Enciclopedia de Las Curiosidade - Gregorio Doval

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El Libro de los Hechos Insólitos

reúne más de 1500 noticias que


dan a conocer casos y cosas fuera
de lo común, en forma de
casualidades y coincidencias,
enigmas y quimeras, patinazos y
extravagancias, falsedades y
mentiras, ideas y teorías,
depravaciones y fraudes. Un
compendio de hechos agrupados en
torno al asombro y la curiosidad:
cómo se inventó el papel higiénico,
quiénes fueron los primeros
siameses o el bailarín sin piernas,
por qué da buena suerte una
herradura, de dónde proviene la
costumbre del Día de San Valentín
o dónde se conserva el pene de
Napoleón. Los sorprendentes
hechos de la historia oculta.
Gregorio Doval

Enciclopedia de
las curiosidades
El libro de los hechos insólitos
ePUB r1.0
syd 09.05.13
Título original: Enciclopedia de las
curiosidades: El libro de los hechos
insólitos
Gregorio Doval, 1994
Diseño de portada: DIGRAF

Editor digital: syd


ePub base r1.0
A Conchi, Luisa y Chus, con
quienes viví hechos
verdaderamente insólitos.
A Juanjo y Loti, que siempre ven
algo insólito en todos mis hechos.
A Eduardo García-Mauriño, sin
cuya ayuda buena parte de este
libro no hubiera sido posible.
Y, en general, a todos aquellos a
los que en los últimos años he
aburrido (espero que no siempre)
con un alud de datos y curiosidades
no solicitados.
Presentación

H e de confesar que me fue muy


divertido reunir y seleccionar las
más de 1500 noticias diversas que
componen este LIBRO DE LOS HECHOS
INSÓLITOS. Encontré una sorpresa en
cada una de ellas, pero también un
asombro general en su infinita variedad
—tanta que he llegado a dudar si lo
insólito no será encontrar algo que no lo
sea—. Si sólo hubiera conseguido
transmitir una mínima parte de ese
asombro y esa diversión sé que,
entonces, el objetivo estaría cumplido.
Porque los curiosos somos
afortunadamente legión.
Antes de nada he de contar que hasta
el origen de esta antología de
curiosidades es curioso. La labor
comenzó casi imperceptiblemente hace
ya casi cuatro años y medio, cuando,
justamente un 28 de diciembre (los
avisados se darán cuenta de qué
significativa festividad se celebra dicho
día), recibí el encargo de preparar las
preguntas de los concursos culturales de
Antena 3 Televisión. Al hacer frente a
aquella tarea, que en principio creí
laboriosa pero sencilla, una y otra vez
tropecé con descubrimientos de hechos y
datos desconocidos que, además de
trastocar el trabajo, no dejaban de
asombrarme. Como un niño que
encuentra continuamente nuevos
juguetes, fui recopilando ansioso todo
aquel material; abusé de quien se me
puso a mano, tratando de hacer
compartir mi entusiasmo colando en
cualquier conversación —viniese a
cuento o no coletillas del tipo «por
cierto, ¿sabías que…?»—, pero, además
de aburridos, encontré a muchos que
escuchaban atentos e incluso,
¡divertidos! lo que les contaba.
Escépticos, aburridos e incrédulos
siempre hubo, pero también muchos de
ellos se rindieron finalmente. Y así, de
descubrimiento en descubrimiento, fue
componiéndose casi solo este libro; una
obra que no podía, ni, desde luego,
quería, hurtar a cuanto potencial lector
interesado tenga.
EL LIBRO DE LOS HECHOS INSÓLITOS
presenta casi una multitud de sucesos
increíbles, pero ciertos; o creídos, pero
falsos; incluso, legendarios, pero
curiosos. Todos, en general, con la
característica de poner en cuarentena lo
que creíamos saber, y todos, en general,
con la virtud de ofrecer una lectura
divertida, por cuanto insólita, y amena,
por cuanto informativa. Esta obra está
poblada por todo tipo de seres
excéntricos y extravagantes, simpáticos
u odiosos, perversos o lascivos; en ella
se dan a conocer casos y cosas fuera de
lo común, en forma de casualidades y
coincidencias, enigmas y quimeras,
patinazos y extravagancias, falsedades y
mentiras, ideas y teorías, depravaciones
y lujurias, y trucos y fraudes. Una
multitud de sucesos gratamente curiosos,
sorprendentes y ejemplares que la
historia —me refiero fundamentalmente
a la historia oficial y ortodoxa—
generalmente suele dejar de lado. Podrá
decirse que en este rosario de hechos se
ensartan pocas perlas y mucha bisutería;
seguramente se tendrá razón en hacerlo.
Pero en ello no ve el compilador
desdoro ni menoscabo. Es bisutería
histórica porque sólo pretende adornar
la riqueza cultural de sus posibles
lectores; no, desde luego, amueblarla ni
ennoblecerla. Por decirlo con palabras
de hoy, no se trata tanto de una obra
documental (aunque sí documentada),
sino de una especie de honesto y digno
reality show histórico. No obstante, esta
obra no ha de ser entendida simplemente
como un museo de monstruos ni un
muestrario de excepciones. Sólo
presenta ejemplos históricos extremos
de comportamientos y sucesos comunes.
Así, se narran sucintamente las
increíbles biografías de personajes tan
extraordinarios como Lady Godiva, la
Monja Alférez, la emperatriz Sissí,
Lawrence de Arabia, Humphrey Bogart,
Billy El Niño, Thomas Alva Edison,
Kaspar Hauser, Iván El Terrible, los
Borgia o el Marqués de Sade; se
detallan inusitadas historias como la
conquista del imperio de los incas, la
infame subasta del trono de la Roma
imperial, las excentricidades de Nerón,
Heliogábalo y otros emperadores
romanos, y las singulares peripecias
eróticas de Cleopatra, Lola Montes,
Rasputín, Mesalina, Mata-Hari, Eloísa y
Abelardo y otros muchos.
En sus páginas también se relatan
cuestiones tan dispares como el casual
descubrimiento de la Cueva de
Altamira, el imperecedero mito de
Eldorado, las estrambóticas profecías
sobre el fin del mundo, la hipotética
fecha de la Creación o la primera e
improvisada actuación pública de
Charles Chaplin. Se cuenta cómo perdió
los brazos la Venus de Milo y cómo
nacieron los premios Oscars. Se
comentan las indescifrables
predicciones del Oráculo de Delfos, los
misterios de la Isla de Pascua y la
enigmática mención del Diluvio
Universal en muchas de las tradiciones
culturales y religiosas del mundo.
Invito a adentrarse en sus páginas a
todos los que les interese algo de lo
anterior o que deseen hallar detalles al
respecto de otras cuestiones tan curiosas
como la Maldición de los Faraones, el
Número de la Bestia, el Tercer Ojo o el
Síndrome de Estocolmo; a los que
alguna vez se preguntaron por qué se
inclinó la Torre de Pisa, quién dio el
nombre de América al Nuevo Mundo o
por qué se llama «duro» a las monedas
de cinco pesetas; a los que quieran
conocer de primera mano cómo se
descubrieron las ruinas de Pompeya y
Troya, cuándo comenzó la plaga de
conejos en Australia o de qué provienen
las costumbres del Árbol de Navidad, el
Día de San Valentín, el Primero de
Mayo o los Huevos de Pascua, e incluso
a aquellos que no desprecien saber por
qué da buena suerte una herradura, por
qué decimos «¡Jesús!» al oír un
estornudo, o desde cuándo se reza el
Ángelus.
También podrá interesar esta obra a
quién sienta curiosidad por saber cómo
se inventaron la guillotina, las patatas
chips, el perrito caliente, el WC y el
papel higiénico, el crucigrama, el sello
de correos, el biquini o el condón; o qué
origen tienen palabras como, por
ejemplo, «ostracismo», «vandalismo»,
«boicot», «silueta», «sándwich»,
«linchar» o «restaurante»; o quiénes
fueron los primeros siameses, el primer
fumador europeo y la primera vampiresa
del cine; o en qué personas reales se
basan los personajes ficticios de Tarzán,
Robinson Crusoe, el Conde Drácula, el
Tío Sam, la Dama de las Camelias,
Sherlock Holmes o Santa Claus; o cuál
fue la primera huelga de la historia, si
Shakespeare escribió realmente sus
obras o cuándo se utilizó por primera
vez la clave SOS.
Quien desee saber todo eso podrá
enterarse de paso de que en más de una
ocasión ha llovido ranas o sangre; de
que el zar Pedro I gravó con un impuesto
a los barbudos; de que alguien cree que
en la Biblia se habla del SIDA. Podrá
asombrarse al leer las historias del
bailarín sin piernas, del ansioso
comedor de caucho, de la mujer
barbuda, del jugador de béisbol manco y
de unos mellizos que nacieron con
cuarenta días de diferencia; o de que a
una mujer le extirparon un quiste de
148,7 kilos. O incluso enterarse de que
Cervantes y Shakespeare murieron en la
misma fecha, aunque no en el mismo día;
o de que no son pocos los personajes de
quienes se cree que han muerto
literalmente de risa; o de que Isaac
Newton era tremendamente despistado;
o de que Aristóteles mantuvo teorías
absurdas, o de que, por ejemplo, se
conservan numerosas reliquias de
Napoleón (incluido su pene).
Como se desprende de su simple
enunciado, este libro ofrece una
colección de hechos curiosos que
necesariamente han sido tratados con
una cierta carga de humor (pero sin
ánimo de burla) y han de ser leídos con
ese mismo espíritu. En consecuencia,
también se ha de hacer constar que
intencionadamente esta no es una obra
seria (quiero decir grave) porque el
propio cariz de los hechos comentados
así lo exige. No es una obra que compita
(ni quiere ni, desde luego, podría) con
los abundantes manuales de historia y
almanaques de hechos y efemérides (en
general, muy valiosos) en los que, sin
detenerse en fruslerías ni menudencias,
se nos narra el devenir histórico. Su
interés y su objetivo se hallan en otra
parte: aquí sí importan las nimiedades,
entendidas la mayor parte de las veces
como argumentos con los que demostrar
que el ser humano, cuanto más solemne
es, más ridículo resulta; cuanto más
angustiado está, tanta más astucia
desarrolla; y cuanto más relajado e
íntimo, más grotesco. Yo, al menos, he
aprendido que no es raro encontrar tras
cada hecho histórico una verdad que
sonríe y, tras cada gran personaje, una
sombra bufa o un demonio doméstico.
Con esta perspectiva, nada parece lo
que es y nada resulta más común que lo
sorprendente. El libro refleja de alguna
manera la pequeña historia vista desde
las bambalinas, mostrando a las claras
todas sus miserias, falsedades,
misterios; bajezas, extravagancias,
casualidades y sorpresas. Pero no se ha
de deducir de ello que la veracidad de
los datos no ha sido contrastada o que ha
importado poco ajustarse a la verdad
con tal de sumar a cualquier precio un
suceso asombroso más. Bien al
contrario, se han desechado numerosos
datos por no ofrecer garantías su fuente
o por no poder ser contrastados
convenientemente. En los casos en que
se ha constatado que el hecho es
estrictamente legendario, así se ha
aclarado en el texto.
Esta obra es fruto ante todo de
numerosas y heterogéneas lecturas. Por
tanto es obligado aclarar que la casi
totalidad de su valor es préstamo de los
autores de las obras consultadas —una
parte de los cuales quedan mencionados
en el apéndice bibliográfico—; así
como que los posibles errores o
inexactitudes son responsabilidad
propia del compilador.
Una última advertencia: la lectura de
este libro puede beneficiar su salud
mental. Entre otros peligros, puede
provocar adicción. Si así sucediera, no
le quedaría más remedio que esperar las
próximas dosis de la ENCICLOPEDIA DE
LAS CURIOSIDADES; con suerte, ni ésta
ni aquéllas le decepcionarán.
Asuntos militares y
bélicos

L a que tradicionalmente se
considera como la guerra más
breve de la historia ocurrió el 27 de
agosto de 1896, enfrentando a Gran
Bretaña y a su por entonces sultanato
dependiente de Zanzíbar (territorio
insular africano hoy integrado en
Tanzania). La guerra fue declarada a las
9.02 de la mañana y finalizó 38 minutos
después, a las 9.40. La flota británica, al
mando del contralmirante Harry
Holdsworth Rawson (1843-1910),
presentó un ultimátum a Said Jalid, que
acababa de derrocar al sultán impuesto
por los británicos, para que se rindiera y
abandonara el palacio. El único barco
de guerra de Zanzíbar, el mercante
transformado Glasgow, al acercase a la
flota británica, fue hundido con dos
certeros cañonazos. Inmediatamente,
esos mismos cañones dirigieron sus
bocas hacia el palacio del sultán, quien,
a la vista del cariz que tomaban los
acontecimientos, se rindió
incondicionalmente. No obstante, los
cañones dispararon y destruyeron el
palacio. Acabada la efímera guerra, los
británicos exigieron que el nuevo
gobierno de Zanzíbar pagara las
municiones utilizadas en la refriega, en
concepto de reparaciones de guerra. Por
su parte, Rawson fue condecorado con
la Estrella Brillante de Zanzíbar, de
primera clase, por el nuevo sultán
Hamud ibn Muhammad.

A l parecer, el único superviviente


de las tropas de los Estados
Unidos que participaron en la batalla de
Little Big Horn el 25 de junio de 1876,
en que los guerreros sioux de Toro
Sentado masacraron al General Custer y
su 7.° regimiento de caballería, fue
precisamente el caballo de uno de los
oficiales yanquis, de nombre Comanche.
Cuando el caballo murió tiempo
después, era considerado un héroe
nacional y se decidió conservar su
cuerpo disecado. El taxidermista Lewis
Dyche, de la universidad de Kansas,
recibió 450 dólares por llevar a cabo la
operación. Los órganos internos del
caballo fueron enterrados con honores
militares. Su cuerpo disecado fue
exhibido en la Columbian Exposition de
Chicago de 1893 y luego trasladado con
carácter permanente al Museo de
Historia Natural de la universidad de
Kansas, en la ciudad de Lawrence. Otra
anécdota asociada a esta famosa batalla
es que, según algunos historiadores,
muchos de los soldados al mando del
general Custer estaban borrachos, lo que
explicaría su escasa resistencia.

E l 20 de enero de 1795 se produjo


el sorprendente hecho bélico de
que una compañía de caballería de
húsares franceses derrotara y capturase
a una flota de barcos holandeses,
británicos y austriacos, naciones con las
que Francia estaba por entonces en
guerra. El general francés Charles
Pichegru (1761-1804) dirigió esta
extraña batalla anfibia disputada en el
puerto de la isla de Texel, cerca de
Amsterdam, donde la flota se hallaba
inmovilizada en las heladas aguas del
mar del Norte.

L os sibaritas (es decir, los


habitantes de la
grecorromana de Sibaris, situada en
ciudad

territorio italiano de la región conocida


como Magna Grecia) eran famosos en
todo el orbe antiguo por su buen vivir,
como refleja el hecho de que su
gentilicio haya dado lugar a un adjetivo
que califica a las personas que se
preocupan por llenar de placeres su
vida. Militarmente, los sibaritas también
fueron famosos por su habilidad para la
doma y monta de caballos. Según
algunos relatos legendarios, era
costumbre de su caballería el tratar de
minar la moral de los enemigos entrando
en combate en maravillosa y
espectacular conjunción, desplazándose
todos los caballos al unísono y al ritmo
de músicas especialmente compuestas
para ello. Cuando, hacia el año 510 a.
de C., los sibaritas atacaron Crotona,
ciudad situada a 112 kilómetros al sur
de la propia Sibaris, en Italia, sobre el
golfo de Tarento, los astutos hombres de
Crotona comenzaron a interpretar con
sus flautas unos sones de baile que
crearon una irremediable confusión
entre los caballos sibaritas entrenados
para bailar. Consecuentemente, el ataque
de su caballería quedó totalmente
desbaratado y el ejército de los sibaritas
fue prácticamente aniquilado, quedando
la ciudad de Sibaris a merced del
contraataque del ejército de Crotona,
que la destruyó totalmente.

E l antiguo reino africano de


Dahomey (correspondiente
aproximadamente a lo que hoy es Benin)
alcanzó su máximo esplendor en tiempos
del rey Gheso o Gezo (1818-1858), que
impuso su dominación gracias a un
famoso y temido ejército de amazonas,
el único totalmente compuesto por
mujeres del que hay constancia histórica
totalmente fidedigna. Este cuerpo fue
formado, a principios del siglo XVII, por
el rey Agadja; aunque alcanzaría su
máximo poder un siglo después, ya al
servicio de Gheso. Lo integraban unas
2500 mujeres, todas ellas consideradas
esposas del rey, armadas con arcos y
flechas, trabucos y otras armas de fuego,
así como con unos enormes cuchillos
(muy famosos y temidos en todo el
África Occidental). Solían actuar por
sorpresa, aunque se trataba más bien de
un ejército defensivo, con carácter de
guardia personal, que sólo entraba en
combate en circunstancias especiales.
Finalmente, las amazonas de Dahomey
serían vencidas y aniquiladas en 1892
por los franceses, que conquistaron el
reino, convirtiéndolo en un protectorado
suyo.

E n la primavera de 1969, se
disputaron dos partidos de fútbol
entre las selecciones nacionales de
Honduras y El Salvador,
correspondientes a la fase clasificatoria
para la Copa del Mundo de 1970. El
partido de ida acabó con victoria
hondureña por 1-0, siendo un encuentro
apasionado, duro y enconado, pero, para
lo que suele ser este tipo de partidos,
normal. Sin embargo, en el transcurso
del partido de vuelta, jugado en San
Salvador, que finalizó con la victoria
local por 3 goles a 0, se produjeron
graves enfrentamientos entre ambas
hinchadas, que se saldaron con multitud
de heridos. Como por aquel entonces las
eliminatorias se disputaban por el
sistema de puntos, sin tenerse en cuenta
el número de goles, el doble
enfrentamiento quedó igualado y todo
quedó en suspenso hasta la disputa de un
tercer partido en campo neutral. Sin
embargo, mientras se esperaba aquel
tercer partido, el enfrentamiento se
extendió al campo diplomático, con la
expulsión de unos 11 000 ciudadanos
salvadoreños del territorio de Honduras,
y al militar, el 14 de julio, cuando, en
represalia, carros de combate
salvadoreños cruzaron la frontera
hondureña, mientras aviones
bombardeaban también los principales
puertos de Honduras. Esta Guerra del
Fútbol (que nunca fue declarada como
tal) acabó el 18 de julio, tras mediación
de la Organización de Estados
Americanos, con varios millares de
víctimas, entre muertos, heridos y
refugiados. El partido de desempate,
celebrado en el estadio Azteca de
México, acabó con victoria salvadoreña
por 3-2, tras prórroga, y lo que fue más
importante, sin que se registraran
incidentes dignos de mención.

C osta Rica disolvió casi totalmente


su ejército en 1940 tras establecer
un convenio de neutralidad y no agresión
con el resto de países centroamericanos.
Tras la disolución, sólo quedó activo un
cuerpo de entre 500/1200 soldados,
destinado al control de las fronteras, una
fuerza paramilitar (de unos 9000
hombres) y una reserva nacional.
L a reina Artemisa I de Halicarnaso
(siglo V a. de C.) es la primera
mujer de la que se tenga constancia
histórica que, en calidad de almirante,
dirigiera una flota durante una batalla.
Aliados a los persas del rey Jerjes
durante las guerras médicas, sus cien
barcos combatieron a la flota ateniense
en el año 480 a. de C., en la famosa
batalla de Salamina. Artemisa fue la
única en advertir a tiempo la treta del
griego Temístocles, consistente en atraer
las más numerosas y mejor armadas
naves de Jerjes hacia un estrecho donde
no pudieran maniobrar. Pese a darse
cuenta de la treta no pudo impedirla y
evitar el desastre persa. Ella fue de los
pocos que sobrevivieron a aquel terrible
desastre naval.

E l dictador de Guinea Ecuatorial,


Francisco Macías Nguema (1926-
1980), que fue depuesto en 1979,
decretó en 1976 el servicio militar
obligatorio para todos los muchachos
entre los 7 y los 14 años.

C uando al final de la Primera


Guerra Mundial, los aliados
confiscaron como botín de guerra todo
el arsenal alemán, encontraron un
inmenso aeroplano de madera aún sin
terminar, diseñado para transportar
cuatro toneladas de bombas y suficiente
combustible para volar ochenta horas
sin repostar. Parece ser que los
alemanes pensaban utilizarlo para
bombardear Nueva York en el otoño de
1918. Hay que recordar que en esas
fechas aún no se había conseguido
sobrevolar el Atlántico de costa a costa.

E ntre los muchos planes que los


dirigentes del Tercer Reich
alemán trazaron durante la Segunda
Guerra Mundial para derrotar a las
potencias aliadas estuvo la operación
denominada en clave Bernhard. Esta
operación consistía en la falsificación
del equivalente en billetes a 150
millones de libras esterlinas, que se
encargó a uno de los más hábiles
falsificadores del mundo, un ruso
conocido con el alias de Wladimir
Dogranov. Estos billetes serían lanzados
desde aviones militares sobre el Reino
Unido, para colapsar así la economía
británica. El final de la guerra detuvo el
proyecto cuando ya estaban dispuestos
134 millones en billetes de asombrosa
perfección, que fueron encontrados en un
lago austriaco en 1945.
E n 1918, en la fase final de la
Primera Guerra Mundial, el
mando del Cuerpo de Comunicaciones
del ejército norteamericano comprobó
que la mayoría de sus mensajes cifrados
eran detectados y descifrados con total
facilidad por el enemigo. Buscando una
solución, el capitán E. W. Horner
propuso la utilización como clave del
idioma de los indios choctaw, iniciativa
que fue aceptada por el mando. Encontró
entre sus filas ocho indios que conocían
esta extraña lengua, que fueron
asignados a la compañía D del 141.°
regimiento de infantería y que actuaron
con gran éxito en primera línea de
combate.

U n hecho similar ocurrió en la


Segunda Guerra Mundial. El
cuerpo de marines de los Estados
Unidos desplazado al área del Pacífico
utilizó el idioma de los indios navajos
para cifrar sus mensajes. Este idioma
pasa por ser, en opinión de los
lingüistas, uno de los más crípticos del
mundo. Los expertos en inteligencia
militar sabían que, además de los
aproximadamente 50 000 supervivientes
de esa tribu, sólo otras 28 personas
conocían el idioma en todo el inundo, y
que ninguna de ellas vivía en un país del
Eje. En un principio, treinta soldados
navajos fueron asignados con éxito a
esas misiones de comunicaciones; con el
desarrollo de la guerra, su número llegó
a ser de 420.

E l Segundo Concilio de Letrán


(1139) prohibió la utilización de
la ballesta, bajo pena de excomunión,
por ser ésta un «… arma infame ante
Dios e indigna de los cristianos». Por
ello, sólo se dispensaba su uso contra
los infieles.

P irro II (318-272), rey del Epiro


(región del oeste de Grecia), fue
un hábil general que venció en muchas
batallas, pero una de cuyas victorias ha
pasado a la historia por encima de las
demás. El año 280, los griegos chocaron
por primera vez en la historia con los
romanos en Heraklea (o Siris). En esa
cruel y sangrienta batalla, los griegos,
capitaneados por Pirro, vencieron a los
romanos gracias, sobre todo, al poder
intimidatorio de los elefantes de su
ejército, pero a costa de tantas pérdidas
propias que Pirro llegó a decir: «otra
victoria como ésta y seremos
destruidos», dando lugar a la expresión
actual «victoria pírrica» referida a
aquellos logros cuya consecución ha
costado tantos esfuerzos que, quizás, no
hayan merecido la pena. Años después,
combatiendo en la ciudad de Argos,
Pirro murió en una escaramuza nocturna,
aunque otras versiones señalan que
murió en un extraño atentado, al ser
alcanzado por una teja lanzada por una
anciana desde un tejado.

S egún relatos algo fantasiosos,


Jerjes I (h. 519-465 a. de C.), el
emperador persa también conocido
como Asuero, mandó construir un puente
de balsas sobre el estrecho de los
Dardanelos que separa las partes
europea y asiática de Turquía, por el que
cruzó su ejército formado por la
inverosímil cifra de unos dos millones
de hombres. Similar hazaña de
ingeniería fue la llevada a cabo, durante
la guerra de las Galias, por los
ingenieros de Julio César que
consiguieron levantar un puente sobre el
Rin en el tiempo récord de diez días,
incluida la obtención de la madera
necesaria para su construcción.

S egún crónicas precolombinas, los


toltecas, pueblo agrícola que
dominó gran parte del actual México
entre los siglos VII y XI de nuestra era,
armaban a sus ejércitos con espadas de
madera para no matar a sus enemigos y
poderlos capturar. Eso sí,
inmediatamente los esclavizaban.

L a pequeña república de San


Marino, que había permanecido
oficialmente neutral durante toda la
Segunda Guerra Mundial, declaró la
guerra a Alemania a fines de 1944,
cuando las tropas aliadas ya habían
rebasado su territorio camino de
Alemania. Sin embargo, poco después
se produjo un inesperado contraataque
germano y San Marino se vio obligado a
capitular (curiosamente, por cierto, se
rindió por teléfono). Cuando la guerra
volvió a favorecer a los aliados (y el
frente había sobrepasado con holgura
los límites de este pequeño país), San
Marino volvió a declarar la guerra a los
alemanes.

E l teniente japonés Hiro Onoda se


rindió por fin el 10 de marzo de
1973, más de 28 años después de
finalizada la Segunda Guerra Mundial.
Durante todos esos años defendió su
puesto en una remota y desolada isla
ante un eventual ataque de sus invisibles
enemigos. Para redondear la estupidez
del asunto, se rindió formalmente a unos
turistas que acertaron a fondear
casualmente en la remota isla.

J osef Stalin rechazó el ofrecimiento


alemán de intercambio
prisioneros durante a Segunda Guerra
de

Mundial. Lo dramático de aquel hecho


fue que entre los prisioneros a canjear
estaba su hijo Jacob que, ante la
negativa de su padre, murió en un campo
de concentración alemán.

U na mañana de 1942, en plena


Segunda Guerra Mundial, las
sirenas de alarma antisubmarinos de la
bahía norteamericana de Chesapeake, en
cuya orilla se halla la ciudad de
Baltimore y que es la entrada natural
hacia Washington, alertaron a la flota de
vigilancia, tras detectarse ruidos
submarinos que parecían indicar que una
flota de guerra había cercado las
posiciones norteamericanas. Los
culpables eran unos 300 millones de
peces tigres croadores o graznadores
que, ajenos al conflicto bélico, como
hacen todos los años, acudían a desovar
en la bahía, emitiendo los rítmicos
«gritos» de los que procede su nombre.

S egún un relato tal vez falso, la


noche del 25 de diciembre de
1776, durante la Guerra de la
Independencia de los Estados Unidos, en
las cercanías de Trenton, los espías del
coronel Rahl, que mandaba las tropas
británicas contras las coloniales del
general George Washington, trataron de
informarle de los planes de batalla del
enemigo. El coronel, al hallarse inmerso
en una apasionante partida de ajedrez
con la que distraía la velada, pospuso la
atención debida a dichos informes, con
lo que perdió la oportunidad de
desbaratar los planes de las tropas
coloniales que, atacando al amanecer
del día de Navidad, infligieron una
crucial derrota a los británicos.
E n una decisiva batalla de la guerra
greco-turca de 1920-1922, las
tropas griegas, al mando del general
Hajianestis, fueron fácilmente
dominadas y vencidas por las turcas, a
causa de que el general, creyéndose
muerto, se negó a dar órdenes con el
lógico planteamiento de que cómo iban a
obedecer unos soldados a un general
muerto.

E n 1864, en la batalla de Petersburg


de la Guerra de Secesión
norteamericana, el ejército de la Unión,
al mando del general Burnside, abrió
una brecha en la hasta entonces sólida
resistencia confederada. Sin embargo,
cuando la división que debía aprovechar
la brecha se dispuso a avanzar, se
encontró con la absurda y terrible
circunstancia de que las trincheras en las
que se resguardaba medían dos metros y
medio de altura y prácticamente
resultaba imposible salir de ellas, a falta
de escaleras u otros medios, salvo
formando torres humanas. El lento goteo
de soldados fue fácilmente abatido por
los confederados.

D urante la Segunda Guerra


Mundial, las necesidades de
abastecimiento de material de guerra
provocaron que los procesos
industriales se perfeccionaran hasta
límites increíbles. Por ejemplo, una
extraordinaria mejora en los métodos de
montaje en cadena hicieron posible que
los astilleros estadounidenses del
armador Henry J. Kaiser fabricasen,
montasen y botasen un barco de guerra
en solamente cuatro días.
Bellas artes

E n 1820, cerca de Paleo Castro, la


principal población de la isla de
Milo (la antigua Melos de los griegos),
en el archipiélago de las Cíclades, vivía
un campesino llamado Yourgos. Un día,
mientras trabajaba su tierra, encontró
una estatua de mármol en dos piezas que
representaba a la diosa Afrodita
(Venus). Admirado de su belleza, la
conservó en su casa durante algún
tiempo, rechazando cuantas ofertas y
reclamaciones recibía, basta que sus
conciudadanos decidieron regalársela al
Príncipe turco Morousi, que gobernaba
por entonces la isla en representación
del pachá otomano. Según algunos
relatos contemporáneos, en el mismo
instante en que los ciudadanos de Milo
iban a embarcada con destino al palacio
del príncipe, los componentes de una
expedición francesa que durante mucho
tiempo había intentado comprar la bella
estatua, sorprendieron la maniobra,
entablándose entre ambos grupos una
batalla campal por la posesión de la ya
conocida como Venus de Milo. Algunos
relatos no totalmente comprobados
añaden que, en el curso de la trifulca, la
estatua se golpeó contra el suelo del
embarcadero, rompiéndose los dos
brazos. Finalmente, los franceses, más
numerosos o más aguerridos, se hicieron
con el trofeo, escapando del lugar y
abandonando por olvido o precipitación
los brazos en la playa. Según este mismo
relato, estos brazos fueron recogidos por
los turcos y permanecen enterrados en
paradero desconocido hasta la fecha.

S e ha calculado que si un copista


transcribiera toda la obra musical
de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-
1791) emplearía unos veinticinco años
en completar su labor, trabajando diez
horas al día. Mozart pasa por ser el
compositor (entiéndase que de calidad
contrastada) más precoz y más rápido
que ha existido nunca: por ejemplo,
compuso la ópera La clemencia de Tito
en sólo 18 días y en otra ocasión
compuso, transcribió, ensayó y estrenó
en sólo cinco días su sinfonía en C
mayor Kegel 425, conocida como Linz.

A lrededor de 1830, todo había sido


programado para que el Taj
Mahal fuera demolido, a iniciativa de
los ingleses, para que su fachada de
mármol pudiera ser trasladada a
Londres y vendida en pública subasta.
La maquinaria ya estaba a punto de
comenzar su trabajo, cuando llegó una
contraorden desde Londres. Sin
embargo, esta sensata contraorden no
obedecía a la sensibilidad artística, ni
siquiera al más básico sentido común.
Simplemente se trató de una decisión
estrictamente comercial: días antes, otra
subasta de mármol de monumentos y
edificios hindúes destruidos no había
obtenido el éxito apetecido.

E l 21 de agosto de 1911, Vincenzo


Peruggia, un ultranacionalista
italiano afincado en París, decidió que
La Gioconda, la obra maestra de
Leonardo da Vinci, debía retornar a su
país de origen. Para ello, la robó del
Louvre de París, escondiendo el lienzo
bajo su chaqueta. Su paradero fue
desconocido hasta que, dos años
después, en 1913, un anticuario
florentino recibió una carta de Peruggia
ofreciéndole el cuadro. El anticuario
informó a la policía y el
ultranacionalista italiano fue
rápidamente detenido. El cuadro
apareció milagrosamente intacto tras
haber permanecido esos dos años
escondido bajo la cama de Peruggia en
una fonda de París. Terminadas las
pesquisas policiales, La Gioconda fue
devuelta al Museo del Louvre, y
Peruggia condenado a un año de prisión;
condena que levantó cierta polémica en
Italia, donde algunos veían un héroe en
la figura de este exacerbado patriota.

E l pintor neoclásico francés


Jacques Louis David (1748-
1825), pintor de cámara de Napoleón,
solía pintar figuras de la mitología y la
historia de las antiguas Grecia y Roma
caracterizadas por su fuerte musculatura,
siempre desnudas y tocadas con unos
cascos muy anacrónicos que a casi todos
los que los observaban recordaban a los
utilizados por los bomberos. De tan
chocante referencia se dio justamente en
llamar a estos personajes romanos
pintados por David pompiers, es decir,
«bomberos». Desde entonces, por
extensión, se suele llamar así al estilo,
al pintor o a la obra que no están
inspirados en la realidad o en la
observación, sino que se basan en
tópicos y convencionalismos de dudosa
veracidad histórica.

E l compositor italiano Doménico


Scarlatti (1685-1757) compuso
una fuga para clavicordio en re menor,
conocida como La fuga del gato,
inspirándose en cierta ocasión en que su
gato se subió al clavicordio y comenzó a
pasear por el teclado pulsando al azar
las teclas. Igualmente, Frédéric Chopin
(1810-1849) estaba componiendo el
vals número 3 en fa mayor cuando su
gato corrió sobre las teclas del piano,
divirtiendo tanto a Chopin que trató de
reproducir los mismos sonidos en lo que
se conoce como Vals del gato.

L eonardo da Vinci (1452-1519)


trabajó durante doce años en la
estatua ecuestre de bronce que debería
erigirse en Milán en memoria de
Francesco Sforza, padre de su protector,
Ludovico Sforza El Moro, duque de
Milán. La estatua, de siete metros de
altura, hubiera exigido verter cien mil
kilos de metal fundido en un molde con
la rapidez y la temperatura necesarias
para que el enfriamiento fuera uniforme.
A tal fin, Leonardo diseñó un sistema de
hornos múltiples que nunca llegaría a
utilizar: una amenaza de guerra hizo que
el metal reservado para la estatua fuera
destinado a la fabricación de cañones.
En 1493, se exhibió en Milán un modelo
de arcilla del caballo, que fue aclamado
como la obra ecuestre más bella que
jamás se hubiera visto. Al derrotar los
franceses a los milaneses en 1499, los
arqueros gascones utilizaron el modelo
en arcilla para efectuar prácticas de tiro.
Los daños causados por las flechas
permitieron la entrada de agua en el
modelo y, al cabo de algunos años, el
gran caballo quedó totalmente destruido.

E l pintor francés Claude Monet


(1840-1926) vivió con apreturas
financieras, como es proverbial entre
los artistas, hasta que tuvo la fortuna de
ganar 100 000 francos en la Lotería
Nacional francesa. Gracias a este
premio pudo dedicarse sin agobios a su
gran vocación: vagar por la campiña
francesa pintando paisajes.
E n 1505, el Papa Julio II encargó a
Miguel Angel Buonarrotti (1475-
1564), que por entonces tenía sólo 29
años, la construcción de su futuro
sepulcro. El artista diseñó un
monumento de dos pisos, formado por
un sarcófago rodeado de relieves en
bronce y de cuarenta estatuas de
mármol. Una montaña entera de este
material, extraído de las canteras de
Carrara, a varios cientos de kilómetros
de distancia, fue transportada hasta
Roma. Sin embargo, según algunas
crónicas contemporáneas, el pintor
Rafael Sanzio (1483-1520) y su pariente
y protector, el arquitecto Donato
d'Angelo, más conocido por Bramante
(1444-1514), celosos de la gloria que
esta obra iba a reportar al joven Miguel
Angel, intrigaron ante el Papa,
convenciéndole de que la construcción
de su sepulcro en vida podría traerle la
desgracia. Le recomendaron que, a
cambio, Miguel Angel pintase el enorme
techo abovedado de la Capilla Sixtina,
pensando que este trabajo excedería las
facultades de Miguel Angel, hasta
entonces sólo conocido como escultor.
El sepulcro quedó abandonado durante
cuatro años, entre 1508 y 1512, mientras
el artista completaba la decoración del
techo de la capilla con las escenas de la
Creación, una de las obras pictóricas
más asombrosas de todos los tiempos.
De esta forma, al morir Julio II en 1513,
su tumba no estaba construida. Miguel
Angel, requerido por sucesivos Papas,
fue demorando la finalización de esta
obra. Cuarenta años después de haber
iniciado la construcción del sepulcro,
Miguel Angel sólo había esculpido
algunas estatuas de las cuarenta que
tendrían que haber flanqueado la tumba
(entre ellas el famoso Moisés de 3
metros de altura, considerada la
escultura más representativa del
Renacimiento italiano). En 1545, Miguel
Angel, ya con sesenta y nueve años,
concluyó una versión muy reducida de la
tumba de Julio II (con el Moisés en el
centro) en la iglesia de San Pedro
Encadenado de Roma.

P au Casals (1876-1973) compuso el


himno de las Naciones Unidas en
1971, cuando contaba 95 años de edad,
dirigiendo incluso la orquesta y el coro
de 70 voces que lo interpretó por
primera vez el 26 de octubre de aquel
mismo año.

E l 24 de febrero de 1968, el telón


de la Deutsche Oper de Berlín se
alzó 165 veces consecutivas para que el
tenor italiano Luciano Pavarotti
recibiera los aplausos del público, que
duraron 1 hora y 7 minutos, tras su
interpretación del papel de Nemorino en
la ópera L'elissir d'amore, de Gaetano
Donizetti.
El 5 de julio de 1983, el telón del
Teatro del Estado de la Opera de Viena
se alzó 83 veces para que el tenor
español Plácido Domingo recibiera los
aplausos del enfervorizado público, que
duraron 1 hora y 30 minutos, tras su
interpretación de La Bohème de
Giacomo Puccini.
V iendo el pintor Edouard Manet
(1832-1883) que sus cuadros eran
sistemáticamente rechazados por todos
los salones y galerías de exposiciones,
no tuvo reparos en sufragarse él mismo
un pabellón particular donde exponer
sus cuadros en la Feria Universal de
París de 1867. En dicho salón, que fue
denominado Salón de los Rechazados,
dio cobijo, además de a cincuenta de sus
obras, a las de muchos de sus amigos
que comenzaban a revolucionar la
pintura moderna.
E n el minueto al rovescio (es decir,
«al revés» de la Sonata para
piano en do de Franz-Joseph Haydn
(1732-1809), el segundo movimiento es
exactamente igual al primero, pero
interpretado al revés, con el recurso
conocido como recurrencia. Igualmente,
en una parte del Pierrot Lunaire, de
Arnold Schoenberg (1874-1951), la
música avanza hacia adelante hasta la
mitad de la pieza, y a partir de ahí se
toca exactamente igual pero al revés.
Paul Hindermith (1895-1963) escribió
algo aún mejor: en su obra Ludus
tonale, el postludio es, con la adición de
un acorde final, igual al preludio, pero
la partitura está tocada hacia arriba,
hacia abajo y al revés.

E l famoso cuadro Guernica de


Pablo Picasso sufrió una curiosa
agresión en marzo de 1974, cuando un
exaltado escribió con pintura roja la
frase «Mueran todas las mentiras» sobre
el lienzo. Afortunadamente, se pudo
restaurar sin que quedaran huellas
visibles del acto vandálico.

O perado con éxito el rey francés


Luis XIV de una inoportuna
fístula, el compositor ítalo-francés Jean
Baptiste de Lully (1632-1687) compuso
un himno para celebrar el hecho con el
título de Dieu sauve le Roi («Dios salve
al Rey»). Este himno, que se hizo muy
popular en toda Europa, cruzó el Canal
de La Mancha poco después tras
escucharlo el gran maestro Georg
Friedrich Haendel, músico de cámara de
la corte inglesa de la época, que lo
adaptó y se lo ofreció como
composición propia al rey inglés, para
acabar convirtiéndose, tras una serie de
vicisitudes, en el God save the King, el
himno oficial de la Corona Británica.

E n su obra La Madona de San Sixto


(1516), el pintor italiano Rafael
Sanzio (1483-1520) pintó seis dedos en
la mano derecha del modelo, el Papa
Sixto IV, y no por ser fiel al modelo,
sino porque la tradición asociaba esta
anomalía anatómica a la presencia en el
personaje de un sexto sentido (y
particularmente de la facultad de
interpretar los sueños proféticos). Por
idéntica razón, el mismo Rafael pintó
también seis dedos en el pie izquierdo
del San José de otra de sus obras, Los
desposorios de la Virgen (1504).

E n 1601, el pintor italiano


Michelangelo Merisi o Amerighi,
llamado El Caravaggio (1573-1610),
recibió el encargo de pintar un cuadro
sobre la muerte de la Virgen. Para
añadir realismo a la obra, el pintor
recurrió a utilizar de modelo el cadáver
de una mujer ahogada en el río Tíber. Al
conocer este hecho, los clientes,
escandalizados, rechazaron la obra.

H asta 1883, Paul Gauguin (1848-


1903), el que luego sería célebre
pintor, trabajaba de agente de bolsa,
estaba casado con una danesa llamada
Mette y era padre de cinco hijos,
llevando una vida más o menos
convencional. Pero a los 35 años
comunicó a su esposa que abandonaba
su empleo para convertirse en pintor. A
partir de entonces, él y su familia
vivieron en la más absoluta precariedad,
hasta que Gauguin decidió acabar con
todo eso, abandonar a su familia y huir
hacia los Mares del Sur, en busca de un
paraíso soñado en el que, además, el
dinero no importara. Tras pasar unos
años en Tahití y Martinica, Gauguin
volvió a Europa, frecuentando el
ambiente bohemio de París y
posteriormente viviendo y
enemistándose gravemente con el
desequilibrado Vincent van Gogh.
Finalmente, desengañado de Europa y de
la vida civilizada, regresó a su paraíso
primitivo de las islas Marquesas, donde
moriría años después.

L a obra del compositor


estadounidense John Cage (1912-
1992) titulada Paisaje Imaginario N°4
(1953), suena necesariamente distinta en
cada interpretación. Es imposible que
suene igual salvo que se trate de una
grabación, pues esta obra está
compuesta para doce receptores de
radio sintonizados al azar.

C laro que obras musicales


especiales ha habido muchas. Por
ejemplo, en cierta ocasión el rey Luis XI
de Francia (1423-1483) ideó un nuevo
divertimento musical para su corte. La
novedad consistió en reunir una piara de
cerdos en concierto. Las «notas» se
conseguían pinchando a los animales
con distinta intensidad para que
emitiesen un diferente chillido.

E n la grabación discográfica del


tema Shoo Be Doo del grupo de
rock The Cars, es posible oír el nombre
de Satán reproduciendo el disco al
revés. El estribillo de la canción
Another One Bites the Dust, del grupo
Queen, escuchado al revés, parece
querer decir It's fun to smoke
marihuana («es divertido fumar
marihuana»). Reproduciendo al revés el
final de la canción I am the Walrus,
incluida en el L.P. Magical Mistery
Tour, de The Beatles, se escuchan nueve
versos de El Rey Lear de Shakespeare.
También se puede escuchar el mensaje
oculto Congratulations, you have just
discovered the secret message!
(«¡Enhorabuena, acabas de descubrir el
mensaje secreto!») al final de la parte
instrumental de la canción Goodbye
Blue Sky del disco The Wall («El
muro») de Pink Floyd.
V ecellio Tiziano (1477-1576) tal
vez sea uno de los pintores de
primera fila más longevos de toda la
historia de la pintura, pues murió a los
99 años, y ello sólo a consecuencia de
una epidemia de tifus a la que sucumbió.

E l fanático puritanismo de los


cristianos de siglos atrás hacía
que, al exigir los cantos religiosos la
belleza de la tesitura femenina, castrasen
a los adolescentes cantores de las
iglesias, ya que estaba prohibido por la
jerarquía que este menester fuera
realizado por mujeres. Todavía a
comienzos del siglo XX se practicaba
este procedimiento para mantener la
riqueza de voces del coro de la Capilla
Sixtina de Roma. Este mismo
procedimiento de la castración fue
seguido también por los amantes de la
ópera, que preferían más que ninguna
otra las voces de los llamados castrati
(«castrados»), es decir, muchachos
emasculados en su adolescencia para
conservar su voz de soprano o
mezzosoprano. En España, por ejemplo,
fue famoso el italiano Carlos Croschi,
conocido como Farinelli, que dirigió el
Teatro del Buen Retiro. El último
castrado, Giovanni Batista Velluti, murió
en 1861.
Biografías
atormentadas

S egún la tradición (que tergiversó


sus datos biográficos para ofrecer
una imagen sesgada de él), la vida del
gran escritor trágico griego Eurípides
(480-406 a. de C.) estuvo marcada por
el signo de las desgracias. Nació el
mismo día en que sus compatriotas
vencían a los persas en la batalla de
Salamina, desarrollada en la
embocadura del estrecho de Euripo,
circunstancia de la que precisamente
proviene su nombre. Era hijo del
tabernero Mnesarchos y de la verdulera
Clito, con quienes, además de
privaciones, pasó una infancia llena de
disputas familiares. Tras ser atleta,
pintor, retórico y filósofo, comenzó a
escribir tragedias, que en muy raras
ocasiones gozaron del favor del público.
Para colmo, padecía de halitosis y murió
al ser atacado por los perros de un
pastor. Incluso, para completar el
cuadro, y de hacer caso a la leyenda, su
desgracia llegó más allá de la muerte,
pues junto a su tumba brotó un manantial
de aguas ponzoñosas.
D e ser ciertas las pocas noticias
legendarias sobre su vida, la
profesión original de Sócrates (h. 470-
399 a. de C.) hubiera tenido que ser, a
consecuencia de su linaje, la de
picapedrero; sin embargo, abrió una
escuela de filosofía. Durante toda su
vida se jactó de ser pobre y, como
sostuvo que la riqueza y todo afán de
lucro eran éticamente indeseables, se
mantuvo siempre consecuente,
negándose por ejemplo a cobrar sus
lecciones. Según algunos relatos, se
cuenta que, pese a su gran fama, su
indigencia fue tal que su esposa,
Xantipa, hubo de trabajar como
lavandera para mantener a la familia.

E l poeta cómico romano Tito


Maccio Plauto (h. 254-184 a. de
C.) fue hijo de una familia tan pobre
que, en su juventud, hubo de servir como
criado a actores y más tarde, tras
dilapidar una gran fortuna, ya siendo una
autor y actor famoso, fue alquilado
(como era costumbre en la época) por un
molinero para hacer girar la rueda de
molino.

E l filósofo grecolatino Epicteto


(50-130?), uno de los más
representativos estoicos, fue un hombre
que, a juzgar por los relatos de su vida
que nos han llegado, gozó de una infinita
paciencia y de una incomparable
templanza. Por ejemplo, el historiador
Celso cuenta que cierto día que
Epicteto, que como se sabe era esclavo,
era maltratado por su cruel amo
Epafrodito, el paciente filósofo le avisó
de que si seguía retorciéndole una
pierna en el aparato de tortura, cual
llevaba haciendo un rato, no sería de
extrañar que acabara rompiéndosela.
Ocurrido el desenlace previsto,
Epicteto, impertérrito, le dijo a
Epafrodito: «Ya os había dicho que
ocurriría». Si damos por cierta esta
anécdota, no es de extrañar que toda su
doctrina se resumiera en su conocido
lema «Abstente; resígnate».

L a bella Eloísa (1101-1164) fue una


mujer realmente singular, entre
otras razones, porque llegó a cursar
estudios de medicina y filosofía en un
tiempo en que prácticamente ninguna
mujer lo hacía. Su tío, el canónigo
Fulberto, con quien vivía, contrató al
filósofo y teólogo Pierre Berenguer
(1080?-1142), más conocido con el
seudónimo de Abelardo, a la sazón
profesor en la universidad de París, para
que adiestrara a su sobrina en dichos
saberes. Por entonces, Eloísa tenía 16
años y Abelardo, 38, y entre ambos
surgió un apasionado amor. Fruto de él,
la inteligente y bella pupila quedó
embarazada. En tal tesitura, Abelardo
simuló su rapto y la envió a Bretaña, a
casa de una hermana suya, donde Eloísa
dio a luz a un niño, al que, por cierto,
impusieron el curioso nombre de
Astrolabio. Ante las reclamaciones de
Fulberto, Abelardo accedió a casarse
con la joven siempre que la ceremonia
se celebrara en secreto y su matrimonio
no fuera nunca desvelado; pero la propia
Eloísa rechazó la proposición para no
perjudicar con el posible escándalo la
reputación y la carrera de su amado.
Pese a ello, finalmente se casaron. A
pesar del pacto, Fulberto hizo pública la
noticia y Abelardo envió a su esposa a
la abadía de Argenteuil para reducir los
efectos del escándalo. Mas creyendo el
iracundo Fulberto que lo que realmente
intentaba Abelardo era deshacerse de su
esposa, contrató a unos sicarios que
irrumpieron en la casa del filósofo y,
siguiendo las instrucciones del
canónigo, lo castraron. Desolada con tan
triste noticia, permanecería el resto de
su vida convertida en una sabia y
apacible abadesa, pero sin olvidar
nunca su imperecedero amor por el
mermado filósofo. Este volvió tras un
tiempo a recibir permiso para dar clases
y fundó en la región de Champagne la
famosa escuela de filosofía del
Paráclito, actividad con la que poco a
poco fue olvidando a Eloísa. Sin
embargo, sus ideas, avanzadas a ojos de
la ortodoxia católica, le hicieron caer
otra vez en desgracia, iras ser
sucesivamente condenadas en el Sínodo
de Soissons (1121) y en el Concilio de
Sens (1141), acabando sus días como
simple monje en un convento,
escribiendo libros de teología y su
famosa autobiografía, Historia de las
desventuras de Abelardo. Eloísa, que le
sobrevivió veintidós años, murió, aún
enamorada, en su retiro bretón, siendo
enterrada, por fin, junto a su amado.

E l santo italiano San Francisco de


Asís (1181-1226) es la primera
persona conocida que sufrió un estigma.
En 1224, vio un radiante ángel ardiente
con seis alas que llevaba a un hombre
crucificado en el monte Alberno en los
Apeninos. Tras esa visión, cayó en
trance extático y aparecieron tinas
heridas en sus manos, pies y costados,
como si él mismo hubiera sido
crucificado. La autenticidad de estos
estigmas fue comprobada por los Papas
Gregorio IX y Alejandro IV.

E n cierta ocasión en que el


emperador Yung-Lo, que gobernó
China entre 1402 y 1424, tuvo que
ausentarse por largo tiempo de la
capital, dejó a su consejero, el general
Kang Ping, al cuidado de su harén. Buen
conocedor del carácter paranoico e
irascible del emperador, este general
tuvo la idea de prevenir la sospecha de
que hubiera seducido a sus concubinas
que indudablemente Yung-Lo volcaría
sobre él a su vuelta. Para ello, se castró
e introdujo su pene en el equipaje de
viaje del emperador antes de que este
partiese. Nada más regresar a la capital,
como había previsto el general, el
emperador le acusó de no haber
respetado sus votos de mantenerse
alejado de sus mujeres. Kong Ping,
tranquilo, se dirigió al equipaje del
emperador y recuperó su pene,
demostrándole así que tal acusación era
infundada. El emperador, conmovido
por el gesto de su general, le nombró
inmediatamente jefe de sus eunucos e
incluso, a su muerte, levantó en su honor
un templo, nombrándole protector eterno
de todos los eunucos.
E l gran poeta y dramaturgo francés
François Villon (1431-h. 1463)
fue condenado a muerte por capitanear
una banda de ladrones y por el
homicidio de un sacerdote en el curso de
una riña, así como por ser autor de
versos satíricos. Confinado en las
mazmorras del obispo de Orleáns en
espera del cumplimiento de la sentencia,
se benefició de una amnistía general
proclamada con ocasión de la
entronización del rey Luis XI. Sin
embargo, poco después, en 1462, fue
nuevamente encarcelado y condenado en
París por un nuevo homicidio, siendo
sentenciado a morir en la horca. Le
conmutaron la pena por la de destierro
de París y nunca más se volvió a saber
nada de él.

L a religiosa dominica peruana


Isabel Floret, de nombre religioso
Rosa de Lima (1586-1618), que fue la
primera santa sudamericana, representa
un ejemplo extremo de mortificación
voluntaria a mayor gloria de Dios. Se
cuenta que, cuando un joven alabó un día
su belleza, se rasgó el rostro, marcando
sus cicatrices con pimienta y sal.
Cuando, tiempo después, otro joven loó
la belleza de sus manos, las sumergió en
lejía pura para deformarlas. Durante
toda su vida comió alimentos poco
apetitosos (principalmente, hierbas y
raíces cocidas) y cada vez en menor
cantidad. Vivió siempre en una pequeña
choza que sus padres construyeron para
ella en el jardín de la casa familiar,
dedicando doce horas diarias a la
oración, diez horas al trabajo y dos al
descanso. Además, siempre vistió una
blusa de un tejido extremadamente
áspero que procuraba un constante picor
mortificante a su piel. Alrededor de la
cintura se anudaba cuan fuerte podía una
cadena que, a cada movimiento, hendía
su carne y, por si ello no fuera poco, se
colocaba una corona de espinas de plata
en la cabeza. Cada vez que su confesor
trataba de que aliviase todos estos
suplicios, ella arredraba con más ímpetu
en ellos.

E l compositor alemán Georg


Friedrich Haendel (1685-1759)
sufrió a los 52 años un ataque de
apoplejía que le paralizó la mano
izquierda, casi al mismo tiempo que
perdió totalmente la vista. Sin embargo,
siguió componiendo hasta su muerte,
ocurrida veintidós años después.

L a madre de Jean-Jacques
Rousseau (1712-1778) murió al
darle a luz y ello provocó que su hijo
recibiese una educación muy
desordenada, que influiría tanto en su
obra como en su vida posteriores,
generándole un carácter y un
temperamento muy inestables.
Desempeñando múltiples oficios,
Rousseau se entregó pronto a multitud de
amoríos y romances. Empleado como
aprendiz de procurador y grabador con
el maestro Ducommun (que le sometió a
un cruel trato), optó por huir cuando
tenía 16 años, recalando en la ciudad de
Confignan, en la Saboya francesa. Allí
encontró asilo en casa de un sacerdote,
al que se ganó con el pretexto de haber
llegado a su puerta para convertirse al
catolicismo. El sacerdote le envió a
casa de la baronesa de Warens, la cual
le hizo ingresar en el convento del
Espíritu Santo de Turín, donde el
muchacho abjuró del protestantismo.
Luego vivió amancebado durante
algunos años con su protectora, de la
que al cabo perdió su favor. Tras una
breve temporada en que ejerció de
preceptor en Lyon, llegó a París en
1741, donde entró en el círculo de los
enciclopedistas, viviendo bajo la
protección de una de ellos, Madame
d'Epinay. Mientras tanto comenzó una
relación amorosa clandestina con una
modesta costurera, Teresa Le Vasseur,
de la que tuvo cinco hijos (enviados
sucesivamente al hospicio tan pronto
como nacieron) y con la que se casaría
finalmente veinticinco años después.
Reingresado en la fe protestante, y tras
publicar algunas obras que alcanzaron
un gran éxito, hubo de huir de Francia al
ser perseguido tras la publicación de
Emilio, condenado por el Parlamento de
París. Fue acogido por el rey Federico II
de Prusia y posteriormente por el
filósofo inglés David Humo. De vuelta a
Francia, empobrecido y malviviendo
como copista de música y autor de
opúsculos, entró en una fase de extrema
hipocondría, que le llevó a cambiar
constantemente de residencia hasta su
muerte.

A l morir en 1805, a los 47 años en


la batalla de Trafalgar, Horatio
Nelson (1758-1805) —que, por cierto,
aunque ha pasado a la historia como el
Almirante Nelson, nunca obtuvo ese
grado, sino sólo el de vicealmirante—,
había sufrido la malaria en sus viajes
por las Indias Orientales y Occidentales,
había perdido un ojo mientras luchaba
en Córcega y su brazo derecho en
Tenerife. No es de extrañar, a la vista de
ello, que, según cuentan los cronistas, el
supersticioso Nelson, antes de entablar
la batalla de Trafalgar, clavara una
herradura de la suerte en el mástil de su
nave almirante, la Victory. Lo cierto fue
que tal vez esta herradura trajo muy
buena suerte a Gran Bretaña, cuya
victoria en Trafalgar detuvo para
siempre los planes invasores de
Napoleón, pero no impidió que Nelson
muriese en la batalla.

L a imagen histórica de eterno


vencedor que se aplica a
Napoleón Bonaparte (1769-1821), al
menos hasta su derrota final, ha de ser
contrastada con los múltiples problemas
de salud que arrastró. Al parecer,
además de ser vencido en Waterloo,
hubo de soportar la derrota mientras
luchaba contra las hemorroides,
llegándose a especular que esta dolencia
fue una de las razones principales de su
derrota, ya que le impedía montar a
caballo, lo que, a su vez, no le permitió
tener un conocimiento exacto de la
marcha de la batalla. También sufrió al
parecer de estreñimiento crónico
durante toda su vida. Y eso que era un
comedor frugal, de lo que da muestra,
por ejemplo, que su plato favorito fueran
las patatas hervidas con cebolla.
Asimismo, sufría un miedo visceral, de
carácter fóbico, hacia los gatos. Para
algunos historiadores, parece seguro que
también contrajo la sífilis. En fin, según
estudios recientes realizados sobre su
esqueleto, parece muy verosímil que
muriese envenenado. Tal vez tantos
males y achaques hicieron de Napoleón
un hombre precavido. Y quizás por eso,
en mayo de 1813, firmó una póliza de
seguro por valor equivalente a 10
millones de pesetas de la época,
cubriendo la eventualidad de que
muriese en batalla o fuese hecho
prisionero. La prima que tuvo que pagar
fue de tres libras para un seguro válido
tan sólo para un mes. Sin embargo,
frente a esa existencia tan llena de
achaques, su inmortalidad goza de una
muy buena salud, si se puede decir así.

L a infancia del escritor, filósofo y


economista inglés John Stuart Mill
(1806-1873) transcurrió sometida a la
férrea disciplina que le fue impuesta por
su padre, el erudito James Mill (1773-
1836). A los 3 años, su padre le enseñó
griego antiguo; a los 4, le introdujo en la
historia; y a los 8, le avezó en latín,
geometría y álgebra. A los 12, John
Stuart ya conocía a fondo las obras de
Virgilio, Horacio, Ovidio, Terencio,
Cicerón, Homero, Sófocles y demás
figuras de la cultura grecolatina, leídas
todas ellas en su lengua original.
Además, era obligado por su padre a
escribir composiciones poéticas en
inglés. Con estos antecedentes, tal vez
no resultó extraño que John Stuart Mill
sufriera a los 20 años una grave
depresión existencial, de la que, según
confesión posterior, sólo salió gracias a
la poesía de Wordsworth que le
recalificó para la vida diaria y que
atemperó tanto caudal cultural con
muchas y buenas dosis de madurez
sentimental y de humanidad mundana.
F iodor Dostoievski (1821-1881)
nació en el manicomio en que su
padre trabajaba de médico. En su
infancia vivió, pues, en permanente
contacto con los enfermos mentales, lo
que marcaría su vida e impregnaría toda
su obra literaria con una fructífera
vocación por la introspección
psicológica de sus personajes. Además,
hubo de convivir durante toda su vida
con la pobreza y las enfermedades. La
epilepsia y los continuos problemas
familiares influyeron en su atormentada
literatura. Para colmo, cuando era un
escritor muy famoso, fue condenado a
muerte por sus ideas revolucionarias,
aunque en el último momento) esta
condena fue conmutada por los trabajos
forzados y el destierro en Siberia.

L os comienzos de la carrera
literaria del gran dramaturgo
noruego Henrik Ibsen (1828-1906) no
fueron nada halagüeños. Su primera
obra publicada, Catilina (1848), supuso
tal fracaso de ventas que los libros,
deshojados, acabaron siendo vendidos a
un tendero como papel de envolver.
Después de tal fracaso, intentó
matricularse en la universidad de Oslo,
pero suspendió el examen de ingreso.
También trató de dedicarse al
periodismo, pero igualmente no tuvo
éxito. Por fin, comenzó a trabajar como
empresario teatral, primero en Bergen y
luego en Cristianía (la actual Oslo),
puestos que le permitieron ir estrenando
obras suyas, ninguna de las cuales
alcanzó el éxito; si acaso, algún sonoro
fracaso. Tras verse obligado a
abandonar sus poco exitosos negocios
teatrales, hubo de pasar cinco años de
extrema pobreza en Roma, en los que se
convirtió en uno de los muchos
bohemios de largos cabellos e ideas
chocantes que por allí pululaban.
Finalmente, se decidió a escribir un
drama sobre el fracaso y envió sin
demasiadas esperanzas una copia a la
editorial noruega Danish, que lo publicó
en 1866 con un buen éxito de ventas.
Tras repetir éxito relativo con un nuevo
drama, Peer Gynt, regresó a su país,
olvidó todo escamo bohemio, aburguesó
su aspecto físico y fue nombrado poeta
nacional noruego.

E l escritor ruso León Tolstoi,


heredero del condado de su
apellido, comenzó a sentir en
determinada época de su vida una
repulsión por lo que suponía la vida de
un noble ruso: dueño y señor de la vida
de sus vasallos, a los que podía
explotar, maltratar e, incluso, llegado el
caso, matar impunemente. Según
confesión propia, él mismo se comportó
así, hasta que, tiempo después, al
abrazar la religión cristiana,
revolucionó por completo su forma de
vida. Por cierto, su conversión fue harto
peculiar, pues siempre estuvo muy
influido por otras confesiones, y
fundamentalmente por la filosofía
budista, por lo que, incluso, llegaría a
ser excomulgado por la Iglesia Ortodoxa
en 1901. Llevado por su nueva filosofía,
vivió los últimos años de su vida como
un sencillo campesino, un pobre mujik,
en su hacienda de Yásnaia Poliana, en
Tula. Comenzó a vivir pobremente,
repartiendo caritativamente sus bienes,
pese a la oposición de su esposa, Sofía
Bers, que veía peligrar la situación de
sus trece hijos. Hasta tal punto llegó la
generosidad de Tolstoi que los
estafadores pronto hicieron mella en su
bondadosa e ingenua conciencia. Uno de
ellos, de nombre Chertkov, llegó a
convencerle de que debía entregar el
resto de su bienes a un campesino pobre
que los mereciese; es más, él mismo se
presentó voluntario para ser «ese pobre
destinatario de sus bienes». Tolstoi
redactó un nuevo testamento en tal
sentido y eso fue la gota que colmó el
vaso de la paciencia de su esposa.
Cuando León la encontró cierto día
rebuscando entre sus papeles, dispuesta
a destruir aquel testamento, decidió
abandonar Rusia y dejar atrás sus
problemas. En una fría noche de octubre,
León Tolstoi ocupó un asiento de tercera
clase de un tren con destino a la frontera
rusa. En el viaje, enfermó de pulmonía,
muriendo pocos días después, el 7 de
noviembre de 1910.

E l filósofo alemán Friedrich


Nietzsche (1844-1900),
desengañado del amor y misógino —
sobre todo después de ser rechazado por
Lou Andreas Salomé—, se amparó el
resto de su vida en su hermana,
secretaria, consejera y (según indicios)
amante Elisabeth. Incluso cuando su
hermana se casó con un terrateniente y
esclavista paraguayo, de apellido
Förster, la siguió a América. Vuelto a
Europa, comenzó a dar crecientes
muestras de locura, según se cree a
consecuencia de una sífilis mal curada.
Meses después murió en los brazos
consoladores de su hermana, que
además fue quien recopiló y publicó sus
obras póstumas (eso sí, en una edición
censurada que acentuaba los rasgos
totalitarios de su pensamiento).
L a actriz francesa Rosine Bernard,
más conocida como Sarah
Bernhardt (1844-1923) vivía
obsesionada por la muerte. Visitaba a
menudo el depósito de cadáveres de
París y se compró un ataúd, que llenó
con cartas de sus admiradores, y en el
que dormía de vez en cuando.
Enamorada de los animales, solía viajar
acompañada de varios perros, gatos,
pájaros, tortugas, monos e incluso
leopardos, leones y caimanes. Esta
actriz, que deslumbró el mundo del
teatro con sus actuaciones que se
contaban por éxitos resonantes, tuvo un
comienzo de carrera, sin embargo, muy
titubeante. Saldadas sus tres primeras
actuaciones de 1862 (cuando tenía
solamente dieciocho años) con tres
rotundos fracasos, trató de envenenarse
bebiendo colorante líquido. Cuatro años
después, estuvo a punto de abandonar el
teatro para casarse con el príncipe Henri
de Ligne, padre de su hijo ilegítimo,
Maurice, pero la familia del novio se
interpuso y logró impedir la boda. En
1915, a los 71 años de edad, le fue
amputada la pierna derecha; a partir de
entonces sólo aceptó papeles en los que
no tuviese que caminar por el escenario.
E l escritor irlandés afincado en
Inglaterra Oscar Wilde (1856-
1900) vivía gracias a la fortuna personal
de su esposa, Constance Mary Lloyd, lo
que le permitía moverse con desahogo
entre la alta sociedad inglesa de la
época y dedicarse a la literatura hasta
que fue difamado por el marqués de
Queensberry, padre de Lord Alfred
Douglas (amigo y compañero
sentimental de Wilde). El escritor se
querelló contra el marqués, quien se
vengó acusándole formalmente de
homosexualidad y sodomía (lo que ya no
era una difamación, sino un hecho
notorio), consiguiendo su
encarcelamiento en la cárcel de
Reading, donde Wilde pasó (los años
sometido a trabajos forzados. Esta
condena provocó la ruptura de su
matrimonio, la ruina económica, el
descrédito artístico y el rechazo social,
hasta el punto de que, tras su
excarcelación, Wilde tuvo que
marcharse a vivir a París, donde moriría
bajo nombre falso en la más completa
ruina moral y económica.

A mediados de 1881, el sheriff Pat


Garrett mató en la pequeña
localidad de Fort Summer al célebre
forajido Billy El Niño, que fue enterrado
en el pequeño cementerio de la ciudad.
Algunos años después, la tumba fue
abierta por mandato judicial y se
descubrió que al cadáver le faltaba la
cabeza. Esto aumentó la leyenda que ya
circulaba sobre la vida y las andanzas
de aquel célebre bandido adolescente.
William Boney, más conocido como
Billy El Niño, había nacido en Nueva
York, el año 1859, hijo de emigrantes
irlandeses. Aun muy pequeño, marchó
con su familia al territorio de Nuevo
México, donde creció en un ambiente
mexicano, hablando, por cierto, en
español. A los doce años tuvo su primer
tropiezo con la ley, al matar a
cuchilladas a un hombre que estaba
agrediendo a un amigo. Obligado a huir
de la justicia, llegó a México, donde
comenzó a forjar su fama como
integrante de la banda de cuatreros de
Jesse Evans. Denunciado por un
periódico, tuvo que huir de nuevo,
reapareciendo en el valle de Lincoln,
donde se alistó en un ejército de
matones que participaba en una guerra
entre dos facciones enemigas. Derrotado
su bando, continuó su vida de forajido,
hasta que un nuevo gobernador, llamado
Lewis Wallace (1827-1905) —más
conocido en el mundo literario por
haber escrito años después la famosa
novela Ben-Hur—, dictó una amnistía
general. Billy se entregó a la justicia con
la esperanza de poder cambiar de vida,
pero fue encarcelado bajo la acusación
de asesinato. Logró huir de la prisión
antes de ser ejecutado y continuó su vida
de bandolero y cuatrero. En diciembre
de 1880, el sheriff Pat Garrett le tendió
una trampa, capturándole. Condenado a
muerte en abril del año siguiente, se
escapó de nuevo ese mismo mes,
asesinando a sus dos guardianes. Oculto
en Fort Summer, Garrett dio con él,
matándole a traición amparado en la
noche. A pesar de esta intensísima
peripecia, al morir, Billy El Niño tenía
sólo 22 años.

E l considerado como poeta lírico


más grande de la literatura
moderna escrita en alemán, Rainer
Maria Rilke (1875-1926), fue tratado
por su madre como una niña durante los
seis primeros años de su vida. Incluso
era llamado Sofía y era vestido siempre
con ropas femeninas. En la perturbada
fantasía de su madre reemplazaba a una
hija que había muerto antes de que
naciera Rainer. Tal vez arrepentida de
esta extraña educación, la madre
inscribió al futuro poeta en una
academia militar a los once años.
S imilar trato recibió en su infancia
el que sería general del Ejército de
los Estados Unidos Douglas MacArthur
(1880-1964), que fue vestido con faldas
por su madre hasta que tuvo ocho años.
Durante toda su vida sufrió un fuerte
complejo de Edipo que, sin embargo, al
parecer, no añadió trastornos de
personalidad conocidos a su estado
mental.

E l atleta etíope Abebe Bikila ganó


su primera maratón olímpica en
los Juegos Olímpicos de Roma de 1960
corriendo los 42 kilómetros y 195
metros descalzo. Cuando cuatro años
después repitió su triunfo en los Juegos
Olímpicos de Tokio de 1964, ya lo hizo
calzando unas convencionales zapatillas
deportivas, pero su victoria también
tuvo algo de épica, pues se produjo unas
semanas después de ser operado de
apendicitis. En 1968, participó en la
misma prueba de los Juegos Olímpicos
de México, donde tuvo que abandonar.
En 1969 sufrió un grave accidente de
automóvil, a consecuencia del cual
quedó paralítico y condenado a vivir en
una silla de ruedas. Sin embargo, no se
desanimó del todo y participó en los
Juegos para parapléjicos de Stoke
Mandeville, en Inglaterra, en la
competición de baloncesto en silla de
ruedas. En 1973, una hemorragia
cerebral acabó con su vida a los 41
años.
Casualidades y
coincidencias

L a corriente eléctrica fue


descubierta casualmente por el
profesor de anatomía de la universidad
italiana de Bolonia, Luigi Galvani
(1737-1798). Un día de 1786, mientras
él diseccionaba una rana, un ayudante
produjo una chispa con una máquina
electrostática situada en la misma
habitación. La chispa causó una
corriente eléctrica que conectó con
Galvani y, a través de su escalpelo
metálico, pasó a la rana muerta, que
contrajo sorprendentemente sus
músculos, «como si hubiese sufrido un
calambre» (en palabras del profesor
Galvani). Deduciendo del fenómeno la
existencia de lo que él llamó
electricidad animal, Galvani dio un
paso crucial en la demostración
experimental de la existencia de lo que
luego se llamaría corriente eléctrica.

E l 5 de diciembre de 1664 se
hundió un barco en el estrecho de
Menay, en la costa norte de Gales,
muriendo 82 pasajeros, todos los que
componían el pasaje, salvo un hombre
llamado Hugh Williams. El 5 de
diciembre de 1785, otro barco se
hundió, pereciendo 60 pasajeros y
dejando un único superviviente, llamado
Hugh Williams. El 5 de agosto de 1860,
el hundimiento de un tercer barco
provocaba la muerte de 25 pasajeros y
un único superviviente, llamado —
¿cómo no?— Hugh Williams.

E l 11 de noviembre de 1913, una


tempestad hundió doce barcos en
el Lago Superior de Norteamérica, con
el resultado de 254 personas muertas.
Diecisiete años después, también el 11
de noviembre, otra tempestad hundió
cinco embarcaciones en el mismo lago,
muriendo 67 personas. En 1975, ese
mismo 11 de noviembre, un carguero
repleto de mineral, el Edmund
Fitzgerald, se rompió en dos en su
travesía del lago a causa de una
tormenta, muriendo sus 29 tripulantes.

L os cinco hijos del matrimonio


estadounidense formado por Ralph
y Carolyn Cummins nacieron un 20 de
febrero pero de distintos años:
Catherine, en 1952; Carol, en 1953;
Charles, en 1956; Claudia, en 1961, y
Cecilia, en 1966. ¡Todo un milagro de
exactitud! Hay que tener en cuenta que
se ha calculado que la probabilidad de
que cinco hermanos no gemelos tengan
la misma fecha de nacimiento es de 1
contra 17 797 577 730.

E n la primavera de 1975, un bebé


cayó desde una altura de 14 pisos
en la ciudad estadounidense de Detroit,
aterrizando sobre Joseph Figlock,
ocasional transeúnte. Un año después,
volvió a ocurrirle lo mismo al señor
Figlock con otro niño. En ambos casos,
todos los implicados sobrevivieron.

E l constructor de la ciudadela de la
Bastilla, Hugues Aubriot (?
-1382), preboste de París y constructor
también del Châtelet, el puente de Saint
Michel y el primer sistema de cloacas
abovedadas de la capital francesa, fue la
primera persona encerrada en la
Bastilla, cuando ésta pasó a ser cárcel,
acusado de impiedad y herejía, a la
muerte de su protector el rey Carlos V
de Francia. Sin embargo, inaugurando
otra costumbre, el pueblo se amotinó y
lo liberó.

H ay ocasiones en que la historia


parece rizar el rizo de la
verosimilitud. Es el caso, por ejemplo,
de lo sucedido al rey Humberto I de
Italia (1844-1900), que cierto día de
1900 se asombró al observar que el
propietario del restaurante donde cenaba
tenía un gran parecido físico con él.
Impresionado por la coincidencia, le
mandó llamar y comprobó aun con
mayor sorpresa que ambos habían
nacido el mismo día del mismo año (14
de marzo de 1844); que el propietario
estaba casado con una mujer que tenía el
mismo nombre de pila que la reina
(Margarita), y que había abierto su
establecimiento el mismo día que el rey
era coronado (9 de enero de 1878).
Simpatizando con él ante tantas
coincidencias, el rey invitó al
propietario del restaurante a asistir al
día siguiente (29 de julio de 1900) a un
festival atlético que su majestad iba a
presidir en Monza. En pleno acto
deportivo, poco después de que el rey
fuera informado de que el retraso de su
invitado se debía a que había sido
asesinado a balazos aquella misma
noche, el anarquista Gaetano Bresci
disparó sobre el monarca, matándole.

E n cierta ocasión, el erudito francés


Jean François Champollion (1790-
1832) visitaba el Museo de Turín
cuando en uno de sus almacenes
encontró una caja que contenía restos de
papiros. A la vista de que nadie sabía
decirle de qué se trataba exactamente, y
viendo que estaban clasificados como
material inútil, comenzó a investigar los
fragmentos, reuniéndolos pacientemente
y ordenándolos, resultando que se
trataba de la única lista existente de las
dinastías egipcias, con los nombres y
cronología de los faraones. Un
documento de incomparable valor
histórico.

E l 2 de febrero de 1852, el
sacerdote Martín Merino (1789-
1852) —al que no hay que confundir con
el más famoso Cura Merino, notable
héroe de la Guerra de la Independencia
y de las guerras carlistas— intentó
asesinar a la reina española Isabel II
(1830-1904), que salía de una misa de
acción de gracias por su reciente parto.
Pero el cuchillo se enganchó en las
ballenas del corsé de la reina,
desviándose la puñalada y causando
sólo un leve rasguño a su majestad. El
frustrado regicida fue rápidamente
juzgado y ahorcado.

N o es un hecho muy conocido el


que el Titanic, aquel buque
insumergible que se sumergió en su
primera travesía oceánica, fue
construido a semejanza de un barco
gemelo, aunque algo más ligero, llamado
Olimpic. Al ser botado, el Olimpic
chocó con el crucero británico Hawke y
tuvo que ser llevado a los astilleros de
Belfast para su inmediata reparación.
Pero esta no es la única casualidad o
coincidencia notable relacionada con el
Titanic. En una novela escrita en 1898
por Morgan Robertson (1861-1915),
titulada Futilidad, se narraba el
hundimiento del buque transoceánico de
lujo Titán, calificado de insumergible,
al chocar contra un iceberg en aguas del
Atlántico, una noche de abril. En la
novela, como en el caso real, la
ineficacia de los planes de salvamento,
la carencia de un número suficiente de
botes salvavidas y la extrema frialdad
del agua hacen perecer a todos los
viajeros. Lo curioso del caso es que esta
novela fue publicada catorce años antes
de que, en 1912, ocurriese el verdadero
hundimiento del Titanic.
Y aún hay más. Parece ser que, en
1935, 23 años después del hundimiento
del Titanic, William Reeves, marinero
nacido precisamente el mismo día en
que se hundió el trasatlántico, que estaba
de guardia en su barco, tuvo un extraño
presentimiento e hizo detener la marcha
al cruzar una zona del océano Atlántico
cercana a donde se había producido en
1912 aquella terrible catástrofe. Al
observar detenidamente la zona, se
comprobó que aquella parada había sido
providencial, puesto que el buque estaba
en rumbo de colisión con un gran
iceberg. Lo más curioso de todo es que
este tercer barco se llamaba Titanian.

S egún cuentan biógrafos aficionados


a este tipo de curiosidades, la vida
del compositor alemán Richard Wagner
(1813-1883) estuvo marcada por la
sombra del número 13. Además de nacer
en 1813, su nombre y apellido tienen 13
letras (en alemán, la ch equivale a dos
letras) y los números de su año de
nacimiento suman 13. Sintió su primer
impulso musical un 13 de octubre.
Sufrió un destierro de 13 años. Compuso
13 óperas, terminando una de las más
famosas, Tannhäuser, un 13 de abril.
Esta misma obra, que fue estrenada en
París el 13 de marzo de 1845, estuvo
cincuenta años sin ser repuesta hasta el
13 de mayo de 1895. Su primera
actuación al frente de una orquesta se
produjo en Riga, en un teatro inaugurado
un 13 de septiembre. Se fue a vivir a
Bayeuth a una casa que fue abierta un 13
de agosto y que abandonó un 13 de
septiembre. Su suegro, Franz Listz, le
visitó por última vez el 13 de enero de
1883. Como no podía ser menos,
Wagner falleció el 13 de febrero de
aquel mismo año, en el que, por cierto,
se conmemoraba el decimotercer
aniversario de la unificación nacional
alemana… No hay constancia de que
Richard Wagner sufriera
triscadeicafobia (es decir, fobia al
número 13), pero evidentemente hubiera
tenido razones para ello.
No se sabe si guarda o no alguna
relación con esta insistente coincidencia
con el fatídico número 13, pero lo cierto
es que la biografía de Wagner está
salpicada de desgracias y momentos
delicados. Acuciado por perennes
problemas de dinero, su vida estuvo
marcada por un constante peregrinaje
por diversas capitales europeas huyendo
de sus acreedores. Por ejemplo, al ser
despedido en 1839 de su cargo de
director de la orquesta de Riga, la
capital de Letonia, él y su esposa (y
también su perro) huyeron del país en un
pequeño bote con destino a Londres,
literalmente perseguidos por los
acreedores. En 1849, se combinaron
además los problemas políticos y tuvo
que huir apresuradamente de Dresde,
escondido en un vagón de carga y con un
pasaporte falso. En 1864, viviendo de
nuevo en Dresde, no tuvo oportunidad
de escapar de sus perseguidores y fue
encarcelado por deudas.
Afortunadamente para él, ese mismo año
subió al trono de Baviera Luis II que, en
su faceta de gran mecenas del arte, le
tomó bajo su protección, eliminando de
una vez por todas sus problemas
económicos.

L os norteamericanos, aficionados
como ellos solos a la búsqueda de
coincidencias en las vidas de sus
personajes ilustres han señalado una
numerosa lista de ellas en las
respectivas biografías de los presidentes
Abraham Lincoln (1809-1865) y John
Fitzgerald Kennedy (1917-1963). Para
empezar, ambos fueron elegidos
congresistas en 1847 y 1947,
respectivamente, y designados
presidentes en 1860 y 1960. Los dos
medían 1,83 metros de estatura y sus
apellidos tienen siete letras. Sus
secretarios, apellidados,
respectivamente, Kennedy y Lincoln, les
aconsejaron no ir a los lugares donde
ambos fueron asesinados. Los dos
magnicidios ocurrieron en viernes, y
ambos estadistas recibieron balazos en
la cabeza, disparados desde atrás y en
presencia de sus mujeres (las cuales,
por cierto, perdieron un hijo durante su
estancia en la Casa Blanca). El asesino
de Lincoln, Booth, disparó sobre él en el
teatro Ford y se escondió en un almacén.
El de Kennedy, Oswald, le disparó
cuando viajaba en un automóvil de la
marca Ford (modelo Lincoln) desde un
almacén, ocultándose en un teatro. Los
magnicidas, cuyos nombres completos
tenían 15 letras en cada caso, eran
sureños y habían nacido en 1839 y 1939,
y ambos fueron asesinados a su vez
horas después de cometer los
magnicidios (sin haber confesado su
autoría). Los dos presidentes fueron
sucedidos por los vicepresidentes
Andrew y Lyndon Johnson, que eran
senadores, demócratas sureños y
nacieron respectivamente en 1808 y
1908. ¿Será todo esto puro azar?

A unque posiblemente otros


investigadores ya habían aislado
previamente esta sus el descubrimiento
oficial del valor edulcorante de la
sacarina se produjo en 1879 en el
laboratorio del químico estadounidense
Ira Remsen, en el que trabajaba un joven
científico, de apellido Fahlberg, que dio
casualmente con este importante
descubrimiento. Cierto día, mientras
Fahlberg almorzaba, notó un sabor dulce
en la sopa y se lo hizo ver a la cocinera,
que, indignada, probó el caldo y no notó
el supuesto sabor dulce. A continuación,
el científico comprobó que el pan
también tenía el mismo sabor, lo que le
llevó a sospechar que tal sabor extraño
tenía otro origen. Intrigado, lamió la
palma de su mano y advirtió ese mismo
sabor. Lo antes que pudo volvió a su
laboratorio y, tras un minucioso examen,
llegó a la conclusión de que el sabor
dulce provenía de una sustancia
desconocida que había surgido en el
curso de su investigación sobre la hulla
en busca de nuevos colores de reacción,
que pronto identificó y patentó con el
nombre de sacarina.

H ub Beardsley, presidente de la
empresa farmacológica Doctor
Miles Laboratories, visitó en el
invierno de 1928 las instalaciones de un
periódico de la ciudad de Elkhart, en el
estado norteamericano de Indiana,
coincidiendo con una fuerte epidemia de
gripe. En el curso de la visita, observó
que ninguno de los empleados del
periódico sufría los síntomas de la
enfermedad. Comentando la curiosa
circunstancia con el director de la
publicación, éste le contó que ello era
resultado de que había hecho que todos
tomasen un remedio casero de su
invención, consistente en una mezcla de
aspirinas y bicarbonato a partes iguales.
De vuelta a su empresa, Beardsley
encargó a uno de sus químicos, Maurice
Treneer, la fabricación de una pastilla
con esa combinación. De esta forma tan
casual nació, en 1931, el Alka-Seltzer.

L a Cueva de Altamira fue


descubierta en 1868 gracias a que
el perro de un cazador se introdujo por
una ranura entre las piedras que
taponaban su entrada. Desde entonces,
un arqueólogo aficionado santanderino,
Marcelino de Sautuola, la visitó
repetidamente en busca de restos
arqueológicos. Pero hasta el verano de
1879 no encontró las pinturas rupestres
en su interior. En esta fecha, la hija
pequeña de Sautuola, María, que le
acompañaba en una de sus frecuentes
visitas a la cueva, ante la sorpresa de su
padre, dio casualmente con la sala
donde están las pinturas. Sautuola, una
vez que comprendió la importancia del
hallazgo, lo dio a conocer mediante un
breve informe publicado al año
siguiente (1880). Sin embargo, la
comunidad científica internacional no
concedió ningún crédito a su hallazgo,
hasta que, al descubrirse dos décadas
después otras cuevas con pinturas
rupestres de similar calidad en parajes
franceses, volvió a la actualidad el
descubrimiento de Sautuola (que había
muerto en 1888) y se aceptó finalmente
que las maravillosas pinturas de
Altamira no eran una falsificación, como
se había pensado en principio.

E
hecho
n 1839, se produjo otra de las
muchas casualidades que han
avanzar la investigación
científica. En un descuido, el químico
americano Charles Goodyear (1800-
1860), que trataba de averiguar cómo
eliminar la pegajosidad del caucho, dejó
caer unos trozos de este material
mezclado con azufre sobre una estufa
encendida. Al comenzar a quemarse el
caucho, Goodyear se dio cuenta de su
descuido, pero observó sorprendido que
el caucho no se fundía, sino que sólo se
carbonizaba lentamente, como si fuese
cuero. Inmediatamente clavó el trozo de
caucho medio carbonizado en la parte
exterior de la puerta de la cocina de su
casa para que se enfriara con el intenso
frío que hacía fuera, olvidándose de él
al rato. A la mañana siguiente,
comprobó con sorpresa que el trozo de
caucho carbonizado se había
transformado en un material que
conservaba su flexibilidad y elasticidad
(ésta incluso acentuada), pero que ya no
era pegajoso. La conclusión era obvia:
agregando azufre al caucho, sometiendo
la mezcla a una temperatura mayor que
su punto de fusión (proceso que, en
1842, el inglés Thomas Hancock
llamaría vulcanización) y enfriándola
rápidamente, se producía una
estabilización de las propiedades del
caucho que abría todo un mundo de
nuevas aplicaciones para este producto
que hasta entonces sólo se utilizaba
como goma de borrar. Como pronto se
comprobó, el caucho vulcanizado podía
ser estirado hasta doce veces su tamaño
original, sin romperse ni deformarse
irreversiblemente.

E n 1837, Edgar Allan Poe (1809-


1849) publicó Las aventuras de
Arthur Gordon Pym, novela en la que se
relata la aventura de cuatro
supervivientes de un naufragio que, tras
permanecer muchos días en un bote a la
deriva —contando por único alimento
con una botella de oporto—, acuciados
por el hambre, deciden sortear entre
ellos cuál servirá de alimento a los
demás, para lo que cortan cuatro pajitas
(una de ellas mas corta) y eligen cada
uno una. La fortuna quiere que el elegido
sea un grumete llamado Richard Parker,
al que sus compañeros, de acuerdo a lo
pactado, asesinan y devoran. 47 años
después, en 1884, la yola Mignonette
zozobró al sur del océano Atlántico,
logrando salvarse sus cuatro tripulantes
a bordo de un bote; acuciados por el
hambre, decidieron asesinar y comerse a
uno de ellos que, enfermo y desnutrido,
se encontraba en franco estado
agonizante. Se trataba del que había sido
grumete de la yola, cuyo nombre era
Richard Parker.

E n 1911, tres hombres apellidados


Green, Berry y Hill asesinaron en
su residencia de Greenberry Hill a Sir
Edmond Godfrey.

U n aprendiz del fabricante de lentes


Hans Lippershey (1570-1619),
aprovechando la ausencia momentánea
de su maestro, pasaba el rato jugando
con las lentes. Inesperadamente, al
mezclar unas con otras, dio con una
combinación que le permitía ver las
cosas mucho más de cerca. A la vuelta
del maestro le contó el curioso
fenómeno y Lippershey, insertando las
lentes en los dos extremos de un tubo
opaco, inventó de ese modo el
telescopio.
L as huellas más antiguas que se
conocen del primer antepasado
del hombre, el australopithecus
afarensis, fueron descubiertas en
Laetoli, Tanzania, en el transcurso de un
partido informal de fútbol (con una
boñiga de vaca como pelota), con el que
se divertían los miembros de una
expedición científica. Uno de los
antropólogos cayó rodando por un
terraplén y, paradójicamente a cuatro
patas, se topó literalmente de narices
con la prueba de que hace 4 millones de
años el hombre andaba erguido.
E n 1840, el químico germano-suizo
Christian Friedrich Schönbein
(1799-1868) experimentaba en su
laboratorio dejando pasar aire seco
entre dos electrodos conectados a una
corriente alterna de varios miles de
voltios cuando comenzó a percibir un
cierto olor que, en un primer momento,
identificó como el olor de la
electricidad. Dado que dicho olor le
recordaba al del cloro, llegó a la
conclusión de que lo que realmente
estaba oliendo era una combinación
inesperada de cloro con algún otra
sustancia que no reconocía. De este
modo, ignorando qué estaba oliendo
realmente, acudió al griego y llamó a
aquel gas desconocido ozono, es decir,
en griego, «yo huelo», denominando a la
forma más reactiva del oxígeno con un
nombre que resultó plenamente
apropiado, pues si algo caracteriza a
este gas es precisamente su penetrante
olor.

Cierto día de 1846, este mismo


científico, derramó accidentalmente una
mezcla de ácido nítrico y sulfúrico,
utilizando un delantal de algodón para
secarlo. Posteriormente, colgó el
delantal en una estufa para que se
secara, pero, una vez seco, éste detonó y
desapareció. De esta forma, descubrió
que transformando la celulosa en
nitrocelulosa se conseguía un nuevo y
potente material explosivo: el algodón
pólvora.

E l descubrimiento del papel secante


se debe a un error y a una
casualidad. En cierta ocasión, un
empleado de una fábrica de papel de la
ciudad estadounidense de Berkshire
olvidó añadir la cola requerida durante
el proceso de fabricación de papel de
escritura. Como resultado de ello,
aquella partida de papel hubo de ser
almacenada como inservible y el
empleado fue despedido. Sin embargo,
poco después, el dueño de la fábrica
utilizó una hoja de este papel inservible
para secar unas gotas de tinta derramada
y se dio cuenta de que absorbía con
extraordinaria rapidez, por lo que
podría ser aprovechado como papel
secante. De lo que no ha quedado
constancia es de si el empleado fue
readmitido en la empresa.

H acia el año 80 a. de C., los


soldados de una legión romana
que invadía el Asia Menor hallaron en
un pozo unos manuscritos de las obras
de Aristóteles y los llevaron a su
general, Sila, quien ordenó que fueran
llevados a Roma, donde fueron copiados
rápidamente. De esta forma casual nos
ha llegado gran parte de la obra de
Aristóteles.

S egún daba a conocer el 28 de julio


de 1977 el periódico San
Francisco Chronicle, Michael Maryn
había sido víctima en un corto periodo
de tiempo de nada menos que 83 atracos
y 4 robos de coche, sin que,
aparentemente, su profesión o estilo de
vida favorecieran este tipo de incidentes
o aumentasen su riesgo de sufridos.
E l artista español Ponciano
Ponzano (1813-1877), escultor de
cámara de Isabel II, siempre mantuvo su
negativa a esculpir animales en mármol,
cosa que, según su opinión, da mala
suerte. Sin embargo, no pudo negarse al
recibir el encargo de esculpir dos leones
para decorar la fachada del Palacio de
Congresos madrileño. Desoyendo su
prevención comenzó la obra con la
desgracia de que el 15 de septiembre de
1877 falleció repentinamente, sin haber
acabado de esculpir los leones.
E n cierta ocasión, el actor Anthony
Hopkins buscaba sin éxito una
novela de George Feifer, cuyas
ediciones estaban agotadas, con objeto
de realizar una película sobre aquel
argumento que había conocido tiempo
atrás. Casualmente, halló un ejemplar
anotado abandonado en el metro.
Durante el rodaje de la película, el autor
de la novela reconoció aquel ejemplar:
un amigo suyo lo había extraviado, con
gran pesar, en el metro.

I saac Newton nació el día de


Navidad de 1642 en Woolsthorpe,
justamente el mismo día en que moría
Galileo Galilei en Arcetri, a las afueras
de Florencia. Ello dio lugar a que el
filósofo inglés Bertrand Russel
bromease tres siglos después sobre esta
circunstancia, haciendo ver, con humor,
que daba un espaldarazo definitivo a las
tesis de los defensores de la teoría de la
transmigración de las almas o
metempsicosis.
Costumbres, usos y
tradiciones

E n las inscripciones de una tablilla


asiria, de alrededor del año 2800
a. de C., se puede leer el siguiente texto:
«En estos últimos tiempos, nuestra tierra
está degenerando. Hay señales de que el
mundo está llegando rápidamente a su
fin. El cohecho y la corrupción son
comunes». Más de 2000 años después
(pero 2800 antes de nuestros tiempos),
Sócrates decía: «Los hijos son ahora
tiranos… Ya no se ponen de pie cuando
entra un anciano a la habitación.
Contradicen a sus padres, charlan ante
las visitas, engullen golosinas en la
mesa, cruzan las piernas y tiranizan a sus
maestros». Y Platón redundaba en las
opiniones de su maestro: «¿Qué está
ocurriendo con nuestros jóvenes? Faltan
al respeto a sus mayores, desobedecen a
sus padres. Desdeñan la ley. Se rebelan
en las calles inflamados de ideas
descabelladas. Su moral está decayendo.
¿Qué va a ser de ellos?». Como se ve,
los problemas no han cambiando tanto
como solemos creer.
S an Nicolás de Bari (?-342) fue un
piadoso monje nacido en Licia (al
sudeste de la actual Turquía) que
destacó en el primer Concilio de Nicea,
donde acudió como arzobispo de Myra,
y que es venerado hoy en día
especialmente por los ortodoxos, latinos
y rusos. Se le atribuye la resurrección de
tres niños, asesinados por un carnicero
para vender su carne en su
establecimiento. Por éste y por otros
hechos similares, es considerado santo
patrón de los escolares, celebrándose su
festividad el 6 de diciembre.
Tradicionalmente, se repartían juguetes
en Holanda en esa fecha; la costumbre
se extendió posteriormente a los países
anglosajones, aunque trasladándola al
día de Navidad. San Nicolás de Bari es
conocido en muchos países con los
nombres de Sanctus Nicolaus y,
abreviadamente, Santa Claus, que es
una interpretación fonética
norteamericana del neerlandés Sinter
Klaas. Durante la Reforma protestante,
en el siglo XVI, desapareció la figura de
San Nicolás, siendo sustituida por otras
de carácter más secular, como Father
Christmas en Gran Bretaña y Papa Noël
en Francia. Sin embargo, los holandeses
mantuvieron viva su tradición, que ha
revivido con fuerza a comienzos de este
siglo, imponiéndose nuevamente en
grandes zonas del orbe cristiano, en
competencia con los Reyes Magos.

E l día 25 de diciembre pasó a ser la


fecha oficial del nacimiento de
Cristo (y, por tanto, la fecha en que se
celebra la Natividad o Navidad) en el
año 440 aunque se trata de una
festividad instituida, según la tradición,
por el Papa Telesforo, en el siglo II. La
elección de tal día se debió, al parecer,
a que el 25 de diciembre los romanos
celebraban el Natalis Solis Invicti, la
festividad del Sol Naciente Invencible.
Al elegir esta fecha, la celebración del
nacimiento de Jesús por los primeros
cristianos quedaba disimulada entre los
festejos paganos generales. En todo
caso, la elección de esa fecha no fue
unánimemente aceptada, como
demuestra, por ejemplo, que, en el siglo
III, Clemente de Alejandría propusiera el
20 de mayo como día del nacimiento de
Cristo y que la Iglesia de Armenia aún
sostenga que la fecha correcta es el 6 de
enero.

L a costumbre del Árbol de Navidad


surgió en la Alemania de la
primera mitad del siglo VIII. Según un
relato tradicional, estando predicando el
misionero británico San Bonifacio (680-
755) un día de Navidad en tierras de
germanos infieles, seguidores de las
creencias druídicas, intentó destruir el
carácter sagrado del roble talando uno.
El roble, al caer, derribó todos los
arbustos que le rodeaban menos un
pequeño abeto, cuya supervivencia
interpretó el llamado Apóstol de los
Alemanes como un milagroso mensaje
divino, bautizándole en aquel mismo
momento Árbol del Niño Jesús. El
suceso caló entre los cristianos
alemanes y desde entonces cundió la
costumbre de adornar un abeto por
Navidad. Siglos después, Martín Lutero
(1483-1546) instituyó la costumbre de
adornarlo con velas encendidas.

A lgunos autores consideran que la


primera tarjeta de felicitación
navideña o christmas de que se tiene
constancia fue enviada a un amigo en
1884 por el inglés W. E. Dobson,
miembro de la Real Academia de Bellas
Artes de Londres, para agradecerle unos
favores prestados. Aquella felicitación
consistió en una carta en la que había
dibujado un grupo de amigos brindando
por uno ausente. Sin embargo, estudios
recientes demuestran que esta costumbre
ya estaba extendida mucho antes. Según
estos estudios, la primera tarjeta de
felicitación navideña destinada a la
venta fue creada en el verano de 1843
por el artista londinense John Calcott
Horsley, que la confeccionó por encargo
de Henry Cole, un innovador empresario
que quería felicitar la Navidad a sus
clientes de ese modo tan original.

E ra costumbre entre los romanos


regalarse entre ellos, con ocasión
de las festividades de año nuevo, tres
higos secos guarnecidos de hojas de
laurel y de ramitas de olivo, así como
unas pequeñas lámparas (de bronce, los
pudientes; de barro, los más
menesterosos), en las que se solía
escribir alguna leyenda alegórica a los
deseos venturosos para el año que se
iniciaba. Al parecer, de esta costumbre
proviene la nuestra de hacernos regalos
en época navideña.

E n las primeras comunidades


cristianas de finales del primer
siglo de nuestra Era, surgió la necesidad
de distinguir sus ritos, ante los
dominadores romanos, de los judíos, y
especialmente de diferenciar su día
sagrado. Para los judíos era y es el
sábado, así que se abrió un debate entre
los cristianos para señalar otro día de la
semana como el sagrado. Unas
comunidades eligieron el viernes (dies
veneris), por indicar la tradición que se
fue el día en que murió Jesús. Otras
optaron por designar como dies domina
o Día del Señor (que se transformaría
posteriormente en domingo, por
iniciativa del Papa San Silvestre) al
primer día de la semana según el
calendario romano, es decir, el posterior
al sábado judío, que hasta entonces
estaba consagrado al sol y era llamado
en consecuencia dies solis.

E l emperador romano Marco


Aurelio Flavio (213-270),
elevado al trono como Claudio II y
conocido con el sobrenombre de El
Gótico, prohibió a sus soldados el
matrimonio en el año 270, al considerar
que los hombres casados son malos
guerreros y, por tanto, habrían de servir
mal a las necesidades del Imperio. San
Valentín, por entonces obispo de
Interamna, se opuso, invitando a las
parejas de jóvenes enamorados a acudir
a él para unirlos en secreto en el
sacramento del matrimonio. Enterado el
emperador de estas prácticas contrarias
a su decreto, le hizo llamar y trató de
convencerle de sus tesis, exigiéndole el
cumplimiento de su mandato, so pena de
ser ejecutado. Valentín se negó a abjurar
de sus convicciones e, incluso, trató de
convertirle a él al cristianismo. El 14 de
febrero de 270, San Valentín fue
apaleado, lapidado y finalmente
decapitado. Cuenta también la leyenda
que mientras el obispo esperaba el
cumplimiento de su sentencia, se
enamoró en la cárcel de la hija ciega de
su carcelero, Asterius, y que gracias a su
fe le devolvió milagrosamente la vista.
Al despedirse, dejó un mensaje para la
muchacha, que firmó «De tu Valentín».
Doscientos años después, el Papa
Gelasio instituyó la festividad de San
Valentín, considerándole santo patrón de
los enamorados, lo que, andando el
tiempo, daría lugar a la costumbre del
Día de los Enamorados o Día de San
Valentín. Por cierto, los restos mortales
de este santo se conservan en la
madrileña iglesia de San Antón (sita en
la castiza calle de Hortaleza), donde
llegaron como presente papal a la
corona española.

A partir del Renacimiento, en


Europa, contra lo que cabría
pensar, los hábitos higiénicos de los
europeos se hicieron aún más
deplorables y escasos de lo que ya lo
eran. Los baños pasaron a ser
considerados como un peligroso hábito
que sólo se debía practicar bajo
rigurosa prescripción facultativa. Por
ejemplo, a la reina Isabel de Valois
(1546-1568), esposa de Felipe II de
España, en una ocasión en que deseaba
tomar un baño para recibir a su marido
que volvía de un viaje, le fue
taxativamente prohibida tan peligrosa
acción, «puesto que no estaba enferma».
Los cronistas históricos cuentan que el
rey francés Luis XI (1423-1483) sólo se
bañó una vez en toda su vida, y ésta fue
por prescripción facultativa irrebatible.
El 11 de julio de 1611, el médico Jean
Hérouard describía en su diario como
Luis XIII de Francia (1601-1643) era
obligado a descansar todo el día en
cama tras tomar un baño matinal.

E l propulsor de la llamada ley de


Lynch (es decir, del colgamiento
sin juicio formal de los acusados de
ciertos delitos o linchamiento) fue el
capitán William Lynch (1742-1820), de
Pittsylvania, Virginia, Estados Unidos.
Al parecer, aquellos primeros
linchamientos se efectuaban sentando al
acusado sobre un caballo, con una soga
anudada al cuello, y dejándole
abandonado en aquella postura. Cuando
el caballo sentía hambre o sed,
naturalmente se marchaba del lugar,
descabalgando al infeliz acusado, que
consecuentemente moría ahorcado. De
esta manera, se eludía la
responsabilidad directa de los
linchadores en la muerte del acusado.

L a costumbre de numerar las casas


se inició, al parecer, en el Pont de
Nôtre Dame de París en 1463. La
modificación de hacerlo reservando los
números pares e impares para ambas
aceras de una misma calle fue una
innovación surgida muchos años
después en algunas ciudades de los
Estados Unidos.
L a iniciativa de instituir
oficialmente un Día de la Madre
surgió en los Estados Unidos en 1914,
tras propuesta de Anna Jarvis al
Congreso para que instituyese este día
en homenaje a todas las madres. Anna
Jarvis llevaba algunos años poniéndose
un clavel blanco y celebrando oficios
religiosos en recuerdo de su madre
todos los segundos domingos del mes de
mayo. A partir de entonces, muchos
países lo celebran en esa misma fecha, y
otros, como España, el primer domingo
de mayo.
E l 31 de marzo de 1919, el
Congreso de los Estados Unidos
adoptó por primera vez en la historia la
decisión de adelantar los relojes en
primavera para alargar las horas diurnas
y, por tanto, ahorrar energía eléctrica.

L os hombres mayas cambiaban de


nombre dos veces a lo largo de su
vida. Su nombre original estaba ligado
al día de su nacimiento. Al superar la
pubertad, recibían otro que,
supuestamente, describía su carácter.
Pero, al casarse, volvían a recuperar su
nombre original.
H asta mediados del siglo XVI, los
fieles católicos comían huevos
sin ningún reparo los días de vigilia, e
incluso en Cuaresma, porque las
autoridades eclesiásticas consideraban
que, de acuerdo con el relato del
Génesis, aves y peces, al haber sido
creados el mismo día, procedían
igualmente del mar y, por tanto, no
habían de ser considerados como carne.
Sin embargo, el Papa Julio 111 cambió
de opinión hacia 1552, prohibiendo los
huevos como alimento de Cuaresma. En
esta prohibición se halla el origen del
simbolismo de los llamados huevos de
Pascua, que se hacían cocer en un baño
de granza y eran presentados, para su
bendición, en el Viernes Santo y
comidos tradicionalmente en el
Domingo de Resurrección, durante el
banquete pascual.

P or cierto, a principios de la década


de 1880, en ciertos lugares de
Alemania, los padres utilizaban los
huevos de Pascua como certificado de
nacimiento. Para ello teñían huevos con
colores indelebles y grababan en la
cáscara el nombre y la fecha de
nacimiento del hijo, recordando para
siempre tal acontecimiento (siendo
aceptados como partida de nacimiento,
en casos excepcionales, por los
tribunales).

A unque fueron los griegos los


primeros en introducir
simbolismo de la herradura de la buena
el

suerte en la cultura occidental hacia el


siglo IV, la tradición anglosajona
atribuye tal hecho a San Dunstan (925-
988), un herrero de profesión que
llegaría a ser arzobispo de Canterbury,
en 959. Según el relato legendario, este
personaje recibió la visita de un hombre
que le pidió unas herraduras para sus
extraños pies, que parecían pezuñas.
Dunstan reconoció inmediatamente en él
a Satanás y le dijo que para atender su
petición le habría de encadenar a la
pared, a lo que accedió el cliente. Con
tal argucia consiguió Dunstan realizar su
labor causando tales dolores al diablo
que éste le pidió repetidamente
misericordia. Dunstan se apiadó
finalmente, pero le hizo jurar antes de
soltarlo que nunca entraría en una casa
en cuya puerta viera colgada una
herradura. Desde la difusión de esta
leyenda, aproximadamente en el siglo X,
no faltaron las herraduras de la suerte
colgadas en las puertas de las casas de
los cristianos, cumpliendo la doble
función de talismán y de picaporte.
D urante siglos, el ser humano ha
creído supersticiosamente que a
través del estornudo se escapa una parte
del alma, esforzándose por retenerlo o,
al menos, por contrarrestarlo cuando
finalmente se escapa. Aristóteles e
Hipócrates explicaron el estornudo
como la reacción de la cabeza contra
una sustancia extraña ofensiva que se
introduce por la nariz, observando que,
cuando se asociaba a una enfermedad,
presagiaba la muerte, por lo que
aconsejaban contrarrestarlo con
bendiciones tales como «¡Larga vida
para ti!», «¡Que goces de buena salud!»
y «¡Que Zeus te guarde!». Muchos
romanos pensaron que cuando una
persona sana estornudaba, el cuerpo
intentaba expulsar los espíritus
siniestros de enfermedades futuras, por
lo que desaconsejaron su retención. Así,
la explosión súbita del estornudo era
seguida de toda clase de bendiciones,
parabienes e invocaciones
(«¡Felicidades!»). Esta costumbre se
mantuvo durante siglos, hasta que, en el
año 591, coincidiendo con una
enfermedad epidémica que asolaba
Italia, uno de cuyos primeros síntomas
eran los estornudos, el Papa Gregorio I
aconsejó a los creyentes cristianos que,
ante un estornudo, hiciesen
inmediatamente una invocación del tipo
«¡Jesús!» o «¡Que Dios te bendiga!».

E n la República de Uruguay se
volvieron a autorizar los duelos en
1920, aunque la costumbre los restringió
a asuntos ideológicos, más que de honor.
Precisamente, por una controversia de
índole política se batieron en 1968 el
periodista Jorge Batlle y el senador
Flores Mora.

S egún cuenta Herodoto, los


babilonios subastaban anualmente a
las muchachas casaderas. Lógicamente,
los hombres pujaban por las más bellas.
Con el dinero de sus pujas se constituía
una bolsa de fondos con que
posteriormente se formaban dotes para
que las muchachas menos bellas
pudieran encontrar marido.

C on anterioridad al siglo XV, los


jueces chinos utilizaban unas
primitivas gafas de sol de cristal de
cuarzo para ocultar su expresión
mientras administraban justicia. Al
conocer las gafas de cristal graduado,
tiñeron sus cristales y fueron usadas por
los jueces con problemas de visión.
U na ley del territorio
norteamericano de Maryland de
1634 obligaba a las mujeres viudas que
habían heredado propiedades de sus
maridos a casarse en un plazo máximo
de seis años. Si no lo hacían, perdían
sus pertenencias, que pasaban al
pariente masculino más cercano.

E n la antigua Esparta el adulterio


era permitido siempre y cuando la
mujer se entregara a un hombre más alto
y robusto que su propio marido.
Además, la soltería estaba penada con el
destierro. Si un espartano no se había
casado a los 30 años perdía el derecho
de sufragio y se le prohibía asistir a
festejos.

E n Abisinia, nombre antiguo de la


actual Etiopía, se elegía a un perro
emperador, cuidándole y mimándole con
suma atención. Todas sus reacciones
condicionaban el devenir político del
pueblo: si se mostraba alegre, se
interpretaba como que el pueblo estaba
siendo bien gobernado; pero si ladraba a
algún sirviente o visitante, éste era
condenado a muerte.

T ras derrocar al tirano Hipias en el


año 510 a. de C., los atenienses
trataron de alejar cualquier nuevo
fantasma de tiranía. Para ello, una de las
medidas que tomaron fue el
establecimiento de un mecanismo
democrático que acabase con tal
posibilidad: el ostracismo, práctica
propuesta, en opinión de Aristóteles, por
Clístenes, que, por cierto, fue una de sus
primeras víctimas. Una vez al año, si los
ciudadanos lo consideraban necesario,
la asamblea popular ateniense efectuaba
una votación con objeto de designar una
persona en quien se hubiera apreciado
cualquier signo de tendencia tiránica o
simplemente que estuviera acumulando
excesivo poder a ojos de todos los
demás. Esta persona, por el simple
hecho de recibir más de 6000 votos
(aproximadamente la cuarta parte de los
ciudadanos con derecho a ello), era
desterrada por un periodo de 10 años
(periodo que posteriormente fue
rebajado a la mitad), es decir, sufría el
ostracismo. Los votos eran emitidos
escribiendo su nombre en unos tejuelos
con forma de concha hechos al efecto y
llamados óstrakon, de donde deriva el
nombre de la institución. No obstante, no
se trataba de un exilio deshonroso: no se
confiscaban sus bienes, ni su familia era
objeto de desconsideración alguna;
incluso, a su regreso, recibía una
bienvenida cordial.

S egún los historiadores, era tal el


número de fiestas de todo tipo que
se celebraban en la Roma imperial que
prácticamente por cada día laborable
había dos festivos. Claro está que, en
realidad, no eran muchos los ciudadanos
romanos que trabajaban al uso actual:
para eso estaban los esclavos y, por
tanto, la costumbre no afectaba, sino
todo lo contrario, a la buena marcha de
los asuntos económicos del Imperio.

E n tiempos del emperador Augusto


(hacia el año 30 a. de C.) se hizo
costumbre en Roma el beso como
fórmula de saludo entre los varones
romanos, y especialmente entre los
nobles y patricios. Durante el imperio
de Claudio I, al desatarse una epidemia
de erupciones cutáneas, pudo
comprobarse que la enfermedad sólo
afectó a los varones patricios, y no a las
capas medias y bajas, ni a las damas de
cualquier estrato, ni tampoco a los
esclavos, lo que hizo deducir que el
vehículo de contagio era precisamente
aquella costumbre del beso. No
obstante, la moda continuó,
extendiéndose al poco, ya en tiempos de
Domiciano, al resto de ciudadanos
romanos (de lo que, por ejemplo, se
quejaba el poeta Marcial, al señalar que
era imposible sustraerse en Roma a esa
forma de saludo y que, por tanto, se
hacía incómodo pasear por la ciudad).

D urante muchos siglos, fue una


práctica legal común en Gran
Bretaña encarcelar a los morosos por
tiempo indefinido hasta que abonasen
sus deudas (lo cual, para casi todos,
resultaba harto difícil estando
encarcelados). Incluso se permitía a los
deudores condenados instalarse en la
cárcel con toda su familia. En la
práctica, dichas penas se convertían en
muchas ocasiones en cadenas perpetuas.
En esa circunstancia pasó sus primeros
años el escritor Charles Dickens (1812-
1870), lo que luego, por cierto, le
permitiría describir tan perfectamente el
ambiente carcelario.

L os diputados de la Cámara de los


Comunes inglesa ajustan su
comportamiento parlamentario a muchas
tradiciones, algunas de las cuales cabe
calificar de curiosas. Por ejemplo, si un
diputado pretende dirigir la palabra a la
asamblea durante una votación es
requisito indispensable que lo solicite a
la presidencia poniéndose el sombrero.
En tiempos pasados ello no constituía
mayor problema, pero dado el escaso
uso moderno de sombreros, hoy en día
provoca curiosas escenas cuando un
diputado, deseoso de tomar la palabra,
se toca la cabeza con cualquier
adminículo que tenga a mano.

L as pócimas, ungüentos,
mascarillas y pomadas cosméticas
han variado mucho a lo largo de la
historia; pero en casi todas las épocas se
han utilizado algunas de composición
realmente sorprendente. Veamos algunos
ejemplos. Las mujeres de la nobleza
egipcia de tiempos de Cleopatra
utilizaban todo tipo de desodorantes,
tónicos capilares y corporales,
mascarillas faciales, blanqueadores,
suavizantes, pomadas antiarrugas…,
hechos con sustancias tales como leche
de burra, harina de avena y habas,
levaduras, miel, arcilla, lodo del Nilo,
aceites de palma, cedro y almendras.
Las romanas (y romanos) de los tiempos
de Nerón usaban sustancias como el
albayalde y la tiza para aclarar el rostro;
harina y mantequilla para curar
espinillas y erupciones cutáneas; piedra
pómez, mezclada con orina de niño, para
blanquear los dientes; loción de
amapolas como base para aplicarse
blanco de cerusa sobre el rostro; y
vinagre, arcilla y corteza (le encina
macerada con limón para endurecer los
pechos. Juvenal menciona en uno de sus
escritos el uso del sudor de lana de
oveja como excelente crema de noche.
Este producto puede parecer realmente
extraño, pero ha de decirse que no es ni
más ni menos que el equivalente a la
actual lanolina.
Perdido el gusto cosmético durante
la Edad Media, a partir del
Renacimiento volvió con verdadera
fuerza, surgiendo costumbres
verdaderamente curiosas. Por ejemplo,
la reina escocesa María Estuardo se
bañaba en vino. Isabel de Baviera solía
bañarse en jugo de fresas. Y la profusión
cosmética también afectaba a los
hombres. El rey inglés Enrique VI
popularizó una pomada perfumada
elaborada con manzanas y grasa de
perro joven. El barón Dupuytren se
aplicaba un crecepelo elaborado con
150 gramos de virutas de madera de boj
maceradas durante dos semanas en 300
mililitros de vodka, a lo que se añadía
luego 50 de extracto de romero y 13 de
extracto de nuez moscada; con él se
masajeaba dos veces al día, mañana y
noche. Por aquel tiempo, volvieron
también a ponerse de moda las
mascarillas, fueran sencillas, como un
filete de ternera, o más complicadas,
como la utilizada por la duquesa de
Alba (la que fue retratada por Goya en
1797), quien se trataba las arrugas de su
rostro con una singular mascarilla hecha
con cuatro claras de huevo batidas y
cubiertas con agua de rosas, llevadas a
ebullición y espolvoreadas después con
15 gramos de polvo de alumbre y 7 de
aceite de almendras. María Antonieta,
por su parte, combatía el acné, al que
era muy propensa, con otra elaborada
con una emulsión cocida a fuego lento
de leche, limón natural y brandy.
L a reina francesa Catalina de
Medicis (1519-1589) decretó que,
para ajustarse al canon de belleza, las
damas de su corte debían de tener una
cintura de 35 centímetros.

A pesar del tópico, la costumbre de


arrancar cabelleras no era propia
sólo de los indios norteamericanos. Esta
salvaje práctica fue también utilizada
por los colonos blancos a modo de
prueba de la caza y muerte de los indios
que permitiera recibir la recompensa
que, en determinadas zonas de
Norteamérica, se pagaba por su
exterminio. Se suele atribuir al
gobernador del antiguo territorio de
Nueva Holanda, William Kieft, el
dudoso mérito de haber sido el primero
que instituyó esta costumbre en el
decenio de 1630. En 1703, la colonia
americana de Massachusetts ofrecía
unos 60 dólares por cabellera, y a
mediados de siglo, Pennsylvania ofrecía
ya unos 134 dólares por la cabellera de
un hombre indio y 50 por la de una
mujer.

E n el Código de Hammurabi (un


conjunto de leyes que regulaban la
sociedad babilónica hacia el año 1700
a. de C.) la venta de cerveza en mal
estado era castigada con la pena de
muerte.

C arlomagno (742-814) prohibió la


usura entre sus súbditos hacia el
año 800, considerando como tal «todo
aquel negocio en que se exige más de lo
que se da». En 1179, durante el III
Concilio de Letrán, la Iglesia promulgó
que se negara sepultura cristiana (lo que
equivalía a ir directamente al infierno) a
todo cristiano que prestara dinero a
cambio de interés.

S egún una tradición francesa, los


cuchillos de mesa tienen punta
redonda desde que el Cardenal
Richelieu mandó redondearlos al ver
que el Canciller Pierre Séguier los
utilizó ante él para limpiarse los dientes
con la punta.

L a constitución de la República
romana tenía ya previsto hacia el
año 500 a. de C. que, en caso de
producirse una emergencia o un estado
de excepción en que fuera necesaria la
acción rápida, se pusiera en marcha un
mecanismo político por el cual una
especie de rey temporal afrontara la
situación transitoriamente, sin ningún
tipo de traba ni cortapisa senatorial.
Mientras durase su mandato, la palabra
de este temporal rey absoluto sería
considerada ley. Por ello era designado
con la palabra latina equivalente a
nuestra dictador, con el significado de
«[el que] ha dicho». El dictador estaba
dotado de una total e inapelable
capacidad de decisión, salvo en lo que
afectaba a dos cuestiones: el erario
público, del que no podía disponer sin
consentimiento expreso del pueblo, y su
salida de Italia, que le estaba prohibida.
El Senado tenía la prerrogativa de
nombrar al dictador que, de ordinario,
desempeñaba este cargo por un periodo
máximo de seis meses, al final de los
cuales tenía que rendir cuentas a la
propia asamblea.
Por ejemplo, en el año 459 a. de C.,
el general retirado Lucio Quintio
Cincinato (519-438 a. de C.) fue
nombrado dictador para afrontar la
amenaza de un ejército enemigo que
avanzaba hacia el territorio romano.
Marchó Cincinato a la guerra, derrotó al
enemigo, regresó y, cual era norma,
renunció al cargo inmediatamente, a los
16 días de haberlo asumido. En el
transcurso de muy pocos años, tanto Sila
como Julio César se hicieron nombrar
dictadores perpetuos, excepciones que
siempre se consideraron anómalas e
indeseables por los ortodoxos. Tras la
muerte de Julio César, esta institución
política fue abolida por una ley
promulgada el año 40 a. de C. por
Marco Antonio.

L a primera ilustración que se


conoce del uso del tenedor en una
mesa europea nos la ofrece un
manuscrito de 1022 encontrado en el
monasterio italiano de Montecassino. El
tenedor fue importado a Roma desde
Bizancio por algunos mercaderes
venecianos, pero continuó siendo un
capricho, casi con categoría de adorno,
y casi siempre también de
extravagancia, en la casa de las familias
más ricas. Por ejemplo, en un inventario
de la plata de Eduardo 1 de Inglaterra,
datado en 1297, se consigna que el rey
inglés poseía un único ejemplar. En
1328, la reina Clementina de Hungría
tenía 30 cucharas y 1 tenedor. Al
parecer por aquel entonces el tenedor
sólo se utilizaba, en ocasiones
excepcionales, para comer algún tipo
especial de fruta (por ejemplo, peras o
fresas), pero no la carne o el pescado.
Según la mayoría de los investigadores
de estos pormenores históricos, el
primer uso público del tenedor en
Europa no se dio hasta 1582, en que
fueron utilizados en el restaurante La
Tour d'Argent, de París.

E l rey visigodo Chindasvinto (563-


653) ordenó castrar a todo aquel
que fuese sorprendido practicando la
sodomía, salvo que el sodomita
perteneciese al clero, en cuyo caso era
perdonado (no se sabe muy bien por
qué).

E ra costumbre culinaria romana, y


de las más apreciadas, la
degustación de lirones, especialmente de
los condimentados con salsa de miel. Se
sabe que en el siglo I de nuestra era
Quinto Fulvio Lipenio introdujo la
crianza de estos animales, para proveer
el mercado romano.

H asta principios del siglo XX


estuvo vigente en Inglaterra una
ley que permitía al marido pegar a su
esposa «siempre que no fuera con una
vara más ancha que el pulgar del
marido».

D urante el año de 1561, los sabios


de la Sorbona de París debatieron
la posibilidad de prohibir el uso de la
barba a los sacerdotes. Tras sesudas
discusiones, llegaron a la conclusión de
que la barba era contraria a la humildad
propia de los sacerdotes de la Iglesia.

E l 18 de agosto de 1671, una Real


orden del rey español Carlos II El
Hechizado (1661-1700) prohibió el
ejercicio de la mendicidad pública para
todos aquellos pobres que no contasen
con autorización oficial y que no
llevasen colgada del cuello una tablilla
con la estampa de la Virgen.

E n los Estados Pontificios estuvo


antiguamente en vigor un método
para aplicar la pena de muerte
consistente en golpear en la sien al
condenado con un mazo, para después
cortarle la cabeza. Este método recibía
el nombre de mazzatello.

S egún un antiguo tratado culinario


romano, escrito en el año 228 a. de
C., la salchicha era el producto de
consumo predilecto en las lupercales,
unas fiestas anuales paganas que se
celebran el 15 de febrero en honor del
dios pastoril Luperco (correspondiente
al griego Pan). Estas fiestas, en las que
se sacrificaban ritualmente un macho
cabrío y un perro, incluían unos ritos de
iniciación sexual y algunos escritores
han sugerido la idea, aunque sin aportar
pruebas fehacientes, de que las
salchichas no sólo tenían una finalidad
culinaria. Sea como fuere, la Iglesia
suprimiría las lupercales y consideraría
pecaminoso comer salchichas durante
muchos siglos. No obstante, el consumo
popular de morcillas y salchichas, al
menos en su faceta culinaria, sobrevivió
a cuantas reiteradas prohibiciones se le
opusieron.

E n la actualidad se conoce con el


nombre de pasquín todo escrito
anónimo, fijado en sitio público (o,
simplemente, dado a la publicidad), en
el que se contienen expresiones satíricas
contra el gobierno o contra una persona
particular o corporación pública
determinadas. El origen de esta
costumbre se halla en un escrito que, con
estas características, fue fijado a la
estatua romana de Pasquino. Este
personaje fue un zapatero romano del
siglo XVI, famoso por sus sátiras, que
generalmente le eran replicadas por su
colega Marforio, y en cuyo honor y
recuerdo los romanos bautizaron con su
nombre un torso marmóreo de gladiador
que adornaba una calle de Roma. Aquel
primer pasquín iba dirigido contra la
persona del Papa Urbano VIII, miembro
de la familia Barberini, por haber
mandado fundir bronces artísticos para
fabricar cañones, y su texto decía así:
«Lo que no hicieron los bárbaros, lo
hicieron los Barberini».

E l 14 de agosto de 1893, París se


convirtió en la primera ciudad del
mundo en prohibir la conducción de
automóviles o motocicletas sin permiso
de circulación extendido por la Policía.
Desde esa fecha, los aspirantes a este
permiso tenían que pasar un test que se
convirtió así en el primer examen de
conducir de la historia.
E n los primeros años de la
automoción fue promulgada una
ley en Inglaterra por la que se obligaba a
todo vehículo automóvil, en previsión
de accidentes de tráfico, a ser precedido
por un hombre agitando una bandera
roja. Esta ley no fue derogada hasta el
14 de noviembre de 1896.

E n la Edad Media, la castración se


utilizó como pena habitual contra
el libertinaje. Esta bárbara costumbre
continuó en Turquía hasta 1893. Durante
el Renacimiento, la castración era un
remedio quirúrgico contra la hernia y
tampoco faltaron voces, como la de
Boecio, que aconsejaran la castración
de los enfermos de locura, epilepsia,
gota, lepra o cualquier otra enfermedad
susceptible de transmitirse por herencia.

M iembros de las antiguas tribus


afganas jugaban a un deporte
similar al actual polo, pero utilizando
como pelota las cabezas de sus
enemigos. Pero no se quedaban atrás los
aztecas que practicaban, hace unos
seiscientos años, un deporte de pelota en
el que se enfrentaban dos equipos
uniformados. En las ocasiones solemnes,
el capitán del equipo perdedor era
inmediatamente decapitado en un campo
de juego cuyas gradas estaban
adornadas con los cráneos de antiguos
capitanes que no habían sabido llevar a
la victoria a sus equipos.
Cuestiones zoológicas

L os paleozoólogos han calculado


que hace unos 12 000 años el ser
humano amaestró al lobo, siendo éste
pues el primer mamífero domesticado,
aunque otros investigadores creen que el
reno pudo serlo ya mucho antes, hacia el
año 18000 a. de C. Después vendrían el
carnero, la oveja y la cabra, hacia el
7700 a. de C.; hace unos 7000 años, el
cerdo, la gallina y el ganado vacuno;
hace 5000 años, se generalizó la
domesticación del asno, el caballo y el
dromedario, seguidos del búfalo y el
gato. Durante el primer milenio después
de Cristo, se añadieron a la lista el
conejo y el resto de reses lanares. Por su
parte, según todas las pruebas
arqueológicas, el ave domesticada en
primer lugar fue el ganso silvestre, que
ya acompañaba al hombre en el periodo
neolítico, hace unos 20 000 años, en
Europa suroriental y Asia Menor. Por su
parte, los primeros pollos fueron
domesticados en China hace unos 6000
años. Final mente, se sabe que los mayas
domesticaron al pavo mucho antes de la
llegada de los españoles a América.
E l gato no fue considerado en
Europa como animal doméstico
hasta bien entrada la Edad Media, en
que unos mercaderes orientales
introdujeron este animal en Venecia
como remedio contra una plaga de ratas
que infestaba aquella república
adriática. Hasta entonces, el gato era
considerado como animal salvaje y un
apetecible manjar, y como tal era cazado
y degustado. Se cree que el gato
doméstico proviene del cruce de dos
especies salvajes: el gato europeo y el
gato de los matorrales de África; este
último es el que convivía en los hogares
del antiguo Egipto hace más de 3000
años.

H ay pruebas arqueológicas que


demuestran que los egipcios
entrenaban a mandriles para que
sirvieran las mesas. Por su parte, los
chinos, durante el reinado de Kublai Jan
(1215-1294), amaestraban leones para
que abatiesen búfalos y osos y
aguardaran junto a la presa la llegada de
los cazadores. Asimismo, también
utilizaban grillos como perros
guardianes, pues estos animales dejan de
cantar en cuanto oyen el menor ruido.
También tenía mucho éxito en China,
hace más de 1000 años, la lucha entre
grillos como una de las distracciones
más populares. Pero aún antes de todo
eso, los chinos pusieron en marcha un
eficaz sistema de reparto de
correspondencia a larga distancia,
mediante gansos amaestrados que, a
modo de palomas mensajeras, llevaban
de un lugar a otro toda clase de
documentos y noticias.

L a gran alca o pingüino gigante fue,


en tiempos pasados, un animal
muy común y abundante en las áreas
costeras rocosas de Canadá, Islandia,
Groenlandia y Europa Septentrional.
Emparentado con el pingüino antártico,
el alca era capturada por sus huevos y
sus pieles. El último ejemplar conocido
fue cazado en junio de 1844 en la isla de
Eldey, frente a las costas de Islandia. Se
trata de una de las pocas especies
animales desaparecidas por la acción
del hombre cuyo momento de extinción
final fue documentado con certidumbre.

O tra especie en ese mismo caso es


la paloma migratoria o viajera, a
la que el 1 de septiembre de 1914 se dio
por desaparecida para siempre. Este
ave, no hace aún cien años, poblaba los
cielos de prácticamente todo el mundo,
volando en bandadas numerosísimas,
como, por ejemplo, aquella que, en
1810, se calculó estaba formada por
unos 2 230 272 000 de individuos. Hace
poco más de un siglo se habló también
acerca de una bandada de palomas
viajeras, volando en una columna de
unos 460 metros de anchura, que tardó 3
horas en pasar sobre el observador y
que se calculó que estaba formada
aproximadamente por 1 billón de aves.
La caza masiva y la desaparición de
masas forestales acabaron, sin embargo,
con esta especie animal en un
relativamente corto periodo de tiempo.
En 1869, en una sola cacería con redes
llevada a cabo en los Estados Unidos, se
llegaron a capturar más de 7 500 000 de
palomas migratorias. El último
ejemplar, una paloma bautizada Marta,
murió en 1914 en el zoo estadounidense
de Cincinnati, Ohio, convirtiéndose en
el símbolo de la cruzada contra la
extinción de los animales.

E n 1874, tras la inauguración de la


línea de ferrocarril Union-
Pacific, más de 5000 cazadores de
Kansas City se trasladaron a las grandes
praderas para aniquilar bisontes (Bison
bison), los mal llamados «búfalos». En
el verano de aquel año, más de 2000
cazadores salían diariamente a dar caza
a estos bóvidos en las proximidades del
río Rickaree. La marca diaria de estos
sanguinarios cazadores era de 60
bisontes por hombre y unos 1200 por
temporada. A pesar de que no eran
aprovechadas su carne ni su piel, un
equipo de 16 cazadores llegó a abatir 25
000 ejemplares en un año. El famoso
Búfalo Bill Cody afirmó haber matado
4862 bisontes en una sola temporada de
caza, incluyendo un récord de 69 en un
solo día. Así se llegó a la situación de
que en 1889 quedaban solamente 540
animales. Desde entonces, la especie
quedó protegida y actualmente aún se
está recuperando de aquella enorme
matanza.
Por su parte, los últimos ejemplares
salvajes del bisonte europeo (Bison
bonasus) fueron cazados durante la
Primera Guerra Mundial en los bosques
de Bialovicza, en Polonia,
sobreviviendo a partir de entonces sólo
en los zoológicos, hasta que en 1959 se
soltó una nueva manada en dichos
bosques.

E l pájaro indicador, un ave propia


del África subsahariana, se
alimenta principalmente de larvas y cera
de abejas. Pero como no puede romper
por sí sola los panales, pía para atraer
la atención del ratel (un pequeño
mustélido parecido al tejón), de otros
animales y del hombre. Por ejemplo, los
boran y los wanderobo, tribus nómadas
del norte de Kenia, se benefician de esta
curiosa simbiosis entre animales y
hombres. Los pájaros gritan, revolotean
y emiten determinados sonidos que son
descifrados por los nativos, que los
contestan con silbidos y golpeando
troncos de árboles. El pájaro indicador
espera, entonces, que los hombres abran
el nido, lleguen hasta los panales y
espanten a las abejas, para que, así, unos
y otros —hombres y pájaros— cosechen
la miel.
E l Corán detalla el momento
preciso en que supuestamente
comenzó la cría de los pura sangre
árabes, datándolo en el año 622 de
nuestra era, fecha en que se produjo la
Hégira o huida de Mahoma de La Meca
a Medina. Según el texto sagrado,
durante el camino Mahoma consiguió
domesticar a cinco yeguas, separadas
del rebaño que estaba abrevando en el
manantial del oasis en que descansaba el
profeta. Mahoma se acercó y, posando
su benefactora mano sobre ellas, las
impuso un nombre a cada una. Una,
llamada Al Buraq («Relámpago») fue
durante muchos años la yegua preferida
de Mahoma y otra, Kohailan, es, según
la leyenda, la yegua madre de todos los
caballos de pura sangre árabes.
En cuanto a la genealogía de los
actuales pura sangre de carreras, James
Weatherby publicó en 1791 el primer
registro genealógico de caballos
(General Stud Book), en el que se
incluían los pedigríes de tres famosos
caballos orientales importados a las
Islas Británicas a finales del siglo XVI:
el turco Byerley y los árabes Darley y
Godolfin, a partir de los que se creó la
fructífera estirpe de caballos de pura
sangre de carreras ingleses. Se supone
que todos los Pura sangre del mundo
descienden por línea masculina directa
(aproximadamente en unas 30
generaciones) de aquellos tres
sementales.

L a introducción de conejos en
Australia por los primeros
colonos ingleses a mediados del siglo
XIX casi desertizó por completo el
territorio interior de esta isla-continente.
Sin encontrar casi ningún enemigo
natural —los colonos habían acabado
casi con la población de dingos (perros
salvajes) y otros depredadores
potenciales—, se reprodujeron con gran
rapidez a partir de las siete parejas
llevadas allí en 1859 por el inglés
Thomas Austin, acabando con la reserva
de pastos del interior australiano, que
fue esquilmado de tal forma que su suelo
prácticamente se convirtió en un
desierto de arena sin ninguna defensa
natural y fue barrido por los vientos. En
1950, el virus mortal de la mixomatosis
fue llevado a Australia y consiguió
controlar la plaga de conejos, que por
entonces se llegó a calcular que estaba
formada por no menos de 1000 millones
de ejemplares. Este virus, que
transmiten los mosquitos, fue
descubierto en los roedores de Brasil,
en los que produce una enfermedad
endémica leve. En 1953, un ciudadano
francés inyectó el virus a los conejos
que asolaban su finca, dañando sus
cosechas. De ahí se extendió el virus
por toda Europa, causando grandes
estragos en la población de conejos
europea.

S e supone que las primeras avispas


europeas llegaron a la isla Norte
de Nueva Zelanda en 1945, a bordo de
un avión. Rápidamente se multiplicaron,
estableciéndose en una región de más de
78 000 km2 y convirtiéndose en una
verdadera plaga que llegó a amenazar el
futuro de los huertos de la floreciente
agricultura neozelandesa.

E l bontebok o damalisco de frente


lisa es un veloz antílope que
estuvo a punto de ser exterminado, y que
hoy sólo sobrevive gracias a un granjero
de la región sudafricana de El Cabo que
salvaguardó a varios ejemplares en su
propiedad, formando posteriormente con
ellos una manada que pudo reproducirse
libremente.

E l milú —conocido también como


ciervo del padre David en honor a
Armand David (1826-1900), un
misionero francés que lo descubrió en
1865 en el coto de caza que el
emperador chino poseía en las cercanías
de Pekín—, hace ya mucho tiempo que
se halla extinguido en el medio natural,
aunque en el parque de Woburn, en Gran
Bretaña, quedan aún algunos cientos de
ejemplares.
Después de morir

S an Lorenzo, mártir de la Iglesia


Católica, murió en el año 258
quemado lentamente en una parrilla por
negarse a entregar los tesoros de la
Iglesia al prefecto de Roma. Sobre su
tumba se levantó una iglesia, que aún es
hoy una de las siete basílicas de Roma.
Sin embargo, otras parroquias italianas
aseguran tener las reliquias del santo y
de su martirio: la parrilla, un omóplato,
un brazo, la mandíbula, una parte de la
espina dorsal, un dedo, un pie, dos
costillas y un poco de grasa. A este
mismo santo está consagrada la basílica
de San Lorenzo de El Escorial, cuya
planta, en forma de parrilla, recuerda el
método de tortura con que fue
martirizado.

D e acuerdo con su voluntad


expresa,
Carlomagno
el cadáver
(742-814)
de
fue
embalsamado ataviado con sus ropajes
reales de gala, con una corona sobre la
cabeza, un cetro en una mano y la otra
sujetando un Evangelio encuadernado en
oro que reposaba en sus rodillas.
Sentado en su trono de mármol,
permaneció en una cripta bajo la cúpula
de la catedral de Aix-en-Provence. Este
sepulcro fue profanado en diversas
ocasiones, la primera de las cuales fue
protagonizada por Otón III (980-1002),
quien se contentó con llevarse una cruz
de oro y pedrería que el cadáver tenia
sobre el pecho. Poco después, Federico
I Barbarroja (1122-1190) le despojó de
todo cuanto de valor le rodeaba, aunque,
eso sí, a cambio, le hizo canonizar. En
total, el cuerpo embalsamado de
Carlomagno permaneció en este trono
durante unos cuatrocientos años, hasta
que en 1215 el rey Federico II (1194-
1250) ordenó que fuera enterrado en un
ataúd de oro y plata en la catedral de
Aquisgrán.

A instancias del co-emperador


romano Lamberto (880-898), se
celebró un sínodo en el año 896, ocho
meses después de haber fallecido el
Papa Formoso (816-896), para declarar
nulo su mandato, que había durado cinco
años, y para anular consecuentemente el
nombramiento de Arnulfo (850?-899),
acérrimo enemigo de Lamberto, como
co-emperador de Roma. Durante el
sínodo se procedió a la exhumación del
cadáver del Papa, que fue colocado en
el banquillo de los acusados, mientras el
nuevo pontífice, Esteban VI, actuaba de
fiscal, y un diácono oficiaba de
defensor. Hallándosele culpable, se le
despojó de las vestimentas papales y su
cadáver fue arrojado al río Tíber. Un
posterior concilio presidido por Juan IX
declaró nuevamente válido el
pontificado de Formoso.

D urante el funeral de Guillermo I


de Inglaterra (1027-1087),
celebrado en la iglesia de San Esteban,
en la ciudad francesa de Caen, cerca de
donde había muerto víctima de un
accidente fortuito, los obispos actuantes
insistieron en que el cuerpo del rey
inglés, bastante descompuesto, entrase a
presión en el estrecho sarcófago. En el
transcurso de esta operación, el
estómago del monarca estalló, liberando
un hedor insoportable que hizo huir a
casi todos los presentes. Pese a todo, el
entierro se llevó a término. En 1562, los
vándalos profanaron la tumba del
monarca inglés, llevándose todo,
excepto un fémur, que sería vuelto a
enterrar ochenta años después en otra
tumba. Sin embargo, esta tumba también
fue saqueada durante la Revolución
Francesa, no conservándose en la
actualidad ningún resto de Guillermo I
de Inglaterra.

S egún las crónicas, Rodrigo Díaz de


Vivar (1030?-1099), el Cid
Campeador, murió el 10 de julio de
1099 en su feudo de Valencia. Siguiendo
sus postreras instrucciones, su cuerpo
fue embalsamado y cabalgó sobre su
caballo Babieca en la siguiente batalla
en la que sus tropas, envalentonadas por
la reaparición de su capitán, denotaron a
las del rey Búcar de Valencia.

L a figura de Thomas Becket (1118?


-1164), arzobispo de Canterbury,
seguía siendo tan influyente trescientos
años después de su muerte, en su calidad
de rebelde frente al trono inglés y mártir,
que Enrique VIII decidió exhumar su
cadáver y someterlo a un nuevo juicio
público que acabase de una vez por
todas con su leyenda. Así pues, el
cadáver de Becket fue llevado a la
cámara de acusación, donde fue juzgado
bajo el cargo de usurpación de la
autoridad papal, resultando convicto de
traición y siendo condenado a que sus
huesos fuesen públicamente quemados
en la hoguera.

J ohn Wyclef (1320?-1384),


reformador religioso inglés, fue al
patíbulo cuarenta y cuatro años después
de su muerte. En 1415, el Concilio de
Constanza le declaró hereje, ordenando
que su cadáver fuera exhumado,
quemado y desperdigadas sus cenizas.
La sentencia se cumpliría finalmente en
1428.

E n 1412, el rey Enrique V de


Inglaterra (1387-1422) hizo
desenterrar el cuerpo de su antecesor en
el trono Ricardo II (1367-1400), muerto
doce años antes, y lo exhibió
públicamente con sus vestiduras reales.
Tres días más tarde, Enrique presidió un
segundo funeral de Ricardo en la abadía
de Westminster, tras lo cual fue
enterrado en una tumba en uno de cuyos
laterales se dejó una abertura para que
sus visitantes pudieran tocar la calavera
del rey. En 1776, un estudiante robó la
mandíbula del antiguo rey a través de
dicho agujero. Los descendientes del
profanador retuvieron la reliquia hasta
1906, cuando fue restituida a la tumba.

A los veinticuatro años de la muerte


de la heroína francesa Juana de
Arco (1412-1431) en la hoguera de
Ruán, acusada de brujería, su caso fue
reabierto por el rey Carlos VIII (1403-
1461), el mismo que en su momento la
había abandonado en las manos
inquisitoriales, tras ser coronado por la
joven heroína. Tres obispos estudiaron
nuevamente el caso, permitiéndose que
la familia de la Doncella de Orleáns
presentase nuevas pruebas absolutorias.
El juez anuló el veredicto anterior,
declarándolo «un atroz error judicial».
Casi quinientos años después, en 1920,
Juana de Arco fue canonizada por la
Iglesia Católica tras un largo y
controvertido proceso.

E l estadista inglés Thomas More


(1478-1535), más conocido en
España como Tomás Moro, murió
decapitado por orden del rey Enrique
VIII por negarse a reconocer el cisma
anglicano de la Iglesia Católica. Su
cabeza fue hervida, clavada en un palo y
exhibida en el puente de Londres. Un
mes después, su hija, Margaret Roper,
sobornó a los vigilantes del puente para
que le entregasen la cabeza. Una vez en
su poder, la guardó en una caja de plomo
y la preservó con esencias aromáticas.
Sin embargo, poco después fue detenida
por aquel soborno y encarcelada. Murió
en 1544 y la cabeza de su padre fue
enterrada con ella. En junio de 1824, fue
abierta la tumba y la cabeza de Tomás
Moro fue públicamente expuesta en la
iglesia de San Dustane, en Canterbury,
hasta fecha muy reciente.

E l pirata, explorador y consejero


real inglés Walter Raleigh (1552-
1618) murió decapitado por orden del
rey Jacobo I. Su esposa enterró el
cuerpo, pero hizo embalsamar su
cabeza, conservándola en una bolsa de
piel roja que mantuvo a su lado los
restantes veintinueve años de su vida. Su
hijo, Carew, cuidó la reliquia hasta que
murió en 1666, cuando fue enterrado
junto a la cabeza embalsamada de su
padre. En 1680, la cabeza de Raleigh
vio de nuevo la luz cuando Carew fue
exhumado y vuelto a enterrar (con la
cabeza de su padre) en West Horley,
Surrey.

D ieciséis años después de la


muerte del filósofo francés René
Descartes (1596-1650) en Estocolmo, el
cadáver fue exhumado a petición de sus
amigos y trasladado a París, excepto el
dedo índice derecho, que se lo quedó el
embajador de Francia, alegando que
«quería poseer el dedo que había escrito
las palabras cogito, ergo sum». En el
viaje, un capitán de la guardia sueca que
custodiaba la reliquia, sustituyó el
cráneo del filósofo por el de otro
difunto. El cráneo verdadero fue
decorando las vitrinas de una serie de
coleccionistas, hasta que cayó en manos
del químico sueco Jöns Jakob Berzelius
(1779-1848), quien se la ofreció
definitivamente al naturalista francés
Georges Cuvier (1769-1832).

E
años
l estadista inglés Oliver Cromwell
(1599-1658) fue desenterrado dos
después de haber sido
honrosamente inhumado en la Abadía de
Westminster y su cuerpo, tras ser
arrastrado en trineo hasta Tyburn, fue
colgado hasta el ocaso. El verdugo de
aquella ciudad descolgó el cuerpo, lo
arrojó al patíbulo (destrozando por
cierto su embalsamada nariz) y, de ocho
hachazos, le cortó la cabeza. El cuerpo
fue tirado a un foso y la cabeza
empalada en un poste de ocho metros de
altura con punta de hierro, que fue
amarrado al tejado de Westminster Hall.
Allí permaneció veinticuatro años hasta
1685, cuando una tormenta lo arrancó de
su soporte. Un capitán de la guardia
robó los restos y los escondió en la
chimenea de su casa, mientras que se
iniciaba una ardorosa búsqueda de la
reliquia. El capitán mantuvo su secreto
hasta que, en el lecho de muerte, lo
confesó a su única hija. En 1710, la
cabeza apareció en un espectáculo de
curiosidades, siendo finalmente
subastada por sesenta guineas. En 1775,
la reliquia pertenecía al actor Samuel
Russell que la ofreció al Sydney Sussex
College, del que Cromwell había sido
alumno, pero la dirección declinó la
oferta. Poco después, arruinado Samuel
Russell, sobrevivió con las ganancias de
exponer al público la reliquia. En 1787,
Russell la vendió por 118 libras
esterlinas a un joyero llamado James
Fox. Diez años después, Fox la vendió
por 230 libras a tres empresarios que la
exhibieron en la calle Bond de Londres,
con muy poco éxito de público. En
1814, la propiedad, en manos de la hija
de uno de aquellos empresarios, fue
vendida al doctor Wilkinson. En 1960,
finalmente, la familia Wilkinson la
ofreció de nuevo al Sydney Sussex
College, que esta vez la aceptó,
enterrándola discretamente en los
jardines de la institución.

J ames Scott, duque de Monmouth


(1649-1685), hijo ilegítimo del rey
Carlos II de Inglaterra (1630-1685), fue
decapitado acusado de rebeldía, en una
ejecución que necesitó hasta cinco
golpes de hacha. Sin embargo, antes de
ser enterrado, se tomó la decisión de
realizar un retrato del duque que legase
sus rasgos a la posteridad. Se volvió a
coser la cabeza del duque a su cuerpo y
pintaron el retrato, que en la actualidad
se encuentra en la National Gallery de
Londres.

E l zar Pedro III (1728-1762)


gobernó Rusia durante seis meses
y, tras ser derrocado, fue asesinado, en
junio de 1762, a los 34 años de edad,
por esbirros a las órdenes de su esposa
Catalina II La Grande (1729-1796).
Treinta y cinco años después de su
muerte fue coronado, tras ser abierto su
ataúd con dicho propósito.
E n la segunda mitad del siglo XVIII,
el gigante irlandés Charles
O'Brien Byrne (1761-1783), que medía
más de dos metros de estatura, enterado
de que el cirujano John Hunter (1728-
1793) codiciaba su cadáver para
incluirlo en su museo particular, dispuso
que al morir fuera colocado en un
féretro de plomo y arrojado al fondo del
mar. Sin embargo, cuando se produjo la
muerte de Byrne, el cirujano consiguió
sobornar a sus enterradores y se hizo
con el cadáver, hirviéndolo
inmediatamente para preservar su
esqueleto, que hoy en día forma parte
del Museo Hunter, sito en el Royal
College of Surgeons de Londres. Su
esqueleto comparte vitrina con el de la
enana siciliana Caroline Crachami, que
medía medio metro de altura.

M uestra de la vigencia de la figura


de Napoleón Bonaparte (1769-
1821) son las muchas supuestas
reliquias que se conservan de su cuerpo.
Así, por ejemplo, se conserva una de sus
muelas del juicio, que le fue extraída en
1817. Poco después de morir, una mano
anónima afeitó totalmente su cabeza, y
sus cabellos fueron repartidos entre
cientos de sus seguidores. De acuerdo a
su propia última voluntad, su corazón
fue preservado y entregado a su amada
María Luisa (1791-1847), y hoy en día
se conserva guardado en una jarra de
plata. Pero no es esto todo: parte de su
estómago también se conserva en un
pimentero de plata. Una porción de sus
intestinos, que era guardada en el Real
Colegio de Cirujanos de Francia, fue
destruida por un bombardeo en 1940,
durante la Segunda Guerra Mundial. En
1972, su pene, de unos tres centímetros
de longitud, qué se supone que fue
conservado por su confesor, fue ofrecido
en pública subasta por la galería
Christie's, aunque nadie pujó por él.
Poco después, se intentó de nuevo su
venta incluido en el catálogo de la firma
de venta por correo Flayderman, y
tampoco se encontró comprador.
Finalmente, lo compró en 1977 un
urólogo estadounidense por 3800
dólares.

E l poeta británico Percy Bysshe


Shelley (1792-1822) murió
ahogado durante una tormenta en el mar
frente a las costas italianas, en el curso
de una travesía a bordo de una chalupa
por el golfo de La Spezia. Su cuerpo fue
quemado en una hoguera a orillas del
mar, siguiendo el ritual de los antiguos
griegos, en presencia de sus amigos
Lord Byron, Edward Trelawny y Leigh
Hunt. Cuando el cadáver estaba casi
consumido, Trelawny sacó del fuego el
corazón, quemándose la mano. El y Hunt
se lo disputaron, hasta que Mary Shelley
(1797-1851), la esposa del fallecido
(también escritora y famosa por su libro
Frankenstein o el moderno Prometeo),
lo pidió. Mary lo conservó envuelto en
un paño de seda el resto de su vida. A su
muerte, el corazón fue encontrado en su
escritorio, reseco y polvoriento, entre
las hojas de un ejemplar de Adonis, una
de las obras de Shelley. Finalmente, el
corazón fue colocado en una caja de
plata y enterrado en la tumba del hijo de
Shelley, Percy, en el cementerio de San
Pedro, en Bornemouth.

L ord Byron (1788-1824) entregó su


vida luchando por
independencia de Grecia del Imperio
la

Turco. Al morir, su corazón y sus


pulmones fueron enterrados en suelo
griego, mientras el resto de su cuerpo
era enviado a Inglaterra, donde el
gobierno impidió que recibirían
sepultura en la Abadía de Westminster, a
causa de los muchos escándalos de su
vida.
E l filósofo británico Jeremy
Bentham (1748-1832) donó al
morir todos sus bienes al University
College Hospital de Londres, a
condición de que su cuerpo fuera
embalsamado y presidiese todas las
reuniones de la directiva del hospital. El
doctor Southward Smith, por petición
expresa de Bentham, se encargó de la
operación, montando el esqueleto y
fijándole una cabeza de cera modelada a
imitación del verdadero rostro del
filósofo y vistiéndole con sus ropas y un
sombrero, —sentándolo en un sillón
sosteniendo su bastón favorito—. El
esqueleto fue colocado en una urna
acristalada de madera de caoba y así,
durante los noventa y dos años
siguientes, presidió todas las juntas
directivas del hospital.

C uando el doctor y misionero


anglicano David Livingstone
(1813-1873) falleció en África, los
nativos embalsamaron su cuerpo,
enviándolo a Inglaterra, donde fue
enterrado en la abadía de Westminster,
pero no sin antes arrancarle el corazón,
que quedó en África y fue enterrado
entre las raíces de un viejo árbol.
V ladimir Illich Uliánov Lenin
(1870-1924) murió aquejado de
una esclerosis cerebral en 1924. Tras
efectuarle la autopsia, su cerebro fue
cortado en veinte mil secciones para ser
estudiado por el Instituto Cerebral
Soviético.
Enigmas, misterios y
quimeras

E n la Isla de Pascua se alzan unas


250 extrañas estatuas, llamadas
moais, que representan a hombres
desnudos de cabezas
desproporcionadamente grandes, con
largas orejas. Los rostros, de
expresiones atemorizantes, muestran
características caucasianas (es decir,
europeas) absolutamente fuera de lugar
en aquella isla. Algunas de las estatuas
son tan altas como un edificio de tres
plantas y pesan unas sesenta toneladas.
Sus cabezas terminaban en unas piedras
de color rojo que hoy yacen caídas a sus
pies. Se ha especulado si esos remates
de color rojo representarían cabelleras
pelirrojas, tonalidad capilar inexistente
en los pueblos polinesios o americanos
autóctonos. Unas cien estatuas están
totalmente acabadas y otras 150 fueron
abandonadas antes de terminarse. Las
leyendas nativas cuentan que, alrededor
del año 475 de nuestra era, 300 hombres
(a los que denominan orejas largas)
desembarcaron en la isla, después de
una travesía marítima de 120 días desde
el este. Veinte generaciones después, los
orejas cortas (polinesios indígenas)
llegaron y fueron esclavizados por los
orejas largas, trabajando en la
construcción de las estatuas. En nuestro
siglo XVII, los orejas cortas se
sublevaron contra los orejas largas,
derrotándolos y haciéndoles
desaparecer de la escena histórica.
¿Quiénes eran estos orejas largas?

S egún una carta remitida al rey de


España en 1572 por el virrey de
Perú, Francisco de Toledo (1515-1582),
se hallaba en su poder un clavo de
hierro muy antiguo hallado en una mina
peruana, incrustado en una roca que
tendría miles de años de antigüedad. De
ser cierto, este hecho tiraría por tierra la
fundada opinión de que los indios
precolombinos no conocían el hierro.

E l naturalista romano Plinio El


Viejo (23-79) describió en su obra
Historia Natural una máquina segadora
utilizada en su tiempo en los campos de
las Galias. Según Plinio, este prototipo
de segadora estaba formado por
«grandes bastidores móviles, provistos
de agudos dientes El trigo segado caía
en una gran caja, y todo el vehículo era
impulsado por dos bueyes uncidos
detrás». Durante mucho tiempo se refutó
la veracidad de la existencia de tal
máquina por considerarse
excesivamente avanzada para el
desarrollo general de la tecnología gala
de entonces. Sin embargo, hace unos
años, el arqueólogo belga Fouss
descubrió un relieve en Buzenel, al sur
de Bélgica, en el que se reproducía una
máquina similar a la descrita por Plinio.

U no de los hechos más curiosos


ocurridos en la entrega anual de
los Oscars de Hollywood tuvo lugar en
la ceremonia de 1938. La actriz Alice
Brady no pudo recoger en persona la
estatuilla correspondiente a la mejor
actriz secundaria, que había obtenido
por su trabajo en la película Chicago,
por tener un tobillo roto, haciéndolo en
su nombre un caballero no identificado.
Sin embargo, la sorpresa saltó cuando
días después la actriz confesó que no
había enviado a nadie en su lugar. Nadie
supo encontrar al personaje que
espontáneamente lo recogió. Y, por
supuesto, nadie encontró tampoco dicha
estatuilla.

E l marinero español Pedro Serrano,


cuyo barco había naufragado en el
Caribe en 1528, sobrevivió ocho años
en una isla situada aproximadamente a
unos trescientos kilómetros frente a las
costas de Nicaragua, hasta que fue
rescatado por otro barco que acertó a
divisar sus señales. Hasta hoy, nadie ha
logrado aún identificar dicha isla.

S e han constatado en todo el mundo


un total de 168 leyendas que
relatan o mencionan, dentro de
diferentes tradiciones, un Diluvio
Universal. Sólo los indios americanos
ofrecen 58 versiones diferentes, aunque
fuertemente emparentadas entre sí. La
gran mayoría de todas estas leyendas se
pueden considerar independientes, sin
conexiones unas con otras, aunque
narran un mismo hecho central: una
tromba de agua que todo lo anega y que
aniquila todo signo de vida animal y
humana, sobreviviendo sólo algunos
elegidos por los dioses. Por ejemplo, un
mito gaélico describe la explosión
inicial del Llyn-Llyn («Mar de Mares»)
que inundó el mundo y ahogó a todos sus
habitantes. Para la tradición rusa, la
Tierra descansaba sobre cuatro ballenas;
al morir una de ellas, se desencadenó
una tormenta que destruyó el planeta. En
la mitología hindú, Visnú salvó tres
veces al mundo que previamente se
había inundado por completo. Las
tradiciones chinas relatan la vida de dos
supervivientes de un gran diluvio, Fushi
y Nukua, cuyos cuerpos en forma de pez
les permitieron salvarse nadando. En el
antiguo México se contaba que un
hombre y una mujer se salvaron de un
diluvio encerrados en una cesta de
madera. La mitología griega narra que
Zeus, observando que los hombres
habían degenerado sus costumbres,
decidió enviar un diluvio que acabara
con ellos; pero se apiadó de Decaulión,
el rey de Tesalia, y de su esposa Pirra, y
decidió salvarlos diciéndoles que
construyeran una nave; ésta flotó sobre
las aguas durante nueve días, varándose,
cuando las aguas bajaron, en el monte
Parnaso. A instancias de Zeus,
Decaulión y Pirra regeneraron la raza
humana arrojando piedras sobre el suelo
(de las que lanzó él, surgieron los
hombres; de las de ella, las mujeres).
Con todo, el más claro antecedente
del Diluvio Universal narrado en el
Antiguo Testamento lo aporta la
mitología mesopotámica, que fue
descifrada a partir de las tablillas
encontradas en las ruinas de Nínive. En
ellas se habla de gotas de lluvia del
tamaño de platos que provocaron la
muerte de todos los malvados. El héroe
de esta epopeya es Gilgamés, que da
nombre a la narración, pero el
protagonista de la leyenda del Diluvio
es Utunapistim, que sobrevivió con toda
su familia a bordo de un arca, tras siete
días de lluvias. Antes de saltar a tierra
este héroe sumerio-babilónico envió una
paloma, un vencejo y un cuervo para
comprobar si el nivel de las aguas ya
había descendido lo suficiente como
para dejar al descubierto tierra firme.

A comienzos de nuestra era, en las


montañas y altiplanicies de Perú y
Bolivia vivía el pueblo mochica,
ascendiente directo de los indígenas que
siglos después serían llamados por los
españoles incas. Este pueblo, a pesar de
habitar en la cordillera andina, era un
pueblo marinero, que curtió su oficio en
el lago Titicaca. Según las leyendas
populares, en determinado momento de
su historia un hombre de tez clara y
cabellos rubios que viajaba a lomos de
un animal cuadrúpedo desconocido para
ellos se convirtió en monarca de los
mochicas y en consecuencia fue elevado
a la categoría de dios. Su nombre era
Lak-Viracocha y reinó hasta que el
pueblo se rebeló contra él por
desconocidas razones. El dios-hombre
hubo de escapar junto a su séquito en
dirección al mar, en el que se embarcó y
desapareció rumbo al oeste. Por otra
parte, cuando los primeros exploradores
españoles llegaron a la Polinesia,
hallaron, según cuenta una leyenda
surgida posteriormente, un pueblo de
características étnicas muy peculiares,
con largos cabellos rubios, piel blanca y
ojos azules, que adoraban al dios Kon-
Tiki, en quien algunos investigadores
creen ver al legendario Viracocha
mochica. Los nativos explicaban que
este pueblo había venido desde el este.
Lo cierto es que desde siempre la
posibilidad de que algunos navegantes
preincaicos llegasen hasta las lejanas
islas polinesias desde la costa
americana del Pacífico intrigó a
aventureros y científicos occidentales.
En 1947, el noruego Thor Heyerdahl
(1914) organizó y llevó a cabo una
expedición a bordo de la embarcación
Kon-Tiki, confeccionada con madera de
balsa, partiendo desde Lima y
alcanzando las islas polinesias de
Tuamotu. El 29 de junio de 1988, el
aventurero español Kitín Muñoz, a
bordo de la balsa Uru, construida con
tallos de totora (planta de la que se
servían los antiguos mochicas para
construir los barcos con que surcaban el
Titicaca), partió desde el puerto limeño
de El Callao hacia el oeste, llegando el
22 de agosto, casi dos meses después de
partir, a la isla Nukuhiva, la principal
del archipiélago de las Marquesas.
Ambas aventuras vinieron a demostrar
la viabilidad de un viaje desde la costa
occidental de América a las islas
polinesias por parte de los antiguos
mochicas.

E n 1922 se produjo
descubrimiento arqueológico de la
tumba intacta de Tutankamon, el
el

adolescente y poco importante faraón


egipcio de la XVIII Dinastía casado con
una hija de la reina Nefertiti y muerto a
los dieciocho años. Pocos meses
después del hallazgo, George Edward
Stanhope Molineux Herbert, quinto
conde de Carnarvon (1866-1923),
egiptólogo y filántropo que financiaba
los trabajos del arqueólogo descubridor
del hallazgo, Howard Carter (1873-
1939), fue picado por un mosquito; al
afeitarse se cortó la hinchazón y el 5 de
abril de 1923 moría en El Cairo, víctima
de una septicemia. Su fallecimiento
avivó las especulaciones referente a la
maldición que, según las tradiciones
ancestrales egipcias, habría de caer
sobre los que profanasen las tumbas de
los faraones. Según el relato de algunos
contemporáneos, en el momento exacto
en que el conde británico fallecía, se
produjo un apagón en la capital cairota.
Poco después, dos hermanastros y la
esposa del conde fallecían también, al
igual que un ayudante (A. C. Mace) y el
secretario de Carter, el hijo de lord
Westbury (cuyo padre se suicidó,
desesperado, al año siguiente). El
egiptólogo Arthur Weigall, que había
estudiado la momia de Tutankamon,
murió súbitamente aquejado de unas
fiebres desconocidas. Archibald
Douglas Reid también falleció
repentinamente, mientras examinaba una
momia por rayos X. Un magnate
americano y un egiptólogo francés
sufrieron también sendos accidentes tras
visitar la tumba, avivando todo ello la
leyenda de la maldición.

E l físico holandés Christian


Huygens (1629-1695) regaló al
rey francés Luis XIV el considerado
como primer péndulo de la historia. Al
morir el monarca, el 1 de septiembre de
1775, a las 7.45 horas de la mañana, el
péndulo dejó inexplicablemente de
moverse.

E l actor Glenn Ford, sometido a


hipnosis, recordó dos vidas
anteriores. Una en la persona del
vaquero Charlie Bill, al servicio de un
ganadero de nombre Charlie Goodnight,
en Colorado. Otra como Charles Stuart,
un profesor escocés de piano. El actor,
hipnotizado, llegó a tocar el piano con
habilidad, a pesar de que, según
declaró, «no sé tocar ni una nota».

E n julio de 1887, cuatro buscadores


de oro hallaron en Spring Valley,
cerca de Eureka, en el estado
norteamericano de Nevada, los restos
fosilizados de un hueso de apariencia
humana. Estudiados los restos por dos
médicos, se determinó, sin lugar a
dudas, que se trataba de una tibia
humana. Lo sorprendente es que medía
99 centímetros, por lo que debería
corresponder a un ser humano de más de
3,70 metros de estatura.

E l 26 de mayo de 1828 un zapatero


de la ciudad alemana de
Núremberg, llamado Georg Weichman,
encontró en la calle, perdido, a un
extraño muchacho, semidesnudo y
asalvajado, que sólo sabía decir dos
frases: «no entiendo» y «quiero ser
soldado como mi padre». Dado a
conocer el caso, enseguida comenzaron
a proliferar las especulaciones sobre la
procedencia de este muchacho, que se
dio en llamar Kaspar Hauser. Viendo
que no sabía leer ni escribir, ni siquiera
utilizar los cubiertos o reconocer la
comida, se pensó que se trataba de algún
tipo de subnormal profundo. Sin
embargo, en medio año aprendió a
hablar más que correctamente y en sólo
quince semanas asimiló buena parte de
la educación convencional de cualquiera
de sus conciudadanos. Cuando ganó en
expresividad, contó que había vivido
siempre en una pequeña habitación, en
la que no entraba luz natural alguna y a
la que un misterioso cuidador le llevaba
pan y agua para su manutención. Famoso
en toda Europa, el burgomaestre de
Núremberg encargó su educación al
profesor Friedrich Daumer, mientras que
Lord Stanhope le adoptaba oficialmente.
Sin embargo, cuando el enigma sobre su
origen y procedencia estaba aún en
plena ebullición, un nuevo misterio vino
a sumarse al anterior. El 14 de
diciembre de 1833, cinco años y medio
después de su aparición, fue encontrado
su cadáver apuñalado en un parque
nevado (nieve en la que sólo se
encontraron huellas suyas). Nadie logró
nunca averiguar cómo y por qué fue
asesinado.

U no de los muchos magnicidios que


ha quedado impune en la historia
es el asesinato del general y estadista
español Juan Prim (1814-1870). En total
se dictaron 105 autos de procesamiento
contra otras tantas personas distintas, se
recogieron 2485 declaraciones y se
efectuaron no menos de 89 careos,
incoándose un expediente de más de 11
500 folios; sin embargo, el sumario fue
finalmente sobreseído, sin que se llegara
a ninguna conclusión cierta y sin que se
acusara formalmente a nadie del
asesinato.

S egún una leyenda, en los primeros


años del siglo XIX, un capitán
escocés enterró un tesoro en la
deshabitada isla de Cocos, en el
Pacífico, al oeste de Costa Rica, por
orden de las autoridades coloniales
españolas que querían evitar que cayera
en manos de los independentistas
sudamericanos. Al parecer, el llamado
Tesoro de Lima estaba formado, entre
otras cosas, por unas 30 toneladas de
oro y piedras preciosas, una estatua de
la Virgen de tamaño natural, así como
gran cantidad de custodias y objetos
eclesiásticos, además de 273 espadas de
oro macizo e incrustadas de piedras
preciosas. Al menos 500 expediciones
han viajado desde entonces a dicha isla,
en una búsqueda, hasta ahora,
infructuosa.

E n el año 1590, el soldado español


Juan Valverde recibió un gran
regalo de su suegro, un jefe indio,
consistente en una docena de lingotes de
oro de cien libras cada uno —valorados
en más de 2000 millones de pesetas
actuales—, y lo escondió en una cueva
del macizo Llangantani, en Ecuador, en
espera de poder llevárselo a España.
Ante la presión de las autoridades
coloniales, al tanto de la donación,
Valverde, previo pago de un rescate,
reveló la localización de la cueva. Sin
embargo, todas sus referencias habían
desaparecido con el natural cambio de
la vegetación de la selva y el tesoro no
pudo ser encontrado. Desde entonces, un
gran número de aventureros fue en su
búsqueda infructuosamente, hasta que el
joven austriaco Thour de Koos encontró
la cueva. Sin embargo, antes de que
pudiera llevarse el tesoro, contrajo una
pulmonía fatal y se llevó su secreto a la
tumba. Nadie hasta ahora ha logrado
reencontrar aquel legendario tesoro.

E l Papa Pío V (1504-1572) aseguró


haber visto la batalla de Lepanto
desde Roma. Lo cierto es que celebró la
victoria antes de que la noticia llegara
efectivamente a Roma.

E l autor del libro del Apocalipsis o


Libro de la Revelación (según la
tradición, San Juan) menciona el número
666, simbolizando un monstruo de siete
cabezas y diez cuernos, que era la
representación del Anticristo. Esta cifra,
conocida desde entonces con el nombre
de Número de la Bestia, que pasó a ser
considerada por los ocultistas como la
representación del demonio, ha sido
interpretada después como una
referencia velada al emperador Nerón
(La Bestia), que elude el peligro de
aludir en sus escritos al emperador
romano, con las consecuencias que ello
tenía en aquella circunstancia histórica.
Sin embargo, han sido numerosas las
distintas interpretaciones que a lo largo
de la historia de la teología católica se
han dado a esta cifra. Por ejemplo, el
teólogo Pedro Bungo escribió un largo
tratado (de 700 páginas) en el que
trataba de demostrar que el número 666
era en realidad un criptograma del
nombre de Martin Lutero. Éste replicó
interpretándolo como una profecía sobre
la duración del Papado. El matemático
protestante Stifel creyó ver en el número
una referencia al Papa León X y de él
dedujo (por medio de unos vericuetos
especulativos irreproducibles) que el fin
del mundo ocurriría en el año 1533.
Otros teólogos han querido entender el
Número de la Bestia como una alusión
profética a, entre otros, Calígula,
Mahoma, Napoleón o Hitler.
Errores, gazapos y
patinazos

E l secretario de estado de
Relaciones Exteriores
norteamericano, William Jennings Bryan
(1860-1925), encargado de la
organización de los actos de
inauguración oficial del canal de
Panamá (1920), invitó a todos los países
occidentales a enviar tina representación
de sus respectivas armadas a los actos.
Lo curioso es que llevó a tal extremo su
celo diplomático que llegó a invitar a la
inexistente Armada de Suiza.

E l explorador español Francisco


Fernández de Córdoba (?-1518)
desembarcó en 1517 en una península a
la que llamó Yucatán, porque los nativos
pronunciaban dicha palabra contestando
a su pregunta de cómo se llamaba la
costa en la que había desembarcado, lo
que le hizo pensar que tal era su nombre.
En realidad, yucatán quiere decir en
lengua maya «no entiendo». Algo así
como si a la vuelta de Londres
dijéramos que hemos estado en
Aidonanderstán.
H acia 1860,
estadounidense
el
George
senador
M.
Willing bautizó con el nombre de Idaho
a la extensa región minera de Pike's
Peak, aduciendo que dicha palabra india
significaba «perla de la montaña». El
Congreso de los Estados Unidos, al
hacer las oportunas averiguaciones,
llegó a la conclusión de que esa
traducción no era correcta, y decidió
llamar al territorio Colorado por el
nombre del río que la atraviesa. Sin
embargo, el topónimo Idaho quedó ahí
y, dos años después, cuando hubo que
buscar un nombre a un nuevo territorio
del noroeste de la costa del Pacífico,
alguien lo recordó y lo propuso, siendo
aceptado en 1863. Cuando el territorio
fue elevado a la categoría de Estado de
la Unión, en 1890, se mantuvo su
nombre. Sin embargo, posteriormente se
descubrió que esa palabra significaba en
idioma aborigen «mierda de búfalo».

E n cierta ocasión en que


presentaron a la firma de la reina
inglesa Victoria (1819-1901) una ley
contra la homosexualidad, ésta eliminó
escandalizada toda referencia a la
variante femenina. Sin embargo, el
hecho tuvo consecuencias paradójicas,
ya que, mientras que la homosexualidad
masculina quedó tipificada como delito,
el lesbianismo continuó siendo legal.

L a reina Isabel II de Inglaterra fue


coronada el 2 de junio de 1953, un
día que, según los meteorólogos sería el
más soleado del año. Sin embargo,
llovió abundantemente.

L a Asociación de los Judíos de la


Nación Alemana pidió
públicamente el voto para Adolf Hitler
en las elecciones de 1933.
L levado por su celo realista, el
pintor renacentista italiano Jacopo
Robusti Tintoretto (1565-1590) pintó
una gran reproducción del Éxodo de los
hebreos desde Egipto a la Tierra
Prometida. El cuadro, titulado Los
israelitas recogiendo el maná en el
desierto, mostraba a los judíos dirigidos
por Moisés armados con una especie de
escopetas; un anacronismo ciertamente
notable.

E n uno de los aproximadamente


3000 retratos que pintó el inglés
Joshua Reynolds (1723-1792) se ve a un
personaje inmortalizado con un
sombrero en su cabeza… y otro debajo
del brazo.

n la línea 114 de la escena 2.a del


E acto II de la versión original de la
obra de William Shakespeare Julio
César, el personaje de César pregunta a
Bruto: «¿Qué hora ha dado ese reloj?»,
y el aludido responde: «César, son las
ocho». Estas frases no dejarían de ser un
intercambio de información banal, si no
fuera por el anacronismo de situar un
reloj que da las horas en tiempos
romanos, cuando tales avances
mecánicos no se producirían hasta
catorce siglos después.
E n cierta ocasión, la Casa de la
Moneda estadounidense lanzó al
mercado unas monedas en las que se
podía leer In Gold We Trust (es decir,
«Creemos en el Oro»), en vez del lema
que hubiera sido correcto In God We
Trust («Creemos en Dios»).

E n 1920, el Departamento de
Agricultura de los Estados Unidos
publicó un folleto recomendando a los
agricultores el cultivo de marihuana por
ser extraordinariamente rentable.
E n 1948, en plena guerra entre
judíos y árabes, el embajador
estadounidense ante las Naciones
Unidas, Warren Austin, apeló al buen
sentido de los dirigentes de ambos
bandos, sugiriendo que arreglasen sus
desavenencias por vía pacífica como
buenos cristianos.

C uando el insumergible Titanic se


hundió en 1912 en aguas del
Atlántico, el Senado estadounidense
abrió una investigación para tratar de
aclarar las causas del trágico suceso.
Tras oír la descripción técnica del
trasatlántico por parte de un experto, el
senador William A. Smith, representante
del estado de Michigan, le preguntó
ingenuamente: «¿Por qué no se
refugiaron los pasajeros en los
compartimentos estancos que ha
mencionado para evitar ahogarse?».
Evidentemente sus conocimientos
navales no eran muy profundos o, dicho
con otras palabras, su ignorancia en el
tema era tan profunda como las aguas
del Atlántico en que se hundió el barco,
compartimentos estancos incluidos.

E l 22 de julio de 1962, el cohete


espacial estadounidense Mariner
I, que viajaba rumbo a Venus, hubo de
ser destruido desde tierra al mostrar un
desvío incorregible en su rumbo.
Inmediatamente se abrió una
investigación que llegó a la conclusión
de que este desvío se había debido a un
error en la programación de los
ordenadores de a bordo, consistente en
la omisión de un guión ortográfico en su
programa de vuelo. Esta nimia omisión
se calcula que supuso unos 18,5
millones de dólares de la época.

E l récord de erratas en un periódico


diario registrado está en posesión
de la edición del londinense The Times
del 22 de agosto de 1978, en la que
aparecían en una sola columna de la
página 19 un total de 97 erratas. Todas
ellas consistían en la omisión de la
última letra de la palabra Pope
(«Papa») referida al pontífice Pablo VI.

L os arquitectos que proyectaron la


Torre de Pisa, Bonanno de Pisa y
Guillermo Tedesco, cometieron el error
de cavar unos cimientos de sólo cuatro
metros de profundidad al comenzar su
construcción en 1174. Ya a mitad de la
obra, el suelo se deslizó y la torre
creció ya inclinada, obligando a
abandonar el proyecto. Finalmente, el
edificio sería terminado en 1350, con
tres de sus ocho pisos construidos en
vertical, intentándose alterar
convenientemente su centro de gravedad
y sostener así en pie esta torre o
campanile con sus más de cinco metros
de inclinación. A la vista está que aquel
intento no tuvo éxito, ya que hasta fecha
muy reciente, la torre ha seguido
inclinándose a razón de 0,75 cm anuales.
Recientemente, sin embargo, parece ser
que esta progresiva inclinación se ha
detenido, a causa de un nuevo
corrimiento de tierras en el subsuelo y a
la acción de unos contrapesos instalados
en su base.
E l óleo de 1928 de la pintora
estadounidense Georgia O'Keefe
titulado Oriental Poppies («Amapolas
orientales»), que se exhibe en el museo
de la universidad de Minnesota, en los
Estados Unidos, estuvo colgado
verticalmente durante treinta años,
cuando en realidad fue pintado en
sentido horizontal.

E n 1961, se expuso colgado boca


abajo durante 47 días en el Museo
de Arte Moderno de Nueva York el
cuadro Le Bateau («El barco») del
pintor francés Henri Matisse (1869-
1954), antes de que alguien se diera
cuenta del error. En ese tiempo, se
calcula que el lienzo pudo tener
aproximadamente unos 116 000
espectadores.

L a ciudad estadounidense de Nome,


un enclave turístico del estado de
Alaska, debe su nombre a un error. En
un viejo mapa británico, se podía leer la
inscripción Name? (en español,
«¿Nombre?») sobre la localización de
este asentamiento, indicando que aún no
había sido bautizado. Algún funcionario
poco cuidadoso lo copió como Nome y
así ha quedado hasta hoy.
E l nombre del continente americano
proviene del de Américo Vespucio
(1454-1512), un navegante florentino
que realizó varios viajes de exploración
a las Indias, en el curso de los cuales
dibujó cartas y mapas de los nuevos
territorios, llegando incluso a dar el
nombre de Colombia, en honor de
Colón, a las tierras en que desembarcó.
En principio, creyó que aquellas tierras
no pertenecían, como se pensaba, a una
isla, sino que eran el extremo oriental de
Asia. Mediante cálculos, llegó a la
conclusión de aquel confín estaba mucho
más allá del finis terræ señalado por
Tolomeo, lo que le llevó a ser el
primero que, según se cree, advirtiera
que se trataba de un nuevo continente,
afirmación que revolucionó la
Geografía. Al mismo tiempo, en 1507,
en Saint-Dié, pequeña localidad de los
Vosgos franceses, el cosmógrafo Martin
Waldseemüller (1475-1521) se
dedicaba a escribir una introducción a
los libros de Tolomeo. Al tener noticia
de las afirmaciones de Américo
Vespucio, introdujo el nombre de
América en el planisferio que
acompañaba a dicha obra,
adjudicándolo al nuevo continente. Tal
denominación tuvo éxito en los
ambientes científicos y pasó a ser la
denominación oficial del Nuevo Mundo,
a pesar incluso del propio cosmógrafo
alemán, que intentó deshacer su errónea
atribución, evidentemente sin obtener
resultado.

E n el curso de su circunnavegación
terrestre, Hernando de Magallanes
(1480-1521) y su tripulación asistieron
a una danza ritual bailada por un
indígena tehuelche en una playa de una
tierra al sur del continente americano.
Observando su gran corpulencia y el
desproporcionado tamaño de sus pies,
decidió llamar a aquellas tierras
Patagonia (es decir, «tierra de los de la
pata grande»). En realidad, los indios no
tenían los pies grandes, sino que los
llevaban forrados de pieles para
defenderse del frío.
Unos meses antes, Magallanes y sus
hombres habían llegado a las costas de
la actual Uruguay, frente a las cuales
Magallanes exclamó «¡Monte video!»
(«¡Monte veo!»). Tiempo después, en
1726, éste fue el nombre que se dio a la
ciudad allí fundada por el español
Bruno Mauricio de Zabala (1682-1736),
y que, con el paso del tiempo, sería la
capital uruguaya, Montevideo.
E n 1905, el escritor estadounidense
Jack London (1876-1923) se
presentó como candidato a la alcaldía
de su ciudad natal, Oakland, en
California, obteniendo un sonoro
fracaso, al recibir menos de 500 votos.

E n 1860, la revista norteamericana


Godey's Lady's Book, haciéndose
eco de la popular prevención sobre los
efectos venenosos de los tomates,
aconsejaba no comerlos sin haberlos
cocido, al menos, durante tres horas.
D urante la prohibición alcohólica
impuesta en los Estados Unidos
por la llamada Ley Seca se calcula que
funcionaron en aquel país más de 200
000 tabernas ilegales. Solamente en la
ciudad de Nueva York, unos 32 000
establecimientos clandestinos
continuaron con el negocio que antes de
la prohibición atendían no más de 15
000 tabernas.

C omo los inmensos esqueletos que


fueron reconstruidos a partir de
restos óseos fosilizados eran de
naturaleza aparentemente reptiliana,
fueron designados por el zoólogo
británico Richard Owen (1804-1892)
con la palabra de origen griego
dinosaurios, que significa «lagartos
terribles». Sin embargo, en opinión de
los expertos actuales, aquellos
gigantescos reptiles están emparentados
más estrechamente con los cocodrilos
que con los lagartos, por lo que deberían
llamarse, con mayor propiedad,
dinocrocodilios.

E n el estado norteamericano de
Nueva Jersey, al darse a conocer
el descubrimiento de Wilhelm Conrad
Roentgen (1845-1923) de los rayos X,
se dictó una ley prohibiendo su posible
aplicación en los binoculares de teatro,
bajo la sospecha de que servían para ver
el cuerpo desnudo de las damas a través
de sus ropas; sospecha promovida
subrepticiamente por una oportunista
campaña publicitaria de un fabricante de
binoculares. Mientras tanto, en Londres
se llegó a vender ropa interior a prueba
de rayos X.

E l Papa Benedicto XIV (1675-


1758) llamó influenza a la gripe
por considerar que era causada por la
influencia de los astros.
E n 1783, los habitantes de la ciudad
francesa de Gonesse estaban
seguros de que el visitante del cielo que
había caído sobre la ciudad había sido
enviado por Satanás y lo atacaron con
horcas. Luego ataron los restos,
desinflados y siseantes, a la cola de un
caballo, que al galopar por el campo,
los deshizo por completo. Según se
comprobó después, el visitante no era
otra cosa que la seda impermeabilizada
de uno de los primeros globos
aerostáticos llenos de hidrógeno que
surcaban los cielos europeos.
E l pintor flamenco Peter Paul
Rubens (1577-1640) se permitió
la licencia artística, en su famosa obra
Madona del papagayo, de pintar a la
Sagrada Familia con un papagayo del
Brasil; anacronismo ciertamente curioso
tratándose de un ave que no se conoció
en el Viejo Mundo hasta que los
conquistadores españoles se adentraron
en América y que, por tanto, mal podría
haber estado presente en cualquier
escena de la vida de la Sagrada Familia.

E n 1846, el ministro de Hacienda


español trató de imponer una
iniciativa por la cual los sueldos de los
funcionarios públicos se abonarían a
partir de aquel momento trimestral y no
mensualmente. Con ello trataba, en sus
propias palabras, «de simplificar la
contabilidad». Naturalmente, se elevó un
clamor general de protesta, cuya
intensidad hizo desistir en su empeño al
innovador ministro.

E n la escena final de la ópera de


Gioachino-Antonio Rossini
(1792-1868) La muerte de Porlici, más
conocida por Masaniello, la heroína se
arroja al cráter del Vesubio literalmente
«desde el balcón del palacio real de
Nápoles», situado en realidad a una
distancia de unos 15 kilómetros.

E n el año 526, los errores del


calendario juliano vigente habían
ido acumulando un desfase en la
celebración de las fiestas religiosas que
obligó al Papa Juan I a encargar al
erudito Dionisio El Exiguo un estudio
cronológico que sirviera de base para
establecer una decisión definitiva sobre
la fijación de las fiestas anuales.
Dionisio decidió replantearse todo
partiendo desde la fecha del nacimiento
de Jesús. Hizo los cálculos oportunos y
la fijó en el 24 de diciembre del año
753 de la era romana, lo cual significó
un error —intencionado o no— de
varios años con respecto a lo que ahora
calculan los expertos. Sea como fuere,
esta forma de computar los años de
acuerdo con el presunto nacimiento de
Cristo no se impuso de inmediato en el
orbe cristiano. Ninguna comunidad
nacional lo aceptó hasta que, en el año
644, lo hiciera la Iglesia de Inglaterra en
el Sínodo de Whitby, aunque tampoco
esta vez se pusieran de acuerdo todos
los eruditos. Años después, el
espaldarazo definitivo lo dio el muy
respetado erudito Beda El Venerable
(673-735), que contribuyó a su
aceptación general al redactar su obra
Historia eclesiástica de los ingleses
adecuando las fechas mencionadas en su
relato a aquella nueva cronología (por
lo que se puede afirmar que, hasta donde
se sabe, fue el primero que distinguió
entre antes y después de Cristo). La
Iglesia de Francia asumió el sistema de
la era cristiana en el año 742, en el
llamado Concilium Germanicum, y más
tarde lo hicieron las Iglesias de
Hispania e Italia. En todo caso, lo que
parece seguro hoy es que Jesucristo
nació en una fecha desconocida situada
entre los años 7 y 4 antes de Cristo.
E l filántropo Eugene Scheifflin
concibió la idea, alrededor de
1890, de poner en marcha un proyecto
para llevar a América todos los pájaros
mencionados por Shakespeare en sus
obras. Bienintencionada, pero
desgraciadamente. Scheifflin logró que
se soltaran estorninos en el Central Park
neoyorquino. Hoy en día estas aves han
proliferado por millones desde Alaska
hasta México, sin verse molestadas por
ningún depredador y convirtiéndose en
una plaga perniciosa, al alterar el
equilibrio ecológico.
L a distancia que se cubre
actualmente en una carrera de
maratón olímpica es de 42 kilómetros y
195 metros. Esta distancia se hace
equivaler muy a menudo con la que
separa Atenas de la llanura de Maratón,
donde se celebró la batalla que recuerda
el nombre de esta moderna carrera. Sin
embargo, no es así: la distancia entre
Atenas y Maratón es de
aproximadamente 40 kilómetros (aunque
varía mucho según el camino elegido).
Y, de hecho, en los primeros Juegos
Olímpicos, esa fue la distancia que se
corrió. Sin embargo, al ir a disputarse la
carrera en los IV Juegos Olímpicos
celebrados en Londres en 1908, el
Príncipe de Gales (encargado de dar la
salida) pidió al Barón de Coubertin que
la competición se iniciase en los
jardines del Castillo de Windsor, donde
residía, y no en el punto de salida
inicialmente previsto. Así se hizo, y
habida cuenta de que la distancia desde
estos jardines hasta la meta del Estadio
Olímpico era de 42 kilómetros 195
metros (26 millas y 385 yardas), ésta
pasó a ser la distancia oficial de la
carrera de maratón.

E n febrero de 1888, el gobierno


español, presidido a la sazón por
Práxedes Mateo Sagasta (1827-1905),
anunció la próxima puesta en circulación
de una nueva emisión de monedas de
cinco pesetas de nuevo cuño.
Sorprendentemente, una gran cantidad de
estos nuevos duros falsos, como luego
se comprobó, aparecieron en el mercado
antes de lo anunciado. El gobierno, ante
tal fracaso, hubo de retirar la anunciada
emisión y lanzarse a una infructuosa
persecución de los falsificadores, que
por una vez se habían adelantado a los
acontecimientos.
Extravagancias y
locuras

E l orador, médico y poeta del siglo


XVII Gaspar Balaus, se creyó
hecho de mantequilla, por lo que eludía
cualquier fuego o fuente de calor por
miedo a derretirse. Un día muy caluroso,
temiendo fundirse, se arrojó de cabeza a
un pozo y murió ahogado.

L a reina Cristina de Suecia (1626-


1689) odiaba tanto a las pulgas
que mandó construir un cañón en
miniatura de menos de 15 centímetros de
longitud, armándolo con diminutas
balas. Con él disparaba inmisericorde a
cuanta pulga viese allá donde estuviera.
En la actualidad, este cañón enano se
guarda en el arsenal de Estocolmo.

E l fisicoquímico inglés Henry


Cavendish (1731-1810), a falta de
otros instrumentos, medía la potencia de
las corrientes eléctricas de forma
directa, calculando por el dolor que le
producían. No obstante, vivió hasta los
80 años. Este gran científico, poseedor
por herencia de una de las mayores
fortunas de su época, era
extremadamente tímido, tal vez a causa
de un ligero tartamudeo, y rehuía
siempre que podía cualquier
conversación o encuentro, sobre todo si
se trataba de mujeres. Hasta tal punto
llegaba esto que, incluso, prefería
comunicarse con su servidumbre por
medio de notas. Y ya en el colmo, se
asegura que si llegaba a cruzarse en su
camino con una sirvienta, ésta era
inmediatamente despedida. Para poder
mantener su aislamiento, hizo construir
en su casa una entrada a su exclusiva
disposición.
E l rey español Felipe V (1683-
1746) fue progresivamente
vencido por la melancolía, la
hipocondría y la más profunda locura.
Se creyó atacado por el sol cuando
cabalgaba la mañana del 4 de octubre de
1717 y desde entonces se sintió al borde
de la muerte. No se dejaba cortar el
cabello ni las uñas ante el temor de que
aumentasen sus males, por lo que las
uñas de los pies le crecieron tanto que
no podía casi caminar. Se mordía
continuamente los brazos de ansiedad e,
incluso, se creía muerto, preguntando
por qué no había sido enterrado. En
otras ocasiones, afirmaba que carecía de
brazos y piernas. Su comportamiento fue
cada vez más y más extravagante:
ordenaba abrir las ventanas en pleno
invierno; se envolvía en mantas en
verano, y algunas noches se creía
convertido en rana. Su locura le llevó a
temer ser envenenado con una camisa
(sic) y desde entonces pasó un año
entero sin mudarse. Después optó por
razones de seguridad por vestir
únicamente camisas usadas de su
esposa, Isabel de Farnesio.

N ueve miembros de un club de


alpinismo australiano coronaron
la cima del monte Huascarán (6768
metros), en Perú, con una mesa, sillas,
comida de tres platos y vino y
celebraron en la cumbre la que, sin
duda, es la comida formal celebrada a
mayor altura de la historia.

E l rey Eduardo VII de Inglaterra


(1841-1910) se ponía nervioso
con el tintineo de las monedas y
prohibió que nadie compareciera ante él
con calderilla en el bolsillo.

E l pintor holandés Vincent van


Gogh (1853-1890), en las fases
agudas de su locura, sólo podía
conciliar el sueño si rociaba el colchón
y la almohada con alcanfor. Más y mejor
conocido es que Van Gogh intentó matar,
en un absceso de locura, a su amigo y
colega Paul Gauguin. Arrepentido de su
acción, se autolesionó, cortándose
parcialmente una oreja. Aunque sus
crisis de demencia se debieron, al
parecer, a un problema de tipo genético,
también contribuyó a ellas su escaso
éxito artístico. Según todas las pruebas
aportadas por sus biógrafos, de los 879
cuadros que se ha calculado que pintó en
total, van Gogh sólo vendió un cuadro en
vida: el titulado La viña roja.
E l emperador romano
procedencia siria Vario Avito
Basiano (205-222), coronado a los 14
de

años con el nombre de Marco Aurelio


Antonino, aunque más conocido con el
sobrenombre de Heliogábalo, tuvo una
vida ciertamente extravagante. Desde su
primer día en Roma no dejó de
asombrar a sus súbditos. Entró en la
metrópoli subido a un lujoso carro
tirado por mujeres desnudas. Era tan
afeminado que se vestía frecuentemente
con ropas femeninas y simulaba que se
casaba con gladiadores. Según los
relatos (la mayoría de los cuales nos han
llegado gracias a que el propio
emperador dispuso que un cronista
legase para la posteridad el detalle de
sus festines y andanzas), sus banquetes
no sólo eran pantagruélicos, sino a cada
uno más extravagante. A uno de ellos,
por ejemplo, invitó a ocho jorobados,
ocho cojos, ocho gordos, ocho
esqueléticos, ocho enfermos de gota,
ocho sordos, ocho negros y ocho
albinos. Durante los banquetes se
complacía en gastar continuas bromas
(de diferente gusto) a los invitados. Por
ejemplo, a la hora de los postres,
cuando ya todo el mundo se hallaba
bastante afectado por la bebida, el
emperador mandaba cerrar las salidas
del comedor y hacía soltar una manada
de fieras salvajes a las que previamente
había hecho arrancar los dientes y las
garras (claro que tal extremo lo
desconocían los aterrados comensales).
En cuanto al lujo y derroche de su vida,
quepa decir que se jactaba de no haber
bebido nunca dos veces en el mismo
vaso (se entiende que todos ellos eran
de oro y plata).

A la muerte de la zarina rusa Isabel I


Petrovna (1709-1762)
comprobó que su guardarropa contenía
se

la nada despreciable cifra de unos 15


000 vestidos. Se cuenta que solía
cambiarse hasta tres veces en una misma
noche.

G uglielmo Marconi (1877-1937),


inventor del telégrafo, trabajó
durante bastante tiempo en un aparato
que, según él, le permitiría recibir y
grabar voces del pasado. Su máxima
ilusión era grabar las últimas palabras
de Cristo en la Cruz.

L a vida de la emperatriz francesa y


esposa de Napoleón Bonaparte,
Josefina (1763-1814), nacida en la isla
de la Martinica como Josephe Tascher
de la Pagerie y posteriormente
Josephine Beauharnais tras un primer
matrimonio que quedó roto al morir su
marido bajo la guillotina revolucionaria
(1794), fue famosa por los gastos
suntuarios con que se regalaba. Una de
sus aficiones preferidas eran los
animales. A poco de que su marido se
instalase en el trono imperial, Josefina
comenzó a introducir en palacio una
colección de perros y pájaros exóticos.
Por ejemplo, a un solo pajarero, Renaux,
le compró en 1807 una partida de
pájaros valorada en 7312 francos,
gastando una cifra superior a los 30 000
en los tres años siguientes. También era
aficionada a las plantas raras, por lo que
de todo el mundo comenzaron a llegar a
palacio toda clase de plantas y árboles
exóticos. Se dice que por su iniciativa
se plantaron en Francia por primera vez
eucaliptos, catalpas, camelias, dalias,
mirtos, geranios, mimosas, cactus y unas
150 variedades nuevas de rosales. Pero
su gran placer y su mayor gasto eran los
vestidos. Por ejemplo, en un solo año
compró 20 chales de cachemira, 73
corsés, 70 pares de medias de seda, 780
de guantes y 520 de zapatos. En 1809,
tenía en su guardarropa 676 vestidos
nuevos, 252 sombreros y multitud de
cintas, flores de tela, plumas, tules y
otros adornos y complementos.
P arece un hecho comprobado que
Luis XIV de Francia (1638-1715),
el llamado Rey Sol, sólo se bañó dos
veces en su vida, y en todo caso siempre
bajo prescripción facultativa. Otra de
sus costumbres era la de conceder
audiencias sentado en el retrete real. No
obstante, era una persona refinada según
los cánones de la época. Por ejemplo,
escribía versos (al parecer muy malos) y
fue un admirador del ballet, hasta el
punto de que él mismo bailó en más de
30, que a tal fin compuso Jean Baptiste
de Lully, su compositor de cámara. Por
ejemplo, desempeñó el papel de Rey Sol
en el Ballet de la Nuit, representado en
1653. Los 43 cuadros de la obra
duraron, de forma simbólica, 12 horas, y
el rey apareció en la cuarta y última
parte, bailando desde las 3 de la
madrugada hasta el amanecer. En
aquella ocasión, Luis, con 15 años de
edad, iba vestido con un traje masculino
de falda festoneada corta y tocado de
plumas adornado con el Sol y sus rayos.
En los ballets representados durante su
reinado, Luis interpretó otros grandes
papeles; por ejemplo: Apolo, Neptuno y
Júpiter. Su última aparición data de
1669. Complementariamente, Luis XIV,
quizás por influjo de su esposa, la
española María Teresa, también tocaba
la guitarra, y al parecer con cierta
maestría, tras ser instruido por profesor
español Roberto de Viseo, que compuso
para su alumno algunas piezas,
publicadas en 1686.

P oco después de que fuera probada


con éxito en 1887 la primera silla
eléctrica de la historia, los fabricantes
recibieron un pedido de tres unidades
del Negus de Abisinia (Etiopía)
Menelik II (1844-1913). Cumplido el
encargo, el emperador abisinio,
comprometido con un programa de
modernización de su país, no pudo
llegar a estrenarlas por la sencilla razón
de que Abisinia no contaba por entonces
con energía eléctrica. El emperador, una
vez superado el enfado con sus asesores,
utilizó aquellas sillas como tronos
imperiales.
En otra ocasión, se cuenta que
Menelik dudaba de la posible solidez de
un futuro puente cuya maqueta le
presentaban para su aprobación. El
monarca, tratando de demostrar su
opinión, se acercó a la maqueta y la
golpeó con el puño, causando el natural
estropicio en el modelo, lo que, a sus
ojos, demostraba la falta de solidez del
futuro puente. Sus consejeros, ya
escarmentados, prepararon un segundo
modelo, esta vez con sólida madera;
Menelik inmediatamente intentó
aplastarlo de nuevo y como no pudo,
aprobó el proyecto.

E l emperador romano Domicio


Claudio Enobarbo Nerón (37-68)
hizo un viaje artístico a Grecia en el año
66 y aprovechó para participar en los
Juegos de Olimpia, Delfos y Corinto.
Fue necesario coronar al imperial
concursante con los laureles de
vencedor. Regresó a Roma dos años
después, llevando consigo más de mil
ochocientas coronas de triunfador. Por
ejemplo, obtuvo un título olímpico de
carreras de carros en el año 67, además
de algunos otros en poesía. En aquella
ocasión, ganó, entre otras razones,
porque corrió en solitario. Años
después, tal vez en recuerdo de sus
glorias olímpicas, Nerón instituyó los
Juegos Juvenales para conmemorar que
se había afeitado la barba, dedicándola
a Júpiter.
En otra época de su vida, Nerón
tomó lecciones de canto y debutó en la
actual Nápoles. El público huyó
despavorido al coincidir su
interpretación con un temblor sísmico.
En las siguientes actuaciones, sin
dejarse intimidar por los elementos,
Nerón obligó a cerrar las puertas para
que nadie se marchase durante su
actuación.
De Nerón también se dice que fue el
inventor de la moda del agua de rosas,
por la que sentía tal predilección que en
cierta ocasión gastó 4 millones de
sestercios (equivalentes a unos 20
millones de pesetas actuales) en aceite,
agua y pétalos de rosa para sí mismo y
sus invitados en una sola fiesta nocturna
ofrecida en pleno invierno a uno de sus
mejores amigos personales. Y se sabe
que en el entierro de su esposa Popea,
en el año 65, se gastó una cantidad de
perfume que superaba la producción
anual de Arabia. Incluso se perfumó a
las mulas que formaron parte del cortejo
fúnebre.

P ero si la vida del emperador


Nerón estuvo llena
excentricidades, no le fue mucho a la
de

zaga la de su esposa, la mencionada


Popea Sabina, de quien, por ejemplo,
las crónicas históricas cuentan que no se
separaba nunca de su bañera de plata ni
de las 500 asnas que suministraban la
leche necesaria para sus baños, con lo
que pretendía mantener la famosa
blancura de su piel. Popea, por cierto,
murió a consecuencia de un puntapié de
su cruel marido que complicó fatalmente
su embarazo.

E l general George Smith Patton


(1885-1945), héroe
estadounidense de las dos Grandes
militar

Guerras, aseguraba haber vivido otras


muchas vidas anteriores, en las que
había luchado en la guerra de Troya, en
las legiones de César contra Atila, en
las Cruzadas, en defensa de los Estuardo
de Escocia y en el ejército de Napoleón.
Por eso decía que era invulnerable, cosa
que intentaba demostrar avanzando a
cuerpo descubierto al frente de sus
tropas. Aseguraba que no moriría hasta
que no hubiera acabado victoriosamente
la guerra. Y así fue: tres meses después
de la rendición de Japón, un tanque de la
marca Sherman, e irónicamente del
modelo Patton, con los frenos rotos,
aplastaba su Jeep en la ciudad alemana
de Heidelberg, causándole graves
heridas que le provocaron una embolia
fatal.

L a bailarina rusa Ana Paulova


(1885-1931), genial intérprete de
la coreografía original de Fokine sobre
La muerte del cisne del compositor
francés Camine Saint-Säens, llevó su
amor a los cisnes hasta el extremo de
cuidar con verdadera dedicación a
varios ejemplares en un estanque
especialmente diseñado por ella en su
residencia londinense, Ivy House, en la
que también tenía algunos flamencos, un
pavo real y una gran pajarera llena con
ejemplares de muchas especies reunidos
en sus viajes.

A los 27 años, el escritor


estadounidense Edgar Allan Poe
(1809-1849) se casó con su prima
Virginia Clemm, que por entonces sólo
tenía 13. Poe pasó a vivir en Baltimore,
en la casa de su tía y suegra María
Clemm, que rápidamente se convirtió en
una nueva madre para el escritor.
Cuando escribía, exigía de ella que se
quedase a su lado sirviéndole café hasta
la madrugada. Fue su época más
fructífera. Por entonces, gustaba de leer
en público sus composiciones; para ello,
pegaba con engrudo sus manuscritos,
formando un largo rollo que iba
desenrollando a medida que avanzaba su
lectura, obteniendo un efecto dramático
muy a tono con el talante de sus poemas.

H ijo de una familia de clase media


acomodada, el escritor francés
Marcel Proust (1871-1922) luchó
durante años por hacerse un hueco en la
alta sociedad parisina. Una vez
conseguido tal propósito, comprobó que
ese ambiente le hastiaba y a partir de
entonces dio rienda suelta a su
excentricidad. Conocido bisexual,
contribuyó a financiar un burdel
homosexual, al que acudía
frecuentemente como espectador de
sesiones de sadomasoquismo. Tal hecho
trascendió tanto a la opinión pública que
el escritor intentó defender su honor
retando a duelo de pistola (que se saldó
sin heridos) a un periodista que comentó
en un artículo sus hábitos sexuales. En
otro momento de su vida, vivió un
apasionado menage à trois con la actriz
Louise de Mornand y uno de sus amigos.
Pero sus peculiaridades no
terminaban ahí. Se cuenta que trabajaba
hasta altas horas de la madrugada,
acostándose hacia las ocho de la mañana
y durmiendo, al parecer, completamente
vestido, incluso con los guantes puestos,
como correspondía a un friolero
compulsivo que, por ejemplo, con
ocasión de la boda de su hermano,
apareció abrumado por tres abrigos,
varias bufandas y protección especial en
el pecho. Proust era además un
hipocondríaco impenitente y
extremadamente sensible a los ruidos y a
los olores. Por eso aisló su fumigado
apartamento parisino con paredes de
corcho.

S egún se cuenta, el rey Carlos XII de


Suecia (1697-1718) permaneció
diecisiete meses seguidos en la cama,
postrado por la depresión que le
produjo la derrota infligida a su ejército
por las tropas del zar ruso Pedro El
Grande en la batalla de Poltawa (1709).
Esta marca fue superada, sin embargo,
por el francés Raoul Duval que,
depresivo y andrógino, odió a todo y a
todos lo suficiente como para no
levantarse de la cama durante dieciocho
años seguidos.

E l astrónomo danés Tycho Brahe


(1546-1601) perdió la nariz en un
duelo que sostuvo a los 19 años tras una
discusión sobre temas matemáticos. El
resto de su vida llevó siempre una nariz
postiza de oro y plata.

E l escritor satírico británico


Alexander Pope (1688-1744) era
descrito, sobre todo por sus enemigos,
como «un viejo cascarón chiflado»
debido a la extrema delgadez de sus
brazos y piernas debida a la tuberculosis
ósea que sufría. Se dice que para dar
más encarnadura a sus esqueléticas
piernas siempre calzaba no menos de
tres pares de medias y que para
mantener erguido su cuerpo vestía
siempre trajes de la más rígida lona.

E n la corte de Luis XV de Francia


(1710-1774) se creó la figura del
portacorbatas, un criado cuyo único
cometido era anudarle y desanudarle la
corbata al rey.

E l cirujano real inglés Henry


Halford practicó la autopsia del
rey Carlos I de Inglaterra (1600-1649)
en 1813, casi doscientos años después
de que el monarca fuera decapitado. En
el transcurso de dicha autopsia, Halford
se quedó con la cuarta vértebra cervical,
que había sido cortada por el hacha del
verdugo. Durante los siguientes treinta
años sorprendía a sus invitados
utilizándola como salero. Sin embargo,
tal práctica llegó a oídos de la reina
Victoria que, no muy satisfecha con el
humor negro del cirujano, mandó
enterrar la vértebra con el resto del
cuerpo del monarca.

C uando el rey Pedro I de Castilla


(1334-1369) aún era príncipe, se
enamoró de Inés de Castro, con la que se
casó secretamente. Su padre, Alfonso
XI, temiendo posibles complicaciones
políticas, inventó cargos contra la joven,
que fue juzgada, hallada culpable y
decapitada, lo que provocó la
insurrección de su hijo y una guerra civil
que sólo acabaría con la muerte del rey
en 1357. Al llegar al trono, Pedro
mandó exhumar el cadáver de su amada
y arrancar el corazón de sus verdugos.
El cuerpo de Inés de Castro, vestido y
engalanado para la ocasión, fue sentado
en un trono y coronado como reina
consorte. Todos los altos dignatarios de
la corte hubieron de rendirle pleitesía,
besándole la mano y tratándola como si
estuviera viva. La desventurada vida de
Inés de Castro sirvió de tema al escritor
Luis Vélez de Guevara para escribir su
drama Reinar después de morir (1652).

S e cuenta que el rey Carlos I de


Inglaterra (1600-1649), mientras
jugaba una partida de golf en las
instalaciones del condado de Leith un
día del año 1642, recibió la noticia de
que los católicos irlandeses se habían
sublevado. El rey no tomó ninguna
iniciativa para atajar la peligrosa
revuelta hasta que hubo terminado la
partida sin ninguna prisa especial. Años
más tarde, siendo prisionero de los
escoceses, recibió permiso de los
carceleros para seguir jugando al golf. Y
es que la locura de los británicos por el
golf es un hecho bien conocido. Por
ejemplo, en tiempos del rey Eduardo VII
(1901-1910), los miembros de la
Cámara de los Comunes acordaron
modificar el programa parlamentario
para poder jugar al golf los sábados.

S egún relatos históricos bien


documentados, el sabio y gran visir
persa Abdul Kassem Ismael (936-995),
apodado por su trato siempre afable
Saheb El Camarada, viajaba siempre
acompañado de su enorme biblioteca
formada por unos 117 000 volúmenes.
Tal cantidad de manuscritos era
transportada por 400 camellos,
adiestrados para marchar en perfecta y
ordenada fila india, de forma que las
obras fueran siempre bien ordenadas en
sus consecutivos lomos por el orden
alfabético de sus títulos. De este modo,
los camelleros bibliotecarios podían
poner inmediatamente en manos de su
señor cualquier manuscrito que
solicitase.

E l célebre cuadro de La Gioconda


fue adquirido en 1517 por el rey
Francisco I de Francia (1494-1547), en
cuya corte pasó Leonardo da Vinci los
tres últimos años de su vida. El monarca
francés, que pagó la por entonces
respetable cifra de 492 onzas de oro, lo
utilizó para decorar su cuarto de baño.

S egún cuentan sus biógrafos,


Armand Jean du Plessis, más
conocido como Cardenal Richelieu
(1585-1642), tuvo muchas y diversas
excentricidades. Una de las principales
fue su gran aficiónalos gatos (a los que,
además de profesarles amor, utilizaba
para probar su comida y librarse de
cualquier posible veneno). Dispuso en
su palacio una estancia especialmente
acondicionada para su crianza y
cuidado. En ella, los cuidadores (de los
que nos ha llegado el nombre de dos:
Abel y Teyssandier) los alimentaban con
paté de pollo dos veces al día. Al morir,
legó una pensión para el sostenimiento
de los gatos y de sus cuidadores.
En una determinada época de su
vida, según cuenta la tradición, el
Cardenal Richelieu pasaba casi todo el
día tumbado en la cama, bien defendido
por un buen número de almohadones de
seda. Tanto es así que, al parecer, en
jornadas sin actos sociales, sólo
abandonaba su lecho lo justo para
despachar con el rey los asuntos diarios.
Para mantener mínimamente su forma
física, una vez al día se levantaba de la
cama y solía hacer ejercicios
gimnásticos en su propio palacio,
corriendo por los pasillos y saltando por
encima de los muebles.

U n gran bebedor de café fue el rey


Federico II El Grande de Prusia
(1712-1786), que solía tomar grandes
dosis de café preparado con champán,
en vez de con agua. Menos sofisticado
en sus gustos, pero también mucho más
constante y enardecido fue el sabio
francés François Marie Arouet Voltaire
(1694-1778), del que se dice que era tan
aficionado al café que bebió unas
cincuenta tazas al día durante toda su
vida de adulto, que por cierto duró hasta
los 85 años de edad. No sería raro
pensar que si alguien le hubiera
prohibido tomarlo hubiese reaccionado
como el sultán otomano Selim I (1467-
1520), del que se cuenta que hizo colgar
a dos médicos por aconsejarle que
dejara de tomar café.
Y hablando de consumos abusivos,
hay que citar el caso de Ahmed Mati
Bey Zogú (1895-1961), autoproclamado
rey de Albania con el nombre de Zogú I,
que aseguraba haberse fumado 300
cigarrillos en un solo día.
E l compositor alemán Robert
Schumann (1810-1856) sufrió una
parálisis intermitente en su mano
derecha, provocada por su obsesión por
mejorar su técnica de interpretación.
Gustaba de ensayar largas horas al piano
atando su dedo medio a una tablilla,
para así independizar los movimientos
del resto, lo que, al parecer, le causó la
inutilización total de este dedo. Al final
de su vida perdió la razón,
diagnosticándosele una neurastenia
aguda, manifestada por insomnio,
rigidez, aletargamiento, insensibilidad,
congestiones violentas y terrores
repentinos.

C uenta una leyenda que el gran


filósofo griego Demócrito de
Abriera (460-h. 390 a. de C.) se arrancó
los ojos para poder meditar mejor.

E l escritor sueco August Strindberg


(1849-1912), gran aficionado al
esoterismo, el ocultismo y la alquimia,
se creía poseído de una sobrenatural
capacidad para influir psíquicamente en
la mente de los demás. Aseguraba, por
ejemplo, haber hecho que sus hijas
enfermasen levemente para así poder
visitar a su tercera esposa, de la que
acababa de separarse.

A l parecer, el pasatiempo favorito


del filósofo holandés de origen
judeo-portugués Baruch Spinoza (1623-
1677) era cazar arañas y verlas luchar
entre sí.

E l escritor irlandés Jonathan Swift


(1667-1745), famoso autor de Los
viajes de Gulliver, solterón amargado y
misántropo, vestía de negro en el día de
su cumpleaños y rechazaba cualquier
alimento. Murió enloquecido a los
setenta y ocho años de edad.
C omo es bien conocido, el caballo
Incitatus, el predilecto del
emperador Calígula, fue nombrado
cónsul y corregente de Roma y como tal
era dignificado con los honores propios
de su cargo. Claudio, sucesor de
Calígula, aunque destituyó al caballo,
ordenó que siguiera siendo tratado a
cuerpo de rey en su establo de marfil,
aunque, eso sí, no le invitó a su propia
mesa, como hacía su antecesor.

A lfonso de Borbón y Borbón


(1866-1934), tataranieto de
Carlos III de España, fue bautizado con
un total de 94 nombres de pila, algunos
de ellos, además, compuestos.

E l rey de Inglaterra Carlos II (1630-


1685) exhibía en ciertas ocasiones
especiales una peluca que había
mandado hacer con el vello púbico de
sus cortesanas favoritas.

E n 1969, el escritor Norman Mailer


(1923) intentó ser nominado como
candidato demócrata a la alcaldía de
Nueva York con una campaña basada en
el eslogan «¡Basta de mierda!». Pese a
encender una viva polémica, no resultó,
sin embargo, elegido.
E l investigador holandés Martinus
Willem Beijerinckh (1851-1931)
afirmó en cierta ocasión que «un hombre
de ciencia debe permanecer soltero».
Fiel a ese planteamiento, llegó a
despedir de su laboratorio a un
colaborar que se había casado.

E n el invierno de 1740, la zarina


rusa Ana Ivanovna (1693-1740)
mandó construir una sala de baile con
bloques de hielo, aneja al palacio de
San Petersburgo. En dicha sala de baile,
la zarina celebró grandes solemnidades
hasta poco antes de morir.
C on ocasión de la ceremonia del
bautizo conjunto del futuro rey
francés Luis XIII y sus hermanas
Cristina e Isabel, celebrado el 14 de
septiembre de 1606, su abuela, la reina
María de Medicis (1573-1642), por
entonces regente, lució un vestido
adornado con 32 000 perlas y 3000
diamantes.

S egún los cronistas de la época, el


Gran Mogol de la India Baher
(1505-1530) solía viajar con tres
palacios desmontables de madera, las
piezas de cada uno de los cuales eran
transportadas por 200 camellos y 50
elefantes. Además, la caravana real se
componía de otros 300 camellos (100
que transportaban rupias de oro y 200
rupias de plata) y 30 elefantes cargados
de joyas y armas decorativas. En total,
se calcula que la comitiva real se
componía de unas 100 000 personas, 40
000 de las cuales eran soldados.

T ras el incendio de Roma del año


64, Nerón se hizo construir un
palacio imperial verdaderamente
colosal, que se alzaba entre las colinas
Velia y Esquilino. La llamada Domus
Aurea («Casa Dorada») estaba rodeada
por un pórtico de triple columnata que
se extendía una milla romana (es decir,
1480 metros); casi todas las estancias
estaban revestidas de oro, nácar, perlas
y piedras preciosas (incluidas las vigas
del techo, así como multitud de estatuas
y obras de arte nuevas y muchas de las
expoliadas en los antiguos templos
griegos. El palacio contaba con
magníficos vestíbulos y columnatas,
bibliotecas e innumerables piscinas y
baños (con piletas de plata surtidas de
agua de mar o de distintas aguas
minerales). Los techos de los comedores
estaban formados por unas planchas
móviles de marfil y oro que, durante los
banquetes, se entreabrían para dejar
caer pétalos de flores y perfumes
variados sobre los invitados. El
comedor principal estaba coronado por
una cúpula que giraba día y noche en
torno a su eje. El palacio se hallaba
rodeado además por un lago y un parque
de caza muy bien dotado de piezas (con
bosques, prados y viñedos). En la plaza
que se abría delante del palacio se
alzaba un coloso de 35 metros de altura,
que representaba a Nerón. Nerón
ascendía los pisos de este palacio
mediante un ascensor, construido en
madera de sándalo, que era elevado,
deslizándose por cuatro carriles,
mediante una polea y un cable del que
tiraban tres esclavos. Se cuenta que,
cuando fue inaugurado, Nerón exclamó:
«¡Por fin voy a poder vivir como un
hombre!».

E l mejor Drácula de las pantallas


cinematográficas, el actor Bela
Lugosi, tenía por costumbre conceder
entrevistas, por exigencia de la oficina
de prensa de su productora, hablando
desde dentro de un ataúd y vistiendo una
capa roja y negra. A medida que Lugosi
se fue aficionando cada vez más a los
estupefacientes para dar mayor viveza a
sus interpretaciones, fue interiorizando
más y más su personaje cinematográfico,
hasta que, ya esquizofrénico, llegó a
creerse realmente el Conde Drácula. A
partir de entonces, a consecuencia de
esta identificación con su personaje,
exigió que los rodajes se efectuasen de
noche pues él, como su personaje,
odiaba la luz. Fuera del trabajo, Lugosi
vivía encerrado en su casa. Finalmente
murió en 1956, totalmente enloquecido
por la esquizofrenia, el alcohol y las
drogas, y plenamente convencido de ser
el verdadero conde Drácula.

C uenta la tradición que, en cierta


ocasión, el filósofo griego
Protágoras de Abdera (485-415 a. de
C.), uno de los grandes impulsores de la
sofística, y su amigo y alumno Pericles
(h. 500-429 a. de C.), futuro diseñador
del modelo democrático ateniense y
líder del periodo histórico de mayor
esplendor de la ciudad, permanecieron
durante un día completo debatiendo la
cuestión de sobre quién recaería la
responsabilidad si en un campeonato de
lanzamiento de jabalina un espectador
muriera al ser alcanzado por ésta: el
lanzador o los organizadores de la
competición, que no garantizaron la
seguridad de los espectadores. No
consta quién de los dos se llevó el gato
al agua.
S e tiene por seguro que fue
Benjamin Franklin (1706-1790) el
primero en importar una bañera a los
Estados Unidos en el año 1783. Incluso,
mejoró su diseño y la utilizó tan a
menudo que se cuenta que atendía su
correspondencia y efectuaba buena parte
de sus lecturas en ella.

S egún testimonios contemporáneos,


el dandy inglés George Bryan
Brummel (1778-1840), conocido como
El Bello Brummel, empleaba unas nueve
horas diarias en su acicalado personal.
Entre sus más famosas costumbres
estaban, al parecer, la de enviar su ropa
a Francia para que allí fuese lavada y
planchada, y la de suavizar sus hojas de
afeitar en pergaminos arrancados de
ediciones clásicas. Fue tal su derroche
que dilapidó en pocos años su gran
fortuna, teniendo que huir de sus
acreedores y estableciéndose en
Francia, donde, totalmente arruinado,
murió en un asilo.

D el estadista y general ateniense


Alcibíades (h. 450-404 a. de C.),
sobrino de Pericles (o, según otros,
nieto) y discípulo de Sócrates, cuenta la
leyenda que era tan narcisista y coqueto
que se negaba a tocar instrumentos de
viento porque éstos deforman el rostro
de los ejecutantes, y especialmente la
boca; por eso, él prefería tocar la lira.
Del mismo Alcibíades se cuenta,
para ejemplificar el talante de su
gobierno, que, en cierta ocasión compró
un magnífico perro por 60 minas o 7000
dracmas al que, después de admirarlo
toda la ciudad, ordenó que le cortaran su
hermosa cola para que los ciudadanos
continuaran hablando de él (y así, de
paso, olvidasen la mala gestión de su
amo). Este hecho dio lugar a la frase
proverbial «El perro de Alcibíades»,
que se aplica para designar cualquier
acto de un personaje público que
pretenda desviar la atención de otros
hechos más importantes.

E l estadounidense Isaac Merrit


Singer (1811-1875), inventor de la
máquina de coser, fue un hombre
ciertamente original. En cinco
matrimonios consecutivos llegó a tener
veinticuatro hijos. Propietario de un
hotel en la Quinta Avenida neoyorquina,
salía de él todas las mañanas en una
carroza de 31 asientos tirada por nueve
caballos, y con una plataforma trasera
preparada para transportar una pequeña
orquesta.
S e cuenta que el extravagante y
romántico violinista
Niccolò Paganini (1782-1840) estaba
italiano

tan obsesionado con su calidad artística


y tan pagado de sí mismo que en
ocasiones tocaba con cuerdas de violín
gastadas, con la esperanza de que se
rompiesen en mitad de una
interpretación y así él pudiese demostrar
su virtuosismo en tal situación extrema.
Además de sus dotes naturales (que eran
de tal calibre que se corrió la voz de
que eran fruto de un pacto con el
diablo), su excepcional calidad técnica
era fruto de un constante ejercicio que
llegó a deformar tanto sus manos que,
extendidas, medían cada una 45
centímetros.

E l perturbado mental Hung Hsiu-


Chuang encabezó, entre 1851 y
1854, la revuelta social conocida como
Taiping («La Gran Paz»), dirigida
contra la dinastía Ching reinante en
China, y en la que perdieron la vida no
menos de 20 millones de personas. Este
cabecilla rebelde, entre otras
extravagancias, se creía hermano de
Jesucristo.
E l emperador centroafricano
Bokassa encargó unos zapatos con
incrustaciones de perlas a la casa
fabricante Berluti de París, para su
ceremonia de coronación celebrada el 4
de diciembre de 1977. Este modelo
exclusivo costó 85 000 dólares de la
época.
Falacias y falsedades
históricas

E l emperador romano Tiberio


Claudio Druso Nerón (10 a. de
C.-54) fue elevado al trono el año 41, a
los 51 años, con el nombre de Claudio
I, justo en el mismo momento en que fue
hallado escondido tras unos cortinajes
desde donde había sido asistido
aterrado al asesinato del anterior
emperador y sobrino suyo Calígula. A
juzgar por el testimonio de algunos de
sus contemporáneos, Claudio era cojo,
extremadamente feo, jorobado y
tartamudo (el propio nombre de
claudius significa «cojo»). Sin embargo,
como sus dotes de gobierno
demostraron, estaba muy lejos de ser un
loco o un subnormal, fama que le ha
perseguido en los anales históricos.
Claudio terminó con las intrigas; dictó
una amnistía general; protegió a
desposeídos, viudas y huérfanos;
disciplinó el comercio; mejoró la
seguridad ciudadana; consiguió grandes
victorias militares y algunas importantes
conquistas (por ejemplo, Tracia,
Armenia y Mauritania); mejoró la
administración; disminuyó y racionalizó
los impuestos, y ordenó muchas y
grandes obras públicas, además de
demostrar su valía como prosista e
historiador con diversas obras (entre
otras una historia de los etruscos). Y
todo ello sin vencer su fama de
subnormal y depravado, pero
defraudando profundamente a los
soldados que le hicieron emperador con
la esperanza de que fuera fácilmente
manipulable.

E s casi un tópico ejemplarizar los


exiguos hábitos de limpieza e
higiene personal de Isabel La Católica
(1451-1504) haciendo mención a la
famosa anécdota de que estuvo varios
años sin cambiarse de camisa. Sin
embargo, a pesar de su proverbial fama,
esta anécdota no es cierta, o al menos se
equivoca en el personaje protagonista.
En realidad, fue la infanta española
Isabel Clara Eugenia de Austria (1566-
1633), hija de Felipe II, que reinó en los
Países Bajos, la que prometió (y
cumplió) no cambiarse de camisa hasta
que sus tropas pusieran fin al asedio de
Ostende. El sitio duró tres años.

E n plena Revolución Francesa,


Grégoire de Tours, obispo de
Blois, escandalizado por el continuo
saqueo de iglesias, dirigió un discurso a
la Convención Republicana, en el que, a
falta de palabras suficientemente
expresivas con que calificar los hechos,
acudió a la referencia histórica del
recordado saqueo de Roma, tildando de
vándalos a los protagonistas de los
disturbios anticlericales. Sin embargo,
pese a que el vandalismo es ya una
figura retórica totalmente aceptada, no
es muy exacta a los ojos de la historia,
pues los vándalos, sin ser un pueblo
especialmente civilizado, tampoco
destacaron sobre otros por su ferocidad
o barbarie.
P ese a la leyenda que habla de la
gran revuelta organizada durante el
asalto popular a la prisión parisiense
con que se inició la Revolución
Francesa, conocida históricamente con
el nombre de Toma de la Bastilla y
ocurrida el 14 de julio de 1789, en ella
sólo se liberó de forma incruenta a los
siete reclusos que había en su interior.
Desde entonces, el 14 de julio se
celebra, con el nombre de Día de la
Bastilla, la Fiesta Nacional francesa,
como símbolo de la caída del
despotismo.
S e aplicó el nombre de Protocolos
de los Sabios de Sion a un
documento supuestamente atribuido a los
judíos sionistas, y en realidad preparado
por la policía rusa en 1905, aunque
aparecido por primera vez a la luz
pública en Londres en 1919. En 1921,
Ph. Grave probó que se trataba de una
obra que nada tenía que ver con los
judíos, y que había sido preparado por
la policía rusa con el fin de
desprestigiarlos ante la opinión pública
internacional. No obstante, es de alguna
manera el libro sagrado del
antisemitismo, al demostrar falsamente
las ambiciones de poder universal de
los judíos.

P ese a que tan terrible aparato le


debe su nombre, el doctor parisino
Joseph Ignace Guillotin (1738-1814) no
inventó la guillotina, ni murió
guillotinado, como se suele pretender.
De hecho empleó gran parte de su vida
en tratar de que no asociaran su apellido
con dicho aparato. En su calidad de
miembro de la Asamblea Nacional
durante la Revolución Francesa, su
única iniciativa fue proponer el 10 de
octubre de 1789 la sustitución del
procedimiento tradicional con que se
cumplían las penas de muerte
(decapitación con espada para los
aristócratas y ahorcamiento para el
pueblo llano) por un nuevo sistema más
eficaz y, sobre todo, más igualitario, a
tono con los tiempos. Dos años después,
la Asamblea aprobó su propuesta y
legalizó la decapitación igualitaria para
todo tipo de condenados. Aprobada su
moción, el encargo de diseñar una
máquina de decapitar recayó en Antoine
Louis, a la sazón secretario de la
Academia de Medicina, y el de su
construcción en un artesano alemán,
Tobías Schmidt (que, por cierto, mejoró
el diseño adjuntando una bolsa de piel
para recoger las cabezas cortadas). El
aparato, cuyo prototipo costó
exactamente 329 francos, recibió en
principio el nombre de Louisette o
Louison, instalándose en la Plaza de
Grève de París y actuando por primera
vez el 22 de abril de 1792. La larga lista
de ajusticiados la encabezó, por así
decir, el famoso bandolero Peletier. Sin
embargo, pronto surgieron cancioncillas
populares que relacionaban la nueva
máquina con el doctor Guillotin y, poco
a poco, la máquina comenzó a ser
llamada popularmente guillotina.
Tiempo después surgió la falsa anécdota
de que el propio doctor Guillotin probó
la eficacia de su propuesta. Lo cierto es
que quien sí fue guillotinado fue su
verdadero diseñador, el doctor Louis. El
doctor Guillotin fue efectivamente
condenado a muerte por Robespierre
pero, al sucumbir éste antes, la pena
quedó en suspenso y nunca llegó a
ejecutarse, yendo a morir Guillotin
veintidós años después, a consecuencia
de un carbunclo en el hombro. Sus
herederos elevaron una petición formal
al gobierno francés para que sustituyera
el nombre de la guillotina por otro, pero
lo único que consiguieron fue el permiso
para cambiar ellos de apellido.
S egún cuenta una famosa leyenda (a
lo que parece, falsa), enterado el
marqués de Villafranca de que su
esposa, María del Pilar Teresa Cayetana
de Silva y Álvarez de Toledo (1762-
1802), duquesa de Alba, había posado
desnuda para un retrato pintado por
Francisco de Goya (La Maja desnuda),
anunció que visitaría al pintor para
comprobar este hecho y pedirle
explicaciones, estando dispuesto a
defender su honor como correspondía a
un Grande de España. Pero cuando al
día siguiente llegó al estudio de Goya se
encontró con que éste, efectivamente,
había pintado un retrato de su esposa,
pero en él la duquesa estaba total y
recatadamente vestida (La Maja
vestida). De ser cierta esta anécdota,
ello supondría que Goya pintó un retrato
tan perfecto en solamente un día. Una
hazaña ciertamente increíble.

E n el siglo X, Castilla era


gobernada por condes
dependientes del reino de León. Según
una falsa leyenda castellana, el rey
leonés Sancho I El Craso (?-967) pidió
ayuda al conde castellano Fernán
González (?-970) en su lucha contra una
insurrección apoyada por los moros.
Fernán González acudió en su auxilio y
salió victorioso, pero Sancho se mostró
renuente a agradecérselo. Por fin,
tiempo después, le convocó y Fernán
compareció a lomos de un soberbio
caballo blanco y con un no menos bello
azor entrenado para la cetrería en su
mano. Al ver a tan espléndidos
animales, el rey leonés se encaprichó de
ellos y quiso comprárselos. El conde
castellano aceptó a cambio de mil
monedas de oro. Sancho, con graves
problemas en sus arcas, estuvo de
acuerdo con el precio, pero pidió
suspender el pago hasta un año después.
El conde castellano no puso
inconveniente en ello, aunque exigió que
en el contrato constase que dicha deuda
se duplicaría cada día que pasase de ese
plazo. Pasaron cuatro años sin que
Fernán González reclamara el pago de
esta deuda, pero por fin lo hizo. Sancho
se vio entre la espada y la pared de
satisfacer una deuda de honor
atestiguada por un documento escrito y
la imposibilidad de hacerlo porque la
cifra se había hecho tan astronómica que
no había dinero suficiente en todo el
reino para atenderla. En tal situación,
Fernán González pidió a cambio del
perdón de la deuda la concesión de la
independencia de Castilla, que el rey
leonés no tuvo más remedio que aceptar.
Si bien se trata de un hecho legendario,
no por ello deja de ser ciertamente
curioso.

E l famoso relato de la hazaña del


soldado de Maratón que
supuestamente corrió desde el escenario
de la batalla hasta Atenas para anunciar
la victoria griega es falso. Según el
relato de Herodoto, un soldado llamado
Fidípides fue enviado antes de la batalla
(no después) a Esparta (no a Atenas)
para anunciar la llegada de los persas y
solicitar refuerzos; tampoco corrió 40
km (ni mucho menos los 42,195
actuales), sino 240 en dos días (lo que
engrandece aun más su hazaña).

S egún un bulo surgido hacia 1956,


instigado por un famoso libro
publicado en 1959 por William Moore y
Charles Berlitz bajo el título El misterio
de Filadelfia: proyecto invisibilidad,
sobre el que se basó una no menos
famosa película, los Estados Unidos
realizaron unas pruebas militares
secretas en 1943 con el nombre en clave
de Experimento Filadelfia. Según la
ficción de Moore y Berlitz, el
experimento consistió en la desaparición
instantánea del destructor Eldridge de la
Marina de Guerra estadounidense, con
su correspondiente dotación humana,
mediante un fabuloso cambio en la
estructura molecular de sus componentes
físicos, inducido por un intenso campo
electromagnético. Mediante este
sistema, según el bulo, se consiguió
trasladar por unos instantes al destructor
desde el Centro Naval de Filadelfia
hasta el puerto Norfolk de Newport
News, en Portsmouth, Virginia. Además,
gran parte de la tripulación habría
sufrido extraños trastornos mentales y
físicos, e incluso algunos marineros
habrían muerto calcinados. Diversos
estudios han revelado que tal
experimento no ocurrió (ni podría
ocurrir nunca) y que el libro era un total
y absoluto engaño tejido sobre
numerosos errores, infundios y
tergiversaciones, cuando no simples
mentiras.

E l detonante de la llamada Rebelión


de los Bóxers (revuelta xenófoba
desatada en China en la primavera de
1900, cuyo episodio más famoso, el
asalto a las legaciones extranjeras de
Pekín, se vivió entre el 22 de junio y el
15 de agosto), fue la noticia, llegada
desde los Estados Unidos, de que una
empresa de ingeniería de Nueva York
había enviado a Pekín una comisión de
expertos para estudiar la demolición de
la Gran Muralla, como símbolo de la
apertura china al comercio y el
intercambio con el mundo. La noticia,
que causó un gran rechazo nacionalista
en toda China, no era más que una
patraña inventada por cuatro periodistas
(Al Stevens, Jack Tournay, John Lewis y
Hal Wilshire), representantes de los
cuatros principales diarios de la ciudad
de Denver que, enviados por sus
respectivos jefes a realizar un reportaje
sobre hoteles y estaciones de
ferrocarriles, acordaron inventarse la
exclusiva de la estancia de los
miembros de la comisión de estudio en
Denver, rumbo a la costa oeste, donde se
embarcarían hacia China. Al día
siguiente, los cuatro diarios publicaron a
toda portada la falsa exclusiva de los
planes para el derribo de la Gran
Muralla y esta noticia, a través de las
agencias, se distribuyó por todo el
mundo, contribuyendo a exacerbar los
ánimos de los ultranacionalistas chinos.
Fenómenos naturales

A las 0 horas 17 minutos 11


segundos (GMT) del 30 de junio
de 1908 se registró en la taiga siberiana,
cerca del río Podkamennaya-Tunguska,
una colosal explosión cuya energía se
calculó en 12,5 megatones TNT,
equivalente a 1500 bombas como la de
Hiroshima. Tres atronadoras
detonaciones y un cañoneo aterrorizaron
a los habitantes de la cercana ciudad de
Vanavara. Según testigos presenciales,
momentos antes de la explosión, algunos
árboles y yurtas (cabañas típicas de la
región) fueron violentamente arrancados
del suelo; y en los ríos de la zona, olas
gigantescas avanzaron contracorriente.
En algunas comarcas de la región, la
vegetación quedó reducida a cenizas,
pero en otras, sin embargo, no se
produjeron daños materiales. La causa
fue atribuida sucesivamente a un
meteorito (1927), a un cometa (1930), a
una explosión nuclear (1961), a la
antimateria (1965), a un pequeño
agujero negro (1973) y a la explosión de
un platillo volante (1978). A pesar de
estos intentos, durante muchos años este
suceso no obtuvo una explicación
científica medianamente convincente,
hasta que, en 1992, los físicos rusos
Nevski y Balklava dieron a conocer una
teoría que parece explicarlo todo. Según
ellos, la explosión se debió a que un
meteorito atravesó la atmósfera terrestre
y fue destruido por un rayo que él mismo
generó. Cuando un objeto penetra a alta
velocidad en la atmósfera queda
envuelto en plasma, su superficie se
calienta por el rozamiento y comienza a
liberar electrones, que son arrastrados
en dirección contraria a la trayectoria de
la cola del plasma. Al perder partículas,
el meteorito va cargándose
positivamente, generando una diferencia
de potencial que libera a su vez su
energía en forma de rayo. La descarga
eléctrica, con una intensidad de cientos
de miles de amperios, pudo desintegrar
parte de la roca antes de llegar al suelo.
En cuanto a las tres detonaciones que
constataron los testigos, se explican
según la teoría de estos físicos rusos
como las correspondientes al propio
rayo, a la destrucción del meteorito y a
la onda balística provocada por la
irrupción en la atmósfera de un objeto a
velocidad supersónica. El cañoneo
posterior pudo corresponder al habitual
eco que provoca el trueno que sigue a un
rayo, en los miles de canales de
descarga que lo componen. Por lo que
respecta al levantamiento de árboles y
casas se debió a que la enorme carga
positiva del meteorito pudo inducir
cargas negativas en los objetos
terrestres, produciéndose una atracción
electrostática. El rayo también habría
producido intensas radiaciones X y
neutrónicas, como consecuencia de la
síntesis nuclear de deuterio, lo que
provocó a su vez mutaciones posteriores
en los árboles.

L a tradición griega recuerda la


erupción del volcán de la isla
Santorini, en el mar Egeo, alrededor del
año 1628 a. de C. como la mayor de que
se tiene constancia histórica. Se ha
calculado que su potencia equivalió a
cinco veces la que se produjo en 1883
en la isla indonesia de Krakatoa. En la
de Santorini explotó la montaña del
volcán, formando un cráter de 762
metros de profundidad y 83 km2 de área,
lanzándose al aire unos 24 km3 de
cenizas. A veces se ha especulado que
en esta explosión se funda la leyenda de
la desaparición de la Atlántida.

E n abril de 1815, el volcán


indonesio Tambora (situado en la
isla indonesia de Sumbawa) produjo la
peor erupción de los últimos siglos que
se recuerda, liberando por su cráter la
energía equivalente a un millón de
bombas atómicas como la de Hiroshima.
El cielo se ennegreció con las cenizas
volcánicas, oscureciendo el brillo del
sol. Como consecuencia, las
temperaturas del hemisferio norte
bajaron cinco grados, lo que resultó
fatal para las cosechas. A causa de la
propia erupción y del hambre
consecuente murieron unas 90 000
personas.

E l 27 de agosto de 1883, la
explosión de la montaña de
Krakatoa (que hasta entonces no era un
volcán) hizo desaparecer gran parte de
esta isla deshabitada del estrecho de
Sonda, entre las islas de Java y Sumatra,
en el Pacífico. En las islas vecinas
murieron por efectos de la explosión
más de 36 000 personas. La erupción
volcánica de la isla convirtió una
montaña de entre 400 y 800 metros
sobre el nivel del mar en un pequeño
golfo de 300 metros de profundidad,
mientras que olas gigantescas de entre
15 y 30 metros de altura arrasaban las
costas adyacentes. Se ha calculado que
el material sólido expulsado por el
cráter fue de 18 000 m3 y las cenizas
cubrieron un área de 825 000 km2. El
polvo proyectado por este volcán, y por
los otros 15 que en un breve plazo de
tiempo de aquel mismo año entraron en
erupción en la misma zona del estrecho
de Sonda, formó una colosal nube que
envolvió prácticamente todo el planeta,
alterando circunstancialmente el clima.

E n el año 1876, un maremoto arrasó


la bahía de Bengala tomando la
dirección del delta del Ganges. Una ola
de 15 metros de altura se estrelló contra
la costa (fenómeno que, por cierto, se
conoce con el nombre de procedencia
japonesa tsunami, que significa «ola
desbordante»), alcanzando 365 km2
tierra adentro y ocasionando la muerte a
unas 215 000 personas. En 1883 se
produjo otro tsunami alrededor de la
isla de Krakatoa, en Indonesia, al entrar
en erupción un volcán, lo que provocó
una ola gigante que se pudo percibir en
todos los mares del mundo. El 1 de abril
de 1946, los grandes fondos marinos del
Pacífico Norte, frente a Alaska, se
vieron sacudidos por un fuerte terremoto
que originó otra ola gigantesca. Cuatro
horas más tarde de la sacudida sísmica,
la ola había cruzado 3600 kilómetros de
océano, marchando a la increíble
velocidad de 900 km/h, yendo a golpear
de lleno en el archipiélago de Hawai, en
el que causó un indeterminado pero alto
número de víctimas. El tsunami mayor
de los registrados en épocas históricas
alcanzó los 85 metros de altura. Esta
formidable ola chocó contra la isla
Ishigaki, en el archipiélago japonés de
las Ryukyu, el 24 de abril de 1771,
desprendiendo un enorme bloque de
coral de 750 toneladas, que salió
proyectado, yendo a caer a más 2,5
kilómetros de distancia. Se supone que
hace unos 100 000 años un descomunal
tsunami de 300 metros de altura, surgido
tras la caída de un meteorito, chocó
contra las costas de Hawai.
E l 12 de julio de 1984, cayó sobre
Múnich el peor granizo que se
recuerda en Centroeuropa. Las piedras
de hielo llegaron a medir 9 centímetros
de diámetro, cayendo a unos 100
kilómetros por hora. Los estragos
causados superaron los 200 000
millones de pesetas, dañándose unos 70
000 edificios y unos 240 000 vehículos,
y muriendo 10 personas, con 400
heridos. Un flamante Boeing 737 resultó
seriamente dañado al acercarse al
aeropuerto de Múnich, aterrizando con
los timones deshechos y gravemente
perforado todo su fuselaje. Sin embargo,
aquella no fue la peor granizada que se
recuerda. El récord mundial constatado
lo ostenta una granizada caída en el
distrito de Golpalganj, en Bangladesh, el
14 de abril de 1986, con piedras de
hasta 1 kilo 20 gramos. Por efecto de
esta granizada murieron 92 personas.

U n grupo de exploradores,
conducido por el general Henry
Washburn, descubrió para los
occidentales en 1870 el conocido como
Old Faithful (en inglés, «Viejo
Puntual»), uno de los mayores géiseres
del mundo, que lanza al aire cada hora
una hirviente columna de agua de unos
45 metros durante casi cinco minutos,
con total puntualidad y exactitud
cronométricas desde que fue
descubierto.

U n iceberg de 335 kilómetros de


largo por 97 de ancho (es decir,
más grande que, por ejemplo, Cataluña o
Galicia) fue avistado a 240 kilómetros
al oeste de la isla Scott, en el océano
Pacífico meridional, por la tripulación
del barco estadounidense Glacier, el 12
de noviembre de 1956. El más alto
conocido hasta la fecha fue visto frente a
la costa occidental de Groenlandia en
1958 por el rompehielos norteamericano
East Wind, calculándose que medía 167
metros de altura.

E n numerosas
científicas de
publicaciones
solvencia
reconocida se han publicado en diversos
momentos de la historia noticias
referentes a extrañas lluvias de ranas,
sapos, peces, arañas, caracoles,
mejillones, escarabajos, hormigas,
gusanos, tierras de colores, lana e
incluso cruces (como ocurrió en Sicilia
en el año 746). Se supone que todos
estos sucesos se producen al quedar
atrapados estos animales u objetos por
los fuertes remolinos que suelen
acompañar a las tormentas. Entre las
más famosas lluvias extrañas están las
que a continuación se comentan:
Según diversas crónicas antiguas, en
el año 371 se produjo en la región
francesa de Artois una lluvia de lana,
seguida de otra de agua grasienta, tras lo
cual la tierra, hasta entonces estéril, se
convirtió en fértil. Este legendario hecho
dio lugar al culto del Santo Maná que se
sigue en la catedral de Arrás. El 5 de
mayo de 1786, tras una larga sequía,
cayó una gran cantidad de pequeños
huevos negros sobre la capital haitiana
de Puerto Príncipe. Algunos de los
huevos fueron conservados y
empollados, naciendo de ellos unos
seres no identificados que, según las
descripciones, perdieron rápidamente
varias capas de piel y que parecían
renacuajos. En el verano de 1804, en las
cercanías de Toulouse se produjo una
lluvia de sapos. El 14 de marzo de 1813
una lluvia roja, calificada de «gotas de
sangre» cayó sobre una amplia zona de
Italia, en los alrededores de Nápoles.
Tras analizar dichas gotas, se comprobó
que se trataba de agua con un alto
contenido de hierro y cromo. El 30 de
junio de 1838, en pleno corazón de
Londres, los transeúntes se
sorprendieron al ver llover ranas y
renacuajos. El 28 de diciembre de 1857,
durante el transcurso de una fuerte
tormenta, las aceras de la ciudad de
Montreal, en Canadá, se cubrieron con
centenares de pequeños mejillones. El
11 de febrero de 1859, se produjo una
lluvia de peces (concretamente gobios)
en el condado inglés de Glamorganshire.
El 3 de mayo de 1876, cayó sobre el sur
del condado de Bath, en el estado
norteamericano de Kentucky, una lluvia
de minúsculos trozos de carne. El 24 de
febrero de 1884 y el 19 de julio de 1906
cayeron sendas lluvias de hormigas
sobre las ciudades de Nancy (Francia) y
Milán (Italia). Pocos meses después, el
22 de agosto, en Bilbao, según las
crónicas, «llovieron codornices». El 10
de marzo de 1901, en la ciudad siciliana
de Palermo, una nueva lluvia de sangre
cayó sobre los despavoridos habitantes
de la ciudad. Después se comprobó que
se trataba de gotas de lluvia
impregnadas con un finísimo polvo de
color rojo. A finales de 1971, una lluvia
de corpúsculos amarillos cayó en las
inmediaciones de la ciudad de Sidney,
en Australia. La única explicación
oficial dada al caso vino de boca del
ministro australiano de Salud Pública,
Mr. Jago, que aclaró (!?) que se trataba
de «deyecciones de polen no digerido
de abejas que sobrevolaron la zona»
(sic). El 3 de julio de 1977, una gran
nube de heno sobrevoló la localidad
inglesa de Devizes, descargando en
pleno centro del pueblo.

P arece históricamente cierto que


una terrible ola de calor sofocó
Centroeuropa en el verano de 1132.
Tanto fue el calor, se cuenta, que hasta el
cauce del río Rin se secó por completo
aquel año. A cambio, en el invierno de
1709 se registraron tan bajas
temperaturas en toda Europa que muchos
de los canales de Venecia llegaron a
helarse.
H ablando de fenómenos
climatológicos extraños, hay que
citar que el 18 de febrero de 1979 nevó
en el Sahara argelino durante media
hora. Esta es la única nevada caída en el
Sahara de que se tienen constancia. Más
impensable y raro aun es saber que la
superficie del río Nilo se ha llegado a
congelar por completo en tiempos
históricos al menos en dos ocasiones
que se hayan comprobado: en los años
829 y 1010 de nuestra era.
Genios y genialidades

C omo se sabe, el gran sabio griego


Arquímedes (287-212 a. de C.)
formuló el famoso principio que lleva su
nombre, según el cual «todo cuerpo
sumergido en un fluido experimenta un
empuje hacia arriba igual al peso del
fluido que desaloja». Pero el motivo y el
momento de su descubrimiento, han
pasado también, por su curiosidad, a la
historia. Se cuenta que en cierta ocasión
el rey Hierón II, en cuya corte de
Siracusa servía Arquímedes, le pidió
que comprobase si el orfebre que le
acababa de hacer una nueva corona le
había engañado, cual era costumbre en
la época, mezclando plata con el oro que
teóricamente componía el 100% de la
pieza. Arquímedes no encontraba la
forma de comprobarlo, hasta que un día,
al sumergirse en una Pileta de una casa
de baños, se dio cuenta de que cuantas
más partes de su cuerpo introducía en
ella, tanto más agua se desbordaba. De
ello concluyó genialmente que un
volumen igual de dos materiales
distintos sumergidos en un mismo fluido
desplazarían un volumen de éste
diferente según fuera su peso específico.
Como el oro pesa más que la plata, pudo
poner a prueba la honradez del orfebre y
atender el requerimiento del rey.
Emocionado por el descubrimiento,
continúa el relato tradicional,
Arquímedes salió corriendo desnudo a
la calle repitiendo su famoso grito:
«¡Eureka!» («¡Lo encontré!»). Poco
después, concluye la leyenda, pudo
demostrar fehacientemente, para
desgracia del orfebre, que Hierón II,
como sospechaba, había sido
efectivamente engañado.
En otro momento, Arquímedes acuñó
la célebre frase «Dadme un punto de
apoyo y moveré el cielo y las estrellas».
Como Hierón II le pidiera que
demostrara su tesis, Arquímedes,
valiéndose de poleas, hizo que el propio
rey de Siracusa levantara con su mano la
proa de un barco cargado, en el puerto
de la ciudad.

U no de los más sorprendentes


científicos de todos los tiempos
fue sin duda el inglés Charles Babbage
(1792-1871), un genio matemático
apasionado por la exactitud y el
empirismo exacerbados. Su genio
fructificó en muchos grandes inventos:
aparatos ferroviarios, luces de señales,
avances en criptografía, cerraduras,
etcétera, etcétera. Babbage mantuvo una
constante y fértil amistad con los
personajes más importantes de la
ciencia europea de su momento:
Humboldt, Laplace, Darwin… Y fundó
la Statistical Society, la British
Association for the Advancement of
Science y la Royal Astronomical,
además de ocupar la cátedra Lucasian
de Matemáticas de la Universidad de
Cambridge, que un siglo antes ocupara
Newton. Pero su gran pasión fueron las
máquinas de cálculo. Diseñó varias de
ellas de incomparable perfección, que
literalmente estaban muy por delante de
los medios tecnológicos con que se
contaba en la época. Sin embargo, su
extremado perfeccionismo le impidió
finalizar la construcción de una sola de
ellas: según avanzaba, se le iban
ocurriendo novedades y mejoras que
iban demorando su finalización.
En una ocasión, llevado por su
obsesión experimental, Babbage se
introdujo en un horno encendido para
constatar y poder registrar lo que le
pasaba a su cuerpo sometido a una
temperatura de 50° centígrados. De esta
experiencia sacó la conclusión de que
podría soportar el calor del cráter del
Vesubio, al que por cierto descendería
años después durante un viaje a Italia. Y
es que la personalidad de Babbage fue
muy excéntrica; y así, mientras se
arruinaba varias veces por su obsesión
por construir una máquina de cálculo
cada vez más perfecta, protagonizó
constantes incidentes curiosos en su vida
personal. Por ejemplo, en una ocasión
asombró a sus conciudadanos
londinenses cuando, llevado por su
aversión a los ruidos y especialmente a
los producidos por la música callejera,
centró sus iras en los organilleros
italianos que abundaban en aquellos días
por las calles de la capital inglesa. Se
propuso perseguirlos legalmente y,
mientras él recababa legislación al
efecto, los músicos reaccionaron
convirtiendo en una costumbre situarse
bajo las ventanas de su domicilio de
Dorset Street y ofrecerle serenatas y
cencerradas. El enfrentamiento entre
ambos bandos se hizo famoso en la
ciudad y cuando Babbage acudía a la
policía, irritado por las bandas de
músicos callejeros que le perseguían
gritándole y mofándose, aquélla optaba
por contemporizar y hacerse la sorda
(nunca mejor dicho, quizás).
Mientras el científico seguía
adelante con sus investigaciones, su casa
se fue convirtiendo paulatinamente en un
centro de reunión al que acudían toda
clase de personas, deseosas de
establecer contacto personal con
Babbage y ver personalmente sus
máquinas inconclusas, famosas ya en
todo Londres. Si bien Babbage no
encontraba en todos sus visitantes la
suficiente comprensión para sus
visionarios avances, sí la halló en una
joven, Ada Augusta Lovelace, hija de
Lord Byron, muy avezada en
matemáticas, con quien el científico
inició una colaboración muy fructífera y
también una relación personal muy
íntima. Años después, la joven
pergeñaría el que sería primer lenguaje
de programación de la historia. Sin
embargo, la amistad entre ambos se fue
complicando con los años. Ada se
aficionó a las apuestas en las carreras
de caballos (muchas veces empleando el
dinero del científico) y Babbage,
acuciado por sus continuos dispendios,
abandonó prácticamente todo para
dedicarse a buscar una fórmula inflable
de apuestas con que acertar los caballos
ganadores. Ni que decir tiene que nunca
lo consiguió y el desastre acabó con la
prematura muerte de Ada Augusta
Lovelace, cargada de deudas, a los 37
años por un cáncer de matriz.

J ohann Sebastian Bach (1685-1750)


se quedó ciego en los últimos años
de su vida, a lo que contribuyó en gran
medida el hecho de que durante los años
de su infancia, vividos al cargo de su
hermano mayor, tuviera que copiar
música a la luz de la luna, por falta del
dinero suficiente para comprarse velas.
A pesar de ser considerado hoy en día
como uno de los más grandes genios de
la música de todos los tiempos, durante
toda su vida fue casi más famoso, sin
embargo, por sus prodigiosas actitudes
para el canto y para el órgano que como
compositor. Y su fama, que fue
ciertamente grande, corrió pareja a la de
otros muchos componentes de su gran
familia. Que se conozcan, hubo hasta 52
músicos de primera fila dentro de la
familia Bach, y entre ellos, muchos de
los 20 hijos que tuvo el propio Juan
Sebastián con sus dos esposas.

H onoré de Balzac (1799-1850)


concibió su vasto retablo
literario La comedia humana como un
conjunto formado por tres corpus de
obras distintos: unos estudios analíticos
sobre los principios fundamentales que
gobiernan la vida humana (que nunca
llegaría a redactar); unos tratados
filosóficos sobre las causas últimas de
las acciones humanas, y unas
narraciones costumbristas divididas en
seis tipos de escenas de,
respectivamente, la vida privada,
provincial, parisina, política, militar y
rural de la Francia de su tiempo. La obra
completa hubiera constado de unos 137
volúmenes. Su relativamente prematura
muerte a los cincuenta años abortó la
completa realización de su magno
proyecto literario, aunque no fue óbice
para que nos legara una amplia e
importantísima obra.

E l fisiólogo escocés, naturalizado


estadounidense, Alexander
Graham Bell (1847-1922) es conocido
sobre todo por haber sido el inventor
del teléfono, pero no acaban ahí ni
mucho menos sus méritos científicos.
Por ejemplo, inventó también la balanza
de inducción, un prototipo del pulmón
de acero para la respiración artificial, el
fotófono, el radiófono y el gramófono.
Además, entre 1896 y 1904, presidió la
Sociedad Geográfica de los Estados
Unidos y desde 1898 también la
Institución Smithsoniana. En otro
momento de su vida, Bell también
estuvo seriamente interesado en la
eugenesia, es decir, en el desarrollo de
nuevas especies animales mejoradas,
llegando a crear una raza de ovejas
mucho más prolífica. La habilidad
innovadora y la versatilidad del genio
de Bell quedan quizás explicada
comentando que ya en su infancia ideó y
construyó una muñeca parlante que decía
«mamá».
Pero uno de los inventos más
curiosos y menos conocidos de Bell fue
un instrumento localizador de metales
dentro del cuerpo humano. Este invento
surgió al serle encargado urgentemente
que encontrase dentro del cuerpo del
presidente de los Estados Unidos James
A. Garfield (1831-1881) la bala que le
había herido gravemente en un atentado
ocurrido en 1881. La máquina que él
diseñó para este fin, teóricamente
perfecta, no fue eficaz, sin embargo, por
la absurda razón de que las pruebas se
llevaron a efecto en el propio lecho en
que yacía Garfield y nadie cayó en la
cuenta de retirar el colchón de muelles
metálicos sobre el que reposaba el
cuerpo herido del presidente. Fracasado
por tamaña negligencia este intento de
exploración mecánica externa, los
médicos se decidieron a llevar a cabo
una exploración quirúrgica que trajo
como consecuencia una infección que, al
extenderse por todo el organismo del
desdichado presidente, le causó la
muerte pocos días después. Sin
embargo, el prototipo de detector de
metales de Alexander Graham Bell
funcionaba a la perfección, como luego
se comprobó. Mas la casi inmediata
aplicación de los rayos X a la medicina
hizo que la máquina quedara pronto
obsoleta.
Por otro lado, Bell, dando una nueva
prueba de su versatilidad, fue un
apasionado de la velocidad. Aficionado
a las lanchas hidroplano, estableció con
una de ellas una marca de velocidad
sobre el agua en 1919, cuando tenía ya
72 años, superando los 116 kilómetros
por hora.
E l matemático y naturalista francés
Pierre Bouguer (1698-1758), uno
de los fundadores de la fotometría
científica, obtuvo el puesto de profesor
en la Escuela Hidrográfica de París a
los 15 años de edad.

E l escultor, pintor, arquitecto,


ingeniero, estratega y poeta
italiano Miguel Ángel Buonarroti (1475-
1564) tenía en su primera juventud un
temperamento tan fogoso y apasionado
que, en cierta ocasión, llegó a las manos
con su condiscípulo Torrigiano, pelea de
la cual salió Miguel Ángel mal parado,
al desfigurársele la nariz para toda la
vida.

G irolamo Cardano (1501-1576),


filósofo, matemático y médico
milanés, fue conocido en su tiempo en
los círculos científicos de todo el mundo
por su extensa cultura y su escasa
aceptación de los errores, así como por
su heterodoxia científica y su ferviente
defensa de la astrología. Por ejemplo, en
1570, fue encarcelado por la Inquisición
por haber hecho el horóscopo de
Jesucristo. Por otra parte, curó a un
cardenal escocés de asma,
prohibiéndole dormir en su lecho de
plumas, es decir, anticipando el
concepto que hoy en día llamamos
alergia. Más increíble resulta el hecho,
que algunos biógrafos afirman, de que
Cardano pronosticó su muerte para el 21
de septiembre de 1576. Al ver que se
acercaba a esa fecha sin ningún signo de
enfermedad o debilidad, no pudo
soportar equivocarse y tomó la firme
resolución de completar un ayuno total,
que provocó su muerte… y el
cumplimiento de su profecía en la fecha
señalada.

L a cátedra de matemáticas y de
filosofía natural de la universidad
inglesa de Cambridge, conocida como
Cátedra Lucasian por haber sido
fundada en 1663 por el hacendado
Henry Lucas, ha sido ocupada por una
serie extraordinaria de grandes
científicos, comenzando por Isaac
Barrow, que la legó personalmente a
Isaac Newton, al que seguirían Charles
Babbage —poco más de un siglo
después—, el físico Paul Adrien
Maurice Dirac (pionero de la mecánica
cuántica y premio Nobel) y su actual
poseedor, el famoso Stephen Hawking.

J ean François Champollion (1790-


1832), el lingüista francés que
descifró la Piedra Rosetta y, con ella,
los secretos de la escritura jeroglífica
egipcia, dominaba en 1801 a los 11 años
de edad, el latín, el griego y el hebreo.
Dos años después había aprendido
también árabe, sirio, caldeo y copto. A
los diecisiete años proyectó el primer
mapa histórico de Egipto, a la vez que
leía ante la Academia de Grenoble,
ciudad en la que se educó, una memoria
defendiendo la tesis de que el idioma
copto era una reminiscencia del antiguo
egipcio.

E
fue
l astrónomo Nicolás Copérnico
[Niklas Koppernigk] (1473-1543)
canónico de la catedral de
Frauenburgo sin ser sacerdote, pero
también gobernador militar, baile, juez,
recaudador de impuestos, vicario
general y médico. Su gran contribución
científica consistió en remover los
cimientos de la astronomía occidental
con la publicación de su célebre libro
De revolutionibus orbium coelestium
(«La revolución de los mundos
celestes»), de cuyo fenomenal éxito en
los ambientes científicos de toda Europa
no pudo ser testigo, pues murió, según
cuentan las crónicas, el mismo día que
el primer ejemplar se ponía a la venta.
C harles Chaplin tuvo su primera
actuación pública conocida a los
cinco años de edad, cuando su madre,
una artista de variedades, perdió la voz
durante una actuación y tuvo que dejar el
escenario. Entonces salió Charlie y
cantó una canción. A mitad de la
improvisada actuación, una lluvia de
monedas comenzó a caer en el
escenario. Charlie dejó de cantar y dijo
al auditorio que iba a recoger primero el
dinero y después terminaría la canción,
consiguiendo por primera vez hacer reír
a su público. Se trató del primer detalle
genial de alguien de quien el escritor
británico George Bernard Shaw (tal vez,
con una pizca de cinismo) dijo en cierta
ocasión: «Si alguna vez se nos recuerda,
será porque fuimos contemporáneos de
Charles Chaplin».

T al vez, sólo tal vez, una de las


causas de la peculiar personalidad
de Salvador Dalí (1904-1989) sea el
hecho de que tuvo un hermano, muerto
prematuramente, llamado, como él,
Salvador. Esto, según algunos
psiquiatras, suele generar en la madre un
deseo de sustitución que, a su vez,
provoca en el hijo lo que ellos llaman un
trauma pre-natal, que marcaría de algún
modo el resto de su vida, poniendo en
peligro su equilibrio mental, pero
también agudizando su sensibilidad y su
introspección creativa. Este trauma
también se manifestó, según la misma
teoría, en Vincent van Gogh (1853-
1890), el genial y loco pintor holandés,
que también vino a sustituir, a ojos de
sus padres, a un hermano (del mismo
nombre) muerto prematuramente.
Entre las innumerables anécdotas
atribuidas a Salvador Dalí recordemos
aquí, como ejemplar de su peculiar
personalidad, aquella vez en que, con
ocasión de una conferencia que había de
pronunciar en Londres, el artista
gerundés se presentó ante el atónito
auditorio con una escafandra en la
cabeza, con un impresionante puñal de
pedrería ensartado en un ancho cinturón
de cuero, asiendo en su mano derecha un
taco de billar y conduciendo por el
dogal a dos perros lobos con la
izquierda. Su explicación para tan
excéntrica presentación fue que con su
extraño atuendo pretendía manifestar al
público su voluntad de «bucear
hondamente en la mente humana».

E n su famosa obra Vidas paralelas,


el historiador y biógrafo Plutarco
relata la peripecia vital del gran orador
griego Demóstenes (384-322 a. de C.).
Según él, Demóstenes, hijo de un
acaudalado fabricante de armas, quedó
huérfano de padre a los siete años,
viviendo su infancia entre los mimos de
su madre con un total descuido de su
educación. A los 16 años oyó hablar a
Calistrato y esto decidió su vocación de
orador. Sin embargo, adolecía en los
comienzos de su carrera pública de
cierta falta de voz, torpeza expresiva,
tartamudez debida a una incorrecta
respiración e, incluso, de lo que hoy
llamaríamos fobia a hablar en público,
todo lo cual lógicamente lastraba su arte
oratorio. Consciente de sus limitaciones
y aconsejado por el actor Satiros,
Demóstenes se propuso superarlas con
su propio esfuerzo. Para ello, se hizo
construir un estudio subterráneo y se
encerró en él para ejercitar su voz y
perfeccionar su oratoria. Incluso, cuenta
Plutarco, se afeitó media cabeza para
que su aspecto fuera tan grotesco que le
impidiera salir a la calle. Allí pasó tres
meses seguidos sin ver la luz del día,
practicando sin cesar y declamando con
piedras en la boca. El éxito de su fuerza
de voluntad aplicada en dicho encierro
fue asombroso, a juzgar por su fama de
mejor orador griego de todos los
tiempos.
D iógenes de Sínope (414-323 a. de
C.), conocido como El Cínico,
odiaba a los ricos y criticaba sin piedad
todo cuanto significase lujo y
ostentación, tal vez por haber vivido la
deshonra de tener que abandonar su
ciudad natal al ser expulsado su padre,
Jefe de la Moneda, precisamente por
falsificación de monedas. Despreciando
todo signo de riqueza, caminaba
descalzo, vistiendo exiguos trajes, aun
en época invernal, y alimentándose con
comidas extremadamente frugales y
sencillas. Reposaba de día en los
pórticos y de noche en un tonel.
A este hombre, sin duda
excepcional, se atribuyen numerosas
anécdotas legendarias, pero reveladoras
de su carácter y de su gran fama en el
mundo antiguo. Diógenes suele ser
representado sosteniendo en una mano la
linterna encendida con que, según la
leyenda, buscaba en pleno día por las
calles de Atenas un hombre merecedor
del apelativo de honrado. Por otro lado,
desdeñoso como era Diógenes de toda
teoría, demostró a Xenón El Escéptico
que existía el movimiento, levantándose
y comenzando a caminar. En otra
ocasión, habiendo oído que Platón
definía al hombre como un animal
bípedo sin plumas, arrojó entre su
auditorio un gallo desplumado,
diciendo: «he ahí el hombre de Platón».
Se cuenta que hallándose Diógenes
reposando junto a su tonel, le visitó
Alejandro Magno, atraído por su fama, y
le preguntó qué era lo que más desearía
en aquel momento, a lo que el filósofo
contestó que lo que más deseaba era que
Alejandro se apartase para que su
sombra no le impidiera gozar del sol. Un
día, viendo a un niño bebiendo de una
fuente con el hueco de la mano, dijo
«este niño me hace ver que conservo
todavía algo superfluo», y rompió la
escudilla en que solía beber.
E l artista franco-estadounidense
Marcel Duchamp (1887-1968)
destacó primero como pintor cubista,
para abandonar después la pintura y
consagrarse como escultor, haciendo
famosas sus obras confeccionadas a
partir de objetos prefabricados comunes
o, como él mismo decía, «encontrados».
Pero su evolución no acabó ahí. En los
últimos 40 años de su vida abandonó
casi por completo toda actividad
artística, dedicándose casi
exclusivamente a la práctica y el estudio
del ajedrez.
E l inventor estadounidense Thomas
Alva Edison (1847-1931) mostró
una gran curiosidad científica y vital
desde su más tierna infancia. A los doce
años se marchó de su ciudad de
residencia a Detroit en el ferrocarril
Grand Trunk, vendiendo periódicos,
revistas y caramelos en las estaciones
por las que transitaba este tren. Se ganó
la simpatía de los empleados y jefes
ferroviarios, que le permitieron instalar
en un vagón de la compañía un pequeño
laboratorio y una imprenta, con la que
publicaba una hoja periódica que llamó
Weekly Herald. Cierto día, un accidente
rompió una botella que contenía fósforo
causando un fuerte estallido y el
consiguiente incendio, que provocaron
que el encargado del convoy lo
expulsara. Poco después, al intentar
subirse a un tren en marcha, se quedó
colgado del estribo, y a punto estuvo de
caerse si no hubiera sido por uno de los
empleados del tren que, asiéndole de las
orejas, consiguió alzarle. Sin embargo,
aquel extraño incidente le causó a
Edison una lesión irreversible en ambos
oídos internos, por lo que quedó
prácticamente sordo para toda su vida.
En 1862 un tercer accidente marcó
definitivamente el destino de Edison. Al
observar que un vagón de mercancías se
abalanzaba sobre un chico que jugaba
distraído en las vías, Edison, que por
entonces tenía sólo quince años, corrió y
logró ponerle fuera de peligro. El padre
del niño, agradecido, pero pobre, sólo
pudo compensarle enseñándole el
código Morse. En muy poco tiempo,
Edison se convirtió en uno de los
telegrafistas más rápidos de todo el
país. Además, años después se lo
enseñaría a la que fue su esposa y
gracias a ello, utilizándola como
intérprete, pudo hacer una vida normal,
asistiendo, por ejemplo, al teatro, en el
que su esposa le reproducía los diálogos
con un ingenioso sistema de
comunicación mediante golpecitos en las
manos.
En 1868, se marchó a Boston,
trabajando nuevamente como
telegrafista. Aquel mismo año,
aprovechando sus ratos libres, diseñó y
patentó su primer invento: un dispositivo
para registrar mecánicamente los votos
del Congreso, que, pese a su utilidad, no
consiguió vender. En 1869, trasladado a
Nueva York y trabajando en una oficina
de inversiones de Wall Street, también
de telegrafista, fue cuando realmente
comenzó su carrera de inventor. Aunque
sus comienzos no fueron fáciles, pronto
aprendió a detectar necesidades y a
producir inventos realmente útiles (y,
por tanto, lucrativos). Pero aún le
quedaba por aprender otra lección. En
cierta ocasión se presentó ante el
presidente de una gran empresa para
intentar venderle un indicador eléctrico
y automático de cotizaciones de bolsa.
Llegado el momento de fijar el precio,
Edison dudaba si pedir 3000 dólares o
arriesgarse y pedir 5000; ante la duda,
le rogó a aquel hombre de negocios que
le hiciera una oferta. «¿Qué le parecen
40 000 dólares?», contestó el ejecutivo.
Edison comprendió rápidamente que la
modestia no era buena consejera en los
negocios. Ese fue el verdadero
comienzo de una carrera que le llevó a
patentar unas 1500 invenciones, entre
ellas la para él más querida del
fonógrafo, pero también muchos otros
artilugios prácticos de gran originalidad,
como, por ejemplo, un ingenio para
electrocutar cucarachas (1866).

L os padres de Albert Einstein


(1879-1955) llegaron a temer muy
seriamente que su hijo fuera retrasado
mental, al ver que hablaba con mucha
dificultad hasta los nueve años de edad.
Y no es que entonces mejorase: al
parecer, le costaba mucho poder
responder hasta a las preguntas más
sencillas. En el colegio arrastró unas
calificaciones muy bajas, salvo en
matemáticas. Fracasó en su primer
intento de ingreso en el Instituto
Politécnico de Zúrich y, al acceder al
mercado laboral, tuvo muchísimas
dificultades en encontrar y mantener
empleos. Pero, mientras tanto, ya estaba
labrándose una de las aportaciones más
significativas de toda la historia de la
ciencia. Y también una de las que más
pasiones encontradas desató en vida.
Por ejemplo, en vida de Einstein se
fundó una asociación en su contra;
incluso, una persona fue llevada a los
tribunales por incitar a su asesinato,
siendo condenada a pagar una irrisoria
multa de 6 dólares. Algo después, se
llegó a publicar un libro con el título
Cien autores contra Einstein, ante cuya
publicación Einstein exclamó: «Si yo no
tuviera razón, ¡bastaría con uno solo!».
En el otro platillo de la balanza, cabe
recordar que en 1952 le fue ofrecida la
presidencia del recién creado estado de
Israel. Rechazó el ofrecimiento «por no
tener cabeza», dijo, «para los problemas
humanos». Albert Einstein fue
sucesivamente ciudadano alemán, suizo
y norteamericano, lo que le llevó a
reflexionar públicamente: «Si la teoría
de la relatividad se revela justa, los
alemanes dirán que soy alemán, los
suizos que soy suizo y los franceses que
soy un gran científico. Si resulta falsa,
los franceses dirán que soy suizo, los
suizos que alemán y los alemanes que
soy judío».

E l erudito y humanista holandés


Desiderio Erasmo de Rotterdam
(1466-1536), hijo natural de un
sacerdote, quedó huérfano a los 14 años,
pasando a ser tutelado por unos
parientes, que rápidamente dilapidaron
la pequeña fortuna heredada por el
muchacho. Consumida la herencia, le
internaron en el convento de agustinos
de Stein, que Erasmo abandonó para
continuar sus estudios en París y
Bolonia. Después, fue corrector de
pruebas en la imprenta de Aldo
Manuccio, en Venecia. En 1499 marchó
a Inglaterra como tutor de un joven
inglés, William Blount, cuarto barón de
Mountjoy. Posteriormente, en 1506,
obtuvo el título de doctor en Teología en
Turín, para pasar a residir en Roma bajo
la protección del cardenal Médicis. Más
tarde ejerció de profesor de griego en
las universidades de Oxford y
Cambridge. Fue nombrado consejero del
futuro Carlos V, cargo que abandonó
para volver a ejercer como profesor
universitario, llegando a ser nombrado
rector de la universidad de Basilea. Y
compaginando este frenético trajín vital,
aun encontró tiempo para traducir a
Eurípides (del griego) y a Luciano (del
latín); preparar ediciones del Nuevo
Testamento de San Agustín, así como de
las obras de Tolomeo, y escribir además
numerosas obras propias en latín. Para
dar ejemplo de su capacidad de trabajo,
se cuenta que escribió su obra más
famosa, Elogio de la locura, en sólo
siete días y sin consultar ningún libro.
No cabe duda de que su actividad fue
portentosa.
E l matemático suizo Leonhard Euler
(1707-1783) dejó tantos
manuscritos inéditos (unos 900) que
cincuenta años después de su muerte
todavía estaban siendo publicados por
primera vez. Sus obras escogidas (no
completas) fueron editadas a partir de
1910 y ocuparon finalmente 72
volúmenes, y ello a pesar de que se
quedó ciego los diecisiete últimos años
de su vida, teniendo que trabajar de
memoria.

T ambién Galileo Galilei (1564-


1642) se quedó totalmente ciego
cinco años antes de morir, se supone que
a consecuencia de las muchas horas que
pasó observando el sol.

E l escritor alemán Johann Wolfgang


Goethe (1749-1832), además de
ser sin discusión el más inmortal de los
escritores alemanes, desempeñó un gran
número de profesiones y destacó en
otros muchos campos. Entre otras cosas,
fue jefe de bomberos, Ministro del
Exterior, director y actor de teatro,
abogado, pintor, comisario de minas,
mujeriego de mala fama y científico. En
esta última faceta, en la que alcanzó gran
renombre en su época, su logro más
importante fue el descubrimiento del
hueso intermaxilar o hueso de Goethe.
Sin embargo, muchas de sus teorías
científicas han quedado claramente
desfasadas. Por ejemplo, defendió la
teoría geológica llamada neptunismo,
según la cual las rocas que conforman
los continentes llegaron del espacio y se
depositaron sobre un único océano que
cubría toda la superficie original de
nuestro planeta. Rechazaba la otra
teoría, conocida como vulcanismo, que
es la que finalmente triunfó, según la
cual las rocas de la superficie terrestre
surgieron del interior del planeta a
través de volcanes y otras fallas de la
corteza.
E l científico británico William
Thomson (1824-1907), más tarde
nombrado Lord Kelvin of Largs (nombre
por el que es más conocido en la
historia de la ciencia), ingresó a los 10
años y 4 meses, en octubre de 1834, en
la Universidad de Glasgow,
matriculándose el 14 de noviembre del
mismo año.

A ntony van Leeuwenhoek (1632-


1723), conserje del ayuntamiento
de la ciudad holandesa de Delft y sin
formación académica alguna, descubrió
con su labor autodidacta los glóbulos
sanguíneos, los espermatozoides, los
protozoos y lo que después sería
llamado bacteria. Este extraordinario
caudal de descubrimientos fue hecho con
microscopios artesanales, que
Leeuwehoek fabricaba con sus propias
manos. El mejor de todos los que
construyó era capaz de hasta 270
aumentos.

E ntre los dibujos de diseños e


invenciones legados por Leonardo
da Vinci (1452-1519) los expertos han
creído reconocer prototipos y
antecedentes de, al menos, los siguientes
artilugios actuales: el paracaídas, el
chaleco salvavidas, la bomba de agua,
las aletas para natación, la perforadora
de pozos, el barco impulsado por
paletas, el carro sin caballos (es decir,
el automóvil), la cadena de rodillos, la
pistola de vapor, la turbina de agua, una
máquina para pulir lentes, las granadas
de fragmentación, la ametralladora, el
aeroplano, el helicóptero y el
submarino. Se dice, incluso, que
Leonardo inventó también el primer
despertador del que se tiene noticia, que
consistía en un dispositivo que frotaba
los pies del durmiente. Asimismo, se ha
comprobado que tuvo nociones o
intuiciones respecto a conceptos tan
modernos como la fabricación en
cadena, los fósiles, la circulación de la
sangre, teorías astronómicas no
geocéntricas y otras muchas relativas a
la caída de los cuerpos y a la anatomía.
Su poder de observación y su gran
habilidad para el dibujo eran tales que
sus dibujos de ondas y burbujas en el
agua solamente pudieron ser mejorados
por la cámara fotográfica. Sin embargo,
gran parte de su genio resultó
infructuoso. Guardó estas ideas para sí
mismo, anotadas en voluminosos
cuadernos de notas explicativas escritas
de derecha a izquierda, que sólo pueden
ser leídas en un espejo, hurtando la
mayoría de aquellos avances a los ojos
de sus contemporáneos. La mayor parte
de sus cuadernos permanecieron sin ser
publicados hasta bien entrado el siglo
XIX, e incluso algunos de ellos
permanecieron desaparecidos durante
siglos. Por ejemplo, dos cuadernos
fueron encontrados y dados a la luz en
1965 en la Biblioteca Nacional de
España de Madrid. De la capacidad y el
tesón de Leonardo da Vinci da fe, por
ejemplo, el hecho de que, cumplidos ya
los sesenta años, sufrió un ataque de
parálisis que le inmovilizó el brazo
derecho; él no se arredró por ello y
rápidamente aprendió a pintar con la
mano izquierda.

L a actriz polaca Helena Modjeska


(1844-1909) era enormemente
popular en su país gracias a la calidad
interpretativa y al realismo con que
actuaba. En cierta ocasión, se le pidió
que dirigiese unas palabras a los
comensales de un banquete oficial al que
había sido invitada durante una breve
estancia en otro país europeo. La
portentosa actriz se levantó y comenzó a
hablar en polaco ante los sorprendidos
comensales que nada sabían de esta
lengua. Sin embargo, superado un primer
momento de estupor, los oyentes se
emocionaron ante la emotividad
transmitida por el discurso de la actriz,
que todos aplaudieron fervorosamente,
aunque nadie llegó a comprender ni una
sola palabra. Lo verdaderamente
extraordinario del caso es que, según
confesó después Helena Modjeska, no
había hecho más que recitar una y otra
vez, emocionadamente, eso sí, el
alfabeto polaco.

A demás de su faceta de inventor,


cuyos mayores logros fueron el
telégrafo eléctrico y la clave Morse, el
estadounidense Samuel Finley Breese
Morse (1791-1872) practicó con cierto
éxito otras actividades destacables. Por
ejemplo, fue el introductor en los
Estados Unidos del proceso del
daguerrotipo, lo que le convirtió en un
destacado precursor de la fotografía.
También fue un notable pintor retratista.
En 1825 fundó la Academia Nacional de
Dibujo, de la que fue además primer
presidente. Su habilidad y capacidad
artística fueron tales que fue profesor de
pintura y escultura durante 40 años en la
Universidad de la ciudad de Nueva
York.

S egún sus biógrafos, si hay algún


científico que se ajusta al tópico de
sabio despistado este es el inglés Isaac
Newton (1642-1727). Por ejemplo, se
cuenta que, en cierta ocasión, queriendo
Newton determinar el tiempo óptimo de
cocción de un huevo, se puso a
comprobarlo experimentalmente. Para
ello, llenó un puchero con agua, lo puso
al fuego e introdujo en él su magnífico
reloj de bolsillo, mientras, ansioso,
huevo en mano, vigilaba el tiempo que
iba transcurriendo. Pero no fue éste, ni
mucho menos, su único despiste famoso.
Él mismo contó que, siendo aún
muchacho, en alguna ocasión entró en la
cuadra de la granja donde vivía
arrastrando por las riendas a un caballo,
sin darse cuenta de que, en realidad, el
caballo se había zafado. Sus despistes
fueron muchos y variados. Quienes le
conocieron en sus tiempos universitarios
aseguraron que muy a menudo se
olvidaba de comer y hasta de dormir
(cierta vez estuvo cuatro días seguidos
sin hacerlo), abstraído en sus
reflexiones. También se equivocaba de
puertas o se olvidaba por completo de
que tenía invitados en cuanto se
ausentaba por algún motivo de la sala en
que éstos se hallaban, dirigiéndose hacia
su laboratorio y no regresando en horas.
Generalmente vestía de manera
desastrada, sin peinar y hasta sucio, por
puro olvido del más elemental cuidado
personal. No era raro verle sentado en
cualquier camino de la universidad de
Cambridge, trazando en el suelo
enrevesadas figuras geométricas,
mientras sus alumnos y compañeros le
sorteaban, tratando de no estropear
aquellos incomprensibles dibujos. Esos
mismos alumnos que eludían sus clases
porque, muchas veces, no eran sino
indescifrables peroratas ensimismadas.
Otro de sus despistes habituales era
olvidar comunicar sus descubrimientos
e, incluso, anotar complicadísimas
operaciones matemáticas en cuadernos y
papeles que dejaba en cualquier parte y
nunca más volvía a encontrar, teniendo
que rehacerlas después. Por ejemplo, se
cuenta que en 1684, muchos de los
científicos ingleses de la época
mantenían un famoso e importantísimo
debate sobre las leyes del movimiento
de los cuerpos celestes. Este debate
surgió a raíz de un encuentro mantenido
en enero de aquel año por tres
eminencias de la Royal Society de
Londres: Robert Hooke, Christopher
Wren y Edmund Halley, en el que, al no
llegar a un acuerdo, Wren, arquitecto de
la catedral de San Pablo, ofreció un
premio al primer científico que lograse
demostrar convincentemente las leyes
del movimiento de los astros. Como
pasaban los meses y nadie se atrevía a
hacerlo, Halley decidió visitar a
Newton en Cambridge. En el curso de la
conversación, le preguntó por las órbitas
de los cuerpos celestes, a lo que Newton
contestó que eran elípticas. «¿Cómo lo
sabe?», volvió a preguntar Halley, a lo
que Newton repuso: «Las calculé hace
tiempo». Halley, ansioso y sorprendido,
le pidió que le mostrase esos cálculos,
pero Newton fue incapaz de
encontrarlos, así que no tuvo más
remedio que prometerle que los volvería
a hacer y se los haría llegar (promesa
que cumplió rápidamente).
Poco amigo de alegrías y sonrisas,
no consta que Newton se tomara a
broma sus continuas distracciones. (Se
cuenta, a ese respecto, sin duda de modo
exagerado, que sólo se le vio reír
francamente un día que un alumno le
preguntó cuánto podría valer un obsoleto
libro de Euclides). No obstante,
Newton, como suele pasar con los
verdaderos despistados geniales, era a
la vez muy metódico. A este respecto
son famosos los diferentes cuadernos
(gran parte de los cuales se conservan)
en que anotaba su actividad diaria
(desde la más importante a la más
cotidiana). Por ejemplo, se conserva su
cuaderno juvenil de pecados, en el que
anotaba diaria y escrupulosamente
cuanto pecado hubiera cometido ese día
(cosas tales como «impertinencia con mi
madre» o «robo de cerezas»).
Pero no se acaban ahí los rasgos
curiosos de la personalidad de Newton.
Por ejemplo, sentía una verdadera
pasión por los experimentos, a los que
se entregaba en cuerpo y alma. Por
ejemplo, para estudiar la forma en que
el ojo humano capta la luz se dedicaba a
mirar al sol con un solo ojo para
observar los colores e incluso
presionaba con un punzón su globo
ocular para alterar momentáneamente la
curvatura de la retina y constatar las
variaciones que ello implicaba. En
cierta época de su vida, efectuó
completísimos cálculos sobre las
medidas del Arca de la Alianza, el
templo de Salomón o, en otro orden de
temas, las leyes de propagación
histórica de las plagas de langostas en
relación a la velocidad de expansión del
Islam. No es raro, por tanto, que en el
ambiente premodemo en que vivió, su
interés cayera finalmente en la alquimia,
efectuando innumerables experimentos
químicos que llegaron a afectar
seriamente a su salud, al provocarle una
peligrosa intoxicación de mercurio.
Por otra parte, la célebre disputa
surgida entre Newton y Gottfried
Wilhelm Leibniz (1646-1716) a causa
del reconocimiento público de cuál de
los dos había enunciado en primer lugar
el método matemático del cálculo
infinitesimal fue enconada y muy
violenta. Actualmente, se sabe con casi
total seguridad que fue Newton quien lo
hizo en primer lugar, aunque tardó
mucho más en publicar sus conclusiones
y por tanto éstas no pudieron ser
conocidas previamente por Leibniz. Por
ello, en realidad, ambos han de
compartir ese honor. Pero en aquellos
tiempos, la controversia alcanzó
repercusión a escala internacional,
participando en ella, en un bando u otro,
numerosos científicos. Un gran número
de artículos defendieron públicamente la
candidatura de Newton, aunque casi
todos ellos fueron redactados por el
propio Newton y publicados con el
nombre de sus amigos. Cuando la
disputa se fue enconando más y más,
Leibniz acudió a la mediación de la
Royal Society británica, sin dar
importancia al hecho de que el
presidente de aquella asociación era
precisamente su oponente, Isaac
Newton. Este, beneficiándose de ello,
hizo nombrar una comisión que estudiara
el caso formada totalmente por
partidarios suyos. No satisfecho aún con
ello, redactó personalmente el informe
final de la comisión y forzó a la Royal
Society a que lo publicase. El informe,
lógicamente, daba toda la razón a
Newton, estigmatizando a Leibniz como
plagiario. Incluso, Newton redactó un
resumen anónimo del informe para los
anales de la Sociedad y manifestó
repetidamente en público su gran
satisfacción por haber «roto el corazón
de Leibniz».
Y es que, de igual modo que ninguno
de sus contemporáneos y sus biógrafos
pone en cuestión su genialidad, tampoco
dudan al calificar a Newton de persona
cruel, insensible, vanidosa y
extremadamente ambiciosa. La carrera
pública de Newton, que llegó a ser el
primer científico de la historia que
obtuvo un título nobiliario por sus
actividades científicas, culminó al
obtener el lucrativo puesto de Director
de la Real Casa de Moneda, puesto
desde el que desató una increíble y
despiadada campaña contra la
falsificación de monedas, que condujo a
la horca a no pocos hombres.

E l médico, alquimista y químico


alemán Philippus Theophrastus
Bombastus von Hohenheim (1493-
1541), más conocido con el
sobrenombre de Paracelso, fue un
hombre genial, pero insoportable. A
juzgar por el testimonio de sus
contemporáneos, Paracelso fue
extremadamente vanidoso y engreído,
también egoísta y ampuloso, con no
pocos rasgos de locura y delirios de
grandeza. Por ejemplo, él mismo hizo
extender el rumor de que había hecho un
pacto con el diablo, por lo que poseía el
secreto del elixir de la eterna juventud,
había fabricado el homúnculo (hombre
artificial) y estaba a punto de encontrar
el bálsamo natural con que sería capaz
de reconstruir cualquier tejido dañado.

E l compositor ruso Serguei


Prokofiev (1891-1953) compuso
una ópera, El gigante, cuando tenía sólo
siete años, y usando únicamente las
teclas blancas de su piano.

E l gran pianista y compositor ruso


Serguei Vassilievich Rachmaninov
(1873-1943) es considerado como el
músico de primera fila poseedor de una
mayor envergadura digital, alcanzando
con sus dedos hasta 12 teclas blancas de
un piano convencional, lo que, según se
asegura, le permitía producir con la
mano izquierda un acorde de do, mi
bemol, sol, do sol.

D esde que la artritis hizo presa de


los dedos de la mano del pintor
Auguste Renoir (1841-1919), éste hacía
que le ataran los pinceles a la mano para
poder seguir pintando.

E l filósofo y escritor francés Jean-


Jacques Rousseau (1712-1778)
llegó a estrenar dos óperas con libreto y
música propios, que obtuvieron un gran
éxito de público.
S egún se ha calculado, Félix Lope
de Vega (1562-1635) escribió entre
1500 y 2200 obras de teatro, que
sumarían en su conjunto unas 133 000
páginas, con unos 21 000 000 de versos
(lo cual le convertiría sin ninguna
discusión en el dramaturgo más prolífico
del mundo), de los cuales sólo se
conservan unas 426 obras y 42 autos
sacramentales. Esta ingente actividad
creativa (que hizo que Miguel de
Cervantes le llamara «Monstruo de la
Naturaleza») comenzó con una
sorprendente precocidad. Al parecer,
Lope de Vega ya leía en latín a los cinco
años y tradujo a Claudio cuando tenía
diez. A los doce, además de saber tañer
instrumentos musicales, cantar y manejar
la espada con brío y habilidad, había
completado su primera obra en cuatro
actos, El verdadero amante. Sin
embargo, pese a su evidente precocidad
y genio, siempre se mostró acomplejado
por su origen plebeyo (provenía de una
humilde familia santanderina de la Vega
de Carriedo), por lo que al comenzar su
actividad literaria añadió a su nombre
un segundo apellido (y Carpio), que en
realidad pertenecía a un tío suyo,
inquisidor de Sevilla. De este asunto
también hizo burla, en su enconada
disputa, Luis de Góngora, que sí había
tenido cuna noble.

E l médico, erudito, políglota y


científico inglés Thomas Young
(1773-1829) fue un niño prodigio que
aprendió a leer a los 2 años y que había
leído la Biblia dos veces a los 4.
Durante su juventud estudió una docena
de idiomas y aprendió a tocar una gran
variedad de instrumentos musicales.
Grandes amantes

S egún las crónicas, el califa


Abderramán II de Córdoba (793-
852) sólo hacía el amor con vírgenes, no
repitiendo nunca con la misma mujer.

G abriele D'Annunzio (1863-1938),


escritor, aventurero, estadista y
enfant terrible de la escena cultural
italiana durante más de cuarenta años,
fue también un famoso conquistador
amoroso. Sonados fueron sus romances
con célebres bellezas de la época, como
Maria Hardouin di Gallese (su esposa),
Elvira Leoni, las condesas Maria
Anguissola, Giuseppina Mancini y
Natalia Golubeva, la actriz Eleonora
Duse, la marquesa Alessandra Carlotti
di Rudini y la pianista Luisa Bàccara.
Pero, además, D'Annunzio poseía una
personalidad harto excéntrica. Por
ejemplo, tenía la costumbre de dormir
apoyando su cabeza en una almohada
rellena de mechones de pelo cortados a
sus conquistas, o la de servir vino en
una copa hecha con el cráneo de una
muchacha que supuestamente se había
suicidado por él. Según confesión
propia, su secreto afrodisíaco era la
estricnina, que tomaba antes de cada
aventura. Acorde con su personalidad
provocadora, este gran escritor afirmaba
ser odiado por no menos de mil
maridos.

A juzgar por los comentarios de los


cronistas de la época, Napoleón
Bonaparte (1769-1821) fue protagonista
de una actividad amorosa incesante
durante su explosivo matrimonio con
Josefina. De hacer caso a los biógrafos,
los gritos y jadeos de la pareja
asustaban a todo el palacio en los
momentos de máximo ardor. Según
confesó Josefina, a Napoleón le gustaba
el sexo veloz y furioso: «como un
bombero apagando un fuego». Al
parecer, el ardor de la pareja era tal
que, en su noche de bodas, el perro de
Josefina, creyendo que Napoleón hacía
daño a su ama, se abalanzó contra él y le
mordió.

E l rey Carol II de Rumania (1893-


1953) fue, al contar de las
crónicas, lo que se conoce como un
verdadero atleta sexual. Se dice que
«debido al anormalmente largo órgano
sexual» de su majestad era necesario
ampliar quirúrgicamente la capacidad
vaginal de sus amantes, so riesgo de que
éstas, caso de no hacerlo así, muriesen
«como consecuencia de roturas del
perineo».

A pesar de que en los registros de


sus andanzas que nos han llegado
sólo constan ciento dieciséis amantes,
Giacomo Girolamo Casanova de
Seingalt (1725-1798) se jactó
públicamente de haber seducido a miles
de mujeres, preferentemente esposas e
hijas de sus amigos. Según él, el secreto
de su resistencia física y de su apetito
amatorio residía en la sobredosis de
ostras, no menos de cincuenta, con que
se desayunaba cada mañana. Según
cuenta en sus memorias, otro truco que
utilizaba, esta vez para no dejar
embarazadas a sus muchas amantes, era
un método anticonceptivo infalible:
introducía una canica de oro de 60
gramos en la vagina de sus amantes-
víctimas.

A l parecer, Catalina II La Grande


(1729-1796), esposa de Pedro III
y zarina de todas las Rusias tras
destronar a su marido (que murió en
circunstancias harto extrañas, a las que
ella no fue ajena), gozaba en la época
más activa de su vida de un promedio de
seis relaciones sexuales al día. Sin
embargo sus comienzos matrimoniales
no auguraban dicha vorágine sexual.
Según parece confirmado, se mantuvo
virgen los ocho primeros años de su
matrimonio, debido a la fimosis que
impedía a su marido serlo realmente.
Cuando luego se resarció estableciendo
el récord comentado, contaba con veinte
amantes oficiales, aunque en
determinados momentos llegaron a ser
hasta ochenta. Entre ellos: el príncipe
Sergio Saltikov, Estanislao Augusto
Poniatovski (que gracias a la ayuda de
la zarina llegaría a ser rey de Polonia),
Gregorio Orlof, Wasseltchikov y el
tuerto Gregorio Potemkin. Entre asalto y
asalto, aun practicaba su segundo
placer: el voyeurismo. Se cuenta,
asimismo, que su médico personal,
Rogerson, y su alcahueta privada,
madame Protas, probaban personalmente
a sus amantes antes de aconsejar a su
majestad.

A unque se la tiene por egipcia, la


famosa faraona Cleopatra (69-30
a. de C.) nació en Macedonia, hija de
Tolomeo XI Auletes. Cual era costumbre
entre los faraones, se casó con dos de
sus hermanos: Tolomeo XII Dionisio y
Tolomeo XIII, y fue amante de Julio
César y de Marco Antonio. Su éxito
entre los hombres parece que alcanzó
cotas inusitadas. Se supone que se inició
en el arte amatorio a los doce años.
Posteriormente, fue una alumna
aventajada de las cortesanas del Ninfeo,
el más afamado burdel de Alejandría. La
experiencia le debió resultar
gratificante, puesto que años después
mandó construir un templo como
residencia para sus cientos de jóvenes
amantes, a quienes se les administraban
drogas para aumentar su lujuria y
voluptuosidad. Con ellos practicó tanto
dicho arte que, a juzgar por los
testimonios que nos han llegado, y a
pesar de que, al parecer, no poseía una
belleza demasiado espectacular, aunque
sí un atractivo irresistible, llegó a ser
una consumada maestra, tanto en técnica,
como en resistencia: se afirma que era
capaz de yacer con cien hombres en una
sola noche. No es extraño, a juzgar por
estos antecedentes, que tanto Julio César
como Marco Antonio cayeran rendidos
(tal vez, literalmente) a sus pies.

E l general chino Chang Chung


Chang (1880-1935) fue durante
muchos años un conocido y admirado
amante que dominó la escena galante de
la corte manchú de la China de
comienzos del siglo XX. El general era
más conocido, por razones anatómicas
obvias, como: El general de las tres
piernas y Chang, cañón del setenta y
dos.

E l escritor inglés Charles Dickens


(1812-1870) compartió domicilio
con su esposa, Kate Hogarth, y las dos
hermanas de ésta, Mary y Georgina, con
quienes aparentemente tuvo una relación
más que amistosa. Sin embargo, a
despecho de este posible matrimonio a
varias bandas, su verdadero amor fue la
joven actriz Ellen Teman. No obstante, a
pesar de tanta compañía nocturna,
Dickens sólo podía dormir, al parecer,
si colocaba la cabecera de la cama
orientada exactamente hacia el norte y se
echaba exactamente en su centro.

D el famoso delincuente
estadounidense John Dillinger se
cuenta que siempre estuvo bien armado,
en más de un sentido. En 1934, este
gángster caía acribillado a balazos por
agentes del FBI. Durante la autopsia,
uno de los forenses le cortó el pene y lo
guardó como reliquia, asombrado de su
tamaño. Al parecer, su miembro
alcanzaba increíblemente los 50
centímetros en acción. Sin embargo,
nunca ha vuelto a reaparecer el supuesto
pene de John Dillinger y, por tanto,
nunca se ha podido valorar este extremo
hasta su justa medida.

A
órgano
l parecer, el rey español Fernando
VII (1784-1833) contaba con un
genital de dimensiones
desmesuradas que hizo aconsejable que
la reina María Cristina, su cuarta y
última esposa, tomase medidas
preventivas por prescripción facultativa.
La reina, por consejo médico, interponía
una almohadilla agujereada a la entrada
de su vagina.
L a cortesana griega Mnesarete
(siglo IV a. de C.), más conocida
como Friné (literalmente «sapo», al
parecer por el color de su piel), fue
considerada como una de las más
hermosas mujeres de toda la historia de
la antigua Grecia. Su cuerpo sirvió
como modelo a Praxíteles, uno de sus
muchos amantes, para realizar la estatua
de la diosa Afrodita conocida como
Venus de Cnido. En cierto momento de
su vida, en el curso de un festival, se
soltó los cabellos, se desnudó y se
sumergió en el mar, inspirando al pintor
Apeles su Afrodita Anadiomena. Pues
bien, esta mujer extraordinaria fue una
de las hetairas o cortesanas más
famosas de la Grecia clásica. En cierta
ocasión, tras rechazar repetidamente los
requiebros y las solicitudes de un tal
Eutías, éste la denunció, acusándola de
impiedad (uno de los delitos más graves
de la época) al profanar los misterios
eleusinianos. Compareció ante el
tribunal de los heliastas y estaba a punto
de ser condenada a muerte, cuando tomó
la palabra en su defensa el buen orador
Hipérides. Su bello y encendido alegato
no encontró, sin embargo, respuesta
favorable del jurado. En un último
argumento desesperado, hizo que la
acusada se despojara del peplo y
apareciese desnuda ante el tribunal, al
tiempo que exclamaba: «Olvidad, si os
parece, todos mis anteriores argumentos.
Pero, ved, ¿no lamentaréis condenar a
muerte a la propia diosa Afrodita?
¡Piedad para la belleza!». Tan
convincente e inapelable debió ser este
último argumento que Friné fue absuelta
por el tribunal de todos los cargos y fue
puesta inmediatamente en libertad.
Puede decirse que, por una vez, triunfó
la verdad desnuda. Gracias a su éxito
profesional, Friné amasó una inmensa
fortuna, hasta el punto de que llegó a
financiar la restauración de las murallas
de Tebas y levantó en su casa una estatua
de oro macizo en honor a Zeus, estatua
en la que por cierto se podía leer la
siguiente inscripción: «Gracias a la
intemperancia de los griegos». Sin
embargo, como es natural, los encantos
de la bella Friné se desvanecieron al
llegar a la vejez, a lo que, como es
natural (o, al menos, habitual), Friné no
se resignó, recurriendo a multitud de
afeites y remedios cosméticos. A
propósito de esto, el comediógrafo
Aristófanes llegaría a decir: «Friné ha
convertido su rostro en una botica».

A l último emperador jarifiano de


Marruecos, Muley Ismail Es
Semin (1672-1727), conocido por el
sobrenombre de El sediento de sangre,
se le atribuyen 1056 hijos, 700 de ellos
varones, tenidos con sus 8000 mujeres y
concubinas.

E l cuarto emperador mogol de la


India, Jahangir, que se mantuvo en
el trono entre 1605 y 1627, poseía un
harén de 300 esposas, otras 5000
concubinas y 1000 muchachos con que
satisfacer su diversas aficiones
sexuales. Además, mantenía en su
palacio 12 000 elefantes, 10 000 bueyes,
2000 camellos, 3000 venados, 4000
perros, 100 leones amaestrados, 500
búfalos y 10 000 palomas mensajeras.

E l rey francés Luis XIV (1638-


1715), además de su esposa, la
infanta española María Teresa (1638-
1683), tuvo numerosas favoritas,
concubinas y amantes reales. Entre las
principales estuvieron Louise-Françoise
de La Baume, duquesa de La Vallière
(que le dio cuatro hijos); la marquesa de
Montespan (con quien tuvo 8 hijos); la
marquesa de Maintenon (con la que se
llegó a casar morganáticamente en
secreto), y la duquesa de Fontanges.
L uis XV de Francia (1710-1774),
además de la compañía de sus
sucesivas favoritas Madame Pompadour
(1721-1764) y Madame Du Barry
(1743-1793), disfrutaba de un verdadero
harén o burdel real en su palacio de
Versalles. Este nutrido gineceo fue
conocido en la corte de la época como
Le parc aux cerfs («El parque de los
ciervos»). En los aproximadamente
treinta y cuatro años en que este harén
fue visitado por el rey, estuvo siempre
bien surtido de jovencitas que desde la
adolescencia sólo tenían un único
cometido: estar siempre dispuestas a
satisfacer al rey en cualquier deseo.
Cuando cumplían los dieciocho años,
eran recompensadas con su matrimonio
con un caballero de la corte.

A unque ella misma aseguraba haber


nacido en Sevilla en 1823, la
bailarina y cantante María Dolores
Gilbert [o Porris] y Montes (1818?
-1861), mucho más conocida con su
nombre artístico de Lola Montes, que
recorrió con gran éxito y no pocos
escándalos la Europa de la primera
mitad del siglo XIX, había nacido en
Limerick, Irlanda. Al cumplir los trece
años, descubrió que podría conseguir
todo cuanto se propusiese si sabía
aprovechar su extraordinario atractivo
físico; y eso fue algo que hizo durante
toda su vida, aunque no por ello dejando
de mostrar un criterio muy selectivo. Por
ejemplo, en cierta ocasión, se negó a
mantener relaciones con el virrey de
Polonia porque éste llevaba dentadura
postiza. Tras casarse tres veces y
mantener escandalosas relaciones con
muchos amantes de toda Europa
(incluidos Franz Liszt y Alejandro
Dumas, padre), se convirtió en amante
oficial del rey Luis I de Baviera, quien
le otorgó los títulos de baronesa de
Rosenthal y condesa de Landsfeld.
Cierto escritor contó que el rey le había
confesado que la Montes «podía realizar
milagros con los músculos de sus partes
privadas» y que se convenció de ello
cuando «logró que tuviese diez
orgasmos en un periodo de veinticuatro
horas». Fue tal lo escandaloso de la
relación, que, ante la presión cortesana y
popular, el rey tuvo que abdicar. Ante el
cariz que tomaron los acontecimientos,
Lola Montes emigró entonces a
Inglaterra, y más tarde a los Estados
Unidos, donde se mantuvo fiel hasta el
final a ese mismo estilo de vida.

E l sobrenombre del nigromántico


siberiano Grigorii Efimovich
Novy (1872-1916), Rasputín, significa
en ruso algo así como «libertino». Y no
fue, según todos los testimonios, un
sobrenombre gratuito ni desacertado. Al
parecer, su gran carisma entre las
mujeres se debió no sólo a su carácter
misterioso y a una gran facilidad verbal
e hipnótica (aunque, por cierto, ni
siquiera sabía leer y escribir), sino
también a cierta parte de su organismo
que alcanzaba, según descripción que
dejó escrita su propia hija, los 35
centímetros de turgente longitud y que él
no se esforzó en mantener inactiva.
Cierta parte de su organismo que le fue
cortada, por cierto, en el mismo
momento de su asesinato. Precisamente,
en 1968, apareció en el barrio parisino
de Saint-Denis un supuesto pene de
Rasputín, guardado en una caja de
madera y en poder de una anciana mujer,
que afirmaba ser la antigua amante de
Rasputín.

U na de las más conocidas aficiones


del Cardenal Richelieu, además
de las de dormir y cuidar gatos, fue la de
galantear y sostener aventuras amorosas
con cortesanas. Se cuenta que pagó
cincuenta mil coronas por pasar una sola
noche con la más famosa cortesana de su
época, Ninón de Lenclos. Ésta, después
de aceptar el dinero, envió a una amiga
para que la sustituyese.

S egún los textos antiguos, al rey


Salomón (h. 1020-929 a. de C.) se
le suponía un harén de 1000 mujeres
(700 esposas y 300 concubinas).
Además, protagonizó algunos sonados
romances con otras mujeres, como la
legendaria reina de Saba Balkis o
Makeda, con quien tuvo un hijo,
Menelik, que fundaría la dinastía
abisinia o salomónida de Etiopía.

L a escritora francesa Aurore Dupin,


baronesa de Dudevant, más
conocida en el mundo literario con el
seudónimo de Georges Sand (1804-
1876), fue una fiel seguidora de la
corriente romántica. Y no sólo
intelectualmente, sino también en su vida
personal, hasta el punto de que engrosó
la nómina de sus amantes hasta un límite
verdaderamente notable. A pesar de
haberse casado jovencísima con el
barón Casimir Dudevant (a quien, por
cierto, sorprendió en la cama con una
criada cuando ella sólo contaba 18 años,
hecho que tal vez determinó su futura
promiscuidad), mantuvo relaciones
amorosas, entre otros muchos, con los
siguientes personajes famosos: Jules
Sandaeu, la actriz Marie Dorval, amante
a su vez de Alfred de Vigny (de quien
también fue amiga la misma Georges
Sand), Prosper Merimée, Pietro Pagello,
Alfred de Musset y Frédéric Chopin
(con quien vivió un conocido romance
en la Cartuja de Valldemosa
mallorquina). Aunque no todos sus
amantes fueron personajes célebres. Por
ejemplo, sin romper su matrimonio
original, vivió un apasionado romance
con un lisiado al que le faltaban las dos
piernas.

E l pintor francés Henri Toulouse-


Lautrec (1864-1901) sufrió en su
infancia un accidente que redujo la
longitud de sus piernas y curvó su
columna vertebral para siempre. Años
después, vivía su atormentada existencia
de hombre contrahecho y amargado en
un burdel en el que, al parecer, era muy
querido y en donde encontró por primera
vez un hogar. Además de sus cualidades
humanas, parece ser que, según algunos
comentarios de sus contemporáneos, a
despecho de su escasa estatura y su
deformado cuerpo, una de las razones
del buen recibimiento que obtuvo en
dicho burdel fue una hipertrofia tan
estratégicamente localizada en cierto
órgano de su cuerpo que las prostitutas
del burdel le llamaban La Tetera.

T ras mostrar una excepcional


precocidad intelectual, Lope de
Vega se alistó en la Armada Invencible,
fue secretario del duque de Alba (1590),
del marqués de Malpica (1596), del
conde de Lemos (1598) y del duque de
Sessa, y vivió una vida sentimental
ciertamente movida. Mantuvo una
relación amorosa con Elena Osorio, la
joven hija casada de Jerónimo
Velázquez, su primer mentor, durante
cinco años, que concluiría cuando
Velázquez le demandó por calumnia y
ganó el proceso, consiguiendo que fuera
desterrado de Madrid durante diez años.
Después se casó con Isabel de Urbina,
con la que tuvo un hijo. La siguiente
mujer con la que mantuvo una relación
duradera fue Micaela Luján
(inmortalizada con el nombre de
Lucinda en sus sonetos), con quien tuvo
entre cuatro y siete hijos ilegítimos, a
los que no reconoció. A lo largo de su
vida, sólo reconoció a un hijo, Carlos,
tenido con su segunda esposa, Juana de
Guardo. A los sesenta años, mantuvo
nuevas relaciones amorosas con la joven
Marta de Nevares Santoya, que también
le dio hijos, y con Jerónima de Burgos.
Finalmente, tomó los hábitos en 1614,
convirtiéndose en familiar de la Santa
Inquisición ese mismo año. Ese nuevo
cargo le obligó a compatibilizar la
escritura de comedias ligeras y la
redacción de fanáticas condenas contra
monjes y legos, a los que condenaba a
muerte por herejes, a la vez que, a pesar
de su nueva condición de sacerdote, no
se privó de continuar sus escarceos
amorosos.

S entimentalmente, como en lo
profesional, la vida del gran
compositor alemán Richard Wagner no
fue nada descansada. Se casó en 1834
con la actriz Minna Planer; después, ya
separado de Minna y tras algunas otras
aventuras pasajeras, vivió apasionados
amores con Jessie Laussot, esposa de un
amigo suyo; con Mathilde Wesendonck,
casada con uno de sus benefactores (aun
cuando simultáneamente se había
reconciliado con Minna); con Judit
Gautier, y con Cósima von Bülow,
esposa del director musical Hans von
Bülow e hija de Franz Liszt, con la que
tuvo dos hijos ilegítimos, antes de
casarse con ella en 1870.

L a reina Zingua de Angola, que


rigió aquel país a principios del
siglo XVII, ha pasado a la historia como
una ninfómana ejemplar. La reina, que
contaba con un amplio y surtido harén a
su entera y exclusiva disposición, se
divertía organizando combates a muerte
entre sus esclavos, ofreciendo su cuerpo
como galardón al campeón, que tras una
noche entera de servicios reales,
también moría, no obstante, al alba. En
cierta ocasión, llegó a decretar la muerte
de todas las mujeres embarazadas de su
reino, pues no aceptaba que ninguna de
sus súbditas hiciera gozar a los
hombres. Se cuenta que mantuvo un
comportamiento similar hasta que,
súbitamente, se convirtió al catolicismo
al cumplir los setenta y siete años y
cambió por completo su actitud ante la
vida.
Hechos históricos
singulares

L a erupción del Vesubio que


sepultó la ciudad de Pompeya y
las villas de Herculano, Estabia,
Oplontis y Nuceria se desencadenó el 24
de agosto del año 79 de nuestra era.
Sólo en Pompeya se ha calculado que
vivían unas 25 000 personas. La
tragedia duró tres días, durante los
cuales los gases y partículas lanzados a
la atmósfera por la erupción
oscurecieron totalmente el sol en la
zona. Destruida Pompeya, los anales
históricos guardaron el hecho, pero el
paso del tiempo hizo olvidar la exacta
localización de la ciudad, hasta que en
1711, un campesino llamado Giovanni
Battista Nocerino encontró una pieza de
mármol mientras excavaba un pozo. Al
seguir encontrando más y más objetos en
los días posteriores, Nocerino dio a
conocer su hallazgo. El hecho llegó a
oídos del príncipe d'Elboef de
Habsburgo, que organizó unas
excavaciones. A veinte metros de
profundidad aparecieron unas estatuas,
pero por distintas circunstancias, la
investigación fue suspendida y el
yacimiento fue olvidado. En 1738,
Rocco Giacchino de Alcubierre,
ingeniero al servicio del rey Carlos III
de España, reanudó las excavaciones
por orden del monarca. Rápidamente
logró identificar la villa de Herculano
gracias a una inscripción y, algunos años
después, llegó a la conclusión de que un
yacimiento cercano era Pompeya. En
1748, se descubrió el primer cadáver
petrificado, al que pronto se irían
uniendo algunos más. Todos presentaban
el aspecto de haberse convertido en
piedra súbitamente, sin dar tiempo
siquiera a interrumpir sus actividades.
Incluso se conserva el cadáver de una
madre amamantando a su hijo.

P ocos saben que no fue Johannes


Gutenberg (1400-1468) el que
finalmente publicó las llamadas Biblias
Gutenberg, es decir, los primeros libros
oficialmente impresos con la imprenta
de tipos móviles inventada por el
impresor alemán. En efecto, Gutenberg
preparó las planchas de la Biblia, pero
cuando estaba a punto de comenzar su
edición, se le agotó el dinero de que
disponía y, acosado y demandado por
los acreedores, se vio obligado a
entregar sus instrumentos y prensas,
además de perder todo derecho sobre la
edición y ceder la distinción de ser el
editor del considerado como libro más
bello de la historia.

U na noche del año 356 a. de C., un


pastor prendió fuego, medio siglo
después de su construcción, a la cuarta
de las Siete Maravillas de la
Antigüedad, el Artemision o Templo de
Artemisa (o Diana), diosa de la Luna y
de la Caza, de Éfeso, ciudad situada a
orillas del mar Egeo, en el Asia Menor;
un soberbio edificio de mármol blanco
de 130 metros de longitud, sustentado
por 127 columnas jónicas de 20 m de
altura y 2 de diámetro cada una. A la
entrada del templo se alzaba una estatua
de la diosa de 5 m de altura, esculpida
en oro macizo. El motivo que adujo el
pastor, llamado Eróstratos, para
convertirse en uno de los más famosos
incendiarios de la historia no fue otro,
precisamente, que inmortalizar su
nombre. Este incendio, según la leyenda,
ocurrió precisamente la misma noche
del nacimiento en Macedonia de
Alejandro Magno.

E n la Edad Media ya se sabía


la humedad y los gases eran
de los principales enemigos de
que
dos
las
piedras de los monumentos. El
emperador Federico II dictó órdenes
estrictas para mantener limpio el aire en
1240. Un herrero fue ejecutado en 1306
en Londres por utilizar carbón de piedra
con alto contenido en azufre, a pesar de
la prohibición expresa. En Colonia,
Alemania, una fábrica metalúrgica de
cobre y plomo fue clausurada en 1465
por la contaminación ambiental que
producía.

A finales del mes de abril de 1886,


la factoría McCormick de
Chicago despidió a 1200 trabajadores
que se habían negado a darse de baja en
las incipientes organizaciones sindicales
que habían florecido en aquella ciudad
estadounidense, sustituyéndoles con
esquiroles reclutados en los bajos
fondos de la ciudad. El 1 de mayo de
aquel mismo año, más de 40 000
obreros de la ciudad se declararon en
huelga en solidaridad con sus
compañeros despedidos. Sobre ellos
cayeron con saña los esquiroles (o más
bien matones) de McCormick. Para
protestar contra estas agresiones, los
obreros convocaron un mitin para el día
3, a celebrar en las inmediaciones de la
propia factoría foco del conflicto. A
aquella reunión acudieron también los
provocadores de McCormick, que
agredieron a los huelguistas, con el
resultado de seis muertos y varias
docenas de heridos (todos ellos
huelguistas). Al día siguiente,
hallándose reunidas en un nuevo mitin
unas 15 000 personas, aparecieron unos
80 policías y comenzaron a disparar, sin
previo aviso, sobre la multitud. En
medio de la confusión, una bomba
estalló entre los policías, causando
algunas bajas. Enfurecidos, los agentes
contratacaron sin miramientos, causando
a su vez 70 nuevas víctimas y
deteniendo a todos los líderes
sindicales. Estos fueron juzgados bajo la
acusación de haber lanzado el artefacto
explosivo y, aunque negaron repetida y
fundadamente su culpabilidad, el peso
de las pruebas amañadas consiguió que
fueran declarados culpables. Ocho de
ellos fueron condenados a la pena
capital. El 11 de noviembre de 1886
serían ejecutados cuatro de los
condenados: George Engel, Adolphe
Fischer, Albert Parsons y Auguste Spies.
A tres más, Oscar Neebe, Samuel
Fielden y Michael Schawb, se les había
conmutado la pena de muerte por cárcel
y trabajos forzados; mientras que el
octavo condenado, Louis Ling, se
suicidó ingiriendo una cápsula de
mercurio. En 1889, la Segunda
Internacional decidió proclamar el 1.°
de mayo como fecha de reivindicación
obrera anual, en recuerdo de la masacre
obrera de Chicago. Este carácter
reivindicativo se mantendría hasta 1919,
año en que sufrió una radical
transformación, al convertirse
oficialmente en el Día Internacional del
Trabajo.

E l origen de la cruz como símbolo


de la fe cristiana se remonta a un
hecho biográfico del emperador romano
Constantino II El Grande (h. 280-337).
Según cuenta su biógrafo Eusebio
Pánfilo, cuando Constantino se dirigía
hacia Majencio, el año 312, donde
habría de disputarse una importante
batalla (la conocida como del Puente
Milvio), apareció ante sí una gran cruz
rodeada por la frase In hoc signo vinces
(«Con este signo vencerás»).
Impresionado, Constantino mandó que a
partir de entonces figurase en los
estandartes o lábaros de sus tropas una
cruz cristiana orlada con tal inscripción.
Años después, durante el primer
Concilio de Nicea, celebrado el año
325, el emperador decretó que fuese
adoptada la cruz como símbolo oficial
de la religión cristiana.
E n 1212, cerca de 40 000 niños y
niñas alemanes, arrebatados de
entusiasmo por el fervor religioso y
combativo de las Cruzadas,
abandonaron sus hogares para, guiados
por un muchacho llamado Nicolás,
cruzar los Alpes y dirigirse a Génova,
vía Roma. Desde Francia, cerca de 30
000 niños se sumaron a la empresa,
dirigiéndose a Marsella en un insólito
hito histórico que los historiadores
conocen con el nombre de La Cruzada
de los Niños. Durante el difícil viaje
perecieron un alto número de
muchachos. Los líderes de los
supervivientes se reunieron con el Papa
Inocencio III, que les invitó a que
retornaran a sus casas. Muchos
desoyeron este consejo papal y
embarcaron en Marsella y Génova con
destino al norte de África y a
Alejandría, donde sorprendentemente
fueron vendidos como esclavos.

E n 1917 se celebró en Moscú el


Juicio del Estado Soviético
contra Dios, en una parodia de Tribunal
Popular, presidido por el comisario de
Instrucción Pública, Anatoly
Lunacharsky (1875-1933). Este tribunal
halló a Dios culpable de los cargos
imputados, por lo que le condenó a
muerte, siendo ejecutada la sentencia
por medio de una salva de fusilería
dirigida al cielo.

E l rey legendario Enlil-Bani llegó a


reinar durante 23 años en Isin, una
de las dos ciudades que dominaban
Babilonia, tras ser elegido rey por un
día en el curso de una tradicional
ceremonia anual de las celebraciones de
año nuevo. Enlil-Bani, apodado El
Jardinero, era realmente jardinero del
rey Erra-Imitti. De acuerdo a la
costumbre, fue elegido por éste para que
reinase durante un día, tras el cual
habría de ser sacrificado a los dioses.
Pero se dio la circunstancia de que el
rey oficial murió durante las
celebraciones, y Enlil-Bani permaneció
en su puesto entre los años 2029 y 2006
a. de C.

E n el año 695, Leoncio encabezó


una rebelión popular contra el
reinado del emperador Justiniano II, al
que capturó y mandó cortar la nariz, en
la creencia de que tal desfiguración le
haría indigno de la corona y le alejaría
para siempre del trono. Tres años
después, en 698, Leoncio fue derrocado
por tropas al mando del general Tiberio,
quien le sustituyó en el trono con el
nombre de Tiberio III y ordenó a su vez
que cortaran la nariz a Leoncio. Tras
diez años de exilio, Justiniano II
recuperó el trono en el año 705 y
ejecutó públicamente a ambos.

H itler, esperando aislar y degradar


a los judíos de Dinamarca, como
había hecho en todas partes, ordenó que
todos ellos utilizaran un brazalete
identificado con la Estrella de David.
Sin embargo, su plan se vio frustrado
cuando, a las pocas horas de ponerse en
vigor la orden, ciudadanos daneses de
todas las religiones salieron a la calle
portando el brazalete. El rey Cristian X
(1870-1947), que también lo llevó, llegó
a decir públicamente: «Yo soy el primer
judío de mi país».
En ese mismo clima de hostilidad y
resistencia pasiva a las fuerzas de
ocupación alemanas, en septiembre de
1944, los nazis decretaron la detención
inmediata de todos los miembros de la
policía danesa, acusada de boicotear la
política nazi de ocupación y de no
perseguir los sabotajes civiles. Todos
los policías daneses fueron
inmediatamente deportados a campos de
concentración en suelo alemán.
D urante el reinado del emperador
romano Antonino Pío (86-161),
entre los años 138 y 161, la parte
superior del Circo Máximo de Roma,
construida con madera, se derrumbó
durante un torneo de gladiadores,
resultando muertos 1112 espectadores.

E n España se llamó Crack de 1929


a la depresión económica iniciada
en esa fecha con el hundimiento de la
Bolsa de Nueva York y que se prolongó
hasta 1934. Tuvo trágicas repercusiones
internacionales, debiéndose a un grave
desajuste entre la producción y el
consumo, unido ello a movimientos
especulativos muy fuertes y ruinosos en
las bolsas. En octubre de 1929 se
empezaron a registrar caídas en la Bolsa
de Nueva York. El 24 de octubre, el
llamado Jueves Negro, la Bolsa de
Nueva York se desplomó, vendiéndose
unos 132 millones de acciones en aquel
único día, lo que causó el hundimiento
de las cotizaciones y la casi instantánea
ruina de miles de ciudadanos. A lo largo
de ese año, los índices Times y Dow
Jones habían dibujado una línea muy
quebrada. Sin embargo, aquel día se
desató el Crack. Cinco jornadas
después, el 29 de octubre, el llamado
Martes Negro, se produjo el definitivo
desplome, abriéndose un desastre
económico de impredecibles
consecuencias.
El 19 de octubre de 1987, los
valores contratados en la New York
Stock Exchange, nombre oficial de la
Bolsa neoyorquina de Wall Street,
perdieron en una sola sesión 750 000
millones de dólares: una cantidad
equivalente a más del doble de la deuda
total del Tercer Mundo de aquel
momento. El índice Dow-Jones cayó
508 puntos, es decir un 22,6%. No
obstante, pese a que se supuso que
podría significar el mismo descalabro
que el crack de 1929, la verdad es que
las Bolsas se recuperaron pronto.

E l mes de septiembre de 1973,


Clark Olofsson tomaba como
rehenes a cuantos se hallaban dentro de
una entidad bancaria de la capital sueca,
Estocolmo, que pretendía atracar. Su
buen comportamiento con estas personas
y, tal vez, la justicia de los móviles de
su intento de atraco, hicieron que todos
sus rehenes abogaran por él una vez
liberados. A partir de este curioso
suceso de identificación entre
secuestradores y secuestrados se fue
elaborando una teoría psicosociológica,
corroborada a medida que se fueron
constatando casos similares,
imponiéndose la denominación común a
todos ellos de Síndrome de Estocolmo
en recuerdo a aquel primer caso
registrado y estudiado. Poco tiempo
después, lo ocurrido en el caso del
secuestro de Patricia Patty Hearst, la
rica heredera del emporio periodístico
de su padre, Randolph Hearst (quien,
por cierto, se dice que sirvió de modelo
para el Ciudadano Kane creado por el
cineasta Orson Welles), por el llamado
Ejército Simbiótico de Liberación, que
acabó con la sonada detención de la
joven tras su conversión en miembro
activo del grupo terrorista, ayudó a
popularizar este síndrome, al que se
suele invocar invariablemente tras cada
secuestro.

E l Escándalo Watergate fue


provocado por la entrada ilegal y
subrepticia de cinco hombres en los
locales del Comité Nacional del Partido
Demócrata de los Estados Unidos,
situados en el edificio Watergate de
Washington, en la madrugada del 17 de
junio de 1971. La policía los sorprendió
y fueron detenidos, descubriéndose
pronto que se trataba de agentes
federales a las órdenes del gobierno,
por entonces en manos de los
republicanos, que trataban de instalar
micrófonos en la sede electoral de sus
enemigos políticos. El escándalo estalló
tras la investigación de dos periodistas
del periódico The Washington Post,
Bob Woodward y Carl Bernstein, y trajo
como consecuencia última la dimisión
del presidente Richard Nixon el 7 de
agosto de 1974.

L a huelga más larga de la que se


tiene constancia histórica terminó
el 4 de enero de 1961, al cabo de 33
años. Concernía al empleo de ayudantes
de peluquero en la capital danesa,
Copenhague.
L a primera vez que se utilizó la
clave de morse SOS fue en 1909,
en el naufragio del barco Slavonia. Esto
ocurría tres años antes de que fuera
adoptada como clave universal en la
Conferencia Radiotelegráfica de Berlín
de 1912. El mensaje fue captado y el
rescate fue un éxito. Por cierto, hay que
hacer constar que, pese a que muchas
veces se ha apuntado que esta clave
morse corresponde a las iniciales de la
frase inglesa save ours ships («salve
nuestros barcos») o incluso save ours
souls («salve nuestras almas»), lo cierto
es que no significa nada en sí misma; en
realidad, se trata de una de las
combinaciones de código morse (tres
puntos, tres rayas, tres puntos) más
fáciles de distinguir en condiciones de
máxima urgencia, cuales suelen ser en
las que se utiliza.

U nos enviados del rey francés


Felipe II Augusto (1165-1223)
vinieron a España con plenos poderes
para escoger esposa para Luis, el hijo
mayor de su monarca y, por tanto, delfín
y heredero del trono. En principio, la
elegida tendría que haber sido la hija
segunda del rey Alfonso VIII de Castilla
(1152-1214) y de Leonor de Inglaterra
(1156-1214), llamada Urraca, pero
precisamente su nombre, que no sonó
bien a los enviados, hizo que éstos
escogiesen a Blanca, menos bella que su
hermana, pero de nombre menos ingrato.
La tal Blanca de Castilla (1188-1252),
que andando el tiempo sería la esposa
de Luis VIII de Francia y madre por
tanto de San Luis, demostraría,
fundamentalmente durante su regencia,
que no fue una mala elección.

C ristóbal Colón volvió a España de


su tercer viaje a América cargado
de cadenas, acusado de protagonizar una
despótica gestión en la colonia de Haití.
P or iniciativa del reverendo
estadounidense Robert Finley, se
constituyó en 1816 la Sociedad
Americana de Colonización con el fin de
establecer en África una colonia en la
que pudiesen establecerse los 200 000
esclavos negros norteamericanos recién
libertados (o nacidos de padres libres).
La Sociedad persuadió al Congreso
estadounidense (con la ayuda de
prominentes esclavistas, convencidos de
que era mejor que estos esclavos
liberados se marcharan del país) para
que aportase el capital necesario para
comprar tierras africanas. En 1822 se
fundó un nuevo país en tierras africanas
costeras al Atlántico, al que se llamó
Liberia, y cuya capital fue bautizada
Monrovia, en honor del presidente de
los Estados Unidos, James Monroe.
Hacia aquel nuevo país marcharon no
menos de 15 000 afroamericanos. El 26
de julio de 1847, este nuevo país fue
declarado independiente.

E n la ceremonia de coronación del


zar ruso Nicolás II (1868-1918),
celebrada en 1894 en el campo de
Jodinka de Moscú, se prepararon
regalos para ser repartidos entre los
asistentes. Sin embargo, comenzó a
correr el rumor entre las filas de
invitados que esperaban su turno para
recoger el presente de que no habría
bastantes regalos para todos. Ello
produjo, de forma imprevista, una
incontenible avalancha hacia las mesas
dispuestas con los obsequios. La
estampida consecuente provocó cientos
de muertos, pisoteados y asfixiados por
la muchedumbre.

L as crónicas históricas cuentan que


cuando las tropas árabes del califa
Omar (581-664) tomaron la ciudad de
Alejandría en el año 641 quemaron
durante seis meses los miles de
manuscritos de su famosa biblioteca
para mantener el fuego de los 4000
baños públicos de la ciudad. De esta
forma se consumó la destrucción del
centro cultural más importante del
mundo clásico, junto al Museo de
aquella misma ciudad. La Biblioteca de
Alejandría había sido fundada por
Tolomeo I Sóter (355-283 a. de C.) en el
siglo III a. de C., perviviendo hasta el III
de nuestra era. Pero su deterioro había
comenzado mucho antes. En el año 47 a.
de C., al entrar Julio César en la ciudad,
un incendio, que comenzó en el puerto,
alcanzó la Biblioteca, destruyendo casi
por completo el edificio que la
albergaba y muchos de sus fondos. No
obstante, la Biblioteca fue reconstruida,
aunque nunca recuperó su anterior
esplendor. En el año 270, un grupo de
fanáticos cristianos, considerando que
algunos de los manuscritos guardados en
la Biblioteca eran contrarios a su fe,
incendiaron nuevamente el edificio,
apagando casi totalmente su actividad,
que aun así perduró, muy mermada,
hasta que el califa Omar acabó
definitivamente con ella.

E l viajero veneciano Marco Polo


fue el primer europeo (y tal vez el
último por ahora) en ser nombrado
alcalde de un ciudad china. En efecto,
Polo ganó la confianza del emperador
Kublai Jan y fue designado jefe de la
administración de la ciudad de Yang-
Chau, cargo que mantuvo durante tres
años.

E n la Rusia del siglo XVII, el


resultado del Gran Cisma de la
Iglesia conocido como Raskol dejó a los
grupos disidentes (los llamados
raskolniki), que fueron excomulgados,
en tal estado de desesperación que
muchos de sus miembros se
autoinmolaron sin esperar al fin del
mundo que ellos mismos habían
predicho que ocurriría antes de que
finalizase el siglo. Entre 1672 y 1691,
hubo treinta y siete suicidios en masa, en
los cuales más de 20 000 raskolniki se
quemaron voluntariamente hasta morir
creyendo que no tenía sentido
permanecer en la Tierra y arriesgarse a
ser contaminados por la herejía.

E n 1626, el holandés Peter Minuit


compró a los indios la isla de
Manhattan, núcleo de la actual ciudad de
Nueva York. El precio que hubo de
pagar fue ridículo: un lote de cuentas de
cristal, trapos rojos y botones de cobre
por un valor total de 24 dólares de la
época.

E n enero de 1848 se anunció el


descubrimiento de oro
California. Con esta noticia se desató
en

una de las mayores fiebres del oro que


la historia recuerda. La población del
territorio pasó, en un solo año, de 1500
a 100 000 personas, muchas de ellos
bandoleros, ladrones, timadores y
pistoleros. Se desató un caos y una
anarquía tales que el gobierno federal
mexicano, preocupado por los
desmanes, envió una fuerza armada para
restablecer el orden. Fue inútil: la
práctica totalidad de la tropa desertó,
uniéndose a las filas de los buscadores
de oro. El Gobierno mandó entonces un
barco de guerra, del que desembarcó
una compañía, cuyos miembros
desaparecieron igualmente.

E n Inglaterra está en vigor una


antigua ley que prohíbe que la
corona británica salga del país. Por esta
razón, cuando en 1911 el que sería Jorge
V (1865-1936) decidió ser coronado
emperador de la India en la ciudad de
Delhi, se hubo de fabricar una réplica de
la corona que fue la que se utilizó en
aquella ceremonia celebrada fuera de
las fronteras inglesas.
S egún cuenta una leyenda, basada en
el relato del monje de Saint-Gail,
el emperador Carlomagno (742-814)
emprendió en cierta ocasión la caza de
un gran oso que tenía aterrorizados a los
lugareños de una comarca de los Vosgos.
Decidido a matarle con sus propias
manos, el rey se encaró con el enorme
animal, entablando rápidamente una
simpar lucha, disputada en la cima de
una roca, que felizmente acabó con la
muerte del oso. Al parecer, según esta
narración, fue aquella la primera
ocasión en que este rey de los francos
fue aclamado como Carlos El Grande,
es decir, Carlomagno.

E n 1910 se inauguró oficialmente la


plaza de toros de la ciudad turca
de Constantinopla. La plaza era de
madera y capaz para unos 30 000
espectadores. En su inauguración
torearon los maestros José Fernández
Chico de la Camila, Negret y Frutitos,
optando por no matar a los astados, para
no excitar más los ánimos, ante la
propaganda en contra del espectáculo
que se desató en la ciudad. A la postre,
este tipo de espectáculos no fue del
agrado del público turco y las corridas
de toros no arraigaron en tan extraño
lugar.

U n edicto imperial austriaco,


promulgado el 18 de marzo de
1785, prohibió bailar el vals en la corte
vienesa, pretendiendo atajar la locura
por este tipo de bailes que imperaba en
la corte centroeuropea.

A l parecer, en sus primeros


tiempos, la policía metropolitana
de Londres —la que luego se
transformaría en la famosa Scotland
Yard— disponía de medios tan precarios
que, por falta de celdas seguras, se veía
necesitada de contratar a unos hombres
que, por unos cuantos chelines, accedían
a ser esposados con los presos, con lo
que teóricamente se garantizaba que
éstos no escaparan de la cárcel.

E n 1698, el zar ruso Pedro I El


Grande (1672-1725), tratando de
homologar el aspecto de sus súbditos
con el del europeo estándar de la época,
promulgó un decreto gravando con un
impuesto a todos los rusos (excepto los
sacerdotes y los campesinos) que se
obcecasen en llevar barba. Así, los
nobles y los negociantes tuvieron que
pagar el derecho de mil rublos para
conservar la barba, mientras el pueblo
llano se veía obligado a pagar un kopek
por barba. Para hacer cumplir su
decreto, el zar situó a una legión de
recaudadores a las puertas de las
ciudades para exigir el pago del
impuesto o, en su defecto, recurrir a los
servicios de un barbero que allí mismo,
ipso facto, rasurase a los rebeldes.

A ños después, este mismo zar


compró
especímenes
la
del
colección
naturalista
de
y
embalsamador holandés Frederic
Ruysch (1638-1731), formada por unos
1300 fósiles, rocas, plantas y embriones
y fetos humanos y animales, en perfecto
estado de conservación. Inmediatamente,
el zar ordenó el traslado de la colección
a Rusia a bordo de un barco.
Desgraciadamente, cuando el buque
arribó a San Petersburgo, la colección
estaba diezmada y prácticamente
perdida, pues los marinos se habían
bebido todo el brandy en que estaban
preservados muchos de los
especímenes.

C omparable iniciativa a la
anteriormente mencionada del zar
Pedro I tuvo el emperador de Austria
José II (1741-1790) que era enemigo
declarado de los afeites y maquillajes, y
puso en vigor un impuesto indirecto que
gravaba el precio de venta del colorete
de mejillas, los polvos para el cabello,
los tarros de pomada, el rouge de labios
y demás artificios cosméticos.

L as Cortes de Cádiz denegaron los


derechos sucesorios al príncipe
Francisco de Paula (1794-1865) por su
gran parecido físico con Manuel Godoy,
que años antes había sido valido del rey
Carlos IV y presuntamente amante de la
reina María Luisa de Saboya, madre del
aspirante.
S egún cuenta el historiador Julián
del Castillo en su obra Historia de
los reyes godos (1624), cuando el
monarca español Felipe II (1527-1598)
era aún príncipe y viajó a Inglaterra
para contraer matrimonio con la reina
María Tudor (1516-1558), en el año
1554, juró solemnemente renunciar a su
derecho sobre el trono británico si el
mítico rey Arturo regresaba de su retiro
en Avalon para reclamarlo.

F rancisco I de Francia (1494-1547)


pagó doce millones de escudos a
España por el rescate de sus dos hijos.
Estos habían sustituido al monarca como
rehenes, tras ser éste capturado en la
batalla de Pavía (1525). Cuatro meses
tardó España en contar y comprobar
todas las monedas que componían el
rescate, llegando a rechazar unas 40 000
piezas por hallarlas de inferior valor
real que el que habrían de tener. Y es
que en aquellos tiempos los estados
europeos estaban inmersos en una
espiral de devaluación real de sus
monedas, en las que poco a poco fue
desapareciendo el oro y la plata, siendo
sustituidos fraudulentamente por el
cobre.
E n la primera época del famoso
Oráculo de Delfos,
sacerdotisas del templo encargadas de
las

realizar las predicciones, llamadas


pitias o pitonisas, eran jóvenes y
hermosas vírgenes, a quienes se exigía
un voto de castidad. Pero en el siglo VII
a. de C., un griego proveniente de
Tesalia, llamado Echecrates, no pudo
reprimir sus más bajos instintos y violó
a una de las pitias. Este hecho provocó
que, a partir de entonces, las pitonisas
fueran mujeres intencionadamente feas y
siempre mayores de cincuenta años.
E l 25 de febrero de 1500, la
embarazada reina Juana I La Loca
(1479-1555), estando a la sazón en
Gante, se sintió indispuesta, retirándose
al retrete, donde sorprendentemente (por
lo rápido e imprevisto) dio a luz a su
hijo Carlos (1500-1558), que años más
tarde sería coronado como rey de
España, con el nombre de Carlos I, y
como emperador de Alemania, con el de
Carlos V.

E n 1920, el presidente de la
república francesa, Paul Eugene
Deschanel (1856-1922), viajaba camino
de Lyon a bordo del famoso tren Orient
Express cuando se cayó en marcha
vestido únicamente con su pijama y en
circunstancias harto extrañas. Aunque
sobrevivió al accidente, a lo que no
sobrevivió políticamente fue a las burlas
que arreciaron sobre su persona y que,
cuatro meses después, le obligaron a
dimitir.

N ominalmente, Luis Felipe fue rey


de Portugal durante unos 20
minutos, con el nombre de Luis III, al
resultar herido mortalmente en el mismo
momento que su padre, Carlos I, era
asesinado, el 1 de febrero de 1908. El
suyo es considerado como el reinado
más corto que recuerdan los anales
históricos.

E l rey Prajadhipok (1893-1941) de


Siam, la actual Tailandia, firmó un
seguro con la Lloyd's de Londres que le
cubría contra la pérdida involuntaria de
su trono. Habida cuenta de que
efectivamente lo perdió en 1935, tras
diez años de reinado, la compañía de
seguros británica le aboné lo pactado y
pudo vivir desahogadamente los seis
restantes años de su vida.

L a mayor multitud congregada en un


mismo lugar con un propósito
común parece ser la formada por los 15
millones de personas que asistieron al
festival hindú de Kumbh-Mela,
celebrado en la confluencia de los ríos
Yamuna, Ganges y Sarasvati (éste último
uno de los ríos legendarios, literalmente
invisibles, de la mitología hindú, que
simboliza a la diosa de las ciencias y la
armonía y esposa de Brahma), en la
ciudad de Allahabad, en el estado indio
de Uttar Pradesh, el 6 de febrero de
1989.

E n 1880, los arrendatarios rurales


del condado irlandés de Mayo,
respaldados por la independentista Liga
Rural Irlandesa, se rebelaron contra los
supuestos abusos de un recaudador de
rentas inglés, el capitán Charles
Cunningham Boycott, administrador de
las posesiones irlandesas del conde de
Eme, y principalmente de la finca
Connaught, situada en el propio condado
de Mayo. Los irlandeses estaban
entonces en lucha por la independencia y
el famoso orador Charles Parnell,
miembro del Parlamento y presidente de
la Liga Rural Irlandesa, había
recomendado a los campesinos
irlandeses que no trabajasen las tierras
de propiedad inglesa y sometiesen a un
total ostracismo social a sus dueños y
arrendatarios, a menos que el
Parlamento inglés revocase la Ley
Agraria que trataba de imponer. En
aquel contexto de rebelión social, el
capitán Boycott fue la primera víctima
del rechazo popular. Las tiendas se
negaban a venderle cualquier cosa; se
produjeron ataques contra sus
propiedades e, incluso, su correo quedó
bloqueado. Boycott, ante tal acoso, tuvo
que marcharse de Irlanda.
Paradójicamente, al regresar a Inglaterra
se convirtió en uno de las más eficaces
defensores de los derechos irlandeses,
hasta el punto de que, cuando volvió
años después a Irlanda, fue aclamado
por el pueblo. Este hecho histórico dio
nombre desde entonces a lo que se
conoce como boicot.

L a famosa Orden de la Jarretera fue


creada en 1348 por el rey inglés
Eduardo III (1312-1377). Según
Polidoro Virgilio, un día de aquel año,
el rey bailaba con la condesa Alicia de
Salisbury, con la que se rumoreaba que
mantenía un idilio. A la condesa, en el
ardor del baile, se le cayó una liga de
color azul, que el rey recogió ante el
estupor de la corte. Para cortar las
murmuraciones, Eduardo III se apresuró
a fundar la Orden de Garter (palabra
inglesa que en español quiere decir
precisamente liga o jarretera), dándola
por divisa dicha prenda femenina (que
los ordenados han de llevar, visible, en
su pierna izquierda) y por motto la frase
Honni soit qui mal y pense, es decir,
«Maldito sea quien piense mal». Sin
embargo, según otros historiadores, la
frase que diera origen a la Orden la
había pronunciado este mismo rey en la
batalla de Crecy (1346), cuando hizo
atar su jarretera a una lanza a guisa de
insignia. Sea como fuere, esta misma
frase figura también como motto del
escudo de Inglaterra.
E l emperador romano Tito Flavio
Sabino Domiciano (51-96),
además de perseguir con verdadero
ensañamiento a los cristianos, expulsó
en cierta ocasión del Senado a un grupo
de senadores que, según él, se habían
deshonrado bailando públicamente.
Tiempo después, en el año 89, mandó
expulsar de Roma a todos los filósofos.

D eseosa de desembarazarse de él,


la reina española Isabel II rompió
el protocolo de la corte al negar su
brazo en el baile del cotillón de honor
de una fiesta real, cual era preceptivo, al
por entonces Presidente del Consejo de
Ministros, el general Leopoldo
O'Donnell (1809-1867), y
ofreciéndoselo, a cambio, a Ramón
María de Narváez (1800-1868). El
acontecimiento provocó lo que se dio
en llamar Crisis del Cotillón, que
acabaría con la renuncia al cargo de
O'Donnell y su sustitución por Narváez.
Ideas brillantes

U n día de 1887, el inventor y


veterinario escocés afincado en
Irlanda John Boyd Dunlop (1840-1921)
oyó quejarse una vez más a su hijo de
nueve años del molesto traqueteo de su
triciclo, equipado con ruedas con
bandas macizas de goma, al rodar por
las calles de su ciudad. Interesado por el
comentario de su hijo, Dunlop se
propuso acabar con este inconveniente,
que resolvió finalmente inflando un tubo
de caucho con una bomba de aire,
sujetándolo con una llanta y
protegiéndolo con unas tiras de luna. Así
nació en 1888 el primer neumático
comercial de la historia.

E n 1596, John Harrington, ahijado


de la reina Isabel I de Inglaterra,
inventó un retrete con depósito de agua
corriente incorporado, que soltaba agua
quitando un tapón. El caballero
pretendía con este presente volver a
ganarse la confianza de la reina, que le
había desterrado de la corte por
distribuir en ella novelas de tono
picante. Sin embargo, el imprudente
Harrington escribió y publicó un libro
de tono jocoso, titulado La
metamorfosis de Ajax, en el que
ironizaba sobre el retrete de la reina, lo
que le volvió a acarrear la salida de la
corte hacia el destierro. El retrete con
depósito de agua corriente cayó pronto
en desuso, al ser tomado a broma
(incluso se llegó a afirmar que, al no
contarse con tapones de larga duración,
ello provocaría continuas fugas de agua
que traerían una grave sequía si se
generalizaba su uso).
Tres siglos después, en 1884, el
hojalatero inglés Thomas Crapper
inventó un WC (iniciales de la expresión
inglesa water closet, «armario de
agua») que, evitando el despilfarro de
agua, resultaba práctico. Este nuevo WC
incorporaba un diseño con un tubo de
comunicación en zigzag (similar al sifón
inventado en 1870 por Thomas William
Twyford), que retenía agua y mediante el
cual se evitaba el problema de los malos
olores, mejorando así el diseñado en
1775 por su compatriota Alexander
Cumming. Con muy pocas mejoras
esenciales, se trata del modelo que
seguimos utilizando en la actualidad.

E n 1857, el neoyorquino Joseph C.


Gayetty lanzó al mercado lo que él
denominó Papel Medicado Gayetty,
bajo el reclamo publicitario «un artículo
completamente puro para su higiene».
Así nació el moderno papel higiénico,
que en aquel entonces consistía en hojas
de papel manita sin blanquear, marcadas
al agua con el apellido del inventor. Sin
embargo, el éxito comercial no
acompañó a aquella iniciativa, y el
papel higiénico de Gayetty no se vendió
mucho. En Inglaterra, el fabricante
Walter Alcock intentó lanzar su propio
papel higiénico en 1879, pero en vez de
fabricarlo en hojas sueltas, lo hizo en
rollos de hojas para arrancar, separadas
por líneas de perforación. Sin embargo,
su iniciativa chocó con el puritanismo
inglés de la época, al que parecía
inconveniente ver semejante producto en
las alacenas de los comercios. Así que
el honor de obtener el triunfo comercial
de los rollos de papel higiénico hubo de
recaer en los hermanos estadounidenses
Edward y Clarence Scott, que triunfaron
donde los otros dos no lo habían
conseguido gracias a una más agresiva y
eficaz campaña publicitaria, poniendo
en marcha una marca que aún hoy en día
domina el mercado.

A llá por 1880, Josephine Cochrane,


esposa de un político del estado
norteamericano de Illinois, preocupada
por la continua merma que sufrían sus
espléndidas vajillas y cristalerías al ser
limpiadas por la servidumbre tras sus
numerosas fiestas y recepciones, se
decidió a diseñar una máquina de
lavado que fuera más cuidadosa que sus
criados. Utilizando un cobertizo
existente en su propiedad, comenzó a
realizar pruebas, hasta que consiguió
idear y montar un prototipo formado por
una serie de cestos (pensado cada uno
de ellos para un tipo distinto de vajilla),
que daban vueltas alrededor de una
rueda sumergida en una caldera de agua
caliente. Un motor bombeaba chorros de
agua jabonosa sobre la vajilla, además
de hacer girar la rueda. Este primitivo
lavavajillas pronto se hizo popular y
algunos directores de hoteles y
restaurantes encargaron réplicas del
prototipo. La señora Cochrane patentó el
mecanismo en 1886 y fundó una empresa
dedicada a su fabricación y venta. Tras
muchos años de intentos y después de
superar muchas reticencias por parte de
los posibles compradores y algunos
inconvenientes, esta empresa, y otras
competidoras, consiguieron que los
lavavajillas domésticos fueran
aceptados por las familias
estadounidenses y posteriormente por
las de todo el mundo.
E n 1879, James Ritty, propietario
de un bar de la ciudad
norteamericana de Dayton, en el estado
de Ohio, inventó y fabricó la primera
caja registradora, tratando de que sus
empleados no le robaran más parte de la
recaudación como, según él, venían
haciendo. En 1884, la patente fue
comprada por la National Cash
Register Company, que comenzó su
comercialización masiva.

E n 1937, Sylvan N. Goldman,


dueño de dos cadenas de
supermercados en el estado
norteamericano de Oklahoma, al ver que
sus clientes se dirigían a las cajas con
una sola bolsa o cesta de compra,
inventó el carro de compras para poder
aumentar la cantidad de artículos que
cada uno de sus clientes compraba en
las visitas a sus establecimientos.

E l detector de mentiras fue


inventado hacia 1930 por Leonard
Keeler, un inspector de policía de
Chicago, inspirándose para ello en un
sencillo mecanismo que otro policía
norteamericano de una pequeña ciudad
del Medio Oeste había inventado a su
vez para amedrentar en los
interrogatorios a los sospechosos. Este
primitivo mecanismo consistía en un
cajón coronado por dos bombillas, una
verde y otra roja, instalado en su
escritorio. A cada respuesta del
interrogado, el policía pulsaba un botón
disimulado bajo la mesa que hacía
encenderse una de las dos luces según la
respuesta le pareciese verdadera o falsa.
Keeler adaptó esa idea y diseñó un
mecanismo que determinase, con el
menor margen de error que fuera
posible, cuándo un interrogado decía la
verdad. El aparato que finalmente
patentó combinaba tres instrumentos
médicos: un cardiógrafo (que registra
las pulsaciones y la presión sanguínea),
un pneumógrafo (que registra el ritmo
respiratorio) y un galvanómetro (que
mide la resistencia eléctrica de la piel).
A ello añadió varios sensores, un
amplificador y un mecanismo que movía
una aguja entintada, mediante el que
reproducir gráficamente las diversas
variables y permitir así su análisis
posterior.

E n el invierno de 1873, Chester


Greenwood, un joven de quince
años de la localidad de Farmington, en
el estado norteamericano de Maine,
aficionado a patinar sobre hielo, pero
que sufría constantes ataques de otitis,
se decidió a probar hasta que encontró
el remedio que le permitiera seguir
patinando sin sufrir dolores de oídos por
el frío. Lo que se le ocurrió fue
sencillamente unir dos trozos de tela con
un alambre y protegerse con ambos las
orejas. De esta forma tan simple
nacieron las orejeras, que el joven
patentaría con el nombre de Protectores
Greenwood Para Orejas, convirtiéndose
en millonario en muy poco tiempo,
gracias a su sencillo invento.

L os primeros patines de ruedas


prácticos que el anecdotario
mundial recuerda fueron construidos en
1759 por un fabricante de instrumentos
musicales belga llamado Jean-Joseph
Merlin, con la intención de hacer una
entrada triunfal en una fiesta de
disfraces que se iba a celebrar en la
localidad belga de Huy y a la que había
sido invitado. Cada patín tenía sólo dos
ruedas alineadas en el centro, que
sustituían a la cuchilla habitual de los
patines de hielo. Sin embargo, su
exhibición fue un rotundo fracaso:
efectivamente causó sensación al
presentarse en la fiesta tocando el violín
y patinando, pero al no saber dominar
los patines, no pudo frenar a tiempo y
fue a estrellarse contra un espejo. No
obstante, su invención, poco a poco, se
fue popularizando. El prototipo actual
de cuatro ruedas fue patentado por el
neoyorquino James L. Pimpton en 1863.

C harles Didelot ideó en 1796 un


sistema por el que las bailarinas
de ballet podían ser elevadas en el aire
por medio de alambres, creando la
ilusión de que volaban. Este artificio
obtuvo tal éxito que generó un nuevo
gusto estético entre los espectadores, al
dar un mayor sentido de etereidad al
ballet. Este nuevo gusto estético
provocó que las bailarinas, en el ansia
de reproducir esa nueva estética,
aprendiesen a bailar sobre la punta de
sus zapatillas.

L a cuenta atrás utilizada en el


lanzamiento de cohetes fue
propuesta por primera vez por el
cineasta alemán Fritz Lang (1890-1976)
en su película de ciencia-ficción de
1928 Die Frau im Mond («Una mujer en
la Luna»), que fue la última película
muda que filmó.

E l filósofo francés Blaise Pascal


(1623-1662), además de otros
muchos logros en campos más afines a
su formación, ideó en 1621 un transporte
colectivo de tarifa individual que se
habría de servir de un vehículo de
cuatro ruedas por lo menos, al que llamó
ómnibus. Puesto en circulación a finales
del siglo XVII en París, este nuevo medio
de transporte colectivo se popularizó
bastante después, a partir de 1828.

E l pasatiempo por excelencia y


antonomasia, y desde luego el más
universal de todos, que en España es
conocido con el nombre de crucigrama,
fue inventado en 1913 por el periodista
anglo-estadounidense Arthur Wynne.
Este periodista trabajaba para Fun, el
suplemento dominical del diario
sensacionalista New York World. Cierto
día a comienzos del mes de diciembre
de aquel año, recibió el encargo de
inventar un nuevo pasatiempo y recordó
una especie de rompecabezas muy
popular durante la era victoriana en su
Inglaterra natal, el llamado cuadrado
mágico, que su abuelo le había
enseñado a resolver. Desarrollando
aquel recuerdo de su infancia, Wynne
creó y publicó el primer crucigrama de
la historia en la edición dominical del
21 de diciembre del New York World.

E l físico-químico estadounidense
Edwin Herbert Land (1909)
acababa de fotografiar a su hija en la
playa cierto día de 1947 cuando ésta le
preguntó que por qué no podía ver ya la
fotografía. Esta pregunta le dio que
pensar y pocos meses después inventaba
la cámara de fotografías instantáneas
Polaroid, tras desarrollar el filtro
polarizador de láminas artificiales. En
1963, este mismo inventor patentaría la
fotografía instantánea en color.

A rt Fry, empleado en el
departamento de desarrollo de
productos de la compañía 3M, cantaba
los sábados en el coro de la Iglesia
Presbiteriana del Norte, en North St.
Paul, Minnesota. Tenía la costumbre, por
lo demás común, de señalar los cantos
más habituales en su libro de cánticos
mediante pedacitos de papel, que
facilitaban su búsqueda rápida. Pero
como también es común, estos pedacitos
de papel se solían caer con demasiada
frecuencia. En 1974, Fry encontró
súbitamente la solución a esta molestia
menor (pero muy cotidiana). En sus
propias palabras: «No sé si fue debido
al pesado sermón o a la inspiración
divina, pero mi mente comenzó a
divagar y repentinamente pensé en un
adhesivo que había sido descubierto
varios años antes por otro científico de
3M, el doctor Spencer Silver».
Efectivamente, Silver había
desarrollado un adhesivo que
rápidamente desechó por no ser
suficientemente potente para desarrollar
su función prevista. Fry dedujo, sencilla
y genialmente, que este adhesivo poco
potente podría servir para colocar
temporalmente sus señales en el libro de
cánticos sin que se pegasen
definitivamente; es decir, se trataría, en
sus propias palabras, de un «adhesivo
provisionalmente permanente». Tras
desarrollar el producto durante cerca de
año y medio, Fry dio finalmente con el
sistema de notas autoadherentes que
todos conocemos hoy en día con su
nombre comercial: post-its, esas
pequeñas notas de quita y pon tan
habituales ya en las oficinas y los
hogares modernos.

C uentan que el general y


parlamentario británico Rowland
Hill (1772-1842), al verse sorprendido
por una fuerte tormenta durante un viaje
a Escocia, se vio obligado a tomar
posada. Estando en ella, fue testigo de
una curiosa escena en la que un
empleado del Servicio de Postas
entregaba una carta a una criada, quien,
tras examinar concienzudamente el
sobre, se lo devolvió al funcionario
alegando no disponer de dinero para
satisfacer su franqueo. (Por aquel
entonces, las cartas eran abonadas por el
destinatario, no por el remitente, y las
tarifas dependían de la distancia desde
donde eran enviadas, sin
consideraciones de peso ni naturaleza
del contenido). Hill intervino
caritativamente e hizo efectivo el
importe. Al irse el cartero, la muchacha
le agradeció el gesto, pero aclarándole
que la carta no merecía ser pagada
puesto que estaba vacía. Ante la
sorpresa de Hill, le explicó que como
ella no sabía leer, había acordado con su
novio, que por motivos de trabajo
residía por entonces en otra ciudad, que,
mediante determinados signos en el
exterior del sobre, le hiciera saber su
estado de salud, las circunstancias de su
trabajo y el día de su regreso. Por ello,
no hacía falta pagar el franqueo de la
carta. La anécdota dio que pensar a
Rowland Hill, quien, en 1835, propuso a
la Cámara de los Comunes la reforma
del Correo británico. El proyecto, que
fue finalmente aprobado en 1839,
preveía la impresión por primera vez en
la historia de un sello de correos
engomado, cosa que ocurrió el 6 de
mayo de 1840. El motivo que ilustraba
este primer ejemplar, basado en una idea
personal del propio Hill y seleccionado
en un concurso de grabados, consistía en
una calcografía, impresa en negro, con
valor facial de un penique, que
reproducía la efigie de la soberana
británica, Victoria. Este sistema fue
implantado en España, por Real Orden
de Isabel II, el 1 de enero de 1850.
Paralelamente a la impresión y
lanzamiento de este primer sello, puede
decirse que surgió la filatelia, impulsada
por John Edward Gray (1800-1875),
conservador del Museo Británico y
coleccionista de objetos únicos, que
adquirió inmediatamente un ejemplar de
aquella primera emisión para su
colección y que, en 1841, insertó un
anuncio en el diario inglés The Times,
en el que solicitaba que le fuesen
enviados sellos usados. El término
filatelia fue empleado por primera vez
en 1864 por el comerciante de sellos
francés Hespin.

D urante una excursión alpina en


1948, el montañero suizo George
de Mestral se sintió molesto a causa de
las cardenchas (o «arrancamoños») que
se adherían continuamente a sus
pantalones y calcetines. Mientras las
arrancaba, comprendió que tal vez fuera
posible reproducir un dispositivo de
cierre que compitiese con la cremallera,
basado en aquellas bolas erizadas de
púas. Animado por esa idea, consultó
con diversos industriales, hasta que uno
de ellos, establecido en Lyon, creyó
factible el proyecto. Comenzaron a
experimentar hasta dar con la solución.
Y así, hacia 1950, se hizo realidad la
primera cinta adhesiva de nailon: el
velcro.

E n 1868, coincidiendo con una


fuerte escasez de marfil, una
compañía neoyorquina ofreció 10 000
dólares a quien encontrase un sustituto
del marfil para la manufactura de las
bolas de billar. El premio fue ganado
por el joven impresor John Wesley Hyatt
(1837-1920), que desarrolló y registró
un invento teórico hecho en Birmingham,
Inglaterra, por Alexander Parkes (1813-
1890): el celuloide, uno de los primeros
plásticos sintéticos.

E n 1863, el hombre de negocios


francés François Blanc obtuvo la
autorización necesaria del príncipe de
Mónaco Carlos III para construir en un
desolado peñasco del principado un
casino de juego. En honor del monarca,
se dio al casino el nombre de Monte
Carlo, que más tarde se convertiría en
Montecarlo. Hasta entonces, el
principado era un desconocido enclave,
prácticamente incomunicado con el resto
de Europa, pero en pocos años pasó a
ser, por iniciativa de Blanc, uno de los
más importantes focos de atracción del
turismo de calidad de todo el mundo.

C uando se estaba levantando el


puente colgante sobre el Niágara,
las obras tropezaron con la dificultad
inicial de cómo conseguir tender de un
lado al otro un primer cable que
permitiera comenzar las operaciones. El
contratista ofreció rápidamente un
premio de cinco dólares a la primera
persona que fuese capaz de hacer volar
una cometa hasta la ribera contraria,
cuyo cordel permitiese después hacer
pasar cuerdas de mayor y mayor grosor,
hasta llegar al deseado cable. El
primero en conseguirlo fue un niño
llamado Homan Walsh, que
consecuentemente ganó el premio
prometido.

E l estetoscopio es un instrumento de
diagnóstico inventado
casualidad por el médico francés René
por

Théophile Hyacinthe Laennec (1781-


1826). Dado que este hombre de
carácter retraído y pudibundo no se
atrevía a aplicar su oreja sobre el pecho
desnudo de las pacientes para poder
escuchar así el latido de sus corazones,
empleaba un tubo de papel enrollado,
percatándose de ese modo de que dicho
tubo reforzaba acústicamente los latidos
cardiacos. Desarrollando la idea,
inventó el estetoscopio en 1816.

E n el año 157, el griego Claudio


Galeno (129-199?) fue nombrado
médico jefe de la escuela de gladiadores
de Pérgamo. En los ratos de ocio que le
procuraba este puesto, se dedicó, entre
otras muchas cosas, a preparar afeites y
cosméticos para las mujeres romanas.
En este sentido, Galeno pasa por ser el
creador de la primera crema hidratante
(lo que hoy llamamos con un anglicismo
coldcream) de la historia, al descubrir
que el aceite vegetal podía ser mezclado
con agua y cera de abejas, resultando
una crema refrescante que
proporcionaba a la piel una gran
elasticidad.
Libros y escritores

A mediados del siglo XIX, el


estadounidense J. C. Hart Puso en
duda en su libro Romance of Yachting
(1848) que William Shakespeare (1564-
1616) hubiese escrito realmente las
obras que se le atribuyen. Según él, lo
más probable es que bajo el nombre de
Shakespeare se escondiese un hombre
mucho más culto e instruido que este,
según Hart, oscuro comediante
pueblerino. Esta opinión —como suele
ocurrir con todas las de raíz iconoclasta
— encontró pronto partidarios que se
pusieron a investigar tratando de
descubrir el verdadero autor de las
obras atribuidas a Shakespeare. De este
modo, el escepticismo fue ganando
adeptos, gracias sobre todo al papel
jugado por Delia Bacon, una convencida
defensora de esta teoría que hizo una
entusiasta labor proselitista. William
Henry Smith, en un folleto de 1856
titulado ¿Fue Lord Bacon el autor de
las obras de Shakespeare?, fue el
primero en apuntar por escrito el
nombre de Francis Bacon (1561-1626)
como el probable autor de las obras de
Shakespeare. El transcurso del tiempo
trajo nuevas teorías, a cual más
extravagante e improbable. Como
posibles autores de las obras atribuidas
a Shakespeare se han señalado los
nombres del duque de Rutland, el conde
de Derby, Ben Jonson, Walter Raleigh e,
incluso, a la propia reina Isabel I de
Inglaterra, entre otros muchos. Lo cierto
es que nadie hasta ahora ha podido
demostrar fehacientemente ninguna de
estas atribuciones.
Además de ser un lugar común de la
historia de la Literatura la cuestión de si
William Shakespeare escribió realmente
las obras que se le atribuyen, también se
ha hablado mucho de si, dando por
cierto que él las publicó, plagió en ellas
las de otros autores. A este respecto, las
acusaciones de plagio se remontan a
épocas contemporáneas al propio
Shakespeare. En septiembre de1592, el
dramaturgo inglés Robert Greene (1558-
1592) escribió en su lecho de muerte
una carta dirigida a sus amigos y colegas
Christopher Marlowe (1564-1593) y
Thomas Lodge (1558-1625),
previniéndoles contra «un advenedizo,
un grajo que se adorna con nuestras
plumas, con un corazón de tigre envuelto
en piel de cómico». Esta dura acusación
de plagiario iba dirigida contra William
Shakespeare. Según los historiadores de
la literatura, algo había de cierto en esta
acusación puesto que Shakespeare
escribió un drama en tres actos sobre la
vida del rey inglés Enrique VI muy
similar en estructura y desarrollo a dos
obras escritas años antes por Greene,
Marlowe, Lodge y Pool sobre la vida
del mismo monarca. El propio
Shakespeare se defendió de ésta y otras
muchas acusaciones similares que
pesaron sobre él escribiendo: «He
rescatado las ideas interesantes de unas
obras bastante mediocres y las he
mejorado». No es difícil mediar en esta
cuestión, añadiendo que ambas partes
tenían, en última instancia, razón.
E l escritor
Andrzejewski
polaco Jerzy
(1909-1980)
publicó en 1962 una novela escrita toda
ella en una sola frase, cuyas primeras 40
000 palabras se suceden sin ser
interrumpidas por signo de puntuación
alguno. Para añadir excentricidad, el
tema de la novela es una larga
descripción de una de las Cruzadas
Cristianas, la llamada De los Niños
(1212), en la que miles de muchachos
alemanes y franceses que formaban el
grueso de las huestes cruzadas fueron
vendidos como esclavos después de
llegar a Oriente. La excéntrica novela
desarrolla la tesis de que la verdadera
motivación de los cruzados no era tanto
el amor cristiano, sino la pederastia.

L a escritora estadounidense
Gertrude Stein (1874-1946) es
más conocida hoy en día por ser el
epicentro del genial grupo de artistas, en
su mayoría emigrados, que pobló de
creatividad y aires vanguardistas el
París bohemio de los felices años
veinte, que por su propia obra literaria.
No obstante, ésta no es nada desdeñable,
destacando su libro Autobiografía de
Alice B. Toklas (1933), donde relata la
vida parisina de su secretaria, amiga y
amante del mismo nombre, ofreciendo
un interesante fresco sobre la vida y el
pensamiento de los muchos grandes
artistas que la rodearon en el
efervescente París de aquellas fechas.
Lo significativo de su vanguardista
actividad literaria (que ella misma
calificó de más innovadora y superior a
la del irlandés James Joyce) fue su
aversión a los signos de puntuación, a
excepción del punto y aparte, al que
consideraba «con vida propia». Las
comas («serviles»), los signos de
interrogación y admiración («realmente
repugnantes») y demás artificios
innecesarios de la escritura le parecían
en general despreciables y, por tanto, no
los utilizaba. Su estilo se basaba en la
repetición, como bien queda
representado en su famosa frase: «una
rosa es una rosa es una rosa es una
rosa…».

E n 1939, el músico californiano


Ernest Vincent Wright publicó la
novela Gadsby (de unas 50 000
palabras) escrita con la curiosa premisa
de no contener ni una sola letra e.
Treinta años después, en 1969, apareció
la novela francesa La desaparición,
que, igualmente, tampoco contiene en
todo su texto la letra e. Por su parte,
Jacob Thurber escribió en una ocasión
una historia ficticia de un país
inexistente en el que no se permitía
emplear la vocal o.

S egún algunos estudiosos, el caso de


William Mildin (o Russell, que por
ambos apellidos fue conocido),
decimocuarto conde de Streatham, pudo
servir de inspiración a Edgar Rice
Burroughs (1875-1950) a la hora de
crear en 1914 su famoso personaje
Tarzán de los monos. En efecto, este
aristócrata inglés desapareció a los once
años de edad, al naufragar el barco en
que viajaba con su familia frente a la
costa occidental de África. Sin embargo,
por la extraña coincidencia de distintas
circunstancias, logró sobrevivir
conviviendo durante quince años con
una familia de monos de la selva.
Finalmente, fue descubierto casualmente
en 1883. Conducido de nuevo a
Inglaterra, nunca logró adaptarse por
completo a su nueva condición de
hombre civilizado.
Por cierto, entre las 23 novelas que
Burroughs dedicó a las aventuras de
Tarzán hay una poco conocida, titulada
Tarzán en el centro de la Tierra, escrita
entre 1929 y 1930. En ella, el rey de los
monos viaja a través de un hipotético
agujero polar a Pellucidar, un mundo
situado en la superficie interior de la
Tierra, iluminado por un sol central, en
el que, curiosamente, no existen
direcciones. En aquel mundo, que
Burroughs sitúa en una etapa
prehistórica, Tarzán se ha de enfrentar a
toda clase de monstruos antediluvianos.

L a novela Robinson Crusoe (1719)


de Daniel Defoe (1661-1731) no
hace más que transcribir casi punto por
punto lo sucedido realmente en las islas
Galápagos al marino Alexander Selkirk
(1672-1721), nacido en la ciudad
escocesa de Largo. Enrolado en 1704 en
el barco Five Ports como contramaestre,
Selkirk encabezó una protesta de la
tripulación por las condiciones de vida
en el barco. El capitán de la nave,
apellidado Strading, le castigó por dicho
acto de indisciplina, cual era la
costumbre marinera de la época,
abandonándole en una isla deshabitada
del océano Pacífico, con unas mínimas
provisiones. Esta isla resultó ser la que
por entonces era llamada Juan
Fernández, aunque posteriormente se
llamó Más a Tierra y hoy, bajo
soberanía chilena, se llama
precisamente Robinson Crusoe. Selkirk
logró sobrevivir por sus propios medios
hasta que fue milagrosamente rescatado,
cerca de cinco años después, por un
barco al mando del capitán Woodes
Rogers, que vio sus señales de socorro.
En 1711, Selkirk regresó a Inglaterra,
recorriendo el país relatando su
peripecia. Es más que probable que el
propio Defoe escuchara su relato en
persona; lo cierto es que pronto vio las
posibilidades narrativas de la historia y
se decidió a plasmarlas en un libro. En
1719, Daniel Defoe publicaba
efectivamente La vida y las extrañas y
sorprendentes aventuras de Robinson
Crusoe, de York, marinero.
L a leyenda y la narración literaria
de la existencia del Conde
Drácula están basadas en la vida real de
Vlad Tepes El Empalador, príncipe de
Valaquia del siglo XV, que se
autotitulaba en 1436 «Vlad, hijo del
difunto príncipe Mircea, voivoda de las
regiones trasalpinas». Al parecer, según
la truculenta leyenda, este príncipe
gustaba de celebrar sus antropófagas
comidas al aire libre, rodeado de sus
víctimas aún vivas (a las que clavaba de
pies y manos en un tablero para que la
agonía durase más), regando cada plato
con la sangre de los infelices,
convencido de que esto le daba fuerza y
poder sobrenaturales. En diversas
ocasiones, dio crueles escarmientos en
ciudades que se le oponían, llegando a
mandar matar a más de 25 000 personas.
Hacía decapitar a los prisioneros turcos,
asando sus cabezas y dándoselas a
comer a otros prisioneros. Un día, hizo
hervir vivo a un gitano y se lo dio a su
familia para que lo comiesen. En otra
ocasión, una concubina suya aseguró
estar embarazada; el príncipe Vlad hizo
que abrieran su vientre para
comprobarlo, con las consecuencias
lógicas… Su morada en lo alto de un
monte, conocida como Castillo Drakula
(«Demonio» en rumano), sugirió el
nombre de su novela y el del personaje
literario a Abraham Bram Stoker (1847-
1912), escritor que conoció su historia
gracias a un curioso documento que, al
parecer, encontró en el Museo Británico.

E n ocasiones, la realidad parece


superar a la ficción. El famoso
cuento Barba Azul de Charles Perrault
(1626-1703) narra el asesinato de seis
de sus esposas por un personaje así
llamado bajo la acusación de haber
caído en la tentación de abrir por
curiosidad una habitación prohibida.
Barba Azul es después muerto por los
hermanos de su séptima esposa, que
había logrado escapar de su ira. Este
personaje literario, que ha sido
identificado con varios históricos,
parece estar basado, según los
historiadores literarios, en un hecho
real: los horribles crímenes de Guy de
Laval, más conocido como Gilles de
Rais, compañero de armas de Juana de
Arco y luego mariscal de Francia de la
primera mitad del siglo XV, que fue
condenado por haber torturado y
asesinado a 140 niños, después de haber
abusado sexualmente de ellos. No
obstante, la historiografía moderna ha
revisado la biografía de este personaje,
hasta el punto de que muy recientemente
parece haberse probado que ninguna de
las atrocidades que la leyenda atribuye a
Gilles de Rais ocurrió realmente.

J osiah Henson (1789-1883) fue un


esclavo estadounidense de raza
negra, nacido en una finca de Maryland,
que acabó trabajando como capataz para
su amo, a la vez que se convertía en
predicador metodista de la comunidad
negra. Al enterarse de que iba a ser
vendido a una plantación del sur, escapó
a Canadá, llevando consigo a su
numerosa familia. Posteriormente, viajó
en tres ocasiones a Inglaterra para
propagar los ideales antiesclavistas,
siendo incluso recibido por la reina
Victoria. De vuelta a los Estados
Unidos, fue entrevistado en Boston por
Harriet Beecher-Stowe (1811-1896),
quien basó en su figura la del
protagonista de su famosa novela La
cabaña del Tío Tom (1852).

D elphine Delamare (1822-1848),


hija de un acomodado
terrateniente francés, se casó con un
médico de la ciudad de Ry. Soñadora y
ambiciosa por naturaleza, vivió una
existencia llena de lujos extravagantes,
rodeada de amantes, para acabar
suicidándose ingiriendo arsénico. Al
conocer el relato de su vida, Gustave
Flaubert (1821-1880) se inspiró en ella
para componer la personalidad de la
protagonista de su novela Madame
Bovary. Sin embargo, Flaubert negó ésta
y otras similares imputaciones de
haberse inspirado en personajes reales,
que le llevaron incluso a los tribunales,
ante los que afirmó: «¡Emma Bovary soy
yo!». Y es que Flaubert acumuló
suficientes razones como para no
mantener mucho cariño por su obra
maestra, que fue condenada por
pornográfica al poco de ser publicada
en 1856 como folletín en las páginas de
un periódico, recayendo en su autor la
acusación de ofensor de la moral
pública y sacrílego. Sometido a juicio
formal por estas acusaciones, el tribunal
censuró la obra, más absolvió al autor.
No obstante, como era de esperar dada
esta publicidad, el libro se vendió a
millares.

M arie Duplessis (1824-1847) era


una bella muchacha empleada
sucesivamente en una fábrica de corsés
y en una sombrerería, antes de ejercer
como prostituta en París. Elevada a la
categoría de cortesana e introducida en
la alta sociedad parisina, deslumbró por
completo a la corte, acumulando
amantes y riquezas en muy poco tiempo.
Marie, que se convirtió en la mujer más
admirada y envidiada de la corte de su
tiempo, siempre se adornaba con una
camelia blanca. Alejandro Dumas, hijo
(1824-1895), narró su peripecia en La
dama de las camelias, bajo el ficticio
nombre de Margarita Gautier.

E l doctor Joseph Bell (1837-1911)


fue profesor de medicina del
futuro novelista Arthur Conan Doyle
(1859-1930) en la Enfermería Real de
Edimburgo. Impresionó a su alumno no
sólo por sus conocimientos médicos,
sino también por sus sagaces dotes para
la deducción: tras un breve vistazo a los
pacientes, era capaz de deducir multitud
de circunstancias de sus vidas. Años
después, Conan Doyle admitió haber
utilizado la figura humana de su antiguo
profesor para pergeñar la personalidad
de su más célebre personaje, Sherlock
Holmes. Entre las hazañas detectivescas
de este sagaz médico se cuenta, por
ejemplo, que descubrió el asesinato de
una mujer que su marido trataba de
hacer pasar como un accidente
doméstico. En efecto, una noche de
1877, Eugène Marie Chantrelle
suministró a su esposa, que acababa de
firmar una póliza de seguro por 5000
libras contra muerte accidental, un letal
vaso de zumo de limón al que había
agregado opio sólido. A la mañana
siguiente, simuló un escape de gas en la
habitación de su esposa para que
pareciese que ésa había sido la causa de
la muerte. El doctor Bell encontró un
rastro de saliva en la almohada de la
señora Chantrelle que permitió
demostrar que la limonada contenía el
veneno y, por tanto, que se trataba de un
asesinato, tras lo que no fue difícil
desenmascarar al marido.

L a vida de William Brodie (1742-


1788) transcurría con normalidad
en su respetable papel de ebanista y de
dirigente sindical del comité popular de
Edimburgo. Sin embargo, este mismo
hombre dirigía por la noche una
peligrosa banda de delincuentes, sin que
nadie sospechara su doble vida. Al
parecer, su biografía, una vez dada a
conocer, inspiró a Robert Louis
Stevenson (1850-1894) su relato El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde
(1886).

E n la versión original de La Bella


Durmiente de Giambattista Basile
(1575-1632), la princesa durmiente,
Talia, que yace dormida (en realidad
muerta tras haberse pinchado con una
astilla envenenada, oculta entre unos
hilos de lino) en un palacio enclavado
en mitad de un bosque, es encontrada
por un noble, que la viola sin más
miramientos y huye, raudo, del lugar.
Recuérdese que en la versión
dulcificada de Charles Perrault, el
noble, transmutado en príncipe, la
despierta con un beso tras su largo
sueño de cien años. En la versión
original, la Bella Durmiente queda
embarazada, dando a luz nueve meses
después a dos hermosos gemelos,
llamados Sol y Luna, sin que, por ello,
llegue a despertar. Un día, el pequeño
Sol chupa el dedo de su madre y extrae
la astilla envenenada, con lo que Talla
despierta. Tras algunas visitas
esporádicas (pero también fructíferas)
del príncipe, su mujer legítima, enterada
de que la Bella del bosque es madre de
varios hijos bastardos de su marido,
manda prender a esos vástagos
ilegítimos para que sean degollados y
servidos en un cruel banquete a su
esposo. Afortunadamente, como no todo
pueden ser desdichas y crueldades, un
cocinero se apiada de los pobres niños y
cambia su carne por la de una cabra
recién sacrificada.
L yman Frank Baum (1856-1919), el
autor de El mago de Oz, reveló en
cierta ocasión el verdadero origen del
nombre del reino que da título a su
fábula. Según él, mientras relataba el
cuento a unos chiquillos de su vecindad,
una niña, llamada Tweety Robbins,
inquirió al escritor acerca del nombre
del reino en que transcurrían las
aventuras que estaba narrando. Baum,
sorprendido por la inesperada pregunta
y falto de otra fuente de inspiración,
paseó la mirada por la habitación en que
se hallaban y reparó en un archivador de
tres cajones, cada uno de los cuales
mostraba una etiqueta: A-G, H-N y O-Z.
Obviamente, al leer ésta última,
comprendió que no era ése mal nombre
para un fantástico reino imaginario.
Algunos biógrafos niegan la
verosimilitud de esta versión divulgada
por el propio Baum. Lo que está claro es
que, en cualquier caso, sea o no cierta la
anécdota, refleja la personalidad
imaginativa y bromista propia del
escritor estadounidense.

E l gran escritor romano Publio


Virgilio Marón (70-19 a. de C.)
dejó instrucciones al morir de que fuese
quemado el manuscrito de La Eneida,
pues no había tenido tiempo de pulirlo y
lo consideraba una obra inacabada y,
por tanto, imperfecta. El emperador
Augusto, a cuya petición había iniciado
Virgilio esta obra, ordenó ignorar la
última voluntad del poeta, encargando
que otros autores puliesen cuanto fuese
necesario la obra y que fuera publicada.
Gracias a él, por tanto, hemos podido
conocer esta gran obra del poeta
clásico.

E l escritor francés Víctor Hugo


(1802-1885) protagonizó una
conocida y muy ingeniosa anécdota en
1862. Hallándose de viaje y deseando
conocer la marcha de la venta de su obra
Los Miserables (1862), envió una carta
a sus editores, Hurst & Blackett, con el
sucinto texto: «?». Días más tarde,
recibió una respuesta no menos
lacónica, pero expresiva: «!».

H acia el año 150 de nuestra era, el


filósofo griego Luciano de
Samosata (125-192) escribió las obras
Icaromenipo e Historia verdadera, los
primeros libros encuadrables en el
género de ciencia-ficción. En el primero
de ellos, Menipo —un personaje basado
en la figura histórica del filósofo cínico
griego del mismo nombre, que vivió en
el siglo III a. de C.—, gracias a un ala de
águila y otra de buitre, vuela desde el
monte Olimpo a la Luna, que está
habitada por espíritus. Después pretende
volar hasta el Sol, pero los dioses le
detienen arrebatándole las alas. En la
Historia verdadera, un barco que
navega por el océano Atlántico es
elevado por los aires por una tempestad
marina y llevado hasta la Luna. Allí, su
tripulación participa en una guerra
entablada entre el Rey-Luna y el Rey-
Sol por la conquista de Júpiter.

E n 1638, el obispo inglés Francis


Godwin publicó El hombre en la
Luna, subtitulado Discurso de un viaje
hacia allá de Domingo Gonsales. En él,
el protagonista es llevado a la Luna por
un grupo de aves amaestradas, parecidas
a cisnes, encontrándola habitada por un
pueblo ganadero que deporta a todos los
criminales potenciales a la Tierra
(especialmente a Norteamérica).

E l escritor y espadachín francés


Héctor-Savinien Cyrano
Bergerac (1620-1655) fue el primero en
de

mencionar en la historia de la literatura


los cohetes como medio de propulsión
en su famoso libro póstumo El otro
mundo o Historia cómica de los
estados e imperios de la Luna (1657).
En él, la Luna está habitada por hombres
de cuatro piernas y voz musical, que
usan armas de fuego con las cuales,
además de abatir la caza, la cuecen a la
vez. La iluminación artificial se
consigue mediante luciérnagas y los
rayos del sol son atrapados y
almacenados en grandes globos. En
1662, se publicaría un nuevo libro
póstumo en que se narraban otras
maravillas similares, bajo el título
Historia cómica de los estados e
imperios del Sol.

Y a se sabe que entre los escritores


abundan los comportamientos
extravagantes y as manías a la hora de
buscar la mejor manera en que cada uno
prefiere escribir sus obras. Comentemos
algunas de las más conocidas. Por
ejemplo, muchos cuidaban su atuendo a
la hora de escribir. Entre ellos, el conde
de Buffon, que sólo podía escribir
vestido de etiqueta, con puños y
chorreras de encaje y espada al cinto;
Alejandro Dumas, padre que, cuando
escribía, vestía una especie de sotana
roja, de amplias mangas, calzando
sandalias; Pierre Loti, que vestía trajes
orientales, escribiendo en un despacho
decorado a la turca, y el poeta inglés
John Milton, que escribía envuelto en
una vieja capa de lana. Otros eran
incapaces de estarse quietos: por
ejemplo, Chateaubriand, que dictaba a
su secretario paseándose con los pies
descalzos por su habitación; Víctor
Hugo, que meditaba sus frases o sus
versos en voz alta paseando por la
habitación hasta que los veía completos,
pasando entonces a escribir con toda
rapidez, y Jean-Jacques Rousseau, que
prefería trabajar en pleno campo y, a ser
posible, al sol y, si el ruido ambiente le
molestaba, se taponaba los oídos con
tapones de guata. A otros les preocupaba
más el dónde que el cómo; por ejemplo,
Montaigne, que escribía encerrado en
una torre abandonada. Los había
verdaderamente maniáticos, como el
poeta alemán Schiller, que sólo podía
escribir si tenía los pies metidos en un
barreño con agua helada; Lord Byron,
que excitaba su inspiración mediante el
aroma de las trufas, de las que
procuraba llevar siempre algunas en sus
bolsillos; o Gustave Flaubert, que era
incapaz de escribir ni una sola línea sin
antes haberse fumado una pipa. El ya
mencionado Víctor Hugo, por su parte,
no demasiado confiado en su propia
voluntad, tenía por costumbre entregar
sus ropas a su criado, con la orden de
que no se las devolviese hasta que
transcurriese un plazo predeterminado,
aunque él se las pidiese
encarecidamente. De esta forma, se
obligaba a escribir sin posibilidad
alguna de evadirse. Honoré de Balzac se
solía acostar a las seis de la tarde,
siendo despertado por una criada justo a
medianoche; inmediatamente se vestía
con ropas de monje (una túnica blanca
de cachemira) y se ponía a escribir
ininterrumpidamente de doce a
dieciocho horas seguidas, siempre a
mano su cafetera de porcelana. Durante
todo ese tiempo no paraba de consumir
taza tras taza, lo que, en su opinión, no
sólo le mantenía despierto y despejado,
sino que le inspiraba a escribir. A ese
ritmo diario, Balzac consiguió terminar
más de cien novelas y narraciones
cortas.

U n ejemplo extremo
puritanismo exacerbado de la
sociedad británica en tiempos de la
del

llamada Era Victoriana del siglo XIX


queda reflejado en el Libro de etiqueta
de lady Gough, verdadera biblia de las
buenas costumbres de la época. En este
manual, se llegaba a aconsejar, en aras
del decoro, que los libros de autores
varones no compartieran nunca estante
en la biblioteca de un buen cristiano con
los escritos por mujeres, salvo, eso sí,
que los autores estuvieran casados entre
sí.

L a actividad literaria del escritor


ruso León Tolstoi (1828-1910)
nunca decayó, mostrando además un
notable afán perfeccionista que le llevó,
por ejemplo, a reescribir Guerra y paz
no menos de siete veces, con la
constante y abnegada ayuda de su
esposa, que llegó a caligrafiar todos sus
manuscritos, incluidas estas siete
versiones de Guerra y paz.
A demás de ciertos aspectos
controvertidos sobre su identidad
sexual, el matemático y escritor inglés
Charles Lutwidge Dodgson (1832-
1898), más conocido por su seudónimo
literario Lewis Carroll protagonizó a lo
largo de su vida muchas divertidas
anécdotas. Por ejemplo, en cierta
ocasión, remitió un ejemplar de su obra
Alicia en el País de las Maravillas a
una de las hijas de la reina Victoria de
Inglaterra, llamada precisamente Alicia.
La propia reina lo leyó, quedando
gratamente sorprendida por su
desbordante carga de imaginación.
Inmediatamente, escribió a Carroll,
pidiéndole que le hiciese llegar el resto
de su obra. Días después, la reina
recibiría, efectivamente, varios libros
de trigonometría, álgebra, geometría
plana y de ajedrez, temas todos ellos en
que Lewis Carroll era un reconocido
tratadista.
Miscelánea histórica

U no de los problemas habituales de


las bibliotecas modernas es el de
la sustracción de libros por parte de los
usuarios; pero ese no parece ser un
problema exclusivamente moderno. En
1872, los arqueólogos George Smith
(1840-1876) y Hormuzd Rassam (1826-
1910), que trabajaban en las ruinas de
Nínive, concretamente en el que fuera
Palacio de Asurbanipal (el rey asirio
del siglo VII a. de C. también conocido
con su nombre griego de Sardanápalo),
observando las numerosas tablillas de
arcilla que formaban parte de la gran
biblioteca de este rey (se cree que
contenía más de 30 000 volúmenes),
descubrieron en su bordes unas marcas
con anotaciones relativas a las materias
que contenían, así como una severa
advertencia contra su sustracción: «Al
que se llevare esta tabla, abrúmenle
Asur y Belit con su ira, y borren su
nombre y posteridad de la faz de la
tierra».

A ntes de llegar a ocupar la


presidencia de los Estados
Unidos, John Fitzgerald Kennedy (1917-
1963) batió el récord oficioso de los
Estados Unidos como orador más
rápido, al conseguir articular un
discurso, pronunciado en diciembre de
1961, a la increíble velocidad de 327
palabras por minuto.

M uchos de los grandes personajes


antiguos nos han llegado
descritos con determinados rasgos
físicos ciertamente difíciles de
comprobar y muchas veces de creer. Es
difícil discernir, en este terreno, la
verdad de la falsedad y la exageración.
No obstante, será curioso comentar
alguno de estos datos. Por ejemplo, dice
la leyenda que Pipino El Breve (714-
768) recibió dicho sobrenombre porque
sólo medía 1,37 metros de estatura. Sin
embargo, empuñó siempre una espada
que medía 1,83. Su mujer fue conocida
como Berta La del Gran Pie a causa de
que, al parecer, tenía un pie mucho más
grande que el otro. Curiosamente, al hijo
de ambos, Carlomagno (742-814), se le
atribuye legendariamente una estatura de
2,49 metros. Del rey francés Luis VI El
Gordo (1081-1137) se dice que era tan
obeso que no podía montar a caballo. Y,
según las crónicas, la fortaleza física del
rey Guillermo I de Inglaterra (1027-
1087) —conocido como El
Conquistador, aunque también como El
Bastardo— era tal que acostumbraba a
montarse de un salto en la silla de su
caballo completamente vestido y con los
treinta o cuarenta kilos de su armadura
encima. Claro que nada le hubiera
tenido que envidiar el emperador
romano Cayo Julio Vero Maximino
(173-238), oriundo de Tracia, del que se
supone que medía 2,25 metros y cuya
fuerza era tal que, según cuentan, con
una sola mano era capaz de levantar un
carro cargado y de un puntapié romper
la pata de un caballo. Ello no resulta del
todo extraño teniendo en cuenta que,
según la misma leyenda, comía unas 40
libras de carne y bebía un ánfora de vino
al día. No menos fornido era, según
cuenta la tradición, el emperador alemán
Maximiliano I (1459-1519), padre de
Felipe El Hermoso, que medía más de
2,60 metros y cuyo cuerpo tenía tal
volumen que ensartaba en sus pulgares,
a modo de anillos, las pulseras de su
mujer. De Sancho I El Craso, rey de
León, se cuenta que no pudo superar sus
graves problemas de obesidad hasta que
los médicos cordobeses al servicio de
Abderramán III le trataron con ocasión
de su exilio en la capital andaluza. En el
otro extremo de la balanza, según se
asegura, cabe mencionar a Abu
Abdallah Boabdil (1460-1527), que fue
llamado El Chico por su baja estatura.

L a acaudalada familia florentina


Vespuccio dio, al menos, dos
personas que han pasado, por muy
distintas razones, a la historia. Una, la
más famosa, fue Américo (1454-1512)
que, tras viajar repetidamente por la
recién descubierta América y describir
de modo muy pintoresco las tribus, la
fauna y los paisajes que allí vio, dio
nombre inapropiadamente al Nuevo
Mundo. Otra Vespuccio, mucho menos
conocida, fue una bellísima prima del
anterior, llamada Simonetta, que sirvió
como modelo para los cuadros La
Primavera y El nacimiento de Venus
del pintor renacentista italiano Sandro
Boticelli.

H acia el año 756 de nuestra era, el


califa Abderramán I (731-787)
plantó con sus propias manos una
palmera datilera en el jardín de su
palacio cordobés como homenaje a su
añorada Arabia. Según la tradición,
todas las palmeras de España proceden
de este árbol.

E n 1952, el general Francisco


Franco (1892-1975) visitó el
recién restaurado monasterio de Poblet.
Antes de marcharse, exigió al abad que
retirara de la iglesia la tumba del duque
de Wharton (1698-1731), un oscuro
personaje inglés que había fallecido allí.
Los motivos de Franco quedan
explicados leyendo un párrafo de un
libro que el dictador, utilizando un
seudónimo, había publicado aquel
mismo año en el que se lee: «Desde que
Felipe Wharton, uno de los hombres más
pervertidos de su siglo, fundó la primera
logia de España hasta nuestros días, la
masonería puso su mano en todas las
desgracias patrias». La primera logia
masónica española fue fundada
efectivamente por Wharton y otros
colegas en 1728 en el hotel de Las Tres
Flores de Lys, sito en la madrileña calle
Ancha de San Bernardo.

S e puede afirmar que entre los


mayores prestamistas de la historia
están numerosos miembros de la familia
suaba Fúcar, apellido castellanizado
correspondiente al alemán Fugger,
procedente de la ciudad alemana de
Augsburgo, que se convirtieron durante
los siglos XV y XVI en banqueros del
Imperio, del Papa y de otros soberanos
europeos. Su fundador, Hans Fugger, fue
un modesto tejedor de la localidad
alemana de Graben en el siglo XIV. Su
hijo, también llamado Hans, comenzó a
amasar la fortuna de la familia al
establecerse en Augsburgo en 1409. Los
Fugger financiaron, por ejemplo, las
guerras y campañas militares de todos
los Austrias españoles. Carlos I y Felipe
II, deseosos de mantener el famoso
imperio en que no se ponía el sol, fueron
endeudándose con esta familia de
banqueros, y fundamentalmente con
Jakob Fugger El Rico (1459-1525), del
que recibían préstamos gravados con
intereses que oscilaban entre el 7 y el
24%, avalados con la explotación de la
riqueza mineral de todo el territorio en
manos de la Casa de los Austrias. El
empréstito más famoso de Jakob Fugger
fue el concedido a los Habsburgo por
valor de 543 585 florines. Este dinero
se destinó a la compra de los votos de
los electores imperiales que
convirtieron a Carlos I de España en
emperador del Sacro Imperio en 15(9.
Por los servicios prestados, recibieron
en 15341a cesión en arriendo de las
minas de Almadén y Guadalcanal y el
privilegio de poder acuñar moneda en
España.
Los reyes españoles llegaron a
deber el equivalente a 9000 millones de
pesetas actuales, por lo que en 1557
Felipe II se declaró insolvente,
proclamando la primera bancarrota
oficial de un estado en toda la historia.
Los Fugger, pese a la quiebra de su
principal deudor, y aun atravesando
algunas dificultades y un irreversible
declive, no se arruinaron ni mucho
menos. Los actuales descendientes de
esta familia alemana han calculado que
la Casa de Austria les debe, añadiendo
los intereses acumulados, más de 10
billones de pesetas. Fue tal su riqueza y
su poder que, hoy en día se usa en
España la palabra «fúcar» aplicada a la
persona muy rica y hacendada.
D el poderío y el boato intrínsecos a
la Orden de Caballería del Toisón
de Oro habla por sí sola la anécdota de
que el banquete con que se cerraron los
actos del primer capítulo de esta Orden
celebrado en España, que tuvo lugar en
Barcelona en 1520, y en el que se honró
al maestrante de la Orden, a la sazón el
rey de España y emperador de Alemania
Carlos I (V), estuvo compuesto por 72
platos, que fueron servidos a lo largo de
dos días ininterrumpidos de festejos.

E l mayor banquete de que se tiene


noticia fue sin duda el que ofreció
Julio César a su regreso victorioso de
Oriente. En él invitó en varias jornadas
a 260 000 personas que se sentaron en
22 000 mesas.

S e cuenta que el año que asesinaron


a Julio César, el 44 a. de C.,
apareció un cometa en el cielo. La
mitología popular enlazó ambos hechos
dentro de una larga tradición de
creencias que relacionan la aparición de
cometas con grandes desgracias.

L uis XIV de Francia, El Rey Sol,


nació el 5 de septiembre de 1638
con dos dientes. También se afirma,
aunque con menor fundamento
documental, que nacieron con dientes
Napoleón Bonaparte y el rey inglés
Ricardo III.

E l único emperador chino que


utilizó gafas fue Henry Pu Yi
(1906-1967), el último, que reinó con el
nombre de Chuang Tung. Y es que los
emperadores, al ser considerados
dioses, no podían tener mala vista.

L udwig van Beethoven subtituló su


tercera sinfonía La Heroica en
honor de Napoleón, al que consideraba
adalid de las libertades y del nuevo
orden político-social. Mas cuando éste
se autoproclamó emperador, Beethoven,
decepcionado por esta muestra de
egolatría, retiró la dedicatoria.

S egún algunos biógrafos, Adolf


Hitler (1889-1945) sufrió un
cáncer de garganta, del que fue tratado
hasta su muerte por Otto Heinrich
Warburg, el único médico judío al que el
líder nazi, en su locura de odio
antisemita, permitió continuar
trabajando tras su toma de poder.

E n 1589, en la corte inglesa se fijó


en las paredes la siguiente
advertencia pública: «No se permite a
nadie, quienquiera que sea, antes de las
comidas, durante las mismas o después
de ellas, ya sea tarde o temprano,
ensuciar las escaleras, los pasillos o los
armarios con orina u otras porquerías».

S egún el relato de Marco Polo,


Kublai Jan mantenía a 5000
astrólogos en su corte, encargados,
como labor principal, de predecir el
tiempo.

E n Portugal, a principios del siglo


XVIII, la Iglesia era propietaria de
las dos terceras partes de toda la tierra.
L a casa real de Arabia Saudita
puede tener en la actualidad hasta
5000 príncipes, e igual número de
princesas. Hay que tener en cuenta que
el rey Abdul Aziz ibn Saud, que reinó
desde 1932 hasta su muerte en 1953,
tuvo 300 esposas.

E l antiguamente llamado Congo


Belga (territorio descolonizado e
independizado en 1960 con el nombre
de Zaire) fue una propiedad privada del
rey Leopoldo II (1835-1909), en calidad
de presidente de la Asociación
Internacional para la Explotación y
Civilización del África Central, aunque
fuese administrado, a efectos políticos,
como una colonia del estado belga.

S egún una leyenda, un pecho de la


reina francesa María Antonieta
(1755-1793), esposa de Luis XVI, sirvió
de molde para fabricar la primera copa
de champán de la historia.

D esde el siglo VI, de modo


ininterrumpido, el trono japonés
ha venido siendo ocupado por miembros
de una sola familia. Familia que incluso,
en distintas ramas, lleva reinando en
Japón más de 2600 años, desde el
legendario emperador Kamigama
Iwarehiko, conocido con el
sobrenombre de Jimmu o Zinmu
(«Guerrero Divino»), que
probablemente reinó entre los años 660
y 581 a. de C., hasta la actualidad. Aki
Hito (nacido en 1933), el actual
emperador del Japón, es el 125.° en esa
extraordinariamente extensa línea
sucesoria directa.

U na tradición suiza atribuye la


fundación de la ciudad de Berna,
actual capital de la Confederación
Helvética, al duque Bertoldo V de
Zaehringer, quien decidió dar a la
ciudad el nombre del primer animal que
matara en el lugar donde iba a
levantarse. El animal fue un oso, bär en
alemán, de donde procede su nombre
actual Bern, en castellano Berna.

E n Bolivia se produjeron no menos


de 191 golpes de estado desde el
año de su independencia, 1825, hasta
1984. Esto supone un promedio de un
golpe de estado cada poco más de diez
meses.

U no de los primeros escándalos


públicos protagonizados por
Edward Kennedy (1932) ocurrió en
1951, cuando fue suspendido en su
primer año en la universidad de Harvard
al comprobarse que un amigo suyo se
había examinado por él en la asignatura
de idioma español.

E l 29 de junio de 1456, el Papa


español Calixto III (13781458),
que había sido elevado al trono
pontificio el año anterior, promulgó una
bula papal contra el cometa Halley, que
era visible por aquellas fechas. Su
decreto pedía que todos los católicos
orasen para que el cometa, un «símbolo
de la ira de Dios», desapareciese o, al
menos, fuese desviado contra los turcos,
que acababan de conquistar
Constantinopla. De aquella bula papal
procede la costumbre del rezo del
Angelus. Esta oración en honor del
misterio de la Encarnación (que
comienza con las palabras Angelus
Domini nuntiavit Mariae, «el Ángel del
Señor anunció a María»), nacida, pues,
para rogar por la desaparición de un
cometa, primeramente se rezaba al
amanecer y a la caída de la tarde, y
actualmente se reza al mediodía.

A l poco de extenderse la costumbre


de ingerir chocolate, surgió en el
seno de la Iglesia la polémica de si el
consumo de este nuevo producto
incumplía los preceptivos ayunos
tradicionales. Esta discusión teórica se
mantuvo viva durante muchos años
desde que fue planteada formalmente en
1569 al Papa San Pío V (1504-1572).
Nunca hubo un pronunciamiento oficial
definitivo.

S e cuenta, como ejemplo de su


ideología racista y antisemita, que
siempre que Richard Wagner dirigía
obras del compositor judío Félix
Mendelssohn se ponía guantes porque,
según afirmó repetidamente, «le
asqueaba dirigir música compuesta por
un judío».
V idkun Quisling (1887-1945) fue el
fundador en 1933 del partido
noruego Nasional Samling
(«Agrupación Nacional»), de ideología
nazi, después de haber sido
consecutivamente Alto Comisario para
los Refugiados de la Sociedad de
Naciones y Ministro de Defensa.
Invadida Noruega por las tropas
alemanas durante la Segunda Guerra
Mundial, Quisling derrocó al rey
Haakon VII y se puso al frente de un
gobierno-títere, de inspiración filonazi.
Por aquella acción, considerada casi
unánimemente por todos los noruegos
supervivientes como una traición sin
paliativos a su país, Quisling fue
ahorcado el 24 de octubre de 1945.
Desde entonces, su apellido ha quedado
en todo el mundo como sinónimo en todo
el mundo de traidor a la patria,
llamándose quisling por antonomasia al
colaboracionista con los gobiernos
extranjeros.

E l senador Marco Junio Bruto (86-


42 a. de C.), que ha pasado a la
historia como inductor y coautor del
asesinato de Julio César, poseyó una de
las más grandes fortunas de su época. En
cierta ocasión, exigió a la ciudad de
Salamina un interés del 48% por un
préstamo, cuando el interés habitual que
se aplicaba en aquellos tiempos era el
12%. El filósofo Cicerón, por entonces
gobernador de Sicilia, descubrió este
caso extremo de usura y lo hizo público.
Con ello, la reputación política del
senador se vio seriamente afectada.

L a dinastía Chin (221-207 a. de C.),


de cuyo patronímico deriva el
nombre actual de China, enterró vivos a
muchos sabios, como consecuencia de
su programa de supresión de los
conocimientos y del confucionismo.
E n la antigua Roma, se llamaba
monitor al esclavo que
acompañaba a su señor por la calle o en
los actos públicos para recordarle los
nombres de las personas a quien iba
encontrando, o para recordarle los datos
de un discurso mientras aquél lo
pronunciaba.

L os bollos conocidos como


croissant (o cruasán) fueron
creados en 1683 por los pasteleros
vieneses, tras caer el asedio turco al que
había estado sometida la ciudad. La
forma de aquel bollo original reproducía
el emblema de la bandera turca. Así,
cuando los vieneses se comían uno era
como si se estuviesen comiendo,
simbólicamente, a los turcos y, por tanto,
vengándose de ellos.

D urante la segunda guerra anglo-


norteamericana (1812-1814),
todos los barriles de carne en salazón
preparados para el ejército confederado
llevaban estampado el sello con las
iniciales U.S. de United States,
(«Estados Unidos»), que fueron
automáticamente asociadas por algunos
trabajadores (tal vez en tono jocoso) con
las del sobrenombre de su jefe, Samuel
Sam Wilson, inspector sanitario de
carnes de la ciudad de Troy, en el estado
de Nueva York, conocido familiarmente
por el apodo de Uncle Sam («Tío
Sam»). La confusión o broma local tomó
carta de naturaleza y se hizo famosa en
todo el país, extendiéndose a cualquier
artículo que llevase grabadas las
iniciales U.S. para indicar que estaba
fabricado en el país. Después, durante la
Guerra Civil Norteamericana (1861-
1865), los periódicos norteños dieron a
aquella figura del Tío Sam la apariencia
física de Abraham Lincoln. Su traje,
confeccionado con los colores de la
bandera estadounidense, es decir, con
las barras y estrellas, se remonta a los
años treinta del siglo XIX, tomando la
imagen de las caricaturas del humorista
político Seba Smith, muy populares en
aquellos días. Dan Rice, un célebre
payaso, se encargó de popularizar su
figura a lo largo de la segunda mitad del
siglo XIX. Finalmente, en 1961, el
Congreso de los Estados Unidos lo
proclamó oficialmente símbolo
nacional.

E n tiempos de Julio César, se


erigieron dos teatros
semicirculares colindantes, de tipo
griego, de modo que los 20 000
espectadores de uno daban la espalda a
los 20 000 del otro. Si se utilizaban para
espectáculos circenses, los dos teatros
giraban sobre sí mismos (nunca se ha
averiguado mediante qué mecanismos),
hasta convertirse en un teatro circular,
en cuyo interior se desarrollaba el
espectáculo.

E l historiador romano del siglo I


Valerio Máximo relata, en su obra
Factorum et dictorum memorabilium
libri IX, la actividad de importantes
abogadas en los últimos tiempos de la
República. Entre ellas destaca a Afrasia
que, según sus propias (y misóginas)
palabras, «acosaba al tribunal con sus
chillidos».

S e cuenta que, en cierta ocasión,


queriendo el Príncipe de Orange
(1502-1530), virrey de Nápoles,
aligerar el presupuesto de su casa,
despidió en un mismo día a veintiocho
de sus innumerables jefes de cocina.

E l redactor de la Declaración de
Independencia de los Estados
Unidos y tercer presidente de aquel país,
Thomas Jefferson (1743-1826) fue un
activo inventor, que patentó, entre otros
logros, el sillón giratorio y la cama
empotrable.
A l finalizar la cruenta y destructiva
guerra colonial del Sudán, el
gobernador británico, Lord Kitchener
(1850-1916) planificó la reconstrucción
de la destruida capital de aquel reino
africano, Jartum. Diseñó una ciudad de
nueva planta cuyos planos reproducían,
casi perfectamente, los trazos de la
bandera británica (la conocida como
Union Jack).

C harles Chaplin se libró de


combatir en la Primera Guerra
Mundial al no dar la talla mínima
requerida a cualquier recluta. Otro gran
personaje que vivió esa misma
circunstancia fue, curiosamente, el
guerrero, revolucionario y místico
Thomas Edward Lawrence, más
conocido como Lawrence de Arabia.
Ambos no sobrepasaban 1,60 metros.

E l político norteamericano Franklin


Delano Roosevelt (1882-1945),
que llegaría a ser Presidente de los
Estados Unidos, creó años antes la
Oficina para la Fiscalización de los
Precios. En calidad de presidente de
esta oficina gubernamental, redactó y
firmó la siguiente indescifrable
disposición: «El máximo precio que un
productor de cosméticos puede imponer
a un determinado producto, para toda
clase de compradores, en relación con
las normas para la regulación de precios
máximos, debe ser igual al máximo de
precios tolerados en las normas de
regulación de precios máximos de tales
productos vendidos a un comprador de
la misma categoría». Sin duda, se trata
de un buen ejemplo de falta de
transparencia legislativa.

H asta el 11 de septiembre de 1882,


el Vaticano no levantó la sanción
contra la teoría coperniquiana de que la
Tierra no es el centro del Universo,
anatematizada desde 1616. Un siglo
después, el 31 de octubre de 1992, una
comisión vaticana nombrada al efecto,
tras once años de deliberación, declaró
ciertas las teorías heliocéntricas de
Galileo Galilei, revocando la sentencia
que lo condenaba, que fue promulgada
359 años, 4 meses y 9 días antes.

E l calendario romano o juliano


(por Julio César), vigente en
Europa hasta finales del siglo XVI, era
11 minutos más largo que el solar, lo
que, con el transcurso de los años,
generó un importante desfase. En vista
de ello, el Papa Gregorio XIII (1502-
1585), preocupado porque las fiestas
religiosas se fueran desplazando a lo
largo del año debido a esta diferencia
acumulada, impuso el calendario actual
el 24 de febrero de 1582, por medio de
la bula Inter Gravissimas, a consejos de
los sabios consultados al efecto, y
especialmente del astrónomo napolitano
Aloysius Lilio y del jesuita alemán
Christopher Clavius. Este nuevo
calendario, llamado precisamente
gregoriano, suprimió los diez días que
iban del jueves 4 al viernes 15 del mes
de octubre de aquel año, para así
adecuar el almanaque vigente con el
calendario solar, por lo que 1582
(llamado a partir de entonces Año
Corrector) sólo tuvo 355 días. Sin
embargo, el calendario gregoriano no
fue aceptado instantáneamente por todos
los países europeos. Sí, por ejemplo,
por España, que reformó la fecha en el
mismo día (4 de octubre) que Roma.
Ello dio lugar, por cierto, a que Santa
Teresa de Jesús, que murió justamente el
4 de octubre de 1582, fuera enterrada el
día siguiente, es decir, el 15 de octubre
de 1582. Francia adaptó su calendario el
domingo 9 de diciembre del mismo año
de 1582. Pero otros países tardaron
más: Inglaterra no lo hizo hasta 1752
(aprovechando, además, para trasladar
el comienzo legal del nuevo año del 25
de marzo al 1.° de enero de cada año);
Rusia, en 1918, y Grecia, en 1923. El
caso inglés, por cierto, dio lugar a otra
anécdota. Según los calendarios
vigentes en ambos países, Miguel de
Cervantes y William Shakespeare
murieron en la misma fecha: 23 de abril
de 1616. Así se afirma, por lo menos,
con equivocada obstinación, en
numerosos libros históricos.
Sin embargo, no murieron de hecho
el mismo día, sino que Shakespeare lo
hizo 11 días antes que Cervantes, puesto
que, hasta que en 1752 Inglaterra pasará
directamente del 3 al 14 de septiembre,
existía tal desfase entre ambos
calendarios.

L a mayoría personal más alta


alcanzada por un político moderno
en unas elecciones democráticas fue la
obtenida por Boris Yeltsin, el candidato
no oficial en la circunscripción de
Moscú, en las elecciones parlamentarias
soviéticas de marzo de 1989. Yeltsin
consiguió cerca del 89% de los votos
emitidos, al obtener un total de 4 726
112. Su más directo rival se hubo de
conformar con 392 633 votos (casi el
7%).
E
murió
l científico francés Antoine
Laurent Lavoisier (1743-1794)
guillotinado durante la
Revolución Francesa. Se cuenta que la
verdadera razón para ser ejecutado fue
el odio personal que le profesaba el
líder revolucionario Jean-Paul Marat
(17431793). Al parecer, el científico
había refutado años atrás un nuevo
tratado de química que, a su fundado
parecer, era simplemente despreciable.
El autor de tal tratado no era otro que el
propio Marat. Tan pronto como el
revolucionario fue tomando poder trató
por todos los medios de atacar y hacer
impopular la figura de Lavoisier,
objetivo que finalmente consiguió
plenamente, logrando su ejecución,
aunque, eso sí, no antes de que él mismo
fuese asesinado. En la vista del juicio en
que fue condenado Lavoisier se alegó
que un sabio tan distinguido no podía ser
guillotinado, a lo que el juez contestó
taxativamente: «La República no
necesita hombres de ciencia».

E l rey de España Carlos I propuso


la construcción de un canal en el
istmo de Panamá en la temprana fecha
de 1524.
E l zar ruso Nicolás 11 (1868-1918)
consideró la idea de levantar una
cerca electrificada que bordease todo el
perímetro de las inmensas fronteras
rusas. Del mismo modo, consideró la
posibilidad de tender un puente sobre el
estrecho de Bering.

D urante el reinado de Felipe II se


produjo una fuerte inflación en
España que provocó que la moneda de
ocho reales de la metrópoli (real de a
ocho) redujese su valor casi a la mitad
del de las monedas de ocho reales que
circulaban en las colonias americanas,
conocidas como pesos. Esto hizo que el
peso americano fuese conocido a partir
de entonces como peso fuerte o peso
duro, denominación que caló tanto que
las monedas que se acuñaron en Gerona
en 1808 fueron llamadas duros de plata.
Aquellas monedas eran octogonales y
tenían un valor de cinco pesetas, y desde
entonces todas las monedas de este
valor han llevado popularmente este
mismo nombre.

E l 19 de febrero de 1909, una


banda militar tuvo que interpretar
16 o 17 veces seguidas el himno
nacional inglés, Dios salve al rey, en el
andén de la estación ferroviaria de
Rathenau, en Brandenburgo, mientras
esperaba que el rey inglés, Eduardo VII
(1841-1910), saliese del vagón que le
había traído a Alemania. El motivo del
retraso era que Eduardo VII no
conseguía enfundarse el ajustado
uniforme de mariscal de campo alemán
que, según el protocolo marcado para la
ceremonia, tenía que lucir al descender
en suelo germano.

L a primera vez que se ofreció en


Roma un torneo de gladiadores fue
por iniciativa de los hermanos Marco y
Décimo Bruto, durante los funerales de
su padre, que se celebraron en el año
264 a. de C., cuando ya habían
transcurrido casi 500 años desde la
fundación de la ciudad. En aquella
ocasión combatieron tres parejas. Sin
embargo, cien años después, para honrar
la memoria del padre del general Tito
Flamineo (230-175 a. de C.), el número
de los combatientes aumentó a 74, que
lucharon durante tres días consecutivos.
Julio César (100-44 a. de C.), en los
últimos tiempos de la República, llegó a
presentar en un solo torneo a 320
parejas. César Octavio Augusto (63 a.
de C.-14), pocos años después, organizó
durante su reinado ocho juegos circenses
en los que combatieron unos 10 000
hombres. Batiendo todas las marcas, el
emperador de origen hispánico Marco
Ulpio Trajano (53-117) hizo luchar a
4941 parejas durante 117 días
consecutivos. Pero la progresión no se
detuvo ahí: el emperador Cayo Aurelio
Valerio Diocleciano (h. 243-313?) llegó
a ofrecer espectáculos nocturnos y, falto
de otras novedades, hizo combatir entre
sí a pigmeos y mujeres. Estos excesos
resultarían, sin duda, carísimos, pues se
ha calculado que, durante toda la
historia del circo romano, un combate de
gladiadores medio supondría unos
gastos que oscilarían entre uno y siete
millones de pesetas actuales.
H acia el año 210 a. de C. el cruel,
despótico y hedonista faraón
Tolomeo IV Filopáter mandó construir
la nave Tessarakonteres, un formidable
barco sustentado por tres enormes
flotadores que medía 128 metros de
eslora, 17 de manga y 28 de altura,
llevaba cuatro grandes remos timoneros
de 18 metros de longitud cada uno y 200
remos de gran tamaño a cada lado del
barco, dispuestos en 4 hileras
superpuestas, y contaba con una
tripulación formada por unos 6700
hombres, entre remeros (forzados),
marineros y sirvientes. La nave estaba
acondicionada como un palacio flotante,
pues contaba con amplios salones,
piscinas, una gran biblioteca y jardines,
además de un gran salón para
recepciones y fiestas.

L os antiguos astrónomos chinos


pensaban que los eclipses eran
ocasionados por un dragón que
inesperadamente trataba de comerse el
sol. Cuando esto iba a ocurrir, el
emperador concentraba la mayor
cantidad de hombres que podía,
ordenando que golpearan gongs, de
forma que el dragón se asustara por el
ruido y huyese, liberando al sol. Pese a
la ingenuidad de esta teoría, lo cierto es
que los científicos chinos dominaban la
predicción de los eclipses ya en tiempos
muy arcaicos. Por ello, extrañó
sobremanera al legendario emperador
Huang Ti que sus dos astrónomos
oficiales, Hsi y Ho, no previeran el que
ocurrió el año 2640 a. de C.
Afortunadamente, aquel año el dragón se
sació enseguida y no llegó a devorar
todo el sol. Indagando por qué no había
sido informado por sus astrónomos,
averiguó que éstos se habían
emborrachado, descuidando sus
deberes. Por ello, ambos astrónomos
fueron inmediatamente ejecutados.
L os fenicios utilizaban la fuerte
corriente submarina del Estrecho
de Gibraltar para remolcar sus
embarcaciones mediante unas velas
sumergibles que los permitían hacer
fácilmente la travesía contra la corriente
superficial.
Monumentos y
edificios singulares

E l 14 de enero de 1887, pocos días


antes de que se iniciara la
construcción de la Torre Eiffel, el
periódico Le Temps de París publicaba
una carta abierta de protesta firmada por
numerosos intelectuales franceses (entre
otros, Gounod, Maupassant, Leconte de
l'Isle y León Bloy), que calificaban la
torre de «esqueleto horroroso» y
«Notre-Dâme de la quincalla». Pese a
esta oposición intelectual, la torre se
levantó gracias a los 140 millones de
pesetas aportados por el propio
Alexandre Gustave Eiffel (1832-1923),
a cambio de una concesión para su
explotación comercial y turística durante
veinte años. Sólo en el primer año, la
visitaron 1 968 287 personas. Con lo
que pagaron los primeros 200 000,
Eiffel recuperó su inversión.
El 31 de marzo de 1889, la
construcción de la torre Eiffel se dio por
acabada. La torre fue levantada cerca
del Campo de Marte en veintiséis meses
por un equipo permanente de 60
obreros, siguiendo las indicaciones de
los 5300 planos elaborados por el
equipo de ingenieros. Su altura inicial
fue de 312,27 metros, aunque con la
antena que posteriormente se añadió a su
cúspide alcanzó los 320,75. Esta altura
varía, de acuerdo a la temperatura y las
condiciones ambientales, hasta en 18
centímetros. Su peso total es de 10 000
toneladas, 7300 de las cuales pertenecen
a su esqueleto metálico, lo que para sus
dimensiones supone una estructura
sumamente ligera (se ha calculado que,
si se redujera a una escala 1:1000,
tendría 30 centímetros de altura y
pesaría 7 gramos). Por centímetro
cuadrado, la torre sólo ejerce una
presión de 4,5 kilos sobre sus cimientos.
La acción del viento hace que su
cúspide metálica oscile en un arco de
hasta 6 o 7 cm. Los pilares están
orientados a los cuatros puntos
cardinales y se inscriben en un cuadrado
de 125 metros de lado. En total, la torre
tiene 1792 escalones y contiene 1 050
846 remaches metálicos. En 1980, la
torre fue aligerada en 1343 toneladas de
peso, mediante recortes practicados en
el suelo del primer piso, puesto que
había engordado aproximadamente esos
mismos kilos a causa de la batería de
antenas y de los ascensores
incorporados al diseño original.
L a Gran Muralla de China se
construyó en las primeras décadas
del siglo III a. de C., señalándose el año
220 a. de C., durante el reinado del
legendario emperador Huang-Ti, como
el de su terminación. El propósito
original de la Gran Muralla no fue
estrictamente impedir la invasión de los
hunos mogoles del norte. Más
exactamente, lo que trató de conseguir
fue que los hunos, en su indetenible
avance hacia el sur, no la pudiesen
atravesar con sus caballos, lo que
acababa con gran parte de su capacidad
conquistadora. La muralla comienza
cerca del mar, en la pequeña ciudad de
Chau-Hai-Kuan (Chinwangta), a poca
distancia al nordeste de Pekín,
extendiéndose hasta Yang-Kuan (Jumon),
cubriendo una distancia lineal de 3460
kilómetros en su brazo principal, más
otros 2860 kilómetros en ramales
secundarios, con un espesor medio de
9,8 metros. Se dice que en su
construcción trabajó durante veinte años
un millón de personas, más de
trescientos mil de las cuales murieron
por las duras condiciones de trabajo.
Todas ellas fueron enterradas dentro de
los muros de la propia muralla.
E n la antigua Grecia se llamaba
genéricamente «coloso» a la
estatua de tamaño mucho mayor que el
natural. Después pasó a designar por
antonomasia a una gigantesca estatua de
bronce que se levantó a la entrada de los
dos puertos principales de la ciudad de
Rodas. El rey egipcio Tolomeo I Soter
(360-283 a. de C.), antiguo general
macedonio y amigo personal de
Alejandro Magno, que se hizo cargo de
la satrapía de Egipto a la muerte del
conquistador, famoso además por haber
hecho construir la Biblioteca de
Alejandría, sitió infructuosamente la
ciudad griega de Rodas. Para
conmemorar el levantamiento del
asedio, los habitantes de esta ciudad
erigieron entre los años 292 y 280 a. de
C. una colosal estatua consagrada a
Apolo, el dios del cielo, y como tal,
dios supremo de la ciudad, conocida
como el Coloso de Rodas, que fue
considerada como una de las Siete
Maravillas de la Antigüedad. El escultor
Chares o Jares de Lindos diseñó un
coloso desnudo de 36,6 metros de
altura, con un diámetro torácico de
18,30 metros, construido con bloques de
piedra con estructura interior de hierro,
y recubierto con láminas de bronce.
Contra lo que dicen algunas leyendas, se
erigía sobre ambos pies juntos, situados
sobre un promontorio que dominaba la
entrada al puerto de la ciudad, y no a
horcajadas de la bocana del puerto.
En el año 224 a. de C., medio siglo
después de ser levantada, cayó durante
un terremoto. Sus ruinas permanecieron
esparcidas por el suelo casi novecientos
años, hasta que en el año 667 de nuestra
era el califa Omar II, que había
conquistado Rodas, vendió las 327
toneladas de cascotes y chatarra de la
estatua derruida a un comerciante judío,
que las trasladó a Alejandría a lomos de
más de 900 camellos.
L a construcción del antiguamente
conocido como Anfiteatro de los
Flavios y hoy en día como Coliseo de
Roma (nombre, por cierto, que proviene
no de su gran tamaño, como parecería
natural, sino de la colosal estatua de
Nerón que se alzaba en sus cercanías)
fue encargada por el emperador
Vespasiano, fundador de la dinastía
Flavia, con la intención de que fuera el
edificio más grandioso que jamás
hubiese sido visto. Su construcción
comenzó dos años después de la
conquista de Jerusalén, ocurrida en el
año 70, y fue inaugurado tan sólo ocho
años después, en tiempos ya del
emperador Tito. Lo que pretendía
Vespasiano, además de inmortalizar su
nombre, era algo mucho más práctico:
encontrar una diversión que alejara a los
casi 300 000 parados de la ciudad, que
a la sazón tenía aproximadamente 1
millón de habitantes, de cualquier
veleidad rebelde.
En su diseño original, el edificio se
ajustaba a unas dimensiones
perfectamente calculadas para conseguir
que los 50 000 espectadores que podían
albergar sus gradas (45 000 de ellos
sentados) tuvieran la suficiente
sensación de intimidad, pero pudiesen
sentir a la vez la grandiosidad del
recinto. Para acometer su construcción
fue necesario, en primer lugar, trazar una
calzada hasta las canteras de Travertino,
situadas a 30 kilómetros de Roma, por
la que viajaron incansablemente 200
carros tirados por bueyes, acarreando la
piedra necesaria para levantar el
edificio. Sólo para completar la pared
inferior fueron necesarios un total de
292 000 viajes entre la cantera y la
obra. Los arquitectos e ingenieros que
dirigieron su construcción inventaron el
hormigón, material que no sería
redescubierto prácticamente hasta
nuestro días. Al unir los bloques de
piedra, se agregaron grapas de metal
para que los pilares de hormigón se
compactaran perfectamente.
Finalizada la obra, la arena del
Coliseo de Roma podía convertirse en
pocos segundos en una gran piscina en
donde era posible representar batallas
navales, ballets acuáticos interpretados
por bellas jóvenes desnudas o
encarnizadas luchas entre cocodrilos
(sin demasiada amplitud, eso sí). Para
que fuera posible este tipo de
espectáculos (que, en realidad, no
tuvieron un gran éxito de público), se
decidió su emplazamiento en la gran
depresión entre las colinas Esquilina,
Palatina y Celio, en un lugar cercano al
acueducto de Claudio colindante con un
lago construido por encargo de Nerón,
que estaba conectado con la red de
cloacas de Roma. Además, fue
necesario impermeabilizar el hormigón
empleado, al igual que el fondo del piso
sobre el que descansaba la arena y la
pintura de las paredes. Cuando tiempo
después se decidió suspender los juegos
acuáticos, se construyeron en el piso
inferior de la arena almacenes y celdas
donde encerrar a las víctimas de los
espectáculos. Desde allí, víctimas y
animales salvajes accedían a la arena
mediante un complicado sistema de
rampas, pasadizos y ascensores.
Las cáveas o gradas del Coliseo de
Roma disponían de 252 vomitorios por
los que entraba y salía el público con
total comodidad. Las mujeres disponían
de un espacio reservado separado del
resto del aforo masculino. En los
espectáculos que se celebraban en plena
canícula estival, miles de marineros de
la guardia imperial extendían un gran
toldo sobre el Coliseo. Para ello, la
cornisa interior del suelo era elevada a
50 metros de altura para soportar los
cables sobre los que se sustentaban las
gigantescas velas de vivos colores.
El acto inaugural del Coliseo de
Roma duró cien días y supuso la muerte
de 2000 gladiadores y 9000 animales.

E l sultán mogol Sha Chahán encargó


al arquitecto Isa Mohamed erigir
un mausoleo de alabastro blanco al
morir en 1630 su esposa favorita,
Mumtas Mahal, al dar a luz a su
decimocuarto hijo. Este mausoleo, hoy
conocido como Taj Mahal, fue
levantado junto al río Jumna, en la
ciudad de Agra, en el actual estado de
Uttar Pradesh, al norte de la India,
dentro de un jardín amurallado adornado
con estanques y pavimentos de mármol.
En su construcción, que duró unos
diecinueve años, intervinieron unos
veinte mil obreros. Concluida la obra, el
sultán pretendió erigir un mausoleo
gemelo para él mismo; sin embargo, fue
depuesto por su hijo sin que tuviera
tiempo de poner en marcha este segundo
proyecto.

L a Pirámide de Keops, cuya


construcción fue iniciada en el año
2580 a. de C. como tumba para este
faraón de la V Dinastía, es la única de
las Siete Maravillas de la Antigüedad
que se mantiene en pie, a pesar de que
su construcción precedió al resto en
unos 2000 años. Esta gran pirámide (la
mayor de las 80 que se conservan en
Egipto) se halla en las cercanías de la
actual ciudad de El Cairo, en la zona de
Gizeh. Su superficie ocupa 48 000 m2,
con una altura de 146,60 metros. La
longitud de cada uno de los cuatro lados
de su base es de 230 m. Está construida
con dos millones y medio de bloques de
piedra, con un peso medio de 2,5
toneladas. Sus proporciones son tan
grandes que en su interior cabría
holgadamente la Basílica de San Pedro.

P ero la mayor pirámide, y a la vez


el mayor monumento jamás
construido por el ser humano, es la
pirámide de Quetzalcóatl, en Cholula de
Ribadavia, a 101 kilómetros al suroeste
de la actual Ciudad de México. Tiene
una altura de 54 metros y su base ocupa
una superficie de casi 18,2 hectáreas,
calculándose un volumen total de 3 300
000 metros cúbicos.

E l más famoso de todos los harenes


musulmanes fue el del palacio
otomano de Topkapi, en Estambul.
Terminado de construir en el año 1598,
y habitado hasta 1839, fecha en que los
sultanes pasaron a vivir en palacios de
estilo europeo, contaba con
cuatrocientas habitaciones para sus
ocupantes. Este palacio de Topkapi fue
llamado por los occidentales Serrallo
(palabra que occidentaliza la turca
serai, que significa posada, albergue y,
sobre todo, burdel), y con tal nombre
fueron llamados después por los
occidentales todos los harenes
otomanos.

L a Kaaba es una edificación en


forma de cubo o arca de 12 metros
de largo, por 9 de ancho y 15 de alto,
situada en el recinto interior de la Gran
Mezquita de La Meca. Es el lugar santo
por excelencia entre los musulmanes, y
hacia él vuelven su mirada todos los
fieles islámicos durante sus oraciones.
Parece ser que en este mismo lugar se
dio culto anteriormente a una serie de
ídolos que Mahoma destruyó. Los
peregrinos dan siete vueltas alrededor
de La Kaaba en su peregrinación anual.
Recuerda a los musulmanes el primer
mandamiento del Corán: «No hay más
Dios que Alá». La edificación está casi
completamente vacía, salvo un ángulo,
ocupado por la llamada Piedra Negra
(un bloque de lava o basalto de color
rojo muy intenso, tal vez un aerolito, que
ya se adoraba como un fetiche antes de
Mahoma), que los fieles tratan de besar
o tocar durante la peregrinación. La
tradición afirma que tal piedra fue
entregada a Ismael por el arcángel
Gabriel y representa el centro de la
Tierra, simbolizando su color oscuro los
pecados de los hombres.

L a Casa Blanca es el nombre


popular con que se conoce la
residencia oficial del presidente de
Estados Unidos, situada en el número
1600 de la Avenida Pennsylvania, en la
ciudad de Washington, capital nacional
ubicada en el distrito federal de
Columbia. Es un edificio construido en
el siglo XVIII, de estilo colonial y
pintado de blanco. También se llama así,
curiosamente, el edificio sede del
Parlamento (antiguo Sóviet Supremo) de
Rusia.

E l Circo Máximo de Roma, después


de su reconstrucción por Julio
César, tenía un aforo de 150 000
personas. A principios del Imperio fue
agrandado para dar cabida a otras 100
000 personas más. Los espectáculos
deportivos que en él tenían lugar
(fundamentalmente carreras de carros)
se disputaban en una pista de 1500
metros.

E l edificio central de la mastaba de


Sakkara en que reposaron los
restos del faraón Lóser, Djóser o Zóser,
primer gobernante de la III Dinastía, es
la pirámide egipcia más antigua y la
mejor conservada de las ochenta que
aún hoy se conservan. De hecho, se trata
del edificio más antiguo, de cualquier
clase, construido por el hombre que aún
se mantiene en pie y en buen estado de
conservación. Diseñada y erigida por
Imhotep, arquitecto, astrólogo y primer
ministro del faraón, se calcula que fue
construida hacia el año 2900 a. de C.
con bloques de piedra caliza traídos
desde Tura. Sobre una base de 122 x
107 metros, se alzan una sobre otra seis
pirámides truncadas de dimensiones
decrecientes, alcanzando la cúspide de
la superior casi los 62 metros.

L a pequeña escultura del Manneken


Pis («hombrecito meón») que se
puede admirar en la plaza Mayor de
Bruselas —que, en realidad, es una
reproducción—, conmemora al niño
que, según la leyenda, apagó una mecha
encendida con tan sencillo método,
salvando así a la ciudad del fuego. El
original de la estatua, que fue esculpida
por Doquesnoy en 1619, se encuentra en
el Museo de la Plaza de la capital belga.
L a palabra «mausoleo» proviene de
Mausolo, conquistador de Rodas y
sátrapa de la provincia persa de Caria.
A su muerte, ocurrida en el año 353 a.
de C., su esposa Artemisa (que también
era su hermana), le mandó incinerar y
bebió sus cenizas mezcladas con vino.
En su memoria, la viuda hizo construir
un templo funerario en Halicarnaso
(cerca de la actual ciudad de Bodrum,
en Turquía), que fuera la tumba más
hermosa que se hubiese visto nunca.
Convocó a los más grandes arquitectos
griegos (entre ellos, Briaxis, Leucases,
Escopos y Timoteo), y el año 350 el
monumento estaba terminado. Constaba
de una tumba rectangular de mármol
esculpido, colocada sobre una
plataforma y rodeada por 36 columnas
jónicas que sostenían un arquitrabe, que
a su vez sostenía una pirámide coronada
con un carro de bronce con las estatuas
de Mausolo y Artemisa. El monumento
sobrevivió unos 1900 años, hasta que un
terremoto lo derrumbó. Otra tradición
explica que fueron los caballeros de la
orden de San Juan los que demolieron el
Mausoleo para construir con sus piedras
una fortaleza.

L a famosa Torre de Londres, cuya


construcción fue iniciada en 1078
por encargo de Guillermo el
Conquistador (1027-1087), alojó
durante algún tiempo un zoológico.
Posteriormente, también ha servido
como observatorio, Casa de la Moneda,
prisión y palacio real. En la actualidad,
en la torre se custodian y exponen las
joyas de la Corona británica.

E l diseñador
estadounidense
y arquitecto
Buckminster
Fuller (1895-1981) proyectó un edificio
prefabricado, al que bautizó con el
nombre de Dymaxion House, planeado
para facilitar al máximo la vida de sus
potenciales ocupantes y para el óptimo
aprovechamiento de los recursos. El
edificio constaría de un pilar central
sobre el que se sustentarían los
apartamentos simétricos, hexagonales,
suspendidos de cables tensados. El
edificio, autosuficiente en materia
energética, dispondría de paneles de
energía solar, además de un generador
auxiliar, y un sistema de reciclaje de
desperdicios, con duchas y servicios
higiénicos conservadores de agua,
suelos neumáticos silenciosos,
lavavajillas automático, lavandería
centralizada, estacionamiento de coches
y solarium. Podría ser levantado
totalmente en 24 horas sobre cualquier
solar y estaría especialmente diseñado
para soportar incendios, terremotos,
inundaciones y hasta ataques con gases.
En 1946, se montó un prototipo en la
ciudad de Wichita, en Kansas. El precio
calculado entonces para un apartamento
de seis habitaciones fue de 6400
dólares. Sin embargo, este renovador
proyecto no encontró eco entre los
empresarios y Fuller lo abandonó,
dedicándose a otros trabajos de diseño
arquitectónico, inventando, entre otros
avances, la cúpula geodésica.

E l arquitecto norteamericano Frank


Lloyd Wright (1869-1959) diseñó
al final de su carrera, un portentoso
edificio, que bautizó como Mile-High
Illinois, de 528 pisos y 1600 metros de
altura (es decir, la milla a que hace
referencia su nombre), sirviéndose de
una mesa de dibujo de 9 metros de
longitud. De haberse construido este
auténtico rascacielos hubiera sido casi
cuatro veces más alto que la Torre Sears
que hoy es el edificio de viviendas más
alto del mundo. Según las
revolucionarias ideas de Wright, con
unos pocos edificios como éste, bastaría
para contener casi todas las oficinas de
una ciudad como Nueva York, liberando
una gran cantidad de espacio urbano
para otros destinos más recreativos y
ecológicos. La estructura, según los
cálculos del genial arquitecto, iba a ser
tan ligera que no tendría oscilaciones, ni
siquiera en su cúspide. Unos ascensores
exteriores movidos por energía atómica
y funcionando por parejas, se elevarían
por unas vías dotadas de mecanismos de
trinquete de alta seguridad. El edificio
contaría con dos helipuertos con
capacidad para 150 aparatos y un
estacionamiento subterráneo para 15
000 automóviles. El coste total fue
calculado, en 1957, en 100 millones de
dólares. Su proyecto, aunque factible
desde el punto de vista de los
ingenieros, asustó tanto a los
constructores, agentes inmobiliarios,
arquitectos, bomberos y políticos que
fue rechazado sin paliativos.

E n la lista de los palacios del


mundo que han destacado por su
lujo y esplendor hay que incluir la
residencia imperial de Bizancio
(posteriormente Constantinopla y hoy en
día Estambul). Su principal estancia era
la sala de ceremonias, conocida con el
nombre de Triclinio de Oro, de planta
octogonal y toda ella recubierta de oro.
El trono, realzado sobre una plataforma,
se hallaba instalado en el ábside oriental
y tanto él como los sitiales que le
rodeaban estaban todos hechos de oro
macizo. Tras el trono se alzaba una gran
cruz de pedrería y a ambos lados, dos
leones de oro lo escoltaban. Estos
leones, articulados, rugían, abrían sus
fauces y hasta se levantaban
amenazadoramente cuando algún
invitado se acercaba demasiado al
emperador. Rodeando el conjunto, se
desplegaba un verdadero bosquecillo de
árboles de oro de todos los tamaños y
tipos, en los que se veían una multitud
de pájaros artificiales esmaltados y
cubiertos de piedras preciosas que,
mediante unos complicados e ingeniosos
mecanismos, saltaban de rama en rama
y, según testimonios, «piaban
naturalmente». Estos autómatas —
pájaros y leones— habían sido creados
por un orfebre griego llamado,
curiosamente, León.

E l más impresionante adorno del


fastuoso palacio en que residía el
emperador mogol de la India Tamerlán
(1336-1405) era el llamado Trono del
Pavo Real, el más fabuloso de los ocho
de que disponía en el palacio. Sobre el
trono se alzaba un gran dosel de perlas y
diamantes, coronado por un pavo real de
oro macizo, cubierto de piedras
preciosas, entre ellas, un enorme rubí
situado en su pecho, del que colgaba,
balanceándose, una perla de cincuenta
quilates. Doce columnas de oro
incrustadas de perlas sostenían dicho
dosel. Cuando Tamerlán se sentaba en el
trono, colocaban ante él una gran joya
trasparente, para que su brillo le
acariciase los ojos. En ocasiones
solemnes, a todo ello se añadía la figura
de un loro de tamaño natural, hecho a
base de esmeraldas.

E n el siglo III a. de C., el faraón


egipcio Tolomeo II Filadelfo
(309-247 a. de C.), se enamoró de una
muchacha que vivía en la isla de Faros,
frente a Alejandría. Al parecer, según
cuenta la leyenda, fue tan grande su amor
que mandó construir un muelle de 1300
metros de largo que acercase la isla de
su amada al palacio y encargó al mejor
arquitecto de su tiempo, Sóstrato de
Cnido, un monumento cuyo brillo y
altura diesen testimonio a la posteridad
de la grandeza de su amor. Se tardó
veinte años en construir el monumento,
conocido posteriormente como el Faro
de Alejandría; pero la espera mereció la
pena, a juzgar por su inclusión entre las
Siete Maravillas de la Antigüedad.
Sóstrato levantó un edificio de mármol
blanco de 180 metros de altura,
coronado por una enorme hoguera, que
de día producía una gran humareda y de
noche, ampliada por un gran espejo,
iluminaba el mar circundante y podía ser
vista desde gran distancia, lo que
aprovechaban los navegantes para
orientarse en el mar. La mitad superior
del Faro fue destruida por los árabes,
que esperaban encontrar oro en el
interior de su estructura; el resto de la
construcción se vino abajo a causa de un
terremoto que sacudió la isla el año
1375. En recuerdo de aquella gran
construcción que, además de bella,
resultó ser también muy valiosa para la
orientación de los navegantes, se dio su
nombre a lo que hoy en día conocemos
como faros.
Muertes singulares

C ierto día de 1159 el Papa Adriano


IV (1115-1159), único pontífice
inglés de la historia, regresaba
caminando hacia su residencia tras
haber pronunciado uno de sus acerados
sermones maldiciendo y amenazando de
excomunión al emperador Federico I,
cuando se detuvo ante una fuente pública
para refrescarse. Mientras bebía, una
mosca le entró accidentalmente por la
boca y se le quedó atragantada en la
garganta. Los médicos, avisados
inmediatamente, no pudieron extraerla y
el pontífice murió poco después
asfixiado.

A l parecer, Agatocles (361-289 a.


de C.), tirano de Siracusa, murió
al ahogarse con un palillo (otros
historiadores, apuestan por la versión de
que fue envenenado a instancias de su
nieto). Un caso similar fue el
protagonizado por el novelista
estadounidense Sherwood Anderson
(1876-1941), que falleció en la ciudad
panameña de Colón tras ingerir un
palillo mientras comía un aperitivo en
una fiesta y causarle aquél una
peritonitis. Claro que peor fue el caso
del pretor romano Fabio, que murió al
atragantarse con un pelo de cabra que
flotaba en la leche que acababa de
tomarse.

E l Papa Alejandro I (?-115), que


ocupa un lugar destacado en la
historia del pontificado por haber
introducido el uso del agua bendita y la
comunión con pan ázimo y vino aguado
en el ritual de la Santa Misa alrededor
del año 100 de nuestra era, murió mártir,
al ser arrojado a un horno, del que salió
ileso, y posteriormente ser decapitado.
E l rey Alejandro I de Grecia (1893-
1920) murió a consecuencia de la
mordedura de un mono amaestrado que
tenía por mascota que le contagió la
rabia.

S egún algunas crónicas históricas,


Alejandro Magno (356-323 a. de
C.) murió en Babilonia, muy lejos de su
patria, a los 33 años, a consecuencia de
unas fiebres (posiblemente, malaria)
contraídas durante una orgía que duró
dos días, celebrada en la ciudad de
Babilonia. Su cadáver fue llevado a su
país natal, Macedonia, conservado en
miel para evitar su descomposición.
L a reina Ana Bolena de Inglaterra
(1507-1536), segunda esposa de
Enrique VIII, murió decapitada en 1536,
tras ser falsamente acusada por su regio
marido de adulterio e incesto. Si hubiera
fracasado aquel proceso, Enrique VIII,
con tal de deshacerse de ella y poder
contraer un nuevo matrimonio, estaba
dispuesto a condenarla de nuevo bajo la
acusación de brujería, sustentada en la
curiosa anatomía de aquella reina, que
tenía seis dedos en su mano izquierda y
tres pechos. Tras aquel amañado juicio
se escondía el deseo de Enrique VIII de
deshacer urgentemente su matrimonio,
como se comprueba al saber que, dos
días después de la ejecución de Ana
Bolena, el 19 de mayo de 1536, el rey se
prometió oficialmente con Jane
Seymour.

S egún cuenta el historiador romano


Valerio Máximo, el científico
griego Arquímedes (287-212 a. de C.)
murió a manos de un soldado romano
que, desobedeciendo las órdenes
expresas de Marcelo, el cónsul que
mandaba las tropas romanas que habían
invadido Siracusa, la ciudad natal del
sabio, le atravesó con su espada,
enfurecido al suplicarle Arquímedes que
no pisara unos dibujos científicos que
había hecho en la arena de la playa.

S egún todos los indicios, Atila


murió de muerte natural, en el año
453, tras pasar una de sus muchas
noches de boda, esta vez con
Hildegunda (también conocida como
Ildiko), la hija de un reyezuelo
burgundio, mientras aguardaba la
llegada de la princesa romana Honoria,
hermana del emperador Valentiniano III,
con quien también se iba a casar.

E l filósofo y escritor inglés Francis


Bacon (1561-1626) murió como
consecuencia de uno de sus muchos
experimentos científicos. Investigando
sobre las propiedades del frío en la
prevención de la putrefacción de los
alimentos, se enfrío irremediablemente
mientras introducía nieve de las
montañas en el interior del cuerpo de
una gallina muerta.

E l Papa Benedicto I, que rigió la


Iglesia entre los años 574 y 579,
murió de un sobresalto al saber que los
lombardos invadían de nuevo Roma.

E n 1931, el novelista inglés Arnold


Bennet (1867-1931), tratando de
demostrar a las incultas gentes de París
que el agua que bebían no era la causa
de la epidemia de tifus que asolaba la
ciudad, bebió públicamente un vaso de
aquel agua. Murió de tifus a los pocos
días.

S egún la leyenda, el griego Calcas


era uno de los más respetados
adivinos del siglo XII a. de C., actuando
como tal durante la guerra de Troya, en
la que aconsejó la construcción del
famoso Caballo. Cierto día, mientras
plantaba unas viñas en su propiedad, un
vecino le pronosticó que no viviría lo
suficiente como para beber el vino de
aquellas viñas. Llegado el día en que el
vino estaba listo, Calcas invitó al
agorero. A punto de levantar la copa, el
vecino repitió su premonición, lo que
provocó un ataque de risa al infortunado
Calcas que, incapaz de reprimir las
carcajadas, murió ahogado allí mismo.
Según otra leyenda contraria, Calcas
murió de pena, al fallar un pronóstico
profesional sobre el número de
cochinillos que compondrían una
camada de una cerda y suponerle ese
fracaso ser desbancado por Mapso en su
papel de mejor adivino de Grecia. De
una u otra forma, su muerte fue
realmente curiosa.
O tros personajes de los que se
asegura que murieron en pleno
ataque de risa fueron: el filósofo griego
del siglo VI a. de C. Quilón de Esparta,
uno de los Siete Sabios, que murió de
alegría al ver a un hijo suyo ganar una
prueba de los Juegos Olímpicos; el
pintor griego Zeuxis, que vivió entre los
siglos V y IV a. de C., que comenzó a
reír al observar un retrato de una
anciana que acababa de terminar, lo que
le provocó la rotura de un vaso
sanguíneo y su muerte por hemorragias
internas; el poeta cómico griego Filemón
(361?-263? a. de C.), considerado como
el creador de la comedia de costumbres,
que murió al no poder reprimir la risa al
ocurrírsele una broma (aunque, según
otra versión tradicional, murió en el
mismo teatro, al ser coronado como rey
de la comedia); el poeta cómico griego
de la segunda mitad del siglo IV a. de C.
Filipides, que, de hacer caso a la
leyenda, murió de alegría al conocer el
triunfo alcanzado por una de sus obras;
el filósofo griego del siglo II a. de C.
Crisifo, que murió de un acceso
incontrolable de risa al presenciar como
un burro se comía unos higos, escena
que a él, indudablemente, le pareció muy
graciosa, y el escritor italiano Pietro
Aretino (1492-1556), que reía una
broma de tono picante que le había
contando una de sus hermanas, cuando
cayó de la silla en que estaba sentado y
murió de un ataque de apoplejía.
Un caso extremo fue el de Lady
Fitzherbert, una viuda inglesa de finales
del siglo XVIII, que asistió en compañía
de unos amigos al teatro londinense de
Drury Lane una noche de abril de 1782
a presenciar la representación de La
ópera del mendigo, de John Gay,
protagonizada por el famoso actor
Bannister. Al salir éste a escena vestido
de la forma extravagante que exigía su
papel, todo el auditorio, como era
natural, comenzó a reír. La señora
Fitzherbert comenzó riéndose
moderadamente como el resto de los
espectadores, pero su ataque de risa se
convirtió pronto en uno de histeria
incontrolable, que la obligó a abandonar
el teatro antes del final del segundo acto,
incapaz de parar de reír. Día y medio
después, sometida todavía a los
estertores de la risa histérica, fallecía en
su domicilio.

L a zarina Catalina II La Grande


(1729-1796) murió en San
Petersburgo el 16 de noviembre de
1796, fecha en que un cólico letal
sorprendió a la zarina sentada en su
sillico, es decir, en su retrete.

E l emperador romano Claudio I (10


a. de C.-54) murió, tras ser
envenenado con setas venenosas por su
esposa Agripina La Joven, cuando su
médico personal, Xenofón, le trataba de
provocar el vómito introduciéndole una
pluma en la garganta. Algunos
estudiosos han sostenido la teoría de que
dicha pluma también estaba envenenada.

E l Papa Clemente VII (1478-1534),


de nombre secular Giulio de
Medicis, que rigió la Iglesia a partir de
1523, murió tras la ingestión de una seta
amanita faloide el 25 de septiembre de
1534.

E l prestamista y político romano


Marco Licinio Craso (115-53 a.
de C.), famoso por su gran riqueza,
acumulada fundamentalmente mediante
el comercio de esclavos y la
especulación inmobiliario, así como por
su constante y desmedido afán de
aumentarla, murió, según el relato
legendario, al ser capturado en la batalla
de Carras por el ejército del rey de los
partos Orofes, que ordenó a unos
soldados que vertieran oro líquido por
su garganta.

L a científica polaco-francesa Marie


Curie (1867-1934), doble premio
Nobel de Física y de Química, murió a
consecuencia de una leucemia
provocada por su excesiva exposición a
la radiactividad. Su marido, el científico
francés Pierre Curie (1859-1906),
también premio Nobel de Física, murió
arrollado por un coche de caballos. Por
su parte, la hija de ambos, Irène Joliot-
Curie (1897-1956), también
investigadora y directora del
Laboratorio Curie del Instituto del
Radio de París, cargo en el que sustituyó
a su madre, y que como sus progenitores
obtuvo el premio Nobel de Química en
1935, murió también a causa de una
leucemia provocada por la exposición
excesiva a los materiales radiactivos
utilizados en sus experimentos.

C omo también hizo Pitágoras, el


gran filósofo griego Demócrito de
Abdera (460-h. 390 a. de C.) recomendó
durante toda su vida la miel como el
alimento más rico y necesario de todos.
Llevado por su defensa de la austeridad,
fue limitando progresivamente su
alimentación, convencido de que la
extrema abstinencia era un buen método
de vida. Viéndole morir, sus discípulos,
poco antes de que se celebrasen las
fiestas consagradas a Ceres, la diosa de
las cosechas, le rogaron
encarecidamente que se alimentase para
prolongar su vida. Ante sus ruegos,
Demócrito aceptó y pidió un tarro de
miel. Pero, con gran sorpresa de sus
discípulos, no comió de él, limitándose
a destaparlo y olerlo. Tres días después
moría en la más completa inanición.

L os motores diesel deben su


nombre a su inventor, Rudolf
Diesel (1858-1913), un ingeniero de
nacionalidad alemana, aunque nacido en
París. Interesado en las técnicas de
refrigeración de motores, inventó un
sistema que utilizaba amoniaco
supercalentado, en vez del vapor de
agua que se venía usando hasta entonces,
consiguiendo de ese modo cuadruplicar
la presión resultante y, por tanto, el
rendimiento potencial de los motores.
Muchos se aprovecharon de este avance,
pero no estuvo entre ellos el propio
Diesel, que no había tenido la
precaución de patentar el invento.
Arruinado y desesperado, tras
numerosos intentos baldíos de construir
motores diesel eficaces, desapareció en
una travesía del Canal de la Mancha,
suponiéndose que se suicidó
arrojándose a sus aguas.

L a bailarina estadounidense Isadora


Duncan (1878-1927) murió al
fracturarse las vértebras cervicales tras
engancharse su echarpe en las ruedas
traseras del automóvil en que viajaba.

E l rey Enrique I de Castilla (1204-


1217) murió de una pedrada (o de
un golpe de teja, según otras versiones)
jugando con unos amigos.
E l dramaturgo griego Esquilo (525?
-456 a. de C.), según la tradición
propagada por Hermipo de Esmirna,
murió golpeado por una tortuga que se
desprendió de las garras de un águila
que volaba casualmente sobre él.

S egún la tradición, el rey español


Felipe I El Hermoso (1478-1506)
murió en Burgos al beber agua fría
sofocado tras jugar un partido de pelota
el 25 de noviembre de 1506.

E l rey español Fernando VI (1713-


1759), cayó en una profunda
melancolía tras la muerte de su esposa,
Bárbara de Braganza (1711-1758), y se
retiró al castillo de Villaviciosa de
Odón, donde murió en 1759, cuando
estaba sentado en el retrete.

E l 28 de junio de 1914, el
archiduque austriaco Francisco
Fernando (1863-1914) fue asesinado en
Sarajevo junto a su esposa, la condesa
Sofía Choteck, por el separatista serbio
Gavrilo Princip, hecho que desencadenó
la Primera Guerra Mundial. Pero su
muerte, según algunos historiadores,
tuvo algo más de cruel e innecesaria: al
parecer, murió desangrado al no poder
desabotonarle quienes le atendieron por
llevar siempre el uniforme cosido a su
propia piel para eliminar arrugas.

A los 67 años, Sigmund Freud


(1856-1939) contrajo un cáncer
de mandíbula, a pesar de lo cual siguió
fumando de 15 a 20 puros al día. En los
últimos 16 años de su vida fue operado
31 veces. Murió al inyectarle su médico,
a petición propia, una dosis fatal de
morfina.

E l compositor español Enrique


Granados (1867-1916) murió
ahogado en aguas atlánticas al caer del
vapor Sussex que había sido torpedeado
por un submarino alemán en el Canal de
la Mancha el 24 de marzo de 1916, en
plena Primera Guerra Mundial. En
realidad, el barco no sufrió muchos
desperfectos, pues llegó a puerto francés
sin mayor dificultad. Sin embargo,
Granados, atemorizado por el estallido
del torpedo y víctima de una fobia
enfermiza al mar, se lanzó al agua, sin
apenas saber nadar. Su esposa, gran
nadadora, se lanzó tras él para salvarle.
Sin embargo, no lo consiguió y ambos
perecieron ahogados. Fueron los dos
únicos pasajeros muertos. Curiosamente,
Granados era un buen pintor amateur,
cuyo tema favorito eran,
paradójicamente, las aguamarinas.

E l emperador romano Vario Avito


Basiano Heliogábalo (204-222)
se hizo construir un patio de pórfido
(piedra ciertamente dura) al pie de sus
aposentos para poder saltar a él y
matarse en caso de peligro de muerte.
Para mayor seguridad llevaba siempre
consigo un anillo de esmeralda hueco
relleno de veneno. Tampoco se separaba
de un puñal de oro con empuñadura de
diamantes y de una cuerda de oro y seda
con que estrangularse si todo lo anterior
fallaba. No obstante, murió el año 222, a
los 18 años, mientras cumplía con unas
obligaciones fisiológicas muy íntimas,
ahogado por manos pretorianas asesinas
con la esponja que los romanos
utilizaban en lugar del todavía
inexistente papel higiénico, siendo
posteriormente rematado con un puñal.

H
célebre
arry Houdini (1874-1926), el
mago escapista universalmente
por sus extraordinarias
evasiones, murió en 1926 de un modo
insospechado y ciertamente curioso.
Estando en su camerino, tras finalizar
una actuación en la ciudad canadiense
de Montreal, le visitó un admirador
deseoso de comprobar en persona la
fama que precedía a Houdini de que era
capaz de soportar cualquier golpe en el
estómago sin inmutarse siquiera. Para
comprobarlo, golpeó brutalmente dos o
tres veces al mago en la boca del
estómago. Por alguna razón, Houdini no
consiguió aquel día sostener la rigidez
necesaria en sus músculos abdominales
como para aguantar los golpes. Días
después moría de una peritonitis
provocada, según todos los síntomas,
por aquellos golpes.

C atalina Howard (1521-1542),


quinta esposa de Enrique VIII de
Inglaterra, tuvo la presencia de ánimo
de, una vez haber sido condenada a
muerte, ensayar el día anterior a la
ejecución la ceremonia de la
decapitación, haciendo incluso que el
verdugo compareciera armado de su
hacha en su lugar de encierro.

E l gigantesco luchador turco Yusuf


Ismael, que durante 1897 realizó
una victoriosa gira por los Estados
Unidos, murió al año siguiente ahogado
en el viaje de vuelta a su patria, al
zozobrar el barco en que viajaba tras
colisionar con otro buque. Mientras casi
todo el pasaje logró salvarse fácilmente
nadando, él se hundió al negarse a
deshacerse de los cinturones cargados
del oro que había ganado en sus
combates en los Estados Unidos.

E l rey inglés Juan Sin Tierra (1167-


1216) murió de indigestión, tras
comerse un excesivo número de
lampreas. Según otras versiones, la
indigestión fue producida por un exceso
de fruta y sidra.

T ras sobrevivir a un paseo en barril


por las cataratas del Niágara, en
el transcurso del cual se rompió casi
todos los huesos del cuerpo, Robert
Leech inició en 1911 una gira mundial
dando conferencias en las que relataba
su experiencia. En Nueva Zelanda
resbaló con una piel de plátano y murió
por las complicaciones resultantes de la
caída.

E l 15 de mayo del año 840, un


eclipse lunar asustó tanto al
emperador Ludovico Pío (778-840),
tercer hijo de Carlomagno y sucesor en
el trono del Sacro Romano Imperio
Germánico, que murió de terror.

A l parecer, Luis X de Francia


(1289-1316), llamado El
Obstinado, murió en 1316 de
enfriamiento, convertido en pleuresía y
pulmonía, tras beber vino frío después
de jugar un partido de juego de palma
(deporte antecesor directo del tenis
moderno). En 1498, el rey francés
Carlos VIII (1470-1489) moría de un
golpe en la cabeza mientras se
trasladaba a la localidad de Amboise a
disputar también un partido de juego de
palma.

C omo se sabe, Luis XIV de Francia


(1638-1715) murió guillotinado
durante la Revolución Francesa. Pero
según cuentan las crónicas, su
ajusticiamiento fue laborioso. Al
parecer, el cuello de su majestad era tan
gordo y fuerte que la cuchilla hubo de
caer varias veces para poder rebanarlo
por completo.

E n el siglo XVII, al no haberse


inventado aún la batuta, se dirigía
a las orquestas golpeando el suelo con
un bastón. En 1687, el violinista ítalo-
francés Jean Baptiste de Lully (1632-
1687), compositor de cámara de Luis
XIV, mientras dirigía la orquesta de
palacio en la interpretación de un Te
Deum, se hirió en un dedo del pie al
marcar el compás golpeando el suelo
con el bastón. Sin dar importancia a la
herida, no permitió que se la cuidaran y
murió de gangrena a los pocos días.

J ean Paul Marat (1743-1793), líder


de la Revolución Francesa, fue
asesinado por Charlotee Corday (1768-
1793), afecta a los moderados
girondinos, con un cuchillo de carnicero,
mientras estaba en el baño, lugar donde
pasaba varias horas al día para aliviar
una molesta afección cutánea.

E l rey Maximiliano de Austria


(1459-1519), padre de Felipe El
Hermoso y, por tanto, suegro de Juana I
La Loca, murió en 1519 de una
indigestión de melones, siendo enterrado
en el ataúd que desde años antes llevaba
siempre consigo.

E
1913),
n 1913, el excéntrico emperador
de Abisinia Menelik II (1844-
encontrándose gravemente
enfermo del corazón, sin que sus
médicos acertasen en los cuidados, se
hizo traer su Biblia particular y, movido
por la fe, fue arrancando una a una todas
las páginas del Libro de los Reyes y se
las fue comiendo. Como era de esperar
tras tan extraña terapia, Menelik II no
sólo no mejoró sino que falleció pocos
días después.

S e cuenta que el gran atleta griego


Milón de Crotona, ganador de
muchas competiciones olímpicas y
famoso por su extremada fortaleza,
murió cuando, en plena vejez, quiso
acabar de rajar un árbol entreabierto,
pero se le quedaron aprisionadas en él
las manos y fue devorado por los lobos.

P ese a ciertas opiniones históricas


que aseguran falsamente que fue
asesinado personalmente por Hernán
Cortés, lo cierto es que el rey azteca
Moctezuma III (1466-1520) murió tras
recibir varias pedradas y algún flechazo
de manos de su propio pueblo, al que,
por órdenes de Cortés, trataba de
contener tras producirse una matanza de
indígenas por tropas españolas
capitaneadas por Pedro de Alvarado
durante una celebración religiosa. Al
parecer sufrió tres heridas, una de ellas
en la cabeza. Pocos días después, tras
haber rehusado cualquier alimento,
Moctezuma murió. A su muerte, los
aztecas arreciaron en su levantamiento y
consiguieron expulsar momentáneamente
a los españoles, obligando a Cortés a
retirarse de la capital en lo que se dio en
llamar la Noche Triste.
E l gran dramaturgo francés Jean
Baptiste Poquelin (1622-1673),
más conocido por su nombre artístico
Molière, murió en escena el 17 de
febrero de 1673, durante la cuarta
representación de su propia obra El
enfermo imaginario. Como iba vestido
de amarillo, desde entonces este color
es considerado gafe en el teatro. Sus
continuos enfrentamientos con las
autoridades eclesiásticas de su época,
debidos al tono irreverente de algunas
de sus obras, provocaron que le
prohibieran recibir el último sacramento
y ser enterrado en lugar sagrado. Sin
embargo, Molière, cuyo padre había
sido ayuda de cámara y tapicero real,
contaba con el aprecio de los reyes. Y
gracias a ello, sólo después de la
mediación personal de Luis XIII, se
levantó parcialmente la restricción, y
pudo ser enterrado en el cementerio
cristiano a los cinco días de su muerte,
aunque en una ceremonia nocturna «para
evitar el escándalo».

E l pintor español Bartolomé


Esteban Murillo (1617-1682)
murió como consecuencia de una caída
desde el andamio, sobre el que se
hallaba pintando un fresco.
E l santo cristiano del siglo III San
Pantaleón (de cuyo nombre, que
significa literalmente «todo león»,
proviene originalmente la palabra
pantalón), nacido en Nicomedia, en el
Asia Menor, ejerció como médico
personal del co-emperador romano
Galerio Maximiano, cargo que
compatibilizaba con la atención gratuita
a todos los pobres. Denunciado por esto
y por su fe religiosa por otros colegas al
otro co-emperador, Diocleciano, feroz
perseguidor de los cristianos, fue
condenado a muerte en el año 305. Sin
embargo, según la leyenda, sus verdugos
probaron sin éxito hasta seis métodos
distintos: plomo fundido, hogueras,
ahorcamiento, fieras hambrientas, la
rueda y la espada. Finalmente, y esta vez
con total éxito, lo decapitaron.

E l príncipe espartano Pausianías


(siglo V a. de C.) obtuvo la famosa
victoria de Platea (479 a. de C.) sobre
los persas, por lo que ganó gran fama
entre sus conciudadanos. Sin embargo,
al poco comenzó a sospecharse su
connivencia con el enemigo (en
realidad, Pausianías había llegado a un
entendimiento secreto con los persas
para establecer la hegemonía espartana
en toda Grecia). Cuando el rumor se
hizo incontenible, Pausianías se refugió
en el templo de Atenea y los éforos
(magistrados que ejercían el poder
político en Esparta) mandaron tapiar la
puerta, labor en la que ayudó, al parecer,
la propia madre del héroe caído en
desgracia, que murió, pues, emparedado.

E n el invierno de 1724, durante un


paseo por el mar, el zar Pedro I El
Grande (1672-1725) fue testigo del
hundimiento de un barco, saltó al agua y
ayudó en el rescate. Como resultado del
incidente, el zar de todas las Rusias se
enfrió, comenzó a sufrir unas fiebres
altísimas y murió varias semanas
después.

E l escritor satírico romano del siglo


I de nuestra era Cayo Petronio
(10?-66) fue famoso (para bien y para
mal) por sus voluptuosas y sibaríticas
costumbres, razón por la cual Nerón, de
quien era consejero, le proclamó
oficialmente arbiter elegantiæ (es decir,
«árbitro de la elegancia») de la ciudad
imperial de Roma, siéndole
encomendado supervisar la etiqueta
cortesana y dictar las modas y los gustos
a sus conciudadanos. Denunciado por
Tigelino, que envidiaba su amistad con
el emperador, antes que afrontar la
acusación y cansado de tanta
maledicencia, se quitó la vida,
abriéndose las venas en presencia de sus
amigos y amantes más íntimos, en el
transcurso de una fastuosa fiesta, acorde,
en su boato, al tono medio de su rutilante
y controvertida vida.

A unque resulte increíble, Allan


Pinkerton (1819-1884), fundador
de la famosa agencia norteamericana de
detectives Pinkerton, murió tras
morderse la lengua en un traspié y
contraer gangrena.
C ayo Plinio El Viejo (23-79),
oficial de caballería, abogado,
erudito y cuestor romano nacido en la
Galia, se hallaba en las proximidades de
Pompeya al mando de una escuadra
romana con base en Misena cuando se
produjo la célebre erupción del volcán
Vesubio que sepultó aquella ciudad en el
año 79. Observando el fenómeno desde
su barco, Plinio dirigió la flota hacia la
costa para salvar a los supervivientes de
la catástrofe, aunque el estado del mar le
impidió llevar a efecto su salvamento.
Entonces decidió desembarcar en la
villa de Estabia, dirigiéndose a la casa
de su amigo Pompeyano, donde hubo de
pasar un día y una noche de terror al
llegar la lava hasta este lugar. Huyendo
con el resto de moradores de la villa
hacia la playa, murió en ella, asfixiado
por los vapores sulfurosos emanados de
la lava del volcán.

A lexander Pushkin (1799-1837)


murió el 27 de enero de 1837 en
San Petersburgo, a consecuencia de las
heridas recibidas durante un duelo a
pistola en el que se enfrentó al barón
francés Georges d'Anthès, asiduo de los
salones sociales rusos de la época y
que, al parecer, galanteaba en demasía a
la esposa del escritor, la frívola Natalia
Goncharova —aunque al parecer, este
proceder obedecía a un plan urdido por
los sectores más conservadores de la
sociedad rusa, enfrentados a Pushkin—.
Por cierto, es poco sabido que Pushkin
era descendiente de un esclavo negro,
Abram Petrovich Hanibal, capturado en
África y ofrecido como regalo al zar
Pedro El Grande y que, posteriormente,
llegaría a ser nombrado general del
ejército zarista.

S egún las investigaciones del


egiptólogo español Esteban
Llagostera, que investigó su momia, el
faraón Ramsés II (ss. XV-XVI a. de C.)
«murió por culpa de una caries del
maxilar superior con mortales deterioros
óseos, que pudieron culminar en una
infección sanguínea definitiva».

E l relato completo del asesinato del


monje nigromante ruso Grigorii
Safimovich Rasputín (1871-1926)
alcanza tintes escalofriantes. Parece
probado que los asesinos de Rasputín,
con el príncipe Félix Yussupov a la
cabeza, le dieron pasteles y vino
cargados de cianuro. Al ver que no le
afectaban en demasía, el príncipe
Yussupov le disparó al pecho y le
golpeó la cabeza con un bastón lleno de
plomo, arrojándole después al río Neva.
Rasputín, según se comprobó después,
murió ahogado. Todo ello según el
relato autobiográfico del libro de
memorias del propio príncipe Yussupov,
titulado precisamente Cómo maté a
Rasputín. En un relato biográfico
posterior, redactado por la propia hija
de Rasputín, se afirma que el príncipe
Yussupov también le violó ayudado por
sus cómplices, antes de dispararle. No
contentos con ello, uno de los asesinos
le castró, arrojando a un rincón su pene
(legendario por razones
antropométricas), donde lo recogería
después uno de los sirvientes, pariente
de la amante del monje, que lo llevaría
consigo en su precipitada huida a París,
donde lo expondría al público
conocimiento.

P or una ironía de la vida, Ignaz


Philip Semmelweis (1818-1865),
el médico húngaro que trató de imponer
la profilaxis y la asepsia como método
eficaz contra la llamada fiebre
puerperal, murió el 17 de agosto de
1865 a consecuencia de una herida de la
mano derecha, a través de la cual
contrajo la enfermedad que tan
eficazmente había intentado combatir.
E n 1912, un sastre austriaco,
afincado en París, llamado
Reichelt (o Teichelt, según otros),
inventó una capa con la que aseguró que
sería capaz de volar como un
murciélago, y pidió autorización para
lanzarse con ella desde la torre Eiffel.
Los propietarios de la torre se la
concedieron con desagrado, imponiendo
la condición de que Reichelt consiguiera
también permiso de la policía y firmara
una renuncia a sus derechos, en la que
absolviera de antemano a los
propietarios de la torre de toda
responsabilidad. Increíblemente, la
policía dio la autorización. A las siete
en punto de la mañana del 23 de febrero
de 1912, el sastre, acompañado de un
grupo de animadores y de fotógrafos de
prensa, subió hasta el nivel de la
primera plataforma, se detuvo sobre el
borde y, en su último acto en vida, se
lanzó al vacío, confiado en poder
escapar de la muerte.

E l conquistador español Pedro de


Valdivia (1510-1569) murió
torturado por el jefe araucano Lautaro,
que hizo que le cortaran los brazos,
comiéndoselos en su presencia. Según
las crónicas que nos han llegado, la
terrible agonía de Valdivia duró tres
días, al cabo de los cuales falleció.

E l eximio dramaturgo español Félix


Lope de Vega (1562-1635) murió
a los 72 años, el 27 de agosto de 1635, a
causa de una enfermedad se dice que
propiciada por las continuas
flagelaciones a que sometía a su viejo
cuerpo. Su protector, el duque de Sossa,
homenajeó su muerte con un funeral que
duró nueve días.

E l escritor francés Emile Zola


(1840-1902) murió de asfixia por
monóxido de carbono en un accidente
fortuito ocurrido al fallar la estufa que
calentaba su despacho, en el que se
hallaba trabajando. No obstante, nunca
ha podido disiparse totalmente el rumor
de que aquel accidente se debió a un
atentado contra su vida promovido por
manos desconocidas.
El nuevo mundo

H acia el año 62 de nuestra era, un


funcionario romano de la Galia,
Quinto Cecilio Metelo Céler, envió un
informe a la metrópoli acerca de la
llegada de una delegación germánica
portadora de regalos, entre ellos algunos
esclavos, a los que describía como
«gente extranjera de piel oscura y
rojiza», que hicieron ver que provenían
de lejanas costas, en las que se habían
embarcado en frágiles barcos para
negociar con una tribu cercana, pero
que, sorprendidos por una tormenta que
los puso a merced de la corriente,
desembarcaron en las costas
septentrionales de Europa, donde fueron
apresados por los germanos. Se ha
especulado que esos extranjeros de piel
rojiza eran indígenas americanos. Siglos
después, el Papa Pío II (1405-1464)
describió en una de sus obras la llegada
en 1150 de una embarcación esquimal a
la costa alemana. Abundando en este
sentido, cabe mencionar que en una de
las islas Orcadas británicas se conserva
en una iglesia un kayak (pequeña
embarcación esquimal) de aquellas
mismas fechas.
E n el año 1874 se dio a conocer el
hallazgo de una estela con
inscripciones en caracteres fenicios en
las cercanías de la ciudad brasileña de
Paraíba (hoy llamada Joao Pessoa). En
aquel texto se podía leer: «Nosotros
somos hijos de Canaán, de Sidón, la
ciudad del rey. El comercio nos ha
lanzado a esta tierra lejana, un país de
montañas. Hemos sacrificado una joven
a los altísimos y a las altísimas, el año
diecinueve de Hiram, nuestro poderoso
rey. Nos embarcamos en Ezión Guéber,
en el mar Rojo, y hemos viajado con
diez naves. Estuvimos juntos en el mar,
durante dos años, alrededor del país de
Cam [África]; pero fuimos por la
tempestad y ya no estuvimos con
nuestros compañeros. Así hemos llegado
aquí, doce hombres y tres mujeres…».
Misteriosamente, el original de tan
valioso hallazgo (si es que existió
alguna vez) se ha perdido. Por eso, la
llegada a América de los fenicios es
sólo una hipótesis, aunque ha quedado
demostrado que sí circunnavegaron el
continente africano.

S egún la leyenda, el monje irlandés


San Barandán (o Brendano), que
era un experto marinero, viajó durante
muchos años por el Atlántico, en
compañía de otros diecisiete monjes, en
busca del Edén. De hacer caso al
contenido de esta inverosímil leyenda,
además de protagonizar increíbles
aventuras con islas flotantes y monstruos
marinos, habrían llegado a la isla de Jan
Mayen, al norte de Islandia y, tal vez, al
continente americano, en Groenlandia y
Terranova, a mediados del siglo VI de
nuestra era.

S egún un gran número de


historiadores, Leif Erikson, hijo
del rey escandinavo Erik El Rojo (?
-1007) que había descubierto y
colonizado Groenlandia años antes,
zarpó en el año 1003 con una tripulación
de treinta cinco hombres a bordo de una
embarcación del tipo knarr, sucesora
del drakkar vikingo, consiguiendo llegar
a lo que él llamó Vinland o Vinlandia
(que los historiadores han identificado
como l'Anse aux Meadows, en la punta
norte de Terranova, donde
supuestamente se han encontrado restos
vikingos), y quizás también a la isla de
Baffin (que él llamó Helluland) y a la
península de Labrador (que llamó
Markland), pisando, pues, suelo
continental americano.
Al poco de regresar, Leif Erikson,
cedió su nave a su hermano Thorvald,
que zarpó en la misma dirección en el
otoño de 1004. A lo largo del verano
siguiente estuvo explorando la región
del río San Lorenzo, donde resultó
muerto en una escaramuza con los
indios.
En 1010, Thorfinn Karlsefni (cuñado
de los anteriores) recogió la antorcha,
intentando establecer la primera colonia
estable en territorio continental
americano. Para ello, partió con sesenta
hombres y cinco mujeres, consiguiendo
alcanzar el antiguo campamento de sus
familiares en Vinlandia, donde su esposa
le dio un hijo que llamaron Snorri (que,
por tanto, sería el primer europeo
nacido en territorio americano). Poco
después, explorando hacia el sur,
llegaría más allá de la actual Long
Island y el río Hudson. Sin embargo,
cuatro años más tarde hubo de regresar a
Groenlandia debido al desgaste de las
constantes luchas contra los indios y al
mal ambiente interno de la expedición
por la escasez de mujeres. Finalmente,
tres siglos después, hacia el año 1300,
desapareció por completo la última
colonia que los vikingos mantenían en
territorio americano, asolada por una
combinación de epidemia de peste,
progresiva hostilidad de los pueblos
esquimales y paulatino recrudecimiento
del clima.

D e acuerdo a otras leyendas


medievales islandesas
coincidentes, un joven mercader
nórdico, llamado Bjarni Herjulfson,
navegaba alrededor del año 986 desde
Islandia a Groenlandia, para visitar a su
padre que vivía en las colonias
establecidas mucho antes, cuando una
tempestad le desvió de su rumbo y
acabó frente a las costas del actual
Canadá. Sin embargo, Herjulfson,
deseoso de reunirse con su padre, puso
proa rápidamente hacia Groenlandia, sin
explorar esta zona.
C asi cuatro siglos antes del primer
viaje de Colón a través del
Atlántico, el Papa Pascual II (1050-
1118) nombró a Erik Gnupsson obispo
de una diócesis que comprendía los
territorios de Groenlandia y Vinlandia
(es decir, Terranova y las zonas costeras
de la actual Canadá).

A l parecer, según narraciones


legendarias de la época, los
astrónomos chinos Hsi y Ho fueron
enviados en el siglo XXVII a. de C. por
el emperador Huang Ti a la tierra de Fu
Sang (es decir, los territorios al este de
China) a realizar unas observaciones
astronómicas. Los científicos partieron
por mar en dirección norte, hacia lo que
hoy conocemos como estrecho de
Bering, y luego bajaron hacia el sur,
costeando el norte del litoral americano.
Se asentaron por algún tiempo entre la
gente Yao (antepasados de los indios
pueblo que vivían en las inmediaciones
del Gran Cañón del Colorado), y desde
allí realizaron expediciones que los
llevaron aparentemente hasta los
actuales México y Guatemala. A su
retorno a China informaron al
emperador de estos descubrimientos.
Pero el imperio chino, dada su
autosuficiencia, no tuvo nunca una gran
ambición exploradora, y el asunto quedó
relegado al olvido.

D e acuerdo con otra leyenda,


muchos siglos después, hacia el
485 de nuestra era, otro chino, Hui Shun,
sacerdote budista y explorador, parece
ser que visitó el norte de América.
Desembarcando en Alaska, continuó a
pie su viaje, acompañado por cuatro
monjes afganos, llegando hasta México,
donde dio a conocer el budismo entre
los mayas del Yucatán y otros pueblos
de la zona. Según la leyenda, dio el
nombre de Guatemala a aquella región
centroamericana en honor de Gautama
Buda. Al cabo de cuarenta años, regresó
a China.

S egún leyendas hindúes,


coincidentes con otras de origen
centroamericano, navegantes de la India
alcanzaron el continente americano, vía
Indonesia, Melanesia y Polinesia, más
de 2000 años antes que Colón. Según
algunas de estas leyendas, Votan fue un
comerciante hindú que vivió entre los
mayas, llegando incluso a ejercer de
jefe. Su contemporáneo Wixepecocha
fue un monje hindú que se instaló con
los zapotecas de México. Otros dos
emigrantes indios, Sume y Bochia, se
supone que alcanzaron el Brasil
(enseñando la agricultura a los indios
caboclos) y el territorio de los muycas
(codificándoles sus leyes),
respectivamente.

O tro supuesto visitante de las


tierras americanas
anterioridad a Colón fue el príncipe
con

galés Madog ab Owain Gwynedd quien,


debido a conflictos políticos internos
con sus hermanos, se embarcó en 1170
rumbo al oeste a través del océano
Atlántico, hasta desembarcar en un lugar
indeterminado, donde fundó un
asentamiento, en el que dejó a 120
correligionarios, regresando él a Gales
al cabo de varios años. En 1190,
organizó otra expedición en el curso de
la cual descubrió que la colonia había
sido totalmente aniquilada. Poco
después, el mismo príncipe sucumbía
explorando aquellas indeterminadas
tierras americanas, perdiéndose su pista
para siempre.

S egún documentos árabes de índole


geográfica, el rey Abubakari II de
Malí también visitó América alrededor
del año 1311, navegando por la costa
sudamericana, para desembarcar
definitivamente en la actual Panamá,
instalándose después más al sur, entre
los incas.

L a nave Santa María, que no era


realmente una carabela, como La
Niña y La Pinta, sino una nao, medía 78
pies de largo, 26 de ancho y tenía un
calado de 7 pies, con un peso muerto de
225 toneladas. Su tripulación estaba
formada por 30 marineros y 2 grumetes.
Se perdió para siempre al embarrancar
frente a las costas de la isla hoy llamada
Jamaica, mientras era timoneada por un
grumete, al estar toda su tripulación
durmiendo una de las habituales
borracheras tras una fiesta celebrada
conjuntamente con los pacíficos indios
que habitaban la isla. Con su nave
hundida, la tripulación, que no podía
embarcarse en La Niña que acompañaba
a la Santa María en aquella expedición,
quedó en tierra por órdenes de Colón,
fundando el fuerte Navidad, primer
asentamiento español en tierras
americanas.

S egún el Padre Bartolomé de Las


Casas, en la madrugada del 6 al 7
de octubre de 1492, Cristóbal Colón
entabló una discusión con Pinzón sobre
el rumbo a seguir. Este último quería
continuar hacia Poniente, lo que le
hubiera conducido a descubrir
Norteamérica, mientras el almirante
quería orientar las naves hacia Sudoeste,
es decir, en dirección a las Antillas.
Finalmente, la discusión quedó resuelta
por el paso de una bandada de
papagayos que aquella noche volaban
dirección Sudoeste y cuya presencia fue
tomada como un signo premonitorio.

E l primer mestizo americano fue


Martín Cortés, hijo de Hernán
Cortés (1485-1547) y de su amante, la
india Matinal o Malinche, conocida
como Doña Mariana tras su bautizo
cristiano.

E l relato de la conquista del


imperio inca por Francisco
Pizarro (1471-1541) al mando de un
exiguo ejército de 167 hombres,
conocido en su versión española por el
testimonio de uno de sus participantes,
Miguel de Estele, constituye una de las
hazañas bélicas más increíbles de toda
la historia de la humanidad. Los hechos
sucedieron el 15 de noviembre de 1532
en la ciudad de Cajamarca y comienzan
con un Pizarro ansioso por hacer
efectivo el mandamiento que lleva para
convertirse en gobernador del imperio
de los incas si logra conquistarlo para la
Corona española, con la consiguiente
incautación de los 200 000 kilos de oro
que éstos obtenían anualmente de los
yacimientos del Birú o Pirú. Los
españoles aguardan la llegada del Inca
Atahualpa en la plaza central de
Cajamarca de 200 m2 y cercada por un
muro y tres edificaciones. A tres
kilómetros de allí, acampa un ejército
formado por unos 30 000 soldados
(aproximadamente un tercio del ejército
regular con que cuenta el Inca), mientras
Atahualpa con su séquito acude confiado
a la cita con los insignificantes
españoles, a quienes conoce bien pues
ha estado continuamente informado por
espías que ha hecho convivir con los
extranjeros. Sabe que, a pesar de sus
caballos y su pólvora, sus relucientes
armaduras y su aspecto sumamente
extraño (incluso sus barbas), no son
dioses, sino mortales poco poderosos.
Poco antes de las cinco de la tarde, el
emperador, vestido esplendorosamente
con ropajes bordados en oro, hace su
entrada en Cajamarca cómodamente
recostado en su litera rebosante de
piedras preciosas, cubierta por un palio
de plumas de papagayo, y rodeado de
una cohorte de bailarines, cantantes,
ochenta nobles en uniforme azul y tres o
cuatro mil soldados de su escolta
personal, pertrechados con armas
ligeras (hondas, hachas, mazas con púas
y lanzas), todo lo cual confiere al
cortejo un aire ceremonial
impresionante. Los incas esperan
inmóviles algún gesto de acogida de los
españoles, que los han invitado a la
reunión «como hermanos y amigos». Por
fin, el monje dominico Vicente de
Valverde (1505-1542) sale de un
edificio y se encamina hacia el
emperador, acompañado de un traductor
y empuñando una cruz. Llegado ante el
monarca, le invita a entrar sin escolta a
saludar a Pizarro, que espera en uno de
los edificios de la plaza. Atahualpa
reacciona violentamente, rechazando
humillado la invitación y exigiendo la
devolución de lo que los españoles han
robado en sus andanzas por el imperio.
El monje Valverde exige, a su vez, que
se someta a las leyes de su Dios y de su
Rey, presentándole una biblia, que el
Inca sopesa displicente y arroja al suelo,
mientras ordena a sus tropas que se
preparen a atacar. Ante ello, retrocede
el cura gritando: «Venid, cristianos; el
Perro se resiste a nuestro Dios.
Matadlos a todos, yo os perdono».
Sesenta jinetes arremeten
inmediatamente contra los sorprendidos
indios al grito de «¡Santiago!», a la vez
que atronan los cañones; mientras tanto,
Pizarro, acompañado de veinte
soldados, se dirige veloz hacia
Atahualpa, al que consigue apresar. El
pánico estalla entre las filas de
indígenas, que intentan escapar. Pero los
españoles han cerrado las salidas de la
plaza y los propios incas sucumben en la
algarabía pisoteados, o son muertos por
los españoles, sin reaccionar siquiera,
faltos de iniciativa. Dos horas después,
finaliza la batalla con el sorprendente
saldo (caso de creer la narración del
testigo español) de un herido en las
tropas de Pizarro y miles de cuerpos
incas sin vida apilados en el campo de
batalla. Exageraciones aparte, lo cierto
es que 168 españoles se apoderaron en
una sola y desigual batalla de un imperio
poderosísimo, lo que fue, desde el punto
de vista histórico una extraordinaria
gesta, consideraciones de otra índole
aparte.

C umplida la conquista del imperio


incaico, los españoles recaudaron
cuanto oro y demás riquezas cayeron en
sus manos. Para los incas, el oro era el
sudor del Sol, su suprema divinidad. La
plata, procedía de las lágrimas de la
Luna, diosa a la que también veneraban
como herencia de la adoración que el
pueblo chimú, su predecesor, mostraba
por ella. Esta tradición hizo de ellos
unos grandes orfebres, como sus
antecesores mochicas y chimús. De ello
se beneficiaron Pizarro y su ejército.
Cuando apresó a Atahualpa, el último
inca, éste ofreció canjear su libertad por
todo el oro y la plata que cupiesen en la
amplia celda en que se hallaba
encerrado. Pizarro aceptó dicho rescate,
aunque luego, tras cobrarlo, se desdijo
de su palabra y ordenó que fuera
ejecutado bajo la acusación de idolatría,
poligamia y conspiración contra el rey
de España. Atahualpa había hecho
recaudar unas 22 toneladas de oro, que
entregó a los españoles. Los cronistas
españoles cuentan que fueron necesarios
nueve hornos de fundición para
transformar todas las piezas de oro en
lingotes más manejables. No satisfechos
aún con ese botín, las huestes de Pizarro
continuaron saqueando todo el imperio,
incluidos los lugares sagrados. De ese
modo, se hicieron con un cargamento de
metales preciosos de tal volumen que
con la llegada solamente de un quinto de
él a España y su distribución por
Europa, a medida que la Corona
española satisfacía las muchas deudas
que tenía contraídas, se produjo un
proceso de inflación galopante, hasta
entonces nunca conocido en la historia
de Europa.

E l mito de Eldorado tuvo su base


real en una costumbre ritual de los
indios chibchas, que vivían a orillas de
la laguna Guatavita, en la meseta de
Cundinamarca. El cacique de este
pueblo protagonizaba una ceremonia en
la que ofrendaba a los dioses objetos de
oro, que lanzaba a la laguna. Al final de
la ceremonia se bañaba en ella,
desprendiendo en el agua el polvo de
oro que cubría su cuerpo. Esta
ceremonia se había venido celebrando
hasta poco antes de la llegada de los
españoles, a quienes se la refirieron los
indígenas. La noticia motivó una primera
expedición, al mando de la cual marchó
Sebastián de Benalcázar, que en su
búsqueda de El Hombre Dorado
sometió en 1535 las regiones
occidentales del territorio de Nueva
Granada. Pronto la locución Hombre
Dorado quedó abreviada en El Dorado
o Eldorado, siendo usada para designar,
no ya a aquel legendario rey, sino al país
fabuloso, lleno de riquezas y situado en
una región imprecisa del corazón de
América, en la cuenca alta del
Amazonas. Su búsqueda originó
numerosas expediciones; entre otras, las
de Hutten, Hernán Pérez de Quesada,
Gonzalo Pizarro, Pedro de Ursúa y Lope
de Aguirre, Jiménez de Quesada, Diego
de Ordás, Jerónimo de Ortal, Alonso de
Herrera, Pedro Malaver de Silva y
Domingo de Vera, casi todas de
desastrosos resultados.
Gonzalo Pizarro (h. 1502-1548),
hermano de Francisco, emprendió la
búsqueda del País de la Canela o
Eldorado con unos doscientos
españoles, miles de indios encadenados
y una piara de cerdos. Dirigiéndose al
este desde Quito, se adentró por la
cuenca del Amazonas, descubriendo el
río Coca, tributario del Napo, que lo es
a su vez del propio Amazonas. Al
empezar a escasear los víveres, Pizarro
mandó a Francisco de Orellana (h.
1470-1550) río abajo en busca de
comida, acompañado de cincuenta
hombres. Cuando la encontraron, no
pudieron regresar río arriba por la fuerte
corriente y decidieron seguirla. De esta
forma se convirtieron en los primeros
europeos que navegaron por el
Amazonas hasta desembocar en el
Atlántico, no sin pasar ciertamente
algunas calamidades en un largo viaje
de nueve meses y 1800 leguas. En
determinado momento, acuciados por el
hambre, tuvieron que comerse los
cinturones hervidos con hierbas para
poder sobrevivir. Asimismo afirmaron
haber visto una tribu de amazonas y un
poblado de caníbales, entre otras
muchas increíbles maravillas.
La creencia en Eldorado perduró
durante el siglo XVII, en que salieron en
su búsqueda nuevas expediciones,
aunque de menor importancia. En
definitiva, el mito de Eldorado sirvió
para explorar y dar a conocer las partes
más inaccesibles del continente
americano. Con el tiempo, la búsqueda
del legendario Eldorado fue dejando
paso a la del impreciso lago en que tenía
lugar, siglos atrás, aquella ceremonia
anual de El Hombre Dorado y en el que
era previsible encontrar un gran tesoro
que, en 1807, el naturalista prusiano
Alexander von Humboldt tasó este
tesoro en unos 300 millones de dólares
de los de entonces, calculando que si
cada año, durante el siglo que duró la
tradición, 1000 indios hubieran arrojado
5 pequeños objetos de oro en el lago,
debería haber allí cuando menos unas 50
000 piezas. Su búsqueda se concentró en
el lago Guatavita, en la actual Colombia.
En 1580, Sepúlveda, un rico
comerciante de Bogotá, obtuvo permiso
para desecar el lago, objetivo que no
consiguió por dificultades técnicas. En
el siglo siguiente, entre 1625 y 1677, se
volvió a intentar repetidamente este
procedimiento, aunque ninguno de los
intentos finalizó con éxito. A comienzos
del siglo XIX, una expedición alemana
dragó el lago, obteniendo algunos
indicios de que se estaba sobre la pista
buena, pero no logrando el objetivo
fundamental de encontrar el grueso del
tesoro. En 1912, una sociedad
francosajona, la Contractors Limited,
consiguió desecar finalmente el lago,
pero les cegó la alegría y pospusieron
para el día siguiente la remoción del
cieno en busca del tesoro. Cuando, con
el alba, reanudaron la tarea
comprobaron que el barro volcánico del
fondo del lago se había transformado en
una masa compacta más dura que el
cemento e imposible de penetrar. Y de
esta forma, el lago conserva hasta hoy su
secreto.

U na de las armas secretas que


utilizó el conquistador español
Juan Ponce de León (1460?-1521) en su
exploración de la isla de Puerto Rico,
de la que llegaría a ser gobernador, fue
un feroz perro llamado Becerrico,
propiedad de un soldado de sus huestes.
Según el cronista Antonio de Herrera y
Tordesillas, el perro «sabía qué nativos
eran guerreros y quiénes pacíficos,
como un ser humano; por esa razón, los
indios temían más a diez españoles con
el animal que a un ciento sin él». Al
igual que su amo, un simple infante, el
perro recibía siempre su soldada y «una
parte y media de todo cuanto era
tomado, así como oro, esclavos y otras
cosas».

E n los primeros tiempos de la


conquista y colonización de lo que
hoy es México, los aztecas hicieron
correr el bulo entre los españoles de la
existencia de una región situada más al
norte (aproximadamente en lo que hoy
sería Nuevo México), en la que se
hallaban siete ciudades (las Ciudades
de Cíbola o Tzíbola) repletas de oro y
otros tesoros. Intrigado, el virrey
Antonio de Mendoza (1490-1552) envió
sucesivamente dos expediciones, la
primera al mando del fraile de origen
francés Marcos de Niza (1495?-1558), y
la segunda dividida en dos columnas,
con Francisco Vázquez de Coronado
(1510?-1549) viajando por tierra y
Hernando de Alarcón (1500-?), por mar.
Ni unos ni otros lograron encontrar este
país fabuloso, pero sí que descubrieron
el río y el cañón del Colorado (Vázquez
de Coronado) y la circunstancia de que
California era una península y no una
isla como se pensaba (Hernando de
Alarcón).

P ánfilo de Narváez (1480?-1528),


uno de los exploradores más
ineptos y crueles de cuantos viajaron
por territorio americano a juzgar por las
crónicas que nos han llegado, zarpó en
1527 de España rumbo a Florida, donde
desembarcó tras una travesía
ciertamente azarosa, en cuyo transcurso
murieron setenta marineros en una
tempestad y otros ciento cuarenta
hombres saltaron por la horda. Narváez
envió al resto de su nota a buscar un
puerto al oeste, mientras él se adentraba
en el territorio con unos trescientos
hombres. Según Alvar Núñez Cabeza de
Vaca (1500-1564), que le acompañaba
en este viaje, Narváez era
extremadamente cruel con los indios.
Por ejemplo, tras librar una escaramuza
con una tribu, mandó cortar la nariz del
jefe y arrojó en su presencia a su madre
a los perros para que la despedazaran
viva. Los indios, en los días posteriores,
se vengaron de él y de sus tropas.
Diezmados, los supervivientes
retrocedieron hacia el golfo de México,
donde Narváez esperaba encontrar su
flota. Al no encontrarla, mandó construir
cinco improvisadas balsas (los clavos
se fabricaron con espuelas y las velas
cosiendo las camisas) y se lanzaron al
mar, donde casi todas ellas zozobraron.
Narváez desembarcó con los quince
supervivientes más allá de la
desembocadura del Mississippi, donde
pasaron el invierno de 1528-29.
Mientras tanto, Cabeza de Vaca,
separado del resto de sus compañeros,
deambuló solo por la región, hasta que,
en 1533, se encontró con otros tres
supervivientes de la desdichada
expedición (Alonso del Castillo, Andrés
Dorantes y el criado negro de éste,
Esteban) junto al río Colorado, en la
actual Texas. Acompañados de mil
indios, los cuatro cruzaron cientos de
kilómetros haciéndose pasar por
curanderos hasta llegar a Ciudad de
México.

E n 1519, algunos soldados de


Hernán Cortés (1485-1547),
encabezados por Diego de Ordaz (1480?
-1532?), ascendieron a la cima del
volcán durmiente Popocatépetl, llamado
Nahuatl («Montaña humeante») por los
aztecas, que con su 5452 metros es el
quinto pico más alto de América, para
demostrar a los indígenas que ninguna
hazaña era imposible para los
españoles. Esta proeza escaladora fue
considerada como un récord mundial de
ascensión durante 300 años, hasta los
primeros asaltos a las cimas del
Himalaya; los aztecas, sin embargo,
siempre la consideraron como una
profanación de su pico sagrado. Según
la leyenda, Popocatépetl y su hermana
Ixtaccihuatl (otro cercano volcán
apagado) fueron dos gigantes cuyo amor
incestuoso desagradó a los dioses, que
los convirtieron en montañas. Mientras
que la mujer murió por designio de los
dioses, el hombre, Popocatépetl, fue
castigado a la vida eterna para que
contemplase perpetuamente a su amada
muerta. Desde entonces, cuenta la
leyenda indígena, la angustia le
estremece y, con terribles rugidos, hace
temblar la tierra.
Personajes comunes
nada comunes

E l excéntrico Timothy Dexter


(1747-1806) fue un curtidor de
pieles, reconvertido en rico comerciante
y después en escritor. Consiguió su
primera fortuna vendiendo carbón en
Newcastle. Posteriormente invirtió los
beneficios de aquel negocio en la
compra de una partida de calentadores
de cama, con la que partió absurdamente
hacia las Indias Occidentales (es decir,
hacia el tórrido Caribe).
Sorprendentemente, consiguió venderlos
todos en muy poco tiempo, pues los
nativos encontraron pronto una nueva
utilidad a aquellos extraños artilugios:
les resultaron muy útiles como sartenes
ad hoc para freír pescado y ñame.
Posteriormente, Dexter aumentaría su
fortuna vendiendo piezas de maquinaria,
biblias y mitones de lana (!?) en las
mismas Indias Occidentales.
Con una gran fortuna amasada en tan
peculiares negocios, adquirió una
mansión colonial en Newburyport, una
pequeña localidad del estado
norteamericano de Massachusetts.
Decoró el exterior de la mansión con
cuarenta estatuas de madera en tamaño
natural que representaban a grandes
personajes de todas las épocas, tales
como Adán y Eva, George Washington,
Nelson, Luis XIV, incluyéndose él
mismo entre tan dispar procesión de
personajes. Además de una esposa (de
quien él decía que en realidad era un
fantasma), dio entrada en la casa a un
astrólogo, un gigante retrasado mental en
calidad de bufón, un ama de llaves que
se suponía que era en realidad una
princesa africana y un poeta oficial de
su pequeña corte (cuya verdadera
profesión era la de pescadero).
En 1802, como era de prever ante tal
derroche de imaginación, Dexter se hizo
escritor. Su primera obra, como no
podía ser menos, fue una autobiografía
filosófica cuyo título podría ser
traducido por En adobo para los
entendidos, una de cuyos pasajes más
dignos de mención es aquel en que
insinúa la idoneidad de su persona para
un eventual cargo de emperador de los
Estados Unidos. Ahora bien, lo más
notable del libro es que está compuesto
por una sola oración, ni siquiera
aliviada por el menor atisbo de signo de
puntuación u ortográfico. Además,
tampoco tiene argumento, ni hilazón
temática. Era un ejemplo avant la lettre
de la escritura automática de los
surrealistas. Sin embargo, en una
segunda edición de esta magna obra, el
inefable Dexter se apiadó de los
potenciales lectores y arbitró el
ingenioso remedio de incluir al final del
libro una página con trece líneas de
comas, puntos, signos de interrogación y
de interjección y demás parafernalia
ortográfica para que cada entendido
lector adobase el libro a su gusto.
Desde luego, la respuesta de los lectores
fue un largo silencio, acentuado, eso sí,
con numerosos signos de interrogación.
S egún cronistas de la época de total
fiabilidad, hacia el año 1920 se
hizo muy famoso en Madrid el arte de un
bailaor, apodado Mate Sin Pies por la
extraña e inverosímil circunstancia, en
un bailarín, de tener amputadas las dos
piernas a la altura de las rodillas.

S egún cuenta Vicente Vega, el


ingeniero austriaco Reinhold
Boyer, afincado durante muchos años en
Madrid, donde murió, fue un verdadero
coleccionista de catástrofes. Al
parecer, Boyer sobrevivió a su primer
grave accidente a los seis años, cuando,
viajando con sus padres, se derrumbó un
puente de ferrocarril al paso de su tren;
en el accidente murieron 200 personas.
A los ocho años, se libró
milagrosamente del incendio de un
teatro vienés, en el que se hallaba
nuevamente junto a sus padres; en el
accidente murieron 449 personas. Ya
trabajando como ingeniero en una mina
cercana al Paso de Caíais, se libró
milagrosamente del incendio que asoló
varias galerías; en el accidente murieron
unos 1300 mineros. Dos años después,
hallándose en Sicilia realizando unos
sondeos, se produjo un fortísimo
terremoto; a causa del temblor murieron
unas 200 000 personas. En 1912, a punto
de emprender un viaje a los Estados
Unidos, tuvo que desistir a última hora a
consecuencia de una súbita enfermedad;
de esta forma tan casual se libró de
sacar un pasaje para el infortunado viaje
inaugural del Titanic; en el accidente
murieron 1513 personas. Tiempo
después, estando en la ciudad
norteamericana de Miami, un huracán
destruyó prácticamente la zona; a
consecuencia del huracán murieron 12
000 personas. Finalmente, seis meses
después, volvió a escapar
milagrosamente de la riada causada por
el desbordamiento del río Mississippi
en el estado norteamericano de Luisiana;
en la riada murieron varios miles de
personas. A todo ello, al parecer, habría
que añadir diversos accidentes,
choques, descarrilamientos y catástrofes
naturales de menor entidad. Increíble.
Pero, al parecer, totalmente cierto.

L os primeros siameses de los que


se tiene constancia histórica
fueron los hermanos de origen chino
Sang («Izquierda») y Eng («Derecha»)
Bunker (1811-1874), que nacieron en el
antiguo Siam (actual Tailandia), estando
unidos a la altura del pecho por una
membrana cartilaginosa. Contratados
por una compañía de espectáculos, se
exhibieron por todo el mundo durante
varios años, reuniendo una modesta
fortuna con la que compraron una
plantación de caña en el estado
norteamericano de Carolina, donde se
casaron en abril de 1843 con las
hermanas estadounidenses Sarah y
Adelaide Yates, con las que tuvieron,
respectivamente, 10 y 12 hijos. Los dos
hermanos siameses murieron con tres
horas de diferencia, el 17 de enero de
1874, a los 62 años.

N o es raro encontrar referencias


documentales sobre hermanos
siameses de los más raros tipos, pero,
aunque parezca más inverosímil,
abundan también otras que nos relatan
los casos de personas en cuyos
complejos cuerpos se suman los órganos
y miembros de varias personas. Bueno
será comentar algunos casos famosos.
Entre las piernas del extraño cuerpo
de la estadounidense Myrtle Corbin
crecía un cuerpo gemelo perfectamente
desarrollado en su parte inferior, incluso
en sus órganos sexuales y su aparato
reproductor. Esta mujer, que se ganó la
vida actuando como atracción de feria a
principios del siglo XX, contrajo
matrimonio y, según sus propias
declaraciones, tuvo cinco hijos: tres de
su propio cuerpo y dos del de su gemela.
Igualmente extraordinario fue el caso
de Frank Lentini, un siciliano nacido en
1899, que se trasladó a los Estados
Unidos a los nueve años, cuyo cuerpo
era el resultado de la combinación de
tres gemelos. Tenía tres piernas, dos
órganos genitales y cuatro pies con
dieciséis dedos en total. Podía utilizar
su tercera pierna tan bien como las otras
dos, aunque por su posición (partía de la
espina dorsal) la solía emplear en su
espectáculo como una especie de
taburete, además de divertir a su
numeroso público golpeando una pelota
con ella.
Edward Mordake, hijo de una
familia aristócrata inglesa, excelente
estudiante y músico, tenía en la parte
posterior de su cabeza otro rostro. Esta
segunda cara, que no comía ni hablaba,
podía, sin embargo, mover los ojos, reír
y llorar. Tras insistir desesperadamente
en que le extirparan ese otro rostro sin
que ningún cirujano se atreviese a ello,
se suicidó a los veintitrés años de edad.
Pascual Piñón era un niño mexicano
cuyo caso fue dado a conocer en 1917.
Tenía una segunda cabeza atrofiada que
le salía de la frente de la principal. Esta
cabeza podía mover los ojos y la boca,
aunque no emitir sonidos. Más tarde, al
parecer, esta segunda cabeza se atrofió,
convirtiéndose en un apéndice sin vida.
En 1851 nació Millie Christine en el
seno de una familia de esclavos del
condado norteamericano de Columbus,
en Carolina del Norte. La niña tenía un
solo tronco, pero cuatro brazos en dos
hombros, cuatro piernas, dos pares de
pulmones y dos corazones y, lo más
extraordinario de todo, dos cabezas,
cada una de ellas con una personalidad
distinta e incluso contradictoria hasta el
punto de que no era raro verlas discutir
entre ellas. A los quince meses, su amo,
el hacendado Joseph P. Smith, comenzó
a exhibirla, llamando a cada una de las
siamesas Millie y Chrissy. Cuando se
hicieron adolescentes, desarrollaron
unas melodiosas voces de contralto y
soprano, respectivamente, con las que
daban sorprendentes conciertos de dúos,
por lo que ella o ellas fueron llamadas
el Ruiseñor de dos cabezas.

E ntre las muchas mujeres barbudas,


reales o falsas, que consigna la
historia, destaca el caso de la napolitana
Magdalena Ventura, muy conocida por
haber servido de modelo al pintor José
Ribera El Españoleto en su obra Un
milagro de la naturaleza. Esta mujer
vio como a los 37 años, casada y con
tres hijos, le crecieron barba y bigote
pobladísimos, lo que no le impidió, tras
enviudar, volver a casarse y engendrar
cuatro hijos más (el último de los cuales
nació, por cierto, cuando Magdalena
tenía la poco común edad de 52 años).

E l piloto del avión B-29 Enola Gay


que dejó caer la bomba atómica
de Hiroshima se llamaba Robert Lewis.
Una leyenda suele contar que tiempo
después de su acción, desolado y
arrepentido, ingresó en un convento de
monjes trapenses. Pero lo cierto es que
Lewis, finalizada la contienda, reingresó
en su puesto de jefe de personal de una
fábrica de confitería de Nueva Jersey,
donde vivió con su esposa, sus tres hijos
y su madre. Es más, no sólo no renegó
de su participación en tan trágico hecho,
sino que incluso acudió a numerosas
entrevistas y firmó muchos artículos
periodísticos —todo ello bien
remunerado— en los que no se cansó de
rememorar su acción con todo lujo de
detalles emocionales.

E l Caballero de Éon (Charles


Geneviève de Beaumont d'Éon,
1728-1810) fue un famoso espía francés,
cuya peripecia es, sin duda alguna,
ciertamente curiosa. Reclutado como
espía por el rey Luis XIV, fue destinado
a Rusia, donde se presentó disfrazado de
mujer. Pronto se abrió paso en la
cosmopolita corte de Catalina II La
Grande, destacando tanto que la zarina
le nombró lectora de la corte. Allí
ejerció sus labores de espionaje a plena
satisfacción, aunque, para no levantar
sospechas, recibió la orden de
reincorporarse a París. Poco tiempo
después, fue enviado de nuevo a San
Petersburgo, donde se presentó esta vez
como hermano de aquella lectora, sin
que nadie se diera cuenta del engaño.
Cumplida su misión, volvió a su país,
donde obtuvo el empleo de capitán de
dragones, tomando parte en la guerra de
los Siete Años. Posteriormente fue
enviado a Londres como ministro
plenipotenciario, aunque cayó en
desgracia ante Luis XIV, por lo que hubo
de permanecer exiliado algunos años en
la capital inglesa, hasta que fue
rehabilitado por el nuevo rey Luis XV,
permitiéndosele que regresara a Francia,
siempre que lo hiciera en calidad de
mujer. De nuevo en Versalles, el
equívoco sobre su verdadera
personalidad —hombre o mujer— se
mantuvo durante el resto de su vida.
Cuando finalmente murió, a los 82 años,
se pudo comprobar que se trataba,
efectivamente, de un hombre.

A principios de 1951, el ciudadano


estadounidense Stanley Clifford
Weyman recibió la oferta de
incorporarse a la embajada tailandesa
en calidad de agregado de prensa.
Preocupado por si aquel empleo podría
poner en peligro su ciudadanía
norteamericana, Weyman solicitó
permiso a la Secretaría de Estado.
Casualmente, un funcionario de aquel
departamento creyó reconocer aquel
nombre y comprobó su historial en los
archivos estatales. De sus
averiguaciones se pudo descubrir que
este personaje, de nombre real Stephen
Weinberg, y siempre actuando con el
mismo alias de Stanley Clifford
Weyman, se las había apañado a lo largo
de cuarenta años para desempeñar o
suplantar los siguientes cargos y
honores: Cónsul de los Estados Unidos
en Marruecos; adjunto militar de la
embajada de Serbia; teniente de la
Marina de los Estados Unidos; cónsul
general de Rumania; teniente de las
Fuerzas Aéreas durante la Primera
Guerra Mundial; médico en el Perú;
teniente de navío del Cuerpo Médico de
la armada norteamericana y experto de
protocolo de la Secretaría de Estado de
los Estados Unidos; secretario del
cirujano vienés Adolf Lorenz, durante la
visita de éste a Estados Unidos; experto
en reforma de prisiones; médico de la
estrella cinematográfica Pola Negri;
comisario de manicomios del Estado de
Nueva York; abogado; consultor de
reclutamiento (es decir, asesor para
librarse del servicio militar); reportero
del Erwin News Service y corresponsal
ante las Naciones Unidas del periódico
londinense Daily Mirror.

P ara ejemplificar la extrema


tacañería del multimillonario
estadounidense Paul Getty se cuenta que
hizo instalar en su casa un teléfono de
monedas, tratando de limitar las
facturas, para él excesivas, del consumo
telefónico.

S an Ubaldo, obispo de Gubbio, es


considerado el patrono de los
boxeadores recordando su biografía que
le ha retratado como un hombre piadoso,
pero muy temperamental, que no dudaba
en separar a los contendientes en
cualquier disputa ni en intervenir él
mismo cuando éstos no le hacían caso.

L a escritora española Mariana de


Silva (1740-1784) fue famosa en
el Madrid de la segunda mitad del siglo
XVIII por ser capaz de escribir
correctamente y con bella caligrafía con
ambas manos.

S imón el Mago fue un sectario


cristiano de origen judío, a quien
se considera fundador del gnosticismo
de raíz cristiana, que vivió en el siglo I y
que aparece citado en Los Hechos de
los Apóstoles. Era un experto mago y fue
convertido al cristianismo por las
predicaciones de San Felipe. Poco
después, fascinado por los milagros de
San Juan y San Pedro, pretendió
comprarles el don de realizar prodigios.
De este intento, violentamente rechazado
por los apóstoles, procede la palabra
simonía, referida a la venta o compra
deliberada de cosas espirituales, y
especialmente de sacramentos,
prebendas y demás beneficios
sacerdotales. La Iglesia considera la
simonía como un sacrilegio. Según la
leyenda, Simón Mago murió en Roma,
estrellado contra el suelo cuando
pretendía caminar por los aires.

E l 16 de marzo de 1956, la policía


japonesa detuvo a Hideo
Minegishi acusado de robar un gran
número de botas, fundas de cámaras
fotográficas, cubiertas de bicicleta y
otros objetos de caucho. Lo
sorprendente del asunto es que el
ciudadano nipón los robaba para
comérselos. Al parecer, según su propia
confesión, comenzó a comer este tipo de
artículos en su infancia, pero su afición
se vio acrecentada tras sufrir una crisis
emocional. Entre sus hazañas más
comentadas estuvo la de que, en cierta
ocasión, provocó un accidente
ferroviario al comerse las fundas de
goma del freno de aire comprimido del
tren en que viajaba.
E l atleta griego del siglo VI a. de C.
Milón de Cretona venció en seis
pruebas distintas de los Juegos
Olímpicos y en siete de los Juegos
Píticos. Según cuenta la leyenda, tras la
última de sus victorias olímpicas, dio
una vuelta al estadio cargado con un
buey (o, según otras fuentes, más
moderadas, un novillo de tres años), lo
mató de un puñetazo en la cabeza, lo
hizo asar y luego se lo comió entero. De
este forzudo se asegura también que era
capaz de romper una fuerte cuerda
anudada a su cabeza con el simple
esfuerzo muscular sin ayuda de sus
manos. Ninguna de estas hazañas sería
inverosímil de hacer caso a la leyenda
según la cual comía al día siete kilos y
medio de carne y ocho de pan,
trasegándolos con unos quince litros de
vino.

E l mayor mérito histórico por el


que es recordado el nombre del
general romano Lucio Lucinio Lúculo
(109-56 a. de C.) es el de haber hecho
popular la costumbre de vomitar en los
banquetes a fin de prolongar la duración
de sus extravagantes festines.

S imón o Simeón El Estilita (h. 521-


597) pasó los últimos 45 años de
vida encaramado sobre una columna de
diez metros de altura, enclavada en el
Alto de las Maravillas, cerca de la
ciudad de Antioquía, en Siria. Aunque
existe cierta confusión con los
verdaderos datos biográficos de este
personaje, puesto que hay hasta tres
distintos anacoretas que son conocidos
por el nombre de Simón El Estilita, al
parecer, la vida de mortificación del que
nos ocupa comenzó una Pascua en que
decidió ayunar durante los cuarenta días.
Para no flaquear en su voto, se hizo atar
a una roca a la que permaneció ligado
durante todo ese tiempo. Al finalizar el
ayuno voluntario, y viendo que ninguna
de las órdenes religiosas y monacales
existentes le ofrecía el austero y
ascético modo de vida que él buscaba,
decidió marchar al desierto y hacer su
hogar sobre una columna para aislarse
totalmente del mundo. En ella, cubierto
con la piel de un animal por todo abrigo,
comía exclusivamente lo que tenían a
bien ofrecerle los pocos que pasaban
por allí. Para facilitar esa muestra de
caridad, se hizo construir un
rudimentario ascensor del que se servía
para recibir los donativos. Fue tal su
fama de santo varón que acudieron a
verle muchos grandes personajes de la
época, entre ellos el Papa León I y el
emperador Teodosio. Siglos después, el
ateo Luis Buñuel (ateo «gracias a Dios»,
como él mismo solía decir) dedicó una
famosa película a narrar su ascética y,
cuanto menos, curiosa vida.

U na tal Ida Maitland (1898-1932)


es considerada como una de las
mujeres más obesas de quien se tenga
constancia. Según los datos de que se
dispone, que nunca pudieron ser
verificados médicamente, llegó a pesar
413 kilos 200 gramos, midiendo su
contorno pectoral 3,86 metros. Y aunque
resulte muy difícil de creer, se cuenta
además que murió cuando trataba de
recoger un trébol de cuatro hojas.

S egún el Libro Guinness de los


Récords, Henrietta Howland Green
podría ser la candidata más calificada
que recuerda la historia a ostentar el
récord de tacañería y avaricia. Por
ejemplo, provocó que a su hijo tuvieran
que amputarle una pierna porque se
entretuvo en exceso buscando un
hospital gratuito donde le atendieran.
Otro ejemplo: su desayuno habitual
consistía en copos de avena fríos, para
no tener que gastar gas calentándolos.
Todo ello sería curioso, pero no
excesivamente, si no se tuviera en cuenta
que se ha calculado que poseía una
fortuna de al menos 95 millones de
dólares.

E l guardabosques estadounidense
Roy C. Sullivan fue alcanzado
siete veces en su vida por un rayo. La
primera vez (1942) sólo sufrió la
pérdida de la uña del dedo gordo de un
pie; en la segunda (1969) se le
quemaron las cejas; en la tercera (1970)
sufrió quemaduras en el hombro
izquierdo; en la cuarta (1972) se le
quemó el pelo; en la quinta (1973) de
nuevo se le quemó el pelo y también las
piernas; en la sexta (1976) resultó
herido en un tobillo, y en la séptima y
última (1977) sufrió quemaduras en el
pecho y en el estómago. Tras sobrevivir
a tantos y tan peligrosos accidentes,
Sullivan, se dice que desilusionado por
un desengaño tras una tormentosa
relación amorosa, se suicidó finalmente
en 1 983 disparándose un tiro.

E l estadounidense Charles Osborne


(1894-1991) comenzó a padecer
un ataque de hipo en 1922, mientras
sacrificaba un cerdo. Desde entonces y
hasta el 1 de mayo de 1991, fecha en que
falleció por otras causas, el ataque no le
remitió. Es decir, estuvo hipando
continuamente (a un ritmo que oscilaba
entre 20 y 40 hipos por minuto) durante
más de 71 años de los 97 que vivió. A
pesar de este inconveniente, Osborne
contrajo dos matrimonios, de los que
nacieron en total ocho hijos.

E l faquir hindú Mastram Bapu


(«Padre Contento») permaneció
sin moverse en el mismo punto de una
cuneta en la aldea india de Chitra
durante 22 años, entre 1960 y 1982.

S egún las crónicas de la época, el


espía francés Richebourg, que
prestó importantes servicios en tiempos
de la Revolución Francesa, medía sólo
58 centímetros. Por ello, solía infiltrarse
entre las líneas enemigas en brazos de
una colaboradora, disfrazado de bebé.

E l gladiador liberto Publio Ostorio


sobrevivió a 51 combates en la
arena de Pompeya, marcando un
verdadero hito de supervivencia en su
arriesgada profesión.

L a vacuna antirrábica, sobre la que


comenzó a experimentar Louis
Pasteur (1822-1895) a mediados del
siglo XIX, fue administrada con éxito por
primera vez en 1885 en la persona de un
niño alsaciano, Joseph Meister, mordido
en catorce lugares distintos por un perro
rabioso. Este niño, al cabo del tiempo,
llegaría a ser conserje del propio
Instituto Pasteur. Cincuenta y cinco años
después, en 1940, durante la ocupación
alemana de París, un oficial del ejército
invasor ordenó a este mismo Meister
que abriera la cripta de Pasteur. Se
asegura que, en vez de hacerlo, se
suicidó.

E ddie Gaedel pasa por ser el único


enano que ha participado en una
de las Ligas Mayores de béisbol
americano. Este bateador de sólo 99
centímetros de altura (que vestía un
uniforme con el dorsal 1/8) fue
contratado por los Saint Louis Browns
con la esperanza de aumentar la
asistencia de público a los partidos de
su equipo y bateó una sola vez, ganando
una base tras lanzamientos fallidos del
pitcher, en el partido que enfrentó a su
equipo contra los Detroit Tigers el 19
de agosto de 1951. Ese mismo equipo
fue también el primero en contratar los
servicios, ese mismo año de 1951, de un
psicólogo.
Claro que aun más raro es el caso de
Hugh L. Daly que, entre 1882 y 1887,
fue jugador profesional de béisbol,
estando enrolado en diversos equipos de
las Ligas Mayores como segunda base y
short stop. Lo asombroso es que Daly
sólo tenía un brazo.

L a cocinera suizo-norteamericana
Mary Mallon (1885-1938),
portadora del virus de la fiebre tifoidea,
causó directamente 53 brotes de tifus en
su periplo laboral por las cocinas de
restaurantes y hospitales de diversas
ciudades de los Estados Unidos entre
1875 a 1915, año en que fue internada
definitivamente en un hospital. En 1907
fue puesta en custodia por primera vez,
pero fue liberada tres años más tarde
con la condición de que cambiase de
profesión para siempre. En 1915, fue
nuevamente encarcelada tras desatarse
una fatal epidemia en el hospital en que
trabajaba incumpliendo la prohibición.
Fue mantenida en cuarentena por las
autoridades sanitarias estadounidenses
durante 23 años, hasta su muerte. Sin
embargo, ella misma nunca llegó a
desarrollar la enfermedad. Con trágica
justicia fue conocida como María
Tifoidea.

E l ciudadano austriaco Adam


Rainer (1899-1950) medía
solamente 118 centímetros a los 21
años. Pero a partir de ese momento
comenzó a crecer a un ritmo inusitado.
En 1931 ya medía 218 cm y al morir, en
1950, su altura llegó a ser de 234 cm.

S egún el Libro Guinness, el


ciudadano francés Michel Lotito,
nacido en 1950, es conocido en todo el
mundo como El Cometodo, por ser
capaz de ingerir y digerir vidrio y metal
sin mayores problemas. Los médicos
que le han examinado creen que es capaz
de digerir 900 gramos de metal diarios.
Desde 1966 se ha comido, con testigos,
cosas tan variadas como 10 bicicletas,
un carrito de supermercado (en 4 días y
medio), 7 televisores, 6 lámparas de
techo y un avión ultraligero.

E l swami hindú Manjgiri Maharaj


permaneció 17 años seguidos,
desde 1955 hasta noviembre de 1973, de
pie durante una penitencia, en
Shahjahanpur, en el estado indio de Uttar
Pradesh. Se cuenta que su único
descanso, que aprovechaba para dormir,
era apoyarse en una tabla.

E l síndrome de Munchausen es el
nombre científico que los
psicopatólogos dan al irrefrenable deseo
de recibir asistencia médica. El caso
más famoso de un enfermo acuciado por
este síndrome tuvo por protagonista al
inglés William McIlroy (1906-1983)
que se sometió a lo largo de su vida a
400 intervenciones de todo tipo y estuvo
internado en 100 hospitales distintos,
bajo 22 nombres falsos. El mayor
periodo de tiempo que permaneció sin
hospitalizar fue de seis meses. En 1979,
superó súbitamente su síndrome,
afirmando públicamente que «estaba
harto de tanto hospital»… tras lo cual se
recluyó en un asilo geriátrico.
Perversidad,
corrupción y
libertinaje

S in duda, el más enorme (y atroz)


genocidio perpetrado en la historia
moderna, en términos de porcentaje de
población desaparecida, es el llevado a
cabo por los Jemeres Rojos en
Camboya. Según estimaciones
realizadas por personajes pertenecientes
a aquel gobierno, entre el 17 de abril de
1975 y enero de 1979 fueron asesinados
más de un tercio de los 8 millones de
habitantes de aquella nación del sudeste
asiático. Bajo el mandato supremo de
Pol Pot, los jemeres abolieron las
ciudades, el dinero y las propiedades
privadas, y se ejecutó sumariamente a
bayonetazos o a palos a miles de
personas por crímenes tan nefandos
como dormirse de día, hacer demasiadas
preguntas, tocar música no comunista,
ser viejo, débil o enfermo, ser hijo de un
indeseable o estar demasiado bien
educado (síntoma de ser un burgués
capitalista).

A juzgar por el testimonio de sus


biógrafos (no siempre objetivos
ni totalmente fiables), la emperatriz
romana Valeria Mesalina (25-48) es, sin
duda, uno de los mejores ejemplos, en el
mundo clásico, de la perversión y la
ninfomanía más desatadas. Mesalina se
convirtió a los quince años en la cuarta
esposa de Claudio I (10 a. de C.-54),
que a la sazón tenía ya cincuenta. Un año
después de la boda, Claudio, a su pesar,
fue nombrado emperador en sustitución
de su sobrino asesinado, Calígula.
Entretenido en las labores de
emperador, a las que se dedicó con
verdadero esfuerzo y notable éxito para
lo que venía siendo habitual, y aunque
muy enamorado de su nueva mujer, lo
cierto es que ésta, Mesalina, campó a
sus anchas, dando rienda suelta a su
lubricidad y lujuria. Insatisfecha con sus
amoríos constantes con los más jóvenes
cortesanos (muchos de los cuales
murieron por haber accedido a sus
deseos; mientras otros tantos lo hacían
por haberse negado), acudía todos los
días a uno de los más zafios burdeles de
Roma, situado en el barrio de peor fama,
Suburra, donde, bajo el nombre artístico
de Lycisca, y adornada con la peluca de
color azafrán distintiva de las prostitutas
romanas, vendía sus favores a quien
quisiera comprarlos, generalmente
gladiadores y obreros de los muelles del
Tíber. En una ocasión, tras cruzar una
apuesta con una famosa cortesana de la
época, Mesalina tuvo relaciones
sexuales consecutivas en público con 25
hombres. En palabras del historiador
Suetonio, esta actividad incesante
dejaba a la emperatriz lassata, sed non
satiata (es decir, «cansada, pero no
saciada»). Con la edad, Mesalina fue,
lógicamente perdiendo su lozanía, contra
lo que ella luchó denodadamente,
sirviéndose de cuantos cosméticos y
remedios estaban a su alcance. A ese
respecto, Marco Valerio llegó a decir:
«las tres cuartas partes de sus encantos
se hallan en las cajas de su tocador.
Cada noche se quita los dientes, así
como la ropa. Sus atractivos están en
cien potes diversos. Su cara no se
acuesta con ella». Finalmente, Mesalina
fue asesinada a instancias del emperador
por Narciso, el principal favorito
imperial, cuando, en su ausencia, y tras
haberle engañado para conseguir el
divorcio (con el falso propósito de
escapar de un augurio sobre la próxima
muerte de su marido), se casó con Cayo
Silio, un cónsul que la había iniciado en
el arte de amar a los catorce años.

G eneralmente, se suelen poner


como ejemplo de excentricidad,
crueldad y locura las respectivas vidas
de los emperadores romanos Calígula,
Claudio y Nerón; pero relacionada con
todos ellos está la figura histórica cie
Agripina La Joven (15-59), que no se
queda ciertamente atrás en esas
características. Agripina fue educada
por su abuela y ya en su adolescencia
fue sospechosa de mantener relaciones
incestuosas con su hermano, Calígula, y
adúlteras con su cuñado, Lépido. Tras
ello, contrajo un primer matrimonio, del
que tuvo a Lucio Domicio Enobarbo
(más tarde llamado, al llegar al trono
imperial, Nerón). Se supone que
Agripina envenenó a su segundo marido
(Crispo Papierco) para poder casarse
con su tío, el emperador Claudio I, quien
a su vez había asesinado a su cuarta
esposa, la ninfómana y libertina Valeria
Mesalina. Agripina llegó a ejercer tal
influjo sobre Claudio que consiguió que
éste nombrase heredero al trono
imperial a Nerón, en detrimento del
legítimo sucesor, Británico. Cuando
Nerón contaba dieciséis años de edad,
Agripina envenenó a Claudio e hizo que
su hijo fuera proclamado emperador.
Durante algún tiempo continuó
dominando los asuntos imperiales a su
antojo hasta que Nerón, harto de los
manejos de su madre, intentó
envenenarla en tres distintas ocasiones
y, finalmente, hizo que fuera asesinada.

E l zar ruso Iván IV El Terrible


(1530-1584) debe su fama de
cruel y despiadado a una serie de
atrocidades que comenzaron ya en su
infancia y adolescencia (épocas en las
que se divertía torturando toda clase de
animales y arrojando al vacío perros
desde los tejados del palacio real). Su
primer crimen político conocido ocurrió
en 1543 (cuando tenía trece años) al
ordenar que Andrei Chuiski, el jefe del
clan boyardo más influyente de Rusia,
que prácticamente dominaba el gobierno
del país, fuera arrojado a los perros
hambrientos de los que la guardia del
zar disponía para este tipo de ocasiones.
En 1555, ordenó la construcción de la
Iglesia de San Basilio en Moscú. Quedó
tan complacido con la obra que mandó
dejar ciegos a los arquitectos
responsables de su construcción
(Postnik y Barma) para que nunca
pudieran proyectar nada más hermoso.
En 1570, marchó sobre la ciudad de
Novgorod al frente de un ejército de 15
000 hombres, arrasándola y dando
muerte a millares de personas (entre 25
y 60 000) en una verdadera borrachera
de terror, llegando incluso a arrojar a
docenas de niños a las heladas aguas de
un río cercano por el simple hecho de
disfrutar viendo el espectáculo. El 14
de noviembre de 1581, en un acceso de
ira, mató a bastonazos a su propio hijo y
sucesor Iván Ivanovich. Él mismo
confesó en cierta ocasión haber forzado
a más de mil vírgenes y haber asesinado
personalmente a cuantos recién nacidos
resultaron de dicha práctica.

C uando el cardenal español


Alejandro de Borja (o Borgia)
(1368-1458) fue nombrado Papa en el
año 1455 con el nombre de Calixto III,
su sobrino, el joven Rodrigo Borja (o
Borgia) y Oms (1451-1503), originario
de la ciudad valenciana de Játiva,
marchó a Roma integrado en su séquito.
Gracias a su natural facilidad para las
intrigas políticas y a su capacidad de
sugestión, poco después este joven se
convertía en uno de los cardenales más
poderosos y ricos de la curia romana,
viviendo como un reyezuelo en medio de
un refinado lujo en un palacio cercano a
Sant Angelo, rodeado de cortesanos y
favoritas, sabedor de que era el más
influyente consejero de los diversos
Papas que se sucedieron durante su vida.
Pero Rodrigo Borgia no era sólo un
avieso político y un intrigante
extraordinario, sino que también hizo
gala durante su vida de una crueldad
sólo superada después por su hijo César.
A la temprana edad de doce años,
asesinó a puñaladas a un niño «de
condición inferior».
Tras su brillante carrera como
cardenal, y gracias a sus intrigas y
sobornos, Rodrigo Borgia fue nombrado
Papa el domingo 26 de agosto de 1492,
a los 60 años, con el nombre de
Alejandro VI, no sin antes pagar 15 000
ducados a cada uno de los cardenales
electores presentes en el cónclave,
además de repartir promesas, después
cumplidas en su mayoría, de obispados,
abadías, cargos eclesiásticos varios,
numerosos feudos y otras prebendas
para los familiares de los cardenales
electores. Por entonces, Rodrigo Borgia,
a pesar de su condición eclesiástica,
vivía amancebado desde 1474 con la
romana Vannozza Catanei, que le hizo
padre al menos de cuatro hijos
reconocidos: César, Giovanni (o Juan),
Gioffré (o Godofredo) y Lucrecia, y
otros tres atribuidos: Pedro Luis,
Girolama e Isabela. Vanozza había
estado casada anteriormente en tres
ocasiones, matrimonios en los que había
tenido otros dos hijos más. Una vez
elevado al pontificado, Rodrigo Borgia,
en un intento de cubrir las apariencias,
eligió un cuarto marido para Vannozza.
No obstante lo dicho, Vanozza tuvo fama
de mujer piadosa. Por ejemplo, se
cuenta que al morir en 1518 había
donado tanto dinero a la iglesia donde
fue enterrada que los monjes agustinos
siguieron ofreciendo misas por su alma
hasta doscientos años después.
Rodrigo casó a sus hijas Girolama e
Isabela con dos romanos de alta cuna.
Pedro Luis, que combatió junto a los
Reyes Católicos en la toma de Granada,
recibió de éstos el ducado de Gandía.
César, de sólo 16 años, era obispo de
Pamplona y rápidamente fue elevado al
cardenalato. Gioffré, el menor; se casó
con Sancha, la hija bastarda de Ferrante,
rey de Nápoles. Y Lucrecia, con apenas
10 años, se hallaba comprometida a un
notario romano, aunque su padre,
deseoso de establecer lazos familiares
con los poderosos Sforza de Milán,
rompería dicho compromiso, casándola
a los 13 años con Giovanni Sforza, de
26.
A esa altura de la historia, sucedió
uno de los muchos hechos incalificables
que protagonizó esta simpar familia.
Pocos días después de que Juan Borgia,
duque de Gandía, hubiera recibido de su
padre el ducado de Benevento, cayó en
una misteriosa emboscada, apareciendo
su cadáver en las aguas del Tíber con
nueve puñaladas mortales, ocho en el
pecho y una en la garganta. Rodrigo, el
Papa Alejandro, enterado de que el
crimen había sido instigado y preparado
por su otro hijo, César, furioso por no
haber sido él el elegido, y ante la
inconveniencia política de procesarlo,
se limitó a obligarle a renunciar a su
estado clerical.
A pesar del aparente distanciamiento
que este fratricidio supuso entre Rodrigo
y César, pronto padre e hijo volvieron a
colaborar en sus intrigas, urdiendo
deshacer el matrimonio de Lucrecia para
casarla con otro dignatario más
poderoso: el príncipe napolitano
Alfonso di Bisceglie. Para ello, lograron
demostrar la virginidad de Lucrecia y
sustentar así un expediente de anulación
matrimonial bajo el argumento de que no
había sido consumado por impotencia
del marido. Pero, por una burla del
destino, mientras Rodrigo y César
estaban en estos trámites, Lucrecia se
quedó embarazada como resultado de
sus amores con el mensajero que le
hacía llegar los recados de su padre, un
joven español llamado Pedro Calderón,
aunque más conocido como Il Perotto.
De esta forma, Lucrecia hubo de acudir
a la ceremonia de anulación de su
matrimonio no consumado oficialmente
virgen, pero realmente embarazada de
seis meses. Días después, César Borgia
mataría al infortunado Pedro Calderón
en la misma estancia privada del Papa,
cuando aquél acudiera a pedir clemencia
a Alejandro VI, que, presente en la
escena del crimen, no pudo o no quiso
frenar la cólera asesina de su hijo.
Poco después Lucrecia daría a luz un
hijo, llamado popularmente el Infante
Romano, que sería reconocido como
hijo de César y luego del mismísimo
Papa, lo que arrojaría la paradójica
consecuencia de dar por oficial la
relación incestuosa de cualquiera de los
dos con la madre del pequeño. Para
acallar estas murmuraciones, el Papa
fingió que el niño era hijo de su nueva
amante Giulia Farnese, a la sazón una
muchacha de 16 años. En cualquier caso
—la política es la política—, Lucrecia
se casó con el príncipe Alfonso di
Bisceglie en junio de 1497, a la todavía
tierna edad de 17 años. Pero su
felicidad sería corta: el matrimonio
duraría apenas dos años. En 1499, César
(una vez más él, y ahora por intereses
políticos) tendió una emboscada a su
cuñado, hiriéndole de muerte. Para
acabar la tarea, ordenó a un criado que
le estrangulara al amparo de la noche en
su lecho de convaleciente. Lucrecia
moriría de dolor por su amado esposo
muerto, pero, a pesar de ello, nadie es
testigo de que hiciera el más mínimo
reproche a su despiadado hermano, con
el que, incluso, se la vería bailar, en
pleno luto, en una de las orgías
nocturnas que César tenía por costumbre
organizar, en su palacio, al modo de los
antiguos romanos.
Después de éstas y mil tropelías más
(como, por ejemplo, la extraña muerte
de un buen número de cardenales y altos
prelados poco afectos a Rodrigo; cadena
de coincidencias que dio lugar a la fama
del veneno de los Borgia), Alejandro VI
moriría de malaria el 18 de agosto de
1503; cuatro años después fallecería su
hijo César en la fortaleza navarra de
Viana, mientras luchaba contra el conde
de Beaumont; y Lucrecia, por su parte,
moriría en junio de 1519, cuando estaba
a punto de cumplir 40 años.

J uan XII (937-964) fue elegido Papa


a la edad de 17 años. Nada más
tomar posesión de su supremo cargo
eclesiástico enajenó gran parte del
tesoro pontificio para atender sus
deudas de juego y continuar su
escandalosa vida. Durante todo su
papado, dominó Roma ayudado por una
pandilla de asesinos a sueldo y convirtió
el palacio pontificio, en palabras de sus
enemigos, «en un burdel repleto de sus
muchas amantes». Incluso se llegó a
afirmar que este depravado Papa
violaba a las peregrinas en el propio
templo de San Pedro. Cierto día, a
comienzos de mayo del año 964, Juan
XII fue sorprendido in fraganti por el
esposo de la dama con quien yacía en el
lecho. El indignado esposo, sin atender
a tiaras ni purpúreas santidades, la
emprendió a golpes con el pontífice,
propinándole tal paliza que Juan XII
murió tres días después a consecuencia
de los golpes.

L a gestión de Francisco de
Sandoval y Rojas, duque de Lerma
(1552-1623), como favorito de Felipe
III, se caracterizó por su notoria
inmoralidad y corrupción,
protagonizando estafas y toda clase de
malversaciones del erario público,
subidas de impuestos fraudulentas,
nepotismos y ventas de cargos públicos,
gracias a todo lo cual amasó una
fabulosa riqueza personal. Cuando fue
destituido y sustituido por su hijo,
Cristóbal de Sandoval y Rojas (?-1624),
duque de Uceda (que tampoco fue, en su
breve dominio, un dechado de
moralidad), consiguió ser nombrado
cardenal por el Papa Pablo V (1552-
1621) para evitar ser procesado. Sin
embargo, lo sería años después, en
tiempos de la privanza del Conde-Duque
de Olivares, ya con Felipe IV en el
trono. Sandoval fue condenado a pagar
al fisco 72 000 ducados anuales, más los
atrasos de veinte años (los que duró su
gobierno), por las rentas y caudales
adquiridos en su ministerio.

E l emperador romano Cayo Julio


César Germánico Calígula (12-
41), llamado así por las cáligas o
sandalias que utilizaba de niño, comenzó
su reinado ganándose la aprobación del
pueblo con amnistías y fiestas, pero
pronto, sin duda por enfermedad mental,
se entregó a la crueldad y la
depravación. Mandó matar a su
coheredero Tiberio Gemelo y a Macrón,
prefecto pretoriano, que le había
impulsado al trono; violó a una de sus
hermanas, Drusila, con la que mantuvo
posteriormente relaciones incestuosas,
mientras a las otras las convertía en
prostitutas; se hizo dar los epítetos
Optimo y Máximo, hasta entonces
reservados a Júpiter; agobió al pueblo
con impuestos arbitrarios; nombró
cónsul a su caballo Incitatus… El
catálogo de excentricidades, crueldades
y depravaciones es infinito. Por
ejemplo, solía obligar a muchas de las
mujeres casadas de su corte a mantener
relaciones sexuales con él y después
iniciaba en nombre del marido los
trámites de divorcio bajo la acusación
de adulterio. Baste decir, por último,
que no se cansaba de proclamar que
hubiera deseado que el pueblo romano
tuviera sólo una cabeza para poder
cortarla de un solo tajo. En el año 41,
una de las muchas conspiraciones
pretorianas que intentaron derribarle
tuvo éxito, y Calígula murió asesinado.
P aul Verlaine (1844-1896) es uno
de los más grandes poetas que ha
dado la literatura francesa. Sin embargo,
su actuación como hombre y
especialmente como marido no fue ni
mucho menos ejemplar. Se casó en
1870, a los 25 años de edad, con
Mathilde Mauté, de 16. Y bien pronto
dio a conocer a su esposa su violencia y
su destructiva afición al alcohol. Se
ausentaba sin explicación y la golpeaba
casi como costumbre. Una semana antes
del nacimiento de su único hijo, propinó
tal paliza a su esposa que a punto estuvo
de matar a madre e hijo. Cuando su hijo,
Georges, tenía escasamente tres meses,
le lanzó contra una pared, en un acceso
de furia. En otra ocasión, trató de
quemar el cabello de su esposa. Cada
día más desequilibrado, Verlaine fue
descuidando progresivamente su
persona, sin lavarse ni cambiarse de
ropa entre borrachera y borrachera,
hasta que su vida dio un espectacular
vuelco al enamorarse (según dijo, «por
primera vez en su vida») de un
muchacho de 17 años, recién llegado a
París y excepcionalmente dotado para la
poesía: Jean Arthur Rimbaud (1854-
1891), con quien mantuvo una larga
relación destructiva, de carácter sado-
masoquista. Esclavizado por su amado
Rimbaud, Verlaine invitó a su joven
amigo a vivir en su propia casa, junto a
su esposa e hijo. Rimbaud, no satisfecho
con ello, sufragaba sus gastos robándole
cosas, incluida una cruz de marfil que
había pertenecido a la familia de
Mathilde durante generaciones. En 1872,
Verlaine abandonó definitivamente a su
familia, marchándose con su amante, con
el que vivió una explosiva relación,
marcada por los celos y las continuas
peleas, hasta que, intoxicado de absenta,
disparó sobre Rimbaud tras descubrir
que éste le era infiel con otro muchacho,
hiriéndole en una muñeca. Aunque la
herida de Rimbaud no fue muy
importante, Verlaine hubo de purgar dos
años en la cárcel por intento de
asesinato.
Verlaine, al salir de la cárcel, volvió
a escribir poesía y en 1896, a los 52
años, moría en brazos de su última
amiga, Eugenia Krantz, una prostituta
retirada que le acompañó en sus últimos
años. Mientras tanto, Rimbaud,
abandonando la poesía, la
homosexualidad y la vida bohemia, e
incluso el país, y tras recorrer Europa
enrolado en un circo, iniciaba un oscuro
negocio de tráfico de armas en Etiopía,
durante el cual perdería una pierna, para
acabar muriendo en Marsella a los 37
años de edad. El hijo de Verlaine,
Georges, que durante algunos años
trabajó de jefe de estación en el metro
de París, acabó alcoholizado como su
padre y murió en 1926. Mathilde, por su
parte, pudo rehacer parcialmente su
vida, volviéndose a casar a los 33 años
con un contratista de obras, llamado
Delponte, con quien tuvo dos hijos, pero
del que finalmente también se divorció.

E n el año 1014, Basilio II de


Constantinopla (958-1025)
decidió acabar de una vez por todas con
una guerra que había enfrentado a su
pueblo durante cuarenta años con los
búlgaros. Para quebrantar la moral de
los enemigos, cegó a la mayoría de los
15 000 prisioneros que estaban en su
poder, exceptuando a 150; éstos
perdieron solamente un ojo. Cada 100
prisioneros ciegos fueron guiados por
uno tuerto en su camino de regreso a
Ohryd, la capital de la antigua Bulgaria,
cuyo gobernante, Samuel, había recibido
aviso de que su ejército regresaba.
Samuel Esteban (979-1014) salió al
encuentro de sus huestes y se halló, ante
su desesperación, con un ejército de
indefensos ciegos. Al parecer, le
impresionó tanto el espectáculo que
sufrió un ataque cardiaco y murió allí
mismo dos días después. Por esta y
similares hazañas, Basilio II pasó a la
historia con el sobrenombre de
Bulgaróktonos, es decir, «Matador de
búlgaros».

E l sultán selyúcida Key Coubat I ha


pasado a la historia por fabricar
300 tiendas de campaña para su ejército
con los testículos y escrotos de 30 000
enemigos capturados en batalla.

E l faraón Menopto, que reinó en


Egipto en el siglo III a. de C., tras
vencer a sus enemigos los sirios, mandó
cortar unos 13 000 penes, trofeo que
exhibió para demostrar su gran victoria.

L a emperatriz romana Teodora


(500?-548), esposa de Justiniano
I, aunque probablemente nació en
Chipre, pasó su juventud en
Constantinopla con su madre, una
prostituta que vivía amancebada con el
guardián de una casa de fieras, llamado
Acacio. Tras la temprana muerte de éste,
Teodora ayudó al mantenimiento de su
familia con diversos trabajos,
destacando como actriz y bailarina,
aunque más por los escándalos eróticos
que protagonizaba que por su calidad
artística. Tras pasar algún tiempo en el
norte de África con uno de sus amantes
(Eubolo o Hacébolo), volvió a
Constantinopla y conoció y cautivó al
por entonces senador Justiniano, quien
enseguida se propuso desposarla. Sin
embargo, la ley romana prohibía el
matrimonio de los senadores con
actrices o cortesanas. Movido por su
amor, Justiniano consiguió que su padre
adoptivo, Justino, el emperador
gobernante, derogase dicha ley. No
obstante, todavía hubo de enfrentarse a
la opinión de Eufemia, la emperatriz,
que se opuso firmemente a su
matrimonio con una cortesana plebeya.
Justiniano obvió este nuevo
inconveniente haciendo nombrar a
Teodora patricia. Y así, por fin, el
matrimonio pudo celebrarse, con lo que
cuando poco después Justiniano fue
elevado al trono imperial, su esposa,
otrora cortesana, se convirtió en
emperatriz. Según las crónicas, esta
mujer, de gran belleza, poseía mucha
inteligencia y gran fuerza de voluntad,
aunque también soportó una justa fama
de mujer cruel, depravada y ambiciosa.
En su calidad de emperatriz, impulsó
una gran relajación moral en todo el
imperio, mientras que se constituyó en
adalid y defensora de las esposas
infieles. Enemiga convencida de las
severas leyes romanas contra el desnudo
total, se cuenta que solía mostrarse en
público vestida exclusivamente con una
cinta y que, en muchas fiestas
campestres, abría sus puertas de Venus
a más de diez jóvenes en una sola tarde,
cuando no se preocupaba de satisfacer a
unos treinta esclavos cada noche.
Finalmente, cambió radicalmente su
comportamiento, abrazando el
cristianismo y convirtiéndose en un
dechado de moralidad y en una
defensora a ultranza de los valores
morales cristianos.
L a palabra sadismo proviene del
apellido del Marqués de Sade
[Donatien Alphonse François, (1740-
1814)], que en realidad era conde y no
marqués, y cuya vida y obra reflejan con
total exactitud todo aquello que
representa este tipo de comportamiento
sexual desviado, hecho que le acarreó
no pocos castigos y penalidades.
Educado por su tío, el abate de Sade,
que le dio una formación humanística
muy completa, inició la carrera militar
que hubo de abandonar pronto por su
escandalosa vida. En 1763 se casó con
Renée Pelagie, a la que abandonó por su
hermana. En 177? un tribunal de
Marsella le condenó en rebeldía a la
pena capital por sodomía y
envenenamiento. Detenido en 1778 por
disoluto, a instancias de su propia madre
biológica (que era monja) fue
encarcelado en la famosa Bastilla,
donde escribió sus más pornográficas e
inmorales obras. Liberado en 1790,
participó en la Revolución, pero en
1793 fue de nuevo encarcelado por los
jacobinos. En 1801, Napoleón ordenó su
ingreso en el asilo de dementes de
Charenton, donde acabó su vida.

E l zar Pedro I El Grande (1672-


1725), al conocer la infidelidad
de su amante, lady Hamilton, la hizo
decapitar, pero, aún enamorado de ella,
conservó su cabeza en un frasco de
alcohol, que mantuvo en su dormitorio
durante años como recordatorio y aviso
para el resto de sus muchas amantes.
Poco después, descubrió que su segunda
esposa, Catalina (que le sucedería en el
trono como Catalina I), le era infiel con
su caballero de cámara, William Mons.
Inmediatamente ordenó que éste fuera
decapitado y su cabeza introducida en
otro frasco de cristal, colocándolo en el
dormitorio de la zarina.
L a condesa húngara Erzsébet
Báthory (1560-1614), que ha
pasado a la historia con el sobrenombre
de La condesa sangrienta por haber
asesinado a lo largo de su vida a 610
doncellas, desangraba a sus víctimas y
se bañaba en su sangre, porque según
ella este era un método infalible para
conservar su belleza y juventud para
siempre. Por tan horrendo crimen, la
condesa fue condenada en 1610 a
cumplir una condena de cadena
perpetua, prácticamente emparedada en
sus aposentos, mientras que sus
encubridores (plebeyos) eran quemados
vivos.
S egún el testimonio del cronista
romano Suetonio, no siempre
fiable, pero sí curioso, el emperador
Tiberio (42 a. de C.37) tenía una
desmesurada afición al vino, lo que le
hizo despreocuparse ostensiblemente de
sus obligaciones imperiales. Se cuenta
que llegó a tal punto su consumo diario
de alcohol que era conocido por los
soldados de su guardia como Biberius
Caldius Mero (en vez de su nombre real
Tiberius Claudius Nerón).

E n cierta ocasión una cortesana


griega llamada Lamia tasó sus
servicios profesionales en el
equivalente a unos 40 millones de
pesetas actuales al ser requerida por el
rey de Macedonia, Demetrio I
Poliorcetes (337-283 a. de C.), quien,
conforme con el precio, gravó con un
impuesto especial el jabón para poder
conseguir dicha suma.

E n un censo efectuado en la ciudad


de Roma en 1490 por encargo del
Papa Inocencio VIII, se contabilizaron
6800 cortesanas, prostitutas y
concubinas al servicio del disoluto clero
romano. Un siglo después, se censaron
en Venecia 11 600 cortesanas (un
número doce veces superior al de
esposas legales existentes en esa ciudad
italiana). Según los relatos históricos, la
ciudad continuó así durante mucho
tiempo. La Venecia del siglo XVIII era
también una sociedad depravada y de
costumbres muy relajadas. Abundaban el
juego y las apuestas más variadas a las
que todos, jóvenes o viejos, laicos o
seglares, se entregaban. Por ejemplo,
una noche de 1762, el abad Grioni
apostó toda su ropa a la ruleta, la perdió
y no tuvo más remedio que regresar a su
monasterio totalmente desnudo. En aquel
contexto, monjas con vestidos escotados
y adornadas con perlas y otras joyas
competían entre sí por el honor de
servir como amantes a cualquier nuncio
papal. Igualmente se consideraba una
deshonra para la mujer casada con un
patricio no tener un cicisbeo, es decir,
una combinación muy al gusto de la
época entre amante y gentilhombre de
servicio.

E n el corto periodo de seis años, el


valido de Carlos IV, Manuel
Godoy (1767-1851), por intercesión de
la reina consorte María Luisa de Parma
(1751-1819), con quien protagonizó una
larga y apasionada relación amorosa,
obtuvo los siguientes empleos, honores,
títulos y prebendas: secretario de la
reina; gentilhombre de cámara; regidor
perpetuo de Madrid, Santiago, Cádiz,
Málaga y Écija; consejero de estado;
superintendente general de Correos y
Caminos; primer Secretario de Estado y
del Despacho; inspector y sargento
mayor del Real Cuerpo de Guardias de
Corps; capitán general de los Reales
Ejércitos; Almirante de España e Indias
(con tratamiento de Alteza); caballero
comendador de la Orden de Santiago;
caballero de la gran cruz de la Orden de
Cristo y de la religión de San Juan;
caballero de la gran cruz de la Orden de
Carlos III; caballero de la Orden del
Toisón de Oro; Grande de España de
primera clase; señor del Soto de Roma y
del estado de Albalá; duque de Alcudia,
de Sueca y de Evoremonte, y príncipe de
la Paz y de Basano.

H acia 1878, la Patagonia sufrió una


ola de terror causada por un gran
número de matones, pistoleros y sujetos
similares a los que los hacendados
pagaban una libra esterlina por cabeza
de indio. Los colones enviaban después
sus cráneos al Museo de Antropología
de Londres, que les abonaba hasta ocho
libras por cada uno.
S egún sus biógrafos, la cojera que
padeció desde la infancia el poeta
inglés Lord Byron (1788-1824), causada
por un encogimiento del tendón de
Aquiles, alteró su personalidad, siendo
una de las causas de su carácter
excéntrico e hipersensible. Por esta
malformación Byron nunca pudo
perdonar a su madre, a la que culpaba
por haber llevado corsé durante el
embarazo. Byron descubrió la
sexualidad a la temprana edad de 9 años
en brazos de su niñera, May Gray, de 17.
A partir de ahí inició una larga carrera
de desenfreno en varias vertientes, pues
Byron era bisexual, pederasta y buen
degustador del adulterio (sus grandes
amantes fueron todas casadas). Entre sus
amores juveniles el propio Byron
recordó siempre a sus primas Mary Duff
y Margaret Parker y, sobre todas, a
Mary-Ann Chaworth, de quien se
enamoró a los 15 años. Mientras tanto,
en el colegio reunía a su alrededor toda
una corte de admiradores (los condes
Delawarr y Clare, el monaguillo John
Edleston…). Al finalizar sus estudios,
inició un largo viaje por Portugal,
España, Malta. Albania y Grecia, en
cuyo transcurso sus principales
romances ocurrieron en Grecia (tres
muchachas menores de 15 años, Teresa,
Mariana y Katinka, y algunos
muchachos, como Niccolo y Eustache).
De vuelta a su país, fue a vivir con él su
hermana, Auguste Leigh, casada y con
tres hijos, quien, tras convivir unos
meses, marchó embarazada. Poco
después, Byron pareció estabilizarse al
contraer matrimonio con Anne Isabelle
Milbanke (1792-1860), una reputada
matemática. Pero el matrimonio apenas
duró un año. A punto de dar a luz su
mujer, le gritaba que ojalá muriera en el
parto y que el niño naciera muerto,
prometiendo maldecirla si el niño
sobrevivía. Cuando al fin su esposa dio
a luz una hija, Auguste Ada Lovelace
(que posteriormente se haría también
famosa como colaboradora del gran
matemático Charles Babbage), Byron
afirmó: «¡Un instrumento más de tortura
que me viene de vos!».
Pronto llevó a vivir con ellos a su
hermana Auguste, formándose un extraño
menagè a trois, que divertía sus noches
en escandalosas diversiones. Una de las
más recatadas era la de hacer que las
dos mujeres compitiesen entre sí en un
original concurso de besos, con él de
jurado y parte a la vez, y que
invariablemente acaba con la victoria
de su hermana. Pero ese explosivo
cóctel acabó con la marcha de Auguste y
la expulsión de Anna Isabelle a casa de
sus padres. A partir de entonces los
comentarios sobre las relaciones
incestuosas y adúlteras con su hermana,
de las que había nacido una niña,
Medora, se hicieron incontenibles. A
causa de este escándalo, Byron tuvo que
abandonar Inglaterra para siempre.
Como última prueba de su
excentricidad, se marchó de una forma
nada discreta, como no podía ser menos
de acuerdo a su carácter provocador.
Partió en su lujoso carruaje, que
contenía una cama, una biblioteca y
facilidades completas para cocinar y
comer. Marchó exiliado primero a
Suiza, donde vivió con su amante, Clara,
y con el también poeta Percy Bysshe
Shelley y su mujer, Mary (la famosa
creadora del arquetipo literario del
monstruo de Frankenstein). Pero se las
arregló para compartir su lecho, además,
con una larga serie de mujeres (Mariana
Segati, Margarita Cogni y la joven
condesa Guiccioli, todas ellas casadas)
y de hombres (entre ellos, Loukas
Chalandristanos, un joven griego de
apenas 15 años).

C asada a los 16 años con su primo


Francisco de Asís, conocido
popularmente, por razones obvias, con
el mote de Doña Paquita, la reina
española Isabel II (1830-1904) se
entregó durante toda su vida a una serie
de romances e idilios, más o menos
conocidos, con distintos personajes
palaciegos y con algunos menos
escogidos. Uno de sus más conocidos
amantes fue el general Francisco
Serrano (1810-1885) —conocido como
El General Bonito—, del que se
enamoró aún antes de su boda y al que
colmó de favores hasta convertirlo, sin
duda, en el hombre más poderoso de la
España de la época, poniendo el
gobierno en su poder. Incluso un rumor
falso llegó a asegurar que el general
Serrano era el padre del que luego sería
Alfonso XII.

E n el año 193 de nuestra era, la


guardia pretoriana
formada por unos 12 000 jóvenes
romana,

guardias personales de los césares, se


rebeló contra el emperador Pertinax
(126-193), asesinándole 87 días
después de haberle elevado al trono.
Ante el vacío de poder y optando
diversos candidatos a su sucesión, se
decidió poner a pública subasta el trono
ese mismo año. Hubo dos postores
principales: el suegro del emperador
asesinado y Didio Juliano (133-193), el
senador más rico de Roma. Tras una
encarnizada puja, Juliano ganó con una
oferta de 300 millones de sestercios,
siendo elegido consecuentemente
emperador. Sin embargo, su
impopularidad, unida al hecho de que no
llegara a satisfacer totalmente el importe
de su compra, hizo que su imperio sólo
durase 66 días. Un general romano que
se hallaba en la ciudad iliria de Panonia,
enterado de tan infamante subasta,
volvió a Roma con sus legiones e hizo
decapitar al emperador, proclamando a
Septimio Severo (146-211), padre de
Caracalla y el único africano que ocupó
en toda su historia el trono romano.
Pioneros

E l médico francés de la corte de


Luis XIV J. B. Denis fue el
primero en realizar en 1667 una
transfusión de sangre al inyectar cerca
de un cuarto de litro de sangre de
cordero en las venas de un muchacho
agonizante, que recuperó al poco tiempo
su salud.

U n castrador de cerdos de la ciudad


suiza de Turgovia, Nufer
Alespachin, fue el primer hombre del
que se conozca su apellido que realizara
una operación de cesárea moderna. En
1500, en efecto, se la realizó a su esposa
Elizabeth, siguiendo similar método que
el que venía utilizando con las cerdas
que criaba.

E l 3 de diciembre de 1967, el
doctor sudafricano Christian
Neethling Barnard (1922) realizó el
primer trasplante de corazón de cierto
éxito de la historia. Un hombre de 55
años llamado Louis Wanshkansky, que
padecía una enfermedad coronaria
mortal a corto plazo, recibió el corazón
de una mujer, Denise Ann Darvall, de 25
años, fallecida horas antes en un
accidente de automóvil. Wanshkansky
sobrevivió 18 días.

E l 2 de diciembre de 1982, un
equipo encabezado por el doctor
William De Vries implantó un corazón
artificial al dentista jubilado Barney
Clark, de 62 años. El aparato, llamado
Jarvik 7 (en honor de su inventor,
Robert Jarvik), hecho de poliuretano,
dacron y velcro, reemplazó los
ventrículos del enfermo, que sobrevivió
hasta el 23 de marzo de 1983, es decir,
112 días.
E l 17 de diciembre de 1986, la
paciente Davina Thompson
sobrevivió a un triple trasplante de
corazón, pulmón e hígado, efectuado en
el Papworth Hospital de Cambridge, en
Inglaterra. El 31 de octubre de 1987, el
niño de tres años Tabatha Foster fue
sometido con éxito a un trasplante
múltiple de hígado, páncreas, intestino
grueso, intestino delgado y parcial de
estómago, en el Children's Hospital de
Pittsburgh, en los Estados Unidos.

A las 11:47 del 25 de julio de 1978,


nacía por cesárea Louise Jay
Brown, la primera niña-probeta, en el
Hospital General de Oldham, en
Lancanshire, Inglaterra, pesando al
nacer 2 kilos 600 gramos. Seis años
después, Victoria Ana Perea Sánchez fue
la primera niña probeta española, al
nacer el 12 de julio de 1984, en la
Clínica Dexeus de Barcelona, pesando 2
kilos 470 gramos. Desde que el obstetra
británico Patrick Steptoe y el biólogo
Robert Edwards trajeran al mundo a
Luise Brown, más de 31 000 niños-
probetas más han nacido en todo el
mundo.

E l primer nacimiento extraterrestre


de un ser vivo que se conoce se
produjo en un satélite soviético, dentro
del experimento bautizado Incubadora
II. Se trató de un pichón de codorniz.

H asta la reciente fecha de 1978 no


se pudo decir que habían nacido
seres humanos en todos los continentes
del planeta. En efecto, hasta ese año, en
que nació el niño Emilio Marco Palma
en una base argentina de la Antártida, el
continente blanco no había visto surgir
la vida humana nunca, al menos por lo
que los anales históricos registran.

L os baños de mar se pusieron de


moda en Francia, y luego en todo
el mundo, a partir de 1824, cuando la
duquesa de Berry inició la costumbre de
tomarlos en la playa de Dnieppe.

E l primer anuncio escrito que se


conoce data del año 3000 a. de C.
Es el contenido en un cartel encontrado
en las ruinas de la ciudad egipcia de
Tebas, que ofrece la recompensa de una
moneda de oro a quien capture y
devuelva a su amo un esclavo huido
llamado Shem.

E l primer trasplante de córnea de la


historia fue efectuado con éxito en
1835 por un cirujano del ejército
británico en la India. Este oficial tenía
un antílope tuerto como mascota,
dándose la circunstancia de que su
córnea sana presentaba muchas
cicatrices, por lo que el animal terminó
por quedarse ciego. Ante tal
circunstancia, el cirujano extrajo la
córnea de un antílope muerto y la
trasplantó al ojo de su mascota con total
éxito, consiguiendo que el animal
pudiese volver a ver.

U n esclavo de Cicerón, llamado


Marco Tulio Tirón (91 a. de
C.-4), que solía actuar de secretario del
sabio romano, desarrolló un sistema de
escritura abreviada (formado por unos
cinco mil signos distintos), que permitía
resumir y copiar rápidamente textos de
cartas y discursos con gran exactitud, y
que es considerado como el primer
antecedente conocido de la actual
taquigrafía, siendo llamado desde
entonces con el nombre de Notas
Tironianas. Se sabe que Tirón utilizó
este sistema ya el 5 de diciembre del
año 63 a. de C. en el Senado, cuando
éste debía decidir la suerte del
conspirador Catilina. Tirón, por encargo
de su amo, utilizó su sistema
taquigráfico para tomar un registro
exacto y fiel de todas las diligencias y
de todo lo dicho en los discursos. Se
cuenta que Cicerón premió la utilidad
del invento de su fiel esclavo
otorgándole la libertad.
Entre los cinco mil signos utilizados
por Tirón se hallaba el símbolo & —
correspondiente a la conjunción
copulativa y—, que es, sin duda alguna,
el signo más antiguo que representa a
una palabra y, además, uno de los
símbolos de cualquier género más
habituales en todo el mundo.
Con el tiempo, las notas tironianas
se enseñaron en las escuelas durante
toda la Edad Media, junto a otro método
similar desarrollado por el Papa
Silvestre II. Por cierto, los expertos en
el uso de estas notas fueron llamados
notarios, y ése es el origen de la
palabra castellana actual.

A lrededor del año 3650 a. de C., el


legendario emperador
Huang Ti afirmó que la sangre del
chino

cuerpo humano, fluyendo en un circuito,


era bombeada por el corazón. Hasta
4000 años después, este conocimiento
no se generalizaría en Occidente. En
1616, William Harvey (1578-1657)
aportó la primera evidencia de que esto
era realmente así.
E l primer hombre que afirmó, hasta
donde se sabe, que la Tierra no
era plana, sino esférica, fue el filósofo
griego Anaximandro de Milete (610-547
a. de C.) que, alrededor del año 560 a.
de C., insistió en que nuestro planeta
tenía esa forma.

E n el año 230 a. de C., el filósofo


griego Eratóstenes (276-186 a. de
C.) ya calculó con gran precisión el
tamaño real de la Tierra, mediante el
estudio de las sombras del sol en
diferentes lugares el mismo día.
E l primer griego que observó el
fenómeno de las mareas en el
océano Atlántico fue el navegante y
astrónomo Piteas, al comienzo del siglo
III a. de C., explicando de modo correcto
su origen. Se adelantó unos 2000 años a
Newton en esta aseveración.

B enjamin Franklin (1706-1790) fue


quien denominó Gulf Stream
(«Corriente del Golfo») a la corriente
marítima que, proveniente de la costa
norte de América, trae aguas templadas
a las costas europeas. De hecho,
Franklin fue el primero en trazar y
publicar, en 1769, una carta de
navegación en la que se representaba
esta corriente oceánica. El sabio
estadounidense había notado que los
barcos norteamericanos cruzaban por
regla general el Atlántico en dos
semanas menos que el tiempo que solían
tardar los barcos europeos en hacer la
travesía inversa. Buscando una
explicación a ello, comprobó que los
patrones americanos buscaban y se
aprovechaban de una fuerte corriente
marítima en su camino hacia Europa y
que, sin embargo, rehuían esta corriente
cuando hacían el viaje de regreso.
Franklin realizó precisas mediciones de
temperatura y observó los cambios de
color de las aguas y pudo así trazar en
una carta marítima el curso de lo que
llamó «Corriente del Golfo».

E l primer concurso internacional de


belleza fue convocado por el
controvertido empresario
estadounidense de espectáculos Phineas
T. Barnum. Este primer concurso
moderno del que ha quedado constancia
se celebró en los Estados Unidos en
junio de 1855, actuando como jurado el
propio público del evento. Actualmente,
los concursos con mayor número de
participantes anuales son los de Miss
Mundo y Miss Universo (creados en
1951 y 1952, respectivamente).

H acia el año 1150 a. de C. los


artesanos sepultureros de Tebas y
algunas otras ciudades del Antiguo
Egipto protagonizaron el primer
conflicto laboral que se recuerda, al
reclamar mayores salarios y mejores
condiciones de trabajo.

E l director de orquesta griego


Aristos protagonizó en la antigua
Roma hacia el año 300 a. de C. la
primera huelga personal que se
recuerda. Aristos se negó a seguir
trabajando si no se le concedía tiempo
suficiente para poder comer. El
huelguista consiguió su objetivo.

E l primer presidente de la historia


que recibió oficialmente dicho
título en el mundo fue el estadounidense
George Washington (1732-1799). Era
tan novedoso este cargo, que incluso no
fueron pocos los que propusieron que
George Washington fuera nombrado rey
de los Estados Unidos.

E l primer pirata que enarboló la


conocida enseña de los corsarios
—una calavera y dos tibias blancas
cruzadas— fue el francés Emmanuel
Wynne en el año 1700.

E l primer tratado conocido sobre la


interpretación de los sueños se
debe al griego Artemidoro de Éfeso,
también conocido como Daldiano, que
publicó su obra Onirocriticón en el
siglo II de nuestra era.

E l primer instituto de belleza


conocido fue abierto en París por
una dama de compañía de Catalina de
Medicis, llamada Catalina Caligai.
E l primer restaurante en el sentido
moderno del que se tiene noticia
abrió sus puertas en París en 1765,
cuando un mesonero apellidado
Boulanger, abrió una casa de comidas y
colocó un letrero a su puerta en el que se
leía en bajo latín: «Venite ad me omnes
qui stomacho laboratis et ego restaurabo
vos» («Venid a mi casa hombres que
tenéis el estómago débil y yo os
restauraré»). La frase tuvo éxito y desde
entonces las casas de comidas pasaron a
llamarse «restaurantes» y los cocineros
«restauradores». Por cierto, según el
Libro Guinness, el restaurante más
antiguo del mundo aún en
funcionamiento es Casa Botín de
Madrid, que fue fundado en 1725.

E n 1982 se creó el primer animal


transgénico de la historia,
mezclando genéticamente los caracteres
de varios de ellos. A finales de ese año,
los doctores Palmiter y Brinster
inyectaron el gen de la hormona de la
rata en huevos recién fecundados,
naciendo de ellos los llamados ratones
transgénicos, unos ejemplares gigantes.
Asimismo, el primer animal inscrito en
un registro de patentes fue una ostra. En
abril de 1988, la universidad
estadounidense de Harvard obtuvo la
primera patente de un animal
manipulado genéticamente, el llamado
ratón myc, una criatura portadora de
oncogenes, es decir, de genes humanos
capaces de provocar el cáncer.

E l primer ventrílocuo moderno que


recuerda la historia que utilizara
muñecos fue el barón Von Mengen,
teniente coronel de los Ejércitos
imperiales austriacos, que vivió en
Viena en la segunda mitad del siglo
XVIII.
L a carta personal más antigua que
se conserva fue escrita por un
soldado egipcio alrededor del año 2400
a. de C. En ella, además de otras
consideraciones de índole personal, se
queja de la mala calidad de los
uniformes.

E l sacerdote y biólogo italiano


Lázaro Spallanzani (1729-1799)
demostró en la tardía fecha de 1779 que
el semen era necesario para la
fertilización. En 1785, Spallanzani llevó
a cabo con éxito la primera
inseminación artificial que la historia
recuerda. En aquel año, Spallanzani
inyectó semen de perro directamente en
el aparato genital de una perra aislada
conveniente en un cuarto cerrado. Al
cabo de 62 días la perra dio a luz dos
machos y una hembra.

L a escocesa Marie Charlotte


Carmichael (1880-1958),
doctorada a los 24 años en la
universidad de Múnich en
paleobotánica, desarrolló su primer
trabajo en Japón estudiando fósiles.
Poco después se casó con un antiguo
compañero de estudios. Sin embargo, el
matrimonio no pudo ser consumado por
la impotencia del marido, y sería
anulado muy pronto. Motivada por esta
decepción, varió el sentido de sus
estudios y se dedicó al estudio de la
sexualidad matrimonial, publicando un
manual de vida conyugal, Married Love
(«Amor Conyugal»), que obtuvo un gran
éxito de ventas. A los 37 años, volvió a
contraer matrimonio con un aviador de
40, Humphrey Verdon Roe, con cuya
colaboración publicó en 1918 su
segundo libro, Wise Parenthood
(«Paternidad Responsable»), una guía
práctica de métodos anticonceptivos
que, además de resultar uno nuevo éxito
de ventas, atrajo no pocas iras puritanas
y religiosas. Pese a ellas, Marie
Carmichael y su marido abrieron en
Londres, tres años más tarde, en 1921,
la primera clínica de control de
natalidad de la historia.
Productos de gran
consumo

L as semillas de café, cuyas


propiedades y cualidades fueron
descubiertas, según la tradición árabe,
por un pastor de cabras etíope llamado
Kaldi en el año 850, eran masticadas
por sus antiguos consumidores, que aún
no habían reparado en la posibilidad de
preparar infusiones con ellas. Parece ser
que, hasta el siglo XIII en que lo hicieron
los árabes, nadie probó a cocer los
granos de café para beberse el líquido
resultante.
Desde Etiopía, el café pasó a Arabia
con el nombre de kawa, haciéndose
famoso el cosechado en la ciudad de
Moka, en el actual Yemen (hasta el punto
de que hoy en día el nombre de esta
ciudad es sinónimo de café). El consumo
de café llegó a Europa por dos vías
distintas: por Venecia, a finales del siglo
XVI, a través del comercio de sus
mercaderes, siendo utilizado
principalmente como medicamento,
especialmente como digestivo; y por
Viena, ciudad cuyos habitantes, al
conseguir levantar el cerco a que los
tenían sometidos los turcos, se
encontraron en el campamento de éstos
centenares de sacos abandonados. Un
héroe local, Kolschitzky, reclamó su
posesión como recompensa de sus
acciones y trató de popularizar su
consumo, cosa que no consiguió del todo
hasta que ideó colar la infusión,
haciendo desaparecer los posos que
desagradaban a sus conciudadanos (esta
modalidad de café colado pasó a ser
conocida como «a la vienesa»). Pero
desde entonces, y durante algunos siglos,
el consumo de café levantó grandes
polémicas entre detractores y
defensores. Por ejemplo, en la Turquía
de los siglos XVI y XVII, su consumo fue
castigado con pena de muerte.

M ucho antes de que los califas de


Bagdad denominaran sorbetes
(sharbets) a los refrescos de nieve y
zumo de frutas, ya los chinos los
elaboraban desde aproximadamente el
año 2500 a. de C. Su principal
especialidad eran los aromatizados con
canela. También se conoce el dato de
que Alejandro Magno hacía elaborar
sorbetes para sus tropas y de que el
emperador romano Nerón hacía traer
nieve de las montañas albanesas y de los
glaciares alpinos para ofrecer sorbetes a
sus invitados. Durante el reinado de
Carlos V se fabricaban en España
sorbetes con ayuda de la nieve que se
traía de ciudades de montaña, lo que
hizo surgir el oficio de nevero, entre los
que destacó el catalán Pablo Xarquies,
que fundó en Madrid unos depósitos
subterráneos de hielo para abastecer el
mercado local.
La base del sorbete siguió siendo la
nieve mezclada con frutas y miel hasta
que Marco Polo introdujo en Italia el
método chino que permitía refrigerar
todo tipo de mezclas. Siglos más tarde,
en 1651, surgió el helado moderno
cuando un cocinero francés que servía
en la corte inglesa inventó el primer
helado de crema de leche de la historia.
Con la apertura en 1672 de la primera
heladería de París, fundada por el
siciliano Procopio de Coltelli en la Rue
des Fosser Saint Germain, frente a la
Comedia Francesa, el helado pasó a ser
también un manjar al alcance de los
menos pudientes. En España, destacó la
heladería del napolitano Tortoni, abierta
en 1789 frente al Palacio Real
madrileño, que se especializó en una
galleta rellena de helado, claro
antecedente del helado al corte actual.
Finalmente, en 1923 surgió el polo
(helado de hielo con un palo en su
centro), por iniciativa comercial del
confitero estadounidense Harry Bust, de
la ciudad de Youngstown, en Ohio.

E n la Edad Media, los garbanzos,


como otros muchos alimentos,
fueron catalogados como afrodisíacos,
considerando que su ingestión producía
un aumento de la cantidad de semen.

E n 1853, el chef George Crum


trabajaba como jefe de cocina del
restaurante Monn Lake Lodge's de la
localidad turística de Saratoga Springs,
en el estado norteamericano de Nueva
York. En cierta ocasión, uno de los
clientes, de carácter muy exigente y de
actitud poco amable, se quejó con
obstinación del grosor de las patatas
fritas que le servían. Dispuesto a dejar
de oír tales quejas, Crum decidió cortar
las patatas en rodajas de un grosor cuan
fino fuera posible. Ante la sorpresa del
cocinero, ese tipo de patatas, muy
doradas, no sólo gustaron al cliente en
cuestión, sino a muchos de los demás
comensales, que a partir de entonces
pidieron que se las preparen así. De
hecho gustaron tanto que las patatas a la
Saratoga o patatas saratoga chips se
convirtieron en la especialidad de este
restaurante. Desde allí, se fueron
haciendo populares en todo el país,
hasta que con la invención en 1920 de la
mondadora de patatas mecánica se hizo
posible fabricarlas en grandes
cantidades y venderlas empaquetadas en
la forma que hoy todos conocemos.

E l perrito caliente o hot-dog fue


inventado en la ciudad de Nueva
York, hacia 1906, por Harry Mozely
Stevens, concesionario de puestos de
bocadillos en los estadios de béisbol,
con el nombre de dachhundsausages
(salchichas perro-salchicha). En 1913,
la Cámara de Comercio de Coney Island
prohibió el término inventado por
Stevens, pues podía inferirse de él que
las salchichas estaban hechas con carne
de perro-salchicha, no en forma de
perro-salchicha. Se dice que su actual
nombre se debe al caricaturista
deportivo Thomas Aloysius Dorgan, más
conocido con el seudónimo de Tad.

P arece ser que fue un monje español


del Císter, un tal fray Aguilar, que
había viajado como misionero por
México, quien envió a su congregación
del aragonés Monasterio de Piedra las
primeras muestras de cacao y las
primeras recetas, iniciándose así la
tradición chocolatera cisterciense y la
de su rama reformada de la Trapa. Por
su parte, las monjas del convento de
Guajaca fueron las primeras en tener la
idea de añadir azúcar (otro nuevo
producto americano) al chocolate,
eliminando el sabor amargo y acre del
cacao que originalmente tomaban los
indígenas americanos.

T al vez uno de los más populares


embutidos actuales en todo el
mundo sea la salchicha de Fráncfort que,
pese a su nombre, fue inventada en la
localidad también alemana de Neu-
Isenberg, bastante al sur de Fráncfort.
Allí, en 1860, un carnicero llamado
Georg Adam Müller produjo la primera
salchicha ahumada de Fráncfort, con su
tradicional color rojizo y el grosor de un
dedo, combinando en su interior un 75%
de carne magra de cerdo y un 25% de
grasa, más sal, pimienta y nuez moscada.

B etsy Flanagan trabajaba de


camarera en un modesto bar de
Westchester County, en el estado
norteamericano de Nueva York, durante
la Guerra de Independencia
norteamericana. En su trabajo tenía la
costumbre de remover las bebidas que
preparaba con una pluma de cola de
gallo. Cierto día, un soldado francés que
formaba parte de un grupo de clientes, al
probar el combinado que le acababa de
preparar Betsy, gritó mezclando inglés y
francés: «Vive le cock's tail!» (es decir,
«¡Viva la cola de gallo!»), frase que
tuvo fortuna y rápidamente se hizo
popular entre los soldados combatientes
en aquella guerra, designando
genéricamente a partir de entonces a
todos los combinados alcohólicos o
cócteles.

E l whisky aparece mencionado por


primera vez en los documentos de
la casa real de Escocia de 1494. Pero
desde el principio la historia de esta
bebida estuvo llena de conflictos. Tan
sólo seis años después de esa fecha, las
autoridades escocesas prohibieron su
venta «a cualquier persona que no sea
barbero o cirujano», intentando pues
circunscribir su consumo al uso
farmacológico. Obviamente, tal decreto
no tuvo éxito. Como tampoco lo tuvo la
iniciativa legislativa del Parlamento
escocés de 1579 que prohibía la
fabricación del agua de la vida a todos
sus súbditos, exceptuando lores y
gentilhombres. Por encima de
prohibiciones y gravámenes abusivos, la
historia del whisky se fue desarrollando
sin altibajos hasta llegar a su pujanza
actual.
L os españoles fueron testigos de la
gran importancia que tenía la
patata en la civilización inca,
comprobando que, incluso, la habían
divinizado con el nombre de Papamama,
una diosa con forma de patata a la que
adoraban y mantenían de buen humor por
medio de sacrificios humanos. Pero la
planta de la patata (solanum tuberosum)
no se conoció en Europa hasta el siglo
XVI, y aún entonces era considerada
como una curiosidad botánica.
La más extendida versión de la
llegada a Europa de la patata adjudica a
los españoles (concretamente a los
exploradores y colonizadores del Perú)
su introducción en el Viejo Mundo.
Otros cronistas, generalmente
anglosajones, afirman que fueron los
corsarios británicos Walter Raleigh o
Francis Drake los que dieron a conocer
este tubérculo en la corte de la reina
Isabel I de Inglaterra hacia 1585; pero
parece, más bien, que lo que dieron a
conocer fue la patata dulce o batata. De
lo que hay constancia es que la patata ya
es mencionada en los libros de
contabilidad sevillanos de 1573. Y de
que el Hospital de la Sangre de Sevilla
fue el primer lugar de Europa donde se
sirvieron para la alimentación humana.
Este hospital incluía patatas en la dieta
de sus enfermos, así como en la comida
gratuita que repartía entre soldados y
mendigos. Todos los datos apuntan a que
en 1565, Felipe II instó a los
colonizadores del Perú a que le trajeran
un cesto de patatas. Más tarde, el
monarca español envió parte de este
cargamento al Papa Pío IV, enfermo,
alentándole a que ingiriera aquellos
tubérculos como remedio para sus
males. A su vez, el Papa envió al
cardenal holandés Philipp de Silvry,
también de salud precaria, unas patatas
para aliviar su enfermedad. El jardín
botánico de Viena obtuvo los tubérculos
a través de éste último. Todo parece
indicar que las patatas comenzaron a
extenderse por Europa mediante esta
larga cadena de hechos semi-fortuitos.
Pronto se dieron a conocer tímidamente
en Irlanda, Austria, Suiza y Alemania,
donde en el transcurso de la Guerra de
los Treinta Años paliaron el hambre.
Los franceses comenzaron a consumirla
desde que Antoine Auguste Parmentier
(1737-1813), herido durante la citada
guerra, sobreviviese varios meses en
una granja alemana alimentándose casi
exclusivamente con patatas y,
agradecido al tubérculo, lo popularizase
a su vuelta a Francia.
No obstante, al principio se seguía
considerando la patata exclusivamente
como un remedio médico. Salvo esta
utilidad farmacológica, su único éxito
inicial se debió a la belleza de sus
flores blancas, rosa pálido y azules que,
por iniciativa del rey francés Luis XVI,
pasaron a ser uno de los adornos más de
moda en la época. Así comenzó a
cultivarse en los jardines privados de
algunos aristócratas. Y de los jardines,
poco a poco, fue pasando a las mesas.
Sin embargo, el pueblo llano era muy
remiso a su consumo, porque había
probado repetidamente las bayas y las
hojas y había constatado que estas partes
de la planta eran venenosas, lo que les
hacía pensar con cierta lógica que
también los tubérculos lo serían. E
incluso en algunas regiones, como en
Borgoña en 1610, fue prohibido su
consumo por considerarse que «su
ingestión frecuente provoca lepra».
Hasta la hambruna que sobrevino tras
las malas cosechas de los años 1767,
1768 y 1769 no se extendería con cierta
timidez su consumo generalizado.
Sucesivas malas cosechas y
consiguientes hambrunas fueron
reforzando su papel y su importancia en
los hábitos culinarios de los europeos.
S egún una larga tradición árabe, un
mercader que partía de viaje
almacenó leche en unos odres
confeccionados con panzas de cordero.
Al ir a consumirla, se encontró con la
sorpresa de que la leche había cuajado
en una masa semi-líquida, en la que
sobrenadaba un líquido blanquecino (el
suero). De esta forma tan casual, según
la leyenda árabe, habría nacido el
queso. Sin embargo, su invención
aparece mencionada en muchas
tradiciones y leyendas anteriores. Entre
otras, la del mítico pastor griego
Aristeo, hijo de la ninfa Cirene y del
dios Apolo, al que dio a conocer el
centauro Cirón el arte de elaboración
del queso. Otras leyendas mencionan a
Amaltea, nodriza de Zeus, quien al
amamantar al dios dejaba rezumar la
leche (hecho que provocó la leyenda de
la Vía Láctea, por cierto) que se
transformaba en queso. Por otra parte,
Citesia, médico griego de la corte de
Nínive, cuenta que los panoteos,
legendario pueblo de grandes orejas que
vivía en la ribera de un río sagrado, ya
lo elaboraban como ofrenda a los
dioses. No obstante, las primeras
referencias escritas, no mitológicas, de
elaboración de queso se encuentran en el
Rig-Veda, un antiquísimo compendio de
himnos sagrados de los pueblos de la
India. De la coagulación de la leche se
habla también en el tercer libro de
Manu, que es anterior a la redacción del
Pentateuco por Moisés. Y un friso
sumerio demuestra que este pueblo ya
elaboraba queso en el tercer milenio
antes de Cristo.

E l consomé, contra de lo que se


cree habitualmente, no es un plato
de origen francés, sino español. Los
soldados napoleónicos saquearon la
biblioteca del monasterio de Alcántara
y, entre otras cosas, se llevaron a
Francia un recetario de cocina que
habían atesorado los monjes. En él se
encontraba, con el nombre de
consumado o consumo, lo que los
franceses llamaron rápidamente
consommè.

L a primera mención del tabaco


hecha por un europeo se encuentra
en el diario del primer viaje de
Cristóbal Colón exactamente en una
anotación fechada el 15 de noviembre
de 1492, según la cual dos marineros
informaron al Almirante del encuentro
con unos indios que, como se puede
colegir por los datos aportados, fumaban
tabaco. Pero fue el soldado y aventurero
español Rodrigo de Jerez (aunque otros
señalan el nombre de fray Roberto Pane)
quien trajo a Europa las primeras hojas
de tabaco, iniciando su consumo, ya en
forma de rapé, ya liadas en cigarros
puros. En palabras de su mujer, Rodrigo
de Jerez era hombre que «traga fuego,
exhala humo y está seguramente poseído
por el demonio».
El francés Jean Nicot (1530-1600)
—de cuyo apellido se deriva la palabra
nicotina aplicada al principal alcaloide
aislado mucho después en el tabaco—,
durante algunos años embajador de la
corte francesa en Portugal, descubrió en
la Farmacia Real de Lisboa una hierba
de las Indias que estudió y halló
extraordinariamente eficaz contra el
cáncer, el herpes y la sarna, y que no era
otra que el tabaco (que había pasado
desapercibida años antes cuando la
llevó por primera vez a Francia el
monje fray Andrés Thevet).
Entusiasmado por su descubrimiento,
envió unas muestras a la reina consorte
de Francia, Catalina de Medicis, que
pronto comenzó a consumir lo que se
llamó polvo del embajador, dando lugar
a una moda que muy pocos cortesanos
franceses ignoraron. Nicot envió otra
pequeña partida al Padre Superior de la
Orden de Malta. Poco después regresó a
París con un cargamento de tabaco, con
el que amasó su primera fortuna. Tanto
él como la planta, que fue conocida
como nicotiana, se hicieron
verdaderamente famosos no sólo en
Francia, sino también en otros puntos de
Europa.
Poco después de extenderse la
costumbre de fumar tabaco surgirían los
primeros detractores. En Inglaterra, país
donde llegó de la mano de Francis
Drake, siendo Walter Raleigh quien
difundió los materiales y utensilios
necesarios para fumarlo, topó con la
enérgica oposición del rey Jaime VI de
Escocia, que luego sería Jaime I de
Inglaterra, que encontraba repugnante la
costumbre de fumar en pipa (aunque
algunos historiadores matizan que más
bien su rechazo se debió a que el
comercio del tabaco estaba en manos de
los españoles). Viendo que no podía
erradicar el vicio, decidió elevar su
precio para rebajar el consumo. En
1608, creó el impuesto del tabaco y
elevó las tasas aduaneras para su
importación en un 4000%. Mientras
tanto, Raleigh había fundado, en un
territorio que después pasaría a formar
parte de los Estados Unidos, la colonia
de Virginia, uno de cuyos pilares
económicos fue precisamente el cultivo
y elaboración de tabaco.
Al poco tiempo de comenzar a
propagarse el consumo del tabaco por
Europa, la Iglesia prohibió
terminantemente fumar dentro de sus
recintos sagrados. En España, el primer
síntoma de rechazo hacia el tabaco, y
más específicamente hacia el rapé,
partió de Bartolomé de la Cámara,
obispo de Granada, que no aceptaba de
buen grado los continuos estornudos de
sus feligreses durante los oficios
sagrados, prohibiendo su uso. En el
siglo XVII, el zar Miguel Feodorovich
(1596-1645) ordenó cortar la nariz a
todo aquel al que se le encontrara tabaco
encima. Por aquellas fechas, también el
sultán otomano Murad o Amurates IV
(1611-1640) decretó la pena de muerte
para el que fumara tabaco. Hacia 1650,
su consumo fue también prohibido en
Sajonia, Baviera, Zúrich (donde la curia
local incluyó un nuevo mandamiento
referido al «no fumarás») y otras
regiones de la gran Alemania.
Por lo que respecta a España, el
número de fumadores de tabaco aumentó
en primer lugar en Andalucía, lo que
llevó a que la corona monopolizase la
producción, creando, en 1620, la
primera fábrica europea de tabacos en
San Pedro, Sevilla, y en 1636, la
Tabacalera Española. El cigarrillo se
inventaría muchos años después,
probablemente en Sevilla. En el siglo
XVI, sólo los nobles y hacendados
podían permitirse el lujo de fumar
cigarros puros. La costumbre de tirar las
colillas al suelo en cualquier lugar
donde estuviesen, incitó a los menos
pudientes a recogerlas, machacar el
tabaco que aun contuviesen, y fumarlo
envuelto en láminas de papel.

E l origen del ron parece provenir


de las actividades de una
comunidad de frailes dominicos
establecida en la isla caribeña de
Guadalupe, en el archipiélago de las
Antillas Francesas, que destilaban, hacia
la segunda mitad del siglo XVII, un ron
primitivo al que denominaban grappe
blanche. Se sabe que el superior de esa
comunidad, el padre Jean Baptiste
Labal, cayó enfermo de fiebres de malta
algunos años después y que, ante la
maravillada estupefacción de sus
hermanos, fue curado con una infusión
de ron de caña y de hojas verdes de
tabaco.

H ay al menos tres leyendas


orientales que narran el
descubrimiento de la infusión de té. La
primera, la del emperador chino Shen-
Nung o Ching-Nung que, unos 3000 años
a. de C., tuvo la fortuna de que le
cayeran unas hojas en un recipiente en el
que hervía agua. La segunda narración
nos habla de un monje budista que lo
descubrió hacia el año 500 de nuestra
era. Este monje estaba cumpliendo un
voto sagrado de velar durante siete años
para honrar a Buda. Comoquiera que, a
los dos años de no dormir, se sintió por
primera vez, según relata la leyenda,
algo cansado, arrancó algunas hojas de
té y las masticó. Casi al instante se
sintió refortalecido. Desde entonces,
masticó y luego también preparó
infusiones de hojas de té para aliviar su
cansancio. La tercera leyenda, y sin
duda la más poética, procede del Japón.
Según ella, el té nació de los párpados
caídos al suelo de un santo varón que se
los cortó para que el sueño no
interrumpiera sus oraciones nocturnas.
Muchos siglos después, los portugueses
y holandeses introdujeron el uso de las
infusiones de té en Europa, aplicándose
al principio como remedio contra la
jaqueca, la gota y otras afecciones
similares.

L a primera evidencia histórica de


elaboración de bebidas
alcohólicas se encuentra en un papiro
egipcio, datado hacia el año 3500 a. de
C., en que se detalla la construcción de
una destilería.

L a salsa mahonesa o mayonesa,


oriunda como su nombre indica de
la ciudad de Mahón, en la isla de
Menorca, adquirió renombre a
comienzos del siglo XVIII en toda
Europa de la mano del duque de
Richelieu, mariscal galo, que fue quien
importó su receta a la corte francesa,
con el nombre de salsa de Mahón, tras
haberla probado durante el sitio de esa
ciudad menorquina.
E l licor Benedictine fue creado por
Dom Bernardo Vincelli, un monje
benedictino francés. Destruido durante
la Revolución Francesa el monasterio de
Fécamp donde se fabricaba
tradicionalmente, y salvada
providencialmente la fórmula del licor,
el comerciante Le Grand restableció su
elaboración, etiquetando sus botellas
con las siglas D.O.M. de Deo Optimo
Maximo. Actualmente la principal
destilería de este licor se halla en el
mismo lugar que ocupó la abadía
original.
E l chartreuse es un licor obtenido
con plantas aromáticas propias de
los Alpes. Se comenzó a elaborar en la
Grand Chartreuse, o Cartuja Mayor, en
las proximidades de Grenoble, en
Francia, por los monjes de la regla de
San Bruno. Según la tradición, la
fórmula fue donada a los monjes por el
mariscal D'Estrées. Al ser expulsada la
orden de Francia en 1880, sus monjes se
establecieron en Tarragona, donde
continuaron la fabricación de este licor.

E n 1869, Napoleón III ofreció una


recompensa a quien lograra un
producto sustitutivo de la mantequilla.
El ganador fue el científico francés
Mèrge-Mouriès, que mezcló grasas
animales creando un nuevo producto
desconocido hasta entonces. Al observar
este nuevo producto con el microscopio
se veía una masa formada por pequeños
glóbulos blancos, que parecían infinitas
palitas, por lo cual decidió llamarlo
margarina, nombre derivado del griego
margaron («blancura de perlas»).

S egún una edición de 1929 de la


revista gastronómica The
Macaroni Journal, Marco Polo, en una
de sus exploraciones asiáticas por mar,
mandó a tierra un marinero de su
tripulación para reponer las provisiones
de agua dulce. Al desembarcar, éste
marinero encontró una aldea en la que un
nativo y su mujer estaban preparando un
extraño alimento en forma de largos
hilos que cocían en agua hirviendo. El
marinero probó aquel manjar y, enterado
por los nativos del secreto de su
preparación, llevó este conocimiento a
Italia, donde la elaboración de estos
hilos y las demás formas de preparar la
pasta se hicieron pronto muy populares.
Contaba la revista, además, que el
nombre del marinero no era otro que
Spaghetti. Hoy se sabe que esta historia
es totalmente falsa. Marco Polo admitió,
al parecer, haber comido lasaña en
Fanfur (lo que se supone que es hoy en
día Sumatra) elaborada con harina del
árbol del pan. Sin embargo, el libro en
que Marco Polo narraba sus aventuras
fue publicado en 1298 y hoy sabemos
que veintiún años antes, el notario
genovés Scarpa hablaba ya de los
macarrones. Incluso, los antiguos
etruscos comían pasta hecha en casa,
como atestiguan los relieves
encontrados en una tumba del siglo IV a.
de C.
Rarezas y curiosidades
varias

M atej Gaspar, nacido el 11 de


julio de 1987 en la por entonces
aún Yugoslavia, recibió simbólicamente
el apelativo de Habitante Número 5000
Millones del planeta por parte del
Secretario General de la ONU, a la
sazón Javier Pérez de Cuéllar.

O ctavio Guillén y Adriana


Martínez, una pareja de
mexicanos, mantuvieron su noviazgo
durante 67 años, casándose finalmente
en junio de 1969, cuando ambos tenían
82 años. No hay referencia de cuánto
duró y cómo resultó el matrimonio.

E s algo poco sabido que en la


ribera del río Guadalquivir existió
una compañía española de conservas de
caviar que se surtía de las capturas de
esturiones del propio río español, cuya
principal fábrica (Doña Pepita) estuvo
instalada en el pueblo sevillano de
Coria del Río. La calidad de este caviar
andaluz era muy considerada y su precio
alto, pues la producción no era
abundante. Hacia 1965 la contaminación
del río acabó definitivamente con los
esturiones de sus aguas y desapareció
aquella floreciente industria.

L a sonda espacial Pioneer 10,


lanzada al espacio el 3 de marzo
de 1972 y cuyo seguimiento abandonó la
NASA en 1986, al rebasar la órbita de
Plutón, viaja en estos momentos hacia
los cometas lejanos que
tradicionalmente señalan el límite de
influencia de la gravedad solar (y, por
tanto, la convencional frontera de
nuestro sistema solar conocida
científicamente como heliopausa). Sin
embargo, aún tardará unos 10 000 años
en cruzar la distancia que le separa de
este cinturón de cometas. También se
hallan camino del profundo universo,
más allá de los confines del Sistema
Solar, las naves Voyager 1, Voyager 2 y
Pioneer 11.

E l ingeniero británico Jacob Alfred


Ewing propuso en 1933 que se
suspendiera temporalmente la carrera de
inventos para permitir la asimilación e
integración de los ya existentes y la
evaluación y selección de los objetivos
futuros. Ni que decir tiene que su
propuesta fue totalmente ignorada.
L a edición dominical del diario
norteamericano New York Times
de agosto de 1987 es considerada como
el periódico más pesado nunca
publicado, con sus increíbles 6,35 kilos.
En cuanto a las ediciones diarias, el
récord lo tiene el ejemplar de este
mismo periódico del 17 de septiembre
de 1967, formado por 964 páginas, que
pesaba 3,4 kilogramos.

U nos de los galardones


internacionales que gozan de un
mayor —y bien ganado— prestigio de
independencia y libertad de concesión
son, sin duda, los premios Nobel. No
obstante, en su historia se han producido
no pocas elecciones calificables, cuando
menos, de polémicas. Por ejemplo, en
1974, el jurado encargado de la
concesión anual del premio de Literatura
galardonó a dos de sus propios
miembros, los suecos Eyvind Johnson
(1900-1976) y Harry E. Martinson
(1904-1978), prácticamente
desconocidos fuera de su país,
desechando a una serie de candidatos
presentados oficialmente aquel año, a la
cabeza de los cuales estaban literatos de
la categoría de Graham Greene,
Vladimir Nabokov o Saul Bellow (éste
sería galardonado al año siguiente).
En 1905 obtuvo el premio Nobel de
la Paz la austríaca Bertha von Suttner
(1813-1914), famosa autora de la novela
¡Abajo las armas!, que había sido
secretaria particular de Alfred Nobel
hasta su muerte (y tal vez algo más que
eso), razón por la cual ella misma ya
esperaba el primer premio, concedido
en 1901. Sin embargo, tuvo que esperar
cinco años hasta que uno de los testigos
del testamento de Alfred Nobel, y
además sobrino suyo, hiciera fuertes
presiones sobre los jurados noruegos de
este premio para que fuera galardonada
en correspondencia, según dijo el
propio jurado, a su condición de
«conductora de los movimientos de la
paz».
En 1930, se concedió el Premio
Nobel de la Paz al sueco Nathan
Söderblom (1866-1931), en quien
concurrían los méritos de ser, por una
parte, arzobispo de Upsala y primado de
la Iglesia Luterana sueca y un
relativamente destacado pacifista en
labores de mediación internacional, y
por otra, amigo y confesor personal de
Alfred Nobel, a quien acompañó en sus
últimos días.

L os intentos de inventar una lengua


universal han sido muchos a lo
largo de la historia y no todos parecen
demasiado lógicos. Desde la época de
Descartes hasta la actualidad se han
inventado no menos de 700 idiomas
artificiales. Por ejemplo, el escocés
Dalgamo ingenió un idioma artificial
compuesto por palabras formadas por
agregación de distintas letras cuya
presencia indicaba el significado; así, la
n indicaba que la palabra se refería a
seres vivos; si la n se combinaba con la
griega eta, formaba el concepto
«animal»; si se completaba con la k, se
refería a cuadrúpedos, etcétera, etcétera.
El tutónico, que mezcla un inglés
básico con un alemán básico, fue otro
intento de lengua universal nacido a
finales del siglo pasado y desaparecido
en su misma infancia. Otra iniciativa fue
la de una extraña mezcla de griego, latín
y chino. O la propuesta de un grupo de
estadounidenses que creó un inglés
básico de 850 palabras.
En 1817, el francés François Sudre
creó el solresol, idioma artificial
basado en la escala musical. En él, por
ejemplo, la nota do indicaba afirmación;
re equivalía a la conjunción copulativa
y; mi, equivalía a la conjunción
disyuntiva o; mientras que la palabra
solasi significaba «ir hacia arriba»,
puesto que se componía de tres tonos
ascendentes. Lo que más entusiasmó a
sus escasos seguidores es que este
lenguaje podía ser cantado.
En el año 1879, el religioso alemán
Johann Martin Schleyer (1831-1912) dio
a conocer el volapük, que vino a
significar un intento mucho más serio
que todos los anteriores de crear un
idioma universal. Semejante en
estructura gramatical al turco y al
magiar, obtuvo un cierto éxito inicial a
finales del siglo XIX. Se llegaron a
publicar hasta 316 libros de gramática
distintos, traducidos a 26 idiomas;
mientras se editaban 25 revistas y 283
clubes promocionaban esta lengua
artificial. Sin embargo, su declive
provino de un congreso internacional en
el que el propio Schleyer bloqueó la
introducción de algunos cambios en su
gramática, bajo el argumento de que
aquél era su idioma y nadie estaba
autorizado para cambiarlo. Cortedad de
miras ciertamente notable para el
creador de un idioma pretendidamente
universal.
Sólo uno de los muchos idiomas
artificiales ha llegado a superar los cien
años de vida con un relativo éxito: el
esperanto, creado por el oftalmólogo
ruso-polaco Luis Lázaro Zamenhof
(1859-1917) en 1887. Su base está
formada por la síntesis de varias lenguas
europeas y su gramática se resume en 16
reglas, lo que asegura su aprendizaje en
un corto periodo de tiempo, hecho al que
ayuda su pronunciación totalmente
fonética. Se calcula que hoy en día es
hablado por unos 5 millones de personas
de todo el mundo, habiendo generado
una incipiente literatura propia, además
de haber visto traducidas a su
vocabulario un gran número de obras de
la literatura universal. A pesar del
estancamiento de su difusión, cuando no
de su declive, en la actualidad emisoras
de radio lo utilizan en algunos
programas y el sistema telegráfico
internacional lo acepta como medio de
comunicación junto al resto de las
lenguas vivas y al latín.

S egún el registro civil, el verdadero


nombre de Pablo Picasso (1881-
1973) era Pablo Diego José Francisco
de Paula Juan Nepomuceno Crispín
Crispiano de la Santísima Trinidad Ruiz
y Picasso.

L a compañía japonesa Matsushita


Electric Co., preocupada por
mejorar el ambiente laboral de sus
distintos centros de trabajo, preparó al
efecto hace algunos años un cuarto de
esparcimiento para los trabajadores, en
el que se instalaron toda clase de
servicios, incluyendo unos maniquíes
con los rasgos físicos de los jefes, que
los empleados podían golpear con
bastones puestos a su disposición, como
desahogo de las posibles tensiones del
trabajo diario.

E l número pi (que representa la


relación entre la longitud de la
circunferencia y su diámetro, y cuyo
valor es un número inconmensurable que
comienza 3,14159226…) fue calculado
hasta un millón de cifras decimales en
1973 por los matemáticos franceses Jean
Guilloud y Martine Bouyer mediante un
potente ordenador. El resultado fue
publicado en un libro de 400 páginas (es
de suponer que de lectura bastante
monótona y aburrida). En 1988, el
japonés Yasumasa Kanada logró
calcular hasta 201 millones de
decimales de pi. Esa hazaña fue
superada poco después por los
hermanos Gregory y David Chudnovsky,
de la universidad estadounidense de
Columbia, que sirviéndose de un doble
cálculo (posteriormente cotejado)
efectuado por un ordenador IBM 3090 y
por un superordenador CRAY-2,
calcularon 1 011 196 691 decimales de
pi. Sin embargo, estos esfuerzos
hubieran sido inútiles, caso de haber
prosperado la iniciativa legislativa de la
Asamblea del estado norteamericano de
Indiana que, en su decreto número 246
de 1897, estableció que el valor de jure
del número pi era 4.

E n una subasta celebrada en


Londres el mes de julio de 1991,
un preservativo de principios del siglo
XIX fue adquirido por la respetable
suma de 600 000 pesetas. Estaba hecho
con tripas de cerdo y adornado con
dibujos eróticos, y fue comprado por un
sueco coleccionista de este tipo de
objetos.

E l toro bravo Llavero, de la


ganadería navarra de Carriquiri,
lidiado en la plaza de Zaragoza el 14 de
octubre de 1860, fue picado en 53
ocasiones seguidas, sin que ello
mermara sus aptitudes para el resto de
los tercios. Fue tal su bravura, que el
público le perdonó la vida. Caso similar
es el del toro Cisquero que el 22 de
abril de 1867 tomó 19 varas, mató a 6
caballos, saltó la barrera y rompió la
puerta de un tendido.
E n 1786, el alemán S. G. Vogel
inventó la llamada infibulación,
un sistema para encerrar en cajas
portátiles ambas manos, con objeto de
impedir la masturbación.

E n un estudio sobre el mecanismo


de creación de los rumores, el
investigador Jean-Nöel Kapferer relata
un famoso caso extremo ocurrido en la
prensa europea durante la Primera
Guerra Mundial. Todo comenzó al
informar el periódico alemán Kölnische
Zeitung de la toma de la ciudad belga de
Amberes por el ejército alemán, con el
siguiente titular: «Las campanas sonaron
con la noticia de la caída de Amberes»,
entendiéndose que se refería a las
campanas alemanas. Pues bien,
basándose en esta noticia, el diario
francés Le Matin informó como sigue:
«Según el Kölnische Zeitung, los
párrocos de Amberes se vieron
obligados a tocar sus campanas una vez
que las defensas habían caído». El turno
tocó entonces al londinense The Times,
que daba su versión: «Según Le Matin,
que reproduce una noticia de Colonia,
los sacerdotes belgas que se negaron a
hacer volar sus campanas después de la
caída de Amberes han sido depuestos de
sus funciones». La noticia se va
complicando cuando la hace pública el
italiano Corriere de la Sera: «Según
The Times, que cita noticias de Colonia
comentadas en París, los desafortunados
sacerdotes que se negaron a hacer sonar
sus campanas han sido condenados a
trabajos forzados». Pero la cuestión
queda rematada cuando de nuevo Le
Matin informa sobre el suceso: «Según
una información del Corriere de la
Sera, vía Colonia y Londres, se ha
confirmado que los bárbaros ocupantes
de Amberes han castigado a los
sacerdotes que heroicamente se negaron
a repicar las campanas, colgándolos de
ellas con la cabeza hacia abajo, como un
badajo vivo».

S e ha calculado que uno de los


deportistas mejor pagados de toda
la historia fue el auriga (conductor de
cuadrigas) romano Cayo Apuleyo
Diocles, que ganó unos 35 millones de
sestercios en el primer siglo de nuestra
era.

L a princesa Ana de Inglaterra,


participante en las pruebas de
equitación, fue la única deportista
participante en los Juegos Olímpicos de
Montreal de 1976 que no se sometió a
las pruebas de sexo, en virtud de su
status real.

E l combate de boxeo más largo de


la historia conocida de este
deporte se disputó en Nueva Orleáns en
1893, enfrentando a Andy Bowen y Jack
Burke durante 110 asaltos, a lo largo de
7 horas y 19 minutos. La pelea acabó en
combate nulo.

E n 1515 se prohibió en España la


fabricación de dados a causa de la
preocupación que las autoridades
mostraron por el creciente vicio por este
juego que se estaba extendiendo por
todo el país.
P ara demostrar que, llegada la
circunstancia, los tripulantes de
los submarinos hundidos podrían
salvarse siendo lanzados a través de los
tubos lanzatorpedos sin sufrir daños, en
1909, el alférez estadounidense Kenneth
Whiting se hizo lanzar de esta manera a
través de las toberas del submarino
Porpoise, sumergido en aguas filipinas,
sin sufrir daño alguno.
Salud y enfermedad

L a epidemia de peste bubónica (la


llamada Peste Negra) que asoló
Europa a partir de 1348 comenzó a
mostrar su máxima virulencia a partir de
un primer brote ocurrido en Florencia y
otras ciudades italianas. Causó una
mortandad enorme: según cálculos
aproximativos, la población europea,
que oscilaría en vísperas de la epidemia
entre los 73 y los 85 millones de
habitantes, habría disminuido a 51
millones en el año 1350 y a sólo 45 en
1400. El drama fue inmenso. Venecia,
que antes de la epidemia contaba con
100 000 habitantes, perdió unos 70 000;
Florencia, donde vivían otras 100 000
personas, vio reducida su población a la
mitad; en Barcelona murieron 38 000
personas de las 50 000 que la habitaban.
Dante describió en El Decamerón los
síntomas de la enfermedad con las
siguientes palabras: «Nacíanles a las
hembras y varones, en las ingles o en los
sobacos, unas hinchazones que a veces
alcanzaban a ser como una manzana
común (…) Daba la gente ordinaria a
estos bultos el nombre de bubas. En
poco tiempo, las mortíferas
inflamaciones empezaron a aparecer
indistintamente en todas las partes del
cuerpo, y después los síntomas de la
enfermedad se trocaron en manchas
negras o amoratadas que brotaban en los
brazos, los muslos y cualquier parte del
cuerpo, ora grandes y espaciadas, ora
apretadas y pequeñas. Y así como la
buba era y seguía siendo signo certísimo
de muerte, éranlo también estas
manchas».

E l 15 de junio de 1975, un
malagueño era mordido por su
propio perro, que estaba enfermo de
rabia. Las mordeduras del animal le
provocaron la muerte el 2 de septiembre
siguiente. Desde que en 1966 se
considerase oficialmente extinguida en
nuestro país, éste es el único caso
registrado de fallecimiento por rabia de
un ser humano.

E n el antiguo Egipto, ya conocían y


trataban la diabetes bajo el
nombre de inundación de orina, como
demuestra el llamado Papiro de Herbes,
datado hacia el año 1550 a. de C. En su
tratamiento se utilizaban mezclas de
hueso, papilla de cebada recién
preparada, granos de trigo, tierra verde
de plomo y agua que, una vez
preparadas, se dejaban reposar, se
colaban y se tomaban durante cuatro
días seguidos. A lo largo de muchos
siglos se continuó ignorando el origen
de esta enfermedad. Por ejemplo,
Paracelso (1493-1541) creyó que la
diabetes era causada por una sal seca
que se aferraba al riñón, añadiendo: «no
es otra cosa que un exceso de orina y
ganas de orinar. La causa de este mal
consiste en un exceso de calor en los
riñones».

H asta 1735, la difteria era una


enfermedad benigna, pero en esa
fecha adquirió repentina e
inesperadamente su carácter maligno en
el curso de una epidemia que afectó a la
ciudad de Kingston, en el estado
norteamericano de New Hampshire. Hoy
en día, esta enfermedad está casi
prácticamente erradicada en Europa.

A l parecer, en el curso de sus


múltiples viajes, el explorador
británico Henry Morton Stanley (1841-
1904) resultó infectado y propagó la
enfermedad del sueño por amplias áreas
de África que hasta entonces no la
habían sufrido. En 1887, tras su famoso
encuentro con el doctor David
Livingstone (1813-1873), el gobierno
británico envió a Stanley a rescatar al
explorador alemán Eduard Schnitzer
(1840-1892), que se hallaba bloqueado
en el lago Alberto. Hasta allí llegó
Stanley en 1888, viajando a través del
río Congo. De los 646 porteadores
nativos que le acompañaban al iniciar el
viaje, unos 400 sucumbieron a la
enfermedad. Cuando ambos hombres
iniciaron su camino hacia Tanganika,
fueron dejando tras de sí la plaga. Los
efectos fueron terribles: en dos años,
murieron 57 000 indígenas de las islas
Buvuna, en el lago Victoria, en cuya
orilla ugandesa se produjeron unas 200
000 víctimas. Y a lo largo del río
Congo, hasta el lago Alberto, más de
medio millón de muertos. Felizmente,
Schnitzer logró ser rescatado, pero a
costa de que las andanzas de Stanley
provocaran una extraordinaria
mortandad.

A mediados del siglo XIX, la


pequeña isla del Príncipe, situada
frente a las costas de Guinea Ecuatorial
(y que hoy forma un estado
independiente, junto a su isla vecina,
Santo Tomé), era un próspero enclave
portugués cercano al corazón de África.
Debía gran parte de su prosperidad a
Doña María, una emprendedora dama de
noble abolengo cuyas propiedades y
palacios se extendían por toda la
colonia. Doña María no era ni mucho
menos una terrateniente ociosa. Muy
preocupada por el desarrollo económico
de Príncipe, hizo traer a la isla vacas y
toros desde Gabón, iniciando una
actividad ganadera que aumentó el
bienestar de sus conciudadanos, pero
que significaría su ruina. A lomos de las
reses importadas llegó a la colonia la
mosca tse-tsé: un insecto chupador de
sangre que hasta entonces se extendía
sólo por el África Oriental
subsahariana, donde provocaba
continuas epidemias de enfermedad del
sueño. En 1890, hubo que importar mano
de obra de Angola, una zona en la que ya
se había detectado la enfermedad. La
mosca tse-tsé se cebó en los recién
llegados y quedó contaminada con el
parásito causante de la terrible
enfermedad. A partir de entonces, las
moscas, picando indiscriminadamente a
hombres y bestias, propagaron la
enfermedad, causando una virulenta
epidemia. En pocas semanas, hubo que
sacrificar todo el ganado. La gente
moría a centenares. En 1907, sólo
quedaban 350 personas de una
población original de 5000. Finalmente,
como consecuencia de la enfermedad
del sueño, la isla quedó prácticamente
desierta.

E n 1967, la Sociedad Criológica de


California (ALCOR) comenzó a
congelar cuerpos de clientes recién
fallecidos, entre los que siempre se
rumoreó que estaban los de Howard
Hughes y Walt Disney, extremo que
nunca ha podido ser comprobado. En la
actualidad cuenta ya con unos 400
socios (que pagan hasta su muerte y
congelación 100 000 dólares anuales) y
otros 96 en trámites; mientras que 10
cuerpos y 17 cabezas congelados
descansan ya para su descongelación
futura en las instalaciones de ALCOR.
Desde que se comenzara a estudiar y a
experimentar seriamente en 1964 la
suspensión criónica de la vida mediante
congelación, lo cierto es que han sido
congeladas con total seguridad no menos
de 32 personas.

E n 1859, Albert Niemann aisló por


primera vez la cocaína, principal
alcaloide de la planta de la coca. Tres
años después, Lossen determinaba su
fórmula química. Pero realmente quien
popularizó su uso, con el beneplácito
médico, fue el químico y comerciante
Angelo Mariani al elaborar un vino
tonificante que contenía cocaína y era
degustado en muchos hogares europeos y
también por algunos personajes tan
importantes como la reina Victoria de
Inglaterra, y su heredero, el Príncipe de
Gales; el zar ruso Alejandro II; el
presidente de los Estados Unidos,
William McKinley; la actriz francesa
Sarah Bernhardt; el inventor
estadounidense Thomas Alva Edison;
los escritores franceses Jules Veme y
Emi le Zola; el dramaturgo danés Henrik
Ibsen, y el Papa León XIII, que tenía la
costumbre de pasearse con una
cantimplora llena de este vino colgada a
la cintura. Incluso un personaje de
ficción como Sherlock Holmes fue,
gracias a la imaginación de su creador
Arthur Conan Doyle, un gran consumidor
tanto de este vino, cuanto, más a
menudo, de cocaína pura.

A unque se tiene constancia


histórica de que los antiguos
egipcios y los romanos utilizaron ya
preservativos muy arcaicos, el invento
hay que datarlo en el siglo XVI, cuando
el cirujano italiano Gabriele Fallopio
(1523-1562) diseñó una vaina hecha de
tripa de animal y lino, que se fijaba con
un cordel en su base. Este dispositivo,
más que preservativo de embarazos, fue
diseñado como elemento preventivo del
contagio de enfermedades venéreas. Un
siglo después, Lord Condom, médico
personal del rey Carlos II de Inglaterra,
perfeccionó aquel diseño sirviéndose de
tripa de cordero estirada y lubricada con
aceite. Su objetivo fue también el
profiláctico ante cualquier contagio. Por
cierto, este lord inglés luchó toda su
vida para que no se asociara su nombre
familiar con el profiláctico por él
reinventado. Finalmente, el primer
preservativo moderno de goma
vulcanizada se fabricó hacia 1870.
E l concepto de control de natalidad
—entendido entonces por sus
defensores como el medio más eficaz
para evitar la prevista e indeseable
explosión demográfica en los países
pobres— fue acuñado por la enfermera
estadounidense de origen irlandés
Margaret Higgins Sanger (nacida en
1883), que es considerada como la
madre de la paternidad controlada. Por
cierto, esta enfermera estadounidense
tenía diez hermanos y once hijos.
Similar es el caso de Francis Place,
promotor del movimiento pro control de
la natalidad a principios del siglo XIX,
que tuvo 15 hijos.
U na leyenda china cuenta que el
emperador Huang Ti, que vivió
hace casi 5000 años, abolió el uso de
medicamentos, en beneficio de la
acupuntura. Explica la leyenda que uno
de sus consejeros, Yan Chan, fue quien
enseñó a los hombres a construir casas
de madera. Otro, Sui Yan, les mostró
cómo obtener fuego para cocinar. Pero
el más sabio de todos fue Shen Nung,
que introdujo el cultivo de las tierras,
curó a los hombres con hierbas e inventó
la acupuntura. Sea como fuere, lo cierto
es que en los últimos años se han
encontrado en distintas partes de China
agujas de acupuntura de la época del
Neolítico, en la que habría vivido ese
mítico emperador, elaboradas con
huesos de animales. Pero los relatos del
legendario reinado de este emperador
chino referidos a la medicina no acaban
ahí. Hoy en día los médicos cobran
cuando sus clientes están enfermos. En
la China imperial de Huang Ti, sin
embargo, los médicos sólo cobraban
cuando la gente estaba sana. En caso de
enfermedad, los médicos corrían con los
gastos del tratamiento. Además, el
emperador había dictado un decreto que
obligaba a los médicos a colgar en la
puerta de su casa un farolillo por cada
enfermo a su cuidado que muriese.

E l aracnólogo W. O. Baerg actuó en


1923 como conejillo de indias de
su propio experimento, dejándose picar
por una peligrosa araña latrodectus o
viuda negra. Dos horas después de ser
picado por la feroz araña, con el dedo
que había recibido el impacto venenoso
necrosado, el investigador se debatía
entre la vida y la muerte, presa de
convulsiones, fiebre y dolores casi
insoportables en todo el brazo. En ese
momento, de acuerdo a los planes
predispuestos, un equipo de doctores se
aprestó a intentar salvar su vida
mediante un antídoto previamente
preparado sobre cuya eficacia todavía
no se había investigado
experimentalmente. 340 días después, el
paciente era dado de alta, totalmente
restablecido. El nombre del conejillo de
indias, W. O. Baerg, quedó impreso para
la historia en las etiquetas del primer
antídoto eficaz contra este tipo de
picaduras.

D urante la construcción de los 80


kilómetros del Canal de Panamá
(en la que se llegaron a remover 833
kilómetros cúbicos de tierra), una
epidemia de fiebre amarilla asoló las
lilas de los trabajadores hasta el punto
de que los constructores franceses se
vieron obligados a ofrecer sueldos
extremadamente elevados para reclutar a
nuevos trabajadores. Tras invertir unos
260 millones de dólares y perder más de
20 000 vidas, los franceses renunciaron
finalmente a los trabajos de construcción
en 1904, cediendo los derechos de la
obra a los estadounidenses. El médico
militar norteamericano William
Crawford Gorgas (1854-1920),
encargado por su gobierno de investigar
el origen de la epidemia, averiguó que
la enfermedad era transmitida por los
mosquitos y pudo erradicar la pandemia
en menos de un año, logrando de este
modo que la construcción del canal
pudiese finalizar con éxito.

U n equipo de cirujanos franceses,


pertenecientes al equipo de
ortopedia y traumatología plástica del
Hospital Rothschild de París, volvió a
trasplantar el pie a un ciudadano que lo
tuvo injertado en el antebrazo izquierdo
durante siete meses, tras habérselo
seccionado en un accidente.

H ace un par de años, un equipo de


cirujanos estadounidenses
trasplantó la mano izquierda de un
muchacho de 16 años a su brazo
derecho. La complicada operación duró
14 horas.

S egún el químico norteamericano


John Gwift, experto en lecturas
científicas de la Biblia, una epidemia de
transmisión sexual mencionada en las
Sagradas Escrituras, que afectó a los
antiguos israelitas, costando unas 24 000
muertes, pudo deberse al SIDA. Parece
ser que Moisés frenó su desarrolló
mandando ejecutar a todos los
contagiados.
C uando el azúcar llegó al Viejo
Mundo procedente de América se
le aplicaron utilidades farmacológicas
de lo más variadas. Por ejemplo, el
médico inglés de finales del siglo XVIII
Frederick Slare lo aconsejaba como
dentífrico.

H acia 1900, el biólogo francés


René Quintos (1867-1925), un
convencido defensor de la importancia
del agua de mar en los fenómenos
vitales, demostró sus afirmaciones
reemplazando toda la sangre del
organismo de un perro por agua de mar
condensada, sin causarle al parecer la
muerte. En 1903 publicó una obra sobre
el tema bajo el título El agua de mar:
medio orgánico.

E n la antigua China se aconsejaba a


las mujeres jóvenes que deseaban
interrumpir su embarazo no deseado
ingerir mercurio calentado en aceite, lo
que sin duda envenenaba al feto…
aunque también a la madre.

H ace unas décadas, el


multimillonario estadounidense
Robert J. Graham fundó, a sus 74 años
de edad, un banco de esperma con
semen donado por algunos premios
Nobel, con la pretensión de obtener
niños superdotados. Tres mujeres de esa
misma nacionalidad fueron
seleccionadas, gracias a su alto cociente
intelectual, para ser inseminadas
artificialmente con el semen de esos
sabios. El experimento, además de
levantar una gran polémica de orden
moral, fue un completo fracaso, porque
había partido de un grave error: suponer
que la inteligencia, como tal, se hereda.
En todo caso, se hereda una cierta
aptitud, pero su desarrollo depende más
bien de factores biológicos,
fisiológicos, médicos, psicológicos,
ambientales y educacionales tan
complejos que escapan, al menos de
momento, a cualquier posibilidad de
manipulación. Y ello sin tener en cuenta
la ley que los estadísticos llaman de
regresión a la media, según la cual, por
ejemplo, los padres de estatura muy
inferior a la media tendrán generalmente
hijos más altos que ellos, pero los
padres muy altos tenderán más bien a
tener hijos más bajos, cuya estatura se
acerque más a la media estadística.

S egún algunos cronistas, el rey


francés Luis XII (1601-1643) bebía
grandes cantidades de oro líquido, que
le preparaban los alquimistas de la
corte, para fortalecer su maltrecha salud.
Pero no se trata del único caso
consignado en que se sepa de brebajes
reconstituyentes preparados a base de
oro. Se sabe que muchos enfermos —
desde luego, pudientes— masticaban
ínfimas láminas o polvo de oro; también
se sabe que en determinadas ocasiones
se echaba una pizca de este metal en
guisos reconstituyentes.
El séptimo arte

S egún el relato de testigos del


rodaje, uno de los momentos
estelares de la película Candilejas, que
Charles Chaplin (1889-1977) interpretó
y dirigió en 1952, tendría que haber sido
aquel en que el propio Chaplin, en su
papel de Calvero, un viejo cómico, y
Buster Keaton (1895-1966),
interpretando a otro veterano colega de
aquél, protagonizan a dúo un número
cómico musical. Al decir de los que
vieron el rodaje, la actuación de Chaplin
fue soberbia, pero la de Keaton fue
excepcional. Tanto que el propio
Chaplin se negó a incluir la escena
completa en el montaje definitivo,
dejándola reducida, eso sí, a una
deliciosa secuencia que magnifica aun
más toda la película.

E n la película Tarzán y su
compañera (1934), primera de las
interpretadas por la pareja habitual
formada por Maureen O'Sullivan y
Johnny Weissmuller, se incluyó
originalmente una escena en que Tarzán,
de pie en una rama de un árbol junto a
Jane, tira ha de la ropa de su compañera,
invitándola a zambullirse en el agua.
Ambos nadaban durante un rato y la
escena finalizaba cuando ambos salían
riendo del agua. Mas, escandalosamente
para la moral de la época, al salir del
agua, a Jane, en un plano muy rápido, se
le veía un pecho. Cuando la película fue
montada incluyendo esta escena y fue
mostrada en los pases previos, surgieron
numerosas críticas por su excesiva carga
erótica, incluida una de la todopoderosa
censura oficial. Ante tales críticas, la
Metro Goldwyn Mayer, compañía
productora de la película, decidió
suprimir estos planos tan indecentes en
el montaje definitivo.

L os primeros pases de la película


La Edad de Oro (1929) de Luis
Buñuel (1900-1983) fueron acogidos
con pataleos, rotura de butacas, de la
pantalla y de una exposición artística
instalada en el vestíbulo de la sala de
proyección, con obras de Dalí, Miró,
Ernst, Tanguy y otros surrealistas. Tras
estos disturbios, la película fue
prohibida, todas las copias fueron
archivadas y la película no volvió a ser
proyectada comercialmente hasta finales
de los años sesenta. Su fama de película
absolutamente irreverente fue tal que,
años después de su estreno, estando Luis
Buñuel empleado en el Museo de Arte
Moderno de Nueva York, fue obligado a
dimitir al descubrirse que él era el
director de esa película maldita. No le
quedó más remedio que sobrevivir
trabajando para la División
Cinematográfica del Ejército de los
Estados Unidos y, posteriormente, para
el departamento de doblajes de la
Warner Brothers.

L a actriz Bette Davis (1908-1992)


rechazó el papel de Escarlata
O'Hara de la película Lo que el viento
se llevó (1939) porque creía que el
papel masculino protagonista lo iba a
encarnar Errol Flynn (1909-1959), con
quien siempre se había negado a
trabajar.

L a actriz Hedy Lamarr (1915)


rechazó el papel de Ilse de la
película Casablanca (1942), que
después interpretaría Ingrid Bergman,
porque consideraba inaceptable
comprometerse en una película que no
contaba todavía con un guión definitivo.
Como se sabe, el guión de cada escena
de esta obra maestra de la
cinematografía se improvisaba la noche
anterior a su rodaje.
E l actor Robert Redford (1937)
rechazó protagonizar la película
El graduado (1967) al considerar que
ese papel exigía una dosis de ingenuidad
que él no podía aportar a su
interpretación. La película lanzaría a la
fama a Dustin Hoffman (1937).

E l actor Gary Cooper (1900-1961)


fue contratado por primera vez
como tal al llamar la atención del
director Henry King durante el rodaje de
la película Flor del desierto (1926),
mientras trabajaba como especialista en
acrobacia de los estudios de Samuel
Goldwyn.

L a primera actriz de Hollywood a


la que los medios
comunicación aplicaron el calificativo
de

de vampiresa fue Theda Bara (1890-


1955), que en 1918 ya fue definida con
este epíteto tras interpretar varios
papeles de mujer fatal. Theda Bara
provenía de una familia de clase media
de Cincinnati, y su nombre verdadero
era Theodosia Goodman. Pero la oficina
de prensa de la 20th Century Fox le creó
un pasado más a tono con su imagen de
vampiresa; según esa biografía oficial
Theda era hija de un artista francés y una
mujer árabe, y había nacido en el
Sahara.

E n 1927, Louis B. Mayer (1885-


1961), presidente de la Academia
de Artes y Ciencias Cinematográficas de
Hollywood, concibió la idea de otorgar
anualmente unos premios a las películas,
directores y actores más destacados en
la temporada anterior. El director
artístico Cedric Gibbons diseñó en unos
minutos el trofeo durante una comida
celebrada en el hotel Baltimore,
dibujando sobre el mantel la figura de un
hombre desnudo con una espada entre
las manos. El escultor George Stanley se
encargo de su modelado y el resultado
fue una figura de 35 centímetros de
altura y un peso aproximado de 3,5
kilos, fabricada en estaño (92,5%), con
un recubrimiento de oro. La primera
entrega de premios se celebró el 4 de
mayo de 1927. Por entonces, la
estatuilla se conocía simplemente como
Premio de la Academia. Se cuenta que
la estatuilla de los Oscars recibió este
nombre en 1931, debido a la
exclamación de Margaret Herrick, que
posteriormente llegaría a ser presidenta
de la Academia, que al verla por
primera vez dijo: «¡Se parece a mi tío
Oscar!».
P ara elaborar el modelo a gran
escala de King Kong utilizado en
la última versión llevada a cabo en 1976
por el productor Dino de Laurentis se
emplearon más de 20 000 rabos de
caballos argentinos.

E l cataclismo estelar de la película


2001: una odisea del espacio
(1968), de Stanley Kubrick (1928), fue
rodado en una fábrica de corsés de
Nueva York, consistiendo en unas tomas
muy cortas de pintura goteando en una
cubeta. Por cierto, durante el rodaje de
esta misma película, Kubrick,
preocupado por la posibilidad de que
una repentina invasión extraterrestre
dejara sin sentido y vacía de contenido
su película, intentó sin éxito que la
compañía de seguros Lloyd's le aceptase
cubrir un seguro contra dicho riesgo.

E n cierta ocasión, el revolucionario


ruso León Trotsky (1879-1940),
sastre de profesión original, hallándose
exiliado en los Estados Unidos de
Norteamérica, participó como extra en
una película protagonizada por Ethel
Barrymore, una de las primeras estrellas
del cine mudo de Hollywood.
Curiosamente, la película contaba la
historia de una princesa rusa.

E n 1914, una productora de cine de


Hollywood firmó un contrato por
valor de 25 000 dólares con el líder
revolucionario mexicano Doroteo
Arango, mucho más conocido como
Pancho Villa (1887-1923), para que éste
reprodujese para la pantalla alguna de
sus famosas batallas revolucionarias. A
ese fin se desplazó todo un equipo de
rodaje a México. A las órdenes del
director, Pancho Villa, al frente de sus
tropas, reprodujo unas de sus batallas
durante varios días en horarios de 9 de
la mañana a 4 de la tarde. Terminada la
película, pareció tan increíblemente
realista a los ejecutivos de la compañía
que no se atrevieron a proyectarla
comercialmente y acordaron volverla a
filmar en los propios estudios con
actores profesionales.

E l actual presidente de Polonia y


antiguo electricista y dirigente
sindical en los astilleros Lenin de
Gdansk, Lech Walesa (1943), participó
en el rodaje de la película El hombre de
hierro (1981), dirigida por su
compatriota Andrej Wadja,
desempeñando uno de los principales
papeles. Esta película obtuvo la Palma
de Oro en el 34.° Festival Internacional
de Cine de Cannes.

E l rodaje de El gran dictador, la


parodia que Charles Chaplin hizo
de Hitler, acabó al día siguiente de
comenzar la Segunda Guerra Mundial.
Incluso se llegó a decir que Hitler
organizó un comando secreto al que
ordenó averiguar de qué iba la película
y, en caso de juzgarla peligrosa para sus
intereses, sabotearla.

E rrol Flynn (1909-1959) fue


descubierto en 1932 por el
director de reparto de los estudios
Cinesound, John Warwick, en Sidney,
Australia. Warwick se fijó en él al
observar una película de aficionados
que en 1930 había filmado el doctor
Herman R. Erben, especialista en
enfermedades tropicales y gran
aficionado a la fotografía, quien había
alquilado el barco con que Flynn se
ganaba la vida para realizar un
recorrido por el territorio de los
cazadores de cabezas de Nueva Guinea.

L ana Turner (1920) fue descubierta


para el cine cuando Billy
Wilkerson, director del Hollywood
Reporter, la vio tomándose un refresco
en una cafetería situada frente a su
escuela secundaria en el propio
Hollywood, en enero de 1936.

J ohn Wayne (1907-1979), por


entonces todavía Marion Morrison,
trabajaba de carpintero en los estudios
de la Fox. Un día de 1928, mientras
cargaba muebles en un almacén del
estudio, fue observado por el director
Raoul Walsh (1892-1980), que
descubrió en su manera de moverse algo
fotogénico e interesante para la pantalla.

T ras terminar el rodaje de Con


faldas y a lo loco (1959), el actor
Tony Curtis (1925) afirmó: «besar a
Marilyn Monroe es peor que besar a
Hitler». La afirmación no se
comprendería si no se añadiese que lo
dijo después de tener que repetir 59
tomas de un mismo beso.

R in-Tin-Tín, uno de los perros más


famosos del mundo del cine,
nació en una trinchera alemana en
territorio francés, durante la Primera
Guerra Mundial. Dejado atrás por la
retirada alemana, el cachorro de pastor
alemán fue encontrado y cuidado por un
oficial estadounidense que en su vida
civil tenía por profesión la de criador y
entrenador de perros-policías en
California. Vueltos perro y nuevo amo a
los Estados Unidos, éste entrenó al
animal y comprobó la excepcional
inteligencia de Rin-Tin-Tín. Su fama
llegó a oídos de un productor de la
Warner Brothers, que lo contrató para lo
que resultó ser una larga serie de
películas de gran éxito popular.

L a pareja cómica estadounidense


formada por Budd Abbot y Lou
Costello suscribió un seguro contra
posibles desavenencias entre ellos
durante un periodo de cinco años por un
valor de 250 000 dólares.
Sucesos increíbles

E n 1902, científicos
encontraron a orillas del río
siberiano Beresovka el cadáver
rusos

congelado de un mamut de más de 10


000 años. Su carne estaba en tan buen
estado que se cuenta infundadamente que
los científicos la cocinaron y la
comieron en un banquete. Eso, al
parecer, no fue cierto; lo que sí ocurrió
es que se la dieron a comer a los perros
de trineo que llevaban consigo y éstos la
comieron sin mayores contratiempos.
l 28 de junio de 1945, un día muy
E nublado, un bombardero B-25, de
12 000 kilos de peso, al mando del
coronel William Smith, se estrelló
contra la fachada del neoyorquino
Empire State Building, a la altura del
piso 79, perdiendo la vida 14 personas y
resultando heridas otras 26, pero no
sufriendo daños irreparables la
estructura del edificio.

L a estadounidense Ann Hodges,


residente en la localidad de
Sylacauga, en Alabama, resultó herida
en un brazo y en la cadera el 30 de
noviembre de 1954 alcanzada por un
meteorito de 4 kilos y alrededor de 18
centímetros de longitud que atravesó el
techo de su casa. Se trata del único caso
conocido de este tipo de accidente.

E n septiembre de 1962, un objeto


metálico de unos veinte
centímetros de diámetro, con un peso de
unos diez kilos, cayó en el cruce de dos
calles de la ciudad de Manitowoc, en el
estado norteamericano de Wisconsin,
agujereando el pavimento. El objeto fue
posteriormente identificado como un
componente de la nave espacial
soviética Sputnik IV, que había sido
lanzado al espacio el 15 de mayo de
1960.

M ary C. Fuller y su hijo de 8


meses se hallaban en el interior
de su automóvil en la mañana del 25 de
septiembre de 1978 en la ciudad
californiana de San Diego cuando,
inesperadamente, un cuerpo humano
atravesó el parabrisas, causando heridas
de poca consideración a madre e hijo.
Según se comprobó después, el cuerpo
pertenecía a uno de los pasajeros del
reactor de la compañía aérea Pacific
Southwest, que acababa de explotar en
vuelo sobre la zona, tras chocar contra
una avioneta.
E l 19 de septiembre de 1981
murieron 300 personas devoradas
por pirañas cuando un barco
sobrecargado escoró y se hundió en el
muelle de la ciudad brasileña de
Obidos.

E l 10 de agosto de 1628, la Armada


sueca botaba en los astilleros de
la bahía de Estocolmo el buque de
guerra Vasa, un gran barco dotado de 64
cañones y dos puentes. Mientras la
muchedumbre congregada en el puerto
observaba cómo la tripulación saludaba
al rey, un golpe de aire escoró el barco
peligrosamente. Aún enderezándose, una
segunda ráfaga lo volvió a escorar tanto
que las bodegas inferiores se inundaron.
Ante la estupefacción de todos los
presentes, el Vasa se fue a pique,
perdiéndose cincuenta vidas.

E l 17 de noviembre de 1874, la
revista norteamericana American
Medical Weekly dio a conocer un
extraordinario e increíble caso de
inseminación involuntaria presentado
por el doctor T. G. Capers. Según el
testimonio de este doctor, durante la
batalla de Raymond, entablada junto al
río Mississippi el 12 de mayo de 1863,
un soldado, amigo personal del doctor
Capers, fue herido por una bala que le
atravesó el escroto, llevándosele el
testículo izquierdo. Al parecer, la misma
bala penetró en el abdomen de una
muchacha de 17 años que estaba
casualmente en el mismo paraje.
Doscientos setenta y ocho días después,
la muchacha dio a luz a un niño de casi
cuatro kilos de peso, sin que en ese
desenlace interviniese, según testimonio
de la joven, más que la providencia. Lo
que vino a corroborar la versión
inocente que daba la muchacha fue que,
tres semanas después, el mismo doctor
Capers operaba al bebé, extrayéndole un
cuerpo extraño, que resultó ser una hala
idéntica a las que había utilizado el
enemigo en la batalla ocurrida en el
lugar nueve meses antes. El broche final
de esta increíble pero al parecer
verídica historia, fue que el escéptico
soldado visitó a la madre de su supuesto
hijo accidental y entre ambos surgió
algo más que una afinidad, que pronto
acabó en matrimonio. La pareja tendría
después otros tres hijos, concebidos, eso
sí, de una manera más voluntaria.

L os mellizos norteamericanos
Dougie y Debbie Sehee nacieron
en 1955 con 48 días de diferencia. Por
su parte, las gemelas ítalo-
estadounidenses Diana y Mónica Berg
nacieron respectivamente el 23 de
diciembre de 1987 y el 30 de enero de
1988, es decir, con 39 días de
diferencia.

S e llama autómatas a las máquinas,


muy populares en siglos pasados,
que imitaban la figura y los movimientos
de un ser animado. Para su realización
se empleaban mecanismos de relojería o
también contrapesos o arena fina
cayendo sobre las palas de una rueda.
La mayor perfección de los autómatas
fue emparejada con el
perfeccionamiento de la relojería. En el
siglo XVIII fueron notables los autómatas
de Vaucanson. Uno de ellos era un
flautista, y otro, un pato que movía las
alas, nadaba, comía y digería. Fueron
famosos también la mosca y el águila
volantes de Regiomontano; los aparatos
de Leonardo da Vinci, y las cabezas
parlantes del abate Micol.
Según el testimonio de algunos de
sus contemporáneos, el rabino francés
Ye'hiel, que vivió en París en el siglo
XIII, utilizaba como criados una especie
de autómatas que él mismo construía;
además tenía una lámpara que iluminaba
«sin que se viera arder el fuego» y había
dotado a su casa de un sistema de
vigilancia que le permitía ver y escuchar
desde el interior cuanto sucedía a su
puerta. Este sabio ofreció desvelarle sus
secretos a su protector, el rey San Luis,
pero el rey santo, temeroso de Dios, se
negó a compartir estos conocimientos.
De acuerdo con algunos fantásticos
relatos contemporáneos del anterior, el
teólogo y científico alemán San Alberto
Magno (1206?-1280), al que siempre
persiguió una fama exagerada de hombre
versado en alquimia y saberes ocultos,
construyó un robot mecánico móvil que
daba respuestas acertadas a todo tipo de
problemas y cuestiones, y que fue
conocido como El Androide. La misma
leyenda afirma que su discípulo Santo
Tomás de Aquino destruyó aquel
maléfico invento, por considerarlo
literalmente «obra del demonio».
Según una leyenda muy creída por
sus contemporáneos del siglo XVI, el
monje y relojero italiano al servicio de
la corona española Juanelo Turriano
(1501-1575), construyó numerosos
autómatas, como aquél famoso Hombre
de Palo (un muñeco articulado de
madera que, según testimonios
contemporáneos «andaba por sí
mismo») que fue a pedir pan al palacio
del arzobispo de Toledo para
ofrecérselo al emperador Carlos V.
Más fantástica aun es la historia
según la cual el filósofo francés René
Descartes (1596-1650), al que muy
comúnmente se ha asociado con los
saberes ocultos, construyó un autómata
femenino que le acompañaba en todos
sus viajes. Esta extraña pareja continuó
viajando en compañía hasta que el
capitán de un barco en el que eran
pasajeros arrojó a ésta por la borda,
argumentando que era «obra del
diablo».

D iversos ocupantes de la Casa


Blanca norteamericana han
asegurado que el fantasma de Abraham
Lincoln merodea por los pasillos de la
residencia presidencial estadounidense.
Entre los que aseguraban haberlo
presentido o visto estuvieron el
presidente Truman o las primeras damas
Roosevelt y Coolidge. Incluso, durante
una visita oficial, la reina Guillermina
de Holanda (1880-1962) se desmayó al
ver el fantasma de Lincoln (quien, dicho
sea de paso, ya era bastante horroroso,
con perdón, de vivo) paseando por los
pasillos de la Casa Blanca.

C uando en 1894, Will Purvis fue


declarado culpable de asesinato y
condenado a muerte en la horca, maldijo
a jueces y jurado y les aseguró que les
sobreviviría. Al ser colgado, el nudo de
la horca se deshizo, quedando la
ejecución suspendida. Antes de que ésta
se cumpliera, se escapó de la cárcel
gracias a la ayuda de unos amigos, entre
los cuales estaba uno que fue elegido
poco después gobernador del Estado y
que, llegado al cargo, le amnistió.
Purvis murió en 1938, tres días después
que el último de sus jurados y 21 años
después de que el verdadero asesino
confesase su crimen.
E l 4 de junio de 1972, un grupo de
15 expertos en artes marciales de
la Asociación Internacional de Budo,
dirigidos por Phil Milner, tercer dan de
kárate, demolieron por completo una
vieja casa victoriana de seis
habitaciones sita en la ciudad de Idle, en
Bradford, condado de West Yorkshire,
en Inglaterra. Para llevar a cabo esta
demolición contaron con la sola ayuda
de sus manos y pies (tal vez también de
sus cabezas), empleando seis horas en
completar la operación de derribo.
El 13 de junio de 1982, otros 15
miembros del club de karate Leopardo
Negro destruyeron con igual método una
granja de madera de siete habitaciones
en la localidad canadiense de Elnora, en
tres horas y dieciocho minutos.

E n 1700, cuando Johann Sebastian


Bach (1685-1750) tenía 15 años y
coincidiendo con el cambio de voz
propio de la adolescencia, le sucedió un
extraño fenómeno, muy poco corriente.
Durante una semana, cantó e incluso
habló en octavas, es decir, con doble
voz. Fue un extraordinario caso de lo
que se suele llamar médicamente
diplofonía.
A lrededor de 1667, la biblioteca
del Sidney Sussex College de
Cambridge prestó un ejemplar en alemán
de una obra del Arzobispo de Bremen,
editada en 1609, al coronel Robert
Walpole. El libro, nunca devuelto, fue
encontrado en 1955 por el profesor John
Plumb en la biblioteca particular del
marqués de Cholmondeley en Houghton
Hall, Norfolk. El profesor devolvió
finalmente el libro a su biblioteca de
origen, 288 años después del préstamo.
Afortunadamente, no cobraron multa por
demora en la devolución.
S e cuenta que Charles Chaplin se
presentó en cierta ocasión a un
concurso de dobles de Charlot
celebrado en Montecarlo. Quedó en
tercer lugar.

E l infeliz muchacho austriaco


Andreas Mihavecz fue detenido
por la policía al viajar como pasajero
en un coche que causó un grave
accidente el 1 de abril de 1979, siendo
recluido y abandonado en una celda del
edificio del ayuntamiento de la
localidad austriaca de Höchst. El 18 de
abril alguien recordó por fin al detenido
y fue rescatado de la celda al borde de
la muerte por inanición. Este suceso,
además de suponer todo un récord de
flagrante injusticia, es considerado
también como el caso de ayuno total
(sólido y líquido) más prolongado, en
que el autor no muriese, que ha quedado
registrado fehacientemente.

E l 5 de mayo de 1933, una agencia


de noticias dio a conocer la
increíble noticia de que el ciudadano
chino Li Chung-yun acababa de morir en
Beijing. Lo curioso del caso es que se
aseguraba que este hombre había nacido
253 años antes, en 1680.
E l 2 de marzo de 1977, el
ciudadano danés Jens Kjaer
Jension fue dado de alta definitivamente
en el hospital de la ciudad de Hoven,
tras haberle sido extraídas de la piel
exactamente 32 131 espinas a lo largo
de un periodo de seis años, en el que
hizo 248 visitas al hospital. Jension
había tenido la mala fortuna de tropezar
y caer sobre una pila de agracejos (un
arbusto espinoso ornamental muy
común) cortados de su jardín, siendo
trasladado inconsciente al hospital.
E xisten documentos que hacen
referencia a la existencia de un
enano del tamaño de una perdiz, nacido
en Egipto en tiempos del emperador
romano Teodosio El Grande (h. 347-
395), y cuya calavera se conservó en el
Real Monasterio de San Lorenzo de El
Escorial desde 1716 a 1761. La
existencia de dicha calavera se
menciona, por ejemplo, en un libro de
Fray Antonio de Villamanrique, en el
que se habla de «una calaverita del
tamaño de una avellana», que pasó por
las manos de importantes personajes,
como el Papa Luna y el Arzobispo
Francisco de Rojas y Borja, para llegar
finalmente a la biblioteca del Conde-
Duque de Olivares. En un manuscrito de
Pedro Álvarez que hace inventario de
los objetos en custodia del Monasterio,
fechado en 1716, se consigna y cataloga
una «Pinturica de un pigmeo de una
cuarta de alto y la calavera de dicho
pigmeo». Al final de este documento,
aparece una certificación del Padre
Joseph de Alcalá, bibliotecario del
Monasterio, fechada el 11 de octubre de
1761, en la que se explica que dicha
calavera cayó de las manos del infante
Xavier de Borbón, destrozándose contra
el suelo.
E l teniente ruso I. M. Chisov
sobrevivió a una tremenda caída
de 6700 metros desde un avión
averiado. A pesar de la desgracia de
sufrir tan grave accidente, tuvo la
fortuna de caer en la ladera de una
montaña nevada, resbalando Por la
pendiente. Naturalmente sufrió diversas
fracturas y daños de distinta
consideración, pero, no obstante,
sobrevivió sin mayores contratiempos.

E l ciudadano cubano Socorras


Ramírez huyó de la isla caribeña
el 4 de junio de 1969 escondido en el
compartimento no presurizado del tren
de aterrizaje de un avión DC-8. En tan
incómodo y peligroso habitáculo se
mantuvo hasta llegar al aeropuerto de
Madrid-Barajas. No era el primero ni
fue el último en intentar este
desesperado medio de evasión, pero sí
fue el primero y el único que logró
sobrevivir a tal experiencia, soportando
la presión, el intensísimo frío y la
rarificación del aire a las alturas en que
vuelan los aviones comerciales
transoceánicos.

E l 6 de junio de 1897, Frank


Samuelson, un estadounidense de
36 años, y George Harvo, un noruego de
31, zarparon del puerto de Nueva York a
bordo de un bote dispuestos a cruzar el
océano Atlántico con el solo impulso de
los remos. Su bote, bautizado Richard
K. Fox, medía 5,58 metros de largo, con
un timón de 1,52 m. No llevaban mástil
ni velas; sólo cinco remos de repuesto.
Durante 55 días remaron por el océano,
hasta que, después de recorrer 4948
kilómetros, arribaron a la población de
Santa María, en la isla de Scilly, en el
suroeste de Inglaterra. Sus provisiones
incluían abundante carne enlatada; 250
huevos; 45 kilos de bizcochos marinos;
4 kilos de café, y 2 tanques de agua.
Además, contaron con una pequeña
estufa y 19 litros de gasolina con que
hacerla funcionar.
Pero aun mayor proeza consiguió el
navegante francés Gérard d'Aboville
que cruzó en solitario el océano Pacífico
también en una embarcación a remo.
Tardó 134 días en la travesía, partiendo
el 11 de julio de 1992 del puerto
japonés de Choshi para finalizar, 10 000
kilómetros más allá, en la bahía de
Ilwaco, en el estado norteamericano de
Washington.

E l gurú indio Sri Chinmoy fue capaz


de levantar 3200 kilos con un solo
brazo en una exhibición pública
celebrada en Nueva York con el
objetivo de demostrar, según
manifestación del famoso gurú, «que
somos nosotros mismos quienes nos
ponemos límites».

L a primera de las dos esposas del


campesino ruso Fiodor Vassiliev,
habitante de la pequeña ciudad de
Shuya, dio a luz a 69 hijos, repartidos en
27 partos: 16 pares de mellizos, 7
grupos de trillizos y 4 de cuatrillizos.
Este caso, comunicado a Moscú por el
Monasterio de Nikolskiy el 27 de
febrero de 1782, constituye el mayor
número oficialmente registrado de hijos
alumbrados por una sola mujer.

S e llama tarantismo al estado


psicopatológico compulsivo que
lleva a bailar hasta la extenuación al que
lo sufre. La manifestación más aguda
que se recuerda de tarantismo ocurrió en
julio de 1374 en la localidad alemana de
Aachen, cuando una muchedumbre de
personas sucumbió al frenesí danzante
del tarantismo durante horas hasta
quedar exhaustos o caer lesionados.

U n papagayo hembra de la especie


gris africana (Psittacus
erythacus), apresado en Uganda en
1958, fue campeón durante 12 años
consecutivos en el concurso nacional
inglés de Mejor Papagayo Charlatán.
Este papagayo, propiedad de Lyn Logue
y, a la muerte de ésta en 1988, de Iris
Frost, conocido con el nombre de
Prudle, manejaba un vocabulario de
casi 800 palabras distintas. Se retiró
imbatido (sin hacer más comentarios),
tras obtener su último campeonato en
1976.

E s bien sabido que el caracol


resiste hasta un año sin comer
nada; pero hay veces que algún ejemplar
bate ese récord. En 1846 dos
especímenes de la especie conocida
como caracol del desierto (Erimina
desertorum) fueron adosados a una
tablilla y expuestos en la sección de
Historia Natural del Museo Británico.
Cuatro años más tarde, algunos
cuidadores comenzaron a sospechar que
uno de ellos no estaba muerto. Fue
despegado de la tablilla y sumergido en
agua tibia, reviviendo a los pocos
instantes. El caracol vivió aún dos años
más.

E l mayor quiste jamás extirpado fue


extraído de un ovario en una
operación realizada en Texas en 1905.
Esta extirpación es conocida en los
anales de la medicina como Caso
Spohn. El quiste pesó la increíble cifra
de 148,7 kilos y, al parecer, fue
extirpado con total éxito, recuperándose
por completo la paciente.

B ajo la ciudad polaca de Wieliczka,


situada a 12 kilómetros al sudeste
de Cracovia, se encuentra una de las
minas de sal más grandes del mundo,
que ha estado en explotación desde el
siglo XI, con un promedio de producción
de 60 toneladas anuales. Hoy en día
existen siete niveles, el más bajo de los
cuales está a 300 metros de profundidad.
Los niveles se conectan entre sí por un
intrincado sistema de anchas escaleras
cavadas en la roca salina y por 100
kilómetros de pasadizos, por los que
circulan numerosos vagones tirados por
caballos. Esta Ciudad de Sal posee
sinuosas calles, iglesias con columnas
(la llamada Capilla de San Antonio tiene
30 metros de altura por 30 metros de
longitud), altares, candeleros hechos a
mano con cristal de sal, restaurantes,
estaciones de ferrocarril, monumentos,
dieciséis estanques (uno de los cuales
mide 240 por 120 metros) y muchos
canales, algunos de ellos con peces e,
incluso, una sala de baile y un pequeño
museo.

L a obra teatral La ratonera, de


Agatha Christie (1890-1976) fue
estrenada el 25 de noviembre de 1952
en el Teatro Ambassadors de Londres.
En ese mismo teatro se ofrecieron sin
interrupción 8862 representaciones
hasta el 25 de marzo de 1974, fecha en
que la obra se trasladó al Teatro St.
Martin's, donde el 6 de mayo de 1991
se alcanzó su representación número 16
000.

S egún relatos chinos, un ejemplar de


phyllostachys bambusoides, una
variedad de bambú, floreció por
primera vez alrededor del año 999 a. de
C. Desde entonces, todas las plantas
conocidas de esta especie florecen y dan
semillas simultáneamente allá donde
estén en ciclos regulares de 120 años.

E n los años cincuenta, un avión


caza-reactor norteamericano se
derribó a sí mismo, al disparar una
ráfaga y descender el aparato con una
trayectoria coincidente con la de los
proyectiles.

E l piloto de carreras
automovilísticas italiano Bandini
murió ahogado en el mar en el
transcurso de un Gran Premio de
Mónaco de Fórmula 1. Este
sorprendente suceso ocurrió al salirse
de la pista su bólido e ir a caer al lago
de la ciudad monegasca.

A Virginia Argue, una californiana


de 80 años, al ser operada de un
supuesto tumor en el ovario derecho, se
le encontró un diamante tallado. El
médico supuso que pudo caer en el
cuerpo de la mujer 52 años antes,
cuando se le practicó una cesárea. La
única conjetura válida es que el
diamante se desprendió, probablemente,
del anillo de una de las enfermeras.

V eintiuna personas resultaron


muertas por una ola de melaza de
caña (un producto residual del proceso
de obtención de azúcar, de aspecto y
sabor comparables a los de la miel) en
la ciudad estadounidense de Boston,
Massachusetts, el 15 de enero de 1919.
Más de 7,5 millones de litros de melaza,
con un peso de 13 500 toneladas,
estaban almacenadas en un depósito
portuario de 15 metros de altura y 86 de
circunferencia. El depósito se rompió,
por causas no aclaradas completamente,
y la ola, que se elevó más de 15 metros,
moviéndose a una velocidad calculada
de 55 km/h y con una presión de 25
toneladas, arrasó ocho edificios
cercanos, entre ellos un cuartel de
bomberos. La ola se estabilizó tras
cuatro horas de vaivenes.

L a población estadounidense de
Tenino, en el estado de
Washington, emitió dinero de madera en
1932. Había billetes de 25 centavos y
medio dólar, impresos en madera
contrachapada de abeto sitka.

E l keniano Allan Abuto Nyanjong


fue capaz de efectuar
malabarismos sin parar con un balón de
fútbol reglamentario durante 16 horas,
27 minutos y 52 segundos, utilizando
para ello los pies, las piernas y la
cabeza sin que la pelota tocase el suelo
en ningún momento. Tal proeza
deportiva tuvo lugar en el Hyatt
Regency Crystal City de Arlington, en
los Estados Unidos, el 16 de enero de
1988. El 29 de agosto de 1990, el
surcoreano Huh Nam Jin se mantuvo
durante 7 horas, 3 minutos y 33 segundos
golpeando un balón de fútbol con la
cabeza sin que éste tocase el suelo.
E l alquiler de un solar destinado a
depósito de aguas fecales cerca de
Columb Barracks, en la República de
Irlanda, se firmó el 3 de diciembre de
1868 por una duración contractual de
diez millones de años. Este tipo de
contratación por tan largo periodo, que
equivale prácticamente a una venta, es
típico, al parecer, en este país, cuando
se trata de arrendamientos públicos.

E n 1967, el piloto de un avión


comercial detectó una bandada de
cisnes negros sobrevolando las islas
Hébridas a una altura de 8230 metros,
hecho que se consideraba imposible
hasta entonces por el escaso contenido
de oxígeno del aire a estas alturas.
También los escaladores de las cumbres
del Himalaya han observado bandadas
de chovas piquirrojas sobrevolando el
Everest. Pero el récord constatado lo
posee un ejemplar de la especie llamada
buitre de Ruppell (Gyps rueppellii), que
colisionó el 29 de noviembre de 1973
con un avión de línea regular a 12 777
metros sobre la vertical de Abidjan, en
Costa de Marfil, averiando uno de los
motores y provocando un aterrizaje de
emergencia sin consecuencias. Se trata
de la mayor altura a la que ha sido
observado un pájaro de cualquier
especie. Según se desprende de
recientes estudios, estas aves consiguen
sobrevivir a estas alturas gracias a que
su corazón posee una alta capacidad de
alteración de su ritmo de contracciones.

U na manada de perros de las


praderas de cola negra (Cynomys
ludovicianus), un pequeño roedor de
América del Norte, localizada en 1901
en los Estados Unidos, estaba formada
aproximadamente por unos 400 millones
de individuos, cubriendo cerca de 62
000 km2 de superficie.
S egún los científicos locales, una
nube de langostas de las Rocosas
(Melanoplus spretus), que cubría 514
374 km2 (mayor, por tanto, que la
superficie total de España), arrasó el
estado norteamericano de Nebraska del
15 al 25 de agosto de 1875. Aun
reduciendo a la mitad tales
estimaciones, dicho conglomerado
estaría formado por más de 12 mil
billones de individuos, que totalizarían
un peso aproximado de 25 millones de
toneladas. Cinco años después, en 1902,
se perdió por completo la pista de esta
plaga, sin que nunca se haya sabido qué
motivó su súbita desaparición.
E n cierta ocasión se observó una
bandada de libélulas que abarcaba
una extensión de 170 km2 sobrevolando
un lago belga. A su paso por Amberes la
nube de insectos interrumpió el tráfico
durante horas.

E n 1932, fue observada en el


estrecho de Malaca lo que fue
definido como «una masa continua de
víboras de mar» de 3 metros de anchura
y 113 kilómetros de longitud.
L a CIME-FM de Montreal fue la
primera emisora de radio del
mundo que emitió en su programación
una frecuencia camuflada que imita el
sonido de los mosquitos. De esta forma,
se consigue hacer huir a las hembras
(que son las que pican: los machos no
tienen trompa) ya que éstas, una vez
fecundadas, como se sabe, repelen a los
machos.

E l 7 de junio de 1987 se informó


que, dos años antes, un equipo
médico francés de la ciudad de Caen
implantó un ovario en la axila de una
paciente para evitar que quedara estéril.
La paciente, enferma de cáncer, iba a ser
irradiada, lo que inevitablemente
causaría su esterilidad. Ante ello, el
equipo de doctores optó por implantar
uno de sus ovarios en una cavidad
previamente preparada mediante
técnicas quirúrgicas en el interior del
brazo de la paciente y revascularizarlo,
conectándolo con las arterias y
arteriolas del brazo. De esta extraña
forma, la mujer conservó su capacidad
de fecundación, aunque no, obviamente,
de gestación.

E l rey Gustavo III de Suecia (1746-


1792), convencido de que el café
era venenoso, condenó a un criminal a
tomarlo todos los días, mientras otro reo
bebía solamente té, para que una
comisión médica nombrada al efecto
demostrase que, tomados ambos a dosis
diarias, éste era beneficioso, mientras
aquél era mortal. Sin embargo, según
cuenta la historia, el experimento nunca
pudo ser llevado a término: primero
murieron los médicos de la comisión;
después el rey fue víctima de un
atentado mortal; a continuación, a los 83
años, murió el reo condenado a beber té,
y finalmente el bebedor de café.
E n 1991 fueron extraídos en Nueva
Delhi tres embriones sin
desarrollar del estómago de un niño de 5
meses. En la historia documentada de la
medicina sólo se conocían 31 casos
similares de un bebé en estado
embrionario dentro de otro.

H achi era un perro que cada tarde


acudía a esperar a su amo a la
vuelta del trabajo a una estación de
ferrocarril de las afueras de Tokio. Una
tarde de 1925, su amo no apareció.
Había muerto horas antes en la capital.
El perro, dando un ejemplo de ciega
fidelidad, siguió acudiendo, tarde tras
tarde, durante sus restantes diez años de
vida, regresando a casa horas después.
Cuando murió, el gobierno japonés se
hizo eco de su popularidad y erigió una
estatua en la estación de trenes, a la vez
que enviaba reproducciones a todas las
escuelas del país.

H ay en Edimburgo un monumento
similar dedicado a un perro de
raza skyeterrier llamado Bobby, tan fiel
a su amo —un pastor escocés conocido
como el Viejo Jock— que a su muerte
(ocurrida en 1858) permaneció junto a
su tumba durante catorce años. Quienes
visitaban el cementerio jamás vieron al
animal alejarse de la sepultura más que
unos momentos cada día, para ir al
mismo restaurante que frecuentaba su
amo, donde le daban comida, con la que
rápidamente volvía junto a la sepultura
de su amo. Cuando el fiel animal murió
en 1872, los ciudadanos de Edimburgo
le enterraron junto a su amo.

E n junio de 1971, la sudafricana


Yvonne Vladislavich cayó a las
aguas del océano Indico, tras hundirse el
yate en que viajaba. Poco después fue
milagrosamente salvada por tres
delfines que, además que remolcarla
sobre su lomo, la defendieron de los
abundantes tiburones de aquellas aguas.
Finalmente, la náufraga fue depositada
por los delfines en una boya marina, a
unas doscientas millas náuticas de donde
cayó al mar, siendo rescatada poco
después por equipos de salvamento.

E l 1 de septiembre de 1992 la
italiana Concetta Dittessa, de 62
años de edad, dio a luz a su primer hijo
en el hospital de la ciudad italiana de
Módena, más de diez años después de su
menopausia. La mujer, estéril a
consecuencia de una tuberculosis, se
sometió a un programa de reproducción
asistida tras conocer que su marido era
padre de dos hijos naturales. Para ello
le fue implantado un óvulo de donante
desconocida fecundado in vitro con el
semen del marido.
Tecnología e
innovaciones

L a herramienta más antigua que se


conserva es el llamado dâlu, una
especie de bomba hidráulica utilizada
por los sumerios hace aproximadamente
3500 años.

E l primer semáforo para la


regulación del tráfico del mundo
se instaló en 1840 en la ciudad
estadounidense de Boston. Sin embargo,
aquel primitivo semáforo era muy
distinto a los actuales. No utilizaba
luces, sino un mecanismo compuesto por
dos tablillas en las que podía leerse GO
y STOP que subían y bajaban
alternativamente. No sería hasta 1920
cuando un policía de Detroit llamado
William L. Potts ideara un sistema
eléctrico de alumbrado que le permitía
controlar tres intersecciones de calles
desde una torre. Escogió en los
prototipos los colores rojo, amarillo y
verde porque eran los que los
ferrocarriles venían utilizando, y así
nació el primer semáforo moderno que
funcionó en el mundo. El Primer
semáforo español se instaló en Madrid,
en el cruce de las calles Barquillo y
Alcalá, en 1929.

E l primer constructor de un
computador eficaz fue un joven
alemán de 24 años llamado Konrad Zuse
que, en 1934, trabajando en el cuarto de
estar de la modesta residencia de sus
padres, construyó dos versiones
sucesivas (Z1 y Z2) de un prototipo de
computador que contaba ya con un
teclado para introducir los datos y unas
lámparas que indicaban los resultados
expresados en clave binaria. Poco
después, asociado con el ingeniero
Helmut Schreyer, a quien había
conocido cuando ambos compitieron
para obtener el papel de King Kong en
una versión teatral de la famosa película
(que, por cierto, obtuvo Schreyer),
planearon mejorar aquellos modelos con
la introducción de válvulas electrónicas.
Sin embargo, la escasez de sus recursos
y el estallido de la Segunda Guerra
Mundial acabaron con sus
revolucionarios proyectos.
Por su parte, el primer ordenador
personal de la historia, el Apple, fue
construido por Steve Wozniak y Steven
Jobs, dos jóvenes aficionados a la
electrónica, en el garaje de su casa, con
los pocos medios a su disposición y, eso
sí, con mucho entusiasmo.

D esde 1807, Londres fue la primera


ciudad del mundo que contó con
un sistema de alumbrado público. En
aquella fecha se inauguró un circuito
callejero de iluminación artificial que se
servía de mecheros de gas de hulla. El
primer experimento que se llevó a cabo
en España para la iluminación o
alumbrado de las calles por medio de
lámparas de incandescencia se produjo
en 1881, a cargo de Tomás Dalmau, que
instalé quince lámparas en el Paseo de
Gracia barcelonés. Poco después se
reprodujo la experiencia en la madrileña
Puerta del Sol. Las dos primeras
ciudades españolas que tuvieron el
privilegio de contar con alumbrado
eléctrico fueron Jerez de la Frontera
(Cádiz) y Haro (La Rioja), en 1890.

E l primer ascensor funcional fue la


llamada silla de ascenso por su
inventor, el matemático Erhardt Weigel
(1687). En 1857 entraría en
funcionamiento el primer ascensor para
uso de personas accionado por motor,
que además incorporaba el primer
sistema de seguridad de la historia. Fue
instalado en el edificio de cinco plantas
de la tienda de objetos de porcelana E.
V Haughwour & Co. de Broadway, en la
ciudad de Nueva York. Se trataba de un
modelo desarrollado en 1852 por el
estadounidense Elisha Graves Otis, un
empleado de una fábrica de camas. El
primer ascensor instalado en España
comenzó a prestar servicio el 15 de
diciembre de 1877 en el número 57 de
la madrileña calle de Alcalá.

E l primer prototipo de escalera


mecánica fue inventado por el
estadounidense Jesse Wilfred Reno en
marzo de 1894, patentándolo con el
nombre de Ascensor Inclinado Reno.
Esta primera escalera mecánica, que se
movía a unos 2,5 km/h, fue probada por
primera vez en Old Iron Pier, una
atracción de Coney Island, en Nueva
York. En 1898, una versión mejorada
del diseño original fue instalada en los
almacenes comerciales Harrod's de
Londres. Era tal la impresión que
deparaba esta novedad técnica que se
ofrecía una copa de coñac a los clientes
que se aventuraban a probarla. También
se instaló poco después una réplica en el
Crystal Palace de Sydenham. Por su
parte, en agosto de 1892, otro inventor,
Charles W. Wheeler, había patentado un
nuevo modelo basado en un prototipo
anterior que, mejorado por Charles D.
Seeberger en 1896, fue fabricado, como
primer modelo de escalera mecánica
realmente eficaz y seguro, por la
empresa de ascensores Otis Elevator
Co., exhibiéndose en la Exposición
Internacional de París de 1900. Este
mecanismo fue llamado escalator
(palabra con que todavía es conocida en
inglés lo que nosotros llamamos
«escalera mecánica»). Finalmente, la
sociedad Gimbel's Department Store,
de Filadelfia, Estados Unidos, instaló el
primer modelo comercial. Por cierto, la
escalera mecánica sin duda más pequeña
del mundo fue instalada en un centro
comercial de la ciudad de Kawaski-Shi,
en Japón, para salvar un desnivel de
83,4 centímetros.

L os grandes
supermercados,
almacenes,
cadenas de
tiendas y, en general el nuevo concepto
de tiendas generalistas establecidas en
grandes superficies surgieron a
mediados del siglo XIX, extendiéndose
rápidamente por todo el mundo
occidental. El más importante de todos y
el que más novedades fue introduciendo
hasta configurar lo que hoy en día
entendemos por un gran almacén fue el
abierto por el matrimonio Boucicaut en
París en la segunda mitad del siglo
pasado. En este almacén, cuyos dueños
llamaron Le Bou Marché (lo que en
francés viene a significar «barato»),
además de permitir la entrada a todo el
mundo, comprase o no (cosa que ya era
común al resto de almacenes de la
época), se amplió al máximo la variedad
de mercancías, se fijaron y se
anunciaron los precios a partir del 2 de
enero de 1855 (lo que no era realmente
habitual, puesto que en muchas tiendas
todavía se utilizaba los sistemas de
tanteo y regateo), se organizaron saldos
de mercancías excedentes y se implantó
el revolucionario sistema de apoyar la
venta con pequeños regalos o incentivos
a la compra. Siguiendo ese modelo (y
mejorándolo), surgieron rápidamente
muchos de los que aún hoy en día
dominan este mercado. Por ejemplo
Macy's de Nueva York, que se
anunciaba bajo los lemas «artículos para
millonarios al alcance de millones de
personas» y «vendemos más barato que
nadie» —de hecho devolvían el importe
de la compra si alguien encontraba el
mismo artículo que había comprado más
barato en otro establecimiento— y que
contaba con un departamento de
inspector para vigilar el mercado, y
Harrod's de Londres (en el que se hizo
famoso el lema comercial: «se vende
todo: desde un alfiler a un elefante»).
Por su parte, el primer centro comercial
del mundo fue construido en 1896 en el
Roland Park de Baltimore, en los
Estados Unidos.

E n su primer vuelo, ocurrido el 10


de septiembre de 1904, Orville
Wright que pilotaba el avión Flyer 2,
construido por su hermano Wilbur y por
él, sólo recorrió 259 metros sobre los
campos de Kitty Hawk, en el estado
norteamericano de Carolina del Norte.

E l primer producto de origen


vegetal que se utilizó
históricamente como soporte para la
escritura fue el papiro, que ya era
utilizado por los antiguos egipcios hacia
el año 4000 a. de C. Las hojas de papiro
son láminas sacadas del tallo de la
planta herbácea del mismo nombre, que
se cortan en tiras de unos 10 centímetros
de largo por 1 de ancho y que luego se
entraman sobre una base dura, y se
machacan con una piedra, hasta
conseguir que las tiras se unan en una
pieza única. El documento más antiguo
escrito en papiro que se ha encontrado
hasta la fecha es un tratado médico
egipcio que data del siglo XX a. de C.
Extendido a Europa, se cree que llegó a
Grecia hacia el siglo V a. de C., pasando
después a Roma. Aparecido el
pergamino, el papiro compartió
protagonismo con él durante siglos,
hasta la proliferación del papel.

E l honor de haber inventado el


papel se lo debemos a los chinos.
Según la tradición, en el año 105 de
nuestra era, un eunuco al servicio del
emperador llamado Tsua Lun
perfeccionó su sistema de fabricación,
aunque, al parecer, su elaboración se
conocía desde mucho antes. Tsua Lun,
tras obsequiar al emperador Ho Ti con
unas muestras de este nuevo material,
recibió a cambio un título aristocrático y
un cargo político en la corte. Su
innovación consistió en la utilización de
fibras vegetales con alto contenido en
celulosa, extraídas de la morera, el
ramio, el algodón y también de telas
viejas. Colocaba el material en un
mortero con agua y lo machacaba hasta
conseguir una pasta homogénea y
compacta.
Los chinos trajeron el papel a
Occidente, monopolizando su
fabricación y manteniendo un riguroso
secreto sobre el arte de su elaboración.
Al menos fue así hasta que el año 610
este secreto fue violado por un monje
coreano que lo llevó al Japón, revelando
su fórmula y los misterios de su
fabricación. Los japoneses pronto
aventajaron a los chinos en la calidad de
sus productos. La técnica llegó al Norte
de África y a España con la dominación
árabe, y desde aquí se difundió por toda
Europa.
Durante siglos, el papel compartió
utilidad con otros materiales de
escritura, y fundamentalmente con el
pergamino. El espaldarazo definitivo a
su consumo generalizado lo dio un
industrial alemán al poner en marcha, en
1845, una industria de fabricación de
papel aprovechando las virutas de
madera, que eran un desecho industrial
casi sin ninguna utilidad hasta entonces.
Sin embargo, la elaboración de papel
con virutas de madera trajo el
inconveniente de que ésta contiene una
sustancia, la lignina, que degenera
rápidamente dando un tono amarillento
que oscurece rápidamente el papel.
Actualmente, sólo contiene lignina el
papel más vasto utilizado por los
periódicos, razón por la cual éstos se
amarillean a las pocas semanas de estar
expuestos a los efectos ambientales.

A pesar de que el invento chino del


papel permitía la confección de
libros, puesto que el papel podía
doblarse, la mayoría de los libros
europeos se continuaron haciendo
durante mucho tiempo con pergamino, un
material que se elabora con pieles finas
de animales, y que surgió en la ciudad
italiana de Pérgamo (de la que tomó el
nombre), por iniciativa, según un relato
histórico no comprobado, de su rey
Eumenes 1, como respuesta a las
medidas restrictivas a la exportación de
los papiros egipcios puesta en práctica
por su enemigo, Tolomeo V de Egipto.
En Asia, el equivalente del pergamino
todavía se continuó utilizando hasta el
siglo pasado y en Europa no
desapareció totalmente hasta hace muy
poco. Baste mencionar, por ejemplo, que
el Tratado de Versalles de 1919, que
puso fin a la Primera Guerra Mundial, se
escribió sobre pergaminos.

E l arte de imprimir con bloques de


madera en los que se marcan los
caracteres al revés (es decir, la imprenta
de tipos fijos) se inició en un monasterio
budista de China. El más antiguo libro
impreso con este sistema que nos ha
llegado (al menos el que se puede fechar
de modo fiable) es un texto budista, el
Diamante Sutra, impreso en China en el
año 868. El año 1040, el alquimista
chino Pi Cheng inventó los caracteres
móviles de imprenta, con lo que sentó
las bases de la posterior imprenta de
tipos móviles desarrollada por
impresores alemanes (principalmente,
por Gutenberg) a mediados del siglo XV.

S egún algunos historiadores, fueron


los judíos los primeros en preparar
jabón. Los antiguos israelitas obtenían
jabón a partir de dos álcalis: la sosa
(que conocían como neter) y la potasa
(borit). Los latinos Plinio y Galeno
llamaron a esta mezcla sapa. Sin
embargo, para Plinio, esta pasta era una
invención de los galos, que la
preparaban con sebo de ternera, de
cerdo o de carnero, más cenizas de
vegetales. Al parecer, los egipcios
fueron los primeros en preparar jabón
mezclando un álcali y aceite.

E l famoso Rolls-Royce se dio a


conocer en el Salón del Automóvil
de Londres de 1906, en el que Charles
Rolls, un aristócrata piloto de carreras y
vendedor de automóviles, y Henry
Royce, un ingeniero autodidacta y
perfeccionista, hijo de un molinero de
Manchester, presentaron con gran éxito
el modelo Silver Ghost («Espíritu
Plateado»). Ambos habían entrado en
contacto por primera vez el 4 de mayo
de 1904 en un hotel de la ciudad de
Manchester.
Desde aquél primer modelo, las
características de los automóviles
Rolls-Royce rozan la exquisitez. La
madera de nogal utilizada para la
fabricación de los salpicaderos y otros
elementos es escogida mediante un
complejo sistema de selección: una vez
al año, un equipo de expertos se
desplaza a los bosques de California, en
Estados Unidos, para elegir y comprar
los árboles más adecuados para su
posterior transformación. El cuero
vacuno utilizado para confeccionar la
tapicería, por su parte, procede del norte
de Escandinavia, donde la relativa
ausencia de insectos y alambres espinos
preserva la calidad y la perfección de
las pieles animales con que se elaboran.
Se necesitan de diez a doce vacas para
confeccionar los asientos del coche,
pero solamente una piel entre quinientas
supera los controles de calidad antes de
ser utilizada en el tapizado de los
asientos de los Rolls-Royce. Cada
radiador del Rolls-Royce está hecho
totalmente a mano y a ojo, sin ayuda de
ningún tipo de instrumento de medida.
Un artesano puede tardar un día entero
en soldar las junturas de las once piezas
de acero inoxidable que componen su
estructura principal. Al final de su
trabajo, firma con sus iniciales en la
parte trasera del radiador, de modo que
si esta pieza llegase a averiarse por
cualquier accidente o por cualquier
impensable defecto de fabricación, el
mismo artesano, si es posible, se
encargaría de arreglarlo. Las líneas
externas del radiador están ligeramente
arqueadas, al modo en que lo están
también, por ejemplo, las columnas de
la fachada del Partenón, para lograr la
apariencia rectilínea.
En los primeros coches, el radiador
estaba coronado por un tapón redondo
en el que figuraban las dos erres de las
iniciales de sus diseñadores, rotuladas
en color rojo. Una de ellas pasaría a ser
de color negro a la muerte de Charles
Rolls en 1910 en un accidente ocurrido
durante una demostración aérea; para ser
ambas negras tras la desaparición de
Henry Royce en 1933. Pero antes, en
1911, Royce encargó a Charles Sykes,
uno de los más famosos escultores de la
época, el modelaje de una figura que
coronase la parte externa del radiador.
Parece ser que Sykes, tras realizar un
viaje de prueba en el automóvil, quedó
tan impresionado que llegó a la
conclusión de que sólo una estatuilla que
representase a la diosa alada del Éxtasis
estaría a tono con la calidad del
automóvil. La estatuilla es reproducida
mediante el proceso denominado «a la
cera perdida», que fue descubierto por
los chinos hace ya unos 4000 años. Este
proceso consiste en rodear el modelo de
la figura de cera con un material
refractario al calor, para, acto seguido,
calentar todo el conjunto; de este modo,
poco a poco la cera se va derritiendo y
va dejando un espacio vacío en el cual
se vierte metal fundido; al romper la
envoltura refractaria, una vez enfriada,
aparece una reproducción perfecta del
modelo en cera, que se pule a mano con
polvo de huesos de cereza.

C uriosamente,
encendedor de
el primer
cigarrillos
práctico fue inventado antes que las
modestas cerillas. En efecto, en 1816, el
químico alemán Johann Wolfgang
Döbereimer (1780-1849), ideó una
forma de encender automáticamente un
chorro controlado de hidrógeno. El
único problema era que requería para
ello una cierta cantidad de polvo de
platino y este material es muy caro.
Incluso, algunos años antes ya se había
inventado el primer encendedor
eléctrico de la historia. En 1780, un tal
Férstenberger inventó en la ciudad suiza
de Basilea un aparato que empleaba
hidrógeno generado en un recipiente
cerrado en el que se hace reaccionar
cinc con ácido sulfúrico diluido. Al
abrir un grifo, las chispas generadas por
un electróforo (un tipo de condensador
eléctrico inventado en 1775 por
Alessandro Volta) hacían que el gas
entrara en ignición. Acto seguido, se
trasladaba la llama a la mecha de una
vela.
Un día de 1826, el farmacéutico
inglés John Walker se encontraba en la
trastienda de su negocio,
experimentando sobre un nuevo
explosivo, cuando, al remover una
mezcla de productos químicos con un
palo, observó que en el extremo de éste
se había adherido una gota de cierto
material. Para eliminarla, Walker frotó
el palo contra el suelo, y entonces, ante
su sorpresa, el palo ardió súbitamente.
En aquel mismo instante había nacido la
cerilla de fricción. Sin embargo, hay que
consignar que se trataba de un
descubrimiento químico que ya había
hecho en 1680 su compatriota Robert
Boyle (1627-1691), aunque sin obtener
ninguna repercusión en las comunidades
científica e industrial. Por su parte,
Walker tampoco se dio cuenta de las
posibilidades comerciales de su
descubrimiento, y ni siquiera lo patentó.
Ambas cosas las haría poco después el
industrial Samuel Jones, que
comercializó las cerillas de fricción con
el nombre comercial de Lucifer.
Casi un siglo más tarde, en 1909, el
barón alemán Carl von Auer von
Welsbach (1858-1929) inventó el
mechero de gasolina, cinco años
después de haber inventado él mismo las
piedras de mechero.

L as modernas gafas de sol


surgieron alrededor de los años
treinta en los Estados Unidos, siendo
popularizadas por los aviadores que las
usaban para protegerse contra los
destellos y deslumbramientos del sol.
Aquellas primeras gafas de sol de los
pilotos fueron fabricadas y
comercializadas bajo la marca
comercial Ray-Ban (una forma
abreviada de ray banner: «proscriptor
de rayos»). Sin embargo, su
popularización definitiva no llegaría
hasta la década de los sesenta, cuando el
industrial Foster Grant lanzó una
agresiva campaña publicitaria basada en
la promoción de la imagen de muchas
estrellas de cine que las usaban.
E l ala-delta fue inventado en 1972
por Francis Rogallo, un ingeniero
de la NASA que años antes había
recibido el encargo de diseñar un
sistema para la recuperación de los
vehículos espaciales del proyecto
Géminis. Rogallo diseñó una cometa
triangular que fue rechazada por la
NASA, pero que, años después,
adaptada y construida a escala humana,
fue patentada por su inventor para su uso
recreativo actual.

L os cajeros automáticos fueron un


invento de la compañía
estadounidense Burroughs, por encargo
del City Bank, siendo instalados los
primeros en 1976. El primero en España
fue instalado en 1978 por el Banco
Popular Español, funcionando con la
tarjeta MultiCard.

E l primer uso del teléfono se dio en


Boston, Massachusetts, en 1878.
La primera línea telefónica fija se
estableció entre las ciudades
estadounidenses Nueva York y Boston,
inaugurándose el 18 de octubre de 1892.
Por su parte, la primera telefónica
española se inauguró con un contacto
establecido entre dos aparatos situados
en Montjuich y en la Ciudadela
barcelonesa, el 16 de diciembre de
1877.

L a calculadora de bolsillo fue


inventada por los estadounidenses
Jack St. Clair Kilby, James van Tassell y
Jerry D. Merryman, empleados de la
Texas Instruments de la ciudad tejana
Dallas.
Teorías curiosas

E l científico norteamericano
Kenneth L. Arrow, premio Nobel
de Economía en el año 1972, es
conocido también por su Teorema de la
Imposibilidad, que demuestra
matemáticamente que «no existe y en
principio no puede existir ninguna forma
de gobierno perfecta».

E l médico del siglo XVII Bontekoe,


llevado por su afición a la
infusión de té, llegó a afirmar que, para
estar sano, se debían tomar de
doscientas a trescientas tazas de té
diarias.

E l religioso anglicano irlandés


James Ussher de Lighfoot (1581-
1656), que fue arzobispo y profesor
universitario, tras más de catorce años
de concienzudos estudios de las
Sagradas Escrituras, dio a conocer en su
obra Cronología Sagrada la
sorprendente (y absurda) conclusión de
que Dios creó el mundo por última vez a
las 9 de la mañana del 26 de octubre del
año 4004 a. de C. La datación de esta
fecha se enmarcaba en una teoría más
genérica según la cual veintisiete
catástrofes distintas habían destruido
toda la civilización en otros tantos
momentos de la evolución de la vida en
el planeta y que, cada vez, Dios había
comenzado todo de nuevo. Según este
obispo, los seres humanos actuales no
habían aparecido en la Tierra hasta la
última Creación, que comenzó en la
fecha arriba indicada. Desarrollando esa
misma teoría, llegó a datar el Diluvio
Universal el año 2400 a. de C., y a
situarlo en la cuenca del Éufrates.

T al vez impresionado por la finura


de análisis de Ussher de Lighfoot,
el científico inglés William Whiston
(1667-1752) quiso perfeccionar los
cálculos de aquél y afirmó, también tras
un profundo estudio de las Sagradas
Escrituras, que el Diluvio Universal
tuvo lugar el 18 de noviembre del año
2349 a. de C. (tal vez por falta de
análisis, no especificó la hora de
comienzo).

P ero es que el que no calcula es


porque no quiere. En 1938, el
astrónomo y físico inglés Arthur
Eddington (1882-1944) dio a conocer
con total seriedad el resultado de sus
cálculos cósmicos, según los cuales el
número exacto de protones que forman
el universo (y correspondientemente, el
de electrones) es 15 747 724 136 275
002 577 605 653 961 181 555 468 044
717 914 527 116 709 366 231 425 076
185 631 031 296 (ni uno más ni uno
menos). Como era de prever, nadie
aceptó este cálculo y su hipótesis no
tuvo más consecuencias que alguna que
otra broma en el ambiente científico.
(Que se sepa, nadie inició una
comprobación empírica de tal dato).

S egún opinión del filósofo griego


Anaxágoras de Clazomene (500-
428 a. de C.), los varones son
engendrados por semen que fluye de la
parte derecha del cuerpo del padre y las
niñas por semen que proviene del lado
izquierdo. Esta teoría, a pesar de ser
totalmente errónea y algo ingenua,
estaba, no obstante, mucho más cerca de
la verdad que las de otras muchas
escuelas griegas de pensamiento, que
creían que la fecundación femenina se
debía a la acción del viento, a la
presencia en las proximidades de cierto
árbol, o a otras muchas causas de
similar categoría científica.

E l eminente astrónomo inglés


Edmund Halley (1656-1742) —
famoso, entre otras razones por haber
identificado y predicho la vuelta del
cometa que lleva su nombre—, sostuvo
en cierta etapa de su vida la curiosa
teoría de que la Tierra está hueca y que
dentro de ella, bajo una corteza de unos
800 kilómetros de grosor medio, giran
tres pequeños planetas.
En la misma línea se movió la teoría
del matemático suizo Leonhard Euler
(1707-1783) que llegó a afirmar que la
Tierra no sólo está hueca en su interior,
sino que en ese hueco vive otra
civilización humana bajo la luz de un sol
central.
Dentro de la misma tradición, ya en
el siglo XIX, el capitán estadounidense
John Cleves Symmes expuso la teoría de
que la Tierra está efectivamente hueca y
compuesta por una serie de esferas
concéntricas. Además, sostuvo una
teoría esotérica que desde entonces ha
tenido muchos defensores y según la
cual es posible descender al centro de la
Tierra a través de dos grandes agujeros
situados en los polos. Esta idea ha dado
mucho juego en el campo de la literatura
fantástica y principalmente en la novela
Viaje al centro de la Tierra (1864), de
Julio Verne (1828-1905), además de
estar presente en el equipaje ideológico
(no siempre confesado) de alguna de las
primeras expediciones a la conquista de
los Polos.

E l ingeniero suizo Herman Sörgel


propuso cerrar los 14 kilómetros
de anchura del estrecho de Gibraltar con
una presa, de cuyo aprovechamiento
hidráulico se pudieran obtener grandes
cantidades de energía con que convertir
el norte de África en un vergel y en un
inmenso campo de cultivo al servicio de
Europa. Su idea era aun más ambiciosa:
proponía también construir tres mares
artificiales en el Chad, el Congo y el
lago Victoria, que abastecieran de agua
dulce a todo el continente africano. Aun
siendo loable, tal vez, sus intenciones, la
teoría, caso de ponerse en práctica,
hubiese resultado desastrosa. Como hoy
se sabe, cerrar el estrecho de Gibraltar
significaría la relativamente rápida
desecación del Mediterráneo. No
obstante, la naturaleza parece estar
trabajando en ese mismo sentido: el
norte de África y la Península Ibérica se
aproximan cada año unos dos
centímetros.

L os primeros dibujos anatómicos


detallados y veraces los realizó,
alrededor del año 1500, el ínclito
Leonardo da Vinci (1452-1519), que
diseccionó numerosos cadáveres a este
fin. Sin embargo, pese al indudable
valor de sus trabajos, no todas sus
deducciones fueron acertadas. Así por
ejemplo, en su opinión, el pene está
conectado con los pulmones, que le
insuflan el aliento necesario para la
erección.

E l astrónomo germano-británico
William Herschel (1738-1822)
hizo avanzar la ciencia astronómica
como pocos al demostrar por primera
vez la teoría de que el Sol no era el
centro inmóvil del Universo. Su teoría
revolucionó el pensamiento científico de
modo similar a como lo había hecho
Copérnico al desbancar más de dos
siglos antesala Tierra como centro
inmóvil del Universo. Además, Herschel
se convirtió en el astrónomo más
importante y respetado de su época al
calcular certeramente una extensión del
Sistema Solar doble a la considerada
hasta ese momento; al catalogar unas
2500 nebulosas (frente a las 100 que se
conocían hasta ese momento), y al
descubrir el planeta Urano y sus
satélites, y la sexta y séptima lunas de
Saturno. Sin embargo, junto a estos
grandes avances, sostuvo teorías
ciertamente curiosas. Por ejemplo, creía
que la Luna y los planetas estaban
habitados; que la luminosidad del Sol
podía estar limitada a su atmósfera (lo
que significaría que bajo el cinturón de
fuego solar existe un cuerpo frío y
sólido que aún podía estar habitado), y
que las manchas solares eran agujeros
en su atmósfera, a través de los que
podía verse la superficie helada que su
teoría preconizaba.

E l astrónomo estadounidense
Percival Lowell (1855-1916)
llegó a afirmar, tras profundos estudios
telescópicos de la superficie del planeta
Marte, realizados desde un observatorio
enclavado en Arizona, que la superficie
de este planeta estaba cubierta por una
red de largos canales (los famosos
Canales de Marte), quinientos de los
cuales llegó a identificar, afirmando
además que era posible pensar que el
planeta estuviera habitado por alguna
forma de vida.
Su colega y compatriota William
Henry Pickering (1855-1938) refutó esta
teoría, pero, a cambio, explicó las
manchas oscuras del cráter lunar
Eratóstenes achacándolas a grandes
concentraciones de insectos lunares
(añadiendo, para rematar la cuestión,
que su aspecto es semejante a lo que un
hipotético astrónomo lunar vería al
observar las praderas norteamericanas
repletas de manadas de búfalos).

B ien conocida es la importancia que


tuvo el pensamiento del filósofo
griego Aristóteles (384-322 a. de C.) en
el desarrollo del pensamiento moderno
occidental. Sin embargo, junto a sus
muchos logros, la filosofía de
Aristóteles también contiene numerosos
errores, opiniones equivocadas y puntos
de vista cuando menos curiosos. Así,
sostuvo la teoría de que los objetos
voladores (lanzas y flechas, por
ejemplo) son movidos por la atmósfera.
Además, arguyó que los objetos pesados
caen más rápidamente que los livianos,
y que los objetos se aceleran al caer
porque se alegran de aproximarse a la
Tierra (sic). Para él, los seres humanos,
las cabras y los cerdos tienen más
dientes en los individuos del sexo
masculino que en los del femenino;
asimismo, la sangre de las mujeres es
más espesa que la de los hombres. Es
curioso constatar que mientras que otros
filósofos griegos, como Alcmeón,
Demócrito e Hipócrates, veían en el
cerebro el centro de la actividad
intelectual de la persona, Aristóteles, sin
embargo, era más bien partidario de la
teoría de que el cerebro es simplemente
un órgano corporal encargado del
enfriamiento de la sangre, afirmando
consecuentemente que el corazón es la
fuente orgánica de las sensaciones y de
la inteligencia humanas. También
sostuvo la teoría de que las distintas
especies de animales surgieron por
generación espontánea («como ocurre
con los gusanos en la carne podrida o
los insectos en el barro», decía
apoyando su tesis). Además también
estaba convencido de que las moscas
tienen cuatro patas; que la mitad
izquierda del cuerpo humano es más fría
que la derecha; que el ser humano es el
único animal que tiene músculos en las
extremidades inferiores y que las
personas que tienen la cabeza grande
duermen más que el resto. Dado el éxito
y la trascendencia de las teorías
aristotélicas, se puede afirmar que éstas
oscurecieron el avance científico
durante muchos siglos.

E n 1726 el profesor de ciencias de


la universidad de Würzburg
Johann Beringer dio a conocer una
teoría según la cual los fósiles
demostraban irrefutablemente la
existencia de Dios. En su opinión, los
fósiles no eran más que piedras talladas
por Dios cuando experimentaba con los
tipos de vida que pensaba crear. Movido
por esta teoría visionaria, comenzó a
coleccionar más y más fósiles, a cada
cual más sospechosamente extraño.
Poco después, se pudo comprobar que
esa fabulosa colección de fósiles no era
tal, sino más bien una colección de
falsedades creadas por dos de sus
ayudantes (sin su conocimiento). A
partir de entonces, el visionario,
desilusionado y engañado profesor
dedicó su vida a comprar y destruir
cuantos ejemplares de su obra pudo
encontrar.
E l matemático griego Arquímedes
de Siracusa (287-212 a. de C.),
calculaba, en su libro El contador de
arena, que necesitaría 10 elevado a 63
granos de arena para llenar el cosmos.

E n 1969, el otorrinolaringólogo
norteamericano George Thommen
publicó un libro, con el título
Biorritmos, que se convirtió
rápidamente en un éxito de ventas, y que
estaba inspirado en las curiosas teorías
del berlinés Wilhelm Fliess, íntimo
amigo de Sigmund Freud. Fliess, un
apasionado de la numerología, pretendía
que las cifras 23 y 28 están presentes en
la estructura y organización del
universo. Desarrollando aquella teoría,
Thommen afirmaba en su libro que
desde el momento de nacer estamos
condicionados por tres diferentes
ritmos: uno de orden físico, que se
manifiesta en ciclos de 23 días; otro de
orden emocional, en ciclos de 28 días, y
un tercero de orden intelectual, de 33
días. Es posible combinar las curvas de
estos tres ritmos cíclicos, con lo que
observarán crestas de días favorables y
valles de días negativos. Según esta
teoría, es factible determinar aquellos
días críticos en que cualquier iniciativa
está abocada al fracaso, o los favorables
en que es aconsejable poner en marcha
cualquier proyecto. Sin embargo,
repetidos experimentos y estudios
estadísticos han demostrado que se trata
de una teoría, como dicen los
científicos, «irrelevante» (en el sentido
de que con cualquier otro ritmo cíclico
basado en otras cifras también es
posible establecer una distribución
estadística interpretable de cualquier
forma que se desee).

E l filósofo griego Anaxágoras fue


condenado a muerte en el año 435
a. de C. bajo la acusación de ateísmo,
basada en su teoría de que el Sol no era
sólo un disco de luz, sino una roca
brillante de más de 100 kilómetros de
diámetro, «más grande que todo el
Peloponeso». Felizmente, logró huir de
Atenas, refugiándose en Lampsaco,
donde abrió una nueva escuela en la que
enseñó sus doctrinas hasta su muerte.
Varias décadas después, el también
filósofo Heráclides de Ponto (h. 388-
315 a. de C.), discípulo de Platón, dio
un gran avance a la astronomía de su
tiempo llegando a la conclusión de que
la Tierra rota sobre su propio eje cada
veinticuatro horas y descubriendo
además que Mercurio y Venus giran
alrededor del Sol como satélites.
Basándose en sus teorías, Aristarco de
Samos (310-250 a. de C.) fue el primero
que sostuvo que la Tierra, como el resto
de los planetas, gira alrededor del Sol,
que está inmóvil. Por esta afirmación se
le acusó de turbar el descanso de los
dioses. Debieron transcurrir 19 siglos
antes de que Copérnico, Kepler y
Galileo afirmaran lo mismo y éste
último tuviera que abjurar públicamente
de tal afirmación para salvar su vida de
la hoguera.

E l Adam Smith Institute de Londres


ha propuesto recientemente que se
privatice la propiedad de las ballenas y
los elefantes para preservar su
conservación, bajo la tesis de que unos
propietarios privados cuidarán mejor de
estos animales en peligro.

S egún el sabio orientalista George


Lomsa, la versión actual de la
Biblia contiene no menos de 1400
errores de traducción. Por ejemplo,
según señala, las últimas palabras de
Cristo en la Cruz: «Eli, Eli, lamina
sabachtani», habrían de haber sido
traducidas como: «¡Dios mío!, ¡Dios
mío! ¡Mi destino ha sido cumplido!», y
no el habitual: «¡Dios mío!, ¡Dios mío!
¿Por qué me has abandonado?». De
igual modo, según Lomsa, lo que «será
más fácil que pase por el ojo de la aguja
que un rico entre en el reino de los
cielos» no sería «un camello», según la
traducción habitual, sino «una cuerda».

E n opinión del filósofo Allen


Edwards, la civilización
occidental entró en franco declive moral
desde que: «Los turcos introdujeron la
bragueta de botones en Europa entre los
siglos XVIII y XIX. Su propósito no era
sólo facilitar el orinar, sino también
posibilitar la fornicación y la
violación».
E l jesuita del siglo XVII Paleotti
publicó varias obras y dio
numerosos discursos defendiendo la
tesis de que los nativos americanos no
tenían salvación posible, pues estaban
eternamente condenados por Dios por
descender del diablo y de una hija de
Noé.

E l naturalista alemán Georg Ernst


Stahl (1660-1734),
personal del emperador Federico
médico

Guillermo I de Prusia, lanzó la teoría de


que los cuerpos en combustión
desprenden una sustancia misteriosa, a
la que denominó flogisto, y a cuyo
estudio dedicó gran parte de su vida. La
idea le pareció correcta, puesto que
llegó a afirmar que «como cualquiera
puede ver observando cómo se quema
cualquier cosa, las sustancias en
combustión emiten algo hacia el aire».
Sin embargo, como hoy nos parece
obvio, el proceso ocurre al revés: las
sustancias en combustión toman algo del
aire: ese algo es el oxígeno con que se
combinan.
Trucos, astucias y
fraudes

E l empresario estadounidense
Phineas Taylor Barnum (1810-
1891), hijo de un tabernero, desempeñó
en la primera parte de su vida infinidad
de oficios, entre ellos: mozo de
labranza, abacero, buhonero,
organizador de loterías y periodista,
hasta que dio con el filón comercial de
contratar y mostrar al público (previo
pago) cuantas rarezas fue capaz de
encontrar (o, llegado el caso, fabricar),
según su conocido lema «A la gente le
gusta que la engañen». Barnum, que
vivía modestamente en Nueva York, con
su esposa e hijos, contactó casualmente
un día con un tal Bartram, que le contó
que acababa de conocer a una anciana
negra, Joyce Heth, a la que hacían pasar
por nodriza del primer presidente de los
Estados Unidos, George Washington,
quien había nacido en 1732, es decir,
más de 1 00 años antes (lo cual hacía
que, obviamente, fuese imposible que
aún viviese tal nodriza). Barnum
comprendió instantáneamente que en esa
historia había un filón comercial y
rápidamente partió para Filadelfia,
donde residía la supuesta nodriza, de
quien se contaba que tenía 161 años y a
quien se había enseñado a hablar de
Washington con la familiaridad propia
de quien lo había amamantado.
Convencido Barnum de las
posibilidades comerciales del asunto,
liquidó su pequeño negocio
neoyorquino, reunió mil dólares,
abandonó a la familia y comenzó una
gira por los Estados Unidos, mostrando
públicamente a la Nodriza de
Washington, sin importarle (e, incluso,
avivando artificialmente) la polémica
que su paso levantaba por todo el país.
Aprovechándose de este filón y
aplicando a rajatabla la filosofía
comercial derivada de su citado lema,
Barnum puso en marcha un circo, para el
que contrató a toda clase de artistas,
animales exóticos o extraños, y todo tipo
de fenómenos y monstruos (verdaderos y
falsos). Cuando su colección de
curiosidades tomó un tamaño
considerable, formó con ellos el
American Museum y lo abrió
comercialmente al público. En él era
posible admirar desde una reproducción
a escala de las cataratas del Niágara
hasta hombres de raza negra pero de
color de piel blanco, pasando por la
llamada Sirena de las islas Fidji (una
mujer con cola de pez), el caballo
lanudo y toda clase de fenómenos, y
muy especialmente el enano Tom Pouce
Pulgarcito, verdadera figura estelar del
museo, tan famoso que se paseó incluso
por Europa en loor de multitudes.
Simultáneamente, puso en marcha, junto
a su socio James Bailey, el más famoso
circo de todos los tiempos: el Barnum
& Bailey.
En 1858, Barnum contrató a la
cantante de ópera Jenny Lind, para la
que organizó una gran gira por los
Estados Unidos, en la que Barnum
atesoró una gran fortuna. En 1881
adquirió a Jumbo, un famoso elefante
exhibido en el Royal Zoo de Londres,
considerado por los ingleses como un
símbolo nacional, cuyo embarque para
los Estados Unidos fue un
acontecimiento sin igual, no exento de
graves disturbios protagonizados por los
ultranacionalistas ingleses que veían una
afrenta en el hecho de que un yanqui les
despojase de Jumbo. Otra de sus
aventuras financieras fue el intento de
compra de la casa natal de Shakespeare
(que sobrevivía en pie milagrosamente,
totalmente olvidada y abandonada por
los ingleses), para su traslado a los
Estados Unidos, pero esta vez el rechazo
popular fue tal que el gobierno británico
reaccionó a tiempo y deshizo la
operación.
Sin embargo, en 1887, un incendio
destruyó en pleno éxito su museo, que
Barnum logró reconstruir no sin pocos
esfuerzos, continuando su búsqueda de
rarezas y su carrera de embaucador,
charlatán y, sin duda, imaginativo
empresario, cuyas vicisitudes
conocemos de primera mano gracias a
su libro de memorias personales,
publicado en España con el expresivo y
revelador título de El arte de hacer
millones.
E l médico y químico holandés
Hermann Boerhaave (1668-1738)
legó al morir un libro sellado, con el
título Los secretos más exclusivos y más
profundos del Arte Médico. El libro,
aun sellado, fue vendido en pública
subasta por el precio de 20 000 dólares
en oro. Cuando el nuevo propietario
rompió el sello y abrió sus páginas, se
encontró con un libro totalmente en
blanco, salvo la página del título en la
que se podía leer una nota al pie
manuscrita por el autor que decía:
«Conserve la cabeza fresca, los pies
calientes y hará empobrecer al mejor
médico del mundo».
S egún cuenta Plutarco en su obra
Vidas paralelas, la primera vez
que Julio César llegó a África tuvo la
mala fortuna de tropezar y caer a tierra
nada más desembarcar. Con gran
presencia de ánimo, César se sobrepuso
inmediatamente al accidente y,
levantándose, dijo: «Teneo te, África»
(«Te tengo, África»), dando a entender
así que no había sido una caída casual,
sino más bien un acto voluntario con el
que simbolizaba que había tomado
posesión de aquella tierra.
E n junio de 1503, durante el cuarto
viaje de Cristóbal Colón a
América, en el que exploró buena parte
de la costa centroamericana a la
búsqueda del hipotético estrecho entre
Cuba (todavía considerada tierra firme)
y el llamado por entonces Continente
del Sur, quedó sin víveres frente a las
costas de Jamaica, habitadas por indios
hostiles. Practicando el trueque y
finalmente guerreando contra ellos,
logró que prácticamente toda la
tripulación sobreviviera; pero, como la
situación volviera a hacerse
insostenible, Colón planeó someter a los
indígenas demostrándoles la
superioridad de los españoles. Para
conseguirlo, puso en marcha la argucia
de anunciarlos que el 28 de febrero de
1504 les demostraría el enojo que
habían causado a su Dios. Para aquella
fecha, como bien sabía Colón, estaba
anunciado un eclipse de luna. Llegada la
fecha, los indios, atemorizados por la
repentina desaparición del satélite,
facilitaron por fin comida a los
desfallecidos españoles.

E l 18 de febrero de 1905, el capitán


belga Albert Paulis y veinte
soldados a su mando fueron capturados,
en una zona del África Central cercana
al Congo Belga, por la tribu caníbal de
los mangbettu, un pueblo muy feroz
formado por aproximadamente millón y
medio de súbditos del cruel reyezuelo
Yembio. En espera de su indudable
muerte, el capitán hojeaba un almanaque
que casualmente formaba parte de sus
efectos personales cuando se dio cuenta
de que esa misma noche sería visible en
aquella parte del planeta un eclipse
lunar. Recordando tal vez la argucia que
protagonizara Colón cuatrocientos años
antes, vio en aquella coincidencia una
oportunidad única para salir con bien de
aquel asunto. A tal fin, pidió ser llevado
a presencia del rey Yembio,
amenazándole con que, si hacía algún
daño a uno sólo de sus hombres, él
mostraría su poder matando a la Luna.
El rey caníbal le retó a que demostrara
tal poder. Llegada la hora de la noche en
que el almanaque anunciaba el eclipse,
Paulis convocó a toda la tribu y, ante
todos sus incrédulos captores, alzó su
brazo hacia la Luna conjurando su
desaparición. Poco a poco, el satélite
fue desapareciendo, eclipsado por la
sombra terrestre. Aliviado, el capitán
vio pronto postrado a sus pies al rey de
los mangbettu, que le prometió todo
aquello que quisiese para que salvara a
la Luna. El astuto capitán le hizo
prometer que a partir de aquel momento
su pueblo acataría la autoridad del rey
belga. Obtenida tal concesión, alzó de
nuevo su mano hacia la Luna,
«perdonándola la vida».

U n marchante de obras de arte


compró en cierta ocasión un
retrato de boda, atribuido al pintor ruso
Marc Chagall. Observando que faltaba
la firma del artista, el marchante le
visitó y le pidió que lo firmara. Después
de observar durante un rato la obra,
Chagall dijo: «Un bonito trabajo. Pero
he pintado tanto que apenas me acuerdo
de él», y lo firmó. El verdadero autor de
la obra había sido el famoso falsificador
Lothar Malskat. Sin embargo,
descubierto el engaño, el cuadro, por la
curiosidad de esta anécdota, fue
comprado por un coleccionista a un
precio similar al que hubiera alcanzado
si se hubiese tratado de un auténtico
chagall.

E n cierta ocasión, el crítico


literario francés Charles Augustin
Sainte-Beuve (1804-1869) retó a duelo
a un periodista. Como le correspondía a
él elegir el arma con que se
desarrollaría el duelo, al ser el
ofendido, manifestó su elección
diciendo a su opositor: «Elijo la
ortografía… estás muerto».

E n 1900, debutó en Madrid con


gran éxito la torera María Salomé,
más conocida como La Reverte. A lo
largo de siete años, sus triunfos fueron
repitiéndose por toda España, hasta que,
en 1908, el gobierno estimó que era
indecente que las mujeres toreasen. Ante
el peligro cierto de que prohibiesen sus
actuaciones, La Reverte descubrió
públicamente su verdadera condición de
hombre travestido, quitándose peluca y
pechos falsos, y reconociendo que en
realidad se llamaba Agustín Rodríguez.
Con ello, intentaba continuar su triunfal
carrera, pensando que lo importante era
su condición torera y no su sexo. Sin
embargo, el escándalo del fraude volvió
al público en su contra, cerrándosele
todas las puertas. Agustín Rodríguez
hubo de cortarse la coleta y murió años
después en Mallorca, amargado, sin
haberse recuperado nunca del
escándalo.

T ras derrotar al Séptimo de


Caballería al mando del General
Custer en la Batalla de Little Big Horn,
el gran jefe sioux Toro Sentado (Sitting
Bull), llamado en realidad Tatanka
Yotanka (1834-1890), se refugió durante
algún tiempo en territorio canadiense,
aunque, tras negociar su seguridad,
volvería pronto a los Estados Unidos,
donde fue recluido en la reserva de
Standing Rock. Por aquel entonces,
William Cody (1846-1917), el famoso
Buffalo Bill, que deseaba mejorar su
espectáculo sobre el Salvaje Oeste, con
el que recorría de éxito en éxito el país,
decidió contratarle, mandando realizar
gestiones a uno de sus hombres de
confianza, llamado John Burke, quien
acompañado de un intérprete se
entrevistó con el jefe sioux. Burke
comenzó, como era habitual al tratar con
los indios, ofreciendo mantas, collares,
utensilios de cocina y un gran número de
abalorios diversos, sin conseguir
convencer a Toro Sentado. Entonces,
Burke le pidió al intérprete que
preguntase al jefe qué deseaba por
actuar en el espectáculo de Buffalo Bill.
Y Toro Sentado aclaró sus condiciones:
40 dólares semanales, más todos los
gastos pagados; alojamiento en los
mejores hoteles de las ciudades que
visitasen; un seguro contra accidentes
mientras actuase, y el 60% de todos los
beneficios obtenidos por la venta de sus
fotografías y autógrafos. Tras la
sorpresa, Buffalo Bill aceptó el precio y
Toro Sentado actuó en su espectáculo.

E n cierta ocasión, Publio Virgilio


Marón (70-19 a. de C.), el gran
autor de La Eneida, costeó el funeral de
una mosca que, según afirmó, era su más
preciada mascota. La ceremonia tuvo
lugar en su mansión romana del Monte
Esquilino. Una orquesta acompañó el
llanto de las plañideras profesionales
que, al gusto de la época, componían el
cortejo. Concurrieron muchas
personalidades, entre ellas el famoso
Mecenas, protector de Virgilio, y éste,
incluso, compuso unos poemas en honor
de la mosca, que leyó durante el funeral.
El cadáver de la volátil mascota fue
enterrado en un mausoleo especialmente
construido al efecto. Todo ello le costó a
Virgilio la sustancial cantidad de 800
000 sestercios. Pero el hecho no era tan
extravagante como pudiera parecer a
simple vista. Se ha explicado que
Virgilio estaba al tanto de un decreto
que iba a ser promulgado por el
triunvirato que gobernaba la república
romana (formado a la sazón por
Octavio, Marco Antonio y Lépido), por
el cual se confiscarían las propiedades
de los terratenientes para parcelarlas y
dividirlas entre los soldados veteranos
licenciados. Esta reforma agraria no
incluiría los terrenos que contuvieran
tumbas, que se considerarían terrenos
sagrados. Cuando esta ley se puso en
práctica, Virgilio pidió la exención de
su propiedad por contener el mausoleo
de su mascota, que le fue concedida sin
ningún inconveniente.

E n sus expediciones hacia el oeste


del océano Atlántico en el siglo X,
el navegante y conquistador escandinavo
Erik El Rojo llegó a un territorio insular
inmenso cubierto totalmente por hielo.
Para promover la llegada de
colonizadores de la cercana Islandia,
decidió llamar a aquellas tierras
Groenlandia («País Verde»), en contra
de lo que era evidente.

E l explorador portugués Bartolomé


Días (?-1500) iba al mando del
primer barco europeo que logró doblar
la punta sur del continente africano en
1488. En este viaje hubieron de sortear
tan terribles oleajes que el navegante
bautizó el cabo más prominente en la
ineludible ruta hacia la India como Cabo
de las Tormentas. A su vuelta a Portugal,
el rey Juan II, deseoso de no desanimar
a los futuros capitanes mercantes que
tuvieran que transitar por esta ruta
recién abierta, decidió rebautizarlo
como Cabo de Buena de Esperanza.

D urante la llamada Ley Seca puesta


en vigor en los Estados Unidos en
los locos y felices años veinte, se
vendían unos paquetes de zumo de frutas
en los que se podía leer el siguiente
mensaje: «Atención: el contenido de
este paquete no debe ponerse en una
vasija de barro, mezclado con levadura
y ocho litros de agua, porque entonces
se obtendría una bebida alcohólica cuya
fabricación está prohibida».

S e llama comúnmente tercer ojo a un


hipotético órgano sutil y místico,
correspondiente a uno de los chakras
tantristas, situado entre las dos cejas,
que da el sentido de la eternidad y
permite ver todo desde un tercer punto
de vista que completa el prisma y
posibilita la visión interior o intuición
de las cosas. Suele ser representado por
la piedra que luce Siva en su frente.
Modernamente esta expresión fue
popularizada en Occidente por el título
de la principal obra del charlatán
esotérico británico T. Lobsang Rampa,
publicada en 1955. Este autor seudo-
místico, que se hizo famoso en los años
sesenta como autor de libros de temática
iniciática y esotérica, era un ex-
fontanero de Londres que, a partir de
cierto día, cambió de profesión y
aseguró ser un lama tibetano.

E l médico y astrólogo judeo-francés


Michel de Nôtre-Dame (1503-
1566), más conocido por su seudónimo
de Nostradamus, se dio a conocer al
aplicar casi por primera vez en la
historia medidas profilácticas e
higienistas contra las epidemias, y
principalmente contra la peste negra,
que asolaban su país. Posteriormente, se
hizo famoso fuera del ambiente
científico por sus populares
predicciones, recogidas en el libro Las
profecías o Centurias, escrito en verso
con un lenguaje cabalístico, que se
publicó por primera vez en 1555,
aunque poco después se editara una
versión aumentada y dedicada
especialmente al rey. Años después,
tratando de aprovecharse de la fama del
padre, su hijo, también llamado Michel
de Nôtre-Dame, pero más conocido
como Nostradamus El Joven, publicó en
1568 un almanaque de predicciones para
ese año, que sin alcanzar plenamente el
éxito, tampoco le desacreditó. En 1574,
habiendo pronosticado al caballero
d'Espinay-Saint-Luc que la villa de
Pouzin, en Vivarais, sitiada a la sazón
por tropas reales, sería destruida por un
incendio, Nostradamus El Joven ideó
provocarlo él mismo para que se
cumpliese dicha profecía. D'Espinay-
Saint-Luc le descubrió in fraganti e,
indignado, le mató, pisoteándolo con su
caballo.

H ace aproximadamente medio


siglo se comercializó en Estados
Unidos con gran éxito el vitalizer, un
aparato fraudulento, supuestamente
revitalizador, consistente en una linterna
eléctrica unida a una varilla de metal
por un cable. Esta varilla se introducía
por el ano del usuario, encendiéndose a
la vez la linterna. De este modo, una
corriente eléctrica recorría todo el
cuerpo, llevando (según los estafadores
que lo lanzaron al mercado) la juventud
y la revitalizada fuerza al cuerpo de
quien siguiera este sencillo
procedimiento.

E n 1806, el ayuntamiento de Nueva


York hizo entrega de un premio de
mil dólares a John M. Crous por el
descubrimiento de un curioso remedio
contra la rabia a base de quijada de
perro pulverizada, lengua desecada de
un potro recién nacido y limaduras de
cobre de una moneda inglesa de 1
penique acuñada durante el reinado de
Jorge I.

E l español Ruy López de Segura,


clérigo y confesor de Felipe II, fue
considerado en el siglo XVI como el
mejor jugador de ajedrez del mundo.
Escribió un famoso tratado sobre el
juego, en el que daba a conocer una
nueva apertura, que desde entonces lleva
su nombre. Además, el libro estaba
lleno de consejos y trucos para que los
jugadores ganasen las partidas y
derrotasen a los contrarios. Algunos de
ellos merecen ser reproducidos aquí por
su curiosidad. Por ejemplo, aconsejaba
sentarse de forma que el sol quedase a
la espalda, para que así su luz
deslumbrase y cansase la vista del
contrincante; también realizar toda clase
de gestos impacientes y, en general, todo
aquello que pudiese alterar los nervios
del contrario, como fumar tabaco de
mala calidad y echar el humo a su cara.

S e cuenta que en 1787 el general


ruso Grigori Alexandrovich
Potemkin (1739-1791), a la sazón
gobernador de Crimea y el resto de las
provincias meridionales de la Gran
Rusia, con motivo de una visita de la
zarina Catalina II a la región, mandó
remozar urgentemente todas las calles y
los parajes que iba a recorrer la
comitiva real. Para ello, dispuso no sólo
el adecentamiento de fachadas y
caminos, sino incluso la construcción de
una serie de aldeas fantasmas, del más
próspero aspecto que fuera posible
improvisar, en cuyas falsas calles obligó
a que se agolpara el pueblo, vestido con
sus mejores galas y que, a golpes de
órdenes militares, vitorease a la
soberana a su paso con el mayor fervor.
Estas poblaciones, compuestas
únicamente por fachadas falsas (sin
casas detrás), cumplieron su cometido, y
la zarina comprobó con su mayor agrado
la prosperidad económica y el altísimo
grado de adhesión con la corona de las
gentes de esta región recién incorporada
a su imperio. Desde entonces, se acuñó
la expresión las Aldeas de Potemkin
para designar cualquier maniobra
política que trata de ocultar o disfrazar
la realidad social a ojos de los
dirigentes y, por ende, el exceso de
sometimiento de las autoridades locales
a los poderes centrales.

E l prestamista y senador romano


Marco Licinio Craso (h. 115-53 a.
de C.) organizó el primer servicio
contra incendios de Roma…, así como
una brigada de incendiarios que
procurase actividad y negocio a aquél.

E n 1869, al perforar un pozo en una


granja del estado norteamericano
de Nueva York fue descubierto un «ser
humano petrificado» de 3 metros de
altura y 1360 kilos de peso, que fue
conocido como El Gigante de Cardiff.
Tras cierto tiempo en que el fósil fue
aceptado y estudiado por investigadores,
se pudo comprobar que se trataba de una
falsificación. En realidad, resultó haber
sido tallado en un bloque de yeso de
Iowa un año antes de ser encontrado. No
obstante, el gigante fue vendido y
revendido hasta alcanzar un precio de
25 000 dólares.

H ans van Meergeren fue uno de los


más famosos y perfectos
falsificadores de obras de arte, y
especialmente de obras del pintor
holandés Jan Vermeer van Delft (1632-
1675). Fue descubierto al ser procesado
por el gobierno holandés tras la Segunda
Guerra Mundial, acusado de sacar un
tesoro nacional fuera del país, al
venderle un cuadro del pintor flamenco
al jefe nazi Hermann Goering. Temeroso
de ser condenado, Meergeren confesó su
autoría de la obra, hecho que ratificó al
falsificar otro cuadro para un jurado de
críticos de arte formado al efecto.

L a Constitución española de Cádiz


es un texto constitucional de signo
liberal aprobado en 1812 en las Cortes
establecidas en Cádiz, en plena Guerra
de la Independencia. La constitución fue
aprobada el 19 de marzo, día de San
José, de ahí que fuera conocida
popularmente como La Pepa. Cuando
los franceses prohibieron que fuera
vitoreada en público, los españoles
acudieron al subterfugio de exclamar
«¡Viva La Pepa!», burlando así la
prohibición francesa.
E n las elecciones presidenciales de
Liberia de 1928 el presidente
Charles D. B. King (1875-1961) fue
reelegido por una mayoría de 234 000
votos sobre su oponente. Lo
sorprendente y escandaloso del caso es
que se ha calculado que el electorado
con derecho a voto no llegaba a los 160
000 votantes.

E n las elecciones generales


celebradas en Corea del Norte en
octubre de 1962, en las que votó el
100% del electorado, el Partido Obrero
de Corea obtuvo el 100% de los votos.
E n las elecciones celebradas en
Albania en 1982, los candidatos
comunistas (los únicos que se
presentaban) obtuvieron el 99,999938%
de los votos emitidos, al romper la
unanimidad uno de los 1 627 968
electores, que votó en blanco.

E l iraquí Elias A. K. Alsabti, un


supuesto investigador oncológico,
comenzó a ganarse hacia 1970 una
importante fama en los Estados Unidos
como tino de los más importantes
investigadores y divulgadores sobre el
cáncer del mundo hasta que se descubrió
que la totalidad de sus artículos,
editados en publicaciones de segundo
rango científico y de divulgación
científica, habían sido plagiados de
artículos extraídos de las mejores
revistas médicas de todo el mundo.

E n 1973, William T. Summerlin,


jefe de inmunología de trasplantes
del Instituto Sloan-Kettering de Nueva
York, aseguró haber conseguido injertar
sin rechazo alguno un trozo de piel de
ratón negro en un ratón blanco, lo que
significaba un gran avance en el campo
de su especialidad. Tras recibir los
parabienes de toda la comunidad
científica, alguien pudo revisar de cerca
su éxito, llevándose la sorpresa de que
el trozo de piel de ratón negro
supuestamente injertado en el ratón
blanco era en realidad un burdo fraude:
el profesor Summerlin había pintado con
un simple rotulador negro una zona de la
piel del ratón blanco.

A ntes de la aparición de los


billetes, las monedas se
fabricaban con metales nobles. No era
raro que algunos limasen los bordes
para vender el polvillo obtenido. Por
eso se dispuso su acuñación con bordes
estriados que hiciesen obvias estas
manipulaciones y, por tanto, las
impidiesen.

E n 1912, Charles Dawson


descubrió el cráneo humano más
antiguo jamás hallado, que fue
rápidamente considerado como el
famoso eslabón perdido, el fósil que
demostraba definitivamente la teoría de
la evolución. Tras ser dado a conocer
por un artículo publicado el 21 de
noviembre de 1912 en el periódico
británico Manchester Guardian, la
comunidad científica de todo el mundo
recibió con alborozo el descubrimiento
de lo que se dio en llamar El hombre de
Piltdown. Pero en 1953, expertos del
Museo Británico descubrieron que el
cráneo era en realidad un puzzle
compuesto por el propio Dawson con
trozos de huesos fósiles auténticos,
hábilmente montados sobre una
mandíbula de mono. Para añadir
confusión al asunto, recientes
investigaciones, llevadas a cabo por el
antropólogo estadounidense Frank
Spencer, defienden otra tesis sobre la
autoría del fraude. Según él estos restos
fueron preparados y enterrados por el
prestigioso paleontólogo Arthur Keith
—deseoso de que alguna prueba
ratificase definitivamente sus teorías
evolutivas—, allegado a Dawson, al que
sorprendió en su buena fe.

D ado que los Reyes Católicos


estaban emparentados por lazos
de consanguinidad necesitaban para
poder casarse una dispensa papal. Ante
tal requisito presentaron una supuesta
bula firmada por el Papa Pío II, pero
que, en realidad, era una falsificación,
compuesta por el arzobispo de Toledo.
Dos años más tarde, una bula (auténtica)
de Sixto IV, fechada el 1.° de diciembre
de 1471, legitimó a ojos de la Iglesia el
matrimonio de los reyes.
E n 1738, el matemático suizo
Johann Bernoulli (1667-1748)
publicó con fecha falsa (anterior a la
real) un cierto desarrollo matemático,
que fue conocido como Las Ecuaciones
de Bernoulli. Cuando su hijo Daniel
(1700-1782) publicó las mismas
ecuaciones quedó ante la opinión
científica internacional como un vulgar
plagiador de su padre. Afortunadamente
para él, poco tiempo después logró
demostrar que, en realidad, el plagiador
había sido su padre.
E n el siglo II a. de C., el astrónomo
alejandrino Hiparco dio a conocer
determinadas teorías astronómicas
originales, gracias a lo cual se ganó un
puesto entre los más eminentes
científicos griegos de su época. Sin
embargo, tiempo después quedó
demostrado que, en realidad, estas
teorías las había copiado de manuscritos
babilónicos que habían llegado a su
poder. En similar caso estaría, según
todos los indicios, Pitágoras, quien
también habría conocido su famoso
Teorema durante su estancia en
Babilonia.
E l astrónomo inglés Anthony
Hewish (1924) recibió en 1974 el
Premio Nobel de Física por su
descubrimiento de los púlsares. En
realidad dicho descubrimiento había
sido realizado por Jocelyn Bell, una
joven doctoranda de su equipo. Lo que
ocurrió fue que el descubrimiento fue
dado a conocer en un artículo firmado en
primer lugar por Hewish, en segundo
lugar por Bell y después por otros dos
colaboradores, generándose la
impresión de que estos tres últimos sólo
habían ayudado al profesor que dirigía
sus tesis doctorales.
C uando el científico francés
Antoine Laurent Lavoisier fue
acusado de no haber mencionado en su
publicación de 1775 sobre la
inexistencia del llamado flogisto (un
supuesto gas que permitía la
combustión), en la que demostró que la
combustión es una oxidación (es decir,
consiste en la formación de ciertos
compuestos con adición de oxígeno), el
descubrimiento del oxígeno hecho por
Joseph Priestley el año anterior —del
que éste le había puesto en conocimiento
personalmente—, Lavoisier se defendió
afirmando: «Es bien sabido que el que
levanta la liebre no es siempre el que la
mata».

A principios del siglo XX, el


investigador francés René
Blondlot anunció el descubrimiento de
los rayos N (a los que había dado ese
nombre por trabajar en la ciudad de
Nancy). Numerosos científicos de todo
el mundo recibieron alborozados el
nuevo descubrimiento que venía a
completar el que recientemente había
logrado Roëntgen de los rayos X. Meses
después, en una de las demostraciones
que Blondlot realizaba de los nuevos
rayos sobre cuya real existencia ya
comenzaba a surgir dudas, uno de los
científicos invitados a ella,
aprovechando la oscuridad en que tenía
que realizarse necesariamente el
experimento, hizo desaparecer una de
las piezas esenciales del aparato
generador de rayos N. Pese a la
evidencia del fracaso del experimento,
Blondlot, ciego a cualquier error y
obsesionado con su maravilloso
descubrimiento, continuó relatando las
visibles cualidades de los nuevos rayos,
ante el asombro de los presentes. De
esta forma se pudo comprobar que los
rayos N no eran más que un sueño
inexistente del bienintencionado, pero
obsesionado, profesor francés.
E l psicólogo británico Cyril Burt
publicó su primer artículo en 1909
y en él ya defendía una teoría que
constituyó el núcleo de su aportación
científica: según él, la inteligencia era
una cualidad innata al ser humano, de lo
que se deducía que la diferencia entre
clases sociales provenía de causas
genéticas. Para demostrar su teoría fue
dando a conocer en los años posteriores
distintos trabajos de campo, culminados
con una serie de encuestas sociológicas,
trabajos de campo y estudios empíricos
sobre la evolución de gemelos
univitelinos separados al nacer y
educados por familias de distinta escala
social, que demostraban que su cociente
de inteligencia no se veía alterado. De
ahí deducía Burt que la pobreza no es
más que consecuencia de una desventaja
intelectual de raíz genética. Sin
embargo, cuando el psicólogo murió a
los 88 años, comenzó a abrirse paso la
opinión de que algo raro había en
aquellas investigaciones supuestamente
realizadas dos por colaboradoras de
Burt a las que nadie conocía ni
encontraba. Finalmente, en 1976, el
periodista Oliver Gillie, por encargo de
su periódico, The Sunday Times, tras
larga y ardua investigación, logró
demostrar la inexistencia de tales
supuestas investigadoras. Este
descubrimiento fue el comienzo de una
larga serie de ellos que tiraron por tierra
todo el trabajo de Burt, dejando a las
claras que éste —al que, sin embargo,
nadie le negó cierta categoría intelectual
— no había hecho otra cosa que tratar
de conciliar sus creencias sociopolíticas
y su odiosa ideología clasista con los
resultados de sus pesquisas científicas y
con los datos aportados por unos falsos
estudios empíricos nunca realizados.

E n 1760, apareció en la ciudad


escocesa de Edimburgo un libro
anónimo titulado Fragmentos de poesía
antigua, recogidos en las Tierras Altas
de Escocia y traducidos de la lengua
gaélica. El tomo contenía 16 poemas
breves en prosa atribuidos a un
legendario guerrero, bardo y poeta del
siglo III, de nombre Ossián. El libro
obtuvo un extraordinario éxito, no sólo
en Escocia e Inglaterra, sino en toda la
Europa romántica de la época. El
recopilador y traductor de aquellos
poemas resultó ser un profesor escocés
de 24 años, James MacPherson (1736-
1796), quien recibió, en 1761, una
subvención de 100 libras esterlinas para
marchar a las Tierras Altas escocesas en
busca de posibles nuevos fragmentos de
la obra de Ossián. MacPherson encontró
algo más que fragmentos, publicando ese
mismo año un poema épico y más
poemas inéditos. Pronto la obra de
Ossián fue traducida a muchas de las
lenguas europeas, y pronto surgieron
imitadores, discípulos, comentaristas y
hasta estudiosos de la obra de aquel
bardo escocés de catorce siglos atrás.
MacPherson murió en 1796 sin haber
mostrado a nadie los supuestos
manuscritos originales que había
traducido, con lo que se comprobó la
sospecha de que la obra del tal Ossián,
que tanto había influido en la
intelectualidad europea, no había
existido nunca, salvo en la imaginación
de MacPherson, quien no habría hecho
otra cosa que recoger antiguos relatos de
la tradición oral escocesa y narrarlos al
estilo prerromántico de la época.
Vaticinios y profecías

E n 1954, el escritor de novelas de


ciencia-ficción Lester del Rey
escribió una novela corta que
comenzaba con la frase: «La primera
nave espacial aterrizó en la Luna y el
comandante Armstrong salió de ella…».
Quince años más tarde, el comandante
Neil A. Armstrong se convertía en el
primer hombre que pisó suelo lunar.

E n 1830, el astrónomo y filósofo


natural irlandés Dionysius Lardner
(1793-1859) sentenció que ninguna
embarcación a motor podría cruzar el
Atlántico, como algunos mal informados
de su tiempo sostenían, porque para ello
necesitaría consumir más carbón del que
podría cargar. No obstante, ocho años
después de su profecía, en 1838, el
Great Western realizó la travesía. Con
anterioridad, este mismo profesor de la
universidad de Londres había advertido
seriamente que si los trenes alcanzaran
algún día los 180 kilómetros por hora,
sus ocupantes morirían asfixiados,
incapaces de poder respirar.
E n su famosa obra Los viajes de
Gulliver (1726), el escritor
irlandés Jonathan Swift (1667-1745)
mencionaba «dos estrellas menores o
satélites que giraban alrededor de
Marte», describiendo con asombrosa
precisión sus proporciones y sus órbitas.
Más de siglo y medio después, en 1877,
las dos lunas de Marte, bautizadas con
los nombres de Fobos y Deimos, fueron
descubiertas oficialmente por el
astrónomo estadounidense Asaph Hall
(1829-1907).
E l escritor estadounidense Mark
Twain (1835-1910) nació el
mismo año en que se produjo una de las
cíclicas apariciones del famoso cometa
Halley. Durante toda su vida, Twain
repitió una y otra vez que ya que había
venido al mundo con el cometa, se iría
también con él. Y, en efecto, Mark Twain
falleció el 21 de abril de 1910, poco
después de que el cometa reapareciese.

S egún los estudiosos de su obra,


Jules Verne (1828-1905) anticipó
los tanques en su novela La casa de
vapor; el submarino en 20 000 leguas
de viaje submarino; el lanzallamas en
Ante la bandera y los satélites
artificiales en Robur, el dueño del
mundo. En el resto de sus obras
describió además máquinas e
invenciones que recuerdan con
asombrosa precisión ingenios y
actividades tan actuales como el
helicóptero, la tortura por descargas
eléctricas, las bombas de fragmentación,
el cañón de largo alcance, los ingenios
bélicos teledirigidos, las alambradas
electrificadas, el cine sonoro, los
rascacielos, la contaminación o la
ciudad ecológica.
Pero en una de sus más
sorprendentes novelas de anticipación,
De la Tierra a la Luna (1865),
completó una de sus predicciones más
sorprendentes por la exactitud con que
se cumpliría muchos años después. En
esta novela, Verne comienza por situar
en las Montañas Rocosas un telescopio
de 5 metros de diámetro; ubicación y
dimensiones idénticas a las que tuvo el
primer telescopio del observatorio de
Monte Palomar. En segundo lugar, en
vez de elegir como potencias
promotoras del viaje espacial a Francia
o Gran Bretaña, los dos países más
poderosos de su época, escogió un
hipotético club de fabricantes de armas
de los Estados Unidos, que en los
tiempos en que Julio Verne publicó esta
novela era todavía una nación bastante
atrasada, sumida en plena recuperación
de las secuelas de su guerra civil recién
finalizada. Este club sufraga los gastos
de la expedición con una suscripción
internacional a la que la primera nación
que se adhiere es Rusia, con una fuerte
participación, y la última, España, con
una participación simbólica, porque, en
palabras de Verne, «la ciencia no está
muy bien vista en ese país que está aún
un poco atrasado». Julio Verne situó el
cañón de 300 metros, que en la novela
propulsa el proyectil astronáutico
enviado a la Luna, en Cabo Town, un
lugar muy cercano al actual Cabo
Cañaveral. En el cohete utilizado en el
primer viaje experimental de la novela
viajan dos animales, una ardilla y un
gato; en la historia real de la
cosmonáutica fue una perra, llamada
Laika, el primer ser vivo en viajar al
espacio. En la novela de Verne, el
proyectil que definitivamente se dirige a
la Luna se llama Columbiad y en él
viajan tres hombres y dos perros, uno de
los cuales muere y al ser lanzado al
espacio, comienza a flotar,
acompañando a la nave en torno a la
Luna (hechos que la ciencia todavía
ignoraba). Pero aún hay más. Verne
concibe un método de refrigeración del
aire de la nave mediante un sistema de
circuito cerrado, provee a sus hombres
de alimentos concentrados y corrige la
trayectoria mediante cohetes auxiliares.
Además, el vuelo de la nave sufre una
peripecia que recuerda mucho a la del
Apolo XI, cuyo módulo de comando
(Columbia) depositó a dos hombres por
primera vez en el suelo lunar: el bólido
imaginado por Verne alcanzó la Luna en
97 horas, viajando a una velocidad
media de 40 000 km/h; el Apolo XI viajó
a 38 500, alunizando en 102 horas. El
Apolo VIII, primer vehículo tripulado
que situó a tres astronautas en órbita
lunar, tuvo un peso y una altura casi
idénticos a los de la cápsula imaginada
por Veme. Este mismo Apolo VIII cayó
en su viaje de vuelta en el Pacífico, a
unos 4 kilómetros de las coordenadas
donde amerizó la nave de Verne; siendo
rescatados ambos vehículos por barcos
de la Marina estadounidense. En total,
se trata de una asombrosa demostración
de facultades premonitorias por parte
del visionario novelista francés.

E l 24 de septiembre de 1504, el
médico y quiromántico boloñés
Bartolomé Coclès moría a manos del
hombre al que había vaticinado que
cometería un asesinato en esa misma
fecha.

D avid Janssen, el popular actor


protagonista de la serie televisiva
El fugitivo, soñó que se veía a sí mismo
dentro de un ataúd, muerto tras un ataque
al corazón. Dos días después moría de
un infarto.

D e todos los oráculos antiguos, el


más famoso fue sin duda el de
Delfos. Según la leyenda, su
descubrimiento se debió a la casualidad
de que en cierta ocasión un pastor
observara como, al acercarse sus ovejas
a cierta hendidura de la montaña de la
que emanaban unos vapores, comenzaran
a agitarse y a moverse frenéticamente.
El pastor se aproximó con curiosidad a
la hendidura a ver qué producía tal
efecto en su rebaño y, nada más respirar
las emanaciones, tuvo un delirio casi
furioso, pronunciando palabras
misteriosas. Propagado el fenómeno,
pronto se alzó en el lugar un templo a
Apolo, instituyéndose a continuación el
ritual, a cuyo frente se situó la figura de
una sacerdotisa, a la que se llamó pitia
o pitonisa. Esta sacerdotisa, sentada
sobre un trípode de oro que tapaba la
hendidura de donde emanaba el vapor
divino, profería como respuesta a la
pregunta que los devotos presentaban al
dios, poseída por un cierto delirio, unas
palabras que interpretaban la voluntad o
el parecer de Apolo. Los augurios así
dictados eran de tal ambigüedad que
nunca pudieron ser desmentidos ni
reputados falsos, pues admitían
prácticamente cualquier interpretación.
Se cuentan, por ejemplo, dos anécdotas
significativas. Cuando Creso se decidió
a atacar al rey persa Ciro, consultó el
oráculo que le contestó: «tú arruinarás
un imperio», por lo que Creso marchó
lleno de optimismo a su encuentro con
Ciro, que le venció, lo que lógicamente
provocó la ruina de un imperio… el de
Creso. En otra ocasión, fue Alejandro
Magno quien se acercó a Delfos a
consultar el oráculo, pero coincidió su
visita con una las temporadas en que la
pitonisa no emitía augurios. Sin
arredrarse por ello, Alejandro arrancó a
la sacerdotisa de la celda donde
descansaba y la llevó literalmente en
volandas al templo. Llegados allí, la
pitia, literalmente desfallecida, dijo:
«Hijo, eres irresistible», lo que
Alejandro tomó por la respuesta del
oráculo y marchó veloz a conquistar
irresistiblemente imperios, sin escuchar
el verdadero augurio.
E d Sampson, redactor jefe del
periódico estadounidense Boston
Globe, soñó en agosto de 1883,
durmiendo una borrachera, que la isla
indonesia de Pralape era desolada por
la erupción de un volcán, muriendo unas
36 000 personas. Su sueño le resultó tan
real que, presuroso, publicó la noticia al
día siguiente. Fue inmediatamente
despedido al comprobarse que tal isla
no existía. Sin embargo, un día después,
se supo que un volcán había destruido la
isla de Krakatoa, provocando un número
de víctimas muy próximo al soñado por
Sampson. Indagaciones posteriores
demostraron que Krakatoa se había
llamado hasta el siglo XVII Pralape.

E l mariscal del aire británico Victor


Goddard aseguró que un amigo
suyo le había narrado un sueño en el que
veía chocar un avión parecido al que él
iba a pilotar al día siguiente. A pesar de
que el mariscal quedó preocupado (más
aun al comprobar que, a última hora, se
añadía un séptimo pasajero, como
ocurría en el sueño de su amigo), inició
la misión y, efectivamente, se produjo un
accidente. Afortunadamente, todos los
pasajeros lograron sobrevivir.
E l inventor francés Louis Lumiére,
tras inventar el cinematógrafo,
afirmó: «Mi invento podrá ser
disfrutado como curiosidad científica…
Pero comercialmente no tiene el más
mínimo interés».

E l químico francés Antoine Laurent


Lavoisier (1743-1794) no pudo
estar más desacertado cuando cierta vez
dijo: «No pueden caer piedras del cielo,
porque en el cielo no hay piedras».

E n cierta ocasión el matemático


francés Henri Poincaré (1854-
1912) dijo: «Basta el sentido común
para decirnos que la destrucción de una
ciudad por la desintegración de medio
kilo de metal es una imposibilidad
evidente».

E n esa misma onda tan poco lúcida


estuvo el político y científico
estadounidense Vannevar Bush en 1945,
siendo jefe del departamento de
Investigación Científica y Desarrollo,
cuando afirmó: «La gente ha hablado de
lanzar un cohete a unas 3000 millas de
altura, desde un continente a otro,
llevando una bomba atómica tan dirigida
como para aterrizar exactamente sobre
una ciudad. Técnicamente, no creo que
nadie en el mundo sepa cómo hacerlo».
Doce años después la Unión Soviética
probó su primer ICBM (Misil
Intercontinental).

E l astrónomo estadounidense
William Henry Pickering (1858-
1938) —el mismo que pensaba que la
Luna está habitada por grandes
concentraciones de insectos— no estuvo
muy acertado al afirmar públicamente:
«La mente popular frecuentemente se
imagina gigantescas máquinas voladoras
cruzando a toda velocidad el Atlántico,
transportando innumerables pasajeros.
(…) Parece acertado afirmar que esta
idea es completamente visionaria».

E n 1878, el profesor de la
universidad de Oxford Erasmus
Wilson pronosticó que: «En lo que
respecta a la luz eléctrica, hay mucho
que decir a favor y en contra. Creo
poder afirmar que la luz eléctrica morirá
con el fin de la Exposición Universal de
París. Luego no volveremos a oír hablar
de ella».

E n 1839, el doctor francés Alfred


Velpeau, dijo: «La eliminación del
dolor en las operaciones quirúrgicas es
una quimera. Es absurdo continuar
investigando por ese camino. El bisturí y
el dolor son dos palabras que estarán
asociadas para siempre en la conciencia
del paciente». Este desacertado análisis
lo hizo Velpeau siete años antes de la
introducción de la anestesia.

S egún un comunicado dado a


conocer por la Facultad de
Medicina de París en 1540: «Desechar
la cauterización al hierro candente de
los vasos sanguíneos, tras la amputación
de miembros, y sustituirla por el
procedimiento de la ligadura de vasos
es algo que repugna al sano
entendimiento».

E n un documento de la Academia de
París, hecho público en 1826, se
llegaba a afirmar: «El estetoscopio, más
que un aparato médico, parece un
juguete, y el método de auscultación de
la caja torácica es una extravagancia y
una aberración».

E n un artículo publicado en la
revista estadounidense
Quarterly Review en 1825, se podía
The

leer: «¿Qué puede resultar más


palpablemente absurdo que la esperanza
de que la locomotora alcance el doble
de velocidad que la diligencia?».

E n el mes de julio de 1523, algunos


adivinos y astrólogos londinenses
coincidieron en señalar que un diluvio
destruiría la capital inglesa exactamente
el 1 de febrero de 1524. Llegada la
fecha, unas 20 000 personas habían
abandonado Londres atemorizadas;
incluso, el prior del convento de San
Bartolomé había construido un refugio
en una colina, en el que acaparó
alimentos para la supervivencia de su
comunidad durante dos meses. Pero
nada sucedió; ni siquiera llovió aquel
día. Los videntes, sin embargo,
recalcularon sus presagios y aseguraron
que el diluvio se produciría cien años
después, el 1 de febrero de 1624. Casi
paralelamente, el astrólogo alemán
Johannes Stoeffler, de la universidad de
Turingia, había previsto un diluvio
universal para el 20 de febrero de aquel
mismo año de 1524. Curiosamente,
aquel día se desató una gran tormenta en
el valle del Rin que, además de producir
la consiguiente alarma entre las gentes,
causó bastantes víctimas y daños
materiales. En 1528, Stoeffler predijo
de nuevo el fin del mundo, aunque esta
vez nadie le creyó (tal vez porque…
llovía sobre mojado).
Sucesivas previsiones señalarían sin
descanso el fin del mundo (a la vista
está que erróneamente). Entre otras,
cabe citar las protagonizadas por el
matemático y teólogo inglés William
Whiston (1667-1752D para el 13 de
octubre de 1736. William Bell lo
predijo para el 5 de abril de 1761, al
interpretar como signos los dos
pequeños terremotos que se sucedieron
en Londres en febrero y marzo de aquel
mismo año. En 1806, una ola de
superstición popular creyó ver el
advenimiento del fin del mundo ante el
rumor de que una gallina de la ciudad
inglesa de Leeds había puesto un huevo
en el que se leía la inscripción «Llega
Jesucristo». Años después, el famoso
astrólogo John Dee lo pronosticó para el
17 de marzo de 1842. El año siguiente,
William Miller, un agricultor ateo
súbitamente convertido, que fundó la
secta de los Adventistas del Séptimo
Día, convenció a sus seguidores de que
se produciría el Juicio Final el 23 de
abril de 1843, conclusión a la que había
llegado tras un atento análisis de los
Libros de Daniel y del Apocalipsis.
Ante su fracaso, William Miller volvió a
señalar las fechas del 7 de julio de
1843, el 21 de marzo de 1844 y el 22 de
octubre de 1844. En realidad, estas
falsas profecías de William Miller no
pretendían otra cosa, como se demostró
después, que fomentar el fraudulento
negocio del propio profeta, que se
enriqueció vendiendo ropajes de
ascensión.
Pero las profecías modernas sobre
el fin del mundo no acabaron ahí, ni
mucho menos. En 1881, expertos
egiptólogos lo pronosticaron para ese
mismo año, midiendo las proporciones
de la pirámide de Keops. Años después,
la secta rusa de los Hermanos y
Hermanas de la Muerte Roja, lanzó su
pronóstico para el 13 de noviembre de
1900, provocando el suicido masivo de
muchos de sus adeptos. Lee T. Splanger,
un comerciante neoyorquino señaló el
mes de octubre de 1908 como el último
del mundo. La muchacha californiana
Margaret Rowan pretendió que el
arcángel Gabriel le había comunicado
que la fecha definitiva sería la del 13 de
febrero de 1925. Nuevas profecías se
sucedieron en 1931, por la Sociedad
Profética de Dallas, y en 1936, de
nuevo a cargo de algunos
piramidólogos. El 30 de octubre de
1937 se desató un brote de histeria
colectiva al dar cuenta los científicos
del peligroso acercamiento a nuestra
órbita del enorme asteroide Hermes.
Inasequibles al desaliento, los
piramidólogos lanzaron una nueva
predicción para 1953. Y la secta
canadiense de los Hijos de la Luz
señaló la fecha del 9 de enero de 1954.
El 24 de mayo de 1954, al observarse
grietas en el Coliseo romano, los
italianos recordaron el viejo aserto
latino de que «el mundo permanecerá
seguro mientras el Coliseo se mantenga
en pie». Hector Cox, uno de los más
famosos oradores espontáneos del
londinense Hyde Park, pronosticó el fin
del mundo para el día 28 de junio de
1954. La Comunidad de la Montaña
Blanca predijo la explosión accidental
de una bomba atómica que acabaría con
el mundo el 14 de julio de 1960. En
1962 volvió a surgir una cierta psicosis
al darse a conocer la extraordinaria
casualidad de la conjunción por primera
vez en cuatro siglos de los ocho planetas
al entrar en la Casa de Capricornio el 2
de febrero de 1962. Un predicador de
Bogotá, en Colombia, señaló el 18 de
abril de 1965. El líder danés de la secta
de los Discípulos de Orthon, Anders
Jensen, pronosticó durante una emisión
en directo de la televisión
estadounidense que el fin del mundo se
produciría sin remisión el 2 de
diciembre de 1967. María Staffler, una
mujer autonombrada Papisa, lo anunció
con poco éxito para el 20 de febrero de
1969, trasladando su profecía al 17 de
marzo, como si dijéramos en segunda
convocatoria. La visionaria
estadounidense Viola Walker señaló el
mes de septiembre de 1975, advirtiendo
que había recibido ese mensaje de Dios.
Pero las profecías del fin del mundo
no acaban. Por ejemplo, ya se ha
avisado que ocurrirá en 1998, ya que
Jesucristo murió, según algunos, en la
semana 1998 de su vida; aunque un tal
Criswell corrige y señala 1999, en que,
según asegura este vidente, una
perturbación magnética absorberá el
oxígeno de la atmósfera terrestre y el
planeta se precipitará hacia el Sol,
convirtiéndose en cenizas.

E l científico británico Roger Bacon


(1214-1294) sugirió en la sección
de matemáticas de su Opus Majus la
posibilidad de que, navegando desde
España al Occidente, se podría llegar a
las Indias.

E l industrial Jack Swimmer batió


todos los récords de exactitud
habidos y por haber en una predicción
electoral al determinar de antemano el
número exacto de votos que obtendría el
candidato Dwight David Eisenhower
(1890-1969) en las elecciones
presidenciales estadounidenses de 1956.
Swimmer entregó días antes de los
comicios su predicción en la jefatura de
policía de Los Angeles, junto a un
cheque que donaría a la institución en
caso de equivocarse; en ella constaban
los 33 974 241 votos que realmente
obtendría Eisenhower al ser reelegido
para su segundo mandato, señalando
incluso, en un alarde, que 2 875 637 de
ellos corresponderían a California y 1
218 462 a Los Angeles, como así fue en
la realidad.
Vestidos y moda

P rimitivamente, el calzado humano


era muy simple y con pocas
variaciones, limitándose en casi todas
las ocasiones a una plantilla de cuero o
de fibras vegetales entretejidas, sujeta al
pie mediante correas o cintas. El
calzado grecorromano dio una gran
variedad al tipo de suelas. El calzado
militar romano típico fue la cáliga, una
sandalia cuyas correas se fijaban por
encima del tobillo. En la Edad Media se
usaron las babuchas y los botines con
larga punta. En el siglo XV aparecieron
las primeras botas altas y ajustadas.
Durante el Renacimiento se puso de
moda entre algunas mujeres —
principalmente, entre cortesanas y
prostitutas— calzar unos zapatos
especiales para la lluvia llamados
chapines, con plataformas de hasta 75
centímetros de altura. En el XVII se
usaban zapatos con hebillas y botas de
campana para montar. A principios del
XIX las mujeres usaron zapatos de raso o
cuero con tacón, sujetos a la pierna con
cintas. Largo tiempo estuvieron en boga
las polacas abotinadas, a las que
sustituyeron los zapatos a la inglesa (y
muy especialmente los llamados
oxford), que, con poca diferencia,
continúan llevándose hoy en día. Pero es
curioso constatar que, aunque en la
antigüedad y en otras culturas no
europeas no era así, hasta 1850 los
zapatos de ambos pies no guardaban
diferencia alguna. Eran confeccionados
rectos y por tanto podían ser calzados
indistintamente en los dos pies.

E l guante mas antiguo que se conoce


fue el hallado en la tumba de
Tutankamón; este guante es de lino y
debió de pertenecer a un niño. Sin
embargo, la historia de los guantes debía
arrancar mucho antes. Cuenta Jenofonte
que en la corte imperial persa el uso de
guantes formaba parte del protocolo.
Presentarse ante el emperador con las
manos descubiertas era interpretado
como un acto de rebeldía y desacato. Se
cuenta, por ejemplo, que Ciro (560-529
a. de C.) mandó ejecutar a todos sus
primos al presentarse ante él sin guantes.
Excusa o no de otros móviles, parece
que este detalle avala la afirmación de
Jenofonte. Sin embargo, entre los
griegos, los guantes tenían un uso muy
distinto: los utilizaban en los banquetes,
por un lado, para no mancharse los
dedos con que comían y, por otro, para
poder sujetar los alimentos recién
cocinados sin quemarse. Con el paso de
los siglos, los guantes mantuvieron en la
tradición occidental un doble uso
ceremonial y práctico (para facilitar a
los caballeros el uso de las espadas y
las lanzas), así como signo de reto
(guante de desafío). En todo caso, hasta
que en el siglo XVI, Catalina de Medicis
(1519-1589), esposa del rey Enrique II
de Francia, no extendiera la moda de su
uso entre las mujeres, continuó siendo
una prenda reservada al varón. La moda
se extendía rápidamente y a partir de
entonces las damas adornaron sus
vestidos con guantes y mitones.
Sin embargo, la confección de
guantes no pasó a ser una labor
industrial (y, por tanto, su uso no pudo
generalizarse verdaderamente) hasta que
Xavier Jouvin, un joven estudiante de
medicina francés, inventó un sistema de
tallaje que agilizaba su manufactura.
Recopilando datos mediante el estudio
de manos en el hospital de Grenoble,
identificó 320 tallas e inventó patrones
para los guantes, patentándolos en 1834.
Aunque en un principio su invención no
fue muy conocida, recibiría el
espaldarazo definitivo al obtener la
medalla de bronce de la Exposición
Industrial de París de 1839 y la mención
de honor en la Exposición Universal de
Viena de 1851. De este modo se
popularizó el uso indiscriminado de los
guantes, costumbre que se vería
incrementada aún más al poder
fabricarse por primera vez los guantes
sin costuras a partir de 1859, gracias a
un invento industrial del británico
Thomas Haimes.

S egún una fundada teoría, las


mujeres se abrochan las ropas de
izquierda a derecha porque las damas de
buena posición eran vestidas por sus
criadas y alguien se dio cuenta de que
para éstas sería mucho más sencillo
cumplir con su labor si los botones
estaban situados al revés de como solían
estarlo. Lo que fue utilidad, pronto se
transformó en costumbre, que nadie ha
propuesto, por ahora, cambiar.

E l 10 de julio de 1964, Mary Quant


presentó en Londres la primera
minifalda moderna en un desfile de
modelos organizado a tal fin.

L as pelucas, incluso las de colores


muy atrevidos, fueron muy
populares entre los antiguos romanos.
Cuando el imperio se convirtió al
cristianismo, la Iglesia trató
repetidamente de eliminar su uso. En el
siglo I, los Padres de la Iglesia
dictaminaron que una persona con
peluca no podía recibir una bendición
cristiana. En el siglo siguiente, el
teólogo Tertuliano sostuvo que «todas
las pelucas son disfraces e invenciones
del diablo». Y cien años más tarde, el
obispo de Cartago San Cipriano (210-
258) prohibió la asistencia a los oficios
a quien portase peluca o bisoñé. El
Concilio de Constantinopla del año 629
excomulgó a todos los cristianos que se
negaran a prescindir de la peluca. En el
siglo XII, el rey inglés Enrique IV
prohibió los cabellos largos y las
pelucas en la corte. Hasta la Reforma de
1517, la Iglesia no flexibilizó su
doctrina sobre las pelucas. Hacia 1580,
las pelucas volvieron a estar de moda en
los países anglosajones (y
posteriormente en los demás), sobre
todo a raíz de que la reina Isabel I las
utilizara para ocultar su incipiente
calvicie, reuniendo una enorme
colección, en la que destacaban las
anaranjadas. La moda cundió,
hablándose de que, en el apogeo de la
moda, la corte francesa de Versalles
disponía de 40 peluqueros a sueldo,
encargados del cuidado de las pelucas
reales. Esta exageración provocó una
nueva reacción en contra de la Iglesia,
que se tradujo en una nueva ola de
prohibiciones y reconvenciones contra
su uso.

E n el año 1804, el parisiense


Esteban Demarelli gozó de buena
fama, e hizo buen negocio, impartiendo
cursillos intensivos de seis horas (a
nueve francos la hora) en los que
enseñaba el arte de anudarse la corbata.
Y es que ese asunto no era tan baladí ni
sencillo como pueda parecer hoy en día.
La moda era tan amplia y variada en
cuestión de corbatas que existía un
número impensable en la actualidad de
maneras distintas de componer su nudo
(y, por tanto, un número impensable
también de hacerlo incorrectamente).

E l emperador romano Lucio


Domicio Aureliano (214-275)
impuso entre sus súbditos la costumbre
de utilizar un pañuelo de grandes
dimensiones (llamado oraria) para
mostrar agrado o desagrado en los
acontecimientos públicos. Al parecer, el
uso del pañuelo de bolsillo también
surgió posteriormente en Roma. Hasta el
siglo XVIII el tamaño y la forma de los
pañuelos de bolsillo no se uniformaron.
Al parecer, fue María Antonieta, esposa
del rey francés Luis XVI, quien impuso
la costumbre de los pañuelos de bolsillo
cuadrados.

J ohn Etherington, londinense


propietario de una mercería, dio a
conocer el sombrero de copa la tarde
del 15 de enero de 1797, al salir a la
calle con el primer ejemplar de este tipo
de sombrero masculino del que ha
quedado noticia histórica. Sin embargo,
como suele ser costumbre, los franceses
aseguran que este tipo de sombrero lo
inventó un comerciante textil galo un año
antes, como lo atestigua un cuadro del
pintor Charles Venet, firmado en 1796,
en el que aparece algo parecido a un
sombrero de copa.

E l tanga original era el exiguo


calzón que usaban los individuos
de la tribu quimbundu de Angola como
única vestimenta. Esta palabra fue
incorporada al vocabulario portugués
por los esclavos angoleños, y de ellos
pasó al vocabulario internacional.

L a cremallera fue inventada en


1837 por el estadounidense
Whitcomb L. Judson, quien la expuso en
1893 en la Exposición de Chicago. La
primera cremallera práctica fue
inventada en los Estados Unidos por el
sueco Gideon Sundback en 1913.

C omo tantos otros, el sastre judeo-


alemán Levi-Strauss (1829-1902)
emigró a los Estados Unidos para hacer
fortuna. Atraído por la fiebre del oro, se
estableció en San Francisco, abriendo
un negocio de venta de tela de lona para
confección de tiendas de campaña y de
las lonetas con que se cubrían los
vagones de tren. En cierta ocasión
recibió un importante pedido de lona del
ejército, pero al entregarlo, la partida
fue rechazada por su baja calidad.
Tratando de buscar una salida para esta
tosca partida de tela de lona que le
resarciera de tal revés, aunque con poca
ilusión de tener éxito, decidió
confeccionar con ella pantalones de
trabajo con la esperanza de encontrar
mercado entre los mineros, a quienes
siempre oía quejarse de lo poco que les
duraba la ropa por las duras condiciones
de su trabajo. Para aumentar su utilidad,
concibió la idea de coser en ellos todos
los bolsillos que pudiera (en los que sus
potenciales clientes pudiesen guardar
las herramientas y las muestras de
mineral), así como reforzar las costuras
de los pantalones con remaches
metálicos. Animado por el progresivo
éxito de su nuevo producto, fue
mejorándolo poco a poco, hasta que en
1860 decidió cambiar la lona por una
tela igual de resistente, pero algo menos
tosca, que se fabricaba en la región
francesa de Nimes, y que era conocida
como serge, consiguiendo de este modo
una mayor aceptación entre otro tipo de
clientes potenciales, como los granjeros
y vaqueros. En realidad, este tejido era
originario de la ciudad italiana de
Génova, que los franceses llaman
Genes, origen del que proviene el
nombre que recibieron aquellos
pantalones vaqueros originales
fabricados por Levi-Strauss: jeans o
(por el color azul) blue jeans.

C harles Worth (1815-1895), un


modisto francés de origen inglés,
fue el primero en introducir la
costumbre de utilizar maniquíes de carne
y hueso para presentar sus modelos, allá
por 1846.

L a primera falda pantalón que los


anales recuerdan la llevó en
público la atrevida ciudadana
estadounidense Mrs. Bloomer por las
calles de Nueva York en 1851.
M icheline Bernardi fue la primera
modelo utilizada por Louis
Réard, el creador del biquini, para lucir
su creación el día de su presentación en
París: el 5 de julio de 1946. El nombre
del nuevo traje de baño de dos piezas
(escasas de tela) le fue sugerido a su
creador por la actualidad: cuatro días
antes de que el modelo fuera presentado,
los Estados Unidos hicieron su primer
ensayo de explosión nuclear en tiempos
de paz, dejando caer una bomba sobre el
atolón de Bikini, en el Pacífico. El
hecho, tras la conmoción de Hiroshima y
Nagasaki, fue noticia de primera plana
en todos los periódicos del mundo. El
primer biquini de la historia de la moda
de este siglo era de algodón, estampado
con dibujos que recordaban
precisamente las páginas de un
periódico.

P ara el primer lanzamiento


comercial de las medias de nailon,
la empresa estadounidense Dupont
Nemours montó una extraordinaria
campaña publicitaria basada en el
misterio y el secreto a ultranza sobre el
producto, aunque no sobre sus ventajas.
Se eligió el 15 de mayo de 1940 como
el Día del Nailon y hasta ese día no se
distribuyó ni un solo par de medias en
todos los Estados Unidos. De esa forma
se creó una impaciente demanda, que
agotó todas las existencias el primer día
en que se ofrecieron a la venta,
llegándose a vender 4 millones de pares
de medias en las primeras cinco horas.
Para las mujeres norteamericanas, las
nuevas medias de nailon pasaron a ser
uno de los más preciados tesoros
personales. Sin embargo, a partir de
1941, al entrar los Estados Unidos en la
Segunda Guerra Mundial, el gobierno
decretó la reserva de toda la producción
de nailon para la confección de
paracaídas, llegando a pedir a las
mujeres que entregaran sus medias al
estado para ese mismo fin.

L as katiuskas, un tipo de botas altas


de goma parecidas a las botas de
montar que suelen llevarse en tiempo de
lluvia, especialmente por las mujeres,
deben su nombre a la protagonista de
una zarzuela homónima de Pablo
Sorozábal estrenada en 1936. El nombre
propio Katiuska es un diminutivo del
ruso Katia, que a su vez, lo es de
Ekaterina o Yekaterina.

L os pantalones ajustados conocidos


como leotardos deben su nombre
a Jules Léotard, trapecista francés del
siglo XIX, que inventó esta prenda
ceñida para poder ejecutar mejor sus
acrobacias en el trapecio y, de paso,
según confesó Léotard en sus memorias,
para encandilar a las damas «no
ocultando los rasgos más importantes de
mi anatomía».

E l nombre del tipo de sombrero


femenino conocido como pamela,
de ala muy ancha, proviene del de la
protagonista de ese mismo nombre de
una novela de Samuel Richardson
(1689-1761), que lucía durante toda la
obra ese tipo de sombrero.
L a prenda de punto que en España
llamamos rebeca tomó dicho
nombre al popularizarse su uso tras el
gran éxito de la película de Alfred
Hitchcock Rebeca (1940), basada a su
vez en una novela de la escritora francés
Daphne du Marier, cuya protagonista
femenina, encarnada en la pantalla por
la actriz Joan Fontaine, lucía en casi
toda la película este tipo de suéter de
lana.

L a prenda elástica de punto


conocida como maillot fue
inventada, según Talma, por un
empleado de la Opera de París de
apellido Maillot, que quiso conciliar la
decencia y la gracia sustituyendo el
pantalón por una prenda más ajustada y,
por tanto, más cómoda.

E l cárdigan es un tipo de jersey


suéter o chaqueta de punto de lana,
que debe su nombre a James Thomas
Brudenell, séptimo conde de Cardigan,
que popularizó su uso. Este personaje,
que el 25 de octubre de 1854 dirigió la
famosa Carga de los Cuatrocientos o
Carga de la Brigada Ligera (ocurrida
en el llamado desde entonces Valle de la
Muerte durante la batalla de Balaclava
de la guerra de Crimea), ha pasado a la
historia no sólo por aquella disparatada
y suicida gesta, inmortalizada por la
literatura y el cine, sino también, y tal
vez en primer lugar, por este tipo de
jersey de lana tejido a mano que
formaba parte habitual de su
indumentaria y al que dio nombre.

P antaleone, el personaje cómico de


la Comedia del Arte italiana del
siglo XVI, dio nombre a los pantalones.
El nombre de este personaje proviene, a
su vez, del de un santo cristiano, mártir y
santo patrono de los médicos, muy
popular en Venecia, hasta el punto de
que muchos niños eran bautizados con su
nombre. Esta popularidad hizo que el
personaje de la Commedia dell'arte
italiana llevase su nombre. El personaje
de Pantaleone era un abyecto y cruel
avaro que hacía pasar tanta hambre a sus
criados que «sus esqueletos no
proyectaban sombra». Era un
incorregible mujeriego, pero de
escasísimo éxito, que incluso provocaba
siempre la mofa entre sus supuestas
víctimas. Pues bien, este personaje era
invariablemente interpretado por un
actor viejo, con anteojos y calzado con
zapatillas de una pieza, calzones
ajustados a la piel y calcetines hasta más
arriba de la rodilla. Posteriormente,
cuando el personaje traspasó las
fronteras italianas, las calzas ajustadas
fueron sustituidas por otras mas
holgadas y, a mentido, de anchura
exagerada. Al pasar este arquetipo
teatral a Francia, el nombre del
personaje pasó a designar también a esa
prenda de corte amplio que cubría sus
piernas.
Vidas extraordinarias

S egún la leyenda, el sofista y


retórico griego Gorgias (h. 483-
375 a. de C.) nació durante el funeral de
su madre. Los asistentes al sepelio
oyeron súbitamente un llanto infantil que
provenía del féretro y al abrirlo,
descubrieron a un recién nacido.

E l inmortal filósofo griego Platón


(428-348 a. de C.) se llamó
realmente Aristocles, aunque recibió el
apelativo con el que ha pasado a la
historia, que significa espalda ancha,
por su corpulencia física. Valga como
demostración de su fortaleza corporal el
decir que, en su juventud, llegó a ser
bicampeón olímpico de lucha.

S e llama mitridación a la
inmunización contra algún veneno
conseguida mediante su administración
en pequeñas dosis progresivas que
permite que el organismo genere sus
propias defensas y se haga inmune a
dicho veneno. La palabra proviene del
personaje histórico del rey Mitrídates VI
Eupator o El Grande (131-65 a. de C.),
que subió al trono del reino del Ponto a
los 13 años, sucediendo a su padre.
Poco después, se retiró a vivir en
soledad para escapar de las
conspiraciones de palacio. En su retiro
acostumbró su cuerpo a soportarlo todo,
incluso los venenos, para lo que ingería
pequeñísimas dosis, que iba aumentando
según se iba haciendo inmune a ellas.
Vuelto a la corte, hizo matar a sus
tutores, a su madre y a su esposa,
temeroso de posibles conjuras. Después
de guerrear incesantemente con Roma,
fue traicionado por su hijo Farneces, que
le despojó del trono. Mitrídates,
entonces, trató de envenenarse, pero fue
incapaz de ello, por lo que ordenó a uno
de sus esclavos galos que lo matase.
Otro de los rasgos distintivos de este rey
fue que, durante mucho tiempo después
de su muerte, su nombre fue sinónimo de
políglota, porque se dice que dominaba
22 lenguas.

L ady Godiva (1040?-1080?) fue


una dama sajona famosa por su
belleza y su bondad, casada con Léofric,
conde de Chester y de Mercia y señor de
Coventry. Esta dama, compadecida de
los sufrimientos y apuros de los vasallos
de su marido, a los que éste esquilmaba
con tributos abusivos, y solidaria con
ellos, intercedió pidiendo a su esposo
que los rebajara. El conde accedió, pero
con la condición de que Lady Godiva
recorriese Coventry a caballo, sin más
vestidura que sus largos cabellos. La
dama así lo hizo, no sin antes acordar
con los vecinos que éstos se encerrarían
en sus casas, para no turbarla en su
desnudez. El día elegido, Lady Godiva
se paseó desnuda por el pueblo,
montada en su caballo, mientras todos
los vecinos de Coventry permanecían en
sus casas con las ventanas cerradas.
Todos, menos un sastre, al que la
tradición inglesa conoce con el nombre
de The Peeping Tom (es decir, «El
Mirón Tom»), que no resistió la
tentación de ver desnuda a su señora, ni
la de jactarse posteriormente de ello.
Tal actitud le costó la total repulsa de
sus convecinos, que, desde entonces, le
ignoraron, castigándole con un completo
ostracismo (además, la expresión pasó a
designar en idioma inglés a quien en
castellano se llama mirón y en francés
voyeur). La leyenda (que según los
historiadores puede estar basada en un
hecho real, al menos parcialmente)
finaliza aclarando que Léofric,
conmovido con el gesto de su esposa,
rebajó los impuestos, cumpliendo su
promesa.
S an Isidro Labrador (1082-1170), un
agricultor que vivía en los
alrededores de Madrid en las
postrimerías del siglo XI, además de
patrono de Madrid, es también patrono
de los labradores recordando que
mientras él rezaba, los ángeles araban
sus campos. Cuenta la leyenda que
Isidro, esposo de Santa María de la
Cabeza, y siervo del señor Iván de
Vargas, no queriendo desatender sus
devociones (aun a costa de sus deberes
para con su señor), frecuentemente se
dedicaba a las prácticas piadosas en el
campo. Por ello fue denunciado a su
señor, al que dijeron que Isidro
malgastaba su tiempo, abandonando su
trabajo. Cierto día Iván de Vargas se
decidió a sorprenderlo en su piadosa
holganza, se acercó al campo y
comprobó con asombro que, mientras
Isidro oraba, dos ángeles hacían sus
faenas agrícolas.

E l marinero sevillano Juan Rodrigo


Bermejo, más conocido como
Rodrigo de Triana, fue el primer
español que avistó tierra americana
desde su puesto de vigía de la nave
capitana del primer viaje de Colón. Con
su legendario grito de «¡Tierra, tierra!»
se hizo acreedor del premio prometido
por Colón para el primero que viera la
costa de lo que el creía Cipango
(Japón). Sin embargo, el éxito
económico de los primeros viajes de
Colón no fue comparable con el
geográfico y a su vuelta a España no
tuvo dinero suficiente para pagar a
Rodrigo de Triana lo prometido (o,
según otros, simplemente no quiso
cumplir su promesa). Se cuenta que
Rodrigo, lógicamente irritado y
desilusionado, acabó sus días en el norte
de África, convertido al islamismo.

S an Ignacio de Loyola (1491-1556),


fundador de la Compañía de Jesús,
fue en su juventud paje de los Reyes
Católicos y soldado, famoso entre las
mujeres por su apostura y su elegancia y
porte en el vestir. Fama de la que él
sacó provecho hasta los treinta años,
cuando, herido en una pierna en la
defensa de la sitiada Pamplona, tuvo que
guardar cama durante unos meses. Esa
convalecencia le hizo meditar y darse
cuenta de que tenía que rectificar su
vida. Cosa que hizo en el sentido y con
el alcance y el éxito que todos
conocemos.

S an Felipe Neri (1515-1595), El


Apóstol de Roma, fue un hombre
santo italiano, fundador de la
Congregación del Oratorio, famoso por
su buen humor y su eterna sonrisa. Dicen
que obraba sobre él de tal modo la
vehemencia del amor divino y la alegría
en Dios que, en cierta ocasión, al
ensanchársele el corazón de plenitud, le
estallaron dos costillas. Como no podía
ser menos, hoy es considerado patrono
de los humoristas.

E nrique de Navarra (1533-1610),


que luego sería Enrique IV de
Francia, fue bautizado en la fe católica.
A los 6 años abrazó la fe protestante de
su madre, Juana de Albret. A los ocho,
nuevamente fue declarado católico. Pero
unos meses después, en diciembre de
1562, volvió a reingresar en la filas del
protestantismo. Siguiendo con su
costumbre, desde los 19 años hasta su
muerte, volvió a cambiar de
preferencias religiosas no menos de 6
veces, según soplaran los vientos de las
conveniencias políticas. No es raro que
uno de los principales recuerdos que
hayan quedado de este rey sea su
conocida frase «París bien vale una
misa». Enrique IV murió asesinado por
el fanático católico François Ravaillac.
L a reina escocesa María Estuardo
(1542-1587) fue proclamada en
diciembre de 1542, cuando únicamente
tenía seis días, pues prácticamente su
nacimiento coincidió con la muerte de su
padre, Jacobo V. Su coronación formal
se produjo cuando tenía 9 meses de
edad.

L a peripecia vital de Miguel de


Cervantes Saavedra (1547-1616)
no puede ser considerada ciertamente
como ordinaria. En sucesivas etapas de
su vida Cervantes se vio envuelto en
lances, duelos y disputas amorosas de
todo tipo, combatió como aguerrido
soldado y oficial en muchas e
importantes campañas (en una de las
cuales perdió la movilidad de una mano)
y fue esclavizado, encarcelado y
excomulgado.
En 1569, Miguel de Cervantes fue
acusado de haber herido a un tal Antonio
de Sigura, por lo que fue condenado a
destierro de diez años y a que le fuera
cortada la mano derecha.
Afortunadamente (para todos) el diestro
Cervantes logró huir a Italia y eludir de
esa forma dicha sentencia. Allí se alistó
en el ejército del cardenal Giulio
Acquaviva. Como es bien sabido,
participó posteriormente en la batalla de
Lepanto (1571), resultando herido en la
mano izquierda, que le quedó
inmovilizada para toda su vida. Tras
participar en otras hazañas militares,
decidió regresar a España, para lo cual
emprendió el viaje de vuelta por mar,
bien pertrechado con cartas de
recomendación firmadas por Juan de
Austria y el duque de Sessa, a la sazón
virrey de Sicilia. Mas en el viaje fue
apresado por piratas berberiscos, que le
recluyeron en la prisión de la ciudad de
Argel. Los piratas, viendo las cartas
signadas por personajes tan ilustres que
llevaba Cervantes, pensaron que se
trataba de un personaje importante,
razón por la cual fijaron un alto rescate.
Cinco años después de ser capturado, y
tras no menos de cuatro rocambolescos
intentos de evasión, Cervantes fue
liberado, previo pago de 500 ducados.
Vuelto a España, y poco antes de
contraer matrimonio en 1584 con
Catalina Palacios de Salazar y
Vozmediano, Cervantes tuvo una hija
(bautizada Isabel) con su amante Ana
Franca (o Villafranca) de Rojas, esposa
de un cómico. En 1597 fue encarcelado
en la prisión real de Sevilla por un
oscuro asunto de malversaciones de
fondos ocurrido en la oficina de
recaudación de provisiones para la
Armada Real (la famosa Invencible),
que estaba a su cargo. Hasta que se
esclareció el asunto, permaneció en la
cárcel tres meses, tiempo que aprovechó
para comenzar la redacción de su obra
maestra Don Quijote de la Mancha.
Todas estas vicisitudes vitales salieron a
la luz pública, convirtiéndose en materia
de escándalo, cuando Cervantes fue
nuevamente arrestado, esta vez por su
supuesta implicación en el asesinato del
noble navarro Gaspar de Ezpeleta,
ocurrido a las puertas de su domicilio,
acusación de la que finalmente fue
absuelto. Sin duda, se puede afirmar en
resumen que la vida de Miguel de
Cervantes tuvo los suficientes elementos
como para alimentar la inspiración de
muchas novelas.

E l poeta y dramaturgo español


Agustín de Rojas Villandrando
(1572-h. 1618) fue soldado en Francia y
prisionero en La Rochelle. Al ser
liberado, se enroló como corsario,
atacando buques ingleses y visitando en
el curso de sus correrías diversas
ciudades italianas. De regreso a España,
mató a un hombre en Málaga, por lo que
tuvo que acogerse al sagrado asilo de la
iglesia de San Juan, donde se enamoró
de él una bella mujer, que compró su
libertad por 300 ducados, todo lo que
poseía. Rojas se amancebó con la joven
y, para mantenerla, pidió limosna,
escribió sermones a cambio de comida,
asoló huertos, quitó capas y desempeñó
mil y un oficios legales e ilegales. En
Granada, tiempo después, regentó una
mercería, y en Valladolid se casó con
Ana de Arceo. Todas estas aventuras,
verdaderas, exageradas o inventadas,
nos son conocidas gracias al relato que
el propio protagonista nos hizo en
algunas novelas que obtuvieron un gran
éxito al tiempo de ser publicadas.
E n 1592 (o 1596, según otros)
nació Catalina de Erauso en la
ciudad de San Sebastián en el seno de
una de las mejores familias vascas. A
los cinco años, su padre la recluyó en el
convento de las Dominicas de aquella
misma ciudad, de donde se escapó a los
quince, tras ser víctima de un abuso
sexual por parte de otra monja mayor
que ella. Vestida de muchacho, bajo el
nombre de Antonio de Erauso, se
presentó en Vitoria, alistándose en las
huestes de don Francisco de Cárdenas.
Tras mil peripecias, que la llevaron por
Valladolid, Bilbao y Estella,
desempeñando diversos oficios,
reapareció en el puerto de Pasajes,
donde embarcó para Sevilla. En la
capital andaluza, se enroló como
grumete en las compañías que iban a
América, ya con el nombre de Alonso
Díaz y Ramírez de Guzmán. Llegada a
América, y cuando el barco estaba listo
para regresar a España, le robó
quinientos pesos al capitán del navío
(que, al parecer, era un familiar suyo
que nunca la identificó) y se internó por
su cuenta en el continente.
Tras protagonizar no pocas
aventuras en México, Panamá, Perú y
Chile, se labró una sólida carrera
militar, alcanzando el grado de alférez,
así como una veraz fama de
pendenciera, viéndose involucrada en un
sinnúmero de altercados y situaciones
comprometidas. Por cuestiones de juego,
mató a un amigo suyo y luego a un
auditor que pretendía arrestarla. Una
noche, en una disputa callejera, hirió sin
reconocerlo a su propio hermano.
Herida a su vez en otra reyerta y
creyendo llegada la hora de su muerte,
se confesó al obispo de Guamanga,
revelando finalmente su condición de
mujer. Recuperada de sus heridas,
regresó a España en 1624, donde Felipe
IV la concedió una pensión de
ochocientos escudos, y viajó a Roma,
donde el Papa Urbano VIII la recibió en
audiencia privada, dispensándola una
bula personal para continuar vistiéndose
como hombre. Años después, en 1635,
continuó su carrera militar, regresando a
América, donde era ya legendariamente
conocida como La Monja Alférez. Del
final de la vida de esta extraordinaria
mujer poco se sabe, salvo que,
trabajando como arriera, murió, al
parecer, en Cuitlaxta en 1650.

L a vida de Pedro Calderón de la


Barca (1600-1681), como la de la
mayor parte de nuestros grandes autores
del Siglo de Oro, estuvo llena de
tribulaciones, recovecos e, incluso,
algunos contratiempos con la justicia.
Calderón comenzó su andadura adulta
participando como soldado en campañas
en el norte de Italia, Normandía y
Flandes. A su vuelta a España, fue
acusado de violar el asilo eclesiástico
del convento de los Trinitarios en
compañía de su hermano, en persecución
del agresor de éste, lo que le acarreó,
además de ciertos problemas con la ley,
la mofa y el escarnio de personajes tan
influyentes como Lope de Vega y el más
famoso de los predicadores de su
tiempo, Hortensio Paravicino. Saldados
con bien estos sucesos, Calderón fue
honrado por el rey con la Orden de
Calatrava en 1637, tras lo que participó
con cierta distinción en el sitio de
Fuenterrabía (1638), enrolado en las
huestes del duque del Infantado, y luego,
alistado al servicio del conde-duque de
Olivares, en la guerra de Cataluña
(1640). En 1642 abandonó el servicio
de armas, pasando a servir civilmente al
duque de Alba. Por aquel tiempo tuvo un
hijo natural (Pedro José) con una dama
desconocida, al que educó como
sobrino. En 1651, a los 51 años,
reconoció finalmente a su hijo natural, y,
tras ser ordenado sacerdote, fue
nombrado sucesivamente capellán de los
Reyes Nuevos de Toledo, capellán de
honor del rey Felipe IV y capellán
mayor de la Congregación de Sacerdotes
naturales de Madrid.

A unque no fueron las únicas, la


irlandesa Anne Bonney y la
inglesa Mary Read fueron las dos más
famosas mujeres-pirata de comienzos
del siglo XVIII. Ambas unieron sus
fuerzas en 1719, cuando coincidieron
enroladas en un mismo barco
disfrazadas de hombres. Junto con otro
bucanero conocido como Capitán
Rackham, se apoderaron del barco en
que servían y, ya como capitanas,
continuaron pirateando. Apresadas en
1720, fueron inmediatamente
condenadas a morir en la horca. Sin
embargo, ambas alegaron estar
embarazadas, con lo cual, según las
leyes de la época, vieron suspendidas
sus penas por las de prisión hasta que
dieran a luz. Mary Read murió muy poco
después en la cárcel al contraer unas
fiebres. En cuanto a Anne Bonney nunca
se ha sabido cuál fue su destino final.

E l escritor español Diego de Torres


y Villaroel (1693-1770) fue un
hombre muy polifacético. A lo largo de
su vida trabajó, entre otras cosas, como
titiritero, bailarín, torero, soldado,
médico, astrólogo, nigromante,
subdiácono y guitarrista, consiguiendo
en 1726 una plaza como catedrático de
matemáticas en la universidad de
Salamanca. Ganó mucha fama con la
publicación de sus almanaques
astrológicos, firmados con el seudónimo
de El Gran Piscator Salmantino, en los
que predecía el futuro, al parecer
acertando en el pronóstico, por ejemplo,
de la muerte de Luis I, el motín de
Esquilache y el estallido de la
Revolución Francesa. Sus éxitos en esta
actividad le reportaron pingües
beneficios económicos que le
permitieron ser uno de los primeros
intelectuales españoles que viviera
(bien) de los ingresos generados con su
actividad de escritor.

E l apellido de Etienne de Silhouette


(1709-1767) ha dado nombre a
esas figuras contorneadas, generalmente
de carácter caricaturesco, que todos
conocemos por siluetas. El origen de
esta asociación de nombres es
ciertamente curioso. Este personaje fue,
durante ocho meses del año 1757,
Inspector General de Francia, cargo
equivalente al actual de ministro. En ese
corto periodo de tiempo, tuvo la dudosa
virtud (nada rara, por cierto, entre los
encargados de estos cometidos
gubernamentales) de lograr enfurecer en
su contra a todos los sectores sociales y
de dejar prácticamente en bancarrota las
finanzas nacionales francesas. Nada más
ser nombrado para este puesto por Luis
XV, poco después del estallido de la
Guerra de los Siete Años, se lanzó con
verdadera decisión a reorganizar la
agricultura nacional y el aparato
burocrático del estado y a acabar con el
régimen de privilegios fiscales de la
nobleza. Sus logros, si no brillantes, al
menos fueron inmediatos: la agricultura
entró en un caos terrible; los
funcionarios se rebelaron contra su
decisión de gravar sus ingresos con los
mismos impuestos que al resto de los
ciudadanos, y la nobleza se escandalizó
al ver reducidas drásticamente sus
rentas y prebendas. Sin embargo, en un
primer momento, el pueblo llano le
aplaudió. Esta popularidad animó a
Silhouette a poner en marcha la segunda
fase de su programa de reformas: esta
vez se propuso recortar los gastos
suntuarios del mismo rey y
especialmente las partidas destinadas a
las diversiones reales. Luis XV aceptó a
regañadientes, pero cuentan los
contemporáneos que paseó su
aburrimiento por palacio hasta que
acudieron en su ayuda financiera algunos
nobles e, incluso, se habilitaron para
diversión de su majestad algunas
partidas de otros ministerios. Todo fuera
porque Madame Pompadour (1721-
1764), a la sazón favorita real, no viera
mermados ni un ápice sus suntuarios
dispendios. El ejemplo cundió y
rápidamente los nobles y demás
asalariados de la corte recuperaron sus
privilegios con la connivencia de
funcionarios situados en puestos clave,
que se veían favorecidos con exenciones
fiscales de dudosa legalidad.
Sorprendido por la ineficacia de sus
medidas, pero no derrotado ni
desilusionado, Silhouette contraatacó
con el tradicional último recurso de los
ministros de economía: si no se pueden
rebajar los gastos públicos, siempre se
pueden subir y multiplicar los
impuestos. Dicho y hecho, el Inspector
General promulgó y trató de aplicar toda
una batería de nuevos impuestos, entre
ellos uno sobre el lujo, que gravaba el
disfrute de servidumbre, carruajes y, en
general, todo aquello que significara
suntuosidad, y que, por cierto,
penalizaba la situación de los solteros,
al aplicarles una tarifa triple. No
satisfecho con ello, puso en vigor
también un nuevo impuesto indirecto
sobre todos los artículos de consumo,
que levantó las iras del pueblo llano.
Las protestas arreciaron desde todos los
frentes, incluido el Parlamento, y el rey
tuvo que intervenir, es de suponer que
sin ningún pesar, desautorizando a su
ministro y concediendo dispensas con
verdadera fruición. Así que, Silhouette,
ciertamente desesperado por la mala
situación de las finanzas nacionales y sin
otra arma a su alcance, tuvo que decretar
la sus pensión de pagos estatales,
acabando de paso con toda posible
fuente exterior de financiación y crédito.
Cumplidos los ocho meses de su
mandato, fue destituido fulminantemente.
Pero su figura quedó grabada en la
mente de todos los franceses y
comenzaron a florecer las burlas y las
chanzas de todo tipo dirigidas a su
persona. Se fabricaron calzones a la
silhouette (esto es, sin bolsillos) y,
según una moda al uso, se hicieron tan
tremendamente famosos sus caricaturas
en sombra, que el pueblo las dio el
nombre genérico de siluetas.

S e dice que John Montagu, 4.° conde


de Sandwich (1718-1792), un
empedernido jugador de cartas, inventó
el emparedado o sandwich al ordenar a
su cocinero (según la tradición, a las 6
de la madrugada del 6 de agosto de
1762) que le sirviera un bisté
emparedado entre dos rebanadas de pan,
para así no tener que interrumpir la
partida que disputaba en aquel momento.
Pero el apellido de este personaje,
además de dar nombre a los
emparedados, también fue aplicado por
el capitán James Cook a unas islas que
él descubrió en el Pacífico (y que,
andando el tiempo se rebautizaron islas
Hawai), en homenaje a quien había
dirigido el Almirantazgo británico
durante la Revolución Americana y,
sobre todo, a quien había equipado sus
buques.
Sin embargo, la figura humana de
Lord Sandwich estuvo algo por debajo
de tales honores. Titular de su condado
desde los 11 años y educado en las
mejores escuelas inglesas (Eton y
Cambridge), fue nombrado Lord del
Almirantazgo, pero su labor estuvo
marcada por el desorden, la corrupción,
el soborno y, sobre todo, la
incompetencia. Se cuenta incluso que la
Revolución Americana podría haber
acabado de otra manera si no hubiera
mediado a favor de los insurrectos
norteamericanos su impericia al mando
del Almirantazgo británico.
De este mismo Lord Sandwich se
cuenta una buena anécdota
parlamentaria. Cierto día en que cruzaba
improperios con John Wilkes, que en
otro tiempo había sido su mejor amigo y
compañero de casi todas sus juergas,
pero con el que después mantuvo un
enconado enfrentamiento político, dijo
Lord Sandwich: «Wilkes, usted morirá
en el patíbulo o de sífilis». Wilkes,
famoso por su ingenio, le replicó
suavemente: «Eso dependerá de si
abrazo sus principios o a su querida». Y
es que si su actividad pública fue un
dechado de ineptitud y una continua
piedra de escándalos, no lo fue menos su
vida privada (que fue más bien pública).
Fueron famosas sus andanzas con su
amante Margaret Reay, una plebeya de
vida licenciosa a la que se unió cuando
ella tenía 16 años y que, después de ser
educada en París a expensas del Lord, le
dio cinco hijos en los veinte años que
vivieron juntos. Margaret moriría en
1779, asesinada por un pretendiente
despechado. También destacó Lord
Sandwich como activo participante en
un club de orgías y misas negras
llamado Club del Fuego Infernal. No es
extraño que John Montagu, 4.° Lord de
Sandwich muriera en 1 792 amargado y
totalmente desacreditado socialmente.
E n septiembre de 1735, el infante
de España, Luis Antonio de
Borbón, hijo de Felipe V, fue nombrado
Arzobispo de Toledo, cuando tenía ocho
años de edad. Tres meses después, el
Papa Clemente XII le nombró cardenal.
Sin embargo, a los 27 años renunció a
estas dignidades por no ser sacerdote ni
tener vocación para serlo. Abandonada
tan brillante carrera eclesiástica, pasó a
dedicarse a la música y al estudio de la
naturaleza.

M ás precoz aun fue el duque de


York y Albany (1763-1827),
hijo segundo de Jorge III de Inglaterra,
que fue elegido obispo de Osnabrück,
gracias a la influencia de su padre, que
era Elector de Hannover, a la increíble
edad de 196 días, el 27 de febrero de
1764. Renunció a dicho cargo 39 años
después.

D el pintor aragonés Francisco Goya


(1746-1828) se ignoran muchos
datos sobre su juventud y primera
madurez; pero lo que sí se sabe es que
recorrió gran parte de Andalucía
enrolado en una cuadrilla de toreros.
Después viajó a Italia, donde residió
varios años hasta que, en 1774, fuera
expulsado de la ciudad de Roma por
haber saltado los muros de un convento
y raptado a una joven, de la que estaba
enamorado.

E ntre revolución y revolución, el


italiano Giuseppe Garibaldi
(1807-1882) desempeñó multitud de
oficios en los lugares más
insospechados del mundo. Entre otros,
llegó a trabajar de vendedor de
espaguetis en Uruguay y a fabricar velas
en Staten Island, Nueva York.

H einrich Schliemann (1822-1890),


el arqueólogo aficionado y
helenista alemán a quien se debe el
descubrimiento de las ruinas de Troya,
dio muestras muy tempranas de su
capacidad y su determinación. Hijo de
un pastor protestante, soñó por primera
vez con descubrir Troya a los 7 años. A
los 14 comenzó a trabajar de
dependiente en una tienda de
comestibles y especias, donde pasó
cinco años y medio. A los 20 se
embarcó como grumete en Hamburgo,
partiendo con destino a Venezuela. A los
15 días de navegación, el barco
naufragó y Schliemann acabó como
escribiente en una oficina comercial en
Ámsterdam. Colocado en aquel humilde
puesto, Schliemann aprendió, en menos
de cuatro años, inglés, francés, español,
italiano, portugués y ruso. A los 24 años,
marchó como agente comercial a San
Petersburgo, donde, el año siguiente,
abrió una casa comercial dedicada a la
importación de artículos coloniales. En
1850, llevado por su afición al oro,
apareció en California, donde fundó un
banco de gran éxito comercial,
adoptando la nacionalidad
estadounidense al incorporarse aquel
estado a la Unión. Sin embargo, poco
después volvió a emigrar a Rusia, donde
fue nombrado sucesivamente ciudadano
honorario, juez de los tribunales
comerciales de San Petersburgo y
director del Banco Imperial del Estado.
Por aquel entonces, aprendió también
sueco, polaco, árabe, latín, griego
moderno y, en tres meses, griego
antiguo.
En 1868, a los 46 años, se retiró de
todos sus negocios y se marchó a Grecia
y Turquía, en busca de la ciudad de
Troya y del legendario tesoro de
Príamo. En abril de 1870, siguiendo las
indicaciones geográficas imprecisas de
La Ilíada, cien obreros contratados por
Schliemann (a quien todos tenían por
loco) comenzaron las excavaciones en la
colina de Hissarlik, en el Asia Menor
turca. Pronto aparecieron armas,
utensilios domésticos, joyas y otros
objetos diversos, lo que reveló la
existencia de nueve asentamientos
distintos superpuestos, correspondientes
a nueve distintas ciudades de Troya,
destruidas y reconstruidas
sucesivamente (de las que la VI, casi con
seguridad, fue el escenario de los
hechos narrados por Homero en La
Ilíada). Tras remover 25 000 metros
cúbicos de tierra, Schliemann en
persona sacó a la luz un gran tesoro que,
sea o no verdaderamente el famoso
Tesoro de Príamo, desde luego merece
serlo. Un fabuloso conjunto de joyas y
piedras preciosas, cuya sola
enumeración ocupó 206 páginas del
diario de este visionario alemán.

L a princesa Isabel de Austria


(1837-1898), mucho más conocida
por su sobrenombre familiar de Sissí,
una encantadora muchacha, aficionada a
pescar, montar a caballo, beber cerveza
y comer salchichón, se vio catapultada
de la noche a la mañana, tras contraer
matrimonio a los 15 años con el
emperador austriaco Francisco José 1
(1830-1916), a protagonizar uno de los
momentos más convulsos y difíciles de
la historia de Centroeuropa. Destacó
pronto por sus tendencias liberales y
progresistas —poco habituales entre los
aristócratas de su tiempo—; pero cierta
propensión familiar a la locura y a la
extravagancia, que se manifestó en no
pocos de sus parientes más cercanos,
fueron convirtiéndola en una persona
excéntrica y cercana a la locura.
Además, ese progresivo hundimiento
vino favorecido por una larga serie de
reveses personales: en muy pocos años,
su cuñado Maximiliano fue fusilado en
México y su viuda enloqueció; su
hermana, la duquesa Sofía de Alenzón,
murió en el incendio del Bazar de la
Caridad de París; su primo, el rey Luis
de Baviera, se ahogó en el lago
Stenberg; su cuñado, Luis de Trani, se
suicidó en Zúrich; el archiduque Juan
desapareció misteriosamente; el
archiduque Guillermo murió a
consecuencia de un accidente ecuestre;
su sobrina, la archiduquesa Matilde,
pereció en otro incendio; el archiduque
Ladislao murió en accidente de caza, y
su hijo predilecto, Rodolfo, heredero de
la corona imperial, se suicidó en
Mayerling junto a su esposa.
Si en su faceta pública sostuvo una
actitud beligerante a favor de
determinadas causas progresistas (como,
por ejemplo, el reconocimiento de la
nacionalidad independiente de Hungría
dentro del imperio austriaco), en su
faceta privada sus extravagancias fueron
múltiples. Enferma de lo que hoy en día
se diagnosticaría como anorexia
nerviosa, su máxima preocupación
parece que fue el cuidado de su cabello:
una larga melena castaña —teñida—
que le llegaba hasta los tobillos y cuyo
peinado, a juzgar por los testimonios de
quienes la conocieron y por los retratos
y fotografías que se conservan, era más
bien una sofisticada escultura, que
impuso una moda en las cortes europeas
de la segunda mitad del siglo XIX. Su
peluquera, Fanny Angerer, proveniente
del mundo del teatro, se dedicaba en
cuerpo y alma a la cabellera de la
emperatriz, que debía lavar cada tres
semanas con una mezcla de brandy y
huevos (en una operación que duraba un
día entero) y peinar diariamente
(operación en la que empleaba no menos
de tres horas). Incluso, al parecer, hay
indicios de que entre las funciones de
esta peluquera estaban la de representar
como doble a la emperatriz en diversos
viajes al extranjero.
Pero, volviendo a las extravagancias
de Sissí, se cuenta que, a medida que fue
envejeciendo, luchaba
desesperadamente contra las huellas que
iba dejando el paso del tiempo en su
cuerpo. Utilizaba mascarillas de carne
cruda, fresas y aceite de oliva, y dormía
con paños húmedos sobre las caderas,
en la creencia de que así mantendría su
esbeltez. Por su obsesión por la belleza,
comenzó a coleccionar fotografías de
bailarinas y mujeres bellas de toda
Europa. Además, se rodeaba de
papagayos, perros lobos y galgos, y
hasta adquirió un macaco. E incluso le
dio a su hija preferida, Valeria, un
compañero de juegos inusual: un negro
contrahecho, llamado Rustimo, que
había sido enviado a la corte austriaca
por el Sha de Persia como regalo
personal. La emperatriz practicaba
también el espiritismo, asegurando que
mantenía continuas conversaciones con
el espectro del poeta alemán Heine, uno
de sus héroes románticos.
A pesar de estas claras muestras de
desequilibrio, Sissí realizó hasta su
muerte continuos viajes al extranjero,
aunque, eso sí, siempre de incógnito,
ocultando su rostro con un gran abanico
o con velos de luto. El 10 de septiembre
de 1898, a punto de cumplir los 61 años,
moría en la ciudad suiza de Ginebra,
víctima de un atentado perpetrado por un
anarquista italiano que desilusionado
por no hallarse en la ciudad el príncipe
Enrique de Orleáns, que era su objetivo,
se decidió a apuñalar a aquella
aristócrata ignorando en realidad de
quién se trataba. En el momento del
atentado, la emperatriz, que no se
percató en un primer instante de que
había sido herida de muerte por un
estilete, pensando que el sujeto sólo
pretendía robarle el reloj, siguió
caminando hasta que, a los pocos
metros, cayó desplomada y murió.

J ennie Jerome, una neoyorquina


descendiente de un abuelo indio,
inventó el cóctel Manhattan mezclando
whisky y vermut dulce. Esta mujer se
convertiría en 1874 en la esposa del
aristócrata inglés Lord Randolph
Churchill, trasladándose a vivir con él a
Inglaterra. Ya instalada en su nuevo país,
ese mismo año daría a luz
inesperadamente a un hijo en el vestidor
de damas del castillo de Blenheim,
donde asistía a un baile. Este hijo, al
que impuso los nombres de Winston
Leonard Spencer, andando el tiempo
sería el primer ministro británico
durante la Segunda Guerra Mundial. De
este modo, Winston Churchill (1874-
1965) pudo afirmar con total propiedad
que un octavo de su sangre era india.
E l cubano de nacimiento y francés
de adopción Paul Lafargue (1842-
1911), yerno de Karl Marx, fue famoso a
comienzos del siglo XX como autor de
un pequeño libro titulado Derecho a la
pereza, todavía cíclicamente muy leído,
dedicado al comentario del derecho
natural de las personas a disfrutar de la
molicie. Antes de alcanzar este éxito
editorial, Lafargue ejerció brevemente
como médico, profesión que abandonó
para abrir un estudio fotográfico, que sin
ser del todo ruinoso, tampoco le hizo
ciertamente rico. En realidad, logró
mantener a flote a su familia gracias al
dinero que había legado el colaborador
y protector de su suegro, Friedrich
Engels (1820-1895) a su esposa, Laura
Marx. Cuando se agotó aquella fortuna,
la pareja, desesperada y con grandes
dificultades económicas, se suicidó
inyectándose una sobredosis de morfina
el 25 de noviembre de 1911.

E l caudillo apache Jerónimo,


después de rendirse en 1886 y ser
encarcelado en Florida y Alabama, se
convirtió en agricultor y abrazó las
creencias de la Iglesia Holandesa
Reformista, ya instalado en una reserva
india en Oklahoma. Años después
llegaría a ser expulsado de dicha iglesia
bajo la acusación de mostrar excesivo
gusto por el juego y la bebida.

A lo largo de toda su vida, Vladimir


Ilich Uliánov Lenin (1870-1924)
utilizó, cuando menos, 150 apodos y
seudónimos, tras introducirse en política
a raíz de la muerte de su hermano
Alexander Uliánov, ahorcado por
participar en un atentado fallido contra
el zar.

M ata-Hari fue una bailarina


nacida en Holanda, cuyo
verdadero nombre era Margaret
Gertrude Zelle (1876-1917). Casada
muy joven con un oficial holandés,
residió durante algunos años en la isla
de Java, por entonces bajo dominio
holandés. De vuelta a Europa en 1903 se
instaló en París, tras ser abandonada por
su marido. En la capital francesa
alcanzó gran fama como bailarina
(profesión que adoptó por consejo
paterno), haciéndose famosa por sus
exóticos bailes indonesios y también por
su belleza. En 1907 pasó a Berlín y fue
captada por el servicio de espionaje
alemán. De regreso a Francia,
aprovechó sus muchos contactos en los
círculos militares y políticos para llevar
a cabo una importante labor informativa
para los alemanes. A su vuelta en plena
Primera Guerra Mundial (1916) de un
misterioso viaje al extranjero, se desató
un fuerte rumor que le hacía sospechosa
de espionaje, por lo que volvió a
desaparecer. Visitó numerosas capitales,
entablando amistad con varios oficiales
alemanes y, cuando regresaba de un
viaje a Madrid, fue detenida bajo la
acusación de espionaje para una
potencia extranjera. Fue juzgada por un
tribunal militar, condenada a muerte y
fusilada.

A los 13 años, Josif Visarionovich


Djuvashvili Stalin (1879-1953),
hijo de un humilde zapatero, ingresó en
un seminario teológico de Tifus, del que
sería expulsado cinco años después por
sus actividades políticas y por haber
sido descubierto realizando lecturas
prohibidas.

E l famoso pistolero estadounidense


Frank James, famoso por sus
correrías en compañía de su hermano
Jesse, vivió de un modo mucho más
apacible los últimos 32 años de su
existencia, tras la muerte de su hermano
y la disolución de la banda. A partir de
entonces, se ganó la vida con diversos
trabajos humildes, como, por ejemplo,
vendiendo recuerdos en la granja
familiar, trabajando como portero de un
teatro y como juez de salidas en el
hipódromo de Missouri, lo que, de paso,
le dio la oportunidad de continuar
utilizando la pistola.

T homas Edward Lawrence (1888-


1935), el que llegaría a ser un
personaje de leyenda como Lawrence de
Arabia, nació el 16 de agosto de 1888
en Tremadoc, un pequeño pueblo galés,
como segundo hijo natural de Thomas
Chapman, rico terrateniente anglo-
irlandés, y de Sarah Maden, institutriz
escocesa con la que el padre había
huido, abandonando esposa e hijas y
estableciéndose en aquel pueblecito,
bajo el nuevo apellido Lawrence. Ya en
su juventud, recorrió toda Gran Bretaña
y Francia en bicicleta, para visitar
castillos. Fue un muchacho de carácter
inquebrantable, acostumbrado a sufrir el
castigo corporal que le imponía su
puritana y estricta madre, por lo que
desarrolló un patológico masoquismo
que le impulsaba continuamente a poner
a prueba su resistencia física. Su madre
contó tiempo después cómo su hijo, a
los 17 años, un día, durante un tiempo de
descanso escolar, acudió en ayuda de un
compañero que era agredido por otro
alumno. En el transcurso de la pelea,
Thomas se rompió una pierna, pero no
dijo nada y continuó normalmente con
las clases del día, limitándose a pedir
ayuda para volver a casa, puesto que se
había hecho algo de daño y no podía
caminar.
En 1909, Thomas, tras estudiar
Historia y árabe en Oxford, visitó por
primera vez Siria para recoger material
sobre los castillos de los cruzados, tema
sobre el que versaría su tesis doctoral.
Allí volvería en 1910, época en que
mantuvo una relación amorosa con uno
de los porteadores de su expedición, un
muchacho árabe de 15 años llamado
Salim Ahmed y apodado Dahun («El
Oscuro»). A su vuelta a Inglaterra,
iniciada ya la Primera Guerra Mundial y
tras tratar de alistarse en el ejército,
siendo rechazado por su corta estatura,
logró ingresar, gracias a
recomendaciones, en la sección
geográfica del Estado Mayor, desde
donde sería rápidamente trasladado al
Departamento de Inteligencia de El
Cairo. Por entonces, en todo el Oriente
Medio, dominado por potencias
extranjeras, bullía un espíritu
revolucionario que cristalizó en la
revuelta contra la dominación turca
encabezada por el gobernador de La
Meca y líder espiritual del Islam,
Hussein, en junio de 1916. Lawrence,
afecto a la causa árabe, recibió la
noticia con satisfacción. Tres meses
después, por órdenes de sus superiores,
viajó a la ciudad de Jidda, próxima a La
Meca, para entrevistarse con los
cabecillas de la rebelión y convenir con
ellos la ayuda británica. Tras una serie
encadenada de vicisitudes, Lawrence, ya
conocido por los árabes con el
sobrenombre de Al-Urenz y totalmente
identificado con su causa y con sus
costumbres, pasaría a ser el más cercano
consejero de Hussein e, incluso, un
activo líder militar.
En 1917, durante una de sus
acciones militares, fue descubierto bajo
su disfraz de beduino y arrestado en la
ciudad de Deraa por una patrulla turca
que le condujo inmediatamente a
presencia del bey turco. En el despacho
de éste, fue brutalmente golpeado,
flagelado y violado por soldados turcos.
Sin embargo, aquella traumática
experiencia, según él mismo escribió
después, le hizo sentir «una deliciosa
calidez, probablemente sexual, que
crecía en mi interior y me embargaba
por entero». Desde entonces, su extraña
sexualidad se decantaría decididamente
hacia el masoquismo. En 1923, incluso,
contrató a un joven ayudante, John
Bruce, para que, provisto de una vara
flexible, le embargara repetidamente en
aquella deliciosa calidez.
Al finalizar la revuelta, Lawrence,
considerándose un impostor por no
haber logrado que las autoridades
británicas respetasen los acuerdos y las
promesas que él había acordado con sus
amigos árabes, abandonó el ejército,
para volver a ingresar en las fuerzas
aéreas, pero esta vez como soldado raso
con el falso nombre de John Hume Ross.
A pesar de sus precauciones, fue
desenmascarado y expulsado del
ejército, aunque de nuevo la intercesión
de sus amigos logró que le readmitiesen.
Inmediatamente, embarcó como soldado
raso hacia la India, esta vez con el
nombre de Thomas Edward Shaw. Tras
brotar rebeliones en Afganistán, al frente
de las cuales la prensa occidental situó
erróneamente a un ya mítico Lawrence
de Arabia, sus superiores le ordenaron
regresar a Inglaterra, donde fue
destinado como mecánico a un
escuadrón de hidroaviones, cerca de
Plymouth. El 26 de febrero de 1935,
Lawrence se licenció de la RAF. Once
semanas después, después de
protagonizar aventuras increíbles por
medio mundo, llenas de peligros que uno
tras otro supo sortear, Lawrence fue a
morir a los 47 años en el Hospital
Militar de Wool, en el condado inglés de
Dorset, a consecuencia de un accidente
de motocicleta. Lawrence, a quien le
gustaba conducir a gran velocidad, se
estrelló la mañana del 13 de mayo de
1935, al frenar bruscamente a la salida
de una curva para no atropellar a una
pareja de ciclistas que venían en
dirección contraria. Trasladado al
hospital en estado de coma, falleció
cinco días después, el 19 de mayo de
1935, sin volver a despertar.
Gran parte de las vicisitudes de su
extraordinaria vida los conocemos por
su biografía Los siete pilares del Islam,
una larga narración escrita, según sus
biógrafos, a razón de 1000 palabras por
hora en continuas jornadas de casi 24
horas, dando una nueva prueba de su
resistencia física. Se cuenta, por cierto,
que tras dar por finalizado el
manuscrito, lo perdió fortuitamente en la
estación de Londres. Lawrence, al
parecer, ni se inmutó, llegando a
afirmar: «Eso me permitirá volverlo a
escribir». Y en efecto, en tres meses
redactó la nueva versión, de cuya
primera edición se tiraron sólo ocho
ejemplares, los necesarios para repartir
entre sus amigos. Cuando, convencido
por éstos, lo vendió a un editor y el
libro de convirtió en un best-seller,
Lawrence impuso la extraña condición
de no vender, en ningún caso, más de 30
000 copias.

E l indomable revolucionario
mexicano Pancho Villa (1887-
1923) fue boxeador en su juventud,
combatiendo dentro de la categoría del
peso mosca.

L a carrera de Humphrey De Forest


Bogart (1900-1057) comenzó a la
temprana edad de un año, cuando su
madre, la famosa ilustradora Maude
Humphrey-Bogart, pintó un retrato suyo
jugando en su cochecito y lo ofreció a
una agencia de publicidad. El retrato fue
adquirido por la firma de alimentos
infantiles Mellins Baby Food para
reproducirlo en sus anuncios y etiquetas.
Muy pronto, el niño de Maude
Humphrey se convirtió en el rostro
infantil más popular del momento. A
partir de ahí, no volvió a tener ningún
contacto con el mundo artístico, hasta
que en 1921 comenzase a trabajar como
administrativo en la productora World
Films, después de su paso por la Marina
y tras casi un año de experiencia como
corredor de bolsa. Poco después,
comenzó a trabajar como director de
escena en un grupo teatral, en el que hizo
sus primeros pinitos como actor. Tiempo
después, Bogart comenzó a interpretar
pequeños papeles en algunas comedias
teatrales. En 1935, interpretó el papel
del gángster Duke Mantee en la
producción de Broadway El bosque
petrificado. Al rodarse la versión
cinematográfica, le fue ofrecido ese
mismo papel, con el que obtuvo un éxito
definitivo, lanzándole a la fama.
Según la versión oficial, la parálisis
labial que le dificultaba mover la boca
con normalidad, lo que constituyó uno
de sus rasgos más característicos, se
debió a una herida de guerra. Pero,
según otra versión seguramente más
veraz, se debió a un puñetazo que su
padre le propinó siendo él niño. Menos
conocido que todo lo anterior es que, al
final de su carrera, en 1947, durante el
rodaje de la película La senda
peligrosa, Bogart comenzó a perder el
cabello de manera súbita, quedándose
casi totalmente calvo, a causa de una
alopecia areata, enfermedad causada por
una deficiencia vitamínica. Otro aspecto
poco conocido de la vida privada de
Humphrey Bogart es que era un
apasionado del ajedrez y, sobre todo, de
la vela.
C harles Augustus Lindbergh (1902-
1974) fue durante años un héroe
para el público de todo el mundo tras su
hazaña de ser el primer piloto
aeronáutico que cruzara el océano
Atlántico en solitario. Sin embargo, al
estallar la Segunda Guerra Mundial,
despertó no pocas iras entre el pueblo
norteamericano al abrazar decidida y
públicamente la causa nazi, aconsejando
que su país entrara en guerra, pero en el
bando del Eje, y declarando su
preocupación por la contaminación
racial que, en su opinión, estaba
«infiltrando sangre inferior» en los
Estados Unidos. A pesar de ello, al
atacar Japón la base de Pearl Harbour
en 1941, se alistó voluntariamente en el
Ejército del Aire, siendo destinado a las
fábricas Ford de aviones de guerra.

C on la denominación de El Último
Emperador es conocido Henry Pu
Yi (1906-1967), que fue efectivamente
el último emperador de China con el
nombre de Chuang Tung. Pu Yi fue
depuesto en 1911, cuando aún era un
niño de 5 años, siendo enviado por los
invasores japoneses a este país para que
recibiera una educación conveniente
para los planes nipones de futuro.
Finalizada su formación, Pu Yi fue
impuesto por los japoneses como
presidente del estado títere de
Manchukuo en marzo de 1934,
recibiendo posteriormente el título de
emperador con el nombre de Kang Teh.
Cuando Manchukuo desapareció
desmantelada por Rusia, Pu Yi fue
confinado en Siberia y posteriormente
devuelto a las autoridades comunistas
chinas, que le condenaron a ser
reeducado, terminando sus días
trabajando como humilde jardinero en
Pekín. Su figura y su biografía se
hicieron muy famosas hace unos años
tras el estreno de una película, dirigida
por el italiano Bernardo Bertolucci, y
estrenada precisamente con el nombre
de El Último Emperador.
Bibliografía
Además de numerosos diccionarios
temáticos, enciclopedias y artículos
periodísticos, las principales obras de
las que me he servido en la recopilación
de los hechos y datos consignados en
ésta han sido:

ASIMOV, Isaac: El libro de los sucesos,


2 tomos, Madrid, Maeva Laser, 1987.
CLARASO, Noel: Antología de
maravillas, curiosidades, rarezas y
misterios. Barcelona, Acervo, 1990.
DUNNING, A. J.: Extremos. Barcelona,
Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores,
1994.
FISAS, Carlos: Curiosidades y
anécdotas de la Historia Universal,
Barcelona, Planeta, 1993.
—Historias de la Historia, Barcelona,
5 vols., Planeta, 1989-1991.
Libro Guinness de los Récords 1994,
Madrid, Jordán, 1993.
LORIE, Peter: Supersticiones,
Barcelona, Círculo de Lectores, 1993.
LYNN, Alex S.: Hechos sin
explicación, Barcelona, Galaxia del
Libro, 1993.
PANATI, Charles: Las cosas nuestras
de cada día, Barcelona, Ediciones B,
1988.
RAMIREZ, Tony: Anécdotas de reyes,
príncipes y lacayos, Barcelona,
Edicomunicación, 1991.
—Anécdotas de los famosos, Barcelona,
Edicomunicación, 1990.
ROBERTS, Royston M.: Serendipia,
Madrid, Alianza, 1992.
VEGA, Vicente: Diccionario de
rarezas, inverosimilitudes y
curiosidades, Barcelona, Gustavo Gili,
1962.
VILA-SAN-JUAN, José Luis: Mentiras
históricas comúnmente creídas,
Barcelona, Planeta, 1992.
VOLTES, Pedro: El reverso de la
historia, 4 vols., Barcelona, Círculo de
Lectores, 1993.
WALKER, Martin: Anécdotas de la
historia, Barcelona, Edicomunicación,
1990.
—Chismes de la historia, Barcelona,
Edicomunicación, 1991.
—Curiosidades de la historia,
Barcelona, Edicomunicación, 1991.
—Hechos inexplicables, Barcelona,
Edicomunicación, 1991.
WALLACE, Irving y WALLECHINSKY,
David: Almanaque Popular, 3 vols.,
Grijalbo, 1983.
—Nuevo Almanaque, 2 vols., Grijalbo,
1984.
—Almanaque de lo insólito, 8 vols.,
Grijalbo, 1978.
WALLECHINSKY, David; WALLACE,
Irving y WALLACE, Amy: El Libro de
las Listas, 3 vols., Grijalbo, 1984.
GREGORIO DOVAL. (Madrid, 1957)
es licenciado en Ciencias de la
Información y diplomado en Sociología.
Alejado de la especialización de
saberes hoy predominante, la amplitud y
variedad de las áreas de conocimiento
que abarca y de las actividades que
realiza resulta verdaderamente singular.
Consultor, redactor y formador en
informática, marketing y organización
empresarial, periodista free-lance,
guionista de televisión, y jefe de campo
en gabinetes de estudios sociométricos,
es, además, autor de más de una
treintena de libros de los más diversos
temas: biografías y actualidad (Reagan,
de vaquero a presidente, Juan Carlos
I…), diccionarios especializados
(Términos económico-financieros…),
tratados y manuales (Historia del Cine,
Historia del Automovilismo Mundial,
El Sistema Financiero Español…), y
libros prácticos (Curso de Detective
Privado, Adiestramiento de perros de
guarda y defensa…). Auténtico caso de
polígrafo moderno, Gregorio Doval
posee ese don de la escritura que sirve
para iluminar con amenidad cualquiera
de los temas a los que presta su pluma.
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