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María Alejandra Cataño Patiño

Escrito crítico sobre “Derechos humanos, racionalidad y sentimentalismo”, de


Richard Rorty

Richard Rorty pretende en su texto hacer un análisis sobre lo que Rabossi denomina una
cultura de los Derechos Humanos, pero no respecto a su fundamentación sino a cómo
lograr que esta cultura se fortalezca, por lo que el autor propondrá la manera en que esto
se debe hacer. La tesis central de Rorty en que debemos abandonar las cuestiones sobre
el fundacionalismo de los Derechos Humanos y centrar nuestra atención en fortalecer la
cultura de los Derechos Humanos mediante la manipulación o educación sentimental
sobre los individuos a través el arte, la literatura y el cine.

El autor introduce el tema de la cultura en Derechos Humanos hablando de los diferentes


casos de deshumanización que se presentan en diferentes contextos: hombre-animal,
adulto-niño y hombre-mujer.

Posteriormente, Rorty analiza las posturas racionalistas que plantean una fundamentación
o sustentación de los Derechos Humanos a través de la racionalidad del ser humano. A
continuación, el autor trata de refutar a los racionalistas planteando que no hay una única
naturaleza universal que agrupe a los seres humanos sino una contingencia de hechos
culturales presentes en los diferentes contextos en la Historia. Además, Rorty argumenta
que problema de no aplicar los Derechos Humanos no es una cuestión de saber moral, es
decir, de aplicar la racionalidad sino de una generación de personas con un progreso en
sus sentimientos.

Por último, Rorty argumenta que el objetivo de la educación o manipulación sentimental


es una progresión en los sentimientos de los individuos para obtener “una capacidad
creciente para considerar las semejanzas entre nosotros y personas muy desemejantes
como algo de mucho más peso que las diferencias” y, de este modo, crear y fortalecer la
cultura de los Derechos Humanos.

Es en el cambio de preguntas que Rorty intenta encuadrar su propuesta ética. En efecto,


plantear la pregunta acerca de qué podemos hacer de nosotros mismos depende de
considerar al ser humano como un ser moldeable, un ser de “extraordinaria maleabilidad”.
Si de lo que se trata es de consolidar una sociedad más libre, menos cruel y menos
dogmática, debemos ocuparnos no de encontrar una honda naturaleza ahistórica, sino de
una manipulación de los sentimientos.

Ahora bien, si consideramos que no hay hechos moralmente pertinentes que tengan una
existencia transcultural, tal como se define al relativismo cultural que Rorty está
proponiendo, entonces se tiene que ser irracionalista. Pero se ha de ser irracionalista en
el sentido de no creer que sea la “racionalidad” ese hecho moralmente pertinente. No
obstante puede entenderse la racionalidad como la búsqueda de una mayor coherencia, y
en este sentido no se puede ser irracional.

Para Rorty, el abandono del fundacionalismo nos permite concentrar nuestras energías en
la manipulación de los sentimientos, en llevar a cabo una educación sentimental. Como
adelantábamos, no se trata de convencer a gentes como Trasímaco o Calicles, sino de
evitar mediante la manipulación de los sentimientos tener hijos como ellos. Lo mejor que
podemos hacer en este sentido es contar tristes historias acerca del sufrimiento que
padecen las personas, promoviendo así el desarrollo de la imaginación y ampliando la
referencia del término “gente como nosotros”. Son la literatura, los informes etnográficos y
las crónicas periodísticas los que cumplen este papel al ofrecernos otros léxicos, al
situarnos imaginativamente en situaciones extrañas. El resultado de esta educación
sentimental es un progreso moral consistente en una capacidad creciente para considerar
las triviales semejanzas entre nosotros y otras personas bastantes diferentes como algo
de mucho más peso que las desemejanzas.

Estas De este modo, ser parte de la cultura de los derechos humanos se debe no a haber
obtenido un saber especial, a ser más racionales que otros, sino a hechos culturalmente
contingentes, a que nuestros pueblos tuvieron la suerte de ser educados
sentimentalmente. Tuvimos la suerte de haber desarrollado la cultura de los derechos
humanos, tenemos una base positiva (tratados, normas, instituciones, etc.) que aseguran
nuestros derechos sin mayor justificación.

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