El Rey Sapo
El Rey Sapo
El Rey Sapo
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Pero, ¿qué me darás si te devuelvo tu juguete?" y coma de tu platito de oro y beba de tu vasitoy
- "Lo que quieras, mi buen sapo," respondió la duerma en tu camita; si me prometes todo esto,
niña, "mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; bajaré al fondo y te traeré la pelota de oro." -
hasta la corona de oro que llevo." Más el sapo "¡Oh, sí!" exclamó ella, "te prometo cuanto quieras
contestó: "No me interesan tus vestidos, ni tus con tal que me devuelvas la pelota." Mas pensaba
perlas y piedras preciosas, ni tu corona de oro; para sus adentros: ¡Qué tonterías se le ocurren
pero si estás dispuesta a quererme, si me aceptas a este animalejo! Tiene que estarse en el agua
por tu amiga y compañera de juegos; si dejas que con sus semejantes, croa que te croa. ¿Cómo
me siente a la mesa a tu lado puede ser compañera de las personas?
Obtenida la promesa, el sapo se zambulló en
el agua, y al poco rato volvió a salir, nadando
a grandes zancadas, con la pelota en la boca.
Soltó la en la hierba, y la princesita, loca de
alegría al ver nuevamente su hermoso juguete,
lo recogió y echó a correr con él. "¡Aguarda,
aguarda!" grítale el sapo, "llévame contigo; no
puedo alcanzarte; no puedo correr tanto como
tú!" Pero de nada le sirvió desgañitarse y gritar
'cro cro' con todas sus fuerzas. La niña, sin
atender a sus gritos, seguía corriendo hacia el
palacio, y no tardó en olvidarse del pobre sapo,
la cual no tuvo más remedio que volver a
zambullirse en su charca.
Al día siguiente, estando la princesita a la mesa le dijo: "Hija mía, ¿de qué tienes miedo? ¿Acaso
junto con el Rey y todos los cortesanos, hay a la puerta algún gigante que quiere
comiendo en su platito de oro, he aquí que plis, llevarte?" - "No," respondió ella, "no es un
plas, plis, plas se oyó que algo subía gigante, sino un sapo asqueroso."- "Y ¿qué quiere
fatigosamente las escaleras de mármol de de ti ese sapo?" - "¡Ay, padre querido! Ayer estaba
palacio y, una vez arriba, llamaba a la puerta: en el bosque jugando junto a la fuente, y se me
"¡Princesita, la menor de las princesitas, cayó al agua la pelota de oro. Y mientras yo
ábreme!" Ella corrió a la puerta para ver quién lloraba, la rana me la trajo. Yo le prometí, pues
llamaba y, al abrir, encontrase con el sapo allí me lo exigió, que sería mi compañera; pero jamás
plantada. Cerró de un portazo y volviese a la pensé que pudiese alejarse de su charca. Ahora
mesa, llena de zozobra.Al observar el Rey cómo está ahí afuera y quiere entrar."
le latía el corazón,
toc
c
t toc
o
Entretanto, llamaron por segunda vez y se oyó
una voz que decía:
"¡Princesita, la más niña,
Ábreme!
¿No sabes lo que
Ayer me dijiste
Junto a la fresca fuente?
¡Princesita, la más niña,
Ábreme!"
Dijo entonces el Rey: "Lo que prometiste debes
cumplirlo. Ve y ábrele la puerta." La niña fue a
abrir, y la rana saltó dentro y la siguió hasta su
silla.
Al sentarse la princesa, la rana se plantó ante sus
pies y le gritó: "¡Súbeme a tu silla!" La princesita
vacilaba, pero el Rey le ordenó que lo hiciese. De
la silla, el animalito quiso pasar a la mesa, y, ya
acomodado en ella, dijo: "Ahora acércame tu platito
de oro para que podamos comer juntas." La niña
la complació, pero veías a las claras que obedecía
a regañadientes. La rana engullía muy a gusto,
mientras a la princesa se le atragantaban todos los
bocados. Finalmente, dijo la bestezuela: "¡Ay! Estoy
ahíta y me siento cansada; llévame a tu cuartito y
arregla tu camita de seda: dormiremos juntas." La
princesita se echó a llorar; le repugnaba aquel bicho
frío, que ni siquiera se atrevía a tocar; y he aquí que
ahora se empeñaba en dormir en su cama.
Pero el Rey, enojado, le dijo: "No debes Pero en cuanto la rana cayó al suelo, dejó de ser
despreciar a quien te ayudó cuando te rana, y convirtiese en un príncipe, un apuesto
encontrabas necesitada." Cogió la, pues, con príncipe de bellos ojos y dulce mirada. Y el Rey
dos dedos, llevó arriba y la depositó en un lo aceptó como compañero y esposo de su hija.
rincón. Mas cuando ya se había acostado, Contó entonces que una bruja malvada lo había
acercase la rana a saltitos y exclamó: "Estoy encantado, y que nadie sino ella podía
cansada y quiero dormir tan bien como tú; desencantarlo y sacarlo de la charca; dijo que
conque súbeme a tu cama, o se lo diré a tu al día siguiente se marcharían a su reino.
padre." La princesita acabó la paciencia, cogió
a la rana del suelo y, con toda su fuerza, la
arrojó contra la pared: "¡Ahora descansarás,
asquerosa!"
Durmieron se, y a la mañana, al despertarlos
el sol, llegó una carroza tirada por ocho caballos
blancos, adornados con penachos de blancas
plumas de avestruz y cadenas de oro. Detrás iba,
de pie, el criado del joven Rey, el fiel Enrique.
Este leal servidor había sentido tal pena al ver
a su señor transformado en rana, que se mandó
colocar tres aros de hierro en tomo al corazón
para evitar que le estallase de dolor y de tristeza.
La carroza debía conducir al joven Rey a su reino.
El fiel Enrique acomodó en ella a la pareja y
volvió a montar en el pescante posterior; no cabía
en sí de gozo por la liberación de su señor.
Cuando ya habían recorrido una parte del camino, oyó el príncipe un estallido a su espalda, como si
algo se rompiese. Volviéndose, dijo:
“¡Enrique, que el coche estalla!”
“No, no es el coche lo que falla,
Es un aro de mi corazón,
Que ha estado lleno de aflicción
Mientras viviste en la fontana
Convertido en rana.”
Por segunda y tercera vez oyese aquel chasquido durante el camino, y siempre creyó el príncipe
que la carroza se rompía; pero no eran sino los aros que saltaban del corazón del fiel Enrique al
ver a su amo redimido y feliz.
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Sinopsis
En aquellos remotos tiempos, en que bastaba desear una cosa para tenerla, vivía un rey
que tenía unas hijas lindísimas, especialmente la menor, la cual era tan hermosa que hasta el
sol, que tantas cosas había visto, se maravillaba cada vez que sus rayos se posaban en el rostro
de la muchacha. la princesita solía ir al bosque y sentarse a la orilla de la fuente. Y cuando
menos lo espero. Escucho aquella voz, que sin saber que esta le cambiaría la vida.