Este poema cuenta la historia de un pobre caballero que tuvo una visión maravillosa que lo marcó profundamente. Desde entonces se dedicó a la religión y luchó con fervor en Palestina invocando el nombre de su visión, aunque regresó a su castillo como un recluso triste y murió demente.
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Este poema cuenta la historia de un pobre caballero que tuvo una visión maravillosa que lo marcó profundamente. Desde entonces se dedicó a la religión y luchó con fervor en Palestina invocando el nombre de su visión, aunque regresó a su castillo como un recluso triste y murió demente.
Este poema cuenta la historia de un pobre caballero que tuvo una visión maravillosa que lo marcó profundamente. Desde entonces se dedicó a la religión y luchó con fervor en Palestina invocando el nombre de su visión, aunque regresó a su castillo como un recluso triste y murió demente.
Este poema cuenta la historia de un pobre caballero que tuvo una visión maravillosa que lo marcó profundamente. Desde entonces se dedicó a la religión y luchó con fervor en Palestina invocando el nombre de su visión, aunque regresó a su castillo como un recluso triste y murió demente.
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EL CABALLERO POBRE
(poema) Aleksandr Pushkin (1799-1837)
Era un pobre caballero
silencioso, sencillo, de rostro severo y pálido, de alma osada y franca. Tuvo una visión, una visión maravillosa que grabó en su corazón una impresión profunda. Desde entonces le ardía el corazón; apartaba sus ojos de las mujeres, y ya hasta la tumba no volvió a hablar a ninguna. Púsose un rosario al cuello, como una insignia, y jamás levantó ante nadie la visera de acero de su casco. Lleno de un puro amor, fiel a su dulce visión, escribió con su sangre A.M.D. sobre su escudo. Y en los desiertos de Palestina, mientras que entre las rocas los paladines corrían al combate invocando el nombre de su dama, él gritaba con exaltación feroz: Lumen coeli, sancta Rosa! Y como el rayo, su ímpetu fulminaba a los musulmanes. De regreso a su castillo lejano, vivió severamente como un recluso, siempre silencioso, siempre triste, muriendo por fin demente. Recuerdo Cuando cesa el estrépito del día en torno al hombre, y a las mudas calles del pueblo, clarísima, desciende la sombra de la noche; cuando el sueño premia el trabajo; entonces vivo horas amargas de vigilia que se consumen en silencio. En la nocturna paz, en mi interior se agita íntima sierpe de la culpa; y los sueños rebullen; y a la mente abatida por la pena viene el dolor. Ante mí, lentamente, la callada memoria despliega su largo pergamino; y al leer en él con asco aquello que yo he sido, maldigo todo y me estremezco y amargamente lloro y amargamente gimo, mas no borro las tristes líneas.
Como fui en otro tiempo, así soy ahora…
Tel j’étais autrefois et el je suis encore André Chenier
Como fui en otro tiempo, así soy ahora,
descuidado, amoroso. Bien sabéis, mis amigos, si puedo una belleza mirar sin conmoverme, sin tímida ternura, sin emoción secreta. ¿Jugó poco el amor, acaso, en mi existencia? ¿Bastante no luché cual joven gerifalte en la red traicionera tendida por la Cipria?* Pero aún no escarmentado por centenas de ofensas, ante otros nuevos ídolos elevo mis plegarias… *Afrodita Versión de Eduardo Alonso Duengo Yo la amé… Yo la amé, y ese amor tal vez, está en mi alma todavía, quema mi pecho. Pero confundirla más, no quiero. Que no le traiga pena este amor mío. Yo la amé. Sin esperanza, con locura. Sin voz, por los celos consumido; la amé, sin engaño, con ternura, tanto, que ojalá lo quiera Dios, y que otro, amor le tenga como el mío. 1829 Versión de Rubén Flórez Arcila
Fue en su patria, bajo aquel cielo azul…
Fue en su patria, bajo aquel cielo azul ella, la marchita rosa… Al fin murió, un hálito eras tú, sombra adolescente que nadie toca; pero una línea hay entre nosotros, es un abismo. Intenté, en vano, avivar mi sentimiento: la muerte dijeron los labios con oscuro cinismo, y yo la atendí indiferente. A quién amé entonces con alma fervorosa, a quién le di mi amor en vilo, con tanta infinita, amante tristeza, con callado martirio, con delirio. ¿Qué fue del amor y la pena? Ay en el alma mía para la ingenua, la pobre sombra, para el feliz recuerdo de los perdidos días, no tengo lágrimas, ni música que la nombra.