Quinta Palabra
Quinta Palabra
Quinta Palabra
La quinta palabra que encontramos en San Juan es «tengo sed». Pero para
entenderla tenemos que añadir las palabras que se mencionaron antes y después
del mismo evangelista. «Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba
cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: "Tengo sed". Había allí una
vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en
vinagre y se la acercaron a la boca»
Jesús habla en esta quinta Palabra de “su sed”. Aquella sed que vive El como
Redentor en la Cruz, cuando realiza la Salvación de los hombres, pide otra bebida
distinta del agua o del vinagre, pide nuestra conversión. “La sed del cuerpo, con
ser grande -decía Santa Catalina de Siena- es limitada. La sed espiritual es infinita”.
Nosotros, los cristianos, necesitamos tener sed de una vida espiritual intensa. En
este mundo de hoy sólo se puede ser cristiano, si se tiene una profunda vida
espiritual. Si se está bien alimentado interiormente, enraizado en Dios, con la
Eucaristía. Debemos aprender a amarla, pues en ella se refleja el gran amor que
Dios nos tiene.
"Cristo grita en la Cruz: ‘Tengo sed’, revelando así una insondable sed de amar y de
ser amado por todos nosotros. Esforcemos por conocerle, amarle y proclamar su
vida -el evangelio- entre las personas que nos rodean, que buscan a través de
tantas equivocadas maneras llenar sus vidas. Sólo cuando percibimos la
profundidad y la intensidad de este misterio nos damos cuenta de la necesidad y la
urgencia de que lo amemos ‘como’ Él nos ha amado.
La vida sin Dios, sin amor no vale nada. Ama, porque la vida sin amor no vale nada.
Amemos, porque al atardecer de nuestra vida se nos juzgará del amor.
Aun hoy día nuestro Salvador, en lugar de vino, recibe vinagre, en vez de mirra,
recibe hiel, pues el mundo no aprecia su sacrificio, su amor por las almas, y ni
siquiera aquellos que hemos confiado en El de todo corazón y podemos decirle
como Pedro "Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo". ¿No
podríamos hacer más, mucho más, para mostrarle nuestro amor, para calmar la sed
de su alma?
Si te sientes insatisfecho con tu vida y anhelas una vida plena y significativa, tienes
que parar de buscar en otro lugar que no sea Jesús.
Siempre estamos mirando alrededor, tratando de encontrar algo que haga nuestras
vidas felices y significativas. Pensamos: “Si sólo pudiera tener esa clase de ropas,
entonces sería genial. Si pudiera hacerme la cirugía estética y arreglar esa parte,
entonces mi vida sería grandiosa. Si pudiera tener ese trabajo, ahí sí estaría
satisfecho”.
Nos resistimos a beber de esa fuente de aguas vivas que es el Corazón de Jesús,
del Señor de la Misericordia. Somos fríos y perezosos. Le damos el vinagre de
nuestra pasividad ante su palabra encendida, de nuestra insensibilidad ante sus
sufrimientos que no acaban de cambiarnos la vida, de nuestra fe dormida que no
reacciona ante tanto sufrimiento de Cristo por nuestros pecados para liberarnos del
infierno. El agua fresca que calma la sed de Cristo, son el arrepentimiento de
nuestros pecados, el cambio de nuestro pensar y nuestros valores, de nuestros
deseos y aspiraciones, de las causas de nuestras tristezas y alegrías.
Somos débiles y nos resulta duro estar como María al pie de la cruz. Si nos
acercamos a ella, nos dará su mano para aumentar nuestra fe, mantenernos firmes
en el sufrimiento, tener conciencia de que así contribuimos a la obra de Cristo y
calmamos su sed, transformaremos el desierto en valle atravesado por corrientes
de agua y Cristo nos lo agradecerá.