Código de Hammurabi, Fragmentos para Clase
Código de Hammurabi, Fragmentos para Clase
Código de Hammurabi, Fragmentos para Clase
Estas disposiciones legales unifican los diferentes códigos de las ciudades del imperio babilónico. Se pretende así establecer leyes
aplicables en todos los casos, e impedir que cada uno «tome la justicia por su mano», pues sin ley escrita que los jueces hubieran de
aplicar obligatoriamente, era fácil que cada uno actuase como más le conviniera. No obstante, los historiadores en la actualidad discuten
sobre si las disposiciones legales del código se habrían llevado o no a la práctica en todas las ciudades del imperio.
El código incluye disposiciones tanto de lo que nosotros llamaríamos derecho civil y como de derecho penal, regulándose comercio,
trabajo asalariado, préstamos, alquileres, herencias, divorcios, propiedad privada, penas por delitos de robo, asesinato, etc. La mayoría
de las penas son pecuniarias (multas), aunque también existe pena de destierro, mutilación y muerte. En algunos casos la ley opta por
aplicar talión, es decir, hacer al agresor lo mismo que él hizo a su víctima siempre que ambos sean de la misma «categoría social»:
awilum (libre y con plenos derechos), mushkenum (libre pero con derechos limitados) o wardum/amtum (esclavo/esclava). Además, se
distingue si hay intencionalidad o no, y cuál es la «categoría» de la víctima y la del agresor. En el siguiente texto se traduce awilum por
hombre, mushkenum por individuo común, wardum por esclavo y amtum por esclava.
De la ciudad de Babilonia
Con sus ascensos y caídas, la historia de la ciudad de Babilonia -literalmente «la Puerta del Dios», en lengua acadia- está jalonada por
los acontecimientos más importantes de la historia del Próximo Oriente Antiguo. Su nombre aparece ya en los textos de Sargón de
Akkad (ca. 2340-2284 a.C.) y alcanzó su mayor gloria primero con Hammurabi (1792-1750 a.C.) y, siglos más tarde, con el caldeo
Nabucodonosor II (604-562 a.C.). Conquistada por el persa Ciro el Grande en 538 a.C., Heródoto la describe tal como era un siglo más
tarde, mientras que, todavía quinientos años después, Plinio evoca la grandeza de una capital eclipsada en su época por las vecinas
Seleucia y Ctesifonte.
Denominado tradicionalmente el «padre de la Historia», Heródoto (ca. 485-425 a.C.) nació en Halicarnaso, en la costa suroccidental de
Asia Menor, viajó a Egipto, Fenicia, Mesopotamia y Escitia, y residió en la Atenas de Pericles, donde formó parte en 444/443 a.C. de la
expedición destinada a fundar la colonia panhelénica de Thurios en Magna Grecia. Dedicando cada uno de los nueve libros que la
componen a una de las Musas redactó su Historia, una obra inacabada que alcanza desde la época mítica hasta la Segunda Guerra
Médica (479 a.C.), centrada en el enfrentamiento entre Europa y Asia, y salpicada de excursos de carácter etnográfico referidos a las
tierras por las que viajó su autor.
Cayo Plinio Segundo vivió entre los años 23 y 79 d.C. Amigo de Vespasiano, ocupó importantes cargos en la administración imperial. De
su obra literaria sólo se conserva la monumental Naturalis Historia, dedicada a Tito, primogénito de Vespasiano, en el año 77, y
publicada tras la muerte del autor por su sobrino e hijo adoptivo Plinio el Joven. Se trata de una extensa obra enciclopédica dividida en
treinta y siete libros que contiene todo tipo de informaciones, agrupadas por materias y procedentes de multitud de obras más antiguas.
(Pilar Rivero-Julián Pelegrín).
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De esta manera, pues, estaba fortificada Babilonia. La ciudad, por otra parte, tiene dos sectores, pues por su mitad la divide un río, cuyo
nombre es Éufrates, que procede del país de los armenios; es un río grande, profundo y de curso rápido que desemboca en el mar
Eritreo. Pues bien, por uno y otro lado de la ciudad, la muralla se ve prolongada en ángulo hasta el río, y, a partir de su confluencia, se
extienden, a lo largo de las dos orillas del mismo, los contramuros interiores en forma de un vallado de ladrillos cocidos. La ciudad
propiamente dicha, que se halla plagada de casas de tres y cuatro pisos, está dividida en calles rectas, tanto las paralelas al río como las
transversales que a él conducen. Precisamente frente a cada calle transversal, en el vallado que bordea el río, había unas poternas en
número igual al de las callejas. Esas poternas eran, asimismo, de bronce y daban acceso a la orilla misma del río.
Ese muro es, en suma, como una coraza, y por la parte interior corre, paralelo a él, otro muro no menos resistente que el primero pero sí
más estrecho. Asimismo, en el centro de cada uno de los dos sectores de la ciudad se alzaba un edificio fortificado; en un sector, el
palacio real, dotado de un recinto grande y sólido; y, en el otro, un santuario de puertas de bronce -que todavía existía en mis días-
consagrado a Zeus Belo, formando un cuadrado de dos estadios de lado [= unos 355 m]. En la parte central del santuario hay edificada
una torre maciza de un estadio de altura y otro de anchura; sobre esta torre hay superpuesta otra torre, y otra más sobre esta última,
hasta un total de ocho torres. La rampa de acceso a ellas está construida por la parte exterior, dispuesta en espiral alrededor de todas
las torres. Y hacia la mitad de la rampa hay un rellano y unos asientos para descansar, donde se sientan a reponer fuerzas los que
suben. En la última torre se levanta un gran templo. (...)
El santuario de Babilonia cuenta, asimismo, con otro templo abajo en el que hay una gran estatua sedente de Zeus, en oro, y a su lado
una gran mesa de oro, siendo el pedestal de la estatua y el trono, asimismo, de oro. Estas piezas, al decir de los caldeos, están hechas
con ochocientos talentos de oro. Fuera del templo hay un altar de oro y hay, además, otro altar de gran tamaño sobre el que se inmolan
las reses adultas, ya que sobre el altar de oro sólo se pueden inmolar lechales. (...)
Por cierto que, entre los numerosos reyes de la ciudad de Babilonia que sin duda ha habido -a ellos aludiré en mi historia sobre Asiria- y
que adornaron sus murallas y santuarios, se cuentan, en concreto, dos mujeres. La que reinó en primer lugar, que vivió cinco
generaciones antes que la segunda y cuyo nombre era Semíramis, mandó construir a lo largo de la llanura unos diques que merecen
contemplarse, mientras que antes el río solía desbordarse por toda la llanura. Por su parte, la reina que vivió con posterioridad a la
susodicha, cuyo nombre era Nitocris y que fue más perspicaz que la que le había precedido en el trono, dejó unos monumentos que yo
pasaré a describir con detalle, y, de paso, viendo que el imperio de los medos era pujante y que no permanecía inactivo, antes al
contrario, que, entre otras ciudades, se habían apoderado, incluso, de Nínive, adoptó contra ellos todas las precauciones que pudo ...
Como la ciudad tenía dos sectores y el río pasaba por en medio, en tiempos de los reyes que la precedieron, cuando se quería pasar de
un sector a otro, había que hacerlo en barca, cosa que, a mi juicio, resultaba molesta. Pues bien, ella subsanó también esta
contingencia, ya que, tras excavar el depósito del lago, merced a esta obra pudo dejar este otro monumento. Mandó co rtar unos
enormes bloques de piedra y, cuando tuvo listos esos bloques y excavado el emplazamiento del lago, desvió todo el caudal del río hacia
el lugar que había hecho excavar; y mientras el depósito se iba llenando, entretanto, cuando el antiguo cauce se quedó seco, primero
canalizó con ladrillos cocidos, con arreglo a la misma disposición que en la muralla, las márgenes del río a su paso por la ciudad y las
bajadas que llevaban de las poternas al río; luego aproximadamente en el centro de la ciudad construyó un puente con los bloques de
piedra que había hecho extraer, ensamblándolos con hierro y plomo. Y sobre el puente, al rayar el día, hacía colocar unos maderos
cuadrangulares, por los que los babilonios pasaban al otro lado; pero, durante las noches, por lo general quitaban los maderos en
cuestión con objeto de evitar que, merodeando a favor de la noche, se robasen unos a otros. Y, cuando el depósito que había sido
excavado se transformó, merced al río, en un lago lleno de agua y estuvo concluida la construcción del puente, volvió a desviar el río
Éufrates desde el lago a su antiguo cauce. Así la transformación de la excavación en una zona pantanosa pareció una obra oportuna y
los ciudadanos tuvieron un puente a su disposición.
Heródoto, Historia, I 178-186, traducción de Carlos Schrader, Biblioteca Clásica Gredos, Madrid, 1977.