La Vida Íntima de Pancho Villa Según Austreberta Rentería, de José Valadés
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CAPíTULO I
N o solamente los detalles íntimos de los últimos años de vida del general
Francisco Villa, sino también la historia de los años que precedieron a la
aparición del notable guerrillero, me han sido referidos, para ser dados a co-
nocer en los Periódicos Lozano, por doña Austreberta Renteda, viuda de Villa,
actualmente residente en la Ciudad de México,
Aunque doña Austreberta, desde la muerte del general Villa, se había ne-
gado a hablar, sólo por el respeto que siente por el alto criterio independiente
de los Periódicos Lozano, dice, y por el recuerdo cariñoso que guarda para mi
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El convencwnismo
Fue en el sanatorio del doctor Donato Moreno donde conocí a la viuda del
general Villa. Hacía dos semanas que había llegado a la Ciudad de México,
procedente de Parral y acompañada de sus dos hijos, Francisco e Hipólito, y
no hacía más de una que vivía en el sanatorio para poder atender al mayor de
sus pequeños, quien había sufrido una delicada operación. Pude llegar hasta
la señora --que se negaba cortésmente a recibir visitas-, gracias a la amabilidad
del general Nicolás Rodríguez.
Es doña Austreberta Rentería, viuda de Villa, un tipo interesante de mu-
jer: alta, delgada, morena, de grandes y expresivos ojos negros, de muy finas
maneras, de fácil y discreta palabra, aunque sin hacer esfuerzos por ocultar
la verdad en los periodos más delicados; muy impresionable, ya que con el
apoyo de su buena memoria, sabe dar a los hechos pasados toda la realidad
que debieron tener.
Cuando habla de! general Villa le llama "mi esposo", o bien, "Pancho", y
e! culto que por él siente ha logrado infundirlo a sus dos hijos.
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José C. Va/adés
UN FUTURO ABOGADO
Tiene Panchito trece años de edad; por su gran parecido físico con el general,
su madre parece tener gran predilección hacia él, por lo que al ver sus esfuer-
zos por continuar incorporado, doña Austreberta carifl0samente le tomó de
las manos y lo acomodó con suavidad en la cama, no sin decirme antes:
-Este es Panchito, el mismo que mi esposo ca>;gaba en los brazos, y el mismo que
Pancho, cuando el señor Hernández LlerHo estuvo con nosotros en Canutillo, dij·o
que seria licenciado ... iY crea usted que haré todos los sacrificios posibles para que
mi hij·o sea lo que su padre queria que fuera'
No acababa doña Austreberta de colocar cómodamente a su hijo, cuando
entró a la habitación el hijo menor, Hipólito.
-Este es Polito, lleva el nombre de mi compadre Hipólito -me dijo la sei\ora,
sei\alando al niño, quien, todo encogido, apenas si se atrevía a extender el
brazo para saludar, y agregó la señora:
-Nació el pobrecito cuatro días después de la muerte de Pancho.
Los PERIODISTAS
Ya con la presencia de sus dos hijos, la señora pareció tomar mayor confianza,
preguntándome, en primer lugar, por Hernández Llergo.
-¿Dice usted que el señor Hernández Lle>;go está en Los AnHeles? No sabe usted
que Hrata memoria tenHo siempre de ese señor, y es que siempre he estimado a las
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El convencionismo
personas que más quería mi esposo. Recuerdo que Pancho, siempre que se hablaba
de periodistas, decía: "Ese amigo Hernández Llergo es un verdadero amigo; es el
primer periodista que me trata como se trata a los hombres; iese sí que no contó
mentiras de mí!"- me dijo dofía Austreberta, para luego, visiblemente con-
movida reflexionar:
-iY vea usted que lo que contó el señor Hernández Llergo después de visitarnos
en Canutillo foe, en parte, la causa de la muerte de Pancho! ... No digo yo que no
dijo la verdad, pero esa verdad, dicha en aquellos momentos, creo que perjudicó a
Pancho ... Por eso nunca he querido hablar; por eso siento cierta inquietud ante los
periodistas...
FALSEDADES
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José C. Valadés
He venido a México con el fin, no solamente de que Panchito fUera operado, sino
también para que los niños entren a la escuela secundaria, y estoy dispuesta a todos
los sacrificios hasta no ver que los niños sean hombres formales y de bien. /'ara esto
tendré que trabajar, pero lo haré gustosa con tal de que Panchito pueda sn' licen-
ciado, como lo qUC1"1:a mi esposo, y para que Palito ten..IJa alguna otra profesión,
EL ORGULLO DE POLITO
Sonriendo con cierta amargura, la viuda del general Villa, haciendo que l'olito
se ponga de pie, dice:
-¿ lit: usted este traje de /'alito? Pues era un traje de mi esposo; se lo mandé arre-
cIJlar al niño, a fin de que ande decentemente vestido.
Polito, orgulloso por vestir con un traje reformado del general Villa, ex-
tiende el brazo v luego, encogiéndose y riendo, se acerca a su hermano para
decirle al oído con orgullo:
-171 uso 1m trajes de papacito,
Luego, rdiriéndose a la operación que le hicieron a l'anchiro, dOIla Aus-
treberta refiere que pudo llevarse a cabo gracias a la avuda que le proporcion-
aron algunos elementos que militaron a las órdenes del general Villa, pero
especialmente de los villistas que tónnan parte de los "Camisas Doradas".
-A pesar de que mi esposo ha sicú¡ calumniado tanto, todavla hay a{IJUllOS de
los hombres que militaron bajo sus órdmes, que l'ecuerdmz eari1ÍOIame11te a su jejé.
Muchos de ellos han venido a l'isitanne desde el día que llegué a esta ciudad; me han
ofrecido su apovo, y esto me hace creer que afIJtin d,{¡ habrá justicia para mi esposo.
¡Justicia' Solammtc justicia pido de quienes eS'Tiben, porqttr Pancho no era e.i,.
tipo desnaturalizado que piman. Que se dir¡a la l'el-dad, que se diga lo malo, pero
también lo buC1lo que hiz.(). 171 no dtIJo que Pancho era un santo: ¡si hubie1'a sido un
santo no hubiera andado Olla rel'of¡lcirill' ¡Los santos se quedan CN la casa! Pancho
era un hombre, con los defectos, pero también con las virtudes de todos los hombres.
Me refirió entonces la sci1ora, cómo, cuando era 111UV joven, había odiado
al general Villa, a pesar de que su hermano era un admirador del guerrero,
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El conlJencwnismo
Pedí a la señora que me dijera cómo era, físicamente, el general Villa. Dofia
Austreberta sonrió y aunque en los primeros instantes pareció dispuesta a
negarme lo solicitado, al fin accedió, diciéndome:
-Pancho tenía una fi-ente alta, unos ojos grandes, café oscuro, de mirada muy
penetrante, unos labios un poquito gruesos, que casi le cubrian los bigotes, que eran
espesos: los bigotes eran un poco rojos. Era guapo, lo que podemos decir un norteño
guapo. Era alto, grueso, y había engordado los últimos años de su vida, lo malle
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José C. Va/adés
LE GUSTABA CANTAR
-Ya le he dicho como era ftsicamente, debo decirle también que el'a, en la intimi-
dad del ¡JlL/jar, muy expresivo, muy cariñoso y muy alelfre.
Cuando estábamos a solas, le "/justaba mucho cantar. Casi tocWs los dias me can-
taba una canción cuya letra le daré a "-'ted después, que se llamaba La fiebre, y a
la que yo le puse La fiebre amarilla. Aparte de esta canción, le lfustaba mucho la
música y la letra de Las tres pelonas. Cuando consideraba que nadie lo escuchaba,
se acompañaba con la lfuitarra, y no lo hacia mal, porque tenía un buen oído y era
muy entonado. A peces me cantaba tantas canciones, que IU/¿/jo me pr'é/juntaba:
((¿No te has cansado de oírme, hijita?"
l)oña Austrebcrta, hace una larga pausa, 111C enscila unos retratos del ge-
neral y me pide:
-iQ;úere usted que en otra ocasión le cumte la vida de Pancho?
Después de aquella larga e interesante conversación con la viuda del gene-
ral Villa, he vuelto a vcrle varias veces para escuchar pasajes interesantísimos
de la vida del guerrillero, pasajes que en su mavoría son desconocidos.
Lo que me refirió doña Austreberta, lo relataré en los capítulos siguientes.
Sohlmente que debo advertir a los lectores que, en lugar de mencionar en lo
sucesivo las palabras de la sellora Remería viuda de Villa, he preferido hacer
una narración para poder presentar con lnayor claridad al honlllre, en la in-
teligencia de que esa narración estará ajustada fieltncntc a los datos quc ll1C
proporcionó la seií.ora.
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El convencwnismo
Finalmente, y antes de que se conozca esa narración, debo presentar una ex-
cusa a la seúora viuda de Villa. Ella me pidió que los datos relacionados con
los amores que tuvo con el general, no fuesen dados a conocer por ahora;
pero son estos datos tan interesantes, y tan interesante es conocer la vida
íntima del guerrero, que muy a mi pesar tendré que faltar a los deseos de la
dama.
El conocimiento de los capítulos de la vida amorosa del general Villa,
servirá para el mejor conocimiento del hombre. Muchas leyendas quedarán
destnIidas detinitivamente y el Pancho Villa violador de jovencitas, amante
irresponsable, lazador de rancheras indefensas, golpeador y hasta asesino de
mujeres que no sucumbían antes sus caprichos, desaparecerá para surgir el
Francisco Villa mujerigo, sí, pero mujeriego como el ranchero del norte, que
solamente entiende el amor, cuando montado en un brioso coree! llega a la
ventana de la amada y tras de cantarle y de prometerle miles de cosas, la hace
huir junto con él, para ir más tarde en busca de otra aventura en la que correrá
riesgos sin nombre y sin cuenta.
Además, ¿no fue su amor por "Betita'\ por "mi Betita" -como dice Hernán-
dez Llergo que la llamaba-, e! último de sus amores? ¿No después de ese amor
que le atormentó y le comió el corazón, durante varios aúos, al igual que to-
dos los rancheros que habitan las estribaciones de la Sierra Madre, no después
de ese amor, digo, nle cuando sintió ya la paz y la dulzura hogareúas?
Este último amor del general Villa no puede quedar esperando al cronista
del maúana, por más que haya capítulos demasiado cnIdos, pero que, a pesar
de ser excesivamente crudos, están ligados a la existencia del hombre que,
quiéranlo o no sus enemigos -aquellos que no perdonan ni perdonarán que
un hombre salido del monte haya disputado la dirección de la vida de México
a otro que había pasado sus mejores aúos durmiendo en los muelles sillones
del Senado-- tuvo una actuación que llenará muchas páginas de la historia
mexicana, bien como un outlaw, bien como un guerreador, pero tnás como
guerreador que como outlaw, porque superó una y muchas veces al guerrille-
ro de la Refórma y al facultativo del porfirismo.
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