María Discípula y

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 8

María Discípula y Misionera

MARÍA DISCÍPULA Y MISIONERA

P Javier Alson smc

JESUCRISTO, EL ENVIADO DEL PADRE

Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros (Jn 1,14). Jesucristo no es simplemente

discípulo de Dios, sino Dios mismo, la presencia de Dios entre nosotros.

1. JESUCRISTO, VIDA NUEVA DEL PADRE

85. Por su Hijo Jesús, el Padre hace presente todo su poder vivificante y liberador, de

integración, reconciliación y misericordia, pues por Él devuelve en plenitud impensable lo que el

ser humano había dilapidado con su pecado. Restituye una vida humana capaz de acoger la

misma vida de Dios, fuente de nuevas relaciones con los otros en justicia y amor, y con todo lo

creado. Su persona, sus palabras y sus acciones inauguraron en medio de nosotros el Reino de

vida del Padre, que alcanzará su plenitud allí donde no habrá más “muerte, ni llanto, ni dolor,

porque todo lo antiguo ha desaparecido” (Ap 21,1-5).

Su vida, palabras y acciones marcan nuestra historia y determinan una nueva realidad; nadie

puede quedar igual ante Él, quien cuestiona radicalmente a todo ser humano, porque le hace

entrar en la presencia de Dios, realizar, hacer realidad, la presencia del Dios Viviente, y por lo

mismo, la obligación de definirse ante Él; cerrarse o abrirse ante Dios.

89. En la vida histórica de Jesús, sus palabras y acciones están íntimamente entrelazadas, de

forma que las palabras explican las acciones y éstas confirman las palabras. Esta radical

coherencia del Hijo del hombre que “pasó haciendo el bien” (Hch 10, 38), suscitaba la

vinculación a Él como “Maestro” y “Mesías”, y la fe daba paso a progresivas confesiones de su

identidad y su misión.

Jesucristo es por esencia el Enviado del Padre, no solamente por aprendizaje, sino por

naturaleza; Él y el Padre son una misma cosa: Yo y el Padre somos uno (Jn 10,30). Y por lo

mismo su misión consiste en traer el Padre, mostrar al Padre, invitar a la gente para que

encuentren al Padre y vivan de acuerdo a Él.

1.1.2 Jesús de Nazaret revela el Reino de su Padre

90. La proclamación y la instauración del Reino de Dios son el objeto de la misión de Jesucristo

(cf. Lc 4,43). Al Reino se accede por el encuentro con aquel que con sus palabras y sus acciones,

mostraba que “el Reino” de Dios incluía a sencillos y marginados. Comía y bebía con pecadores
(Mc 2, 16), sin importarle que lo tildaran de comilón y borracho (cf. Mt 11, 19); tocaba leprosos

(cf. Lc 5, 13) y dejaba que una mujer prostituta le ungiera y besara los pies (cf. 7, 37-38);

conversaba, transgrediendo costumbres, con una mujer samaritana (cf. Jn 4) y, de noche,

recibía a Nicodemo, dirigente notable en Israel (cf. Jn 3).

92. El Reino de Dios, la soberanía del Padre en el mundo, es de inicio oculto, casi invisible. No

aparece de forma espectacular, pero “ya está entre ustedes” (Lc 17, 21). Es Reino “de Dios” por

lo que, sea que el hombre duerma o vele, el Reino brota y crece. Pero sí necesita de la tierra

buena del corazón convertido (cf. Mc 4, 20). Es Reino de Dios, el Padre, por lo que tiende a

transformar las relaciones humanas, estableciendo otro modo de comprenderlas y vivirlas: el de

la fraternidad y, por lo mismo, del amor solidario, del perdón y del servicio mutuo.

94. Jesús hizo presente en su vida un acontecimiento original y renovador: la presencia en Él de

la fuerza salvadora de su Padre que hace todo nuevo. Los signos de este acontecimiento son el

perdón de los pecados, la expulsión de los demonios, las comidas con impuros y pecadores que

no eran considerados dignos, la cercanía de Jesús con todos… La vida que Jesús compartía y

ofrecía en Palestina dignificaba a las personas y generaba la comunión con Dios y con los

hermanos.

Jesús estuvo siempre con el Padre y acopló su voluntad humana con la del Padre, como vemos

en el Huerto de Getsemaní, cuando dice: «¡Abbá, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí

esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú.» (Mc 14,36). En este sentido

Jesús fue el discípulo del Padre por excelencia, quien cumplió la voluntad del Padre a la

perfección y llevó hasta el extremo la obediencia, dando plenitud a la obra del Padre.

La Misión que Jesús llevó a cabo fue la Misión de Dios por excelencia; Él cumplió lo que el Padre

quería, llegar hasta el fondo del problema en que estábamos sumergidos los seres humanos;

envueltos en el pecado; ir hasta la raíz, amarnos hasta el extremo y morir en la Cruz para

liberarnos del poder del mal y hacernos entrar en el Reino del Padre.

Jesús actuó el Reino de Dios; lo realizó. Su vida y obra transfiguró la historia humana en una

nueva realidad, la cual nos permite acceder a Dios; recuperar la presencia de Dios; salir del

poder del mal, de las garras del pecado. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo, y

tiene la Misión de Santificar, limpiar, regenerar, sanar, dar vida: Así dice el Señor Yahveh a

estos huesos: He aquí que yo voy a hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis (Ez 37,5); el

Espíritu Santo cumple la voluntad del Padre y transforma efectivamente la realidad humana;

hace presente a Dios en la historia y la transfigura real y efectivamente.


Jesús continúa su misión por medio del Espíritu Santo, quien lo hace presente y activo en la

liturgia, en la Eucaristía, en el Bautismo, en la reconciliación y los demás sacramentos. Jesús

sigue presente y redimiendo nuestras personas por medio de los sacramentos, en la acción

propia de la Iglesia.

LA IGLESIA tiene así dos aspecto en su misión propia, una es la de anunciar las cosas de Dios;

seguir a Jesús en sus pasos y sus enseñanzas, imitarlo en su vida y acciones, predicar. El otro

aspecto de la Iglesia en su misión es la acción sacramental; la realización de la acción de Cristo

a través del tiempo; la intervención de Dios quien afecta la realidad de los seres humanos

mediante los sacramentos, primeramente el Bautismo, que nos abre a ser hijos de Dios, nos

infunde la Vida de Gracia en nuestro ser, la Eucaristía, que nos da al mismo Cristo para

alimentarnos espiritualmente, sanarnos, liberarnos y redimirnos; la Reconciliación, que vuelve a

perdonarnos y a limpiarnos del pecado; nos permite volver el rostro a Dios y recuperar su

presencia y su gracia.

De esta manera la Iglesia no solamente predica sino que actúa y transforma; transfigura la

historia humana por la acción de Dios; porque la Iglesia es la prolongación de Cristo; es su

Cuerpo y su acción en el mundo. La Iglesia sigue realizando la misión de Cristo, no solamente

como enviada sino que su acción hace realmente presente y activa la acción de Cristo. La misión

de la Iglesia no es solamente recordarle Cristo a la gente sino colaborar para que Cristo siga

actuando en la gente, sobre todo en los sacramentos, gracias a la acción y el poder del Espíritu

Santo, quien es productor de la gracia.

MARÍA EN LA IGLESIA

Para poder predicar, llevar a Dios a los demás, es necesario primero llenarse de Él, y María es la

persona de la Iglesia que más se ha llenado de Dios. Cuando el ángel Gabriel le anuncia que

será la madre del Verbo de Dios, la llama Llena de gracia, Kejaritomene en griego. Alégrate,

llena de gracia, el Señor está contigo (Cf. Lc 1,28). Lo cual significa que María estaba llena de la

gracia de Dios, colmada por Dios de su amor y santidad, María es la que más puede darnos a

Jesús, es la persona de la Iglesia que mejor nos puede transmitir a Jesús, por eso ella es la más

excelente discípula de Dios y de Jesús.

Cuando Maria nos habla de Jesús es que de verdad tiene cómo hacerlo. El relato de Lucas nos

indica claramente las etapas del discipulado y misión de María; después de haber quedado

embarazada con el Verbo de Dios en seno virginal, ella inmediatamente se dirige a visitar su

pariente Isabel, la cual recibe la revelación del Verbo encarnado, y reacciona ante ese

impactante encuentro ensalzando y bendiciendo a María y a la vez bendiciendo al fruto bendito


de su vientre, Jesús. y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito

el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1,42-43). Y

culmina esta conversación resaltando el compromiso misionero de María, quien habiendo

recibido la revelación de Dios la creyó de corazón y la propagó sin basilar. ¡Feliz la que ha creído

que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (Lc 1,45).

EL CRECIMIENTO DEL DISCIPULADO DE MARÍA

Lucas nos narra la actitud de María en los acontecimientos de la vida de Jesús y resalta una de

las cualidades esenciales del discipulado; el poner cuidado en las cosas que ocurren o son dichas

de parte de Dios, el escucharlo con atención, meditarlo, sembrarlo de verdad en el corazón,

como una semilla que luego va dando los frutos de vida eterna. Después que nace Jesús y los

pastores lo visitan y encuentra al lado de María y José, ella es testigo de esas cosas admirables y

al final Lucas nos dice: María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su

corazón (Lc 2,19).

Esta actitud de María es la que debe tener todo discípulo del Señor; recibir constantemente su

gracia y acogerla, encarnarla en su ser, para ser fecundados por ella y luego dar frutos. Entre los

frutos de ese intercambio admirable entre la Divinidad y la humanidad, está el ser misionero,

llevar la revelación de lo Divino a los demás, pero ante todo dejar que Dios sea misionero dentro

del discípulo, y llenándose siempre de Él, proclamarlo hacia fuera, dando lo que sobreabunda del

corazón, y no dándose simplemente a sí mismo, secos de Dios.

María en su vida continúa constantemente dejándose llenar por Dios, alimentándose de su fe, y

acogiendo voluntaria y activamente esa gracia de Dios en su vida; al mismo tiempo, desde el

primer instante de esa fecundación de la gracia divina, María es reveladora y transmisora del

Misterio Divino, como lo atestigua su inmediata visita a Isabel. El documento de Aparecida,

Brasil, de la V Conferencia Episcopal Latinoamericana, resalta este proceso de crecimiento como

discípulos y misioneros, en el cual María tiene un papel fundamental.

A los ojos y al corazón de los creyentes, ella aparece como:

a) Mujer de fe

189. Acoge y hace suyo el proyecto del Padre. Con su “sí” invita a abrir el corazón a la confianza

en Dios y al abandono confiado en su providente conducción. En ella hemos aprendido a

descubrir el rostro materno de Dios, rico en piedad y misericordia, y a confiar en su amor

paternal. Madre de Jesús, nos muestra el “fruto bendito de su vientre”, “Camino, Verdad y Vida”,

del cual queremos ser discípulos, y llena del Espíritu Santo nos enseña a transformar los

diversos momentos del acontecer humano en historia de salvación.


MARÍA DE COROMOTO, LA PRIMERA MISIONERA

El documento de Aparecida resalta la presencia mariana en toda Latinoamérica, donde se ha

inculturado y ha sido adoptada por millones de creyentes como una verdadera madre espiritual,

en cada lugar con diversas características pero siempre la misma madre de Jesús el crucificado y

resucitado.

187. En la vida de la Iglesia se destaca la figura de la Virgen María, venerada como Madre de

Jesús y Madre de la Iglesia. Desde el comienzo de la evangelización, son incontables las

comunidades que han encontrado en ella la inspiración más cercana para aprender cómo ser

discípulos y misioneros de Jesús. Con gozo constatamos que se ha hecho parte del caminar de

cada uno de nuestros pueblos, entrando profundamente en el tejido de su historia y acogiendo

los rasgos más nobles y significativos de su gente. Las diversas advocaciones y los santuarios

esparcidos a lo largo y ancho del Continente testimonian la presencia cercana de María a la

gente y, al mismo tiempo, manifiestan la fe y la confianza que los devotos sienten por ella. Ella

les pertenece y ellos la sienten como madre y hermana. La historia de la mayoría de los

santuarios marianos del Continente, desde Guadalupe hasta Aparecida, testimonian el cariño

especial de María por los pequeños e insignificantes de este mundo. La devoción mariana

presente en el Continente, con su multitud de expresiones culturales, nos dice que el Evangelio

se ha inculturado en las facciones indias, criollas, negras y mestizas con las que se presenta a la

Virgen, revelando en ello el rostro compasivo y materno de Dios hacia su pueblo.

En Venezuela hemos tenido la visita de María para revelarnos la realidad Divina. A una familia de

aborígenes en la zona llanera y montañosa, que más tarde sería Portuguesa y Lara, alrededor

del año 1652. Ella vino a revelar una realidad desconocida para nuestros antepasados, aunque

como indígenas tenían sus propias creencias e intuiciones espirituales, sin embargo no habían

recibido la revelación del Dios Vivo y Verdadero, el Dios de Abraham, de Moisés, el Dios de

Israel, que se ha revelado a la humanidad para llamar a todos los pueblos, creación de Él

mismo, a formar parte del Pueblo de Dios.

Esta revelación de Dios por parte de María ocurrió antes de que fuésemos todavía una nación

independiente y en una época donde había dificultad en cuanto a la evangelización; la historia

eclesial en Venezuela cuenta con un cierto número de misioneros martirizados por los indígenas.

En esa época era peligroso viajar desde Caracas hacia Acarigua o Barquisimeto debido a que en

la zona de Nirgua habían tribus que podían atacar a los viajeros. La historia coromotana nos

narra cómo el indígena rechazó e incluso atacó a la Virgen con una flecha porque no quería

perder su situación en la cual era jefe y cacique. El ser evangelizado implicaba que había un Jefe
Supremo, Dios, el cual es Señor de la historia y llama a los pueblos a conocerlo y amarlo, para

que sean su pueblo.

De esta manera el hombre se libera del yugo del pecado; al conocer y amar al verdadero Dios

entra en una nueva relación que lo hace libre desde lo profundo de su ser, la verdadera libertad

espiritual, basada en el Espíritu de Dios, y que llena de verdadera esperanza al ser humano,

porque no se aferra en su seguridad a lo material sino al Dios de la misericordia. Como le ocurrió

al indio Coromoto, que al final de su vida, después de ser mordido por la serpiente, buscó a Dios

y le hizo caso a la Virgen que lo había evangelizado, bautizándose y abriéndose a la gracia divina

para entregar su espíritu al Creador y Padre. La Virgen María, cumpliendo el mandato que Jesús

le dejó en la cruz, se interesa en la gente, quiere que se encuentren de verdad con Dios,

mediante Jesús, su Hijo, el Mediador y Redentor, y por este motivo se aparece en Guanare y

realiza su labor misionera evangelizadora por excelencia. Ella en Venezuela significa la

evangelización más profunda que pudo ocurrir, porque es la persona que procede directamente

desde el ámbito divino, desde el Reino de Dios, y habla de cosas que conoce y vive en persona,

no simplemente de algo que ha escuchado sino de algo que experimenta por estar glorificada

con Cristo.

La evangelización de María en Venezuela, en las apariciones a las familias de los cospes, son el

evento evangelizador más radical y excelente, y se puede decir que la motivación más profunda

y genuina para la evangelización de aquella época, por lo cual muchos indígenas aceptaron

entrar en la fe cristiana, y también para la nueva evangelización de nuestros días, que se hace

cada vez más necesaria, puesto que hay cada vez más personas que se cierran a Dios, o

actitudes cada vez más profundamente cerradas, que hacen del pueblo un retroceso espiritual y

lo asemejan a las mismas actitudes de cerrazón y rechazo de aquellas épocas coromotanas.

LA MADURACIÓN DE MARÍA DISCÍPULA Y MISIONERA.

En María, como en todo discípulo, se va llegando a una plena maduración de su ser discípulo y

misionero. Ella también pasó por pruebas y dificultades y se fue comprometiendo cada vez más

profundamente con la obra de Dios. Lucas narra la escena cuando José y María presentan al niño

en el templo y donde el anciano Simeón profetiza: Éste está puesto para caída y elevación de

muchos en Israel, y para ser señal de contradicción -¡y a ti misma una espada te atravesará el

alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. (Lc 2,34-35).

El evangelista Lucas nos está indicando que en María existió un proceso de profundización,

donde el discipulado implicó un dolor, un sufrimiento; el ser misionera implicó que ella también

arriesgó y dio la vida por la obra de su Hijo. Las intenciones de los corazones están ocultas,
porque el pecado no se ve, y quiere permanecer dentro del hombre para siempre, pero la obra

de Cristo ilumina el alma y permite que aflore la realidad profunda de la persona, sus

intenciones. La evangelización más profunda se transforma en signo de contradicción, unido al

gran signo de contradicción que es la cruz de Cristo, para que salga a la luz lo que está oculto y

el ser humano tenga la oportunidad de escoger entre el bien y el mal, entre la gracia y el

pecado. El drama que vive el ser humano y la humanidad entera a lo largo de su historia

aparece en su máxima contradicción en la cruz de Cristo; el amor infinito de Dios y el odio

irracional del hombre, que quiere matar al Amor, pero que al final queda vencido por ese Amor,

puesto que Cristo resucita de la muerte.

El discípulo sigue la suerte del maestro, El siervo no es más que su señor. Si a mí me han

perseguido, también los perseguirán a ustedes; si han guardado mi Palabra, también guardarán

la vuestra. (Jn 15,20). Y María también fue perseguida por causa del Maestro; sufrió la ofensa

de ver a su Hijo colgado de la cruz, y se mantuvo fiel hasta el extremo, sin jamás pecar. Al final

Jesús le pidió ser la madre del discípulo amado (Cf. Jn 19,25ss) y ella asumió ese nuevo y

definitivo rol; se comprometió en la plenitud de su vocación: ser la madre de todos los hombres,

de todos los pueblos, tal y como lo demuestran las apariciones coromotanas a un pueblo aún no

cristiano, sin bautizar; María es la madre de todos los hombres.

Esa profundización y plenitud de su discipulado llevó a María a la plenitud de su misión. La plena

de gracia ahora vive plenamente su misión para siempre, ser la madre de la Iglesia y acompañar

a todos los discípulos en su caminar de la fe, de la esperanza y de la caridad.

MARÍA MODELO Y ANIMADORA DEL DISCÍPULO Y MISIONERO

El documento de Aparecida nos muestra a María como el modelo por excelencia del discípulo y

misionero; ella no solamente habla de lo que ha escuchado sino que habla del Verbo que se ha

encarnado en su seno.

362. María, madre de los discípulos misioneros, también camina con nosotros. Ella lo hace como

discípula, porque ha creído firmemente que lo anunciado por el Señor se cumplirá. Lo hace como

misionera, porque –a diferencia de los apóstoles que proclaman la Palabra– da a luz a Jesús,

Palabra de Dios, contenido de la proclamación apostólica. Camina con nosotros como mujer

solidaria, porque ofrece su ser, su intercesión y sus santuarios para atender nuestras

necesidades. Camina como nueva Arca de la alianza, habitada por la Palabra viva de Dios, y

como sierva del Señor, que por su escucha y obediencia tiene la experiencia de grandes cosas

que el Poderoso hace en ella y con ella. Ella es por sobre todo modelo del discípulo misionero

que abre su vida al acontecimiento salvífico trinitario.


Ella acompaña a los discípulos y misioneros de su Hijo Jesús, animándolos a evangelizar y a

transfigurar el mundo con la caridad de Dios; cada discípulo se involucra en forma más profunda

y comprometida en la medida que madura en su discipulado, y participa no simplemente con sus

dones en la siembra del Reino de Dios sino también ofreciendo su propio sufrimiento, uniendo su

vida a la de Cristo, sufriendo con Él, acompañando el dolor de la gente; siendo fieles a Dios y al

hombre, tal como lo fue y es Jesucristo, que lo llevó hasta la cruz; tal como lo fue y es María,

que participó del dolor de la cruz de su Hijo y participa como madre espiritual de todos los

sufrimientos y esperanzas de sus discípulos.

188. Juan Pablo II la llamó “Madre y Evangelizadora de América” (EiA, 11) e invitó a implorar de

ella “la fuerza para anunciar con valentía la Palabra en la tarea de la nueva evangelización, para

corroborar la esperanza en el mundo” (EiA, 76). Hoy también, con el ejemplo y el auxilio de la

Virgen, las comunidades cristianas latinoamericanas continúan la misión de conducir al

encuentro con Cristo y, por eso, la invocan como Estrella de la evangelización.

Queda en pie el llamado de Jesús, vayan por todo el mundo a hacer discípulos y bautícenlos en

el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enséñenles a guardar todo lo que yo les he

mandado (Cf. Mt 28,19-20). María en Guanare predicó y mandó a bautizarse, cumpliendo el

mandato de Jesús. Que la santísima Virgen María nos acompañe en la gran misión

evangelizadora latinoamericana a la que nos invita la reunión del CELAM en Aparecida, sea

nuestro modelo y mayor estímulo, y podamos cumplir el mandato del Señor, ser sus auténticos

discípulos y misioneros.

También podría gustarte