La Vendee Americana (II) - Las Guerras de Pasto - Edgar Bastidas Urresty
La Vendee Americana (II) - Las Guerras de Pasto - Edgar Bastidas Urresty
La Vendee Americana (II) - Las Guerras de Pasto - Edgar Bastidas Urresty
LOGO DE H U M A N ID A D E S
No. 6 JU N IO 1973
U N IV E R S ID A D DEL VALLE
CALI-COLOMBIA
LA V E N D E E A M E R IC A N A
(y h)
Por esta mansedumbre de corazón, por este claro sentido del or
den, se le ha considerado al pastuso como un ente un poco extraño,
algo lerdo y un tanto tímido, sobre todo cuando permanece callado
(aunque interiormente sonríe) ante la garrulería estentórea de las
gentes de otras latitudes. Para el pastuso, la paz es una forma de la
libertad, porque dentro de aquella la acción se desenvuelve sin pe
ligros. La guerra, la violencia, son la negación, la supresión de la
libertad .
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Por eso el Ayuntamiento de Pasto, per si o por medio del jefe de
la plaza decíales a Bar ay a, Caicedo, Macauley, Nariño y al Liberta
dor: “Déjennos en paz. Vuélvanse a Popayán tranquilamente''. Pero
el libertador era un personaje impetuoso y arrogante. No toleraba re
sistencia, ni admitía el fracaso, porque de haber esperado unes días,
la batalla de Pichincha habría sido bastante para que Pasto cayera,
como fruía madura, en poder de Bolívar. Pero es que Bolívar, des
pués de sus gloriosas jornadas en Boyacá y Carabobo, había dirigido
sus pensamientos hacia el sur. El seductor ejemplo de Napoleón, ese
Napoleón fulgurante de Austerlitz y los cien días, perturbaba las
mentes americanas. Bolívar pensaba justamente que si el gran corso
era un formidable sojuzgador de nacionalidades, él, en cambio, pe
leaba por la libertad de un mundo sojuzgado. Aunque el escenario
fuera diferente: Europa con milenios de histeria elaborada con san
grientas luchas religiosas, raciales, territoriales, de castas monárqui
cas o feudales, América en cambio, ingresaba a la historia guerrera
tras una larguísima etapa de paz impuesta por Europa.
Ahora que Bolívar decidía acometer la libertad del Ecuador y
del Perú, vacilaba entre seguir a Guayaquil o pasar a Quito por la
vía terrestre. Pero tenía que derrocar la muralla de Pasto (1). Re
sueltamente organizó un ejército de más de tres mil hombres, forma
do por veteranos de numerosas batallas. Llevó consigo a los mejores
generales y coroneles. Pedro León Torres, París, Valdés, Antonia (li
bando, Salom, Manuel Antonio López y el ex-realista José María O-
bando ,recién convertido a la causa patriota. Los mejores batallones
de que disponía la república: Rifles, Bogotá, Vargas, Vencedor y 400
hombres de caballería.
La marcha hacia Pasto ,como en ocasiones anteriores, se vio afec
tada por las enfermedades, el calor sofocante, los caminos escabro
sos y la hostilidad de los patianos. Al aproximarse a Pasto, el ejército
se había reducido a unos 2.400 hombres, en buenas condiciones para
combatir. El 25 de marzo (1822) atravesó el Juanambú, por el paso
de Burreros. El general Santander no era partidario del ataque a
Pasto y trató de disuadir al Libertador de tai empeño. Su criterio,
formado desde mucho antes, era el de que “La ocupación de ese país
es más bien obra de la inteligencia que de la intrepidez. ..E l Jua
nambú es la verdadera Termopilas de Cundinamarca”. El 25 de fe
brero le escribía al Libertador: ‘Nos quedan otra vez el Juanambú y
Pasto, el terror del ejército y, es preciso creerlo, el sepulcro de los
bravos, porque 36 oficiales perdió allí Nariño, y Valdés ha perdido 28
que no repondremos fácilmente. Resulta, pues, que usted debe tomar
(1) La confianza de los pastusos en el éxito feliz de sus empresas militares no ha
bía disminuido, a pesar de los reveses realistas en Boyacá y en toda la Nueva Gra
nada. A la acción victoriosa de Genoy vino a agregarse la noticia de que las milicias
de Pasto habían derrotado el 12 de septiembre (1821) a las fuerzas del General Su
cre en la Batalla de Guachi, cerca de Ambato. Cuando la caballería realista estaba
ya en desbandada, los pastusos cargaron sobre los independientes, saliendo de entre
unos bosques, y ocasionaron pérdidas p or. más de quinientos hombres al ejército de
Sucre. Le que admira es cómo era posible que la provincia de Pasto tuviera hombres
para atender varios frentes de guerra.
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en consideración las ideas de Sucre y abandonar el propósito de lle
var ejército alguno por Pasto, porque siempre será destruido por los
pueblos empecinados, un poco aguerridos y siempre victoriosos”.
(Cita del doctor Sañudo).
(2) N o nos detenemos a referir la gallarda actitud del General Pedro León To
rres en Bomboná cuando se sintió ofendido por la represión del Libertador ante el
fracaso del ataque que Torres dirigía, ni mencionamos la hábil y honrosa nota con
que el Coronel García devolvió las banderas tomadas a los batallones patriotas du
rante la batalla. Ambos episodios son bastante conocidos.
Los historiadores de Bolívar han considerado esta batalla como
una victoria de él. El doctor Sañudo con abundancia de pruebas, ha
demostrado que la victoria fue de los realistas. Se nos antoja que,
en vista de los resultados, no hubo victoria alguna, sino un empate.
Algo así como una partida de ajedrez que termina en tablas. No es
este un caso aislado. En la historia de las guerras se encuentra mu
chos casos como éste. Batallas que dan lugar a un armisticio, o a una
“expansión” como la de Manizales, entre Mosquera y el Jefe gobier
nista.
Vino un cruce de notas muy hábiles entre Bolívar y García,
después de las cuales aquel se vió obligado a retroceder hasta el Tra
piche (hoy Bolívar, Cauca), donde llegó el 20 de mayo. Den Basilio,
por su parte ,emprendió la organización de la defensa, pues sabía
que el Libertador esperaba refuerzos para volver sobre Pasto, tarde
o temprano. Y se dedicó a reclutar gentes para armarlas. Pidió re
fuerzos y municiones a Quito. Y a las autoridades de Pasto una esj
trecha colaboración para el reclutamiento de tropas. Porque ocurre
que los pastusos son unos milicianos de condiciones sui-géneris. No
aceptan la vida de cuartel, ni los ejércitos de adiestramientos, ni quie
ren abandonar el hogar. Toman la guerra como si fuera un deporte
y acuden a los combates con la seguridad del triunfo, porque no ce
jan hasta conseguirlo. Tienen a su favor el terreno, admirablemente
aprovechado per conocido, pues da la circunstancia de que los com
bates han tenido efecto en la ciudad o en sus proximidades. No acep
tan uniforme, pues creen ponerse en ridículo al usarlo. Se llevan las
armas a sus casas y las esconden para sacarlas en el momento opor
tuno. Lc-s jefes españoles se quejan a la superioridad de Quito de
estas irregularidades difíciles de corregir. Habitualmente los chuanes
del sur se entregan a la vida agrícola, pastorial y artesanal. Pero en
cuanto los espías situados en el Juanambú, dan la alarma ante la pro
ximidad del enemigo invasor, suenan las campanas a rebato, redo
blan los tambores y los cuernos rugen en las colinas cercanas. El
pueblo acude a la Plaza Mayor, en donde los cabildantes, los clérigos
y los nobles convocan a la pelea. El día y la hora señalados entran los
paisanos a los cuarteles, portando sus armas. No atienden órdenes
superiores sino que se agrupan en las compañías por familias, por
veredas, por profesiones, antes que por razones de organización mi
litar. Salen los batallones de milicias. Detrás van las mujeres y los
muchachos conduciendo las municiones de boca (el avío o fiambre),
la chicha de maíz y el aguardiente que sirve para entonar el ánimo
cuando empieza la pelea. Apenas esta termina los milicianos y sus
mujeres se vuelven a la ciudad, sin atender órdenes, ni voces de
mando. El pastuso es, primero que todo, perfecto padre de familia y
hombre de hogar.
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Muchos días estuvo el Libertador privado de contactos con Bo
gotá y con Sucre, especialmente. Las guerrillas obstaculizaban las
comunicaciones. Cuando, al fin, recibió auxilios en hombres, armas y
dineros, enviados por el gobierno de Bogotá, Bolívar intimó rendición
o capitulación al Coronel García y luego le envió a su Secretario
José Gabriel Pérez para que discutiera en Pasto las, bases del con
venio. La ingeniosa ocurrencia del Libertador tuvo un éxito feliz,
pues don Basilio, a tiempo de llegar el comisionado Pérez, había re
cibido la sorpresiva y terrible noticia del desastre realista de Pichin
cha y la caída de Quito en poder del General Sucre. La exigencia del
Libertador era, pues, una coyuntura que se debía aprovechar lo me
jor posible.
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ocupando un asiento especialísimo en el coro de la iglesia (Bucara-
manga) . Mientras el sacerdote oficiaba, el Libertador leía un tomo
de la Biblioteca americana.
La fe de los creyentes le merecía conceptos como éstos: “su cre
dulidad y su ignorancia hace de los cristianos una secta de idóla
tras. Echamos, pestes contra los paganos porque adoraban estatuas,
y, nosotros, qué es lo que hacemos? No adoramos lienzos mal emba
durnados, como la tan reputada Virgen de Chiquinquirá, que es la
peor pintura que yo haya visto, quizá la más reverenciada del mun
do y la que más dinero produce? Ah sacerdotes hipócritas e ignoran
tes”. “No puedo recordar sin risa y sin desprecio el edicto en que
me excomulgaron, a mí y al ejército, los gobernadores del arzobis
pado de Bogotá, doctores Rey y Duques el día 3 de diciembre del
año 14, afirmando que yo venía a saquear las iglesias, a perseguir los
sacerdotes, a destruir la religión, a violar las vírgenes y a degollar
los niños y los hombres” .
Entre los datos que trae el discutido Diario de Bucaramanga, se
encuentra aquel que asegura que el Libertador, durante su perma
nencia en París había ingresado a una de las sectas masónicas. Pe
ro después la abandonó considerándola ridicula.
Afirmaba respecto del alma: “Según el estado actual de la cien
cia no se considera a la inteligencia, sino como una secreción del
cerebro. Llámese este producto alma, espíritu, inteligencia, poco im
porta” .
Como era un soñador y visionario, menciona en sus cartas con
frecuencia a Napoleón. Habla de su Código Civil con notable admi
ración. Bolívar lo citaba como un modelo digno de imitarse. Estuvo
en Roma y de la misma manera que Cola de Rienzo, quiso parecerse
a los proceres que dominan a Roma desde las siete colinas. El Aven-
tino le hizo soñar con un gran continente o una o varias grandes na
ciones libertadas por él. En la dirección de este gran objetivo estu
vieron sus actos y ademanes.
El libertador escribía a Santander: “Lo hago lleno de gozo, por
que a la verdad hemos terminado la guerra con los españoles y ase
gurado para siempre la suerte de la República. La capitulación de
Pasto es obra afortunada para nosotros, porque estos hombres, son
los más tenaces, más obstinados. Y lo peor es que su país es una
cadena de precipicios donde no se puede dar un pase sin derrocar
se. Cada posición es un castillo inexpugnable y la voluntad del pú
blico está contra nosotros” . Al final de esta carta dice: “El Coronel
García se va, con algunos jefes y oficiales, hasta el 13. Este señor
se ha portado muy bien en esta última circunstancia, y le debemos
gratitud, porque Pasto era un sepulcro nato para nuestras tropas. Yo
estaba desesperado de triunfar y sólo por honor he vuelto a esta cam
paña” .
El Libertador trató a la ciudad con la más exquisita gentileza,
conservando en sus cargos a las autoridades existentes. Y luego par
tió hacia Quito, a proseguir su obra libertadora.
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REBELION DE BOVES — SAQUEO Y RUINA DE PASTO
Entre tanto Boves recorría los pueblos desde Tulcán hasta Pas
to, imponiendo su autoridad en nombre del rey, y recaudando con
tribuciones para la campaña.
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paldo de los presbíteros Sañudo, Gabriel Santacruz y Martín Torres,
aceptó el cargo de Capellán de las tropas realistas y declaró públi
camente' que la excomunión era ilegal e injusta porque se habían
pretermitido las disposiciones canónicas del Santo Concilio de Tren
to. El Coronel Merchancano elaboró una lista de contribuyentes, en
cabezada con el nombre del Vicario Rosero, el excomulgador, y cua
tro sacerdotes más, todos pudientes. Estos respaldaban al Vicario no
sólo en las excomuniones, sino que pedían la suspensión del padre
Troyano y sus amigos. Este cura se reía a carcajadas de la excomu
nión y redactaba una satírica carta en la que mencionaba a “ciertos
clérigos hijos de Pasto, que le cargaron la vara de pallo a Bolívar..
Boves, desde su cuartel de Moechiza, envió un mensaje al clero de
Pasto rogándole contribuir para la defensa de los derechos del Rey.
Al final escribe: “Nuestro Ejército ha sabido arrollar con intrepidez
la audacia del jacobinismo... Apelo a la parte crecida y sana de
aquel vecindario para que entone sus cantos e himnos de alabanza
al Dios de los Ejércitos y a nuestra Divina Generala Señora de Mer
cedes, en medio del coro de los Ministros del Santuario”.
Los padres de familia van por las ventas buscando el regalo que
el Niño Jesús traerá a los chicos, cuando al dormirse dulcemente,
colocan el sombrero bajo de la cama, seguros de que el Niño Jesús
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no faltará con su maravilloso y sobrenatural regalo: los dulces, las
colaciones, las espumillas, los suspiros, los bizcochuelos, las mante
cadas, los alfajores, alguna muñeca de trapo o alguna barata prenda
de vestir. En el hogar flotará un cálido olor a empanadas, tamales
y buñuelos con miel. Las fiestas navideñas sólo concluyen el siete de
enero, del año siguiente, tras las despedidas de año viejo, la recep
ción del nCfevo. El cinco de enero estalla una orgía entre la multitud
pintada de negro hasta quedar irreconocibles los rostros. Se baila en
calles y plazas una danza fantástica, casi bárbara, en que andan
unidos el amor, la locura, y las carcajadas. El seis es la explosión del
color blanco. Talcos, harinas y perfumes que se vacían sobre todas
las cabezas, convirtiendo a las gentes más serias en payasos. Por las
calles van lujosas carrozas, jinetes y comparsas a pié. Se busca re
sucitar la fábula, el mito, el cuento infantil, la historia pintoresca,
la sátira y la geografía inverosímil. Cien artífices de la pintura y de
la escultura se disputan los generosos premios donados por las au
toridades.
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. ; Entonce? ocurrió que la Nochebuena pastusa se transformó en*
noche de horror y espanto. El historiador López Alvarez dice· “Ocu
pada la ciudad, los soldados del batallón Rifles cometieron todo gé^
ñero de violencias. Los mismos temples fueron campo de muerte» En
la iglesia matriz le aplastaron la cabeza con una piedra al octogena
rio Galvis, y los de Santiago y San Francisco presenciaron escenas,
semejantes”. El General José María Obando cuenta “No sé cómo pu
do caber en un hombre tan moral, humano e ilustre como Sucre el:
entregar aquella ciudad a muchos días de saqueo, de asesinatos y
de cuanta iniquidad es capaz la licencia armada. Las puertas de-los
domicilios se abrían c on la explosión de los fusiles para matar al pro
pietario, al padre, a la esposa, al hermano y hacerse dueño el brutal
soldado de las propiedades, de las hijas, de las hermanas, de las es
posas. Hubo madre que en su despecho saliese a la calle llevando
su hija de la mano para entregarla a un soldado blanco, antes que
otro negro dispusiese de su inocencia. Los templos fueron también
saqueados. La decencia se resiste a referir por menor tantos actos
de inmoralidad ejecutados en un pueblo que de boca en boca ha
transmitido sus quejas a la posteridad”.
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pastusos de los 1.500 que fueron deportados a Guayaquil y que ha
bían logrado escapar. La orden del Libertador de “eliminar” a todo
pastuso se cumplió inexorablemente.
El 12 de julio del año 23 apareció por las faldas del volcán Ga
leras la hueste que comandaba el valeroso e irreductible Agustín A-
gualongo, una brava y numerosa tropa de campesinos armados úni
camente de palos y machetes. Pero fué tal la vioenlcia y el arrojo de
estas enfurecidas y vengativas gentes que en breves momentos fue
desbaratada la infantería patriota. Los pastusos no hicieron caso de
las balas, lanzándose ciegos a la pelea cuerpo a cuerpo. Sabían que
iban a la muerte o a la victoria. La caballería de Flórez, atascada en
el estrecho camino de San Miguel, fue tomada a estacazo limpio y huyó
sin parar hasta la banda derecha del Juanambú, a cincuenta kilómetros
al norte de Pasto.
63
m ujeres... Ahora es tiempo, fieles pastusos, que uniendo nuestros co
razones, llenos de valor invicto, defendamos acordes la Religión, el
Rey y la Patria”.
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devolver los cuerpos a la tierra que los nutrió y a la que retornan
en espera de la vida eterna.
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zos. La situación de Agualongo se hizo insostenible. Carecía de todo
y su inferioridad ante el enemigo era muy grande. Abandonó la ciu
dad y se refugió en los alrededores. Flórez procedió a instalarse or
ganizando las defensas de la ciudad.
Pues bien: el desaliento del pueblo realista era total, toda espe
ranza de reacción parecía perdida. Pero Agualongo nunca se daba
por vencido. Seguro de la inutilidad de un nuevo ataque sobre Pas
to, volvió sus oios a la Costa. Reuniendo unos trescientos hombres,
medio armados, dirigióse Patía abajo con destino a Barbacoas, a tra
vés de una zona montañosa poblada de insectos y mosquitos porta
dores de la fiebre amarilla y la malaria en todas sus formas. El asfi
xiante calor y las lluvias intermitentes (una densidad pluviométrica,
de las más altas del globo) hacían mella en el organismo de los se
rranos, habituados a un clima primaveral y fresco.
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venero, al que se bautizó con el nombre de “Cargazón”, en donde
dizque se recogía, sin esfuerzo alguno, oro por toneladas.
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sagrados y las joyas para ponerlas a salvo. Cuando ardió el templo
el estrépito fue mayúsculo.
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y democráticos. Hoy, ese monopolio se complementa con el de fa
milias que mueven las actividades bancarias, financieras e industria
les que acumulan un crecido porcentaje de las riquezas de un país.
70
abjurara en sus ideas monárquicas a cambio del perdón. Las res
puestas que dió sólo sirvieron para avergonzar a sus antiguos com
pañeros y animadores intelectuales. Dijo que había jurado ante el
Santísimo servir a la causa de España y de su Rey. Adivinamos la
sonrisa en los labios de millones de perjuros que hoy le dan al jura
mento un valor insignificante. Igual fue la respuesta de sus compa
ñeros. El doctor Ortiz termina así su libro: “Pidió que no se lo ven
dara, porque quería morir cara al sol, mirando la muerte de frente,
sin pestañear, siempre recio, como su suelo y su estipe. Y se le con
cedió. Y cuando a la voz de FUEGO, las balas destrozaron les cuer
pos de los últimos defensores de España en América, salió terrible,
de los pechos abatidos, ccmo un trueno, el grito de lealtad y de gue
rra “VIVA EL REY” .
71
Obando y López habían insurreccionado todo el Cauca contra
Bolívar, acusándolo de dictador y de tirano. Estos generales cortaron
las comunicaciones entre Bogotá y Quito. En una situación muy de
licada, de orden internacional, la actitud de los dos jefes caucanos
estaba próxima a un caso de traición. El 12 de octubre lanzó una
proclama Obando, que, entre otras cosas decía: “La poderosa Perú
marcha triunfante sobre ese ejército de miserables (los colombianos).
El Perú, triunfante de Bolivia y de Colombia, viene a proteger nues
tro lanzamiento”. Algo más: Al pueblo y los campesinos de Pasto
les aseguró que, si lograba derrotar a Bolívar, juraría de nuevo a
Fernando VII. Así lo afirman los historiadores Groot y Posada Gu
tiérrez. A actos de esa naturaleza se les dá el nombre de felonía.
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su análisis de la situación en un escrito que tituló “Una mirada sóbre
la América Española”. Allí se hace notorio el arrepentimiento de lo
hecho por él. La ingratitud de los peruanos para con Colombia, de
los colombianos para con él. En fin, toda una letanía del desencanta
y la desilusión.
73
do su nostalgia de la guerra, con su sable y su uniforme deteriora
do Así como los burócratas de hoy viven del sueldo sin trabajar, así
aquellos veteranos deseaban mandar y ganar mucho sin trabajar
también. Pretendían que se les obedeciera; que se les rindieran ho
nores y se les saludara con muchísimo respeto. En cambio, los civi
les, se burlaban, o se fastidiaban ante la pretensión ignara de los
veteranos.
74
tardanza desde Popayán, por intermedio de su secretario Espinar,
■dando un nó rotundo a las propuestas que se le hacían, donde iba
envuelta también la idea de que Bolívar asumiera el gobierno vita
licio, para ser reemplazado, a su muerte por un príncipe. Algo se
mejante a lo que hoy ocurre en España.
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vicios que le había prestado para conseguir su independencia, y que
los pueblos estaban acostumbrados a obedecerle. Creyeron, pues, al
gunos resolver el problema estableciendo: Que se adoptara en prin
cipio la monarquía constitucional en Colombia; y que Bolívar, mien
tras viviera, mandase en ella con el título de Libertador Presidente;
pero que desde ahora se llamase a un Príncipe extranjero a suce-
derlo, quien sería el primer rey, y hereditario el trono de sus des
cendientes. En cuanto a la elección del Príncipe, pareció a algunos
que sería acaso lo más convenientes escoger de la familia reinante
en Francia, entre los hijos del Duque de Orléans”.
76
En 1.828, el concepto del Libertador acerca de los Generales
López y Obando era el siguiente:
77
ca y especialmente en Pasto, Obando y López. Así se vio a los tres,
generales inculpados del asesinato de Sucre comer en el mismo pía*
to y darse el abrazo del perdón por sus mutuas inculpaciones. Y así
se les vio en adelante guerrear sin descanso, a todo lo largo de sus
vidas, tras el poder, sin importarles la ruina y la miseria de los
pueblos recién liberados, ni el descrédito del país ante el mundo·
civilizado. Sin embargo, hay muchos que consideran a estos genera
les como proceres de la nacionalidad...
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te hacían temer una sangrienta guerra entre los pueblos hasta enton
ces tenidos como hermanos.
79
res pastusos se adelantaron —dice el general Posada Gutiérrez, se
gundo jefe del ejército granadino— a anunciar nuestra próxima entra
da a la ciudad y a preparar los repiques de campanas, los cohetes y
el refresco, cosas de rigor para la recepción de los ejércitos victo
riosos.
Asi terminó, por fortuna para ambos países este que si no fue
encuentro militar entre dos pueblos hermanos, fue un hecho que
evitó un inútil derramamiento de sangre, en una época en que ya
había corrido demasiada; en una época dolorosa de destrucción, de
miseria y de enfermedades. La entrada a Pasto tuvo lugar el 22 de
septiembre de 1.832.
80
en Pasto poseían. Que no eran pocos. Los frailes que quedaban en
Pasto eran pocos, puesto que algunos fueron muertos por los patrio
tas y otros huyeron o fueron expulsados. Los que quedaban eran
ecuatorianos o pastusos.. Ya habíamos dicho que Pasto fue, durante
largo tiempo, una rueda loca en cuanto a la administracin civil co
mo en lo eclesiástico. Esta situacin facilitaba, en cierta manera, las
ambiciones caudillistas de hombres como Obando, López, Flórez y
Mariano Alvarez, quienes, a favor de esa confusión mantenían el país
en constante situación de revuelta. Los pastusos, a su vez, se habían
adaptado a este nuevo estilo de guerrillas y de permanente zozobra.
Otros trataban de mantener así cierta autonomía que les permitía
desobedecer órdenes cuando venían de Quito, porque decían perte
necer al gobierno granadino y depender también del Obispo de Po
payán. Y cuando los mandatos venían de Bogotá a Popayán decían
que esta provincia dependencia del gobierno civil o del obispo de
Quito.
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Saberse en Pasto lo determinado por el Congreso de Bogotá y
salir el Coronel Mariano Alvarez, Fidel Torres y otros guerrilleros
a alborotar al pueblo fue obra inmediata. Estos fieles amigos del ge
neral Obando entraron en acuerdo con los frailes y el pueblo todo se
trasladó donde el P. Villota a requerirlo para que explicara su po
sición. No aceptamos, decían, que el gobierno civil se entrometa en
asuntos que son privativos de la iglesia. Cómo se iba a arrebatar sus
bienes a los conventos para que los frailes tuvieran que salir a ejer
cer la mendicidad? Por qué se les arrebata sus bienes para dedicar
los a obras públicas y evangelización del Putumayo? Por qué se
quería expropiar violentamente sus bienes a los conventos, con el
pretexto de destinarlos a otras obras educativas? Y hé aquí que el
Padre Villota monta a caballo empuñando el estandarte de San
Francisco y, seguido de millares de hombres y mujeres inflamados
en ira santa, recorrió la ciudad instando a los fieles a desconocer la
ley injusta.
82
sión a Pasto para que se entendiera con Alvarez y el P. Villota, a
fin de convencer a estos para que acataran la ley y se sometieran.
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go invisible y disimulado. Su sentido religioso hace que en cada
grupo de casas construya una iglesia donde va un sacerdote a cele
brar una fiesta independiente de las de otras veredas. Estas nume
rosas iglesias, con sus altas torres alzándose sobre las colinas le dan
al paisaje del valle de Atriz un aspecto pintoresco que pocas regio
nes ostentan. Los pueblecillos que están al pie son los que mejor se
destacan.
84
y bajo el supuesto de que la ,negociación no debía celebrarse hasta
que la Provincia de Pasto estuviese perfectamente tranquila” . Equi
valía a ceder las dos terceras partes de lo que hoy constituye el de
partamento de Nariño a cambio de pacificar la comarca. El otro
párrafo de la misma biografía se lee “Mosquera hizo también, por
su parte, privadamente a Flórez,.en una entrevista que él tuvo en
Ibarra, las mismas promesas de Herrén con respecto a límites”. En
otro lugar se cuenta que Mosquera opinaba que lo mejor sería salir
de ese quebradero de cabeza de Pasto, entregándolo al Ecuador. Y
los mismos historiadores agregan, por su cuenta que “Pasto era un
cáncer para la paz de Colombia”. Pasto no era el cáncer. El cáncer
lo eran aquellos ilustres generales Mosquera, Herrén, Obando, Ló
pez, empeñados en tomarse el poder por medios militares, antes que
por recursos de orden pacífico. Pasto era el trampolín para saltar
Obando sobre el centro del país, sobre sus enemigos; el clan de los
Mosquera que le perseguía sin darle cuartel.
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se pronunciaban por su anexión al Ecuador. Túquerres lo hacía en
forma irrevocable. Pasto con una reserva. Barbacoas y Tumaco resis
tieron a las presiones de Flórez, negándose a firmar papeles seme
jantes. Las actas de Pasto y Túquerres fueron celebradas en Quito
con salvas de artillerías, repiques de campanas, iluminación general
de la ciudad y corridas de toros. El gobierno de Quito sancionó la
anexión por medio de un decreto. En Pasto, las autoridades que no
inspiraban confianza plena a Flórez, fueron reemplazadas por otras
más dóciles. Porque la verdad, la mayor parte de la población se
había negado a firmar las actas de anexión. “Pronunciamiento” se les
llamaba. Como Flórez impuso cuotas para el sostenimiento del ejér
cito ecuatoriano, la ciudadanía presentó resistencia a esa medida.
86
de la Revolución en todo el país. Flórez se trasladó a Pasto y allí
tuvo lugar una recepción extraordinaria a los jefes gobiernistas ,he
cho que refiere en sus amenas Memorias del General Posada Gutié
rrez. Flórez insistió en el cumplimiento de las ofertas que se le ha
bían hecho por Mosquera y Herrón acerca de la línea limítrofe
Guáitara, Patía, quedando para el Ecuador toda la región al sur
de estos ríos. El jefe ecuatoriano tuvo que convencerse, tras largas
discusiones, de la inutilidad de sus esfuerzos y de la versatilidad de
Mosquera. Al fin se celebró una “esponsión” el 3 de noviembre de
1.841, mediante la cual Flórez debía volverse al Ecuador, luego de
reconocerle los gastos hechos por su ejército y dejando libre, para
Colombia, las regiones que había ocupado.
87
Cuenta que “dadas gracias a Dios y agua a las manos” como era
usanza allá, Flórez insistió en la necesidad que tenía el Ecuador de
la frontera del Guáitara para asegurar su existencia. Mosquera pro
metió ocuparse del asunto, pero juzgaba conveniente consultar la vo
luntad de los habitantes.
LA BATALLA DE TULCAN
88
pienso lo mismo y siempre pensaré de la misma manera”. Y como si
yo hubiera sido culpable de aquella indiscreta revelación, el general
Mosquera se volvió contra mí, abrió la puerta y me despidió con
desprecio” .
Era este señor Zarama uno de eses caballeros pastusos rectos,,
sensatos y cabales en todo sentido, como pocos se encuentran ahora
por estos trigos de Dios, El general Mosquera pedía permiso al con
greso de Colombia para aceptar el grado de general de División que
le ofrecía Flórez. Zarama se levantó y pronunció un enérgico dis
curso en la Cámara contra Mosquera; denunció los intentos secesionis
tas del aspirante al generalato ecuatoriano y el permiso le fue negado
a Mosquera.
B9
a Arboleda. Ocupó a Popayán, derrotó a distintos cuerpos de tropa
enviados por Mosquera y su situación había mejorado. Los generales
Zarama y Eraso retornaron al sur para atender al gobierno y defensa
de la comarca.
90
E l parte oficial del ejército de Arboleda es el siguiente: “Día 31,
El ejército se dirigió en cinco columnas así: La primera la más nu
merosa, se puso a las órdenes del Coronel José Antonio Eraso y esta
ba formada de los batallones Timbío, Primero de Pasto y compañía
de Guaitarilla. Esta columna debía flanquear por nuestra izquierda
evitando los fuegos del enemigo, y ocupar, en el menor tiempo posi
ble, la cima de la colina que estaba entre la ocupada por el enemigo
y el pueblo de Tulcán, donde se hallaban las reservas de dicha fuer
za. Ocupada esta colina, las otras tres columnas debía abrir simul
táneamente los fuegos al par que ésta. La segunda columna se puso
a órdenes del coronel José Francisco Zarama, y constaba del Bata
llón Tercero de Pasto y de 88 hombres del Segundo del mismo, de
biendo atacar esta por nuestro flanco izquierdo. La tercera columna
:se puso al mando del general Jacinto Córdoba, constaba esta de los
batallones Segundo y Tercero de Línea, de Los Verdes (llamados así
porque usaban uniforme verde) y del Corena. Debían atacar por el
centro. La cuarta columna, compuesta del resto del Segundo de
Pasto, del Pamplona, del Boyacá, del Laguna y veinte lanceros, se
puso a órdenes del coronel Silvestre Escallón, debiendo atacar a re
taguardia de la Primera por nuestra derecha. La quinta columna,
compuesta del Zulia, escuadrón Neira y algunos individuos sueltos,
se puso al mando del Jefe de Estado Mayor Félix Monsalve (Gene
ral) y debía quedar de reserva.
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no, acompañado de cinco valientes, cargó con intrepidez per el calle
jón hasta donde estaba nuestro centro y se abrió paso entre el terce
ro de línea, pero deteniéndose, contramarchó, viendo que tres de sus
compañeros quedaban tendidos. Pocos instantes después, cuando el
enemigo empezó a quedar cortado por nuestras columnas, comenzó a
desordenarse. Una carga brusca, ejecutada por la columna del cen
tro, lo puso en derrota, abandonando sus múltiples atrincheramien
tos. Gran parte se retiró por el pueblo y el resto por nuestra ala de
recha haciendo fuego y conservando algún orden. Los que siguieron
al pueblo se parapetaron entre las calles y la plaza de Tulcán donde
se les hizo prisioneros después de media hora de combate”. Habla
luego del apresamiento de García Moreno, quien había decidido en
tregarse para poder luego pactar el cese de hostilidades. La prisión
la hizo el famoso Mayor Rosero (Rapaduro). Termina así: “La ac-
-ión duró dos horas y cuarto. Se tomaron en ella más de setecientos
prisioneros, entre ellos el Coronel Daniel Salvador, Comandante en
Jefe de la fuerza vencida y Ministro de Gobierno del Ecuador; tam
bién cayeron en nuestro poder todos los cañones, pertrechos y ar
mamento que tenía, exceptuando les soldados que escaparon arma
dos. Los coroneles Éraso y Zarama fueron ascendidos a Generales.
Por la tarde del mismo día se mandó una columna a órdenes del ge
neral Eraso a tomar el armamento que había en Ibarra” .
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Este Arboleda era una figura magnífica. Tenía de la Patria un
noble sentido, expresado en aquellos versos que empiezan:
BATALLA DE CUASPUD
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en su cerebro se agitaban las ideas anticlericales, las que ciertamen
te no compaginaban oon las de su vecino el Presidente García More
no, quien proyectaba para el Ecuador un régimen de tipo teocrático,
luego de que fallaron sus intentos para colocar al país bajo el pro
tectorado de Francia. En su diametral oposición de ideas estaba el
germen del próximo choque entre los dos presidentes. García Mo
reno era, a su vez, un hombre valeroso. En un conflicto con el Perú,
en aguas cercanas a Guayaquil, libró, personalmente, un encuentro
naval con barcos enemigos, a los cuales derrotó y puso en fuga, lu
chando en inferioridad de condiciones.
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“Tomás Cipriano de Mosquera, Presidente Constitucional de los
EE. UU. de Colombia, al Excmo. señor Presidente de la República
del Ecuador. Grande y buen amigo: Deseando daros una prueba de la
estimación que tenemos por vuestro Gobierno y por la Nación Ecua
toriana, amiga y aliada de Colombia. Hemos resuelto trasladar tem
poralmente la silla de Poder Ejecutivo al Sur del Estado del Cauca,
para poder ir hasta la frontera y tener con Vos y vuestro gobierno
conferencias concernientes al bien de los pueblos, y tratados que a-
íirmen más las relaciones fraternales de un pueblo dividido en dos
naciones y que jamás dejará de ser uno aunque tengan distintas na
cionalidades. El lo. de junio se pondrá en marcha todo el Poder Eje
cutivo y nos será muy grato saber que os prestáis a la conferencia a
que os invitamos para la más cordial inteligencia y negociaciones que
den el mejor resultado a la prosperidad común. Dado en Rionegro a
15 de mayo de 1.863.— T. C. de Mosquera” .
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3. la frontera, Mosquera le señaló un término de seis días para que
viniera, es decir el tiempo indispensable para que el emisario llevara
la nota a Quito. El término transcurrió sin que el Presidente García
Moreno se moviera de Quito. Las amenazas de Mosquera suscitaron
el patriotismo de los ecuatorianos y en todas las provincias comen
zaron los aprestos y el reclutamiento de tropas para la guerra, que
se juzgaba inevitable.
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Este hecho impulsó al capitán Ramos Patiño a organizar una
•compañía de pastusos que fue a tomar contacto con Flórez. El gene
ral Eraso, a quien vimos combatir en Tulcán al lado de Arboleda
también organizó una tropa que, mientras Mosquera iba por Túque-
rres, ocupó Funes, amenazando la espalda de éste.
Sin eiribargo, ante las noticias de que Flórez venía sobre Pasto
con un gran ejército, mucha gente acudió a las armas en todos los
pueblos. De suerte que ya en vísperas de combate había 4.000 hom
bres y 120 jinetes. Fuera de los dos batallones nombrados, alinearon
los siguientes: El Pasto, 29 y 5® de Vargas: el Cariaco, el Voltígeros, el
Tiradores, el Bogotá, el Guáitara, el Palacé y el Granaderos. Los je
fes eran los generales González Carazo, Bohórquez, Armero (jefe de
artillería con cuatro cañones) Anzola, Pedro Marcos de la Rosa y los
coroneles Vezga, Manuel Guzmán, José Chaves, Miguel Angel Por
tillo, Escárraga, Soto y Castillo. Pero por Decreto de 24 de noviem
bre expedido en Túquerres por Mosquera y su secretario de guerra,
doctor Antonio José Chávez, se hizo una nueva distribución de los
•efectivos así:
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pastusos que fueron enganchados a la fuerza en los ejércitos patriotas
para curarse de la nostalgia de su tierra pastusa, formaron una ban
da que ejecutó el célebre bambuco, al compás del cual las tropas de
la división colombiana que comandaba el general Córdoba, dieron la
carga victoriosa que selló la libertad americana. En las guerras ci
viles del sur, los batallones de Pasto llevaban su banda de músicos.
Sonaba la Guaneña y los combatientes no esperaban otra voz de man
do para lanzarse a la pelea. Hoy en cambio el estrépito infernal de
les bombardeos, los tanques, los lanza-llamas le dan a la guerra una
ferocidad de donde desaparecen el heroísmo, el valor personal, cier
ta nobleza, como aquella de “tirad vosotros primero, señores”.
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Flórez emprendió la retirada. Acudió a protegerlo Flórez ordenando
a la caballería correr a la defensa. Pero la caballería se empantanó
en un terreno cenagoso, donde fue blanco fácil de la infantería co
lombiana. De aquí en adelante todo fue desorden y huida en el ejér
cito ecuatoriano. La división Maldonado ni siquiera alcanzó a entrar
en combate. No hizo más que fugar abandonando las armas.
OBRAS CONSULTADAS
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Sergio Elias Ortiz, Agustín Agualongo ¡y: su tiempo.
100