Globalización

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Globalización, homogenización cultural y

cultura nacional

El análisis del impacto cultural de la globalización desde una sociedad tan abierta y
expuesta al influjo externo como Panamá plantea la dificultad de percibir la cuestión
como un problema. En realidad, desde el período colonial, el “transitismo” característico
de nuestra economía ha condicionado la formación de cierto carácter nacional
cosmopolita. La Construcción del canal y el surgimiento de la Zona del Canal, en donde
se reprodujo el “estilo de vida americano” —the American Way of Life— ejercieron un
enorme efecto de demostración sobre la población panameña, ya que nos fueron
acostumbrando a los usos y costumbres de la sociedad estadounidense. Por si fuera
poco, la invasión de los Estados Unidos de América a Panamá, el 20 de diciembre de
1989, reforzó su influencia, la cual aún se percibe, a pesar del traspaso a manos
panameñas del canal interoceánico y de la Zona del Canal el 31 de diciembre de 1999.
Es válido y oportuno examinar la influencia de la cultura global en nuestra América, y
aún en Panamá. La globalización generalmente se ha percibido como un fenómeno de
naturaleza fundamentalmente económica, que ha incidido en los procesos de
liberalización y apertura económica, así como en los empeños por acelerar la
integración de mercados a través de acuerdos comerciales. Sin embargo, esta
perspectiva deja de lado su impacto sobre la gente, sobre los pueblos. Esta tendencia
“globalizadora” no sólo está integrando mercados, sino también gente. Con ello,
promueve un proceso de “homogenización cultural” por el cual se están uniformando, a
través de los medios de comunicación de masas y la creciente influencia mediática del
ciberespacio, estilos de vida, reflejados en el vestido, la dieta, el entretenimiento. Su
impacto se observa en los cambios que han experimentado las diversas expresiones
de la cultura nacional en los pueblos de la región (artesanías, música, tradiciones, etc.),
las cuales se han venido abandonando, transformando o mercantilizando en respuesta
a las demandas del mercado. Incluso los pueblos originarios, urgidos por encontrar
nuevas fuentes de ingreso frente al agotamiento de los recursos tradicionales y la
presión del mercado producida por la liberalización de la economía, se han visto
forzados a enfrentar los retos de esta mundialización, incursionando en la explotación
turística de la biodiversidad de sus territorios y la riqueza cultural de sus tradiciones.
Todo esto nos lleva a reflexionar sobre el carácter homogenizador de la globalización,
la presión que ésta ejerce sobre las culturas locales y las respuestas de los pueblos y
comunidades ante este influjo, con lo cual están demostrando una gran capacidad de
adaptación, apropiación y reconstrucción. Homogenización cultural y “McDonalización”
Junto a la transnacionalización de los procesos productivos y la integración de los
mercados internacionales, que caracterizan el actual modelo neo-liberal de la
globalización, encontramos que las innovaciones tecnológicas han generado un
proceso de expansión de los sistemas de televisión por cable y satélite que, aunados al
avance acelerado de la Internet, han creado un espacio cultural de carácter mundial, en
el cual se comparten imágenes, sonidos y símbolos. Las expresiones de este proceso
se observan por doquier. La todopoderosa CNN nos mantiene “informados” de los
acontecimientos relevantes ―según quiénes la manejan― que ocurren en cualquier
parte del mundo; la omnipresente ESPN mantiene a aficionados al fútbol, béisbol y
otros deportes atentos a los resultados de los partidos y torneos que se escenifican
lejos del hogar del televidente. Lo mismo ocurre en el mundo del cine y la televisión, la
música y la moda. Cada vez más, personas ubicadas en los más recónditos puntos del
planeta comparten y consumen estos productos culturales, integrándolos a su vida
cotidiana.
Esto es lo que algunos autores han denominado “homogenización cultural” y es lo que
alimenta el temor de muchos intelectuales y activistas, ya que, si esto continua así, si
no hacemos algo, pronto se completará el proceso de imposición de la cultura
occidental, especialmente la estadounidense, en detrimento de las expresiones de las
culturas locales, regionales o nacionales. Y es que, ciertamente, la globalización tiene
una gran capacidad para uniformar los modos de pensar y hacer. El ritmo acelerado de
la vida contemporánea, la introducción de la robótica y la informática para hacer más
eficientes los procesos productivos, la integración de los sistemas financieros y las
bolsas de valores, tienen a la economía mundial funcionando vertiginosamente las 24
horas del día. Esto ha llevado a que los regímenes laborales se extiendan, reduciendo
el tiempo para el descanso y el esparcimiento. Asimismo, los medios para proveer a la
población de alimento, vestido, vivienda, salud, sexo, etc., se han estandarizado, para
satisfacer estas necesidades de forma rápida y eficiente. Esta racionalización de la vida
cotidiana es lo que George Ritzer llama la McDonalización de la sociedad. En el plano
cultural, quizás el medio más efectivo para lograr esta uniformidad de gustos, opiniones
y criterios sea la televisión, especialmente la televisión por cable y satélite, aunque las
televisoras nacionales no están exentas de esta influencia de productos e imágenes
procedentes del extranjero. Con ambos padres trabajando fuera del hogar, las
televisiones se han convertido en las grandes tutoras de nuestros hijos, moldeando sus
mentes según los criterios de quienes manejan los “ratings”, las audiencias, más
interesados en mantener un gran número de televidentes que en presentar programas
educativos o promover valores edificantes. ¿Qué podemos hacer ante este enorme
influjo? Los Estados nacionales han prácticamente dejado de intervenir en el contenido
de los programas televisivos nacionales, y es casi nula su influencia sobre los canales
de cable. La compra de las televisoras nacionales por cadenas extranjeras o sus
“alianzas estratégicas” con aquéllas, llenan nuestras casas de enlatados y eventos de
todo tipo producidos fuera del país. Frente a esto, pareciera que nuestra única forma de
escapar sería adoptando el improbable “ayuno televisivo” recomendado por José
Martín Brocos Fernández. Pero en el plano cultural, hay otro terreno en el cual la
globalización se está extendiendo con fuerza en nuestro continente, al amparo de los
acuerdos con la Organización Mundial de Comercio y los procesos de integración que
se están produciendo a través de los tratados de libre comercio, es que los Estados
Unidos de América firmó recientemente con Centro América y el que negocia con
Panamá. Me refiero al tema de la educación en general y al de la educación superior
en particular. Hasta hace poco, la educación tenía el carácter de servicio de interés
social, de interés público. El Estado podía concesionarlo a agentes particulares a
condición de que se ajustara de acuerdo con las normas que el propio Estado dictaba y
además podía retirar la concesión cuando estas normas no se cumplieran. Pero hoy se
le está dando el carácter de mercancía, con todas las ventajas y desventajas de serlo,
y con ello la capacidad de regulación sobre este servicio es muy limitada. La UNESCO
impulsa con toda su fuerza esta “Mcdonalización de la educación”, o sea la exportación
de establecimientos educativos de un país a otro, o la apertura de centros educativos a
todos los niveles por inversionistas nacionales o foráneos, más preocupados por el
afán de lucro que el de la promoción de los valores morales, los intereses nacionales o
la formación integral. Cultura global: El asalto a las culturas locales Estos procesos de
homogenización cultural han gestado lo que algunos autores denominan “cultura
global”, que aspiraría a ser una cultura única, absoluta, universal, hegemónica. María
José Fariñas Dulce, profesora de Filosofía y Sociología del Derecho en la Universidad
Carlos III de Madrid, en su artículo “Las asimetrías de la globalización y los
movimientos de resistencia global”, propone que habría que comprender por “cultura
global” a aquélla que, “ilegítimamente intenta hablar en nombre de toda la humanidad,
traspasando los límites de su propia legitimidad y de su propio contexto real de
referencia, e imponiendo sus propios y unilaterales fundamentos éticos y estéticos,
como mecanismos de homogeneidad y de dominación cultural”. Es decir, la "cultura
global", así entendida, difundiría y terminaría imponiendo a escala mundial su particular
interpretación de la realidad como mecanismo de control y cohesión social, y como
medio de dominación. Citando a Giulio Girardi, Fariñas Dulce resalta el aspecto político
y las pretensiones imperialistas de esta globalización cultural, al considerarla “el
aspecto más profundo de la dominación, porque penetra en la vida íntima de los
espíritus, destruyendo su originalidad e identidad", y atentando directamente contra el
derecho a la identidad propia de las otras personas y pueblos. Esto es así debido a
que, como señala Carlos García Canclini, la globalización no sólo homogeniza e integra
a las culturas; también genera procesos de estratificación, segregación y exclusión,
pues determinadas expresiones y valores culturales ―los “occidentales”― son
considerados como válidos, en tanto que los otros son vistos como “barbarismos”,
cosas del pasado. En el caso de Panamá, y tal vez sea lo mismo en el resto de la
región centroamericana, se ha profundizado la influencia cultural de la globalización, al
compás del avance, aparentemente indetenible, de las políticas neoliberales. Así, en
lugar de la cooperación y la solidaridad, el discurso oficial y la propaganda de los
medios exaltan el individualismo y el éxito personal, representado por la acumulación
de capital o el exhibicionismo consumista. En este ambiente caracterizado por la
competitividad ―a veces entre las mismas instituciones de educación superior e,
incluso, entre sus unidades académicas y administrativas impulsadas por el afán de
maximizar la “autogestión”―, las políticas educativas hacen énfasis en la promoción
del “espíritu empresarial”, dejando de lado las viejas premisas referentes al
compromiso social o la conciencia nacional. Con este triunfo de la mentalidad
capitalista, en la cual se habla de que estamos en camino de construir la “ciudadanía
universal”, se ve en los países simplemente a un conjunto de “mercados”, con posibles
“compradores”. Esta visión unificadora del mundo, que tiende a borrar las barreras
nacionales en nombre del “libre comercio”, se olvida que no sólo estamos integrando a
mercados, sino a gentes, a pueblos, a personas, con personalidades históricas,
tradiciones, costumbres y creencias diferentes. Y es allí en dónde se están generando
fuertes tensiones entre este modelo, hegemónico y homogeneizador, y los esfuerzos
por construir sociedades abiertas a experiencias divergentes y heterogéneas. Frente a
esa “ciudadanía universal”, abstracta, desigual, hegemónica, los pueblos y
comunidades reivindican su derecho a disfrutar de su “ciudadanía local”. Es decir, por
doquier se plantea la necesidad de construir espacios para preservar y reproducir las
identidades sociales históricamente conformadas, las culturas locales. Pero, ¿son
viables estos esfuerzos? Es decir, ¿son históricamente posibles y convenientes? Para
Anthony Giddens, la globalización es un proceso irreversible, por lo cual las identidades
locales deberán re-definirse en su amalgamiento con las influencias externas. Esto se
comprende si reconocemos que nuestra noción tradicional del tiempo se ha
desdibujado al tener en cuenta que con la informática se habla ya de la distinción entre
tiempo “virtual” y tiempo “real”. Lo mismo sucede con la noción de espacio, en tanto
que el ciberespacio se ha constituido en una comunidad que enlaza a individuos y
corporaciones, independientemente del “espacio real” que ocupen. Esta “virtualidad” de
la realidad cuestiona la vieja noción que definía con claridad la cultura nacional y local a
partir de fronteras geográficas claramente definidas y reconocidas. Hoy, ciertas formas
culturales, occidentales en general y, para el caso nuestro, estadounidenses en
particular, se desterritorializan o, como sugiere Giddens, se “re-territorializan” al
mezclarse con nuevas formas de construir comunidades. Esto es lo que él llama
“desenclave”, el cual entiende como “el proceso por el que las relaciones sociales se
erradican de sus circunstancias sociales y recombinan a lo largo de extensiones
indefinidas de espacio y tiempo”. Este proceso de “desterritorializar” ciertas formas
culturales han tenido éxitos variados. Ciertamente, en los años noventa, Michael
Jordan era el deportista más famoso del mundo y su camiseta número 23 era vestida
por jóvenes en las canchas de baloncesto de El Chorrillo y Río Abajo en Panamá, así
como en las calles de San José de Costa Rica, Santiago de Chile y Sydney, Australia.
La ciudad de Panamá está llena de McDonalds y otros restaurantes de comida rápida,
al igual que las ciudades de puntos tan distantes como la Federación Rusa o China. En
Panamá se ha adoptado una política educativa dirigida a que, dentro de una década,
todos los jóvenes egresados del sistema educativo, sepan hablar inglés y tengan
conocimientos básicos de informática; con ello se une a otra pléyade de naciones que
están siguiendo el mismo sendero. Las reacciones anti-globalización: la reafirmación de
lo local Todo lo planteado pareciera indicar el triunfo de la globalización cultural y la
construcción de la “Aldea global”. Sin embargo, hay que observar con cuidado,
detalladamente, pues una observación superficial nos llevaría al error, al engaño. Esos
jóvenes que admiraban los malabarismos atléticos y el espíritu luchador de aquel mítico
jugador de baloncesto afroamericano, no absorbieron por ósmosis la cultura
estadounidense ni renunciaron a deportes tan latinos como el fútbol, que sigue siendo
el rey. Si bien comer en el McDonalds tiene algún atractivo para los niños y responde a
la urgencia del tiempo para otros, lo cierto es que nuestras comidas tradicionales
siguen imponiéndose, al punto que en algunos países ya los McDonalds han tenido que
aceptar su falibilidad y están incorporando en su menú comidas y postres tradicionales.
Muchos en la región hemos aprendido a hablar inglés, algunos incluso en los propios
Estados Unidos de América, y por eso no hemos dejado de amar y apreciar lo nuestro.
Quizás lo apreciemos más debido a esta experiencia. Por ello, no debemos pensar que
por tan sólo aprender inglés nuestros jóvenes se nos van a “desterritorializar” o
“virtualizar”. Es decir, que sin negar la fortaleza y peligro de las tendencias
homogenizadoras, lo cierto es que las comunidades locales y nacionales, en lugar de
adoptar los nuevos modelos y abandonar sus elementos propios, lo que han hecho es
adaptar o integrar algunos elementos de esa nueva cultura, pero reafirmando los
rasgos distintivos que los identifican. En algunos casos, incluso se han dado casos de
fortalecimiento de los regionalismos y nacionalismos, como reacción a estas
tendencias. Por ejemplo, en los últimos diez años, la música panameña ha generado
dos ejemplos que parecen disímiles, pero que responden a esta reacción. Frente a la
influencia del rap norteamericano, se ha producido un auge significativo de cantantes
de reggae nacionales, que, de Renato al General, cantan en español y componen
temas propios, que responden a su experiencia en las áreas marginales de la región
urbana. La música típica, producida por campesinos e hijos de campesinos que
emigraron a las ciudades, con “Los Plumas Negras” de Victorio Vergara y “Los
Patrones de la Cumbia” de los hermanos Sammy y Sandra Sandoval, aceleró su
compás, introdujo nuevos instrumentos y hoy es bailada por jóvenes de la ciudad y del
campo, disfrutando de una popularidad nunca antes vista. Quizás sea oportuno
recordar aquí que las culturas no permanecen estáticas e inmóviles; al contrario, están
sujetas continuamente a procesos de transformación y renovación, ya sea por factores
endógenos o exógenos. Los cambios políticos, las innovaciones tecnológicas, los
ritmos económicos, las tendencias demográficas, la influencia de los medios, son tan
sólo algunos de los múltiples factores que inciden en dichos cambios. En ocasiones,
tenemos corrientes tradicionalistas que logran reafirmar normas, valores y patrones
tradicionales. En Panamá, por ejemplo, a través de un estilo más carismático, el uso de
un canal televisivo ―FETV, Canal 5― y una emisora de radio ―Radio María― la
iglesia católica ha lanzado una ofensiva orientada a enfrentar la creciente influencia de
las iglesias evangélicas y rescatar algunas tradiciones que habían prácticamente caído
en desuso, como el rosario o el culto a la Virgen. En nuestros tiempos son más
comunes, sin embargo, las corrientes innovadoras que tratan de infundir cambios en la
actitud y conducta de los panameños, con el propósito de redefinir o actualizar ciertos
valores. En el sentido positivo podría señalar la conciencia ecologista que, a partir de la
creación de la Fundación ANCÓN, en 1985, ha venido creciendo en nuestro medio,
respondiendo a corrientes similares a nivel global. Lo mismo puede decirse sobre la
crítica a la sociedad patriarcal y las actitudes machistas hacia las mujeres, los jóvenes
y los homosexuales, que han venido variando lentamente, respondiendo a la influencia
de movimientos sociales y políticos a nivel mundial. En el lado negativo, se observa
una menor beligerancia del movimiento estudiantil que, desde mediados de 1940,
había sido el portador de las banderas de luchas nacionalistas y anti-imperialistas. Lo
mismo puede decirse de la actitud militante de los otrora significativos sindicatos
obreros, con honrosas excepciones. En el campo es difícil encontrar alguna
organización popular que reivindique el derecho a la tierra. Pero incluso este panorama
no es del todo desalentador. Si bien las organizaciones políticas tradicionales
parecieran estar en crisis, nuevas formas de expresión y asociación han surgido,
justamente ante el avance de las modalidades de la globalización. La firma del TLC con
los Estados Unidos ha llevado a los sectores productores del campo y la ciudad, así
como a los profesionales y estudiantes, a movilizarse y protestar por su contenido
desnacionalizador. Las pretensiones de construir un tercer juego de esclusas en el
Canal de Panamá, para lo cual habría que ampliar su cuenca hidrográfica, han
producido la movilización de los campesinos que serían desplazados de sus tierras, así
como la de un sector significativo de la ciudadanía preocupado por los enormes
compromisos financieros que tendría que asumir la sociedad panameña para beneficiar
a las corporaciones navieras internacionales y atender a los intereses
estratégicomilitares de nuestro socio norteamericano. Los proyectos de reforma del
sistema de seguridad social, dirigidos a acabar con el principio de “solidaridad” y
mercantilizar la atención de salud, tienen, en estos momentos, en alerta a amplios
sectores de la población. Nuevos movimientos sociales y nuevas solidaridades se
están forjando. Pero estas reacciones, apenas tibias y embrionarias en un país
acostumbrado al contacto con el extranjero y a la influencia cultural estadounidense,
son mucho más dramáticas en otros lares. Pedro Fernández Liria nos recuerda que,
para el liberalismo de inspiración ilustrada, las culturas locales y los nacionalismos son
“oscuros prejuicios tribales”. Por ello, no es de extrañar que: “toda reivindicación
cultural, nacional o religiosa esgrimida contra las fuerzas homogenizadoras movilizadas
por la economía capitalista ha sido puntualmente descalificada por dicha ideología
como anacrónica. En una sociedad que no nos necesita ni nos reclama más que en
tanto que “fuerza de trabajo” y “mercado”, la religión, la nación e incluso la familia (si
entendemos por ella algo más que su raquítica expresión occidental), no pueden
aparecer más que como tozudas supervivencias del pasado llamadas a desaparecer”.2
Así, pareciera que el pretendido “universalismo cultural” está llevando a fortalecer los
particularismos, como especie de antídoto contra lo homogéneo. La omnipresencia de
los medios de comunicación y la proliferación de los espacios virtuales, ligados a la
acelerada mercantilización de todo lo que el neoliberalismo encuentra a su paso, son
enfrentados por “una exacerbación de la xenofobia, del patriotismo y del sentido de la
tierra”.
Globalización, homogenización cultural y
cultura nacional
Una de las formas en que la globalización se expresa en los momentos actuales es el
turismo, por el cual se promueve la visita a lugares “exóticos”, dando la oportunidad a
los visitantes de disfrutar experiencias “únicas”. Para las comunidades receptoras, este
movimiento humano se presenta como una gran oportunidad de obtener divisas, debido
al carácter multiplicador del dinero gastado por los turistas en hospedaje, alimentación,
bienes y servicios. En el caso de Panamá, en los últimos años se ha venido
considerando al turismo como un elemento fundamental en la política de desarrollo.
Especial interés se le ha brindado al Turismo Histórico2 Continúa señalando que:
“Asistimos al desconcertante espectáculo de unos pueblos que, en medio de una
economía globalizada, transnacional y sin fronteras, se empeñan obstinadamente en
ser vascos, kurdos, palestinos, chiítas, serbios, musulmanes, católicos, gitanos... Para
perplejidad de los que se hallan comprometidos en la defensa de los Derechos del
Hombre, "da la impresión de que ya nadie tiene ganas de ser simplemente hombre", de
que ya nadie quiere ser tan solo un ser humano. "Precisamente en el momento en que
el mundo se ha convertido en uno sólo, parece que nadie tiene la menor intención de
ser su ciudadano, y cada uno opta por su barrio, su clan, su tribu, su pueblo o su
nación". En Fernández Liria, Pedro, “La fatal emancipación: sobre la crisis de la
diferencia en las sociedades capitalistas”, en Nómadas (Revista Crítica de Ciencias
Sociales y Jurídicas / Universidad Complutense de Madrid), No 9 (enero-junio, 2004).
Cultural, en razón de los restos arqueológicos precolombinos, los complejos
monumentales coloniales y las expresiones arquitectónicas decimonónicas que se
encuentran en la región metropolitana. Pero, además, hay otro elemento que nuestro
país ofrece en este campo: su diversidad étnica y la presencia de siete grupos
indígenas que preservan muchas de sus costumbres y tradiciones. En esta ocasión
deseo llamar la atención sobre la experiencia del “etno-turismo” promocionado por dos
de nuestros pueblos originarios, los Kunas o Dules y por los Chocoes o Emberás. Estos
grupos se han organizado para atraer turistas a sus territorios comarcales —en los
cuales disfrutan de ciertos márgenes de autonomía y autogobierno— para ellos mismos
ofrecerles los servicios y atenciones requeridos para mostrarles su cultura “autóctona”,
su estilo de vida, apegado a un sistema de valores y a un conjunto de costumbres muy
particulares. Este particularismo, la experiencia de convivir con estos pueblos en
estado “primitivo” y “salvaje” es lo que le da sentido a la visita de los turistas. Los
Kunas, establecidos en Kuna Yala (antes conocida como Comarca de San Blas) tienen
una larga tradición turística, controlan los aeropuertos de acceso a las islas que habitan
y administran la mayoría de los sitios en los cuales hospedan a los visitantes, como en
Río Sidra o Narganá. Los Chocoes, establecidos en la pequeña comunidad de Emberá
Drua, ubicada dentro del Parque Nacional de Chagres, transportan a los turistas por el
río hasta su pueblo, en donde reproducen para ellos su estilo de vida tradicional. Sin
embargo, no hay estudios serios sobre el impacto ecológico o cultural de esta actividad.
Especialmente del segundo. Por ello algunas voces ya denuncian que al poner a las
comunidades y a sus habitantes en contacto con elementos externos se acelera el
proceso de aculturación o de cambio cultural. Al joven sociólogo panameño, José
Checa, le preocupa particularmente el caso de Emberá Drua, en donde se ha llegado al
punto de la dramatización, de la puesta en escena de una representación bien
planificada. Así, ante los visitantes, los residentes se visten y se comportan como se
acostumbraba en las aldeas tradicionales, pero una vez éstos se retiran, pasan a usar
indumentarias occidentales e instrumentos y aparatos modernos. Aquí lo que se
cuestiona es el impacto negativo del turismo sobre expresiones fundamentales de la
cultura nacional y local. Después de todo, recuérdese la afirmación anterior de que
para el neoliberalismo las culturas tradicionales son fenómenos bárbaros, en proceso
de extinción. Pero pareciera que la única forma de supervivencia que le reserva la
sociedad globalizada a las culturas “originarias” es la de exotismo, de ser objeto de
consumo turístico. Sin embargo, este no es un asunto fácil de decidir. Los indígenas
panameños, como los del resto de nuestra América, son pobres. Sus actividades
económicas tradicionales difícilmente les permiten sostenerse o progresar. Las
oportunidades de ingreso que ofrece el turismo, entonces, no pueden ser simplemente
desechadas. Tal vez la clave para resolver esta cuestión sea el grado de control que
las comunidades tengan en la toma de decisiones referente a la explotación del turismo
que ofrecen. Alfredo Ascanio, en su artículo “Turismo: la reestructuración cultural”,
sugiere que “en el modelo de desarrollo se coloque a las comunidades en el centro de
la planificación y gestión.” Es decir, que es vital la participación de las comunidades en
el proceso de toma de decisiones relativas a la promoción y desarrollo del turismo en
sus áreas de residencia, tal y como lo hacen los Kunas y Emberás en los ejemplos que
acabo de mencionar. Este es el mismo criterio que se esboza en experiencias similares
en otros países de la región. Por ejemplo, José Segovia, en su ponencia “Turismo
indígena en Chile” sostiene que, en “definitiva, las comunidades indígenas son las que
deben evaluar si abren sus espacios al desarrollo turístico, qué es lo que pueden
mostrar y qué es lo que se debe reservar…” Sin embargo, debe entenderse que el
turismo es un negocio en gran escala manejado por empresas transnacionales. Así, en
Panamá, como en los demás países de la región, más de dos tercios de los ingresos
del turismo internacional nunca llegan a la economía local debido a la gran fuga de
divisas y a los mecanismos de control y aprovechamiento de esta actividad por parte
del gran capital. Habría que esperar que con la entrada en vigencia del Tratado de
Libre Comercio de Panamá con los E.U.A. la situación empeorará. La actual capacidad
de resistencia de Kunas y Emberás para rechazar los esfuerzos de inversionistas
privados por incursionar en sus territorios se verá minada por la exigencia de
corporaciones extranjeras de tener “igualdad de oportunidades” para invertir en el
turismo en estas áreas. Si el etno-turismo es percibido como una actividad rentable, los
operadores de turismo podrían exigir la aplicación del principio de “libre competencia”
para incursionar en las comarcas indígenas para establecerse en comunidades ya
existentes o en crear poblados en los cuales recrear, en medios de circunstancias más
cómodas y de “calidad total”, las costumbres y tradiciones de nuestros pueblos, al estilo
de las reproducciones del “Duelo en el O.K. Corral”, que aún se escenifican en
Tombstone, Arizona. Conclusiones Más que llegar a conclusiones definitivas, mi
intervención ha estado orientada a expresar reflexiones que me han preocupado por un
tiempo, ante las cuales no encuentro una respuesta definitiva. Por un lado, provengo de
una de las sociedades más abiertas de la región, la cual fue incorporada al proceso de
internacionalización de las relaciones capitalistas de producción y a la cultura europea
desde hace más de quinientos años, y que jugó un papel clave para la economía
mundial a lo largo del período colonial. En el siglo XIX, los empeños por modernizar la
ruta a través de la construcción de un ferrocarril y de un canal interoceánico acentuaron
el cosmopolitismo de la región de tránsito. La construcción del canal por los Estados
Unidos de América y su permanencia en nuestro territorio hasta 1999 reforzó aún más
esta integración, a la vez que nos expuso directamente a la influencia cultural de su
estilo de vidas y valores. Es decir, antes de que la globalización se pusiera de moda,
Panamá ya estaba bastante globalizada. Sin embargo, incluso en nuestro medio, es
evidente que estamos ante un proceso nuevo, más amplio, dinámico y multifacético.
Por ello, el estudio y debate en torno a la cuestión de la homogenización cultural vs la
heterogeneidad, de la Aldea global vs las culturas globales, de los impactos positivos y
negativos de la cultura global, así como la incidencia de la globalización y el turismo en
las comunidades indígenas panameñas llaman mi atención. De momento considero
que el caso del etno–turismo en Panamá ilustra las posibilidades y los riesgos
implícitos en los procesos de globalización. Los grupos indígenas se aproximan a él en
busca de recursos económicos, como una forma de integrarse al mercado. Sin
embargo, para ello deben convertir en mercancía su cultura, es decir, sus tradiciones,
sus costumbres, su identidad. A cambio de las posibilidades de alcanzar el ansiado
“desarrollo sostenible” arriesgan su estilo de vida, su existencia, tal y como la conocen.
Pero en el fondo, son otros los que se llevan la “tajada del león” en este negocio. En el
caso panameño, por ahora, las agencias de viaje, aerolíneas, hoteles y restaurantes en
la capital reciben más dinero que lo que el turista gasta en las comunidades. Con la
entrada en vigencia del TLC, probablemente los operadores de turismo aumenten las
presiones que en la actualidad ejercen para poder explotar el turismo en estas áreas,
directamente, sin la ingerencia y control que en la actualidad ejercen los pueblos
indígenas de Kuna Yala y Emberá Drua. Esto nos lleva a cuestionar seriamente la
creencia de que la globalización y la liberalización del turismo producen riqueza y
progreso social y preservan el ambiente y la cultura local. Es obvio que, sin el debido
control y participación de las comunidades, no existen posibilidades de un desarrollo
sustentable del etno–turismo.
UNIVERSIDAD TECNOLÓGICA DE PANAMÁ
CAMPUS VÍCTOR LEVI SASSO
FACULTAD DE INGENIERÍA CIVIL
LICENCIATURA EN INGENIERÍA CIVIL
LABORATORIO DE PERMEABILIDAD

ASIGNATURA
METODOLOGÍA DE LA INVESTIGACIÓN

PROFESOR:
HAYDEÉ OSORIO

REALIZADO POR:
MIGUEL BATTIKH

CEDULA:
9-741-806

PRIMER SEMESTRE 2018

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