La Gran Ocasión
La Gran Ocasión
La Gran Ocasión
"Leer vale la pena… Convertirse en lector vale la pena… Lectura a lectura, el lector —
todo lector, cualquiera sea su edad, su condición, su circunstancia...— se va volviendo más
astuto en la búsqueda de indicios, más libre en pensamiento, más ágil en puntos de vista,
más ancho en horizontes, dueño de un universo de significaciones más rico, más resistente
y de tramas más sutiles. Lectura a lectura, el lector va construyendo su lugar en el mundo.
Lo que sigue es una reflexión acerca de esta lectura que vale la pena. Es también una
propuesta: que la escuela se asuma como la gran ocasión para que todos los que vivimos
en este país —cualquiera sea nuestra edad, nuestra condición, nuestra circunstancia...—
lleguemos a ser lectores plenos, poderosos. La lectura no es algo de lo que la escuela
pueda desentenderse."
Estas son las palabras iniciales del cuadernillo escrito por Graciela Montes en el
marco del Plan Nacional de Lectura del Ministerio de Educación.
Basta entonces leer una página de este cuadernillo para que acostumbradas
representaciones sobre la lectura y los lectores se derrumben. Los "no lectores", los "poco
lectores" no existen, leer las palabras es sólo una parte, una continuidad de esa otra lectura
más amplia e inevitable: la lectura del mundo. Un niño muy pequeño, cualquier individuo
es un lector eficiente aún cuando no haya aprendido aún a descifrar las letras.
La escuela será la que pondrá en contacto a este "lector oral" con lo escrito. De este
modo será la escuela la encargada de familiarizar a la persona con la cultura escrita,
con "ese registro de memoria de la sociedad" . Se trata por lo tanto de un nuevo desafío
para el lector, el de descifrar las letras, pero "los significados seguirán siendo sus
elaboraciones personales, el sentido será siempre una conquista personal y él mismo será
protagonista, alguien que, al leer, queda implicado en su lectura".
Leer entonces es buscar, producir sentidos y ésta es una actividad personal, única y
comprometida de cada lector. ¿Cuáles son las implicancias de esta afirmación
aparentemente tan sencilla en el contexto de una práctica de lectura escolar?
"La del lector es una postura única, inconfundible, que supone un cierto
recogimiento y una toma de distancia, un 'ponerse al margen' para, desde ahí, producir
observación, conciencia, viaje, pregunta, sentido, crítica, pensamiento.
Y es la escuela, nos dice Montes, el ámbito más propicio para dar ocasión a esta
actitud lectora. Aceptar que no hay dos lecturas iguales de un mismo texto, abrir el espacio
a las múltiples lecturas generadas por cada uno de los lectores, permitir un ámbito de
discusión, de intercambio, formar parte de una "comunidad de lectura" en el aula implica
modificaciones muy profundas en las habituales prácticas escolares. Cambios en las
prácticas que requieren cambios en las representaciones tanto de la lectura como de los
lectores, de la literatura y de su lugar en la escuela.
"¿Qué puede hacer la escuela con la lectura? ¿Qué papel puede desempeñar en el
auspicio de los lectores? (…) Y, si hay algo 'enseñable' en esta experiencia de la lectura,
¿qué es? ¿Cuál es el papel del maestro, del bibliotecario, del profesor? ¿Cómo
intervienen? ¿En qué escenas de lectura se piensa?"
Aceptar que no somos los "dueños del sentido" de un texto y que por lo tanto no se
trata de transferir nuestra lectura a los alumnos; que ni siquiera es posible llevar un control
"fehaciente y minucioso" como se pretende a menudo de sus lecturas personales, supone
rever y poner en crisis muchas de las prácticas de lectura escolar. La escuela, dice Montes,
tiene el deber de propiciar un lugar, un tiempo específico para leer. Dar lugar a las más
diversas maneras de leer, y recuperar, poner el énfasis en la "comunidad de lectura" que
supone la comunidad del aula. En la tarea del docente la selección de los textos no ocupa un
lugar menor y esta selección debe apoyarse en la confianza en sus lectores.
"El maestro se mantendrá atento y curioso a lo que está sucediendo: "¿cómo están
entrando esos lectores al texto que él eligió para esa ocasión?, ¿con qué herramientas?,
¿con qué destrezas?, ¿siguiendo qué tradiciones, qué reglas? "
Un registro de una escena de lectura, en el cual una docente lee con sus alumnos el
cuento "A la deriva" de Horacio Quiroga, permite a Montes dar cuenta del papel
fundamental del maestro en este encuentro entre los lectores y los textos. La escena en un
séptimo grado, es un ejemplo, dice la autora, del trabajo artesanal con el texto, de "este
aguzar las antenas frente a él, este darse cuenta de que las elecciones de quien lo puso por
escrito —de quien 'inscribió' sus sentidos— tienen sus consecuencias." Los alumnos
descubren y se preguntan por las consecuencias de sentido de las decisiones, de los
procedimientos puestos en juego en el texto. Las diversas opiniones emitidas por los
alumnos dan cuenta de que estos procedimientos de escritura generan sentidos, pero que
estos resuenan de forma diferente en cada lector. El docente escucha, guía, acompaña,
invita y permite que sus alumnos hablen de sus lecturas.
Enseñar a leer entonces no es enseñar la lectura del docente, sino enseñar a buscar y
a construir los sentidos personales frente al texto, enseñar a los lectores a construir sus
propias lecturas.
"A lo largo de muchas lecturas compartidas, eligiendo a veces bien y otras veces no
tan bien, escuchando lo que tienen para decir los lectores, dándoles la palabra,
permitiendo también que le pongan voz al texto, comentando, releyendo, haciéndose
preguntas, acotando remitiéndose a otros textos, cruzando hallazgos, hipótesis, fantasías,
el maestro habrá estado contribuyendo a la formación de una sociedad de lectura."
Esta sociedad de lectura del aula es un punto de partida. La historia del lector, que
comienza mucho antes de la escolarización y se confunde con su vida más allá de sus
estudios es, señala Montes, "una historia sin fin".