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RESISTIENDO A LA REVOLUCIÓN: EL BRASIL EN 1810

JOÃO PAULO G. PIMENTA


Universidad de São Paulo
[email protected]

(Recepción: 31/01/2010; Revisión: 07/03/2010; Aceptación: 04/06/2010; Publicación: 12/11/2010)

resumen

El objetivo de este artículo es presentar un panorama político de Brasil durante el


año 1810, demostrando que éste no estuvo exento de convulsiones. Se trata de una
crítica a la tradicional mirada de Brasil en esta época como una región «pacífica» y
«tranquila», mientras el resto de Iberoamérica conocía los primeros movimientos de
ruptura de la monarquía española; en el artículo veremos cómo el ambiente luso-ame-
ricano se explica mediante lo que estaba ocurriendo en otros lugares, tanto en América
como en Europa; constituyéndose así en parte de un amplio y dinámico espacio de in-
tercambios e influencias recíprocas.

Palabras clave: Brasil; siglo xix; 1810; política; independencia; Hispanoamérica;


Río de la Plata.

AVOIDING THE REVOLUTION: BRAZIL IN 1810

abstract

The aim of this article is to give an overview of the political situation of Brazil in
1810. It offers an opposed view to the traditional perspective, that presents a calm
scenario, without great political challenges. In fact, although Brazil was in a different
situation when compared with Spanish America, it was part of the same general context.
It is true that Brazil had opportunities to learn its own ways to avoid revolutions, but,
in the end, this goal was impossible to achieve.

Key words: Brazil; 1810; independence; Spanish America; Rio de la Plata.

*  *  *

Historia y Política
ISSN: 1575-0361, núm. 24, Madrid, julio-diciembre (2010), págs. 169-186 169
RESISTIENDO A LA REVOLUCIÓN: EL BRASIL EN 1810 JOÃO PAULO G. PIMENTA

En 1810 se publicaba en Londres el primer volumen de la History of Brazil,


del inglés Robert Southey. En esta obra, que gozaría de notable prestigio entre
todos aquellos que, en adelante y por todo el siglo xix, se interesaron intelectual-
mente por Brasil, se podía leer un pronóstico acerca del futuro de este país: un día
debería volverse independiente y, por ello, grandioso. Prever el futuro de las co-
lonias europeas no era prerrogativa exclusiva de Southey, ya que esta afición era
compartida por varios pensadores europeos y estadunidenses desde el siglo xviii.
Tampoco era exclusivo de Southey el diagnóstico de que Brasil tenía, como una
de las características más notables de su historia, la ausencia de «revoluciones»:
La historia del Brasil, menos bella que la de la madre patria, menos brillante
que la de los portugueses en Asia, a ninguna de ellas es inferior en cuanto a impor-
tancia. Sus materiales difieren de otras historias: aquí no tenemos enredos de tor-
tuosa política que desenmarañar; ni misterios de iniquidad administrativa que elu-
cidar; ni revoluciones que conmemorar, ni que celebrar victorias; cuya fama está
todavía entre nosotros, incluso mucho después de ya no sentirse sus efectos. Des-
cubierto por acaso y al acaso abandonado por mucho tiempo, ha sido con la indus-
tria individual y cometimientos particulares que ha crecido este imperio, tan vasto
como ya es y tan poderoso como un día llegará a ser �����
 (1).
Si lo anterior fuese aplicado a lo que ocurría en 1810, el diagnóstico de
Southey puede parecer bastante acertado. Una observación preliminar y super-
ficial del estado político de la América portuguesa en aquel año, principalmen-
te si es comparado con el de la América española, induciría a una constatación
aparentemente inequívoca: mientras que en la segunda, las incertezas políticas
iniciadas en 1808 ahora se profundizaban dramáticamente, llevando a una ebu-
llición de proyectos y actuaciones colectivas muchas veces conflictivas y con-
tradictorias, en la primera parecía reinar la tranquilidad, con las cosas aparente-
mente siguiendo su curso normal, sin convulsiones (lo que, en opinión de
Southey, sería una característica distintiva de la historia de Brasil). Si en aquel
momento muchas partes del mundo occidental experimentaban revoluciones,
éste no era, definitivamente, el caso de Brasil.
La transferencia de la corte portuguesa a Río de Janeiro, iniciada en 1807 y
concluida en 1808, demostró ser una medida política dotada de gran pertinen-
cia, que permitió al debilitado gobierno luso alcanzar plenamente sus objetivos
más inmediatos. Huyendo del ejército francés, frente al cual el buen sentido no
recomendaba un enfrentamiento directo, y optando por instalarse en el principal
centro político y económico de Brasil, la corte preservó su autonomía, garantizó
la unidad de algunos de sus más importantes dominios y, al mismo tiempo, re-
forzó los principios de legitimidad dinásticos amenazados o incluso subvertidos
en muchas partes de Europa y América.
Al observar con atención algunos datos de la coyuntura que englobaba a los
territorios iberoamericanos en 1810, la constatación de lo que era aquella realidad

 (1)  Southey (1977): 39.

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se modificó. Es verdad que el Imperio Portugués consiguió mantener en pie el


espacio tradicional de la soberanía real, al punto de que los súbditos portugueses
continuaban siendo leales, y no se observaba nada parecido a las convulsiones
políticas hispánicas en sus territorios (aunque toda la península ibérica estuviese
en guerra). No por ello, sin embargo, las cosas en Brasil eran del todo tranquilas.
La aparente tranquilidad era, en realidad, una ganancia momentánea de
aliento después de la exacerbación de la crisis política que, habiendo alcanzado
de lleno a Portugal y su imperio poco antes, todavía se hacía sentir. Teniendo en
cuenta lo anterior, mi propuesta consiste en presentar un panorama político de
Brasil del año 1810, demostrando que éste no era, en absoluto, un ambiente
exento de convulsiones. Veremos como este ambiente debía su condición di-
rectamente a lo que ocurría en otros lugares, tanto en América como en Europa,
constituyéndose así como parte de un amplio y dinámico espacio de intercam-
bios e influencias recíprocas que, si bien eran perfectamente perceptibles para
muchos observadores contemporáneos, no siempre son debidamente considera-
das por los analistas actuales �����
 (2).

La crisis estructural de los imperios ibéricos tuvo lugar en intensidades y


formas variadas a lo largo de las últimas décadas del siglo xviii. Las respectivas
monarquías procuraron hacer frente a dicha crisis por medio de políticas globa-
les���������������������������������������������������������������������������������
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 (3). La invasión francesa a la península ibérica y la tentativa de sumisión de
las debilitadas monarquías bragantina y borbónica encontraron respuestas com-
pletamente distintas en un caso y en otro. Es justamente el paso de la primera a
Brasil lo que le confiere una energía de la cual la segunda no dispondrá. Lo que
sucede en los dominios hispanoamericanos en 1810 es una especie de desdobla-
miento de lo que ocurrió dos años antes; por lo tanto, el factor que precipita la
crisis política en ambos casos fue rigurosamente el mismo. Los resultados de
los distintos caminos recorridos por los imperios portugués y español tienen,
por tanto, un origen común.
Debidamente instalada en Río de Janeiro, la corte portuguesa nunca estuvo
segura. Su situación dependería de su capacidad de aislamiento frente a los
efectos directos e indirectos de las convulsiones políticas de la época, pero es-
taba claro que ni los ministros ni los principales funcionarios del príncipe regen-
te João, como tampoco su familia, tenían posibilidades de garantizar dicha si-
tuación. Brasil era, desde 1808, un ambiente muy propicio al contagio de las
influencias externas, europeas y americanas; en 1810, su vasta e incontrolable
vecindad territorial con el imperio español en América tendría un gran peso.

 (2)  Elaboré la caracterización de este espacio de determinaciones recíprocas por medio de


la categoría «experiencia», inspirada en Reinhardt Koselleck. Pimenta (2007): cap. 1. Ahora uso
tal elaboración para el caso específico de la posición coyuntural de Brasil en 1810.
 (3)  Halperín (1985); Jancsó (1996).

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Lo anterior se traducía en una política externa volcada con especial atención


a América, iniciada desde el momento en que ésta se convirtiera en sede del
Imperio Portugués, y que tenía en las fronteras —físicas o no— con el Virrei-
nato del Río de la Plata sus principales espacios de conflicto. Sin embargo, la
política externa imperial no se limitaba a tales espacios: englobaba también el
resto de la América española, los Estados Unidos y, por supuesto, Europa, sobre
todo Francia, la gran enemiga, y Gran Bretaña, la poderosa aliada. Internamen-
te, los territorios lusoamericanos eran muy diversos; en 1810 estos territorios
todavía estaban siendo sometidos al penoso y radical reequilibrio de la crisis
imperial iniciada en el verano de 1807, con la invasión napoleónica del territo-
rio portugués.
El desalojo de la antigua metrópolis, destituida súbitamente de su tradi-
cional condición de capital del imperio por la fuga de emergencia que tuvo
que realizar la corte, era para muchos súbditos también un abandono y, como
tal, no fue aceptado por todos. En Brasil, las cosas ofrecían una parcial com-
pensación al debilitamiento de las lealtades europeas: por un lado, porque la
presencia de la corte en Río de Janeiro brindaba para muchos la experiencia
inédita de la proximidad física con el soberano, así como la participación en
un ambiente cortesano permeado de rituales y símbolos que agudizaban los
sentimientos tradicionales en relación al monarca����������������������������
 ���������������������������
 (4) y que, además, les po-
dría beneficiar con títulos nobiliarios. Por otro lado, porque la nueva condi-
ción de Río de Janeiro implicó el fortalecimiento de actividades comerciales
—servicios, abastecimiento de alimentos, de productos de lujo y de esclavos
africanos, etc.—, algunas anteriormente existentes, otras nuevas, que ligaban
entre sí a capitanías como Río Grande, São Paulo y Minas Gerais���������������
 ��������������
 (5). Pero si
muchos en América se beneficiaban con la corte ubicada en Río de Janeiro,
este disfrute no era universal.
El nuevo Imperio Portugués era, al mismo tiempo, dinámico y conflictivo,
permeado por fisuras que se agravarían con el tiempo. Aunque en 1810 la
geopolítica del imperio era aún bastante confusa, comenzaba a esbozarse una
dualidad que, hasta entonces, existió sólo en momentos puntuales, de modo
efímero e incapaz de pautar proyectos políticos consistentes: la tensa diferen-
ciación entre las partes europea y americana del imperio, entre Portugal y Brasil
(esbozada por miradas «externas» como la de Robert Southey). La guerra pe-
ninsular, así como las transformaciones en curso en la América hispana, impe-

 (4)  López (2004).


 (5)  El trabajo más importante al respecto continúa siendo el de Dias (1972). No obstante,
conforme se verá más adelante, nuestro argumento central no se liga con un énfasis en la ruptura
supuestamente promovida por la transferencia de la corte en 1808 y que, según la autora, vaciaría
el sentido revolucionario de la independencia del Brasil formalizada en 1822. Por el contrario,
nos parece evidente que, en muchos aspectos, 1808 prepara 1822, incluso en la configuración de
un ambiente que propiciará, solamente en este último momento, la emergencia y consecución de
un proyecto revolucionario.

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dían tener un cuadro claro de la situación y sumergía el futuro en incertidum-


bres; entre ellas destacaba la siguiente pregunta: ¿cómo impedir que el Imperio
Portugués sufra los efectos negativos de las grandes convulsiones políticas que
le afligían directamente en Europa, pero que en América hasta aquel momento
habían podido ser contenidas?
Aquí se percibe una contradicción básica de aquellos tiempos, derivada del
hecho de que eran notablemente revolucionarios: cualquier medida significati-
va de preservación o de reforma de la unidad dinástica bragantina y de sus te-
rritorios resultaría en un equilibrio muy frágil; algunas veces, incluso implicaba
la profundización de la crisis que se pretendía solucionar.
Éste es, precisamente, el caso de las muchas medidas del gobierno del
príncipe regente portugués una vez instalada su corte en Río de Janeiro. Con-
sideremos solamente parte de lo que ocurrió en 1810����������������������������
 ���������������������������
 (6): en aquel año, fueron
tomadas medidas político-administrativas, como la creación de la comarca
del sertão en la capitanía de Pernambuco, la concesión de fueros a Flores do
Pajeú (en la misma capitanía), Pilão Arcado y Vila Nova do Príncipe (ambas
en Bahía), y la concesión de autonomía a la capitanía de Espíritu Santo, en
adelante desligada de Bahía. Instituciones artísticas, educativas y científico-
militares fueron creadas en Río de Janeiro: la Real Biblioteca, la Real Acade-
mia Militar y el Real Teatro de San Juan; en Bahía, la Facultad de Medicina
y la Sociedad Bahiana de Hombres de Letras. Mejoras urbanas fueron reali-
zadas principalmente en Río de Janeiro y en Salvador, donde fue inaugurado
un paseo público. En el mismo año, preocupaciones directamente ligadas con
el desarrollo económico de las tierras portuguesas de Brasil llevaron a la pro-
hibición de la exportación de salitre local; a la introducción de caña caiena en
capitanías tradicionalmente productoras de azúcar y sus derivados; a la exen-
ción de impuestos a especies y plantas reintroducidas en Brasil, como también
a tejidos de algodón, seda o lana; a la llegada, a Río de Janeiro, de colonos
chinos para el inicio del cultivo de té y, por último, a la creación de la usina
de hierro en Ipanema, São Paulo������
 �����
 (7).
La perspectiva de «mejoras» en los dominios portugueses de América en-
contraba modalidades explícitamente coercitivas, dirigidas contra poblaciones
indígenas que todavía se encontraban en áreas próximas a Río de Janeiro. El
exterminio de estas poblaciones y la «limpieza» de sus tierras, iniciadas poco
antes, estaban en curso en 1810, principalmente, en los sertões de Mato Gros-
so y Sao Paulo, en el sur de Minas Gerais y en Espíritu Santo����������������
 ���������������
 (8). Paralela-
mente, estaba en curso un vigoroso aumento del tráfico de esclavos africanos
en los puertos de Río de Janeiro y en Salvador, lo que ayuda a entender las

 (6)  Lima (1996); Holanda (1962); Lyra (1994); Gouvêa (2005); Slemian y Pimenta
(2008).
 (7) �Simonsen (1978); Jancsó (1994 y 2000); Sousa (2007): 107-108.
 (8)  Spósito (2006); Almeida (2008); Leite (2008).

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continuas rebeliones de esclavos y negros libertos, como la ocurrida en Bahía


en febrero de 1810, que resultó en duras penas para los implicados; conside-
rando, en las palabras del propio príncipe regente, que «los trabajos forzados a
los cuales estos esclavos encadenados fueron condenados no son un castigo
suficiente por el crimen atroz perpetrado por estos negros insolentes»����������
 ���������
 (9). In-
cluso los ambientes urbanos lusoamericanos más directamente controlados por
las autoridades reales conocían inquietudes de otros tipos, las cuales mezcla-
ban rumores infundados con posibilidades reales de disturbios públicos. En la
Intendencia General de Policía de Río de Janeiro el trabajo a este respecto era
considerable�������
 ������
 (10).
En Brasil de 1810 las medidas gubernamentales implicaban la creación de
condiciones materiales para que las tierras americanas respondieran a las nece-
sidades de la corte y se revistiesen de formas convenientes con su nueva digni-
dad política. Implicaba también la superación de formas coloniales incompati-
bles con tal dignidad, lo que naturalmente implicaba aspectos que hasta ese
momento distinguían a tales tierras de las del continente europeo. De este modo,
como efectos colaterales indeseados, potencializaban conflictos y profundiza-
ban fisuras que en poco tiempo se mostrarían suficientes para conducir al Im-
perio Portugués al mismo tipo de convulsiones que hasta entonces sus principa-
les autoridades habían sabido evitar.
Los tratados firmados entre el Imperio Portugués y el Imperio Británico el
19 de febrero de 1810 (ratificados el 26 de febrero y el 18 de junio) tipifican
el caso más elocuente de este fenómeno. En líneas generales, daban continuidad
a la formalización de la alianza luso-británica establecida en 1807 que resultó
en la transferencia de la corte bragantina y, después, en la apertura de sus puer-
tos al comercio mundial. Desde entonces, el comercio británico se tornó am-
pliamente hegemónico en Brasil. Por el momento, se le concedía una reducción
de la tasa aduanera a ser pagada en los puertos portugueses, se creaba una ins-
tancia jurídica para dirimir cuestiones entre súbditos portugueses y británicos;
además, Santa Catarina se convertía en puerto libre para facilitar la actividad
británica en el Río de la Plata y se ampliaban las disposiciones acordadas más
de cien años antes, en el tratado de Metheun (1703): la importación preferente
por parte de Portugal de los tejidos de lana británicos, en permuta de la recípro-
ca preferencia por los vinos portugueses.
Las disposiciones de los tratados no se restringían a cuestiones económicas,
versando también sobre cuestiones de «amistad y alianza». Entre ellas, la pro-
hibición de transportar en navíos portugueses cualquier género de mercancías
adquiridas —o de propiedad— de potencias enemigas de la Gran Bretaña y
viceversa; la admisión en los puertos portugueses de hasta seis embarcaciones
de guerra británicas, mientras que las de otros países eran expresamente prohi-

 (9) �Sousa (2007): 77.


 (10) �Slemian (2006).

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bidas. Por último, Portugal se comprometía a la abolición gradual del tráfico de


esclavos africanos; una medida que los intereses portugueses postergarían mu-
cho más allá de lo que esperaba la Gran Bretaña�������
 ������
 (11).
A ambos lados del Atlántico las reacciones de los súbditos portugueses,
adversas a los tratados de 1810, fueron inmediatas; iban desde manifestaciones
programáticas en defensa del libre comercio hasta fuertes descontentos por la
pérdida de privilegios y de fuentes materiales de riqueza. La competencia abso-
lutamente desigual respecto al comercio y la industria de la Gran Bretaña y una
marina mercante muy superior a la portuguesa se conjugaron con un convulso
ambiente general, tanto peninsular como americano. La significativa pérdida de
derechos aduaneros, la ruina de la incipiente industria portuguesa en Brasil
—provocada en parte por el propio gobierno del príncipe regente desde 1808—
y las ventajosas concesiones ofrecidas a los súbditos británicos configuraron un
ambiente de inestabilidad y de tensión������������������������������������������
 �����������������������������������������
 (12). Es conocido el caso del comercian-
te portugués Manoel Luís da Veiga que, radicado en el Brasil, se quejaría ante
las autoridades reales de las ventajas concedidas a los británicos en detrimento
de los intereses de los nacionales�����������������������������������������������
 ����������������������������������������������
 (13). Los descontentos se hicieron notar tam-
bién en Bahía, cuyos comerciantes no sólo perderían la competencia con los
británicos, sino también verían como el puerto de Salvador era definitivamente
vencido por el de Río de Janeiro�������
 ������
 (14).
Fue en este ambiente que la Gazeta do Rio de Janeiro —periódico oficial
de la corte portuguesa destinado justamente a hacer públicas las medidas guber-
namentales, y especialista en callar cuando se trataba de cuestiones delicadas—
hizo una primera mención de los tratados solamente siete meses después de su
firma�����������������������������
 ����������������������������
 (15). En contrapartida, el Correio Brasiliense —periódico igualmente
dedicado al mundo portugués, pero editado en Londres y de carácter más libre
que la Gazeta— confirmó los acuerdos en su número de julio de 1810�������  ������
 (16).
Se debe destacar que los tratados de 1810 también fomentaron tensiones en
lo que respecta a la relación de la corte de Río de Janeiro con otros gobiernos
extranjeros, especialmente, Francia y España. En el primer caso, obviamente,
el fortalecimiento del alineamiento portugués con Gran Bretaña hizo aumentar
los temores de represalias, inclusive contra los territorios de América (Cayena,
colonia francesa vecina a la capitanía lusoamericana del Grão Pará, fue ocupa-
da militarmente por orden del príncipe regente en 1809). En el segundo caso,
las autoridades centrales peninsulares, que desde 1808 se venían empeñando

 (11) �Alexandre (1993 y 2000); Proença (1999): 18-19.


 (12) �Araújo (1992): 244-246; Luccock (1975); Mawe (1978).
 (13)  Del descontento de Veiga surge un ensayo de actuación política sediciosa, conforme
analiza Slemian (2006): cap. 2.
 (14) �Sousa (2007): 84 y 169.
 (15)  Gazeta do Rio de Janeiro (en adelante GRJ), 76, 22/09/1810.
 (16)  Correio Braziliense (en adelante CB), 26, 07/1810. Una vez ratificados, los tratados
serían objeto de continuas críticas en el Correio Braziliense.

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en preservar la soberanía de Fernando VII, ahora se concentraban en la reunión


de las Cortes en Cádiz y en la elaboración de una Constitución para la monar-
quía española. A partir de 1810, las quejas en relación al comportamiento
ambiguo del gobierno de Río de Janeiro aumentarían. El motivo era que al
mismo tiempo en que éste manifestaba sentimientos de solidaridad con España
fundamentados en principios de legitimidad dinástica tradicionales, desde
1808 se metía en los asuntos de los territorios hispanoamericanos. Asimismo,
aumentaba su injerencia en dichos territorios y negociaba directamente con las
juntas recién formadas, las cuales eran consideradas «insurgentes» por la Jun-
ta Central.
En septiembre de 1810, el encargado de negocios de Portugal en España,
Pedro de Sousa Holstein (futuro conde de Palmela) se dirigió al principal mi-
nistro del príncipe João, Rodrigo de Sousa Coutinho, informándole sobre las
quejas a él dirigidas por el secretario español Eusebio de Bardaxí según las
cuales «el Puerto Franco establecido en la Isla de Santa Catarina tendía clara-
mente a saturar de contrabando a las Colonias Españolas». El diplomático
portugués le habría respondido que «la prohibición del libre comercio con las
Colonias Españolas, que servía de fundamento a su queja, ya no podía de modo
alguno subsistir» y además amenazaba así al colega español: «o las Cortes que
iban a reunirse adoptaban un sistema liberal de comercio para toda la extensión
de la Monarquía Española», o «las Colonias seguirán todas indudablemente
unas después de las otras el ejemplo dado por Caracas y Buenos Aires»�������
 ������
 (17).
Permeada por las tensiones en Portugal y en Brasil, presionada por gobier-
nos extranjeros y preocupada por la situación en el vecindario americano, la
corte de Río de Janeiro veía como la deseada tranquilidad se convertía en qui-
mera. Principalmente, porque en 1810 la América española se convirtió —no
sólo Caracas y Buenos Aires— en un ambiente claramente propenso para la
revolución. Lo que en ella ocurría era acompañado de cerca por el gobierno de
Río de Janeiro y despertaba el interés en la escena pública de las ciudades de la
América portuguesa. A ellas llegaba la Gazeta do Rio de Janeiro y el Correio
Brasiliense, además de publicaciones de otros países, así como informaciones
y rumores de varias fuentes, constituyéndose así un complejo entramado de
contenidos.
Las primeras noticias acerca de los hechos ocurridos en Caracas en 1810
llegaron a las páginas del Correio Brasiliense en su edición de mayo. En éstas
se afirmaba que «los últimos acontecimientos militares en España produjeron,
en algunas de sus colonias, los efectos que se podían esperar». Las noticias
daban cuenta de que los habitantes de Caracas habían proclamado su «indepen-
dencia», depuesto y prendido el gobernador de la Capitanía de Venezuela «no
[...] sin considerable resistencia, y alguna efusión de sangre». No obstante, todo
indicaba la formación de una junta de gobierno leal a Fernando VII, por lo que

 (17) ��������������������������������������������������������������������������������������
Holstein a Linhares, Cádiz, 23/09/1810. Arquivo do Ministério das Relações Exteriores.

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los caraqueños estarían solamente siguiendo los ejemplos ofrecidos por los
peninsulares desde 1808; de esta manera, añadía el periódico, «la justicia en
este modo de proceder nos parece evidente», ya que «faltando el Soberano, la
nación debía escoger un Gobierno»��������������������������������������������
 �������������������������������������������
 (18). En el siguiente número, de junio de
1810, el mismo periódico publicó varios documentos al respecto y se refirió a
los acontecimientos como importante «revolución», entendida ésta como sinó-
nimo de reforma. La «revolución» de Caracas aparecía de esta manera como un
movimiento justo que obraba «de manera que Fernando VII volviendo, y to-
mando posesión de su legítimo Poder, constituya para los americanos leyes, que
los protejan contra los abusos de las personas en autoridad». Desmentía, ade-
más, el carácter de violencia supuestamente empleado por los caraqueños y por
el propio Correio indicado en el número anterior: la formación del nuevo go-
bierno «se hizo [...] con tumulto del pueblo, es verdad; porque no habiendo re-
medio legal, para la opresión que sufrían, no restaba otro medio sino el de la
fuerza; sin embargo, no hubo efusión de sangre»�������
 ������
 (19).
En el Correio Brasiliense de agosto de 1810 fueron publicadas, además de
varios documentos e informaciones relativas a Venezuela, también noticias so-
bre Buenos Aires: la realización de un cabildo abierto el 22 de mayo, la forma-
ción de una junta de gobierno, los nombres de sus integrantes, la deposición del
virrey Hidalgo de Cisneros y la convocación para la formación de un ejército de
quinientos hombres para ser enviados a las provincias del interior del virreinato.
De Lima llegaban noticias sobre la ejecución de los implicados en las conspira-
ciones quiteñas de 1808 y 1809, dando cuenta de la crueldad e impopularidad
de las mismas. Para el preocupado Correio Brasiliense, «la circunstancia de
hacerse esta revolución [de Buenos Aires] sin efusión de sangre, como en Ca-
racas», probaría «que no sólo la gran mayoría del pueblo estaba a favor de este
cambio, sino que había para esto un plan premeditado». Por último, indicaba la
resistencia de Guayana a adherirse al movimiento de Caracas; incluyendo una
lista de los integrantes de aquel gobierno, ya que, «como Guayana es una de las
Provincias de la América española, nuevamente organizadas, que se encuentra
más contigua a Brasil, juzgamos, que será interesante a los brasileños conocer
los nombres de sus principales cabezas»�������
 ������
 (20).
Noticias más pormenorizadas acerca de Guayana se redactaron en la edi-
ción del Correio Brasiliense de septiembre de 1810, junto con informaciones
relativas a Buenos Aires (la creación del periódico oficial de la junta local, la
Gazeta de Buenos Ayres). Sobre el Río de la Plata, el Correio incluyó la res-
puesta (del 6 de junio) del Cabildo de Montevideo a la convocación de la
Junta de Buenos Aires, manifestando fidelidad al Consejo de Regencia, y la

 (18)  CB, 24, 05/1810. Los datos que se encuentran en los próximos parágrafos los desarro-
llé con más detalle en Pimenta (2004).
 (19)  CB, 26, 07/1810.
 (20)  CB, 27, 08/1810.

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réplica (del 8 de junio) de la misma, en un extenso libelo contrario a la auto-


ridad metropolitana�������
 ������
 (21).
La formación de la Junta de Santa Fe, en Nueva Granada, obtuvo espacio
en el Correio Brasiliense, también la resistencia cordobesa al ejército expedi-
cionario de Buenos Aires y las adhesiones de Salta y Tucumán������������������
 �����������������
 (22); la confir-
mación de la participación de Santiago de Liniers en aquella resistencia vendría
un poco después, en la edición de noviembre de 1810. En función de todos estos
acontecimientos, el Correio expresaba consternación por el panorama de desor-
den y conflicto que ahora, claramente, se propagaba por casi toda la América
española, amenazando a la América portuguesa:
La guerra civil, que nosotros siempre temimos en la América española, está
efectivamente iniciada. La expedición, que salió de Buenos Aires contra el partido
de Liniers, lo capturó y redujo a Córdoba a la obediencia de la capital: esta victoria
abre completamente la comunicación entre Buenos Aires y la costa del Perú; es
bastante natural suponer que las tropas mandadas a esta expedición, cuando se re-
cogieren, pasarán a atacar el territorio de Montevideo, cuyo Gobernador se mantie-
ne en la resolución de no obedecer al Gobierno de Buenos Aires. Esta operación
traerá la guerra cerca de las fronteras de Brasil��������
 �������
 (23).
El aspecto sombrío de los acontecimientos de la América española conta-
mina toda la edición del Correio Brasiliense de diciembre de 1810, con docu-
mentos, noticias y rumores acerca de Nueva Granada, incluso una proclama-
ción (del 5 de septiembre) de la Junta de Santa Fe en la que se expresa luto en
homenaje a las decenas de muertos durante la represión de Quito y en la cual
se leía el clamor de «Levántese en armas toda la América y únase en un grito
general de venganza». Asimismo, incluía la confirmación del fusilamiento de
Liniers y de otras autoridades cordobesas, dando así un cuadro que, a los ojos
del Correio, era cada vez más grave («los procedimientos en Quito son de un
carácter feroz y producirán consecuencias terribles»). Noticias no confirmadas
indicaban que Lima, así como todo el Perú y Chile, estarían siguiendo el mis-
mo camino�������
 ������
 (24).
De esta manera, prácticamente, todos los grandes acontecimientos políticos
de la América española del año de 1810 fueron tratados por el Correio Brasi-
liense y difundidos por una vasta red de circulación atlántica de la cual él era
parte�����������
 ����������
 (25). El Correio circulaba en Europa, los Estados Unidos y en la América
española; en la América portuguesa era bastante leído, incluso por los mismos
estadistas portugueses que prohibían su circulación; en una coyuntura como la

 (21)  CB, 28, 09/1810.


 (22)  CB, 29, 10/1810.
 (23)  CB, 30, 11/1810.
 (24)  CB, 31, 12/1810.
 (25)  Los acontecimientos en la Nueva España fueron solamente destacados en la edición
de febrero de 1811, cuando Miguel Hidalgo ya había sido derrotado, no así José María Morelos,
que mantenía viva la causa insurgente en dicho virreinato (CB, 33, 02/1811).

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de 1810 no podían prescindir del riquísimo manantial de información que repre-


sentaba el periódico y que era esencial para la gestión política en tiempos de
revolución.
Una demonstración cabal de esta «esencialidad» está en la ya mencionada
correspondencia entre Pedro de Sousa Holstein y Rodrigo de Sousa Coutin-
ho  (26). Las informaciones remetidas al Brasil daban cuenta de la precipitación
de movimientos definidos como «revoluciones», «sublevaciones» o «insurrec-
ciones». Buscando elaborar un diagnóstico de la situación en América, Holstein
escribía que, aunque hubiese indicios de que «la revolución de Caracas tiene el
carácter de seriedad y de obstinación mayor que la de Buenos Aires», pues es-
taba «fundada en principios peligrosos», mientras la segunda «muestra ser
nascida de la incerteza en que se encontraron aquellos habitantes sobre el estado
de la Metrópoli»: En todo caso —concluye Holstein— no había dudas de que
«ambas deben dar cuidado»  (27).
El mayor flujo de informaciones, noticias y rumores relativos a la América
española llegaban a Brasil por Europa, algunas veces, por intermedio de los
Estados Unidos. Sin embargo, también había comunicación directa con la pro-
pia América, ya que la corte de Río de Janeiro contaba con una considerable red
de informantes montada durante los años de 1808-1809 y que estaba volcada
principalmente a Buenos Aires y Montevideo. Eran estos los puertos de la Amé-
rica española de mayor contacto con los puertos lusoamericanos y fue en ellos
donde el proyecto carlotista, fomentado por los gabinetes portugués y británico
entre 1808 y 1809, conoció mayor respaldo entre todos los dominios españoles
de América�������������������������������������������������������������������
 ������������������������������������������������������������������
 (28). Aunque en 1810 la posibilidad de reconocimiento de la sobe-
ranía de la hermana de Fernando VII —la cual era esposa del príncipe regente
portugués instalado en Río de Janeiro— estuviera cada vez más distante, las
actividades de Carlota Joaquina a este respecto contribuían a aproximar la rea-
lidad política lusoamericana a la de los territorios de la América española.
Un extenso informe de julio de 1810, redactado en portugués, pero sin au-
toría identificada y probablemente remetido a Río de Janeiro por uno de los
agentes de Carlota Joaquina que residía en Buenos Aires, abordaba las convul-
siones alto-peruanas, la posible adhesión de Mendoza y Salta a la Junta de
Buenos Aires y la partida del ejército de ésta en dirección a Córdoba. Asimismo,
daba cuenta de la resistencia de Paraguay que, inserta en la situación general del
virreinato rioplatense, propiciaría, según el informe, un ambiente político favo-

 (26)  Otra demostración es la estratégica reserva con la cual la Gazeta do Rio de Janeiro
trató los acontecimientos hispanoamericanos de 1810: no informó casi nada, y destacó apenas
cosas favorables al sostenimiento del realismo español. Se preocupaba, evidentemente, de los
efectos y consecuencias imprevisibles que causarían en Brasil el conocimiento de las convulsio-
nes políticas en la América española. Analicé detalladamente la cuestión en Pimenta (2007).
 (27)  Holstein a Linhares, 23/09/1810.
 (28)  Etchepareborda (1971); Pereira (1999); Azevedo (2003); Souza (2008).

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RESISTIENDO A LA REVOLUCIÓN: EL BRASIL EN 1810 JOÃO PAULO G. PIMENTA

rable a los objetivos de Carlota������������������������������������������������


 �����������������������������������������������
 (29). Otra fuente proveniente de Buenos Aires
aseguraba que Chile seguía el mismo camino, mencionaba el envío de un ejér-
cito para subyugar Paraguay y señalaba que existían rumores sobre la existencia
de un plan para «seducir a los brasileños pardos y negros para la independen-
cia». Además, remitía ejemplares de la Gazeta de Buenos Ayres ������
 (30).
El periódico oficial de la Junta de Buenos Aires comenzó a ser publicado el
25 de mayo de 1810, con el propósito explícito de apoyar las acciones del nue-
vo gobierno y difundir su ideario y proyecto político. Según
�����������������������
sus propias pala-
bras, «el fin de los periódicos es generalizar las ideas, consolidar la opinión por
la repetición de las materias políticas»�������������������������������������
 ������������������������������������
 (31). El 13 de octubre de 1810, la Gaze-
ta comenzaría a tener una oposición a su altura: aparece entonces la Gazeta de
Montevideo, voz del gobierno realista de aquella ciudad, que se rehusó a reco-
nocer a la Junta de Buenos Aires y que, por lo tanto, en adelante mantendría
conflictos permanentes con ésta. La posición legitimista tradicional mantenida
por Montevideo, ampliamente expresada en su periódico, contó con el apoyo
abierto de la corte portuguesa de Río de Janeiro, que incluso proporcionó me-
dios para la publicación del periódico. Así, en el «Prospecto» que antecedía su
primer número, se leía:
Los Pueblos, como los hombres, se hacen ilustres por sus virtudes. El amor de
los ciudadanos a las Leyes, a la Religión, al Gobierno, a las costumbres, y a las
mismas preocupaciones de la Nación, forma el patriotismo esa virtud eminente,
fundamento de la independencia de los pueblos libres. Sin el amor á la patria, ni
España habría dictado leyes á la Grecia, ni Roma se hubiera titulado la Capital del
mundo conocido. Montevideo, á quien debemos aun considerar en el estado de su
infancia, ha manifestado con rasgos heróicos la posesión de los más nobles deseos
a la verdadera gloria. Su sistema constante de lealtad al más digno de los Monarcas,
le ha merecido el titulo de MUY FIEL, y que su nombre se registre en la lista de los
pueblos beneméritos de la Patria. La energía con que sostiene la causa de los dere-
chos sagrados de su legítimo Soberano el Señor Don Fernando VII, y el carácter de
su dignidad desde la época desgraciada de las conmociones populares de Buenos
Aires, le ha adquirido el aprecio de la Corte del Brasil. La Serenísima Señora nues-
tra Infanta D. Carlota Joaquina, interesada en la conservación de los dominios de
su augusto hermano, y en las glorias de este Pueblo, ha tenido la generosidad de
proporcionarnos una Imprenta, para que se haga pública su conducta fiel, y gene-
rosa [...]�������
 ������
 (32).

En 1810, el Río de la Plata ofrecía los mayores pretextos para que las pre-
ocupaciones de la corte portuguesa respecto a su vecindario hispanoamericano

 (29)  Noticias provenientes de Buenos Aires, 07/1810. Política Lusitana en el Río de la


Plata (en adelante PLRP), II, 61-63.
 (30)  Manuel Francisco de Miranda a Antonio Correa da Costa, Buenos Aires, 24/10/1810
(PLRP, II, 148-149).
 (31)  Gazeta de Buenos Ayres, 05/11/1811.
 (32)  Gazeta de Montevideo, «Prospecto».

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se tradujeran en temores. Era ahí donde, de manera provocadora, el gobierno de


João resolvió interferir directamente en negocios externos (al año siguiente
tendría lugar la primera invasión portuguesa en la Banda Oriental). Incluso por
lo que se sabía en Río de Janeiro de la elaboración, en Buenos Aires en julio de
1810, del Plan de las Operaciones que el gobierno provisional de las Provin-
cias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la
grande obra de nuestra libertad e independencia. Su autor es desconocido, pero
su contenido está en perfecta sintonía con la política «morenista» de la Junta
Porteña y es coherente con las ideas y las prácticas de Mariano Moreno, uno de
los personajes más importantes del movimiento de mayo de 1810�������
 ������
 (33).
El Plan de las operaciones es un proyecto de consolidación de la política
revolucionaria porteña para todo el Virreinato del Río de la Plata. El texto in-
cluye algunas disposiciones específicas de política externa, algunas de ellas
relativas a Brasil. Además de prever la sublevación y conquista de la Banda
Oriental, hasta entonces apoyada por el gobierno de Río de Janeiro, trataba de
la conducta a ser observada con Gran Bretaña, Portugal y Brasil. Una de las
ideas del Plan era que Buenos Aires debería conceder a los tres todas las venta-
jas comerciales posibles. Entre otras cosas, se proyectaba que el comandante
Diego de Souza podía convertirse en un aliado y así entorpecer los avances y
movimientos del ejército portugués que se encontraba en Río Grande de San
Pedro (capitanía vecina a la Banda Oriental). Lo anterior también dependía de
que se obtuviese por la vía diplomática la separación de Gran Bretaña de los
negocios de Montevideo y de una declaración formal en la que constase que
aquella no estaba comprometida, en términos formales, con Portugal�������
 ������
 (34).
Enseguida, había recomendaciones sobre las relaciones secretas a ser man-
tenidas con Portugal y Gran Bretaña. La idea central era aproximarse a ésta
última para, progresivamente, volverla contra la primera. Configurado este
cuadro, el paso siguiente sería trabajar en Brasil,
por medio de la introducción de la rebelión y guerras civiles; combinando al
mismo tiempo, por medio de tratados secretos con la Inglaterra, los terrenos o
provincias que unos y otros debemos ocupar, y antes de estas operaciones hemos
de emprender la conquista de la campaña del Río Grande del Sud, por medio de
la insurrección�������
 ������
 (35).
Realista, apoyado por Gran Bretaña y apoyando a Montevideo, Brasil pre-
cisaba ser abatido, y de su derrota dependía, según el Plan, la longevidad del
gobierno de Buenos Aires. Por ello, son detallados los medios de sublevación
de Río Grande de San Pedro, cuya conquista podría llevar la subversión a otras
regiones de Brasil, como, por ejemplo, Santa Catarina y Bahía —que mantenían

 (33)  Goldman (1987 y 2000).


 (34)  Aquí, nos valemos de una edición del Plan de las operaciones que asume la autoría de
Mariano Moreno (1999). Los próximos párrafos están basados en Pimenta (2004).
 (35)  Moreno (1999): 108.

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RESISTIENDO A LA REVOLUCIÓN: EL BRASIL EN 1810 JOÃO PAULO G. PIMENTA

relaciones mercantiles con el Río de la Plata. El objetivo final era fragmentar y


dividir los territorios de la América portuguesa. Es decir, exactamente, lo con-
trario de lo que pretendió —y logró— la corte portuguesa con su instalación en
Río de Janeiro. Hasta aquí, el Plan lidiaba con una hipótesis aparentemente
lógica: si a Gran Bretaña le interesaba la independencia de la América española
y su fragmentación en varios países —lo que de paso facilitaría la penetración
del comercio británico en el subcontinente— a ella también debería interesarle
la fragmentación de Brasil.
En una empresa que podría durar de seis a ocho años, concomitante con la
pacificación de la Banda Oriental y con el pleno restablecimiento de su activi-
dad comercial, la sublevación del Río Grande de San Pedro comenzaría por la
manutención de contingentes militares de cinco a seis mil hombres en la fron-
tera del río Uruguay, en Corrientes, en Misiones y en Paraguay, además de diez
mil en Montevideo y sus alrededores. Después de firmar los tratados de comer-
cio con Portugal, asegurándole una falsa amistad, Buenos Aires enviaría a la
capitanía agentes comerciales encargados de recoger información sobre la re-
gión, habitantes y de paso ir «catequizando las voluntades de aquellos más
principales». A todos estos agentes, como también a los comandantes militares
de frontera, les serían remetidos ejemplares de la Gazeta de Buenos Ayres,
debiéndose tratar en sus discursos de los principios del hombre, de sus derechos,
de la racionalidad, de las concesiones que la naturaleza le ha franqueado; última-
mente, haciendo elogios lo más elevados de la felicidad, libertad, igualdad y be-
nevolencia del nuevo sistema, y de cuanto sea capaz y lisonjero, y de las ventajas
que están disfrutando; vituperando al mismo tiempo a los magistrados antiguos
del despotismo, de la opresión y del envilecimiento, en que se hallaban, e igual-
mente introduciendo al mismo tiempo algunas reflexiones sobre la ceguedad de
aquellas naciones que, envilecidas por el despotismo de los reyes, no procuran
por su santa libertad.
El Plan preveía la creación de una imprenta revolucionaria en portugués. A
los comandantes de frontera les sería recomendado un tratamiento extremamen-
te benévolo con cualquier portugués, incluso para con los contrabandistas y
ladrones, que sufrirían sólo castigos leves; asimismo, siempre que fuese nece-
sario, deberían de abastecer a los portugueses «pobres y medianos» granos y
demás géneros de subsistencia, a título de empréstitos ampliamente ventajosos
a las poblaciones locales. Por último, otro frente de propaganda sería abierto
con la introducción en la capitanía de «pasquines y otras clases de papeles es-
critos en idioma portugués, llenos de mil dicterios contra el gobierno y su des-
potismo». En fin, después de crear un clima favorable, Río Grande sería inva-
dido y conquistado por un ejército de 18 o 20 mil soldados�������
 ������
 (36).
¿Sería el Imperio Portugués inmune a estas amenazas? ¿Sería Brasil un
universo exento del empleo de estos métodos? Ciertamente, no. En este punto,

 (36)  Moreno (1999): 109-137.

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HISTORIA Y POLÍTICA NÚM. 24, JULIO-DICIEMBRE (2010), PÁGS. 169-186

el autor del Plan tenía una excelente visión sobre el conjunto de la realidad en
la cual pretendía actuar. Al menos dos ejemplos nos parecen claros.
En primer lugar, al mencionar los procedimientos a ser adoptados en rela-
ción con la esclavitud, en una provincia en la cual ésta era resultado de un re-
ciente y progresivo desarrollo económico, el Plan es bastante cauteloso: «no
tocar todavía, hasta su debido tiempo, la libertad de los esclavos en aquellos
destinos, sino disfrazadamente ir protegiendo a aquellos que sean sujetos con-
trarios a aquella causa»��������������������������������������������������������
 �������������������������������������������������������
 (37). De esta manera, demostraba conciencia de que el
llamado a la libertad de esclavos, al chocar con intereses poderosos y disemina-
dos entre los habitantes de Río Grande, se podría constituir en un arma contraria
a sus propósitos. Recomendable sería, por lo tanto, sondear la disposición local
en relación a esta cuestión, en lugar de disponer precipitadamente de medios de
subversión y promoción de la guerra civil.
En segundo lugar, al enfatizar el papel de la «catequización» política en la
preparación de los terrenos a ser conquistados, el Plan evoca un panorama apa-
rentemente seguro de la situación del Brasil:
Últimamente, nos es muy constante por las noticias que nos asisten, que en toda
la América del Brasil no hay casi un solo individuo, a proporción, que esté conten-
to con el gobierno ni sus gobernantes, tanto por lo mal pagados, como por el des-
potismo de sus jefes y mandatarios, por la cortedad de los sueldos, por lo gravoso
y penoso de las contribuciones, lo riguroso e injusto de algunas leyes, en atención
a las que las naciones libres y más generosas observan; nos consta asimismo que
los clamores y quejas contra diversos particulares son infinitos, que no hay quien
no murmure de sus ministros y mandones, que llenos de orgullo, absorben la sangre
del Estado, cuando al mismo tiempo gime de la cortedad de su sueldo el pobre
soldado, haciéndole injustamente consentir en la dura ley de esclavizarlo por toda
la vida; últimamente, no hay ninguno que desesperado de la vil sumisión y abati-
miento en que la Inglaterra tiene a Portugal, no produzca sino el lenguaje del des-
contentamiento y murmuraciones contra la misma autoridad real�������
 ������
 (38).
Aunque este diagnóstico pueda ser exagerado en algunos de sus términos,
en esencia estaba próximo a la realidad. Realidad de la cual desde 1808 los
propios estadistas lusos demostraban tener claridad, y de la cual la gran varie-
dad de descontentos perceptibles entre los súbditos portugueses en 1810 eran
demostración�������
 ������
 (39).

 (37)  Moreno (1999): 119.


 (38)  Moreno (1999): 123-124.
 (39)  Una copia manuscrita fue hecha en Buenos Aires, con resúmenes en portugués de cada
uno de los parágrafos de los artículos 4o, 7o y 8o, en los cuales se leen referencias a «nuestras [de
Portugal] relaciones con España», «nuestro [de Portugal] gobierno», «nos [a Portugal] disuade»;
todo indica que estas anotaciones fueron obra de uno de los agentes portugueses en la Plata, po-
siblemente remitida a sus superiores (PLRP, 104-140). Además, hay una carta posterior de Car-
lota Joaquina a su hermano Fernando VII, cuando éste se encontraba restablecido en el trono de
España, en la cual se refiere al Plan: «Es bonito... pero nada nuevo para nosotros que lo conoce-
mos». Carlota Joaquina a Fernando VII, 30/11/1814. Citada por Goldman (2000): 65.

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Ahora ya puede ser debidamente matizado el porqué de la ausencia de


revoluciones en el Brasil de 1810. Éstas no estaban, es verdad, en el primer
plano del escenario aquí estudiado; pero una vez visto que ahí estaban, se
revela justamente un esfuerzo generalizado por confinarlas a lugares donde
pudiesen ser inofensivas al Imperio Portugués. En 1810 esto se tornaba impo-
sible, pues no se podía aislar a Brasil de lo que estaba sucediendo en la América
española y en otras partes del mundo occidental. La política imperial estaba
pautada por un paradigma negativo (lo que debía ser evitado) y esta política
contribuía a profundizar las fisuras y tensiones en la unidad entre la parte euro-
pea y la parte americana de la monarquía. Por decir lo menos, en ese año se
estaban creando condiciones para que las proyecciones de futuro (diversas,
contradictorias y fluidas) contemplasen la posibilidad de una transformación
importante, en la que la deseada tranquilidad sería sólo un ideal inalcanzable.
En 1810 esto podía ser percibido incluso por los serenos espectadores de
un espectáculo teatral típicamente cortesano, donde se mezclaban la repro-
ducción de jerarquías sociales, el sostenimiento del statu quo vigente y el
puro entretenimiento. El 13 de mayo, en el cumpleaños del príncipe regente y
en conmemoración del matrimonio de uno de sus hijos, Río de Janeiro fue
testigo de la presentación del Triunfo da América, una curiosa pieza donde el
principal personaje, la metafórica América, se muestra en condiciones de
vencer a su enemiga, la Venganza �����������������������������������������
 (40). En un determinado pasaje, ésta es
fulminada por América:
Vete buitre cruel, que el instinto cebas
En tristes muertes, en crueles desastres,
Vete, que este lugar está defendido contra los crímenes
No te quiero conocer, ni te necesito.
Es bastante probable que la imagen de este «buitre cruel» no haya removido
el ánimo de aquellos que, en aquella agradable noche, asistieron al evento, des-
tinado por lo demás a enaltecer la supuesta pacificación del Brasil propiciada
por el príncipe regente. Sin embargo, como un ave en el cielo, en 1810 las se-
ñales de nuevos tiempos estaban en el aire.

Traducido por Oscar Javier Castro

 (40)  Triunfo da América (1810). Rio de Janeiro, Impressão Régia (disponible en www.iar.
unicamp.br/cepab/libretos/triunfo.htm).

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HISTORIA Y POLÍTICA NÚM. 24, JULIO-DICIEMBRE (2010), PÁGS. 169-186

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