DOC

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 446

Título: Ángel o Demonio

© 2016 Elisa D’ Silvestre


Todos los derechos reservados
SINOPSIS
De día soy la nena buena.
Papá y mamá me aman.
Me miman. Me dan todo lo que yo quiero.
Soy la perfecta hija única, se imaginarán.
Pero en la noche…
Con la oscuridad llega mi verdadera naturaleza.
No soy buena, mucho menos me gusta que me mimen.
Soy la pesadilla de cualquier pecador.
No me culpen por ser quien soy, por la cantidad de maldad que yace en mi interior.
Miren en dirección a José Romano, mi vecino. A aquella tarde en la que su hija pequeña cumplió diez.
Yo estuve allí, y lo que viví no rivaliza ni siquiera con el mismísimo infierno.
Yo estoy con el diablo ahora, soy él.
Y me gusta. Más que nada.
Por eso debería permanecer lejos de Cruz Romano.
El problema es que no puedo.
Tampoco quiero.

ADVERTENCIA: Esta historia es sólo apta para mayores de 18 años. Contiene explícitas escenas de violencia y abuso, críticas
religiosas, cuestiones familiares y de justicia. Fue creada por una mente abierta, para otras mentes abiertas. Si sos susceptible a
contextos que involucran directamente a menores de edad, aconsejo no avanzar con la lectura.

Este archivo NO es apto para la venta. Es concedido de forma totalmente GRATUITA por la misma autora a cada lector que se
proponga disfrutar de él.
LISTA DE CANCIONES
~Going to hell (The Pretty Reckless) ~Zombie (The Pretty Reckless)
~Sweet things (The Pretty Reckless) ~House on a hill (The Pretty Reckless)
~Cold Blooded (The Pretty Reckless) ~Burn (The Pretty Reckless)
~Where did Jesus go? (The Pretty Reckless) ~Heart (The Pretty Reckless)
~Absolution (The Pretty Reckless) ~Follow me down (The Pretty Reckless)
~I’m not an angel (Halestorm) ~Big bad wolf (In This Moment)
~Take me Down (The Pretty Reckless)
INDICE
PRIMERA PARTE Capítulo 14 Capítulo 26
Capítulo 1 SEGUNDA PARTE Capítulo 27
Capítulo 2 Capítulo 15 Capítulo 28
Capítulo 3 Capítulo 16 Capítulo 29
Capítulo 4 Capítulo 17 EPÍLOGO 1
Capítulo 5 Capítulo 18 EPÍLOGO 2
Capítulo 6 Capítulo 19
Capítulo 7 Capítulo 20
Capítulo 8 Capítulo 21
Capítulo 9 Capítulo 22
Capítulo 10 Capítulo 23
Capítulo 11 Capítulo 24
Capítulo 12 Capítulo 25
Capítulo 13 TERCERA PARTE
PRÓLOGO
Es verano, el sol está en lo alto, justo después del mediodía. Caliente,
brillante, potente, insistente. Escucho el sonido atrayente del mar, llamativo,
desesperado por atención. Ya tendré tiempo para él, ahora papá y mamá
acaban de acostarse, una corta siesta hasta que se decidan a bajar para disfrutar
de la arena y el agua salada. Los dedos de mis pies pican con ganas de
enterrarse y ser lamidos por las olas frías. Pero más pica mi curiosidad, mi
necesidad. Por eso estoy trotando en mis sandalias nuevas, escabulléndome
entre las ramas del monte que separa mi casa de la de los vecinos.

Los Romano.

He venido a este pequeño rincón y escalado estas ramas a lo alto sólo para
observarlos. Por muchísimo tiempo. Tanto, que se ha vuelto una rutina
irreemplazable. Cada día, cualquier horario, acabo escondida, sentada en la
rama más alta y camuflada, respirando con dificultad ante el desmedido interés.
Sólo para verlos. No he vuelto a esa casa desde aquella tarde. Desde que
Malena cumplió los diez. Ya tiene casi doce. La extraño, no me gustó perderla.
Tal vez es la única persona por la que he dado algo en mi vida, por la que
podría meter una mano en el fuego. El pensamiento de nuestra amistad me
mantiene sobre la tierra, supongo.

He estado sintiéndome preparada.

Para regresar.

Nunca tuve miedo, no. No fue por eso que me alejé. Sino porque no
podía controlar mi rabia. La ira carcomió mis venas por años. Abría los ojos y
allí estaba, tomándome, los cerraba en la noche y era mi única compañía. Al
principio esta odisea era empujada por ese sentimiento: el resentimiento, la
necesidad de hacer verdadero daño. No podría haber mirado a nadie de esa
familia sin odio. En la actualidad es distinto, he crecido, he aprendido todo
sobre el control.
Era una niña pequeña. Mi personalidad no estaba del todo definida, hasta
que tuve el encontronazo que cambió el curso de todo. Fui empujada a una
nueva existencia de la noche a la mañana. Estoy segura de que mi vida sería
otra si no me hubiese ocurrido eso a mí. Sin embargo, pasó, el destino lo
escribió con sangre. Mi sangre. En la tierra volátil, entre los árboles.

Aprendí a estabilizarme conviviendo con mis padres, porque también los


odié a ellos por un tiempo. Hasta que tuve que aceptarlos desde detrás del
nuevo telescopio introducido en mis ojos, el que traía la realidad a mi mente.
Tuve que luchar contra el impulso de resentirme con mi familia también. Fue
el primer obstáculo en mi lista. Una vez asegurado el éxito, lo demás fue pan
comido. Fácil.

La máscara.

Soy una perfeccionista a la hora de cambiar, cubrir, esconder quién soy y


lo que pienso. Soy buena. Soy una dulce niña de catorce años, con un futuro
más que prometedor. El que muchas sueñan y nunca van a conseguir.

Una dulce niña de catorce años que está lista para volver.

Para recuperar a mi amiga, alejarla de ellos. También para escarbar en los


secretos más sucios de los Romano. Para apretar el botón que lo derrumbe
todo. Tengo esto controlado, listo. Un paso más, y esa casa explotará en
pedazos. Con ellos adentro. Sólo tengo que entrar de nuevo, y esperar. No hay
apuro.

Yo también escribí sus destinos.

Con sangre.

Su sangre.
PRIMERA PARTE
«Ahora he llegado a entender que me convierto en el animal que yo elijo alimentar.»
~Big Bad Wolf (In This Moment)
CAPÍTULO 1
«No podía caminar, era presa de un dolor que iba más allá de ser sólo físico.
Quería arrastrarme. Nunca antes nada me había dolido así, tan adentro, tan profundo.
Esto no era como caer de mi bicicleta y raspar mis rodillas en el asfalto. O doblarme un
pie y castigarme contra el suelo. Esto era más complejo, indiscutiblemente más que
cualquier otra molestia. No estaba llorando, escasas veces mis ojos se empapaban hasta
rebalsar, era dura como el granito. Aunque mi respiración estaba agitada. Mi garganta
tan seca, que cada vez que metía aire por ella, a través de mi boca, emitía un pitido
desagradable. No estaba en pánico y pensé que, después de lo que acababa de pasarme,
debería al menos estar un poco histérica.

Atravesé la arbolada que dividía mi casa con la de los vecinos casi corriendo,
aguantándome el dolor. Mi cabeza en blanco, mis ojos sólo al frente, las ramas de los
árboles se enganchaban en mi pelo y desarmaban mi larga trenza rubia. Me tropecé un
par de veces porque apenas podía mantener el equilibro. Algo muy raro le ocurría a mi
cuerpo, se sentía frío y no había sensibilidad en ninguna parte. Las punzadas lo
acaparaban todo.

Entré en los límites de mi patio trasero, ignoré la piscina y la decoración, mamá


había estado colocando adornos y luces para navidad y año nuevo. Llegué a la puerta
trasera de la casa y la abrí de un manotazo pasando dentro de la impecable cocina. La
cocinera me sonrió, en ese momento ni siquiera recordé su nombre, y eso que hacía más
de cinco años que trabajaba con nosotros. Incluso pasaba más tiempo con ella que con
mis padres. Me sonrió y llamó por mi nombre abreviado, no le entendí. No sé por qué no
podía procesar lo que ocurría a mí alrededor. La esquivé sin darle una segunda mirada
al dejarla sola de nuevo con su trabajo, ni si quiera me atrajo el olor a pastel recién
horneado.

Vi las escaleras y me preparé para subirlas, no sabía a donde iba, seguro a mi


habitación, ese era mi gran refugio siempre que deseaba estar sola.

—Chs-chs-chs—escuché a alguien chistar a mi espalda y retorcí mi cuello para ver—.


Evangelina Moretti, ¿cómo es que vas con ese estado tan deplorable?
Pestañeé, mi semblante inamovible, ninguna emoción a la vista. No dije nada.

—Mira ese vestido—se queja, seria—. Mira esa suciedad.

Sabía que mi vestido estaba roto y manchado, mis rodillas raspadas tenían pasto
pegado y estaban embarradas. ¿Mis zapatos? ya no se sabía de qué color eran, cuando
me los puse más temprano la superficie celeste claro brillaba, reluciente.

Mamá se lamentó.

— ¿Sabes lo que costó ese vestido?—su voz volviéndose tan aguda que mis tímpanos
apenas aguantaron.

Silencio de mi parte. Culpa suya. Ella insistía en vestirme con las mejores ropas
para ir a los cumpleaños de mis amigos y compañeros de la escuela. No entendía que, al
jugar, todo podía estropearse. Aunque yo no venía así de sucia por estar jugando, esta
vez no.

Ella se ablandó, ambas mirándonos a los ojos. Vi cómo su semblante rígido cayó y
una mini sonrisa conciliadora se formó en sus labios rojos cereza. Se acercó, se inclinó a
mi altura y sacó los pelos rubios que caían por toda mi cara.

—Andá—dijo, suave—. Date un baño, Eva, papá y yo tenemos visitas esta noche.

Lentamente me di la vuelta y seguí camino hacia arriba, mis piernas muy juntas,
mis pasos minimizados. Me colé en mi pieza y cerré la puerta pacíficamente, mis
movimientos siendo cuidadosos. Una vez en mi cuarto de baño me saqué el vestido
blanco y lo dejé enrollado en un rincón junto con el calzado, hice correr el agua de
inmediato y me metí bajo la lluvia sin importar si estaba fría o muy caliente, no lo sentí.
Deslicé mi ropa interior rosa por mis piernas hasta quitármela, me quedé viéndola
fijamente al encontrar la gran mancha escarlata en la tela. Instantáneamente metí una
mano en el hueco de mi entrepierna y sentí la viscosidad, sólo para ver más sangre entre
mis dedos al apartarla. Tomé el jabón y empecé a lavarme mecánicamente, primero mi
torso, después mis partes íntimas, bajando a mis piernas. Me deshice de cada rastro de
barro, pasto y sangre. Los vi drenarse a mis pies a través del desagüe.
No quité mi vista hasta que el agua volvió a ser limpia e incolora. Entonces
busqué de nuevo mis braguitas y las froté con el jabón, fregando la mancha. Lo hice
hasta que mis manos se irritaron, sin embargo la huella no desapareció del todo. La
escurrí y la colgué para que se secara, la tiraría a la basura sin que nadie se diera cuenta
más tarde.

Acabé con todo y me envolví en una toalla gigante con dibujos de corazones rojos y
rosas. Sequé mi pelo al mismo tiempo que me observaba detenidamente en el espejo, algo
nuevo vi en mí. Mis ojos aguamarina contenían una expresión dura que combinaba con
mi rostro pálido sin capacidad para la gesticulación. Parecía que había pasado por una
transformación: de la pequeña feliz y despreocupada de doce años, a una estatua de
granito. O la mismísima reina del hielo.

Ese día dejé de ser Eva, la niña de oro.

Esa tarde se abrió una puerta dentro de mí, que con el correr de los años se fue
entornando hasta abrirse completamente. Un pase al otro lado, al oscuro.

Supe que jamás volvería a ser la misma.»

Reconozco a un pervertido cuando lo veo, es como si tuviera un radar que


los delata. Y mi maquillista, Rubén, es uno de ellos. Se esconde tras la máscara
de un excéntrico homosexual, un mariposón, lleno de exageraciones y gestos
afeminados. Le gustan los hombres morrudos y dominantes, eso es lo que le he
escuchado decir. Sus maneras dicen completamente lo contrario, no me pierdo
la forma en la que observa a mi compañero, Marcos. El chico de quince años
está allí sentado mientras Electra, la otra maquillista, lo acicala para su pasada.
Sé que Marcos es bonito, no puedo decir sexy, porque tiene quince y está
bastante escuálido todavía. Para mí es sólo lindo, en un par de años veremos.
Bien que el hombre piensa diferente a mí, parece. Rubén se relame los labios
mientras lo ve cerrar los ojos y entregarse a los suaves retoques de Electra.
Rubén se está poniendo duro. Sonrío de lado, leyendo sus pensamientos
pervertidos. No puede trabajar correctamente en mi rostro si su pene va a estar
estorbando en sus apretados pantalones chupines fucsias. Pobre imbécil. ¿Tipos
grandes y rudos? Ajá, no me engaña. ¿Sabe que Marcos está muy seguro de su
sexualidad? Lo he visto merodear por ahí buscando por chicas más grandes y
mejor formadas. Le he notado quedarse fijo en sus normes pechos cubiertos de
finos bikinis. Rubén no tiene oportunidad.

—No coloques demasiado—le ordeno, malhumorada, cuando va a


embadurnar mis labios de brillo labial.

Frunce el ceño. No le gusto. Soy una chiquilina quisquillosa, caprichosa y


altanera a su forma de ver. Y, es cierto, lo soy. Por supuesto, actúo de la forma
en la que me enseñaron y se espera de mí. Pataleo para conseguir lo que
supuestamente quiero, aun sabiendo por dentro que sólo es una estúpida
actuación.

—Sabes que no tenés ni voz ni voto en esto, ¿no?—pregunta él, poniendo


esa insoportable voz aguda que me hace querer introducirle la brocha que está
usando en la garganta, hasta el fondo. Apuesto que sabe mucho sobre tácticas
de gargantas profundas.

»Acá se hace lo que la agencia dice.

Me relamo los labios y le sonrío. De verdad. No la sonrisa de ángel que


tanto he estado fingiendo. Sino la verdadera, la ácida, la que destella mis
verdaderas intenciones. Él alza una ceja, porque es obvio que no le va a temer a
una adolescente estúpida de catorce años. Aunque debería. No porque soy
completamente capaz de hacerle daño físico, sino porque puedo conseguir que
pierda su trabajo con sólo un chasquido de dedos.

Soy la promesa aquí.

—No vas a maquillar más de lo que corresponde, tengo catorce, no


treinta—le escupo.

Estuve en ese maldito reality de belleza cuando era niña, desde los tres a
los nueve. Mi mamá es una enferma por esas cosas estúpidas, me metió allí
donde una niña tiende a lucir y actuar como una mujer. Dejó que me depilaran
las cejas, me pegaran pestañas postizas y maquillaran como una puta. Como si
mi bonita y lisa cara de bebé no alcanzara. Me pregunto cuántos pedófilos se
hicieron la paja viéndome en televisión.

—Está bien, princesita—carraspea él y sigue con su trabajo a desgana.

—Tus tetas no lucen como de catorce—comenta de pasada Electra, lo que


hace que Marcos las busque a través del espejo.

Me encojo. No me siento de catorce. Ni yo ni mi cuerpo.

—Son deliciosas—dice Rubén con clara envidia manifiesta.

Mamá se acerca, interesada por la conversación, deja de lado el vestuario


que voy a mostrar en las próximas pasadas. Por supuesto, ella tiene que
supervisarlo todo. Trato de no poner los ojos en blanco y suspirar con
resignación, su gusto es espantoso. Ama que yo muestre piel. Porque está
orgullosa de mi belleza, y desea que el mundo la vea.

—Y no son operadas—aplaude, como si fuera una felicitación.

Consuelo, otra compañera de pasarelas que es un año mayor que yo, la


observa de reojo, tomándose el comentario muy personal. Ella tiene las tetas
redondas, bien llenas de silicona. Me encantaría que el comentario de mamá
haya salido con doble intención y lleno de veneno, porque esa puta merece que
le paren el carro. Está demasiado creída y ardida. No tiene nada que hacer a mi
lado, eso seguro. ¿Cree que no me di cuenta de que se agrandó la lolas para
superar mi número? ¿Para ganar mi lugar? Já. La pobre tendría que volver a
nacer para lograr eso. Primero en principal, no tiene estas interminables y
tonificadas piernas bronceadas. Ni mi elegancia al caminar. Ni la altura que me
define. No miento cuando digo que soy la promesa de esta agencia. Nadie
puede competir conmigo. Nadie.

Llámenme vanidosa. No me importa. Lo soy. En este negocio no das ni


un solo paso adelante si estás llena de inseguridades. Lo aprendí rápido, y por
las malas.
— ¡Tiempo!—grita la organizadora, asomándose desde el costado de la
salida.

Salgo de mi asiento antes de que Rubén siga reteniéndome. Le echo un


vistazo significativo a la entrepierna de sus pantalones ajustados y le guiño el
ojo, dejándole saber que descubrí su interés en Marcos. Él me gruñe, después
tiene la decencia de ruborizarse un poco. Me da la espalda con rapidez,
dejándome sola. Marcos se coloca a la par mientras camino a mi lugar para
abrir la ceremonia. Me mira las tetas y sonríe de lado, tratando de gustarme. No
lo logra. Ni un poquito.

— ¿Qué?—pregunto, reseca.

— ¿Estás de mal humor hoy?—quiere saber, sus pupilas se agrandan cuando


mis pezones endurecen por pasar frente al aire acondicionado.

Trago la acidez que sube por mi garganta. Muestro los dientes.

—Estoy de buen humor, si fuera lo contrario ya te habría metido este


bastón en el culo por hablarle a mis tetas—gruño.

Se ríe y me adelanta, negando con la cabeza. Piensa que estoy bromeando.


Fulmino su nuca con los ojos y no le dedico ningún otro pensamiento violento.
Me olvido de que realmente, realmente, tengo muchas ganas de hacerle daño.
Niego, cierro los ojos, tomo un largo respiro.

―Cool for the summer‖ de Lovato comienza a sonar y esa es mi señal. Me


paro sobre mis tacones rosas brillantes, manteniendo en línea mis largas y flacas
piernas. Considero que hay un error en esto, nadie va a la playa en tacones,
pero no se me dio la gana arremeter contra el inútil que impuso su mal gusto y
falta de lógica ahí adentro. La pasarela se convierte en mi único destino ahora,
miro al frente. Mi sonrisa de ángel congelada en mi cara. Me paseo, mi pelo
rubio largo es como un manto, volando a mi espalda. Mis caderas se mueven, el
pareo que cubre la parte inferior del bañador danza a mí alrededor, la mano
que no sostiene el bastón va recta a mi costado, pero no tensa. Puedo oír sólo
mi respiración sobre el sonido de la sala llena de espectadores y la música. No
me fijo en cómo sus bocas se abren, ni en sus ojos hipnotizados. Puede que la
estancia esté llena de agentes, diseñadores e interesados en la moda que sólo
evalúan mi balanceo y cubierta con objetividad. No estoy obligada a pensar en
lo que sus cabezas sostienen, pero simplemente lo sé. Pueden ser tan objetivos
como quieran, en el fondo siempre hay algo más.

Los hombres desean, las mujeres envidian. O viceversa.

Llego al final, poso. Las cámaras me enfocan, los flashes me ciegan


momentáneamente. Al fin bajo la vista. Mis ojos se enfocan en alguien, un
joven chico de unos veinte, inmaculadamente vestido con un traje de negocios.
Le sonrío, seductora. Él traga, luego baja la vista sabiendo que no debe pensar
tan sucio sobre una menor de edad. Pero sabe. En la profundidad sabe que soy
más que sólo una aspirante a modelo de catorce años. Mi edad no va de la
mano con la inocencia. Quiero que se anime a volver a mirarme, quiero
sonreírle nuevamente, enviarle un mensaje. ―Sé lo que estás pensando‖.

Pego la vuelta, dejando una suave brisa de perfume dulce. La gente ve mi


futuro de oro, lo espera. Es un hecho. No ve la hora de verme en todo mi
esplendor, como toda una mujer. Explotando ese potencial, esa sensualidad
que mis catorce años todavía no poseen. Sonrío. La tengo, no me quedan
dudas, el número sólo me la quita, la escurre de sus ojos expectantes porque se
reúsan a verme como un ser activamente sexual.

Tengo un potencial sexual, lo presiento todo el tiempo. Es como si mi piel


picara, un escozor que necesito rascar con rapidez cada vez que aparece. Es
como una bomba de relojería y va a explotar antes de tiempo. Mientras ellos
esperan, yo la alimento. No tienen ni la más pálida idea de las fantasías que
golpean las paredes de mi mente.

Dije que tenía un radar interior para los pervertidos.

Me faltó agregar que yo también me siento como uno.


CAPÍTULO 2
Primer día de colegio. De nuevo a lucir uniforme, apoderarme de los
pasillos, mirar por encima de mi nariz a todos. Inalcanzable, pero sociable.
Adorada. Me fijo en el espejo. Máscara de pestañas, rubor inocente, labios
apenas rosados. Cabello rubio recto liso. Listo. Recorro mi cuerpo, esbelto,
alto, elegante. Mis piernas fueron hechas para matar, tengo que estar de
acuerdo con Juliana, mi agente.

―Tanta vanidad va a hundirte‖. Niego. Sonrío mostrando mis dientes


blancos.

Papá llama a mi puerta para saber si estoy lista. Lo estoy y lo sigo a través
de las escaleras, directo al garaje. El hombre es todo lo opuesto a mí en
apariencia; pelo marón, ojos cafés, nariz sobresaliente. Soy la imagen joven de
mi madre; rubia, ojos del color del mar del caribe. Aunque ella es más rellena
que yo, tiene más curvas en las zonas correctas. Supongo que sí saqué la altura y
las extremidades largas de papá. Él es un poco desgarbado. Todavía no sé cómo
hizo para conseguir a mamá, la reina de la ciudad en su momento. Vivo en un
mundo de apariencias, no me culpo por pensar tan superficialmente. Será que
papá de veras tiene algo en su forma de ser. Es un hombre dulce y nos trata
bien.

Subimos al coche y nos separamos de la casa. Tomamos la carretera que


lleva a la ciudad, tardamos unos quince minutos en llegar. Mi madre eligió vivir
en las afueras, alejada de la gente. Y me gusta, es silencioso y estamos muy cerca
de la playa. Una playa que ni siquiera es concurrida, o sea, es toda para
nosotros.

El coche se estaciona en las afueras de la escuela y papá me besa el dorso


de la mano antes de dejarme bajar. Le sonrío, apenas levantando las comisuras
de mi boca. Él se marcha a su trabajo, a la municipalidad, ya que es el
intendente de la ciudad. Eso también se suma a las causas que aseguran mi
popularidad en el colegio. Y en todos lados. Aunque en las pasarelas sólo existo
yo y mi belleza. Generalmente desfilo en la capital, allí nadie conoce a mis
padres.

Paso las puertas grandes del colegio, entrando con estilo. La mochila
cuelga de mi hombro y mis pasos son pausados. Algunos alumnos detienen lo
que están haciendo para observarme. Sí, nada ha cambiado. No miro a nadie a
los ojos, sólo finjo estar en mi mundo. Se nota que han estado atentos a mis
actividades de verano, porque cuchichean entre ellos. Las chicas se las arreglan
para ignorarme, bufando por lo bajo. Soy una buena chica, no he hecho nada
para ser odiada. Nada más que tener el futuro que ellas vienen soñando desde
pequeñas. Me dan ganas de pararme a decirles que no es tan especial, la mía es
una carrera llena de sacrificios. ¿No vieron cómo me quejaba cada vez que las
estilistas del reality show me depilaban la entre ceja? Tenía cuatro años, por el
amor de Dios. Tampoco es muy divertido tener que mantenerte en tu peso
ideal de por vida, atiborrarse de comida de conejo por meses enteros después
de darte el lujo de tomar un simple helado, para compensar las calorías.

Las ignoro. La fama y la belleza duelen. Y eso que sigo siendo una
adolescente. Sólo puedo pensar en que se volverá peor cuando el mundo
comience a verme como una mujer. Eso viene prendido a nuevas y más duras
exigencias. Pero me gusta lo que hago, tiene sus pros. Lo mejor es tener al puto
mundo a mis pies. Y he trabajado duro en ello, porque voy a necesitar que
todos me amen, sólo por si algún día mis planes fallan. Aunque… antes muerta
que equivocarme.

Diviso un grupo masculino más allá, son cinco, los que van un año por
encima del mío. Ellos se apoyan contra la pared, despreocupados, charlando,
riendo, golpeándose en el hombro. Uno de ellos me nota y advierte al resto. Ya
sé lo que vendrá, lo he estado viviendo año tras año. Y no me importaba, pero
ahora, viendo lo grandes que están, ya a un paso de convertirse en hombres,
siento como si la paciencia estuviera picoteando su propio caparazón.

Mis ojos actúan como imanes, fijándose en uno de ellos. Ojos castaños me
devuelven la mirada sin pestañear, veo cómo su nuez de Adam sube y baja
cuando traga. Le envío una sonrisa de lado, una soberbia. Él pone mucho
trabajo en no mutar ante mi escrutinio.

—Hola, Barbie—me choco con Jeremías Rawson, noto que su pecho ha


endurecido desde la última vez que se me atravesó el año pasado—. ¿Qué tal el
verano? ¿Posaste para muchas fotos? Por favor, decime que hiciste algunas para
una página porno—jadea.

Le respondo alzando una de mis cejas. Esto no es nuevo, para nada. Me


llaman Barbie desde que tengo uso de razón. También sé que ésta es una forma
de llamarme la atención, porque se mueren por tenerme. Permanezco callada
un rato, desviándome de nuevo hacia las dos esferas castañas que me miran,
tímidas.

—Hola, Dani—digo, sonriendo inocentemente como bien sé.

Pestañea y me da un asentimiento con la cabeza, sus rizos oscuros


despeinándose un poco. Es el único que no me molesta de su grupo de amigos,
pero tampoco hace nada para detenerlos. Bueno, no es que yo espere que sea
mi caballero de brillante armadura. Sé defenderme sola.

—Hey, Romano, no seas irrespetuoso—se queja Jeremías—. Saluda a la


reina.

Dani se encoge, luego se mira los pies. ―Cobarde‖, le llamo en mi interior.


Suspiro, fingiendo una decepción amorosa, y esquivo a Rawson para ir cerca de
donde formaremos filas antes de la oración a la bandera. No doy ni dos pasos
antes de que una gran mano levante mi falta y me apriete el culo. Trago una
bocanada y me congelo. Ninguno de ellos me había tocado así antes. El silencio
raspa las paredes del pasillo, incluso el grupo de amigos se queda mudo. Me
volteo para ver a Jeremías sonreír con victoria. Mi respiración se acelera, los
latidos de mi corazón laten en mis oídos. Lo observo sin siquiera pestañear. Y
algo cruza mi mirada, algo fuera de mi alcance para detener. Lo asusta, porque
su imbécil mueca se borra y da un paso atrás. Al mismo tiempo, le doy la
espalda y me alejo, mis muelas rechinando con fuerza. La mandíbula me duele
ante la increíble presión.
Estoy tan distraída, acelerando mis pasos y rumiando ira en mi cerebro
que no veo a la figura baja que cruza mi camino y choco con ella. La pequeña
chica sale volando hacia atrás y levanto un brazo para alcanzarla y sujetarla
antes de que caiga sobre su culo. Mi agarre en su muñeca fría se aprieta más al
notar de quién se trata.

—Eva…—suspira, sin pestañear.

—Lo siento—digo, dejándola ir.

La esquivo y sigo mi camino.

—Eva—me persigue—. Por favor, frena.

Le hago caso. Que conste, es a la única persona a la que alguna vez


escuché con atención.

—Tenemos que hablar—traga, poniendo ojitos de cachorro herido.

Suspiro, me fijo en su bonita cara inocente. Se siente como una eternidad


de distancia entre nosotras, no dos años. Ella se ve más bonita, si eso puede ser
posible. Siempre tuvo una mirada adorable. Incluso ahora, cuando reconozco
que esa palabra es repugnante, no se me ocurre otra manera de definir a mi ex
mejor amiga.

—Más tarde, Malena—prometo.

—Bueno—asiente y me deja sola, poniendo la vista en el suelo.

Dos años sin decirnos una sola palabra. Ni una. Y ahora, de repente,
quiere hablar. Tal vez quiera perdonarme por abandonarla. Por desaparecer.
Dejarla sola. Si esto es así, lo veo bastante oportuno teniendo en cuenta mi
plan. Ambas éramos inseparables, no importaba una mierda nuestra diferencia
de edad, Malena ha sido una niña bastante madura. Aún lo es.

Sonrío. Primer día de clases y ya me he cruzado a dos Romano.

Esto promete.
***

Estoy a mitad de hora de la segunda clase, biología, cuando mi vejiga me


llama la atención. Desesperada, cruzo las piernas, tratando de ignorarla. No
funciona, necesito ir a hacer pis, con urgencia. Levanto la mano para atraer a la
profesora. Sus ojos se posan en mí, volviéndose amables de repente. Nadie en
esta escuela se enfada conmigo, podría derrumbar las paredes de este salón, con
mis compañeros adentro, y me perdonarían. Eso es lo que hace el orgullo y el
respeto. Orgullo, por ser quien representa a la ciudad alrededor del país.
Respeto, por ser la hija del intendente.

Le pido permiso para ir al baño. Lo obtengo sin rogar. Salgo por la puerta,
notando los ojos de todos en mi espalda, me alejo caminando hacia los baños,
pero me freno de repente al ver una espalda familiar alejándose en la misma
dirección. Me relamo los labios, sintiendo una nueva necesidad picando en mis
venas. La que me lleva a dar la media vuelta y regresar al salón.

—Olvidé algo—sonrío, tímida.

Con los ojos le indico silenciosamente a la profesora lo que realmente


quiero decir. La hago suponer que me encuentro en mis días. Ella comprende,
enviándome una mirada paciente. Encuentro lo que quiero dentro de mi
mochila, lo camuflo con una toallita femenina y lo coloco en mi bolsillo.
Vuelvo a salir, y esta vez mi vejiga se aguanta como una campeona. Va a tener
que esperar, sin discusión. Llego a la zona de los baños y me meto en el
equivocado. El de varones. La decisión escuece y hace que me aferre al objeto
que traje a escondidas.

Jeremías está chiflando una melodía alegremente mientras se descarga,


sosteniéndose con las dos manos y los ojos cerrados. Me coloco a su espalda y
respiro en su cuello, soy lo suficiente alta para casi estar a la par. Me muerdo el
labio cuando cuelo una mano entre las suyas, cierro mi puño de acero en su
pene. Grita.

— ¡Qué mierda!—se hiela.


Lo giro de un tirón, enfrentándolo. Lo miro a los ojos, mientras descubro
la hoja de la trincheta y lo apoyo contra la piel de su pequeño maní. Sonrío.

— ¿Estás loca?—pregunta, temblando, observa con ojos abiertos el filo del


arma muy cerca de cortar sus adoradas partes.

—Un poco… supongo—ronroneo cerca de su rostro—. ¿Querés que te lo


corte, Rawson? ¿Querés perderlo incluso antes de saber usarlo correctamente?
Me pregunto cómo se sentiría meterse la mano y encontrarse con nada. No vas
a poder hacerte la paja nunca más—susurro.

Gotas de sudor filtran su piel, pueblan su frente. Mojan el comienzo del


cabello y las sienes. Intenta empujarme y lo amenazo con un movimiento de
muñeca. Aúlla aun sabiendo que no le hice daño. Se atraganta con el miedo.

—No vas a volver a tocarme, Rawson—le advierto en el oído—. Porque voy a


cumplir esta promesa. Entraré en tu cuarto por la noche para cortártelo desde
el nacimiento. Y sabes perfectamente que soy capaz de hacerlo.

Le muerdo el lóbulo de la oreja, oyendo su respiración acelerada. Pánico


hay en sus ojos cuando me separo un poco. Me relamo los labios.

— ¿Entendiste?

—S-sí… sí sí, lo siento mucho, Bar-eh, digo Eva—escupe, pálido como el


papel—No va a volver a pasar.

Me alejo un paso y cierro la trincheta. Inclino mi cabeza a un lado y le


dedico mi mejor sonrisa dulce.

—Bien.

Me miro la falda mojada con su meada.

—Se te escapó un poco, Rawson—le aviso y él parece a punto de llorar de


humillación al ver que se terminó de mear en mí.

Levanto la mano que tenía cerrada en su pene, también mojada, entre


nosotros. Él se aplasta contra la pared cuando la acerco a su cara.
—Límpiala—le ordeno, fulminándolo con mis pupilas.

Sus ojos toman nota de los lavabos a mi espalda.

—No—niego, sonriendo lasciva—. Con tu lengua.

Sus fosas nasales se agrandan, el enojo subiendo de nivel. Pero aún no


esconde el miedo, sus manos están temblando a sus lados, y hasta se ha
olvidado de levantarse los pantalones. Una mueca de asco le envuelve la cara,
entonces estampo mi mano contra su rostro y le obligo a pasar la lengua en mi
dedo índice. Se me escapa una carcajada cuando me empuja lejos, escupiendo
en el suelo, tan fuerte que casi caigo de espaldas. No me importa, sigo riendo
en alto mientras salgo del baño y me interno en el de mujeres. Me muerdo los
labios para refrenarme mientras me lavo las manos con jabón y observo el
nuevo brillo en el aguamarina de mis irises. Eso ha sido impagable. Ni siquiera
me interesa ya mi falda meada, el poder me mantiene indiferente. Y arriba. Muy
arriba. La limpio como puedo, tratando de quitar el asqueroso olor.

Ni siquiera he parado de reír para cuando me meto en un cubículo para


encargarme del objetivo principal.

***

El timbre que marca el final de la jornada retumba en toda la institución y


los alumnos lo reciben como a la música popular. Salto de mi butaca y
reordeno todo en mi mochila. Me uno a un pequeño grupo de compañeras
mientras nos dirigimos a la salida principal con una charla desinteresada.
Cruzamos al notorio grupete de cinco tan reconocido y ellas susurran sobre
cada uno, reaccionando ante sus apariencias. Los ignoro, por dentro
disfrutando la manera en la que Jeremías se esfuerza para no echarme ni un
mínimo vistazo. Pobre tipo. No hay dudas de que aprendió la lección.

El sol de mediodía está en lo alto y entrecierro los ojos al bajar los


escalones de la entrada. Alcanzo a divisar una pequeña figura sentada en el
último y voy ralentizando los pasos, dejando que las chicas se adelanten. Les
saludo avisando que me quedaré a esperar el remís que papá envía para
retirarme. Ellas me levantan la mano y se van. Entonces acabo de pie junto a
Malena.

Ella se abraza a sí misma y suelta un sollozo seco, dolida.

— ¿Qué hice?—quiere saber, alzándose sobre sus pies.

Se para a mi lado, altiva. Me enfrenta y en su mirada hay mucha potencia,


la cual me derriba con sólo darle un muy corto vistazo.

— ¿Qué hiciste con qué?—pregunto.

— ¿Qué hice para que me dejaras de lado así?—se frota un ojo antes de que
suelte una lágrima.

Sorbe, y sé que por dentro está luchando para no llorar. Recuerda que
odio las lágrimas.

—De un día para el otro sólo… te esfumaste…

Niego, sacándome el pelo del rostro sudoroso.

—Yo… me fui por tantos meses que sólo pensé que me olvidarías…—esa es
mi mejor excusa.

Después de lo que sucedió en su cumpleaños, mamá me llevó a una gira.


Dejé la ciudad por seis meses, me educaron en casa para no perder el ritmo con
la escuela y me la pasé viajando por el país, representando a mi agencia. Fue
oportuno, tengo que reconocerlo, no habría aguantado estar tan cerca de mis
vecinos los días que siguieron. Me enfoqué en circular y lucir bonitas ropas,
metí la terrible experiencia en un rincón cerrado en mi mente. Intenté no
volver a pensar en eso, aunque siempre regresaba a mí una y otra vez, cuando
menos lo esperaba. Permitir que me alejaran fue lo mejor. ¿Seguir viéndome
con Malena como si nada hubiese ocurrido? No, de ninguna manera. Eso
habría puesto a prueba mi tolerancia, mi nivel de fuerza para mantenerme
cuerda. Tuve una época difícil luchando contra el odio, casi perdí. No quería
aborrecerla también a ella.
— ¿Olvidarte?—resopla, infeliz—. Sos mi mejor amiga. Yo no te olvidé, vos
lo hiciste.

Me alegra que se refiera a mí en tiempo presente, aunque no lo


demuestro. Todavía me ve como su mejor amiga.

—No, yo… vi que tenías nuevos amigos, sólo te dejé en paz—otra mentira,
pero mejor eso que contar la verdad.

Frunce el ceño, descontenta. No le agrada ninguna de mis excusas. Estuve


dos años enteros esquivándola—un año y medio si restamos los meses que
estuve afuera— y ella lo sabe bien, me sorprende que deje de lado su orgullo
para hablar conmigo.

—Todavía sigo creyendo que hay más… no soy tonta—gruñe, casi


pataleando—. Tuve mucho miedo de ir a tu casa, pensé que me ibas a echar o
algo…—se queda en silencio, observándome fijamente a la cara—. Es por mi
hermano, ¿no?—se anima a preguntar.

— ¿Qué?—escondo un jadeo.

—Dani…—pestañea hacia él, unos metros más allá—. Te gustaba él…

Estoy a punto de resoplar una seca carcajada cuando considero mis


próximas palabras. No, a decir verdad, esa es una muy buena excusa…

—Bueno…—titubeo adrede—. Un poco, sí.

Suelta una risita que concuerda perfectamente con su edad, se acerca a mí


con familiaridad.

—Él también gustaba de vos…—susurra.

Levanto una ceja, poso mi atención en el chico apoyado en el árbol,


mirándonos. Nos está mirando con curiosidad, aunque trata de no posarse
demasiado tiempo en mí. Me doy cuenta de que somos los únicos afuera,
esperando que nos retiren. Seguro los Romano también enviarán un remis para
sus hijos.
—Resumiendo… tuve un tiempo difícil y me alejé de todo el mundo—
comento, fingiendo pesar.

— ¿También te hiciste señorita?

— ¿Qué?—me rio.

—Mamá dijo que cuando las chicas se hacen señoritas cambian mucho,
maduran—se encoge, limpiando el sudor de su frente con la manga de la camisa
blanca.

—Sí, eso también—coincido—. Así que… ¿me perdonas?

—Sólo si vamos a volver a ser como antes—retruca, entusiasmada.

Sonrío, y esta vez es genuino.

—Obvio—respondo, dándole un empujón en el hombro.

Se ríe, todo el pesar abandonando sus ojos verdes para dar lugar a la luz.
Esta es la Malena que recuerdo, mi buena amiga. Si tan sólo… nada me hubiese
pasado, tal vez nunca nos habríamos separado. Jamás habría tenido la
necesidad de dejarla atrás.

Dos coches de la misma agencia de remises llegan al mismo tiempo,


estacionándose y tocando sus bocinas. Dani se dirige al segundo y yo manoteo a
Malena de su brazo, tironeando.

—Vamos juntas—le pido.

Una enorme sonrisa feliz adorna su rostro inocente.

—Sí—asiente.

Le levanta una mano a su hermano para avisarle y nos subimos en el


asiento de atrás del primer coche. Dani se encoge y también se acomoda en el
suyo. Podríamos ir en el mismo vehículo, esto es bastante absurdo teniendo en
cuenta que vamos para la misma zona. Sin embargo, dudo mucho que Daniel
quiera compartir un espacio tan cerrado conmigo.
Me tomo el viaje con calma, escuchando a mi amiga parlotear, y siento
como si me hubiese desahogado un poco al tenerla de regreso. Intento no
sentirme tan encendida por ello. Y tampoco muy culpable, ya que existen
motivos escondidos en mi espalda. Sí. Ella no tiene que saber el principal
motivo por el que acepté un nuevo acercamiento entre las dos. Mejor
mantenerla todavía dentro de esa hermosa burbuja de inocencia.
CAPÍTULO 3
No hago más que pasar la gran puerta de entrada de la casa cuando
escucho a mi padre levantar la voz desde la cocina. Oh-oh. El señor Moretti
pocas veces ha gritado en su vida. Además, ¿qué hace en casa tan temprano?
Siempre se queda en la municipalidad incluso cuando ya todos se han ido. Se
toma muy en serio su trabajo y el bien estar de la gente de la ciudad.

Me dirijo hacia el barullo casi sin inmutarme al encontrar a mi padre de


pie en medio de la cocina, fulminando a mi madre con ojos peligrosos. Sobre la
enorme mesa de algarrobo vacía que adorna el lugar descansa un generoso
sobre marrón con el nombre de la agencia y los fotógrafos correspondientes
escritos en el frente. Ah, así que de eso se trata.

—No estás entendiendo nada de lo que se trata esto—le acusa mi madre,


acurrucada en sí misma, haciendo pucheros.

Mi padre lanza un resoplido brusco por la nariz, se burla de ella. Los dos
me notan entrar pero no me hacen caso, esto parece ser muy importante para
ellos. ¿Será que al fin mi padre ganará esta batalla? Me quedo a un lado para
ver.

—Oh, entiendo lo suficiente, Laura—carraspea, enojado—. Y es por eso que


quiero que esto se acabe. Tengo que cuidar de mi hija.

Mamá pone los ojos en blanco.

—Estoy cuidando de ella—lo enfrenta levantando el mentón.

Papá señala el sobre como si fuera basura maloliente ensuciando su mesa.


Lo agarra con violencia y saca las fotos esparciéndolas en toda la superficie con
movimientos despectivos. Su rostro está rojo de rabia. Nunca lo vi así de
furioso.

—Catorce años, Laura—escupe—. Nuestra hija tiene catorce años, es todavía


una nena. No acepto esta clase de campañas, DE NINGUNA MANERA.
Se trata de la última sesión que hice para la campaña de trajes de baño.
Tengo que decir que… estoy mostrando bastante piel como para que sea
considerada respetable. No aparento catorce años en las fotos, sino veinte.

— ¿Hacia dónde estás llevando a Eva, Laura? No la estás cuidando, sólo la


empujas a mostrar su cuerpo como una puta—no pone reparos en la última
palabra, lo que demuestra que esta vez sí ha tocado fondo—. O dejas de
exponerla así o rompo todos sus contratos.

Mamá se escandaliza.

— ¡No te atrevas!

—Estás actuando como una mala madre—y con eso sólo espero que saque
lo peor de mamá, por cierto, ella empalidece de golpe—. No la estás cuidando.
Me prometiste que toda esta mierda sería inocente. No veo nada inocente en
que mi hija se pasee por ahí mostrando las tetas… con sólo catorce años.

De un manotazo recoge las fotos y comienza a rasgarlas, sin detenerse a


hacer caso cuando Laura comienza a lloriquear.

—Lamento mucho que hayas tenido que abandonar tu carrera porque te


quedaste embarazada y nunca recuperaste tu peso ―ideal‖—comienza en tono
burlón—. Me importa una mierda si haciendo esto fulmino tus ilusiones. No
voy a dejar que arruines a nuestra única hija exponiéndola tan descaradamente,
sólo porque querés vivir a través de ella lo que no pudiste. Me cansé—tira las
fotos en la basura—. Una sesión más de esa naturaleza y esto se termina. Y, lo
digo en serio… a decir verdad me he estado cansando de ustedes dos viajando
de acá para allá tantas veces al año. Estoy podrido de ser un cero a la izquierda.
Voy a comenzar a decidir sobre el futuro de Eva también, y sabes bien que
prefiero que ingrese a la universidad…

Mamá frunce los labios, llena de resentimiento. En silencio se limpia las


lágrimas con una servilleta de papel, tiñéndola de negro por el exceso de rímel.
Me cruzo de brazos, apoyada contra la pared intentando no sonreír por su
estado deplorable. Amo a mamá, pero… ella es demasiado quisquillosa y un
poco tonta. No la culpo, fue criada así, ¿cierto? Y así también me ha enseñado a
actuar. He tomado sus ejemplos, más allá de que en el fondo los aborrezco y
estoy segura de quién soy verdaderamente. Y lo soy todo, menos una
atolondrada entusiasta como ella. Aunque, en algo coincidimos. Ciertamente,
no es mi deseo dejar de modelar porque… es lo único de lo que entiendo. He
hecho esto desde que tenía pañales. ¿Universidad? De ninguna manera.

—No va a haber más sesiones como esas—hablo al fin.

Ellos al fin parecen notarme por completo. Papá me envía una sonrisa.
Una sonrisa muy débil y triste. Trago el nudo que quiere formarse en la base de
mi garganta, bajo la vista a las puntas de mis zapatos. No quiero reaccionar ante
su infelicidad. Mamá nos da la espalda y no puede importarme menos, porque
dentro de unos exactos veinte minutos va a estar revoloteando como una alegre
mariposa de nuevo.

—Bien—susurra Martín Moretti, sombrío.

Se me acerca y planta un beso silencioso en mi sien, luego se va. Yo tomo


mi mochila del suelo y lo sigo, él se mete en su oficina y yo subo las escaleras
hasta mi habitación. Estas peleas no son frecuentes en mi presencia. Aun así,
soy muy consciente de que cuando no estoy cerca tienen encuentros duros todo
el tiempo. La guerra comenzó cuando mamá y yo nos fuimos a internar a ese
reality de televisión. Creo que Laura ha tomado todo el control, intentado
aplastar al poderoso Martín con sus tacones, para que no tenga ni voz ni voto
en este asunto. Papá lo aguantó creyendo que éramos felices, lo permitió.
Mamá era feliz, ¿yo? No estoy muy segura. Pero deseaba ser modelo, como toda
chica de niña sueña.

— ¿Querés ser modelo cuando crezcas sí o no?—preguntaba mamá cada vez que
me veía flaquear y con eso me tendía la trampa de telarañas.

Está enferma, pero da igual. Ya es una pérdida abandonar el barco ahora,


a estas alturas, nací y crecí para esto y voy a llegar al final. Sólo que… voy a dejar
que papá opine más sobre mi futuro, no quiero volver a ver su rostro caído otra
vez. Es un buen hombre. Y mamá está loca, es claro a mi forma de ver quién es
el que merece más apoyo en esta guerra.

Me interno en mi habitación y enciendo el equipo de música, por los


parlantes comienza a sonar un cd de odiosa música pop para adolescentes.
Pongo los ojos en blanco y consigo mis auriculares desde el cajón de la mesa de
noche. Tapo todo sonido exterior con ―The Pretty Reckless‖, tarareo ―My
Medicine‖, mientras me quito la ropa sudada intentando no enredarme. La dejo
tirada en un rincón y me cubro con mi nuevo bikini, mientras me balanceo al
ritmo de las insistentes guitarras. Mamá se desmayaría si supiera de mi
verdadero gusto por la música. Bueno, mi padre también. Ellos entienden
perfectamente el inglés. Pero… ¿qué hace la diferencia? Voy por ahí mostrando las
piernas y las tetas. Una mancha más en el tigre no cambia nada.

Me recojo el pelo en una cola alta y desmaquillo el rostro, refrescándolo


con agua luego. Después estoy de pie inmóvil frente a mi cómoda donde
guardo la ropa interior. Abro la caja superior y reviso entre mis bragas, meto la
mano hasta el fondo y me enchancho a mi objetivo.

Las pequeñas braguitas rosas, aun manchadas con mi propia sangre.

La que intenté lavar, y no funcionó. Esta es mi representación. La dejo


sobre la cómoda y la observo fijamente, sin pestañear. Puedo intentar cubrirlo
todo con sonrisas dulces, dejándoles ver la niña buena, pero la mancha siempre
existirá. Nunca se irá. Va a subsistir hasta mi último día. No puedo fingir que
no es parte de mí, que ese día no sucedió. Nunca quise hacerlo, porque es
mejor tenerlo presente, aceptar las causas, el hecho y las consecuencias.

El pasado es importante, las huellas de mis zapatillas han marcado el


camino. Si volteo, es muy posible verlas. Nítidas. Presentes. Gritando que eso
fui y esto soy.

Suspiro, las enrollo y devuelvo en su lugar, camufladas con las demás de


colores variados. El espejo que uso para maquillarme devuelve mi mirada,
tormentosa, oscura. No sé por cuánto tiempo el control seguirá atando la soga
en mi cuello. Siento que los nudos se están aflojando. No sé qué será de mí y
debería darme miedo. No será bueno. Nada nunca fue bueno para mí. Todavía
duelen mis entrañas, es por el fuego.

El fuego de las ampollas en carne viva. Las que queman con ansias de
venganza.

— ¡Eva!—llama una voz chillona desde la planta baja—. ¡Está Malena!

Mama suena feliz de verla, es claro que estuvo preguntándose todos esos
años por qué nuestra relación se había cortado. Apago mi iPod y lo guardo
donde va. Coloco un pareo alrededor de mi cintura y unas ojotas altas en mis
pies. Lentes de sol y estoy lista para el almuerzo y una tarde de playa. Encuentro
a Malena en mi sala, de pie, luciendo su traje de baño de una pieza bajo un
solero liviano, sostiene una canasta con comida. Espero que a Laura no se le
ocurra chusmear qué vamos a comer. Podría cambiar las buenas galletas de
chocolate por un cereal nutritivo con gusto a pedo.

—Adiós—canturreo, cerrando la puerta de golpe.

Malena se pasea a mi lado feliz de quedar conmigo para pasar la tarde. Y


reconozco, yo también. Rodeamos mi terreno y comenzamos el descenso a la
playa. El sol calienta, pica sobre nuestros hombros, todavía regalándonos un
perfecto día de verano a comienzos de Marzo. La chica a mi lado engancha
nuestros brazos y estoy a un paso de soltarme, pero no soy capaz de hacerle
esto. Es como si me necesitara, y me siento fatal al pensar en cortar esa mirada
entusiasta. Me muerdo el interior de las mejillas al darme cuenta de que ya no
somos como pan y mantequilla. Hay algo que falla entre las dos y eso
seguramente viene de mi parte.

—Tomé la comunión el año pasado—comenta de pasada, mirando


alrededor cuando llegamos al mar—. Ya sabes cómo resultó todo, mamá armó
una fiesta enorme—rie.

Ya lo imagino. Lisa Romano es una adicta a las festividades. Recibí


invitación para esta, particularmente. No fui. Incluso si hubiese querido
hacerlo no habría sido posible porque me encontraba en la capital montando
pasarela tras pasarela mostrando una nueva marca de abrigos.

—Así que… tuviste que confesarte—hago una mueca burlona.

Se encoge, tensa de repente. Algo muy inusual en ella.

—Sí, ya te imaginas, lo normal. ―Padre, he pecado mucho, ¡dije tantas malas


palabras! Más que un camionero. Y, oh, les mentí a mis padres, acusé a Dani de haber
roto ese hermoso jarrón floreado con su pelota de fútbol, cuando yo era la culpable. He
sido tan mala, Padre. Necesito desesperadamente el perdón de Dios‖—finge actuando
con voz chillona y culpable.

Me rio, y ella me sigue, soltando largas carcajadas que abruptamente


detiene. De pronto vuelve a estar seria y peligrosamente fría.

— ―¿Así que has sido así de mala, Malena Romano?‖—sigue, con voz oscura,
expresión sombría—. ―Bueno, tendrás que rezar tres Padres Nuestros para recibir el
perdón del Señor… Y levantarte la falda para que te vea mejor…‖

Me tenso de camino al agua. Tiesa como una vara enterrada en la arena.


Ella observa el mar con fijeza justo de pie a mi lado, ida. Lejos del presente.

— ¿Malena?—trago, respirando con dureza.

Pestañea.

— ¿Qué?

— ¿Él dijo eso?—quiero saber, aterrada.

— ¿Eh?

— ¿Te pidió que levantaras tu falda?

Arruga la cara y niega, ausente. Pero no me engaña. Ella me necesitaba


porque no tenía a nadie con quien hablar. Si no fuera así no me soltaría esta
bomba a sólo horas de recomponer nuestra amistad. Ahora entiendo por qué.
A nadie más que a mí le habría contado algo de esta naturaleza. Yo era su
mejor amiga, su confidente, y le fallé.

—Te tocó—no sé si es una pregunta o una afirmación.

Suelta una risita que para cualquier otra persona sonaría inocente y
aniñada. ¿A mis oídos? Todo lo contrario.

—No pudo, me asusté y salí corriendo—dice, como si nada—. Intentó


agarrarme pero fui rápida. Siempre lo he sido, gané todas las carreras en las
clases de atletismo—sonríe orgullosa.

—Hijo de puta—me atraganto, por dentro lo repito mil veces—. ¿Le dijiste a
alguien?

Se ríe como si fuera una buena broma.

— ¿Sobre el amable cura del pueblo?—chilla—. Nadie me hubiese creído.


Tampoco me importa lo que me hizo a mí, ¿sabes? Sólo… no he podido parar
de pensar en otras chicas… ¿qué pasa si ellas no son tan rápidas como yo?
Tengo miedo por ellas, Eva…

No puedo creerlo. Es difícil sorprenderme, pero lo ha hecho contando esa


mierda. Mi radar de pervertidos se activa y punza con fuerza en mis entrañas.
Algo muy fuerte tiembla en mi pecho.

—Ya va a caer…—susurro—. Alguien tiene que hacerlo caer…

Y lo hará. Caerá.
CAPÍTULO 4
CRUZ
Estoy limpio. El aire del otro lado me golpea en la cara y respiro. Limpio.
Libertad. Una sonrisa torcida adorna mis facciones, parece que había perdido
la capacidad de gesticular porque la piel de mi rostro se siente tensa e irritada.
Tirante. Voy a dar un paso lejos de esas puertas entreabiertas y nadie va a
frenarme.

— ¿Romano?—llaman a mi espalda.

Una tipa con delantal blanco cabecea en mi dirección. Saca una caja de
plástico desde el interior de un cajón con llave de seguridad y la deja sobre la
mesa. Mis pertenencias. Dos pasos y estoy junto ellas, recuperando mi
encendedor, un descompuesto atado de cigarrillos, el cinturón de cuero, mi
cadena de plata, mi celular. Las llaves de mi coche. ¡La puta madre! Extrañé esa
maldita cosa. También me hago con mi negra chaqueta de cuero y la cuelgo en
mi brazo. Adiós oscuridad. El sol está a sólo unos pasos, y me muero por sentir el
golpe de calor en la cara.

—Que te sea leve—carraspea secamente la enfermera.

Le guiño. Sé que piensa que voy a regresar tarde o temprano. Lo he hecho


un par de veces, pero… ¿esta vez? No. Antes de volver a pisar este lugar de
mierda, me pego un tiro.

—Gracias, Beti—otro guiño.

Pone los ojos en blanco y me da la espalda. Hija de puta. Nunca más va a


verme la cara. Ni yo la suya. Me alejo, empujo la puerta y, al fin, estoy fuera.
Soy un pájaro libre de nuevo. Y que me parta un rayo si no enciendo un
cigarrillo de nuevo. ¡Ya! Zamarreo el pobre atado maltratado, ni siquiera se me
cruza la idea de que estas cosas pueden estar vencidas o algo. Enciendo uno y lo
aspiro tan rápido que me atraganto. Cierro los ojos, soltando el humo. Al
menos la nicotina no me está prohibida. Aunque tampoco fue muy
recomendada. Comienzo a caminar fuera del recinto, cruzo la calle y en la
próxima esquina llamo un taxi, levantando el pulgar. Una vez dentro, recito la
dirección de Mati, un viejo amigo. Él tiene a mi bebé en su garaje, es mi
primera parada.

—Eh, viejo—canta al verme en su puerta, sus ojos negros soñolientos—. Al


fin…

Asiento, entrando en su desastroso apartamento.

—Así es, al fin—digo, sin aire, trato de ignorar el olor a porro—. Vine por
mi coche, tengo un montón de cosas que hacer—agrego, impaciente.

— ¿Volver a casa?—pregunta, lanzándose en su sofá, despreocupado—. ¿Está


tu viejo ahí afuera? ¿Vino a retirarte?

Se me escapa una seca y aislada carcajada, sin humor. Pensar en mi padre


se siente como si fuera a vomitar ácido.

— ¿Volver a casa? Ni en joda—digo, brusco—. Y me dieron el alta, me fui


por mí mismo, ya no necesito la supervisión de ese idiota.

Se encoge, frunciendo un poco el ceño.

— ¿Por qué lo odias tanto?—curiosea, de repente muy despierto—. Ha


hecho mucho por vos, te ha salvado… dos veces. Cualquier otro se habría dado
por vencido con un hijo así, ¿no crees?

Lava ardiente asciende por mi garganta, el violento impulso de golpear a


este idiota me llena de energía. La ira, mierda. La ira. Tengo que contenerla.
Abajo. En el fondo. Estoy limpio, puedo manejar mi camino yo solo ahora.

—No tenés ni puta idea—gruño.

No sabe nada de mi vida, de mi familia. Ni de mi padre. Nada. Y se


quedará así. Me importa una mierda que él y el mundo piensen que es un
jodido santo. A mí no me engaña. Yo no soy Lisa, ni el pequeño engendro de
Dani, ni la inocente Malena. Yo conozco al verdadero José Romano.

—Dame las llaves, me voy—ordeno, impaciente, no quiero estar de nuevo


en este lugar, me recuerda todo lo que tuve y me quitaron—. Otro día vengo
con más tiempo y… tomamos un té de hierbas—remato, burlándome.

Se ríe. Humor negro, supongo. No puedo darle probadita ni a una


cerveza. No es gracioso, pero es lo que hay. Por el momento. Sale de su espacio
y rebusca en sus llaveros en la pared por mi llave. Yo me quedé con la de
repuesto mientras que él cuidó de las originales y el coche. Tengo que
agradecerle eso. Le guiño saliendo por la puerta trasera, directo al reencuentro
con mi pequeña máquina. Poderosa. Necesito oír ese ronroneo y sentir las
vibraciones de ese motor bajo mi culo en el asiento de cuero.

Grito cuando consigo eso mismo.

—Eso es, hombre—canta mi fumado amigo, contento porque yo lo estoy—.


Vas a hacerme emocionar. Buen viaje, a donde sea que vayas—se encoge y me
deja.

Niego, divertido. Por estar de nuevo sobre mi nave y al fin libre, para ir al
agujero que yo más quiera. Sí, mierda. Paraíso. Me siento en el cielo. Recorro
las calles de la gran ciudad con mi descapotable y los lentes de sol cubriendo
mis ojos. Coloco música, un buen rock metal y me rio solo. De mi nueva
situación. Seh, un año aislado de todo y todos. Reuniéndome con estúpidos
adictos llorones. Estaba a punto de pedir a gritos que me disparan en la cabeza,
casi volviéndome loco. Sacudo la cabeza y sonrío de lado. Estoy bien. Valió la
pena tanto tiempo al costado del mundo. Estoy limpio, sobrio. Y voy a confesar
que estuve asustado y que esto era lo mejor por hacer. Odio ese lugar, pero me
devolvió a la vida. Hay que sentirse agradecido. Así que, sólo vamos a decir que
la clínica y yo tenemos una relación amor/odio.

Me pregunto qué es lo que viene ahora, y sonrío. Hasta las cejas de


arrogancia. No sé, lo que el destino diga. ¡Poné esas jodidas cartas sobre la mesa,
hijo de puta! Entonces diviso, a lo lejos, un letrero de neón que me llama la
atención. Ni siquiera pestañeo. No lo pierdo de vista. Rio alto. Y no dudo antes
de virar y correr a su encuentro. Improvisemos, Romano.

Improvisemos esta puta vida.


CAPÍTULO 5
EVA
Ajusto la capucha de mi fino abrigo de verano y sigo observando fijamente
las puertas de la iglesia. Es una bonita edificación, tengo que reconocer. Inclino
la cabeza a un lado, sonriendo sin despegar los labios. La casa de Dios tiene que
ser bonita, atrayente para los creyentes. Para que ellos piensen que hacen el
bien pasando la puerta e internándose en ella. Yo lo sé mejor, esto es sólo una
portada. Adentro puede que todo sea deslumbrante pero es engañoso. Una
trampa. La religión es de las mejores trampas que he conocido. Se supone que
soy católica, tuve mi primera comunión aquí, a los diez años. Antes de que
Dios me diera una patada en la boca, me lanzara al suelo y me dejara allí. No
hay presencia de ningún ser divino en mi vida. Y pienso que la gente es
hipócrita, además de ser fácil para engañar. El hombre ha pecado más en
nombre de Dios que por ningún otro motivo. No tienen excusas.

Veo al curita salir, despidiendo a una pareja que, asumo, está a punto de
casarse en ésta iglesia, poniendo su unión en las manos sucias y despreciables
de un pedófilo. Me tomé en serio las palabras de Malena, ella no es una
mentirosa, y es lo suficientemente madura para entender lo que este hombre
quiso hacerle. Sólo… necesito pruebas. Contundentes, no sólo para sentirme
con el permiso de pasarle la factura por debajo de la puerta, sino también para
juntar más asco y resentimiento en mi pecho. Cuando decida dar el golpe, no
tendré permitido ser débil, desconfiada o culpable. Cuando lo haga será por
pura fuerza y determinación. Todavía no tengo pensado bien lo que voy a
hacerle. Tal vez asustarlo, chantajearlo, para que se vaya de la ciudad. O…
castrarlo y enviarle al vaticano sus repugnantes partes como regalo de
consideración. Niego. Ya se me va a ocurrir algo, mientras tanto, estoy ocupada
en conseguir un pase libre. Algo que no estoy logrando espiándolo desde
afuera, voy a tener que arriesgar la cabeza y entrar.
Suspiro y me alejo en dirección al remis cuando se estaciona cerca y hace
sonar su bocina. Mientras avanzo, sentada en el asiento trasero, observo al tipo
de sotana desaparecer a través de las macizas y barnizadas puertas dobles de la
casa de Dios. Cuando al fin me dé el permiso de entrar, no le va a quedar otra
opción que rezar. Rezar y pedir perdón.

Al diablo.

El regreso a casa es silencioso, y una vez le pago al conductor y subo la


escalerilla hacia la puerta estoy lista para un largo baño de relax. Me trueno los
nudillos y recorro a lo largo de la sala, directo a las escaleras que llevan a mi
habitación. Estoy pasando la puerta cuando mi celular comienza a cantar y lo
atiendo con rapidez.

—Le conté a mamá que nos arreglamos—es lo primero que oigo de


Malena—. Está muy contenta, y quiere que vengas a cenar esta noche.

Levanto una ceja. Interesante. No esperaba que me invitaran tan rápido.


Pero tendría que haberlo imaginado, teniendo en cuenta la personalidad de
Lisa, a la que le encanta festejar hasta el nacimiento de la última flor que
plantó. Una buena forma de ignorar que su vida es una mierda.

Si hay algo que he llegado a conocer bien es la rutina de los Romano.

José Romano es palabra santa por estos pagos, y hasta nacionalmente. Es


un prestigioso abogado penalista. Uno muy bueno, no se puede discutir. Ha
salvado de la cárcel a cerca de una docena de tipos malos. Tipos que merecían
varios años. Pero eso a él no le importa, le pagan y hace su trabajo como un
Dios. No le importa que el tipo que defendió sea un monstruo, él sólo se sienta
en su despacho, cuenta sus billetes y se toma una buena copa como premio.
¿Otra cosa que sé de él? No le importa su familia, el trabajo y sus contactos son
más importantes. Y antes que una buena dosis de amor de su atenta esposa
prefiere algunos clubes nocturnos en los cuales fumar puros y disfrutar un buen
baile en el regazo. Como todos esos ricos amigos que tiene.
¿Lo peor? Lisa sabe bien con quien vive, y se lo traga. Porque las
apariencias importan más que la felicidad. Por eso se gasta el dinero de su
esposo en adornos caros, fiestas y joyas. Sin arrepentimientos. Toda una buena
ama de casa refinada, siempre de punta en blanco. Pero no es como todas las
esposas ricas, ella es una buena mamá osa también. Y es lo único que la
mantiene ocupada. Mantener la casa en orden, sus hijos limpios y bien
comidos. Una buena sonrisa conciliadora y amable en la cara, mostrando el
mejor cuadro para esconder lo que hay detrás. Absolutamente nada. Vacía.

Salgo del baño envuelta en una bata de toalla blanca y me seco el cabello
largo hasta que cae sin una sola marca por mi espalda. Al tiempo que me visto,
reproduzco en mente una y otra vez mi parte favorita de ―Sweet Things‖ de ―The
Pretty Reckless‖. Una, sin duda, de las mejores. Me observo fijamente en el
espejo, colocándome una chaqueta de cuero liviana sobre el vestido de
mezclilla. Me veo bien. Demasiado bien. Y ha llegado la hora de mi mejor
actuación. Bajo las escaleras y grito.

Me voy a lo de Malenaenfilo hacia la puerta, me freno y sonrío. No


me esperen a dormir.

Mamá asiente, sonriendo y se acomoda en el sofá con una generosa copa


de vino en las manos. Papá me da un sonido de permiso desde su estudio. Es
viernes, así que, no hay problema. Nada de clases el día siguiente. Dejo atrás la
casa, internándome entre los árboles. Siempre podría rodear el monte, pero
prefiero cortar camino. Además, quiero un momento para espiar en mi rama.
No me es dificultoso subir hasta ella, ya que me puse unas sandalias bajas. Y no
hay nadie para espiar bajo mi falda. Allí, me siento y balanceo las piernas.

Tengo un primer plano de la cocina desde mi posición, y como esperé, ahí


es donde se encuentra Lisa cocinando. Se ve feliz hoy, alcanzo a escuchar el leve
susurro de lentos de los ’80, y balancea las caderas mientras prueba la salsa en
una cuchara de madera. Su pelo oscuro está atado en una pulcra cola de caballo
y sobre su elegante vestido lleva un delantal de cocina. Me rio por lo bajo. Es
tan ridículo verla. Toda vestida con elegancia, metida en su cocina. ¿Por qué no
sale a lucirse por ahí? Sus hijos son lo suficiente mayores para cocinar por sí
mismos. Nunca voy a entender a esa mujer.

En mi campo de visión aparece Malena, con el cabello suelto recién


lavado y un sencillo vestido de verano floreado. Ella se parece mucho a la mujer
que cocina, físicamente digo. Mi amiga podría ser tranquilamente una modelo
como yo, es bastante alta, atlética y siempre sostiene una postura elegante.
Muchos espectadores caerían a sus pies con solo un vistazo en sus ojos verdes.
Papá infiel cruza la sala y les dice algo que me encantaría escuchar, Lisa asiente
descompuesta de tensión y Malena se encoge de hombros, sin darle demasiada
importancia. José se pierde después de eso, minutos después oigo su coche caro
ponerse en marcha. Lo veo salir por su camino marcado en la graba. Alzo una
ceja sabiendo que no volverá hasta muy, muy tarde.

Bien, es mi hora de bajar a la realidad. He estado casi media hora allí


sentada y seguro no falta mucho para la rica cena que me espera. Camino el
resto de monte hasta que aparezco directo en la puerta y golpeo. Rápidamente
mi amiga abre y se me echa encima. Le froto la espalda impersonalmente y
luego me suelto tan rápido como puedo. Me meto sin permiso en la cocina a
saludar a mamá osa. Ella me recibe con una ancha sonrisa y, sí, soy abrazada de
nuevo. ¿Qué tienen estas dos con los abrazos interminables?

Permanezco con ellas mientras son las únicas que hablan sin parar y las
escucho, Malena me sirve jugo recién exprimido y se acomoda junto a mí en la
butaca de la isla.

Esto huele exquisito, Lisacomento, adulándola.

Ella suelta una risita y habla sobre darme una buena segunda bienvenida a
su casa. Por suerte, parece que no entrará en terreno resbaloso para preguntar
por qué su hija y yo estuvimos separadas tanto tiempo. Y me alivia en cierta
forma. Seguro Malena le contó las excusas que le dije el lunes, en nuestra
reconciliación.

Una silueta se asoma por la puerta y no pierdo tiempo en girar la cabeza


para mirar. Dani se ha congelado allí, mirándome. Está sudado y lleva una
pelota de fútbol bajo su brazo. Mis pestañas aletean inconscientemente con la
necesidad de que la inocencia gobierne mi reacción. Sonrío tan dulce como me
sale. O sea, perfectamente. Dani aprieta tanto la mandíbula que el hueso vibra.

Hola, Danicanturreo, y salgo de mi lugar.

Su mirada envía un claro mensaje. No quiere que me acerque a él, pero lo


hago de todos modos. Trago saliva y me muerdo el labio, jugando con sus ojos.
Dejo que él lo vea. Me alzo en puntas de pie y beso su mejilla. Me sorprende
encontrármela un poco áspera. Espera… Lo repaso con los ojos. Sí,
efectivamente ha crecido mucho desde la última vez que lo tuve tan cerca.
Antes no tenía que estirarme. Da un paso atrás, lejos de mí. Balbucea algo
sobre ir a darse un baño y nos deja. Me muerdo las mejillas para no sonreír
como una víbora a punto de tragarse un ratón. Me uno a las demás y las ayudo
a colocar la mesa.

La cena es relajada y casi un poco demasiado silenciosa. Pero no me


molesta. Sólo somos los cuatro, pero es como si sólo estuviéramos las tres. Dani
está retraído y no hace más que terminar que se levanta y se va. Está cansado, le
dice a su madre y ella le sonríe con entendimiento. Le frota la espalda y lo
envía a la cama. Sé que el chico está mintiendo, no está cansado, sólo tiene un
grave síndrome de cobardía.

Mamá, ¿se puede quedar Eva a dormir?salta Malena de repente.

Escondo una sonrisa de triunfo y por dentro choco los cinco. Por
supuesto, esperaba que ella hiciera justamente eso. No quiere dejarme ir tan
temprano. Y yo no estoy lista para irme, tampoco.

***

Malena se duerme exactamente a la una de la mañana, me gustaría


seguirla, pero estar en esta casa luego de tanto tiempo me tiene eléctrica. No sé
si eso es malo o bueno. La adrenalina es una sensación tan rara y difícil de
entender. Sólo… no puedo permanecer en esta habitación a oscuras, me siento
como si pudiera salir y recorrer la silenciosa casa. Y eso es lo que justamente
deseo hacer. No siempre se le da tan fácil a uno la oportunidad de tomar lo que
merece. Me levanto, llevando un camisón de mi amiga que me queda tan chico
que parece una camiseta. Mis piernas desnudas caminan a la puerta y la
entorno para espiar el pasillo. Estamos en la primera planta, en la última pieza.
Salgo, echándole el último vistazo a la chica dormida y cierro de nuevo, sin
apenas hacer ruido. Me desplazo descalza, lentamente, poniendo mis ojos en
todas partes. La habitación de los padres queda en el piso de arriba, por lo que
no corro peligro de que me descubran.

Bueno, ellos no.

La puerta de la habitación de Dani se abre en la otra punta y él sale,


rascándose la nuca con ojos adormilados. Va sólo en ropa interior. No puedo
ignorar que ya es casi, demasiado cerca, un hombre. Sin dudar avanzo a él y no
me nota hasta que chocamos y lo pego contra la pared. Lo acorralo y él se ve
despierto de repente, con el semblante pálido. Es adorable la forma en la que
sus risos están disparados en todas direcciones. Sonrío a pesar de saber que él
odia este contacto, planto mis palmas en su pecho desnudo. La piel es caliente
y suave, con apenas unas pelusas de vello.

¿No podías dormir?pregunto en un susurro rasposo.

Sus ojos son piscinas iluminadas por la cautela y el temor. ¿Dije que nadie
me había dado antes una mirada como esa? Mentí. Dani siempre tenía un
manojo para darme desde lejos. Pero ahora estamos muy cerca, y no me apetece
irme. Inmóvil contra la pared parece sólo una pequeña ovejita indefensa y me
da el poder de ser el lobo feroz.

¿Por qué estás tan tenso?quiero saber, frotándome contra él. Nunca te
haría daño, Daniel…

Me empuja, soltando aire con pesar. Lo oigo tragar, y la palidez abandona


un segundo su rostro tomado por un leve sonrojo. Lo tomo como una señal,
me arrimo, respiro su respiración entrecortada. Lo beso. No un beso suave,
sino uno violento. Chocando nuestros labios inexpertos, creando dolor. Va a
empujarme lejos, pero se rinde. Y tengo su mano grande enroscándose en mi
nuca, y la mía aprieta su erección que ha comenzado a responder. Se estremece,
gime como un niño pequeño y asustado. Lo aprieto, raspo mis uñas en su
torso. Reacciona de repente, empujándome tan fuerte que acabo pegada en la
pared contraria, mis piernas casi cediendo.

¿Por qué haces esto?pregunta, su tono triste y bajo.

Mi sonrisa cae, lo fulmino con mis ojos.

Porque es hora de que dejes de ser tan cobardegruño, soltando aire


fuertemente por la nariz. Reconoce que me querés. Porque esa es la única
forma de dar el paso… ovejitamuestro los dientes.

Frunce el ceño sobre esos bonitos ojos castaños. Y me acerco de nuevo.

Dani, Dani, Dani…siseo las sílabas, arrinconándolo de nuevo. Es hora


de ser un hombre…

Su expresiva mirada se opaca con dolor y culpa.

Déjame en pazinterrumpe, de pronto bastante rojo de furia. No me


molestes más… ¿Crees que no sé de qué se trata todo esto?

Se da la vuelta hacia su puerta, regresando. La abre y antes de perderse


dentro, le hablo.

¿Y de qué se trata esto?lo pincho.

Él levanta su atención del suelo hacia mí, ahora mostrándose convencido.

Venganzaresponde, apagado.

Luego se encierra dentro y le oigo rotar la llave. Aprieto los dientes y echo
aire con fuerza. Regreso a la habitación de la bella durmiente y me dejo caer al
otro lado de la cama. Frustrada y furiosa.

Ese imberbe de Daniel Romano no ha visto ni de cerca toda mi munición.


CAPÍTULO 6
EVA
Es sábado por la tarde y estoy en el porche de los Romano, despatarrada
con Malena a mi lado. Ella preparó limonada y nos estamos dando un buen
momento de frescura mientras vemos a Dani y sus amigos interactuar con una
pelota de fútbol. El sol es tan fuerte que no podemos mirar hacia allá sin
entrecerrar los ojos, lamento no haber traído mis gafas para no perderme
detalles de algunos torsos desnudos.

Malena parece no poder mantener su boca cerrada, y es incapaz de


mantener a raya su entusiasmo. ¿Deberíamos ir adentro? Tiene doce años, tal
vez no está bien lo que estamos haciendo. Pero… quién soy yo para poner líneas
divisorias entre ambos lados. Sólo permanecemos allí en silencio, viendo el
talento de un puñado de chicos para los deportes. Por desgracia Jeremías
Rawson está allí, pero ha perdido su típica actitud de idiota conmigo, incluso
con Malena. No se acercaría al porche ni aunque le pagaran. Eso me hace
sonreír, poder desbordando mis venas.

Él y Dani son los únicos que no echan miraditas en nuestra dirección, los
otros tres chicos están encantados con mis piernas largas estiradas sobre los
escalones, mi vestido corto apenas pasando la mitad de mis muslos. Sonrisa
torcida incluida y están babeando. Malena suspira.

—Los tenés a todos en el bolsillo…—comenta de pasada.

Tiene la mirada verde y melancólica en el grupo. Y eso me trae ideas a la


cabeza. Frunzo el entrecejo hacia ella.

— ¿Qué? Ellos sólo están agrandándose y actuando porque hay dos chicas
mirando…

Se ríe, pero enseguida está negando.


—Hay una sola chica mirando, yo sólo soy una niña. Ni siquiera cuento—
resopla, entre divertida y angustiada—. Están tratando de asombrarte…

Los observo fijamente un momento. Si me importara. La verdad es que


estoy acostumbrada a la atención y a la gente tratando de meterme en su
bolsillo, sobrepasando el límite de simpatía. Ellos pueden jugar muy bien su
juego, pero no me provocan loca admiración. Sólo me interesan las reservadas
actitudes de mis tímidos chicos. Los que he acosado esta última semana.
Porque me agrada que se sientan acorralados.

—Te gusta uno de ellos, ¿eh?—pincho de repente, sabiendo la respuesta.

Malena se ruboriza y… ¿hay culpa y vergüenza en esos ojitos verdes


brillantes? Eso no me gusta nada.

—Es normal que tengamos amores platónicos…—no sé por qué intento


tranquilizarla—. Espera… No será Rawson, ¿verdad?—me escandalizo.

Ella deja salir una carcajada larga, casi soltando lágrimas.

—Por Dios, no—dice, tosiendo—. Él no me cae muy bien, prefiero alguien


más humilde…

— ¿Está acá?—quiero saber, ahora no puede dejarme así en tinieblas.

De nuevo observa el grupo, entre soñadora y apesadumbrada. Toma aire


por la nariz, al tiempo que intento pescar en cuál de ellos tiene la atención
puesta. Pero sus ojos vagan, casi sin notarlos. No debe de estar acá.

—No…—susurra, tragando.

— ¿Es amigo de tu hermano?—sigo con mi interrogatorio.

Baja la vista al piso y forma círculos con el índice sobre las baldosas. Se
entretiene bastante tiempo allí, su rubor creciendo.

—Algo así…—responde.
Una amarga sensación se acopla en mi vientre y es por eso que opto por
no presionarla más. No sé si es a causa de un mal presentimiento o sólo miedo
de que se ponga a llorar por esto. No soporto las lágrimas. Se ve muy infeliz. Y
es algo estúpido. Apuesto que cuando menos lo espere se olvidará de éste
flechazo, justo en el momento en que aparezca otro. Apenas tiene doce.

Niego y sigo observando a las cinco obras de arte allá en el césped, ahora
están descansando sobre la gramilla, ensuciándose con el sudor. Engancho
justo la mirada de Dani dirigida a nosotras, frunce el ceño y la aleja cuando se
encuentra con que lo descubrí. Mi piel pica con ganas de ir a él y molestarlo,
sólo me mantengo en mi lugar.

Hoy es un día de chicas, así que levanto a Malena del suelo y me la llevo a
su habitación para que se cambie. Pasaremos por mi casa para que yo haga lo
mismo, y partiremos abajo. A la playa, nos broncearemos y probaremos el agua
salada. Entonces la tristeza en los ojos de mi amiga desaparecerá por completo.

***

Pasamos el resto de la tarde en la playa, disfrutando con despreocupación.


Me tranquiliza que Malena se olvide de la extraña charla sobre amores
platónicos que tuvimos en su porche, y se una a cada sugerencia que yo le doy
con entusiasmo. La verdad es que nada le hace justicia a la niña cuando está
contenta y a gusto con el momento. Tengo que reconocer que adoro ver sus
ojos verdes brillando como esmeraldas, tan abiertos y sonrientes. Su expresión
de felicidad es para no olvidar. Extrañaba esto. Y puede que ya no nos metamos
en su habitación a jugar con barbies o inventar historias, pero seguimos siendo
igual de unidas y compinches. Dejando de lado los secretos que nos separan en
lo profundo.

A veces, realmente me siento algo culpable por no abrirme del todo con
ella, por mostrarme mayormente fría. Pero esta es mi nueva forma de ser y ni
siquiera mi mejor amiga en todo el mundo podría devolverme a mi estado
anterior. ¿Por qué? Porque lo que me robaron fue la inocencia, y eso es algo
que jamás, jamás, se recupera. Malena no es capaz de quitarme estas olas de
cinismo que me apresan de golpe a veces, o el odio que muy de vez en cuando
me ahoga hasta convertirme en un monstruo gobernado por malignos y
repugnantes pensamientos.

Nadie tiene el poder de frenar lo que lleva tanto tiempo cociéndose en mi


interior. Ni siquiera ella que sabe sacar cosas buenas de mí. Ni siquiera yo, aun
proponiéndome luchar. Por eso he cedido después de dos años, ante la
decisión de tomar un poco del dolor que se me ha causado. Han asesinado una
buena parte de mí, me han convertido en esto. Y no les quedará otra opción
que enfrentar las consecuencias.

Casi está cayendo el sol cuando Male y yo nos separamos. Ella sigue
camino hasta su casa y yo me pierdo en el interior de la mía. La secuencia es
parecida a la que abandoné la noche anterior. Mamá en su lugar habitual en el
sofá con su infaltable copa de vino, frente al televisor. Y papá perdido en su
despacho.

Avanzo para encontrarme cara a cara con la pantalla de la tv, y me doy


cuenta de que ella está viendo una cinta de uno de mis desfiles. Sí, uno del año
anterior. Allí aparezco yo, con cintas de colores en el cabello rubio largo y un
vestido de lo más angelical, paseando por la pasarela con mi mejor sonrisa de
niñita buena. El público me ama, sonríe enternecido al verme. Enamorado.
Embelesado. Eso es lo que he querido ser, un lobo en la piel de un cordero. Y
sonrío ante el pensamiento, cayendo en la cuenta de que lo estoy logrando.
Manipulando a la gente como realmente deseo, haciéndola comer el polvo de
mi mano. Un polvo que es veneno. E incluso cuando estén agonizando,
sabiendo que están a segundos de desfallecer y desaparecer, no serán realmente
conscientes de que yo fui la causa de esa muerte. Sólo recordarán por última
vez la amable y preciosa sonrisa de ángel en mi cara mientras les alimentaba con
suavidad y cariño. Eso hace una buena actriz, mantiene sus cabezas en rosa
cuando la realidad que les rodea es negra. Nunca podrían sospechar de mí,
porque el dulce ángel sería incapaz de hacer daño alguno.

Sólo mírenla, ¿acaso creen que en esos bonitos ojos aguamarina puede
caber algo de terrible crueldad? Es hermosa, es un espíritu celeste. Y no hay
manera de que sospechen de ella. No existe forma de que el ángel sea en verdad
el verdadero... demonio.

Uf, como disfruto jugando esos juegos en mi mente.

—Llamaron desde la agencia—dice mamá, apagada—. Te querían para un


desfile en la capital. Una nueva marca de vaqueros...

— ¿Y?—insisto para que continúe.

—Tu padre se negó. Dice que no es aconsejable perder clases en la escuela


desde tan temprano...

Me encojo, papá tiene razón. Además, tuve todo el maldito verano para
modelar. Ahora quiero estar en casa y hacer cosas corrientes. Pasear por mi
ciudad. Recuperar mi amistad. Interactuar con los vecinos. Planear más
arañazos. Darle su merecido a un cura abusador. Oh, sí, todo eso suena mucho
mejor que recorrer la pasarela.

—Está bien, tiene razón. Quiero enfocarme en la escuela y mis amigos por
ahora, tal vez en un par de meses consigamos otro cupo...

No le gusta mi respuesta, ella está acostumbrada a tenerme de su lado.

—En dos meses pueden despedirnos, si no ponemos nuestro mejor


esfuerzo...

Nunca me pierdo la manera en la que habla. Siempre en plural,


incluyéndose a sí misma. No señora, en todo caso ME despedirán. Aunque las
dos sabemos que no será así, soy de lo mejor que tiene la agencia. Un futuro
casi amarrado y tan prometedor para mí como para ellos. Y no van a soltarme
cuando ya estoy a punto de dar el salto, dejando atrás la niñez. Y, si por esas
cosas de la vida se les ocurre dejarme libre, estoy segura de que encontraré otras
empresas con sólo girar la cabeza.

—No van a despedirme, mamá. Las dos sabemos eso. Y me merezco un


descanso. ¿Por qué no te pones en marcha con los preparativos de la fiesta? Tres
meses parecen lejanos, pero sabemos que te gusta disponer de buen tiempo
para que sea perfecta...

Sus ojos se abren, enormes. Estoy hablando de la gran fiesta que viene
soñando para mis quince años. Creo que con todo el barullo y las idas y vueltas
del verano, se le había olvidado. El año pasado estaba rotundamente negada a
que me hicieran tan enorme y lujosa celebración de cumpleaños. Pero creo que
ahora debería acceder para que mamá se mantenga fuera del radar por un
tiempo. Sólo seré molestada para las pruebas del vestido, seguramente. Dejaré
todo el resto en sus manos.

—Pero, ¿no dijiste que preferías un coche?—jadea, tratando de no


entusiasmarse de golpe.

Intento no poner mis ojos en blanco.

—Si la fiesta va a hacerlos felices a ustedes, entonces adelante. Pero la


quiero sencilla e íntima. Y no muy cara, porque también pienso tener el
coche...—sonrío de lado, arrogante.

Mamá entrecierra los ojos con suspicacia, enviándome una sonrisa de


diablita. Por supuesto, sé que tendré los dos regalos. Ellos jamás me han
negado algo en la vida.

—Por supuesto, lo haré sencillo, lo prometo—asegura, estirándose para


tener mi mano.

La dejo obtener un pequeño y corto roce de dedos antes de darme la


vuelta y dejarla con el aviso de que me dirijo a conseguir un baño para quitar la
sal y la arena de mi cuerpo. No me responde porque ya ha conseguido su
famoso block de notas para anotar todo lo que necesitara en la organización de
la fiesta de quince años de su princesa.

***

El lunes, al salir de la escuela, Malena y yo tomamos el remís como se ha


hecho costumbre desde que nos reconciliamos. Dejamos que Dani viaje aparte
en el otro coche, sin siquiera pensarlo. Malena no pregunta nunca por qué su
hermano actúa tan raro cuando estoy cerca, no sé si ocurre a causa de que no lo
nota o no le interesa. Viniendo de ella puede que se mantenga callada para no
alertarme, porque que teme perderme de nuevo si presiona. Algo que no
pasaría, pero en el fondo me alivia que no sea tan preguntona. Es agradable
cuando la gente entiende.

—Esta tarde tengo mi primera clase de baile...—comento como si nada,


observando el costado del camino.

—Déjame adivinar...—sonríe ella, tratando de leerme—. ¿Salsa?

Alzo una ceja en su dirección, mirándola de reojo. Sé que es una broma,


apuesto a que se está imaginando mi alta silueta flaca agitando las caderas.
Creo que jamás podría. No nací para ser blanda y cálida. Y la salsa lo requiere.

—Está bien...—suelta la carcajada—. Ahora va enserio. Ballet.

Sonrío de lado y ella se aclara la garganta con arrogancia por adivinar tan
fácil. La verdad es que... tampoco me gusta el ballet. Sin embargo, la escuela
queda muy cerca de la iglesia local y me pareció una buena forma de pasar el
tiempo por la zona. Mamá me ha estado corriendo con la idea desde que
dejamos el reality. Allí ella había visto un poco de talento en mis modos. Bah,
lo que sea. Esto es sólo una coartada. Una excelente idea. Sobre todo, una vez
que al fin pueda circular en mi nuevo coche, en unos pocos meses. Voy a tener
más movilidad y no seré obligada a disponer de remises o la disposición de mi
padre. Voy a ganar tiempo y libertad.

— ¿Por qué no me acompañas?—pregunto.

Ahora, eso sí es una sorpresa. ¿Por qué la estoy invitando? Se supone que
es una cubierta, no necesito complicarme la vida arrastrando a mi amiga de
doce años por ahí, si quiero meterme con el cura que la acosó. Mal, Eva, muy
mal.

—Me gustaría... pero no tengo el calzado adecuado—frunce el ceño.


—Podemos comprar alguno a la pasada, el horario es a las cinco—insisto.

Creo que prefiero su presencia cerca porque con ella todo es más
divertido e interesante. Supongo... si no, no le encuentro otra explicación al
hecho por el que mi bocota funcionara por sí sola.

—Podríamos, no es mala idea. Y el ballet me da curiosidad—dice,


enroscando una punta de su cabello castaño en su dedo índice—. Voy a
preguntarle a mamá qué le parece...

Asiento en silencio y sigo observando el día a través de la ventanilla. El


otro remís nos adelanta y tengo un primer plano de Dani estirando el cuello
hacia nosotras. Malena sonríe, y yo le lanzo un beso. Un ceño fruncido es el
último destello del chico. Me rio por lo bajo. Mis ojos encuentran los verdes de
Malena, que tiene una pregunta en la punta de la lengua, lo veo venir.

—Al final... ¿te sigue gustando mi hermano?—quiere saber, interesada por


demás—. Actúas raro cerca de él, como si te gustara mucho molestarlo...

Me rio, negando.

—Me encanta molestarlo, Male, es tan serio—resoplo—. Tan aburrido. Me


gusta sacarlo de quicio.

Traga y se muerde el labio inferior con fuerza. Arrugo el entrecejo por su


inquietud.

—Él no es aburrido... al menos no lo era, creo—vacila, pestañeando en su


cabeza—. Y es un buen chico, nunca nos dio problemas...

—Ajá...

—La adolescencia nos cambia a todos, supongo...—dice, muy seria—. No


quisiera cambiar como vos y Dani, sólo me gustaría seguir siendo... yo.

La boca se me llena de saliva y tengo que bajarla de golpe, el descenso se


siente como lava ardiente entrando en mi cuerpo. Me miro las manos de dedos
largos y pálidos por un momento, entonces activo mi respuesta.
—No vas a cambiar...—y estoy siendo muy sincera esta vez—.Creo que
seguirás siendo igual de genial que ahora...—sonrío, genuina.

Malena es testigo, por primera vez desde que nos reconciliamos, de mis
altas barreras bajando, lo que dura un nanosegundo, y se ve radiante por eso. Y
por mis palabras, porque las cree con todo el corazón.

—Eso espero—suspira y el auto se frena en su casa, donde ambas nos


bajamos y despedimos al conductor.

***

A las tres de la tarde dejo mi casa con una mochila colgando en mi


hombro, me adentro en el monte para cortar camino hasta la casa de los
Romano. Antes de seguir camino, me subo a mi rama y observo los
alrededores. La tarde es preciosa, silenciosa, radiante. El verano todavía se niega
a irse sin dejar rastro. Siento mi culo allí, balanceando las piernas enfundadas
con zapatillas de lona roja y entrecierro los ojos hacia el jardín trasero de los
vecinos. Allí se extiende la silueta de un chico, casi hombre, que se encuentra
ocupado limpiando la basura de la piscina.

Lo observo un buen rato mientras rodea el agujero de agua, concentrado


en su trabajo. De vez en cuando se quita la gorra y seca el sudor de su frente.
Los rizos castaños están algo aplastados por el sudor, pero eso no quita que se
vea muy atractivo. Dani Romano tiene lo que todos los chicos de su edad
quieren. Facha, dinero, buena reputación. Si tan sólo supieran... que hay más
sobre él, más de lo que yo he visto a estas alturas. Y voy a descubrir sus oscuros
secretos.

Antes de incluso volver a respirar, salto a la siguiente rama y comienzo mi


descenso. Mis pasos se aceleran, y no golpeo la puerta del frente, sólo rodeo la
edificación sin permiso. Me entrometo. No es ilícito, lo he hecho miles de
veces, restando los dos años que estuve lejos.

Dani escucha mis pasos y se atiesa al levantar la vista hacia mí. Se eleva en
toda su estatura y enerva, la espalda recta como una tabla. Sus bonitos ojos
sesgados y castaños se preparan para fulminarme. No he llegado a su posición
cuando de repente acaba con lo que está haciendo y emprende su camino,
tratando de pasarme justo por al lado.

—No estoy de humor para esto, Eva—gruñe, casi alcanzándome—. Déjame


en paz.

Lo cazo en cuanto nuestros hombros casi chocan y lo tironeo hacia mí.


Sus ojos se abren, como los de un pobre y aterrorizado ciervo bebé. No alcanza
a reaccionar que tengo la boca aplastada contra la suya. Y cuelo mi lengua
cuando la abre apenas para tomar aire. Saqueo el interior como si me lo
estuviese dando, como si me perteneciera. Con humedad de sobra y
movimientos torpes. Dani no está reaccionando, sólo se queda allí, inmóvil,
aguardando a que termine mi mierda. Apesto besando. Apesto.

¿Qué clase de telaraña estoy tratando de tejer? Una con muchos agujeros,
eso seguro.

— ¿Eva?—llama una voz desde la entrada trasera de la casa.

Malena.

Con una bocanada de aire brusca dejo ir a su hermano, en un empujón


despectivo. Él tropieza un paso hacia atrás, tragando y limpiándose las
comisuras. Mira a su hermana menor con vergüenza pálida, y de inmediato baja
los ojos al suelo. Co-bar-de. Sé un hombre, Daniel. Malena nos mira con ojos
entrecerrados, su respiración fuera de control. Va a decir algo, se refrena, en su
lugar se muerde el labio inferior. Mira desde el uno al otro con un brillo
extraño en las pupilas. Será que está considerando que le mentí al decir que
Dani no me gustaba más. Y no lo hice, esto es sólo un jueguito de nada.

Avanzo hacia mi inocente amiga y ella comienza a entrar de nuevo en la


cocina, dejamos a Dani allí de pie, como una estatua sin valor. No volteo, su
mirada de cachorrito herido me saca de las casillas. Estoy un poco harta de no
prosperar un sólo centímetro con él. No me basta con que pida una y otra vez
que lo deje en paz. No es suficiente para mí.
Se aclara la garganta.

—Mamá dijo que tenemos un par de zapatillas de ballet que eran suyas-
suelta, sin más—. Cree que me conviene usar esas viejas para empezar y saber si
me gusta. Si decido seguir yendo a clases, me comprará unas nuevas...

Buena idea, Lisa. Espera... ¿No va a preguntar qué fue lo de ahí afuera?

—¿No querés saber...

Hace una mueca.

—No, no es mi asunto. No me importa—se estremece.

Me rio por lo bajo y asiento.

—Bueno, ¿las tenés?—sigo, refiriéndome a las zapatillas.

Su expresión cae un poco más.

—No. Están en el sótano—arruga la nariz.

Pongo los ojos en blanco.

—Ya. Arañas. Entiendo. Yo voy a bajar a buscarlas, te quedas en la entrada.

Sonríe.

—Gracias, mi heroína—suspira de nuevo entrando en el terreno de la


broma.

Bajamos las escaleras que hay en la despensa, y nos adentramos en la


infinita oscuridad del sótano. Malena enciende la lámpara al llegar. No me
sorprende encontrarme con una habitación que es todo lo contrario a un
depósito de desechos hogareños. Lisa es una obsesiva del orden.

—Es imposible que en este lugar convivan arañas—suelto, resoplando—.


Apuesto a que tu mamá pasa su lustra—muebles hasta en el sótano,
diariamente—rio alto.
Malena no. Ella sólo se mantiene en la entrada, sus brazos cruzados y su
mirada evasiva.

—Están en el segundo cajón de aquel mueble blanco descascarado—


comenta, helada.

Bien. Me dirijo allí y las consigo. Una única caja blanca ocupa ese cajón.
La pongo bajo el brazo y me quedo mirando los alrededores. Esto realmente
podría ser un dormitorio extra, o una sala de juegos. Hay un sofá de tres
cuerpos que se ve bastante bueno para ser dejado a un lado. Un televisor sobre
una cómoda un poco chueca. Algunas cajas con juguetes que ya nadie usa.
Mantas dobladas en un rincón.

— ¿Ya podemos subir?—me aprieta la chica, ansiosa.

Levanto una ceja suspicaz.

—Bueno, no te pongas nerviosa, niña. No he visto una puta araña, eh—me


burlo.

Se gira y camina, yo la sigo de vuelta.

—Ese agujero es un poco oscuro, me da miedo...

La empujo juguetonamente y apago el interruptor mientras salimos. Luego


cerramos la pesada tapa que cubre las escaleras y estamos de vuelta en la
superficie. Volviendo del infierno.

Regresamos a la cocina y nos encontramos a Lisa allí de pie, contra la


encimera, remojando un saco de té en una taza humeante. La hermosa mujer
nos recibe con una sonrisa y enseguida se me acerca para saludar. No hay
abrazo hoy, sólo amistoso beso en la mejilla.

—¿Quieren que les prepare una taza de té? El agua que sobró sigue
caliente...

—No, gracias—respondo, amable.


Male se niega también, y las tres acabamos desviando la atención hacia las
señales de barullo que nos llegan desde afuera. Los amigos de Dani están de
vuelta. Esta vez para disfrutar de una tarde de piscina. Chocan puños con Dani
despreocupadamente y se dejan caer en las reposeras.

Es una lástima que tengamos que irnos en un rato, no me importaría


quedarme a disfrutar de la vista.

Male tironea de mi mano, me lleva a la sala donde se va a probar las


zapatillas. Unas que de viejas no tienen nada, apuesto a que Lisa no las usó más
de un par de veces. Por suerte, le van perfectas a mi amiga, y supongo que se
salva de comprar unas nuevas. Bueno, ni que no tuvieran dinero para ello.

Pasamos el rato allí en el sofá, hablando de cosas sin importancia, hasta


que el poderoso ronroneo de un coche nos interrumpe. Ruge tan alto que nos
tiene a las dos mirándonos e irguiéndonos en nuestros lugares.

Los amigos de Dani son los primeros en rodear la casa. Llamados por el
sonido de una buena pieza. Luego Lisa les persigue de cerca, saliendo por la
puerta del frente. Malena salta sobre sus pies y corre dejándome atrás.

Estoy saliendo al exterior cuando veo a mamá osa inclinarse encima del
conductor del vehículo descapotable, está diciendo algo. Sonriendo ancho con
encanto. Entonces, de repente, se aplaca y se aleja como si le hubiesen dado
una bofetada cruda en la cara. El rostro de la mujer se desencaja, voltea
rápidamente y enfila hasta la casa, retrocediendo. Hacia mí. Ella cierra los ojos
y comienza a sollozar con fuerza. El lamento en su llanto me pone los pelos de
punta.

— ¿Quién murió?—dice el último, y para nada oportuno, amigo de Dani


tomando la curva hacia nosotras, extrañado.

—Nadie...—responde secamente Malena.

Lisa me esquiva y se pierde en el interior de la sala. Todavía estoy


frunciendo el ceño a causa de ella en el instante en que mi atención recae en el
recién llegado.
La puerta del impresionante coche deportivo negro se abre. Lo primero
que veo es una bota de motociclista aplastar la gramilla cuidadosamente
cortada. Un vaquero desgastado le sigue a la secuencia. A continuación, el tipo
se levanta de su asiento.

Y el aire se atasca en mi garganta.

Mi cuerpo se paraliza.

Mi corazón bombea en el interior de mis tímpanos.

La piel de mis brazos se eriza.

Una descarga eléctrica recorre mi columna.

La boca se me seca.

Y no puedo enumerar el resto de las infinitas reacciones que me apresan,


porque soy encandilada por la mismísima personificación del sol. El sol en su
estado puro.

Caliente. Potente. Deslumbrante.

De pronto me encuentro muy, muy sedienta.

Y ya no recuerdo mi nombre, ni por qué estoy de pie aquí mismo.

El mundo sólo se esfuma bajo mis pies.

El poder del sol me derriba.


CAPÍTULO 7
EVA
Necesito un momento para mí misma, por lo que me excuso para ir al
baño mientras los hermanos menores se ponen al día con el mayor recién
llegado. Prácticamente estoy corriendo por los pasillos de la siguiente planta
hasta encontrar la habitación de Male, donde me cuelo. Una bocanada de aire
es forzada a mis pulmones y cierro los ojos para acompasar el ardor. Trago la
enorme bola que absorbe mi saliva dejándome la boca seca y la lengua rasposa.

Me había olvidado de él.

De Juan Cruz. El mayor de los hermanos Romano.

No sé por qué. Quizás tiene que ver con que estuvo fuera del radar por
muchísimo tiempo, su ausencia clavó en mí la estaca del olvido. Dejé de
contarlo. Para mí, los Romano eran sólo cuatro. O tal vez sucedió porque es
mucho mayor, y nunca estaba cerca de nosotros cuando correteábamos por ahí.
Seguro lo molestábamos con tan sólo nuestra presencia. Nunca fue demasiado
amistoso. Las últimas veces que lo crucé, cuando tenía doce, sus ojos dorados se
clavaban en mí, saturados de enredaderas rojas entretejiéndose en sus hermosos
irises. Él sin duda, no era un buen chico. Tampoco uno sano. Apuesto a que se
emborrachaba bastante o se metía mierda, es la única forma de explicar su
estado zombie que combinaba con su horrendo humor.

Juego mis cartas a que las drogas tienen que ver con su ausencia durante
estos dos últimos años.

Me muevo hacia el baño, tambaleante. Me remojo las mejillas sonrojadas y


limpio el sudor en mi frente. Consigo la goma elástica en mi muñeca y alzo mi
cabello en una alta cola. Entonces me siento en la tapa del inodoro a... pensar...

Cruz Romano, sin duda, es hermoso.


No, no hermoso. Esa palabra no se le ajusta para nada. Es un hijo de puta
fabulosamente perfecto a la vista, y tan caliente que se las arregló para
hundirme desde lejos. Era atractivo antes, pero ¿ahora? ¿Con esa grandeza y esa
camiseta negra ajustada? ¿Esa cincelada mandíbula firme y cuadrada, y el rostro
duro como el granito? Definitivamente no era hermoso, era una patada abismal
a los ovarios de una chica. ¿El cabello rubio dorado despeinado y los ojos en
combinación? Lo hacían brillar como el sol, pero con un toque de hiriente
ruina. Todo él gritaba una enorme advertencia: nadie que estuviera cerca de
Cruz Romano se salvaba de terminar quemado. Aplastado. Devastado.

El hombre es demoledor.

Y sé todo esto con sólo volver a verlo después de dos años.

Salgo de mi caparazón una vez que estoy de nuevo en mis cabales, las ideas
volviendo a rodar con racionalidad. Puede que me haya golpeado, que me
sorprendiera su vuelta. Que me tomara totalmente con la guardia baja. Pero ya
tengo mi máscara en su lugar y voy a fingir que su regreso no me afecta. Ni a mí
ni a mis planes. Seguro se marcha pronto. Tal vez a la universidad o a vagar con
su evidente y oscura libertad.

Mis pies se estancan por sí solos en medio del pasillo, negándose a bajar
las escaleras. Toman nota de la puerta entre abierta de la habitación enfrentada
a la de Dani. Trago. Mis pasos se apresuran sin dudar hacia allí, y mi cabeza se
aproxima a la ranura que permite una buena vista.

Cruz Romano se pasea en su habitación impersonal. Se amasa el cabello y


aprieta la mandíbula, con eso puedo leer tranquilamente que no está del todo
feliz de volver a casita con su familia. Empuja sus botas fuera, pateándolas a un
lado con desprecio en los ojos. Sonrío porque descubro que me gusta mucho
esa mueca agria en él. Después tironea de la camisa hacia arriba y se la quita.
Los dedos de mis pies se hunden en el interior de las zapatillas, como estacados
al suelo. Mis labios se separan, respirando ruidosamente. Su torso es grueso,
tenso, enorme. Y tengo el primer plano de una espalda de granito que luce
brillante y resbalosa por el sudor. Y cuando se da la vuelta, siento como si me
fuera a caer de rodillas.

Se arranca lo que parece una especie de papel film que está pegado a si
pecho y abdomen para que sus frescos tatuajes respiren. Tatuajes. Nunca pensé
que podían verse tan bien en alguien. Siempre me habían parecido una forma
detestable de ensuciar la piel. El caso es que ahora he cambiado de opinión, me
gustaría estar cerca de esa suciedad. Porque es más que sólo atractiva. Es...
adictiva.

Tarareo por dentro la canción que se activa en mi mente:

“Evil knocking at my door.


Evil making me it’s whore.
I don’t mind if you take what’s your
but give me mine”1

La invitación. Su cuerpo es una invitación a pecar. Y las alarmas chillan


alto y claro en mi cerebro embrujado.

“Hey there Little Girl


Come inside don’t be afraid
I’ll keep you safe”2

No puedo quitar mis ojos.

Ni siquiera cuando él levanta la vista y me descubre. Ni siquiera cuando su


mirada dorada me reconoce. Mucho menos cuando comienza a avanzar hacia
mí como un toro furioso. Definitivamente NO cuando abre del todo la puerta
y me encuentro enfrentándolo cara a cara, a sólo centímetros. Es alto. El
primer chico que me gana por amplia diferencia. Y el hecho de sentirme
obligada a levantar el rostro para mirarlo me tiene desconcertada... y excitada.
1
“El mal llamando a la puerta, el mal convirtiéndome en su zorra, no me importa si tomas lo que es tuyo
pero me das lo mío”(Sweet Things – The Pretty Reckless)
2
“Oye pequeña niña, ven adentro, no tengas miedo. Te mantendré a salvo” (Sweet Things – The Pretty Reckless)
Pestañeo. La máscara se encaja en su lugar por sí sola. Automática. Ángel de
grandes ojos aguamarina. Inocencia pura pero falsa. No me muevo de mi lugar,
incluso aunque parezca decidido a intimidarme.

— ¿Te gusta lo que ves?—me interroga, tosco.

Quiero lloriquear ante su voz. Como aquella vez en la que probé


chocolate con almendras después de meses interminables de dieta sin sentido
para quemar mi estúpida grasa de bebé. El tono podría derretirse en mi lengua.
Podría derretirse entre mis piernas.

—Es una mala idea espiar detrás de las puertas, niña—escupe, sus ojos
disparando veneno—. No hay muñecas en este lado del pasillo.

Inmediatamente después, me cierra la puerta en la cara. Y la furia se me


escapa hasta por las orejas. Cierro los puños, bien apretados a mis lados. Ese
bastardo...

Ese bastardo drogadicto acaba de llamarme NIÑA. Entorno los ojos,


aprieto los dientes.

Ese bastardo no sabe con quién se metió.

CRUZ
Ese hijo de puta me cortó el chorro. Algo que debería haber anticipado, ya
que es muy propio de él intentar manejarme a su antojo. Y el primer paso para
lograrlo es dejarme sin entradas de dinero. Dinero que no es suyo, sino mío. La
parte que el abuelo me dejó. Ni siquiera de su lado, ya que viene de mi abuelo
materno. Por lo que este idiota no tiene ni voz ni voto en cuanto al asunto. El
problema es que tengo antecedentes con drogas y alcohol, agregando algunas
aleatorias noches en la cárcel por disturbios. Estoy hasta las cejas en el barro. Y,
para colmo, recién acabo de abandonar la rehabilitación, por lo que seguro se
hizo con un poder en sus manos que lo convierte en el amo y señor de mi
universo económico. Tuve suerte de poder pagar mi último capricho con los
últimos ahorros que me quedaban en una cuenta secreta aparte. Si hubiese
sabido que estaba seco, no me habría excedido tanto, pero vi ese cartel de neón
y fue como una señal divina. Había tenido mucho tiempo para pensarlo en la
clínica, y decidí que quería marcar mi piel. Y todavía no he tenido suficiente. Si
tan solo ese bastardo no se hubiese metido con mi dinero...

Tuve que venir, no me quedó otra opción. Voy a luchar para que me
devuelva lo mío y seguir mi camino, fuera del suyo. Nada de volver a cruzarnos.
Nada de encontrarnos de nuevo. No quiero tener nada que ver con mi padre.
Esta es su verdadera familia y no toco ningún pito acá.

No importa cuánto se esfuerce Lisa en hacerme sentir bienvenido y


querido. No soy deseado cerca de sus bonitos hijos perfectos. Soy mala
influencia. Terrible. Y más ahora que tengo la apariencia de un criminal. No
tengo nada en contra de ellos, sólo me provocan indiferencia. No siento
absolutamente nada por esta casa ni sus habitantes. Sólo quiero rajarme.

Me cambio los vaqueros por unos shorts de deporte negros y salgo de mi


habitación designada, justo en frente de la de Daniel. El chico dorado. Bajo las
escaleras descalzo y sólo para molestar, me dejo caer con desgana en el sofá
frente al televisor. Lisa está de nuevo en la cocina ya recuperada de la
impresión, ver mis tatuajes la traumó un poco. Y sólo puedo esperar la reacción
de José Romano con entusiasmo. Porque sé que se va a molestar. Bah, estoy en
los diecinueve, soy lo suficientemente mayor para saber lo que hago. Y es por
eso que debe darme el permiso sobre mi herencia cuanto antes.

Me hago con el mando pero no estoy viendo la pantalla cuando se


enciende. Sino a un buen par de piernas largas y bronceadas que desfilan hacia
la puerta, seguida de una bastante crecida Malena. Llevan mochilas colgando
en sus hombros y antes de salir, la rubia de ojos como agua de caribe me envía
una mirada brillante. Llena de resentimiento y feas promesas. Al cerrarse la
puerta se me instala una torcida sonrisa en los labios.

Esa mirada asesina no tiene comparación con la de ojitos dulces que me


dedicó allá arriba, como si espiarme mientras me estaba desnudando no fuera
nada indecoroso. Inocencia. Las pelotas. Esa chica no tiene ni un ápice de
inocencia bajo la piel.

La recuerdo de niña, y las miradas largas que le daba a Dani cuando él no


se enteraba. Estaba bien enamoradita de él y al chico como que le gustaba un
poco. Claro, no veo un motivo para no sentirse atraído por esa diosa. Sólo que
ahora... está más crecidita y madurita. No me perdí el balanceo de ese redondo
y firme culo cuando se fue.

¿Cuántos tendrá ahora? ¿Dieciséis? ¿Va al instituto con Dani?

Apago la tele sin darle una segunda mirada y me muevo a la cocina. Lisa
sigue allí, tan estresada que el moño en su cabeza se ha aflojado. Le echa una
miradita de reojo a la tinta en mis brazos pero no dice nada. Intentó sacarme
una explicación cuando ni siquiera había bajado del coche y la corté en seco. Se
fue llorando. De verdad no entiendo a esta mujer y el por qué está con mi
padre. El hombre no es para cualquiera, y Lisa jamás ha podido, ni podrá,
domarlo siendo tan debilucha. Tan... falta de personalidad. Pobre mujer.

La ignoro, pasando directamente al patio donde un grupo de adolescentes


están lanzándose a la pileta, tan gritones como niños pequeños.

—Hey—canta uno de ellos, ni siquiera sé su nombre—. Tenés que decirme


qué tal anda esa máquina...

Sonrío, abierto a una conversación. Siempre y cuando sea mi bebé el tema


principal.

— ¿Andar?—subo y bajo las cejas—. Esa hermosura no anda, vuela. Y


ronronea como una gata en celo...

Unos cuantos de ellos se ríen, yo me despatarro en una reposera


desocupada, entrecierro los ojos ante el sol, maldiciéndome por olvidar mis
gafas en el dormitorio.

— ¿Es demasiado pronto pedirte que me dejes conducirlo?—sigue el pibe,


cauteloso.
—No, no es pronto. Te dejaré dar una vuelta…—abre los ojos con sorpresa
y ansiedad—en tus sueños más húmedos, pendejo—remato, asesinando sus
esperanzas.

El resto suelta la carajada y el aludido sólo asiente, cabizbajo. Pero


enseguida se olvida del tema y se deja caer a mi lado, superándolo. Dani sigue
nadando acá y allá con los otros, nos dejan de prestar atención.

—Así que... la rubia...—comienzo.

— ¿La rubia?—duda el chico moreno a mi lado—. Ah, ella.

—Sí, ella...

—Eva, ¿qué pasa con ella?—se arrima, deteniendo el aliento.

— ¿Va al instituto con ustedes?—pregunto, interesado.

Suelta una seca y ronca carcajada negando, se echa hacia atrás, suspirando.

—No, hombre...—dice—. Ella tiene catorce, es un año más chica que


nosotros.

Entrecierro los ojos, torciendo el gesto con desagrado. No puedo creer


que me fijé tan descaradamente en una niña de catorce años. Mi radar debe de
estar un poco atrofiado, supongo.

—Pero sí que parece mayor—sigue él, relajado—. Se ve...

—Madura—acabo en su lugar.

Asiente.

—Sí, madura... en todos los lugares correctos—ríe al final, refiriéndose a ese


cuerpo.

Lo sé. Mierda. ¿Cómo se puede tener un cuerpo así a los catorce? Si apenas
está comenzando la adolescencia. ¿O va por la mitad? Lo que sea.
—Es modelo, tal vez eso lo explica—comenta, rascándose la cabeza e
inmediatamente su postura cambia, se acerca a mí como si fuera a contarme un
secreto sucio—. Los más mayores creen que ya perdió la... ya sabes...

Pestañeo.

—No, no sé...

Alza las cejas, intentando explicarme sin decirlo en voz alta. Por dentro
me río. Vamos, no va a echarse atrás por una simple palabrita de nada. Que sea
macho y la suelte.

—Virginidad...

—Virginidad—repito, y me rio ante sus mejillas rojas—. ¿Y vos qué opinas?—


le aprieto.

Se encoge, dudando.

—No sé... se ve bastante inocente...

—Y esas suelen ser las peores—advierto.

Sonrío ante el recuerdo de su mirada afilada antes de irse. La pequeñita


niña de catorce años no tiene nada de inocente. Su edad es mentirosa. Podría
probar la teoría, confirmar si explotaron o no su cereza. Pero no voy a ir a la
cárcel por cogerme a una menor de edad. No vale el riesgo. Por más deliciosa y
pecaminosa que se vea.

—Hey, ¿cómo es tu nombre?—lo miro, queriendo saber con quién estoy


teniendo el gusto.

—Francisco—estira la mano y la sacudo.

—Juan—devuelvo.

—Lo sé, hermano mayor—comenta.

Nos quedamos en silencio un rato, y yo me fijo en mi hermano mientras


interactúa con sus amigos. Se ve bien, despreocupado y blando, abierto, como
un adolescente normal. Me pregunto si él sigue interesado en la rubia de
piernas largas. Y si ella le sigue enviando miraditas de soslayo. Arrugo la nariz.
No, la respuesta a eso último es bastante dudosa, porque no vi nada de la
antigua niña tímida en la actual versión de Eva. No es más una niña, a pesar de
que su edad cante otra historia. Alguien inocente no me lanza el tipo de mirada
como aquella última en mi dirección. Tampoco espía a un tipo mayor desde
detrás de la rendija de una puerta. Morbosa.

Pero... es una adolescente. Y es muy probable que se esté despertando


sexualmente.

Intento no darle muchas vueltas al tema porque mis pantalones de


deporte están comenzando a tensarse. Y no pienso responder ante ninguna
necesidad que tenga que ver con la imagen de una menor de edad.

Voy a tener que mantenerme a un costado. Lejos. Muy lejos de ella.

Porque soy muy propenso a los problemas, y ahora estoy decidido a


esquivarlos y reformarme un poco. Un poco.

Ya basta de locuras.

EVA
Estuve desconectada en la clase de baile. Una porquería, si voy a ser
sincera. Si hubiese estado buena, me habría entretenido y sacado de la cabeza a
Cruz Romano. Sin embargo, él siguió hostigando en mi organismo. Y digo
"organismo" porque no sólo estuvo presente en la parte superior, sino también
en la inferior. Estaba en todos lados, en cada rincón de mí. Que esa bonita y
diminuta maestra no se entere nunca de las cosas que su pequeña alumna tuvo
en mente durante su aburrida clase. Malena también se vio algo decepcionada,
porque no usamos las zapatillas, sino que nos limitamos a hacer movimientos y
estiramientos estúpidos durante la mayor parte de las dos horas.
Cuelgo mi mochila en el hombro y camino a la puerta donde Malena ya
me está esperando. Sus ojitos de cachorro herido me acompañan a la salida. Le
palmeo el hombro mientras caminamos a la par.

—Se va a poner mejor, seguro—la animo.

Doblamos la esquina opuesta a la iglesia. Ya sé que hoy no podré hacer


nada de lo que había planeado. Pero no importa, porque antes tengo que ir por
el primer punto de mi lista.

—Lo sé, sólo esperaba usar esas bonitas zapatillas con cintas—suspira,
soñadora.

Me rio, la carcajada saliendo reseca, como si hicieran años desde que no


humedezco mi garganta con agua. Ella sigue mi ejemplo y pronto se olvida de
sus fracasadas ilusiones. Le pido que me acompañe a pie hasta el centro de la
ciudad porque quiero comprar unas cosas, y le parece bien. Así que, diez
minutos después, estamos entrando en un local de tecnología.

—Quiero una cámara de vigilancia— es lo primero que digo al llegar al


mostrador.

No tengo mucha idea sobre esto, por lo tanto estoy atenta a todas las
recomendaciones del vendedor. Pasamos el resto de la media hora tratando de
elegir una, al final me decido por la inalámbrica básica para interiores. Porque
puedo recibir imágenes e información a mi correo electrónico. Es bastante
parecido a lo que buscaba. Cumplirá su función. Pago con efectivo, y al salir
del negocio me pregunto si con una sola alcanzará para este propósito. Me
encojo por dentro. Siempre puedo volver y comprar otra.

— ¿Para qué querés esa cosa?—quiere saber Malena, arrugando el entrecejo


con extrañeza.

Bueno, sin duda sabe perfectamente que mi casa tiene una buena
protección, así que no es opción mentirle sobre eso. Pero luego lo pienso bien,
y respondo como si nada.
—Nuestro garaje no tiene una cámara, papá tenía ganas de colocar una por
si acaso—me encojo.

Las cosas están un poco fuera de control en la ciudad, como en todos


lados, la inseguridad se hace notar. Así que mi amiga se lo cree, y no le da más
vueltas al asunto. Pan comido.

Ahora sólo tengo que investigar un poco el aparato y ponerlo en conexión


con mi bandeja de entrada. Oficialmente, ya he dado el primer paso, lo que
indica que voy demasiado en serio con esto. Me lo he tomado como una
misión. Y es increíble ser tan consciente de mí misma. De lo que estoy
dispuesta a hacer. Es extraño y fortalecedor a la vez. No está en mí quedarme
en mi molde, indiferente. Quizás las otras personas puedan, pero yo jamás. Por
más que me esfuerce en hacerme entender que éste no es asunto para una chica
de catorce años, siento que tengo que actuar al respecto. Y lo haré. Y triunfaré.
Yo, y todas las niñas que han estado- y están- en peligro. Sé bien lo que se siente
que te arranquen la inocencia de un tirón y sin anestesia, y me asquea mucho
imaginar que otras niñas pueden o han pasado por la misma experiencia. No
todo el mundo se lo tomaría como yo.

¿Y cómo me lo he tomado yo? No voy a decir que bien. Esa no es una


palabra que me guste. Pero he sido fuerte, y esa es mi suerte. De una cosa estoy
segura: me rasgaron. Pero no me rompieron. Estoy en una sola pieza. Y tal vez
fue ese el error que ellos cometieron. Dejarme sólo la cicatriz de un poderoso
recuerdo. Una única grieta.

Llamamos a un remís y lo esperamos en una esquina, luego de mirar


algunas vidrieras. Son casi las ocho de la noche en el momento que arribamos
nuestra zona y Malena se pone un poco rígida al bajar del coche y pagarle al
conductor. Observa su casa con una mueca desganada e inconsciente.

—¿Te gustaría venir a cenar?— expulsa de repente.

Me sorprende, no esperaba que me invitara un día de semana, y menos


sin permiso de sus padres. No obstante, eso me tiene sin cuidado, obviamente
voy a aceptar. Por muchas razones, aunque la principal instigadora es: CRUZ
ROMANO.

—Bueno...—digo.

Traga.

—Juan Cruz está de vuelta y las cosas nunca son fáciles cuando viene—
explica sin que yo se lo pida—. Especialmente la hora de la cena. En general,
termina con una lucha. Tal vez si tenemos invitada logren mantenerse
tranquilos...

Sonrío y asiento. Le prometo que puede contar conmigo, en lo que sea. Y


que me espere sobre las nueve. Puedo venir esta noche y hacer de mediadora.
O trituradora. Depende de cómo me sienta con el momento.
CAPÍTULO 8
EVA
Mis nudillos castigan en la madera de la puerta del frente y mis pies
esperan con paciencia durante el tiempo que ellos tardan en recibirme. Estoy
vestida en un conservador vestido negro con mangas, bastante inofensivo, y
sandalias simples con brillantes plateados. Mi pelo convertido en una larga
trenza cocida que acaba un poco más debajo de mi media espalda. Sin
maquillaje. No mucho rato después la puerta se abre y la luz del interior me
recibe, me encuentro con un par de ojos dorados que me repasan de pies a
cabeza. No estoy en plan perra, así que sólo digo ―hola‖ y sonrío con simpatía
casi exagerada. Paso sin siquiera esperar que Cruz me ceda el permiso.

Se ve recién duchado, su pelo húmedo está despeinado, como si lo


hubiese desenredado con los dedos, sin poner demasiado esfuerzo. Lleva
vaqueros rasgados y desgastados acompañando una camiseta azul oscuro con
cuello en v y mangas cortas. Sus botas negras en su lugar. No puedo explicar lo
que me hace su imagen, y la sensación de su cuerpo grande bastante cerca del
mío.

Sus ojos se fijan agudos en los míos y, cuando no me desprendo fuera de


su ruta, habla.

—Malena se está terminando de cambiar, ahora baja—anuncia, luego me da


la espalda.

Entra en la sala de estar y se tira pesadamente sobre los almohadones


grandes del sofá. Ocupa todo, estirándose a lo largo y tomando el mando del
televisor. Está subiendo el volumen a un partido de fútbol mientras me
acomodo en el sofá simple, frente a él. Me ignora. Y estoy demasiado
centralizada en mantener mi buen humor, así que sólo enfoco la vista en la
pantalla y no digo nada. Silencio.
Desde la cocina, se oye el sonido de ollas que Lisa provoca al cocinar y el
olor que se cuela por debajo de la puerta es exquisito. Mi panza se enrosca en el
interior, recordando que no he comido nada desde el mediodía. Quiero
retorcerme de ansiedad.

Me mantengo sentada con la espalda recta, postura educada y aniñada.


Mis piernas juntas, y mis manos unidas en el regazo. Ojos grandes y curiosos,
acaparando cada centímetro de ese hermoso y holgazán bulto sobre los cojines.
Su rostro es totalmente inexpresivo al mirar a los tipos corriendo detrás de la
pelota. No reacciona para ninguno de los dos lados, eso me hace sospechar que
no está realmente atento en ello.

Pasos descienden los escalones y estoy casi saltando creyendo que es Male.
En realidad es Dani, que se frena al vernos a su hermano mayor y a mí en la
sala. No escapa como creo que va a hacer, sino que viene hacia nosotros, sus
manos en los bolsillos y pasos lentos. Está serio pero no cerrado y eso me
sorprende.

Está llegando al sofá que permanece vacío a mi lado en el instante en que


me levanto sólo para acercarme, abrazarlo y besar su mejilla. Prácticamente me
cuelgo de su cuello, y el momento entre mis labios y su mejilla dura demasiado
como para que sea ocasional. Sonrío radiante al separarme y regresar a mi
lugar.

Dani, que se encuentra un poco pálido, al fin se sienta. Y Cruz… bueno,


Cruz, aprieta la mandíbula sólo por un fugaz nanosegundo. Aunque no lo
suficientemente mínimo para que yo no tome nota de él. Lo veo y mis entrañas
bailan ante la certeza de que acabo de provocarle una mínima reacción. Me
conformo, sólo por ahora.

Malena no tarda en unírsenos y se sienta en el brazo de mi sofá, entre


Dani y yo. Se apoya en mi hombro y lo aprieta como saludo. Los chicos no nos
dedican ni una sola mirada más. Y nos disponemos a hablar entre nosotras por
lo bajo, en general sobre cosas sin sentido.

Hasta que somos interrumpidas.


Sonidos vienen desde una puerta al final de la sala, junto a las escaleras. El
despacho del abogado. Y me mentalizo para lo que se acerca. La abertura chilla
abierta y todos voltean a ver, yo ya estaba mirando desde mucho antes.
Sintiendo su presencia despertarse. Un hombre enfundado con un caro traje
desalineado sale despedido del agujero con pasos confiados y porte distinguido.
Su camisa está floja en el cuello y se ha metido la corbata en el bolsillo de sus
pantalones, alcanzo a ver el lazo sobresaliendo y colgando en cada movimiento.

Oigo a Malena tragar con tensión, su mano en mi hombro aprieta su


agarre. José Romano llega a la puerta y se frena al vernos a todos. No sonríe al
notar primero a sus hijos menores, pestañea con reconocimiento. Luego sus
ojos verdes y helados caen en mí.

A la sazón, todo lo que soy capaz de ver y sentir es fuego. El fuego que
quema su humor. El fuego que reaviva las llagas en mi interior dañado. Su cara
llega a un tono de rojo que yo creía imposible. Por un momento sólo somos él
y yo, sorpresa y rabia. Su pecho se infla, parece que va a decir algo pero sólo se
queda allí, inmóvil.

No le gusta encontrarme en su sala, en medio de su casa, como si nada.


No le gusta, porque lo siente como una inminente amenaza. Y está leyendo
muy bien entre líneas. Mi presencia aquí se debe precisamente a todo eso que
está pensando.

No nota a Cruz hasta que él se levanta, gruñendo y estirándose como un


gato recién salido de la siesta. Él corta la situación como un experto y se posa
frente a su padre con la frente en alto, aunque sean de la misma exacta estatura.

Son muy parecidos. De hecho, me deja un poco descentrada.

Lo único que los separa de ser dos gotas de agua es el color de ojos y las
canas que acá y allá bañan en el cabello de José. Lo demás… no es más que
escalofriante.

Y me pregunto… si el haberme fijado tan repentinamente en Cruz ha sido


un efecto secundario escapándose de mi control. Una clase de enfermiza
correlación con quien fue mi pesadilla dos años atrás. Eso me descoloca
durante un momento, algo que está convirtiéndose en una rutina últimamente.

— ¿Qué mierda hiciste?—le pregunta el tipo a su hijo mayor, mirando sus


brazos.

Cruz sonríe, y le palmea el hombro. Despectivo. Y tengo que esconder


una sonrisa, porque por dentro avanza mi alivio. Él no es como su padre, no
importa lo parecidos que sean físicamente.

—Hola, padre, al fin te veo—dice y se aleja de él como si pinchara.

Lo vuelve a ignorar como si no hubiesen estado un largo tiempo sin verse.


José Romano se pone aún más rojo que antes. Y quiero reírme. Reírme bien,
alto, claro, sin parar. Porque me encanta verlo perder los papeles.

—Cuando estemos solos, vamos a hablar—gruñe el hombre, sus manos


temblando con indignación.

—Lo que sea…—susurra Cruz, encogiéndose entre sus hombros y


amasándose la cina del pelo.

Quito mi atención enamoradiza de él y acabo clavada en la verde y


turbulenta del padre.

—Hola, señor Romano—entono mi saludo, jovialmente—. Tanto tiempo


sin vernos…

La nuez sobresaliendo de su garganta sube y baja cuando traga, y los


orificios nasales se agrandan, contrayéndose casi de inmediato. Podría ganar el
primer premio a la mandíbula más apretada del mundo. Cuando al fin sale de
su furia contenida, me dedica una falsa inclinación de cabeza como saludo y se
pierde subiendo las escaleras con aceleración y enojo contenido. Por dentro
suspiro y sonrío ante esta pequeña primera victoria.

***
Malena y yo ayudamos a Lisa a colocar la mesa. Si hay algo que me agrada
es que ellas no necesitan de una criada para hacer todo el trabajo. Lisa la deja ir
cuando cae el sol y su parte favorita del día es cuando le toca cocinar en la
noche para toda la familia. Mi madre no sería nada sin Juanita. Nada. No sabe
ni hervir unas salchichas, y si algo tengo que agradecer es el tiempo que
compartí de chica con Juani y la cocina. Al menos, el día que me toque vivir
sola, no seré una maldita inútil.

Una vez cada cosa en su lugar, incluso nuestros culos, estoy ya pellizcando
un pedazo de pan a riesgo de parecer una mal educada. No hago más que meter
la miga en mi boca que el cabeza de la familia se decide al fin a dar la cara. Se
ha dado un baño, y ahora va sólo de camisa blanca almidonada. Cada hilo y
mechón de pelo mojado en su respectivo lugar. Me trago el pedazo de pan casi
sin haberlo masticado. No hay nada en José Romano que me pase
limpiamente. Ni siquiera el asco. Se me queda allí, en la superficie, para darme
valor.

Sus ojos verdes me encuentran en su mesa y le sonrío, como si me


encantara estar de vuelta. Male a mi lado también lo hace, creyendo que quiero
caerle bien de nuevo a su padre. Ja. Si entendiera los contextos detrás de mis
inocentes gestos.

Cruz está sentado frente a mí, nuestros vasos casi tocándose y por un
segundo sueño que ambos estiramos el brazo para tomarlos y chocamos
nuestras manos. Me muero por saber cómo se siente sólo un pequeño roce con
él. Creo que es la única persona en esta mesa que me ayuda a superar esta
mierda de saberme tan cerca del Romano principal. No importa que ni siquiera
se fije en mí, y finja que no existo.

Una contenta Lisa comienza a servir y, por el momento, sólo estoy


capacitada para darle a mi estómago un poco de trabajo. Necesito mucho de
esta comida, y agradezco en el interior que se trate de un potente pastel de
papas y carne. Pienso atiborrarme como jamás he tenido la oportunidad.
Mientras me lleno las mejillas me percato de los ojos dorados tomando nota de
mi hambre, y me esfuerzo mucho en no levantar la mirada y demostrarle que lo
he descubierto, porque me gusta sentirlo cuando está mirándome. No importa
cuánto me gustaría cruzarnos por encima de la mesa. Por una vez, no voy a
espantarlo.

La cena es silenciosa, sólo los ecos del choque de cubiertos lo hacen un


poco más fácil… sí, un poco. José Romano también me tiene en la mira, y es
posible que esté esperando con ansias encontrarme a solas por ahí. Cree que
podrá aterrorizarme. Lo que no sabe es que él mismo se encargó de quitarme el
miedo del cuerpo. ¿Qué otra cosa peor podría hacerme? Nada. No hay nada
peor que lanzarme al suelo, estropear mis ropas y robarme el alma.

Estoy terminando mi primera ronda cuando al fin habla y su voz hace que
la comida que acabo de tragar quiera transformarse en bilis ardiente y subir los
conductos hasta mi boca.

—Así que… ¿dónde conseguiste toda esa tinta?—le pregunta a Cruz.

Alcanzo mi vaso de agua fresca al tiempo que me fijo en el hijo mayor. El


que sonríe de lado antes de levantar la vista hacia su padre, como si supiera
muy bien qué tipo de treta quiere tejer para él.

—Por ahí—responde, vago.

José se mete un bocado y casi puedo oírlo rumiar, desconforme. No le


gusta que lo ignoren, que pasen por encima sus preguntas y palabras. Él tiene
que ser el centro de atención siempre. Porque es inteligente y grande. Se cree
Dios.

— ¿Al menos no tuviste un poco de cuidado al elegir el lugar?—sigue,


insistente—. No quiero a un infectado de sida comiendo en mi mesa…

Mi mandíbula amenaza con desencajarse de su lugar, pero de nuevo me


llevo el borde del vaso a los labios y me calmo. Hay algo en la forma en que le
habla que me pone el vello de punta. No me gusta. No me simpatiza una
mierda que se meta con Cruz.
—Tranquilo—se ríe Cruz, despreocupado—. Son profesionales, tuvimos
todos los cuidados…

José finge ablandarse y asiente, sabiendo que no llegará a su centro con


este tema. Cruz es lo suficiente mayor para no dar una mierda por las
opiniones de su padre. Y eso, por supuesto, me encanta.

—Lisa, ¿por qué no está el vino en la mesa?—arremete contra ella,


respirando por la nariz.

La mujer abre los ojos. Male se congela. Dani se remueve incómodo. Cruz
sólo sigue llevando comida a su boca con el tenedor. Pero yo sé bien, por un
pequeño momento sus movimientos se congelan. Los disimula bien, verdad,
pero a mí no se me escapa nada. Y mucho menos todo aquello que tiene que
ver con él.

—Pero…—empieza Lisa.

—Pero ¿qué? Quiero mi vino—la corta.

Respiro por entre los dientes al ver cómo trata a su mujer, como si fuera
una puta sirvienta. Lisa se limpia la boca y corre a conseguir la botella. Ella
quería cuidar a Cruz, pero si su propio padre ignora la crítica situación, ella no
puede hacer nada más. Trae el vino, y de paso le sirve.

—Así que… ¿vas a retomar la universidad?—sigue interrogándolo.

Cruz se muerde el interior de las mejillas provocando un par de hoyos en


cada una.

—Por supuesto, pero nada de leyes—lo enfrenta, firme—. Nunca me gustó


esa mierda. Tal vez vaya por los números…

El calor sube a lo largo del cuello de Romano y se instala en sus pómulos.


Tal vez el vino no le está ayudando a mantener esta conversación con alguien
que parece más fuerte y decidido que él.
—Así que seguirás en la universidad… pensé que la dejarías por completo…
después de todo, ya no tenés pinta de profesional—remata, toda la intención de
herirlo.

No provoca nada en Cruz que sólo se limita a encogerse de hombros.

—Lo que verdaderamente importa es mi cerebro, la gente sabrá elegir. Sólo


tendré que esforzarme más en demostrar mi valía y capacidad, y el desafío no
me asusta—sonríe, confiado.

Esto irrita mucho más al pobre tipo insufrible que encabeza la mesa. El
apetito se me ha borrado y cruzo los cubiertos en el plano, dándome por
satisfecha. Sólo sigo llenándome de agua, viendo un excelente ping pong que
Cruz va ganando por goleada. Realmente entretenido.

—Está bien, te creo—sonríe el hombre, la expresión de haberse tragado el


canario—. Brinda conmigo…

Por primera vez la seguridad de Cruz se ve opacada. Y su padre aprovecha,


ya que el enemigo tiene las defensas un poco golpeadas.

—Vamos—se levanta de la silla, le roba el vaso y lo llena de vino hasta el


tope—. Vamos, festejemos que estás de nuevo en casa y con planes a futuro. Eso
es excelente, hijo—lo incita.

Empuja el vaso hacia él y Cruz lo mira fijamente, su rostro en blanco. No


hay expresión que yo logre leer en él. Aprieto los dientes, tomo una respiración
para calmarme.

—Ah, ¿no es el vino una bebida lo suficientemente fuerte? Tal vez te sabe a
poco—sigue arremetiendo el hombre, ensañado—. Lisa, trae ese buen whiskey
que me regalaron en mi último cumpleaños. Hoy quiero abrirlo, compartirlo
con mi hijo mayor.

Lisa está clavada en la silla, asustada por la actitud de su marido.

— ¿Qué estás esperando?—la empuja él.


Y ella, de nuevo, hace lo que le pide. Y en cuestión de minutos hay nuevos
vasos en la mesa y están siendo servidos con líquido ambarino. Es tan fuerte,
que el olor a alcohol nos noquea a todos. Y Cruz está sudando, la mirada fija
en ambos vasos ofrecidos que tiene en frente.

Suficiente.

Esto tiene que parar.

Y estoy de humor para hacer de mediadora, así que actúo de una vez. Me
quito discretamente la sandalia del pie izquierdo, bajo la mesa, y me estiro
apenas. Mis dedos se encuentran primeramente con una pantorrilla del
vaquero de Cruz. Éste al principio no reacciona, su cerebro en pausa. Así que
sólo me limito a acariciar un camino ascendente. Sugerente. La punta de mi pie
lentamente lo repasa, y tengo que morderme el labio inferior para no respirar
agitadamente. Estoy cada vez más arriba, adentrándome en aguas profundas.
Aguas impredecibles. Y Cruz al fin me mira, su mirada perdiendo brillo, sus
irises dorados oscureciéndose. Su semblante pálido va recuperando color. Él ya
no se ve atrapado por ninguna otra sensación. Y mi pie se anima a ir más allá, a
la altura de su rodilla colándose entre sus muslos semi-abiertos. Él me recibe
separándolos más.

Cuando creo que está de vuelta, me limito a retirarme. Y no me lo


permite. Encierra mis dedos fríos en uno de sus puños y tironea de mí. Casi
caigo de mi silla.

—No, gracias, viejo—dice, volviendo a su padre, me arrebata el vaso a mí


para levantarlo—. Hoy voy a ser un chico bueno, sólo agua. Si me permitís—se
refiere a mí al final.

Sonrío, angelical.

—Claro—le permito, sin aliento porque su otra mano me está apretando


contra su entrepierna.

Se remueve hacia adelante para que pueda sentirlo más directamente.


Sonríe con malicia y se lleva mi vaso de agua a los labios. Trago, mi saliva
convertida en líquido caliente, su erección creciendo bajo mi tacto. Me olvido
de José Romano, que ha sido completamente vencido en esta absurda batalla. Y
yo he ayudado a su derrota. No siento la victoria. Sólo estoy pendiente de un
único par de ojos dorados que me vuelven loca.

—Gracias—carraspea hacia mí, su tono muy ronco y profundo, devuelve mi


vaso a su lugar.

Deja libre mi pie y lo alejo, temblando. Me agito en mi silla y noto al fin


mi entorno de nuevo. José Romano está furioso, y no soy yo a quien sus ojos
fulminan. Malena y Dani son ceros a la izquierda, negados a meterse. Y Lisa
revuelve su comida sin terminar, nerviosa y culpable. Me doy cuenta de algo
que no había podido notar todo este tiempo jugando a la espía en mi alta rama:
esta familia tiene miedo.

Miedo de quien debería contagiarles seguridad y cuidar de ellos.

***

Luego del postre la familia se dispersa. El cabecilla se encierra en su


despacho, seguramente a rumiar su resentimiento y frustración. Y algo me dice
que lo que sucedió hoy es sólo una pequeña e insignificante muestra de una
constante batalla de poderes. Esto recién comienza. Dani, por su lado, sube
corriendo a su habitación y se pierde por el resto de la noche, lejos de todos.
Male y yo ayudamos a Lisa a lavar los platos. Y ¿Cruz? Se esfuma, y no sé bien
en dónde. Aunque me encantaría saber.

Pronto, Lisa se excusa y se marcha ya a dormir. Eso nos deja a mi amiga y


a mí solas en la sala de estar haciendo zapping en la tv.

—Perdona por esa discusión en la mesa, fue horrible—se disculpa,


avergonzada—. Creí que se mantendrían en calma.

Le quito importancia revoleando mi mano con desinterés. No me afectó


presenciar esa estúpida pelea. De hecho me dio perspectiva, que es lo que yo
estaba necesitando. Y todavía no consigo suficiente como para dar el golpe.
Porque ahora quiero saber por qué ellos le tienen miedo a ese hombre. Y no es
que debería saberlo, porque sé que a su familia la lastima de una manera
diferente a lo que me hizo.

—No pasa nada, cada familia es un mundo—digo, y realmente creo eso—.


Todas tienen sus encuentros y discusiones.

Recuerdo los habituales gritos entre mis padres y los ubico en esa
categoría. Ellos discuten sobre mí como si yo no pintara nada, pero ahora he
crecido y sé bien lo que me conviene. Y pronto tendrán que escucharme con
atención porque ya no serán los dueños de mi destino. Pienso que en el
momento en que salga de esa casa después de la escuela, su matrimonio se hará
añicos. A veces sospecho que siguen juntos sólo por mí.

—Sí, pero esto es mucho más que una discusión—se lamenta—. Cruz y papá
nunca se llevaron bien…

En mi interior llego a la conclusión de que por algo será. José Romano


atacó a Cruz desde la primera palabra. Y el chico no se vio sorprendido, sino
que lo enfrentó como si lo hubiese esperado. Este conflicto viene desde hace
mucho tiempo atrás, y me muero por saber los motivos.

—Necesito ir al baño—se queja ella, levantándose del sofá.

Sube las escaleras casi corriendo y me rio cuando casi tropieza, la escucho
responder con una carcajada mientras se pierde en el piso de arriba. Niego
divertida. Permanezco allí, mirando a la nada mientras la sala silenciosa me
engulle y la piel se me pone de gallina. Porque intuyo su presencia incluso antes
de que se abra la puerta de la oficina. Y no sé si fue percepción o si lo supo con
seguridad, atento detrás de ella. Que me quedé sola.

No me muevo cuando se acerca a mí hecho una tromba, su rostro


enrojecido. Y sé que dentro de esas diminutas cuatro paredes ha estado
bebiendo más. Me paro cuando está lo suficiente cerca para arremeter contra
mí, pues no pienso quedarme sentada y darle todo el poder. Es más alto que yo,
pero de pie puedo plantarle cara más fácilmente.
Mis ojos lo fulminan a la par que alzo el mentón con desafío. Las uñas
cavan pozos en mis palmas apretadas, porque más que nada quiero clavarlas en
su cara, si es posible arrancarle los ojos y lanzarlos a la playa para que las aves se
los coman.

— ¿Cómo te atreves a volver a pisar esta casa?—gruñe, poniendo el rostro a


centímetro del mío.

Sonrío, mis dientes brillantes hacia él. Claro, le he cedido confianza y


poder al dejar de venir por dos años. Pero ahora he vuelto y se siente
amenazado. Cree que voy a abrir la boca.

— ¿Por qué no? Malena sigue siendo mi mejor amiga—murmuro, tan


tranquila como puedo fingir estar.

—Pendeja de mierda—levanta un poco la voz—. No te quiero ver cerca de


nuevo, porque juro…

— ¿Qué? ¿Qué vas a hacer? ¿Eh?—lo pincho.

Se arrima, me intimida. Y una parte de mí quiere hacerse un ovillo en el


suelo y llorar como una desquiciada. Como no lo hice en dos años.
Balancearme en la nada. El odio es más grande que cualquier otro sentimiento
y dificulta ese tipo de debilidad. La ira pisotea el temor. Y tal vez el hombre
pueda reducirme en un segundo y volver a hacérmelo, sin embargo no será
nada nuevo para mí. No le tengo miedo a las repeticiones.

—Voy a volver a ponerte de espaldas—escupe, y me mira el cuerpo como si


estuviera considerándolo muy seriamente—. Y después voy a matarte.

Y sé que lo dice en serio, completamente. Porque José Romano es capaz


de cualquier cosa. No hay remordimiento, ni piedad. Ya lo he vivido en carne
propia. Destrabo mis puños y subo una mano para mirarme las uñas, apoyo mi
peso en un lado de la cadera. Desinteresada totalmente.

—Sabes… las niñas suelen tener diarios íntimos, la mayoría… y yo no era la


excepción—levanto los ojos a él, me trago la bilis que sube por mi garganta—.
Tengo cada detalle anotado, todo lo que me hiciste, absolutamente todo. ¿Y lo
mejor? Existen copias. Llevo una, siempre, entre los útiles de la escuela. Hay
varias en mi habitación. Otras en la casa de mis abuelos, en Buenos Aires.
Además de otros lugares que serían fáciles de encontrar si yo desaparezco. Si
algo me pasa, lo sabrían…

Sus orificios nasales se agrandan y los dientes chasquean con fuerza. Y


simplemente sé que he ganado, pero todavía no he acabado.

—Como prueba, también hay una pequeñita ropa interior de nena, color
rosa, manchada con la sangre de mi virtud robada, la he mantenido escondida
y esperando… Sabes bien lo fácil que sería culparte—chasqueo la lengua—. Tal
vez te salves de ir a la cárcel, pero tu nombre se mancharía y ya nadie creería en
vos tanto como ahora. Los niños siempre dicen la verdad… y no te das una idea
de la cantidad de gente que estará de mi lado, especialmente si muero—sonrío
con victoria—. He sido una buena chica, inocente e inteligente, pocos dudarían
de mi palabra—suspiro, dejando entrever algo de artificial lástima por él.

He tenido dos años para pensar, para considerar mis opciones. Y sé que si
lo acuso, él no irá a la cárcel, porque es demasiado bueno salvando a la gente
de eso mismo. Y tal vez mi error fue no haber hablado en el mismísimo
momento que sucedió, pero no sabía qué hacer. Estaba entumecida y no pude
pensar en nada durante meses y meses. Fue como morir y regresar, estaba
perdida y no sabía ni siquiera quién era. Sin embargo, lo que sí es verdad es
que me desahogué en ese diario íntimo que alguien me había regalado en mi
último cumpleaños. Lo describí todo, cada maldito detalle. Y Romano y yo
sabemos que… hay testigos que podrían explotar si mi versión sale a la luz. Y si
aparezco muerta.

El hombre se aleja un paso y me fulmina con esos ojos verdes que tantas
pesadillas me han dado. No desvío los míos, demostrando mi valía. Sabe que lo
tengo agarrado de las pelotas y eso bastará para mantenerlo alejado de mí…
quizás no para siempre, aunque sí por algún tiempo.
—No va a ser tuya la última palabra—promete, sonriendo
despectivamente—. Ya veremos.

Me quito un mechón de cabello de la cara que se ha soltado de mi trenza


y me dejo caer de nuevo en los almohadones.

—Buenas noches, señor Romano—canturreo, amable—. Duerma bien—le


sonrío.

―Sólo si la consciencia se lo permite…‖

Male está bajando las escaleras, así que él sólo se limita a asentir y esquivar
a su hija menor para subir.

—Es tarde—comento con tono cansado—. Creo que mejor me voy a dormir.

Male se ve triste de que me vaya pero entiende, así que asiente y me


acompaña a la puerta. Ella también tiene que acostarse temprano.

Una vez afuera, me apoyo contra la puerta, apretando los parpados, y una
bocanada de aire arremete en mis pulmones. Tardo unos cuantos segundos en
volver a ser la misma de hace unos minutos atrás. Nunca creí que volver a estar
cerca de José Romano sería fácil, pero esto ha sido grande, y apenas me he
podido mantener en control. Por un momento tuve miedo. No de él, sino de
quebrarme frente a él. Mis piernas están temblando como nunca antes.

No demostré debilidad y estoy orgullosa de eso, porque ahora ese


malnacido sabe bien cuál es mi punto en esta historia y no se lo esperaba para
nada. Ha visto con sus propios ojos la clase de monstruo que creó.

Bajo las escaleras del porche y me dirijo hacia los árboles, dejando atrás el
hermoso jardín delantero. Está tenebrosamente oscuro mientras cruzo la
distancia que separa las propiedades. Y nunca he tenido miedo, de hecho, me
encanta venir a espiar más que nada cuando cae la noche.

Estoy casi en la mitad cuando escucho a alguien saltar desde una rama en
lo alto, ni siquiera tengo tiempo de reaccionar antes de ser tacleada y aplastada
contra un grueso tronco. Dos enormes manos me mantienen los hombros
contra él, y un rico aroma a colonia suave, bosque y sol me envuelve,
alertándome de quién se trata.

— ¿Cuál es tu problema?—pregunta, y se oye bastante enojado.

Por lo que frunzo el ceño, extrañada. ¿Esta es su forma de agradecerme lo


que hice por él en la cena?

— ¿Cuál es el tuyo, cerdo engreído?—arremeto, escupiendo mi respuesta.

—No me cae del todo bien que pendejas de catorce años me busquen por
debajo de la mesa—gruñe, aplastándome más contra el árbol.

¿Qué carajo? Así que a sus ojos lo que hice no fue más que una
insinuación sexual… Y puede que sea cierto, pero había otros motivos detrás. Y
que no lo tome en cuenta me enfurece. Desgraciado.

Lo empujo, despegándolo de mí con desprecio.

—Así que… a tu forma inútil de ver, prefieres unos años más de


rehabilitación antes que a una chica atractiva rozándote bajo la mesa…
entendido—resoplo con burla.

Prosigo mi camino, dejándolo atrás con furiosa ignorancia.

—Debería haber dejado que te metieras ese whiskey hasta por la nariz—
susurro, amarga.

Cruz me agarra del brazo con fuerza y me devuelve otra vez cerca de él.

—No sabes nada de mí, no me conoces—grita—. Deja de hablarme como si


lo hicieras. Lo tenía controlado—me sacude.

No me suelta el brazo y estoy empezando a impacientarme. Tironeo y eso


sólo me lleva más cerca de su pecho, sus dedos clavándose más en mi carne.

—Por supuesto—carcajeo con burla—. Creo que vas a tener que revisar ese
control tuyo, está un poco jodido—niego, todavía riendo.
Me suelta de golpe y casi caigo sobre mi culo, lo que me desplaza aún más
en el borde. Así que salto hacia él y planto mi palma en su cara girándola de
una cachetada. No me agrada una mierda cuando me echan mis pocas buenas
intenciones a la cara.

—Hijo de puta orgulloso—lo empujo, él aún está en shock porque fui capaz
de golpearlo—. Y cobarde.

Ahora es él quien ríe.

— ¿Cobarde?—alza las cejas.

Ya que me he acostumbrado a la poca luz, puedo verlo entero y a la


perfección. La oscuridad le sienta bien, y lo hace parecer más amenazador. Me
gusta. Y me encanta más que esté tan enojado. Los dos sabemos bien por qué.

—Sí, cobarde—murmuro, firme—. No te molesta que te haya salvado de una


recaída… Te molesta el hecho de que te gustó la forma en que lo hice.

En un segundo estoy pegada a él, llevando una mano al enorme bulto en


su entrepierna. Lo aprieto y su espalda de endereza de un tirón. Un gruñido se
le escapa.

—Estás tan duro—jadeo, mi aliento golpeando en su cuello—. Tan, tan


excitado. Y sólo por mí, soy todo lo que ocupa tu cabeza. ¿Miento?

Su respiración es un caos absoluto y apenas se puede mover. Sus manos


temblorosas se alzan y encierran mi rostro, me atrae más y estoy preparándome
para el instante en que sus labios tomen los míos. No llega. Únicamente se
limita a llevarme más allá, y apoyarme en un árbol.

— ¿Miento?—presiono, mi otra mano repta hacia arriba en su pecho.

No me pierdo la dureza de sus pectorales, los sólidos abdominales. No


puede hablar, está embrujado, lo tengo todo para mí.

—Soy más que un simple número—digo, sabiendo que se frena a sí mismo


por mi edad.
Traga, y me tiene es ascuas, derritiéndome y derramándome como miel en
el fuego.

—Lo sé—una simple caricia en la piel externa de mi muslo debajo de mí


vestido me calienta como nunca nada ni nadie ha hecho antes—. Y es por eso
que… no puedo—gruñe, disgustado.

Desprende mis manos de él y se marcha. Soy lo bastante orgullosa para no


perseguirlo. De hecho, me maldigo, porque nunca debería haber saltado sobre
él como una perra necesitada. De ahora en más voy a proponerme permanecer
lejos de su radar. Ya no más intervenir entre él y sus jodidas adicciones. Mejor
poner en marcha los planes pendientes y olvidarme de Cruz Romano.
CAPÍTULO 9
CRUZ
No dormí una mierda anoche.

Eva se comió mi cabeza. Sí, esa chica de catorce años me tiene agarrado de
las pelotas, y no sólo en un sentido literal. No he podido parar de pensar. No es
normal. No hay nada normal en ella. Sus ojos son sobrios la mayor parte del
tiempo. Y a veces hasta dejan entrever un brillo de lo más particular. Un brillo
lleno de malicia. Y en otras, sólo hay sombras.

No, Eva Moretti no es una adolescente corriente.

Hay algo malo con ella. Y me siento motivado a averiguar qué es lo que la
obliga a ser así. Lo que le quita cualquier expresión inocente, soñadora y
alocada. Se supone que debe estar en la edad del pavo, ocupada en idioteces sin
sentido. Como sentirse atraída por cosas tontas y superficiales, tal vez ir por ahí
suspirando por algún amorcito platónico del colegio. En cambio… ella me miró
de frente, me dio una cachetada que picó como la mierda y estiró la mano para
tomarme la entrepierna. Porque sabía que mi pene latía por ella. Porque es
capaz de captar lo que un hombre puede sentir por ella. Es todo, menos una
inocente y atolondrada niña. Es seria, resuelta, y posee una mirada que sabe
cómo usar para hacerla funcionar como un látigo. Sabe cómo demolerme.

Y me tiene loco.

Desde que la descubrí espiándome no he tenido éxito en desinteresarme


de ella. La deseo como jamás deseé a otra en mi vida. Y me molesta su edad,
más de lo que me gustaría admitir. También me asusta. Porque intuyo que hay
mucho sobre ella que mantiene bien escondido en lo profundo y a veces me
hace dudar...
Pero realmente quiero escarbar en su historia, la mayor parte del tiempo,
porque me muero por comprenderla. No existe otra chica como ella. Tan…
misteriosa y arrojada. Valiente y sin pelos en la lengua. Con pensamientos y
actitudes tan adultos. La veo como una igual, como si tuviera mi misma edad o
hasta fuera mayor. Porque es claro que es mucho más inteligente que yo. Y no
me molesta admitirlo.

Es especial.

Si tan sólo fuera más… vieja. Pienso en lo que seríamos juntos y… no


puedo ponerme más duro, porque es imposible. Voy por ahí siempre con una
semi erección completamente alerta, y si la veo, instantáneamente mi piel
reacciona. Se hincha, se atiranta. Y ya estoy listo para ponerla sobre su espalda y
hacer lo inimaginable con su perfectísimo cuerpo.

Ha pasado una hora desde el almuerzo, y me decido a salir de mi


habitación. No he comido nada, me negué a dar la cara con los demás, porque
no tenía ganas de ver sus expresiones culpables y cobardes. Las mismas que
pusieron anoche mientras mi padre me clavaba puñal tras puñal para hacerme
caer de nuevo en el pozo que él mismo cavó para mí. Me quiere ver muerto, eso
no es novedad. Tampoco es nada nuevo que voy a enfrentarlo cada maldita vez
que pueda y demostrarle que ya no puede romperme como antes.

Que se jodan, nunca he esperado más de ninguno de ellos.

Abro la puerta y me asomo con los pies descalzos y el torso desnudo. No


alcanzo a dar ni dos pasos, porque miro dentro del cuarto de mi hermano y lo
veo de brazos cruzados, enfrentado a la ventana. Ensimismado en alguna cosa
más abajo. No pido permiso al colarme e ir junto a él, me fijo en la misma
escena que lo tiene concentrado.

Malena y sus amigas están teniendo un gran momento en la pileta, son


gritonas y exageradas. Son tres y tienen a mi hermana corralada tratando de
hundirla. Pero no son ellas las que me llaman la atención, sino la silueta
solitaria tomando el sol unos pasos más allá, altanera y quieta recostada en su
toalla.
Eva está apoyada en sus palmas, y sus largas piernas desnudas acaban justo
en el final de la extensión de toalla. Observa al grupo desde detrás de sus gafas
de sol y no podría contrastar menos con el resto de lo que ya hace. Como dije
antes, se ve mayor. Como la niñera que las vigila desde lejos sin inmiscuirse. O
la hermana mayor que intenta no entrometerse en las estupideces de las
pequeñas de doce años. Es tan extraña.

Sin embargo no es su actitud la que me obliga a permanecer allí, espiando.


Es su cuerpo enfundado con ese maldito bikini que me deja echar un detenido
vistazo a una gran parte expuesta de su cuerpo tonificado.

—Ya veo por qué no te podés despegar de esta ventana—carraspeo,


tratando de disimular el calor líquido con el que mi sangre se traslada hacia la
zona de mi ingle.

Dani aprieta la mandíbula y me mira. Sus castaños ojos entrecerrados,


como si se sintiera ofendido.

—No la estaba mirando a ella—se queja.

Bufo.

—No tiene nada de malo mirarla, por Dios—le insisto—. ¿Quién se


resistiría? Somos chicos…

—Ella no me interesa—reafirma, tieso.

Me encojo, negando. Y regreso mi vista abajo. Ahora Eva está siendo


llamada por mi hermana para que se una a la lucha, la rubia despampanante
sólo se limita a negar, sonreír con suavidad practicada y rodar encima de su
toalla. Boca abajo. Me trago un gemido al ver su culo redondo elevarse,
apuntando hacia arriba. Cruzo los brazos para no apretar tan duramente mis
puños. No quiero que Dani note del todo lo que ella me provoca. Que es más
que nada lo que él está tratando de disimular también. Negar que le atrae el
hermoso cuerpo de la vecina.
— ¿Entonces a quién espías? ¿A esas chicas planas de doce años?—lo
aprieto.

Se encoge, gruñón.

—Sólo estaba mirando, ¿por qué todo tiene que tratarse sobre atracción
sexual?—gira el cuello para mirarme.

Nuestros ojos se enlazan y de pronto me doy cuenta de lo cambiado y


maduro que él se ve. Tiene casi dieciséis, pero también se ve mayor. Como Eva.
Y es como si la misma sombra que suele aparecer en los irises aguamarina de
ella también se adueñe de los marrones de él.

— ¿Hay algo que te gustaría contarme?—pregunto.

También cruza los brazos y desvía la atención abajo una vez más. No a
Eva, sino al grupo de amiguitas de Malena. Niega.

— ¿De verdad? Sabes que podés hablar conmigo sobre lo que quieras—no
sé por qué estoy siendo tan suave y honesto con él, será porque se ve tan
vulnerable que me preocupa.

Sé que apenas habla con nuestro padre. Ese egoísta de mierda vive más en
la calle que en esta casa. Y todos acá sabemos que hay prioridades más
importantes que su familia. Dani puede estar teniendo alguna crisis normal de
la edad y es posible que no tenga con quien hablar.

Agita la cabeza a los lados suavemente sin decir nada. Apagado. Arrugo el
entrecejo, tratando leer su expresión. Entonces noto que está mirando a
Malena con fijeza. ¿Qué mierda le pasa? Se ve melancólico. Y no sé qué más
decir para sacarle la ficha, por lo que permanezco ahí mientras vemos a nuestra
hermana correr hacia Eva y robarle la pieza superior del bikini que ella se había
desprendido para broncearse la espalda. Ríe a carcajadas mientras la otra la
maldice y se levanta, algo fastidiada. Mis ojos y los de Dani casi saltan de las
órbitas reparando en que ni siquiera se preocupa en taparse los pechos
mientras camina lentamente hasta Malena, que se ha quedado de piedra al
igual que sus amigas, y le dice alguna cosa que no escuchamos.
—Carajo—gruño, entre molesto y excitado.

Dani niega y hace lo impensable, se ríe por lo bajo. Y ahí mismo


realmente me doy cuenta de que la desnudez de Eva no le afecta. Ni lo más
mínimo.

—Sos gay o ¿qué?—le escupo, desconcertado.

Él vuelve a mirarme, toda la actitud sombría desapareciendo mostrándose


divertido.

—No—sonríe encogiéndose—. Ya te dije que Eva no me gusta…

—Por Dios—digo, casi indignado—. ¿De verdad no te gusta? A tu edad me


gustaban todas y más si andaban por ahí mostrando las tetas—rio.

Resopla, poniendo los ojos en blanco.

—Todavía te gustan todas, idiota—me acusa.

Me rio, tiene razón. Las mujeres me vuelven loco. Aunque no tan


impresionantemente como Eva. Esa chica me robó los sesos y los metió en una
freidora. He perdido toda racionalidad en sus manos.

—Por supuesto, y no puedo resistirme a mirar cuando me muestran un par


de tetas como esas…

—Tiene catorce, Juan Cruz—suelta, de improvisto perdiendo toda diversión.

Exacto. Sus palabras caen sobre mi cabeza como una bomba atómica,
derribándome. Así es, tiene unos insignificantes catorce años.

Maldigo por lo bajo y me alejo de la ventana tan rápido como puedo.


¿Qué mierda? ¡Tiene catorce! ¿Por qué carajo no le afecta en nada andar por ahí
con las tetas al aire? Es… una perra desvergonzada. Y lo que mejor le sale es
obligarme a olvidar su edad. Soy tan repugnante. Y me molesta que mi
hermano menor esté siendo testigo de lo que me provoca.

—Voy a bajar a comer algo…—aviso, secamente.


Y lo abandono allí con toda su rareza de mierda.

EVA
Dejo la clase de ballet antes de tiempo, no se debe a que el tiempo se me
esté ajustando, sino porque no se me da la gana aguantar a esa mujer con sus
estiramientos y movimientos irritantes. Mejor podría anotarme a yoga, sería
igual de insulsa. Pongo mi mochila sobre el hombro y dejo el salón agitando la
cabeza hacia las demás compañeras. Ellas me levantan la mano, sonriendo. Y la
profesora me despide diciendo que me espera la próxima. Veremos, voy a
replantearme seriamente el regresar.

Hoy me libré de Malena, no la dejaron venir conmigo porque llevó una


nota baja de matemáticas a casa. Un seis. Me habría preocupado si José
Romano estuviese en casa, pero fue Lisa quien se encargó del castigo y le
impidió venir a Ballet. Genial. A mi forma de ver no es una sanción sino un
regalo caído del cielo.

Es por eso que me salgo antes de la clase y me muevo en dirección a la


iglesia. Las puertas grandes se alzan cerradas frente a mí y las observo de brazos
cruzados, inclinando la cabeza a un lado, un ceño crítico. No me gusta la idea
de entrar, pero lo voy a hacer porque, como dije, estoy dispuesta a llegar al final
de esto. Poniendo los ojos en blanco con resignación, camino unos pasos y
empujo una sola y pesada ala. El ruido de las cargadas bisagras retumba en el
pequeño recibidor, que muestra otras dos puertas más pequeñas que dan
ingreso al centro de la cuestión. Silenciosamente me deslizo dentro.

Hay algo que me incomoda de las iglesias. Son demasiado altas y la


decoración es anticuada y de mal gusto. Son silenciosas, y aun así se llegan a oír
los ecos de cualquier mínimo sonido. Por ejemplo, mi respiración. Se oye como
si la persiguieran unas diez más. Es como si la sala estuviera vacía, pero está
llena de muebles, bancos y estatuas sagradas, no debería sentirse como un lugar
hueco.
Recorro la larga distancia del camino central hasta el altar y me suspendo
allí, mirando de frente a la imagen de Jesús. Arrugo la nariz y me doy la vuelta
para estudiar el lugar. Atender los objetivos por los que me animé a entrar.

Recuerdo tomar la comunión en este mismo lugar hace cuatro años. El


cura era otro, tuve suerte, supongo. Y me confesé sentada junto a él en el
primer banco, mirando hacia el altar. Dije las primeras estupideces que se me
ocurrieron. Ya que no era una verdadera pecadora y dudo que los niños de diez
años por lo general lo sean. O tengan alguna idea de lo que eso significa en
realidad. Ellos se han sentido mal por decir alguna palabra sucia, envidiar algún
juguete caro de otro y mentir a sus padres sobre alguna cosita insignificante.
Nada grave. Pero debíamos confesarnos si queríamos tomar la comunión, por
lo que teníamos que tener algún pequeño fallo por el que rezar y esperar el
perdón de Dios. Así seríamos puros para tragar su cuerpo y beber su sangre. O
lo que sea que signifique hacer la fila junto a tus padres y recibir la placa sin
sabor de manos del cura.

—Buenas tardes a tan dulce señorita—cantó una mujer saliendo desde


algún agujero camuflado, tomándome por sorpresa—. Soy Albertina, ¿qué
puedo hacer por usted?

Su sonrisa es abierta y amable, y me mira como si le encantara recibir


visitas en la iglesia. Apuesto a que poca gente aparece de la nada y entra por su
propia iniciativa.

—Hola—sonrío, y me acerco para sacudir su mano, no voy a dejarla


besarme en la mejilla—. Me estaba acordando de cuando tomé mi primera
comunión…

Ella se sonríe más ancho si eso puede ser posible y se sienta en el primer
banco de la fila de la izquierda, golpeando con su palma abierta el lugar a su
lado, invitándome a acompañarla. Lo hago, pero no tan cerca.

— ¿Estás pensando en tomar la segunda? ¿O tal vez confirmarte?—quiere


saber, entusiasmada.
—Um—finjo una duda, mientras miro la estatua de Jesús—. Creo que las
dos. Me gustaría…

Por dentro me río de semejante mentira, porque si fuera por mí no habría


vuelto jamás en la vida a pisar esta o alguna otra iglesia.

—Eso sería buenísimo, siempre podés acercarte y anotarte. Yo soy la


encargada de eso mismo—cuenta, palmeándome la pierna con amistad—. Ahora,
don Alfredo está muy ocupado con los niños, estamos en época de
comuniones, pero alguno de los domingos del próximo mes podrías comulgar.
Y luego empezar las clases para confirmarte, acá mismo—me guiña.

Asiento, devolviendo la sonrisa entusiasta. Me muestro bastante decidida


a hacer lo que ella dice.

—Así que ahora el cura está confesando a los chiquitos—digo, de pasada—.


Me acuerdo de que me confesé en este mismo banco con Hugo. Ahora hay uno
nuevo, ¿dijiste?

—Sí, hace tiempo que está, cerca de dos años. Hugo se mudó a otra ciudad
y tuvimos suerte de que Alfredo no tuviera problemas en venir—relata,
alisándose la falda negra e insulsa que lleva—. Si querés conocerlo antes de
confesarte siempre podés golpear en la casita justo al lado de la iglesia, vive ahí.
O podés encontrarlo mucho por acá, esta semana está completo con las
confesiones de los niños que van a comulgar el domingo. Y la semana que
viene, igual.

Así que toda la semana… Buena información.

—Este lugar está impecable, me encanta—comento, pasando el dedo por el


banco, ensimismada.

Albertina se ríe y se levanta, sus zapatos repiquetean cuando camino,


alejándose de la fila y yendo hacia el altar. La sigo.

—Tenemos mujeres que lo mantienen todo impecable. Vienen a limpiar


casi todos los días—cuenta, orgullosa.
La asistente del cura se ve feliz de estar metida en este frío e inmenso lugar
casi todo el santo día. Me pregunto cómo es que no está deprimida. O tal vez
no tenga ninguna otra cosa que hacer.

—Que bien, se nota el cuidado—aseguro, para ponerla más contenta—. ¿Y


cómo son las confesiones ahora? ¿En el confesionario?—le doy un vistazo al
costado, a una pequeña habitación abierta donde se encuentra el confesionario.

Necesito saber si ese hijo de puta los mete ahí adentro o los confiesa como
Hugo, aquí afuera. ¿En qué momento se pone toquetón y exigente con las
faldas de las niñas?

—Oh, creo que es como siempre ha sido. Los niños se sienten intimidados
en el confesionario. Lo hacemos como una charla amistosa, es agradable—
sonríe, balanceándose mientras habla—. Generalmente estoy afuera ordenando
las filas con las catequistas. A Alfredo no le gusta que se lo interrumpa porque
el proceso podría durar una eternidad, y los chicos se ponen incordiosos, se
cansan rápido de tanto esperar—entrelaza los dedos en el frente, observándome.

Espero que mis shorts de jean y remera de tirantes no sean inapropiados


para entrar en una iglesia. Ella se ve de lo más recatada, toda cubierta y vestida
de oscuro.

—Muchas gracias por atenderme—doy un paso atrás, sonando agradecida—.


Un día de estos voy a pasar a charlar y de paso me voy a anotar para el próximo
mes—levanto la mano para saludar.

Albertina hace lo mismo, genuina y contenta.

—Acá estaremos para recibirte—canturrea a mi espalda mientras me voy.

Salgo de ahí adentro como si me persiguiera el diablo. Ja-ja. Qué ironía.


Sonrío por dentro. Tengo la suficiente información. Ahora tengo que trazar un
plan, y rápido. Porque no me gusta nada que estén en época de comuniones.
Debería volver a colocar la cámara, el problema es que las mujeres de limpieza
vienen casi todos los días. Por lo que tendría que permanecer cerca y quitarla
de inmediato cuando la jornada termine. Frunzo el ceño, esto es estresante. Y
estoy comenzando a impacientarme porque me niego a fallar.

Metida en mi cabeza, bajo las escaleras altas y me aproximo al borde de la


calle con intenciones de llamar a un remís y esperar. Ir a casa, poner mi mente
a mil para que ningún detalle se me escape. Estoy sacando el celular de mi
mochila cuando una risita tonta se alza entre los sonidos de la gente alrededor y
levanto la vista en su dirección.

Me olvido de lo que estaba a punto de hacer.

Es Cruz. Y está hablando con una rubia, la de la risita tonta. Su coche está
estacionado a un lado y él se encuentra apoyado despreocupadamente contra el
capó, la chica casi encima de su cuerpo. Se frota descaradamente y él sonríe
como un ganador. Lleva un vaquero ajustado azul claro y una camiseta negra, la
misma que lucía cuando lo vi por primera vez esta semana. Está despeinado, y
ese estilo indiferente es lo que potencia su atractivo. El sol de la tarde hace
brillar sus mechones dorados. No logro fijarme en sus ojos, pues los cubren
unas gafas de aviador. Pero sí reconozco esa sonrisa torcida y no me gusta una
mierda.

La chica que lo acompaña muestra una mini falda y camiseta de tirantes,


parecida a la mía. Pero ella la rellena más, tiene mejores curvas que yo. Sus tetas
parecen falsas, aunque eso no le quita belleza, como siempre he pensado, sino
que se ve muy agradable a la vista. Su pelo rubio súper teñido está suelto y la
brisa lo empuja constantemente en su rostro bronceado y bonito. Si no
estuviera babeando encima de Cruz no me caería tan mal, la respetaría. Pero
está incitando al único chico que alguna vez quise y... la odio. Estoy muy
ocupada ahora, fulminándola con la mirada.

Y más loca me pongo cuando él arrastra una mano por su cadera,


engancha su falda y la atrae. Siento ganas de levantar un pie y aplastarlos como
los dos gusanos arrastrados que son. La otra noche él puso esa misma mano en
mi muslo desnudo.
Casi sin siquiera pararme a considerarlo estoy caminando hacia ambos.
Lanzando mi mochila en el asiento trasero del descapotable y saltando por
encima de la puerta, dejándome caer en el asiento del copiloto. La rubia tetona
es la primera en notarme y fruncir el ceño, alertando a su pegajoso compañero.

Cruz se da vuelta y su mirada se topa con la mía. Alcanzo a notar su


sorpresa incluso desde detrás de sus lentes.

—Hola, vecino—sonrío, enroscando un mechón rubio de mi cola de


cabello alta en mi índice—. Ya estoy lista, ¿nos vamos?

CRUZ
Si apretara más el volante, se me partirían los dedos. Así que sólo acelero,
me concentro en meter aire en mis pulmones y miro al frente. Lo único que
tengo que hacer es permanecer atento al camino, y olvidarme de que a mi lado
viaja una chica de catorce años que me cagó un levante hace unos minutos. He
descubierto que no sólo es sobria e inteligente, también es una caprichosa. Y no
voy a jugar este juego con ella. Porque me lo he prohibido a mí mismo y no está
en mis planes dejarme arrastrar. Eva Moretti es mala para mí. Debería haberme
negado a traerla, pero no quería desairarla delante de Belén. Aunque se
merecía que la dejase en ridículo por inmiscuirse donde no la llaman.

—Así que…—comienza ella, levantando la mano para que el aire golpee en


su palma y se cuele entre sus dedos—. ¿Quién era esa?

No me pierdo la manera en la que se refiere a Belén, siseando como una


víbora. ¿Está celosa? No tiene derecho. No somos nada. No significamos nada
el uno para el otro, y se va a quedar así por lo que a mí respecta. Volteo la cara
para enfrentarla desde detrás de mis gafas oscuras, la estudio. No me está
mirando a mí, está entretenida con los movimientos lentos de su mano en el
viento. Algunos mechones sudados se le han escapado de la larga cola de
cabello en lo alto de la nuca y sus ojos están entrecerrados por la claridad del
sol. La camisetita de tirantes que luce no deja nada a la imaginación, y me doy
cuenta por primera vez que tiene algunas pecas en el escote, y lunares en el
costado del cuello. Ese jodido short me lanza invitaciones por segundo para
que le mire las piernas. Me niego. Si caigo, voy a tener que detenerme a un
costado y tomarme su interrupción demasiado personalmente.

—Una ex compañera de la secundaria—contesto, volviendo al frente.

Soy tan frío como puedo. No va a ganar, me repito constantemente. No va


a ganar. No importa cuántas veces se meta conmigo.

— ¿Ibas a garchartela?

Bueno, ella sí que va al grano.

—Voy a garcharmela—respondo, corrigiéndola al tiempo futuro.

No la estoy mirando, pero intuyo desde mi posición que no le gusta nada


mi respuesta. Mejor. Más rápido se olvide de mí, muchísimo mejor. Cualquier
cosa que tenga en mente, puede irse muriendo.

— ¿Para sacarme de tu sistema?—devuelve un momento después.

Lanzo una seca carcajada entre los dos. Niego. No tiene filtro,
definitivamente está jugando duro. Voy a tener que redoblar la apuesta. No
puedo permitir que gane.

— ¿Qué te hace pensar eso? Para que sepas, bonita, no sos el ombligo del
mundo.

Ella se ríe en alto, de lo más rugosa y sexy. ¡Nadie en el mundo puede reír
así a los catorce! Odio todo, todo lo que me hace. Cada maldita sensación y
tentación. Ella es una niña, no una mujer. Y tengo que metérmelo en la cabeza
de una maldita vez.

—Se parece bastante a mí, para empezar—dice, decidida—. Con la


diferencia de que soy toda natural y ella una réplica barata. Pero… está bien.
Podrías caer más bajo—acaba, encogiéndose.
He caído más bajo, debería saber. A lo largo de mis años activos he
terminado en la cama con cualquier desconocida, y a veces despertaba sin
siquiera un mínimo destello de lo que habíamos hecho. Decir que corría a
hacerme exámenes médicos con regularidad se quedaría corto. A veces,
realmente me asustaba de mí mismo. Y, puede que haya terminado con las
drogas, pero simplemente sé que yo seré mi propia destrucción tarde o
temprano. Soy un alma contaminada.

—Vamos a dejar algo claro entre los dos, Eva—me pongo serio de repente,
bastante molesto—. Entre vos y yo no va a pasar nada. Nada. No estoy al tanto
de lo que hay en esa cabecita inocentona de catorce años, pero no es más que
una ilusión. Vos y yo, nunca—remato, seguro de lo que estoy diciendo.

Ella se remueve en su asiento y me tomo unos segundos para echarle un


vistazo. No sé qué puede estar pensando ahora mismo, es buena
escondiéndolo. Sólo espero que lo entienda.

—Te dije que soy más que sólo un número…

— ¡Me importa una mierda lo que hayas dicho, carajo!—exploto sin pensar.

Si tengo que gritar para que entienda, entonces gritaré alto y claro. Si
tengo que insultarla, también lo haré.

—Quiero que te mantengas lejos de mí—insisto, filoso—. No te me


acerques. No me interesas, y es mejor que te quede claro de una puta vez.

—Entonces, déjame bajar—suelta, sin voltear a mirarme.

Sus dos esferas aguamarina van al frente, heladas, y se niega a mirarme. Su


cuerpo está tieso e inmóvil.

— ¿Qué?—pregunto, creyendo que no oí bien.

—Que me dejes bajar, voy a seguir a pie.

Me rio.

—No seas ridícula—la acuso, burlón.


—Si hubiera una gota de sinceridad en toda esa mierda que me decís, te
dejaría en paz. Pero estoy viendo el bulto en tus pantalones y, si no me dejas
bajar ahora mismo, me voy a hacer cargo de él—amenaza con tono sólido—.
Porque lleva mi nombre. Y estoy cien por ciento segura de que ibas a cogerte a
esa puta porque…

Ralentizo la velocidad y bajo el coche de la ruta, deteniéndome en la


banquina, sobre la extensión de pasto. Por dentro estoy rugiendo, alterado e
impaciente. Y esta pendeja sigue tirando de los hilos, ni siquiera le importa
toda la mierda que le grité. Le entra por un oído y sale por el otro. No hay
dudas de que está acostumbrada a que le den todo lo que quiere.

—Hacete cargo, entonces—a ver si tiene agallas.

No se demora ni un segundo antes de intentar posicionarse a horcajadas


en mi regazo. Me rio despectivo y la detengo. Ella se frena y eleva la atención a
mi cara. Trago al posarme en sus enormes ojos azul verdosos y notar lo
inocentes que se ven ahora.

—Soy un tipo exigente—aviso, ronco—. Me gusta el combo completo.

Antes de echarme atrás levanto mi mano derecha y la engancho en la


curva de su cuello, me permito meter la punta de los dedos en los cabellos de la
parte baja de su nuca. Con la otra me desprendo los botones del vaquero con
estudiado control. Me la meto en el interior del bóxer y saco mi pene fuera,
justo ante su escrutinio mudo. Me atrevo a ir más allá, a ser más grosero con
ella, y ejerzo presión en su cabeza para que descienda. Me revuelve el estómago
lo que estoy haciendo, sin embargo sigo adelante, esperando que ella se
acobarde. Que se asuste y corra en la dirección contraria.

No lo hace.

No sigue ninguna de mis expectativas. Debería haber sabido que


reaccionaría de una forma diferente, porque desde que la conocí supe que era
diferente. Me atraganto cuando baja con rapidez y lame mi longitud con la
iniciativa de una experta. La vista se me nubla, y cierro los párpados con fuerza,
tratando de reunir fuerzas para detenerla. Siendo el ridículo que se arrepiente y
se quiere echar para atrás. No puedo hacerlo, no importa que esté entre el
placer y las náuseas. Eva me toma con una temblorosa mano torpe y sigue
adelante con su boca. Mete la cabeza por entero en su boca, y por su forma de
chuparme sé que ésta es su primera vez. Y no debería ser conmigo, ni en este
momento. Con toda la voluntad que puedo conseguir adentro la alejo de mí
tomo su cara en mis manos y la levanto, fijo mis ojos en los suyos.

—Esto no está bien—murmuro, atragantándome.

Estoy asqueado y avergonzado de mí mismo, por dejar que ella destrozara


mis nervios. Por darme el permiso de actuar como un degenerado. Eva
pestañea tras la bruma en sus pupilas, despejando su enfoque. No sé si lo
acumulado allí es a causa de placer o lágrimas. Rezo para que no se trate de las
últimas.

Eva se apoya en mi muslo con una mano, la otra en mi hombro.


Entonces, inesperadamente se acerca y apoya sus labios en los míos. Otra vez
hace ademán para subirse en mi regazo, tomándome desprevenido. Se asienta
encima de mi pene descubierto e intenta profundizar el beso. La sigo, por un
momento, me digo que no es un daño corresponderle. E introduzco la lengua
en su boca cuando la abre exclusivamente para mí. Y forjamos un ritmo, una
intensidad que me pone aún más duro y a ella más blanda. Se aprieta contra mi
torso, aferrándose a mi cuello, como si quisiera fundirse en mí y desaparecer.
Le permito por un minuto seguir con esto, hasta que me amonesto a mí mismo
y me aclaro un momento para definir el final.

Se abraza a mi cuello como una garrapata cuando me dispongo a


empujarla lejos de mí, de vuelta a su asiento.

—No—gime en mi oído—. No quiero—se estremece.

—Eva—susurro, áspero y sin reservas de aire.

—No me soltés—pide.
Y no le hago caso, la fuerzo a desprenderse de mí y la regreso a su lugar.
Me acomodo las ropas con frustración, al tiempo que ella se sostiene en su
lado, agitada y sonrojada. Ahora creo que realmente la he herido. Porque soy
un burro, un hijo de puta insensible. No sé qué ha visto en mí que la hace
quererme. Soy un asno. Y acabo de demostrárselo. Es bueno, supongo, es
posible que se mantenga en su lado de la línea ahora que la he degradado de
esta manera tan despreciable.

Metiendo oxígeno violentamente por mi nariz coloco primera y el


convertible avanza. De nuevo se alza el viento a nuestro alrededor, aunque no
se lleva el silencio insoportable con él. Está claro que no sé cómo mierda actuar
alrededor de ella cuando está hecha una bola demoledora de fuego y poder, así
que mucho menos respuestas obtengo ahora que se muestra vulnerable. Una
cara completamente nueva de Eva Moretti. No dice nada hasta que entro por el
camino de la propiedad de mi padre y detengo el coche frente al garaje,
dejándolo en el exterior.

Abre la puerta, se baja, se inclina a por su mochila. A continuación se


digna a mirarme, cavando agujeros en mí con sus preciosos ojos. No se ve
ofendida, ni dolida. Sólo… inexpresiva.

—Sólo pedía una cosa, Cruz—habla, y no reacciono ante el uso de la última


mitad de mi nombre, cuando todo el mundo me llama Juan—. Quería que me
limpiaras.

Luego de sus extrañas palabras ella se da la vuelta y desaparece entre los


árboles que separan esta casa de la suya. Mis entrañas se revuelven y me froto
los ojos, cansado. Totalmente drenado. No sé a qué acaba de referirse ella, y
tengo la leve sospecha de que no me gustaría saber una mierda sobre ello.
CAPÍTULO 10
EVA
Recuerdo bien que me costó tomar consciencia de lo que me había
sucedido en el cumpleaños número diez de Malena, durante los meses que
sucedieron al repugnante acto. Estaba perdida. Pero no pasó mucho tiempo
hasta que en la escuela comenzamos las clases de educación sexual.
Gradualmente, me fui introduciendo con sereno interés en el asunto clave de
la cuestión. Y me iluminé. Lo entendí casi todo. O, más exactamente, lo que
necesitaba urgentemente meter en mi cabeza entumecida.

Después de eso, usé internet. Navegué horas y horas por las redes
buscando respuestas a preguntas que ni siquiera sabía cómo formular.
Necesitaba entender cómo sería mi vida después de esa tarde, aprender a vivir
con ello. Exigí resolver los actos reflejos que mi cuerpo emitía y que apenas
podía controlar. Todavía no tengo idea, si soy sincera, así que tampoco me
sirvió de mucho. Sin embargo, hubo un punto en la lista de supuestos efectos
colaterales que me tocó una fibra sensible. Lo recuerdo bien porque le dediqué
pensamientos por muchísimo tiempo. Y tuve que buscar en un diccionario la
palabra promiscua. Darle vueltas y vueltas para comprenderla. Más vulgarmente
se podía traducir como puta.

Yo no quería ser una puta.

No quería que ningún otro hombre me rozara en la vida. Tenía miedo,


debo reconocer, aunque éste se escondía detrás de las piernas del enojo, tal
como un niño pequeño en las de su madre. Lo último que quería era que me
volvieran a tocar mis partes íntimas. Entonces cumplí los trece años y la
perspectiva cambió. Mi ser empezó a insistirme, a pedirme cosas que yo no
sabía cómo interpretar. No lo supe bien hasta que en una ocasión caí en una
página porno, arrastrada por la curiosidad. Husmeé, cavé profundo, sin cesar…
y se volvió una rutina. Comencé a visitarla, al menos, unas tres o cuatro veces a
la semana. Alimenté mi promiscuidad sin querer, la crié en mi interior. Le cedí
el poder. Y ahora está madura y lista. Ahora, quiere que un hombre la toque,
ansía la cercanía y todo lo que conlleva. Anhela el sexo, como una pobre
muerta de hambre que revuelve la basura por migajas podridas.

Y no soporta que le digan que no.

No resisto que Cruz me rechace. No lo acepto porque él me ha despertado


totalmente del sueño, desde hoy sólo quiero permanecer despierta. Y lo necesito.
Lo necesito porque se siente bien. Bien. Como nunca nada antes en mi vida.
Por lo que al llegar a casa después de que él intentara denigrarme y asustarme
para que me alejara de una vez, lloré. O no, tal vez no fue un llanto en toda
regla, pero sí hubo un par de lágrimas. Gotas que se ahogaron una vez que
encendí la ducha y me quité el sudor y la irritación de encima. Lágrimas que se
fueron por el desagüe al tiempo que me masturbaba una, y otra, y otra vez. Con
furia, y casi haciéndome daño a mí misma.

Una vez que terminé, encerré esa mierda en un cajón en mi mente, eché
llave y me ocupé de algo mucho más importante que la herida reciente a mi
orgullo enfurecido y mi sexualidad principiante.

El cura.

Tracé el plan detenida y detalladamente. Llegué a la conclusión final en


poco tiempo. Lo que me trae al presente, al día siguiente, en medio de la iglesia
vacía, acompañada de los ecos que persiguen a mis movimientos casi
silenciosos. Diviso, antes de llegar al fondo, el largo mantel blanco que decora
el altar y sé de inmediato que ese es un excelente lugar. Nadie podría verla
durante el rato que dure esto, todos atentos a los bulliciosos chicos de diez años
correteando por allí.

Me siento en el primer escalón que alza al altar en lo más alto de la sala y


descubro la cámara, sacándola de mi bolso de deporte. Levanto uno de los
laterales de la tela y la cuelo debajo. Enfoco hacia el centro de la iglesia, pero
me inclino más por el primer banco de la izquierda, confiando en que el
pedófilo elegirá ese mismo lugar, como el cura anterior. Cuando la imagen en
la pantalla de mi celular me tiene satisfecha, me levanto y regreso sobre mis
anteriores pasos. Cuando salgo por la enorme puerta de doble hoja maciza ya
hay un par de madres esperando al final de las escaleras, con sus niños
agarrados de sus manos. Los dos muchachitos se sueltan ni bien verse y se
reúnen, soltando risitas agudas. Se ven entusiasmados de entrar a la casa del
señor y sacarse de encima sus falsos pecados. Para que les hagan creer que
merecen comulgar en la misa del domingo.

—Buena suerte—susurro por lo bajo mientras dejo atrás la iglesia.

Cruzo la calle y me dirijo al pequeño bar de la siguiente manzana,


prefiriendo permanecer cerca por las siguientes dos horas que calculo durará la
rutina de la iglesia. Son las cinco de la tarde, y tengo bastante tiempo de luz
restante para cuando llegue la hora de tomar el coche de regreso a casa. Paso a
través de la puerta de vidrio que anuncia mi presencia con una musiquita
ridícula, y me dejo caer en la mesa del rincón, con vistas al exterior. Pido una
gaseosa fresca mientras me concentro en el seguimiento de la cámara en mi
correo. Esperando que comience el movimiento que la active.

No tengo que esperar más de quince minutos, los mensajes con las
capturas comienzan a llenar mi bandeja. Descubro que he calculado
excelentemente el punto justo donde el cura se sienta con cada niño a hablar.
Voy mirando y eliminando las imágenes a medida que van llegando, siendo
menos que normales. Por un momento, creo que voy a volverme loca, pero lo
llevo bien, porque tengo la voluntad de acero. Y quiero acabar con esto cuanto
antes. Los primeros niños van pasando, y el tiempo de las confesiones no dura
más de cinco o diez minutos, entonces el chico se cambia a los bancos de la
siguiente fila, se arrodilla, y reza lo que el cura le recomendó. No entra el
siguiente hasta que él se marcha. El hombre siempre está a solas con ellos. Y
por momentos se ve simpático y no es difícil saber que a los pequeños les cae
en gracia. Algunos de ellos lo observan con profunda atención y adoración,
como si lo admiraran.

No es tan viejo como yo creía, tal vez tenga unos cincuenta años. Está un
poco calvo y barrigón, su imagen es de lo más corriente. Se muestra sereno y
simplemente es fácil engañarse. ¿Yo también caería en la red si no sospechara
de él? Tal vez. He dicho que llevo un radar conmigo a todos lados, pero a veces
sé que puede fallar, o darme ideas equivocadas, estoy consciente de ello. Por
eso nunca me apresuro a sacar conclusiones.

Una hora después y dos gaseosas más—no light—, estoy suspirando con
frustración porque no he adquirido ni una sola señal sospechosa. Y, si bien me
había hecho a la idea de que sería difícil conseguir algo contundente en la
primera cita con el plan, estaba segura de que algo pequeño llegaría a mis
manos para la colección.

No estaba equivocada.

Las cosas comienzan a volverse un poco extrañas a medida que la siguiente


niña avanza hacia el cura. Y al momento de notar que lleva una minie de jean,
me tenso. Hasta ahora ninguna había llevado falda. Por lo que de inmediato
estoy atenta, a cada maldita captura que me envía la bendita cámara. No me
falla. Capta al hilo, tres tomas perfectas del degenerado acariciando su suave y
aniñado muslo. En la siguiente se encuentra subiendo un poco la falda. Luego
la niña aparece de pie frente a él elevando el dobladillo para que vea. Se ve
asustada, aunque no sale corriendo. Ella no es tan inteligente y rápida como
Malena. Tampoco entiende mucho sobre lo que le está sucediendo. Sólo
reacciona obedeciendo con la parálisis que es consecuencia de la confusión y el
miedo. Estoy a punto de levantarme y correr hacia la iglesia cuando la próxima
toma me llega y la niña ya no está con él, sino que se ha ido a rezar al final de
los bancos, lejos. Trago mi alivio de que ese enfermo no fuera más allá.

Realmente, nunca creí que me sentiría tan terriblemente mal, luego de


todo lo que he vivido. Y lo hago. Se siente como revivir. Los recuerdos me
abruman. Las náuseas amenazan con subir por mi estrecha garganta en
cualquier momento, estancando la entrada de aire. La vista se me nubla por un
par de minutos, a la par que el celular se me llena de constantes correos sin
abrir. Me recupero rápido, revisando cada uno sin encontrar nada nuevo e
inusual. El momento de depravación perdiéndose en el tiempo, aun así nunca
en el olvido.
Ciertamente esa niña ultrajada no lo ha olvidado. Y yo tampoco, al igual
que la bandeja de entrada de mi nuevo correo anónimo, que acuna las pruebas
de que existe un perverso intruso en el pueblo. Quien se aprovecha de la
confianza de los padres y la sociedad que le tiene en alta estima por derramar la
palabra sagrada que tanto alaban.

Me separo del lugar que ocupé por casi dos horas y pago mi cuenta con
rapidez. A través de pasos rápidos regreso a la iglesia y espero afuera, hasta que
las madres y sus hijos abandonen la entrada. Las catequistas despiden a sus
alumnos con entusiasmo y orgullo, esperando ansiosas la misa del domingo, ya
imaginando a sus polluelos luciendo sus túnicas blancas, entregándose a Dios.
Soy engullida por la caída de la noche, en la oscuridad, hasta que estoy segura
de que no queda nadie deambulando en el interior. Casi corro por el camino
hacia el altar, a punto de zambullirme tras el manto blanco que esconde mi
fisgón y delator aparato. Lo devuelvo al interior de mi bolso justo a tiempo,
segundos antes de que Albertina aparezca y se alegre de verme.

No me queda otra opción que anotarme en la lista de segundas


comuniones para el mes que viene. Dejo la excusa de la confirmación para otro
momento, por si necesito ser amparada de nuevo en mis visitas a escondidas.
Me despido de ella, alegando que necesito volver a casa antes de que se hagan
las ocho. Me deja ir, complacida del respeto que muestro por mis progenitores.

Una vez fuera y a salvo, dedico una sonrisa al atardecer. Satisfecha porque
tengo en manos la primera prueba. Algunas más, y voy a estar preparada para el
siguiente paso. Y el más importante.

El castigo.

CRUZ
Me paseo en mi habitación como un pobre gato encerrado, necesitando
aire. El problema es que vaya a donde vaya cerca de esta casa o esta ciudad no
consigo respiro. Es como estar en la clínica de rehabilitación, se siente como
una cárcel. Y ahora a mi lista de desdichas se suma Eva. Eva con su
comportamiento descarado y directo, ese cuerpo de ensueño y el rostro de
ángel. Y simplemente sé que tengo que salir rajando de este lugar porque no
soy tan fuerte como me gustaría. Y la culpa hace cosas terribles en mi cabeza.
Nunca en mi puta vida tuve remordimientos por nada. ¿Por qué ella me lleva a
actuar así? No sé, no me interesa saber y mejor correr en la dirección contraria.

Bajo las escaleras vestido como para salir, ya son casi las nueve y mi
intención es meterme en algún bar de mala muerte, ver si me encuentro con
mis antiguos amigos para pasar el rato e irme con alguna chica que me guste a
un lugar más privado. Suena como un buen plan.

— ¿No vas a cenar con nosotros?—pregunta Lisa desde la cocina cuando me


ve venir.

Me detengo de camino a la puerta principal y la observo. Como siempre,


lleva ese ridículo delantal encima de sus ropas caras y el rodete perfectamente
amarrado en la nuca. No suda, ni se despeina cada vez que se hace cargo de la
cocina. Y es un poco increíble, si soy sincero y dejo mi rabia a un lado. Lisa me
cae bien la mayor parte del tiempo, sus platos aún más, quitando el hecho de
que la odié mientras crecía, siendo obligado a que me criara otra mujer que no
fuera la que yo amaba y me diera hermanos que no deseaba. No se cumplieron
ni seis meses de la muerte de mamá, que mi padre metió en casa una nueva
mujer, incitándome a llamarla ―madre‖. Jodido enfermo de mierda.

Tenía tres años cuando mamá se fue, pero recuerdo todo, como si mis
retinas se hubiesen esforzado en retenerlo, aferrándose a los recuerdos. Papá
fue el único culpable, y jamás, jamás en la vida se cruzará siquiera en mi mente
la opción de perdonarlo. De hecho, me gustaría matarlo con mis propias
manos por quitarme lo único que yo necesitaba de niño. O incluso ahora con
casi veinte. Y ni siquiera había cumplido cuatro cuando Lisa entró por esta
puerta y se convirtió en la dueña de casa, ocupando un lugar que era imposible
de llenar en mi corazón. La odié mientras crecí, y odié a mis hermanos
también, a pesar de que sabía bien que ellos no eran los verdaderos culpables.

—No, voy a salir—digo, esforzándome en sonar amable.


Ella sonríe y sus amables ojos castaños se encojen en los bordes. Se acerca
a mí pidiéndome permiso y acomoda el cuello de mi camisa que ni me molesté
en planchar.

—Podrías haberla puesto en la pila para la plancha—recomienda,


divertida—. ¿No querés que le quite yo esas arrugas?

—No, estoy apurado—digo, ella da un paso atrás—. Gracias, igual.

—Está bien—murmura, volviendo junto a sus ollas al fuego.

Abro la puerta de un tirón nervioso y en un par de pasos estoy en el


exterior, envuelto en la noche. Y el coche caro y reluciente de mi padre está
entrando por el camino. Qué oportuno. Enseguida me decido a tener una charla
con él en serio. Porque mi objetivo es estar fuera de este lugar para el fin de
semana, más tardar el lunes.

— ¿Cuándo me vas a devolver el acceso a mis cuentas?—lo abordo apenas


baja del auto.

Se ríe como si acabara de contar un chiste malo.

— ¿Cuándo?—se burla—. Deberías preocuparte en demostrarme que no


seguís siendo un gusano arrastrado y drogadicto que no sirve para nada antes
de devolverte ese dinero. Y hasta ahora, no veo cambios. Seguís siendo el
mismo inútil de siempre.

Ignoro su veneno, niego con una sonrisa maliciosa en la cara.

—No podré demostrar nada hasta que me des lo que me pertenece y me


vaya a la universidad—digo, metiendo las manos en los bolsillos de mis
vaqueros—. Necesito mi dinero.

Resopla consiguiendo su maletín desde el asiento trasero, dándome la


espalda e ignorando todo lo que le estoy diciendo.

—Voy a ir por un abogado—le amenazo.


—Vaya, no más—ríe, despectivo—. Vas a perder, y ahí sí que vas a quedarte
sin nada porque me encargaré de que pierdas cada centavo de esa estúpida
herencia.

Me trago la ira ardiente que comienza a subir desde mi pecho a mi


garganta. Mis extremidades hormiguean, mi corazón bombea más
violentamente, y los latidos se asientan en mis oídos.

—No tenés derecho alguno a adueñarte de lo que es mío, no sé cuál es tu


plan ahora, seguramente sólo se trata de fastidiarme sin ningún sentido. Tengo
casi veinte años, estoy limpio y no voy a dejar que todavía me manejes la vida.

Lo sigo desde cerca cuando comienza el camino hacia la puerta, su traje


desprolijo y su caminata cansada. Todo lo contrario a la imagen pulcra que
muestra al irse temprano en la mañana.

— ¡Qué maduro! Avísame cuando al fin te crezcan neuronas en esa


cabecita hueca—se burla.

Cualquiera diría que ni siquiera es mi padre por la forma en la que me


trata. Lo alcanzo y me interpongo entre él y las escaleras de casa. Sin pensarlo
apenas lo estoy empujando hacia atrás, y su maletín se zafa de su agarre,
cayendo en el cuidado pasto. Su cara se convierte en una masa amorfa de color
rojo intenso porque vuelvo a arremeter, casi acabándolo en el suelo de
espaldas. No encuentro motivos para NO golpearlo en el instante en que se
expulsa hacia adelante alzando el puño apretado en dirección a mi cara. Lo
esquivo y como si se tratara de un acto reflejo, mis nudillos chocan con el
hueso de su mandíbula. Lo envío abajo de un puñetazo, pero eso apenas
satisface un cinco por ciento de mi sed de sangre, así que simplemente, y casi
sin esfuerzo, sigo usando su rostro como un saco de boxeo.

Cada golpe y gruñido resuena en la oscuridad, crean ecos en mis oídos y


obtengo tal satisfacción de ver cómo su cara se va hinchando y deformando que
ya no puedo parar. No-puedo-parar. Todos los años viviendo bajo su techo, todos
sus insultos y exigencias caen sobre mis hombros y susurran en mi mente que
no debo frenar, pase lo que pase. En la bruma, oigo a Lisa gritar, como en la
lejanía remota. Llama a Dani, me grita que me detenga. Mi padre está
inconsciente, y sé que debería detenerme pero… no hay ni un solo motivo que
me empuje a salir de encima de él y dejarlo. Mi hermano menor baja corriendo
las escaleras como un avión y con toda su fuerza me derriba en el pasto, como
en el rugby, dejándome fuera de juego. Sigue sobre mis huesos mientras lucho y
grito que me deje terminar. Que me permita matarlo. Sus ojos castaños son
decididos y sobrios, maduros. Niega, forcejea conmigo, y sé que si no fuera por
mis brazos cansados podría doblarlo a mi antojo, ganar la lucha. Pero me
canso, y permito que me inmovilice, al tiempo que intento meter oxígeno en
mi pulmones cerrados.

—Quiero matarlo—digo, agitado.

Él se remueve sobre mi espalda.

—Lo sé—es lo único que responde, como si me entendiera—. Está


inconsciente, no se va a alegrar del trabajo que le hiciste en la cara…

Me rio secamente.

—Las nuevas contraseñas están en la caja fuerte—me toma por sorpresa


unos segundos después—. Vamos a tomarlas mientras viene la ambulancia que
Lisa acaba de llamar. Y mejor que no estés cerca cuando lleguen las
autoridades.

—Mierda—gruño, entendiendo al fin lo que he hecho.

Me ayuda a levantar y camina con la cabeza baja delante de mí. Pasamos a


una Lisa histérica, que se apretuja contra Malena. Me miran como si fuera un
monstruo y no me sorprende el hecho de que no me importa. Nos apresuramos
hacia la oficina y Dani la abre, sacando la llave del maletín que papá dejó caer
cuando lo empujé. Una vez dentro, él revisa los papeles minuciosamente,
tratando de encontrar la contraseña de la caja.

—Prueba con las fechas en las que ganó sus juicios—digo, impaciente—.
¿Cuál fue su favorito hasta ahora? ¿El del loco que lideraba la banda que
saqueaba bancos?—ambos sabemos que no hay manera de que sea alguna fecha
de nacimiento de sus hijos o mujer, o aniversario.

José Romano no tiene a su familia primera en la lista.

Reviso en sus archivos y le dicto la fecha de aquel juicio. Nada. Probamos


con todos los otros y tampoco tenemos suerte. Luego él comienza a probar por
su cuenta, al mismo tiempo que me revuelvo los sesos pensando. Unos cinco
minutos después, mi hermano la abre. No sé cómo mierda lo hizo pero no
tengo tiempo de festejarlo.

—Bien hecho—murmuro, metiendo la mano.

Saco los papeles que guarda, ignorando los fajos de dinero. Me enfoco en
lo que estoy buscando hasta que lo tengo entre manos. Lo separo del resto para
llevármelo, pensando en que esta es mi ansiada libertad.

— ¿Qué usaste de contraseña?—se me da por preguntar.

—No te va a gustar la respuesta—murmura, un poco apesadumbrado.

Bien, eso me llama más la atención. Y ahora no puedo con la necesidad de


saber.

—Ahora vas a tener que decirme—gruño, impaciente.

Me mira a los ojos, metiendo las manos en sus bolsillos. Tenso.

—El día que falleció tu madre—dice, en tono bajo.

Eso me golpea incluso más que cualquier puñetazo. Es un choque duro y


directo a mis entrañas. Trago, negando con la cabeza. Intento despejar mi
cabeza, enterrar el dolor. Asiento, como un agradecimiento por decírmelo y me
enfoco en el resto de las cosas que llenan la caja fuerte con tal de dejar pasar
este momento de mierda.

— ¿Qué es esto?—frunzo el ceño mientras saco unos CDs del interior


oscuro.
No tienen descripciones, sólo están guardados en cajas transparentes,
como si estuvieran sin usar. Me fijo en mi hermano y lo noto agitado y pálido,
mirando fijamente lo que sostengo en mis manos.

—Tal vez sean las grabaciones de los juicios—responde, como si le doliera


algo adentro.

Entrecierro los ojos, sin dejar pasar su nerviosismo, el que lo hace ver
como un niño a punto de vomitar.

—Tal vez—concuerdo y lo devuelvo todo dentro.

Cierro la caja, ignorando el ardor de mis nudillos abiertos. Alcanzo los


papeles que me pertenecen desde el escritorio y los doblo, metiéndolos en mis
bolsillos traseros del pantalón. Dani traspasa la puerta antes que yo, como si le
persiguiera en diablo. Sale al exterior, y me escabullo hacia mi habitación para
esconder bien mi tesoro. Más tarde haré la maleta y me iré lejos, no volveré a
dedicarle ni un segundo pensamiento a esta familia.

Ya soy un tipo libre.


CAPÍTULO 11
EVA
—Tenés reunión con la modista esta tarde—es lo primero que suelta mamá
en la mañana.

Le frunzo el ceño, la verdad es que no podría haber elegido un peor día


para enviarme a la modista. Estoy de un humor de perros, no me desperté
bendecida por la capacidad de la paciencia. Y esa mujer es una loca que no para
de hablar.

— ¿A qué hora?—me froto el ojo y la empleada pone una taza de té


humeando frente a mí antes de que tome asiento.

—A las cuatro, asegúrate de ser puntual porque Manuela está atareada con
el tiempo, no hay lugar para esperas—comenta, metiendo el último resto de una
tostada con mermelada dietética encima.

Ni me preocupo por asentir, sabe que iré. Me concentro en mi desayuno,


teniendo mil cosas en la cabeza. Anoche llegué tan drenada y cansada por mi
expedición secreta que no pude engancharme a mi pasatiempo preferido: espiar
a los vecinos. Me acosté muy temprano, luego de organizar y esconder mi
primer rejunte de pruebas.

—Elegí un tipo de tela rosa claro, ni bien verlo supe que sería perfecto para
tu tono de piel—sigue ella, anotando sin parar en su libreta y sorbiendo su
café—. Podríamos combinarlo si te parece, pero opino que por sí solo estaría
bien, tal vez agregando brillos y piedras…

Me encojo. Por dentro ya estoy desechando su sugerencia. Nada de tonos


rosas o pasteles. Nada de ideas locas sobre princesas inocentes. Por Dios, lo que
me falta es llevar un corsé y escote corazón. Odio esa mierda. El vestido va a ser
sencillo, corto. De cóctel. Nada raro.
Me hago con cuatro tostadas y las unto con manteca. Luego le tiro azúcar
encima. Siento de inmediato la mirada insistente de mi madre. Ya sabiendo
que me está frunciendo el ceño, la ignoro. Meto la primera tostada en mi boca,
entera. La enfrento mientras mastico con mis mejillas abultadas.

—Tomaste dos más de lo permitido—alza una ceja—. Y acá está tu


mermelada. ¿Tenés idea de las calorías que tiene esa manteca?—busca a la
empleada a través de la cocina—. Ni siquiera sé qué hace esa porquería en la
mesa.

Un imparable calor penetra mi piel a la altura del pecho y sube por mi


garganta. Trago la comida y me limpio las comisuras, mis ojos fijos en la mujer
frente a mí, alejando la manteca de mi alcance.

—Quiero engordar—le suelto, firme.

Su semblante empalidece, horrorizado.

—Quiero engordar unos cinco o seis quilos—sigo, sin hacerle caso,


comiéndome la segunda tostada—. Voy a hablar con la nutricionista. Y empezar
el gimnasio.

Soy una estaca, piel y huesos. Y sé que eso es lo que se requiere en las
pasarelas, pero estoy pensando en dejarlo. Quiero ser modelo, sí, pero de
publicidades... O, tal vez ropa interior. Con la diferencia de que quiero
rellenarla. Para eso necesito un mejor juego de culo, glúteos y caderas. No más
caminar por ahí simulando ser una tabla, o una percha andante. Quiero poder
darme el gusto de meterme una tableta de chocolate cuando yo quiera, y
compensarla con mejores rutinas de deporte y gimnasio.

Mamá levanta una temblorosa mano para colocarse un mechón rubio de


pelo tras la oreja. Está muda. La he sorprendido.

—Eso es estúpido. Miles de chicas en el mundo buscan bajar de peso y vos,


que vas camino a tener uno de los mejores cuerpos de la pasarela, ¿querés
engordar?—se atraganta al final.
—Exacto. No quiero hacerles creer que mis rodillas y codos huesudos son
atractivos.

— ¡Lo son! Son elegantes y atrayentes—discute, sus mejillas rojas de furia—.


¿Despertaste esta mañana con ganas de contradecirme?—se sacude.

Me rio con la boca llena, agria. Creo que me levanté esta mañana ya
hastiada de actuar como su angelito.

—Me levanté pensando en mi futuro—digo.

Frunce el ceño.

— ¿Qué te pasa? Estás distinta, como… como más mayor—murmura,


estudiando mi cara—. Más madura.

Chocolate por la noticia, mami. He estado fingiendo mucho tiempo ser una
niña básica, superficial y hueca. Me he cansado.

—Voy a cumplir quince—digo, como si eso respondiera a su evaluación—. Y


posiblemente dentro de dos años me voy a ir de esta casa. Pensá en que… ya no
vas a estar ahí para llevarme por donde mejor te parezca. A partir de ahora voy
a empezar a tomar decisiones por mí misma.

Pestañea. No puede retrucarme porque se ha topado con una versión de


su hijita que no conocía. Siempre me he dejado llevar por su corriente. Primero
porque la admiraba, quería ser como ella, tener su belleza. Después porque
sentía que quería lo mejor para mí. ¿Ahora? No me gusta el resultado. Siento
necesidad de cambiar.

Termino mi desayuno con las cuatro tostadas justo frente a su escrutinio y


después me levanto para prepararme e ir a la escuela. Justo en la puerta que
une la cocina con la sala me cruzo a papá, y su expresión de orgullo me indica
que ha escuchado la conversación. Y, tal vez no esté completamente de acuerdo
con mis ideas, pero si con el hecho de que yo comience a frenar la obsesión de
mamá por mi carrera.

***
Quedé con Malena en encontrarnos en su casa para que me acompañe a
la modista. Y aquí estoy, frente a su puerta, cuando ella atiende y me deja
entrar. Ni bien poner un pie en el recibidor, siento el aire más espeso. La
tensión en el ambiente es palpable y rebusco con los ojos por una señal que me
indique qué es lo que está sucediendo.

La respuesta no me tarda en golpear.

La puerta del despacho de José Romano se abre y él sale. Lo primero que


noto es su dificultad al moverse. Luego obtengo el claro primer plano de su
cara destrozada y multicolor. Tiene un ojo casi por completo cerrado, la
hinchazón de un horrible color rojo. El pómulo, la mandíbula y la nariz
completamente morados, y hasta podría decir que doblan su tamaño normal.
Sonrío. No lo puedo retener. Aunque inmediatamente lo escondo cuando
Malena me vuelve a prestar atención después de ver cómo su padre sube
adolorido las escaleras.

Chiflo entre dientes.

— ¿Qué le pasó?—finjo una pizca de horror.

Mi amiga arruga el entrecejo y suspira con pesar.

—Juan Cruz—dice, y mi corazón salta hasta mi garganta—. Lo atacó anoche.

Me muerdo el labio, esforzándome mucho en esconder mi excitación y


gozo. Quiero explotar a carcajadas. Hasta bailar. Y luego buscar a Cruz y… lo
que sea... Borremos ese último desliz. No voy a seguir apuñalando mi orgullo.

—Discutieron, papá lo alteró y él lo dejó noqueado, ahí en el pasto—cuenta


sin que yo se lo pida, me pregunto por qué no dijo nada sobre esto en la
escuela—. Dani los separó. Ahora papá está enfurecido y quiere meter a Juan en
la cárcel.

Ya no me encanta tanto la historia.

— ¿Y dónde está tu hermano?—pregunto, abrupta.


— ¿Dónde pensás que está? Salió rajando. Armó el bolso y se fue en su
coche. No sabemos dónde está. Pero eso es lo mejor. No quiero que papá lo
encierre, sería injusto. Él tiene parte de la culpa por tratarlo tan mal. Sólo—se
frena, pensando con tristeza—… es mejor que no vuelvan a verse, ¿no? Todos
estamos mejor así.

Yo no. Una gran parte de mí necesita que regrese. O, por lo menos, verlo
una vez más. Como despedida. Sin embargo, todos sabemos que no va a
suceder. No si su padre está tan ensañado con encerrarlo y vengarse. La verdad
es que imaginar a Cruz tras las rejas me quita toda la satisfacción de ver a José
Romano hecho una bolsa pisoteada.

Algún día él va a recibir su merecido, y no tendrá oportunidad de


amenazar a nadie con la cárcel.

— ¿Nos vamos?—salto al oír la bocina del remís, enterrando el tema.

La chica asiente, anuncia desde la puerta que se marcha y luego salimos.


Durante el camino no puedo evitar pensar en Cruz y en dónde se puede haber
metido. No pasa nada, suspiro por dentro, con el tiempo me voy a olvidar de él,
me confío. Acabaré recordándolo como la fugaz experiencia sin sentido que
fue.

***

Elijo una tela azul oscuro con unos pocos brillantes ya adheridos, en un
molde sencillo. Vestido corto, con breteles finos y escote redondo, suelto hasta
las caderas donde se ajustará un poco contorneando la forma de mis muslos. La
modista está tan desconcertada que no ha abierto la boca, y eso es muy bueno,
porque no la quiero oír hablar sin parar. Supongo que se esperaba otra cosa de
mí, que tardara mil años en elegir y le diera trabajo con el diseño. Por dentro
me rio. Porque, sin duda, pensaba encontrarse con una réplica de mi madre. Y
ya me decidí a dejar de demostrar eso a la gente.

La mujer me asegura que tendrá listo el vestido en dos semanas. Y debo


hacer sólo una prueba dentro de seis días. Asiento estando de acuerdo y agarro
el brazo de Malena para salir. Son las dieciséis y cuarenta, así de rápida ha sido
mi marca. Mi amiga está aturdida.

—Pensé que sería más…

— ¿Más extravagante?—termino por ella, mientras caminados en dirección


al centro de la ciudad.

Sacude la cabeza, su pelo castaño formando cortinas a los costados de su


rostro todavía aniñado.

—Algo así, con ese vestido vas a mezclarte con los invitados, ¿no se supone
que la quinceañera tiene que sobresalir o algo?—pregunta.

No hay dudas de que Malena es la clase de chica que se inclina por los
rosados. Todo en ella es suave e inocente, y la imagino en sus quince años
luciendo un enorme vestido rosa, con brillantes y hasta una tiara en la cima de
su cabeza.

— ¿Me ves usando un corte princesa?—la enfrento deteniéndola en medio


de la acera para que me mira.

Ella me estudia de pies a cabeza, pensando. Siempre se hunde esa pequeña


arruga entre sus cejas cuando lo hace. Entrecierra los ojos, suspira y se resigna,
negando con la cabeza. Me rio.

—No, la verdad es que no te iría nada—me sigue la corriente, soltando una


risita aguda—. Ese vestido que elegiste no está nada mal, la verdad. Creo que es
perfecto para tu cuerpo y resaltaría tus largas piernas…

—Guau—digo, levantando una ceja—. Qué observadora—sonrío.

—Mi plan es ser diseñadora algún día—murmura, sonrojándose.

Paso un brazo por sus hombros, acercándola a mí. Le doy una palmada de
aliento.

—Me parece perfecto—digo, sinceramente—. Me encanta como dibujas,


¿tenés algunos diseños ya?
Arruga la cara, pero asiente a regañadientes.

— ¡Quiero verlos!—la empujo.

Y sé que le da vergüenza pero de verdad tiene que confiar en mí. Y yo


apuesto a que serán buenos, tiene buena imaginación y una excelente mano.
Cruzamos la calle y nos metemos en la heladería, ya que yo tuve la idea de
tomar un helado una vez fuera de la casa de la modista. No recuerdo la última
vez que disfruté de uno. Y nada mejor que hacerlo con mi mejor amiga.
Elegimos nuestros gustos, pago con efectivo y salimos a sentarnos en una de las
mesas, bajo el sol. Por un buen rato sólo hay silencio y lengüetazos. Y no puedo
negar que cierro un par de veces los ojos con éxtasis, haciendo reír a Malena a
carcajadas.

—Extrañaba esto—suelta de repente, cuando casi estamos terminando.

Trago la bola de crema de golpe, casi atragantándome. De inmediato me


pongo seria, porque me incomoda cuando se pone así de melancólica.

—Extrañaba nuestro tiempo juntas, eras la única amiga que estaba cerca. Y
a veces me moría por cruzar el monte para golpear tu puerta—cuenta con
amargura.

Me rasco el cuello con inquietud, respirando con dificultad.

— ¿Por qué no lo hiciste?—pregunto antes de obligarme a cerrar la boca.

— ¡Porque tenía miedo de que me cerraras la puerta en la cara!—chilla,


como si mi pregunta fuera estúpida—. Me ignorabas. Fuiste vos la que nunca
más me habló, así que estaba convencida de que yo había hecho algo mal.

―No fuiste vos, Male. Fue el hijo de puta de tu padre.‖ Le contesto por dentro.

—No hiciste nada mal—le aseguro—. Yo hice todo mal. Perdón.

No pude volver a ser su amiga hasta que estuve lista, y me llevó dos años.
Y ahora me doy cuenta de que no la odio. Por un tiempo lo hice, aborrecí a
todo el que se me cruzara, en especial a cualquier integrante de su familia. Pero,
¿ahora? No hay ni una sola fibra en mí que quiera hacerle daño. Ella es mi
mejor amiga. Me recibió de nuevo como si nada hubiese pasado. Como si no
hubiésemos estado dos años sin hablarnos. Me perdonó todas esas veces que le
pasé por al lado en los pasillos de la escuela y fingí no verla ni conocerla. No
queda ni una gota de resentimiento dentro de mí estando frente a ella. Es
dulce, amable, simpática… y no se merece el padre que le tocó. Tampoco
merece lo que quiero hacerle a ese sujeto como venganza, pero a eso no está en
mis planes detenerlo. Ni siquiera por el cariño que siento por ella.

El remís se detiene en nuestro lado de la calle y subimos. Por dentro no


puedo frenar mis pensamientos yendo hacia el cura, hoy no podré ir a
supervisar sus repugnantes sesiones de absolución con los niños y eso me
enferma. El resto de la semana que viene voy a ponerme en campaña para
terminar esta primera fase de pruebas. Tan pronto como pueda iré al encuentro
con el punto final de la lista.

Una vez en el interior de mi casa, nos encontramos a mi madre sentada en


la sala con su laptop tecleando sin parar y sonriendo como una boba. Hasta
que levanta los ojos y nos nota, entonces se apresura a cerrar la ventana para
que no veamos lo que estaba haciendo. No necesito ver más que su nerviosismo
para entender que estaba haciendo algo indebido. Eso levanta mi temperatura
de golpe, porque sólo puedo pensar en que se trata de un amante o algo por el
estilo. Más le vale que no lo sea, por su bien lo digo. Papá no se merece esa
clase de mierda, le ha dado la vida de reina que pidió y ha aguantado mucho
viviendo con ella.

— ¿La muestra?—pregunta, alzando la palma hacia arriba.

Rebusco en mi mochila por el pedazo de tela que la modista me dio.


Mamá quiere saber de qué color será el vestido antes de empezar a comprar
todo para la decoración. Como está confiada de que será el rosa que vio antes,
espera sonriente. Su rostro cae flojo al ver el retazo que cae en su mano. Lo
observa con horror. No nos esperamos a que diga algo al respecto, tomo a mi
amiga del brazo y me la llevo escaleras arriba.
— ¡EVANGELINA!—chilla ella, al borde del colapso.

Me rio, Malena no me sigue la corriente, sólo tiene los ojos muy abiertos
con tensión. Pobre mujer, mi madre, dos disgustos en un día. Si seguimos así
no llegará a fin de mes.

***

El viernes al mediodía, en el viaje a casa, Malena organiza un picnic.


Bueno, lo más parecido a uno, en el patio de su casa. El día ayuda, así que
acepto la sugerencia, además pienso estar toda la tarde afuera así que es una
forma de despejarme con ella antes de irme.

Iré a la iglesia, y juntaré mi último puñado de pruebas. Tengo lo


suficiente. Hasta ahora he visto al cura obsesionarse con dos niñas en total. Al
principio creí que las elegía por el estilo de ropa accesible que llevaban, pero
han desfilado varias más llevando vestidos y polleras sin activar un avance por
parte del pervertido. Deduzco que tiene un tipo. Pequeñas y dulces, morenas
con grandes ojos claros. Ha sido un alivio que no fueran más, porque mi estrés
sube a niveles insoportables en cada ocasión que descubro unos pasitos
confiados e inocentes avanzar hacia el banco, acompañados por el revoloteo de
una falda alrededor. Esto es casi intolerable para mí, y no me considero una
chica débil, pero la situación pone mis rodillas a temblar con una facilidad
increíble.

Arribamos la cocina casi corriendo, creando un hambriento estampido


que sobresalta a Lisa y la cocinera.

—Mamá, vamos a comer unos sándwiches en el patio—avisa Malena,


jadeante—. No te preocupes, nosotras los hacemos—le dice cuando la mujer
hace ademán de ir a la heladera para prepararlos.

La cocinera de los Romano nos sonríe con simpatía mientras revuelve una
salsa en la olla. Una que sólo Lisa y Dani disfrutarán. Tal vez también José, si es
que no ha ido a trabajar para no mostrar su cara adornada en la oficina.
Intento no reírme por el pensamiento. Male y yo rodeamos la isla en medio de
la gran cocina y preparamos los bocados con pan lactal y fiambre fresco. Si me
viera mi madre. Tengo que reconocer que ya es hora de contenerme un poco,
he roto el régimen muchas veces esta semana y hasta que no hable con mi
nutricionista no puedo ir por mi cuenta con la comida. Control. Esto será mi
último permitido.

Estoy cerrando el primer sándwich y riendo por alguna estupidez que dice
Male, cuando levanto la vista, sintiendo una presencia junto a la entrada. Mi
corazón se sube hasta la campanilla al toparme fijamente con los ojos dorados
de Cruz. Y es posible que mis movimientos vacilen porque él se apresura a
llevar su dedo índice a los labios. No quiere que lo delate. Un pestañeo después
desaparece, metiéndose a hurtadillas hacia el interior en la casa. Trago y actúo
casual, como si el haberlo visto no me hubiese alterado los nervios y puesto mi
piel de gallina. Mis manos dudan mientras van a por el otro pedazo de pan y
untan mayonesa.

Malena acaba antes que yo y se para a mi lado.

— ¿Te ayudo?—pregunta.

En otras circunstancias le respondería ásperamente que puedo hacerme


un maldito bocado yo misma, pero ahora sí que necesito su ayuda.

— ¿Podrías terminarlo? Tengo que ir al baño—me limpio las manos con el


repasador más cercano.

Asiente y se entretiene con el trabajo que abandono, mientras me escurro


hacia la sala. Estoy a punto de subir las escaleras para buscarlo pero me
encuentro con que no es necesario, ya que la puerta de la oficina de Romano
está entreabierta y alcanzo a ver claramente una ajustada camiseta gris oscuro
moverse dentro. Sin dudar voy allí y me filtro. Cruz está muy ocupado tratando
de abrir la caja fuerte, aunque eso no le impide saber que tiene compañía.

— ¿Qué estás haciendo?—susurro, apoyada contra la puerta ahora cerrada—.


Tu padre podría encontrarte, y encerrarte—escupo.
Él se ríe como si mis palabras fueran tontas. Abre la tapa de la caja y
rebusca en el interior.

—Ese imbécil está en cama, dopado porque le duele hasta el culo—


murmura, gruñendo, después voltea para mirarme—. Así que estás al tanto de
todo…

Me cruzo de brazos y sonrío.

—Sí, Male me contó—rio muy a gusto—. El otro día lo vi, tiene la cara
destrozada. Me encanta.

— ¿Por qué?—suelta bruscamente—. ¿Por qué te encanta?

Estúpida. Estúpida soy, demostrando mi felicidad por la paliza a José


Romano.

—Porque vos lo dijiste, es un imbécil—contesto, tan casual como puedo—. Se


lo merecía. Estuve en aquella cena, ¿lo olvidaste? Fui testigo de la mierda que
es…

Nos quedamos en silencio mientras él vuelve a meter mano donde no


debería corresponderle. Trato de mantener mi curiosidad a raya pero necesito
saber qué planea.

— ¿Ahora estás robándole? No das puntada sin hilo—resoplo, un poco


divertida.

Chasquea la lengua y al fin se aleja del rincón y cierra la tapa. Levanta un


par de cajas de CDs y ante mis ojos las mete en una mochila que se ve muy
desinflada.

—No estoy robando—chasquea la lengua sonriendo de lado—. Al menos,


no dinero—ríe al final.

Niego, inclinando la cabeza a un costado al tiempo que lo repaso con los


ojos. No sé por qué cada vez que estoy cerca de él le percibo como si
estuviéramos en la misma página. A veces realmente me hace creer que puedo
llegar a confiar en él y largarle mi mierda. La verdadera pregunta es… ¿para qué?
¿Con qué objetivo se lo contaría? Nunca lo hablé con nadie, y puede que Cruz
me entienda, pero lo hecho está hecho y nada va a cambiarlo. Y él me miraría
con lastima. Si hay algo a lo que le he dedicado mucho empeño, es evitar ser ―la
niña violada‖. Porque no hay duda de que si yo hubiese abierto la boca hace dos
años, la ciudad se habría convertido un caos, a raíz de una guerra entre familias
poderosas. En la cual yo habría sido el pequeño ser de pie en medio de todo,
vulnerable ante los ojos de cualquiera.

—Tengo que irme—dice Cruz, frente a mí esperando que le deje el camino


libre.

—Lo sé—digo, mi boca secándose—. No vas a volver, ¿cierto?

Ni siquiera titubea al confirmarlo. No, no va a regresar. Nunca. Y yo me


quedaré en este lugar alejado de todo, manteniendo el sueño de lo que habría
sucedido entre nosotros si yo tuviera un par de años más ahora mismo. Porque
de verdad he deseado todo de él. Y he sido insistente y caprichosa con algo que
realmente quiero por una vez en la vida.

—Escucha…—se aproxima, su tono ronco disparando dardos a mis


sentidos, obligándolos a estar alerta

— ¿Qué?—susurro cuando detiene lo que iba a decir.

Aprieta la mandíbula y se rasca la nuca, al final termina negándome el


resto de sus palabras. Sólo para darme algo con lo que olvidarlas. Un beso. Me
toma tan por sorpresa y se me escapa un grito, que él ahoga con su boca,
atacándome. No es un beso contenido. No uno que esté siendo frenado por la
razón. Por primera vez me trata como si tuviese la edad que ambos queremos.
Me aplasta contra la maciza puerta y mete su lengua en mi interior,
saboreándome el paladar. Y me distraigo de no tener mucha experiencia en
besar chicos y mucho menos hombres. Lo poco que he practicado ha sido
terrible. Pero con él no se nota, me arrastra a responder con el mismo ardor y
potencia. No hay ni una pizca de incomodidad en lo que estamos haciendo.
Lo abrazo por los hombros, su mochila cayendo al suelo, y le salto encima.
Rodeándole la cintura con mis largas piernas. Me sostiene, gruñendo y
mordiendo con presión dominante mi labio inferior. Entonces obtengo sus
grandes manos en mi culo, por debajo de la falda del uniforme. Mi espalda se
arquea por sí sola, respondiendo por instinto. El latente bulto en sus
pantalones encaja justo en el rincón de mi cuerpo que más lo necesita y suspira
por él. Su sabor es adictivo y me tiene lloriqueando una vez que sus manos se
separan y me devuelve los pies al suelo.

Todavía estoy volando y jadeando cuando hace una mueca de dolor y se


acomoda la parte delantera del ajustado vaquero. Se agacha para conseguir la
mochila, y se amasa el cabello. Todavía estoy reteniéndolo dentro y lo último
que deseo es tener que verlo marchar. Sin embargo, no me queda otra opción
porque el sonido chillón e insistente de unas sirenas se introduce en la niebla
que creamos y ambos nos paralizamos.

La policía.

—La ventana—lo empujo.

No se mueve. Su rostro se endurece y echa un resoplido impaciente y


enojado al aire.

—No—niega su ceño torcido, resignado—. Mejor cuídame esto hasta que


vuelva a buscarlo, ¿bien?—pide, apretujando la mochila contra mi pecho—. Voy
a hacer esto, no me voy a pasar toda la vida siendo perseguido por una
estupidez—se frota los ojos.

— ¿¡Qué?!—casi chillo, reteniendo el aire.

Él me toma de los hombros y me sacude. No quiero demostrarle que


tengo miedo, pero es algo que no puedo controlar. Lo último que deseo es que
vaya a la cárcel. Y sería mi culpa por meterme con él cuando era obvio que
estaba ocupado yendo como un intruso. Le hice perder tiempo.

— ¿Qué es lo peor que puede pasar?—alza una ceja con seguridad—. Tengo
un buen abogado. Seguro me obligarán a pagar alguna buena suma de dinero
por la demanda, o alguna otra mierda. No voy a terminar en la cárcel por
golpear a ese idiota—se ríe.

—Pero tu padre…

—Mi padre se va a la mierda—me separa de la puerta y la abre—. ¿Vas a


hacer lo que te pido?—pregunta, enfrentándome antes de salir, afirmo sin
dudar—. Gracias. Voy a buscarlo cuando termine con esto—promete, hasta
parece que se refiere a algún trámite insignificante.

Está loco.

Otro asentimiento en su dirección y él está fuera, entregándose. Lo último


que veo es su expresión arrogante mientras lo esposan y se lo llevan. Hasta
parece feliz de irse detenido. Lo que me enfurece bastante. Abrazo la mochila
contra mi pecho y, por dentro, pido que todo lo que dijo que podría sucederle
se cumpla.
CAPÍTULO 12
EVA
A pesar de estar demasiado distraída por toda la mierda que sucedió con
Cruz, mis planes siguieron siendo los mismos para la tarde. Así que tomé un
coche hacia la ciudad y acabé con el asunto de una vez. Como sabía que iba a
pasar un tiempo hasta que pudiera dar el siguiente paso, tuve que improvisar.
Así que imprimí una de las capturas comprometedoras en un local, guardé la
prueba antes de que alguien la viera, por supuesto. Luego salí y me encargué de
escribir una nota detrás, una advertencia. No quería que él siguiera
manoseando niñas nunca más, si podía hacer algo para que se detuviera, lo
haría sin pensar. Necesitaba tiempo.

Caminé el resto del camino hasta la casa del pervertido y colé la hoja
doblada en dos por debajo de la puerta. Me hubiese encantado filmar el
momento en que él la viera y leyera, mala suerte que ese fuera un lujo que no
podía permitirme. La nota era corta, decía: ―Sé lo que haces. Te estoy vigilando. Yo
en tu lugar me detendría‖. Con eso me despedí por el momento y regresé a casa,
agotada. Lo que me trae al presente, metida en mi cama mirando el techo
fijamente, luego de una cena rápida con mis padres y su silencio infernal.

La verdad es que esto de la justicia por mano propia es cansador y me


mantiene en alerta las veinticuatro horas del día. No lo voy a negar. Parece
muchísimo trabajo y peso para una chica de casi quince años, que debería estar
preocupándose por asuntos más banales. Debo ser inteligente, estar un paso
siempre delante y, por sobre todo, cuidadosa. Podría sólo ir a la policía y
sacarme este peso de encima, me niego. No confío en las autoridades. He visto
demasiadas injusticias en la televisión, y cuando se trata de casos como este.
Además… necesito seguir, es como alimento, y funciona de esa forma porque
me lo tomo demasiado personal.
Suspiro y observo el reloj, marca que faltan quince para la una de la
mañana. Y no tengo obligación de dormirme temprano, es sábado no hay
planes para ir a la escuela. Hice mis tareas ni bien acabé con la ducha antes de
la cena. No tengo nada que hacer, y no quiero tener que pensar. No me hace
falta ponerme más profunda.

Si tan solo fuera normal.

A veces extraño a esa chica que podría haber sido si José Romano no se
hubiese salido con suya. Me gusta como soy, sólo que… vivo tensa. Vivo con
persistentes pensamientos preocupantes, anormales. Soy un bicho raro, por
dentro. Si lo fuera por fuera no me querría tanta gente, no sería tan popular. Y
si supieran lo que hay en mi mente la mayor parte del tiempo, se espantarían.
Me dejarían sola, me recluirían. No le tengo miedo a la soledad, no me
importa. No obstante, yo requiero la popularidad, porque es mi máscara. Mi
coartada. La gente no confía en los bichos raros, porque son cerrados, extraños
e impredecibles. Me visto del ángel de ojos grandes y adorables, uso mi belleza y
sonrisa fácil para meterlos en mi bolsillo, entonces se enamoran de mí. Se
vuelven ciegos, mientras que detrás del telón me permito ser la verdadera yo. El
bicho raro.

Mi vida podría ser peor. He sido fuerte, he mantenido mi mente en


control. Y tengo que estar muy agradecida por eso. Agradecida conmigo misma
y nadie más.

Me froto los ojos rojos y cansados y salgo de la cama, me dirijo a la venta.


Observo la noche, tan oscura en esta parte alejada de la ciudad, y aun así tan
clara, porque las estrellas no son apagadas por las luces artificiales de las calles.
Pienso en Cruz, me guste o no, mi cabeza siempre va a él. Obsesionada. No
entiendo qué hizo él para atraerme tanto. Tal vez es cierto todo eso que dicen
las revistas sobre la química. Y yo reflexionaba que eran estúpidos y sin
sentido.

Me pregunto por qué volvió. ¿Por qué quería esos malditos CDs? ¿Para
chantajear a su padre? Debían ser importantes si se arriesgó por ellos. ¿Qué
contenían? Gruño con impaciencia y me retiro. Me muerdo el labio, me dio
esas cosas, por lo tanto tengo al alcance algunas respuestas. Sin siquiera dudar,
me dirijo al segundo cajón de mi cómoda y rebusco entre las calzas y tops de
deporte que siempre guardo ahí. Mis dedos tocan el borde filoso del plástico de
las cajas y las tomo. No hay ni una pizca de culpabilidad por lo que voy a hacer.
Lo tomo como una oportunidad. Si el destino de esos CDs era el chantaje, bien
podría tomarme la libertad de usarlos con el mismo propósito. No me vienen
nada mal. Una especie de pago por cuidarlos hasta que llegue el momento de
devolverlos.

Enciendo mi laptop y espero a que cargue, me paseo por la oscuridad de


mi habitación. Abro una de las dos y lo coloco dentro del aparato, el
reproductor se toma unos segundos antes del comienzo. Le bajo el volumen
cuando la voz de José Romano a mitad de sus palabras se activa, al mismo
tiempo que se enfoca fijamente el rincón de una habitación. Estoy sin aliento e
inmóvil mientras el video, que dura casi media hora avanza. En alguna parte
entre el comienzo y el final, no sé exactamente cuándo, mis dientes comienzan
a castañear violentamente, mis manos a temblar incontrolables y acabo
arrodillada en el suelo, apoyada en mi cama, porque mis piernas ceden. Ni
siquiera las náuseas que amenazan el ascenso hasta mi boca son suficientes para
forzarme a quitar la vista de la pantalla. Me obligo a verlo. De principio a fin.
Me empapo con todo el asco que me produce. Encierro el profundo odio en mi
pecho, lo potencio.

Me estoy ahogando en el instante en que corta y todo se vuelve negro.


Robóticamente quito el CD y coloco el otro. Empieza casi de la misma manera
que el anterior, sólo que ésta vez soy capaz de reconocer el lugar. El gran sofá,
las mantas sobre él, los muebles viejos. Es el sótano de los Romano.

Así llego a la conclusión de que ese tipo está más enfermo de lo que creí.

El video se corta en el minuto cuarenta y procedo como en el anterior y lo


regreso a su caja. Mi boca está seca, mi lengua raspando el paladar con un gusto
amargo pudriendo mis papilas. La vista se me desenfoca. Son lágrimas.
Lágrimas que me trago y no dejo libres. Me sorprende que además de la ira y el
resentimiento se me filtre dentro la tristeza. Esa maldita e indeseada tristeza.
Me esfuerzo en echarla. Porque es debilidad, y no me llevo bien con ella.
Regreso los asquerosos Cds a mi segundo cajón, cerrándolo con tanta fuerza
que la cómoda se tambalea. Trago el fuego subiendo por mi garganta. Tomo
una larga respiración por la nariz, en vano, porque no me tranquilizo. Por lo
contrario, enloquezco más y en un arrebato agarro la laptop, la sostengo en lo
alto y la estrello contra el suelo, escondiendo un ensordecedor grito en lo
profundo de mí. Se produce dentro, pero suena tan fuerte y tiene tanta
potencia que me mareo y caigo sobre mi cadera derecha, rebotando el hueso.

Cierro los ojos con dolor y me sobresalto. El picaporte de la puerta


repiquetea, y unos golpes preocupados retumban en mis oídos.

— ¿Eva?—llama papá—. ¿Qué pasa ahí adentro?

Me paro de un salto y me acerco, no con intenciones de abrir.

—No pasa nada—aseguro, mi voz tranquila—. Se me cayó la notebook, creo


que se me rompió—sueno un poco culpable, dándole efecto.

Lo oigo suspirar soñoliento.

—Bueno. Mañana la vamos a revisar—promete, para hacerme sentir mejor—


. ¿Por qué no estás dormida? Dormite ya, es tarde—ordena, alejándose de la
puerta.

Suspiro entre aliviada y tiesa cuando se va y le echo un vistazo a la


computadora. No creo que tenga arreglo, se ha desprendido en dos pedazos.
Alzo el desastre y lo coloco sobre la cómoda, luego me meto en la cama pero no
duermo.

Si antes no podía hacerlo, ahora mucho menos.

***

Una semana después sigo sin tener noticias de Cruz y estoy empezando a
inquietarme. Malena no tiene ni idea de lo que puede estar sucediendo con su
hermano, sus padres no han dicho nada con respecto a la situación. Ni siquiera
Dani, cuando lo acorralo en su habitación aprovechando que esta vez no se
encuentra cerrada con llave.

Está recostado en su cama sin expresión alguna, mirando el techo cuando


lo interrumpo. Él se empuja a sí mismo sentado, mirándome con desconfianza.
No digo nada por un momento, tomando nota de su fuerte pecho, que casi ha
doblado su tamaño. Cada vez que volteo a verlo noto diferencias en su cuerpo
en comparación de hace dos años. Sus ojos también me miran, igual que los
míos. Curiosos, no excitados. Nada en Dani me atrae, aunque reconozco que es
atractivo. Aun en esa eterna mirada melancólica que luce.

—Tu hermano—suelto, directa al grano—. ¿Qué está pasando con él?

Niega, moviéndose hacia el borde de la cama, y yendo hacia su camiseta.

—No sé mucho. Su abogado y mi padre están en la lucha, supongo—


comenta, vistiéndose—. Es todo lo que tengo. Y, por lo visto, ellos van ganando,
porque papá está exasperado y de mal humor desde hace días.

Sonrío. Por un momento parece que él también va a hacerlo, pero el brillo


salta por la ventana incluso antes de que me convenza de que lo he visto. Saber
que Cruz puede estar yendo camino a caer bien parado es bueno, aun así,
cualquier cosa puede pasar. Y sé bien quién es José Romano y lo que es capaz
de hacer. Más si se trata de obtener siempre una victoria. Así que voy a
asegurarme de que pierda esta batalla contra Cruz.

Volteo, ya sin interés de pasar un segundo más en compañía del Romano


menor.

—Espera—murmura apretado y nervioso—. Yo…

Se estanca y desvía la mirada culpable lejos de mí, enfocándose en la nada.


Sus castaños ojos rasgados se humedecen y, antes de que se ponga a llorar como
un bebé, lo empujo por el precipicio para que acabe esto con un indoloro
latigazo.

—Habla de una vez, no tengo todo el día—gruño.


—Yo… quiero pedirte perdón—se friega los ojos para limpiar cualquier
lágrima antes de que caiga y lo humille más delante de mí.

Niego, apretando los dientes.

—Ya me pediste perdón—digo, monótona.

Sí, lo hizo. Un día en la escuela, semanas después de que volviera de mi


gira. Fue insoportable para ambos, estoy segura. Se acerca unos pasos,
frotándose la mejilla como si sintiera asco de sí mismo. Como si odiara estar en
su propio cuerpo.

—Nu-nunca respondiste—susurra, inestable—. Y necesito que me lo digas


ahora. No me importa si vas a seguir con esto de la venganza, sólo… quiero que
me perdones, aunque sigas odiándome.

Sus pulmones no respiran durante el tiempo que tomo antes de responder


a su desesperado pedido. Lo observo, tratando de ver más allá, más adentro. Lo
que descubro no me ablanda.

—Tal vez algún día—digo, su rostro cae—. Sólo si demostrás no ser igual a
tu padre…

Me voy antes de tragarme su reacción. Se ha sorprendido y le he cedido


esperanzas. Quizás me arrepienta de eso, pero no me importa. No me gusta
cuando las personas lloran y ruegan. Me saqué de encima el peso de sus heridas
súplicas. No me permito considerar que es posible que él esté tan roto como yo
desde lo que sucedió. No puedo hacerlo, no estoy abierta a sentir debilidad. Al
menos no por él. No después de ver los videos que tengo escondidos en mi
cómoda.

Bajo las escaleras con urgencia y me estanco justo en la puerta del


despacho de Romano. Nivelo mi respiración y los temblores de mis manos.
Malena está en su habitación haciendo tarea, y me excusé para bajar a buscar
algunas galletas a la cocina. Lisa no se ve por ningún rincón cercano y lo tomo
como una señal para hacerlo. He estado pensándolo toda la semana, mientras
pasaban los días y no tenía noticias del hijo mayor que fue llevado por la policía
la semana pasada. Hundo el picaporte y cede, en una inhalación estoy dentro.
Mirando directamente a los ojos verdes del dueño de casa. Cierro y me apoyo
en la puerta al tiempo que él me envía una torcida sonrisa. Se parecería mucho
a la de Cruz si no tuviera un deje de demencia y arrogancia enferma.

—Hola, querida, me alegra verte de nuevo—baja la vista a sus papeles como


si nada.

Me trago la bilis que amenaza con expulsarse fuera. Él no me va a ganar.


Está jugando ni mismo juego. El que inventé. Y únicamente yo conozco todas
las reglas.

—Voy a ir al grano—escupo, yendo a enfrentar su escritorio—. Seguro ya te


diste cuenta de que faltan dos CDs en tu caja fuerte, ¿cierto?—no demuestra
reacción alguna, pero leo muy bien entre líneas y no me pierdo cómo se hincha
la vena en su frente—. Los tengo. Y puedo usarlos cuando se me dé la gana.
Llevarlos a la policía estaría perfecto, sería lindo ver cómo te hundís en la
mierda.

Me observa fijamente, subiendo por su cuello una poderosa película de


calor que lo pinta todo de rojo intenso. Lo tengo donde lo quiero. Entiende
perfectamente hacia dónde se dirige esto.

— ¿Qué puedo hacer por vos, niña?—pregunta, intentando sonar tranquilo.

Me apoyo en el borde de la lujosa madera que nos separa.

—Quiero que te dejes de joder con Juan Cruz—sonrío, no me importa que


esto le de ideas, porque la verdad es que serían ciertas, pienso tener a su hijo
mayor para mí—. Deja de meterte en su vida, y déjalo en paz. Si cumplís,
prometo traerte esas dos cajas yo misma. Si no veo frutos, entonces estás
muerto y enterrado hasta el fondo.

Como no tengo nada más que decir pongo distancia entre los dos y enfilo
hacia la salida. Su silencio contesta por sí sólo, y sé que está tan enojado que
apenas puede hablar correctamente. Le echo una miradita y estiro el brazo
hacia la puerta.
—Vos y yo somos iguales—suelta, y me paralizo abruptamente—. Los dos
hacemos lo que sea para conseguir lo que queremos, y no pedimos perdón
nunca por eso…

Se levanta de su sillón y rodea el escritorio para acercarse. No demuestro


debilidad, sólo alzo el mentón arriba y enfoco valientemente sus ojos viniendo
encima de los míos.

—Culpamos a otras personas por lo que somos, en tu caso soy yo el


monstruo que te engendró. El que puso la semilla del mal en tu cerebro. En el
mío, es toda una cadena de antecesores retorcidos. Somos iguales. Sos igual a mí.
Porque yo te creé. Mírate—ronronea, metiendo su rostro casi en mi nariz—.
Mírate bien al espejo y sabrás que digo la verdad. Te pareces mucho a mí, niña.
Te has convertido en lo que odias—susurra en mi oído.

Trago con fuerza por más que mi boca esté seca, llena de un gusto amargo
y asqueroso. Por tenerlo tan cerca, casi puedo revivir esa tarde. El sabor de la
tierra en mi boca, mi culo ensuciándose en el barro, mis flacuchas piernas
luchando. Manos inmovilizando mis brazos. Sin embargo no emito reacción, a
pesar de que por dentro estoy gritando e imaginando que araño cada
centímetro de su despreciable cara.

—Pero no creas que podés derribarme—toma un puño en el frente de mi


camisa—. No te atrevas a subestimarme—tironea más cerca de él—. Porque así de
fácil como te inventé, puedo destruirte.

Comienzo a luchar cuando me arrastra hacia el escritorio. Pateo sus


pantorrillas, clavo mis uñas en sus sucias manos. No estoy gritando, al igual que
la primera vez. Pero en aquella oportunidad, mi garganta se había cerrado,
ahora sólo estoy concentrada en zafarme. Intenta demostrarme el punto. Que
es más fuerte que yo y puede hacerme lo que quiera. Que no debo permitirme
ser tan segura de mí misma, porque soy perfectamente fácil de dañar. Lo que
no sabe es que no me importa.

La cantidad de cosas encima del escritorio salen volando de un solo


manotazo. José Romano tiene mis muñecas aferradas a mi espalda, y aplasta mi
cara en la brillante madera cara. Tomo una silenciosa bocanada de aire, no
quiero reconocer que no logro mantener mi respiración a raya. Mi corazón no
responde a la orden de quedarse quieto. Mi cuerpo ya no se adapta al control.
Y es porque se sabe en situación de peligro por sí mismo, sin necesitar que mi
mente le dispare disciplina.

— ¿Ves?—se agita la voz por encima de mí—. ¿Ves lo fácil que sos? A mi lado
no sos nada. Podrás mirarme directo a los ojos y creer que me tenés donde
querés sólo por el hecho de enfrentarme. Me sorprendiste la primera vez, te
concedo eso, ahora ya no. Estoy alerta, y tu valentía es insignificante. Puedo
aplastarte como a una mugrosa cucaracha, pequeña. Recordá eso siempre.

Levanta mi falda, rompe mi ropa interior tironeándola en sus dedos,


cortando líneas en mi piel con los bordes de la tela elástica. Se remueve, apoya
todo su peso en mí. Un segundo después, su violenta intrusión en mi interior
me recuerda la sensación de ser partida al medio, rasgada, triturada. No
reacciono al dolor, me muerdo el labio inferior con fuerza. No voy a darle más
satisfacciones de las que tiene. Me penetra una y otra vez, mi sexo a duras penas
resistiendo con sequedad. Comienza a jadear como un caballo cansado, y su
ritmo se vuelve devastador. Con sus zapatos de diseñador, empuja mis piernas
más abiertas, tanto que mis huesos se quejan.

—Que bien que volviste, siempre tuve ganas de repetir—asegura, agitado—.


Sentite afortunada, pocas veces he aceptado segundas oportunidades.

Me golpea de nuevo y mi pecho hace un sonido ahogado, como el de un


globo desinflándose de golpe. Romano se vuelve imparable y ansioso, entonces
sólo se detiene, enterrado profundamente. Suceden un par de respiraciones
ahogadas, se estremece y acaba.

Me suelta, se aleja, y me da un empujón que de derriba de culo en el suelo


de su oficina. Lo fulmino con la mirada mientras se arregla la ropa y regresa a
su asiento, desplomándose allí. Suspira, sonando como si acabase de sacarse un
peso de encima.

—Voy a hacer lo que pediste—habla con su voz normal de regreso.


No digo nada, sólo me tomo mi momento para levantarme y posarme
sobre mis pies, pidiéndoles con furia que me sostengan. Sus ojos se mueven
abajo, en la mancha de semen que dejé impresa en su reluciente piso de
madera lustrosa. Recién ahí me doy cuenta del chorro viscoso que se desliza por
mis piernas. No demuestro ningún sentimiento por eso, me dispongo a
enderezar mi falda.

— ¿Algún otro chantaje, dulce Eva?—insiste, niego con la cabeza y doy un


paso atrás sin girar, ni dejar de observar sus ojos fríos—. Yo haré mi parte, sólo
ocúpate de no quedar preñada. Hasta luego—me despacha chasqueando los
dedos.

Llego a la puerta con dificultad, mostrándome adolorida. Lo escucho reír


por lo bajo y giro sólo para brindarle una sonrisa. Mi mejor sonrisa. Porque yo
lo sé mejor. Él cree que me ha doblegado, que ahora me mantiene en el lado
que me corresponde. Y está equivocado.

Él sólo acaba de hacerme más fuerte.


“No me bendiga, Padre, porque he pecado”
— (Going the hell) The Pretty Reckless

El reloj en mi muñeca marca las nueve en punto cuando veo salir a


Albertina de su oficina en la iglesia, recorriendo los fríos pasillos acompañada
de los ecos del repiqueteo de sus zapatos. No me pierdo su trote apresurado
hacia su coche e irse en un ronroneo de motor, seguro apurada de llegar a casa
de una vez y relajarse.

Permanezco allí, sabiendo que el cura todavía está adentro, sin haber
terminado si jornada. Hace más de media hora que estoy sentada en un banco,
justo en la plaza de enfrente, observándolo todo. Llevo ropa suelta, más
precisamente un vaquero de chico y un abrigo fino, oscuro, con capucha. No
escapé de casa vestida así, por supuesto, estaba en mi imagen normal al subirme
en el coche. Hasta que me bajé en una estación de servicio y me cambié en el
baño, también atando mi cabello en un apretado rodete en mi nuca, sin que se
soltara ni un solo mechón. El lugar estaba bastante lleno de bulliciosos
adolescente con sus bocas llenas de hamburguesa para que alguien me notara al
marcharme dentro de mi poco agraciado disfraz.

Ahora espero bajo las sombras, tomando nota de que lo que estoy
pensando hacer es más enfermo y retorcido de lo que alguna vez me permití
fantasear. Desde hace semanas he tenido esta necesidad de hacer daño, de
permitir la salida al veneno que me carcome por dentro. Desde que José
Romano estuvo dentro de mí por segunda vez no he podido ignorar más este
insistente deseo. Necesito poder, necesito el miedo. La adrenalina. Y esta será la
noche en la que lo conseguiré todo y me daré el gusto. Y al mismo tiempo me
sacaré un enorme peso de encima.

Levanto mi culo del banco y pongo a trabajar mis pies, cruzando la calle.
Mis manos en los bolsillos y mis pasos pausados y desgarbados. Puedo pasar
tranquilamente por un vago adolescente, gracias a mi altura y mis atributos
ocultos. Paso inmediatamente al recibidor intentando que la pesada hoja de la
puerta del frente no resuene al abrirse y cerrarse, lo que es casi imposible. Es
tan vieja que sus bisagras necesitan una buena aceitada. Una vez dentro, me
apresuro a desabrochar y deslizar mis pantalones para que la falda que hay
debajo se despliegue hasta la mitad de mis muslos. Es tarde, y sé que voy a
necesitar un incentivo. Y una buena actuación. Guardo la prenda en mi
mochila y me introduzco en la atracción principal.

Me agarro el estómago, me doblo sobre mí misma y… comienzo a llorar.


Sollozos fuertes y profundos que enseguida cumplen su cometido. Una cabeza
morena y rechoncha se asoma con preocupación desde una puerta aislada en la
pared, a izquierda del altar. Me limpio las primeras lágrimas con un fingido
temblequeo de manos mientras él se acerca con desconcierto. Apuesto a que
nunca nadie entró en su iglesia creando semejante escena. Esta es su primera, y
última, vez.

— ¿Puedo hacer algo para ayudarte?—me pregunta, sus engañosos ojos


amables lucen un ceño apretado—. Es tarde, ¿por qué no estás en tu casa, con
tus padres?

Cierro los ojos y bajo el rostro hacia el suelo, sigo llorando. Siento su
mano posarse en mi hombro con intenciones de consuelo, y es eso lo que me
hace saltar hacia atrás, aunque no quiero. Es que aborrezco su toque. Lo último
que ansío en la tierra es que se me acerque, pero tengo que terminar con esto.

—Necesito hablar con usted—resoplo, alzando mis ojitos de ángel a su cara.

Él duda. Puedo leer perfectamente su expresión. No quiere quedarse acá


conmigo, prefiere ir a casa y terminar el día cenando alguna comida rancia y
yendo a la cama temprano. Tal vez hacerse una paja con el pensamiento de las
niñas que ha manoseado antes de asentarse en el sueño. Todo eso sería más
interesante que aguantar el berrinche de una loca adolescente.

—Por favor—murmuro, suplicando.

Temblorosamente llevo una mano al exterior de uno de mis muslos y finjo


rascarme la piel, atraigo sus ojos, allí mismo. Noto el instante justo en el que
cae en la cuenta de lo que llevo puesto, y su actitud deja de estar desinteresada.
No hay una táctica mejor que sacar a flote las debilidades de las personas para
lograr tenerlas donde se las quiere. He descubierto eso hace tiempo, y me gusta
hacer un buen uso del conocimiento de vez en cuando.

Suelto un hipido y él accede.

—Quiero… confesarme—digo, sonando tímida.

— ¿Ahora?—pregunta, impaciente.

Fuerzo más lágrimas fuera de mi sistema y me siento en la orilla de uno de


los bancos, mi falta subiéndose inocentemente unos cuantos centímetros.
Asiento.

—Está bien—suspira, y va a tomar asiento a mi lado, dispuesto a empezar


ya.

Me congelo, sacando mi mejor expresión de vulnerabilidad. Le echo un


vistazo de reojo al confesionario.

— ¿Vas a estar más cómoda ahí?—me lee.

Afirmo de nuevo, e inmediatamente nos movemos. Cada cual está dentro


de su espacio un segundo después, y me siento, abrazando mi mochila contra el
pecho. Mi boca está seca y mi corazón bombea, turbulento. Quiero hacer esto
bien. Y estoy nerviosa, y también ansiosa por terminar. La adrenalina
revolviéndose en mis oídos.

— ¿Por dónde preferís empezar, pequeña? Tomalo como una charla de


amigos, estoy acá para apoyarte. Estás segura conmigo, y el Señor permanecerá
entre los dos, dispuesto a escucharte e iluminarte a través de mí—dice él, de
pronto volviéndose muy pacífico y dispuesto.

Pongo los ojos en blanco. Ese seguro es su tono especial para crear
confianza en las personas. Más especialmente en la niñas que quiere tocar.
Ahora, más o menos, entiendo por qué ellas hacían lo que les pedía.
—Uno de mis compañeros de la escuela metió su mano bajo mi falta—
empiezo, sonando angustiada, y del lado opuesto no se oye nada—. Y yo… me
vengué de él…

Sueno tan triste que podría hasta creérmelo yo misma, sin embargo, sé
que también estoy al borde de soltar alguna risa ácida. Esto es tan tonto, pero
es lo que tengo y lo usaré.

— ¿Cómo te vengaste?—pregunta, monótono y amable.

—Yo… lo amenacé, puse una trincheta en sus partes íntimas. En el baño de


varones de la escuela—mi papel de pobre niñita es tan bueno que tengo que
contener el aire para no entusiasmarme tanto.

En silencio, corro el cierre de mi mochila con lentitud. Desde el interior


consigo unos guantes blancos de látex que robé del botiquín de primeros
auxilios en el baño de mis padres. Despacio, mientras me esfuerzo por hacerme
oír abochornada y arrepentida, prosigo.

—Yo sé que estuve mal, pero quería darle una lección—lloriqueo.

El sacerdote resopla, intenta ser discreto pero lo oigo, y sonrío de lado por
eso. Lo estoy aburriendo, cree que lo que hice es estúpido. Cosas de niños.

—Eso sí estuvo un poco mal, la venganza nunca es buena—dice, tomándose


su tiempo con las palabras, como si yo fuera una retardada niñita de cinco
años.

La sangre se va agolpando en los espacios correctos de mi cuerpo,


dándome más y más fibra y determinación. Bajo la mochila a mis pies y suelto
un suspiro largo y silencioso. Miro fijamente la pequeña puerta cerrada de
madera por la que ingresé a este rincón oscuro, las luces del interior de la
iglesia se cuelan por los pequeños agujeritos, dándome una perspectiva de lo
más teatral y oscura del momento.
—Lo sé—suspiro, mordiéndome el labio—. Lo sé. También quise hacer lo
mismo con mi vecino—trago, cerrando los ojos—. También quiero vengarme de
él.

Silencio, durante una larga hilera de segundos.

— ¿Por qué? ¿Qué te hizo él?—intenta apurarme el hombre, ya deseando ir


a casa.

Suelto un falso sollozo adolorido.

—Él me violó—dejo salir la bomba, y puedo imaginar la inmovilidad de la


sorpresa deteniéndolo en su espacio, retorciéndolo en el shock—. Él… me
empujó contra su escritorio y… sacó su pene de sus pantalones—recito los
detalles—. Me lo metió desde atrás, y luego me ordenó que me cuidara de no
quedar preñada.

Sonrío con malicia al no obtener respuesta del sacerdote. Está mudo, y


afectado. ¿Excitado con la imagen que acabo de poner en su mente pervertida?
Tal vez. O tal vez no. Posiblemente sea tan hipócrita como para sentirse
enfermo y enojado por mi arrebatadora y triste situación.

—Odio a las personas como usted, Padre—interrumpo el lapso callado de


repente.

— ¿Cómo?—pregunta saliendo de su estupefacción—. ¿Qué dijiste?

Estoy abriendo la pequeña puerta de su lado del confesionario cuando lo


pregunta, y lo miro fijamente a los ojos desde mi altura al repetirlo.

—Dije que: odio a las personas como usted, Padre—gruño, una expresión
peligrosa cambiando mi rostro de tal forma que se echa atrás de un sobresalto.

Intenta pararse de golpe y arremeter contra mí. Error. Gran error. Porque
el cuchillo que tengo oculto en la manga acaba insertado en el costado de su
barriga y lo regresa a su asiento, sus ojos grandes por la sorpresa y el dolor. Una
de sus manos se mueve por la herida y al separarla, ambos la vemos impregnada
en sangre. La visión de eso mismo me eriza la piel, en el buen sentido.
Gime, y comienza a respirar con dificultad. Me acerco hasta casi estar
recostada sobre él.

—Sé lo que haces, te he estado viendo desde muy cerca—murmuro,


espeluznante, contra su oído y lo apuñalo una vez más.

Y otra. Y otra. Con furia imparable y decisión. Hasta que intenta hablar y
no lo logra porque la sangre proveniente de sus atravesados órganos internos le
llena la boca y se rebalsa por las comisuras. La escupe en el intento y una gota
me mancha la mejilla.

— ¿Te gusta jugar al gato y al ratón con pequeñas niñas indefensas de diez
años?—pregunto a su rostro rojo y agonizante—. Y a mí también me gusta ese
juego, siempre y cuando sea con ratas como vos—limpio la hoja del cuchillo
contra la carne flácida de su mejilla.

Una lágrima se escapa por el rabillo de su ojo, me mira fijamente. No se


puede mover, está a punto de irse. Lo siento en cada una de sus sacudidas.
Chasqueo la lengua mientras llora e intenta taparse las heridas, su mente casi
yéndose a la nada.

—Uno tiene que estar listo para las consecuencias a la hora de pecar, ¿no,
Padre?—le sonrío.

Me limpio los guantes ensangrentados con la falta y saco una pequeña


bolsa de plástico de mi mochila, al otro lado. Son las capturas de sus momentos
infraganti con las niñas. Le muestro la primera, y no reacciona ya que su
cuerpo se está desangrando con rapidez y va perdiendo lucidez. Suspiro,
decepcionada. Entonces clavo la imagen en la madera con una chinche de color
verde.

—Al contrario de lo que usted aconseja, me gusta la venganza—comento, y


adhiero las demás fotos—. La venganza es la mejor justicia. Ya desde hoy, usted no
va a volver a tocar lo que no debe.

Sigo parloteando a la par que avanzo con mi trabajo, llenando el pequeño


cajón de madera encerada que lo rodea de pruebas, acá y allá. Armando un
cuadro perfecto para una buena toma. Una caricatura. El sacerdote muerto en
manos de un desconocido, tratando de compensar cada toque degenerado de
sus sucias manos. Esas niñas, y las que vendrán, estarán a salvos. Al menos de
él. Un enfermo menos en el mundo. Algo es algo.

Aplaudo al terminar y tomarme un momento para echar un buen vistazo


crítico.

—Hice un buen trabajo, ¿cierto?—no responde, apenas emite sonido


alguno—. Pero siento que falta un toque de… ¿color?

Meto los dedos en sus heridas, recogiendo sangre. Se remueve con un


grito ahogado en líquido carmesí que escupe y tengo que alejarme para no
mancharme más la ropa. Me ocupo en escribir una palabra con sus fluidos,
recogiendo más y más de cada agujero que mi cuchillo hizo en su barriga.

—Lo menos que puedo hacer es dejar la prueba de que fuiste una mierda
en vida. Míralo desde el lado positivo: tenés suerte, porque no vas a tener que
recibir el eterno odio del mundo cuando se sepa lo que has hecho bajo esta
fachada de santo—termino de escribir y retiro la hoja de cuchillo que está
incrustada en la última puñalada que le regalé—, y cuando esas madres se
enteren de que el curita al que le confiaron sus hijos era un…—leo la palabra
escrita bien grande y en mayúsculas sobre su cabeza tambaleante—:

»PE-DÓ-FI-LO.

Por último, marcando mi retirada, inserto el cuchillo en su corazón y lo


dejo allí. Me despide su último aliento. Entro en mi lado del confesionario y
me visto, metiendo la falda y camiseta manchadas bajo el gran pantalón y el
abrigo de capucha. Me quito los guantes y los entierro al final de las porquerías
que rellenan el bolso. Salgo de allí con pasos rápidos y mi rostro cubierto en la
sombra.

Antes de irme, me volteo y miro al altar.

Por lo menos el diablo no es un farsante—murmuro, en mi cabeza,


convencida—. Él entiende con quién se mete, sabe bien a quién busca y deja
entrar. En cambio, vos dejas que cualquiera hable y peque usando tu nombre—
le echo un corto vistazo al confesionario que ahora desprende olor a muerte—.
Ahí está la prueba de tu hipocresía.

Giro y abandono la casa de Dios, prometiendo nunca más volver a entrar


en ella.
CAPÍTULO 13
EVA
A la mañana siguiente apenas tengo tiempo de despegar los párpados y el
rostro de la almohada cuando golpes insistentes rebotan en las paredes de mi
habitación. La puerta es aporreada con tal urgencia que mi cabeza se queja
haciendo más ruido en el interior. Me acosté muy tarde, porque no se terminó
todo al llegar a casa, antes tuve que deshacerme de la ropa y la mochila.

Enfoco mi vista en el techo, sin poder creer realmente lo que hice anoche.
Una paralizante y fría descarga eléctrica me toma desde la nuca y recorre hasta
los dedos de los pies, una rara sensación que dura unos segundos hasta que
alguien me llama desde el otro lado de la puerta.

— ¡Eva!— grita Malena, ansiosa.

No tengo otra opción que recibirla, ignorando las ganas de quedarme


acovachada. Los grandes y redondos ojos de mi amiga se estampan casi en mi
cara al destrabar la puerta.

— ¿Qué pasa?—la miro con ojos entrecerrados.

Está alterada y preocupada. Su verde mirada más vulnerable de lo que


alguna vez la vi. Se muerde el interior de las mejillas, estudiándome
detenidamente.

— ¿No te enteraste?—susurra, temblorosa.

Entrecierro los ojos, negando. Por dentro sé bien a lo que se refiere, me


estaba preparando mentalmente para todo el revuelo que se armaría cuando
encontraran el cuerpo. Trago, por un momento me permito ser presa de la
inseguridad. ¿Qué si no fui tan cuidadosa como planeé? ¿Y si dejé alguna
prueba irrefutable de que la asesina soy yo? La piel se me eriza. Y odio sentir
duda, mucho más cuando viene acompañada de la leve presencia del miedo.
— ¿Qué pasó?—finjo rascarme el ojo.

Ella no responde, se remite a los hechos. Me agarra del brazo y tironea de


mí, escaleras abajo. No me suelta hasta que entramos en la cocina,
encontrándonos a mamá y la cocinera pegadas al televisor que cuelga del
soporte en la pared sobre sus cabezas. Juanita se muerde las uñas con una
expresión de dolor en el rostro y mamá está inmóvil, pálida, sosteniendo una
taza temblorosa en las manos, a medio camino de su boca. Apenas pestañean.

— ¿Quién pudo ser capaz de hacer semejante atrocidad?—pregunta la


regordeta cocinera, lamentándose.

¿Por qué se lamentan? El diablo sabe que yo no lo hago. ¿Por qué hay
dolor en sus miradas? Dolor sintieron las niñas que ese pedófilo manoseó.
Dolor en el corazón, en el alma. Y jamás olvidarán esas manos intrusas e
insistentes avanzando sin permiso.

Miro a Malena, me señala la pantalla con el mentón, así que pongo más
atención. Mi papá es el centro de la cuestión, rodeado de policías y agentes
mientras es entrevistado por más de una docena de periodistas y enfocado por
casi todos los medios del país. Arrugo los labios, disgustada. Papá se ve muy
mal, muy ceniciento y nervioso, lo está pasando fatal.

— ¿Tienen alguna sospecha de quién podría haber sido? ¿Por qué lo hizo?—
una mujer sin rostro que sostiene un micrófono se refiere al comisario, justo al
lado de mi padre.

El hombre frunce el ceño, entre enojado e inquieto, estoy esperando a que


abra la boca de una vez y cuente lo que sabe. Los motivos están allí, yo los dejé
bien claritos, a la vista de todos. Cada-maldita-prueba por las que ese pervertido
merecía lo que le hice. Espero a que diga todo. Tal vez no justifique el
asesinato, pero…

Mi mente se pone en blanco cuando nada de lo que espero sucede.

—No, no sabemos—niega con la cabeza—. No hay pistas de nada por ahora,


no existen sospechosos. La verdad es que estamos muy conmocionados con
todo esto, nunca creímos que pasaría algo de tal magnitud en nuestra ciudad.
Es… escalofriante—niega, tomándose un momento—. Lo que le hicieron a ese
pobre hombre es… es un horror… y no vamos a parar hasta conseguir la justicia
que merece…

Sigue parloteando pero ya no lo oigo, mi mente se llena de ruido blanco


sin sentido alguno. Palabras inentendibles susurrando, mareándome. Mi vista
se desenfoca frente a mí y las voces ya no murmuran, ahora gritan y se hacen
escuchar con la misma potencia de un puñetazo en el estómago. Tomo un
respiro, e inconscientemente me voy alejando del televisor, separándome de las
mujeres y Malena. Con movimientos lentos, casi robóticos estiro el brazo y
consigo un vaso desde la alacena. Cierro la mandíbula con fuerza, tanta que los
bordes del hueso comienzan a latir.

Nunca esperé esto.

Nunca creí que lo encubrirían. Que escondieran sus asquerosos actos, que
les quitaran importancia a todas esas niñas corrompidas. ¿Necesitan más
pruebas? ¿Más fotos? ¡Esto no puede quedar así! DE NINGUNA PUTA
MANERA.

Aprieto el vaso sin siquiera notar que realmente lo tengo en la mano. Me


concentro en la errática respiración saliendo y entrando de mis pulmones, a
través de mi boca entreabierta. Niego, tanto por dentro como con la cabeza. Mi
espalda tensa como una tabla.

No pueden esconder la verdad de la gente. El mundo tiene que saber, las


madres tienen que cuidar a sus hijos de monstruos como ese sacerdote. Están
por todos lados, son como una plaga. Se camuflan con facilidad, y hasta el
rostro más amable puede tener el alma destrozada y contaminada. Sino,
mírenme a mí, soy tan oscura adentro como brillante me ven por fuera.

Y maté a un hombre, hice justicia por esas niñas.

Y nadie está hablando de ello.


Con un impulso incontrolable bajo el vaso con brusquedad estrellándolo
en el borde de la encimera. El cristal estalla en pedazos, algunos cayendo al
suelo, volando lejos e incrustándose en mi palma tensionada que se cierra en
un puño y abraza con anestesia el dolor de la piel perforada. Indolora. Siento
tanta rabia que podría estallar en pedazos también. En mis oídos reforzándose
el pitido similar al de una olla a presión. Bullendo. Vibrando.

— ¡Eva!—grita mamá, viniendo a verme.

Juanita me empuja abajo, a una silla y me abre la mano para revisarla.


Gotas de sangre caen, me manchan el camisón y las lustrosas baldosas blancas
de la cocina, donde mis pies yacen descalzos y fríos. Mis muelas castañean, tan
violentamente que las mujeres se asustan. Juanita corre en busca del botiquín
de primeros auxilios y Malena se me viene encima, frotándome el hombro para
traerme de vuelta.

—Creo que la ha afectado la noticia—oigo a mamá decir detrás de la bruma


en mi cerebro—. Malena, ¿por qué no apagas la tele? No tenemos que ver más,
lo que pasó es terrible.

Los dedos suaves de mi madre despejan el cabello rubio que cubre mi


cara. No siento nada, es como si me estuviera saliendo de mi cuerpo, viendo
todo desde otro ángulo. Juanita vuelve y me atiende las heridas. Mi amiga me
acaricia la espalda. Y, poco a poco, voy volviendo a mí. De lo primero que soy
consciente es del cansancio repentino que afloja mis huesos y el peso en mis
párpados. Deduzco que tuve un ataque. No sé bien de qué ¿pánico? ¿Ira?
¿Ambos?

—Estoy cansada—digo en tono bajo.

Es verdad, estoy drenada. No dormí bien anoche, cierto, y ahora se suma


esta horrible sensación en el pecho, también asentándose en mi estómago.
Decepción. Disgusto. Deseaba que la gente escupiera la tumba de ese tipo, en
cambio se va a ir pintado como una pobre víctima. Saldrán a la calle a pedir
justicia por su muerte, mientras las verdaderas víctimas están en sus casas,
ahogadas en silencio, escondidas bajo la alfombra. Tal vez aliviadas, pero no
amparadas como debería ser. Nadie las respalda porque han quitado
importancia a lo que ese malnacido les hizo.

Con mi mano vendada subo a mi habitación en compañía de mamá y


Malena. Me recuesto nuevamente, dejo que mi mejor amiga se quede conmigo.
¿Debería estar preocupada por lo que piensan de mi reacción? No, no lo creo.
Al menos no mamá, ella me ve como una chica frágil y sensible. ¿Malena? Su
mente tendría que ser tan retorcida como la mía para que adivine el verdadero
trasfondo de mi ataque.

Cierro los ojos sabiendo que se quedará a verme dormir, y no me importa.


Me hace bien su compañía. Me mantiene a raya, porque ahora mismo me
siento capaz de cualquier cosa. Cualquier maldita cosa. Y necesito un ancla.

Me gustaría decirle que también lo hice por ella. Y… por mí. La sangre de
ese hombre me dio paz. Porque por un momento, me permití fantasear que
pertenecía a otro, y que la justicia era sólo por mí.

CRUZ
Bajo del coche alquilado y encaro el monte a pie, me pierdo entre los
árboles, respirando el fresco aire de la noche que arrastra la sal que viene del
mar. Hay un poco de viento, pero eso es normal en las afueras de la ciudad. Me
siento bien de volver, no debería, porque este no es mi hogar. Nunca lo sentí
así en mi corazón. Sin embargo, acá estoy y se siente como si lo hubiese
extrañado.

Después de semanas me pude dar el lujo de volver. Semanas enteras de


lucha entre mis abogados y mi padre, que terminó bien. La saqué barata, soy
consciente de que podría ser peor. El viejo me demandó y metió una orden de
alejamiento. Técnicamente no debería estar acá, pero nadie tiene que saberlo,
¿cierto?

Los Moretti están dormidos para ahora, son más de la una de la


madrugada, no esperaba algo diferente. Me siento estúpido por lo que voy a
hacer. Nunca tuve la oportunidad de agendar el número de Eva, podría haber
avisado que venía. U organizado un encuentro en otra ocasión. Debería esperar
hasta mañana, abordarla en algún momento en el que salga de la casa.
Lamentablemente, no estoy con demasiadas ganas de volverme temerario otra
vez. No puedo ser visto cerca de mi familia, no me siento cómodo en la
posición de riesgo. Así que tomo esta oportunidad y rezo para que cuando la
piedra golpee la ventana de Eva no comiencen a sonar las alarmas de seguridad.

Parezco un adolescente estúpido, aunque esto suceda solo en las tontas


películas que Malena mira de vez en cuando. Pongo por ojos en blanco y lanzo
la segunda piedra, intentando no poner demasiado ímpetu para no traspasar el
cristal. Unos segundos después respiro cuando ella se asoma, y mira hacia
abajo. Me meto las manos en los bolsillos del vaquero y espero su reacción, mis
labios tirando de una comisura. Está despeinada y adormilada, y ni siquiera se
ve sorprendida de verme. Abre la ventana y susurra:

— ¿Vas a subir?—me tira una réplica de mi sonrisa arrogante.

Me carcajeo en voz baja, negando. Está de broma, no voy a trepar hasta su


ventana. Lo que me faltaba.

—Perdona, pero no voy a romperme la espalda subiendo esa enredadera de


mierda—digo, murmurando lo suficientemente alto para que escuche sólo ella
sobre mi cabeza.

Resopla y desaparece. Me muevo hacia la puerta del frente y aguardo hasta


que oigo la cerradura chasquear y la puerta destrabarse. Eva abre y me observa a
través de una rendija.

— ¿Vas a dejarme entrar?—pregunto, inclinándome más cerca.

Cede y se desliza más adentro para dejarme lugar. Una vez dentro ella
vuelve a rotar la llave y agarra mi mano, dirigiendo arriba. La sigo sin chistar,
sabiendo que podría estar metiéndome en un enorme problema. ¿Cómo es ese
dicho? Ese que dicen los mayores, ¿el que juega con fuego se hace pis en la
cama? Lo que sea. Hay posibilidades de que lamente esto, pero ahora, mientras
el perfume de Eva penetra mi nariz, siento que todo va perfecto. Y que estoy
donde tengo que estar.

Si tan sólo fuera más fácil dejar de pensar con el pene.

Recorremos el pasillo y entramos en una de las habitaciones. Eva cierra la


puerta detrás de mí y le echa llave. Luego se apoya allí mirándome fijamente en
silencio. Estamos iluminados sólo por la luz leve de la luna que entra por la
ventana. Y tomo nota del corto camisón azul cielo de breteles finos que está
usando, que marca dos inocentes picos a la altura de su pecho. Regreso a su
rostro, porque las yemas de mis dedos están picando con la necesidad de
rozarla. Que sus piernas largas permanezcan desnudas tampoco ayuda. En poco
tiempo llego a la conclusión de que no voy a tener respiro, porque al enfocarme
en su cara sólo me hace recordar lo suaves, inexpertos y perfectos que se
sintieron sus labios la última vez que la tuve tan cerca.

Creo que el recuerdo de su beso fue el que me mantuvo lejos del pozo
frenético que la ira suele cavar en mí. Hizo más fácil de sobrellevar la guerra
con mi padre.

—Vengo a buscar lo que te dejé a cargo—digo, yendo lejos del contacto en


mi mente.

Los grandes ojos de Eva no pestañean, sólo me recorren el rostro. Está


inexpresiva, fría, pero de alguna forma sé bien que en su cabeza hay mucho con
lo que lidiar. Puedo ver trabajar claramente los engranajes de su mente. La paz
que transmite es del todo engañosa.

—No están—responde.

Mis cejas se alzan.

— ¿No están?—repito, cuestionándola.

—No… los quemé—aclara.

Niego, soltando una bocanada de aire en forma de seca carcajada. Tiene


que estar jodiéndome.
— ¿Es broma?—insisto, un arrasador calor enredándose con mis venas.

No pestañea, no se mueve. Nada. No hace más que observarme. Me está


mintiendo, de alguna manera lo intuyo. ¿Por qué quemaría los Cds?

—Decime que me estás jodiendo, porque estoy empezando a molestarme,


Eva—escupo, doy dos pasos hacia ella.

— ¿Por qué querías esos CDs?—quiere saber—. ¿Los viste? ¿Por qué te
arriesgaste a volver por ellos?

Me llevo las manos a las caderas, inquieto.

—No sé, Dani reaccionó nervioso cuando se los mostré, creí que podría ser
importante. Tal vez… si era algo jugoso, podría haberlo usado contra mi padre—
explico.

Me fui de casa luego de dejar fuera de combate a mi padre, antes de que


cualquier autoridad llegara. Los días que siguieron fueron buenos. No quería
volver, sin embargo, algo había estado golpeando en mi cabeza, la pálida y
asustada expresión de mi hermano volvía constantemente. La intuición era
fuerte y me decidí a tomarla. Me di cuenta de que la necesidad de saber qué
tenían esos CDs era inmensa, una curiosidad que jamás sentí antes. La tomé
como una señal.

— ¿Los viste?—la instigo, intranquilo.

Niega.

—No.

—No los quemaste, me estás mintiendo—la acuso, yendo contra ella,


plantando mi dedo índice en medio de su pecho.

Pone los ojos en blanco, como si odiara que yo la trate de mentirosa.

—No los quemé, pero los devolví…

— ¿¡Qué?!—me trago el grito, la frustración casi derribándome.


Ni se inmuta.

—Tenés razón, algo debe haber ahí porque cuando tu padre supo que los
tenía reaccionó muy mal—dice, tranquila—. Y sirvieron como chantaje.

— ¿Chantaje? ¿Qué mierda, Eva? Explícate—ordeno, furioso.

Por un momento casi cedo a la urgencia de estirar los brazos y cazarla del
cuello, darle una lección por meterse donde no la llaman.

—Los devolví a cambio de que te dejara en paz, fue un buen negocio—se


mira las uñas, como si estuviera hablando de moda o el clima—. No dudó en
tomarlo.

Ahora sí, la arrincono, apretándola contra la puerta. Mi aliento sisea entre


mis dientes apretados y casi no puedo controlarme y enfriar los niveles de rabia.

—Te gusta meterte donde no te llaman, ¿verdad, Eva?—gruño por lo bajo—.


No necesito tu puta ayuda, deja de intervenir en mis problemas.

Su pupilas se dilatan más, consumiendo el bonito color de sus irises. Su


mirada se intensifica, se vuelve filosa. A cualquier otra persona la heriría con
sólo una de esas, no a mí.

—Para tu información, dejaste esas cosas en mis manos. Pediste mi ayuda.


Me diste poder. Yo las usé como mejor pensé que convenía—indica, su tono
volviéndose peligroso—. Con un gracias me conformo, Cruz—susurra
duramente.

Aprieto los párpados con fuerza, tomando aire por la nariz y dejándolo
salir pacíficamente por la boca. No puedo creerlo. Realmente me niego a
aceptar que una niña como esta es tan capaz de subestimarme. ¿Quién se cree
que es?

—Te dije que tenía buenos abogados—me empujo lejos—. No entiendo por
qué te tomas tantas libertades. ¿Cómo es que te atreviste a ir con mi viejo por
mí? No me jodas, Eva. ¿Por qué hiciste eso? Era tan innecesario—me paseo
suspirando sin sentido, frotándome la cara y la nuca.
Esta chica… Esta chica es tan rara.

—Lo hice porque te quiero—suelta.

Y directa, también. Me freno y al fin la contemplo de nuevo, tomando


nota de su inmovilidad y gracia. La imagen de una hermosa mujer iluminada
por la luz de la luna. Espeluznante e increíble a la vez.

—Me querés—alzo una ceja, incrédulo.

No tengo por qué reaccionar ante lo que acaba de decir.

—Sí, te quiero—corrobora.

Pongo una sonrisa torcida en mi cara y avanzo de nuevo en su dirección.


De pronto estoy tan cerca que el aire que respiro viene de su aliento. Y los
llenos y bonitos labios que probé antes me tientan tanto que planto las manos
por encima de su cabeza y me impido caer violento a por ella.

— ¿Cuánto, Eva?—pregunto, jadeando—. Demostramelo.

Ahí es cuando meto la mano en el fuego y me quemo. Porque ella toma


mi provocación y redobla la apuesta. Busca una de mis manos con la suya, la
toma y la baja entre nosotros. Su respiración al fin cambia de ritmo, aunque sus
ojos grandes no dejan los míos, ahora brillando con intensidad. La boca que
me seca y apenas soy capaz de tragar cuando lleva mi mano bajo su falta y la
coloca en el hueco entre sus piernas. Cierro los ojos, presiono mi mandíbula.
Creo que voy a tener un ataque al corazón, porque no se conforma con eso, va
más allá. Se deshace de la tela que se interpone entre el verdadero contacto y
me permite bucear en su sexo.

El sexo más húmedo y dispuesto que alguna vez tuve.

—Ya sabes cuánto—musita, la punta de su nariz roza mi áspera mejilla.

Un gruñido se me escapa y mi cabeza cae sin fuerzas, mi frente en el


hueco de su cuello. La huelo, sintiendo las barreras de seguridad derritiéndose
alrededor de mi voluntad. Ya no es de ella la iniciativa, ahora lo he tomado por
mi cuenta. Mi pulgar frota círculos en su clítoris y el dedo medio no tarda
tomar el segundo puesto, me estremezco mientras entro en su canal. Estrecho,
divino, sensible. Los hombros de Eva son los primeros en temblar, luego sus
caderas ondean por sí mismas, buscando más profundidad.

Beso su pulso alzando vuelo, me deslizo hacia el lóbulo de su oreja.

—Esto está mal—me las arreglo para decir entre la bruma de confusión que
crea la excitación.

—Hay un montón de cosas que están mal—corrige, su tono de voz


vulnerable—. Esto es lo único que está bien para mí…

Me separo y encuentro su mirada nublada, por un instante me siento muy


capaz de leerla por dentro. No me gusta lo que veo, y tampoco es suficiente
para que salga corriendo. Me quedo, la sostengo. Acomodo su ropa interior y
camisón, ignorando las quejas de mi libido que desea terminar con lo que
estábamos haciendo. A continuación, la dirijo a su cama, me recuesto a su lado
y la abrazo.

EVA
El día siguiente no es mucho mejor que el anterior. Será porque me
desperté y Cruz ya se había ido, sin siquiera despedirse. Me gustaría confesar
que no me importó una mierda, pero no es así, se sintió como todo lo
contrario. No quería que me dejara. Lo cierto es que, preferiría mil veces irme
con él, a dónde fuera. A pesar de que nunca tome partido de mis insinuaciones,
ni me de lo que me muero por tener. Es único en la tierra, porque nunca
consigo lo que quiero con él, cuando el resto del mundo se desvive por
dármelo todo.

Cuando le solté que lo quería fui franca, directa. Y sé que él me entendió.


No se trataba de amor, se trataba de algo mucho más carnal. Lo que pretendo
es su cercanía, su contacto. Es la única persona que me hace sentir como una
mujer. Porque mi edad no es un reflejo completo de lo que soy. Me siento más
mayor, más vieja. Más hastiada de la vida que cualquier anciano. Sólo él trae
algo diferente. Ha creado un esquema de interés y no puedo aplacarlo, ni
siquiera cuando está lejos.

Me quedo en la habitación hasta que siento verdaderas ganas de


levantarme y dejar atrás esta estúpida tendencia a la depresión. Creo que tengo
que comenzar a acostumbrarme que no siempre en la vida las cosas van a salir
como quiero. Y no sólo me refiero a Cruz, sino al maldito encubrimiento de las
autoridades que quieren enterrar al cura esta tarde con una etiqueta en su
tumba que no merece.

Bajo las escaleras y paso de largo la cocina, sin echarle ni una segunda
mirada a mis padres y Juanita. Salgo de la casa y atravieso el monte, directo a
ver a Malena. Es domingo, y los fines de semana debería pasarlos todo el
tiempo con la otra persona que realmente me cae bien en el mundo.

Aunque antes tengo que cumplir mi parte del trato, por lo que, una vez
que Lisa me deja dentro de la sala para esperar a que Malena se termine de
vestir me meto en la oficina vacía de Romano y dejo los CDs sobre el
escritorio. A los que les hice copia, porque me gusta estar preparada para lo que
sea. Nunca se sabe cuándo se necesitará un respaldo. Y más cuando se trata de
José Romano. Doy media vuelta, sin mirar mucho alrededor, congelando los
recuerdos de lo que ocurrió la última vez que entré acá. Antes de que
arremetan y tomen posesión de mi mente. Soy buena en enterrarlos la mayor
parte del tiempo, tengo que concederme eso.

Entro en la cocina y no hago más que sentarme que mi amiga aparece,


seguida de Dani. Justo para desayunar. Ambos se frotan los ojos de la misma
familiar manera potenciando los gestos conseguidos desde la genética. Me trago
una pesada bola con gusto asqueroso y sólo me concentro en mi amiga. Ella
recibe con una dulce sonrisa la taza que su madre le tiende.

— ¿Desayunaste, Eva? Puedo prepararte una taza de mate cocido también—


me pregunta Lisa con amabilidad.

Niego.
—Pasé de largo. Me gustaría mucho, gracias—le sonrío.

Dani se mete una tostada entera en la boca y me observa fijamente


mientras mastica. No se ve asustado o tímido como siempre, supongo que eso
lo ha logrado mi pequeño toque de esperanza. Cuando me mira de esa forma
tan pura y abierta me dan ganas de perdonarlo. Cierto, pero no lo haré. Porque
no confío en él, todavía. No sólo tiene que demostrarme que no es como su
padre, sino que tampoco es débil. Y para eso falta muchísimo.

—Hoy hay sol, estaría para la pile—dice Male, antes de tomar un sorbo
torpe de mate cocido.

—Ni se les ocurra—salta Lisa, mientras limpia la encimera—. El verano


terminó, Malena, ya hay que tapar esa pileta.

La chica pone los ojos en blanco.

—Todavía está para meterse, quien dice que no es gallina—ríe.

La sigo y Dani asiente, estando de acuerdo.

Pasamos el rato en su habitación mientras ella ordena la cama y acomoda


el desastre. Está pensativa, seria, algo que es raro en ella, aunque es
comprensible. Se quedó helada y confundida cuando supo que el sacerdote se
había muerto. Y deduzco que tiene miedo de sentirse aliviada, tal vez piensa
que eso la haría una mala persona.

—Hay que agradecer que está muerto, Male—digo de la nada, tratando de


reconfortarla.

Se encoje y luego se estremece.

— ¿Está mal alegrarme porque se murió? O, mejor dicho, ¿alguien lo


apuñaló ocho veces?—se lanza sobre el colchón ya cubierto y suspira.

Me lanza una mirada herida, acongojada.

—Está bien, yo me alegro—prometo, cruzándome de brazos, caminando


hacia la ventana—. Me gusta pensar que está ardiendo en el infierno ahora
mismo. Me gusta creer que se murió sufriendo. Y no siento ningún
remordimiento.

Ella frunce el ceño y me estudia, largo, largo rato. ¿Está viendo más allá?
¿Por qué será que no me importa? Después se fuerza a sentarse y se mira las
manos.

—Me gustaría destrozar su tumba—murmura.

Mis ojos se abren y el cuerpo se me atiesa. Me giro, con la intensión de


descubrir si acabo de oír bien.

— ¿Qué?—voy a ella, sentándome a su lado.

—Me gustaría que… todos supieran lo que era—sigue—. ¿Tiene sentido?

Mucho sentido, DEMASIADO. Ella, directa o indirectamente, se


considera una de las niñas olvidadas. Escondidas bajo la alfombra, desplazadas
a un lado con tal de encubrir a un pervertido. Ella se siente herida por lo que
está pasando. Al igual que a mí le gustaría que la gente supiera. Y eso que no
sabe nada de que dejé pruebas. Pruebas imposibles de ignorar. Si estuviera al
tanto de ello, estaría más destrozada.

—Creo que podemos hacerlo—digo, tan segura que hasta yo me sorprendo.

Tengo un viejo aerosol verde neón que me sobró el año pasado de un


tonto trabajo de artística en la escuela. Podemos ir al cementerio cuando baje el
sol, y marcar la fresca tumba con palabras que la gente vería. Tal vez no creería,
pero les daría algo en qué pensar, ¿no?

***

Una hora luego del almuerzo regreso a la casa de los Romano con un traje
de baño bajo la ropa y un bolso con un toallón y una botella de bronceador
dentro. Cuando rodeo la casa ya veo a los hermanos metidos hasta el mentón,
siseando que el agua está helada. La verdad es que Lisa tiene razón, los días
dejaron de aparentar ser verano y ya es hora de cubrir las piletas. Pero somos
chicos y nos gusta contradecir hasta al clima. Los hermanos me observan
mientras me quito la ropa y me quedo en bikini, un puñetazo de aire eriza mi
piel y despeina mi pelo suelto. Con ojos entrecerramos por el son los observo y
pruebo el agua con la punta del dedo gordo.

—Vamos, Eva, no seas gallina—canta mi mejor amiga, divertida.

La mandíbula le tiembla, y sus labios están morados. Eso me hace negar,


estamos siendo unos estúpidos. Regalo un suspiro dentro y cierro los ojos,
entonces salto y me entierro bajo el agua.

— ¡Hija de puta!—grito al salir a la superficie.

Los otros se ríen, Malena nada ocasionalmente más cerca de Dani.

—La boca, Eva. Cuida esas palabras—regaña, fingiendo seriedad.

Luego arremete contra su hermano, aplasta su cabeza abajo, tratando de


hundirlo. Él es fuerte y mucho más grande. Se defiende bien, devolviendo el
golpe. Sus bíceps se abultan cuando sepulta a Malena con una sola mano, ella
le rasguña los brazos. Suelta una bocanada al regresar arriba una vez que se aleja
de él.

Es un tonto juego de niños, me convenzo de que soy una idiota por


alarmarme.

Entonces mi amiga quiere vengarse, tomar revancha por perder la primera


batalla y se le pega como una garrapata, intentando ganar a toda costa. Se rie a
carcajadas. Bueno, ambos. Se divierten y yo estoy allí como una idiota, alejada
por unos cuantos metros, opacando todo con espantoso doble sentido. El
problema es que veo bien, no soy tonta, y los roces no se sienten como algo
natural o inocente.

Mis ojos se clavan firmemente en el rostro de Dani, nunca lo vi tan


contento, pero tampoco soy capaz de confiar en él. Él vuelve a ahogar a Male
por tercera vez, dejándola abajo por un tiempo considerable pero no peligroso.
Está sonriendo cuando me nota fulminarlo a distancia, y su mirada se esconde
de nuevo tras un manto de cautela.
—Sólo si no sos como él, Dani—le recuerdo.

El horror se mezcla en sus facciones y deja ir a su hermana como si


quemara. También estoy segura de que está decepcionado por alejarse, pero lo
hace. Se avergüenza y nada hasta la otra punta, lo más lejos de Malena. Ella,
por un momento, se ve confundida y apagada por el repentino alejamiento.
Ahí es cuando entro yo en escena y termino con todo el asunto de raíz.
Entretengo a mi mejor amiga por largo rato, ya sintiéndonos a gusto con la
temperatura. Me pierdo en nuestras pavadas, hasta que al fin me volteo para
buscar a Dani y lo descubro saliendo del agua, se seca con una toalla azul que
había en las reposeras, dándonos la espalda. No nos vuelve a mirar, ni siquiera
antes de perderse a través de la puerta de la cocina.

***

—Hay que temerle más a los vivos, Male—aconsejo mientras dejamos atrás
las rejas de entrada al cementerio.

Nos adentramos, yo con pasos decididos y mi amiga titubeando, mirando


con ojos grandes para todos lados. Esta oscuro, el atardecer ya más cerca de la
noche y el sol se ha perdido por completo, pero todavía nos iluminan algunos
rayos suaves.

—Vamos a hacer esto rápido—indico, caminando entre las tumbas.

Vimos por la tele dónde sepultaron al sacerdote, y toda la gente que vino a
llorarlo. Me dio mucha rabia, pero poco podíamos hacer con esto si los
poderosos estaban decididos a que fuera así. Male se enrosca en mi brazo,
pegándose a mí. La entiendo, un poco, el cementerio es aterrador a la luz del
día, es peor en la noche. Y el silencio es denso y parece emitir un zumbido
constante. Sí, también acompaña una mala vibra espantosa. Me apresuro por el
camino, mientras más rápido salgamos de acá, mejor. No quiero que mi amiga
colapse.

Llegamos a la tumba, la tierra recién removida y la montaña de flores que


le han dejado lo confirma. Leo la lápida con el nombre completo del hombre,
una cita de la biblia y las palabras dedicadas de un pueblo que agradece su
servicio. ―Por traer el bien, por enseñarnos la buena palabra del Señor‖.

Puaj.

Negando, doy un paso al frente y planto mi rodilla frente a la enorme


piedra. Mi padre gastó mucha plata en la placa de esta porquería, hay gente que
no merece ninguna inversión. Pero bueno, él no lo sabe, el pueblo tampoco,
para todos fue dinero bien gastado. Y yo lo voy a arruinar.

— ¿Querés hacerlo vos?—alzo la vista hacia ella.

Se sobresalta con mi voz y al fin deja de observar alrededor como una


maníaca. Niega.

—Mejor vos, lo vas a hacer más rápido—dice, sacudiéndose.

Me sonrío, y destapo el aerosol verde neón. Por dentro le pido perdón a


mi padre, esto lo va a disgustar, pero siento que es necesario. Escribo la misma
palabra con la que etiqueté al cadáver. Pedófilo. Luego sigo con pervertido. Y al
final lo remato con ―arde en el infierno‖. La piedra es grande, y no quería dejar
ningún espacio en blanco. Al final estoy satisfecha con mi trabajo porque se lee
perfecto. Espero que esto funcione, al menos para que la gente sospeche. O
empiece a preguntarse cosas. La semilla de la duda está plantada.

Me pongo de pie sin esfuerzo y me alejo, Male está bien con esto, le gusta
lo que hice. No se demora mucho tiempo admirándolo, me agarra del brazo y
comienza a caminar con apuro. Me rio por lo bajo de ella y su desesperación
por salir de esto.

—Fue tu idea venir, y no se podía de día—le acuso, bromeando.

Acelera el ritmo, se tropieza con el borde de una tumba y cae de rodillas,


casi arrastrándome con ella. Mi risa se hace más audible y ya no puedo parar
cuando sus enormes ojos asustados miran la foto pegada en la lápida de la
persona muerta debajo de ella. Se ve como si fuera a vomitar. Todavía estoy
riendo y guardando el aerosol en mi pequeña bandolera cuando ella se levanta,
sin embargo no me agarra ni se mueve de nuevo.

—Eva—llama, sin aliento—. Fantasmas. Estoy viendo espíritus.

Me atraganto y le regreso mi atención, me fijo en la misma dirección que


sus ojos ven y toda la diversión me abandona repentinamente. Mi respiración
atascándose en la garganta, mi piel se eriza a causa de un escalofrío.

—No son fantasmas—le digo, apretando su muñeca.

Le doy un tirón violento y me la llevo conmigo, comienzo a correr,


tomando un camino entre tumbas, arrastrando a mi amiga para que no se
quede atrás en pánico. No son espíritus, son personas.

—Eva, nos persiguen—llora Male, poniendo toda su potencia en correr.

Miro hacia atrás y corroboro que sí, nos están siguiendo. Son tres. Y por la
forma de moverse y el tamaño, deduzco que son hombres. Y no precisamente
los serenos del cementerio. Llevan capuchas en sus cabezas. Me muerdo la
lengua sin querer al pensar que esto es realmente serio. ¿Estaban esperando que
apareciéramos?

—Nos alcanzan—chilla Male, sintiendo los pasos como toros viniendo más
cerca.

Nos desviamos tomando otro camino, nos adentramos entre los nichos de
mármol haciendo zigzag para que nos pierdan. La chica a mi lado ya no llora
pero está frenética y nerviosa. Yo también, lo reconozco. Debería haber venido
sola, traerla era un riesgo. Si nos agarran, no sé lo que puede pasar. Odio lo
impredecible. Nos detenemos porque encontramos un hueco, una tumba que
se ha ido cayendo a pedazos y nadie ha arreglado. Nos apretujamos allí.
Aprieto a Malena contra mí, le tapo la boca, porque parece no poder
contenerla. Su transpiración y lágrimas humedecen mi palma, la reconforto
como mejor me sale, abrazándola.
—Tranquila, si somos silenciosas no nos van a encontrar—le aseguro en el
oído.

Se estremece, aunque de inmediato se atiesa y deja de respirar cuando una


enorme bota negra entra en nuestro foco de visión. Ella siente el peligro, al
igual que yo. Sabemos que esto es malo, es más que un sexto sentido. Nadie
perseguiría así a dos niñas haciendo macanas, a menos que sean policías. Y no
lo son. No tienen nada de policías. Y si fuera gente normal se habría rendido,
dejándonos ir.

Las botas negras se alejan pisando fuerte y nos quedamos allí, no sé por
cuánto tiempo. Mis sentidos a flor de piel, tratando de tomar nota de los
ruidos, pasos, o lo que sea que delate la distancia. Por lo que se siente una
eternidad no tenemos señales de cercanía y me siento capaz de salir, pero Male
no quiere.

—No podemos salir, Eva—susurra tan bajo que apenas puedo escucharla—.
No podemos irnos, estarán en la entrada, no nos van a dejar tan fácil. Nos van
a agarrar—llora en silencio.

—Sos rápida, yo los voy a entretener y vas a correr afuera—digo, segura.

Niega, frenética.

—No voy a dejarte sola…

—No va a pasar nada—digo, aunque sé que va a ser todo lo contrario, si


nos consiguen, estamos muertas.

Ella tiene que salvarse, me niego a que le pase nada. La obligo a salir, no
podemos quedarnos en el cementerio, tenemos que irnos. Tal vez hay alguna
salida trasera o lateral. En silencio dejo que los calambres en mis piernas se
vayan.

—Ya sabes, sos rápida, si algo sucede, lo único que tenés que hacer es
correr. Correr y correr, sin parar, ¿escuchaste?—le susurro, confiando en ella.
Asiente. Es buena corriendo y tiene una excelente resistencia, sus
profesores de gimnasia se han encargado de potenciar su habilidad con los
años. Esos hombre pueden ser fuertes y rápidos, pero no más que ella. Es
liviana y ágil. Y va a correr, sin mí. Yo no soy tan buena en eso como ella.

Entretejemos camino alrededor de las tumbas y las pequeñas casitas de


mármol y cristal. Nuestras manos unidas, están soldadas con el sudor del
miedo. Las palpitaciones en mis oídos y el sonido errático de mi respiración no
me permiten estar tan consciente de los alrededores como deseo. Nos dirigimos
a la salida, aun sabiendo que corremos el riesgo. El cementerio no es tan
grande y seguro para esconderse por el resto de la noche y quiero que mi amiga
esté fuera cuanto antes. Estamos cerca de escapar en el instante en que uno de
los encapuchados nos encuentra, parándose frente a nosotras y cortándonos el
camino.

Arremete contra nosotras y no dejo que Malena corra hacia el centro del
cementerio de nuevo, ella debe salir. Por lo que dejo que el tipo me agarre y
tironee de mí, lejos de mi amiga. Los gritos de Malena cortan el aire denso de la
noche y quiero ordenarle que se calle, porque llamará al resto de ellos.

—Corre—le ordeno, cuando caigo al suelo, luchando con la fuerza del


hombre.

— ¡Eva!—grita ella, salta sobre la espalda de mi atacante, se cuelga de él y lo


aporrea con los puños.

— ¡Que te vayas!—aúllo.

Ella se cae al suelo, al mismo tiempo que los otros tipos se acercan, uno de
cada lado del cementerio, alertados por los gritos de Malena.

— ¡Corre!—pruebo mi sangre porque mi grito rasga mi garganta.

Eso sirve para que ella se separe y me haga caso. Tiene la salida libre y
debe tomarla. Lucho con el tipo, tratando de zafarme y seguirla antes de que los
demás vengan. Le doy un puñetazo en el pecho, rasguño sus manos, él me
inmoviliza cayendo encima de mí pero se tambalea y maldice cuando mi pie
encuentra su espinilla. Tomo ese par de segundos para sacar el aerosol de
pintura de mi bolsa y echarle en los ojos. El aullido de dolor retumba entre las
lápidas que nos rodean y se cae lejos de mí, tomándose la cara. Me pongo sobre
mis rodillas y me impulso hacia arriba, mi único objetivo son las rejas por
donde salió mi amiga.

No llego muy lejos, soy empujada y devuelta a las frías baldosas. Sólo que
esta vez, el lateral de mi cabeza castiga en un borde afilado de piedra y pierdo la
consciencia.
~ “Ella recibió una bala, su cerebro se apagó. No dijo adiós, ella sólo se fue.”~
— Where did Jesus go? (The Pretty Reckless)

Estoy hundida en mi cama, sólo se siente como piedra fría bajo mis
nalgas. No llevo la cuenta del tiempo que ha pasado desde que sólo me senté
allí y junté mis rodillas contra el pecho. Apenas he pestañeado, no me he
movido, y mi cuerpo no hace caso a los calambres creados por permanecer en la
misma posición durante horas. Mis oídos tampoco escuchan, están cubiertos
por un manto invisible que se encarga de apagar los sonidos.

Mi piel no es piel, mi carne no es carne. Y yo ya no soy yo, de nuevo.

Sé que mamá está acurrucada en el sofá desecha en llanto, y papá metido


en su despacho tratando de arreglar el desastre. El problema es que el daño fue
hecho por un tsunami que ha destrozado todo a su paso. No lo vieron venir,
nos ahogó a todos, arrasó con los alrededores y ya no queda nada.

Eso fue hace dos días. Las cosas no han cambiado mucho desde que todo
se desmoronó. No me he movido de mi cuarto, primero porque no me lo
permiten y, segundo, porque no se me da la gana. No hay nada que tenga que
hacer ahí afuera. Es mejor quedarme donde estoy y mirar al frente sin siquiera
ver, porque mis ojos perdieron el funcionamiento al igual que mis oídos.

Hay un punto justo en el que alguien simplemente explota. Acumula


mierda durante un tiempo, la mete bajo la alfombra, la ignora. Entonces la
montaña cada vez es más grande y más difícil de rodear, pero aún se convence
de que puede entrar algo más. Tal vez lo último. Escondí el nuevo presente
bajo la alfombra, y ésta reventó, la mugre me tapó hasta la cabeza. Tanto que ni
siquiera veo la luz.

He tenido mi última cuota de mierda, mi mente ya no puede tomar más.

La puerta se abre repentinamente, no ha parado de hacerlo en los últimos


días, ya no me dan el permiso de encerrarme sola en mi habitación. No me dan
el gusto del aislamiento. En pocas palabras, han acabado con mi libertad.
Mamá camina encorvada hasta la cama, se pone las manos en las caderas y me
observa. Fijamente. No tengo que mirarla para saber que luce bolsas moradas
bajo los ojos y ha envejecido por lo menos diez años.

—Te das cuenta de que acabaste con todo, ¿no?—suelta, su tono


tembloroso—. Tiraste tus sueños y trayectoria por el inodoro.

Claro que eso es lo único que le interesa, no va a preguntarme si me


siento bien. O si necesito algo. No lo hago, pero eso haría una madre, ¿no?
Ahora me doy cuenta de que no la necesito, nunca la necesité. Siempre estuvo
ahí para hablarme al oído y convencerme de cosas que sólo tenían sentido para
ella. Ahora que acaban de llamar de la agencia para comunicarnos que estoy
fuera, se derrumba su castillo de arena.

—Y tu imagen—sigue, sorbiendo, limpiando su nariz con un pañuelo—.


Dios, Eva, ¿tenés una idea de lo que has hecho? ¿De las consecuencias que
traerá? ¿Te imaginas lo que será salir a la calle a partir de ahora?

No respondo mi cerebro está desconectado, sobre todo cuando se refiere a


ella. La he estado escuchando llorar y berrear por mucho tiempo, ya le encontré
el punto a todo, no necesito más berrinches. Lo entiendo, sé las consecuencias.
El centro de la cuestión está en que… no me importan.

—Dejala tranquila—se acerca papá, toma a mamá del brazo y la empuja


fuera de mi habitación.

Entonces cierra la puerta y se apoya en ella, mirándome. Tal vez los ojos
llorosos de mamá no me hagan sentir nada pero, sin duda, los de papá instigan
un pinchazo en mi pecho. Y es todo lo que he sentido en cuarenta y ocho
horas. No es que los esté viendo directamente, no he puesto mis ojos en otros
desde que me desperté, sólo los percibo en mi rostro pálido y duro como el
granito. Sin una pizca de capacidad para reflejar pensamientos o sentimientos.
Es como si me hubiesen carcomido lo poco que me quedaba dentro. Él se aleja
de la puerta y acaba sentado en el borde de mi cama, tambaleando mi posición.
No habla, y lo agradezco por lo que dura un par de minutos, hasta que baja su
rostro y comienza a llorar.
Nunca vi a mi papá desmoronarse así, siempre ha llevado altivo esa
máscara de amabilidad y paciencia que le llevó a ser elegido como intendente
de la ciudad. Ahora sólo puedo ver a alguien romperse en pedazos, y por un
momento quiero seguirlo, hacer exactamente lo mismo, si tan sólo encontrara
el interruptor adentro. Si creyera que poseo alguno lo buscaría. Porque es
posible que las lágrimas quiten este eterno estupor.

— ¿Lo quisiste, Eva?—pregunta tragándose el resto del llanto—. Sólo… sólo


necesito que seas sincera conmigo, hija… Te juro que no voy a juzgarte, mi
cariño no va a cambiar… Lo juro, lo juro—repite las últimas dos palabras unas
cuantas veces más.

— ¿Cuál es el punto en eso?—contesto como un robot, mi mirada al frente,


él se retuerce en llanto y, como no quiero que lo haga más, le digo la verdad—.
No recuerdo nada.

Llora un poco más, hasta que saca un pañuelo del bolsillo de su camisa
arrugada y se seca la cara con la mano temblorosa.

—Ya inicié todo el papeleo legal, voy a remover cielo y tierra para que esto
se resuelva—sigue, como si realmente yo hubiese pedido eso—. Yo sé que no…
que para vos no va a cambiar nada pero… necesito hacerlo.

Si tuviera las ganas, me encogería de hombros. Él me da unas suaves


palmaditas en el brazo y se va. Me deja sola, como verdaderamente quiero estar.
Me quedo allí, el silencio engulléndome. La noche llegando. A la hora de la
cena es papá quien sube la comida y deposita la bandeja a los pies de la cama
que está hecha un desastre revuelto desde que no he salido de ella para nada
más que ir al baño por necesidad. Ni siquiera me he duchado.

El aroma se esfuma, la comida se enfría intacta porque mis tripas saben


que no soportarán ni un bocado de ella. No sé qué hora es cuando unos
nudillos chocan la madera de mi puerta y ésta se abre sin esperar mi permiso.
Malena entra primero, encogida en sí misma, cautelosa y triste. La tomo por un
segundo con la vista antes de devolverla al frente.
Ella corrió. Ella hizo lo correcto. Y estoy agradecida por eso.

Me doy cuenta un instante después de que Dani la acompaña, pálido y


nervioso, pero decidido a venir. Y por primera vez demuestro algo de interés.

— ¿Estás bien?—pregunta Male, sentándose junto a mí, me acaricia el


hombro.

La dejo, aunque me incomode su tacto, porque sé que se siente


reconfortada al verme al fin. Me toma mucha energía asentir y regresar mi cara
al frente. Dani no habla, sólo se queda de pie allí, las manos amarradas delante
y la mirada… ¿comprensiva?

— ¿Podrías dejarme sola con tu hermano?—pregunto a Male, tomando la


iniciativa por primera vez.

Ella asiente y, sin chistar se va, cerrando la puerta por pedido mío. Una
vez solos, atraigo al chico más cerca de mí. Traga con nerviosismo al sentarse a
mi lado, justo donde antes estaba Malena. Lo miro a los ojos. Esos ojos siempre
tristes y cerrados al mundo.

— ¿Tenés el video?—pregunto, sin esperar.

Frunce el ceño, tarda bastante en asentir.

—Los chicos lo enviaron al grupo de whatsapp—explica—. No lo descargué


pero…

—Descárgalo—ordeno, firme.

No hay lugar a duda en mi tono y él no espera, encuentra su celular desde


el bolsillo de su vaquero y comienza a toquetear. Sus dedos no son firmes
mientras los desliza por la pantalla táctil. Su rostro se tuerce cuando lo deja
listo para que yo lo vea y me tiende el aparato. Se aleja de mí, como si no
aguantara estar cerca. No quiere tener nada que ver con eso. Y yo tampoco
debería, el asunto es que me concierne y necesito estar al tanto. Mis padres no
me permitieron verlo. De hecho, me prohibieron el uso de cualquier
tecnología.
Le doy con el pulgar a la señal de reproducir y lo veo. Estoy recostada en
una cama, edredón azul oscuro, soy enfocada desde arriba por alguien que se
encuentra entre mis piernas. Fuertes brazos desnudos de un segundo hombre
aparecen en la imagen y me quitan la camiseta y el sostén. Mis pechos pálidos
saltan al aire, desnudos, y alguien se ríe. Yo sonrío. Y sé que debo de estar
drogada, pero en el video no hay evidencia de eso, yo lo sé porque no recuerdo
esto. No recuerdo nada de lo que sucedió después de caer y perder la
consciencia.

La toma dura unos veinte minutos, está recortada, y sólo mi cuerpo y un


pene son enfocados. No hay otras caras, ni otras voces que acompañen mis
gritos de placer y los gruñidos de quien me tiene debajo y hace conmigo lo que
quiere. En el video se nota que me encanta, nadie va a discutirlo. Por eso no
tiene caso que mi padre se meta a buscar respuestas, al mundo le da igual las
putitas. Yo acabo de convertirme en una y nadie va a plantearse la idea de que
estoy en ese video sin mi consentimiento. La gente va a juzgarme, va a creer que
sabe más que todos. Que sabe más que yo.

Porque si hay algo que he aprendido con el tiempo, es que la víctima


parece siempre ser la culpable.

El video acaba y le devuelvo el celular a Dani. Está sorprendido porque


apenas he reaccionado al verme en una escena de porno casero que, dicho sea
de paso, ya está circulando la red desde hace dos días. Sean quienes sean los
que cubrían al cura, acaban de lanzarme una fuerte venganza.

—Estaba drogada, no recuerdo nada de eso—digo, parece que necesito


aclarárselo.

—Lo sé—dice, y sé que me cree.

—Voy a acabarlos—prometo, a nadie en especial.

—No sabes quiénes fueron—dice él, apagado, desilusionado.

Me río o, más bien, suelto una helada carcajada baja.


—Voy a saberlo, tarde o temprano—murmuro, ronca—. Y voy a acabarlos,
uno por uno.

―Uno por uno‖, prometo en mi cabeza. Y con ese pensamiento caigo de


espaldas en mi cama, ruedo y me enrosco en posición fetal. Dani deja entrar de
nuevo a Malena. Ella corre hacia mí y me cubre con las mantas. Se queda allí, a
mi lado, y su hermano sentado en el suelo junto al rincón, hasta que al fin me
duermo luego de dos días sin poder conciliar el sueño.
SEGUNDA PARTE
«“No tengo alas, así que volar conmigo no será fácil, porque no soy un ángel.
No soy un ángel”»
—I’m not an angel (Halestorm)
CAPÍTULO 15
~ “No te estoy escuchando, estoy vagando a través de la existencia, sin propósito y sin rumbo, porque al final
todos estamos vivos. He estado despierta dos mil años, esperando el día para temblar.” ~
— Zombie (The Pretty Reckless)

EVA
La agente inmobiliaria mete la llave en el hueco de la cerradura y en dos
clics la puerta se abre silenciosamente. Papá se corre a un lado para dejarme
pasar detrás de la mujer, él estudia mi primera reacción, como hizo con las
casas anteriores. Mis ojos vagan por cada rincón ya amueblado rústicamente y
con excelente gusto, si mamá estuviera aquí estaría extasiada, revoloteando
como una cargosa mosca feliz. Me cruzo de brazos, está bien, no es como si
fuera a enamorarme o algo, los lugares sólo son eso, lugares. No son
importantes, y mucho menos cuando serán tuyos por un tiempo mientras los
alquiles. Tengo que reconocer que de todos los que visitamos éste parece el más
acogedor, y tiene una ubicación perfecta que atrae la luz natural, que no sea
oscuro y solitario me viene bien. Aunque no importa a donde vaya, el sol
nunca me calienta del todo, he estado fría desde hace mucho tiempo.

Me gradué en un estricto internado, sólo chicas, mis padres me sacaron de


la escuela normal a la que iba porque creían que yo estaba avergonzándome al
volver allí. No era yo la que sentía vergüenza, eran ellos. No soportaban la idea
de ver cómo regresaba a la rutina como si nada. Pensaban que eso era un
imposible. Y lo era. La gente me miraba y cuchicheaba más de lo normal,
algunos ganaban fuerza y se animaban a lanzar desagradables comentarios, o
preguntas con intenciones de ponerme nerviosa y provocarme. Nunca salté
ante ellos ni nadie, los ignoré como mejor pude y pensé que lo estaba haciendo
bien. La crueldad de los estúpidos adolescentes de la escuela no rivalizaba con
la del tipo que yo enfrenté en más de una ocasión. Había vivido cosas peores
que toparme diariamente con matones idiotas que no entendían otra manera
de actuar para sentirse superiores. Ni a las niñas que se alegraban
evidentemente de mi carrera perdida. No era más la chica de oro, la favorita, la
que el mundo envidiaba e idolatraba. Ahora estaba en la parte más inferior de
la pirámide. Era la putita barata a la que le gustaba hacer videos porno caseros.
Antes de los jodidos quince años.

Y no. No me importaba. Estaba fría, fría. El hielo entumecía mi cuerpo.


Ni siquiera era consciente de si estaba viva o no, así que ¿en qué me afectaban
las demás personas?

A mis padres sí les importó y me obligaron a correr y esconderme como


un ratón perseguido por un enorme gato feroz. Hicieron que ellos ganaran. Me
enviaron a un internado en la gran ciudad, tan estricto que nadie se atrevió a
molestarme o siquiera hablarme. Papá había tenido una exhausta charla con la
directora, me protegió. Sin saber que yo no necesitaba ser protegida. Al menos
ya no.

En la actualidad, estamos buscando un buen apartamento porque pienso


quedarme acá y probar suerte en alguna nueva agencia de modelos. O
audicionar para alguna marca. Tal vez hacer apariciones particulares o
contratos cortos. Posiblemente, la gente se había olvidado del maldito video,
aunque estaba allí y sería siempre como un grano en el culo. Esperaba
conseguir alguna agencia que hiciera la vista gorda a esa mancha en mi historial
y sólo se fijara en mi redondeado y tonificado cuerpo que sin duda rellenaría
una bikini exquisitamente.

Lo bueno de todo esto es que las decisiones ahora son todas mías, mamá
está en casa y tiene prohibido meterse conmigo. Papá prometió encargarse de
eso. Si quisiera, podría volver con ellos a casa, pasar un tiempo de descanso,
pero todavía no quiero. Cuando regrese a esa ciudad será para terminar lo que
me prometí hace tres años.

Acabarlos a todos.
Me paro frente a los ventanales y observo la ciudad desde lo alto. Esta es
una buena zona, una no demasiado cara pero de buen gusto. Me gusta. Me
gusta que sea espacioso y sencillo.

— ¿Te gusta?—se acerca papá, poniendo un brazo sobre mis hombros.

Me esfuerzo por no encogerme y alejarme de él. No me gusta que me


abracen, ni que se metan mucho en mi espacio personal. En especial mis
padres. Tengo una potencial aversión por ellos, no sé por qué, supongo que los
culpo por algo. Quizás el odio hacia el mundo también los abarca a ellos.
Permanezco allí, viendo la puesta del sol a través del cristal, apenas
pestañeando. No digo nada, actúo como si nunca me hubiese hablado. Él toma
distancia cuando la mujer comienza a hablar sobre algunas opciones más, él la
escucha con amabilidad, revisando algunas fotos.

— ¿Eva?—insiste luego de un momento.

—Sí—suelto monótona.

—Bien…—dice la mujer—. Lo único que puede considerarse un


inconveniente es que este ventanal da justo a otro del edificio del frente. La
privacidad es importante, ¿eso va a molestarte?—me pregunta—. Sino, podemos
ver otros de esta misma planta que…

Sigue hablando, no la escucho, le dejo esa molestia a quién pagará el


alquiler hasta que yo me asiente. Seré la que vivirá aquí y me importa una
mierda si el vecino de enfrente tendrá una buena vista de mi privacidad. No
tengo nada que esconder. Si lo tuviera, hay una gruesa cortina color rojo
tomate que protege la vista. No es gran cosa.

Me muevo hacia la zona de la que ella habla, corro la pesada tela y me


quedo viendo el ventanal del frente, exactamente igual al mío. De hecho,
puedo notar que el lugar es del mismo estilo que el mío, y está perfectamente
ordenado, limpio y apagado, lo que me hace pensar que también debe estar en
busca de un ocupante.
—Esto es error del arquitecto—comento de la nada, observando el
exterior—. Él es quien debe fijarse en estos detalles.

Mi padre y la señora cortan la charla y los siento mirarme con fijeza.

—Sí, supongo—concuerda ella—. Así que, ¿debemos mirar otros? ¿Este error
es molesto para vos?

Niego.

—No, me lo quedo.

Inmediatamente después de comunicárselo, me voy y bajo por el ascensor


hasta el estacionamiento de la planta baja. Destrabo la alarma del coche de mi
padre y tomo mi valija desde el baúl. La acarreo de regreso por las rueditas y
hago mi subida enseguida. No tengo la paciencia para seguir buscando un
techo y ya quiero que me dejen sola. Al fin cerca de la libertad, hasta siento que
podría tocarla con mis manos. Ellos se voltean para verme venir con mi
equipaje y la mujer se queda un poco boquiabierta. Ella no esperaba que me
quedara ya mismo, no hay ningún papel asentado ni firmado todavía. Me da
igual, no voy a volver a un hotel con mi padre. Ya quiero instalarme.

Él se aclara la garganta.

— ¿Qué le parece si nos vamos a terminar el papeleo?—sugiere—. Puedo


entregarle los primeros seis meses y el depósito que requiere antes de esta
noche—con eso la convence.

Las inmobiliarias tartamudean y babean por dinero, nadie sabe mejor eso
que él. Se lleva a la mujer y antes de desaparecer me guiña un ojo. La puerta se
cierra y suspiro, cierro los ojos. Llevo mis pertenencias a la habitación y las dejo
olvidadas en un rincón por ahora. Me concentro en la cocina, enchufo la
heladera en desuso y reviso debajo de los armarios. Hago una nota de las cosas
que faltan, y sobre todo de alimentos para rellenar. Hay un supermercado a dos
cuadras, llamo por teléfono y les hago mi pedido, sabiendo que no puedo ir y
arrastrar todo lo que necesito yo sola. Me avisan que en un par de horas, las
cajas serán entregadas en la recepción.
Sin saber qué más hacer y sin ganas de abrir mi bolsa y ordenar la ropa,
me dejo caer en un sofá y enciendo la tele, colocándolo en la sección moda, por
si me interesa algo. Parece imposible mantenerme enganchada a la pantalla,
será que sólo estoy buscando un trabajo en ese ambiente porque es lo único
que sé hacer bien. No porque me vuelva loca. Ya nada tiene ese poder.

Mi celular suena en ese preciso momento y voy en busca de él, dentro de


la cartera que dejé sobre la mesa del comedor al entrar. Es Malena, la única
persona con la que todavía me interesa mantener contacto.

—Hola—atiendo.

Su risita me afloja los músculos.

— ¡Hola!—chilla—. Al fin atendés, Eva, te estuve llamando toda la tarde.

—Estaba viendo lugares con papá, recién acabo de instalarme. Te gustará,


tiene unos grandes ventanales y una gran vista de la ciudad. Y un balcón
enorme—relato, abriendo la puerta y yendo hacia él.

—Dios, me muero por hacerme una escapada. Ojalá el fin de semana me


den permiso—suspira, ambas sabemos que no pasará—. Así que, ¿todavía no
empezaste a mostrar tus atributos?—sonríe.

Me apoyo en el borde del balcón y miro alrededor, la brisa despeinando


mi pelo.

—No. Mañana. O tal vez, pasado. O la semana que viene—digo,


encogiéndome.

No me va a hacer mal un respiro. Quedarme encerrada en casa, vivir de


comida congelada un tiempito y, posiblemente, salir a recorrer las buenas
partes de la gran Buenos Aires.

—Me parece bien. Te recomiendo empezar el mes que viene—bromea.


Después de eso nos quedamos en silencio, y sólo así estoy satisfecha. Ojalá
tuviésemos la misma edad y viviéramos juntas, o al menos estuviéramos más
cerca.

— ¿Cómo fue el primer día de clases?—pregunto, aunque poco me interesa


sobre eso.

—Bien—suelta, siendo vaga, ya que seguro tampoco quiere hablar de eso—.


Alguien me invitó a salir—cuenta, ansiosa.

Alzo las cejas, sorprendida pero algo entusiasmada por eso.

—Es lindo, se llama Pablo—recita, puedo oír la sonrisa que ha plantada en


su cara—. Tiene los ojos verdes más hermosos que he visto. Creo que me gusta
demasiado, no le costó conseguirme—ríe.

—Te dije que podías tener al tipo que quisieras—le recuerdo—. Al que sea.
O incluso hasta dos o tres, ¿qué importa?—resoplo.

Su carcajada retumba en el caracol de mi oído.

—Eva, sos una mala influencia—me reta.

Dejo salir una seca exaltación entre dientes.

—Eso no es de ahora…—digo, con humor negro.

—No seas así—me ordena, enojada—. Te tengo que dejar, prometo llamarte
antes de dormirme esta noche, ¿dale? Voy a tomar un helado con Pablo—la oigo
saltar.

Niego, una corta sonrisa moviendo mis labios.

—Bueno—digo, volviendo adentro—. Hablamos después.

Corto sin antes despedirnos, siendo lo más normal entre nosotras. Ah, los
dulces dieciséis. Por lo menos Malena puede disfrutarlos a más no poder. Tal
vez viva esa edad a través de ella, sus buenas experiencias me dirán qué me he
estado perdiendo. Supongo.
Deposito el celular en la mesa y paso directo hacia la habitación, con
intenciones de ponerme mano a la obra en rellenar el placar con mis prendas.
No son gran cosa en comparación a las que tenía antes de entrar al internado.
Esas ya no me entran, he engordado. Mis muslos son anchos y tersos, tengo
unas buenas caderas, mi delantera se ha afianzado. Soy más hermosa de lo que
era, y sería una lástima si no consigo un lugar en el mundo de la moda ahora.
Mi imagen vale más que antes. Y me he teñido el cabello, más rubio. Hasta me
tomo el tiempo de rizarlo a veces, por las mañanas. Pongo más empeño en
verme bonita.

Creo que es hora de ir de compras, necesito más prendas.

Cruzando la sala de estar, no me queda otra opción que detenerme y


mirar por el ventanal. Hacia la casa del vecino. Mis cortinas están un poco
corridas y no me siento culpable de arrimarme y espiar, ahora que parece haber
luces encendidas y movimientos. Al final no estaba desocupado como creí. Y
está habitado por un hombre.

El tipo se quita por la cabeza el suéter gris oscuro que lleva puesto,
dejando ver una camiseta de manga corta y cuello en v, color negro. Tiene los
dos brazos cubiertos de tatuajes y el cabello rubio, muy corto en los laterales y
rizos despeinados en la cima.

No puede ser.

Estoy viendo mal, es eso. Es mi subconsciente necesitado actuando como


un desequilibrado, seguramente.

Cierro los ojos y los froto, luego miro de nuevo. No, no es mi cabeza
jodiendo conmigo. Mi corazón salta hasta mi garganta y no importa lo que
haga, se queda allí, obstruyendo mi respiración. Mi boca se sea. Mis manos
tiemblan, y estoy incapacitada para reaccionar y cerrar las cortinas antes de
delatarme. No puedo irme ahora, tengo que seguir viendo. Ha pasado mucho
tiempo desde la última vez que lo tuve enfrente.
Una sensación extraña me toma por el cuello, me tambalea. Mi vista se
desenfoca.

Entonces él levanta la vista y me ve. Sé el momento exacto en el que


también me reconoce. No sé por qué soy presa de un impulso y cierro las
cortinas para esconderme de sus dorados ojos.

No dura mucho mi momento caparazón, mi timbre suena en exactamente


quince minutos y sé bien de quién se trata. A riesgo de volverme loca por
dentro y explotar, me dirijo dubitativamente hacia el aparato y respondo con
un ―¿Sí?‖. La voz de Cruz me golpea de lleno, sin darme tiempo a nada.

—Voy a subir y vas a dejarme entrar—ordena, no oigo más nada después.

Me trago la inquietud que sube desde mi pecho. No quiero esto, lo último


que obligué a meterme en la cabeza es que no lo volvería a ver más y ahora no
sólo vuelve a aparecer, sino que estamos más cerca que nunca antes. Y no sé de
dónde viene tanta urgencia de verme, en tres años no hizo ningún movimiento
para comunicarse conmigo.

Golpes resuenan en el silencioso y solitario apartamento y lucho conmigo


misma sobre lo que deseo. ¿Abrir o no abrir? No sé si estoy lista para volverme a
encontrar con él. Una gran parte de mi interior se siente abandonada. Resoplo,
poniendo los ojos en blanco, sintiendo rabia por dejar que me pase esto. Soy
Eva Moretti no dependo de nadie aparte de mí misma. En contra de lo que esa
mitad quiere, me dirijo a la puerta y la destrabo.

Si me quedé sin aire al verlo a través del ventanal, ahora bien podría tener
el poder de hacerme caer en coma por toda la eternidad. Está más grande y
endurecido de lo que recuerdo, es todo un tipo maduro. En sus ojos no hay
más destellos de vulnerabilidad, ya sabe quién es y cuál es su lugar en el
mundo. Apuesto a que ya no suda al ver un vaso de whiskey caro depositado a
un dedo de distancia. Resuma seguridad y hombría por los poros, y seriedad.
Todo en el Cruz Romano actual es para tomar en serio. Y lo hago, es por eso
que le doy la espalda una vez que invade mi sala y me dirijo a la cocina.
Necesito mantenerme ocupada, fingir que su presencia no me provoca nada.
—Al contrario de lo que podés estar pensando, no estoy siendo una
acosadora—suelto, amarga.

Siento sus poderosos ojos entrecerrados fulminar mi espalda, mientras


saco un vaso de agua de la alacena y lo lleno de agua. Ocupada. Estoy ocupada,
no pendiente de él.

—Al contrario de lo que podés estar pensando, me alegra verte—carraspea,


confrontando mis palabras—. Menuda manera de darme la bienvenida, Eva.

¿Por qué suena enojado? Él tiene una vida perfecta en la que yo ya no


quiero estar. Ya no tengo catorce años. Ya no estoy buscando migajas de nadie.
Me doy la vuelta, lo miro a los ojos.

— ¿Qué querés?—le suelto, a la defensiva.

Alza las cejas, ese gesto particular en él no ha cambiado. Se ha acentuado,


si antes era arrogante, ahora lo es el doble. Todo eso ha crecido
proporcionalmente al tamaño de su espalda.

—Te vi ahí y decidí ponerme al día con una vieja amiga—dice, metiéndose
las manos en los bolsillos del vaquero, mira alrededor—. Y nueva vecina.

Regresa su evaluación a mi persona y se queda demasiado tiempo en


silencio. Sus ojos cavan en mi piel como si tuviera la capacidad de hacerme
sentir contacto. Mil manos calientes envolviéndome. No debería resultarme
agradable.

—Has cambiado—comenta, tragando.

—Vos también—devuelvo.

Me llevo el borde del vaso a los labios, intento obligar a mi garganta a


pasar el agua, sobre todo cuando él decide que quiere mantenerse más cerca de
mí y se coloca a un par de pasos, estudiándome de cerca.

—Te teñiste el pelo—inclina la cabeza a un lado, fijo en mi cara—. Me gusta


tu maquillaje.
Tuerzo el gesto, de verdad no lo necesito tenerlo enumerando mis
cambios.

—Y estoy más rellena—digo, secamente—. Ahora los tipos sí tienen de


dónde agarrarse…

Esa última confirmación no le hace ni una pizca de gracia, al contrario, le


quita el color a su rostro, se vuelve pálido. Y sus ojos brillan con una clase de
peligro que nunca antes vi allí. Trago y trago, miro al frente, ignorándolo
cuando se acerca tanto que acribilla mi espacio personal y hasta puedo oír su
respiración.

—No vas a jugar ese juego conmigo, Eva—amenaza, molesto.

— ¿Por qué estás acá? No te quiero—aprieto los dientes, no me gusta lo que


está subiendo hasta mis ojos, una extraña potencia de algo que no reconozco y
prefiero que se quede abajo—. Eso era antes, ahora es tarde.

Se frota los ojos con cansancio y frustración, echando un suspiro largo.


Niega a algo que seguro está sucediendo en su cabeza.

— ¿Todavía no entendiste que ese no era nuestro momento? No importaba


lo que querías, ambos sabemos que fue lo mejor. Eva…—llama porque no lo
estoy mirando, y no lo voy a hacer—. Sabes bien por qué me alejé.

— ¿Fue porque me veías como una niña inocente a la que no te podías


coger todavía? No era inocente. ¿No viste lo que vino después? No fuiste vos,
entonces fueron otros… toda esa vena protectora conmigo fue una montaña de
mierda—escupo, venenosa.

Suelta una carcajada carente de todo humor, yendo un metro atrás y


rascándose la nuca.

—No vas a hacerme creer eso—gruñe, su rostro torcido con asco y rabia—.
Yo sé que lo que pasó no fue tu consentimiento. ¡Vamos…! Quien lo cree es un
idiota—levanta la voz.

Planto el vaso en la mesada con fuerza. Me rio de él.


— ¿Cuántas veces te perseguí y llevé tu mano bajo mi falda?—voy a él y lo
rondo, como si fuera una víbora a punto de enroscarse a su cuello—. No te
conseguí, entonces fui a por otros, esa es la pura verdad…

Su cara cambia de repente, relajándose. Entonces sonríe resplandeciente y


se deja caer en una de las sillas a juego con la cocina. Se burla de mí,
recostándose contra el respaldo, las manos enganchadas detrás de la nuca.

—Estás actuando como mi padre—dice y me congelo, bilis subiendo por


mis conductos—, te sentís a la defensiva, por eso estás disparando. Calma ese
veneno, Eva, te quita sensualidad—le da la terminación de una sonrisa torcida.

Tengo que dar dos pasos atrás y apoyarme en el borde de la encimera,


porque no quiero caer ni demostrarle que me acaba de matar con eso. Le
encanta haberme dejado sin palabras, y disfruta pasando el rato en mi mesa
como un invitado muy querido. Incluso ni se mueve cuando mi padre regresa,
el hombre se queda inmóvil en la entrada de la cocina al encontrárselo.
Reconozco que me sorprendo cuando se saludan con la mano como si fuera lo
más normal encontrarse justo aquí, en mí casa.

— ¿Cómo va, Juan Cruz?—pregunta papá, interesado, mientras ambos


acarrean las bolsas de supermercado que había en la recepción.

Me meto en la sala, dejándome caer en el sofá, y los observo, ni siquiera


ayudando. Estoy enojada y podría romper todos los estúpidos adornos que
decoran este departamento.

—Muy bien—contesta Cruz, abierto.

— ¿Estás en la universidad?—sigue papá metiendo comida en la heladera.

Cruz levanta una caja de milanesas de soja hacia mí y modula ―¿En serio?‖,
torciendo el gesto con repulsión. Niega y después la deja en la mesa como si le
quemara. Si fuera normal me reiría, pero todo lo que deseo es que los dos me
dejen sola de una puta vez.
—No—dice mi vecino. Se lleva la mano el bolsillo trasero y saca algo, lo
deja en la mesa y papá chifla con asombro.

—Policía, ¿eh?—sonríe, encantado.

Levanto una ceja. ¿Policía? Se suponía que vendría a especializarse en


economía. Esperaba que fuera un contador público, se metiera en un banco o
algo. Él marca su atención en mí y se ve encantado de haberme desconcertado.

—Me estoy especializando en investigación, —me mira a los ojos, de


repente serio y demasiado intenso—. Todavía tengo camino que recorrer, pero
me va bien…

Me obliga a desviar la vista lejos de él, no me gusta nada esa expresión.


¿Sabe que asesiné al sacerdote? Es imposible, nadie nunca ha descubierto al
asesino, el caso está estancado. Inconcluso. Y si lo supiera, ya todo el mundo se
habría enterado para ahora.

Ellos dos siguen hablando como si fueran mejores amigos y yo me pierdo


en mi habitación. Cuando me quiero acordar, papá lo invita a cenar y encargan
pizza. Comemos y soy la única que permanece en silencio, sigo así hasta que mi
padre se despide mientras Cruz lava los platos. ¿Qué mierda está sucediendo?
¿Acaso mi padre me trajo a ver este apartamento estratégicamente? ¿Sabía que
Cruz sería mi vecino? Se ven demasiado a gusto como para que esto sea casual.

Me cruzo de brazos cuando estamos, al fin, solos y lo enfrento.

— ¿Qué están tramando?—lo acuso con mirada sospechosa y hastiada.

Sus dorados ojos se posan en los míos, inocentes.

— ¿Tramando?—se ríe—. ¿Qué pasa? ¿Estás un poco paranoica? Tu padre


confía en mí porque le he mostrado mi placa—se burla.

—Que estupidez—gruño, malhumorada.

—Cree que estás a salvo conmigo—sonrisita de lado aparece en su


comisura.
Resoplo. Por supuesto, siempre estuve a salvo con éste idiota, nunca
respondió a todas mis insinuaciones.

—Eso es así—pongo los ojos en blanco, cruzándome de brazos.

Su expresión cambia de repente, volviéndose fría y calculadora. Se seca las


manos con un repasador y avanza hacia mí, arrinconándome. No tengo manera
de escapar de él, se está comiendo de nuevo el espacio que tanto necesito.

— ¿Eso crees?—alza las cejas, insinuándose.

Un segundo después me dedica una sonrisa llena de riesgos e


insinuaciones. Tal vez es cierto, los dos cambiamos tanto que tendremos que
comenzar de nuevo. Tal vez ya no estoy más a salvo en su presencia.

CRUZ
«— ¡Papá, no!—llora alguien, lo suficientemente cerca para que traspase la neblina
en mi mente.

Hay viento y puedo notar el calor del buen sol. Oigo gritos de niños a lo lejos,
corretean con felicidad, nada importándoles, nada comiendo sus cabezas. Nada
cagándoles la existencia. Felices. Despreocupados. Pestañeo, intento enfocar sin éxito mi
vista. Sé que estoy en el suelo. La humedad colándose por el frente de mi camiseta y el
putrefacto olor me indican que he caído sobre mi propio vómito. Siento el insoportable
gusto amargo en la boca que trae más sensación de náuseas. Hay tierra y pasto pegados
en mi mejilla sucia y no logro orientarme porque los yuyos son tan altos que casi cubren
mi cuerpo por completo.

Escucho mi trabajosa respiración con la boca abierta, una hebra verde de pasto
entra y sale por entre mis labios, no logro moverme, estoy paralizado. Mi cabeza palpita
e incluso mis ojos pican tanto que tengo que mantenerlos cerrados por un rato antes de
volver a abrirlos. Sé lo que me está sucediendo. Me estoy muriendo. ¿Qué fue lo último
que me metí? ¿Coca? ¿Vodca? ¿Ambos acompañados de otra variedad? Ni siquiera
recuerdo con exactitud. Y no tengo que hacerlo para saber que la acabo de cagar, que si
salgo de ésta será un milagro.
Gimo, y muero por frotarme los ojos con desesperación. Están irritados, y duele
muchísimo. Mi percepción va y viene, floto en una nube. Los colores a mi alrededor son
tan fuertes que me encandilan, me ciegan. Todavía sigo sin poder moverme, ni siquiera
un dedo. Las palpitaciones de mi corazón son demasiado rápidas para ser normales, aun
en este deplorable estado perdido lo entiendo.

Y hago todo para rendirme, aprieto mis párpados juntos y pido a quien esté
escuchándome que se termine rápido.

— ¡Papá!—grita de nuevo esa voz llorona.

— ¡Cállate!—le responde otra más grave y furiosa.

— ¡Por favor!—responde la aguda, desesperada.

Silencio sigue por un rato, hay sonidos extraños, un llanto difícil de contener.
Dolor. Arrepentimiento. Ruegos. No se oye nada, pero puedo leer siempre las cosas malas
antes de que vengan. Susurros se avecinan, gruñidos, forcejeos. Órdenes despreciables,
pero mi mente no capta el significado. Entonces pasos rápidos se acercan, se acercan.
Alguien corre en mi dirección, cierro los ojos. No hay dolor cuando se tropieza con mi
cuerpo laxo y a la deriva. Ni siquiera estoy consciente ya, ¿cierto?

— ¿Juan Cruz?—llama el oportuno que acaba de patearme y caer a mi lado.

Sorbe por la nariz, asustado. Una mano me zamarrea del hombro. Mis pestañas
repiquetean pero no alcanzo a ver nada, todo es borroso. Todo es confuso.

Todo se vuelve negro.»

El despertador programado en mi celular chilla y mi cuello da un tirón


cuando mi cabeza abombada se levanta. Rezongo mientras tomo el esfuerzo de
salir de la cama, arrastro los pies al baño. Enciendo la ducha y me meto debajo
con la cabeza gacha, el agua golpea mi nuca y me voy despertando del todo,
gradualmente. Me froto la cara y sigo con el resto del cuerpo, enjabonándome.

Mi vista ya despierta se enfoca en los blancos y relucientes azulejos al


tiempo que pienso. Regreso al sueño. Es tan extraño, pero quiero saber a toda
costa lo que significa. A veces deduzco que es un recuerdo. Tal vez sí, tuve dos
sobredosis en mi época de descontrol. Las dos veces fui salvado, nunca supe
por quién. En este sueño parece que es mi hermano quien se tropieza con mi
cuerpo casi convulsionando entre los altos yuyos. Pero… el ruido detrás, la
horrible sensación de que algo terrible está sucediendo. Estoy empezando a
volverme paranoico, porque es raro tener el mismo sueño una y otra vez.

Esto comenzó hace un par de años, y parece que, cuanto más tiempo estoy
sobrio, más detalles aparecen. Casi podría confirmar que es un recuerdo. No
me queda otra que comenzar a averiguar, a escarbar. Y no hay nada que odie
más que regresar sobre mis pasos y darle vueltas a cosas que pasaron hace
mucho tiempo, pero quiero encontrarle un sentido a esto.

Me seco, todavía pensativo, y regreso a mi cuarto para buscar mi


uniforme. Estoy enganchando los botones de la camisa azul cuando mi celular
suena.

— ¿Sí?—respondo sin mirar, entrando en la cocina sin terminar de


abotonarme.

— ¿La has visto?—pregunta Malena desde el otro lado, sorprendiéndome.

Frunzo el ceño y voy al comedor, me fijo al otro lado de mi ventanal y veo


que el de Eva todavía está cubierto por las cortinas.

— ¿Ya estás despierta?—pregunto, sonriendo apena—. Estuve con ella hace


un par de noches—respondo, volviendo y encendiendo la cafetera—. ¿Por qué?

Escucho mientras se remueve, seguro haciendo lo mismo que yo.

—Me levanté temprano para hacer tareas, dentro de cuarenta tengo que ir
a la escuela—bosteza—. Quiero saber de ella, cada vez que hablamos parece que
no me cuenta todo. Es muy reservada. Cuando me contó que ustedes son
vecinos te bauticé como mi espía personal—se ríe bajito.

Niego, haciéndome con una taza desde el armario.

—No voy a espiarla para vos, tengo trabajo, casi no estoy en casa durante la
semana—digo, recordando que hace dos noches Moretti me pidió exactamente
lo mismo mientras Eva no escuchaba—. Es una chica grande, inteligente y no va
a meterse en problemas.

Bien. Puede que tenga razón en las dos primeras, pero eso último suena
dudoso. A esa chica parecen perseguirla los problemas. Y no hablo de los que
pueden ocurrirle a cualquier persona.

—Bueno…—entiende mi hermana, pensativa—. Te entiendo. Voy a probar


con llamarla más seguido y molestarla para que lo suelte todo.

Sirvo el caliente líquido oscuro en la taza y le pongo azúcar, estando de


acuerdo con ella.

—Vamos a hacer un trato—propongo, dando un sorbo y cambiándome al


comedor para seguir mirando hacia el apartamento de Eva—. Voy a llamarte
cada vez que la vea y contarte como está, si vos me decís todo lo que ocurrió el
día antes de que saliera el video…

Espero su respuesta con interés.

— ¿Por qué querés saber eso?—dice, un poco sin aliento.

—Porque le he estado dando vueltas desde que salió ese puto video y
quiero respuestas—no me guardo nada, esa es la pura verdad—. Dijiste que
estabas con ella en el cementerio, ¿por qué no declaraste cuando el padre de
Eva puso cargos?—la aprieto, porque eso es lo que me he estado preguntando
desde hace rato.

—Papá y mamá no me dejaron, tenía doce y no querían que me


involucrara. Además… nunca les dije a ellos dónde estábamos, sólo a Dani—
explicó, apesadumbrada.

Es verdad, y Dani fue quien me lo dijo a mí.

—Hay mucho en todo esto que pocos saben, ¿cierto?—pregunto,


intuyéndolo.
—Hay bastante, sí—susurra, confiando en mí—. Puedo contártelo, pero no
le digas a nadie.

—Yo no haría eso—le prometo, sinceramente—. Me interesa descubrir


quiénes fueron lo que le hicieron eso a Eva—confieso.

— ¿Por qué?—quiere saber, ansiosa.

Trago, dejo la taza en la mesa y me froto los ojos, estresado.

— ¿Por qué? Porque nadie se interesó realmente por ella cuando ocurrió—
musito, enojado—. Le quitaron importancia al asunto. Sus padres la
escondieron. Los tuyos no te dejaron ayudarla. Ahí tenés el ejemplo, Malena.
El mundo asumió que era su culpa, como pasa siempre con las víctimas.

Ella permanece un rato en silencio, pensando. Y sé que se siente mal


porque no pudo hacer nada por su amiga en ese momento. Pero ahora puede,
podemos. Y lo vamos a hacer.

Si tan sólo fuera eso nada más… pero Eva ya estaba rota desde antes de ese
video. Cuando la conocí, hace tres años, ya había algo en ella que no encajaba.
Intenté descubrir cómo funcionaba, cómo arreglarla, pero acabé dándome
cuenta de que existían piezas del rompecabezas que faltaban. Arreglarla no era
una posibilidad, ya no. Y después de verla, noches atrás, descubrí que ahora
todo es, de alguna manera, peor. No sólo faltan piezas, sino que algunas de las
que quedan están rasgadas y hasta partidas en pedazos. No sé de qué manera
acercarme a ella. Realmente quiero que confíe en mí.

— ¿Hay trato?—rompo el silencio.

—Sí, sí—asegura mi hermana—. Pero no quiero que Eva sepa lo que yo te


cuente, ¿bien? Hasta puedo decirte su versión, lo que me confió que sucedió
después de que me fui—ofrece.

Suspiro, terminándome el desayuno.

—Sí, quiero saber todo—pido—. Pero… ¿Malena?


— ¿Sí?

—Primero y principal… ¿Por qué estaban en el maldito cementerio?—quiero


saber, sospechando.

Ella traga, toma aire y luego se excusa rápidamente porque recuerda que
no ha terminado su tarea y tiene que irse a la escuela. Me corta. No me engaña
y lo sabe. Entiende que la próxima vez que hablemos va a tener que
responderme. Niego con la cabeza y deposito el celular en la mesa con desgana.
Me paro frente a mi ventanal, viendo las rojas cortinas que cubren el de
enfrente. Pienso, pienso y pienso. Me devano los sesos tratando de encajar
algunas piezas del rompecabezas.

Algún día voy a obtener las claves que quiero.

Y a su dueña, también.
CAPÍTULO 16
EVA
Sweet Louise.

Pestañeo al leer la cartelera. Al parecer, así se llama la rama de ropa


interior y de cama, de una compañía que recién comienza. Louise. No sé qué
tienen las marcas de conjuntos interiores que todas deciden usar siempre la
palabra Sweet encabezando sus nombres. Sweet esto, Sweet lo otro. Todas
terminan siendo lo mismo, y no se diferencian en nada. Por lo visto esta quiere
parecerse o, al menos, tener el reconocimiento de la famosa Sweet Victorian.
Son principiantes, la tipografía del cartel lo grita alto y claro. Y como no me
importa nada más que tener algo en lo que estar ocupada y un cheque a fin de
mes, entro para hacer una prueba.

El interior sería acogedor para cualquier chica, no tanto para mi gusto


personal, ya que es tan agresivamente femenino que podría salir de acá
vomitando arcoíris y nubes rosas de algodón. Ignoro mi disgusto avanzo hacia
la oficina central, atendida por una menuda chica rubia con un rodete tan
tirante que apuesto a que apenas puede modular.

— ¡Hola! ¿Cómo puedo ayudarte?—me sonríe, definitivamente esa sonrisa


debe de doler.

Voy directo al grano.

—Quiero hablar con tu superior—salto—. Asuntos de modelaje.

Alza tanto las cejas que parece como si su cara se fuera a rasgar, después
procede a inspeccionarme de arriba hacia abajo, para evaluarme. Parece
inteligente y profesional, ve algo de potencial. Lo sé porque me sonríe y se pone
de pie, pidiéndome un minuto. Sale por una puerta, al final del recibidor,
dejándola arrimada. La escucho cuchichear con alguien desde el otro lado. Un
tipo, por el sonido grave de las respuestas.

Unos minutos después ella sale, sus ojos grandes y entusiasmados. La


sigue un hombre muy apuesto, de apariencia interesada. Es alto, elegante y con
aura muy profesional. Él se me acerca y estira la mano como saludo.

—Buenos días—sonríe de lado y repasa mi cuerpo con una evidente y


exhaustiva evaluación.

No me toma más de cinco segundos luego de la presentación para darme


cuenta de que tengo toda su atención y estoy llena de probabilidades. Una hora
después salgo de ese lugar con una cita programada para hacer pruebas de fotos
y la luz verde para hablar con papá para que se vaya preparando para firmar el
contrato. Puede que haya fracasado en las dos visitas anteriores, pero me fue
demasiado bien para ser mi primer día de búsqueda. Me paseo de regreso a casa
con un tranco suave y sin apuro. Me detengo en un par de tiendas cuando veo
algo interesante en las vidrieras y agrego conjuntos a mi escasa colección de
ropa.

Mi siguiente parada es un cyber, donde alquilo una máquina por media


hora. Metida en ese cubículo, me hago cargo de lo que comencé hace tres años,
días después de que el video saliera a la luz y antes de que me enviaran al
internado: un sitio web. Un blog donde he colgado todas las fotos del cura
pedófilo. Cada una de las pruebas. Lo hice por justicia, y también para
enviarles una clara señal a quienes me habían tomado. No, no fueron capaces de
detenerme ni callarme. Al final, de una forma o de otra, hice que toda la ciudad
se enterara de lo que el sacerdote era. Le quité la máscara ante todos. Tuve
éxito, se hizo viral en cuestión de minutos. Muy a pesar de ellos. Sé que mi
secuestro y el video fueron una advertencia clara para que me quedara en el
molde.

No lo consiguieron.

Yo devolví el golpe, un derechazo directo, en el punto justo. Desactivaron


el sitio varias veces, pero siempre me las arreglé para traerlo a la vida, una y otra
vez. Las imágenes de todo lo que ese hombre hacía con las niñas estaban
suspendidas en el aire y todo el mundo podía verlas. Las madres tomaron
consciencia, las niñas fueron escuchadas y la asociación que cubrió los pecados
de la ―víctima‖ perdió la batalla. Porque no soy tan arrogante como para decir
que he ganado la guerra.

Venceré cuando todos ellos hayan caído, uno a uno. A tres metros bajo
tierra.

He estado siendo muy cuidadosa con esto, yendo siempre a locales


distintos, nunca usando mi laptop, manteniendo el anonimato para no ser
rastreada por las verdaderas autoridades. Sé que me estoy arriesgando, pero vale
la pena cada vez que me interno allí y me encuentro con la magnitud de la
conquista. Cada vez que hablan del caso en la televisión. Cada vez que me
entero que las niñas están siendo apañadas por especialistas y cuidadas por sus
padres más que nunca. Quizás algún día caiga, si sucede, al menos estaré
satisfecha por no haberme quedado de brazos cruzados.

Me marcho con el tiempo cumplido, compensada con que el sitio no haya


sido removido, cumpliendo meses en línea. Eso me mantiene de buen humor.

Al llegar al edificio correspondiente, tomo el ascensor e intento no verme


sorprendida cuando se abren las puertas y me encuentro a Cruz sentado en el
suelo junto a mi entrada. Se levanta cuando llego a él y saco la llave de mi
bolso, estudia mis movimientos en silencio, apoyando el hombro en la pared.
Abro y no me gasto en invitarlo ya que se prepara para entrar detrás de mí.
Estoy demasiado ocupada en pasar saliva a través de mis conductos para abrir
una conversación, no lo veo desde hace una semana y no me gusta sentirme
afectada. Tampoco que esto se vaya a volver rutina, necesito mi espacio libre
todo el tiempo.

Dejo mis bolsas en los sillones y entro en la cocina para servirme algo de
jugo fresco de naranjas que exprimí anoche. Mi dieta ya no es tan rigurosa y
estricta, ahora tengo que alimentarme bastante y descomprimir en el gimnasio.
Hablando de eso, necesito hacer una visita a uno que queda cerca de aquí para
anotarme y comenzar de inmediato mis rutinas.

—Es mediodía, ¿comiste?—camina Cruz, aproximándose.

Niego sin decir una sola palabra.

—Te puedo preparar algo—ofrece—. Y podés contarme cómo fue tu


mañana…

Al fin me decido a enfocar sus ojos, la curiosidad es lo primero que noto


en esa hermosa mirada dorada. No estoy de humor para tener gente
revoloteando a mí alrededor, no me deja pensar. Y necesito hacerlo porque
tengo una venganza que preparar. Cruz me distrae, no me hace falta una
distracción. Voy a decirle que no quiero, que prefiero que se vaya a cocinarse él
mismo a su departamento, entonces abre mi heladera y comienza a elegir
alimentos, pensativo. Los acarrea a la mesada y me pregunta dónde tengo
guardada la tabla de picar.

—No quiero comer tu comida, Cruz—le digo con tono muy firme—. Tenés
que irte.

Se detiene un segundo para levantar sus ojos hacia los míos y dejarlos allí
estancados, tratando de leer mis profundidades. Confío en que sigo siendo
muy buena en esconder lo que me sucede adentro. Él me inquieta, ahora no
deseo tanto su presencia cerca como antes, lo prefiero lejos. A decir verdad, me
habría encantado que me ignorara, que fingiera no conocerme. Habría sido
más fácil. Ahora no necesito nada de él, mucho menos sabiendo que pertenece
al otro lado de la ley. Al bueno. Cuando sé que estoy del contrario y deseo una
venganza sangrienta. Porque en mis planes está destripar a los que intentaron
hundirme tantas veces.

—Es tu comida—me corrige sonriendo de lado—. Y no voy a irme, ¿sabes


por qué?
No respondo, estoy demasiado ensimismada en mantener apretada mi
mandíbula. No tengo la paciencia para que jueguen conmigo, para que no
respeten mi palabra y mis deseos.

—Esta es mi casa, te estoy echando—lo enfrento.

Un pestañeo después él se está estrellando contra mí, apretándome contra


la encimera y acorralando mi cuerpo. El oxígeno se atasca en mi garganta y mis
músculos se tensan.

—Vos y yo sabemos que no va a servir de nada luchar—susurra contra mi


oído, sus manos abiertas abarcan los costados de mis caderas, queman a través
de la tela de mis vaqueros ajustados—. Yo estoy seguro de que no soy el único
que se siente así, querés tenerme cerca también, Eva. Todo lo que tenés que
hacer es ceder un poco…

Me envaro al sentir sus dientes tironeando de mi lóbulo. Una vez que se


aleja me siento en control de nuevo y suspiro silenciosamente. ¿Por qué ahora
me retrae tanto cuando antes lo único que quería era tocarlo? Se debe a que
intuyo que sus verdaderos motivos para perseguirme están ocultos, él realmente
no está acá porque desea mi compañía. Hay algo más, estoy segura. Él sospecha,
no sé bien de qué se trata, pero lo veo claramente.

Lo dejo cocinar en silencio, no me muevo de la cocina, teniéndolo en la


mira como un halcón. Se sirve jugo y sorbe acá y allá mientras pica los
alimentos y los pone al fuego para una salsa de tomate. Cedo de mala gana y
acomodo la mesa para que comamos antes de que la comida esté lista del todo.
A continuación, estamos sentándonos uno en frente del otro y llenando
nuestras bocas sin decir nada más. Es incómodo, pero nos esforzamos en que
no se note demasiado.

Llevo casi la mitad del plato para el momento en que él se decide a hablar
y lanza la primera bomba.

—Así que… ¿Vas a contarme por qué mi hermana y vos estaban en el


cementerio la noche que te llevaron?—sus ojos pesados e insistentes se clavan en
mí y me inmovilizan en la silla—. O, más importante… ¿cómo es que sabías que
el hombre era un pedófilo antes de que todo eso saliera a la luz?

Debería estar sorprendida por su tono de voz firme y letal, por la


naturaleza de sus preguntas. No lo estoy. En cierta forma lo esperaba, estaba
preparada para que me saltara a la yugular. Me tiene donde me quiere y dudo
mucho que me permita salir limpia de esto.

Mis labios se vuelven una recta y fina línea, enojo bullendo en mis venas.
El apetito se escapa por la ventana y sólo quiero terminar con esto para que se
vaya.

— ¿Tu hermana no te lo contó?—pregunto, manteniendo a raya mi voz,


porque todavía tengo el control—. Ella fue acosada por el cura cuando se
confesó para tomar la comunión. Fui la única a quien le contó la verdad…

El rostro de Cruz se vuelve granito, en sus ojos armándose un brillo


extraño y peligroso. No lo sabía. Malena fue a él con el chismerío, pero se
olvidó de decirle la parte clave de todo esto. Hicimos lo que hicimos por ella. Y
todo comenzó para mí el día que me confesó la verdad.

—Estuvimos separadas un tiempo, cuando volvimos a ser amigas, fue de las


primeras cosas que me soltó. El cura le había pedido que se levantara la falda y
ella logró escapar, salió corriendo—me encojo, alejando el plato de mí—.
Cuando el tipo murió, ninguna de las dos estábamos felices de que se fuera
pintado como una buena figura y una pobre víctima. Fuimos a escrachar su
tumba…

Todo esto es verdad, y puede ir a corroborarlo con la traidora de Malena,


que parece que ha estado en contacto con él y vomitando su versión de aquel
día. Quedamos en que nadie debía saber que estábamos esa noche en el
cementerio, la versión inventada consistía en que nos habían perseguido por las
calles de la ciudad y yo había sido alcanzada. Pero no importa, porque Malena
nunca fue a declarar, sus padres se lo impidieron. Sólo di mi versión de la
escena y terminé con el asunto, sabiendo que jamás sería resuelto. No
importaba que dijera las palabras secuestro, drogas y falta de recuerdos, mi
imagen se oscureció y perdí credibilidad. Esa declaración no me salvaría.

— ¿Y esos hombres estaban allí?—frunce él el ceño y se frota la frente—.


¿Estaban esperándolas en el cementerio? Hay miles de cosas que no cierran,
Eva.

Niego, frustrada.

—No lo sé—escupo—. Sólo aparecieron de repente y nosotras corrimos. No


puedo ayudarte más, Cruz—termino, poniéndome de pie y tirando el resto de la
comida de mi plato en el tacho de la basura.

Él hace lo mismo, silencioso y pensativo. Al igual que yo, está de un


humor terrible.

—Quiero ayudarte, Eva—dice después con tono apagada—. Realmente


quiero que los que te llevaron paguen.

Si sólo fueran ellos. Pero hay demasiadas cosas que no sabe y ni se


imagina. Mi equipaje es tan pesado que no lo aguantaría, no importa lo fuerte y
seguro de sí mismo que se vea. Nadie puede saber nunca lo que llevo sobre los
hombros. Jamás. Y mucho menos él.

—Empecemos de nuevo, ¿bien?—murmura, colocándose detrás de mí,


poniendo sus manos en mis hombros como si eso me reconfortara—.
Perdóname por soltarte las preguntas así, esto…—titubea con pesar—, llevo
dándole vueltas a esto desde hace tiempo. Eva, yo sé que ni siquiera nos
conocemos bien, pero me preocupo por vos. Quiero entenderte—me acerca,
apoyando mi espalda en su pecho, mientras miro hacia la ciudad por los
ventanales.

—No hay mucho que entender—trago, cruzándome de brazos, en cierta


forma tratando de calmar el frío en mi cuerpo—. Fuimos tontas por ir ahí y
hacer esa chiquilinada…
—Nada justifica lo que esos enfermos hicieron—gruñe, aspira por la nariz
con bronca y luego se rehace—. Mira, no quiero que te enojes con Malena, yo
insistí mucho en que me contara. No quiero que la culpes…

—No lo haré—prometo, monótona con la mirada al frente.

—Me alegra escuchar eso y seguro a ella también— sonríe, alejándome del
ventanal y llevándome hacia la sala—. ¿Me dejas mostrarte algo?—sus ojos me
buscan con expectativa.

Me encojo entre mis hombros, simulando que realmente nada de esto me


importa.

—Male me dijo todo lo que sabía—explica nuevamente, señala mi laptop


que está sobre la mesa de café, pidiendo permiso para tomarla, y se lo doy—.
Pero antes de seguir con esto, quería tu versión, directamente de tu boca—
espera una reacción de mi parte, no obtiene nada—. No estás dispuesta a
colaborar, entonces voy a ir al grano.

Enciende la máquina y saca una pequeña memoria desde los bolsillos de


sus vaqueros, encajándola en una de las ranuras del costado. Un par de clics
después, se activa un video.

—Necesito que veas esto con atención—pide, su rostro amable y confiado.

Gira la pantalla hacia mí y aparece un archivo del noticiero local de


nuestra ciudad, con fecha de hace tres años. Un día después de lo que sucedió
en el cementerio. En él están siendo entrevistados el comisario de la ciudad, el
sereno del cementerio y mi padre. Me enfoco en ellos, en lo que dicen,
refiriéndose al desastre que le hicieron a la reciente lápida del sacerdote. Están
furiosos, prometiendo descubrir al culpable cuanto antes. Mi padre está
perdido, apenas habla, y sé por la mirada que enfoca en la cámara que le duele
que sucedan esas cosas en su ciudad, bajo su mando. La gente comenzaría a
dudar de su credibilidad, posiblemente ya no confiarían más en él. Deslizo mis
ojos hacia el sereno, un hombre de unos sesenta años, de apariencia humilde y
trabajadora que responde con inocencia y culpa a las preguntas que los
reporteros le hacen.

A continuación, observo al comisario, me intereso plenamente en él y lo


estudio, frunciendo el ceño.

— ¿Lo ves?—insiste Cruz, ansioso.

No respondo, estoy ensimismada viendo la cara de ese tipo.

—Malena me contó tu versión, Eva—se para y viene a colocarse a mi lado,


me toma la mano, aun cuando hago ademán de alejarme—. Lo siento por ir
detrás de tu espalda, pero tengo un buen propósito, lo juro.

Sigo mirando el rostro del comisario, sin hacer caso, y comienza a faltarme
la respiración.

—El aerosol…—murmuro, atragantándome.

Cruz aprieta mi mano.

—A uno de ellos le eché pintura en la cara—apenas logro reconocer mi voz


ahora, una niebla espesa me rodea, mis aspiraciones enloquecen.

Nos quedamos viendo el rostro irritado del comisario, sus ojos rojos y
llorosos, uno de ellos casi cerrado por completo por la hinchazón del párpado.
Él es uno de ellos. ¿Por qué carajo me negué a ver las noticias cuando ocurrió?
¿Por qué me recluí en mi habitación tan inútilmente? Si yo hubiese visto esto
en aquel entonces, ya tendría una identidad desde hace mucho tiempo y ya
habría podido comenzar con los planes.

—Él tiene que ser uno de ellos, Eva. No hay indicios de pelea, esa es una
clase de potente reacción alérgica, la mitad de su cara está roja e hinchada—dice
Cruz, entrelazando nuestros dedos y señalando la pantalla con el índice de la
mano libre—. ¿Te das cuenta?

Salgo del trance y giro el rostro para observar su cara. Está sonriendo,
mitad orgullo mitad alegría por mí. Abro la boca para hablar pero no sale nada.
— ¿Te das cuenta?—repite, quitando el pelo que ha caído sobre mi mejilla—
. Lo tenemos.

— ¿Lo tenemos?—frunzo el ceño, dudando.

No puede estar refiriéndose a nosotros como un equipo, ¿cierto?

—Lo tenemos, Eva…

— ¿Por qué haces esto?—pregunto, apenas en un susurro.

—Te lo dije, quiero ayudarte—suelta mi mano y pasa el brazo por mis


hombros, me abraza atrayéndome hacia él—. Necesito que confíes en mí…

Me pide un imposible. No puedo confiar en él, no importa toda la labor


que ha estado haciendo para atar estos cabos. Su definición de justicia no es la
misma que la mía. Él acaba de darme un nombre, piensa que estoy agradecida
porque podemos ser capaces de enviarlo a la cárcel. Sin embargo, lo que yo
deseo es algo mucho peor que el encierro. Él no puede saber que está en mis
planes matarlos a todos. Tanto a ellos como a su padre, el principal causante de
mi infierno.

Es mi gran propósito, lo único que me ha mantenido moviéndome todos


estos años.

Y Cruz no puede entrometerse más.

CRUZ
No sé lo que estoy haciendo acá, voy a ciegas en un camino que parece
lleno de baches. Y no importa cuánto me esfuerce, Eva no se abre conmigo. No
debería sorprenderme eso en primer lugar, ni frustrarme, porque sabía desde el
principio que la chica es hermética hasta con Malena, que es su mejor amiga.
He estado una semana viéndola, haciendo huecos en mi tiempo para poder
pasarlo con ella, no ha funcionado hasta ahora, tampoco he tratado de atacarla
como la primera vez, estoy tratando de ablandarla poco a poco, siguiendo una
táctica que requiere toda mi paciencia. Han cambiado muchas cosas desde la
última vez que nos vimos hace tres años, desde que ella se insinuó y en vez de
reaccionar ante eso, la abrecé, la llevé a su cama y la sostuve hasta el amanecer
mientras dormía.

Me equivoqué en no seguir en contacto, después de que el maldito video


saliera a la luz debería haber tratado de llegar a ella. No me esforcé lo
suficiente, me doy cuenta. Sí, estaba escondida en un jodido internado de
niñas casi incomunicada, pero podría haberme obligado a escribirle,
demostrarle que en realidad no estaba sola. Pero lo estuvo, por mi culpa. No
puedo culparla por su desconfianza, por la distancia que pone entre los dos. No
he hecho nada bien con ella, jamás.

Detengo el coche justo frente a una agencia de fotos y giro para mirar a
Eva, a mí lado. Lleva un liviano maquillaje, campera de cuero negra y un
vaquero ajustado que hace que sus piernas luzcan infinitas y firmes. La observo
colocarse el bolso en el hombro antes de despedirme sin apenas una palabra,
bajar y moverse hacia la entrada de cristal.

—Adiós—guiño cuando voltea a verme antes de empujar la puerta y


perderse dentro.

Niego, coloco primera y me voy, tratando de mantener la frustración a


raya. Me digo a mí mismo que esto es un paso a paso de tortuga, puede parecer
que no llego a ningún lado pero estoy avanzando de todos modos. Tarde o
temprano obtendré frutos. Entro en la avenida que me lleva directo a un café
no muy lejano y busco un lugar para estacionarme al entrar en la zona. Hoy
tengo el día libre y quedé con Dani para ponernos a la corriente. Lleva más de
un año en la ciudad, empezó la universidad de medicina y nos hemos visto muy
poco. Estos últimos tres años he estado tratando de llevarme bien y tenerlos a
mis hermanos más presentes. Ya no soy el muchachito inmaduro enojado con
el mundo, al menos me di cuenta de que las cosas malas que sucedieron en mi
vida no fueron por culpa de ellos. Antes era un cobarde, prefería ahogarme con
drogas y alcohol antes de ponerme los pantalones en su lugar de una vez y
enfrentar la vida como merece. Después de todo hay una sola, ahora ya no
quiero desaprovecharla.
Veo a Dani ni bien entrar por la tintineante puerta. Está grande, maduro
y endurecido, no pasa desapercibido entre la gente, especialmente cuando hay
chicas alrededor. Parece que además de dedicar tiempo al estudio, también lo
intercala con el gimnasio. Es tan despistado que no nota al grupo de
universitarias cuchicheando sobre él una mesa más allá. Se pone de pie al
verme y me dedica una sonrisa débil al darnos la mano como saludo. Nos
sentamos enfrentados y pedimos un café, a mitad de mañana es lo único que
viene bien.

— ¿Cómo estás? ¿Qué se cuenta?—pregunto, interesado.

Se encoge.

—No mucho, me la paso encerrado engullendo textos sobre células—apoya


los codos en el borde de la mesa—. ¿Vos?

—Perfecto, avanzo bien en los exámenes, no me quedan muchos para


terminar. Paso mis horarios sin dificultad, salvamos el día—sonrío—. Y he
estado pasando tiempo con Eva.

Alza las cejas, sorprendido.

—No la he visto en años—comenta, y agradece cuando llega el café—.


¿Cómo está? La última vez que la vi fue en su habitación, fuimos a visitarla con
Malena después de todo ese asunto del video, estaba perdida, hombre—cuenta,
lamentándose.

Tomo un sorbo de la fuerte bebida caliente y trato de pasar el nudo en


mis cuerdas vocales. Aflojo la tensión.

—Así de mal, ¿eh?—murmuro.

Asiente.

—Prometió que los acabaría—susurra, preocupado—. Uno por uno.

Asiento, me quedo sin habla por un rato, revolviendo y echando azúcar a


la taza casi inconsciente de mis actos.
—Quiero ayudarla, imagino como se sentía—aprieto los dientes—. Imagino
que quiere justicia.

Dani suelta una seca carcajada sin humor, negando. Me mira como si yo
fuera un iluso.

—Estoy lo suficientemente seguro de que no hablaba de justicia, al menos


no la tuya, Juan—dice, inclinándose más cerca—. Ella se refirió claramente a una
venganza. ¿Y sabes qué creo? Que es muy capaz de hacer algo al respecto.

— ¿Qué…?—frunzo el ceño.

Él me corta.

—Está jodida, Juan—me mira, un brillo extraño cubriendo sus ojos


castaños y generalmente melancólicos—. No hace falta mirarla dos veces para
saberlo.

Baja la vista a su café y se mantiene ocupado bebiendo y revolviendo. Por


un momento le cuesta mirarme de frente, esquiva mis ojos como a la peste. Me
doy cuenta de que hay cosas que él sabe y yo no. Y ya veo que voy a tener que
luchar no sólo con una persona llena de secretos, sino con dos.

—Voy a ayudarla—remato, acabando con esto.

Si hay algo que aprendí después de arremeter contra Eva la semana pasada
es que presionando no llego a ningún lado. Y Dani se ve como un cachorro
asustado, si insisto saldrá disparado de esta mesa. Jamás volvería a verlo.
Asiente a lo que digo y levemente lo veo relajarse en la silla, confiado en que
sellé el tema.

— ¿Has hablado con Malena?—quiere saber después.

—Sí, hablamos como dos veces a la semana—le cuento, jugando con una
servilleta—. Generalmente se escucha contenta, hasta creo que se consiguió un
noviecito—me rio.
La tez de mi hermano pierde color de repente, se muerde el interior de las
mejillas y se remueve con inquietud. Baja de nuevo la vista, pero no me pierdo
la forma en la que sus ojos se oscurecen perdiendo enfoque.

—No hablamos mucho ya—murmura, rascándose la nuca—. Creo que


nunca perdonó que me fuera.

Eso es estúpido.

—No tiene sentido, tenías que venir a la universidad—digo, torciendo el


gesto—. ¿Por qué se enojaría?

Se encoge de hombros, sin responder realmente.

—Sabes… estaba pensando en regresar a casa—suelta.

Y estoy en shock.

— ¿Volver? ¿Dejar la universidad?—levanto un poco la voz—. ¿Por qué? Vas


bien, medicina es difícil y tu primer año fue fantástico, ¿por qué abandonar
ahora? Estás encaminado, cuando te quieras acordar vas a estar recibiéndote.
Además, si te vas, ¿qué vas a hacer allá? No hay muchas opciones, Dani.

Traga, girando su taza en el plato con agitación.

—No soy feliz acá, y puede que me vaya bien pero… no… no me siento yo
mismo—susurra, cabizbajo.

No lo entiendo pero lo respeto. Está bien, es infeliz, aun cuando ha sido


expulsado directo al futuro que muchos desean y pocos pueden conseguir. Es
inteligente, capaz, un buen chico. Sería un médico excepcional. Le veía mucho
potencial para eso. Pero ¿quién soy yo para ordenarle quedarse y seguir yendo
hacia donde no quiere?

—Está bien, si eso es lo que querés—le digo, apoyándolo.

Sé bien que sus padres no comprenderán tan fácilmente, si vuelve a casa,


estará en medio de una tormenta monumental.
—También tengo pensado pedir el traslado—le digo, para sacar esa
expresión dolorosa de su cara—. Quiero volver, y posiblemente Eva quiera venir
conmigo.

— ¿Están en una relación?—me mira, intrigado.

—No. Creo que nos queda un largo camino por recorrer para estar
juntos—explico, escondiendo mi aflicción—. Pero no voy a rendirme.

La quería cuando tenía catorce y estaba en conflicto por lo que sentía,


ahora la edad y la maldita moral no están en medio y quiero tener una
oportunidad con ella. Si tan sólo confiara en mí.

—Le gustabas, seguro ahora también, va a salir bien—intenta animarme él—


. Entonces… nos veremos allá, supongo…

Asiento.

—Seguro. En un tiempo, tal vez—sonrío, acabando mi taza—. Aunque no sé


cuánto. Pero estaremos en contacto—guiño.

—Genial—concuerda.

Después cambiamos de tema, conversando sobre cosas sin importancia,


perdiendo tensión. Nos despedimos en la salida, y cada cual se mueve hacia su
propio coche.
CAPÍTULO 17
EVA
Me mantengo a distancia.

Hago todo lo posible para dejar espacio entre nosotros, un hueco que
Cruz se esfuerza en sortear. Mi frialdad y poca disposición a dirigirle la palabra
no lo aleja, él insiste todos los malditos días. Incluso cuando acaba de llegar de
un largo turno y está agotado, viene a tocar mi campana y esperar que le abra
para pasar tiempo conmigo en silencio. Lo más desconcertante de todo es que
yo lo dejo entrar, haga lo que haga voy allí y destrabo la puerta para él. Eso
quiere decir que en algún lugar dentro de mí encuentro complacencia en
tenerlo cerca, deambulando por mi espacio, simplemente cuidándome. Aunque
eso es todo, no le he dejado cruzar más líneas y estoy satisfecha con ello.

Todavía no deduzco lo que quiere en realidad. Se aseguró de dejarme


claro que intenta ayudarme, y ha estado tratando de sacar el tema para que
hablemos sobre ello. Entiendo que necesita mi colaboración para lograr ese
objetivo, el problema es que no estoy dispuesta a soltarle todos mis negros
secretos. Ni sospechas.

Simplemente sé que el segundo hombre, después del comisario, es su


padre. ¿Cómo se lo diría? Además, ¿confesarle que asesiné al sacerdote? Eso no
me ayudaría, sólo me enterraría, y sé que el mismo Cruz se encargaría de
hacerlo. Porque para él, lo correcto es que los culpables paguen siendo
sometidos a la justicia legal. De otra manera, nunca se habría convertido en un
buen policía. Él cree que está tratando con una víctima, pero mi verdadera
naturaleza va más allá de ello. Soy más que una víctima. Porque también soy
culpable de un asesinato. Y… si en todo caso comienzo la ardua tarea de
contarle mi historia, tendría que comenzar por el principio, volver a la época en
la que tenía doce años y su padre me violó por primera vez.

Ahí es donde todo comenzó.


Y mi venganza no late solo contra los tres hombres que me tomaron y
filmaron ese video. El sentimiento viene desde que me convertí en una
pequeña niña entumecida y fría a causa de un abuso, y abarca directamente a
su familia. Puede que Cruz odie a su padre tanto como dice, pero no
consentiría lo que he estado fantaseado con hacerle, ¿cierto?

Es por esto y por mucho más que he estado sosteniéndome en mis


fortalezas. No necesito a Cruz, y cuanto antes lo aleje de mi vida, más rápido
podré seguir con mis planes originales. Venganza es la única justicia que vale
para mí.

Dejo la máquina con la que estuve fortaleciendo mis muslos y glúteos y


estiro junto a ella. Estoy sudada en cada pequeño rincón del cuerpo, mis calzas
hasta las rodillas y el top manchados con penetrantes señales de humedad. Mi
pelo está atado en una cola en la cima de mi nuca, pero algunos mechones caen
pegándose a mi frente. He terminado por hoy. Consigo mi toalla y me seco el
rostro, la cuelgo en mi hombro y pruebo unos sorbos de agua fresca de mi
botella. Un segundo después estoy reteniendo mi abrigo, camino a la salida.
Mis ojos se cruzan con los del tipo que acaba de abandonar la cinta de correr,
rizos desordenados, barba de unos días y ojos castaños simpáticos. Me dedica
una sonrisa y obligo a mis comisuras ceder unos pocos milímetros, para que
crea que estoy devolviendo el gesto muy tímidamente. Siento sus ojos seguir mi
espalda hasta que desaparezco, cruzando la calle en dirección hacia mi edificio.

¿Se supone que tengo que acostumbrarme a la vida sin asaltos? Mi


existencia en el internado fue un sinsentido en todo momento, tuve mucho
tiempo para llenarme de resentimiento—sí, más resentimiento—, e ira. Creé
historias en mi cabeza donde reinaba la sangre. Pero más allá de eso, fue insulso
y aburrido. Ahora, a pesar de que he estado esperando los golpes, no ha
ocurrido nada que rompa en pedazos mi rutina. No estoy acostumbrada a no
oler el peligro, se supone que levita cerca a cada lado al que voy. No soy
normal, las dosis de normalidad no me sientan bien, y ¿en qué consiste esto?

¿Trabajar? En mi caso, eso sería posar para varias tomas con diferentes
piezas de ropa interior, dejar que me retoquen y valoren mi cuerpo. ¿Regresar a
casa? ¿Coquetear? ¿Eso es lo que hacen todas las chicas de mi edad? Y todavía
me falta salir, algo que no me atrae en lo absoluto. No tengo amigos. ¿También
debería estar abierta a eso? No quiero. Nunca he sido buena dejando que la
gente se acerque, tener amigos significaría ceder tiempo y partes de mí misma
que no están en mis planes compartir. Me llevo bien con el aislamiento.

La soledad pone los ojos en blanco cuando mi celular suena con un


entrante mensaje de texto de Cruz. Avisa que pidió pizza esta noche y que le
gustaría compartir conmigo. Me está invitando a su casa. Nunca estuve allí.
Hasta hoy era él quien siempre se aparecía por su cuenta. Me pregunto qué
hacer, dividida completamente. ¿Por qué en el mundo tiene que haber una
parte de mí que pretende ir? ¿Por qué no sólo puedo decir que no, darme una
ducha caliente y meterme en la cama sin verlo? ¿O simplemente ignorarlo? Por
primera vez en mi vida asumo que me invade cierto recelo, porque me está
llegando su esfuerzo, de alguna forma ha estado tocando las teclas correctas
desde hace semanas. Y no opino que sea positivo que mi reacción sólo se trate
de ceder. Ceder, siempre ceder.

Entro en mi apartamento y me doy un baño, ignorando ese extraño pesar


que me retiene, me visto con un vaquero ajustado y una blusa de botones de
color negro. Coloco la chaqueta de cuero por encima, escondo mi celular en el
bolsillo y consigo mis llaves. Cierro con llave antes de descender las escaleras.

—Wow—alza las cejas y sonríe al verme, una vez que abre su puerta.

Revoleo los ojos lejos de esa expresión que tanto parece atraerle a mis
sentidos y entro sin esperar permiso. Allí se me ocurre que posiblemente el
tiempo no haya hecho suficiente para que Cruz deje de ser mi debilidad.

— ¿Ya está la pizza? Tengo hambre—rompo la alegre bienvenida,


sentándome en torno a la mesa ya preparada.

—Creí que no ibas a venir…

Paso desapercibido su comentario. Me conoce, pero al parecer no tanto,


porque acá estoy. Y yo tampoco entiendo cómo lo hice. De pronto la televisión
se volvió una compañía no tan entretenida. O será que no tiene sentido
sentarse en el sofá a hacer zapping si él no está justo a mi lado, aunque a un
metro de distancia.

Entra en la cocina y trae una enorme caja cuadrada, el aroma de la pizza


recién hecha penetra mi nariz, y de repente estoy contenta por todo ese
ejercicio que hice hoy porque pienso comer más de lo que en verdad me
corresponde.

— ¿Cómo fue tu sesión de la mañana?—pregunta, metiéndose casi la mitad


de un rectángulo en la boca.

—Normal.

— ¿Fuiste a hacer ejercicio al final? Perdona que te cancelé es que llegué


hecho una mierda—explica.

—No sos tan imprescindible. Sí, fui—respondo, después de tratar mis trozo.

Niega y sonríe, para nada ofendido con mi forma de actuar. Siempre es


así, yo respondo con palabras cortas y vagas y él sólo insiste. Se ríe, cambia de
tema, o sigue con el mismo patrón, y no importa que jamás saque más de eso,
siempre se ve conforme cuando llega la hora de marcharse.

— ¿Qué vas a hacer para las vacaciones de invierno?—salta cuando casi


estamos terminando.

Lo miro a los ojos, descolocada con su pregunta.

—Falta mucho para eso.

—No tanto—se pasa la lengua por los labios, y creo que frunzo el ceño por
eso, concentrada—. Unos tres meses, pasan volando.

—Lo que sea—tuerzo el gesto, desinteresada.

—Voy a hacer los papeles de traslado una vez que termine de rendir mis
exámenes—sigue.
Se enfoca seriamente en mí esperando una reacción. No importa cuánto
punce en mi interior, no preguntaré.

—Me voy—explica, alcanzando su vaso de agua con hielo.

—Me parece bien…

—Vuelvo a casa—expulsa, sus ojos sin abandonar los míos.

Tomo una lenta aspiración, no demuestro reacción alguna. Él puede hacer


lo que quiera, es su maldita vida.

—Que te vaya bien, entonces—me limpio las manos aceitosas con servilletas
de papel.

Pestañea.

—No vas a preguntar, ¿cierto? Te morís por hacer eso, pero… antes muerta
que ceder—su boca se tuerce en una comisura.

Odio demasiado esa sonrisa ―lo sé putamente todo‖.

—Estaré bajo su mando, lo tendré a un brazo de distancia, Eva—se inclina


sobre la mesa, apoyado en sus codos—. Va a ser mi jefe.

Lo observo de cerca sin pestañear, mi frialdad congelando su comedor.

—Eso es lo más estúpido que escuché en mi vida—gruño, molesta.

Se ríe.

—Alguien me dijo que… alguna vez hablaste de venganza—murmura—. Y


aún estamos estancados en este lugar, haciendo nada. Estamos en una tabla de
ajedrez, Eva, debemos mover nuestras fichas. Yo voy a dar ese paso.

—Idiota—carraspeo, levantándome de la silla.

No tengo tiempo para oír estupideces. Está loco. No, espera, no sabe
dónde carajo se está metiendo, y eso lo convierte en algo peor que un loco.

— ¿Justicia o venganza, Eva?—pregunta siguiéndome a la puerta de cerca.


—No me jodas—escupo.

Me toma del brazo, girándome. Nos enfrentamos, tomándonos de cerca.

— ¿Venganza o justicia?—insiste, sus dedos de acero prendidos en mi carne.

Leo dentro de sus pupilas sin siquiera pestañear, por largo, largo tiempo.
Intento conseguir respuestas, un indicio de que no está hablando en serio. ¿Por
qué pregunta? ¿Qué hará si respondo con la verdad? ¿Me está probando? Tal vez
si soy sincera él se correría a un lado y deje este absurdo plan de ir a meterse en
la boca del lobo.

—Venganza—trago, sosteniendo el ―cara a cara‖—. Siempre ha sido venganza.

Espero a que haya desilusión en sus ojos, o una señal de retraimiento.


Intento vislumbrar con anticipación si lo próximo que va a decir es que no
dejará que me salga con la mía. Ocurre todo lo contrario, no deja entrever nada
antes de responder.

—Bien—suspira, como mentalizándose—. Venganza será.

Es un engaño, me está tendiendo una trampa. Eso debe ser.

—Tenés que dar un paso atrás—me acerco a su perfil, susurrando con tono
peligroso—. No te necesito.

Inclina la cabeza a un lado, algunos dorados rizos húmedos saliéndose de


su lugar. Su enorme mano se cuela en la curva entre mi oreja y el hombro, sus
dedos se cierran y me atrae. Respira contra mí, tan cerca que, si sacara mi
lengua, podría lamerlo.

—Me necesitabas antes, me necesitas ahora—musita con tono ronco—. Te


fallé una vez, no serán dos.

A continuación me besa. Y no es un beso violento ni demandante, es un


suave roce que comienza con pequeña probada en avance. Comienza casto, se
ocupa de ablandarme con su boca, pronto sus dientes entran en la ecuación y
tironean de mi labio inferior. Me abre, tranquilo pero firme, y me derrito
aunque lo odie. Su otra mano cae en mi cintura, apretándome contra su frente
y pierdo la capacidad de respirar.

Un flashback de lo que sentí aquella calurosa tarde, donde el sol en lo alto


había iluminado su silueta saliendo del coche. Fue como una patada en el
estómago, en el buen sentido, me había hecho hormiguear. De alguna retorcida
manera me encontré viva de nuevo. El poder del sol derribándome. Está
ocurriendo lo mismo, y aunque no me dejo llevar tanto como mi cuerpo
demanda, siento el calor. La lava bajando al sur, a la parte que quedó inactiva
un día, hace tres años. Nunca más volví a tocarme, nunca más deseé de nuevo.
Y ahora mismo, Cruz lo está haciendo. Reviviendo eso.

—Eva—gruñe, me aplasta contra la pared.

Encierra mi rostro en sus manos y permito que su lengua me invada, me


tome a su manera. Porque es la única que sé. Nadie más que él me besó así en
mi vida. Sin querer me encuentro apoyándome en sus pectorales, subiendo a
sus hombros, notando todas las ondulaciones de músculos. Luego me cruzo
con la suave piel caliente que cubre su grueso cuello. Y como no puedo tomar
tantas sensaciones a la vez, comienzo a resentirme, mis uñas clavándose en él,
casi perforándolo. Y no le importa, no para, el dolor le hace volverse un poco
más demandante y loco, y el beso se pone más violento. Dientes, lengua, labios
firmes, ardor. Me engulle, duele, late y me encanta.

No me hace falta escavar mucho en esto para entender que es una


promesa. Todo se confirma cuando se separa, escondiendo la cara contra mi
cuello, jadeando contra él. Mi piel erizada lo recibe, adicta. Ni siquiera me doy
cuenta de que sigo con las uñas firmemente enterradas en la suya. No parece
percatarse.

Se recupera, y se esfuerza por enderezarse, sus pupilas dilatadas arrinconan


las mías.

—Puedo ser lo que quieras que sea—asegura, agitado y ronco—. Lo que sea.
Pero para eso… necesito tu cooperación. Tu confianza.
Su pulgar acaricia mi mejilla, y mi rostro lo observa sin filtrar emociones.
Impasible.

—Dame tus secretos, Eva… Y te prometo que estarán a salvo conmigo—jura.

Me encuentro, por primera vez desde hace muchísimo tiempo, con que
realmente deseo confiar en alguien. En él. Sin embargo, otra verdad indiscutible
se interpone, estoy tan confundida e insegura que no creo poder acceder.

Darle mis secretos significaría destruirnos. Matar lo que sea que somos
ahora, y lo que sea que podríamos llegar a ser en el futuro. Aunque… ¿desde
cuándo tomo en consideración ideas como esas? No hay algo entre nosotros,
por lo tanto, no existe un futuro.

Y las promesas no funcionan sin la seguridad de un mañana.

CRUZ
Pongo a resguardo mi coche en el estacionamiento debajo de mi edificio y
recorro la distancia hasta el ascensor, masajeándome la parte de atrás del cuello.
Ha sido un día duro. Esto es así, a veces está tan tranquilo que podrías echarte
una siesta en el móvil desde el inicio del turno hasta el final y otras, en cambio,
no paramos ni a dar un maldito respiro. Creo que desde mi primer día fue así,
nunca hay un punto medio. En lo que dura el viaje hacia arriba me tomo un
momento para pensar, recordar la noche anterior con Eva.

No hubo respuesta de su parte. Aun así, sentí como si le hubiese llegado


de alguna manera, como si al menos sus muros temblaran. Le di algo en qué
pensar y voy a darle tiempo para procesarlo y analizarlo. Me doy cuenta de que
con todo lo que ha sucedido es incapaz de decidir confiar a la ligera, es cerrada
y solitaria, y comprendo que se sienta de esa manera. Confío en lo que hago,
porque sé bien lo que quiero. Desde que la volví a ver se ha afianzado la idea,
pensaba en ayudarla antes, ahora el deseo es más fuerte. La tengo cerca para
cuidarla, darle mi apoyo directamente y sin más reservas, ni distancias, ni
entreveros. Sólo se interponen sus secretos, sus puertas aun cerradas.
Pronto será.

La forma en la que me miró luego del beso, eso dijo mucho. Si bien se
apresuró por esconderlo todo, vi perfectamente dentro de sus ojos antes de que
lo ahogara en sus profundidades. Me dejó tenerla, devolvió el beso, ericé su
piel. Todo eso tiene que significar algo.

Con un suspiro, giro la llave en mi puerta y entro al fin en casa. Todos los
planes que tengo para esta noche son, antes que nada, darme una larga ducha,
luego comer algo y caer en la cama. Tal vez visitar a Eva entre esos, aunque creo
que mejor lo dejaré pasar, le daré espacio. Seguramente necesita un descanso
de mí, nos hemos estado viendo todos los días, no le daba escapatoria. Dejo
caer el llavero y mi celular en el mueble cercano a la puerta y enciendo la luz.

Lo primero que veo a través de la sala es a la mujer que tiene la mayoría de


mis pensamientos. No puedo hacer otra cosa que quedarme en este lugar
observándola, mi mandíbula soldándose con tanta fuerza que duele, sin
embargo no estoy del todo concentrado en mí mismo para sentirlo.

Sus cortinas están abiertas de par en par, algo que ya es normal, ya que
casi nunca las cierra. Y eso me convencía de que al menos confiaba en mí un
poco como para no preocuparse en la privacidad de su sala. Algo que preferiría
que hubiera hecho ahora, porque no está sola. Hay un tipo en su apartamento,
junto a ella, en el mismísimo lugar que he ocupado incontables veces de su
sofá. No debería sentir este ardor subiendo violentamente a mi cerebro, ¿cierto?
Ella y yo no somos nada, no me debe lealtad o fidelidad o lo que sea. Pero
estábamos avanzando en algo, ella sabe cómo me siento. Sin ir más lejos, se lo
he demostrado anoche. La besé después de tantos días refrenándome porque
sentía que no estaba preparada.

Ahora va e invita a alguien a su casa. Le sonríe, habla con ella frente a


frente. Finge. Tiene que estar haciéndolo porque esta Eva no es la que conozco.
El tipo parece encantado con tenerla tan cerca, tanto que se inclina cada vez
más. No sé por cuánto tiempo he estado acá inmóvil viéndolos tomar cerveza y
actuar como dos tortolitos. Lo pierdo en el momento en que él cae sobre ella y
la besa. Y Eva no lo separa, se queda allí y le corresponde.

Antes de que incluso reaccione, estoy dando media vuelta saliendo como
una trompa de mi apartamento, bajando las escaleras tan rápido como la rabia
me impulsa y rodeo el frente de mi edificio, en dirección al de ella. Tampoco
estoy paciente para esperar los ascensores en este, así que simplemente subo los
escalones, agitándome. Mi irrefrenable puño choca con su puerta, sólido y
enérgico, siento como si pudiese tirar la mierda abajo.

— ¡Eva!—grito, enfurecido—. Abrí la puta puerta—ordeno, jamás me sentí


tan fuera de mis cabales y eso que he sido presa de varios ataques de ira a lo
largo de mi vida.

Este no se compara con nada, aunque intento frenarlo y estabilizar el


pulso casi saliéndose de mi frente. Sigo aporreando la puerta, casi
rompiéndome los nudillos. Nunca creí que pudiera suceder algo como esto.

— ¡Abrime la maldita puerta, ahora!—aúllo.

Ella no tiene amigos en la ciudad, apenas habla con la gente, se limita


siempre a decir las palabras justas, darse la vuelta y marcharse. ¿Quién es él?
¿Trajo a un desconocido a su casa? ¿Está completamente loca? La cerradura da
un chasquido y ella está ante mí, un vistazo a sus labios rojos e hinchados me
termina de dar vuelta los sesos. Dejo de ser plenamente yo cuando entro como
un huracán y arremeto contra el desconocido. Él levanta las manos, alertado,
dando pasos hacia atrás. Le echa un ojo a mi uniforme, al arma que cuelga en
mi cintura.

—No sabía que tenía pareja, hombre—el cagón va derechito a la puerta—.


Perdona.

Le da una mirada sospechosa a Eva antes de correr lejos, pasando la salida.


Ni siquiera cuando lo pierdo de vista mi nivel de enojo desciende. No hay nada
que me calme dentro de los próximos quince minutos. Y verla ahí, cerrando la
puerta con el cabello despeinado y la camisa arrugada lo hace todo peor. Veo
todo rojo.

— ¿Qué mierda, Eva?—gruño, intentando no gritar.

Se cruza de brazos y me observa, como si nada. Como si yo no estuviera


hecho un loco violento en su sala. Caigo en la cuenta de que ella no piensa que
merezco explicaciones y eso me pone enfermo por dentro. Se siente como una
puñalada en el centro del pecho. Ahora entiendo que le he cedido poder, y yo
nunca hice algo parecido con una chica. No tiene que dolerme, carajo. No
tiene que matarme la indiferencia en su rostro pálido.

— ¿Te olvidaste de lo que pasó anoche?—pregunto, respirando acelerado.

No responde, no se mueve. No hace absolutamente nada.

—Creí que habíamos quedado en… algo—murmuro, rascándome la nuca


con enorme frustración—. Pensé que estábamos juntos en esto…

Suelta una seca y fugaz carcajada carente humor, burlándose de mis


palabras.

—Eso es lo que pasa—dice, dando un paso hacia mí, tensa—. ¡DEJA DE


HABLAR COMO SI FUERAMOS UN EQUIPO! No lo somos. ¡Ni siquiera sé
por qué te empeñas tanto con todo esto!

Me envaro. Exploto.

— ¡PORQUE TE QUERÍA!—vocifero, alzo la botella vacía de cerveza que


estaba sobre la mesa y la lanzo contra la pared.

El estruendo provoca más tensión entre los dos.

—. ¡Y te quiero! Es por eso por lo que hago todo esto—estiro las manos a mis
costados, evidenciándolo—. La gente toma riesgos y se esfuerza por las personas
que quiere. ¿Por qué otra cosa pensás que lo hago?—pregunto, tratando de no
sonar entrecortado—. ¡No tenés idea de lo que sentí cuando ese maldito video
llegó a mi celular! Todos mis viejos amigos de la escuela estaban enviando esa
mierda por cadena, sólo por diversión. Fue peor que un golpe, estuve
desorientado por días tratando de entenderlo…

» Yo… te había cuidado, fui contra lo que sentía, contra todo lo que
deseaba, porque quería protegerte. Sabía que no estabas lista, ni para mí ni para
nadie. ¡Tenías catorce, por Dios!—me llevo las manos a la cabeza, gritando—.
Entonces vi eso y… no sé… me sentí como si lo hubiese hecho todo mal—niego,
sonando derrotado—. Lo que te hicieron… si no te hubiese dejado esa mañana,
si me hubiese quedado… si nunca hubiera dejado la ciudad, quizás no…

Me callo, me lo trago, no hay mucho más para decir. Yo sé por qué ella
hizo esto. Quiere alejarme. Si fuera de otro modo no se habría asegurado de que
yo lo vea, bastaba con cerrar las cortinas y no lo hizo. Tenía intenciones de
herirme.

—Te sentía como mía—se lo digo a pesar de que suena estúpido—. Y ellos te
lastimaron…

Llevo mi atención a Eva, al fin, y la encuentro todavía cerca de la puerta


con sus brazos cruzados, la vista en el suelo. No se mueve. No hay esperanzas de
conseguir respuesta de su parte, por lo que me limito a ir hacia la salida para
irme.

—Me voy ahora—aviso—, pero no creas que esto va a alejarme…

Estiro el brazo hacia el picaporte, nunca llego a él, Eva se aproxima y


sujeta mi mano, alejándola. Tironea hacia su cuerpo, me acerca y no se
amedrenta por mi ceño fruncido y mi expresión de piedras. Se levanta sobre las
puntas de los pies y apoya sus labios en los míos, tomándome por sorpresa. Me
besa con los ojos abiertos, como la noche anterior, incluso cuando hace el
intento de profundizar. Sube las manos por mi vientre, hasta mis hombros,
ahora es ella la que me sostiene a mí cerca.

He intentado ser de hielo con ella miles de veces antes, y después de esta
discusión de mierda sé que no debería ceder. Pero, carajo, he esperado por esto
mucho tiempo. Me he esforzado para que se abra conmigo, y lo está haciendo,
no hay forma alguna de que me separe de ella. Mucho menos en el momento
en que el contacto se vuelve más que sólo un simple beso. Abre los labios por
completo e introduzco mi lengua en su caliente y sedoso interior, que sabe a
menta y cerveza. Apresa mi cuello y yo su rostro, mis dedos perdiéndose entre
todo ese cabello rubio.

Apenas soy consciente de que nos estamos moviendo, ella dando pasos
hacia atrás, arrastrándome.

—Eva, no…—empiezo, al ver a dónde me lleva.

Niega, no me deja frenarme, abre la puerta de su cuarto y me lleva a


dentro. Que me parta un rayo si mi cuerpo no reacciona ante eso. Toma mi
camisa en puños, metiéndome dentro y su rostro serio y decidido me dejan
pocas opciones. Quiere esto. También lo quiero, imposible negarlo.

No hablamos mientras se encarga de los botones de mi camisa azul, y la


observo hipnotizado. Si no fuera por el brillo en sus ojos aguamarina, no sabría
que realmente me desea, porque sus rasgos siguen siendo inalterables. Nunca
conocí a alguien como ella, tan incapaz de demostrar lo que siente y es por eso
mismo que debo ir con cuidado en esto. Deja mi torso al descubierto y se
enfoca en los tatuajes, las yemas de sus dedos rozando los diseños y sus ojos
acariciándolos.

—No…—no dejo que vaya más allá con mi ropa.

Paso a la suya. Nunca tuve que aplacarme y avanzar paso a paso en el acto,
me gusta rápido, duro y sin despedidas, pero con ella quiero ser diferente. Le
daré lo que no tuvo. Es nuestra primera vez. No se ve torpe ni nerviosa, pero
esta es Eva y nunca va dejar que vean cómo se siente por dentro. He aprendido
que tengo que leer profundo para descubrirlo. Sin reservas, me permite quitarle
el vestido negro que lleva por encima de los hombros, luego se deja caer de
espaldas en la cama cuando la empujo. Nunca ninguna chica estuvo tan atenta
a mis movimientos como ella, con sus ojos abiertos de par en par, acaparándolo
todo. Mientras observa me quito el resto del uniforme, dejándolo con cuidado
a los pies de la cama, en el suelo.
Planto mis rodillas en el borde de la cama, aun cubierto con mi bóxer, y
Eva abre las piernas para recibirme sobre su cuerpo. La beso, no me queda ni
un pequeño rincón suyo por probar, mientras sus manos recorren mi espalda y
su respiración enloquece segundo a segundo. Paso a su cuello, mordisqueando
y lamiendo su piel, familiarizándome con su sabor y suavidad. Y sonrío cuando
sus caderas se elevan para encontrarse con las mías, su aliento deteniéndose
con la fricción.

Las sensaciones son nuevas para ella, actúa impasible y tranquila, como si
supiera lo que hace pero no está del todo preparada para sentir. Lo noto en el
instante que quito su sujetador y meto uno de sus pezones en mi boca, se
envara, todo su cuerpo tensándose y su piel erizándose, me mira a los ojos
mientras juego con ella. Se afloja un tiempo después sólo para volver a
reaccionar cuando cambio la posición y hago algo que la sorprende. Algo que
para alguien más sería normal en la cama.

Mantengo sus piernas abiertas con mis manos una vez aterrizo entre ellas,
y no pierdo de vista sus pupilas dilatadas al correr la tela de su ropa interior
negra e inclinarme lentamente para lamer. Me tomo mi tiempo por si ella no lo
quiere, y me lleno de adrenalina cuando no me detiene. Está tan mojada y lista
que se me escapa un gruñido al probarla. Tener su sabor en mi lengua provoca
que cierre los ojos y me pierda en él, teniendo la seguridad que después de esta
noche no seré el mismo. No seremos los mismos. Todo va a cambiar.

Para bien o para mal.

Insisto entre sus labios hasta que su pelvis comienza a danzar, tratando de
agitar el ritmo y pidiéndome más sin palabras. Oír sus suspiros temblorosos y
agitados, acompañando las contracciones de su sexo, me anticipa que está a
punto y me separo sólo para deshacerme de la tela húmeda que se interpone
entre mi boca y su necesitado rincón. Entonces caigo entero sobre ella,
abriéndola sin prisa y chupando su clítoris. Sus terminaciones nerviosas saltan y
subo la mirada para encontrarla con la de Eva, que no me ha quitado los ojos
de encima desde que comenzamos. Decido ir más allá luego de enviarle una
sonrisa llena de intenciones, abro más mi boca y entro en su canal con la
lengua. Nada más hacerlo sus paredes se contraen y ella cae de espaldas
duramente, formando puños en el edredón. Tan apretados que sus nudillos se
vuelven morados. Noto que ningún sonido se expulsa de su boca mientras sus
huesos se destraban y convulsionan sin parar. Es la vista más hermosa que he
tenido la suerte de ver. Y no tiene ni la más pálida idea de lo agradecido que
estoy de que me haya dejado tenerla.

Una vez laxa y agitada, la cubro con mi cuerpo y le doy a ella la tarea de
bajar mi ropa interior. De nuevo está mirándome a los ojos, a la par que me
acaricia el pene con una mano firme y segura. La beso, cerrando los párpados
con fuerza para contenerme de explotar. A continuación, me alzo sobre un
codo, reposiciono nuestros centros y me dirijo a su entrada. La penetro
despacio, tan lentamente que se siente como una tortura. Es estrecha, y
mantenerme en control hace que sude sin parar y apriete los dientes con fuerza.
Sus manos están en mi espalda y se curvan a medida que voy profundizando, el
filo de sus uñas pinchando mi piel resbalosa.

Tomo un respiro y me quedo inmóvil al sentirme ya enfundado por


entero. La beso en el cuello, la clavícula y el mentón, y tiembla cuando sus
pezones se friccionan con el bello de mis pectorales. Conectamos miradas,
quito el pelo de sus sienes húmedas, y comienzo a moverme. Eva dobla las
rodillas, encerrándome y apretándome entre ellas, sé que le impacta sentirme
en su interior, tanto que permanece en una parálisis, sin poder alejar su
atención de mi rostro.

El balanceo es suave y con cada avance más pierdo el control, acelerando


el ritmo con la desesperación con la que mi cuerpo pide la liberación. Casi
estoy allí, todavía refrenándome, para que ella consiga llegar antes. Jadeo en voz
alta, y me tenso por el dolor, porque cuanto más cerca de acabar se encuentra,
más me hiere. Pero no me importa, un aullido más de mi parte y su vagina me
aprieta, me retiene y late.

—No lo retengas—susurro sin aliento en su oído—. Déjalo ir… Déjalo salir…


Mis palabras funcionan, ya que sus manos se aflojan y sus uñas dejan de
lastimarme, su boca se abre y despide un ronco y denso gemido, interminable a
la par que su espalda forma un arco y sus ojos se cierran. Deja ir el control,
cada fibra maldita de conservación. Se sacude y la sostengo, al tiempo que salgo
de su interior y me derramo en su vientre. Gritamos al mismo tiempo. Verla
irse por completo, floja y expuesta, es la escena más erótica que he visto jamás.

Puede que corra peligro de volverme un adicto a Eva.

EVA
No son ni las tres de la mañana cuando despierto en la oscuridad, oyendo
una profunda respiración dormida al otro lado de la cama que me hace voltear
con rapidez. Estoy desorientada por un rato, sin entender nada. Hasta que mi
mente retrocede en flashbacks hasta horas antes. Es la primera vez que
comparto la cama con alguien que no sea Malena y se siente irreal. Ya que mi
compañía no está acá precisamente a causa de una pijamada, ni nada inocente.
Estoy desnuda debajo de las sábanas y mi cuerpo hormiguea con nuevas
sensaciones a las que no les encuentro ninguna explicación. No sabía que era
capaz de sentirme así. Si bien antes había deseado el sexo, o la idea de él,
especialmente con Cruz, no entendía la dimensión de ello, ni de cómo
contagiaría y afectaría a mis sentidos.

Mi piel se eriza con el recuerdo, y por un segundo me encuentro asustada


porque hay un nudo enorme obstruyendo mi garganta. Una emoción muy
fuerte con la que lucho para que no logre arrasar conmigo. Ahora que la bruma
en mi razón se ha alejado empiezo a temer, porque esto sólo puede empeorar las
cosas. Dejé que Cruz entrara en mí, le entregué una enorme parte de lo que
soy, y con eso se sentirá con el derecho de presionar más. Le he dado la llave de
mis candados, una libertad que me saldrá cara. Simplemente lo sé.

Y aun en esa seguridad, me siento sobre mis talones junto a él, sin poder
dejar de verlo dormir y percatarme de las violentas sacudidas con las que mi
corazón descubre la escena. Está sobre su espalda, uno de sus antebrazos
tatuados sobre los ojos y el otro en su estómago desnudo y firme, que sube y
baja con una paz de sueño que envidio. Nunca he podido dormir así. Tan
despreocupada como un niño. Me muero por caerle encima y besarlo por todos
lados, mientras que al mismo tiempo otra pequeña parte de mí me pide que lo
eche, que lo saque de mi vida. Que lo olvide.

Eso era lo que planeaba hacer anoche invitando al chico del gimnasio a
casa a tomar una copa. Quería que Cruz se enojara, se decepcionara, que le
doliera tanto que no le quedara otra opción que abandonar el barco.
Abandonarme a mí. Porque la pesadilla que tuve la noche anterior me dejó las
cosas claras, y yo no quería perderlo. Conmigo él corría peligro constante. ¿Y
qué si ellos me tienen vigilada? ¿Y qué si saben que está tan ligado a mí que
podrían usarlo en mi contra? ¿Y qué si lo matan para hacerme pagar por mis
pecados? Cruz no sabe dónde y con quién se mete. Y no sólo hablo de ellos,
sino también de mí. No tiene ni idea de con quién se acostó anoche.

Con una asesina.

Y no me arrepiento de serlo, por eso necesito que él se aparte, porque


buscará cosas buenas dentro de mi caparazón y, al final, acabará decepcionado,
asustado, horrorizado. O peor, muerto.

—No tenía nada que perder—carraspeo secamente en un susurro, molesta.

No tenía nada que perder antes, ahora abro la lista implicándolo a él. No
puedo dejar que se meta en esa comisaría y se ponga a cargo del maldito
comisario, porque a estas alturas estoy segura de que saben que se está
involucrando conmigo. Saben que Cruz y yo somos algo.

—Un poco espeluznante esa forma de mirarme—susurra Cruz adormilado,


quitando el brazo de encima de sus ojos para mirarme.

Mi estúpido corazón salta ante la imagen que representa este tipo todo
despeinado y sonriendo entre los rasgos torcidos de sueño. No debería
parecerme tan hermoso.

— ¿Estabas planeando asesinarme mientras dormía?—bromea.


Si supiera todo sobre mí no se atrevería a tirar joditas como esa. Mi
expresión de fastidio no le detiene de elevarse sobre su codo y plantar un beso
justo debajo del seno que tiene más al alcance. ¿Por qué mierda se me atora la
respiración? Su enorme mano acapara casi todo mi estómago y su palma
caliente provoca sequedad en mi boca. Frunzo el ceño al mismo tiempo que
sube y acuna un pecho, no puedo detener que mi pezón se contraiga y mis
inhalaciones salten unos cuantos niveles por encima de lo normal.

Un minuto después cae sobre su espalda y me muestra una sonrisa del


todo despierta y caliente, sus ojos brillantes llenos de hambre. Recorre toda la
extensión de piel que tengo descubierta ante su vista. Se pone las manos debajo
del cuello, y no me pierdo el momento en el que sus piernas se mueven y la
sábana se desliza hacia abajo, mostrándome la roja y brillante cabeza de su pene
recostado en su bajo vientre. Trago saliva. Él juega conmigo, y odio que hagan
eso.

Si tan sólo nunca hubiese descubierto lo que se siente al tenerlo justo


entre mis piernas, no estaría tan tentada. ¿Por qué incluso comencé esto? ¿Por
qué me golpeó tan fuerte la manera en la que gritó que me quería? ¿Dónde está
mi control? No soy nada sin él. Aunque también siento como si no fuera nada
sin Cruz. Estoy tan jodida.

Lo certifico más intensamente cuando lo descubro por completo y acabo a


horcajadas sobre él, tomando la iniciativa y dándole lo que quiere. La sonrisa
de suficiencia se borra inmediatamente luego de mostrarse apenas, los ojos
dorados se funden deslizándose por mi cuerpo. Creo que puedo hacerme cargo
de esto. Con esa idea desciendo sobre él y beso el centro de su pecho,
desviándome enseguida hacia sus pezones juego con mi lengua. Soy lo
suficiente segura para mantenerme en silencio y no preguntar si lo estoy
haciendo bien. Voy a jugar con mi instinto y apostar por él. Y como no estoy
en un estado paciente, gateo hacia atrás mientras arrastro la lengua por el
centro de sus abdominales. Deja de respirar en el mismísimo punto en que
rozo su pene, lamiendo la ancha cabeza sedosa. Sus caderas saltan y maldice, a
continuación sigue soltando palabras inentendibles, que me envían oleadas de
más poder, por lo que lo tomo con mi mano y lo dirijo al interior de mi boca
llena de saliva.

Podría decir sin vergüenza que amo los sonidos que hace son su boca y
respiración, los jadeos de los hombres me disgustan, los del porno y los de mis
violadores, empezando por Romano. No los de Cruz. Podría escucharlo toda
mi vida murmurar entre dientes, gemir y berrear con ese tono tan ronco y
desbocado. Lo pongo justo por debajo del abandono absoluto, adormeciendo
su mente y adueñándome de su cuerpo. Hago lo que mi seguridad me invita,
me las arreglo para meter más de su longitud y grosor, hasta que toca el
comienzo de mi garganta y no tengo otra opción que retroceder ante las
arcadas. Sus dedos amables y temblorosos barriendo mi pelo y sosteniéndolo en
una cascada en mi nuca. No me empuja, no intenta tomar el control, sólo me
deja hacer mirándome con ojos idos, y eso potencia una sonrisa maliciosa una
vez que lo dejo ir a causa del dolor en mi mandíbula.

—Me importa una mierda si no te gusta que lo diga—suelta él, fuera de sí—.
Sos lo más hermoso y caliente que he tenido en mi vida.

Me agarra de los brazos y arrastra encima de su cuerpo nuevamente,


sentándome sobre su latente pene. Busca mi boca con la suya y mete la lengua
tan profundo que gruño, clavando las unas en sus pectorales.

—Y me siento tan afortunado—agrega, susurrando contra mis labios, nuestras


respiraciones mezclándose.

Entonces planta sus palmas en mi culo, lo amasa, me abre, dedos me


penetran desde atrás, y un grito bajo se me escapa por la sorpresa. De pronto
estoy vacía de nuevo, durante medio segundo, hasta que alza las caderas y me
penetra de una sola vez, por completo. Mi espina dorsal da un tirón,
electricidad corriendo con tanta potencia que pierdo el sentido mientras
exploto en pedazos. Tan rápido, tan inesperadamente que apenas logro
sostenerme.

Lo que sigue no son más que golpes, aullidos y desenfreno. Esta vez no me
sostiene contra él, no se preocupa por hacerme daño o me trata como si fuera a
romperme. Esta vez es brutal, salvaje, cada envión sonando con el choque de
carnes. Su piel recibe de nuevo el filo de mis uñas, curvadas como garras. Me
muevo, salto encima de él, el sudor resbala por todo mi cuerpo y me siento
drogada en éxtasis. Hundida. Paralizada racionalmente. Todo lo que veo es a
Cruz debajo de mí, y todo lo que me importa es su sexo llenándome. No puedo
evitar acabar por segunda vez, encajando mis dientes con fuerza y aplastando su
torso con el mío, casi desmayándome. Lo siguiente que sé es que él me abraza y
ruge en mi oído, un chorro caliente bañando el exterior de mi vagina,
derramándose entre los dos.

CRUZ
No estoy desanimado.

No, no es eso. Han pasado dos semanas desde que Eva y yo conectamos. Y
no nos hemos detenido. No me quejo, sería un tonto si lo hiciera. Me ponen
igual de loco nuestros encuentros y el hambre que ha nacido en ella es infernal.
Funciona para ella como haber descubierto el fuego. Pero lo nuestro no parece
ir más allá de lo carnal, no hablamos mucho. Mantenemos nuestras bocas
generalmente encima del otro, los roces convirtiéndose en cruda necesidad y
nuestros cuerpos más en sintonía de lo que creí que algún día podía ser capaz
de estar con alguien.

Sólo… me gustaría que después de todo confiara en mí.

Quiero decir, que sí, yo sé que tengo su confianza. Aunque no toda.


Confía en mi cuerpo para darle placer y abrirla, pero no me cede un mínimo
vistazo a su mente y corazón. Está sellada y me manipula cada vez que tengo la
intención de hablar, acabamos siempre en la cama. O en el sofá. O en el suelo.
Donde sea. Y yo se lo permito porque sigo fiel a la creencia de que lo que
necesita es tiempo y no presión. Lo último que quiero es que explote. Y
disfruto de lo que tenemos, aun sabiendo que todo tiene un límite y no
siempre va a lograr lo que quiere lanzándose encima de mí.
El problema es que el invierno se acerca, los meses pasarán volando y
necesito un plan. Y me refiero en el sentido singular porque todavía no sé si
Eva está dispuesta a volver conmigo, de lo que sí estoy seguro es que yo pisaré la
comisaría de nuestra ciudad natal el primer día de julio, luego de recibir mi
pase y diploma en especialización. Investigación. Tal vez Farías, el comisario, no
sea mi jefe, quizá mi ingreso allí tenga hasta más categoría que su papel.
Seguramente mi superior será otro, lo que no tiene importancia porque voy a
estar cerca. Lo mantendré enganchado a un ojo. Y cuando tenga más pruebas y
posibilidades, lo cazaré. Estoy yendo en contra de todo lo que juré ser al elegir
mi carrera, sólo por Eva. ¿Por qué? Porque siento que ella lo vale. Vale tirar
todo por la borda y darle paz. Darle un respiro.

Estoy loco. Tan demente. ¿Tirar todo a la basura por una simple chica?

Pues sí, carajo. No es cualquier chica, es mí chica. Mi chica rota. Y quiero


arreglarla, aun sabiendo que sus heridas son profundas y difíciles de sanar.
Quiero ser su ungüento, su alivio, su medicina. Quiero que se aferre a mí
porque nunca tuvo un hombro en el qué sostenerse. Ese tiene que ser el mío.
Me da igual si nadie lo entiende, es lo que siento que es correcto. Es lo que
necesito hacer.

Estoy considerando todo eso al llegar a casa de Eva y esperar que me


atienda. Instantáneamente noto que le sucede algo malo al entrar y seguirla
hacia la cocina. La estudio, tan perfecta, recta, opaca, impasible. Hay
demasiado maquillaje en su cara y deduzco que se debe a la sesión de esta
mañana. Luce unos pantalones cortos de pijama y una camiseta negra estirada,
los rizos rubios enganchados a la cima de su cabeza y me observa ir sobre ella
con el rostro en blanco. La frialdad colocando un grueso cristal entre los dos.
La beso en los labios luego de soltar la comida que traje sobre la mesa, la
ablando metiendo la lengua en su boca y recorriendo el contorno de su cintura
y caderas con ambas manos.

—Compré comida hecha—le acaricio el cuello con el pulgar, acunándolo


en mi palma—. Pensé en tu dieta, tu plato es especial.
Me separo, acostumbrado a sus silencios y modo de estudiarme de arriba
abajo con expresión aburrida. Escondo una sonrisa porque he aprendido a leer
ese conjunto de rasgos estratégicamente colocados para mí, por dentro se
muere por arrancarme la ropa y olvidarse del jodido almuerzo. Lo esconde
porque no quiere que yo sepa del poder que ejerzo sobre sus sentidos. No tiene
escapatoria, lo he estado sabiendo por semanas. Ante la manera en la que se
derrite como chocolate al fuego cuando la toco. No, ya no es buena
escondiendo sus debilidades.

— ¿Cuáles son tus debilidades, Eva?—pregunto de la nada, comiendo mis


ravioles con despreocupación.

Hagámoslo sencillo y casual. Levanto la atención hacia ella, frente a mí, y


la observo con un leve toque de interés. Levanta una ceja después de tragar el
bocado de la ensalada colorida que le conseguí, ahueca una mejilla con la
lengua. Seguidamente intuyo lo que va a decir.

—Tu pene—responde, volviendo su plato.

Me rio, después pongo los ojos en blanco. La señalo con el tenedor.

—Una que yo no sepa, nena—insisto, sonriendo de lado—. Sabes, hacernos


cargo de esas cosas no nos hace débiles en sí…

—Lo dice el tipo que me atacó por retirarlo de un vaso de whiskey hace
tiempo, gritando a los cuatro vientos que lo tenía en control—carraspea, y no
puedo negarme a escuchar el veneno en su tono.

Tomo un sorbo de agua para despejar mi boca, refrescarla para lo que


viene. Si busca ofenderme con esto, es lo último que logrará.

—Maduré, Eva—aviso, tranquilamente—. Te puedo decir que, además de tu


exquisito y perfecto cuerpo… mi debilidad es el alcohol y, muy posiblemente, la
cocaína. Y hasta unas cuantas porquerías más. Ya no tengo pelos en la lengua.
Mi mente está en paz reconociendo esa parte oscura de mí, ¿sabes por qué?
Porque para permanecer sobrio, primero tuve que enfrentar la puta verdad.
Nos miramos a los ojos por interminables minutos, una guerra que
seguramente ninguno de los dos comprende.

— ¿A qué parte querés llegar con esta conversación, Cruz?—pregunta,


secamente.

Y sí, realmente no me quedaba mucho antes de saltar, preso de la


frustración y el enojo. Porque siempre traba las cosas cuando intento conocerla.

— ¿Por qué siempre crees que hay un motivo oculto?—salto, dejando el


vaso de un golpe seco junto al plato—. Sólo estoy tratando de saber sobre la
chica con la que me estoy acostando desde hace ya medio mes.

No responde nada, me ignora, porque es experta en hacer esa mierda. Por


un momento me hace sentir como la insoportable mosca que le ronda
alrededor y no la deja comer en paz. Pero no voy a caer en esta trampa, está
quemada, ha estado usándola desde hace tiempo. Desde antes de que
comenzáramos a meternos en la cama.

—No pensé que fueras tan profundo y sentimental—escupe, revolviendo lo


que sea que ocupa su plato—. Creo que todavía no te diste cuenta de que te
estoy usando.

Niego, me río alto, burlándome de ella. Entonces se pone de pie y se


mueve hacia la sala, no la dejo ir muy lejos. Salto en ella, tomo su brazo con
brusquedad, la tironeo hacia mí y la aprieto contra la primera pared que
encuentro. Aplastándola, agarro su mentón con dedos de acero con
intenciones de que me enfrente.

—No más juegos, Eva, los conozco todos y no me afectan—gruño,


apretando mi erección contra su centro, abriéndole la piernas con las mías—.
Esto se volvió viejo, predecible. ¿Querés usarme? Está bien, úsame todo lo que
quieras, pero tenemos un plan que trazar y me estoy entregando con todo lo
que tengo en esto. No vamos a ir a ningún lado enredándonos en esta mierda
de nunca acabar.

Traga cuando me froto, clavándola contra la dureza con violencia.


— ¿Querés venganza o no?—la sostengo del cuello, obligándola a mirar
directo en mis pupilas dilatadas.

No reacciona, e insisto.

— ¿Querés la puta venganza o no, Eva?

— ¡SI!—grita, me empuja lejos jadeando y con ojos peligrosos.

Estoy respirando descontroladamente mientras la fulmino con la mirada,


perdiendo el norte. Y ella se siente igual, a punto de estallar. Me lanza hacia
atrás de nuevo.

—Sí, sí y sí—chilla, fuera de sí y nunca la vi así—. Quiero eso, lo he querido


desde que tenía doce años—escupe en mi cara—. He vivido con eso desde que
casi tengo uso de razón, pero hay algo que vos no vas a tener y es el control de
ello—me señala con el índice—. No voy a darte el poder.

— ¡No quiero el poder!—devuelvo, levantando la voz a la par de la suya—.


Estoy siendo fiel a tus deseos, esperando que te abras a mí y me cuentes que es
lo que hay en tu mente. ¿Cuál es tu plan? ¿No te das cuenta de que estoy a tu
disposición? ¡Dispuesto a hacer todo por vos!—me señalo la sien—. Pero estás
demasiado ocupada siendo una paranoica conmigo, viendo fantasmas por
todos lados…

Me paseo alrededor casi sin entrar dentro de mí propio cuerpo frenético,


intentando calmar la presión sanguínea, que está tan alta que la vena en mi
frente late sin parar, casi a punto de detonar. Un fuerte dolor de cabeza
amenaza con demolerme en pedazos y ya estoy harto de estas discusiones y sus
escondites en todos esos rincones oscuros entre sus sienes. Por un momento,
me calmo, me tomo un respiro, fuerzo a mi mente a retroceder a lo que dijo, y
me congelo.

—Doce años, ¿dijiste?—la miro, mi voz más cerca de la normalidad—. ¿Qué te


pasó a los doce años?
No responde, intenta desintegrarme con la mirada pero no se me pasa
desapercibido el temblor que la recorre de pies a cabeza, sus hermosos ojos
aguamarina vacilando por un segundo. Un brillo extraño se posa justo allí.

—Fui violada por primera vez cuando tenía doce años—murmura.

Las palabras son claras y firmes, y me obligan a trastabillar sobre mis pies,
como si acabara de golpearme en el estómago. Náuseas calientes queman en mi
garganta. No tengo palabras, no sé qué decir. ¿Cómo respondo a eso? Me
adormezco, me extravío.

— ¿Qué?—jadeo, mi enfoque borroneándose, sus pacciones desfigurándose.

—Fui violada por primera vez cuando tenía doce años—repite, inmovilizada
contra la pared y blanca como el papel, incapaz de quitar los ojos de mi cara
descompuesta—. En el cumpleaños de tu hermana…

» Por tu padre.
~ “Los vivos viven todavía, su intención es matar y lo harán, lo harán. Pero los niños están bien, pienso
en ellos todo el tiempo. Hasta que beban el vino y lo harán, lo harán.” ~
—House on a Hill (The Pretty Reckless)

—Bueno, basta—nos calla Malena a todos—. Ahora voy a contar yo.

Sonríe, y se mueve hacia el árbol. La falda de su vestido rosa revolotea con el


viento y el sol refleja en su cabello castaño lacio unos cuantos destellos dorados,
agarrados en una alta cola encima de la nuca. Me coloco justo al lado de Dani, que
antes había estado discutiendo con Martina Lagos sobre a quién de los dos le tocaba
contar. Malena, siempre llamando a la paz, se ofrece ella misma para que no peleen
más.

En el momento en que el número uno sale de la boca de mi amiga, tomo la mano


de Dani y lo tironeo hacia los árboles, introduciéndonos más en el interior, donde la
gramilla es más alta y abandonada. Nos reímos y jadeamos de tanto correr, él es más
rápido y me casi me lleva arrastrando detrás. Tropiezo, mis rodillas castigan en la tierra,
y él se ríe tanto que se toma de la barriga antes de poder tironear de mí hacia arriba y
ponerme sobre mis pies de nuevo. También estoy riendo.

—Si nos vamos más allá, nunca nos va a encontrar—digo, tosiendo—. Nunca viene
tan lejos.

Asiente, caminamos unos metros más agarrados de la mano y nos escondemos


detrás de un descuidado arbusto. Recuperamos nuestras respiraciones allí, inclinados,
observando en la dirección en la que Male comienza a buscar y descubrir a los demás
chicos. Cualquiera de los dos ganará ahora, sólo tenemos que ir acercándonos poco a
poco sin que ella lo note, cuando esté ocupada yendo en otra dirección.

—Vamos a correr una carrera allá, ¿eh?—ofrezco, aun sabiendo que voy a perder.

No me contesta y por eso volteo mi rostro para mirarlo, encontrándolo con los ojos
castaños detrás de nuestra espalda, una expresión preocupada en su cara. Me doy vuelta
para saber qué está viendo, y me encuentro a José Romano caminando hacia nosotros
con las manos metidas en los vaqueros. Se ve grande, serio. Muy, muy poco amistoso.
Incluso cuando nos regala una sonrisa. Soy una niña, más que nada una inocente, y no
huelo el peligro con antelación, sólo estoy allí tomando nota de sus pasos relajados.
Confío en él, ¿por qué no lo haría? He pasado demasiado tiempo en su casa, jugando
con sus hijos. Me cae bien, al igual que Lisa.

— ¿Qué están haciendo?—pregunta de lo más casual.

—Jugando a las escondidas—respondo enseguida.

Dani se acerca más a mí y tengo la sensación de que quiere salir corriendo. Sin
embargo, hace todo lo contrario, quedándose inmóvil y pálido. Su padre le envía una
mirada larga, con la ceja alzada. Se fija en nuestras manos agarradas entre los dos. La
de Dani suda tanto que empapa la mía.

— ¿Te gusta ella, Dani?—sonríe el padre, irónico.

Frunzo el ceño y creo que me ruborizo, porque a mí sí que me gusta Dani. Es


lindo, tranquilo, no parece tan idiota como sus amigos. Y me trata bien. A veces sostiene
mi mano, no importa cuánto se esfuerza Malena en separarlas, celosa y temerosa de que
la cambie por él.

José Romano se acerca, tanto que los dos tenemos que levantar la vista hacia
arriba. Dani me suelta la mano rápido, como si de repente odiara tenerla. No tengo
tiempo de decir nada porque su padre habla primero.

— ¿No es hora de que seas un hombre, Dani?—le pregunta, intimidándolo con la


mirada verde.

Mi piel se eriza, un claro indicio de alerta, pero sigo siendo ciega y tonta. Sigo
siendo una niña estúpida, por lo tanto no salgo corriendo. Ni siquiera grito o reacciono
cuando José me agarra del codo y me aleja de Dani, aun sin quitarle los ojos. Lo desafía
en silencio, y el chico se pone a temblar, saladas gotas gruesas formándose en su frente.

— ¿Estás listo para ser un hombre al fin, muchacho?—insiste, aferra mi trenza


cocida en un puño, manteniéndome donde me quiere.

Y ahora sí estoy empezando a sentir el cosquilleo de la advertencia, algo malo va a


pasarme. Mi instinto grita que empiece a correr. Lo intento, no puedo, mi pelo está bien
asido y de pronto hay dedos calientes y fuertes agarrándome del mentón, obligándome a
ver directo a la cara de Dani.

Dani, que no se mueve. Dani que tiene ojos tristes y asustados. Dani, que tiembla
y respira ruidosamente.

No me mira, no soy yo quien le hace eso, noto. Le teme a su padre. Y sólo por eso
sé que yo también tendría que estar asustada. Pero el miedo nos hace cosas extrañas a
veces, y a mí me paraliza, quitándome incluso la capacidad de emitir sonidos. José
Romano me gira bruscamente hacia él y se dobla, alcanzando con sus largos y grandes
brazos mis gemelos, tira de ellos hacia adelante y caigo sobre mi espalda en el pasto,
golpeándome la cabeza.

— ¿Dani?—susurro.

Es una pregunta, ¿o un ruego? Sólo soy capaz de buscar respuestas o respaldo en él.
Tengo que entender lo que sucede. ¿Por qué su padre me ha lanzado al suelo?

— ¿Tengo que mostrarte como se hace?—continúa atacando a su hijo.

Su enorme mano abarca todo mi tobillo, y hago el intento de levantarme, pero no


me lo permite. Sólo puedo voltear la cabeza en el suelo y buscar ayuda en el chico quieto
y débil de pie, viendo cómo su padre se arrodilla y me separa las piernas.

—Creí que lo tenías claro, que te lo enseñé muy bien—sigue hablando el hombre—.
Te noto demasiado asustado para seguir adelante.

Me levanto sentada en mis palmas y pataleo cuando mi falda es levantada. José


Romano me fulmina con la mirada y cae sobre mí, tirando de mi trenza hacia abajo, mi
espalda castiga nuevamente en la gramilla.

—Vení acá, muchacho—ordena, y aprieta la mandíbula porque Dani no obedece—.


Vení acá, te digo.

El chico traga, sus ojos llenos de lágrimas. Al principio, por su titubeo, creo que va
a salir corriendo. Luego hace todo lo contrario, yendo a hacer feliz a su padre. Acaba de
rodillas junto a mi cabeza, sus manos tiemblan al sujetarme los brazos por encima de
ella, como le enseña el hombre.
—Hora de que veas lo que es ser un hombre—murmura apretado, encantado con el
control que ejerce en su hijo.

Dani corre la vista lejos en cuanto su padre se desabrocha los vaqueros, traga
náuseas. O eso creo, porque su garganta hace ruidos extraños, como un lloriqueo
reprimido.

— ¿Dani?—sigo preguntando, ni siquiera entiendo por qué lo hago.

¿Qué es lo que estoy esperando? Definitivamente no es que un cuerpo grande y


pesado me caiga encima y apenas me deje respirar. Pongo la vista en las ramas altas, el
sol me da en la cara por un segundo, luego el rayo es cubierto porque el viento mueve las
copas de los árboles. Extraño el sol de inmediato. Me encuentro queriendo frenéticamente
sentir el calor en mi mejilla. De nuevo busco los irises castaños de Dani, intento decirle
que sus dedos me están haciendo daño, clavándose tan profundo en mi piel.

Me tenso cuando su padre toca mi entrepierna, tratando de quitar a un lado mi


ropa interior, no pasa mucho tiempo hasta que siento una puntada intensa venir desde
mi centro al mismo tiempo que Romano se mueve hacia adelante, soltando aire por la
boca.

— ¡Papá no!—llora Dani—. No. No. No—susurra después.

El hombre me tapa la boca anticipado mi grito, sólo yo sé que no puedo hacer algo
como eso, aunque quiero. Quiero chillar con todas mis fuerzas. El ardor es tan grande,
obstinado, punzante. Por un momento creo que me voy a desmayar.

—Agárrala bien, pendejo—ordena Romano con tono agitado, enfurecido—. Si se


suelta, más vale que no vuelvas a la casa porque voy a romperte todos los huesos.

No son los huesos los que me está rompiendo, pero se siente como si me destrozara
entera y no puedo respirar. Levanto las piernas intentando escapar, los talones de mis
bonitos zapatos se sepultan en la tierra, resbalan, cavan profundo ida y vuelta. El
hombre me lastima más, apretando mis caderas flacas para mantenerme en mi lugar.

Me agito, sin poder aguantarlo por más tiempo.

— ¡Papá!—pide Dani, de nuevo.


— ¡Cállate!—y con la rabia empuja más y me rasga más adentro.

Mi garganta crea un sonido desconocido y lastimoso.

—Esto debería enseñarte algo—murmura el tipo, chocando más contra mí.

Me retuerzo, lucho. Jamás deseé algo tanto, tanto como el que se termine de una
vez. En mi mente, prometo que seré más buena si este castigo se acaba rápido. Me
pregunto qué fue lo que pasó, que fue lo que hizo que el padre de Dani y Malena se
enojara tanto. ¿No me quería en su casa? ¿Es por eso?

Algo caliente y ligero cae en mi mejilla y elevo la vista inestable hacia arriba, otra
gota se estrella en mis pestañas, y repiqueteo para quitarla. Dani está llorando en
silencio, y cada vez me sujeta más, impetuoso, sin medir su fuerza por el pánico.

—Marica—lo acusa su padre—, si supieras lo que se siente.

—Basta—susurra el chico, horrorizado.

—Se un hombre de una vez—aprieta él.

Mi cuerpo se sacude entre los dos, soy zamarreada y anclada al suelo como una
pequeña muñeca de trapo indefensa, en medio de una lucha entre padre e hijo que no
tiene ningún sentido dentro de mi mente de doce años. De pronto Romano se encorva y
forma un puño en el frente de mi vestido, se tensa. Pataleo un poco más, más asustada
que nunca, no queriendo saber lo que sigue. Algo caliente me llena, y más frenética y
espantada me vuelvo. Los siguientes segundos suceden en cámara lenta, obligándome a
rogar que se interrumpa todo, o que sea una pesadilla de la que pronto vaya a despertar.
De pronto, de la nada, mis súplicas son escuchadas y el cuerpo grande se levanta y
separa de mí. Tomo una bocanada desesperada de aire limpio, de nuevo el sol golpea mis
ojos y seca todas las lágrimas que Dani lloró sobre mí.

José Romano se acomoda la ropa, desintegrando a su hijo con las pupilas. Al fin
noto que soy libre de nuevo y me siento, moviéndome con cuidado, tanteando el piso a mi
alrededor. Tan lentamente que lo hace peor, el dolor me paraliza y me quita el aliento.
Ni siquiera noto cuando el hombre se marcha enfurecido hacia la casa, amenazando a
Dani. Éste no espera más y corre lejos en la dirección contraria. Lo más lejos del
monstruo. Me quedo allí, permanezco en soledad, tratando de deducir una forma de
levantarme que no me lastime tanto. Acabo sobre mis palmas y rodillas, mirando
fijamente la superficie sucia debajo de mí, mis inhalaciones volviéndose ruidosas y
eternas, espasmódicas. Mis extremidades no se están quietas, no tienen poder de nada,
por lo que no me puedo levantar.

No soy consciente de cuánto tiempo paso allí, casi convulsionando, hasta que
reúno las fuerzas necesarias y logro ponerme de pie para regresar. Para arrastrarme a
casa.
CAPÍTULO 18
EVA
Cruz cae en el sofá, su cuerpo flojo y sus ojos fijos en la nada. Enseguida
apoya los codos en las rodillas y arrastra sus manos por su rostro, contornea su
boca y nariz y cierra los ojos. Lo único que se escucha en la habitación son sus
sofocos aprensivos y atormentados. Le doy la espalda, me coloco junto al
ventanal y miro afuera, al vacío.

No puedo creer que se lo dije. No puedo creer que mi piel esté erizada
con anticipación, por el miedo a que salga corriendo. Me niego a reconocer que
lo último que deseo es perderlo, que lo que menos pretendo es tener que
enfrentar el resto de mis días sin tenerlo cerca. ¿Y estaba tratando de alejarlo? Ya
ni siquiera me entiendo a mí misma. He perdido el control, el que tanto
trabajé por afianzar alrededor de mí. Cueste afirmar o no, parece que le he
cedido el poder a Cruz. Tal vez él piensa que no, pero ya con el hecho de
provocarme duda lo ha conseguido. Me ha dado algo a lo que aferrarme y no
me agrada la idea de necesitar un apoyo.

Estaba bien sola.

— ¿No le dijiste a nadie?—pregunta con tono ahogado.

Me encojo entre mis hombros quitando importancia, todavía dándole la


espalda, siento su dolida mirada calentando mi nuca.

—Seguro iba a lograr algo con eso—escupo, desanimada por tener que
hablar de esto ahora.

—No sé, tal vez sí… ¿por qué quedarse callado tiene que ser una opción,
Eva?—dice, oyéndose derrotado.

—Es una opción cuando se trata de una persona como tu padre—me burlo.
— ¿Y el tuyo? ¿Crees que no habría podido hacer nada?

—Ya viste lo que sucedió cuando el video salió a la luz, ¿no?—me volteo,
enfrentándolo—. Mis padres son incompetentes. No saben cómo lidiar con los
malos asuntos, están acostumbrados a una vida color de rosa.

Mi padre lo sabe todo cuando se trata de la ciudad que lo vio crecer, pero
no entiende mucho sobre la familia. Cuando la oscuridad roza de cerca, se
descompensa. Pretendió que lo correcto por hacer conmigo era enviarme a un
internado. Resguardarme. Esconderme. Porque estaba aterrado de mi
vergüenza, sin saber que ni siquiera me importaba lo que el mundo pensara o
dijera sobre mí.

Cruz agacha la cabeza y esconde de nuevo su rostro entre las manos. Está
desmembrado y no sabe qué hacer. Lo he dejado suspendido. Si supiera que
esto es sólo la punta del iceberg, que hay más. Que conmigo siempre habrá
más. No creo que alguna vez se termine el drama en mi retorcida vida. Intento
recordarme que lo he buscado. Todo lo que vino después de mi primera
violación fue por mi propia disposición. Desaté una colisión en cadena al
regresar a la casa de los Romano, y se hará más larga mientras más convencida
esté de consumar mi venganza.

—Sabía que era una mala persona—susurra la voz incrédula, escondido


detrás de sus palmas—.Una basura sin escrúpulos, pero nunca habría creído que
fuera capaz de algo así… Violar a una niña, por Dios—gruñe con dolor—. En
presencia de mi hermano…

Qué poco sabe de su padre. Porque sin duda, mi violación es sólo un


grano de arena en su enorme playa del infierno. José Romano es oscuro, ruin y
su crueldad está por encima de todo lo demás. No creo que Cruz sobreviva si le
suelto todo lo que sé ahora mismo. Si pienso seguir haciendo esto, tendrá que
ser poco a poco.

— ¿Por qué Dani tampoco habló? ¿Por qué le dieron el gusto de quedarse
en silencio? Digas lo que digas, Eva, nunca podría entender ese tipo de
parálisis…
—A Dani lo gobernaba con miedo—respondo con lo que he deducido
desde hace un tiempo, paseándome por la sala, esquivando la mesa de café y los
sillones—. Conmigo no tuvo que hacer mucho. Tenía doce, no supe qué me
había sucedido realmente hasta un tiempo largo después, sólo entendía que era
algo malo y feo. Y la parálisis que me tomó fue por el shock emocional,
supongo. No sentía nada. Después de conocer el significado de toda esa
mierda, de lo único que estaba segura era que no quería ser ―la niña violada‖
para nadie… lo dejé pasar.

—No…—niega él, levantándose y viniendo a mí—. No lo dejaste pasar, Eva.


Ahora que te conozco más, me atrevo a asegurar que lo último que hiciste fue
eso—antes de que me escape, encierra mi cara con sus manos obligándome a
mirarlo a centímetros de distancia—. Estuviste dos años sin contactarte con
Male o cualquiera de mi familia. Entonces, de pronto, volviste. ¿Qué significa?—
me penetra con su mirada dorada, brillando con efecto y fijeza—. Venganza.
Todo sobre vos se trata de eso, ¿cierto? Estuviste planeando vengarte de mi
padre durante mucho tiempo, has esperado demasiado.

Su agarre se suaviza y a continuación las yemas de sus dedos comienzan a


desplazarse. Pasan por mis pómulos, mejillas y mandíbula, hasta el cuello. Me
acerca a él, nuestros frentes soldándose, se aferra a mi nuca y respira contra mi
boca. Por un momento veo ira en sus ojos, luego cambia a lamento, tal vez
sufrimiento. De alguna manera me hace saber cómo se siente a causa de lo que
me sucedió.

—Debería haberlo matado a golpes aquella vez—maldice en voz baja, el


peso de su tono me obliga a cerrar los ojos—. Algo muy dentro de mí gritaba
que lo acabara, que no me frenara... —sisea, rechinando los dientes—. Siempre
tuve la sospecha de que él lastimó a mi madre, que la quitó del medio por
alguna razón… pero nunca tuve pruebas. Si las tuviera…—niega, sosteniendo fijas
sus pupilas en las mías—. En todo caso no las necesito, ¿cierto? Con lo que te
hizo es suficiente para mandarlo al infierno…

» ¿Qué planeaste para él, Eva?


Trago con fuerza en medida que sus dedos se curvan en la parte trasera de
mi cuello, asiéndome con firmeza. Manteniéndome donde me quiere. Y por
alguna razón me derrite por dentro, y mi sangre se acelera al compás de mi
respiración, donde todo lo que puedo meter adentro es su aroma y el aire que
fuerza en mis pulmones al estar tan cerca.

—Nada—susurro, decidida—. No he planeado nada. Todo lo que sé es que


deseo que sufra, que se retuerza en agonía, que suplique. Que me suplique. A
mí. Que me mire a los ojos y sean lo último que vea antes de hundirse.

Cruz apenas pestañea mientras ve mis labios moverse motivados por el


veneno que hay en mi alma, lo único que hace es mantenerme cerca y
escucharme con atención. Parece hipnotizado por mi relato. Por un momento
siento que está tan enfermo de rencor como yo.

— ¿Y qué te ha estado deteniendo?—quiere saber, su pulgar paseando por


mi labio inferior.

—No lo sé, tal vez todo—murmuro—. Tu hermana. Vos. La vida, que me


llevó por otro camino. Mis padres. No pude encontrar la oportunidad de seguir
buscando el momento ideal…

En primer lugar, y que seguramente no habría reconocido antes, estaba


Malena. No quería lastimarla. Mis intenciones eran volver y sacarla de ahí,
salvarla. Pero no hay mucho que hacer cuando se es una niña de catorce años y
ella una de doce. Me creía grande y poderosa, cuando todo lo que fui fue una
tonta. De pronto empecé a buscar más momentos con ella para recuperar
nuestra amistad que meterme con su padre. Me retrasé. Y en eso estaba cuando
llegó Cruz, pisoteando y pateando todo en mi vida, desordenando mis
neuronas. Me perdí en él y dejé de lado algunos principios, empecinada con
obtener lo que creí que en ese momento deseaba con fuerza. En medio de
todo, también quise justicia para Malena y las niñas abusadas por el sacerdote.
Maté a un hombre, y lograrlo llevó tiempo y más dedicación de la que enfoqué
en José Romano. Pasó todo eso y seguí sin ir más lejos con las reglas originales.
Lo que me trae al aquí y ahora, otra vez enredada en la trampa de lazos que
sólo Cruz es capaz de tender para mí. Y caigo. Levito y caigo. Y me mantiene en
el aire y se potencia dentro de mí como una droga. Arrasa con todo lo que soy,
me rompe y me arma de nuevo, llevándome a descubrir nuevas cosas de mí que
estaban escondidas bajo el manto de frialdad que me ocupo por mantener
siempre en su lugar.

—Me voy a encargar de ayudarte para que esto tenga un final de una vez
por todas—jura, rugiendo desde lo profundo de su garganta dándole énfasis a
sus palabras, poniéndome la piel de gallina.

Me petrifico porque en mi nariz inicia un escozor y mi vista se borronea


por un breve lapso de tiempo, hasta que aprieto los párpados juntos y siento la
boca de Cruz golpear la mía con rabia. El beso es salvaje, abrupto, ardiente.
Hace que me olvide de lo que estábamos hablando, que me pierda en un
universo paralelo a la mierda que le conté. Lejos de todo. Sólo él y yo presentes.

Y de inmediato sé que no soy ―la niña abusada‖ ante sus ojos. Que soy más
que eso. Mucho, mucho más. Porque él nunca interpondría etiquetas como
esas entre los dos. Con ello, me desplomo en la inevitable prueba de que
realmente puedo ser capaz de confiar en él, y que no es malo apoyarme en sus
hombros un momento para respirar.

Aunque… sólo dure hasta que descubra que soy una asesina.

Porque lo hará, y cuando lo sepa… su lealtad se irá.

CRUZ
No logro conciliar el sueño. Doy vueltas en mi lado de la cama, mis
piernas enganchadas a las de Eva, y la observo. Mayormente la observo,
fijamente y sin contenerme. Duerme inquieta, lo había notado antes pero
ahora se hace más difícil de dejar pasar. A veces se sobresalta y remueve como si
tuviese pesadillas, no lo suficientemente animosas para tener el poder de
despertarla. Es al estar dormida el único plazo en que se la nota vulnerable. Las
capas de insensibilidad cayendo ante la inconsciencia.

Me apoyo sobre un codo, inclinándome sobre ella cubriendo con la manta


sus desnudos hombros. Despacio me voy desenredando de ella y me siento en
el borde del colchón para colocarme la ropa interior e ir a la cocina. No
encuentro cómo ocupar mi mente en otra cosa que no sea lo que me contó
hoy. Me destrozó, me hizo pedazos y tengo que juntarme y rearmarme cuanto
antes, porque también quiero ganar. Quiero llegar hasta el final de todo esto
para ayudarla a triunfar. Porque ella merece eso, y más.

Además… acarreo culpa, también.

Yo estaba en ese lugar, a metros de donde sucedió. Y no pude hacer nada


porque era un pendejo que prefería buscarle sentido a la vida aspirando y
metiendo mierda en mi organismo. Soy tan culpable como mi padre y Dani.
Porque mi hermano podrá ser una víctima también, pero debería haber hecho
algo. No salir corriendo, dejarla sola y tirada en el suelo.

―Si no hubiese hecho precisamente eso no te habría encontrado. Estarías muerto


ahora‖. La voz que retumba en mi cabeza es molesta y estúpida. Quería morir,
¿cierto? Estaba listo, no me interesaba nada más que perderme de una vez. ―Eras
un tonto, un niño estúpido que no tenía ningún propósito en la vida. Un cobarde‖,
sigue arremetiendo la razón. ―Si no fuera por Dani, no estarías acá ayudando a
Eva‖. Y ella no tendría a nadie ahora, estaría sola como el mundo quiere que
esté. Sus padres demasiado tontos e inútiles para tenderle la ayuda y el apoyo
que necesita.

Separo una silla de la mesa y me siento, apenas sintiendo el frío de la


oscura soledad de la cocina, las luces de la dormida ciudad traspasando los
ventanales. Me froto la cara, suspirando. ¿Qué tengo que hacer ahora? ¿Llamar
a Dani y tratar de quitarle todo lo que sabe de un tirón? No, mejor enfrentarlo
cara a cara, que me diga las respuestas mirándome a los ojos. No logro meterme
en la cabeza la idea de que estuve viviendo hasta los diecisiete en la misma casa
que el monstruo de mi padre y nunca, nunca, supe qué clase de basura era. ¿Por
qué Dani y no yo? ¿Por qué Eva? Bueno, supongo que los violadores son así de
impredecibles.

Carajo. Soy el hijo de un violador.

Niego, un sonido agrio escapando por mi garganta, lleno de asco y rabia.

Me levanto de un salto, plantando mis pies desnudos al suelo mientras


camino al rededor. Necesito algo, lo que sea. Tal vez un té, alguna mierda que
me calme. Sin embargo, no me dirijo a colocar la pava al fuego con agua, sino
que abro la heladera. Mi vista se posa directamente en los porrones de cerveza
rubia que hay en la puerta. Aprieto los dientes con indecisión, me convenzo de
que una sola no sería verdadero daño. No me cuesta nada inclinarme y tomar
la primera botella del cuello. La llevo a la encimera y consigo un abridor, en un
click corto está lista y me llevo el pico a los labios. El sabor es amargo, fresco y
aclara mi garganta. Aunque un poco desabrido. Mis pasados años ahogado en
alcohol me habían acostumbrado a algo mucho más fuerte.

Me poso frente a la ventana y miro afuera. De alguna forma estamos todos


enfermos. Mi padre, Dani, Eva, yo. ¿Qué pasa con Male? ¿Ella también es una
víctima? ¿Y Lisa? ¿Estamos todos jodidos o qué? ¿Qué le pasa al mundo? ¿Qué
hay de las chicas como Eva, rotas e indefensas que nunca consiguieron ayuda?
Hay más ahí afuera de lo que yo y el mundo no tenemos ni idea. Existen
demasiadas de las que no conocemos nada y posiblemente nunca lo hagamos.

Una mano me agarra del hombro, expulsándome de mi cabeza, me gira y


me encuentro con dos ojos aguamarina mirándome con disgusto. La botella de
vidrio es arrancada de mi mano, se la lleva. Observo a una Eva completamente
desnuda ir junto a la pileta de la cocina y tirar el líquido por el desagüe. No
digo nada, estoy frunciendo el ceño ante sus movimientos impulsivos y
rabiosos. Una vez que desperdicia todo el contenido, se dirige a la heladera y
agarra las otras dos. Las estrella una a una en el borde de la encimera,
separándoles el cuello en una lluvia de cristales y las derrama como a la
primera.

—No pasa nada, Eva—le aseguro, un poco molesto.


Exhala aire con violencia y tuerce el cuello de un tirón, fulminándome.

—Así empieza uno, ¿no es cierto? Es un porrito de nada, es inofensivo. Es


un vasito insignificante, no es para preocuparse. Hasta que estás metido hasta
las sienes y no sabes ni cómo te llamas, ¿no?—escupe cada palabra envenenada.

Sacudo la cabeza y me rasco la nuca, resoplando.

— ¿Mi mierda va a devolverte a esto?—señala el cristal destrozado en la


mesada—. ¿Cada vez que te cuente algo sobre mí tendrás que recurrir a un
trago? Porque si es así, ahí está la puerta, Cruz, no voy a ser la culpable de
esto…

Voy hacia ella y la sujeto antes de que se escabulla, la encierro en mis


brazos y la aprieto contra mí. Respiro el perfume que desprende su pelo
desordenado y la mantengo abrazada. No quiero hablar más del pasado que
ambos tenemos, por un momento necesito quitarlo de en medio. Al igual que
la maldita venganza que tenemos que poner por delante a partir de ahora.
Demasiadas cosas en nuestras cabezas para estar en paz o dormir tranquilos.

—Te prometo que no. No voy a volver a nada de eso, ¿bien?—susurro en su


oído y después la obstruyo con un beso.

Tomo sus labios con los míos, sin tardar demasiado en hincar los dientes y
abrirla. Le provoco algo de dolor, que sé que le gusta, me aferro a su suave piel
que de pronto está ardiendo por mi toque. La mantengo en la posición que
deseo formando puños en su pelo rubio, tirando e inmovilizando. Sus uñas
entran en juego, raspando desde mis pectorales hasta debajo de mis
abdominales. Gruñe, mitad encolerizada mitad excitada. Si ella se anima a usar
el sexo para mantenerme detrás de la línea, yo también puedo hacer lo mismo.
Incluso, voy a redoblar la apuesta. Va a amarlo. Todo. Todo lo que le daré.

Empujo las sillas para despejar el borde de la mesa, sin dejar de besarla, la
obligo a dar la vuelta. Su espalda se suelda a mi frente y adelanto las caderas
para que el gran bulto en mi bóxer encaje entre las mejillas de su culo. En un
jadeo la tengo apoyando las palmas en la fría superficie brillante que tiene
delante y arquearse para buscar más contacto. Mis dedos se entierran en la
carne de sus caderas al mismo tiempo que desplazo mi boca por su mandíbula y
cuello, una vez en su hombro la muerdo y me inclino, llevándola conmigo. A
continuación estoy sobre ella, y se recuesta en la mesa, completamente a mi
merced. Me sostengo con la palma de la mano, viéndola desde arriba. Y es una
vista de lo más caliente cuando abre las piernas y retrocede, poniendo el culo
en pompa.

Tengo que apretar los dientes al bajar el elástico de mi ropa interior y ver
golpear mi pene contra esas nalgas pálidas y completamente hambrientas.
Mierda, que rápido se olvida uno de la oscuridad con esto. Me dejo caer de
rodillas y entierro mi cara entre sus piernas. La lamo de principio a fin y juego
duro con su clítoris, no tardo en dejarla temblorosa y suplicante. Raro, Eva
Moretti jamás ruega. Ella siempre se encarga de devolver el golpe.

Una de sus manos ahora está cavando con sus uñas en la mía, sobre una
de sus mejillas, pidiendo lo que sabe que pronto le estaré dando. Me estiro de
nuevo, el peso sobre mis pies. Me acaricio, tomando nota de sus movimientos,
cómo sus dedos de mueven hacia su entrada y los introduce en su interior
mojado. Así de urgente lo necesita. Me doblo sobre ella y suelto palabras sucias
en su oído, oyéndome jadeante y sin aire al igual que ella. Estoy dentro de ella
hasta la empuñadura de una sola estocada y su columna da un impulso
acompañando el chillido que expulsa su boca.

Cierro los ojos y bombeo, gruñendo. Amaso su culo con una mano y me
doy el envión en cada colisión. La habitación antes desolada ahora es rellenada
con los frenéticos sonidos de la penetración, las maldiciones y los aullidos
agudos que Eva no logra contener en su interior. Con una mano se abre a sí
misma y roza con la punta de los dedos la zona en la que nos conectamos. Me
muerdo el interior de las mejillas para no llegar a la cima demasiado rápido,
ralentizo el ritmo. Todavía nos acaricia, hasta que sube y lleva humedad hacia
su ano. Presiona allí y no tengo tiempo a sorprenderme cuando dice:

—Te quiero ahí—sus palabras apretadas y fuera de control.


Hijo de puta. No ahora, es imposible. Mi cerebro se traba, pierdo el norte,
de repente la estoy zamarreando tan violentamente que la mesa se desplaza
unos centímetros y Eva concluye.

— ¡AH!—vocifera y se deshace sobre la madera, las luces de la ciudad


bañando su piel blanca mientras se agita y pierde sus fuerzas.

Esto cada vez es más intenso. Más real. Más épico. Quito su dedo del
espacio donde lo enterró y acaricio la entrada con mi pulgar a medida que mi
espalda baja hormiguea, y mis testículos se endurecen. Una descarga eléctrica
me derriba y exploto en el instante que me desplomo contra ella, aplastándola
contra la mesa.

Todavía soy presa de los espasmos cuando la oigo murmurar.

—No vas a lograr manipularme con esto…

— ¿Te parece?—la pruebo, mi boca sonriendo contra su hombro—. Estoy


aprendiendo de la mejor.

EVA
El sol está entrando por el ventanal y se extiende por toda mi cara,
obligando a mis pestañas aletear. Me remuevo, intentando darle la espalda,
termino metida en el hueco contra el pecho desnudo de Cruz, que ni siquiera
es afectado por la claridad. Está agotado. Su brazo dormido cayendo pesado
encima de mí, algo que se ha vuelto normal para mí, después de que las
primeras veces intentara quitarlo a cada rato, sintiéndome sofocada.

Todavía estoy enojada por encontrarlo bebiendo cerveza anoche. Tipo


idiota. Si él cae de nuevo en eso, no sé si podré soportarlo, y lo siento como un
golpe bajo que no estoy dispuesta a dejar que me gobierne. Odio tener miedo,
odio que él tenga el poder de ponerme histérica y paranoica.
Abro los párpados apenas una rendija y hago una pequeña toma de su
cara dormida. La barba rubia hace sombra en toda su cuadrada mandíbula y sus
pestañas tiemblan, parece que está soñando algo.

El celular en la mesita de noche impone sus chillidos y vibraciones con


una canción pop en inglés, lo que me lleva a confirmar de inmediato que esa es
Male. Ella misma se adjudicó el timbre. Empalagosa y dulce Male. Rezongando,
empujo a Cruz sobre su lado y su cabeza rueda sin muchos miramientos,
todavía sin despertarse. Estoy a punto de reírme de él, a punto. Niego y estiro el
brazo para conseguir el teléfono.

— ¿Qué?—respondo.

Malena se ríe al otro lado, encantada con ponerme de mal humor.

— ¿Estás durmiendo? ¡Son más de las nueve!—me carga.

Salgo de la cama y me estiro, bostezo y después camino desnuda por toda


la casa para ir a la cocina. Maldigo por dentro al ver el desorden de cristales en
la pileta.

—No tengo nada que hacer hoy, puedo dormir todo el puto día—suelto,
entre amarga y encantada de que ella me llame, aunque nunca lo reconocería
en voz alta.

—Touché—dice ella, de repente sonando muy seria—. Estás bien despierta,


¿no? Necesito que veas algo…

No me gusta nada la intuición que viene con ese tono de voz.

—Estoy despierta—muy despierta ya.

—Busca el link de nuestro canal local en tu laptop—ordena, opaca.

— ¿Qué está pasando?—pregunto, molesta, al tiempo que enciendo la


máquina.

—Nada bueno, la ciudad está revolucionada—dice, temblorosa.


¿Qué mierda? Ni siquiera le doy un respiro a la laptop para que se asiente,
abro la ventana de internet y coloco el link que me lleva directamente a nuestro
canal local en directo. Malena se queda en silencio, esperando a que yo me
ponga al corriente. El título debajo de la imagen ya me da escalofríos.

Dos chicas desaparecidas, de catorce y quince años. Desde hace cuarenta y ocho
horas. Los padres y vecinos están en la calle, han buscado por todos lados y
recorrido el ancho y largo de las playas más cercanas. No hay rastros de nada.
Me pongo de pie y tironeo de mi pelo en la cima de mi cabeza. Esto no puede
estar pasando.

— ¿Por qué esto me hace pensar en los tres encapuchados del


cementerio?—susurra Malena, afectada—. No hay sospechosos. Podrían haberse
escapado. Pero, no son amigas, Eva. Tal vez si lo fueran, todo tendría un poco
más de sentido… podríamos decir que salieron juntas, que se filtraron para ir a
alguna fiesta o lo que sea. Pero ya han pasado cuarenta y ocho horas… Además,
¿sabes qué?—se queda sin aliento.

— ¿Qué?—pregunto, un nudo quemando en mis cuerdas vocales.

—Una de ellas tomó la comunión conmigo—susurra.

El vello de la nuca se me encrespa y no alcanzo a responder nada sobre


ello porque las fotografías de ambas chicas aparecen en la pantalla, al tiempo
que una de las madres sigue hablando y rogando que la ayuden. De inmediato
reconozco a una, es imposible no hacerlo, ya que tengo una foto de ella siendo
obligada a levantar su falda para el sacerdote. Me doy la vuelta, corro hacia el
perchero que cuelga en la sala y consigo mi cartera, la que llevo siempre a todos
lados. Revuelvo en el interior, yendo a por un bolsillo escondido, abriendo el
pequeño cierre para sacar la pequeña memoria oculta allí.

— ¿Me estás diciendo que el cura muerto tiene algo que ver?—pregunto
para mantener a Malena ocupada, su preocupación es grande.

Y no es extraño, ya que me siento de la misma manera. Y tengo la exacta


misma intuición que ella. Ellos tienen mucho que ver con esto.
Conecto la memoria a la máquina y de inmediato salta el visor de
imágenes, voy recorriendo una a una con la flecha que indica la derecha. En el
blog, los rostros de las niñas involucradas están borroneados, lo hice para
protegerlas y no exponerlas demasiado. Lo importante era que se viera el rostro
del retorcido hijo de puta, para que todo el mundo lo reconociera. Acá tengo
las originales que guardé, y voy revisando cada una porque estoy segura de
que…

Sí. Maldita sea. Ella está aquí. Esa niña fue obligada a levantarse la falda
por el sacerdote, y fue tocada en las piernas y abdomen por esas sucias manos.
Me froto los ojos, suspiro. Ambas niñas fueron chequeadas por él.

—También creo que todo esto tiene que ver con el cura—digo,
manteniendo mi voz fría.

— ¿Qué tal si él las revisaba y luego pasaba datos a quienes sean que
fueran?—dice en voz alta mi propio pensamiento—. Tengo miedo Eva. ¿Qué
pasa si vienen por mí? No caí en la trampa, pero el cura me echó el ojo, ¿no? Él
quiso algo conmigo. ¿Y si estoy en la lista?—llora.

Puta mierda. Tengo ganas de tranquilizarla, asegurarle que no estará en la


lista. Porque ella luchó y corrió lejos. Se están llevando a las niñas que
sucumbieron. Además, es la hija de uno de ―ellos‖. Aunque… tal vez ello no
significa nada. He visto cómo actúa José Romano con sus hijos, posiblemente
puso a Male en la lista porque es un enfermo de mierda. No le importa nada.
¿Cómo hago para calmarla?

— ¿Con quién estás ahora?—pregunto, sacándola del trance.

—Con nadie—responde—. Estoy en mi cuarto, me niego a ir a algún lado.

Es sábado, no tuvo que salir temprano hacia la escuela. Y estoy


completamente segura de que se las hubiera arreglado para no ir.

— ¿Dónde está Dani?—insisto.


Sé por Cruz que volvió a casa, y tengo mucho que sospechar sobre eso. No
obstante, ahora la única opción que encuentro para Male es que se quede cerca
de él. Es un cobarde, un llorón de mierda, pero es lo que tenemos. Supongo…

—Está desayunando abajo—murmura, tensa.

No tengo tiempo para leer entre líneas ahora.

—Quédate cerca de él—le digo—. Contale todo y que no se despegue de tu


espalda. Que durante la semana empiece a llevarte y buscarte al colegio. Que
haga algo productivo ese idiota…—gruño.

—Bueno—dice, dudando.

—Es eso o contarle a tu madre, o la policía—ninguno de los dos son


demasiado confiables, cabe admitir.

—Voy a ir con Dani—elige.

—Bien…— ¿qué más puedo agregar?—. Cruz y yo íbamos a regresar a casa para
el invierno, después de esto creo que vamos a adelantar el viaje—carraspeo.

Me froto la cara y bajo el volumen de la laptop, ya no le entra más nada a


mi cabeza, late a punto de explotar.

—Sí, quiero que vengan—murmura ella, triste y asustada—. ¿Están juntos


ahora?

No tiene sentido negarlo.

—Sí.

—Es una buena noticia—intenta sonreír sin preocupación, no le sale muy


bien…

—Nos vemos pronto—prometo—. Llama más seguido, ¿bien?

—Sí, voy a bajar a hablar con Dani—avisa.


La despido con un adiós sofocado y corto la llamada. Lo primero que
toma mi mente al ponerse en contacto con el silencio es que tengo que volver a
casa, lo antes posible. Tengo que ponerme al día con mis planes. Urgente. Por
dentro una risa maligna se interpone. Cierto. No sé cómo, eso es verdad, no
soy la mujer maravilla, no tengo súper poderes. ¿Acaso tengo posibilidades contra
ellos siquiera?

— ¿Qué estás haciendo?—me astilla una voz justo en mi espalda.

Volteo para encontrarme con los dorados ojos preocupados y cautelosos


de Cruz que miran fijamente la pantalla de mi computadora. Directamente a la
imagen de la niña en presencia del cura.

— ¿Qué mierda es eso?—pregunta, endureciendo más el tono.

Atrapada. Estoy atrapada. Jodidamente arrinconada.

— ¿Por qué tenés esas fotos?—gruñe, buscando conectar con mis ojos.

Bien. Sabía que este momento llegaría, aunque no tan pronto. Voy a tener
que contarle mi gran pecado, descubrir estas manos manchadas de sangre ante
sus ojos. Con sólo echar un vistazo a su contemplación sé que es sólo cuestión
de tiempo. El reloj de arena ha sido girado.

Voy a perderlo.
CAPÍTULO 19
CRUZ
— ¿Crees que si llamo a una depiladora me dará un turno?—pregunta mi
compañero justo al volante del móvil mientras recorremos las calles de la
ciudad.

Llevo el vaso de poliestireno con café negro hacia mi boca al mismo


tiempo que no puedo quitar los ojos de mi ventanilla. Soplo antes de sorber,
ensimismado en mí jodida cabeza. No puedo dejar de pensar en Eva y todo lo
que me dijo el sábado. Ya es la madrugada del martes y no la he vuelto a ver
desde entonces, ¿debería regresar y poner en orden mis cosas con ella? ¿O dejar
de darle vueltas para ahora? ¿Cómo? ¿Cómo seguís cuando tu novia confiesa
haber matado a un tipo?

Todavía estoy en el limbo, una gran parte de mí odiando todo. Estoy


enojado, apenas conteniéndome, y no es con ella, es con el maldito mundo.
¿Cómo es que dejó que una chica de catorce años matara a alguien? ¿Qué clase
de planeta es este? Sabía sobre maldad, injusticias, oscuridad, pero todo eso era
un jueguito de niños antes de que mi novia me mirara a los ojos y me dijera
que se cargó a un sacerdote.

Ya no sé ni dónde estoy parado.

¿Qué te hicieron Eva?

—Hey—me llama Leo, sacudiéndome del hombro—. ¿Me estás escuchando


siquiera?

Este chico está en sus treinta y ha sido mi compañero unas cinco o seis
veces, siempre es agradable aunque a veces se pierde en la línea de lo que es o
no aceptable charlar con un compañero de trabajo.

—No, perdóname—murmuro, reseco—. Tengo mil cosas en la cabeza.


—¿Cosas como esa linda novia con la que te vi el otro día?—sonríe,
socarrón.

Dejo escapar una carcajada un humor fingido, negando con la cabeza.

—Más o menos…

— ¿Problemas en el paraíso?

Me abstengo de poner los ojos en blanco. Si fueran ese tipo de problemas


normales de pareja… ahora que lo pienso, ojalá lo fueran. Sería capaz de lidiar
con un ataque de celos o un largo pause en nuestro caliente sexo. Daría lo que
fuera por ello. Sin embargo, en el lapso de dos días me entero de dos terribles y
horrorosas noticias que dieron vuelta mi mundo, tratándome como una tortilla
de huevo lanzada al aire a cada rato. No estoy teniendo el control de mi vida, y
eso me tiene loco.

—Más o menos—digo, vagamente—. Entonces… ¿qué me estabas diciendo?

Frena en un semáforo y le echa un vistazo a una pandilla de pendejos


sentados y amontonados en un arriate, no parecen estar haciendo nada
sospechoso además de charlar, reírse alto y fumar algunos cigarrillos.

—Estaba pensando en llamar a una depiladora—comenta, volviéndose


hacia mí emprendiendo marcha—. Creo que a mi novia le gustaría. ¿Sería capaz
de conseguir un turno?

Intento no fruncir el ceño. Lo último que me interesa es si mi estúpido


compañero de trabajo va a dejarse pelado ahí abajo.

—No lo sé, supongo que sí—carraspeo, volviendo a mi ventanilla,


manteniendo abajo mi mal humor—. Es su trabajo, ¿no?

—Seh, creo que voy a hacer una llamada esta tarde—dice, medio ausente,
mientras escucha a los otros compañeros comunicarse por radio con las
oficinas.
Dios, esta va a ser una noche larga. Me termino el café y dejo el vaso en la
guantera, reservándolo para tirarlo en alguna papelera en otra ocasión. Nuestra
zona está tranquila, día de semana, poca gente sale en busca de una copa o algo
de diversión, aunque nunca faltan las excepciones y los universitarios con ganas
de estirar el fin de semana.

Mi mente de nuevo se hunde en sí misma volviendo a Eva y todo lo que


sucede en nuestra maldita ciudad. Ella estaba frenética, necesita a toda costa
volver y salvar a esas niñas. El problema es que apenas se da cuenta de ella
misma es una niña más. Una especial, pero sigue siéndolo de alguna forma. Se
las arregló para asesinar a un abusador a los catorce años, y eso me tiene entre
asustado, alarmado, enojado y malditamente sorprendido. Sabía que había
mucho en esa cabecita cuando la conocí, sus ojos siempre acordes al momento,
fríos y maduros, entendiendo su alrededor como una experta, simplemente no
puedo entender cómo es que eso la llevó a cometer esa atrocidad. Una que de
ninguna jodida manera debería estar en manos de una adolescente.

Una parte retorcida en mí está un poco orgullosa, asombrada y, por sobre


todo, excitada con lo que Eva es capaz de hacer. Quiero decir, ¿tomar la justicia
en mano propia? ¿Ir a por todo, arriesgando miles de cosas, incluso su alma,
para lograrlo? Hizo lo incorrecto, políticamente hablando. ¿Pero no es
admirable de alguna forma siniestra? Hizo lo que pocos se animarían, quitó del
medio a un abusador, un violador. Y no tengo dudas de que tiene pensado el
mismo destino para mi viejo. Ella cree en la venganza, y es un punto rojo
puesto frente a ella, al que no le saca los ojos de encima. No importa cuántos
años pasen, será siempre una espina enterrada bajo su piel, necesita quitarla y
rascar el escozor.

Todavía recuerdo patente el momento en el que la vi allí, en su mesa de la


cocina, suspirando con frustración y mirando esas fotos asquerosas. Porque eso
son, asquerosas, detestables. Me enferman del estómago. Le pregunté por qué
las tenía, pero algo en el fondo de mí no necesitaba su respuesta, porque lo
supo de inmediato. Até cabos casi inconscientemente, cuando quise darme
cuenta la estaba involucrando en un asesinato. Fue amargo, devastador, y casi
caigo de rodillas llorando como un bebé, sosteniendo mi cabeza. No quería
pensar, no quería escucharla confirmándolo. Y lo hizo, lo soltó.

—Yo envié a ese cura al infierno—dijo, y todo dentro de mí estalló en un


millón de pequeños fragmentos—. Con mis propias manos.

Me dolía. Dolía tanto que no podía respirar. Porque a esa hermosa chica
le quitaron todo, incluidos sus sentimientos. Sus ojos eran ausentes,
despreocupados y letales. Mientras estaba allí de pie, mirando al vacío ella
siguió confesando, cada sucio detalle de sangre. Todo lo que hizo, cómo lo fue
planeando. Lo que sintió cuando la sangre le manchó las manos.

Eva está enferma, eso fue lo primero que cruzó mis pensamientos. Por eso
mi corazón se partió. Lloré por dentro la pérdida abrupta de su inocencia, su
vida cargada de mierda que nadie debería haber puesto encima de sus menudos
hombros. ¿Qué hago ahora? No enviarla a la cárcel, no puedo soportar esa idea.
Eso indica que soy igual de enfermo que ella, porque aun sabiendo lo peor de su
cara más oculta y oscura, no conseguiría entregarla. No puedo pensar siquiera
en alejarme de ella. Me destroza de una forma que me tiene asustado como la
mierda.

Mi turno acaba a las nueve de la mañana y aunque me siento desgastado y


caminar es lo más parecido a arrastrarse, me decido a dar la cara. Me escapé
porque necesitaba pensar sin estar cerca de ella, su presencia siempre se encarga
de sobrecargar mis sentidos y no quería estar influenciado con ello. Así que
ahora estoy preparado para enfrentarla y decirle cómo me siento con respecto a
toda esta avalancha.

Golpeo su puerta y toco el timbre, cinco minutos pasan y nadie aparece


ante mí. Ningún ruido delatándola al otro lado. Simplemente me decido a usar
mi llave de repuesto. Así de lejos hemos llegado en el transcurso de estas
semanas. Entro en la sala viendo todo ordenado y perfumado, como si no
hubiese sido usado en los días que no estuve. Frunzo el ceño dirigiéndome
directamente a la habitación. Me toma desprevenido encontrarla en el centro
de la cama, solamente luciendo sus bragas y sus rodillas apretadas contra el
pecho. Está mirando por el enorme ventanal que deja entrar el sol, fijamente.
De alguna forma sé que no está viendo absolutamente nada. La claridad la
baña y su belleza de ángel hace que mi corazón se contorsione en mi pecho. Me
detengo junto a la puerta. Esperando que me note de una vez. Me pregunto si
le hice daño al salir corriendo el sábado. Si fue así, hará todo lo posible por
esconderlo. Esta es Eva.

Avanzo y me siento en el borde, la recorro con atención, de cerca. Mis


manos pican por tocarla.

— ¿Trajiste a tus refuerzos con vos?—es lo primero que larga, retirada.

Bajo los ojos a mis manos, apagado.

—No—respondo, rotundo.

—Estoy orgullosa de lo que hice—comienza, secamente—. No voy a dejar


que ni vos ni nadie me juzgue por eso.

¿Está loca? Puede ser, no me importa. Hizo lo correcto. Incluso si hubiese


ido a la ley, nadie habría hecho nada. Y si fuera de otra manera, el cura habría
salido en poco tiempo. Simplemente se encargó de que no se volviera un
círculo vicioso, en el que pequeñas niñas y adolescentes se vieran perjudicadas.

Mi nariz pica y pestañeo para alejar la bruma de mis ojos.

— ¿Sabes qué es lo que realmente me hace mierda? Que tenías catorce años—
murmuro, mi tono apretado—. Tu mente no debería haber estado ocupada con
eso. Es tan… retorcido y doloroso.

—El mundo es retorcido y doloroso, no soy más que un residuo de todo


eso—escupe, agria.

—Injusto—trago con fuerza—. Toda esta mierda es injusta.

—Yo no perdería tiempo tratando de entender—sugiere.


Levanto los ojos hacia su rostro iluminado por el sol. Soy débil en
comparación a ella, descubro. Soy un pobre tipo y no sé qué es lo que ve en mí
que la retiene conmigo. A su lado, me siento como un ratón asustadizo y ella es
un feroz gato dispuesto a actuar. Algunos dirían que es mala y merece un
castigo, mi corazón dice que es valiente y especial. Única.

Trago saliva, bajando así las emociones. Porque acabo de tomar una
decisión que puede condenarme de por vida, inclusive después de la muerte.
Sin embargo, es lo último que me interesa.

Iría al infierno por ella, me quemaría vivo.

—Te amo, Eva—suelto, grave y sin retener nada—. No sé cómo mierda pasó
eso, pero lo he estado sintiendo desde hace tiempo. Creo que desde hace años. Y
sí, es posible que no me merezca el sentimiento de vuelta, tal vez ni siquiera lo
sientas y lo entendería, pero necesito ser sincero por una vez. Te amo de una
manera tan retorcida e implacable que no logro controlar. Tanto que estoy
dispuesto a unirme al otro lado sólo por vos. Arrastrarme de rodillas por el
fuego, manchar mis manos de sangre en tu honor…

»No sé si tiene algún sentido. Absolutamente estoy seguro de que a partir


de ahora quiero cuidarte, apoyarte, estar a tu lado. No puedo dejar de quererte
aun sabiendo lo más tenebroso de vos, ¿qué tal eso?—saco una fea y corta
carcajada que suena como si me faltara el aire—. Enfermizo. Ni siquiera me
importa, por Dios—cierro los ojos.

Niego, frotándome la cara. Consciente de que quizá estoy haciendo el


ridículo y ella va a echarme de su casa y su vida a patadas para siempre. Y esta
declaración va a quedarse estancada en el aire, sin valer absolutamente nada.

—Sos de las pocas personas que alguna vez me importaron—reconoce,


monótona—. Ni siquiera he podido darles ese privilegio a mis padres, y soy
consciente de que eso es muy… triste. ¿Qué clase de persona no puede amar a sus
padres? No recuerdo mi vida antes, ni siquiera sé qué clase de niña fui, o si he
sido feliz alguna vez. Mi vida comenzó ese día, para bien o para mal. Y sólo ha
sido motivada por una cosa.

La observo de frente, notando por primera vez que sus ojos se humedecen,
aunque no hay rastros de ninguna lágrima filtrándose. Esto es lo más cerca que
ella ha estado de demostrar algo que no fuera enojo o aburrimiento.

—A veces, muy en el fondo, deseaba que alguien me salvara—suspira,


desviando los ojos al sol—. En ocasiones me canso de ser esto, de tener en la
mente sólo una única motivación para seguir. Naturalmente llega el momento
en que uno se satura de tanto intentar ser fuerte.

Alzo mi mano y corro la cortina de pelo rubio para vislumbrar su perfil


pensativo y profundo. Mi corazón late tan fuerte que puedo oírlo en mis oídos,
bajo sus palabras.

—Desde que te conocí me has estado dando otro tipo de emociones—


confiesa, lamiéndose los labios agrietados—. Debería haber estado asustada
porque era algo nuevo y extraño, pero de algún modo lo necesitaba. Te
necesitaba. Y me enseñaste que de vez en cuando está bien sentirme débil.

»El sábado saliste corriendo y estaba convencida de que te había perdido.


Y eso dolió. Nunca nada me había dolido en esa condición antes.

Sorbo por la nariz, intentando con todos mis medios de no


desmoronarme. Me aproximo a ella, la abrazo, atrayéndola hacia mí,
sentándola en mi regazo. La sostengo.

—No voy a irme, Eva. Estoy acá—le juro en el oído.

Esconde el rostro en mi cuello, devolviéndome el abrazo.

—Seguro no se nota, pero eso me hace feliz—asegura, con tono ahogado.

Entierro mis dedos en su cabello suelto y me pierdo en tiempo y espacio,


teniéndola apretada contra mí. No la voy a soltar, porque soy el único capaz de
mantenerla en contacto con su humanidad. Y puede que no haya dicho las
palabras en respuesta a las mías, pero no importa. Aun así, esto ha sido su
método para abrirse y expresar que siente lo mismo que yo.

No interesa lo que pase al regresar a casa, sea lo que sea, no pienso dejar
que alguien la lastime de nuevo.
CAPÍTULO 20
EVA
— ¡Bienvenidos!—chilla mamá, bajando de las escaleras del porche,
recibiéndonos con los brazos abiertos.

No me lleva más de dos segundos ponerme toda tensa por el desagrado a


su falsedad. No entiendo por qué accedimos a quedarnos un tiempo con mis
padres. Creo que Cruz asumió que yo quería estar más cerca de Male y,
además, sospecho que no quiere alquilar un apartamento para que no
permanezca sola durante sus largos horarios de trabajo. Estamos acá, pero no
podemos librarnos del todo de nuestros temores. Y en algo coincidimos,
tenemos miedo de lo que pueda pasarle al otro. Tampoco me agrada mucho la
idea de que se vaya a meter a la cueva del lobo y ponerse bajo su mando. Pero
así están las cosas, si queremos acabarlos a todos tenemos que filtrarnos entre
ellos.

Mi madre arriba sobre nosotros con una enorme sonrisa en la cara. Y no


me está mirando a mí. Sus descarados ojos viajan hacia Cruz y es al primero a
quien abraza. Me trago una ola de líquido amargo que quema abajo, a lo largo
de mi garganta. No tengo algo de qué preocuparme, Cruz me ama, es mío, y
jamás se fijaría en mi madre. No es una amenaza. Lo que realmente me molesta
es su desvergüenza, su marido está a tres pasos en su espalda, sonriendo con
timidez, mientras ella se come con los ojos a un chico que podría ser su hijo. Y
después la jodida puta soy yo.

Nunca había tenido la oportunidad de descubrirla en un momento como


este, en un intento descarado de caza. Siento tanto asco que no hago ningún
esfuerzo por devolver el saludo cuando se viene sobre mí y besa el aire junto a
mi mejilla. Pienso en las escasas veces que tuvimos la oportunidad de vernos en
tres años, que son contadas con los dedos de una mano. Ella realmente se
ofendió cuando su sueño fue aplastado junto a mi reputación de ángel. Bien,
nunca fuimos verdaderamente cercanas o amigables. Yo era su peón.

Papá sí me encierra en sus brazos primero, viéndose genuinamente feliz de


tenerme en casa de nuevo después de tanto tiempo. Le doy dos palmadas torpes
en la espalda antes de que me deje libre y le tienda la mano a Cruz.

Ellos van a dejar que se quede en casa, conmigo. ¿Eso es extraño? No lo sé,
ahora los padres son más liberales, supongo. Los míos siempre me trataron con
liviandad, nunca imponiéndome tantos límites. Casi tengo dieciocho, será que
eso ayuda. Además, si piensan que mi novio va a tomar una habitación aparte
en el ala opuesta a la mía, se van a llevar un buen chasco. Cruz va a dormir en
mi cama, precisamente la misma que he usado desde pequeña. Por dentro,
sonrío con malicia.

—Tu cara desborda felicidad—se burla Cruz junto a mi oído, al tiempo que
entramos en la casa detrás de ellos.

Niego, un gesto se agrieta en mi entrecejo y él se ríe de mí, acercándome y


plantando un beso en la línea recta que forman mis labios. Estamos justo para
el almuerzo y encuentro a Juanita preparando la mesa para nosotros. La
cocinera me recibe con una sonrisa contenta que llega puramente a sus ojos. Le
regalo una de vuelta, aunque no tan entusiasta. Las sonrisas no van conmigo.
Ella lo sabe, por lo que se marcha a la cocina satisfecha con eso.

Papá ayuda a Cruz a subir el equipaje por las escaleras y yo camino hasta la
cocina para lavarme las manos y sentarme en torno a la mesa. Todo huele de
maravilla y no necesito preguntar para saber que hay un gran asado dentro del
horno. Mis tripas resuenan, apenas han resistido el viaje y me negué a comer
las estúpidas golosinas que compró Cruz. A veces actúa como un niño, y ahí es
cuando me recuerda un poco a mi mejor amiga.

—Estás más rellena cada vez que te veo—comenta mamá, abriendo una
servilleta en el regazo—. ¿Cuánto engordaste todo este tiempo?

—Ocho kilos—respondo sin mirarla mientras me siento frente a ella.


Sus ojos están muy abiertos, pero no dice nada más, lo que me hace
sonreír con acidez.

—Y no estoy gorda—aclaro a su mente superficial, ya que sé lo que está


pensando—. Estoy hermosa…—alzo una ceja y casi sin pensarlo llego más lejos—. A
Cruz le gusta tener de dónde agarrarse.

Disfruto que se quede sin palabras, viendo su rostro cambiar de color


súbitamente, desde un suave sonroso rosado a un rojo intenso y reluciente. No
responde, nunca sabe cómo lidiar conmigo cuando me erizo. Aparte, sabe que
he notado cómo mira a mi hombre y más le vale mantenerse a distancia. Ahora
me pregunto qué habría pasado si no hubiese estado ensimismada en mi
mundo oscuro y vengativo, me podría haber convertido en una copia de ella,
siguiendo al pie de la letra su influencia. De algún modo tengo que agradecer
eso.

Los hombres bajan y mi padre se acomoda en su respectivo lugar, en la


cabecera de la mesa, Cruz a mi lado. Me acaricia el muslo por debajo de la mesa
cariñosamente y le da un chiflido a Juanita cuando aparece con el almuerzo.
Comemos en tranquilidad, la mayoría de la conversación la llevan ellos, mi
padre preguntando sobre los planes de Cruz. Básicamente serán viajar una vez
al mes para rendir los exámenes que restan, no falta mucho para que se
convierta en un especialista en investigación. Papá lo mira como si estuviese
orgulloso de él. Estamos casi terminando cuando él se fija en mí con una
sonrisa dulce y me pregunta cómo me ha ido en mi trabajo. Prometo mostrarle
los catálogos cuando acabemos y pasemos a la sala. Mamá intenta mantener su
curiosidad a raya, sabiendo que no será muy bienvenida a la conversación.

—La compañía ha tenido un salto de números desde que tiene a Eva en los
catálogos—se atreve a mencionar Cruz, sonriendo porque sabe que yo no lo
habría contado.

—Bueno, eso merece un brindis—se ríe papá, feliz por mí—. ¿No Laura?—
mira a mamá, expectante.

Ella asiente, limpiándose las comisuras con la servilleta.


—Por supuesto—toma su compa que tiene vino hasta la mitad y la levanta—
. Por Eva—me mira fijamente—, que tuvo la mejor maestra, ¿eh?

Me trago un insulto y también levanto la mía con agua. No voy a decir


nada en respuesta a su comentario. Acá todos saben que he crecido
profesionalmente gracias a mí misma y que tengo más éxito ahora que antes,
sólo que pocas veces al año voy a tener la posibilidad de subir a una pasarela.
Los cuatro brindamos y me abstengo de decir que esto es lo más ridículo que
hice en la vida. Brindar es estúpido. Sin embargo, me callo y me ablando
cuando Cruz pasea de nuevo su palma en mi pierna, su calor traspasando la
apretada tela del vaquero y aplacando mis nervios electrificados.

Sabíamos que volver sería tenso.

***

La puerta de mi habitación es golpeada, trayéndome recuerdos del pasado.


Y dejo de acomodar mis ropas en la cómoda para ver a Malena entrar
sonriendo tanto que estoy segura que se le acalambrará la cara. Arremete contra
mí y me aprieta en un abrazo que me quita el aire. La última vez que nos vimos
en persona, frente a frente, fue hace más de un año, cuando papá la llevó a
visitarme al internado un fin de semana. Después de eso sólo hemos
mantenido contacto por teléfono y Skype. Por eso me sorprende los cambios en
toda ella, su cuerpo más apretado y curvilíneo de lo que recuerdo.

—Bueno—digo cuando nos alejamos—. Te desarrollaste bien, por lo que


veo.

Ella suelta una risita y se deja caer en el borde de la cama. Luce una
camiseta de mangas cortas apretada con una leyenda en inglés, mostrando un
poco de ombligo y una falda de jean por encima de sus muslos. Zapatillas
coloridas en sus pies. Su pelo castaño largo está agarrado en una cola bien alta,
manteniendo ese hermoso rostro y ese par de ojos verdes brillantes
descubiertos. Está preciosa, y no debería sorprenderme porque sabía que lo
sería. Mucho más que yo. Tranquilamente podría obligarla a audicionar para la
moda, pero no es un ambiente donde metería a la dulce Malena.
Ninguna de las dos está preparada para hablar de nuestras
preocupaciones todavía, por lo que seguimos con esta clase de conversación
superficial que la mayoría de las chicas tienen a nuestra edad.

— ¿Cómo va todo con mi hermano?—pregunta, revisando en el montón de


ropa sobre la cama.

—Bien—digo, no es que vaya a dar muchos detalles—. Se fue a dar una


vuelta por la comisaría, debe estar por volver.

No quiero pensar en eso. En que tal vez ya se ha cruzado con el comisario,


me tiene despierta y sobresaltada, y por eso intenté ocuparme en vaciar mi
valija en mi cuarto. Papá se acostó a descansar un par de horas antes de volver a
la municipalidad y mamá debe estar en algún rincón berreando, no tengo ganas
de cruzarla.

— ¿Y va a dormir acá con vos?—quiere saber, notando el bolso negro a los


pies de la cama.

—Por supuesto—respondo, altiva—. Eso no está en discusión. Papá no dijo


nada al subir el equipaje, supongo que está bien con esto. Y sino, bueno, que se
lo banque. Cruz va a dormir en mi cama.

Los ojos de Male con grandes y se sonroja.

—Bueno, no recuerdo haberte visto ceder o perder en algo alguna vez—se


ríe, levantándose e inspeccionando alrededor—. Y siempre he pensado que es
absurdo obligar al novio a que duerma en otra habitación, siempre se pueden
colar en medio de la noche—sonríe.

Coincidimos.

—Hablando de novios…—canturreo amigable y blanda con ella porque


hace demasiado que no nos vemos y la extrañé—, ¿qué tal ese Pablo?

Se muerde el labio y sacude la cabeza, negando.

—Nada, era lindo y todo eso pero…—se encoge.


—Pero ¿qué?— la aprieto.

Sus mejillas están rojas y sus ojos brillantes. Está entre nerviosa y feliz, por
lo que me siento curiosa. Tan curiosa como Eva Moretti puede estar.

—No me hacía sentir… ya sabes—traga, incómoda.

— ¿Tuvieron sexo?—pincho más, directa al grano.

—Eva—me advierte.

—Vamos, no seas tan santa—me burlo de ella, abriendo el primer cajón


para meter la ropa interior—. Somos amigas, Male…

Suspira, ablandándose.

—Sí, y fue horrible—tuerce el gesto.

Me rio.

—Así son las primeras veces—digo, y como yo no entro en la bolsa de las


chicas con experiencias normales, me corrijo—. Al menos todas las chicas lo
dicen…

Male me entiende y por un momento se muestra sombría y triste, luego se


recupera y deja pasar el tema. Le agradezco eso por dentro.

—No era mi primera vez…

Me congelo y la miro a la cara, totalmente sorprendida.

—Ah—la garganta se me seca por algún motivo—. Entonces… bueno,


supongo que no era el indicado—me encojo.

—No, no lo era—asegura.

Nos quedamos en silencio hasta que termino de ordenar. Pienso en ella y


la vuelta de Dani, en si mis sospechas tienen pies y cabeza porque sólo estoy
siendo paranoica o demasiado imaginativa. Lo cierto es que tengo motivos para
creer en las ideas que irrumpen en mi cabeza cuando se trata de ellos dos. Y no
soporto el hecho de que temo que José Romano también haya roto de manera
enfermiza a mi mejor amiga. Al menos tengo la esperanza de que ella haya sido
inmune.

—Tengo algo para vos—digo, dirigiéndome hacia una enorme bolsa de


cartón en el rincón del cuarto.

Male se sienta en la cama con expectativas y agarra mi regalo. Comienza a


sacar todas las cajas del interior.

— ¿Ropa interior?—me mira divertida.

Asiento.

—Las conseguí para vos, y son muy sexys—carraspeo, riendo un poco.

Subestimé a esta compañía al decir que eran principiantes y no di mucho


por ella. Un tiempo después descubrí que tenían diseños muy buenos, incluso
mejores que otras marcas populares.

— ¡Wow, me encantan!—susurra, sin aliento.

Miramos todas las cajas. Hay tres conjuntos deportivos, otros dos sencillos
para el día y cuatro de lencería de encaje y satén. Por algún motivo quise
regalarle a mi amiga de quince años lencería, no pienso en lo retorcido que
puede ser. Además veo que va a rellenarlos bien.

—Gracias—me abraza de nuevo y no siento abruptas ganas de quitármela


de encima.

—Me alegra que te gusten, creo que vas a tener lencería para todo el año y
los que vienen—se ríe y no me queda otra que sonreír—. Pienso traerte los
siguientes diseños pronto, y antes de que salgan—guiño.

Pasamos otro rato metidas en la pieza y por ese pequeño ínterin no


hacemos caso del fantasma que espera tener partido de nuestra conversación.
Primero necesitamos ponernos al día, y no quiero que el bonito momento que
estamos pasando se opaque tan pronto.
***

Estoy volviéndome loca encerrada en esta casa para cuando Cruz vuelve y
me toma por sorpresa abrazándome desde atrás en la cocina. Cierro los ojos y
por un leve intervalo permito que me bese el cuello y apriete contra él. Después
me separo y busco su mirada, quiero saberlo todo. Absolutamente todo. Espero
encontrarme un gesto sombrío, sin embargo sólo me dedica una sonrisa que
parece cansada.

— ¿Estuviste con él?—pregunto, casi sin aliento.

Asiente, agarrando mi mano y llevándome a la sala. Papá se fue hace rato a


la municipalidad y se llevó a mamá porque tenía turno con la estilista. Estamos
solos y podemos hablar de esto tranquilos.

—Sólo por unos diez minutos—cuenta, llevándome a su regazo—. Nos


dimos la mano como bienvenida y después me dejó con mis futuros
compañeros. Fue simpático y abierto, pero eso no dice nada—se ríe secamente,
como si no pudiese detener el ácido que le provoca esto en el interior—. Los
peores monstruos son los que están mejor camuflados. Tiene una buena
máscara y el mejor disfraz, es el comisario. Con este tipo lo vamos a tener
jodido para hacer que caiga, pero lo voy a hacer. Sólo tenemos que ser
pacientes e inteligentes…

Su pulgar se pasea por mi cuello, alivianando mi pulso e


inconscientemente estoy inclinándome más sobre su tacto.

—Podemos tener al tipo equivocado—digo con amargura e inseguridad por


primera vez en mi vida—. ¿Qué pasa si es sólo una coincidencia?

Cruz niega.

—Eva, las pruebas que dejaste en la escena del crimen tuvieron que ser
descartadas por alguien de arriba—explica susurrando, obligándome a mirarlo—.
Tuvo que ser orden de él, o un superior. Pero juego todas mis fichas por él. Y
tiene que ser una gran coincidencia que haya aparecido el día después del
cementerio con la cara en ese estado, ¿no? Lo tenemos—arrastra su nariz por el
borde de mi mandíbula—. Lo voy a reventar, Eva—gruñe.

—Estoy convencida de que nos enfrentamos a una organización—anuncio,


mirando al vacío—. Y ellos tienen a esas dos niñas.

Si no las vendieron ya. Si no están a miles de kilómetros de esta ciudad.


Me revuelve el estómago pensar en eso. La policía está investigando, pero están
siendo inservibles. Ha pasado más de un mes desde que las niñas
desaparecieron. En todo ese tiempo podría haber sucedido cualquier maldita
cosa.

—Sean lo que sean, los vamos a enterrar—promete Cruz apretando los


dientes.

Me pregunto si se siente así de confiado en realidad o dice esto para no


erizarme más. Me levanto y alejo para ir a la cocina a prepararme un bocadillo,
que es lo que estaba a punto de hacer antes de que llegara y me acaparara.

Para esta hora su padre y el resto de ―ellos‖—sean los que sean— ya están
enterados de que estamos en la ciudad y que nos vamos a quedar. Si es por mí,
ellos seguramente van a inspeccionar y mantenerme vigilada, si es que antes no
me tenían en la mira. Y van a sospechar de Cruz, porque no estamos ocultando
que somos pareja. No podríamos haberlo hecho, él no piensa dejarme sola un
segundo, y quiere que vean que no estoy tan desprotegida como antes, que hay
gente respaldándome. Sean uno o más. Creo que es un tonto intento de héroe,
un mensaje poco inteligente de ―para llegar a ella tendrán que pasar por encima de
mi cadáver‖. Se está exponiendo, ha venido a dar la cara por mí. ¿Y lo
desconcertante? No me ha contado sus verdaderos planes. Oculta cosas. Y no
me siento con la libertad de expresar quejas sobre eso porque yo estoy haciendo
lo mismo. Hay cosas que me he guardado.

—Mis padres tienen una gran cena esta noche—comento, poniendo


mayonesa a la primer rodaja de pan—. El tuyo y Lisa también. Alguna mierda
de gala, beneficencia. Lo que sea—carraspeo—. Podemos ir a ver a tus
hermanos…
Me giro para observarlo buscar una bebida en la heladera, asiente al
encontrarse con mis ojos. Cruz no va a pisar su casa cuando su padre esté ahí, y
yo tampoco. Y no sólo me he negado a hacerlo por mí misma sino que él me lo
prohibió rotundamente. No me gusta que se me ordene nada, pero esta vez
coincidimos. Espero no sentir tanta necesidad de romper las reglas, porque
desde que llegamos me muero por cruzar el monte y subir a mi rama para
espiarlos.

—Sí, quiero ir a verlos—asiente, sonriendo a medias.

—No vas a atacar a Dani con preguntas—corroboro, con mirada severa.

Desde que le he soltado lo que sucedió en el cumpleaños de Malena hace


tantos años no ha parado de contar las horas para volver a ver a su hermano. Se
muere por exigir respuestas y sé que no va a lograr mucho arrinconándolo y
yendo al grano de golpe. Dani es como un cachorrito asustado, saldrá
corriendo en la primera oportunidad. Siento que hay que ir con cuidado
alrededor de él.

—No voy a sacarle el tema hoy, si eso te preocupa—asegura Cruz,


poniéndose a mi lado para prepararse un sándwich—. Sólo vamos a saludar. No
soy tan bruto para caer sobre su cabeza. Voy a intentar hablar con él de
hermano a hermano, tomándolo con calma. Tengo que hacer que confíe en
mí—suspira y después me mira con tristeza en los ojos—. Odio todo esto, Eva. No
soporto la idea de lo que les sucedió a ustedes. Y, aunque estoy enojado porque
no entiendo su cobarde forma de actuar, lo quiero y siento la terrible necesidad
de ayudarlo.

Cruz Romano y su complejo de héroe. Ya lo he dicho.

—Voy a ducharme, mándale un mensaje a Male—se termina el pedazo de


comida que le queda en la mano de un bocado—. Vamos a ir sobre las diez.

Faltan diez para las diez cuando salimos por la puerta del frente de mi casa
y atravesamos el monte para cortar camino hacia la casa de su familia. Cruz me
lleva de la mano, como si temiera perderme en el paseo y voy un paso detrás de
él oliendo su colonia atraída hacia mí por la fresca brisa nocturna. Está oscuro
y lo único que se oye es el roce de las ramas de los árboles por encima de
nuestras cabezas y nuestras pisadas, que quiebran la gramilla y las hojas secas
caídas. Rodeamos la gran casa para entrar por la puerta trasera, la encontramos
sin traba. Como Male nunca respondió a mi mensaje de texto asumí que
estarían cenando o algo por el estilo, pero la cocina está desierta y la casa
aparenta estar dormida, en completo silencio.

— ¿Hola?—llama él.

Es muy temprano para ir a la cama, y la puerta estaba sin llave, por lo que
deben estar en algún lado todavía despiertos y ocupados. Eso me trae un mal
presentimiento, y pretendo detener a Cruz cuando enfila hacia la sala y sortea
el primer escalón de las escaleras, sin embargo, estoy muda y tensa, sólo soy
capaz de seguirlo. Arriba se sienten pasos tranquilos y voces, por lo que me
tranquilizo, maldiciéndome por tener siempre los peores y menos convenientes
pensamientos. Subimos, en el pasillo me pongo a la par que él y toma mi mano
y enrosca nuestros dedos como si funcionara como un acto reflejo para él. El
calor de su palma es transmitido a lo largo de mi brazo, directo a cada
terminación nerviosa en mi cuerpo.

Risas irrumpen en el espacio, suspiros y susurros. Trago la última bola de


saliva, mi boca secándose instantáneamente. Nos dirigimos directo a la
habitación de Dani, que es el único lugar que tiene luz en toda la planta. Un
escalofrío se transfiere a sí mismo en mi columna vertebral, de principio a fin.

—Espera—murmuro y me estanco, mi voz saliendo débil y paralizada.

Cruz no me hace caso, no muestra signos de haberme oído siquiera. Tiene


el ceño fruncido y acelera los pasos hacia la puerta entreabierta. Su mano libre
le da el empujón que necesita para apartarla todo el camino que resta. La
madera blanca golpea contra la pared contraria y todos nos congelamos. Nada
impide que los dos veamos la escena completa que tiene lugar en el cuarto.
La mano que sostiene la mía se vuelve tan fuerte que los huesos de mis
dedos resuenan, quejándose. Y ni siquiera puedo sentir el dolor, no puedo
sacar los ojos de ellos.

Male y Dani.

Y en lo que esto representa.

Ella está sentada en la mesilla del computador, sus pies casi colgando. Está
sonrojada y se ve feliz. O se veía feliz, ya que ahora su expresión no demuestra
otra cosa que no sea estado de shock al ver a su hermano mayor mirarlos
fijamente desde la puerta sin moverse. Dani está encajado en el espacio que
crean las piernas abiertas de su hermana, una de sus grandes manos sobre el
muslo pálido, a punto de arrastrar más allá la tela de la falda.

Están cerca.

Demasiado para ser decoroso. Demasiado para tratarse de dos hermanos.

Y antes de que nos notaran se estaban besando. Ambas bocas hinchadas y


culpables lo demuestran tan claramente que no les serviría de nada mentir.
Han sido atrapados. Están pálidos, asustados.

Hundidos en pánico.

Cruz permanece quieto, su respiración acelerada y sus pupilas vidriosas.


La piel de su rostro translúcida como la de un fantasma. Una pequeña, leve,
inclinación en la línea recta de su boca indica claro disgusto. Es la única
emoción que obtengo antes de que me suelte e irrumpa completamente dentro
del dormitorio con un rugido furioso poniéndonos a todos la piel de gallina.
CAPÍTULO 21
EVA
Todo sucede demasiado rápido y mi percepción apenas lo capta. Dani es
quien cae primero, un puñetazo en el pómulo que lo voltea directo al suelo.
Male se tambalea hacia su hermano mayor para que se aleje de él, pero está
furioso y ciego y ella es pequeña, acaba aplastada contra la pared, su espalda
rebotando y resonando en la habitación.

— ¡Déjalo!—arremete de nuevo, sin rendirse—. Déjalo.

Se cuelga de la espalda de Cruz tratando de sacarlo de encima de Dani, él


no para de golpearlo. Ya hay hilos de sangre corriendo por debajo de su nariz y
los cortes en la ceja y pómulo. Mi cuerpo reacciona cuando Male es despedida
hacia atrás, cayendo con fuerza, gracias a un brusco movimiento de Cruz, que
apenas había notado que tenía a su hermana encima. Está hecho una furia
imparable. Y tenemos que intervenir. Ayudo a la chica a levantarse, y la miro
directamente viendo cómo sus mejillas se empapan con las cataratas que
desbordan desde sus ojos. Está asustada, enojada y dolida. La empujo para que
se siente en el borde de la cama y me dirijo a la masa de lucha que se retuerce
en el suelo.

— ¡Basta!—pruebo tratando de interceder.

Soy empujada hacia atrás y mis pies se enredan en el caos. Me separo justo
cuando Cruz levanta a Dani del suelo y lo aplasta contra la pared, reteniéndolo
de la camiseta. El rostro del chico está destrozado y cuando Male lo ve se cubre
los ojos y llora tan alto que mis oídos no pueden aguantarlo.

— ¡Pedazo de enfermo!—le grita Cruz, que por su voz parece demasiado


enojado y agitado, o tal vez ahogado en llanto.
Dani niega, sus ojos tomando la cara contorsionada de su hermano
mayor. Abre la boca y un chorro de saliva si sangre cuelga de sus labios,
lágrimas caen sin parar.

— ¡Para! ¿Crees que estoy acá en contra de mi voluntad?—Malena aparece y


golpea con sus puños los tensos omóplatos de Cruz—. Estoy acá porque quiero.

—No importa lo que ustedes o el mundo digan—murmura Dani,


escupiendo a un lado—. Podés golpearme todo lo que quieras, ya lo he hecho yo
mismo por años…

Cruz baja los brazos, que quedan laxos a sus costados. Se hunde entre sus
hombros y baja la cabeza con derrota. No sé con quién ir. Male se ha ido a un
rincón abrazándose a sí misma. No sé qué debo hacer. Observo a Dani, que
afloja sus pies y se arrastra hacia abajo, sentado con la espalda en la pared.
Coloca los codos en sus rodillas dobladas y se esconde entre sus manos. Dentro
de un rato sólo quedará una masa colorida y sin forma en su rostro, su
hermano lo destrozó. El silencio se instala como una estaca en cada uno de
nuestros corazones, sólo interrumpiéndolo los sollozos y las respiraciones
superficiales. Estoy temblando cuando me estiro hacia Cruz y tomo su mano,
acuno los nudillos agrietados y ensangrentados.

—Fue mi culpa—susurra Male, temblando en una esquina—. Nunca quise


dejarlo ir. Yo lo obligué a esto.

—No, fui yo—la corta Dani, limpiándose la nariz con el dorso de una
mano—. Es mí culpa.

Me fijo en Cruz y él me devuelve la mirada, nos comunicamos


silenciosamente y luego voy hacia Male, la ayudo a levantarse para llevarla a su
habitación. Los hermanos tienen mucho de qué hablar, y ella y yo también. De
pasada, le da un vistazo a Dani que asiente una sola vez, asegurándole que está
bien en quedarse a solas con quien lo reventó hace un minuto. Apoyo las
manos en los hombros de mi amiga mientras caminamos por el pasillo, ella se
tambalea y su pulso se sacude, busco su mano y me encuentro con que está
helada.
— ¿Cómo empezó esto?—murmuro tratando de no sonar brusca como me
siento en el interior.

Male se dirige a la ventana y se apoya en el vano, rodeándose con los


brazos. Nunca me mira a los ojos cuando responde.

— ¿Cómo? No lo sé—niega, sus labios temblando—. Me he sentido así desde


hace mucho tiempo…

Cierro los puños a mis lados, sintiendo muchas ganas de hacer daño.
Especialmente a su padre, porque él tiene la maldita culpa de toda esta mierda.

—¿Cuándo?—pregunto—. ¿Cuándo…

—Antes de que se fuera a la universidad—me interrumpe, mirándome con


algo muy parecido a la furia del desafío en sus bonitos ojos que siempre han
sido risueños y ahora parecen haber muerto de golpe—. No quería que me
dejara, sabía que si se iba lo perdería. Me aferré—baja la vista al suelo
avergonzada—. Lo empujé, lo llevé más allá. Y dejó de luchar. Siempre estaba
luchando—resurge su llanto, más potente—. ¿Por qué tiene que ser malo? ¿Por
qué?

La pregunta rasguña las paredes con rabia y dolor. No puedo responder,


siento pena por todo esto. Y yo nunca antes sentí algo parecido. Odio verla
llorar, no soporto que se avergüence de esto, que piense que va a pagar por un
delito. De mi parte no hay peligro, y sospecho que tampoco desde Cruz.
Nosotros no somos la amenaza. Aun así ninguno de los dos cree que esto es
normal. Esto es retorcido. Nos provoca escalofríos.

—Me dejó de todos modos, porque se sintió culpable—se limpia los ojos—.
Dani siempre está corriendo. Se odió por tocarme. Me costó mucho
recuperarlo. ¡Ahora que lo tengo de vuelta ustedes tuvieron que descubrir todo!—grita,
furiosa.

Siente por nuestro silencio que de alguna forma los juzgamos. La primera
reacción que tuvimos fue a base de prejuicio. Cruz se puso violento y casi mata
a su hermano porque pensó lo peor. Aunque en este caso no sé qué es lo peor.
El hecho de que Dani pudiese haberla obligado. O que haya sido consentido.
Yo ya lo sospechaba, intuía algo como esto desde hace tiempo, tal vez no me
afecta tanto como debería. Pero, ¿Cruz? No tengo idea de lo que se siente
encontrar a tus hermanos en una relación como esta.

Incesto.

Y Dani puede ir preso por esto.

—No voy a decir nada a nadie—digo lo primero que cruza mi mente.

Me acerco a ella y me acomodo a su lado, tomo su mano y la sostengo. Me


cuesta mucho mantenerme tranquila, comprensiva y cariñosa, pero sus ojos
verdes llenos de sufrimiento me empujan a hacerlo. Y me doy cuenta de que no
deseo esta versión para sí misma, ella es alegre y vivaz , necesita regresar a eso.

—La mayor parte del tiempo nos sentimos sucios—susurra, sus lágrimas
cayendo en su regazo—. Pero se siente como si valiera la pena cuando estoy
cerca de él… No estoy pidiendo que me entiendas o defiendas, sabemos que
esto es horrible. Lo sabemos más que nadie, pero no podemos detenernos, lo
hemos intentado. Lo he intentado todo, pero Dani siempre ha sido el único
para mí.

Recuerdo aquella conversación en el porche de la casa, cuando estábamos


viendo a Dani y sus amigos jugar en el patio delantero. Allí tuve el primer
destello. ¿Y la mirada dolida que envió cuando nos vio besándonos junto a la
piscina? Otra señal que pasé desapercibida. Hasta que descubrí los videos, y mis
sospechas se potenciaron. Me engañé, confiando en que ella no se vería
afectada. Male tenía doce años y ya suspiraba por su hermano.

Hoy todo cae en su lugar.

José Romano hizo que sus hijos reaccionaran sexualmente el uno con el
otro. Él activo esta vena pervertida. Los arruinó. Y sospecho que para siempre.
Ahora más que nunca me abraza la necesidad de abrirlo en canal y hacerle
comer sus propias tripas.
CRUZ
Intento asentar mi respiración y pulso dejándome caer en el borde de la
cama, me restriego la cara. Todavía quiero golpearlo, matarlo, y sin embargo no
puedo hacer eso porque es evidente que acá no es el único culpable. Lo
observo, allí en el suelo esquivando mi mirada como un herido cachorro
tembloroso y avergonzado. Miserable. ¿Cómo no me di cuenta? Dani siempre ha
sido miserable. Y puedo ver que siente tanto asco de sí mismo que no es capaz
de levantar la cabeza y enfrentarme de una vez.

— ¿Qué pasa con esta familia?—pregunto, mi tono ahogado en malestar—.


¿Qué es lo que pasa con todos nosotros?

No responde, y su nariz gotea tanto que está empapando toda su camiseta.


Me levanto y le consigo un pañuelo desde uno de los cajones de su
guardarropa.

— ¿Tenés idea de lo que significa esto?—murmuro, áspero y derrotado.

Se encoge.

—Nada de lo que venga ahora hará una diferencia para mí—responde, y mi


pecho duele por la anestesia con la que se mantiene hundido ahí, en el suelo.

—Estás enfermo, Dani—susurro y no tenía intenciones de que saliera en


voz alta, fue dicho por un impulso estúpido.

Él traga y se limpia la sangre en su cara.

— ¿Acaso no lo estamos todos?—carraspea, amargado.

— ¿Papá tiene algo que ver con esto?—suelto de repente.

Se estremece y se ve como si quisiera que se lo tragara la tierra.

—Yo soy dueño de mis sentimientos—escupe, monótono—. Yo soy dueño


de mis acciones.
— ¿Papá tiene algo que ver con esto?—lo aprieto más corriendo el riesgo de
que se sienta como un animal acorralado.

—Él no tiene tanto poder…

Bien, ya he decido ir más a fondo. Prometí esperar pero ya no hay caso, es


mejor arrancar la curita de una sola vez.

—Eva me lo contó todo—indico y se congela, el color de su rostro


drenándose de golpe—. Si papá también tiene algo que ver…

—Quiero hablar con Eva—levanta la voz.

— ¡No, vas a hablar conmigo y explicarme qué mierda es lo que pasa con
ustedes!—me inclino sobre él, mi sangre bullendo—. ¿Qué está sucediendo?
¿Tengo algo más por lo que preocuparme?

No responde, respira con fuerza y mira en cualquier dirección menos la


mía.

—Dejaste que violaran a una niña—estoy siendo ruin, lo sé.

Se encoge y sé de inmediato que estoy yendo por el camino equivocado.


¿Pero cómo enfrento esto? ¿Cómo hago para que me cuente las cosas?

—No la ayudaste, Dani—gruño, caminando de acá para allá—. ¿Por qué


incluso él fue por ella? ¡Explícame!

—Quiero hablar con ella.

— ¡Te dije que no!—me paro en seco para gritarle—. Antes de ella estoy yo.
Soy tu hermano, sos mi familia. Y tengo derecho a saber qué es lo que pasa en
esta casa.

Respira bruscamente por la nariz.

— ¿Ahora te interesa?—al fin me mira a la cara con enojo—. Nos ignoraste


por años y años, ¿ahora te interesa lo que nos pasa?
Cierro los ojos y camino hacia la ventana. Está bien. Tiene un punto. No
me importaban antes. Quiero decir, sí lo hacían, pero estaba en otro nivel,
preocupado por mi próxima dosis y metiéndome con malas juntas. Estaba
metido en mi enojo porque yo no tenía una madre y sentía que la habían
reemplazado por Lisa y ellos dos. Era estúpido. Un enfermo. Pero, justamente,
todos en esta casa parecemos serlo de alguna manera.

— ¿Y Lisa? ¿Tan ciega es?—sigo, tratando de entender cómo una madre no


nota este tipo de cosas.

—Mamá es frágil, no se da cuenta porque no quiere—comenta, sus ojos


tristes—. Es más fácil ver por delante del telón, a la familia perfecta que ella
siempre soñó. Antes muerta que ver la oscuridad que hay detrás.

Niego. No hay dudas de que todos estamos jodidos. Todos. No me


extraña que Dani y Male no hayan podido salir ilesos. Lo que odio ahora es a
mí mismo más que a nada en el mundo, porque estaba demasiado lleno de mí
para mirar a los costados y notar a mis hermanos. Y todavía estuve ahí cuando
mi padre violó a Eva. ¿Qué clase de persona soy?

—Voy a llamar a Eva—musito, desgastado.

Porque sé que no voy a poder sacar más. Después de todo, mi hermano no


confía tanto en mí como para confesarme todo. Y con razón.

EVA
Cruz asoma la cabeza dentro del cuarto de Male y me avisa que Dani
quiere hablar conmigo. No dudo en levantarme del vano de la ventana e ir,
intuyendo que será importante. Male me deja marchar sin quejarse aunque sé
que no le gusta la idea de quedarse a solas con su hermano mayor, quien le dio
semejante paliza al ―amor de su vida‖. Así es como ella misma se refirió a Dani
mientras hablábamos, lo que me asustó como la mierda. Porque me di cuenta
de que verdaderamente está enamorada de él.
Los dejo en pleno silencio y recorro el pasillo de regreso a Dani. La puerta
está entreabierta y ni siquiera pido permiso para entrar. Lo encuentro en la
misma posición en la que estaba cuando Male y yo salimos. Tiene un pañuelo
ensangrentado en la mano y me observa seriamente al tiempo que su pulso
enloquece.

—Querés hablar conmigo…

Asiente, tragando. Se remoja los labios resecos y partidos por los nudillos
de Cruz. No sé lo que pueden haber hablado en el breve lapso que
permanecieron solos, aunque sin duda fue doloroso para ambos.

—Quiero… volver a pedirte perdón—tiembla, y sus ojos se desenfocan—.


Pero esta vez voy a contar todo.

Mi piel se eriza con anticipación. Una parte de mí está dudando sobre si


desea o no saber lo que va a confesar.

—Esa tarde… el día del cumpleaños de Male—sorbe, pestañeando como si


se estuviera reorientando—. Era ella o vos—suelta.

Mi aliento se atasca, y no me da tiempo a reaccionar con más.

—Siempre fue ella o vos—una lágrima cae de su ojo—. Y yo haría lo que


fuera para protegerla. Lo siento—dice al final con un hilito de voz, apenas
audible.

Sacudo la cabeza, frunciendo el ceño. No. No entiendo del todo.

—Cuando estábamos detrás de ese arbusto y apareció…—exhala, por un


momento perdiendo el control—. Supe lo que venía. Supe que se había cansado
de esperarme y venía a tomarlo. Te eligió. Y… por un momento estuve aliviado de
que no fuera ella—baja la cabeza escondiendo su rostro de mí, frota sus manos
contra las mejillas, por un período su imagen me recuerda el niño que fue—. Lo
siento. Lo siento.
—Él quería que vos y yo…—no acabo porque asiente, entonces me rio—. ¿Y
te lo creíste?—me río secamente un poco más y me gano una mirada dolida e
infeliz—. Él me quería para él, Daniel. Sólo tomó una excusa, pero su intención
desde el primer momento fue tenerme debajo de él.

Se estremece, siseando sus respiraciones. Cierra los ojos y se pierde en sí


mismo.

—Ni siquiera lo intentó, realmente. Nunca puso demasiado esfuerzo en


obligarte, estabas tan asustado que apenas lo notaste—le digo, congelada en mi
lugar, apenas metiendo aire en mis pulmones.

Intenta levantarse y hace una mueca de dolor, volviendo a caer sobre su


culo. Por un instante voy a inclinarme con la intención de ayudarlo, pero luego
me detengo, incapaz de estar en paz con la idea de tocarlo en este momento.

— ¿Entonces por qué dejó de amenazarme? Él siempre estaba sobre mí


pidiéndome que eligiera entre vos o Male. No entiendo…

— ¿Tal vez porque encontró alivio conmigo?—me encojo—. ¿Los enfermos


de la cabeza alguna vez tuvieron sentido? Tu padre está loco—escupo, enojada
con él y con todos—. Tal vez quería que perdieras tu virginidad, pero no ese día.
Él me miró como si me quisiera para él, no para vos.

Tirita, casi al borde.

—Lo siento—lloriquea—. Lo siento por no haber hecho nada, fui un llorón.


Un cobarde. Y después corrí en vez de ayudarte. No lo merezco pero igual… te
pido perdón.

No revelo mi respuesta, en cambio me siento en la cama uniendo mis


manos en el regazo y viéndolo fijamente. No sé, no siento como su pudiese
perdonarlo aun sabiendo que también es una víctima.

— ¿Y Male? ¿Siempre la protegiste?—interrogo, interesada en mi amiga.


—Siempre hice lo que pude para que no la tocara, para mantenerla lejos—
susurra al fin encontrando mis ojos con los suyos—. Para mí ella siempre estuvo
por encima de todo lo demás, es la única que me importa.

Asiento, respetando eso un poco.

—Vi los videos—confieso al fin, sin conseguir guardarlo más.

Dani se retrae de nuevo, convirtiéndose en una bola convulsa doblado en


sí mismo. Toda su cara se retuerce en dolor y asco.

—Ella no parece recordar—sigo, indagando sin importar cuánto le afecte.

—Creo que lo bloqueó—advierte, luego se restriega los ojos con fuerza para
frenar la silenciosa humedad—. Era una niña. Y en cierto modo estoy
agradecido de que no se acuerde…

—Estoy de acuerdo, pero… ¿y la atracción entre ustedes? Te quiere, Dani.


De alguna forma, esto es un efecto colateral—me pongo de pie y paseo a lo largo
del dormitorio, sintiéndome claustrofóbica—. Ustedes se sienten así porque él
los…

—No, no es por eso—asegura, esta vez sí logra ponerse en pie cuando se


fuerza hacia arriba—. Yo… la amo. La amo. Y puede sonar sucio para vos, pero
no se siente así cuando estamos juntos. Nos queremos. Y no es un efecto
colateral de esa mierda en el sótano—termina, sin oxígeno por la rabia.

No soporta cuando le dicen que se siente así en cuanto a su hermana por


culpa de su padre. No lo acepta. Se niega a ver la verdad.

—Dani…

— ¡NO!—grita, ganando fuerza—. Esto no tiene por qué estar manchado


por eso.

— ¿Cuándo te empezaste a sentir así por ella?—aprieto, acercándome—.


Ninguna persona promedio se sentiría así por su hermano de sangre, estos
sentimientos no nacen de la nada. Él tuvo que potenciarlos cuando ustedes
eran niños.

—No, no lo metas en esto—ruega, quebrándose—. No tiene que estar


involucrado también en esto. No lo soporto más. Esto es mío y de Male, NO DE
ÉL—se me acerca tanto que chocamos y mis pies se desestabilizan—. ¿Por qué
tiene que estar metido en todo?

No caigo, pero Dani es alejado de mí con un empujón y después soy


envuelta por los firmes brazos de Cruz, que vino alertado por sus gritos. El
chico llora, su rostro destrozado se tuerce con dolor y se apoya en la pared para
no perder el equilibro. Está desquiciado y roto, como jamás vi a nadie. Malena
entra corriendo y lo abraza. Volver a verlos juntos y tan cerca hace que no
pueda tomar un respiro por completo. Cruz los esquiva con la mirada y me
observa a la cara. Me golpea duro ver sus ojos dorados inyectados en sangre y
opacados con dolor.

—Papá y mamá van a volver pronto—dice ella, dirigiéndose a nosotros.

Nos está echando, sin dudas.

—Mañana, en el monte, a las dos de la tarde—gruñe Cruz, agarrándome del


brazo y arrastrándome hacia la puerta—. Esto no puede quedarse así.

Nos escabullimos por la parte trasera y nos internamos entre los árboles
en silencio. Estamos enterrados en nuestras cabezas tratando de asumir todo
esto. Y yo más, porque ahora tendré que mostrarle a Cruz los videos. Tiene que
ver por sí mismo que sus hermanos no son más que dos inocentes víctimas más
del monstruo que los engendró.

Efectos colaterales.

***

Entramos en mi cuarto arrastrando la tensión y rebusco en mi valija,


donde tengo las copias de los CDs que hice hace tiempo. Los he tenido siempre
conmigo. Nunca tuve la intención de mostrárselos a Cruz antes, hasta hace
poco tiempo que me replanteé ese preceder. En aquel momento me alegré de
que los dejara a mi cargo. Él iba a irse, nunca más volvería. Entonces ¿por qué
atarlo a esta casa si podía ser libre de José Romano? Por eso chantajee a su
padre con esto, sin importar como resultó esa mierda, lo hice bien. Cruz no
volvió nunca más a ese lugar y se alejó para tener un buen futuro. Ahora soy yo
la que lo arrastra a esto, tengo la culpa de que se enterara de esta forma. Debí
habérselos mostrado antes, cuando decidí dejarle acompañarme en esto.

— ¿Qué es eso?—pregunta cuando ve las dos cajas en mi mano.

Lo miro a los ojos. No le va a gustar esto, a él le importa estar en control y


yo lo tomé hace años de sus manos y le mentí al respecto. Si no hubiese vuelto
conmigo hoy estaría feliz haciendo su vida en cualquier otro lugar, no
descubriendo el incesto entre sus hermanos.

—Los CDs que nunca te devolví—admito.

Su cara se pone roja de inmediato y sé que está irritado. Lo estaba al


entrar aquí y ahora es peor. ¿Por qué en el mundo acepté que se uniera a mí?

—Eva, si esto tiene algo que ver…

—Lo tiene—lo corto, sabiendo lo que vendrá sobre mi cabeza—. Nunca te los
mostré porque se suponía que jamás volverías. Además, los usé para liberarte.
No me arrepiento de hacer eso…

—Es mi familia de la que estamos hablando—murmura, manteniendo el


color intenso en su cuello y rostro, la vena de su frente late con fuerza—. Si
hubiese sabido algo en ese entonces no me habría ido, por Dios.

— ¿Y qué habrías hecho? Tenías una orden de alejamiento y jamás habrías


ganado nada enfrentándote a él.

— ¿Por qué siempre asumes que no podemos ganarle?—me grita—. Deja de


subestimarnos, hay buenos abogados ahí afuera. Mejores de lo que es él. Podría
haberles quitado la custodia, o simplemente hablarlo con Lisa para que abra los
ojos…
Por un segundo voy a reírme, luego veo la mierda que puebla sus ojos
dorados y me lo guardo. Él es quien siempre piensa en positivo. ¿La custodia?
Tenía diecinueve y apenas podía consigo mismo, sin agregar que era un
drogadicto en recuperación. ¿Y Lisa? ¿Él piensa que ella no sabe nada? Eso es
tan ingenuo de su parte. Pero lo entiendo, su mente siempre quiere encontrar
soluciones, está en su naturaleza. Ver estos videos en ese entonces lo habría
matado. Y ahora también, pero ya no tengo escapatoria.

Enciendo la máquina y coloco el primer CD, se toma un momento en


reproducir. Cuando la imagen del sofá vacío en el rincón de su sótano aparece
él enfoca su mirada furiosa en ella. Entonces aparecen sus hermanos y se
sientan allí y retrocede gruñendo, incapaz de ver directamente.

— ¿Cuánto tiene Male ahí? ¿Cuatro, cinco años?—se frota la cara y sus
hombros se estremecen—. No puedo ver eso.

No sé cuánto tiene allí pero se ve como de cuatro años y Dani tal vez de
siete. Están sentados tranquilamente en el sofá viendo expectantes a quien está
detrás de la cámara. Hay confianza en sus ojos y supongo que creen que van a
jugar a algo divertido.

José Romano comienza a hablar y su voz nos provoca náuseas a ambos.

—Vamos a jugar un nuevo juego—sus hijos le sonríen con adoración—. Es


divertido. Sólo tienen que sacarse toda esa ropa…

—No quiero verlo—se envara Cruz, dándome la espalda a mí y la pantalla.

En vez de pararlo, lo adelanto y freno en la parte donde Male está


llorando porque no quiere sacarse la falda y Dani le dice a su padre que no
quiere jugar más, porque es aburrido y su hermana está llorando.

—Son similares, podemos ver este solamente—le digo, tratando de llegar al


final—. En el primero ellos sólo son obligados a tocarse por encima de la ropa.
En este, todo termina cuando se resisten y Male comienza a llorar.

—No me importa, no quiero verlo—se queja él, muy cerca del pánico.
Entonces sólo llego a los últimos treinta segundos donde alguien habla
con Romano desde la lejanía.

—Ella no sirve—dice la persona que se mantuvo siempre entre las sombras—.


Déjala ir.

Cruz lo oye y voltea, justo cuando el video se corta.

—Retrocede eso—pide, lo hago y vuelve a escuchar la voz—. ¿Quién mierda


estaba ahí con él? ¿Cuántas personas? ¿Y para qué carajo ella no sirve?

—No sé quién es—niego, molesta por no poder reconocer la voz—. Creo


que estaban sólo tu padre y él, pero los niños no lo vieron hasta la mitad, me
doy cuenta cuando miran hacia la puerta y enseguida se ponen incómodos. Y
supongo que se refiere a Male, no cree que sirva porque es la que más se resiste
de los dos, y a pesar de ser tan pequeña muestra una fuerte personalidad…

— ¿Para qué?—explota él, removiéndose—. ¿Para qué no sirve?

Me siento en la cama y cierro los ojos. Sabe lo que está sucediendo en el


vídeo, ambos lo hacemos, pero de alguna forma me siento con la obligación de
explicarlo.

—Quizás buscan niñas más sumisas, como las que desaparecieron hace un
mes—explico, y antes de que la bilis me ahogue, lo suelto—. Creo que están
sacando dinero de la pedofilia, y estos videos claramente fueron un intento de
película. ¿Los estaban probando? Tal vez. Deduzco que Dani sí fue aprobado y por
eso nunca lo dejaron en paz…

Cruz no habla, cierra la notebook y la lanza a un lado en la cama,


sentándose a mi lado. Está enojado conmigo, lo sé porque evita tocarme, y lo
entiendo. Aunque no voy a disculparme por seguir mis instintos.

—Voy a matarlos a todos—dice, mirando al frente, al vacío—. Y voy a


descubrir de quién se trata esa voz. No se va a salvar ninguno.

Comparto.
— ¿Y crees que lo que descubrimos hoy es a causa de eso?—busca mis ojos al
fin.

—Sí—asiento—. Creo que tu padre hizo que ellos dejaran de verse como
hermanos…

Tuerce el gesto con asco y se levanta, se frota la nuca y arruga el entrecejo.


Su mente no puede tomar más, se está volviendo loco. Tengo un fuerte
impulso de correr a abrazarlo, de todos modos es probable que no me lo
permita.

— ¿Crees que la dejaron en paz?—me pregunta de repente.

—Sí, ella me contó lo que el cura le hizo—digo, segura de eso—. Si esta clase
de cosas hubiesen continuado creo que también me lo hubiese dicho. Además
nunca la vi retraída cuando tu padre estaba cerca, en cambio Dani era un
manojo de nervios…

—Pero no te dijo que le gustaba Dani, podría haber ocultado muchas más
cosas igual de bien…

No lo ocultó tan bien, sólo que yo no lo supe ver del todo hasta ahora.
Siempre creí que ver esos videos me condicionaba cuando estaba en presencia
de ambos, tal vez veía perversidades donde no las había. Eran niños,
posiblemente no los había afectado a largo plazo. Ahora todo encaja en su lugar
tan de golpe que también me ha dejado descolocada. Una gran parte de mí
deseaba con fuerza que Male nunca hubiese caído en este círculo vicioso que su
padre inventó. Por un tiempo estuve segura de que estaba a salvo.

—En ese caso no lo hizo porque sabía que era malo y corría el riesgo de
perderlo. Lo amaba ¿por qué exponerse y contarme cuando entiende que la
gente en general lo repudiaría? Y no comenzaron a estar juntos hasta antes de
que él se fuera a la universidad, yo estaba lejos en ese entonces.

Estábamos separadas pero tuvo varias oportunidades de contarme en las


llamadas o escasas visitas. Entiendo por qué no lo hizo. No quería que yo la
juzgara, y sabía que de alguna forma lo haría. Como ahora Cruz y yo estamos
haciendo. No somos distintos del resto de la gente y eso me duele un poco
porque quiero comprenderla, sólo… no soy capaz.

—Esto es terrible, Eva—jadea, hundiéndose de nuevo en la cama junto a


mí—. Es tan horrible que me siento dentro de una pesadilla…

Esta vez me decido a tocarlo, inclinándome para atraerlo a mí. Me


recuesto hacia atrás sobre mi espalda y lo acuno en mi pecho. Le permito
desahogarse en lágrimas silenciosas. Trato de ponerme en su lugar, de meterme
en su cabeza y entiendo que está desesperado y perdido. Y no sé cómo serán las
cosas a partir de ahora para él.

—No aguanto, necesito ir por él ahora—suspira, alejándose y limpiándose


los ojos—. Matarlo hoy mismo, no merece un día más en esta tierra y cerca de
mis hermanos y de nosotros. Ni de otros niños.

Si fuera sólo él. Pero hay varias serpientes en este nido y sólo tenemos dos
míseros nombres. Si bien él ha sido quien más nos lastimó a todos, y merece
ser el primero en la lista, todavía le queda tiempo.

—Lo necesitamos vivo, descubrir en qué momento se encuentra con los


demás. Saber quién es el otro tipo que habla en el video. Ojalá pudiéramos
quitarlo del medio hoy—suspiro, odiando los estremecimientos de Cruz y la
fiereza que está naciendo dentro de él—. Tenemos un plan, Cruz.

—Lo sé—sale de la cama y se separa de mí—. Ahora necesito estar solo…

Un nudo se atasca en mi garganta al ver la frialdad con la que me está


mirando, aun así asiento en silencio y él se pierde dentro del cuarto de baño.
Escucho la ducha encenderse mientras vuelvo a esconder los Cds donde
estaban y ordeno la habitación. Pienso en todo lo que nos falta para vencer, y
me siento apagada, sin saber por dónde comenzar en realidad.

El coche de mis padres entra en el garaje y pronto escucho sus


movimientos en la cocina. Mi padre es quien sube primero a su habitación y se
pierde en ella arrastrando los pies, cansado por la jornada de trabajo y tantas
horas socializando. Me quedo allí junto a mi ventana, metida en mi cabeza,
intentando atar más cabos. No me he olvidado de las niñas desaparecidas, aún
están presentes todo el tiempo, ahogándome en cuanto más tiempo pasa. Male
y Dani y no me dejan en paz. Tampoco José Romano, ni el comisario. Y el
dolor de Cruz. Todo esto hace que me sienta mareada, incompetente e infeliz.
Me pregunto si he estado haciendo todo mal, o si alguna vez vamos a triunfar.

Entonces mi cabeza hace cortocircuito cuando veo una sombra deslizarse


en dirección al monte.
CAPÍTULO 22
EVA
Mi mente se traba y olvido todo lo que me invadía hace un segundo atrás,
ni siquiera estoy pensando cuando fluyo fuera de mi habitación y tomo las
escaleras. Mis ojos son atentos y letales en la oscuridad de la noche, la
adrenalina hace que me mueva entre los árboles con absoluto silencio y
expectativa. La vi entrar al monte con su rojo y apretado vestido de gala y sus
rizos rubios al viento. ¿A dónde va? Eso es lo único que me interesa saber ahora.

Y una intuición lanza ideas a mi cabeza.

Una electricidad desconocida me toma, me envuelve, y acabo escondida


detrás de un grueso tronco viendo el encuentro del vestido rojo y el pulcro
esmoquin negro y blanco. Dos cabezas rubias—una más que la otra canosa— se
funden en una sola masa que se camufla en la negrura, si bien no puedo ver
facciones claras, sé de quienes se trata. Los rizos cortos tan parecidos a los de
Cruz sobresalen en su altura sobre la figura menuda de mi madre. No estoy
respirando, ni moviéndome. No sé quién soy ni qué mierda hago acá,
extraviándome en un momento que parece irreal.

Mi corazón no late, parece muerto en mi pecho mientras veo la escena


transcurrir con pasión cruda, violenta y carnal. José Romano aplasta a Laura
Moretti contra el tronco de un árbol—no cualquier árbol, sino mi árbol, el que
tantas veces escalé para espiar a los vecinos—. La falda roja con brillantes
dorados es levantada con brusquedad, el rasgón de la tela cruza mis oídos
mezclándose con el sonido de las ramas raspándose por la brisa nocturna. Sería
una noche serena si mi madre no estuviera cogiéndose a Romano contra mi
árbol. Sería una noche perfecta de brisas suaves si yo no estuviera siendo un
testigo ahora mismo.
Pero los veo. Los veo y una sombra abraza mi corazón, lo arrastra hacia abajo,
lo ahoga. Lo lapida. Si alguna vez hubo cierto latido en mí que valiera la pena y
estuviera todavía ileso, acaba de desfallecer. Acaba de irse para siempre.

Los brazos que más de una vez me inmovilizaron y aplastaron alzan el


cuerpo de la mujer que me parió y se interna entre sus piernas. Ella jadea a su
merced. La eleva, la golpea salvajemente contra el tronco, y sus caderas chocan.
Y mientras ellos corren una repugnante carrera hacia el precipicio más alto, los
pantalones de Romano caen en sus tobillos y los gritos de mi madre interfieren
con la paz que reinaba el monte.

Me doy la vuelta recta como una vara, mis extremidades tensas y


entumecidas, me marcho con los sonidos del sexo sucio creando ecos a mi
espalda. Una gota de lluvia golpea y se arrastra abajo por mi frente, se pierde en
el nacimiento de mi ceja izquierda. No lo siento. No siento nada. El chaparrón
arremete contra mí en un pestañeo y me empapa mientras llego lentamente a la
parte trasera de la casa de mis padres y me apoyo contra la pared junto a la
puerta de entrada a la cocina. No siento el frío a pesar de que mi cuerpo está
obviamente temblando a su causa. El pelo se me pega a las mejillas y orejas y el
agua entra en mi boca cuando robo un respiro hondo, atravesando mi
garganta.

No sé por cuánto tiempo permanezco allí, inconsciente de mis alrededores


y hasta de mí misma. De alguna forma me las arreglo para entrar a la casa y
reaccionar ante la vista de la mujer rubia junto a la mesada, respirando agitada
y escurriéndose el pelo en la pileta. Ella me oye entrar, ve el charco que forma
mi ropa chorreante a mis pies, me da una miradita de reojo.

Sabe que lo sé.

— ¿Desde cuándo?—interrogo, no reconozco mi voz.

Soy una extraña ahora, no soy dueña de mí misma. Aunque sí me es


familiar este fuerte calor que apresa mis venas, espesándose como lava ardiente.
Me quema por dentro y duele. Y sé qué es lo que ayudaría a apagar el ardor. Mi
madre me da la espalda, arrogante. Deja su pelo húmedo caer en su espalda y se
abanica la cara mojada con las manos.

— ¿Es de tu incumbencia?—retruca, estirándose para conseguir un


repasador limpio.

Después estira sus brazos a la espalda para bajar el cierre del corsé. Sé que
su idea es desnudarse en el lavadero y dejar el vestido desechado a un lado para
tirar. Ya no sirve, está hecho girones en la falda y empapado con agua de lluvia.
Justamente hay una bata blanca recién lavada sobre la pila de ropa encima de la
lavadora, Juanita la debe haber blanqueado esta mañana.

—Estás engañando a papá, creo que es de mi incumbencia—permito que se


mueva hacia el lavadero, manteniéndome cerca sin perderla de vista.

—Estás empapando todo el piso—se desvía del tema secamente—. Más vale
que lo seques…

Mis grandes ojos sisean hacia el pequeño sobre dorado con brillantes que
seguro dejó sobre la mesa al llegar de la gala, lo observo fijamente sin pestañear.
Mis dedos curvándose, colgados a mis manos. La delicada cadena de la pequeña
cartera me tiene completamente ensimismada.

—Una mujer tiene sus necesidades—dice, se quita el vestido quedándose en


ropa interior—. Tal vez algún día lo entiendas, o… posiblemente tengas suerte
del marido que te toque—se encoge.

—Espero nunca saberlo—susurro a un centímetro de su espalda.

Se tensa pero no logra girarse antes de que yo pase la cadena por encima
de su cabeza. Soy más alta, más enérgica y la ira me regala más poder. Su grito
rompe las paredes de la enorme casa, y no es suficiente para detenerme. No hay
nada sobre esta tierra que tenga el poder de frenarme. La tironeo hacia mí y la
arrastro, comprimo la cadena y ésta se enrosca alrededor de su cuello. Mamá se
rasguña a sí misma para arrancarla. Ya en la sala, perdemos el equilibrio, caigo
sobre mi culo y ella encima de mí.
Nunca aflojo el ímpetu, los latidos de mi negro corazón laten en mis
oídos. Aun así no puedo dejar de oír sus berreos y aullidos mientras se remueve
tratando de liberarse. El oxígeno no tiene mi permiso para entrar a sus
pulmones. Tose, convulsiona, lucha. Y más me aferro al arma con la cual
quiero exprimirla.

— ¿Por qué él?—le pregunto en el oído, la rodeo con las piernas.

Le impido cualquier ruta de escape ahora, la tengo. Mi hermosa presa


traidora. Llena por dentro con el semen de quien me tuvo cuando tenía doce
años. Tiene que morir. Tiene que morir. No responde, claro, es incapaz de hacerlo,
en cambio chilla. Se saca sangre con las uñas de la dulce y blanca piel de su
cuello. La estrecho, la estrangulo. Nunca pierdo fuerza, no hago más que
ganarla a medida que el tiempo pasa y sus ojos ruedan en sus órbitas.

— ¿Por qué él? ¿No había otro para cogerte hasta quemar el poco cerebro
que te queda, puta de mierda?—mascullo en su oído.

Sus talones desnudos cavan en el suelo, a la par sus bocanadas van


disipando la intensidad.

— ¡EVA!—escucho una voz llamar mientras pasos pesados destrozan los


escalones de la escalera en el apurón.

No. Nadie va a detenerme. Aferro más las piernas alrededor de mi ratón,


como una serpiente a punto de convertirlo en un nudo y comérselo. Mis
nudillos se ponen tensos, blancos pasando rápidamente a un profundo
morado. Rujo desde el interior de mi pecho cuando intentan alejarla de mí.
No. Ella es mía. Ella se metió con él. No merece vivir más.

—EVA—llama una segunda voz—. ¡Por Dios! ¿Qué está pasando?—mi padre
se quiebra ante lo que tiene frente a los ojos.

—EVA, por favor—Cruz toma la iniciativa.

Sus ojos dorados me miran como si no me reconociera.


—Vas a matarla—advierte.

Le sonrío, porque entendió. Claro que voy a matar a la puta.

Mamá se retuerce débilmente, intenta hablarles. Pide ayuda pero no hay


voz que salga. Cruz se lanza sobre nosotras, intenta desenredar mis piernas, le
gruño ferozmente y la aprisiono más. Hay dolor en sus ojos ámbar, y por sobre
todas las cosas, miedo.

—Eva, por favor—ruega.

Le muestro los dientes. Entonces hace lo que único que le queda por
hacer, arremete contra mí y me golpea. El puño al costado de mi cabeza hace
que mis sesos reboten entre sí y mi enfoque se confunda. Mi agarre se zafa y mi
padre está allí para sostener a mamá y alejarla de mí. No sin antes recibir el
talón de mi bota en su pómulo. ¡No quería golpearlo a él, el golpe era para esa hija
de puta!

Cruz me aplasta contra el suelo y me inmoviliza, todavía sin tener mucho


éxito. Jamás me sentí tan poderosa y ferviente.

—Eva ¿qué has hecho?—susurra, tembloroso.

Mi papá revisa el cuello morado y sangrante su traicionera esposa, que se


sacude en estado de shock en su regazo.

—No la ayudes—le ordeno, escupiendo saliva rabiosa—. Se acaba de coger al


vecino en el monte. Es una puta. Te engaña.

Papá observa con ojos tristes mi lucha con Cruz mientras levanta a mi
madre y la lleva en brazos por las escaleras.

— ¡No la ayudes!

—Eva, cálmate—me sacude Cruz con violencia.

En respuesta, intento morderle la mano para lograr escapar. Es lo último


que recuerdo, porque luego me noquea y mi mundo se vuelve negro.
CRUZ
Bajo a Eva sobre el colchón y le llevo las manos laxas encima de la cabeza,
le esposo las muñecas a los barrotes de la cama. Está inconsciente, pero no sé
cómo va a despertar. Mi mano duele por el forcejeo y por tener que golpearla,
también mi corazón, fomentando un poderoso nudo en mis cuerdas vocales.

¿Qué es lo que sigue después de todo esto?

He tenido las peores veinticuatro horas de mi vida descubriendo el incesto


entre mis hermanos menores y salvando a la mujer de Moretti de las manos
asesinas de su propia hija. Iba a matarla y de eso no hay dudas. Sé que tiene
motivos de estar enojada, de perder un poco la cabeza al ver a su madre
acostándose con el hombre que más odia sobre esta tierra, yo lo haría. Pero no
hay motivos para llegar tan lejos. Es sólo una mujer adúltera, como muchas y
muchos. Tal vez no tiene ni idea de con quien se está metiendo al acostarse con
mi padre. No hay seguridad de nada.

Me siento al borde, cerca de ella y quito el pelo de su cara dormida,


aparentando la de un ángel. La observo fijamente, tratando de encontrarle
algún sentido a todo lo que he descubierto desde que me acerqué a ella. ¿Qué
viene ahora? ¿Dejarla suelta por ahí cuando es capaz de perderse tan fácilmente?
Era esto lo que veía en sus ojos helados: un reloj de arena. Y pronto el tiempo se
acabaría y la bomba explotaría. Eva no tiene control sobre sí misma y sus
impulsos. Trató de matar a su propia madre y no puedo ignorar que es grave.
Pero… ¿no mató a alguien ya? ¿No era grave ya en ese entonces? Niego, ¿por qué
mierda me sorprendo de esto?

Me encojo y froto mi cara cansada y tirante con las dos manos, agotado
física y mentalmente. Mis músculos tan agarrotados que apenas puedo
enderezarme. Llevo los ojos hacia la puerta abierta encontrándome a Moretti
allí, de pie, con un ojo que se está poniendo negro.

— ¿Tengo que meterla en una institución mental?—tiembla, asustado y


molido—. Siento que tengo que hacer algo como eso. Cómo se veía, la forma en
la que se ensañaba y trataba de estrangularla… yo…—se traba, colgando su cabeza
abajo.

Sacudo la cabeza con frustración. Lo entiendo, es un buen tipo, pero


nunca supo cómo manejar las cosas con Eva. No es que lo juzgue, ¿qué habría
hecho yo si fuera mi hija? No sé una mierda. ¿La institución mental debería
haber venido antes? Es otra cosa que me carcome los sesos ahora porque yo veía
cosas en Eva pero nunca les di importancia, sobre todo porque me atraía
justamente eso de ella. ¿Entonces también soy culpable por no concientizar a
sus padres de lo que veía? ¿Por no hacer absolutamente nada más que desear
ponerla debajo de mí?

Pasa lo mismo con mis hermanos, ¿dónde carajo estaba yo mientras mi


padre los metía en el sótano y los obligaba a tocarse frente a una cámara?
¿DÓNDE MIERDA ESTABA? ¿Por qué no advertí nada?

—Cuando las cosas feas vienen siempre es mejor aislarla, ¿no? Como
hicieron luego de que saliera el video…

—La llevé lejos porque me asustaba su actitud—se justifica, inestable—.


Parecía un robot, nos miraba como si fuéramos nada… creo que hasta ella
misma se sentía nada.

—Entonces ¿por qué no un instituto mental en ese momento?—pregunto.

Se frota el ojo sano y sorbe con fuerza.

—Puse toda la culpa en la gente de esta ciudad, pensé que si la alejaba se


recuperaría…—se sacude y levanta una mano hacia mí—. No, déjalo… Ya sé que
hice todo mal, no necesitas recordármelo…

Me callo porque sé que se siente mal y no hace falta colocar más peso en
sus hombros. Otra vez me fijo en Eva mientras se remueve, inquieta por dentro
pero sin despertar todavía. Estaba ya furioso con ella antes por ocultarme algo
tan importante, cosas que me incumbían porque se trataba de mi familia. Y
ahora no es furia lo que siento sino confusión, dolor, tristeza. Un enorme
sentimiento de pérdida. Porque la amo pero… eso no significa que tengo que
hacer cosas que sean indulgentes para ella, y a su vez lo último que quiero
lastimarla. No quiero traicionarla, tampoco. Ni abandonarla como han hecho
todos de alguna forma o de otra.

—Voy a encargarme—digo, regresando mi atención a su padre.

Frunce el ceño y sé que no le gusta mucho mi respuesta.

—Todavía es una menor, por unos meses más, y yo soy su padre…

—No vas a meterla en un loquero—suelto.

Y no tengo motivos para decir eso, claramente la vimos perder la mente


ahí abajo y ambos sabemos que es peligrosa.

—Esperaremos a que despierte—aclaro.

Me prometo por dentro que si despierta perdida y violenta todavía, vamos


a hacer lo que el hombre dice. Si regresa en sí misma voy a convencerlo de que
la cuidaré y la mantendré vigilada. ¿Estamos siendo ilusos? Posiblemente, pero
no puedo imaginarla reducida y apagada en encierro.

—Y en algo estamos de acuerdo, no podemos seguir en esta casa.

Asiente, sabe que Eva no puede permanecer cerca de su madre más


tiempo. Él avisa que nos dará dinero para que vayamos a un hotel y buscar algo
donde vivir mañana. Encima de todo esto también se suma que es mi primer
día de trabajo, entonces no estoy tan seguro de que pueda cuidar a Eva y
mantenerla en su línea. Cierro los ojos. Mierda. Mierda. Mierda. ¿Qué voy a
hacer?

—Laura y yo estamos separados—suelta Moretti de improvisto, y se gana mi


atención de nuevo—. Técnicamente no me estaba engañando.

Baja los ojos al suelo, nervioso y avergonzado.

—Hace cerca de un año decidimos que iríamos cada cual por caminos
desviados—explica como si tuviese la obligación.
—Es su problema, no tiene que darme explicaciones, señor—digo, con tono
calmo y comprensivo.

—Sabía que tenía a alguien, pero no que fuera tu padre—tuerce el gesto—.


Lo siento mucho por Lisa…

Me encojo, Lisa no es mi madre por lo que no respondo a sus palabras,


entiendo que sólo es un comentario neutral. Y ella no me puede interesar
menos con su falta de convicción y ceguera ante lo que les ha estado
sucediendo a sus hijos. Mujer estúpida, tal vez por eso mi padre la eligió en su
momento, es fácil de engañar.

Moretti va a ver a Laura cuando su llanto se vuelve difícil de ignorar y me


pide que lo llame cuando su hija despierte. Acepto su pedido en silencio. En
ese instante Eva se remueve y atrae mi mirada, sus ojos se mueven debajo de los
fino párpados cerrados, como si estuviese soñando y me insinúa que pronto va
a regresar. Le sostengo el mentón con cuidado, rozando su piel blanca y suave
con mi pulgar, reaccionando por puro instinto. Esto es lo que ella me hace, me
vuelve débil cuando deseo ser fuerte. Ya no puedo permitirlo más. Por una vez
tengo que seguir mis instintos y principios, por más que la ame tanto como lo
hago, me cuesta muchísimo perdonarla y olvidar lo que ha hecho.

—Eva, Eva, Eva—susurro, rozando su pómulo frío—. ¿Qué voy a hacer con
vos?—suspiro lento y largo.

Luego me levanto y me paseo alrededor esperando que abra los ojos.


Rezando para que no me obligue a avanzar por el camino que no quiero.

EVA
Tuve un sueño.

No, no un sueño. Un recuerdo. Un leve destello que duró unos segundos,


parpadeó en mi mente justo antes de que la realidad me arrastrara de regreso y
mis párpados aletearan. Descubro mis ojos sólo para encontrarme una solitaria
figura de pie junto a la cama. Huraña, silenciosa, melancólica figura. Cruz. Sus
brillantes pupilas son lo primero que noto, porque es imposible no hacerlo. Me
observan con triste fijeza, inmóviles.

Abro la boca, voy a decirle… No, ¿no puedo mover mis manos? Me agito y
caigo en la cuenta de que estoy esposada a mi cama. Frunzo el ceño, la boca se
me seca y regreso mi atención a Cruz.

—Atacaste a tu madre—es lo primero que suelta—. Tuve que noquearte


para que la dejaras ir…

Me remojo los labios dispuesta a hablar de nuevo, no lo logro. Hay algo en


sus dorados ojos que me dice que estoy en problemas. Problemas con él. Su
rostro ilegible es irreconocible para mí, sus facciones frías hacen que algo
dentro de mi pecho tiemble. No sé qué significa esto, seguro no puede ser
bueno.

—Tu padre estuvo a punto de inclinarse a meterte en un loquero—


murmura, la voz golpeándome duro como una roca en la cara—. Le convencí de
darte una oportunidad…

Pestañeo, sin moverme. Por dentro quiero gritarle atrocidades y patearlo


con fuerza, pero no tengo muchas fuerzas ahora. Además algo me dice que lo
he perdido y todavía no entiendo por qué esa mierda duele si yo no lo quería
conmigo en primer lugar. Permanezco callada para no soltarle que mi madre es
lo último que me interesa y que si me la vuelvo a cruzar soy capaz de terminar
lo que empecé. No importa cómo, se acostó con el diablo que rompió a su
bonita hija de doce años.

Despego mis labios resecos, voy a enterrar este tema, tengo que decirle que
recordé algo…

—No te voy a soltar hasta que me digas que estás calmada—se inclina,
mirando dentro de mis ojos con los suyos, tan clínicos e impersonales—. ¿Vas a
salir de esta casa con tranquilidad o tengo que amarrarte a mí?

Mi respiración se acelera, afectada, niego lentamente con la cabeza.


— ¿No qué?—insiste, resaltando el hueso de su cuadrada mandíbula—.
Habla.

Quiero escupirle en la cara, lanzar a la mierda su prueba de que la


violencia abandonó el bombeo en mis venas, en cambio me muerdo el interior
de las mejillas hasta sacarme sangre y lo miro directo a los ojos.

—Estoy bien… —comienzo.

—No te estoy preguntando si estás bien—gruñe, cortándome—. Te pregunté


si terminaste de ser una salvaje…

El hielo en sus ojos, que suelen ser cálidos, colisiona en los míos y por
dentro me voy enfriando. Tomo un único suspiro para tranquilizar los
adoloridos latidos de mi corazón, ganándome un gran puñetazo de odio por
parte de mí misma. Se supone que nada debe afectarme. Que soy inmune a esto o
cualquier otra cosa.

—He terminado—aseguro, firme y sin quitar mi mirada de la suya.

—Bien—escupe.

Luego va a los cajones de mi cómoda y comienza a tirar todo en mi valija,


sin mucho cuidado. La llena, la cierra de un tirón, luego se va llevándose todo
abajo y escucho las puertas de su coche abrirse y cerrarse. Nos estamos yendo.
Es lógico, después de lo que le hice a mi madre.

Es verdad que podría haberme controlado… No, es mentira. Lo perdí todo,


ni siquiera estaba pensando mientras la estrangulaba. Todo lo que veía en mi
mente era su precioso cuello blanco siendo destrozado por mí, sus ojos azules
yendo hacia atrás, sus labios boqueando como un pobre pececito fuera del
agua. Mi objetivo era claro: matarla. Quería verla muerta. Ellos lo saben. Y
después de ver eso me pregunto por qué no llamaron a las autoridades de
inmediato. La respuesta llega sin esfuerzo: Cruz. Él me salvó de acabar presa o
enterrada en un loquero. Y mi padre se encargará de que mi madre no corra a
presentar cargos, gracias a él.
— ¿Estás bien?—me interrumpe papá, acercándose a la cama.

Observa mis manos inmovilizadas con cautela, eso me dice que no se


habría acercado tanto si estuviera libre.

—Sí—sigo mordiéndome las mejillas.

En realidad no. No estoy bien, pero él no tiene que saberlo. Ni Cruz.


Recordé. Recordé, no mucho pero lo hice, y tengo que hacer un esfuerzo
sobrehumano para no atacar a alguien de nuevo. Bilis sube por mi garganta y
pestañeo para enfocar la vista. Estoy sudando mares y los cabellos de mi nuca
baja están empapados.

—Pasarán la noche en un hotel—explica, susurrando y asiento sin mirarlo—


. Eva—me llama para que vuelva a prestarle atención, lo hago a regañadientes—.
Tu madre y yo estamos separados, no me estaba engañando…

Sus ojos tristes transitan mi rostro. ¿Piensa que ataqué a la mujer porque
estaba defendiendo su honor?

—Hace más o menos un año. Todavía vivimos juntos porque nos pareció
un buen arreglo, ya que…

—Un buen arreglo para preservar las apariencias—corrijo, entre reseca y


desinteresada.

Se ruboriza y se encoge casi imperceptiblemente. No me extraña, es el


respetable intendente de la ciudad y no falta mucho para las nuevas elecciones.
Quiere ser reelecto. Separarse ahora le jugaría en contra, supongo. Aunque
nunca entendí por qué un divorcio es tan mal visto, si es un buen intendente
eso no tendría que contar ni a favor ni en contra. A la mierda la política.

—Lo siento—susurro muy a pesar mío.

Odio, odio, detesto disculparme. Por cualquier cosa. Y mucho menos por
algo que deseé con toda mi oscura alma. Sin embargo, mi tono entrecortado y
la falsa sinceridad en mi voz hace que él me crea y se contente. Satisfecho con
mi pobre disculpa, me da una media sonrisa todavía triste y se inclina sobre mí
para quitarme las esposas. En un click rápido soy liberada y él me abraza. No le
correspondo, sólo permito que me ahogue por unos segundos interminables
hasta que Cruz aparece en la puerta y anuncia que ya está todo listo para irnos.

Me cambio la ropa con olor a humedad de lluvia y sudor en el baño y al


salir dejo que Cruz sujete mi mano con firmeza, no lo culpo por no confiar en
mí. Ahora él piensa que no me conoce tanto como creía y tiene que estar alerta,
sobre todo porque me vio en plena acción y sabe de lo que soy capaz.

No debería importarme, él sabía dónde se metía cuando accedió a esto.


Sabe que maté a un hombre, y que planeo hacerlo de nuevo. Estrangular a mi
madre no estaba en mis planes, sólo se interpuso y no pude controlarme. No
voy a disculparme con él sobre eso. Subimos al coche y marchamos, ni una sola
vez me mira o me dirige la palabra. Permanece allí, conduciendo de regreso a la
ciudad con los ojos al frente y los dedos tensos alrededor del volante. Su
indiferencia y molestia provoca que me niegue a abrir la boca para contar lo
que recordé justo antes de despertar. Está bien, si así quiere que sean las cosas
ahora… parece que hemos dejado de ceder el uno con el otro.

Entiendo. Primero, fue mi culpa por ocultar información sobre sus


hermanos. ¿Y segundo? También, porque perdí la cabeza y puse mis manos
asesinas sobre mi madre.

Las cadenas que nos conectaban están rotas ahora, y no soporto que me
importe o duela. Así que me esfuerzo en esconderlo bien adentro, como he
sabido hacer siempre. Nunca nada me obligó a caer de rodillas o quebrarme, y
no voy a permitir que suceda, ni por él ni por nadie.
CAPÍTULO 23
EVA
Pasamos la noche en un hotel y sin hablar. Cruz me dejó acostarme en mi
lado de la cama mientras él se mantuvo despierto casi toda la noche, yendo de
acá para allá en la oscuridad. Seguramente tratando de entrelazar sus
pensamientos, buscando soluciones. Su inquietud no me dejó dormir, tampoco
es que tuviera facilidad de cerrar los ojos y perderme, todavía con los nervios
exaltados por lo que sucedió y la cabeza regresando en mi recuerdo una y otra
vez. En más de una ocasión mis labios se despegaron para contárselo a Cruz de
una vez, nunca pude ir más allá. Aun sintiendo el poder repelente en el que
nos encontrábamos envueltos. Ya no puedo confiar en él, si es que alguna vez
lo hice completamente. Él también siente lo mismo en cuanto a mí. Rompimos
lo que teníamos. No fui transparente y él ya no sabe qué hacer conmigo.

Cerca del amanecer se dignó a recostarse a mi lado, de espaldas a mí y sin


tocarme. Lo sentí a kilómetros y kilómetros de distancia, más lejos que cuando
estuve en el internado. Mucho más lejos.

A la mañana siguiente él se vistió con su uniforme azul y yo con lo


primero que encontré en el desorden de mi valija. Sin comunicarnos ni una
sola vez salimos en busca de un apartamento para alquilar, no tardamos mucho
en encontrar uno, porque nos quedamos en el primero que chequeamos y él
decidió sin siquiera preguntarme. De modo que así estaban las cosas.

El lugar estaba amoblado y esperando por un inquilino y sólo tuvimos que


bajar nuestras pertenencias para que fuera nuestro. Cruz se encargó de eso,
dejando las mías en la última habitación del pasillo y las suyas en la siguiente,
entonces supe que realmente no quería tener nada que ver con mi contacto.
No supe cómo reaccionar ante ese tipo de rechazo, nunca me había sucedido
con alguien que me importaba, pero supongo que el pinchazo que ardía a la
altura de mi pecho habló por sí solo. Me estaba castigando.
A pesar de que quería patalear, lanzarle cosas a la cabeza y atacarlo
verbalmente como una loca histérica, me quedé callada, sin cruzar ninguna
línea. Ordenamos algunas cosas, incluso abastecimos la heladera, entonces él se
colocó su gorra y enfiló hacia la puerta.

—Me voy a cumplir con mi turno, no vuelvo en unas diez horas—avisó,


mirándome a los ojos por primera vez en la mañana—. ¿Puedo confiar en vos
para que te quedes dentro? Tenés mi número, cualquier cosa podés llamarme—
no esperó a que yo respondiera, la puerta se cerró tranquilamente y me quedé
sola.

No tan sola, porque ahora mismo acabo de descubrir que alguien me


vigila desde la vereda de enfrente. Lógico, viniendo de Cruz, prometió
prestarme atención y él se toma las responsabilidades muy a pecho. No soy más
su chica, me doy cuenta, soy una niña loca a la que tiene que cuidar día y
noche. A pesar de lo que mis instintos gritan, le llevo la corriente
permaneciendo dentro aunque me vuelva una desquiciada a cada segundo que
pasa.

Me siento junto a la ventana y observo al tipo al otro lado de la calle


directamente, le dejo saber que lo descubrí y a él no parece importarle. Me
parece conocido y me retuerzo los sesos para relacionar en dónde lo he visto,
entonces recuerdo que era amigo de Cruz cuando eran adolescentes.

Me inclino hacia atrás en la silla rotatoria y giro, mis codos apoyados en


los lados, mis ojos en el techo, luego mi celular suena y paso los siguientes
quince minutos excusándome con mi jefe por no poder viajar a hacer una
sesión el fin de semana. Me pregunto por cuánto tiempo aguantará eso hasta
que me despida. No es que me interese mucho. Resoplo y pierdo la paciencia,
yendo a mi habitación.

Se me ocurrió una idea, puedo comparar las voces de mi recuerdo con la


de los videos, tal vez logre deducir de quién se trata. Abro la valija y rebusco,
cuando no los encuentro en mi escondite habitual comienzo a alterarme,
perdiendo el hilo en mi cabeza con aceleración. No están. No están donde los
dejé. Me levanto del suelo, mareada, y pienso. Una ráfaga de enojo me golpea.
Cruz. Él tuvo que tomarlos.

Y no tengo que pensar demasiado para saber qué va a hacer con ellos.

CRUZ
—Anda el rumor de que estás con esta chica…—comenta mi compañero
mientras se sirve un café en las oficinas.

Levanto la vista de los papeles que tengo en la mano y lo miro sin


demostrar ningún sentimiento. Su sonrisa es socarrona y tengo que cuidarme
de reaccionar ante cualquier cosa que vaya a salir de su boca. Carlitos es de los
más idiotas del grupo, lo supe al primer vistazo. Nunca tiene filtro y es hiriente
la mayor parte del tiempo. El típico milico que se las cree todas y se lleva el
mundo por delante sólo por lucir una placa. Abusón, machista, molesto como
la mierda.

— ¿Qué chica?—pregunto, haciéndome el ocupado.

—Esa… la del video de hace unos años—sonríe, sus ojos poniéndose


brillantes.

Sonrío de lado y me encojo, despreocupado. Me recuerdo todo el tiempo


que estoy acá para ajustar un papel importante y necesito seguir el maldito
juego.

—Ah—me rio, haciendo una mueca de diversión—, esa. Sí, estoy con ella.
Bah, salimos, algo sin importancia ¿por?

Se encoge, dando un sorbo a su taza.

—Pensé que era serio. Iba a preguntarte si no es incómodo, ya sabes…—alza


las cejas—, por todo ese asunto…

Pongo mi mejor cara de idiota, me lo tomo a la risa y me relajo en mi silla.


Con mi actitud de ganador caigo varios escalones para ponerme a la par de él.
—Para nada, no es incómodo—tuerzo los labios con insinuación—. Ya
sabes, la reputación ayuda—guiño…

Él suelta una carcajada y se inclina hacia mí, interesado. Demasiado


interesado para mí gusto.

—Así que… el sexo es bueno…

— ¿Bueno?—me burlo—. Alucinante. Por algo me quedo, ¿no?

—Supongo… es toda una yegua la tipa, hermosa la mires por donde la


mires—niega, suspirando y sé de inmediato que su mente está regresando al
video—. Todavía lo tengo en mi celular… me tomó un tiempo superar esas tetas
rebotando…

Mis fosas nasales se abren, oculto bien mi rabia con una carcajada tonta.
La del típico tipo imbécil que no le importa hablar de la mujer que se coge.
Tengo que ser él, sin importar cuándo odio esto.

—Hey, ¿y está para compartir?—se inclina más, interesado.

Finjo dudar por un tiempo, los latidos de rabia que emite mi corazón
atascados en mis oídos.

—Mmm, vas a tener que quitármela—rio, guasón—. Mientras la tenga, voy a


disfrutarla solo yo.

Sus ojos se achican cuando se ríe a carcajadas, encantado con mi


respuesta. Piensa que tiene posibilidades. Si supiera lo que es Eva en realidad se
andaría con cuidado al acercarse. Me imagino un encuentro entre ellos, Eva lo
odiaría nada más verlo, aborrece a las personas como él. Y pensar que yo fui
uno de esos tarados cuando se trataba de chicas. Menos con Eva. Con ella
siempre fui con cuidado, como con miedo de pisar una mina en medio del
campo. Creo que ella fue quien me cambió y me hizo madurar. Encontré algo
de decencia al rechazarla más de una vez, yendo en contra de todo lo que
quería en realidad.
Mi mente regresa al momento en que despertó, anoche, amarrada a la
cama. A la manera en la que me miró mientras la trataba como a una
porquería. Me arrastró a recordar su bonito rostro arrugado con derrota aquella
tarde que la rechacé asquerosamente en mi coche de regreso a casa, tres años
atrás. Por un momento vi el efecto de lo que significaba para ella mi actitud.
Pero, ¿qué podía hacer para probarme que se había calmado? Tenía que estar
seguro antes de soltarla, porque ni yo, ni nadie más en esa casa, soportaría otro
episodio. Me alivió que no hubiese ira y ensañamiento en sus ojos, pero me
mató por dentro que por un leve segundo cruzara un relámpago de dolor por
sus pupilas dilatadas. Si bien nuestra conexión estaba averiada, con lo que hice
casi terminé de destruirla. Ya no hay confianza entre nosotros. Y sin eso, ¿qué
nos queda? El amor no es suficiente. Ya me prometí no ceder ante él y no ser
considerado.

Me ocultó mierda importante, si ella me la hubiese mostrado hace años tal


vez podría haber frenado a mis hermanos a tiempo. Podría haberlos salvado de
las garras enfermas y pedófilas de nuestro padre. Hoy ellos serían saludables, no
estarían sufriendo por lo que sienten. A la mierda las subestimaciones de Eva,
yo habría luchado contra viento y marea por ellos. ¡Yo habría ganado, carajo!

Dejo los papeles a cargo del cargoso y baboso de Carlitos y salgo al exterior
de la comisaría. La tarde está tranquila, aunque es una fachada, todos están
movilizados por las desapariciones de las dos adolescentes. No paran de llegar
llamadas de avistamientos y pistas, todas falsas cabe agregar, porque lo único
que quiere la gente es tomar un bocado de la recompensa. Además de mi
persona, sólo hay cuatro a cargo en las instalaciones, mientras el resto está allá
afuera en los rastrillajes, junto a los refuerzos que llegaron de la capital. Seguro
en los próximos días me tocará salir por la zona con algún grupo. Agradezco
que no fuera hoy porque no quiero salir de la ciudad, estoy demasiado metido
en los asuntos con Eva. Simplemente espero que me haya escuchado y se
mantenga dentro. No he tenido llamadas de Ger, el ex compañero de
secundaría al que le pago para vigilarla, esa es una buena cosa, supongo.
Tomo mi celular del bolsillo y hago la llamada por la que me vine afuera.
Esto es lo único que me parece correcto y lo voy a hacer, no puede esperar más
tiempo.

***

Los ojos me arden y el cuello tira a causa del cansancio cuando entro en el
nuevo apartamento. No hago más que dar un paso dentro y cerrar la puerta
que soy derribado por Eva, aplastado contra la madera con fuerza. Sus ojos
azules están furiosos, su respiración vigorosa choca contra mi mandíbula.

— ¿Qué hiciste con los CDs?—escupe.

Ah, así que se dio cuenta de que me adueñé de ellos. Bien, no podía
esperar menos de ella. La observo de frente, apretando la mandíbula.

—Hice lo que debería haber hecho hace años—respondo, secamente.

Traga, se queda allí de pie cuando me la saco de encima y arrastro los pies
hacia la cocina. Me muero de hambre, necesito urgente una ducha y varias
horas de sueño antes de que me toque irme de nuevo.

—Voy a iniciar un caso, se los envié a mi abogado—sigo, ignorando la


manera en la que se atiesa, clavada en el suelo.

Su pelo rubio está revuelto y se pega a sus mejillas creando una imagen
espeluznante en conjunto con su rostro libre de maquillaje. Está pálida y
ojerosa e intento que el cuadro no me golpee tan duro en el pecho.

—No…—niega sin aire.

—No, ¿qué?—escupo, yendo a ella.

Está bien, mi tiempo de actuación dura terminó anoche cuando supe que
no se alteraría pero ahora parece que no puedo dejar de ser brusco con ella. Se
trata de mis hermanos.

— ¿Por qué lo hiciste? ¡Eran míos!—me empuja, rugiendo.


Me rio secamente y niego, echando un suspiro.

—No eran tuyos, te adueñaste de ellos. Me los robaste, Eva. Son míos—me
señalo el pecho—. Se trata de mis hermanos. MIS-HERMANOS. Y me los
ocultaste. No tenés ni voz ni voto en esto…

Le doy la espalda, enfilo hacia el pasillo, agitado. Estoy cansado de esto, de


tener que discutir, de odiarla por lo que hizo. Ojalá ella nunca lo hubiese
hecho.

—Te van a odiar—me grita, siguiéndome de cerca.

—Cállate—gruño.

—Te van a odiar—toma una bocanada de aire—. Acabas de exponerlos. Esto


va a filtrarse. Si hay algo que las personas como yo odian es ser exhibidos y que el
mundo sepa…

Maldigo por lo bajo y me doy la vuelta. No está ahí, se ha ido. Un


segundo pasa y escucho el portazo de su habitación y su rabieta dentro.
Entonces lo sé.

Me doy cuenta, tarde, de que en esta ocasión Eva tiene razón.

EVA
Mi puerta se sacude luego de que la cierro con fuerza desmedida, la sangre
se acumula en mis tímpanos y sólo puedo escuchar mi respiración acelerada.
Siento mucha rabia ahora, podría hacerle verdadero daño al hombre que
permanece agarrándose la cabeza en la habitación contigua. Él se equivocó en
esto. Metió su pie en un enorme agujero en la tierra y éste está a punto de
ceder, no sólo él caerá al pozo ciego, sino también sus hermanos. Y yo. Porque
si todos ellos caen, me hundiré detrás instantáneamente. Me siento en la cama
y nivelo mis temblores, aflojo mis dientes apretados que chirrían con tensión.

Todo esto ha sido un error. Creer que Cruz podía soportar el peso de toda
esta mierda. Él ha sido sobrepasado por esto, está actuando por desesperación y
terror. Se ha dejado arrastrar por el pánico y el horror que significó descubrir
todo esto sobre mí y su familia. Ya no sabe cómo tratarme. Y tampoco tiene
idea de cómo ir alrededor de sus hermanos y su padre.

Escucho el picaporte cediendo a mi espalda, y me atieso con la presencia


de Cruz inundando el espacio que eligió para mí.

—No sabía qué hacer—murmura, sonando tan derrotado que tengo que
contenerme de correr a él e intentar hacer algo para refrenar su dolor, algo de
lo que no tengo mucha idea—. Quiero ayudarlos ya, necesito salvarlos ahora.
No puedo esperar, no soporto la idea de ellos ahí con él. Lo único que deseo es
cuidar de mis hermanos menores, por una vez en mi vida… cuando debería
haberme preocupado desde siempre—se atraganta al final, siseando su
sufrimiento.

Mi vista se desenfoca por un par de segundos y me aseguro de recuperarla


cuanto antes, notando el sabor de una emoción que no me gusta nada. Seca.
Siempre he sido buena en permanecer seca por dentro y por fuera.

—Hay una sola manera de salvarlos—digo, aun sin voltearme y mirarlo—.


Hay una única manera de lograr que sanen y esto se acabe. Vos y yo sabemos
cuál es el primer paso para eso—trago la caliente saliva que llena mi boca, luego
me preparo—:matarlo.

» La impunidad de los hombres como él no se frena con tu justicia, Cruz.


Ellos la consumen hasta hacerla inútil, son completamente inmunes a ella. Te
lo dije, pensé que lo habías entendido. Ese tipo de mierda se detiene con mí
justicia: la muerte. Matarlos es la única manera de parar el daño que hacen…

Lo escucho sorber y sé, sin siquiera fijarme, que está reteniendo todo
adentro y que hacer eso le quema. Le duele. Pero supongo que todos tenemos
que enfrentar nuestras dolencias, resolverlas, convivir con ellas. Él acaba de
tropezarse y tiene que levantarse. Tiene que entender que se ha equivocado,
reparar ese error antes de que nos explote en el rostro.
Pero incluso con mi mejor ánimo y raro positivismo, casi estoy
resignándome a que el daño está hecho. La bomba de relojería no se tomará
mucho tiempo.

—Llamé a mi abogado—dice, sombrío—. No me respondió. Le dejé un


mensaje, le pedí que…

—Este caso es jugoso—lo corto, negando—. Cualquier abogado vería la


oportunidad de mejorar su reputación figurando en los canales de televisión. El
circo va a armarse, si hay algo que sé bien es que este tipo de cosas se vuelven
virales con sólo un chasquido de dedos…

—Confío en él, ha estado a mi lado desde que me enfrenté a mi padre


hace años—intenta darse ánimos, negándose a creer que su abogado de
confianza lo va a traicionar—. Tengo que darle mi voto de confianza en esto…

Sin ir más lejos, el propio José Romano ha aparecido en televisión miles


de veces a causa de sus casos. Él más que nadie sabe lo que es el poder de la
prensa en cuando a ello. Ahora sus hijos serán expuestos y él estará en el ojo de
la tormenta. Los Romano no van a salvarse de figurar en las noticias. Y Cruz lo
sabe bien, por eso se ve como si fuera a tirarse debajo de un tren.

¿Por qué no pensó en esto? La desesperación, me repito. La desesperación


hace que se cometan terribles errores y él no es tan inmune a ella como yo. No
ha luchado tanto con ella como yo. Cruz Romano no es una persona fría, es
cálido y fácil de alterar, sobre todo con aquello que ha salido a la luz ahora.
Está a punto de explotar a causa de la ansiedad. Lo vuelve torpe y débil.

De nuevo me pregunto por qué dejé que se metiera en esto. ¿Por qué dejé
que se me acercara tanto?

—La cagué—se desinfla, cayendo a la realidad—. La cagué tan mal.

Me levanto y giro hacia él para verlo apoyar las palmas en la pared, sus
hombros caen flojos y se derrumba en sí mismo, culpable. Entra en trance justo
frente a mí, metiendo aire en sus pulmones tan rápido y profundo que siento
como si lo robara de mí.
—La cagué de tantas maneras ya—repite, entonces se levanta y me enfrenta,
sus ojos reteniendo agua, sin dejarla escapar—. Ya no sé quién soy, Eva. Desde
hace horas he perdido todas mis creencias, ya apenas creo en mí mismo. ¿Por
qué no sé manejar esto? ¿Por qué? Somos vos y yo. Son mis hermanos. ¿Por qué
no puedo hacer nada por la gente que me importa?—acaba la pregunta
gruñendo con frustración.

»Estás ahí la mayor parte del tiempo, fría, inmóvil. Lo pensás todo, lo
analizas, ves cosas que yo no. Te admiro y te envidio, porque desde que todo se
me derrumbó no he sabido qué mierda hacer… En cambio vos ya lo sabes
desde hace años y sos fiel a eso… Sos valiente y decidida, todo lo que yo no soy.

La noche anterior no creía eso de mí, pero no voy a lanzárselo a la cara


ahora. ¿Lo ves? Es la única persona que me provoca algo de clemencia. Es el
único que me hace querer protegerlo en vez de herirlo. Y eso que en estas
últimas horas todo lo que he querido hacer es patear su cabeza, pero la bola de
mierda y enojo me abandona cuando lo veo en este estado tan vulnerable. No
sé si lo odio o lo quiero. Si me conviene o no me conviene. Nunca entiendo
demasiado cuando está cerca. Nubla todas mis perspectivas.

—Lo hecho está hecho, ahora tenemos que estar preparados para lo que
venga—añado, monótona, manteniéndome firme.

El espacio entre sus cejas y los alrededores de los ojos se tensan, se atiranta
la piel al tiempo que su mandíbula se encaja con fuerza. La palidez en su rostro
se pone enfermiza, por otro largo rato no devuelve nada. Atormentándose en
su resignación.

—Lo siento, Eva—susurra, ronco—. Lo siento por todo. Por cómo te traté
anoche y hoy. Todavía te amo con todo mi corazón, y lo último que quiero es
que te suceda algo malo… Lo siento, sólo quería protegerte…

Recupero la compostura antes de incluso perderla por sus palabras. Y me


molestan, en cierta forma. Porque todo este último tiempo me obligó a creer
que ya no me amaba, todavía no puedo hacerme a la idea de toda la distancia
que ha colocado entre los dos. Y sí que duele, pero en este instante se me
ocurre que es lo correcto. Él y yo no somos compatibles. Nunca lo fuimos.
Fuimos dos ilusos.

Así que, con esa creencia en mente, le doy la espalda y lo golpeo, haciendo
oídos sordos a ciertas advertencias que gritan desde mi interior.

—Estoy acostumbrada a que la gente que dice que me ama me


decepcione—el veneno que sale de mi voz me señala que estoy volviendo a ser
yo, la misma que fui antes de reencontrarme con él—. Si nos rompimos tan fácil
en tan sólo veinticuatro horas, entonces tenemos la respuesta a todo esto. No
somos buenos el uno para el otro.

—Eso no es cierto...—su intento de protesta muere con mi interrupción.

—Perdí tu confianza, a cambio perdiste la mía—lo miro a los ojos—. Me


pusiste a un brazo de distancia. No hablamos. No nos la jugamos el uno por el
otro, no pusimos esfuerzo en arreglarnos. Nos perdimos. Y me doy cuenta de que
saqué lo peor de vos…—niega, intenta hablar, no lo permito—. Y realmente no
me querés cerca, si fuera de otra forma no me habrías retirado de tu cama
como si fuera un simple desecho…

—Necesitaba tiempo a solas, Eva—se explica.

No respondo, lo ignoro, me alejo. Acabo mostrándole la espalda otra vez.


Odio, odio completamente ser la que desata lo peor de su persona, porque es un
hombre bueno. Pero a mi lado se vuelve ruin. Tengo que dejarlo ir. Oigo su
suspiro, su rendición.

—Lamento no haber sido suficiente—aclara en voz baja y recortada, luego me


deja sola.

Ah, sos suficiente, Cruz. Tanto que fuiste la única persona que me hizo
sentir llena por primera vez en mi vida. Y no tenía nada que ver con la
venganza. Sin embargo, debería haber estado atenta a las señales. No hay
tiempo ni espacio para los sentimientos en medio de tanto caos.
CAPÍTULO 24
EVA
Dos días. Dos días demoró en explotar todo.

Cruz se está hundiendo, lo sé aunque apenas hablemos. Va por ahí como


un zombie, luchando tanto adentro suyo que estoy empezando a alarmarme.
Sus ojos dorados han perdido brillo, y demuestran fragilidad. Ya se encontró
con sus hermanos, el mismo día que el asunto fue expuesto en los medios.
Ellos no lo culparon, de hecho ni siquiera emitieron una reacción además de
mostrarse resignados y tristes. Les duele ser expuestos. Y odian ser perseguidos.

Male ya no es la misma de antes, dejó de serlo el día que descubrimos que


ella y Dani estaban juntos, pero ahora es peor. Está pálida y demasiado delgada
para haber pasado sólo una semana. ¿Dani? Lo he cruzado un par de veces, se
ha escabullido del revuelo mediático en unas pocas ocasiones para venir al
apartamento a encerrarse en la habitación de Cruz, incluso cuando él se
encuentra trabajando. Necesitado de soledad, tal vez sintiéndose ahogado en su
propia casa.

Hace más de cuatro días que no he visto a Male, le pregunto a Dani por
ella cada vez que lo veo, pero apenas es capaz de hablar, deambulando en su
propia cabeza. Por eso he aprovechado que Cruz está con el grupo de rastrillajes
para tomar un remis a la casa de los Romano. Le pido al conductor que me
deje unos metros antes, para cruzar el monte y evadir a los entrometidos
periodistas, hacia la parte trasera de la casa. El tema se ha tranquilizado un
poco para ahora, de todos modos hay algunos que siguen acampando en la
parte delantera, en busca de una buena nota jugosa de algún integrante de la
familia.

Lo peor de todo esto es que nadie parece culpar verdaderamente a José


Romano. Los ojos están puestos en las dos víctimas y hay miles de teorías locas
dando vueltas. Teorías que me hacen querer vomitar, por lo que no necesito
revolver mucho para saber cómo se están sintiendo los hermanos.

A José Romano ni siquiera le ha afectado que las acusaciones de Cruz


sean en su contra. Pocas pruebas hay, porque los videos que están circulando
en las redes de comunicación no tienen audio. Y, los verdaderos, que tiene su
abogado y se pueden escuchar clarito, no sirven como mucha evidencia. ―Las
voces pueden ser de cualquiera‖. Así de hipócritas y corruptos son todos. Por eso
no veo salida justa a este embrollo de mierda, sólo ha servido para matar la paz
de Malena y Dani. Se están volviendo locos. Ahogándose en miseria.

Golpeo la puerta de la cocina y Male se demora un par de minutos en


abrirme, ya estaba esperándome. Todas las persianas y cortinas están cerradas,
logrando que la casa se vea oscura y sin vida. Mi amiga me dedica una sonrisa
poco entusiasta y me lleva sin una sola palabra por las escaleras a su dormitorio,
donde se ha pasado tirada la última semana.

No puedo olvidar su semblante en pánico aquella tarde en que la primera


noticia salió a la luz y Cruz y yo corrimos hacia la casa. Nunca voy a conseguir
borrar sus ojos dolidos y la resignación que la hundía. ―Estamos perdidos‖, dijo
en un susurro rasposo y débil. Dani la miró, le tomó la mano y la atrajo hacia
sí. Los dos se lamentaron en silencio, mientras Cruz no paraba de repetir que
lo perdonaran y que haría cualquier cosa por ayudarlos y recompensarlos.

Male se tira en el revoltijo de sábanas que es su cama, se tapa hasta el


mentón y me mira desde allí, pareciendo un ratón asustadizo.

– ¿Estás sola?–pregunto, yendo a sentarme cerca de ella.

Niega.

—Mamá está encerrada en su cuarto, dopada–murmura con la garganta


apretada–. Dani tomó la vieja moto de papá y se escapó a ver a Juan…

Asiento, me esfuerzo en estirar la mano y palmear la suya, necesitando


hacer algo, por más torpe que sea, para que sienta que puede confiar en mí y
que estoy cerca sólo para ella.
–No va a encontrarlo, está cumpliendo con su turno, seguro ayudando a
rastrillar por los alrededores–le cuento.

No está de ánimos para trabajar pero tiene que cumplir sus horarios, y
además no hay mucho por hacer aparte de esperar que la marea de calme y
mantener contacto con los abogados para saber cuándo será el juicio.
Quedándose encerrado en casa sólo lo empeorará.

– ¿Viste la última teoría que dieron en el canal local esta mañana?–quiere


saber ella, sonando como si fuera a vomitar.

Niego. He parado de ver la televisión, sólo sirve para que la violencia se


arrastre más y más cerca de mi cabeza. No quiero saber más, después de todo
siempre son inventos para crear más drama.

–Dijeron que todo esto podía ser obra de mamá–escupe una seca
carcajada de ironía–. Que ella podía ser la persona detrás de la cámara…

Frunzo en entrecejo, me abstengo de soltar una brusca maldición.

– ¿Y cómo sabes que no? No te acordás de nada–indago.

Se acurruca debajo de las sábanas y suspira largo y entrecortado. Sus ojos


verdes se nublan con lágrimas nuevas. Male no ha podido parar de derramarlas
en días, lo sé por el color desgastado de sus irises y las moradas ojeras.

–No me acuerdo, pero… ¿no es ridículo culpar a mamá? Ella es buena, ha


sido una madre ejemplar, es cariñosa y atenta, no la imagino siendo así de
perversa… Además, Dani estaba ahí y comenzó a romper cosas de la rabia. Lo
único que ellos saben hacer bien es decir mentiras y tirar más leña al fuego.

Estoy de acuerdo.

–Tu padre está detrás de todo esto–menciono sin dudar–. Se está


encargando de desviar las sospechas…

–No van a ganarle a él, es letal–concuerda ella, sorbiendo y secándose los


ojos–. Juan Cruz debió haberlo pensado.
Asiento una vez más, sintiendo en mi pecho una enorme bola de dolor
creciendo. Nunca creí que algo como esto me afectaría, que me preocuparía
tanto por alguien más como lo hago con Male y Cruz. Incluso hasta Dani me
provoca un poco de pena, y me gustaría ablandar todo el sufrimiento que debe
de estar sintiendo. Si antes ya estaba destrozado y arruinado por su padre,
ahora se ve a un paso de desfallecer.

—No me enamoré de mi hermano a causa de lo que papá nos obligaba a


hacer–explica ella, de repente, ofendida–. Me enamoré de él porque… porque…
Dios, ¡simplemente me gustaba cuando estaba cerca!–resopla, frustrada–. Me
hace feliz, y no me he sentido así por nadie más, lo he intentado…

»Lo que siento no es una enfermedad, es real y puro. Voy a protegerlo, no


dejaré que nadie lo sepa, porque eso significará que nos juzguen y se den el
derecho de ensuciarnos. Y nunca me sentí más limpia que estando con Dani…

Pestañeo varias veces y le tomo la mano, enganchando sus dedos con los
míos. Siento el frío que transmite su desdicha. Mis ojos se desvían a la ventana,
al sol que entra por entre las cortinas. No logro encontrar nada acorde para
responder eso. Podría mentir para no lastimarla, pero lo cierto es que pienso
que ambos se sienten atraídos a causa del efecto residual de lo que sucedió en
el pasado. Es la semilla que su padre plantó.

–Te da asco, ¿cierto?–arremete Male, soltándome–. Te da asco lo que estoy


diciendo…

Regreso a sus ojos y entrecierro mis párpados. No sé cómo decirle que no


me produce asco, pero que sí pienso que no es saludable. O normal. Pero, al
fin y al cabo, ¿quién soy yo para creer eso? Jamás he sido normal. Tampoco he
estado saludable en mucho tiempo. Tal vez nunca. Mi mente pende de un hilo.
Yo lo sé, Cruz lo sabe, mi padre lo sabe. Y por eso me mantienen vigilada. Es
sólo cuestión de tiempo que me pierda. Lo único que espero es no enloquecer
antes de que acabe con lo que vine a hacer. Con los planes que ya tienen años
de trazos y organización. Después de eso puedo irme a cualquier parte.

—No me da asco–aclaro–. Sólo estoy en conflicto, nada más…


Ella se queda callada después de eso, mirando al vacío, mientras me pongo
en marcha tratando de ordenar el desastre que es su cuarto. Doblo ropa ya
lavada, coloco otro monto en el cesto donde va la sucia y abro las ventanas para
que la brisa de la tarde ventile el lugar. Después me planto junto a la cama y
tiro de la chica para que se mueva de una vez y se meta en el baño para
ducharse. Su pelo está opaco y huele horrible, demostrando que han pasado
días desde que se bañó por última vez. Esto es algo sorprendente viniendo de
Male, la chica tan alegre y coqueta a la que le gustaba verse bien y estar a la
moda. Me hace caso, a regañadientes, cuando le pregunto si quiere que Dani la
vea así.

—Lo voy a hacer–gruñe–. Que sepas… Dani apenas me habla. Tiene miedo
de hasta mirarme…

Con amargura tatuada en su rostro se pierde en el interior de su cuarto de


baño y pronto escucho la ducha correr. Suspiro y me froto los ojos, tratando de
encontrarle un sentido a todo lo que está sucediendo. Culpándome también.

No pasa mucho tiempo hasta que escucho el ronroneo de una moto venir
desde el camino formado en el monte y me asomo a la ventana para ver a Dani
llegar. Estaciona a un lado de la puerta, se quita el casco y se mete dentro, a
través de la puerta trasera. No consigo evitar notar que se mueve como si todo
el cuerpo le doliera, la cabeza le cuelga hacia adelante como si ya no le
quedaran fuerzas para ir por ahí erguido. Me muerdo el interior de las mejillas
mientras me planteo ir a él. Tal vez en un rato, cuando Male esté lista. Si puedo
lidiar con dos Romano destrozados, podré con uno más.

Estoy desnudando la cama cuando mi amiga sale del baño con una bata
de toalla rosa y me observa con ojos muertos desde la puerta. Arrugo la nariz
dramáticamente al dejar caer la bola de sábanas sucias en el rincón y tomar las
limpias. Ella pone la vista en algo que ha volado y caído al suelo, a mis pies.

— ¿Qué es eso?–frunce el ceño.

Viene a mí y se agacha para tomarlo. Es una hoja de papel blanca doblada


a la mitad, debió haber estado todo el tiempo escondido en ese nido
desordenado que era su cama. Ella la abre y lee. La piel de su rostro se vuelve
translúcida en un segundo, viéndose fantasmagórica. Se lleva una mano al
pecho y deja escapar un sollozo.

Estoy a punto de preguntar, entonces suelta la nota, se gira con rapidez y


corre hacia la puerta. Antes de seguirla, me lanzo hacia la cosa y la leo.

―Lo siento. Te amo‖

La arrugo en un puño, reteniendo el aliento y corro detrás de ella, para


alcanzarla.

— ¡Dani!—chilla tan alto que mis oídos se quejan–. ¡DANI!

El miedo en su voz es patente, y su llanto se desborda mientras va a su


habitación, encontrándola vacía.

— ¿Dónde está?—me esquiva en el pasillo—. Lo escuché llegar, tiene que


estar en algún lado.

— ¿Por qué no me dejas ir a…

No termino de formular mi pregunta porque un fuerte estruendo nos


paraliza a las dos. La explosión retumba en cada rincón de la casa y hace que las
piernas de Male se aflojen. Absorbe una bocanada de aire y se sostiene de la
pared.

―No-lo-hizo. No-lo-hizo‖. Ese es mi pensamiento. Aunque todo dentro de mí


confirma que ese sonido provino de un disparo. Y es inconfundible. Entonces
no tengo tiempo de pensar más porque Male se recobra de la nada y corre
descalza escaleras abajo. Intento retenerla, calmarla de alguna forma. Las dos
sabemos dónde y lo último que quiero es que llegue allí.

— ¡MALENA!—la llamo, unos pasos detrás de ella.

Al llegar a la cocina la capturo del brazo y la tironeo hacia mí, apretándole


con fuerza. Inesperadamente recibo un puñetazo en el ojo que no sólo me
sorprende sino que me deja incapacitada por un par de segundos en los que
ella toma ventaja.

— ¡Male, no!

Entra en la despensa y abre la puerta del sótano. Mis oídos comienzan a


zumbar y la tomo de nuevo, abrazándola. Aplastando su espalda contra mí,
respiro el aroma del shampoo con el que se acaba de lavar el cabello.

—No entres ahí, Male—susurro en su oído.

Llora, se remueve. Se deshace en mis brazos. Y cuando creo que se está


calmando y va a seguir mi consejo, lanza un fuerte grito al aire y me patea,
volviendo a escabullirse. Estiro el brazo como un látigo, me quedo con un
manojo de cabello oscuro entre los dedos cuando ya es tarde. Ella lo ve primero
y cae desplomada al suelo.

Con los latidos de mi corazón ensordeciendo mis oídos, me atrevo a


levantar la vista.

Lo primero que noto, porque es imposible no hacerlo, es la sangre


salpicada en la pared. Mucha, mucha sangre. Sin respirar, me fijo luego en el rifle
abandonado en el suelo, junto a un par de zapatillas negras de cuero. Zapatillas
que le pertenecen al cuerpo que acaba de dispararse a sí mismo en la cara.

Male balbucea entre el imparable llanto, se arrastra de rodillas hacia él.


Me dejo caer junto a ella y la sostengo mientras se sacude violentamente en
estado de shock.

No puedo respirar, el aire está tan cargado de muerte que es espeso y no


transita normalmente por mis conductos. Debería haberlo visto venir, debería
haber seguido mis instintos de buscar a Dani cuando lo vi llegar. Le quité
importancia, aun sabiendo que era el más frágil de los tres hermanos.

Levanto la atención nuevamente al sillón, al mismo en el que su padre les


obligó a tocarse cuando eran niños, y lo veo. Rojo, todo rojo, y su cabeza
echada hacia atrás por el impacto. Su rostro irreconocible. Pero es él, las dos
sabemos que es él.

Daniel Romano se rindió y voló su cabeza en pedazos.

CRUZ
Mi hermano está muerto. Mi hermano está muerto. Muerto.

Intento metérmelo en la cabeza mientras veo a los peritos subir el cuerpo a


una camilla, encerrarlo en una bolsa negra y cargarlo directo a la parte trasera
de una ambulancia.

–No se lo lleven–gimotea mi hermana.

La mantengo aferrada para que no corra e intente aferrarse a la bolsa que


contiene los restos de Dani. Observo los alrededores sin inmutarme, mi rostro
tan tirante por la tensión que podría rasgarse. También quiero aullarles que no
lo alejen. No soporto imaginarlo ahí dentro, no puedo respirar con sólo
pensarlo. No sé cómo vamos a seguir sin tenerlo en nuestras vidas.

–Por favor–a Male no le queda voz.

Cuando llegué a casa después de una horrible llamada de Eva, lo primero


que escuché al superar la ola de periodistas y franquear la puerta del frente
fueron gritos. Ensordecedores, desesperados, imparables gritos de agonía. Ellos
me llevaron al sótano, donde me encontré a mi hermana anclada en el suelo,
siendo sostenida fuertemente por Eva para que no alcanzara… para no
alcanzara el cuerpo sin vida de nuestro hermano.

No puedo explicar lo que sentí en ese momento, un intolerable zumbido


ocupó mi cabeza, mis oídos dejaron de funcionar, el tiempo se detuvo. No
pude ver más allá de las consecuencias que mis actos impulsivos provocaron.

Fui yo. Yo maté a Dani. Yo y mi infinita estupidez.


Hay errores que son imposibles de perdonar. Y este será el que me persiga de
por vida, el que me atormentará hasta la tumba. Yo maté a mi hermano. Yo.

Fijo mis ojos al otro lado de la ambulancia que trasladará a mi hermano a


la morgue. A la pareja más allá, el hombre que abraza a una mujer. El padre
que finge un corazón destrozado al tiempo que sostiene los trozos
diseccionados del de la madre. José Romano es buen actor. ¿Lisa? Ha perdido la
mente, están a punto de llevársela también, sedada y atada a otra camilla,
directo al hospital. Estoy protegiendo a Malena de obtener el mismo destino
que ella, lo último que estoy dispuesto a hacer ahora es permitir que persista
cerca de él. Me la llevaré conmigo y lucharé como no supe hacerlo antes.

Ella es lo único que me queda.

Y tengo que elegir entre derrumbarme o ser el ancla de mi hermana. Y es


por eso que no hay tiempo para perder la cabeza y desmoronarse, porque la
elijo a ella. Por primera vez en mi vida dejo de pensar en mí mismo, termino
con el egoísmo que siempre llevé arrastrando a mi espalda como una orgullosa
mochila. Miro hacia otro lado que no sean mis propios zapatos. Me doy cuenta
de que si me embarro hasta el cuello ahora, arrastraré a Malena conmigo. Por
lo tanto tengo que seguir en la superficie.

Male quiere soltarse de mí y correr antes de que las puertas traseras de la


ambulancia se cierren, no se lo permito. La encierro más en mis brazos, donde
se siente tan pequeña, temblorosa e ida. La oigo tronar el nombre de nuestro
hermano una y otra, y otra vez. Mi corazón tiembla, a un paso de estallar en
millones de pedazos. Eva está a nuestro lado, sus ojos de halcón puestos en ella,
cuidándola también. Aunque no se pierden ni un solo movimiento de mi
padre, lo observa como una víbora a punto de lanzarse sobre su cena. La chispa
en sus pupilas sólo indica peligro.

La he visto antes, cuando intentó estrangular a su madre hasta la muerte.

–Eva–no me da su atención, no quita la vigilancia del hijo de puta–. Eva–


repito más alto, su cuerpo no se mueve, sólo sus ojos barren la distancia entre
los dos–. Por favor–le pido–. Por favor. Sea lo que sea que estás pensando, no
lo hagas…–trago saliva, tratando de mantener firme mi voz–. No empeores esto.
Por favor.

Permanece, unos cuantos segundos más, fija en mí hasta que vuelve a mi


padre que está dejando ir a Lisa en otra ambulancia. Me da un simple y corto
asentimiento, férreo. Sus puños se cierran a sus costados, luego mete aire por
su nariz y se concentra en su amiga, deshecha en mis brazos. Male traga y, al
instante siguiente, sus ojos giran hacia atrás, quedando laxa en el aire. La agarro
antes de que castigue el suelo. Eva me ayuda a mantenerla erguida.

–Que no la vean. No vamos a dejar que la lleven al hospital. Va a casa con


nosotros, lejos de todos ellos–anuncia, tomando decisiones por mí, ni siquiera
me molesta, estoy de acuerdo–. Necesita descansar.

Sin llamar demasiado la atención, llevamos a una inconsciente Male al


patrullero que tomé en la carrera hacia aquí. Por suerte llegué antes que
cualquiera de mis compañeros, que alarmados decidieron seguirme, con las
sirenas encendidas y todo. Eva acaba en el asiento trasero, apoyo a mi hermana
contra ella antes de rodearlo y tomar el volante. Salimos pitando de ahí.

Mis manos tiemblan y mis ojos se nublan, apenas consigo ver el camino
con claridad, no sé cómo me las arreglo para seguir en mi carril. Llegamos a la
ciudad con rapidez y corro por las calles hasta nuestro apartamento.

Bajo a mi hermana desfallecida en brazos, descanso su cuerpo en mi


propia cama, a la par que escucho a Eva seguirnos. Ella la cubre con las mantas
y revisa sus signos vitales por tercera vez, para asegurarse de que está estable,
sólo dormida. Yo observo todo como en un segundo plano, el aire faltándome
y con la sensación de que las paredes de esta casa se inclinan sobre mí,
aplastándome.

Lentamente, volteo y vuelvo sobre mis pasos por el pasillo, directo al


cuarto de baño. Una vez allí, me remojo la cara con agua helada, asegurándome
de que mis sentidos reaccionan a la temperatura, me froto bien los ojos llenos
de lágrimas que se me hacen imposibles de derramar. No sé por qué me
encuentro tan trabado emocionalmente. Supongo que es debido a que todavía
no tengo una noción correcta de lo que acaba de suceder. Estoy dormido por
dentro, entumecido, no le he dado la vuelta al interruptor.

Salgo con intenciones de volver al lado de mi hermana, topándome en la


puerta con dos grandes, redondas y frígidas esferas aguamarina. Me estudian de
cerca, y simplemente sé que está viendo más allá de mi alma atormentada.

–No fue tu culpa–carraspea, poniendo esmero en sonar suave cuando


sabemos que ella no tiene ni un ápice de suavidad sobre sí.

No respondo, me quedo allí, viendo a cualquier lado por encima de su


cabeza rubia despeinada. Está pálida, ojerosa y molesta, afectada pero de una
forma completamente distinta a la mía. Ella todavía puede mantenerse en pie
sin correr el peligro de que sus rodillas fallen y pierda estabilidad. Es fuerte,
todo lo que me gustaría ser ahora. Fuerte. Duro. No falta mucho para que mi
mundo termine por desviarse de su eje. La perdición se acerca. Lo intuyo.

–No es tu culpa–insiste, sin siquiera pestañear una sola vez–. Es toda suya.
Es toda su maldita y enferma culpa. Y va a pagar–chasquea los dientes en la
última sílaba–. Le voy a hacer pagar por todo esto.

–Mi hermano se fue–trago una bocanada de aire–. Mi hermano de


diecinueve años acaba de volarse la cabeza con una escopeta porque yo… yo lo
expuse, cuando debí haberlo cuidado. Vos misma lo dijiste, cometí un terrible
error. Uno que es imposible de perdonar…

Niega, la furia tomando su expresión.

–Dani ha sido atormentado desde que era muy, muy pequeño. Esto viene
desde hace un tiempo largo…

–No pudo soportarlo más por mí culpa, Eva. Lo lancé a los lobos…ahora
no me justifiques por lástima–la desplazo para que despeje la salida.

Una de sus comisuras se tuerce con bronca, tal vez un poco de dolor, aun
así es buena en camuflarlo antes de que escave en él. La ira es todo lo que
domina su alma en este preciso momento.
–Yo no soy capaz de sentir lástima, Cruz–corrige, agria–. A esta altura ya
deberías saberlo. Yo nunca sentí eso por nadie y no comenzaré ahora. Lo único
que estoy tratando de hacerte entender es que no tomes todo el peso, cuando
sólo tiene que ser puesto en la espalda del enfermo pedófilo que destruyó a tus
hermanos. Él es el único culpable y tiene que pagar cuanto antes… Voy a
hacerlo pagar, con o sin tu ayuda. Ya no puedo esperar más, he demorado
demasiado…

Todo lo que veo en ella es iniciativa, desesperación por enterrar de una


maldita vez sus garras en el tipo que ha estado odiando desde hace tanto
tiempo que ya es una gran motivación de su existencia. Su vida ha estado
siempre basada en esto: venganza. Simple y llanamente venganza. Por eso no
tiene lugar ni tiempo en su corazón para algo más. Por ejemplo, yo. Ella no ha
puesto todo de sí en nuestra relación, está consumida por el resentimiento. La
entiendo, lo hago. Por eso no discuto, por eso no lucho contra eso. Porque de
alguna forma lo admiro, de alguna enferma manera fue eso lo que me llevó a
enamorarme perdidamente de ella. Además, quiero exactamente lo mismo.

Todo este tiempo ha tenido la razón de su lado. La moralidad no sirve,


sólo podemos acudir a su sentido de justicia. La muerte. Si hace un tiempo
estaba dispuesto ir hasta el final con ella, ahora más, pero…

Antes tengo que encargarme de mi hermanita. Ayudarnos a superar la


despedida forzada de Dani.

–Dame un tiempo–susurro casi inaudible–. Estoy de tu lado, siempre lo


estuve aunque te cueste creerlo. Sólo… necesito espacio pa-para llorar a mi
hermano y ayudar a Male, ella no está bien y tengo que asegurarme de que…

–Lo entiendo–asiente, interrumpiéndome, dura pero comprensiva–. Lo


sé. También quiero estar ahí para ustedes…

Doy un único asentimiento y me muevo porque al fin me da el permiso


para ir a buscar algo de ropa antes de ducharme. Entro en mi habitación,
observo a Male todavía dormida con un poderoso ceño apretado en su
fisonomía inocente. Los latidos de mi corazón amenazan con detenerse ante la
vista. Con derrota, saco alguna muda limpia de los cajones y me marcho,
viendo cómo Eva se acomoda junto a la chica y vela por ella.

– ¿Cruz?–llama, antes de que me pierda de nuevo dentro del baño.

Giro el rostro para buscar el suyo.

– ¿Sí?

–Lo siento mucho…–manifiesta, sin vacilar.

Y, aunque su gesticulación es nula, no dudo de que sea verdad. Pestañeo


para borrar el amontonamiento de humedad que de repente se interpone en
mi vista. Asiento con agradecimiento, a continuación me encierro. Y en mi
soledad encuentro el modo de ir a través del insoportable dolor.

EVA
El día siguiente fue un engendro del caos. De principio a fin. Malena
dormitó entrecortadamente hasta que la noche cayó. Hasta que despertó sobre
la una de la madrugada con escalofríos recorriendo cada rincón de su cuerpo,
expulsando gritos de desconsuelo que apenas pudimos controlar. Logramos
reducirla y tranquilizarla durante la siguiente hora y la obligamos a comer algo
como cena tardía. No lo retuvo por mucho tiempo, el estrés la envió corriendo
al baño para vomitarlo. Luego siguió llorando y llorando hasta que el propio
llanto la agotó de nuevo y durmió un poco más.

Al amanecer todo comenzó a reproducirse de nuevo, como una mala


pesadilla difícil de olvidar. Cruz la drogó antes de que se hiciera daño, la obligó
a tragar una pastilla para dormir. Le rogó que se calmara con los ojos llenos de
lágrimas mientras yo me mantuve junto a la cama reteniendo sus pies. Una vez
inconsciente, ambos compartimos una larga mirada, encontré en sus ojos un
millar de preguntas a las que yo tampoco tenía respuestas. Tragué una pelota de
seca angustia, y observé el rostro de la chica ida.
–No quiero llevarla a ningún lado…–susurró él, su vista fija en el vacío–.
Tengo miedo de que papá la busque.

Asentí, estando de acuerdo. No queríamos quitarle los ojos de encima, ni


trasladarla a un centro de ayuda. Ese hijo de puta podría ir a por ella, al único
hijo que queda bajo su mando, al que todavía puede controlar. Él tiene el
poder de retirarla de cualquier institución a la que podemos llevarla.

– ¿Qué voy a hacer?–negó–. No quiero cometer más errores…

–Vamos a cuidarla entre los dos–sugerí.

— ¿Y en el funeral? No podemos dejar que se lo pierda, precisa eso para


seguir adelante. Necesitamos despedirnos–suspiró.

Malena estaba perdiendo la cabeza, la única forma de llevarla al velorio era


sedada. Muy sedada. Y necesitábamos a un médico que nos encomendara algo,
porque no podíamos tenerla drogada con pastillas para dormir o cualquier otra
porquería improvisada. Por suerte, mi padre apareció a mitad de mañana,
mientras Cruz se daba otra ducha y tomaba coraje para enfrentar las terribles
horas que seguirían. Hice un esfuerzo en ser directa con él por primera vez en
mi vida y le pedí un favor. Él fue quien trajo al psiquiatra amigo suyo para que
ayudara a Male. Le recetó unas pastillas que él mismo dejó, sin cargo, y
sospeché que el intendente se ocuparía de eso en privado. Tal vez no lo
demostré mucho, pero estuve muy agradecida con él.

Esto nos trae a la actualidad, mientras me ato el pelo en una cola bien
peinada en la nuca y Malena me observa sentada desde mi cama. Ella está muy,
muy quieta, y no sé cómo reaccionar ante la impresión que provoca el verla así.
La he ayudado a elegir algo de mi ropa, sencilla y de colores tranquilos, y trencé
su pelo oscuro que cuelga en su espalda. Estaría bien si no se viera tan pálida y
enfermiza. Y si no estuviéramos yendo a un jodido funeral. No sé de qué
manera vamos a enfrentar esta mierda.

José Romano estará allí con su flamante actuación, lágrimas de cocodrilo,


como si no fuera el único culpable que impulsó toda esta mierda. Uno de sus
hijos está muerto, su hija cerca del borde de la demencia y Cruz destrozado.
Todo por sus enfermas acciones. Efecto colateral. Ha desencadenado una
desgracia.

Como yo quería, pero todo al revés.

No podemos dejar que la impunidad siga caminando entre nosotros. He


terminado con la espera del momento ideal. Voy comenzar a forzar los hilos,
necesito a José Romano y sus socios muertos antes de que termine el mes.
Quiero su cabeza colgando de mi puño.

Me acerco a la chica y me agacho para estar a su nivel. Le coloco unos


lentes de sol bien oscuros para que ningún odioso curioso pueda ver a través de
sus ojos. No quiero que la molesten. Después de este día infernal, hace falta
que la envolvamos y cuidemos para ayudarla sanar.

–Estás siendo demasiado amable para ser vos–balbucea, espesa–. Nunca


habías cuidado tanto de mí…

Paso saliva a lo largo de mis conductos comprimidos, mi corazón latiendo


muy acelerado. Levanto la atención a la puerta por un segundo antes de
regresar a ella, Cruz está allí. Se ve igual de terrible que su hermana.

–No necesito que hagas esto–prosigue Malena respirando apaciblemente,


demasiado para mi gusto.

–Cierto–digo, agarrando su codo–, pero quiero.

La animo a ir hacia Cruz, inmediatamente ella pasa a sus brazos,


necesitando la cobija de un familiar. Me excuso para cerrar la puerta y
cambiarme, mientras ellos esperarán en la cocina. Una vez sola me coloco el
primer vaquero que encuentro y un suéter gris claro sobre una camisa blanca.
Me calzo los negros zapatos bajos y ajusto mi campera de cuero como abrigo.

Estoy apretando demasiado los dientes al tiempo que me miro al espejo y


me preparo mentalmente para actuar indiferente. Entiendo que necesito ir, por
mi amiga y Cruz, y que es mejor que me contenga bien en el fondo antes de
cometer alguna locura. Cierro los ojos y echo un largo suspiro, debo evitar
perder la cabeza, aunque sienta que estoy a un paso de explotar. He estado
queriendo salirme del cascarón por demasiado tiempo, mi sistema ya no lo
aguanta. Ya no tiene las mismas fuerzas para retener el control. Se escapa como
arena de mis dedos.

Busco alrededor por mi segundo par de lentes oscuros, recordando que la


última vez que los usé los guardé dentro del cajón de mi mesa de noche.
Encaro directo allí y lo abro, encontrándome algo que me congela de
inmediato. El estuche de los anteojos no es lo único que hay dentro.

– ¿Qué mierda?–digo por lo bajo, extrañada.

Mi ceño fruncido con sospecha.

– ¡Eva! ¿Estás lista?–golpea Cruz mi puerta.

–Ya voy, vayan adelantándose al coche–aconsejo de regreso.

Escucho sus pasos alejarse mientras retiro la tapa dura del cuaderno que
va dirigido a mí. Leo la nota escrita en la primera página con letra clara y
prolija.

“Sé que siempre pensaste que era un cobarde, y no estabas equivocada.

Lo fui.

Tanto que… para cuando encuentres esto, ya será demasiado tarde.


Estaré bastante lejos para que cualquiera me alcance.

En este cuaderno está todo lo que he averiguado de ellos.

Prometiste acabarlos y entiendo el sentimiento, por eso he escrito toda


la información que necesitas para lograrlo. Siento que es lo correcto, aunque
sea lo único y último bueno que haga.

Pasé demasiado tiempo paralizado por el miedo, callado y escondido. Ya


es tiempo de terminar. No puedo soportarlo más adentro. Es veneno.
Veneno que no me ha dejado vivir en paz.
No puedo tener lo único que he querido siempre, conseguirlo sólo hará
que el daño sea peor. Y he luchado contra todo sólo por algo que va más allá
de ser imposible. Ha sido tan en vano… Malena va a estar mejor sin mí. Sólo
te pido que sigas estando ahí para ella.

Lo hago porque confío en que vencerás.

Ojalá la vida hubiera sido distinta para todos, pero he aprendido que
muchas veces es injusta, que el poder de la maldad gobierna. Y no he podido
nunca hacer las paces con esa clase de certeza.

Acepto marcharme sin tu perdón, me he resignado, aun así voy a repetir


las palabras de nuevo:

Lo siento.
Lo siento por todo.
Ojalá consigas todo aquello por lo que yo no supe luchar.

Lo mereces más que nadie.”

D.
CAPÍTULO 25
EVA
Entramos en la sala que tiene como centro un ataúd cerrado y nos
mezclamos entre todo el gentío que llora o se mantiene callado bajo el estupor.
Lisa está doblada sobre un sofá, José Romano apoya una mano en su hombro
pequeño y tembloroso, mientras asiente a las condolencias de los que llegaron
antes que nosotros. Los tres nos mantenemos a un lado, y Cruz consigue una
silla para su hermana cuando esta comienza a tambalearse y echarle miraditas
embotadas al cajón que encierra al prohibido amor de su vida. Tiene que haber
sido muy fuerte lo que el psiquiatra recomendó para que se deje caer en su
lugar y apenas se mueva de allí. Observa a toda la gente pasar por delante de
nosotros sin decir una sola palabra. Cruz se mantiene a su lado erguido y con la
frente en alto, mientras la tensión se va forjando alrededor porque la multitud
ha comenzado a tomar nota de que el hijo mayor está entre ellos, en la misma
habitación que su padre, a quien acusó de abusar de sus hermanos. Lisa clava
sus ojos oscuros e irritados en nosotros, se fija en su hija desde lejos y no hace
ningún movimiento hacia ella. Tampoco creo que pueda, parece pasada de
rosca con lo que sea que le hayan dado, su estado es peor que el de Malena.

No sé por cuánto tiempo estamos allí, sin hacer nada más que ver ir y
venir a la gente, hasta que me decido a ir en busca de un café a la cocina. Sé
bien que Cruz lo necesita incluso más que yo después de la terrible noche que
ha pasado. En el camino me encuentro a papá, que enseguida viene a mí y me
da un abrazo suave. Por encima de su hombro descubro a mamá, unos pasos
detrás de él, llevando un pañuelo que la cubre casi hasta el mentón,
escondiendo las marcas moradas que le dejé. Ambas nos medimos por un
momento, y cuando mi rostro no demuestra evolución alguna se mueve lejos,
en dirección a los padres que perdieron a su hijo. Papá me palmea el hombro
en silencio, tratando de tranquilizarme de alguna manera sin llamar demasiado
la atención. Y no tiene que hacerlo, estoy luchando conmigo misma, y por
ahora el control está ganando. No voy a hacer nada que atente contra el
silencio de esta sala atestada de dolor. Por más que quiera con toda mi alma
arremeter contra la gente que permanece aquí, fingiendo.

En un rincón también me topo con la vista de un uniforme de oficial,


superior. Los ojos del comisario tomándome a una distancia prudente.
También le hago notar que lo he visto, deteniéndome para observarlo
directamente. Quiero ir contra él también, estrellar su cabeza en el suelo y
patearla hasta que reviente. El último recuerdo de la noche del video late entre
las paredes de mi mente, punzando con presión. ―Todavía no‖, le aviso para que
se contenga. El tipo se apoya contra la pared y mete sus manos en el bolsillo,
poniendo una expresión que se parece mucho al desafío. Tal vez le he dado
algo con lo que ponerse a la defensiva.

Despacio, acabo por desplazarme por entre las personas que cuchichean
entre ellas y me interno en la cocina, espero a que la máquina de café sea
desocupada para tomar mi lugar. Recojo dos vasos de plástico y los cargo casi a
tope, luego les pongo azúcar y me doy la vuelta para volver por donde vine. No
llego lejos, alguien me choca y el caliente líquido oscuro termina sobre mí. Me
esfuerzo para no reaccionar al tiempo que levanto la vista para saber quién
acaba de lanzarse sobre mí adrede. Lo primero que noto es otro uniforme de
policía, y unos irises oscuros y llenos de malicia. No reconozco inmediatamente
al tipo, aunque luego lo relaciono a la perfección. Sé que es uno de los
compañeros de Cruz. Más conocido como Carlos, el perrito faldero del jefe.

Él también estuvo esa noche.

Se quedó contra el rincón oscuro de la habitación mientras otros dos


hombres me rodeaban en la cama. Es otro cómplice.

—Uy, perdona, no te vi—dice, tomando unas servilletas de un rollo


cercano—. Eso debe quemar.

Ni siquiera pestañeo mientras dejo los vasos por la mitad en la mesada.


No hasta que tengo sus manos por todo el frente de mi suéter manchado,
tratando de secarlo. O manosearme sin mucho disimulo.
—Está bien—intento detenerlo con voz contenida.

No me escucha, y tengo que luchar contra él cuando coloca las manos


abiertas en mis pechos. Lo empujo atrás sin mucha contención y lo fulmino
con la mirada.

—Te dije que ya está—reniego, llamando la atención de algunas personas


alrededor.

Él asiente y finge retraimiento a la par que da unos pasos lejos de mí. A lo


lejos alcanzo a ver al comisario merodeándonos. Trago la lava que sube
ardiendo por mi garganta. Voy a matarlos. Pronto. Ese es mi consuelo, el único
pensamiento que me mantiene paciente y tranquila.

—Perdón—repite y regresa su jefe.

Paso justo al lado de ellos en dirección al baño, una vez allí intento
apaciguar mi respiración mientras me quito el suéter, y observo mi reflejo en el
espejo. Al menos la camisa no está tan mal. Me recoloco la campera de cuero y
cuelgo la prenda que me quité en mi brazo. Al abrir la puerta para salir, me
choco con otra presencia indeseada que me empuja un poco hacia dentro de
nuevo. José Romano me arrincona, se cierne sobre mí y me roba todo el
oxígeno.

—Me enteré de lo que le hiciste a tu madre—su sonrisa presenta bordes


filosos.

— ¿A qué jugás?—escupo, empujándolo—. ¿No te alcanza con destrozar a tu


propia familia? Tu hijo se voló los sesos por tu culpa…

Chasquea la lengua su enorme mano sube y se aferra mi cuello, aprieta un


poco. No como para cortarme el suministro de aire, sí como para ejercer algún
tipo de presión sobre mis nervios. Congelo cualquier reacción.

—Él se voló los sesos porque era un pobre infeliz—gruñe—. No es mi culpa.


Carajo, está tan demente. Tan enfermo. Y tengo que retenerme a mí misma
de intentar luchar como quiero, porque sé que ahora mismo estoy indefensa y
no me conviene.

—Vaya a saber las cosas que le hiciste—murmuro, tratando de pasar saliva


por mi garganta apretada—. Estás enfermo…

—Igual que vos—acerca su cara a la mía y lame mi mejilla, logrando que


clave mis uñas en su muñeca—. Tenés a quién salir, eh… tu madre es una puta
bastante loca.

Quiero alzar mi rodilla y aplastar sus nauseabundos huevos hasta que se


retuerza en dolor, lástima que el lugar sea tan pequeño para maniobrar con
precisión. En cambio me aplaco y me inclino hacia su oído.

—Voy a matarte—prometo en un rumor duro y firme, con los dientes


ajustados—. Voy a matarte. Cuando menos te lo esperes, ahí voy a estar yo. Ni
siquiera vas a verme venir. Voy a abrirte en canal y hacerte masticar tus propias
tripas… Luego me sentaré a observar cómo el fuego te consume y el infierno te
da la bienvenida…

Se ríe, se retira y luego respira dentro de mi oído.

—Ves lo que tu amenaza me hace, chiquita—dice, todavía sonriendo, frota


su dureza creciendo contra mí—. Me gustan las que tienen los ovarios bien
puestos, como tu madre… ¿sabías que fue de ella la idea?

Me arrincona contra la pared roza su nariz en el punto justo detrás de mi


oreja. Su colonia impregna mis sentidos y la bilis amenaza con derramarse.

—Te quería madura, blanda—murmura con tono excitado—. Te quería


abierta y sensual, desarrollada, para que sobresalieras por encima de todas las
demás modelitos. Que ganaras todas las miradas. Hicimos un buen trabajo,
¿cierto?—encierra mi lóbulo entre sus fétidos dientes—. Sos buena, fría e
hipnotizadora como ninguna… Te lo hice bien, muy bien…
Me muerdo tanto el interior de las mejillas que pruebo el sabor metálico
de mi sangre. Estoy respirando con agitación y mi enfoque comienza a
confundirse. Estoy al borde de un ataque, a un paso de perder la cordura,
abandonándome a su merced. No puedo creer lo que me acaba de contar, tiene
que ser una mentira. Tiene que ser una treta de su retorcida mente, seguro
tenía ganas de venir a molestarme mientras el resto llora la pérdida de su hijo.

—Soltala—empuja alguien la puerta que se había quedado entreabierta—.


Soltala antes de que te mate justo enfrente de toda esta gente…

Me sorprendo al cruzar mi mirada con la helada, demandante y furiosa de


mi padre. Nunca lo vi tan rojo de ira, a punto de perderlo. José Romano se alza
sobre su estatura y lo enfrenta, sonriendo como si nada estuviese pasando. Mi
padre lo observa fijamente mientras se retira.

—Te mataría acá mismo si no fuera porque tus hijos no merecen más
mierda que soportar—musita el intendente, apenas modulando—. Si no fuera
porque quiero respetar el homenaje a un inocente niño, lo haría—respira por la
nariz, sus puños temblando a sus lados.

Romano endereza su corbata, como si mi padre le estuviera contando


sobre el pronóstico del tiempo. Entonces lo encara, nariz con nariz.

—Ambos sabemos que sos demasiado debilucho para hacer algo como
eso—ronronea con burla.

—Juan Cruz no está solo en esto—devuelve mi padre—. No todos creemos


lo que dicen en la televisión. No estás tan a salvo como pensás…

José se ríe.

—Lo que digas, hombre—nos da la espalda, pero antes de irse voltea y nos
guiña—. Les deseo suerte.

—Igualmente—responde mi padre con la mandíbula apretada, luego se fija


en mí.
Sus ojos pierden fortaleza, llenándose de un brillo parecido al lamento y la
fragilidad. Eso me indica que ha escuchado, tal vez no todo, pero algo de lo que
ese pervertido me soltó. Y ahora lo sabe. Ahora se ha enterado de lo que ese
hombre me hizo. Tal vez por pedido de mi madre.

— ¿Por qué no viniste a mí, Eva?—quiere saber, todo el dolor plasmado en


sus facciones.

Aparenta haber envejecido un montón de años en nada más que diez


minutos.

— ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué te lo tragaste? ¿No confiabas en mí?

No hablo, no tengo mucho para decir, porque mi respuesta le dolería. No,


no confiaba en él, siempre estaba ocupado. Y me lo tragué porque preferí tomar
la justicia por mi propia mano y él habría interferido en contra de mis deseos.
Me trago cualquier palabra mientras lo veo bajar la cabeza y dar un paso atrás.
Se va, pero algo me dice que esto no va a quedarse así. Él va a querer arrasar
contra Romano. Quizás también contra mamá.

Es por eso que tengo que actuar rápido, ganar la carrera a todos los que
quieren hundir a los culpables. Alcanzarlos antes de que tengan tiempo para
hacer algo más.

***

Llegamos al departamento tarde en la noche, posteriormente de que


Malena y Cruz se despidieran de Dani en privado antes de que el ataúd fuera
cargado en el fúnebre y marchara lentamente hacia el cementerio de la ciudad.
Allí fuimos testigos de cómo era acomodado y cubierto por caro encaje blanco
en la caseta que lleva el apellido de los Romano y alberga unos cuántos
ancestros. Lo peor de todo el proceso ha sido eso, precisamente. Los hermanos
se negaban a dejarlo abandonado allí, de hecho, estoy segura de que si hubiese
sido por ellos se habrían quedado abrazados al cajón por días. Todo esto del
velorio no ha sido suficiente para que pudiesen dejarlo ir, ni de cerca. Es
demasiado dolor que soportar y el adiós perdurará por días. Hasta semanas. O
meses. O, tal vez, nunca se hagan a la idea de que perdieron a Dani.
Especialmente Malena. Temo que ella no se recupere y que el tiempo sólo lo
empeore todo. Y ese es el miedo que Cruz y yo compartimos.

Al fin en casa, Malena opta por medicarse a sí misma para poder dormir,
su hermano mayor se lo permite, aunque a regañadientes, porque ya hay
demasiadas drogas en su organismo. Pero ambos coincidimos que es mejor que
duerma, antes de que deambule por ahí muerta en vida. Sólo por ahora. Él
deposita la mitad de una píldora junto a un vaso de agua en su mesa de noche y
luego confisca el resto con los demás medicamentos. Y sí, somos precavidos
porque sabemos que el dolor tiende a ser insoportable y peligroso, tanto que
puede llevar a cualquiera a cometer actos terribles por desesperación.

Después de que ella se duerme y Cruz se recuesta en el sofá de la sala,


dispuesto a descansar de una vez por todas, me encierro en mi habitación. Y, es
cierto, completamente entiendo que estoy siendo una perra egoísta al no ir a
por él y estar a su lado. Lo sé. Lo sé. Es que simplemente no puedo contenerme
de comenzar a leer la información que Dani me dejó. Cuanto más rápido la
ingiera más rápido acabará esto. Me convenzo de que es por nuestro bien. Y
que en cuanto esta ola de terrible sufrimiento acabe para él, le mostraré el
cuaderno. Lo haré. Lo incluiré en mis planes, respetaré su deseo. Porque ahora
es más fuerte. La impunidad y crueldad de su padre se cobró la vida de Dani, y
Cruz querrá venganza. Él dará vuelta la página para que estemos juntos en la
misma.

Engullo cada renglón como si se me fuera la vida en ello. Y, en cierto


sentido, eso suena literal. Mi vida no ha sido más que esto. He sido dominada
por el sentimiento de venganza y la preciso como al aire que respiro. Sólo
después de conseguirla seré apta para abrir otras puertas, de ser completamente
libre. Las cadenas que me mantienen enganchada al pasado serán seccionadas y
me iré lejos. Sin mirar atrás. Nunca más voltearé a mi espalda.

Acabo de archivar y analizar cada palabra y consejo cerca de las cinco de la


mañana. Todavía está oscuro afuera y el silencio es la envoltura de la ciudad
que nos apaña. Me doy cuenta de que mi vista arde y mis músculos se quejan,
mi cerebro y cuerpo pidiendo a gritos una pausa. Apagarme por un rato. Sin
embargo no puedo hacerlo cuando oigo sonidos que traspasan las paredes
provenientes de la cocina. Me percato de que no podré pegar un ojo si Cruz no
lo logra antes. Él ha estado despierto y deambulando mucho más que yo.
Fácilmente se le pueden haber cumplido unos tres días sin dormir.

Salgo de mis mantas, sólo con una camiseta de tirantes y bragas a juego de
color blanco. Abro mi puerta justo después de esconder bajo el colchón el
cuaderno de tapa dura que me estuvo educando. Mis pies descalzos van a través
del oscuro pasillo, directo hacia la luz débil encendida en la cocina. Allí
encuentro a Cruz sentado en una silla, con los codos en la mesa y su cabeza
entre las manos. No alcanzo a ver su rostro pero no necesito hacerlo para saber
que tiene los ojos cerrados a juego con una expresión derrotada y agotada. Me
quedo ahí hasta que me nota y alza la mirada. Lo blanco de los ojos apenas se
distingue de tantas telarañas carmesí contaminándolo. Nunca, nunca en mi
vida he tenido la oportunidad de ver a alguien tan destrozado. Hasta este
mismo momento.

Ni siquiera pestañea al tiempo que me observa desde su posición tiesa, a


punto de quebrarse.

—Estoy luchando—murmura, el tono tan quebradizo que mis piernas se


vuelven débiles—. Te juro que… jamás tuve tanta necesidad de una copa, ni
siquiera en mis peores días de abstinencia...

El interior de mi boca se seca, algo detrás de mis ojos punza, como si mi


cerebro me presionara a algo de lo que no tengo ni idea como describir. Se
levanta lentamente, apenas soportando su peso.

—Necesito apagarlo—se lleva los dedos curvados al pecho—. Quiero dejar de


sentir. Quiero desconectarme. Dormirme. Y si es posible, para siempre… Nunca
quise perderme tanto como en este momento… irme lejos.

Sorbo la fuerte oleada de una inusual emoción cuando sus pulmones


fuerzan una bocanada de aire y se apoya contra el borde de la mesa para no caer
al suelo. No ha dormido, absolutamente nada y lo último que se le ocurriría
sería acudir a las pastillas porque corre el riesgo de volverse dependiente. Un
adicto es un adicto para toda la vida. Y su sistema quiere apagarse, haría lo que
fuera por ello.

Camino a él con seguridad y tomo su mano, se siente helada contra mi


tacto.

—Vamos a la cama, necesitas descansar—susurro.

Niega, quitándome el contacto y alejándose de mí. Se mueve como si le


doliera cada pequeño rincón del cuerpo y el alma. Se afirma contra la encimera
de la cocina, restregándose los ojos. Me quedo a una distancia prudencial
asimilándolo con fijeza, mis palpitaciones subiendo a altos niveles. Una gran
parte de mí se niega rotundamente a reconocer que verlo así la convierte en
papilla, pero no hay más miedo de ser consciente de eso. Ya no. Él siempre
tuvo el poder de dirigir potentes oscilaciones a los muros de piedra que rodean
la parte más blanda de mi ser. Sólo él.

Sigilosamente acabo enfrentándolo, pierdo suavidad cuando me alzo sobre


las puntas de mis pies y encierro su fisonomía ruborizada y ceñuda para un
beso. Rápidamente alcanzo sus labios con los míos y los aplasto juntos. Al
principio su talante es duro e inmóvil, hasta que profundizo abriéndolo con los
dientes e introduciendo mi lengua en su caliente interior. Quiere retirarse, y
por un rato tengo que sostenerlo firmemente para que me ceda el poder de una
buena vez. Es por lo que ha estado rogando.

Dijo que quería apagarlo y le estoy dando una oportunidad.

Me pego contra él, su respiración agitada golpea contra mi mejilla, la mía


redobla la apuesta. Entonces me relajo porque empieza a manifestarse, a pesar
de que piensa que esto es incorrecto. Fuera de lugar. No lo es. Cada cual afronta
el duelo de acuerdo a sus necesidades y a su propia manera. Y le estoy
ayudando. Quizás nos estoy ayudando a ambos.

—Eva—jadea al separarnos, siendo todo dientes y hambre.


El padecimiento aún persiste en sus pupilas, eso no se irá así como así,
aunque no puedo negar que está funcionando un poco. Paseo mis labios
húmedos por su cuello, cuelo mis palmas por debajo de su camiseta y acaricio
sus abdominales. Soy suave, paciente y blanda. Toda para él. Para que tome lo
que le haga falta. Arrebata aire por la nariz intensamente, mientras me mira de
cerca. Estoy agitada y dispuesta, nunca he necesitado más para estarlo cuando
su toque se hace cargo de mí.

Sus enormes manos viajan a mis caderas desnudas, sus dedos cavando
hondo en mi carne al elevarme del suelo y arrojarme sentada en la mesada en
un giro brusco. Mis bragas se van, sólo así, de un tirón. Estoy jadeando al
hacerme cargo del botón de sus vaqueros, el cierre le sigue al instante, me
muerde los labios y se apresura, sacándose a sí mismo de la ropa interior. Un
solo empuje de caderas y está tan metido en mí que al principio duele, por eso
grito y me quedo sin aliento. Todos sus músculos tiemblan, se sacuden por la
tensión que provoca la desesperación. Rasguño su cuello, atrayéndolo casi con
rabia. Se mueve y mi centro sigue punzando. No me importa, se siente bien. Y
estoy segura de que para él también. Ajusta su duro agarre en mis muslos,
llenándome la piel de rasguños colorados y marcas de dedos. Me aporrea y
zarandea, se tambalea y reanuda. No hay pausa, no hay paz, no hay ternura.
Sólo cruda necesidad y perdición.

Me muerde el cuello y ruje, arrastro mis uñas por sus costados directo a las
nalgas endurecidas por el esfuerzo ante la violencia con la que me toma. Se
aferra al cabello detrás de mi nuca. Me lastima, y ese tipo de daño es
bienvenido. Es mejor que cualquier otro de índole emocional que estuviera
sintiendo antes de venir a él. Prefiero que me hiera, que destroce mi piel y me
haga sangrar a tener que verlo caer en otro pozo negro y profundo.

En el instante en que su liberación arriba, se derrumba sobre mí,


aplastándome. Y es allí que ahogamos nuestros aullidos, causados por el
penetrante orgasmo, escondiéndolos en los recovecos de nuestras bocas. Los
minutos siguientes se tratan más que nada de la recuperación de nuestras
capacidades motoras y respiratorias. Y es al creer que llega el punto en que va a
soltarme que me sorprende pateando sus ropas lejos en el suelo, y
levantándome en brazos. Me veo obligada a cerrar mis piernas a su alrededor a
la par que se tambalea conmigo por el pasillo y se interna en mi habitación. Le
doy un manotazo a la puerta para cerrarla antes de caer directamente en mi
cama y rebotar con su cuerpo grande encima del mío.

—No tenés ni idea de lo que te he extrañado, Eva—entre susurra y solloza en mi


oído, aun sin elevarse en mi cara, escondiéndose en el hueco de mi cuello—. Te
necesito tanto… te necesito más que a nadie, más que a nada—se estremece.

Todavía erecto y enfundando por mí, tan en lo profundo, vuelve a


reclamarme una y otra vez con la misma intensidad. Los codos enterrados en el
colchón y sus dientes estirando del lóbulo de mi oreja. Lo acuno entre mis
piernas y alzo las caderas en cada colisión. Lloriqueo, vibro, me entrego. Le
quito la camisa, y la mía también desaparece entre el caos, estamos piel con piel
y es imposible obviar cada maldita chispa de electricidad que emitimos juntos.
Enrosco mis dedos en sus rizos rubio dorado que han crecido tanto este último
tiempo y me afianzo. Caemos de nuevo hacia abajo.

Muy abajo.

Después de eso, no queda nada más que sosiego. Calma. Los pulmones de
cada uno se aplacan y Cruz se abandona, ya sin lograr sostener su peso. Pronto
caigo en la cuenta de que se ha quedado dormido, inconsciente, encima de mí.
Al fin permitiéndose una tregua.

***

A las diez de la mañana siguiente estoy sentada al borde de mi cama con el


gran cuerpo dormido a lo largo, boca abajo en el colchón, en mi espalda. Estoy
desnuda allí, inmóvil, escuchándolo respirar con mi vista fija en un punto
completamente ausente. Lo último que quiero ahora es despertarlo, cuando sé
que las horas que dormimos anoche ni siquiera son suficientes para compensar
los tres terroríficos días sin sueño.
Estiro el brazo y abro el cajón de mi mesa de noche, enganchando los dos
sobres que no descubrí hasta que terminé de leer el cuaderno. Estaban
guardados en entre la última página y la tapa. Uno tiene el nombre de Malena
y el otro de Cruz. Dani no podía irse sin dejarles una respuesta a sus hermanos,
y me dejó el poder para darles las cartas. El problema es que es una presión
importante o, así lo siento yo, ya que tengo que contribuir a romper más sus
corazones. Y además debo elegir el momento ideal. ¿Cuándo? ¿Hoy mismo?
¿Dentro de unas semanas? ¿Un mes? El instinto me dice que sea ahora, que le dé el
tirón a la curita por completo, porque esperar sólo logrará cortar con la etapa
del duelo, volviendo a abrir la herida que estará cicatrizando.

Me volteo y observo a Cruz dormir, por primera vez en mucho tiempo su


rostro está relajado e indoloro. Me quedo bastante rato considerándolo,
dándome cuenta que estoy profunda y genuinamente preocupada por alguien,
tratando de hacer lo correcto y a la vez luchando contra la idea de hacerles
daño. ¿Cuándo fue que me volví así? Quiero decir, sí, antes me preocupaba por
ellos pero no en esta medida. No en un nivel en el que lastimarlos conlleve a
herirme a mí misma también.

―Ellos dos son tu familia‖, dice una voz en mi mente. Cierro los ojos y
encierro mi cabeza en mis manos. ―Cruz y Male han logrado lo que jamás creíste
que sería posible. Te han provocado lo que nunca fuiste capaz de sentir, ni siquiera por
tus propios padres‖. Trago un montón de saliva y me doy impulso, yendo sobre
mis pies descalzos en busca de algo para ponerme. Después de estar
presentable, me ato el pelo en una cola en la nuca y tomo los dos sobres entre
mis dedos. Me alejo de la habitación, cerrando la puerta para que Cruz no sea
interrumpido con ningún ruido y me interno por el pasillo hasta la cocina.

Allí soy golpeada por la sorpresa al chocar con la imagen de mi mejor


amiga sentada en torno a la mesa con uno de mis camisones, llevando una
enorme taza de té a los labios. Sus ojos vacíos me toman de pies a cabeza y me
regala lo más parecido a una sonrisa de lo que ahora suele ser capaz.

—Hola—susurra.
—Hola—devuelvo, sin demostrar que estoy afectada por la secuencia.

Lo primero que hago es encender la cafetera y tomar otra enorme taza de


la alacena. Ella se ve bien, muy bien para ser el día después del que despedimos
a Dani. Los sobres tiemblan en mi mano y de pronto, lo último que deseo es
darle el suyo. Sin embargo me doy la vuelta, completamente erguida, y me
dirijo hacia ella. Ignoro con todas mis fuerzas lo que me hace notar su
semblante incoloro y sus irises tan deslucidos que ya no se ven verdes, sino
grises y opacos. Quiero a mi sonriente amiga de nuevo, carajo. Me siento frente
a ella, ignorando por el momento que mi taza está siendo llenada y la miro de
frente, mientras los sobres son puestos sobre la mesa.

Su palidez empeora cuando los ve, sabiendo perfectamente de qué se trata


todo esto. Su pulso tiembla al dejar su taza en la mesa, se queda congelada en el
que lleva su nombre, sin siquiera pestañear. El agua llena su mirada de
inmediato.

— ¿Crees que las reservas de lágrimas son capaces de secarse para


siempre?—susurra, levantando sus ojos que gotean hacia mí.

Meto oxígeno de una bocanada en mi garganta.

—No sé, creo que no—respondo.

—Con todo lo que he llorado estos días, podría desecarme pronto—eleva


los dedos hasta su rostro y barre el montón de humedad en sus ojeras—. Arde.
Llega un momento en el que hasta llorar te duele. ¿Y no se supone que llorar lo
alivia…?

Quisiera tener algo para decir, la Eva de hace un tiempo atrás lo tendría. Y
me gustaría mucho regresar a mi estado anterior, al menos la consolaría con
algo típico de mí. Parece que sólo soy capaz de quedarme en silencio. ¿Por qué?
No sé. Porque no sé lo que se siente. No sé sobre esa clase de dolor, de que los
lagrimales me ardan de tanto usarlos. No tengo ni puta idea. ¿Qué voy a aportar
sobre eso?

En cambio sólo arrastro el sobre blanco hacia ella.


—No sé si soy capaz de abrirlo—dice, tosiendo.

Pestañeo y me cruzo de brazos, apoyando los codos en la mesa.

—Es tu decisión, yo sólo estoy respetando lo que tu hermano quería que


hiciera—digo, reparando en cómo sus dedos flacos y blancos agarran el papel,
sacudiéndolo.

— ¿Y si esto me destroza más?—pregunta, insegura.

Es mi momento de darle mi opinión.

—Tal vez te destroce más ahora, pero… ¿qué pasa si con el tiempo lo vas
superando? ¿Qué pasa si decidís abrirlo dentro de unos meses y te hundís de
nuevo? Creo que es mejor tocar fondo ahora—me aclaro la garganta incómoda
con mi maldito consejo.

¿Yo que sé? ¿Yo que sé sobre los duelos? ¿Sobre el dolor de perder a
alguien que amo? No soy la indicada para hacer esto. De pronto, estar sentada
allí, enfrentándola mientras piensa qué hacer, se siente como si me ahogara.
Así que sólo me levanto y voy hacia mi café listo. Le doy un sorbo, negro y
amargo. Así es como lo tomo. Así es como se puede describir mi alma.

—Gracias—dice Male a mi espalda.

Entonces la oigo rasgar el papel y rebuscar dentro de él. El silencio tenso


que sigue indica que está leyendo y me encuentro deseando que lo haga en
privado. ¿Por qué siento esto? ¿Por qué reacciono tan violentamente al dolor
ajeno? Me apoyo en la encimera y cierro los párpados, intento perderme en mi
mente en el momento en que la escucho reinaugurar su llanto. Aunque se
cubre la boca y se fuerza a no ser ruidosa, la oigo. Y una enorme bola de fuego
sube hasta mi garganta, en forma de nausea.

—Lo planeó—solloza en un hilo agudo de voz—. Estuvo meses planeando


esto. Me mintió cada vez que asentía cuando yo le decía que podríamos escapar
juntos más adelante…
Me volteo y la enfrento, su silueta enroscada en sí misma, abrazando sus
rodillas contra el pecho. Sostiene la carta frente a su cara y lee, aunque dudo
que distinga las palabras con tantas lágrimas obstruyéndole la vista.

–Nunca creyó en nosotros—sigue, ahogándose—. No como yo lo hice. Yo sí


estaba convencida de que había un futuro. Y eso no es iluso, ¿sabes? A LA
MIERDA EL MUNDO—arruga el papel en un puño y lo lanza al suelo, mitad
furiosa mitad desamparada—. El mundo no me importa. ¡Yo era la única
valiente en esto, él fue el cagón que se rindió! Él fue el estúpido que prometió
mentiras mientras planeaba suicidarse…

—Male…—intento calmarla.

Ella salta de la silla y se planta en el suelo. Sus hombros tiemblan y se


hunden cada vez más.

—Quiere que sea feliz—se ríe secamente, roba aire bruscamente por la nariz
y más lágrimas llueven por sus mejillas—. ¡QUIERE QUE SEA FELIZ!—grita
llena de ira, entonces eleva el rostro al techo—. ¡Andate la mierda, Dani! ¡Andate a
la mierda!—gira y le grita a las paredes como si su hermano fuera capaz de
escucharla—. ¡Me mentiste, cobarde! Me mentiste por meses…—se cubre la boca,
casi doblándose a la altura del estómago—. ¡Me dijiste que me amabas mientras
sabías cómo iba a terminar esto!

Se tira de los pelos y aúlla como una loca, doy un paso hacia ella, entonces
un brazo me detiene. Me giro hacia las dos esferas doradas y húmedas que me
miran con un pedido silencioso. Cruz quiere que ella se desahogue. Yo, en
cambio, necesito que se detenga. Me acaricia la mejilla sintiendo cómo esto me
electriza los nervios.

— ¡Quiere que sea feliz!—repite Malena, viniendo a nosotros, roja y con la


mirada extraviada, el pelo pegándose a su cara empapada—. ¿Pero saben que
quiero en verdad?—sorbe, deteniéndose inmóvil, mirándonos a los ojos—. A
pesar de que me mintió en la cara y fingió amarme por meses… a pesar de que
prefirió la muerte antes que a mí… quiero irme con él—gruñe en susurros.
Escalofríos corren por mi espina dorsal, mientras Cruz se aleja de mí y la
toma en brazos. La sacude para traerla de regreso a la realidad, le grita que deje
de decir tonterías y la obliga a sentarse en la mesa. Me quedo allí, perdiendo
percepción. Sintiendo que no puedo… no puedo soportarlo. Me aprieta el pecho
el sentimiento de culpa, porque yo desaté esta reacción en ella al dejarle leer la
maldita carta.

CRUZ
La explosión de Malena dura unos minutos más hasta que regresa a su
silla, agotada. Se aplasta allí e intenta meter aire en sus pulmones con
vehemencia después del colapso nervioso. Se calma a sí misma, eso me alivia.
No necesitaba mi ayuda cuando la tomé en brazos y la sacudí para que volviera
en sí, la rabia se fue sola, gradualmente. Tiempo al tiempo. Mi hermana
necesitaba esto; gritar, patalear, odiar y revolcarse por el sufrimiento. Es
preferible eso a que se quede ahí sin hablar ni hacer nada, hundiéndose en una
monotonía de la que es difícil salir. Y sería la ruta directa a la depresión. Ella va a
estar bien, ahora lo confirmo, a riesgo de ser apresurado. Malena es fuerte y lo
superará. Y eso de desear irse con Dani, es parte de lo mismo, del combate
contra el padecimiento de hacerse a la idea. Por eso detuve a Eva de arremeter
contra ella y forzarla a parar, porque todos precisábamos una reacción como esa
de su parte.

Eva se aleja unos pasos, aturdida, retorna a su taza de café y a su estado


habitual. Semblante en blanco. No le gusta ver a su amiga actuando así, vi la
confusión e impotencia en sus ojos. Ella no entiende sobre esto. Pero yo sí, yo
sí sé cómo sobrellevar los asaltos como éste. ¿Por qué? Todo empezó con ella.
Eva no reconoce que de esto estamos hechos, sentimientos, y que también es
frágil. Perdió la mente con su madre no hace mucho, y lo que vi en sus ojos esa
noche fue muy parecido a la devastación que acabamos de presenciar en los de
Male. Es patente que las sañas no lleven el mismo significado, porque Malena
padece y Eva abomina. Pero ambas son parte de la humanidad. Eva es más
humana de lo que se considera, y estoy seguro de que siente incluso más que el
resto de nosotros. Todo lo que ha ido guardando con los años le está pasando
una desmedida factura a su mente y cuerpo.

Malena se arrastra fuera de su lugar, se lanza hacia el papel enrollado en el


suelo, lo desdobla y alisa cada una de las arrugas, se lo lleva al pecho con
cuidado y se va. Escuchamos la puerta de su habitación cerrarse de un golpe y
ambos estamos de acuerdo con su desesperada búsqueda de privacidad. Me
muevo hacia Eva, que se apoya en la encimera mirándome con sus frecuentes
ojos severos. Antes de que acorte tanto como quiero nuestra distancia, saca una
taza humeando desde su espalda, la interpone entre los dos como una
sorpresiva barrera. Sonrío apenas, y la recibo con agradecimiento, pero no es
café negro lo que se me antoja. Así que sólo me inclino un poco más y la obligo
a aceptar mi beso de buenos días. Se tensa cuando le muerdo los labios con
insistencia y la fuerzo a abrirse. Me separo cuando está justo a punto de ceder.

Esto no se detiene en la mañana después, que se haga a la idea.

Dormimos juntos anoche. Y generalmente no soy un sentimental, pero


tengo que descubrir en qué página estamos ahora. Estoy cansado del margen
interpuesto, de tratarnos como desconocidos porque cagamos nuestra
confianza una vez. Ya no lo soporto más. Le dejé muy claro que la amo, que la
necesito más que a nadie. Y ella se siente igual, no hace falta que lo exponga en
palabras para que yo lo entienda. No estoy dispuesto a jugar a mirarnos de
reojo nuevamente.

Me interrumpe en el mismísimo instante en que abro la boca para


cantarle lo que pienso.

—Tengo que darte algo…

Pestañeo y se me arruga el ceño. Entonces la veo arrastrar la mirada


insensibilizada a la mesa y le sigo la corriente. Advierto el sobre blanco con mi
nombre en el frente encima y me congelo. Estoy inmóvil en mi sitio dándole
tiempo a ir por él y colocarlo en mi mano.

— ¿Cómo…
—No lo sé, lo encontré en mi mesa de luz antes de irnos al velorio—se aleja
un paso como si estar cerca de mí y la carta le quemara—. Creo que los dejó el
mismo día que se disparó…

Paso una pelota enorme que aguijonea mis conductos respiratorios abajo,
por mi garganta apretada. Mi cabeza da vueltas. Sí, es cierto que vi que Male
tenía una carta, pero nunca se me ocurrió que podría haber dejado una para
mí.

—No sé si puedo…—tomo una bocanada de aire.

—Sí podés. Malena lo hizo, así que—se aclara la garganta, como si


descubrirse apañándome le sentara extraño—. Voy a ordenar esto, si necesitas
espacio podés quedarte en el cuarto, no voy a interrumpirte—tose, nerviosa y
me da un empujón para que atraviese el pasillo.

Le hago caso, mayormente porque soy incapaz de hacer otra cosa a la par
que siento mis dedos ardiendo al sostener el papel. La carta se siente pesada en
mi mano, y me quita la capacidad de respirar con normalidad. Me cuesta
digerir que ha sido escrita por mi hermano y que son sus últimas palabras
dirigidas hacia mí. Me encierro en el cuarto, caigo en la cama que Eva y yo
desarmamos la noche anterior y abro el sobre, sin importar que la rasgadura del
papel se sienta directamente en mi pecho.

A continuación desdoblo la carta y comienzo a leer, procurando


memorizar cada sílaba escrita, porque es lo último que conseguiré de mi
pequeño hermano. El comienzo es torpe, pero tan acorde con él que ya me
tiene lagrimeando.

«―Bueno… esto es difícil. Lo es escribir una última carta hacia alguien que querés
mucho y sabés que pronto vas a lastimar. Pero siento esta necesidad de explicar que no,
no es personal. No es tu culpa. No, no lo es y espero que te lo metas bien en la cabeza
para cuando acabes de leer.

Mi mente ha ido en la misma dirección desde mucho antes de que tu denuncia se


filtrara y el mundo comenzara a hablar. No es eso lo que me empuja a hacer esto. Si voy
a ser sincero, he estado dándole vueltas desde chico. Y si hay algo de lo que me arrepiento
es de no haberlo hecho antes…

Antes de que todo se me fuera de las manos con Male.

¿Te acordás de ese día en mi ventana, cuando me encontraste espiando a las chicas
en la piscina? Asumiste que era Eva a quien miraba. Estabas tan equivocado. No podía
dejar de admirarla a ella, a nuestra hermana. Y nunca… NUNCA me sentí tan sucio
y miserable en mi vida. Por un momento creí que lo descubrirías y me matarías, en el
fondo lo deseé. Todavía era demasiado miedoso para tomar la decisión por mí mismo.

Y algo siempre me repetía… ―antes muerto que tocarla‖ ―antes muerto que
arruinarla‖.

Sin embargo, no lo cumplí. De alguna forma Malena comenzó a corresponderme.


Y a pesar de saber que me estaba hundiendo con cada paso que daba, me sentía feliz.
Me hacía feliz que ella me amara. Esa pequeña parte de mí que era egoísta tomó el
control. Dejé que, a pesar de saber que era enfermo y terrible, mi loco amor me
convenciera, por un rato, que podía tenerla sin pagar un precio. Pero, ¿sabes? En mi
mundo eso no existe. Siempre hubo un precio que pagar. Por cada maldita cosa. Y tarde
o temprano íbamos a empezar a recibir golpes.

Tarde o temprano, Malena también se vería perjudicada por esto.

Fui dos personas en una. Un completo loco feliz que se permitía tener a quien
amaba a pesar de ser prohibido, y un enfermo lleno de pesimismo y agonía que esperaba
constantemente ver caer la guillotina sobre su cabeza. Es que era consciente de que lo
que hacíamos era espantoso. Y que iba a terminar mal. Aun así, insisto, aun atascado
en aquella grieta, no puedo recordar otra etapa de mi vida en la que haya sido más
inmensamente feliz.

¿Se entiende? ¿O te resulta tan retorcido como suena en mi cabeza?

Decidí que tenía que dejar de ser los dos extremos. Asumí que si yo me borraba del
mapa, todo mejoraría. Especialmente para Malena. ¿Lo único que quiero? Ella. ¿Lo
único que tengo prohibido? Ella. No hay salida de esto.
Era mi enfermedad y de alguna manera se la contagié a ella. No sé cómo me las
arreglé para que me viera de otra forma que no fuera como su hermano. Es mi culpa,
creo que intuyó que la deseaba. Creo que la obligué sin darme cuenta a quererme en la
misma medida. No puedo vivir con la idea de eso. Con la certeza de que arruiné la vida
de mi hermana. La sana, inocente y sonriente Malena.

No quiero dejarte esto para que sientas lástima por mí. Es lo último que espero
después de que lo leas. Es que… sólo quería irme contándole a alguien mis sentimientos,
los verdaderos. No puedo decirle a Male que me voy porque siento que jamás podríamos
estar juntos, porque creo que la arruiné y tengo que pagar por eso. Porque creo que
estamos enfermos. No puedo. Ella sólo tiene que saber que la amo y quiero protegerla.
Que necesito que sea feliz. Conmigo jamás lo sería. Vamos… no era realista convencerse
de que lo nuestro terminaría bien.

Con el tiempo va a entender que ésta era la única salida.

Además, por sobre todas las cosas, escribo esto para liberarte de la culpa que sé que
vas a sentir cuando sepas que me fui. Nada de esto se debe a lo que hiciste, que fue lo
correcto ¿sabes? Hiciste lo que cualquier persona habría hecho. Quisiste protegernos y no
sabes lo agradecido que me siento por eso, por el hecho de que te preocuparas así. Sé que
Male queda en buenas manos, no vas a dejar que la dañen, y por eso me voy tranquilo.

Tenés que saber… Sin importar que tan poco unidos fuimos de chicos, yo te quería.
Y admiraba. Nunca te dejaste vencer ante papá, nunca cediste. Le plantaste cara y lo
miraste de frente, lo detestaste abiertamente y lograste salir de debajo de su zapato
controlador. Te admiro por eso. No tuve tanta suerte, no fui bendecido con ese estilo de
fuerza y valentía al nacer. Yo fui destinado para otras cosas, Dios lo quiso así, y de
alguna forma me alegro de que fuera yo y no vos. O Male. Me tocó ser esto, y volvería a
serlo, si con eso los mantengo a salvo de él.

Te quiero, hermano.

Lamento que esas palabras sean al fin dichas en una situación como esta, pero es
lo que me queda y necesito que lo sepas.

Te quiero. Y espero que seas feliz.


Dani.»

Leo la maldita carta unas cinco veces más hasta memorizarla, hasta que la
agonía de mi hermano plasmada en ella se vuelve mía propia. Mi corazón en
carne viva, latiendo fuerte por cada una de las palabras que Dani me dejó.
Quiero retroceder el tiempo, notar las señales, rescatarlo, ser su amigo.
Necesitaba un amigo, no un hermano drogadicto que lo ignorara. Ojalá yo le
hubiese dicho las palabras, ojalá le hubiese demostrado que lo amaba. Él tuvo
la oportunidad de decírmelas, se esforzó para que me llegaran tarde o temprano
de una forma o de otra, en cambio a mí se me quedan atascadas. No lo tengo
en frente para hacérselo saber. Es tarde. Tan malditamente tarde.

A través de la laguna en mi vista distingo que la puerta se abre apenas, Eva


espía por una pequeña rendija. Dejo la carta a mi lado en la cama y me seco los
ojos, limpio la humedad en mi cara. Le doy permiso para entrar. Respiro, y se
oye más como un sollozo desesperado.

—Nunca le dije que lo amaba también—digo, mi voz apenas clara—. Tal vez
se fue creyendo que no daba nada por él…

Eva entra y se encierra conmigo dentro, acaba sentada a mi lado. A ciegas


busco su mano para aferrarme, no se resiste.

—Estoy segura de que lo sabía—manifiesta, esforzándose por consolarme


torpemente—. Supongo que… los hermanos simplemente lo saben.

Niego.

—Fui un mal hermano, siempre—trago—. Y puede que por un tiempo ni él


ni Male me importaron, pero sí los quiero. Sí lo quise. Y si hubiese sabido lo que
estaba pasando, los habría protegido.

No, yo sé que no sirve de nada pensar en las cosas que podrían haber sido
en un pasado que ya no está al alcance para corregir. Dani no está más. No gano
nada atormentándome por esto, porque no fui lo suficientemente bueno para
él y Malena.
—Tengo algo más para mostrarte—comenta Eva, sonando un poco dudosa.

Me fijo en ella a la par que doblo la carta con suavidad y la acomodo en su


sobre, sabiendo que terminaré aferrándome a ella por mucho tiempo. La
guardo en la mesita de noche que a partir de ahora compartimos.

— ¿Más?—pregunto, sin estar seguro de poder enfrentarlo.

—Más, mucho más—asiente.

— ¿Tiene que ser ahora?—quiero saber, poco dispuesto.

—Tiene que ser cuanto antes—aclara, firme.

A continuación me pide que salga un minuto de la cama y lo hago,


llenándome de preguntas al tiempo que ella levanta el colchón y quita algo de
abajo. Posteriormente me muestra un cuaderno de tapa dura color azul.

— ¿Qué pasa si te dejó una última oportunidad de hacerle saber que lo


amas?—dice, tendiéndome la cosa, la agarro sin entender realmente—. Tal vez
vengar su sufrimiento es una gran manera de demostrarlo.

Sin responder a eso, me devuelvo a la cama y abro la tapa. Sin esperar un


segundo más, comienzo a engullir más y más palabras, escritas también por el
puño atormentado de mi hermano menor.
TERCERA PARTE
« “Estoy sentada en un trono mientras ellos están enterrados bajo tierra”. »
~ Going to hell (The Pretty Reckless)
CAPÍTULO 26
CRUZ
Me enderezo en toda mi estatura frente al enorme escritorio de mi
superior por tercera vez en un día, mi ceño tan malditamente fruncido que
podría rasgarme la cara en dos. Fulmino al comisario con los ojos, y me
remuevo impaciente.

— ¿Han pasado realmente veinticuatro horas?—vuelve a preguntar,


demasiado tranquilo, demasiado despreocupado para mi gusto.

Tiene los pies enfundados con enormes botas negras apoyados en el borde
de la mesa y se inclina a un lado y a otro en su silla giratoria. De verdad, si su
trabajo es disimular, por lo menos, que le interesa la gente, no lo está haciendo
bien. Mi odio ha llegado a límites impensables, incontrolables. Quiero
golpearlo hasta que su corazón explote y la vida se le drene de las venas.

Suspiro. Me calmo sólo porque estoy seguro de que tiene los días
contados.

—Te estoy diciendo que mi novia desapareció ayer, por supuesto ya


pasaron las veinticuatro putas horas—le rujo por lo bajo con los dientes
apretados.

Echa un suspiro frustrado al aire y se pone recto en su silla, comienza a


remover papeles y toma una lapicera. Al fin un movimiento separado de ser
holgazán. Mierda, ¿son siempre así cuando alguien viene a denunciar algo? Le
acabo de decir que la chica con quien vivo desapareció y se lo toman como si
nada.

— ¿Aproximadamente a qué hora notaste que no estaba?—pregunta.

Me froto la frente, agotado física y mentalmente.


—Alrededor de las diez de la mañana, mi hermana me dijo que salió por
algo de comer y no volvió—me muerdo los labios resecos.

No he dormido bien en… no sé cuánto tiempo. Estoy drenado. Y ahora con


esto, de verdad, no sé dónde carajo voy a aterrizar. Tal vez en un manicomio.
No veo la hora de que la mierda se acabe.

—Diez de la mañana—garabatea y murmura, pensativo—. ¿No has pensado


en que tal vez te abandonó?—levanta sus detestables ojos hacia mí—. Estas cosas
pasan seguido, sobre todo con chicas tan jóvenes. Se cansan y se van…—se
encoge de hombros.

Me rio secamente, entre molesto y turbado. Me paso la mano por el pelo


ya despeinado de tanto tocarlo y me paseo de acá para allá. Mis compañeros
están alrededor. Algunos de ellos genuinamente preocupados. Francisco el que
fue amigo de Dani, a quien conocí el día que volví a la ciudad después de salir
de la clínica, está en un rincón, notándose ansioso. Va de camino a convertirse
en policía, su actitud generosa y mirada abierta contagian mucha confianza.
Será bueno. Él es el único que me cae bien en este nido de ratas. Carlitos,
junto a la puerta que lleva a la cocina, se apoya en la pared con los brazos
cruzados y una expresión ilegible. Gusano.

—Si me hubiese dejado, se habría llevado toda su maldita ropa de marca—


gruño, volviendo al jefe—. Créeme, sabría si se hubiese escapado… ¿Vas a tomar
la maldita denuncia, o voy a tener que salir solo a la calle para buscarla? No sé
cómo pueden estar tan tranquilos cuando ya tenemos historiales de chicas
desaparecidas…

El comisario me fulmina con la mirada en lo que dura un relámpago, pero


lo capto. No me pierdo nada cuando se trata de él y su séquito de perros
falderos. Quiero un final para todos, un final bien de mierda.

— ¿Qué pasa si está pasando unos días con algún otro amigo?—sí, tenía que
abrir su gran bocota el sucio de Carlos—. Sabemos que ella sí tiene un buen
historial, ¿no? Deberías revisarte la cima de la cabeza…
—Creo que a tu boca la mueve la envidia—carraspea Francisco, enviando
un rayo de luz a mi paciencia y, de paso, carbonizando a Carlitos de pies a
cabeza con una mirada asqueada—. Eva vive con él y su historial, así como lo
llamas, es engañoso… No creo que esto sea un tema de cuernos, lo que
propongo es empezar a mover el culo para encontrarla.

Le doy una mirada de agradecimiento, me ablando un poco para


enfrentarme a Carlitos.

—La verdad es que si tengo cuernos o no, me da igual, la preocupación


pasa por otro lado—le indico con dureza—: su seguridad. Desapareció. Desapareció
en una ciudad que tiene a dos niñas registradas ausentes y que todavía no
pudimos encontrar. No quiero… nadie quiere, que ella sea una más, ¿cierto?

Sin mucho consentimiento, el jefe pone su firma y luego nos dispersamos


en todas direcciones. Algunos se prenden a los teléfonos para llamar a las
autoridades de ciudades vecinas y a capital. El resto salimos afuera y tomamos
los móviles. Mis manos tiemblan mientras manejo, hay gordas gotas de sudor
en mi frente y apenas puedo quedarme quieto en el asiento.

—Vamos a encontrarla—Francisco me envía su confianza y le regalo un


asentimiento repleto de agradecimiento.

—Dios te oiga… tengo terribles presentimientos—digo, con la garganta


apretada.

Él suspira, nos cruzamos el coche del intendente a la pasada. Martín


Moretti nos pide que frenemos y se detiene abruptamente a un costado de a
calle. Nos bajamos del coche y se reúne con nosotros. Carraspea, viéndose
pálido.

— ¿La encontraron?—arremete con desesperación.

El chico y yo negamos al mismo tiempo. Moretti se arrima a mí y me


sujeta de la camisa, nervioso, violento y completamente fuera de sí.
—Confiaba en vos, Juan Cruz—me zamarrea—. Confiaba en vos cuando se
fueron a vivir juntos—respira al borde del ataque de pánico—. ¿Qué voy a hacer
si le pasa algo?—grita, me suelta, empujándome hacia atrás—: Más te vale que esté
bien—me señala con el índice, furioso—. ¡Más les vale a todos ustedes que la
encuentren!—aúlla al tiempo que regresa a su coche y sale disparado hacia el
centro de la ciudad.

Miro a Francisco y su rostro se ha humedecido con transpiración en tan


sólo dos minutos. Se aclara la garganta y se seca las sienes con las mangas de la
camiseta. Me froto los ojos, impotente y perdido. Desanimado. Volvemos al
coche y reanudamos la marcha.

—Vamos a encontrarla—repite él, dándonos valor.

—Si Eva no aparece, no sé qué será de mí—digo por lo bajo, aterrado—. Ni


qué será de ese hombre y esta ciudad…

Francisco asiente, comprendiendo la situación completamente. Se fija en


los alrededores a través de la ventanilla, con semblante apagado. Lo cierto es
que él se ha convertido en lo más parecido a un amigo que he tenido en mucho
tiempo, también sufrió al perder a Dani, uno de sus mejores amigos desde la
infancia. Fue un golpe terrible para el grupo que creció con Dani. Y este chico
de veinte años parece haberse aferrado a mí, tal vez porque soy el hermano y se
siente cerca de él al estar conmigo. No lo sé. Sólo agradezco que esté acá
decidido a apoyarme y darme un hombro en el que sustentarme. Lo que más
necesito ahora es a alguien de confianza.

—No la conozco mucho—rompe el silencio de repente—. A Eva. Pero, ella


parece una chica fuerte y… sea lo que sea que esté pasando, estoy seguro de que
va a estar bien…

Trago, me remojo los labios con un terrible sentimiento de consternación


hundiéndose en el centro de mi pecho.

—De nuevo—lo miro a los ojos, asustado—, que Dios te oiga…


EVA
Me pierdo entre los árboles, luego de inspeccionar la casa. Estoy sudando,
mi ropa y manos llenas de polvo. No me he duchado desde ayer, desde que
entré en este monte. El cuaderno de Dani es explícito, este es un punto fijo de
encuentro cada semana. Los jueves. Aquí voy a encontrarlos a todos reunidos
mañana a las once de la noche. Son once en total, los peces gordos y
organizadores, no sólo de esta ciudad, sino de algunas otras vecinas. Los que
más lucran con la pornografía infantil y van codo a codo con la trata de
personas, especialmente adolescentes y mujeres jóvenes entre los veinte y
veinticinco con destino a ser esclavas sexuales. Tienen un socio directo, un tal
Ferro, generalmente las víctimas son ofrecidas a él. Pensar en esto provoca que
una bilis ácida sube casi hasta mi lengua. Tengo que confiar en que el gusto
amargo pasará después de esto.

Tengo a una red de pedófilos y violadores que destrozar. Un eslabón de


tan extensa pirámide. No sé si ellos son la base principal y el motor, aunque es
evidente que son importantes en el negocio. Tengo al alcance de la mano lo
que tanto he querido todos estos años, y más. Porque no sólo puedo ir a por
Romano, como ha sido mi idea principal hasta que salió el video, sino que
tengo una gran cantidad de mierda que apilar también y se ha sumado a último
momento. Una oportunidad de oro, gracias a Daniel Romano, que tuvo que
morir para dármela. Dani ha estado metido en esto directamente, fue obligado
a interactuar con este perverso grupo de lobos camuflados de empresarios
serios. Y la verdad es que… no quiero ni pensar en qué medida tuvo que
involucrarse, qué tan profundo fue el trato. No quiero saber.

Hay demasiado en juego. Dinero, principalmente. Demasiado dinero. Y si


fallo, estoy muerta. Porque seré perseguida de por vida por meterme con gente
tan pesada.

Resoplo, corriendo un mechón de pelo que se escapó de mi cola en la


nuca. Me paso las manos por el vaquero mugriento mientras le dedico toda mi
atención a la casa abandonada. Revisé todo adentro, lo único que encontré fue
una enorme mesa descascarada y unas cuantas sillas viejas, en lo que sería la
sala principal. Y grilletes. Grilletes y cadenas ancladas a la pared del sótano,
debajo de la casa. Lo que indica que seguramente han encerrado gente allí.
Niñas, mujeres. Estoy segura de que las adolescentes desaparecidas hace meses
estuvieron aquí, antes de ser llevadas. Posiblemente vendidas al tal Ferro. No
puedo llevar mi mente allí, porque eso me arrastra hacia la única deducción
posible. Están lejos. Quizás en otro continente. Y eso hace que sea difícil
confiar en que serán traídas de nuevo a sus casas. No voy a disculparme por mi
negatividad, no creo en el sistema. Y pronto serán olvidadas por todos, menos
sus familias, que tendrán que seguir viviendo con semejante hueco en sus
existencias.

La gran casa que apenas se sostiene en sus cimientos es propiedad de la


familia Farias. Perteneció a una larga lista de antecesores del comisario de la
ciudad. Él estuvo dejando que las sucias reuniones se llevaran a cabo en este
lugar. Sabía que no corría riesgo haciéndolo, él es la autoridad aquí. Además,
cada uno de estos tipos tiene inmunidad de una forma o de otra. Son ricos.
Son parte de la policía, la economía, la justicia y la política. Peces gordos
nadando en un precioso estanque en el que no son bienvenidos. Me tomo la
responsabilidad de echarlos por la cañería, muy abajo, hacia el pozo negro y
putrefacto en el que merecen ahogarse por la eternidad.

Escucho ramas secas quebrarse bajo unos pasos que se acercan y antes de
darme la vuelta escucho a mi compañía hablar.

—Estuvimos rastrillando por esta zona—comenta Cruz, colocándose a la


par mía, mirando hacia la edificación destrozada—. Casualidad que no
trajéramos los perros y que no nos acercáramos a la casa, Farias iba al mando.
El resto seguimos sus órdenes a rajatabla. Sospeché, pero no abrí la boca…

Lo miro al fin. Está hecho un desastre igual que yo. Sudoroso, sucio y
nervioso. Me devuelve la atención mientras se limpia la humedad caliente en su
frente.
—Está hecho—comunica—. Todo el mundo está alertado. Tu foto corre
hasta en Facebook. Farias tardó en tomarme la denuncia, como es el jodido
protocolo de mierda… ya han pasado casi treinta horas desde que
―desapareciste‖.

Asiento, sin habla. He estado callada desde que trazamos juntos el plan.
No es tan loco como parece. Dentro de todo, es sencillo. Simplemente estoy
resguardándome por si algo falla y termino en medio de todo el desastre. Estar
desaparecida es algo así como una coartada. Si mañana en la noche fallo al
intentar asesinarlos, o cometo un desliz, al menos podré defenderme diciendo
que ellos me tenían secuestrada. El plan es algo que Cruz necesitaba porque se
negaba a que un error me enviara a la cárcel.

Eso sin contar si termino muerta, lo que es también una posible


consecuencia. No me importa realmente mi destino, pero no soporto que él
tema tanto por mí.

No, no es cierto, estoy siendo cobarde al no reconocer que tampoco me


gusta mucho la posibilidad de tener que dejarlo, tanto de un modo o de otro.

—No sabía que era tan buen actor hasta hoy—carraspea Cruz, amargo—.
Pero… no fue del todo una mentira. Estoy aterrado como la mierda. Si mañana
fallamos, estaremos muertos. No puedo soportar la idea de que nos
equivoquemos…

—No vamos a fallar—aseguro, monótona, a pesar de que acabo de tener en


mente el mismo temor.

Resulta que no es favorable ponerse inseguro ahora. Aun así, cuanto más
se acerca el momento de actuar más piensa uno demasiado. Esta vez es Malena,
quien se quedaría sola si perdemos esta lucha. Y también, odio haber
arrastrado a Cruz a esto, porque la posibilidad de que pague con la muerte me
pone la piel de gallina.

—Revisé el interior, no hay más evidencia que unos grilletes y cadenas en


el sótano…
—Espeluznante—ruje, enojado y asqueado.

Estoy de acuerdo, la gente que estuvo allí prisionera debe de haber estado
aterrada y enferma. No le deseo a nadie inocente un destino como ese.

—Hay algo que nunca te dije—me decido al fin a decirle, me acerco y lo


enfrento—. Recordé algo de la noche del video.

El dolor y lamento que cruzan sus dorados ojos al recordar el maldito


video recaen en mí como un golpe seco en la boca del estómago. Se siente
enfermo cada vez que hablo de todo lo que me ha tocado pasar. Y sé que de
alguna forma también se culpa. Lo que es estúpido e innecesario.

—El comisario y su perro faldero estaban ahí—trago y me desvío lejos de su


expresión de tormento—. Tu padre y Farias se tomaron turnos, el otro se
mantuvo en un rincón, sólo intervino para tomar la cámara de vez en cuando
y…

Niega bruscamente.

—No, no sigas—ruega con un hilito de voz—. Tenemos los puntos claves,


¿no?

Asiento, tiene razón.

—A no ser que…—aspira, ansioso—que necesites desahogarte, entonces…


está bien, soy capaz de soportarlo. Seré fuerte por vos—se inclina sobre mí y
besa mi frente, su pulso inestable.

—No, está bien—susurro.

La humedad en su vista se desvanece y pronto tengo sus labios saqueando


los míos, al principio lento y firme, luego vigoroso y necesitado. Me entrego,
cierro los párpados y tomo aire, me sostengo de su cuello, me entierro en el
pelo al término de su nuca. Sabe a sal y menta y, a pesar de la suciedad, sigue
oliendo a colonia y sol. Y yo a aserrín viejo, pólvora y tierra. Mis manos y uñas
están hechas un desastre, lastimadas, resecas y manchadas.
—Tu padre está al borde de la locura—me cuenta luego del acercamiento—.
Casi cedí al impulso de confesarle que esto es sólo una treta…

Le envío una advertencia con las pestañas entrecerradas. Sí, es


desagradable que mi padre se encuentre sufriendo tanto con esto, sin embargo,
es algo necesario. Es un mal mentiroso y podría decir algo indebido. Lo
arruinaría. Además jamás lo involucraría en un plan como este que tiene como
fin asesinar tantas personas.

—Otra razón por la que no podemos permitirnos fallar—murmura,


encerrando mi cara con sus manos ásperas—, sería terrible para él perderte…

Para él y Malena. Serían dos personas heridas. Y no sé si la chica


aguantaría otro golpe como ese. El único hermano que le queda y su mejor
amiga al mismo tiempo, y a tan poca distancia de la pérdida de Dani. Si con
esto encuentro la muerte, sólo espero que no se lleve también a Cruz. Él no lo
merece. Tiene que quedarse y cuidar de ella.
« “Estoy bien ya sea última o si he ganado. Aquí voy. Llévame hacia abajo” »
~Take me down (The Pretty Reckless)
Son las once y cinco de la avanzada noche del jueves. He estado
concentrada sólo en los coches caros que han ido llegando uno a uno, desde lo
alto del mejor árbol que podría haber encontrado. Las ramas son perfectas para
trepar, con un hueco justo entre ellas que me deja una vista perfecta de la casa.
No estoy lejos, pero tampoco cerca. El punto justo y a salvo de lo que vamos a
hacer.

Cruz está en algún lugar alrededor, decidimos permanecer separados


porque seríamos menos bulto que reunidos. Estoy segura de que encontró un
excelente escondite. Aunque el de él está más cerca de la casa, porque se ha
adjudicado el primer paso del plan. Todo porque me quería lejos de todo y a
salvo. Discutí, incluso no le hablé ni dejé que me tocara después de que tomara
la decisión por encima de mí. Todo porque la que está dispuesta a correr
cualquier clase de peligros soy yo, no él. Cruz tiene que vivir, he llegado a esa
conclusión al principio de todo este maldito suceso.

Igual, no. No gané. Llegó la hora de tomar posiciones y él hizo lo que


quiso sin darme espacio para quejarme porque estábamos cortos de tiempo.
Por lo tanto, hasta el momento soy una espectadora, pasiva. Espero entrar en
acción pronto, porque no voy a dejar que esta oportunidad se me escape.
Tengo a esas basuras al alcance de la mano, a sólo pasos de distancia. Quiero
poner mis manos en lo que me pertenece desde hace años.

Tal como Dani avisó, José Romano es casi el último en llegar. Y Farias no
pisa el terreno hasta terminar su turno. Por suerte hoy Cruz tuvo el día libre y
era de esperar su ausencia en la comisaría. No hay sospechas, lo hicimos bien.
A estas alturas me atrevería a decir que lo tenemos cubierto. Han caído, la
mayoría está adentro esperando una productiva reunión. Tal vez para decidir el
siguiente golpe y cuál será la próxima víctima vendida. O sacar cuentas de lo
que han exprimido de la pornografía infantil. Son once y cuarto cuando se
destacan dos coches entrando en la propiedad al mismo tiempo. Uno es el
reluciente y nuevo de Romano, el otro es el patrullero que siempre maneja
Farias, el comisario. Claro, ¿cómo sospecharía alguien de esta gente reunida acá
si la autoridad está entre ellos? La gente tiende a confiar en la policía,
especialmente en el jefe, nadie sospecharía de él estando metido en esta mafia
hasta las cejas.

No están todos, soy consciente, hay nueve. Estamos alertados sobre ello,
porque los ausentes sólo aparecen el primer jueves de cada mes. Hoy es el
segundo. Los dos que faltan son Ferro, el que generalmente se encarga de la
venta de las mujeres y niñas tomadas, y el que suministra las drogas, un pez
gordo muy inteligente que lidera una cadena de laboratorios a lo largo y ancho
del país. No me interesa saber qué porquerías ingenia, ni qué les introducen a
las chicas cuando se las llevan. ¿Las duermen? ¿Las desinhiben? ¿Las vuelven
dependientes y maleables con el tiempo? No, no quiero enterarme. Tal vez no
sé mucho sobre la compra y venta de esclavas sexuales, lo que sí sé es que quien
lucra con ello o toma partido de la manera que sea, merece ser estacado vivo en
la tierra y perder la cabeza.

¿Un pensamiento muy insensible y retrógrado? Oh, lo siento si no soy


muy sensible ante los derechos humanos. Vamos a dejarlo claro, en mi cabeza,
ellos sólo son seres despiadados. No humanos. Nunca humanos. Alguien
humano no hace tantas crueldades ni daña tantas vidas inocentes. En
momentos como este, esta chica inhumana, está de parte de los verdaderos
humanos de la historia: los buenos, los inocentes, las víctimas.

Los dos hombres bajan de sus coches, riendo como si fueran amigos de
toda la vida, lo que no sería raro. Desde hace rato son socios, al menos. Dani lo
dejó claro, esta asociación es bastante vieja. ―He crecido viéndoles las caras a cada
uno de ellos‖ fueron sus palabras escritas en el cuaderno. No me gusta darle
demasiadas vueltas a algo, pero me mata la incógnita de por qué Romano traía
a Dani a algunas reuniones. El chico se guardó eso, sólo dejó pistas
contundentes, evitó detalles y motivos.

Mi celular vibra en el bolsillo trasero de mi vaquero y lo alcanzo,


agachándome en la rama para ocultar el brillo de la pantalla.
―3, 2, 1…” dice.

Sonrío, lo devuelvo a su lugar y me aferro a la rama más firme y gruesa


que encuentro frente a mí. A continuación clavo los ojos en la casa, y los dos
hombres que se acercan a ella despreocupadamente. Dos pestañeos más. La
explosión mueve el suelo, tanto que me tambaleo y entrecierro los ojos por la
enorme nube de fuego que se levanta y eleva hacia el cielo. Toso, gordas gotas
de sudor bajan por mis mejillas y sienes. El calor que viene de la casa en llamas
es potente y debilitador.

Me recupero lo más rápido que puedo y desciendo de mi escondite con


precaución, todavía un poco mareada. Mis botas negras llenas de polvo se
asientan en la gramilla, quebrando las finas ramas abandonadas a los pies de
cada árbol. Emprendo mi corrida en dirección al caos, la noche sería serena y
silenciosa si no se oyera y distinguiera el hambre con el que el fuego consume el
nido de víboras. No puedo pensar en otra cosa, esta es la mejor experiencia de
mi vida. La certeza de que hay siete cuerpos calcinándose dentro,
convirtiéndose en polvo. Ceniza.

Rodeo la ―pequeña‖ fogata, apurándome porque no disponemos de mucho


tiempo. La casa está alejada de la ciudad, pero pronto algún vecino podría
alertar a las autoridades de la detonación. No me demoro mucho en toparme
con el primer caído. Y me rio, me relamo. En este momento podría gritarle a
Cruz, llena de éxtasis, que lo amo. Que lo amo jodidamente demasiado. Y que le
debo absolutamente todo. Todo. Fue inteligente, letal. Esperó a que se
acercaran, aunque no lo suficiente como para que la explosión los matara. Los
hizo volar por los aires y acabar estrellados y heridos contra el suelo. Ahora
estoy viendo a un José Romano recostado sobre su estómago, atontado, sordo,
tembloroso, perdido. Tiene pasto y tierra adheridos a un lado del rostro. Y su
pierna está doblada en un ángulo de lo más anormal y seguramente doloroso.

Me pavoneo hacia él mientras se retuerce, gruñendo con sufrimiento, sin


entender mucho de su realidad por ahora. Se las arregla para sacar su teléfono
celular del bolsillo de su pantalón retorcido y sucio, fuerza sus dedos a
desbloquear la pantalla táctil. Respira con dificultad y sujeta el aparato como si
pesara tanto que apenas consiguiese tenerlo. En un par de zancadas estoy junto
a su cuerpo despatarrado y pongo un pie encima de su mano, la aplasto en el
suelo con fuerza y deja escapar un pitido ahogado. Suelta el teléfono, entonces
lo pateo lejos, no sin antes destrozarlo bajo mi suela.

No, amigo, no vas a obtener ayuda.

Lentamente, sube su mirada hacia mí. Para hacérselo más fácil, me agacho
e inclino encima para que tome directamente mis ojos con los suyos.

—Cuando menos te lo esperes…—repito la promesa que hice en el funeral de


Dani, saco una pequeña cuerda que guardé enroscada en mi bolsillo trasero del
vaquero y le ato las manos en la espalda, tan apretadas que la piel pierde color.

Es posible que no me escuche, eso no impide que, por primera vez en mi


vida, sea testigo del flaqueo de su arrogancia, de cómo sus ojos verdes
demuestran cautela y miedo. Miedo.

Miedo.

El hombre que he querido doblegar desde que era una simple niña
reformada me está mirando con miedo. La puta, esto es increíble, y tengo que
pellizcarme para confirmar que no estoy teniendo el mejor sueño de mi vida.

Alcanzo el interior de mi bota y me hago con mi arma. Un cuchillo de lo


más elegante que encontré una vez en la ciudad en una vidriera. Lo personalicé,
al mango rojo y negro le agregué una calavera. Sí, lo sé, dramático. Pero no me
importa, porque este cuchillo representaba mis deseos más ocultos. Los más
profundos. Me ayudó a creer que conseguiría mi propósito, que estaba hecho
para mí. Obteniéndolo me llené con más determinación, deseaba estrenarlo.

Y ha llegado la hora.

Lo siguiente que hago es patearlo para que ruede de espaldas, y me vea


directamente a la par que lo acecho de cerca. Permito que vea mi sonrisa llena
de deseos de sangre y pecado. Quiero ser su pesadilla antes de que muera,
quiero que lo último que vea sea mi imagen destrozándole las tripas, que ni
siquiera lo olvide una vez muerto. Que mi brutalidad le persiga por el resto de
la eternidad.

Observo los alrededores antes de seguir, asegurándome que no hay nadie


aparte de nosotros. Trato de distinguir si Farias está cerca, no hay pistas de
nada, seguro ha volado un poco más lejos. El pensamiento de eso me hace reír
en alto, con una clase de carcajada nueva. Me fascino por el sonido que viene
desde mi interior que rebalsa de poder. La adrenalina es propulsada con
violencia en mis venas cuando José Romano boquea y procura arrastrarse lejos
de mí con movimientos torpes que le obligan a gritar por el dolor de su pierna
rota a la altura de la rodilla.

Tuerzo el gesto y me lanzo sobre su inestable contextura. Su olor a


transpiración y tierra mezclada con el de su colonia cara me irrita. La cara roja y
torcida queda a centímetros de la mía y le escupo en los ojos, el asco y el
resentimiento que siento por sus huesos se vuelven tangibles entre los dos. Sabe
que lo detesto y que no me voy a guardar nada, que soy capaz de cualquier cosa.
Para probarlo, alcanzo una rama al costado de nosotros y me elevo. Lo golpeo
brutalmente en el costado de la cabeza con ella, y sangre emerge de su reciente
corte en la oreja.

—He esperado mucho tiempo para esto—susurro en su oído, lo tomo de la


mandíbula y coloco el filo del cuchillo en su garganta.

Traga y se estremece.

— ¿Crees que vas a quedar impune después de esto? Te has metido con
gente importante—advierte, sus ojos muy abiertos—. Todos esos hombres tienen
familias, socios con mucha influencia a los que no les gustará… vas a ser
perseguida de por vida.

Sonrío y me relamo los labios.

—Uno más, uno menos—pongo los ojos en blanco—. No le tengo miedo a


nada, Romano…

—Deberías…
Inclino la cabeza a un lado, fingiendo considerarlo, y alejo el cuchillo.
Parece aliviado por el gesto, hasta que me muevo hacia el frente de sus
pantalones y el pánico electriza sus nervios. Se sobresalta y lucha. Lo golpeo en
la sien con el duro mango de piedra del cuchillo y corto sus pantalones sin
esfuerzo.

—Tenías razón en una cosa—comento—. Me creaste, somos un poco


iguales, ¿no? Me quitaste la inocencia, mataste mi humanidad. Soy tu igual. Es
por eso que soy la única que tiene el poder de derribarte.

Encuentro su sucia y arrugada masculinidad y la encierro en un puño, uso


toda mi fuerza para no soltarme porque se retuerce y se lamenta en voz muy
alta. Desespera por empujarse lejos de mis manos. No le doy espacio para el
escape. Ya he terminado con la espera y la paciencia. Quiero lo que me
pertenece, y ya.

Lo castro de un solo corte y la sangre salta, salpicándome la cara.

No me retiro, no me limpio, lo miro a los ojos mientras aúlla con horror y


dolor y sé que no puede creer lo que le está sucediendo. ¿Cómo es que soy tan
fría?

—No…—dudo—, no sé si somos iguales, realmente—sonrío, y aplasto la


parte de su cuerpo que diseccioné en su mejilla para restregarla en su cara—. Tal
vez soy peor…

Entra en shock. Eso es lo que pasa con las personas como él, se pasan la
vida infringiendo dolor y cuando les llega a ellos, apenas pueden soportarlo. Se
marchitan y se vuelven débiles. Y eso demuestra que aquello que los mantiene
fuertes es solo el poder de meterse con los más débiles. La arrogancia se
transforma en algo precario y efímero cuando les toca enfrentar a alguien de su
misma calaña. No, no somos iguales, Romano. Yo soy mejor. Yo soy más fuerte.
Porque no me he alzado ante alguien más débil, sino que he alimentado mi
propia resistencia por mí misma. Yo me abastecí. Y él se endureció por el falso
vigor que provoca el doblegar a otro.
Fulminándolo con la mirada, devuelvo el pene sin dueño al interior de sus
ropas. Y lo obligo a enfrentarme directamente otra vez, mi mano
ensangrentando más sus facciones idas.

—Esto es por Dani—lo apuñalo en el estómago, por cada nombre en la


lista—. Por Malena. Por Cruz. Por cada uno de los videos sucios que guardas.
Por todo el dolor que implantaste. Por lo que me hiciste. Por todas las
desapariciones en las que estuviste involucrado…

Sigo recitando y enterrando mi cuchillo hasta el fondo en su estómago y


pecho. Una y otra, y otra vez, sin detenerme, apenas respirando. Boqueando. Así
me doy cuenta de que apenas estoy viendo a través de mi enfoque borroneado.
Y noto que estoy llorando. Más que llorando. Gritando, desgarrando mi
garganta mientras lo maldigo, hasta por las acciones que no sé. Porque el daño
es demasiado. Porque mi alma va perdiendo peso, mi corazón late más liviano.

Mis ojos dejan caer lágrimas de superación y rabia. De recuperación.


Alivio.

He perdido la cuenta de las veces que el filo se perdió en su carne, sólo sé


que mis manos están acalambradas y mis brazos cansados. Mi respiración
acelerada y mi llanto silencioso.

— ¡Eva!—grita alguien a mi espalda y volteo.

No puedo ver con claridad la silueta de Cruz más allá a causa de mi


cabello pegado a la suciedad, la sangre y las lágrimas en mi rostro, pero lo
reconozco, lo haría en cualquier momento y lugar. Está más allá, cerca de los
árboles y el fuego, que arde todavía joven y vivo.

— ¡Cuidado!—brama, corre hacia mí, una mano extendida y el pánico


retorciendo su semblante.

Giro la cabeza en mi cuello y regreso a la realidad en el instante en que


veo a Carlos a unos metros frente a mí. Me mira con el horror pintado en los
ojos y un arma en su puño, apuntando a mi pecho. Ni siquiera presento
reacción alguna, lo estudio con pereza, sin pestañear.
Posteriormente el cañón se dispara y percibo la quemazón de la puntada
en mi estómago. Y la segunda, que me atraviesa unos centímetros más debajo
que la anterior. El ardor en mi carne es todo sobre lo que soy consciente ahora.

— ¡NO!—ruje Cruz.

Allí mismo, caigo sobre el charco de sangre que drené del cuerpo de José
Romano.

CRUZ
Todo se vuelve confuso por un momento después de provocar la
detonación. Mis manos temblaban cuando llegó la hora de hacerlo, pero las
sonrisas despreocupadas de mi padre y Farías me dieron el empujón final que
me hacía falta. No toleré verlos tan campantes por ahí con todo el daño que
han hecho y planeaban hacer. Simplemente lo perdí, y segundos después de
enviarle en mensaje de texto a Eva, que se escondía más allá, al otro lado de la
casa, en el monte opuesto a donde yo me encontraba, lo hice. Le di la puntada
final a lo que ellos merecían. Esperé a que esos dos bastardos se acercaran un
poco más, para que la sorpresa y el impulso los desestabilizara. No conté con
que Eva hubiese preparado todo esto el día anterior con intenciones de que
arrasara completamente con todo. La explosión fue más grande de lo que ella
anticipó. Los dos cuerpos volaron por los aires, yendo a parar a saber dónde y
yo me caí de culo en el pasto, agarrándome la cabeza con las dos manos.

Por un momento pierdo algo de percepción y creo que mis oídos dejarán
de funcionar para siempre. Gradualmente me voy estabilizando, entonces me
pongo en campaña de terminar con esto. Rodeo el fuego, cubriéndome la vista
del calor y la claridad de la enorme nube arrasadora con el antebrazo. Consigo
mi arma desde la cintura de mi pantalón y atravieso los árboles.

Un bulto me llama la atención más allá, al borde del monte. Se remueve y


convulsiona intentando enderezarse sobre sus pies. Con esfuerzo lo logra,
tambaleándose, se limpia la cara ensangrentada y escupe algo al pasto, tal vez
alguna pieza dental o bola de pasto. Quiero reírme pero no es momento, no se
ve tan mal herido como me gustaría.

Farías mira más allá, hacia el frente de la propiedad ahora siendo


consumida por el fuego y da un doloroso paso hacia la escena que se está
produciendo más allá. Donde Eva tiene a mi padre acorralado y se divierte con
él. De ninguna manera voy a dejar que se le robe esto, es para ella. Lo esperó
por mucho tiempo. Y yo le cubriré la espalda, moriré por ella si hace falta.

— ¡Alto!—levanto la voz firme y seguro, apuntando a su espalda.

El tipo tose y tiembla, luego, como puede, se da la vuelta y me enfrenta.


Su rostro está lastimado y sucio, sin embargo alcanzo a distinguir un brillo
amenazador en sus ojos, el fuego los hace brillar con intensidad. Lleva su
uniforme y bien sé que tiene el arma al alcance de un único movimiento.
Observo sus manos atentamente, dispuesto a disparar.

—Al suelo—me arrimo, señalándolo con el cañón—. AL-SUELO—repito


cuando no hace caso.

Se arrodilla, luego se recuesta sobre el estómago y pone sus manos en la


nuca, al tiempo que se ríe como un demente. Se mantiene inmóvil y le quito el
arma del cinturón, tirándola lejos entre los árboles y yuyos altos. Lo pateo y
tanteo en busca de algo más con lo que pueda defenderse.

—Estaba seguro de que serías un buen policía—comenta, sonando


divertido—. Honesto, como pocos… pero te uniste a la pequeña perra de allá, te
arrastró al lodo…

—Mira quién habla—carraspeo, molesto—. Un pedófilo, violador, vendedor


de mujeres inocentes, corrupto, farsante y vaya a saber qué mierda más… No
digas nada de ella, porque ambos sabemos que ustedes son la peor porquería
pisando esta tierra…

Estoy cerca, su cabeza en la mira, un movimiento en falso y le reviento los


sesos. Lo sabe, por eso no se mueve.
—No me importa lo que soy a tus ojos—se ríe—. ¿Crees que eso me genera
remordimientos? No me arrepiento de nada, he disfrutado mi vida…

—Como el enfermo que sos…

—Todos estamos enfermos de una forma o de otra, ¿por qué no


reconocerlo y sacar provecho de ello?—pregunta, sonando como un loco.

Lo es, está completamente loco, de otra forma no se explicaría todo de lo


que ha sido capaz junto al resto del grupo.

—Saliste a ella…

— ¿Qué?—gruño, impaciente.

—A tu madre, sos igual a ella—me atieso, mi aliento estancándose con su


mención—. Por eso tu padre nunca pudo dominarte del todo…

Respiro, por un momento mi cerebro no responde, he pensado en mi


madre todo el tiempo. Puede que no la recuerde muy bien, pero la amaba. Y la
necesité, Dios sabe cuánto.

—Él la mató—afirmo, porque en el fondo de mi corazón lo sé bien.

Farías suspira dramáticamente, sabe que al sacar este tema gana tiempo.
No voy a matarlo hasta que me de las respuestas.

— ¿Qué querías? La idiota descubrió todo, tuvimos que borrarla del mapa—
confirma y evito con todas mis fuerzas que esto me desborde—. No era mansa,
no. Comenzó a sospechar de la clase de maridito que tenía, se metió donde no
debía. Tu padre tuvo que lanzarla a los lobos…

Bilis asciende, quemando mis conductos. Pestañeo, intentando mantener


mi compostura. Mi frente en alto, la determinación firme, sin flaquear.

—A las personas como ella sólo se las detiene matándolas—sigue, lo oigo a


través de los latidos de mi corazón retumbando en mis oídos—. Al igual que la
hija de Moretti… fuimos blandos con la pendeja, no se quedó tranquila. La
dejamos vivir y ahora está sobre nosotros…
Eso engrandece el orgullo que siento por la fortaleza de Eva. Es grande. Es
mejor que todos ellos. Ha sido paciente como nadie, no se volvió loca y
descuidada. Esperó el momento indicado y actuó. Planeó en silencio. ¿Cómo
no iba a ayudarle? Tomo las recientes palabras de Farías, pero les doy el sentido
contrario: a las personas como él y mi padre sólo se las detiene matándolas.
Ahora estoy más seguro que nunca. La justicia de Eva es la indicada.

—Si soy como mi madre y siempre di problemas… ¿por qué no tuve el


mismo destino que ella?—lo pruebo, metiendo oxígeno tranquilamente a mis
pulmones, procurando estar calmado.

—Oh, a tu padre le costó controlarte. Llegó un momento en el que ya no


pudo, pero luego te volviste un drogadicto—se burla de mí, ríe con ganas—. Las
drogas hicieron todo el trabajo, se ocupó bien de que no salieras…

—Salí…—escupo.

—Saliste tarde—corrige—. Eras mayor y no querías vivir en la misma casa que


tu familia. Ya no se corrían riesgos de que descubrieras lo que sucedía… estabas
en tu mundo. Y ahí está la similitud con él, tu ego importaba más que
cualquier otra maldita cosa—provoca.

Claramente fui un tonto, un drogadicto estúpido. Me dejé arrastrar, ya no


tenía determinación. Y es cierto, por mucho tiempo no sólo fui preso de mis
adicciones, sino también de mi ego. Tenía a quién salir, sólo que yo no fui
inteligente y mi padre sí. Hasta hoy.

—Así que… a mamá la controlaron matándola, las drogas hicieron todo el


trabajo conmigo, a Dani lo aterrorizaron toda su vida…—me detengo, la imagen
de los ojos castaños tristes de mi hermano arremete conmigo, casi matándome
en el acto. —Dani—suspiro…—. ¿Por qué él? ¿Por qué le hicieron tanto daño?

Pestañeo para alejar la bruma en mis ojos, apretando el agarre en el arma.


Sé que me está entreteniendo adrede, no me importa, necesito saber todo antes
de matarlo.
—Era el más débil—responde sin rodeos—. Y uno de los socios estuvo muy
encaprichado con él después de ver sus videos…—lo dice tan
despreocupadamente, como si fuera algo de lo más normal.

Tuerzo el gesto, por un momento me olvido de donde estoy, sólo notando


el terrible dolor en mi pecho a causa de mi hermano. No puede ser. No puede
ser. Tiene que ser mentira. Pero no, no lo es. Es real. Mi propio hermano
escribió que les había visto las caras a todos por casi toda su vida. Papá lo traía a
algunas reuniones, ahora entiendo por qué. Lo expuso. Lo entregó a uno de sus
socios como si fuera una mascota, dejó que lo rompieran.

A mi padre realmente, realmente no le importa nada. Esa clase de frialdad


hacia su propia familia me eriza la piel.

—Tu hermana no nos atrajo a ninguno, era chillona y le gustaba resistirse,


tenía carácter. No nos atrae lo difícil, generalmente sale caro y hay que
deshacerse rápido de eso. Y Lisa, bueno, ella sólo se negó a ver la realidad, fue
fácil en su jodido mundo color de rosa…

Está bien, he tenido mi cuota justa de información. No necesito saber


más, me deshice de las dudas que me carcomían, logrando que al saber sigan
ardiendo dentro. A veces, sólo a veces, es preferible seguir siendo ignorante a
ciertas cosas.

—Está bien, ahora sólo termina con esto—pide, resignándose.

Empuño más firmemente mi arma, dispuesto a volarle los sesos y quitarle


al mundo tanto peso y no cuento con que en ese jodido momento de mierda
reviente ese costado de la casa. El suelo tiembla y una de las paredes se
derrumba. Pierdo el mando un segundo—y un segundo en una situación como
esta puede costar muy caro—. Pago cuando Farías se levanta con fuerza
rejuvenecida y me envía directo al suelo, estamos muy cerca de la parte que se
está cayendo, piedras y enormes cascotes volando por todos lados. Un espeso
telón de humo nos envuelve y ambos jadeamos y tosemos mientras
forcejeamos. Perdemos el arma en algún lugar y recibo varios puños en la cara.
Mi cuello emite un sonido, cerca de astillarse, y por un momento parece que
no voy a recuperar el control. Pero lo hago, soy más fuerte y joven que el
comisario y se nota su falta de práctica en la lucha cuerpo a cuerpo.

Claro, en una ciudad tan tranquila, uno se relaja bastante.

Roto y paso a estar encima, mis nudillos estrellándose en su rostro. No


importa que el humo me esté ahogando y por eso mis ojos lagrimeen, no me
detengo. Pongo todo de mí para que esta oportunidad no se me escape. Lo
tengo. He destrozado su cabeza, sus facciones irreconocibles, pero no me parece
suficiente. Y la rabia por todo lo que sabía y he descubierto a través de él a
último momento eleva el nivel de adrenalina en mi sangre, provocando rápidos
bombeos en mi corazón. Lo doblego y aprieto mi mano en su grueso cuello, lo
asfixio mientras me estiro para conseguir una piedra, más parecido a un pedazo
viejo de pared mohosa. Encuentro y acomodo el borde más filoso hacia afuera
de mi puño. Lo impulso contra la cara de mi víctima.

Lo estrello tantas veces como puedo, con todas mis fuerzas, pronto deja de
luchar y su sangre me salpica las manos, las ropas ya sucias y el rostro. No me
detengo. He guardado suficiente miedo y dolor por tanto tiempo que no me
parece justo parar. No. Reviento su cabeza con la piedra, su cráneo sonando en
cada choque. Tampoco logro frenar cuando deduzco que ya está muerto. De
alguna forma merece más. Merecía más dolor. Igual que el resto, pero tuvimos
que conformarnos con tender esta trampa y volar la casa con ellos adentro. La
mayoría murió sin sufrir, cuando todo lo que han hecho a lo largo de su vida
fue provocar sufrimiento. Dolor, dolor y más dolor a la gente inocente.

Con una brusca bocanada de aire regreso a la realidad, luego de que otro
enorme y pesado pedazo de muro caiga, anunciando que pronto se vendrá
abajo el resto. Me retiro lentamente, sintiendo punzadas a través de todo el
cuerpo, mis brazos débiles y mis manos magulladas, observando el cráneo
hecho añicos, todavía prendido a un cuerpo que no ya no respira. Facciones
irreconocibles, huesos y dientes rotos. Una masa uniforme de carne fresca
abierta y sangrante. Ya se ha ido, ya está hecho. He terminado.
Me levanto contra mis pies y me alejo, mi mente en blanco y las
extremidades colgando. La pared al fin cae, justo encima del hombre que acabo
de asesinar con mis propias manos. Se levanta otra nube de polvo y humo, se
impregna en mis fosas nasales. Trago, aunque no hay nada que pasar, mi boca
sintiéndose áspera como lija.

Al fin me arrastro hacia la parte delantera de la casa y la veo. A Eva, sobre


mi padre, apuñalándolo una y otra vez como una posesa, gritando
barbaridades. Drenándose el veneno del sistema. Ese que tanto la carcomió por
dentro. La observo, un momento sin entender del todo, como en otra
dimensión. Entonces llevo mi mirada más allá y me congelo. Mi mente, de
repente tan clara que grito.

— ¡Eva!—comienzo a correr hacia ella—¡Cuidado!

Carlitos.

¡Se suponía que él no viene a las reuniones, carajo! ¡No tiene nada que hacer acá!
Se encuentra apuntando con un arma directamente al pecho de Eva, y por la
expresión de su cara, no hay dudas de que le disparará.

Y lo hace. La balea dos veces. Sin vacilar. Sin darme tiempo a


absolutamente nada más que seguir corriendo y gritar con toda potencia.

— ¡NO!—ladro, el pánico casi derribándome a mitad de camino—. No. No.


No.
CAPÍTULO 27
CRUZ
Todavía estoy desviviéndome para llegar a Eva cuando Carlos apunta en
mi dirección, completamente decidido a dispararme. Espero el impacto, la
caída, la pérdida. No sucede. No siento nada. No hay dolor, ni
descompensación. Todavía me encuentro de una pieza. Y a continuación él es
quien se desvanece. En un momento se encuentra allí, proyectándome, al
siguiente está en el suelo. Y es una vez caído su cuerpo que me choco cara a
cara con Francisco en la distancia, su brazo estirado aún luego de dispararle a la
cabeza.

No tengo tiempo de relajarme ni aliviar mi miedo. Ni siquiera de


preguntarme sobre su presencia. Caigo junto a Eva y el cadáver rasgado de mi
padre, la tomo en mis brazos, empapándome todo con su sangre. Está
agonizando, sus ojos aguamarina puestos en mi rostro cuando la acerco a mí.
Jadea, sus extremidades se sacuden y le cuesta tragar.

Escucho pasos acercarse.

—Necesito llevarla al hospital—sollozo, frenético.

La alzo y me levanto sobre mis pies. Ya no estoy cansado, ya no hay alivio.


Ellos pueden haberse ido, pero si Eva me deja, nada de esto habrá valido la
pena. No puedo seguir sin ella.

—Mi camioneta—anuncia él, corre junto a mí hasta el vehículo.

No sé cómo es que está acá, pero, Dios, cuánto lo agradezco. Me ayuda a


dejar a Eva recostada en el asiento largo de la única cabina y rodeo el frente.
Pone las llaves en mis manos y me empuja hacia el volante.

—Voy a quedarme—me mira con impenetrable seriedad.


Revivo el motor y me alejo, las ruedas chirriando en la tierra. Lo veo por
el retrovisor, se mueve hacia el cuerpo de mi padre y comienza a arrastrarlo. Lo
lanza al fuego.

Está borrando la evidencia.

Si tuviese tiempo me sorprendería de su manera de actuar, pero Eva tose


justo a mi lado, aunque no se mueve. Está desangrándose y las balas deben de
haber rozado o penetrado algún órgano porque se ahoga con la sangre que sale
de su boca.

Dios mío, esto es grave. Muy grave. Está demasiado malherida. Es muy
posible que no salga de esto.

No sé cuánto me demoro ni cómo me las arreglo para llegar al hospital sin


volcar la camioneta. Lo hago en lo que aparenta una eternidad. Llego, eso es lo
que importa, así que sólo bajo el cuerpo inerte de mi chica y comienzo a gritar
por ayuda incluso antes de entrar por la puerta. Enfermeras me rodean por
todos lados, traen una camilla rápidamente y ni siquiera me he hecho a la idea
de que su peso dejó mis brazos al ver que se la llevan lejos de mí. Los persigo,
volviéndome un demente. Alguien le está cortando las ropas, hay demasiada
sangre como para ver algo, la quitan. Alcanzo a ver las dos heridas antes de que
pasen una puerta por la que tengo prohibido ingresar. Quedarme allí estancado
me descoloca por completo y comienzo a hacer una escena hasta que un par de
enfermeras se me acerca y me calma, aconsejando que me siente.

Caigo en el banco y miro al vacío. Me preguntan si tengo a alguien más a


quien llamar y pestañeo, el significado de sus palabras apenas ingresando en la
nebulosa que es mi mente. En algún instante, de tanta insistencia, logran
sacarme el nombre y número de mi hermana. Creo que una de ellas se encarga
de llamarla, porque un rato después la veo venir corriendo hacia mí, y no noto
que es Male hasta que me toca, encierra mi cara en sus manos y me obliga a
mirarla a los ojos. Está pálida, ojerosa, y hay lágrimas sin derramar detrás de sus
párpados. Me revisa, buscando heridas, sin encontrar nada.

—Eva—murmuro, sofocado—. Se la llevaron, está mal, Male. Tan mal.


Se mantiene erguida a pesar de que sus piernas amenazan con ceder.
Advierto la manera en la que se sustenta a sí misma, la fortaleza que demuestra
a pesar de toda la mierda que ha pasado y sigue sucediendo, y creo que el
pensamiento de que ella va a estar realmente bien hace que me quiebre. Porque
yo no. Yo no voy a estar bien si Eva no logra salir de esta.

Male traga y me tira contra ella, de pie. Me abraza, apoyando su mejilla en


mi pecho, se mancha con la sangre fresca impregnada en mi ropa. Me toma de
la mano y comienza a moverse, pidiendo que la siga. Me lleva a un cuarto de
baño, una de las enfermeras nos deja pasar juntos por pura amabilidad. Allí
Malena lava mis manos sucias y heridas, pasea las suyas mojadas por mi cara
apenas reconocible por el hollín, la tierra y la sangre.

—Va a estar bien—busca mi mirada, se da valor a sí misma para


contagiármelo a mí—. Es fuerte. Es de hierro. Va a salir de ésta.

—No la viste—musito, terriblemente asustado—. Sangraba tanto… y… y


hasta salía de su boca, eso no… no-no puede ser nada bueno…

Salimos nuevamente al pasillo, me dejo caer sin más fuerzas en el mismo


lugar en el que estaba antes de que viniera mi hermana. Me desconecto
completamente, siendo sólo consciente la mano que aprieta la mía. ¿Cómo es
posible de que contenga su compostura y que aun así tenga espacio para la mía?
Apoya la cabeza en mi hombro y esperamos. Esperamos por horas y horas.
Interminables, desesperantes, en las que estoy a punto de romperme a pedazos
si nadie sale pronto a darnos noticias.

Los padres de Eva son avisados de inmediato, ya que ella estaba asentada
como desaparecida desde hace tres días. El intendente se acerca a nosotros, al
tiempo que su esposa se mantiene a distancia luciendo translúcida. Él la mira
de vez en cuando de reojo durante relampagueantes segundos en los que deja
bien claro que se está consumiendo en odio a causa de ella. Parece que las cosas
no están bien entre ellos, ni siquiera se unen para esperar y rezar por su única
hija. A pesar de eso, me alegra que él esté cerca y no me culpe por lo que le ha
sucedido a Eva, aunque en cierta forma soy responsable por no cuidarla mejor.
Medio día pasa, doce horas de tortura en las que sólo sabemos que Eva
está siendo operada y que sus heridas son graves. Hay médicos luchando para
mantenerla con nosotros.

En la hora catorce, al fin sale alguien. Un médico con bata, barbijo y


gorro. Se acerca y nos observa a todos por igual, con ojos serios y profesionales.
A continuación abre la boca, me paralizo.

Nos da una noticia que me envía al suelo de rodillas.

***

Martín Moretti me deja entrar primero a la aislada habitación a ver a Eva.


Quiero agradecerle el gesto pero no me queda voz, estoy quebrado y bloqueado
completamente. Todavía me tiemblan las piernas y mi pulso está acelerado por
el susto y las terribles horas interminables de tormento. Creí que no vería el sol
nunca más, pero acá estoy, es un día claro y al fin tengo la posibilidad de ver a
Eva. Por fin puedo confirmar que aun respira aunque sigue grave, esta es una
patada de positivismo, porque si ya atravesó lo peor, entonces confío en que
saldrá adelante con la recuperación.

Mi confianza flaquea al abrir la puerta y entrar, el olor a antiséptico y


enfermedad es casi inaguantable en esta parte que en el pasillo por el que
ingresé, ni siquiera ayuda un poco el barbijo que me obligaron a usar. Si bien
eso no me detiene, la imagen que encuentro al otro lado del cuarto lo hace y
tengo que tragarme el montón de sensaciones que se condensan en mi pecho.
Mis ojos se humedecen pero ignoro el llanto, lo escondo bien, Eva odia las
lágrimas. Es algo imposible contenerlas cuando ves a la chica que amas con
locura allí recostada, inconsciente, inmóvil y conectada a toda clase de cables
raros y un tubo respirador. No veo su determinación ahora, y de verdad intento
encontrarla en su rostro angelical dormido por el coma inducido.

Alguien debe de haberla limpiado, ya que estaba tan sucia y ensangrentada


como yo cuando ingresamos por las puertas de hospital. Su pelo rubio descansa
por toda la almohada blanca y sus claras pestañas se posan en la cima de sus
mejillas. Cada sonido que provoca el aparato a su lado a la vez que respira es
doloroso y chirriante. Lo odio. Odio que tenga que estar así, atada en el limbo
entre la vida y la muerte. Es injusto. Ahora que de una vez se ha liberado,
consiguiendo su tan ansiada venganza, sería injusto que se fuera. Es tan joven…
lo pienso y me destroza. Ha sido una niña encerrada en un propósito de mierda
por mucho tiempo y ahora tiene la oportunidad de empezar de nuevo y ser la
mujer fuerte y decidida que sé que es capaz de ser. No hay más peso en sus
hombros por soportar, es libre. Así como la acompañé en el camino hacia su
justicia, también quiero hacerlo ahora.

—Hey—susurro, le toco la mano, una suave caricia con el pulgar—. Lo


hiciste bien, amor… Muy bien.

Me inclino, no soporto no poder distinguir su olor, apagado por el del


hospital.

—Carlitos pagó esto—le cuento, en tono bajo—. Tenemos que agradecerle


mucho al novato, estaba ahí, no sé cómo pero lo voy a averiguar. Él me salvó a
mí, también. Sólo… mejor olvidemos eso. Espero al borde de la locura que
despiertes, que esos enormes ojos aguamarina me miren de nuevo. Y no me
importa si me fulminas con ellos—bromeo, la risa que sale de mis pulmones es
ahogada y temblorosa—. Lo único que deseo, que necesito, es que vuelvas. Y sí, es
por puro egoísmo, porque sé que no voy a poder vivir sin vos…

»Dios, te amo tanto. Dejé de ser yo cuando te conocí, pasé a ser un pobre
tonto perdido, y ni me afecta, quiero seguir siéndolo. Quiero ir colgado de las
faldas de tu grandeza, ser tu sombra, como un perro desesperado y sin amparo.
Quiero seguir siendo el que va detrás de todo lo que haces, sin importar qué.
Quiero seguir discutiendo, tirando y aflojando, y ambicionar conquistarte para
fallar y volver a intentarlo de nuevo… Porque no, nunca fuiste fácil, eh. Has sido
un hueso duro de roer, me volás la cabeza cada vez que hago un esfuerzo y me
propongo entenderte. He llegado a la conclusión de que no lo haré nunca y
eso, chica, es una de las cosas que me atrajeron de vos en un principio… Sos
única, extraña, dura y perfecta. Perfecta para mí.
»Conocerte y amarte es, sin duda, el mejor logro de mi vida. A la mierda
lo demás, a la mierda si quedo como un idiota. Una vez que te probé no quise
otra cosa. Vivo para respirarte, ¿eso suena a un adicto? Oh, sí, porque lo soy.
Un loco adicto a vos, y si te vas… voy a hundirme. Y voy a perseguirte, sea donde
sea que vayas, iré también. Ya lo sabes…

Sonrío, tratando de imaginar lo que podría estar pensando si de alguna


manera me estuviese escuchando. Materializo en mi mente una posible
respuesta de su parte, que sería un conjunto de giros de ojos y expresiones en
blanco, sin duda. Una reacción mordaz para esconder que ella se siente de la
misma forma. Porque puede negarlo mil veces y no creería ninguna, sé
absolutamente que me ama también.

A la mierda el barbijo, necesito poner mis labios en su piel. Lo único que


me va a calmar un poco es su tacto. Me inclino y la beso en la frente, la rozo
con los labios y respiro en ella. Está fría, pero no alarmantemente, cierro los
ojos y arrastro mi nariz, luego entierro mis dedos en sus rizos rubios. Me quedo
en esa posición hasta que la enfermera me viene a llevar de regreso a la sala de
espera. Le doy un hasta luego y me retiro, mi alma abandona el cuerpo para
quedar ahí adentro con ella, suspendida en el aire, en pause.

No seré capaz de funcionar por mí mismo de vuelta hasta tenerla de


nuevo en mis brazos.

***

— ¿Puedo preguntarte algo?—suelto, ya sin aguantarlo más, y viendo que


Male se aleja en busca de más café.

Francisco y yo estamos en el pasillo todavía en tiempo de espera. Ya ha


pasado una semana entera desde aquella fatídica noche. Lo bueno es que
enviaron a Eva a una habitación más cómoda y podemos verla más seguido
durante el día aunque sigue dormida. Está sanando, poco a poco, y eso me
tiene aliviado. Tanto que he logrado despegarme para ir más seguido a casa a
ducharme y dormir un par de horas cada tanto.
Tuve que declarar hace un par de días, de hecho, tanto el novato como yo
lo hicimos. Y mentimos. Principalmente fue su idea, pensó que sería más seguro
decir que estábamos juntos esa noche, que vimos el fuego de camino a la casa
de campo de sus padres y paramos a ver.

Esa fue la original explicación que me contó cuando pregunté. Estaba allí
porque acababa de salir de la comisaría e iba directo a una cena familiar.
Justamente, la propiedad abandonada de los Farías quedaba de camino al
campo de sus padres, donde él creció. Vio el caos y se acercó, encontrándose
con la escena de Carlos disparándole a Eva.

El chico me mira y asiente con despreocupación. Es algo que me llama la


atención de él, que siempre vaya tan suelto por la vida, con una sonrisa y una
actitud de ―no hay mierda en mi vida‖. No es que me importe, tenerlo como
amigo es refrescante, trae consigo cero dramas. Y tiene un gran corazón.

— ¿De verdad ibas a la casa de tus padres?—pregunto, apoyando los codos


en las rodillas.

—De verdad—se encoge, aunque trata de leer mi expresión con ojos serios—
. ¿Por qué iba a estar ahí por mi cuenta? Salí de mi turno y corrí a casa de mis
viejos porque me esperaban con un buen asado… Vi el fuego a lo lejos e hice lo
que cualquier policía haría, me acerqué para revisar la zona y ver si alguien
necesitaba ayuda…

Le creo. Hay un montón de evidente honestidad en ese par de ojos


marrones y su expresión es tranquila y abierta. Está siendo sincero y agradezco
eso, porque la verdad es que a esta altura de mi vida, ya no quiero más secretos
y mentiras de mierda. He tenido suficiente.

— ¿Te das cuenta de que mataste a un compañero?—me arrimo, susurrando


con la voz tensa.

Uno creería que un chico como él entraría en shock o tendría


remordimientos por dispararle a alguien en la cabeza tan fríamente. Francisco
es cálido y, a veces, hasta tiene una mirada inocente. Tal vez porque todavía es
joven y se le nota bastante. Cualquiera esperaría que se estuviese revolcando en
un hoyo de arrepentimientos.

—Iba a dispararte—contesta, mirándome a los ojos—. Estabas desprotegido y


él te apuntó con claras intenciones de matarte, sólo actué… Aparte, ¿por qué?—
devuelve, entrecerrando los ojos—. ¿Por qué querría matarte?

Sacude la cabeza a los lados.

—Es una historia complicada…

—No quiero saber, no es mi intención meterme en eso—alza las manos,


cortando mi pobre intento de explicarle aunque sea vagamente, me sorprende—
. Vi suficiente esa noche, lo último que quiero es explicaciones…

—Viste lo que Eva hizo—insisto, apretando los dientes, tratando de que


nadie oiga ni una sola palabra, en especial, atento por si mi hermana aparece—.
Lo viste. ¿Por qué estás acá? Después de eso cualquiera correría en la dirección
contraria. Y, por sobre todas las cosas, ¿por qué te deshiciste de la evidencia?

Es algo que no me cierra para nada. Lo vi arrastrar el cuerpo de mi padre


hacia el fuego para que se consumiera cualquier prueba de lo que Eva le hizo.
Luego también se encargó de que no encontraran a Carlitos con la bala en la
nuca. Hasta ha traído a mis manos el cuchillo que ella usó para apuñalar.
Nunca dudó allí, mantuvo la mente fría y actuó rápido.

—Mira…—traga, ahora demostrando un poco retraimiento—. Crecí con


Dani, fue uno de mis más mejores amigos. Incluso te puedo decir que era mi
preferido. Porque escuchaba, tenía un corazón enorme y siempre estuvo ahí
para mí…—suspira, frotándose la frente—. Pe-pero nunca me dejó hacer lo mismo
para él, ¿sabes? Yo veía que empeoraba, que cada vez se alejaba más y se volvía
muy callado. A veces él estaba ahí, pero su mente no y actuaba extraño… los
demás no le dieron importancia, pero yo lo noté y quise hablarlo con él. Nunca
me dejó entrar—se aclara la garganta y pestañea reiteradas veces, intentando
mantener la compostura.
»Sonreía y decía que estaba todo bien, y yo sabía… no había nada bien con
él. A ver, lo intenté, pero ¿qué podés hacer por alguien que no quiere tu ayuda?
Cuando se suicidó pensé que le había fallado como amigo, por no haber
insistido más. Vi que se hundía frente a mis propios ojos y no supe qué…—se
traba, y desvía la mirada de la mía, atormentada—. No supe cómo mierda
ayudarlo… Le fallé.

Me froto los párpados húmedos antes de que se note que estoy al borde de
desmoronarme y me siento erguido en la silla. Tratando de verme fuerte.
Francisco se siente igual que yo. Como su hermano, tampoco supe cómo leer
sus intenciones ni impedir que buscara un final como ese. Compartimos esa
clase de tortura.

—No es cierto, no fallaste—quiero reconfortarlo, aunque ni siquiera hay


palabras que maten mi propia culpabilidad—. Fuiste un excelente amigo que
hizo todo lo que pudo. Dani eligió ese camino y estaba tan convencido de eso
que ninguno habría podido hacer nada…

No dice nada ante eso, se concentra en la gente que va y viene y nos rodea
y parece muy metido en su mente hasta que me vuelve a prestar atención.

—En ese momento, cuando vi a Carlitos levantar el arma hacia vos, todo lo
que se me vino a la mente fue él—su boca se tuerce amargamente, pálido y con
semblante torturado—. No podía dejar que te pasara algo también. Además, al
ver a Eva sobre el cuerpo y la sangre de tu padre me dio algo en qué pensar…

— ¿Qué?—suelto demasiado ansioso.

—Que si ella le hizo eso, fue por algo—dice, quitándome el aliento por su
deducción—. Que tal vez él se merecía esa muerte. Que lo hizo para salvarse a sí
misma… Encima de eso, recordé todas esas raras llamadas que Dani recibía de
su padre y, en cierta forma, esperé que estuviera pagando por lo que sea que le
hizo…

»Fue un alivio que mi intuición estuviera cerca. Ahora sabemos quiénes


eran todos esos hijos de puta en realidad y no me equivoqué al actuar como lo
sentí correcto en el momento. Quizás sea insensible, pero me alegro de que
hayan muerto y de que Eva esté a salvo de sus garras. Mira, no me importa si
ustedes hicieron cosas malas esa noche, pienso que es mejor dejarlo pasar y no
hablar más de esto. Cuando ella se recupere, van a tener la oportunidad de
empezar de nuevo y estoy contento por eso.

Así que, este chico no tiene idea de nada, todo lo que hizo fue porque
decidió estar de nuestro lado sin importar nada más. Vio a Eva sobre el cuerpo
de mi padre, supo que lo había asesinado con sus propias manos, sin embargo
me ayudó a salvarla, tanto para llegar al hospital como declarando en su favor.
Puede que no sepa mucho de la situación de mi familia y todo el dolor que
acarreamos, pero es inteligente y dedujo que algo malo pasaba con mi hermano
y que posiblemente era culpa de mi padre. Es suspicaz, profundo y se interesa
por el interior de las personas. No por nada me cayó bien desde el principio, y
me hace feliz tenerlo justo a mi lado ahora.

—Hey—empujo su hombro con el mío—, muchas gracias, viejo. Te debemos


la vida.

Se sonroja y mira el suelo a la par que se encoge de hombros, tímido.

—No, no te pongas tímido—me rio por lo bajo—. Sos un gran amigo, somos
muy afortunados de tenerte de nuestro lado. Gracias, de verdad.

Y es al terminar de decir esas palabras que vemos volver a Male, las manos
ocupadas con los vasos de café. Trae uno para cada uno, tratando de no volcar
en el camino. Me levanto y voy a ella, ayudándola, consigo los nuestros. De
inmediato Francisco y yo cambiamos el chip y olvidamos la conversación que
acabamos de tener. Caso cerrado.

Ahora sólo queda esperar que Eva despierte y comencemos de nuevo,


como bien acaba de decir él.
CAPÍTULO 28
EVA
Muevo los párpados y me da la sensación de que hay pequeños y ásperos
gránulos de arena debajo de ellos, abrir los ojos es doloroso. Mi vista se siente
irritada. Pero eso es sólo la pequeña parte del todo. El cuerpo entero me duele,
de pies a cabeza, y tan sólo la idea de moverme me tiene estremeciéndome. Mi
garganta está reseca y en carne viva, sólo el esfuerzo de pasar un poco de saliva
la tiene ardiendo. Me fijo en la habitación, blanca e impersonal, lo que me
encandila en combinación con las enormes luces blancas sobre mi cabeza. Me
rindo, aprieto las pestañas juntas intentando regresar al estupor en el que
estaba metida.

—Hey—murmura alguien a mi lado, sólo frunzo el ceño en respuesta—, voy


a bajar la intensidad de las luces…—avisa, luego esa presencia se aleja por unos
segundos.

Es Male, y muy en el fondo me hace feliz que esté conmigo, acá a mi lado.
Me pregunto por cuánto tiempo estuve desconectada de todo. Me fuerzo a abrir
los ojos de nuevo, viendo a través de una fina rendija, observo a mi mejor
amiga mirarme con una sonrisa pensativa en la cara. A su lado, una figura
oscura y muda se cierne sobre mí, ojos dorados tomándome entre aliviados y
atormentados.

—Hola—me sonríe Cruz, siento su tacto contra mi mano—. ¿Cómo estás,


ángel?—pregunta con voz dulce.

Mi rostro punza insoportablemente, aunque eso no impide que le envíe


un duro vistazo con la ceja elevada. Se ríe y el sonido me contagia energía, me
recorre hasta las venas con electricidad. El golpe resulta debilitante porque he
estado paralizada por mucho tiempo y mi sistema no toma muy bien los altos y
bajos que trae el despertar. Ya estoy agotada de nuevo y lo odio.
— ¿Qué? ¿El coma hizo que te olvidaras de cómo detectar ironías?—guiña,
sonriendo ancho.

Sólo así, me relajo. Me aflojo porque ya no hay seriedad y miedo en sus


pupilas y no me observa como si fuera a caerse de a pedazos. Que me reciba
con un intento de broma me hace olvidar por un momento que estoy postrada
en una cama y que ellos han estado ahí afuera todo este tiempo llorando por
mí. Odio cuando la gente llora, especialmente cuando tiene que ver conmigo. Y
por sus aspectos descuidados y ojerosos, deduzco que, los pasados, han sido
unos días agotadores bajo espesa neblina de preocupación.

— ¿Cu-cuánto—un ataque de tos desagradable me rasga las cuerdas y me doy


cuenta de que se me hace imposible emitir sonido.

Malena alcanza un vaso de agua a temperatura ambiente con un sorbete y


le doy un sorbo pequeño, para aliviar el ardor.

—Tres semanas, casi—responde Cruz, entendiendo mi pregunta—. Los


médicos te mantuvieron muy sedada para asegurarse de que sanabas sin
interrupciones. Lo hiciste bien, estás fuera de peligro y las heridas están
cicatrizando perfectamente…

Como acto reflejo me llevo la mano al estómago donde las dos balas
entraron, encuentro un gran colchón de gasas.

—Por fuera las cicatrices están casi cerradas, las que llevan más tiempo son
las interiores—explica él, todavía sosteniendo mi mano—. Si llegan a darte el alta
pronto, no podrás hacer nada de esfuerzos por unos cuántos meses…—suena
más a una advertencia que información necesaria.

No demuestro nada, pestañeo lento, percibiendo que el cansancio me


arrastra de nuevo al sueño. Estoy cansada, y estoy empezando a sentir dolor en
mis heridas. Como si tuviera telepatía, una enfermera golpea y entra en el
cuarto para retocar mi suero, me sonríe con ojos enternecidos mientras me
atiende y es porque no tengo energía que no reacciono a su simpatía. Mientras
trabaja, Male se retira a una silla, unos pasos más allá. Cruz va a seguir su
ejemplo cuando aprieto sus dedos con los míos y lo detengo, no necesito de las
palabras para hacerle entender que lo quiero cerca. Me devuelve el apretón
dentro de mi agarre y me sonríe con una clase de devoción que hace trastabillar
mi corazón. Sin importar cuán aplacado por las drogas se encuentra, reacciona
a todo lo que tenga que ver con Cruz.

Me duermo aferrada a él.

***

Sueño con esa oscura noche de jueves una y otra vez mientras estoy
inconsciente, y pienso en ella una vez despierta. Cruz no saca el tema, ni
siquiera me cuenta cómo han ido las cosas desde que todo sucedió, y en cierta
manera lo agradezco porque mi mente se siente muy adormecida como para
tomar tanta información. Sólo sé que él ha estado manteniendo a las
autoridades a raya para darme un respiro. Lo último que quiero ahora es que
me vengan a buscar para dar mi declaración. Algo que tampoco he acordado
con él, aun. Y sí, me permito este descanso. A pesar de detestar mi posición de
lisiada, entiendo que en este momento no podría estar en un lugar mejor, para
eso primero tengo que sanar. Por sobre todo, lo mejor de esto, son las drogas
que opacan el dolor. El estupor es bienvenido cuando los sudores del
sufrimiento empiezan a carcomerme.

Han pasado un par de días desde que desperté por primera vez y he estado
saliendo y entrando de la niebla. Así, noto que las únicas personas que siempre
están en la habitación, a mi lado, son Male y Cruz, algunas veces acompañados
por el amigo de Dani, Francisco. No he visto a mis padres rodando cerca. Y no
es que quiera precisamente eso, especialmente de mi madre. Sin embargo, me
extraña que papá no haya aparecido.

La respuesta a eso llega esta misma tarde cuando la puerta se abre y mi


padre es escoltado hasta allí por dos policías que lo dejan entrar, quedándose
afuera, vigilando la entrada. No es eso lo que en realidad me sorprende hasta
que el cuerpo entero se me enfría de un latido, sino las esposas que apresan sus
muñecas por delante. Mi boca está abierta mientras lo veo en su estado
desastroso avanzar hacia mí y besarme en la frente. Está desarreglado,
despeinado y estresado. Posiblemente lleva días sin pegar un ojo, además de
ducharse. ¿Quién es este y qué hizo con el pulcro intendente de esta ciudad? Y,
por encima de todo, ¿por qué está esposado?

—Hola—se acomoda junto a mí en una silla con ojos cautelosos y tristes—.


Siento no haber venido antes—se aclara la garganta y ambos bajamos la vista a
las esposas al mismo tiempo.

Apenas puedo pestañear, abarcando todo el rostro pálido y demacrado del


hombre que acaba de ingresar. No sé qué decir, prefiero esperar a que
comiencen las explicaciones.

—Me alegro de que estés despierta, porque no creo que se me vuelvan a


conceder el favor. Necesitaba verte.

Traga y se fija en Cruz y Male que se movieron al rincón, ellos preguntan


si queremos privacidad y mi padre se ve confundido por un segundo antes de
asentir y agradecer. Nos dejan solos, entonces toma mi mano en las suyas y la
besa, cerrando los ojos como si temiera lo que sigue.

— ¿Qué…—tartamudeo, frunciendo el ceño a las cosas que rodean sus


muñecas.

Por dentro le pregunto, ¿qué mierda está pasando?

—Cruz iba a contarte, pero he conseguido que me permitieran verte y vine


a explicarte yo mismo—se aclara la voz y se retuerce en la silla, más allá de su
incomodidad me regala una sonrisa apesadumbrada—. No sé cómo decirlo…
supongo que aprecias todo sobre ir al grano, ¿no? Por eso sólo… voy a soltarlo—
toma una bocanada de aire—. Tu madre… tu madre está muerta.

No hay reacción de mi parte, sigo fija en sus ojos, esperando que siga.
Entiendo bien sus palabras, sólo no logro encontrarle el sentido correcto en mi
cabeza. ¿Qué tiene que ver él en todo esto? Aunque muy en el fondo lo intuyo.
—Se quebró y confesó… confirmó lo que le escuché decirte a Romano en
el funeral—ahora no se ve retraído, sino que dolido y muy furioso—. O sea, que
no sólo tu propia madre dejó que te pasara algo tan horrible, sino que estuvo
de acuerdo… y no hizo nada para ayudarte…

Los ojos castaños de Martín Moretti se humedecen y ya no rehúye mi


mirada, la enfrenta y me demuestra cuánto lo lamenta.

—Yo no logro entender…—gruñe—. No me entra en la cabeza… sólo puedo


pensar en que estaba enferma y que lo único que quería más que a sí misma era
lograr todo lo que no pudo de joven a través de vos…

»Dios, como me mata haber sido tan ciego, tan inútil… Creí que lo había
hecho bien, que les daba a ustedes una buena vida, pero ahora sé que eso no es
lo esencial, ¿no? El dinero y una vida cómoda no es más importante que la
conexión, y nosotros tres nunca estuvimos en la misma página… nunca fuimos
una familia de verdad. Y es mi culpa. Es mi culpa porque me enterré en el
trabajo y descuidé la familia, dejé que tu madre tomara el control de la crianza
e hiciera con vos lo que quisiera. Permití que te explotara y se obsesionara con
tu carrera…

Separo los labios y no sale ningún sonido, no sé si es porque mi voz


apenas está recuperada o porque mi cerebro no sabe qué decir. Me atrevería a
decir que se debe a ambos, porque no puedo creer que mi padre esté sentado
justo a mi lado sincerándose y culpándose. Y esposado.

—Discutimos—prosigue luego, relatando—. Y peleamos. Llegué a pegarle,


estaba tan lleno de rabia que no me importó. La empujé contra la pared y la
golpeé en la cara. Ni siquiera me reconocí a mí mismo, todo lo que quería era
hacerle daño con toda mi alma… Forcejeamos, Laura quiso alejarse de mí
bajando las escaleras, no se lo permití. La seguí sacudiendo hasta que de alguna
forma salió expulsada y rodó hasta abajo. Se desnucó. Murió de un solo golpe
justo frente a mis ojos. La maté…

—Fue un accid…—me empeño en corregirlo.


Él levanta las manos y niega, callándome.

—No fue un accidente, Eva. Perdí el control y la empujé—me enfrenta con


una expresión clara—. La maté. Maté a la mujer que amé lo suficiente una vez
como para casarme con ella y pretender armar una familia perfecta, aun
sabiendo que yo no tenía pasta para esto. Maté a la madre de mi única hija.
Maté a una mujer que no conocí realmente hasta ese momento… ¿Me
arrepiento? Sí, porque hubiese preferido que pasara el resto de su vida en la
miseria, sufriendo. Sí, porque por esto he perdido la posibilidad de
reivindicarme con vos, hija. Porque de verdad quiero que arreglemos las cosas y
me perdones por todo lo que no te di, pero ahora me voy a la cárcel porque no
supe contenerme…

—Te entregaste—murmuro, y no es una pregunta porque sé bien que lo


hizo. Lo conozco.

—Por supuesto que me entregué, hice lo que hice y me hago cargo. No voy
a correr…

—Y con eso lo has perdido todo…

Con ―todo‖ no me refiero a mí, la única familia que le queda, sino lo


demás. Su trayectoria, su imagen, la confianza de la ciudad. Todo por lo que se
desvivió una vez se ha ido.

—Mi vida giraba en torno al trabajo porque pensaba que con eso las hacía
felices, ya lo dije, quería ganar dinero para vivir bien, cuando en realidad
necesitábamos acercarnos más entre nosotros. Te di todos los gustos materiales
que podían existir y creí que con eso te demostraba mi apoyo y amor, estaba tan
errado…—niega—. Tan, tan equivocado, hija…

Se lamenta, sacude la cabeza y cierra los ojos, una expresión de derrota


oscureciendo las líneas en sus facciones.

—Perdí todo por lo que trabajé tan duro, pero no me importa—corrige,


suspirando—. No interesa, ya que lo que realmente es valorable nunca lo he
tenido en verdad… No sabes cuánto lo siento, Eva.
—Sí, sí lo sé—trago, comprendiéndolo detrás del manto de drogas y
cansancio—. Y está bien, yo también lo siento.

Si con eso se queda más tranquilo, entonces me esforzaré por abrirme a él.

—Lo he hecho todo mal y nunca entendí el significado verdadero, pero…


te amo, ¿lo sabes? Metí la pata muchas veces, pero sos mi hija y te amo, siempre
quise lo mejor para vos.

—Lo sé…—a pesar de que me he frustrado mucho con él, siempre creí que
era un buen hombre torpe con buenas intenciones.

—Y todo lo que pido ahora es que sanes y seas feliz. No importa donde
esté, voy a estar bien siempre y cuando sepa que estás bien.

Me preocupa bastante la idea de que este hombre acabe en la cárcel,


porque se nota a la legua que no es lo suficientemente fuerte para atravesar esa
experiencia.

—No desperdiciaste todas las oportunidades—digo con tono débil—, al


menos no conmigo. No me perdiste, todavía estoy acá. Podemos remediarlo.

De nuevo hay lágrimas en sus ojos a causa de mis palabras, toma mi mano
y la besa otra vez, apretándola. No decimos nada más, el pasado es una mierda,
el presente es complicado y el futuro un manchón borroso. Es más que
probable que más adelante tenga que visitarlo en la cárcel, y tengo que hacerme
a la idea pronto.

No nombramos a mamá de nuevo, tampoco. No merece la pena. Y sí, me


provoca un débil escozor saber que murió, pero no es tan doloroso como lo
sería para otra persona. Recuerdo que yo ya intenté matarla antes. Mamá era
una de ellos, estaba conectada a mi peor pesadilla, y pagó, aunque arrastrando a
papá a un agujero. Y él ni siquiera demuestra que ese hecho le aterra a más no
poder. Advierto que, de un modo u otro, es por eso que acaba de ganarse un
poco más de respeto de mi parte. Y, tal vez, algo de simpatía.
CRUZ
Detengo el coche frente al apartamento que todavía alquilamos y bajo casi
corriendo para darle la vuelta. Eva abre la puerta de su lado con lentitud y saca
los pies enfundados en zapatillas cómodas apoyándolos en el suelo. Mi coche es
un poco bajo y sé que salir de él le va a costar, por eso me inclino con
intenciones de agarrarla debajo de los brazos y hacer la fuerza que requiere yo
mismo. Ella estira el cuello y levanta la cabeza hacia mí como un látigo, si sus
ojos quemaran yo ya estaría calcinado justo allí, a sus pies.

—Ni se te ocurra—gruñe, un poco de sudor perlando su frente.

Tiene el pelo atado en la nuca en una cola un poco descuidada con


algunos mechones sueltos sobre la cara, si no llevara su chaqueta de cuero
preferida y su rostro no se contorsionara con rabia se parecería más a un ángel.
Nada que ver. Sonrío ante su tono de voz ronco y demandante. Si fuera un
pobre idiota con débil amor propio, cada mirada y palabra cortante de esta
chica me hundiría, sin embargo es en parte por esta actitud que me enamoré
como un loco. Y la conozco bien. Siente mucho dolor pero no va a demostrarlo
y tampoco se va a aferrar a mí en busca de ayuda.

—Bueno, bueno, bueno—canturreo mientras se da impulso a sí misma y se


posa sobre sus pies—. No necesitas fingir que lo tenés controlado conmigo…

Entrecierra los ojos, dando un paso.

—Soy perfectamente capaz de erguirme y caminar por mi cuenta—sisea, se


endereza y camina hacia la puerta.

Niego a su espalda, a un paso de sonreír. Esto ha sido así desde que


despertó, un manojo de nervios alterados y humor de perros. Una paciente
muy difícil. Y tuve la impresión de que las enfermeras habrían deseado que se
quedara bien dormidita durante un tiempo más. Pero entiendo a Eva. No le
gusta sentirse frágil, además de que hay miles de cosas en su cabeza ahora
mismo. Por ejemplo, la muerte de su madre y la idea de que la próxima vez que
visite a su padre será en una cárcel. Además, justo esta mañana, antes de que le
dieran el alta, aparecieron los agentes que tanto estuve manteniendo a raya y no
se pudo salvar de declarar. Se lo tomó bien, mintió con frialdad y credibilidad
lo que habíamos planeado decir. En poco tiempo estaban fuera y dudé de que
volvieran.

Me muevo, siguiéndola al apartamento. Malena abre la puerta antes de


que lleguemos allí y la abraza con cuidado, dándole la bienvenida. Se aferran la
una a la otra, entrando, y yo cierro la puerta a mi espalda.

—Hice el almuerzo—avisa mi hermana, aunque no hace falta, el aroma lo


anuncia por sí solo y huele muy, muy bien—. Sopa.

Me río en silencio, muy por dentro.

—No me jodas—suelta Eva desde el fondo de su alma.

—Prometo que no es igual a la del hospital—alza las manos Male,


retractándose—. Esta sí que tiene buen sabor.

—Con que tenga sabor me alcanza—devuelve Eva, que se va al baño a lavar


las manos.

Male le asegura que le va a gustar. Eva tiene una dieta estricta por hacer en
los siguientes meses. Muchas verduras, pocas harinas. Escasos permitidos, eso le
molesta.

Cuelgo mi chaqueta en el perchero y me limpio las manos en la pileta de


la cocina, en poco estoy sentado en la mesa, muerto de hambre. Eva regresa y se
acomoda frente a mí, dejando a mi hermana en la punta, quien se encarga de
servirnos con un enorme cucharón. De verdad la sopa se ve bien, tiene color y
es espesa. Apuesto a que tiene algo más que verduras.

—Procesé una variedad de verduras, sobre todo bastante zapallo, y le


agregué pechugas de pollo—explica Male, parece orgullosa de su trabajo—. La
probé y está muy buena.

Eva sonríe de lado entrecerrando los ojos hacia ella.


—Te parece buena porque la hiciste vos—la acusa, bromeando a su manera.

Male se encoge entre sus hombros y la obliga a probarla de una vez. Los
dos vemos que a Eva le encanta en la primera cuchara, de hecho, se termina el
primer plato antes que nosotros y se sirve más. Era cierto que odiaba a muerte
la comida desabrida del hospital, no hay dudas, porque parece haber pasado
hambre durante semanas.

—Creo que es suficiente—le advierto cuando va por un tercer plato.

Alza una ceja hacia mí, molesta porque estoy tratando de controlarla.

—Esto no va a retorcerme los intestinos, ni darme gases—dice,


enfrentándome con los ojos peligrosos—. Puedo comer un poco más.

Me encojo, al borde de una risa burlona.

—No creo que te vaya a gustar una mierda el dolor y la hinchazón en el


estómago si te lo llenas de golpe—levanto las cejas, dando énfasis en mi punto.

Lo piensa un momento y parece estar de acuerdo conmigo porque suelta


el cucharón de mala gana y se apoya en los codos, fulminándome con la mirada
sólo por tener razón. Está bien, esta es una nueva faceta suya, la de niñita
caprichosa. Pienso dejarla pasar porque sé que pronto se va a acabar, está en la
fase en la que tiene que volver a ser ella misma. No hay más resentimiento
ahora y su vida está un poco torcida después de todo lo que sucedió. Está
perdida y, aunque se esfuerce en esconderlo, sé que tiene algo de temor. No
sabe quién es sin el sentimiento y los planes de venganza.

—Gracias por la comida, Male—dice, fijándose en ella—. Tenías razón, está


muy buena.

Mi hermana asiente y le dedica una pequeña sonrisa, apenas un


estiramiento de comisuras. La chica todavía está luchando con sus demonios y
la dura ausencia de Dani, pero veo que está saliendo adelante día a día. Eso me
consuela de mil formas diferentes. Va a estar bien, ahora está bajo mi cargo y
voy a protegerla como no hice en el pasado. También es duro para ella todo
esto, porque su madre terminó en una institución mental y tendrá que visitarla
allí por vaya a saber cuánto tiempo. Toda la familia Romano se hundió y
quedamos sólo dos aquí afuera, de este lado.

Eva llama mi atención cuando se levanta y limpia sus cubiertos usados,


antes de decirnos un ―hasta luego‖ ahogado. Se desliza lentamente hacia su
habitación y la sigo después de ayudar a Male a limpiar los restos del almuerzo.
La encuentro frente a su cómoda, agarrando una vieja camiseta. Me quedo en
la puerta observándola detenidamente mientras se quita la que lleva puesta,
reacomoda las fajas que le aprietan las heridas en el abdomen y se viste con lo
que va a usar para dormir. Es cuando sus dedos temblorosos desprenden los
botones de su vaquero que noto que le va a costar salir de ellos. Eso por
discutir conmigo en el hospital y rehusarse a usar la calza de deporte que
consideré. Traga y no le queda otra opción que voltearse y buscarme.

—Yo me encargo—digo, sin demostrar arrogancia por salir vencedor en


esto.

Está tan frustrada que por un par de segundos la noto vulnerable. Creo
que necesita una siesta urgente para recuperar fuerzas y volver a ser ella misma.
Me acerco y tomo la cintura del jean para tirar hacia abajo, se queda allí de pie
mientras lo deslizo por sus firmes piernas pálidas. Acabo agachado a sus pies,
ayudándola a quitarlos.

—Gracias—dice con tono ronco.

Alzo el rostro desde abajo y le sonrío. El sol que entra por la ventana se
posa en ella, revive su aspecto sin dar énfasis en su expresión cansada. Me
levanto y sólo porque quiero, tironeo del elástico negro que sujeta su pelo y éste
cae suelto en una nube rubia enmarcando su cara con grandes irises redondos y
llenos de agua marina. Encuentro un paraíso allí cada vez que los enfoco.

Una pizca de humildad aparece en ellos en este mismo momento.

—Lo siento—traga, y se aclara la garganta, nerviosa—. Siento ser tan difícil…—


frunce el ceño por su falta de práctica en esto de disculparse.
Enrosco un mechón rubio en mi índice y me inclino, acariciando un
costado de su rostro con el pulgar de la otra mano. Pestañea y por un segundo
oigo que detiene el aliento.

—Te disculpo—susurro, sonriendo un poco de lado—. Sólo porque te


entiendo y te amo…

Me alejo cuando asiente, me dirijo a abrir la cama para que al fin se


recueste y descanse. Cuanto más rápido recupere energías y sane, menos
tardará en volver a ser ella misma. Me estoy moviendo hacia la puerta cuando
ella pronuncia mi nombre, me estanco y espero a que suelte lo que va a decir.
Viene con lentitud hasta mí y nuestras pupilas chocan, se pegan como imanes.

—También te amo—deja salir con seguridad en la voz.

Me sorprende, a pesar de que lo sabía, escucharla confirmarlo me toma


desprevenido. No necesito decir nada porque se estira un poco, apoyándose en
mis hombros y me besa. Sus labios cálidos y húmedos encuentran los míos y la
parálisis dura un pequeño instante hasta que le devuelvo el beso. Encierro su
cara en mis manos y lo profundizo, la abro y tomo lo que considero mío desde
hace mucho, mucho tiempo. Me lo da, también adueñándose de lo que le
corresponde de mi parte. Sus dedos se arrastran hasta mi cuello y nuca, los
siento escarbar en mi pelo, hasta que sus uñas me atrapan con más fuerza y
gimo, porque esa picadura es bienvenida. Me recuerda que es ella tratando de
controlar esto, como siempre hace. Y me retiro, porque no es momento de
ceder a una situación que nos lleve más allá ahora mismo.

—Creo que mejor te vas a la cama, ¿eh?—digo, sin aliento.

Sus ojos brillan entre peligrosos y comprensivos, también con algo de


arrogancia y diversión. Y poder, una buena dosis de poder.

—Sí, cierto—concuerda con la voz áspera.

Se desvía y entra en las sábanas. Y estoy sonriendo como un idiota una vez
que cierro la puerta y apoyo la frente contra ella, recuperándome de su
confesión y contacto. Dios, ¡cuánto la extrañé! Me siento agradecido de tenerla
de vuelta y que estemos en la misma página otra vez.

***

Han pasado cuatro meses desde esa noche de jueves. Tres desde que Eva
dejó el hospital. Y puedo decir que todo ha ido levantado vuelo y que no tengo
miedo de que caigamos. En todo este tiempo hemos tenido buenas noticias que
rivalizaron con otras que resultaron chocantes más allá de que estuviésemos
esperándolas. Allanaron la casa de mi padre y el resto de sus socios pocos días
después de la declaración de Eva, eso fue clave para destapar la larga y compleja
red de tráfico de personas, pedofilia y pornografía infantil que había detrás. Y
gracias a ello, se siguieron algunas rutas de venta y encontraron a las dos niñas
secuestradas, y algunas otras más de la zona. Afortunadamente todavía no
habían cruzado el océano, sino habría sido más difícil dar con el paradero. Ya
las devolvieron a sus familias, están completamente a salvo aunque cargan con
muchas secuelas que superar, cicatrices tanto emocionales como físicas. Confío
en que saldrán adelante, y me alegro de que sus familias estén cerca para
apañarlas y apoyarlas, porque no hay nada mejor que el verdadero amor para
hacerlo.

Todo esto ha arrancado mucho más peso de los hombros de Eva de lo que
esperaba. En sí, sabía que ella estaba preocupada por esas chicas, lo que no
tenía tan claro era en cuál medida. Cuando se enteró de que estaban
regresando a sus casas y a sus vidas anteriores, pasó casi tres horas a solas en su
habitación encerrada. Lo comprendí como su manera de desahogarse. El barco
al fin estaba siendo levantado hacia la superficie, y tiene que reconocer que es
gracias a ella. Todo empezó cuando quitó del medio al sacerdote y lo expuso en
las redes, si bien el blog con las fotos comprometedoras ha sido eliminado, eso
no quita que a causa de ello haya comenzado una investigación. Una
investigación que estaba estancada y no consiguió frutos hasta que nosotros
explotamos esa casa en pedazos con esos monstruos adentro. Hasta ahora no
somos sospechosos de ello, se supone que este grupo de criminales con buenos
disfraces y caretas tenía varios enemigos y podría haber sido un ajuste de
cuentas. En esta historia, Eva es una víctima más y eso es todo lo que cuenta.

Es libre.

Estamos tranquilos, ya no esperamos que el hacha caiga sobre nuestras


cabezas. Y eso se nota, porque la vida en el apartamento ha ido perdiendo
rigidez y ahora parece más un hogar. Tal vez no del todo alegre, pero sí uno
cómodo. Aunque estamos pensando en mudarnos lejos de la ciudad y por fin
empezar desde cero, en cualquier momento.

La noticia mala que contrarresta con todas las buenas que hemos recibido
fue que condenaron a Martín Moretti. Le dieron quince años de cárcel. No se
escondió, confesó que discutió y luchó con su mujer y ella cayó por las
escaleras. No se amedrentó en decirle al mundo que era culpable, sin importar
a cuánta gente de su ciudad desilusionó y puso en su contra. No tengo dudas
de que su situación le duele más porque había planeado recuperar el tiempo
perdido con su hija y ahora es un imposible. Aun así, Eva lo visitará con
frecuencia, los lazos no van a cortarse, los dos están dispuestos a ser fuertes.
Parece que Eva se ha dado el permiso de demostrar más cariño ahora o será
que después de todo lo que sucedió, ella le perdonó y comenzó a respetarlo más
como hombre y padre.

Mi rutina en la comisaría sigue siendo la misma de antes pero con menos


preocupaciones y presión, ahora con otro jefe al mando recién trasladado desde
la capital. Todo está en orden, y hasta han ido descubriéndose trampas del
anterior comisario que han salpicado a algunos compañeros que estuvieron
implicados en ciertos temas turbios. El actual aire en el trabajo se siente limpio
y libre de mentiras y secretos. No más corrupción. Da gusto trabajar y
entenderme con mis compañeros, aunque no estoy muy interesado en hacer
muchos amigos, pensando en la próxima mudanza.

Terminando un largo turno, regreso a casa con los músculos entumecidos


y deseando una ducha caliente. No hago más que entrar por la puerta que voy
directo por un trago de agua. Eva está sentada en torno a la mesa, de brazos y
piernas cruzadas, luciendo fresca y oscura como siempre. Lleva unos vaqueros
ajustados, botas negras con un poco de tacón y una camisa negra que le queda
un poco grande y muestra una porción del sujetador de encaje del mismo color
que hay abajo. Asiento con una ceja alzada y retiro una botella de agua de la
heladera, le doy un trago al pico. Sus uñas cortas y lacadas de color rojo
repiquetean en la superficie lisa de la mesa.

—Fuiste de compras—adivino, repasándola de arriba abajo—. Buen


conjunto.

Inclina la cabeza a un lado.

—El contador de mi padre llamó esta mañana. Me encontré con él y su


abogado, ya está todo listo—cuenta, levantándose—. Ahora la mayoría de lo que
estaba a nombre de papá pasó a ser mío.

Eva cumplió los dieciocho hace poco y esperábamos que sucediera eso.

—Y te gastaste unos buenos miles—sonrío, contrastando con su expresión


aburrida.

—No tanto—corrige—. También te compré algunas cosas, y a Male. Quería


darme el gusto.

Sonrío de lado, no sé por qué me cae bien la idea de ella comprándome


cosas. Se siente raro, para nada desagradable. En cualquier momento voy a
reconocer que me he vuelto un pollerudo.

— ¿Vas a vender todo?—pregunto, ya que ese era su plan al principio,


cuando supo que su padre le daría todo.

—Sí, voy a poner bastante de ese dinero en alguna inversión. Quiero que
cuando él salga tenga algo con lo que sustentarse…

No me mira cuando dice eso, sólo se desplaza más allá y finge estar
despreocupada. Quince años es mucho tiempo, pero podemos considerar que
si se mantiene fuera de problemas sería capaz de salir antes. Y es una opción, ya
que el hombre es muy tranquilo. Puede haber matado a su esposa pero no tiene
nada de criminal. Y eso, reconozcamos, también puede jugarle en contra en un
lugar como ese. Entonces contemos unos diez, suponiendo positivamente.
Demasiado jodido tiempo, de todos modos. No obstante, estoy con ella, está bien
que piense en el futuro de su padre. No tiene mucha idea sobre sus empresas y
no confía en terceros para seguir encaminándolas en su lugar. Si bien Moretti
tiene gente de confianza, él mismo se encargaba de lo más importante. Además
de estar a disposición de la ciudad. Ahora entiendo por qué ellos no eran
cercanos, ese hombre se pasó la vida tratando de hacer dinero. Y Eva no quiere
ser la que lo pierda una vez esté en sus manos. Ella sabe que es la causa de que
él esté en la cárcel, aunque no se culpa. Eva no es así. Sólo se preocupa por él a
su manera. Así que, bueno, habrá que buscar algún lugar donde meter el
monto y hacerlo crecer.

—Yo puedo hacer eso, tengo algunos viejos amigos empresarios—ofrezco.

Guardo la botella y enfilo hacia la mesa, acercándome a ella. No necesito


dar ni dos pasos que acorta el camino por sí mismo y me choca de frente, de un
empujón me aplasta contra la pared, y forma un puño en mi camisa azul oscuro
arrugada.

—Estoy cansada de hablar—dice con los dientes apretados, sus pupilas se


agrandan con provocación—. Hablar, hablar y hablar. Me pudre…

Abro la boca para responder algo a eso, ella me interrumpe. Salta encima
de mí y me besa. No es suave, ni se toma su tiempo, magulla mis labios y
enseguida recurre a sus dientes para incitarme. Sí, lo sé. Está frustrada porque
apenas la toco, pero es que quiero que esté del todo sana y tengo terror de que
sus heridas se desgarren por dentro. Y, sinceramente, estoy seguro de que ella
odiaría más que yo terminar en el hospital otra vez.

Eva tironea el frente de mi camisa y me lleva a una silla, con fuerza caigo
en ella y la tengo en mi regazo comiéndome con necesidad y violencia.

—Mi hermana…—intento seguir siendo racional.

—No está, salió con Francisco—avisa.


No tengo tiempo de preguntar a dónde mierda es que fueron esos dos
porque enseguida tengo su lengua en mi boca y su sabor hace que mi cerebro se
adormezca. Y mi cuerpo despierte. Subo mis manos por sus costados, levanto
un poco la camisa y le acaricio la piel caliente de la cintura, ella se arquea e
intensifica más el beso. Pronto estamos jadeando en búsqueda desesperada de
aire. Se separa y sólo puedo observar cómo respira a través de esos labios
hinchados y rojos entreabiertos mientras desengancha los botones de mi
uniforme con dedos temblorosos pero efectivos.

He querido hacer esto por mucho tiempo. Mucho tiempo. A pesar de estar
controlándolo, tampoco ha sido fácil para mí.

Le quito la camisa por encima de la cabeza y coloco los ojos encima de ese
sujetador negro. De lejos lo más tentador que he visto. Porque, sí, ella me
vuelve así de loco, haga lo que haga, se ponga lo que se ponga. Pierdo la cabeza.
Y más cuando me está mirando de esa manera, como si me odiara y quisiera
devorarme al mismo tiempo. Sé que eso no es más que deseo crudo y sólido.
Sus uñas raspan mis abdominales tensos y se inclina, poniendo los labios
húmedos en mi cuello, no me toma por sorpresa cuando inca los colmillos y
marca mi piel. Lo esperaba ansioso.

—No es que tu lengua no sea buena—raspa su voz en mi oído, refiriéndose


al sexo oral que nos dimos en su cumpleaños, porque sí, fui un blandito que no
quería lastimarla—. Pero me he estado sintiendo un poco estafada.

Desprende el frente de mis pantalones y mete la mano dentro, me aferra


con firmeza, apretando, bombeando entre los dos. Cierro los ojos y echo la
cabeza hacia atrás, gruñendo. Y al tener mi garganta descubierta aprovecha para
deslizar la lengua abajo, hasta el centro de mi pecho descubierto. Lame los
tatuajes.

A continuación la puerta del frente se abre, alguien maldice, nuestra


burbuja se pincha. Reparo de inmediato en los dos pares de ojos viéndonos
directamente. Vuelvo a la realidad como si acabaran de verterme en la cara un
balde con agua helada. Eva, en cambio, no se ve muy avergonzada, sólo
bastante molesta por la interrupción.

—Ustedes son apocalípticos—observa Francisco con una expresión


juguetona.

— ¿Quién dice algo como eso?—pregunta Eva, saliendo de mi regazo y


recogiendo su camisa del suelo con amargura.

—Yo…—se encoge el chico.

Pongo los ojos cautelosos en mi hermana, esto no es algo que yo hubiese


querido que viera. De ninguna manera. Por Dios. No parece muy interesada, la
verdad, no hay reacción alguna en su rostro pálido y ojos apagados. Sólo se
queda allí de pie viendo cómo nos ponemos decentes y su amiga es la primera
en desaparecer por el pasillo. Claro, me deja solo con mi indecencia para
enfrentarlos.

—Si vieras tu cara, viejo—se ríe él.

—No es algo de lo que me guste tener como testigo a mi hermana…—


entrecierro los ojos hacia él.

—No se preocupen por mí—al fin habla ella, ajustándose una mochila en el
hombro, su pelo liso suelto cubre los bordes de su cara haciéndola ver más
translúcida—, no me importa. No tengo dos años…

Se encoge y se pierde también por el pasillo como si nada hubiese pasado.


Bien, parece que a nadie le interesa más que a mí, así que sólo suspiro y pongo
los ojos en blanco, olvidando la mierda que acaba de suceder.

— ¿A dónde fueron?—me puede la curiosidad y le pregunto al tipo.

Él se invita solo a la mesa y deja un par de cajas que seguro tienen pizza
adentro.
—Tu hermana quería ir a la casa a buscar algunas cosas de Dani—comenta,
tratando de sonar casual, aunque sé que le afectó volver ese lugar—. Y
compramos pizza de pasada.

Mi hermana no había vuelto a casa desde que murió Dani, nunca dijo
nada sobre querer buscar alguna cosa de él. Eva y yo no teníamos ningún
interés en ir allí, pero estábamos abiertos a acompañarla si lo deseaba. Me
desconcierta que haya elegido ir con Francisco.

El tema se queda ahí cuando las chicas vuelven y yo me excuso para ir al


baño y ducharme rápido antes de comer. Al reunirme con ellos, cenamos
tranquilamente y pasamos el rato hasta casi la una de la mañana donde tengo
que esforzarme en mantener los ojos abiertos porque ya he perdido la cuenta
de las horas que llevo sin dormir. Se supone que esta noche iba a ser pacífica y
que me iría a la cama temprano como siempre hago cuando regreso de un
turno largo. Francisco lo nota y comprende, por eso se levanta y ayuda a
limpiar antes de irse. Lo despedimos y apagamos todas las luces para irnos a
dormir.

Una vez apoyo la cabeza en la almohada me rindo y llevo un sueño


recorrido y pesado hasta que comienza a entrar el amanecer. Ahí es cuando soy
atacado de nuevo y sin previo aviso por la salvaje que duerme del otro lado de
la cama. Y no es que me queje pero… no está tan bueno eso de despertarse con
las manos siendo inmovilizadas entre los barrotes de la cama con un par de
frías esposas. Suspiro ahogadamente cuando Eva se sienta sobre mi ingle sin
ningún cuidado, sobresaltándome y terminando de desterrarme de la bruma.

— ¡¿Qué mierd…—aúllo y me tapa la boca con la palma de su mano.

—No querés que Male se despierte, ¿o sí?—advierte.

Sonríe como la víbora que va a comerse el ratón y se coloca algo entre los
dientes. No distingo bien de qué se trata por el momento, sin embargo no me
pierdo la forma en la que se quita la parte superior del pijama y queda con el
torso desnudo ahorcajas sobre mí. Mi pene no se demora en responder,
completamente interesado en el espectáculo. Y aún más cuando ella se frota
como una gata en celo, mi cerebro tropieza en sí mismo.

—Está bien, ya demostraste tu punto, ahora soltame—le ordeno, respirando


con agitación.

Está tratando de recuperar lo que estábamos por conseguir en la cocina


antes de que la inesperada compañía llegara. Me tiene donde me quiere y ya no
hay retorno de esto.

— ¿Eso crees?—pregunta.

Se mueve a un lado y hace desaparecer sus bragas, entonces también se va


mi ropa interior, mostrando la hinchada masculinidad recostada contra mi bajo
vientre. Eva la observa fijamente y se relame, lo que provoca que mis caderas
vayan hacia arriba en un impulso ciego.

—Hablo en serio—tiro y las esposas repiquetean contra el cabezal.

Se ríe, con ese tono reseco y ronco que me quita el aliento. A


continuación regresa a mí, esta vez dándome la espalda. Frota arriba y abajo su
humedad a lo largo de mi pene y tengo que cerrar los ojos porque la visión de
ese culo dividiéndose en dos me va a dar un infarto en seco.

—He fantaseado con esto por un tiempo—susurra, completamente


excitada.

¿Con inmovilizarme? ¿Por qué no me sorprende? Estoy oyendo el tamborileo


de mi corazón en mis oídos mientras se levanta un poco sobre sus rodillas y se
lleva los dedos a su abertura trasera. Me baño en sudor, así sin más, tengo que
apretar los dientes para no gritarle con desesperación que me suelte. ¡Porque
quiero ser parte esto! Ne-ce-si-to tocarla. Ya. Allí mismo descubro qué es lo que
tenía en la boca. Un dilatador anal.

—Eva—gruño al verla llevárselo hacia la entrada.

Está bien. Está bien. Me controlo. Llevo la mirada al techo que ahora está
más claro por el amanecer y me concentro en meter aire en mis pulmones sin
interrupciones. Soy un hombre. A cualquier hombre lo volvería loco la certeza
de lo que ella tiene pensado hacer.

—Tranquilo—suspira.

Se lubrica con movimientos lentos y sugerentes, mientras me mira desde


el otro lado de su hombro. La imagen es un cuadro imposible de describir. Su
espalda elegante, su culo en pompa, las curvas de su cintura. Esta mujer es mi
perdición. Pero está bien, lo acepto. Lo hice desde el primer día que la conocí
realmente.

—Querés que suplique, ¿eh?—jadeo, mis sienes humedeciéndose con sudor.

Sonríe, mostrándome sus dientes con osadía. El brillo de sus ojos es


precioso, lleno de lujuria, mostrando lo dispuesta que se encuentra a jugar el
juego. Matándome directamente. Perezosamente procede a penetrarse con el
juguete, tan cuidadosamente que detengo el aliento y se vuelve tortura, cae
hacia adelante y se apoya con la mano libre, entre mis piernas abiertas. No se
detiene. Juega consigo misma y me deja ser un testigo directo en el primer
plano. Bombea despacio, se acaricia cuando parece que no puede tomar más y,
una vez preparada, consigue avanzar. Así es que termina de penetrarse hasta el
final y se gira con lentitud para que estemos cara a cara.

— ¿Ya puedo tener mis manos de vuelta?—pregunto, siseando con las


cuerdas apretadas por la excitación.

Chasquea la lengua en negativa, se inclina y posa sus labios en el camino


descendiente entre mis abdominales. Baja, baja y baja, y no me queda otra que
rendirme, dejo de suplicar que me suelte aunque las yemas de mis dedos
piquen con la desesperación de recorrerla por todos lados. Ya ni siquiera
recuerdo el motivo por el que estuve negándonos el sexo en los pasados meses.
No hay nada más que caliente hambre quemando mis neuronas, la
racionalidad saltando al vacío. Percibo su puño alrededor de mi eje, y pronto
me tiene en el interior cálido, sedoso y húmedo de su boca y juega sus reglas
conmigo. Unas que no conozco pero a las que me adhiero sin chistar. Levanto
mis caderas, ella me da lo que quiero y me lleva más profundo, hasta que siento
el comienzo de su garganta y retrocede para repetir el proceso.

Estoy hablando, jadeando, y nada de lo que digo es coherente. Sólo se


entiende su nombre enredado en mi lengua cada vez que me lleva más
profundo, cada vez que aprieta mis testículos y envía una descarga eléctrica a lo
largo de mi espalda, que hormiguea al final y tensa mis muslos.

—Eva, por favor—rumio con los dientes apretados.

No sé bien qué es lo que estoy pidiendo, hasta ese punto he llegado, en el


que apenas soy consciente de quién soy. Sólo tengo la seguridad de que esta
chica me va a romper en pedazos pronto. Y lo hace. Me deshago y ni siquiera lo
veo venir. ¿Cómo mierda es eso posible? Los dedos de mis pies se arrugan y grito,
aunque no llego a ser muy audible porque mete sus dedos libres entre mis
dientes y aprieta mi mandíbula cerrada. Aun así me oigo a mí mismo perderlo,
a la par que todo mi cuerpo se sacude y Eva se bebe mi descarga, dejándola ir a
través de su garganta.

Estoy en otra dimensión, muy lejos de recuperarme, hasta que siento sus
labios llenos e hinchados tomando mi boca. Me besa profundamente, pruebo
mi sabor en su lengua, no me doy cuenta de que me ha soltado las manos hasta
que soy capaz de agarrar los lados de su rostro y aumentar la presión del asalto.
Lo devuelvo con furia y violencia, tomando de ella lo que me robó antes.
Nunca tuve un despertar así, es de otro nivel. Otro mundo.

No me demoro en responder, no pierdo el tiempo en tinieblas, de repente


estoy más despierto y enérgico de lo que esperaba. La pongo debajo de mí y me
rodea con las piernas, jadeando y susurrando mi nombre, como nunca antes
hizo. Me deslizo hacia abajo, donde se abre y me permite poner mi boca abierta
en toda su extensión mojada. Y mientras mi lengua trabaja en su clítoris
remuevo la pieza que sigue enterrada detrás. Se atiesa, deja de respirar y
tiembla. Sus caderas titubean y los movimientos que hace se vuelven torpes y
erráticos. Explota con mi lengua enterrada entre sus pliegues y cierro los ojos,
respirando y bebiendo la miel de su sistema. Hasta que se me ocurre que no
voy a darle tregua después de lo que hizo conmigo. Ya estoy listo para lo que
sigue.

La giro sobre su estómago, acomodándola como un títere encima de sus


rodillas, se tambalea un momento. No por mucho, porque quito del dilatador y
consigo más lubricante. Me dijo tiempo atrás que quería esto, se lo voy a dar.
Como sé que le gustaría. Me preparo en su entrada ya lista y empujo mis
caderas poco a poco, centímetro a centímetro. Eva se aferra a los barrotes del
cabezal, la almohada se traga sus quejas. Acaricio el arco perfecto de su espalda
sudorosa, amaso sus nalgas, la agarro con ímpetu en cada envite, marcando los
dedos en su carne blanca. Un tiempo corto después estoy enterrado casi hasta
la empuñadura y me quedo inmóvil.

¿Quién va a suplicar ahora?

—Cruz…—murmura, todavía ahogándose con la almohada.

Levanta un brazo, lleva una mano hacia la zona en la que estamos unidos.
La atrapo en la mía, la devuelvo a su lugar y la aplasto, mi pecho pegado a su
espalda.

— ¿Te gusta así?—le pregunto al oído con malicia, me retiro un poco y voy
más allá en un único envión.

El gemido que se le escapa habla por sí solo. Pero no voy a ser tan
tranquilo la próxima vez. La atrapo de los brazos y la traigo conmigo al
erguirme, ahora sólo sosteniéndonos de las rodillas. La posición hace que entre
más en ella y se arquee, soltando un gritito ahogado. No es que el plan le haya
salido mal, le gusta así. Un momento tiene el control ella, al siguiente lo está
cediendo. Y es porque confía en mí, soy afortunado por eso. La sostengo contra
mí, mis manos rozando su vientre y senos, bajando hacia su entrepierna. La
trabajo allí, la penetro con los dedos, y me muevo de una vez. De verdad, sin
amagues. Al principio con lentitud y rápidamente pasando un ritmo más
intenso. Se estremece, su piel erizándose a medida que la voy estirando y
acoplando a mi tamaño. Aumento hasta el punto en que estoy golpeándola con
fuerza y se vuelve mantequilla en mis brazos. Le duele, y simplemente no me
amedrenta, porque le gusta. Es como si el dolor la llevara a disfrutar más.

Se apoya completamente en mí, su cabeza hacia atrás en mi hombro. Le


beso y muerdo debajo de la oreja, al mismo tiempo que los dedos de una de
mis manos se entierran más allá en su humedad, y los de la otra encierran su
cuello. Se pierde en la neblina del placer, cierra los ojos, boquea. Repite mi
nombre como un mantra en incontables oportunidades. Y gruño el suyo en
respuesta. Sintiéndonos cerca del final.

—Cruz…—se muerde el labio, su espalda forma una curva más


pronunciada—. Cruz.

— ¿Sí, amor?—aprieto entre mis dientes el lóbulo de su oreja.

—Te amo—su garganta se abre y un aullido sale despedido, lo cubro con


una palma—. Te amo…—repite al soltarla, con tono más bajo, yendo al punto de
no retorno.

Sus huesos se encajan a partir de una descarga eléctrica y la abrazo,


interrumpiendo el choque de nuestras carnes. Se deshace y va cayendo hasta
que sólo queda una masa de nervios y convulsiones. Su orgasmo es largo y tan
intenso que sus dientes chasquean y los ojos se le ponen blancos. Queda
incapaz de moverse y reaccionar por unos largos segundos, la llevo abajo y la
recuesto. Salgo de su interior, para volver a entrar en su vagina todavía latente,
donde bombeo hasta encontrar mi escape.

Acabo encima de ella, ambos fuera de juego totalmente.

—Te amo, también—susurro sin fuerzas en junto a su oreja.

Me retiro para no aplastarla y no necesito atraerla a mis brazos, ella sola se


acurruca y duerme con el rostro escondido en mi cuello.
CAPÍTULO 29
Malena
No hay dolor más silencioso e insoportable que éste. Estoy sumida en el
silencio, estancada en el tiempo. Los días pasan, mi vida no. Me quedo allí
suspendida, rota, mirando los cachos que caen muertos a mis pies día a día.
Porque sí, se vuelve peor. Siempre se pone más y más feo. Y me levanto de la
cama en las mañanas sólo con la intención de fingir, nada más. Porque sé que
Juan se preocupa, que me vigila de cerca. Quiere lo mejor para mí, pero lo
mejor que he tenido se esfumó, lo perdí. Y sólo es un recuerdo en blanco y
negro que se borronea con cada segundo que pasa. No hay nada que hacer
salvo aprender a aparentar que soy inmune al sufrimiento que me empuja
abajo.

Paso el tiempo mayormente en mi habitación cuando no estoy cocinando


u ordenando el departamento aunque apenas necesite mantenimiento. Eva y
mi hermano son ordenados, al menos fuera de su cuarto, al que nunca entro.
Estoy empezando a pensar que estoy siendo una carga para ellos. Consiguieron
su final feliz, y yo soy una sombra sin vida arrastrándose detrás de su camino,
opacándoles el cuadro. Sin embargo, no hay opción, él se hizo cargo de mi y
tendré que acostumbrarme a ello, esforzarme por no hacerlos infelices. Lo
que… bueno por ahora eso no va a pasar.

No hago más que mirar fijamente la única foto de Dani que rescaté de su
habitación el día que Francisco me llevó a recoger algunas cosas. Me visto con
sus camisetas y lloro cuando no me quedan más opciones que lavarlas, porque
su olor se irá y es eso lo que necesito cada día para tomar fuerzas y salir de la
cama y plantarle buena cara a los demás. Algo con lo que tenerlo presente,
aunque su ausencia sea tan grande que me carcome las fuerzas y las ganas de
seguir.
Por años y años he sabido que mi familia era un desastre; que tenía un
padre insensible, una madre débil que se dejaba manipular, un hermano
melancólico, otro que fue presa de las drogas. Y yo… yo estoy empezando a
creer que sonreía cada día porque era lo único que me quedaba por hacer,
tenía que ser la chica feliz. No quería ser como ellos. Y en el único momento en
que no actuaba era con Dani. Nos conocíamos, a pesar de que no éramos tan
cercanos de pequeños, salvo cuando me escondía en su dormitorio en las
noches que nuestros padres peleaban. Él me daba lugar en su cama y me
acurrucaba junto a él, triste porque estaba empezando a darme cuenta de que
ese matrimonio era cualquier cosa menos amor, y no soportaba que mi cuento
de hadas se derrumbara. Estuvo allí mientras crecía y me volvía consciente de lo
que nos rodeaba y a su vez, estuve ahí para él, ayudándole a abrirse. Aprendí
que mi melancólico hermano era un ser dulce, y de un corazón tan bueno que
pronto se volvió mi persona favorita en el mundo.

Hasta que empezó a cerrar su puerta en la noches y nunca más me dejó


entrar. Fue más o menos en la época que Eva también se alejó. Entonces ya no
tuve a nadie con quien hablar, estaba rodeada de amigos pero nunca sentí algo
genuino por ellos, eran sólo personas con las que pasaba el tiempo porque
extrañaba a mi hermano y a mi mejor amiga. Y me mantenían alejada de casa.
Volví a ser yo cuando Eva regresó. Aunque no me gustaba que rondara a Dani
como lo hacía y eso era un sentimiento de lo más extraño. Los vi besarse una
vez y fue como si mis entrañas se retorcieran a causa de un golpe. Pronto me di
cuenta de que no sentía a Dani como si fuera mi hermano, mis ojos no eran
fraternales cuando se encontraban con los suyos.

Así que sí, supe que me gustaba a los doce años.

Y ese amor nunca se detuvo. Mientras más melancólicamente él me


miraba de lejos y más corría, más me motivaba a quererlo. Los expertos y la
gente dirían que estoy enferma, que hay algo malo en mi cabeza. Pero allí no
hay nada, porque está todo en mi corazón. Y ante esto no hay explicación ni
etiquetas. Me enamoré. Me enamoré y listo. Y nunca quise darle demasiadas
vueltas a lo que sentía porque saber que el mundo lo consideraba malo me
enfermaba, entonces me negué a pensar en ello. Sólo me dejé llevar.

Semanas antes de que Dani comenzara a prepararse para ir a la


universidad lo enfrenté en un rincón y lo besé. Decir que lo espanté es un
eufemismo, pasó días sin aparecerse, quedándose en casa de sus amigos por las
noches y viniendo a la nuestra sólo cuando tenía la certeza de que yo no me
encontraba. No me sentí culpable, estaba contenta porque él me había
respondido el avance por un efímero momento y comencé a sospechar que
también sentía como yo. Que no eran sólo locuras de mi cabeza adolescente.
Fui paciente. Hasta la próxima vez que tuve una oportunidad y no la
desaproveché. Abrí una puerta entre los dos, sólo yo. Llevé a Dani más allá de
su cordura y control, hasta que no tuvo más opción que sucumbir.

Nos acostamos por primera vez la noche antes de que partiera a la


universidad y volviera a separarse de mí.

Esa fue la primera vez que mi corazón se rompió. Y no podía hablar con
nadie. Ni siquiera con Eva. Pasé los siguientes meses sola, con una sensación de
abandono que me mataba por dentro. Dani no respondía llamadas y desactivó
todas sus redes sociales. Supongo que nunca leía mis correos electrónicos. Pero
había algo que yo sabía bien, y era que no iba a olvidarme. Podía correr y
esconderse por una eternidad y su corazón todavía me pertenecería. Y el mío a
él. A la mierda el mundo, yo no le tenía miedo a nada, sólo a perderlo.

Y mi único temor se hizo realidad.

Ahora he sido reducida a un cadáver andante sin emociones además del


enojo y el dolor que me provoca llantos silenciosos por las noches. No puedo
soportar la idea de que haya elegido a la muerte sobre mí. Que el amor que nos
teníamos haya sido tan insuficiente que no pudo hacer que se quedara. Pero
también sospecho que hay más. Mucho más que jamás ha podido confesarme y
que era lo que lo mantenía atado a una tristeza tan grande. Estaba roto antes de
amarme, ahora lo sé. De alguna forma parecía que mi amor lo mantenía a flote.
Levanto su imagen congelada entre mis dedos y la estudio. Está sólo en la
foto, sentado en el césped verde del frente de nuestra casa y sonreía a la cámara
mientras sostenía una pelota de fútbol en las manos. Sus ojitos achinados a
causa del sol que le daba en la cara y los risos oscuros despeinados en todas
direcciones. Se veía feliz, pero lo sé mejor ahora. Detrás de esa sonrisa se
escondía un mundo de oscuridad del que yo recién ahora soy consciente. Y él
tal vez me amara, pero esa corriente era más fuerte y lo arrastró con ella. Fui
egoísta con él. Lo noto cuando ya es tarde. Porque lo único que quería era que
me quisiera y se olvidara de lo demás. Y estaba pidiendo un imposible. Aun
ahora sigo siendo egoísta, porque todo lo que siento es rabia porque me dejó.
Sigo creyendo que yo era mejor camino que el que eligió al final.

Me quito el peso de las cobijas de encima y salgo de la cama, deposito la


foto en su lugar en mi mesa de noche. Es casi mediodía y quiero que el
almuerzo esté listo para Eva y Juan, no es que ellos me obliguen a hacerlo, sólo
tomé la actividad como mía. Ellos están haciendo algunos trámites que tienen
que ver con el dinero del padre de Eva y van a llegar hambrientos. Cambio la
camiseta que tengo puesta por una de Dani que me queda enorme y huelo el
cuello. En ese instante es que salto porque alguien golpea mi puerta un par de
veces con los nudillos, me petrifico allí inmóvil, observando el picaporte.

— ¿Hola?—dice una voz grave con un tono paciente—. ¿Hay alguien ahí?

Trago y camino hasta allí. Abro la puerta y me topo de frente con un


pecho enorme perteneciente a un cuerpo que me saca cerca de una cabeza de
estatura. A su lado soy como una hormiguita insignificante.

—Ah, ahí estás—sonríe, y lo relaciono con un gigante oso de peluche—.


Traje comida.

— ¿Y quién dijo que podías?—paso cuando se corre a un lado para darme


espacio—. Iba a cocinar.

Eso es lo que sucede con este chico, se me ha pegado como una garrapata
y no me da un respiro. ¿No se supone que se volvió amigo de Juan? Bueno, que
se vaya con él. No necesito una niñera que me traiga comida y me lleve de acá
para allá. Y mucho menos me hace falta tener cercanía con alguien que me
recuerda tanto a Dani. Porque cada vez que miro a Francisco sólo puedo pensar
en el grupo de amigos que se juntaban seguido en casa y hacían reír a mi
hermano.

—Bueno, nadie me dijo, pero eso no me detiene—dice con tono


sabihondo—. Traje carne asada y papas, tiene buena pinta.

Charlatán. Otra de las virtudes que me molestan de él, no entiende de


silencios. Y en este momento de mi vida es lo que quiero. Saco unos platos de
las alacenas, él completa con vasos y cubiertos. Estoy dándome la vuelta cuando
nos rozamos, por un insignificante segundo mi piel se eriza, y no es nada
positiva la sensación. Sus ojos oscuros se clavan en los míos, percibo el instante
justo en que se vuelven sospechosos.

Sí, bueno. Supongo que no iba a poder ocultarlo por más tiempo.

Se aclara la garganta y se va, ordena la mesa y toma un plato para empezar


a servir. No dice absolutamente nada y eso me calma por un tiempo. Comemos
en silencio, lo agradezco, por más que sea tenso. Más que nada revuelvo la
comida hasta que está fría a la par que él engulle todo como si no hubiese
comido en meses. Un rato después de su último bocado estoy juntando todo,
dejando las sobras para Eva y Juan, que seguro no tardan en llegar. Me excuso
para ir al baño, y una vez encerrada en el pequeño agujero cierro los ojos y
suspiro temblorosamente. Me mojo el rostro con agua fría y clavo mis ojos
deslucidos en mi reflejo en el espejo. No paso de largo las ojeras y la palidez
enfermiza que parece haberse adueñado de mi semblante desde hace meses. Me
muevo hacia mi cuarto y vuelvo a encerrarme ahí, lejos del intruso. Me siento
en la silla frente al tocador y junto mis manos en el regazo.

La puerta se sacude y antes de que tenga tiempo de reaccionar, se abre de


golpe. Un par de irises negros me chocan desde la entrada y tengo que luchar
contra el disgusto. Francisco parece molesto.

— ¿Cuándo vas a decirles?—pregunta, inflando el pecho en una aspiración


nerviosa.
Lo fulmino a distancia.

—No te incumbe, ahora ¿podés meterte en tus asuntos?—le gruño,


alzándome en mis pies.

Aprieta los dientes, mira alrededor como si esperara que apareciera


alguien.

—Me importa, lo siento como mi asunto también—dice secamente.

—No lo es—lo contradigo—. Quiero que te vayas. No sos mi amigo, ni


siquiera lo intentes. No quiero que te acerques.

No parece lastimado por mis palabras llenas de vehemencia producida por


la ira.

—No soy tu amigo, pero era el de Dani y me preocupo—lanza, cruzándose


de brazos.

Me río secamente, sin pizca de humor.

— ¿Crees que eso hace una diferencia? No, no hace que me sienta con la
obligación de aguantarte. Puede que Juan sí, pero yo no. Estás acá porque
sentís que te conecta a Dani. A ver si entendés, él se fue. No está. Y es mejor que
te vayas—le grito, y la intención en mi voz me escuece hasta a mí.

Supongo que no soy tan inmune como creía. La crueldad todavía me hace
daño. Y sí, en ese mismo momento tienen que aparecer mi hermano y Eva y ser
testigos de esto. Doy un paso hacia Francisco y él retrocede, desfila por el
pasillo directamente hacia ellos y puedo leer sus intenciones en su espalda
ancha y tensa.

— ¡No! ¡Ni se te ocurra!—corro, choco con él, lo empujo con rabia.

Y me agito con sólo ese mínimo esfuerzo de intentar moverlo cuando es


imposible.

— ¿Qué mierda está pasando?—pregunta Juan, frunciendo el ceño en


nuestra dirección.
— ¡NO!—chillo con advertencia cuando Francisco abre la boca.

No me hace caso.

—Tu hermana… está ocultando algo—dice con los dientes apretados.

Lo lastimé tanto con mi arrebato que me la está devolviendo, y con creces.

— ¡No tenés derecho!—formo puños, arremeto contra él y lo golpeo en el


pecho—. ¡Hijo de puta!

Estoy jadeando y temblando cuando Eva me separa de él y mi hermano se


interpone con ojos confundidos y alertados.

— ¿No vas a decirles?—me presiona desde detrás de mi hermano.

— ¿De qué está hablando, Male?—pregunta él, preocupado.

A mi hermano le duele verme así de alterada, temblorosa y a un paso de


soltar el llanto. Estoy desesperada y a eso no lo puedo ocultar. Eva se acerca
más a mi espalda y su presencia me calma, sólo hasta que me traiciona también.
Toma el montón de tela que sobra de la camiseta de Dani en mi espalda baja y
tira, la parte de adelante se tensa.

—Esto—dice ella, y siento como si acabaran de golpearme y derribarme en


el suelo.

Lo único que noto es cómo la mirada de mi hermano mayor se va


transformando, ahora sorprendido y miserable. Un brillante dolor se estaciona
allí mientras mira mi estómago.

—Malena…—susurra.

Las lágrimas se desbordan y las dejo ir, sin poder sostener más el nudo que
obstruye mi garganta. No puedo ver a través del manto de humedad, aunque
distingo cómo agacha la cabeza Francisco, sintiéndose culpable tal vez. No era
así como yo quería que se enteraran. Tampoco sé cómo, no es que lo estuviese
planeando. Sólo esperaba despertar una mañana y que ya no estuviese.
—Malena…—repite mi hermano, sin habla.

—No—niego, dando un paso atrás—. No. No lo quiero…

—Male…—empieza Eva, no le permito seguir.

—No lo quiero…

Retrocedo y me pierdo en el pasillo, tensionando mis puños a los lados.


Me encierro en mi cuarto con llave y no les permito llegar a mí.

EVA
Es un reflejo instantáneo. Esto de pegarme a Cruz cuando estamos en la
cama, como si no pudiese dormir si no me acurruco en su costado y apoyo mi
cara en sus pectorales. Y lo huelo. Lo huelo cada vez porque es adictivo, y tiene
el poder de adormecerme o volverme loca, depende del momento. En este
mismo, estoy encima de él, mi mentón apoyado en mis manos, las palmas
abiertas contra su pecho que sube y baja con su tranquila respiración. Ojos
dorados miran el techo con preocupación. Y no es para menos, estos han sido
unos días estresantes y está agotado emocionalmente. Me elevo sobre él y me
interpongo, ahora todo lo que puede ver son mis ojos y un montón de pelo
rubio despeinado cayendo cerca de su cara.

— ¿No fue suficiente para dejar de pensar?—alzo las cejas.

Me da una sonrisa torcida, no como las habituales son con un poco de


culpa opacándola.

—Sabes que aluciné—aclara—. Y que no sé qué haría si no te tuviera, pero…

—Pero te preocupas demasiado—me adelanto, inclinando la cabeza a un


lado estudio su expresión.

—No puedo evitarlo—murmura.

Bajo y vuelvo a mi posición anterior, todavía atenta a su hermoso rostro


endurecido. No lo culpo. De alguna forma yo también me preocupo pero lo
estamos haciendo bien. Los tres. Male también. Después de descubrir lo que
tanto tiempo estuvo escondiendo nos movimos inmediatamente. En pocos días
Cruz pidió el traslado y yo concerté una cita con una médica de confianza que
le debía un favor a mi padre. De más está decir que lo último que queremos es
que la gente o los medios se enteren de este bebé.

Hace un par de días arrastramos a Male al consultorio donde se le


hicieron todos los estudios correspondientes. Yo estaba furiosa, pero me
esforcé en no demostrarlo. Lleva casi seis meses de embarazo y puso en riesgo
su salud por hacer esto. Debería haber confiado en nosotros o, si no quería
enfrentarnos, al menos podría haber ido con su hermano. En cambio cerró la
boca, comenzó a usar prendas grandes y a esconderse la mayor parte del día en
su habitación. Parte de la culpa también es nuestra, queríamos darle su espacio,
creímos que estaba bien cuando era todo lo contrario. Male no estaba bien,
sólo fingía.

—Ella quiere darlo en adopción—suelta Cruz, colocándose un antebrazo


bajo el cuello, buscando algo en mi cara.

—Entonces tenemos que dejarla hacer lo que quiere—expreso mi opinión—.


Sabe que no está bien, que es apenas una niña de dieciséis rayando la
depresión. Entiende sus limitaciones.

Mete aire por la nariz, apretando los párpados con fuerza, como si pensar
en esto le doliera. Y lo hace. Al principio estaba aterrado por Male y la salud
del embarazo, no es un secreto lo que un bebé entre hermanos puede significar.
Y Male también lo tenía claro, por eso estaba negada a ver un doctor, tratando
de evitar cualquier mala noticia. Lloró durante dos días luego de saber que el
niño estaba bien. Digo niño porque es varón, aunque ella no esperaba escuchar
noticias como esa. Está desprendida emocionalmente del niño, es como si
todavía no cayera en la cuenta de que está embarazada. Parece ignorar
completamente las consecuencias que conlleva su estado. Hemos intentado
hablarle pero no entiende, está cerrada en sí misma.
— ¿Y qué pasa si quedarse con el niño la ayuda a sanar?—pregunta,
esperanza brillando en sus ojos al considerarlo.

No lo creo, pero por primera vez en mi vida trato de no ser dura con las
palabras.

— ¿Y qué pasa si es al revés, si saber que está con unos padres que lo aman
y le darán una hermosa familia la ayuda a sanar?—retruco, mostrando mi punto.

El punto que estoy segura que Male considera más que el suyo. No se cree
capaz de criar a un hijo ahora, tan llena de mierda como se encuentra. Ya lo ha
dicho, aunque sus palabras suenan duras cada vez que dice que no lo quiere.
―No lo quiero‖. Me pregunto por qué, si es una prueba viva que les pertenece a
ella y a Dani.

— ¿Y si se arrepiente después?—insiste Cruz, inquieto.

—Ese puede ser un riesgo…

—Siento que va a pasar eso, que va a dar el niño y después no va a poder


vivir con eso… siento que se va a despegar de algo grande que ella y Dani
crearon, y a la larga la va a destrozar…

Chasqueo la lengua.

—No es algo bueno aferrarse a él sólo porque crees que te mantiene cerca
de una persona muerta, no es justo para el chico—digo, y después tuerzo el
gesto en mi mente porque jamás soné así al dar consejos.

—Pero puede amarlo, Eva. Si nace y lo sostiene en brazos un segundo,


confío en que…

—No hagas esto, Cruz, deja que ella sola decida—lo corto, severa, entonces
una idea serpentea en mi cabeza, y fijo la mirada en sus ojos tristes—. Te sentís
así—lo acuso—, te sentís cerca del bebé porque es de Dani…

Aprieta los dientes.


— ¡Por supuesto que sí! Es mi familia también, Eva—salta, se remueve y
caigo de su pecho cuando se fuerza a sentarse al borde de la cama—. Me duele
saber que no voy a tener la posibilidad de conocerlo.

Comienza a vestirse y yo también me decido a hacer lo mismo.


Zigzagueamos entre las valijas armadas mientras, preparamos el desayuno y
tenemos pronto a Male en la mesa con nosotros, comiendo en silencio. La
obligamos a hacerlo, durante los meses anteriores no se alimentaba como era
debido, tuvo suerte de que el bebé no se viera afectado pero no puede seguir
pasando. Supongo que querrá entregar un niño sano a los padres adoptivos.

—Lo pensé bien—dice ella, sorprendiéndonos a medio masticar—. Quiero


una linda pareja joven para él, que no tenga otros hijos. Que sea el primero
para ellos. Con una vida cómoda y tranquila, estabilidad financiera y un lindo
hogar. Sí, que sean de clase media, no alta—se frena, por un momento baja la
vista a su estómago y sus manos tiemblan—. No quiero saber quiénes van a ser,
ni tener contacto con ellos. Cuando nazca no voy a verlo, será llevado de
inmediato con ellos.

Cruz deja de comer, congelándose en su lugar y yo la observo con fijeza,


tratando de ver alguna grieta en su expresión que indique que no se siente
segura de esto. Pero lo está, veo tanta decisión que me da un vuelco al corazón.
Aunque también estoy segura de que está siendo madura y estoy a favor de su
decisión.

— ¿Por qué?—pregunta su hermano, a mi lado—. ¿Por qué no querrías


verlo?

Male levanta sus ojos verdes a los de él, enfrentándolo. Inexpresiva.

—Porque no quiero correr riesgos de quererlo, porque sé que si se queda


conmigo va a sufrir y merece un hogar feliz.

Por debajo de la mesa aprieto el muslo de Cruz para frenar cualquier


réplica que esté a punto de soltarle. Le recuerdo que es su decisión y que tiene
que dejarla hacer esto a su modo. Si no quiere el niño, entonces que no se
quede con él. Que le dé la oportunidad de una vida sana y feliz con unos
padres que lo amen.

—Tenemos pocos meses para encontrar a los padres correctos—susurro—.


Pero hay mucha gente que se muere por adoptar y vamos a encontrarlos, seguro
muy pronto…

Male asiente, de acuerdo conmigo y también agradecida por impedir que


Cruz discuta con ella. Por un lado lo entiendo a él, que le duela tener que
hacer esto, pero es lo que su hermana necesita y la ayudaremos sin importar si
estamos o no de acuerdo.

—No vas a darle un nombre—carraspea Cruz, con el rostro pálido.

—No, de eso se van a encargar sus verdaderos padres—dice Male, saliendo


de su silla.

La vemos marcharse como si nada y encerrarse en su cuarto como


siempre. Yo me dispongo a ordenar un poco y colocar lo último que falta en el
equipaje. Esta tarde partimos, lejos de la ciudad que nos vio crecer y que
también fue nuestro infierno personal. Un nuevo comienzo, eso es todo lo que
necesitamos. Ahora más que nunca.

Parece que el tema está zanjado pero apenas consigo reaccionar cuando
Cruz sale de su silla y corre por el pasillo, respirando con nerviosismo. Abre la
puerta de Male de un tirón y se mete dentro. Estoy en su espalda a punto de
sacudirlo fuera cuando comienza.

—No tengo ni voz ni voto en esto, ¿no?—pregunta, agitado—. Es mi familia


también…

Malena apenas reacciona, sólo lo observa como si su ataque no significara


nada.

— ¿No podemos reconsiderar esto?—pregunta él.

—No si no querés que el bebé se quede con alguien que no lo quiere…


Eso es como una cachetada en el rostro de Cruz, que se ve como si fuera a
encogerse de dolor al darse cuenta de que Male ya no es la misma de antes.

—Eso es mentira—niega él, casi gritando—. Sabes bien que sos capaz de
amarlo, te conozco, sos mi hermana y sé cómo sos. Siempre fuiste cariñosa y…

—No soy más esa chica, Juan, lo único que quiero es lo mejor para el bebé
y sé que conmigo no lo va a tener…

— ¡Pero no estás sola! Nos tenés a nosotros, y sabes que estamos acá para
lo que necesites—insiste él, y tiene razón.

Ni cruz ni yo la dejaríamos sola. La ayudaríamos.

—Te ayudaríamos—digo en tono bajo, porque necesita escucharlo.

Malena parece considerarlo un momento, sin embargo no tarda en


volverse a negar.

—Gracias por hacer todo esto por mí, me siento afortunada de tenerlos—
dice, y me preparo para lo que viene—. Pero sé que yo no soy lo mejor para este
bebé. Lo siento, ya lo he decidido y no hay nada que me haga cambiar de
opinión…

Los hombros de Cruz se hunden, y por un momento parece como si fuera


a voltearse y correr lejos para ahogarse en sus penas. Es evidente que tiene
sentimientos encontrados con esto, que si fuera por él el niño se quedaría con
nosotros. Aun así, Male es la madre y su voto es el que más peso tiene. Ella se
sorprende cuando su hermano avanza hacia ella y la encierra en sus brazos,
tanto que comienza a llorar. Él la sostiene, le acaricia el pelo y le frota la
espalda. La calma susurrando palabras suaves que no alcanzo a escuchar desde
mi posición. Unos minutos después la estamos dejando sola de nuevo,
entrando en nuestra habitación. Cruz cae sin fuerzas sobre la cama y yo me
masajeo los hombros.

—Bien, no hay nada más que decir, supongo—dice, derrotado—. Voy a


buscar unos buenos padres para ese pequeño. Los mejores.
Asiento, estando de acuerdo con eso.

—Lo haremos—lo tranquilizo y le dejo apoyarse en mí.


UN PASO ADELANTE, SIN RETORNO.
La última de las valijas es colocada en la caja de la camioneta de Francisco
y ya estamos casi listos para partir.

No contratamos un camión de mudanzas porque no lo consideramos


necesario, sólo llevamos encima nuestras pertenencias, por eso el chico se
ofreció a ayudarnos. En otras palabras, recorrerá los seiscientos kilómetros
hacia la ciudad donde vamos a vivir sólo para transportar algunas pocas cosas.
Él mismo insistió en hacerlo, ya que sus próximos dos días están libres de
trabajo. No está mal, ya que el coche de Cruz no tiene lugar para más de dos
personas y la tercera viajaría incómoda. Aseguré que podía viajar con Francisco
si es que Malena se sentía incómoda con él por la pelea que tuvieron la última
vez que se vieron. Por el contrario, ella no estuvo de acuerdo. Según sus
argumentos, me corresponde viajar con Cruz y no tiene problemas en pasar las
siguiente cinco o seis horas con el chico.

Por lo tanto todo está arreglado y Francisco se sube al mando del volante
mientras que Malena sale del apartamento cubierta con ropa enorme y una
pequeña mochila colgando del hombro. Ella nos besa a mí y a Cruz en la
mejilla y saluda con la mano antes de ir junto al chico. Vemos cómo el motor
de la chata ronronea y se aleja tranquilamente doblando la esquina. Cruz y yo
cruzamos miradas por un segundo antes de hacer lo mismo. Aunque nuestro
plan no es seguirlos, nosotros queremos hacer una parada antes de salir de la
ciudad. No pensamos regresar, por lo tanto, hay lugares a los que nos quedan
ir, donde nos queremos despedir.

Y nuestra primera parada es el cementerio.

Desde aquel día, en que todos le dijimos adiós a Dani, no habíamos


vuelto y tenemos la necesidad de ver si todo está en orden y de dejarle algunas
cosas. Frenamos en el estacionamiento y bajamos los pies a la calle de tierra que
nos invita a pasar. Sorteamos las rejas agarrados de la mano, mientras Cruz
lleva una bolsa de tela abrazada a su pecho con pertenencias del chico.
Él tiene tan presente a Dani que el dolor de perderlo lo va a perseguir por
siempre. Lo entiendo, uno no olvida jamás a quien ha amado tanto. En cambio
yo, que la mayor parte de los años que han pasado he odiado a Dani, me cuesta
entender ahora que mis sentimientos hacia el chico han cambiado. Habían
mutado antes de que muriera, pero ahora son más fuertes. Siento una bola en
el pecho cada vez que mis pensamientos se dirigen a él. Al fin y al cabo, Dani
fue otra víctima. Y una mucho peor, porque lo fue desde su nacimiento incluso.
Como si hubiese venido al mundo sólo con el destino de sufrir. Obtuvo mucho
del veneno de su propio padre, muchísimo más que yo. Infinitamente. Lo sé
bien, y es por eso que ya no puedo juzgarlo por tomar la decisión de matarse.
José Romano le robó todos los motivos para seguir, y el único que le quedaba le
estaba prohibido.

Nos colocamos frente al descolorido panteón y Cruz mete la llave en la


cerradura algo oxidada de la puerta de vidrio. Adentro nos reciben cuatro
ataúdes cubiertos, el más reciente lleva el encaje más blanco y las flores más
frescas aunque bastante achucharradas, por eso las cambiamos por un florero
con agua y un ramo nuevo. Yo misma hago el trabajo porque a Cruz le
tiemblan tanto las manos que apenas puede lograr un movimiento sin torpeza.
Acaba encargándose de colocar encima del encaje el marco con una vieja foto
de Dani y su grupo de amigos jugando a la pelota. Y otro en donde se
encuentra con Male, sonriendo a la cámara, en lo que parece la última navidad.
En la que Cruz y yo ni siquiera estuvimos cerca.

Me apoyo allí sobre mis pies, soportando mi peso junto al adicional que
viene con las emociones. Nunca fui una chica blanda, el mundo lo ha notado
para ahora, sin embargo he llegado a tener una corta lista de personas a las que
me he permitido querer. Y esto viene con eso, amo a Cruz y odio verlo mal. Si
bien a veces su calidez me resulta abrumadora, ahora es todo lo que me gustaría
que emanara de él. Se queda allí, suspendido, observa el ataúd con fijeza, pone
las manos abiertas sobre él.

—―No sabes lo que tenés hasta que lo perdés‖, nunca algo ha sido mejor
dicho—murmura, pestañea cabizbajo—. Ahora pienso en todas las cosas que me
perdí, en todo lo que hice mal, y daría lo que fuera por volver el tiempo atrás y
disfrutar a mi hermano mientras estaba y ver las señales que importaban.
Necesitó un hombro donde apoyarse y yo lo ignoré completamente…

Me sujeto las manos por delante y me tambaleo sobre los tacones de mis
botas.

—No es…

Levanta una mano, frenándome.

—Ya sé, no gano nada pensando en estas cosas—me quita las palabras de la
boca, entonces alza los ojos destrozados hacia los míos—. Pero no puedo evitarlo
a veces, ese es mi castigo por no haber sido el hermano que necesitó. Voy a
tener que vivir con eso.

Resopla estremeciéndose. Señala la puerta y asiento dándole permiso para


escapar del agujero lleno de olor a humedad. Este lugar hace que uno se sienta
ahogado y entiendo que necesite espacio. Yo, por el contrario, me quedo y
observo en todas direcciones sin saber qué más hacer. Lo más fácil sería salir,
así dejamos esta ciudad atrás, al fin y al cabo ya hicimos lo que nos
proponíamos. No obstante, hay algo que me detiene, así que permanezco allí
inmóvil sin saber qué es. Hasta que se me da por abrir la boca y comenzar a
susurrar sin parar.

—Tenía planes para vos, ¿lo sabias?—trago, sintiéndome una idiota por
intentar hablar con un muerto—. Sí, lo sabías. Por eso me tuviste miedo cuando
volví a tener contacto con Malena—niego, entrecerrando los ojos—. Te odiaba
también, seguramente no tanto como a tu padre, pero sí lo suficiente para
tener planes en tu contra. Quería que sufrieras y pagaras, de alguna forma te
consideré culpable también… Pronto empecé a darme cuenta de que no eras
más que un pobre chico hundido en la mierda…

Me aclaro la garganta y pestañeo la poca humedad que intenta hacerse


cargo de mis ojos.
—No quiero ser una hipócrita como todos los demás, que cada vez que
alguien muere tratan de pintarlo con los mejores colores posibles. Pero yo… sé
que fuiste un buen chico, no tenías ni un pelo parecido a él… Me ablandé en
cuanto descubrí que habías estado sufriendo incluso más que yo y en algún
punto del camino dejé de verte como un objetivo. Supongo que fue allí cuando
te perdoné, sólo… no lo supe ver y nunca te dije las palabras que necesitabas oír
tan desesperadamente. No estaba consciente de eso. Así que siento que te
fueras sin escuchármelo decir, aun siendo un prisionero de esa culpa…

»No fue tu culpa, tampoco la mía. No fue de nadie más que de él y su


enferma cabeza. Quería que siguieras sus pasos y de alguna manera estoy
orgullosa de que no lo hicieras... Siempre pensé que eras cobarde y debilucho,
eso no es cierto. Ahora sé que no, si hubieses sido débil, hoy serías una réplica
exacta de tu padre, habrías tomado toda esa maldad para convertirla en tuya
también. En cambio, decidiste terminar con todo y esa decisión no es para
cualquiera, ¿sabes? Ni siquiera yo, en esos momentos donde estaba ciega por el
esplendor del dolor y la ira, alguna vez he tenido el valor de considerar
abandonar el barco…

Frunzo el ceño y apoyo una mano sobre el encaje, y como es blando al


tacto, lo levanto para tocar directamente la madera fría.

—Supongo que necesitaba esto. Hablar con vos, como hiciste conmigo en
ese cuaderno. Desahogarme. No sé si me estás escuchando pero quiero que
sepas que yo también deseo que las cosas hubiesen sido distintas para todos,
aunque, como bien dijiste, también creo que la vida es injusta y que tuvimos
que tomar lo que nos lanzó... Y he aceptado. Acepto la vida que me ha
tocado… Voy a cuidar de Male y Cruz, a mi manera, por supuesto—sonrío de
lado, negando con la cabeza—. Estoy muy lejos de ser una mamá osa, pero
prometo hacer lo mejor que pueda…

El silencio responde a mis palabras, la brisa colándose a través de la puerta


abierta. Sigo ahí inmóvil, todavía sintiendo que falta algo que decir y lo
considero importante.
—Gracias—suelto, desinflándome—. Gracias. Porque si no fuera por vos,
hoy no tendríamos la oportunidad de ordenar nuestras vidas. Gracias. Espero
que allá donde has ido consigas la paz que mereces. Adiós, Dani.

Y antes de ahogarme entre esas diminutas paredes con olor a moho me


propongo salir, inexplicablemente me siento más liviana. Choco con Cruz justo
en la entrada, donde ha estado esperándome. Él me observa con ojos húmedos
sin decir ni una sola palabra, me deja saber en silencio que escuchó mi
conversación unilateral con su hermano y eso me tranquiliza. Sabe que es
mejor no decir nada ante mi pequeño y extraño momento de apertura.

Después de cerrar la puerta de nuevo con llave nos movemos despacio, no


hacia la salida, sino más al centro del cementerio. Donde mi padre indicó que
enterraron a mi madre. Esta será mi despedida con ella, con la mujer que
también fue parte de un plan macabro para que mi inocencia se desvaneciera y
me convirtiera en esto. Todavía no puedo creerlo en mi mente, pero es verdad,
ella misma lo confesó después de todo. Tuvo lo que mereció, aunque hubiese
preferido que sufriera un poco más. Aun así, si lo pienso bien, ella sufrió. Me
perdió a mí, su peón. Perdió todos sus retorcidos sueños. Y al final, fue testigo
de cómo su castillo de naipes para princesas se derrumbó. Su vida fue miserable
a su manera. No consiguió lo que quería y para una mujer como ella ese es un
enorme castigo. Así que, mientras miro su sencilla tumba, me encojo de
hombros mentalmente. Ella nunca me importó, jamás sentí esa conexión de
madre e hija. Así de triste como suena. Me usó y supongo que en lo profundo
de mí siempre lo intuí. Por eso nunca tuve la necesidad de acudir a ella o
aferrarme. Giro dándole la espalda, dejando que mis pasos hacia la salida se
conviertan en la verdadera metáfora, jamás volveré. Jamás le dedicaré otro
pensamiento.

Seguramente debe de estar ardiendo en el infierno con su amante.

Cruz me toma la mano mientras nos deslizamos tranquilamente hasta el


coche. Una vez dentro, el motor ruje y nos alejamos de aquel oscuro sitio,
donde buena parte del pasado se queda estancada en la eternidad. Para bien o
para mal, nos duela o no. Simplemente inauguramos el camino directo hacia
un futuro prometedor, donde sólo reina la voluntad de sanar y estar en paz con
lo que nos ha sucedido.

Tomamos la carretera definitiva, dejamos que el cartel de bienvenida se


quede viendo fijamente las rojas luces traseras del convertible. Y se siente como
si un enorme peso me abandonara el pecho. Pero esto no se acaba acá. Unos
kilómetros más allá le pido a Cruz que se detenga a un lado, y me bajo del
vehículo para apreciar la vista. La playa allá abajo, el mar infinito mezclándose
con el cielo a lo lejos.

El viento sopla y el pelo se me pega a las mejillas, el aroma es salado y


húmedo.

— ¿Pasa algo?—se me acerca él por detrás.

Me cruzo de brazos mirando al frente, todavía sin saber cómo encarar el


asunto que me ha estado rondando desde hace mucho tiempo, algo que no me
termina de liberar. Creo que el sentimiento de auto justicia colocó unas esposas
en mis muñecas, simplemente no confío en que vaya a escaparme de él
fácilmente. Tampoco sé si verdaderamente es eso lo que quiero. Y tengo que
pensar en la manera en la que voy a encarar el tema con el amor de mi vida.
Quien prometió ir conmigo hasta el final, sin embargo no quiero arrastrarlo a
lugares a los que no quiera o merezca ir. Cruz es un buen hombre.

Demasiado bueno para mí.

—Quiero ir a por los que restan—digo, enfrentándolo de una vez por todas.

Abre sus dorados ojos con sorpresa, luego los entrecierra a la par que
analiza mis palabras abruptas.

—Lo que no me parece conveniente es que tengas que venir también,


puedo ir por mi cuenta—me aclaro la garganta porque, en el fondo, si elige
avanzar por su lado, me va a destrozar. Aun así, no importa lo que yo sienta, no
seré egoísta. No con él—. Quise decírtelo antes de que comenzáramos a hacer
planes para mudarnos juntos, pero todavía no estaba segura de lo que quería en
realidad. Hoy lo sé. Lo descubrí mientras me despedía de Dani. Merece que
encuentre a ese otro hombre que también le hizo tanto daño. Siento como si se lo
debiera…

Cruz pestañea porque hablar de su hermano en este tipo de


connotaciones lo hace sentir enfermo por dentro. Retiene cualquier reacción
antes de que se le escape. Sabemos que los dos tipos que quedan de la sucia
asociación están siendo investigados, también que el proceso puede ser
interminable hasta que los metan en la cárcel. Sobre todo al médico, que
parece que no tiene pruebas en su contra, ya que se cubrió bien. Y no. Vayan o
no a la cárcel no hace una diferencia porque yo no quiero el encierro para ellos,
no lo veo justo después del semejante daño que han causado. Necesitan algo
peor. Algo como lo que yo estoy dispuesta a hacer.

— ¿Me estás preguntando? ¿O me estás abandonando sin opción?—


pregunta cauteloso, alcanzo a leer el miedo en su expresión.

—Sos un buen tipo, no quiero arrastrarte a más peligro. Me siento con la


obligación de darte la opción de liberarte, de ir por el lado bueno y olvidar lo
malo que has hecho conmigo. Cruz, mi destino ya está escrito—susurro al final.

Se acerca, colocándose casi encima de mí, apenas rozando las narices. Su


rostro es serio y riguroso. Está molesto.

—No soy un buen tipo, Eva—murmura duramente—. Siempre fui un hijo


de puta egoísta—sisea—. ¿Te molesta esto?—saca la placa de policía del bolsillo
trasero de sus pantalones—. ¿Es esto lo que te jode? ¿No te gusta que vaya a
seguir mi camino en la policía? ¿Qué tengo que hacer para que me tomes en
serio? ¿Lanzarla a la playa?

Da unos pasos atrás y amaga con revolearla y es tanta la decisión que veo
en sus movimientos que salto sobre su contextura y lo detengo. Le quito la cosa
de las manos, lucho con sus bruscos estallidos heridos. Estamos respirando
ruidosamente cuando encierro su rostro en mis manos y lo obligo a tomarme
directamente en su campo de visión.
—Creí que a partir de ahora querías ir por la vereda del bien, hacer lo que
todos consideran apropiado—digo.

Niega, riendo secamente, sin un rastro de humor.

—El lado correcto es lo último que me importa. Mi destino también está


escrito, Eva. Mi destino es ir soldado al tuyo. Lo único que se siente acertado
para mí es estar con vos. Amarte. Separarnos ahora sería mi muerte. Te amo. Y si
tengo que ir al infierno en filita atrás tuyo, entonces voy a ir encantado. Sólo…
decí las palabras, Eva.

Hay agua punzando a través de mi enfoque, una emoción difícil de digerir


para mí. Cierro los párpados un momento, todavía percatándome de la calidez
de la piel de Cruz bajo las yemas de mis dedos. Todo lo demás desaparece en
ese mismo momento.

—Te amo—refuerzo lo que ya sabe, temblorosa—. Y nada me haría más feliz


que tenerte a mi lado hasta el final.

Asiente entre mis manos, tan satisfecho y entregado.

—Hasta el final—promete.

Sólo así, nuestros destinos de funden entre sí. Nuestras almas se


convierten en una y, sencillamente, llego a la conclusión de que ni siquiera la
muerte sería capaz de distanciarnos.
¿HEROÍNA O VILLANA?
« Ser periodista hoy en día es arriesgado y agotador, pero el trabajo duro
me enseña cada día a ser fuerte y nunca bajar los brazos. No es de ahora que
uno tenga que luchar por conseguir sus sueños. Y como una joven promesa,
tomo todo lo que tenga a mi alcance, cada maldita oportunidad. Por eso,
cuando me ofrecieron ir a través de la puerta de esa bonita casa de barrio
donde una de las mujeres más influyentes y peligrosas de los últimos tiempos
vive bajo custodia policial, me lo tomé como un desafío. Y fue difícil considerar
un no porque es una gran oportunidad para mi carrera. Dije que sí, sin dudar
siquiera. Confiaba en que sería una experiencia especial y me llené de
adrenalina.

Lo cierto es que al llegar allí, mis compañeros y yo estamos nerviosos. El


camarógrafo suda la gota gorda y apenas puede con su equipo. Pero pasamos la
custodia policial sin problemas y tenemos dos agentes a nuestra espalda todo el
tiempo de camino a la puerta. Estamos revolucionados, deseosos y a la vez
temerosos. Al tocar la puerta somos recibidos por una mujer de unos cuarenta
años que parece una enfermera y nos deja entrar con una sonrisa silenciosa.
Todo el mundo sabe a qué venimos, incluido el país, que espera esta entrevista
como a la lluvia en tiempos de sequía. Más por curiosidad y morbo, algunos a
causa de un extraño fanatismo y hasta admiración. Y otros, posiblemente la
mayoría, con absoluto repudio. Aunque estoy segura de que estarán pegados al
televisor de todas formas. Nadie va a poder resistirse.

Sin decir una palabra, nos acomodamos en una sala de estar pequeña pero
acogedora. No hay rastros de ella, deducimos que está esperando a que estemos
listos. Es bueno porque no sé si podríamos organizarnos en su presencia. Para
el momento en que me acomodo en el sofá de dos cuerpos junto a mi otro
compañero periodista que se ha hecho cargo del grabador, la pequeña puerta
en el rincón más alejado se abre.

Todos detenemos el aliento. Y no porque le tengamos miedo, sino porque


su porte es admirable. Quiero decir, todo ser humano que alguna vez se la haya
cruzado a lo largo de los años ha caído duro por ella, sea hombre o mujer.
Tiene un aura que te deja con la boca abierta. Ni siquiera la vejez ha podido
reducirla. Está fuerte y sigue siendo erguida a sus setenta años. He visto sus
fotos sin lograr dejar de admirar su belleza tan marcada. Verla te provoca un
barrido seco en las entrañas. Me pongo de pie a la par que se acerca. Y, por
Dios, ni siquiera arrastra los pies. No hay mucho en ella que anuncie su edad,
salvo la delgadez, su cabello lacio rubio veteado casi el cien por cien de canas y
las arrugas en su rostro. Tengo que decir que no son demasiadas, las más
profundas se encuentran en los bordes de los ojos y las comisuras de los labios,
marcando un constante rictus conocido y lleno de personalidad. Por un
momento me dejo llevar y adivino por qué algunos se vuelven locos por ella,
sin siquiera quererlo me encuentro admirándola.

No estoy temblando cuando estiro el brazo a ella, porque se me han ido


las inhibiciones por completo. Deslumbrada y perdida por su imagen tan
cercana. Trago con fuerza cuando sus manos de dedos largos y huesudos
aceptan el saludo.

—Buenos días, señora—digo, sin aliento—. Me alegra que pueda recibirnos.

Su ceja rubia se alza, y me mira directo a los ojos con seriedad que
consume.

—Bueno, que ustedes estén acá no depende totalmente de mí—explica y su


voz es fría pero sutil, fluye como el agua cristalina que corre por los arroyos del
sur—. Agradezcan al juez que lo permitió—su boca se tuerce a un lado y damos
un paso atrás.

En una bocanada regreso a mi lugar y ella se sienta en el sofá de un cuerpo


frente a nosotros. Me tomo un momento para estudiarla con disimulo, su
atuendo está formado por un sencillo pantalón negro y una camisola blanca.
Ese color hace que sus ojos aguamarina resalten y se vea inocente como un
ángel. Engañoso, pero difícil de no notar.

—Vamos a tratar de que sea rápido—comienzo, miro titubeante a mi


compañero que apenas pestañea.
— ¿Estás nervioso, tenés miedo?—salta ella, dirigiéndose a él—. No hay por
qué temer, a no ser que escondas algún pecado bajo la alfombra…

Me rio nerviosamente y él se atiesa, perdiendo color. Entiendo que es una


broma, una bastante pesada, pero ya con eso me doy cuenta de que la mujer es
propensa al humor negro. Hace que me afloje. Además, no puede hacernos
nada, está bien custodiada y estamos a salvo.

—La verdad es que no entiendo lo que está sucediendo—anuncia, como si


tal cosa—. ¿Por qué querrían entrevistar a una asesina? A veces, siento que me
tratan como a una celebridad…—se encoge, una chispa alterando el brillo en sus
irises.

—Bueno, todos quieren saber. Desean conocerla. Usted es alguien que ha


tenido mucha repercusión en la sociedad, siendo tema de incontables debates
en los que las opiniones nunca coinciden… provoca intriga.

Se relaja contra los almohadones del sofá y cruza sus piernas interminables
que al final lucen un par de lustrosas botas negras sin tacón.

—No hay muchas cosas interesantes para conocer de mí, señorita


Guerrero—me nombra y de alguna forma logra que el pelo de la nuca se me
erice—. Yo ya estoy encerrada y bajo control, la gente debería preguntarse sobre
otras cosas…

Bueno, sin duda esto se llama no seguir el guión. Apoyo mis papeles en mi
regazo y la enfrento.

—Otras cosas, ¿cómo cuáles?—insisto, siguiendo su corriente.

Sonríe, mostrando su dentadura blanca, aunque el gesto no llega


totalmente a sus ojos.

—Se preguntan por qué hice lo que hice. Si influyo a la sociedad para bien
o para mal. Si tengo problemas psicológicos, o estoy loca de remate… Y la
verdadera cuestión de importancia es: ¿por qué existe alguien como yo?
La sala se queda en silencio un largo rato, pestañeo para enredar una
respuesta lógica, aunque soy forzada a fruncir el ceño y demostrar contrarío.

— ¿Por qué existen personas como yo, señorita Guerrero?—repite la


pregunta, esta vez directamente a mí.

No respondo, simplemente me ablando y dejo que ella me ceda su propia


respuesta. Supongo que esto se va a tratar de buscarle justificativos sus acciones.

—Sin ir más lejos… Vamos con otras, ¿por qué los ciudadanos han estado
comprando armas desde hace tiempo? ¿Por qué ellos están empezando a
defenderse por su propia cuenta? Yo tengo la respuesta y sé que varios también:
se trata de que no hay nadie que los respalde. La justicia es un chiste mal
contado y el estado se come los mocos—inclina la cabeza a un lado, ahora todo
lo que emana de ella es profunda seriedad, tomándose en serio lo que está
diciendo—. Así que… ¿por qué existo yo?

—Porque la justicia es deficiente…—respondo, monótona.

Niega.

—No, la Justicia no es deficiente—me corrige, paciente—. La Justicia


directamente no existe.

Mi atención se dirige a los dos policías que custodian la entrada y nos


vigilan de cerca, ellos están inmóviles con las manos en la espalda y la mirada al
frente. No parecen afectados por las palabras de la mujer aunque… no les pegue
a ellos directamente.

—Así que, señora…

—Eva—me detiene, repudiando mi manera de llamarla.

—Así que, Eva, usted se justifica con eso…

Chasquea la lengua sacudiendo la cabeza, una sonrisa peligrosa posándose


en sus facciones.
—No me justifico, me hago cargo de la sangre que gotea de mis manos y
no me importa lo que piense la gente. Ni los que están en contra, ni los que
están a favor. Hice lo que sentí en mi corazón que debía hacer, estoy siendo
juzgada por eso y acepto los hechos. Tomaré lo que venga.

Eva Moretti mató a unas cuantas personas, y todas ellas tenían algo en
común: eran otros criminales. Todos violadores, para ser más exactos. Entre ellos
el padre de su esposo, un sacerdote, un médico. Eso sólo sus primeras víctimas,
hay más. Una larga lista donde interviene una maestra de primaria, un agente
de modelos y unos cuantos delincuentes más. Sólo con esa información,
grandes grupos de gente empezó a idolatrarla, llamándola de muchas maneras.
Por ejemplo: el ángel vengador. La quieren y sienten que sus acciones eran
correctas. Otros, en cambio, consideran que es inhumana y merece pagar
duramente por sus sangrientas acciones.

Durante décadas, nunca se supo quién hacía desaparecer a esa gente,


aunque desde temprano se dedujo que podría ser la misma persona por su
forma de proceder. Era como un gato en la oscuridad de la noche esperando el
momento para atacar, lo hacía cuando nadie estaba mirando, entonces se iba
sin dejar más rastros que las pruebas que condenaban a su víctima. Era buena y
tan sólo el hecho de que hayan tardado tanto en descubrirla lo demuestra.

— ¿Qué sintió cuando la arrestaron hace dos meses?—pregunto, ahora sí


tomando el mando del protocolo.

—Que ya era hora—responde rápida y letalmente.

Me toma por sorpresa.

— ¿Quería ser descubierta?

—No, seguro que no, pero siempre estuve abierta a esa posibilidad.
Cuando vinieron a buscarme sentí…—frena un momento, considerándolo—
esperanza. Sentí una especie de realización. Ya era hora.

— ¿Esperanza?—entrecierro los ojos, tratando de llegar más profundo a ella.


—Esperanza, sí. Pensé que si venían por mí, se debía a que las cosas
estaban cambiando para bien, al fin. Tal vez, después de todo este largo tiempo
la Justicia se enderezó, levantó cabeza y comenzó a tomarse las cosas más en
serio. Quizás llegue a respetarla de una vez por eso, también…

Hay cierto aire de arrogancia en su tono y no me molesta. Al contrario,


creo que ella lleva un poco de razón en esto. Los ciudadanos han estado
pidiendo a gritos durante décadas por Justicia. No, no está loca de remate, es
una mujer muy cuerda. Ha sabido bien lo que hacía a lo largo de su vida, no es
ninguna tonta.

— ¿Por qué hizo todo eso? ¿Qué la llevó por ese camino?—avanzo a la
siguiente pregunta.

Eva entrelaza sus manos en su regazo y se queda inmóvil, reflexionando la


pregunta en su mente, la cual veo funcionar como engranajes de una compleja
máquina.

—Fui abusada a los doce años—empieza, e intento sostener mi expresión


neutral—. Y si bien podría haber recurrido a mis padres o las autoridades, me
quedé callada. Porque incluso a esa corta edad sabía que no iba a funcionar. El
hombre tenía un apellido resonante y era una figura importante. Un abogado
forrado en dinero. ¿Entiende? No iba a lograr escarmentarlo recurriendo a la
Justicia, pero quería que pagara por lo que me hizo…

— ¿Él fue su primera víctima?—prosigo, sin mostrar reacción alguna.

—No. El primero fue el sacerdote—aclara.

El caso está en los archivos, pero es una masa inservible de papeles que no
llegan a ningún lado, eso fue lo que dijo uno de los jueces más nuevos y
respetados del país. No necesito preguntar por qué ella se encargó de él, lo
sabemos. El cura era un pedófilo que se aprovechaba de las niñas en el interior
de la mismísima casa de Dios. Además de formar parte de una asociación que
distribuía pornografía infantil y se codeaba directamente con el tráfico de
mujeres.
A pesar de que quiero ser crítica y dura con Eva Moretti como lo han sido
ciertos medios, el hecho de que esas personas hayan abusado de niños
inocentes e indefensos provoca que una gran parte en lo profundo de mí la
justifique.

— ¿Está a favor de la pena de muerte?—me aclaro la mente y la garganta


dispuesta a continuar.

—Digamos que sí—asiente—. Sólo en ciertos casos. Pero en este país eso no
serviría, al menos ahora. Antes de proponerlo siquiera habría que arrancar de
raíz todo el árbol, comenzar desde cero. Y eso podría tardar décadas. Luego, la
Justicia tendría que ser fuerte y letal, con los pies firmes en el suelo como para
condenar a alguien a encontrar su final.

—Usted lo hacía—la interrumpo.

—Sí, lo hacía, los condenaba. Y créame cuando le digo que las pruebas
eran demasiado evidentes y por eso sabía lo que estaba haciendo y con quién…
¿Sabe qué es lo más triste de todo esto?—me pregunta.

Bueno, ciertamente hay demasiados puntos tristes en esa historia, pero no


quiero interferir y nombrarlos, porque sé que ella lo sabe a la perfección. Por
eso niego, permitiendo que conteste.

—Lo más triste es que la mayoría de mis víctimas fueron arrestadas por sus
faltas al menos una vez en sus vidas.

—Oh—sin duda no esperaba que dijera eso.

—En una ocasión, un par de delincuentes usurparon una casa mientras los
dueños dormían. Los despertaron, los sometieron para robarles, y como eso
evidentemente no les alcanzó, violaron salvajemente a la única hija del
matrimonio justo delante de sus propios ojos. La niña tenía quince años—remata,
y me trago un nudo enorme que apenas pasa por mi garganta—. Dígame,
señorita Guerrero, ¿cómo cree que siguió adelante esa familia?
Sus ojos insensibles pesan en mi rostro y por primera vez en la reunión
tengo que retirar la mirada. La bajo a mis manos tensas, sin poder ocultar que
esto me atormenta. Eva Moretti es cruda y va al grano, hace que mi corazón
duela por esa niña y sus padres.

—No, Eva, no lo sé—susurro.

—Yo sí. Quedaron traumados, no sólo por lo que les sucedió, sino porque
los delincuentes fueron arrestados y dos meses después se los volvieron a
encontrar frente a frente en la calle. ¿Entiende del sentimiento de impotencia e
inseguridad, señorita Guerrero? Porque esos violadores fueron liberados por
autoridades corruptas que lucraban con lo que ellos hacían también, ¿entiende,
por un segundo, lo que pudo llegar a sentir esa familia? La Justicia les falló—
arremete con voz dura—. Yo, en cambio, hice lo que tenía que hacer. Y, ¿sabe
qué? No me arrepiento.

Pestañeo, porque ahora es ella la que me hace sentir culpable a mí. A mí,
a mis compañeros que han alejado la mirada y se sienten inquietos, y a los
policías en la puerta, que están tensos ante sus palabras también. No molestos,
sí entristecidos.

—No me arrepiento, porque si yo no los cazaba, ellos iban a seguir


haciendo daño, porque no quedaban dudas de que cada vez que fueran
atrapados por la policía serían liberados al instante… ¿Qué clase de protección a
la sociedad es esa? Acá las verdaderas víctimas son las personas inocentes, nadie
más…

» No tengo un complejo de heroína. No, señor. Tengo un deseo de justicia


seria, con el valor suficiente de hacer lo que hay que hacer. No importa si hay o
no pena de muerte, lo que importa es que se actúe en favor de la gente. Que las
condenas se tomen al pie de la letra y los criminales paguen. Así no hay lugar
para fenómenos como yo, ¿entiende? Y he confesado, me hago cargo y voy a
cumplir lo que tenga que cumplir. Pero hay algo que ya sabemos todos, y es que
llegaron tarde, estoy vieja y seguro no me queda mucho tiempo para cubrir
condena alguna...
»Elijan de una vez, o defienden a los inocentes o defienden a los
delincuentes. Y recuerden, si eligen la segunda opción, no se sorprendan
cuando las palabras ―Justicia por mano propia‖ empiecen a resonar más alto en
los noticieros.

No puedo respirar, la pasión con la que ha desatado sus palabras me


abruma por completo. Pasó de la frialdad al ímpetu en un pestañeo. Y
simplemente sé que después de esta entrevista no volveré a ser la misma nunca
más. Eso es lo que provoca Eva Moretti.

—Usted eligió defender a los inocentes.

—Para bien o para mal—añade, asintiendo.

Entonces llego a entender su punto e incluso respetarlo. Tal vez no


compartirlo porque soy una fiel seguidora de los derechos humanos. Y en algo
tiene rotunda razón y es en que la justicia debe ponerse los pantalones de una
vez y actuar con seguridad, usar su poder para darles a sus ciudadanos lo que
merecen y necesitan. Ya que Eva Moretti es un producto de su ausencia.

Una tos interrumpe desde la misma puerta por donde Eva salió cuando
llegamos y todos levantamos la vista. Allí nos encontramos con un hombre
mayor, alto y de rostro sonriente que se acerca con lentitud. Juan Cruz Romano.
Por supuesto, todos lo conocemos también. Era un buen investigador privado,
lástima que ahora, al salir a la luz lo de su mujer, ha quedado expuesto y todos
dudan sobre si usó o no sus habilidades en el campo para ayudarla. De un
modo o de otro, él no se ve afectado. Solo nos da la bienvenida y toma asiento
en el otro sofá, junto a Eva. Instantáneamente, como si fuera un reflejo, pide
con su mano callosa y temblorosa la de ella. Ambos se entrelazan y la imagen
hace latir mi corazón con violencia.

Eran una pareja vistosa e interesante cuando eran jóvenes y lo siguen


siendo ahora. A la vista de todos está el profundo amor que se tienen.

—Así que la gente está discutiendo sobre si mi mujer es la heroína o la


villana—dice risueño.
—Más o menos, señor—sonrío apesadumbrada, todavía sin recuperarme de
la conversación con Eva.

Se ríe, y el sonido es rasposo y cálido. Hace que las diferencias entre ellos
sean inmensas. Son como hielo y sol. Y de algún modo, aunque parezca
imposible, hacen una combinación perfecta.

—Bueno, en cada historia hay varios puntos de vista—dice, pensativo, luego las
arrugas en sus ojos se profundizan con una mirada tranquila, casi pacífica—. Y
yo voy a decirle el mío, señorita… Eva es mi heroína, me ha hecho el hombre
más feliz en esta tierra. La conozco bien, es fuerte y decidida, y pocas cosas le
afectan. Sé que a ella sólo le interesa mi opinión, el resto puede hablar lo que
quiera y le va entrar por un oído y salir por el otro. Sin embargo, voy a aclarar
algo, es sensible en el fondo y tiene una terrible necesidad de ayudar. A las
personas como ella, porque ha vivido en carne propia lo que ellos han sentido.
Dígame algo, señorita Guerrero…

»¿Le parece eso algo inhumano?

Sorbo por la nariz, afectada.

—No, señor.

Asiente, satisfecho.

—Considero que en la vida hay muchos grises, señores—el anciano nos


observa a todos, recorriendo con dorados ojos inteligentes casi escondidos en
sus párpados caídos—. Ustedes van a debatir, van a acusar, a condenar, a
defender y miles de acciones más. Sin embargo, nunca, nunca van a
comprenderla, a no ser que hayan pasado por lo mismo que ella.

» Eva es un gris, tal vez uno tirando a negro, demasiado oscura para poder
leerla a la perfección, pero en definitiva es un gris. Mi gris favorito. ¡Y eso que yo
era un joven fiel al blanco y negro! Sólo que, gracias a ella, aprendí muchas de
las pequeñas cosas que están en medio del todo. Y es porque la amo que la
comprendo…
Dios mío, el tono del hombre al referirse a su mujer me eriza la piel y
humedece mis ojos. Observo a mi compañero, todavía con el grabador, y noto
su sonrisa escondida en su mentón agachado. Veo cómo va comprendiendo lo
que dice el anciano, cómo está tomando sus palabras con respeto. Y sé de
inmediato que se ha comprado a la habitación completa. Ahora ya no tememos
y juzgamos a Eva Moretti, sino comprendemos una pizca de lo que ha
significado su vida.

Ya no me quedan fuerzas para resistirme, incluso estaba considerando


pedir nunca publicar esta entrevista porque podría influenciar de mal modo a
la gente, pero ahora no. Ahora entiendo que el mundo tiene que verla, tal vez
se den cuenta de los pequeños y diferentes matices que rodean esta historia y
comprendan.

¿Heroína o villana?

Ni una cosa ni la otra, ella está en medio.

Porque es un gris. »
AGRADECIMIENTOS
Quiero agradecerles a todos por la paciencia que han
tenido en esta espera. Y a las chicas que siempre me
acompañan y apoyan en el foro SB. La historia me tomó un
tiempo, como todas las demás, tal vez más, porque quería que
fuera perfecta, tal como estaba en mi mente.

Ángel o Demonio llevó trabajo, sobre todo porque quería


lograr un acabado potente que no dejara a nadie indiferente.
En ella hay mucha humanidad, aunque parezca todo lo
contrario. No se trata sólo de alguien vengativo, sino del daño
que pueden sufrir las personas cuando son lastimadas, o
controladas o ignoradas y dejadas de lado. Lo que provocan
los padres ausentes y despistados. Cómo la avaricia, la
necesidad de poder y la maldad pueden romper tanto una
vida inocente. Y cómo un suceso tan doloroso puede desviar
nuestra naturaleza, pensamientos y espíritu interior. El ser
humano a veces se rompe y nunca más vuelve a ser el mismo.

No escribí esto con intenciones ocultas, ni para enviar


ninguna situación al frente. Ni siquiera juzgar. Sólo sé que el
mundo está lleno de injusticias tal como esta historia, yo sólo
seguí adelante con ella. Estaba en mi mente, tenía que sacarla
para ustedes.

Ojalá les haya gustado, y no la consideren tiempo perdido.

¡Pueden dejarme su crítica en el blog o en mi página de


Facebook! Siempre estoy al tanto de sus mensajes y me
encanta leerlos y saber de ustedes.

http://elisadsilvestre.blogspot.com.ar/
https://www.facebook.com/Elisa-D-Silvestre-
995425307232613/

¡Les envío así todo mi cariño y gratitud!

PD: Sí, sé que dije que ésta historia sería tomo único. Pero
cabe la posibilidad, si ustedes quieren, de que tengamos un
segundo destello con la historia de Malena, ¿Qué les parece?
¡No duden en dejarme saber sus opiniones al respecto!

También podría gustarte