Informe Actividades Culturales y Deportivas
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INTRODUCCION
II. OBJETIVOS
Sandra Negro (2003): “Aludir a Lima antigua requiere de una mayor precisión
cronológica. Existe información histórica en relación al periodo que abarca desde el 8
de diciembre al 31 del mismo mes —si bien se halla un tanto dispersa y fragmentada—
a partir de la consolidación urbana y arquitectónica de Lima a finales del siglo XVI hasta
el primer tercio del siglo XIX, cuando el protocolo oficial y las costumbres familiares
estuvieron teñidas de una transformación acorde a los nuevos tiempos republicanos.
La mayor parte de cronistas de los siglos XVI y XVII que tratan de los hechos
cronológicamente significativos en la historia de la ciudad o que narran las costumbres
relativas a los habitantes de la capital del virreinato del Perú, no consignan de manera
detallada el día de Navidad o los días inmediatos a dicha fiesta.”
Sin embargo, es notorio el énfasis con que se reseña el comienzo del periodo de la
Navidad. Nos centramos precisamente en los días 24 y 25 de diciembre que
análogamente en la actualidad son los días más celebrados.
Dicho día, por ser la vigilia de Pascua, las religiosas en los coros de los monasterios
cantaban por al amanecer los maitines, seguidos al final de la mañana por las calendas.
Esta era una centenaria tradición cristiana consistente en un cántico gregoriano a
capela, con una melodía sencilla y monocorde, con la que anunciaban el nacimiento del
Niño Jesús. Si bien no se trataba de una competencia, los habitantes que asistían a
ellas cada año, comentaban públicamente aquellas que le habían parecido las mejores.
Tradicionalmente este reconocimiento iba alternándose entre el monasterio de la
Santísima Trinidad y el monasterio de Santa Clara.
Por la tarde los adultos solían tomar una colación compuesta por alimentos ligeros, que
podía constar de una sopa sin carne o una porción de dulces o frutas, o eventualmente
un jarro de chocolate con pan.
Los pobladores de las clases sociales más destacadas asistían en un ambiente solemne
y festivo a la Misa del Gallo en la catedral, iluminada con docenas de velas y cirios, y
con todos los retablos limpios y relucientes. Casi todas las iglesias también celebraban
esta misa, siendo las principales Santo Domingo, San Francisco, San Pedro, La Merced,
San Juan de Dios y otras, de modo que los habitantes asistían a ella expectantes.
Quienes retornaban a sus casas en medio del incesante repique de campanas de las
iglesias y la densa humareda de la quema de castillos de luces y fuegos de artificio, se
deleitaban con una cena de Nochebuena donde eran infaltables los tamales y las
humitas, los chicharrones, el escabeche y los suculentos jamones, a los cuales seguían
muchos manjares como lechones y perniles de cerdo asados y acompañados con rajas
de camote y choclo, pichones y patos asados, pollos rellenos, arroz con pato,
camarones con huevos y papas, carnero almendrado y otras delicias del paladar. La
comida se acompañaba con vinos generosos, agua fresca o agua de canela o limón. El
agua se bebía siempre una vez terminada la ingesta de los alimentos.
Para finalizar la cena estaban los oportos generosos o los aguardientes aterciopelados
provenientes de Pisco, Ica, Nasca, Arequipa o Moquegua, a veces aromatizados con
romero. En ciertos casos, las aguas de tiempo o un mate de yerbas de Paraguay
resultaban imprescindibles. En algunas casas era frecuente proseguir la velada con
juegos de mesa o un baile improvisado que con frecuencia se extendía hasta que rayaba
el alba.
Otra sopa considerada como una delicia festiva era la sopa teóloga, la cual si bien tuvo
un origen español, las cocineras en el Perú le dieron un giro de ingredientes, sazón y
sabor muy propios. Hay que tomar en consideración que a diferencia del puchero, aquí
no había presas o trozos de carne, sino que esta se presentaba deshilachada. Los
condimentos podían ser perejil, orégano, hierba buena y huacatay. El tradicionalista
Ricardo Palma la alababa reseñando que era “[…] un festín de familia en el que lucía
[…] la sopa teóloga con menudillos”. En otra tradición narra el banquete que ofrecieron
en 1608 los dominicos en honor a la reconciliación entre franciscanos y agustinos,
expresando “[…] pero ¡qué banquete! Hubo sopa teóloga, fritanga de menudillos, pavo
relleno, carapulca de conejo, estofado de carnero, pepián y locro de patitas […]”. En la
comedia satírico costumbrista Frutos de la Educación, estrenada en Lima el 6 de agosto
de 1829, Felipe Pardo y Aliaga describe un banquete de la siguiente manera:
La comida concluía con un postre tradicional que era la empanada. El tamaño de esta
—que a veces debía ser cargada por dos hombres— así como la abundancia de dulces
en la mesa, eran indicadores de la importancia de la fiesta y de la opulencia de sus
dueños. La empanada tenía una forma cuadrilonga y era una masa de harina de trigo
rellena con pasta de almendras o manjar blanco.
Acompañando esta delicia había fuentes llenas de mixtura, que eran frutas en almíbar
como los nísperos, higos y membrillos. También tentaban a los presentes platones con
mostachones, que eran pequeños dulces oblongos confeccionados con harina de trigo
en la misma proporción que harina de almendras, huevos, almíbar, aceite y canela. Una
vez horneados y dejados enfriar podían durar varios días. No podía faltar la mazamorra
morada, los “confites de coco” o cocadas, los champús de frutas, las natillas, los
alfajores de Huaura y Trujillo, el crocante de maní o los pestiños.
Los dulces en la mesa de Navidad. De izquierda a derecha: los mostachones, los pestiños y la mazamorra
morada. Los pestiños son originarios del sur de España. Son unas masitas de harina trabajada con aceite y vino.
La masa se divide en pequeñas porciones que se estira y luego enrolla para darles la forma de un canuto. Se
freían en abundante aceite y luego se les recubría de miel o en tiempos más recientes se les emborrizaba con
azúcar.
Finalizada la comida se tomaba uno o más vasos de agua fría y luego podía beberse una
infusión o un jarro de chocolate. Después de la comida era usual en las familias acomodadas
pasar al principal (sala) para disfrutar de algunos licores y una conversación festiva.
Después de una merecida siesta que solía tomar desde las 4 hasta las 6 de la tarde,
momento en que cesaba el bullicio de las calles y las casas permanecían cerradas, los
habitantes se preparaban para recibir las visitas o alternativamente salían para “dar las
buenas Pascuas” a familiares y amistades. El tiempo de las visitas era usualmente
desde las 6 de la tarde hasta las 11 de la noche. Los visitantes pasaban al principal
(sala) o a la cuadra (comedor), no sin antes contemplar el belén que los dueños de casa
exhibían.
Baúl de Navidad limeño del siglo XVIII (Museo Pedro de Osma), Y baúl de Navidad de mediados del siglo XVIII
(monasterio de Santa Teresa en Arequipa). Imagen: S. Negro 2011 y 2008
Estos solía ser de gran tamaño con un extenso número de figuras que podían superar
el centenar, hechas de madera, de pasta o de maguey y tela encolada. Desde el 13 de
diciembre, día de Santa Lucía, se ponían a germinar “los triguitos” indispensables en
todo nacimiento. La representación de la Natividad estaba con frecuencia acompaña por
escenas del Antiguo y Nuevo Testamento, o alegorías como el paraíso terrenal.
Los hombres se sentaban en los sillones o a la mesa en cómodas sillas, mientras que
las mujeres lo hacían en el estrado, que era un poyo construido con tablas de madera,
de unos 20 cm. de altura y situado en uno de los extremos de la cuadra (comedor),
ocupando toda la anchura de la habitación. Solía tener una profundidad de unos 2.50
m. y sobre éste se colocaba una alfombra ricamente decorada, así como grandes
almohadones de terciopelo o de raso, para que las mujeres pudiesen recostarse
cómodamente sobre ellos.
Llegada la hora del agasajo, los esclavos servían el chocolate en copones, el cual era
denso y aromático. Acompañándolo y en salvillas de plata se servían todo tipo de dulces
entre los que destacaban por ser Navidad los mostachones, las almendras confitadas,
el calabazate, los diacitrones, el maná, las rosquitas bañadas, la carne de membrillo, los
turrones de maní, las frutas cuajadas en almíbar, los alfeñiques, confites de semillas de
cilantro, confites de semillas de anís, las alcorzas y los mazapanes.
El calabazate eran trozos de calabaza confitada, mientras que el acitrón o diacitrón era
la confitura de la cáscara de la cidra. En ambos casos una vez blanqueados los trozos,
eran cubiertos de azúcar hasta que este calara completamente. Las alcorzas eran las
cáscaras confitadas de limón o toronja, las cuales habían sido bañadas varias veces en
azúcar blanca, hasta que calara y las revistiera plenamente. Los mazapanes de tradición
hispanoárabe, fueros trasladados a América por las religiosas de los monasterios. Eran
pequeñas pastas de almendras y azúcar, amasadas con poquísima cantidad de clara
de huevo. Se les daba diversas formas entre las que destacaban las esferas, estrellas,
caracolas o palomas.
Para beber se ofrecían también vasos de agua fresca, agua de canela, el fresco de piña,
la aloja, el ante con ante, el hipocrás y el agua de agraz llamada también “los orines del
Niño” en alusión al Niño Jesús recién nacido y los aguardientes de uva o pisco.
El ante con ante era un refresco costoso y bastante elaborado. El hipocrás era un vino
aromatizado con miel y especias, entre las que se hallaban la nuez moscada, canela,
clavo de olor, jengibre y pimienta negra, que lo hacía agradable y aromático de beber.
Los “orines del Niño” eran propios de esta época del año, cuando las uvas todavía no
estaban maduras. Los granos de uva verde se aplastaban y ponían a hervir con agua,
azúcar, canela, clavo de olor y jengibre durante unas dos horas. Luego la bebida se
pasaba por un cedazo y se dejaba enfriar antes de servirla. Su sabor es dulce, agradable
y delicado, con tonalidades que recuerdan las flores perfumadas.
Una vez que las visitas se retiraban era la hora del descanso nocturno. No era inusual
que en la tarde de Navidad en vez de quedarse a recibir visitas, los miembros de la
familia salieran a dar un paseo a pie en la plaza mayor o si disponían de un carruaje, se
desplazasen hasta las pampas de Amancaes o hacia el sur, a la campiña en los
alrededores del río Surco. A manera de ejemplo, en la tarde de la Pascua de Navidad
de 1669 el virrey Pedro Antonio Fernández de Castro, X conde de Lemos y su esposa
la señora condesa, salieron en su carroza tirada por seis mulos para ir a la hacienda
San Juan Bautista de Villa, perteneciente a la Compañía de Jesús para saludar y quedar
“holgando” unos días, ya que recién retornaron el 31 de diciembre.
Lima, hacienda San Juan Bautista de Villa. Lugar frecuente de descanso de los virreyes y sus familias. Perteneció
a la Compañía de Jesús y tenía extensos cañaverales para la producción de panes de azúcar y mieles. A la
izquierda: casa principal de la hacienda. A la derecha: frontispicio de la capilla. Imagen:
http://sanjuanyvilla.blogspot.com [30-11-13]
El 24 de diciembre durante toda la noche se pueden escuchar por donde se vaya los
estallidos de cohetes que aumentan conforme dan las 12.
La cena de Navidad consiste en pavo al horno (últimamente hay quienes comen lechón),
chocolate caliente, panetón, puré de manzana y alguna que otra cosa de cada tradición
familiar. Resulta curioso ver como la gente pasa por las calles llevando su bandeja con
pavo (recién horneado en la panadería vecina). Se respira un ambiente realmente
navideño, pues en las calles de la ciudad se oyen los villancicos y es difícil caminar por
las aceras peatonales que están repletas de vendedores ambulantes que se colocan
estratégicamente con sus mercancías novedosas. Llegada las doce, en medio de la
diversas melodías y villancicos, todos alzan sus copas y brindan con champagne o sidra,
dándose un caluroso abrazo y deseándose lo mejor, mientras un miembro de la familia
coloca al divino niño en su pesebre. Se sirve la cena de navidad y así en medio del calor
familiar se pasa una agradable velada, que luego se matizará con diálogos, anécdotas,
recuerdos, etc.
En gran número de iglesias de la ciudad se realiza la Misa del Gallo a las 10 de la noche
del 24 de diciembre (donde son bendecidos muchos niños Jesús que luego serán
colocados en el nacimiento), la misa resulta muy reconfortante y da chance para que las
familias puedan llegar a tiempo para la celebración de la nochebuena en familia.
La costumbre de comer panetón se difundió en el siglo XX, sin embargo, en el siglo XIX
algunas familias de Lima ya degustaban el famoso “Panetón de Milán” o el “Pan dulce
a la genovesa”. En un aviso encontrado en el diario El Comercio se anunciaba el
Panetón Bonaspetti.
F. Bonaspetti
Exquisito, para la Pascua y Año Nuevo, se vende en la Bodega de la Unión, Mercaderes
195, frente a la sombrerería Crevani. (El Comercio, diciembre 16, 1898)
Sin embargo, hay que aclarar que en el siglo XIX, no era una costumbre muy difundida
entre la población, estos primeros panetones italianos fueron vendidos en las bodegas
para consumo de familias extranjeras.
A partir de 1920 se va difundir el consumo de panetones, no solo los negocios
extranjeros los vendían, incluso las panaderías chinas fabricaron este popular pan
navideño.
Es recién en el siglo XX, Motta y D’Onofrio industrializaron la fabricación del panetón y
su consumo se popularizó hasta nuestros días.
Con el tiempo la navidad se convirtió en una fecha comercial. Grandes tiendas del jirón
de la Unión, como la Casa Welsch, Oeschle, Crevani, Pigmalyon, vendían regalos para
damas y caballeros.
Además se vendían juguetes para los más pequeños. Los juguetes preferidos por los
niños eran: carretas, cornetas, payasos de trapo, caballitos de madera, soldaditos de
plomo, carritos, tambores, casas de muñecas y herramientas.
Hacia 1930, muchas de estas costumbres se van perdiendo y la navidad se va a parecer
más a la que conocemos actualmente. En esta pequeña remembranza nos sirve para
reflexionar sobre el verdadero significado de la navidad peruana. Lo que fue en el
pasado y lo que es hoy.
En el siglo XVII como hoy, la fiesta de bienvenida del Nuevo Año se celebraba con fuegos artificiales estructurados en los
tradicionales “castillos”
IV. COMISIONES
V. ITINERARIO
VI. PRESUPUESTO TOTAL
VII. CONCLUSIONES
VIII. ANEXOS
IX. BIBLIOGRAFIA