Sobre Suralidad
Sobre Suralidad
Sobre Suralidad
DE LA FRONTERA?
EPISTEMOLOGÍAS CONTEXTUALIZADAS 1:
TEORÍAS Y PRÁCTICAS DE LA CONVIVENCIA INTERCULTURAL
Resumen
Para organizar esta investigación de una forma ordenada, partiremos por analizar los
postulados de la suralidad desde distintos puntos de vista, es decir, desde disciplinas
diferentes, para esclarecer o cuestionar su naturaleza; como diría Descartes, para ver
“claro y distinto” –aunque no soñamos con su rigurosidad o su orden2.
Por una parte se nos habla del empleo de la voz “suralidad” en Patagonia argentina
como referencia geográfica –y también en el ámbito chileno por parte de un escritor;
después se expresa la dimensión simbólica que adopta la expresión en el ensayo de
antropología poética al que también da nombre, y finalmente se nos vuelve a hablar de
unas fronteras concretas, que ya antes mencionábamos: es decir, que es simbólico pero
está también íntimamente ligado a un territorio, que acaso podemos considerar definible
desde la poesía, ya que tanto el puente Malleco como el muelle de Quellón tienen un
valor simbólico. La relación de la suralidad con la geografía, por tanto, es compleja,
problemática, en el sentido de que tiene más que ver con la geografía humanizada, o con
la representación simbólica de la geografía, que con unos límites geográficos precisos.
No dejan de ser llamativos los elementos elegidos por Riedemann –a partir de
Schwenke-, para indicar los límites del sur: un puente y un muelle; en ambos casos
comunican una cierta idea de insularidad, de entrada a un espacio otro, de cambio
simbólico de mundo. En cualquier caso la definición queda establecida con claridad a
partir de la definición de Claudia Arellano, referida tanto a territorio como a imaginario,
lo que nos acerca acaso a su naturaleza y a su síntesis como “territorio imaginario”.
El sur aparece aquí, por tanto, como una especie de identidad subsidiaria, en tanto en
cuanto se define en relación a algo, que podría ser “norte” o podría ser “centro”, en una
dialéctica anticentralista. Esta dialéctica, no obstante, por su misma naturaleza, no deja
de ser endeble: desde el principio se dice ser en relación a algo, y no por sí mismo.
También puede entenderse que es una denominación que prefiere el consenso antes que
la confrontación: ¿quién podría oponerse a una noción que parte de la mera geografía?
3
Riedemann y Arellano (2012) p. 12.
En ese sentido, en contexto de dictadura, también puede suponerse que a partir de una
noción aparentemente geográfica como “sur”, en realidad se estaba filtrando una
identidad –una corriente contragolpista, como ha escrito Sergio Mansilla4. Pero lo que
en dictadura podría ser un avance, un mensaje cifrado, puede llegar a ser un retroceso
cuando son otras las posibilidades de la expresión identitaria. Hablar de sur, por lo
tanto, o de suralidad, su derivado, no deja de tener, por tanto, una limitación evidente. El
sur es parte de, y se define en relación a5. Y no obstante, como nos explican Arellano y
Riedemann, no es sólo eso. Es territorio y es imaginario. Es una isla dentro de otra isla6.
Hemos visto cómo el sur es definido, por tanto, en relación de oposición –pero también
de dependencia- frente al centro, que es Santiago de Chile. Una de las formulaciones
más claras de esta dicotomía la expresa AntoniaTorres en la entrevista que le hicieron
precisamente para el libro Suralidad:
4
Mansilla, S. (1996). “Clemente Riedemann: deseo de una historia y un lenguaje vedados.” Estudios
Filológicos 31 57-74. En http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/mc0030985.pdf
5
Viajemos, para establecer una comparación, a otro contexto fuertemente identitario que vivió situaciones
similares de opresión en tiempo de dictadura: hablamos de Vasconia –País Vasco, Euskal Herria (las
denominaciones no son nunca equivalentes y tienen todas sus implicaciones políticas).
Significativamente, durante la dictadura, y en Madrid aún se puede escuchar, para evitar la incomodidad
de la denominación “vasco”, solía emplearse la expresión “del norte”, lo que no podía ser más ambiguo
ya que el norte peninsular abarca desde Galicia hasta Catalunya. El propio Gabriel Celaya fue responsable
de una editorial llamada “Norte” –con intención también simbólica, en el sentido de marcar el camino,
como la brújula. Y perduran también en el habla cotidiana expresiones jocosas como “chicarrón del
norte” para referirse a un vasco normalmente bien alimentado, de gran poderío físico y apto para las
labores más duras –tópico que se identifica con los vascos más rurales, que han mantenido el modo de
vida de los caseríos (baserri), que por cierto fueron un factor determinante en la para algunos milagrosa
conservación de la antiquísima lengua vasca. Estas referencias al norte, no exentas de simpatía,
evidenciaban también cierta incomodidad a la hora de lidiar con términos más abiertamente identitarios
como podría haber sido, sencillamente, vasco. No hace falta resaltar que el uso de la palabra norte implica
una dependencia, una situación relativa respecto a un centro, en este caso Madrid.
Podemos acudir a otro ejemplo más para constatar esta difuminación de la identidad a través del uso de
denominaciones meramente geográficas para los pueblos. En Francia, después de la revolución de 1789,
se procedió a la división territorial para establecer una tabula rasa cultural para que todos los ciudadanos
de la República Francesa fueran únicamente franceses, eliminando cualquier otra identidad que en ese
momento se veía como posible discrepancia conservadora y atentado contra el principio de igualdad ante
la ley. Las divisiones territoriales pasaron a considerarse a partir de los nombres de los mares, de los ríos
o de las cadenas montañosas. De esta forma, por poner un ejemplo relacionado con el caso anterior, el
País Vasco –el origen de la expresión es francés, curiosamente-, que estaba formado por los territorios de
Lapurdi (Labort), la Baja Navarra (Basse Navarre) y Zuberoa (Soule) fue incorporado sin mayores
complicaciones al departamento de los Pirineos Atlánticos, con capital en el Bearn (Pau).
6
La insularidad de Chile, por así decir, viene marcada por las fronteras naturales: el Océano Pacífico de
un lado, la cordillera de los Andes de otro; acaso estas características geográficas han condicionado, junto
con otros factores, la psicología del chileno. Las fronteras metafóricas citadas por Riedemann en
referencia a Schwenke, el puente Malleco y el muelle de Quellón, vienen a reforzar esta insularidad
simbólica; de esta forma el sur sería una isla dentro de una isla (por no hablar de Chiloé: podríamos
acabar reformulando el famoso verso de Gertrude Stein –“a rose is a rose is a rose is a rose” como “una
isla es una isla es una isla es una isla”).
“Creo que la “poesía del sur de Chile” intentó elaborar discursos literarios y extra-
literarios fuertemente críticos del canon promovido por las instituciones tradicionales
(gubernamentales, académicas, editoriales y comunicacionales) emplazadas en el centro
geográfico, político y administrativo de nuestro país (su capital, la ciudad de Santiago).
Un canon que operaría, según sus detractores, con criterios hegemónicos y centralistas,
y cuyo efecto más evidente sería la “ceguera” para identificar bienes simbólicos
suficientemente representativos más allá de los límites geográficos y simbólicos del
centro”.
Estamos de nuevo ante una doble vertiente: la geografía y sus símbolos. En este caso los
límites geográficos del centro no se señalan, pero la declaración de Antonia Torres
implica que el centro no reconoce límites: no los ve –de ahí su mencionada ceguera-
porque su naturaleza es expansiva, no intercultural, y su objetivo el colonialismo
interno.
En ese sentido, tal y como hemos visto en las formulaciones precedentes de Claudia
Arellano y Antonia Torres, la noción de sur está ligada por una parte al territorio y por
otra al imaginario. Y decimos que ambos imaginarios se superponen porque son
coincidentes en buena medida –fundamentalmente, claro es, en lo que al imaginario se
7
Da Souza, Boaventura (2009) Epistemologías do Sul, Coimbra: Almedina.
refiere. En ese sentido, Santiago de Chile entendido como centro para la suralidad
chilena vendría a ser un satélite de la referencia hegemónica, del Norte, en el esquema
global. De modo que ese supuesto centro escondería, en el fondo, una claudicación
identitaria, un sometimiento gozoso a la rueda occidental, de la que se siente
protagonista sin ser consciente de que es tan sólo un engranaje. Mientras la identidad,
que parece resistir en el sur –sigámosle diciendo chileno, antes de preguntarnos también
por esta denominación- no podrá contestar al Norte global desde Santiago mientras no
sea asumida como propia. Por más contradictorio que pueda parecer, la capitalidad de
Santiago, al asumir más directamente la globalización, sería finalmente más provinciana
que las propias provincias, donde el imaginario no ha sido sometido del todo a lo global,
donde perviven señas de identidad que responden a valores distintos de los promovidos
desde el centro –desde el Norte, que tiene en el centro su espejo.
La elección de las palabras es siempre significativa, más aún cuando hablamos de las
palabras clave, que pasan de ser concepto a erigirse en metáforas identitarias9, como lo
pretende la palabra que da título al estudio que consideramos. La mística geográfica del
Sur global, su poética, creemos que sirve para diluir una conflictividad real –aunque es
cierto que en algún momento se menciona, para asumirla como parte de un conjunto de
relaciones- de un territorio que tiene unos condicionantes políticos que podrían haberse
visibilizado mejor con otra palabra: ahí está la palabra “Frontera”, de larga tradición, y
8
Arellano, C y Riedemann, C. Op. Cit. p. 8.
9
La “suralidad” es definida como concepto por Arellano, también como poética, y sin duda tiene mucho
de metáfora, en el sentido en el que la usa Paul Ricoeur Cfr. Ricoeur, P. (1975). La metaphore vive. Paris:
Seuil.
de resonancias otras, también, por cierto, de quiebre; aquí se quiere insistir, más que en
el quiebre, en el puente.
En un video de gran relevancia para el tema que nos ocupa10, Leonel Lienlaf expresa lo
siguiente:
“La diferencia que se produce entre los poetas mapuche y no mapuche a la hora de
hacer la reflexión11 es radicalmente distinta, porque una se produce como una
aproximación histórico-antropológica, efectivamente, y la otra se produce desde la
conciencia de marginalidad de una minoría étnica, y en consecuencia adquiere un tono
la discusión y una dimensión política totalmente distinta, por eso no me extraña que un
poeta como Lienlaf diga que una concepción poética de esta naturaleza, “la suralidad”,
es un concepto territorial que de ninguna manera identifica al pueblo mapuche, y le
resulté un corsé para interpretar la complejidad que tienen estas poéticas que están
también, afortunadamente, en conflicto, en diálogo, en colisión, en situaciones no
siempre resueltas del todo”12.
10
Varas, R., Garrido, M., Herrera, J., Yévenes, C. (Realizadores). (2011, 3 de octubre). Poetas al cierre.
Capítulo 3. Suralidad (Video). En https://www.youtube.com/watch?v=jA5LhiDnN64
11
Sobre su manera de entender la poesía “del sur”.
12
Varas, R., Garrido, M., Herrera, J., Yévenes, C. (Realizadores). (2011, 3 de octubre). Poetas al cierre.
Capítulo 3. Suralidad (Video). En https://www.youtube.com/watch?v=jA5LhiDnN64
La dicotomía geográfica y política Norte – Sur podría ser un obstáculo, por tanto, para
ver los conflictos internos a este territorio planteado como diverso, pero que finalmente
trata de mostrarse como un sistema, y por tanto esas diferencias, esos quiebres que
también los constituyen quedan en un segundo plano, invisibilizados. Las dicotomías,
finalmente, polarizan y simplifican relaciones complejas. Podríamos decir que del
mismo modo en que Boaventura da Souza considera la presencia de comportamientos
de las elites en el sur realizando funciones de norte –lo que se ha dado en llamar sur
imperial- así también el centro estaría presente en el mismo sur chileno, desde su afán
invasivo y asimilador, desde su fuerza centrípeta que se expresa a través de los medios
masivos, y que van ganando terreno en las conciencias. La poesía, no obstante, sería un
ámbito de resistencia más auténtico, menos asequible al desaliento, más tenaz en sus
propuestas frente a la capital avasalladora. El planteamiento, en cualquier caso, es
dicotómico: Santiago en este caso frente a lo que los autores vienen a llamar sur para
contestar que Santiago no es Chile.
“La visión del escritor argentino sobre la situación de la cultura en el Norte y en el Sur
es sin duda algo simplista” –y después, en nota al pie: “Por un lado, Sábato desconoce
las formas de resistencia a la deshumanización, que tienen lugar en los países
avanzados; por otro, parece ignorar que el nihilismo capitalista ya se ha extendido
prácticamente (pero desigualmente) a todo el planeta, y que todas las culturas del
planeta se ven afectadas en mayor o menor medida por el fenómeno”.
Esta matización de Gómez Muller puede muy bien servirnos para aplicarla a la propia
formulación de la suralidad planteada en términos de oposición con la capital. De paso,
alcanzamos a entrever algo acaso importante: los márgenes vendrían a ser, tal y como el
propio Gómez Muller plantea a partir de Heidegger, con especial atención, además, a la
poesía (tomando a Hölderlin como referente14) un espacio de resistencia del ser más
profundo frente al no-ser propiciado por el nihilismo-capitalismo, que considera incluso
13
Gómez Muller, Alfredo (2016) Nihilismo y capitalismo, Bogotá: Desde abajo (p. 147)
14
Heidegger, Martín (1994) Hölderlin y la esencia de la poesía. Barcelona: Anthropos.
impertinente la pregunta por el ser, que se ve reducido a su valor de uso. En ese sentido,
la supuesta centralidad de Santiago frente a las provincias –el sur, en este caso- oculta
una dependencia primordial de ese centro respecto a la economía y cultura globales,
ante las que está mucho más expuesto, resultando, de este modo, punta de lanza del
modo de ser deshumanizado, algo que habría que recordar que ya formulara Ortega y
Gasset refiriéndose al hombre gris planetario idéntico en todas partes15. Algo similar, tal
vez, al avance de la Nada frente a la imaginación en Fantasía16.
Pero la razón por la que Gómez Muller valora el aporte de Ernesto Sábato es
precisamente su planteamiento de salida al nihilismo capitalista: y esta propuesta no es
otra que la de la interculturalidad; esta propuesta se asemeja también a la de suralidad:
Los sujetos que conforman las colectividades identitarias del sur de Chile no pueden
ser caracterizables por esencias auto contenidas, sino que, más bien, hay
“identificaciones que se combinan y mezclan, en actos de relación”. (…) Por tanto, se
trataría de grupos discursivos que se mezclan, se articulan, y se renuevan, dentro de un
“universo de reconocimiento”, al cual Proust llama “territorio retórico”, donde el
lenguaje es primordial, pues “teje la trama de las costumbres, educa la mirada e
informa el paisaje”, en tanto que una alteración en la comunicación retórica manifiesta
el paso de una frontera, es decir, el reconocimiento de un otro diferente.17
15
Ortega y Gasset, José (2004) La deshumanización del arte y otros ensayos de estética. Madrid: Austral.
16
17
Riedemann Clemente, Arellano Claudia (2012) Suralidad: antropología poética del sur de Chile, Pto.
Varas-Valdivia: Kultrun. (Capítulo 4).
Frente al planteamiento de la oposición global entre Norte y Sur, que ya hemos visto
cómo matiza Gómez Muller, la oposición centro-sur que aquí se presenta resulta
inevitable que haya un trasvase de conceptos y que resuene lo global en lo local. La
mística del sur tiene tantas resonancias culturales, a todos los niveles, que resulta casi
imposible sustraerse a ellas y a su encanto o sus cantos de sirena, que pueden también
obnubilar el juicio -y si no comenzamos a citar es para no empantanar un texto con una
miríada de citas; pero este sur no es el de los mares del Sur, ni ha salido de una canción
de una rubia italiana, aunque seguramente sí estamos más cerca de ese sur que también
existe. El discurso de Benedetti, que ha sido popularizado por Joan Manuel Serrat, es
casi un himno de resistencia y de identidad, en el que Norte y Sur funcionan como
símbolos, más allá de cualquier matiz intelectual. Es lo que tienen los símbolos: frente
al poder del Norte, el sur se limita a existir: pero ese existir es de otra calidad, no se
basa en tener, sino en ser; es una diferencia ontológica, como bien estudia Gómez
Muller en el libro ya citado.
Tal vez sería útil, por otra parte, considerar esta dicotomía geográfica y política en su
dimensión de respuesta a una invisibilización. La invención de la suralidad vendría a ser
la tentativa de forjar una poética con la que se puedan identificar los poetas de este sur
inventado para contrarrestar precisamente esos afanes homologadores capitalinos, que
desprecian cuanto ignoran, por decirlo en términos machadianos. Desde un punto de
vista dialéctico, a ese centro se le vendría a oponer el sur, con su dinámica
humanizadora más cercana al paisaje, con un ritmo más lento, apegada al fogón, cercana
al lar que tanto identifica al sur y del que precisamente Riedemann y Arellano buscan
distanciarse para librarse de una etiqueta que muchas veces ha sido usada de forma
minimizadora (por ser premoderna, se nos dice), y porque el larismo del que Teillier fue
su más señero representante tampoco abarca todas las poéticas del sur. Y sin embargo,
es lógico pensar que a este mismo sur hayan de oponérsele, desde dentro, desde sus
propias contradicciones, otros quiebres, que lo habitan, que lo hacen ser –y no ser. Y
con estas reflexiones pasamos a acercarnos desde la geografía, más que física imaginada
como veíamos, constructo cultural, al terreno de lo filosófico y aún de lo ontológico.
Suralidad como poética y como metáfora.
La Suralidad, las suralidades podríamos decir, pues no es una noción unívoca sino
plural, cambiante y diversa, se conforman a partir de las propuestas poéticas de las
diversas identidades que conviven en la Frontera. La diferencia –las diferencias- se
entrecruzan y discuten y moldean nuevas propuestas en constante renuevo. Esta noción
estaría –la referencia proviene del propio texto que consideramos- cercana a la poética
de la relación formulada por el caribeño Edouard Glissant, “poética de la relación en la
que la palabra (…) nos enlaza en nuestro fuero interno y establece una red de
solidaridad con otros”. La poesía sería, por tanto, el lugar de los encuentros, donde las
identidades se funden, se combinan, se potencian, se fecundan. A este respecto, resulta
significativa la valoración de un tipo de poesía en especial, y en este caso se refiere a
varias corrientes de la poesía mapuche:
“Una cuarta corriente, a nuestro juicio la más interesante, apuesta decididamente por la
hibridación de la cultura y del lenguaje. En esta, se asume la condición del poeta
mapuche como militante no sólo de una etnia, sino también y principalmente de la
literatura”18.
La suralidad, por tanto, responde a ese gusto por la hibridación, tal y como la entienden
Arellano y Riedemann; reivindica, finalmente, una forma de hacer poesía, y una forma
de integración en el planeta literario chileno, desde una diferencia integradora. Esta es,
pues, la apuesta programática de la suralidad: la apuesta por la mezcla, por el
intercambio. Cabría preguntarse si la poética de la relación, surgida en el contexto
caribeño, es realmente aplicable en lo que se ha dado en llamar “sur de Chile” en el
estudio que comentamos. Las culturas llegadas al caribe son todas transplantadas –
puesto que las autóctonas perecieron con el exterminio de los pueblos originarios de
aquellos territorios- y el conglomerado de islas y lenguas y culturas que pululaban en
aquellas aguas cálidas casi como en una sopa hizo que el cruce de identidades fuera
múltiple e inevitable. Creemos que es difícil equiparar el contexto de la Frontera con el
caribeño, aunque la metáfora pueda ser estimulante y tentadora. En cualquier caso,
como veíamos, el análisis no es neutro, sino que se implica desde una opinión particular
que privilegia unas corrientes frente a otras, de modo que en la poesía mapuche se nos
18
Op Cit. p. 39.
dice que la corriente más interesante, como veíamos, es la más predispuesta a la
hibridación y a la asunción, más que de la propia “etnia”19 (sic), del protagonismo de la
literatura.
La Suralidad, lo vamos viendo, y así se nos dice, es una invención: es una lectura a
partir de algunas lecturas. Del mismo modo que se ha hecho esta lectura se podría haber
hecho otra. Cada lector habría podido hacer una lectura distinta. La Suralidad, se nos
dice, se fijará en algunos autores, y en algunas obras o incluso poemas sueltos de esos
autores. Podemos intuir que hay una poética predeterminada, que no ha de ser muy
diferente de la del propio Clemente Riedemann, autor del libro con Claudia Arellano,
que tiene la decencia de no citarse a menudo –sólo en notas a pie, aunque sí acude a
muchos artículos sobre él- pero que tenderá a escoger, no podía ser de otra manera,
autores afines a él para considerar una generalidad: la suralidad, en fin, es, si no
directamente la poética de Riedemann, al menos sí la lectura que hacen Arellano y
Riedemann de las poéticas de la Frontera. Su propuesta, por tanto, es más una
ensoñación que una realidad. Y tal vez está bien que sea así. Porque la suralidad no es
un concepto, es una metáfora, capricho generoso de un creador, que quiere ver el sur
como un lugar de encuentros, de cosmovisiones que se entrecruzan y se re-crean: acaso
responde más a un deseo que a una realidad, y acaso no otra cosa es la poesía, en la que
siempre contrastan, como mostró Cernuda, precisamente realidad y deseo. Finalmente,
la suralidad como metáfora de la hibridación, de la armonía del reconocimiento, ha de
entenderse como una metáfora sólo relativamente acertada, ya que como veíamos antes
se ha puesto el acento en el contraste de las poéticas del sur frente a las del centro.
Jaime Huenún ha visto en esto, sutilmente, una estrategia editorial. En el mismo sentido
se expresa Yanko González, ambos en el video “Suralidad” que hemos citado varias
veces. Este revanchismo –que parece partir en buena parte de Valdivia, pero que parece
buscar adeptos para sumar fuerzas, se centra mucho en las diferencias con el centro para
relevar las propuestas suralidianas.
Suralidad y ontología
19
Consideramos que las referencias al sur –término vago para referirse a un territorio mucho más
determinado- y a la etnia –refiriéndose al pueblo mapuche- constituyen rasgos que contribuyen a una
difuminación terminológica de lo que podría haberse considerado una nación o un pueblo. Acaso los
términos vagos convienen a una hibridación que diluya las identidades, para así desproblematizar o
inventar una armonía territorial que se oponga al centro.
Ontológicamente, desde las visiones de las epistemologías del Sur de Boaventura de
Souza, desde el pensamiento de Gómez Muller y otros, el Sur, como veíamos,
representa el ser, frente al Norte que representa el tener: y esta dimensión acumulativa
de la existencia, en la que la pregunta por el ser no tiene ni puede tener lugar, resulta en
un nihilismo aniquilador: que no se conforma con ocupar su zona de no-existencia, sino
que tiende a expandirse20. En este sentido resulta muy conveniente para la suralidad la
apropiación de estas resonancias ontológicas positivas –como señala también el propio
Lienlaf en la declaración que citamos más arriba (el Sur también existe).
Como bien señala Guido Eytel, también en el video al que acudimos reiteradamente21,
nadie está libre de la globalización, y tampoco el sur de Chile; más significativa nos
resulta la declaración de Lienlaf, que no nos resistimos a repetir aunque la citamos
previamente, porque resulta ahora pertinente de nuevo:
La oposición que la poética de la suralidad pretende entre Centro (como eco del Norte)
y Sur (pero un sur delimitado, que no incluye el sur extremo, y esconde otra identidad)
Lienlaf desde su sentir y su filosofar como mapuche la establece, en cambio, entre la
chilenidad y precisamente el pensamiento-sentimiento mapuche (siente el pensamiento,
piensa el sentimiento, dijo Unamuno; sentipensante, acuñó Galeano). La vaporosa
definición de sur queda desambiguada cuando le oponemos la identidad mapuche,
diferencia fundamental en el territorio abarcado por el estudio: no en vano sus límites,
aunque disimulados y relativizados, coinciden cuando llegan a concretarse con las
fronteras del territorio mapuche (salvo Chiloé, que estaría excluído del territorio que fue
efectivamente independiente entre 1641 y 1880 aproximadamente, pero con un
elemento poblacional mapuche determinante). Es cierto también que a esta identidad
aparentemente monolítica “cultura mapuche” o “poesía mapuche”, se le pueden aplicar
también numerosos matices, ya que el mestizaje cultural –el hibridismo o la hibridación,
20
Como la Nada contra Fantasía o los hombres grises contra la imaginación de Momo.
21
Varas, R., Garrido, M., Herrera, J., Yévenes, C. (Realizadores). (2011, 3 de octubre). Poetas al cierre.
Capítulo 3. Suralidad (Video). En https://www.youtube.com/watch?v=jA5LhiDnN64
si se prefiere, para respetar la terminología utilizada en Suralidad- ha diversificado una
producción y unas cosmovisiones que se mueven entre diferentes identidades.
Conclusiones
La suralidad, con sus limitaciones, es una propuesta para comprender las poéticas de un
territorio en movimiento. Poéticas, las estudiadas, que no son todas las poéticas. Los
autores, en cualquier caso, presentan su trabajo como una propuesta inicial frente a otras
que han de venir para completar un panorama que siempre estará inconcluso, porque en
el mismo momento de poner el punto final sobre cualquier afirmación la realidad habrá
tenido tiempo de desmentirla.
Hemos visto cómo la denominación “suralidad” es una palabra que acomoda más a unos
que a otros, pero que incomoda especialmente a los mapuche, quienes no pueden
sentirse identificados con una terminología demasiado lejana a su identidad o su visión
política, más para un territorio que coincide con su asentamiento ancestral; esto
evidencia que aún hay diálogos por llevar a cabo, desencuentros por resolver, acuerdos
por alcanzar. En este sentido, la reacción de Lienlaf frente al planteamiento suralidiano,
como veíamos, resulta bien significativa: no se reconoce en ella, no se siente
identificado. En ese sentido, podríamos afirmar que la propuesta suralidiana fue
apresurada, es decir, que no supone, al menos no del todo, un verdadero diálogo
intercultural:
22
Cfr. Augé, M. (2001) Los no lugares, Espacios del anonimato. Madrid: Gedisa.
“Por diálogo intercultural entenderemos aquel que no se precipita rápidamente a una
conciliación apresurada para anular las diferencias entre los registros discursivos”23
La dimensión intercultural de la suralidad es, por tanto, teórica, pero falla en la práctica,
y se revela una apuesta insuficiente, por más que sea una propuesta interesante, para
relevar a los poetas del “sur de Chile”. El cuido con que deben usarse las expresiones y
delimitaciones territoriales revela, también, que pisamos sobre ascuas, que no pueden
darse por sentados los marbetes ni las etiquetas, y que conviene revisarlos, cuestionarlos
y tomar decisiones al respecto a sabiendas de que el acierto pleno probablemente no
exista. Las concepciones en juego deben ser lo suficientemente flexibles para aceptar la
diferencia y construir, finalmente, un espacio de encuentro, con la participación libre de
cada una de las partes. Sea como fuere, estamos ante una valiosa tentativa, una más
entre otras, en el largo camino del reconocimiento en este territorio ya no sólo mapuche,
sino en el que conviven otras identidades, que, por qué no, pueden interactuar y
potenciarse para rescatar el hogar primordial, el de la palabra, el diálogo, la poesía, la
casa del ser.
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