Bethell Resen A - La Independencia de Brasil

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Reseña de BETHELL, L. 1991. La independencia de Brasil. En BETHELL, LESLIE (ed.).

Historia de
América Latina. Tomo V. Crítica. Barcelona.

A finales del siglo XVIII Portugal era un país pequeño, atrasado económicamente y
culturalmente aislado en el extremo de Europa occidental. Contaba con escasos recursos
económicos y una modesta fuerza naval y militar, pero con un imperio que se extendía por
tres continentes, incluyendo la inmensa y potencialmente rica colonia del Brasil.
Hasta donde le fue posible Portugal trató de sostener el monopolio dentro de su
imperio. Las reexportaciones brasileñas, en particular, eran esenciales para la balanza
comercial de la metrópoli. Inglaterra era su principal socio mercantil y le proveía de bienes
manufacturados a cambio de las materias primas que Portugal extraía de sus colonias
ultramarinas. Además Inglaterra era el garante de la independencia de Portugal, sobre todo
ante las pretensiones de España.
Durante la segunda mitad del siglo XVIII el marqués de Pombal, influenciado por las
ideas ilustradas de la época, inicia y pone en práctica una serie de medidas económicas y
administrativas destinadas a superar el atraso cultural y económico de Portugal y a reducir su
dependencia económica y política de Inglaterra.
Esto significo para Brasil:
1. el establecimiento de mayores controles de la administración. En particular se mejoraron
los métodos para recaudar impuestos.
2. una cierta liberalización del comercio colonial, con lo que algunos monopolios estatales
fueron abolidos.
3. la aplicación de grandes esfuerzos para estimular la producción para la exportación.

Como resultado de la aplicación de estas medidas Brasil incrementó sus exportaciones


de materias primas en general y de alimentos en particular, a la vez que en Europa occidental
se daba un crecimiento de la población, de la urbanización y los inicios de la industrialización.
Al mantenerse Portugal neutral en las guerras napoleónicas, el comercio con sus colonias no se
vio gravemente interrumpido.

El crecimiento de las exportaciones agrícolas de Brasil durante el último cuarto del siglo
XVIII fue la causa de la aparente prosperidad de Portugal a principios del XIX, pero ya en 1779
Martinho de Melo e Castro había reconocido que “sin Brasil, Portugal es una potencia
insignificante”. Veinticinco años después la dependencia de la metrópoli era aun mayor. Por
otro lado el crecimiento económico de la colonia coincidió con, y fue en parte resultado de, la
Revolución Industrial inglesa, ya que Brasil se surtía más de manufactura británicas que de
productos portugueses. Desde 1790 Portugal mantuvo una balanza comercial negativa con
Brasil. A la vez el crecimiento demográfico de Brasil era muy superior al de la metrópoli, y
pronto lo sobrepasaría, si es que ya no lo había hecho.

Fue en la segunda mitad del XVIII cuando surgió en Brasil un sentimiento de identidad
medianamente agudo y generalizado en algunos sectores de la oligarquía blanca. Una minoría
considerable viajaba a Europa donde recibía influencias del nuevo clima intelectual, y a pesar
de los esfuerzos de la Junta de Censura de Lisboa, más y más libros se importaban de Europa.
A finales de ese siglo comenzaron a escucharse críticas a escala significante al sistema
mercantilista, a las restricciones a la producción agrícola, a los impuestos excesivos y a la
escasez y altos precios de los bienes manufacturados de exportación. Existía así una conciencia
creciente de los conflictos de interés con la metrópoli, del relativo atraso económico de
Portugal y también de su debilidad política y militar (muchos de los oficiales eran oriundos de
Brasil y la mayoría de la soldadesca era reclutada en la colonia). La corona portuguesa, sin
embargo, monopolizaba la legitimidad política, ya que proporcionaba estabilidad institucional
y social.
El descontento con el control ejercido desde Lisboa, así como la hostilidad con los
peninsulares residentes en la colonia por la monopolización de los altos cargos públicos y el
comercio del Atlántico, adquirió mayor intensidad a finales del S. XVIII. No debe compararse
este descontento con el de la América española, ya que la oligarquía brasileña estaba en su
mayor parte menos firmemente arraigada, y el dominio portugués no era tan opresivo y
exclusivo como el español. La sociedad colonial, además, era esclavista. La minoría blanca vivía
atemorizada por la amenaza de un levantamiento social y racial, y estaba dispuesta a llegar a
acuerdos con la metrópoli y aceptar el dominio colonial en aras del control social. Además los
senhores de engenho y demás plantadores de Brasil mantenían fuertes lazos con Portugal.
Durante la segunda mitad del S. XVIII solo hubo dos conspiraciones significativas contra
el Dominio portugués en Brasil:
- La inconfidência mineira fue sin lugar a dudas el más serio. Minas Gerais, una de las capitanías
más importantes y pobladas de Brasil estaba pasando por un momento de recesión económica
en la década de 1780. La rebelión se inició como una protesta en contra de las contribuciones
fiscales crecientemente opresivas y torpemente impuestas, pero pronto adquirió un carácter
anticolonial. La conspiración, sin embargo, fue un fracaso. Tras su descubrimiento sus
principales dirigentes fueron arrestados, juzgados y desterrados.
- La conspiración que se llevó a cabo en Bahía 10 años más tarde, la Rebelión de los Sastres, fue
predominantemente urbana y dio lugar a un movimiento mucho más radical dirigido a
provocar el levantamiento de los mulatos, negros libres y esclavos. Sus líderes eran en su
mayoría artesanos y la influencia de la Revolución Francesa fue aquí predominante. Los
dirigentes de la rebelión aspiraban a la independencia de Portugal, a un gobierno demócrata y
republicano, y a la libertad de comercio. Propugnaban por la Libertad, Igualdad y Fraternidad.
La clase Dominante de Bahía, sin embargo, no estaba dispuesta a escuchar las exigencias de
cambios políticos y sociales. La rebelión fue duramente reprimida con varias docenas de
arrestos y castigos severos; cuatro líderes fueron ahorcados, arrastrados y descuartizados, y
seis más fueron deportados al África no portuguesa.

En 1807 Napoleón envió el ultimátum donde el príncipe debía cerrar sus puertos a los
barcos ingleses, además de encarcelar a los ingleses residentes en Portugal y confiscarles sus
bienes, o afrontar las consecuencias de una invasión francesa. A raíz de esta amenaza George
Canning, Secretario de Asuntos Exteriores británico, ofreció a través de un acuerdo la
protección de su país en la maniobra de traslado temporal de la corte portuguesa al Brasil. El
24 de noviembre, tras conocer la noticia de que el ejército francés se hallaba a solo cuatro días
de Lisboa, Dom Joao (el Príncipe Regente) tomó la decisión de abandonar el reino que no
podía conservar a no ser como vasallo de Francia. Para la población local la decisión de
trasladar la corte a Brasil fue una cobarde deserción.
En enero de 1808 la realeza fugitiva arribaba a Bahía. Fue la primera vez que un
monarca reinante pisaba el nuevo mundo. En ese año se instalaron en Río de Janeiro las
principales instituciones del estado absolutista portugués. Brasil estaba ahora gobernada
desde Río y no desde Lisboa, aunque por supuesto, el gobierno estaba en manos de la misma
gente, toda portuguesa. La ausencia de brasileños era significativa.
Los historiadores modernos de Brasil hacen referencia a estos sucesos como la
“metropolización de la colonia”, y es evidente que la relación entre la colonia y la madre patria
cambió sustancialmente. Fue la finalización del monopolio sobre el comercio colonial y la
eliminación de Lisboa como centro comercial de las exportaciones e importaciones brasileñas.
Parte del acuerdo con Inglaterra incluía la apertura de los puertos brasileños al comercio
británico directo pero, a raíz de una lluvia de protestas por parte de los comerciantes
portugueses de Río y de la metrópoli, el comercio directo fue restringido a cinco puertos. No
obstante se había establecido el principio básico de libertad de comercio. Gran Bretaña
aspiraba también a la clase de derechos preferenciales que había disfrutado en Portugal
durante siglos y Dom Joao, el príncipe regente, no podía rechazar ni esta ni otras exigencias ya
que dependía por completo de las tropas y armamentos británicos para derrotar a los
franceses en Portugal, y de la armada inglesa para defender a Brasil y su imperio de ultramar.
El traslado de la corte a Río no solo abrió la economía brasileña, sino que también
terminó con el aislamiento cultural e intelectual de brasil. Nuevas gentes y nuevas ideas
llegaron a la colonia. En 1808 se estableció por primera vez una imprenta en la capital y
comenzaron a publicarse libros y periódicos. Se inauguraron bibliotecas públicas, academias
filosóficas, científicas y literarias, escuelas y teatros. La población de Río se duplicó de 50.000 a
100.000 habitantes durante el periodo de residencia de las autoridades portuguesas.
Se había esperado que tras la liberación de Portugal y fin de la guerra en Europa, el
Príncipe Regente regresaría a Lisboa. Pero Dom Joao, que había traído consigo todo el aparato
de Estado portugués, decidió permanecer en América y en diciembre de 1815 Brasil fue
elevado a la categoría de reino. Para algunos de los historiadores esta fecha y no 1808 marca
el fin de la condición colonial de Brasil. Tres meses después, al morir su madre, el príncipe
regente pasó a ser el rey Joao IV de Portugal, Brasil y Algarves. Sin embargo, este intento de
monarquía dual estaba destinado al fracaso. Las contradicciones fundamentales entre
intereses portugueses y brasileños no fueron, ni podrían ser, resueltas. Además, a pesar de
todo, aun no habían sido abolidos completamente los privilegios monopólicos y mercantilistas
de los comerciantes portugueses, y los brasileños sabían que en caso de retornar el rey a
Lisboa podrían regresar ellos a su condición colonial y perder todos los logros posteriores a
1808.
La carga fiscal fue también más pesada ya que los brasileños estaban ahora obligados a
mantener solos la corte y una mayor nómina burocrática y militar, así como también las
ambiciones dinásticas de Joao IV y su esposa Carlota Joaquina en el Río de la Plata. Tan pronto
las tropas portuguesas quedaron libres de la guerra en Europa, comenzaron a llegar a Brasil.
En 1817 ocuparon Montevideo en 1821 toda la banda oriental fue incorporada a Brasil como la
provincia Cisplatina.
Según tratados firmados con Inglaterra entre 1810 y 1815 Portugal y Brasil debían
proscribir el tráfico de esclavos al norte del ecuador a cambio de una remuneración
económica. Con esto los portugueses habían agotado un interés vital brasileño. En marzo 1817
una revuelta militar en la que se unieron plantadores y dueños de esclavos desembocó en la
proclamación de la República de Pernambuco. La ley orgánica de la república incluyó la
tolerancia de cultos y la “igualdad de derechos”, pero defendía la propiedad y la esclavitud. La
rebelión se propagó rápidamente a Alagoas, Paraíba y Río Grande do Norte, pero después
vaciló y sufrió divisiones internas, sobre todo cuando Inglaterra se negó a reconocer a la nueva
república. Finalmente se congregó un ejército procedente de Bahía y de Río de Janeiro, y en
mayo del mismo año los rebeldes se rendían.
La independencia de Brasil fue precipitada por los acontecimientos que tuvieron lugar
en Portugal en 1820-1821. Durante 1820 estallaron en las principales ciudades portuguesas
rebeliones de corte liberal y nacionalista, provocadas por militares obtuvieron el apoyo,
principalmente, de la burguesía. Ante la continua ausencia del rey, el gobierno de Portugal
estaba en manos de un Consejo de Regencia presidido por un inglés, el mariscal Beresford.
Además, sin el ingreso del comercio brasileño el presupuesto portugués estaba en déficit
permanente y los funcionarios civiles y militares dejaron de percibir salarios. A fines de 1820,
los liberales establecieron una Junta Provisoria que gobernaría en nombre del rey, a quien se
exigía inmediato regreso a Lisboa. También se esperaba que al regresar Joao IV adoptara la
constitución liberal española de 1812 mientras se redactaba una propia. Para este propósito
convocaron a unas Côrtes Gerais Extraordinárias e Constituintes, cuyos miembros serían
elegidos sobre la base de un diputado cada 30.000 súbditos libres en todo el mundo
portugués. En las varias capitanías de Brasil (ahora provincias) se establecerían Juntas
Gubernativas Provisionales, leales a la revolución portuguesa, destinadas a supervisar las
elecciones para las Côrtes de Lisboa.
Un serio conflicto político surgió al exigir las Côrtes el regreso del rey a Lisboa. Los
comerciantes y militares ligados a Portugal estaban ansiosos por el regreso del rey, mientras
que por otro lado surgió una facción o partido “brasileño” se oponía a tal regreso por miedo
de perder los privilegios obtenidos por el territorio americano desde 1808. También entre los
brasileños existían divisiones. Por un lado la clase dominante era, en su mayor parte,
conservadora, ya que aspiraba a mantener la estructura social y económica de la colonia
basada en el sistema de plantación esclavista. Por otro lado había también liberales, incluso
liberales radicales, algunos de ellos auténticamente revolucionarios que se ocupaban de
profesiones liberales como la abogacía o el periodismo o eran artesanos.
Joao IV estaba ante un difícil dilema: si regresaba caería en manos de los liberales y,
posiblemente a riesgo de perder Brasil; si se quedaba sin duda perdería Portugal. Finalmente
en abril de 1821 se embarcó rumbo a Lisboa dejando tras de sí al joven Dom Pedro en Río
como Príncipe Regente. Los brasileños no tuvieron ahora otra alternativa que organizarse para
la defensa de sus intereses en las Côrtes, que se congregaron ese año. Mucho antes que la
mayoría de los diputados brasileños ocuparan sus bancas los portugueses habían hecho el
intento de devolver a Brasil su antigua condición colonial. En octubre se le ordeno al príncipe
Pedro que también regresara y al llegar los diputados de Brasil, entre fines de 1821 y principios
de 1822, fueron recibidos en las Côrtes con insultos, burlas y amenazas. En octubre de 1822
siete diputados brasileños abandonaron ilegalmente Lisboa, y pronto les siguieron otros.
Brasil había progresado mucho desde 1808 como para aceptar nada que no fuera la
completa igualdad en las relaciones con la ex metrópoli. Se produjo un realineamiento
significativo de fuerzas políticas y, cada vez más seguros de sí mismos, los brasileños retiraron
sus lealtades al rey Joao IV, que trasladaron al Principe Regente Dom Pedro. Como primer paso
para su autonomía, convencieron al Príncipe Regente que se quedara en Brasil. La unión con
Portugal aun no se había quebrantado, pero este acto de desobediencia significaba un rechazo
formal a la autoridad portuguesa. Días más tarde las tropas que no juraron lealtad a Dom
Pedro debieron abandonar Río obligadas por las que sí juraron, y tropas procedentes de
Portugal no pudieron desembarcar en Brasil. El 16 de enero José Bonifacio de Andrada e Silva
fue nombrado jefe del nuevo gabinete brasileño.
A comienzos de 1822 José Bonifacio era sin lugar a dudas el personaje central del
proceso político en Brasil, para él la monarquía era el único medio de conservar el orden
político y social en el peligroso periodo de transición a la independencia. El conflicto que
sostuvo con los liberales y radicales se convirtió en una competencia para ganar influencia en
el joven Principe Regente. El 3 de junio, a pesar de la oposición de José Bonifacio, Dom Pedro
acordó convocar a una asamblea constitucional. En setiembre el príncipe recibió los últimos
despachos de Lisboa donde se revocaban sus decretos, se acusaba de traición a sus ministros y
se exigía nuevamente su regreso y la absoluta subordinación de Brasil al Dominio de Portugal.
Dom Pedro le arrebató al mensajero los despachos, los estrujó en sus manos y luego los
pisoteo, mientras observaba con enfado a quienes le rodeaban, “desde hoy, nuestras
relaciones con ellos se han acabado. No deseo nada más del gobierno portugués y yo
proclamo a Brasil independiente, para siempre, de Portugal”. El 12 de octubre, cuando cumplía
24 años de edad, Dom Pedro I fue aclamado emperador constitucional y defensor perpetuo de
Brasil.

El movimiento brasileño por la independencia había basado su fortaleza en las


provincias del centro-sur. Las provincias del nordeste y del norte (salvo Pernambuco, que
traslado su lealtad a Dom Pedro) permanecieron leales a las Côrtes de Lisboa. Estas regiones
se encontraban geográficamente más cerca de Portugal, no se hallaban económicamente
integradas al centro-sur y estaban más estrechamente ligadas a Lisboa que a Río. En marzo
llegaron a Bahía las tropas portuguesas echadas de Río a las que se unieron refuerzos desde
Portugal. Se fueron rebelando distintas regiones norteñas al mando portugués y finalmente el
ejército brasileño sitiaba en Salvador al europeo. Poco a poco fue recuperado todo el territorio
y anexado al imperio. Las últimas tropas portuguesas en abandonar Brasil partieron de
Montevideo en marzo de 1824.
A mediados de 1823 la independencia de Brasil estaba fuera de toda duda y el nuevo
gobierno estaba ansioso por obtener el reconocimiento internacional por dos razones: en
primer lugar, prevenir un último intento de recuperación por parte de Portugal; en segundo
lugar, fortalecer la propia autoridad del emperador de Brasil. Gran Bretaña ya había
establecido relaciones con Brasil como resultado de su residencia allí de la corte portuguesa y
el país americano significaba ahora el tercer mayor mercado extranjero. Al ofrecerle una mano
amiga en momentos de necesidad, Inglaterra aseguraría su ascendencia política y económica.
En agosto de 1825 se firmaba el tratado por medio del cual Portugal reconocía la
independencia de Brasil. Concluía así el proceso iniciado en 1808 en el que país
latinoamericano consolidaba su independencia y Gran Bretaña trasladaba con éxito la posición
económica que gozaba en Portugal, sumamente privilegiada, a Brasil.

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