La Enfermedad de La Juventud Texto Original

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ESCENA I

de :
MARÍA.— (Junto a la puerta que da a la antesala.) Lucy, ¡se me ce tarde!
Adoj
LUCY, — (Desde afuera.) ¡Ya voy!
aienc!
MARÍA.— ¡Trae agua caliente! LUCY. —
y pói fuera (Entra, con un balde.) MARÍA.— Puedes
Siguí que ( dejarme sola. LUCY. — ¿Usted lavará el
sentai éste, piso?
PERSONAJES :
■la pri de MARÍA. — (fregando ja el piso, ríe.) El viernes habrá una despedida de soltera.
pr Su di de LUCY. — Despedida sin casamiento.
la dalo e en MARÍA.—■ (Ríe.) El graduarse vale tanto cerno una boda. (Suena un timbre.)
MARÍA
um en Die LUCY.— El número cuatro pide el desayuno. (Sale.)
de los DESIRÉE MARÍA.— (Sigue trabajando. Poco después.) ¡Desy! ¿Sigues encama?
Hitler . DESIRÉE.— (Desde su cuarto.) Ya me estoy lavando.
IRENE
Unidos
MARÍA.— (Nuevamente junto a la puerta.) ¡Agua limpia para iss
fieos y ció FEDERICO
ventanas, y una gamuza! LUCY.— (Afuera.)
un ríos, re PETRELL ¡Voy en seguida:
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Todas las muchachas son muy jóvenes, los hombres algo mayores, Viena,
"Juventi alrededor de 1923.
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ACTO PRIMERO

Lugar de la acción, como en los otros dos actos, el cuarto de M.


en una pensión.

1
F e r d i n a n d B r u La enfermedad de h juventud
c kn e r
MARÍA. — ¡Qué puerco! (DESIRÉE se echa a reír.) Por eso parece tan
deprimida desde hace unos días. DESIRÉE.
ESCENA II Entra DESIRÉE desde la habitación contigua. :— (Ríe.) Y además cojea. MARÍA, — ¿Lucy

cojea?
MARÍA. — ;Levantada tan temprano?
DES IREE. — ¡Ayúdame a repasar! Aquí tienes el mamotreto. DESIRÉE. — Cuando una mujer no está a la altura de un hombre y se entrega a
MARÍA.— ¿Cuándo es tu examen? él, cambia hasta en su modo de andar.
DESIRÉE. — A las diez. MARÍA.— Estás fantaseando.
MARÍA. — (Sigue fregando.) ¡Empieza ya! DESIRÉE. — Por miedo. Por obligación.
DESIRÉE. — El pulmón. (Bosteza y se estira.) ¿Para qué se levantará MARÍA.— (Cautelosa.) ¿Y tú?
una tan temprano? MARÍA. — ¿Ya DESIRÉE. — ¡B¡\h! Hace tiempo que estoy harta de él.
empiezan los nervios? MARÍA. —■ ¡Pero, si estabais locamente enamorados uno del otro!
DESIRÉE. — Por lo pronto no siento nada. Vamos, pues. . . Tuberculosis DESIRÉE. — (Ríe.) Cosas del pasado. Fué el primero que me demostró que un
avanzada, con formación de cavernas. . . La tuberculosis avanzada con hombre sirve para algo. Me llegó hasta la punta de los dedos. Es la pura
formación de cavernas no se distingue fundamentalmente de la verdad. Federico no solamente tiene fuerza, sino que además es virtuoso.
tuberculosis progresiva común, puesto que las cavidades sólo constituyen (Suspira.) Pero hasta de un virtuoso se cansa una.
una secuela secundaria del proceso de caseificación. (Río y coloca las MARÍA. — (Con simplicidad.) Cuando no se ama al hombre, el hartazgo es
piernas sobre la mesa.) La pequeña Irene me apostó que se graduaría antes inevitable.
que yo, a pesar de tener dos semestres menos de estudio. i )ESIRÉE. — ¿Amor? ¿Llamas amor lo que haces con tu melindroso Bubi?
MARÍA. — (Siempre ocupada,) ¿Dónde se forman las cavidades?
: ¡ A ü í A . — (Ríe.) ¡En, no es tan melindroso como crees!
DESI5.SE.— En'el lugar del foco primitivo, en las zonas subapica-les de los DESIRÉE. — (Sorprendida.) ¿No? Yo creía que no tenía la menor idea de lo que
lóbulos superiores del pulmón. . . ¡Qué muchacha repugnante! necesita una mujer.
MASÍA.—< Es ambiciosa, pero bella.
MARÍA.— (Sonríe.) ¿Qué necesita una mujer?
DESIRÉE. — Un pescado pelirrojo. Llegará lejos. DESIRÉE. — (Se le acerca y la abraza.) Sólo nosotras, las mujeres, sabemos
MASÍA. — Cavidades más pequeñas. . . qué necesitamos. (Tierna.) ¡Marión! Te Hamo Marión como a. mi
DESIRÉE. — Cavidades más pequeñas se forman ya en una etapa re- hermana. Ésas fueron.mis horas más dichosas, cuando la institutriz; nos
lativamente temprana de la enfermedad..". Federico corre detrás de esa decía buenas noches, apagaba la luz y se marchaba. Me escurría en
sirvienta. seguida en la cama de Marión y allí.nos quedábamos, apretadas una contra
MARÍA. — (Estupefacta.) ¿Detrás de Lucy? otra, nos besábamos y sentíamos el calor de nuestros cuerpos y sabíamos
DESiaÉH. —- Le sorprendí cuando se escabullía del cuarto de la muchacha. qué era. ¡Eso, eso era el calor de la> vida! Desde mi infancia, nunca volví
2 11
a sentirlo.
MARÍA. — (Se libra del abrazo.) ¡Vamos, yo no soy Marión!
DESIRÉE. — ¿Por qué no podremos seguir siendo niñas toda la vida? (Vuelve a
abrazar a MARÍA.) Entonces, tú no serías María, sino mi dulce y pequeña
Marión.
M ARÍA. — ¿Quisieras volver a la infancia?
DESIRÉE. — Añoro lo blando, lo cálido, ese algodón que nos protege.
MARÍA.— Yo no. Estoy contenta con el presente. (Se libra de los
brazos de DESIRÉE y sigue trabajando.)
DESIRÉE.— ¿Por qué te matas trabajando? ;

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Veri inand B r u ck« La enfermedad de la juventud
er

MARÍA, — Quiero celebrar mi diploma er. un cuarto realmente limpio. Al fin MARÍA.— ¿Ese último, cuándo?
y al cabo, una no se doctora más que una vez en la vida. Terminada ia DESIRÉE. — Sólo cuando la pared de la caverna sea lisa y tensa.
época de estudiante, hay que empezar en serio. MARÍA. — Esto sale a pedir de boca. (DESIRÉE bosteza.) Tener demasiado
DESIRÉB.— ¡Palabras huecas!. ¡Desengáñate! talento es una enfermedad. Para que el estudio nos divierta, hay que matarse
MARÍA. — Cuando se las vive, Jas palabras dejan de ser huecas. trabajando.
DESIRÉE. — Si pudiera escaparme del aula como cuando huí de mi casa a los
diecisiete años, todo sería más llevadero. Aunque en el aula estuviera
ESCENA III Entra nuevamente LUCY LüCY. — sentado un papá tan severo como el de casa, uno que castiga los pecados
Ahora le puedo ayudar. con la fusta, al tiempo que una pobre mamá indefensa llora a lágrima viva,
MARÍA. —- ¡Traiga agua limpia para las ventanas y el espejo, por favor!
mientras se coloca el collar de perlas, porque tiene que salir a escape para el
LUCY.— (Se retira, llevándose el balde.) baile. ¡Si una pudiera volver a vivir todo eso! Sólo la infancia es digna de
ser vivida.
DESIR2E.— (Ríe.) Cambio de miradas entre rivales.
MARÍA.— Yo no quisiera volver a vivir mi infancia. Mis padres se odiaban.
MARÍA.— ¡Déjame en paz!
DESIRÉE. — Como los míos. Pero, Marión, también eso es divertido mientras
DESIRÉE. — ¿No observaste su mirada?
una es pequeña. Sólo más tarde aprendemos a ver con claridad. Todos los
LUCY. — (Entra con el balde de agua limpia,) Aquí está el agua. MARÍA. —
seres humanos debieran matarse de un balazo, al cumplir los diecisiete
Gracias, hija.
años, fMARÍA ríe.) Después no hay más que decepciones, y yo me escapé
DESIRÉH. — ¿Vendrá hoy el. señor Freder? (XuCY la mira asustada
para eludirlas. Salí con medias de seda, un abrigo muy liviano y sin un
y calla.) Pregunto, nada más. . . MARÍA.— El cuarto
penique. (Breve silencio, durante el cual MARÍA elige un vestido en el
quedará bien limpio, ¿verdad? LUCY. — (Apagada.) Sí.
ropero.) De modo que todo te lo fabricas sola: tus estudios, tu vestido, tu
DESIRÉE. — Usted es bonita. (TuCY la mira con ojos muy abiertos.) MARÍA. —:
habitación, tu amante. ¿Por qué te esfuerzas tanto?
Fíjese, Lucy, cómo brillará todo esto. DESIRÉE. •—■ Lo digo en serio. Tiene
MARÍA. —YO encuentro hermoso lo que a ti te parece superfluo. Ahí está la
ojos muy hermosos. MARÍA. — Lo único que todavía falta es música. DESIRÉE.
diferencia.
— Fácilmente uno puede enamorarse de usred, señorita Lucy.
MARÍA. — En una despedida de soltera la música es indispensable. LUCY. —
(Precipitada.) El señor del nueve salió de viaje. Le traeré su .gramófono.
MARÍA. — Usted es un ángel. fLucY hace mutis presurosa.) ESCENA IV
DESIRÉE. —■ (Elevando la voz pava que le oiga LUCY.) ¡Ánimo, Lucy, en mí
tiene usted una amiga!. . . ¡Pobre bicho! LUCY. — (Entra con una carta.) Un señor. Espera afuera. DESIRÉE. — ¿Me
MARÍA.— (Mientras limpia el espejo,) ¡Sigamos! ¿Qué sucede con las entendió, Lucy? Usted es muy bonita. ¡No se deje pisotear!
cavernas mayores? MARÍA. — (Lee la carta de prisa.) ¡Rápido! No quiero que Bubi lo
DESIRÉE. —■ Las cavernas mayores empeoran el cuadro del diagnóstico encuentre. (Sale junto con LUCY.J DESIRÉE. — (Toma la carta.) ¡Una cuenta!
porque forman depósitos de pus. . . ¿Viste que cojea? La pequeña Marión contrae deu&as. (Entra en su habitación, vuelve con unos
MARÍA.-r? ¿Los síntomas? billetes de banco en la mano y los mete presurosa en el sobre.)
DESIRÉE. — Como síntomas de las cavernas, aunque casi nunca se presentan MARÍA. — (Vuelve, con expresión alegre.) Me libré de él. Le regalé a Bubi un
simultáneamente, se consideran: a) percusión, primero: resonancia escritorio rococó. Dice que, en un escritorio antiguo, podría escribir cosas
timpánica, segundo: sonido metálico. mucho más bellas. La sugestión, sabes. . .

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DSSIKÉS. — (Suelta una carcajada.) Eres una idiota. se pregunta Nietzsche con toda razón. Aquí ve usted a uno. MARÍA.—
MASÍA. — (Va a tirar el sobre y descubre los billetes. Mira sorprendida a ¡Exhíbase en la feria!
DESIRÉE.) ¿Tuyos? FEDERICO. — ¿Qué sería de la vida sin el hombre dominador?
DESIRÉE.— (La abraza impetuosa.) ¡Mi querida Marión! MARÍA.—■ ¡Ahorqúese!
MARÍA.— No te lo acepto. FEDERICO. — Tarde o temprano me llamará.
DESIRÉE. — Eres una idiota. (La besa.) ¿Por qué? ¿Porque estás enamorada MARÍA. — ¿De mañana y ya borracho?
de un hombre? Yo tengo que cuidarte. MARÍA. — Eres una chiquilla loca. FEDERICO. —• ¿Por qué no?
DESIRÉE. — Chiquilla igual que tú, porque también estoy enamorada, pero de MARÍA.— ¡Atleta!
ti. MARÍA.— ¡Suéltame! , FEDERICO. — De mí nadie se escapa. Pregúntele a Desy. MARÍA. — Ella lo
DESIRÉE. — (La besa apasionadamente.) Sólo nosotras, las mujeres, desprecia.
podemos ayudarnos una a otra. FEDERICO. —■ (Amigable.) Pero no en la cama, angelito mío. MARÍA.— ¿Cómo
MARÍA.— ¡Suéltame, te digo! se atreve?
DESIRÉE. —- (Ríe desenfrenadamente.) No te suelto, no te dejo. Sólo si me FEDERICO. — Deje que la pequeña Irene se las arregle con el Bubi.
prometes... MARÍA.— ¿Irene?
MARÍA. — (Se separa de un empellón. Breve silencio,) ¡No hablemos más ds FEDERICO. — Esa puerquita estéril.
eso! MARÍA. — Usted no tiene derecho a llamar Bubi al señor Petrell. FEDERICO. —
DESIRÉE.—■ ¡Marión! Me resulta muy simpático. MARÍA. — Nadie se lo preguntó.
MARÍA.— Te compadezco. (Se sienta y sigue cosiendo algo en el vestido,) Ei FEDERICO. — Es un soñador, un delicioso inútil. En el erotismo de
segundo síntoma de la percusión, pues: sonido metálico, ¿y el tercero? cualquier mujer, él despierta la libido maternal. MARÍA.—
(DESIRÉE la mira y se dirige luego a la puerta.) Tu dinero, Désy. ¿Tiene algo más que decirme?
DESIRÉE. — (Recoge los billetes y su libro. Se retira a su cuarto.)
MASÍA. — (Mira hacia el lugar por donde salió DESIRÉE. Va ha su puerta.)
Deberías tener vergüenza, niña tonta. (Intenta abrir.) ¡Ábreme! No quería
hacerte daño. ¡Ábreme, Desy!

ESCENA V (Entra FEDERICO) MARÍA.—

(Nerviosa.) ¿Usted?
FEDERICO.— Tengo que ver a Desy. La otra puerta está cerrada. MARÍA. —
Ésta también. FEDERICO.— ¡No me diga!
MARÍA. — Usted habla de asuntos que no le conciernen. (FEDERICO la observa.
MARÍA sigue con irritación,) Nunca me gustó su presencia. Soy partidaria
de la franqueza, señor Federico. (Dobla el vestido.)
FEDERICO. — ¿El vestido para la promoción? Le felicito. (MARÍA no responde.)
Al cabo de cinco años de estudio usted ha logrado más que yo en diez. Sin
embargo, en algo nos parecemos.
MARÍA.— ¡Atleta!
FEDERICO.— (Ríe.) Los bárbaros del siglo veinte... ¿dónde están?

5 13
Ferdinand B r u c k n e r.
La enfermedad de la juventud
FEDERICO.— Tengo comprensión para todo. (Saca de su bolsillo ESCENA VII
una botella de coñac.) La felicito. MARÍA.—
(Nerviosa.) No era necesario. Entra LÜCY.
FEDERICO. — Exactamente. ¿Para qué necesitamos todavía médicos en es:?,
época ruin? Cuanto más destructora es la enfermedad, tanto más superfluos FEDERICO.— (Sin sorprenderse.) Lucy.
son los médicos. Pero usted puso el hombro para ganarse la vida y también
LUCY. — (Se detiene.) Tengo que llevarme .el balde.
la del Bubi. Pero contra la desesperanza hay algo mejor que el trabajo.
MARÍA. — Usted me servirá de ejemplo.
FEDERICO. — ¿Qué balde?
LTJCY. — (Se lo muestra.) Éste, señor Federico.
FEDERICO. — ¡Atacar y dar de palos!... Eso ayuda a vencer todos
FEDERICO. — Mientes. (Se sienta a cierta distancia.) Quien viene
los obstáculos. ¿Por qué no me aguanta usted?
para retirar un balde no lo hace en puntillas. ¡Acércate! ¿Qué
MARÍA.— En eso no se equivoca.
querías?
.FEDERICO.-— Este es casi peligroso. ("MARÍA se-echa a reír.) Es peligroso
LUCY.— (Miedosa e indefensa.) ¡Señor Federico!
odiarlo a uno con tal intensidad. MASÍA. — No le odio. FEDERICO. — Habrá
FEDERICO.— ¿Quieres que te lo diga? LUCY. — Me hace
que ver. MARÍA.— Usted es muy engreído. FEDERICO. — (Ríe.) Con razón.
daño.
FEDERICO. — ¿Dónde? Si no te toco. (LUCY permanece en silencio.) ¿Dónde te
hago daño? (Ella se echa a llorar.) Al ver que las dos salían, querías estar a
ESCENA Vi Entra DESIRÉE con
solas conmigo. E.UCY. — (En voz baja.) Sí.
FEDERICO. — Hay que tener valor para lo que se quiere. Fué mentira que querías
sombrero.
sacar el agua, en realidad... Ll'CY. — Me hace daño.
FEDERICO.— ¿Dónde diablos? Si no te toco... (LUCY empieza a sollozar.
MARÍA.— (Se apresura.) Te acompaño hasta la Universidad. (Se pone su
FEDERICO baja la voz.) Ven aquí, eres una buena chica.
sombrero, mientras DESIRÉE mira a FEDERICO y le sonríe.)
LUCY. — (Lo mira con ojos muy abiertos y se le acerca.) Señor Federico. . .
FEDERICO. —■ (Ríe.) ¿La señora condesa rendirá hoy examen?
DESIRÉE. — Otra vez tienes semblante. FEDERICO. — (Acaricia el cabello de la muchacha.) Una buena c ca.
FEDERICO. — Dame la mano. (Atrayéndola hacia sí, mientras le da un golpecito en la espalda.) Eres mi
MARTA.— Me llevo la chaqueta. perrita.
DESIRÉE. •— Por la mañana ya apesta a alcohol. LUCY, — Sí.
FEDERICO. — Me dejaste esperando. FEDERICO. ■— Mi obediente animaíito. LUCY.
■DESIRÉB. ■— El consuelo no estaba lejos. — ¡ Sí! ¡Sí!
'FEDERICO.— El consuelo no vale gran cosa. FEDERICO.'— (Levantándole la cabeza.) Mírame a los ojos (Pausa.)
"DESIRÉE.— ¿Me echas un poco de menos? ¡Hermosos ojos claros! LUCY. —
FEDERICO. —■ A ti no te olvida ningún hombre, (En voz baja.) Sí.
MARÍA.— (Impaciente, a FEDERICO.) ¿Viene por fin con nosotras? FEDERICO.— (Le da un beso en los ojos.) ¿Nadie te lo dijo antes? LUCY. — (En
DESIRÉE. — (Ríe.) ¡Por amor de Dios! (Sale a toda prisa, MARÍA la-, sigue.) voz baja.) No.
FEDERICO.— ¿Pudiste dormir anoche... después? (LUCY menea la cabeza.)
16 ¿Por qué no?

6
ver din and Bruc kner I.UCY. — Si alguien viniera...
FEDERICO.— ¡Mírame en los ojos! ¡Qué hermosos ojos! (Le da besos en los
LUCY.— (Sonríe.) ¡Señor Federico! párpados.)
FEDERICO. — (Le acaricia la cabellera.) ¿Me quieres? LUCY.— ¡Señor Federico!
LUCY, — (Sonríe.) No me pregunte. (FEDERICO la atrae aún más FEDERICO. — ¿Dónde están los anillos?
hacia sí y ella no puede resistirse.) ¡Señor Federico! LUCY. — Debajo de mi almohada.
FEB2&ICO. •—> (la besa.) ¡Querida aiñita! FEDERICO. — Allí los pueden encontrar.
LUCY. — (Como antes.) Sí viniera alguien... LUCY.— (Se asusta.) ¿Quiere que se los traiga?
FEDERICO. —. Te quiero. ; FEDERICO.— Escóndelos en el comedor. (LUCY asiente.) Debajo del
LUCY. —■ (Le da un beso en la mano, casi llorando.) ¡Ay! trinchante. (Igual gesto.) Ahora, levántate. (Ella se aparta algo de él.)
FEDERICO. — -Di algo! I Esta noche volveré a visitarte en tu cuarto.
I.UCY, —• No puedo. LUCY. — (Casi sin aliento.) Sí.
FEDERICO..—• (En voz baja.) ¿Y esta mañana? (LUCY asiente con FEDERICO. — Volveremos a amarnos,
la cabeza.) ¡Di algo! LUCY. — Sí.
LUCY, — No puedo. i FEDERICO.— ¿Cómo son los anillos?
FEDERICO. — ¿Lo conseguiste? (LUCÍ asiente.) ¿Que? LUCY, LUCY.—No los vi. FEDERICO. — ¿Son de oro?
— Los dos anillos. LUCY. — No lo sé.
FEDERICO.—. ¿De la señora Schimmelbrot? (LUCY asiente.) ¿Siguió FEDERICO. ¿Y la señora Schimmelbrot no se dio cuenta? LUCY. —
durmiendo? (Igual gesto de LUCY,) ¿Estás segura de que no notó nada? Duerme todavía. FEDERICO. — ¿Y cuando lo descubra? LUCY. — Rara vez los
LUCY. — Nada. ¡ usa.
FEDERICO. — ¡Cuéntame cómo fué! FEDERICO. —. Alguno vez tendrá que darse cuenta.
LUCY, — No puedo. LUCY, — (Indiferente.) No sé. (De pronto.) Nadie pensaría en usted.
FEDERICO..—. ¿Dónde estaban los anillos? LUCY, — En FEDERICO. —- ¿Qué tengo que ver yo con el asunto?
la cómoda, en el segundo cajón. FEDERICO. —« ¿Lo LUCY.— (Precipitada.) Nada... aunque me maten, nadie se enterará de que
sabías de antemano? LUCY, — Siempre guarda allí sus usted...
alhajas. FEDERICO. - —> ¿Encendiste una vela? LUCY. — FEDERICO.— ¡Diablos! ¿Qué quieres de mí? Si eras tú quien lo deseaba.
Ya era casi de día. PEDERICO. -— ¿Ya casi de día? LUCY. — Exclusivamente yo.
LUCY. — A través de las persianas se filtraba bastante luz. pBDERíCO. •—■. FEDERICO. .— ¿Qué tengo yo que ver con eso? ¡Arréglate el peinado! (XUCY
¿Primero te acercaste a la cama de la señora? LUCY. —. Como usted me lo obedece.) Te ayudaré. LUCY. ■— ¡Señor Federico! (Él la abraza.) Si
recomendó. FEDERICO.—. ¿Hasta dónde te acercaste? LUCY. — Hasta la mesita viniera alguien. FEDERICO. — Tal vez la señora Schimmelbrot. LUCY. — Señor
de noche, FEDERICO. — ¿Y qué había allí? Federico. FEDERICO. — ¿Por qué tiemblas? LUCY. — Por mí no tengo miedo.
LUCY, —. Un vaso de agua y las horquillas para el pelo. FEDERICO.—< ¿Las FEDERICO. -— (La suelta.) Eso ya se verá. LUCY, — Por mí no tengo miedo.
horquillas de la señora Schimmebrot? (LUCY asiente.) ¿Eran como éstas? FEDERICO. —■ ¿No ibas a llevarte el balde?
(Suelta los cabellos de la muchacha.) LUCY.— ¿Qué balde?
LUCY __ (Indefensa.) ¡Señor Federico!
FEDERICO. — (Señala el balde.) Ése.
FEDERICO. — (Le da un beso en los rizos.) ¡Qué fragancia!
lUCY. — (Inmóvil.) Sí.
La enfermedad de la juventud FEDERICO. — ¡Llévatelo!
Lucv. — (Inmóvil.) Sí.
18 7
FEDERICO. •— No olvides los anillos. bachillerato en un solo año.
LUCY.— (Como despenando.) Sí, lebajo del trinchante. IRENE.—Gracias a los esfuerzos de Ak, que estudiaba noches entelas con ella.
FEDERICO.— ¡Que no tenga que buscar mucho para encontrarlos! PETRELL.— También ahora aprueba los exámenes semestrales con
LUCY,— Junto a la pata derecha, debajo de la alfombra. las más altas calificaciones. IRENE. ■—-Porque es condesa. No tiene la
FEDERICO. — Junto a la pata derecha, bajo la alfombra. ¡Llévate el menor idea de lo que
balde! (Ella lo levanta.) ¡Apresura el ritmo! LUCY, — es el trabajo. PETRELL. —. ¡No
Señor Federico. FEDERICO. — ¿Pesa mucho? LUCY. — se acalore!
No. IRENE. — A nosotras, que tuvimos que abrirnos paso desde abajo, a nosotras,
FEDERICO. — ¿Quieres que te ayude? LUCY. — nadie nos hace caso, permanecemos en la sombra. También en las
(Rápida.) No. ciencias se imponen los aventureros, no los .que se esfuerzan.
FEDERICO.1— (Acercándose a la puerta de DESIRÉE.) Me- recostare PETRELL.-—• El hombre creador es siempre un aventurero. (IRENE
allí adentro. LUCY.— ríe.) ¡Siga! Ese arrebato le queda muy bien. IRENE. ■— Ahora la condesa
(Espantada.) Sí. me ha ganado dos semestres. Veremos
FEDERICO. — ¿Tal vez estás celosa? (LUCY no responde.) ¿D;e Desi- quién se recibe antes. Aunque, ¿qué me importa lo que ella,
iée? No olvides que se trata de una condesa. LUCY.— (Violenta.) Una que se haga?
fugó de la casa. FEDERICO. — (Se ríe.)- ¡Eso es muy-.cierto! LUCY. — Una que PETRELL.— i No se acalore!
se acuesta todas las noches. . . FEDERICO. — ¿Y tú? (Elb no responde.) IRENE. — En Desirée todo es farsa. Bien sabemos qué es lo que de verdad le
Entonces, ¡cierra el pico! LUCY. — Una que se acuesta todas las noches. . . preocupa. Prefiero a cualquier prostituta de la calle, porque admite
FEDERICO. ¡No derrames agua- en el suelo! LUCY.— ¡La odio! Prefiero sinceramente lo que hace.
ser... FEDERICO. — ¡A callarse la boca! PETRELL, —■ ¿Usted quiere ser médica?
LUCY.— Señor Federico. , IRENE. •—-Los escudos condales no me sacan de mis casillas. Pero todo eso
FEDERICO. — Voy a acostarme. (Entra en el cuarto de DES.IREE.) LUCY; —' (En terminará mal. PETRELL. — ¿Qué terminará m¡d?
voz baja.) Señor -Federico.
IRENE..— lo de Desirée.
PETRELL.—: (Asiente.) Ahora habla usted con sensatez. IRENE. — Se equivoca.
ESCENA VIII A ella no le tengo compasión. Debió quedarse en casa, junto a su papito, el
Entran IRENE y PETRELL señor conde. PETRELL. — ¿Qué hace el padre de Desirée? IRENE..—Eso nada
tiene que ver con lo que estamos discutiendo. PETRELL, — (Ríe.) ¿Qué es lo
PETRELL. — ¿No hay nadie?
que estamos discutiendo? IRENE. ■—Después de un año volveremos a hablar
LUCY. — La señorita rinde examen hoy. (Sale.)
sobre el asunto. PETRELL. —■ Después de un año. . .
ÍRENB. —r- (Ríe.) ¡Desirée y sus exámenes!
IRENE.-— .. .Desirée habrá seguido el camino de todas las rameras
PETRELL, —> (Arrellanándose.) María la habrá acompañado;
melancólicas. Terminará en un fumadero de opio.
[RENB.— ¡Póngase cómodo, señor Bubi! (Él se echa a reír.) María
PETRELL. — (Ríe.) ¡Por amor de Dios! IRENE. — O en la
le dio este nombre, ¿verdad? PETRELL. —■ Para María no soy más que un
morgue.
juguete. IRENE. — Como todos nosotros, señor Bubi. PETRELL.'—• ¡Déjeme.en
PETRELL. — (Acercándosele.) ¿Por qué está usted siempre tan amar-. ■gada?
paz con esas co9as! IRENE. — ¡Ah! ¿También sabe ser cortante? PETRELL.
IRENE. ■—En el fondo, nada me importa nada.
■—■. Ya en; la calle me pareció insoportable. IRENE. — No volveré a
PETRELL.— ¡Entonces!
decirlo. . . Sea como fuere, cuanto ella hace
IRENE. — No tolero que me vendan gato por liebre, eso es todo. PETRELL. ■—
es inútil y superfluo. PETRELL,—. ¿Quién?
¿Envidia a Desirée por sus hombres? IRENE.—'.(Con sonrisa maliciosa.)
IRENE.—Desirée. Es una aficionada.
PETRELL. •—; Después de una estúpida educación en su casa, hizo el
18 8
¿Quizá por Federico? PETRELL. — ¿Cuántos años tiene usted? Es muy joven y PETRELL. •— (Sonríe.) María no nos ve. (De pronto la atrae hacia sí
muy bonita. con violencia y la besa.) IRENE. — (Quiere librarse.) ¡Señor Petrell!
¿Por qué muestra siempre las garras? PETRELL. —• ¡Embustera! Te creo capaz de cualquier vicio. IRENE. — (Libre
IRENE. —- (Ríe.) ¡Terminemos con esto! ya.) No quiero amores secretos. PETRELL. —■ ¡Frases huecas! IRENE.—Se
PETRELL. ...... •• Realmente, usted es muy bonita, pero uno apenas tie- aprovecha porque estamos solos. PETRELL. — Sólo falta que diga:
ne valor para decírselo. ¡Miserable! IRENE. —Mal me conoce.
IRENE. — Pesirée es más accesible. PETRBLL, —■ Déme oportunidad para conocerla mejor.
PETRELL. —'•¿Qué se propone con su táctica?
IRENE. —.Tomo mi profesión en serio, esb es todo. Una mujer que estudia no
puide prostituirse al mismo tiempo. Haciéndolo, mancilla a la ciencia.
PETRELL.—"La ciencia se fecunda'sin mancharse.
IRENE. — ¡Bubi!
PETRELL. —. Pero el no querer a nadie, ¿equivale a estar sin mancha? (IRENE
calla.) Usted no tiene amigos.
IRENE. — La ciencia exige la personalidad entera. Una soldad sin restricciones.
PETRELL.—■ ¡Frases huecas!
IRENE.—.(Sonriendo.) ¡Bubi!
P.BTRBLL. — Por mí, llámeme Bubi. . . Pero en lo suyo hay otra
cosa. Hay inhibiciones. IRENE.
— ¡No diga disparates!
PETRELL. —■ Hay en usted un sentimiento de inferioridad, y hay que
combatirlo. Tiene fama de orgullosa e inaccesible, pero su orgullo nace
solamente de su inseguridad, su misantropía y su miedo a los hombres.
IRENE. — (Ríe.) Escriba un cuento sobre ese tema.
PETRELL, — Si uno se atreviera a tocarla. . . usted lo mataría. Nunca
perteneció a un hombre, ¿verdad? (Ella no responde.) Yo no creo en los
temperamentos fríos. Usted, sencillamente, tiene miedo.
IRENE. — ¡Cállese de una vez!
PETRELL.— Pero porque una mujer bonita permita que le acaricien
el cabello, no por eso es una prostituta. IRENE. — No deje de apuntar todo
eso, podrá usarlo. En el nuevo
escritorio rococó. PETRELL, —. (De pie al lado de ella.) ¿Por qué se burla
siempre? IRENE. — Porque todo me parece tan cómico que quisiera morirme
de risa. .
PETRELL.— (Le acaricia cautelosamente el cabello.) Usted es hermosa, Irene.
IRENE. — (Inmóvil.) ¡No juegue conmigo! PETRELL. — (Inseguro.) No estoy
jugando. IRENE. — ¡Abajo esa mano! PETRELL. — No quiero. (La abraza.)
IRENE. — (Inmóvil.) Bubi. PETRELL.— Niñita que se persigue a sí misma. IRENE.
— ¡Déjeme en paz! Piense en María.
18 9
Ferdinand Bruckner La enfermedad de la juventud
lf:IRBNB.— Primero tiene que pedirle I; PETRELL. —• (Después de una pausa.) ¿Muy en serio?
permiso a María. ■ PBTEH2.L-.-J— Usted es una vampiresa. IRENE. -— (En voz baja.) Sí.
IRBNB. —María defiende su cachorro como una leona.. No.se atreva PETRELL. — Irene... IRENE. — ¡No
JFC a provocarla. me toque! PETRELL. — Usted me
h., PETRELL. — No soy su cachorro. turba.
(|T IRENE.—(Ríe.) Bubi. IRENE. — ¡Pobre muchachito! (Se ríe.) ¡Quietas las manos! ¿Tiene que tocar a
<■ PETRELL. — Soy libre y puedo hacer lo que me dé la gana. una mujer apenas le da la impresión de que siente simpatía por usted?
f§ IRENE.— (Ríe.) ¡Bubi!' PETRELL, —■ ¿Usted siente simpatía por mí?
!§: PETRELL. — ¡No me provoques! IRENE.—(De pronto.) Hay alguien en ese cuarto.
IRENE. — ¡Siéntese ante el escritorio rococó que le regaló mamita, PETRELL. — (Abre la puerta de la habitación de DESIRÉE.) El señor Federico.
't<"- para que no le sigan faltando buenas ideas! IRENE. — (Asustada.) ¿El señor Federico?
§: PETRELL.—• ¡Basta de bromas! FEDERICO. ~ (Desde el cuarto contiguo.) Pase, Petrell,
IRENE.—.(Riéndose con creciente vivacidad.) Esa mezcla de traba- PETRELL. —• Aquí está la señorita Irene. ¡No se incomode! (Cierra
FF'. jo mental y de mobiliario es como para descomponerse. Y la la puerta.) IRENE.—(Con precipitación.) Nos oyó. PETRELL. —■ Está
% misma mentalidad invade hoy en día las ciencias. Una ramera acostado en el sofá, junto a la otra pared. IRENE. — Le advierto: ¡cuídese de él!
melancólica y una campesina ambiciosa. PETRELL. —■ Usted advierte a uno en contra de todos. IRENE. —Tengo la
PETRELL. — ¿También está celosa de María? Me da lástima, cabeza bien puesta.
gj IRENE. — De usted no hablo. .Con una educación severa y acertada, PETRELL. —i Es así como se echan a perder todos los placeres. IRENE. — (Ríe.)
habría podido sacarse algo de usted. ¿Placeres?
j| PETRELL?—No soy ambicioso. PETRELL. — Palabra extraña para usted, ¿verdad? IRENE. — Soledad hasta la
IRENE. — Miente. Escribe cosas horribles. Pero, a veces, hay cinco desesperación. Si fuese productiva, es lo único que puede llamarse placer.
|F?- líneas de las que brota un talento personal, que no quisiéramos
PETRELL. — Asceta.
K:í perder.
IRENB.—Creo que realmente no nos entendemos. ¿Desde cuándo
|| PETRELL. — ¿Con tanta atención lee mis cosas?
. IRENE. — Es una lástima que usted se pierda.
conoce a María? PETRELL. —. Desde
|í PETRELL. —- No soy tan viejo todavía. hace dos años. IRENE. — En ese entonces,
IRENB.—Usted podría alcanzar independencia y fama. usted...
PETRELL. — (Irónico.) Independencia- y fama, PETRELL. —i Aún iba a la Universidad, como estudiante que odiaba las
.i IRENE. — ¡Ríase, si quiere! En realidad, esa ambición secreta consu- ciencias. María me embelleció la vida. A ella le debo mucho.
me a todos los creadores mentales. IRENE. — (Con menosprecio.) Por lo menos es agradecido.
PETRELL. —■ No estoy consumido, PETRELL. -—■ Sin ella habría muerto de hambre, literalmente, de hambre.
¡si IRENE. — A decir verdad, todavía no es nada. Se encuentra aún en IRENE.—Lo salvó el seno materno.
el seno materno. ¿Qué sabe de la satisfacción que proporcionan PETRELL. — (Fuera de sí,) Es usted repugnante.
las noches de sufrimiento, pasadas en soledad, de la desesperación IRENE. ■— Toda persona inteligente resulta repugnante para los de-
| que emana del trabajo inexorable?... ¡Usted, niñito mimado de
|. su amante!
|' - PETRELL. — ¿Es un escarnio o habla en serio?
| IRENE. — Muy en serio. (Le mira.)
1 10
F e r d in a n d B ru c k n e r La enfermedad de la juventud
más, porque los examina como con rayos X. Usted ocuparía hoy IRENE. — (Se levanta.) Acompáñeme, señor Petrell.
otro lugar, si María. . . PETRELL.—■ Me habría muerto de hambre... FEDERICO. — Su Bubi es un joven bastante apuesto,
IRENE.—Nadie muere de hambre. Antes de perecer, uno vuelve PETRELL. —- (Se levanta.) íbamos a esperar a María.
en sí y se descubre. Yo no encontré un seno maternal, pero no IRENE. — Lo podemos hacer abajo.
morí de hambre. PETRELL. - - Pero llevó una vida FEDERICO.— (Riéndose.) ¿Qué pensaría ella?
de perros. IRENE.—(Ríe.) ¡Gracias a Dios! PETRELL. IRENE. — Que la presencia de usted nos ahuyentó.
No la envidio. IRENE. ' —Por eso soy invencible. FEDERICO.— ¡Pero, niñita!
PETRELL. —■ ¡Déjese de esas tonterías!
FEDERICO. — Espero a Desirée.
ESCENA IX IRENE. — El cuarto de Desirée es el de al lado.
FEDERICO. —> No es ninguna novedad para mí.
IRENE. —■ ¡Es ridículo! (Vuelve a sentarse.)
Entra FEDERIICO desde la habitación de DESIRÉE
FEDERICO. — (Pausa.) ¿Qué está leyendo? (Se arrellana él también en un
diván. IRENE no le contesta.) Siéntese a mi lado, Petrell, le quité el lugar.
FEDERICO. ■— (Ríe.) ¿Un pequeño complot? (IRENE toma un libro.) PETRELL.
PETRELL. —' Quédese allí si quiere.
— Estamos esperando a María.
FEDERICO. — Si Irene no fuera tan malévola. . .
FEDERICO. —• Es de suponer. (PETRELL vuelve a arrellanarse.) ¿Examinó bien
PETRELL. —' No-hay que irritarla.
la habitación? PETRELL. ■— No.
FEDERICO. — Una muchacha tan bonita.
FEDERICO. — Reluciente desde el cielorraso hasta el piso. Esta promoción se
IRENE. ' —Guárdese sus lugares comunes.
celebrará como un verdadero cumpleaños. PETRELL, — ¡Deje a María esa
FEDERICO.— (Ríe.) Entonces, de nuevo en paz.
satisfacción! FEDERICO.— ¡Salud, felicikd y larga vida! PETRELL. — ¡Prosit!
PETRELL. —> ¿Si María se quedara hasta el fin del examen?
FEDERICO. — Esta María suya es una niña mimada del destino. PETRELL. — La
FEDERICO. — Es difícil.
ciencia le contestará que la salud no existe. FEDERICO—La ciencia está
IRENE. — Se lo puedo adelantar ya, Petrell: Desirée aprueba el examen con
leyendo un. libro nuevo. No la molestemos.
mención honorífica.
IRENE. — No me molesto en contestar. (Sigue leyendo.) FEDERICO. — Hace un
FEDERICO. — Desirée aprueba toda clase de exámenes con mención
momento fué precisamente su voz lo que me despertó.
honorífica.
IRENE. — Hace tiempo sospecho que usted escucha detrás de las puertas.
IRENE.—(Con sarcasmo.) Nadie lo sabe mejor que usted. FEDERICO. — Un
FEDERICO. — Y atisbo a través del ojo de la cerradura.
campeón en todo. IRENE.— ¡Ahórrenos los detalles!
PETRELL. — (Inquieto.) ¿De veras?
FEDERICO. — (Observándolo.) Cierto. FEDERICO.— (Se ríe.) Ése fué un lugar común de su parte. (IRENE vuelve a su
IRENE. — (Rápido.) Nada tenemos que ocultar. libro.) ¿Qué piensa regalarle a María?
FEDERICO. — Nada que yo no supiera de antemano.
IRENE. — (Ríe.) ¡No se deje intimidar, señor Petrell!
FEDERICO.— Bubi.
PETRELL,— ¿Qué significa Bubi?
FEDERICO.— ¡Niñito!
IRENE. — Usted está borracho. (Sigue leyendo.)
FEDERICO. — ¿No acaban de jugar a Bubi y niñita, ustedes dos?
26 11
F e i d in an d B r 11 c ¡. r robo en beneficio mío. PETRELL. — Usted es peligroso par?, la sociedad.
FEDERICO. —■ Toda ciencia es peligrosa para la sociedad. IRENE. —Usted no
PETRELL. — Todavía no tuve tiempo para per, ».rlo. es ningún hombre de ciencia. FEDERICO. — Eso sólo se descubre después. .
FEDERICO.-— (Señalando la botella de coñac.) ¿i regalo. IRENE. ■— (Excitada.) A usted lo considero. . . FEDERICO.—• (Se yergue.)
IRENE. •— María no bebe alcohol. ¡Dígalo sin miedo!
■FEDERICO. — Bubi tendrá que destruirle esc s principios.
IRENE. — Entretanto, ella le enseña !o.« .yos. 28
FEDERICO.— Estamos de acuerdo, niñi..
IRENE. ■— ¡Cállese!
PETRELL, — En efecto. María es de índo.1 • tan sana. . . IRENE.—Mejor será que no lo haga. 'FEDERICO.—
IRENE. — ¿Qué es eso? ¡Ánimo, niñita! IRÍ:NE. —Lo considero un carácter
FEDERICO.— ¡Bravo! No hay ínlole sans. criminal. FEDERICO. — (Ríe.) Es parte de la profesión.
IRENE. — En todo caso, la juventud ~ 1 puede ser sana. El espíritu duerme aún, IRENE.—Si usted no tiene ninguna... FEDERICO. — Se
y sueña. irrita porque me tiene miedo. IRENE.—Usted sufre
PETRELL. ■— (En voz baja.) La juvenc-, "oie y sueña. ¡Eso es hermoso, Irene! delirios de grandeza.
IRENE. — Usted se enamora de palabra: iventud es un foco peligroso, FEDERICO. —. Tiene miedo porque siente que mi camino es el único. Tener
con la muerte siempre en PETRELL.—• La juventud.es la únicr . • rara de fuerza creadora significa hallarse en peligro. Y no sólo en teoría, niñita. La
nuestra vida. FEDERICO. — Usted sólo interrunm ■ _ne para repetir lo ciencia no consiste en hojear compendios con dedos sudorosos. Usted lo
mismo. IRENE. — Dispuesto ya para e! .......orio rococó. sabe bien pero se cuida de admitirlo.
PETRELL. — Irene... IRENE. — Me cuido de usted, porque algún día estará en la cárcel.

¿RENE. — (Rápida.) ¡Discúlpeme! FEDERICO. — Tolo hombre realmente. grande debería estar en la cárcel.
PETREL!.. — ¿Conoce la espléndida sentencia de Novalis: "Nada distingue IRENE. — ¡Eso es ridículo!
tanto al hombre de la naturaleza como el haber caído en la tentación de FEDERICO. — Usted se aferra a los libros porque su instinto la pone en guardia
amar el dolor y la enfermedad"? en contra del verdadero camino. En realidad, lo conoce perfectamente
IRENE. —Novalis fué un neurótico. bien. Mis respetos para esa cabecita.
PETRELL, ■ - (Más exaltado.) ¡Caído en la tentación! ¡Hemos caído! IRENE. — (Se levanta de un salto.) ¡No seguiré escuchándole!
FEDERICO.— ¡AI diablo con ustedes y su Novalis! IRENE. — Petrell es un poeta. FEDERICO. ___ ( A PETRELL.) Ya me falta poco para seducirla del todo.
FEDERICO. — (Fumando.) Estoy haciendo una experiencia interesante. IRENE. — (Exasperada.) ¡Deje en paz a este joven!
PETRELL. — (En voz baja.) ¿Poeta? No sé si soy poeta. FEDERICO. — Estoy FEDERICO.— (Ríe.) Bubi...
haciendo una experiencia interesante: intensifico IRENE. — Para usted no hay nada sagrado.
mi influencia sobre una persone, hasta que la llevo a cometer un FEDERICO. — Podría corromper a Bubi.
PETRELL, —' ¿Corromper?
IRENE. — ¡No le haga caso!
FEDERICO. — No me haga caso, Bubi. • IRENE. —
Tampoco yo quiero escucharle.
FEDERICO.— Ahora miente. (IRENE le vuelve la espalda.) ¿Quiere
que le cuente mi experiencia? IRENE. —No queremos hacernos cómplices
de sus crímenes. FEDERICO. —■ ¿Esta noche, a las once, cuando nadie pueda
vernos? PETRELL. — ¿Por qué la irrita?
FEDERICO. — Nosotros dos solitos. . . , con interés puramente científico.
IRENE. —No le conteste nada. PETRELL, —
Usted es cruel. FEDERICO. — Estoy realizando
estudios. PETRELL. •—■ ¿También ahora?
Ferdinand Bruck.net La enfermedad de la juventud
F ESCENA X
EDERICO. •— Te sorprende, Bubi, ¿eh? IRENE. —
¡Todo esto es absurdo! Entra ALT. FEDERICO vuelve a arrellanarse en el diván.
FEDERICO.— "En el fondo, tampoco en las ciencias se puede saber
nada, siempre hay que o b r a r . " IRENE. — ALT. —La agasajada no está en casa.
¡Todo absurdo! FEDERICO.— (Ríe.) Dijo Goethe. PETRELL, —• Desirée rinde hoy examen
PETRELL. —! (Asombrado.) ¿Goethe? FEDERICO. — Petrell, déme un cigarrillo.
FEDERICO. — No sólo escribió El Rey de los Alisos. ¿O es también algo que el ALT. —■ (En voz baja.) ¿Es verdad eso?
Bubi no debe saber? IRENE.— (Insegura.) ¿Qué?
IRENE. ~ ~ ( A PETRELL.) ¿Usted quiere seguir aquí? ALT, — ¡Ten cuidado! ¿
FEDERICO. — ¡Déjese de comedias, palomita!' Si lo mismo se defiende a las IRENE. — (Ríe.) No te comprendo.
mil maravillas. Usted es la más sana de todos nosotros, todavía más que la FEDERICO. — ( A PETRELL.) ESO me tiene preocupado. Desirée.. .
rebosante María. Pero la gran diferencia reside en que usted conoce los PETRELL. —< ¿Quiere que se lo jure?
peligros. FEDERICO. — Usted tiene olfato para toda mujer.
'PETRELL. — Hablemos de otra cosa. PETRELL. . — Desirée apenas se digna mirarme.
FEDERICO. — Cállese. A ella le gusta el tópico. El que tolera que los límites FEDERICO. — Ya está harta de las decepciones que sufrió con los
de la ley le prescriban los de la ciencia, llega a viejo y es nombrado
mozalbetes dóciles. ALT. —
profesor. No caben dudas de que usted, señorita, será colmada de honores
No lo consentiré.
académicos.
PETRELL. — ¡Basta! IRENE. — Estás soñando. ' '
ALT.—Ella lo sabrá.
i IRENE. —■ No tengo miedojde_ una campesina.^ _____
FEDERICO. — Yo ni siquiera llegaré a recibirme. • FEDERICO.-^~A~usted" le "gusta el~papel de escéptico, precisamer lo que no
PETRELL. — Usted se toma su tiempo. es.
FEDERICO. — Veinticuatro semestres. PETRELL. —. A usted uno no sabe cómo clasificarlo.
PETRELL. — El romanticismo del eterno estudiante. FEDERICO. — El escepticismo es su arma femenina. (Señalando a la
FEDERICO. — Usted es un idiota. . . , ¡perdóneme! muchacha,) El arma femenina de la niñita es la altanería.
PETRELL.— (Ríe.) ¡Perdonado! PETRELL. — ¡No la llame niñita!
FEDERICO. — Si yo fuera mujer, también me enamoraría de usted, igual que FEDERICO.— (Ríe.) Usted se descorazona fácilmente.
esta niñita. PETRELL. —< ¿Qué es lo que pretende? _____ ^ ' .
PETRELL, — La señorita Irene no está enamorada de mí. FEDERICO. — Usted vive de la palabra. Un ideal no puede llamarse "Niñita".
FEDERICO. — ¡Tápese los oídos, Bubi! Su infantilismo puede provocar el más IRENE. — Al fin y al cabo, es algo que a ti no te interesa.
voluptuoso frenesí en cualquier mujer, y parece que usted lo sabe bien. ALT. —No tienes por qué subir hasta su cuarto.
¿Desy no estuvo nunca enamorada de usted? (IRENE presta atención.) IRENE. — Me dan lástima los que siempre olfatean alguna porquería.
PETRELL. — Nunca. ALT. —: ¿Qué tenías que hacer tan temprano en su cuarto?
FEDERICO. — No soy celoso. IRENE.—(Ríe.) Quería ver el escritorio rococó.
PETRELL, — De veras, nunca.
FEDERICO. — El arma femenina de María es la salud rebosante. Hay
FEDERICO. — Hasta en Desy podría despertar la libido maternal.

30 31
Ferdinand Bruck.net La enfermedad de la juventud
Ferdlnand Bruckner
La enfermedad de la juventud
quienes se defienden con su misma actitud indefensa. Pero en el rondo,
todos nos parecemos. Somos unos pobres diablos. FEDERICO. — No aprobar sería para ella, a fin de cuentas, un acontecimiento feliz.
PETRELL. — Ahora tendría ganas de volverme a casa.
MARÍA.— ¿Por qué tan callado, Bubi? (Se acerca a PETRELL.) IRENE. —Lo de
FEDERICO. — A trabajar. Desirée pesa sobre tu conciencia. ALT. — Todo ser humano tiene que hacer algo.
PETRELL. — Usted lo adivina todo. IRENE. —Una no entra en la sala de operaciones con medias de seda. FEDERICO. —
FEDERICO. — El nuevo escritorio. ¿Por qué no?
PETSELL. — Se burla de nuevo. PETRELL. —• De paso: te doy las gracias por el escritorio. MARÍA. —
¿Cuándo lo entregaron?
FEDERICO. — Las pequeneces impulsan a grandes intenciones. Lo
'PETRELL. — Esta mañana. Todavía me encontraron durmiendo. MARÍA.— Es bonito,
imponíante es perseverar. PETRELL. — Quisiera escribir una gran novela.
¿verdad?
FEDERICO. —• Por el momento se siente inspirado. PETRELL.— Usted sería el PETRELL.—. Muy bonito. Tuvieron que despertarme. MARÍA.—
personaje principal. (FEDERICO He.) IRENE.—No me detuve más de tres ¿Estás contento? PETRELL, ■— Hasta demasiado bonito.
minutos, sóo lo necesario para MARÍA. — Pronto te acostumbrarás. PETRELL. —^ Sí.
volver a bajar con él. ÁLT. — Ahora tú misma empiezas a MARÍA. — ¿Algo te preocupa. . . ? ¿Dónde lo pondrás?
sentir escrúpulos. IRENE.—Si detrás de cada insignificancia... PETRELL.— En el cuarto. p ~ ^:
ALT, — Eso no fué insignificante. IRENE. —Te crees. . . MARÍA.—- (Ríe.) Pude imaginármelo... ¡Escucha! //"„ u ¿/
Al<T' — La ¡¿tención no fué insignificante. IRENE. PETRELL,— ¿Qué quieres? f'
—Te compadezco. MARÍA. — ¿Por qué estás tan hosco? ff "' ..
"\,
PETRELL, — Nada de importancia. |'; ■',
ESCENA XI \
MARÍA. — ¡Habla de una vez! |: ' ;
Entra MARÍA PETRELL.— (Violento.) ¡No me interrogues así! '\ % • ...>;...',•'?**'
MARÍA.— Te encuentro cómico. .\ 0
MARÍA, .-r-¿Alt? ¡Qué bien! (Se quita la chaqueta y el sombre.
PETRELL. ' — Ya me hablas como mi madre. 'S^'
ALT.—■' ¡Que viva María!
'''?-?r.\\.\<<$>-P A
FEDERICO. — ¡Tres veces viva!
PETRELL;-—(En voz baja:) Ahora lo sé.
MARÍA. — (Se He.) ¡Vamos! '^V^ 3^^
PETRELL. — Ya tuve bastante con mi propia madre. ^.-.c;;***
IRENE. ,— ¿Cómo?
MARÍA. — Estás de mal humor, Bubi.
PETRELL,.— Lo dijo Federico.
PETRELL,— ¡Nifiito mimado de su amante..., esto es el colmo! IRENE. — (Que ha
IRENE. —¡Silencio! seguido atentamente la conversación.) ¿Estorbamos?
PETRELL. — Usted está enamorada de mí. IRENE.
FEDERICO. —■ ¡Qué ocurrencia!
— ¡Silencio... en esta habitación! ALT, — IRENE.—Porque, si quieren, podemos irnos.
¿Dónde se quedó Desirée?
FEDERICO.—■ (Estalla.) ¡Thalatta! ¡Thalatta!
IRENE. — Por supuesto, aprobó con mención honorífica, ¿verdad? MARÍA. —
IRENE. — ¿Qué dijo?
Sólo la acompañé hasta la puerta.
FEDERICO. —■ ¡Thalatta! ¡Thalatta!

32 16
Ferdlnand Bruckner
ALT. — Déjalo que se divierta.
La enfermedad de la juventud MARÍA. —

Todavía puedo alcanzarlos.


FEDERICO. ■—■ Es el grito de guerra de los griegos. ¿Usted siguió el ■ALT. — (Mordaz.) No lo creo. Siéntate a mi lado. (Ella lo mira con asombro.) Aquí,
bachillerato moderno? IRENE. —Es María.
muy chistoso. FEDERICO. ■— Comienza MARÍA. — No te comprendo.
la lucha. MARÍA. —Delírium tremens. ÁLT.—.Déjalos que corran adonde quieran.
FEDERICO.— ¡Ocupen posiciones, con Bubi en el centro! MARÍA. —. Pero si ahora no corren. -Están en la calle. . .
MARÍA. — ¡Déjese de tonterías! ÁLT. — Tal vez también corren por la calle. (La tensión de MARÍA disminuye
FEDERICO. — ¡Adelante, niñita, quisiéramos colaborar! rápidamente,) Siéntate aquí, a mi lado. (MARÍA sigue inmóvil.) Pon el sombrero en
MARÍA. — (Ríe.) ¿Quién es la niñita? la mesa. (Ella lo hace mecdnica-. mente.) La chaqueta también.
FEDERICO. — La señorita Irene. MARÍA.— (Se sienta. Pausa.) Te imaginas cosas.
IRENE.--"-¡Cállese! ALT. — Ponte cómoda, tenemos tiempo..
FEDERICO. — La niñita del Bubi, si me permite que se la presente. (Silba.) MARÍA.— (Ríe.) No, querido mío. La muchacha es demasiado insignificante para eso.
ALT. — (Retiene a IRENE.) ES capaz de arañarle la cara. FEDERICO.— (Silba.) ALT, — Lo importante no es nunca causa de nuestra ruina. MARÍA.—• ¡Todo esto no
¡Manos a la obra! (MARÍA se dirige hacia puede ser verdad!
¡Quieta, favorita del destino! MARÍA.—¡ ALT, — Perdí mi empleo en el Hospital Municipal y pasé varios años en la cárcel.
¡Atrévase! FEDERICO. — Cuida a tu Un niño condenado a morir sufría tanto, que me sentí obligado a abreviar su
muchachito. MARÍA. — ¡Fuera de aquí!
agonía, dándole morfina en lugar de alcanfor. ¿Me escuchas?
FEDERICO. — O termina con él. (De pronto abraza a MARÍA,) El
MARÍA.— Morfina en lugar de alcanfor.
no es para ti. MARÍA.— (Se libra con violencia.) ¡Grosero! FEDERICO. —
ALT. — 'Mi existencia quedó deshecha, pero volvería a hacerlo. ¿Me
Habría que darle unos buenos azotes a esta muñeca
comprendes? MARÍA. — Volverías a
estéril.
hacerlo. ALT. — Volvería a hacerlo.
IRENE.—No tengo necesidad de seguirlo aguantando. (Sale con violencia.)
FEDERICO.— (Ríe.) Tiene mucha necesidad. MARÍA.— Volverías a hacerlo. (Ríe.) No, esto no va en serio.
MARÍA. — ¡Niños...! ALT. — Nada es serio en un muchachito.
PETRELL. — Hay que ir a buscarla. (Sale de prisa.) MARÍA.— ¿Debo de golpe arrancarlo de mi corazón?
MARÍA. — (Sorprendida.) No. (FEDERICO sigue silbando por lo ALT. — Condenado por homicidio por negligencia. Dos años. de
bajo.) ¿Qué ocurre aquí? (Sale.) ALT. — cárcel. Tú habrías hecho lo mismo. MARÍA. —
Usted provocó, una desgracia. ¿Cómo? ¿Qué dices?
FEDERICO. — (Le mira. Después de una pausa.) Usted, señor Alt, le ALT. — Aquí se demuestra con singular claridad lo anticuada que
cae más simpático.. (Sale.) MARÍA. — (Entrando de prisa.) Ya bajaron por está nuestra legislación penal. MARÍA.—
la escalera. (Toma Me volveré loca.
su chaqueta y su sombrero.) ALT. — Saltando ALT. — Vivimos de acuerdo con principios atrasados. Alguna vez
escalones de dos en dos. MARÍA.— (Ríe.) Me lo tenemos que comprenderlo. ¿Me escuchas? MARÍA.— Alguna vez
puedes explicar. ALT, — ¿Adonde habrán ido? tenemos que comprenderlo. A'LT,—Alguna vez tenemos que
comprenderlo.

32 17
...
Ferdinand B r ti cliner

MARÍA.—■ Alguna vez tenemos que comprenderlo. (Risa.) Probablemente,


ahora está sentado junto con ella. ALT. — Con los puños cerrados.
i
MARÍA.— (Mecánicamente.) Con los puños cerrados. ALT. —
Volvc-r en sí. MARÍA.—■ Volver en sí.
ALT. — Despertarse. Aferrarse a otros seres humanos es debilidad. MARÍA.—
Vivir como Federico es fuerza. ALT. — Con plena conciencia de su yo. . Mis
MARÍA.— Con plena conciencia. (Se ríe.) Gimnasia rítmica. Estamos locos ios ACTO SEGUNDO
dos. ALT. — Ahora estás entrando en razón. MARÍA. •—? Estoy entrando en
razón. ALT. — Bórralo completamente de tu memoria. MARÍA. — Paro ESCENA
(De noche. La habitación I
está adornada con flores.)
convertirme en un animal, igual que Federico. ALT. —- Federico no es ningún
animal. MARÍA.— Un criminal. ALT. — ,-No lo soy yo también? 1
MARÍA. — (Asombrada.) ¿ T ú . . . ? Esa mujer está con é l . . . ALT. -— Con
él.
MARÍA. —■ ¿Con él? (Empieza a reír, con una risa que se toma cada vez más MARÍA y DESIRÉE bailan mientras toca el gramófono
violenta.) Y yo, hace apenas una hora, estaba fregando el suelo de la %
habitación. Parece mentira. ¿Para quién lo hice? -¡Ríete conmigo! ¡La DESIRÉE. —Tienes que dar pasos más cortos.
habitación reluciente! (Toma la botella que tiene delante y la arroja contra MARÍA.—■ (Ríe.) Todavía no lo sé bien. Ten paciencia. I*
el espejo.) ¡Cómo se hace añicos!... ¿Oíste el crujido? Se acabó la DESIRÉE. — Tú sabes hacer cualquier cosa.
habitación reluciente... Ahora es una pocilga. Vivimos en una pocilga. MARÍA.— Me galanteas demasiado abiertamente. ,|
¡Ríete conmigo! DESIRÉE.— Marión. (MARÍA ríe.) Mi Marión.
ALT. — (Frenético.) ¡Me río contigo! !
MARÍA. — Vivimos en una pocilga. ■
ALT. — Vivimos en una pocilga. MARÍA. — (Ríe.) Todavía no. |j
MARÍA.— Hasta ahora, yo viví soñando. Idiota. Idiota. En la pocilga. ¡Ríete DESIRÉE.—• ¡No lleves la espalda tan tiesa! Más soltura en las
conmigo! Una idiota en la pocilga. Una idiota en la pocilga. ¡Ay, no te oí R
reír! (Se desploma. ALT la sostiene y- le acaricia el cabello,) r
caderas. 'r-
MARÍA. ~ Es fácil pedirlo. P
TELÓN DESIRÉE. — Todas las mañanas una ducha fría, te haces frotaciones
1 y un poco de gimnasia sueca. MARÍA. — Precisamente tengo tiempo para
eso. DESIRÉE. — Hay que hacerse tiempo. Un buen entrenamiento te
ahorra mii pensamientos superfluos por hora. (Ríe.) Ahora me
I pisaste. MARÍA. — Otra vez. DESIRÉE.—
] A ti te lo perdono todo. MARÍA. — ¿Me

18
36
quieres aún?
DESIRÉE. — ¡Niñita
tonta! MARÍA.— (Se
detiene.) ¿Qué fué?

19
36
F e rdinand Bruc kne r La enfermedad de la juventud

DESIRÉE.— ¿Cómo? MARÍA, —■ Sólo recordé a Alt y su modo de dármelo a entender. DESIRÉE.
MARÍA.— (Ríe.) Fué una victoria del alma. "Fué una victoria del alma el — Si Alt también fuera hombre, sería un dios. MARÍA. — ¿No es un hombre,
librarse, por fin, de los lazos de la costumbre." acaso?
DESIRÉE. — ¿Esa estúpida carta ya la sabes de memoria? DESIRÉE. ^ —Para saberlo, todavía te falta el instinto. Yo podría bañarme en
MASÍA. • — " . . . salir, evadirse de' las propias limitaciones, como el potro presencia de Alt como si fuera una vieja, porque sexo no tiene. (Se
salvaje que escapa de su encierro para ganar la libertad de la pampa." arrellana en el diván.)
DSSIRÉE. — Ese encierro eras tú. MARÍA. — ¿Y ese hijo suyo?
MARÍA. — "Ese resto de pampa que hay en nosotros. . . " DSSIRÉE. — Basta DESIRÉE. — Lo engendró para tener un hijo, lo que en un hombre
ya. MARÍA. —■ El encierro era yo. DESIRÉE. — La pampa tiene el cabello rojo. resulta^'.todavía más incomprensible que en una mujer.: Alt es una mamá
MARÍA. — ¿Quieres que te la lea palabra por palabra? (Busca la caria.) masculina. :
DESIRÉB. — ¡Por amor de Dios! (Vuelve a dar cuerda al gramófono.) MARÍA-, MARÍA. —■ Ayer estuvo muy enérgico.
— (Leyendo la carta.) "Fué una victoria del alma, el librarse, por fin, de los DESIRÉE. — Alt puede ser inexorable, como una mamá severa y tonta.
lazos. DESIRÉE.—■ ¡Escucha! MARÍA.— 'De les lazos de la costumbre". MARÍA. — Le mete a una el dedo en la garganta, para que vomite.
DESIRÉE. — Este es un baile javanés. MARÍA.— Quizá él tenga razón. DESIRÉE. — El día que yo no pudiera seguir adelante. . .
DESIRÉE. — Deja que se vaya. ¿Oyes qué lindo es esto? MARÍA.— (Junto a la amiga.) ¿Tú?
MARÍA. — Ya ves que lo dejo que se marche. DESIRÉE. — . . . acudiría a él.
DESIRÉE.— Ven. (Vuelven a bailar.) MARÍA. —i ¿No poder seguir adelante... tú?
MARÍA. — Quizá él tenga razón. DESIRÉE. ■— (Cariñosa.) ¿Te quedarás siempre a mi lado?
DESIRÉE. — Ahora puedes dar pasos más largos. MARÍA. —■ (Pasa su mano sobre la cabellera de DESIRÉE,) Pequeña.,.
MARÍA. — ¿Así? DESIRÉE. — (Le da un beso en la mano.) Marión.
DESIRÉE. — ¡Excelente! MARÍA.— (Retira la mano.) No.
MASÍA. — Kace veinticuatro horas, no lo hubiera creído. ¡Qué pronto se DESIRÉE.— Apaga la luz. Soñemos. (MARÍA sigue en silencio.)
convence una! DESIRÉE. —■ ¡Qué pronto, ni te. lo imaginas! MARÍA. — ¿O es Ven, acostémonos en la cama. MARÍA. —• No, todavía no estoy cansada.
que una sólo cree cambiar? (Pausa.) Mañana será mi
DESIRÉE. — (Grosera.) Si no te concentras, no puedes bailar. (Detiene el fiesta de despedida, DESIRÉE, — ¡Qué
gramófono.) MARÍA. — (Presurosa.) Si me estoy concentrando... DESIRÉE. — niñería, inventar eso!
Te embriagas de recuerdos.
20 39
F e rdinand Bruc kne r La enfermedad de la juventud
MARÍA. —■ Cuando se quiere hacer un bien, después se tiene siempre la
impresión de haber actuado como un niño... A decir verdad, Federico
desempeñó el papel de gran revelador.
DESIRÉE. — Le puedes dar los gracias.
MARÍA. —■ No quiero ni verlo.
DESIRÉE. — Te haría bien.
MARÍA, —i NO. _ _
DESIRÉE. — Él y Alt son como dos hermanos que en nada se parecen.
MARÍA.— (Sorprendida.) ¿Federico? DESIRÉE, . —Dos dos van hasta el final,
sin prejuicios. MARÍA.— En cierto modo, le tengo miedo a Federico;
DESIRÉE, — > Y yo a Alt, Me infunde terror porque lleva ropa de hombre.
MARÍA.—■ Todo lo ves desde la perspectiva sexual.

21 39
La enfermedad de la juventud apara

F e r din and Br u ckner DESIRÉE. — Algún día él lo hará pero, desgraciadamente, no con-
migo. Nosotros dos ya hemos salido del fluido. TOPí

DESIRÉE. — USOS dos llevan la misma cabeza sobre cuerpos distintos. Sus MARÍA.—■ ¡Morir, no! IP-rS
manos son diferentes, tal vez sus corazones también, pero sus cabezas son DESIRÉE.— (Sonríe.) Ahora, tus ojos son realmente azules.
iguales. El hombre es un híbrido extraño. . . Tú no conoces a Federico
cuando pierde la cabeza.
MARÍA.— ¿Puede perder la cabeza alguna vez?
Wvm
MARÍA.— ¡No digas nada!
DESIRÉE. — Si así no fuera, no lo habría aguantado tanto tiempo. Te muerde y DESIRÉB. — ¡Qué hermosa eres, Marión! &í¡!ff
MARÍA.— (Sonríe,) Sigamos quietamente sentadas, una junto a k ^Bál
te chupa la sangre como una fiera. Eso ya no es voluptuosidad, sino
delirio, dolor, demencia bestial. Ésos son los raros instantes de nuestra otra. lilal
vida que nos permiten superar a la mísera criatura que hay en nosotros, y DESIRÉE. — Sigamos juntas. EraS
MARÍA. — Sigamos una junto a la otra. . . , no hablemos. (Pausa.) f|l&i
librarnos del cuerpo como de un cadáver.
MARÍA. — (En voz baja.) No reconozco tu cara.
DESIRÉE. — (La abraza con violencia.) ¡Morir, Marión, morir!
DESIRÉE.—

iM
(Sonríe.)
ff
Sabes...

MARÍA.— ;Morir?
MARÍA. —■ ¿Qué? n "! fm
DESIRÉE. — Sólo un pasito más allá de la fiebre voluptuosa, un pasito más allá DESIRÉB. — Ahora hasta podría. . . plif
del dolor. . . y una ya no.se despierta. (La besa.apasionadamente.) ¡Oué MARÍA. — ¡Dilo!
hermoso sería. Marión!
MARTA.— (Sollozando, la atrae hacia sí.) ;Morir n o . . . , morir no!
DESTREE,—■ ;Si muriéramos ¡untas. Marión! (Sentadas, las dos muchachas
WM
DESIRÉE.— (Ríe.)
Volver a repasar el mamotreto. |IÍs?
se confunden en un estrecho abrazo.) ;Para qué seguir? A veces, una se MARÍA. — Anatomía. M¡||
ensaña a sí misma por un rato, pero luesro despierta, v de nuevo todo DESIRÉE. — Me quedan tres semanas hasta el examen.
siítue lo mismo. ¿Para qué? (Pausa.) Me faltó valor. Si en un momento f|*ÍfiJ
semejante le susurrara a Federico: .'muérdeme en ¡a sars-anta, mátame!. . ]
. , lo haría.
MARTA. — /Hacerse asesinar? No, entonces es mejor que una misma...
MARÍA. — Ayer lo pasé en un abrir y cerrar de ojos. ' II
DESIRÉB, —■ ¡Incomprensible! Otros se matan día y noche y no
DESIRÉE. — Es más fácil hacerse matar, y más seguro. Me faltó valor. Somos aprueban. No lo comprendo. MARÍA. — Hubo un tiempo en que yo también me
criaturas pegajosas; nos aferramos al deseo de disfrutar conscientemente mataba día y
aun de esa última voluptuosidad. Yo ya había logrado adiestrar a Federico noche.
para ese final, por si acaso a)auna vez me resolviera. Pero' hasta ahora me DESIRÉE,— ;Fué muy difícil? . h^i">
faltó valor... Dos palabritas cuando él está a punto de perder la cabeza: MARÍA. — No: fué hermoso.
mátame ahora. . . y lo hace. Te muerde en la gargarita. Bien sabes lo DESIRÉE. ■— Si una pudiera encontrar hermoso lo que le resulta fácil. j&ijj©
peligroso que es para él.
MARÍA. — ¡No sigas hablando!
DESIRÉE. — Lo amaestré como una fiera, ahora sólo hace falta azuzarle.
MARÍA. — (Se separa cautelosamente de DESIRÉE.) No, pequeña mía.
ü
m
i
22 41

1
MARÍA. — Cada cual tiene su manía. wfm- comen.) ¿Bailamos o nos vamos a dormir? '"'
DESIRÉE. •— (Se sirve de una caja de bombones.) Prueba. (Ambas ■ •■
LI¡L
MARÍA. — Es demasiado temprano, y aquí estamos tan cómoda- g^|{
mente, sentadas. Que nos prepare un té. (Toca el timbre.) !"* ;
DESIRÉE,—.Yo me acuesto y tú te sientas a mi lado, en el borde '\';
de la cama.
MARÍA.— ¿Estás cansada? Jjdej!
DESIRÉE. — Una no debe acostarse sólo cuando esté cansada, sino
también cuando está de buen humor. Me encanta la cama. En ella ||$S
me siento cobijada como en un hogar.
MARÍA. — ¡Anda, pequeña! ^
DESIRÉE.— ¡No me dejes mucho sola! (Se retira a su habitación). s¡|p

23 41

1
Ferdinand Bruckuer La enfermedad de la juventud

MARÍA.— (Echa una tímida ojeada a la carta.) " . . .el potro salvaje que MARÍA. —■ ¿Piensa casarse pronto?
escapa de su encierro. . ." LUCY. — Cuando vuelva a casa... ¡Qué hermoso que también usted
sea de Passau! MARÍA.—r (Ríe.) ¿Hermoso?
¿Por qué?
ESCENA II LUCY. — (Señalando en dirección de la puerta de DESIRÉE.) NO
quisiero ser de la ciudad donde nació esa señorita. MARÍA.
Entra LUCY. — ¿De veras?
LUCY. — Pero de Passau, sí. .•. Todos mis hermanos son de Passau... pero
MARÍA. — Prepárenos un té, por favor. ¿Qué le pasa?. LUCY. — (Sonríe.) La ahora se han ido de allí. (Sale. MARÍA da cuerda al gramófono y se sienta
señora Schimmelbrot. . . MARÍA. — ¿Qué? junto al aparato.)
LUCY
; — La señora Schimmelbrot no está en casa. MARÍA. —
,.No tiene té? LUCY. — Sí," tengo.
MARÍA.— (Le alcanza la caja de bombones.) ¡Sírvase! LUCY. — Gracias. Las ESCENA III
dos somos de Passau. MARÍA. — No lo sabía.
LUCY. — Lo vi por casualidad en el libro de huéspedes. MARÍA.— ¿Para qué Entra IRENE.
tenía que ver hoy el libro de huéspedes? LUCY. — Hace tiempo que lo vi.
MARÍA.— (La observa.) ¡Qué interesante, que también usted sea de Passau! IRENE. — ¿Puedo hablar contigo? ("MARÍA calla.) Sólo unas pocas palabtas.
LUCY. — Antes no me atrevía a decírselo. Mi padre trabajaba en el (MARÍA sigue en silencio.) Podemos, conversar <k p>^ MARÍA. — (Rápida.)
taller del suyo. Mi padre es carpintero.. MARÍA. Discúlpame. (Se sientan.) IRENE. — Tal vez podrías parar el gramófono unos
— ¿Por qué está tan alegre hoy? LUCY. — Su minutos. MARÍA.— ¿Te molesta?
padre es arquitecto, ¿verdad? MARÍA. — Sí. IRENE. —Haz como quieras... Desearía que no hubiera ambigüedades entre
LUCY, — Entonces es como digo. MARÍA.— ¿Por nosotras. MARÍA. — Adoras la exactitud. IRENE. — ¿Aún no vino a verte el
qué está tan alegre hoy? LUCY, — El tiempo está señor Petrell? MARÍA.— Ahora mientes. IRENE. — ¿Me dejas hablar?
tan hermoso. MARÍA. — ¿Saldrá a pasear? LUCY, — MARÍA. — Petrell no vendría nunca a verme. Es un cobarde. IRENE. . — Eso
(Sonríe.) Tal vez. depende de la influencia que se ejerza sobre él. MARÍA. — (Ríe.) ¡Ah! ¿Sí?
MARÍA.—- Entonces me prepararé yo misma el té. IRENE. — Nadie vive sólo de sus recursos. MARÍA. — Bajo tu influencia
LUCY.— No puedo irme todavía... Mi novio también trabajó con adquiere coraje. IRENE.—Estás irritada.
su padre, MARÍA. — ¿Tiene novio? LUCY. MARÍA. — Tu educación lo convierte en héroe. IRENE. — ¿De veras que te
— Mi novio es tapicero. MARÍA. — ¿Por qué divierte esa música? (MARÍA no contesta.)
se fué de Passau? LUCY. — Somos seis Una apenas oye sus propias palabras. MARÍA.— ¡Qué extraño que una persona
hermanos. pueda cambiar físicamente en veinticuatro horas! IRENE. — ¿Qué quieres
decir?
42
--------------- ..................................... i.¡, ................................... ».« ...................i»ii»iiii»Mtii^;««iró«ÉÉÉÍÍ^^

24
F e r á inand B r u c kner MARÍA.—■ ¿Vas a cantar alguna vez? ¿Qué buscas aquí?
IRENE. — Ofrecerte nuestra amistad.
MASÍA. — Tu cara se ha redondeado. Está más quieta y más llena. IRENE. — MARÍA.— Gracias.
Habré aumentado de peso, tal vez. MARÍA.—• Lo punzante ha desaparecido IRENE. — Ésa era toda mi misión.
bruscamente de tus facciones. Estás hermosa. (Se levanta y fiara el MARÍA.— Gracias.
gramófono.)' .IRENE. — Gracias a Dios. MARÍA. — Ponte cómoda. IRENE.— Hasta que entres en razón... MARÍA. — ¡A
IRENE.—Quisiera que arregláramos las cosas objetivamente. MARÍA. — Si así sentarse!
io quieres. IRENE. — El señor Petrel!... MARÍA. — ¡Objetivamente! IRENE.—El IRENE. ■— No quiero echarte a perder tu concierto nocturno.
señor Petrell... MARÍA. — ¡A sentarse!
MASÍA.— Di Otto. "El señor Petrell" en tu boca es una mentira. IRENE. ■— Te IRENE. — Tengo que hacer.
equivocas. Aún no hemos llegado a eso. MARÍA. —> Esta mañana recibí una MARÍA. — ¡A sentarse!
carta suya. IRENE. . — Lo sé. IRENE. — ¿Estamos jugando a la escuela?
MARÍA. — (La mira.) ¿Te hace leer las cartas que escribe? ¿Tal vez MARÍA. — ¡Siéntate! i
las redacten entre los dos? IRENE. •— Él tiene estilo propio. IRENE. — Parecería que tú. . . MARÍA.— (Fuera de
MARÍA. — Me consta. Potro salvaje en su encierro. IRENE. — sí.) ¡Siéntate! IRENE. — (Se sienta.) ¿Qué significa
Es un poeta. MARÍA. — Es un poeta. esto?
IRENE. •— Vine para ofrecerte nuestra amistad. MARÍA. — (Le arranca el sombrero de la cabeza.) Tomaremos juntas
MARÍA. — Gracias. un poco de té. IRENE. — Tengo algo más que hacer.
MARÍA.—: Ahora estás aquí, conmigo. IRENE. — (Insegura.)
IRENE. — Hiciste mucho por él.
No me dejo intimidar. M¿RÍA.— Gracias por la visita. IRENE.
MARÍA. . —■ Gracias.
— No tolero las farsas. MARÍA.— (Le alcanza la caja de
IRENE. — Le ayudaste a superar las épocas más difíciles. MARÍA.—■ (Irritada.)
bombones.) ¡Toma! IRENE. —No me gustan los dulces.
Gracias.
MARÍA.— Son de Desirée. Ella me los regaló. ¡Qué atenta!, ¿verdad?
IRENE. — No lo olvidará nunca. Habla muy bien de ti. Fuiste más
que una madre para él. MARÍA. — (Fuera de sí.) ¿Te vas a También las flores son de Desirée, míralas. IRENE. — Muy atenta, de veras.
callar de una vez? IRENE. — No te comprendo. MARÍA.— ¡No MARÍA. —■ No. La bombonera es bonita. IRENE. — ¿Qué significa esto?
me comprendes! MARÍA.—. Entonces: vuestra amistad. IRENE. — Reflexiónalo con calma.
IRENE. — Él te aprecia demasiado como para poder borrarte de su vida. MARÍA.—• ¿Qué es eso: vuestra amistad? IRENE. — Reflexiónalo con calma.
MARÍA. — La vida del potro salvaje. IRENE.
Tienes tiempo.
— Ésos son floreos literarios. MARÍA.— Estoy perfectamente tranquila. ¿La idea fué de él?
MARÍA. —■ Los que habrías podido inventar tú. ¿Ya escribes por él? IRENE. — IRENE. — Eso no tiene importancia.
Contigo no se puede hablar. MARÍA. — No soy una estúpida. MARÍA. — La carta aún no dice nada al respecto.
IRENE. — Sólo se nos ocurrió más tarde.
La enfermedad de la juventud MARÍA.— ¿A quién?
IRENE.—Es algo demasiado evidente, como para que hubiese que

IRENB. ■—■ Nadie supuso que lo fueras. (Se levanta.) escribirlo expresamente. MARÍA.— A mí no me parece tan evidente. IRENE.
MARÍA.— ¡Quédate sentada! — ¿Después de que vivió dos años contigo? MARÍA.—■ Eso se lo enseñaste
IRENE. — ¡María! también. IRENE. — Parece que lo consideras un imbécil. MARÍA.—» Le
MARÍA. — ¡No soy una estúpida! considero inescrupuloso e indiferente, pero su falta
IRENE. — ¿Por qué no lo eres? de escrúpulos proviene de su indiferencia. No es un mal hombre. IRENE.
—Nadie lo afirmó.
44
25
MARÍA. — Sin embargo, a él nunca se le hubiera ocurrido ofrecerme su MARÍA.—. ¿Eso también lo sabemos de antemano? (IRENE no le responde.)
amistad desde hoy. Es idea tuya. IRENE. — No tiene importancia. MARÍA. — ¿Para eso viniste a verme?
Sí que la tiene, porque tú eres mala. IRENE. —Si eso te tranquiliza. IRENE. •— Todavía llegaremos a ser amigas.
MARÍA. —•• Lo haces porque te gustan las cosas bien ordenadas. MARÍA. — ¿Acaso me necesitas? (IRENE la mira vacilante.) ¿Ustedes me
(IRENE ríe.) Calculas hasta los gramos del sentimiento. IRENE. — No lo ayudarán?
sabía. IRENE. — Si tú lo quieres, sí. .
MARÍA. — Le enseñaste la cantidad de gratitud que no llega a ser peligrosa, MARÍA.— Yo no lo quiero.
para ti. IRENE. ■— Entonces te ruego que disculpes mi intromisión. (Se levanta.)
IRENE. — Lo haces todo con premeditación, no por sentimiento. MARÍA. —■ No quiero volver a verlos, ni a ti, ni a él. IRENE. — Respetaremos
Eres una estúpida. MARÍA.—■ Sigue, parece que tu deseo. MARÍA.—■ Odio todo este embuste. IRENE. — ¡No vuelvas a
te hace bien. IRENE. — Ahoro soy yo la estúpida. irritarte!
MARÍA.— Sólo consideras tu objetivo. IRENE. —No MARÍA. — Tu bondad, tu abnegación... Todo es embuste. Sólo quieres
lo niego. demostrar ra poderío. Pero a mí no me vas a someter. IRENE.—Separémonos
MARÍA. —■ Tu ambición trabaja como una máquina: sin miramientos ni con calma.
consideraciones, sólo para lograr el objetivo. IRENE.—Bastante habré luchado MARÍA.— Te veo tal como eres, hasta el fondo de tu s e r . . . ¡Eres Irma!
para conseguirlo. MARÍA. — Lo sé.
IRENE. — Yo no hice mis estudios en la cama. . . MARÍA.—
Lo sé.
IRENE. — . . . sino en un cuarto sin calefacción. MARÍA.—■ Pasaste hambre
para llegar a tu objetivo. IRENE. — Pasé hambre.
MARÍA.— Y estabas orgullosa de eso.
IRENE. — ¿Del hambre?
MARÍA. — Del hambre.
IRENE. — Tus conclusiones son sorprendentes.
MARÍA. — A todos les dices que pasaste hambre para poder estudiar.
IRENE. — Porque una joven que no es fea puede conseguirse dinero por otros
medios.
MARÍA.— Nadie sospechaba de tu conducta.
IRENE. — De los jóvenes no hace falta que se sospeche. La juventud es capaz
de cualquier cosa. No basta sobrevivir a la lucha inicial de la juventud.
Hay que vencer en ella... Ése es el secreto de los que saben su camino en la
vida.
MARÍA. — (En voz baja.) Yo ya no quiero vencer.
IRENE. — La juventud que, al despertar, no encuentra al mismo tiempo su
lugar, está expuesta a un continuo peligro mortal. Y más aún una juventud
a la deriva, como nosotros después de esa guerra. . . . Entonces, el hecho
mismo de ser joven se convierte en una enfermedad.
MARÍA.—■ No quiero vencer.
IRENE. — Volverás a encontrarte a ti misma. (MARÍA la mira.) Sobrevivimos a
todo lo que queremos sobrevivir.
44
26
F B r tí c fin e r
erdinand
IRENE.—(Exacerbada grita.) ¡Terminarás por matarte! (Trata de-desenredar su
ISBNE. — Ahora te pones vulgar. cabellera.)
MARÍA.— ¿No lo dijiste tú misma?
IRENE, —Y aunque me llame Irma. . . ¿qué tiene que ver? IRENE. — Esto le costará caro. íj l. -W • ¡|

MARÍA.— Pero te haces llamar Irene. Todo en ti es embuste. (IRENE se dirige a FEDERICO.— No es tan fácil desatarla. Yv ' \.-- , „; ;|
la puerta.) ¡Cómo puede llamarse Irene la hija de un portero! IRENE. — Me hace daño. \% ó :,J' p,6'4

FEDERICO. — Usted tiene el cabello muy tupido. \\


IRENE. — ¡Déjame salir! (MARÍA se interpone entre ella y la puerta.) A?
IRENE.— Déjeme, prefiero hacerlo sola. ^^?U*K*^
MARÍA.— ¡Siéntate!
FEDERICO. — Pelo bello y tupido... ¿Qué estaba haciendo aquTÍíto^*''''' IRENE. —
IRENE. — Perdiste la razón. Tuvimos lástima de ella.
MARÍA. — ¡Siéntate!
FEDERICO. — Si se. apresura tanto, enredará el cabello todavía más.
IRENE. — Déjame salir. (La toca.)
MARÍA. —• (La rechaza de un empellón.) ¡A sentarse, Irma! (Continúa ayudándole.) IRENE. — Entretanto, María
IRENE. -— Gritaré. . . , pediré socorro. es capaz de matarlo. FEDERICO. — ¿Él la espera abajo?
MARÍA.— Grita, Irma. Él no te oirá desde abajo. IRENE.—No ¿spera allí abajo. FEDERICO. — ¿Pero cerca
IRENE. — (Avanza hacia MARÍA.) NO permito que me impidas salir. de aquí? IRENE. — Quite sus manos.
MARÍA -— (La agarra violentamente por el pelo.) Ésta es la pampa, FEDERICO.—• (Ríe,) Sólo cuando quiera quitarlas. Así se presentan las situaciones, niñita,
¿verdad? La pampa roja. ¿Para qué te dejas crecer el pelo? IRENE.—-(Fuera y de repente hay sorpresas. Ahora puedo-hacer contigo lo que se me antoje, pequeña
de sí.) ¡Suéltame! bruja. ¿Eres cosquillosa?
MARÍA.— (Ríe.) Para cambiar de aspecto. ¡Todo embuste! IRENE.—Te doy una IRENE. — (Furiosa.) ¡ Suél teme!
bofetada. (Luchan.) FEDERICO. —■ Nunca dormiste con un hombre todavía, ¿eh? IRENE. — Precisamente
MARÍA.— (Riéndose.) ¡Él ya espera abajo, no tengas miedo! Es un hombre al ahora estoy de humor para hacerle confesiones.
que se puede amaestrar para todo. ¡Bien lo averiguaste, limita. (La arrastra FEDERICO. — Primero al altar y sólo después a la cama. . . ¡Pero se arranca mechones
a través de la habitación y ata su cabello en una pata del armario.) enteros!
¡Thalatta! ¡Thalatta! El grito de guerra, tan caro a Federico. Ahora IRBNE.— (Se ha desatado y se arregla a toda prisa ante el espejo.) ¡A mí no me
jugamos a los indios de la pampa. (Risa '.oda vez -más exaltada.) ¡Cabeza vuelven a ver por aquí! (Sale.)
roja! ¡Cabeza roja! ¡Atada a la pata de un armario, de un armario de la FEDERICO. — ¡La sorpresa que le vas a dar, cuando te vea tan erizada! (Se retira al cuarto
pampa! (Se levanta de un salto.) Y ahora a buscar el potro salvaje. (Sale) de DESIRÉE.)
ESCENA V

ESCENA IV Entra LUCY con la bandeja del té.

Sale FEDERICO del cuarto de DESIRÉE. LUCY.— (Junto a la puerta de DESIRÉE.) Aquí está el té. ¿Puedo pasar?
FEDERICO.— (Aparece.) ¿Té para quién?
FEDERICO. — ¿Por qué está sentada en el suelo? IRENE. — Le LUCY. — (En voz baja.) Me lo pidió la señorita María.
costará caro.
FEDERICO, — AI parecer está atada del caballo, ¿eh? 49

48
Ferdinand Bruckner La enfermedad de la juventud
FEDERICO. — Pon la bandeja, sobre la mesa. (Ella obedece.) ¿Son éstas tus FEDERICO.— Mañana te compraré otros, para ti solamente. (Se sienta frente a
galas domingueras? J.üCY. -- Sí. ella.) Levanta la cabeza un poco más.
FEDERICO. — Ven aquí. . . ¡Mírame! LUCY. — (En voz bofa.) No sé cómo se hace.
LUCY, — Señor Federico. . . FEDERICO. — Yo te. enseñaré. Ante todo, los ojos. (Empieza a maquillarla.)
FEDERICO.—■ ¿Por qué sonríes? ¿Estás contenta? LUCY. — Señor Federico...
LUCY, — La señora Schimmelbrot no está en casa. FEDERICO. — ¿Por qué estás tan inquieta?
FEDERICO.— ¿Adonde fué la señora Schimmelbrot? LUCY. — ¿Quedaré bien?
I.UCY, — No sé. FEDERICO. — Descuida. Ten confianza en mí.
FEDERICO. — ¿Tenía un baile la señora Schimmelbrot? LUCY. LUCY. —Sí.
— No lo sé. FEDERICO. — ¿Sale a menudo? LUCY. — No, sóio FEDERICO. — No muevas la cabeza. ¿Nunca usaste una caja de
raras veces. polvos? LUCY. —
FEDERICO. — Entonces es seguro que habrá ido a un baile. Pero. . . Nunca.
¿no buscó los anillos? LUCY. — FEDERICO.—■ Lá belleza natural no es más que la base. LUCY. — (Ingenua.)

Todavía no notó nada. Sí.


FEDERICO. —■ Entonces no fué a ningún baile, sino a visitar a unos parientes FEDERICO. — La naturaleza sólo espera que el hombre la modifique según sus
pobres. ¿Por qué te ríes? A los parientes pobres no se les hacen ver alhajas. propios deseos. La mujer sólo es lo que debe ser cuando se pinta.
LUCY. — (Ríe.) No. LUCY. — SÍ.
FEDERICO. — ¿Quieres retirarte ya? FEDERICO. — Tu rostro es expresivo, pero sólo ejerce atracción después de
que se le hayan dado contornos más precisos. Ya termino. . . ¿Por qué
LUCY. — Cuando usted quiera,
tiemblas tanto? ¿Te hago cosquillas?
FEDERICO. — Todavía tenemos tiempo. (Llena las tazas.) Siéntate. LUCY. — Señor Federico.
(LUCY ríe.) ¿Por qué te ríes? LUCY.— FEDERICO.-*- (Ríe.) Te excita, ¿eh? Tendrías ganas de saltarme al
¡Soy tan feliz! cuello, ¿eh? (LÜCY permanece callada.) Ahora las mejillas. LUCY. — Ya
FEDERICO. — Bebe sin temor. (Le alcanza la bombonera.) sé qué es lo que pasa. FEDERICO. — ¿Qué sabes? LUCY. — Usted me
LUCY. — La señorita María ya me convidó. encuentra fea. FEDERICO. —. ¡Disparates! LUCY, — Si no, no me pintaría.
FEDERICO. — Bebe y come. (De repente entra en el cuarto de DESIRÉE, y la FEDERICO! — Eres bonita, pero tu belleza debe revelarse. LUCY,— (Siempre
puerta queda abierta. Desde el cuarto contiguo.) ¿Me permites? (Se oye insegura.) Sí.
reír a DESIRÉE en el cuarto contiguo. Sigue invisible,) Es para la señorita FEDERICO. — La belleza natural huele a jabón de tocador. Ahora no
Lucía. muevas los labios. LUCY. — (Con prisa.)
Señor Federico. FEDERICO. . — ¿Qué pasa?
DESIRSE,— ¡Qué disparate! (Se ríe.)
LUCY, — Usted ya no querrá besarme.
FEDERICO. — Quédate tranquilamente acostada, ya encontraré todo
FEDERICO.— (Ríe.) Estás loca.
solo. (LUCY escucha con intenso interés.), DESIRÉE.—
LUCY,.— Cuando haya pintura roja encima, le dará asco.
¿Saldrás con ella?
FEDERICO. — Sí. (Vuelve, trayendo un cisne de polvo y diversos cosméticos,)
Quédate sentada, Lucía. LUCY. — (Asustada.) ¡Señor Federico!

29 51
Ferdinand Brucknet La enfermedad de la juventud

pi

FEDERICO. — ¡Quieta! FEDERICO. — Claro, ya que me quieres.


m
LUCY, — ¡Por favor, no lo haga, señor Federico! FEDERICO. ■— (La -pinta por LUCY.— Lo quiero mucho.
fuerza,) ¡Niña tonta! LUCY. — Todo menos los labios.... ¡Por favor! FEDERICO. FEDERICO. — ¿Y si te pidiera que dejaras que los hombres te ha- T ■ *i
-— Ya verás cómo te besaré luego. LUCY. — (Incapaz de resistírsele.) Señor Masen? &ypJ
Federico. . . FEDERICO. ■—■ Ahora, mírate en el espejo. LUCY. — LÜCY. — (Azorada.) No comprendo qué quiere decir. KjM
(Permanece largo rato ante el espejo.) No soy yo. FEDERICO. ■— Tú, elevada FEDERICO. — ¿Si fuera un joven apuesto, que te gusta? a¡|5Íj
a la enésima potencia. ¿Ves lo hermosa que eres? (Ella no responde.) Te LUCY. — No, señor Federico.
traeré además un hermoso abrigo. LUCY. — ¡No lo haga, señor Federico, por
FEDERICO.— Mirare en el espejo. ¡Bien podrías gustar a un- joven rcnj;
favor, no lo haga! FEDERICO. — Y un sombrerito. LUCY. — (Le da vértigo.) No.
de dinero. fe^?
FEDERICO. — Y luego saldremos juntos. (Entra en el cuarto de Dfi-SIRÉE. LUCY
se deja caer en una silla. Trae el abrigo y el sombrero de DESIRÉE.) ¿Por LUCY. — ¿Y a mí qué?
qué lloras? Levanta la cabeza. Te vas a- embadurnar las pestañas. Ea, FEDERICO. — Me quieres sólo.a mí, ¿verdad?... ¡Ven! W$jj¡
toma mi pañuelo. (XUCY se pasa el pañuelo por los ojos. FEDERICO le ayuda LUCY, — ¿Vamos a un baile de máscaras? Nunca vi ninguno. fí¡jfs
a ponerse el abrigo.) Ahora te ríes, ¿verdad? (Ella lo mira.) ¡Ríete! (Ella FEDERICO. — Te parece que escás disfrazada.
sonríe.) Quiero ver una risa sincera. (Le da un beso en la boca.) LUCY.— (Ríe.) Sobre todo la cara.
LUCY, — (Consolada.) ¡Señor Federico! DESIRÉE. •— (Aparece en el umbral de la puerta.) Déjese ver, se- ffif|
FEDERICO". — Una boquita de miel. . . ¿Te sientes feliz? ñorita Lucía. ¿fe;*
LUCY. — Si usted me quiere así. . . LUCY. — (Asustada.) ¡Dios mío! (Sale.) P§j$
FEDERICO. ■—■ Ahora sí que eres bella. DESIRÉE.—¡Cómo la emperejilaste! ■ ,'* ■
LUCY.— Falta el sombrero. (Se lo pone.) FEDERICO.— (Ríe.) Tiene vergüenza. ,(,
FEDERICO. ' —• De repente sabes hacerlo sola. (LUCY se mira en el DESIRÉE, ■— ¿Quieres mandarla al arroyo?
espejo.) Harás conquistas. FEDERICO. — Te quedo muy agradecido. (Sale.) V'íü-/'
LUCY,.— Tengo vergüenza.
FEDERICO. — Los hombres se volverán para admirarte.
ESCENA VI $fl$
LUCY, — Me encuentro extraña.
FEDERICO. — Te hablarán en la calle. KM
LUCY. —• Estando usted, nadie se atreverá. Entran MARÍA y PETRELL. £$¡s
FEDERICO.— ¿Y cuando yo no esté?
LUCY, — ¿Me dejará sola?
MARÍA.— Ven, ven. ( A DESIRÉE. ) Déjanos solos. (DESIRÉE vuelve roS]
a su cuarto. Obliga a PETRELL a entrar, tirándole del brazo.) Irene
FEDERICO.— ¿Te resultaría divertido?
ya se fué. Te esperó obedientemente, pero tardabas demasiado. ,,|Hl
LUCY. — Me arrojaría al agua.
(Ríe.)
FEDERICO. ■— ¿Y si yo no quiero que te ahogues?
PETRELL. — ¿Dónde está?
LUCY, — Entonces no me tiraré al agua.
MARÍA, — No quería esperar tanto. ¿Por qué te quedas tan lejos,.. ? Siéntate.
PETRELL.—- (Sigue de pie.) ¿Qué quieres? MARÍA. — A ti ya no, puedes
52
estar seguro. ¡No tengas miedo! PETRELL, — ¿Qué quieres?
%«KS&S£S»S»ÑS№^ -------------------------------------------------------- .... ,...„.„„,

■?3
Fe rd in and B r u c kn e r - algún pedazo de ella en este mismo cuarto. PETRELL. —> Será mejor que
nos veamos en otra oportunidad. MARÍA.— Un pedazo.de pampa en esta
'MARÍA. — Prefiero correr por las calles, como una bestia estúpida sabe a misma habitación. PETRELL.— Cuando te hayas calmado. MARÍA. -PETRELL.
que no quién pertenece. Siéntate. MARÍA.— ¡Husmea, potro salvaje! Pampa, pampa r o j a . . . Frío; frío . . . i
PETRELL. — ¡Husmea,
Cuando husmea,
te hayas potro salvaje! -
calmado. (Ríe.) Si te acercas al armario, estarás más caliente. . . caliente. . . (Lo m
-MARÍA. — Estoy perfectamente¡Estoy harto! (Intenta marcharse.)
tranquila. empuja hacia el mueble.) Abre los ojos. ¿Todavía no ves nada? (Triunfante,) m
PETRELL. — Bien que te conozco. ¡Aquí está la pampa roja! (Levanta unos mechones de IRENE y se los muestra.)
-MARÍA.— Gracias. PETRELL. —- (Asustado.) ¿Qué hicieron aquí con ella? MARÍA. —• Jugamos a
PETRELL. — ¿Debemos separarnos así? Guarda los indios. PETRELL.— (Horrorizado.) ¡María!
-MARÍA. — los tonos blandos para la otra. MARÍA. — (Carcajada.) ¡Jugamos a los indios! Tal como tú lo escribiste en tu
PETRELL. — Te lo explicaré.
carta, potro salvaje. La desollé. Le arranqué el cuero cabelludo a la jefa de
-MASÍA. — Bastaría con que yo moviera un dedo para que no vol-ella. la tribu piel roja.
vieras a Cualquier mujer te maneja a su antojo. PETRELL. — (La abraza aterrado.) ¡María! (Ésta, tranquila de repente, lo
PETRELL. — Contigo no se puede hablar:
mira. En voz baja.) ¿Qué le hiciste? (MARÍA lo mira con ojos muy
-MARÍA. — ¿Por qué no se puede hablar conmigo?
abiertos.) ¿No la habrás. . . ?
PETRELL. — Tú no hablas.
MARÍA. — (En voz baja.) Suéltame. WÁ
-MARÍA. —■ ¿Canto acaso?
— Estás jadeando. (Ríe.) PETRELL, —■ ¿Te has vuelto loca?
PETRELL.
MARÍA.— No vuelvas a tocarme.
-MARÍA. — Estoy jadeando.
— Lo digo en sentido metafórico. PETRELL, —• Quiero saber qué hiciste con ella.
PETRELL.
MARÍA.— Nada.
-MARÍA. — Ella, en cambio, tiene una flauta en la boca.
PETRELL. — ¡Termina de una vez! Y PETRELL. — (Enérgico.) ¿Dónde está Irene? MARÍA. — «i f
-MARÍA. yo estoy jadeando. (Resuelta.) ¿Y si la hubiese matado? PETRELL. — Ya no
•—■ — No dije que jadeabas. Dijiste lo creo.
PETRELL, que estaba jadeando. MARÍA.— Lámate. ' V '•]
-MARÍA. —
— Quise decir que estás demasiado excitada . . . Dijiste que PETRELL. — Ya no lo creo.
estaba jadeando. MARÍA. — Hace un instante, aún temías que lo hubiera hecho.
PETRELL,
— Demasiado excitada para poder hablar tranquilamente. Dijiste -PETRELL. — Pero ahora ya. no lo creo.
-MARÍA. —
que estaba jadeando. MARÍA. — Lo temías.
PETRELL,
— Si insistes en querer que así sea
-MARÍA. — PETRELL. .—• No te creo capaz.
. . . ¿Quién dice que quiero algo?
PETRELL.
— ¿Por qué me obligaste a subir, entonces? Para que vengas a MARÍA. — Podrías equivocarte.
-MARÍA. —. PETRELL. —■ Veo en tus ojos que no.
buscar a Irene.
PETRELL, MARÍA.— ¡Conocedor del alma humana!
— Mientes.
-MARÍA. —
Para que te la lleves contigo. V
PETRELL.
— Hace tiempo que se había ido cuando corriste para al-
-MARÍA. —
PETRELL.
(Ríe.) Irene no se había ido.
-canzarla.
- Ella habría evitado que tú me asaltaras. (Ríe.)
MARÍA
R1-PETSEI.L,
Evitar algo resulta, a veces, difícil.
-MARÍA. — - Corriste detrás de ella y la alcanzaste.
PETRELL. - La enfermedad de la juventud

MARÍA.—j Eres incapaz de reconstruir. Busca, a 16 mejor


encuentras
54 31
ni

54 32
PETRELL. — Has perdido la razón. ?! ".:..■<
Ferdinand Bruckner MARÍA. — ¡Pégame, si no puedes perdonarme! v ' '-
PETRELL. - — ¿Quieres que nos escuche toda la casa? \>x c, MARÍA. — Me
PETRELL. —í ¿Dónde está, entonces? desprecias.
MARÍA.-;— Yace en lá cocina. La policía ya está en camino. El PETRELL,— Con palabras no llegaremos a ninguna parte. \.VV!F.?j
médico también está en la cocina. MARÍA.— ¡Pégame ya! ^^ss*
PETRELL. —- La escondiste. PETRELL. — No grites.
MARÍA. — Pregunta al médico. La estrangulé. Si no te vas, te arres-' taran MARÍA.—■ ¿Qué tengo que hacer para que me pegues? A ella-la pegué
a ti también. también, la.até del cabello, la até como a un perro rabioso. (Fuera de sí)
PETRELL. — La encerrastre. ¿Está con De6Írée? ¡Pégame de una vez! (PETRELL se dirige hacia la puerta.) ¡Quédate! Así no se
MARÍA. — Yo en tu lugar no preguntaría tanto, sino que iría a la escabulle uno después de haber amado a una mujer durante dos años. ¿O fué
cocina. ¿O es que tienes miedo? PETREIX, — Gozas una farsa? ¿Todo fué una farsa? PETRELL. — No lo aguanto más. (Abre la
viéndome sufrir. MARÍA. —■ (Cambiando de tono.) No le pasó puerta.) MARÍA. — (Exacerbada.) ¿Y mi dinero? PETRELL.—¿Tu dinero?
nada. PETRELL. -— ¿Dónde está, entonces? MARÍA. — En casa. MARÍA. — Mi dinero. ¿Acaso no te mantuve? PETRELL. —• (Cierra la puerta
PETRELL, — ¿En casa? rápidamente.) ¿Quieres que lo oiga
MARÍA. — Quizás en tu casa. ¿La quieres mucho? PETRELL. toda la casa? _
— ¿Bajaste con ella? MARÍA. — Toda la casa debe oír que te dejaste alimentar por mí
MARÍA. — (Agotada.) La até aquí para que. no pudiera retenerme. durante dos años. PETRELL, ■—■
Te será muy útil. Harás carrera. Irene es sumamente hábil. PSTRSLL. — (Pálido.) ¿Estás loca?
(Estupefacto.) ¿De los pelos? MARÍA. — (Asiente.) Cuéntame, ¿cuándo te. MARÍA. — Ahora queda pasmado. ¿Quién permitió que le comprara todo?
enamoraste de ella? PETRELL. — ¡Que brutalidad! MARÍA. — Perdóname. ¿La ¿Por quién estuve dando clases hasta medianoche, para conseguirle la
quieres mucho? PETRELL. — Déjame ahora. MARÍA.— ¿Te duele? ¿No me
comida? ¿A quién le compré trajes, libros, zapatos, camisas y medias?
puedes perdonar? PETRELL. — Me voy.
PETRELL. — Te devolveré todo ese dinero.
MARÍA. — ¿No me puedes perdonar? ¡Bésame!
MARÍA.— Me dejarás bien plantada, también con el dinero. Irene
PETRELL. — Tengo que irme. __
sabe guardar lo suyo.
MARÍA.— Odio. ¿Odio para.siempre? Harás carrera con su ayuda. PETRELL. —
PETRELL. - —Yo también gano.
Ya dije desde el comienzo que fué un error. MARÍA. — ¿Qué fué un error?
MARÍA. — ¿Y quién corrió hasta cansarse para conseguirte empleo? PETRELL.
PETRELL. — Adiós.
MARÍA. — ¿El haber venido aquí? Fué un error. A mí -me conoces mejor que — No lo niego.
a Irene, No te hubieras dejado convencer. Di algo. . . , ¡contéstame! MARÍA. —'". 7. ¿Y' te "mandó * a~un~sanatorio "por una dolencia pul-
PETRELL. ■— A pesar de todo, no te hubiera creído capaz de tal brutalidad. monar que sólo era literatura? -
MARÍA, — Ella también encontrará su camino; ambos harán carrera. (PETRELL PETRELL.— La situación empieza a ponerse insoportable.
quiere marcharse.) MARÍA. — (Con sarcasmo.) ¡Insoportable, dice!
/\ '0 Ü PüTKELL. ■—'• Así se interroga a un ladrón.
■MASÍA. — ¿Acaso no eres un ladrón?
La enfermedad de la juventud //.-
PSTREÍX. — María. . .
MARÍA. — (De improviso.) ¡Pégame ya! í| „~ MARÍA.— ¡Si no eres ladrón!
PETRELL. — Ya no sabes lo que dices.
33 57
MARÍA. — Eres un ladrón.
PETRELL. — Estoy harto. (Se dirige a la puerta.)
MARÍA. — Pégame, si no eres un ladrón.
PETRELL. —■ Por mí, que vengan corriendo todos.
MARÍA.— ¡Pégame de una vez!! (Le retiene.) ¡Pégame si no eres
ladrón! ¿No sientes compasión de mí? PETRELL. — Te deberían echar agua
fría en la cabeza. MARÍA.— (Sollozando, se deja caer de rodillas.) Pégame, si
no eres
ladrón.
PETRELL. ■— Tu locura empieza a contagiarme. (Se libra vio mente.)
MARÍA.— ¡No te suelto antes de que me pegues, no te suelto! PETRELL. — Te
deberían encerrar en un manicomio. (Mutis.) MARÍA.— ¡Pégame! ¡Pégame!
¡Pégame!
MARÍA. — i Como dos hermanitas antes de dormirse, cuando
apagado la luz. Eres mi hermana. DESIRÉE. — Y
tú eres mía.
(Las dos permanecen estrechamente abrazadas.)

TELÓN

34 57
F e r dinand Bruckner La enfermedad de la juventud

ESCENA VII

Sale DESIRÉE de su cuarto.

DESIRÉE, — (Se arrodilla al lado de MARÍA.) ¡Marión! MASÍA.—


(Sonriendo.) Pégame. Tú no eres una ladrona. DESIRÉE. — (La aytda a
levantarse.) ¡Pobre pequefiita! MARÍA. — No me pegó.
DESIRÉE. . — Ven, secaré tus lágrimas con mis besos.
MARÍA. — Sí. Bésame. *
DESIRÉE, — Mi pequeña Marión.
MARÍA. — No me pegó. Bésame otra vez. ,
DESÍRÉE, — (La besa apasionadamente.) Ahora nos acostamos en mi
cama, bien juntitas, y en seguida volveremos a sentir calor.
MASÍA.— Bien juntitas. ■ i
DESIRÉB. — Calor como en los días de la infancia. Te contaré muchas
cosas, Marión, y antes de dormirnos seremos' como dos hermanitas.

35 59
SI
m
La enfermedad de la juventud i
DESIRÉB, — ¡Magnífico! Sus intenciones son honestas. (MARÍA la teíí
mira.) El hígado lo puso en razón. No creas que me río.
FEDERICO. — (Retorciéndose.) ¡Cómo duele! *
DESIRÉB.—No me mires así,.Marión. ¡j
ALT.—¿Qué significa el dolor? (Se arrellana en el diván.) '
FEDERICO. — ( A MARÍA,) ¡Piénsalo! L¡
MARÍA. — Déjame en paz. w

FEDERICO. — Quiero que-cuiden de mí. A mí no me gusta trabajar;


tú, en cambio, trabajas con gusto, de modo que nos complemen- fj¡5|
ACTO TERCERO tamos muy bien. Puesto que nos tuteamos desde hace tres días, №,¿
el casamiento es sólo cuestión de formas.
(De noche.) DESIRÉE.—Para Federico, las formas son algo muy importante. teí^
FEDERICO. —Me comprometo gustosamente a romper relaciones con
Lucy, apenas te resuelvas. !"■" ,
ESCENA I DESIRÉE. — ¿Aún mantienes relaciones con Lucy? ff.
3
FEDERICO. — La muchacha supera todas mis esperanzas. >\
MARÍA, DESIRÉE, FEDERICO, ALT.
MARÍA.— Pues cásate con ella. jüj,'']
FEDERICO.— No soy un chulo. y*vt
DTDERICO. —i (Recostado.) Me molesta el hígado. ÁLT. — DESIRÉE. •—( A MARÍA.) LO interpretas mal.
Beba menos. MARÍA. — ¿Te gusta la broma? '. - V
FEDERICO. —" El hígado se me sube a la cabeza. DESIRÉE. — Uno se aburguesa, o bien se suicida. Otra salida no
DESTRÉE. — Todavía sufrirás un colapso. hay. No estoy bromeando.
FEDERICO. —< Duermo casi siempre con las piernas dobladas y las FEDERICO..—' ( A MARÍA.) Puesto que ya nos besamos. . . H'-'i
rodillas bajo el mentón. DESIRÉB. —■ (Ríe.) ;Por amor de Dios! FEDERICO. MARÍA. — (Ríe.) Están locos los dos. '
—■ Entonces duele menos. DESIRÉE. — Es tiempo de que te cases. FEDERICO. FEDERICO. — ¿Me desmientes? ■ '\ í£'£
— Te prooongo casamiento, María. MARÍA. — (Ríe.) ¡Idiota! DESIRÉB. — DESIRÉE. — ¿Cuándo se besaron?
Federico te lo propone en serio. FEDERICO.—■ Muy en serio. Seríamos una FEDERICO. — Anoche. .
pareja ejemplar. DESIRÉB, — María quiere pensarlo. En ios últimos días 3j>".!;>
aprendió MARÍA. — Tú estabas presente. ■
a estimarte. FEDERICO.—■ Me enmendaré. DESIRÉE.—No lo recuerdo. MARÍA. — Tú misma nos Wm
DESIRÉB. — Se enmendará. FEDERICO. —■ incitaste a hacerlo. DESIRÉE, •—Estás soñando.
Beberé con más agua. DESIRÉB.—■ ¿Por qué MARÍA.— Insististe tanto, Desy, que al final tuve que besarlo, DESIRÉE,
no le contestas? —No lo recuerdo en absoluto.
FEDERICO. •—. (Levantándose.) Uno tiene que aburguesarse conscientemente y MARÍA. — Una olvida fácilmente lo que hace en la borrachera.
en el momento oportuno.
60 36
FEDERICO.—.Cada vez que aspiro, siento una ¡Silencio! Alt duerme.
puñalada... ¡Qué ALT, —El dolor no significa un cambio orgánico de los tejidos. Él
porquería!
DESIRÉE, — soldado, con balas en el cuerpo, sigue corriendo como si nada... f||
I*

W4

60 37
F e rd i n a n d Bruckner La enfermedad de la juventud

DESIRÉE. —-Si alguien me pisa el pie, echo mano del revólver. ALT.—Y DESIRÉE. —Ahora comprendo que el Bubi no lo aguantara.
cuando los tubérculos consumen tus pulmones, tampoco MARÍA. —(En voz baja.) Desy . . .
sientes nada. El dolor es un fin en sí mismo. MARÍA. — A menudo te pisé DESIRÉE. — A la larga, estas cosas se tornan insoportables. Debes
los pies. DESIRÉE.—Ya no bailo contigo. MARÍA. — (Ríe.) Ya está harta de mí. perder esa costumbre. MARÍA. —
DESIRÉE.—No dejes de contestar a Federico. ALT, —• Una excitación, un ¿No me darás un beso?
proceso espiritual, una autosugestión con DESIRÉE, —No quiero darre ningún beso. Vuelve a tu lugar. (MARÍA se
refinada interrupción, en el momento en que nos ponemos a sienta.) Ms recuerda a ese industrial de Hamburgo que quería casarse
gritar. conmigo a toda costa. Un muchacho muy apuesto. Quedó embobado
FEDERICO. — Me hace falta un baño de pies caliente. (Sale.) MARÍA. — (En cierta vez en que, sin pensar en nada especial, le di un beso. La noche que
voz baja.) ¿Estás harta de mi? (DESIRÉE calla.) Dílo tranquilamente. iba a ver a una prostituta, lo pasaba con ella como si estuvieran casados:
ALT. —La vida de nuestro sistema nervioso transcurre entre los dos polos del le hablaba de su madre, de sus negocios y de las perspectivas de arreglo
dolor y del sueño. Los amamos a los dos. Ambos,.y también el perfecto de la situación política de Alemania.
no-ser, son satisfacciones de nuestra existencia. MARÍA. — Me mandé hacer un abrigo de paño gris, estilo masculino.
DESIRÉE.—Finalmente descubrí una estratagema grandiosa para unir ios dos DESIRÉE.—Mañana tendrás que ir a probarte la chaqueta.
polos. (ALT la mira.) Dolor y sueño al mismo tiempo. ¡Sigue, Alt! Otra MARÍA. — Sí, mañana por la tarde.
taza de té, por favor. (MARÍA le llena a taza.) Más azúcar y coñac. ( A DESIRÉE.—Te acompañaré. El sastre no debe cortarte el chaleco
ALT.) No te devanes los sesos. demasiado bajo. MARÍA. — Se
ALT. —No me los devano. lo enseñarás.
DESIRÉE. — ¿Lo adivinaste? ALT.—¿Dónde compraron esos pijamas? Las dos quedan fantásticamente
MARÍA. — ¿Qué debe adivinar? bien. ■
DESIRÉE.—Quieta, baby, más vale que pienses en tu.poeta. MARÍA.-— ¡Ése! DESIRÉE,—Especialmente Marion. (Tierna.) El azul la hace todavía más
DESIRÉE. ■— Si no intervienes pronto, los dos se casarán. MARÍA. — Yo misma encantadora. Se lo elegí yo. Te queda muy bien con el color del cabello.
le pondré la corona de azahares. DESIRÉE.—Petrell le será fiel hasta la tumba. (La besa.)
La-protesta masculina de Irene le impresionará hasta que sea abuela. Date MARÍA. — Ya nos reconciliamos.
prisa, Marión. MARÍA. — ¿Me quieres mandar de paseo? DESIRÉE.'—María siempre tiene que dejar constancia.
DESIRÉE. ' —Eres una naturaleza constante, María. Sólo quiero que MARÍA. — No volveré a hacerlo.
tengas seguridad. .MARÍA. — Me arreglaré DESIRÉE. —Eso es lo espantoso.
sin tu ayuda. MARÍA. — ¿Lo espantoso?
DESIRÉE. —Siempre queda la propuesta de matrimonio de Federico. MARÍA. — DESIRÉE. —El registrar. El sacar conclusiones. La interminable serie
(La abraza.) Desde hace unos días, a Desirée le gusta regañar. de hábitos. La vida matrimonial. Es para asfixiarse. ALT, — Di de una
DESIRÉE,—(Librándose.) ¡Suéltame! vez: ¿qué te pasa? DESIRÉE. —Déjame en paz. ALT.—Te meteré el dedo en la
MARÍA. — Pero se le pasa pronto. garganta. DESIRÍE.—Gracias.
DESIRÉE, —Me hace escenas conyugales. Hay mujeres que no pueden
prescindir de la atmósfera conyugal, aunque vivan con una mujer.
MARÍA. — Hoy estás de mal humor.

38 63
Ferdinand В г и с kn La enfermedad de la juventud
e г

Al.T.—Tóeles necesitan la posibilidad de desahogarse, de ir psíquicamente al las noches para convencerme de este hecho. MARÍA. — (En voz baja.) Tú
retrete. quiebras todo encanto. DESIRÉE. — Tal vez. Todo desencantamiento lleva en
DESIRÉB. —.Ahora me toca a mí. sí el germen
ALT. —(Severo.) No se debe desertar. de la animadversión . . . No eres apropiada, Marión.
DESIRÉE. — ¡Qué me importan los principios éticos! MARÍA. — (Asiente.) No soy apropiada. DESIRÉE. — Hace
ALT, —No se trata de un principio ético, sino del único deber moral frente a cuanto le. pido, pero no acierta. MARÍA. —- No soy apropiada.
los demás seres humanos. DESIRÉE. •—La primera noche, cuando te levanté de este piso y te llevé a mi
DESIRÉE.—Ahora te pones sentimental. cama, tuve realmente la sensación de poseerte. Pero no fui yo, sino el
ALT.—Puedes hacer contigo lo que te dé la gana. Pero la premisa existencial, dolor, lo que té había desceñido.
el único modo de negar la locura de nuestra existencia, consiste en que MARÍA. — ¡Cállate!
cada cual viva su vida hasta el fin. Hasta es preferible que asesine a otro. DESIRÉE. — Siente vergüenza de ti; Alt no es hombre, es una mujer

Cada uno se mata a sí mismo, se torna un peligro mortal para todos los malograda. Podrías desnudarte ante él tranquilamente. . . Ya la segunda
demás. noche nos encontrará más bien cómicas.
DESIRÉE. — Es la primera vez que te oigo sentencias altisonantes. MARÍA. — Calla de una vez.
MARÍA. — Nc se trata de una sentencia altisonante sino del único sentimiento DESIRÉE.—.Tuve mucha paciencia contigo, más. de la que habría

divino que hay en nosotros. tenido con un hombre. MARÍA. — ¡Qué le voy hacer! No tengo una nuez
ALT. — ¡Bravo! Consigúete cocaína. saliente en el
DESIRÉE. - —Esta vez no nos entendemos. Federico me entiende mejor. pescuezo. DESIRÉE..— (Ríe.) ¡Loquita
ALT, — Federico no se matará nunca. Le gusta la vida, pero no mía!
impedirá que otros se suiciden. DESIRÉE. — Cocaína no, pero sí una buena MARÍA. — Cuando niña, jugaba con muñecas, no con un sable y un caballo
de palo.
dosis de veronal. Una
se adormece lentamente, se pierde en profundidades cada vez más DESIRÉB. ^(Oprime las rodillas de MARÍA.) ¡Pequeña amante mía,
tan ingenua e inocente! MARÍA. — (En voz baja.) Me hace falta la ilusión
grandes . . . y, al fin, todo acaba. MARÍA. — Tan
del hombre. DESIRÉE. — ¿Eres desgraciada?
extraña sigo siendo para ti. DESIRÉE, — ¡Pequeña
MARÍA. — (En voz. baja.) Sí. ;
Marión!
DESIRÉE. — También ha sufrido decepciones conmigo.
MARÍA. — Tales cosas sólo se le ocurren a una cuando todos los
MARÍA. — Sí.
demás le son indiferentes. DESIRÉE. — (Cariñosa.) No te pongas triste,
DESIRÉE.—(La besa.) ¡Pobres diablos que somos!
Marión. MARÍA. — (Sonríe.) Sólo dejo constancia, una vez más. DESIRÉE. —
No te pongas triste. MARÍA. — ¿Sigo siendo una extraña para ti? (Las dos muchachas se abrazan. Pausa.) DESIRÉE. — ¿Cuál
DESIRÉE. — Probablemente, todos siguen siendo extraños para toda la vida. es nuestro objetivo? Dentro de dos años me
MARÍA.—Tú no eres una extraña para mí. recibiré, como acabas de hacerlo tú. ¿Es ése el ideal? ¿Con qué
DESIRÉE. — Somos naturalezas distintas. A ti, en el fondo, nadie te estás soñando? MARÍA. —Ya no estoy
es extraño, a mí todos. . . ¡Ya lo experimentamos, pequeña! ALT.—No lo soñando.
DESIRÉE. —Médica en el hospital municipal, con olor a yodoformo
experimentaron' bastante tiempo. DESIRÉE.—(Sonríe.) ¿Cuánto tiempo hay que
y a ácido fénico, y este hedor para toda la vida. MARÍA. — En un tiempo,
experimentar? María
eso me parecía música celestial.
no es persona apropiada, y yo no tuve que dormir con ella todas
39
DESIRÉE.—Para toda la vida, el contacto más repugnante conversonas extrañas DESIRÉE.—Yo podría seguir el ejemplo de Lucy sin que anulara mi voluntad,
y malolientes. sin Federico. . . , por propia voluntad.
MARÍA. — En un tiempo me parecía música celestial, mitigar el dolor de miles
de seres- humanos.
DESIRÉE.—Jamás creí en los otros. ¡Qué torpeza, perderse a sí misma por los ESCENA III
demás! Aunque se les mitigue un dolor, prefieren estar solos.
Vuelve LUCY con vasos y una botella.

ESCENA II DESIRÉE. — Ya tenemos coñac.


LUCY. —Es un vino muy bueno.
Entra LUCY, con ropas muy llamativas, ALT. — ¿Dónde lo consiguió?
LUCY. ■— Puedo traer otra botella más.
LUCY.—(Ligeramente bebida.) ¿Necesitan algo más los señores? DESIRÉE. — Usted es un amor.
LUCY. — Con usted quisiera brindar.
DESIRÉE. — ¿Cómo se ha puesto todo eso? MARÍA. — (Ríe.) Nosotras dos, que somos de Passau.
LUCY. — Si necesitan algo más. . . LUCY. —(Ríe.) Ya me olvidé de Passau.
MARÍA. — ¿Piensa salir?
MARÍA. — ¿Y el novio?
LUCY.—(Asiente.) Tengo que salir. LUCY. —Mi novio.
DESIRÉE. — ¿Sola? DESIRÉE. — ¿Tiene novio?
LUCY. — (Sonríe.) No me dejan sola, por mucho tiempo. MARÍA. — En Passau.
DESIRÉE. — ¿Quién no la deja sola? DESIRÉE. — Tiene un novio en Passau.
LUCY.—Me es indiferente. LUCY. — Ríase, señorita, no importa.
DESIRÉE. — Siéntese aquí, con nosotras. DESIRÉE. —Tutéame.
LUCY, — Se me hace tarde. LUCY. --Ya no la odio.
DESIRÉE.—Todos estamos tristes, ¡a ver si nos reanima un poco! DESIRÉE. — (Sorprendida.) ¿Usted me odiaba?
LUCY, — Yo nunca estoy triste. LUCY. — Mucho.
DESIRÉE.—Es una muchacha muy alegre. DESIRÉE. — Pero, ¿por qué? (LUCY calla.)
MARÍA. —• Me siento miserablemente.
LUCY, __La vida es tan hermosa, ¡tan hermosa!
ALT. —Í Recuéstate en mi cuarto.
DESIRÉE. — ¡Qué bonita voz tiene usted!
DESIRÉE. — ¿Y ahora ya no?
LUCY. — (De pronto.) Vuelvo en seguida. (Sale.) LUCY. —No se enfade... ¡Usted es tan bella!
DESIRÉE. —Pobre criatura . . . y la envidio. DESIRÉE. —■ Tutéame.
MARÍA. — ¿Cómo lo consigue Federico? LUCY. — No comprendo al señor Federico.
ALT. — ¿Federico? DESIRÉE. — ¿Qué es lo que no comprendes?
MARÍA. —, (Asiente) No tener que pensar más en sí misma. Quitarle a una la I.UCY.—Que ya no la quiera.
voluntad, de modo que Una se cree custodiada y deja de existir para sí DESIRÉE. — Pero te alegra.
misma. LUCY. —Soy feliz.
DESIRÉE. —Tú nunca irías a la calle. DESIRÉE. — ¿Lo quieres mucho?
MARÍA. — ¿Pero . . . librarme de mí misma? LUCY. —Más no se puede querer.

40
F e r d i n a n dLa enfermedad
B r u c k n de
e r la juventud
•^••VL. DESIRÉE, — ¿Lo mismo te da que aspecto tiene?
DBSIREB. •—¡Qué hermoso! ¡Bésame! {La abraza.) LUCY. — Ni lo miro.
ALT.—Con todos sus excesos, sigue siendo una niña. DESIRÉE. —Muy bien. Al fin de cuentas: ¿qué le puede pasar a una?
sr í>°í);;, LUCY.—Ahora sólo nos falta música. Nos sentaríamos en silen<i<
LUCY. — No se puede quedar embarazada.
y escucharíamos. . DESIRÉE, — ¿Por qué no?
3>g№ ' DESIRÉE.—(Da cuerda al gramófono.) Bailemos. LUCY. — El señor Federico lo dijo.
que . LUCY.—El señor doctor no baila.
DESIRÉE. — ¿Pides mucho dinero?
sent5 ;
; DESIRÉE, — ¿Cuándo vendrá Federico a buscarte? LUCY.—Ayer le saqué a uno la billetera mientras dormía. Quería
¿ste.Y , LUCY.—Voy sola. Me tiene confianza.
saber quién era. DESIRÉE.—Espléndido. ¿Y quién era? LUCY. — (Ríe.) Un
:a p: DESIRÉE. — ¿Te quita el dinero? boxeador. DESIRÉE. — (De súbito,) Te acompaño un rato. LUCY. — (Con
de j'; LUCY, — Ni un centavo, a pesar de que todo se lo debo a él.
miedo.) Entonces no me hablará ninguno. DESIRÉE,—Me pintaré igual que tú.
Su ¿'■; DESIRÉE. — ¿Ganas mucho? Cuéntanos. LUCY. — Pero no podemos ir juntas.
.7« .V LUCY.—Depende.
DESIRÉE. — No tengas miedo. Hay hombres que quieren dos mujeres a la vez.
AAIO." DESIRÉE. -—Cuéntanos. LUCY. —Eso no lo sé.
u¿ ¡ LUCY. —Hasta hubo uno que quería casarse conmigo. DESIRÉE.—Hay mucho que todavía ignoras. Un momento, Lucía,
en r; DESIRÉE. —Y ni piensas en aceptarlo. mientras me visto. MARÍA. — ¿Vas a cambiarte? DESIRÉE.—(Ríe.) Me voy
Ir- LUCY. — Que espere sentado. con ella. MARÍA. —< ¡Eres mi marido! (Pausa.) DESIRÉE. —, ¿Para qué la
.I UTA DESIRÉE.—Tendrías que alquilar un pequeño departamento. LUCY. — (Cortante.) habré tenido alguna vez? ALT. —-Venga conmigo, señorita Lucy. DESIRÉE.
L-r.ii No. — (Ríe.) No dejaré que ustedes me retengan. MARÍA. — Habrá un torneo de
ÜCOó; DESIRÉE. —La señora Schimmelbrot terminará por sorprenderte. LUCY. — No le lucha. DESIRÉE. — Quiero irme al arroyo. MARÍA. — Desy. . .
CÍO * tengo miedo. DESIRÉE.—(Imitándola.) Desy . . . Quiero irme al arroyo. (Entra en
ríos.,:) DESIRÉE. —Ya comprendo: porque Federico vive aquí. LUCY.—(Seca.) Cállese. sn cuarto.) LUCY.—(Asombrada.) ¿Al
SU ■{;. DESIRÉE.—No diré nada si me lo cuentas todo. ¿Quién te din el arroyo?
abrigo y los cosméticos para la primera noche? ALT. — Venga. I
del ; LUCY.—(Ríe.) ¡Entonces tenía tanto miedo! LUCY. —Pero yo no soy una mujer del arroyo.
Iilic; DESIRÉE.^—Y todo salió a pedir de boca, ¿verdad? LUCY. — Sin ALT, —Ciertamente que no.
"J-uV dificultad alguna. DESIRÉE. — Cuenta. LUCY. —No permito que me ofendan.
dos' LUCY. —• Es mucho más simple de lo que usted imagina. DESIRÉE. —Tutéame. ALT. — ¡Bravo!
•í'OP.l
LUCY. — Sólo a los hombres los tuteo. DESIRÉE. — ¿Ya conoces a muchos? LUCY. LUCY, — El señor Federico ya le cantará cuatro frescas.
jter:
— No los podría contar. ALT, —Quéjese ante él.
agri-i
DESIRÉE. — Que no tenga que sacarte cada palabra con tirabuzón LUCY, — Porque la mandó a paseo.
m ¿Cuántos años tienes? LUCY, — (MARÍA entra en la habitación de DESIRÉE.;
tove
Dieciocho.
cuy : DESIRÉE. ; —¡Qué bien! ¿Vas con cualquier hombre?
5"J:
seni LUCY.-Sí.
elle. _ , r . , .
soci
sari' SS 69
fall-
Ferdinand Bruckner La enfermedad de la juventud
a su lado.) Mi fierecilla. '1»
DESIRÉE. — Dame mi llave.
MARÍA. — No. '■H
DESIRÉE. — Hasta ahora, nadie se había permitido quitarme la libertad. Un
hombre que encierra a su mujer es el primero en ser cornudo. R
ALT. — Eso es lo que no puede digerir. Venga conmigo, rápido. LTJCY, — MARÍA. — Te permito que me pongas cuernos, pequeñita. No sabía que
iW
P;..;o cuando lleguemos a la esquina me dejará sola, doctor, pudieras ser tan cruel. (DESIRÉE vuelve a su cuarto. MARÍA, agotada,
LILILÍ
¿verdad? ALT. — No permanece sentada y se pone a beber. Luego va al cuarto de DESIRÉE.)
DESIRÉE. — (Desde su cuarto.) Déjame sola. <wmHB
tenga miedo.
(Salen juntos.) MARÍA. — (Desde allí.) No te haré nada.
DESIRÉE. —■ Devuélveme mi llave.
MARÍA ríe, vuelve a entrar con una frazada y un ■ almohadón. Sé prepara el
ESCENA IV diván como lecho. Bebe repetidas veces,
■ SFRA
(MARÍA y DESIRÉE hablan en el cuarto contiguo.) ■<-?.,»
ESCENA V
JMS
MARÍA.—■ ¡Entra en razón! DESIRÉE.—Dame Entra ALT.
la llave. MARÍA.—No consentiré esta locura.
DESIRÉE. — (Entra y atraviesa corriendo lo habitación.) ¡Atrévete! MARÍA. — Desirée está en su cuarto. ALT.
MARÍA L sigue y se coloca delante de la -puerta.) ¿No me dejarás —¿Calmada? MARÍA. — Todo lo contrario. I
salir? MARÍA. — Desy. . . ALT. —Mañana la calmaremos. MARÍA.—
DESIRÉE.—Te araño la cara. MARÍA. — ¿Quieres otro trago? ALT. — Gracias. . .
Haz lo que quieras. DESIRÉE. — No eres Buenas noches. MARÍA. — Alt. . . ALT. — !
mi madre. ¿Qué? (Pausa.)
MARÍA. — No soy tu madre. (DESIRÉE se abalanza sobre MARÍA, MARÍA. — ¿Hasta dónde acompañaste .a Lucía? ALT,—Se
quien la aleja de un empellón.) Antes tendrás que matarme. DESIRÉE. — me escapó apenas llegamos a la calle. MARÍA. — Es muy
(Frenética.) No te daré el gusto. MARÍA. — Desy. . . DESIRÉE. — Quiero ir a atractiva . . . ¡Alt! ALT. — ¿Qué?
la calle. MARÍA. — lo sé. MARÍA. — (Pausa.) Buenas noches, ■9m
DESIRÉE.—No tienes derecho a impedírmelo. MARÍA. — ALT.—¿Ibas a decir algo más? MARÍA. — No
No tengo derecho. DESIRÉE.—Tú eres la loca, no yo. se
debí prohibírselo.
MARÍA. — Yo estoy loca, no tú.
DESIRÉE,—Déjame salir. No puedo pasar otra noche contigo. MARÍA. —
Dormiremos separadas. Haré aquí mi cama. DESIRÉE. — Me aburres. Me
repugnas. MARÍA. — Tú lo quisiste.
DESIRÉE. —Hoy tengo ganas de meterme con gente desconocida, con los IpSl
hombres más roñosos. Yo también quiero un boxeador. ¡Déjame ir a la
calle! ¿Estás celosa? mm
MARÍA. — Tal vez esté celosa.

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DESIRÉE. —Perdiste la razón.
MARÍA. — Tal vez haya perdido la razón.
DESIRÉE. ■— ¡Eres mi marido! (Pausa.)
MARÍA.— (Cariñosa.) Desy.. (Ésta no contesta. MARÍA se sienta
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'Ir

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ALT. — i Qué absurdo! MARÍA. — (Lo mira.) Le pediré perdón. ALT,


MARÍA. — Le diré que puede ir si quiere. —Desde ese momento serás su esclava. MARÍA.—
ALT. —■ Quédate en paz. Durmiendo se le pasará. (Sonríe.) Tal vez. ALT. —Te tratará mal.
MARÍA. — No dormirá en toda la noche. MARÍA. — Hace rato que me trata mal. No te preocupes. ALT, —Haz lo que
ALT. —Déjala que medite. quieras.
MARÍA. — Se siente víctima. MARÍA. — Vete a dormir en paz. De todos modos, está Federico.
ÁLT. — Eso hace que uno se aferré a la vida. ALT. —No le tengo confianza.
MARÍA. — (Pausa.) No se debe desertar. MARÍA. -— No necesitamos guardianes.
ALT. —(Decidido.) No se debe desertar. ALT. —Buenas noches.
MARÍA. —r No me grites así. MARÍA.—(Presurosa.) Alt.
ALT. —(De pronto.) Esta noche dormiré aquí, con vosotras. (MARÍA ALT. —¿Qué?'
se ríe.) No me gustan ustedes dos. MARÍA. — MARÍA. — (Pausa.) Buenas noches. (Sale ALT. Junto a la puerta de DESIRÉE.)
¿Tampoco a mí me tienes confianza? ALT. —' Menos ¡Abre, tontita!... ¿Te acostaste y a ? . . . Aquí está la llave. . . No quiero
aún. MARÍA.— (Asombrada.) ¿Alt? ALT, — Desirée ya estorbar tus planes. . . Baja si realmente crees que eso te dará satisfacción.
superó más de una depresión. MARÍA. — Yo no. . . ¡Contesta ya! Pongo la llave en el suelo, detrás de la puerta. . . Sólo
ALT. — Tú no. Ella sabe, hace tiempo, que todo la decepcionará. MARÍA. — tienes que abrir un poco... (Pausa. Bajando la voz.) Perdóname, Desy. (Se
Yo no. ALT. — Tú no. arrodilla,) Perdóname, D e s y . . . , yo temía por ti. ¡Contéstame! (Fuera
MARÍA. — Siempre hablas de ella. ALT, de si.) ¿No valgo ni siquiera una contestación? (Golpea con los puños en
—■ En el caso tuyo . . . MARÍA.— la puerta.) No me muevo de aquí hasta que me contestes. Y, si no abres,
¿Qué? me quedaré toda la noche, junto a la puerta.
ALT.—Estás repleta y tienes que aliviarte. MARÍA.
— Dame la recera del caso.
ALT, —Te falta liviandad. Trata peor a tu prójimo, olvídate y volverás a
ESCENA VI
encontrarte. MARÍA. — Amén.
ALT, — Ahora se impone la protesta masculina. MARÍA. -—
DESIRÉE, en-camisón, abre la puerta
Guárdate para ti tus diez mandamientos. ALT. — Eran sólo
cuatro.
DESIRÉE. — (Cayendo en brazos de MARÍA,) ¡Bésame! MARÍA. — Desy. (La
MARÍA. — No soportas la contradicción. Tu bondad es afán de dominar, igual
besa.) DESIRÉE.'—(Muy cariñosa.) Perdóname, Marión. MARÍA.— Desy.
que en Federico. ALT, — ¿Federico?
(Sentadas muy juntas en el diván.) DESIRÉE. — (Sonríe.) Si muriéramos
MARÍA.— Desirée tiene razón: son dos hermanos que no se parecen . . . Vete
juntas... MARÍA.— ¡Morir, no! DESIRÉE.— ¡Ayúdame, Marión! MARÍA.—
a dormir tranquilo. ÁLT. — La psicología de Desirée . . .
(Sollozando.) ¡Morir, no!
MARÍA. — Con su instinto, es más sagaz que todos nosotros. ALT. —• Vuelve
DESIRÉE. — Para mí no hay otra solución, hermanita mía. MARÍA.— (La besa.)
a enamorarte de ella, pídele perdón.
Me quedaré a tu lado.

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DESIRÉE.— Debemos morir juntas. Ahora ya lo sé todo. MARÍA.— Nunca se MARÍA.— (Desde la otra habitación.) ¿Estás cómoda? DESIRÉE. — (Desde la
sabe todo. otra habitación.) Te amo, Marión. MARÍA. — (Como antes.) Apago la luz. (La
DESIRÉE. — Ya estoy como narcotizada, como si me hubiesen puesto la habitación de DESIRÉE
mascarilla. Te abrazo como a través de una bruma. MARÍA. —- Te llevaría a queda a oscuras.) ¡Duerme, pequeña!
tu cama. DESIRÉE. — Sería un solo pasito. MARÍA. — No digas nada. DESIRÉE.— (En voz muy baja.) Te amo.
DESIRÉE. — Ya estoy casi del otro lado. Sólo falta un pasito más. María, MARÍA.— (Después de breve pausa.) ¿Duermes ya? (No hay respuesta.)
hazme el favor: pon el veronal en el vaso.
MARÍA. — (Implorando.) No digas tonterías. (Se arrodilla.) ¡Desy!
DESIRÉE.^—• ¡Ayúdame!, madre, ayúdame! ESCENA VII
MARÍA.— (Conmovida.) ¡Ni una palabra más, te lo ruego!
DESIRÉE.— (Algo más dueña de sí.) ¿Lo harás? Ya estoy preparada. Cuando Entra FEDERICO, en camisa.
estaba acostada, soñé contigo.
MARÍA. — Sigamos aquí sin decir nada. FEDERICO. •— (Se acerca a la puerta abierta de DESIRÉE.) ¿No se
DESIRÉE.— ¡Qué estupidez: querer ir a la calle! duerme todavía? MARÍA. — (Entra y cierra la puerta.) Ya quedó dormida.
MARÍA. — (Desesperada.) No fué una estupidez. FEDERICO. •—■ ¿Estás cansada también? MARÍA. — Sí.
DESIRÉE. — Te agradezco que me hayas retenido. FEDERICO.—■ ¿Tan temprano? (Se llena una copa de vino.)
MARÍA.—• (Casi suplicando.) Bajemos juntas. . . , voy contigo a la calle. MARÍA.— No debes beber.
DESIRÉE. — (Sonríe.) Ya no necesito la calle, ni el boxeador. Marión, tú te FEDERICO. — Aún no estamos casados.
quedas conmigo. (La besa,) Soñé que me ayudarías. MARÍA. — No vuelvas a MARÍA.— Deja ya esas tonterías.
hablar de eso. FEDERICO. ' —> ¿Cuánto tiempo seguirán siendo tonterías?
DESIRÉE. — Fué entonces cuando me despertaste. Golpeaste la puerta y me MARÍA.— Me confundes con Lucy.
FEDERICO.^—, Lucy es una criatura genial.
despertaste. Dime que lo harás, di que sí aunque después no lo hagas.
MARÍA. — ¿Por qué vuelves a martirizarme? MARÍA. — Bien que me di cuenta.
DESIRÉE. — Di solamente que sí. Me tranquiliza. FEDERICO.—■ Sólo con la certidumbre del sonámbulo se consigue algo. La
envidio.
MARÍA.— (En voz baja.) Sí.
MARÍA.— Supiste influir sobre ella hasta un extremo casi increíble. ¿Cómo lo
DESIRÉE. — Te lo agradezco.
haces? FEDERICO. — Es ella la que lo hace, no yo. MARÍA. — Me entiendes
MARÍA. — Ahoro te llevo a tu cama.
DESIRÉE'. — Mírame a los ojos. muy bien. FEDERICO.—< Nunca te vi tan bonita. MARÍA.— No debes beber.
FEDERICO.—. Una copa más o menos ya no importa. El baño de pies me hizo
MARÍA. '■—■ (La alza en brazos.) Ven.
bien, ahora estoy nuevamente dispuesto a todo. MARÍA.— Déjame sola.
DESIRÉE. — Ojos bellos y fuertes.
EEDERICO.—iTodavía no puedo dormir.
MARÍA. —■ (La lleva hacia el cuarto contiguo.) Ahora dormirás bien.
MARÍA. — Pero yo estoy cansada.
DESIRÉE. — Eres hermosa, Marión. (La abraza de pronto.) Perdóname.
i

MARÍA. — Me quedaré sentada a tu lado hasta que te hayas dormido. (La


lleva al cuarto contiguo.)

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La enfermedad de la juventud
FEDERICO. —■ Eres poco considerada.
MARÍA.— (Agotada.) Ten piedad de mí. MARÍA.—. (Levanta la vista.) Estás bromeando.
FEDERICO. — Nunca te vi tan bonita. MARÍA. — FEDERICO. ■— Tú perteneces a los seres que hay que espolear. Hay
Apenas me tengo en. pie. que meterte en un camino, cualquiera que él sea. MARÍA.—
FEDERICO. —• Estás tan pálida que uno puede enloquecer por ti. ¿Terminaste?
MARÍA. — Me siento miserablemente. FEDERICO. —- No. Puedes ser la trabajadora más eficaz, pasarte veinte horas
FEDERICO. — Yo también. diarias en la sala de operaciones. Puedes ser la madre de diez hijos.
MARÍA. — Tengo miedo por Desy. Puedes ser la más empedernida prostituta. Eres el molde de una joven que
FEDERICO. — ^ ¿Qué le pasa a Desy? reúne en potencia todas las cualidades, hija favorita del destino.
MARÍA.— Quería irse a la calle, y la retuve. No debiera haberlo hecho. MARÍA.— Me decidiré por una de tus perspectivas.
FEDERICO. —'■ Desy no sirve para la calle, porque no tiene bastante resistencia FEDERICO. — Pero no eres capaz de ser nada, y eso es lo que te hunde.
psíquica, pero al mismo tiempo tiene demasiada voluntad. Esa mezcla de MARÍA.— Lo pensaré.
caracteres es la más desdichada del mundo. FEDERICO. —- No estoy bromeando. Decídete por una carrera moral,
MARÍA. — Temo por Desy. y llegarás a ser dechado de virtudes. MARÍA.
FEDERICO. —> Esa mezcla conduce al suicidio. — Eso también lo pensaré. FEDERICO. —< No
estoy bromeando. MARÍA. — A mí no me
MARÍA. — Calla. Tú le quitaste todo cuanto da valor a la vida.
dominarás. FEDERICO. —¡ Sólo quiero
FEDERICO. —• ¿Cuando se escapó a la edad de diecisiete años? Yo scio acelero
ayudarte. MARÍA.— Ayuda a tu Lucy.
los desarrollos inevirables.
FEDERICO. —i No me necesita ya. Lucy sólo necesitaba que la despertasen.
MARÍA, — ¡Ojalá no te hubiera encontrado nunca!
MARÍA. — A mí déjame que siga durmiendo.
FEDERICO. ■—■ (Ríe.) Todas ustedes viven por mí.
FEDERICO. — No es lo que quieres. MARÍA. —
MARÍA. — Te has vuelto loco.
¿Quién te lo dice?
FEDERICO. — Tú también me deseas. FEDERICO. — No soy paquidermo. Tú quieres despertar. Mientras
MARÍA. — Ni me molesto en contestarte. tuviste al Bubi, dormías bien. MARÍA. —
FEDERICO. — Me deseas a mí como anhelas el cuchillo. (So le acerca.) MARÍA. Déjalo fuera de la cuestión.
— Déjame en paz. FEDERICO. — Ahora tienes que buscar y, quien busca, no duerme. Pero los que
FEDERICO. — Olfateas sangre. Hay una sola escapatoria: nos casamos. MARÍA. tardan demasiado en despertarse, revientan en el sueño.
— (Ríe.) ¡Hermosa escapatoria! MARÍA. —■ ¿Me dejarás sola de una vez?
FEDERICO. —• A último momento nos decidimos por el aburguesamiento, que FEDERICO. —; Repito mi propuesta y lo hago en serio.
es la única manera de salvarnos de la catástrofe. MARÍA. — Ya se lo oí decir a MARÍA. — Ya estoy casada.
Desirée. FEDERICO. — Es más inteligente que tú. MARÍA.— Tal vez. FEDERICO. —. ¿Con Desy?
FEDERICO. — Y ve más lejos. Todavía no vives de los nervios, sino MARÍA. — Con Desy.
que sigues viviendo inconscientemente, igual que Lucy. M.--.Í.ÍA. —: Las FEDERICO. — Pronto serás viuda.
dos somos de Passau. FEDERICO. — ¿Qué son? MARÍA. — Fué una ocurrencia MARÍA.— (Se levanta de un salto.) ¡Te aborrezco!
mía, nada más. FEDERICO. — A ti también te- podría llevar al arroyo, como a FEDERICO. — ¡Al fin!
Lucy. MARÍA. — ¡Te odio!

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F er d inan d B La enfermedad de la juventud
ruckner

FEDERICO. — Eso es ya una declaración de amor. MARÍA. — deudas... MARÍA.—


Tendría ganas de matarte. FEDERICO. — Así me gusta. ¡Fuera!
¡Thalatta! /Thalatta' MARÍA. —< (Furiosa.) Aún no me FEDERICO — .. .así como nosotros perdonamos. (La besa.) Nunca
capturaste. FEDERICO. — ¿Te rindes? MARÍA. —■ Mal me estuviste tan bella.. MARÍA.— (Quiere librarse.)
conoces. ■FEDERICO. — Si ya te tengo. MARÍA.— ¡No te ¡Te estrangulo! FEDERICO. — Me contagias el
atrevas! FEDERICO. — Ni siquiera te toco y ya eres mía. frenesí. MARÍA.— ¡Suéltame!
MARÍA.—Estás soñando. FEDERICO. — Soñaremos juntos. FEDERICO. —■ (La besa.) Después del padrenuestro se puede morir con la
MARÍA. — Antes me mataría. FEDERICO. •— ¿Tanto es el conciencia tranquila.
horror que me tienes? MARÍA. — Te aborrezco. FEDERICO. — MARÍA.— Griraré. (Los dos caen sobre la cama. MARÍA logra desasirse y se
Ya lo dijiste. MARÍA. — Te odio. FEDERICO. .— Bien. refugia.en el cuarto de DESIRÉE.)
MARÍA.— ¡Sal de aquí de una vez!
FEDERICO. — (La sigue,) No escaparás. (Entra en la habitación contigua. Un
FEDERICO. ■— La furia te sienta aún más. Tus mejillas han tomado color, grito. MARÍA vuelve y se deja caer en una silla. Poco más tarde aparece
MARÍA. — Si no te vas tendré que salir corriendo. FEDERICO. FEDERICO.)
— Trata de hacerlo. MARÍA.— (En voz baja.) ¿Demasiado tarde?
MARÍA.— ¿Quieres empujarme a la desesperación? FEDERICO.
FEDERICO. — Demasiado tarde.
— SÍ. MARÍA.— ¿Qué haremos con ella?
MARÍA. — (Corre hacia la puerta.) Ya no aguanto más. FEDERICO. ■—. Nada.
FEDERICO. ■—. La antesala está oscura. MARÍA. — Hay que buscar a Alt.
MARÍA. — Iré al departamento de la señora Schimmelbrot. FEDERICO. ■— Demasiado tarde.
FEDERICO. ■— Te dará las gracias.
MARÍA. — Hace un instante todavía estuvo aquí conmigo. Se hurló de mí.
MARÍA. — (Estallido.) No te soporto más.
FEDBRICO. — Es el destino de todos los sobrevivientes.
FEDERICO. — Capturada.
MARÍA.— Debe haber ingerido el somnífero antes de venir aquí.
MARÍA. — Quédate quieto o te estrangulo.
¡Con qué rapidez actúa e s o . . . !
FEDERICO. — Estoy tranquilamente sentado.
FEDERICO. •— Depende de la cantidad.
MARÍA. — ¿Y si te lo imploro? MARÍA.— (Pausa.) Sin embargo, tenemos que llamar a un médico.
FEDERICO. — Cae de rodillas.
FEDERICO. — Me he convencido.
MARÍA. — ¿Me dejarás sola?
MARÍA. — Nunca se sabe.
FEDERICO. — Cae de rodillas.
FEDERICO. — ¿Para qué?
MARÍA.— (Lo hace.) ¡Déjame sola, te lo ruego!
MARÍA.— ¿Para qué?
FEDERICO. —> Reza el padrenuestro.
FEDERICO. —• Volvería a hacerlo.
MARÍA.— ¡Dios mío, me vuelvo loca!
MARÍA. — ¿Para qué?
FEDERICO. —/ Padre Nuestro, que estás. . .
FEDERICO.— ¿Estaba alegre?
MARÍA.— No lo aguanto más.
FEDERICO. — El pan nuestro de cada día, dánosle hoy. . .
MARÍA. — (Se abalanza sobre FEDERICO,) ¡Fuera!
FEDERICO.-—(La sujeta con firmeza.) . . . y perdónanos nuestras
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Ferdinand Bruckner La enfermedad de la juventud
MAPÍA. — Muy cansada. FEDERICO. FEDERICO. —. De todos modos, no podría oírnos.
— ¿Se sentía feliz?
MARÍA.— (Pausa.) Cuando yo quise entrar antes, me encontré con la puerta 80
cerrada. Tuve que hacer mucho ruido para que me oyera. FEDERICO.—Ya MARÍA. —(Va hasta la puerta.) Está cerrada. FEDERICO.
estaba con un pie del otro lado. MARÍA.. •—■ ¡Con qué rapidez ocurre esto! —■ ¿Quieres acostarte? MARÍA.— Bien que lo sabes.
FEDERICO.—Depende de la cantidad, MARÍA. — ¿Cómo habrá podido FEDERICO. - —.Yo no sé nada. MARÍA. — Te lo diré al
conseguirse tanto? FEDERICO. — (Sencillo.) Se lo conseguí yo. MARÍA. — (En oído. FEDERICO. — (La elude.) Nadie nos oye. MARÍA.
voz baja.) Me causas horror. FEDERICO. •—■ ¿Quieres que rne vaya? MARÍA. — —No te me escapes. FEDERICO.—Habla
(Apresurada.) No. FEDERICO. —• Querías estar sola. tranquilamente. MARÍA.— (Lo persigue.) ¿Me tienes
MARÍA. —- (En voz baja.) Asesino. (FEDERICO no responde.) ¿Poiqué se lo miedo? FEDERICO.—No te comprendo.
conseguiste? MARÍA. —■ No pienso arrancarte la oreja de un mordisco. FEDERICO.-. (La
FEDERICO. — De no hacerlo, probablemente se habría tirado al agua. recibe en sus brazos.) Ahora pierdes túTa razón. MARÍA. — Tal vez.
MARÍA ■—■ Pero habría tenido tiempo de serenarse. FEDERICO.—Mejor será queme vaya. Hay que buscar a un médico. MARÍA. —
FEDERICO. •—. ¿Porque el agua es fría? Cae de rodillas. FEDERICO.—.¡Buenas noches! MARÍA. — Cae de rodillas, te
MASÍA. — Porque, un segundo después, una se arrepiente. digo. FEDERICO. ■—María...
FEDERICO. ■— Estuvo contigo después, sin arrepentirse de nada. MARÍA.— No te voy a saciar con un padrenuestro. FEDERICO.
MARÍA. — (Pausa.) ¿Qué hacemos? — ¿Qué quieres?
FEDERICO. —. Me rogó que lo hiciera. MARÍA.— A alzarse en las patitas traseras, perriro. . . A alzarse
MARÍA.—. Asesino. y te doy azúcar. FEDERICO. —Me espantas.
FEDERICO. — Fetichismo conceptual. MARÍA.—Soy hermosa. FEDERICO. —María. . .
MARÍA. — Pequeño pajarito mío. . . , mi hermanita. MARÍA.—Nunca estuve tan hermosa. FEDERICO. —
FEDERICO. — Te dejo sola. Callada. . . MARÍA. — No olvidé tus palabras.
MARÍA. — No te muevas de aquí. FEDERICO. — Aquí al lado yace una muerta. MARÍA. —
FEDERICO. — No me gustan las oraciones fúnebres. Ahora me es todo indiferente. FEDERICO. — Al lado
MARÍA. — También podemos callar. (Pausa. FEDERICO bebe, MARÍA en voz hay una muerta.
baja.) Dame a mí también. (Pausa.) Ahora me tienes donde querías MARÍA. — Fetichismo conceptual... ¡Bebe! (También ella lo hace.)
llevarme. . FEDERICO.—Esto es una locura.
FEDERICO. — ¿Dónde? MARÍA. —Me hace aún más deseable. ¿Quieres poseerme? FEDERICO.—.¡No
r~"; i '
MARÍA.— No finjas. f juegues conmigo! MARÍA.—¡Thalatta! ¡Thalatta! FEDERICO.—Estoy
FEDERICO. •—> Te imaginas cosas. perdiendo la cabeza. MARÍA.—-/Thalatta/ ¡Thalatta!
MARÍA.— ¡Bebe! (Señala la puerta de DESIRÉE.) ¿La puerta está FEDERICO.—-(Exacerbado.) ¡No juegues! (La persigue.)
bien cerrada? FEDERICO. ■—. ¿Te da
vergüenza? MARÍA. — Bebe.

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Ferdinand Bruckner
MARÍA.— ¿Quién es Dios? (Se escapa nuevamente.) Me desgarras
este lindo pijama. ¡Ven, Bubi, ven! FEDERICO. — (Fuera de sí.) No soy tu
MARÍA.— (Ríe.) ¡Agárrame! (FEDERICO la persigue), ¡Agárrame! B u b i . . . Perdí un zapato. MARÍA. — Corre, Bubi, corre. FEDERICO.—'Ya
Te aborrezco. Te odio. FEDERICO. — (La captura.) ¡Ni una no corremos más.
palabra más! MARÍA.— (Ríe exaltada.) ¡Bebe, bebe! MARÍA. — También Bubi sabe besar.... y con mucha más dulzura. (Se libra.)
FEDERICO.—Te advierto... MARÍA. — Aún no bebiste lo Me haces daño. Bubi sabe morder mejor. . . ¡La garganta, Bubi!
suficiente.
FEDERICO..—(Junto a la puerta.) Antes de perder del todo la cabeza. 82
MARÍA. — La antesala está a oscuras.
La enfermedad de la juventud
FEDERICO. —Sabré orientarme.
MARÍA. — Volcarás una silla.
FEDERICO. —No soy tu Bubi.
FEDERICO. — No será ninguna desgracia.
MARÍA. — La señora Schimmelbrot no te estará agradecida. MARÍA.—^Volcarás Ja mesa. (FEDERICO la derriba en la cama.) Antes tienes
que beber más; Has bebido demasiado poco.
FEDERICO. — Aquí sucederá una desgracia.
FEDERICO. — Ya no bebo más.
MARÍA. — Fetichismo conceptual.
MARÍA. — Apaga la luz. (Trata de liberarse.)
FEDERICO. .—.STo te aguanto más tiempo.
FEDERICO. —.(Fuera de sí.) Ahora te quedas.
MARÍA. — ¡Capturado! (Se abre la blusa de un tifón.) Voy a dormir. MARÍA. — Me gustas. Eres fuerte. Apaga la luz. (Se escapa corriendo.)
FEDERICO. — María. FEDERICO. — ¡Qué me importa la luz! ¡Detente! MARÍA.— (A.paga la luz.
MARÍA. — (Riéndose.) Te odio. Te aborrezco. ¿Te rindes? FEDERICO. ■— Me Quedan a oscuras.) ¡Aquí..., aquí..., aquí!
desligo de toda responsabilidad. MARÍA. — Padre nuestro que estás. . . FEDERICO.—Trata de escaparte otra vez. MARÍA.
FEDERICO.—¡(Furioso.) ¡Cierra el pico! — De ti no me escapo. Eres fuerte. FEDERICO.
MARÍA.— ...perdónanos nuestras deudas... (FEDERICO' se abalanza sobre ella. —María. . .
Siempre riéndose.) ¿Eso es todo? El Bubi lo hace tan bien como tú. (Se MARÍA. — (Con ardorosa pasión.) ¡Mátame! ¡Mátame!
libra de los brazos de FEDERICO.) .. .así como nosotros perdonamos. . .
FEDERICO. — (La persigue.) Te voy a agarrar.
MARÍA. — Captúrame. TELÓN
FEDERICO.— ¡Que Dios tenga piedad de nosotros! (La ciñe con fuerza.)

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