Durkheim y La Sociología Económica
Durkheim y La Sociología Económica
Durkheim y La Sociología Económica
La
sociología durkheimiana y el estudio de
los hechos económicos
¿Es posible una sociología económica que no renuncie a las premisas teóricas y metodológicas
propias de la sociología a la hora de abordar los fenómenos económicos? ¿Estamos obligados a
asumir el punto de vista de una economía política crítica como única alternativa a la ortodoxia
neoclásica? ¿O puede la teoría social ofrecer un marco analítico para el estudio del dinero, los
mercados, el crecimiento u otros aspectos económicos de la realidad que evite tanto el subjetivis-
mo idealista de la economía dominante como el objetivismo ingenuo de la economía crítica? ¿Qué
herramientas ofrecen los autores clásicos de las ciencias sociales para acometer tal empresa?
Para comenzar, podemos recuperar la sencilla definición que Neil Smelser y Richard Swed-
berg dan de la sociología económica. Para ellos, se trata de “la aplicación de los marcos de referen-
cia, las variables y los modelos explicativos de la sociología al complejo de actividades relativas a
la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de bienes y servicios escasos” (Smelser
y Swedberg, 2005: 11). Aunque esta definición haga concesiones innecesarias a la definición de la
economía promovida por la ciencia económica, no deja de indicar la existencia legítima de una
sociología de los hechos económicos. Una sociología económica es posible.
De hecho, esta sociología no es una novedad de las últimas décadas. Los estudios de Émile
Durkheim sobre la división del trabajo, los contratos y la propiedad, los trabajos de Max Weber so-
bre las relaciones entre la ética religiosa y las disposiciones económicas, o entre el orden jurídico
racional y el desarrollo del capitalismo moderno, o las intuiciones de Georg Simmel sobre los vín-
culos monetarios, constituyen piezas clásicas de un tipo de tratamiento sociológico de los fenó-
menos económicos. La misma perspectiva de Karl Marx y sus seguidores aborda a la producción,
la circulación, el dinero y el conjunto del funcionamiento de la economía capitalista subrayando
la imbricación entre las distintas instancias de las totalidades sociales.
Aquí nos ocuparemos de Durkheim y la escuela sociológica francesa. Hay en ellos una pos-
tura radical a propósito de las preguntas que nos planteamos. En esta corriente, el interés por
los objetos económicos va de la mano de una crítica de la economía política. Y al mismo tiempo
constituye el punto de partida para el desarrollo de una sociología particular, que se ocupa de una
parcela singular de hechos sociales, incorporando en el dominio de la sociología al objeto mismo
de la ciencia económica. Para los durkheimianos, una ciencia económica positiva no puede ser
otra cosa que una sociología económica.
Como todos sabemos, Durkheim es uno de los pilares de la tradición sociológica. Al igual que la
sociología comprensiva y el interaccionismo simbólico que se desarrollan para la misma época en
Alemania y en Estados Unidos, la sociología positiva de la escuela francesa no se limita a describir
aspectos parciales de la realidad social, o producir una teoría de la sociedad fundada en concep-
tos, procedimientos y observaciones. Es necesario construir un antagonista (primero el sentido
común, luego otras disciplinas racionales que pretendan explicar los fenómenos sociales) frente
al cual delimitar la propia jurisdicción, al tiempo que se funda la pretensión de una ciencia social
con derecho de ciudadanía (Gouldner, 1978).
En la tarea de fundar esa ciencia social autónoma, Durkheim creía necesario demostrar que
las aproximaciones “individualistas” no eran capaces de explicar los hechos sociales de manera
satisfactoria. Es decir, no podían dar cuenta de fenómenos complejos que eran el producto de la
asociación de individuos, y que conformaban agregados concretos de acciones y representacio-
nes. Estos no podían ser reducidos a sus componentes elementales. Además del contractualismo
(y rivales contemporáneos como Gabriel Tarde o el mismo Simmel), esta crítica incluía a la ciencia
económica con sus idealizaciones teleológicas sobre las necesidades, los deseos y las acciones
humanas, pero también con su modo de razonamiento formalista y su relación problemática con
la evidencia empírica.
La teoría del valor, que es la más fundamental de todas las teorías eco-
nómicas, está manifiestamente construida según este mismo método. Si
el valor fuese estudiado como debe estudiarse cualquier realidad, el eco-
nomista debería indicar cómo puede reconocerse la cosa designada con
ese nombre, luego clasificar sus especies, buscar a través de inducciones
metódicas las causas en función de las cuales varían, comparar finalmente
estos diversos resultados para deducir una fórmula general. Entonces, la
teoría solo podría surgir cuando la ciencia estuviera bastante desarrolla-
da. En lugar de eso, la encontramos desde el comienzo. Porque para cons-
truirla el economista reflexiona, toma consciencia de la idea que se hace
del valor, es decir, de un objeto susceptible de ser intercambiado. Descubre
que implica la idea de lo útil, de lo escaso, etc. Y con estos productos de su
análisis construye una definición, confirmándola luego con algunos ejem-
plos (Durkheim, 1895: 32-33).
Así, Durkheim critica a los economistas el hecho de elaborar sistemas conceptuales abs-
tractos a partir de sus propias prenociones, para luego ilustrar sus tesis con hechos seleccionados
de manera arbitraria.
Para Durkheim, en la esfera económica como el cualquier otro ámbito de la realidad social,
la elaboración de una teoría general debe realizarse a partir de la observación y la clasificación de
los hechos. Lejos de existir un principio unitario que unifique el funcionamiento de la sociedad, o
de la economía como esfera parcial de esa sociedad, la realidad tiene variaciones, que deben con-
siderarse a la hora de la conceptualización. La teoría debe someterse a la prueba de la experiencia.
Por eso, Durkheim rechaza a la ciencia económica por su carácter abstracto y reduccionista: en
última instancia, se funda en una psicología irrealista de los comportamientos humanos que con-
cibe al “deseo de riqueza” como soporte último de la economía y la sociedad (Durkheim, 1895: 124).
Pero también cuestiona que la ciencia económica tienda a separar los hechos económicos
del resto de los fenómenos sociales, considerándolos de manera simplificada, pura y aislada. Esto
se observa en la clásica discusión sobre la naturaleza de la división del trabajo social que Dur-
kheim presenta en su tesis doctoral:
Vemos hasta qué punto la división del trabajo se nos presenta bajo otro
aspecto que a los economistas. Para ellos, consiste esencialmente en pro-
ducir más. Para nosotros, esta mayor productividad es solamente una
consecuencia necesaria, un efecto del fenómeno. Si nos especializamos, no
es para producir más, sino para poder vivir en las nuevas condiciones de
existencia que se nos presentan (Durkheim, 1893: 259).
Como corolario de esta crítica de la economía política, Durkheim plantea dos problemas
diferentes: por un lado, la delimitación de lo económico y su naturaleza; por otro lado, la cons-
trucción de objetos económicos desde una perspectiva sociológica. En la definición del objeto de
la sociología, los hechos económicos están incluidos. No pueden ser ignorados, pero tampoco se
reconoce la posibilidad de considerarlos aisladamente. A su vez, estos hechos son recortados de
un cierto modo a la luz de la teoría sociológica. Se los analiza a partir de una teoría de las prácticas
y las representaciones colectivas. Esto supone una concepción de la acción y de las instituciones
distinta de la que caracteriza a la ciencia económica.
En su primera obra importante, Durkheim afirmaba ya que “todas las funciones de la sociedad
son sociales, como todas las funciones del organismo son orgánicas. Las funciones económicas
tienen este carácter tanto como las demás” (Durkheim, 1893: 96). Y el gran problema de la econo-
mía política, además de la inclinación finalista y normativa de la que hablábamos más arriba, es
que si “las funciones económicas son funciones sociales, solidarias de otras funciones colectivas,
se vuelven inexplicables cuando se las abstrae violentamente de estas últimas” (Durkheim, 1909:
151). Sobre estas premisas puede fundarse un capítulo de sociología económica en el marco del
proyecto durkheimiano de una ciencia social unificada.
Las acciones y las representaciones económicas tienen las mismas características que los
demás hechos sociales. Son exteriores al individuo, que no las ha creado; se le imponen en virtud
de la autoridad moral del grupo; pueden ser observadas exteriormente e incluso cuantificadas.
Por lo tanto, no llama la atención que la definición que ofrece Durkheim de esta rama par-
ticular de la sociología se defina antes que nada por el tipo de hechos sociales que constituyen su
objeto, no por una singular manera de tratarlos:
[1] De la misma manera que Solo en sociedades complejas podía el poder político asumir la forma de un
Estado en tanto órgano diferenciado (Durkheim, 1950).
El jurista, el psicólogo, el antropólogo, el economista, el estadístico, el lin-
güista, el historiador proceden en sus investigaciones como si los diversos
ordenes de hechos que estudian formasen mundos independientes. Pero,
en realidad, se interpenetran por todas partes: por consiguiente, debería
suceder lo mismo con las ciencias correspondientes (Durkheim, 1893: 359).
Ahora bien, la tensión entre considerar a los fenómenos económicos como hechos sociales
negados y el reconocimiento de la autonomización de las esferas de actividad social como base de
la existencia de hechos económicos puros no logra ser resuelta totalmente por Durkheim, pero
tiene una respuesta más clara y radical en la obra de Marcel Mauss y François Simiand.2
En su vasta obra, Mauss abordó problemas originales que hoy constituyen referencias in-
eludibles para los sociólogos y lo convierten en un autor de referencia para quienes trabajan en
sobre la religión, el cuerpo o la economía, entre otros campos. Entre sus múltiples contribuciones
a la ciencia social, destaca la teoría de los “hechos sociales totales” que son aquellos en los que “se
expresan al mismo tiempo todo tipo de instituciones: religiosas, religiosas, jurídicas, morales –y
éstas tanto políticas como familiares– y económicas […] sin contar con los fenómenos estéticos en
que desembocan estos hechos y los fenómenos morfológicos que manifiestan estas instituciones”
(Mauss, 1923-1924: 32). Ahora bien, la idea misma de multidimensionalidad muestra hasta que
punto hay elementos no económicos en la economía, o elementos económicos en otros fenóme-
nos sociales :
[2] Simiand afirmaba que “los hechos economicos son de naturaleza social”, pero al mismo tiempo
reconocía que la diferenciación estructural había convertido a los fenómenos económicos en realidades
autonomizadas, puras, independientes de otros hechos sociales (Simiand, 1932b, vol. 2: 574,683-587). En
cierto sentido, retomaba las tesis iniciales de Durkheim en una línea que pocos años más tarde sería
retomada por Talcott Parsons.
hay ningún fenómeno social que no sea parte integrante del todo social
(Mauss, 1924-1925: 144, 138-139).
En sintonía con su teoría de los hechos sociales totales, Mauss afirma aquí que todo fenó-
meno debe ser examinado en sus variadas dimensiones. Hay múltiples puntos de vista que son
desplegados para observar ese objeto. Al mismo tiempo, radicaliza el teorema durkheimiano de
la supremacía del todo sobre la parte, no ya para disolver al individuo en un conjunto de deter-
minaciones sociales, sino también para poner en cuestión la distinción entre economía, cultura,
política, estética, técnica, que funda en cierto modo la división moderna de las ciencias sociales
(ciencia económica, antropología, ciencia política, etc.). En la realidad social, los distintos aspectos
de los fenómenos concretos que observamos están entremezclados.
Esta teoría del entremezclamiento, que invita a pensar en términos de totalidad incluso
por sobre las “distinciones analíticas” tan características de las ciencias sociales, se complemen-
ta con una teoría del enraizamiento que, apoyándose sobre todo en una relectura de la obra de
Karl Polanyi (1944, 1957), veremos renacer en la nueva sociología económica (Granovetter, 1985;
Granovetter y Swedberg, 1992; Steiner, 1999). En efecto, una actividad económica requiere apoyos
sociales, culturales, políticos y jurídicos sin los cuales no puede existir:
La sociología durkheimiana, luego todas las corrientes de la sociología económica, han abordado
desde una perspectiva sociológica objetos que están en el centro de la conceptualización de la
ciencia económica. A la luz de esta concepción, los mercados y el dinero, el consumo y la orga-
nización industrial, revelan una naturaleza rica, desbordante, compleja. Se trata de realidades
multidimensionales en las que la economía y la cultura, la economía y la política, la economía y los
vínculos sociales se ensamblan.
El Ensayo sobre el don de Marcel Mauss es hoy una referencia clásica de la sociología y la
antropología. Casi no es necesario volver entonces sobre él: no sólo aborda cuestiones tales como
los mercados, el consumo suntuario y la moneda en una perspectiva etnológica comparada y evo-
lutiva, sino que funda incluso una teoría general del lazo social (Bourdieu, 1980; Caillé, 2007). A
los fines de este artículo, vale simplemente señalar la manera en que construye una noción de los
mercados como hechos sociales totales.
[3] Simiand tiene una opinión distinta sobre este asunto. Considera que las formas de intercambio de las
que habla Mauss no son para él mercados propiamente dichos, sino modos de circulación de las cosas
que no se rigen por el valor económico (Simiand, 1934: 15-16). Y que los mercados propiamente dichos son
ellos están presentes “la idea de valor, de utilidad, de interés, de lujo, de riqueza, de adquisición,
de acumulación y, por otro lado, la de consumo, incluso la del gasto puro, puramente suntuario”
(Mauss, 1923-1924: 180). Son ciertas categorías de pensamiento, y ciertas prácticas asociadas a
ellas, las que socialmente son reconocidas como económicas y que las ciencias sociales, empezan-
do por la economía política, aceptan como tales.
Ahora bien, el argumento de Mauss se bifurca aquí en dos direcciones. Por un lado, un ra-
zonamiento evolucionista que presenta el desarrollo de las sociedades hacia la diferenciación y la
especialización, mostrando cómo las instituciones modernas del mercado y el dinero se convier-
ten en universos autonomizados, con sus propias reglas, superando y reemplazando a las formas
entremezcladas de las sociedades primitivas. Por otro lado, un razonamiento más sensible a la
complejidad y el bricolaje de la vida social, que reconoce la permanencia de este tipo de intercam-
bios en las sociedades contemporáneas: lejos de ser sepultado y superado por el surgimiento de
la esfera económica purificada, el don tiene vigencia en las representaciones y las prácticas eco-
nómicas, y las concepciones morales operan incluso en los mercados (Bourdieu, 2000). Esa esfera
económica autónoma está todo el tiempo sujeta a las presiones e influencias de diversas formas
de reciprocidad.
Esta concepción de las instituciones entraña una teoría de la acción, fundada a su vez en
una cierta antropología. No toda la moderna economía monetaria y capitalista se rige por el cál-
culo instrumental, el ser humano no es un agente puramente racional:
las realidades puras que emergen solamente en las economías complejas, es decir, capitalistas (Simiand,
1932a: 24-28, 54-55).
Por lo tanto, el análisis de la diferenciación de una esfera mercantil en la que el homo œco-
nomicus se constituye es tanto un logro evolutivo como un proceso incompleto y reversible. Así
lo muestra, por ejemplo, la planificación estatal y la protección social, la economía solidaria, las
formas diversas de circulación de los bienes y del dinero en nuestra propia sociedad. Ninguna de
estas actividades se rige por el cálculo y la racionalidad puramente económica.
Por lo tanto, el homo œconomicus no es nuestro pasado sino nuestro porvenir. Y si este tipo
de subjetividad humana se vuelve posible, es porque poco a poco los intercambios económicos se
van autonomizando de sus fundamentos mágico-religiosos y dejan de poner en juego la distribu-
ción del poder en la sociedad. En cierta manera, Mauss es tanto un continuador de las perspecti-
vas clásicas de Durkheim y Marx como un precursor de las visiones más recientes de Bourdieu y
otros. Todos insisten sobre el carácter socialmente construido del agente económico, y sobre los
límites que enfrenta el despliegue de una pura racionalidad económica (Lorenc Valcarce, 2014).
En la definición más conocida del hecho social, Durkheim incluye junto con el lenguaje a
una serie de fenómenos de naturaleza económica: la moneda, el crédito, las prácticas comercia-
les, las prácticas profesionales. Suele olvidarse esta insistencia en la importancia de la economía,
dado que la sociología durkheimiana tiende ser leída en clave moralista o culturalista. Pero inclu-
so cuando ello sea cierto, hay cuanto menos una teoría moral o cultural de la economía – que no
deja de lado los aspectos políticos y materiales – que tiene una gran importancia en el desarrollo
de esta escuela. No todo es religión, educación o memoria colectiva.
Retomemos el caso de la moneda. “La moneda es una realidad social” afirma el título de
un famoso trabajo de Simiand (1934a). Allí, el autor establece un paralelismo entre la teoría de la
moneda y el estudio de la religión. Primero se afirmó que había en el oro una propiedad intrínseca
que lo convertía en un valor económico, para luego llegar a la conclusión de que la moneda – fue-
se el oro o cualquier otro objeto material o ideal – no era más que la expresión simbólica de otra
cosa: “convención artificial, apariencia o ilusión” (Simiand, 1934a: 58). Ahora bien, la superación
de esta oposición entre realismo y subjetivismo, entre naturalismo y convencionalismo, se pro-
duce con una teoría sociológica de la moneda. No habiendo en ella nada de natural, tampoco es el
resultado del acuerdo de las voluntades individuales: es la sociedad la que crea la moneda, como
también había creado a sus dioses (Simiand, 1934a: 18-19). En términos históricos, la moneda tuvo
inicialmente un carácter ornamental y su valor le venía dado por la manera en que piedras pre-
ciosas, metales o conchillas eran valoradas por los miembros de una sociedad determinada. Allí,
casi siempre tienen un “valor extraeconómico, religioso, mágico, moral” (Simiand, 1934a: 30). Por
lo tanto, es una creencia social la que funda el valor especial y superior de estos objetos que lue-
go circularán como dinero. Al secularizarse, este valor se convierte en pura fe social: el valor de
la moneda es entonces “materia de apreciación, de estimación, de opinión” (Simiand, 1934a: 35).
Esta confianza incluye elementos intelectuales y afectivos, y tiene por objeto fundamental al país
emisor de la moneda.
En todo caso, la moneda es un hecho social y como tal se impone a nuestras acciones. El
dinero nos permite pagar nuestras cuentas, pero también sirve para determinar el precio de los
bienes y servicios que transamos. Las cosas son pagadas a un cierto precio. Ahora bien, la deter-
minación de los precios no se apoya solamente en leyes puramente económicas, menos aún en
aquellos mecanismos que la ciencia económica tiende a considerar fundamentales:
Esto que vale para el precio del trabajo puede ser trasladado a otros objetos transados en el
mercado. En el pasaje que acabamos de reproducir, Durkheim repite una fórmula bien conocida
entre los miembros de su escuela; el precio, en tanto traducción cuantitativa del valor económico
de un bien o de un servicio, reposa en última instancia en una opinión compartida por los miem-
bros del grupo (Bouglé, 1922: 111; Halbwachs, 1950: 207). Como otros valores, los valores económi-
cos son representaciones colectivas.
Como todo hecho social, el precio es una cuestión de opinión colectiva. Son las representa-
ciones acerca del valor de las cosas en términos de utilidad y de esfuerzo de producción los que
determinan el precio de las mismas. No hay nada en él de puramente objetivo e intrínseco, pero
tampoco se trata de una propiedad puramente subjetiva que se deduciría de preferencias pura-
mente presentes. Ahora bien, la opinión sobre el precio de los bienes y los servicios tiende a durar.
El precio de hoy se apoya en el recuerdo del último precio. En su trabajo sobre la memoria colec-
tiva, Maurice Halbwachs teoriza a propósito de la manera en que la sociedad atribuye y estabiliza
los precios de las cosas, y para ellos recurre a la idea de una opinión colectiva que se mantiene
en el tiempo. Vale la pena recurrir a un extenso pasaje para ver la relación entre precio, opinión y
memoria según este autor:
Sin embargo, hay otro enfoque alternativo cuyo carácter sociológico no es menos radical,
aunque se elimina ese componente idealista dominante entre los durkheimianos. En su estudio
sobre el salario, François Simiand pone en discusión una serie de teorías que pretenden dar cuen-
ta de la manera en que se forma el precio de esa mercancía singular que es el trabajo. Descarta la
teoría de la oferta y la demanda, la teoría de las necesidades del trabajador, la teoría de la disponi-
bilidad de capital disponible para salarios, la teoría de la productividad. A todas ellas les reprocha
su carácter puramente especulativo: no solo no se fundan en la observación de los hechos, sino
que tienden a ser desmentidas por ellos. Estas teorías subrayan elemento que contribuyen a la
determinación de los salarios, pero requieren para ello la consideración de hechos que son de na-
turaleza social y que deben ser establecidos a través de la observación empírica (Simiand, 1932b,
vol. 2: 541-556).
Conclusiones
La escuela durkheimiana desarrolló una perspectiva teórica particular con conceptos generales
como solidaridad, integración, regulación, anomia, corriente social, pero sobre todo ofreciendo
definiciones precisas de categorías más o menos descriptivas, más o menos tomadas del lenguaje
corriente, como derecho, religión, moral, familia, mercado, moneda, etc. También es conocido
su desarrollo de una metodología que consiste en tratar a los hechos sociales como cosas, aban-
donando nociones previas y realizando definiciones preliminares precisas, para luego observar
series sistemáticas, detectar regularidades y establecer explicaciones a través del método de las
variaciones concomitantes. Ahora bien, Durkheim y sus discípulos desarrollaron un vasto y exi-
gente programa de investigación en el que esta perspectiva teórico-metodológica fue utilizada
para abordar áreas específicas de la realidad social, poniendo a prueba las hipótesis planteadas
y arribando así a leyes empíricamente demostradas. Entre ellas se destaca aquello que llamaban
“sociología económica”.
Sobre este terreno hemos centrado el presente trabajo. No hemos abordado todas las con-
tribuciones que estos autores hicieron a una sociología de los hechos económicos. Nos centra-
mos, por un lado, en la delimitación de la mirada sociológica de la economía frente a la economía
política: esta delimitación es condición de posibilidad de una sociología económica, pero también
de una ciencia social como crítica de la economía política. Por otro lado, recuperamos contribu-
ciones parciales sobre los mercados y el dinero, ambas de gran centralidad en el debate contem-
poráneo en sociología económica, dejando de lado algunas otras que podrían haber sido conside-
radas aquí. En futuras sistematizaciones podremos recuperar estas líneas de investigación, para
mostrar la riqueza de la perspectiva durkheimiana a la hora de abordar los hechos económicos,
pero también su actualidad para orientar las agendas de investigación en sociología económica.
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CyP, N. 14, 95-112.
Es Licenciado en Sociología por la Universidad de Buenos Aires (1998) y Doctor en Ciencia Polí-
tica por la Universidad de París 1 Panthéon-Sorbonne (2007). Se desempeña como Investigador
Adjunto del Conicet en el Instituto de Investigaciones Gino Germani y como Profesor Regular de
Sociología en la Universidad Nacional de Mar del Plata, la Universidad Nacional del Litoral y la
Universidad de Buenos Aires. Ha realizado traducciones y comentarios de obra durkheimiana, e
investigaciones en el terreno de la sociología económica. Es autor de La crisis de la política en la
Argentina (Ediciones de la Flor, 1998), Tras la huella de los clásicos (Suarez, 2010 - en coautoría) y
Seguridad privada: la mercantilización de la vigilancia y la protección en la Argentina contemporánea
(Miño y Dávila, 2014).