 La Oficina de Registro de Organizaciones Políticas (OROP) realiza las siguientes funciones:
 Evalúa las solicitudes de inscripción de las organizaciones políticas
 Inscribe las organizaciones políticas de alcance nacional, regional y local
 Resuelve las tachas presentadas contra la inscripción de una organización política.
 Custodia el archivo de información electoral sobre candidatos y autoridades electas en procesos
electorales.
 Resuelve consultas de carácter genérico sobre la inscripción de organizaciones políticas.

Conclusiones
La finalidad que plantamos en este trabajo fue demostrar el desarrollo del sistema electoral peruano,
describir el proceso electoral peruano para la elección presidencial, congresistas, regionales y
municipales los elementos integrantes del sistema electoral como el sistema de partidos,
el financiamiento a los partidos y la reelección presidencial aunque esta no se encuentran de manera
efectiva y activa dentro del proceso electoral actual, pero que tiene una ubicación histórica dentro del
proceso evolutivo del sistema y de la historia político del Perú.
Se observo el desarrollo que ha tenido el sistema electoral peruano y los elementos integrantes que han
sido formados y actualizados para mejorar el funcionamiento. El principal problema del sistema ha sido el
sistema de partidos el cual: ha mantenido una facilidad de creación de partidos y las altas cifras que se le
han dado a los partidos para cubrir y costear no solo su mantenimiento y funcionamiento sino también
campañas electorales y la usencia que se ha presentado.

Sugerencias
El sistema electoral tiene por finalidad asegurar que las votaciones traduzcan la expresión autentica, libre
y espontanea de los ciudadanos; y que los escrutinios sean reflejo exacto y oportuno de la voluntad del
elector expresada en las urnas por votación directa. Tiene por funciones básicas el planeamiento, la
organización y la ejecución de los procesos electorales o de referéndum u otras consultas populares; el
mantenimiento y la custodia de un registro único de identificación de las personas; y el registro de los
actos que modifican el estado civil.

14. ATRIBUCIONES DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA, DEL


CONGRESO.

Artículo 118 Atribuciones y obligaciones del Presidente de


la República Corresponde al Presidente de la República:
1. Cumplir y hacer cumplir la Constitución y los tratados,
leyes y demás disposiciones legales.
2. Representar al Estado, dentro y fuera de la República.
3. Dirigir la política general del Gobierno.
4. Velar por el orden interno y la seguridad exterior de la
República.
5. Convocar a elecciones para Presidente de la República y
para representantes a Congreso, así como para alcaldes y
regidores y demás funcionarios que señala la ley.
6. Convocar al Congreso a legislatura extraordinaria; y
firmar, en ese caso, el decreto de convocatoria.
7. Dirigir mensajes al Congreso en cualquier época y
obligatoriamente, en forma personal y por escrito, al
instalarse la primera legislatura ordinaria anual. Los
mensajes anuales contienen la exposición detallada de la
situación de la República y las mejoras y reformas que el
Presidente juzgue necesarias y convenientes para su
consideración por el Congreso. Los mensajes del Presidente
de la República, salvo el primero de ellos, son aprobados
por el Consejo de Ministros.
8. Ejercer la potestad de reglamentar las leyes sin
transgredirlas ni desnaturalizarlas; y, dentro de tales
límites, dictar decretos y resoluciones.
9. Cumplir y hacer cumplir las sentencias y resoluciones de
los órganos jurisdiccionales.
10. Cumplir y hacer cumplir las resoluciones del Jurado
Nacional de Elecciones.
11. Dirigir la política exterior y las relaciones
internacionales; y celebrar y ratificar tratados.
12. Nombrar embajadores y ministros plenipotenciarios, con
aprobación del Consejo de Ministros, con cargo de dar
cuenta al Congreso.
13. Recibir a los agentes diplomáticos extranjeros, y
autorizar a los cónsules el ejercicio de sus funciones.
14. Presidir el Sistema de Defensa Nacional; y organizar,
distribuir y disponer el empleo de las Fuerzas Armadas y de
la Policía Nacional.
15. Adoptar las medidas necesarias para la defensa de la
República, de la integridad del territorio y de la
soberanía del Estado.
16. Declarar la guerra y firmar la paz, con autorización
del Congreso.
17. Administrar la hacienda pública.
18. Negociar los empréstitos.
19. Dictar medidas extraordinarias, mediante decretos de
urgencia con fuerza de ley, en materia económica y
financiera, cuando así lo requiere el interés nacional y
con cargo de dar cuenta al Congreso. El Congreso puede
modificar o derogar los referidos decretos de urgencia.
20. Regular las tarifas arancelarias.
21. Conceder indultos y conmutar penas. Ejercer el derecho
de gracia en beneficio de los procesados en los casos en
que la etapa de instrucción haya excedido el doble de su
plazo más su ampliatoria.
22. Conferir condecoraciones en nombre de la Nación, con
acuerdo del Consejo de Ministros.
23. Autorizar a los peruanos para servir en un ejército
extranjero. Y
24.Ejercer las demás funciones de gobierno y administración
que la Constitución y las leyes le encomiendan.

En el sistema constitucional existen dos formas básicas de


gobierno: el régimen parlamentario y el régimen
presidencial. En ambos regimenes las funciones que
corresponden a la Jefatura del Estado (representación
protocolar del Estado) y a la Jefatura del Gobierno
(dirección de la gestión de los asuntos públicos) son
realizadas de diferentes maneras.

En el régimen parlamentario, la Jefatura del Gobierno está


cargo de un funcionario que, según el país de que se trate,
recibe distintas denominaciones (por ejemplo, Primer
Ministro, Canciller o Presidente del Gobierno), mientras
que la Jefatura del Estado es asumida por una persona
distinta.

En el régimen presidencial, en cambio, tanto la Jefatura


del Estado como la Jefatura del Gobierno están a cargo de
una sola autoridad que recibe el nombre de Presidente.

La Constitución peruana de 1993 ha asumido un régimen


semipresidencial, es decir una organización del ejercicio
del poder político que contiene los elementos fundamentales
del régimen presidencial, pero acompañados por algunos
mecanismos ajenos al mismo, que pertenecen al régimen
parlamentario (por ejemplo, la censura de los ministros, la
interpelación y la disolución del Congreso). Al respecto,
Juan Linz: explica que en los sistemas presidenciales "el
presidente no es solo el que ejerce el poder ejecutivo,
sino también el jefe simbólico del Estado, y no se le puede
destituir, excepto en algún caso excepcional de juicio
político (impeachment), entre elecciones".

Uno de los elementos centrales del régimen presidencial,


contenidos en la Constitución peruana vigente, es la
atribución al Presidente de la República de las funciones
de Jefe de Estado y de Jefe de Gobierno. Así, mientras el
artículo 110 del texto constitucional establece que el
Presidente de la República es el Jefe del Estado y
personifica a la Nación, el inciso 3 de su artículo 118
prescribe que a esta autoridad le corresponde dirigir la
política general del Gobierno. El artículo 118 de la
Constitución -que es materia del presente comentario
contiene 24 incisos, en los cuales se mencionan distintas
atribuciones presidenciales, la mayor parte de ellas
correspondientes a los dos ámbitos mencionados de las
funciones del Presidente de la República. Así, en cuanto a
la Jefatura de Estado, en esta norma se reconoce al
Presidente la atribución de representar al Estado dentro y
fuera de la República (inciso 2). En cuanto a la Jefatura
de Gobierno, en este artículo se establece que al
Presidente de la República le corresponde dirigir la
política general de Gobierno (inciso 3), velar por el orden
interno y la seguridad exterior de la República (inciso 4),
dirigir mensajes al Congreso en cualquier época y,
obligatoriamente, al instalarse la primera legislatura
anual (inciso 7), reglamentar las leyes, sin transgredirlas
ni desnaturalizarlas; y, dentro de tales limites, dictar
decretos y resoluciones (inciso 8), cumplir y hacer cumplir
las sentencias y resoluciones de los órganos
jurisdiccionales (inciso 9), cumplir y hacer cumplir las
resoluciones del Jurado Nacional de Elecciones (inciso 10),
dirigir la política exterior y las relaciones
internacionales; y celebrar y ratificar tratados (inciso
11), nombrar embajadores y ministros plenipotenciarios, con
aprobación del Consejo de :Ministros, y con cargo de dar
cuenta al Congreso (inciso 12), presidir el Sistema de
Defensa Nacional; y organizar, distribuir y disponer el
empleo de las Fuerzas Armadas y de la Policía Nacional
(inciso 14), adoptar las medidas necesarias para la defensa
de la República, de la integridad del territorio y de la
soberanía del Estado (inciso 15), declarar la guerra y
firmar la paz, con autorización del Congreso (inciso 16),
administrar la hacienda pública (inciso 17), negociar los
empréstitos (inciso 18), regular las tarifas arancelarias
(inciso 20) y autorizar a los peruanos para servir en un
ejército extranjero (inciso 23).

También le corresponde convocar a elecciones


presidenciales, parlamentarias y municipales (inciso 5),
convocar al Congreso a legislatura extraordinaria (inciso
6), conceder indultos, conmutar penas y ejercer el derecho
de gracia en beneficio de los procesados, cuando la etapa
de instrucción haya excedido el doble de su plazo más su
ampliatoria (inciso 21), recibir a los agentes diplomáticos
extranjeros, y autorizar a los cónsules el ejercicio de sus
funciones (inciso 13) y conferir condecoraciones a nombre
de la nación, con aprobación del Consejo de Ministros
(inciso 22).

El inciso 19 del artículo materia del presente comentario


contiene una atribución excepcional del Presidente de la
República: la expedición de normas con fuerza de ley, en
materia económica y financiera. Se trata de los decretos de
urgencia, los cuales -aunque el texto de este inciso no lo
dice expresamente- solo pueden ser expedidos válidamente en
circunstancias de emergencia. Permitir el empleo ordinario
de esta facultad presidencial conllevaría la ruptura de uno
de los elementos fundamentales del sistema constitucional:
la prohibición de que una autoridad concentre el ejercicio
regular de las funciones ejecutiva y legislativa. Esta
concentración se produjo durante los 12 años de vigencia de
la Constitución de 1979, cuando los gobiernos de entonces
modificaron numerosas leyes del Congreso mediante el empleo
de la facultad establecida en el inciso 20 de ese texto
constitucional. El funcionamiento de los decretos de
urgencia en el Derecho Comparado y su tratamiento doctrinal
permiten apreciar que esta institución comprende cuatro
elementos fundamentales: circunstancia habilitante,
carácter transitorio, limitación normativa, procedimiento
de expedición y mecanismo de convalidación parlamentaria.
La circunstancia habilitante es el estado de necesidad que
justifica la expedición de un decreto de urgencia. Al
respecto, la Constitución de España de 1978 faculta al
Gobierno a dictar disposiciones legislativas provisionales
en caso de "extraordinaria y urgente necesidad", mientras
que el artículo 177 de la Constitución italiana de 1947
prescribe que las "medidas provisionales" con fuerza de ley
pueden ser expedidas en casos "extraordinarios de necesidad
y urgencia". En cambio, el inciso 19 del artículo 118 de la
Constitución peruana, ignorando el significado de los
decretos de urgencia, señala que el Presidente puede
expedirlos "cuando así lo requiere el interés nacional". El
carácter transitorio de los decretos de urgencia obedece a
que su finalidad es enfrentar una situación que, por ser de
emergencia, no es permanente.

Por eso -a diferencia del silencio presente en nuestro


texto constitucional-las Constituciones de Italia, Brasil,
Austria y España mencionan expresamente la transitoriedad
de estas normas. La limitación normativa es el
establecimiento de ámbitos que no pueden ser objeto de
regulación por estos decretos. Al respecto, el inciso 19
del artículo 118 de la Constitución peruana señala que
deben versar sobre materia económica y financiera.
Asimismo, el artículo 74 del mismo texto constitucional
establece que los decretos de urgencia no pueden contener
materia tributaria. El procedimiento de expedición de los
decretos de urgencia, conforme a lo dispuesto en el
artículo 125 de la Constitución del Perú, comprende la
necesidad de su aprobación por parte del Consejo de
Ministros. Finalmente, el mecanismo de convalidación
parlamentaria sirve al Congreso para enfrentar los abusos
en los cuales el Jefe de gobierno puede incurrir al
utilizar esta facultad. El inciso 20 de! artículo 211 de la
Constitución de 1979 facultaba al Presidente de la
República para dictar "medidas extraordinarias en materia
económica y financiera, cuando así lo requiera el interés
nacional y con cargo de dar cuenta al Congreso". César
Landa explica que durante "la vigencia de la Constitución
de 1979, en el Perú, el Poder Ejecutivo legisló casi tanto
o a veces más que e! Congreso", y recuerda que durante el
gobierno de Fernando Belaunde se dictaron 667 decretos de
urgencia, 1033 durante el gobierno de Alan García y 562
durante el gobierno constitucional de Alberto Fujimori
(1990-1992). Son 'medidas provisorias; Italia (1947) las
denomina 'medidas provisionales'; Austria (1920), 'decretos
transitorios de modificación de leyes'; y España (1978)
reconoce que estas disposiciones legislativas provisionales
tomarán forma de decretos leyes. Tienen eficacia jurídica
desde el inicio de su vigencia a los decretos expedidos sin
que exista una circunstancia habilitante, sin observar la
limitación normativa o transgrediendo el procedimiento de
expedición.

A diferencia de lo que ocurre en los ordenamientos de


Brasil e Italia, la Constitución peruana no contempla este
mecanismo, pues el inciso 19 de su artículo 211, únicamente
señala que el Presidente debe dar cuenta al Congreso del
ejercicio de esta facultad, y que este órgano puede
modificar o derogar los decretos de urgencia.

El Congreso:

Es el órgano representativo de la nación y tiene como funciones principales la representación


de la nación, la dación de leyes, la permanente fiscalización y control político, orientados al
desarrollo económico, político y social del país, así como la eventual reforma de la Constitución
y otras funciones especiales.

Función legislativa
La función legislativa comprende el debate y la aprobación de reformas de la Constitución, de
leyes y resoluciones legislativas, así como su interpretación, modificación y derogación, de
acuerdo con los procedimientos establecidos por la Constitución Política y el Reglamento del
Congreso.

Función de control político


La función de control político comprende la investidura del Consejo de Ministros, el debate, la
realización de actos e investigaciones y la aprobación de acuerdos sobre la conducta política
del Gobierno, los actos de la administración y de las autoridades del Estado, el ejercicio de la
delegación de facultades legislativas, el dictado de decretos de urgencia y la fiscalización sobre
el uso y la disposición de bienes y recursos públicos, el cumplimiento por el Presidente de la
República del mensaje anual al Congreso de la República y el antejuicio político, cuidando que
la Constitución Política y las leyes se cumplan y disponiendo lo conveniente para hacer efectiva
la responsabilidad de los infractores.

Funciones especiales
Son funciones especiales del Congreso designar al Contralor General de la República, elegir al
Defensor del Pueblo, así como a los miembros del Tribunal Constitucional, al Directorio del
Banco Central de Reserva, y ratificar al Presidente del Banco Central de Reserva y al
Superintendente de Banca y Seguros. Le corresponde también la remoción en los casos
previstos en la Constitución.

15. RELACIONES ENTRE AMBOS.

CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL PERÚ


CAPÍTULO VI DE LAS RELACIONES CON EL PODER LEGISLATIVO

Artículo 130°.- Dentro de los treinta días de haber asumido


sus funciones, el Presidente del Consejo concurre al
Congreso, en compañía de los demás ministros, para exponer
y debatir la política general del gobierno y las
principales medidas que requiere su gestión. Plantea al
efecto cuestión de confianza. Si el Congreso no está
reunido, el Presidente de la República convoca a
legislatura extraordinaria.

Artículo 131°.- Es obligatoria la concurrencia del Consejo


de Ministros, o de cualquiera de los ministros, cuando el
Congreso los llama para interpelarlos. La interpelación se
formula por escrito. Debe ser presentada por no menos del
quince por ciento del número legal de congresistas. Para su
admisión, se requiere el voto del tercio del número de
representantes hábiles; la votación se efectúa
indefectiblemente en la siguiente sesión. El Congreso
señala día y hora para que los ministros contesten la
interpelación. Esta no puede realizarse ni votarse antes
del tercer día de su admisión ni después del décimo.

Artículo 132°.- El Congreso hace efectiva la


responsabilidad política del Consejo de Ministros, o de los
ministros por separado, mediante el voto de censura o el
rechazo de la cuestión de confianza. Esta última sólo se
plantea por iniciativa ministerial. Toda moción de censura
contra el Consejo de Ministros, o contra cualquiera de los
ministros, debe ser presentada por no menos del veinticinco
por ciento del número legal de congresistas. Se debate y
vota entre el cuarto y el décimo día natural después de su
presentación. Su aprobación requiere del voto de más de la
mitad del número legal de miembros del Congreso. El Consejo
de Ministros, o el ministro censurado, debe renunciar. El
Presidente de la República acepta la dimisión dentro de las
setenta y dos horas siguientes. La desaprobación de una
iniciativa ministerial no obliga al ministro a dimitir,
salvo que haya hecho cuestión de confianza de la
aprobación.

Artículo 133°.- El Presidente del Consejo de Ministros


puede plantear ante el Congreso una cuestión de confianza a
nombre del Consejo. Si la confianza le es rehusada, o si es
censurado, o si renuncia o es removido por el Presidente de
la República, se produce la crisis total del gabinete.

Artículo 134°.- El Presidente de la República está


facultado para disolver el Congreso si éste ha censurado o
negado su confianza a dos Consejos de Ministros. El decreto
de disolución contiene la convocatoria a elecciones para un
nuevo Congreso. Dichas elecciones se realizan dentro de los
cuatro meses de la fecha de disolución, sin que pueda
alterarse el sistema electoral preexistente. No puede
disolverse el Congreso en el último año de su mandato.
Disuelto el Congreso, se mantiene en funciones la Comisión
Permanente, la cual no puede ser disuelta. No hay otras
formas de revocatoria del mandato parlamentario. Bajo
estado de sitio, el Congreso no puede ser disuelto.

Artículo 135°.- Reunido el nuevo Congreso, puede censurar


al Consejo de Ministros, o negarle la cuestión de
confianza, después de que el Presidente del Consejo haya
expuesto ante el Congreso los actos del Poder Ejecutivo
durante el interregno parlamentario. En ese interregno, el
Poder Ejecutivo legisla mediante decretos de urgencia, de
los que da cuenta a la Comisión Permanente para que los
examine y los eleve al Congreso, una vez que éste se
instale.

Artículo 136°.- Si las elecciones no se efectúan dentro del


plazo señalado, el Congreso disuelto se reúne de pleno
derecho, recobra sus facultades, y destituye al Consejo de
Ministros. Ninguno de los miembros de éste puede ser
nombrado nuevamente ministro durante el resto del período
presidencial. El Congreso extraordinariamente así elegido
sustituye al anterior, incluida la Comisión Permanente, y
completa el período constitucional del Congreso disuelto.

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