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Beatriz Sarlo, “Suma de vanguardias”, “Cultura y Nación”, Clarín, 10 de febrero
de 1994. Recopilado en Escritos sobre literatura argentina, Buenos Aires, Siglo
Veintiuno, 2007.
¿Cómo leer Rayuela hoy? La crítica ha proliferado y centenares de detectives eficaces
requisaron las citas de Morelli y Oliveira, persiguieron a los miembros del Club de la Serpiente, relacionaron los huevos fritos podridos con los objets trouvés de las vanguardias y los paseos de la Maga con el azar objetivo de los surrealistas. Rayuela es un texto que exprimimos, dimos vuelta, le revisamos todas las costuras: no queda nada por hacerle. Nada, excepto nuestro recuerdo de Rayuela. Después de una primera lectura lejana en el tiempo, que para muchos fue un episodio fundamental de iniciación literaria, vinieron otras: Rayuela en el “boom”, Rayuela estructuralista, Rayuela y la teoría de la recepción, la intertextualidad de Rayuela. En fin, la novela secuestrada por la crítica. Hubo un “furor Rayuela”. Por eso, a principios de los años setenta, denostar a Cortázar también fue una moda intelectual. La novela parecía afectada por la enfermedad de la admiración y había que expurgarla. Por motivos distintos, muchos pensamos que Rayuela era, casi, ilegible. El “cortazarismo” fue responsable parcial de esa situación. Víctima de su éxito, Rayuela comenzó a ser imitada, y la novela, en lugar de iluminar la moda que producía, era oscurecida por ella. Lo que en Cortázar había sido un hallazgo se convertía en cliché. Sobre Rayuela podría escribirse un folletín, cuyo título fuera La venganza del éxito. La virtud tuvo que ingeniarse para soportar todos los asedios. Cortázar había construido un objeto que, en su aparente heterogeneidad, es bien argentino: cultura europea y localismo casi pintoresco o casi irónico. A una novela escrita en rioplatense, las citas europeas la agujereaban trayendo el recuerdo de las lenguas y de las culturas de origen: movimiento clásico de la cultura argentina, que Rayuela exasperaba. Las citas están dentro de la ficción y fuera de ella, en la voz del narrador y en los diálogos; dibujan un permanente contacto de superficies textuales. Son soportes de la ficción y excéntricos objetos encontrados por Cortázar: restos de otros libros, recortes, fragmentos que remiten al collage y al fragmentarismo de las vanguardias. Y, sin embargo, Rayuela no es una novela fragmentaria. La búsqueda de un centro obsesiona a sus personajes, pero también a Cortázar, aunque se trate de un centro excéntrico, desplazado, inalcanzable excepto por los caminos de la locura, el erotismo, la degradación del erotismo y, seguramente, la literatura. De la vanguardia, mejor dicho del estilo de intervención vanguardista, Rayuela conserva la vocación de antagonismo y atrapa lectores animados por esa otra vertiente de la ideología vanguardista: el juvenilismo. Rayuela es la novela de aprendizaje de los lectores. Amable, alterna la ficción con la teoría de la ficción, las hojas que la Maga recoge con las que Cortázar organiza y desorganiza en los capítulos llamados “prescindibles”. De la vanguardia, Rayuela tiene el cosmopolitismo, esa idea de una literatura sin fronteras que se interpongan en el tráfico de la traducción. Todos los vanguardistas, podría afirmarse, fueron traductores. Cortázar va a convertir esto en un tópico esencial de 62 Modelo para armar. Pero también podría decirse que esa era su propia colocación respecto de la Argentina. Argentino en París, traductor profesional él mismo gran comunicador que, a partir del éxito de Rayuela, va a responder las cartas que se le envíen, leer los manuscritos que recibe, ocupar, como en un juego, el lugar del “gran viejo”. Casi enseguida, Rayuela, novela porteña y cosmopolita, se colocó también en el circuito internacional. La revolución cubana creaba, entonces, para decirlo con palabras de Perry Anderson, “la proximidad imaginativa de la revolución social”. Era, como lo habían sido algunas vanguardias, voluntarista y juvenil. En esos primeros años de Cuba, la noción de “hombre nuevo” parecía imponerse a la prosa de la construcción económica y al centralismo represivo. Como en el proyecto surrealista, el arte desbordaba hasta los límites mismos de la vida. Esta consigna articula el programa de Rayuela, donde el arte puede incorporarlo todo: recortes, trivialidades altas y bajas, teoría literaria y erotismo. No creo arbitrario poner estos ejes en contacto. De hecho, en mi recuerdo de esos años, aparecen muy próximos. Para Cortázar, el encuentro feliz con la revolución cubana, su reconciliación con la política (que había rechazado explícitamente en un capítulo de Rayuela) es una experiencia que une el fulgor de las transformaciones radicales y la radicalidad de las posiciones estéticas. Hay libros que encuentran su lectura casi de inmediato. Este fue el caso de Rayuela: suma y divulgación de lo acumulado por las vanguardias en este siglo, se suma ella misma a las utopías revolucionarias. En este recuerdo (personal) de la lectura de Rayuela, está presente, por una astucia de la historia, el recuerdo de las utopías de los años sesenta, antes que la violencia arrasara con ella: revolución moral, sexual, estética que, finalmente, parecían aceptadas en el territorio ajeno y hasta entonces hostil de la revolución política.