Matrimonio Uniones de Hecho (Comprobación)
Matrimonio Uniones de Hecho (Comprobación)
Matrimonio Uniones de Hecho (Comprobación)
Uno de los fenómenos más extensos que interpelan vivamente la conciencia de la comunidad cristiana hoy en día,
es el número creciente que las uniones de hecho están alcanzando en el conjunto de la sociedad, con la
consiguiente desafección para la estabilidad del matrimonio que ello comporta. La familia fundada en el
matrimonio corresponde al designio del Creador «desde el comienzo» (Mt 19, 4). Ciertas iniciativas insisten en su
reconocimiento institucional e incluso su equiparación con las familias nacidas del compromiso matrimonial.
En el presente documento, tras considerar el aspecto social de las uniones de hecho, sus elementos constitutivos
y motivaciones existenciales, se aborda el problema de su reconocimiento y equiparación jurídica, primero
respecto a la familia fundada en el matrimonio y después respecto al conjunto de la sociedad. Se atiende
posteriormente a la familia como bien social, a los valores objetivos a fomentar y al deber en justicia por parte de
la sociedad de proteger y promover la familia, cuya raíz es el matrimonio.
La expresión «unión de hecho» abarca un conjunto de múltiples y heterogéneas realidades humanas, cuyo
elemento común es el de ser convivencias (de tipo sexual) que no son matrimonios. Con el matrimonio se asumen
públicamente, mediante el pacto de amor conyugal, todas las responsabilidades que nacen del vínculo
establecido. De este modo, la familia fundada en el matrimonio es un bien fundamental y precioso para la entera
sociedad, cuyo entramado más firme se asienta sobre los valores que se despliegan en las relaciones familiares,
que encuentra su garantía en el matrimonio estable. El bien generado por el matrimonio es básico para la
misma Iglesia, que reconoce en la familia la “Iglesia domestica”. De este modo, las uniones de hecho se convierten
en institución y se sancionan legislativamente derechos y deberes en detrimento de la familia fundada en el
matrimonio. Las uniones de hecho quedan en un nivel jurídico similar al del matrimonio.
Algunas uniones de hecho son clara consecuencia de una decidida elección. Es una especie de «etapa
condicionada» al matrimonio, semejante al matrimonio «a prueba», pero, a diferencia de éste, pretenden un
cierto reconocimiento social. Muchas veces, los verdaderos motivos son más profundos. Son entonces una
alternativa al matrimonio. No es raro que las personas que conviven en una unión de hecho manifiesten rechazar
explícitamente el matrimonio por motivos ideológicos.
No siempre las uniones de hecho son el resultado de una clara elección positiva; a veces las personas que conviven
en estas uniones manifiestan tolerar o soportar esta situación. Son prácticas en contraste con la dignidad humana,
difíciles de desarraigar, y que configuran una situación moral negativa, con una problemática social característica
y bien definida. Pero ¿es esto suficiente para explicar la situación contemporánea del matrimonio? La institución
matrimonial atraviesa una crisis menor donde las tradiciones familiares son más fuertes.
Conviene comprender las diferencias sustanciales entre el matrimonio y las uniones fácticas. Esta es la raíz de la
diferencia entre la familia de origen matrimonial y la comunidad que se origina en una unión de hecho. La
comunidad familiar surge del pacto de unión de los cónyuges. El matrimonio que surge de este pacto de amor
conyugal no es una creación del poder público, sino una institución natural y originaria que lo precede. Familia y
vida forman una verdadera unidad que debe ser protegida por la sociedad, puesto que es el núcleo vivo de la
sucesión (procreación y educación) de las generaciones humanas.
En las sociedades abiertas y democráticas de hoy día, el Estado y los poderes públicos no deben institucionalizar
las uniones de hecho, atribuyéndoles de este modo un estatuto similar al matrimonio y la familia. Tanto menos
equipararlas a la familia fundada en el matrimonio. La familia fundada en el matrimonio debe ser cuidadosamente
protegida y promovida como factor esencial de existencia, estabilidad y paz social, en una amplia visión de futuro
del interés común de la sociedad. Si la familia matrimonial y las uniones de hecho no son semejantes ni
equivalentes en sus deberes, funciones y servicios a la sociedad, no pueden ser semejantes ni equivalentes en el
estatuto jurídico. El matrimonio y la familia revisten un interés público y son núcleo fundamental de la sociedad y
del Estado, y como tal deben ser reconocidos y protegidos. Las uniones de hecho son consecuencia de
comportamientos privados y en este plano privado deberían permanecer. Su reconocimiento público o
equiparación al matrimonio, y la consiguiente elevación de intereses privados a intereses públicos perjudica a la
familia fundada en el matrimonio. A diferencia de las uniones de hecho, en el matrimonio se asumen compromisos
y responsabilidades pública y formalmente, relevantes para la sociedad y exigibles en el ámbito jurídico.
La valoración de las uniones de hecho, incluyen también una dimensión subjetiva. Es preciso, por tanto, abordar
este problema desde la ética social: el individuo humano es persona, y por tanto social; el ser humano no es menos
social que racional. Es la sociedad natural en que el hombre y la mujer son llamados al don de sí en el amor y en
el don de la vida. Lo que el Concilio denomina como amor «libre», y contrapone al verdadero amor conyugal, era
entonces –y es ahora– la semilla que engendra las uniones de hecho. El problema de las uniones de hecho,
consiguientemente, puede y debe ser afrontado desde la recta razón. Donde la familia está en crisis, la sociedad
vacila.
La familia tiene derecho a ser protegida y promovida por la sociedad, como muchas Constituciones vigentes en
Estados de todo el mundo reconocen. Es este un reconocimiento, en justicia, de la función esencial que la familia
fundada en el matrimonio representa para la sociedad. El derecho de la familia fundada en el matrimonio a ser
protegida y promovida por la sociedad y el Estado debe ser reconocido por las leyes. A esto, en la tradición
histórica cristiana de occidente, se le llama matrimonio. Es el ser del matrimonio como realidad natural y humana
el que está en juego, y es el bien de toda la sociedad el que está en discusión.
Se trata de un principio básico: un amor, para que sea amor conyugal verdadero y libre, debe ser transformado
en un amor debido en justicia, mediante el acto libre del consentimiento matrimonial. El matrimonio es más que
eso: es una unión entre mujer y varón, precisamente en cuanto tales, y en la totalidad de su ser masculino y
femenino. Tal unión sólo puede ser establecida por un acto de voluntad libre de los contrayentes, pero su
contenido específico viene determinado por la estructura del ser humano, mujer y varón: recíproca entrega y
transmisión de la vida. El matrimonio no puede ser reducido a una condición semejante a la de una relación
homosexual; esto es contrario al sentido común. Todavía es mucho más grave la pretensión de equiparar tales
uniones a «matrimonio legal», como algunas iniciativas recientes promueven. «No puede constituir una verdadera
familia el vínculo de dos hombres o de dos mujeres, y mucho menos se puede a esa unión atribuir el derecho de
adoptar niños privados de familia».
El matrimonio y la familia son un bien social de primer orden: «La familia expresa siempre una nueva dimensión
del bien para los hombres, y por esto suscita una nueva responsabilidad. Así entendido, el matrimonio y la familia
constituyen un bien para la sociedad porque protegen un bien precioso para los cónyuges mismos, pues «la
familia, sociedad natural, existe antes que el Estado o cualquier otra comunidad, y posee unos derechos propios
que son inalienables». Es obvio que el buen orden de la sociedad es facilitado cuando el matrimonio y la familia
se configuran como lo que son verdaderamente: una realidad estable.
De una parte, la dignidad de la persona humana exige que su origen provenga de los padres unidos en matrimonio;
de la unión íntima, íntegra, mutua y permanente -debida- que proviene del ser esposos. También para los demás
miembros de la familia la unión matrimonial como realidad social aporta un bien.
Se pueden considerar también otros bienes para el conjunto de la sociedad, derivados de la comunión conyugal
como esencia del matrimonio y origen de la familia. «El valor institucional del matrimonio debe ser reconocido
por las autoridades públicas; la situación de las parejas no casadas no debe ponerse al mismo nivel que el
matrimonio debidamente contraído». Se trata también de un aviso ciertamente aplicable a la realidad del
matrimonio y la familia, única fuente y cauce plenamente humano de la realización de ese primer derecho. Era
bien consciente además de que la importancia de esa institución natural «es muy grande para la continuación del
género humano, para el bienestar personal de cada miembro de la familia y su suerte eterna, para la dignidad,
estabilidad paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad humana...».
La realidad natural del matrimonio está contemplada en las leyes canónicas de la Iglesia. No siempre se
comprenden y respetan adecuadamente los principios básicos del ser matrimonial respecto al amor conyugal, y
su índole de sacramento. El matrimonio es institución. No advertir esta deficiencia, suele generar un grave
equívoco entre el matrimonio cristiano y las uniones de hecho: también los convivientes en uniones de hecho
pueden decir que están fundados en el «amor» y que constituyen una comunidad de vida y amor.
En relación a los principios básicos respecto a la sacramentalidad del matrimonio, la cuestión es más compleja,
porque los pastores de la Iglesia deben considerar la inmensa riqueza de gracia que dimana del ser sacramental
del matrimonio cristiano y su influjo en las relaciones familiares derivadas del matrimonio. Por este sacramento
participan en el misterio de la unión de Cristo y la Iglesia, y expresan su unión íntima e indisoluble.
La presencia de la Iglesia y del matrimonio cristiano ha comportado, durante siglos, que la sociedad civil fuera
capaz de reconocer el matrimonio en su condición originaria, a la que Cristo alude en su respuesta. El matrimonio
es una institución natural cuyas características esenciales pueden ser reconocidas por la inteligencia, más allá de
las culturas. Este reconocimiento de la verdad sobre el matrimonio es también de orden moral. La atención
pastoral en su preparación al matrimonio y la familia, y su acompañamiento en la vida matrimonial y familiar es
de fundamental importancia para la vida de la Iglesia y del mundo.
«La preparación al matrimonio, a la vida conyugal y familiar, es de gran importancia para el bien de la Iglesia. Se
debe hacer un esfuerzo para mostrar la racionalidad y la credibilidad del Evangelio sobre el matrimonio y la familia,
reestructurando el sistema educativo de la Iglesia. La equiparación a la familia de las uniones de hecho supone,
como ha ya quedado expuesto, una alteración del ordenamiento hacia el bien común de la sociedad y comporta
un deterioro de la institución matrimonial fundada en el matrimonio. Es un mal, por tanto, para las personas, las
familias y las sociedades.
El problema de las uniones de hecho constituye un verdadero desafío para los cristianos, en el saber mostrar el
aspecto razonable de la fe, la profunda racionalidad del Evangelio del matrimonio y la familia. La familia es un bien
necesario e imprescindible para toda sociedad, que tiene un verdadero y propio derecho, en justicia, a ser
reconocida, protegida y promovida por el conjunto de la sociedad. Ante el fenómeno social de las uniones de
hecho, y la postergación del amor conyugal que comporta es la sociedad misma quien no puede quedar
indiferente.