Apuntes Introductorios Sobre El Ecofeminismo

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 2255-­‐369X     http://boletin.hegoa.ehu.es/mail/37  
 
 
Centro de Documentación Hegoa
Boletín de recursos de información nº43, junio 2015

Tema Central

Apuntes introductorios sobre el Ecofeminismo


Yayo Herrero (FUHEM)

Resumen: El Ecofeminismo se presenta como una categoría de análisis que integra


las sinergias del ecologismo y del feminismo. De esta confluencia surge con fuerza una
filosofía y una práctica que defiende un cambio de modelo social que respete las bases
materiales que sostienen la vida.

Palabras clave: Ecofeminismo, Ecodependencia, Interdependencia

Abstract: Ecofeminism appears as a category of analysis that integrates the synergies


of ecologism and feminism. From this confluence a philosophy and practice strongly
emerge that defend change towards a social model that respects the material
foundations that support life.

Keywords: Ecofeminism, Ecodependence, Interdependence

El Ecofeminismo es una corriente de pensamiento y un movimiento social que


explora los encuentros y posibles sinergias entre ecologismo y feminismo. A
partir de este diálogo, pretende compartir y potenciar la riqueza conceptual y
política de ambos movimientos, de modo que el análisis de los problemas que
cada uno de los movimientos afronta por separado gana en profundidad,
complejidad y claridad (Puleo, 2011). Es una filosofía y una práctica que
defiende que el modelo económico y cultural occidental se ha desarrollado de
espaldas a las bases materiales y relacionales que sostienen la vida y que “se
constituyó, se ha constituido y se mantiene por medio de la colonización de las
mujeres, de los pueblos “extranjeros” y de sus tierras, y de la naturaleza”
(Shiva y Mies, 1997:128).

La primera vez que aparece el término ecofeminismo es en 1974 con la


publicación del libro Feminismo o la muerte de Francoise D´Eaubounne. Ella
apuntaba que existía una profunda relación entre la sobrepoblación, la
devastación de la naturaleza y la dominación masculina y que para salir de la
espiral suicida de producción y consumo de objetos superfluos y efímeros, de la
destrucción ambiental y la alienación del tiempo propio, era preciso cuestionar
la relación entre los sexos. (Cavana, Puleo y Segura, 2004). Para D´Eaubounne,
el control del propio cuerpo es el comienzo del camino no consumista,
ecologista y feminista.
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Yayo  Herrero  

Este primer ecofeminismo no despertó gran interés en Francia, pero sí encontró


cierto eco en Norteamérica y en Australia, por ejemplo en el trabajo de Ynestra
King que realiza un interesante análisis de las diferentes relaciones de
dominación interconectadas y la posición histórica de las mujeres respecto a
esa dominación.

Igualmente, durante la década de los setenta tenían lugar en varios países de


la periferia manifestaciones públicas de mujeres en defensa de la vida. La más
emblemática fue la del movimiento Chipko, en la India. También en el mundo
anglosajón se desarrollaban numerosas actividades feministas pacifistas
impulsadas por el vínculo entre las mujeres y la defensa de la vida. Así por
ejemplo, las manifestantes de Greenham Common ejercieron una gran presión
alrededor de las bases de misiles y centros de investigación militar, organizado
actos no violentos, como el tejido de redes con las que cerrar las entradas de
abastecimiento.

Estos movimientos fueron abordando la problemática de las relaciones entre las


personas y con la naturaleza desde visiones muy diferentes, originando varias
corrientes que nos obligan a hablar de ecofeminismos. Simplificando mucho la
variedad de propuestas ecofeministas, se podría hablar de dos corrientes:
ecofeminismos esencialistas y ecofeminismos constructivistas (Cavana, Puleo y
Segura, 2004).

Los ecofeminismos de corte esencialista, denominados también clásicos,


entienden que las mujeres, por su capacidad de parir, están más cerca de la
naturaleza y tienden a preservarla. Esta corriente tiene un enfoque
ginecocéntrico y esencialista que encontró un fuerte rechazo en el feminismo
de la igualdad, que renegaba la vinculación natural que había servido para
legitimar la subordinación de las mujeres a los hombres. Las ecofeministas
clásicas otorgan un valor superior a las mujeres y a lo femenino y reivindican
una “feminidad salvaje”. Consideran a los hombres como cultura, en el sentido
roussoniano al hablar de la cultura como de degradación del buen salvaje. Este
ecofeminismo presenta una fuerte preocupación por la espiritualidad y el
misticismo y defiende la idea de recuperar el matriarcado primitivo.

Este primer ecofeminismo pone en duda las jerarquías que establece el


pensamiento dicotómico occidental, revalorizando los sujetos antes
despreciados: mujer y naturaleza. Las primeras ecofeministas denunciaron los
efectos de la tecnociencia en la salud de las mujeres y se enfrentaron al
militarismo, a la nuclearización y a la degradación ambiental, interpretando
éstos como manifestaciones de una cultura sexista. Petra Kelly es una de las
figuras que lo representan.

A este primer ecofeminismo, crítico de la masculinidad hegemónica, siguieron


otros propuestos principalmente desde el Sur. Algunos de ellos consideran a las
mujeres portadoras del respeto a la vida. Acusan al “mal desarrollo” occidental
de provocar la pobreza de las mujeres y de las poblaciones indígenas, víctimas

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primeras de la destrucción de la naturaleza. En esta amplia corriente


encontramos a Vandana Shiva, María Mies o a Ivonne Guevara.

Críticos con el esencialismo del ecofeminismo clásico, surge el ecofeminismo


constructivista. Desde este enfoque, se defiende que la estrecha relación entre
mujeres y naturaleza se sustenta en una construcción social. Es la asignación
de roles y funciones que originan la división sexual del trabajo, la distribución
del poder y la propiedad en las sociedades patriarcales, las que despiertan esa
especial conciencia ecológica de las mujeres. Este ecofeminismo denuncia la
subordinación de la ecología y las relaciones entre las personas a la economía y
su obsesión por el crecimiento.

En esta línea, Bina Agarwal (Agarwal, 1996) señala que el papel de las mujeres
en la defensa de la naturaleza es importante porque son las que se preocupan
por el aprovisionamiento material y energético, no porque les guste
particularmente esa tarea ni por predisposición genética, sino porque son ellas
las que están obligadas a garantizar las condiciones materiales de subsistencia.

Sin restar valor a muchas de las aportaciones, análisis y luchas sociales que se
han derivado de los ecofeminismos de corte esencialista, esta introducción se
sitúa en un ecofeminismo constructivista. Este ecofeminismo es deudor de
todos los campos de pensamiento en los que el feminismo ha deconstruido
muchos de los dogmas dominantes, mostrando que existen formas de entender
la historia, la economía, la ordenación del territorio, la politología, o la vida
cotidiana que pueden permitir construir otras formas de relación y organización
emancipadoras para todas las personas.

A pesar de las diferencias de enfoques, todos los ecofeminismos comparten la


visión de que la subordinación de las mujeres a los hombres y la explotación de
la Naturaleza son dos caras de una misma moneda y responden a una lógica
común: la lógica de la dominación y del sometimiento de la vida a la lógica de
la acumulación.

Un ecofeminismo crítico y constructivista.

El ecofeminismo somete a revisión conceptos clave de nuestra cultura:


economía, progreso, ciencia… Considera que estas nociones hegemónicas han
mostrado su incapacidad para conducir a los pueblos a una vida digna. Por eso
es necesario dirigir la vista a un paradigma nuevo que debe inspirarse en las
formas de relación practicadas por las mujeres.

Desde los puntos de vista filosófico y antropológico, el ecofeminismo permite


reconocernos, situarnos y comprendernos mejor como especie, ayuda a
comprender las causas y repercusiones de la estricta división que la sociedad
occidental ha establecido entre Naturaleza y Cultura, o entre la razón y el
cuerpo; permite intuir los riesgos que asumen los seres humanos al interpretar
la realidad desde una perspectiva reduccionista que no comprende las

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totalidades, simplifica la complejidad e invisibiliza la importancia material y


simbólica de los vínculos y las relaciones para los seres humanos.

Desarrolla una mirada crítica sobre el actual modelo social, económico y cultural
y proponen una mirada diferente sobre la realidad cotidiana y la política, dando
valor a elementos, prácticas y sujetos que han sido designados por el
pensamiento hegemónico como inferiores y que han sido invisibilizados.

Posiblemente todos los ecofeminismos estén de acuerdo con King, cuando


afirma que: “desafiar al patriarcado actual es un acto de lealtad hacia las
generaciones futuras y la vida, y hacia el propio planeta.” (Agra, 1997)

Desde parte del movimiento feminista, el ecofeminismo se ha percibido como


un posible riesgo, dado el uso histórico que el patriarcado ha hecho de los
vínculos entre mujer y naturaleza (Cavana, Puleo y Segura, 2004). Esta relación
impuesta se ha usado como argumento para mantener la división sexual del
trabajo. En la misma línea advierte Celia Amorós contra lo que ella denomina la
práctica de una “moral de agravios” (Amorós, 1985) con respecto a las
mujeres.

Esta moral de agravios, para Amorós, se produce cuando lo que se pide y se


exige no es el cambio de estatus de las mujeres, sino simplemente el respeto y
consideración a las tareas que ellas realizan. Para un ecofeminismo
constructivista, no se trataría de exaltar lo estereotipado como femenino, de
encerrar a las mujeres en un espacio reproductivo, aun cuando fuese visible,
negándoles el acceso al espacio público. Tampoco se trata de responsabilizarles
en exclusiva de la ingente tarea del cuidado del planeta y la vida. Se trata de
hacer visible el sometimiento, señalar las responsabilidades y corresponsabilizar
a hombres y mujeres en el trabajo de la supervivencia.

Si el feminismo ha denunciado cómo la naturalización de la mujer ha servido


para legitimar el patriarcado, el ecofeminismo plantea que la alternativa no
consiste en desnaturalizar a la mujer, sino en “renaturalizar” al hombre,
ajustando la organización política, relacional, doméstica y económica a las
condiciones materiales que posibilitan la existencia. Una “renaturalización” que
exige un cambio cultural que convierta en visible la ecodependencia para
mujeres y hombres (Herrero y otros, 2006).

Algunas bases conceptuales.

No pretende este epígrafe agotar la amplitud de temas que forman parte de la


preocupación del ecofeminismo, como son la deconstrucción y reconstrucción
de las miradas emancipadoras, la conciencia crítica de la tecnología y la ciencia,
la crítica al mito del progreso indefinido, la bioética, el culto al trabajo, la
producción, o la concepción de riqueza hegemónica.

En este avance, solamente van a ser abordados aquellos que forman parte del

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diálogo que establece la economía ecológica con la economía feminista.

El ecofeminismo denuncia cómo los ciclos vitales humanos y los límites


ecológicos quedan fuera de las preocupaciones de la economía convencional.
Esta denuncia trastoca las bases fundamentales del paradigma económico
capitalista.

Contribuye a desmantelar el artificio teórico que separa humanidad de


naturaleza; establece la importancia material de los vínculos y las relaciones; se
centra en la imanencia y vulnerabilidad de los cuerpos y la vida humana; y
otorga papel esencial a la producción y a la reproducción como elementos
indisociables del proceso económico.

Una economía que crece de espaldas a la ecodependencia y a la


interdependencia.

La vida de las personas tiene dos insoslayables dependencias: la que cada


persona tienen de la naturaleza y la de otras personas.

Los seres humanos obtenemos lo que precisamos para estar vivos de la


naturaleza: alimento, agua, cobijo, energía, minerales… Por ello, decimos que
somos seres ecodependientes: somos naturaleza. Sin embargo, a pesar de la
evidente dependencia que las personas tenemos de la Naturaleza, el ser
humano en las sociedades occidentales ha elevado una pared simbólica entre él
y el resto del mundo vivo, creando un verdadero abismo ontológico entre la
vida humana y el planeta en el que ésta se desenvuelve.

La idea de progreso se relaciona, en muchas ocasiones, con la superación de


aquello que se percibe como un límite. La dominación sobre la naturaleza toma
cuerpo en la obsesión por eliminar los obstáculos que impidan la realización de
cualquier deseo. Cualquier límite que impida avanzar en este dominio se
presenta como un reto a superar. La modificación de los límites de la naturaleza
ha sido vivida como una muestra de progreso. En la cara oculta de la
superación de los límites se sitúa la destrucción, agotamiento o deterioro de
aquello que necesitamos para vivir.

Pero además, cada ser humano presenta una profunda dependencia de otros
seres humanos. Durante toda la vida, pero sobre todo en algunos momentos
del ciclo vital, las personas no podríamos sobrevivir si no fuese porque otras
dedican tiempo y energía a cuidar de nuestros cuerpos. Esta segunda
dependencia, la interdependencia, con frecuencia está más oculta que la
anterior.

En las sociedades patriarcales, quienes se han ocupado mayoritariamente del


trabajo de atención y cuidado a necesidades de los cuerpos vulnerables, son
mayoritariamente las mujeres, porque ese es el rol que impone la división
sexual del trabajo en ellas. Este trabajo se realiza en el espacio privado e

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invisible de los hogares, organizado por las reglas de institución familiar.

Si no se politiza el cuerpo y su vulnerabilidad, no podemos ver la centralidad del


trabajo de quienes se ocupan del mantenimiento y cuidado de los cuerpos
vulnerables ni la necesidad de que el conjunto de la sociedad, y por supuesto
los hombres, se responsabilicen de estas tareas. En las sociedades occidentales
cada vez es más difícil reproducir y mantener la vida humana, porque el
bienestar de las personas encarnadas en sus cuerpos no es una prioridad
(Carrasco 2009).

Asumir la finitud del cuerpo, su vulnerabilidad y sus necesidades, es vital para


comprender la esencia interdependiente de nuestra especie, para situar la
reciprocidad, la cooperación, los vínculos y las relaciones como condiciones sine
qua non para ser humanidad.

La ignorancia de estas dependencias materiales (eco e interdependencia) se


traduce en la noción de producción y de trabajo que maneja la economía
convencional y que ha contribuido a alimentar el mito del crecimiento y la
fantasía de la individualidad. El ecofeminismo, al analizarlas conjuntamente,
ayuda a comprender que la crisis ecológica es también una crisis de relaciones
sociales.

Una producción que no tiene en cuenta el sostenimiento de la vida.

La reducción del valor a lo exclusivamente monetario configura aquello que


forma parte del campo de estudio económico. Esta reducción expulsa del
campo de estudio de la economía a la complejidad de la regeneración natural y
todos los trabajos humanos que no forma parte de la esfera mercantil. Sin ser
contabilizados por la vara de medir del dinero, pasan a ser invisibles. La
producción pasa a ser exclusivamente aquella actividad en la que se produce un
aumento del excedente social medido exclusivamente en términos monetarios.

Razonar exclusivamente en el universo abstracto de los valores monetarios ha


cortado el cordón umbilical que une la naturaleza y la reproducción cotidiana de
la vida con la economía. Hemos llegado al absurdo de utilizar un conjunto de
indicadores que, no solamente no cuentan como riqueza bienes y servicios
imprescindibles para la vida, sino que llegan a contabilizar la propia destrucción
como si fuera riqueza.

Desde el punto de vista ecofeminista, la producción tiene que ser una categoría
ligada al mantenimiento de la vida y al bienestar de las personas (Pérez Orozco
2007), es decir, lo producido, debe ser algo que permita satisfacer necesidades
humanas con criterios de equidad. Hoy, se consideran como producciones la
obtención de artefactos o servicios que son socialmente indeseables desde el
punto de vista de las necesidades y del deterioro ecológico. Igualmente, se
considera como producción lo que es simplemente extracción y transformación
de materiales finitos preexistentes. Distinguir entre las producciones

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socialmente necesarias y las socialmente indeseables es imprescindible y los


indicadores monetarios al uso (como el Producto Interior Bruto) no permiten
discriminar entre ambas.

Al visibilizar la dependencia de la economía de la naturaleza y de los trabajos


ligados al cuidado de la vida humana, se derrumban las fronteras entre la
producción y la reproducción, socavando de esta manera el patriarcado
capitalista.

Una mirada ecofeminista sobre el concepto de trabajo.

La noción de trabajo acuñada en las sociedades industriales se reduce a la


tarea que se realiza en la esfera mercantil a cambio de un salario. Todas las
funciones que se realizan en el espacio de producción doméstica de forma no
remunerada, aunque garantizan la reproducción social y el cuidado de los
cuerpos pasan a no ser nombradas, aunque obviamente siguen siendo
imprescindibles y explotables, tanto para garantizar la supervivencia como para
fabricar una "mercancía" muy especial: la mano de obra (Carrasco 2009).

La nueva economía transformó el trabajo y la tierra en mercancías y


comenzaron a ser tratados como si hubiesen sido producidos para ser vendidos.
Pero ni la tierra ni el trabajo son mercancías porque, o no han sido producidas
– como es el caso de la tierra – o no han sido producidas para ser vendidas –
como es el caso de las personas. Polanyi advierte que esa ficción resultaba tan
eficaz para la acumulación y la obtención de beneficios como peligrosa para
sostener la vida humana. Se puede entender el alcance de esta Gran
Transformación si se recuerda que "trabajo no es más que un sinónimo de
persona y tierra no es más que un sinónimo de naturaleza" (Polanyi 1992)

La nueva noción del trabajo exigió hacer el cuerpo apropiado para la


regularidad y automatismo exigido por la disciplina del trabajo capitalista
(Federeci 2010). El cuerpo se convierte en una maquinaria de trabajo,
fortaleciendo las nociones previas que la Modernidad había asentado. La
regeneración y reproducción de esos cuerpos no son responsabilidades de la
economía que se desentiende de ellas, relegándolas al espacio doméstico. Allí,
fuera de la mirada pública, las mujeres se ven obligadas a asumir esas
funciones desvalorizadas a pesar de que sean tan imprescindibles tanto para la
supervivencia digna como para la propia reproducción de la producción
capitalista (Carrasco 2009). Desde este punto de vista, podemos defender que
las mujeres efectúan una mediación con la naturaleza en beneficio de los
hombres.

Mies propone reformular el concepto de trabajo definiéndolo como aquellas


tareas dedicadas a la producción de vida. Cristina Carrasco (Carrasco, 2001)
profundiza estas propuesta cuando señala que es preciso reorganizar todos los
trabajos y corresponsabilizar a los hombres y al conjunto de la sociedad de esos
trabajos que han realizado a lo largo de la historia las mujeres. Se trata de un

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trabajo repetitivo y cíclico intensivo en tiempo, que libera a los hombres - y a


algunas mujeres - para hacer trabajos menos esenciales y en muchas ocasiones
dañinos para las propias personas y para la naturaleza. De esta forma, se
plantea también la ruptura de la dicotomía que separa el trabajo reducido al
empleo, del resto de los trabajos que sostienen cotidianamente la vida.

Desde este punto de vista, el trabajo sólo puede ser productivo en el sentido de
producir excedente económico mientras pueda obtener, extraer, explotar y
apropiarse trabajo empleado en producir vida o subsistencia. La producción de
vida es una precondición para la producción mercantil. El trabajo de las mujeres
es esencial para producir las propias condiciones de producción. Por ello, el
capitalismo no puede mantenerse sin el patriarcado.

La valorización del cuidado lleva a la economía feminista a acuñar la idea de


sostenibilidad de la vida humana (Carrasco, 2001) bajo un concepto que
representa un proceso histórico complejo, dinámico y multidimensional de
satisfacción de necesidades que debe ser continuamente reconstruido, que
requiere de recursos materiales pero también de contextos y relaciones de
cuidado, proporcionados éstos en gran medida por el trabajo no remunerado
realizado en los hogares.

En nuestra opinión, este concepto se relaciona dentro de la idea más amplia de


sostenibilidad ecológica y social. De acuerdo con Bosch, Carrasco y Grau
(2005:322) entendemos la sostenibilidad:

“Como proceso que no sólo hace referencia a la posibilidad real de que la vida
continúe –en términos humanos, sociales y ecológicos–, sino a que dicho
proceso signifique desarrollar condiciones de vida, estándares de vida o calidad
de vida aceptables para toda la población. Sostenibilidad que supone, pues, una
relación armónica entre humanidad y naturaleza, y entre humanas y humanos.
En consecuencia, será imposible hablar de sostenibilidad si no va acompañada
de equidad”

Recomponiendo un espacio seguro de vida para la humanidad desde


el ecofeminismo.

Las dimensiones ecológica y feminista son imprescindibles para transformar la


concepción y la gestión del territorio y para reorganizar los tiempos de la
gente... Sin ellas, es imposible alumbrar un modelo compatible con la biosfera y
que trate de dar respuesta a todas las diferentes formas de desigualdad. Se
esbozan a continuación, de una forma somera, algunas pautas imprescindibles
para orientar desde una perspectiva ecofeminista las transiciones hacia un
modelo económico, cultural y político que permita la sostenibilidad de la vida
humana.

El punto de partida es la inevitable reducción de la extracción y presión sobre


los ciclos naturales. En un planeta con límites, ya sobrepasados, el

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decrecimiento de la esfera material de la economía global no es tanto una


opción como un dato. Esta adaptación puede producirse mediante la lucha por
el uso de los recursos decrecientes o mediante un proceso de reajuste decidido
y anticipado con criterios de equidad.

Una reducción de la presión sobre la biosfera que se quiera abordar desde una
perspectiva que sitúe el bienestar de las personas como prioridad, obliga a
plantear un radical cambio de dirección. Obliga a promover una cultura de la
suficiencia y de la autocontención en lo material, a apostar por la relocalización
de la economía y el establecimiento de circuitos cortos de comercialización, a
restaurar una buena parte de la vida rural, a disminuir el transporte y la
velocidad, a acometer un reparto radical de la riqueza y a situar la reproducción
cotidiana de la vida y el bienestar en el centro del interés.

La economía convencional valora exclusivamente la economía del dinero y


formaliza la abstracción del Homo economicus como sujeto económico (My
economy). Frente a esta concepción, el ecofeminismo se centra en la “We
economy”, una economía centrada en la satisfacción de las necesidades
colectivas. Se trata de buscar nuevas formas de socialización, de organización
social y económica que permitan librarse de un modelo de desarrollo que
prioriza los beneficios monetarios sobre el mantenimiento de la vida.

Abandonar la lógica androcéntrica y biocida obliga a responder a las preguntas


ineludibles: ¿Qué necesidades hay que satisfacer para todas las personas?
¿Cuáles son las producciones necesarias y posibles para que se puedan
satisfacer? ¿Cuáles son los trabajos socialmente necesarios para ello?

Responder a estas preguntas implica el cambio radical de la economía, de la


política y de la cultura. Se trata por tanto de abordar un proceso de
reorganización del modelo productivo y de todos los tiempos y trabajos de las
personas.

Abordar esta transición con criterios de equidad, supone abordar la


redistribución y reparto de la riqueza, así como una reconceptualización de la
misma. En un planeta físicamente limitado, en el que un crecimiento económico
ilimitado no es posible, la justicia se relaciona directamente con la distribución y
reparto de la misma. El acceso a niveles de vida dignos de una buena parte de
la población pasa, tanto por una reducción drástica de los consumos de
aquellos que más presión material ejercen sobre los territorios con sus estilos
de vida.

El ecofeminismo, poco a poco, va calando en los análisis de otros movimientos


sociales y políticos. Creemos que esta mirada resulta imprescindible para
realizar un análisis material completo del metabolismo social y establecer
diagnósticos más ajustados sobre la crisis civilizatoria. Esta mirada es central
para ayudar a diseñar las transiciones necesarias hacia una sociedad más justa
y compatible con los límites de la naturaleza.

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11   Centro  de  Documentación  Hegoa.  Boletín  nº43  junio  2015  


 
Apuntes  introductorios  sobre  el  Ecofeminismo  
Yayo  Herrero  

Económica.
• Puleo, Alicia (2011): Ecofeminismo para otro mundo posible, Madrid: Cátedra.
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• Shiva, V. (1995): Abrazar la vida. Mujer, ecología y desarrollo. Madrid, Horas
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