Abenmasarra y Su Escuela, Asín Palacios
Abenmasarra y Su Escuela, Asín Palacios
Abenmasarra y Su Escuela, Asín Palacios
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FILOSOFÍA mispano-musul/aana
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MADRID
Imprenta Ibérica. — E. Maestre
Pozas, 12.- Teléfono 3354.
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Pocas palabras cae bastarán para expresaros llanamente, sin abu
tic los tópicos de la falsa modestia, la gratitud sincera que os debo poi
dotes analíticas del erudito, parece que las agudizaba pulía aquel
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— 4 -
gamar sus ideas con los dogmas mosaicos. Los esenios y terapeutas y
la cabala hebraica introducen en el pensamiento occidental las ideas
religiosas del Oriente sobre la disciplina ascética de las almas y la teo-
ría panteísta de la emanación. Dos nuevas doctrinas, las más notables
lera ideal, por loque tienen de artísticas, aparte de las ideas religioi
monoteístas o dualistas que en algunas tribus se profesaban, por in-
lluencia— como he dicho— de las civilizaciones de la Mesopotania y de
la Persia, que desde los primeros siglos del cristianismo habían entrado
(1) Cfr. Matter, Hist. crit. du Gnosticisme (París, 1828), I, 120.— Ritter, Hist. de
laphil. ancienne (París, 1836), IV, 559. —
Chaignet, Hist. de la psychol. des Grecs
(París, 1887-92), V, 418. —
Ribera, Origen del colegio nidamí de Bagdad (apud «Ho-
menaje Codera>), 16.— Labourt, Le Christianisme dans Vempire Peyese (París, 1904),
págs. 140, 291.
(2) Cfr. Sáid, Tabacat alómam, apud Machriq, 1911, Octubre, págs. 756-761.
—6—
monoteísmo vago y frío, con un Dios autócrata e indiferente para
sus criaturas, que no pueden siquiera aspirar a amarle, porque tan
sólo saben de El, que existe y que es uno, que premia y que
>tiga.
4. Por
aquel deíicientísimo credo podía bastar a los prime-
eso, si
I Cfr. Sáid, op. cft., 761-3. - Munk, Mélanges, 313. — Leclerc, Hist. de la méde-
ardbe, 1, 122.
nlluonoias de la teología cristiana en las opiniones de algunos motáziles
son innegables. Véanse, v. gr. las siguientes: Dios no es el creador del mundo; la
,
ion es efecto exclusivo del Verbo divino, Jesús hijo de María; éste será el que
i
acepta a los ojos de Dios, si no tiene por objeto todos los pecados mortales; un solo
— / —
tra el antropomorfismo y fatalismo del Alcorán i
»a idea de i >•«•
pecado mortal; no perdonado, basta para merecer el infierno; las penas del infierno
son eternas; Mahoma, por su poligamia, careció de la perfección ascética, etc.
Cfr. Abenházam, Fisal (edic. Cairo, 1317 hég.), IV, 197, 198, 201.
(1) Dogmática, etc. (Zaragoza, 1901), 15 sig.
Cfr. Asín, Algazel,
(2) Cfr. Abdelcáhir, Farc (edic. Cairo, 1910), 285; Abenházam, Físal, II, 115.
(3) Farc, 268; Dozy, Essai sur l 'hist. de l'islamisme (París-Leyde, 1879), 228; Sacy
Druzes, I, introd., XX, XXIII.
—
— 8 —
Las doctrinas variadísimas y abigarradas de estas sectas xiíes coin-
cidían todas en ser un sincretismo de la religión dualista mazdeica con
las herejías cristianas maniquea y gnóstica. La existencia de dos princi-
pios creadores, luz y oscuridad; la metempsícosis; la esperanza de un
mesías o mahdi que restaurase la religión y el imperio de los persas, eran
sus dogmas principales. Para paliar
mejor estas ideas antimusulmanas,
interpretaban alegóricamente el Alcorán y explicaban los preceptos is-
lámicos como símbolos, para suprimirlos o reemplazarlos por las prác-
ticas zoroastras.
Este método alegórico de intepretación les valió a todas estas sectas
el nombre común de batiníes, que quiere decir esotéricas o defensoras
del sentido oculto (batin), secreto, místico, espiritual, que se encie-
rra bajo la corteza de la letra. Pero, realmente, tal método no fué ex-
clusivo de ellos; todos los herejes, todos los filósofos y pensadores in-
dependientes, emplearon el mismo recurso, que les permitía injertar en
el tronco del islam sus ideas religiosas o sus teorías filosóficas (1).
5. Porque al lado de las herejías teológicas o políticas de motáziles y
xiíes —
sin citar otras muchas que hacen menos a nuestro propósito (2)
existió ya entonces una poderosa corriente de opinión predominante-
mente Claro es que este escogido núcleo de pensadores in-
filosófica.
dependientes lo eran sólo en la medida en que lo permitía la toleran-
cia mayor o menor de las autoridades ortodoxas; por eso, durante los
califatos de Almansur, Almamún y Almotásim. se les ve brillar en la
corte, no sólo tolerados, sino protegidos; pero como sus ideas ofendían
gravemente a la fe ortodoxa, procuraban paliarlas, lo mismo que los
herejes, bajo el velo del misterio. Este carácter esotérico que reviste la
filosofía musulmana en el primer período de su historia, no obedeció
tan sólo a la necesidad de defender su vida contra los posibles embates
de la intolerancia teológica; era, además, un simple efecto de la conti-
nuidad y supervivencia de la filosofía alejandrina, cuyas tendencias sin-
(1) Abentaimía, Tafsir surat elijlás (Cairo, 1323), 45 6, 69; Sacy, Druzes.
Cfr.
introd., XXI; Blochet, Esoterisme, 2; Farc, 267-293, trae ejemplos curiosísimos de la
extravagante exéresis con que los batiníes alegorizaban la ley musulmana; pero
principalmente pueden estudiarse en Sacy, Druzes, tomo II, passim. Acerca de la
creencia mesiánica de los xiíes, véase Blochet, Le Messianisme dans Vhétérodoxie
unisulmane (París, 19<>:;).
(2) Por su repercusión en Kspaña, también deberíamos añadir aquí la secta de los
jfir/ffiíes, que negaban a la tribu aristocrática de Coraix (que es la de Mahoma) el
derecho exclusivo al califato que los ortodoxos le reconocían; para los jarichiex,
todo musulmán, honrado y justo, de cualquier raza y condición >ocial. podía ser
tal que obtuviese la unanimidad de los sufragios del pueblo. Eu cuestio-
nes degmáticas coincidían casi con los ortodoxos; sólo diferían en considerar el
pecado mortal como merecedor del infierno, igual que la infidelidad. Cfr. Dozy,
ti 218, Las ramas en que se subdividieron los jarichíes son muchas. Cfr. i^arc, 54.
,
— 9 —
eréticas y esotéricas renacían bajo el d musulmán i ilón i h
de ser buscada entre los sacerdotes <b- leru talen que entre los n
de Persia y los gimnosoflptas de la India; que a la tradición mo
debían su origen los primeros sistemas de la Gi que poi lo tanto,
las Ideas de Pitégoras y de Platón debían i>i bajo la letra de los
textos revelados, mediante la interpretación alegórica La escuela de
Jámblico (2) les había Igualmente asegurado que iodos los mistei
ritos del culto pagano tenían un sentido místico que se revela sólo a los
iniciados, y que esa doctrina esotérica, inspirada por Diosa Kermes
Trimegistos, pasó después a los sacerdotes del Egipto, que la comuni-
caron a los sabios de la Grecia. Y Proclo (3) que pretendía ser anillo <!<•
esa cadena hermética, encarnación del alma de Nicómaco el pitagóri-
co, creíase, por lo tanto, obligado a no comunicar los misterios de su
escuela sino a los iniciados, y esto de noche y no por escrito. Toda la
escuela alejandrina coincidió en esta dirección esotérica, teosófíca e
iluminista (1) que los filósofos musulmanes siguieron dócilmente
antes de que se iniciara el renacimiento aristotélico de Allarabi, reali-
zado por Avicena y Averroes. Y como los alejandrinos habían cometi-
do el íraude literario de atribuir sus teorías neoplatónicas a los prime-
ros sabios de la Grecia, los filósofos musulmanes de este primer perío-
do, poco duchos en achaques de crítica, aceptaron como auténticas
aquellas compilaciones apócrifas y pseudónimas, en las cuales los exa-
gerados idealismos de Plotino y de Proclo, las teurgias de Jámblico,
los esoterismos mágicos y alquimistas de Persia y Egipto, aparecen
todas las palabras son para todos. Platón también distinguía la ciencia vulgar de la
trascendente, que llama gnóstico,, y que consiste en el conocimiento de la verdad
real. Pero en Alejandría es donde el esoterismo adquiere su forma definitiva, al con-
tacto con las religiones orientales y en manos de Filón. Cfr. Matter, Hist. crit. du
Gnost., I, 45.
(5) Hasta la distinción entre esa dirección esotérica y la exotérica fué por ellos
consagrada en el tecnicismo filosófico, traduciendo la primera por las palabras filoso,
fía interna, propia, íntima, incomunicable, secreta, espiritual y divina; en cambio
llamaban a la física, ciencia externa o foránea e imperfecta o limitada. Goldziher ha
reunido los términos más usuales de este tecnicismo en su KitOb maáni al-nafs o
Buch vom Wesen der Seele (Berlín, 1907), págs. 28*-3l*.
— 10 —
atribuidos a Pitágoras, a Hmpédocles (1), a Aristóteles (2), o al fabu-
loso llenues (3).
(1) Sáid, Tabacal alómam (edic. cit.). Sep. 1911, pág. <;78; Oct., 7(57; Xov.,
Cfr. Koer, The hist. of philosophy in islam, trad. inglesa de Jones (Londres, t908), pá
giua que escribía en el siglo v de la hógira, cuando el renacimiento aristo-
78. Sáid,
télico de Alfarabi y Avicena estaba ya iniciado, cita a Arrazí como uno de los prin-
cipales «filósofos musulmanes que en los últimos tiempos han escrito libros según la
doctrina de Pitágoras y de sus secuaces, defendiendo en ellos la antigua filosofía na
turalista, que fué la primera en Grecia». Y atribuye su odio contra Aristóteles a la
afición que sentía hacia la doctrina dualista, «por seguir a ciegas ciertos sistemas
faltos de fundamento». Dice también que enseñaba la metempsícosis de los sábeos y
la negación de toda revelación profótica, propia de los brahmanes, en sus dos libros
Metafísica y Medicina espiritual. Su maestro había escrito un libro de alquimia ti-
tulado Paraíso de la sabiduría. Abenházam, contemporáneo de Sáid, que escribió un
libro en refutación de la Metafísica de Arrazí, dice en su Físal (I, 34) que Arrazí ex-
plicaba el origen del ser, como los zoroastras, mediante cinco principios eternos:
Dios u Ormuz, principio del bien; Ahrimán o el diablo, principio del mal; el tiempo,
el espacio y la materia. Sin embargo, otras veces (Físal, I, 3, 24. 32) parece atribuir-
(2) El motázil Annaddam (f 231/845), por ejemplo, profesaba doctrinas de las atri-
buidas a Empódodes y Anaxágoras. Cfr. Boer, op. cit., 51. En general, todas las sec- —
tas adoptaban el sistema de algún filósofo griego, como asegura Macrizí, apud Sacy,
Druzes, I, intr., XXV. Hasta los teólogos ortodoxos, los motacálimes, adoptaron el
atomismo helénico para crear una armónica del dogma con la filosofía.
síntesis
(3) Aun en los siglos posteriores, los más renombrados filósofos del islam, como
Alfarabi y Avicena, se inspiraron para algunas de sus obras en la misma tendencia
mística y esotérica. Cfr. Carra de Vaux, Avicenne (París, 1900), 94, 277.
(4) Una descripción viva de estas reuniones de controversia nos ha sido conser-
vada por Masudí (Prairies eTor, trad. Barbier de Meynard, VI, 368). El persa Yahya
— 12 —
Tal era el ambiente de las ideas en el islam oriental durante el si-
Sin embargo, desde los primeros tiempos del islam, se ven aparecer
por todas pai tes hombres piadosos que, además de cumplir los precep-
tos rituales de la ley musulmana, se entregan por devoción a ciertas
prácticas espirituales de ascetismo y de mortificación: oraciones super-
erogatorias, ayunos extraordinarios, vigilias nocturnas, limosnas cuan-
tiosas. Unos huyen de las ciudades, para servir mejor a Dios en la so-
ledad; otros hacen profesión de vida peregrinante; algunos practican el
celibato; no pocos se someten a duras y prolongadas penitencias. Des-
Benjálid, visir del califa Harún Arraxid, a fines del siglo n, reunía en su casa, para
discutir, a los más célebres polemistas de su tiempo, pertenecientes a los credos más
—
diversos: xiíes, jarichíes, motáziles, murchíes y zoroastras. En el siglo iv abunda-
ban en Bagdad las conferencias de ese mismo carácter, interviniendo en la polémica
judíos, cristianos y ateos, al lado de musulmanes (Cfr. Asín, Algazel, págs. 11^8). -Al
mismo siglo pertenecen dos sociedades célebres por su carácter sincrético y místico.
Una es la de los discípulos de Abusuleiman el Sichistaní, en la que convivían cristia-
nos, zoroastras y musulmanes, matemáticos y poetas. Uno de
filósofos, políticos,
ciona a los monjes cristianos (V, 8.">; IX, 81, 84) es para censurarlos.
—
13
(1) Imposible documentar aquí con precisión y detenidamente todas estas afir-
maciones. Véanse la síntesis de Goldziher. Vorlesuugen iiber den Islam (Heidelberg,
Winter, 1910), cap. IV, Asketismus und Sufismus, págs. 139-200, y la de Macdonald,
Development of muslim Theology, Jurisprudente and Constitutional Theory (New -
York, 1903), págs. 173-184. La existencia de conventos para mujeres, a que se alude
en el texto, está consignada en Yacut, Dice, geogr., I, 378. Sobre la organización de
las comunidades religiosas, véase Blochet, Etudes sur V Esoterisme musulmán (Lou-
vain, 1910).
(2) Depont et Coppolani, Les confréries religieuses musulmanes. 1890. Le Chá-
telier, Les confréries musulmanes du Hedjaz, 1^
(3) Algazel, Dogmática, etc., 75 sig.; 596 et passim. Bosquejo de un dice, técni-
co de filos, y teol. musulmanas (Zaragoza, Escar, 1903), Sh-ál.—Lapsicol. déla creen-
—
— 14 —
semejanza o identidad en las ideas místicas y en las prácticas ascéticas,
de una parte; y de otra, la comunicación o contacto estrecho y conti-
nuo entre el monacato cristiano y los pueblos musulmanes. Y cuando
esas dos circunstancias, la semejanza y la comunicación, se reúnen,
el hecho de la imitación está moralmente probado. Sin insistir ahora
fia según Algazel (Zaragoza, «Rev. de Aragón», 1902), 22-2Ó.— La psicol. del éxtasis
en dos grandes místicos musulmanes («Cultura Española», 1906), 212 3. Gha
(apud «Kncyclopaedia of Religions and Kthics»,en prensa).
I» Ofr. Besse, /jp.s moincs (Torient anterieurs au concite de ChcAcédoine {451)
,
(2)
[ten " deVoritnt chretten
t
L904, oúm. 1.°, pé 34.
Son muchísimas las tradiciones de este género que tengo recogidas de mis
en los místicos musulmanes, Algunas do ellas han sido ya estudiadas por
Goldzihi ii Jn/l" dans... VIslam («Rev. d'hist. dos relig.»,
XVIII. [80).
(4) Pasan de d< La tradiciones musulmanas de hechos y dichos de Je-
1
rrasdela India j
pudiesen, por tanto, pin al fondo <!<• la religión
musulmana las ;d>shus;is especulaciones panl di 1 1
itema i
danta
i
suponer que esas teoí
abría, ^í. Ltáticas de los Indios tan an
logas ;il panteísmo místico musulmán, |);is;n.in ;il isl.im travéfl iic l;i ;i
sus, que he coleccionado. Van a ser publica las en la Patrología Orientalis, de Graf-
fiu y Ñau, bajo el título Logia et Agrapha (París, Didot) tomo X, fa~c. ">.
II
sólo los nombres, sino las obras y las ideas de los sabios griegos, persas
o cristianos, extraños a su patria y a su religión. El cordobés Abenhá-
cieron disminuir los anacoretas y aumentar los cenobitas. Cfr. Pargoire, L'egliae by-
zantine de 521 a 847 (París. 1-905), págS. 210, 307, :>10. En los otros países, los monjes
eran nestorianos o monofisitas, es decir, heterodoxos; pero esto no altera su carác-
ter esencialmente cristiano. í'fr. Labonrt, Le Chr/stitui/smr dañé l'empire prrsc,
(\) Sáiil, Tabacat alómam («Machriq», Nov. li)ll, pág. 851). Los talismanes de
habla parecen ser las columnas de Hércules en Cádiz y la torre de la Coruña.
— 17 —
zara, eruditísimo historiador de las religiones, que dominaba iorno po-
cos la literatura bíblica cristiana y que parece raá enterado <ju<- otn
de las doctrinas de la española, sólo cita uní
iglesia i San Julián
que la tradición indígena se había roto, sin empalma] con <-i islam
Para mí, esta solución de continuidad tiene su principal causa en
la pobreza filosófica del caudal visigodo: aquella cultura esencialmeo
Bayano, edic. Dozy, II, 56-7). Quizá sea este mismo fatimi el que menciona Benal
cutía como sublevado contra Abderrahman I en las proximidades de Jaén (Cfr. texto
árabe de la edición no publicada de la Real Academia de la Historia, pág. 32).— En
tiempo de Alháquem I (180-206 heg. =
796-821 J. G.) aparecieron en Algeciras algunos
jarichíes cuyas doctrinas eran semejantes a las de los orientales. El califa fué en
persona contra ellos y, tomando la ciudad, pasó a cuchillo a la mayor parte de sus
habitantes, que profesaban aquella herejía (Benalcutía, 49). Sin embargo, la he-
rejía jarichi subsistía en España en el siglo v de la hégira (XI de J. C), pues Abón-
házam en su Fisal (IV, 189, 191) menciona las doctrinas especiales de los ab adíes de
España, rama de los jarichíes.
(1) Era proverbial entre los alfaquíes españoles esta sentencia de Málic, fon
dor de su escuela: «No debe aprenderse tradición alguna, de boca de los maestros
quesean innovadores» (Tecmüa, I, pág. 12).
(2) Conocida es la persecución de que fué objeto Baqui Benmajlad por haber in-
troducido en España esa obra, juntamente con otras igualmente ortodoxas. Cfr. líi
bera, La enseñanza entre los musulmanes espartóles (Zaragoza, 1803), pág. 25.
(8) Cfr. Codera y Ribera), IX, pág. o77.
Biblioth. arabico-hisp. (edic.
(4) Baqui Benmajlad fué perseguido principalmente porque introdujo el libro de
Derecho del Xafeí, fundador de esta escuela jurídica, que era más liberal que la ma-
lequí. Cfr. Alfaradí, b. 281.
(5) Da la medida de este horrorrazonamiento teológico la aversión que sen-
al
tían los alfaquíes españoles del siglo v de la hógira hacia los libros de lógica que
escribió Abenházam. Cfr. Físal, II, 95. En general, la lógica fué considerada, no
sólo en los primeros siglos, sino hasta época muy tardía, como uno de los estudios
vitandos. Cfr. La logique d'Ibn Toumloíls, y Said Mortada, Ithaf, I, 179.
(6) Tal fórmula, tomada de Málic, consta en la biografía del tradicionista cor-
dobés Táhir el Roainí (f 304=917). Cfr. Adabí, b. 861.
(7) Harún Benhabib, hermano del célebre alfaquí Abdelmélic del mismo apelli
do (cfr. Almacari, Aualectes, I, 463), vióse aquejado por una dolencia, tan grave y
molesta, que en un momento de irritabilidad y mal humor provocados por lo agudo
del sufrimiento, exclamó: «Lo que yo sufro en esta enfermedad es tanto, que
aunque matase a Abubéquer y a Ornar, no me quedaría satisfecho.» Alguien denun-
ció a la autoridad esta frase, porque en ella se blasfemaba de los dos primeros cali
fas que sucedieron al Profeta. El muftí de Córdoba, Ibrahim Benhosain Benjálid
(cfr. Adabí, b. 496), opinó que el acusado debía ser condenado a muerte; pero contra-
dijeron tal opinión su hermano Abdelmélic, apoyado por otro muftí y por el cadí de
Córdoba. Este último, sin embargo, añadió que la culpa merecía duro castigo y en-
carcelamiento, a fin de que se arrepintiese. Ocurría esto por el año 200 de la hégi-
ra (816 de J. C), durante el califato de Abderrahman II. Cfr. Cadí Iyad, Axxefa,
manuscrito 65 colee. Gayangos, f. 329.
(8) El mismo alfaquí Abdelmélic Benhabib, que defendió la pena más benigna
en favor de su hermano, se inclinó a la solución rígida en este otro caso: Un sobrino
— 20 —
Y como la ley musulmana es, de una severidad cruel, la
para esto,
cárcel ó la muerte en cruz era el castigo normal que por entonces se
aplicaba en casos tales, que el derecho calificaba de apostasía o de im-
piedad (1).
Esta intransigencia dura e implacable hubiera podido quizá evitar
el contagio, si el islam español hubiese vivido aislado del Oriente; pero
de una de las esposas del califa Abderrahman jl se permitió en un día de lluvia lan-
zar públicamente un chiste en que se aludía irrespetuosamente a Dios con el nombre
de zapatero. Denunciado el hecho, tres alfaquíes declararon que no era reo de muer-
te, porque la frase había sido pronunciada sin intención blasfematoria, pero que
debía ser corregido y castigado. El cadí de Córdoba suscribió esta opinión; pero Ab-
delmélic Benhabib, que asistía a la vista como consultor, exclamó: «¡Caiga su san-
gre sobre mi cabeza! Ha sido injuriado el Señor a quien servimos y ¿no saldremos a
su defensa? Entonces no digamos que somos servidores fieles, sino malos escla-
vos.» Y prorrumpió en copioso llanto. Con esto, el cadí elevó la causa al califa para
que decidiese, y el califa sentenció conforme a la opinión de Abdelmólic, mandando
que fuese crucificado el reo a presencia de los alfaquíes que le habían defendido, y
¡tiernas depuso al cadí de su alto cargo, en castigo a su lenidad. Cfr. Axxefa, f. 344.
(1) Todas las facilidades que la religión musulmana da para ingresar en su seno
se tornan en dificultades para salir. El neófito es admitido sin iniciación alguna ni
[Uesifl previa: basta pronunciar unte testigos la fórmula de la fe: «No hay más
hid lo había expuesto. Entre sus obras las había d<* todo género pura
mente literarias o históricas, expositivas y apologéticas de la doctrina
motázil, polémicas contra las otras sectas, libros de crítica filosófica de
política, de teología, etc., etc. En todas ellas derrocha una pasmosa eru-
dición; losmas heterogéneos elementos religiosos y filosóficos se aso-
cian en sus páginas; todas las ramas de la enciclopedia griega están
representadas. Añádase a esto un estilo nítido, brillante y a vea
delicadamente irónico, sembrado de donaires, y se .comprenderá el
efecto enorme que aquellos libros debían producir en la curiosidad in-
genua de los lectores españoles. Porque Fárech, el médico cordobés
antes nombrado, al regresar a su patria después de haber estudiado
con Cháhid, trajo consigo varios de aquellos libros, y los divulgó y ex-
plicó a sus conciudadanos; y por la misma fecha introducíalos tam-
bién en España un literato de Bagdad, llamado Ahmed,
espía y misio-
nero secreto, enviado quizá por los fatimíes, para propagar entre los
españoles las ideas esotéricas de aquella secta (2). El hecho es que
desde aquel momento aparecen motáziles en Córdoba, por contagio,
sin duda, de los libros de Cháhid. De boca de los dos introductores de
estos libros, aprendiólos directamente un noble cordobés, Ahmed el
Habibí, que pertenecía a la tribu del Profeta y descendía en línea rec-
ta del sexto califa omeya de Oriente, Algualid I. Otros condiscípulos,
cuyos nombres se ignoran, contribuyeron a propagar las nuevas ideas.
A la vez surgen en Córdoba pensadores independientes, como el
jurista Abdelala, que de sus viajes a Oriente vuelve aficionado al
método filosófico, refractario al criterio tradicionalista y contaminado
con la herejía motázil, negando la inmortalidad del espíritu y afir-
(1) La importancia de este maestro motázil para los orígenes del pensamiento
independiente en la España musulmana, reclama una más detenida noticia de su
vida, obras e ideas, que puede verse en el Apéndice 1.°
(2) La documentación relativa a estos introductores del motazilismo 3' a los pri-
meros españoles que profesaron esta herejía puede verse agrupada en el Apéndice 2.°
— 22 —
mando el libre albedrío contra el fatalismo ortodoxo.El contagio se
extiende por el prestigio de Abdelala, que llega a ser nombrado conse-
jero del Tribunal Supremo de Córdoba, a iniciativa del mismo califa
Abderrahman II. Otro insigne jurisconsulto malequí, Mohámed Ben-
lobaba, consejero también bajo el califa Abdala, fué discípulo suyo y
aparece tachado de algún error motázil de los que profesaba su maes-
tro. Jalil el Gafla, también cordobés, aprende en Bagdad la interpreta-
ción alegórica del Alcorán, bajo el magisterio de doctores motáziles, y
en Córdoba, a su regreso, escandaliza a los alfaquíes ortodoxos con su
exégesis simbólica de los dogmas musulmanes; por eso, tan pronto
como muere, una turba de aquéllos penetra tumultuosamente en su
casa para hacer auto de fe con los vitandos libros del hereje. Pero la
doctrina se perpetúa y propaga, aunque tímidamente, por su discípulo
Benasamina, cuya enorme erudición y dotes de verdadero filósofo
atraen en su derredor gentes de toda clase a quienes adoctrina en la
teoría del libre albedrío. Otros motáziles, finalmente, cuya filiación
con los anteriores no es ya tan fácil precisar, mantienen vivas, duran-
te todo el siglo my principios del iv, las tradiciones de esta herejía,
ya pura, ya asociada con el criterio batiní, con los estudios filosóficos
o con las doctrinas jurídicas distintas de la escuela oficial.
Aunque la ortodoxia no veía con buenos ojos estas innovaciones
motáziles, transigía, sin embargo, con ellas más que con otras herejías,
como la batiní, cuyo nexo con la impiedad era más evidente y cuyos
peligros para la vida política del islam español eran gravísimos. Cabal-
mente por aquellas fechas de la tercera centuria, la violenta insurrec-
ción de los cármatas en el Oriente amenazaba propagar el error batiní
por el norte de África y se avecinaba a España. Misioneros secretos
enviados al Mogreb anunciaban a los inquietos berberiscos la próxi-
ma venida de un mahdí o mesías de la familia de Alí, embaucándolos
con habilidades y artificios mágicos y sobornándolos con dádivas. A
fines de aquel siglo, surge ya organizada políticamente en el norte de
África la herejía batiní de los fatimíes (1). El contagio era difícil de
evitar: en el año 237/851, un maestro español de la región levantina
comienza a predicar en público una teología nueva, esotérica, funda-
da en la interpretación simbólica del Alcorán y garantizada con la pre-
tensión de haber recibido de Dios la misión profética, como Mahoma.
Una turba numerosa de prosélitos, reclutados entre la gente vulgar e
indocta de la plebe, seguíale con entusiasmo y decisión, practicando
los ritos especiales de la religión nueva, entre los cuales el más carac-
terístico parece que era llevar la barba y el cabello intonsos, y sin cor-
tar las uñas, a título de que al hombre no le es lícito alteraren un ápi-
do profeta era ;il^<> más que un simple perturbado, puesto que rápid
mente puso término a sus predicaciones crucificándolo La ejem l
Los alfaquíes, consultados por Yahya, opinaron qne se le debía invitar a r>
y caso de rehusar, debía ser crucificado; pero el acusado respondió: c¿Cómo he de
arrepentirme de lo que es la verdad pura y ortodoxa?» Cuando estuvo ya puesto so
la cruz, exclamó: «¿Y mataréis a un hombre que confiesa: c Alá es mi señoi-V» ¡'ara
filiar su doctrina dentro de las sectas de los batiníes, faltan pormenores. El rito de lle-
var intonso el pelo y sin cortar las uñas, parece supervivencia de los misterios pita-
góricos. Cfr. Ritter, IV, 403, a propósito de Apolonio. Ni esta sospecha contradiría a
nuestra negación de nexo entre el islam español y las tradiciones indígenas, pues que
sólo nos referíamos entonces a las ideas filosóficas y teológicas de positiva tradición
cristiano-visigótica; no podíamos negar las supervivencias inconscientes de las re
ligiones, ritos y supersticiones populares, que se heredan y perpetúan, a través de los
siglos y las civilizaciones, entre el vulgo iletrado. Como tampoco podíamos negar la
fuerza incontrastable de la herencia en los métodos, puramente empíricos, de la
medicina e higiene doméstica y popular, sin fundamentos científicos. Más adelante
consignaremos el nexo entre esta medicina indígena, lindante con la superstición, y
la verdaderamente científica, de tradición griega y copiada de Oriente.
(2) Dos son los principales batiníes posteriores. Abuabdala Mohámed, hijo de
Asbag, natural de Ecija, estudió en Córdoba con Benlobaba y luego en Meca; era
muy erudito en las diversas ramas de la ciencia, pero especialmente en matemáticas;
en teología profesaba las opiniones de la escuela batiní, que había aprendido en Meca
con el maestro Abusaíd Benalarabí. A su regreso, se entregó a la vida devota y al
ascetismo, muriendo el 327/939 (cfr. Alfaradí, b. 1223). — Mohámed Benfátah, de Gua-
dalajara, estudió también en Meca con el mismo maestro batiní, cuyo libro De la pu-
reza de intención y de la ciencia esotérica parece que compiló. Entre sus poesías ascé-
ticas, hízose vulgar una que comienza así: « Oh alma mía! ¡Ay del día en que serás
t
(1) Sabido es que la delación del pecador público y del impío es, en la religión
musulmana, un precepto que obliga a todo hombre, aun al simple fiel que no está
constituido en autoridad. La inquisición, por tanto, es en el islam una institución
popular, que funciona constantemente, subordinada a los tribunales ordinarios para
la resolución de la causa, pero independiente de ellos para las funcioces de pesquisa
y delación.
(2) Tábacat álómam (tMachriq», Nov. 1911, pág. 853). El historiador
Cfr. Sáid,
Soyutí, oriental y posterior a Sáid, pretende en su Historia de los califas, pág. 539,
que los orígenes de los estudios filosóficos en España se debieron a la protección de
Abderrahman II (primera mitad del siglo ni), que fué, como Almamún en Oriente,
gran entusiasta de las ciencias; pero los documentos desmienten, con su silencio, tal
pretensión.
(3) Heaquí un índice sumario de ellos:
1.° Cásim, hijo de Mohámed, de Sevilla; gramático, lexicólogo, poeta, historiador
y astrónomo; murió en su patria en los fines del siglo m
o principios del ív (Alfa-
radi, b. l>>f ;.",).
(niitad del siglo m), los médicos no merecían según Sáid e le nom i
ct*.» 858).
Mohámed, hijo de Ismail, cordobés, conocido con el sobrenombre de El Sabio
5.°
(«Alhakim»), no sólo por su especial erudición en matemáticas y en lógica, sino
porque nadie le aventajaba en la sagacidad y penetración sutil de su entendimiento
para descubrir verdades nuevas; era además gramático, poeta y maestro de literatu-
ra en una de las mezquitas cordobesas. El califa Alháquem II fué discípulo suyo.
Murió el 331/942, a los ochenta de edad {Alfaradi, b. 1230; Tecmila, b. 327; Sáid,
loe. cit., pág. 854).
(1) Tabacat alómam («Machriq»,
Dic. 1911, pág. 927).
(2) Sáid, loe.
cit., nos ha conservado el nombre del centón o compilación de
recetas que estaba en uso en aquellos primeros tiempos: o.yftiiNl que es, ^in duda,
*-
la voz greco-latina Praxim, aunque Sáid la traduce por ^¿^o^oJjg ^atoj^jj: La Surtía y
elResumen.
(3) Decimos «espontánea v, porque no cabe atribuir el origen de estos estudios de
medicina científica a la influencia de la tradición indígena, ya que el mismo Sáid
que nos da estas noticias dice, líneas antes, según hemos visto, cuan rutinaria y
empírica era aquella tradición, y luego, al citar al cristiano Isaac, médico del cali-
fa Abdala, insiste en que sus conocimientos eran los de un experto cirujano: es más,
un hijo de éste, llamado Yahya, que se hizo musulmán y siguió la profesión de su
padre, siendo médico y ministro de Abderrahman III, ya se inspiró, para escribir su
Compendio de medicina, en los métodos orientales y científicos de la medicina grie-
ga.— Contemporáneo de éste fué un célebre médico, poeta y astrónomo de Córdoba,
llamado Sáid, sobrino del conocido literato Benabderrábihi.
— 26 —
lia misma época. De esos gérmenes orientales, fomentados por Abde-
rrahman III y Alháquem II, es, pues, de donde nace, pero mucho más
tarde, la brillante escuela médica de
Avenzoar y Averroes.
los
Si estas ciencias aplicadas, matemática, astronomía y medicina, tu
(1) Es que tales obras fuesen introducidas por un comerciante de Jaén, lla-
fácil
mado Mohámed Benmóflit, que en uno de sus viajes a Oriente conoció y trató al mó-
dico Arrazí, el año 307/919. Ni es inverosímil que un comerciante se interesase por
tales libros, porque cabalmente consta la anterior noticia por testimonio del califa
Alháquem II, gran bibliófilo, que no la habría consignado si el tal comerciante no
hubiese hecho otra cosa que ver a Arrazí, sin traer a Córdoba algunos libros, única
razón por la cual interesaría al califa aquella noticia (cfr. Benalabar, b. 82Q).— Que
estos libros crearon en España cierta tradición de la metafísica de Ar azi, oonsta
por Abenházam que la discutió y refutó en polémicas orales con varios partidarios de
aquélla, y después en su Físal (I, 3, 24) y en un libro especial. El mismo consigna
allí los nombres de tres de aquellos filósofos, uno de los cuales era médico y otro se
cretario de gobierno; pero añade que era la metafísica predominante entre los libre
pensadores españoles de su tiempo (siglo v), que defendían la eternidad del mundo;
y hasta apunta (Físal, I, 65-69) la idea de que a ellos se debe la teoría poligeuista y
preadamita, ideada como recurso confirmatorio de la eternidad del mundo. Ahora
bien: esta teoría era de origen batiní, como consta en el Farc, 280; por donde se ve
el parentesco estrecho que la filosofía de Arrazí tenía con los sistemas batiníes.
- Ti
do medio para que los maestros deslizasen cuín- sus discípulos toda
clase de doctrinas, so capa de Instrucción lavorecidos por la
ascética,
Interpretación alegórica del credo ortodoxo, a cuya letra podían
acomodar simbólicamente las ideas heterodoxas del esoterismo orien
tal; cabía además el proselitismo sin que provocase sospechas porque
los ascetas y eremitas gozaban desde los primeros tiempos unpr<
nio y veneración extraordinarios, no sólo entre la masa del pueblo, smo
entre el clero y las autoridades políticas. Porque es de advertir que pa
ralela y simultánea del ascetismo musulmán (pie vimos aparereí
Oriente, surge también en España, a raíz de la conquista, una turba de
austeros devotos, imitadores de las privaciones y penitencias del mona
calo cristiano oriental, cuyos ejemplos veían además reproducidos, y
bien de cerca, en los monasterios mozárabes de Andalucía (l)
Aunque no demos entero crédito a las historias piadosas, forjadas
en época tardía, que nos pintan a los soldados invasores como verda-
deros ascetas que consagraban a la oración y a la vigilia las noches que
les dejaba libres el continuo batallar, es seguro que desde los albores
del siglo ii de la hégira hubo eremitas austerísimos, no sólo en la cor-
te cordobesa y en el mediodía de la península, sino hasta en los más
apartados confines del imperio (Zaragoza y Huesca). Las prácticas a
que se consagraban eran la mortificación corporal y la pobreza vo-
luntaria: unos se privaban del sueño para leer por entero el Alco-
rán durante la noche; otros pasaban el día sin probar bocado, para
romper el ayuno al anochecer; otros se desayunaban, durante el rama-
dán, una vez cada siete días; no faltaban quienes se negasen a usar de
medicinas en sus enfermedades; no eran infrecuentes casos estupendos
de perfecta castidad y de virginidad perpetua, conservada desde la in-
fancia hasta edad avanzadísima; jóvenes de familia opulenta distribuían
su patrimonio entre los pobres, para consagrarse a la vida peregrinan-
te; otros gastaban sus caudales en la redención de los musulmanes cau-
guerra.
Durante el siglo n predomina el ascetismo práctico, personal, aten-
Este índice de los temas de la ascética primitiva del islam español, no está
il)
tomado de ningún libro devoto, ni siquiera teológico, sino del tratado de educación
literaria de Benabderrábihi (led álfarid, edic. cit.), que era el texto más leído entre
la sociedad culta (literatos, políticos, hombres de mundo) en Córdoba y en toda Es-
paña; pero a pesar de su carácter profano, a él llegó con tal intensidad el influjo del
ambiente social de ascetismo que en el siglo ni se respiraba, que su autor hubo de
consagrar todo un libro o capítulo (el titulado La esmeralda^ I, 275-824) a tratar
del ascetismo y de las exhortaciones espirituales. La iniluencia evangélica se advier-
te en los muchos textos, más de doce, que cita atribuidos a, Jesús, así como en varios
ejemplos que consigna tomados de los Beni Israel, nombre bajo el cual a menudo se
ocultan los solitarios o ermitaños de la Tebaida.
25)
III
VIDA DE ABENMASARHA
gir en la lín. 14 la palabra ¿iuo| en ¿ü*»). — El hecho de que los clientes no son de
trinas; por eso, ni uno solo de los discípulos españoles que escucharon
sus enseñanzas aparece tachado <id error motázil; es que guardaba para
el sagrado de su conciencia el secreto <!<• aquellas ideas que sólo en la
intimidad de la familia se atrevería a profi 2).
vía otros maestros podían torcer, con sus sugestiones, la dirección im-
presa por la educación paterna, vióse Abenmasarra privado de la com-
pañía de su padre que, agobiado de deudas, hubo de expatriarse volun
tariamente para pasar en otros países, donde su ruina económica era
ignorada, los últimos años de su vida. En manos de su hijo depositó,
al marchar, todos sus libros para que con ellos completase su ilus-
tración; y en la Meca, adonde se acogió, encontró la muerte en el
año 286/899.
2.Tenía entonces Abenmasarra diez y siete años. Sus biógrafos no
nos informan acerca de este período de su vida, el más fecundo, sin
duda, para la gestación de su sistema (4). De improviso nos lo presen-
tan, en los últimos años del califato de Abdala, antes del 300 de la he-
gira (912 de J. C), rodeado ya de algunos discípulos, viviendo retirado
con los más íntimos en una ermita de su propiedad, asentada en las
(1) Cfr. Alfaradí, pág. 180, lín. 6 infra y léase ^.¿JaáJI por ^gíajül. Sobre Jalil el
(1) Un síntoma de esta suspicacia del califa Abdala nos ha conservado Aljoxaní
en su Historia de los cadíes de Córdoba (manuscrito de la Bodleyana de Oxford, f >-
lio 60), donde pone de relieve cuánto le preocupaba que el cadí supremo Annadir
Benselma tuviese íntima amistad con un asceta cordobés, llamado Assayyad.
(2) Dozy, Hist. des musulm. d'Espagne, II, 318.
(3) Esta intervención secreta del asceta Asarrach en la alianza de los Beni Casi
y Abenhafsún contra Abuala, nos ha sido conservada por Abenhayán en su Moctabis
(manuscrito de la Bodleyana de Oxford, folio 95 r.°): ^Ju*» ^üJ] s^l s^ujxjj s^© ^ólág
^Ic ^U J¿áj*« j4tó3 ^fiJáJI jlj-á ^Áo [SÍC] ^1>¿ UtD¿x» s*»<9 U^*& s-á*JU» ^»
¿su* *¿9¿J1 s¿£4& 94)9 SaUpJU ^« j^l <»l4»J Ijj^i-o ^»li SatfljJ! ^^9 c^lj^JI
*¿¿¿J| ^axxj¡ü <i<, gJ| sSJU4j U *J 0¿j| Oh*}} sÜ4)1 s^ *»b^Jk ^¿¿¿4*0
sil) ¿¡üJl
Tres años más tarde, en 288/901, el mismo asceta Asarrach seduce a un noble cor-
dobés de la tribu de Coraix y descendiente de Hixem I, para que se subleve contra
Abdala (Ibid., folio 99 r.°):
ÍM4X.H9 j©>il| ^
*4h¿J1 ¿1* r^lj— J1 ^
©¿¿¿1 4V»jJU *-ol-üjl9 «já* Uoíai ^Sjj tósJU
^1¿ ^¿9j*oJj ^Sw ¿Jr »a9já
^x MI ^4)jJli
s*i|á
^IjoJI
9
íUJs^J váUii^ljg &$£^¿ voU¿Ül ssJf s^üUg fc^oÜJ ^jJÜI 1^4) ¿|¿i| JaU»J| ^á
<¿J1 6*o &&$ JWJj* ^^9 *J|"* lo ÜÜ> ^Áo ^jáJl ftláfla. La descripción de su hábito
de asceta está en el folio 102 r.°: *ó^U¿ ímI^j ^ |¿U& ^»ál¿ ^90 sa|¡»¿¡ *¿lc ^l^j
1*1*
modo que lo habían hechoen África y en Oriente? De to-
los batiníes
dos modos, llegase o no la delación a realizarse, el peligro debió ser in-
minente, puesto que Abenmasarra, sin esperar eventualidades futuras,
salió de Córdoba huyendo, si bien pretextó, para no agudizar lis sos-
pechas, el motivo religioso de la peregrinación a la Meca.
Si el proceso canónico contra su ortodoxia no fué incoado, el juicio
popular, sin embargo, le señalaba ya como hereje. A este resultado
contribuyó no poco la campaña iniciada en tal sentido por un alfaquí
celoso y doctísimo de Córdoba, oriundo de Jaén, llamado Ahmed Ben-
jálid y conocido por el apodo de Alhabbab («El vendedor de semillas»).
Jurisconsulto respetado, maestro de tradiciones, discípulo de los más
grandes doctores del Oriente y, además de todo esto, autor de muchas
obras teológicas y ascéticas, gozaba en Córdoba de un predicamento
no menor que el de Abenmasarra en la doctrina, y superior al suyo en
la ortodoxia. Por eso, el opúsculo que escribió en refutación de los
errores dogmáticos de Abenmasarra decidiría a éste a expatriarse, antes
de que la atmósfera hostil se hiciese más densa (1).
No le abandonaron en aquella fuga sus predilectos discípulos. Mo-
hámed, hijo del Medinés, y el joven Benasaical, los dos que con más
asiduidad habían escuchado sus lecciones, abandonaron también su
patria para acompañar al maestro y correr su suerte (2). Los porme-
nores del viaje no nos han sido conservados por los biógrafos; sólo
algunas indicaciones constan que nos sugieren cuánta era la afición
del joven teólogo a las discusiones filosóficas. En las etapas de su pe-
noso y prolongado viaje a lo largo de la costa africana, Abenmasarra
descansaba de sus fatigas visitando las escuelas más célebres de dere-
cho y teología que encontraba a su paso. En Cairuán, foco el más
brillante de la jurisprudencia malequí, cuya luz había guiado los pasos
de los alfaquíej españoles, el doctor Ahmed Bennásar, continuador de
Sahnún en la dirección de la escuela, daba por entonces cursos de con.
troversia jurídica que eran muy frecuentados. Abenmasarra, cuyo re-
nombre no había aún logrado traspasar las fronteras de su patria, asis-
tió a ellos como un simple discípulo, e interpelado por el maestro, dio
(1) Ibn Adhari, «En este año [317/929] murió Ahmed, hijo de Násar, hijo
I, 201:
de Ziyad, alfaquí, en Caimán. Había sido discípulo del hijo de Sahnún y era
hombre muy versado en la controversia ortodoxo y de sanas ideas. Cierto día
,
dice Mohámed Benhárit -asistía yo a su clase, ocupada por gran número de personas
que discutían sobre cuestiones jurídicas, cuando penetró en ella Mohámed, hijo de
Abdala. Abenmasarra, el Cordobés, que iba de pas,o para la peregrinación. Saludó y
se sentó un rato, mirando con curiosidad al rostro de los que discutían. Yo entonces
no lo conocía por su nombre, pero no dudé que era hombre entendido. Cuando el
maestro Ahmed dio la orden de levantar la sesión, díjole: «Joven, hoy es el primer
día que has asistido a la conferencia. ¿Deseas preguntar algo?» Abenmasarra le con-
testó con bellas y elocuentes palabras* «He venido tan sólo a ilustrara e con tus lu-
ces y a pedir ayuda a tu saber.» Ahmed le correspondió igualmente con hermosas
frases, y, levantándose, salieron todos tras él.»
(2) Cfr. supra, p. 23, u. 2 y 3. Su nombre completo es Abusaíd Ahmed, hijo de
Mohámed, hijo de Ziyad Benalarabí; natural de Basora, habitó en Meca, donde mu-
rió el 341/952 a la avanzada edad de noventa y dos años. Había sido discípulo de
Chonaid, Ataurí y otros grandes sufíes. El también fué escritor místico. Casi todos
los españoles que visitaban Meca escuchaban sus tradiciones ^cfr. Bibl. Arab ,-Hisp.,
III, 38; IV, 137, 21 1; Vil, 298, 338; VIII, tí, 69). Por eso es de pensar que Abenmasa-
rra comunicaría con él; además consta que Benalarabí lo refutó. Para su biografía,
cfr. Axaraní, Tabacat asufia, I, 100.
— 36 —
a las escuelas orientales por aquellas fechas, sugieren bastante, sin más
concretos datos, cuánto contribuiría aquel viaje de estudio a precisar
y a desarrollar en el cerebro de nuestro filósofo las ideas que luego ex-
puso en sus libros y conferencias místicas, al regresar a su patria.
No fueron sólo los estudios los que consumieron los años de su
ostracismo: la profunda religiosidad y devoción que los ejemplos pa-
ternos habían hecho germinar en su espíritu, reclamaban también su
parte. Por eso lo vemos recorrer piadosamente los lugares santos para
todo muslim, en Medina, la patria del Profeta, y visitar en compañía de
sus dos discípulos los monumentos que en esta última ciudad recuer-
dan los hechos más memorables de la vida de Mahoma y las tumbas
y santuarios de los personajes de su familia. Entre estos santuarios,
ninguno parecía mover más intensamente la devoción del místico cor-
dobés que la linda casita rodeada de jardines que habitó María, la
concubina del Profeta y madre de su piadoso hijo Ibrahim. Mohámed
hijo del Medinés, que acompañaba a su maestro en aquellas visitas,
observó que cierto día Abenmasarra, después de pasar largo rato en
oración dentro de los departamentos de aquella casita y sobre el mis-
mo banco de la azotea en que el Profeta se sentaba durante el estío,
comenzó en silencio a medir a palmos una de aquellas habitaciones,
sin explicar a su discípulo la razón de tan extraña maniobra. Más tarde
pudo éste saber, por confesión de Abenmasarra, que su piadoso pro-
pósito se cifraba en el anhelo de poder luego copiar en su ermita de
la Sierra de Córdoba las dimensiones exactas de aquel pequeño retiro
santificado por el Profeta (1).
5. La fecha de su regreso a España nos es desconocida; sólo cabe
sospechar que le decidieran a repatriarse las noticias de pacificación
del país, que coincidió con la subida al trono del gran Abderrah-
man III, cuya política, más tolerante y amiga de los estudios, invitaría
como que no permitía sacar copias de ninguno de sus libros hasta que no lo corregía
durante todo un año, ingenióse Hay para procurarse una copia de aquel libro sin li-
cencia y hasta sin conocimiento de Abenmasarra. Volvió después a dejar el original
en su sitio y, presentando la copia a Abenmasarra, se la mostró y le dijo: < Conoce-
— 38 —
discípulos, cuyo solo aspecto edificaba a las gentes (1); Mohámed, ape-
llidado «El hijo del de Morón», que conocía a fondo, como Jalil, los
libros todos del maestro (2); Ahmed, hijo de Abenmontiel, y otros, sin
contar los dos alumnos más fieles que jamás se habían separado del
jefe (3).
Del género de vida a que se consagraba aquella pequeña comuni-
dad religiosa, muy poco en concreto se puede precisar. Los ortodoxos
alfaquíes a cuya noticia llegaba el vago rumor de
impías y hetero- las
doxas ideas de Abenmasarra, pasmábanse cuando sabían que éste pa-
saba, además, como inventor de un método de disciplina ascética (wMj¿)
peculiar suyo, algo así como una regla de vida monástica, distinta de
las varias que en Oriente comenzaban a difundirse. Ellos no podían con-
cebir cómo un hombre de quien se aseguraba que atribuía a la libertad
humana la causalidad íntegra de sus actos sin el concurso divino y que,
por otra parte, negaba rotundamente los castigos físicos del infierno,
pudiera hablar en serio de reglas y métodos para purificar el alma de
sus vicios y obtener, mediante el combate ascético, la perfección espi-
ritual. Pero, aunque inverosímil para ellos, el hecho era indiscutible, y
hasta se llegaba a puntualizar que muchas de aquellas reglas ascéticas
y teoremas místicos parecíanse bastante a los que practicaban y ense-
ñaban por aquel entonces grandes sufíes orientales, Dulnún el
d-os
Egipcio (Almisrí) y el Nahrachurí, sobre todo en lo relativo al examen
de conciencia, particular y cotidiano, como medio de elevar el alma a
la morada mística de la sinceridad y pureza de intención (4). Y como,
ras, sinduda, este libro.» Abenmasarra, después de hojearlo, exclamó: «¡Haga Dios
que no de provecho!» Y desde aquel día no permitió que nadie sacase copia
te sirva
de aquel libro.»
(1) Tecmila, b. 186: «Jalil, hijo de Abdelmélic, cordobés, fué discípulo de Mohá-
med Abenmasarra el acompañó instruyéndose en sus libros, que
Chabalí, a quien
acabó por conocer a fondo. Era e colmo del ascetismo y de la austeridad; entregado
1
pOI dividirse etl dos piulidos uno. el de los qm- por |<
ral; v Otro, el de los ortodoxos alfaquics v l;i mayoría del VUlgO, qil6
Abenházam, en su
(1) Físal, IV, 199, y Adabí, b. 163, hablan de ellos en plural
(güá ^
- siJl$i y no en dual. Los títulos de dos constan respectivamente en Tec-
mila, b. 113 (cfr. supra, p. 37, n. 1), y en Mohidín Abenarabi, Fotuhat (edición Cai-
ro, 1293), II, 767.
IV
FotutuU (edic. Cairo. L898), I. L91, 194; II . ^7; cfr. edición Cairo, 1329, 1, 1 17,
[1,681.
II
mi por mis adversarios; pero <lr i«>s opúsculos que ben liado unU
cuelas filosóficas pueden llenar este vacio. Felizmente hay dos espafto
les, eruditísimos y concienzudos, (|u<- en sus libros redactados poco
más de un siglo después de Abenmasarra, n<>s informan sobria pero
suficientemente, acerca dé la filiación y caracteres generales de so si
rum (edición Pococke. Oxford, 1663), páginas 50 y 51, hácese eco de toda esta legen"
datia vida de Empédocles, con la agravante de que considera a Salomón discípulo
suyo en la negación de la inmortalidad del alma y de la resurrección de los cuerpos,
y hasta supone que esa doctrina materialista de Empédocles fué seguida por Salo-
món en su Cohelet o Eclesiastes. Cfr. Herbelot, Bibl. Orient., 293 a, 800 b. — Respecto
de los viajes de Empédocles a Oriente, bien sabido es que la leyenda arranca de su
reputación de mago, corriente ya entre los alejandrinos. Pliuio (Hist. Nat.. XXX.
1, 9) losdaba como ciertos; pero hoy parece ya indudable que el auténtico Empédo-
cles no depende más que de Jenófanes y Parmónides, sin nexo positivo con otras es-
cuelas, ni siquiera griegas; a lo más puede admitirse su filiación pitagórica en la
doctrina de la kátharsis. Cfr. Zeller (trad. franc), II, 260.
(2) Estos rasgos de su carácter ya tienen an fundamento histórico. Zeller
Oí, 20')) dice que Metón. el padre de Empédocles, era de familia rica y noble y que
¡üfluyó en la política de Agrigento; Diógenes Laercio (VIII, 63-67) asegura que el
hijo, euaraorado de la democracia, declinó la magistratura suprema que sus conciu-
dadanos le ofrecieron. Su carácter serio y melancólico y el estilo noble y rico en
imágenes desús poemas, contribuyeron a darle fama de profeta, que él no procuró
deshacer, pues, antes al contrario, pretendía dominar los elementos, curar las dolen-
cias y resucitar los muertos, ejerciendo la magia y la medicina. Cfr. RUter, I, 431.
(:í) Sahrazurí, Rauda, folio 13 r.°, línea 8; línea 26; línea 30; Sáid y Osaibía,
loe. cit. El texto árabe de Sahrazurí lo publico en el Apéndice 4.°
noble condición, a la vej <i«ie de mucho a icetismo j contempl de
lo divino, de grande austeridad y mortificación, pues abandonó volun
(ariamente las cosas del mundo para podei rjiejoi entregarse a las di la
otra vida Fué, además, sabio muy experto en el conocimiento del aln
\ de las substancias inmateriales, de los modos de sei de éstas de
grados o jerarquías II»' visto un libro suyo acere* de la ciencia Blo
demuestra sus talentos para las expeí iencias místicas y las llu
fica, cfüe
fo en el texlo que precede, parece que oíros cinco corrían como suj
entre los filósofos hatiníes (1): Metafísica, Tratado del alma, Libro de fa
falsedad de la resurrección espiritual \¡ corporal, Libro de las homilías <>
Sabido es que las obras auténticas de Empódocles son tres libros poético-
(t)
bre la naturaleza, que durante largo tiempo se conservaron y de los que hoy reatan
sólo alguuos fragmentos, una décima parte del total. Ritter (I, 432) quiere que lo-
fragmentos titulados Katharmoi sean de aquella obra; Zeller (II, 202) los cree de
otra distinta. Los historiadores anteriores al islam ya atribuían a Empéloch s li-
-
bros apócrifos. Los cinco que cito en el texto están mencionados en Osaibía y Quiftí
(loe cit.), en Hachi Jalifa (V, 144, 152, nvimeros 10418 y 10500) y en M*sulí
(Prairies, III, 434). El «linro grande», que éste dice contenía el sistema de Empé-
docles U^oJ|»j s^u»ÁiJ| ÍM*»^ sS*? parece tener bastante relación
vlloá^ v©Jt*J| V^.H
con los fragmentos auténticos, puesto que en él se exponía la teoría de la generación
sexual en análogos términos al texto del II Physic. Empedoclis, verso 326-8, edición
Mullach. Cfr. ibid página 66 a, y Zeller, II, 238. El Tratado del alma a que me refie-
.
ro en el texto, sólo consta por una cita incidental consignada en la versión latina
(de Johannes Hispalensis) de la Risala de Costa Benluca í-obre el alma: «Theophras
ti ac Beudedis [lege Bendeclis, por Empedoclis] in animam.» Cfr. Gabrieli. La Bisa-
la di Qusta b. Luca sulla differenza tra lo spirito e Vanima (Roma 191' ), página 6. ,
\lci<><{(> i
wtérico '/' la psicología,
«Nadie puede conocer el alma, lino el que tenga un alma pura, lino
pia, dueña y leftorá de su cuerpo Eie il <j u«- conocerá entoncea lo que
et el alma y la verá con visión adecuada, m el ;iim;i <-s i-spí u;ii
|
>< » i <
¡
i-i i
u
I -tañí, II, 2('á), línea 8; Sahrazurí, folio 18 r. ,
línea 11.
..') Abulfarach HUt. DytUUt., 50.
,
dor de ambos seres, debe ser mayor que ello yaque El ei causa de
todo ser móvil y quieto
«En teorema siguiéronle Pítágoras
esie indos los demás liló ofoj
crease de algo, ni tampoco que algo coexistiese con El. Así, pues, El creó
la cosa simple, que es la primera de las simples inteligibles, o sea la
del ser y del no-ser, tanto si este ser y no-ser son objeto de la inteligen-
cia, como de la razón o de la estimativa; es decir, que Dios es el crea-
dor de los contrarios y de los opuestos, sean inteligibles, fantásticos o
sensibles» (1).
«El Creador creó las formas; pero no por una especie de voluntad
preexistente, sino tan sólo en el sentido de que El es Causa, es decir, en
cuanto que El es la ciencia y la voluntad. Habiendo, pues, creado las
formas el Creador, tan sólo en cuanto que es causa de ellas, resulta que
existía la causa sin el efecto. De lo contrario, como que todo efecto co-
existe con la causa, con coexistencia esencial, resultaría que, si fuese
lícito decir que coexiste con ella [también con coexistencia temporal],
to. Es, pues, indudable que el efecto no coexistió jamás, en manera al-
CaUSa. V esto es s porque no Ir.is electo (pie no sea oni puesto, eon
; i
í ,
<
se rompe, pues, hasta que [la luz] llega a la Naturaleza: entonces se inte-
rrumpe [la comunicación directa de la luz], porque la esfera del Alma
no envuelve a la esfera de la Naturaleza, aunque la esfera de la Natura-
leza envuelve a la de la Materia Segunda; lo mismo que el Intelecto en-
vuelve al Alma mediante la luz de la Materia Primera; y así difunde
esta luz sobre la Naturaleza» (2).
- 51 -
universal reprodujo Igualmente in la \dhmilr <i un I lo que h;i
vio [en ella] los espíritus y michos dentro <!>• los cuerpos y corte ex- <>
rada del laicícelo] otras formas hellas, nobles, brillantes, que son las
formas de las almas, semejantes a las formas sutiles v espirituales del
laicícelo, el cual las gobierna v dirige, separando, al fin. las COfteZfl de
sus núcleos para elevar a éstos basta su propio mundo.»
«Son, por lo tanto, las almas particulares, partes del Almo universa!,
al modo de las partículas del sol que brillan al través de las rendijas
déla habitación. I. a Naturaleza universal es un efecto del Alma uni-
versal. Y hay una diferencia [notable] entre la parte y el efecto, que son
dos cosas bien distintas» (1).
corteza del alma racional; ésta es la corteza del alma intelectual. Todo
lo que está debajo es corteza de lo que está encima, y lo que está en-
cima es núcleo o médula. A veces designa [Empédocles] la corteza y la
médula por las palabras cuerpo y espíritu; y así dice que el alma vege-
tativa es el cuerpo del alma vital, y que ésta es el espíritu de aquélla; y
así sucesivamente, hasta llegar al intelecto» (2).
disgregan» (3).
(1) Sahrastaní, II, 262, línea 5; Sahrazurí, folio 13 v.°, línea 17.
(2) Sahrastaní, II, 262, línea 1.
52 —
«[En la generación humana] las moléculas orgánicas del embrión
están diseminadas [a la vez] en el semen del macho y en el de la hem-
bra; el apetito venéreo es el que impulsa [a unas y otras moléculas] a
combinarse» (1).
Materia Primera^ es decir, <•! empico del <nn>>i y de la discordia N< 1 * » i > I
c
•
bles que han sido seducidas por las ilusiones de las dos almas orgáni
cas [vegetativa y sensitiva] y las saca de su vana ilusión y falaz extravío
Alas veces [el profeta] reviste a las dos almas inferiores con el vestido
del alma noble, y entonces el apetito concupiscible se torna en amor,
pero amor verdad y de la sincci ¡dad, así como el apetito
del bien, de la
irascible tórnase en odio, pero odio del mal, del error y de la mentira.
En consecuencia, el alma noble particular asciende hasta el mundo fie
los seres espirituales, llevando consigo [en su ascensión] a aquellas dos
almas [orgánicas] que vienen a ser cuerpo suyo en aquel mundo [de los
espíritus], como antes lo habían sido en este mundo [físico]» (lj.
corpóreos, hácese digno de alcanzar la unión con ese otro mundo es-
piritual y llega a conocer a fondo los misterios de la sabiduría divina
que él quiere, o bien aquello que se le revela de parte de las substan-
cias de aquel mundo» (2).
«Acerca del problema de la vida futura decía [Empédocles] que este
mundo subsistirá tal y como ahora lo conocemos, constituido por las
almas adheridas a los organismos físicos y por los espíritus sujetos a
las redes, hasta que, al fin, pidan auxilio [para liberarse de su prisión]
al Alma universal, que es la totalidad de las almas. Entonces el Alma
universal elevará sus humildes súplicas al Intelecto, el cual las elevará
al Creador. Este, entonces, derramará, difundirá toda su luz sobre el
ditación, libre — —
en cuanto cabe de sugestiones extrañas, y tendría en-
tonces su interpretación y su crítica objetiva un valor indiscutible para
la ciencia. Pero no es éste nuestro caso: la doctrina del pseudo-Empé-
(1) Sahrastauí, II, 2tt">, línea 4; Saluu/.urí, folio 13 v.°, línea 12.
2. primera 6D orden, aunque no en importancia la fuente
Ks la
amor como la divinidad que une, como la sola fuerza verdadera que,
desde centro del cosmos o del divino Esfero en que radica el foco de
el
se ve bosquejado en sus versos, (mando nos dice que no son los ojos di-
ta carné los que pueden contemplar el amor, símbolo de la divinidad,
sino los ojos del alma; y (pie ésta, purificada por la Kcffapac COttsigl
aun en esta vida, elevarse a la contemplación de lo divino (3), Y como
corolario de esta psicología religiosa, su doctrina escatológica está has
tante conforme con pseudo-Kmpédocles (teorema 17), en cuanto
la del
que afirma, como éste, que las almas de los hombres piadosos gozan ,
(1) verso 414: «[Natura] alieno induens eos carnis amictu.» Mullach (apud
Cfr.
Commentarius, loe. cit., página 75 a) nota el verso de Lucrecio (libro III, 611)
en que este símil de Empédocles se repite: «nostra mens vestem relinque-
re ut anguis». El símil de la ca verna (jl¿ —
óvTpov) está en el verso 29. Los otros
símiles de) cuerpo, usados en el pseudo-Empédocles {red, herrumbre, corteza), son
ya neoplatónicos y gnósticos, según veremos. Por lo demás, la preexistencia de las
almas está implícita en el dogma pitagórico de la metempsícosis. a que alude Em-
pédocles en el proemio de su poema, versos 1-35.
(2)' Cfr. verso 440 sig.; Ritter, í, 453.
(3) Cfr. verso 82: «Quam tu animo cerne, nevé oculis attonitus sede.» Ritter, I,
455, 6.Su escepticismo y desconfianza acerca de los sentidos y de la razón, así como
el tono misterioso y profótico de sus revelaciones, se advierten en los versos 36-57 et
passim. El mismo se hace pasar por hierofante, profeta o dios (verso 400). Es muy
curioso observar que la pintura que de Empédocles nos hace el autor de la Teología
(apócrifa) de Aristóteles (vide supra, teorema 17) como de un hombre caído del
mundo de los espíritus, huyendo de la ira de Dios, está inspirada en los versos 918,
29 del proemio: «quemadmodum et ego nunc e coelo profugus sum et exsul, discor-
diae furenti parens», etc.
(4) versos 457-461. Los versos que Ritter (í, 446, nota 3) da como dudosos
Cfr.
porque aparecen también en el Aureum Carmen de Pitágoras (versos 70-1) son éstos:
«Quod si relicto corpore ad Hbeium aethera commigraris, eris immortalis deus, in-
corruptus, ñeque amplius morti obnoxius.» Cf. versos 294-8 de Empédocles.
— 58 —
traz que que autoriza la defensa subrepticia de otras
oculta, el pabellón
ideas filosóficas: las neoplatónicas. Examinemos, pues, estos nuevos
elementos, verdadera clave del pseudo-Empédocles.
Una de sus fuentes más indubitables en los libros de Filón, el
está
judío helenizante. El esoterismo de los teoremas 1 y 3 es filoniano: Filón,
como sus correligionarios los esenios, y como les sufíes musulmanes,
colocaba en un plano inferior todas las ciencias profanas, patrimonio
del vulgo de los sabios, otorgando a la teología el primado jerárquico y
reservando su conocimiento a una selecta minoría de iniciados en la
interpretación alegórica de la revelación divina, cuyos misterios sola-
mente bajo símbolos deben ser comunicados (1).
La simplicidad de Dios es para Filón tan absoluta como para el
pseudo-Empédocles (teorema 5). Filón no admite en Dios rrrultiplici
dad ni diversidad alguna: Dios es el Uno, el Simple, que existe por sí,
sin asociación o mezcla de cosa o idea ajena, sin cualidades, sin atri-
butos, sin nombre. Es inefable (teorema 6). Los atributos que se le dan
por los hombres son todos ellos designaciones impropias de su esencia.
El es algo superior y más bueno que el bien, la ciencia y la belleza (2).
como una masa corpórea sin formas ni propiedades, inerte poi sí, pero
capaz de toda forma por el movimiento. Dentro m- ta vaguedad de <
del pensamiento griego; había que concennni las fórmulas del credo
musulmán que Confiesa Un Dios creador y (pie <li -nomina ciialmasa
iodos los olios seres; por eso el pseudo*Empédocles no llama i Dios el
ÍZ/io, como lo bace Plotino, sino el Creador, y además lo <••.< luye de la
lasisV Ante todo hay que notar que esa Materia Primad, que ocupa el
primer grado de las emanaciones en el pseudo-Empédocles, no tiene
nada que ver con la Materia universal Corpórea, que ocupa en ambos
sistemas el último peldaño en la escala de los principios (1). El nom-
bre con que el Empédocles árabe la designa es doble: unas veces usa
el de fuente o elemento (joic); otras el de hijle o materia, transcribiendo
(1) Para facilitar la comparación, he aquí las dos jerarquía^ de las cinco substan-
cias, eu ambos sistemas:
Flotino. Pseudo-Empédocles.
a
El Uno (xo ev) La Materia 1. (*J$^| ¿Jgx&ll 9I joánj)
El Intelecto (ó vou;) El Intelei-to (^IsxJj)
El Alma (rt
bo'/>r¡) El Alma (>4rtá¿J|)
Pero Plotino se detiene aquí, sin dar el último paso, sin objetivar a
esa materia espiritual y divina, sin otorgarle una actualidad substantiva
en la jerarquía de los principios del ser. Y esto porque, según demues-
tra en el libro 5.° de la misma Enéada II, toda materia, aun esa del
mundo divino, no puede ser algo actual y substantivo, puesto que su
concepto esencial es el de algo en potencia, y perdería este su ser poten-
cial, si la actualizásemos (4).
(1; Artículo! 1
••").
,
Enneades, II. i. i.
\) Enneadeé, 11
- 69 -
mundo para que les sirviera kuegO <!<• habitación conveniente cu <l
quien las substancias inferiores del mundo inteligible se unen a las su-
periores por el amor que les produce la visión de su hermosura )
Cfr. Sahrastaní, II, 262, línea 12: ¿aKII s-*¿¿J1 >1j*1 *»9¿aJ| v*-«$á¿J1 <ü&9. Cfr. Por-
phyrii phüosophi Sententiae, XXXIX.
(5) El teorema 2 del pseudo-Empédocles está copiado de la Enéada IV (3, 1):
«Nulla profecto res est de qua diligeutius et diutius investigare tractareque, quara
de anima, debeamus: cura ob alia multa, tum etiam quia ad utraque cognó.-ceuda
conducit, scilicet tara ad ea, quorum est ipsa principium, quam ad illa ex quibus
efficitur.» Cfr. ót'. lz' czaepu) xr¡v Yvcüa'.v otocua'.v — ^¿oJj^Jl s ]g gj ij¡a|. ítem cfr. Procli
Institutio theol., CXC: Raza <l>'S/r, jas3y¡ téóv ájtepiOTüív íjz: xa] t«w u.=p'.3T(bv M¿ar¡ apa
ájJLcpoxspcov saxt'v = ¿aíU**¿^J1 SduaÁjJ) £±c\ ¿u $ iol\t
'
.
- 64 —
debilidad e imperfección contraída por las almas al unirse al mundo
de los cuerpos, necesita un auxilio poderoso que le venga de lo alto
para conseguir redimirse, y que ese auxilio les es proporcionado por
las almas puras de toda mancha que descienden a este mundo para
asegurar a los seres físicos la salvación, la purificación y la perfec-
ción (1). Y Proclo, orientado, como Jámblico, hacia una exégesis más
religiosa y teúrgica de las ideas plotinianas, considera igualmente el
estado de las almas como miserable y necesitado de socorro, que le ha
de venir de las divinidades secundarias o démones (2). Y por eso,
finalmente, toda la ética del pseudo-Empédocles estriba en el princi-
pio plotiniano que identifica la virtud moral con la purificación de lo
sensible (3).
(1) Stob. ecl., I, 906-910. "II uev (áp (tyoyj¡) eicí oojxt^jío r.m wM^iv. -/.al teXstótyjti xd»v
-.r/ji xettiouoa ajpavxov ~o\zX~o.\ v.a\ trjv xadoSov. Cfr. Sahrastaní, II, 263, línea 4-16.
In Alcibiad., prop. 89.
(•J)
El no ser — ^^-¿^11 = to ;u (
3v. Purificación = ¿>4>¿4 xcffapoic.
Estimativa — s
-*i>9 W£a. Salvación = s-ooJá¿ su)tv]pta.
cosmos diciendo <|iic en lu/ pi nuil i\ ;i, que lodo lo llcn:il>;i .Irle
l;i
hala hay también alguna idea del teorema 17 del Kmpédocles ánihc
los cabalistas admiten, además de la metempsícosis propiamente di-
cha, otra que llaman ibbur (gestación, impregnación), que es la reunión
de dos almas en un solo cuerpo, cuando una de ellas carece de fuerza
para cumplir todos los preceptos religiosos y necesita de un auxilio <
5
—
— 66 —
tos alcoránicos. Se ve, por tanto, que esta parte del teorema 17 ha
sido forjada con el propósito de armonizar la doctrina y la conducta de
Mahoma con las ideas empedócleas sobre el amor y la discordia (1).
6. Tiene todo análisis el grave inconveniente de borrar en el pla-
no mental, a fuerza de disociación de elementos, la visión nítida del
conjunto, que es lo real y lo vivo; pero en cambio ofrece la ventaja in-
comparable de presentar aislados los elementos que lo integran, para
poder estudiarlos mejor en sí mismos y en su coherencia mutua. Esta
última, la coordinación de las múltiples y heterogéneas ideas del siste-
ma analizado aquí, es empresa que no puede realizarse totalmente, ya
porque del sistema sólo poseemos algunos fragmentos, ya porque éstos
deben sei además interpretados en función de las ideas teológicas de
Abenmasarra, que fué el verdadero defensor y propagador de la meta-
física del pseudo-Empédocles.
Lo único que de esta metafísica cabe decir, como resumen del aná-
lisis bosquejado, es: 1.°, que en ella se aprovechan algunos elementos de
(1) Los textos del Alcorán son: XVI, 126: «Invita [a ellos ¡oh Mahoma!] al camino
de tu Señor por medio de [la enseñanza de] la sabiduría y por medio de la buena
exhortación moral, y argúyeles con la argumentación más apropiadas (Cfr. Sahras-
tauí, II, 263, línea 9: üáctyol^ <Jq£%11a '.
IV, 91: «Mas si se desviaren, tomadlos y
matadlos doquiera los encontrareis.» Cfr. Tafsir de Aljázin, III, 142 y I, 379, donde
seven los esfuerzos de los exégetas musulmanes para conciliar ambas normas dia-
metral mente opuestas. A lo má»-, cabría remontar esta conciliación de ambas r.or-
mas a la teología hebraica que atribuye a la sabiduría divina el doble empleo de la
fuerza y de la suavidad: fortiter. suaviter (Sap., VIII, 1).
— I
VI
cha, añade (4): «Pero debes saber que este grado místico, aunque con-
siste esencialmente en la intuición de la unidad absoluta de Dios y de
su exención [de toda multiplicidad], se manifiesta, no obstante, en el
acto de la iluminación [del alma del sufí], como algo dotado de forma
[corpórea y] concreta, apareciéndosele bajo la figura de una habita-
ción sostenida por cinco columnas, sobre las cuales se extiende un
elevado techo que cubre o envuelve las paredes [de la estancia], y sin
puerta alguna abierta; por lo cual, a todos les es absolutamente impo-
sible penetrar en ella. Fuera de la habitación, sin embargo, álzase una
columna más, que está adherida a la pared exterior. Los místicos ilu-
minados tocan esa columna, igual que besan y tocan la Piedra negra
que puso Dios fuera de la Casa [santa de la Meca, es decir, del templo
de la Caba] Esta columna no es exclusiva de este grado místico, sino
común a todo grado divino. Es al modo de un intérprete entre nos-
otros mismos y las intuiciones que los grados místicos nos infunden.
Y a esto alude Abenmasarra el Chabalí (5) en su Libro de las letras. Di-
cha columna posee una lengua elocuente que nos interpreta el sentido
mulado en las obras de A.benmasarra l>:i »-l relo enigmático <l<- los
j
<
>
(1) Me inclino más a interpretar la columna exterior como símbolo del imam,
porque Abenarabi denomina al cótob {***£*) o quicio místico (que es el jefe de la je-
rarquía esotérica) con el calificativo de «ángulo de la Piedra negra» (j >^ J| ^ij
¡agjuj^l). Es más: el célebre Abumedín, maestro de Abenarabi,
Cfr. Fotuhat, II, 7.
afirmaba explícitamente que él era, en cuanto imam, como la Piedra negra. Con-
fróntese Fotuhat, III, 180.
(2) Huelga repetir que toda esta exégesis del enigma es hipotética. No tiene más
valor que el de un ensayo de adivinación, sugerida por el contexto de la doctrina de
Abenarabi sobre el ^o&gj y por lo poco que conocemos de las ideas y símbolos de los
sufíos contemporáneos. Alhalach, el místico panteísta de Bagdad, contemporáneo
de Abenmasajra (f 309/922), enseñaba en su Kitab Altauasin el mismo teorema
plotiniano de la ¿víoaic o símbolos geométricos, análogos a los del
^^«H mediante
pseudo-Empédocles, en uno de los cuales, para ponderar cuan inaccesible es a los
profanos la intuición gnóstica de la esencia de Dios, sírvese del esquema plotiniano
de la circunferencia y del centro ( ¿¿¿¿JI9 gjijJaJI), añadiendo, como en el símbolo
arquitectónico de Abenmasarra, que «esa circunferencia carece de puerta» (jjjJl^Jlj
¿ÜuibJI ^4> Á>*9 sS¿ s¿l\ ¿¿¿¿JI9 ^»L» U>J U)- Cfr. Massignon, Kitáb al-Tawá-
*¿»l¡aJ|
sin (París, Geuthner, 1913), páginas 25 y 26. Para la doctrina del ¡aa^ill íMj« en
— 70 —
2." Abenházam en su Fisal (IV, 199) atribuye a Abenmasarra, por
testimonio de uno de sus discípulos mediatos (1), la siguiente tesis, ló-
gica consecuencia del postulado plotiniano anterior: «El Trono de Dios
í^ájjdr) es el ser que gobierna o rige ^s*©J|) el cosmos. Dios es demasia-
do excelso para que se le pueda atribuir acción alguna ad extra.» No
transcribe Abenházam las razones de tal tesis (2); pero harto transpa-
rente es el nexo que la une con el dicho postulado, o sea con el teore
ma 5 del pseudo-Kmpédocles, y con toda la teoría emanatista de las
cinco substancias, excogitada cabalmente para explicar el origen y go-
bierno del cosmos sin la directa intervención del Uno, cuya indepen-
dencia y necesidad absoluta sufriría menoscabo si se relacionase in-
mediatamente con las criaturas.
Lo que, en cambio, ya no resulta tan claro es el motivo de la iden-
tificación alegórica del Trono divino con ese ser encargado del gobier-
no del cosmos. ¿A qué substancia, de las cinco que constituyen la jerar-
quía de los principios, quiso aludir Abenmasarra con aquella personi-
ficación? Ese Trono sobre el cual Dios está sentado, según el texto bien
conocido del Alcorán (VII, 52), había sido, desde los orígenes de la teo-
logía musulmana, uno de los temas polémicos que más agriamente se-
pararon a los antropomorfistas de los motáziles (3). Estos últimos,
como los batiníes y filósofos, buscaron en la alegoría el más fácil recurso
para sortear las enormidades de la letra a que los antropomorfistas se
atenían. Unos, como el sufí Abutálib de Meca (t 386/996), identificaban
al Trono con la voluntad divina (1): los filósofos peripatéticos, para no
separarse tanto del sentido literal que parece exigir algo corpóreo, lo
identificaban con la esfera más elevada (¿3I¿31 ¿Já), asiento del primer
motor del mundo celeste y sublunar (5). ¿Querría Abenmasarra ver,
Alhalach, evacúense las referencias de la Table des termes techniques del libro, s. v.
tanzíh, tauhld. Los símbolos circulares abundan en dicho libro; véanse páginas 29,
56,66, etc.
(1) Ismael el Roainí, de quien hablaremos en el § VII.
(2) Abenházam añade que las frases de los libros de Abenmasarra, que el Roai-
ní citaba para autorizar su testimonio, sugerían en efecto la tesis atribuida. (Corrí-
jase en el pasaje del Físal, IV, 199, línea 16: = OJia^j^^J U>** ^*uJ &üá ^
Oií¡)ia ^s-joxJ U>^9 *j4tt« ^1 v**i^
^*, que es la lección correcta á%\ Cod. Leyd. 1982,
folio 1 16 v.°, línea 6).
FUál, II, 122; Ithaf, II, 106-7.
(4) Cid fdcolub, I, 101 apud Schreiner zdmu (1898), IV. 521. Algazo!, en su Almad-
ian» cuaguir (página 9, cfr. Asín, Algazel, 721), asimila el corazón humano, aliento
de la voluntad del hombre, al Trono de Dios; el cerebro, sede del espíritu animal, al
escabel ^ujj£) de Dios; los órganos corpóreos, instrumentos ciegos do la voluntad y
del entendimiento, a los ángeles que obedecen las órdenes de Dios.
(6 Sprenger, Dictinnary of the technical terms, III, 981. Cfr. Algazel, Mixcat
afanuar, 59; Ithaf, 1. n>7. 1
— 71
Añade luego que, según un hadiz del Profeta, el número de los sostenes
(*!»&) que soportan el Trono de Dios es tan sólo cuatro en esta vida
y ocho en el día del juicio. Dice después textualmente (4): «Hemos
(1) Abicebrón, influido, como veremos, por las ideas de Abenmasarra, dice que
la esfera del Intelecto está bajo el Trono de Dios. Cfr. Goldziher, Kitáb Maanl, pá-
gina 44*. Por lo demás, esta personificación del Trono divino como sujeto primero de
las teofanías u operaciones ad extra de la divinidad, es de origen cabalístico. En la
Michna, primero de los espíritus, el que desempeña todas las funciones de la crea-
el
una de estas cuatro categorías posee una doble realidad: esotérica o in-
terna y exotérica o externa; esta última es la que aparece en la vida
presente; aquélla es la que se manifestará en la vida futura. Por eso los
sostenes encargados de cada categoría son dos: uno para su realidad
presente y otro para la venidera. Y he aquí por qué serán ocho los sos-
tenes delTrono en el día del juicio. Abenarabi no explica el sentido
que para Abenmasarra tienen los nombres de los ocho personajes a
cuyo cargo están las cuatro categorías de fenómenos en su doble reali-
dad; pero no es aventurado sospecharlo aunque vagamente: las tres
primeras parejas constan, como se ve, de un hombre y un ángel; aquél,
encargado de realidad externa, y éste de la interna. Así, Adam es
la el
del Fotuhat (Cairo, año 1320 hégira) hecha conforme a un ejemplar encontrado en
Conia y cotejado con el autógrafo de Abenarabi, léese ya en ambos lugares (I, 148 y
149) el nombre ccrrecto de Abenmasarra el Chabalí. — Un pasaje paralelo del que co-
mentamos, puede verse en el mismo Fotuhat, II, 372.
(1) Parece que aquí juega Abenmasarra con el equívoco de la palabra j$oJl
cuya grafía se presta a doble sentido, según se vocalice sóuar (formas, cuerpos) o
tur (cuerno o trompa de caza). Con este último sentido la palabra se cita en el Al-
Corán, X X XIX, 69, aludiendo a la trompeta del juicio final, a cuyo son los muertos
resucitarán; y los hadizeé proféticos atribuyen al ángel Israfil el oficio de hacer so
nar esa trompeta (cfr. Ihia, IV, B66 e Ithaf, X, T>l So ve, pues, que Abenmasarra,
i.
7:;
Mahoma, que para los Buffet tiene ana preexistern ía ei píi ítoal
des de las ocho que integran el cosmos a saber forma o cuerpo <!<• los
seres, sustento sensible de los mismo, felicidad desgracia apai j
o visibles ( 1).
vés di' todo el cosmos, hajo la coi le/a tenebrosa de las forma os
rayOS son los espíritus que animan a todos los seres Este panteísmo
vitalista, la enumeración Casi textual de las cinco substancias, la alu-
sión que hace de la Malcría Primera y la identidad de ambas psÍCO
se
logias, confirman, por lo tanto, la sospecha de que Abenaiabi nos ha
conservado, en lodo el capítulo 13 de SU Fotllhat, lo esencial de la
(1) Como epílogo del capítulo, Abenarabi observa que si el Trono de Dios se
toma en el sentido de asiento, tiene también cuatro ángeles que lo sostienen sobre
sus hombros, y añade (Fotuhat, I, 194): <Acerca de las formas de estos cuatro soste-
nes se cita algo que se aproxima a lo que dice Abenmasarra. Dícese, en efecto, que
el 1.° tiene forma de hombre, de águila y el 4.° de toro.» No se
el 2.° de león, el 3.°
me alcanza la relación esotérica que con las cuatro categorías de fenómenos arriba
analizados puedan guardar, en la mente de Abenarabi, las cuatro figuras de anima-
lesde que se habla en la profecía de Ezequiel (1, 10) y en el Apocalipsis (IV, 6 y 7);
pero en general cabe presumir que se trata de algo cabalístico. Cfr. Munck, Mélan-
Neumark, Geschichte der jüdischen Phü., T, 134; Schreiner, Kalám, 85.
ges, 492;
(2) Cfr. teorema 11 del pseudo-Empédocles. — Ahora puede ya verse claramente
que el Trono divino era para Abenmasarra (como lo fué después para Abicebrón)
símbolo de la Materia Primera. Cfr. Munck, Mélanges, 144, nota 2.
(3) El texto impreso dice: sojiiJl s*«lc <la ciencia del Libro», es decir, del Alco-
rán, lo cual no tiene sentido. Corrijo, pues <»|oJáJ| ^oic , como aparece en el Cod.
Leyd. del Físal, número 1982, folio 146 r.°
(4) s***J|v»k.
— 7(5 —
pensa de las acciones humanas, etc. Otra ciencia de Dios es la que tie-
ne de los seres particulares, es decir, la ciencia de lo aparente (1), la
que posee de cada cosa después de que ésta viene a la existencia; a esta
ciencia pertenece, por ejemplo, el acto por el cual Dios conoce la infi-
delidad de Zeid, la fidelidad de Amer, etc. De todas estas cosas parti-
culares Dios no conoce ninguna, hasta que existe. Fundábase, para
esta doctrina, Abenmasarra en el texto alcoránico en que se denomi-
na a Dios «conocedor de lo oculto y de lo aparente» (2) Pero, en
realidad, lo que le movió a mantener esa tesis fué su adhesión a los
principios fundamentales de la herejía de los motáziles. Porque si éstos
admitiesen que Dios conoce ab aeíerno que fulano no creerá jamás y
que zutano no será jamás infiel, no podrían luego afirmar, como afir-
man, que los hombres poseen libertad plena para obrar, puesto que
esa afirmación equivaldría a confesar que el hombre puede desmentir
y revocar con sus actos los decretos eternos de la ciencia divina.»
«Abenmasarra, pues, sostenía (3), y con él sus discípulos, que la
ciencia divina es cosa distinta de Dios, cosa contingente, que tiene su
origen en el tiempo, cosa creada. Así lo hemos oído decir a los discípu-
los de Abenmasarra con quienes hemos sostenido polémicas.»
A primera vista se comprende que Abenháznm no ha sabido inter-
pretar con toda fidelidad el pensamiento de Abenmasarra en este pro-
blema teológico, verdadero nudo de la presciencia divina y la liber-
tad humana, puesto que no ve en toda su doctrina otra cosa que una
mera acomodación a los principios motáziles. La raíz de esta tesis
de Abenmasarra es más honda: arranca de su concepto plotiniano del
Uno. Plotino en su Enéada VI (9, 6) demostró que para conservar al
Uno su absoluta simplicidad, era forzoso negarle la inteligencia o co-
nocimiento, así de las cosas distintas de sí, como de su propio ser,
puesto que, de lo contrario, en el Uno habría dependencia respecto de
algo que no fuese su pura y simple realidad abstracta; a lo menos, ne-
cesitaría de la inteligencia para entenderse a mismo. El Uno, pues,
sí
(1) a^U^úJI volc. El Cod. Leyd. añade seguidamente la frase v&J &oJc 94)9
iP9^>. ¿s** (que yo introduzco en la versión); pero en cambio suprime
¡a** el
ejemplo ^Jj ^¿j jíi 94)9. Prescindo de señalar otras variantes que no alteran el
sentido.
(2) Alcorán, VI, 73 et passim. Abenházam refuta esta razón teológica dando la
exégesis literal del texto: Dios conoce todos los actos humanos, aunque los agentes
se oculten, y conoce lo que a los hombres se oculta, sea pasado, presente o futuro.
(1) Las razones escolásticas con que Abenmasarra demostraba su tesis parece
que eran las mismas del racionalista Chahm Bensafuán y del xií Hixem Benalhá-
quem, según dice Abenházam (Físal, II, 126), El primero, natural de Samarcanda,
vivió hacia el fin de la dinastía de los Omeyas (siglo vin de J. C); el segundo, natu-
ral de Cufa, floreció en el siglo ix de J. C. (Cfr. Físal, II, 129, IV, 182). Todos los ar-
gumentos en que sefundaban redúcense a establecer distinción real entre las ideas
expresadas por los términos Dios y sabio; de aquí inferían que la ciencia es, no sólo
distinta de Dios, sino temporal, pues de ser eterna, habría dos seres eternos, lo cual
es dualismo, y además serían eternos también los objetos de su ciencia. El mismo o
análogo recurso dialéctico aplicaban al atributo de la omnipotencia divina. Con-
fróntese Farc, 49.
(2) Enneades, III, 2, 10; 3, 3.
(3) Fisal, IV, 198: ¿iaJÜI ^i *JjSx«J| **¿¿]$j. Los argumentos de los motáziles en
favor de su tesis se reducen a lo siguiente: Si Dios, y no el libre albedrío, fuese la
causa de los actos humanos buenos y malos, se seguirían varios absurdos: Dios sería
pecador; tendría que aborrecer lo que El mismo crea; tendría que ser injusto casti-
gando al hombre por su pecado; carecería de mérito el hombre bueno, por razón de
sus virtudes. Ni cabe, añadían, atribuir el acto humano al concurso simultáneo de
Dios y del hombre, porque e^ta asociación de la criatura a la obra divina implica
politeísmo y es absurda e inconcebible, ya que el acto es algo indivisible que debe
ser realizado in integrum por un solo agente. Ni tampoco cabe decir que lo hace
Dios solo y luego es adquirido el acto por el hombre, porque esta adquisición es, a
su vez, otro acto humano, sobre el cual es forzoso resolver de nuevo la cuestión.
Cfr. Físal, III, 62, 87; IV, 192; Farc, 94.
— 78 —
realicen en tiempo, puso Abenmasarra en Dios, transigiendo con la
el
(1) Sabido es que los neoplatónicos musulmanes negaron a Dios la ciencia de los
singulares. Avicena, como Abenmasarra, rectificó esta doctrina para armonizarla
con el dogma y dijo que Dios conoce todas las cosas por medio de una species uni-
versal, independiente de la idea de tiempo; y que conoce los seres singulares, en
cuanto tales, intentione secunda, es decir, en cuanto que están incluidos en sus cau-
sas universales. Cfr. Asín, Algazel, página 749 y siguientes, y Fotuhat, I, 361. Abena-
rabi distingue, como Abenmasarra, dos ciencias en Dios: una eterna, anterior a la
existencia temporal de los fenómenos, y otra posterior a éstos. Cfr. Tafsir (edición
Cairo, 1317), I, 30.
(2) Noquiero decir que esta teoría fuese el modelo inmediato de Abenmasarra,
sino copiado por él a través de otros místicos musulmanes de Oriente, como luego
diremos. Además, algunos puntos de esa teoría plotiniana debieron pasar al islam
desde muy pronto. La preexistencia de las almas y su consiguiente Bva'|tvrpic u olvido
parece insinuarse ya en el Alcorán, XVII, 87; XLII, 52. Hadizes auténticos de Ma-
horaa, o a lo menos contemporáneos de éste, la afirman taxativamente (cfr. Fi-
nal, IV, 70). La unión accidental del compuesto humano está ejemplificada en el
pseudo-Empédocles (teorema 17) con el símil del pájaro y la red o lazo, que pudo co-
piarse del Paalterio (XII, 7): € Anima nostra sicut passer erepta est de laqueo venan-
tium; laqueus contritus est et nos liberati sumus.> Que el cuerpo es la herrumbre
del alma (cfr. teorema 17), es también un símil emparentado con otro del Alco-
rán (L.\ XXIII, 11), en que se compara el pecado con la herrumbre del corazón; símil
tradicional luego entre los sufíes. Cfr. Ihla, IV, 223. Las cinco almas de que habla el
pseudo-Empédocles (teoremas 15 y 17): vegetativa, sensitiva, racional, intelectual y
profótica, son de evidente origen neoplatónico; con diferentes nombres se perpetúa
r •
79 -
manchada y sometida 8 la esclavitud <!<• la naturaleza física Esa man
eha v esos lazos constituyen su pecado La liberación es posible al al-
ma, pues que goza d<- libertad; pero necesita el auxilio <i<* la revelación
profetice qUf le recuerde su noble/a nativa y le purgue d<* sus p i j i
¿cómo concretaba, sobre estas bases, las reglas de la vida, las leyes de
la conducta religiosa, para que el alma alcanzase su purificación y la
tal clasificación entre las escuelas batiníes. Cfr. Goldziher, Kitdb maáni al-nafs,
34*-35*, donde cita ejemplos de tal clasificación, que él cree inspirada en Isaías, XI,
2 y 3, es decir, en los dones del Espíritu Santo, cuyo número es de siete y no de cin-
co, aparte de no coincidir en el significado, ni siquiera en los nombres.
di il) nos dice que Abriiin;i\;»i i ;i |x»iií;i c .))»•( i;il rmprñ«> cu recomend.n
la práctica del t'xüiin'n <!»• Donclencii particular j cotidiano, como bk
dio dr elevar al alma a l;i morad;! iiiishca de l;i sineei nlad v punza dr
Intención.
No creo se iieeesilen dilusos i .i/ou.unienlos parí SUgerÍT la convic-
ción del origen cristiano y monástico de este ejen icio espiritual. Como
en olra ocasión demostré, su práctica cslaba va vidente en los cenobios
cristianos d(d Kgipto duraide el si^lo \i de nuestra ei, >. en los
albores del islam: los monjes de la Tebaida, al decir de San Juan ( Jí-
(1) B.
sjiíaoJl &S*¿^.
1202: ^ ^ua$á¿J1 *** U*«9 OU^I <^^oi s±c <*~o&ú\ ^¡a* <i&9
a
(4) 1. Ad Cor., XI, 31. Cfr. Cut alcolub (edición Cairo, 1510 hégira), I, 75 81, es-
pecialmente 76, en que se atribuye al segundo califa, Ornar, esta sentencia: <Exami
naos, antes de ser examinados; pesad vuestras obras, antes de que sean pesadas;
preparaos para el juicio supremo en la presencia de Dios, ante quien se pondrán de
manifiesto, aquel día, vuestros más ocultos pensamientos.»
(5) lhía, IV, 310; Audrif, IV, 209; Ithaf, X, 114 y 176.
tí
— 82 —
bien terminante (1): inspirándose en el axioma evangélico (Matth., VI,
22-3) de que la intención es el alma de las obras, enseñaban que todo
acto de virtud adquiere a los ojos de Dios un mérito proporcional a la
mayor pureza de intención con que se realiza, y hasta los actos indi-
ferentes tórnanse meritorios si se enderezan al servicio divino (2). En
cambio, intención, en vez de ser pura y sincera, va asociada o
si la
Fisalj IW L99. Corríjase en toda esa página los nombres ¿jo **¿.*| y ¿MjoJI por
*j4*o »^l y ¡Mj*«»oJ|, como aparecen en el Cod. Lcyd. 1982, folio 146 r.°
quirirel hombre el don de la profecía, en i
I
• iti lo quien ll<
la mcia de purificación \ limpieza espiritual <!'•
Ifl su alma, obtiene de
seguro la profecía, la cual por consiguiente no es un done que il
sajes d»' los libros de A-benmasarra, citados por sus discípulos di apo
de tal tesis, sugerían en verdad que así pensaba
La gravedad v alcaucí" <lc esta afirmación dentro de la dogmáti
musulmana, fácilmente se comprende, Mahoma pretendió completa!
con su misión profética las revelaciones anteriores, es decir, <-l Antiguo
y Muevo Testamento, erigiéndose en último y definitivo legislador I)<
pues de 61, sello de todos los profetas, no puede haber \;i otra revela-
ción. La comunicación del hombre con Dios no es ya posible, sino me-
diante y a través de la revelación islámica. Toda palingenesia, pne
de las religiones zoroastra, cristiana y judía dentro del islam, asi como
todo progreso doctrinal, parecía imposible con ese dogma. Pero, según
varias veces hemos notado en este estudio, los pueblos cristianos, ju-
díos y zoroastras incorporados al islam, quisieron reaccionar pronto
contra aquel obstáculo, para injertar en la religión nueva las religiones
antiguas. Motáziles y batiníes fueron, por esto, los primeros en negar o
en atenuar el dogma de la inmovilidad del islam, sosteniendo que un
mahdí o pontífice posterior puede completarlo, o al menos interpretar-
lo en un sentido nuevo (1). Los batiníes o xiíes principalmente se ca-
racterizaron por inscribir en sus credos este artículo, mortal para la uni-
dad del islam. No es, por tanto, de extrañar que Abenmasarra lo pro-
fesase. Además, las teorías alejandrinas sobre la posibilidad de la unión
mística del alma perfecta con Dios, venían a corroborar aquel anhe-
lo (2). El mismo Filón había afirmado que la profecía es un don común
a todos los hombres perfectos (3). Los filósofos musulmanes, por todo
esto, llegaron a forjar una teoría naturalista del profetismo, explicando
loscarismas del profeta como efecto necesario de las dotes naturales
de su espíritu, perfeccionadas por la disciplina ascética y por el estu-
(1) Así Cháhid establece ya (vl$|4ji¿J| 8X90^0, 184-5) que la diferencia entre pro-
feta fundador de religión ('•Jyíj), profeta interpretador (s±*) }' pontífice o director
(***UI), es diferencia de grado en las dotes psicológicas naturales de cada uno, más
que diferencia esencial o específica, pues todos tres pertenecen a una misma jerar-
quía o especie.
(2) Enneades, VI, 7, 35; 9, 11.
Cfr.
(3) Cfr.Quis rerum divin., I, 445: «Ómnibus probis viris sacra scriptura pro-
—
phetiam tribuit.» Pudo también influir remotamente en esta afirmación de Aben-
masarra la doctrina del Empédocles auténtico, que en sus Carmina lustralia (edi-
ción Mullach, versos 457-461) prometía a todos los hombres distinguidos, vates, poe-
tas, médicos y príncipes, llegar a la categoría de dioses; él, además, se bacía pasar
por profeta. Cfr. supra, página 42, nota 2.
— 84 —
dio (1). fundiendo todas estas ideas, acabaron por armo-
Y los sufíes,
nizar sus anhelos de comunicación personal con Dios y el dogma de la
inmovilidad del islam, distinguiendo sutil e ingeniosamente entre reve-
lación (s**$) e inspiración (v^UJI): aquélla, exclusiva del profeta, y ésta,
común al profeta y a todo místico perfecto. La diferencia, pues, entre
el santo y el profeta radica sólo en la misión divina, que éste ha reci-
bido, para comunicar a los hombres puede
la ley revelada; el santo
sólo adquirir por su esfuerzo personal los dones divinos que van ane-
jos a la profecía: la comunicación con Dios, la facultad de vaticinar y
hacer milagros, la intercesión, etc. (2). Tal parece, pues, que debió de
ser la actitud de Abenmasarra en este punto, dados los precedentes
de su doctrina metafísica, de su psicología y de su ascética: el alma per-
fecta, limpia de la herrumbre del pecado, reflejará en sí, como en un
espejo, las ideas divinas, y podrá, por lo tanto, prever lo futuro, a la
manera del profeta, y penetrar en lo más recóndito de los misterios de
la divinidad (3).
(1) Especialmente Avicena fué que dio forma definitiva a esta teoría natura-
el
lista de la inspiración, del vaticinio y del milagro de los profetas. Cfr. Asín, Alga-
zel, páginas 781-6; Mehren, Traites mystiques d'Ibn Slná, fase. II, 16.
(2) Abenarabi se esfuerza en sus libros para sentar bien esta diferencia. Así, en
su Fotuhat, II, 3-4, excusa a los que defienden la adquisición de la profecía, diciendo
que se refieren, no a la (^¡»¿-¿üJ| ¿9*-) profecía fundadora de ley revelada, sino a
cierto grado especial de comunicación con Dios que no implica revelación de ley re-
ligiosa nueva, ni para el místico que la recibe, ni para los demás. Este grado de co-
municación ea el que puede adquirirse por el místico, siguiendo la huella de los pro
fetas para aproximarse a Dios; y consiste sólo ese grado en la posesión de los caris
mas divinos, arriba dichos. En otros lugares refuta a los filósofos que creen que
aquella preparación para llegar a ese grado sea exclusivo efecto del esfuerzo huma-
no. Cfr. Asín, La Psicología según Mohidin, páginas 189446; 186*191.
Cfr. 1 11 Psicología según Mohidin, 18H. El símil del espejo no consta que lo
emplease Abenmasana; pero fué usual entre todos los sufíes e ixraqules. Confrón-
tese Ih'i'i \ 962, donde se usa para explicar la visión en sueños; III, 10 y 17. donde
, I ,
negación tan impía Pero la rali no era lan profunda y remota; bastaba
irla a buscar, como hemos dicho, en la psicología plotiniana de Iben
(1) Cfr. supra, § IV,página 43. Esta coincidencia con Abenmasarra en la esca-
tología es una confirmación irrecusable de que el sufí cordobés profesó por entero el
sistema del pseudo-Empédocles. Cfr. teorema 17 del pseudo Empédocles.
(2) Emped. Carmina (edición Mullaoh), verbos 11 y 12. Cfr. Ritter, I, 453.
(3) Cfr. Asín, Algazél, 663-687. Véase en el § VII la tesis 7. a de Ismael el R^aioí.
— 86 —
vación y fin último del cosmos; 3°, niega al Uno la ciencia de los seres
emanados, porque esta ciencia es atributo esencial del Intelecto; y
4°, enseña una doctrina ascética, basada en la purificación de todo lo
corpóreo, para llegara una escatología absolutamente espiritual, nega-
dora de premios y castigos físicos.
Sobre este fondo plotiniano en que coincide con el pseudo-Empé-
doeles. destácanse también otros elementos musulmanes: ya motáziles,
como la libertad absoluta del hombre y la ciencia divina creada; ya
17/V.s, como la posibilidad de la adquisición de la profecía; ya sufíes,
como la metodología práctica para conseguir la pureza del alma.
El resultado definitivo que este análisis arroja es, pues, el mismo
que en los capítulos anteriores hemos señalado: Abenmasarra, bajo las
apariencias musulmanas del motazilismo y del batinismo, fué el defen-
sor y propagador, dentro del islam español, del sistema plotiniano del
pseudo-Empédocles y de su teorema más característico: la jerarquía de
las cinco substancias presidida por una Materia Primera espiritual.
VII
ESCUELA DE ABENMASARRA
sarra en sus últimos días, sin que sus enemigos consiguieran conde-
narle jurídicamente o estigmatizar sus ideas con el anatema canónico,
hubo, sin duda, de contribuir a este resultado. Su sistema, además, y
su método ascético, no quedaban confiados tan sólo a la deficiente
transmisión de la propaganda oral de sus discípulos; consignados por
escrito en sus obras, podían difundirse con éstas más fácilmente y a
través de medios más extensos y remotos.
A esta difusión y continuidad de la escuela contribuyó evidente-
mente la de generosa tolerancia inaugurada en España por Al-
política
háquem II desde mucho antes de subir al trono. Ya en vida de su pa-
dre Abderrahman III, el joven príncipe sintióse llamado a los estudios
científicos, y durante toda la primera mitad del siglo IV de la hégira, es
decir, desde la muerte de Abenmasarra, consagróse a fomentar las dis-
ciplinas filosóficas y a proteger a los sabios, comenzando por hacer
traer desde Bagdad, Egipto y otros principales centros científicos del
- 87 -
Oriente los más importantes libros de ciencias gr¡< bra di
ejemplo del califa, suprema autoridad religiosa en el islam (1). Por eso
los bistoriadores señalan en su cal ¡tato el momento crítico del renaci-
miento de las ciencias físicas, naturales y Y por eso tam-
exactas (2).
(1) Sáid, Tabacat alómam («Machriq>, Noviembre 1911), página 854. Cfr. Ribe-
ra, La enseñanza entre los musulmanes espartóles, 12, 13 y 93; Bibliófilos y bibliotecas
en la España musulmana (Zaragoza, 1896), página 24 y siguientes.
(2) Sáid, loe. cit., página 857, pone de relieve la protección de Alháquem II al
matemático y alquimista Abdala Elsorrí, y la libertad que tuvo otro matemático y
astrónomo, Abubéquer, hijo de Abuisa, para enseñar públicamente en Córdoba aque-
llas disciplinas, hasta entonces mal vistas, y de cuya enseñanza pudo más tarde na-
cer la famosa escuela astronómica de Moslema el madrileño, discípulo que fué de
Abubéquer.
(3) Dos solos parientes de Abenmasarra encuentro citados en los repertorios bio-
gráficos, y de ninguno de ambos se dice que fuese heterodoxo; su primo Ishac, hijo
de Ibrahim Abenmasarra, fué un ortodoxo jurista de Córdoba que murió en Toledo
en la expedición militar de Alháquem II el año 352 (963); el hijo de éste, Mohamed,
compañero de Alfaradí en la peregrinación a la Meca, es tan sólo elogiado por sus
virtudes; murió el 389 (999). Cfr. Alfaradí, b 233 y 1378.
- <S8 —
debió ser mediata, a través de la enseñanza dada por los dos o tres dis-
cípulos personales que sobrevivieron a Abenmasarra.
2 Muy pocos son los pormenores que de dicho núcleo de adeptos
conocemos. De casi todos ellos se dice que eran literatos o poetas o his-
loriadores o teólogos escolásticos, es decir, dados a la polémica y al ra-
zona miento filosófico. Algunos van a Oriente para completar sus estu-
dios literarios o exegétipos. Ninguno es ponderado como tradicionista,
y si por acaso enseñan tradiciones, sólo es a un reducido número de
alumnos escogidos, porque la masa común de las gentes pronto sospe-
chan de sus enseñanzas y los abandonan por consejo de los alfaquíes
de sanas idea*.
Tarif el de Rota, Mohámed el Faní, Benojtabdún el de Pechina, Ra-
xid Benadachach, Aban de Medinasidonia, Benalimam el Jaulaní, Mo-
hámed el Jaén y Abdelnziz, biznieto del califa Mohámed I: ta-
Caisí de
leseran los nombres de esos primeros masarríes que, aprovechando el
ambiente de tolerancia que en Córdoba se respiraba, no ocultaban ya.
como hubo de hacerlo el maestro, sus ideas, sino que las profesaban
abiertamente y las enseñaban en público y hasta invitaban a las gentes
con toda audacia a que las aceptasen (1).
(1) Cfr. Tecmila, b. 281; Alfaradí, b. 1329; 179; 437; 54; 1359; 1364; 834. (Goldziher,
en Le livre de Mohammed Ibn Toumert, página 68, nota 5, cita algunos números
de Alfaradí equivocados como si contuviesen biografías de masarríes: la b. 177 es de
un discípulo de Üy*+ ^
S*J4>$; la b. 1339 es errata de imprenta por 1359). - He aquí
ahora los datos principales de la vida de cada uno de los ocho masarríes arriba nom-
brados: 1.° Tarif el de Rota fué cliente de Abenchodair, visir de Aderrahinan III,
aprendió los libros de Abenmasarra y se distinguió por sus virtudes ascéticas.—
2.°Mohámed el Faní introdujo de Oriente varios libros de gramática y literatura y
excitó a sus discípulos de tradiciones a que siguiesen la doctrina masarrí. Murió
el 371 (982).— 3.° Benojtabdún el de Pechina, después de regresar de Oriente, fué
acusado de masarrí y sometido con otros más a hacer penitencia por el cadí de Cór-
doba, Benyabca. Murió el 376 (986). -4.° Raxid Benadachach, cordobés, al regresar
de Oriente enseñó tradiciones, pero sólo a los contados discípulos que gustaban de
él, pues se sospechaba que era masarrí. Sin embargo, al morir fué enterrado como
ortodoxo, rezando los oficios fúnebres el mismo cadí Benyabca, en 376 (986). 5.° —
Aban de Medinasidonia, literato, poeta y sutil polemista, se distinguía por su inge-
nio inventivo y la profundidad de su talento; pasaba por masarrí; murió el 377 (987).
6.° Benalimam el Jaulaní, cordobés, erudito en historia y filología; era públicamen-
te conocido como masarrí, sin que él procurase ocultarlo. En la oración se orientaba
hacia el levante astronómico. Nació el 805 (917) y murió el 380 (990). — 7.° Mohámed
el (laisí Abenjair, de Jaén, hizo dos largos viajes de estudio por Oriente. Se le tachó
Aht ii m.is.i ir.i Tampoco consignan I" bio (rafo ito al uno nui I
mún a las sectas batiníes o esoléricas del norte de Ali ic;i. que quizá luis
carón en aquella especial orientación un signo externo para reconocer
se los adeptos (3).
3. Esta especialidad en un rito de USO cotidiano y tan público debió
provocar entre el pueblo fiel vehementes sospechas d heterodoxia, ¡tu- ••
(2) Cfr. Funk, Comp. de hist. eclesiástica (trad. Ruiz Amado), página 179, y Par-
goire, Uéglise byzantine de 527 á 847 página
, 83.
(3) Cfr. Goldziher, Spottnamen, apud XV (1901), página 324, nota. Los
wzkm,
comentaristas del Alcorán, como Jázin (Tafsir, I, 92), dicen a propósito del texto
alcoránico, II, 139, que la alquibla judía es Jerusalem, la musulmana Meca, y la
cristiana el levante astronómico. Abenarabi en su Tafsir (I, 26, 30) alegoriza asta
orientación cristiana como símbolo de la pureza de intención en las obras, porque el
Oriente es la luz y el paraíso cristiano, mientras que el Occidente es símbolo de la
intención pasional de la concupiscencia, origen de la oscuridad y lugar del paraíso
judío. No es fácil sospechar si estos motivos esotéricos influirían también en el rito
de los masarríes. Recuérdese que un astrónomo valenciano, arriba citado (p. 21, n. 3,
número 4.°), se apellidaba El de la orientación, por seguir ese mismo rito masarri, y
de él consta que fué discípulo de un batiní egipcio que creía que el Mahdí sería Je-
sucristo.
(4) Alfaradí, b. 1361; Adabí, b. 325. Nació el 317 (929) y murió el 381 (991),
— 90 —
íué célebre gramático y literato sevillano Azobaidí, profesor del califa
el
1 Abenjalicán (edición Bulac), II, 338. Nació el 316 (928) y murió el 379 (989).
Kl título de su libro es: ^i^laAleJl jS^-**» &4>-
(2) Este dato consta en el Manuscrito del Museo Jalduní de Túnez (descrito por
fl 8r. Codera en Bol. Acad. Hist., LVIII, 285), folio 16 r.°, que trae en la extensa
'
Abuomar
'
(1) Sáid, Tabacat alómam, loe. cit., página 855. Cfr. Dozy, Hist., III, 175-7; Ri-
bera, Bibliófilos, 55.
(2) Sáid, páginas 855 y 857.
- 92 -
Sólo maestro logró eludir al comienzo la persecución, ocultándose;
el
pero pronto pagó con larga prisión sus pecados filosóficos. Cásim estu-
vo punto de ser condenado a muerte, a pesar de su regia estirpe; pero
si todos ellos salvaron la vida, no fué sino a costa de prolongados sufri-
*4c s^Jxá <*}*}] ^¿o ^»9Á8 ^ j¿¿ vSVJ^jJI ^sAí*U vS^^l 'UA ^ *«^o ^Áil
ttSjJioJjg g^o^Lui^lg bjIoI^JI ^«JIjüJI ^¿o ^9¿3 ¿¿ ájIA* sj&9 ^íUjJJI ^oic
j^jgiJlg soWü^Jlg jU^^l ¿4 ^ü&Jlg ^lc V99ÍÍ9JI9 O^Jjj jO^Jjg s^&áJl»
v^jjj^Jj vjgo!
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ia&JI s^o »J1 Oi.jj *JJ1 *©A.j ^iÜS^lt ^u| ^¿tf tf*Í£ ObUj &^l*i 1^1 ^iuJI >1^J|
b^la <¿-u>J1 vJ¿J| gJf r«99 ¿SiiijJU sS*°J9 *¿« ^uiUiá^lg ip-C S¿^J
s¿» ^^uiiÜ ^o-qPo MiüjJU I90J s¿»Sj| ml^ol ^¿¿9 U^ tkUJJ S*Á¿9¿ ^9 /IsÁímiÍJI»
94)9 >Iq)¿sJ1 vs&üli vJisJI *o« i^i ^JáJ) 94)9 ^5 mu ml| vújJj vSgjXoJI ÍMgl»* vi» sú^jJJ
jxUíJ] ^U^J| ^9JUit^ si| ^0^0 ^íj<xDíoJ| s«io9 ^^M ^11 ^S'Imau^I M 3-i-sl 3>^J]
*¿ b<oj U» ^o4>;»J£ ^4>¿uJ v^tíUJl ^-»*»99j ^ic v^o4>J ^"^9*9 WiíaoJl jila *¿¿¿ ^Jí -^94)
^1 1>tt ^^ >o *jo£ Oj^9 j^S ^lo <*+ ¿ol*il ^¿¿9^ s^oJá i*>94 sS-J^k^l **! ^¿^ujIí ^9
^&s ai»o ^ju ^ftiál **t gi^m O^lg Ij4)jJI <&¿¿+¿ ^*u^9 b^U jpic yic vól
j^laio;» Ojj s<>]á ^1
^Jl t**j*3 ^Ütoá
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^a^JI s^a| v^ii» ]
^¿b¿oJ1 ^Áo »>já.U »J ^¿j ^»1 ^Jl »J ^JJ^i»9. Ofr, Adabí, b» IW>,
. 1 —
- 98 -
<•<» mí impics.i poi
Digno continuador <!<• It orientación tic.)
condida aldea un tranquilo retiro, puesto que aun allí vivía oculto y
apartado del trato social (1). Toda su ramilla participaba de i
mas ideas masarríes. l'ua hija SU ya, cuyo nombre no consigna Aben
liá/am, tenía, entre los adeptos de l;i esencia, lama extraordinaria por
su cultura literaria y teológica: hablaba y escribía a perfección el árabe
clásico, era capa/ de Interpretar por su propio examen libre los ocul-
tos sentidos del Alcorán y, con toda de teólo-
justicia, merecía el título
(1) Abenházam, Fisal, IV, 80 y 199-200. Cfr. Cod. Leydensis número 1982, fo-
lio 80 v.° y UG-147. El texto impreso llama *jI>j a la población on que residía Is-
mael; el Cod. leyd. dice ímU-o. Ambas grafías incorrectas pueden sólo corresponder
en España a *¿|aj =Pechina. Horten, en su Die phü. Systeme der spek. Theol. ¿m
Islam (Bonn, 1912). página 463, deja sin identificar este nombre, suponiendo que Na-
gaja es «einer Stadt Andalusiens». También parece confundir a veces a Abenmasa
rra (a quien llama erróneamente «ibn Maisara») con Ismael, su discípulo, pues en la
nota 3 de la página 462. dice «Ismail bn Abdallah oder Muhammad bn Abdallah».
La palabra U&&* «oculto» es sustituida en el Cod. leyd. por Ijib^o (|j*ia*o) «des-
preciado».
(2) Cfr. Cod. leyd., folio 146 v.°, que añade al texto impreso del Físal (IV, 199,
línea 6 inferior: tfJjJto ÍU¿té ^¿Ijill |
«iaaji^o ¡
(3) El pasaje relativo al parentesco que unía a todos estos individuos de la fa-
milia de Ismael está algo embrollado. De su cotejo con el paralelo del Cod. leyd., re-
sulta claro por la adición de algunas palabras explicativas. El áibol genealógico es
el siguiente: Ismael
Yahya
(4) Sobre este masarrí, como sobre toda la familia de Ismael, faltan en absoluto
datos seguros en la Bibl. arab.-hisp tan rica en informaciones biográficas. Alfara-
.
dí, b. 576, habla de un Sahl, hijo de Ibrahim, hijo de Sahl, que pudiera ser, en efec-
— 94 —
El otro núcleo residía en Córdoba y también estaba constituido por
individuos de una sola familia, pues todos los que a él pertenecían por
estas fechas eran hijos o sobrinos de aquel famoso motázil y cadí su-
premo de Córdoba, Móndir hijo de Sáid El Bellotí (1). Hasta es vero-
símil que éste mismo comulgase en las ideas masarríes, cuando se ob-
serva cómo las profesaron sus hijos, que también profesaron la herejía
motázil (2). El principal de ellos era Háquem, hombre de sagaz enten-
dimiento y de erudición copiosa, que adquirió, ya mediante la ense-
ñanza doméstica de su padre, ya en su viaje al Oriente. Poeta, literato,
médico, jurisconsulto y teólogo, acabó por ser el verdadero jefe y ca-
beza de todos los motáziles españoles de su tiempo, a la vez que for-
maba parte de la escuela o comunidad esotérica de los masarríes, cuyo
método de vida ascética practicaba (3). Said, su hermano, orador sa-
grado de elocuente palabra, participaba también de sus ideas (4). Ab-
deluahab, el tercer hermano, consagróse especialmente a la vida devo-
ta, pasando los días enteros recluido voluntariamente en la mezquita
to, hijo de este masarrí, o quizá él mismo, por error en la cita; coincide la fecha
(del 299 al 387), el género de vida a que se dedicó (ascetismo, devoción, enseñanza) y
3us dotes intelectuales (agudo y sagaz de entendimiento, hábil en la exégesis alegó-
rica, erudito en doctrinas, etc.); se retiró de Córdoba a Elvira el 319 (fecha de la
muerte de Abenmasarra). Sin embargo, no coincide el patronímico, pues éste es de
Ecija y a aquél se le llama ^^j^L Este patronímico no corresponde a lugar algu-
no de España, como no se corrija su grafía por ^s^íj^l, el de Orihuela. Quizá tam-
bién fuesemala lectura de ^1^51!, el israelita, pues con este patronímico se cita
un Ibrahim hijo de Sahl, en Abenhayán, manuscrito 80 de la Real Academia de la
añade: <*+ 94)9 ^<>4>^*»U9 ^oSoJ£>-o9 ^*4>S»U**»l9 ^o4)¿u¿9 s-»*»J:a¿^k *J¿i**J| ^*»lj 94)
&¿a¿q w mi4 j£l¿» iJíá. Los informes de Abenházam sobre Ismael el Roainí y su es-
cuela proceden en parte, según él confiesa, de Háquem. del cual asegura que comul
gó con masarríes algún tiempo.
los
gjc &L11 ^^ój s^o^&Jl ^«kl JajJj 6¿i>. Sabido es que fué crucificado por Almanzor,
como complicado en la conspiración fraguada por algunos notables cordobeses en fa
vor de un nieto de Abderrahman III. Cfr. Manuscrito del Museo Jalduní de Túnez,
folio 60: s*9¿ ¿JS <*iC <J«>j sil sic <>^'i s-©J j^sJIj ^ojí ¿&¿« ^¿J ¿loJI ^fC vijág
»u^o Su . suplicio acaeció en 368 (978/9).
(3) Tecmila, b. 389.
(4) Fisal, loe. cit. En todo este pasaje los editores del Cairo leyeron errónea-
mente SJjoJI por &3j*í > qJ1. Para su más exacto aprovechamiento, anotaré las princi-
pales variantes que arroja el Cod. leyd. 1982, folios SO y 146. Ordeno las tesis metó-
dicamente refiriéndolas a los números que di, en el § anterior, a las tesis de Aben-
masarra, cuando con éstas se relacionan.
— 96
(1) Todos estos pormenores a que desciende Abenházam, le constaban por varios
conductos fidedignos: 1.°, por Háquem el Bellotí, amigo suyo; J.°, por el alfaquí
l
dos con la literatura bíblica (2), pasaron al pueblo árabe, aun antes del
islam, en los cuales la lisura de Salomón aparece rodeada de todos los
(iones sobrenaturales de la sabiduría, pero principalmente de esta gra-
cia para entender el canto de los pájaros y de los reptiles El Alcorán
(XXVI I, 10) consagró luego estas tradiciones legendarias con la autori-
dad de la revelación, y desde ese momento aquel cansina pasó a ser en
la teología mística del islam uno de los signos característicos de la san-
bres, sino también los animales y aun los seres inanimados, alaban a
Dios con sus lenguas, el verdadero y sincero místico, en estrecha comu-
nicación con Dios, y sordo a las voces del mundo, podrá oír y entender
ese misterioso coro de todas las criaturas unidas en la perpetua ala-
banza de su Señor (3).
4. a Sin dificultad se comprende qué impresión tan profunda ejerce-
rían estas maravillosas facultades de Ismael en el espíritu sencillo de
las gentes del pueblo, ya de suyo inclinadas a la superstición. Todo lo
que aquellos milagros y vaticinios tendrían de ridículo para los espíri-
tus cultivados y reflexivos, convertiríase en motivo de veneración y
respeto sagrado hacia Ismael, para las almas ingenuas de sus crédulos
secuaces. La escuela, pues, evolucionaba degenerándose: el elemento
filosófico y especulativo cedía el paso a las extravagancias ridiculas de
para todo muslim y a quien se debía pagar, por ende, la contribución ca-
nónica del diezmo (azaque), impuesta por la legislación alcoránica» (1).
El estado de anarquía en que se ve sumida la España musulmana, a
partir del siglo v de la hégira, debió de contribuir, sin duda, a esta trans-
formación de la escuela masarrí en partido político. Roto el vínculo de
las provincias con el poder central, las regiones se declaran autónomas
organizándose en verdaderos cantones o reinos independientes, sin otra
relación con el califa que las nominales impuestas por la tradición y el
derecho canónico. Y como durante largos años el pueblo musulmán
español no pudo saber con certeza si el legítimo califa Hixem II vivía
o si por el contrario había muerto y su personalidad había sido hábil-
mente suplantada (como realmente ocurrió en aquella estupenda farsa
con que se inauguran los reinos de taifas), no tiene nada de extraño el
hecho de que masarríes pudiesen también, durante aquel largo pe-
los
ríodo de desorden, negarse a reconocer al falso califa de Córdoba y
sustraerse además a la autoridad de los caciques más o menos podero-
sos que desgarraronunidad del islam español. No hay que olvidar,
la
(1) El Cod. Leyd-, folio 110 v.°, línea 18, sustituye la frase del texto del Cairo
loUI B¿¿jÓ ¡air sjl¿ por UU1 *¿>9 ^4)1 ialc ^i|á (entre sus contemporáneos); pero
es evidente la corrección mayor del texto del Cairo.
— 99
5.* No sucedería lo mismo con otras tesis de Ismael que, por afec-
tar a la moral, podían más fácilmente trascender de la esfera de lo teó-
rico a la vida real. Sostenía,en efecto, que «todas las cosas poseídas en
este mundo son ilícitas, es decir, que la ilicitud o injusticia de la pro-
piedad extendíase a todas las cosas de la tierra, y que, por consiguiente,
no había diferencia alguna (en cuanto a la licitud de la propiedad) en-
tre los bienes adquiridos por el trabajo industrial, por el comercio o
por la herencia, y entre los bienes obtenidos violentamente salteando
caminos; y esto, porque lo único que a todo muslim le es lícito poseer,
es el sustento cotidiano, sea cualquiera el medio que emplee para pro-
curárselo» (3).
(1) El Cod. Leyd., línea 3 inferior, dice taU>1 >Uía en vez de s*4>$U^.
(2) Esta misma intransigencia se erige, por aquella época, en axioma teológico
entre los axaríes de Oriente y, un siglo más tarde, entre los almohades de España y
África. Unos y otros declaran infieles a cuantos no admiten la exégesis espiritualis-
ta del credo literal del islam. Cfr. Goldziher, Le liore d'ibn Toumert. introducción,
página 71 y siguientes, y Asín, < Revista de Aragón,» 1904, página 502 y siguientes.
(3) El Cod. Leyd., línea 6 inferior, sustituye la oscura frase vjtlájj] sá* niuí'iúy U
por esta otra más explícita ^JMj¿J) (
*¿i» 8jl "M Ui
— 100 —
sejo evangélico de renunciar a las riquezas para conseguir la perfección
espiritual,había sido adoptado por los ascetas y sufíes musulmanes:
según ellos, el verdadero y sincero devoto no debe poseer otra cosa que
lo que estrictamente le baste para satisfacer las ineludibles necesidades
de la subsistencia; todo lo superíluo es ilícito para el que aspire a la
perfección (1). El salto violento que implicaba, pues,
de Ismael, la tesis
consistía en extender, por generalización absurda, el limitado alcance
de aquel consejo evangélico, a todos los hombres, pretendiendo que to-
dos estaban obligados a ser perfectos en ese sentido, es decir, limitán-
dose a no poseer más que lo necesario para el sustento cotidiano. Esta
aberración estupenda de erigir un consejo evangélico, dado sólo para
algunos, en principio absoluto de moral y de economía social, impues-
to a todos por la violencia, venía a cifrarse en último resultado en el
conocido axioma «la propiedad es un robo», y planteaba en el islam
español un problema idéntico al que desde un siglo más tarde había de
agitar hondamente a la sociedad cristiana en Francia, Italia y Alema-
nia, donde todas aquellas sectas iluminadas que se denominaron
amauricianos, albigenses, cataros, valdenses, begardos y hermanos del
libre espíritu, como los pseudo-profetas y anabaptistas de Zwickau en
los albores del siglo xvi, aliaban paradógicamente el ascetismo y la re-
nuncia del mundo con un odio antisocial contra los ricos. Pero, aun-
que inspirados unos y otros, masarríes e iluminados, en aquel consejo
de perfección evangélica, es de todo punto indudable que los móviles
inconscientes de este comunismo místico eran de índole económica. Al
menos, por lo que atañe a los masarríes, es sospecha bastante verosí-
mil. El desorden político y administrativo de los reinos de taifas, la
guerra civil berberisca con sus saqueos, asesinatos, incendios y violen-
cias, la desorganización social iniciada desde los últimos años de Al-
manzor, la peste y el hambre que en los albores del siglo v de la hégira
azotaron a la España meridional, habían producido un malestar público
cuyos síntomas más vehementes fueron las frecuentes revoluciones po-
pulares de Córdoba que, so capa de pronunciamientos militares o polí-
ticos, encerraban en su fondo una verdadera lucha económica de cla-
ses (2) La depreciación progresiva de la moneda señala en aquel pe-
ríodo, con impasible persistencia, la disminución de la riqueza: la
unidad monetaria de oro disminuye de su peso y de su ley, y la de plata
acaba por ser casi de cobre puro (3). En tal situación de la riqueza
pública, bien se comprende que los masarríes, rec lutados, como todas
(1) El Cod. Leyd., línea 2 inferior, añade al texto del Cairo (IV, 200) la palabra
Ü^Ul» tras Ogjú y corrige (XloJj en ¿xloJI; además ordena los incisos del período
hipotético en otra forma, aunque sin alterar el sentido.
- 102 —
que accidentalmente y para un tiempo limitado se unían, mediante el
pago de una cantidad estipulada que la mujer recibía. Este matrimonio
por alquiler fué tolerado por Mahoma y hasta se dice que alguna vez lo
puso en práctica: durante su expedición militar contra Jáibar y en los
días de la conquista de la Meca. Pero, a su muerte, la reacción se ini-
cia, y el califa Ornar declara abolida tal forma de matrimonio, como
prostitución legal incompatible con las buenas costumbres (1). Esta
abolición, sin embargo, no influyó decididamente en la vida, ni siquie-
ra en las ideas, puesto que, en el siglo m de la hégira, el califa Alma-
mún estuvo a punto de restablecer su legalidad, y si no lo hizo fué
porque el cadí supremo del imperio, Yahya Benactam, le disuadió de
sus propósitos, fundado en cierto pasaje del Alcorán, que realmente es
equívoco, pues en él prohibe este matrimonio: sólo se dice que
no se
no parece pueda llamarse marido el que se sirve de una mujer por
un tiempo limitado. Esta segunda prohibición de Almamún tampoco
acabó con la arraigada costumbre. En tiempo de su sucesor Harán
Arraxid, uno de los principales doctores motáziles de Bagdad, Chafar,
hijo de Mobácher, enseñaba que el que fornica con una mujer cre-
yendo ésta que él la va a tomar por esposa, no comete pecado aunque
lo haga sin emplear los requisitos canónicos del matrimonio (2). Y las
sectas batiníes del Oriente y de África participaban de estas ideas en el
siglo v de la hégira, puesto que consideraban lícita toda mujer, sin ne-
cesidad de atenerse a las prescripciones de la ley religiosa para el con-
trato matrimonial. Los xiíes o heterodoxos actuales c'e la Persia, legíti-
mos descendientes de las escuelas batiníes de la edad media, todavía
practican como legal, en Mesched, esta forma paliada de prostitución,
contratando a sus cónyuges por plazos de un mes, de quince días y
hasta por veinticuatro horas (3).
La actitud de Ismael y de los masarríes en este punto tenía, pues,
sus precedentes en la doctrina y en las costumbres orientales (4); pero»
a mi juicio, radicaba su actitud sobre todo en la arrogante soberbia es-
piritual de todas las sectas místicas heterodoxas que, por una aberra-
(4) En cambio, parece que tal doctrina era considerada como extravagante en la
España musulmana Abenházaxn, en su Pisal (IV, 200), lo dice expresamente, y un
siglo más tarde, el Tortusí la cita como exclusiva de Chafar, hijo de Mobácher, sin
mencionar ya a los masarríes (cfr. manui-crito 6841 ó 66 antiguo de la Biblioteca Na-
cional de Madrid, parte 6.*, folio 4 r.°).
_ 103
giosa para i<>s profanos, para <-i vul ido en el camino <!< la
7. Esta tesis
(5) Esta última frase está sólo en el Cod. Leyd., línea 17: <i\$e tojáW^.
— 104 —
más joven de ellos (1), que no moriría éste sin que ya se hubiese
verificado el juicio de aquéllos.»
En otro Lugar (Fisal, IV, 199) Ahenházam repite esta misma doctrina
de Ismael, en análogos términos: «Los cuerpos no resucitarán jamás;
sólo resucitarán los espíritus. Esta tesis me consta que la sostuvo Is-
mael, así como también se dice que afirmaba que, en el instante de la
muerte del hombre, al separarse su espíritu de su cuerpo, se encuen-
tra ya su espíritu con el juicio [de Dios] y va seguidamente o al cielo o
al infierno. Solamente en este sentido admitía el día del juicio y de la re-
surrección (2).
(1) El texto del Cairo ofrece aquí una laguna de dos palabras que no he podido
suplir con el Cod, Leyd., de cuyo folio 81 r.° no poseo nota. Tampoco he encontrado
este hadiz en I/iia, I V, 355 e Uhaf, X, 880, donde se cita el otre hadiz anterior que
tiene igual sentido.
(2) K) Cod, L< u<l., folio 146 v.°, línea 1 , dice: <»*Jl9 a-olfidl ^©9*».
3 -ayid Mortada en bu Ithaf, X, 880, lo calificado débil o enfermo (v4|*A).
Mat/t., XVI, liH; XXIV, y paralelos: «S:mt. quidam de liic stfttttibus qui
'.'>\
(4)
non gustabunt uioitem, doñee viiloant iliuní hominis veuienteni in regno suo.>
1
«Amen dico vobis, quia non praeteribit generatio haec doñee omuia íiaut.» Üfr. Ti
tico de estai ideas que desde los primeros siglos del ci ¡stianismo e peí
peinaron a través de las multiformes derivaciones de aquella berejfa
proteica, pasando por el príscilianismo en nuestra patria y perpetuán-
dose luego, durante la edad media, dentro de todas las sectas de los ilu
minados cristianos, en forma similar a la de las sectas batiníes dentro del
islam (1).
s. a
Intimamente enlazada con los principios plotinianos <l«- que de-
riva todo el sistema de los masarríes, la tesis úllima de Ismael ne
la futura destrucción o aniquilación del cosmos, en estos términos: £1
mundo no se aniquilará jamás, sino que existirá, tal como ahora existe,
indefinidamente» (2).
VIII
(1) Sáid (Tabacat alómam, loe. cit., Noviembre 1911, página 856) atribuye este
renacimiento a varias causas, derivadas del estado político, a saber: 1. a Córdoba,
foco de la intolerancia durante la época de Almanzor, tuvo que preocuparse de de
fender su independencia política contra los otros reinos, en vez de atender a la in-
quisición religiosa.— 2. a La guerra civil obligó a los cordobeses a vender los tesoros
del palacio real, así alhajas como libros, a precios ínfimos, y por tal medio se exten-
dieron por las provincias algunas obras filosóficas de las que habían escapado al
coló de los inquisidores. —3. a Los reinos de taifas fuéronse engrandeciendo a costa
de Córdoba, cuyo esplendor cortesano pasó a sus capitules, en las que encontraron
acogida los sabios y los libros que huyeron de Córdoba. Sáid termina con estas pa-
labras: «En nuestros días la situación es la más propicia para los estudios filosóficos;
nunca fueron considerados tan lícitos como ahora, que hasta los mismos reyes se
dedican a ellos. Sólo la honda preocupación de la defensa de las fronteras contra los
cristianos, cada año más difícil, haG£ que sean pocos los hombres que pueden dedi-
carse al estudio.»
(2) Cfr. Asín, La indiferencia religiosa en la España musulmana (Cultura Es-
pañola, Febrero 1907).
— 108 —
fuentes orientales que llegan a España, en la segunda mitad del si-
glo v (1). El sufismo (hasta entonces esporádico, excepción hecha de
la escuela masarrí) comienza ya a dar señales de vida colectiva por me-
ya aparece allí un asceta popularísimo que predica por las calles y pla-
zas la unión mística de Dios con el alma, en un sentido trancamente
panteísta (3). Algunos años después de aquella fecha, al comenzar el
siglo vi, en plena dominación almorávide, Almería viene a ser la metró-
poli espiritual de todos los sufíes españoles. Allí fué donde se dio el pri-
mero y único grito de protesta colectiva contra la excomunión y auto
de fe de los libros de Algazel, que los rutinarios alfaquíes de Córdoba
anatematizaron como obras impías, así que entraron éstas en España, en
(1) La enciclopedia de los Hermanos de la pureza (Rasail Ijuán asafa) fué in-
troducida por el médico y filósofo El Carmaní, que a su regreso de Oriente fijó en
Zaragoza su residencia antes del 457 (1065). Cfr. Asín, El filósofo zaragozano Avem-
pace («Revista de Aragón», Agosto, 1900).
(2) Una de ellas es la fundada en Córdoba por Yahya, hijo de Mochéhid el de
Elvira (y 366=977), que consiguió reunir muchos y muy piadosos discípulos. Las
biografías de algunos constan en la Tecmila (b. 854, 356, 359, 1229 y 1259). Otra es la
fundada en Sevilla por Benalmochéhid (f 574=1179), que es completamente distinta
de la anterior. Cfr. Tecmila, b. 779 y 1430.
(3) Abenházam, en su Físal, IV, 205, afirrra que este sufí, llamado Mohámed
hijo de Isa, el de Elvira, enseñaba que los que creen de corazón, aunque de palabra di-
gan lo contrario sin necesidad, son fieles y merecen el cielo. Era un asceta que vivía
alejado del mundo, consagrado a predicar en Almería mu} elocuentes pláticas mo-
r
rales, con oratoria difusa y prolija, plagada de errores, según Abenházam. que aña-
de: «Una vez lo vi y escuché su homilía, en la cual afirmó que Malioma no estuvo
obligado al diezmo (azaque) porque eligió ser esclavo y como tal estaba exento de
aquella obligación, lo mismo que del derecho a heredar y ser heredado. Yo me abs-
tuve de refutarle porque el rodeaba y temí que se alborotasen y me atropo-
vulgo le
llaran. Además yo iba acompañado sólo de un amigo, con el único fin de oír lo que
decía. También me aseguraron que afirmaba que Dios habita **Jel*) cu las criaturas
q«e quiere. > (Kl OotL l<<'!ld., folio 1 19 v.°, sustituye **J$1^ por $1¿>, que significa «so
aisla».)
— 109 —
vida <IH propio autor, y que fueron entregadas i laa llamai poi edi< to
doctrina extática y «-n las mismas extravagantes supeí liciones del ocul
lísmo teosófico de la escuela masarrl Muy pronto se agrupa <'n su de
rredor una numerosa turba <le adeptos, no sólo de Almería v de su re
gión, sino dé varios puntos de Andalucía, especialmente de Sevilla,
Granada v deAlgarbesde Portugal. De entre estos discípulos, tres
los
(1) Los alfaquíes de Almería, capitaneados por El Berchí (natural de Berja), re-
dactaron una fetua en que condenaban la conducta de Abenhamdín, cadí de Córdo-
ba, por haber mandado quemar los libros de Algazel. Ni en Marruecos, ni en Fez,
ni en Cala Benihamad (norte de África), llegó a este extremo la audacia de los su-
fíes partidarios de Algazel, pues se limitaron a protestar aisladamente y en priva-
do. Cfr. Mocham, b. 253; Ta'rif el-Khalef, de El-Hafnaoui (Alger, Fontana, 1907), I,
194; el manuscrito CCII, colección Gayangos, folio 34, da la fecha de )a quema en
503(1109).
(2) Mocham, b. 14; Ahmed Baba (edición Fez), página 3 ; Abenjalicán, I, 93. La
biografía de Benbarrachán está en la Tecmila, b. 1797. La de Abubéquer el Mallor-
quín, en Tecmila, b. 608, y Mocham, b. 123.
- 110 —
el Hoainí Su éxito fu ó tal, que durante cerca de diez años reinó como
soberano en los Algarbes viviendo en perpetuas alternativas de alianza
y guerra con cristianos, almorávides y almohades, hasta que murió en
546 (1151) (1).
No es posible, por ahora, demostrar documentalmente el carácter
masarrí de las ideas profesadas por la escuela de Almería y su filial, la
de Abencasi o de los moridín. De todas las obras que escribió Benalarif,
sólo una se conserva (2); pero ni ésta ni las de sus discípuios predilec-
tos han sido publicadas para que su estudio permitiese realizar el indis-
pensable cotejo de las ideas de esta escuela con las de los masarríes (3).
Sin embargo, bastan ciertas consideraciones generales sobre la historia
literaria de la escuela de Almería, para engendrar convicción en este
punto. Catorce años después de la muerte de Abencasi y veinticuatro
después de la de Benalarif y Benbarrachán, nace en Murcia el famoso
místico Mohidín Abenarabi que se educa en Sevilla, patria y residencia
de Benbarrachán, que estudia en Túnez el libro de Abencasi con un
hijo de éste y que trata en Almería a uno de los discípulos directos de
Benalarif. En sus libros esotéricos, por otra parte, cita y aprovecha los
escritos de estos tres maestros almerienses (4). Ahora bien; según vi-
mos en el § VI, Abenarabi hace suyas las dos tesis fundamentales de
la teología panteísta de Abenmasarra (1. a y 2. a ), relativas al concepto
LOl, 520; IV, I'»:,, ||T, L64, 282, Til: Mauaqui anochum, '•><.
166, 171; Mohada-
ni, II. I
111
cologia pan teísta de este teósofo murciano, cuya remota aunque estríe*
la) dependencia neoplática es indiscutible (1); pero que mi inmediata
filiación derive (\v la escuela m.is.u tí, es también un hecho que salta a l;i
vista, con sólo observar el empleo continuo que hace de los símil»
Los anonada. Esta compasión, agudizada por el deseo que Dios tenía de
ser conocido y de realizar ad extra sus infinitas perfecciones, determi-
nó en su Ser sacrosanto un estado de angustia semejante al que expe-
rimenta el corazón del amante y del compasivo. Y así como éste no en-
cuentra lenitivo ni descanso a la pena de su amor y de su compasión,
sino lanzando un suspiro profundo que ensanche senos de su pe- los
cho oprimido, así también Dios emitió de su propio Ser el hálito (1)
de su infinita misericordia, primera epifanía de su divina esencia, sutil,
incognoscible en Esta manifestación, ya densa, aunque diáfana e
sí.
(2) ,U*JI.
(3) Cfr. Fotuhat, III, 689: lo que no es Dios tiene que estar compuesto de
«Todo
dos elementos: sujeto y objeto de la composición. Así se cumple que ambos necesi-
tan el uno del otro; lo cual no se cumple respecto de Dios, único Ser rico, indepen-
diente, que de nadie necesita.»
(4) ,b*J1.
(6) otros muchos símbolos usa Abenarabi para designar esta Materia Primera.
La denomina la perla negra f/l^jpoJI *a¿**J|> por su falta esencial de luz, aunque es
apta, por su transparencia, para recibir la iluminación; la llama el ave fabulosa
í>lai»Jb porque, como de ésta, también de la materia se habla y se la concibe, aun-
que no tenga existencia individual u objetiva (cfr. Fotuhat, 1T, 172). También la
hay un pasaje del Fotuhat en que se puntualicen estas cinco especies de materia,
concretamente; el menos vago es II, 570.
(ti) Véase la serie completa de estos principios en Fotuhat, I, 332, 906; íl, 519-20;
111, 580 et passim. Alguna ve-i denomina a la Materia espiritual con el mismo nom-
bre que elpseudo-Empédocles (Fotuhat, III, 58o;: sSJf^l1 jOixJj O v©¿£^)| jOi»)i.
Cfr. Manuscrito 580 de la Biblioteca del Escorial, folio 192.
8
— 114 —
la cumbre del mundo inteligible una esencia común
Dios y a la cria- a
tura, atrevimiento que no consta (quizá por la pobreza de los docu-
mentos) en el sistema del pseudo Empédocles (1). Es más: Abenarabi
se permite la libertad exegética de invocar el Alcorán (XV, 85) en testi-
monio de la realidad de esa esencia común a Dios y al mundo, preten-
diendo que la Verdad (>¿aJ1), con la cual y en la cual el cosmos fué
creado por Dios, es Dios mismo que en el lenguaje esotérico de los su-
fíes, copiado de Platón, se llama también la Verdad. Tamañas audacias
1 Esta audacia panteísta es, por lo demás, un tema repetido hasta la saciedad
eu la voluminosa obra de Abeoarabi, para quien la substancia del Todo es una
sola. Cfr. II, 414, 606; III, 500-1 et passim.
(2) KM. El conducto inmediato, por el cual llegó a Abenarabi la doc-
Fotuhat, III,
trina de Benbarrachán, debió de ser, aparte de sus libros, la enseñanza oral que reci-
bió en Sevilla de su primer maestro en ciencias esotéricas, Abalabas Elariní, natu-
ral de Louló (/kJjtll), ciudad al oeste de Faro en los Algarbes (Portugal). Ahora
bien, no es inverosímil sospechar que éste la hubiese recibido, ya del mismo Benba-
ihii en Sevilla, ya en su tierra natal, de boca de Abeucasi, cuya secta se exten-
;
dió por aquella región, entre Silves y Mértola. Cfr. Fotuhat, III, 69(5, 7t'.">; IV, L56,
312.
{'.>) Fotuhat, I, primer origen (mítico, en verdad) de tal doctri-
1.")!; JII, jo). El
na, es atribuido en ese primer pasaje a Alí, el yerno de M ahorna, cuya autoridad
mística veneran todas las sectas esotéricas del islam y, sobre todo, los sufíes
panteístas.
115
(1) Cfr. Reúne de VOvient chrétien, 1902, número l.°, pagina 161; Biochet, Le Mes-
sianisme, préface, III.
(2) Brockelmann, Geschichte, I, 442 y siguientes.
Cfr.
Dictionary de Sprenger; Tarifat de Chorchaní; Istilahat asufía, edic. de Ben-
(3)
(\ Cfr. Kaufmann, Sfudien ¡Iber Salomón Ihn Qábirol (Budapest, 1899), pá-
gina* L-5,
Mélanges, páginas 1G4, 177, 190, 220, 231; 210; 145, 234; 91, 178, 218; 2, 182.
(1)
El Trono de Dios es el símbolo de la Materia espiritual ^materia ast sicut cathedra
que Escoto Eriúgena resume su pauteísmo, «natura creans creata», es decir, Dios
creándose en el mundo, tiene gran parecido con la que rJenbarr::clián y Abenarabi
emplean para designar la Materia espiritual emanación primera de Dios: sJ&J]
t
— Mí)
6. Pero no hay que recurrir ;> estas hipótesis, más o menos proba-
bles, para explicar Los orígenes de la corriente masarri que con ímpetu
excepcional invade los campos de la escolástica cristiana desde princi-
pios del siglo xn. Todos los historiadores, ;i partir He Munk, señalan
como que arranca de la escuela «le Toledo y
indiscutible esa invasión
de su principa] representante, Dominicus Gundisalvi, el cual en su l)c
Unitate Liber, inspirado en el Fons Vitae de Avicebrón, acepta el teo-
rema fundamental del pseudo-Empédocles y de Abenmasarra: todo ser
excepto Dios, está compuesto de materia y forma. Desde aquel momen-
to iniciase en la escolástica una tendencia doctrinal que arrastra consi-
go a los más ilustres doctores de la que se ha dado en llamar escuela
agustiniana o pretomista, pertenecientes en su mayoría a la orden de
San Francisco. Todos ellos inscriben en cabeza de sus Sumirías y tra-
tados filosóficos o teológicos el citado teorema, es decir, la actualidad
positiva de la Materia primera común a cuerpos y espíritus y la consi-
guiente composición hylemórfica de estos últimos. A este postulado
masarri se agregan algunas otras teorías que, como la pluralidad de
las formas, especialmente en el compuesto humano, derivan de igual
origen; hay otras que, aunque neoplatónicas también, pueden explicar-
se por influjo de otros sistemas árabes Mas aquel primer postulado
peculiar y característico, nadie discute que en el pseudo-Empédocles
— 120 —
tiene su fundamento, sin que pueda sor atribuido a tradición agustinia-
na en general, patrística, ni explicado por cualquiera de los sistemas
o,
(1) Hist. phil. médiévale, 318-9; 358, 360. 3(57, 374, 453, 489. El teorema de la
Materia espiritual no es de origen agustiniano. San Agustín en sus Confessiones (XÍI,
3-5) habla, sí, de una materia informe, pero es el caos, del cual saldrán luego los
cuerpos exclusivamente. Dios, además, crea «ex nihilo» (no de materia) a los ánge
les (XII, 6-7). Cierto es que alude luego (XII, 17, 19 y 20) a una materia de la cual
hayan podido ser formados «coelum et térra» (ángeles y cuerpos pero esta alusión ;
fugaz y aislada es traída como idea ajena (no suya) y sin encarnar en una teoría
hylemórfica ni en un sistema de principios metafísicos.
(2) Al mismo grupo pertenece, a mi juicio, Dante Alighieri, aunque los histo-
riadores de la escolástica lo incluyan entre los tomistas o aristotélicos. En los can-
tos XXVIII, XXIX y XXX
de su Paradiso, alude con bastante insistencia a los
símbolos de la luz, de la iluminación, del espejo, del centro y de los círculos, para
ejemplificar la creación; habla de una materia y una forma universales, como pri-
meros efectos de aquélla; y explica su origen por el amor divino. He aquí alguuos
de los versos más explícitos de II Paradiso:
•
XXIX, v. 13 Non per avere a sé di bene acquisto,
Ch'esser non pao, roa perché buo splendore
Potesse, risplendendo, dir: sussisto;
Lo sua eternita, tempo fuore,
di
Fuor d'ogni altro comprender, come píacque, i
en los medios para realizar síntesis tan atrevidas como delicadas Los
más discretos, Alejandro Hales y San Buenaventura, atinaron <-u
de
dar tono ortodoxo a sus trabajos de adaptación; otros, en cambio, como
Rogerio Bacon v nuestro Lulio, viéronse tachados de heterodoxia por
sus menos equilibradas síntesis, en las cuales se denuncia por eso su
origen musulmán con claridad meridiana.
7. No sería necesario mucho
esfuerzo para demostrar que las lín<
generales y el criterio en que está inspirado el Opus Majas de Rogerio
Bacon tienen su modelo y ejemplar en los sistemas de los sufíes e 1
pues Abenarabi llama s*»b«J| al cuerpo universal, unión de la materia y forma uni-
versales (cfr. Tarifat, s. v.).
— 122 —
en sus mismas fuentes (1); pero aunque él no lo confesase, bastaría
ver cómo identifica la filosofía y la revelación fundiéndolas en una sa-
pientia universal y armónica, transmitida por iluminación divina des-
de los patriarcas de antigua ley hasta los filósofos de su tiempo, a
la
rauardí Mactul (f 1191) un siglo antes de Bacon, y que ha :>ido analizada por Carra
de Vaux en Journal Asiatique (XIX, 63). En ese prólogo, dice el autor que su filoso-
fía es la misma de
antiguos sabios de la Grecia, Egipto y Persia, e invoca el pre-
los
cedente de Hermes, Chatnasp, Pitágoras, Empédocles y Platón. A esa misma filoso-
fía iluminativa, enseñada antes por Avicena, alude Bacon (página 46) llamándola
«2 a philosophia Avicennae, quam vocant orientalem» (errónea versión de go a^ ll
¿üiyikoJl).
Opus majus, 21): «Omnes sancti et sapientes autiqui in suU expositionibus
.sensum litteralem colligunt ex naturis rerum et proprietatibus earum, ut per con
venientes adaptationes et siinilitudines eliciant spirituales sensus.» Ibid., 7: «Sem-
per Mtpientea contra vulgus divisi sunt, et arcana sapientiae non toti mundo, sed
plebi philosophantium revelaverunt.» «Nec oportet margaritas Bpargi iuter porcos;
nam rerum majestatein minuit qai vulgat mystica.» «Atque Aristóteles in libro se-
cretorum dicit se fore fractorera sigilli coelestis, si secreta uaturae vulgaret.» —
Ihtd., L82; «Sancti et sapientes antiqui usi sunt picturis et figurationibus variis, ut
[23 —
y por lo que toca ;< Raimundo Lulio, toda ídente la
Deus sit subjectum theologiae sub aliqua ratione determinata? Solutio. Dixit Ray-
mundus: Duobus modis est facienda responsio scilicet absoluto et determínate;
absolute, sicut quando consideramus quod Deus sit unum ens, quod est infinitum et
aeternum, nullam habens determinationem quoad suam essentiam et naturam; sicut
considerare unam bonitatem in abstracto non contractam ad aliquid. sed nudam et
remotam ab omni alio ente et quae in se nullum habet concretum quod sit de sua es
sentia nec de aliena, sed quod per se sit simpliciter existens, scilicet se non habens
ad aliquem finem: unde sicut de tali bonitate non potest esse aliqua scientia sub
aliqua ratione determinata, sic a simili est dicendum de Deo qui secundum suam
simplicissimam unitatem et existentiam non potest esse subjectum theologiae >ub
aliqua ratione determinata; sed secudum modum proprietatum quas Deus habet in
se ipso et in suo effectu, teneo affirmativam quaestionis.» — Esta misma distinción
— 124 —
perfecciones o atributos, que Lulio llama di(jnilales,se identifican tan es-
trechamente con su esencia, que no cabe concebir en esta esencia mul-
tiplicidad alguna numérica (1). En virtud de tal indeterminación de la
unidad divina, es también incognoscible e inefable; sólo por aproxima-
ción cabe representar parcialmente su esencia, mediante las perfecciones
de las criaturas, que son copia de las dignitates divinas (2). La luz es
también para Lulio el símbolo menos inadecuado de la divinidad (3).
Una Materia espiritual, común a los ángeles y a los cuerpos, es el sujeto
primero de todo ser, excepto Dios (4). La pluralidad de las formas, es-
establece Abenarabi en su Fotuhat (I, 50, 54, 58 et passim) entre Esencia (<¿lSj|)
y Divinidad M^J^ll ; esta última es el objeto de la teología, que sólo puede conocer
por inducción racional los atributos divinos o relaciones de Dios con sus criaturas;
la esencia, en cambio, es incognoscible, y sólo puede ser objeto de la intuición
extática.
(1) Ibidem, 5: «In Deo existentia et natura sunt ídem numero, cujus essentia est
sua deitas (cfr. nota anterior), et in ipsa deitate sunt plures rationes existentes
eaedem numero cum ipsa et quaelibet cum alia, sicut divina bonitas, magnitudo,
aeternitas, etc.» —
Abenarabi (Fotuhat, I, 130; IV, 251) dice que los nombres o razones
divinas \V9¿|¿aJ|3 >Ujuí^1| son muchas, pero cada una comprende en su concepto to-
)
tas las demás: UJ <*o\^ ^-o*"! SJ^ ..... 14>J¿ 'U"*^l <**-o*- ^Ó<M s^\ ****») s»&
Y advierte que esta tesis (que pudiéramos llamar circuminsesión de los nombres di-
vinos) es privativa suya, no aprendida de los teólogos anteriores a él.
(2) Opera omnia, IV, Disp. fidei et intellectus,página 4: «Verum est quod Deus
non habeat causam supra se, sed sit causa omnium entium quae fuerunt, sunt et
erunt; tamen est cognoscibilis per suas sanctissimas rationes sive proprietates; nam
siquaeíatur quid est Deus, respondendum est quod Deus sit illud ens in quo sua bo-
nitas,magnitudo, etc., convertuntur et sunt idem numero.» — Cfr. Fotuhat, I, 58:
«Los seres contingentes no conocen a su Creador, sino en cuanto tal El objeto de
nuestra ciencia respecto de Dios es el juicio por el cual lo afirmamos como Dios, por
razón de las relaciones y negaciones [que predicamos de su esencia].» Cfr. Fotu-
hat, II, 818.
(3) Cfr. Mohidin,página 11, n. 1, donde ya señalé esta imitación. Añádase
Opera omnia, II, Líber de quinqué sapientibus, página 4: «ínter veritatera et falsi-
tatem est contrarietas; veritas autem habet cor'cordantiam cum esse et cum claiita-
te, falsitas vero cum privatione, tenebris et non-esse.» - Liber mirand. demonstr.,
página 10: « K-atio natu ralis est quod ignorantia, minoritas et tenebrae conveniant,
et iutelligere, majoritas et lumeu conveniant.» —
Libro del amigo y del amado (tra-
ducción castellana, Palma, 1710), número 2u7: « la luz con la cual se representa
el Amado a sus amadores». Número 313: «Qué cosa es el ser de tu Amado? Respon-
dió: es rayo y radiante eu todas cosas, como el sol en todo el mundo » Cfr. nú-
—
mero 238. Compárese con estos pasajes lulianos el tecnicismo de Abenarabi en Fo-
fu/idf, III. 868 et passim, donde también la luz (j$i) es símbolo de la verdad (vía),
dal ser i>$>9«), y del entender (Oir); así como la tiniebla ( *oJ4) lo es del absurdo
o falsedad (>J|^o , del no-ser ^«gJax*) y de la ignorancia sJ*¡>^¡.
()i><r,i ommia, IV, 12 7 y 141) donde admite «universalis et prima materia
,
quae non pote->t esse sine universali et prima forma». — En su Ars demonstrativa de-
128 -
pecialmente en el bombr< también para Lulio axiomática
« I
1.1
clara: «quod prima forma et prima materia constituant chaos elementale et quoil
ipsa quinqué uuiversaiia et decena praeiiicamenta ab ípso chaos desceudant et conti-
neantur in eodem» (Op. omn., I, página 4, «Vita B. R. Lullii») — En su Libre de .
Angels (edición Probst, apéndice, página 330) afirma «que l'angel sia compost
materia et de forma».
(1) -Opera omnia, II, 69: «Quatuor sunt formae quae habent esse reale: prima
forma est forma suprema » Cfr. Félix, II, capítulo 1.°, página 12.
bi en esos y otros pasajes no hace más que glosar este hadiz atribuido a Mahoma,
pero de filiación neoplatónica, en el cual dice Dios: «Yo era un tesoro oculto y des-
conocido. Amé y creé a las criaturas y me di a conocer a ellas y me co
ser conocido
nocieron.» Por eso Abenarabi repite a menudo que «el amor es la raíz del ser».
(3) Opera omnia, II, página 44: «Quando Deus creavit mundum, omnes formae
Dei in illa creatione fuerunt completae, sicut bonitas fuit ratio quod Deus crearet
bonum mundum, et magnitudo quod crearet magnum et quia Deus sic per
;
plarismo luliano está desarrollado en todas las páginas del Fotuhat, principalmente
en I, 128, 421; II, 523, 615; III, 576, en que Abenarabi plantea idéntica teoría: para
él, como para Lulio, los nombres divinos son las causas ejemplares
y eficientes de
las categorías reales o perfecciones del mundo, son las llaves del ser; así, v. gr., dice
(I, 128) que el Viviente es la causa ejemplar y eficiente de la vida en el cosmos; el
mente v por confesión de Lulio: Lulio ignoraba el latín; sólo sabía cata-
lán v árabe (2). Luego las teorías características de la escuela francis-
cana no pudo aprenderlas en los libros latinos de los doctores esco-
lásticos, sino en las obras árabes de los sufíes como Abenarabi, en las
cuales aquellas mismas teorías se consignan textualmente.
8.Esta nueva transfusión directa de las ideas masarríes a la esco-
lástica, contribuyó a perpetuarlas en la Europa cristiana, tan podero-
samente como la tradición franciscana de Duns Escoto. Lulismo y Es-
cotismo son, pues, los dos últimos ecos cristianos del pensamiento de
Abenmasarra. La Italia del renacimiento clásico es el escenario pos-
trero de sus triunfos. En aquella tumultuosa fermentación de ideas abi-
garradas y heterogéneas, luchan y se entremezclan las corrientes lím-
pidas del neoplatonismo, bebido directamente en sus fuentes griegas,
con los turbios y ya mezquinos caudales plotinianos, derivados de las
fuentes árabes y hebraicas. En Florencia, en la brillante corte de Lo-
renzo el Magnífico, hombres como Pico de la Mirándola, Marsilio Fici-
no y el judío Johanán Alemanno, comunican, estudian y discuten
sobre temas filosóficos y religiosos, utilizando a Empédocles y a Avi-
cebrón, al lado del fabuloso Hermes, aceptando un sentido batiní o
esotérico en la Sagrada Escritura, abusando de la cabala, de la magia y
de las ciencias ocultas (3). Ni parecen ajenos a la misma superviven-
Ni tampoco lo aprendió más tarde en París, como se ha supuesto por algunos, pues
elúltimo año de su vida, 1.815, pedía a Jaime II de Aragón (desde Túnez, donde es-
taba discutiendo con los doctores musulmanes) que le enviase a su discípulo Simón
de l'uigcerdá, fraile franciscano, a fin de que éste le tradujese del catalán al
latín
res toledanos rompieron el dique de los Pirineos para inundar los cam-
pos de la Europa cristiana. Nuestra patria fué entonces, por nuestros
pensadores musulmanes y hebreos, el cerebro de Europa. A Toledo,
oficina insigne de aquel renacimiento de la cultura clásica, volvían sus
ojos y dirigían sus pasos los escolásticos cristianos de la Europa ente-
ra, como siglos después orientaríanse hacia la Florencia de los Médicis.
El lebrii entusiasmo por ciencia árabe y judaica llegó en algunos
la
(1) Uno de los libros teológicos más divulgados entre los místicos marroquíes
es elcomentario del libro de Abenquirán Sw¿>oJ1 ¿m^j c*j¿* (edición litográfica de
Fez, 181 =1893) sobre la obra del sufí rondoño Henabad, ÍM¿14«J1 ^©á^Jl. En ese co-
1
mentario se habla de dos mételos, de ascenso y descenso, para conocer a Dios, con
espíritu y tecnicismo que Lulio en su conocido libro De ascensu et desceilSU in-
i]
cia divina conocida por iluminación intuitiva descienden gradualmente a las criatu-
ras. Cfr. i
agina 76 Je! citado libro.
- 129 —
militares <'n la recular contienda contra la Europa crl liana (1
(1)Bacon, Opus majus, página 246: «Latini nihil quo 1 valet habent nisi ab alus
linguis, et pauci fuerunt interpretes et mali.» Ibid., páginas 476 7: «Et jam ex istis
scientiis tribus patet mirabilis utilitas in hoc mundo pro ecclesia Dei contra inimicos
fidei, destruendos magis per opera sapientiae, quam per arma bellica pugnatorum.>
(5) Estas tres con otras varias han sido editadas en el Cairo, 1324 hégira, bajo el
título UiUj ¡U9*z~o.
(tf) Edición Coustantinopla, L802 hégira.
litada (mi la *c$o**o antes citada, pagina 82, y por Van Vloten, Ley de, 1003,
bajo el título Tria Opuscula, página 86.
13
(I ico de [deas, que mi lectura aun hecha con el imple pi opó tito d< edu
cación lii<-i ai la, debía undemente i
dogma musulmán los tenía sujetos. Añádanse a estos libros los teoló-
gicos y filosóficos del mismo
autor que, sin duda, entraron en compa-
ñía de los literarios, y se comprenderá por qué desde la fecha de su in-
troducción comenzaron a existir en España los motáziles y los filósofos.
Sirva de ejemplo sintomático hecho, bien notable por cierto, de que
el
APÉNDICE 2.°
(1) Alfaradí, b. 1036. Sobre su discípulo el Habibí, muerto el 333 (945), cfr. Alfa-
radí, b. 106.
— 138 —
gresó a Oriente, donde llegó a ser ministro. Algunos aseguraban que
vino a España eomo espía (1).
3.— Abuguáhab Abdelala, hijo de Guáhab, cliente de la tribu de Co-
raix y cordobés, fué a Oriente y estudió jurisprudencia en Medina, Cai-
ro y Túnez, con los más eximios maestros malequíes. A su regreso,
tuvo ocasión de demostrar ante el calila Abderrahman II la copiosa y
segura información jurídica que en su viaje de estudio había adquiri-
do, y fué nombrado consejero de la curia suprema de Córdoba. Ade-
más de jurisconsulto, hombre
erudito y entendido en gramática y
era
lexicología; en cambio, no entendía de tradiciones religiosas; y aunque
era piadoso y asceta, se le tachaba de profesar la herejía de los motá-
ziles acerca de la libertad humana. Uno de sus más asiduos discípulos,
Mohámed Benlobaba, negaba la verdad de tal acusación; pero es lo
cierto que este discípulo suyo era también tachado por sus contempo-
ráneos de profesar la herejía de que el espíritu humano muere con el
cuerpo, doctrina que decía haber aprendido de su maestro Abdelala. Y
cuando a aquél se le preguntaba si su maestro había aprendido estas
doctrinas en los libros de los motáziles v motacálimes, eludía contestar
categóricamente, limitándose a decir que él nada sabía de esos proble-
mas teológicos y que tan sólo repetía a ciegas la solución que Abdelala
les daba. Murió éste en el año 262/875, en Córdoba, siendo sepultado en
el cementerio de Moiaa (2).
y medicina y adoptada por Filón {Opera, edición Lugduni, 1561, tomo I, 150), en-
confirmación teológica en unas palabras de Mahoma, que llama a los
I
espíritus «perecederos», y mi el Alcorán (LV, 26), que asegura que «todo perece sobre
la tierra, y BÓlo Dios subsiste» (c¡ id Mortada, If/iaf, X B77 y iold/.iher, Kitah
.
(
'/ui/'s, B8*-4*). Sin embargo, contra esta doctrina revolviéronse acremente los
tradición is tas españoles, como herética; pero esto no impidió que siguiese profesándo-
se por algunos doctores de siglos posteriores. Tales fueron: Abubéquer Benalarabi, se-
villano, teólogo insigne, discípulo de Alga/el, qae murió el 648 II 18 en Fez, donde
todavía .>u asiste su sepulcro; y su discípulo El Bohailí, natural de Fuengirola (Má-
—
'I -
4 Jalil, híjO «le Ahdclimlic en nocido por el :i podo de I \i n i i í
pero muy pronto se vio rechazado por iodos, menos por sus discípulo
entre los cuales el más adicto fué Benasamina En la clise del célebí l
sobre el cual las almas deben pasar para llegar al cielo Digo, con-
testó, que ese Puente o camino es la vía recta, es decir, la religión del
islam; todo el que procura andarlo sin desviarse, se salva.»— «Y ¿qué
dices del Alcorán?» «¡El Alcorán, el Alcorán !», balbució y no dijo
más; como" dando a entender con su silencio que creía que era crea-
do. —
«Y ¿qué dices del influjo de Dios en los actos humanos (cádar
«Digo, respondió, que los actos buenos proceden de Dios; pero los ma-
los, del hombre.» —
«¡Por Alá!, exclamó Benmájlad, si no fuera por
más te denunciaba como infiel, para que pagases con tu sangre esas
,
laga), quo, a pesar de ser ciego, fué lexicólogo insigney autor de muchas obras, mu-
riendo el 5S1/1185 (cfr. Adabí, b. 179 y Tecmüa, b. 1613). — Parece que el prece-
dente de tal creencia hay que buscarlo en las ideas de algunos á.-abes cristianos an-
teislámicos, del tiempo de Orígenes, que creían que las almas mueren con los cuerpos
para resucitar con éstos el día del juicio. Cfr. Euseb., Hist. Ecles., libro VI. c. 37.
(1) Alfaradí, b. 417.
(2)Mizán alitidal, edición Cairo, 1325 hégira, I, página 221, número 1787 y II. pá-
gina 298, número 2336.
(3) Alfaradí, b. 1154; Adabi, b. 291.
(5) Sobre la interpretación groseramente literal que a los dos primeros dogmas
daban los teólogos ortodoxos, cfr. Físal, I V, 65 y 66.
— 140 —
capitaneados por Abumeruán Benabiisa, penetraron en su casa, saca-
ron sus libros a la calle y quemáronlos, después de separar los que tra-
taban de casos jurídicos.
5. — Abubéquer Yahya, hijo de Yabya, cordobés, conocido por el apo-
do de Benasamina («P21 hijo de la crasa»), estaba dotado de talentos los
más varios para las diferentes ramas de la ciencia: literato, historiador,
tradicionista, jurisconsulto, especialista en elderecho contractual, y en
la redacción de actas notariales, era además crítico sagaz de composi-
6. —
Abdala, hijo de Ornar y nieto de Opa, era natural de Córdoba,
donde ejerció el cargo de muftí, enseñando además el derecho en su
Mezquita Aljama, antes del 259/873. Consta escuetamente que profesa-
ba la doctrina motázil en la cuestión del libre albedrío. Sus contempo-
ráneos lo califican de virtuoso (2).
7. —
Abulháquem Móndir, hijo de Said, berberisco de raza, conocido
por el Bellotí, a causa de ser oriundo del Llano de las bellotas (actual-
mente Valle de los Pedroches, en Sierra Morena), nació el 273/886, y, des-
pués de hacer en España sus estudios, marchó a Oriente a los treinta y
cinco años de edad. Formóse en El Cairo y Meca con los maestros de
derecho más célebres entonces, y a los dos años regresó a España, pro-
fesando la escuela dahirí de derecho, cuyas doctrinas y método refrac-
tario al criterio de autoridad humana eran la antítesis de la escuela
oficial malequí. Esto no obstante, llegó a desempeñar cargos jurídicos
(1) Alfaradi, b. I lid, Tabacal alo mam («Machriq», Noviembre 1011), p. 854.
2) Alfarad^ b. 61
- III
Abenházam, que trató l<»s lujos del Bellotí, asegura que se hízososp
.1
APÉNDICE
Alfaradí, b. 1452; Adabí, b. 1357; Almacari (edición Leyde), II, 116; Mat-
(1)
mah de Abenjacán (edición Constantinopla, 1302), página 37; Fí¿al, IV, 202 3; Aben-
házam, Libro del amor (manuscrito Leyde), folio 38 v.°
(2) Alfaradí, b. 389.
(3) Tecmila, b. 199. — En el tecnicismo esotérico de los místicos musulmanes se
llaman abdales (sJJ!aj|) los hombres devotos y santos por cuya mediación Dios li-
bra al mundo, en cada época, de los castigos temporales a que por sus pecados se
hace acreedor. Son, pues, los que desagravian la ira de Dios con sus virtudes y ora-
— 142 —
3. — Hafs, Abdesalam, de Zaragoza, hizo un viaje a Oriente,
hijo de
donde permaneció siete años estudiando con Málic Benanas, el funda-
dor de la escuela jurídica malequí. A su regreso a España, el califa Al-
háquem (180 a 200 I =
796 a 821) lo nomhraha anualmente imam de
la Mezquita de Córdoba, para que en ella presidiese las funciones del
ciones. Etimológicamente la palabra abdales (de vJ^a) significa «los sustitutos». Los
autores sufíes la interpretan de modos muy diferentes ya porque sustituyen a los 1
profetas, ya porque al morir uno de aquéllos, Dios lo sustituye por otro a fin de que
el mundo no carezca de todos los abdales precisos para su conservación; y esto últi-
mo, porque los sufíes suponen que los siete climas astronómicos del mundo tienen
correspondientes abdales, al modo de los ángeles tutelares de cada reino, para
-
su custodia. Para mí es casi seguro que el origen de esta creencia piadosa en el is-
lam hay que buscarlo en el pasaje bíblico (Génesis, XVIII, 20-33) en que Dios pro-
mete a Abraham perdonar a las ciudades de Sodoma y Gomorra, en consideración a
los justosque las habiten, aunque sólo fuesen diez. (Cfr. Tacholarús, VII, 224, s. v.;
Sprenger, Dictionary of the technical terms, I, 146, s. v.). Hasta época muy tardía
no debió de complicarse esta creencia, forjando toda una clasificación jerárquica de
tales personajes, con sus nombres especiales y los límites geográficos de su jurisdic-
ción, tal como aparece en las obras de los sufíes de los siglos xii y xm de nuestra
era, v. gr.: en el Fotuhat de Abenarabi (II, 9); pero algo comenzaba ya en el siglo m
la hégira a preocuparse de ellos la piadosa fantasía del pueblo, cuando Cháhid en
Libro de la figura citad rada y de la redonda (Van Vloten, Tria opuscida, 102) in-
terroga acerca de su localización (Palestina o Arabia) y sobre su linaje (si todos son
bes, de raza extranjera, o árabes o mestizos).
1 Alfaradí, b. 868. Sabido es que durante el mes de ramadán, el musulmán,
mayor de catorce años, está obligado a completa abstinencia de todo alimento y be.
Inda y a continencia perfecta de todo acto conyugal, desde que sale el sol hasta que
comida se hace, pues, al anochecer, y auto- de amanecer se toma una pe.
i
qué me acón
v
— «Estas
comer delicados manjares, a vestir opa
¿Eres aficionado a 1 i fin
el 212/827 (3).
1 1 Alfaradi, 1>. !
Alfaradi, b. 17 l.
El texto dice s¿9«J¿ sjj|; pero, aparte de que esa voz no consta en los dic-
cionarios, otros individuos de la familia se llaman ^J^olsi *¿f|, voz que tiene ese sig-
ilo, apud Do/y, Supplement, II, 100 6. ^Cfr. Alfaradi, b. 851.) En los manuscri-
tos occidentales es muy fácil el cambio erróneo de las letras finales *ó y sJÍ que se
Alfaradi, b. i"-"..
Alfaradi, b.
14. Suleiman, hijo de Hámid el asceta natural de <
lo
W
141) —
APÉNDICE 1
sJ4)1 ^o jbl-i süj| s-aJsialAil ^IajJ) ^o*á*J] ^oí^JI [Folio 13 r.°, línea 8.]
^ogJxJI ^ j^iJ] sJjftih >Uá^J1 ^áo ifrcUaJI biC >U4*Jl9 jl^JI s^-o 94)9 (2) luJcIjál
^oíUJI U4)xLc VÍU&I9 1*9 1 ¡a so© *©áaJ1 ^9 UJ9 OUf^lj ^ OUJj vjbása Üxo^JI
* ^o4K**J oj>4)
14)aÜjÍ9 I4VII9AI9 sájbj^oJlg ^-Áül «¿¿«o 3J |j4)lo djÁ^I ^ &¿o laÜaU |á,|3 ^¿-¿Silb
3J 8j4>«9 ói^iuJ ¿9S9 *á¿¿9 W9& ¿le Oía* *ÁutJ_¿-J1 ¿S U> 1 i £ *J <ú)j ^¿9
*¿x>j« VÚI9 ^y^ &S4«JjJ| ^J¿ ¿i *á] vJ^ü *»U& ^09 [Folio 13 v.°, línea 7.]
1^4) 3^9 &o9o<£>9 Uj¿U 8X^9 U»lo sioDb ^^9^» v»l U)^J4 vi©J ^¿.uá *o*¿c ¿*J
sj^3 U)^9^^9 l4)i|Ü> ¿3 ¿4)9 ÜSiy¿ *«r©9 *L»Ó¿ **áaJ| s*J¿ ¿J vife *^ ^oJ Wl
surjil ¿oá^JI vi|9 14)^1 j^lá ¿S ¿4)J^11 ¿JWI j9iIU sJa*J1 j*u to¿1 áJSg ^¿09 1* 3^
51á vj Wl |b4) ¿Á v^¿l)l9 sJüxJl ^4)jJ9 v^oJfxJI ÜS ¿Jl ^oJjxJ) |&4) ^»£ *1*>J1 ¿4
^9^1 s^o ¿¿t] ¿J9J3ÜI >U-¿5H ^ájju vil ^olj ^0 ^-1 OU9 [Folio 14 r.°, línea 4.]
^JUii^l $C$\ 3) s-oJW1 iljbl ípic y*i£ vli^l ^lo U>J4 ^«9 Uxiljíal mlc j-ur O9ÜI
(2) Quizá mala grafía da lüxljü), transcripción del griego 'AxpGfyotvTa (Agrigento,
patria de Empédocles.
«iifij,
]
^]| oji*S ^»>*J ^1 ^-H^C ^&S l¿>4)9 mJ^JI *¿1c U4>-**9 '-xiJyUI ^»Jr «-» i,^l HjJ^Jl
í^uisj <ülá ^M> 511 ^i*iAiJ| vij»j ^»| i^^.| jia«j ^uíJ vJli9 [Folio 13 \
.'
. linea 26.]
UU ^s^ ^9 ^9^ « ^oj|ia vjiU ^o^\ ^9 ft-»o v>j*u| 51 j4)9^ lo>»l ^,^9 *<m*o-h> jxc
v^D^ftJ ^j1 sJfS tjA 5-B ÍI9Í O9ÜJ si| ii^.i] j*|*J 51 Jp51 >)¿^ 34)3 UP9-0 ^^£9 Ia)<^u-»9
^5J¡1» 5U >^j¿ ^lc vo ^á i ^»| ^Ijl Iblg ijxLc jjosj ^m¿ »-»*4l»9 «joiUág *ilc ^a^Jug *ic
^iU sú4|J| ^5^! JUjUgj ^1* ***h **l ^c ^-oj^V» Oj j4)iáJ1 j-¿uUI ^ir UjU ay£i
>^¿J1 áJb &*>&*• ¿ojito Oj¿ s*©J ^Ig ís-.jju 94)^11 ^oJl¿J) j4>9^J1 94) ^¿Ul >
s
s*¿Jl
(1) ^s**** **>"*}$ ^*U ^j^o ¿9^-0 j4)9^> ^uÁü| vó| OIÍI9 [Folio 11 r.°, línea 8.]
¿WJ1 1^4>9 vS^1^9J <£^->Jl -^J^ ^U ^00)^19 ^Ó4)^J1 ¿W» ^>£Jg ¿imuJI |b4> <¿>"ulU
51 U^J l^OyAiixo (2 jU U¡ai£ jlo loilg ^0^% sS^^^k ^9^1 ¿*u*J1 i^c ^oijo ^oj>
vüajl vóls ¿JS ^io vs4J1 90D ^-©JWI 1^4) 3-a ííij^-o ^1 «vs^JJI ^ilgill vi* U¿> ^j^
<- >9-oJ1 51 ^l^-bJlg jUJI 5) j9¿J| s^4)9iá ^94«ifoJ1 V^ol^ voJjü so]
Uoío ^»1i ^9 6^-o ^j^j ^oJ o^o^fo s^uisiJI ^i4> ^>J 9J9 "Folio 14 I
r.°, línea 13.]
¿j^IjJU jo^üJl ^>xo ÜjSj üj^Ií ¿ojoÍwJI j4)l9-^Jl S^4> ^i-o ^¿ü ^1^9 ^o*oj (3 U>ó*j J9Í
Üáytíxo j4>l9^JI »^4> <ijlo Ü4)>J| »b<D ^xei (4) U41j Í51i5)1 &&JJ ^j—il lo4>á si||&3|
áJjJj 8<iUl^ S^toi l^J^o j4)l9^J| tt^4> ^-o j4)9^ <sK jlo LoJ íú^9 ió>> <^^c jo>J1 ^^1
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vJaÜ 09^11 s l] Ooj si] só« jj^l 1o4)J->a ^¿jS 51 Ü^^lg &L094 «\ko ¿leí 94) 3>^J1 S4^|o
¿*u4J| ^J| Ooi ^i| 3.JI SX^Si« jA¿ U4VVU ÜJ09JI9 <»J1ÍI| Ooá 3¿&J| ^Jlg fililí
(5) S>iUJ1 ^Jo^4>J1 ^Jij S^^-0 Ü*W^Jl9 «JtU^Jf ¿J¿> ^>V> 5) S^MÜJI ^Í8 ^->^1
t
»^8».»8
Oliá Í9Í0JI »oi^ v^ir vi^xü ^3-au 3.^ s^ulsblii^) 0^9 [Folio 14 r.°, línea 23.
s«^*j ( Aj^ Ujj9 ( 1) j > a . i im^oj ^SJ| jliaAJI vÁo jÜI ttJJ Oji |Sl s^4)SJ| áJsá
B¿fu¿ sj|¿ lo
APÉNDICE 5«
(2) En los manuscritos pudo fácilmente confundirse la doble grafía ^t»^ y ^U^
que dan respectivamente Axarani en sus TabaccU, í, 59 y El Sajagui en su Tohfat
éLalbab (al margen del tomo IV de Almacari, edición Cairo), página 859. En su pri-
mera forma, parece corrupción del hebreo Tuba!, hijo de Jafet (por OI43Í). En la se-
guidla forma. 69 el nombre «Jonio», es decir, griego. En arabo-i casos, se ve que su
l Cfr. Besad, Les moines d'orientf página 1-, Rosweyde, Viten Patrum }
88 h y
a Brehter, L'Eglise et Vorieni </>/ moyen age, B, 9.
I I!)
(1) Sai J, Tábacat alómam (apud «Machriq», Noviembre 1911), página 850; Quiftí,
página 185.
(2)Abenjalicán (I, 179) le llama iwWl sj|¿áú*i, Sacrán El Asceta, sin más porme-
nores. Ese nombre no es usado por musulmanes, que yo sepa. Ni entre los sufíes de
los repertorios del Coxairí y de Axarani, ni en los copiosos diccionarios biográfi-
cos de los tradicionistas, ni siquiera en el Tacholarús bajo la raíz j¿¿* aparece tal ,
(5) Sáid, loe. cit. Cfr. Brockelmann, Gesehichte, I, 198-9, donde se da noticia de los
escritos a él atribuidos, que se conservan, sobre la piedra filosofal, medicina mági-
ca, conjuros, etc.
(6) El Sajagui, Tohfat, 359. Sabido es que esta superstición mística de s^uí^II
^«tfác^l es de abolengo hermético: los egipcios creían que el nombre del Dios supre-
mo es ignoto. Cfr. Virey, La religión de Vancienne Kyypte, página 67. En el siglo n
i:>o —
estudiar tradiciones con fundador de la escuela malequí, consagróse
el
(1) Abenpascual, página 371, narra este suceso: Dulnún en uno de sus viaies
anuales a Jerusalén, encuentra en Ramla a un vendedor de dátiles a quien quiere
comprar fruta; pero éste, tomado el precio, entrega a Dulnún el modio para que por
sí mismo se los mida. Al siguiente año se repite la escena, y Dulnún, admirado de su
ingenuidad y buena fe, le pregunta por qué obra así. El vendedor responde que ha
leído en la Tora, que el hombre no es bueno si, al llegar a los cuarenta años de edad,
no aprovecha anualmente en virtud. Dulnún, conmovido al ver que es un judío quien
a>í piensa, mientras '|iie él, musulmán, no se inspira en el Alcorán como norma de
actos, >e consagra a Dios haciendo penitencia.
Coxairí, página 10, consigna este milagro de la providencia: Dulnún, dormi-
do en medio del desierto, sin medios de sustentó despierta y ve que una alondra cié
n id
i ;il alcance de sus manos,
>
y que, abriéndose la tierra, Dios le pre-
senta doi escudillas, mía de oro con harina de maíz, y otra de plata con agua. Come
% },. be relama: «Con Dios me basta; me volveré hacia El y permaneceré ante su
i
de Guizeh, hoy barrio del Cairo, h la orilla izquierda del Nilo murió
l )niiiún el afto 2 r> (859 de concurso
J C), gentes fué tan
y el
<!<• gi tnde
precedido» (2).
— 152 —
consuelan refugiándose en los profetas, a quienes imitan. Signo de la
ira de Dios contra uno de sus siervos es el miedo que éste tenga de la
pobreza» (\).
«El que se ocupa en escudriñar los defectos de su prójimo, ciego
para ver los suyos propios» (2).
i
que viven ahogados por los apetitos de la gula y lujuria, sin poder sen-
tir remordimiento alguno. Por eso se pierden, sin darse cuenta Se sa-
tisfacen con la ciencia teórica, sin practicarla. Avergüénzanse de con-
fesar que no saben lo que ignoran. Siervos son del mundo, no sabios
en la ciencia de Dios Si preguntan, es para disputar y trabar polémi-
ca: si responden, es para hablar sin medida. Visten hábito de religio-
sos, pero bajo el hábito esconden corazones de lobos (5). Escogen los
templos, en que sólo el nombre de Dios debe ser pronunciado, para
elevar en ellos sus voces de charla frivola, de murmuración y de dispu-
ta. La ciencia toman como red para pescar los bienes de acá abajo.
(1) Axarani, 91
7) 1 Dice Axarani que este consejo significa que. de esa manera, el dis-
1 >i«l oí ii .
cípulo dará cea i«e sus maestros le ensenen le corrijan y le perfeccionen res-
pectiva mente.
(8) IWi.l.
[bid.
10.
. ). >
duro como una piedra [en fuerza de I" tri teza|, humillase ante l>
de la vida devota. Huye de todo en absoluto, para unirte con Dios solo
como refugio» (5).
(6) Ibid.
(7) Ibid.
»
- 154
tiene un sentido literal jurídico y otro sufí o esotérico. Para este último, hay que in-
terpretar ^4>^> como testar ana sosa presente en la conciencia, con olvido o incons-
ciencia de toda Otra Cosa» así, la frase «la Verdad testimonia en favor de los que
son de Ella digno* » significa: tía Verdad está presente a la conciencia de los que, etc.»
Cfr. Coxairí, 52.
A x ara tu. 95; Coxairí. 81; Massignon, Kitáb ai Tawástn, V.
— I. ..
APÉNDICE 6
LA TEORÍA DE LAS HADRAS DI m;i \ \i; M'.i Y LAS DIGNITATES i>i LULIO.
— 156 —
venta y nueve nombres: cien menos uno. Dioses impar que ama lo im-
par. Aquel que los enumere, entrará en el paraíso.» Y sigue la enume-
ración de dichos nombres. Sobre este hadiz nació toda una literatura
de comentarios, en que se explica el sentido de cada uno de aquellos
nombres, no sólo teológicamente, sino también místicamente, y sobre
lodo se plantea la cuestión del misterio encerrado en los números 99
y 100 (1). Preocupada la ingenua piedad supersticiosa de los primeros
muslimes con ese misterio, forjáronse pronto otros hadizes en que se
atribuía al nombre ignoto de Dios, que completase la centena, mayor
virtud mística, que a la recitación de los 99 conocidos. En esos hadizes
se daba a tal ignoto nombre el epíteto de «el nombre máximo» vo-*i5J))
(v^icill porque se suponía corresponder a la esencia de Dios y no a
sus atributos o relaciones con las criaturas. A quien llegase a descu-
brirlo, supóngasele dotado de todas las ciencias esotéricas y de las fuer-
zas sobrenaturales más maravillosas (2). Esta supersticiosa creencia en
la virtud mágica de los nombres divinos y, en especial, del nombre
(2) < fr. Comentario de A.rrazí, páginas <;-J-T;{, en que expone las varias opiniones
délos teólogos y sufíes sobre el misterio del nombre máximo,
, página 1 19, nota 6 Cfr. Viroy, />" religión <l< Vane. Égyple, ta-
ble analytii]ui). 9. v. nOftt.
l;i explicación <i«'i origen «le todas las <-;ii< «Id mundo *upi
tibie y del mondo Físico 1
1
).
1
<s
manes tienen sobre idéntico tema Pero no era precisa tan sincera con*
Cesión para que la copia resultase evidente a todo espíritu desapasiona-
do, ya <pie, según arriba dijimos, la devoción de los cien nombres, la
creencia supersticiosa en su virtud mágica, y, sobre lodo, en la del nom-
bre centesimo, es de abolengo hermético (no cristiano) y de inmediata
filiación sufí.
Claro es que los nombres no coinciden todos en Abenarabi y en Lu-
lio. Esto sería absurdo á príori ya que Lulio no quería ser un musul-
,
tates son los modelos abstractos cuya realización concreta está en las
cosas singulares. De modo que su ejemplarismo coincide también con
el de Abenarabi (2).
1Huelga consignar los pasajes lulianos en que se citan las dignitates, porque
eetai son el tema de todos sus libros teológicos Principalmente sigo el Liber de
quatuordecim articulis fidei (Opera orania. II, 1), el Dedaratio Raymundi, pági-
na 98, y Doctrina pueril, c. 1.°, v. 5, página 3, Las citas del Fotuhat son del tomo IV.
opera omnia, IV, 100: «Orane reale ens est substantialiter creatum et con-
stitutum de similitudinibus Doi, scilicet, bonitate, magnitudine sicuthorao, leo
lauta
j. » Ibid., L50: tln ijiialibet creatura sunt similitudines divinarum dignita-
tum.» Cfr. supra, página 125, nota 3.
(1) La-.Meas, imágenes y entilo de este libro (que Lulio confiesa haber redactado
a imitación de libros similares de los sufíes) son muy análogas a las que Abenarabi
usa en su Fotuhat, II, 426-460, y en otros libros donde se contiene su metafísica del
divino amor: ig'jal tecnicismo (exclusivo de la poesía erótica árabe) del Amigo y del
Amado ^^voJjg ^¿^oJI ), en lugar del tecnicismo cristiano del Alma y su Esposo;
[finíales enrevesadas y conceptuosas antífrasis; idéntica concepción del Amado como
síntesis de los contrarios; la misma paradoja del amor (muerte de quien vive y vida
de quien muero); el mismo abuso de los tópicos de la poesía erótica árabe (celos, llo-
ros, tristeza, secretos, presencia y ausencia, locura, etc.); igual sutil empleo de va-
rias preposiciones seguidas por un misino verbo iv. gr., número 805: «El Amigo decía
al Amado: A ti voy, por ti voy, y en ti voy.» Cfr. Kitab Mhichah, edición Cairo, 1907,
pagina B6: tEn el amor del sierro a SO Señor, no cabe separación, pues existe con El,
en va. de El j hacia El.»)
- 161
Cales Arábigas por su valor simbólico cada una representa uno <
un reino de la creación, ana <!<• las calidade fl ino «!<• los cuati
del inundo •
(1) Algunas pueden verse reproducidas en los estudios de Ribera y Asín, loe.
cit. —Abenarabi, además, tituló dos de sus opúsculos: Composición de los círcu-
los y los cuadrados (v^l^aJ^ ¿¿^SaJI ^lu*i|) y Libro de los circuios y las figuras
11
— ' 162 —
adivinatoria, está también inspirado en el mismo simbolismo. Consta
de mayor, mediano y menor, rodeados, cada uno, de dos
[res árboles,
circunferencias que contienen los pronósticos de la futura suerte de la
dinastía otomana.
En oirosopúsculos, como el titulado -n>l| vju¿ s^jiá (edic. Cairo, 1907),
vuelve usar del símbolo del árbol, con extensión y sentido análogos a
a
los del opúsculo 1." En él,págs. 00-63, se simboliza el cosmos bajo la
figura del «Árbol del jardín universal», entre cuyas ramas primarias
anida el cuervo (el Cuerpo universal) y el pájaro mítico llamado ,)a\ic
(la Materia universal de cuerpos y espíritus), y entre sus ramas secun-
darias, el (¡(juila (el Intelecto universal) y la paloma torcaz (el Alma uni-
versal).El autor, en figura de un caminante, entabla con el árbol una
conversación, en la cual queda explicado el sentido esotérico de toda
la alegoría, interviniendo como intérprete, en algunos puntos, el
cuervo (1).
Huelga aquí hacer notar lo que los lulianos conocen muy bien, es
decir, que un gran número de libros de Lulio tienen por título y por
artificio alegórico este mismo símbolo del árbol. Cfr. Probst, op. cit., pá-
ginas 46-51.
d) Personificación alegórica de ideas abstractas y diálogos entre
ellas.
O) El uso de e^te título era frecuente entre los sufíes orientales y españoles,
vimos cómo Al h i mar de Zaragoza (vide supra, página 01) titulaba en el siglo iv mi
introducción a la filosofía, Árbol de la CÍ ¿o¿%1| *&*»)• En el siglo vi, un dis-
cípulo <le Algazel, llamado Abensaada, escribía en Murcia un libro sufí titulado Ár-
bol (h- hi imag por el <¡u> ule a la cumbre de la intelección (*j>¿
s-o4>¿J1 *3¿** ^11 ***r**JI S »«4>$JI). Cfr. Tecmila, b. 746, página 22-3. Finalmente, el
sola razón.
(Fotuhat, II, 130.) Diálogo del alma humana con la razón y demás
facultades, discurriendo acerca del amor divino.
Tampoco creo necesario insistir aquí en la imitación por Lulio de
estas personificaciones y diálogos de las ideas abstractas. Gfr. Probst,
op. cit.¡ página 53.
e) Tecnicismo especial esotérico.
(Fotuhat, I, 366; III, 505.) Abenarabi justifica el uso de un léxico
privativo de los sufíes y, dentro de éste, un tecnicismo exclusivo de sus
propios libros, porque las ideas relativas a las ciencias místicas divinas
son fruto de la experiencia religiosa y no de la razón; por ello varían
en cada sujeto y no pueden ser encerradas dentro de los moldes estre-
chos del tecnicismo común de los teólogos. Por eso redactó un voca-
bulario especial de sus obras (1).
Compárese Lulio (Op. omn., II, Líber de qiiatuord. artic. fidei, pról.):
«Multum est necesarium quod inquiramus appropiata vocabula per
quae possimus declarare et probare opus intrinsecum quod est in no-
stro domino Deo » «Unde cum haec vocabula sint necessaria ad pro-
ADDENDA ET CORRIGENDA
» 84, línea 4: »
s^9
» 84, línea 20: podía; » podían.
» 94, línea 4: Sáid; » Said
» 107, línea 4: masarríes; añádase la siguiente noticia
conservada en el jj,utt9*JNJJAJl s^Jiá (edición Túnez, 1329 hégira), página 58,
primeros siglos.
Piiííh.
- k;i;
IIJ7
Hgt
do iní, m anión da
[efe 'i>' la i Prii I
.
Abenarabi I
1 IS 6. Influencia de la teoría de la M
8. lntluencias masarríes en el siste- ría espiritual en la escuela fran-
ma pauteísta de Abeuarabi. Sa ciscana pretomista, desde
o
teoría de la Materia espiritual. Gundisalvi-a Duns Escoto 1 1->
APÉNDICES
1.° Vida, obras e ideas de El Cháhid. 133 5.° Vida y doctrina de Dulnún el
2.° Primeros motázües españoles 137 . . . Egipcio y de El Nahrachurí.. 148 . .
a r\
o
1
3 o
TOfiüNTO 5, 3 A.
94fc
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