Saberes Desbordados
Saberes Desbordados
Saberes Desbordados
2 Introducción
Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin (CIS-CONICET/IDES)
66 La apuesta por la energía atómica. Guerra Fría, políticas de Estado e imaginación técnica
popular en el primer peronismo (1946-1955)
Hernán Comastri (IHAYA-UBA/CONICET)
118 Un pionero cultural en el espacio científico argentino. Eduardo Ladislao Holmberg entre
las décadas de 1870 y 1890
Paula Bruno (IHAYA-UBA/CONICET)
137 Keynes para armar. Teoría y práctica económicas desde la periferia (1930–1947)
Jimena Caravaca (CIS/IDES-CONICET) y Ximena Espeche (UNQ, UBA/CONICET)
157 Más allá... del desarrollo. Ciencia, fantasía y proyectos nacionales en Oscar Varsavsky
Ana Grondona (IIGG-UBA/CONICET, CCC)
182 El dólar habló en números. Crónica periodística y publicidad en la primera popularización del
dólar en la Argentina (1958-1967)
Mariana Luzzi (UNGS/CONICET) y Ariel Wilkis (IDAES-UNSAM/CONICET)
205 Freud para todos. Psicoanálisis, entre los saberes expertos y la cultura popular
Mariano Ben Plotkin (UNTREF, CIS/IDES-CONICET)
227 La vida pública del cerebro. El boom de las neurociencias: ¿científicos, gurúes o consejeros?
María Jimena Mantilla (IIGG-UBA/CONICET)
244 Psicología positiva y cultura de masas. Una mirada descentrada sobre los saberes del “yo” en la
Revista Ohlalá
Nicolás Viotti (UCA/CONICET)
Una de las hipótesis fuertes que sustenta este trabajo consiste en afirmar que los
procesos de recepción, circulación, reapropiación y redefinición de saberes son
fenómenos de carácter multidireccional y constitutivos de los propios saberes. Dicho
en otras palabras, a lo largo de este libro partimos de la base de que el estudio de un
sistema de saberes y creencias es indistinguible del de sus múltiples circulaciones y
apropiaciones. Asimismo, al poner el foco en las tramas de tráficos de distintas formas
de conocimiento abrimos un espacio de reflexión sobre la eficacia social de los
mismos, es decir, sobre cómo y en qué medida han adquirido un carácter
performativo sobre las porciones de la realidad que los miembros de una sociedad
toman como dado, es decir, como sentido común, colocadas por fuera de la duda o el
cuestionamiento, y que les permite organizar diversos aspectos de la vida cotidiana
(Berger, 1965; Geertz, 1973).
Saberes híbridos
Como resulta evidente de las diferentes contribuciones que componen este libro, los
procesos de constitución y circulación de conocimientos conforman un universo
complejo y rico, del cual quisiéramos detenernos en algunas cuestiones generales. Para
empezar, lejos de establecer polos claramente distinguibles –como sostiene la
sociología clásica (Max Weber, Pierre Bourdieu)–, las díadas de “letrado/popular”,
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
Si una parte de la difusión de los rayos X y los debates sobre las mediciones del
tiempo se desarrollaron, al menos parcialmente, en espacios alejados del incipiente
campo científico, otro tanto puede decirse de la economía medio siglo después, en
particular a partir de lo que podría caracterizarse como el “momento keynesiano”
analizado por Jimena Caravaca y Ximena Espeche. Su contribución muestra que un
conjunto de nociones, que en un momento conformaron lo que se conoció como
keynesianismo, tuvo una faceta práctica y otra teórica que se desarrollaron, al menos en
Argentina, de manera no simultánea y a partir de circuitos de trasmisión diferenciados.
Un primer espacio para la recepción de algunas de las premisas del economista inglés
se ubicó en instituciones vinculadas a intereses políticos y corporativos, tales como la
Unión Industrial Argentina. La llegada de esas nociones a los claustros académicos
ocurrió con casi dos décadas de retraso respecto de esa primera recepción, y su
camino estuvo mediado tanto por las traducciones realizadas, en su mayoría, por la
editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, como por el hecho de que las ideas
keynesianas fueran leídas generalmente a través de comentaristas y divulgadores, y no
de la fuente original.
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
Así como la revista Idilio fue, durante la década de 1940, un espacio de difusión del
psicoanálisis, en la actualidad otras publicaciones populares tales como la revista
femenina Ohlalá, analizada por Nicolás Viotti, contribuyen a difundir, y al mismo tiempo
constituir, un menú de saberes mucho más heterogéneos pero también vinculados,
como el sistema freudiano, a la gestión del yo. En efecto, en esta publicación, heredera
de las revistas femeninas que se modernizaron en la década de 1960, pero, a diferencia
de ellas, destinada a un tipo de mujer ya emancipada y empoderada, convergen
saberes y prácticas vinculados a la psicología positiva con otros más cercanos a lo que
se conoce como Nueva Era y aun otros asociados al mundo empresarial. Con este
propósito, la revista –que constituye un ejemplo al que pueden sumársele muchos
otros– convoca a un conjunto variopinto de expertos, algunos ya legitimados dentro
de su respectivo campo de acción, y otros que se consagran como tales, precisamente,
por el hecho de que sus nombres aparezcan asociados a la publicación.
1 El término “cultura popular” es problemático. En este contexto lo definimos como aquella dimensión de la cultura que pasa
por fuera de los mecanismos de producción y circulación formales de bienes simbólicos y de aquellos que gozan de
legitimidad en los ambientes letrados.
2 Ver también Vidal y Ortega, 2011.
3 Sobre autoayuda, ver Papalini (2016).
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período cercano a la coyuntura crítica del año 2001. En ese momento, en que parecía
que los saberes sociales habían perdido su capacidad de dar cuenta de la crisis, los
psicoanalistas se convirtieron (o más bien fueron convertidos por los medios masivos)
en intelectuales públicos, rutinariamente consultados para opinar sobre distintos
aspectos de la realidad (Plotkin y Visacovsky, 2007).
Los estudios sobre circulación de ideas, como los incluidos en el presente volumen,
habilitan la posibilidad de retomar figuras muchas veces descartadas por la historia
intelectual –y más aún por la historia de la ciencia– debido a su marginalidad respecto
de los circuitos formales de circulación y consagración de conocimiento. En efecto, si
hasta ahora nos hemos referido a formas híbridas de saber, en los procesos de difusión
de conocimientos y creencias han cumplido un papel activo actores que también
podrían ser caracterizados como híbridos o, mejor aún, como “anfibios”. Se trata de
individuos que actúan simultáneamente en la producción, circulación y difusión de
saberes, y en distintos niveles culturales y sociales. Nos referimos en particular a un
conjunto heterogéneo que excede a los perfiles del intelectual o el experto: son
inventores, autodidactas, periodistas y aficionados; “pioneros” y divulgadores o
promotores culturales; en algunos casos (como el de las neurociencias) se trata incluso
de científicos más o menos consagrados que se manejan entre el campo científico y la
cultura popular; traductores y editores de distinta clase. En suma, son individuos que se
ubican en el borde poroso entre el mundo letrado y la “cultura popular”, universo que
se superpone en ocasiones con aquello que Beatriz Sarlo caracterizó como “saberes
del pobre” (Sarlo, 1992). Estos actores se localizan en –y al mismo tiempo definen– los
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
“entre espacios” de circulación a los que nos referimos antes, operando, además, y en
algunos casos de manera simultánea, como productores y como correas de
transmisión del conocimiento.
Otro ejemplo claro de un actor ubicado en un espacio híbrido, pero cuya trayectoria
se localizaría en las antípodas de la de los museólogos aficionados estudiados por
Pupio y Piantoni, sería Oscar Varsavsky (1920–1976). Una dimensión específica (y
particularmente híbrida) de su vida profesional es analizada por Ana Grondona. Se
trataba de un individuo bien conocido por su labor científica, sus trabajos sobre
epistemología y por sus intentos pioneros de acercamiento entre las ciencias
consideradas “duras” y las sociales. Grondona, sin embargo, muestra cómo muchas de
las ideas planteadas por Varsavsky en su ampliamente difundido texto sobre desarrollo
económico, Proyectos nacionales. Planteo y estudios de viabilidad (1971), se habían
originado como resultado de su participación previa, durante los años cincuenta, en la
redacción de una revista popular de “fantasía científica”, Más Allá de la Ciencia y de la
Fantasía, publicada por Editorial Abril, la misma editorial que publicaba
contemporáneamente Idilio, la fotonovela en la que colaboraban Butelman y Germani.
La dimensión de la obra de Varsavsky analizada por Grondona lo ubica claramente
como un actor híbrido, pero en el sentido opuesto al de los personajes analizados por
Pupio y Piantoni. En efecto, mientras estos se localizaban por fuera de los espacios
expertos y solo se incorporaron a ellos a partir del desarrollo de un conocimiento
práctico, Varsavsky se ubicaba dentro del mundo socialmente legitimado de la ciencia.
Aunque entre los diversos actores analizados en este volumen, aquellos que más se
acercan a la figura clásica del divulgador científico sean tal vez los neurocientíficos
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
analizados por Mantilla (individuos por lo general ubicados en una posición más o
menos central dentro del campo científico en el que actúan), la relevancia de la
divulgación había sido identificada desde mucho antes por figuras tales como Eduardo
Holmberg, analizado por Paula Bruno. La autora muestra que, para Holmberg,
resultaba imperioso que los sabios irradiaran sus conocimientos específicos hacia la
sociedad porque, a su entender, la difusión de la ciencia constituía una de las
principales herramientas de progreso y modernidad. La divulgación científica se debía
apoyar tanto en figuras destacadas o grandes personalidades de la ciencia, como
asentarse en espacios institucionales tales como museos, jardines zoológicos y
botánicos, academias, asociaciones y escuelas. El apoyo del Estado debía convertir
estos ámbitos en verdaderos centros de difusión, y a la vez de producción, de saber.
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
Por otra parte, durante los años 1950, en pleno auge de la física nuclear, encontramos
una situación paradojal. Durante el primer gobierno de Perón, como muestra Hernán
Comastri, fue el propio Estado, a partir de una convocatoria pública propiciada por el
presidente, el que fomentaba la iniciativa amateur en un área tan especializada y
delicada como era (y sigue siendo) la energía atómica. Así, con motivo de la
formulación del Segundo Plan Quinquenal, Perón solicitó a los ciudadanos que
enviaran iniciativas de todo tipo, entre las cuales surgieron las de numerosos inventores
aficionados y personas más o menos marginales que, desde lugares recónditos del país
–y aun desde el extranjero–, sostenían estar en condiciones de manipular la energía
nuclear4. Tal participación sería un indicador de que el tema de la energía atómica y sus
aplicaciones (posibles o fantaseadas) formaba ya parte de un imaginario popular
alimentado por lo que se sabía acerca del desarrollo de la misma en los países
centrales, pero también por una miríada de publicaciones más o menos populares,
tales como la revista Más Allá en la que colaboraba Varsavsky, mencionada
anteriormente. La diferencia obvia entre el caso analizado por Bruno y el estudiado
por Comastri es que, mientras durante las décadas finales del siglo XIX ni la ciencia ni
otras formas de conocimiento se hallaban aún completamente institucionalizadas,
permitiendo un pasaje muy fluido de individuos y formas de acumulación de capital
simbólico entre diversas áreas de actividad, para la década de 1950 ya existía un
universo científico relativamente consolidado e institucionalizado (en parte, debido a la
propia acción estatal), cuya lógica, sin embargo, entraba en colisión con la del Estado
peronista. Lo que resulta más notorio e intrigante, en efecto, es el hecho de que, en un
momento tan tardío como la década de 1950, Perón tomara en serio todas las
propuestas que le hacían llegar (incluyendo aquellas que desde todo punto de vista
pudieran resultar disparatadas), remitiéndolas al organismo científico competente para
su evaluación y eventual rechazo, lo que se producía en casi todos los casos.
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Llegados a este punto, podríamos preguntarnos por los límites de las situaciones de
hibridez y de las posibilidades de intersección entre circuitos formales e informales de
producción y circulación de conocimiento. Tradicionalmente, se consideraba que la
consolidación e institucionalización de una disciplina implicaba también una cierta
clausura, en el sentido de que los circuitos de difusión extrainstitucionales perdían
legitimidad. Esto, efectivamente, ha sido el caso de algunas disciplinas que se
profesionalizaron exitosamente, como puede haber sido la medicina (González
Leandri, 1999; Abbott, 1988), que terminó desplazando a sus competidores
(farmacéuticos, curanderos, etc.), aunque tal desplazamiento no fue ni tan radical ni tan
veloz como pretenden algunas miradas canónicas. Lo cierto es que existe otro
universo de disciplinas y saberes para los cuales el establecimiento de circuitos
formales de transmisión y credencialización no necesariamente ha obturado la
existencia de otros mecanismos de circulación menos convencionales o heterodoxos,
como es el caso de la difusión de conocimientos vinculados a las finanzas y la
economía estudiado por Luzzi y Wilkis. Esto resulta particularmente claro entre
aquellos saberes alrededor de los cuales se han generado “subculturas”, como podrían
ser el psicoanálisis, la economía o las neurociencias. Por “subcultura” entendemos,
siguiendo parcialmente a Sherry Turkle, la consolidación de ciertos marcos
interpretativos ampliamente compartidos como resultado del proceso por el cual
términos, conceptos e ideas originados dentro de una forma específica de saber son
5 Nos referimos al físico austríaco Ronald Richter quien, después de la Segunda Guerra Mundial llegó a la Argentina y
convenció a Perón que sería capaz de general energía a partir de la fusión atómica. Perón se entusiasmó desmedidamente
con el proyecto, y le otorgó fondos casi ilimitados para que construyera un laboratorio en la Isla Huemul. Al mismo tiempo,
la maquinaria oficial de propaganda se puso al servicio de difundir el proyecto. Sin embargo, en poco tiempo, y en parte
como resultado de evaluaciones llevadas a cabo por científicos prestigiosos, se reveló que se trataba de un fiasco, y todo el
proyecto fue abandonado.
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
El hecho de que algunos de estos saberes pudieran ser apropiados para habilitar un
nuevo lenguaje legitimado por la ciencia que permitiera dar cuenta de antiguos
intereses contribuiría a la generación de una “subcultura” a partir de conocimientos
específicos. Un caso claro es, nuevamente, el del psicoanálisis, disciplina que se ocupa
de los sueños –los fenómenos que se ubican por fuera de la conciencia– y la
sexualidad. Estos temas, desde distintas perspectivas, habían interesado a la humanidad
desde tiempos remotos, pero con la aceptación de las doctrinas de Freud pasaron a
ocupar el lugar de temas que podían legítimamente ser discutidos desde la ciencia.
Similar parece haber sido el caso de las neurociencias, al ser asociadas, en el proceso
de su difusión popular, a un género preexistente y ya bien instalado: el de la autoayuda.
Por otro lado, como lo muestran Quereilhac y Comastri, tanto los rayos X como los
conocimientos vinculados al uso de la energía atómica, de alguna manera, generaron
en distintos momentos diversas “subculturas” propias, cuyas condiciones de posibilidad
estaban asociadas a procesos históricos determinados. En el primer caso, la difusión de
los múltiples discursos alrededor del descubrimiento de Röntgen tuvo que ver con el
hecho de que por entonces el conocimiento científico podía todavía coexistir de
manera más o menos cómoda con un interés por los fenómenos paranormales, ya que
los rayos X vendrían a corroborar la existencia de aquellos. En el caso de la energía
atómica, la situación fue bien diferente, ya que el contexto de su popularización estuvo
dado por la guerra fría y por la recepción de literatura popular de origen
norteamericano y europeo (y también soviético para el caso de aquellos cercanos al
Partido Comunista), a lo cual contribuyeron emprendimientos tales como la Editorial
Abril. Esos contextos proporcionaron una amplia proyección social a un conjunto de
saberes muy específicos y ubicados por fuera de las capacidades de manipulación por
parte de los legos.
Pero también parece haber existido un elemento adicional que permitió la generación
o supervivencia de circuitos paralelos a los oficiales de difusión de saberes: su
asociación a “grandes figuras” (todas ellas masculinas en los casos analizados). Freud,
Einstein, y en menor medida Keynes, cada uno en su momento y de manera diversa,
constituyeron –en realidad fueron construidos como– símbolos de la modernidad. Se
podría decir que alrededor de cada uno de ellos se generó un “momento”, esto es,
que estas personalidades definieron las características de una época determinada
expandiendo y redefiniendo los límites de lo pensable y decible en un momento
histórico dado: es decir, en términos de Marc Angenot, del “discurso social” (Angenot,
2010). El caso del keynesianismo muestra la relación del peso y la voz de una figura
pública con los modos en que se anudaban las posiciones del experto y del lego. El
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
Los distintos casos analizados muestran las posibilidades, pero también los límites y,
sobre todo, las complejidades existentes en los procesos de hibridación de distintas
formas de conocimiento en momentos históricos diversos. Estas complejidades tienen
que ver con factores tales como los niveles de institucionalización y legitimidad
alcanzados por distintas formas de saber en coyunturas históricas diversas, pero
también con la naturaleza de los conocimientos estudiados y otros factores culturales
de índole más general. Así, mientras que los casos analizados por Quereilhac y Rieznik
se desarrollaron en un momento temprano de la conformación del campo científico
argentino, para la década de 1930, la economía, como saber experto, estaba bastante
consolidada. En 1913 se había creado la Facultad de Ciencias Económicas, y ya existía
una importante cantidad de publicaciones y espacios de sociabilidad especializados
asociados a esta forma de conocimiento. Sin embargo, las sucesivas crisis económicas
que sufrió el país contribuyeron a reposicionar a la economía en un lugar híbrido entre
saber experto y sentido común. Diferentes fueron los casos del psicoanálisis y las
neurociencias. Ambos se generaron en ámbitos específicamente científicos y, por
diversas circunstancias evolucionaron de manera híbrida hasta el punto de que, en el
caso de la neurociencia en particular, se trata de un saber experto de alto nivel de
especificidad, cuyas fronteras con el saber popular, sin embargo, se han tornado
porosas en parte como resultado de la acción de los propios agentes “expertos”.
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
6 En el caso particular de la Editorial Abril, se trataba de un emprendimiento del empresario ítalo-norteamericano de origen
judío Cesare Civita, que llegó al país en 1941 representando a la compañía Walt Disney. Aunque originalmente el fuerte de
la editorial había sido la literatura infantil, la misma abordó también exitosamente otros géneros. Muy pronto, la editorial se
convirtió en un punto de encuentro para un conjunto de inmigrantes (la mayoría de ellos judíos e italianos) escapados de
Europa, a los que se sumaron intelectuales de izquierda, algunos cercanos al –o miembros del– Partido Comunista, que
habían sido excluidos de los sistemas académicos formales durante el gobierno de Perón, así como también exiliados
españoles. De esta manera, encontramos trabajando en la editorial junto a Germani, Butelman y Varsavsky, a Manuel
Sadosky, Boris Spivacow, Grete Stern, Héctor Oesterheld y Malvina Segre, entre muchos otros. Casi todos ellos tenían una
formación académica y científica que, en algunos casos, se combinaba con experiencias previas en el mundo editorial. La
mayoría de ellos (no todos) volvió al mundo académico cuando la oportunidad se presentó nuevamente luego de la caída
de Perón. Sin embargo, mientras trabajaban en Abril, continuaban participando activamente de circuitos no oficiales de
circulación de conocimiento científico, tales como el Colegio Libre de Estudios Superiores. En este sentido, se trataba de
personajes ubicados entre el mundo académico y la cultura popular. Si bien la revista Más Allá (cuyo subtítulo era “cuentos
y novelas de la era atómica”), analizada por Grondona, se especializaba en ciencia ficción (o fantasía científica) –y hay que
notar que su público pertenecía más bien a los sectores medios ilustrados, lo que restringía su mercado, y en parte por eso
su publicación cesó en 1957 (Scarzanella, 2016: 107–108)–, el tema de la energía nuclear y, sobre todo, el de las bombas
atómicas estaba presente en varias de las publicaciones de la editorial, incluida la propia Idilio. El clima de la guerra fría
permeaba diversos espacios culturales. En una revista de historietas también publicada por Abril en la misma época, “Colt
el justiciero”, aparecía el personaje de Red Bill, un indio sioux comprometido con la destrucción de una poderosa bomba
atómica que estaba siendo construida en el estado de Tennessee (Scarzanella, 2016: 81).
7 La editorial mexicana Fondo de Cultura Económica (FCE), por su parte, comenzó sus actividades en 1934, gracias al
impulso de los economistas Daniel Cosío Villegas y Eduardo Villaseñor, miembros de la llamada “generación de 1915”. Se
trataba de un emprendimiento que buscaba originariamente poner en contacto a estudiantes y funcionarios mexicanos, y en
general latinoamericanos, con las discusiones económicas más recientes, particularmente a aquellas en idioma inglés. Nacida
con el objetivo de traducir obras al español, en pocos años, sin embargo, la editorial publicaría trabajos –muchos de ellos
escritos por encargo de la propia editorial– de autores latinoamericanos sobre países de la región o sobre la región como
un todo. El FCE, entonces, ha cumplido la función de acercar debates económicos a un público amplio conformado por
estudiantes o gente interesada en la economía.
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
logrado convertir al dólar no solo en una referencia de los agentes económicos más
poderosos, sino en un elemento central de un sentido común económico
generalizado. Por otro lado, Viotti analiza el lugar de otro medio popular de
características bien diferentes a las de la prensa diaria: la revista femenina Ohlalá. El rol
del periodismo, las editoriales y publicaciones periódicas (diarios y revistas de diverso
tipo) como correas de transmisión de saberes –y también como factores que
determinaron, hasta cierto punto, el carácter híbrido de los mismos– pone en
evidencia la importancia de analizar los soportes materiales e institucionales vinculados
a la circulación y construcción de conocimientos entre diferentes espacios.
Como debiera resultar evidente de las distintas contribuciones que componen este
volumen, son varios los caminos que pueden tomarse para estudiar procesos de
producción y circulación de saberes. Un recorrido posible es el de reconstruir el
impacto o la repercusión que una idea nueva o cierta innovación tecnológica tiene en
ámbitos no especializados, como hace Quereilhac con el evento del descubrimiento
de los rayos X, o Rieznik con su análisis de la medición del tiempo. Otra opción
consiste en catalogar el conjunto heterogéneo de imágenes y representaciones que, a
nivel social, se asocian a un saber específico, como hace Comastri con la energía
atómica. Una estrategia diferente reside en poner a dialogar la recepción letrada y
profesional de una disciplina con otros canales de diseminación de saberes propios de
otras áreas de la cultura, como hace Plotkin con el psicoanálisis, o Mantilla con las
neurociencias. Puede seguirse así la pista de la circulación y consiguiente resignificación
de ciertas nociones o conceptos en ámbitos desvinculados de su universo de origen.
El libro
Este libro es el producto de un proyecto colectivo llevado a cabo desde el año 2015
por investigadores que provienen de disciplinas tan dispares como la sociología, la
historia, la antropología, los estudios literarios y la economía, a partir de un proyecto
PICT 2013-2770, de un PICT 2016-0121, de un PIP 2014-2016 GI, código
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Jimena Caravaca, Claudia Daniel y Mariano Ben Plotkin
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Radiografías en la pampa
Fantasías sobre rayos X y radiación en la Argentina de entresiglos
Soledad Quereilhac
Con sus primeras radiografías, Röntgen develó el interior de cajas cerradas que
contenían brújulas o medallas; logró atravesar con sus rayos un libro de mil páginas y,
aún más, mostró el esqueleto de la mano de su propia esposa (con anillo incluido),
primera radiografía de una parte del cuerpo humano que dio la vuelta al mundo en
pocos meses1. Al tiempo que la incorporación de fotografías de todo tipo en la prensa
gráfica se incrementaba año a año, las radiografías de Röntgen introdujeron imágenes
que no existían sino en la imaginación de los lectores. En ellas se combinaron
elementos ya relativamente conocidos (la placa fotográfica y el tubo de Crookes) con
resultados totalmente novedosos. Es cierto que los rayos X no fueron la única
novedad en este sentido: las fotografías y los fotograbados de los preparados
bacteriológicos, por ejemplo, también ofrecieron impactantes imágenes que no estaban
presentes en ningún lado antes, más que en la conjetura2. Otro tanto podría decirse de
la fotografía aplicada a otras disciplinas, como la antropología, la medicina, incluso
pseudociencias como el estudio de los médiums y lo paranormal. Pero lo distintivo del
material provisto por Röntgen eran al menos dos rasgos: la invisibilidad de los rayos
gracias a los cuales se obtenía la imagen; y la revelación del interior oculto de las cosas
y los seres. En ambos rasgos, lo invisible, lo oculto, se des-ocultaba y se manifestaba en
el mundo de los vivos con fantasmagórica naturalidad. Esta aura de sobrenaturaleza y
los códigos con los cuales se intentó conjurarla, reencauzarla o potenciarla es lo que
me interesa rastrear en este trabajo.
Analogías técnico-espirituales
1 “By February, the bones of Frau Röntgen’s hand had been reproduced in hundreds of newspapers and magazines.” (Lavine,
2013: 11): “Los huesos de la mano de Frau Röntgen habían sido reproducidos en cientos de periódicos y revistas”. En La
Nación, se reproduce un grabado el día 15 de febrero de 1896.
2 En la tapa interior, acompañando el artículo “El microbio fiebre amarilla. Aislado en Buenos Aires” (1899), Caras y Caretas
exhibió ilustraciones del microbio y afirmaba “¡Eureka! El infernal e insidioso bichito de la fiebre amarilla es, puede decirse,
persona civil, con existencia comprobada y positiva”. Años más tarde, una imagen similar ya se usó como parodia de la
política económica en un artículo titulado “Descubrimiento prodigioso. Análisis microscópico de un peso moneda
provincial clandestina” (1907).
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Soledad Quereilhac
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Soledad Quereilhac
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Soledad Quereilhac
Es, entonces, en diversos ámbitos de la cultura argentina del pasaje de siglos donde es
posible rastrear la recepción y la apropiación de este fenómeno, ámbitos propios del
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Soledad Quereilhac
Si bien existe un incipiente corpus de artículos académicos sobre la llegada de los rayos
X a la Argentina, sobre los primeros ensayos y los primeros aparatos instalados en
laboratorios de física médica, y sobre los primeros usos de radiografías para el
diagnóstico, entre otros ejes vinculados a la historia de las ciencias y de la medicina
(Ferrari, 1993, 1999; Buzzi, 2015; Cornejo & Santilli, 2012; Prego, 1998), así como
existen también algunas fuentes históricas escritas por los protagonistas de las
experiencias decanas (véase Costa, 1898; Bahía, 1905 y Ricaldoni, 1896, citados en
Ferrari, 1999), no existen trabajos que analicen la repercusión de este descubrimiento
en el ámbito de los legos ni las formas de recepción y proyección imaginaria del
variopinto espectro de rayos4.
3 “Como difusos ecos que desde lejos se funden / en tenebrosa y profunda unidad / tan vasta como la noche y la claridad /
los perfumes, colores y sonidos se responden”. (Baudelaire, 1996: 43)
4 Durante el proceso de escritura de este texto, intercambié opiniones y fuentes hemerográficas con Mauro Vallejo, quien
estaba también escribiendo sobre el tema. Su artículo finalmente se publicó mientras el presente capítulo aún estaba en
prensa. Le agradezco sinceramente su generosidad en la lectura.
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Soledad Quereilhac
Lavine detecta que “[t]he first brief hint at x-rays’ unique properties therefore reached
the general public before it reached specialized audiences: the [The New York] Sun
carried news of x-rays two days before any technical journal did5” (Lavine, 2013: 11).
Esta anticipación por pocos días también se verifica en Argentina con los casos de La
Nación, cuya primera comunicación sobre Röntgen data del 12 de febrero de 1896
(“Fotografía de lo invisible. Un gran invento”, 1896), y de La Semana Médica, que
publica su primer informe el 20 de febrero, como se verá más adelante (“Variedades”,
1896). Es curioso notar, asimismo, que el título de esa primera comunicación
neoyorquina, del 6 de enero de 1896, fue “A Photographic Discovery Which Seems
Almost Uncanny”, lo que señala dos elementos reiterativos en la presentación inicial
del fenómeno: su ligazón con la técnica fotográfica antes que con un fenómeno
puramente físico; y su vínculo –al igual que la fotografía en sus inicios– con lo siniestro,
en la medida en que revela aquello que está oculto y atemoriza, porque vive junto a
nosotros (Lavine, 2013: 11). Si la fotografía cargaba con el aura mágica de la
“fotogenia”, esto es, la sensación de que algo de la vida o del alma ha pasado al retrato
(véase Morin, 2011), las radiografías parecían capturar la siniestra materialidad que nos
constituye interiormente en forma de esqueletos vivientes, de autómatas negros
hechos de huesos6.
Hay ciertas reminiscencias góticas en el modo en que la prensa dio cuenta inicialmente
de los rayos de Röntgen. En efecto, en otras de las primeras comunicaciones
norteamericanas aparecidas en The Critic: A Weekly Review of Literature and the Arts,
que reseñaba las noticias que llegaban de Londres, Lavine detecta la emparentación de
los rayos X con otras manifestaciones de lo oculto que también circulaban por la
prensa y que, a juzgar por el tono jocoso del periodista, tenía hastiados a unos cuantos:
“It is also said that this new light can penetrate human flesh. Mind-reading was bad
enough, but here comes an instrument that can read the innermost secrets of the
5 “Las primeras insinuaciones de las propiedades únicas de los rayos X, por lo tanto, llegaron al público general antes que a
las audiencias especializadas. The [New York] Sun publicó noticias acerca de los rayos X dos días antes que cualquier
revista técnica”.
6 En los rayos que impregnaban la placa, develando así el contorno de los huesos.
26
Soledad Quereilhac
heart. (…) The possibilities of this new invention are terrible” (Lavine, 2013: 27)7. En
una línea similar, aunque con tono diferente (camuflado torpemente de retórica
modernista), Miguel Ferreyra, el médico argentino pionero en el manejo de rayos X
para el diagnóstico y la terapéutica, escribía en La Quincena. Revista de Letras: “Un rayo
de luz desconocido hasta hoy, e ignorado por nuestros órganos en su imperfección
original, viene ahora con sus destellos misteriosos a iluminar lo oculto haciendo
penetrar la mirada en la cripta insondable a nuestra luz y gracias a él, podremos en
adelante ver en la tiniebla que mantiene la opacidad” (Ferreyra, 1896–1897: 103).
“La gran significación del descubrimiento (…) consiste en que, si así puede decirse, hemos
adquirido un ojo más. ¿Quién puede decir a cuántos espectáculos no permitirá asistir esa
nueva mirada, al fijar sus visiones, cuántos misterios del laboratorio íntimo de la
naturaleza podrá revelar, cuán claros y sencillos hará para todo el mundo los fenómenos
cuya comprensión está hoy reservada a muy pocos, y tras de investigaciones largas y
difíciles?” (“Fotografía de lo invisible. Un gran invento”, 1896)
7 “Se ha dicho también que esta nueva luz puede penetrar la carne humana. La lectura de pensamiento ya era suficientemente
mala, pero ahora viene un instrumento que puede leer los secretos más internos del corazón… Las posibilidades de esta
nueva invención son terribles.”
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Soledad Quereilhac
“…la solemne supremacía científica del médico, único sabedor de lo que pasa en las
entrañas de su prójimo enfermo, único capaz de descifrar las sentencias del destino
inexorables: todo esto declinará en potencia, en valor, en importancia; y perderá para
muchos la medicina, su cierto dejo de ciencia misteriosa y cabalística que hace de sus
adeptos entes capaces de leer en el libro de la vida futura, y de ver claro en el tenebroso
laberinto de la patología.” (“Variedades”, 1896: 119)
En números sucesivos de ese mismo año, La Semana Médica volvió una y otra vez
sobre los rayos X, así como en años subsiguientes (he consultado hasta el año 1900),
en los que se ocupó tanto de las novedades internacionales como de las actividades en
el país. Si bien no reseñó las primeras experiencias de la Facultad de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires, sí dedicó un artículo a los
ensayos de Luis Haperath en la Universidad de Córdoba (“Roentgen y Haperath”,
1896), otros a la conferencia y demostración pública de rayos X que el físico Federico
Haft dio en el Ateneo de Buenos Aires (“Semana Médica. Los rayos de Roentgen”,
1896), otros al análisis de casos clínicos por rayos X, a las primeras consecuencias
negativas de la sobreexposición de la piel a los rayos, entre otros ejes, este último
tema también tratado por los Anales del Círculo Médico Argentino en 1898 (“Los
accidentes debidos al empleo de los rayos de Röntgen”, 1898). Entre este conjunto de
intervenciones, quisiera resaltar algunos aspectos vinculados a la proyección de
fantasías sobrenaturales.
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Soledad Quereilhac
29
Soledad Quereilhac
“Con todo el estrépito propio de nuestro petulante siglo, tanto más trompetero cuanto
más viejo, se nos anuncia, en poco meditados términos, la invención de un procedimiento
que, entendido a la letra, ha sacado ya de sus casillas a los papanatas y trúhanes,
30
Soledad Quereilhac
propagadores del espiritismo, del telepatismo, del ocultismo y demás artes combinadas de
picardía y chifladura, pues creen ellos, según en públicos escritos traspirenaicos que han
dado a entender, que la nueva fotografía a través de los cuerpos opacos (que yo llamo
para mi uso arte de ejecutar sombras chinescas sin candil) refuerza, confirma y demuestra
la verdad de la moderna magia (…)” (Letamendi, 1896: 282)
Enojado tanto con la apropiación que estos espiritualismos no católicos hacían del
descubrimiento, como con las metáforas del periodismo y de los propios científicos
entusiastas, Letamendi reducía los rayos de Röntgen a una manifestación más de los
fenómenos del éter y les negaba posible utilidad para el diagnóstico. Con todo, lo que
verdaderamente parece velar detrás de su enojo es su incapacidad para comulgar
(valga la metáfora) con esa sensibilidad laica propensa a las maravillas de las ciencias,
tan característica de esos años.
En sus dos pioneros artículos sobre los primeros experimentos con rayos X en la
Argentina, Roberto Ferrari se lamenta de que fueran periódicos y revistas no
especializadas los que muy rápidamente divulgaron el acontecimiento, antes que las
propias revistas científicas locales, a excepción de los Anales de la Sociedad Científica
Argentina (Ferrari, 1999: 79). Con todo, por lo visto hasta aquí y en función de lo que
sigue, podemos señalar que Ferrari omite algunas fuentes propiamente científicas,
como los Anales del Círculo Médico y La Semana Médica, así como descarta otras,
quizás por considerarlas lejos de lo científico, como la revista espiritista Constancia y La
Quincena. Revista de Letras. Lo cierto es que el abanico de publicaciones no fue tan
escaso, más bien compuso un variado mosaico, índice de un amplio espectro de
recepción que trascendió lo puramente científico.
El primer número de la Caras y Caretas porteña, sucesora del inicial y breve proyecto
uruguayo, sale en agosto de 1898, esto es, dos años y medio después de las primeras
noticias sobre Röntgen. Ya desde sus primeras apariciones, por ejemplo, el 29 de abril
de 1899, los rayos X constituían un elemento conocido por los lectores y habían sido
incorporados al habla cotidiana, aunque no por ello han perdido su efecto perturbador
y asombroso. Así, la nota humorística “Lo que somos” comenzaba afirmando: “Un
sabio alemán ha descubierto que en la composición del hombre entran las claras y
yemas de mil doscientos huevos de gallina”, razón por la cual nos ha reducido como
especie a “una huevería ambulante”. La ilustración del encabezado muestra a un
científico radiando a un hombre, y detrás de él la imagen de su esqueleto, lleno de
huevos en el vientre (Vega de la Iglesia, 1899).
31
Soledad Quereilhac
La sátira política también encontró en los rayos X una productiva herramienta. Son
numerosas las portadas o páginas internas del semanario que muestran, por ejemplo,
los esqueletos del presidente Julio A. Roca y sus ministros “desnudados” por dentro
por los rayos de Röntgen (por ejemplo, “A través de Rayos X”, 1904). Incluso en
artículos no enteramente humorísticos, como “Roca y Magnasco ante la luz de
Roentgen”, de Figarillo (Jorge Mitre) (1899), en el que se narra la visita del presidente y
su Ministro de Instrucción Pública al “laboratorio eléctrico” de Manuel Ferreyra, se
apela a los chascarrillos radiográficos. Por ejemplo, cuando se relata que el “doctor
Ferreyra obtuvo la [radiografía] del tórax del señor Presidente”, se acota que “se pone
de manifiesto que el general tiene corazón —aunque no se sabe si duro o blando.”
Otras notas usuales eran las de curiosidades, en las que la imagen se llevaba todo el
impacto: “Perro que se tragó un anillo” (1901) o “De todo el mundo. Culebra vista
con rayos X” (1902) son ejemplos de ese tipo de comunicaciones, que ofrecían las
reproducciones dibujadas de las radiografías. Pero sin dudas, las notas más interesantes
a los fines de este trabajo son aquellas que postulaban la existencia de nuevos rayos,
con propiedades mucho más asombrosas que los de Röntgen, vinculados por lo
general con el cuerpo humano. Estos rayos concretaban una fantasía mecanicista,
incluso humanista a su modo: que la actividad de pensar, de sentir y de soñar pudiera
traducirse en algún tipo de radiación mensurable y maleable. Así, se trazaba una
analogía entre un elemento de la física y acciones humanas vinculadas al mundo
abstracto y/o espiritual.
32
Soledad Quereilhac
“Fotógrafos aficionados: vosotros que pasáis vuestra existencia en busca del sol para
impresionar vuestras placas, sabed que éstas se dejan dominar igualmente por la
influencia de rayos enteramente obscuros, y que la mayor parte de esos rayos llegan hasta
atravesar cuerpos opacos para ir a impresionar los clisés, ni más ni menos que como los
rayos X. Por último, esos rayos obscuros que atraviesan los cuerpos opacos pululan en
nuestro derredor, y para hacer que nos sirvan sólo se necesita... ¡una lámpara de
petróleo!” (“La fotografía de la ‘luz negra’”, 1900)
Tras el impulso inicial de ensoñación y fantasía, con los años los rayos X fueron
encontrando formas de enunciación algo más razonables, mientras que otros rayos,
como los “Becquerel” o los apócrifos N, cargaron a su tiempo con la magia. En efecto,
tras el otorgamiento del Premio Nobel al matrimonio Curie y a Becquerel, a fines de
1903, Caras y Caretas comenzó a publicar frecuentes artículos sobre las cualidades del
radio y, en menor medida, sobre las actividades de Marie y Pierre Curie, figuras muy
admiradas por el periodismo local. En “El radium. Nuevo cuerpo de prodigiosas
cualidades” (1904) se enumeran sus características sorprendentes: “El radium emite
luz, calor y fuerza continuamente sin sufrir ningún cambio perceptible; levanta una
ampolla en la piel aun estando metido en una caja de metal y tiene un enorme valor,
pues una libra costaría 3.5000.000 oro.” Esto es: el fabuloso radio posee una energía
casi eterna, es capaz de dañarnos y cuesta una fortuna, todos rasgos, por decirlo de
alguna manera, hiperbólicos. Por su parte, en “Un premio a los descubridores del
radium” se ahondaba:
“Los sabios continúan estudiando las extrañas propiedades del radium, del cual ha dicho
Sir William Crookes: ‘no hay en los tiempos modernos ciertamente descubrimiento cuyas
consecuencias se extiendan tan lejos’. La radioactividad se manifiesta por una energía
misteriosa que parece contradecir los grandes principios que son la base de la ciencia
33
Soledad Quereilhac
contemporánea. Los rayos que emanan del radium gozan de propiedades análogas a las
de los rayos X, pero mientras estos se desarrollan en el medio (gaseoso de la ampolla de
Crookes por la acción exterior de una corriente eléctrica) las menores partículas de radium
constituyen un foco de energía siempre activo sin que nada exterior lo alimente. Con razón
se ha podido decir del radium que ‘vive’ pues sus propiedades destruyen las ideas
corrientes sobre la inercia de la materia.” (“Un premio a los descubridores del radium”, 1904)
Esta última observación es clave para comprender la dirección que tomaron las
fantasías sobre la radioactividad. Si los rayos X se vinculaban con des-ocultar lo
invisible, en sintonía con un imaginario fantasmagórico, la radioactividad (algo más
compleja de comprender) se asociaba a un potente vitalismo, a una energía
eternamente activa, y por esa vía se la ligó con la “generación espontánea” de la vida.
Originalmente, fue el inglés John Burke quien afirmó que había logrado generar vida
radiando un preparado esterilizado; y a pesar de que sus ideas fueron refutadas por
William Ramsay, su teoría pervivió un buen tiempo en la prensa y en el imaginario de
los lectores (Lavine, 2013: 38; “¿Es posible la generación espontánea?”, 1905). En 1904,
Caras y Caretas informaba, en sintonía con esa especulación, que “M. Bohn ha
demostrado por otra parte, que el radio puede modificar varias formas inferiores de la
vida hasta llegar a producir monstruos. Cree dicho señor que en el porvenir se podrán
obtener por este medio nuevas especies de mariposas, de otros insectos y quizás de
peces y aves” (“Las extraordinarias propiedades del radio”, 1904).
Ya hacia comienzos de la década de 1910, las notas sobre el radio van ajustándose
cada vez más a una dimensión realista, aunque sin perder el tono de asombro frente a
8 “Si Rutherford sintió verdaderamente alguna aprensión, esta fue que sus colegas científicos mirarían de reojo estas
pretensiones extraordinarias. El público, sin embargo, inusualmente atento a estos desarrollos tal como fueron reportados
por la prensa, estaba fascinado por la posibilidad de semejante ‘alquimia’”.
34
Soledad Quereilhac
su poderío. En notas como “El radio, fuente de energía” (1911) y “Cómo se emplea el
radio y cómo se maneja” (1912) se abandonan las especulaciones sobre sus vínculos
con la vida o la energía vital, o con supuestos poderes curativos, y se hace foco en sus
características distintivas, aún no del todo claras, al parecer, para muchos. De todas
maneras, la convivencia de notas sobrias con notas especulativas y espiritualizantes
sigue corroborándose por varios años.
Los rayos N
35
Soledad Quereilhac
Para concluir este apartado, resta señalar que el hecho de que los hallazgos de
Röntgen y Becquerel arribaran a buen puerto, mientras que el de Blondlot y de sus
crédulos adherentes acabara en el ridículo, es una distinción pertinente para la historia
de las ciencias, pero no enteramente para quienes buscamos rastrear el impacto de los
descubrimientos entre los legos, así como la especulación que posibilitó el umbral de
los comienzos, el impacto de una novedad. Además, tanto las propiedades de los
36
Soledad Quereilhac
rayos, mágicas a los ojos del profano, como la propia convivencia de rayos falsos y
verdaderos, de éxitos y fraudes dentro del campo científico, constituyeron un
escenario inestable pero propicio para que las esperanzas ocultistas encontraran, si
bien no una realización plena, al menos sí un renovado marco de posibilidad.
La esperanza ocultista
Desde la perspectiva de quienes creían en realidades ocultas, como los espiritistas, los
teósofos y los magnetológicos, esta carrera de proliferación de rayos sirvió no solo
para reforzar esas creencias, sino, sobre todo, para enunciarlas de formas renovadas,
formas provistas por la ciencia misma. La idea de que la ciencia estaba corriendo los
velos de lo oculto era usada, indefectiblemente, como base para una argumentación
medular: sostener que si la ciencia estaba encontrando elementos, rayos o vida
microscópica donde antes los sentidos humanos no percibían nada, era lícito esperar
que dentro de esas nuevas realidades se incluyeran tarde o temprano la naturaleza del
espíritu, la sustancia del pensamiento, la fuerza o fluido vital originario, entre otras
variantes.
Tanto en la revista espiritista Constancia (publicada desde 1877 hasta bien avanzado el
siglo XX), como las teosóficas Philadelphia (1898–1902) y La Verdad (1905–1911), así
como también en la Revista Magnetológica (surgida en 1897 y publicada con
interrupciones por más de una década), estas traslaciones se trazaron a propósito de la
licuación de gases, del estudio de los microorganismos, de las investigaciones
astronómicas, del telégrafo, del teléfono, de la electricidad y la energía magnética, y por
supuesto, de los rayos X, la radioactividad y sus efímeros entenados, los rayos N
(Quereilhac, 2016).
En esa línea, la revista Constancia dio a conocer artículos e informes que exponían los
supuestos vínculos que existían entre el hallazgo de Röntgen y algunas entidades de lo
oculto sobre las que otros experimentadores venían investigando. Convencidos de
que, como afirmaba un redactor de Il Corriere della sera en una nota traducida para
Constancia, “hemos adquirido, por así decirlo, un tercer órgano visual” (Bosio, 1896:
101), los espiritistas capitalizaban este nuevo evento como si se tratara de un logro
propio. Así, el 3 de mayo, ya afirmaban que:
37
Soledad Quereilhac
encontrar alguna correlación con el nuevo invento; se ha investigado en los libros y anales
del magnetismo donde se vio con gran sorpresa que con el nombre de fluido, luz ódica,
astral, etc., se designaba un agente invisible, perfectamente conocido por los
magnetizadores y de propiedades idénticas a las de los rayos de Roëntgen [sic].” (“Boletín
de la semana”, 1896)
El “od” (o luz ódica) mencionado en la cita precedente fue el elemento preferido para
armar la correspondencia con los rayos de Röntgen, correspondencia que en realidad
terminó siendo una identificación del uno con los otros. El “od” era una especie de
energía magnética presente en todos los seres y las cosas, cuyo manejo estaba a cargo
de los magnetizadores, y cuya visibilidad era captada sólo por sonámbulos y sensitivos.
Por tanto, la principal importancia de la irrupción de los rayos X fue, entre las variadas
apropiaciones, la de identificar en ellos la versión aceptada por la ciencia oficial del
antiguo y esotérico “od”, presente en diferentes religiones (Du Prel, 1896).
Tiempo más tarde, cuando se conocieron las primeras noticias sobre los llamados
“rayos Becquerel”, tanto espiritistas como teósofos y magnetológicos intentaron
fusionar la novedad con conceptos y creencias anteriores que cada corriente defendía,
vinculadas sobre todo con el cuerpo y el espíritu humanos. Tanto Constancia (“Los
rayos Becquerel”, 1901a) como Philadelphia (“Los rayos Becquerel”, 1901c)
reprodujeron una nota original de La Nación, “Los rayos Becquerel”, en la que con
entusiasmo se concluía: “Esto prueba que nos hallamos rodeados de radiaciones de
toda especie, cuyas propiedades y energías apenas conocemos y que acaso constituyen
las fuerzas secretas que influyen en la vida humana” (“Los rayos Becquerel”, 1901b). En
Philadelphia, se afirmaba que los experimentos de Röntgen, Becquerel y Le Bon no
hacían más que corroborar lo que Madame Blavatsky ya había adelantado en La
Doctrina Secreta sobre un cuarto estado de la materia (Marques, 1899). Por su parte,
en la Revista Magnetológica, en 1902, se reforzaron las reflexiones sobre “radioterapia”,
especie de terapéutica por la luz que venía aplicándose sobre plantas, pero que con la
irrupción de Becquerel comenzó a concebirse para todos los seres en general
(“Radiocultura”, 1902; “Radioterapia”, 1902). Para los miembros de la Sociedad
Magnetológica Argentina, el magnetismo era justamente una “radiación vital que todos
poseemos con los demás cuerpos de la naturaleza, susceptible de ser transmitida, sea
por emisión o vibración considerando la voluntad (agente moral) como motor del
fluido (agente físico)” (“Magnetismo e hipnotismo”, 1902). La irrupción de la
radioactividad insufló nuevos aires a esa “radiación” humana, originalmente concebida
por Franz Mesmer en siglo XVIII como “magnetismo animal”.
38
Soledad Quereilhac
“Cuando se descubrieron los rayos X nadie se imaginó que se pudiera hacer una prueba
tan constante de ellos. Hoy día, sin embargo, la utilización de esos rayos es una rama muy
importante de la medicina. Volviendo a los rayos N, le diré que, desde el punto de vista de
las relaciones fisiológicas, estos rayos tienen una importancia capital. Permiten establecer
la correspondencia que existe entre los fenómenos de la vida y los fenómenos físicos. En la
máquina humana, lo mismo que en los cuerpos inanimados, los rayos N desempeñan un
gran papel.” (“Los rayos N. Su presencia en el cuerpo humano”, 1904)
Las conjeturas sobre los poderes de los rayos y la radiación, así como la superposición
del lenguaje científico con el ocultista, también estuvieron presentes en la narrativa
fantástica de entresiglos, a modo de una respuesta literaria o de una resolución
simbólica de ciertas tensiones de su contemporaneidad cultural. Si en el ámbito del
periodismo, de las ciencias y de las pseudociencias había oscilaciones en torno a la
concepción de estos rayos, si era posible hallar fabulaciones como las de Federico Haft
sobre los estados de sonambulismo y catalepsia, como las del Sr. Bohn sobre la
creación de monstruos por medio de la radioactividad o como las del redactor de La
Semana Médica sobre el reemplazo de los médicos por las máquinas de rayos X
(todos ejemplos vistos en páginas anteriores), la literatura fantástica avanzaba entonces
en la verificación empírica –dentro de la trama– de los atributos superpoderosos de
los rayos. Asimismo, un ejercicio frecuente de estos relatos era reencauzar, a través de
39
Soledad Quereilhac
un razonamiento por analogía, el uso de los rayos y de los materiales radioactivos hacia
objetos inusitados, sobre todo de naturaleza abstracta o espiritual.
Es mientras Tomás especula con los alcances de esta nueva técnica cuando aparece en
el relato un razonamiento por analogía novedoso, que contradice todo el campo
semántico de lo satánico y lo pecaminoso con que el narrador presenta sus acciones.
Fray Pedro entiende que los avances de las ciencias, sobre todo cuando, como en el
caso de los rayos, parecen revelar fenómenos lindantes con lo sobrenatural, pueden
ayudar a consolidar la religión y no a contradecirla, en la medida en que ofrecen
“pruebas” de lo trascendente:
“Si se fotografiaba ya lo interior de nuestro cuerpo, bien podría pronto el hombre llegar a
descubrir visiblemente la naturaleza y origen del alma; y, aplicando la ciencia a las cosas
divinas ¿por qué no?, aprisionar en las visiones de los éxtasis, y en las manifestaciones de
los espíritus celestiales, sus formas exactas y verdaderas. ¡Si en Lourdes hubiese habido
40
Soledad Quereilhac
una instantánea, durante el tiempo de las visiones de Bernardetta! ¡Si en los momentos en
que Jesús, o su Santa Madre, favorecen con su presencia corporal a señalados fieles, se
aplicase la cámara oscura!... ¡Oh, cómo se convencerían los impíos, cómo triunfaría la
religión!” (Darío, 1896: 3)
Es, entonces, como producto de este razonamiento por analogía y por esta curiosa
forma de fe en la ciencia, que Fray Tomás quiere convertirse en la moderna y científica
Verónica, es decir, el hombre que emule esa milagrosa impresión del rostro de Cristo
en el Santo Sudario durante su vía crucis, pero usando ahora la máquina de Röntgen.
De allí el título de esta primera versión del cuento, que en 1913 Darío cambiará por
“La extraña muerte de Fray Pedro”, y al que le agregará otros elementos (véase
Torres, 2008: 73–83). Concibiendo en términos literales una metáfora (en la hostia
está el cuerpo el Cristo) o buscando verificar científicamente una creencia religiosa,
Fray Tomás consigue de manos de un fraile con “patas de chivo” la máquina de rayos
X y, tras “fotografiar” su mano, frutas y estampas dentro de libros, “una noche por fin
se atrevió a realizar su pensamiento”: radiografiar “la sagrada forma”. Si bien Tomás
muere por su osadía de poner en contacto lo celeste y lo terreno con una máquina
del diablo, lo cierto es que la analogía se verifica empíricamente y el rostro de Cristo
queda allí, en el piso, perfectamente visible, plasmado en la placa fotográfica.
Lejos del ideario católico del pecado, pero igualmente fascinado por el surgimiento de
nuevas “fuerzas extrañas” gracias a la investigación científica, así como por los
solapamientos entre ciencia y ocultismo, Lugones también tramitó en clave fantástica
las aristas del explosivo descubrimiento de Röntgen. Me he ocupado en detalle de sus
cuentos cientificistas y ocultistas en otros trabajos (Quereilhac, 2015, 2016), de modo
que apuntaré aquí sólo la forma en que, en uno de sus cuentos, “La fuerza Omega”, el
nombre de Röntgen sirve para poner en serie la fuerza sobrenatural que descubre el
científico del relato, un hombre también cercano a las ciencias ocultas. El “sencillo
sabio” del relato presenta de esta manera su hallazgo:
“He descubierto la potencia mecánica del sonido. Saben ustedes (…) bastante de estas
cosas para comprender que no se trata de nada sobrenatural. Es un gran hallazgo,
ciertamente, pero no superior a la onda hertziana o al rayo Roentgen. A propósito, yo he
puesto también un nombre a mi fuerza. Y como ella es la última en la síntesis vibratoria
cuyos otros componentes son el calor, la luz y la electricidad, la he llamado la fuerza
Omega.” (Lugones, 1996: 100)
41
Soledad Quereilhac
Ahora bien, ¿en qué sentido se toma la radioactividad en este relato? En un sentido
muy parecido al que se analizó más arriba, en torno a las ideas de vitalismo, energía
eterna y posibilidad de generar vida. Porque la hipótesis de Farnés, estructurada como
las otras en una analogía, sostiene que la inteligencia, el alma o nuestro doble astral es
materia radiante y que, por lo tanto, si un paciente es inyectado con la psiquina
“roentgenizada”, puede potenciar su doble espiritual, darle vida autónoma y lograr que
vuelva antes de que la muerte invada definitivamente al cuerpo en estado de
catalepsia. Esa es justamente la experiencia que Farnés ensaya en su mejor amigo, Julio
Herrera. Como en los relatos anteriores, el éxito empírico de la experiencia es
contundente: Herrera vuelve de la muerte y logra escribir en un papel todo lo que vio;
pero a los pocos minutos, cae muerto sin retorno. Como se ve, en el relato los que
pagan el costo de la osadía son los sujetos; pero la verdad de las teorías que arman
híbridos material-ocultistas sale siempre fortalecida.
Horacio Quiroga, por su parte, incorporó los rayos N para dos de sus ficciones,
conectadas entre sí por ciertas referencias internas. “El retrato” (Quiroga, 1910),
publicada en Caras y Caretas y “El vampiro” (Quiroga, 1927), editada en La Nación,
hablan de prodigios fotográficos y cinematográficos producidos por efecto de los rayos
N. En el primero de ellos, Quiroga retoma un tema ampliamente reseñado en los
periódicos: la posibilidad de imprimir imágenes mentales directamente en la placa
fotográfica, sin máquinas intermediarias. Con referencias a Gustave Le Bon y a su teoría
sobre la luz negra (mencionada más arriba), el narrador presenta las experiencias del
inglés Rudyard Kelvin, homónimo del famoso físico, a quien conoce en un viaje en
barco. Kelvin “había investigado hondamente en lo que llamaríamos magia negra de la
luz: rayos catódicos, rayos X, rayos ultravioletas y demás” (Quiroga, 1993: 988). Kelvin
9 Ronald Hilton señala que Rojas había publicado “La psiquina” en 1906: “Esta obra, poco leída hoy, porque los opium-eaters
no están de moda, tuvo bastante éxito, y fue traducida al inglés por el norteamericano Peter Goldsmith, bajo el título The
Mysterious Alcaloid” (Hilton, 1958: 258–259).
42
Soledad Quereilhac
descubre que, si evoca la imagen de su novia muerta frente a una placa sensible, iguales
a las utilizadas por Le Bon, puede obtener su vivo retrato. Logra repetir el
experimento en numerosas ocasiones, hasta que, cuando deja de quererla, la dama
aparece muerta en su retrato. Lo curioso es que el ayudante de laboratorio, semanas
más tarde, logra revivirla, por el poder del “ínfimo cariño” que aún tenía por ella. Aquí,
los rayos sirven a Quiroga tanto para narrar una fantasía científica como para renovar
los tópicos del amor después de la muerte y de las fuerzas “físicas” del deseo,
presentes en muchos de sus relatos. Es, justamente, una vuelta de tuerca a estos
tópicos lo que logra más tarde “El vampiro”, que también ensambla el deseo amoroso
con prodigios técnico-espirituales, aunque ya no relacionados a la fotografía sino al
cinematógrafo.
“Si la retina impresionada por la ardiente contemplación de un retrato puede influir sobre
una placa sensible al punto de obtener un doble de ese retrato, del mismo modo las
fuerzas vivas del alma pueden, bajo la excitación de tales rayos emocionales, no
reproducir, sino ‘crear’ una imagen en un circuito visual y tangible.” (Quiroga, 1993: 719)
Rosales detecta el poder de los rayos N1 en la cinta cinematográfica para afirmar que
ese efecto vital de las películas, esas miradas humanas, esa carga erótica de las stars de
Hollywood no son producto de la luz, sino de la radiación de vida que el celuloide ha
logrado absorber:
“La gran cantidad de vida delatada en su expresión me había revelado la posibilidad del
fenómeno. Una película inmóvil es la impresión de un instante de vida, y esto lo sabe
cualquiera. Pero desde el momento en que la cinta empieza a correr bajo la excitación de
la luz, del voltaje y de los rayos N1, toda ella se transforma en un vibrante trazo de vida,
más vivo que la realidad fugitiva y que los más vivos recuerdos que guían hasta la muerte
misma nuestra carrera terrenal.” (Quiroga, 1993: 719)
Fusionando un efecto propio del arte (la posibilidad de transmitir una intensa y vívida
impresión de realidad, o de despertar emociones y deseo sexual), con un fantasioso
prodigio técnico (la concreta vibración de rayos N1 en la película, esto es, la
materialización del punto anterior), Quiroga embarca al personaje de Rosales en un
temerario experimento: extraer a una actriz de su film, una actriz de la que se ha
enamorado. Su desvarío lo lleva, incluso, a asesinar a la mujer real para vivificar aún más
a su espectro. Y si bien, como en los relatos anteriores, observamos un desenlace
trágico para los personajes (Grant termina internado en un psiquiátrico y Rosales,
43
Soledad Quereilhac
En esta truculenta historia que transcurre en Italia, se narran los experimentos del
profesor Lo Russo para crear vida a partir de una gelatina inanimada, utilizando para
ello el incentivo de la radioactividad. Catedrático de química biológica y, al mismo
tiempo, admirador de los alquimistas, Lo Russo se embarca en una bizarra búsqueda
alternativa de un hijo para una mujer estéril, de la que presuntamente está enamorado.
Las concesiones sentimentales al formato de La Novela Semanal no obturan, empero,
lo significativo de la fantasía cientificista sobre la radioactividad, “esa fuente de energía
misteriosa que se desarrolla de su continua trasformación” (Angelici, 2009: 236). Para
Lo Russo, “lo que la radioactividad, diseminada al azar por el universo, había empleado
millones de años en llevar a cabo, él podría, gracias a las virtudes de su sicanio aplicado
directamente y en proporciones relativamente enormes, efectuarlo en un período de
tiempo tal vez brevísimo”. Así, dando por sentado que el origen de la vida en la tierra
se dio por acción de la radioactividad, Lo Russo efectivamente crea vida animada en su
preparado radioactivo. El resultado, empero, no es el hermoso bebé que esperaba la
mujer, sino un monstruoso homunculus, que termina asesinando a su creador.
Reflexiones finales
44
Soledad Quereilhac
Sin dudas, fue en la literatura donde se extremaron y potenciaron las proyecciones fantásticas
sobre los rayos y la radioactividad, acorde a su explícita inscripción en la ficción; no obstante, es
imposible sostener que estas narraciones fueron meras invenciones individuales. Todas ellas se
gestaron y circularon en un contexto cultural propenso a las especulaciones sobre las nuevas
maravillas científicas, del que el arco de recepción de sendos descubrimientos, revisado este
trabajo, es testimonio. Tanto en las formas de la divulgación periodística como en las
repercusiones en los ámbitos ocultistas y en las ficciones literarias pareció existir una constante
proyección de los inventos y descubrimientos hacia el terreno de los misterios existenciales, de
la mística, del origen de la vida. Como si todas esas radiaciones hubiesen logrado atravesar no
sólo los cuerpos blandos de la anatomía humana, sino también esas otras zonas intangibles de
las creencias laicas y la imaginación razonada; esas zonas en las que, durante los años de
entresiglos, resurgió una forma secular y fascinante del pensamiento mágico.
45
Soledad Quereilhac
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50
Hacer “al mismo tiempo”
Relojes cotidianos y cronógrafos expertos en la Argentina, 1870–1910
Marina Rieznik
Para 1894 ya existían diversas disposiciones legales que apuntaban a unificar la hora
nacional, incluyendo un decreto de ese mismo año. Hasta entonces las localidades
establecían sus horas por métodos variados y no existía una regulación central al
respecto. La idea detrás del decreto del 31 de agosto de 1894 que establecía la hora
oficial del meridiano de Córdoba para las vías férreas y que el 25 de septiembre se
convertiría en ley ampliándose su aplicación para todas las oficinas públicas del país era
lograr la coordinación mediante señales telegráficas, ya que los cables atravesaban
diversas provincias. Los intentos de medir el tiempo y sincronizar las horas locales
adecuadamente se basaban en necesidades de ensamblar actividades distantes, en lo
que se empezaba a considerar como un territorio unificado. Entre quienes intentaban
hacerlo, se encontraban tanto el director del Observatorio de Córdoba como el de La
Plata, ambos extranjeros (norteamericano uno, francés el otro). La institución
Marina Rieznik
cordobesa iba a ser además la encargada de fijar la hora unificada que correría por los
cables.
52
Marina Rieznik
inicia esa transformación desde una concepción absoluta del tiempo a una concepción
procedimental del mismo.
En todo el mundo, los astrónomos estaban entre los primeros que intentaron
sincronizar acciones distantes. Esto se debía a que necesitaban efectuar muchas
observaciones desde diferentes lugares, observaciones que, además, para que pudieran
ser comparadas, tenían que realizarse en estricta simultaneidad. Hasta el siglo XIX, los
mapas del cielo circulaban en ámbitos diversos y servían para orientarse en la tierra o
en el mar, pero aún no era una necesidad imperiosa contar con una única
representación de toda la cúpula celeste. Esos mapas adquirían entonces sentido desde
recorridos territoriales restringidos, tanto como aquellas porciones del cielo que se
veían sobre los mismos. Por el contrario, en el siglo XIX, en consonancia con la
extensión de los entramados territoriales de las naciones modernas y la conformación
de redes de trabajo internacionales, los astrónomos resignificaron los mapas anteriores
como mosaicos dispersos, retazos desparramados de una cúpula recortada, cuando no
desperdicios de trabajo desorientado. Por consiguiente, invocaron la necesidad de
extender los mapas unificados de todo el cielo avizorado desde el planeta. Los mapas
y catálogos estelares se armaban sobre un entramado cada vez más denso de
transportes y medios de comunicación, adquiriendo así un nuevo valor: la
representación de la cúpula celeste debía ser constituida de tal modo que permitiese
ubicar la coordenada de cada estrella desde lugares del planeta antes inimaginados.
Entonces, diversos fondos estatales y privados financiaban y ponían en acción las tareas
astronómicas internacionales. Precisar variables estelares significaba cartografiar, saber
por dónde mover hombres y mercancías, calcular recorridos y tiempos en los tendidos
ferroviarios y en las expediciones militares. Esta asociación entre el desarrollo de la
astronomía al servicio de la navegación, de la cartografía y del dominio territorial fue
señalada reiteradamente por la historiografía (Crosby, 1997; Palau Baquero, 1987;
Marshall, 2001).
53
Marina Rieznik
lugares y de manera simultánea. Como Galison recordó, para llegar a ese consenso se
tuvo que definir qué quería decir “al mismo tiempo”.
El Observatorio de Córdoba fue fundado en 1871 con fondos del Estado Nacional,
cuyos representantes alegaban necesidades diversas para el gasto; entre ellas, que el
observatorio sería un símbolo de que en estas tierras se impulsaban las ciencias
modernas. Como muestra de que los saberes astronómicos eran débiles localmente, el
astrónomo que primero dirigió la institución fue un norteamericano: Benjamin Gould.
Antes del cronógrafo, los astrónomos tenían que ver la estrella y escuchar el tictac del
reloj al mismo tiempo para estimar cuál era el momento en el que una estrella
particular pasaba por delante del telescopio (Chapman, 1983). Pero diferentes
astrónomos discrepaban acerca de cuál era ese momento. Los errores, como advertía
hacía décadas el director del observatorio de París, podían acumularse y derivar en
problemas groseros vinculados a la ubicación territorial.
54
Marina Rieznik
Para los astrónomos, dibujar el tiempo era atraparlo y poder darle uso; era observar
no sólo el tiempo de los movimientos aparentes de las estrellas, sino también el ritmo
de los cuerpos de los observadores. El Observatorio de Córdoba entraba de lleno en
los regímenes de trabajo astronómico mencionados por Simon Schaffer (Schaffer,
1988) para la misma época. Los mismos se caracterizaban por una división del trabajo
bastante extendida y por complejas organizaciones de vigilancia de las tareas de
observación, así como de las destinadas a ensamblar los cálculos y productos de las
observaciones. Algunos de los directores comparaban la disciplina en sus observatorios
con la que habían aprendido de los administradores de fábricas de su época.
Durante décadas, los equipos de ambos observatorios mantuvieron una relación tensa,
cuando no de abierta disputa, como manifestación de sus respectivas participaciones
en redes de trabajo enfrentadas. Por razones de espacio no nos extenderemos sobre
cómo los empleados del observatorio platense utilizaban las tecnologías telegráficas;
alcanza con decir que su experiencia estaba muy vinculada al establecimiento de las
longitudes locales, a la provisión de la hora a quien lo solicitara y al manejo de
estaciones meteorológicas sincronizadas en la provincia de Buenos Aires (Rieznik,
2013).
55
Marina Rieznik
Esto quiere decir que los astrónomos en todo el mundo no sólo estuvieron entre los
primeros en utilizar estas tecnologías intensivamente, sino que, en sus intentos de
homogeneizar las mediciones sobre el sentido del paso del tiempo, fueron pioneros en
adquirir conciencia de los problemas que acarreaban los dispositivos de relojería más
precisos de la época.
Hay que remarcar que la sensación de que la coordinación temporal era necesaria
para controlar los tiempos de trabajo, coordinar sus ritmos y ensamblar procesos y
resultados se extendía por todo el mundo laboral, y no era exclusiva del ámbito
científico. Desde la Revolución Industrial, abundan los ejemplos que rastrean en la
historia que va de la manufactura artesanal a la industria moderna los procesos por los
que, junto a la introducción de instrumentos en las fábricas, se comienzan a controlar
los ritmos y tiempos de sus trabajadores. Lo mismo podría decirse de la coordinación
temporal de tareas distantes, la cual no era sólo una preocupación de los científicos.
56
Marina Rieznik
debido a que a los indios les resultaba mucho más fácil tirar abajo un poste telegráfico
que andar persiguiendo a chasquis y baqueanos por las extensiones del Chaco o la
Patagonia (Rieznik, 2014a, 2014b).
Esto demuestra que, sin duda, los militares tenían plena conciencia de las dificultades
asociadas a la implementación de esta tecnología de coordinación temporal. Lo mismo
puede decirse de los administradores de las líneas ferroviarias nacionales, donde
funcionarios e inspectores eran conscientes de las falencias de esa tecnología para
solucionar los problemas; tanto en la coordinación técnica como organizativa de las
líneas telegráficas se sucedían las quejas y reclamos respecto al buen funcionamiento
de las mismas, y se realizaban ajustes sucesivos tendientes a solucionarlas.
Sin embargo, en el siglo XIX, el nivel de ajuste que se reclamaba de los trabajos de la
ciencia era alto, por lo tanto la simultaneidad y coordinación entre trabajos era buscada
con más controles que en otros ámbitos, y para fracciones menores de segundo
(Canales, 2009). Los astrónomos, junto a algunos otros científicos, eran de los
primeros que necesitaron precisiones de décimas de segundo en sus trabajos (Canales,
2009; Arago, 1853; Safford, 1896). Como señala Jimena Canales al estudiar otros
países en la misma época, las tareas de la vida cotidiana todavía no requerían de
tecnología que permitiera fraccionar el tiempo en décimas de segundos. De hecho, las
investigaciones de Canales giran en torno a las diversas preguntas que son respondidas
midiendo décimas de segundos durante el siglo XIX, y que comprenden ámbitos que
van desde los observatorios a los laboratorios de fisiología, pasando por los
laboratorios de psicología experimental. En términos más generales, la autora apunta a
desentrañar cómo es que los científicos terminaron siendo capaces de instalar la
medición de este “microtiempo” como una forma de conocimiento distinto y superior
a otros tipos de conocimientos.
No obstante, la otra cara de esta misma cuestión consiste en dirimir cuánto tuvo que
ver la continua transformación de los procesos de trabajo en el mundo industrial y las
transformaciones geopolíticas del siglo XIX con esa obsesión de los científicos por la
medición de actividades tan disímiles. Desde esta perspectiva, ya vimos cómo los
directores de los observatorios locales estaban insertos en redes geopolíticas
diferentes y en redes de regímenes de trabajos que pautaban sus formas de funcionar,
así como también mencionamos los trabajos de Schaffer que indican la influencia de los
regímenes de control del trabajo de las fábricas de la época en la organización de los
observatorios y otros espacios de saber experto (Schaffer, 1988, 1994).
57
Marina Rieznik
La pregunta que examina este artículo es la misma que había formulado Canales, pero
en este caso circunscrita al contexto argentino: esto es, cuánto tuvo que ver la
insistencia denodada de los directores de los observatorios astronómicos argentinos
por coordinar los trabajos en sus institutos por medio de cables telegráficos y
dispositivos de relojería –buscando coordinar tareas realizadas por personas diferentes
en distintos momentos y lugares– con otros intentos de la misma época de coordinar
las actividades en todo el territorio nacional.
Para responder esta pregunta, debe tenerse en cuenta, en primer término, el lugar
central que la astronomía de la época ocupaba en la divulgación de la ciencia. Vamos a
mostrar cómo eso, entre otros factores, había permitido que se empezaran a dirigir
hacia el público local apelaciones sobre la relevancia del ajuste preciso de los relojes.
Más aún, inclusive el “microtiempo” caracterizado por Canales había empezado a
filtrarse en el ámbito popular hacia fines del siglo XIX.
Al terminar el evento, bajo el título de “La palabra oficial”, La Nación publicaba las
comunicaciones del Ministerio de Marina respecto de la observación. En los escritos,
citando a Beuf, se incluían los registros de los contactos con precisión de segundos, tal
como serían enviados al Observatorio de París:
“(…) a las 2h 21m 45s de Callier, hora marcada para el contacto, se apercibieron el sol y
el planeta (...) a 2h 26m 40s el contacto geométrico me pareció verificarse (...) A las 2h
26m 42s. de Callier, apercibí un filete luminoso entre el planeta y el borde del sol (...) 2h.
27m. 0s. El filete aumenta (...). Todas las horas anotadas están en tiempo del Cronometro
700 Callier, arreglado aproximadamente sobre el tiempo de París. Los tops eléctricos
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Marina Rieznik
serán luego traducidos más tarde de la cinta cronográfica y darán los instantes exactos.
(…) El Director de la Escuela Naval, señor Boeuf [sic], dirigió ayer (...) la siguiente nota,
dando cuenta del resultado de las observaciones (...) El telegrama á que se alude en esta
nota fue trasmitido ayer mismo á Paris: ...” (“La palabra oficial”, 1882)
Se intentaba sumar a los legos a estas conquistas que permitían citar a los astros a un
encuentro con precisión de hora, minuto, segundo y décima de segundo, según se
podía apreciar en los registros que se hacían públicos. El cronista del diario de marras,
que fomentaba en sus notas el derecho del público no sólo a conocer, sino a participar
en el evento, se tomaba en serio la propuesta y, al finalizar la observación, trataba de
aportar datos que pudiesen estar a la altura de las misiones oficiales. Lo que más
importa en este capítulo es que, en el intento de registrar el momento justo de paso
del planeta por delante del Sol, el reportero informaba que: “Cabildo no marca bien el
tiempo local, ó el cálculo falló por la enormidad de un minuto y talvez segundos, ó
nuestros ojos vieron mal; pero lo cierto es que eran las 3 y 57 y recién el borde negro
de Venus desfloraba (…)” (“El paso de Venus”, 1882).
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Marina Rieznik
Para entender la vinculación que proponemos con las tareas de sincronización en los
observatorios astronómicos, debe resaltarse que algunos de los aspectos que ya
señalamos no son particularidades argentinas: los directores de estos espacios en todo
el mundo jugaban algún papel en las tramas sociales que intentaban coordinar las horas
en los diversos territorios nacionales, lo que no fue una mera casualidad, sino se dio
porque ellos fueron de los primeros que aprovecharon la tecnología telegráfica para
coordinar temporalmente trabajos distantes.
Cuando, años después del pasaje de Venus, el tema de la falta de precisión de los
relojes de la vida cotidiana apareció en los discursos de Carrasco, la necesidad de
unificar la hora se señalaba como vinculada al desarrollo de ciertas tecnologías del
transporte y de la comunicación. El telégrafo –que para la década del 90 del siglo XIX
contaba con varios miles de kilómetros de cableados en la Argentina– ponía de
manifiesto y agravaba algo que ya se sabía y que se ponía de relieve en ocasiones
como el pasaje de Venus, un problema con el que los directores de los observatorios
se encontraban constantemente: hacer algo “al mismo tiempo” no quería decir hacer
algo a la misma hora, porque eso dependía de en qué meridiano nos encontrásemos.
60
Marina Rieznik
Por otro lado, además de ser un medio para la solución –en tanto la coordinación
temporal se podía hacer a través de señales que corrían por sus alambres–, el telégrafo
era también el problema mismo. Algunas de las líneas telegráficas corrían paralelas a las
vías ferroviarias y transportaban la hora de la estación cabecera a las demás paradas,
cuestión que si bien sincronizaba las horas a lo largo de la vía férrea, generaba que en
algunas provincias los barrios de las estaciones tuvieran una hora, mientras el resto de
la provincia otra.
Alegando este tipo de cuestiones de orden práctico, en 1894 Carrasco impulsó, hasta
que se aprobó, un decreto de unificación horaria del territorio argentino. La hora de
todas las provincias se acoplaría a la hora ya dictada por el Observatorio de Córdoba.
Este decreto forma parte de la historia de la construcción del Estado en la Argentina
en tanto la unificación de la hora puede pensarse junto a otras medidas propias de la
delimitación de las fronteras nacionales tales como la unificación aduanera, monetaria,
de pesos y medidas, entre otras (Rieznik, 2014b).
Al decreto impulsado por Carrasco le ocurriría algo parecido a lo que le pasaba a los
directores de los observatorios, a los supervisores de los telégrafos nacionales, era
similar a lo que ya habían experimentado como desilusión algunos militares
esperanzados con el telégrafo. Una cuestión era proclamar la necesidad de
coordinación y otra muy distinta era lograrla.
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Marina Rieznik
Aún quince años después del decreto de unificación horaria, en una entrevista para el
Diario de Mendoza, Juan Carullo –astrónomo amateur y gerente del Banco Industrial de
Mendoza– sostenía:
Este ejemplo demuestra que, no sólo las décimas de segundo, sino los resultados y
problemas que tenían en los experimentos quienes manejaban fraccionamientos aún
mayores empezaban a traspasar el ámbito de la circulación científica y aterrizaban
entre los debates que mantenían quienes se vinculaban a diversas regulaciones locales.
Para resumir, podemos decir que tenemos indicios de que el conocimiento de los
62
Marina Rieznik
Reflexiones finales
En cuanto al saber experto, la cuestión de la que partimos era cómo estaba ligado el
problema de sincronizar las tareas al interior de los observatorios con otros intentos
de sincronización de actividades del territorio nacional. También, más específicamente,
nos preguntamos qué pasaba con las entonces novedosas tecnologías de
fraccionamiento de los segundos. Rastreamos una serie de fuentes que ponían de
manifiesto que el sentido del paso del tiempo se estaba problematizando en la
percepción de los contemporáneos. Sin duda, el tipo de control del tiempo de los
observatorios del momento estaba asociado a formas de organización del trabajo que
trascendían las instituciones científicas, y los intentos de controlar el ritmo de los
trabajadores no era una exclusividad de los observatorios. No obstante, como
observamos, el tipo de fraccionamiento del tiempo que usaban en esos controles era
sólo propio de los ámbitos científicos en el siglo XIX. Además, los astrónomos usaban
tecnologías telegráficas desde muy temprano para coordinar actividades distantes.
63
Marina Rieznik
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La apuesta por la energía atómica
Guerra Fría, políticas de Estado e imaginación técnica popular
en el primer peronismo (1946–1955)
Hernán Comastri
Al volver la vista hacia el mundo de la segunda posguerra resulta difícil encontrar una
imagen capaz de capturar la imaginación social con la misma intensidad que aquella del
hongo atómico, símbolo de una nueva y fantástica potencia, a la vez creativa y
destructiva. Este fenómeno fue global y estuvo signado por las dinámicas propias de la
Guerra Fría. Pero en el plano local argentino, la disputa por el sentido de “lo atómico”
no pudo sino adaptarse a las condiciones específicas del país, a sus desafíos
socioeconómicos y a una larga tradición de inventiva popular, ahora interpelada por el
fenómeno peronista.
Mientras que el impacto que los desarrollos internacionales en física nuclear tuvieron
sobre la comunidad científica y académica argentina de mediados del siglo XX ya ha
sido abordado por diversos estudios académicos1, no fue así con las repercusiones de
estos mismos desarrollos sobre la población alejada de los claustros universitarios y las
instituciones de ciencia y tecnología. En parte, esto responde a una dificultad en el
acceso a fuentes primarias útiles para tal estudio. El utilizar la noción de “lo atómico”
tiene, en ese sentido, la intención de dar cuenta del heterogéneo conjunto de
imágenes que, a nivel social, se asociaron al nuevo objeto de la energía atómica2. Lejos
de permanecer ajeno a la discusión de los últimos avances de la ciencia y de la técnica
internacional, aquel heterogéneo grupo social que, no sin tensiones, puede reunirse
bajo la noción de “clases populares” se apropió críticamente de estos discursos e
imágenes, pero sólo ocasionalmente contó con los medios para hacer pública su voz.
Este es, al menos en parte, el problema al que se refirió Antonio Gramsci al decir que
“la historia de los grupos sociales subalternos es necesariamente disgregada y
episódica”, y que, por ese mismo motivo, “todo indicio de iniciativa autónoma de los
grupos subalternos tiene que ser de inestimable valor para el historiador integral”
(Gramsci, 1934/2013: 191–193).
Por mi parte, me referiré aquí a la cultura popular con plena conciencia de los abusos y
polémicas de los que la misma ha sido objeto en las últimas décadas, y reconociendo
que, tal como lo indica Jacques Revel, su definición más clara se continúa operando
desde la negativa, desde lo que la cultura popular no es (Revel, 2005: 110)3. Y para el
caso de los imaginarios científicos y tecnológicos de la Argentina de mediados del siglo
XX, se puede decir que cultura popular no es la cultura universitaria (aún muy
restringida para las décadas de 1940 y 1950) ni la del diletante de clase alta, cuyos
hábitos de consumo no son los del mercado de masas. La distinción responde tanto a
criterios analíticos como al respeto de las propias construcciones nativas, en diálogo
con un archivo en el que son extremadamente comunes las presentaciones que
explícitamente buscan diferenciarse de los “ingenieros”, “doctores” y otros actores de
la ciencia establecida.
3 Para el período aquí analizado, Ezequiel Adamovsky ha utilizado una perspectiva similar para referirse a la “Argentina culta”
de las clases medias y altas; ver Adamovsky (2009: 265 y 282).
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“[H]ay que ver la enorme vanidad y amor propio que hay en los funcionarios
argentinos, incapaces de un vuelo imaginativo, aferrados a ideas arcaicas, pendientes a lo
que dicen tal o cual funcionario, son incapaces de romper el cerco rutinario, solo el
General es capaz de tener una visión amplia de las cosas, si Richter se hubiera topado con
alguno de ellos, hubiera fracasado, solo Perón fué capaz de creer en el. Por otra parte
estoy acostumbrado en esta a ver altos funcionarios ser titeres de intereses extrangeros,
esa es la mayor fuerza contrario a vencer por el General.” (Archivo General de la Nación
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[AGN], Secretaría Técnica de la Presidencia [STP], Caja 457, Iniciativa 1657; destacado
en el original)5
Una vez reconocido el fraude cometido en Huemul, sin embargo, las referencias a
Richter desaparecerían de la correspondencia recibida por la Secretaría, mientras que
la CNEA ganaba en protagonismo y consolidaba un nuevo perfil institucional, ya más
definidamente apuntado a un desarrollo incremental de las capacidades materiales y
humanas en línea con la agenda científica internacional del momento. Este cambio fue
parte de una redefinición más amplia de las políticas del primer peronismo hacia el
área de ciencia y tecnología (Busala & Hurtado, 2006), pero en ningún modo implicó
una retracción del interés popular por “lo atómico”. De hecho, cartas vinculadas a este
tema continuaron llegando desde la Argentina y el exterior.
Mientras tanto, desde Buenos Aires escribe un hombre que solicita financiamiento,
pues desea formarse como físico atómico en los Estados Unidos, convencido de que
“en los próximos 25 años todos los paises que no posean una forma de energía
atómica industrializada se encontraran al mismo nivel economico y politico de los
5 Tratando de respetar los usos y estilos de las comunicaciones que se analizarán a lo largo de este texto, mantendré en lo
posible las formas gramaticales y aún los errores ortográficos de la redacción original de cada carta, obviando en adelante el
indicativo “sic”.
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paises africanos con respecto a los europeos” (AGN, STP, Caja 459, Iniciativa 3650). Y
otro que afirma haber desarrollado una teoría de la “relatividad atómica argentina”
capaz, entre otras aplicaciones, de curar el cáncer. La evaluación de los físicos
consultados en la CNEA es categórica: “Todas las consideraciones que hace el
recurrente son puras creaciones de su imaginación y no tienen relación con hechos de
algún fundamento científico” (AGN, STP, Caja 459, Iniciativa 35080/53).
Sin embargo, resulta evidente que esta última iniciativa se esforzó por imitar las formas
externas y el lenguaje de aquella ciencia en la que buscaba validación. En los
numerosos folios que la componen, se suceden explicaciones de tipo teórico y
práctico, definiciones de conceptos abstrusos, ecuaciones y cálculos. Incluso tienen aquí
un lugar destacado una decena de gráficos que buscan replicar la función fundamental
que cumplía la imagen desde el surgimiento y maduración del método científico
experimental (Csúri & García Ferrari, 2014: 59–61). A medida que la difusión de textos
científicos y de divulgación ganaba en masividad, el impacto del dibujo técnico sobre la
cultura visual general se fortaleció como expresión específica de estas investigaciones e
inventos, tal como ya ha sido señalado por otros autores para la divulgación científica
de la época (Feld & Hurtado, 2010). Entre las cartas reunidas en el archivo de la STP
hay cientos de ejemplos que demuestran la importancia conquistada por la imagen
científica como vehículo para la imaginación técnica popular.
En las páginas previas, he relacionado el interés popular por “lo atómico” con la figura
de Ronald Richter o la actuación de la CNEA, pero este interés también podría ser
rastreado con facilidad hasta comienzos del siglo XX y los primeros anuncios de los
desarrollos teóricos del joven Albert Einstein. Si bien sus investigaciones representaron
un aporte entre muchos otros a la consolidación del campo de “lo atómico”, por
diversos motivos en los que aquí no podré detenerme, la figura de Einstein logró
capturar la atención del público como pocos científicos de su época6. De hecho, a
pesar de que la teoría de la relatividad se relacionaba sólo indirectamente con la nueva
tecnología de “lo atómico”7, en la particular reapropiación popular de la figura de
Einstein que se instaló a nivel internacional, el físico sería recurrentemente invocado
como “el padre” de todo este novedoso campo de desarrollos tecnológicos. A partir
de mediados de la década de 1940 se llegó incluso, e ignorando una vida entera de
pacifismo militante, a señalarlo como autor intelectual de la bomba atómica.
6 Para un análisis en detalle de estas consideraciones y de la recepción social (que el propio Einstein calificó de
“psicopatológica”) de sus teorías, ver De Asúa y Hurtado (2006).
7 En términos estrictos, el principal aporte de Einstein al campo fue su explicación del efecto fotoeléctrico en 1905. Figuras
como Niels Bohr, quien desarrolló un modelo cuántico del átomo, son menos conocidas por el público masivo aunque de
hecho tuvieron un impacto más profundo en el desarrollo de este campo particular. Hay aquí una diferencia fundamental en
relación al impacto de las teorías de Einstein analizado por Marina Rieznik en este mismo volumen.
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Hernán Comastri
Sin embargo, para esta época la percepción social sobre “lo atómico” había
experimentado ya una transformación significativa, producto de una dinámica específica
a este objeto del imaginario popular, pero a la vez indicativa de un movimiento más
amplio en las formas de concebir la ciencia y la técnica, dentro y fuera de los claustros
universitarios y las instituciones especializadas. En 1945, había terminado aquello que
Matthew Lavine llamó “the first atomic age” (Lavine, 2013).
En las primeras décadas del siglo XX, la figura del físico alemán, antes que admiración,
había generado desconfianza y polémicas. Como en el caso de Richter, la historia
personal de este antiguo empleado del Registro de Patentes de Berna, Suiza, y futuro
Premio Nobel, inspiró cartas de lectores en la prensa local e internacional provenientes
de soñadores e inventores “alentados por el mito del genio solitario e
incomprendido”; sin embargo, y a diferencia del caso planteado en las páginas previas,
estas intervenciones se realizaban en oposición al científico, buscando “una rápida
difusión de sus ideas por el recurso expeditivo de refutar (humillar) públicamente a la
estrella, en este caso, Einstein” (De Asúa & Hurtado, 2006: 121). La elección del
blanco de estos ataques tampoco es fortuita, en tanto Einstein parecía ser la
personificación más acabada del sabio puramente teórico, cuyas reflexiones
abandonaban por completo el sentido común, las lecciones de la experiencia práctica y
los modelos mecánicos que habían dominado la ciencia moderna hasta el momento8.
“[L]as dos efigies que presiden la página editorial de Ciencia Popular refuerzan esa síntesis
de imaginación realista y curiosidad ficcional: Verne y Edison, el visionario y el inventor
(…). Frente a ellos, Einstein, la gran figura estrictamente actual, el sabio que teoriza una
física cuyas hipótesis jamás podrán cruzarse con la experiencia del taller, es criticado en
Ciencia Popular con una virulencia rara al tono mesurado y ecuánime, docente y pequeño-
burgués de la revista.” (Sarlo, 1992: 75–76)
8 Ver, en este sentido, los trabajos referentes al impacto en la sociedad y la comunidad científica a nivel global reunidos en
Pearce Williams (1996).
9 Ver, a modo de ejemplo, AGN, STP, Caja 579, Iniciativa 2227 y Caja 586, Iniciativa 6086.
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Así, en las páginas del diario se reproducía con fidelidad la lectura dual que la política
exterior de los Estados Unidos buscó promover sobre su poderío atómico, por un
10 Como ejemplos de coberturas de estas pruebas, ver La Nación (1946b), 16 de febrero, p. 3; (1949a), 20 de julio, p. 1 y
(1950b), 27 de octubre, p. 2.
11 La Nación (1946e), 21 de febrero, p. 2.
12 Ver, a modo de ejemplo: La Nación (1948c), 13 de marzo, p. 4.
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El esfuerzo por encontrar usos pacíficos que legitimaran a ojos de la opinión pública
internacional la creciente inversión en tecnología nuclear (como la idea de usar la
bomba atómica para “poner al descubierto” las riquezas minerales de la Antártida o las
iniciativas para aprovechar la energía atómica en la industria14) puede ser leído como el
resultado de los enfrentamientos diplomáticos con la Unión Soviética en torno a la
proliferación atómica, que tuvieron como escenario privilegiado a las Naciones Unidas
y que culminarían en 1955 con el lanzamiento del programa Átomos por la Paz, todo
ello con una amplia cobertura en los medios internacionales15. Pero también responde,
al menos en parte, al horizonte de posibilidades con el que los avances en “lo
atómico” habilitaban a soñar en el mundo de la posguerra.
13 Desde Hollywood, un corresponsal agrega unas últimas líneas a la crónica: “La actriz Rita Hayworth, cuyo retrato ha sido
pintado en la bomba atómica que será arrojada sobre Bikini, manifestó: ‘Me siento tan honrada que todavía no me he
recobrado de la sorpresa’”.
14 Respectivamente: La Nación (1947a), 18 de febrero, p. 4 y (1954), 8 de septiembre, p. 1.
15 Ejemplos de estas coberturas son: La Nación (1946g), 15 de junio, p. 2; (1946h), 21 de junio, p. 1 y (1955), 7 de agosto, p. 1.
Para una reconstrucción de los estudios sobre el programa Átomos por la Paz desde la perspectiva del discurso
hegemónico y la política exterior norteamericana, ver Hurtado (2014: 71–77).
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a la misma la legitimidad del discurso científico, y aquí se evidencia una vez más el
prestigio que otorga la voz de Einstein, aunque en este caso se la recupere sólo para
aclarar que aún no se conocían métodos para lograr una desintegración del uranio de
esas características (La Nación, 1946a, 3 de febrero, p. 2).
Partiendo de una línea editorial distinta, el periódico Democracia cubrió sin embargo
los mismos temas. La consolidación de los arsenales nucleares tuvo un lugar destacado
en su cobertura de las noticias internacionales, pero menos concentrado en las fuerzas
armadas norteamericanas, a las que se denunciaba por tratar de mantener “la
hegemonía mundial yanqui” a través de la amenaza de la bomba. Así, se describían los
ensayos atómicos realizados por los EEUU en Las Vegas, pero también las pruebas
armamentísticas soviéticas (con títulos como “Aventaja Rusia a EEUU en la producción
atómica”) y las que los ingleses realizan en secreto en Australia16. Una similar mirada
crítica ensayó Democracia respecto a la propaganda sobre los usos civiles de la energía
atómica que los Estados Unidos buscaba promover, y cuya veracidad se discutió en
notas tales como la titulada “Presupuesto Nuclear: Dos Millones de Personas Trabajan
ya en la Industria Militar Yanqui”17. Por último, el periódico reprodujo también las
discusiones de fines de la década de 1940 en la ONU sobre el control y la no
proliferación nuclear, así como las presentaciones de Argentina en la reunión
internacional sobre usos pacíficos de la energía atómica realizada en Ginebra en
195518.
Pero esta nueva presencia de “lo atómico” en el espacio público no se agotó en estos
periódicos ni en la prensa en general. A lo largo de esta década el tema fue
incorporado al discurso y la cultura popular como una metáfora del poder, la
destrucción o el avance revolucionario, adaptada a registros tan variados como los de
la publicidad, el deporte, la ficción literaria o el cine. Ya en agosto de 1947 una editorial
promocionaba una lista de libros en oferta bajo el título “LA BOMBA ATÓMICA,
contra los altos precios…”, el caballo que en marzo de 1948 ganó el Premio Municipal
en el Hipódromo de Buenos Aires había sido bautizado Uranio, y en 1949 una
campaña de divulgación titulada “Electricidad y Progreso” incluía la energía atómica
(junto a los rayos X) en “el nacimiento de cosas colosales” durante el último siglo;
también llevó como título “LA BOMBA ATÓMICA” la publicidad de un curso de
electrónica por correspondencia con sede en Estados Unidos19. La revista de
divulgación científica y ciencia-ficción Más Allá, por su parte, se promocionaba como “la
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imaginario de cada sociedad no fue en modo alguno universal, sino que respondería a
las tradiciones, mitos y características propias de cada cultura. Un buen ejemplo de
esto es el número de abril de 1949 de la versión en español de la revista, en el que,
bajo el título “‘49: bonanza de uranio” se buscaba igualar, tanto en la crónica como en
las imágenes que la ilustran, a los modernos buscadores de “minerales que contengan
energía atómica” con los buscadores de oro que un siglo antes habían impulsado la
colonización del Oeste norteamericano (Mecánica Popular, 1949, abril, p. 9). Por obvias
razones históricas y culturales, el go west de la fiebre del oro no ofrecía para la
Argentina de la época una referencia tan eficaz como en el caso norteamericano. Las
formas mediante las cuales la sociedad argentina incorporó “lo atómico” a su
imaginario fueron específicas a las circunstancias particulares del país de las décadas de
1940 y 1950, y estaban fuertemente influenciadas por las formas que adquirieron
localmente los primeros desarrollos nucleares. Y a diferencia de la imagen del pequeño
empresario-pionero-self-made man que buscaba fortuna en la frontera (ya sea
utilizando un pico o un contador Geiger), en Argentina la centralidad del Estado en
todo el proceso sería indiscutida.
24 Ver, a modo de ejemplo: La Nación (1950a), 2 de junio, p. 5; Democracia (1950a), 1 de junio, p. 1; Clarín (1950), 1 de
junio, p. 5 y El Mundo (1950), 2 de junio, p. 3. Para la cobertura de Noticiero Panamericano, ver “Generador de alta
tensión” (1953), https://www.youtube.com/watch?v=6OipBwzZ9pc
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“Su Excelencia:
Esta va con el fin único de pedirle Ud., y a la vez de exponerle lo sigiuente: por falta de
ayuda no he podido perfeccionar un invento el cual lleva por nombre ‘PISTOLA
ELECTRONICA´ el cual por la gracia, que pedido hice al alma (q.e.p.d.) de la señora Evita
la cual vi yo concedida el dia 26 de Septiembre próximo pasado, dia tan dichoso para mi
que vi colmada s mis aspiraciones, descubriendo el secreto de como puede ser
desintegrado cualquie cuerpo.
Este es el motivo tambien que me a movido dirijirme a Ud, temiendo no me suceda lo que
me sucedio. Habiendo hido yo a Caracasno fui atendido, y no queriendo me suceda lo
mismo al escribirle a UD, me hago esta con un poco de temor al pensar que no me tomen
tambienpor loco o por persona falta decentido comun de lo que dice.
No mi general estoy muy cuerdo y se lo que esto significa lo único que me hace falta es
estudiar un poco más la energía atómica, y podre darle al mundo lo que ningunotro mortal
puede hacerlo; mi secreto de estudio feu lo que qiucieron saber en el ministerio y yono se
los qiuse decir.
Pero si mi pais me desconoce, al único pais que lo máshondo de mi sér deceo darcelo es
asu querida y estimada Patria mi general.” (AGN, STP, Caja 458, Iniciativa 1794)
“Yó, supe la muerte de la señora Evita por intermedio de un amigo mio que me yevo la
noticia en donde trabajo en un pequeño laboratoiro que tengo instalado en un campo
lejosdel pueblo alinstante sentí un desfanecimiento que si no hubiera sido por mi amigo
hubierame caido al suelo (…) pues aunque lo crean de un modo distinto, le pedi a su
alma de la señora Evita (q.e.p.d.) que me ayudara aresolver, lo que con tantahancia he
venido trabajando desde hace unos diez años, que me lo concedió.” (AGN, STP, Caja 458,
Iniciativa 1794)
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Hernán Comastri
Este archivo epistolar ya fue trabajado con anterioridad por Rosa Aboy (Aboy, 2004:
289–306), Eduardo Elena (Elena, 2011) y Omar Acha (Acha, 2013), aunque en cada
caso haciéndose un recorte particular sobre el universo total de cartas. Así, mientras
que Aboy se concentró en el “derecho a la vivienda”, y Elena, en las formas específicas
que adoptó el consumo de masas en la época, Acha utilizó esta correspondencia para
rastrear en ella la construcción de un lazo sentimental entre Perón y un Pueblo
Peronista que se constituía como tal en la propia práctica performativa de la escritura.
En los tres casos se ha destacado, para esta forma de comunicación de las clases
populares, la importancia fundamental que tuvo el reconocimiento estatal como
instancia de legitimación de identidades sociales que no se encontraban ya constituidas
de antemano, sino en pleno proceso de construcción. A partir de mi propio recorte
sobre el universo total de cartas enviadas a Perón, pude observar una dinámica similar
respecto a una figura del trabajador-inventor que se constituía en el propio diálogo con
el Estado, el discurso y la simbología peronista. Dinámica aún más marcada en el caso
específico de las iniciativas apuntadas a “lo atómico”.
Si, en términos generales, muy pocas iniciativas populares recibieron una evaluación
positiva de parte de los técnicos consultados por la Secretaría, aquellas específicamente
apuntadas a “lo atómico” carecieron por completo de la aprobación de los
especialistas. Por cierto, difícilmente estos inventores aficionados y pensadores
autodidactas podrían haber ofrecido aportes técnicamente válidos a un campo que
representaba el punto más avanzado de la frontera científico-tecnológica de la época.
Sin embargo, esta dificultad no se explica exclusivamente por la complejidad de la
teoría sobre la que se asentaban los desarrollos en la física del átomo (bastaría con
señalar que dicha teoría no era, estrictamente hablando, novedosa, sino que circulaba
ya desde la década de 1920 en diversos medios nacionales e internacionales de
divulgación científica). El principal obstáculo a la hora de integrar “lo atómico” al
imaginario y las prácticas del inventor-artesano-bricoleur, en los términos definidos por
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Hernán Comastri
Esta insuficiencia de medios no es accidental, sino que hace a la “moral” de este tipo
específico de inventor popular, que obtiene parte del goce estético de su actividad
precisamente “del reciclaje y el aprovechamiento de los desechos, las partes
descartadas, lo roto y lo recompuesto, lo cambiado de función, el arreglo imposible
que desafía la inteligencia práctica y la habilidad manual” (Sarlo, 1992: 119). Sin
embargo, tan lejos de las posibilidades del taller o del laboratorio doméstico o, incluso,
de la experiencia propia del ámbito laboral, la fascinación generada por la energía
atómica no puede ser canalizada a través de esta misma lógica. Así, se reproducía al
nivel de la cultura popular una transformación en las formas de concebir el quehacer
científico que estaba teniendo lugar, en simultáneo, en las más altas esferas del mundo
académico, y que se relacionaba directamente con la nueva centralidad conquistada
por los estados en el financiamiento, planificación y control de la investigación científica
y el desarrollo tecnológico a nivel mundial25.
De esta manera, entre los cientos de personas que escribieron a la Secretaría hubo
numerosos inventores, pero también un número significativo de estudiantes y
aprendices que querían sumarse al plantel y las investigaciones que ya se encontraban
en curso en la CNEA, del mismo modo que muchos otros buscaban colaborar con las
expediciones del Instituto Antártico, o sumarse a “algún laboratorio” donde “aplicar
nuestros conocimientos, ‘aprender’ de la aplicación práctica y facilitar el progreso del
mismo y el nuestro con el fruto de nuestro trabajo” (AGN, STP, Caja 516, Iniciativa
1929; Caja 464, Iniciativa 1469, y Caja 472, Iniciativa 4595 e Iniciativa 55333/52). La
necesaria dirección del Estado de las actividades científico-tecnológicas del país fue
reconocida en esta correspondencia aún en lo que hace a algunos de sus impactos
más polémicos, como la imposición del secreto sobre las investigaciones en áreas
juzgadas estratégicas. Y la energía atómica estaba, por supuesto, entre ellas.
25 Las transformaciones que en ese sentido experimentó la comunidad de físicos argentinos de las décadas de 1940 y 1950
ya han sido estudiadas en Comastri (2014b: 75–100).
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de dicho ensayo, que en su momento generó una previsible polémica, eran del orden
del ejercicio académico, pero apuntaban, además, a actuar como una crítica a la
imposición del secreto científico y demostrar la inviabilidad del monopolio
norteamericano de una tecnología basada en desarrollos científicos ya muy extendidos
a nivel internacional. Una vez anunciada la invención, la capacidad técnica para su
reproducción dejaba de ser monopolio de sus impulsores, como estudia Soledad
Quereilhac en este mismo libro para el caso de las primeras máquinas de rayos X del
país.
Para el período que aquí nos ocupa, en cambio, el complot y la intriga internacional, si
bien aún estaban muy presentes en la correspondencia enviada a Perón, cumplían una
función completamente distinta. En el contexto de la inmediata posguerra, la imagen
de la ciencia volcada en estas cartas parece en ciertos casos extraída de las historias de
espías promocionadas por el cine y la literatura de la época. Y el hecho de que el
mundo de la ficción pareciera ser confirmado por noticias de carácter público, no hizo
sino convertir a estas “intrigas internacionales” en un elemento indisociable del
descubrimiento o de la invención revolucionaria. Los relatos de figuras de amplia
exposición, como aquellos de Kurt Tank y Ronald Richter (ambos traídos a la
Argentina con pasaportes y nombres falsificados para eludir los controles aliados),
reforzaron la idea de que el moderno hombre de ciencia debía necesariamente
encontrarse envuelto en estas tramas de espionaje internacional y operaciones
clandestinas. Como consecuencia de la reproducción de este estereotipo, la intriga
internacional se convirtió en una de las principales cartas de presentación de los
inventores que buscaban el favor oficial.
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Así, no es de extrañar que mientras los diarios hablaban de las “reuniones secretas” de
los físicos nucleares de Estados Unidos, de la “filtración de secretos de la energía
atómica” de aquel país28 y del traslado de los laboratorios de Richter de Córdoba a
una isla patagónica que sería más fácil defender de “espías y saboteadores”, los
inventores que se comunicaban con la Secretaría denunciaran persecuciones y oscuros
complots para sabotear sus propios proyectos. Un hombre que se dice poseedor de
“teorías, ideas y conocimientos en el campo de la energía atómica” explica que “desde
que presente mis proyectos ante el Sr. Gobernador Militar e podido observar que
estoy vigilado como si fuera un vulgar delincuente, cosa que a llegado a herirme en mis
sentimientos de argentino y de cristiano y por eso ahora soy desconfiado” (AGN, STP,
Caja 449, Iniciativa 2563). Al inventor de una “reacción que por sus características
presenta gran analogía con la llamada Bomba Atómica”, la falta de respuesta a una
carta previa le generaba sospechas: “No se me oculta Señor Presidente, que personas
inescrupulosas, identificándose con la moral de los circuladores de rumores, se hayan
valido de alguna infamia con fines inconfesables. No se me oculta tampoco que la
Policía haya hecho indagaciones para averiguar mi filiación política” (AGN, STP, Caja
459, Iniciativa 4616).
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extranjeros no podía dejar de ser, a los ojos de la cultura popular, una evidencia del
verdadero valor de la invención o del descubrimiento. Precisamente, fue en este
sentido que lo utilizaba, sin ir más lejos, el propio Richter, probablemente también él
convencido de la validez de tal estereotipo. De hecho, todo lo que rodea al Proyecto
Huemul parece informado por algunos de los motivos más recurrentes de la ciencia
ficción popular (espionaje extranjero, genios solitarios, instalaciones secretas, parajes
exóticos, tecnologías revolucionarias), aún aquellos elementos que no fueron hechos
públicos en su momento, como pueden ser algunas de las aplicaciones futuras que
Richter imaginaba para sus supuestas investigaciones sobre las “centellas”:
“En el punto más alto de la isla debía erigirse una torre de observación con un faro
giratorio y una ametralladora de largo alcance. Dos hombres de la guardia especial
estarían observando día y noche toda el área. Durante la noche, desde la torre y ‘en forma
intermitente’ debería poder observarse la superficie del lago. De ninguna manera la
iluminación debía ser continua o a intervalos regulares, se aclara, pues ‘agentes extraños
podrían habituarse a esto’. (…) En otro párrafo se habla de una lancha de ‘invasión’ que
debe estar permanentemente dispuesta para trasladar tropas en caso de que agentes
secretos llegaran a la isla de noche y que la misión principal de la guarnición Bariloche ‘es
cortar el camino de escape a los agentes invasores, mientras las lanchas de defensa
30 Se trata de una carta de Richter fechada del 5 de junio de 1963 y enviada a Scientific American (aunque no fue publicada),
como aparece traducida y citada en Mariscotti (2004: 146–147; énfasis agregado).
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Ya existía, en ese momento, una guarnición militar con asiento en Bariloche a cargo de
la seguridad de los laboratorios de la isla. Si los planes de Richter para la misma
parecen imitar la guarida de un villano de las pulp magazines norteamericanas era, tal
vez, porque aquella era la imagen disponible a nivel popular sobre lo que un
laboratorio secreto debía ser. Fuese que el propio Richter compartiera dicha imagen a
nivel personal o que considerara que tal era la imagen que debía transmitir para
jerarquizar su misión en un país de “monos subidos a las palmeras” –como calificó a la
Argentina en alguna oportunidad– es menos importante. Resulta aquí más relevante
observar la circulación de dicha imagen, el rol de la imaginación técnica y la ficción
popular sobre las formas que adoptó una iniciativa de la magnitud de la del Proyecto
Huemul. Si tal iniciativa fue, de hecho, un gran fraude científico, el mismo fue posible
porque Richter, frente a funcionarios y militares no formados en temas científicos, fue
capaz de imitar las formas externas de un moderno proyecto científico recurriendo
tanto a un vocabulario adquirido en sus estudios académicos como a la reproducción
de un número de imágenes, ya existentes a nivel social, sobre lo que un proyecto de
dichas características “debía ser”.
Reflexiones finales
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En el marco más general de estos imaginarios científicos, sin embargo, “lo atómico”
adquirió algunas características específicas que las páginas previas han buscado develar.
La propia naturaleza de este objeto de la imaginación técnica popular, a la vez
masivamente atractivo a una escala global, e irremediablemente alejado de la
experiencia y las posibilidades del taller hogareño o el ensayo improvisado, hizo de las
iniciativas “atómicas” enviadas a Perón (muchas de ellas remitidas desde el extranjero)
proyectos particularmente ambiciosos y desconectados de cualquier tipo de cálculo de
factibilidad técnica. En este sentido, representaban una minoría entre el conjunto de
iniciativas que, mayoritariamente, buscaban ofrecer soluciones prácticas y probadas a
problemas de la vida cotidiana o el ámbito laboral de las clases populares de la
Argentina de las décadas de 1940 y 1950, a la vez que muestran las posibilidades de la
cultura popular para soñar y experimentar la ciencia más allá de esos límites
socioeconómicos.
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Hernán Comastri
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Museos, coleccionistas y Estado
Tramas de circulación entre la actividad amateur y la experticia
durante la primera mitad del siglo XX
La imagen de un Estado homogéneo, que alcanza todos los rincones del país con sus
organizaciones, funcionarios y saberes, se resquebraja a medida que avanzan los
estudios desde una perspectiva histórica en diferentes regiones del país. En este
sentido, al observar las prácticas de creación y gestión de museos en ciudades de
provincias y Territorios Nacionales en la primera mitad del siglo XX, comienza a
delinearse un mapa complejo de organismos de carácter público, estatales o privados,
que estuvieron destinados a contener un conjunto de bienes históricos, arqueológicos,
paleontológicos, naturales o artísticos para su investigación, exposición y
popularización. Estas instituciones constituyeron un ámbito de contacto entre el
espacio local y los provinciales y nacionales, a través de redes de intercambio de
saberes, objetos y personas que articularon un lenguaje común que permitió compartir
las técnicas museográficas en un campo disciplinar cuya formación experta estaba
escasamente institucionalizada. En este texto compartiremos algunas historias, las
trayectorias de agentes y las redes establecidas para conformar los saberes técnicos
que requerían estos espacios.
Estas historias se complejizan en el siglo XX, entre otras razones debido a la expansión
territorial del concepto de museo y su articulación con prácticas locales y políticas
provinciales y nacionales. Para comprender la forma en que la producción de
conocimiento en la “periferia” del mundo científico y metropolitano se constituyó en
saberes museográficos y, como tales, en saberes estatales, analizamos las modalidades
que adoptaron las políticas públicas respecto a los museos en el Territorio Nacional de
Río Negro1 y en la provincia de Buenos Aires.
1 Dos aclaraciones son necesarias: en primer lugar se debe tener en cuenta la condición de Territorio Nacional de las
jurisdicciones analizadas, dado que estas entidades jurídicas constituyen circunscripciones geográfico-administrativas
carentes de autonomía y bajo dependencia directa del poder central, por lo que sus características de gobierno y
administración son muy distintas a las de las provincias tradicionales. Por otro lado, si bien en este capítulo el análisis se
centra en el Territorio Nacional de Río Negro en particular, se toman en cuenta la circulación de profesionales y amateurs en
otros espacios de los Territorios en la formación de redes de interacción.
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diferentes entre sí. Este trabajo comparativo es posible a partir de considerar a los
aficionados y coleccionistas de museos como sujetos instalados en zonas grises tanto
en lo que refiere a lo espacial como a lo disciplinar. Estos hombres y mujeres
configuran lo que podríamos llamar puntos de intersección entre las definiciones más
estrictas de intelectuales, expertos, aficionados y burócratas del Estado. Exploraremos
algunas de estas cuestiones, especialmente preguntándonos: ¿Cuándo y cómo se
constituyeron los museos como instituciones públicas de los estados municipales,
provinciales y nacionales en ciudades de la provincia de Buenos Aires y los Territorios
Nacionales? ¿Quiénes fueron los agentes que estuvieron involucrados en su creación y
expansión? ¿Cómo se conformaron los saberes técnicos que tuvieron lugar en estas
nuevas instituciones, alejadas de la centralidad de los museos metropolitanos?
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“Por todo lo expuesto, estos espacios locales son un lugar privilegiado para examinar
la circulación de individuos, los modelos institucionales, las ideas y las formas de
intervención que ha adoptado la simbiosis entre el mundo académico, el Estado, y la
sociedad civil. Esto permite distinguir y sumar la categoría de “experto”, término más
reciente, pero que refleja situaciones preexistentes al título: son aquellos técnicos o
especialistas que trabajan en y para el Estado (Neiburg & Plotkin, 2004).
2 Aunque la bibliografía internacional sobre la ciencia amateur es vasta, incluimos aquí algunas referencias que permiten
completar la discusión sobre el tema: ver Stebbins (1980); Schnapp (2013); McCray (2006).
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anteriores nos llevó a hablar de museos de “padre único” (Pupio, 2005), estas
instituciones son la consecuencia de acciones cooperativas a través del tejido de redes
de sociabilidad local, regional e incluso nacional e internacional.
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3 En correspondencia que se analizará más adelante, Aramendía narra a su colega y amigo Amadeo Artayeta sus penurias para
tratar de mantener el Museo activo.
4 El museo tiene dos fechas de fundación, la primera en 1949, y la segunda el 25 de septiembre de 1950. Es probable que la
primera se trate de la firma de la creación, y la segunda de la apertura al público.
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Los casos descriptos aquí constituyen buenos ejemplos para analizar el papel de los
burócratas/expertos del Estado en relación con la producción de conocimiento. Si bien
por lo general la idea de burocracia es asociada a un concepto negativo, más allá de la
mirada de la sociología clásica, se debe observar a estos trabajadores que encarnan el
Estado como sujetos o agentes con márgenes de discrecionalidad en su esfera de
competencia, imprimiendo singularidades7, y no como simples instrumentos de un
aparato monolítico y armónico. Más bien, estos sujetos tuvieron la capacidad de
incorporar sus propias experiencias y trayectorias en las instituciones y, a través de
ellas, convertirlas en instrumentos de políticas públicas.
5 Mientras él ocupaba el cargo de director, contaba solo con una persona nombrada especialmente para cumplir funciones en
el Museo, Alberto Félix Anziano, experto en taxidermia, que a su vez oficiaba de cuidador. Tras el alejamiento de Artayeta
de su cargo como director, sería Anziano quien lo reemplazara.
6 Tal como el propio Artayeta lo expresaba, el Museo de la Patagonia era un “museo por la vista”, dado que en el periodo
estudiado no existen textos en las exposiciones. Sin embargo, existe la posibilidad de reconocer mensajes implícitos cuya
función era reforzar la educación escolar. Los denominados guiones museográficos están compuestos por los objetos e
incluyen mensajes subliminales al espectador, y en gran medida el guión museístico (los textos) se deduce a través del
análisis del diseño museográfico; ver Piantoni (2015, 2016).
7 Para un análisis detallado de las diversas posturas analíticas al respecto, recomendamos la lectura de Soprano y Di Liscia
(2017).
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8 Respecto al Censo y Registro de Bienes Históricos, se registraron los siguientes números en las categorías subsiguientes:
Personas dedicadas a los estudios históricos o que contribuyan a la difusión de los mismos: 205; Monumentos
conmemorativos existentes en jurisdicción provincial: 229; Registro de fechas que se conmemoran en cada partido: 66;
Inscripciones, lugares históricos denunciados: 87; Instituciones públicas y privadas dedicadas a los estudios históricos: 33.
Información disponible en el Archivo Administrativo de la Dirección de Museos Históricos, 1954–1955, ver Memorias del
Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, 1954–1955. Archivo Administrativo Dirección de Museos,
disponible en el Ministerio de Gestión Cultural de la Provincia de Buenos Aires.
103
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Estas redes de relaciones se expresan en una tipología común de exhibición, dada por
el uso de similares modos expositivos: determinadas vitrinas, iluminación, como la
puesta en vitrinas de materiales en serie de acuerdo a su morfología o la vitrina
individual para los objetos históricos que representaban un bien de un ciudadano de la
localidad, como la biblioteca del primer juez de paz o el uniforme de tal militar. A esto
se suman el establecimiento de prácticas museográficas similares, tales como la
conformación de una biblioteca de museo, la publicación de revistas o libros de
historia local y regional, laboratorios de taxidermia para la preparación de muestras de
animales para exhibición. Muchas de estas prácticas habían sido extendidas por el
modelo desarrollado por Enrique Udaondo en Luján y trasladado exitosamente a los
otros museos de la provincia (Blasco, 2013a, 2013b).
Por otro lado, estos directores compartieron las mismas prácticas de ingreso de
material: a partir de sus propias colecciones, comenzaron a desarrollar acciones de
intercambio de piezas repetidas, solicitudes de donaciones a dueños de campos y
familias tradicionales, así como compras, salidas al campo, el establecimiento de redes
de colaboradores de los museos, y replicaron así la práctica de los museos nacionales.
Al estudio de estos museos locales de la provincia de Buenos Aires como de otros
territorios, sumamos el estudio del Museo de la Patagonia, lo que nos permitió
comparar prácticas museográficas con las de una institución que formaba parte del
organigrama de la Nación en un territorio alejado de administración nacional, como es
la Dirección de Parques Nacionales (DPN). En el contexto de creación de la DPN, se
incluyó la creación del Museo de la Patagonia como una institución que podía
funcionar como un atractivo turístico complementario a la oferta deportiva, y así se lo
publicitaba en las guías del viajero de YPF, de la propia Administración y en algunos
medios periodísticos nacionales. Pero, al mismo tiempo, el Museo tenía un carácter
fuertemente regional, apuntando a proporcionar un servicio educativo a la comunidad
local y exhibiendo las riquezas históricas y naturales del territorio patagónico para ser
vistas y conocidas. Es por eso que proponemos que estos museos y sus fundadores,
directores y funcionarios públicos constituyeron el saber experto sobre su propia
práctica. Esto a pesar de que, a partir de 1923, existía un curso de Técnico para el
Servicio de Museos en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos
Aires, sin que existan registros de que alguno de los coleccionistas haya cursado sus
estudios allí. Esta situación amateurista del ejercicio de la museología fue reconocida
por Tomás Bernard, quien fuera Director de Museos de la provincia de Buenos Aires y
autor de uno de los primeros manuales de museología escritos en Argentina (Bernard,
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Alejandra Pupio y Giulietta Piantoni
1957). El autor subrayó el impacto que esta práctica tuvo en el manejo de los museos,
y remarcó la necesidad de superar esa etapa que se basaba en las acciones individuales,
de salvataje, de recolección y preservación del material (Bernard, 1957).
Estas relaciones son relevadas en el accionar de otros aficionados como, por ejemplo,
Amadeo Artayeta, quien mantuvo una fluida relación epistolar con diversos aficionados
a la ciencia de ciudades de los Territorios Nacionales. El tema central que convocaba la
relación entre estos era el poblamiento de la Patagonia, en búsqueda de evidencias
para reforzar sus teorías y argumentos. Estos aficionados tenían acceso a las
publicaciones académicas, e incluso algunos de ellos publicaban contribuciones en
revistas científicas, lo que muestra que las discusiones sostenidas entre ellos se
relacionaban con lo que se producía en las universidades. En este sentido, es relevante
el trabajo de campo que –como se dijo– ellos mismos llevaban adelante.
Desde una perspectiva que repara en las prácticas cotidianas, en los diversos espacios
de interlocución, en las contradicciones, en la multiplicidad de contactos sociales en los
que participan quiénes “son” el Estado –es decir, quiénes son su “rostro humano”
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(Bohoslavsky & Soprano, 2010)–, podemos pensar a estos sujetos entre quienes
piensan al Estado para intervenir sobre él (políticos, juristas, planificadores, ciudadanos,
miembros de ONGs, etc.), aquellos que actúan dentro de él (funcionarios de distintos
rangos y responsabilidades) y los que con él interactúan como demandantes o
destinatarios de sus políticas y/o recursos, consumidores de sus servicios o
contribuyentes. El objetivo de esta mirada es el de relativizar las perspectivas más
estructurales y normativas sobre el Estado, reparando en las prácticas cotidianas de los
actores reales y concretos que “son” el Estado, en sus diversos espacios de interacción,
en sus acuerdos y conflictos y en las zonas grises que expresan la influencia de lo no
estatal sobre lo estatal (Plotkin & Zimmermann, comps., 2012a, 2012b). En esta lógica
es que estos casos constituyen un buen ejemplo para comprender las prácticas
estatales en contextos locales alejados de las metrópolis y permiten discutir las
intervenciones emanadas desde el Estado en diferentes escalas territoriales, en este
caso en relación con la gestión cultural. Es en estos puntos que se evidencian las
intersecciones en las que los intelectuales, aficionados, expertos, cuerpos técnicos y
burócratas se entremezclan para dar vida al Estado en diversos espacios.
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Alejandra Pupio y Giulietta Piantoni
El encuentro de 1952 fue el punto de partida para una relación a nivel profesional y
personal que duraría toda la década, que incluyó el intercambio de ideas y consejos, el
pedido u oferta de objetos, de bibliografía, y la organización de viajes de campo
compartidos. Independientemente de la ubicación de cada coleccionista, aficionado o
director en las redes sociales establecidas, las relaciones fueron fomentadas por la
administración de museos de la provincia de Buenos Aires a través de diferentes
canales oficiales de comunicación e intercambio de información, lo que facilitó la
formación en este campo de estudio.
Tal como hemos señalado en trabajos anteriores (Pupio, 2016), a fines de los años
cincuenta se observó un avance en la profesionalización de la museología centralizada
en la ciudad de Buenos Aires, de la cual surgió un grupo técnico de profesionales
conformado por directores y profesionales de museos nacionales y universitarios y
artistas e investigadores universitarios. Esto produjo una diferenciación creciente entre
la nueva generación de profesionales y el antiguo grupo de funcionarios estatales
constituido por aficionados y coleccionistas provinciales. La nueva élite profesional
tenía títulos universitarios, muchos de ellos habían sido formados en Europa y Estados
Unidos, y pertenecían a redes de sociabilidad que los vinculaban con sectores
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Además de las discusiones con colegas, una de las formas en las que circulaba el
conocimiento producido por estos intelectuales de origen amateur fue por medio de
las exposiciones permanentes de sus museos, ya que, tal como se mencionara antes,
en ellas podían verse reflejadas sus teorías sobre los pueblos locales. Los documentos
oficiales también echan luz sobre ideas o paradigmas no solo de organización interna o
de administración, sino también sobre concepciones acerca de los sujetos/objetos.
Quizás un dato de relevancia sea que la acción educadora del Museo no se haya
circunscrito únicamente a su rol como lugar de visita, sino que incluyera publicaciones
escritas y una activa intervención en los medios de comunicación y en el calendario
festivo de la comunidad.
Muchos de estos autores también escribían expresando sus teorías y análisis sobre el
material lítico u óseo recolectado en sus salidas de campo. En una guía sobre el Parque
Nacional Nahuel Huapi de 1938 (Amadeo Artayeta, 1938a, 1938b) –antes de que
perteneciera formalmente al Museo y a la Dirección de Parques–, se publicó un
artículo de Enrique Amadeo Artayeta en el que expresaba su pensamiento, explicando
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9 A su entender, la cultura/raza Pampa estaba compuesta por una confederación de pueblos bravos, nómades y carnívoros,
braquicéfalos y con capacidades artísticas muy superiores tanto en arcilla, manejo del metal como en los tejidos, tanto en su
calidad de confección como en los diseños. Entre ellos contaba a las parcialidades de Puelche, Lelfinche, Ranquilche
(Ranqueles), Leufunche, Pehuenche, Poyas, Querandíes, Vuriloche. Pero señalaba que estos rasgos habían sido pobremente
incorporados, notándose a su entender una muy pobre ejecución. Por el otro lado, la raza Araucana había adoptado ciertas
características de grupos Pampa-Querandíes que habían cruzado la cordillera hacia el Oeste, compuesta por los Chilote,
Pehuenche, Moluche, Chonos, Huiliche, Mapuche y Picunche. Consideraba que la ejecución era pobre.
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Reflexiones finales
En esta primera indagación han podido observarse diversos espacios en los que estos
aficionados y amateurs han oficiado como promotores culturales e intelectuales, desde
cargos en el Estado. Sus formas de comprender y analizar a las diversas etnias de estos
territorios no eran ajenas a las discusiones vigentes en las décadas de 1940 y 1950, ni
tampoco lo era su forma de observar los restos arqueológicos, la lingüística de estos
pueblos o las evidencias etnológicas. Tanto con aficionados como profesionales de
10 En la década de 1930, aunque no de manera oficial, Artayeta había oficiado de gestor del viaje que realizara Milcíades Alejo
Vignati.
11 Dentro de los cuerpos documentales a los que se ha podido acceder en el Museo, no se puede dar cuenta hasta el
momento de conjuntos de fotografías antropométricas o algún tipo de registro similar. Sin embargo, para la década de
1940 esa práctica no solo seguía como práctica aceptada en los ámbitos científicos, sino que comenzaba a cobrar especial
interés fuera del universo académico.
12 A este respecto resultan interesantes trabajos que recuperan la dinámica del Instituto Étnico Nacional: ver Soprano
(2009); Lazzari (2004).
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renombre nacional, estos aficionados pudieron compartir sus tesis y recibir respaldo a
las mismas, además de poder insertarse en los círculos de académicos y funcionarios
del Estado de otras reparticiones nacionales, oficiando de interlocutores válidos e
incluso como gestores de campañas de exploración.
En casi todos los casos se observa un proceso similar de creación de museos, dado
por el pasaje de colecciones privadas de los coleccionistas al espacio público, y algunos
de ellos se convirtieron en funcionarios como directores de estas nuevas instituciones,
mientras continuaban con sus rutinas como coleccionistas. A lo largo del trabajo pudo
observarse que las prácticas museográficas se constituyeron en saberes técnicos como
producto de la práctica coleccionista y amateur, lo que permite pensar que estas
instituciones funcionaban en una zona fronteriza entre el espacio estatal y extraestatal.
En este sentido, compartían las mismas prácticas de campo, de conservación y de
exhibición de los aficionados que poseían colecciones en sus casas o museos privados.
Las prácticas científicas, de conformación, tratamiento y exhibición de colecciones son
similares entre los museos de ciudades de provincia y Territorios Nacionales.
Los casos de aficionados a la ciencia que han oficiado de agentes estatales “expertos”
desde la práctica cotidiana constituyen un buen ejemplo para comprender las prácticas
estatales en contextos locales alejados de las metrópolis y permiten discutir las
intervenciones emanadas desde el Estado en diferentes escalas territoriales, en este
caso en referencia a la gestión cultural. De esta forma puede observarse entonces
cómo los museos son, además de medios de comunicación y lugares de exposición de
objetos, espacios donde se configuran y producen conocimientos más allá del lugar
donde estén emplazados y de sus vicisitudes a lo largo del tiempo.
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Un pionero cultural en el espacio científico
argentino
Eduardo Ladislao Holmberg entre las décadas de 1870 y 1890
Paula Bruno
En una caricatura del dibujante español Cao, publicada en la revista Caras y Caretas en
1900, Eduardo Ladislao Holmberg (1852–1937) aparece como una figura desalineada
a la vez que atractiva: insectos y víboras salen de sus bolsillos, sostiene una jaula
habitada por un águila de contornos prusianos, y está rodeado por una bolsa repleta
de huesos, mientras un caracol se acerca a sus pies. Esta imagen, cristalizada en el
cambio de siglo, había despuntado décadas antes. Holmberg, desde 1870, se fue
perfilando como una figura singular y pintoresca: realizó la primera descripción
exhaustiva de las arañas y las abejas del territorio nacional, a la vez que escribía
ficciones sobre viajes a Marte y luchas encarnizadas en las calles de Buenos Aires entre
darwinistas y anti-darwinistas; fundó la revista El Naturalista Argentino, mientras
participaba en las discusiones sobre las definiciones para un diccionario de
argentinismos; siendo un médico graduado de la Universidad de Buenos Aires, sostenía
que las patologías más sencillas se seguían resolviendo con los consejos de la
curandería y las medicinas caseras.
Más naturalista que médico, entonces, ya su primer viaje a la Patagonia (1872) le había
mostrado su vocación por estar en contacto con la naturaleza. Esta excursión abrió un
ciclo, y en los años siguientes concretó sucesivas travesías exploratorias que reforzaron
su interés como naturalista.
Entre 1874 y 1879 se dedicó a realizar un estudio sistemático de las arañas del país
con materiales propios y ajenos. Gran parte de los resultados de estas indagaciones fue
publicada en los Anales de Agricultura de la Argentina, los Anales de la Sociedad Científica
Argentina, el Periódico Zoológico y, posteriormente, reunida en un trabajo de mayor
aliento, Arácnidos Argentinos (E. L. Holmberg, 1876). Este trabajo marcó a fuego su
pasión por la entomología. Fueron las arañas y las abejas los insectos que mayor interés
le generaron. Incursionó también en el terreno de la flora, pero sobre todo en
descripciones generales o sobre colecciones realizadas por otros. Mientras Holmberg
1 La Facultad de Ciencias Físico-Naturales se creó en 1875, pero no expidió ningún diploma. Sobre esto, puede verse
Camacho (1971: 77–94).
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Paula Bruno
Desde su presentación, la publicación anunció que llegaba para suplir una ausencia: la
de un espacio de difusión de la ciencia para un público que excediera al mundillo de
los especialistas. Esta pretensión quedó manifestada en su organización y su tono. A
diferencia de otras publicaciones contemporáneas4, en El Naturalista Argentino se
publicaron estudios de variadas temáticas escritos en registro ameno, didáctico y en
algunos casos rozando el relato de aventuras (c.f. Barber, 1980). Esa fue su marca
distintiva durante el único año de su existencia. Las preocupaciones de sus editores
fueron manifiestas: “las ciencias naturales, las ciencias de la observación, deben
2 Quizás la explicación última de la confianza de Holmberg en las asociaciones descansa sobre el hecho de su pertenencia a la
masonería. Véase al respecto la voz “Holmberg y Correa Morales, Eduardo Ladislao”, en Lappas (1966: 232).
3 La revista se presentaba en sociedad con los siguientes datos: El Naturalista Argentino. Revista de Historia
Natural/Directores/Enrique Lynch Arribálzaga y Eduardo Ladislao Holmberg/Aparece el 1° de cada mes/Enero 1° de 1878/
Buenos Aires/Imprenta de Lynch y Saavedra, Calle de Maipú, número 211/1878.
4 Piénsese, por ejemplo, en el Boletín de la Academia de Ciencias de Córdoba que era contemporáneo. Contaba con
secciones fijas que respondían a un claro orden vinculado con intereses institucionales. Organizándose en una Parte Oficial
y una Parte Científica, aparecían en la primera de ellas las listas de publicaciones recibidas, las notas necrológicas y los
documentos oficiales, y en la segunda los trabajos científicos específicos, muchos de ellos en idiomas extranjeros.
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Paula Bruno
considerarse como el fundamento del progreso moderno. (...) Ningún estudio moraliza
tanto las sociedades como el de la Naturaleza” (El Naturalista Argentino, 1878, febrero: 1).
Estas ideas tomaron forma más acabada en diversos artículos de Holmberg. En uno de
ellos evaluó el panorama científico de la Argentina por medio de una reseña histórica
del Museo Público de Buenos Aires. El escrito contiene críticas a la escasa atención que
los gobiernos prestaron a las instituciones científicas desde la independencia misma. A
la vez, juzgó negativamente la omnipresencia de científicos y sabios extranjeros en
roles centrales. En este último sentido, si ya en algunas obras de ficción de Holmberg
se pueden encontrar indicios de sus apreciaciones sobre el director del Museo Público,
expresaba ahora que Germán Burmeister condensaba los aspectos condenables de la
generación científica anterior:
“El Director tiene mucho que hacer; –las publicaciones europeas consignan cada año sus
observaciones numerosas, y por lo tanto no puede ocuparse de ciertos detalles, que en
realidad no corresponden a un Director del Museo; pero entretanto, el establecimiento no
contiene objetos accesibles al público sino por la vista. Los 'Anales del Museo' ya no se
publican, y es necesario conocer las obras Europeas para saber lo que hay en el Museo de
Buenos Aires. Sus estantes se encuentran llenos, en más de un punto atestados. Tenemos
un gran museo, pero no lo aprovechamos, porque no hemos sabido organizarlo para la
instrucción pública, como fue la mente de Rivadavia, ese grande hombre que dictó los
aforismos del porvenir Argentino (...) El Museo de Buenos Aires está, pues, mal dotado y
peor organizado.” (El Naturalista Argentino, 1878, febrero: 39)
Holmberg realizaba así una denuncia: los científicos extranjeros a cargo de instituciones
centrales apostaban a consolidar un perfil con aceptación europea en detrimento de la
institucionalización de la ciencia en Argentina. Desde su perspectiva, el Museo Público
de Buenos Aires había sido escenario de algunos adelantos, pero se encontraba aún
desorganizado. Los costos se sentían en dos frentes: no podía brindarles a los
investigadores lo que necesitaban, y tampoco el público general encontraba allí
propuestas atractivas.
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Paula Bruno
Los mismos sabios extranjeros que generaban fascinación en los elencos políticos
dispuestos a financiar sus exploraciones y sus obras sin evaluar de manera consciente
los beneficios de la misma para el país fueron considerados por Holmberg una pieza
ociosa en el marco de un espacio científico que necesitaba convertirse en un foco
promotor de conocimiento e instrucción.
Sus observaciones sobre la ciencia y los hombres que la practicaban quedaron también
esbozadas en sus ficciones de la década de 1870. En diferentes textos se preocupó por
dar cuenta de perfiles de estos personajes (en particular los hombres de ciencia), a los
que consideraba impulsores de las principales transformaciones del país. Oponía dos
figuras: la del “verdadero sabio” y la del “ignorandium pretenciosum”. Los primeros eran
aquellos que se comprometían con el país y podían fusionar lo artístico con lo
científico (E. L. Holmberg, 1882: 74), mientras que los otros eran los pretenciosos que
solamente tenían ansias de figuración, y no se preocupaban por las necesidades del
país. Estas impresiones pueden encontrarse en especialmente en sus textos Dos
partidos en lucha. Fantasía científica (1875a), Viaje maravilloso del Señor Nic-Nac (1875b),
“El tipo más original” (1878a) y “Olga” (1878b).
“Una vez desarrollado el gusto por tales estudios [naturales], la primera preocupación –y
así sucede en los países civilizados– es enriquecer con todos los elementos posibles y por
una especie de amor propio nacional, el núcleo de las riquezas naturales (…) En tales
circunstancias, los Gobiernos tomarán más empeño que el que han tomado hasta ahora,
122
Paula Bruno
(…) harán de ello una preocupación constante y agregarán a toda expedición militar,
trigonométrica, exploradora, etc., uno o más naturalistas que recojan aquello que pueda
interesar al conocimiento del país.” (El Naturalista Argentino, 1878, febrero: 40)
Aunque durante la década de 1870 Holmberg había sido Oficial Primero de la Oficina
de Estadísticas de la Provincia de Buenos Aires5, fue luego de su participación en la
redacción de este informe cuando comenzó a ser considerado un “experto” en la
naturaleza que podía prestar sus servicios al Estado. Los eventos que apuntalaron su
reputación fueron la participación en el informe del Censo General de la Provincia de
5 El dato aparece consignado en la Foja de Servicios de Holmberg que se encuentra en un archivo privado. Véase Marún (2002:
46).
123
Paula Bruno
Como en otras secciones de los censos de la época (Otero, 1998: 123–149), una de
las tareas que Holmberg emprendió en sus ojeadas fue la de sugerir a los lectores
bibliografía para profundizar distintos aspectos de lo que allí exponía. En estas
recomendaciones incluyó, entre los Anales del Museo de la Provincia de Buenos Aires y
los Anales de la Sociedad Científica Argentina, la revista que él mismo había gestado, El
Naturalista Argentino (Censo General de la Provincia de Buenos Aires, 1883: 50). Pese a la
brevedad de la experiencia, Holmberg se consideraba un pionero en el ambiente
científico nacional protagonizado por “hijos del país” (Censo General de la Provincia de
Buenos Aires, 1883: 50).
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125
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Viglione, Holmberg y otros, los primeros compatriotas ascendidos del pupitre de los
alumnos a la gravedad académica de las cátedras científicas.” (Zeballos, 1886: 26)
Para la década de 1880, Holmberg consideraba que la figura del hombre de ciencia
válida era la que respondía a necesidades de la realidad nacional. Las críticas ya no
estuvieron sólo dirigidas a Germán Burmeister y Benjamin Gould, sino también a otros
exploradores y sabios extranjeros que pasaron por el país para luego publicar sus
investigaciones en Europa sin contar con la preparación para captar las especificidades
de la Argentina. Se refirió a estas figuras como “golondrinas exóticas que nos descubren
en nuestras tolderías de estilo Corintio, o en nuestros wigwams tipo Renacimiento” (E.
L. Holmberg, 1887: 33).
La utilidad que tenían hombres como Pedro Scalabrini (c.f. Victoria, 1985) se traducía
en el despliegue de instituciones exitosas. Holmberg describió, de hecho, al Museo de
Paraná en términos muy elogiosos (Auza, 1972: 181–206) y lo contrastó con el Museo
de Buenos Aires. Describió al Museo señalando que “constituye un timbre de honor
para el Gobierno de esa Provincia”, y elogió al gobernador Eduardo Racedo porque
“percibió con claridad la importancia de este género de investigaciones [científicas] con
relación al desenvolvimiento de las ideas liberales, al progreso de la educación y, por lo
mismo, al progreso mismo del país” (E. L. Holmberg, 1887: 26).
Una vez más, la fórmula que Holmberg propuso para resolver las limitaciones de la
ciencia en Argentina fue fomentar instituciones científicas útiles para la sociedad.
Consideraba fundamental articular la voluntad de hombres de ciencia con el apoyo de
126
Paula Bruno
“La Academia es, en su clase, el único instituto oficial de ciencias que tenemos, y, si se
toma en cuenta la circulación creciente de sus publicaciones en Europa, puede decirse que
el Gobierno se encuentra ante un dilema: o suprime la Academia, o la coloca en condición
de hacer frente a la importancia de sus funcionales. Cuando el actual presidente de la
República no lo era todavía, se mostró afecto a la institución, y en más de un caso, se
asegura, apoyó sus indicaciones (…). Sacarla de donde está sería ocasionar su muerte y
negarle los impulsos debidos es oponerse a un hecho de toda evidencia: el actual
movimiento científico en la República Argentina. En verdad no podemos decir que sea
imponente; pero, por algo se empieza.” (E. L. Holmberg, 1887: 11)
En varias piezas de ficción, Holmberg narró situaciones en las que hombres de ciencia
y curiosos visitaban países europeos. En todas ellas, los jardines zoológicos y botánicos,
los observatorios y los museos de ciencias y otras instituciones ligadas a la naturaleza
aparecen como espacios destacados para ser visitados y como parámetros de la
civilización y la ilustración de las ciudades. Con esta certeza, al desempeñarse como
Director de Parques y Paseos de la Ciudad de Buenos Aires, tomó medidas para
mejorar las condiciones de algunos espacios verdes (“Holmberg, Eduardo”, 2004: 183).
Cuando Torcuato Alvear fue designado Intendente por Julio Argentino Roca en 1883,
asumió la tarea de modificar, en sus líneas generales, la ciudad de Buenos Aires. El
flamante intendente representó “de la manera más fiel posible los deseos de reforma
de la élite; en este caso en términos de modernización social y cultural” (Gorelik, 1998:
121). Conspicuos personajes del cambio de siglo se dirigieron de manera epistolar al
intendente para darle indicaciones y sugerencias respecto de la apariencia de la ciudad.
Carlos Pellegrini le propuso la proyección de un jardín de fieras con los siguientes
argumentos:
127
Paula Bruno
“Para admirar una flor, un árbol o un paisaje se necesita cierto grado de cultura que no
siempre se encuentra entre la gente de trabajo, mientras que la salvaje e imponente
mirada de un león africano o de un tigre de Bengala, las proporciones de un elefante o la
espantosa fealdad de un hipopótamo despiertan mayor curiosidad y proporcionan mayor
distracción a la multitud.” (Carta de C. Pellegrini a E. L. Holmberg, citada en
Gutiérrez, 1992: 124–125)
Esta epístola pone de relieve varios puntos de un debate acerca de la función de los
jardines zoológicos en el contexto de la trama urbana de las ciudades modernas que
se resume en la idea de si estos debían ser espacios de recreación para las masas o
espacios públicos para gozo estético de las elites (c.f. Bendiner, 1981; Marshall, 1994;
Del Pino, 1979). Cuando Holmberg asumió la dirección del Jardín Zoológico, como se
verá, mantuvo una postura clara en este debate.
Hacia fines de la década de 1880 en Buenos Aires existía un jardín de fieras bastante
rudimentario. El responsable de convertirlo en un espacio que tradujera los
lineamientos generales de la modernidad de la ciudad fue Eduardo L. Holmberg. En
1888, Eduardo Wilde resolvió por intermedio de la Intendencia la separación del Jardín
Zoológico del Parque 3 de Febrero y la designación de Holmberg como su director.
Estuvo a su cargo el traslado al nuevo predio entre fines de 1888 y principios de 1889
(c.f. Vitali, 1986a: 38–41). Sus pretensiones frente al Jardín Zoológico se encontraron
lejos de la mirada de Carlos Pellegrini. Holmberg no pretendió que fuera un espacio
destinado a las multitudes incapacitadas de disfrutar de expresiones más elevadas, sino
que aspiró a que deviniera una institución asociada al progreso científico del país y
adaptada a las necesidades de la educación pública. Al respecto señaló:
“Un Jardín Zoológico es una institución científica. Por sus exterioridades, puede pasar
desapercibido el carácter fundamental de su existencia para aquellos que acostumbran
examinar solamente la superficie de las cosas, dejando que les guíe un numen trivial. (...)
Un Jardín Zoológico no es un lujo, no es una ostentación vanidosa y superflua –es un
complemento amable y severo de las leyes nacionales relativas a la instrucción pública–,
pudiendo afirmarse, que los establecimientos de su género son tan necesarios para un
pueblo culto como los cuadros murales en las escuelas –diferenciándose de ellos por
alguna ventaja.” (Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres, 1893, enero: 3–4)
El lugar en el que se emplazó el nuevo parque zoológico tuvo un gran peso simbólico.
Juan Manuel Rosas había tenido un Jardín de Fieras en su propiedad (Del Pino, 1979:
17–19); montar el Zoológico en ese lugar fue casi tan importante para Holmberg
como elevar allí la estatua de Sarmiento. Se trataba de una ruptura histórica. Un
zoológico moderno y científico terminaba con un pasado de fieras sueltas a cargo de
las tropas del “tirano”. Este propósito dio forma a uno de los objetivos de Holmberg:
convertir la institución en un lugar de despliegue intelectual:
128
Paula Bruno
“¿Para qué sirve dirigir un establecimiento público como el Jardín Zoológico y otros
análogos, si no ha de ofrecer para estudio su rico material á los hombres de ciencia, como
los Lynch Arribálzaga, los Ameghino, los Quiroga, los Arata, los Kyle, Los Balbín, Los Ramos
Mexía, los Ambrosetti, los Bahía, los Puiggari, los Speluzzi, los Rosetti, los Blazan, los
Bertoni, los Wernicke, los Berg, los Spegazzini, los Kurtz, los Brackebusch, los
Bodenbender, los Doering, los Aguirre, los Avé-Lallemant y tantos otros, clavan estrellas en los
rayos de nuestro sol heráldico?” (Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres,
1893, julio: 198)
Pero si el perfil científico debía desarrollarse, la funcionalidad pública del parque debía
marchar a la par. Beatriz Sarlo señala que “el zoológico de Buenos Aires es una ciudad
en miniatura que evoca la mezcla estilística de la ciudad que lo alberga. Pabellones
normandos, pagodas, serpentarios que citan la arquitectura industrial o las exposiciones
universales” (Sarlo, 2007: 31). El responsable de darle esa fisonomía al establecimiento
fue Holmberg. Además de seguir las tendencias del paisajismo exótico en boga, se
preocupó por darle una apariencia atractiva para el público en general (Gutiérrez,
1992: 126).
Durante los casi quince años que estuvo al frente de la institución, Holmberg puso
igual empeño en las dos facetas de su programa: convertir al Jardín Zoológico en una
institución científica a la vez que pública. Así lo constató la fundación de la Revista del
Jardín Zoológico de Buenos Ayres, aparecida en enero de 18936. El órgano se presentó
en sociedad con las siguientes palabras:
“A la prensa. Un cordial saludo, desde el mundo sereno en que germinan las ideas madres
de esta publicación, una de las formas especiales en que se puede manifestar el
pensamiento en la República Argentina, libre de todo género de trabas en cuanto lo
permite la formalidad de una Revista casi oficial, pero con la independencia que exige una
obra científica.” (Revista del Jardín Zoológico de Buenos Ayres, 1893, enero: 3)
La revista cumplió con las pretensiones científicas. En sus entregas, cuentan con un
lugar considerable los estudios de hombres de ciencia de la camada de Holmberg,
como Florentino Ameghino, Juan B. Ambrosetti, Carlos Spegazzini y Félix Lynch
Arribálzaga. También cumplió con las demandas más generales del establecimiento. No
solo se publicó allí el reglamento general, el plano y parte sustancial de una guía del
Jardín Zoológico, sino también secciones breves con notas de interés aptas para un
público curioso.
6 La revista se anunciaba en sociedad como una publicación: “…dedicada á las Ciencias Naturales y en particular á los
intereses del Jardín Zoológico. (Mensual). Publicada bajo los auspicios de la Intendencia Municipal de Buenos Ayres por el
Director del Jardín Eduardo Ladislao Holmberg y sus colaboradores”. El único trabajo referido a la publicación es Del Pino
(1995).
129
Paula Bruno
Mientras se desempeñó como director del Zoológico, Holmberg fue convocado por el
gobierno de la nación para escribir las secciones “La Flora de la República Argentina” y
“La Fauna de la República Argentina” en el Segundo Censo Nacional de 1895
(Segundo Censo Nacional de Población. 1895, 1898: 385–474 y 475–602,
respectivamente). Esta tarea compensó sus amarguras. Encontró satisfacción en el
hecho de que los textos, “pinceladas en un gran libro que es un monumento
nacional” (Segundo Censo Nacional de Población. 1895, 1898: 386), fueran utilizados con fines
130
Paula Bruno
Reflexiones finales
7 Ambas ojeadas fueron publicadas en varias ediciones y sirvieron como textos de lectura escolar.
8 Algunos autores refieren a un conflicto entre Bullrich y Holmberg generado por la existencia de un friso colocado en la
entrada del Jardín Zoológico, obra de Lucio Correa Morales (destacado escultor y familiar del director del
establecimiento), que, en 1890, había sido designado administrador del Zoológico y había instalado un taller dentro del
mismo. Bullrich habría considerado que un friso que mostraba a un domador de caballos no correspondía temáticamente al
zoológico, y Holmberg le habría discutido este punto, c.f. “Carta de Holmberg a Bullrich”, citada en Vitali (1986b: 42).
9 En cierta ocasión, Holmberg supo que Julio Roca había recorrido el parque en su Mylord y, según narra su hijo Luis: “(…)
llamó al carpintero. Llamó al pintor. Hizo colocar un sólido ‘molinete’ en la entrada y un tablero blanco con letras negras,
muy grandes, que indicaban: ‘El Jardín Zoológico es un paseo público, pero no ha sido formado para solaz de los
funcionarios públicos’. Cuando Roca regresó al Jardín Zoológico, a los pocos días, vio el letrero, pero no reaccionó mal,
según señalan quienes narran el episodio. En el momento de encontrarse con el cartel, Roca iba acompañado por el
intendente Alberto Casares quien, posteriormente, designó una ‘comisión consultiva’ para intervenir la gestión del Jardín
Zoológico”. Véase Del Pino (1979: 51).
131
Paula Bruno
era del progreso material; 2) cuál era el mejor uso social de ciencia; y 3) cómo se
podría persuadir a los hombres políticos del necesario fomento de la ciencia
manteniéndolos al margen de sus dinámicas más específicas. Fue en El Naturalista
Argentino donde Holmberg esbozó inquietudes que sostuvo de allí en más.
Para 1870 Holmberg era ya un activo joven interesado por la ciencia y se preocupó
por pensar el rol de las instituciones y de los científicos que ocupaban lugares centrales
en la escena argentina. En este sentido, el Museo Público y la figura de Germán
Burmeister fueron parámetros para pensar una realidad ampliada. Desde la perspectiva
de Holmberg, los “sabios naturalistas” extranjeros, los hombres de ciencia que habían
convocado los políticos en tiempos de la división entre la Confederación y Buenos
Aires para modernizar instituciones y lograr así dar despliegue y prestigio científico a la
Argentina, no siempre habían cumplido con este objetivo. Él consideró que una nueva
era científica protagonizada por hijos del país había llegado.
Para la década de 1880 él mismo era una prueba viviente de esta renovación y ya
parecía consciente de encarnar un tipo de personaje científico diferente a los
existentes. Su exitosa participación en instancias patrocinadas por el Estado nacional y
provincial y sus trabajos científicos pusieron en evidencia que su reputación descansaba
sobre sólidos pilares. Llegaba ahora el tiempo de desafíos mayores, y su designación
como director del Jardín Zoológico lo colocó en un escenario en el que, al menos
teóricamente, podría poner en práctica algunas de sus ideas.
Con estas estaciones, trayectorias como las de Holmberg invitan a repensar cuál era la
cartografía del espacio científico argentino en las décadas comprendidas en el último
cuarto del siglo XIX. Este ensayo da cuenta de cómo figuras como la suya son fruto del
contexto de un país que se estaba conformando. En ese marco se establecían
relaciones multidireccionales entre los protagonistas del escenario científico de
diferentes procedencias –extranjeros, nacidos en el país–, entre los mismos, y las
diferentes formas estatales –municipal, provincial, nacional–, también en proceso de
132
Paula Bruno
Holmberg podía ser percibido, además, como científico, experto, naturalista, sabio,
funcionario público, y ninguna de esas denominaciones se imponía por sobre las otras.
En suma, en un momento de efervescencia social, política y cultural como la de la
Argentina de aquellas décadas, figuras como la aquí analizada permiten ver que no
estaba definida en un único sentido la institucionalización científica y que la circulación
de ideas –varias veces en conflicto– daba cuenta de las formas de posibilidad –o
imposibilidad– para generar espacios y fijar saberes (Bruno, 2009).
133
Paula Bruno
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136
Keynes para armar
Teoría y práctica económicas (1930–1947)
Durante buena parte de la segunda mitad del siglo XX, las nociones keynesianas
vinculadas al manejo cambiario y monetario, así como también la importancia de
ciertas regulaciones estatales para la conducción económica, fueron imponiéndose en
la teoría y en la práctica económica de buena parte de Occidente. Aún más, la idea
misma de “keynesianismo” funcionó como una etiqueta que englobaba un conjunto de
herramientas, consideradas legítimas para definir una terapéutica exitosa en el manejo
de las crisis. Si bien esto es cierto, la obra de John Maynard Keynes que pareció
sintetizar esas ideas, The General Theory of Employment, Interest and Money (Keynes,
1936), fue un mojón en un derrotero mayor tanto del propio economista como figura
pública cuanto de los comentarios y avances que esa Teoría tuvo en la prensa
periódica, en la divulgación sobre sus ideas realizadas por círculos de economistas de
todo el mundo en formato de libros, revistas y conferencias. La circulación de esa obra,
pero sobre todo de su figura pública, fue parte de una circulación trasnacional de ideas,
que excedía el conocimiento del experto1.
1 Al respecto de los estudios de recepción del keyesianismo, véase, entre otros, Galbraith (2014). Como sostuvo Paul
Samuelson, “la Teoría General tomó sobre todo a los economistas menores de 35 años con la virulencia inesperada de una
enfermedad que ataca a una tribu desolada. Los economistas de más de cincuenta años resultaron bastante inmunes a la
afección. Con el correr del tiempo, la mayoría de los economistas entre los dos grupos comenzaron a mostrar signos de la
enfermedad, a menudo sin saberlo o sin admitirla” (citado en Hall, 1989: 196). Todas las traducciones de las citas del
original en inglés son nuestras.
Para otros, ese contagio no fue más que el de las lecturas “de segunda mano”, porque el Keynes de la Teoría General
terminaba siendo el Keynes de los comentarios que los divulgadores de la Teoría General habrían hecho de sus ideas.
(Tobin, 1988: 26; citado por Astarita, 2012: 13–14). En el mismo sentido, Axel Kicillof asegura además que “[e]l extendido
abandono de la Teoría General fue correlativo a la irrupción de una variada gama de interpretaciones, muchas de ellas
destinadas a sustituir la lectura del texto original” (Kicillof, 2005: 8). Volveremos sobre este tema al final del trabajo.
El vínculo de esa teoría con otros contextos nacionales estuvo así mediado y restringido por –entre otros trabajos– las
traducciones de las obras de Keynes. En otro trabajo nos detenemos en el catálogo dedicado a la economía y a la
divulgación de las ideas keynesianas de la editorial Fondo de Cultura Económica; ver Caravaca y Espeche (2016b; 2017).
Sobre la divulgación en la universidad estadounidense vinculada a un análisis del recambio generacional y fortuito por
jubilaciones y renuncias entre 1932 y 1938, véase Mason y Lamont (1982).
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
El caso del keynesianismo tiene una particularidad sobre la que vale la pena
detenernos: se trata a la vez de una propuesta práctica de terapéutica sobre la crisis
económica y de una posterior teorización de esos contenidos. Es decir, Keynes parece
haber ofrecido dos versiones diacrónicas: la primera, a inicios de los años 1930, dirigida
a un público amplio y en un registro más ensayístico, y otra formulada en su libro The
General Theory en 1936, organizando esos contenidos en función de una serie de
argumentos que tuvieran consistencia teórica. Esa consistencia y profundidad
explicativa era necesaria para ciertos interlocutores, los economistas profesionales,
pero no para quienes, desde espacios políticos y corporativos, habían hecho suyas sus
primeras propuestas. The General Theory, de hecho, ha llamado la atención por su
“fascinante oscuridad” (Galbraith, 2014), como si en cierta medida el Keynes teórico
hubiera sido presionado por una ciencia económica que al profesionalizarse se
clausuraba sobre sí misma, creaba una jerga e intentaba –sabemos ahora que con éxito
posterior– imponerse como la herramienta útil para operar ante determinada
coyuntura. Podemos pensar hasta qué punto la publicación de ese texto guarda
relación –y de qué modo– con las diversas formas en que la producción ensayística
opera en el ámbito del debate público. El ensayo funciona en gran medida como
“estrategia textual de intervención pública”, cuya intención es la de “transmitir una
exégesis personal y subjetiva de una realidad en crisis” (Saítta, 2004: 107). El género,
entonces, no se plantearía como algo que propone un nuevo sistema de
138
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
interpretación, por más que asegure que sí lo hace. Ofrece, por el contrario, “un
ejemplo interpretativo que forma parte del saber común: ironiza y confirma lo que
parece una sospecha” (Saítta, 2004: 108). Son interpretaciones que “buscan llenar lo
que se advierte como un vacío de sentido, dar cuenta de realidades sociales que son a la
vez demandas existentes” (Saítta, 2004: 109)2. Las ideas de Keynes estaban ya en alguna
medida asentadas tanto en la prensa cuanto en las operatorias de gobiernos como el
estadounidense. Eran también menos originales en 1936 porque ya habían sido parte
de las alocuciones del propio Keynes desde comienzos de los años 1930. Así,
podríamos decir que Keynes fue al mismo tiempo Keynes –una figura reconocida– y
fue convirtiéndose en una suerte de “precursor” –en el sentido en que Jorge Luis
Borges lo propone para el caso de Kafka– de otras ideas que, como las del
proteccionismo y nacionalismo económico, no necesariamente le pertenecían, con las
cuales ni habría estado de acuerdo in toto, pero que fueron releídas bajo su estela.
Con esto queremos decir que Keynes ya tenía un “nombre” antes de la publicación de
The General Theory, que su brillo como figura pública estaba en ascenso previamente a
1936, y que algunas de sus propuestas eran ya también vox populi: durante y después
de la Primera Guerra fue un alto funcionario en el Tesoro inglés, y como representante
del gobierno fue enviado a Versalles para participar de las negociaciones de tratados y
del escenario que abría la posguerra. La condición del “nombre”, entendido aquí como
la legitimidad que había adquirido su figura como autor de intervenciones en la esfera
pública en asuntos considerados de relevancia nacional e internacional, permite
comprender que su internacionalización sea también parte de cómo sintetizó esas
intervenciones en un “panfleto crítico” respecto de esas negociaciones y las
condiciones del tratado firmado en Versalles, y publicado en 1919 bajo el título “The
Economic Consequences of the Peace” (Keynes, 1919). En palabras de Tony Judt, “Así,
en 1921, transitando los treinta años todavía sin ser el autor pionero de The General
Theory, Keynes ya era famoso” (Judt, 2012: 294)3.
Esta fama no era necesariamente índice de que fuera tomado en cuenta en los asuntos
de Estado, o en otras palabras, podía ser considerado como alguien que “no era
confiable en los Asuntos Públicos” (Galbraith, 2014: 300). Más allá de la exageración
de este enunciado, es cierto que esos “asuntos públicos” lo tendrían muy en cuenta
cuando los alcances concretos de la crisis económica de los años 1930 abrieran una
hendidura a las hipótesis de cómo sortear el crac, atendiendo entonces a otras
variables que las de la economía clásica. En otras palabras, el periplo que lleva a Keynes
a publicar en los años 1930 una carta pública al presidente Roosevelt (Keynes, 1933b)
2 Para estudios sobre el género véase Real de Azúa (1964) y Saítta (2004).
3 Otro tanto afirma Galbraith: “Entre 1920 y 1940, Keynes era buscado por los estudiantes e intelectuales en Cambridge y
Londres, era bien conocido en los círculos teatrales y artísticos londinenses, dirigió una compañía de seguros, ganó y a
veces perdió montones de dinero, y fue un periodista influyente” (Galbraith, 2014: 300).
139
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
Si The General Theory apuntaba, como menciona Rolando Astarita, a evitar la “‘pelea
final’ entre ‘ortodoxia y revolución’” y “su fin es formular una teoría general de la
ocupación, a partir de la cual se pudieran concebir medidas para eliminar el desempleo
masivo, la distribución del ingreso excesivamente desigual y las crisis catastróficas”
(Astarita, 2012: 22), esto implicaba también revisar los presupuestos de las teorías
económicas anteriores, en particular la tradición clásica (que Galbraith aclara con un
“no socialista”), cuya principal afirmación era que la economía librada a sus propias
reglas encontraría cómo asegurar el equilibrio de pleno empleo4. Esto es que, ante la
existencia de desempleo, los salarios del trabajo bajarían en relación con los precios.
De este modo, con márgenes más altos y salarios más bajos se volvería rentable
emplear a quienes antes no habrían tenido un rendimiento adecuado. La piedra de
toque de este equilibrio parecía estar en la consideración de que las disputas en torno
del salario, junto con el corolario de la injerencia de los sindicatos para aumentarlo,
iniciaban la rueda del aumento “artificial” del salario con el crecimiento del desempleo.
En el caso de las tasas de interés, estas supuestamente disminuirían si las personas
decidieran aumentar sus ahorros. Con lo que aseguraban así el gasto total del ingreso
y, como corolario, el aumento de la inversión (compensando la reducción del gasto de
quienes consumieran menos). El gasto total no se vería así afectado por las variaciones
de los gastos de consumo o de las decisiones de inversión, cuyo desequilibrio llevaría al
desempleo.
4 Para un análisis pormenorizado de las propuestas keynesianas contenidas en su Teoría general, que revisa ciertos motivos
que estructuraron su argumento antes de 1936, así como también para un análisis de las interpretaciones y discusiones
relativas a esas propuestas desde los poskeynesianos y keynesianos neoclásicos, véase Astarita (2012).
140
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
Como ha afirmado Peter Hall en un ya clásico estudio sobre el peso de las “ideas de
Keynes”, ellas se encuentran asociadas con la transformación del rol económico del
Estado; y si bien no fue Keynes el responsable de la expansión del Estado de Bienestar
–muchas veces asociado a su nombre–, “sus teorías atribuían cada vez más
responsabilidad a los gobiernos sobre el rendimiento económico, y sus ataques a la
prioridad que la economía clásica le daba al presupuesto equilibrado ayudaron a aflojar
una restricción fiscal que se interponía en el camino de programas sociales más
generosos” (Hall, 1989: 4). A la vez, esa internacionalización, sumada a una apuesta
que contemplaba intervenciones tanto en el ámbito del funcionariado británico –como
en la conferencia privada, las cartas y discusiones públicas–, hicieron que la figura y
palabras del economista británico también fuesen motivo de estrategias específicas de
diversos actores como, por ejemplo, la Unión Industrial Argentina, desde uno de sus
principales órganos de difusión: la revista de la corporación. En otras palabras, Keynes
fue parte de un uso concreto de muchas otras ideas vinculadas al manejo de la
economía y de la incidencia que debería o podría tener una asociación como la
industrial en Argentina, según sus propios representantes.
141
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
El año 1933 fue particularmente activo, tanto para John M. Keynes como para la
economía argentina. En mayo de ese año el inglés había editado su libro The Means to
Prosperity (Keynes, 1933d), que era en realidad la compilación de los artículos que
había publicado ese mismo año en el periódico The Times, en Londres, del 13 al 16 de
marzo, y que poco después aparecerían también en la revista New Statesman and
Nation en abril de ese mismo año. Ese escrito permaneció sin traducción al español
hasta 19886. Así, la frase de Keynes que retoma Uriburu en mayo de 1933 (Keynes,
1988a: 355) estaba disponible entonces solo en esos artículos publicados en abril de
aquel año. Es decir, a menos de un mes de ser publicadas en el periódico inglés, ya
fueron retomadas por el ex ministro y publicadas en los Anales de la Unión Industrial. El
hecho de que se publique en las páginas de los Anales, y que quien menciona a Keynes
sea Uriburu, representa varias cuestiones relacionadas entre sí. El cuerpo de
industriales tenía una importante composición extranjera, los vínculos con los debates
que estaban teniendo lugar fuera del contexto nacional eran fluidos, por contactos
familiares y/o por la posibilidad de leer en otros idiomas además del español. Cuando
en 1933 Uriburu menciona a Keynes en su conferencia lo hace a través de un acceso
directo a la obra del inglés. Que Uriburu haya sido interpelado por lo dicho por
Keynes da cuenta de un proceso que no fue exclusivo de la Argentina, sino que
acompañó al keynesianismo en buena parte del mundo: el ser apropiado primero por
sectores políticos y corporativos, en pos de la aplicación práctica de sus premisas (tal
como estudia William Barber para el caso de los Estados Unidos, donde un grupo de
economistas prácticos “llegó de forma independiente al mensaje central de la doctrina
keynesiana para la política económica”; Barber, 1981: 178).
5 Uriburu había sido Ministro de Hacienda durante 10 meses entre 1931 y 1932.
6 Ese trabajo fue incluido en la reedición revisada que la Royal Economic Society hizo en 1972 del texto Essays in Persuasion
(Keynes, 1931/1972), que había sido publicado originalmente en 1931 (Keynes, 1931). La versión en español de los Ensayos
de persuasión fue realizada por la editorial Crítica (Keynes, 1988a).
142
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
En 1933, The Economic Consequences of the Peace (Keynes, 1919) era la única obra de
Keynes que tenía ya una versión traducida al español, como Las consecuencias
económicas de la paz, cuyo original había sido publicado en 1919, y salió un año
después en español, por la editorial Calpe de España (Keynes, 1920). Ese trabajo,
escrito al calor de la culminación de la Gran Guerra, poco adelantaba de lo que luego
será conocida como la teoría keynesiana. El Keynes que cita Uriburu y recupera la
Unión Industrial Argentina en sus Anales, entonces, es un Keynes de primera mano,
leído a la luz de una coyuntura que permaneció vigente en las páginas de la
publicación, donde la Conferencia Económica Internacional de ese mismo año, por
ejemplo, fue otro hito revisitado. Convocada por la Sociedad de las Naciones, la
reunión tuvo lugar en Londres entre junio y julio de ese mismo año, y se buscaba
organizar el comercio internacional posdepresión. Para ello, proponía la estabilización
de las monedas fuertes (dólar, libra y franco francés) como el camino para lograrlo.
Keynes participó públicamente, dando recomendaciones para la toma de decisiones
(Keynes, 1988b). Su propuesta incluía la indicación de un aumento del gasto financiado
vía préstamos, como forma de elevar los precios mundiales, a lo que debía sumarse
una reducción de la presión fiscal en simultáneo para potenciar el efecto positivo en la
economía. La clave entonces sería la expansión de dinero de reserva internacional en
base al precio del oro (Keynes, 1988b: 366)7.
El Keynes que recupera Uriburu, además, es un Keynes que puede ser leído desde la
política. La figura pública lo es en tanto es apta para ser aprehendida desde un mundo
de sentidos amplio. El Keynes de The General Theory es un Keynes que habla a
economistas en un momento en que la economía se estaba estableciendo como un
saber científico al que no se podía acceder simplemente por ser portador de
herramientas de la política. Pero el Keynes de 1933 es un Keynes accesible, y ello se
debe a una concepción de la economía en tanto dual, esto es, la teoría y las prácticas
económicas como dos caras de una misma moneda, y no parece corresponder con
una por entonces escasa maduración de su producción teórica. El Keynes público le
hablaba a los presidentes, como Roosevelt, y a quienes tomaban decisiones en materia
económica. Podemos pensar que la mención de Uriburu y la reproducción de su
discurso en los Anales funcionaron como uno de los tantos modos en que se apelaba a
una estrategia tanto coyuntural cuanto macerada en plazos más largos.
7 La negativa del presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt dio por tierra la posibilidad de un acuerdo en torno
a la estabilización monetaria. Para entonces, el recientemente elegido presidente de Estados Unidos ya había echado a
andar el New Deal. Su posición opuesta a la estabilización monetaria ha sido analizada como el resultado de su mirada en lo
nacional antes que en lo internacional. El New Deal fue un plan para la recuperación de los Estados Unidos, y en esa
perspectiva nacionalista lo internacional parecía ocupar un segundo plano. Ante esta posición oficial de Estados Unidos,
Keynes fue convocado por el New York Times para dar su opinión sobre la realidad norteamericana. La misma fue publicada
con el título “An open letter to President Roosevelt” (Keynes, 1933b).
143
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
8 Luego del acto y ante la respuesta del gobierno, la UIA publicó un comunicado donde intentaba bajar el tono del reclamo:
“En alianza con el comercio, apoyándose en los trabajadores, negando su enfrentamiento con la agricultura y la ganadería, la
UIA solo pide que en las negociaciones con Gran Bretaña ‘no se contraigan compromisos adicionales que puedan afectarla’,
y que no se modifiquen los derechos de aduana” (Schvarzer, 1991: 66).
144
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
9 “Cuarenta años más tarde ocurrió el golpe de estado del General José Uriburu. Un mes antes, en agosto de 1930, los socios
de la Sociedad Rural Argentina habían abucheado a los representantes del gobierno para expresarles su disgusto. Pero el 4
de septiembre de 1930, poco antes que las tropas llegaran a la Casa de Gobierno, no fueron los socios de aquella
institución, sino Luis Colombo, presidente de la Unión Industrial, quien entró al edificio y se dirigió sin más al despacho de
su amigo el vicepresidente de la Nación Enrique Martínez. Este político estaba a cargo de la presidencia porque Hipólito
Yrigoyen estaba enfermo. El relato dice que Colombo, luego de explicarle la situación y el modo de resolverla, tomó una
hoja de papel, donde redactó de puño y letra la renuncia de Martínez al cargo y se la extendió a su interlocutor para que la
firmara de inmediato. De esa manera se consolidó el golpe de estado.” (Schvarzer, 2012: 12)
10 Schvarzer pone en duda el origen humilde de la familia de Colombo, y lo asocia a la construcción de un perfil de self-made
man (Schvarzer, 1991: 60). Colombo dirigió la UIA hasta 1946, cuando renunció por “problemas de salud”.
145
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
Tres años después, desde la UIA celebraban la alocución del diputado nacional Juan
Simón Padrós, quien dedicó parte de su presentación en favor del presupuesto que
estaba votándose a una defensa de la protección de la industria argentina. Lo que aquí
nos interesa son los argumentos por los cuales este diputado –a la sazón miembro de
la Comisión Nacional del Azúcar y también socio de ingenios azucareros– insistió en
explicar la conveniencia del proteccionismo industrial en el escenario de entreguerras.
Y para ello tipificó ese proteccionismo como un instinto, el mismo que el del “creyente
hacia la religión”, y también como una tercera opción en los vínculos entre teoría y
práctica:
“Creo que la sistematización de las ideas que constituyen doctrina, que fundamentan
teorías, a veces encauza los hechos y los provocan. Otras veces son sincrónicas y
existiendo teoría, hay un hecho determinante que produce la cristalización del fenómeno
político, económico o social. Otras veces los hechos se adelantan a la teoría, porque
cuando se presenta sistemático a través del tiempo y distancia, e invade y llega a los
confines del mundo entero, hemos de reconocer que alguna teoría tiene que haber,
aunque todavía no traducida con anterioridad al hecho. Entre el primer grupo citaré el
ejemplo de la Revolución Francesa. Es evidente que aquellos filósofos que se llamaron
Voltaire y Rousseau, fueron los que sentaron los jalones de lo que tenía que ser la realidad
cercana entonces, es decir, la consagración de los derechos del hombre, de modo que la
teoría se adelantó al hecho, la idea alentó la revolución.
Sin embargo, no han sido así siempre las revoluciones, como el caso de Rusia. Es exacto
que existía allí una idea revolucionaria, es exacto que las fuerzas de esas ideas abatieron
una y mil veces la fortaleza de Petropawlosk; pero también es exacto que si un hecho, la
guerra europea, no hubiera traído para Rusia el derrumbamiento de su ejército y el
cataclismo que esto representó en la organización zarista, no hubiera permitido que la
revolución comunista triunfara.
De modo que aquí hay un ejemplo de que existiendo una idea anterior, fue necesario el
hecho sincrónico y contemporáneo para que se produjera la realización de la teoría. Y
conste, señor Presidente, que no hago sino una relación de carácter histórico, sin entrar al
fondo del asunto en ningún orden de ideas.
En materia de proteccionismo creo que existe un tercer caso. Un ejemplo típico de que el
hecho producido en el mundo entero sin que la teoría haya sido todavía difundida en los
términos académicos y que, dentro de un plazo no lejano, la encontraremos establecida y
determinada formalmente. Pero estos hechos, nos obligan en este caso, aun para aquellos
146
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
que no tengan convicción de la teoría.” (“Brillante alegato del Diputado nacional Ingeniero
J. Simón Padrós,…”, 1936: 3–5)
La alocución del diputado Simón Padrós expone al menos dos temas centrales a los
efectos de este trabajo: la importancia, por una parte, en la ponderación entre
“hechos” y “teoría” y, por la otra, en la lectura que se consideraba acertada de un
momento histórico determinado. Así, la obligación a la que hacía referencia Simón
Padrós estaba del lado de los “hechos”. Eran éstos y no una teoría o idea alguna la que
podía privilegiarse en un mundo convulsionado. A esos mismos “hechos” apeló al
hacer una caracterización de la guerra y, en particular, a la firma del Tratado de
Versalles:
“Hemos visto más de veinte naciones que se han agrupado alrededor de una gran
potencia para cerrar el círculo económico alrededor de otra que, al fin y al cabo, no tenía
guerra directa con ninguna de ellas. ¿Cuáles serán, entonces, las medidas que tendrá que
adoptar, cuál será su alcance el día que otra guerra futura estalle? ¡Y ojalá no lo veamos!
¿Cómo podremos impedir por un instante que los países mantengan su régimen de
defensa económica a base de la protección aduanera?” (“Brillante alegato del Diputado
nacional Ingeniero J. Simón Padrós,…”, 1936: 7)
Las argumentaciones de Padrós eran similares a aquellas que, desde diversos sectores
de la política y de la industria, planteaban sus intereses particulares como idénticos a
los intereses del país. En este sentido, defender a la industria tenía una carga moral, ese
acto era la obligación del buen ciudadano11. Es notorio cómo Simón Padrós reponía un
dato que también preocupaba a economistas y políticos desde al menos 1917, y más
aún luego de la Primera Guerra y el crack-up de 1929, que habían venido a mostrar una
crisis del liberalismo económico y político: las revoluciones eran un hecho (como lo
habían sido la de Mayo y la Rusa), y ante ellos había que practicar una terapéutica
acorde al diagnóstico. Esa terapéutica también fue, como sabemos, parte de las
preocupaciones de J. M. Keynes y de sus intervenciones públicas desde 1918 en
adelante. La diferencia crucial es que la terapéutica utilizada en Argentina fue, como en
otros lugares, focalizada en política, retomando viejas premisas vinculadas al desarrollo
del liberalismo vernáculo: el peso del orden –desde 1930 el gobierno existente era
producto de un golpe de estado– y el progreso –asumiendo que éste debía considerar
cierto rango de proteccionismo económico–.
11 “¿Eres un buen ciudadano?, ¿Quieres ver a tu país fuerte, rico y poderoso? Sigue los mandamientos del Decálogo
Argentino. 1- Al realizar el más ínfimo gasto, piensa en el interés de tus conciudadanos y en el de tu país…” (“Diez
mandamientos defensivos”, 1934: 37)
147
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
12 A este tema nos hemos dedicado con mayor profundidad en otros trabajos; véase, Caravaca y Espeche (2016b, 2017).
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Jimena Caravaca y Ximena Espeche
decir, había una oferta temática sugerida desde la Facultad. Cada docente,
entendemos, daba forma al programa de su seminario o instituto de investigación. Las
tesis, entonces, nos permiten ver de manera indirecta cuáles eran los temas que se
elegían como agenda de investigación en la época, y cuál era la literatura a través de la
que se los abordaba. En algún sentido, ese Keynes tenía que ser estudiado porque,
como referencia teórica, tenía una cualidad particular: estaba aplicándose ya.
En una lectura del catálogo de tesis disponibles en un período que va de 1933 a 1948,
encontramos que recién en 1938 hay una primera mención a Keynes, varios años
después de la realizada por la revista de la UIA. Amén de la cantidad de artículos
preparados exclusivamente para la prensa internacional y conferencias, Keynes publicó
8 obras entre 1919 y 1936. De todas las obras de Keynes existentes a 1938, seis
fueron traducidas al español. La primera, como dijimos, fue Las consecuencias
económicas de la paz, edición original de 1919 con traducción al español de Juan Uña
Sarthou, publicada en Madrid en 1920 (Keynes, 1920) con autorización del propio
autor. La siguiente traducción fue la de Teoría general de la ocupación, el interés y el
dinero (Keynes, 1943), que había sido editada originalmente en Londres en 1936
(Keynes, 1936). Fue el Fondo de Cultura Económica de México quien le encargó a
Eduardo Hornedo la traducción, que vio la luz en 1943.
13 Sobre las trayectorias de estos asesores, véase Helleiner (2014); Caravaca y Espeche (2016a).
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Jimena Caravaca y Ximena Espeche
críticas que le realizara la revista estadounidense. No hay aquí mención alguna a The
General Theory, pero es plausible suponer que, una vez que Keynes rubricó, con esa
publicación, una teoría económica aceptada, este texto podría ser incluido como
referencia bibliográfica en un escrito académico al mismo tiempo que se le otorgaba
en ese mismo trabajo un lugar en la incidencia en la política económica efectivamente
realizada tiempo antes. La siguiente referencia al autor británico se encuentra en otra
tesis dos años después: “La autarcía en la política económica internacional”, presentada
por Felipe Perelstein en 1940. El autor menciona a Keynes a partir de su texto
“National self-sufficiency”, publicado en The Yale Review en 1933 (Keynes, 1933c); pero
lo hace indirectamente, a través de las citas y comentarios del inglés que figuran en la
obra de Charles D. Hérisson: Autarchie, Economie Complexe, Politique Commerciale
Rationnelle (Hérisson, 1937). Es decir, un texto de Keynes publicado en inglés en 1933
es leído 7 años más tarde a través de un comentario publicado en francés. Esto sirve
para abonar la lectura realizada por quien fuera uno de los fundadores y figuras
centrales de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, Daniel Cosío Villegas,
acerca de las limitaciones del estudiantado mexicano (y podríamos sostener
latinoamericano por extensión) para la lectura de los materiales bibliográficos de teoría
económica en idioma inglés. De allí la necesidad, asumida como responsabilidad por
Cosío Villegas, de crear una empresa que se diera como responsabilidad traducir obras
de economía al español como lo fue dicha casa editorial14.
150
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
Otro de los trabajos pioneros de difusión del keynesianismo fue el que publicó el
argentino Raúl Prebisch15 a través del Fondo de Cultura Económica en 1947 (Prebisch,
1947). El material que dio forma al escrito ya había sido publicado en forma de
fascículos por el Banco Central de Venezuela, en ocasión de una serie de conferencias
que Prebisch dio allí, y a partir de lo cual se estableció un vínculo profesional y
laboral16. La presentación que la editorial hace del texto de Prebisch en la solapa de la
primera edición da cuenta del objetivo que persiguió la obra. Allí se indica que Teoría
general de la ocupación, el interés y el dinero era la “contribución a la ciencia económica
más importante desde la publicación de los Principios de Marshall”. Sin embargo, se
considera que el texto no era de fácil acceso para un estudiante de economía, aun si
fuera avanzado en sus cursos y lecturas. De modo que, para poder sacarle el provecho
que una obra como la de Keynes podía dar, la editorial se propuso ofrecer un libro
que sirviera de “escalón, para salvar las dificultades de llegar directa, inmediatamente, a
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Jimena Caravaca y Ximena Espeche
la Teoría general”. Prebisch como autor se justificaba no sólo por su estudio meticuloso
de la teoría keynesiana, sino –se sostiene en la solapa– también por el hecho de que
“sus largos años al frente del Departamento de Estudios Económicos del Banco de la
Nación y del Banco Central de la República Argentina le dieron la oportunidad
excepcional de vivir las teorías keynesianas, al ver nacer y desenvolverse los hechos y
fenómenos a que ellas se referían”17.
Reflexiones finales
152
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
19 En agosto de 1933 fueron designados Federico Pinedo y Luis Duhau, por entonces diputados nacionales, como encargados
de Hacienda y Agricultura, respectivamente. Ambos solicitaron la asesoría de Prebisch, quien fue designado como
consultor conjunto ad honorem de los ministros. Como asesor de ambos, Prebisch fue por esos años la figura central tras
el Plan de Acción Económica Nacional (PAEN) de 1933, al que definió posteriormente como “un plan keynesiano para
expandir la economía, controlar el comercio exterior, trabajando con una política muy selectiva de tasas de cambio”
(González & Pollock, 1991: 25).
153
Jimena Caravaca y Ximena Espeche
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Más allá… del desarrollo
Ciencia, fantasía y proyectos nacionales en Oscar Varsavsky
Ana Grondona
Desde hace un tiempo, puede observarse un renovado interés en torno del desarrollo
y sus límites. En ese marco, el debate sobre “estilos de desarrollo” que se desplegó
entre fines de la década de 1960 y comienzos de la de 1970 ha sido objeto de algunas
indagaciones (ver, por ejemplo, Aguilar et al., 2016; Svampa, 2016; Grondona, comp.,
2016). Con ese nombre delimitamos un conjunto relativamente disperso de
intervenciones que compartieron distintos aspectos y que funcionaron como respuesta
tanto a los diagnósticos optimistas del desarrollismo cortado al talle de la Alianza para
el Progreso, como a los diagnósticos sombríos del Club de Roma. Este último –un
grupo heterogéneo de científicos y empresarios– había “demostrado”, mediante el uso
de modelos matemáticos corridos por computadoras (Modelo Mundo III del
Massachusetts Institute of Technology), que en un futuro no muy lejano el crecimiento
económico iba a encontrarse con límites físicos insalvables. Frente a ello, se
recomendaban políticas de control de la natalidad para los países pobres, y un
refrenamiento del crecimiento para los países centrales.
Ana Grondona
Estos especialistas hablaban el mismo lenguaje que el Modelo Mundo III del Club de
Roma, el de los cálculos matemáticos complejos realizados por computadoras. Tanto
la Fundación Bariloche como Oscar Varsavsky presentaron modelos de desarrollo
alternativo que demostraban (a escala mundial, unos, a escala nacional, el otro) la
viabilidad de un orden social igualitario, capaz de satisfacer universalmente las
necesidades humanas básicas, definidas con criterios amplios que superan en mucho la
estrechez de miras con la que suelen delimitarse en el presente. Así, por ejemplo, el
listado consignado por Varsavsky en 1971 se organizaba en necesidades físicas, sociales,
culturales y políticas, e incluía algunas bastante llamativas como “igualdad en la
distribución del producto y el prestigio”, “ocio creativo, innovador: científico, artístico y
1 La Fundación Bariloche fue creada en el año 1963 en la ciudad de Bariloche por un grupo de científicos de la Comisión
Nacional de Energía Atómica. Luego de participar en una reunión de presentación del modelo de Meadows en Río de
Janeiro en 1970, la Fundación organizó un grupo en el que científicos argentinos de diversas disciplinas (Amílcar Herrera,
Carlos Mallmann, Hugo Scolnik, Jorge Sábato, Enrique Oteiza), así como otros colegas latinoamericanos (Celso Furtado)
que se propusieron rebatir el argumento apocalíptico del Club de Roma.
2 Varsavsky nació en Buenos Aires en 1920 y murió en esa misma ciudad en 1976. Tuvo una militancia juvenil antifascista que
incluyó un viaje a Chile con el objetivo último de embarcarse al frente de batalla. También participó en la Federación Juvenil
Comunista, de la que fue expulsado junto con Boris Spivacow por las sospechas que despertó al interior del partido la
experiencia de vida “en comunidad” del denominado “grupo Aráoz”. Luego, sus intervenciones políticas no fueron
orgánicas a ningún espacio, aunque participó en los Comandos Tecnológicos Peronistas junto a Rolando García.
En el terreno profesional, en 1943 trabajó en el Laboratorio de Investigaciones Radiotécnicas de Philips, que se fue de la
Argentina poco después de concluida la guerra, dejándole a Varsavsky un saldo de reflexión respecto de la dependencia
tecnológica. Entre 1958 y 1959 formó parte del directorio de la Comisión Nacional de Energía Atómica. También sabemos
que participó del INTI y del INTA.
Respecto de su labor como profesor universitario, deben mencionarse sus actuaciones en la Facultad de Ciencias Exactas y
Naturales de la UBA (de la que fue estudiante, profesor, consejero por el claustro de profesores e integrante del Instituto
del Cálculo de Manuel Sadosky), su paso por la Universidad de Cuyo, por la Universidad del Sur, por la Universidad Central
de Venezuela, donde la huella de sus debates haya sido quizás más notable (Rietti, comp., 2007).
3 Se respeta el uso de las mayúsculas de los textos analizados.
159
Ana Grondona
En estos trabajos, se demostraba que los tan mentados “límites” no eran físicos ni
remitían al futuro, sino que eran el resultado de órdenes sociales y políticos injustos
cuyas condiciones ya padecía buena parte de la humanidad. A contramano de la vieja
premisa de Karl Marx que objetaba los diseños utópicos y reservaba a la ciencia el
análisis del presente, estas discusiones buscaban calcular y diseñar las formas del futuro.
Si bien la labor de ambos equipos podría ser de interés para un libro que se proponga
analizar las complejas relaciones entre ciencia y divulgación –pues fueron experiencias
que sin dudas jugaron con ese límite–, en este capítulo nos centraremos, por motivos
que irán quedando más en claro con el discurrir de los argumentos, en los trabajos de
Oscar Varsavsky y, sobre todo, en su libro Proyectos nacionales. Planteo y estudios de
viabilidad (Varsavsky, 1971). En este libro, publicado en 1971 por la Editorial Periferia,
el matemático se proponía analizar diversos proyectos nacionales o estilos de
desarrollo alternativos y su respectiva viabilidad física, social y política. Se trató, en rigor,
de un ejercicio incompleto, pues la comparación de la viabilidad de los distintos estilos
estaba reservada para un segundo tomo, que no llegó a concretarse. Ese camino se
recorrió más acabadamente en otros textos: por ejemplo, un documento que tomaba
como caso Venezuela y que se publicó en un libro chileno en 1971 (Varsavsky &
Calcagno, comps., 1971). En este último texto trabajó con la experimentación
numérica que partía del diseño de un modelo, luego matematizado, que delimitaba
componentes formados por un determinado conjunto de variables (endógenas y
exógenas) a las que se asignaban rangos. La interconexión entre componentes y
variables descansaba en hipótesis del diseño que podían ser más o menos “cargadas”.
Cuanto menos presupuestos, más ajustado era el cálculo. A partir de diversos
controles, se proyectaban sucesivos escenarios en virtud de los cuales evaluar la
viabilidad de ciertas líneas de acción. Estos modelos estimaban los diversos recursos
necesarios para la satisfacción de las necesidades delimitadas, el capital necesario, los
recursos humanos, la capacidad de importación necesaria, la infraestructura institucional
requerida, la capacidad de innovación demandada, pero también prometía diseñar un
mapa de actores, de intereses y de conflictos.
160
Ana Grondona
Además de ser el más deseable, este estilo era el más viable, sobre todo en relación
con el estilo CONSumista o DESarrollista entonces vigente4, y que los expertos
mainstream proyectaban hacia adelante a través de progresiones y estimaciones. Ese
modelo estaba signado por la “falacia cuantitativa” que trazaba como objetivo del
proyecto nacional el mero incremento del producto bruto interno (“el numerito”,
como escribía irónicamente Varsavsky). Precisamente, en virtud de esta posición y de
la sospecha frente al lenguaje hermético de los economistas, Proyectos nacionales fue
escrito en un tono coloquial, recuperando formulaciones del habla popular, como
refranes, chistes, etc. Asimismo, encontramos un capítulo enteramente dedicado a
“desmontar” los secretos que se ocultaban tras el lenguaje críptico de los expertos.
No queda claro, sin embargo, el estatuto específico de esta participación. Sabemos que
publicó tres cuentos con el pseudónimo Abel Asquini (Zapico & Tajeyan, 2014: 8),
para los que había resultado inspiradora su experiencia como técnico en el laboratorio
de Philips (“Los crímenes de L.I.O” transcurrían en el Laboratorio de Investigaciones
Orselec). Según una entrevista realizada por Delia Maunás a Boris Spivacow, director
4 También se lo denominó “Modernista” (Varsavsky & Calcagno, 1971: 122) y en 1974, “Empresocéntrico” (Varsavsky,
1974/2013: 53 y ss.).
161
Ana Grondona
de Abril e íntimo amigo de Varsavsky, éste era el “alma” del equipo, y respondía las
cartas de lectores (Maunás, 1995: 37)5. Por cierto, Héctor Oesterheld también trabajó
en la revista y fue, en un período que tampoco termina de quedar claro, su director.
Según un trabajo reciente de Carlos Abraham, además de Oesterheld, estuvieron al
frente de la revista Giorgio de Angeli (yerno del director de Abril, Cesare Civita), Julio
Aníbal Portas y Alberto Löwenthal (Abraham, 2013: 134 y ss.). En el apartado que
sigue presentamos, brevemente, aquella publicación.
A partir de conocer el paso de Varsavsky por Más Allá, comenzamos a trabajar sobre
sus 48 números. Aunque en indagaciones ulteriores sería quizás productivo incluir
otras secciones, a los fines del presente capítulo, hemos trabajado sobre los editoriales
y las cartas de lectores, no sólo porque allí resulta más plausible recortar la voz
(heterogénea, múltiple y dispersa) de “la revista”, sino, sobre todo, porque en ella
encontramos meta-reflexiones sobre las singularidades del género “fantasía científica”
que son particularmente relevantes para nuestros objetivos. Así, a los fines del
presente texto, nos interesa analizar los modos en que Más Allá proyectó el papel de
aquel género en su relación con la delimitación de otros futuros y, más
específicamente, en lo que refiere a la delimitación de órdenes sociales y políticos
alternativos.
Vale subrayar que la indagación sobre estos materiales partió con una hipótesis abierta
y general de ciertas “resonancias” entre aquellos textos vinculados al mundo de la
fantasía científica y escritos posteriores de Varsavsky sobre “estilos de desarrollo”. El
encuentro con los materiales nos llevó, sin embargo, a la redefinición más audaz que
adelantamos más arriba: en realidad, Proyectos nacionales es el resultado de mirar el
problema del desarrollo “con los ojos” de la fantasía científica. No solamente
encontramos ciertos “tópicos” que en los editoriales y correo de lectores de Más Allá
parecen “anticiparse” a las discusiones posteriores –el rol de la ciencia en la
delimitación del futuro, la apuesta por un orden basado en la fraternidad, los
problemas y promesas del progreso, etc.–, sino, y más fundamentalmente, una cierta
mirada, incluso una cierta metodología, que nos permiten establecer nexos más
profundos entre ambas instancias. En este ejercicio de puesta en relación, nos
valdremos de algunos aportes de la teoría literaria sobre la fantasía científica, aunque
tan sólo en cuanto refuercen o clarifiquen aspectos presentes en la perspectiva de la
revista, que es la que nos interesa vincular con la perspectiva varsavskiana sobre el
desarrollo.
5 Otras fuentes que apuntan en el mismo sentido son Rivera (2012), Scarzanella (2016: 105) y De Alto (2012). También en
una entrevista realizada por Christian Ferrer, una de las hermanas Varsavsky, Edith, sostuvo que Oscar había sido el
creador de la revista (ver Ferrer, 2007: 192). Sin embargo, Pablo Capanna, reconocido especialista en la ciencia ficción
argentina, afirma que quien escribía en Más allá era Carlos Varsavsky (ver Capanna, 2007: 267). Por otra parte,
Abraham en su trabajo de 2013 sobre Más allá, en virtud de entrevistas realizadas a un empleado (Ricardo Lanari) de
Abril, no destaca para nada el papel de Varsavsky, aunque reconoce que era el hombre tras el pseudónimo de Abel Asquini.
162
Ana Grondona
163
Ana Grondona
Aquella circulación de revistas juveniles cada vez más especializadas (ciencia ficción,
aventuras, policiales, western, terror) estuvo asociada a distintos factores. Por una parte,
fue clave el proceso de alfabetización de las clases medias bajas y el ascenso del ocio,
así como la delimitación progresiva de los jóvenes como un grupo social y un público
diferenciado. Otra de las variables intervinientes remite a las condiciones materiales
que hicieron económicamente viable la masificación de revistas. Así, por ejemplo, a
comienzos del siglo XX surgió y se expandió rápidamente en los EE.UU. una técnica
económica de impresión a partir del desecho de pulpa de madera, que aceleró la
publicación de múltiples revistas, entre ellas la primera generación de sci-fi. Más Allá iba
a inspirarse en una de estas pulp magazines (Amazing Stories, 1926) para la creación de
una de sus secciones (“Espaciotest”; Abraham, 2013: 103). Sin embargo, Más Allá
estuvo más directamente asociada a la segunda generación de esas revistas que, como
Galaxy (1950), adoptaron el formato digest, más pequeño y con mejor calidad de
imágenes. De hecho, la revista fundada por Horace Leonard Gold fue una de las
fuentes predilectas de ficciones para traducir y de varias de sus tapas. Capanna también
señala en un libro reeditado en 1985 que Más Allá publicaba cuentos que habían
aparecido en Astounding Science-Fiction y que la filosofía de su reconocido editor, John
Campbell, resonaba en ambas revistas (Capanna, 1966/1985).
Sin embargo, como veremos, la revista argentina fue bastante más que una receptora
pasiva de “contenidos” producidos en otras latitudes. No sólo publicó cuentos de
autores locales, sino que interactuó estrechamente, sobre todo en las secciones de
correspondencia, con un creciente público local interesado en la fantasía científica y
con una curiosidad general por la ciencia, probablemente alimentada por ciertos
debates públicos, como el que siguió al affaire Richter.
Más Allá llegó a tener una tirada de 25.000 ejemplares (Capanna, 1966/1985: 78), y
realizaba consultas periódicas a sus lectores para conocer su perfil y sus preferencias.
Según una encuesta lanzada en el cuarto número y cuyos resultados se publicaron en
el séptimo, se trataba de un público mayoritariamente masculino (87 %), con gran
proporción de estudiantes (43 %), empleados (23,9 % empleados), profesionales (11,6
%) y obreros especializados (11,1%). Asimismo, la mayor parte de los lectores tenía
entre 18 y 30 años (54 %) o eran aún más jóvenes (18,3 % para las edades de 15 a 17,
y 10 % para los de menos de 14).
164
Ana Grondona
Así, Más Allá –y, en términos más generales, Abril– funcionaban, al mismo tiempo,
como instancias de condensación y como momentos iniciáticos. Por una parte, fueron un
punto de arribo de distintos procesos de diverso rango que se venían desplegando y
que en aquellos primeros años de la década del cincuenta dieron lugar a una
experiencia relativamente inédita en la Argentina y en América Latina: la persistencia
de una revista dedicada principalmente a la fantasía científica (Más Allá), en un caso, la
puesta en marcha de un proyecto intelectual moderno y modernizante pensado para
un público de masas (Abril), en el otro. Fueron también experiencias iniciáticas, y no
sólo para las múltiples trayectorias individuales de quiénes participaron en su hechura,
sino para el despliegue de distintos campos de saber y la delimitación de diversas
problemáticas. Funcionaron, pues, como una antesala de “nuestros años sesenta”,
incluso como una pedagogía política, que, por cierto, también interpeló a un tal Oscar
Terán de Carlos Casares, quien en una carta publicada en el número de diciembre de
1955 sostenía: “nosotros que vivimos en el siglo XX envidiamos a las generaciones
venideras porque ellas serán testigos de la conquista espacial que nosotros solo
intuimos. Por eso buscamos este escapismo moderno...” (“Proyectiles dirigidos”,
1955g). Precisamente, Más Allá se abismaba sobre ese futuro, para pensarlo de un
modo singular, y es sobre todo en ese modo donde encontramos afinidades con la
crítica del “desarrollismo” que Varsavsky iba a desplegar a comienzos de la década del setenta.
165
Ana Grondona
El eje principal del ejercicio que propuso Proyectos nacionales era presentar distintas
formas de vida, múltiples futuros, cuya viabilidad (física, social y política) podía
calcularse. En este sentido, difería de la propuesta de, por ejemplo, el Modelo Mundial
Latinoamericano de la Fundación Bariloche, la cual se centraba en demostrar la
viabilidad de un proyecto alternativo. También en contraste con la estructuración de
trabajos posteriores de Varsavsky, en los que el tono polémico se agudizó para dar
lugar a una polarización máxima en la que se enfrentaban sólo dos estilos (el
Pueblocéntrico y el Empresocéntrico), en 1971 el matemático extendía un poco más
el horizonte de lo imaginable. No sólo observamos una multiplicidad de modelos que
se ponían en juego –CREAtivo, CONSumista, AUTOritario, LUNAr e HIPpie–, sino
que el recurso de imaginar alternativas quedaba abierto a ejemplificaciones del estilo
de la “fábula de Monox” que citamos más arriba, o las elucubraciones sobre un
“Proyecto Nacional ‘motorizado’”, por supuesto inviable, cuyo objetivo era que en el
término de un año cada familia pudiera disponer de un automóvil (Varsavsky, 1971: 41).
Por cierto, a pesar de que ni la fantasía científica en general ni el modo singular en que
se la concibió desde las páginas de Más Allá se redujeron a la “anticipación”, los
mundos posibles del futuro eran un tema particularmente visitado en las reflexiones
editoriales6 y en las respuestas a los lectores. Así, la FC era presentada como “el
esfuerzo más audaz del hombre en pos de la conquista (teórica, imaginaria o fantástica)
del mundo desconocido del porvenir”, era la actividad mental que más se acercaba a
“los límites extremos de lo impensable”, pues insistía en cuestionar “los obstáculos
físicos, psicológicos y técnicos” que aprisionaban “al hombre dentro de su realidad
actual” (“Proyectiles dirigidos”, 1955d).
Encontramos dos ejemplos particularmente sugerentes para ilustrar el rol que Más Allá
adjudicaba a la FC como género capaz de multiplicar los horizontes de lo imaginable y
6 Por ejemplo: “la lectura de f. c. contribuye a nuestro equilibrio mental, despeja nuestros temores, nos brinda fuerzas y
coraje para arrostrar el mañana. Por más que la fantasía nuestra o ajena pinte con colores terroríficos el mundo del
porvenir (…) nos arma y nos prepara a enfrentamos con lo que vendrá. A través de la f. c. el escalofrío del pánico se
transforma en la emoción de la aventura, y la niebla cegadora del pesimismo se disuelve para que podamos ver un
panorama; un panorama variable, pero concreto, y en el cual nosotros, como Hombres, encajamos” (“Encajamos en el
provenir”, 1956).
166
Ana Grondona
sus resonancias en el modo en que Varsavsky iba a plantear el debate sobre estilos de
desarrollo. El primero es un editorial del segundo número, publicado en julio de 1953,
intitulado “Más allá del automóvil”, en el que, como iba a ser usual en esa sección, se
discutían las especificidades del género (“Más allá del automóvil”, 1953). Al respecto,
se sostenía que un cuento que partiera de la proyección de que en el año 2126 cada
ser humano tendría un automóvil, o incluso dos, no sería aceptado por la revista:
“¿Por qué? Porque, para nosotros, una estadística como la indicada no tiene atendibilidad.
El cálculo se basa sobre una presunción de técnica estacionaria: es decir, que el autor
del cuento ha mirado a su alrededor, ha visto muchos automóviles y los ha considerado
elementos definitivos de nuestra civilización. Pero no. Matizando la realidad con la fantasía
científica, se llega de inmediato a la conclusión de que en 2126 ya no existirán
automóviles. Ellos habrán sido reemplazados por gigantescas veredas rodantes a
distintas velocidades por todas las calles, por supuesto, protegidas de la intemperie, y el
tránsito de las ciudades será infinitamente más sencillo, menos peligroso, más económico y
rápido.” (“Más allá del automóvil”, 1953: 2; énfasis agregado)
“Estudiar sólo la tendencia más probable implica resignarse a ella –es respetar las
'reglas del juego', impuestas en buena parte por intereses humanos nada objetivos–, nos
guste o no. Como no nos gusta nada, pero nada, preferimos buscar –para construirlos–
otros futuros más deseables; menos probables, tal vez, pero posibles.” (Varsavsky, 1971:
9; énfasis agregado)
El segundo caso ilustrativo que nos interesa presentar se vincula con otra de las
cuestiones que retomaría el debate sobre estilos de desarrollo: remite a la
confrontación con los diagnósticos pesimistas (que Varsavsky caracteriza como
“reaccionarios extremos”) que, por ejemplo, desde el mencionado Club de Roma
insistían en los peligros que deparaba el crecimiento demográfico y el daño al medio
167
Ana Grondona
“Hace 150 años, Malthus (…) llegó a la conclusión de que no existían sino dos
posibilidades de salvación para la humanidad: una el control y la limitación de los
nacimientos, y su alternativa una serie perpetua de guerras, carestías y epidemias,
redujeran el número de hombres, tal como los impuestos reducen el circulante y curan la
inflación monetaria(…) A este punto, intervienen los escritores de fantasía científica
(…) ellos podrían imaginar no una, sino docenas de soluciones al problema que
aterra a los pesimistas sabios y a los pesimistas sin imaginación (…) Por supuesto,
estas soluciones no son realistas; es decir, no lo son hasta el momento. Pero las
imposibilidades del pasado son los lugares comunes del presente, y lo mismo
sucederá con las aparentes imposibilidades del presente.” (“Alcancemos el porvenir”,
1954; énfasis agregado)
Por cierto, la última frase del párrafo introduce una cuestión importante respecto de la
FC en relación a la cual Más Allá parece haber tenido cierta ambivalencia. Si, por un
lado, la “fantasía” debía ampliar los horizontes de lo posible, no resultan tan claros los
límites dentro de los cuales podía moverse para seguir siendo “científica”. La relación
entre lo verosímil, lo probable y lo posible se muestra compleja. En relación con este
punto, en un libro clásico sobre el fantasy, Rosemary Jackson refiere a cierta
“vacilación” del género, pues, al mismo tiempo que pone entre paréntesis las leyes
(sociales, naturales) que usualmente gobiernan el mundo, sólo produce un efecto de
incertidumbre epistemológica y ontológica a condición de producir otras formas de lo
verosímil (Jackson, 1986). Así, mientras que en algunos pasajes de Más Allá
observamos una celebración de lo inverosímil como fuerza vital y aventura intelectual
de sondear los límites extremos de lo imaginable, en otros tramos encontramos una
interpelación a tomar en consideración cierto principio de “impotencia” asociado a lo
efectivamente imposible. En este segundo sentido, según Más Allá, las preguntas acerca
del porvenir que se hacían desde la fantasía científica eran distintas de los interrogantes
que en el pasado se hacían a “las entrañas palpitantes” o a las “hojas llevadas por el
viento”. Como “forma literaria moderna sostenida en formas del saber cada vez más
divulgadas”, las preguntas por el futuro se articulaban con “fórmulas de la química y
ecuaciones de las matemáticas” (“El fulgor de Marte”, 1954).
168
Ana Grondona
componen sus textos y las afinidades que ellos muestran con la práctica científica, con
la formulación de hipótesis e incluso con la ética que deriva de la duda como método.
Al respecto, es más que elocuente el siguiente fragmento:
“¡Si! Esta es la palabra fundamental. Qué pasaría si... Cómo sería el mundo si... Qué
diríamos si... Este si eterno, lanzado interrogativamente en las infinitas direcciones del
infinito tiempo y del infinito espacio, es el estímulo oculto de MAS ALLA, es el resorte del
progreso humano, es el manantial de todos los sueños, de todo el humorismo, de toda la
emoción.” (“Mitologías del futuro”, 1953)
En las primeras páginas de Proyectos nacionales Varsavsky explicita que el tema de ese
libro era “el futuro, lejano y cercano, de nuestro país”, una cuestión presente en
cualquier reflexión o programa de desarrollo, pero que la forma de abordarlo era
distinta a la que solían adoptar los textos económicos, pues −como señalamos más
arriba– no se trataba de hacer prospectiva en el sentido usual:
Tanto para la fantasía científica, según la entendía Más Allá, como para la delimitación
de Proyectos nacionales, según Varsavsky, rige una ética de la libertad y un llamado a la
creatividad y la construcción, capaces de desbordar los límites de lo que hoy resulta
dado: “todo lo veremos con los ojos del constructor, del que busca por todas partes
materias útiles para la obra que proyecta y descarta las inútiles por bonitas que sean”
(Varsavsky, 1971: 9). En ese camino, signado por un fuerte voluntarismo, tal como
reconoce Varsavsky, la ciencia ficción podía resultar una buena pedagogía:
“[L]as Utopías –clásicas y modernas– y hasta las sociedades imaginarias que nos
ofrece la ciencia-ficción, muestran frecuentemente aspectos, posibilidades y
problemas –sobre todo peligros insospechados– que no son fáciles de visualizar a
través de la experiencia histórica sin ayuda de la imaginación. Por eso son útiles a
pesar de su inviabilidad manifiesta.” (Varsavsky, 1971: 60–61; énfasis en el original)
En efecto, mito y utopía están presentes tanto en Más Allá como en los debates sobre
estilos de desarrollo. Por una parte, la revista inscribía la ficción científica tanto en la
tradición de las descripciones de sociedades utópicas como en la de producción de
mitos. Por ejemplo, en respuesta del director a una carta podía leerse que “las utopías
son de todos los tiempos, y la descripción de sociedades utópicas ha servido, desde que los
hombres razonan para señalar posibilidades, esperanzas, advertencias y peligros”
169
Ana Grondona
Por otra parte, y siguiendo los argumentos de Darko Suvin (Suvin, 1972), podríamos
afirmar que las “utopías factibles” de Oscar Varsavsky son una suerte de social science
fiction, rasgo que compartirían, por ejemplo, con la famosa visión de Tomás Moro, que,
por cierto, el matemático había “modelizado” a fines de la década del sesenta, como
muestra en un libro junto a Eric Calcagno pocos años después (Varsavsky & Calcagno,
comps., 1971).
Ahora bien, más allá de esta proliferación, también es cierto que Varsavsky apostaba
por un determinado orden alternativo que describió (e interpelaba a seguir
describiendo) con bastante detalle. A contramano de la clásica posición marxista que
oponía ciencia y utopía, para el físico era menester involucrarse en una delimitación y
planificación exhaustiva (aunque también participativa) del orden deseado. La
descripción del estilo CREA cobra, pues, ribetes más próximos a la ficción que a la
proyección económica, por ejemplo, cuando nuestro autor imagina formas alternativas
de organización de la reproducción de la vida y la socialización primaria capaces de
superar las evidentes restricciones de la forma “familia”. Al describir los nuevos núcleos
sociales básicos encargados de aquella función, se detiene a justipreciar cuál debía ser
su extensión óptima, entre 100 y 200 personas, número “razonable [ya que] todos
pueden conocerse con la intimidad de parientes cercanos” (Varsavsky, 1971: 211). Del
mismo modo, un poco más adelante, reflexiona sobre la forma que convenía dar a las
viviendas, y hasta sobre la frecuencia con la que sus miembros deberían socializar con
170
Ana Grondona
personas por fuera del núcleo a fin de “recibir estímulos externos”. Consideraba
recomendable pasar un mes al año como huésped en otro núcleo, preferiblemente de
otra región, etc. En esta descripción detallada del futuro utópico alternativo, la
imaginación del escritor de FC entra mucho más en juego que el “rigor científico” del
experto en desarrollo.
Pues bien, junto con la aventura conjetural y la creación de utopías, nos interesa tomar
otro elemento de las teorías sobre ciencia ficción, vinculado a los anteriores, que
resulta afín al proyecto de Más Allá, y que reaparecería en Proyectos nacionales. Nos
referimos a la noción de “extrañamiento”, según fue elaborada por Darko Suvin. La
fantasía científica, asumida como un ámbito de “experimentación mental”7, parte de
aceptar la posibilidad de “otro sistema coordinado y co-variante”, así como de otro
campo semántico (Suvin, 1972: 374). Esta última cuestión resulta nodal y remite a la
insistencia con la que la ciencia ficción produce no sólo “nuevos mundos” sino también
nuevos vocabularios. Al respecto, los textos varsavskianos en torno del “desarrollo”
abundaron en neologismos e incluso encontramos modos específicos de escritura. Ello
resulta observable no sólo en la delimitación del estilo CREAtivo y CONSumista,
AUTOritario, HIPpie y (sobre todo) el LUNAr8 (con las tres o cuatro primeras letras
en mayúsculas), sino también en la referida fábula Monox, en la que despliega más de
una quincena de apócopes que van enredando el relato y construyendo un mundo
lejano y desconocido –a pesar de tratarse de la descripción, algo simplificada y
ficcionada, de cualquier economía latinoamericana de “enclave” (como diría la teoría
de la dependencia)–:
“Hoy Monox tiene una población 'nativa' formada por dos clases sociales: dueños de
bancos de ostras y buceadores que las extraen. (…) Tradicionalmente, de las ostras se
ocupaba el clan DU, que así adquirió un derecho “legítimo” a convertirse en dueño. Los
restantes clanes, OB, tuvieron que aceptar el papel de obreros.” (Varsavsky, 1971: 315–316)
Y más adelante:
“La gran mayoría de los DU están plenamente satisfechos con todos los aspectos del
estilo, y en especial con su posición de clase dominante y la posibilidad de hacer turismo.
El turismo tiene un enorme prestigio porque no está al alcance de ningún OB y es una
actividad completamente distinta, misteriosa incluso para los OB, y que permite conocer y
copiar las costumbres de los poderosos extranjeros.” (Varsavsky, 1971: 328)
7 Esta expresión mantiene una sugerente resonancia con la de “experimentación numérica”, nombre que recibió la propuesta
metodológica de Holland, luego retomada por Varsavsky, a través de la que se podía analizar la viabilidad de distintos estilos
de desarrollo mediante el uso de modelos matemáticos en los que se hacían correr diversas variables. Para una descripción
más exhaustiva, sugerimos Grondona (comp., 2016).
8 Sobre el estilo LUNAr, Varsavsky imaginaba: “En una colonia lunar, el recurso más escaso será tal vez el oxígeno, y por lo
tanto se dará preferencia a los métodos que consuman menos oxígeno, aunque requieran más trabajo humano. Sin duda, en
principio es posible reducir todo a unidades de trabajo, si así se desea. Un recurso escaso puede reemplazarse por otro si
se trabaja y piensa lo suficiente”. (Varsavsky, 1971: 299).
171
Ana Grondona
También sobre esta cuestión resultan iluminadores los apartes del libro de 1986 de
Rosemary Jackson, quien reflexiona sobre los efectos desestabilizadores del fantasy, en
tanto en la proliferación de otros lenguajes muestra la fragilidad que anida en la
relación arbitraria entre significante y significado, aludiendo a aquello que, tal como ha
estudiado el psicoanálisis, queda siempre más allá de la significación y de la
estabilización cultural que opera a través del sistema de la lengua.
El efecto que genera este vocabulario alternativo, así como la operación más general
de producir un mundo conjetural, es el de un extrañamiento que juega con el
distanciamiento al mismo tiempo que con el reconocimiento. Inspirado en el concepto
de Verfremdungseffekt con el que trabajó Bertolt Brecht, Suvin explica que, mediante el
marco imaginativo alternativo al ambiente empírico del autor y del lector, se ponen en
marcha mecanismos de extrapolación o de analogía que hacen de la ciencia ficción un
género con enormes potencialidades críticas. Así, también la delimitación de utopías,
ucronías o distopías cumplen distintos cometidos, no sólo el de advertir posibles
peligros, sino también el de señalar la precariedad del orden vigente mostrando uno
radicalmente distinto. El énfasis de Más Allá respecto al carácter provisorio de las
condiciones actuales (“todo se derrumba y resurge a cada momento”; ver “Sinfonía de
la ciencia”, 1954) se muestra afín a esta perspectiva.
“La F. C. abarca todos los aspectos de la vida humana, inclusive, por supuesto, la política y
sus partidos. Prever el porvenir no consiste sólo en imaginar los detalles del Cadillac
modelo 1962, sino también estudiar la posible evolución de las actuales
organizaciones sociales y políticas. En el estudio de las formas políticas del futuro,
los escritores de F. C. no pueden desligarse ni de sus ideas actuales ni de los resultados de
sus lógicos razonamientos. Cada uno de ellos imagina el mundo del porvenir de acuerdo
con sus opiniones de hoy. Esto vale en todos los campos, tanto político y científico, como
religioso y social. La esterilización política de la F. C., es decir, la supresión
9 Por ejemplo: “sería conveniente que la revista se apartara de temas escabrosos, definidamente políticos, que la perjudiquen.
No hay que ir precisamente ‘más allá’” (“Proyectiles dirigidos”, 1956b) o “no se tendría que sacar a relucir partidos
políticos, tanto sea para alabarlos como para desprestigiarlos” (“Proyectiles dirigidos”, 1956c).
172
Ana Grondona
La invitación a “desconfiar del lugar común” para dar lugar a una “actitud crítica
creadora” incluía explícitamente, como vemos, dimensiones del orden social y político.
Ella, además, no se pretendía ingenua respecto de posicionamiento ideológicos, e
incluso desconfiaba de la neutralidad en el propio terreno científico. Esto último resulta
interesante para nuestro análisis no sólo porque retoma temáticas que iban a ser
rearticuladas por Varsavsky tanto en su debate sobre el cientificismo (en Varsavsky,
1969) como sobre estilos de desarrollo10, sino también porque comparten,
nuevamente, cierta forma de abordarlas. En efecto, más allá de las cuestiones (más o
menos) políticas que se trataban en la sección de carta de lectores de Más Allá, resulta
notoria la intensidad de ciertas controversias, la politicidad de esa disposición, enfatizada
por el modo en que la revista disponía las diversas voces. Sobre este tema nos
detendremos a continuación.
“El principal objetivo a este respecto es que la participación sea profunda, es decir, que
cada persona disponga de los elementos informativos necesarios para comprender el
problema, y que el debate previo sea amplio y claro.” (Varsavsky, 1971: 234; énfasis agregado)
10 Todo el argumento de Ciencia, política y cientificismo (Varsavsky, 1969) gira en torno del carácter necesariamente
ideológico de la ciencia. Por su parte, en Proyectos nacionales se afirma: “Trataremos de estudiar este problema con la máxima
objetividad posible, pero la elección del problema, y de los métodos de tratarlo, es un juicio de valor, está influida por una
ideología” (Varsavsky, 1971: 9). Y más adelante: “No estamos en contra de la ideología –un Proyecto Nacional es ideología
pura–, pero sí de que se intente introducirla de contrabando”, (ídem: 25; énfasis agregado).
11 Para analizar esta dimensión polémica, nos hemos inspirado en un texto clásico de Catherine Kerbrat-Orecchioni de 1980
(Kerbrat-Orecchioni, 1980). Asimismo, tomamos de Dominique Maingueneau la propuesta de poner en relación ciertos
universos semánticos (los sentidos de “lo dicho”) y las escenografías enunciativas (formas y disposición de voces) en los
textos analizados (Maingueneau, 2016).
173
Ana Grondona
“Sin duda los economistas estarían más tranquilos si toda la enseñanza fuera privada y
paga, para poder aplicarle los mismos métodos que a las fábricas de zapatos si fuera
viable.” (Varsavsky, 1971: 80; énfasis agregado)
O:
“Al identificar el desarrollo con un numerito, es fácil sugerir que los países de 500 dólares
p.h. deben aspirar a ser como los de 1.000, y éstos como los de 3.000. Como el país de
mayor ingreso es EE.UU., se deduce que éste debe ser el “modelo” de desarrollo para
todo el mundo. De paso quedan en segundo plano los peligrosos problemas de la
dependencia: no nos vemos como satélites colonizados sino como alumnos de un maestro
aventajado.” (Varsavsky, 1971: 110; énfasis agregado)
La revista Más Allá, por su parte, también había sido un ámbito privilegiado de
polémica. En primer lugar, en los editoriales encontramos una apuesta “doctrinaria”
por la controversia (a nivel de “lo dicho”): “En la fantasía científica, por el contrario, el
pensamiento es ilimitadamente libre. La polémica es eterna. La fantasía científica es,
esencialmente, polémica inagotable” (“Polemizando con la estela fulgurante”, 1955;
énfasis agregado).
Amén de esta declaración y de las múltiples instancias en las que desde los editoriales
se proyectaban autores y lectores agudos, críticos y dispuestos al debate, resulta quizás
más interesante observar el modo en que la polémica funcionó de hecho en la revista.
Siguiendo lo que parece ser una tradición en este tipo de publicaciones, Más Allá
estaba, como hemos señalado, particularmente interesada en conocer el perfil de sus
lectores y, sobre todo, sus opiniones. Desde el segundo número (julio de 1953)
dedicaron para ello una sección de cartas de lectores y, a partir del número 17 (de
octubre de 1954), desdoblaron las respuestas en dos subsecciones: por una parte, las
que resolvían dudas científicas y por otra, una dedicada a los debates (principalmente)
alrededor de las ficciones publicadas. Esta última se llamaba “Proyectiles dirigidos”, y
fue caracterizada por los propios lectores como “una tribuna libre” de debates
174
Ana Grondona
“No puedo dejar de responder al señor León Zorrilla (M. A. N° 34) que si el señor
Martínez le recuerda a los aborígenes americanos, él me recuerda a los misioneros de los
tiempos de los aborígenes que cobraban a esos mismos indígenas $ 100 por un entierro
cerca del altar, $ 50 por un poco más lejos, y $ 10 lejos, con el cuento de reservarles un
lugar cerca de Dios. Por lo tanto, leoncito, será mejor que te cortes la melena que a
melena larga entendimiento corto. Y vete tú a hablarles a los marcianos sobre tus ideas
que aquí, te lo aseguro, vas al descenso. MARTA CARLO (Capital).” (“Proyectiles dirigidos”, 1956e)
Este ethos abiertamente confrontativo se corresponde con el peso que –a nivel de “lo
dicho”– tanto Más Allá como Varsavsky asignan a la crítica y la polémica. Uno de los
175
Ana Grondona
rasgos esenciales del “nosotros” enunciador que se configura en las primeras páginas
de Proyectos nacionales es su carácter contestatario y cuestionador del orden social
vigente. Según declaraba Varsavsky en 1971, “nuestro rechazo de la sociedad actual
nos une a todos los inconformistas. Pero, entre éstos, no son muchos los que se
preocupan por visualizar cómo debe ser la que la reemplace” (Varsavsky, 1971: 9; énfasis
agregado). Esta caracterización se asemeja notablemente a la descripción de los
“masalleros”12 que había ofrecido uno de los lectores de la revista:
“No somos conformistas, y ella (la fantasía científica) no lo es. Somos soñadores que
construyen sus castillos, no en el aire, sino en la base que les dan los conocimientos
de la ciencia, las predicciones de la ciencia y del razonamiento científico. Alberto
Gómez y Artigas (Montevideo, Uruguay)” (“Proyectiles dirigidos”, 1955b; énfasis agregado)
Todo texto encierra, según explica Michel Pêcheux (Pêcheux, 1978: 44 y ss.), una serie
de proyecciones imaginarias que operan a nivel de la enunciación, y ellas están
recorridas, atravesadas, incitadas por una serie de preguntas: ¿Quién soy “yo” para
hablar así de esto? ¿Quién es “él” para que le hable así de esto? ¿Quién soy “yo” para
“él”, al que le hablo así de esto?, etc. El modo en que Proyectos nacionales resuelve
estos interrogantes está definitivamente “corrido” de las regularidades esperables en
un texto dedicado al problema del desarrollo. A lo largo de este apartado hemos
intentado mostrar que, al menos en parte, ese “corrimiento” responde a la presencia
de elementos vinculados con la fantasía científica de estilo “masallero”, sus modos del
debate, de disponer de voces, de construir sus posiciones de autoridad, entre otros.
12 Este es el nombre que se daba a los lectores de la revista tanto en las secciones de correspondencia como en los
editoriales.
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Ana Grondona
Reflexiones finales
En primer lugar, el recorrido que propuso este capítulo nos permite poner en entre
dicho ciertas fronteras que usualmente tomamos como evidentes. Así, la porosidad del
límite entre ciencia y fantasía parecería no ser sólo patrimonio del campo científico en
estado “naciente” entre fines del siglo XIX y el siglo XX, sino también extenderse
bastante más acá. Tal como indicamos al principio, entendemos que en buena medida
Proyectos nacionales es un ejercicio de fantasía científica, el resultado de mirar el
problema del desarrollo con ojos de “masallero”. Hemos encontrado pistas de ello en
los modos de desnaturalizar las propuestas del desarrollismo mediante la presentación
de otros mundos posibles, tanto en las formas de delimitación de utopías creativas
como en la desestabilización de prejuicios a través del efecto de extrañamiento que
ellas producían. La puesta en funcionamiento de estos mecanismos hace de Proyectos
nacionales un libro extraño, casi bizarro, que sólo a regañadientes llamaríamos propio
del campo experto del desarrollo. La propuesta de aquel texto no se fundaba en la
garantía de verdad en sus fórmulas típicas. Por el contrario, cuestionaba la autoridad de
ese punto de vista para proponer otro basado en una relación más creativa, incluso
lúdica (¿literaria?) con el futuro. Es en este gesto que resuenan aún más fuertes, los
ecos de Más Allá:
En segundo lugar, en virtud de las conexiones que encontramos entre ambas series
(una de mediados de la década del cincuenta, otra de principios de la década del
setenta del siglo XX), parecería provechoso preguntarse por los vínculos entre
“épocas” que solemos estudiar como unidades más o menos dadas. Asoma, aquí, el
escurridizo concepto de “generación”, como noción que nos permitiría, quizás, asir
mejor el hilván (¿o la hilacha?) que une y separa unas “épocas” de otras. Hay formas de
la experiencia, modos de abordar los problemas, formas del decir e incluso marcas
estilísticas que, aunque no remiten a un modo uniforme ni homogéneo, sí configuran,
en la dispersión y heterogeneidad que transita cualquier biografía individual o colectiva,
ciertas regularidades. Queda pendiente, pues, un regreso sobre las múltiples
teorizaciones alrededor de la cuestión “generacional”, para ver si no hay allí aspectos
pasibles de integrarse a una indagación como la que aquí presentamos.
177
Ana Grondona
Finalmente, nos interesa subrayar que tanto Más Allá como Proyectos nacionales
avanzaron en una crítica de la forma de vida burguesa, de la mentalidad consumista
seducida por el confort. Se trató de una puesta en cuestión de los valores centrales
tanto del capitalismo fordista-keynesiano como del posfordismo que estaba por venir.
Los presupuestos y evidencias de ese mundo debían ser interrogados a partir de la
proyección de otras alternativas societales. En este punto, se trata de planteos que
adquieren vigencia en el marco de nuevas propuestas holistas como el Sumak Kawsay,
que buscan, a partir del reconocimiento de ciertos valores trascendentes, rehuir a la
lógica cuantitativista y alienada de la sociedad contemporánea. Volver sobre las
memorias de aquella fantasía científica criolla y leerlas como práctica y pedagogía
políticas permitiría construir otras filiaciones a estos debates actuales, más allá de la
remisión (ciertamente mítica) a las comunidades originarias.
178
Ana Grondona
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181
El dólar habló en números
Crónica periodística y publicidad en la primera popularización del dólar
en la Argentina (1958–1967)
Con su característico frac negro y su hablar veloz plagado de escenas que comentaban
irónicamente las coyunturas políticas y sociales de la Argentina, en este monólogo de
1962 el humorista Tato Bores abordaba un tema que con el tiempo se volvería
recurrente en sus programas televisivos. El “capo cómico de la nación” describía allí
una coyuntura marcada por una fuerte devaluación del peso y por la liberalización del
mercado de cambios, brindando a su público una imagen novedosa para representarse
a sí mismo: de forma irónica, retrataba a “todos los argentinos” como “financistas” que
seguían las variaciones de la cotización del dólar en las pizarras de las casas de cambio.
En esos escasos minutos Bores logró darle expresión pública a un cambio que
empezaba a asomar a comienzos de la década y que se estabilizaría durante los años
siguientes: el de la instalación del dólar como parte del repertorio de prácticas
financieras1 en la Argentina, y su constitución como una referencia inteligible, tanto en
1 Retomamos la noción de “repertorios financieros” de Jane Guyer (2004, 2016). Esta noción pone el acento en los procesos
de larga duración que van dando forma a las prácticas e interpretaciones que las personas movilizan para organizar
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
términos económicos como políticos, para sectores cada vez más amplios de la
población.
En las décadas previas, el panorama había sido diferente. Las discusiones y conflictos
que la instauración de las primeras medidas de control cambiario había suscitado a
comienzos de los años 1930 asociaban el mundo de las divisas casi exclusivamente a
las relaciones entre elites económicas y estatales. La incidencia de otros sectores
sociales, tales como el de los inmigrantes que enviaban remesas a sus países de origen,
no era relevante en términos del debate público. Hubo que esperar más de una
década para que las controversias generadas a raíz de la “escasez de divisas” ayudaran
a comenzar a conectar la realidad del mercado cambiario con la vida cotidiana de
amplios sectores de la sociedad. A fines de los años 1940, la retórica y las políticas del
presidente Juan Domingo Perón intentaban restarle crédito a las posiciones que
indicaban que la falta de divisas podía afectar la vida cotidiana de la población, al
tiempo que asociaban la comercialización ilegal de divisas con maniobras especulativas
que hacían aumentar los precios de algunos bienes básicos (Elena, 2011). Pero, aunque
el mercado cambiario comenzaba a ser debatido en términos de sus efectos para
diferentes grupos de la sociedad, en este período el mismo aún aparecía como un
universo económico dominado casi exclusivamente por las elites y asociado
directamente con las dinámicas del comercio exterior.
Apoyados en la perspectiva de la sociología del dinero, que nos enseña que las
monedas no son entidades autopropulsadas, sino que necesitan de mediadores y
promotores culturales que permitan su apropiación y uso (Zelizer, 1997), en este
trabajo nos proponemos dar cuenta del modo en que en los años 1960 comienza a
sedimentarse aquella relación novedosa que la humorada de Tato Bores permite
entrever.
transacciones económicas. Desde esta perspectiva, los “repertorios financieros” son siempre sedimentaciones históricas de
procesos sociales.
2 Tal como lo entendemos aquí, el sentido de la noción de “cultura popular” no remite a la cultura de un grupo y/o de una
clase, sino a los circuitos no elitistas de producción de repertorios interpretativos cuya apropiación y uso no tienen como
condición necesaria la acumulación de un capital cultural elevado.
183
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
En este trabajo nos serviremos del concepto de “popularización” para construir una
interpretación de acuerdo con estas premisas. Tal como lo entendemos, el proceso de
“popularización” de un repertorio financiero implica la interacción entre dos dinámicas:
la ampliación de nuevos públicos que se apropian de ese repertorio y la difusión de
marcos interpretativos que le den legitimidad a sus operaciones. Así, la hipótesis que
sostendremos en este trabajo afirma que, desde finales de la década de 1950, la
posibilidad de que el dólar haya comenzado a integrar los repertorios financieros de
sectores hasta entonces en escaso contacto con el mercado financiero y cambiario se
alimentó de la producción de la moneda norteamericana como un artefacto de la
cultura popular, es decir, fácil de decodificar, familiar, capaz de orientar cognitiva,
emocional y prácticamente a personas poco experimentadas en este universo
económico.
En este sentido, el monólogo de Tato Bores puede ser considerado como expresión
de un conjunto de pedagogías monetarias (Neiburg, 2005) que durante la década de
1960 enseñaron a vastos sectores de la población a ingresar y participar en el mercado
cambiario, y. por lo tanto, contribuyeron a incorporar al dólar como parte de un
repertorio financiero de agentes con escasa experiencia en el mundo financiero. Alex
Preda (2009) propone considerar la publicidad o los artículos de la prensa escrita
como dispositivos que guían, preparan, entrenan a los agentes para moverse al interior
de las nuevas fronteras de los mercados financieros. Siguiendo esta idea, en este
capítulo analizaremos el rol de la prensa escrita en el desarrollo de este primer
proceso de popularización del dólar en la sociedad argentina. Para ello
consideraremos, por un lado, el modo en que dos grandes periódicos de circulación
184
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Nuestro análisis se desplegará según la estructura que sigue: en la primera parte del
capítulo nos ocuparemos de las transformaciones observadas en la cobertura
periodística del mercado de cambios en momentos marcados por fuertes turbulencias
económicas y políticas. En esa sección analizaremos los nuevos modos de narrar y de
elaborar opiniones que van instalándose como marcos de interpretación y legitimación
del “negocio cambiario” tanto legal como ilegal. La segunda parte se concentrará en el
modo en que el tratamiento de la actualidad económica y la publicidad incorporan en
el período las referencias al dólar, incluso en relación con procesos ajenos al comercio
exterior o el mercado cambiario. Este análisis ayudará a mostrar cómo se fue
constituyendo la moneda norteamericana en un dispositivo de decodificación para ser
usado por públicos heterogéneos y para moverse en contextos plurales. Finalmente,
en las conclusiones retomaremos los análisis precedentes en función de la
caracterización de lo que llamaremos el primer proceso de popularización del dólar en
la Argentina del siglo XX.
Siete años después de haber sido derrocado el Gral. Juan Domingo Perón, Tato Bores
retrata de manera irónica una realidad que contrasta con la imagen del mercado
3 El corpus analizado en este trabajo está compuesto en primer lugar por informaciones, editoriales y artículos firmados
referidos a la actualidad económica que ponen especial énfasis en las cuestiones monetarias y cambiarias, y que fueron
publicados en los diarios La Nación y Clarín en una serie de coyunturas críticas seleccionadas entre los años 1958 y 1970.
También integran nuestro corpus las publicidades aparecidas en los mismos medios que incluyen elementos textuales y/o
visuales que refieren a la moneda norteamericana. Otra serie de publicaciones del mismo período (como las revistas
Primera Plana, Análisis y Pulso) fueron relevadas con los mismos criterios, aunque no han sido objeto en este trabajo de un
análisis sistemático. Agradecemos la valiosa colaboración en el relevamiento de estas fuentes de la Lic. María Clara
Hernández, el Lic. Joaquín Molina y el Lic. Juan Arrarás.
185
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Aunque sin dudas la fuerza del relato se funda en la (pretendida) novedad de las
prácticas que narra, para la época en que esta emisión de Siempre en domingo fue
difundida, los lectores de los periódicos ya habían comenzado a familiarizarse con el
paisaje de la City porteña. En efecto, a finales de la década de 1950 la cotización del
dólar había llegado ya a la tapa de los diarios, de la mano de la progresiva
desregulación del mercado cambiario y de las en algunos momentos bruscas
oscilaciones de la divisa4. Al ritmo de esas transformaciones, los movimientos
4 A finales de octubre de 1955, el gobierno de facto de Eduardo Lonardi dispuso, siguiendo los lineamientos del informe
elaborado por Raúl Prebisch, una primera desregulación del mercado cambiario, controlado durante todo el peronismo. Las
nuevas medidas llevaron la cotización del dólar de $5 y $7,5 (básico y preferencial, respectivamente) a un tipo de cambio
oficial único de $18, y mantuvieron la diferenciación entre un tipo de cambio oficial, vigente para exportaciones e
importaciones de bienes de primera necesidad, y un tipo de cambio libre, que se ubicó inicialmente alrededor de los $33,
donde se canalizarían el resto de las operaciones. En diciembre de 1958, el Plan de Estabilización de Arturo Frondizi llevó
186
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Esos relatos describen con precisión la evolución de las cotizaciones a lo largo de cada
jornada, prestando atención no sólo a los valores al cierre, sino también a sus
oscilaciones en diferentes momentos. El comentario detallado de la actuación del
Banco Central en los períodos de intervención habitual en el mercado, así como la
identificación de los actores concretos detrás de la conformación de la oferta y la
demanda del día –sobre todo de aquellos que pueden explicar subas bruscas o caídas
estrepitosas del valor de la moneda–, forman parte esencial de la narración. Es posible
entonces encontrar en estas crónicas una serie de protagonistas habituales, con pesos
variables según el momento, pero relativamente recurrentes: los grandes bancos
públicos que realizan compras o ventas importantes; el Banco Industrial que garantiza
importaciones; los exportadores de carnes y/o cereales que liquidan o retienen el valor
de sus ventas en el exterior. Ahora bien, si en estos casos se trata de grandes agentes
del mercado, en general institucionales, que operan con lo que en el momento se
denomina “dólar giro” o “dólar transferencia” (aquel negociado a través de los
bancos), entre aquellas figuras también se cuenta otra, más atomizada, cuyo escenario
primordial son las casas de cambio en las que se negocia el “dólar billete”. Se trata de
la “especulación hormiga” o “pequeña especulación”, aquella que “busca las pequeñas
diferencias”, y que encontrará en los momentos de turbulencias monetarias –cambios
en la regulación del mercado de cambios, devaluaciones del peso– y políticas –
movimientos en el equipo económico y/o en el gobierno– la oportunidad propicia
para sus negocios.
adelante la liberalización total de ese mercado. Para una visión general sobre la política económica y monetaria del período,
ver Aronskind (2007).
5 Desde luego, esas tablas no desaparecieron. Más aún, a pesar de los cambios registrados en la cobertura general del
mercado de cambios, el modo en que cada diario continuó presentando las cotizaciones permaneció inalterado por muchos
años. En La Nación, estas se presentaban sin jerarquías explícitas, según el orden alfabético de las monedas informadas. En
Clarín, la tabla era encabezada por la libra esterlina y el dólar, con los respectivos valores indicados por unidad, y a
continuación se enumeraba el resto de las monedas (franco francés, lira y peseta en primer lugar), con los valores
expresados por 100 unidades.
187
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
meses de fuertes alzas en el valor del dólar6, la liberación completa del mercado de
cambios dispuesta por el gobierno no sólo es ampliamente comentada por la prensa
escrita, sino que su efectivización tras 13 días sin operaciones cambiarias es
profusamente cubierta en un registro novedoso. Por primera vez7, no sólo una serie de
números, sino también de imágenes y sensaciones se asocian al mercado de cambios:
aquella de las multitudes agolpadas frente a las vidrieras de las casas de cambio del
centro porteño, ansiosas por conocer el valor de la moneda y –al menos una parte de
ellas– por poder al fin realizar transacciones con ella. La expectación domina el tono
de la crónica tanto escrita como visual:
Dos días más tarde, tres elementos sobresalen en las imágenes que publican en lugares
destacados los dos principales diarios porteños, enfocándose en las concentraciones
sobre la calle San Martín –cuyas dimensiones se ponen de relieve mediante fotografías
de toma cenital–, así como los esfuerzos de los transeúntes por ver a través de las
vidrieras de los locales y los mostradores de las agencias repletos de clientes. Salvo por
las tomas panorámicas que muestran en primer plano las marquesinas de las agencias y
la multitud frente a ellas, se trata en general de planos cortos, cuyo foco está en la
actitud de las figuras que se agolpan ante escaparates y mostradores (en su gran
mayoría hombres adultos, vestidos de traje y en muchos casos con sombrero,
presumiblemente oficinistas); el ávido interés por los valores cambiantes en las pizarras;
la excitación en la consulta a los empleados de las casas de cambio; el comentario
vivaz entre quienes coinciden casualmente frente a la misma vitrina.
6 El valor del dólar había pasado de $41 antes de la asunción de Frondizi a $69 en el momento previo al anuncio del Plan de
Estabilización.
7 A fines octubre de 1955, cuando se anunció la desregulación del mercado cambiario, la prensa abundó en comentarios
sobre la medida, discutida incluso en los editoriales. Sin embargo, en el momento de su implementación –tras más de una
década de vigencia del control de cambios– la cobertura periodística se limitó al reporte de las cotizaciones y el comentario
escueto, sin fotografías, de los movimientos de la jornada.
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Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
“En las aceras de la calle San Martín –en las que suelen agitarse polémicos especuladores
al por menor– existió confusión; en las esferas económicas oficiales hubo esperanza y en
el campo de la alta finanza privada expectación y serenidad. El dólar habló en números, y
al cierre de las operaciones estaba a $66,6 en los registros del BNA; a $66,2 en la escala
para países con convenios bilaterales y a $68,8 en el mostrador de las agencias
cambiarias.” (“En la jornada de ayer”, 1959)
189
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
número capaz de hablar a un público cada vez más amplio, un guarismo inteligible no
sólo para aquellos que operan con divisas, sino también para simples curiosos.
8 A lo largo de los años 1960, La Nación permanecerá en términos generales fiel a su estructura tradicional, tanto en el
diseño del diario, en la organización de sus contenidos como en el estilo de trabajo periodístico. Así, por ejemplo, la
utilización de imágenes será mucho más rara que en Clarín, al igual que el recurso a los destaques mediante grandes
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Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
“Ya en Clarín del jueves hemos explicado el mecanismo de uno de los recursos utilizados
por la especulación para preservar sus intereses. Fúndase él en el llamado pase de
contado al futuro, un tipo de transferencia que hace posible la retención por el vendedor
de las divisas que se negocian en el curso de una rueda determinada.” (“Dólar”, 1962)
“Al mercado de cambios hay que seguirlo de cerca, muy especialmente cuando sus
operaciones se desarrollan bajo el signo de la especulación. En la rueda del lunes, muchas
transferencias se hicieron con la técnica del dólar calesita, comprado primero a un precio y
vendido después a otro más alto, un procedimiento que se puede repetir tantas veces
como lo permitan las intermitencias alcistas de las cotizaciones y con el cual es posible
obtener diferencias de un monto inestimable.” (“Dólar. El BCRA debió anular la rueda del
lunes”, 1962)
titulares. Hasta el final de la década, la portada de La Nación continuará poblada de una pluralidad de noticias en formato
mediano o pequeño, de las cuales una parte importante continuará en distintas páginas interiores.
9 La columna estaba inicialmente firmada por Manuel Persky, a quien sucedió en 1962 Gustavo Mündhel. Persky fue más
tarde columnista económico de la revista Todo, fundada en 1964 por Bernardo Neustadt.
191
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Así, tanto la crónica detallada del mercado de cambios como las secciones fijas a cargo
de especialistas contribuyen a la configuración paulatina de un espacio cada vez más
amplio dedicado a los asuntos económicos dentro de los medios gráficos de
circulación masiva. Esa apertura no tiene que ver únicamente con un aumento del
volumen de información o de su visibilidad –algo que también se verifica en el
período– sino sobre todo con una progresiva transformación de los enfoques, que
dejan de estar dirigidos exclusivamente al “mundo de los negocios”, para ir
incorporando otros potenciales lectores: esos “curiosos” que no son (grandes)
jugadores en el mercado, pero que comienzan a leer con interés la información
económica por lo que ésta dice no sólo de la economía, sino sobre todo de la vida
política nacional.
A comienzos de los años 1930, la imposición del primer control de cambios fue
seguida por la rápida conformación de un mercado ilegal de divisas, cuya operación
rara vez llegaba a las páginas de los diarios. Denominado como “bolsa negra”, hasta
fines de la década de 1940 ese negocio extraoficial sólo se volvía noticia a través de la
sección policiales, cuando las autoridades lograban interceptar y desbaratar las redes
10 Enrique Silberstein fue economista, doctor en Economía por la Universidad de La Plata y profesor en la Universidad
Nacional del Sur; estuvo vinculado al Partido Comunista. Autor además de novelas y obras de teatro, sus “Charlas
económicas” se publicaron en las revistas Esto es, Vea y Lea y en los diarios La Razón y El Mundo. El volumen que las editó
en 1967 reúne más de 150 columnas, originalmente publicadas en forma semanal.
192
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
“Clausuradas las operaciones oficiales, hubo signos claros de que el mercado paralelo
continuaba actuando, principalmente en la liquidación de posiciones a fin de mes, las
cuales, en general se situaron el martes y miércoles entre los 66 y 67 pesos por cada
dólar. Anteayer, este vigoroso sector del negocio monetario prosiguió operando,
aunque en limitada escala, y la mayor parte de las transacciones se realizaron a
cotizaciones del tipo vendedor oscilantes entre los 68,5 y los 69 pesos.” (“El peso ante
nuevos valores de relación”, 1959; énfasis agregado)
Un tratamiento similar se observa algunos años más tarde, en las jornadas previas al
lanzamiento de los bonos “Empréstito de Recuperación Nacional 9 de julio” por parte
del entonces Ministro de Economía Álvaro Alsogaray:
“Al tenerse la certeza de que el feriado de la actividad era definitivo, se intentó desarrollar
un mercado de operaciones colaterales. Los ensayos que a ese efecto se realizaron se
limitaron a la negociación de lotes de billetes de escasa cuantía, para cuya colocación los
precios que se pactaron no excedieron, en general, de los 124 pesos por dólar.”
193
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
La estabilización de una representación sobre el mercado paralelo como una parte por
momentos vigorosa del negocio cambiario, cuya legitimidad no es cuestionada por la
prensa, se registra progresivamente a lo largo de toda la década. En aquellos
momentos en que las regulaciones vigentes limitan el acceso al mercado oficial para
ciertas transacciones, la atención de los diarios hacia el mercado ilegal se acentúa,
llegando incluso a publicarse cotidianamente la referencia a ambas cotizaciones. La
relevancia de ese circuito es tal que el periodismo llega a preguntarse por qué, aun
cuando las condiciones parecen indicar que no hay motivos para que una plaza
colateral funcione a nivel local, esta persiste, tal como sucede en marzo de 1967
cuando el ministro Krieger Vasena lleva el dólar a un valor superior al de la cotización
en el mercado paralelo.
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Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Entre fines de 1958 y principios de 1959, en una coyuntura marcada por una gran
devaluación, la liberalización y conformación de un mercado único de cambios y el
aumento del precio del dólar, el diario Clarín elaboró una forma novedosa para señalar
el encarecimiento de algunos productos alimenticios como la carne. En la portada de
su edición del 17 de diciembre de 1958 publicó en el recuadro de notas destacadas:
“Lomo-U$.... En Buenos Aires el kilo de lomo se halla en franca competencia con la
cotización del dólar. El lomo cerró ayer en las pizarras de las carnicerías a 60. El dólar,
cerró en las pizarras de cambio a $67,30. El lomo subió $30, mientras que el dólar en
las últimas 48 horas subió $4,60” (“Otros hechos importantes del panorama nacional.
Lomo-U$”, 1958). A fines de ese año el gobierno de Frondizi toma una serie de
medidas destinadas a estabilizar la economía y poner un freno al aumento de precios.
Entre ellas se encuentra la liberación del mercado cambiario, antecedida por el cierre
del mismo entre el 30 de diciembre y el 12 de enero. En el recuadro “Las últimas
noticias sobre lo que usted está comentando” compuesto por notas como “¡Taxi, sr !”,
sobre los conductores de autos de alquiler ofreciendo su servicio a los transeúntes, “El
adiós de los porteños a las monedas de 0,50” o “Increíble”, que relata las peripecias de
tres equipos de fútbol que no pudieron viajar desde Rosario a Buenos Aires por el
aumento del precio de los pasajes de tren, retorna a la tapa la noticia que vincula el
dólar al lomo: “La última cotización del dólar, antes de los recientes cambios
económicos fue de 69 pesos. Le queremos recordar esta cifra porque es probable que
hoy, la carne, en su venta al público, supere la barrera del peso-dólar y entre en una
nueva órbita: carne-dólar.” (“Las últimas noticias sobre lo que Ud. está comentando.
Carne-U$”, 1958).
195
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Por este motivo, esta serie también forma parte de la construcción de la “familiaridad”
con el dólar. Su cotización se vuelve decodificable para un público amplio. En la
coyuntura de fines de la década de 1950, esta forma de presentar el aumento del
precio de bienes sensibles, como la carne, tiene un efecto pedagógico: al escenificar
que el precio del lomo puede llegar a ser tan caro como el valor del dólar, ayuda a
hacer inteligible la alteración “exorbitante” de los precios.
El contraste con el período 1930–1955 sirve para indicar las inflexiones que se
producen a fines de los años 1950. En esos años, los escasos avisos publicitarios que
incluyen referencias a monedas extranjeras están en su mayoría asociados a las casas
de cambio. El dólar no es una moneda destacada, y las operaciones publicitadas
refieren a los servicios ofrecidos por esos negocios del sector cambiario. Este estilo de
publicidad contrasta con el aviso que ocupa una página entera en la edición de Clarín
del 18 de diciembre de 1958. En este anuncio, la empresa constructora Geofinca S. A.,
con sucursales en Capital, Rosario y Castelar, promociona la compra de lotes a crédito
en Mar del Plata (Geofinca S.A., 1958). El aviso consta de tres viñetas en las que
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Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Otra serie de avisos que empiezan a aparecer entre fines de la década de 1950 y
principios de la siguiente son indicadores (y productores) de esta primera instalación
del dólar como moneda de referencia del valor de bienes por fuera del comercio
exterior o el mercado cambiario. A finales de la década de 1950, el valor de los pasajes
aéreos se publicitaba en dólares. El 20 de febrero de 1958 se leía en el diario Clarín:
“Cinta. Chilean Airlines. Rompió la barrera de la economía... con servicios de lujo”
(Cinta Chilean Airlines, 1958). Con este aviso se promocionaban vuelos a New York y
Miami por U$S 420 y U$S 345, respectivamente, ida y vuelta. En su edición del 27 de
enero de 1959, el mismo diario publicó un aviso de Aerolíneas Peruanas donde se
anunciaba: “A México. La ruta más corta. La tarifa más económica. U$S 432 ida y
vuelta. Consulte en su agente de viajes” (Aerolíneas Peruanas, 1959). Probablemente,
la propuesta de paquetes turísticos volvía los viajes más económicos y permitía ampliar
las posibilidades de adquirirlos a sectores medios altos. El 15 de julio de 1962, el diario
Clarín publicó un aviso donde la agencia Viajes Salvatierra ofrecía una “gran excursión”
a Europa para pasar “128 días inolvidables” por U$S1.695 (Viajes Salvatierra, 1962). El
Atlántico se cruzaba viajando en una “majestuosa motonave”. También podía leerse en
el aviso la promoción de una “excursión de ensueño” a Oriente durante “64 días
inolvidables” a U$S 3.250. Un “jet de Pan American” transportaba a los pasajeros en
este paquete. Estos avisos podían encontrarse también en otras publicaciones. En su
número de agosto de 1963, la revista del Automóvil Club Argentino promocionaba
viajes a Europa “todo incluido” y “en cómodas cuotas” a U$S 790 (Automóvil Club
Argentino, 1963).
197
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
Durante la década de 1960, la publicidad del sistema financiero no fue ajena a tal
instalación del dólar. Así, por ejemplo, en el contexto de la reapertura del mercado de
cambios en abril de 1962, era posible leer avisos que buscaban atraer a posibles
clientes que poseían divisas extranjeras. El Banco Popular Argentino los convocaba de
esta manera: “Si Ud. dispone de moneda extranjera en el país o en el exterior gane un
BUEN INTERÉS”. Meses después el mismo banco se dirigía a los lectores de este
diario en los siguientes términos: “NO LLEVE SUS DIVISAS AL EXTRANJERO.
Colabore con la recuperación nacional, depositándolas a intereses remunerativos”
(Banco Popular Argentino, 1962).
En el año 1967, cuando el gobierno del General Onganía anuncia la llamada “última
devaluación”, acompañada por un paquete de medidas orientadas a “estabilizar” y
“modernizar” la economía, se genera un contexto donde la publicación de avisos
referidos a los usos del dólar adquiere cierta regularidad. Entre otras iniciativas, estas
medidas volvían a liberalizar el mercado de cambios, que se encontraba intervenido
desde 1964. Además, el Banco Central tomaba la decisión de permitir a los bancos el
ofrecimiento de depósitos y plazos fijos en moneda extranjera. Se daba marcha atrás
así con la suspensión dictada tres años antes por el gobierno de Arturo Umberto Illia,
que a su vez había significado dejar sin efecto la autorización que regía para realizar
dichos depósitos desde 1957.
En 1967, las narraciones sobre la apertura del mercado de cambios son claras con
respecto a la presencia de una gran cantidad de “ahorristas” que acuden a las casas de
cambio a vender los dólares en su poder. Durante los primeros días de apertura, las
crónicas muestran que el mercado fue ganado por la “oferta” de los “particulares”. La
revista Primera Plana, por ejemplo, narraba:
“Krieger Vasena partió de algo paradójico. Una devaluación inicial del 40% junto con la
liberalización del mercado de cambio. Algo que la calle San Martín celebró con regocijo.
Cuatro casas de cambio (Baires, Exprinter, Piano y Mercurio) abrieron ese mismo lunes sus
puertas y una marea de vendedores la inundó. Tuvieron que suspender sus operaciones a
las dos o tres horas, según los casos, por la simple razón de que les faltaron pesos
argentinos para responder a la oferta de dólares que llegaban en las más diversas
envolturas caseras.” (“Andante con brío”, 1967)
198
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
La misma publicación consignaba que en esa semana las casas de cambio habían
comprado 7 millones de dólares.
“¿Y Ahora? Cómo sabe usted en que le conviene ahorrar. ¿Plazo fijo? ¿Dólares? ¿Sección
hipotecaria? Hay varios tipos de ahorro y muchas inversiones posibles. Usted no puede
conocerlas todas pero nosotros sí, porque somos banqueros. Venga a vernos. Converse con
nosotros. En nuestro nuevo Centro Informativo de Inversiones le diremos cómo le conviene
ahorrar para ganar más. Es un servicio único y gratuito para usted, ahorrista o inversor.”
(Banco Ganadero Argentino, 1967)
A través de la medida que habilitaba a los bancos a tomar depósitos en dólares y dada
la disponibilidad de la moneda norteamericana en mano de particulares, varios avisos
estaban orientados a volver atractivas estas operaciones nuevamente autorizadas. La
revista Primera Plana publicó el aviso del Banco Comercial de Buenos Aires, que
ofrecía “Depósito en Dólares con Interés Compensatorio. Caja de Ahorro en dólares,
Operaciones con el exterior en dólares. Compra y venta de dólares. Operaciones en
Dólares: un servicio con ‘algo más’ del Banco que siempre ofrecer ‘algo más’” (Banco
Comercial de Buenos Aires, 1967). En la misma edición, el First National City Bank
interpelaba a sus posibles clientes de la siguiente manera: “Buscamos gente que opera
con moneda extranjera. Ofrecemos el servicio más completo y eficaz del mundo para
todo tipo de transacciones en moneda extranjera: depósitos a plazo fijo, compras,
ventas, giros, remesas, transferencias, suscripciones, cheques de viajero” (First National
City Bank, 1967).
199
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
200
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
viejos con pesos nuevos’”. El dueño de la firma, Ubaldo Cosentino, fue entrevistado
por la revista, a la que informó que en dos días había duplicado sus ventas habituales;
“Su modesta pero efectiva campaña publicitaria (le costó apenas 40 mil pesos)
redundó en beneficio no sólo de las ventas inmediatas sino también de la expansión
futura del negocio” porque “si nos hubiésemos callado la boca, vendiendo al mismo
precio, se hubieran beneficiado sólo nuestros clientes habituales: con los avisos le
dimos la misma oportunidad al resto del público. Lo nuestro es comercio, no
especulación”.
Las ganancias extras de Ubaldo Cosentino no consistieron en otra cosa que publicitar
a través del valor del dólar los precios de su mercadería. Para ello, no era necesario
que la moneda norteamericana fuera promocionada como medio de pago, sino que
bastaba con que el público la adoptase como unidad de cuenta. En 1967, el cliente de
esta óptica no necesitaba disponer de dólares para comprar una cámara o una
filmadora. Pero sí necesitaba incorporar el valor de esa moneda como marco de
interpretación de los valores de la economía. En el contexto de la “última
devaluación”, para este negocio ampliar sus ingresos supuso aprovechar la
decodificación que tendría el público de la diferencia entre la cotización del dólar del
mercado cambiario y la que proponía la empresa. Esta “efectiva campaña” se apoyaba
en la instalación de la moneda norteamericana como dispositivo de referencia,
evaluación y cálculo en transacciones alejadas del mercado de cambios. Su
interpelación se dirigió a sectores más amplios que aquellos que podían invertir en ese
mercado, viajar al exterior o ser clientes de los bancos que ofrecían realizar depósitos
en moneda extranjera. A la luz del argumento de este capítulo, queda claro que el
señor Cosentino pudo ampliar sus márgenes de ganancia aprovechando, por medio de
la publicidad, las transformaciones que la primera popularización del dólar estaba
produciendo en la sociedad argentina.
Reflexiones finales
201
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
La investigación de la que da cuenta este trabajo propone otra periodización. Tal como
vimos aquí, ya desde finales de la década de 1950 se venía registrando una ampliación
de los sectores que participaban del mercado cambiario –ya fuera como parte de la
oferta o la demanda o en calidad de curiosos–, así como también una mayor presencia
del dólar como tema de la agenda periodística.
Los cambios en el estilo de las crónicas, las coberturas y las opiniones aparecidas en la
prensa escrita entre fines de la década de 1950 y durante la siguiente tuvieron
repercusiones en los lenguajes, temas y figuras que ayudaron a redefinir las fronteras
legítimas del mercado cambiario. La prensa y la publicidad gráfica del período, tal como
mostramos en estas páginas, ayudaron a convertir al dólar en un valor de referencia en
mercados heterogéneos y para públicos plurales. Estos medios fueron el terreno para
el despliegue de verdaderas pedagogías monetarias que ofrecieron marcos de
interpretación y evaluación sobre el dólar como clave para enfrentar las nuevas
coyunturas de turbulencia económica.
Durante este período, una nueva relación entre cultura popular, prácticas financieras y
mercado cambiario comenzó a desplegarse. La producción del dólar como una
referencia general de la economía a través de la prensa, la publicidad y también del
humor televisivo –como lo demuestra el monólogo de Tato Bores que abre este
capítulo– invita a considerar el rol de la cultura popular en la instalación del recurso a
la moneda norteamericana dentro de las prácticas financieras de diversos sectores de
la sociedad. Como esperamos haber mostrado en este trabajo, las explicaciones
centradas en los cambios macroeconómicos resultan insuficientes a la hora de
responder la pregunta de por qué una práctica monetaria se expande. Esta se realiza a
través de un proceso histórico de socialización económica y formación de repertorios
financieros que son socialmente producidos y culturalmente significativos.
202
Mariana Luzzi y Ariel Wilkis
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204
Freud para todos
Psicoanálisis, entre los saberes expertos y la cultura popular
1 Este trabajo reelabora partes del libro escrito con la colaboración de Mariano Ruperthuz (Plotkin & Ruperthuz, 2017).
2 Sobre “terapias alternativas” ver Carozzi (2000). Sobre literatura de autoayuda ver Papalini (2016).
Mariano Ben Plotkin
Sin embargo, también puede decirse que, a lo largo del siglo XX, el psicoanálisis, al
menos en algunas regiones del mundo occidental, ha trascendido ampliamente el
campo médico y el mundo de los expertos en general. El sistema terapéutico y
científico creado por Freud devino para muchos en un sistema de creencias o, si se
prefiere, en una ideología; es decir, en aquella parte de la realidad que se toma como
“dada”, sin cuestionamiento crítico, y que permite ordenar otros aspectos de la vida
cotidiana. En algunas ciudades –y Buenos Aires en un caso particular, pero no único–,
conceptos e ideas de origen freudiano permean hasta el día de hoy el lenguaje
cotidiano, los discursos de los políticos y de los medios y, en algunas instancias, hasta
de miembros prominentes de las Fuerzas Armadas. Cuando el General Martín Balza
hizo en 1995 su famosa e inesperada aparición por televisión para disculparse por los
crímenes cometidos durante la dictadura por la fuerza que le tocaba comandar en
democracia, se refirió a la necesidad de realizar un “trabajo de duelo” y a la existencia
de “traumas inconscientes”, asumiendo que se trataba de un lenguaje que interpelaba a
sus potenciales oyentes. En rigor de verdad, estos términos de raigambre psicoanalítica
formaban en sus orígenes parte de una jerga altamente especializada con un significado
muy específico.
Luego de asumir su cargo a fines del año 2015, el actual (hoy estamos en el 2018)
presidente del país, Mauricio Macri, hizo público que, aun en funciones, continuaría con
su terapia psicoanalítica (el propio terapeuta fue entrevistado por los medios)4. El
hecho de que nadie pareciera preocupado por las posibles consecuencias que esto
podría acarrear en términos de, por ejemplo, la divulgación de secretos de Estado,
206
Mariano Ben Plotkin
5 Para mencionar solo dos textos que hacen referencia a esta problemática, ver Chartier y Cavallo (eds., 2001), y Burke
(2013).
207
Mariano Ben Plotkin
Brasil fue uno de los primeros países del mundo donde el psicoanálisis se hizo conocer.
Ya en 1899 un médico bahiano de ascendencia africana, Juliano Moreira, quien luego
sería considerado como uno de los principales reformadores de la psiquiatría brasileña,
incluía textos de Freud en sus clases de psiquiatría dictadas en la Escuela de Medicina
de su estado natal (Perestrello, 1988). En 1914 se defendió en Río de Janeiro la que
probablemente fuera la primera tesis doctoral dedicada enteramente al psicoanálisis
escrita en América Latina. Allí se mencionaban casos de médicos que venían
practicando la técnica y discutiendo la teoría desde años atrás (Stubbe, 2011). Hacia
1930, el psicoanálisis era discutido dentro de círculos médicos, pero también entre
antropólogos y educadores de Bahía, San Pablo, Río de Janeiro, Pernambuco y Minas
Gerais. Durante el Estado Novo de Getulio Vargas (el sistema autoritario con remedos
fascistas establecido en 1937), varios de los cultores del psicoanálisis obtuvieron cargos
importantes en los sistemas educativos públicos de distintos estados del Brasil,
mientras que, paralelamente, médicos-antropólogos como Arthur Ramos o médicos-
criminólogos como Julio Porto Carrero, o incluso intelectuales del prestigio de Gilberto
Freyre, utilizaban al psicoanálisis –o ideas claramente originadas en él– como parte de
un arsenal conceptual que servía para reformular el sistema de clasificación racial que
formaba parte del mito nacional del país (Russo, 2002; Plotkin, 2009, 2011; Valladares
de Oliveira, 2012). Mientras que, a lo largo del siglo XIX, las elites atribuían el atraso
del Brasil a la existencia de una población negra o mestiza de características primitivas y
salvajes, la apropiación del psicoanálisis realizada por estos médicos e intelectuales
permitió “despatologizar” el caso brasileño. Si, como mostraba Freud, todos los seres
humanos, sin distinción de origen étnico, tenían una dimensión primitiva y salvaje
vinculada a las pulsiones inconscientes, entonces la especificidad brasileña dejaba, en
alguna medida, de ser tal, y el “problema racial” se convertía en un problema social o
cultural cuya solución consistiría en diseñar mecanismos que permitieran sublimar el
“ello primitivo” transformándolo en un “yo civilizado” (Dias de Castro, 2015).
208
Mariano Ben Plotkin
Pereira da Silva también escribió en 1940 una apología al gobierno de Vargas basada
en una lectura particular de Psicología de masas y análisis del yo, en la que combinaba
algunas ideas de Freud con otras de Gustave Le Bon. Recordemos, sin embargo, que el
texto freudiano había sido escrito, precisamente, en discusión crítica con las ideas de
Le Bon. Pereira da Silva sostenía que Vargas había sido el único político que había
comprendido realmente el inconsciente de los brasileños, el cual se hallaba pervertido.
Vargas fungía como un líder-padre-terapeuta del pueblo. Las cualidades extraordinarias
que nuestro médico asignaba a Vargas habrían estado presentes desde la infancia de
este, tal como ocurría con todos los grandes estadistas entre los que mencionaba a
Adolf Hitler, Benito Mussolini, Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt (Pereira da Silva,
1940). En palabras de Jane Russo, podría decirse que, los trabajos de Pereira da Silva
encarnaban, de alguna manera, una mixtura de psicoanálisis, autoayuda y sexología
bastante exitosa en el Brasil de los años 1930, al menos entre los sectores que
tendrían acceso a los medios por los que se difundían estas combinaciones (libros,
radio, prensa) (Russo, 2006).
Pereira da Silva se consideraba un autodidacta y hacía alarde de serlo. Por otro lado,
puntualizaba que, aunque practicaba el psicoanálisis, este nunca había constituido para
él un medio de vida. El médico carioca decía vivir para el psicoanálisis y no del
209
Mariano Ben Plotkin
Más allá de su visibilidad en medios más o menos populares, el médico carioca gozaba
también de cierta legitimidad en círculos propiamente psicoanalíticos. Para comprender
Freud, publicado a principios de los años 1930, se ubicaba en los límites entre la cultura
letrada y la cultura popular. Se basaba en largas citas de los textos del propio Freud, y
su presentación de las ideas del vienés era bastante precisa. El libro estaba dividido en
tres partes: la primera era una reseña de la vida de Freud tomada en buena medida de
los escritos autobiográficos del fundador del psicoanálisis. La segunda parte consistía en
una explicación de diversos aspectos de la teoría y la práctica psicoanalítica. En todos
los casos Pereira dejaba claro que se limitaba a resumir el pensamiento freudiano a
efectos de hacerlo más accesible. Siempre que se refería a los psicoanalistas, Pereira da
Silva utilizaba la primera persona del plural. Así, por ejemplo, expresaba su opinión de
que en el Brasil el psicoanálisis solo sería una realidad cuando se socializara la medicina,
debido a la existencia de un gran número de potenciales pacientes que no podían
beneficiarse, por motivos puramente económicos, de “nuestra terapéutica” (Pereira da
210
Mariano Ben Plotkin
Silva, 1968: 159). El libro, escrito en una prosa amena y cargado de ejemplos
freudianos y propios, constituía, sin dudas, una introducción accesible al pensamiento
freudiano.
Pero si Pereira da Silva había logrado cierta legitimidad dentro de los círculos
psicoanalíticos más formales que se estaban conformando en Brasil alrededor de
figuras tales como Durval Marcondes, Julio Porto Carrero, Arthur Ramos y otros, esto
se debía a que estaba en posesión de un objeto que era percibido como un preciado
emblema que garantizaba –y al mismo tiempo ponía en evidencia– su pertenencia al
mundo del psicoanálisis. Se trataba de una carta de Freud dirigida a él acompañada de
una fotografía dedicada.
Freud no solamente leía las cartas que recibía –y en oportunidades los libros y artículos
que le remitían–, sino que, en lo posible, las contestaba dentro de un corto período de
tiempo. Entre los corresponsales de Freud había médicos e intelectuales
latinoamericanos, con algunos de los cuales mantuvo una correspondencia que se
prolongó por décadas. Tal es el caso del psiquiatra peruano Honorio Delgado con
quien mantuvo un intercambio epistolar bastante regular entre 1919 y mediados de la
década de 1930. Freud se refirió a Delgado, quien lo visitó en su domicilio vienés en
más de una ocasión, como su “primer amigo extranjero” (Plotkin & Ruperthuz, 2017;
Rey de Castro, 1983; Delgado, 1989).
211
Mariano Ben Plotkin
Pereira da Silva hizo uso extensivo de la carta que Freud le enviara el 4 de mayo de
1934, publicando en muchos de sus libros y textos fragmentos de la misma, así como
también la fotografía dedicada y autografiada que la acompañaba (Plotkin & Ruperthuz,
2017; véase “Gastão Pereira da Silva”, 1985). Resulta interesante detenerse por un
instante en la manipulación que sufrió esta carta en manos de Pereira da Silva para
elucidar lo que esto nos dice acerca del valor asignado a la misma. En un artículo
conteniendo una entrevista que le realizaran poco antes de su muerte, por ejemplo,
Pereira da Silva reprodujo, traducido al portugués, el siguiente fragmento de la carta en
cuestión (mi traducción del portugués):
“Estoy en deuda con Ud. por haberme enviado su libro anterior, Para comprender a
Freud y el más nuevo, El psicoanálisis en doce lecciones, así como por todos los
esfuerzos que Ud. ha hecho en pro del psicoanálisis y también por su participación en las
traducciones que ha realizado con su amigo el Dr. Ninitch, introduciendo esa literatura en
el país. Mi nombre es todavía poco conocido en Brasil y solamente su esfuerzo y el de su
amigo Ninitch lo tornará más divulgado.” (“Gastão Pereira da Silva”, 1985)
Evidentemente, esta carta, tal como la presentaba el médico carioca, dejaba traslucir el
agradecimiento de Freud por los textos que Pereira da Silva le había enviado, así como
también por su labor destinada a difundir sus ideas (de Freud) en las tierras exóticas de
Brasil, tarea que nuestro autor habría llevado a cabo en colaboración con un tal Dr.
Ninitch. Este último se trataba de Zoran Ninitch, traductor, editor y ensayista croata
nacido en 1896 y llegado a Brasil en 1924. Ninitch era, en realidad, un personaje de
dudosa reputación, que había tenido incluso algunos problemas con la policía brasileña
y que logró, no obstante, armar una empresa editora.
Por medio de esta carta –al menos en la versión traducida de Pereira da Silva–, Freud
le otorgaba a su corresponsal brasileño un lugar de privilegio como un apóstol del
psicoanálisis en tierras lejanas. Sin duda, una carta de esta naturaleza, utilizada
hábilmente, proporcionaba un prestigio al que no podrían aspirar ni siquiera aquellos
que recibieron meramente tarjetas de agradecimiento del padre del psicoanálisis por
textos enviados, sobre todo si, como en este caso, la carta iba acompañada por un
retrato autografiado del vienés quien, además, humildemente le señalaba: “Entrego con
212
Mariano Ben Plotkin
placer la fotografía autografiada. No sé entre tanto qué provecho podrá obtener con la
imagen de una fisonomía fea de un viejo de 78 años”.
Pero si digo “utilizada hábilmente” es porque las cosas (como suele ocurrir) fueron
más complejas de lo que pareciera a primera vista. Como señalé, Pereira da Silva solo
tradujo en esta y otras publicaciones un fragmento de la carta. Veamos ahora el texto
completo de la misma, escrita en alemán, que se encuentra en el Sigmund Freud
Archive de la Library of Congress en Washington. Lo que está en itálica es la parte
omitida en la traducción de Pereira da Silva (mi traducción):
“Estoy en deuda con Ud. por haberme enviado su libro anterior y el nuevo, por
todos los esfuerzos que Ud. ha hecho en pro del psicoanálisis y también por su
participación en las traducciones que ha realizado con su amigo el Dr. Ninitch,
introduciendo esa literatura en el país. Lamentablemente, no estoy en la posición de
mostrarme agradecido en la forma que Ud. lo desea. Desde hace un año o más que no
tengo la intención de escribir prefacios, introducciones o recomendaciones después de que
su número haya sobrepasado el nivel permitido. En su caso existe además el obstáculo
adicional de que no leo portugués y por consiguiente solo puedo expresar algunas frases
benévolas. Pero Ud. no debe lamentarse. Mi nombre es desconocido en el Brasil y
debería hacerse conocer a través de su trabajo y el de Ninitch.”
Como se puede observar, el mensaje que destila la carta completa es bien distinto del
que aparece en el fragmento traducido (de manera idiosincrática) por Pereira da Silva.
En primer lugar, Freud no mencionaba los títulos de los libros que el brasileño le habría
enviado como pretende Pereira en su traducción. En segundo lugar, el punto más
importante de la carta no pareciera ser el carácter de pionero atribuido a Pereira en la
difusión del psicoanálisis en Brasil, sino más bien la negativa por parte del maestro
vienés de escribirle un prefacio o una carta de recomendación que su corresponsal
carioca le habría solicitado. Esta negativa se debía, no solamente a que Freud
supuestamente había limitado su escritura de tales textos, sino –y tal vez más
importante– al hecho de que no podía –ni tenía intención de– leer los libros que
Pereira le había enviado, ya que no comprendía el idioma en el que estaban escritos.
En este contexto, la referencia final al hecho de que su nombre (el de Freud) fuera
“desconocido en Brasil” y que sólo se hiciera conocer a través de los trabajos de su
corresponsal y de Ninitch adquiere un tono irónico porque sabemos, por otra parte,
que desde los años 1920 Freud estaba al tanto de los desarrollos del psicoanálisis en
Brasil y mantenía una correspondencia bastante fluida con el paulista Durval
Marcondes, así como con Julio Porto Carrero, Arthur Ramos y otros (Plotkin &
Ruperthuz, 2017).
Gastão Pereira da Silva ubicaba sus escritos e intervenciones en una zona gris ubicada
entre lo que podría considerarse como cultura letrada y la cultura popular. Sus textos,
novelas e intervenciones en la radio y otros medios estaban dirigidas al gran público,
213
Mariano Ben Plotkin
pero, al mismo tiempo, sus libros eran rigurosos y –sobre todo los de índole más
psicoanalítica– estaban escritos en un tono que los ubicaba cerca de la cultura letrada.
A lo largo de su extensa carrera utilizó mecanismos de legitimación propios del campo
psicoanalítico en formación, y el hecho que él mismo fuera médico no es un dato
menor en este sentido. Sus intervenciones dirigidas a la difusión del psicoanálisis por
medios y a través de circuitos que lo colocaban muy lejos de la ortodoxia fueron, sin
embargo, reconocidos por el propio Freud, aunque no exactamente en la forma en
que Pereira da Silva intentaba mostrar.
Si el caso de Pereira da Silva nos revela las porosidades entre distintos niveles de
recepción del psicoanálisis, diferente fue el caso de un tal Maximilien Langsner, un
hipnotizador que apareció en la ciudad de San Pablo a principio de los años 1930. Se
trataba de un ilusionista que realizaba actuaciones de Music Hall muy populares en la
época, en las que se combinaba hipnosis, dotes adivinatorias y, en su caso particular, la
extraña habilidad de conducir un vehículo con los ojos vendados. Esto, desde luego, no
tendría nada de particular, si no fuera por el hecho de que Langsner se presentaba
como “psicoanalista y amigo personal de Freud”. Más peculiar aún era la asociación
que el austríaco intentaba establecer entre sus peculiares habilidades y el saber
psicoanalítico. Además, al mismo tiempo que daba sus espectáculos, Langsner
anunciaba el pronto establecimiento de una clínica para el tratamiento de
enfermedades mentales en Brasil por medio del método inventado por Freud.
Langsner publicitaba sus espectáculos haciendo referencia a su supuesta amistad con
Freud y al hecho, también supuesto, de ser uno de sus discípulos dilectos (Nosek et al.,
eds., 1994).
El “caso Langsner” resulta interesante por varios motivos. En primer lugar, porque
proporciona evidencia de que el nombre de Freud era lo suficientemente conocido en
la ciudad de San Pablo a principio de los años 1930 como para que pudiera ser
utilizado con fines publicitarios y comerciales. “Ser amigo de Freud”, o uno de sus
discípulos, vendía entre el público que asistía al tipo de espectáculos que Langsner
ofrecía. No podemos, desde luego, saber a través de qué mecanismos llegó el nombre
de Freud a ser popular en San Pablo, pero podemos especular que probablemente
gente como Pereira da Silva, que lo puso en los medios masivos de la época –y él no
era el único–, contribuyó a este fenómeno. Como señalaba el mismo Porto Carrero
en una carta a Arthur Ramos, los libros sobre psicoanálisis tenían un buen mercado en
Río de Janeiro durante la década de 1930, y suponemos que también en San Pablo. En
214
Mariano Ben Plotkin
esta última ciudad (la más moderna desde el punto de vista social y cultural del país;
ver Morse, 1996), de hecho, el psicoanálisis tenía una importante presencia en la
cultura local a través de la mediación de los movimientos de vanguardia artística, en
particular el modernismo paulista que estaba muy influenciado por el psicoanálisis
(Facchinetti, 2001, 2012). La ciudad había sido el hogar de la Sociedade Brasileira de
Psychanalyse, la primera asociación psicoanalítica –aunque de corta vida– de América
Latina fundada en 1927 y reconocida por la IPA poco más tarde. En ella, junto con
médicos prestigiosos como Durval Marcondes o Juliano Moreira –quien luego dirigiría
la asociación desde Rio de Janeiro– también participaron intelectuales y literatos
asociados a los movimientos vanguardistas y, por eso, la asociación nunca adquirió el
carácter de sociedad de formación de psicoanalistas tan propio de este tipo de
instituciones. Los miembros se acercaron a la misma más por curiosidad intelectual que
por un interés en hacer del psicoanálisis una profesión. El propio Marcondes había
incursionado en la poesía de vanguardia y publicado algunos textos en revistas
modernistas (Sagawa, 2002). Aunque no es disparatado concebir cierta convergencia
entre el público que asistía a las exhibiciones de los modernistas o que leía los textos
de Oswald y Mario de Andrade, por un lado, y el que se interesaba por los
espectáculos de Langsner, por otro, lo cierto es que el psicoanálisis y el nombre de
Freud estaban en el aire en San Pablo y en Río de Janeiro desde la década de 1920.
Sea como sea, el caso Langsner provocó una agitada correspondencia entre el médico
Durval Marcondes, considerado como uno de los “pioneros” del psicoanálisis en San
Pablo –mantuvo una correspondencia bastante regular con Freud– y funcionario del
215
Mariano Ben Plotkin
La respuesta de Freud no se hizo esperar. Tal vez para evitar cualquier malentendido al
respecto, respondió en alemán a la carta que Marcondes había escrito en francés. Esto
resulta curioso debido a que, por lo general, Freud respondía las cartas en el idioma en
que estas habían sido enviadas. El hecho más inusual, sin embargo, es que, contra su
costumbre, esta vez el fundador del psicoanálisis evitó el uso de la grafía gótica
(Süterling) en la que habitualmente escribía en alemán. Esto era así al punto que el
único motivo por el cual la nutridísima correspondencia intercambiada entre Freud y su
discípulo dilecto Ernest Jones estuvo escrita en inglés y no en alemán (lengua que Jones
dominaba perfectamente) se debía, precisamente, a la dificultad que este último
experimentaba para leer textos en Süterling. Freud le hizo saber a Jones que no estaba
dispuesto a escribir en alemán usando la grafía moderna.
Nuevamente, aquí vemos cruces –aunque de naturaleza distinta– entre niveles letrados
y populares de la cultura. La presencia de un ilusionista como Langsner movilizó a
personajes tales como Marcondes, médico considerado psicoanalista, poeta
vanguardista, miembro fundador de la Sociedad Psicoanalítica Brasileña y funcionario
del gobierno, por un lado, y nada menos que al propio Freud, por el otro. El caso de
Langsner pone en evidencia la popularidad que el psicoanálisis gozaba en una ciudad
216
Mariano Ben Plotkin
como San Pablo en la década de 1930. Por otro lado, el hecho de que un espectáculo
de ilusionismo pudiera ser visto como una amenaza por el incipiente grupo de
psicoanalistas paulistas –amenaza que llegó a los oídos del propio creador del
psicoanálisis– demuestra, aparte de la fragilidad en que se encontraba todavía el
psicoanálisis en vías de profesionalización –al menos en Brasil–, la fluidez de las
fronteras entre la recepción letrada y profesional de la disciplina freudiana y su
circulación por canales vinculados a la cultura popular.
Empero, el caso tal vez más paradigmático de cruce entre niveles de circulación letrado
y popular del psicoanálisis a partir de la interpretación de los sueños ocurrió en Buenos
Aires, con la revista de fotonovelas Idilio lanzada en 1948, durante el gobierno de
Perón. Idilio fue la creación del editor judío ítalo-norteamericano Cesare Civita, quien
había emigrado a la Argentina en 1941 –luego de un paso por los EEUU, país al que
retornaría definitivamente años más tarde– debido a las limitaciones impuestas por las
leyes raciales sancionadas por el fascismo en 1938. Pariente de Margherita Sarfatti (la
amante judía de Mussolini) –quien también se exilió en la Argentina por esos años–,
una vez en el país, Civita trabajó como representante de la compañía de Walt Disney
y, al mismo tiempo, creó su propia empresa editorial, Abril. Aunque originalmente
dedicada a la literatura infantil, Abril incursionaría luego en otros géneros, incluyendo la
creación de una colección dedicada a las ciencias sociales dirigida por el sociólogo
Gino Germani, colección que luego sería transferida a Editorial Paidós (Scarzanella,
2016, capítulo 2). Bien pronto, Abril se convirtió en un espacio de sociabilidad y en una
fuente de empleo para un grupo creciente de emigrados italianos –entre ellos el joven
Gino Germani y Malvina Segre– y de otras nacionalidades, tales como la fotógrafa
alemana Grete Stern, el húngaro George Friedman, el polaco Leo Fleider y muchos
otros. Durante esos años, Civita fue un activo militante antifascista.
217
Mariano Ben Plotkin
Idilio llegó a ser una de las revistas más populares de la Argentina. Un estudio algo
posterior, de 1958, mostraba que, con una tirada de 200.000 ejemplares, era de hecho
la segunda publicación periódica más leída de Buenos Aires (ver “Nuevas fábricas de
sueños”, 1958). Por otro lado, la revista se ubicaba en un espacio de transición entre
las revistas femeninas tradicionales que, publicadas desde la década de 1920 como era
el caso de Para Ti, sostenían, por lo general, un discurso sobre la familia y la mujer que
combinaba de manera híbrida el promovido por la Iglesia Católica, por un lado, y aquel
sostenido por las revistas “modernas” de inspiración norteamericana que surgirían en
los años 1960, y cuyo lenguaje estaría saturado de términos y conceptos inspirados en
el psicoanálisis, por el otro. Idilio fue probablemente la primera revista femenina
argentina en introducir un elemento típico de las publicaciones posteriores: los “tests
psicológicos” auto-administrados. Estos tests usaban un lenguaje claramente inspirado
en el psicoanálisis.
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Mariano Ben Plotkin
Sin embargo, la experiencia de Idilio se destacaba entre otras semejantes por varios
motivos. En primer lugar, quienes estaban a cargo de la sección “El psicoanálisis le
ayudará” conocían con bastante profundidad las ideas de Freud y de algunos de los
disidentes más famosos. Germani, que había llegado al país en 1934 escapando del
fascismo, era contador público de profesión, pero su verdadero interés era la
sociología, disciplina en la que se destacó bien pronto. Pero, por otro lado, había
estudiado el psicoanálisis profundamente y rescataba la contribución que el mismo,
sobre todo en su vertiente culturalista norteamericana, podría hacer a las ciencias
sociales (Blanco, 2006). Desde las colecciones de Abril y luego de la editorial Paidós,
que también dirigiría, Germani publicó una cantidad importante de textos vinculados a
estos temas. Butelman, por su parte, sería luego profesor en la recientemente creada
carrera de psicología de la Universidad de Buenos Aires y, previamente, uno de los
fundadores –junto con Jaime Bernstein– de la editorial Paidós (Dagfal, 2009: 219 y ss.).
Durante una estadía en Suiza se había entusiasmado con las ideas de C.G Jung.
Durante el gobierno de Perón, ambos intelectuales (Butelman y Germani) fueron
excluidos de la universidad por motivos políticos, y la Editorial Abril se convirtió para
ellos –como para muchos otros– en una fuente de sociabilidad y de empleo
alternativo. El conocimiento que tanto Germani como Butelman tenían de la disciplina
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Mariano Ben Plotkin
6 Este dato surge de una conversación telefónica con Silvia Coppola, hija de Grete Stern, 27 de febrero, 1997.
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Mariano Ben Plotkin
Pero, al mismo tiempo, a una lectora que había soñado con zapatos, se le señalaba que
“el simbolismo onírico de los zapatos es generalmente interpretado –casi por todas las
escuelas psicológicas sin excepción– como de significación erótica. Su sueño viene a
ser entonces una manifestación de su temor a “perder” (no sentir) emociones eróticas
en su vida futura. Ahora bien, el amor debe ser total, tanto físico como espiritual”
(Idilio, 1948b). Sin embargo, ciertos aspectos de la recepción “médica” del psicoanálisis,
aquella que lo veía no solamente como una técnica terapéutica sino como un
mecanismo de clasificación de patologías mentales, también estaban presentes. “El
psicoanálisis le ayudará” incluía una columna titulada “personalidades normales” en la
que se ubicaba a las lectoras cuyo “psicoanálisis” no había revelado ningún tipo de
patología. En cualquier caso, aunque como reconoció el propio Butelman con el
tiempo la sección de psicoanálisis se fue pareciendo cada vez más a un consultorio
sentimental, él y Germani se esforzaban en distinguir su sección de la de Silvia
Watteau. Frente a la consulta de una lectora, se le respondía que “no es este un
consultorio de problemas amorosos. Únicamente tratamos de ayudar a nuestras
lectoras a resolverlos cuando existen conflictos anímicos de por medio (…) Le
aconsejamos dirigirse a la sección de esta revista que dirige Silvia Watteau, especialista
en esos problemas”. Resulta interesante notar que esta diferenciación que buscaba
resaltar la especificidad de la “consulta psicoanalítica” frente a los consultorios
sentimentales también estaba presente en otros medios. Por ejemplo, el ya
mencionado “prestigioso psicoanalista argentino” Luis Rodríguez Manby señalaba
desde su columna en Alejandra de Santiago de Chile que entre las cartas de consulta
que había recibido “no llegó (…) ninguna que tratara algún problema psicológico-
amoroso digno de análisis en estas columnas, que no van encaminadas a tratar
escarceos amorosos” (Ruperthuz, 2015: 285).
221
Mariano Ben Plotkin
Las fotos de Stern, por su parte, contenían, además, los elementos más potencialmente
“subversivos” del discurso de la revista. Las mismas, por lo general, mostraban a la
soñadora, caracterizada como una mujer joven de clase media o media baja –como lo
eran buena parte de las lectoras de la revista–, como parte del sueño, en medio de
situaciones conflictivas en las que se manifestaban sus temores y frustraciones. En
algunos casos el efecto dramático buscado por la fotógrafa se veíacomprometido por
la sobre actuación de las poses. En muchas ocasiones las modelos utilizadas eran, o
bien Silvia, la hija del matrimonio Coppola-Stern –quien, por ese entonces, era una
adolescente–, o bien la empleada doméstica de la familia. Sin embargo, algunas
fotografías transmitían mensajes más o menos explícitos de crítica social, sobre todo en
lo vinculado a las relaciones de género. La imagen de lo femenino en las fotos de Stern
era compleja, porque no se trataba simplemente de colocar a la mujer en el lugar de
víctima, sino que en algunas ocasiones se la señalaba como partícipe de su propia
opresión. Este tipo de mensajes estaba ausente en el resto de la revista, aun en los
textos de Butelman y Germani o en el consultorio sentimental. Así, por ejemplo, frente
a la pregunta de una joven lectora: “¿Verdad, señora Watteau que ahora –ya no es
como antes– la mujer moderna tiene sus derechos?”, la editora del consultorio
sentimental respondía: “¿Derechos? ¡Sí! ... pero frente a los deberes. Deberes a cumplir
para contigo misma, para con la sociedad, para con tus padres” (Idilio, 1948a).
Reflexiones finales
Tal como ha ocurrido con otros sistemas de ideas y creencias que sufrieron un
proceso de transnacionalización, el psicoanálisis se ha insertado, a lo largo de su
historia, en complejos mecanismos de recepción y circulación de características
multidimensionales. En el caso particular del psicoanálisis, estos mecanismos estuvieron
por lo general vinculados a círculos médicos, a la política, a ciertos circuitos del mundo
intelectual y a la cultura popular. Como intenté demostrar en este artículo, esta
distinción solo puede tener fines analíticos ya que, en realidad, estos espacios de
recepción se cruzaban unos con otros (aunque aquí dejé la política de lado). A pesar
de que en el interior de cada uno de estos niveles de recepción y circulación se
conformaron mecanismos específicos de legitimación y sistemas de jerarquías
particulares, pudimos ver que ellos eran, en muchas ocasiones, altamente permeables.
Las fronteras entre los distintos canales y formas de recepción y circulación han sido –y
siguen siendo– porosas y grises. Los puntos de cruce de todos ellos han servido para
“poner al psicoanálisis en discurso” y convertirlo, al mismo tiempo, en un objeto de
consumo terapéutico y cultural.
222
Mariano Ben Plotkin
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La vida pública del cerebro
El boom de las neurociencias: ¿científicos, gurúes o consejeros?
Este capítulo interroga la circulación de las ideas científicas a partir de analizar las
estrategias de intervención en el espacio público de los neurocientíficos que se dedican
a la divulgación de las neurociencias. Por estrategias de intervención en el espacio
público entiendo lo que los científicos dicen sobre el cerebro en los medios de
comunicación.
Para alcanzar dicho objetivo, en primer lugar analizo cómo los neurocientíficos evalúan
la calidad de la difusión de contenidos neurocientíficos y reflexionan sobre lo que
denominan el “boom de las neurociencias”. En segundo lugar, me centro en las
participaciones de algunos neurocientíficos en el espacio público (en especial en sus
apariciones televisivas), donde es notable el modo en que emiten opiniones acerca de
temas variados y a priori no relacionados con las neurociencias. Por último, me focalizo
en los libros de divulgación de neurociencias y su cercanía con la literatura de
María Jimena Mantilla
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María Jimena Mantilla
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María Jimena Mantilla
televisivos del tipo magazine, donde se opina sobre una diversidad de temas, alejados
aparentemente de la ciencia. Son notables las obras de teatro representadas por
científicos sobre temas de neurociencias y magia, neurociencias y matemática o de
explicaciones sobre el cerebro dirigidas a un público escolar, por nombrar los ejemplos
más significativos. El teatro callejero también forma parte de la oferta, así como las
charlas en las escuelas, los microspots televisivos en los que se cuenta brevemente
acerca de hallazgos neurocientíficos, las charlas abiertas a la comunidad sobre temas
cerebrales, y las presentaciones del tipo stand-up de científicos que mezclan novedades
científicas con notas de humor. En todos estos casos, el rasgo distintivo sin duda es la
mezcla entre ciencia y entretenimiento. La disposición a entrelazar ciencia con
entretenimiento se observa también en la importancia que le atribuyen los
neurocientíficos a que sus contenidos de difusión sean atractivos para la gente. Por
ejemplo, uno de los neurocientíficos entrevistados se refería al libro de un colega: “te
pasás de la parada de colectivo porque te atrapa la lectura” (“Entrevista a D.,
neurocientífico”, 2016). Otro daba cuenta de los efectos de estos procesos a partir de
su propia trayectoria:
“Después se me acercó Diego [Golombek] y me dijo ¿no querés escribir un libro para
Ciencia que ladra, sobre los trabajos sobre magia? Porque también los trabajos con magia
en la ciencia son muy pochocleros. Dan mucho para la divulgación, a la gente le interesa
eso. Entonces yo escribí este libro, entonces me empezaron a llamar para dar charlas, y
ahí de repente me llamaron para Tecnópolis, para hacer mi presentación de matemagia
en Tecnópolis, y les gustó mi forma de actuar, entonces después me llamaron para otros
espectáculos que no eran de matemagia sino de divulgación científica más propiamente
dicha; después apareció Paenza y me invitó a hacer una demostración en la presentación
de su libro, me vieron los editores de Paenza y me ofrecieron escribir un libro a mí
también, hice mi segundo libro. Como que la vida un poco me fue llevando.” (“Entrevista a
A., neurocientífico”, 2016)
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María Jimena Mantilla
Con estas palabras, Nora Bär, reconocida periodista científica del diario La Nación,
comenzaba una entrevista con Facundo Manes (Bär, 2015). La existencia de un
neuroboom, del cual los científicos forman parte pero no son sus únicos representantes,
los obliga a posicionarse respecto a si los contenidos que se divulgan sobre las
neurociencias son fieles o no a las evidencias científicas existentes; tema recurrente
cuando el discurso de la ciencia comienza a circular por fuera del laboratorio y los
papers científicos. En este apartado exploraremos las opiniones de los científicos sobre
el neuroboom y las formas mediante las cuales contribuyen a generarlo.
Los neurocientíficos se colocan en una posición ambigua respecto a esta cuestión. Más
allá de la satisfacción que les produce el reconocimiento social que han obtenido las
neurociencias, surge la preocupación por definir sus contornos legítimos: distinguir a los
verdaderos divulgadores de los advenedizos, y, a la vez, sostener la tensión entre
rigurosidad científica y el par divulgación / entretenimiento. En ese movimiento, los
científicos descalifican ciertos contenidos y formas de divulgación (y, por qué no,
algunos divulgadores), pese a que en sus propias prácticas son ellos mismos quienes se
alejan del ideal que proponen. Este doble movimiento de denuncia y acción contraria
se da en forma simultánea, y se torna visible cuando se incomodan al opinar sobre
temas ajenos a su expertise, tal como veremos en el próximo apartado.
Tres tipos de argumentaciones representan los temores de los científicos acerca del
neuroboom: i. el miedo a “validar cosas disparatadas”, ii. el temor a las “falsas promesas
de genialidad o felicidad” y iii. el riesgo de “mandar fruta con la salud”. Estas figuras
modelan los contornos entre contar ciencia y contar otra cosa, con el agravante que
contar otra cosa, además, “dañaría” a la sociedad. Al mismo tiempo, estos argumentos
dan pistas sobre cuestiones problemáticas en que los mismos científicos suelen
deslizarse en sus presentaciones públicas; es decir, contribuir a aquello que temen.
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María Jimena Mantilla
“Sí porque, digo, obviamente es mucho más flashero si yo junto líquidos de colores y hago
una explosión, es mucho más flashero que si yo te cuento un experimento. Entonces
bueno, la mayor parte de la gente busca hacer las explosiones. Yo creo que, digo sin
ningún tipo de mala intención de nada, me parece que hay como una filosofía de la
divulgación que la gente no… que los divulgadores o que los científicos en general no se…
no tienen en cuenta, nunca se lo pusieron a pensar. O sea, ¿para qué hacés divulgación?
Bueno para que la gente entienda ciencia. Bueno, ¿pero te parece realmente? O sea, me
parece que no aplicamos el método científico en eso.” (“Entrevista a A., neurocientífica”, 2016)
“A veces los falsos caminos hacia la felicidad también se venden, yo tengo formación de
científico, te hablo de cómo ser feliz y en realidad, bueno, no sé si yo por ser
neurocientífico puedo informarte mejor sobre eso. Entonces a veces la neurociencia es
utilizada para vender chantadas.” (“Entrevista a A., neurocientífico”, 2016)
En cuanto a falsas promesas sobre temas de salud, la situación es más grave desde la
perspectiva de los científicos, y constituye una alerta por la responsabilidad que tienen
frente a la población general. De este modo lo manifestaba otro entrevistado:
“Porque si empezamos a mandar fruta con cosas que tienen que ver con salud, que es
muy común en otras áreas, todo lo que se habla de cáncer al pedo y la gente se
desespera, y hace cola frente a los laboratorios, eso ha ocurrido en muchos laboratorios.
Bueno, algo de eso también ocurre y puede ocurrir más en neurociencia, ¿sí? Cuando
hablamos de patologías, se habla de enfermedades neurodegenerativas, o con cuestiones
que tienen que ver con el estado de ánimo, trastornos emocionales, o trastornos que
tengan que ver con la tensión, la memoria, etcétera, corrés el riesgo de borronear un límite
que tiene que haber entre investigación y aplicación. En muchos casos ese límite no está
232
María Jimena Mantilla
tan claro. Ejemplo muy típico, una de las cosas más vendedoras, más marketineras del
boom de la neurociencia es el estudio de la memoria. Porque todo el mundo tiene que
ver con la memoria, pero las cosas que están en el laboratorio no están en la clínica. O lo
que le podés hacer a una rata o a un grupo de células en in vitro o incluso a humanos
en un resonador magnético, todavía no están listas como para estar en el mundo real.
Entonces ahí hay un límite que tenemos que ser un poquito más cuidadosos en cuanto a
cómo comentarlo, cómo difundirlo, cómo comunicarlo.” (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)
“‘Yo me perdí la revolución sexual por dos meses’, dijo una vez Woody Allen. El
neurocientífico Mariano Sigman tuvo una sensación parecida con el proceso que vivió su
disciplina mientras escribía La vida secreta de la mente (Debate): lo empezó hace más
de tres años, antes del neuroboom, vio como el tema se convertía en motor de best
sellers mientras él iba y venía con borradores de su libro y lo sacó recién este mes, con
una tapa más sobria que la de sus predecesores, sin promesas de ‘claves para ser más
creativos’ ni las apelaciones directas al lector que se pusieron tan de moda en los textos
de divulgación y autosuperación (‘Te voy a contar una anécdota?.’, ‘Dejame que te
confiese algo?’ Y así).” (Campanario, 2015)
“El cerebro está de moda y las neurociencias son persuasivas. Cualquier cosa que uno diga
suena más seria y creíble si se la adorna con jerga neurológica –y si se añaden un par de
imágenes ya suena a verdad revelada–. Es alarmante ver cuánta gente miente y curra con
esto. Desde el panelista que dice que la angustia les hace bien a las neuronas, hasta la
233
María Jimena Mantilla
escritora de libros de autoayuda que cita estudios genéticos con ratones en sus lecciones
para mejorar la autoestima, pasando por los programas de entrenamiento para ‘usar un
mayor porcentaje del cerebro’, el siglo XXI está lleno de neurotimadores.” (Ibáñez &
García, 2015: 186)
“Pienso a las neurociencias como a una manera de comprender a los otros y a uno mismo.
De hacernos entender. De comunicarnos. Desde esta perspectiva, la neurociencia es una
herramienta más en esta búsqueda ancestral de la humanidad de expresar –acaso de
manera rudimentaria– los tintes, colores y matices de lo que sentimos y lo que pensamos,
para que sea comprensible para los otros y, cómo no, para nosotros mismos.” (Sigman,
2015: 3)
“Lo que tiene es que la neurociencia atraviesa todas las áreas. O sea, atraviesa
fundamentalmente a la filosofía, al entendernos, al darnos respuestas de qué somos. Qué
nos diferencia de una computadora, qué nos diferencia de un animal, qué nos diferencia
de nosotros mismos. Entonces desde ese lado responde preguntas que son ancestrales.
(…) Da evidencias de cuestiones que tiene que ver con algo fundamental de qué somos,
cómo somos lo que somos.” (“Entrevista a F., neurocientífico”, 2016)
Sin duda, expresada en un tono poético que habilita ambigüedades, colocar a “las
neurociencias como una manera de comprender a los otros y a uno mismo” linda con
otros discursos no científicos como la autoayuda, la religión, entre otros. Sobre estas
porosidades nos detendremos en los próximos apartados, pero, por ahora basta con
señalar que este tipo de visión amplia sobre el objeto de las neurociencias genera
expectativas difusas sobre los alcances de la disciplina y el impacto de los
conocimientos científicos del cerebro.
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María Jimena Mantilla
235
María Jimena Mantilla
“¡No! En todos lados pasa eso. Yo me sentí como en casa, pero no tiene, pero no es la tele
eso, eh. Son las minas, digamos. No por ser mina, eran las personas simplemente. Eso
pasa siempre. O sea, a cualquier lado donde voy, cuando estoy en las clases, en las
charlas, en cualquier lado, la gente te pregunta las mismas cosas. Digo, no necesariamente
las mismas, pero digo el mismo estilo de cosas que me preguntaban al aire, es que estoy
súper acostumbrada a que me pregunten en cualquier lado.” (“Entrevista a A.,
neurocientífica”, 2016)
Es decir, la demanda de consejo es, para esta investigadora, algo que forma parte
habitual de las preguntas que le realizan en distintos ámbitos de trabajo: sus clases en la
universidad, los espacios televisivos, etc. Para ella, esto es entendible, en tanto las
personas buscan así personalizar la información que reciben, “todos tenemos un
cerebro, y en función de ello hay cierta empatía con lo que estoy diciendo”, explicaba
durante la entrevista.
Pero no todos los científicos interpretan del mismo modo la búsqueda del consejo;
otro entrevistado señalaba que se sentía muy incómodo cuando era convocado en ese
lugar:
“Yo me siento incómodo en ese rol, yo te puedo hablar de cuestiones generales del
cerebro pero no sé cómo eso afecta ‘tu cerebro’. El conocimiento científico es universal, es
un universo de datos que no puede trasladarse al cerebro individual. Por eso esa demanda
236
María Jimena Mantilla
me parece compleja de satisfacer, más cuando estoy en una charla y tengo que dar
respuestas.” (“Entrevista a P., neurocientífico”, 2016)
“En la revista Para Ti que salió esta semana. Me siento un infiltrado. Todo suma. Y no se
olviden que hoy y mañana, como todos los findes hasta el 10 de Octubre, estoy a las
12:30 y 14:30hs en Tecnópolis con el espectáculo Maratón Mental.” (Perfil de Facebook
de Y., neurocientífico, 2016)
“Pequeños logros de vida cotidiana: que la revista EntreMujeres termine su artículo sobre
cómo entrenar la inteligencia, publicado en la tapa de Clarín Digital, citando un consejo
mío que es más propio del movimiento crítico y escéptico que de una clásica revista
dirigida a las mujeres.” (Perfil de Facebook de Y., neurocientífico, 2015)
Para concluir, es revelador como uno de los científicos más reconocidos en el área de
la comunicación pública de la ciencia reflexiona sobre el rol de consejeros:
“A ver, ¿qué me parece? Me parece que es válido e interesante que los referentes
culturales de al menos una porción de la población sean científicos. Me parece que está
bueno. Lo que no está bueno es convertirnos en opinólogos de cualquier cosa, y la
tentación es fuerte. Si te vienen de un programa de tele o de radio o lo que fuera a
preguntarte por qué erró ese gol Riquelme, qué pasaba por su cerebro, y la verdad que
tendrías que o contar cualquier cosa, divertirte y contar un chiste o decir ¡qué sé yo!
Porque la estaba pasando mal, no sé, o el equipo es un desastre. Me parece que es
237
María Jimena Mantilla
responsabilidad nuestra saber decir que no. Y es difícil, porque es una tentación, juega
también con el ego de un científico. Nunca le dieron ni cinco de pelota, y de pronto lo
llaman de una radio para que opine sobre el cambio climático. No, pero yo soy biólogo, yo
soy neurocientífico, ¡no importa! Bueno, está bien, te voy a decir qué opino. Es una
tentación importante y, qué sé yo, no sé si cometemos tantos excesos.” (“Entrevista a D.,
neurocientífico”, 2016)
Un caso interesante que pone en evidencia cómo los científicos que hacen divulgación
corroen los límites con otros espacios o géneros es el caso de la autoayuda. La
emergencia de libros de “autoayuda cerebral” se inscribe y cobra relevancia en este
marco de la difusión de discursos científicos del cerebro. Se trata de un tipo de
subgénero relativamente nuevo dentro de la vasta literatura de autoayuda que se basa
en cómo intervenir sobre el cerebro para mejorar su performance (Ortega, 2009).
Los libros de autoayuda cerebral toman como punto de partida algunos hallazgos de
los actuales conocimientos neurocientíficos, y, si bien mantienen cierta proximidad con
la literatura de divulgación científica, su objetivo excede la mera divulgación, ya que su
principal foco está puesto en el mejoramiento de capacidades personales. A
continuación, observemos cómo uno de los entrevistados establece criterios de
distinción entre los géneros:
“Hay dos subgéneros. Hay uno de autoayuda cerebral que, mal que mal, tiene una base
científica, y otro que es cualquier verdura. (…) Entonces, dentro de ese subgénero de
autoayuda cerebral, hay uno que tiene una base. Hay otro que no tiene ninguna base.
Esto que disfrazó la misma autoayuda de siempre de ‘esfuérzate en ser feliz’, ‘sé bueno
con el mundo y el mundo te responderá’, etcétera, ahora lo disfraza de ‘sé bueno con el
mundo porque entonces se activará el área de bondad de tu cerebro y el mundo lo verá y
será bueno contigo’. Ahí no, ahí hay que matarlos.” (“Entrevista a D., neurocientífico”, 2016)
238
María Jimena Mantilla
“Así como está la lectura vergonzante está la lectura prestigiante. Entonces da gusto decir
que lo estoy leyendo, da gusto mostrarlo. Digamos, poniendo en la mesa ratona del living
de la casa para cuando viene la visita te pregunte, ¿ah estás leyendo ‘ta, ta, ta’?, así como
está la lectura que se oculta abajo del colchón.” (“Entrevista a M., divulgador”, 2016)
“Cuando se dieron cuenta de que no era un libro de autoayuda, las librerías lo mandaron
al depósito. No obstante, puede que 100% Cerebro sea un buen regalo de Navidad para
aquellos que festejan y también para aquellos que se quedan solos en su casa mirando los
239
María Jimena Mantilla
fuegos artificiales con tristeza. Garantizo ciencia, diversión, profundidad, Los Simpsons,
anécdotas familiares y esos pequeños desafíos de nuestra vida en sociedad. Obligue a su
librero a ir al depósito y hará feliz a un lector y, por supuesto a un científico en su lucha
contra la pseudociencia y la sarasa.” (Bek, 2015)
Para finalizar, retomo el análisis de Thornton (2011) sobre las neurociencias populares,
quien da cuenta de un proceso de doble interpenetración entre la cultura de la
autoayuda y la cultura cerebral. La autora sugiere que los discursos de divulgación de
las neurociencias colaboran con la agenda terapéutica de la autoayuda imbuyéndole
autoridad médica y científica. Asimismo, la cultura de la autoayuda favorece la inserción
de los saberes populares neurocientíficos en el plano de lo terapéutico. Es decir, pese a
las críticas y a los intentos de diferenciación, los libros de autoayuda cerebral colaboran
en el proceso de generar una cultura científica al alcance de los legos. La fusión de la
autoayuda con la divulgación de las neurociencias, al combinar un discurso legitimado
por la ciencia con un discurso terapéutico, multiplica el impacto retórico de las
argumentaciones científicas que circulan tanto dentro de la literatura de autoayuda
como en el discurso de las neurociencias populares.
Reflexiones finales
240
María Jimena Mantilla
dando cuenta de las porosidades y fronteras entre dichas esferas. En este sentido, los
científicos se tornan actores híbridos: participan de la producción de conocimientos y
de la difusión, y en ese camino transitan del laboratorio a los medios de comunicación
asumiendo una diversidad de roles, desde actuar o presentar programas de
entretenimientos, dar opiniones sobre temas de actualidad en columnas de revistas y
diarios, o convertirse en expertos en bienestar, y acercarse así a los consejos y la
autoayuda.
Estos roles muchas veces los exceden, y no son necesariamente elecciones concretas,
sino que entran en tensión con el lugar al que son convocados por otros. Es en ese
punto donde los científicos, agradecidos por el neuroboom y el creciente interés
público sobre su disciplina se sienten incómodos. Dar consejos, escribir autoayuda,
hablar en un teatro, se tornan actividades difusas que plantean interrogantes sobre las
porosidades entre las esferas científicas, espirituales y del sentido común, entre otras.
Por último, cabe señalar que este trabajo pretende iluminar algunos de los modos de
circulación de los saberes expertos y las transformaciones que sufren cuando buscan
convertirse en accesibles a un público lego.
241
María Jimena Mantilla
Referencias bibliográficas
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“Entrevista a A., neurocientífico” (2016), entrevista realizada por la autora, 5 de mayo de 2016.
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242
María Jimena Mantilla
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Thornton, Davi (2011), Brain Culture: Neuroscience and Popular Media, New Brunswick: Rutgers
University Press.
243
Psicología positiva y cultura de masas
Una mirada descentrada sobre los saberes del “yo”
en la Revista Ohlalá
Nicolás Viotti
Se ha señalado que las primeras décadas del siglo XXI se caracterizan por la difusión
masiva de diversos discursos y prácticas centradas en el “yo” y que, en ese
movimiento, los saberes psicológicos han desbordado ampliamente los saberes
técnicos, convirtiéndose en un recurso de gestión de la persona presente en los más
diversos ámbitos. La cultura masiva ha sido un ámbito particularmente central para la
difusión de los saberes psicológicos en Argentina en la medida en que estos se han
convertido en un recurso de aconsejamiento personal generalizado por medio de
algunas versiones del psicoanálisis (Plotkin, 1999, y en este volumen; Vezzetti, 1999). El
aconsejamiento psicológico, originalmente identificado con el psicoanálisis, ha sufrido
un proceso contemporáneo de transformación y de acercamiento entre la psicología
positiva –un término que no deja de ser ambiguo y polisémico pero que da cuenta de
una serie de saberes sobre el yo que articulan el aconsejamiento en una clave de
entusiasmo y pragmatismo– y el espacio más amplio de la espiritualidad y la autoayuda
en lo que algunos han denominado como un movimiento o una sensibilidad Nueva Era
(Carozzi, 2000). Términos como energía, conectividad o encontrarse con uno mismo han
reemplazado, o al menos conviven con, otros tales como inconsciente, actos fallidos o
represión, que anteriormente identificaban ciertas zonas del lenguaje público y cotidiano
de los sectores educados de Argentina.
1 Nos basamos para esta investigación en una base de datos y un análisis de contenido de la revista y, sobre todo, de la
sección “Calidad de vida” durante el período 2013–2015. Asimismo, consideramos la participación en dos eventos públicos
Nicolás Viotti
Ese pliegue entre los saberes psicológicos y la espiritualidad Nueva Era no es algo
nuevo ni exclusivo de Argentina: como movimiento nació en las décadas de 1960 y
1970 en la costa oeste de los Estados Unidos en el marco de los movimientos
autonómicos y antiautoritarios que tuvieron su auge con las manifestaciones contra la
ocupación de Vietnam, y que luego promovieron diferentes iniciativas contraculturales.
La psicología positiva, que posee una historia compleja en los Estados Unidos, al menos
desde el período de entreguerras, encuentra antecedentes en una matriz moral
protestante centrada en el yo y en la autosuperación personal. Se destaca allí la figura
de Norman Vicent Peale, pastor metodista con fuertes intereses en la psicología y el
psicoanálisis, y promotor de éxitos editoriales y de los medios de comunicación de
masas donde predicaba sobre el pensamiento positivo durante la década de 1940.
También resulta significativa la obra de Dale Carnegie, quien fue autor de una gran
cantidad de best-sellers sobre autoayuda, emprendimiento financiero y el éxito en los
negocios. El arco del llamado pensamiento positivo se ha centrado en el desarrollo de
las emociones como la felicidad, la alegría o el amor, el optimismo, la creatividad, la
gratitud o la resiliencia. Más tardíamente tiene un antecedente en la denominada
“psicología humanista” de Abraham Maslow y Carl Rogers, quienes a su vez han sido
mencionados como referentes del movimiento de la Nueva Era.
de un dispositivo que nuclea a sus suscriptoras en la denominada “Comunidad Ohlalá” y en ocho entrevistas en
profundidad con lectoras asiduas de la publicación.
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Nicolás Viotti
sobre las neurociencias en los medios de comunicación masivos, el del Ana Grondona
sobre el desarrollo científico vinculado con la ciencia ficción y el de Soledad Quereilhac
sobre la repercusión de los rayos X en la literatura fantástica y la prensa espiritista y
teosófica, las formas de circulación no estrictamente expertas son un fenómeno en sí
mismo que tiene su propia centralidad y una relevancia sociocultural de primer orden.
Para recorrer esas preguntas vamos a presentar una serie de elementos generales
sobre el lugar de Ohlalá como un dispositivo del aconsejamiento femenino y de
circulación de saberes psicológicos y tecnologías del yo en la cultura de masas. A
continuación, analizamos el contenido de la publicación, atendiendo a regularidades en
el componente psicológico y su pliegue con lo espiritual en el horizonte moral más
amplio de la gestión del yo. Para ello, centraremos la atención tanto en aspectos del
contenido como en los formales, es decir la política editorial, el estilo y el
posicionamiento de las autoras y los autores de las notas. Finalmente haremos foco en
dos lectoras puntuales de la revista, que la utilizan como un mediador de un estilo de
vida contemporáneo emergente para retomar la discusión sobre los modos de
circulación de los saberes del yo desde una perspectiva descentrada.
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Nicolás Viotti
Ohlalá comenzó a publicarse mensualmente en 2008 dentro del grupo de revistas del
diario La Nación. Con un estilo innovador, la revista contiene los tópicos clásicos de las
revistas femeninas: la moda, la gestión de la familia, la maternidad y el hogar, así como
también trata sobre cuestiones sentimentales. Sin embargo, respecto de la generación
anterior de publicaciones femeninas, introduce innovaciones importantes que muestran
un perfil de mujer diferente al que encarnaron clásicamente otras revistas semejantes.
Dos aspectos centrales manifiestan una diferencia: el énfasis puesto en el mundo
laboral y en la idea de una mujer independiente que, además de administradora del
hogar, puede ser tanto una empresaria exitosa o una profesional en puestos
jerárquicos. Otro tema que aparece explicitado es el de la sexualidad. En este último
aspecto el lenguaje aggiornado a los deseos y la autonomía femenina en materia erótica
se sintoniza con una sensibilidad más amplia de “sexualización de la cultura”, que pone
al sexo en un lugar primordial de la agenda pública, y que promueve una sensibilidad
postfeminista que fomenta representaciones de mujeres que se empoderan a partir de
su agencia sexual (Illouz, 2014; Felitti & Spataro, 2018; Justo von Lurzer & Spataro,
2016).
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Argentina después de Cosmopolitan (“Las revistas que dominan el mercado”, 2013), sin
contar la publicación simultánea de su sitio web “Ohlalá: comunidad de mujeres”, junto
con páginas de Facebook y Twitter que multiplican el acceso a sus contenidos vía
internet y cuya accesibilidad resulta mucho más difícil de cuantificar. Desde su
lanzamiento, ese perfil innovador era evidente en el tono con que se divulgaba. En
2008 se hizo una presentación en el Centro de Exposiciones de la Rural, en Buenos
Aires, con un aviso que mencionaba a los “expertos” (sic) que escribirían en la revista:
Lou Marinoff, autor del libro Más Platón menos Prozac; el actor y conductor Sebastián
Wainraich; Esther Perel, sexóloga y autora del best-seller mundial Inteligencia erótica y
panelista en el programa de TV estadounidense The Oprah Winfrey Show; el personal
trainer Felipe Villamil y la astróloga Ana Vilsky. Se señalaban también nombres de
periodistas y cronistas reconocidas, tales como Josefina Licitra, y dos bloggers que
acompañaban el boom de la escritura íntima en las redes digitales del momento. Este
recorte invitaba a una lectora ideal que empatizaba con estas figuras y, al mismo
tiempo, connotaba el estilo que sería la marca distintiva de Ohlalá: notas sobre moda,
nuevas tendencias y estilo de vida femenino con aconsejamiento personal por
“expertos” de diferente índole y cierto barniz cultural con notas dedicadas a la música
o la literatura. El formato periodístico y la presentación de la revista, su diseño
innovador pero fresco y la utilización de colores contrastantes le dan una impronta que
produce diferencias importantes respecto de otras revistas femeninas más centradas
en temáticas tradicionales y con menos riesgo estético. Asimismo, existen diferencias
sustantivas con el mundo de las revistas femeninas anteriores, tales como Para Ti,
publicada desde 1922 –con diferentes perfiles en función de transformaciones
socioculturales durante todo el siglo XX–, Vosotras, que salió al mercado en 1935, o
aún Claudia, considerada como el paradigma de la modernización en las revistas
femeninas durante la década de 1960.
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promovidas por las revistas más clásicas en Argentina. Se percibe un nuevo espacio
que disputa el lugar de la mujer como un rol subordinado a los hombres y que
muestra la centralidad de una mujer empoderada y emprendedora con un fuerte
énfasis en el lenguaje de la autoayuda (McRobbie, 1999, 2000).
Ohlalá es una de las revistas femeninas de más éxito en la última década, y constituye
un ejemplo singular para analizar este proceso en la medida que representa un espacio
“actualizado” y “contemporáneo”, que incorpora un lenguaje y temáticas vinculadas
con nuevos estilos de hablar del “yo”. Si las revistas de la década de 1960 utilizaron
versiones populares de la psicología como un saber y una tecnología que ponía énfasis
en una mujer autónoma que estaba en tensión con los modelos más tradicionales de la
vida laboral, familiar y sexual, nos interesa indagar ahora en algunos de los rasgos
distintivos de Ohlalá en este respecto: esto es, en qué medida continúan y se
diferencian de aquellos. La sección sobre “calidad de vida” de la revista, firmada por
psicólogas y especialistas en relaciones humanas y espiritualidad, es un espacio
privilegiado para analizar esa dimensión del aconsejamiento personal y los usos de los
saberes psicológicos. Como veremos a continuación, ese saber, clásicamente
identificado con el psicoanálisis y sus versiones populares (Plotkin, 1999; Vezzetti,
1999), se ve atravesado por una serie de diferentes recursos psicológicos de nueva
índole que se concentran en la psicología positiva, el entusiasmo, el emprendedorismo
y la espiritualidad.
Una nota titulada “Largá el control” resulta ser paradigmática de la tensión entre lo
estructurado y bloqueador de la felicidad, por un lado, y lo libre y fluido que la
favorece, por el otro. Recurriendo a la consulta con la psicóloga experta Inés Dates, se
sostiene que “…a veces, lo perfecto es enemigo de lo bueno, pero también de lo
250
Nicolás Viotti
posible. Por eso, la clave es confiar y dejarse sostener, transitar el caos y bajarle el telón
a la mujer orquesta” (Castagnino, 2015: 14). El discurso de Ohlalá apunta a una mujer
que ya está empoderada y que, en muchos casos, es una profesional independiente y
sexualmente libre. La respuesta a esa situación de aflicción contemporánea resume
buena parte del imaginario de lo que una mujer debe hacer para “estar mejor”:
relajarse, dejar pasar, reconectarse con los otros, reestructurar las relaciones en la vida
cotidiana para poder sobrellevar un estilo de vida hiperindividualizado y exitista. La
nota describe del siguiente modo el exceso de “control” como un mal de época:
“Sí, a vos te hablamos, freak controller. A vos, que en el fondo no confiás en tu pareja y
estás todo el día a puro mensajito haciéndote un interrogatorio digno de Interpol sobre sus
actividades cotidianas. A vos, que, con tal de que las cosas se hagan como vos querés en
tu trabajo, acaparás TODO con la (falsa) excusa de que nadie puede hacerlo como vos. A
vos, que sentís que en tu casa (y en tu vida en general) todo depende de vos –los horarios
de los chicos, que la heladera esté llena, las cuentas pagas y la ropa planchada (…)
¿Quién no se sintió alguna vez así? ¿Con esa sensación extraña de que si las cosas no
pasan por nuestro filtro e inspección, no son buenas o valiosas con esa angustia y enojo
que sobreviene cuando los demás no responden o actúan como nosotras queremos que lo
hagan?” (Castagnino, 2015: 141)
Y luego continúa:
“Nadie dice que controlar sea necesariamente malo –nuestra mente lo hace todo el
tiempo, también como una forma de hacernos sentir eficientes y conectarnos con la acción
y el ego bien entendido–. Pero el desafío pasa por no tomar de manera tan literal las
presentaciones que nos hace nuestra conciencia cuando estamos en estado de alarma –
para ella, ahí todo es blanco o negro, todo es perfecto o un desastre total– y empezar a
escuchar esa vocecita interna que te susurra: ‘Ya está, ya hiciste suficiente. No hace falta
nada más. ¡Aflojá, mujer orquesta! Y, entonces, quedate en el molde. Y recibir el flujo y la
energía de lo que pasa. Y ver qué pasa. Quizá el mundo pueda seguir girando sin que vos
le estés TAN encima.’” (Castagnino, 2015: 141)
Una nota incluida en esa sección se refiere, por ejemplo, a “El poder del elogio”. A
partir de otra consulta a la mencionada psicóloga Inés Dates, se describe la importancia
de “decir cosas lindas” como un modo “conectarnos” con los otros: se trataría de
tener “gratitud” en aceptar la generosidad ajena. Recomienda convertirse en un
“agente de expansión” y contagiarse con los elogios, produciendo un ambiente de
equilibrio, amabilidad y motivación en el entorno, sobre todo en el trabajo. Además, la
nota recomienda utilizar el elogio y el halago –aunque sin abusar y cuando uno
realmente lo sienta como verdadero– con los hijos, para que ellos mismo puedan
auto-elogiarse y sentirse más seguros de sí mismos (Castagnino, 2013: 202). En la
misma sección, en una nota en la que se consulta a la psicoterapeuta transpersonal
Ana Inés de Avruj y a la arquitecta Monique Dumoulin, se presenta la
“psicogeometría” o la “geometría sagrada”. Se promueve la participación en un taller
vivencial de psicogeometría en el que se aprehendería a “jugar con las formas, las
251
Nicolás Viotti
La pareja y la familia también constituyen temas para una psicología positiva y relacional
en una nota titulada “Amate para poder amar”, también con la consultoría de la ya
conocida psicóloga Inés Dates. Allí se indaga en ejercicios de observación para
conocerse a una misma a partir de las diferentes parejas de cada una; es decir,
entender a la pareja como un recurso de “desarrollo personal” y conectarse con los
252
Nicolás Viotti
Las relaciones laborales no quedan excluidas de la gestión psicológica del yo. Con la
consulta a Eribel Culliari, psicóloga especialista en desarrollo organizacional de recursos
humanos, en “Medí tu éxito laboral” (Maurello, 2014) se promueve que parte del
éxito es resultado de un balance y de una reflexión sobre una misma que permita
“modificar pensamientos y conductas” para que ese camino profesional no sea una
consecuencia del destino sino resultado de “tomar las riendas”. El tema del trabajo y la
promoción del autoconocimiento y las relaciones flexibles y desestructuradas
reaparece en el lenguaje de la “conciencia” y aun de la “espiritualidad”, tal como se
sugiere en las notas tituladas “¿Qué es el capitalismo consciente?” (Castagnino, 2014b)
y “Budismo en el trabajo” (Simond, 2014a). En la primera se describe un paradigma de
producción que propone el trabajo y el liderazgo cooperativo, es decir un modelo en
red que no se concentre en la responsabilidad individual –lo que lleva al estrés y a la
generación de modelos autorreferentes–, sino a una práctica laboral compartida y
distribuida. La nota se refiere a los valores individualistas como “pasados de moda”,
incluso identificándolos con las políticas neoliberales de Margaret Thatcher y Ronald
Reagan, y a la necesidad de un “cambio de paradigma”, vinculándolo con un
movimiento surgido tanto en India, con influencia del hinduismo, como en los países
desarrollados occidentales. Los pilares del liderazgo colaborativo son: alinear, potenciar,
servir y colaborar como recurso para alcanzar un desarrollo centrado en el bienestar
personal, el medioambiente y la vida comunitaria como tres instancias que no pueden
escindirse. La misma concepción holística aparece en la segunda de las notas
mencionadas. Con un subtítulo sugerente, “Del Management al karma”, la nota se
concentra en la importancia de algunos principios de la espiritualidad budista, como
inspiradores de cambios en los modos de trabajar en las sociedades contemporáneas.
La nota incluye una entrevista a Geshe Michael, un monje budista de origen
norteamericano que mezcla psicología positiva con budismo tibetano, y que visitó
Buenos Aires con cursos y retiros sobre emprendedorismo y el éxito empresario.
Esta mirada, que enfatiza lo estrictamente espiritual, tiene, sin embargo, fronteras
borrosas con lo psicológico. Si bien todas las notas mencionadas refieren a expertas en
psicología, existen otras que se concentran en saberes y tecnologías de especialistas
253
Nicolás Viotti
espirituales. Lo más significativo es que, si bien los saberes suponen una diferencia, en
realidad sus objetivos están al servicio de los mismos fines, y los valores que se
movilizan están en una relativa semejanza formal. El tema de la gestión del yo para una
vida más flexible, menos tensa y con más adaptabilidad complementa el lenguaje de la
psicología positiva con el de una espiritualidad al servicio de la mujer contemporánea.
En ese sentido, la nota intitulada “Cortá con el drama” (Elizalde, 2014), presenta a
Rajshree Patel, maestra de meditación y de técnicas de respiración, quien asegura que
“el cambio que buscas está en salir a la acción”. Rajshree, inspirada en las enseñanzas
de la Fundación neo-hinduista El Arte de Vivir, toca temas semejantes a los referidos
con anterioridad: los miedos, las emociones que bloquean la acción, la inercia de la
vida cotidiana, la necesidad de conocerse a una misma, la conciencia de los otros y el
“despertar”. Se subraya la idea de que las mujeres son muy duras consigo mismas y
que es necesario “desdramatizar”, para ello hay que “dejar de pensar” y “trabajar el
silencio interior”, meditando o encontrando un momento para “bajar”. La nota insiste
en el pensamiento como una operación mental, incluso cerebral, que puede irse de
control y producir inacción y una sensación de desenfoque, lo que tiene consecuencias
fuertes en el bienestar personal. La meditación y ese trabajo con una misma es
resultado de una decisión personal, de un acto positivo que tiene que darse por un
cambio de vida. Esa idea del “despertar”, del “darse cuenta”, puede surgir a partir de
un momento crítico y de sufrimiento o padecimiento. Sin embargo, contra la idea de
regodearse en el sufrimiento se fomenta la actitud positiva, alcanzada por medio de la
psicología o la espiritualidad. “La crisis nos ayuda a despertar” (Simond, 2014b) es una
nota que incluye una entrevista a la documentalista Danisa Perry, quien analiza el
cambio de época y la emergencia de una “cambio de conciencia” en una película que
realizó luego de una crisis vital donde había perdido todo su dinero y había sido
abandonada por su marido. La nota describe la experiencia de Perry y muestra cómo
la crisis personal, al mismo tiempo que incluyó la consulta a una especialista del
universo médico-psicológico, generó, también, una práctica espiritual:
“Sentía una vibración en todo el cuerpo y pensó que estaba enloqueciendo. No quedaba
otra. Escéptica por naturaleza, llamó a un amigo para que le recomendara un psiquiatra y
reservó un encuentro para el día siguiente: ¿Qué hago de nuevo en pie? ¿Quién me levantó
del suelo? Esto que siento ¿Qué es? Se preguntaba. Y llegó a su turno de terapia
desconcertada. Al atravesar la puerta, la especialista miró por encima de su cabeza. ¿Qué
mira? Pensó. Estoy viendo tus seres de luz que tienen un mensaje para darte –¡le dijo la
psiquiatra!– ‘Que todavía no es tu hora, que tenés que completar tu misión’. Entonces,
todas sus estructuras racionales se desvanecieron y sintió que se abría una compuerta a
un mundo desconocido que invitaba a un nuevo camino.” (Simond, 2014: 77)
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Como vemos, hay una serie de elementos en común que atraviesan la sección
“Calidad de vida” de la revista Ohlalá, más allá de su foco en los saberes de la
psicología positiva o de la espiritualidad. Como ya mencionamos, el foco en la
flexibilidad en las relaciones no conflictivas y en el trabajo con una misma como un
vehículo de mejoramiento personal son elementos en común que confirman viejos
temas de la literatura y la narración femenina de masas (Sarlo, 1985: 12; Radway,
1984). Sin embargo, en la publicación que nos ocupa se desarrolla con un lenguaje
novedoso, adaptado a una felicidad de mujeres idealmente autónomas, independientes,
sexualmente emancipadas y con trayectorias laborales exitosas. Los saberes expertos
de la psicología positiva adquieren la especificidad del aconsejamiento para temas de
afectos, familia, trabajo o la vida cotidiana. Autorizados en el conocimiento vivido
como científico de una psicología basada en la evidencia, a veces incluso en el discurso
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Nicolás Viotti
¿Qué es lo que las lectoras de la revista hacen con la revista, y qué es lo que la revista
hace con las lectoras? Entendemos a la relación de las lectoras con la revista no sólo
como un uso exclusivo que puede reducirse a su lectura, sino como una trama de
relaciones en donde el magazine es un elemento más, entre otros. En este sentido nos
resulta útil pensar su circulación en la vida cotidiana como una red de otros saberes y
tecnologías, personas textos y artefactos, que configuran una composición de
relaciones (Callon & Law, 1997: 170; Callon, 1986), y que hacen a la construcción de
una corriente de la subjetividad femenina contemporánea. Algunos modos de
vincularse con la revista pueden decirnos algo sobre un proceso que no se restringe a
la apropiación unilineal de sus contenidos ni a un uso puramente recreativo.
Para dar cuenta de ese continuum, voy a seleccionar dos ejemplos provenientes de
entrevistas realizadas a lectoras de la revista que muestran posiciones diferentes en los
modos de vincularse con Ohlalá en general, y con la sección de aconsejamiento
personal en particular. Es particularmente interesante subrayar que las lectoras fueron
seleccionadas en base a dos criterios. Desde el punto de vista socio-morfológico, las
entrevistadas conforman una red extensa de vínculos formales e informales. Muchas de
ellas poseen vínculos de afinidad social, amistad o parentesco de primer o segundo
orden: son hermanas, primas, cuñadas, amigas, vecinas o compañeras de trabajo. El
rango etario va desde los 30 a los 45 años, y su lugar de residencia es la zona norte de
Ciudad de Buenos Aires, con particular preeminencia en los barrios de Palermo y
Colegiales. Al mismo tiempo, las entrevistadas fueron seleccionadas en la medida en
que compartían algún tipo de sensibilidad común con respecto al uso de psicoterapias
y al consumo de productos culturales de aconsejamiento psicológico y/o espiritual
contemporáneo. En cierto sentido, como señala Eva Illouz, el grupo de entrevistadas
comparte, en diferentes grados, un estilo de vida o una experiencia cultural común de
“una narrativa terapéutica de la personalidad” (Illouz, 2010: 220).
256
Nicolás Viotti
“Para mí la revista es algo que siempre anda por ahí. Me gusta, la uso para enterarme de
cosas, la miro, la guardo por un tiempo, después la tiro. Pero siempre saco algo útil, una
reflexión, una entrevista con alguien interesante. Por ejemplo, hace poco encontré una
sobre parto humanizado, sobre pedagogías alternativas, otra que me acuerdo era sobre
mercados orgánicos. También temas de tendencias, moda, esas cosas, pero menos. Me
entero de charlas, de eventos, del mercado orgánico por ejemplo, eso lo vi en la revista, y
me fui a dar una vuelta. Me interesa particularmente esa parte porque siempre encuentro
algo sobre meditación, sobre un estilo de vida para una mujer ‘consciente’.” (Entrevista a
Fernanda, 2017)
La revista es, además, un espacio de identificación con algunos presupuestos como por
ejemplo la idea de “mujer consciente”. Ese término da cuenta de un código común
que muestra una afinidad entre algunos de los supuestos de los saberes del yo y la
experiencia cotidiana de algunas de sus lectoras. No cabe duda de que existe una gran
mayoría de lectoras del magazine que no reparan ni en el tono, los contenidos ni en
los recursos que Ohlalá difunde. Pero por el otro lado, también es cierto que habla un
lenguaje de época. La trayectoria de Fernanda, así como su descripción de sí misma,
dan cuenta de un mundo relativamente común en el que las notas antes descriptas
adquieren un sentido pleno.
Entre otras cosas, Fernanda destaca que algunos de los testimonios en las historias de
vida son ejemplos de “mujeres emprendedoras” que “encontraron un camino
consiente”, con los cuales ella puede identificarse por compartir “búsquedas” afines, lo
que tiene que ver con un trabajo sobre sí misma, el cuidado de las relaciones íntimas y
una conexión con la naturaleza que se manifiesta, por ejemplo, en prácticas
alimentarias “sanas”. A partir de algunos conflictos en el trabajo y en la vida familiar, el
recorrido de búsqueda de bienestar en la gestión de sí misma llevó a Fernanda a
buscar en la figura de un psiquiatra heterodoxo que utiliza la meditación y técnicas
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Nicolás Viotti
Si bien esta breve referencia a cómo Fernanda se vincula con Ohlalá nos muestra un
uso más o menos sintonizado con la propuesta de la revista, existe toda una variedad
de lectoras que suponen modos muy distintos de vincularse con esa propuesta. Otra
de las mujeres con las cuales charlamos sobre el lugar de la revista, Mariela, bastante
representativa de una sensación general que percibimos en nuestras entrevistas, se
refería a Ohlalá como una revista “boba”, a la que usaba, sobre todo, para distraerse y
estar al tanto de cosas que pasan. Mariela es diseñadora y modista. Tiene un taller en
su casa de Colegiales, y recuerda haberse suscrito a Ohlalá desde que apareció a fines
de la década de 2000. Lee la revista “de punta a punta” apenas le llega, pero pasa
rápido por las notas de “Calidad de vida”, una sección que le parece superficial. En
realidad, reivindica la posibilidad de informarse sobre tendencias de moda o de diseño,
así como de algunas novedades:
“Yo leo la revista entera, las tengo todas. Pero esa parte más de estilo de vida, sobre
meditación, que entrevistan psicólogas que te dicen que relajes, sueltes y que seas
positiva… no sé, me parece un poco ingenua. Yo soy una persona muy psicoanalizada,
incluso tuve una etapa muy espiritual, pero no busco eso en Ohlalá. No te voy a negar
que lo leo, a veces algo me llama la atención. Pero yo me lo tomo más en serio eso,
prefiero ir al terapeuta o leer algún libro que me ayude, no tanto lo que trae la
revista.” (Entrevista a Mariela, 2017)
Tanto Fernanda como Mariela muestran dos polos de lo que algunas lectoras pueden
hacer con la revista. Estas imágenes sobre los usos de la revista muestran una sinergia
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Nicolás Viotti
con estilos de vida que, si bien pueden ser leídos en su heterogeneidad, también
pueden ser interpretados en algunos elementos generales. Dentro de trayectorias
personales donde tanto la psicología positiva como los discursos y las prácticas de la
autoayuda y la espiritualidad tienen una presencia relativamente importante, como en
el caso de Fernanda, los saberes psicológicos de masas de la revista pueden funcionar
como mediadores que permiten expandir esas experiencias. En realidad, el contacto
con algunas de sus lectoras nos muestra una oscilación entre ambos polos. Estos se
encuentran no solo encarnados en diferentes personas que utilizan de modos diversos
la revista, sino en las mismas personas que, en contextos diferentes, pueden pasar de
cierta sintonía con la ideología de la autoafirmación y el empoderamiento personal, a
un uso pragmático de la revista y una crítica despiadada e irónica a sus secciones de
aconsejamiento. En este sentido, resulta muy importante lo que, en un ensayo
sustantivo sobre el tema, Paul Lichterman denominó thin culture (Lichterman, 1994)
para referirse a la circulación no necesariamente identitaria y no absolutamente
cohesiva de la psicología de masas, la lectura de autoayuda y la audiencia de shows
televisivos centrados en el desarrollo y el mejoramiento personal. El ejemplo de
Mariela muestra que ese uso irónico no supone necesariamente una distancia total y
absoluta con los saberes de la psicología de masas, la autoayuda y la espiritualidad.
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Reflexiones finales
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AUTORES Y AUTORAS
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trabajo se centra en las instituciones culturales y de promoción científica en los Parques
Nacionales de la Norpatagonia durante la primera mitad del siglo XX.
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Marina Rieznik es Historiadora y Doctora en Historia (Universidad de Buenos Aires). Es
investigadora adjunta del CONICET en el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología
del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Quilmes (IESCT-UNQ)
y en el Instituto de Investigaciones Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires (IIGG-
UBA). Se especializó en historia de las ciencias, de la astronomía y de la unificación horaria.
Trabaja además en proyectos sobre las imágenes técnicas en la historia de las ciencias y en la
historia de las neurociencias locales.
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