DOC
DOC
DOC
ADVERTENCIA: Esta historia es sólo apta para mayores de 18 años. Contiene explícitas escenas de violencia y abuso, críticas
religiosas, cuestiones familiares y de justicia. Fue creada por una mente abierta, para otras mentes abiertas. Si sos susceptible a
contextos que involucran directamente a menores de edad, aconsejo no avanzar con la lectura.
Este archivo NO es apto para la venta. Es concedido de forma totalmente GRATUITA por la misma autora a cada lector que se
proponga disfrutar de él.
LISTA DE CANCIONES
~Going to hell (The Pretty Reckless) ~Zombie (The Pretty Reckless)
~Sweet things (The Pretty Reckless) ~House on a hill (The Pretty Reckless)
~Cold Blooded (The Pretty Reckless) ~Burn (The Pretty Reckless)
~Where did Jesus go? (The Pretty Reckless) ~Heart (The Pretty Reckless)
~Absolution (The Pretty Reckless) ~Follow me down (The Pretty Reckless)
~I’m not an angel (Halestorm) ~Big bad wolf (In This Moment)
~Take me Down (The Pretty Reckless)
INDICE
PRIMERA PARTE Capítulo 14 Capítulo 26
Capítulo 1 SEGUNDA PARTE Capítulo 27
Capítulo 2 Capítulo 15 Capítulo 28
Capítulo 3 Capítulo 16 Capítulo 29
Capítulo 4 Capítulo 17 EPÍLOGO 1
Capítulo 5 Capítulo 18 EPÍLOGO 2
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Capítulo 23
Capítulo 11 Capítulo 24
Capítulo 12 Capítulo 25
Capítulo 13 TERCERA PARTE
PRÓLOGO
Es verano, el sol está en lo alto, justo después del mediodía. Caliente,
brillante, potente, insistente. Escucho el sonido atrayente del mar, llamativo,
desesperado por atención. Ya tendré tiempo para él, ahora papá y mamá
acaban de acostarse, una corta siesta hasta que se decidan a bajar para disfrutar
de la arena y el agua salada. Los dedos de mis pies pican con ganas de
enterrarse y ser lamidos por las olas frías. Pero más pica mi curiosidad, mi
necesidad. Por eso estoy trotando en mis sandalias nuevas, escabulléndome
entre las ramas del monte que separa mi casa de la de los vecinos.
Los Romano.
He venido a este pequeño rincón y escalado estas ramas a lo alto sólo para
observarlos. Por muchísimo tiempo. Tanto, que se ha vuelto una rutina
irreemplazable. Cada día, cualquier horario, acabo escondida, sentada en la
rama más alta y camuflada, respirando con dificultad ante el desmedido interés.
Sólo para verlos. No he vuelto a esa casa desde aquella tarde. Desde que
Malena cumplió los diez. Ya tiene casi doce. La extraño, no me gustó perderla.
Tal vez es la única persona por la que he dado algo en mi vida, por la que
podría meter una mano en el fuego. El pensamiento de nuestra amistad me
mantiene sobre la tierra, supongo.
Para regresar.
Nunca tuve miedo, no. No fue por eso que me alejé. Sino porque no
podía controlar mi rabia. La ira carcomió mis venas por años. Abría los ojos y
allí estaba, tomándome, los cerraba en la noche y era mi única compañía. Al
principio esta odisea era empujada por ese sentimiento: el resentimiento, la
necesidad de hacer verdadero daño. No podría haber mirado a nadie de esa
familia sin odio. En la actualidad es distinto, he crecido, he aprendido todo
sobre el control.
Era una niña pequeña. Mi personalidad no estaba del todo definida, hasta
que tuve el encontronazo que cambió el curso de todo. Fui empujada a una
nueva existencia de la noche a la mañana. Estoy segura de que mi vida sería
otra si no me hubiese ocurrido eso a mí. Sin embargo, pasó, el destino lo
escribió con sangre. Mi sangre. En la tierra volátil, entre los árboles.
La máscara.
Una dulce niña de catorce años que está lista para volver.
Con sangre.
Su sangre.
PRIMERA PARTE
«Ahora he llegado a entender que me convierto en el animal que yo elijo alimentar.»
~Big Bad Wolf (In This Moment)
CAPÍTULO 1
«No podía caminar, era presa de un dolor que iba más allá de ser sólo físico.
Quería arrastrarme. Nunca antes nada me había dolido así, tan adentro, tan profundo.
Esto no era como caer de mi bicicleta y raspar mis rodillas en el asfalto. O doblarme un
pie y castigarme contra el suelo. Esto era más complejo, indiscutiblemente más que
cualquier otra molestia. No estaba llorando, escasas veces mis ojos se empapaban hasta
rebalsar, era dura como el granito. Aunque mi respiración estaba agitada. Mi garganta
tan seca, que cada vez que metía aire por ella, a través de mi boca, emitía un pitido
desagradable. No estaba en pánico y pensé que, después de lo que acababa de pasarme,
debería al menos estar un poco histérica.
Atravesé la arbolada que dividía mi casa con la de los vecinos casi corriendo,
aguantándome el dolor. Mi cabeza en blanco, mis ojos sólo al frente, las ramas de los
árboles se enganchaban en mi pelo y desarmaban mi larga trenza rubia. Me tropecé un
par de veces porque apenas podía mantener el equilibro. Algo muy raro le ocurría a mi
cuerpo, se sentía frío y no había sensibilidad en ninguna parte. Las punzadas lo
acaparaban todo.
Sabía que mi vestido estaba roto y manchado, mis rodillas raspadas tenían pasto
pegado y estaban embarradas. ¿Mis zapatos? ya no se sabía de qué color eran, cuando
me los puse más temprano la superficie celeste claro brillaba, reluciente.
Mamá se lamentó.
— ¿Sabes lo que costó ese vestido?—su voz volviéndose tan aguda que mis tímpanos
apenas aguantaron.
Silencio de mi parte. Culpa suya. Ella insistía en vestirme con las mejores ropas
para ir a los cumpleaños de mis amigos y compañeros de la escuela. No entendía que, al
jugar, todo podía estropearse. Aunque yo no venía así de sucia por estar jugando, esta
vez no.
Ella se ablandó, ambas mirándonos a los ojos. Vi cómo su semblante rígido cayó y
una mini sonrisa conciliadora se formó en sus labios rojos cereza. Se acercó, se inclinó a
mi altura y sacó los pelos rubios que caían por toda mi cara.
—Andá—dijo, suave—. Date un baño, Eva, papá y yo tenemos visitas esta noche.
Lentamente me di la vuelta y seguí camino hacia arriba, mis piernas muy juntas,
mis pasos minimizados. Me colé en mi pieza y cerré la puerta pacíficamente, mis
movimientos siendo cuidadosos. Una vez en mi cuarto de baño me saqué el vestido
blanco y lo dejé enrollado en un rincón junto con el calzado, hice correr el agua de
inmediato y me metí bajo la lluvia sin importar si estaba fría o muy caliente, no lo sentí.
Deslicé mi ropa interior rosa por mis piernas hasta quitármela, me quedé viéndola
fijamente al encontrar la gran mancha escarlata en la tela. Instantáneamente metí una
mano en el hueco de mi entrepierna y sentí la viscosidad, sólo para ver más sangre entre
mis dedos al apartarla. Tomé el jabón y empecé a lavarme mecánicamente, primero mi
torso, después mis partes íntimas, bajando a mis piernas. Me deshice de cada rastro de
barro, pasto y sangre. Los vi drenarse a mis pies a través del desagüe.
No quité mi vista hasta que el agua volvió a ser limpia e incolora. Entonces
busqué de nuevo mis braguitas y las froté con el jabón, fregando la mancha. Lo hice
hasta que mis manos se irritaron, sin embargo la huella no desapareció del todo. La
escurrí y la colgué para que se secara, la tiraría a la basura sin que nadie se diera cuenta
más tarde.
Acabé con todo y me envolví en una toalla gigante con dibujos de corazones rojos y
rosas. Sequé mi pelo al mismo tiempo que me observaba detenidamente en el espejo, algo
nuevo vi en mí. Mis ojos aguamarina contenían una expresión dura que combinaba con
mi rostro pálido sin capacidad para la gesticulación. Parecía que había pasado por una
transformación: de la pequeña feliz y despreocupada de doce años, a una estatua de
granito. O la mismísima reina del hielo.
Esa tarde se abrió una puerta dentro de mí, que con el correr de los años se fue
entornando hasta abrirse completamente. Un pase al otro lado, al oscuro.
Estuve en ese maldito reality de belleza cuando era niña, desde los tres a
los nueve. Mi mamá es una enferma por esas cosas estúpidas, me metió allí
donde una niña tiende a lucir y actuar como una mujer. Dejó que me depilaran
las cejas, me pegaran pestañas postizas y maquillaran como una puta. Como si
mi bonita y lisa cara de bebé no alcanzara. Me pregunto cuántos pedófilos se
hicieron la paja viéndome en televisión.
— ¿Qué?—pregunto, reseca.
Papá llama a mi puerta para saber si estoy lista. Lo estoy y lo sigo a través
de las escaleras, directo al garaje. El hombre es todo lo opuesto a mí en
apariencia; pelo marón, ojos cafés, nariz sobresaliente. Soy la imagen joven de
mi madre; rubia, ojos del color del mar del caribe. Aunque ella es más rellena
que yo, tiene más curvas en las zonas correctas. Supongo que sí saqué la altura y
las extremidades largas de papá. Él es un poco desgarbado. Todavía no sé cómo
hizo para conseguir a mamá, la reina de la ciudad en su momento. Vivo en un
mundo de apariencias, no me culpo por pensar tan superficialmente. Será que
papá de veras tiene algo en su forma de ser. Es un hombre dulce y nos trata
bien.
Paso las puertas grandes del colegio, entrando con estilo. La mochila
cuelga de mi hombro y mis pasos son pausados. Algunos alumnos detienen lo
que están haciendo para observarme. Sí, nada ha cambiado. No miro a nadie a
los ojos, sólo finjo estar en mi mundo. Se nota que han estado atentos a mis
actividades de verano, porque cuchichean entre ellos. Las chicas se las arreglan
para ignorarme, bufando por lo bajo. Soy una buena chica, no he hecho nada
para ser odiada. Nada más que tener el futuro que ellas vienen soñando desde
pequeñas. Me dan ganas de pararme a decirles que no es tan especial, la mía es
una carrera llena de sacrificios. ¿No vieron cómo me quejaba cada vez que las
estilistas del reality show me depilaban la entre ceja? Tenía cuatro años, por el
amor de Dios. Tampoco es muy divertido tener que mantenerte en tu peso
ideal de por vida, atiborrarse de comida de conejo por meses enteros después
de darte el lujo de tomar un simple helado, para compensar las calorías.
Las ignoro. La fama y la belleza duelen. Y eso que sigo siendo una
adolescente. Sólo puedo pensar en que se volverá peor cuando el mundo
comience a verme como una mujer. Eso viene prendido a nuevas y más duras
exigencias. Pero me gusta lo que hago, tiene sus pros. Lo mejor es tener al puto
mundo a mis pies. Y he trabajado duro en ello, porque voy a necesitar que
todos me amen, sólo por si algún día mis planes fallan. Aunque… antes muerta
que equivocarme.
Diviso un grupo masculino más allá, son cinco, los que van un año por
encima del mío. Ellos se apoyan contra la pared, despreocupados, charlando,
riendo, golpeándose en el hombro. Uno de ellos me nota y advierte al resto. Ya
sé lo que vendrá, lo he estado viviendo año tras año. Y no me importaba, pero
ahora, viendo lo grandes que están, ya a un paso de convertirse en hombres,
siento como si la paciencia estuviera picoteando su propio caparazón.
Mis ojos actúan como imanes, fijándose en uno de ellos. Ojos castaños me
devuelven la mirada sin pestañear, veo cómo su nuez de Adam sube y baja
cuando traga. Le envío una sonrisa de lado, una soberbia. Él pone mucho
trabajo en no mutar ante mi escrutinio.
Dos años sin decirnos una sola palabra. Ni una. Y ahora, de repente,
quiere hablar. Tal vez quiera perdonarme por abandonarla. Por desaparecer.
Dejarla sola. Si esto es así, lo veo bastante oportuno teniendo en cuenta mi
plan. Ambas éramos inseparables, no importaba una mierda nuestra diferencia
de edad, Malena ha sido una niña bastante madura. Aún lo es.
Esto promete.
***
Le pido permiso para ir al baño. Lo obtengo sin rogar. Salgo por la puerta,
notando los ojos de todos en mi espalda, me alejo caminando hacia los baños,
pero me freno de repente al ver una espalda familiar alejándose en la misma
dirección. Me relamo los labios, sintiendo una nueva necesidad picando en mis
venas. La que me lleva a dar la media vuelta y regresar al salón.
— ¿Entendiste?
—Bien.
***
— ¿Qué hice para que me dejaras de lado así?—se frota un ojo antes de que
suelte una lágrima.
Sorbe, y sé que por dentro está luchando para no llorar. Recuerda que
odio las lágrimas.
—Yo… me fui por tantos meses que sólo pensé que me olvidarías…—esa es
mi mejor excusa.
—No, yo… vi que tenías nuevos amigos, sólo te dejé en paz—otra mentira,
pero mejor eso que contar la verdad.
— ¿Qué?—escondo un jadeo.
— ¿Qué?—me rio.
—Mamá dijo que cuando las chicas se hacen señoritas cambian mucho,
maduran—se encoge, limpiando el sudor de su frente con la manga de la camisa
blanca.
Se ríe, todo el pesar abandonando sus ojos verdes para dar lugar a la luz.
Esta es la Malena que recuerdo, mi buena amiga. Si tan sólo… nada me hubiese
pasado, tal vez nunca nos habríamos separado. Jamás habría tenido la
necesidad de dejarla atrás.
—Sí—asiente.
Mi padre lanza un resoplido brusco por la nariz, se burla de ella. Los dos
me notan entrar pero no me hacen caso, esto parece ser muy importante para
ellos. ¿Será que al fin mi padre ganará esta batalla? Me quedo a un lado para
ver.
Mamá se escandaliza.
— ¡No te atrevas!
—Estás actuando como una mala madre—y con eso sólo espero que saque
lo peor de mamá, por cierto, ella empalidece de golpe—. No la estás cuidando.
Me prometiste que toda esta mierda sería inocente. No veo nada inocente en
que mi hija se pasee por ahí mostrando las tetas… con sólo catorce años.
Ellos al fin parecen notarme por completo. Papá me envía una sonrisa.
Una sonrisa muy débil y triste. Trago el nudo que quiere formarse en la base de
mi garganta, bajo la vista a las puntas de mis zapatos. No quiero reaccionar ante
su infelicidad. Mamá nos da la espalda y no puede importarme menos, porque
dentro de unos exactos veinte minutos va a estar revoloteando como una alegre
mariposa de nuevo.
— ¿Querés ser modelo cuando crezcas sí o no?—preguntaba mamá cada vez que
me veía flaquear y con eso me tendía la trampa de telarañas.
El fuego de las ampollas en carne viva. Las que queman con ansias de
venganza.
Mama suena feliz de verla, es claro que estuvo preguntándose todos esos
años por qué nuestra relación se había cortado. Apago mi iPod y lo guardo
donde va. Coloco un pareo alrededor de mi cintura y unas ojotas altas en mis
pies. Lentes de sol y estoy lista para el almuerzo y una tarde de playa. Encuentro
a Malena en mi sala, de pie, luciendo su traje de baño de una pieza bajo un
solero liviano, sostiene una canasta con comida. Espero que a Laura no se le
ocurra chusmear qué vamos a comer. Podría cambiar las buenas galletas de
chocolate por un cereal nutritivo con gusto a pedo.
— ―¿Así que has sido así de mala, Malena Romano?‖—sigue, con voz oscura,
expresión sombría—. ―Bueno, tendrás que rezar tres Padres Nuestros para recibir el
perdón del Señor… Y levantarte la falda para que te vea mejor…‖
Pestañea.
— ¿Qué?
— ¿Eh?
Suelta una risita que para cualquier otra persona sonaría inocente y
aniñada. ¿A mis oídos? Todo lo contrario.
—Hijo de puta—me atraganto, por dentro lo repito mil veces—. ¿Le dijiste a
alguien?
Y lo hará. Caerá.
CAPÍTULO 4
CRUZ
Estoy limpio. El aire del otro lado me golpea en la cara y respiro. Limpio.
Libertad. Una sonrisa torcida adorna mis facciones, parece que había perdido
la capacidad de gesticular porque la piel de mi rostro se siente tensa e irritada.
Tirante. Voy a dar un paso lejos de esas puertas entreabiertas y nadie va a
frenarme.
— ¿Romano?—llaman a mi espalda.
Una tipa con delantal blanco cabecea en mi dirección. Saca una caja de
plástico desde el interior de un cajón con llave de seguridad y la deja sobre la
mesa. Mis pertenencias. Dos pasos y estoy junto ellas, recuperando mi
encendedor, un descompuesto atado de cigarrillos, el cinturón de cuero, mi
cadena de plata, mi celular. Las llaves de mi coche. ¡La puta madre! Extrañé esa
maldita cosa. También me hago con mi negra chaqueta de cuero y la cuelgo en
mi brazo. Adiós oscuridad. El sol está a sólo unos pasos, y me muero por sentir el
golpe de calor en la cara.
—Así es, al fin—digo, sin aire, trato de ignorar el olor a porro—. Vine por
mi coche, tengo un montón de cosas que hacer—agrego, impaciente.
Niego, divertido. Por estar de nuevo sobre mi nave y al fin libre, para ir al
agujero que yo más quiera. Sí, mierda. Paraíso. Me siento en el cielo. Recorro
las calles de la gran ciudad con mi descapotable y los lentes de sol cubriendo
mis ojos. Coloco música, un buen rock metal y me rio solo. De mi nueva
situación. Seh, un año aislado de todo y todos. Reuniéndome con estúpidos
adictos llorones. Estaba a punto de pedir a gritos que me disparan en la cabeza,
casi volviéndome loco. Sacudo la cabeza y sonrío de lado. Estoy bien. Valió la
pena tanto tiempo al costado del mundo. Estoy limpio, sobrio. Y voy a confesar
que estuve asustado y que esto era lo mejor por hacer. Odio ese lugar, pero me
devolvió a la vida. Hay que sentirse agradecido. Así que, sólo vamos a decir que
la clínica y yo tenemos una relación amor/odio.
Veo al curita salir, despidiendo a una pareja que, asumo, está a punto de
casarse en ésta iglesia, poniendo su unión en las manos sucias y despreciables
de un pedófilo. Me tomé en serio las palabras de Malena, ella no es una
mentirosa, y es lo suficientemente madura para entender lo que este hombre
quiso hacerle. Sólo… necesito pruebas. Contundentes, no sólo para sentirme
con el permiso de pasarle la factura por debajo de la puerta, sino también para
juntar más asco y resentimiento en mi pecho. Cuando decida dar el golpe, no
tendré permitido ser débil, desconfiada o culpable. Cuando lo haga será por
pura fuerza y determinación. Todavía no tengo pensado bien lo que voy a
hacerle. Tal vez asustarlo, chantajearlo, para que se vaya de la ciudad. O…
castrarlo y enviarle al vaticano sus repugnantes partes como regalo de
consideración. Niego. Ya se me va a ocurrir algo, mientras tanto, estoy ocupada
en conseguir un pase libre. Algo que no estoy logrando espiándolo desde
afuera, voy a tener que arriesgar la cabeza y entrar.
Suspiro y me alejo en dirección al remis cuando se estaciona cerca y hace
sonar su bocina. Mientras avanzo, sentada en el asiento trasero, observo al tipo
de sotana desaparecer a través de las macizas y barnizadas puertas dobles de la
casa de Dios. Cuando al fin me dé el permiso de entrar, no le va a quedar otra
opción que rezar. Rezar y pedir perdón.
Al diablo.
Salgo del baño envuelta en una bata de toalla blanca y me seco el cabello
largo hasta que cae sin una sola marca por mi espalda. Al tiempo que me visto,
reproduzco en mente una y otra vez mi parte favorita de ―Sweet Things‖ de ―The
Pretty Reckless‖. Una, sin duda, de las mejores. Me observo fijamente en el
espejo, colocándome una chaqueta de cuero liviana sobre el vestido de
mezclilla. Me veo bien. Demasiado bien. Y ha llegado la hora de mi mejor
actuación. Bajo las escaleras y grito.
Permanezco con ellas mientras son las únicas que hablan sin parar y las
escucho, Malena me sirve jugo recién exprimido y se acomoda junto a mí en la
butaca de la isla.
Ella suelta una risita y habla sobre darme una buena segunda bienvenida a
su casa. Por suerte, parece que no entrará en terreno resbaloso para preguntar
por qué su hija y yo estuvimos separadas tanto tiempo. Y me alivia en cierta
forma. Seguro Malena le contó las excusas que le dije el lunes, en nuestra
reconciliación.
Escondo una sonrisa de triunfo y por dentro choco los cinco. Por
supuesto, esperaba que ella hiciera justamente eso. No quiere dejarme ir tan
temprano. Y yo no estoy lista para irme, tampoco.
***
Sus ojos son piscinas iluminadas por la cautela y el temor. ¿Dije que nadie
me había dado antes una mirada como esa? Mentí. Dani siempre tenía un
manojo para darme desde lejos. Pero ahora estamos muy cerca, y no me apetece
irme. Inmóvil contra la pared parece sólo una pequeña ovejita indefensa y me
da el poder de ser el lobo feroz.
¿Por qué estás tan tenso?quiero saber, frotándome contra él. Nunca te
haría daño, Daniel…
Venganzaresponde, apagado.
Luego se encierra dentro y le oigo rotar la llave. Aprieto los dientes y echo
aire con fuerza. Regreso a la habitación de la bella durmiente y me dejo caer al
otro lado de la cama. Frustrada y furiosa.
Él y Dani son los únicos que no echan miraditas en nuestra dirección, los
otros tres chicos están encantados con mis piernas largas estiradas sobre los
escalones, mi vestido corto apenas pasando la mitad de mis muslos. Sonrisa
torcida incluida y están babeando. Malena suspira.
— ¿Qué? Ellos sólo están agrandándose y actuando porque hay dos chicas
mirando…
—No…—susurra, tragando.
Baja la vista al piso y forma círculos con el índice sobre las baldosas. Se
entretiene bastante tiempo allí, su rubor creciendo.
—Algo así…—responde.
Una amarga sensación se acopla en mi vientre y es por eso que opto por
no presionarla más. No sé si es a causa de un mal presentimiento o sólo miedo
de que se ponga a llorar por esto. No soporto las lágrimas. Se ve muy infeliz. Y
es algo estúpido. Apuesto que cuando menos lo espere se olvidará de éste
flechazo, justo en el momento en que aparezca otro. Apenas tiene doce.
Niego y sigo observando a las cinco obras de arte allá en el césped, ahora
están descansando sobre la gramilla, ensuciándose con el sudor. Engancho
justo la mirada de Dani dirigida a nosotras, frunce el ceño y la aleja cuando se
encuentra con que lo descubrí. Mi piel pica con ganas de ir a él y molestarlo,
sólo me mantengo en mi lugar.
Hoy es un día de chicas, así que levanto a Malena del suelo y me la llevo a
su habitación para que se cambie. Pasaremos por mi casa para que yo haga lo
mismo, y partiremos abajo. A la playa, nos broncearemos y probaremos el agua
salada. Entonces la tristeza en los ojos de mi amiga desaparecerá por completo.
***
A veces, realmente me siento algo culpable por no abrirme del todo con
ella, por mostrarme mayormente fría. Pero esta es mi nueva forma de ser y ni
siquiera mi mejor amiga en todo el mundo podría devolverme a mi estado
anterior. ¿Por qué? Porque lo que me robaron fue la inocencia, y eso es algo
que jamás, jamás, se recupera. Malena no es capaz de quitarme estas olas de
cinismo que me apresan de golpe a veces, o el odio que muy de vez en cuando
me ahoga hasta convertirme en un monstruo gobernado por malignos y
repugnantes pensamientos.
Casi está cayendo el sol cuando Male y yo nos separamos. Ella sigue
camino hasta su casa y yo me pierdo en el interior de la mía. La secuencia es
parecida a la que abandoné la noche anterior. Mamá en su lugar habitual en el
sofá con su infaltable copa de vino, frente al televisor. Y papá perdido en su
despacho.
Sólo mírenla, ¿acaso creen que en esos bonitos ojos aguamarina puede
caber algo de terrible crueldad? Es hermosa, es un espíritu celeste. Y no hay
manera de que sospechen de ella. No existe forma de que el ángel sea en verdad
el verdadero... demonio.
Me encojo, papá tiene razón. Además, tuve todo el maldito verano para
modelar. Ahora quiero estar en casa y hacer cosas corrientes. Pasear por mi
ciudad. Recuperar mi amistad. Interactuar con los vecinos. Planear más
arañazos. Darle su merecido a un cura abusador. Oh, sí, todo eso suena mucho
mejor que recorrer la pasarela.
—Está bien, tiene razón. Quiero enfocarme en la escuela y mis amigos por
ahora, tal vez en un par de meses consigamos otro cupo...
Sus ojos se abren, enormes. Estoy hablando de la gran fiesta que viene
soñando para mis quince años. Creo que con todo el barullo y las idas y vueltas
del verano, se le había olvidado. El año pasado estaba rotundamente negada a
que me hicieran tan enorme y lujosa celebración de cumpleaños. Pero creo que
ahora debería acceder para que mamá se mantenga fuera del radar por un
tiempo. Sólo seré molestada para las pruebas del vestido, seguramente. Dejaré
todo el resto en sus manos.
***
Sonrío de lado y ella se aclara la garganta con arrogancia por adivinar tan
fácil. La verdad es que... tampoco me gusta el ballet. Sin embargo, la escuela
queda muy cerca de la iglesia local y me pareció una buena forma de pasar el
tiempo por la zona. Mamá me ha estado corriendo con la idea desde que
dejamos el reality. Allí ella había visto un poco de talento en mis modos. Bah,
lo que sea. Esto es sólo una coartada. Una excelente idea. Sobre todo, una vez
que al fin pueda circular en mi nuevo coche, en unos pocos meses. Voy a tener
más movilidad y no seré obligada a disponer de remises o la disposición de mi
padre. Voy a ganar tiempo y libertad.
Ahora, eso sí es una sorpresa. ¿Por qué la estoy invitando? Se supone que
es una cubierta, no necesito complicarme la vida arrastrando a mi amiga de
doce años por ahí, si quiero meterme con el cura que la acosó. Mal, Eva, muy
mal.
Creo que prefiero su presencia cerca porque con ella todo es más
divertido e interesante. Supongo... si no, no le encuentro otra explicación al
hecho por el que mi bocota funcionara por sí sola.
Me rio, negando.
—Ajá...
Malena es testigo, por primera vez desde que nos reconciliamos, de mis
altas barreras bajando, lo que dura un nanosegundo, y se ve radiante por eso. Y
por mis palabras, porque las cree con todo el corazón.
***
Dani escucha mis pasos y se atiesa al levantar la vista hacia mí. Se eleva en
toda su estatura y enerva, la espalda recta como una tabla. Sus bonitos ojos
sesgados y castaños se preparan para fulminarme. No he llegado a su posición
cuando de repente acaba con lo que está haciendo y emprende su camino,
tratando de pasarme justo por al lado.
¿Qué clase de telaraña estoy tratando de tejer? Una con muchos agujeros,
eso seguro.
Malena.
—Mamá dijo que tenemos un par de zapatillas de ballet que eran suyas-
suelta, sin más—. Cree que me conviene usar esas viejas para empezar y saber si
me gusta. Si decido seguir yendo a clases, me comprará unas nuevas...
Buena idea, Lisa. Espera... ¿No va a preguntar qué fue lo de ahí afuera?
Sonríe.
Bien. Me dirijo allí y las consigo. Una única caja blanca ocupa ese cajón.
La pongo bajo el brazo y me quedo mirando los alrededores. Esto realmente
podría ser un dormitorio extra, o una sala de juegos. Hay un sofá de tres
cuerpos que se ve bastante bueno para ser dejado a un lado. Un televisor sobre
una cómoda un poco chueca. Algunas cajas con juguetes que ya nadie usa.
Mantas dobladas en un rincón.
—¿Quieren que les prepare una taza de té? El agua que sobró sigue
caliente...
Los amigos de Dani son los primeros en rodear la casa. Llamados por el
sonido de una buena pieza. Luego Lisa les persigue de cerca, saliendo por la
puerta del frente. Malena salta sobre sus pies y corre dejándome atrás.
Estoy saliendo al exterior cuando veo a mamá osa inclinarse encima del
conductor del vehículo descapotable, está diciendo algo. Sonriendo ancho con
encanto. Entonces, de repente, se aplaca y se aleja como si le hubiesen dado
una bofetada cruda en la cara. El rostro de la mujer se desencaja, voltea
rápidamente y enfila hasta la casa, retrocediendo. Hacia mí. Ella cierra los ojos
y comienza a sollozar con fuerza. El lamento en su llanto me pone los pelos de
punta.
Mi cuerpo se paraliza.
La boca se me seca.
No sé por qué. Quizás tiene que ver con que estuvo fuera del radar por
muchísimo tiempo, su ausencia clavó en mí la estaca del olvido. Dejé de
contarlo. Para mí, los Romano eran sólo cuatro. O tal vez sucedió porque es
mucho mayor, y nunca estaba cerca de nosotros cuando correteábamos por ahí.
Seguro lo molestábamos con tan sólo nuestra presencia. Nunca fue demasiado
amistoso. Las últimas veces que lo crucé, cuando tenía doce, sus ojos dorados se
clavaban en mí, saturados de enredaderas rojas entretejiéndose en sus hermosos
irises. Él sin duda, no era un buen chico. Tampoco uno sano. Apuesto a que se
emborrachaba bastante o se metía mierda, es la única forma de explicar su
estado zombie que combinaba con su horrendo humor.
Juego mis cartas a que las drogas tienen que ver con su ausencia durante
estos dos últimos años.
El hombre es demoledor.
Salgo de mi caparazón una vez que estoy de nuevo en mis cabales, las ideas
volviendo a rodar con racionalidad. Puede que me haya golpeado, que me
sorprendiera su vuelta. Que me tomara totalmente con la guardia baja. Pero ya
tengo mi máscara en su lugar y voy a fingir que su regreso no me afecta. Ni a mí
ni a mis planes. Seguro se marcha pronto. Tal vez a la universidad o a vagar con
su evidente y oscura libertad.
Mis pies se estancan por sí solos en medio del pasillo, negándose a bajar
las escaleras. Toman nota de la puerta entre abierta de la habitación enfrentada
a la de Dani. Trago. Mis pasos se apresuran sin dudar hacia allí, y mi cabeza se
aproxima a la ranura que permite una buena vista.
Se arranca lo que parece una especie de papel film que está pegado a si
pecho y abdomen para que sus frescos tatuajes respiren. Tatuajes. Nunca pensé
que podían verse tan bien en alguien. Siempre me habían parecido una forma
detestable de ensuciar la piel. El caso es que ahora he cambiado de opinión, me
gustaría estar cerca de esa suciedad. Porque es más que sólo atractiva. Es...
adictiva.
—Es una mala idea espiar detrás de las puertas, niña—escupe, sus ojos
disparando veneno—. No hay muñecas en este lado del pasillo.
CRUZ
Ese hijo de puta me cortó el chorro. Algo que debería haber anticipado, ya
que es muy propio de él intentar manejarme a su antojo. Y el primer paso para
lograrlo es dejarme sin entradas de dinero. Dinero que no es suyo, sino mío. La
parte que el abuelo me dejó. Ni siquiera de su lado, ya que viene de mi abuelo
materno. Por lo que este idiota no tiene ni voz ni voto en cuanto al asunto. El
problema es que tengo antecedentes con drogas y alcohol, agregando algunas
aleatorias noches en la cárcel por disturbios. Estoy hasta las cejas en el barro. Y,
para colmo, recién acabo de abandonar la rehabilitación, por lo que seguro se
hizo con un poder en sus manos que lo convierte en el amo y señor de mi
universo económico. Tuve suerte de poder pagar mi último capricho con los
últimos ahorros que me quedaban en una cuenta secreta aparte. Si hubiese
sabido que estaba seco, no me habría excedido tanto, pero vi ese cartel de neón
y fue como una señal divina. Había tenido mucho tiempo para pensarlo en la
clínica, y decidí que quería marcar mi piel. Y todavía no he tenido suficiente. Si
tan solo ese bastardo no se hubiese metido con mi dinero...
Tuve que venir, no me quedó otra opción. Voy a luchar para que me
devuelva lo mío y seguir mi camino, fuera del suyo. Nada de volver a cruzarnos.
Nada de encontrarnos de nuevo. No quiero tener nada que ver con mi padre.
Esta es su verdadera familia y no toco ningún pito acá.
Apago la tele sin darle una segunda mirada y me muevo a la cocina. Lisa
sigue allí, tan estresada que el moño en su cabeza se ha aflojado. Le echa una
miradita de reojo a la tinta en mis brazos pero no dice nada. Intentó sacarme
una explicación cuando ni siquiera había bajado del coche y la corté en seco. Se
fue llorando. De verdad no entiendo a esta mujer y el por qué está con mi
padre. El hombre no es para cualquiera, y Lisa jamás ha podido, ni podrá,
domarlo siendo tan debilucha. Tan... falta de personalidad. Pobre mujer.
—Sí, ella...
Suelta una seca y ronca carcajada negando, se echa hacia atrás, suspirando.
—Madura—acabo en su lugar.
Asiente.
Lo sé. Mierda. ¿Cómo se puede tener un cuerpo así a los catorce? Si apenas
está comenzando la adolescencia. ¿O va por la mitad? Lo que sea.
—Es modelo, tal vez eso lo explica—comenta, rascándose la cabeza e
inmediatamente su postura cambia, se acerca a mí como si fuera a contarme un
secreto sucio—. Los más mayores creen que ya perdió la... ya sabes...
Pestañeo.
—No, no sé...
Alza las cejas, intentando explicarme sin decirlo en voz alta. Por dentro
me río. Vamos, no va a echarse atrás por una simple palabrita de nada. Que sea
macho y la suelte.
—Virginidad...
Se encoge, dudando.
—Juan—devuelvo.
Ya basta de locuras.
EVA
Estuve desconectada en la clase de baile. Una porquería, si voy a ser
sincera. Si hubiese estado buena, me habría entretenido y sacado de la cabeza a
Cruz Romano. Sin embargo, él siguió hostigando en mi organismo. Y digo
"organismo" porque no sólo estuvo presente en la parte superior, sino también
en la inferior. Estaba en todos lados, en cada rincón de mí. Que esa bonita y
diminuta maestra no se entere nunca de las cosas que su pequeña alumna tuvo
en mente durante su aburrida clase. Malena también se vio algo decepcionada,
porque no usamos las zapatillas, sino que nos limitamos a hacer movimientos y
estiramientos estúpidos durante la mayor parte de las dos horas.
Cuelgo mi mochila en el hombro y camino a la puerta donde Malena ya
me está esperando. Sus ojitos de cachorro herido me acompañan a la salida. Le
palmeo el hombro mientras caminamos a la par.
—Lo sé, sólo esperaba usar esas bonitas zapatillas con cintas—suspira,
soñadora.
No tengo mucha idea sobre esto, por lo tanto estoy atenta a todas las
recomendaciones del vendedor. Pasamos el resto de la media hora tratando de
elegir una, al final me decido por la inalámbrica básica para interiores. Porque
puedo recibir imágenes e información a mi correo electrónico. Es bastante
parecido a lo que buscaba. Cumplirá su función. Pago con efectivo, y al salir
del negocio me pregunto si con una sola alcanzará para este propósito. Me
encojo por dentro. Siempre puedo volver y comprar otra.
Bueno, sin duda sabe perfectamente que mi casa tiene una buena
protección, así que no es opción mentirle sobre eso. Pero luego lo pienso bien,
y respondo como si nada.
—Nuestro garaje no tiene una cámara, papá tenía ganas de colocar una por
si acaso—me encojo.
—Bueno...—digo.
Traga.
—Juan Cruz está de vuelta y las cosas nunca son fáciles cuando viene—
explica sin que yo se lo pida—. Especialmente la hora de la cena. En general,
termina con una lucha. Tal vez si tenemos invitada logren mantenerse
tranquilos...
Pasos descienden los escalones y estoy casi saltando creyendo que es Male.
En realidad es Dani, que se frena al vernos a su hermano mayor y a mí en la
sala. No escapa como creo que va a hacer, sino que viene hacia nosotros, sus
manos en los bolsillos y pasos lentos. Está serio pero no cerrado y eso me
sorprende.
A la sazón, todo lo que soy capaz de ver y sentir es fuego. El fuego que
quema su humor. El fuego que reaviva las llagas en mi interior dañado. Su cara
llega a un tono de rojo que yo creía imposible. Por un momento sólo somos él
y yo, sorpresa y rabia. Su pecho se infla, parece que va a decir algo pero sólo se
queda allí, inmóvil.
Lo único que los separa de ser dos gotas de agua es el color de ojos y las
canas que acá y allá bañan en el cabello de José. Lo demás… no es más que
escalofriante.
***
Malena y yo ayudamos a Lisa a colocar la mesa. Si hay algo que me agrada
es que ellas no necesitan de una criada para hacer todo el trabajo. Lisa la deja ir
cuando cae el sol y su parte favorita del día es cuando le toca cocinar en la
noche para toda la familia. Mi madre no sería nada sin Juanita. Nada. No sabe
ni hervir unas salchichas, y si algo tengo que agradecer es el tiempo que
compartí de chica con Juani y la cocina. Al menos, el día que me toque vivir
sola, no seré una maldita inútil.
Una vez cada cosa en su lugar, incluso nuestros culos, estoy ya pellizcando
un pedazo de pan a riesgo de parecer una mal educada. No hago más que meter
la miga en mi boca que el cabeza de la familia se decide al fin a dar la cara. Se
ha dado un baño, y ahora va sólo de camisa blanca almidonada. Cada hilo y
mechón de pelo mojado en su respectivo lugar. Me trago el pedazo de pan casi
sin haberlo masticado. No hay nada en José Romano que me pase
limpiamente. Ni siquiera el asco. Se me queda allí, en la superficie, para darme
valor.
Cruz está sentado frente a mí, nuestros vasos casi tocándose y por un
segundo sueño que ambos estiramos el brazo para tomarlos y chocamos
nuestras manos. Me muero por saber cómo se siente sólo un pequeño roce con
él. Creo que es la única persona en esta mesa que me ayuda a superar esta
mierda de saberme tan cerca del Romano principal. No importa que ni siquiera
se fije en mí, y finja que no existo.
Estoy terminando mi primera ronda cuando al fin habla y su voz hace que
la comida que acabo de tragar quiera transformarse en bilis ardiente y subir los
conductos hasta mi boca.
La mujer abre los ojos. Male se congela. Dani se remueve incómodo. Cruz
sólo sigue llevando comida a su boca con el tenedor. Pero yo sé bien, por un
pequeño momento sus movimientos se congelan. Los disimula bien, verdad,
pero a mí no se me escapa nada. Y mucho menos todo aquello que tiene que
ver con él.
—Pero…—empieza Lisa.
Respiro por entre los dientes al ver cómo trata a su mujer, como si fuera
una puta sirvienta. Lisa se limpia la boca y corre a conseguir la botella. Ella
quería cuidar a Cruz, pero si su propio padre ignora la crítica situación, ella no
puede hacer nada más. Trae el vino, y de paso le sirve.
Esto irrita mucho más al pobre tipo insufrible que encabeza la mesa. El
apetito se me ha borrado y cruzo los cubiertos en el plano, dándome por
satisfecha. Sólo sigo llenándome de agua, viendo un excelente ping pong que
Cruz va ganando por goleada. Realmente entretenido.
—Ah, ¿no es el vino una bebida lo suficientemente fuerte? Tal vez te sabe a
poco—sigue arremetiendo el hombre, ensañado—. Lisa, trae ese buen whiskey
que me regalaron en mi último cumpleaños. Hoy quiero abrirlo, compartirlo
con mi hijo mayor.
Suficiente.
Y estoy de humor para hacer de mediadora, así que actúo de una vez. Me
quito discretamente la sandalia del pie izquierdo, bajo la mesa, y me estiro
apenas. Mis dedos se encuentran primeramente con una pantorrilla del
vaquero de Cruz. Éste al principio no reacciona, su cerebro en pausa. Así que
sólo me limito a acariciar un camino ascendente. Sugerente. La punta de mi pie
lentamente lo repasa, y tengo que morderme el labio inferior para no respirar
agitadamente. Estoy cada vez más arriba, adentrándome en aguas profundas.
Aguas impredecibles. Y Cruz al fin me mira, su mirada perdiendo brillo, sus
irises dorados oscureciéndose. Su semblante pálido va recuperando color. Él ya
no se ve atrapado por ninguna otra sensación. Y mi pie se anima a ir más allá, a
la altura de su rodilla colándose entre sus muslos semi-abiertos. Él me recibe
separándolos más.
Sonrío, angelical.
***
Recuerdo los habituales gritos entre mis padres y los ubico en esa
categoría. Ellos discuten sobre mí como si yo no pintara nada, pero ahora he
crecido y sé bien lo que me conviene. Y pronto tendrán que escucharme con
atención porque ya no serán los dueños de mi destino. Pienso que en el
momento en que salga de esa casa después de la escuela, su matrimonio se hará
añicos. A veces sospecho que siguen juntos sólo por mí.
—Sí, pero esto es mucho más que una discusión—se lamenta—. Cruz y papá
nunca se llevaron bien…
Sube las escaleras casi corriendo y me rio cuando casi tropieza, la escucho
responder con una carcajada mientras se pierde en el piso de arriba. Niego
divertida. Permanezco allí, mirando a la nada mientras la sala silenciosa me
engulle y la piel se me pone de gallina. Porque intuyo su presencia incluso antes
de que se abra la puerta de la oficina. Y no sé si fue percepción o si lo supo con
seguridad, atento detrás de ella. Que me quedé sola.
—Como prueba, también hay una pequeñita ropa interior de nena, color
rosa, manchada con la sangre de mi virtud robada, la he mantenido escondida
y esperando… Sabes bien lo fácil que sería culparte—chasqueo la lengua—. Tal
vez te salves de ir a la cárcel, pero tu nombre se mancharía y ya nadie creería en
vos tanto como ahora. Los niños siempre dicen la verdad… y no te das una idea
de la cantidad de gente que estará de mi lado, especialmente si muero—sonrío
con victoria—. He sido una buena chica, inocente e inteligente, pocos dudarían
de mi palabra—suspiro, dejando entrever algo de artificial lástima por él.
He tenido dos años para pensar, para considerar mis opciones. Y sé que si
lo acuso, él no irá a la cárcel, porque es demasiado bueno salvando a la gente
de eso mismo. Y tal vez mi error fue no haber hablado en el mismísimo
momento que sucedió, pero no sabía qué hacer. Estaba entumecida y no pude
pensar en nada durante meses y meses. Fue como morir y regresar, estaba
perdida y no sabía ni siquiera quién era. Sin embargo, lo que sí es verdad es
que me desahogué en ese diario íntimo que alguien me había regalado en mi
último cumpleaños. Lo describí todo, cada maldito detalle. Y Romano y yo
sabemos que… hay testigos que podrían explotar si mi versión sale a la luz. Y si
aparezco muerta.
El hombre se aleja un paso y me fulmina con esos ojos verdes que tantas
pesadillas me han dado. No desvío los míos, demostrando mi valía. Sabe que lo
tengo agarrado de las pelotas y eso bastará para mantenerlo alejado de mí…
quizás no para siempre, aunque sí por algún tiempo.
—No va a ser tuya la última palabra—promete, sonriendo
despectivamente—. Ya veremos.
Male está bajando las escaleras, así que él sólo se limita a asentir y esquivar
a su hija menor para subir.
—Es tarde—comento con tono cansado—. Creo que mejor me voy a dormir.
Una vez afuera, me apoyo contra la puerta, apretando los parpados, y una
bocanada de aire arremete en mis pulmones. Tardo unos cuantos segundos en
volver a ser la misma de hace unos minutos atrás. Nunca creí que volver a estar
cerca de José Romano sería fácil, pero esto ha sido grande, y apenas me he
podido mantener en control. Por un momento tuve miedo. No de él, sino de
quebrarme frente a él. Mis piernas están temblando como nunca antes.
Bajo las escaleras del porche y me dirijo hacia los árboles, dejando atrás el
hermoso jardín delantero. Está tenebrosamente oscuro mientras cruzo la
distancia que separa las propiedades. Y nunca he tenido miedo, de hecho, me
encanta venir a espiar más que nada cuando cae la noche.
Estoy casi en la mitad cuando escucho a alguien saltar desde una rama en
lo alto, ni siquiera tengo tiempo de reaccionar antes de ser tacleada y aplastada
contra un grueso tronco. Dos enormes manos me mantienen los hombros
contra él, y un rico aroma a colonia suave, bosque y sol me envuelve,
alertándome de quién se trata.
—No me cae del todo bien que pendejas de catorce años me busquen por
debajo de la mesa—gruñe, aplastándome más contra el árbol.
¿Qué carajo? Así que a sus ojos lo que hice no fue más que una
insinuación sexual… Y puede que sea cierto, pero había otros motivos detrás. Y
que no lo tome en cuenta me enfurece. Desgraciado.
—Debería haber dejado que te metieras ese whiskey hasta por la nariz—
susurro, amarga.
Cruz me agarra del brazo con fuerza y me devuelve otra vez cerca de él.
—Por supuesto—carcajeo con burla—. Creo que vas a tener que revisar ese
control tuyo, está un poco jodido—niego, todavía riendo.
Me suelta de golpe y casi caigo sobre mi culo, lo que me desplaza aún más
en el borde. Así que salto hacia él y planto mi palma en su cara girándola de
una cachetada. No me agrada una mierda cuando me echan mis pocas buenas
intenciones a la cara.
—Hijo de puta orgulloso—lo empujo, él aún está en shock porque fui capaz
de golpearlo—. Y cobarde.
Eva se comió mi cabeza. Sí, esa chica de catorce años me tiene agarrado de
las pelotas, y no sólo en un sentido literal. No he podido parar de pensar. No es
normal. No hay nada normal en ella. Sus ojos son sobrios la mayor parte del
tiempo. Y a veces hasta dejan entrever un brillo de lo más particular. Un brillo
lleno de malicia. Y en otras, sólo hay sombras.
Hay algo malo con ella. Y me siento motivado a averiguar qué es lo que la
obliga a ser así. Lo que le quita cualquier expresión inocente, soñadora y
alocada. Se supone que debe estar en la edad del pavo, ocupada en idioteces sin
sentido. Como sentirse atraída por cosas tontas y superficiales, tal vez ir por ahí
suspirando por algún amorcito platónico del colegio. En cambio… ella me miró
de frente, me dio una cachetada que picó como la mierda y estiró la mano para
tomarme la entrepierna. Porque sabía que mi pene latía por ella. Porque es
capaz de captar lo que un hombre puede sentir por ella. Es todo, menos una
inocente y atolondrada niña. Es seria, resuelta, y posee una mirada que sabe
cómo usar para hacerla funcionar como un látigo. Sabe cómo demolerme.
Y me tiene loco.
Es especial.
Bufo.
Se encoge, gruñón.
—Sólo estaba mirando, ¿por qué todo tiene que tratarse sobre atracción
sexual?—gira el cuello para mirarme.
También cruza los brazos y desvía la atención abajo una vez más. No a
Eva, sino al grupo de amiguitas de Malena. Niega.
— ¿De verdad? Sabes que podés hablar conmigo sobre lo que quieras—no
sé por qué estoy siendo tan suave y honesto con él, será porque se ve tan
vulnerable que me preocupa.
Sé que apenas habla con nuestro padre. Ese egoísta de mierda vive más en
la calle que en esta casa. Y todos acá sabemos que hay prioridades más
importantes que su familia. Dani puede estar teniendo alguna crisis normal de
la edad y es posible que no tenga con quien hablar.
Agita la cabeza a los lados suavemente sin decir nada. Apagado. Arrugo el
entrecejo, tratando leer su expresión. Entonces noto que está mirando a
Malena con fijeza. ¿Qué mierda le pasa? Se ve melancólico. Y no sé qué más
decir para sacarle la ficha, por lo que permanezco ahí mientras vemos a nuestra
hermana correr hacia Eva y robarle la pieza superior del bikini que ella se había
desprendido para broncearse la espalda. Ríe a carcajadas mientras la otra la
maldice y se levanta, algo fastidiada. Mis ojos y los de Dani casi saltan de las
órbitas reparando en que ni siquiera se preocupa en taparse los pechos
mientras camina lentamente hasta Malena, que se ha quedado de piedra al
igual que sus amigas, y le dice alguna cosa que no escuchamos.
—Carajo—gruño, entre molesto y excitado.
Exacto. Sus palabras caen sobre mi cabeza como una bomba atómica,
derribándome. Así es, tiene unos insignificantes catorce años.
EVA
Dejo la clase de ballet antes de tiempo, no se debe a que el tiempo se me
esté ajustando, sino porque no se me da la gana aguantar a esa mujer con sus
estiramientos y movimientos irritantes. Mejor podría anotarme a yoga, sería
igual de insulsa. Pongo mi mochila sobre el hombro y dejo el salón agitando la
cabeza hacia las demás compañeras. Ellas me levantan la mano, sonriendo. Y la
profesora me despide diciendo que me espera la próxima. Veremos, voy a
replantearme seriamente el regresar.
Ella se sonríe más ancho si eso puede ser posible y se sienta en el primer
banco de la fila de la izquierda, golpeando con su palma abierta el lugar a su
lado, invitándome a acompañarla. Lo hago, pero no tan cerca.
—Sí, hace tiempo que está, cerca de dos años. Hugo se mudó a otra ciudad
y tuvimos suerte de que Alfredo no tuviera problemas en venir—relata,
alisándose la falda negra e insulsa que lleva—. Si querés conocerlo antes de
confesarte siempre podés golpear en la casita justo al lado de la iglesia, vive ahí.
O podés encontrarlo mucho por acá, esta semana está completo con las
confesiones de los niños que van a comulgar el domingo. Y la semana que
viene, igual.
Necesito saber si ese hijo de puta los mete ahí adentro o los confiesa como
Hugo, aquí afuera. ¿En qué momento se pone toquetón y exigente con las
faldas de las niñas?
—Oh, creo que es como siempre ha sido. Los niños se sienten intimidados
en el confesionario. Lo hacemos como una charla amistosa, es agradable—
sonríe, balanceándose mientras habla—. Generalmente estoy afuera ordenando
las filas con las catequistas. A Alfredo no le gusta que se lo interrumpa porque
el proceso podría durar una eternidad, y los chicos se ponen incordiosos, se
cansan rápido de tanto esperar—entrelaza los dedos en el frente, observándome.
Es Cruz. Y está hablando con una rubia, la de la risita tonta. Su coche está
estacionado a un lado y él se encuentra apoyado despreocupadamente contra el
capó, la chica casi encima de su cuerpo. Se frota descaradamente y él sonríe
como un ganador. Lleva un vaquero ajustado azul claro y una camiseta negra, la
misma que lucía cuando lo vi por primera vez esta semana. Está despeinado, y
ese estilo indiferente es lo que potencia su atractivo. El sol de la tarde hace
brillar sus mechones dorados. No logro fijarme en sus ojos, pues los cubren
unas gafas de aviador. Pero sí reconozco esa sonrisa torcida y no me gusta una
mierda.
CRUZ
Si apretara más el volante, se me partirían los dedos. Así que sólo acelero,
me concentro en meter aire en mis pulmones y miro al frente. Lo único que
tengo que hacer es permanecer atento al camino, y olvidarme de que a mi lado
viaja una chica de catorce años que me cagó un levante hace unos minutos. He
descubierto que no sólo es sobria e inteligente, también es una caprichosa. Y no
voy a jugar este juego con ella. Porque me lo he prohibido a mí mismo y no está
en mis planes dejarme arrastrar. Eva Moretti es mala para mí. Debería haberme
negado a traerla, pero no quería desairarla delante de Belén. Aunque se
merecía que la dejase en ridículo por inmiscuirse donde no la llaman.
— ¿Ibas a garchartela?
Lanzo una seca carcajada entre los dos. Niego. No tiene filtro,
definitivamente está jugando duro. Voy a tener que redoblar la apuesta. No
puedo permitir que gane.
— ¿Qué te hace pensar eso? Para que sepas, bonita, no sos el ombligo del
mundo.
Ella se ríe en alto, de lo más rugosa y sexy. ¡Nadie en el mundo puede reír
así a los catorce! Odio todo, todo lo que me hace. Cada maldita sensación y
tentación. Ella es una niña, no una mujer. Y tengo que metérmelo en la cabeza
de una maldita vez.
—Vamos a dejar algo claro entre los dos, Eva—me pongo serio de repente,
bastante molesto—. Entre vos y yo no va a pasar nada. Nada. No estoy al tanto
de lo que hay en esa cabecita inocentona de catorce años, pero no es más que
una ilusión. Vos y yo, nunca—remato, seguro de lo que estoy diciendo.
— ¡Me importa una mierda lo que hayas dicho, carajo!—exploto sin pensar.
Si tengo que gritar para que entienda, entonces gritaré alto y claro. Si
tengo que insultarla, también lo haré.
Me rio.
No lo hace.
—No me soltés—pide.
Y no le hago caso, la fuerzo a desprenderse de mí y la regreso a su lugar.
Me acomodo las ropas con frustración, al tiempo que ella se sostiene en su
lado, agitada y sonrojada. Ahora creo que realmente la he herido. Porque soy
un burro, un hijo de puta insensible. No sé qué ha visto en mí que la hace
quererme. Soy un asno. Y acabo de demostrárselo. Es bueno, supongo, es
posible que se mantenga en su lado de la línea ahora que la he degradado de
esta manera tan despreciable.
Después de eso, usé internet. Navegué horas y horas por las redes
buscando respuestas a preguntas que ni siquiera sabía cómo formular.
Necesitaba entender cómo sería mi vida después de esa tarde, aprender a vivir
con ello. Exigí resolver los actos reflejos que mi cuerpo emitía y que apenas
podía controlar. Todavía no tengo idea, si soy sincera, así que tampoco me
sirvió de mucho. Sin embargo, hubo un punto en la lista de supuestos efectos
colaterales que me tocó una fibra sensible. Lo recuerdo bien porque le dediqué
pensamientos por muchísimo tiempo. Y tuve que buscar en un diccionario la
palabra promiscua. Darle vueltas y vueltas para comprenderla. Más vulgarmente
se podía traducir como puta.
Una vez que terminé, encerré esa mierda en un cajón en mi mente, eché
llave y me ocupé de algo mucho más importante que la herida reciente a mi
orgullo enfurecido y mi sexualidad principiante.
El cura.
No tengo que esperar más de quince minutos, los mensajes con las
capturas comienzan a llenar mi bandeja. Descubro que he calculado
excelentemente el punto justo donde el cura se sienta con cada niño a hablar.
Voy mirando y eliminando las imágenes a medida que van llegando, siendo
menos que normales. Por un momento, creo que voy a volverme loca, pero lo
llevo bien, porque tengo la voluntad de acero. Y quiero acabar con esto cuanto
antes. Los primeros niños van pasando, y el tiempo de las confesiones no dura
más de cinco o diez minutos, entonces el chico se cambia a los bancos de la
siguiente fila, se arrodilla, y reza lo que el cura le recomendó. No entra el
siguiente hasta que él se marcha. El hombre siempre está a solas con ellos. Y
por momentos se ve simpático y no es difícil saber que a los pequeños les cae
en gracia. Algunos de ellos lo observan con profunda atención y adoración,
como si lo admiraran.
No es tan viejo como yo creía, tal vez tenga unos cincuenta años. Está un
poco calvo y barrigón, su imagen es de lo más corriente. Se muestra sereno y
simplemente es fácil engañarse. ¿Yo también caería en la red si no sospechara
de él? Tal vez. He dicho que llevo un radar conmigo a todos lados, pero a veces
sé que puede fallar, o darme ideas equivocadas, estoy consciente de ello. Por
eso nunca me apresuro a sacar conclusiones.
Una hora después y dos gaseosas más—no light—, estoy suspirando con
frustración porque no he adquirido ni una sola señal sospechosa. Y, si bien me
había hecho a la idea de que sería difícil conseguir algo contundente en la
primera cita con el plan, estaba segura de que algo pequeño llegaría a mis
manos para la colección.
No estaba equivocada.
Me separo del lugar que ocupé por casi dos horas y pago mi cuenta con
rapidez. A través de pasos rápidos regreso a la iglesia y espero afuera, hasta que
las madres y sus hijos abandonen la entrada. Las catequistas despiden a sus
alumnos con entusiasmo y orgullo, esperando ansiosas la misa del domingo, ya
imaginando a sus polluelos luciendo sus túnicas blancas, entregándose a Dios.
Soy engullida por la caída de la noche, en la oscuridad, hasta que estoy segura
de que no queda nadie deambulando en el interior. Casi corro por el camino
hacia el altar, a punto de zambullirme tras el manto blanco que esconde mi
fisgón y delator aparato. Lo devuelvo al interior de mi bolso justo a tiempo,
segundos antes de que Albertina aparezca y se alegre de verme.
Una vez fuera y a salvo, dedico una sonrisa al atardecer. Satisfecha porque
tengo en manos la primera prueba. Algunas más, y voy a estar preparada para el
siguiente paso. Y el más importante.
El castigo.
CRUZ
Me paseo en mi habitación como un pobre gato encerrado, necesitando
aire. El problema es que vaya a donde vaya cerca de esta casa o esta ciudad no
consigo respiro. Es como estar en la clínica de rehabilitación, se siente como
una cárcel. Y ahora a mi lista de desdichas se suma Eva. Eva con su
comportamiento descarado y directo, ese cuerpo de ensueño y el rostro de
ángel. Y simplemente sé que tengo que salir rajando de este lugar porque no
soy tan fuerte como me gustaría. Y la culpa hace cosas terribles en mi cabeza.
Nunca en mi puta vida tuve remordimientos por nada. ¿Por qué ella me lleva a
actuar así? No sé, no me interesa saber y mejor correr en la dirección contraria.
Bajo las escaleras vestido como para salir, ya son casi las nueve y mi
intención es meterme en algún bar de mala muerte, ver si me encuentro con
mis antiguos amigos para pasar el rato e irme con alguna chica que me guste a
un lugar más privado. Suena como un buen plan.
Tenía tres años cuando mamá se fue, pero recuerdo todo, como si mis
retinas se hubiesen esforzado en retenerlo, aferrándose a los recuerdos. Papá
fue el único culpable, y jamás, jamás en la vida se cruzará siquiera en mi mente
la opción de perdonarlo. De hecho, me gustaría matarlo con mis propias
manos por quitarme lo único que yo necesitaba de niño. O incluso ahora con
casi veinte. Y ni siquiera había cumplido cuatro cuando Lisa entró por esta
puerta y se convirtió en la dueña de casa, ocupando un lugar que era imposible
de llenar en mi corazón. La odié mientras crecí, y odié a mis hermanos
también, a pesar de que sabía bien que ellos no eran los verdaderos culpables.
Me rio secamente.
—Prueba con las fechas en las que ganó sus juicios—digo, impaciente—.
¿Cuál fue su favorito hasta ahora? ¿El del loco que lideraba la banda que
saqueaba bancos?—ambos sabemos que no hay manera de que sea alguna fecha
de nacimiento de sus hijos o mujer, o aniversario.
Saco los papeles que guarda, ignorando los fajos de dinero. Me enfoco en
lo que estoy buscando hasta que lo tengo entre manos. Lo separo del resto para
llevármelo, pensando en que esta es mi ansiada libertad.
Entrecierro los ojos, sin dejar pasar su nerviosismo, el que lo hace ver
como un niño a punto de vomitar.
—A las cuatro, asegúrate de ser puntual porque Manuela está atareada con
el tiempo, no hay lugar para esperas—comenta, metiendo el último resto de una
tostada con mermelada dietética encima.
—Elegí un tipo de tela rosa claro, ni bien verlo supe que sería perfecto para
tu tono de piel—sigue ella, anotando sin parar en su libreta y sorbiendo su
café—. Podríamos combinarlo si te parece, pero opino que por sí solo estaría
bien, tal vez agregando brillos y piedras…
Soy una estaca, piel y huesos. Y sé que eso es lo que se requiere en las
pasarelas, pero estoy pensando en dejarlo. Quiero ser modelo, sí, pero de
publicidades... O, tal vez ropa interior. Con la diferencia de que quiero
rellenarla. Para eso necesito un mejor juego de culo, glúteos y caderas. No más
caminar por ahí simulando ser una tabla, o una percha andante. Quiero poder
darme el gusto de meterme una tableta de chocolate cuando yo quiera, y
compensarla con mejores rutinas de deporte y gimnasio.
Me rio con la boca llena, agria. Creo que me levanté esta mañana ya
hastiada de actuar como su angelito.
Frunce el ceño.
Chocolate por la noticia, mami. He estado fingiendo mucho tiempo ser una
niña básica, superficial y hueca. Me he cansado.
***
Quedé con Malena en encontrarnos en su casa para que me acompañe a
la modista. Y aquí estoy, frente a su puerta, cuando ella atiende y me deja
entrar. Ni bien poner un pie en el recibidor, siento el aire más espeso. La
tensión en el ambiente es palpable y rebusco con los ojos por una señal que me
indique qué es lo que está sucediendo.
Yo no. Una gran parte de mí necesita que regrese. O, por lo menos, verlo
una vez más. Como despedida. Sin embargo, todos sabemos que no va a
suceder. No si su padre está tan ensañado con encerrarlo y vengarse. La verdad
es que imaginar a Cruz tras las rejas me quita toda la satisfacción de ver a José
Romano hecho una bolsa pisoteada.
***
Elijo una tela azul oscuro con unos pocos brillantes ya adheridos, en un
molde sencillo. Vestido corto, con breteles finos y escote redondo, suelto hasta
las caderas donde se ajustará un poco contorneando la forma de mis muslos. La
modista está tan desconcertada que no ha abierto la boca, y eso es muy bueno,
porque no la quiero oír hablar sin parar. Supongo que se esperaba otra cosa de
mí, que tardara mil años en elegir y le diera trabajo con el diseño. Por dentro
me rio. Porque, sin duda, pensaba encontrarse con una réplica de mi madre. Y
ya me decidí a dejar de demostrar eso a la gente.
—Algo así, con ese vestido vas a mezclarte con los invitados, ¿no se supone
que la quinceañera tiene que sobresalir o algo?—pregunta.
No hay dudas de que Malena es la clase de chica que se inclina por los
rosados. Todo en ella es suave e inocente, y la imagino en sus quince años
luciendo un enorme vestido rosa, con brillantes y hasta una tiara en la cima de
su cabeza.
Paso un brazo por sus hombros, acercándola a mí. Le doy una palmada de
aliento.
—Extrañaba nuestro tiempo juntas, eras la única amiga que estaba cerca. Y
a veces me moría por cruzar el monte para golpear tu puerta—cuenta con
amargura.
―No fuiste vos, Male. Fue el hijo de puta de tu padre.‖ Le contesto por dentro.
No pude volver a ser su amiga hasta que estuve lista, y me llevó dos años.
Y ahora me doy cuenta de que no la odio. Por un tiempo lo hice, aborrecí a
todo el que se me cruzara, en especial a cualquier integrante de su familia. Pero,
¿ahora? No hay ni una sola fibra en mí que quiera hacerle daño. Ella es mi
mejor amiga. Me recibió de nuevo como si nada hubiese pasado. Como si no
hubiésemos estado dos años sin hablarnos. Me perdonó todas esas veces que le
pasé por al lado en los pasillos de la escuela y fingí no verla ni conocerla. No
queda ni una gota de resentimiento dentro de mí estando frente a ella. Es
dulce, amable, simpática… y no se merece el padre que le tocó. Tampoco
merece lo que quiero hacerle a ese sujeto como venganza, pero a eso no está en
mis planes detenerlo. Ni siquiera por el cariño que siento por ella.
Me rio, Malena no me sigue la corriente, sólo tiene los ojos muy abiertos
con tensión. Pobre mujer, mi madre, dos disgustos en un día. Si seguimos así
no llegará a fin de mes.
***
La cocinera de los Romano nos sonríe con simpatía mientras revuelve una
salsa en la olla. Una que sólo Lisa y Dani disfrutarán. Tal vez también José, si es
que no ha ido a trabajar para no mostrar su cara adornada en la oficina.
Intento no reírme por el pensamiento. Male y yo rodeamos la isla en medio de
la gran cocina y preparamos los bocados con pan lactal y fiambre fresco. Si me
viera mi madre. Tengo que reconocer que ya es hora de contenerme un poco,
he roto el régimen muchas veces esta semana y hasta que no hable con mi
nutricionista no puedo ir por mi cuenta con la comida. Control. Esto será mi
último permitido.
Estoy cerrando el primer sándwich y riendo por alguna estupidez que dice
Male, cuando levanto la vista, sintiendo una presencia junto a la entrada. Mi
corazón se sube hasta la campanilla al toparme fijamente con los ojos dorados
de Cruz. Y es posible que mis movimientos vacilen porque él se apresura a
llevar su dedo índice a los labios. No quiere que lo delate. Un pestañeo después
desaparece, metiéndose a hurtadillas hacia el interior en la casa. Trago y actúo
casual, como si el haberlo visto no me hubiese alterado los nervios y puesto mi
piel de gallina. Mis manos dudan mientras van a por el otro pedazo de pan y
untan mayonesa.
— ¿Te ayudo?—pregunta.
—Sí, Male me contó—rio muy a gusto—. El otro día lo vi, tiene la cara
destrozada. Me encanta.
La policía.
— ¿Qué es lo peor que puede pasar?—alza una ceja con seguridad—. Tengo
un buen abogado. Seguro me obligarán a pagar alguna buena suma de dinero
por la demanda, o alguna otra mierda. No voy a terminar en la cárcel por
golpear a ese idiota—se ríe.
—Pero tu padre…
Está loco.
Caminé el resto del camino hasta la casa del pervertido y colé la hoja
doblada en dos por debajo de la puerta. Me hubiese encantado filmar el
momento en que él la viera y leyera, mala suerte que ese fuera un lujo que no
podía permitirme. La nota era corta, decía: ―Sé lo que haces. Te estoy vigilando. Yo
en tu lugar me detendría‖. Con eso me despedí por el momento y regresé a casa,
agotada. Lo que me trae al presente, metida en mi cama mirando el techo
fijamente, luego de una cena rápida con mis padres y su silencio infernal.
A veces extraño a esa chica que podría haber sido si José Romano no se
hubiese salido con suya. Me gusta como soy, sólo que… vivo tensa. Vivo con
persistentes pensamientos preocupantes, anormales. Soy un bicho raro, por
dentro. Si lo fuera por fuera no me querría tanta gente, no sería tan popular. Y
si supieran lo que hay en mi mente la mayor parte del tiempo, se espantarían.
Me dejarían sola, me recluirían. No le tengo miedo a la soledad, no me
importa. No obstante, yo requiero la popularidad, porque es mi máscara. Mi
coartada. La gente no confía en los bichos raros, porque son cerrados, extraños
e impredecibles. Me visto del ángel de ojos grandes y adorables, uso mi belleza y
sonrisa fácil para meterlos en mi bolsillo, entonces se enamoran de mí. Se
vuelven ciegos, mientras que detrás del telón me permito ser la verdadera yo. El
bicho raro.
Me pregunto por qué volvió. ¿Por qué quería esos malditos CDs? ¿Para
chantajear a su padre? Debían ser importantes si se arriesgó por ellos. ¿Qué
contenían? Gruño con impaciencia y me retiro. Me muerdo el labio, me dio
esas cosas, por lo tanto tengo al alcance algunas respuestas. Sin siquiera dudar,
me dirijo al segundo cajón de mi cómoda y rebusco entre las calzas y tops de
deporte que siempre guardo ahí. Mis dedos tocan el borde filoso del plástico de
las cajas y las tomo. No hay ni una pizca de culpabilidad por lo que voy a hacer.
Lo tomo como una oportunidad. Si el destino de esos CDs era el chantaje, bien
podría tomarme la libertad de usarlos con el mismo propósito. No me vienen
nada mal. Una especie de pago por cuidarlos hasta que llegue el momento de
devolverlos.
Así llego a la conclusión de que ese tipo está más enfermo de lo que creí.
***
Una semana después sigo sin tener noticias de Cruz y estoy empezando a
inquietarme. Malena no tiene ni idea de lo que puede estar sucediendo con su
hermano, sus padres no han dicho nada con respecto a la situación. Ni siquiera
Dani, cuando lo acorralo en su habitación aprovechando que esta vez no se
encuentra cerrada con llave.
—Tal vez algún día—digo, su rostro cae—. Sólo si demostrás no ser igual a
tu padre…
Como no tengo nada más que decir pongo distancia entre los dos y enfilo
hacia la salida. Su silencio contesta por sí sólo, y sé que está tan enojado que
apenas puede hablar correctamente. Le echo una miradita y estiro el brazo
hacia la puerta.
—Vos y yo somos iguales—suelta, y me paralizo abruptamente—. Los dos
hacemos lo que sea para conseguir lo que queremos, y no pedimos perdón
nunca por eso…
Trago con fuerza por más que mi boca esté seca, llena de un gusto amargo
y asqueroso. Por tenerlo tan cerca, casi puedo revivir esa tarde. El sabor de la
tierra en mi boca, mi culo ensuciándose en el barro, mis flacuchas piernas
luchando. Manos inmovilizando mis brazos. Sin embargo no emito reacción, a
pesar de que por dentro estoy gritando e imaginando que araño cada
centímetro de su despreciable cara.
— ¿Ves?—se agita la voz por encima de mí—. ¿Ves lo fácil que sos? A mi lado
no sos nada. Podrás mirarme directo a los ojos y creer que me tenés donde
querés sólo por el hecho de enfrentarme. Me sorprendiste la primera vez, te
concedo eso, ahora ya no. Estoy alerta, y tu valentía es insignificante. Puedo
aplastarte como a una mugrosa cucaracha, pequeña. Recordá eso siempre.
Permanezco allí, sabiendo que el cura todavía está adentro, sin haber
terminado si jornada. Hace más de media hora que estoy sentada en un banco,
justo en la plaza de enfrente, observándolo todo. Llevo ropa suelta, más
precisamente un vaquero de chico y un abrigo fino, oscuro, con capucha. No
escapé de casa vestida así, por supuesto, estaba en mi imagen normal al subirme
en el coche. Hasta que me bajé en una estación de servicio y me cambié en el
baño, también atando mi cabello en un apretado rodete en mi nuca, sin que se
soltara ni un solo mechón. El lugar estaba bastante lleno de bulliciosos
adolescente con sus bocas llenas de hamburguesa para que alguien me notara al
marcharme dentro de mi poco agraciado disfraz.
Ahora espero bajo las sombras, tomando nota de que lo que estoy
pensando hacer es más enfermo y retorcido de lo que alguna vez me permití
fantasear. Desde hace semanas he tenido esta necesidad de hacer daño, de
permitir la salida al veneno que me carcome por dentro. Desde que José
Romano estuvo dentro de mí por segunda vez no he podido ignorar más este
insistente deseo. Necesito poder, necesito el miedo. La adrenalina. Y esta será la
noche en la que lo conseguiré todo y me daré el gusto. Y al mismo tiempo me
sacaré un enorme peso de encima.
Levanto mi culo del banco y pongo a trabajar mis pies, cruzando la calle.
Mis manos en los bolsillos y mis pasos pausados y desgarbados. Puedo pasar
tranquilamente por un vago adolescente, gracias a mi altura y mis atributos
ocultos. Paso inmediatamente al recibidor intentando que la pesada hoja de la
puerta del frente no resuene al abrirse y cerrarse, lo que es casi imposible. Es
tan vieja que sus bisagras necesitan una buena aceitada. Una vez dentro, me
apresuro a desabrochar y deslizar mis pantalones para que la falda que hay
debajo se despliegue hasta la mitad de mis muslos. Es tarde, y sé que voy a
necesitar un incentivo. Y una buena actuación. Guardo la prenda en mi
mochila y me introduzco en la atracción principal.
Cierro los ojos y bajo el rostro hacia el suelo, sigo llorando. Siento su
mano posarse en mi hombro con intenciones de consuelo, y es eso lo que me
hace saltar hacia atrás, aunque no quiero. Es que aborrezco su toque. Lo último
que ansío en la tierra es que se me acerque, pero tengo que terminar con esto.
— ¿Ahora?—pregunta, impaciente.
Pongo los ojos en blanco. Ese seguro es su tono especial para crear
confianza en las personas. Más especialmente en la niñas que quiere tocar.
Ahora, más o menos, entiendo por qué ellas hacían lo que les pedía.
—Uno de mis compañeros de la escuela metió su mano bajo mi falta—
empiezo, sonando angustiada, y del lado opuesto no se oye nada—. Y yo… me
vengué de él…
Sueno tan triste que podría hasta creérmelo yo misma, sin embargo, sé
que también estoy al borde de soltar alguna risa ácida. Esto es tan tonto, pero
es lo que tengo y lo usaré.
El sacerdote resopla, intenta ser discreto pero lo oigo, y sonrío de lado por
eso. Lo estoy aburriendo, cree que lo que hice es estúpido. Cosas de niños.
—Dije que: odio a las personas como usted, Padre—gruño, una expresión
peligrosa cambiando mi rostro de tal forma que se echa atrás de un sobresalto.
Intenta pararse de golpe y arremeter contra mí. Error. Gran error. Porque
el cuchillo que tengo oculto en la manga acaba insertado en el costado de su
barriga y lo regresa a su asiento, sus ojos grandes por la sorpresa y el dolor. Una
de sus manos se mueve por la herida y al separarla, ambos la vemos impregnada
en sangre. La visión de eso mismo me eriza la piel, en el buen sentido.
Gime, y comienza a respirar con dificultad. Me acerco hasta casi estar
recostada sobre él.
Y otra. Y otra. Con furia imparable y decisión. Hasta que intenta hablar y
no lo logra porque la sangre proveniente de sus atravesados órganos internos le
llena la boca y se rebalsa por las comisuras. La escupe en el intento y una gota
me mancha la mejilla.
— ¿Te gusta jugar al gato y al ratón con pequeñas niñas indefensas de diez
años?—pregunto a su rostro rojo y agonizante—. Y a mí también me gusta ese
juego, siempre y cuando sea con ratas como vos—limpio la hoja del cuchillo
contra la carne flácida de su mejilla.
—Uno tiene que estar listo para las consecuencias a la hora de pecar, ¿no,
Padre?—le sonrío.
—Lo menos que puedo hacer es dejar la prueba de que fuiste una mierda
en vida. Míralo desde el lado positivo: tenés suerte, porque no vas a tener que
recibir el eterno odio del mundo cuando se sepa lo que has hecho bajo esta
fachada de santo—termino de escribir y retiro la hoja de cuchillo que está
incrustada en la última puñalada que le regalé—, y cuando esas madres se
enteren de que el curita al que le confiaron sus hijos era un…—leo la palabra
escrita bien grande y en mayúsculas sobre su cabeza tambaleante—:
»PE-DÓ-FI-LO.
Enfoco mi vista en el techo, sin poder creer realmente lo que hice anoche.
Una paralizante y fría descarga eléctrica me toma desde la nuca y recorre hasta
los dedos de los pies, una rara sensación que dura unos segundos hasta que
alguien me llama desde el otro lado de la puerta.
¿Por qué se lamentan? El diablo sabe que yo no lo hago. ¿Por qué hay
dolor en sus miradas? Dolor sintieron las niñas que ese pedófilo manoseó.
Dolor en el corazón, en el alma. Y jamás olvidarán esas manos intrusas e
insistentes avanzando sin permiso.
Miro a Malena, me señala la pantalla con el mentón, así que pongo más
atención. Mi papá es el centro de la cuestión, rodeado de policías y agentes
mientras es entrevistado por más de una docena de periodistas y enfocado por
casi todos los medios del país. Arrugo los labios, disgustada. Papá se ve muy
mal, muy ceniciento y nervioso, lo está pasando fatal.
— ¿Tienen alguna sospecha de quién podría haber sido? ¿Por qué lo hizo?—
una mujer sin rostro que sostiene un micrófono se refiere al comisario, justo al
lado de mi padre.
Nunca creí que lo encubrirían. Que escondieran sus asquerosos actos, que
les quitaran importancia a todas esas niñas corrompidas. ¿Necesitan más
pruebas? ¿Más fotos? ¡Esto no puede quedar así! DE NINGUNA PUTA
MANERA.
Me gustaría decirle que también lo hice por ella. Y… por mí. La sangre de
ese hombre me dio paz. Porque por un momento, me permití fantasear que
pertenecía a otro, y que la justicia era sólo por mí.
CRUZ
Bajo del coche alquilado y encaro el monte a pie, me pierdo entre los
árboles, respirando el fresco aire de la noche que arrastra la sal que viene del
mar. Hay un poco de viento, pero eso es normal en las afueras de la ciudad. Me
siento bien de volver, no debería, porque este no es mi hogar. Nunca lo sentí
así en mi corazón. Sin embargo, acá estoy y se siente como si lo hubiese
extrañado.
Cede y se desliza más adentro para dejarme lugar. Una vez dentro ella
vuelve a rotar la llave y agarra mi mano, dirigiendo arriba. La sigo sin chistar,
sabiendo que podría estar metiéndome en un enorme problema. ¿Cómo es ese
dicho? Ese que dicen los mayores, ¿el que juega con fuego se hace pis en la
cama? Lo que sea. Hay posibilidades de que lamente esto, pero ahora, mientras
el perfume de Eva penetra mi nariz, siento que todo va perfecto. Y que estoy
donde tengo que estar.
Creo que el recuerdo de su beso fue el que me mantuvo lejos del pozo
frenético que la ira suele cavar en mí. Hizo más fácil de sobrellevar la guerra
con mi padre.
—No están—responde.
— ¿Por qué querías esos CDs?—quiere saber—. ¿Los viste? ¿Por qué te
arriesgaste a volver por ellos?
—No sé, Dani reaccionó nervioso cuando se los mostré, creí que podría ser
importante. Tal vez… si era algo jugoso, podría haberlo usado contra mi padre—
explico.
Niega.
—No.
—Tenés razón, algo debe haber ahí porque cuando tu padre supo que los
tenía reaccionó muy mal—dice, tranquila—. Y sirvieron como chantaje.
Por un momento casi cedo a la urgencia de estirar los brazos y cazarla del
cuello, darle una lección por meterse donde no la llaman.
Aprieto los párpados con fuerza, tomando aire por la nariz y dejándolo
salir pacíficamente por la boca. No puedo creerlo. Realmente me niego a
aceptar que una niña como esta es tan capaz de subestimarme. ¿Quién se cree
que es?
—Te dije que tenía buenos abogados—me empujo lejos—. No entiendo por
qué te tomas tantas libertades. ¿Cómo es que te atreviste a ir con mi viejo por
mí? No me jodas, Eva. ¿Por qué hiciste eso? Era tan innecesario—me paseo
suspirando sin sentido, frotándome la cara y la nuca.
Esta chica… Esta chica es tan rara.
—Sí, te quiero—corrobora.
—Esto está mal—me las arreglo para decir entre la bruma de confusión que
crea la excitación.
EVA
El día siguiente no es mucho mejor que el anterior. Será porque me
desperté y Cruz ya se había ido, sin siquiera despedirse. Me gustaría confesar
que no me importó una mierda, pero no es así, se sintió como todo lo
contrario. No quería que me dejara. Lo cierto es que, preferiría mil veces irme
con él, a dónde fuera. A pesar de que nunca tome partido de mis insinuaciones,
ni me de lo que me muero por tener. Es único en la tierra, porque nunca
consigo lo que quiero con él, cuando el resto del mundo se desvive por
dármelo todo.
Bajo las escaleras y paso de largo la cocina, sin echarle ni una segunda
mirada a mis padres y Juanita. Salgo de la casa y atravieso el monte, directo a
ver a Malena. Es domingo, y los fines de semana debería pasarlos todo el
tiempo con la otra persona que realmente me cae bien en el mundo.
Aunque antes tengo que cumplir mi parte del trato, por lo que, una vez
que Lisa me deja dentro de la sala para esperar a que Malena se termine de
vestir me meto en la oficina vacía de Romano y dejo los CDs sobre el
escritorio. A los que les hice copia, porque me gusta estar preparada para lo que
sea. Nunca se sabe cuándo se necesitará un respaldo. Y más cuando se trata de
José Romano. Doy media vuelta, sin mirar mucho alrededor, congelando los
recuerdos de lo que ocurrió la última vez que entré acá. Antes de que
arremetan y tomen posesión de mi mente. Soy buena en enterrarlos la mayor
parte del tiempo, tengo que concederme eso.
Niego.
—Pasé de largo. Me gustaría mucho, gracias—le sonrío.
—Hoy hay sol, estaría para la pile—dice Male, antes de tomar un sorbo
torpe de mate cocido.
Ella frunce el ceño y me estudia, largo, largo rato. ¿Está viendo más allá?
¿Por qué será que no me importa? Después se fuerza a sentarse y se mira las
manos.
***
Una hora luego del almuerzo regreso a la casa de los Romano con un traje
de baño bajo la ropa y un bolso con un toallón y una botella de bronceador
dentro. Cuando rodeo la casa ya veo a los hermanos metidos hasta el mentón,
siseando que el agua está helada. La verdad es que Lisa tiene razón, los días
dejaron de aparentar ser verano y ya es hora de cubrir las piletas. Pero somos
chicos y nos gusta contradecir hasta al clima. Los hermanos me observan
mientras me quito la ropa y me quedo en bikini, un puñetazo de aire eriza mi
piel y despeina mi pelo suelto. Con ojos entrecerramos por el son los observo y
pruebo el agua con la punta del dedo gordo.
***
—Hay que temerle más a los vivos, Male—aconsejo mientras dejamos atrás
las rejas de entrada al cementerio.
Vimos por la tele dónde sepultaron al sacerdote, y toda la gente que vino a
llorarlo. Me dio mucha rabia, pero poco podíamos hacer con esto si los
poderosos estaban decididos a que fuera así. Male se enrosca en mi brazo,
pegándose a mí. La entiendo, un poco, el cementerio es aterrador a la luz del
día, es peor en la noche. Y el silencio es denso y parece emitir un zumbido
constante. Sí, también acompaña una mala vibra espantosa. Me apresuro por el
camino, mientras más rápido salgamos de acá, mejor. No quiero que mi amiga
colapse.
Puaj.
Me pongo de pie sin esfuerzo y me alejo, Male está bien con esto, le gusta
lo que hice. No se demora mucho tiempo admirándolo, me agarra del brazo y
comienza a caminar con apuro. Me rio por lo bajo de ella y su desesperación
por salir de esto.
Miro hacia atrás y corroboro que sí, nos están siguiendo. Son tres. Y por la
forma de moverse y el tamaño, deduzco que son hombres. Y no precisamente
los serenos del cementerio. Llevan capuchas en sus cabezas. Me muerdo la
lengua sin querer al pensar que esto es realmente serio. ¿Estaban esperando que
apareciéramos?
—Nos alcanzan—chilla Male, sintiendo los pasos como toros viniendo más
cerca.
Nos desviamos tomando otro camino, nos adentramos entre los nichos de
mármol haciendo zigzag para que nos pierdan. La chica a mi lado ya no llora
pero está frenética y nerviosa. Yo también, lo reconozco. Debería haber venido
sola, traerla era un riesgo. Si nos agarran, no sé lo que puede pasar. Odio lo
impredecible. Nos detenemos porque encontramos un hueco, una tumba que
se ha ido cayendo a pedazos y nadie ha arreglado. Nos apretujamos allí.
Aprieto a Malena contra mí, le tapo la boca, porque parece no poder
contenerla. Su transpiración y lágrimas humedecen mi palma, la reconforto
como mejor me sale, abrazándola.
—Tranquila, si somos silenciosas no nos van a encontrar—le aseguro en el
oído.
Las botas negras se alejan pisando fuerte y nos quedamos allí, no sé por
cuánto tiempo. Mis sentidos a flor de piel, tratando de tomar nota de los
ruidos, pasos, o lo que sea que delate la distancia. Por lo que se siente una
eternidad no tenemos señales de cercanía y me siento capaz de salir, pero Male
no quiere.
—No podemos salir, Eva—susurra tan bajo que apenas puedo escucharla—.
No podemos irnos, estarán en la entrada, no nos van a dejar tan fácil. Nos van
a agarrar—llora en silencio.
Niega, frenética.
Ella tiene que salvarse, me niego a que le pase nada. La obligo a salir, no
podemos quedarnos en el cementerio, tenemos que irnos. Tal vez hay alguna
salida trasera o lateral. En silencio dejo que los calambres en mis piernas se
vayan.
—Ya sabes, sos rápida, si algo sucede, lo único que tenés que hacer es
correr. Correr y correr, sin parar, ¿escuchaste?—le susurro, confiando en ella.
Asiente. Es buena corriendo y tiene una excelente resistencia, sus
profesores de gimnasia se han encargado de potenciar su habilidad con los
años. Esos hombre pueden ser fuertes y rápidos, pero no más que ella. Es
liviana y ágil. Y va a correr, sin mí. Yo no soy tan buena en eso como ella.
Arremete contra nosotras y no dejo que Malena corra hacia el centro del
cementerio de nuevo, ella debe salir. Por lo que dejo que el tipo me agarre y
tironee de mí, lejos de mi amiga. Los gritos de Malena cortan el aire denso de la
noche y quiero ordenarle que se calle, porque llamará al resto de ellos.
— ¡Que te vayas!—aúllo.
Ella se cae al suelo, al mismo tiempo que los otros tipos se acercan, uno de
cada lado del cementerio, alertados por los gritos de Malena.
Eso sirve para que ella se separe y me haga caso. Tiene la salida libre y
debe tomarla. Lucho con el tipo, tratando de zafarme y seguirla antes de que los
demás vengan. Le doy un puñetazo en el pecho, rasguño sus manos, él me
inmoviliza cayendo encima de mí pero se tambalea y maldice cuando mi pie
encuentra su espinilla. Tomo ese par de segundos para sacar el aerosol de
pintura de mi bolsa y echarle en los ojos. El aullido de dolor retumba entre las
lápidas que nos rodean y se cae lejos de mí, tomándose la cara. Me pongo sobre
mis rodillas y me impulso hacia arriba, mi único objetivo son las rejas por
donde salió mi amiga.
No llego muy lejos, soy empujada y devuelta a las frías baldosas. Sólo que
esta vez, el lateral de mi cabeza castiga en un borde afilado de piedra y pierdo la
consciencia.
~ “Ella recibió una bala, su cerebro se apagó. No dijo adiós, ella sólo se fue.”~
— Where did Jesus go? (The Pretty Reckless)
Estoy hundida en mi cama, sólo se siente como piedra fría bajo mis
nalgas. No llevo la cuenta del tiempo que ha pasado desde que sólo me senté
allí y junté mis rodillas contra el pecho. Apenas he pestañeado, no me he
movido, y mi cuerpo no hace caso a los calambres creados por permanecer en la
misma posición durante horas. Mis oídos tampoco escuchan, están cubiertos
por un manto invisible que se encarga de apagar los sonidos.
Eso fue hace dos días. Las cosas no han cambiado mucho desde que todo
se desmoronó. No me he movido de mi cuarto, primero porque no me lo
permiten y, segundo, porque no se me da la gana. No hay nada que tenga que
hacer ahí afuera. Es mejor quedarme donde estoy y mirar al frente sin siquiera
ver, porque mis ojos perdieron el funcionamiento al igual que mis oídos.
Entonces cierra la puerta y se apoya en ella, mirándome. Tal vez los ojos
llorosos de mamá no me hagan sentir nada pero, sin duda, los de papá instigan
un pinchazo en mi pecho. Y es todo lo que he sentido en cuarenta y ocho
horas. No es que los esté viendo directamente, no he puesto mis ojos en otros
desde que me desperté, sólo los percibo en mi rostro pálido y duro como el
granito. Sin una pizca de capacidad para reflejar pensamientos o sentimientos.
Es como si me hubiesen carcomido lo poco que me quedaba dentro. Él se aleja
de la puerta y acaba sentado en el borde de mi cama, tambaleando mi posición.
No habla, y lo agradezco por lo que dura un par de minutos, hasta que baja su
rostro y comienza a llorar.
Nunca vi a mi papá desmoronarse así, siempre ha llevado altivo esa
máscara de amabilidad y paciencia que le llevó a ser elegido como intendente
de la ciudad. Ahora sólo puedo ver a alguien romperse en pedazos, y por un
momento quiero seguirlo, hacer exactamente lo mismo, si tan sólo encontrara
el interruptor adentro. Si creyera que poseo alguno lo buscaría. Porque es
posible que las lágrimas quiten este eterno estupor.
Llora un poco más, hasta que saca un pañuelo del bolsillo de su camisa
arrugada y se seca la cara con la mano temblorosa.
—Ya inicié todo el papeleo legal, voy a remover cielo y tierra para que esto
se resuelva—sigue, como si realmente yo hubiese pedido eso—. Yo sé que no…
que para vos no va a cambiar nada pero… necesito hacerlo.
Ella asiente y, sin chistar se va, cerrando la puerta por pedido mío. Una
vez solos, atraigo al chico más cerca de mí. Traga con nerviosismo al sentarse a
mi lado, justo donde antes estaba Malena. Lo miro a los ojos. Esos ojos siempre
tristes y cerrados al mundo.
—Descárgalo—ordeno, firme.
EVA
La agente inmobiliaria mete la llave en el hueco de la cerradura y en dos
clics la puerta se abre silenciosamente. Papá se corre a un lado para dejarme
pasar detrás de la mujer, él estudia mi primera reacción, como hizo con las
casas anteriores. Mis ojos vagan por cada rincón ya amueblado rústicamente y
con excelente gusto, si mamá estuviera aquí estaría extasiada, revoloteando
como una cargosa mosca feliz. Me cruzo de brazos, está bien, no es como si
fuera a enamorarme o algo, los lugares sólo son eso, lugares. No son
importantes, y mucho menos cuando serán tuyos por un tiempo mientras los
alquiles. Tengo que reconocer que de todos los que visitamos éste parece el más
acogedor, y tiene una ubicación perfecta que atrae la luz natural, que no sea
oscuro y solitario me viene bien. Aunque no importa a donde vaya, el sol
nunca me calienta del todo, he estado fría desde hace mucho tiempo.
Lo bueno de todo esto es que las decisiones ahora son todas mías, mamá
está en casa y tiene prohibido meterse conmigo. Papá prometió encargarse de
eso. Si quisiera, podría volver con ellos a casa, pasar un tiempo de descanso,
pero todavía no quiero. Cuando regrese a esa ciudad será para terminar lo que
me prometí hace tres años.
Acabarlos a todos.
Me paro frente a los ventanales y observo la ciudad desde lo alto. Esta es
una buena zona, una no demasiado cara pero de buen gusto. Me gusta. Me
gusta que sea espacioso y sencillo.
—Sí—suelto monótona.
—Sí, supongo—concuerda ella—. Así que, ¿debemos mirar otros? ¿Este error
es molesto para vos?
Niego.
—No, me lo quedo.
Él se aclara la garganta.
Las inmobiliarias tartamudean y babean por dinero, nadie sabe mejor eso
que él. Se lleva a la mujer y antes de desaparecer me guiña un ojo. La puerta se
cierra y suspiro, cierro los ojos. Llevo mis pertenencias a la habitación y las dejo
olvidadas en un rincón por ahora. Me concentro en la cocina, enchufo la
heladera en desuso y reviso debajo de los armarios. Hago una nota de las cosas
que faltan, y sobre todo de alimentos para rellenar. Hay un supermercado a dos
cuadras, llamo por teléfono y les hago mi pedido, sabiendo que no puedo ir y
arrastrar todo lo que necesito yo sola. Me avisan que en un par de horas, las
cajas serán entregadas en la recepción.
Sin saber qué más hacer y sin ganas de abrir mi bolsa y ordenar la ropa,
me dejo caer en un sofá y enciendo la tele, colocándolo en la sección moda, por
si me interesa algo. Parece imposible mantenerme enganchada a la pantalla,
será que sólo estoy buscando un trabajo en ese ambiente porque es lo único
que sé hacer bien. No porque me vuelva loca. Ya nada tiene ese poder.
—Hola—atiendo.
—Te dije que podías tener al tipo que quisieras—le recuerdo—. Al que sea.
O incluso hasta dos o tres, ¿qué importa?—resoplo.
—No seas así—me ordena, enojada—. Te tengo que dejar, prometo llamarte
antes de dormirme esta noche, ¿dale? Voy a tomar un helado con Pablo—la oigo
saltar.
Corto sin antes despedirnos, siendo lo más normal entre nosotras. Ah, los
dulces dieciséis. Por lo menos Malena puede disfrutarlos a más no poder. Tal
vez viva esa edad a través de ella, sus buenas experiencias me dirán qué me he
estado perdiendo. Supongo.
Deposito el celular en la mesa y paso directo hacia la habitación, con
intenciones de ponerme mano a la obra en rellenar el placar con mis prendas.
No son gran cosa en comparación a las que tenía antes de entrar al internado.
Esas ya no me entran, he engordado. Mis muslos son anchos y tersos, tengo
unas buenas caderas, mi delantera se ha afianzado. Soy más hermosa de lo que
era, y sería una lástima si no consigo un lugar en el mundo de la moda ahora.
Mi imagen vale más que antes. Y me he teñido el cabello, más rubio. Hasta me
tomo el tiempo de rizarlo a veces, por las mañanas. Pongo más empeño en
verme bonita.
El tipo se quita por la cabeza el suéter gris oscuro que lleva puesto,
dejando ver una camiseta de manga corta y cuello en v, color negro. Tiene los
dos brazos cubiertos de tatuajes y el cabello rubio, muy corto en los laterales y
rizos despeinados en la cima.
No puede ser.
Cierro los ojos y los froto, luego miro de nuevo. No, no es mi cabeza
jodiendo conmigo. Mi corazón salta hasta mi garganta y no importa lo que
haga, se queda allí, obstruyendo mi respiración. Mi boca se sea. Mis manos
tiemblan, y estoy incapacitada para reaccionar y cerrar las cortinas antes de
delatarme. No puedo irme ahora, tengo que seguir viendo. Ha pasado mucho
tiempo desde la última vez que lo tuve enfrente.
Una sensación extraña me toma por el cuello, me tambalea. Mi vista se
desenfoca.
Si me quedé sin aire al verlo a través del ventanal, ahora bien podría tener
el poder de hacerme caer en coma por toda la eternidad. Está más grande y
endurecido de lo que recuerdo, es todo un tipo maduro. En sus ojos no hay
más destellos de vulnerabilidad, ya sabe quién es y cuál es su lugar en el
mundo. Apuesto a que ya no suda al ver un vaso de whiskey caro depositado a
un dedo de distancia. Resuma seguridad y hombría por los poros, y seriedad.
Todo en el Cruz Romano actual es para tomar en serio. Y lo hago, es por eso
que le doy la espalda una vez que invade mi sala y me dirijo a la cocina.
Necesito mantenerme ocupada, fingir que su presencia no me provoca nada.
—Al contrario de lo que podés estar pensando, no estoy siendo una
acosadora—suelto, amarga.
—Te vi ahí y decidí ponerme al día con una vieja amiga—dice, metiéndose
las manos en los bolsillos del vaquero, mira alrededor—. Y nueva vecina.
—Vos también—devuelvo.
—No vas a hacerme creer eso—gruñe, su rostro torcido con asco y rabia—.
Yo sé que lo que pasó no fue tu consentimiento. ¡Vamos…! Quien lo cree es un
idiota—levanta la voz.
Cruz levanta una caja de milanesas de soja hacia mí y modula ―¿En serio?‖,
torciendo el gesto con repulsión. Niega y después la deja en la mesa como si le
quemara. Si fuera normal me reiría, pero todo lo que deseo es que los dos me
dejen sola de una puta vez.
—No—dice mi vecino. Se lleva la mano el bolsillo trasero y saca algo, lo
deja en la mesa y papá chifla con asombro.
CRUZ
«— ¡Papá, no!—llora alguien, lo suficientemente cerca para que traspase la neblina
en mi mente.
Hay viento y puedo notar el calor del buen sol. Oigo gritos de niños a lo lejos,
corretean con felicidad, nada importándoles, nada comiendo sus cabezas. Nada
cagándoles la existencia. Felices. Despreocupados. Pestañeo, intento enfocar sin éxito mi
vista. Sé que estoy en el suelo. La humedad colándose por el frente de mi camiseta y el
putrefacto olor me indican que he caído sobre mi propio vómito. Siento el insoportable
gusto amargo en la boca que trae más sensación de náuseas. Hay tierra y pasto pegados
en mi mejilla sucia y no logro orientarme porque los yuyos son tan altos que casi cubren
mi cuerpo por completo.
Escucho mi trabajosa respiración con la boca abierta, una hebra verde de pasto
entra y sale por entre mis labios, no logro moverme, estoy paralizado. Mi cabeza palpita
e incluso mis ojos pican tanto que tengo que mantenerlos cerrados por un rato antes de
volver a abrirlos. Sé lo que me está sucediendo. Me estoy muriendo. ¿Qué fue lo último
que me metí? ¿Coca? ¿Vodca? ¿Ambos acompañados de otra variedad? Ni siquiera
recuerdo con exactitud. Y no tengo que hacerlo para saber que la acabo de cagar, que si
salgo de ésta será un milagro.
Gimo, y muero por frotarme los ojos con desesperación. Están irritados, y duele
muchísimo. Mi percepción va y viene, floto en una nube. Los colores a mi alrededor son
tan fuertes que me encandilan, me ciegan. Todavía sigo sin poder moverme, ni siquiera
un dedo. Las palpitaciones de mi corazón son demasiado rápidas para ser normales, aun
en este deplorable estado perdido lo entiendo.
Y hago todo para rendirme, aprieto mis párpados juntos y pido a quien esté
escuchándome que se termine rápido.
Silencio sigue por un rato, hay sonidos extraños, un llanto difícil de contener.
Dolor. Arrepentimiento. Ruegos. No se oye nada, pero puedo leer siempre las cosas malas
antes de que vengan. Susurros se avecinan, gruñidos, forcejeos. Órdenes despreciables,
pero mi mente no capta el significado. Entonces pasos rápidos se acercan, se acercan.
Alguien corre en mi dirección, cierro los ojos. No hay dolor cuando se tropieza con mi
cuerpo laxo y a la deriva. Ni siquiera estoy consciente ya, ¿cierto?
Sorbe por la nariz, asustado. Una mano me zamarrea del hombro. Mis pestañas
repiquetean pero no alcanzo a ver nada, todo es borroso. Todo es confuso.
Esto comenzó hace un par de años, y parece que, cuanto más tiempo estoy
sobrio, más detalles aparecen. Casi podría confirmar que es un recuerdo. No
me queda otra que comenzar a averiguar, a escarbar. Y no hay nada que odie
más que regresar sobre mis pasos y darle vueltas a cosas que pasaron hace
mucho tiempo, pero quiero encontrarle un sentido a esto.
—Me levanté temprano para hacer tareas, dentro de cuarenta tengo que ir
a la escuela—bosteza—. Quiero saber de ella, cada vez que hablamos parece que
no me cuenta todo. Es muy reservada. Cuando me contó que ustedes son
vecinos te bauticé como mi espía personal—se ríe bajito.
—No voy a espiarla para vos, tengo trabajo, casi no estoy en casa durante la
semana—digo, recordando que hace dos noches Moretti me pidió exactamente
lo mismo mientras Eva no escuchaba—. Es una chica grande, inteligente y no va
a meterse en problemas.
Bien. Puede que tenga razón en las dos primeras, pero eso último suena
dudoso. A esa chica parecen perseguirla los problemas. Y no hablo de los que
pueden ocurrirle a cualquier persona.
—Porque le he estado dando vueltas desde que salió ese puto video y
quiero respuestas—no me guardo nada, esa es la pura verdad—. Dijiste que
estabas con ella en el cementerio, ¿por qué no declaraste cuando el padre de
Eva puso cargos?—la aprieto, porque eso es lo que me he estado preguntando
desde hace rato.
— ¿Por qué? Porque nadie se interesó realmente por ella cuando ocurrió—
musito, enojado—. Le quitaron importancia al asunto. Sus padres la
escondieron. Los tuyos no te dejaron ayudarla. Ahí tenés el ejemplo, Malena.
El mundo asumió que era su culpa, como pasa siempre con las víctimas.
Si tan sólo fuera eso nada más… pero Eva ya estaba rota desde antes de ese
video. Cuando la conocí, hace tres años, ya había algo en ella que no encajaba.
Intenté descubrir cómo funcionaba, cómo arreglarla, pero acabé dándome
cuenta de que existían piezas del rompecabezas que faltaban. Arreglarla no era
una posibilidad, ya no. Y después de verla, noches atrás, descubrí que ahora
todo es, de alguna manera, peor. No sólo faltan piezas, sino que algunas de las
que quedan están rasgadas y hasta partidas en pedazos. No sé de qué manera
acercarme a ella. Realmente quiero que confíe en mí.
Ella traga, toma aire y luego se excusa rápidamente porque recuerda que
no ha terminado su tarea y tiene que irse a la escuela. Me corta. No me engaña
y lo sabe. Entiende que la próxima vez que hablemos va a tener que
responderme. Niego con la cabeza y deposito el celular en la mesa con desgana.
Me paro frente a mi ventanal, viendo las rojas cortinas que cubren el de
enfrente. Pienso, pienso y pienso. Me devano los sesos tratando de encajar
algunas piezas del rompecabezas.
Y a su dueña, también.
CAPÍTULO 16
EVA
Sweet Louise.
Alza tanto las cejas que parece como si su cara se fuera a rasgar, después
procede a inspeccionarme de arriba hacia abajo, para evaluarme. Parece
inteligente y profesional, ve algo de potencial. Lo sé porque me sonríe y se pone
de pie, pidiéndome un minuto. Sale por una puerta, al final del recibidor,
dejándola arrimada. La escucho cuchichear con alguien desde el otro lado. Un
tipo, por el sonido grave de las respuestas.
No lo consiguieron.
Venceré cuando todos ellos hayan caído, uno a uno. A tres metros bajo
tierra.
Dejo mis bolsas en los sillones y entro en la cocina para servirme algo de
jugo fresco de naranjas que exprimí anoche. Mi dieta ya no es tan rigurosa y
estricta, ahora tengo que alimentarme bastante y descomprimir en el gimnasio.
Hablando de eso, necesito hacer una visita a uno que queda cerca de aquí para
anotarme y comenzar de inmediato mis rutinas.
—No quiero comer tu comida, Cruz—le digo con tono muy firme—. Tenés
que irte.
Se detiene un segundo para levantar sus ojos hacia los míos y dejarlos allí
estancados, tratando de leer mis profundidades. Confío en que sigo siendo
muy buena en esconder lo que me sucede adentro. Él me inquieta, ahora no
deseo tanto su presencia cerca como antes, lo prefiero lejos. A decir verdad, me
habría encantado que me ignorara, que fingiera no conocerme. Habría sido
más fácil. Ahora no necesito nada de él, mucho menos sabiendo que pertenece
al otro lado de la ley. Al bueno. Cuando sé que estoy del contrario y deseo una
venganza sangrienta. Porque en mis planes está destripar a los que intentaron
hundirme tantas veces.
Llevo casi la mitad del plato para el momento en que él se decide a hablar
y lanza la primera bomba.
Mis labios se vuelven una recta y fina línea, enojo bullendo en mis venas.
El apetito se escapa por la ventana y sólo quiero terminar con esto para que se
vaya.
Niego, frustrada.
—Me alegra escuchar eso y seguro a ella también— sonríe, alejándome del
ventanal y llevándome hacia la sala—. ¿Me dejas mostrarte algo?—sus ojos me
buscan con expectativa.
Sigo mirando el rostro del comisario, sin hacer caso, y comienza a faltarme
la respiración.
Nos quedamos viendo el rostro irritado del comisario, sus ojos rojos y
llorosos, uno de ellos casi cerrado por completo por la hinchazón del párpado.
Él es uno de ellos. ¿Por qué carajo me negué a ver las noticias cuando ocurrió?
¿Por qué me recluí en mi habitación tan inútilmente? Si yo hubiese visto esto
en aquel entonces, ya tendría una identidad desde hace mucho tiempo y ya
habría podido comenzar con los planes.
—Él tiene que ser uno de ellos, Eva. No hay indicios de pelea, esa es una
clase de potente reacción alérgica, la mitad de su cara está roja e hinchada—dice
Cruz, entrelazando nuestros dedos y señalando la pantalla con el índice de la
mano libre—. ¿Te das cuenta?
Salgo del trance y giro el rostro para observar su cara. Está sonriendo,
mitad orgullo mitad alegría por mí. Abro la boca para hablar pero no sale nada.
— ¿Te das cuenta?—repite, quitando el pelo que ha caído sobre mi mejilla—
. Lo tenemos.
CRUZ
No sé lo que estoy haciendo acá, voy a ciegas en un camino que parece
lleno de baches. Y no importa cuánto me esfuerce, Eva no se abre conmigo. No
debería sorprenderme eso en primer lugar, ni frustrarme, porque sabía desde el
principio que la chica es hermética hasta con Malena, que es su mejor amiga.
He estado una semana viéndola, haciendo huecos en mi tiempo para poder
pasarlo con ella, no ha funcionado hasta ahora, tampoco he tratado de atacarla
como la primera vez, estoy tratando de ablandarla poco a poco, siguiendo una
táctica que requiere toda mi paciencia. Han cambiado muchas cosas desde la
última vez que nos vimos hace tres años, desde que ella se insinuó y en vez de
reaccionar ante eso, la abrecé, la llevé a su cama y la sostuve hasta el amanecer
mientras dormía.
Detengo el coche justo frente a una agencia de fotos y giro para mirar a
Eva, a mí lado. Lleva un liviano maquillaje, campera de cuero negra y un
vaquero ajustado que hace que sus piernas luzcan infinitas y firmes. La observo
colocarse el bolso en el hombro antes de despedirme sin apenas una palabra,
bajar y moverse hacia la entrada de cristal.
Se encoge.
Asiente.
Dani suelta una seca carcajada sin humor, negando. Me mira como si yo
fuera un iluso.
— ¿Qué…?—frunzo el ceño.
Él me corta.
Si hay algo que aprendí después de arremeter contra Eva la semana pasada
es que presionando no llego a ningún lado. Y Dani se ve como un cachorro
asustado, si insisto saldrá disparado de esta mesa. Jamás volvería a verlo.
Asiente a lo que digo y levemente lo veo relajarse en la silla, confiado en que
sellé el tema.
—Sí, hablamos como dos veces a la semana—le cuento, jugando con una
servilleta—. Generalmente se escucha contenta, hasta creo que se consiguió un
noviecito—me rio.
La tez de mi hermano pierde color de repente, se muerde el interior de las
mejillas y se remueve con inquietud. Baja de nuevo la vista, pero no me pierdo
la forma en la que sus ojos se oscurecen perdiendo enfoque.
Eso es estúpido.
Y estoy en shock.
—No soy feliz acá, y puede que me vaya bien pero… no… no me siento yo
mismo—susurra, cabizbajo.
—No. Creo que nos queda un largo camino por recorrer para estar
juntos—explico, escondiendo mi aflicción—. Pero no voy a rendirme.
Asiento.
—Genial—concuerda.
Hago todo lo posible para dejar espacio entre nosotros, un hueco que
Cruz se esfuerza en sortear. Mi frialdad y poca disposición a dirigirle la palabra
no lo aleja, él insiste todos los malditos días. Incluso cuando acaba de llegar de
un largo turno y está agotado, viene a tocar mi campana y esperar que le abra
para pasar tiempo conmigo en silencio. Lo más desconcertante de todo es que
yo lo dejo entrar, haga lo que haga voy allí y destrabo la puerta para él. Eso
quiere decir que en algún lugar dentro de mí encuentro complacencia en
tenerlo cerca, deambulando por mi espacio, simplemente cuidándome. Aunque
eso es todo, no le he dejado cruzar más líneas y estoy satisfecha con ello.
¿Trabajar? En mi caso, eso sería posar para varias tomas con diferentes
piezas de ropa interior, dejar que me retoquen y valoren mi cuerpo. ¿Regresar a
casa? ¿Coquetear? ¿Eso es lo que hacen todas las chicas de mi edad? Y todavía
me falta salir, algo que no me atrae en lo absoluto. No tengo amigos. ¿También
debería estar abierta a eso? No quiero. Nunca he sido buena dejando que la
gente se acerque, tener amigos significaría ceder tiempo y partes de mí misma
que no están en mis planes compartir. Me llevo bien con el aislamiento.
—Wow—alza las cejas y sonríe al verme, una vez que abre su puerta.
Revoleo los ojos lejos de esa expresión que tanto parece atraerle a mis
sentidos y entro sin esperar permiso. Allí se me ocurre que posiblemente el
tiempo no haya hecho suficiente para que Cruz deje de ser mi debilidad.
—Normal.
—No sos tan imprescindible. Sí, fui—respondo, después de tratar mis trozo.
—No tanto—se pasa la lengua por los labios, y creo que frunzo el ceño por
eso, concentrada—. Unos tres meses, pasan volando.
—Voy a hacer los papeles de traslado una vez que termine de rendir mis
exámenes—sigue.
Se enfoca seriamente en mí esperando una reacción. No importa cuánto
punce en mi interior, no preguntaré.
—Que te vaya bien, entonces—me limpio las manos aceitosas con servilletas
de papel.
Pestañea.
—No vas a preguntar, ¿cierto? Te morís por hacer eso, pero… antes muerta
que ceder—su boca se tuerce en una comisura.
Se ríe.
No tengo tiempo para oír estupideces. Está loco. No, espera, no sabe
dónde carajo se está metiendo, y eso lo convierte en algo peor que un loco.
Leo dentro de sus pupilas sin siquiera pestañear, por largo, largo tiempo.
Intento conseguir respuestas, un indicio de que no está hablando en serio. ¿Por
qué pregunta? ¿Qué hará si respondo con la verdad? ¿Me está probando? Tal vez
si soy sincera él se correría a un lado y deje este absurdo plan de ir a meterse en
la boca del lobo.
—Tenés que dar un paso atrás—me acerco a su perfil, susurrando con tono
peligroso—. No te necesito.
—Puedo ser lo que quieras que sea—asegura, agitado y ronco—. Lo que sea.
Pero para eso… necesito tu cooperación. Tu confianza.
Su pulgar acaricia mi mejilla, y mi rostro lo observa sin filtrar emociones.
Impasible.
Me encuentro, por primera vez desde hace muchísimo tiempo, con que
realmente deseo confiar en alguien. En él. Sin embargo, otra verdad indiscutible
se interpone, estoy tan confundida e insegura que no creo poder acceder.
Darle mis secretos significaría destruirnos. Matar lo que sea que somos
ahora, y lo que sea que podríamos llegar a ser en el futuro. Aunque… ¿desde
cuándo tomo en consideración ideas como esas? No hay algo entre nosotros,
por lo tanto, no existe un futuro.
CRUZ
Pongo a resguardo mi coche en el estacionamiento debajo de mi edificio y
recorro la distancia hasta el ascensor, masajeándome la parte de atrás del cuello.
Ha sido un día duro. Esto es así, a veces está tan tranquilo que podrías echarte
una siesta en el móvil desde el inicio del turno hasta el final y otras, en cambio,
no paramos ni a dar un maldito respiro. Creo que desde mi primer día fue así,
nunca hay un punto medio. En lo que dura el viaje hacia arriba me tomo un
momento para pensar, recordar la noche anterior con Eva.
La forma en la que me miró luego del beso, eso dijo mucho. Si bien se
apresuró por esconderlo todo, vi perfectamente dentro de sus ojos antes de que
lo ahogara en sus profundidades. Me dejó tenerla, devolvió el beso, ericé su
piel. Todo eso tiene que significar algo.
Con un suspiro, giro la llave en mi puerta y entro al fin en casa. Todos los
planes que tengo para esta noche son, antes que nada, darme una larga ducha,
luego comer algo y caer en la cama. Tal vez visitar a Eva entre esos, aunque creo
que mejor lo dejaré pasar, le daré espacio. Seguramente necesita un descanso
de mí, nos hemos estado viendo todos los días, no le daba escapatoria. Dejo
caer el llavero y mi celular en el mueble cercano a la puerta y enciendo la luz.
Sus cortinas están abiertas de par en par, algo que ya es normal, ya que
casi nunca las cierra. Y eso me convencía de que al menos confiaba en mí un
poco como para no preocuparse en la privacidad de su sala. Algo que preferiría
que hubiera hecho ahora, porque no está sola. Hay un tipo en su apartamento,
junto a ella, en el mismísimo lugar que he ocupado incontables veces de su
sofá. No debería sentir este ardor subiendo violentamente a mi cerebro, ¿cierto?
Ella y yo no somos nada, no me debe lealtad o fidelidad o lo que sea. Pero
estábamos avanzando en algo, ella sabe cómo me siento. Sin ir más lejos, se lo
he demostrado anoche. La besé después de tantos días refrenándome porque
sentía que no estaba preparada.
Antes de que incluso reaccione, estoy dando media vuelta saliendo como
una trompa de mi apartamento, bajando las escaleras tan rápido como la rabia
me impulsa y rodeo el frente de mi edificio, en dirección al de ella. Tampoco
estoy paciente para esperar los ascensores en este, así que simplemente subo los
escalones, agitándome. Mi irrefrenable puño choca con su puerta, sólido y
enérgico, siento como si pudiese tirar la mierda abajo.
Me envaro. Exploto.
—. ¡Y te quiero! Es por eso por lo que hago todo esto—estiro las manos a mis
costados, evidenciándolo—. La gente toma riesgos y se esfuerza por las personas
que quiere. ¿Por qué otra cosa pensás que lo hago?—pregunto, tratando de no
sonar entrecortado—. ¡No tenés idea de lo que sentí cuando ese maldito video
llegó a mi celular! Todos mis viejos amigos de la escuela estaban enviando esa
mierda por cadena, sólo por diversión. Fue peor que un golpe, estuve
desorientado por días tratando de entenderlo…
» Yo… te había cuidado, fui contra lo que sentía, contra todo lo que
deseaba, porque quería protegerte. Sabía que no estabas lista, ni para mí ni para
nadie. ¡Tenías catorce, por Dios!—me llevo las manos a la cabeza, gritando—.
Entonces vi eso y… no sé… me sentí como si lo hubiese hecho todo mal—niego,
sonando derrotado—. Lo que te hicieron… si no te hubiese dejado esa mañana,
si me hubiese quedado… si nunca hubiera dejado la ciudad, quizás no…
Me callo, me lo trago, no hay mucho más para decir. Yo sé por qué ella
hizo esto. Quiere alejarme. Si fuera de otro modo no se habría asegurado de que
yo lo vea, bastaba con cerrar las cortinas y no lo hizo. Tenía intenciones de
herirme.
—Te sentía como mía—se lo digo a pesar de que suena estúpido—. Y ellos te
lastimaron…
He intentado ser de hielo con ella miles de veces antes, y después de esta
discusión de mierda sé que no debería ceder. Pero, carajo, he esperado por esto
mucho tiempo. Me he esforzado para que se abra conmigo, y lo está haciendo,
no hay forma alguna de que me separe de ella. Mucho menos en el momento
en que el contacto se vuelve más que sólo un simple beso. Abre los labios por
completo e introduzco mi lengua en su caliente y sedoso interior, que sabe a
menta y cerveza. Apresa mi cuello y yo su rostro, mis dedos perdiéndose entre
todo ese cabello rubio.
Apenas soy consciente de que nos estamos moviendo, ella dando pasos
hacia atrás, arrastrándome.
Paso a la suya. Nunca tuve que aplacarme y avanzar paso a paso en el acto,
me gusta rápido, duro y sin despedidas, pero con ella quiero ser diferente. Le
daré lo que no tuvo. Es nuestra primera vez. No se ve torpe ni nerviosa, pero
esta es Eva y nunca va dejar que vean cómo se siente por dentro. He aprendido
que tengo que leer profundo para descubrirlo. Sin reservas, me permite quitarle
el vestido negro que lleva por encima de los hombros, luego se deja caer de
espaldas en la cama cuando la empujo. Nunca ninguna chica estuvo tan atenta
a mis movimientos como ella, con sus ojos abiertos de par en par, acaparándolo
todo. Mientras observa me quito el resto del uniforme, dejándolo con cuidado
a los pies de la cama, en el suelo.
Planto mis rodillas en el borde de la cama, aun cubierto con mi bóxer, y
Eva abre las piernas para recibirme sobre su cuerpo. La beso, no me queda ni
un pequeño rincón suyo por probar, mientras sus manos recorren mi espalda y
su respiración enloquece segundo a segundo. Paso a su cuello, mordisqueando
y lamiendo su piel, familiarizándome con su sabor y suavidad. Y sonrío cuando
sus caderas se elevan para encontrarse con las mías, su aliento deteniéndose
con la fricción.
Las sensaciones son nuevas para ella, actúa impasible y tranquila, como si
supiera lo que hace pero no está del todo preparada para sentir. Lo noto en el
instante que quito su sujetador y meto uno de sus pezones en mi boca, se
envara, todo su cuerpo tensándose y su piel erizándose, me mira a los ojos
mientras juego con ella. Se afloja un tiempo después sólo para volver a
reaccionar cuando cambio la posición y hago algo que la sorprende. Algo que
para alguien más sería normal en la cama.
Mantengo sus piernas abiertas con mis manos una vez aterrizo entre ellas,
y no pierdo de vista sus pupilas dilatadas al correr la tela de su ropa interior
negra e inclinarme lentamente para lamer. Me tomo mi tiempo por si ella no lo
quiere, y me lleno de adrenalina cuando no me detiene. Está tan mojada y lista
que se me escapa un gruñido al probarla. Tener su sabor en mi lengua provoca
que cierre los ojos y me pierda en él, teniendo la seguridad que después de esta
noche no seré el mismo. No seremos los mismos. Todo va a cambiar.
Insisto entre sus labios hasta que su pelvis comienza a danzar, tratando de
agitar el ritmo y pidiéndome más sin palabras. Oír sus suspiros temblorosos y
agitados, acompañando las contracciones de su sexo, me anticipa que está a
punto y me separo sólo para deshacerme de la tela húmeda que se interpone
entre mi boca y su necesitado rincón. Entonces caigo entero sobre ella,
abriéndola sin prisa y chupando su clítoris. Sus terminaciones nerviosas saltan y
subo la mirada para encontrarla con la de Eva, que no me ha quitado los ojos
de encima desde que comenzamos. Decido ir más allá luego de enviarle una
sonrisa llena de intenciones, abro más mi boca y entro en su canal con la
lengua. Nada más hacerlo sus paredes se contraen y ella cae de espaldas
duramente, formando puños en el edredón. Tan apretados que sus nudillos se
vuelven morados. Noto que ningún sonido se expulsa de su boca mientras sus
huesos se destraban y convulsionan sin parar. Es la vista más hermosa que he
tenido la suerte de ver. Y no tiene ni la más pálida idea de lo agradecido que
estoy de que me haya dejado tenerla.
Una vez laxa y agitada, la cubro con mi cuerpo y le doy a ella la tarea de
bajar mi ropa interior. De nuevo está mirándome a los ojos, a la par que me
acaricia el pene con una mano firme y segura. La beso, cerrando los párpados
con fuerza para contenerme de explotar. A continuación, me alzo sobre un
codo, reposiciono nuestros centros y me dirijo a su entrada. La penetro
despacio, tan lentamente que se siente como una tortura. Es estrecha, y
mantenerme en control hace que sude sin parar y apriete los dientes con fuerza.
Sus manos están en mi espalda y se curvan a medida que voy profundizando, el
filo de sus uñas pinchando mi piel resbalosa.
EVA
No son ni las tres de la mañana cuando despierto en la oscuridad, oyendo
una profunda respiración dormida al otro lado de la cama que me hace voltear
con rapidez. Estoy desorientada por un rato, sin entender nada. Hasta que mi
mente retrocede en flashbacks hasta horas antes. Es la primera vez que
comparto la cama con alguien que no sea Malena y se siente irreal. Ya que mi
compañía no está acá precisamente a causa de una pijamada, ni nada inocente.
Estoy desnuda debajo de las sábanas y mi cuerpo hormiguea con nuevas
sensaciones a las que no les encuentro ninguna explicación. No sabía que era
capaz de sentirme así. Si bien antes había deseado el sexo, o la idea de él,
especialmente con Cruz, no entendía la dimensión de ello, ni de cómo
contagiaría y afectaría a mis sentidos.
Y aun en esa seguridad, me siento sobre mis talones junto a él, sin poder
dejar de verlo dormir y percatarme de las violentas sacudidas con las que mi
corazón descubre la escena. Está sobre su espalda, uno de sus antebrazos
tatuados sobre los ojos y el otro en su estómago desnudo y firme, que sube y
baja con una paz de sueño que envidio. Nunca he podido dormir así. Tan
despreocupada como un niño. Me muero por caerle encima y besarlo por todos
lados, mientras que al mismo tiempo otra pequeña parte de mí me pide que lo
eche, que lo saque de mi vida. Que lo olvide.
Eso era lo que planeaba hacer anoche invitando al chico del gimnasio a
casa a tomar una copa. Quería que Cruz se enojara, se decepcionara, que le
doliera tanto que no le quedara otra opción que abandonar el barco.
Abandonarme a mí. Porque la pesadilla que tuve la noche anterior me dejó las
cosas claras, y yo no quería perderlo. Conmigo él corría peligro constante. ¿Y
qué si ellos me tienen vigilada? ¿Y qué si saben que está tan ligado a mí que
podrían usarlo en mi contra? ¿Y qué si lo matan para hacerme pagar por mis
pecados? Cruz no sabe dónde y con quién se mete. Y no sólo hablo de ellos,
sino también de mí. No tiene ni idea de con quién se acostó anoche.
No tenía nada que perder antes, ahora abro la lista implicándolo a él. No
puedo dejar que se meta en esa comisaría y se ponga a cargo del maldito
comisario, porque a estas alturas estoy segura de que saben que se está
involucrando conmigo. Saben que Cruz y yo somos algo.
Mi estúpido corazón salta ante la imagen que representa este tipo todo
despeinado y sonriendo entre los rasgos torcidos de sueño. No debería
parecerme tan hermoso.
Podría decir sin vergüenza que amo los sonidos que hace son su boca y
respiración, los jadeos de los hombres me disgustan, los del porno y los de mis
violadores, empezando por Romano. No los de Cruz. Podría escucharlo toda
mi vida murmurar entre dientes, gemir y berrear con ese tono tan ronco y
desbocado. Lo pongo justo por debajo del abandono absoluto, adormeciendo
su mente y adueñándome de su cuerpo. Hago lo que mi seguridad me invita,
me las arreglo para meter más de su longitud y grosor, hasta que toca el
comienzo de mi garganta y no tengo otra opción que retroceder ante las
arcadas. Sus dedos amables y temblorosos barriendo mi pelo y sosteniéndolo en
una cascada en mi nuca. No me empuja, no intenta tomar el control, sólo me
deja hacer mirándome con ojos idos, y eso potencia una sonrisa maliciosa una
vez que lo dejo ir a causa del dolor en mi mandíbula.
—Me importa una mierda si no te gusta que lo diga—suelta él, fuera de sí—.
Sos lo más hermoso y caliente que he tenido en mi vida.
Lo que sigue no son más que golpes, aullidos y desenfreno. Esta vez no me
sostiene contra él, no se preocupa por hacerme daño o me trata como si fuera a
romperme. Esta vez es brutal, salvaje, cada envión sonando con el choque de
carnes. Su piel recibe de nuevo el filo de mis uñas, curvadas como garras. Me
muevo, salto encima de él, el sudor resbala por todo mi cuerpo y me siento
drogada en éxtasis. Hundida. Paralizada racionalmente. Todo lo que veo es a
Cruz debajo de mí, y todo lo que me importa es su sexo llenándome. No puedo
evitar acabar por segunda vez, encajando mis dientes con fuerza y aplastando su
torso con el mío, casi desmayándome. Lo siguiente que sé es que él me abraza y
ruge en mi oído, un chorro caliente bañando el exterior de mi vagina,
derramándose entre los dos.
CRUZ
No estoy desanimado.
No, no es eso. Han pasado dos semanas desde que Eva y yo conectamos. Y
no nos hemos detenido. No me quejo, sería un tonto si lo hiciera. Me ponen
igual de loco nuestros encuentros y el hambre que ha nacido en ella es infernal.
Funciona para ella como haber descubierto el fuego. Pero lo nuestro no parece
ir más allá de lo carnal, no hablamos mucho. Mantenemos nuestras bocas
generalmente encima del otro, los roces convirtiéndose en cruda necesidad y
nuestros cuerpos más en sintonía de lo que creí que algún día podía ser capaz
de estar con alguien.
Estoy loco. Tan demente. ¿Tirar todo a la basura por una simple chica?
—Lo dice el tipo que me atacó por retirarlo de un vaso de whiskey hace
tiempo, gritando a los cuatro vientos que lo tenía en control—carraspea, y no
puedo negarme a escuchar el veneno en su tono.
No reacciona, e insisto.
Las palabras son claras y firmes, y me obligan a trastabillar sobre mis pies,
como si acabara de golpearme en el estómago. Náuseas calientes queman en mi
garganta. No tengo palabras, no sé qué decir. ¿Cómo respondo a eso? Me
adormezco, me extravío.
—Fui violada por primera vez cuando tenía doce años—repite, inmovilizada
contra la pared y blanca como el papel, incapaz de quitar los ojos de mi cara
descompuesta—. En el cumpleaños de tu hermana…
» Por tu padre.
~ “Los vivos viven todavía, su intención es matar y lo harán, lo harán. Pero los niños están bien, pienso
en ellos todo el tiempo. Hasta que beban el vino y lo harán, lo harán.” ~
—House on a Hill (The Pretty Reckless)
—Si nos vamos más allá, nunca nos va a encontrar—digo, tosiendo—. Nunca viene
tan lejos.
—Vamos a correr una carrera allá, ¿eh?—ofrezco, aun sabiendo que voy a perder.
No me contesta y por eso volteo mi rostro para mirarlo, encontrándolo con los ojos
castaños detrás de nuestra espalda, una expresión preocupada en su cara. Me doy vuelta
para saber qué está viendo, y me encuentro a José Romano caminando hacia nosotros
con las manos metidas en los vaqueros. Se ve grande, serio. Muy, muy poco amistoso.
Incluso cuando nos regala una sonrisa. Soy una niña, más que nada una inocente, y no
huelo el peligro con antelación, sólo estoy allí tomando nota de sus pasos relajados.
Confío en él, ¿por qué no lo haría? He pasado demasiado tiempo en su casa, jugando
con sus hijos. Me cae bien, al igual que Lisa.
Dani se acerca más a mí y tengo la sensación de que quiere salir corriendo. Sin
embargo, hace todo lo contrario, quedándose inmóvil y pálido. Su padre le envía una
mirada larga, con la ceja alzada. Se fija en nuestras manos agarradas entre los dos. La
de Dani suda tanto que empapa la mía.
José Romano se acerca, tanto que los dos tenemos que levantar la vista hacia
arriba. Dani me suelta la mano rápido, como si de repente odiara tenerla. No tengo
tiempo de decir nada porque su padre habla primero.
Mi piel se eriza, un claro indicio de alerta, pero sigo siendo ciega y tonta. Sigo
siendo una niña estúpida, por lo tanto no salgo corriendo. Ni siquiera grito o reacciono
cuando José me agarra del codo y me aleja de Dani, aun sin quitarle los ojos. Lo desafía
en silencio, y el chico se pone a temblar, saladas gotas gruesas formándose en su frente.
Dani, que no se mueve. Dani que tiene ojos tristes y asustados. Dani, que tiembla
y respira ruidosamente.
No me mira, no soy yo quien le hace eso, noto. Le teme a su padre. Y sólo por eso
sé que yo también tendría que estar asustada. Pero el miedo nos hace cosas extrañas a
veces, y a mí me paraliza, quitándome incluso la capacidad de emitir sonidos. José
Romano me gira bruscamente hacia él y se dobla, alcanzando con sus largos y grandes
brazos mis gemelos, tira de ellos hacia adelante y caigo sobre mi espalda en el pasto,
golpeándome la cabeza.
— ¿Dani?—susurro.
Es una pregunta, ¿o un ruego? Sólo soy capaz de buscar respuestas o respaldo en él.
Tengo que entender lo que sucede. ¿Por qué su padre me ha lanzado al suelo?
—Creí que lo tenías claro, que te lo enseñé muy bien—sigue hablando el hombre—.
Te noto demasiado asustado para seguir adelante.
El chico traga, sus ojos llenos de lágrimas. Al principio, por su titubeo, creo que va
a salir corriendo. Luego hace todo lo contrario, yendo a hacer feliz a su padre. Acaba de
rodillas junto a mi cabeza, sus manos tiemblan al sujetarme los brazos por encima de
ella, como le enseña el hombre.
—Hora de que veas lo que es ser un hombre—murmura apretado, encantado con el
control que ejerce en su hijo.
Dani corre la vista lejos en cuanto su padre se desabrocha los vaqueros, traga
náuseas. O eso creo, porque su garganta hace ruidos extraños, como un lloriqueo
reprimido.
El hombre me tapa la boca anticipado mi grito, sólo yo sé que no puedo hacer algo
como eso, aunque quiero. Quiero chillar con todas mis fuerzas. El ardor es tan grande,
obstinado, punzante. Por un momento creo que me voy a desmayar.
No son los huesos los que me está rompiendo, pero se siente como si me destrozara
entera y no puedo respirar. Levanto las piernas intentando escapar, los talones de mis
bonitos zapatos se sepultan en la tierra, resbalan, cavan profundo ida y vuelta. El
hombre me lastima más, apretando mis caderas flacas para mantenerme en mi lugar.
Me retuerzo, lucho. Jamás deseé algo tanto, tanto como el que se termine de una
vez. En mi mente, prometo que seré más buena si este castigo se acaba rápido. Me
pregunto qué fue lo que pasó, que fue lo que hizo que el padre de Dani y Malena se
enojara tanto. ¿No me quería en su casa? ¿Es por eso?
Algo caliente y ligero cae en mi mejilla y elevo la vista inestable hacia arriba, otra
gota se estrella en mis pestañas, y repiqueteo para quitarla. Dani está llorando en
silencio, y cada vez me sujeta más, impetuoso, sin medir su fuerza por el pánico.
Mi cuerpo se sacude entre los dos, soy zamarreada y anclada al suelo como una
pequeña muñeca de trapo indefensa, en medio de una lucha entre padre e hijo que no
tiene ningún sentido dentro de mi mente de doce años. De pronto Romano se encorva y
forma un puño en el frente de mi vestido, se tensa. Pataleo un poco más, más asustada
que nunca, no queriendo saber lo que sigue. Algo caliente me llena, y más frenética y
espantada me vuelvo. Los siguientes segundos suceden en cámara lenta, obligándome a
rogar que se interrumpa todo, o que sea una pesadilla de la que pronto vaya a despertar.
De pronto, de la nada, mis súplicas son escuchadas y el cuerpo grande se levanta y
separa de mí. Tomo una bocanada desesperada de aire limpio, de nuevo el sol golpea mis
ojos y seca todas las lágrimas que Dani lloró sobre mí.
José Romano se acomoda la ropa, desintegrando a su hijo con las pupilas. Al fin
noto que soy libre de nuevo y me siento, moviéndome con cuidado, tanteando el piso a mi
alrededor. Tan lentamente que lo hace peor, el dolor me paraliza y me quita el aliento.
Ni siquiera noto cuando el hombre se marcha enfurecido hacia la casa, amenazando a
Dani. Éste no espera más y corre lejos en la dirección contraria. Lo más lejos del
monstruo. Me quedo allí, permanezco en soledad, tratando de deducir una forma de
levantarme que no me lastime tanto. Acabo sobre mis palmas y rodillas, mirando
fijamente la superficie sucia debajo de mí, mis inhalaciones volviéndose ruidosas y
eternas, espasmódicas. Mis extremidades no se están quietas, no tienen poder de nada,
por lo que no me puedo levantar.
No soy consciente de cuánto tiempo paso allí, casi convulsionando, hasta que
reúno las fuerzas necesarias y logro ponerme de pie para regresar. Para arrastrarme a
casa.
CAPÍTULO 18
EVA
Cruz cae en el sofá, su cuerpo flojo y sus ojos fijos en la nada. Enseguida
apoya los codos en las rodillas y arrastra sus manos por su rostro, contornea su
boca y nariz y cierra los ojos. Lo único que se escucha en la habitación son sus
sofocos aprensivos y atormentados. Le doy la espalda, me coloco junto al
ventanal y miro afuera, al vacío.
No puedo creer que se lo dije. No puedo creer que mi piel esté erizada
con anticipación, por el miedo a que salga corriendo. Me niego a reconocer que
lo último que deseo es perderlo, que lo que menos pretendo es tener que
enfrentar el resto de mis días sin tenerlo cerca. ¿Y estaba tratando de alejarlo? Ya
ni siquiera me entiendo a mí misma. He perdido el control, el que tanto
trabajé por afianzar alrededor de mí. Cueste afirmar o no, parece que le he
cedido el poder a Cruz. Tal vez él piensa que no, pero ya con el hecho de
provocarme duda lo ha conseguido. Me ha dado algo a lo que aferrarme y no
me agrada la idea de necesitar un apoyo.
—Seguro iba a lograr algo con eso—escupo, desanimada por tener que
hablar de esto ahora.
—No sé, tal vez sí… ¿por qué quedarse callado tiene que ser una opción,
Eva?—dice, oyéndose derrotado.
—Es una opción cuando se trata de una persona como tu padre—me burlo.
— ¿Y el tuyo? ¿Crees que no habría podido hacer nada?
—Ya viste lo que sucedió cuando el video salió a la luz, ¿no?—me volteo,
enfrentándolo—. Mis padres son incompetentes. No saben cómo lidiar con los
malos asuntos, están acostumbrados a una vida color de rosa.
Mi padre lo sabe todo cuando se trata de la ciudad que lo vio crecer, pero
no entiende mucho sobre la familia. Cuando la oscuridad roza de cerca, se
descompensa. Pretendió que lo correcto por hacer conmigo era enviarme a un
internado. Resguardarme. Esconderme. Porque estaba aterrado de mi
vergüenza, sin saber que ni siquiera me importaba lo que el mundo pensara o
dijera sobre mí.
Cruz agacha la cabeza y esconde de nuevo su rostro entre las manos. Está
desmembrado y no sabe qué hacer. Lo he dejado suspendido. Si supiera que
esto es sólo la punta del iceberg, que hay más. Que conmigo siempre habrá
más. No creo que alguna vez se termine el drama en mi retorcida vida. Intento
recordarme que lo he buscado. Todo lo que vino después de mi primera
violación fue por mi propia disposición. Desaté una colisión en cadena al
regresar a la casa de los Romano, y se hará más larga mientras más convencida
esté de consumar mi venganza.
— ¿Por qué Dani tampoco habló? ¿Por qué le dieron el gusto de quedarse
en silencio? Digas lo que digas, Eva, nunca podría entender ese tipo de
parálisis…
—A Dani lo gobernaba con miedo—respondo con lo que he deducido
desde hace un tiempo, paseándome por la sala, esquivando la mesa de café y los
sillones—. Conmigo no tuvo que hacer mucho. Tenía doce, no supe qué me
había sucedido realmente hasta un tiempo largo después, sólo entendía que era
algo malo y feo. Y la parálisis que me tomó fue por el shock emocional,
supongo. No sentía nada. Después de conocer el significado de toda esa
mierda, de lo único que estaba segura era que no quería ser ―la niña violada‖
para nadie… lo dejé pasar.
—Me voy a encargar de ayudarte para que esto tenga un final de una vez
por todas—jura, rugiendo desde lo profundo de su garganta dándole énfasis a
sus palabras, poniéndome la piel de gallina.
Y de inmediato sé que no soy ―la niña abusada‖ ante sus ojos. Que soy más
que eso. Mucho, mucho más. Porque él nunca interpondría etiquetas como
esas entre los dos. Con ello, me desplomo en la inevitable prueba de que
realmente puedo ser capaz de confiar en él, y que no es malo apoyarme en sus
hombros un momento para respirar.
Aunque… sólo dure hasta que descubra que soy una asesina.
CRUZ
No logro conciliar el sueño. Doy vueltas en mi lado de la cama, mis
piernas enganchadas a las de Eva, y la observo. Mayormente la observo,
fijamente y sin contenerme. Duerme inquieta, lo había notado antes pero
ahora se hace más difícil de dejar pasar. A veces se sobresalta y remueve como si
tuviese pesadillas, no lo suficientemente animosas para tener el poder de
despertarla. Es al estar dormida el único plazo en que se la nota vulnerable. Las
capas de insensibilidad cayendo ante la inconsciencia.
Tomo sus labios con los míos, sin tardar demasiado en hincar los dientes y
abrirla. Le provoco algo de dolor, que sé que le gusta, me aferro a su suave piel
que de pronto está ardiendo por mi toque. La mantengo en la posición que
deseo formando puños en su pelo rubio, tirando e inmovilizando. Sus uñas
entran en juego, raspando desde mis pectorales hasta debajo de mis
abdominales. Gruñe, mitad encolerizada mitad excitada. Si ella se anima a usar
el sexo para mantenerme detrás de la línea, yo también puedo hacer lo mismo.
Incluso, voy a redoblar la apuesta. Va a amarlo. Todo. Todo lo que le daré.
Empujo las sillas para despejar el borde de la mesa, sin dejar de besarla, la
obligo a dar la vuelta. Su espalda se suelda a mi frente y adelanto las caderas
para que el gran bulto en mi bóxer encaje entre las mejillas de su culo. En un
jadeo la tengo apoyando las palmas en la fría superficie brillante que tiene
delante y arquearse para buscar más contacto. Mis dedos se entierran en la
carne de sus caderas al mismo tiempo que desplazo mi boca por su mandíbula y
cuello, una vez en su hombro la muerdo y me inclino, llevándola conmigo. A
continuación estoy sobre ella, y se recuesta en la mesa, completamente a mi
merced. Me sostengo con la palma de la mano, viéndola desde arriba. Y es una
vista de lo más caliente cuando abre las piernas y retrocede, poniendo el culo
en pompa.
Tengo que apretar los dientes al bajar el elástico de mi ropa interior y ver
golpear mi pene contra esas nalgas pálidas y completamente hambrientas.
Mierda, que rápido se olvida uno de la oscuridad con esto. Me dejo caer de
rodillas y entierro mi cara entre sus piernas. La lamo de principio a fin y juego
duro con su clítoris, no tardo en dejarla temblorosa y suplicante. Raro, Eva
Moretti jamás ruega. Ella siempre se encarga de devolver el golpe.
Una de sus manos ahora está cavando con sus uñas en la mía, sobre una
de sus mejillas, pidiendo lo que sabe que pronto le estaré dando. Me estiro de
nuevo, el peso sobre mis pies. Me acaricio, tomando nota de sus movimientos,
cómo sus dedos de mueven hacia su entrada y los introduce en su interior
mojado. Así de urgente lo necesita. Me doblo sobre ella y suelto palabras sucias
en su oído, oyéndome jadeante y sin aire al igual que ella. Estoy dentro de ella
hasta la empuñadura de una sola estocada y su columna da un impulso
acompañando el chillido que expulsa su boca.
Cierro los ojos y bombeo, gruñendo. Amaso su culo con una mano y me
doy el envión en cada colisión. La habitación antes desolada ahora es rellenada
con los frenéticos sonidos de la penetración, las maldiciones y los aullidos
agudos que Eva no logra contener en su interior. Con una mano se abre a sí
misma y roza con la punta de los dedos la zona en la que nos conectamos. Me
muerdo el interior de las mejillas para no llegar a la cima demasiado rápido,
ralentizo el ritmo. Todavía nos acaricia, hasta que sube y lleva humedad hacia
su ano. Presiona allí y no tengo tiempo a sorprenderme cuando dice:
Esto cada vez es más intenso. Más real. Más épico. Quito su dedo del
espacio donde lo enterró y acaricio la entrada con mi pulgar a medida que mi
espalda baja hormiguea, y mis testículos se endurecen. Una descarga eléctrica
me derriba y exploto en el instante que me desplomo contra ella, aplastándola
contra la mesa.
EVA
El sol está entrando por el ventanal y se extiende por toda mi cara,
obligando a mis pestañas aletear. Me remuevo, intentando darle la espalda,
termino metida en el hueco contra el pecho desnudo de Cruz, que ni siquiera
es afectado por la claridad. Está agotado. Su brazo dormido cayendo pesado
encima de mí, algo que se ha vuelto normal para mí, después de que las
primeras veces intentara quitarlo a cada rato, sintiéndome sofocada.
— ¿Qué?—respondo.
—No tengo nada que hacer hoy, puedo dormir todo el puto día—suelto,
entre amarga y encantada de que ella me llame, aunque nunca lo reconocería
en voz alta.
Dos chicas desaparecidas, de catorce y quince años. Desde hace cuarenta y ocho
horas. Los padres y vecinos están en la calle, han buscado por todos lados y
recorrido el ancho y largo de las playas más cercanas. No hay rastros de nada.
Me pongo de pie y tironeo de mi pelo en la cima de mi cabeza. Esto no puede
estar pasando.
— ¿Me estás diciendo que el cura muerto tiene algo que ver?—pregunto
para mantener a Malena ocupada, su preocupación es grande.
Sí. Maldita sea. Ella está aquí. Esa niña fue obligada a levantarse la falda
por el sacerdote, y fue tocada en las piernas y abdomen por esas sucias manos.
Me froto los ojos, suspiro. Ambas niñas fueron chequeadas por él.
—También creo que todo esto tiene que ver con el cura—digo,
manteniendo mi voz fría.
— ¿Qué tal si él las revisaba y luego pasaba datos a quienes sean que
fueran?—dice en voz alta mi propio pensamiento—. Tengo miedo Eva. ¿Qué
pasa si vienen por mí? No caí en la trampa, pero el cura me echó el ojo, ¿no? Él
quiso algo conmigo. ¿Y si estoy en la lista?—llora.
—Bueno—dice, dudando.
—Bien…— ¿qué más puedo agregar?—. Cruz y yo íbamos a regresar a casa para
el invierno, después de esto creo que vamos a adelantar el viaje—carraspeo.
—Sí.
— ¿Por qué tenés esas fotos?—gruñe, buscando conectar con mis ojos.
Bien. Sabía que este momento llegaría, aunque no tan pronto. Voy a tener
que contarle mi gran pecado, descubrir estas manos manchadas de sangre ante
sus ojos. Con sólo echar un vistazo a su contemplación sé que es sólo cuestión
de tiempo. El reloj de arena ha sido girado.
Voy a perderlo.
CAPÍTULO 19
CRUZ
— ¿Crees que si llamo a una depiladora me dará un turno?—pregunta mi
compañero justo al volante del móvil mientras recorremos las calles de la
ciudad.
Este chico está en sus treinta y ha sido mi compañero unas cinco o seis
veces, siempre es agradable aunque a veces se pierde en la línea de lo que es o
no aceptable charlar con un compañero de trabajo.
—Más o menos…
— ¿Problemas en el paraíso?
—Seh, creo que voy a hacer una llamada esta tarde—dice, medio ausente,
mientras escucha a los otros compañeros comunicarse por radio con las
oficinas.
Dios, esta va a ser una noche larga. Me termino el café y dejo el vaso en la
guantera, reservándolo para tirarlo en alguna papelera en otra ocasión. Nuestra
zona está tranquila, día de semana, poca gente sale en busca de una copa o algo
de diversión, aunque nunca faltan las excepciones y los universitarios con ganas
de estirar el fin de semana.
Me dolía. Dolía tanto que no podía respirar. Porque a esa hermosa chica
le quitaron todo, incluidos sus sentimientos. Sus ojos eran ausentes,
despreocupados y letales. Mientras estaba allí de pie, mirando al vacío ella
siguió confesando, cada sucio detalle de sangre. Todo lo que hizo, cómo lo fue
planeando. Lo que sintió cuando la sangre le manchó las manos.
Eva está enferma, eso fue lo primero que cruzó mis pensamientos. Por eso
mi corazón se partió. Lloré por dentro la pérdida abrupta de su inocencia, su
vida cargada de mierda que nadie debería haber puesto encima de sus menudos
hombros. ¿Qué hago ahora? No enviarla a la cárcel, no puedo soportar esa idea.
Eso indica que soy igual de enfermo que ella, porque aun sabiendo lo peor de su
cara más oculta y oscura, no conseguiría entregarla. No puedo pensar siquiera
en alejarme de ella. Me destroza de una forma que me tiene asustado como la
mierda.
—No—respondo, rotundo.
— ¿Sabes qué es lo que realmente me hace mierda? Que tenías catorce años—
murmuro, mi tono apretado—. Tu mente no debería haber estado ocupada con
eso. Es tan… retorcido y doloroso.
Trago saliva, bajando así las emociones. Porque acabo de tomar una
decisión que puede condenarme de por vida, inclusive después de la muerte.
Sin embargo, es lo último que me interesa.
—Te amo, Eva—suelto, grave y sin retener nada—. No sé cómo mierda pasó
eso, pero lo he estado sintiendo desde hace tiempo. Creo que desde hace años. Y
sí, es posible que no me merezca el sentimiento de vuelta, tal vez ni siquiera lo
sientas y lo entendería, pero necesito ser sincero por una vez. Te amo de una
manera tan retorcida e implacable que no logro controlar. Tanto que estoy
dispuesto a unirme al otro lado sólo por vos. Arrastrarme de rodillas por el
fuego, manchar mis manos de sangre en tu honor…
La observo de frente, notando por primera vez que sus ojos se humedecen,
aunque no hay rastros de ninguna lágrima filtrándose. Esto es lo más cerca que
ella ha estado de demostrar algo que no fuera enojo o aburrimiento.
No interesa lo que pase al regresar a casa, sea lo que sea, no pienso dejar
que alguien la lastime de nuevo.
CAPÍTULO 20
EVA
— ¡Bienvenidos!—chilla mamá, bajando de las escaleras del porche,
recibiéndonos con los brazos abiertos.
Ellos van a dejar que se quede en casa, conmigo. ¿Eso es extraño? No lo sé,
ahora los padres son más liberales, supongo. Los míos siempre me trataron con
liviandad, nunca imponiéndome tantos límites. Casi tengo dieciocho, será que
eso ayuda. Además, si piensan que mi novio va a tomar una habitación aparte
en el ala opuesta a la mía, se van a llevar un buen chasco. Cruz va a dormir en
mi cama, precisamente la misma que he usado desde pequeña. Por dentro,
sonrío con malicia.
—Tu cara desborda felicidad—se burla Cruz junto a mi oído, al tiempo que
entramos en la casa detrás de ellos.
Papá ayuda a Cruz a subir el equipaje por las escaleras y yo camino hasta la
cocina para lavarme las manos y sentarme en torno a la mesa. Todo huele de
maravilla y no necesito preguntar para saber que hay un gran asado dentro del
horno. Mis tripas resuenan, apenas han resistido el viaje y me negué a comer
las estúpidas golosinas que compró Cruz. A veces actúa como un niño, y ahí es
cuando me recuerda un poco a mi mejor amiga.
—Estás más rellena cada vez que te veo—comenta mamá, abriendo una
servilleta en el regazo—. ¿Cuánto engordaste todo este tiempo?
—La compañía ha tenido un salto de números desde que tiene a Eva en los
catálogos—se atreve a mencionar Cruz, sonriendo porque sabe que yo no lo
habría contado.
—Bueno, eso merece un brindis—se ríe papá, feliz por mí—. ¿No Laura?—
mira a mamá, expectante.
***
Ella suelta una risita y se deja caer en el borde de la cama. Luce una
camiseta de mangas cortas apretada con una leyenda en inglés, mostrando un
poco de ombligo y una falda de jean por encima de sus muslos. Zapatillas
coloridas en sus pies. Su pelo castaño largo está agarrado en una cola bien alta,
manteniendo ese hermoso rostro y ese par de ojos verdes brillantes
descubiertos. Está preciosa, y no debería sorprenderme porque sabía que lo
sería. Mucho más que yo. Tranquilamente podría obligarla a audicionar para la
moda, pero no es un ambiente donde metería a la dulce Malena.
Ninguna de las dos está preparada para hablar de nuestras
preocupaciones todavía, por lo que seguimos con esta clase de conversación
superficial que la mayoría de las chicas tienen a nuestra edad.
Coincidimos.
Sus mejillas están rojas y sus ojos brillantes. Está entre nerviosa y feliz, por
lo que me siento curiosa. Tan curiosa como Eva Moretti puede estar.
—Eva—me advierte.
Suspira, ablandándose.
Me rio.
—No, no lo era—asegura.
Asiento.
Miramos todas las cajas. Hay tres conjuntos deportivos, otros dos sencillos
para el día y cuatro de lencería de encaje y satén. Por algún motivo quise
regalarle a mi amiga de quince años lencería, no pienso en lo retorcido que
puede ser. Además veo que va a rellenarlos bien.
—Me alegra que te gusten, creo que vas a tener lencería para todo el año y
los que vienen—se ríe y no me queda otra que sonreír—. Pienso traerte los
siguientes diseños pronto, y antes de que salgan—guiño.
Estoy volviéndome loca encerrada en esta casa para cuando Cruz vuelve y
me toma por sorpresa abrazándome desde atrás en la cocina. Cierro los ojos y
por un leve intervalo permito que me bese el cuello y apriete contra él. Después
me separo y busco su mirada, quiero saberlo todo. Absolutamente todo. Espero
encontrarme un gesto sombrío, sin embargo sólo me dedica una sonrisa que
parece cansada.
Cruz niega.
—Eva, las pruebas que dejaste en la escena del crimen tuvieron que ser
descartadas por alguien de arriba—explica susurrando, obligándome a mirarlo—.
Tuvo que ser orden de él, o un superior. Pero juego todas mis fichas por él. Y
tiene que ser una gran coincidencia que haya aparecido el día después del
cementerio con la cara en ese estado, ¿no? Lo tenemos—arrastra su nariz por el
borde de mi mandíbula—. Lo voy a reventar, Eva—gruñe.
Para esta hora su padre y el resto de ―ellos‖—sean los que sean— ya están
enterados de que estamos en la ciudad y que nos vamos a quedar. Si es por mí,
ellos seguramente van a inspeccionar y mantenerme vigilada, si es que antes no
me tenían en la mira. Y van a sospechar de Cruz, porque no estamos ocultando
que somos pareja. No podríamos haberlo hecho, él no piensa dejarme sola un
segundo, y quiere que vean que no estoy tan desprotegida como antes, que hay
gente respaldándome. Sean uno o más. Creo que es un tonto intento de héroe,
un mensaje poco inteligente de ―para llegar a ella tendrán que pasar por encima de
mi cadáver‖. Se está exponiendo, ha venido a dar la cara por mí. ¿Y lo
desconcertante? No me ha contado sus verdaderos planes. Oculta cosas. Y no
me siento con la libertad de expresar quejas sobre eso porque yo estoy haciendo
lo mismo. Hay cosas que me he guardado.
Faltan diez para las diez cuando salimos por la puerta del frente de mi casa
y atravesamos el monte para cortar camino hacia la casa de su familia. Cruz me
lleva de la mano, como si temiera perderme en el paseo y voy un paso detrás de
él oliendo su colonia atraída hacia mí por la fresca brisa nocturna. Está oscuro
y lo único que se oye es el roce de las ramas de los árboles por encima de
nuestras cabezas y nuestras pisadas, que quiebran la gramilla y las hojas secas
caídas. Rodeamos la gran casa para entrar por la puerta trasera, la encontramos
sin traba. Como Male nunca respondió a mi mensaje de texto asumí que
estarían cenando o algo por el estilo, pero la cocina está desierta y la casa
aparenta estar dormida, en completo silencio.
— ¿Hola?—llama él.
Es muy temprano para ir a la cama, y la puerta estaba sin llave, por lo que
deben estar en algún lado todavía despiertos y ocupados. Eso me trae un mal
presentimiento, y pretendo detener a Cruz cuando enfila hacia la sala y sortea
el primer escalón de las escaleras, sin embargo, estoy muda y tensa, sólo soy
capaz de seguirlo. Arriba se sienten pasos tranquilos y voces, por lo que me
tranquilizo, maldiciéndome por tener siempre los peores y menos convenientes
pensamientos. Subimos, en el pasillo me pongo a la par que él y toma mi mano
y enrosca nuestros dedos como si funcionara como un acto reflejo para él. El
calor de su palma es transmitido a lo largo de mi brazo, directo a cada
terminación nerviosa en mi cuerpo.
Male y Dani.
Ella está sentada en la mesilla del computador, sus pies casi colgando. Está
sonrojada y se ve feliz. O se veía feliz, ya que ahora su expresión no demuestra
otra cosa que no sea estado de shock al ver a su hermano mayor mirarlos
fijamente desde la puerta sin moverse. Dani está encajado en el espacio que
crean las piernas abiertas de su hermana, una de sus grandes manos sobre el
muslo pálido, a punto de arrastrar más allá la tela de la falda.
Están cerca.
Hundidos en pánico.
Soy empujada hacia atrás y mis pies se enredan en el caos. Me separo justo
cuando Cruz levanta a Dani del suelo y lo aplasta contra la pared, reteniéndolo
de la camiseta. El rostro del chico está destrozado y cuando Male lo ve se cubre
los ojos y llora tan alto que mis oídos no pueden aguantarlo.
Cruz baja los brazos, que quedan laxos a sus costados. Se hunde entre sus
hombros y baja la cabeza con derrota. No sé con quién ir. Male se ha ido a un
rincón abrazándose a sí misma. No sé qué debo hacer. Observo a Dani, que
afloja sus pies y se arrastra hacia abajo, sentado con la espalda en la pared.
Coloca los codos en sus rodillas dobladas y se esconde entre sus manos. Dentro
de un rato sólo quedará una masa colorida y sin forma en su rostro, su
hermano lo destrozó. El silencio se instala como una estaca en cada uno de
nuestros corazones, sólo interrumpiéndolo los sollozos y las respiraciones
superficiales. Estoy temblando cuando me estiro hacia Cruz y tomo su mano,
acuno los nudillos agrietados y ensangrentados.
—No, fui yo—la corta Dani, limpiándose la nariz con el dorso de una
mano—. Es mí culpa.
Cierro los puños a mis lados, sintiendo muchas ganas de hacer daño.
Especialmente a su padre, porque él tiene la maldita culpa de toda esta mierda.
—¿Cuándo?—pregunto—. ¿Cuándo…
—Me dejó de todos modos, porque se sintió culpable—se limpia los ojos—.
Dani siempre está corriendo. Se odió por tocarme. Me costó mucho
recuperarlo. ¡Ahora que lo tengo de vuelta ustedes tuvieron que descubrir todo!—grita,
furiosa.
Siente por nuestro silencio que de alguna forma los juzgamos. La primera
reacción que tuvimos fue a base de prejuicio. Cruz se puso violento y casi mata
a su hermano porque pensó lo peor. Aunque en este caso no sé qué es lo peor.
El hecho de que Dani pudiese haberla obligado. O que haya sido consentido.
Yo ya lo sospechaba, intuía algo como esto desde hace tiempo, tal vez no me
afecta tanto como debería. Pero, ¿Cruz? No tengo idea de lo que se siente
encontrar a tus hermanos en una relación como esta.
Incesto.
—La mayor parte del tiempo nos sentimos sucios—susurra, sus lágrimas
cayendo en su regazo—. Pero se siente como si valiera la pena cuando estoy
cerca de él… No estoy pidiendo que me entiendas o defiendas, sabemos que
esto es horrible. Lo sabemos más que nadie, pero no podemos detenernos, lo
hemos intentado. Lo he intentado todo, pero Dani siempre ha sido el único
para mí.
José Romano hizo que sus hijos reaccionaran sexualmente el uno con el
otro. Él activo esta vena pervertida. Los arruinó. Y sospecho que para siempre.
Ahora más que nunca me abraza la necesidad de abrirlo en canal y hacerle
comer sus propias tripas.
CRUZ
Intento asentar mi respiración y pulso dejándome caer en el borde de la
cama, me restriego la cara. Todavía quiero golpearlo, matarlo, y sin embargo no
puedo hacer eso porque es evidente que acá no es el único culpable. Lo
observo, allí en el suelo esquivando mi mirada como un herido cachorro
tembloroso y avergonzado. Miserable. ¿Cómo no me di cuenta? Dani siempre ha
sido miserable. Y puedo ver que siente tanto asco de sí mismo que no es capaz
de levantar la cabeza y enfrentarme de una vez.
Se encoge.
— ¡No, vas a hablar conmigo y explicarme qué mierda es lo que pasa con
ustedes!—me inclino sobre él, mi sangre bullendo—. ¿Qué está sucediendo?
¿Tengo algo más por lo que preocuparme?
— ¡Te dije que no!—me paro en seco para gritarle—. Antes de ella estoy yo.
Soy tu hermano, sos mi familia. Y tengo derecho a saber qué es lo que pasa en
esta casa.
EVA
Cruz asoma la cabeza dentro del cuarto de Male y me avisa que Dani
quiere hablar conmigo. No dudo en levantarme del vano de la ventana e ir,
intuyendo que será importante. Male me deja marchar sin quejarse aunque sé
que no le gusta la idea de quedarse a solas con su hermano mayor, quien le dio
semejante paliza al ―amor de su vida‖. Así es como ella misma se refirió a Dani
mientras hablábamos, lo que me asustó como la mierda. Porque me di cuenta
de que verdaderamente está enamorada de él.
Los dejo en pleno silencio y recorro el pasillo de regreso a Dani. La puerta
está entreabierta y ni siquiera pido permiso para entrar. Lo encuentro en la
misma posición en la que estaba cuando Male y yo salimos. Tiene un pañuelo
ensangrentado en la mano y me observa seriamente al tiempo que su pulso
enloquece.
Asiente, tragando. Se remoja los labios resecos y partidos por los nudillos
de Cruz. No sé lo que pueden haber hablado en el breve lapso que
permanecieron solos, aunque sin duda fue doloroso para ambos.
—Creo que lo bloqueó—advierte, luego se restriega los ojos con fuerza para
frenar la silenciosa humedad—. Era una niña. Y en cierto modo estoy
agradecido de que no se acuerde…
—Dani…
Nos escabullimos por la parte trasera y nos internamos entre los árboles
en silencio. Estamos enterrados en nuestras cabezas tratando de asumir todo
esto. Y yo más, porque ahora tendré que mostrarle a Cruz los videos. Tiene que
ver por sí mismo que sus hermanos no son más que dos inocentes víctimas más
del monstruo que los engendró.
Efectos colaterales.
***
—Lo tiene—lo corto, sabiendo lo que vendrá sobre mi cabeza—. Nunca te los
mostré porque se suponía que jamás volverías. Además, los usé para liberarte.
No me arrepiento de hacer eso…
— ¿Cuánto tiene Male ahí? ¿Cuatro, cinco años?—se frota la cara y sus
hombros se estremecen—. No puedo ver eso.
No sé cuánto tiene allí pero se ve como de cuatro años y Dani tal vez de
siete. Están sentados tranquilamente en el sofá viendo expectantes a quien está
detrás de la cámara. Hay confianza en sus ojos y supongo que creen que van a
jugar a algo divertido.
—No me importa, no quiero verlo—se queja él, muy cerca del pánico.
Entonces sólo llego a los últimos treinta segundos donde alguien habla
con Romano desde la lejanía.
—Quizás buscan niñas más sumisas, como las que desaparecieron hace un
mes—explico, y antes de que la bilis me ahogue, lo suelto—. Creo que están
sacando dinero de la pedofilia, y estos videos claramente fueron un intento de
película. ¿Los estaban probando? Tal vez. Deduzco que Dani sí fue aprobado y por
eso nunca lo dejaron en paz…
Comparto.
— ¿Y crees que lo que descubrimos hoy es a causa de eso?—busca mis ojos al
fin.
—Sí—asiento—. Creo que tu padre hizo que ellos dejaran de verse como
hermanos…
—Sí, ella me contó lo que el cura le hizo—digo, segura de eso—. Si esta clase
de cosas hubiesen continuado creo que también me lo hubiese dicho. Además
nunca la vi retraída cuando tu padre estaba cerca, en cambio Dani era un
manojo de nervios…
—Pero no te dijo que le gustaba Dani, podría haber ocultado muchas más
cosas igual de bien…
No lo ocultó tan bien, sólo que yo no lo supe ver del todo hasta ahora.
Siempre creí que ver esos videos me condicionaba cuando estaba en presencia
de ambos, tal vez veía perversidades donde no las había. Eran niños,
posiblemente no los había afectado a largo plazo. Ahora todo encaja en su lugar
tan de golpe que también me ha dejado descolocada. Una gran parte de mí
deseaba con fuerza que Male nunca hubiese caído en este círculo vicioso que su
padre inventó. Por un tiempo estuve segura de que estaba a salvo.
—En ese caso no lo hizo porque sabía que era malo y corría el riesgo de
perderlo. Lo amaba ¿por qué exponerse y contarme cuando entiende que la
gente en general lo repudiaría? Y no comenzaron a estar juntos hasta antes de
que él se fuera a la universidad, yo estaba lejos en ese entonces.
Si fuera sólo él. Pero hay varias serpientes en este nido y sólo tenemos dos
míseros nombres. Si bien él ha sido quien más nos lastimó a todos, y merece
ser el primero en la lista, todavía le queda tiempo.
Después estira sus brazos a la espalda para bajar el cierre del corsé. Sé que
su idea es desnudarse en el lavadero y dejar el vestido desechado a un lado para
tirar. Ya no sirve, está hecho girones en la falda y empapado con agua de lluvia.
Justamente hay una bata blanca recién lavada sobre la pila de ropa encima de la
lavadora, Juanita la debe haber blanqueado esta mañana.
—Estás empapando todo el piso—se desvía del tema secamente—. Más vale
que lo seques…
Mis grandes ojos sisean hacia el pequeño sobre dorado con brillantes que
seguro dejó sobre la mesa al llegar de la gala, lo observo fijamente sin pestañear.
Mis dedos curvándose, colgados a mis manos. La delicada cadena de la pequeña
cartera me tiene completamente ensimismada.
Se tensa pero no logra girarse antes de que yo pase la cadena por encima
de su cabeza. Soy más alta, más enérgica y la ira me regala más poder. Su grito
rompe las paredes de la enorme casa, y no es suficiente para detenerme. No hay
nada sobre esta tierra que tenga el poder de frenarme. La tironeo hacia mí y la
arrastro, comprimo la cadena y ésta se enrosca alrededor de su cuello. Mamá se
rasguña a sí misma para arrancarla. Ya en la sala, perdemos el equilibrio, caigo
sobre mi culo y ella encima de mí.
Nunca aflojo el ímpetu, los latidos de mi negro corazón laten en mis
oídos. Aun así no puedo dejar de oír sus berreos y aullidos mientras se remueve
tratando de liberarse. El oxígeno no tiene mi permiso para entrar a sus
pulmones. Tose, convulsiona, lucha. Y más me aferro al arma con la cual
quiero exprimirla.
— ¿Por qué él? ¿No había otro para cogerte hasta quemar el poco cerebro
que te queda, puta de mierda?—mascullo en su oído.
—EVA—llama una segunda voz—. ¡Por Dios! ¿Qué está pasando?—mi padre
se quiebra ante lo que tiene frente a los ojos.
Le muestro los dientes. Entonces hace lo que único que le queda por
hacer, arremete contra mí y me golpea. El puño al costado de mi cabeza hace
que mis sesos reboten entre sí y mi enfoque se confunda. Mi agarre se zafa y mi
padre está allí para sostener a mamá y alejarla de mí. No sin antes recibir el
talón de mi bota en su pómulo. ¡No quería golpearlo a él, el golpe era para esa hija
de puta!
Papá observa con ojos tristes mi lucha con Cruz mientras levanta a mi
madre y la lleva en brazos por las escaleras.
— ¡No la ayudes!
Me encojo y froto mi cara cansada y tirante con las dos manos, agotado
física y mentalmente. Mis músculos tan agarrotados que apenas puedo
enderezarme. Llevo los ojos hacia la puerta abierta encontrándome a Moretti
allí, de pie, con un ojo que se está poniendo negro.
—Cuando las cosas feas vienen siempre es mejor aislarla, ¿no? Como
hicieron luego de que saliera el video…
Me callo porque sé que se siente mal y no hace falta colocar más peso en
sus hombros. Otra vez me fijo en Eva mientras se remueve, inquieta por dentro
pero sin despertar todavía. Estaba ya furioso con ella antes por ocultarme algo
tan importante, cosas que me incumbían porque se trataba de mi familia. Y
ahora no es furia lo que siento sino confusión, dolor, tristeza. Un enorme
sentimiento de pérdida. Porque la amo pero… eso no significa que tengo que
hacer cosas que sean indulgentes para ella, y a su vez lo último que quiero
lastimarla. No quiero traicionarla, tampoco. Ni abandonarla como han hecho
todos de alguna forma o de otra.
—Hace cerca de un año decidimos que iríamos cada cual por caminos
desviados—explica como si tuviese la obligación.
—Es su problema, no tiene que darme explicaciones, señor—digo, con tono
calmo y comprensivo.
—Eva, Eva, Eva—susurro, rozando su pómulo frío—. ¿Qué voy a hacer con
vos?—suspiro lento y largo.
EVA
Tuve un sueño.
Abro la boca, voy a decirle… No, ¿no puedo mover mis manos? Me agito y
caigo en la cuenta de que estoy esposada a mi cama. Frunzo el ceño, la boca se
me seca y regreso mi atención a Cruz.
Despego mis labios resecos, voy a enterrar este tema, tengo que decirle que
recordé algo…
—No te voy a soltar hasta que me digas que estás calmada—se inclina,
mirando dentro de mis ojos con los suyos, tan clínicos e impersonales—. ¿Vas a
salir de esta casa con tranquilidad o tengo que amarrarte a mí?
El hielo en sus ojos, que suelen ser cálidos, colisiona en los míos y por
dentro me voy enfriando. Tomo un único suspiro para tranquilizar los
adoloridos latidos de mi corazón, ganándome un gran puñetazo de odio por
parte de mí misma. Se supone que nada debe afectarme. Que soy inmune a esto o
cualquier otra cosa.
—Bien—escupe.
Sus ojos tristes transitan mi rostro. ¿Piensa que ataqué a la mujer porque
estaba defendiendo su honor?
—Hace más o menos un año. Todavía vivimos juntos porque nos pareció
un buen arreglo, ya que…
Odio, odio, detesto disculparme. Por cualquier cosa. Y mucho menos por
algo que deseé con toda mi oscura alma. Sin embargo, mi tono entrecortado y
la falsa sinceridad en mi voz hace que él me crea y se contente. Satisfecho con
mi pobre disculpa, me da una media sonrisa todavía triste y se inclina sobre mí
para quitarme las esposas. En un click rápido soy liberada y él me abraza. No le
correspondo, sólo permito que me ahogue por unos segundos interminables
hasta que Cruz aparece en la puerta y anuncia que ya está todo listo para irnos.
Las cadenas que nos conectaban están rotas ahora, y no soporto que me
importe o duela. Así que me esfuerzo en esconderlo bien adentro, como he
sabido hacer siempre. Nunca nada me obligó a caer de rodillas o quebrarme, y
no voy a permitir que suceda, ni por él ni por nadie.
CAPÍTULO 23
EVA
Pasamos la noche en un hotel y sin hablar. Cruz me dejó acostarme en mi
lado de la cama mientras él se mantuvo despierto casi toda la noche, yendo de
acá para allá en la oscuridad. Seguramente tratando de entrelazar sus
pensamientos, buscando soluciones. Su inquietud no me dejó dormir, tampoco
es que tuviera facilidad de cerrar los ojos y perderme, todavía con los nervios
exaltados por lo que sucedió y la cabeza regresando en mi recuerdo una y otra
vez. En más de una ocasión mis labios se despegaron para contárselo a Cruz de
una vez, nunca pude ir más allá. Aun sintiendo el poder repelente en el que
nos encontrábamos envueltos. Ya no puedo confiar en él, si es que alguna vez
lo hice completamente. Él también siente lo mismo en cuanto a mí. Rompimos
lo que teníamos. No fui transparente y él ya no sabe qué hacer conmigo.
Y no tengo que pensar demasiado para saber qué va a hacer con ellos.
CRUZ
—Anda el rumor de que estás con esta chica…—comenta mi compañero
mientras se sirve un café en las oficinas.
—Ah—me rio, haciendo una mueca de diversión—, esa. Sí, estoy con ella.
Bah, salimos, algo sin importancia ¿por?
Mis fosas nasales se abren, oculto bien mi rabia con una carcajada tonta.
La del típico tipo imbécil que no le importa hablar de la mujer que se coge.
Tengo que ser él, sin importar cuándo odio esto.
Finjo dudar por un tiempo, los latidos de rabia que emite mi corazón
atascados en mis oídos.
Dejo los papeles a cargo del cargoso y baboso de Carlitos y salgo al exterior
de la comisaría. La tarde está tranquila, aunque es una fachada, todos están
movilizados por las desapariciones de las dos adolescentes. No paran de llegar
llamadas de avistamientos y pistas, todas falsas cabe agregar, porque lo único
que quiere la gente es tomar un bocado de la recompensa. Además de mi
persona, sólo hay cuatro a cargo en las instalaciones, mientras el resto está allá
afuera en los rastrillajes, junto a los refuerzos que llegaron de la capital. Seguro
en los próximos días me tocará salir por la zona con algún grupo. Agradezco
que no fuera hoy porque no quiero salir de la ciudad, estoy demasiado metido
en los asuntos con Eva. Simplemente espero que me haya escuchado y se
mantenga dentro. No he tenido llamadas de Ger, el ex compañero de
secundaría al que le pago para vigilarla, esa es una buena cosa, supongo.
Tomo mi celular del bolsillo y hago la llamada por la que me vine afuera.
Esto es lo único que me parece correcto y lo voy a hacer, no puede esperar más
tiempo.
***
Los ojos me arden y el cuello tira a causa del cansancio cuando entro en el
nuevo apartamento. No hago más que dar un paso dentro y cerrar la puerta
que soy derribado por Eva, aplastado contra la madera con fuerza. Sus ojos
azules están furiosos, su respiración vigorosa choca contra mi mandíbula.
Ah, así que se dio cuenta de que me adueñé de ellos. Bien, no podía
esperar menos de ella. La observo de frente, apretando la mandíbula.
Traga, se queda allí de pie cuando me la saco de encima y arrastro los pies
hacia la cocina. Me muero de hambre, necesito urgente una ducha y varias
horas de sueño antes de que me toque irme de nuevo.
Su pelo rubio está revuelto y se pega a sus mejillas creando una imagen
espeluznante en conjunto con su rostro libre de maquillaje. Está pálida y
ojerosa e intento que el cuadro no me golpee tan duro en el pecho.
Está bien, mi tiempo de actuación dura terminó anoche cuando supe que
no se alteraría pero ahora parece que no puedo dejar de ser brusco con ella. Se
trata de mis hermanos.
—No eran tuyos, te adueñaste de ellos. Me los robaste, Eva. Son míos—me
señalo el pecho—. Se trata de mis hermanos. MIS-HERMANOS. Y me los
ocultaste. No tenés ni voz ni voto en esto…
—Cállate—gruño.
EVA
Mi puerta se sacude luego de que la cierro con fuerza desmedida, la sangre
se acumula en mis tímpanos y sólo puedo escuchar mi respiración acelerada.
Siento mucha rabia ahora, podría hacerle verdadero daño al hombre que
permanece agarrándose la cabeza en la habitación contigua. Él se equivocó en
esto. Metió su pie en un enorme agujero en la tierra y éste está a punto de
ceder, no sólo él caerá al pozo ciego, sino también sus hermanos. Y yo. Porque
si todos ellos caen, me hundiré detrás instantáneamente. Me siento en la cama
y nivelo mis temblores, aflojo mis dientes apretados que chirrían con tensión.
Todo esto ha sido un error. Creer que Cruz podía soportar el peso de toda
esta mierda. Él ha sido sobrepasado por esto, está actuando por desesperación y
terror. Se ha dejado arrastrar por el pánico y el horror que significó descubrir
todo esto sobre mí y su familia. Ya no sabe cómo tratarme. Y tampoco tiene
idea de cómo ir alrededor de sus hermanos y su padre.
—No sabía qué hacer—murmura, sonando tan derrotado que tengo que
contenerme de correr a él e intentar hacer algo para refrenar su dolor, algo de
lo que no tengo mucha idea—. Quiero ayudarlos ya, necesito salvarlos ahora.
No puedo esperar, no soporto la idea de ellos ahí con él. Lo único que deseo es
cuidar de mis hermanos menores, por una vez en mi vida… cuando debería
haberme preocupado desde siempre—se atraganta al final, siseando su
sufrimiento.
Lo escucho sorber y sé, sin siquiera fijarme, que está reteniendo todo
adentro y que hacer eso le quema. Le duele. Pero supongo que todos tenemos
que enfrentar nuestras dolencias, resolverlas, convivir con ellas. Él acaba de
tropezarse y tiene que levantarse. Tiene que entender que se ha equivocado,
reparar ese error antes de que nos explote en el rostro.
Pero incluso con mi mejor ánimo y raro positivismo, casi estoy
resignándome a que el daño está hecho. La bomba de relojería no se tomará
mucho tiempo.
De nuevo me pregunto por qué dejé que se metiera en esto. ¿Por qué dejé
que se me acercara tanto?
Me levanto y giro hacia él para verlo apoyar las palmas en la pared, sus
hombros caen flojos y se derrumba en sí mismo, culpable. Entra en trance justo
frente a mí, metiendo aire en sus pulmones tan rápido y profundo que siento
como si lo robara de mí.
—La cagué de tantas maneras ya—repite, entonces se levanta y me enfrenta,
sus ojos reteniendo agua, sin dejarla escapar—. Ya no sé quién soy, Eva. Desde
hace horas he perdido todas mis creencias, ya apenas creo en mí mismo. ¿Por
qué no sé manejar esto? ¿Por qué? Somos vos y yo. Son mis hermanos. ¿Por qué
no puedo hacer nada por la gente que me importa?—acaba la pregunta
gruñendo con frustración.
»Estás ahí la mayor parte del tiempo, fría, inmóvil. Lo pensás todo, lo
analizas, ves cosas que yo no. Te admiro y te envidio, porque desde que todo se
me derrumbó no he sabido qué mierda hacer… En cambio vos ya lo sabes
desde hace años y sos fiel a eso… Sos valiente y decidida, todo lo que yo no soy.
—Lo hecho está hecho, ahora tenemos que estar preparados para lo que
venga—añado, monótona, manteniéndome firme.
El espacio entre sus cejas y los alrededores de los ojos se tensan, se atiranta
la piel al tiempo que su mandíbula se encaja con fuerza. La palidez en su rostro
se pone enfermiza, por otro largo rato no devuelve nada. Atormentándose en
su resignación.
—Lo siento, Eva—susurra, ronco—. Lo siento por todo. Por cómo te traté
anoche y hoy. Todavía te amo con todo mi corazón, y lo último que quiero es
que te suceda algo malo… Lo siento, sólo quería protegerte…
Así que, con esa creencia en mente, le doy la espalda y lo golpeo, haciendo
oídos sordos a ciertas advertencias que gritan desde mi interior.
Ah, sos suficiente, Cruz. Tanto que fuiste la única persona que me hizo
sentir llena por primera vez en mi vida. Y no tenía nada que ver con la
venganza. Sin embargo, debería haber estado atenta a las señales. No hay
tiempo ni espacio para los sentimientos en medio de tanto caos.
CAPÍTULO 24
EVA
Dos días. Dos días demoró en explotar todo.
Hace más de cuatro días que no he visto a Male, le pregunto a Dani por
ella cada vez que lo veo, pero apenas es capaz de hablar, deambulando en su
propia cabeza. Por eso he aprovechado que Cruz está con el grupo de rastrillajes
para tomar un remis a la casa de los Romano. Le pido al conductor que me
deje unos metros antes, para cruzar el monte y evadir a los entrometidos
periodistas, hacia la parte trasera de la casa. El tema se ha tranquilizado un
poco para ahora, de todos modos hay algunos que siguen acampando en la
parte delantera, en busca de una buena nota jugosa de algún integrante de la
familia.
Niega.
No está de ánimos para trabajar pero tiene que cumplir sus horarios, y
además no hay mucho por hacer aparte de esperar que la marea de calme y
mantener contacto con los abogados para saber cuándo será el juicio.
Quedándose encerrado en casa sólo lo empeorará.
–Dijeron que todo esto podía ser obra de mamá–escupe una seca
carcajada de ironía–. Que ella podía ser la persona detrás de la cámara…
Estoy de acuerdo.
Pestañeo varias veces y le tomo la mano, enganchando sus dedos con los
míos. Siento el frío que transmite su desdicha. Mis ojos se desvían a la ventana,
al sol que entra por entre las cortinas. No logro encontrar nada acorde para
responder eso. Podría mentir para no lastimarla, pero lo cierto es que pienso
que ambos se sienten atraídos a causa del efecto residual de lo que sucedió en
el pasado. Es la semilla que su padre plantó.
—Lo voy a hacer–gruñe–. Que sepas… Dani apenas me habla. Tiene miedo
de hasta mirarme…
No pasa mucho tiempo hasta que escucho el ronroneo de una moto venir
desde el camino formado en el monte y me asomo a la ventana para ver a Dani
llegar. Estaciona a un lado de la puerta, se quita el casco y se mete dentro, a
través de la puerta trasera. No consigo evitar notar que se mueve como si todo
el cuerpo le doliera, la cabeza le cuelga hacia adelante como si ya no le
quedaran fuerzas para ir por ahí erguido. Me muerdo el interior de las mejillas
mientras me planteo ir a él. Tal vez en un rato, cuando Male esté lista. Si puedo
lidiar con dos Romano destrozados, podré con uno más.
Estoy desnudando la cama cuando mi amiga sale del baño con una bata
de toalla rosa y me observa con ojos muertos desde la puerta. Arrugo la nariz
dramáticamente al dejar caer la bola de sábanas sucias en el rincón y tomar las
limpias. Ella pone la vista en algo que ha volado y caído al suelo, a mis pies.
— ¡Male, no!
CRUZ
Mi hermano está muerto. Mi hermano está muerto. Muerto.
Mis manos tiemblan y mis ojos se nublan, apenas consigo ver el camino
con claridad, no sé cómo me las arreglo para seguir en mi carril. Llegamos a la
ciudad con rapidez y corro por las calles hasta nuestro apartamento.
–No es tu culpa–insiste, sin siquiera pestañear una sola vez–. Es toda suya.
Es toda su maldita y enferma culpa. Y va a pagar–chasquea los dientes en la
última sílaba–. Le voy a hacer pagar por todo esto.
–Dani ha sido atormentado desde que era muy, muy pequeño. Esto viene
desde hace un tiempo largo…
–No pudo soportarlo más por mí culpa, Eva. Lo lancé a los lobos…ahora
no me justifiques por lástima–la desplazo para que despeje la salida.
Una de sus comisuras se tuerce con bronca, tal vez un poco de dolor, aun
así es buena en camuflarlo antes de que escave en él. La ira es todo lo que
domina su alma en este preciso momento.
–Yo no soy capaz de sentir lástima, Cruz–corrige, agria–. A esta altura ya
deberías saberlo. Yo nunca sentí eso por nadie y no comenzaré ahora. Lo único
que estoy tratando de hacerte entender es que no tomes todo el peso, cuando
sólo tiene que ser puesto en la espalda del enfermo pedófilo que destruyó a tus
hermanos. Él es el único culpable y tiene que pagar cuanto antes… Voy a
hacerlo pagar, con o sin tu ayuda. Ya no puedo esperar más, he demorado
demasiado…
– ¿Sí?
EVA
El día siguiente fue un engendro del caos. De principio a fin. Malena
dormitó entrecortadamente hasta que la noche cayó. Hasta que despertó sobre
la una de la madrugada con escalofríos recorriendo cada rincón de su cuerpo,
expulsando gritos de desconsuelo que apenas pudimos controlar. Logramos
reducirla y tranquilizarla durante la siguiente hora y la obligamos a comer algo
como cena tardía. No lo retuvo por mucho tiempo, el estrés la envió corriendo
al baño para vomitarlo. Luego siguió llorando y llorando hasta que el propio
llanto la agotó de nuevo y durmió un poco más.
Esto nos trae a la actualidad, mientras me ato el pelo en una cola bien
peinada en la nuca y Malena me observa sentada desde mi cama. Ella está muy,
muy quieta, y no sé cómo reaccionar ante la impresión que provoca el verla así.
La he ayudado a elegir algo de mi ropa, sencilla y de colores tranquilos, y trencé
su pelo oscuro que cuelga en su espalda. Estaría bien si no se viera tan pálida y
enfermiza. Y si no estuviéramos yendo a un jodido funeral. No sé de qué
manera vamos a enfrentar esta mierda.
Escucho sus pasos alejarse mientras retiro la tapa dura del cuaderno que
va dirigido a mí. Leo la nota escrita en la primera página con letra clara y
prolija.
Lo fui.
Ojalá la vida hubiera sido distinta para todos, pero he aprendido que
muchas veces es injusta, que el poder de la maldad gobierna. Y no he podido
nunca hacer las paces con esa clase de certeza.
Lo siento.
Lo siento por todo.
Ojalá consigas todo aquello por lo que yo no supe luchar.
D.
CAPÍTULO 25
EVA
Entramos en la sala que tiene como centro un ataúd cerrado y nos
mezclamos entre todo el gentío que llora o se mantiene callado bajo el estupor.
Lisa está doblada sobre un sofá, José Romano apoya una mano en su hombro
pequeño y tembloroso, mientras asiente a las condolencias de los que llegaron
antes que nosotros. Los tres nos mantenemos a un lado, y Cruz consigue una
silla para su hermana cuando esta comienza a tambalearse y echarle miraditas
embotadas al cajón que encierra al prohibido amor de su vida. Tiene que haber
sido muy fuerte lo que el psiquiatra recomendó para que se deje caer en su
lugar y apenas se mueva de allí. Observa a toda la gente pasar por delante de
nosotros sin decir una sola palabra. Cruz se mantiene a su lado erguido y con la
frente en alto, mientras la tensión se va forjando alrededor porque la multitud
ha comenzado a tomar nota de que el hijo mayor está entre ellos, en la misma
habitación que su padre, a quien acusó de abusar de sus hermanos. Lisa clava
sus ojos oscuros e irritados en nosotros, se fija en su hija desde lejos y no hace
ningún movimiento hacia ella. Tampoco creo que pueda, parece pasada de
rosca con lo que sea que le hayan dado, su estado es peor que el de Malena.
No sé por cuánto tiempo estamos allí, sin hacer nada más que ver ir y
venir a la gente, hasta que me decido a ir en busca de un café a la cocina. Sé
bien que Cruz lo necesita incluso más que yo después de la terrible noche que
ha pasado. En el camino me encuentro a papá, que enseguida viene a mí y me
da un abrazo suave. Por encima de su hombro descubro a mamá, unos pasos
detrás de él, llevando un pañuelo que la cubre casi hasta el mentón,
escondiendo las marcas moradas que le dejé. Ambas nos medimos por un
momento, y cuando mi rostro no demuestra evolución alguna se mueve lejos,
en dirección a los padres que perdieron a su hijo. Papá me palmea el hombro
en silencio, tratando de tranquilizarme de alguna manera sin llamar demasiado
la atención. Y no tiene que hacerlo, estoy luchando conmigo misma, y por
ahora el control está ganando. No voy a hacer nada que atente contra el
silencio de esta sala atestada de dolor. Por más que quiera con toda mi alma
arremeter contra la gente que permanece aquí, fingiendo.
Despacio, acabo por desplazarme por entre las personas que cuchichean
entre ellas y me interno en la cocina, espero a que la máquina de café sea
desocupada para tomar mi lugar. Recojo dos vasos de plástico y los cargo casi a
tope, luego les pongo azúcar y me doy la vuelta para volver por donde vine. No
llego lejos, alguien me choca y el caliente líquido oscuro termina sobre mí. Me
esfuerzo para no reaccionar al tiempo que levanto la vista para saber quién
acaba de lanzarse sobre mí adrede. Lo primero que noto es otro uniforme de
policía, y unos irises oscuros y llenos de malicia. No reconozco inmediatamente
al tipo, aunque luego lo relaciono a la perfección. Sé que es uno de los
compañeros de Cruz. Más conocido como Carlos, el perrito faldero del jefe.
Paso justo al lado de ellos en dirección al baño, una vez allí intento
apaciguar mi respiración mientras me quito el suéter, y observo mi reflejo en el
espejo. Al menos la camisa no está tan mal. Me recoloco la campera de cuero y
cuelgo la prenda que me quité en mi brazo. Al abrir la puerta para salir, me
choco con otra presencia indeseada que me empuja un poco hacia dentro de
nuevo. José Romano me arrincona, se cierne sobre mí y me roba todo el
oxígeno.
—Te mataría acá mismo si no fuera porque tus hijos no merecen más
mierda que soportar—musita el intendente, apenas modulando—. Si no fuera
porque quiero respetar el homenaje a un inocente niño, lo haría—respira por la
nariz, sus puños temblando a sus lados.
—Ambos sabemos que sos demasiado debilucho para hacer algo como
eso—ronronea con burla.
José se ríe.
—Lo que digas, hombre—nos da la espalda, pero antes de irse voltea y nos
guiña—. Les deseo suerte.
Es por eso que tengo que actuar rápido, ganar la carrera a todos los que
quieren hundir a los culpables. Alcanzarlos antes de que tengan tiempo para
hacer algo más.
***
Al fin en casa, Malena opta por medicarse a sí misma para poder dormir,
su hermano mayor se lo permite, aunque a regañadientes, porque ya hay
demasiadas drogas en su organismo. Pero ambos coincidimos que es mejor que
duerma, antes de que deambule por ahí muerta en vida. Sólo por ahora. Él
deposita la mitad de una píldora junto a un vaso de agua en su mesa de noche y
luego confisca el resto con los demás medicamentos. Y sí, somos precavidos
porque sabemos que el dolor tiende a ser insoportable y peligroso, tanto que
puede llevar a cualquiera a cometer actos terribles por desesperación.
Salgo de mis mantas, sólo con una camiseta de tirantes y bragas a juego de
color blanco. Abro mi puerta justo después de esconder bajo el colchón el
cuaderno de tapa dura que me estuvo educando. Mis pies descalzos van a través
del oscuro pasillo, directo hacia la luz débil encendida en la cocina. Allí
encuentro a Cruz sentado en una silla, con los codos en la mesa y su cabeza
entre las manos. No alcanzo a ver su rostro pero no necesito hacerlo para saber
que tiene los ojos cerrados a juego con una expresión derrotada y agotada. Me
quedo ahí hasta que me nota y alza la mirada. Lo blanco de los ojos apenas se
distingue de tantas telarañas carmesí contaminándolo. Nunca, nunca en mi
vida he tenido la oportunidad de ver a alguien tan destrozado. Hasta este
mismo momento.
Sus enormes manos viajan a mis caderas desnudas, sus dedos cavando
hondo en mi carne al elevarme del suelo y arrojarme sentada en la mesada en
un giro brusco. Mis bragas se van, sólo así, de un tirón. Estoy jadeando al
hacerme cargo del botón de sus vaqueros, el cierre le sigue al instante, me
muerde los labios y se apresura, sacándose a sí mismo de la ropa interior. Un
solo empuje de caderas y está tan metido en mí que al principio duele, por eso
grito y me quedo sin aliento. Todos sus músculos tiemblan, se sacuden por la
tensión que provoca la desesperación. Rasguño su cuello, atrayéndolo casi con
rabia. Se mueve y mi centro sigue punzando. No me importa, se siente bien. Y
estoy segura de que para él también. Ajusta su duro agarre en mis muslos,
llenándome la piel de rasguños colorados y marcas de dedos. Me aporrea y
zarandea, se tambalea y reanuda. No hay pausa, no hay paz, no hay ternura.
Sólo cruda necesidad y perdición.
Me muerde el cuello y ruje, arrastro mis uñas por sus costados directo a las
nalgas endurecidas por el esfuerzo ante la violencia con la que me toma. Se
aferra al cabello detrás de mi nuca. Me lastima, y ese tipo de daño es
bienvenido. Es mejor que cualquier otro de índole emocional que estuviera
sintiendo antes de venir a él. Prefiero que me hiera, que destroce mi piel y me
haga sangrar a tener que verlo caer en otro pozo negro y profundo.
Muy abajo.
Después de eso, no queda nada más que sosiego. Calma. Los pulmones de
cada uno se aplacan y Cruz se abandona, ya sin lograr sostener su peso. Pronto
caigo en la cuenta de que se ha quedado dormido, inconsciente, encima de mí.
Al fin permitiéndose una tregua.
***
―Ellos dos son tu familia‖, dice una voz en mi mente. Cierro los ojos y
encierro mi cabeza en mis manos. ―Cruz y Male han logrado lo que jamás creíste
que sería posible. Te han provocado lo que nunca fuiste capaz de sentir, ni siquiera por
tus propios padres‖. Trago un montón de saliva y me doy impulso, yendo sobre
mis pies descalzos en busca de algo para ponerme. Después de estar
presentable, me ato el pelo en una cola en la nuca y tomo los dos sobres entre
mis dedos. Me alejo de la habitación, cerrando la puerta para que Cruz no sea
interrumpido con ningún ruido y me interno por el pasillo hasta la cocina.
—Hola—susurra.
—Hola—devuelvo, sin demostrar que estoy afectada por la secuencia.
Quisiera tener algo para decir, la Eva de hace un tiempo atrás lo tendría. Y
me gustaría mucho regresar a mi estado anterior, al menos la consolaría con
algo típico de mí. Parece que sólo soy capaz de quedarme en silencio. ¿Por qué?
No sé. Porque no sé lo que se siente. No sé sobre esa clase de dolor, de que los
lagrimales me ardan de tanto usarlos. No tengo ni puta idea. ¿Qué voy a aportar
sobre eso?
—Tal vez te destroce más ahora, pero… ¿qué pasa si con el tiempo lo vas
superando? ¿Qué pasa si decidís abrirlo dentro de unos meses y te hundís de
nuevo? Creo que es mejor tocar fondo ahora—me aclaro la garganta incómoda
con mi maldito consejo.
¿Yo que sé? ¿Yo que sé sobre los duelos? ¿Sobre el dolor de perder a
alguien que amo? No soy la indicada para hacer esto. De pronto, estar sentada
allí, enfrentándola mientras piensa qué hacer, se siente como si me ahogara.
Así que sólo me levanto y voy hacia mi café listo. Le doy un sorbo, negro y
amargo. Así es como lo tomo. Así es como se puede describir mi alma.
—Male…—intento calmarla.
—Quiere que sea feliz—se ríe secamente, roba aire bruscamente por la nariz
y más lágrimas llueven por sus mejillas—. ¡QUIERE QUE SEA FELIZ!—grita
llena de ira, entonces eleva el rostro al techo—. ¡Andate la mierda, Dani! ¡Andate a
la mierda!—gira y le grita a las paredes como si su hermano fuera capaz de
escucharla—. ¡Me mentiste, cobarde! Me mentiste por meses…—se cubre la boca,
casi doblándose a la altura del estómago—. ¡Me dijiste que me amabas mientras
sabías cómo iba a terminar esto!
Se tira de los pelos y aúlla como una loca, doy un paso hacia ella, entonces
un brazo me detiene. Me giro hacia las dos esferas doradas y húmedas que me
miran con un pedido silencioso. Cruz quiere que ella se desahogue. Yo, en
cambio, necesito que se detenga. Me acaricia la mejilla sintiendo cómo esto me
electriza los nervios.
CRUZ
La explosión de Malena dura unos minutos más hasta que regresa a su
silla, agotada. Se aplasta allí e intenta meter aire en sus pulmones con
vehemencia después del colapso nervioso. Se calma a sí misma, eso me alivia.
No necesitaba mi ayuda cuando la tomé en brazos y la sacudí para que volviera
en sí, la rabia se fue sola, gradualmente. Tiempo al tiempo. Mi hermana
necesitaba esto; gritar, patalear, odiar y revolcarse por el sufrimiento. Es
preferible eso a que se quede ahí sin hablar ni hacer nada, hundiéndose en una
monotonía de la que es difícil salir. Y sería la ruta directa a la depresión. Ella va a
estar bien, ahora lo confirmo, a riesgo de ser apresurado. Malena es fuerte y lo
superará. Y eso de desear irse con Dani, es parte de lo mismo, del combate
contra el padecimiento de hacerse a la idea. Por eso detuve a Eva de arremeter
contra ella y forzarla a parar, porque todos precisábamos una reacción como esa
de su parte.
— ¿Cómo…
—No lo sé, lo encontré en mi mesa de luz antes de irnos al velorio—se aleja
un paso como si estar cerca de mí y la carta le quemara—. Creo que los dejó el
mismo día que se disparó…
Paso una pelota enorme que aguijonea mis conductos respiratorios abajo,
por mi garganta apretada. Mi cabeza da vueltas. Sí, es cierto que vi que Male
tenía una carta, pero nunca se me ocurrió que podría haber dejado una para
mí.
Le hago caso, mayormente porque soy incapaz de hacer otra cosa a la par
que siento mis dedos ardiendo al sostener el papel. La carta se siente pesada en
mi mano, y me quita la capacidad de respirar con normalidad. Me cuesta
digerir que ha sido escrita por mi hermano y que son sus últimas palabras
dirigidas hacia mí. Me encierro en el cuarto, caigo en la cama que Eva y yo
desarmamos la noche anterior y abro el sobre, sin importar que la rasgadura del
papel se sienta directamente en mi pecho.
«―Bueno… esto es difícil. Lo es escribir una última carta hacia alguien que querés
mucho y sabés que pronto vas a lastimar. Pero siento esta necesidad de explicar que no,
no es personal. No es tu culpa. No, no lo es y espero que te lo metas bien en la cabeza
para cuando acabes de leer.
¿Te acordás de ese día en mi ventana, cuando me encontraste espiando a las chicas
en la piscina? Asumiste que era Eva a quien miraba. Estabas tan equivocado. No podía
dejar de admirarla a ella, a nuestra hermana. Y nunca… NUNCA me sentí tan sucio
y miserable en mi vida. Por un momento creí que lo descubrirías y me matarías, en el
fondo lo deseé. Todavía era demasiado miedoso para tomar la decisión por mí mismo.
Y algo siempre me repetía… ―antes muerto que tocarla‖ ―antes muerto que
arruinarla‖.
Fui dos personas en una. Un completo loco feliz que se permitía tener a quien
amaba a pesar de ser prohibido, y un enfermo lleno de pesimismo y agonía que esperaba
constantemente ver caer la guillotina sobre su cabeza. Es que era consciente de que lo
que hacíamos era espantoso. Y que iba a terminar mal. Aun así, insisto, aun atascado
en aquella grieta, no puedo recordar otra etapa de mi vida en la que haya sido más
inmensamente feliz.
Decidí que tenía que dejar de ser los dos extremos. Asumí que si yo me borraba del
mapa, todo mejoraría. Especialmente para Malena. ¿Lo único que quiero? Ella. ¿Lo
único que tengo prohibido? Ella. No hay salida de esto.
Era mi enfermedad y de alguna manera se la contagié a ella. No sé cómo me las
arreglé para que me viera de otra forma que no fuera como su hermano. Es mi culpa,
creo que intuyó que la deseaba. Creo que la obligué sin darme cuenta a quererme en la
misma medida. No puedo vivir con la idea de eso. Con la certeza de que arruiné la vida
de mi hermana. La sana, inocente y sonriente Malena.
No quiero dejarte esto para que sientas lástima por mí. Es lo último que espero
después de que lo leas. Es que… sólo quería irme contándole a alguien mis sentimientos,
los verdaderos. No puedo decirle a Male que me voy porque siento que jamás podríamos
estar juntos, porque creo que la arruiné y tengo que pagar por eso. Porque creo que
estamos enfermos. No puedo. Ella sólo tiene que saber que la amo y quiero protegerla.
Que necesito que sea feliz. Conmigo jamás lo sería. Vamos… no era realista convencerse
de que lo nuestro terminaría bien.
Además, por sobre todas las cosas, escribo esto para liberarte de la culpa que sé que
vas a sentir cuando sepas que me fui. Nada de esto se debe a lo que hiciste, que fue lo
correcto ¿sabes? Hiciste lo que cualquier persona habría hecho. Quisiste protegernos y no
sabes lo agradecido que me siento por eso, por el hecho de que te preocuparas así. Sé que
Male queda en buenas manos, no vas a dejar que la dañen, y por eso me voy tranquilo.
Tenés que saber… Sin importar que tan poco unidos fuimos de chicos, yo te quería.
Y admiraba. Nunca te dejaste vencer ante papá, nunca cediste. Le plantaste cara y lo
miraste de frente, lo detestaste abiertamente y lograste salir de debajo de su zapato
controlador. Te admiro por eso. No tuve tanta suerte, no fui bendecido con ese estilo de
fuerza y valentía al nacer. Yo fui destinado para otras cosas, Dios lo quiso así, y de
alguna forma me alegro de que fuera yo y no vos. O Male. Me tocó ser esto, y volvería a
serlo, si con eso los mantengo a salvo de él.
Te quiero, hermano.
Lamento que esas palabras sean al fin dichas en una situación como esta, pero es
lo que me queda y necesito que lo sepas.
Leo la maldita carta unas cinco veces más hasta memorizarla, hasta que la
agonía de mi hermano plasmada en ella se vuelve mía propia. Mi corazón en
carne viva, latiendo fuerte por cada una de las palabras que Dani me dejó.
Quiero retroceder el tiempo, notar las señales, rescatarlo, ser su amigo.
Necesitaba un amigo, no un hermano drogadicto que lo ignorara. Ojalá yo le
hubiese dicho las palabras, ojalá le hubiese demostrado que lo amaba. Él tuvo
la oportunidad de decírmelas, se esforzó para que me llegaran tarde o temprano
de una forma o de otra, en cambio a mí se me quedan atascadas. No lo tengo
en frente para hacérselo saber. Es tarde. Tan malditamente tarde.
—Nunca le dije que lo amaba también—digo, mi voz apenas clara—. Tal vez
se fue creyendo que no daba nada por él…
Niego.
No, yo sé que no sirve de nada pensar en las cosas que podrían haber sido
en un pasado que ya no está al alcance para corregir. Dani no está más. No gano
nada atormentándome por esto, porque no fui lo suficientemente bueno para
él y Malena.
—Tengo algo más para mostrarte—comenta Eva, sonando un poco dudosa.
Tiene los pies enfundados con enormes botas negras apoyados en el borde
de la mesa y se inclina a un lado y a otro en su silla giratoria. De verdad, si su
trabajo es disimular, por lo menos, que le interesa la gente, no lo está haciendo
bien. Mi odio ha llegado a límites impensables, incontrolables. Quiero
golpearlo hasta que su corazón explote y la vida se le drene de las venas.
Suspiro. Me calmo sólo porque estoy seguro de que tiene los días
contados.
— ¿Qué pasa si está pasando unos días con algún otro amigo?—sí, tenía que
abrir su gran bocota el sucio de Carlos—. Sabemos que ella sí tiene un buen
historial, ¿no? Deberías revisarte la cima de la cabeza…
—Creo que a tu boca la mueve la envidia—carraspea Francisco, enviando
un rayo de luz a mi paciencia y, de paso, carbonizando a Carlitos de pies a
cabeza con una mirada asqueada—. Eva vive con él y su historial, así como lo
llamas, es engañoso… No creo que esto sea un tema de cuernos, lo que
propongo es empezar a mover el culo para encontrarla.
Escucho ramas secas quebrarse bajo unos pasos que se acercan y antes de
darme la vuelta escucho a mi compañía hablar.
Lo miro al fin. Está hecho un desastre igual que yo. Sudoroso, sucio y
nervioso. Me devuelve la atención mientras se limpia la humedad caliente en su
frente.
—Está hecho—comunica—. Todo el mundo está alertado. Tu foto corre
hasta en Facebook. Farias tardó en tomarme la denuncia, como es el jodido
protocolo de mierda… ya han pasado casi treinta horas desde que
―desapareciste‖.
Asiento, sin habla. He estado callada desde que trazamos juntos el plan.
No es tan loco como parece. Dentro de todo, es sencillo. Simplemente estoy
resguardándome por si algo falla y termino en medio de todo el desastre. Estar
desaparecida es algo así como una coartada. Si mañana en la noche fallo al
intentar asesinarlos, o cometo un desliz, al menos podré defenderme diciendo
que ellos me tenían secuestrada. El plan es algo que Cruz necesitaba porque se
negaba a que un error me enviara a la cárcel.
—No sabía que era tan buen actor hasta hoy—carraspea Cruz, amargo—.
Pero… no fue del todo una mentira. Estoy aterrado como la mierda. Si mañana
fallamos, estaremos muertos. No puedo soportar la idea de que nos
equivoquemos…
Resulta que no es favorable ponerse inseguro ahora. Aun así, cuanto más
se acerca el momento de actuar más piensa uno demasiado. Esta vez es Malena,
quien se quedaría sola si perdemos esta lucha. Y también, odio haber
arrastrado a Cruz a esto, porque la posibilidad de que pague con la muerte me
pone la piel de gallina.
Estoy de acuerdo, la gente que estuvo allí prisionera debe de haber estado
aterrada y enferma. No le deseo a nadie inocente un destino como ese.
Niega bruscamente.
Tal como Dani avisó, José Romano es casi el último en llegar. Y Farias no
pisa el terreno hasta terminar su turno. Por suerte hoy Cruz tuvo el día libre y
era de esperar su ausencia en la comisaría. No hay sospechas, lo hicimos bien.
A estas alturas me atrevería a decir que lo tenemos cubierto. Han caído, la
mayoría está adentro esperando una productiva reunión. Tal vez para decidir el
siguiente golpe y cuál será la próxima víctima vendida. O sacar cuentas de lo
que han exprimido de la pornografía infantil. Son once y cuarto cuando se
destacan dos coches entrando en la propiedad al mismo tiempo. Uno es el
reluciente y nuevo de Romano, el otro es el patrullero que siempre maneja
Farias, el comisario. Claro, ¿cómo sospecharía alguien de esta gente reunida acá
si la autoridad está entre ellos? La gente tiende a confiar en la policía,
especialmente en el jefe, nadie sospecharía de él estando metido en esta mafia
hasta las cejas.
No están todos, soy consciente, hay nueve. Estamos alertados sobre ello,
porque los ausentes sólo aparecen el primer jueves de cada mes. Hoy es el
segundo. Los dos que faltan son Ferro, el que generalmente se encarga de la
venta de las mujeres y niñas tomadas, y el que suministra las drogas, un pez
gordo muy inteligente que lidera una cadena de laboratorios a lo largo y ancho
del país. No me interesa saber qué porquerías ingenia, ni qué les introducen a
las chicas cuando se las llevan. ¿Las duermen? ¿Las desinhiben? ¿Las vuelven
dependientes y maleables con el tiempo? No, no quiero enterarme. Tal vez no
sé mucho sobre la compra y venta de esclavas sexuales, lo que sí sé es que quien
lucra con ello o toma partido de la manera que sea, merece ser estacado vivo en
la tierra y perder la cabeza.
Los dos hombres bajan de sus coches, riendo como si fueran amigos de
toda la vida, lo que no sería raro. Desde hace rato son socios, al menos. Dani lo
dejó claro, esta asociación es bastante vieja. ―He crecido viéndoles las caras a cada
uno de ellos‖ fueron sus palabras escritas en el cuaderno. No me gusta darle
demasiadas vueltas a algo, pero me mata la incógnita de por qué Romano traía
a Dani a algunas reuniones. El chico se guardó eso, sólo dejó pistas
contundentes, evitó detalles y motivos.
Lentamente, sube su mirada hacia mí. Para hacérselo más fácil, me agacho
e inclino encima para que tome directamente mis ojos con los suyos.
Miedo.
El hombre que he querido doblegar desde que era una simple niña
reformada me está mirando con miedo. La puta, esto es increíble, y tengo que
pellizcarme para confirmar que no estoy teniendo el mejor sueño de mi vida.
Y ha llegado la hora.
Traga y se estremece.
— ¿Crees que vas a quedar impune después de esto? Te has metido con
gente importante—advierte, sus ojos muy abiertos—. Todos esos hombres tienen
familias, socios con mucha influencia a los que no les gustará… vas a ser
perseguida de por vida.
—Deberías…
Inclino la cabeza a un lado, fingiendo considerarlo, y alejo el cuchillo.
Parece aliviado por el gesto, hasta que me muevo hacia el frente de sus
pantalones y el pánico electriza sus nervios. Se sobresalta y lucha. Lo golpeo en
la sien con el duro mango de piedra del cuchillo y corto sus pantalones sin
esfuerzo.
Entra en shock. Eso es lo que pasa con las personas como él, se pasan la
vida infringiendo dolor y cuando les llega a ellos, apenas pueden soportarlo. Se
marchitan y se vuelven débiles. Y eso demuestra que aquello que los mantiene
fuertes es solo el poder de meterse con los más débiles. La arrogancia se
transforma en algo precario y efímero cuando les toca enfrentar a alguien de su
misma calaña. No, no somos iguales, Romano. Yo soy mejor. Yo soy más fuerte.
Porque no me he alzado ante alguien más débil, sino que he alimentado mi
propia resistencia por mí misma. Yo me abastecí. Y él se endureció por el falso
vigor que provoca el doblegar a otro.
Fulminándolo con la mirada, devuelvo el pene sin dueño al interior de sus
ropas. Y lo obligo a enfrentarme directamente otra vez, mi mano
ensangrentando más sus facciones idas.
— ¡NO!—ruje Cruz.
Allí mismo, caigo sobre el charco de sangre que drené del cuerpo de José
Romano.
CRUZ
Todo se vuelve confuso por un momento después de provocar la
detonación. Mis manos temblaban cuando llegó la hora de hacerlo, pero las
sonrisas despreocupadas de mi padre y Farías me dieron el empujón final que
me hacía falta. No toleré verlos tan campantes por ahí con todo el daño que
han hecho y planeaban hacer. Simplemente lo perdí, y segundos después de
enviarle en mensaje de texto a Eva, que se escondía más allá, al otro lado de la
casa, en el monte opuesto a donde yo me encontraba, lo hice. Le di la puntada
final a lo que ellos merecían. Esperé a que esos dos bastardos se acercaran un
poco más, para que la sorpresa y el impulso los desestabilizara. No conté con
que Eva hubiese preparado todo esto el día anterior con intenciones de que
arrasara completamente con todo. La explosión fue más grande de lo que ella
anticipó. Los dos cuerpos volaron por los aires, yendo a parar a saber dónde y
yo me caí de culo en el pasto, agarrándome la cabeza con las dos manos.
Por un momento pierdo algo de percepción y creo que mis oídos dejarán
de funcionar para siempre. Gradualmente me voy estabilizando, entonces me
pongo en campaña de terminar con esto. Rodeo el fuego, cubriéndome la vista
del calor y la claridad de la enorme nube arrasadora con el antebrazo. Consigo
mi arma desde la cintura de mi pantalón y atravieso los árboles.
—Saliste a ella…
— ¿Qué?—gruño, impaciente.
Farías suspira dramáticamente, sabe que al sacar este tema gana tiempo.
No voy a matarlo hasta que me de las respuestas.
— ¿Qué querías? La idiota descubrió todo, tuvimos que borrarla del mapa—
confirma y evito con todas mis fuerzas que esto me desborde—. No era mansa,
no. Comenzó a sospechar de la clase de maridito que tenía, se metió donde no
debía. Tu padre tuvo que lanzarla a los lobos…
—Salí…—escupo.
Lo estrello tantas veces como puedo, con todas mis fuerzas, pronto deja de
luchar y su sangre me salpica las manos, las ropas ya sucias y el rostro. No me
detengo. He guardado suficiente miedo y dolor por tanto tiempo que no me
parece justo parar. No. Reviento su cabeza con la piedra, su cráneo sonando en
cada choque. Tampoco logro frenar cuando deduzco que ya está muerto. De
alguna forma merece más. Merecía más dolor. Igual que el resto, pero tuvimos
que conformarnos con tender esta trampa y volar la casa con ellos adentro. La
mayoría murió sin sufrir, cuando todo lo que han hecho a lo largo de su vida
fue provocar sufrimiento. Dolor, dolor y más dolor a la gente inocente.
Con una brusca bocanada de aire regreso a la realidad, luego de que otro
enorme y pesado pedazo de muro caiga, anunciando que pronto se vendrá
abajo el resto. Me retiro lentamente, sintiendo punzadas a través de todo el
cuerpo, mis brazos débiles y mis manos magulladas, observando el cráneo
hecho añicos, todavía prendido a un cuerpo que no ya no respira. Facciones
irreconocibles, huesos y dientes rotos. Una masa uniforme de carne fresca
abierta y sangrante. Ya se ha ido, ya está hecho. He terminado.
Me levanto contra mis pies y me alejo, mi mente en blanco y las
extremidades colgando. La pared al fin cae, justo encima del hombre que acabo
de asesinar con mis propias manos. Se levanta otra nube de polvo y humo, se
impregna en mis fosas nasales. Trago, aunque no hay nada que pasar, mi boca
sintiéndose áspera como lija.
Carlitos.
¡Se suponía que él no viene a las reuniones, carajo! ¡No tiene nada que hacer acá!
Se encuentra apuntando con un arma directamente al pecho de Eva, y por la
expresión de su cara, no hay dudas de que le disparará.
Dios mío, esto es grave. Muy grave. Está demasiado malherida. Es muy
posible que no salga de esto.
Los padres de Eva son avisados de inmediato, ya que ella estaba asentada
como desaparecida desde hace tres días. El intendente se acerca a nosotros, al
tiempo que su esposa se mantiene a distancia luciendo translúcida. Él la mira
de vez en cuando de reojo durante relampagueantes segundos en los que deja
bien claro que se está consumiendo en odio a causa de ella. Parece que las cosas
no están bien entre ellos, ni siquiera se unen para esperar y rezar por su única
hija. A pesar de eso, me alegra que él esté cerca y no me culpe por lo que le ha
sucedido a Eva, aunque en cierta forma soy responsable por no cuidarla mejor.
Medio día pasa, doce horas de tortura en las que sólo sabemos que Eva
está siendo operada y que sus heridas son graves. Hay médicos luchando para
mantenerla con nosotros.
***
»Dios, te amo tanto. Dejé de ser yo cuando te conocí, pasé a ser un pobre
tonto perdido, y ni me afecta, quiero seguir siéndolo. Quiero ir colgado de las
faldas de tu grandeza, ser tu sombra, como un perro desesperado y sin amparo.
Quiero seguir siendo el que va detrás de todo lo que haces, sin importar qué.
Quiero seguir discutiendo, tirando y aflojando, y ambicionar conquistarte para
fallar y volver a intentarlo de nuevo… Porque no, nunca fuiste fácil, eh. Has sido
un hueso duro de roer, me volás la cabeza cada vez que hago un esfuerzo y me
propongo entenderte. He llegado a la conclusión de que no lo haré nunca y
eso, chica, es una de las cosas que me atrajeron de vos en un principio… Sos
única, extraña, dura y perfecta. Perfecta para mí.
»Conocerte y amarte es, sin duda, el mejor logro de mi vida. A la mierda
lo demás, a la mierda si quedo como un idiota. Una vez que te probé no quise
otra cosa. Vivo para respirarte, ¿eso suena a un adicto? Oh, sí, porque lo soy.
Un loco adicto a vos, y si te vas… voy a hundirme. Y voy a perseguirte, sea donde
sea que vayas, iré también. Ya lo sabes…
***
Esa fue la original explicación que me contó cuando pregunté. Estaba allí
porque acababa de salir de la comisaría e iba directo a una cena familiar.
Justamente, la propiedad abandonada de los Farías quedaba de camino al
campo de sus padres, donde él creció. Vio el caos y se acercó, encontrándose
con la escena de Carlos disparándole a Eva.
—De verdad—se encoge, aunque trata de leer mi expresión con ojos serios—
. ¿Por qué iba a estar ahí por mi cuenta? Salí de mi turno y corrí a casa de mis
viejos porque me esperaban con un buen asado… Vi el fuego a lo lejos e hice lo
que cualquier policía haría, me acerqué para revisar la zona y ver si alguien
necesitaba ayuda…
Me froto los párpados húmedos antes de que se note que estoy al borde de
desmoronarme y me siento erguido en la silla. Tratando de verme fuerte.
Francisco se siente igual que yo. Como su hermano, tampoco supe cómo leer
sus intenciones ni impedir que buscara un final como ese. Compartimos esa
clase de tortura.
No dice nada ante eso, se concentra en la gente que va y viene y nos rodea
y parece muy metido en su mente hasta que me vuelve a prestar atención.
—En ese momento, cuando vi a Carlitos levantar el arma hacia vos, todo lo
que se me vino a la mente fue él—su boca se tuerce amargamente, pálido y con
semblante torturado—. No podía dejar que te pasara algo también. Además, al
ver a Eva sobre el cuerpo y la sangre de tu padre me dio algo en qué pensar…
—Que si ella le hizo eso, fue por algo—dice, quitándome el aliento por su
deducción—. Que tal vez él se merecía esa muerte. Que lo hizo para salvarse a sí
misma… Encima de eso, recordé todas esas raras llamadas que Dani recibía de
su padre y, en cierta forma, esperé que estuviera pagando por lo que sea que le
hizo…
Así que, este chico no tiene idea de nada, todo lo que hizo fue porque
decidió estar de nuestro lado sin importar nada más. Vio a Eva sobre el cuerpo
de mi padre, supo que lo había asesinado con sus propias manos, sin embargo
me ayudó a salvarla, tanto para llegar al hospital como declarando en su favor.
Puede que no sepa mucho de la situación de mi familia y todo el dolor que
acarreamos, pero es inteligente y dedujo que algo malo pasaba con mi hermano
y que posiblemente era culpa de mi padre. Es suspicaz, profundo y se interesa
por el interior de las personas. No por nada me cayó bien desde el principio, y
me hace feliz tenerlo justo a mi lado ahora.
—No, no te pongas tímido—me rio por lo bajo—. Sos un gran amigo, somos
muy afortunados de tenerte de nuestro lado. Gracias, de verdad.
Y es al terminar de decir esas palabras que vemos volver a Male, las manos
ocupadas con los vasos de café. Trae uno para cada uno, tratando de no volcar
en el camino. Me levanto y voy a ella, ayudándola, consigo los nuestros. De
inmediato Francisco y yo cambiamos el chip y olvidamos la conversación que
acabamos de tener. Caso cerrado.
Es Male, y muy en el fondo me hace feliz que esté conmigo, acá a mi lado.
Me pregunto por cuánto tiempo estuve desconectada de todo. Me fuerzo a abrir
los ojos de nuevo, viendo a través de una fina rendija, observo a mi mejor
amiga mirarme con una sonrisa pensativa en la cara. A su lado, una figura
oscura y muda se cierne sobre mí, ojos dorados tomándome entre aliviados y
atormentados.
Como acto reflejo me llevo la mano al estómago donde las dos balas
entraron, encuentro un gran colchón de gasas.
—Por fuera las cicatrices están casi cerradas, las que llevan más tiempo son
las interiores—explica él, todavía sosteniendo mi mano—. Si llegan a darte el alta
pronto, no podrás hacer nada de esfuerzos por unos cuántos meses…—suena
más a una advertencia que información necesaria.
***
Sueño con esa oscura noche de jueves una y otra vez mientras estoy
inconsciente, y pienso en ella una vez despierta. Cruz no saca el tema, ni
siquiera me cuenta cómo han ido las cosas desde que todo sucedió, y en cierta
manera lo agradezco porque mi mente se siente muy adormecida como para
tomar tanta información. Sólo sé que él ha estado manteniendo a las
autoridades a raya para darme un respiro. Lo último que quiero ahora es que
me vengan a buscar para dar mi declaración. Algo que tampoco he acordado
con él, aun. Y sí, me permito este descanso. A pesar de detestar mi posición de
lisiada, entiendo que en este momento no podría estar en un lugar mejor, para
eso primero tengo que sanar. Por sobre todo, lo mejor de esto, son las drogas
que opacan el dolor. El estupor es bienvenido cuando los sudores del
sufrimiento empiezan a carcomerme.
Han pasado un par de días desde que desperté por primera vez y he estado
saliendo y entrando de la niebla. Así, noto que las únicas personas que siempre
están en la habitación, a mi lado, son Male y Cruz, algunas veces acompañados
por el amigo de Dani, Francisco. No he visto a mis padres rodando cerca. Y no
es que quiera precisamente eso, especialmente de mi madre. Sin embargo, me
extraña que papá no haya aparecido.
No hay reacción de mi parte, sigo fija en sus ojos, esperando que siga.
Entiendo bien sus palabras, sólo no logro encontrarle el sentido correcto en mi
cabeza. ¿Qué tiene que ver él en todo esto? Aunque muy en el fondo lo intuyo.
—Se quebró y confesó… confirmó lo que le escuché decirte a Romano en
el funeral—ahora no se ve retraído, sino que dolido y muy furioso—. O sea, que
no sólo tu propia madre dejó que te pasara algo tan horrible, sino que estuvo
de acuerdo… y no hizo nada para ayudarte…
»Dios, como me mata haber sido tan ciego, tan inútil… Creí que lo había
hecho bien, que les daba a ustedes una buena vida, pero ahora sé que eso no es
lo esencial, ¿no? El dinero y una vida cómoda no es más importante que la
conexión, y nosotros tres nunca estuvimos en la misma página… nunca fuimos
una familia de verdad. Y es mi culpa. Es mi culpa porque me enterré en el
trabajo y descuidé la familia, dejé que tu madre tomara el control de la crianza
e hiciera con vos lo que quisiera. Permití que te explotara y se obsesionara con
tu carrera…
—Por supuesto que me entregué, hice lo que hice y me hago cargo. No voy
a correr…
—Mi vida giraba en torno al trabajo porque pensaba que con eso las hacía
felices, ya lo dije, quería ganar dinero para vivir bien, cuando en realidad
necesitábamos acercarnos más entre nosotros. Te di todos los gustos materiales
que podían existir y creí que con eso te demostraba mi apoyo y amor, estaba tan
errado…—niega—. Tan, tan equivocado, hija…
Si con eso se queda más tranquilo, entonces me esforzaré por abrirme a él.
—Lo sé…—a pesar de que me he frustrado mucho con él, siempre creí que
era un buen hombre torpe con buenas intenciones.
—Y todo lo que pido ahora es que sanes y seas feliz. No importa donde
esté, voy a estar bien siempre y cuando sepa que estás bien.
De nuevo hay lágrimas en sus ojos a causa de mis palabras, toma mi mano
y la besa otra vez, apretándola. No decimos nada más, el pasado es una mierda,
el presente es complicado y el futuro un manchón borroso. Es más que
probable que más adelante tenga que visitarlo en la cárcel, y tengo que hacerme
a la idea pronto.
Male le asegura que le va a gustar. Eva tiene una dieta estricta por hacer en
los siguientes meses. Muchas verduras, pocas harinas. Escasos permitidos, eso le
molesta.
Male se encoge entre sus hombros y la obliga a probarla de una vez. Los
dos vemos que a Eva le encanta en la primera cuchara, de hecho, se termina el
primer plato antes que nosotros y se sirve más. Era cierto que odiaba a muerte
la comida desabrida del hospital, no hay dudas, porque parece haber pasado
hambre durante semanas.
Alza una ceja hacia mí, molesta porque estoy tratando de controlarla.
Está tan frustrada que por un par de segundos la noto vulnerable. Creo
que necesita una siesta urgente para recuperar fuerzas y volver a ser ella misma.
Me acerco y tomo la cintura del jean para tirar hacia abajo, se queda allí de pie
mientras lo deslizo por sus firmes piernas pálidas. Acabo agachado a sus pies,
ayudándola a quitarlos.
Alzo el rostro desde abajo y le sonrío. El sol que entra por la ventana se
posa en ella, revive su aspecto sin dar énfasis en su expresión cansada. Me
levanto y sólo porque quiero, tironeo del elástico negro que sujeta su pelo y éste
cae suelto en una nube rubia enmarcando su cara con grandes irises redondos y
llenos de agua marina. Encuentro un paraíso allí cada vez que los enfoco.
Se desvía y entra en las sábanas. Y estoy sonriendo como un idiota una vez
que cierro la puerta y apoyo la frente contra ella, recuperándome de su
confesión y contacto. Dios, ¡cuánto la extrañé! Me siento agradecido de tenerla
de vuelta y que estemos en la misma página otra vez.
***
Han pasado cuatro meses desde esa noche de jueves. Tres desde que Eva
dejó el hospital. Y puedo decir que todo ha ido levantado vuelo y que no tengo
miedo de que caigamos. En todo este tiempo hemos tenido buenas noticias que
rivalizaron con otras que resultaron chocantes más allá de que estuviésemos
esperándolas. Allanaron la casa de mi padre y el resto de sus socios pocos días
después de la declaración de Eva, eso fue clave para destapar la larga y compleja
red de tráfico de personas, pedofilia y pornografía infantil que había detrás. Y
gracias a ello, se siguieron algunas rutas de venta y encontraron a las dos niñas
secuestradas, y algunas otras más de la zona. Afortunadamente todavía no
habían cruzado el océano, sino habría sido más difícil dar con el paradero. Ya
las devolvieron a sus familias, están completamente a salvo aunque cargan con
muchas secuelas que superar, cicatrices tanto emocionales como físicas. Confío
en que saldrán adelante, y me alegro de que sus familias estén cerca para
apañarlas y apoyarlas, porque no hay nada mejor que el verdadero amor para
hacerlo.
Todo esto ha arrancado mucho más peso de los hombros de Eva de lo que
esperaba. En sí, sabía que ella estaba preocupada por esas chicas, lo que no
tenía tan claro era en cuál medida. Cuando se enteró de que estaban
regresando a sus casas y a sus vidas anteriores, pasó casi tres horas a solas en su
habitación encerrada. Lo comprendí como su manera de desahogarse. El barco
al fin estaba siendo levantado hacia la superficie, y tiene que reconocer que es
gracias a ella. Todo empezó cuando quitó del medio al sacerdote y lo expuso en
las redes, si bien el blog con las fotos comprometedoras ha sido eliminado, eso
no quita que a causa de ello haya comenzado una investigación. Una
investigación que estaba estancada y no consiguió frutos hasta que nosotros
explotamos esa casa en pedazos con esos monstruos adentro. Hasta ahora no
somos sospechosos de ello, se supone que este grupo de criminales con buenos
disfraces y caretas tenía varios enemigos y podría haber sido un ajuste de
cuentas. En esta historia, Eva es una víctima más y eso es todo lo que cuenta.
Es libre.
La noticia mala que contrarresta con todas las buenas que hemos recibido
fue que condenaron a Martín Moretti. Le dieron quince años de cárcel. No se
escondió, confesó que discutió y luchó con su mujer y ella cayó por las
escaleras. No se amedrentó en decirle al mundo que era culpable, sin importar
a cuánta gente de su ciudad desilusionó y puso en su contra. No tengo dudas
de que su situación le duele más porque había planeado recuperar el tiempo
perdido con su hija y ahora es un imposible. Aun así, Eva lo visitará con
frecuencia, los lazos no van a cortarse, los dos están dispuestos a ser fuertes.
Parece que Eva se ha dado el permiso de demostrar más cariño ahora o será
que después de todo lo que sucedió, ella le perdonó y comenzó a respetarlo más
como hombre y padre.
Eva cumplió los dieciocho hace poco y esperábamos que sucediera eso.
—Sí, voy a poner bastante de ese dinero en alguna inversión. Quiero que
cuando él salga tenga algo con lo que sustentarse…
No me mira cuando dice eso, sólo se desplaza más allá y finge estar
despreocupada. Quince años es mucho tiempo, pero podemos considerar que
si se mantiene fuera de problemas sería capaz de salir antes. Y es una opción, ya
que el hombre es muy tranquilo. Puede haber matado a su esposa pero no tiene
nada de criminal. Y eso, reconozcamos, también puede jugarle en contra en un
lugar como ese. Entonces contemos unos diez, suponiendo positivamente.
Demasiado jodido tiempo, de todos modos. No obstante, estoy con ella, está bien
que piense en el futuro de su padre. No tiene mucha idea sobre sus empresas y
no confía en terceros para seguir encaminándolas en su lugar. Si bien Moretti
tiene gente de confianza, él mismo se encargaba de lo más importante. Además
de estar a disposición de la ciudad. Ahora entiendo por qué ellos no eran
cercanos, ese hombre se pasó la vida tratando de hacer dinero. Y Eva no quiere
ser la que lo pierda una vez esté en sus manos. Ella sabe que es la causa de que
él esté en la cárcel, aunque no se culpa. Eva no es así. Sólo se preocupa por él a
su manera. Así que, bueno, habrá que buscar algún lugar donde meter el
monto y hacerlo crecer.
Abro la boca para responder algo a eso, ella me interrumpe. Salta encima
de mí y me besa. No es suave, ni se toma su tiempo, magulla mis labios y
enseguida recurre a sus dientes para incitarme. Sí, lo sé. Está frustrada porque
apenas la toco, pero es que quiero que esté del todo sana y tengo terror de que
sus heridas se desgarren por dentro. Y, sinceramente, estoy seguro de que ella
odiaría más que yo terminar en el hospital otra vez.
Eva tironea el frente de mi camisa y me lleva a una silla, con fuerza caigo
en ella y la tengo en mi regazo comiéndome con necesidad y violencia.
He querido hacer esto por mucho tiempo. Mucho tiempo. A pesar de estar
controlándolo, tampoco ha sido fácil para mí.
Le quito la camisa por encima de la cabeza y coloco los ojos encima de ese
sujetador negro. De lejos lo más tentador que he visto. Porque, sí, ella me
vuelve así de loco, haga lo que haga, se ponga lo que se ponga. Pierdo la cabeza.
Y más cuando me está mirando de esa manera, como si me odiara y quisiera
devorarme al mismo tiempo. Sé que eso no es más que deseo crudo y sólido.
Sus uñas raspan mis abdominales tensos y se inclina, poniendo los labios
húmedos en mi cuello, no me toma por sorpresa cuando inca los colmillos y
marca mi piel. Lo esperaba ansioso.
—No se preocupen por mí—al fin habla ella, ajustándose una mochila en el
hombro, su pelo liso suelto cubre los bordes de su cara haciéndola ver más
translúcida—, no me importa. No tengo dos años…
Él se invita solo a la mesa y deja un par de cajas que seguro tienen pizza
adentro.
—Tu hermana quería ir a la casa a buscar algunas cosas de Dani—comenta,
tratando de sonar casual, aunque sé que le afectó volver ese lugar—. Y
compramos pizza de pasada.
Mi hermana no había vuelto a casa desde que murió Dani, nunca dijo
nada sobre querer buscar alguna cosa de él. Eva y yo no teníamos ningún
interés en ir allí, pero estábamos abiertos a acompañarla si lo deseaba. Me
desconcierta que haya elegido ir con Francisco.
Sonríe como la víbora que va a comerse el ratón y se coloca algo entre los
dientes. No distingo bien de qué se trata por el momento, sin embargo no me
pierdo la forma en la que se quita la parte superior del pijama y queda con el
torso desnudo ahorcajas sobre mí. Mi pene no se demora en responder,
completamente interesado en el espectáculo. Y aún más cuando ella se frota
como una gata en celo, mi cerebro tropieza en sí mismo.
— ¿Eso crees?—pregunta.
Está bien. Está bien. Me controlo. Llevo la mirada al techo que ahora está
más claro por el amanecer y me concentro en meter aire en mis pulmones sin
interrupciones. Soy un hombre. A cualquier hombre lo volvería loco la certeza
de lo que ella tiene pensado hacer.
—Tranquilo—suspira.
Estoy en otra dimensión, muy lejos de recuperarme, hasta que siento sus
labios llenos e hinchados tomando mi boca. Me besa profundamente, pruebo
mi sabor en su lengua, no me doy cuenta de que me ha soltado las manos hasta
que soy capaz de agarrar los lados de su rostro y aumentar la presión del asalto.
Lo devuelvo con furia y violencia, tomando de ella lo que me robó antes.
Nunca tuve un despertar así, es de otro nivel. Otro mundo.
Levanta un brazo, lleva una mano hacia la zona en la que estamos unidos.
La atrapo en la mía, la devuelvo a su lugar y la aplasto, mi pecho pegado a su
espalda.
— ¿Te gusta así?—le pregunto al oído con malicia, me retiro un poco y voy
más allá en un único envión.
El gemido que se le escapa habla por sí solo. Pero no voy a ser tan
tranquilo la próxima vez. La atrapo de los brazos y la traigo conmigo al
erguirme, ahora sólo sosteniéndonos de las rodillas. La posición hace que entre
más en ella y se arquee, soltando un gritito ahogado. No es que el plan le haya
salido mal, le gusta así. Un momento tiene el control ella, al siguiente lo está
cediendo. Y es porque confía en mí, soy afortunado por eso. La sostengo contra
mí, mis manos rozando su vientre y senos, bajando hacia su entrepierna. La
trabajo allí, la penetro con los dedos, y me muevo de una vez. De verdad, sin
amagues. Al principio con lentitud y rápidamente pasando un ritmo más
intenso. Se estremece, su piel erizándose a medida que la voy estirando y
acoplando a mi tamaño. Aumento hasta el punto en que estoy golpeándola con
fuerza y se vuelve mantequilla en mis brazos. Le duele, y simplemente no me
amedrenta, porque le gusta. Es como si el dolor la llevara a disfrutar más.
No hago más que mirar fijamente la única foto de Dani que rescaté de su
habitación el día que Francisco me llevó a recoger algunas cosas. Me visto con
sus camisetas y lloro cuando no me quedan más opciones que lavarlas, porque
su olor se irá y es eso lo que necesito cada día para tomar fuerzas y salir de la
cama y plantarle buena cara a los demás. Algo con lo que tenerlo presente,
aunque su ausencia sea tan grande que me carcome las fuerzas y las ganas de
seguir.
Por años y años he sabido que mi familia era un desastre; que tenía un
padre insensible, una madre débil que se dejaba manipular, un hermano
melancólico, otro que fue presa de las drogas. Y yo… yo estoy empezando a
creer que sonreía cada día porque era lo único que me quedaba por hacer,
tenía que ser la chica feliz. No quería ser como ellos. Y en el único momento en
que no actuaba era con Dani. Nos conocíamos, a pesar de que no éramos tan
cercanos de pequeños, salvo cuando me escondía en su dormitorio en las
noches que nuestros padres peleaban. Él me daba lugar en su cama y me
acurrucaba junto a él, triste porque estaba empezando a darme cuenta de que
ese matrimonio era cualquier cosa menos amor, y no soportaba que mi cuento
de hadas se derrumbara. Estuvo allí mientras crecía y me volvía consciente de lo
que nos rodeaba y a su vez, estuve ahí para él, ayudándole a abrirse. Aprendí
que mi melancólico hermano era un ser dulce, y de un corazón tan bueno que
pronto se volvió mi persona favorita en el mundo.
Esa fue la primera vez que mi corazón se rompió. Y no podía hablar con
nadie. Ni siquiera con Eva. Pasé los siguientes meses sola, con una sensación de
abandono que me mataba por dentro. Dani no respondía llamadas y desactivó
todas sus redes sociales. Supongo que nunca leía mis correos electrónicos. Pero
había algo que yo sabía bien, y era que no iba a olvidarme. Podía correr y
esconderse por una eternidad y su corazón todavía me pertenecería. Y el mío a
él. A la mierda el mundo, yo no le tenía miedo a nada, sólo a perderlo.
— ¿Hola?—dice una voz grave con un tono paciente—. ¿Hay alguien ahí?
Eso es lo que sucede con este chico, se me ha pegado como una garrapata
y no me da un respiro. ¿No se supone que se volvió amigo de Juan? Bueno, que
se vaya con él. No necesito una niñera que me traiga comida y me lleve de acá
para allá. Y mucho menos me hace falta tener cercanía con alguien que me
recuerda tanto a Dani. Porque cada vez que miro a Francisco sólo puedo pensar
en el grupo de amigos que se juntaban seguido en casa y hacían reír a mi
hermano.
Sí, bueno. Supongo que no iba a poder ocultarlo por más tiempo.
— ¿Crees que eso hace una diferencia? No, no hace que me sienta con la
obligación de aguantarte. Puede que Juan sí, pero yo no. Estás acá porque
sentís que te conecta a Dani. A ver si entendés, él se fue. No está. Y es mejor que
te vayas—le grito, y la intención en mi voz me escuece hasta a mí.
Supongo que no soy tan inmune como creía. La crueldad todavía me hace
daño. Y sí, en ese mismo momento tienen que aparecer mi hermano y Eva y ser
testigos de esto. Doy un paso hacia Francisco y él retrocede, desfila por el
pasillo directamente hacia ellos y puedo leer sus intenciones en su espalda
ancha y tensa.
No me hace caso.
—Malena…—susurra.
Las lágrimas se desbordan y las dejo ir, sin poder sostener más el nudo que
obstruye mi garganta. No puedo ver a través del manto de humedad, aunque
distingo cómo agacha la cabeza Francisco, sintiéndose culpable tal vez. No era
así como yo quería que se enteraran. Tampoco sé cómo, no es que lo estuviese
planeando. Sólo esperaba despertar una mañana y que ya no estuviese.
—Malena…—repite mi hermano, sin habla.
—No lo quiero…
EVA
Es un reflejo instantáneo. Esto de pegarme a Cruz cuando estamos en la
cama, como si no pudiese dormir si no me acurruco en su costado y apoyo mi
cara en sus pectorales. Y lo huelo. Lo huelo cada vez porque es adictivo, y tiene
el poder de adormecerme o volverme loca, depende del momento. En este
mismo, estoy encima de él, mi mentón apoyado en mis manos, las palmas
abiertas contra su pecho que sube y baja con su tranquila respiración. Ojos
dorados miran el techo con preocupación. Y no es para menos, estos han sido
unos días estresantes y está agotado emocionalmente. Me elevo sobre él y me
interpongo, ahora todo lo que puede ver son mis ojos y un montón de pelo
rubio despeinado cayendo cerca de su cara.
Mete aire por la nariz, apretando los párpados con fuerza, como si pensar
en esto le doliera. Y lo hace. Al principio estaba aterrado por Male y la salud
del embarazo, no es un secreto lo que un bebé entre hermanos puede significar.
Y Male también lo tenía claro, por eso estaba negada a ver un doctor, tratando
de evitar cualquier mala noticia. Lloró durante dos días luego de saber que el
niño estaba bien. Digo niño porque es varón, aunque ella no esperaba escuchar
noticias como esa. Está desprendida emocionalmente del niño, es como si
todavía no cayera en la cuenta de que está embarazada. Parece ignorar
completamente las consecuencias que conlleva su estado. Hemos intentado
hablarle pero no entiende, está cerrada en sí misma.
— ¿Y qué pasa si quedarse con el niño la ayuda a sanar?—pregunta,
esperanza brillando en sus ojos al considerarlo.
No lo creo, pero por primera vez en mi vida trato de no ser dura con las
palabras.
— ¿Y qué pasa si es al revés, si saber que está con unos padres que lo aman
y le darán una hermosa familia la ayuda a sanar?—retruco, mostrando mi punto.
El punto que estoy segura que Male considera más que el suyo. No se cree
capaz de criar a un hijo ahora, tan llena de mierda como se encuentra. Ya lo ha
dicho, aunque sus palabras suenan duras cada vez que dice que no lo quiere.
―No lo quiero‖. Me pregunto por qué, si es una prueba viva que les pertenece a
ella y a Dani.
Chasqueo la lengua.
—No es algo bueno aferrarse a él sólo porque crees que te mantiene cerca
de una persona muerta, no es justo para el chico—digo, y después tuerzo el
gesto en mi mente porque jamás soné así al dar consejos.
—No hagas esto, Cruz, deja que ella sola decida—lo corto, severa, entonces
una idea serpentea en mi cabeza, y fijo la mirada en sus ojos tristes—. Te sentís
así—lo acuso—, te sentís cerca del bebé porque es de Dani…
Parece que el tema está zanjado pero apenas consigo reaccionar cuando
Cruz sale de su silla y corre por el pasillo, respirando con nerviosismo. Abre la
puerta de Male de un tirón y se mete dentro. Estoy en su espalda a punto de
sacudirlo fuera cuando comienza.
—Eso es mentira—niega él, casi gritando—. Sabes bien que sos capaz de
amarlo, te conozco, sos mi hermana y sé cómo sos. Siempre fuiste cariñosa y…
—No soy más esa chica, Juan, lo único que quiero es lo mejor para el bebé
y sé que conmigo no lo va a tener…
— ¡Pero no estás sola! Nos tenés a nosotros, y sabes que estamos acá para
lo que necesites—insiste él, y tiene razón.
—Gracias por hacer todo esto por mí, me siento afortunada de tenerlos—
dice, y me preparo para lo que viene—. Pero sé que yo no soy lo mejor para este
bebé. Lo siento, ya lo he decidido y no hay nada que me haga cambiar de
opinión…
Por lo tanto todo está arreglado y Francisco se sube al mando del volante
mientras que Malena sale del apartamento cubierta con ropa enorme y una
pequeña mochila colgando del hombro. Ella nos besa a mí y a Cruz en la
mejilla y saluda con la mano antes de ir junto al chico. Vemos cómo el motor
de la chata ronronea y se aleja tranquilamente doblando la esquina. Cruz y yo
cruzamos miradas por un segundo antes de hacer lo mismo. Aunque nuestro
plan no es seguirlos, nosotros queremos hacer una parada antes de salir de la
ciudad. No pensamos regresar, por lo tanto, hay lugares a los que nos quedan
ir, donde nos queremos despedir.
Me apoyo allí sobre mis pies, soportando mi peso junto al adicional que
viene con las emociones. Nunca fui una chica blanda, el mundo lo ha notado
para ahora, sin embargo he llegado a tener una corta lista de personas a las que
me he permitido querer. Y esto viene con eso, amo a Cruz y odio verlo mal. Si
bien a veces su calidez me resulta abrumadora, ahora es todo lo que me gustaría
que emanara de él. Se queda allí, suspendido, observa el ataúd con fijeza, pone
las manos abiertas sobre él.
—―No sabes lo que tenés hasta que lo perdés‖, nunca algo ha sido mejor
dicho—murmura, pestañea cabizbajo—. Ahora pienso en todas las cosas que me
perdí, en todo lo que hice mal, y daría lo que fuera por volver el tiempo atrás y
disfrutar a mi hermano mientras estaba y ver las señales que importaban.
Necesitó un hombro donde apoyarse y yo lo ignoré completamente…
Me sujeto las manos por delante y me tambaleo sobre los tacones de mis
botas.
—No es…
—Ya sé, no gano nada pensando en estas cosas—me quita las palabras de la
boca, entonces alza los ojos destrozados hacia los míos—. Pero no puedo evitarlo
a veces, ese es mi castigo por no haber sido el hermano que necesitó. Voy a
tener que vivir con eso.
—Tenía planes para vos, ¿lo sabias?—trago, sintiéndome una idiota por
intentar hablar con un muerto—. Sí, lo sabías. Por eso me tuviste miedo cuando
volví a tener contacto con Malena—niego, entrecerrando los ojos—. Te odiaba
también, seguramente no tanto como a tu padre, pero sí lo suficiente para
tener planes en tu contra. Quería que sufrieras y pagaras, de alguna forma te
consideré culpable también… Pronto empecé a darme cuenta de que no eras
más que un pobre chico hundido en la mierda…
—Supongo que necesitaba esto. Hablar con vos, como hiciste conmigo en
ese cuaderno. Desahogarme. No sé si me estás escuchando pero quiero que
sepas que yo también deseo que las cosas hubiesen sido distintas para todos,
aunque, como bien dijiste, también creo que la vida es injusta y que tuvimos
que tomar lo que nos lanzó... Y he aceptado. Acepto la vida que me ha
tocado… Voy a cuidar de Male y Cruz, a mi manera, por supuesto—sonrío de
lado, negando con la cabeza—. Estoy muy lejos de ser una mamá osa, pero
prometo hacer lo mejor que pueda…
—Quiero ir a por los que restan—digo, enfrentándolo de una vez por todas.
Abre sus dorados ojos con sorpresa, luego los entrecierra a la par que
analiza mis palabras abruptas.
Da unos pasos atrás y amaga con revolearla y es tanta la decisión que veo
en sus movimientos que salto sobre su contextura y lo detengo. Le quito la cosa
de las manos, lucho con sus bruscos estallidos heridos. Estamos respirando
ruidosamente cuando encierro su rostro en mis manos y lo obligo a tomarme
directamente en su campo de visión.
—Creí que a partir de ahora querías ir por la vereda del bien, hacer lo que
todos consideran apropiado—digo.
—Hasta el final—promete.
Sin decir una palabra, nos acomodamos en una sala de estar pequeña pero
acogedora. No hay rastros de ella, deducimos que está esperando a que estemos
listos. Es bueno porque no sé si podríamos organizarnos en su presencia. Para
el momento en que me acomodo en el sofá de dos cuerpos junto a mi otro
compañero periodista que se ha hecho cargo del grabador, la pequeña puerta
en el rincón más alejado se abre.
Su ceja rubia se alza, y me mira directo a los ojos con seriedad que
consume.
Se relaja contra los almohadones del sofá y cruza sus piernas interminables
que al final lucen un par de lustrosas botas negras sin tacón.
Bueno, sin duda esto se llama no seguir el guión. Apoyo mis papeles en mi
regazo y la enfrento.
—Se preguntan por qué hice lo que hice. Si influyo a la sociedad para bien
o para mal. Si tengo problemas psicológicos, o estoy loca de remate… Y la
verdadera cuestión de importancia es: ¿por qué existe alguien como yo?
La sala se queda en silencio un largo rato, pestañeo para enredar una
respuesta lógica, aunque soy forzada a fruncir el ceño y demostrar contrarío.
—Sin ir más lejos… Vamos con otras, ¿por qué los ciudadanos han estado
comprando armas desde hace tiempo? ¿Por qué ellos están empezando a
defenderse por su propia cuenta? Yo tengo la respuesta y sé que varios también:
se trata de que no hay nadie que los respalde. La justicia es un chiste mal
contado y el estado se come los mocos—inclina la cabeza a un lado, ahora todo
lo que emana de ella es profunda seriedad, tomándose en serio lo que está
diciendo—. Así que… ¿por qué existo yo?
Niega.
Eva Moretti mató a unas cuantas personas, y todas ellas tenían algo en
común: eran otros criminales. Todos violadores, para ser más exactos. Entre ellos
el padre de su esposo, un sacerdote, un médico. Eso sólo sus primeras víctimas,
hay más. Una larga lista donde interviene una maestra de primaria, un agente
de modelos y unos cuantos delincuentes más. Sólo con esa información,
grandes grupos de gente empezó a idolatrarla, llamándola de muchas maneras.
Por ejemplo: el ángel vengador. La quieren y sienten que sus acciones eran
correctas. Otros, en cambio, consideran que es inhumana y merece pagar
duramente por sus sangrientas acciones.
—No, seguro que no, pero siempre estuve abierta a esa posibilidad.
Cuando vinieron a buscarme sentí…—frena un momento, considerándolo—
esperanza. Sentí una especie de realización. Ya era hora.
— ¿Por qué hizo todo eso? ¿Qué la llevó por ese camino?—avanzo a la
siguiente pregunta.
El caso está en los archivos, pero es una masa inservible de papeles que no
llegan a ningún lado, eso fue lo que dijo uno de los jueces más nuevos y
respetados del país. No necesito preguntar por qué ella se encargó de él, lo
sabemos. El cura era un pedófilo que se aprovechaba de las niñas en el interior
de la mismísima casa de Dios. Además de formar parte de una asociación que
distribuía pornografía infantil y se codeaba directamente con el tráfico de
mujeres.
A pesar de que quiero ser crítica y dura con Eva Moretti como lo han sido
ciertos medios, el hecho de que esas personas hayan abusado de niños
inocentes e indefensos provoca que una gran parte en lo profundo de mí la
justifique.
—Digamos que sí—asiente—. Sólo en ciertos casos. Pero en este país eso no
serviría, al menos ahora. Antes de proponerlo siquiera habría que arrancar de
raíz todo el árbol, comenzar desde cero. Y eso podría tardar décadas. Luego, la
Justicia tendría que ser fuerte y letal, con los pies firmes en el suelo como para
condenar a alguien a encontrar su final.
—Sí, lo hacía, los condenaba. Y créame cuando le digo que las pruebas
eran demasiado evidentes y por eso sabía lo que estaba haciendo y con quién…
¿Sabe qué es lo más triste de todo esto?—me pregunta.
—Lo más triste es que la mayoría de mis víctimas fueron arrestadas por sus
faltas al menos una vez en sus vidas.
—En una ocasión, un par de delincuentes usurparon una casa mientras los
dueños dormían. Los despertaron, los sometieron para robarles, y como eso
evidentemente no les alcanzó, violaron salvajemente a la única hija del
matrimonio justo delante de sus propios ojos. La niña tenía quince años—remata,
y me trago un nudo enorme que apenas pasa por mi garganta—. Dígame,
señorita Guerrero, ¿cómo cree que siguió adelante esa familia?
Sus ojos insensibles pesan en mi rostro y por primera vez en la reunión
tengo que retirar la mirada. La bajo a mis manos tensas, sin poder ocultar que
esto me atormenta. Eva Moretti es cruda y va al grano, hace que mi corazón
duela por esa niña y sus padres.
—Yo sí. Quedaron traumados, no sólo por lo que les sucedió, sino porque
los delincuentes fueron arrestados y dos meses después se los volvieron a
encontrar frente a frente en la calle. ¿Entiende del sentimiento de impotencia e
inseguridad, señorita Guerrero? Porque esos violadores fueron liberados por
autoridades corruptas que lucraban con lo que ellos hacían también, ¿entiende,
por un segundo, lo que pudo llegar a sentir esa familia? La Justicia les falló—
arremete con voz dura—. Yo, en cambio, hice lo que tenía que hacer. Y, ¿sabe
qué? No me arrepiento.
Pestañeo, porque ahora es ella la que me hace sentir culpable a mí. A mí,
a mis compañeros que han alejado la mirada y se sienten inquietos, y a los
policías en la puerta, que están tensos ante sus palabras también. No molestos,
sí entristecidos.
Una tos interrumpe desde la misma puerta por donde Eva salió cuando
llegamos y todos levantamos la vista. Allí nos encontramos con un hombre
mayor, alto y de rostro sonriente que se acerca con lentitud. Juan Cruz Romano.
Por supuesto, todos lo conocemos también. Era un buen investigador privado,
lástima que ahora, al salir a la luz lo de su mujer, ha quedado expuesto y todos
dudan sobre si usó o no sus habilidades en el campo para ayudarla. De un
modo o de otro, él no se ve afectado. Solo nos da la bienvenida y toma asiento
en el otro sofá, junto a Eva. Instantáneamente, como si fuera un reflejo, pide
con su mano callosa y temblorosa la de ella. Ambos se entrelazan y la imagen
hace latir mi corazón con violencia.
Se ríe, y el sonido es rasposo y cálido. Hace que las diferencias entre ellos
sean inmensas. Son como hielo y sol. Y de algún modo, aunque parezca
imposible, hacen una combinación perfecta.
—Bueno, en cada historia hay varios puntos de vista—dice, pensativo, luego las
arrugas en sus ojos se profundizan con una mirada tranquila, casi pacífica—. Y
yo voy a decirle el mío, señorita… Eva es mi heroína, me ha hecho el hombre
más feliz en esta tierra. La conozco bien, es fuerte y decidida, y pocas cosas le
afectan. Sé que a ella sólo le interesa mi opinión, el resto puede hablar lo que
quiera y le va entrar por un oído y salir por el otro. Sin embargo, voy a aclarar
algo, es sensible en el fondo y tiene una terrible necesidad de ayudar. A las
personas como ella, porque ha vivido en carne propia lo que ellos han sentido.
Dígame algo, señorita Guerrero…
—No, señor.
Asiente, satisfecho.
» Eva es un gris, tal vez uno tirando a negro, demasiado oscura para poder
leerla a la perfección, pero en definitiva es un gris. Mi gris favorito. ¡Y eso que yo
era un joven fiel al blanco y negro! Sólo que, gracias a ella, aprendí muchas de
las pequeñas cosas que están en medio del todo. Y es porque la amo que la
comprendo…
Dios mío, el tono del hombre al referirse a su mujer me eriza la piel y
humedece mis ojos. Observo a mi compañero, todavía con el grabador, y noto
su sonrisa escondida en su mentón agachado. Veo cómo va comprendiendo lo
que dice el anciano, cómo está tomando sus palabras con respeto. Y sé de
inmediato que se ha comprado a la habitación completa. Ahora ya no tememos
y juzgamos a Eva Moretti, sino comprendemos una pizca de lo que ha
significado su vida.
¿Heroína o villana?
Porque es un gris. »
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecerles a todos por la paciencia que han
tenido en esta espera. Y a las chicas que siempre me
acompañan y apoyan en el foro SB. La historia me tomó un
tiempo, como todas las demás, tal vez más, porque quería que
fuera perfecta, tal como estaba en mi mente.
http://elisadsilvestre.blogspot.com.ar/
https://www.facebook.com/Elisa-D-Silvestre-
995425307232613/
PD: Sí, sé que dije que ésta historia sería tomo único. Pero
cabe la posibilidad, si ustedes quieren, de que tengamos un
segundo destello con la historia de Malena, ¿Qué les parece?
¡No duden en dejarme saber sus opiniones al respecto!