Socialismo Asociacionista

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Universidad Autónoma de Nuevo León

Facultad de Ciencias Políticas y Administración Publica

Socialismo Asociacionista

Maestro: Juan Farid Assad Kalifa

Nombre: Diana Carreño Ríos

Grupo: 501 Aula: 29

Materia: Historia del Pensamiento Económico

Monterrey, Nuevo León a 15 de marzo de 2016


Socialismo asociacionista

Aunque el socialismo es una fuerza vibrante de la vida contemporánea, el


concepto en sí mismo es muy ambiguo. Por lo general, la palabra –socialismo-
evoca varios significados: propiedad pública de las empresas, subyugación de la
libertad individual, eliminación de la propiedad privada, dirección consciente de la
actividad económica, y así sucesivamente. En la práctica, el socialismo es
raramente la alternativa clara al capitalismo que con frecuencia se afirma que es.
En la actualidad, todas las economías capitalistas poseen algunos elementos o
instituciones socialistas, y viceversa. Además, muchos autores del pasado que hoy
se denominan –socialistas- pueden distinguirse unos de otros sobre la base de
diferencias filosóficas significativas (y a menudo frecuentes). Sin embargo, existe
un terreno común suficiente entre dichos autores para distinguirles de los
economistas clásicos. Esto es particularmente cierto respecto de aquel grupo de
escritores a los que con frecuencia se califica de socialistas utópicos o
asociacionistas.

Los llamados socialistas asociacionistas reciben esta denominación porque


creyeron que los problemas sociales se podrían resolver mediante un plan de
organización fundado en la libre asociación. Para los socialistas asociacionistas/
utópicos la cooperación y el cooperativismo surgen producto de la falta de
correspondencia del capitalismo con los intereses de las amplias masas de la
población, de la necesidad de la naturaleza del hombre, de sus ideales del bien y la
justicia. En ellos hay conciencia de las insatisfacciones que proporciona el
capitalismo, de su irracionalidad, e injusticias económicas y sociales.

Deseaban reconstruir la sociedad capitalista desde una perspectiva


evolutiva; la censuraban, la maldecían, soñaban con su destrucción y fantaseaban
en torno a un régimen mejor, tratando de convencer a los ricos de la inmoralidad de
la explotación. Por ello concibieron, la ilustración, la propaganda la exhortación, la
inventiva personal, la reorganización de la sociedad, (una de cuyas formas era la
organización cooperativa que facilitaría la creación de riquezas colosales) como
métodos para lograrlo; en vez de condiciones históricos reales, condiciones
imaginarias.

Entre los principios del socialismo asociacionista destacan la propiedad


pública de las empresas, el control de la libertad individual, la eliminación de la
propiedad privada y la dirección social de la actividad económica. Pero hay un
denominador común que los distingue de los economistas clásicos y es que
consideran al capitalismo como irracional, inhumano e injusto, por lo que repudiaban
la idea del laissez-faire y la doctrina de la armonía de intereses. Eran optimistas
respecto a la perfectibilidad de los humanos y del orden social por medio de la
adecuada organización social. Si bien en sus propuestas difieren de la idea de los
economistas clásicos sobre el libre impulso de las energías individuales, coinciden
con ellos en la libertad individual.

Los socialistas asociacionistas sostienen que es improcedente el impulso de


las energías individuales, ya que en la realidad social están reprimidas, con
excepción de algunos privilegiados, y que los hombres deben poner empeño en
descubrir un medio de organización social que se adapte a la satisfacción de sus
verdaderas necesidades, físicas y espirituales, en virtud de la idea de una armonía
natural o providencial preexistente. Los socialistas asociacionistas creían que la
asociación cooperativa era el medio más idóneo para detener los efectos negativos
de la libre competencia individualista, que originaba además luchas internas entre
productores y trabajadores. Era necesario encontrar alternativas de cooperación
social.

Los pensadores socialistas asociacionistas utópicos más destacados fueron:


Charles Fourier (1772-1837), cuya reputación era cuestionada por sus actos,
aunque sus ideas trascendieron a un reducido grupo; Robert Owen (1771-1858),
rico industrial de gran influencia en su país y en su época; y Louis Blanc, quien
pensaba que el camino hacia una mejor sociedad sería posible cuando todos
tuvieran un empleo garantizado con financiamiento del Estado. Aunque tuvieron
diferentes procedencias, se pronunciaron contra la explotación y son considerados
con toda justeza, los precursores del cooperativismo moderno.
Charles Fourier (1772-1837); el trabajo debería ser en sí mismo agradable y
atractivo además de beneficioso desde el punto de vista económico. Para ello,
sostenía la tesis de que todo trabajador debería realizar más de una tarea a los
efectos de evitar la rutina en el trabajo. En las pequeñas comunidades (falansterios)
de Fourier, de hecho, cada trabajador tenía derecho a elegir el trabajo que quisiera
de acuerdo a sus necesidades. Las comunidades, para ello, debían cumplir con una
serie de requisitos: un número ideal de 1600 personas, con una determinada
cantidad de tierra para explotar, un sistema de educación que permitiera que los
niños siguieran naturalmente sus inclinaciones, vida tan en común como las familias
quisieran (lo que habilitaba la propiedad privada),se dirigirían democráticamente y
se formarían en base a la voluntariedad y la armonía de las diferentes clases
sociales; el salario sería reemplazado por el trabajo asociado con una idílica división
de este último, el crédito agrícola y las tiendas comunales serían el paso previo para
su constitución etc.

Sin embargo, en vida, Fourier nunca recibió apoyo económico para fundar
estas comunidades De hecho, los primeros falansterios se desarrollaron en
Norteamérica, a influjo de Albert Brisbane (1809-1890), quien logra fundar junto a
otros discípulos de Fourier algunos de éstos sin mayores éxitos, salvo en los casos
en que se basaron más en los lineamientos cooperativos propiamente dichos.

Robert Owen (1771-1858); aunque la base de su doctrina no estuvo en las


cooperativas sino en el sistema fabril y la educación popular, se considera uno de
los más importantes antecesores del movimiento cooperativo, no sólo por lo que
hizo en vida, sino también por el hecho que algunos de sus discípulos fundaron la
sociedad cooperativa de los " Pioneros de Rochdale”.

Este reconocido y atípico empresario soñaba con comunidades de trabajo


donde se disolviera por completo la propiedad privada, lo que lo diferenciaba de
Fourier claramente. Para Owen la base de la producción debía ser industrial y
agrícola. Sus ideas, no obstante, se irían tiñendo de notorias referencias religiosas
(El nuevo mundo moral), lo que lo alejaría de una reflexión más objetiva sobre las
potencialidades reales de las comunidades de trabajo.
Entre las cooperativas fundadas por Owen y William Thompson, entre 1825
y 1835, destaca la idea oweniana de una "bolsa nacional" donde se intercambiaban
los productos por medio de "billetes de trabajo", idea que vuelve a resurgir con
fuerza en este tiempo.

Los socialistas utópicos se caracterizaron por ser tanto hombres de ideas


como de acción. Entre las experiencias concretas inspiradas en estas ideas,
debemos citar el caso de las comunidades de New Lanark (Escocia) y las de New
Harmony, fundadas por Robert Owen, esta última en EUA en el año 1825. New
Harmony fue pensada por Owen como un modelo igualitario de organización social
y económica, capaz de crear riquezas grandiosas, en el que se pudieran inspirar
tantas otras experiencias. Si bien tuvo un buen comienzo, las desavenencias pronto
empezaron a minar la sustentabilidad del proyecto que finalmente cede en el año
1827.

Las ideas de Owen se popularizaron en el periódico “El Economista” (1821), donde


utiliza por primera vez el término cooperativa, en la revista “Crisis” (1832), en la que
exalta la idea de la cooperación. A partir de estas ideas y experiencias prácticas, los
propios obreros intentaron como solución a la problemática social llevar a cabo los
postulados de Owen. Se organizaron cooperativas de diversos tipos, congresos y
reuniones para promover estas entidades a nivel internacional.

Louis Blanc (1812-1882); las ideas cooperativas tienen repercusión también


en el periodista quien popularizó en Francia las cooperativas obreras de producción.
Sus ideas se manifiestan en torno a las relaciones Estado –Cooperativa, a la
autonomía de las cooperativas, a la organización del trabajo. Blanc propone una
solución al cuadro de injusticia social que fomentó el liberalismo en el siglo XIX, la
formula de este reformador la constituían los “talleres sociales”, que eran
cooperativas de producción refaccionadas por el gobierno. El gobierno tan solo
administraría estos talleres en un lapso no mayor de un año, después los mismos
obreros serían los encargados de administrarlos y al Estado no le quedaría más
función que regular estos centros de trabajo.
En los talleres regiría el principio igualitario de que todos tendrían igual
remuneración conforme a la frase “de cada uno según su capacidad y a cada uno
según sus necesidades”. De las utilidades de los talleres un tercio corresponderá a
los cooperativistas, otro a los ancianos e inválidos, que no están en posibilidades
de ganarse el sustento y el otro a la adquisición y reposición de equipo, para
conservar y mejorar las posibilidades productivas de los talleres.

El gobierno no sería el propietario de estos centros, sino tan solo vigilaría su


funcionamiento y otorgaría crédito barato y suficiente. Los talleres-confía con cierto
grado de utopismo- son la fórmula ideal para que se abandone el sistema y se
extienda un nuevo orden que no se base en la explotación del obrero. Los talleres
orillarán a las demás empresas a quebrar. En esa virtud los empresarios desearán
que sus factorías se transformen en estos centros.

La sociedad capitalista basada en la competencia ha engendrado las luchas


cruentas que contempla el siglo XIX. La concurrencia ha engendrado miseria,
prostitución, degradación, crimen y guerra. Para el trabajador la competencia no es
más que la subasta del trabajador, pues en razón de su escasez se dará más y en
razón de su abundancia se dará menos. Las instituciones, como la caja de ahorros,
no son más que una técnica limitadísima de previsión social de poca repercusión,
dado que si el obrero recibe un miserable salario no puede pensarse que estará en
posibilidad de ahorrar.

La solución la constituyen los talleres sociales; a tal grado es esto cierto para Blanc
que sugiere que las tierras pasen a manos del Estado para que se establezcan
talleres. Es deber de justicia enfatizar la elevada concepción que tenía Blanc del
trabajo del hombre y de la dignidad humana cuando habla de que existe un derecho
al trabajo. Es decir que el hombre por el solo hecho de ser hombre tiene la facultad
de exigir que la sociedad le proporcione una ocupación, una oportunidad de que,
mediante su labor, pueda subvenir sus necesidades. Es importante advertir que
Blanc no hablaba de que el obrero tuviera derecho a todo el producto de su trabajo,
sino tan solo a lo que requeriría para subsistir, ya que, en virtud del principio
solidario, los más capaces deben auxiliar a los menos. Blanc fue un socialista
asociacionista, enemigo de la violencia.

Su aplicación fracasó debido a:

 Falta de proletariado organizado


 Reformas moderadas
 Renuncia a una revolución (cambio violento)
Bibliografías

Zalduendo, Eduardo. Breve Historia del Pensamiento Económico, tercera edición,


ediciones Macchi. Mexico, D.F. 1994. p.76

Mochón, Francisco y Beker, Víctor. Economía, Principios y Aplicaciones, doceava


edición, ed. Saenz. Madrid, España. 2003. p.114-117

QUISBERT, Ermo. ¿Qué es el Socialismo Utópico?, primera edición, ed. anónimo.


La Paz, Bolivia: CED, 2010. p.34

Figueira Simoes, A., La verdadera dinámica social, segunda edición, editorial Mc


Graw Hill. Caracas: Síntesis; 1994. p:75-89

Moisés, Gómez. Breve historia de las doctrinas económicas, vigésima segunda


edición, ed. Esfinge, S. de R.L de C.V, Naucalpan Edo de México, 1996. p. 54-56

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