Adivinanzas, Trabalenguas
Adivinanzas, Trabalenguas
Adivinanzas, Trabalenguas
La cucaracha
Porque tengo sangre fría aparezco en primavera en piedras encaramada siempre al sol
que más calienta.
La lagartija
Había una vez un asno y un perro, que tenían la suerte de trabajar para el mismo dueño.
Cansado por la dura caminata de la mañana, el hombre se echó a dormir sobre la
confortable hierba. Aprovechando el parón, el asno se puso a comer con tranquilidad; un
sentimiento que no compartía el perro, el cual estaba cada vez más hambriento.
-Ten la bondad de tumbarte un momento -dijo el perro-. Si lo haces, podré agarrar con
mis dientes, algo con lo que poder saciar esta hambre que me corroe por dentro.
Un ruego, al que no solo no hizo caso el burro, sino que además tuvo a bien contestarle,
que era mejor que esperara a que su dueño se despertase, ya que podría disfrutar
mucho más de la comida.
Dicen que la avaricia rompe el saco. Un buen ejemplo es del hombre que hubo una vez,
cuya gallina todos los días le ponía un hermoso huevo de oro.
Aquel hombre, feliz por ser el dueño de tan increíble animal, imaginó que se haría rico
con el tesoro que aquella gallina debía albergar en sus entrañas. Ni corto ni perezoso
decidió sacrificar al pobre animal para poder comprobar cuánto brillaba el tesoro de la
gallina. Sin embargo, al abrirla pudo comprobar con sus propios ojos, como aquella
gallina era igual por dentro que aquellas que no ponían ni un solo huevo extraordinario.
Y de esta forma fue como el hombre de la gallina de los huevos de oro, se privó de su
gran fortuna.
Qué gran mensaje y lección para las personas egoístas…De la noche a la mañana, el
rico se vuelve pobre por no conformarse con lo que gana.
Refranes
Amo, amas
Tu sexo fundiste
Con mi sexo fuerte,
Fundiendo dos bronces.
Yo triste, tú triste…
¿No has de ser entonces
Mía hasta la muerte?
Y autores contemporáneos
Dicen que hay ojos que prenden
Ciertos chispazos que encienden
Pistolas que rompen cráneos.
Cuentos
Una mariposa
Una mariposa era tan bonita que todos querían ser como ella; era amiga de una
luciérnaga. Un día, la mariposa le dijo:
—¿Jugamos?
Y la luciérnaga le respondió:
—Juguemos landa, landa.
—Está bien. Vamos a la loma —le dijo la mariposa.
Y se fueron a jugar. Pero su amiga luciérnaga la empujó a la mariposa y cayó, sus dos
alitas se rompieron. Lloraba y lloraba mucho porque no podría volar nunca más.
Llegaron rápidamente dos mariposas de ambulancia y la llevaron de emergencia al
hospital.
Y se puso a llorar mucho, porque no podría jugar más con su amiga mariposa.
—¡Por tu culpa, mi hija Ángela no a volar nunca! No queremos que vayas a nuestra
casa, porque sos un peligro para ella —le dijeron los padres de la mariposa.
Y la luciérnaga se fue a su casa muy triste y le contó a su padre lo que había pasado.
—Ya no vayas donde la mariposa y búscate otra amiga —dijo el papá luciérnaga.
—Nadie será como ella. Es mi mejor amiga, la preferida. Le voy a pedir perdón a
Ángela por lo que le hice —dijo la luciérnaga.
—Entonces ve —le dijo su papá.
Y cuando estuvieron juntas, la amiga mariposa perdonó lo que le había hecho su amiga
luciérnaga, porque se querían mucho.
Tres minutos y 12 segundos
Adoro a Nat King Cole cuando canta Unforgettable, como antes cuando el mundo no
tenía fin y los días duraban un año. Entonces, en toda la casa se oía su voz saliendo de
la consola café de patas torneadas, y una escuchaba aquél hombre y daban ganas de
enamorarse. Recuerdo la vez que me llevaron el disco: fue para mi cumpleaños, me tomé
una foto sosteniéndolo vestida con un traje celeste de organza y zapatos forrados con la
misma tela, en los tiempos en que uno de verdad escogía sus zapatos. Yo los daba a
hacer donde Chico Pineda. En esos días la casa estaba llena de pretendientes. Recuerdo
a uno que siempre me ofrecía cajetas y a otro que me entregaba cajitas de madera que
él mismo hacía y pintaba. El disco me lo obsequió Leo, por eso cada miércoles y viernes
oíamos juntos Unforgettable. Cuando Leo se reía me dejaba sin respiración, lo mismo
cuando me decía “inolvidable” mientras la canción terminaba y él muy solícito con los
ojos brillantes devolvía la aguja al borde del disco.
Leo era blanco y alto, tenía los hombros anchos, a veces su cara fina recordaba a San
Antonio. Y para mí el parecido no era gratuito, aquello era el indicio celestial de que sería
mío para toda la vida. Según mi abuela con él “mejoraríamos la raza”.
Y fui feliz hasta que conocí el placer. En aquella época yo no sabía que Nat King Cole
era negro, tan negro y adorable como mi hijo, el mismo que abandonó el angelical Leo.
Ahora escucho a Nat King Cole cantando desde una computadora que nada tiene que
ver con la consola de mi juventud, él canta claro y bello, una y otra vez sin que nadie
mueva aguja alguna y de nuevo dan ganas de enamorarse. Y ya no hay pretendientes,
pero la orquesta sigue allí, todos siguen tocando para mí por 3 minutos y 12 segundos
cada vez, porque la canción sigue siendo la misma y él —más inolvidable y bello que
nunca— canta como sólo los negros saben hacerlo.
Una palomita
A una palomita se le quebró y cayó la patita y un ángel del cielo le puso otra de cera, pero, cuando
se apoyó sobre una piedra recalentada por el sol, a la palomita se le derritió la patita.
-Piedra, ¿tan valiente eres que derrites mi patita?
Y la piedra respondió:
-Más valiente es el sol que me calienta a mí.
Entonces la palomita se fue donde el sol para preguntarle:
-Sol, ¿tan valiente eres que calientas la piedra, la piedra que derritió mi patita?
Y el sol respondió:
-Más valiente es la nube que me tapa a mí.
Voló la palomita a preguntarle a la nube:
-Nube, ¿tan valiente eres que tapas el sol, el sol que calienta la piedra, la piedra que derritió mi
patita?
Y la nube dijo:
-Más valiente es el viento que me aventa a mí.
Por lo que se fue la palomita a preguntarle al viento:
-Viento, ¿tan valiente eres que aventáis la nube, la nube que tapa el sol, el sol que calienta la
piedra, la piedra que derritió mi patita?
Y el viento respondió:
-Más valiente es la pared que se resiste a mí.
A la pared la palomita le preguntó:
-Pared, ¿tan valiente eres que resistes al viento, al viento que aventa la nube, la nube que tapa
el sol, el sol que calienta la piedra, la piedra que derritió mi patita?
Y la pared respondió:
-Más valiente es el ratón que me hace hoyos a mí.
Y la palomita buscó al ratón para hacerle la correspondiente pregunta; el ratón respondió que era
más valiente el gato que se lo comía a él; el gato, que era más valiente el perro que lo hacía huir;
el perro, que era más valiente el hombre que lo sometía a su dominio; y el hombre dijo que el
más valiente era Dios que dominaba todas las criaturas del universo.
Y cuando esto oyó la palomita, se fue a buscar a Dios para alabarlo y bendecirlo; y Dios, que
ama a todas sus criaturas, hasta a la más chiquita, acarició a la palomita, y con sólo quererlo le
puso una patita nueva con huesecito, pellejito, uñitas y todo. Y se acabó, pon, pon.