De La Nuez Paloma. Turgot El Ultimo Ilustrado.
De La Nuez Paloma. Turgot El Ultimo Ilustrado.
De La Nuez Paloma. Turgot El Ultimo Ilustrado.
PALOMA DE LA NUEZ
TURGOT,
EL ÚLTIMO ILUSTRADO
Unión Editorial
Colección La Antorcha
Turgot, el último ilustrado
Paloma de la Nuez
Unión Editorial
2010
© 2010 PALOMA DE LA NUEZ
© 2010 UNIÓN EDITORIAL, S.A.
c/ Martín Machío, 15 • 28002 Madrid
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ISBN: 978-84-7209-490-1
Depósito legal: M. XXXXX-2010
Esta monografía se inscribe dentro del Proyecto I+D financiado por la Comunidad de
Madrid y la URJC, titulado: «Análisis económico de las leyes de pobres y del tratamiento
de la pobreza: una perspectiva histórica»
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de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia,
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A Miguel
Índice
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
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ÍNDICE
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Agradecimientos
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Madrid, diciembre de 2009
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Introducción*
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Por su parte, las regiones que tenían asambleas, los Pays d’État
debían ser consultadas sobre el dinero a pagar y podían supervisar
la recaudación con sus propios oficiales. Pero las asambleas pro-
vinciales no existían en todas partes (solamente en Artois, Béarn,
Languedoc, Bretaña y Borgoña) y realmente sólo eran efectivas en
las tres últimas, aparte del hecho de que eran cámaras oligárqui-
cas, enemigas de toda reforma. Las regiones de Francia (la gran
mayoría) que no tenían asambleas (Pays d’Élections) no gozaban de
estos privilegios y, al final, era el campesino francés el que más pa-
gaba: a la Iglesia, que contribuía económicamente a través del lla-
mado «don gratuito», pero que no pagaba impuestos; al Estado y
al señor.8
Por tanto, cuando Luis XVI accedió al trono de Francia, here-
daba una pésima situación financiera con la cual tendría que lidiar,
además, con el mismo aparato de gobierno y administración que
recibía de la época de Luis XIV, y que apenas había mejorado.9
A la muerte de Luis XV, el 10 de mayo de 1774, Francia estaba
gobernada por el llamado «triunvirato» integrado por el Canciller
Maupeou, el abbé Terray (Finanzas) y el duque d’Aiguillon (Asun-
tos Exteriores) que, según algunos historiadores, representaba la vía
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18. Véase M. Vovelle, op. cit., p. 39. En resumen, como escribe Roche, la historia de
la Intendencia en el siglo XVIII es una historia de negociación y compromiso, por una
parte, y de confrontación, por otra. Véase D. Roche, France in the Enlightenment, Harvard
University Press, Cambridge, Mass., 2000, p. 223. Por eso, D. Dakin piensa que,
aunque los Intendentes contaban con muchas competencias porque tenían que gober-
nar una pequeña nación, nunca fueron los tiranos que caricaturiza Tocqueville en su
descripción del Antiguo Régimen (D. Dakin, op. cit., pp. 28 y 31). También P. Rosan-
vallon habla en este sentido de la errónea vulgata tocquevilliana. Véase, El modelo polí-
tico francés. La sociedad civil contra el jacobinismo, de 1789 a nuestros días, Siglo XXI,
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25. Sólo en mi persona reside el poder soberano (…) —dice el Rey— . Sólo por mí
existen los Parlamentos y gozan de autoridad (…). Sólo a mí me pertenece el poder legis-
lativo. Véase F. Cosandey y R. Descimon, op. cit., p. 119.
26. La venalidad de los cargos se había ido imponiendo por las necesidades fiscales
de la Monarquía, pero el resultado fue que determinados grupos iban acaparando una
parte importante del poder público, como se aprecia claramente en el caso de la casta
parlamentaria (M. Vovelle, op. cit., p. 46). El Parlamento se llenó de familias ricas y
terratenientes apegados a sus derechos señoriales. Además, hay que tener en cuenta que
desde 1604, la Corona convierte los cargos comprados en hereditarios a cambio del
pago de un porcentaje anual. Se trata de la llamada paulette. Véase E. García y J. Serna,
La crisis del Antiguo Régimen y los absolutismos, Síntesis, Madrid, 1994, p. 66.
Por otra parte, según J. Hardman, Maupeou y su secretario Lebrun, estaban traba-
jando en la codificación de las leyes francesas que, después de la Revolución, cuando
Lebrun llegó a Tercer Cónsul, fue la base para los códigos de Napoleón. Véase, op. cit.,
p. 11.
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27. Véase H. Méthivier, op. cit., p. 123. En cambio, D.K. Van Kley afirma que los
nuevos jueces no eran mejores que los antiguos y que no mejoró en nada la situación
de la justicia. Véase D.K. Van Kley, Les origins religieuses de la Révolution française,
1560-1791, Seuil, París, 2002, p. 372.
28. La cita de Turgot en «Lettre a Du Pont de Nemours», 15 de enero de 1771,
en G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 470.
29. De acuerdo con L. Díez del Corral, la rebelión del Parlamento contra la Mo-
narquía, desatada por el demonio que aquél llevaba dentro del cuerpo, constituye la an-
tesala de la Revolución francesa. Véase El pensamiento político de Tocqueville, Alianza,
Madrid, 1989, p. 140.
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30. También Marmontel escribe en sus Memorias que el pueblo se había dejado per-
suadir de que la causa de los Parlamentos era la suya, a pesar de la arrogancia y orgullo
de los miembros de la institución. (Mémoires, Mercure de France, 1999, París, p. 391).
Por su parte, D. Dakin afirma que aquellos defendían claramente privilegios de todo
tipo, pero que, en ocasiones, esa defensa coincidía con los prejuicios de los campesinos
y de las capas urbanas trabajadoras, de modo que consiguieron arrogarse la imagen de
representantes de la opinión de la nación. Véase op. cit., p. 24. Por eso escribe F. Diaz
que las posturas garantistas del Parlamento de París podían contener un germen de nove-
dad institucional, de ruptura del sistema hacia nuevos horizontes político-institucionales.
Véase Europa: de la Ilustración a la Revolución, Alianza, Madrid, 1994, p. 384. No obs-
tante, reconoce que era complicada una evolución liberal de tales instituciones porque
se habían aliado con la religión y el fanatismo y no está muy claro cómo las tesis tradi-
cionalistas de los cuerpos intermedios podrían haber confluido en un constitucionalis-
mo a la inglesa. Véase del mismo autor, Filosofia e politica nel settecento francese, Einaudi,
Turín, 1973, pp. 428-471. Como escribe el mismo Turgot, no se sabe hasta qué punto
hechos antiguos pueden fundar nuevos derechos. Véase, «Plan d’un ouvrage contre le Parle-
ment», 1753-54, en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 436.
31. Para las similitudes entre el jansenismo y ciertas tesis de Rousseau, véase
D.K. Van Kley, op. cit., pp. 438 ss. Para los monarcómacos, el estudio preliminar de
B. Pendás García en su edición de la Vindiciae contra Tyrannos, Tecnos, Madrid, 2008,
pp. XI-LXXXIX.
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32. Véase P. Goubert, op. cit., p. 232. Todavía en 1787, el Parlamento de París re-
husó registrar un nuevo impuesto sobre la tierra pagado por todos los propietarios,
la contribución territorial, aduciendo que sólo la nación reunida en los Estados Ge-
nerales podía aprobarlo. A pesar de que el Rey mandó a los magistrados del Parla-
mento de París al exilio, éstos volvieron triunfantes a la capital apoyados por otros
Parlamentos y por la opinión pública. Cuando de nuevo se negó a registrar otro Edicto
alegando que era ilegal, el Rey contestó: es legal porque yo lo quiero (Véase M. Ferro,
op. cit., p. 163). Una afirmación de su autoridad que llegaba demasiado tarde. Como
se ve, los Parlamentos, usando, además, un lenguaje cada vez más agresivo, presen-
taron batalla hasta el final, hasta que se convocaron los Estados Generales, aunque
—como escribe Tocqueville— una vez desencadenada la Revolución, se desploma-
ron de repente y algunos parlamentarios perdieron su vida durante los sucesos revo-
lucionarios. Véase Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, vol. II, Alianza,
Madrid, 1982, p. 54.
33. Véase F. Vergara, Introducción a los fundamentos filosóficos del liberalismo, Alianza
Editorial, Madrid, 1999, pp. 11 y 12. La cita de Laski en El liberalismo europeo, op.
cit., p. 139.
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34. Léon Say escribe que Turgot es el fundador de la economía política francesa
(Turgot, Hachette, París, 1887, p. 9) y P. Foncin afirma tajantemente que nueve años
antes que Adam Smith, Turgot había ya elevado definitivamente la economía po-
lítica al rango de ciencia positiva. Véase P. Foncin, Essai sur le ministère de Turgot,
Slatkine-Megariotis Reprints, Ginebra, 1976, p. 17. No obstante, la posible influen-
cia de las Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas de Turgot sobre
la obra de Adam Smith ha dado lugar a un debate entre los historiadores de la econo-
mía en el que se han defendido variadas y contradictorias tesis.
En cuanto a la influencia de Turgot sobre diferentes economistas, véase el pró-
logo de E. Escartín González a la edición de las Reflexiones sobre la formación y distri-
bución de las riquezas, Universidad de Sevilla, Sevilla, 2003. Y en concreto sobre Carl
Menger y Eugen von Böhm-Bawerk, miembros destacados de la Escuela Austriaca
de Economía, véase P. Groenwegen, «Turgot’s place in the history of economic thought:
a bicentenary estimate», en M. Blaug (editor), Richard Cantillon and Jacques Turgot,
Edward Elgar, 1991, pp. 244 ss., y M.N. Rothbard, Historia del pensamiento econó-
mico, vol. I, Unión Editorial, Madrid, 1999, pp. 425 ss.
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Por todo ello, durante el siglo XIX salen a la luz varias biografías y
estudios sobre su vida y obra que en muchos casos son claramente
hagiográficos. Existe toda una leyenda sobre Turgot en la que éste
aparece como un adelantado a su tiempo; como un mártir de una
época que no pudo o supo apreciar el valor de sus ideas y la necesidad
de sus reformas; como el padre fundador de la economía política fran-
cesa y como el precursor de las ideas económicas del siglo XIX. Se des-
tacan, además, no sólo sus virtudes intelectuales sino morales, pues no
existe un solo testimonio que niegue su honradez y probidad.35
En el siglo XX, con el derrumbamiento del socialismo colectivis-
ta, la doctrina política y económica liberal experimentó un nuevo
auge provocando, entre otras cosas, que las cuestiones con las que
ya se enfrentaron los teóricos del liberalismo del siglo XVIII relati-
vas a la actuación del Estado (qué debe o no hacer; cuáles deben ser
sus límites, etc.) siguieran estando de plena actualidad. Quizás por
eso, en los últimos años, la obra y el pensamiento del Ministro de
Luis XVI no ha dejado de suscitar interés, como lo revela la celebra-
ción de congresos dedicados a su figura, la reedición de sus obras o
la publicación de diversos trabajos sobre su vida y sus ideas.
35. Si para L. Say, el siglo XIX es el verdadero siglo de Turgot porque fue entonces
cuando se aplicaron sus ideas y cuando gobernó la sociedad francesa (op. cit., p. 10),
C.J. Tissot afirma que Turgot fue uno de los grandes hombres de los que Francia
puede estar orgullosa (Turgot, sa vie, son administration, ses ouvrages, Didier et C.
editeurs, París, 1862, p. 20). También P. Foncin asegura que en él se resume lo mejor
que el siglo XVIII ha producido en ciencias morales y políticas. Véase «Prefacio» en
Essai sur le ministère de Turgot, op. cit., p. 1. Y G. Schelle considera que es una de las
glorias de Francia que rindió grandes servicios no sólo a la patria sino a la humanidad.
Véase G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 7. Y, por último, no hay que olvidar tampoco que,
ya en el siglo XX, el propio J. A. Schumpeter habló de él como una de las pocas figuras
importantes de que se puede gloriar la historia de la ciencia económica (Historia del aná-
lisis económico, Ariel, Barcelona, 1971, p. 290).
De todos modos, ninguno de esos autores supera al filósofo Condorcet, íntimo
amigo de Turgot, quien en su Vie de Monsieur Turgot publicada en Londres en 1786,
lleva a cabo una auténtica hagiografía, fuente del mito y la leyenda en torno al Mi-
nistro de Luis XVI. Véase B. Ebenstein, «Turgot vu par Condorcet, éléments d’une
hagiographie», en C. Bordes et J. Morange, Turgot, économiste et administrateur, PUF,
Limoges, 1981, pp. 197-204.
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36. Este es uno de los objetivos declarados de la historia del liberalismo europeo
que P. Nemo ha coordinado junto a J. Petitot, porque el liberalismo no es, desde su
punto de vista, un fenómeno esencialmente anglosajón. Véase P. Nemo y J. Petitot,
Histoire du libéralisme en Europe, PUF, París, 2006, passim.
En mayo de 2003 se celebró en el Château de Lantheuil un coloquio internacional
dedicado íntegramente a Turgot (Colloque international Université de Caen-Château
de Lantheuil, 14-16 de mayo de 2003, «Turgot (1727-1781), Notre contemporain?»).
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Capítulo primero
La carrera de Turgot bajo Luis XV
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3. Véase G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 20. Este mismo autor recoge la anécdota
varias veces comentada por sus biógrafos, de un joven Turgot que en el colegio re-
partía el dinero que le enviaban sus padres entre los alumnos que carecían de medios
para comprar los libros.
4. Véase P. Gignoux, Turgot, París, 1945, p. 17. La cita de P. Hazard en El pensa-
miento europeo en el siglo XVIII, Alianza, Madrid, 1998, p. 325. (Debe hacerse notar
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la similitud del título de esta obra juvenil con la famosa de Condorcet, publicada en
1794).
Parece ser que había preparado antes un texto sobre las causas del progreso y de
la decadencia del gusto en las artes y las ciencias que iba a presentar a un concurso
de la Academia de Soissons, aunque al final no lo hizo («Sur les causes des progrès et de
la décadence des sciences et des arts», en G. Schelle, vol. I, op. cit., pp. 116 ss.). Poco
después, en 1751, Turgot escribiría su Plan para dos discursos sobre la historia universal,
inspirado en el Discurso sobre la historia universal del obispo Bossuet, que no llegó a
completar.
Turgot tenía siempre muchos proyectos, a pesar de que afirmaba que era pere-
zoso y lento para el trabajo y quizás por eso muchos quedaban sin terminar. En 1748,
siendo aún estudiante, había redactado una lista de temas sobre los que quería es-
cribir en el futuro. La lista incluye una enorme cantidad de materias: moral, religión,
historia, filosofía, arte, lenguas, geografía, física o matemáticas, entre otras.
5. Véase A. Jardin, Historia del liberalismo político, FCE, México, 1989, p. 93.
Escribe M. Hill que Turgot, a los veinticuatro años de edad, había recibido la mejor
educación disponible en París. Véase M. Hill, Statesman of the Enlightenment. The Life
of Anne Robert Turgot, Othila Press, Londres, 1999, p. 9.
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2. magistrado en el parlamento
F. Alengry, Turgot, homme privé, homme d’état, Charles Lavauzelle, París, 1924, pp. 4 ss.
y G. Schelle, op. cit., vol. 1, p. 37. Otros autores, como J.P. Poirier, sostienen que fue
la misma Minette la que le rechazó cuando él se atrevió a pedir su mano. J.P. Poirier,
Turgot, Perrin, París, 1999, p. 49. En cuanto a lo que dice de ella Morellet, véase R.
Chartier, «El hombre de letras», en M. Vovelle y otros, El hombre de la Ilustración,
Alianza Editorial, Madrid, 1992, p. 169. Por último, C. Ionescu, «Le témoignage de
Madame Graffigny (1695-1758) sur la jeunesse de Turgot», ponencia presentada al
Colloque International Université de Caen-Château de Lantheuil, 14-16 de mayo de
2003, p. 25.
8. Como escribe N. Elias, la venta de cargos no sólo era una manera de conse-
guir ingresos, sino también una estrategia para desplazar a la alta nobleza de ciertos
ámbitos y así limitar su poder. En términos sociológicos, era, por tanto, un instru-
mento de la lucha del Rey contra la nobleza. N. Elias, La sociedad cortesana, FCE,
Madrid, 1982, pp. 255 y 227-229. Según este mismo autor, en el siglo XVIII los Par-
lamentos representaban una capa intermedia entre la burguesía y la nobleza, y tenían
una actitud ambivalente en relación a la realeza: por un lado, deseaban limitar el poder
del Rey pero, por otro, estaban a él vinculados porque habían comprado sus cargos
y porque cuando el pueblo (al que acudían cuando lo necesitaban) amenazaba con
sublevarse, temían por sus propiedades (ibidem, p. 228).
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12. P. Foncin, op. cit., p. 535. Conviene recordar que en aquella época existían en
la sociedad de los salones, en palabras de R. Chartier, feroces luchas por alcanzar noto-
riedad, ya que el salón aseguraba a los escritores su admisión en el mundo de los po-
derosos. R. Chartier, Espacio público, crítica y desacralización en el siglo XVIII. Los orí-
genes culturales de la Revolución francesa, Gedisa, Barcelona, 2003, p. 174.
13. Véase C. Ionescu, «Le témoignage de Madame Graffigny (1695-1758) sur la
jeunesse de Turgot», op. cit, passim, y «Lettre à Madame de Graffigny», en G. Schelle,
op. cit., vol. I, p. 241. De hecho, Turgot confiesa en una carta dirigida a Hume el 25
de marzo de 1767, que admira sinceramente al pensador ginebrino, no sólo por su
elocuencia o la belleza de su lenguaje, sino por el servicio que hace a la moral y a la
humanidad. Aunque, lógicamente, no puede estar de acuerdo con él en su conside-
ración negativa del progreso humano, alaba Emilio y Del Contrato Social. Véase,
«Lettre à Hume», 25 de marzo de 1767, en G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 660.
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talento del inglés y había leído con gusto su Teoría de los sentimientos morales, publi-
cada en 1759. Véase J.P. Poirier, op. cit., pp. 150 y 362.
Es cierto que Smith estaba informado de lo que sucedía en Francia y que admi-
raba sinceramente a Turgot, de quien escribió los mejores elogios. Pero él mismo
asegura que, a pesar de que le conociera y estimara, nunca se escribieron. Véase Corres-
pondence of Adam Smith, editada por E. Campbell y I. Simpson, Liberty Classics,
Indianápolis, 1987, p. 248. Por su parte, G.Schelle escribe que nunca encontró entre
los papeles del Contrôleur Général rastro alguno de esa supuesta correspondencia.
Véase G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 5, nota 2. Sin embargo, J. Gallais-Hamonno asegu-
ra tajantemente que A. Smith quemó él mismo la correspondencia que había mante-
nido con Turgot, aunque no explica por qué el escocés tendría que hacer algo así.
Véase J. Gallais-Hamonno, «Le premier exemple d’un travail de concept économi-
que en extension et en compréhension: le concept de capital travaillé par Turgot», en
C. Bordes y J. Morange (eds.), op. cit., p. 89.
16. La cita de Voltaire en G. Schelle, op.cit., vol. II, p. 89.
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17. Sobre la opinión de Turgot sobre el libro de Helvétius, véase «Lettres a Con-
dorcet», en G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 638.
Según Schelle, las voces Foire y Fondation, son el reflejo de las conversaciones
mantenidas entre el autor y su amigo Gournay (véase G. Schelle, op. cit., vol. I,
p. 73), y de acuerdo con W. Walker Stephens, Mirabeau se inspiraría en Fondations
para atacar los bienes del clero. Véase su The Life and Writings of Turgot, op. cit.,
p. 19, nota 2.
Por su parte, afirma F. Diaz que entre 1757 y 1760 arreció la campaña antifi-
losófica a la que se sumaban tanto el Gobierno y la Corte como los Parlamentos.
Mucho tiene que ver esa campaña con la anglofilia de los filósofos, muy impopu-
lar debido a la guerra de los Siete Años (1756-63), en la que Francia fue derrota-
da por los ingleses. Véase F. Diaz, Filosofia e politica nel settecento francese, op. cit.,
p. 200.
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18. Según Schelle, en abril de 1760, una vez regresado de un viaje por Suiza y
los Alpes franceses e instalado en Lyon junto con el Intendente La Michodière, con
el que adquirió experiencia en el gobierno provincial, Turgot escribió a Choiseul con
el ánimo de que propusiera su nombre al Rey para la Intendencia de Grenoble, pero
no tuvo éxito. También solicitó la de Bretaña y tampoco la obtuvo, probablemente
porque se le consideraba aún demasiado joven para ambos destinos. Al final sustituyó
en Limoges a Pajot de Marcheval. Véase G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 2.
Por su parte, E. Daire escribe que, más adelante, en 1762, la madre de Turgot
intento a través del Contrôleur Général Bertin que se le confiara a su hijo la Inten-
dencia de Lyon, pero Turgot escribió diciéndole que quería permanecer en Limoges
para continuar con su reforma de la taille, aunque era consciente de que en otro des-
tino ganaría más dinero y tendría menos trabajo. Véase E. Daire, op. cit., p. xl. Pero,
como escriben M.C. Kiener y J.C. Peyronnet, Turgot había llegado a Limoges dis-
puesto a hacer una gran reforma fiscal (dentro de sus posibilidades) que tuviera reso-
nancia en todo el Reino y que contribuyera a su fama de cara a conseguir mejores
puestos. Véase M.C. Kiener y J.C. Peyronnet, Quand Turgot régnait en Limousin,
Fayard, París, 1979, p. 10. C.J. Tissot dice que también rechazó la Intendencia en
Ruán y Burdeos (C.J. Tissot, op. cit., p. 30). El rechazo de unos destinos más atrac-
tivos revela bien el carácter del personaje, pues lo habitual era tratar de pasar pocos
años en los destinos peores. De todos modos, según G. Schelle, lo que quería real-
mente Turgot era volver a París (op. cit., vol. II, p. 3).
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19. Véase G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 2. Como escribe D. Roche metafórica-
mente, Limoges estaba en el fin del mundo (D. Roche, op. cit., p. 234).
20. Respecto a la opinión que los privilegiados tenían del nuevo Intendente, W.
Walter Stephens se hace eco de la opinión dominante en el lugar: hasta la llegada de
Turgot, la Intendencia había sido un lugar donde se cenaba bien, donde se jugaba y
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al que acudían mujeres; sin embargo, el nuevo Intendente era un hombre soltero y
trabajador, que no jugaba y que casi siempre cenaba solo. Véase W. Walter Stephens,
op. cit., p. 76, nota 1. Además, como escribe también L. Say, la nobleza del Lemosín
estaba acostumbrada a hacer uso de la Intendencia para obtener favores (como redu-
cir los impuestos que tenían que pagar ellos y sus protegidos), algo con lo que Turgot
no estaba dispuesto a transigir. Evidentemente, no era un hombre del gusto de los
privilegiados del lugar. L. Say, haciéndose eco de la leyenda sobre Turgot, escribe que,
por el contrario, cuando fue llamado al ministerio, muchos campesinos y curas lamen-
taron profundamente que tuviera que marcharse. Véase L. Say, op. cit., pp. 67-68.
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21. La cita de Turgot sobre los curas en G. Schelle, «Circulaires aux Curés et aux
Commissaires des tailles», 3 de mayo de 1762, op. cit., vol. II, p. 170. En cuanto a
las quejas a su amigo Condorcet, véase la carta de Turgot del 6 de abril de 1770. M.
Charles Henry (ed.), Correspondance inédite de Condorcet et de Turgot, 1770-1779,
Slatkine Reprints, Ginebra, 1970, p. 6.
Asimismo, escribe D. Dakin que era una opinión común en la región que los
impuestos eran más pesados allí que en otros lugares. El breve periodo de prosperi-
dad durante el cual se vendió bien el vino y el ganado había dado lugar a la impo-
sición de una cuota que, después, con el declive económico, no se había reconside-
rado, de manera que —observa dicho autor— ocurría en esta Généralité algo que era
habitual en la Francia de la época: que cuanto más pobre se era, más impuestos se
pagaban. Dakin, op. cit., p. 60.
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22. Véase «Circulaires aux Commissaires des tailles», op. cit., p. 155. Turgot ha-
bla de cómo la ignorancia y la miseria sumada a la desconfianza hacia el poder favo-
recen la apatía y la indiferencia del pueblo, lo que, por otra parte, constituye un grave
obstáculo al progreso.
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24. Véase D. Dakin, op. cit., p. 102. Este autor explica que Turgot escribió dichas
cartas mientras a su alrededor los campesinos morían de hambre. El Intendente pensa-
ba que si se abolía la libertad de comercio de grano, no habría esperanza para ellos.
Pero el 23 de diciembre de 1770 el Gobierno abolió el libre comercio de grano en el
interior y el exterior y fue en esta época cuando expresó en varias cartas su frustración
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27. P. Foncin, op. cit., p. 15. En general, son mucho más abundantes los elogios
a la actuación de Turgot en Lemosín que las críticas. De acuerdo con M.C. Kiener y
J.C. Peyronnet, ello se debe a la ausencia de estudios rigurosos sobre la actividad del
Intendente y a la leyenda y propaganda a la que tanto contribuyeron sus amigos
Condorcet y Du Pont. Estos dos autores cuestionan muchos de los tópicos sobre la
administración del filósofo durante sus años de Intendente. En resumen, afirman
que Turgot había llegado a Limoges dispuesto a continuar una reforma de la taille
que le diera fama en todo el Reino, pero había fracasado en esta tarea y en otras que
se había propuesto, fundamentalmente por la ausencia de medios adecuados, los
numerosos obstáculos a su misión y su propio carácter solitario, autoritario y doctri-
nario. Deprimido, sufriendo por ello una crisis moral, Turgot no recupera la iniciati-
va y la actividad hasta la gravísima crisis de los años 1769-70 en la que la muerte por
hambre y el abandono de niños por no poderlos alimentar sus familias, causan un
fuerte impacto en su espíritu sensible y le animan a llevar a cabo, ahora sí, con éxito,
medidas de corte dirigista para paliar las consecuencias de la hambruna. Pero para
1773 ya casi nunca está en la Généralité. Véase M.C. Kiener y J.C. Peyronnet, op. cit.,
pp. 261 ss.
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Capítulo segundo
Ministro del Rey (1774-1776)
Luis XVI, aconsejado por sus tías y deseoso de no defraudar las espe-
ranzas «del público», destituyó al desprestigiado Gobierno del «triun-
virato» de Maupeou, Terray y d’Aiguillon.1 Además de buscar un
gobierno de talante más bien reformista con cierta reputación libe-
ral en un momento en el que el deseo de novedades y las expecta-
tivas eran grandes, se trataba asimismo de romper con un equipo
que, alrededor de la favorita Du Barry, había dominado la Corte en
los últimos años del reinado de Luis XV, así como el deseo de evitar
a toda costa el regreso de Choiseul, al que el Rey despreciaba.
De ahí que Luis XVI eligiese a Maurepas como guía y mentor
(pero sin el título oficial de Canciller o Primer Ministro) el cual, a
instancias de su mujer, decidió recomendar al monarca el nombra-
miento de Turgot. Maurepas sabía que el Intendente no tenía ningún
apoyo en la Corte donde prácticamente era un desconocido y no
tenía con él, como escribiría M. de Stäel, ni una sola idea en común,
pero deseaba conseguir el beneplácito de los hombres de letras que
lo admiraban. En definitiva, su entrada en el Gobierno fue —escri-
be E. Daire— algo puramente accidental y —como asegura F. Diaz—
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3. A whole reformed France in his head. The French Revolution. A History, vol. I,
C. Little y J. Brown, Boston, 1938, p. 28.
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4. Véase «Lettre au Ministre de la Marine», G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 142. Y
para la tantas veces citada receta de Turgot, véase «Lettre au Roi», 24 de agosto de
1774, en G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 109 (aunque finalmente sí tuvo que recurrir
a los préstamos).
5. En el Edicto de supresión de la Caisse de Poissy, Turgot le hace decir al Rey:
Ocurre muy a menudo que, debido a las necesidades del Estado, se ha intentado decorar
los impuestos, cuyo establecimiento esas necesidades imponen, mediante algún pretexto de
utilidad pública (…) De ahí resulta que esos impuestos, así coloreados, han subsistido
mucho tiempo después de que cesara la necesidad de la que eran la verdadera causa. En
G. Schelle, op. cit., vol. V, p. 260.
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a la Corte. Asegura que ninguno de los dos conoce el mundo y los hombres, aunque
los dos son hombres de genio y virtud, pero han estado demasiado tiempo encerrados
en su gabinete de estudio. (Véase «Opinions de l’abbé Galiani», G. Schelle, op. cit.,
vol. IV, pp. 451 ss.).
Turgot acertó en sus previsiones, aunque quizás todavía no contaba con otro
obstáculo: los celos del propio Maurepas.
10. A F. Galliani le disgustaba especialmente el dogmatismo con que los fisió-
cratas exponían sus opiniones. Este diplomático italiano, destacado en París, con-
denaba el racionalismo de la escuela y preconizaba una política flexible acorde con
las condiciones históricas y geográficas. Véase H.W. Spiegel, El desarrollo del pensa-
miento económico, Omega, Barcelona, 1991, p. 245.
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11. Citado por G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 223. Michelet alaba su claridad, elo-
cuencia y nobleza (ibidem).
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provocando la subida del precio del pan. Por eso, Turgot había pre-
visto algunas medidas, como dejar aún la exportación sometida a
autorización (sólo se suprimía la reglamentación interior); otorgar
primas y gratificaciones a la importación y mantener en París el
control sobre el comercio de granos, así como crear talleres de cari-
dad en todas las provincias. A pesar de todo, desde el mes de diciem-
bre del 74 hasta la primavera del 75 hubo importantes disturbios.
Grupos numerosos de campesinos invadieron las ciudades come-
tiendo actos de pillaje, destrozando molinos y buscando en todos los
lugares donde creían que podía haberse guardado el cereal.
Entre abril y mayo los tumultos llegaron a París, y el 2 de mayo
incluso hasta el mismo Versalles, donde la muchedumbre gritaba
pidiendo pan. Turgot estaba en ese momento en París, y el Rey deci-
dió aparecer en el balcón, a pesar de que apenas se le podía escuchar.
La correspondencia entre Turgot y el Rey en este día muestra clara-
mente que éste confiaba plenamente en su Ministro y estaba dispues-
to a mostrarse firme y a apoyarle en todo momento, a pesar de que
el precio del trigo seguía subiendo. Quizás por eso Turgot no hizo
concesiones y actuó con energía y decisión: destituyó a las autorida-
des que no actuaron como debían; se enfrentó al Parlamento que
instaba al Rey a que se bajara el precio del pan; obligó a los muni-
cipios a pagar los daños causados por los amotinados y a compen-
sar a los propietarios, e incluso algunos rebeldes fueron ejecutados.
Así se fraguó su victoria (se había enfrentado al Parlamento de París
y había ganado) y acabó con los desórdenes.12
Se ha escrito mucho sobre la existencia o no de un complot detrás
de estos acontecimientos. Como en un principio estas bandas apa-
recieron cerca de los territorios del Príncipe de Conti, enemigo del
12. J. Godechot opina que Turgot organizó una represión violenta: durante los
disturbios fueron detenidas más de cuatrocientas personas, de las cuales ciento sesenta y
dos comparecieron ante la justicia y dos amotinados fueron condenados a muerte el once
de mayo y ahorcados en la plaza de Grève el mismo día a las tres de la tarde. Una de las
víctimas no contaba más que dieciséis años. Véase J. Godechot, Los orígenes de la revo-
lución francesa, Península, Barcelona, 1985, p. 22. En cambio, según algunos auto-
res, como A. Neymarck (op. cit., p. 240), el Contrôleur Général actuó con escaso vigor.
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13. Véase Say, op. cit., pp. 117-118. También lo creyeron algunos historiadores
como el mismo Say o G. Schelle, aunque J. Godechot asegura que la tesis del complot
ha quedado ya totalmente desacreditada. A su juicio, «la guerra de las harinas» fue
una revuelta espontánea debido a la subida del precio del pan y del trigo, consecuen-
cia de las malas cosechas de los años 1770, 1772 y 1774. Véase J. Godechot, op. cit.,
p. 23.
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20. Esta es, al menos, la opinión de A. Neymarck que se basa en los testimonios
de los cortesanos, amigos y enemigos de Turgot. Véase op. cit., pp. 200 ss. Marmon-
tel explica muy bien en sus Memorias la dificultad psicológica de Turgot, debida a su
carácter, para desenvolverse en la Corte. En un país —escribe— en el que tanta gente
vive del abuso y se aprovecha del desorden, un hombre que ordena el ahorro y fija
unas reglas para las finanzas, tenía por fuerza que ganarse muchos enemigos. Además,
era un hombre rudo de trato, obstinado y orgulloso. Marmontel, op. cit., pp. 366 ss.
21. Como escribe P. Foncin, Turgot sabía que la oposición del clero afectaba espe-
cialmente al Rey que no daría su consentimiento a un Edicto que acabara con sus
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privilegios. Había que hacer concesiones y dejar pasar el tiempo. Véase P. Foncin, op.
cit., p. 402. En cuanto al interesante debate entre Turgot y Miromesnil, «Observations
du Garde des Sceaux et reponses de Turgot», en G. Schelle, op. cit., vol. V, p. 193.
22. Véase D.K. van Kley, Les origines religieuses de la révolution française, 1560-
1791, Seuil, París, 2002, p. 440.
23. Véase para la opinión de Condorcet, Correspondance inédite de Condorcet et
de Turgot, op. cit., pp. 201-202. A este respecto, escribe Lord Acton, el efecto de la me-
dida de Maupeou fue la transformación de la magistratura de instrumento del despotismo
en instrumento de la Revolución; pues cuando en el siguiente reinado fueron llamados de
nuevo, se habían convertido en enemigos del trono. Véase «La expectación de la revolu-
ción francesa», en Ensayos sobre la libertad y el poder, Unión Editorial, Madrid, 1999,
p. 286. También para L. Say la vuelta del Parlamento supuso impedir una revolución
pacífica que habría podido evitar la violencia de 1789. Véase L. Say, op. cit., p. 130.
El propio Maupeou, retirado en Normandía, dijo: yo hice ganar al Rey un proceso
que duraba desde hace tres siglos. Si quiere perderlo ahora, está en su derecho. Citado por
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Méthivier, op. cit., p. 126. Pero es que lo que él interpretaba como una sana medida,
necesaria para la modernización del Estado, la opinión mayoritaria la consideraba
como un paso más en ese proceso degenerativo de la Monarquía francesa hacia el
despotismo ministerial. Como recuerda R. Darton, en estos casos la idea que se tiene
de los hechos es tan importante como los hechos mismos (R. Darton, op. cit., p. 367).
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24. Para las diferentes opiniones sobre la actitud de Turgot respecto a la vuelta
de los Parlamentos, véase: A. Neymarck, op. cit., p. 59; L. Say, op. cit., p. 127; F. Diaz,
Filosofia e politica nel settecento francese, op. cit., p. 48; F. Furet, La revolution française,
op. cit., p. 45; J.P. Poirier, op. cit., p. 220 y D. Dakin, op. cit., pp. 141 y 142. En cuanto
a la propia opinión de Turgot, véase «Lettre a Condorcet», 16 de julio de 1771, en G.
Schelle, op. cit., vol. III, p. 536.
25. Turgot se lamenta en más de una ocasión de la debilidad de carácter del Rey.
Así, en un párrafo famoso por su carácter profético, Turgot le escribe a Luis XVI que
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no debe olvidar nunca que fue la debilidad la causa de que a Carlos I le cortaran la
cabeza (Lettres au Roi. Troisiéme lettre, año 1776, en G. Schelle, op. cit., vol. V, p.
454). Y también en una carta escrita pocos días después de su cese, se lamenta de este
modo: ha podido ver en mis cartas que me era del todo imposible prestar un servicio útil
en este puesto y, por consiguiente, permanecer en él, si Vuestra Majestad me dejaba solo y
sin ayuda (Lettres au Roi. Quatrième lettre, año 1776, en G. Schelle, op. cit., vol. V,
p. 457).
26. Supresión de la policía de granos en París, de la percepción de impuestos en
los puertos, lonjas y mercados, de la Caisse de Poissy que regulaba el mercado de la
carne haciendo subir su precio considerablemente y de los derechos sobre el sebo.
Turgot no se cansaba de denunciar las múltiples incoherencias y absurdas trabas que
hacían imposible el desarrollo del comercio prohibiendo lo que no deberían prohibir y
permitiendo lo que deberían prohibir («Circulaire aux Inspecteurs des Manufactures les
invitant à se borner à encourager les fabricants», en G. Schelle, op. cit , vol. IV, p. 629).
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27. Véase A. Neymarck, op. cit., p. 269. L. Say también relata la satisfacción
que esta novedad de los Preámbulos produjo entre los ilustrados, como el propio
Voltaire, d’Alembert o Condorcet, y a algunas de las mujeres de los salones como
Mademoiselle de L’Espinass. Véase op. cit., p. 111. Véri dice que Turgot pretendía
que pudieran entenderle los campesinos (G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 223). No
obstante, como escribe Poirier, a veces en estos Preámbulos se deslizan frases explo-
sivas, coincidiendo en esta apreciación con el propio Tocqueville o con Weulersse
que habla de audacia y temeridad. Véase Poirier, op. cit., p. 284 y G. Weulersse, op.
cit., p. 76.
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28. Esta última cita en G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 205. El texto del Parlamento
en A. Jardin, Historia del liberalismo político, op. cit., p. 96.
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29. Véase «Edit de suppression», febrero 1776, en G. Schelle, op. cit., vol. V,
p. 252. En este asunto Turgot vuelve a recordar a Rousseau y su rechazo de los cuer-
pos intermedios que este último veía exclusivamente como defensores de intereses
particulares contrarios al interés general. P. Foncin opina que si Turgot hubiese auto-
rizado a los patronos y a los obreros a reunirse y a asociarse era de temer que muchos
de entre ellos no vieran en esta libertad más que un medio indirecto de restablecer,
bajo otro nombre, las corporaciones destruidas. También es verdad que, en el ar-
tículo X, el Edicto preveía algún tipo de representación para los artesanos de dife-
rentes oficios y de un mismo distrito que podrían unirse entre sí y elegir represen-
tantes ante la autoridad pública. Foncin considera esta medida como el germen de
las cámaras de industria y de comercio. Véase P. Foncin, op. cit., livre III, cap. II,
pp. 388 y 389.
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30. Para la cita de A. Neymarck, véase op. cit., p. 217, y para Tocqueville, «Notas
sobre Turgot», op. cit., p. 289. Todo este Edicto —escribe— democratiza la industria
rompiendo los lazos que asfixiaban cada provincia, sin reemplazar esta organización por
ninguna otra. En lugar de la policía de la comunidad sobre sus miembros, no pone más
que la policía del Estado. Da el ejemplo (para el bien, ejemplo tanto más peligroso) de la
destrucción súbita general y completa de instituciones antiguas que habían creado muchos
intereses, hábitos y derechos. Da muestras de ese desprecio democrático por los seres colec-
tivos, por las propiedades colectivas, que tan lejos iba a llevar la Revolución.
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que el propio Vergennes se había ocupado de que la responsabilidad del asunto caye-
ra íntegramente sobre Turgot (op. cit., p. 205). Además, hubo otro intento de desacre-
ditar al Controlador General: sacar de nuevo a la luz el Affaire de Guyane que se
remonta al Tratado de París (1763) que puso fin a la Guerra de los Siete Años. Perdi-
das las posesiones de Francia en América del Norte, Choiseul decide establecer en La
Guayana una nueva colonia que sirviera también como base militar para la defensa
de las pequeñas Antillas. El hermano de Turgot fue nombrado Gobernador y el caba-
llero de Chanvalon, Intendente. El resultado fue un fracaso absoluto. La falta de
previsión, la mala organización, las condiciones climáticas y las enfermedades diez-
maron a los colonos mientras el Intendente se enriquecía ilícitamente con las propie-
dades y bienes de los fallecidos. Turgot, abatido por el desastre humanitario, consi-
gue que Chanvalon sea declarado culpable, pero la Administración necesitaba un
chivo expiatorio que encontró fácilmente en el hermano del futuro Contrôleur Géné-
ral. Cuando éste asume el cargo en 1774, ya Chanvalon intentó que se reabriera su
caso, aunque no lo logró. De nuevo lo intentó en 1776. Y en 1781 —lo que dice
mucho sobre el carácter de Luis XVI— consigue que el Rey le indemnice por la
confiscación de sus bienes. Parece que el Monarca no había mostrado nunca su apoyo
moral y solidaridad a los dos Turgot en este caso. Véase la comunicación de Carol
Blum, «Les frères Turgot et L’Affaire de Guyane» presentada en el Colloque Interna-
tional Université de Caen-Château de Lantheuil 14-16 de mayo de 2003. La adver-
tencia de Trudaine en L. Say, op. cit., p. 165.
34. J.P. Poirier recuerda la larga lista de Contrôleurs Général del Reino de Francia
que siguió a la destitución de Turgot y que da idea de la inestabilidad y la dificultad
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del cargo: a Clugny le siguió Taboureau y a éste Necker como director del Tesoro.
En 1781, este último fue sustituido por Jean François Joly de Fleury. Le siguió H.F.
Lefèvre d’Ormesson y a éste C. Alexandre de Calonne. Después vendrían Loménie de
Brienne y de nuevo Necker, en 1788. Véase J.P. Poirier, op. cit., p. 347.
35. Parece ser que Turgot envió cuatro cartas secretas de las cuales nos han llegado
dos. Como sabemos, en una de ellas escribió que el destino de los reyes jóvenes, dé-
biles, miedosos y tímidos era el de Carlos I de Inglaterra. Le muestra los peligros aun
a riesgo de disgustar al Rey, que nunca contestó estas cartas. «Lettres au Roi», en G.
Schelle, op. cit., vol. IV, pp. 442 ss. Según D. Dakin, Turgot se habría visto a sí mismo
como una especie de pedagogo que habría convertido a un Rey joven y bien intencio-
nado a sus principios justos y necesarios (D. Dakin, op. cit., p. 133). Incluso podría haber
esperado que con la edad y la experiencia, el Soberano admitiera la necesidad de llevar
a cabo reformas aún más radicales (ibidem, p. 131).
En cuanto a Maurepas, le escribe que él ya había pensado en la dimisión, pero
que no se había decidido porque temía tener que reprochárselo algún día y por sen-
tido del deber. «Lettre du Maurepas. Réponse de Turgot», 12 de mayo de 1776, en
G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 441.
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Civil Liberty, the Principles of Government and the Justice and Policy of
war with America (1776), Turgot pensara en sí mismo cuando afir-
maba que los esfuerzos de los verdaderos sabios y los verdaderos ciuda-
danos se ven obstaculizados por dos motivos principales: los secretos
intereses de poderosos particulares y los prejuicios de la multitud.
Sin embargo, resulta interesante acudir, una vez más, al abbé de
Véri en busca de alguna otra explicación de todo este asunto, pues
su buen amigo, aun reconociendo todas las virtudes del Ministro
(inteligencia, voluntad, capacidad de trabajo, etc.), alude también a
su falta de tacto y a su incapacidad para relacionarse y trabajar con
los otros ministros del Consejo. En efecto, da la impresión de que
Turgot, convencido de la bondad y necesidad de sus decisiones,
pretendía dirigir él solo el Gobierno con el apoyo incondicional del
Rey, dejando aparte al mismo Maurepas. Tal vez olvidaba que él era
una pieza fundamental del Ejecutivo, pero no su cabeza. Como vimos,
probablemente tampoco le acompañara el carácter. Tenía prisa por
hacer mucho y hacerlo bien, y eso le hacía poco condescendiente y
poco amable con todos aquellos que no comprendían sus intencio-
nes. A él le bastaba con el apoyo del Monarca; a él se confió comple-
tamente, y cuando le falló no tuvo más recursos a los que agarrarse.
Pero, como escribe D. Dakin, dadas las circunstancias, lo sorpren-
dente no es que Turgot perdiera el favor real; lo asombroso es que
fuera capaz de mantenerse en el cargo durante veinte meses.36
36. D. Dakin, op. cit., p. 148. En la carta dirigida a Price, confiesa el ya ex Mi-
nistro su incapacidad para desmontar las intrigas que se prepararon contra él por
parte de personajes mucho más hábiles en este tipo de asuntos. Sin embargo, insiste
en que no ha tenido ni tiene ningún interés en adquirir tal capacidad para manio-
brar dentro o fuera de la Corte.
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38. La Academia des Inscriptions et Belles Lettres había sido fundada en 1663 por
Colbert. Su tarea consistía en componer las inscripciones de los monumentos y las
leyendas de las medallas que se acuñaban a mayor gloria de Luis XIV. En 1776 se
añadieron las Belles Lettres y la Academia extendió sus ocupaciones a la historia, la
arqueología y el orientalismo. Véase M. Marion, op. cit., p. 3.
La cita de Turgot en «Lettre a Caillard», 24 de junio de 1776, en G. Schelle, op.
cit., vol. V, p. 448.
39. Citado por F. Alengry, op. cit., p. 122.
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40. Para Voltaire, véase P. Foncin, op. cit., p. 539. La desgracia del Ministro le
afectó tanto que llegó a escribir: desde que me arrebataron a M. Turgot, estoy muerto.
Op. cit., p. 129. La referencia a Condorcet en op. cit., p. 129 y el resto en G. Schelle,
op. cit., vol. V, pp. 440, 577 y 646 (sobre Necker).
41. Para la opinión de Véri, véase J.P. Poirirer, op. cit., p. 350. Respecto a las dos
queridas amigas de Turgot, la duquesa d’Enville era hija del duque Alexandre de la
Rochefoucauld; partidaria de las nuevas ideas, recibía en su salón en París y en la
Roche-Guyon. Ayudó a la familia Calas, a la que había rehabilitado su amigo Vol-
taire. Junto con su nuera, vería morir a su hijo, masacrado por la multitud en septiem-
bre de 1792 (véase E. y R. Badinter, Condorcet, Fayard, París, 1990, p. 536). Ma-
dame Blondel, para algunos la amiga preferida de Turgot, no tenía la misma alta
posición que la duquesa, pero también era una gran dama en la sociedad de la época.
Véase G. Schelle, op. cit., p. 46 y A. Neymarck, op. cit., pp. 342 ss.
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Capítulo tercero
El progreso como filosofía de la historia
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6. Sobre la gran influencia de Locke en los pensadores del siglo XVIII, escribe Paul
Hazard: yo no sé si ha habido nunca un manejador de ideas que haya moldeado su siglo
de un modo más manifiesto que éste. Aunque también afirma que el siglo XVIII fue
lockeano y cartesiano, y esa ambivalencia aparecerá también en la obra de Turgot, lo
que para D. Dakin no deja de ser problemático. Véase P. Hazard, op. cit., p. 263 y
D. Dakin, op. cit, p. 344, nota 6. Este autor recuerda, asimismo, la gran influencia
del escepticismo de D. Hume por un lado, y del racionalismo de Malebranche, por
otro.
Turgot elogia a Descartes por haberse sacudido el yugo de la autoridad de los
antiguos, por atreverse a dudar de todo y porque de su celo contra los sentidos y los
errores a los que nos inducen, resultó el efecto de profundizar sobre cómo los senti-
dos nos dan a conocer los objetos. Según él, eso es lo que hicieron también Berkeley
y Condillac. Véase L. Chantrel y B. Prévost, «Progrès, économie et histoire chez
Turgot», Colloque International Université de Caen-Château de Lantheuil 14-16 de
mayo de 2003, cit., y R.L. Meek (ed.), «Plan de dos discursos acerca de la historia
universal», en Cuadro filosófico de los progresos sucesivos del espíritu humamo y otros
textos, FCE, México, 1998, p. 208.
99
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7. Artículo «Existence», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 532; R.L. Meek (ed.),
Cuadro filosófico de los progresos sucesivos del espíritu humano, op. cit., p. 64. La cita de
Turgot sobre la curiosidad como necesidad en «Sur le jansénisme et le Parlement»,
en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 427.
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8. Plan de dos discursos, op. cit. pp. 201-202. La cita anterior en Cuadro filosófico,
op. cit., p. 64.
9. Ibidem, p. 60.
101
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10. «Pensées diverses sur la morale», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 331.
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11. Según Bury, Turgot es honrado como economista y administrador, pero si hubiera
llegado a escribir sus Discursos acerca de la historia universal, que había proyectado a los
veintitrés años, su posición en la literatura histórica podría haber llegado a eclipsar los
otros títulos por los que merece ser recordado. La idea de progreso, Alianza, Madrid, 1971,
p. 142.
12. Véase «Autres pensées» (Fragments divers), en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 335.
La única excepción a este progreso ilimitado es el de la creación artística (pintura,
música, poesía…). Turgot consideraba que el conocimiento del arte está limitado por
su intrínseca naturaleza y que una vez alcanzada la perfección (como en el caso de
algunos poetas de la Antigüedad), sólo cabe la imitación. Véase R. Meek (ed.), Plan
de dos discursos, op. cit., pp. 219 ss.
103
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13. Cuadro filosófico, op. cit., p. 69. Turgot disfrutaba con las traducciones del
griego y del latín (por ejemplo, Horacio y Virgilio), también del inglés (Childe o
Tucker) y del alemán, y parece que fue el introductor en Francia de Ossian (poeta
que también interesaba a los ilustrados escoceses). Componía versos y prosa poética
y algunas de esas composiciones se las envió con seudónimo a Voltaire que, para de-
cepción del futuro Ministro, apenas apreció su valor.
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16. «Recherches sur les causes du progrès et de la dècadence des sciences et des
arts» (Fragments), en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 118. Respecto a la expresión ma-
temática de los conocimientos, F.E. Manuel escribe que éste era también el ideal de
Descartes y que Turgot aspiraba a que todo el conocimiento, también las ciencias
sociales, pudiera reducirse a símbolos matemáticos. Incluso creía inminente la apli-
cación del cálculo de probabilidades al comportamiento humano. Véase The Prophets
of Paris, Cambridge, Harvard, 1962, pp. 43-44.
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Atenas debió a los mismos vicios de su gobierno que la hicieron sucumbir ante Lacede-
monia esa elocuencia, ese gusto, esa magnificencia, ese esplendor en todas las artes que la
convirtieron en modelo de naciones (op. cit., p. 71).
19. Plan de dos discursos acerca de la historia universal, op. cit., p. 175. Incluso en
Roma, las guerras civiles fueron útiles a las letras y los talentos por el movimiento
que provocaron en los espíritus, sobre todo en las repúblicas. Véase «Plan Inachevé
de discours sur le progrès et la décadence des sciences et des arts», en G. Schelle, op.
cit., vol. I, p. 344.
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21. Por ejemplo, para evitar las guerras, las gentes se habrían mantenido aisladas
unas de otras con lo que habrían conservado siempre unas ideas limitadas y estacio-
narias y no habrían pasado nunca de la mediocridad, porque incluso la injusticia y la
irracionalidad pueden favorecer el progreso. No obstante, F.E. Manuel hace observar
que en el sistema teleológico de Turgot no está bien explicado cómo se pasa de la pasión
a la razón; de los elementos no reflexivos de la acción humana (placer, dolor, necesi-
dad…) a las fuerzas racionales que presumiblemente ya en la Ilustración comienzan
a asumir la dirección de la historia del mundo. Véase, F.E. Manuel, op. cit., p. 17.
22. E. Cassirer, The Philosophy of the Enlightement, Beacon Press, Boston, 1955,
p. 182. En cuanto a J.B. Bury, véase La idea de progreso, op. cit., pp. 142 ss.
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25. Precisamente, entre nosotros, Dalmacio Negro Pavón ha señalado los oríge-
nes y antecedentes de esta idea esencial del espíritu europeo en la teología de la his-
toria de la salvación desde S. Agustín a Bossuet, y recuerda que sin la idea de pro-
greso no tienen sentido la espera utópica en el hombre nuevo ni las filosofías de la
historia. Véase, en general, El mito del hombre nuevo, Encuentro, Madrid, 2009.
26. En su Plan de una obra sobre la geografía política de 1751 muestra Turgot un
gran interés por las relaciones entre la geografía, el clima y la política, anticipándose
según Meinecke, a la geopolítica moderna (F. Meinecke, El historicismo y sus orígenes,
FCE, México, 1983, p. 160). En cuanto al clima, a diferencia de Montesquieu, cree
que se ha exagerado su influencia y que la experiencia la desmiente. Prefiere descar-
tar primero lo que él llama causas morales y si por ellas no se explican los fenóme-
nos, recurrir a las causas físicas. Respecto a los grandes hombres, afirma que ellos son
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los que abren nuevos caminos al espíritu humano como es, por ejemplo, el caso de
Newton. Véase Plan de dos discursos, op. cit., p. 201.
27. Ibidem, p. 174.
28. «Etymologie», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 495. N. Elias recuerda que
Turgot no utilizó nunca el término «civilización», aunque sí tenía la idea de proceso
paulatino, de evolución desde el salvaje al hombre educado, y que esta tesis era en sí
misma una consigna reformista. Véase N. Elias, El proceso de la civilización, FCE, Mé-
xico, 1989, p. 95. Y R. Nisbet señala la gran influencia de Leibniz. Según él, el filó-
sofo alemán sentó las bases de una concepción de la ciencia del cambio social que
está detrás de la filosofía del progreso social y de la teoría de la historia del siglo XVIII.
Véase Cambio social e historia, Editorial Hispano Europea, Barcelona, 1976, p. 114.
113
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29. Se afirma a menudo que nuestro autor desarrolló esta teoría al mismo tiempo,
aunque de forma independiente, que Adam Smith y otros filósofos escoceses, y que se
le puede considerar también un precursor del materialismo histórico del siglo XIX por
su insistencia en que las causas físicas, en concreto, el modo de subsistencia, explica el
desarrollo histórico. Véase R.L. Meek, «Smith, Turgot and the Four Stages Theory»,
History of Political Economy, vol. III, n.º 1, primavera 1971, pp. 9-27.
114
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30. Como escribe G. Mayos Sonsola, a diferencia de Hegel y Comte, para Turgot
todavía es el progreso un proceso que depende en gran medida del azar, la casuali-
dad o el genio individual. De hecho, son los grandes hombres, como Colón o Newton,
los que pueden hacer avanzar el progreso y en ese sentido son insustituibles e irrepe-
tibles. Véase «Estudio preliminar», en Discurso sobre el progreso humano, Tecnos,
Madrid, 1991, p. LIV. (Por otra parte, esta conexión entre individuos geniales y
progreso histórico recuerda algunas de las tesis de Mill en On Liberty).
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32. R. Nisbet, «El progreso como libertad», en Historia de la idea de progreso, Ge-
disa, Barcelona, 1980, p. 254. De Turgot, su Plan para dos discursos, op. cit., p. 173.
33. Se ha escrito en más de una ocasión que Turgot prefigura la teoría de A. Comte
de los tres estadios (teológico, metafísico y positivo), porque en su segundo discurso
de la Sorbona habla de tres grandes sistemas que se suceden en el tiempo para expli-
carlo todo: religión, filosofía y ciencia. Véase, P. Foncin, op. cit., p. 12. Pero en Comte,
aunque el progreso es también el núcleo de todo su sistema, no se trata de un desarro-
llo indefinido, vago, del que sólo se dan tendencias generales, que es lo típico del
siglo XVIII, y tampoco parece que Turgot haya estructurado su historia rígidamente
de una manera tripartita. Véase J.B. Bury, op. cit., p. 145.
117
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34. Plan de dos discursos, op. cit., p. 175, y Cuadro filosófico, op. cit., p. 60.
Turgot pone el ejemplo de la Edad Media en la que hubo progresos en el comer-
cio, las artes mecánicas y los hábitos de la vida civil que ayudaron a preparar el adve-
nimiento de tiempos más felices. R.L. Meek señala la ambigüedad de esta tesis; por
118
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Por eso, en esta visión tan optimista de la historia, todas las expe-
riencias de la humanidad son indispensables. No hay que lamentar
las calamidades ni los errores. Aunque el mundo esté lleno de dolor
y sufrimiento, lo que ha pasado ha pasado para bien. En realidad,
toda mutación es para mejor: jamás se produjo una mutación que no
trajese consigo alguna ventaja. Todo cambio supone una nueva expe-
riencia, y por lo tanto es instructivo. En definitiva, la suma de bie-
nes es superior a la de los males.35
He aquí la gran confianza ilustrada en el poder de las luces y de la
razón. Ellas son más poderosas que la fuerza, por eso acabaron some-
tiendo a su influencia a los pueblos bárbaros. Una gran confianza en
la facultad de adaptación y de perfeccionamiento del ser humano que,
instruido por la experiencia, se hace día a día mejor y conoce cada
vez más cosas. Y no sólo esto, sino que los hombres son cada vez mejo-
res y también más felices. El hombre ha nacido para la felicidad y la
naturaleza otorga a todos, no sólo a una minoría, el derecho a ser feliz.
No es que Turgot niegue la existencia de obstáculos al progreso,
como la ignorancia (de la que se nutre el orgullo), los prejuicios
(que no son sino la expresión de las pasiones de la multitud), las
malas leyes o las malas instituciones, pero aun así parece creer que
los males que afligen a los hombres son artificiales y que la natura-
leza es siempre sabia y buena, y aunque pierda muchos de sus dere-
chos en beneficio del progreso, una razón verdaderamente ilustra-
da podrá reconstituir lo que el hombre ha perdido al no vivir ya en
estrecho contacto con ella. En este sentido la educación juega un
papel muy importante. El progreso, en definitiva, puede ser lento,
incluso no ser percibido, estar escondido o ser insensible, como
ocurrió durante la Edad Media pero, a pesar de todo, el bien queda
y la humanidad se perfecciona.
un lado, el progreso es en gran parte un desarrollo inconsciente pero, por otro, está
sometido a leyes. R. Meek, Turgot on Progress, Sociology and Economics, op. cit., p. 75.
35. Plan de dos discursos, op. cit., p. 177. Véase H.M. Charles (ed.), Correspon-
dance inédite, op. cit., p. 88. Según Manuel, Turgot salva así la idea de Providencia;
aun sin saber cómo, el mal sirve al bien, a un propósito divino y el progreso se con-
vierte en una parte de la apologética cristiana. Véase F.E. Manuel, op. cit., p. 47.
119
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36. Cuadro filosófico, op. cit., p. 83 y pp. 63-64. También, en carta a Condorcet de
16 de julio de 1771, escribe que, a pesar de todos los males que afligen a Francia, no
hay que desesperar y dejar de creer que algún día el progreso de la razón establecerá
por todas partes leyes justas que harán felices a los hombres, evitando así todas las re-
voluciones. Véase «Lettre a Condorcet», 16 de julio de 1771, en G. Schelle, op. cit.,
vol. III, p. 537. Como escribe I. Berlin, puede que el siglo XVIII sea el último periodo de
la historia de Europa occidental en el que se creía que la omnisciencia era un objetivo alcan-
zable (I. Berlin, El poder de las ideas, Espasa, Madrid, 2000, p. 75.
120
Capítulo cuarto
Moral y religión
1. cristianismo y progreso
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122
MORAL Y RELIGIÓN
2. virtud y felicidad
4. «Lettre à Condorcet», 14 de enero de 1774, G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 664.
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5. Cuadro filosófico de los progresos, op. cit., p. 70, y «Lettre a Condorcet» del 14 de
enero de 1774, cit., p. 664.
6. Turgot expresa muy bien esa creencia que señala I. Berlin como típica del pen-
samiento político occidental, de que la verdad es un cuerpo único y armonioso de
conocimiento (Véase I. Berlin, op. cit., p. 92).
124
MORAL Y RELIGIÓN
125
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3. la tolerancia
19. Como recuerda Miguel Artola, no hay que confundir la tolerancia con la
libertad de conciencia. Así, por ejemplo, el Edicto de Nantes, una solución negocia-
da del conflicto religioso, entendía la tolerancia como privilegio, no como derecho,
creando una comunidad dentro de la sociedad. Pero es cierto que, en ocasiones, son
los mismos autores que escriben sobre este tema los que confunden los términos.
Véase M. Artola, Europa, Espasa, Madrid, 2008, pp. 291 ss.
10. La cita de Saint-Simon en G. Décote y H. Sabbah, XVIII e Siècle, Hatier, París,
1989, p. 81. Por eso afirma también M. Nebrera que Francia era más inquisitorial
126
MORAL Y RELIGIÓN
127
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
128
MORAL Y RELIGIÓN
empleo de la buena lógica. Marmontel, op. cit., p. 283. En cuanto a Tucker, defiende
la tolerancia con argumentos utilitaristas, de tipo comercial, típicamente británicos.
13. R. Price publicó en 1785, en Londres, muerto ya Turgot, sus Observations on
the importance of the American Revolution and the means of making it a benefit to the
world, to which is added a letter from M. Turgot.
14. G. Schelle parece haber establecido definitivamente que El Conciliador no es
obra de Turgot. Además, aunque este último reconoce que comparte las ideas expresa-
das en ese escrito, insiste en que no es una obra suya. Véase G. Schelle, op. cit., vol. I,
p. 53.
El Conciliador, o Lettres d’un ecclésiastique à un magistrat sur les affairs présentes, es
del año 1754, y parece que apareció a propósito de las discusiones entre los jansenistas
129
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
y los molinistas, en una situación en la que incluso se planteó suprimir los derechos
que se habían concedido a los protestantes franceses. Las ideas que se expresan en dicha
obra son, efectivamente, similares a las que expresa Turgot en sus cartas: la incompe-
tencia del príncipe para juzgar en asuntos de religión y la consiguiente necesidad de
separar la Iglesia del Estado; el reconocimiento del derecho de conciencia y la libertad
de opinión; el recordatorio de que el Evangelio es contrario a la persecución y de que
ésta también se opone a las luces de la razón.
Por eso P. Foncin cree que fue el mismo Turgot el autor de este texto. Véase su
Essai sur le ministère de Turgot, op. cit, p. 12. Sin embargo, E. Faure afirma tajan-
temente que es chocante (se refiere a que la forma de escribir de Turgot no es espe-
cialmente brillante y que resulta fría como el mármol) leer en la colección de obras de
Turgot el texto intitulado Le Conciliateur, sobre cuya autoría se duda entre Turgot y
Brienne. El fondo podría ser de Turgot, pero la forma presenta un contraste tan grande,
y hay que decirlo, tal superioridad en relación a las páginas precedentes, que la conclu-
sión está clara. Véase E. Faure, La disgrace de Turgot, Gallimard, 1961, p. 52, nota 1.
Asimismo, F. Alengry cree que fue Brienne el destinatario de las cartas y quien es-
cribió El Conciliador y recuerda que Turgot repudió la paternidad de este escrito.
Véase F. Alengry, op. cit., p. 65.
130
MORAL Y RELIGIÓN
15. «Deuxième lettre à un Grand Vicaire»,en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 425.
(Véase la traducción de estas cartas en el Anexo de esta obra).
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MORAL Y RELIGIÓN
18. «Première lettre á un Grand Vicaire», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 388.
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19. Como recuerda Laski, el siglo XVIII consiguió una separación entre la religión y
la moral que hizo diferente la sustancia de cada una para las distintas clases sociales. La
religión se convirtió en un asunto privado entre el ciudadano y su dios o Iglesia en el caso
de quienes tenían una posición; en el del pobre se hizo una institución con el contenido
social de una necesidad para el orden público. Véase H. Laski, op. cit., p. 147.
20. «Première lettre á un grand vicaire», op. cit., p. 388-389. Y añade: la política
que considera a los hombres tal y como son sabe que la gran mayoría es incapaz de elegir
por sí mismo una religión, y si la humanidad y la justicia se oponen a que se obligue a los
hombres a adoptar una religión en la que no creen, esa misma humanidad debe conducir
a ofrecerles el beneficio de una instrucción útil de la que puedan hacer uso libremente
(ibidem).
21. Condorcet cree que su amigo Turgot habría deseado una instrucción moral
para el pueblo separada de la religión, pero pensaba que el pueblo estaba aún muy
acostumbrado a la instrucción religiosa y al culto a cargo del Estado, con lo cual
una reforma en la educación popular tendría que esperar aún bastante tiempo.
Condorcet, Vie de Monsieur Turgot, Ed. Association pour la diffusion de l’économie
politique, París, 1997, p. 119.
Aunque hay que recordar que en otros escritos, como en La Mémoire sur les Muni-
cipalitès, redactada en 1775 por Du Pont de Nemours bajo la dirección de Turgot,
134
MORAL Y RELIGIÓN
se defiende claramente una instrucción pública no religiosa como remedio a los males
de Francia. Tocqueville comenta esta, para él, ingenua creencia en los grandes pode-
res de la educación, en sus Notas sobre Turgot, en El Antiguo Régimen y la Revolución,
op. cit., pp. 237 ss.
22. Y añade: hay que evitar construir uno de esos palacios de hielo que tanto les gusta
decorar a los moscovitas y que inevitablemente la llegada del calor destruye, a menudo
con un estrépito peligroso (…) Tampoco debería otorgarse una protección especial a una
religión que impusiese a los hombres multitud de cadenas que afectasen al estado de las
familias y a la constitución de la sociedad; por ejemplo, una religión que pusiera obstácu-
los al número y la facilidad de los matrimonios. Y tampoco estaría hecha para ser la reli-
gión pública de un Estado, una religión que hubiera establecido un gran número de dogmas
falsos y contrarios a los principios de la autoridad política, y que al mismo tiempo hubiera
cerrado toda posibilidad de retractarse de los errores que hubiese consagrado o incorporado.
En ese caso sólo tendría derecho a la tolerancia. Première lettre à un Grand Vicaire, op.
cit, p. 390.
135
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136
MORAL Y RELIGIÓN
25. Plan de dos discursos acerca de la historia universal, op. cit., p. 188.
26. «Deuxième lettre à un grand vicaire», op. cit, p. 425. Probablemente, aunque
el argumento no aparezca en estas cartas, Turgot compartiría la tesis de que, además,
la intolerancia tiene consecuencias perniciosas para el comercio. En concreto, se pier-
den mano de obra y capacidades, como se puso de manifiesto con la revocación del
Edicto de Nantes en 1685, con la que Luis XIV, viejo y próximo a la Inglaterra de
los Estuardo, quiso proteger la verdadera fe.
137
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razón, que mediante leyes que atacan las opiniones que los hombres
consideran sagradas.27
Pero hay que aclarar que, por muy enérgica que sea la condena de
la intolerancia y la defensa de la libertad de conciencia, en ningún
caso concibe el autor (como, por otra parte, ninguno de los que
antes que él escribieron a su favor) que la tolerancia haya de care-
cer de límites. Para Turgot, el límite que debe conocer aquélla se
refiere al ateísmo (los ateos no son capaces de tener principios mora-
les y disuelven los lazos sociales), y aquellas sectas o concepciones
religiosas que defienden principios incompatibles con la continui-
dad de la sociedad y el Estado. O, como dijera Locke, que sostie-
nen ideas contrarias a la sociedad humana. En su primera carta escri-
be Turgot que ninguna religión tiene derecho a exigir otra protección
al Estado que no sea la libertad, aunque afirma que perdería sus
derechos a esa libertad si sus dogmas o su culto fueran contrarios
al interés del Estado. No obstante, reconoce que en ocasiones este
último argumento puede dar pretexto a la intolerancia, porque es
al poder político al que le corresponde juzgar lo que es o no es perju-
dicial para el interés del Estado, y porque este poder —ejercido por
los hombres— es a menudo dirigido por sus errores.
Pero este peligro le parece sólo aparente porque cree que los
convencidos de las ventajas de la tolerancia no harán de este princi-
pio un uso abusivo. Aunque también es cierto que Turgot corrige
este exceso de optimismo recordando a su interlocutor que nunca
hay que bajar la guardia, pues la intolerancia es como una hiedra que
se enrosca en las religiones y en los Estados, que los encadena y devora;
si se la quiere extirpar, hay que destruir hasta las últimas ramas. Si
queda una sola en tierra la hiedra renacerá de nuevo, y en materia de
opiniones las ramas echan raíces como las de la hiedra.28
138
MORAL Y RELIGIÓN
139
Capítulo quinto
Ideas económicas
141
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142
IDEAS ECONÓMICAS
143
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Pero lo cierto es que Turgot comparte muchas ideas con los fisió-
cratas. Por ejemplo, el deseo de hacer de la economía una verdade-
ra ciencia, la ciencia de la economía política. Los fisiócratas —que
partían de una teoría racionalista del conocimiento influida por
Descartes y Malebranche— creían haber inventado una ciencia
nueva con su lenguaje, sus métodos y sus leyes, pues existe un orden
natural racional y unas leyes naturales que rigen la sociedad y la
economía.
Precisamente la idea de que el dominio económico es un todo
coherente, hipótesis importante para hacer de la economía una cien-
cia, es para L. Dumont una de las aportaciones fundamentales del
fundador de la escuela, F. Quesnay. Porque la economía será, enton-
ces, una disciplina intelectual con un cuerpo de conocimiento y
una teoría coherente, integrada en un conjunto más amplio de cien-
cia social. Por eso —afirma M. García Pelayo— la teoría social, en
sus orígenes, está vinculada a la economía, y por eso, los fisiócratas
son tan importantes para el nacimiento de la sociología, por su abso-
luta vinculación entre la temática económica y social.6
Pero, en el caso de Turgot, se trata, además, de observar, analizar
e interpretar científicamente cómo funciona y evoluciona la socie-
dad francesa de su tiempo; de descubrir las causas y los efectos, las
leyes fijas bajo el movimiento y la variación constante, y la relación
e influencia recíproca entre los diferentes elementos.
144
IDEAS ECONÓMICAS
7. En este mismo sentido opina N. Elias que la fisiocracia no era sólo un siste-
ma de reforma económica, sino un grandioso sistema más bien de reforma política y
social (N. Elias, El proceso de la civilización, op. cit., p. 88).
8. J. Bourrinet, «Turgot, théoricien de l’individualisme liberal» en Revue de histoire
économique et sociale, vol. 43, n.º 4, 1965.
145
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19. Véase «Plan de dos discursos», op. cit., pp. 173 ss.
10. Turgot afirma, por ejemplo, que los capitales son la base indispensable de
toda empresa y que el dinero es el medio principal para ahorrar, amasar beneficios y
enriquecerse. Véase Reflexiones sobre la formación y la distribución de las riquezas. Elogio
de Gournay, Unión Editorial, Madrid, 2009, p. 85.
146
IDEAS ECONÓMICAS
11. Cuadro filosófico, op. cit., p. 78. Una prueba más de esas discrepancias es que,
cuando Turgot se refiere a las clase no productivas, prefiere hablar de clase estipendia-
da y no de clase estéril, tratando así de eludir las críticas hacia hombres honestos y traba-
jadores que podrían sentirse injuriados; pues bastante tienen ya con soportar todas las
trabas que mediante instituciones inicuas y risibles bloquean su trabajo inspectores imbé-
ciles. Véase «Lettres à Du Pont de Nemours», en G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 507.
12. Turgot escribe que todos aquellos que conocen el desarrollo del comercio
saben también que toda empresa exige el concurso de dos especies de hombres: los
empresarios que adelantan las materias primas y los utensilios necesarios para el comer-
cio, y los simples obreros que trabajan para los primeros a cambio de un salario con-
venido. Véase «Les Jurandes». «Édit de supression», febrero 1776, G. Schelle, op. cit.,
vol. V, p. 244.
147
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148
IDEAS ECONÓMICAS
3. la libertad de trabajo
14. La libertad general de comprar y de vender es, pues, el único medio para asegurar,
por un lado, al vendedor un precio capaz de alentar la producción; por otro, al consumidor,
la mejor mercancía al mejor precio. Ibidem, p. 117.
15. Incluso parece que el fin de toda legislación y el motivo por el que el hombre
abandona el estado salvaje para unirse en sociedad y someterse a leyes no es más que
el disfrute pleno de la propiedad. Véase «Plan d’un ouvrage sur le comerce, la cir-
culation et l’intérét de l’argent, la richesse des états», en G. Schelle, op. cit., vol. I,
p. 385.
16. «Les Jurandes. Édit de suppression», cit., vol. V, p. 242.
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IDEAS ECONÓMICAS
18. La cita de Turgot en Las Reflexiones, op. cit., p. 45. D. Dakin considera que
tanto los autores liberales como los socialistas del siglo XIX hicieron una lectura sesga-
da e interesada del pensamiento político y económico de Turgot. Unos, para presen-
tarlo como profeta de la sociedad capitalista y otros para presentarlo como símbolo
de la justificación de la miseria del proletariado. D. Dakin, op. cit., p. 281 y 288.
19. Reflexiones, op. cit., p. 71. Y también en la quinta carta escrita al Contrôleur
Général Terray el 14 de noviembre de 1770, escribe: es cierto que la competencia, al
rebajar los salarios, reduce los de los simples braceros a aquello que le es necesario para
subsistir. No hay que creer, sin embargo, que lo necesario se reduzca exclusivamente a lo
necesario para no morir de hambre, que no quede nada más de lo que los hombres puedan
disponer, sea para procurarse algunas pequeñas cosas agradables, sea para hacerse, si son
ahorradores, un pequeño fondo mobiliario que se convierte en su recurso en los casos impre-
vistos de enfermedad, carestía o desempleo. («Lettre au Contrôleur général» (quinta) en
G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 288.
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4. propiedad y desigualdad
20. «Sur la mémoire de Graslin», 1767, en G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 634.
21. Véase «Lettre à Madame de Graffigny sur les Lettres d’une péruvienne», en
G. Schelle, cit., p. 243.
22. El cultivador no tiene necesidad del propietario sino en virtud de las convenciones
y de las leyes. Véase Reflexiones, op. cit., p. 50. La cita de Turgot en la p. 46 de la misma
obra.
152
IDEAS ECONÓMICAS
23. Véase «Mémoire sur les mines et carrières et avis sur le renouvellement de la
concession des mines de plomb de Glanges», en G. Schelle, op. cit., vol. II, pp. 397-
399. Turgot propone en esta Memoria que, como consecuencia de la equidad natu-
ral y del derecho de propiedad, el Rey revoque todas las restricciones a la libertad
general de sacar del subsuelo de sus terrenos todo tipo de minerales. El Rey debe
renunciar a todos los derechos de propiedad sobre las minas y dejar a los propieta-
rios, o a los que ellos consientan, la libertad de hacer en sus heredades lo que juzguen
oportuno para extraer riquezas minerales. (Ibidem, p. 397).
24. Véase «Sur la Géographie politique», en G. Schelle, op. cit, vol. I, p. 439.
Además, siempre habrá alguien perjudicado por las necesidades del interés común y
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5. intercambio y valor
no siempre habrá que indemnizar por ello; por ejemplo, si de lo que se trata es de la
pérdida de una ventaja accidental y pasajera de la naturaleza cuyo disfrute limitaba
las libertades de otros. Véase «Lettre au Contrôleur Géneral», 7 de julio de 1772, G.
Schelle, op. cit., vol. III, p. 553.
25. Los hombres desean la libertad sin ser a menudo dignos de ella, y aspiran a la
igualdad sin poderla conseguir («Lettre à Madame de Graffigny», cit, p. 243).
154
IDEAS ECONÓMICAS
26. M.N. Rothbard asegura que, en este y otros temas, Turgot se adelanta a su
tiempo y antecede al marginalismo con una variante de la teoría subjetiva del valor.
Véase «La brillantez de Turgot» en J. Marcos de la Fuente (ed.), Reflexiones sobre la
formación y distribución de las riquezas. Elogio de Gournay, op. cit., p. 147. La cita de
Turgot en sus Reflexiones, op. cit., p. 60.
27. Véase «L’intérèt de l’argent», en G. Schelle, op. cit., vol. III, pp. 154-202.
28. Reflexiones, op. cit., p. 73.
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IDEAS ECONÓMICAS
cuentan sólo con sus brazos y a los que hay que alimentar por lo menos hasta la prime-
ra cosecha. En definitiva, este propietario está obligado a confiar todos los adelantos
a un hombre que puede ser negligente o un bribón y que, acostumbrado a una vida
miserable, sin esperanza alguna, cultiva mal. Ni siquiera le preocupa su propia subsis-
tencia porque sabe que si falta la cosecha, su señor está obligado a alimentarlo para
que no abandone sus propiedades. « Mémoire au Conseil sur le surchage des impo-
sitions », 1766, en G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 449.
31. Véase «Fragments et pensées détachées pour servir à l’ouvrage sur la géographie
politique», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 330 y «Sur le mémoire de Saint Péravy»,
1767, en G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 644.
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32. Son este adelanto y esta recuperación continuos de los capitales los que constituyen
lo que entendemos por circulación del dinero; esta circulación, útil y fecunda, que impulsa
todas las actividades de la sociedad, que mantiene el movimiento y la vida en el cuerpo po-
lítico y que con razón puede compararse con la circulación de la sangre en el cuerpo animal
(Reflexiones, op. cit., pp. 84 ss.).
158
IDEAS ECONÓMICAS
33. La clase de los cultivadores se divide, como la de los fabricantes, en dos órdenes
de hombres, el de los empresarios o capitalistas, que realizan todos los adelantos, y el de los
simples obreros asalariados. Ibidem, p. 81.
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39. Ibidem. Y también, Reflexiones, op. cit., p. 88. Es en sus Reflexiones donde trata
de refutar los errores escolásticos en relación a los préstamos con interés que, según él,
se basan en prejuicios y argumentos erróneos y contradictorios (Ibidem, pp. 85 ss.).
40. «Fragments d’économie politique», en G. Schelle, op. cit., vol. I, p. 375. Aun-
que sus aportaciones en este campo se le han reconocido tardíamente, Böhm-Bawerk
cree que es el primer autor que trata el tema del interés científicamente. Precisamente,
las propias teorías del austriaco tienen su origen en Turgot. De hecho, Böhm-Bawerk
escribió en su juventud un ensayo sobre Turgot que no se publicó y cuyo manuscrito
guardó Hayek. Véase, J.A. de Aguirre, Capitalismo y la riqueza de las naciones. Las vici-
situdes de la teoría económica moderna, Unión Editorial, Madrid, 2009, p. 33.
De todos modos, lo dicho no obsta para que cuando Turgot decidió, ya al final
de su mandato, en marzo de 1776, apoyar la creación de la Caisse d’Escompte, acep-
tara por razones prácticas que se fijara el tipo de interés en un cuatro por ciento.
41. Reflexiones, op. cit., p. 96.
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44. Véase «Plan d’un Mémoire sur les Impositions», en G. Schelle, op. cit., vol. II,
p. 307.
45. Véase la voz «Foire» en G. Schelle, op. cit. vol. I, p. 580. También: los hombres
están enormemente interesados en el beneficio que Usted les quiere procurar, déjelos hacer
(laissez-les faire). Ese es el gran, el único principio. Voz «Fondations», en G. Schelle, op.
cit., vol. I, p. 591. En definitiva, una vez más, el bien general debe ser el resultado de
los esfuerzos de cada individuo por buscar su propio interés.
164
IDEAS ECONÓMICAS
46. Véase «La marque des fers», Lettre au Contrôleur générale, de 24 de diciem-
bre de 1773, en G. Schelle, op. cit., vol. III, pp. 620 ss.
47. Ibidem, p. 622, y «Lettre à Le Blanc, inspecteur, au sujet du comerce», de 20
de diciembre de 1775, en G. Schelle, op. cit., vol. V, p. 94.
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IDEAS ECONÓMICAS
51. Para los dos modelos de Ilustración y sus diferentes características, puede
consultarse de F.A. Hayek, Los fundamentos de la libertad, Unión Editorial, Madrid,
1975, p. 85. De acuerdo con su clasificación, el joven Turgot pertenecería, a pesar
de su origen francés, a la Ilustración de tipo anglosajón por su teoría más evolucio-
nista que racionalista. Por otro parte, no hay que olvidar que en el siglo XVIII hubo
entre Francia e Inglaterra una influencia intelectual recíproca como nunca antes la
había habido. Véase también P. de la Nuez, «Smith y Turgot, dos ejemplos de la Ilus-
tración» en Mediterráneo Económico, Fundación Caja Mar, Almería, 2006.
52. Véase «Lettres au Contrôleur Général sur le commerce des grains», G. Schelle,
op. cit., vol. III, pp. 265-266.
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53. Turgot cree que no existe ninguna razón por la cual la libertad deba hacer
aumentar el precio medio del grano. Este precio se forma necesariamente por la rela-
ción de la demanda (necesidades) con la oferta (producción). Para que aumente el
precio, haría falta que la suma de la demanda aumentara en una proporción mucho
mayor que la producción; ahora bien, es eso lo que no debe ocurrir. Además, un
precio alto incita a cultivar la tierra, pero la competencia lo hace bajar. Véase «Lettre
au Contrôleur Général» (quinta), op. cit., p. 293.
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8. la reforma fiscal
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58. «Lettre à Hume», de 23 de julio de 1766, en G. Schelle, op. cit., vol. II, p. 503.
59. Algunas de esas críticas a los «privilegios odiosos» en «Les Octrois», Lettre au
Contrôleur Général, 9 de noviembre de 1772, G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 556.
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IDEAS ECONÓMICAS
63. Como la clase de los propietarios es la única que no necesita trabajar para
vivir, puede dedicarse a las necesidades generales de la sociedad como la guerra o la ad-
ministración de justicia. Reflexiones sobre la formación y distribución de las riquezas,
op. cit., p. 49.
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64. Véase Fondation, cit., p. 585. Parece que ya desde su juventud Turgot era
sensible a la situación de los más pobres. Según Neymarck, esa preocupación fue cons-
tante, profunda e íntima. A. Neymarck, op. cit., p. 74. Lo cual se puso de manifiesto
cuando hizo uso de su propio dinero para aliviar la situación por la hambruna, en
1770, en el Lemosín.
De todos modos, D. Roche afirma que durante el siglo XVIII los Intendentes ha-
bían contribuido a difundir la idea de que la pobreza no era lo mismo que la margi-
nalidad y que los pobres eran también individuos que pagaban sus impuestos y hacia
los que el Rey tenía responsabilidades. Este autor opina que la nueva aspiración a la
prosperidad, propia de la época, dio lugar a la presión por la integración de los pobres
y por abolir las causas de la pobreza. Véase D. Roche, op. cit., p. 329.
65. Véase «Lettres à Condorcet», La justice criminelle, 16 de julio de 1771, en G.
Schelle, op. cit., vol. III, p. 528.
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IDEAS ECONÓMICAS
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personales recae sólo sobre las clases más pobres, aquellos que sólo
tienen su trabajo manual para sobrevivir. Los propietarios de tierra
y prácticamente todas las clases privilegiadas —escribe— o no pagan
o contribuyen poco, aunque sean ellos los que se benefician del
aumento del valor que la mejora de las comunicaciones supone para
sus tierras. Es a los propietarios a quienes son útiles los caminos por
el valor que dan a la producción de sus tierras. Ni los agricultores,
ni los jornaleros a quienes se hace trabajar en ellos, obtienen ningún
beneficio. Si es la clase de los propietarios de tierra la que se bene-
ficia de la mejora de las carreteras, ellos son los que deberían adelan-
tar el dinero mediante un impuesto. No se puede hacer que gentes
cuyo único recurso contra el hambre y la miseria es el trabajo de sus
manos, trabajen sin remuneración alguna para el beneficio de ciuda-
danos más ricos que ellos. Todos los propietarios de tierra, privile-
giados o no, deben pagar. Por eso hace decir al Rey: se les arrebata
a estos desgraciados el fruto legítimo de su sudor y de su trabajo en bene-
ficio de los propietarios.67
Además, es cierto que el Ministro de Luis XVI propuso en deter-
minados escritos algunas intervenciones públicas, y por ello se ha
comentado en más de una ocasión que incurre en flagrantes contra-
dicciones al defender y practicar como administrador y político me-
didas contrarias a su enérgica defensa del liberalismo económico.
Así, J.P. Poirier llama la atención sobre el hecho de que mien-
tras Turgot escribía sus textos económicos liberales practicaba simul-
táneamente una especie de «dirigismo social» en Lemosín. El autor
lo justifica aludiendo a la diferencia fundamental entre los proyec-
tos modernos del Intendente y la realidad social y económica local.
Y también fue esa actuación la que dio origen a algunas de las críti-
cas de Tocqueville que consideraba que sus medidas contra los privi-
legiados auguraban una gran centralización política y una revolu-
ción igualitaria. No obstante, esto no quita para que el funcionario
ilustrado insistiera una y otra vez sobre la idea de que el remedio
para los más pobres es la libertad de comercio. Hay que dejar a las
67. Véase «Les Corvèes», Édit de suppression, G. Schelle, op. cit., vol. V, p. 205.
176
IDEAS ECONÓMICAS
68. «Circulaire aux Inspecteurs des Manufactures les invitant à se borner à encou-
rager les fabricants», G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 679. En cuanto a J.P. Poirier, véase
op. cit., p. 369, y de Tocqueville, «Notas sobre Turgot», op. cit., p. 289. Como hemos
visto, durante los años en que Turgot fue Intendente en Limoges llevó a cabo iniciati-
vas poco ortodoxas desde el punto de vista de su liberalismo económico. En este sen-
tido habla J.P. Poirier, incluso, de «justicia social» cuando escribe que para Turgot la de-
fensa de los pobres no era una cuestión de sensiblería o caridad. (Ibidem, pp. 370-371).
177
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
69. Precisamente Tocqueville pone como ejemplo del poder arbitrario de los In-
tendentes durante el Antiguo Régimen el que Turgot pudiera ordenar que se detu-
viera a los mendigos, que se les ingresara en asilos o se les hiciera trabajar, que se ex-
pulsara a los forasteros y que se expidieran certificados de buenas costumbres a los
que dejaban la comunidad. Véase «Notas sobre Turgot», op. cit., p. 265.
70. Véase Fondation, op. cit., p. 586. Las otras citas también en Fondation, op. cit.,
p. 591. No en vano, según J.F. Faure Soulet, Mandeville es el antecedente directo de Turgot.
Véase op. cit., p. 74.
178
Capítulo sexto
Ideas políticas
1. la ciencia política
Para Turgot, los remedios a los males de Francia no son sólo de ca-
rácter económico, sino también político. Así, del mismo modo que
existe una ciencia económica, también existe una ciencia política;
una ciencia que, aunque no haya avanzado aún suficientemente, es
la más interesante de todas porque es la ciencia del bien o de la feli-
cidad pública.
Las especulaciones que tienden a establecer principios fijos sobre
los derechos y los verdaderos intereses de los individuos y las nacio-
nes no son metafísica vana, entiende nuestro autor en contra de
algunas opiniones. Por eso, aunque no escribiera nunca un tratado
de teoría política, hay en sus escritos reflexiones diversas sobre el
origen del poder, el carácter del Gobierno, su relación con la geogra-
fía física, las repúblicas, la monarquía, el despotismo, la figura del
legislador, etc., que muestran su gran interés por estos temas y su
convencimiento de que el éxito de un buen gobierno se limita al
respeto religioso por la libertad de las personas, por el trabajo y la
conservación inviolable de los derechos de propiedad, la justicia, el
crecimiento de la riqueza, la ilustración y la felicidad. A todo ello
debe contribuir una verdadera ciencia del Gobierno porque, en una
sociedad bien constituida, la naturaleza de las cosas indica que el
Gobierno y el pueblo no tienen intereses separados.
Ahora bien, la ciencia social debe elaborarse según el modelo de
las ciencias físicas porque las verdades de la moral y de la política
son susceptibles de la misma certeza que las leyes de la física. Además,
en el caso de la política, es necesario conocer la verdad para hacer
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T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
que el orden social se conforme con ella. Turgot creerá haber descu-
bierto un gran número de verdades que considerará su deber comu-
nicarle a la opinión pública y al Rey. No en vano, uno de los prin-
cipios sagrados de la moral consiste en decir siempre la verdad y no
ocultarla a la humanidad.
La política ha de basarse en la observación y en la razón. Debe
abandonarse al curso de la naturaleza, irresistible y necesario, sin
pretender dirigirlo. Como existe un orden natural, una constitución
natural de la sociedad, cuya existencia constatamos por nuestra expe-
riencia y nuestras sensaciones y como ese orden se puede compren-
der racionalmente, el verdadero Gobierno es el que lo respeta.
Pero la realidad cambia mucho y muy rápidamente, tanto que nos
damos cuenta demasiado tarde. No hay que tener miedo al cambio.
No hay por qué perpetuar lo que no es fruto de la razón, ni decidir
en función de lo que hicieron nuestros antepasados dejándonos llevar
por un respeto supersticioso. Al contrario, hay que adapatarse a los
tiempos. Hay que llevar a cabo cambios justos, útiles y necesarios;
además en las sociedades en las que no se hacen reformas, es fácil que
se produzca una revolución. Por tanto, como las circunstancias cambian
sin cesar, la política tiene la necesidad de prever, por decirlo así, el
presente; hay que adaptarse, incluso adelantarse a los acontecimien-
tos. Por eso es tan necesaria la sagacidad y la astucia del legislador
cuyas decisiones particulares deben siempre estar de acuerdo con
unos principios fundamentales y con un plan general, porque del
mismo modo que la política se perfecciona con el progreso, la perfec-
ción de los Gobiernos es también una de sus causas.1
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IDEAS POLÍTICAS
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IDEAS POLÍTICAS
5. «Mémoire sur les Municipalités», en G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 576.
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6. Sobre este asunto, tan común bajo el Antiguo Régimen, insistió Turgot en sus
escritos más de una vez, advirtiendo de que era necesario que el pueblo dejase de ver
al Gobierno como el adversario de cada cual. Véase «Mémoire sur les Municipalités»,
op. cit., vol. IV, p. 582.
7. Más adelante, el propio Necker quiso establecer en todo el Reino unas asam-
bleas provinciales que suponían una tentativa tímida de descentralización y que ha-
brían asegurado la repartición y recaudación de los impuestos y la construcción y
mantenimiento de los caminos, a la vez que promocionaban la vida económica local.
Después de él, para ganarse el favor de la opinión y debilitar la oposición de los Parla-
mentos, Calonne y Brienne propusieron también asambleas de este tipo. De acuer-
do con el abbé de Véri, cuando Necker propuso su reforma municipal, muchos pensa-
ron que se trataba del plan de Turgot, aunque éste negó categóricamente que tuviera
184
IDEAS POLÍTICAS
4. la instrucción pública
nada que ver con el suyo. Véase «Lettre à Du Pont», de 28 de julio de 1778, en G.
Schelle, op. cit., vol. V, p. 563.
8. Algunas de estas ideas sobre la educación están contenidas en las «Lettres à
Madame de Graffigny», cit., pp. 241 ss.
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9. «Fondation», cit., p. 590, y «Mémoire sur les Municipalités», cit., pp. 579 y
593.
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IDEAS POLÍTICAS
10. Parece ser que Turgot pensaba en Malesherbes como la persona más adecua-
da para dirigir el Consejo de Instrucción Pública. «Nomination de Malesherbes à la
Maison du Roi», en G. Schelle, op. cit., vol. IV, p. 690.
11. «Mémoire sur les Municipalités», cit., pp. 580 y 621.
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que, sin embargo, a los jornaleros que van de un sitio a otro, o a los
que se dedican a la industria, no les importa el Gobierno, les es to-
talmente indiferente, su propiedad no les liga a la tierra.12
Además, los propietarios son los que pagan los impuestos, porque
estos deben recaer sobre la renta del suelo y forman esa clase dispo-
nible que puede dedicarse a las necesidades de la sociedad; tienen
tiempo para dedicarse a la política o a la ciencia, y al tener asegu-
rada su subsistencia, están menos expuestos a la corrupción que los
pobres y buscan menos sus propios intereses que mantener o agran-
dar su honor.
Ellos serán el motor de esta nueva organización política que
consiste en implantar en todo el Reino una serie de asambleas loca-
les y provinciales, culminadas por una de ámbito nacional, ordena-
das jerárquicamente, en las que los miembros serán elegidos —lo
que supone un intento de permitir cierta representación de la
nación— sólo entre los propietarios. Estos tendrían derecho de
sufragio (el que contribuye vota, según la regla capital del sufragio
censitario) en un sistema relativamente descentralizado basado en
esa serie de asambleas electivas que, desde abajo, llegarían hasta la
Asamblea Real.13
De todos modos, la propiedad estaría representada en todos sus
grados de un modo proporcional, porque cada ciudadano habría
de contar con un número de votos proporcional a su renta y en este
12. Véase «Plan d’un Mémoire sur les Impositions», 1763, en G. Schelle, op. cit.,
vol. II, p. 301. Ya se habían dado antecedentes de propuestas de asambleas para la
mejora de la recaudación de impuestos y la administración local tiempo antes (como
las de Boisguilbert o Mirabeau). Como sabemos, existían en Francia, a efectos fisca-
les, los Pays d’Etat que, a diferencia de los Pays d’Election, tenían unas asambleas que
consentían los impuestos, los votaban y recaudaban. Gozaban de algún derecho
sobre la vida municipal, como rutas, canales etc. Aunque la propuesta del Ministro
no se parece a las asambleas de un Pays d’Etat porque en ellas están representados
órdenes, no individuos, y porque allí, según el Intendente, no se persigue el interés
común.
13. La base del impuesto en el campo es la renta de la tierra y en las ciudades, el
capital inmobiliario. Turgot desconfía de las asambleas demasiado numerosas y teme
que, si se abren a los más pobres e ignorantes, entraría con ellos la indisciplina y la
corrupción al verse tentados a vender su voto.
188
IDEAS POLÍTICAS
14. «Mémoire sur les Municipalités», cit., pp. 586-587 y 598. Turgot había calcu-
lado un voto para cada 600 libras de renta. (Ibidem, p. 586). Esta medida tendría una
ventaja añadida: nadie tendría ya interés en ocultar su verdadera renta, de tal modo
que el voto vendría a ser la confesión y la declaración de la renta. Todos los ciudada-
nos a ese nivel se conocen lo suficientemente bien para no dejarse engañar. Por otra
parte, una ventaja más es que estas operaciones exigen la elaboración de un catastro.
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IDEAS POLÍTICAS
17. «Journal de l’abbé de Véri», en G. Schelle, op. cit., vol. I, pp. 627-628.
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18. Ibidem
19. La primera cita en Cuadro filosófico, op. cit., p. 67. También «Lettre au docteur
Tucker», 12 de septiembre de 1770, en G. Schelle, op. cit., vol. III, p. 422.
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Capítulo séptimo
Reforma, revolución y utopía
1. un reformador doctrinario
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3. Para W. Walker Stephens, véase op. cit., p. 126. Para la carta a Madame de
Graffigny, «Lettre à Madame de Graffigny», cit., p. 788. Respecto al escrito sobre
Gournay, Elogio de Gournay, op. cit., p. 135. Pero el que no buscara cambios bruscos
no significa que, aun siendo condescendiente y teniendo que ceder en muchas oca-
siones, hubiese que renunciar a ir estableciendo los verdaderos principios.
199
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de los medios con los que podía contar. Frente a la opinión mayo-
ritaria, afirma que no era tan mal político como se ha supuesto gene-
ralmente, que sabía negociar (como hizo a menudo en Lemosín) y
que planeaba al detalle cada reforma en consideración a los medios
disponibles para llevarla a cabo. Nunca se movió rápidamente y sin
tomar antes las debidas precauciones.
Es cierto, no obstante, que existía en Francia una vena radical y
utópica entre muchos de los ilustrados a la que no escapa el propio
Turgot. Precisamente, F. Venturi opina que el fracaso de estos años
decisivos para la suerte del Antiguo Régimen, el fracaso de esta últi-
ma tentativa de reforma, de la última esperanza reformadora del
siglo, se debe a la desconfianza en las reformas parciales y el conven-
cimiento ilustrado de que sólo una transformación completa e inte-
gral de la sociedad podría ser la solución. Las utopías tradicionales
se alteraron y expandieron bajo el estímulo de la determinación ilus-
trada de crear el paraíso en la tierra. Algo de eso hay en Turgot, para
quien cuando una cosa es justa y de una necesidad absoluta, no hay
que parar a causa de las dificultades: hay que vencerlas.4
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3. la opinión de tocqueville
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9. Tocqueville, «Notas sobre Turgot», cit, p. 268. Sin embargo, García de Ente-
rría considera a Tocqueville poco objetivo en sus comentarios sobre Turgot y alude
al sagaz realismo del Intendente. Véase su artículo «Turgot y los orígenes del muni-
cipalismo moderno», cit., p. 18.
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10. Para todo esto, véase Tocqueville, El Antiguo Régimen y la Revolución, vol. I,
Alianza Editorial, Madrid, 1982, p. 126. Y para las citas anteriores, «Notas sobre
Turgot», cit., pp. 237-291.
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11. Tocqueville, «Notas sobre Turgot», cit., p. 278. En este sentido es interesante
constatar los efectos de las asambleas creadas después del ministerio de Turgot por
Necker, Calonne y Brienne porque —según J. van Horn Melton— estas asambleas,
diecisiete cuando Necker volvió al Gobierno en 1788, debatían y deliberaban sobre
asuntos políticos y fueron introduciendo en la administración del país a círculos cada
vez más amplios de la sociedad, aumentando la conciencia política; en definitiva, crea-
ron una genuina sociedad política a nivel municipal y provincial. Véase J. van Horn
Melton, La aparición del público durante la Ilustración europea, op. cit., pp. 85 y 86.
12. Discursos y escritos políticos, Centro de Estudios Políticos y Constituciona-
les, Madrid, 2005, pp. 5-43. Como es sabido, Alexis de Tocqueville sostuvo la tesis
de que la Revolución francesa no inventó la centralización, sino que la prosiguió;
que ya existía una gran centralización administrativa y que el poder real se había
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adueñado de todos los asuntos. Ese centralismo era producto del Antiguo Régimen
y todo cuanto hizo la Revolución se habría hecho también sin ella. Sin embargo,
P. Rosanvallon cree que hay que distinguir entre dos tipos de centralización: la ante-
rior a 1789, que sólo busca la afirmación y la organización del Estado; es decir, una
gestión eficaz, y la posterior a 1789, que tiene un objetivo político: crear una nación.
Véase L’Etat en France, op. cit., p. 106.
13. «Notas sobre Turgot», cit., p. 289. Sin embargo, cuando en plena hambruna
Turgot escribe al abbé Terray que tarda en autorizar las medidas del Intendente, éste
le recomienda dejar completa libertad en los asuntos de detalle a los que trabajan sobre
el terreno, todo lo contrario de lo que dice Tocqueville.
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14. Tocqueville cita como prueba de su tesis las actuaciones de Turgot en Le-
mosín cuando era Intendente, y algunas otras de cuando era Ministro. Alexis de
Tocqueville, «Notas sobre Turgot», cit., pp. 236-290.
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15. Hayek, que estableció una polémica clasificación de autores según pertene-
cieran o no a la tradición continental o anglosajona de la libertad, escribe que el
joven Turgot, aun siendo francés, pertenecería más bien a la tradición anglosajona
junto con el propio A. de Tocqueville o B. Constant: una lista completa de los más
caracterizados pensadores franceses pertenecientes a la escuela británica evolucionista
mejor que a la tradición racionalista «francesa» exigiría incluir al joven Turgot. F.A.
Hayek, Los fundamentos de la libertad, op. cit., p. 85.
Pero más adelante, en esta misma obra, Hayek dice que el Doctor Richard Price,
apóstol de la Revolución francesa en Inglaterra, argüía ya en 1778 que cuando se
definía la libertad sólo como libertad bajo la ley no se destacaba que lo importante
no eran tanto las leyes como el consentimiento del pueblo. Y publica a este respecto
una carta elogiosa de Turgot, en la que éste le dice que sólo él (Price) ha dado en
Inglaterra una idea justa de lo que es la libertad al negar la noción tan repetida y falsa
de que la libertad consiste en estar sujeto sólo a las leyes (citado por F.A.Hayek, Los
fundamentos, cit., p. 239).
La carta a la que se refiere el pensador austriaco apareció en el escrito de Price:
Observation on the Importante of the American Revolution, to which is added a letter from
M. Turgot. Respecto a las opiniones de otros historiadores contemporáneos como
P. Gignoux o A. Jardin, ambos consideran que Turgot prefigura, en todo caso, el li-
beralismo doctrinario. Véase P. Gignoux, Turgot, Arthème Fayard, París, 1945, y A.
Jardin, op. cit., p. 97. Jardin escribe en este libro que Turgot fue un gran economista
liberal, pero no un partidario del liberalismo político. Su experiencia, según él, es la
del despotismo ilustrado.
16. Véase F. Cosande y R. Descimon, L’absolutisme en France, histoire et historio-
graphie, op. cit., p. 232. También D. Richet, op. cit., p. 160.
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18. Véase M. Marion, op. cit., p. 230. Como recuerda J. Godechot, el régimen
feudal, dígase lo que se diga, era aún muy fuerte en Francia a finales del siglo XVIII. J.
Godechot, op. cit., p. 63.
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26. Mémoire sur les Municipalités, op. cit., p. 503. Los ciudadanos tienen derechos,
y derechos sagrados para la misma sociedad; existen independientemente de ella. Véase
«Fondation», cit., p. 593.
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27. Véase «Lettres a Condorcet», La justice criminelle, cit., pp. 532 ss. Para las opi-
niones de D. Roche y G. Rudé, véase: D. Roche, op. cit., p. 308 y G. Rudé, op. cit.,
p. 150.
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Si una ley es útil pero vulnera ese orden natural, debe ser recha-
zada y reemplazada por otra. Incluso en asuntos económicos como,
por ejemplo, los tipos de interés, lo que hay que plantearse en pri-
mer lugar es si la reglamentación que proponen algunos es o no
conforme con los derechos naturales, porque ya sabemos que el Es-
tado debe reconocer, respetar y garantizar esos derechos. La perfec-
ción del Estado reside en sus leyes. Ellas deben dirigir sabiamente
los intereses, pasiones e incluso los vicios individuales de modo que
se orienten al bien común, procurando el orden y la tranquilidad
del Estado pero sin oprimir la libertad: leyes que saben dirigir a la
felicidad pública los intereses, las pasiones y los vicios mismos de los
particulares.28
Por otro lado, la justicia va unida a la idea de propiedad. La justi-
cia es fundamentalmente una virtud negativa (que no se violen las
reglas del juego ni se lesione al prójimo, por ejemplo) y no debe sacri-
ficarse nunca a la utilidad pública ni a la razón de Estado.29 Y no se
trata en ningún caso de justicia distributiva, porque el alivio de los
pobres es algo que se deja fundamentalmente a la caridad y la bene-
volencia (virtud moral, pero no política), aunque haya excepciones.
En definitiva, el objetivo concreto es alcanzar una sociedad in-
dustriosa y próspera en la que la ley asegure el orden, la tranquili-
dad y la justicia; en la que haya libertad, paz e igualdad; se desarro-
llen las artes; desaparezca la pobreza y se viva sin lujos excesivos, de
acuerdo con costumbres sencillas y virtuosas propias de buenos ciu-
dadanos. Esa podría ser la descripción de una sociedad política casi
perfecta. Por último, en este contexto, se muestra contrario al colo-
nialismo y admira al pueblo libre de los Estados Unidos.
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30. Véase F. Alengry, op. cit., pp. 19 y 20, F. Venturi, Settecento riformatore, op. cit.,
p. 131 y J.P. Poirier, op.cit., p. 89. Rothbard afirma también que el Ministro no se
consideraba uno de los économistes porque no era partidario de la Monarquía: no soy
économiste porque desearía no tener Rey. Citado por M.N. Rothbard, op. cit., p. 430.
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36. P. Foncin, op. cit., p. 573 y J. Godechot, op. cit., p. 137. En esta misma línea
escribe H. Méthivier que la ineptitud del Antiguo Régimen para reformarse lo llevó
al abismo; fundamentalmente, por el sistema fiscal y los problemas presupuestarios.
Véase Le Siècle de Louis XV, op. cit., p. 46.
37. Véase F. Diaz, Europa, op. cit., pp. 380 ss. y 497.
38. Véase G. Rudé, op. cit., p. 303. En esta misma línea escribe P. Serna que si
la nobleza reaccionó en 1789 con la violencia que sabemos, no fue, probablemente, por
ser débil o reaccionaria, sino por haberse creído antes de la Revolución lo bastante pode-
rosa como para imponerse frente al absolutismo como la fuerza más viva de la sociedad.
P. Serna, «El noble», en M. Vovelle y otros, El hombre de la Ilustración, op. cit., p. 89.
A. Cobban asegura que hoy día resulta palmario que la monarquía francesa no cayó a
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7. el legado de turgot
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43. Turgot escribe en su carta a Hume del 25 de marzo de 1767, que Del Contrato
Social presenta una verdad bien luminosa que fija definitivamente las ideas sobre la
inalienabilidad de la soberanía del pueblo. Véase Lettre à Hume, cit., p. 661.
44. Según L. Díez del Corral, las fronteras que dividen estos dos tipos de libe-
ralismo son fáciles de traspasar, pero que esas fronteras sean franqueables no quiere
decir que no tengan un carácter estructural en la evolución del liberalismo europeo.
Véase El pensamiento político de Tocqueville, op. cit., pp. 27 y 28.
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47. Véase A. de Tocqueville, El Antiguo Régimen, op cit., vol. II, p. 233. P. Ro-
sanvallon considera también que la fisiocracia dejó una huella importante en la cul-
tura política francesa, sobre todo por su celebración de la ley. Véase El modelo polí-
tico francés, op. cit., p. 72.
48. Véase Lord Acton, Ensayos sobre la libertad, el poder y la religión, Centro de
Estudios Políticos y Constitucionales, edición de Manuel Álvarez Tardío, Madrid,
1999, p. 414. No obstante, Tocqueville creía que si Turgot hubiese sobrevivido proba-
blemente habría acabado en la guillotina y que, en el fondo, tuvo suerte de no ver los
tiempos horribles de los que a él y a otros se les hacía responsables. Véase A. de Tocque-
ville, Discursos y escritos políticos, op. cit., p. 166. A este respecto, cabe recordar con
G. Schelle que varios amigos y conocidos del Ministro acabaron, ellos o sus familiares,
en la guillotina. También Condorcet y L. de Brienne murieron durante la revolución.
Véase, G. Schelle op. cit., vol. I, p. 47.
Por otro lado, una prueba más de la reputación de Turgot durante la Revolución
es la que ofrece Morellet cuando relata en sus Memorias cómo al ser denunciado y
conducido en plena época del Terror (1794) ante el comité revolucionario de su
sección, salvó su vida al evocar su amistad con Turgot. Escribe que sus jueces expre-
saron que había sido un buen ciudadano y el mejor Contrôleur Général que hubo
nunca en Francia. Pero también expresa sus dudas sobre qué hubiese sido del Minis-
tro si hubiera sobrevivido y vivido esa época convulsa. Por último, Schumpeter es-
cribe sobre la leyenda que elaboraron los revolucionarios y sus simpatizantes en el
sentido de convertirlo en un ciudadano ejemplar, ce bon citoyen, y concluye: a Turgot
no le va bien ningún gorro frigio. Véase J.A. Schumpeter, op. cit., p. 292.
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Anexo
Cartas sobre la tolerancia1
1. «Lettres à un Grand Vicaire sur la Tolérance», en G. Schelle, op. cit., vol. I, pp.
387 ss. Como ya vimos, y como recuerda Schelle, no se sabe a quién dirigió Turgot
estas cartas escritas entre 1753 y 1754. Podría tratarse de alguno de sus condiscípulos:
Brienne, Véri o Cicé el mayor, porque los tres tenían el título de Grand Vicaire. Ibídem,
p. 387, nota a).
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derecho— no sería más que aquella cuyos partidarios fuesen los más
numerosos.
Sin embargo, no pretendo prohibir al gobierno toda protección
a una religión. Creo, por el contrario, que los legisladores hacen
bien en presentar una a la incertidumbre de la mayoría de los hombres,
pues hay que alejarlos de la irreligiosidad y de la indiferencia que
ésta provoca en relación con los principios de la moral. Hay que
evitar las supersticiones, las prácticas absurdas, la idolatría en la que
podrían precipitarse los hombres en veinte años si no quedasen sa-
cerdotes que enseñaran dogmas más razonables. Debemos temer al
fanatismo y al combate perpetuo entre la superstición y las luces;
debemos temer la renovación de esos sacrificios bárbaros que un
absurdo terror y los horrores supersticiosos hicieron nacer en los
pueblos ignorantes. Se hace necesaria una instrucción pública que
llegue a todas partes; una educación para el pueblo que le enseñe la
probidad, que le muestre un compendio de sus deberes de una forma
clara, y cuyas aplicaciones sean fáciles en la práctica. Hace falta,
pues, una religión difundida entre todos los ciudadanos del Estado
y que éste, en cierto modo, presente a su pueblo. La política que
considera a los hombres tal y como son sabe que la gran mayoría es
incapaz de elegir por sí misma una religión, y si la humanidad y la
justicia se oponen a que se obligue a los hombres a adoptar una re-
ligión en la que no creen, esa misma humanidad debe conducir a
ofrecerles el beneficio de una instrucción útil de la que puedan hacer
uso libremente.
Creo, pues, que entre las religiones que tolera el Estado éste debe
escoger una a la que proteger. Y he aquí a lo que yo reduzco dicha
protección, para no herir ni los derechos de la conciencia ni las
sabias precauciones de una política equitativa que debe evitar hacer
distinciones que provoquen celos y enfrenten a las sectas las unas
contra las otras.
Quisiera que el Estado no hiciese otra cosa por esta religión que
asegurar su duración estableciendo una instrucción permanente que
llegue a todos los rincones del Estado y que esté al alcance de todos
los súbditos. Es decir, sólo quiero que cada pueblo tenga su párro-
co o el número de ministros que sea necesario para su instrucción,
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a oprimir a otro hombre equivale a decir que este último tiene fuer-
za para resistirse a la opresión. Si la palabra «derecho» se emplea en
otro sentido no es sino en relación a las convenciones, y las conven-
ciones sólo tienen fuerza en la medida en que la tienen las socieda-
des que las han creado para hacerlas cumplir.
La verdadera moral conoce otros principios, contempla por igual
a todos los hombres. Reconoce en todos el derecho a la felicidad, y
esta igualdad de derecho no la funda sobre el combate de fuerzas
de diferentes individuos, sino sobre el destino de su propia natura-
leza y sobre la bondad de aquél que los ha creado; bondad que se
extiende sobre todas sus obras. De aquí que aquel que oprime a los
hombres se oponga al orden de la divinidad. El uso que hace de su
poder no es más que un abuso. De ahí la distinción entre el poder
y el derecho.
Por mucho que el fuerte y el débil no pesen lo mismo en la balan-
za del poder, esa balanza no es la de la justicia. El Dios que tiene la
balanza en sus manos añade en cada platillo lo que falta para su
equilibrio. La injusticia de la opresión no está fundada en la unión
del débil con el débil con el fin de resistir, sino sobre la unión del
débil con Dios mismo.
En una palabra, todos los seres inteligentes han sido creados para
un fin que les concede derechos fundados en ese destino y que no
es sino la felicidad. Es sobre la base de estos derechos, y no por su
fuerza, que el Dios que los ha creado los juzga. Así, el fuerte no tiene
ningún derecho sobre el débil; el débil puede ser reprimido, pero
jamás obligado a someterse a la fuerza injusta. Las reglas de justicia
de acuerdo con las cuales Dios juzga las acciones de los hombres
constituyen el marco de sus derechos respectivos. El uso que hacen
de su poder no es siempre conforme con este marco, pero para saber
si ese uso es justo o injusto es a este marco divino al que es necesa-
rio consultar. Las convenciones por sí mismas no forman más que
un derecho subordinado a este derecho primitivo; no pueden obli-
gar más que a los que las han aceptado libre y voluntariamente. Aque-
llos a los que se ha lesionado pueden siempre reclamar los derechos
de la humanidad. Toda convención contraria a esos derechos no
tiene más autoridad que el derecho del más fuerte; es una auténtica
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262
Índice de nombres
263
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
Charles Henry, M., 52n, 119n Díez del Corral, L., 29n, 43n, 228n,
Chartier, R., 42n, 45n, 256 257
Chaussinand-Nogaret, G., 226, Dornier, C., 96n
227n, 257 Dumont, L., 144, 144n, 257
Child, J., 46 Dupuy, M., 93
Choiseul, Duque de, 19, 20, 28,
45, 49n, 59, 78, 87, 88n Ebenstein, B., 33n
Cicé, abbé de, 142n Elias, N., 42n, 73, 73n, 113n,
Clemente XI, Papa, 26 145n, 225, 225n, 257
Clugny, J.E.B., 88, 89n Enrique II, Rey de Francia, 126
Colbert, J.B., 17, 53, 92n Enrique III, Rey de Francia, 126
Comte, A., 115n, 117n Enrique IV, Rey de Francia, 126,
Condorcet, Marqués de, passim 137
Conti, Príncipe de, 67 Escartín González, E., 32n, 251,
Cosandey, F., 19, 20n, 28n, 227n, 253
256 Euler, L., 60
Craveri, B., 73n, 257
Faure, E., 130n, 178n, 253
D’Aiguillon, Duque, 18, 27, 59, Faure-Soulet, J.F., 15n, 257
223 Felipe II, Rey de España, 126
Daire, E., 37n, 38n, 41n, 49n, 59, Ferro, M., 16, 16n, 18n, 24, 24n,
60n, 251, 252 31n, 257
Dakin, D., passim Ferrone, V., 257
D’Alembert, J.B., 44, 47, 60, 73n, Fleury, A.H, Cardenal, 20
80n Fleury, B., 69n
Darton, R., 26, 26n, 59n, 77n, Foncin, P., 32n, 33n, 41n, 45n, 58,
226, 226n 58n, 75n, 76n, 83n, 93n, 117n,
Décote, G., 126n 129, 130n, 222, 222n, 223,
Deffand, Madame de, 45, 73n, 224n, 253
197, 257 Francisco I, Rey de Francia, 37, 126
D’Enville, Duquesa, 91, 93, 93n Francisco II, Rey de Francia, 126
D’Epinay, Madame, 64n Franklin, B., 18n, 41, 91, 254, 259
Descartes, R., 99n, 106n, 110, 144 Furet, F., 17n, 69, 69n, 78n, 95,
Descimon, R., 19, 20n, 24n, 28n, 95n, 190, 190n, 201n, 212,
211, 211n, 227n, 256 214n, 223, 223n, 257
Diaz, F., 30n, 46n, 48n, 59, 60n,
63n, 72, 72n, 73n, 78n, 182, Galiani, F, abbé, 44, 64n, 65, 65n,
182n, 200n, 224, 224n, 225n, 71
257 Galileo, 110
Diderot, D., 29, 36, 47, 73n Gallais-Hamonno, J., 47n
264
ÍNDICE DE NOMBRES
García de Enterría, E., 201, 201n, Jacobo II, Rey de Inglaterra, 136,
205n, 253 245
García Pelayo, M., 144, 144n, 258 Jansenius, 26, 27
García, E., 28n, 258 Jardin, A., 40n, 81n, 211n, 258
Gibbon, E., 45 Jefferson, T., 195n
Gignoux, P., 39, 39n, 211n, 253 Joly de Fleury, J.F., 89n
Godechot, J., 67n, 68n, 213n, 223, José II de Austria, 70n, 91
224n, 258
Gore, D.K., 105n Kepler, J., 110
Goubert, P., 16n, 20, 20n, 26n, 31n, Kiener, M.C., 49n, 58n, 253
63n, 258 Ko, Jesuita Chino, 58
Gournay, Vincent de, 45, 46, 46n,
48n, 73n, 97, 97n, 98, 141n, L’Averdy, F. de, 48
146n, 148n, 155n, 163 La Barre, Caballero de, 29
Graffigny, Madame de, passim La Chalotais, L.R., 27
Grimm, F.M., 44 La Michodière, J.B., 49n
Groenwegen, P., 32n, 253 La Rochefoucauld, Duque de, 46,
Guérin, abbé, 39 93n
Guines, Conde de, 87 La Vrillière, Duque de, 61, 72n
Gustavo III de Suecia, 91 Laski, H., 25n, 31, 31n, 134n, 142n,
143n, 144n
Hardman, J., 16n, 28n, 258 Lavoissier, A., 72
Hayek, F.A., 35, 162n, 167n, 211n, Law, J., 16, 63n, 141
258 Lebrun, C.F., 28n
Hazard, P., 39, 39n, 99n, 125, 125n, Leibniz, G.W., 110, 113n
143, 143n, 258 L’Espinass, Mademoiselle de, 80n
Hegel, G.W., 115n Lespinasse, Julie de, 45
Helvétius, C.A., 41, 46, 46n, 47, Licurgo, 97
48, 48n, 125 Ligniville, A.C. de Minette, 41, 44
Henry, M.C., 52n, 96n, 251 Llombart, V., 13, 73n, 259
Hertford, Lord, 46 Locke, J., 40, 99, 99n, 100, 127,
Hill, M., 40n, 253 131, 138, 152, 204
Holbach, Barón de, 44, 73n Luis XIV, Rey de Francia, 16, 18,
Horacio, 91, 104n 18n, 22, 26n, 92n, 126, 137n,
Hufton, O., 18n, 223n, 258 237
Hume, D., 16n, 44, 45n, 46, 91, Luis XV, Rey de Francia, 18-20,
99n, 128, 128n, 170, 171n, 20n, 27, 29, 37, 37n, 59, 63n,
194n, 228n, 258 225
Luis XVI, Rey de Francia, passim
Ionescu, C., 42n, 45n Luis XVIII, Rey de Francia, 60n
265
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
Machault de, A., 17, 63n, 224 Méthivier, H., 24n, 29, 29n, 77n,
Malebranche, N., 99n, 144 224n, 259
Malesherbes, C.G., 29, 61, 64n, Michelet, J., 66, 66n
68, 70, 72, 72n, 77, 88, 92, Mill, J.S., 115n, 132
187n, 198, 215n, 260 Mirabeau, Marqués de, 48n, 188n
Mandeville, B. de., 107n, 178, Miromésnil, Hue de, 60, 75, 76,
178n 78, 84, 85, 85n, 203, 203n
Mandrou, R., 22n, 259 Molina, L. de, 43n
Manuel, F.E., 106n, 110n, 119n, Montesquieu, 44, 110, 112n, 116,
200n, 259 116n, 127, 259
Marcos de la Fuente, J., 14, 15n, Morange, J., 33n, 47n, 252
155n, 160n, 251, 254 Morellet, abbé, 40, 41, 42n, 44, 46n,
María Antonieta, Esposa de Luis 57, 68, 71, 96, 96n, 129, 230n
XVI, 20, 68, 69n, 74, 78, 87 Muy, Conde de, 61
Marie Josèphe, Madre de Luis XVI,
20n Napoleón, 22, 28n, 69n, 190n,
Marcheval, Pajot de, 49n 230, 257
Marion, M., 18n, 21n, 22, 22n, Nebrera, M., 126n, 259
24n, 43n, 63n, 64n, 92n, 212, Necker, J., 65, 66, 88, 89n, 93,
213n, 225n, 259 93n, 184n, 208n, 215n, 224,
Marmontel, J.F., 30n, 44, 60n, 255
75n, 96, 96n, 128, 128n, 129n, Negro, D., 112n, 259
259 Nemo, P., 34n, 260
Martineau de Brétignoles, F.M., Nemours, Du Pont de, 29n, 41n,
44n 56n, 64, 71, 91n, 98n, 111n,
Maupeou, R.N., 18, 25, 28, 28n, 134n, 143n, 147n, 181n, 182n,
29, 59, 76, 76n, 77, 224 183, 193n, 251, 252
Maupertuis, 104 Newton, I., 39, 110, 113n, 115n,
Maurepas, Conde de, 20 144n, 204
Maurepas, Madame de, 40, 60n Neymarck, A., 67n, 75n, 78n, 80n,
Mayos Solsona, G., 97n, 115n, 83, 84n, 93n, 174n, 254
122n, 252, 253 Nisbet, R., 113n, 117, 117n, 215n,
Meek, R.L., 99n, 100n, 103n, 260
114n, 116, 116n, 118n, 119n, Nuez, Paloma de la, 14, 167n, 254
252, 253, 254, 259
Meinecke, F., 112n, 181n, 259 O’Kean, J.M., 160n, 254
Menger, C., 32n Orléans, Felipe de, Regente de
Menudo, J.M., 14, 160n, 254 Francia, 16, 26n
Mercy-Argenteau, F. Conde de, Orry, P., 17
87 Ozouf, M., 17n, 257
266
ÍNDICE DE NOMBRES
Pendás García, B., 13, 30n, 260 Rudé, G.,18n, 219, 219n, 224,
Péronnet, M., 229n, 260 224n, 261
Petitot, J., 34n, 260
Petty, W., 46 Sabbah, H., 126n, 257
Peyronnet, J.C., 49n, 58n, 253 Saint Germain, Conde de, 61, 78
Pézay, Marqués de, 87 Saint-Aignan, Duque de, 38
Poirier, J.P., 42n, 46n, 47n, 56n, Saint-Simon, Duque de, 126, 126n,
78n, 80n, 87n, 88n, 89n, 176, 200n
177n, 198, 198n, 221, 221n, Savater, F., 261
254 Say, L., 32n, 33n, 46n, 51n, 68n,
Pomart, Monsieur de, 92 76n, 78n, 80, 80n, 88n, 214,
Pompadour, Madame de, 20 214n, 255
Prévost, B., 99n Schelle, G., passim
Price, R., 89, 90n, 91, 129, 129n, Schumpeter, J.A., 33n, 38n, 95n,
180n, 182, 183, 192, 193n, 230n, 261
194n, 195n, 211n, 255 Serna, J., 28n, 258
Serna, P., 224n
Quesnay, F., 45, 46, 143n, 144, Sigorgne, abbé, 39
146, 181, 185 Simpson, I, 47n, 256
Smith, A., 31, 32, 32n, 46, 46n,
Ravaillac, 126 47n, 96n, 114n, 166, 167n,
Raynal, abbé, 44 174, 192, 253, 254, 255, 256,
Rémond, R., 15, 15n, 21, 24, 24n, 260, 261, 262
260 Soboul, A., 18n, 22n, 261
Renan, E., 104, 105n, 222 Sócrates, 124
Roche, D., 23n, 38n, 50n, 174n, Solón, 199
219n, 257, 260 Spiegel, H.W., 65n, 142n, 261
Rochon, abbé, 91 Stäel, Madame de, 59, 60n, 215n,
Rodríguez Braun, C., 13, 86n, 96n, 261
260 Stewart, D., 46
Rodríguez Labordeta, J., 72n
Romilly, J., 127 Taboureau, L.G., 88, 89n
Rosanvallon, P., 23n, 35n, 36n, Terray, abbé, 18, 55, 59, 60n, 66,
209n, 215, 215n, 228, 229n, 151n, 167, 169n, 209n, 223
230n, 261 Tissot, C.J., 33n, 37n, 49n, 201n,
Rothbard, M.N., 32n, 155n, 214n, 215, 215n, 255
221n, 254, 261 Tocqueville, Alexis de, passim
Rousseau, J.J., 30, 30n, 35n, 39, Trudaine de Montigny, J.C., 55,
45, 83n, 108, 118, 185, 194, 72n, 150n
194n, 228 Trudaine, D.C., 71, 72n, 87, 88n
267
T U RG OT, E L Ú LT I M O I LU S T R A D O
Tucker, J., 46, 46n, 86n, 104n, Vergennes, Conde de, 61, 78, 87,
128, 129n, 166n, 170, 170n, 87n, 88n
192, 192n Véri, abbé de, 40, 68, 71, 90, 93,
Turgot, Jacques-Étienne, (Abuelo 93n, 184n, 191, 191n, 202,
de Turgot), 37 203n, 227, 231n
Turgot, Michel-Jacques, (Hermano Victoire, (Tía de Luis XVI), 20
Mayor de Turgot), 38 Vigreux, P., 255
Turgot, Michel-Étienne, (Padre de Voltaire, 24, 29, 39, 46, 47, 47n,
Turgot), 37 50, 68, 72n, 77, 80n, 84, 92,
Turgot, Etienne-François, (Caballero 93n, 104n, 110, 111, 127, 127n,
de Malta, Hermano de Turgot), 128n, 130, 131, 137, 181n, 259,
38 261, 262
Turgot, Hélène-Françoise, (Herma- Vovelle, M., 16n, 17, 17n, 19n, 21,
na de Turgot), 38 21n, 23, 23n, 28n, 42n, 224n,
262
Van Horn Melton, J., 59n, 208n,
223n, 258 Walker Stephens, W., 46n, 48n,
Van Kley, D.K., 29n, 30n, 76, 76n, 199, 199n, 255
262 Walpole, H., 45
Venturi, F., 69, 69n, 200, 200n,
221, 221n, 222, 262 Yang, Jesuita Chino, 58
Vergara, F., 31n, 262 Young, A., 55, 262
268
En la misma colección
— Angelo Panebianco
El poder, el estado, la libertad. La frágil constitución de la sociedad
libre
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Anne Robert Jacques Turgot, el último ilustrado en el poder antes
de que estallara la Revolución, intentó, sin éxito, reformar el sistema
político y económico del absolutismo francés tratando de aplicar
las máximas económicas y políticas que hacía derivar de sus principios
filosóficos. El hecho de que el Ministro de Luis XVI compartiera la
representación del mundo propia de su época explica que el estudio
de su vida y su obra, desde la perspectiva de la historia de las ideas
políticas, permita profundizar en el conocimiento del absolutismo
y la Francia de finales del Antiguo Régimen. En particular, en el de
las transformaciones sociales y económicas del periodo, la mentalidad
ilustrada, el nexo entre Ilustración y Revolución, así como en la génesis
y en las características del liberalismo francés. Un tipo de liberalismo
que, a pesar de la defensa incondicional que realiza Turgot de la
libertad económica, asume ciertos rasgos racionalistas, estatistas
y utópicos que le separan, en algunos aspectos, del liberalismo
anglosajón, y explican por qué su influencia fue tan grande durante
la Revolución.
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