Hay Alguna Conexión Racional Entre La Ciencia y La Teología
Hay Alguna Conexión Racional Entre La Ciencia y La Teología
Hay Alguna Conexión Racional Entre La Ciencia y La Teología
Esta última se
entendía antes como la reina de las ciencias. Con el despertar de los ataques
positivistas al sentido del lenguaje religioso y el convencimiento positivista de
que la ciencia supone el modelo de toda racionalidad, las afirmaciones de la
teología han ido enmudeciendo. Muchos teólogos y creyentes han aceptado
con alivio la rama de olivo ofrecida por algunos científicos que sugieren que
cada disciplina tiene como objeto aspectos completamente distintos de la vida.
El Consejo de la Academia Nacional Americana de las Ciencias declaró en
1981: "la religión y la ciencia existen separadamente y pertenecen a ámbitos
mutuamente excluyentes del pensamiento humano, y su presentación en el
mismo contexto conduce a confusión tanto en las teorías científicas como en
las creencias religiosas". Sin duda una afirmación tal viene a trazar una
divisoria entre los teólogos y los que miran a la religión como el enemigo de
una visión científica del mundo. Fue también motivada, sin duda, por los
creacionistas que, por razones políticas, intentaron en los Estados Unidos
disfrazar doctrinas controvertidas como si fueran ciencia.
Sin embargo, la propia ciencia no puede valorarse tal como aparece sin más,
particularmente si a lo que uno se refiere es a las ciencias físicas en general y
a la Física en particular. Toda ciencia necesita de suyo una base filosófica.
Incluso el presupuesto de que existe una realidad a investigar es claramente
filosófico. Después de todo, la ciencia podría estar en el negocio de la
construcción y no del descubrimiento, de la confección de imágenes más que la
comprensión de la naturaleza de las cosas. Si hay tal cosa llamada realidad, la
ciencia también asume que hay un único mundo a investigar y que las leyes de
la física se aplican en todas sus partes. La totalidad de la ciencia trabaja sobre
la presuposición de que se pueden reproducir los resultados, de que lo que
funciona en Washington lo hace también en Moscú. Más profundamente,
asume que sus resultados se pueden generalizar de modo que las leyes
aparentemente vigentes en nuestro particular lugar del universo rijan también
en otros lugares. Al parecer, podemos ir de lo conocido a lo desconocido, de lo
que hemos experimentado a lo que excede la experiencia. No sólo se supone
que el mundo, en cuanto investigado por la ciencia, está ordenado y
estructurado. Se da por supuesto que esto es típico del universo entero, incluso
cuando queda fuera de nuestro alcance. La propia aplicabilidad de las
matemáticas al mundo físico ilustra cómo parece haber un rationale que le
subyace. Parece haber un orden en las cosas, un orden que puede ser
comprendido por la mente humana. Desde luego, si no pudiéramos entender
las estructuras subyacentes, aunque estuviesen ahí, la propia ciencia sería
imposible.
Al final de este proceso, la ciencia tiene que tratar el mundo físico como un
puro hecho y esperar que la teología no tenga nada que decir sobre su modo
de ser. Una vez que las doctrinas metafísicas sobre Dios han sido desechadas,
no queda nada que la religión pueda ofrecer a la ciencia. En cambio, mirará a
sus propios recursos, como hace Dan Dennet cuando aboga por tomar al
darwinismo como clave para toda comprensión. Dennet afirma: "una de las más
fundamentales contribuciones de Darwin ha sido mostrarnos un nuevo modo de
que las preguntas por un 'por qué' tengan sentido". Dennett desecha la religión
tradicional y pregunta: "si Dios no es una persona, un agente racional, un
Artífice Inteligente, qué sentido podría tener la más profunda pregunta por un
'por qué'?" * (2) . Una respuesta podría ser que Dios es, desde luego, todas
estas cosas y que la teología peligra al olvidarlo. De otro modo, deberá ceder el
mundo de los hechos a la ciencia y retirarse al de las aspiraciones humanas.
Pero la idea de Dios como Creador es fundamental en el monoteísmo, y una
negativa a aceptar que la teología pueda ofrecer ningún tipo de explicación de
la existencia y la naturaleza del mundo físico significa renunciar a la idea de
creación, incluso en su modalidad más atenuada o simbólica. Si Dios es de
algún modo responsable de la existencia de todo, y puede haber una
explicación de por qué existe algo y no la nada, la teología tiene algo que decir
a la ciencia. Si ésta fuese una mala concepción de Dios, y, por ejemplo, la idea
de una causa sobrenatural debiera desestimarse, no sólo la teología no tendría
nada que decir a la ciencia, sino que no se sabría cuál es su papel. Quedaría
como símbolo vacío que ha ejercido una indudable influencia sobre algunas
formas de vida humana, pero que en último término no dice nada sobre el
mundo real.
Estos son temas esencialmente metafísicos, y por tanto propiamente
filosóficos. También la ciencia accede a menudo a una instancia metafísica sin
justificarlo. Por ejemplo, en su metodología tenderá a eliminar lo sobrenatural o
lo paranormal. Si acepta demasiado fácilmente a los fantasmas y explicaciones
de este tipo está efectivamente renunciando. El progreso de la ciencia ha
dependido siempre de una resistencia a aceptar sus propios límites. Esta es
una actitud eficaz, pero no debería convertirse en un principio metafísico, como
tan a menudo se hace. La ciencia no encontrará lo que no busque, pero de ahí
no se sigue que todas las formas de causalidad deban ser naturales. Este es
un presupuesto metafísico básico necesitado de justificación filosófica. Al final,
lo que se juzga racionalmente creíble debe relacionarse con preguntas sobre lo
que existe. Racionalidad y realidad son conceptos estrechamente
emparentados. No es racional creer en lo que sabemos que no es real. Por otro
lado, no necesariamente debemos esperar que la realidad se ajuste a nuestros
prejuicios sobre la racionalidad, especialmente si son producto del método
científico.
Puede que el concepto de causa sea más rico que lo que la comprensión
científica moderna permite. La ciencia se ha visto siempre más ocupada con
mecanismos que con propósitos. Necesariamente verá casualidades donde la
teología puede ver intervenciones divinas. Sin duda, esto se encuentra en la
raíz misma de la idea de que la religión tiene que ver con los valores. El
problema, sin embargo, es que los propósitos y valores no son necesariamente
de origen humano. El supuesto de que deban serlo es eminentemente ateo.
Podría ser que la atribución de finalidad a los procesos de la realidad sea en sí
un reconocimiento racional del modo como las cosas son. Esto, claro está, a
menudo se niega vehementemente. Richard Dawkins dice abiertamente: "las
convicciones científicas se apoyan sobre la evidencia, y obtienen resultados.
Los mitos y creencias no". Más tarde se niega a aceptar la relevancia de las
preguntas por un "por qué", además de por un "cómo". Se queja de la "tácita
pero nunca justificada deducción de que puesto que la ciencia es incapaz de
responder a preguntas por un "por qué", debe haber otra disciplina capaz de
resolverlas". Y sugiere que esa implicación es "bastante ilógica" * (3) .
Aunque es correcto señalar que no todas las preguntas tienen por qué tener
una respuesta, de ningún modo se sigue que porque la ciencia no puede
responder una pregunta no existe respuesta. Dawkins está definiendo
claramente lo que vale como evidencia y lo que vale como "obtención de
resultados" de tal modo que sólo la ciencia puede apoyarse en la evidencia y
obtener resultados. Pero esto significa retroceder a la estrecha idea cientifista
de la racionalidad, que apela más a un prejuicio sobre el poder de la ciencia
que a ningún dato sobre la naturaleza de la realidad. Su posición es la de que
"el universo que observamos tiene precisamente esas propiedades que
esperaríamos si no hay designio, finalidad, mal ni bien, nada más que una
ciega e inmisericorde indiferencia". Por muy controvertido que sea este frío
punto de vista, al menos afirma algo sobre la naturaleza de la realidad, sobre
cómo se comporta de hecho el universo. Dawkins no habla de nuestras
reacciones subjetivas ante el mundo ni del modo como las cosas son
concebidas según un tipo de vida u otro. Su afirmación lo es del carácter del
mundo, y es tal que, si fuese verdadera, anularía toda posibilidad de saber
teológico. Al final, las preguntas sobre la racionalidad de la teología remiten
forzosamente a cuestiones de qué es lo que hay, y estas cuestiones caen en
parte dentro del dominio de la ciencia. Por otra parte, si la teología tiene razón,
la propia ciencia puede recibir un fundamento racional. Al parecer, ninguna de
las dos puede ignorar a la otra en su búsqueda de una base filosófica segura.