Una República Católica Dividida. La Disputa Eclesiológica Heredada y El Liberalismo Ascendente en La Independencia - Brian Connaughton

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 64

¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA?

LA DISPUTA ECLESIOLÓGICA HEREDADA


Y EL LIBERALISMO ASCENDENTE
EN LA INDEPENDENCIA DE MÉXICO

Brian Connaughton
U n i v e r s i d a d Au t ó n o m a M e t r o p o l i t a n a - I z t a p a l a p a

S e plantea a menudo que la independencia de México,


consumada en 1821, se dio dentro de un proceso de
concertada oposición nacional a las medidas antieclesiásti-
cas de las Cortes españolas restauradas a partir del 9 de ju-
lio de 1820. Lucas Alamán postuló que la reacción fue más
virulenta, más general y más sostenida que la oposición en
la península Ibérica, que mermó al régimen liberal gadita-
no y eventualmente abrió la puerta a su derrocamiento.1 A
partir de esta visión de unidad nacional mexicana, se han
visto con desparpajo los signos de división en materia ecle-
siástica dentro del imperio de Agustín de Iturbide, primero,
y luego de la República federal a partir de 1824. Sin embar-
go, la revisión de los sucesos de los años iniciales de la vida
independiente sugiere una dinámica radicalmente diferen-

Fecha de recepción: 10 de julio de 2009


Fecha de aceptación: 7 de octubre de 2009

  Alamán, Historia de Méjico, t. v, pp. 24-61.


1

HMex, LIX: 4, 2010 1141


1142 Brian Connaughton

te. Se nota una marcada polarización en los abordajes de


lo eclesiástico dentro de la élite política, misma que no era me-
ramente local o nacional sino que tenía alcances internacio-
nales relevantes. En las Cortes españolas de 1820-1823, con
sus importantes medidas anticlericales, habían participado
personas destacadas, en particular Joaquín Lorenzo Villa-
nueva, que volvieron a incidir en el arreglo de las relaciones
Iglesia-Estado en el país. También lo hicieron otros españo-
les identificados con posturas de cambio y transformación
en las relaciones entre Iglesia y Estado, como Juan Antonio
Llorente. 2 Precisamente esta situación, en la cual México
asumía internacionalmente un papel protagónico en mate-
ria eclesiástica para los países americanos libres y católicos,
contribuyó directamente a impedir que pudiera resolver-
se la cuestión de la firma de un concordato con la Santa Sede
para lograr el ejercicio del patronato eclesiástico por parte
de los gobiernos del México independiente.
En este estudio abordaré un momento decisivo de la con-
frontación de posturas en el seno del Congreso mexicano:
la propuesta de instrucciones para el enviado a Roma for-
muladas el 28 de febrero de 1826 por las comisiones Ecle-
siástica y de Relaciones del Senado de la República. Haré
énfasis en los antecedentes y textos que fueron utilizados
por los legisladores para dar sustento al contenido de las
instrucciones. En términos generales, la exposición que
2
  Para análisis recientes de la carrera de Villanueva (1757-1837) y de
la influencia de Llorente (1756-1823) en México en esta época, véanse
Hamnett, “Joaquín Lorenzo Villanueva”, pp. 19-41 y Nancy Vogeley,
“Lo práctico por lo teórico. Lecciones de París para los americanos en
transición”, presentado en el “Seminario Independiencia y Revolución.
Pasado, presente y futuro”, México, Universidad Autónoma Metropo-
litana, Rectoría General, 18 y 19 de marzo de 2009.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1143

sigue mostrará que los senadores mexicanos estaban inmer-


sos en una cultura católica marcada por profundos con-
flictos entre intereses estatales y eclesiásticos, reflejaban
notoriamente el fortalecimiento de posturas eclesiológicas
regalistas que se debatieron durante el siglo xviii español,
conocían las luchas del liberalismo de las Cortes imperiales
de 1810-1814 y 1820-1823, y estaban decididos a evitar que
el compromiso de México con su fe católica abriera cual-
quier posibilidad de intromisión del conservadurismo de la
Santa Alianza en la nueva nación independiente y compro-
metida con sus instituciones liberales.
Los senadores contextualizaron su propuesta de un ar­
ticu­lado de instrucciones mediante un ensayo introductorio
en torno a la Iglesia católica y el papado. Tanto las conside-
raciones generales como los artículos explícitos propuestos
para las instrucciones generaron un intenso debate nacional
e internacional. No sólo demostraron la gran importancia
otorgada internacionalmente a México, sino que evidencia-
ron la inmersión de la élite mexicana en una discusión trasa-
tlántica en torno a la historia, la estructura y los derroteros
de la Iglesia católica. Mientras el sector de la élite mexicana
representada más elocuentemente por sus obispos y cabil-
dos eclesiásticos defendieron perspectivas que definieron
como seguras y ortodoxas, prominentes políticos como
Juan Bautista Morales, José Sixto Verduzco y Valentín Gó-
mez Farías defendieron posturas que sus contrapartes lla-
maron especulativas o incluso heréticas. Los documentos
impresos como refutación de la propuesta de instrucciones
del 28 de febrero de 1826 asentaron con toda claridad que
México jamás obtendría de la Santa Sede un concordato con
instrucciones de la naturaleza propuesta por el Senado. No
1144 Brian Connaughton

obstante, era poco claro que los autores del dictamen del
Senado quisieran un concordato, o cuando menos que es-
tuvieran dispuestos a aceptar cualesquiera términos de un
acuerdo que propusiera la Santa Sede. En consecuencia, du-
rante los siguientes años el debate en esta materia se agitó en
la república, y Francisco Pablo Vázquez —el representante
mexicano ante Roma, designado desde julio de 1824— no
recibiría sus instrucciones sino hasta el 29 de julio de 1829.3
A pesar de parangonar a México con las “naciones católi-
cas” y declarar cabalmente que era un “Estado católico”, las
comisiones del Senado tenían una visión altamente politi-
zada de las relaciones de los estados civiles con el papado, y
cuestionaban muchos conceptos y prácticas habituales en
las relaciones de la Santa Sede con los soberanos católi-
cos. Expresaban su desconfianza de la curia romana y del
poder que ejercía sobre el Papa. Opinaban que el patro-
nato era inherente a la soberanía por los actos histórica-
mente realizados de fundación de templos, manutención
del culto y protección legal otorgada a las prácticas de la fe.
Repudiaban en general la disciplina contemporánea de la
Iglesia y exigían el retorno a la “primitiva y legítima disci-
plina” anterior a las usurpaciones romanas que denuncia-
ban como sucesos del medioevo. Fijaron su visión de una
línea continua pero aún incompleta de reformismo en la
Iglesia, encomiando el Concilio de Trento (1545-1563), el
Sínodo de Pistoya (1786) y la Asamblea Constituyente (1790-
1791) de Francia resultado de su gran revolución iniciada

3
  AGN, Justicia Eclesiástica, Rocafuerte a Bocanegra, 6 de mayo de
1829, vol. 94, ff. 272-273v.; reproducido en Alcalá Alvarado, Una
pugna diplomática, pp. 305-306.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1145

en 1789. Pues a su entender había que revertir la historia


de usurpaciones romanas y devolver el poder a las iglesias
locales del mundo católico. Los concordatos habían servido
para “arrancarle [a Roma] algunos de los derechos de que
habían sido despojadas las iglesias” pero era necesaria una
resolución más radical. Había que reasumir el derecho de
“elección de pastores”, mismos que debían ser confirmados
por el obispo metropolitano del país.
Se trataba de un paso hacia la recuperación del “gobierno
representativo de la Iglesia” frente a indebidas pretensio-
nes de una monarquía universal regida por el Papa y de
asegurar el nombramiento de “sujetos beneméritos” para
los obispados mexicanos. También debía asociarse con la
disminución de facultades ejercidas por la Santa Sede y
la devolución de poderes canónicos a los obispos locales.
Gozando los obispos de igualdad con el Papa en todo lo que
no fuera el primado de la Iglesia, esa primacía se entendería
exclusivamente como la “jerarquía necesaria para su unidad
y buen gobierno”. A nivel nacional, en el entendimiento de
que la Iglesia estaba dentro del Estado, no podría innovar
en materia de disciplina eclesiástica si sus medidas pudie-
ran “contrariar el bien público”. Por contraste, el Estado
podía intervenir en materia de disciplina con medidas refor-
mistas “si … no exig[ía] sino lo que el mismo poder espiri-
tual puede y debe hacer, y si lejos de ser nocivas son útiles
y necesarias a la religión”.
Los artículos específicos de las instrucciones propuestas
por las comisiones unidas del Senado debían apuntar a “la
reforma radical de grandes abusos” históricos y procurar
una libertad cívico-religiosa que arrasara con las “usurpa-
ciones de la curia”, de la misma manera en que ya se había
1146 Brian Connaughton

acabado con la “tiranía de los monarcas”. Con la convic-


ción de que defendían “la república que fundó Jesucristo”,
las comisiones enunciaron en su articulado la autonomía de
México en materia de disciplina mas no de dogma religioso;
se otorgaron al Congreso general el arreglo del patronato y
las rentas eclesiásticas; reconocieron en el obispo metropo-
litano el derecho de erigir, agregar, desmembrar o restau-
rar diócesis, así como de confirmar la elección de obispos
sufragáneos —mismos que procederían de igual manera
para avalar su elección—, y autorizaron la promoción an-
te la Santa Sede de un nuevo concilio general o ecuménico
de la Iglesia universal. Según los artículos de las instruccio-
nes, “los asuntos eclesiásticos se terminarán definitivamen-
te dentro de la república”, y se obviaba la presencia de un
nuncio papal enviado desde Roma, ya que los extranjeros no
podían ejercer por comisión “ningún acto de jurisdicción
eclesiástica”. Se acudiría a las demás repúblicas ame­ricanas
para promover la gestión de tales artículos de manera colec-
tiva ante la Santa Sede, reservándose el gobierno mexicano
el derecho de promover por sí los artículos que no logra-
ran el consenso apetecido. México reconocería al Papa co-
mo “cabeza de la Iglesia Universal” y haría una “oblación
voluntaria” anual a la Santa Sede de 100 000 pesos.4
A mediados de 1826, fray Servando Teresa de Mier se
propuso comunicar a un amigo en Monterrey el contexto
en que este dictamen fue elaborado. Explicaba que la curia

4
  Dictamen de las Comisiones Eclesiásticas y de Relaciones sobre las
i­ nstrucciones que deben darse a nuestro enviado a Roma, mandado
imprimir por el Senado en sesión secreta de 2 de marzo de este año,
México, 1826, en Vázquez y Hernández Silva (eds.), Diario Históri-
co, Anexos, marzo de 1826, en CD 1.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1147

romana había “vuelto á desplegar sus pretensiones sobre


los reinos” temporales. Desde su perspectiva, las famosas
cuatro proposiciones de 1682 del clero galicano en Francia,
orientadas a defender las prerrogativas de la Iglesia fran-
cesa frente a las que se contemplaban como desmedidas
pretensiones papales, habían sido abatidas por los nuevos
obispos en ese país y el utramontanismo estaba en pleno
ascenso allí bajo la restauración borbónica; los jesuitas o
sus adeptos estaban en todas partes. El rey de Holanda,
agregaba, hallaba que el Papa quería gobernar la Iglesia
holandesa mediante vicarios apostólicos que respondieran
directamente a sus órdenes. En España, juntas apostólicas y
el nuncio papal lideraban conflictos para asentar la postura
ultramontana y en México, añadía, “anda también oculta
una junta apostólica para sostener todas las usurpaciones
de Roma”. Mier mencionó que en Sudamérica varios países
habían recurrido a la proclamación de la tolerancia religiosa
como medio de amedrentar a la curia romana, pero citaba
una carta del obispo constitutucionalista francés Henri
Grégoire (1750-1831) en un tono ambivalente para marcar
su propia toma de posición: “Permaneced unidos […] á la
silla Apostólica; pero rechazad con vigor las pretensiones
de la Corte Romana, de esa Corte tan ominosa á la liber-
tad de las Naciones especialmente sobre la elección y con-
firmación de los obispos y otras cosas esenciales para las
iglesias tan distantes como las de América”.
Mier se refería a la Santa Sede como decididamente mo-
narquista y manifestaba su deseo de que hubiera en México
un metropolitano con plenos poderes para la confirmación
de nuevos obispos, evidentemente atento a las necesidades
mexicanas y alejado de las presiones romanas. Confesaba
1148 Brian Connaughton

que cuando las comisiones unidas del Senado le consulta-


ron, tuvo diferencias con ellas sobre la propuesta de ins-
trucciones del 28 de febrero, por su temor a la “tenacidad
perpetua de Roma”, lo cual le inclinaba a pensar que las
instrucciones no serían aprobadas luego en la Cámara de
Diputados ni mucho menos aceptadas en Roma. Las comi-
siones unidas del Congreso le habían contestado, por con-
traste, que había que “exigir todo lo que nos toca” y recurrir
a la ayuda de los otros países de América. Una reunión in-
teramericana se había realizado en Panamá y sus miembros
ya se trasladaban a México, pues era el momento de que “el
Congreso de todas las Américas adopte la misma petición”.
Se esperaba que Roma cediera ante la presión y a cambio de
100 000 pesos anuales que México le otorgaría dentro de los
términos del concordato que se proponía.
El padre Mier pensaba que sólo la publicación de “bue-
nas obras” en México podría convencer a la opinión pública
de la “rectitud de nuestro dictamen”. Recomendaba, entre
otras, la Vida literaria de Joaquín Lorenzo de Villanueva,
Libertades de la Iglesia Española en ambos mundos de José
Canga Argüelles5 y Derechos sobre la erección, disminución
de terrenos o supresión de los obispados, que ejercieron hasta
el siglo xii los reyes de España, título sólo aproximado de una
obra de Juan Antonio Llorente. También recomendaba la lec-
tura de un discurso escrito por Juan Bautista Morales publi-
cado como suplemento del periódico Águila. Decía, además,
que él mismo había entregado dos “obritas” a la prensa. 6

5
  García Monerris, “Las reflexiones sociales”, pp. 203-229.
6
  Servando Teresa de Mier al Dr. José Bernardino Cantú, 31 de agosto
de 1826, en Cossío, Obras completas, pp. 65-72.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1149

Es de gran importancia la revisión de estas obras reco-


mendadas por el padre Mier a su amigo de Monterrey, José
Bernardino Cantú, doctor de la Iglesia católica, para com-
prender las bases teóricas del pensamiento del padre Mier
y los senadores de las comisiones unidas. En la primera,
de Joaquín Lorenzo de Villanueva, su autor se enorgulle-
cía de oponerse a las “nuevas doctrinas y exorbitantes pre-
tensiones de Roma” y recontaba el drama que había vivido
en torno a las relaciones con Roma durante el trienio libe-
ral (1820-1823) en España. Acusaba a los calificadores de la
Inquisición y otros eclesiásticos encumbrados de discrepar
de las auténticas doctrinas católicas y precisaba:

[…] la tenacidad con que, socolor de religion, combaten la


ley fundamental de España los teólogos serviles, ésa misma y
baxo el mismo prétexto muestran los curiales de Roma contra
la doctrina de la religion que condena sus novedades. Y como
saben cuanto tienen que temer de los escritos en que respe-
tándose los legitimos derechos de la silla apostólica se señalan
los limites del primado que en ella reconoce la iglesia; lanzan
contra ellos los que en su idioma se llaman rayos del Vaticano,
proscribiéndolos, y colocándolos en su ex purgatorio al lado
de los impios.7

Villanueva señalaba a Juan Antonio Llorente como uno


de los “doctos españoles” dignos de confianza y denunciaba
el “encono de la curia contra los escritos en que se vindican
los derechos del episcopado y de la suprema potestad tem-

  Villanueva, Vida Literaria de Don…., t. ii, pp. 238 y 242.


7
1150 Brian Connaughton

poral”. Se mofaba de los “fantasmas de heregia y de cisma”


que algunos suscitaban y encomiaba a:

[…] los obispos y canonistas y teólogos sabios que, despreciando


las falsas decretales, que son el áncora del curialismo, estudian el
derecho canónico en sus fuentes genúinas, que son la Escritura
y la tradicion, y al tenor de estos principios escriben y hablan el
lenguage de la verdad y de la piedad, digno de pechos cristianos.8

Era lamentable que la curia estuviera pronta a “canonizar


los arranques de su ambición y salvar su terreno [de] interés”,
creyéndose con “derecho á juzgar las decisiones políticas de
los congresos nacionales”. El autor se indignaba porque
“el gabinete de Roma ha atacado y ataca derechamente la
inviolabilidad de los diputados de las cortes de España”.
Todavía peor, “la ojeriza de la curia” se combinaba con
la Santa Alianza para condenar la constitución española.9
Villanueva planteaba una confrontación entre una Igle-
sia católica plural regida por sus antiguas prácticas descen-
tralizadas, según estudios del canonista Zeger-Bernard van
Espen (1646-1728),10 y otra que basaba las expansivas pre-
tensiones centralistas en el hábil manejo por la curia romana
de las decretales romanistas del siglo xiii, mismas que sólo
fueron probadas falsas después del Concilio de Trento. La
curia sostenía a la Iglesia centralizadora mediante la exclu-

8
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 243 y 245-246.
9
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 247-248 y 250.
10
  Van Espen fue autor de la magna obra Jus Ecclesiasticum Universum,
publicada en 1700, condenada por el Santo Oficio romano en 1794, pero
jamás condenada por la Inquisición de España, donde permaneció como
un tratado erudito de obligada consulta por los juristas.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1151

sión de algunos nombramientos episcopales y la promoción


de otros:

Roma que con tanta tenacidad negó su confirmacion á obispos


vanespenistas, por explicarme asi, y juntamente constitucio-
nales; con franca mano ha enviado sus bulas á obispos decre-
talistas y enemigos de la constitucion. De donde va á resultar
uno de dos males, tan gratos para Roma, como funestos para
España: ó que esta desgraciada nacion perpétuamente tendrá
obispos devoradores de las libertades canónicas de su iglesia y
de las leyes fundamentales y de las regalias de sus [sic] pais; ó
que estarán sus diócesis sin pastores.11

A España los prelados decretalistas ya “le esta[ba]n


royendo las entrañas como vivoreznos”. Un caso digno de
su atención era el nombramiento por Pío VII de Antonio
Joaquín Pérez Martínez como obispo de Puebla en la Nueva
España en 1815. Pérez había sido “persa”12 que traicionó la
constitución de 1812 en España después de haber sido dipu-
tado a Cortes. Villanueva obviamente dudaba de la entereza
y patriotismo de Pérez. En cambio, asentaba categórico que
“los obispos antidecretalistas … [eran] fieles á la ley funda-
mental de su patria”. Deseaba que Roma prescribiera:

[…] las falsas decretales, y las doctrinas erróneas en que apoya la


supremacía temporal del papa sobre los principes, y su superiori-
dad sobre los concilios generales, y su infalibilidad personal, y su

  Villanueva, Vida Literaria, p. 250.


11

  El término “persa” refiere a cualquiera de los 69 diputados de Cortes


12

que firmaron el Manifiesto del 12 de abril de 1814, que facilitó el resta-


blecimiento del absolutismo, lo cual se logró con el decreto real del 4 de
mayo de ese año. Varela Suanzes, “La teoría constitucional”.
1152 Brian Connaughton

monarquia y obispado universal en el sentido en que sus lisonje-


ros […] le han dado derecho que no le concedió el Salvador.13

Las verdaderas doctrinas católicas estaban basadas en


la Escritura, la tradición y los canónes y fueron defendi-
das por los eclesiásticos españoles en el Concilio de Trento,
por lo cual eran “el patrimonio de la iglesia española”. De
España habían “corrido á Roma rios de oro y plata por dis-
pensa y bulas y gracias apostolicas […] injusto desangra-
miento de su riqueza”. Asentaba Villanueva que al Papa le
incomodaban los frenos que puso el Concilio de Trento a
cobros indebidos y anotaba que era habitual el desconoci-
miento papal de la historia de las leyes de España en mate-
ria de su oposición al envío de dineros a Roma. Aseguraba
que el Papa como rey de Roma tenía su propio erario, con
base en las aportaciones de sus súbditos en ese país.14
Villanueva preguntaba con tono de indignación moral y
religiosa: “[¿]Cómo habia de olvidar Roma la maña de alis-
tar entre los enemigos de la iglesia á los que con las armas
de la misma iglesia combaten sus enormes abusos?” Tales
“imaginarios enemigos de la iglesia [eran]… los enemigos de
las exacciones simoniacas de la curia”. Externaba su repu-
dio por “la soñada potestad temporal despótica de Roma”,
puntualizando las confrontaciones representadas por la
expulsión del nuncio Pietro Gravina de España en 1812, su
propia descalificación como ministro extraordinario a la
Santa Sede por considerarlo “declarado enemigo” de Roma
y cuestionable “lumbrera de la iglesia de España”, y final-
mente por la expulsión del nuncio Giacomo Giustiniani de
13
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 250-255.
14
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 255 y 261-263.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1153

España en 1823 y la consiguiente queja romana porque se


hablara del Papa como “príncipe extranjero”.15
Villanueva desconocía cualquier legitimidad de parte de
Roma en las desaveniencias entre el Vaticano y el gobierno
español en 1821, pues todas las medidas eclesiásticas toma-
das por las Cortes eran prudentes:

[…] se reducen á proteger el derecho que tienen los obispos


para juzgar las causas de la fe, suprimiendo en España los tri-
bunales privilegiados de la inquisicion; á abolir el tributo lla-
mado voto de Santiago […] á reducir á la mitad el diezmo de
los labradores, por haberse calculado que era suficiente para la
decorosa sustentacion del clero, y necesitar este álivio la lángui-
da y exánime agricultura: á reducir á un determinado número
los monasterios de España, y á declarar que en este reyno no se
reconocerán sino los regulares que esten sugetos á sus [obis-
pos] ordinarios, como al principio los estubieron por espacio
de mucho siglos: á impedir que saliese dinero de España para
la curia romana, por gracias apostólicas: en suma, a establecer
otras leyes semejantes sobre puntos de policia eclesiástica exter-
na, ó mas bien de economia, para que tiene y ha tenido siempre
autoridad, especialmente en España, la potestad civil.16

A su juicio, el conflicto se debía a que la curia tenía sus


ojos puestos en “la monarquia universal y despotica sobre
toda la iglesia, y el oro de España”. Acusaba al nuncio de
ser cómplice en la conjura internacional que puso fin al trie-
nio liberal en su país, y reforzaba sus argumentos sobre la
autonomía de la Iglesia española refiriéndose al Ensayo de
15
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 272-274, 278, 282 y 284, cursivas
en el original.
16
  Villanueva, Vida Literaria, p. 288.
1154 Brian Connaughton

libertades de la Iglesia galicana escrito por el obispo cons-


titucionalista francés Henri Grégoire.17
Para Villanueva los nuncios en España eran agentes del
despotismo más que enviados cristianos:

[…] se ha visto en todos ellos un tenaz empeño en conservar á


los españoles atados al yugo de las reservas [de causas y poderes
a la Santa Sede], y en hacernos tragar como leyes de la iglesia y
aun como dogmas las corruptelas y abuso de la curia; cuando
no hayan procurado frustrar los concordatos, como lo intentó
el nuncio Enriquez con el de Fernando VI ó hacer guerra á las
leyes y providencias del gobierno, como Gravina y Giustiniani.

En sentido inverso, los representantes españoles en Roma


no eran aceptados por la curia cuando “no lisonge[ab]an
sus miras interesadas y ambiciosas”. De tal manera, por
ello mismo podían comprenderse “los grandes bienes que
han dejado de hacer en Roma, y los males que han hecho
algunos de los embajadores y ministros de España, elegidos
[…] á satisfaccion del santo Padre”. Prevalecía la curia, pues
“el gobierno pontificio, no solo nos ha hecho la guerra por
medio de sus nuncios, mas tambien por medio de los minis-
tros de España, tapándoles la boca con dadivas”.18
Villanueva se veía a sí mismo como parte de una lucha
que los representantes españoles en el Concilio de Trento ya
habían librado contra las tendencias despóticas y centraliza-
doras de la curia, sin pleno éxito. Le molestaba que un nuncio
como Giustiniani se empecinara en confundir la Santa Sede

17
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 289 y 295. Ya estaba por salir una
traducción al castellano de la obra de Gregoire, Ensayo histórico.
18
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 296-298; cursivas en el original.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1155

con la curia. La primera era venerable, la segunda desprecia-


ble. Y la incuria de Giustiniani en su contra era lo mismo que
“[l]o que significó en boca de los legados tridentinos [los vitu-
perios] respeto [sic] de los obispos españoles, impugnadores
de las novedades curialisticias”. Giustiniani no sólo confun-
día la Santa Sede con la curia sino la infalibilidad de la Iglesia
como un todo con la “infalibilidad personal del papa, que es
(por no llamarla error) una solemne equivocacion de la curia”.
Precisaba: el Papa es “primer juez en materias de fé […] mas
no le tengo por infalible, porque no le tiene por tal la iglesia”.19
El ultramontanismo y los ultramontanos promovían
nuevas doctrinas y máximas que constituían una “fé nueva”
contra la cual había que combatir. Al tratar las contestacio-
nes sobre el diferendo entre el gobierno español y el nuncio
a finales de 1823, reseñaba el contenido del oficio guberna-
mental: “los enemigos de la patria pretenden hacer creer á
los fieles sencillos que esta misma religion es incompatible
con la libertad civil; como si la religion que Jesu Cristo pre-
dicó á todos los hombres, pudiese subsistir solo entre escla-
vos como en su proprio [sic] elemento”. 20
Roma característicamente abusaba de la mezcla de “las
dos potestades”, la temporal y la espiritual. En la perse-
cución de intereses mundanos e ilegítimos, en España un
“exército de malos eclesiásticos” se aprovechó “de la divina
palabra y de la administracion de la penitencia” para lograr
sus fines sin que Roma lo parara. Giustiniani circuló “bre-
ves pontificios absolviendo obispos y clérigos y frayles y
otros devotos, del juramento prestado á la constitucion de

  Villanueva, Vida Literaria, pp. 300-301 y 303.


19

  Villanueva, Vida Literaria, pp. 306-307 y 317.


20
1156 Brian Connaughton

la monarquia”, y seguramente trató con representantes


de Francia, Rusia, Prusia y Austria para la introducción de
tropas extranjeras en el país, así como “las demás tramas
urdidas para dar colorido de religión al mando despótico”.21
Aparte de su complicidad con el despotismo, la curia
romana era responsable de los cismas de la Iglesia católica
y sólo su reforma podría sanar la situación:

Si llegase pues el dia en que la curia romana, por una especial mi-
sericordia de Dios para con su iglesia, llegase á abolir y condenar
sus usurpaciones, y á restituir á los obispos los derechos de que
los esta defraudando, y á restaurar el antiguo esplendor del orden
gerárquico establecido por el Salvador y declarado por los conci-
lios: ¿con que consuelo pudieramos volvernos á tantos hermanos
nuestros, separados de la unidad católica, y decirles: ya teneis el
primado de la silla apostolica conforme le instituyó el Salvador;
ya esta en exercicio su autoridad templada por los cánones: ya no
se cree el papa monarca absoluto de la iglesia; ni obispo universal
de todas las diócesis de la cristiandad, ni fuente y origen de la
potestad y jurisdiccion de los obispos.22

Villanueva expresaba su rechazo y pedía el fin de la pro-


clamación de la superioridad del poder espiritual sobre el
temporal y del uso de la excomunión, como modo de rela-
jar la obediencia de los súbditos a sus soberanos en conflic-
tos entre la Iglesia y el Estado.

Justamente os quejabais de la bulas [sic] Unam sanctam.-In


coena Domini, y otras en que se establece la universal y despó-

21
  Villanueva, Vida Literaria, pp. 325-327.
22
  Villanueva, Vida Literaria, p. 364.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1157

tica monarquia de los papas y su facultad de dar y quitar rey-


nos, y de absolver del juramento de fidelidad á los subditos. [¿]
Qué mas puede haber hecho el papa que mandar juntar todas
estas bulas y que se quemen publicamente ante el palacio del
Vaticano?23

La obra de José Canga Argüelles, recomendada por el


padre Mier en el contexto del dictamen sobre el patronato,
de 1826, añadía aún más elementos a las reflexiones polí-
tico-eclesiásticas en momentos en que la vida de la república
federal naciente era todavía incierta. Para el autor, mientras
siguiera la intolerancia religiosa en la república

Roma manejará la opinión y la influencia de los obispos: los


obispos dispondrán de la influencia y opinión de los sacer-
dotes; y el pueblo siguiendo los pasos de los directores de su
conciencia, sacrificará á sus ideas su sumisión y hasta sus pen-
samientos, como holocausto á la divinidad en cuyo nombre la
Curia ejerce su mando desde el Vaticano hasta Canton.24

Si por motivos justificados se mantenía la intolerancia,


era imprescindible levantar “un muro impenetrable contra
las pretensiones de la Curia, fijando los límites dentro de
los cuales deba contenerse la autoridad pontificia en el ejer-
cicio de su potestad”. Pues Roma estaba al centro de una

23
  Villanueva, Vida Literaria, p. 366. La bula Unam Sanctam (1302)
afirma la superioridad del poder espiritual sobre el temporal. En la bula
In Coena Domini (1536, básicamente reiterada con el mismo nombre en
1567, 1610 y 1672), el Papa afirma su poder de mantener la integridad de
la fe mediante el poder de la excomunión, o la espada de la fe.
24
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, p. 4.
1158 Brian Connaughton

vasta conspiración internacional para revertir las libertades


y asegurar su propio imperio sobre los estados. Así:

Roma mira y mirará siempre como enemigos á los pueblos que


obedezcan á gobiernos democráticos, por que sabe que no le
es dado ejercer en ellos una ilimitada autoridad: y si alguna vez
aparenta deferencia, es cediendo á la fuerza de las circunstan-
cias, y mientras consigue sobreponerse.25

La incomodidad del papado con las repúblicas se debía


a su preferencia por la monarquía, al temor de no poder
imponer su voluntad y a su suspicacia de que a las reformas
políticas seguirían las eclesiásticas. 26
El libro de Canga, afin al de su colega Villanueva, 27 era
una denuncia sistemática de “la depresión que hoy sufre
la dignidad episcopal por el predominio jactancioso que la
Curia romana ejerce sobre los prelados, y la que ha adqui-
rido y procura mantener violentamente sobre las potesta-
des temporales”. Llamaba a una política combativa frente
a tales abusos: “la corte de Roma solo cede á los impulsos
de la energía y firmeza de la autoridad temporal en soste-
ner sus derechos”. Actuar de otro modo sería pusilánime:
“Las súplicas envanecen su orgullo, descubriendo timi-
dez de parte del que la usa, y los concordatos prueban debi-
lidad de parte de el que pudiendo hacer valer sus fueros,

25
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, pp. 6 y 14-16.
26
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, pp. 16-17.
27
  Ambos fueron diputados liberales en las Cortes de Cádiz. Durante el
trienio Canga fue ministro de Hacienda y Villanueva diputado a Cor-
tes; luego ambos estuvieron exiliados en Londres, donde colaboraron
en el periódico de liberales emigrados Ocios.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1159

transige con el opresor como si dudara de su razón y des-


confiara de sus recursos”. 28
Después de múltiples citas históricas, críticas de con-
cordatos y los abusos que introducían, Canga precisaba:
“Un gobierno robustecido con la opinión deberá contener
estos desórdenes, enfrenar las arrogantes pretensiones de
Roma, y restablecer á los obispos en sus derechos […]”. El
Nuevo Mundo estaba llamado a un papel especial en esta
lucha, justamente por la representatividad de sus gobiernos:
“La América al abrazar el sistema republicano está desti-
nada para poner término al absolutismo pontificio, como
ha sabido desterrar el de los reyes”. El modo —y Canga
tenía sus ojos puesto en México— debía ser por medio del
rechazo de concordatos por la asunción de los poderes reli-
giosos que correspondían a los obispos según los antiguos
cánones de la Iglesia católica:

Las Américas independientes, al abrir un asilo seguro á la ilus-


tración y á las virtudes que huyen del viejo continente holladas,
perseguidas, y atormentadas por la mano del despotismo civil
y religioso, deben con firme denuedo dar á la corte romana el
­último desengaño, y huyendo de concordatos y de transaccio-
nes, con el código sagrado de la iglesia antigua española en sus
manos y el alma llena de las verdades que conserva la historia,
deberán decir á la Curia, que su gefe no ejercerá en aquellos
­venturosos paises otra autoridad que la que le reconocen los cá-
nones de la primitiva: y que celosos los hijos de Anahuac en man-
tener la libertad civil y la independencia religiosa emplearán su
poder en apartar los obstáculos que pudiere hallar su decisión.29

28
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, pp. 226-227.
29
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, p. 230.
1160 Brian Connaughton

Es significativo que Canga terminara su obra refirién-


dose al “sabio [Servando Teresa de] Mier” y su amenaza
formu­l ada en 1825 frente a la encíclica de León XII de
1824, de que México podría volver a “la primitiva y santa
disciplina de la iglesia” en caso de que Roma se obstinara
en llamar a los países americanos a retornar a su lealtad a
Fernando VII.30 Preguntaba Canga: “¿Y los americanos se
detendrán por el respeto á unos caducos cánones cuya false-
dad les es conocida, ó por miedo á unas decretales promul-
gadas por la violencia?” Estaba en juego “la consumación de
la grande obra de la libertad poniendo término á las usur-
paciones romanas”.31
La tercera obra que fray Servando recomendaba a su
amigo de Monterrey era de Juan Antonio Llorente, dedi-
cada a José I, el hermano de Napoleón Bonaparte, y firmada
en Madrid con fecha 19 de marzo de 1810. Llorente preten-
día aprovechar la ascendiente napoleónica y el descenso del
poder papal para, insistiendo en las pruebas históricas de una
antigua y larga injerencia de los soberanos de España en la
creación de obispados y nombramiento de obispos, abogar
por la vuelta a una asunción cabal de tales poderes temporales
sobre los asuntos eclesiásticos en ese país. Llorente comen-
zaba su ensayo con una clara definición de sus intenciones:

La presente disertación se dirije á demostrar que los reyes espa-


ñoles han ejercido por espacio de mas de mil y cien años auto-

30
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, p. 231; Servan-
do Teresa de Mier, Discurso del Dr. D…. sobre la encíclica del Papa
León XII. Quinta impresión revisada y corregida por el autor, México,
Imprenta de la federación, en palacio, 1825, p. 23.
31
  [Canga Argüelles], Ensayo sobre las libertades, p. 231.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1161

ridad soberana independiente para dividir el territorio nacional


en tantos y tales obispados y provincias eclesiásticas como han
considerado convenir según las circunstancias que concurrían en
cada época: y que los obispos (reconociendo la lejitimidad del
poder de sus monarcas para estas providencias) obedecían su-
misamente, y se arreglaban á los decretos reales en el uso de su
potestad espiritual, sin echar de ménos la del sumo pontífice ro-
mano, con quien para nada se contó en estos asuntos hasta fines
del siglo undécimo; siendo la conducta de aquellos obispos de
tanta mayor autoridad para imitarse, cuanto consta que muchos
de ellos fueron y son venerados en los altares como santos, y res-
petados en toda la cristiandad como sábios.32

Llorente finalizó su abordaje del poder espiritual histó-


rico de los soberanos españoles enumerando una serie de
principios medulares para el presente:

Quien gobierna la nacion, toma sobre sí la grave carga de dirijir


todas las partes de su máquina política, de suerte que el último
resultado sea la felicidad nacional. Por consiguiente no puede
menos de tener derecho privativo á mandar por autoridad pro-
pia que se pongan en movimiento todos los resortes capaces de
conducir al objeto final dicha máquina.33

Los obispos, como sucesores de los apóstoles, deben obedecer


al soberano territorial en todo lo que no sea contrario al dogma
y la moral…

Protejiendo los soberanos la relijion no pondrán á los obispos


en caso alguno que tenga conecsion [sic] con aquel. Es cosa muy

  Llorente, Disertación (dedicatoria sin paginación).


32

  Llorente, Disertación, pp. 71-72.


33
1162 Brian Connaughton

diversa el establecer lo necesario para evitar la confusion y las


perniciosas consecuencias del desórden.

[Esta obra es] testimonio irrefragable de la disciplina purísima


de once siglos, que destruirá los argumentos contrarios de la
ignorancia y de la malicia, presentando á la vista ejemplares de
todo cuanto puede ocurrir en la división de obispados y pro-
vincias eclesiásticas de nuestra España

Todos los católicos sensatos saben ya distinguir entre la


disciplina y el dogma, y que solo este puede ser objeto del
­martirio.34

El autor remataba su ensayo descartando el ejemplo de


Napoleón de 1801 de recurrir al Papa para un concordato,
ya que entonces faltaba una “soberanía … enérjica” y el
clero ejercía mucho poder:

[…] siendo pues totalmente diversas las circunstancias actuales


de la España [1810], no debe traerse á consecuencia el suceso de
la Francia, sino mandar y ejecutar lo conveniente para la pureza
del culto y prosperidad del estado con aquella misma libertad
con que lo hicieron los reyes españoles de los once primeros
siglos de la iglesia.35

El cuarto texto mencionado por fray Servando fue el dis-


curso publicado por Juan Bautista Morales en el Águila y
no fue menos pertinente al debate político-religioso de 1826
que los anteriores. Morales planteaba que Roma debía estar

  Llorente, Disertación, pp. 71-75.


34

  Llorente, Disertación, pp. 74-75.


35
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1163

al centro de las relaciones internacionales del México inde-


pendiente:

El [gobierno] de Roma es entre todos el que tiene y debe te-


ner la preferencia para adquirir relaciones con nosotros. La
independencia de que habla el artículo primero [de la Consti-
tución de 1824], no podrá entenderse respecto de él en el mis-
mo sentido, que respecto de otra nación. Una Independencia
absoluta entre nosotros y Roma, no puede existir bajo alguna
hipótesis, mientras la república se glorié [sic] de ser católica,
apostólica, romana, como lo sancionó en el artículo tercero de
su constitución. Supuestas por tanto, las dos bases de indepen-
dencia y ­religión, es preciso que siempre subsista la dependen-
cia espiritual entre nuestras iglesias y la de Roma, por más que
la civil nunca pueda encontrarse entre esta república y aquella
corte. Más [sic] esa dependencia espiritual tiene sus limites, que
no pueden traspasarse sin ofender en gran manera a la indepen-
dencia civil.36

No obstante esta admisión, Morales tenía muy en mente


la encíclica de 1824 mediante la cual León XII llamaba a los
países de América a retomar su fidelidad a Fernando VII.
También contemplaba los desaires sufridos por el ministro
colombiano Ignacio Tejada en Roma, de donde había sido
expulsado, y el reciente conflicto suscitado en torno a la
conducta del legado papal en Chile. De allí, precisaba poner
las cosas sobre una base jurídica firme y Morales argu-
mentó que esa base era la definición del patronato. Según

36
  “Remitido” de Juan Bautista Morales, suplemento de El Águila Mexi-
cana, núm. 21, año 4, en Vázquez y Hernández Silva (eds.), Diario
Histórico, Anexos, julio de 1826, s. p. i., CD 1.
1164 Brian Connaughton

su entendimiento el patronato se adquiría por fundación,


edificación y dotación, actos identificados con soberanos,
feudatarios o individuos privados pero donadores.

Es una recta consecuencia que si los derechos de soberanía,


dan el de patronato a los emperadores, reyes y supremos prín-
cipes, lo den también a la [nación] soberana. No menos le per-
tenece por los modos primordiales de adquirirlo; pues nadie
podrá negar que los fundos en que están fabricadas las iglesias
son de la nación, y que han sido edificadas y sustentadas con
caudales de ella.

Para Morales, no era necesario acudir al “privilegio pon-


tificio” ni a los concordatos para asumir el patronato. Al
contrario, los concordatos eran “monumentos de la igno-
rancia y degradación de las naciones”, producto de los abu-
sos de los papas y la “imbecilidad de los pueblos”. La visión
de Morales era de una Iglesia federada con base en sus pro-
pias normativas históricas, en que el papado ejercía un papel
exclusivamente como ancla y recurso último para la uni-
dad de todos los católicos. Esta visión, muy difundida en
el México recién independizado y acorde con las ideas de
Villanueva, Canga y Llorente, apelaba a la interpretación
histórica de las prácticas de los primeros siglos del cristia-
nismo. Tales prácticas, y los concilios y cánones asociados
a ellas, formaban la constitución orgánica inamovible de la
Iglesia. Los cambios que hubieran sucedido posteriormente
eran vistos como usurpaciones papales y deformaciones del
espíritu primigenio del catolicismo.
Morales expresaba cierta radicalidad en sus afirma­
ciones:
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1165

Los papas ninguna intervención tuvieron en los primeros si-


glos de la Iglesia, en las elecciones de los obispos, que eran
­propias del clero y del pueblo.

[Aún más:] era indispensable la aprobación de las autoridades


civiles aun para la elección de Papa.

[El derecho de los monarcas al patronato era por] los derechos


de … [la] Corona, [sólo aderezados con] las declaraciones,
indul­tos y concordatos pontificios.

[Pese a abusos introducidos en la Iglesia durante el medioevo],


la República Mexicana, arreglándose a la disciplina primitiva de la
Iglesia, puede elegir, confirmar y consagrar sus obispos dentro de
ella misma, sin mendigar facultades de alguna otra autoridad.

[…] los obispos pueden en sus iglesias tanto cuanto el Papa en


la de Roma, a excepción del primado.

[Las llaves del cielo habían sido dadas no exclusivamente a San


Pedro sino a la Iglesia toda, los obispos tenían su autoridad
como herederos de los apóstoles —no designados papales— y
los concilios eran superiores al Papa.]

[Sólo la] prodigiosa extensión [del concepto del primado había


permitido pensar en el Papa como] … monarca de la Iglesia.

Siguiendo explícitamente a Justino Febronio, 37 y con


gran afinidad con los planteamientos de Villanueva y Can-

  Febronio era el seudónimo de Juan Nicolás de Hontheim (1701-1790),


37

obispo auxiliar de Tréveris (1749-1779) en Alemania. En 1763 publicó su


obra De statu Ecclesiae et ligitima potestate Romani Pontificis, que levan-
tó gran controversia sobre la estructura histórica de la Iglesia católica.
1166 Brian Connaughton

ga Argüelles, Morales proclamaba que el Papa “es cabeza,


y no señor de la Iglesia; está colocado en su silla no para
gobernarla despóticamente, sino para conservarla”. Aña-
día que la estructura histórica y constitutiva de la Iglesia
tenía su “símil en nuestra forma de gobierno” republica-
na y federal.

Los supremos poderes de la república, tienen […] el primado


civil en todos los estados que la componen. A no ser de este
modo, cada uno querría tenerlo, de lo que se originaría la in-
defectible ruina de la nación. Pues así como estos supremos
poderes, sin ser reyes ni soberanos, mantienen la unidad civil
de la república; de la propia suerte el Papa, sin ser rey ni so-
berano, debe mantener la unidad espiritual de la Iglesia. No
porque los supremos poderes carezcan de derechos despóti-
cos, si puede llamarse derecho el despotismo, puede decirse
que son impotentes, inútiles o superfluos; otro tanto puede
aplicarse al Papa en su caso. Aquellos tienen sus atribuciones
que son absolutamente necesarias para conservar la nación; el
Papa tiene las suyas que también lo son para la conservación
de la Iglesia.

Al estudiar esta materia sin parcialidad ni preocupaciones, na-


die tendrá embarazo en afirmar que la Iglesia es una verdadera
república universal espiritual federada. En ella hay concilios
particulares y generales; obispos y Papa: así como en las civiles
hay congresos particulares y generales; gobernadores y presi-
dente. Esta idea parecerá muy natural a los que hayan recibido
su educación en el siglo presente; pero entre los que la hayan
adquirido en el pasado, nutridos con los principios del Obispa-
do universal del Papa, de que era monarca de la Iglesia, y no co-
nociendo otra forma de gobierno que la monarquía, será muy
raro el que no grite: Anathema sit.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1167

Morales remataba afirmando que

[…] la diferencia que hay entre nosotros y los teólogos roma-


nos, es que éstos consideran al Papa como un rey absoluto, y
nosotros como el presidente de una República. Así como éste
tiene marcado en las leyes el camino que debe seguir, y del que
no le es lícito extraviarse, así el Papa lo tiene señalado en los
cánones y concilios, y del que tampoco debe separarse.

Rechazando anatemas y actos de autoridad, llamaba a


un debate público de modo que “la nación mexicana obten-
drá de sus escritores, todo el bien que debe proporcionarle
una sólida ilustración”.
Los conceptos expresados por Juan Bautista Morales,
fiscal de la Suprema Corte, recibieron amplia difusión y
serían aludidos en diversas refutaciones al dictamen del
Congreso del 28 de febrero de 1826. Pero influían a promi-
nentes personas, no sólo connotadas por su catolicismo sino
por cierta inclinación hacia posturas conservadoras.38 Car-
los María de Bustamante, por ejemplo, no sólo reprodujo el
discurso de Morales como parte de los anexos en su Diario
histórico, sino que añadió cosas a lo dicho por aquél. Busta-
mante sentía que la soberanía mexicana estaba amenazada
y que individuos y grupos dentro del clero mexicano con-
tribuían a esa situación peligrosa. Denunciaba como delito
el que los canónigos de la catedral metropolitana se estu-
vieran comunicando con la Santa Sede por vía de un jesuita
poblano en Europa, Ildefonso Peña. Dudaba mucho, ade-
más, de la capacidad y buena fe del enviado mexicano a

38
  Fowler, “Carlos María de Bustamante”, pp. 59-85.
1168 Brian Connaughton

Roma —Francisco Pablo Vázquez— y no deseaba que se


presentara ante el Papa. Escribía el 8 de julio de 1826:

He visto carta de París de un asociado en la legación secular


dirigida a [presidente Guadalupe] Victoria, en que le dice que
se malversa y está entregado [Vázquez] al jesuitismo […] ni es
capaz de hacer nada bueno el tal clérigo. Iguales avisos ha dado
de Londres el enviado don Vicente Roca Fuerte. Necesitamos
mucha precaución y temerle más a Roma que a España. En esto
hay más de lo que nos parece.

El 12 de julio anotaba Bustamante su temor de una conspi-


ración legitimista internacional para restaurar las monarquías
afectadas por revoluciones: “se sabe que de Roma y Francia
se han destacado misioneros de la legitimidad de los reyes[,]
jesuitas y ajesuitados para sembrar la cizaña entre nosotros”.
Al día siguiente agregaba que un padre franciscano en la
iglesia de San Juan de Dios organizaba ejercicios espirituales
“para implorar la misericordia celestial contra los escritores
impíos”, lo cual le daba mala espina porque daba pie a que “el
púlpito se convierta en tribuna y que éste sea un respiradero
de los misioneros jesuitas que aguardamos”. Para el 31 de
julio Bustamante manifestaba su sorpresa ante la publicación
de dos folletos que atacaban a Roma y al sacerdocio,39 expre-
sando que “en México no se habían oído estas voces” antes.
Pero simultáneamente expresaba su complacencia por la lle-
gada a México de la obra Libertades de la Iglesia de España
en ambos mundos, que sabía escrita por un colaborador del
periódico Ocios redactado por los españoles liberales exilia-
39
  Dávila, Guerra, guerra al sacerdocio; Guerra, guerra al sacerdocio
malo; Separémonos de Roma si queremos y Separémonos de Roma.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1169

dos en Londres. Celebraba Bustamante que los españoles,


juzgados enemigos, en este caso iluminaran “las iniquidades
de la corte de Roma, que se ha arrogado la monarquía univer-
sal de la Iglesia, para que nos sepamos conducir con aquella
curia”. Exclamaba que “en Londres está el foco de luces que
despide rayos sobre la América”.
En agosto Bustamante seguía anotando diversos asuntos
eclesiásticos y señaló el 16 de ese mes que los clérigos de la
Profesa habían sacado una impugnación al discurso de Juan
Bautista Morales. Añadía:

[…] afectan imitar a los jesuitas que como granaderos del Papa
se dedicaron a sostener la monarquía universal y toda la usur-
pación del poderío de que está apoderada la curia romana, pero
no han leído Las libertades de la Iglesia de España, obra que
acaba de llegar de Londres y que avergüenza a todo el que es-
criba en contra de la multitud de hechos que están allí anotados,
y contra los que no hay réplica.

Para el 8 de septiembre Bustamante lamentaba que el Papa


insistiera en que el enviado mexicano Vázquez se apareciera
en Roma. Aplaudía que el gobierno se hubiera adelantado
a ordenar al enviado a quedarse en Bruselas. Bustamante
estaba seguro de que Vázquez se moría por presentarse ante
el Papa pero consideraba que la invitación no auguraba nada
bueno para la república mexicana sino que había sido fra-
guada por “los jesuitas, y los canónigos de México y demás
gente enemiga del sistema”. Al día siguiente, como botón de
muestra de las maquinaciones del clero contra las institucio-
nes liberales, aplaudía la publicación del folleto “Ya tenemos
en Oaxaca parte de la Santa Liga” del Payo del Rosario.
1170 Brian Connaughton

Los folletos comentados por Bustamante ameritan un


breve repaso. Los que primero le provocaron el comentario
de su novedad en México fueron los de Rafael Dávila. En
Guerra, guerra al sacerdocio Dávila atacó en primer lugar
la idea de que los diezmos fueran de origen divino. Argu-
mentando que eran meramente eclesiásticos, acusó simul-
táneamente que los papas los habían donado a menudo a las
potestades temporales “para que con sus cuantiosos cauda-
les destruyeran al hombre, oprimieran su libertad, le roba-
ran sus propiedades, sembraran las tierras de dolor[,] sangre
y llanto, y se hicieran dueños de lo que jamás les ha perte-
necido, so pretesto de religion”.40 En un segundo folleto
con un título ligeramente modificado, acusó al sacerdo-
cio de estar “prostituido” desde la época en que el imperio
romano se volvió cristiano bajo el emperador Constantino.
La pobreza y la humildad fueron sustituidas por la ambi-
ción y la avaricia a costillas del rebaño:

La perfidia, la intriga, la soberbia, la ambición, la tiranía, la in-


obediencia y el atrevimiento á los monarcas, y la tenaz oposición
á sus decretos, fueron los ejemplos que Roma cristiana dio des-
pués á los fieles que rejía: el mundo entero quedó sorprendido al
observar la variación en las costumbres del sacerdocio cristiano,
y oyó por primera vez, que el obispo de Roma aspiraba á la po-
testad absoluta en la iglesia, y al dominio del universo en lo tem-
poral, formando su gobierno en el estado eclesiástico á manera
del secular, que la cúria llama monarquía absoluta espiritual.41

Con tal orientación, era posible que el Papa “Leon XII


nos haga la guerra espiritual, que debe preceder á la polí­

  Dávila, Guerra, guerra al sacerdocio, p. 6.


40

  Dávila, Guerra, guerra al sacerdocio malo, pp. 1 y 3.


41
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1171

tica que con la liga nos prepara”. El peligro mayor era que
el pueblo “incauto” y fanático se dejara llevar. Dávila nega-
ba contundentemente que el gobierno histórico de la Igle-
sia fuera “monárquico absoluto” y aseguraba que en “los
primeros siglos de la Iglesia los pontífices estaban sujetos
á los concilios en las causas de fe y en las respectivas á sus
personas”. Los obispos de entonces recibían su potestad
por derecho divino, no a manos del Papa. Dávila ­recurría
a fuentes de antiguos obispos y teólogos como Alfonso
Álvarez Guerre­ro (1502-1576), Jacobo Benigno Bossuet
(1627-1704), Justino Febronio (1701-1790), Alfonso Tostado
(†1455) y Juan Gerson (1363-1429) en defensa de sus plan-
teamientos. Avanzaba para contextualizar el Concilio de
Trento y las fuerzas confrontadas que se dieron allí:

El concilio de Trento hubiera declarado definitivamente que el


papa no es el monarca absoluto de la iglesia, que los concilios
son sobre el papa en algunos casos, y que los obispos á ecep-
cion de la primacía, son iguales al papa en la potestad, como
instituidos por Cristo, si la cúria romana no hubiera agotado
sus recursos para impedir unas declaraciones que hubieran des-
truido su poder…. y últimamente, se sabe que por el número
y prevención de los obispos de la Italia, nada se resolvió sobre
estos puntos; y que la cúria, para poner fin á sus temores, sor-
prendió al papa y le arranco el decreto de suspensión del con-
cilio por dos años, que se les intimó á los padres en la iglesia de
S. Vijilio á 24 de abril de 1552, con cuyo decreto perdieron las
esperanzas los fieles de ver reformada la disciplina de la iglesia
y correjidos los abusos y desordenes; y la cúria aseguró para
siempre su gobierno tiránico sobre los fieles.42

  Dávila, Guerra, guerra al sacerdocio malo, pp. 3-7.


42
1172 Brian Connaughton

En el folleto Separémonos de Roma, Dávila acusaba a la


curia romana de los “mayores crímenes”, sobre todo por-
que “la sed del oro les devora, y para aplacarla nos enseñan
a quebrar los derechos más sagrados”. Bajo este impulso,
el Papa, “no contento con el cetro de un estado […] solicita
ser el árbitro del mundo”. Dávila recordaba a su público
lector la lucha por instaurar una “monarquía absoluta”, y
el papel jugado por las falsas decretales del medioevo en ese
lance. Bajo cualquier pretexto como “motivo de religión”, se
­deslizaba el poder espiritual hacia lo temporal, con la com-
plicidad de los monarcas que recibían su apoyo. Pero Dávila
aseguraba que la “mayor parte de los canonistas han mani-
festado con espresas declaraciones divinas, que á los papas
ninguna potestad les compete en lo temporal”. No obstante,
dominaba la “discordia” y los curialistas luchaban contra
cualquier intento soberano de excluirles de la política. El
temor era que León XII, “obispo de Roma y pariente de los
reyes de Francia y España”, velara por la restauración de Fer-
nando VII en América. Dávila dio un giro algo distinto a la
cuestión del concordato, asegurando que el Papa, además
del parentesco con el rey español, era miembro de la Santa
Alianza —a la que calificaba como “enemiga de la libertad
del hombre”—, por lo cual ni reconocería la independen-
cia de México ni entraría en concordatos con este país.43
En una secuela a este último folleto, Dávila aseguraba que
como la potestad del sacerdocio era únicamente espiritual:
“Los eclesiásticos deben estar, y han estado, subordinados
en las cosas temporales, á las autoridades que representan la
soberania de la sociedad á que pertenecen”. Históricamente

  Dávila, Separémonos de Roma, pp. 1-3 y 6-8.


43
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1173

los concilios de España habían sido “convocados por la pie-


dad de los reyes, y siempre con el fin de corregir la relaja-
ción de las costumbres de los eclesiásticos, y estravio de la
disciplina de la Iglesia”. Los concilios eran presididos por
el rey y dirigidos por los puntos a discutir que él señalaba
por escrito. Los privilegios otorgados al clero surgían de
tales concilios bajo el poder temporal. Las conclusiones no
podían ser otras:

[…] los reyes y emperadores han tenido en todos tiempos una


potestad inmediata sobre las personas de los eclesiásticos, y una
autoridad protectiva de que siempre han usado: […] la esencion
de los sacerdotes en lo temporal, viene de derecho positivo, esto
es, de aquel derecho humano de los reyes que los establecieron
y autorizaron.

Después de otras consideraciones históricas en abono de


esta postura, Dávila atacaba a los “inmunistas” —aquellos
que defendían las inmunidades del clero frente al poder
civil— con la afirmación contundente de que “todo lo que
la Iglesia ejerza fuera de la línea espiritual, es nulo, y ten-
drá valor cuando lo autorice el favor de los presidentes de
las naciones, por facultades de ellas mismas”.44
En el escenario descrito por Dávila, entra perfectamente
el último folleto de los indicados aquí por Carlos María de
Bustamante, pues en él el Payo del Rosario aseguraba a su
público lector que la Santa Alianza ya había hecho su pre-
sencia en la política mexicana en las recientes elecciones de
Oaxaca, ya que una parte del clero, coludido con “gachu-

44
  Dávila, Separémonos de Roma. Discurso cuarto, pp. 3 y 5-8.
1174 Brian Connaughton

pines y criollos realistas”, hicieron prevalecer el fanatismo


y los malos modos para excluir a los patriotas y elegir a sus
congéneres. Se trataba de “aquellos que no debieran hacer
otra cosa, ni mezclarse en asuntos políticos, sino cumplir
con los deberes de su ministerio, y dar ejemplo de la mora-
lidad al pueblo”. Dos clérigos se pusieron “a predicar y a
seducir en secreto por los barrios, cual misioneros apostó-
licos, a favor de un monarca”. Azuzaban al pueblo contra la
elección de “herejes o liberales” al congreso estatal o nacio-
nal, sugiriendo que “la religion peligraba, porque en México
había muchos masones”. Intimaban que el obispo en dado
caso tendría que poner la diócesis en entredicho y saldría
de la ciudad de Oaxaca junto con su clero. Sobrevendrían
ataques a prácticas religiosas y al clero. El Payo del Rosa-
rio lamentaba que hubiera triunfado el “partido teocrático,
seductor de una parte del pueblo bajo”, en desmedro de la
libertad y la independencia. Ante cualquier emergencia
futura, como una invasión española, “con un Cristo en la
mano será sublevado el pueblo y se predicará por las calles
contra los herejes liberales”, con vivas al rey y mueras a la
república y los masones. Habían sido “capataces de la fac-
ción [realista], clérigos serviles, criollos aristócratas y coyo-
tes”, determinados a sorprender al “sencillo pueblo”.45
Cuando en 1827 el cabildo metropolitano de la Arquidió-
cesis de México publicó su respuesta referente a la consulta
que el gobierno nacional extendió a todas las diócesis del
país en torno la propuesta de instrucciones formulada por

  El Payo del Rosario, Ya tenemos en Oaxaca parte de la Santa Liga,


45

México, Oficina del Águila, 1826, firmado el 9 de septiembre de 1826.


Fue reimpreso en Bustamante, Anexos de septiembre de 1826, sin pagi-
nación, véase Vázquez y Hernández Silva (eds.), Diario Histórico.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1175

las comisiones unidas del Senado el 28 de febrero de 1826,


quiso adoptar un tono ecuánime —de “conciliacion” así
como de “decoro y respeto”, decía—, con “los respetables
miembros de las comisiones, que sin duda estendieron de
buena fé el dictamen sobre instrucciones al ministro enviado
cerca del santo padre”. Reconocía y avalaba, asimismo,
cinco impresos previos que tocaban directa o indirecta-
mente el asunto: informes sobre la propuesta de instruccio-
nes por los cabildos eclesiásticos de Oaxaca y Chiapas; un
folleto titulado Verdades de suma importancia; un suple-
mento del periódico Águila que cuestionaba las ideas plan-
teadas por Juan Bautista Morales en un suplemento anterior
del mismo periódico, y el folleto titulado Reflecciones sobre
el dictamen.46
Al adoptar un tono pausado y cuidadoso, el cabildo
metropolitano evitó hacer acusaciones de protestantismo,
mala fe o acerbo anticurialismo por parte de los senadores.
Pero formuló con toda mesura lo siguiente:

Para ver con claridad y proceder sobre seguro en la materia,


es necesario fijar la consideración acerca del jansenismo, la
heregia dominante hoy ya por fin conocida, y muy diferente
de todas las otras que sin cesár han afligido á la iglesia. Ella no
se ha echado fuera como las demás publicando y sosteniendo

46
  Observaciones del Cabildo Metropolitano de México sobre el dicta-
men que las comisiones reunidas presentaron a la Cámara de Senadores
en 28 de febrero de 1826, para las instrucciones del ministro á su santi-
dad el pontífice romano, México, Imprenta del Águila, 1827, pp. 20 y
35. Firmaron este documento con fecha del 23 de febrero de 1827 Nica-
sio Labarta, José Joaquín Ladrón de Guevara, Pedro González Arau-
jo, Juan Bautista Arechederreta, este último medio hermano mayor de
Lucas Alamán.
1176 Brian Connaughton

sus errores, sino que se ha quedado dentro de casa ostentando


virtudes, afectando perfeccion, y lamentando abusos que no
pueden faltar entre los hombres. Ella sagacísimamente procura
aparecer disfrazada con la teología, y la teología mas severa; y
sábia sobre afinidades, se reviste de todas las formas filosófi-
cas y políticas, y especialmente en controversias de jurisdiccion
que inventa de continuo, y sobre ejercicio de las autoridades
supremas, cuya implicacion y choque anhela sobre todo. […]
Esta heregía por último está ya bien marcada en materias dog-
máticas, mas no tanto aun en las disciplinarias y gubernativas.47

El cabildo metropolitano veía el lejano origen de esta


postura disciplinaria-gubernativa en los “famosos cuatro
ar­tícu­los del año 682”, redactados en Francia por el obispo
de Meaux, Jacobo Benigno Bossuet, a quien se esforzaron
en no atacar directamente. Pero sí denunciaron como un
segundo punto “la maliciosa invención de nombrar al santo
padre con los epítetos de curia romana, córte del Tiber ó
potencia extrangera”. Insistiendo en la necesidad de “con-
cordar” con la Santa Sede, el cabildo trajo a colación la
resistencia del papado a esfuerzos previos por imponerle tér-
minos y usurpar su autoridad por: los príncipes protestantes
de Alemania en 1822, la Asamblea francesa con su consti-
tución civil del clero en 1791, y por Napoleón Bonaparte
con su sometimiento a los estados pontificios y cautiverio
ejercido sobre el santo padre a comienzos del siglo xix.48
Los firmantes del dictamen del cabildo metropoli-
tano veían el peligro de un cisma. Señalaban la injerencia
mediante la prensa de los españoles exiliados en Londres,

47
  Observaciones del Cabildo Metropolitano, pp. 36-37.
48
  Observaciones del Cabildo Metropolitano, pp. 37-41.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1177

con su periódico Ocios, y los acusaban de estar “plagados


del anglicanismo y de los errores de [la Iglesia cismática de]
Utrech[t]”. Con el recurso continuo a la “disciplina pura y
cánones antiguos” pretendían una nueva reforma eclesiás-
tica al servicio de un poder estatal magnificado. El problema
no era nuevo ni faltaban otros casos: ya se habían dado el
Sínodo de Pistoya en la Toscana, Italia (1786), la actuación
de Napoleón después de 1801, y “esto parece que se pro-
puso Llorente con el rey José, cuando el año de 810 publicó
en Madrid su libro sobre division de obispados”. Después
de manifestar y justificar su preferencia por el dictamen de
la Cámara de Diputados de 1825, el cabildo metropolitano
pidió una negociación dilatada del concordato mientras se
daba una resolución pragmática de los problemas eclesiásti-
cos pendientes a corto plazo: “El concordato debe ser obra
de tiempo largo y repetidas contestaciones, al modo mismo
con que despues de esteblecida [sic] la confianza recíproca
se llevan á maduréz y sazon las transaciones políticas”.49
Si se revisan en breve los impresos citados y ensalza-
dos por el cabildo metropolitano podemos redondear una
visión general de los dos frentes que se formaban en mate-
ria de las relaciones Estado-Iglesia. El cabildo eclesiástico
de Oaxaca se permitió referir a los senadores de las comi-
siones unidas como hombres de “piedad, ilustración y muy
publico catolicismo”, pero detalló cuidadosamente fuen-
tes sospechosas que consideraba culpables de los errores o
cuando menos sentido equívoco de la propuesta de instruc-
ciones bajo consideración. Edmundo Riquer parecía estar
presente al sugerirse la convalidación necesaria del ­pueblo

49
  Observaciones del Cabildo Metropolitano, pp. 42-43 y 49-50.
1178 Brian Connaughton

en la elección y legítimo uso de su poder por los obispos.


El cardenal Nicolás de Cusa (1401-1465), en un parecer
luego repudiado por él mismo, respaldaba la pretensión
de que el Estado podía decidirse por sí solo regresar a los
antiguos cánones. También detectaban las “negras bande-
ras de Lutero y de Calvino” tras los planteamientos sobre
el primado pontificio, lo cual repudiaban para sostener el
concepto del Papa como el “obispo universal” de la Igle-
sia. Mantenían que el gobierno histórico de la ­Iglesia era
monárquico, y que las ideas de una Iglesia democrática o
aristocrática venían “de Van Espen, de Febronio, de Eybe-
les [Joseph-Valentin Eybel 1741-1805], de Puyatis [Giuseppe
María Pujati 1733-1824] y de los folletos del dia, que no tie-
nen otro origen que el de las fuentes protestantes”. Contra-
riamente a las ideas promovidas por el Sínodo de Pistoya,
condenado por la bula Auctorem fidei, no había libertad
para aceptar o no la disciplina universal de la Iglesia. En las
instrucciones propuestas regían “la doctrina de Lutero, la
del concilio de Pystoya, y la de los reformadores jansenis-
tas”. Al negar los senadores los derechos de la Santa Sede,
“se le pide [al Papa] un patronato, que abiertamente se le
niega”.50

50
  Contestación del obispo y cabildo de la Santa Iglesia Catedral de
Oajaca. Al oficio del Ecsmo. Señor Ministro de Justicia y Negocios Ecle-
siásticos fecha 26 de marzo del presente año de 1826, con que á nombre
del Ecsmo. Señor Presidente de la Federación Mejicana les remitió el
Dictamen de los Señores de las Comisiones unidas de Relaciones y Ecle-
siástica de 28 de febrero del mismo año sobre instrucciones al Enviado
á Roma cerca de S. S. la Suprema Cabeza de la Iglesia, Guadalajara,
reimpreso en la oficina de la viuda de Romero, 1827, pp. 11-12, 25-26,
29, 39-40, 44, 46, 48 y 64. El documento fue firmado el 13 de noviembre
de 1826 por Manuel Isidoro, obispo de Oaxaca, así como por Juan José
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1179

Había en todo esto un “aliento pestífero de reforma-


ción protestante”. Tales ideas decididamente no parecían
lejanas a los canónigos de Oaxaca de “las doctrinas incen-
diarias de los Jansenistas, y las macsimas de los ­filósofos
reformadores”. Incluso sospechaban de francmasones, deís-
tas y jacobinos, entre otros. Veían detrás de todo esto algo
peor, una conjura internacional contra el altar, “un plan
general de destruccion contra la iglesia de Jesucristo” que
partía de mediados del siglo xviii. Aparte de provocar la
cerrada resistencia papal, la propuesta de instrucciones, de
entrar en vigor, desataría un “cisma exterminador, y […]
una guerra civil desoladora”. La propuesta estaba normada
por una “multitud de escritos antipapistas”, incluido Jus-
tino Febronio, y la “parte espositiva […] [era] herética, jan-
seniana y escandalosa en la iglesia universal”. Los artículos
también sufrían de numerosos problemas, en gran medida
por su desconocimiento de la autoridad papal. El cabildo
de Oaxaca recomendaba el retorno a la junta eclesiástica
interdiocesana de 1822 para pedir a la Santa Sede lo que se
recomendó allí: el ejercicio del patronato, la provisión de
beneficios, la creación de nuevos obispados —en algunos
casos con facultades castrenses—, el restablecimiento de
antiguas gracias y concesiones otorgadas a las diócesis del
país, la supresión de “muchos dias festivos”, el nombra-
miento de una misión o prelado nombrado para la seculari-
zación de religisosos y, entre varias otras cosas, autorización
para realizar un concilio nacional como “mucho mas facil, y
menos costoso que el general [para realizar] […] la reforma

Guerra y Larrea, Manuel Antero Sánchez Cañas y Francisco María de


Ramírez de Aguilar.
1180 Brian Connaughton

que tanto se canta necesaria en nuestros dias”. Los canó-


nigos de Oaxaca estaban de acuerdo en que, de seguir esta
tónica marcada por la reunión de 1822, se podrían ampliar
significativamente las peticiones a la Santa Sede para lograr
una mayor autonomía y eficacia de funciones en la Iglesia
mexicana.51
El cabildo eclesiástico de Chiapas comenzaba su propio
parecer sobre la propuesta de instrucciones recordando su
fuerte oposición escrita a la encíclica de León XII de 1824
que pedía la vuelta a la fidelidad a Fernando VII. Ahora,
avalándose de este acto patriótico, aseveraba que igual que
en el caso de aquella encíclica, el Senado abría un inconve-
niente “seminario de discordias” en materia religiosa. Por
contraste, aplaudía que los senadores habían entablado su
propuesta discretamente en sesión secreta. Pero su dicta-
men pretendía ofrecer “las razones que le dieron [al cabildo]
fundamento para calificar el dictamen [del Senado] de anti-
constitucional, opuesto á la política, lleno de equivocacio-
nes y paralogismos, hallándose sus opiniones sin enlace, y
aun en contradicción con los artículos con que finaliza”. Se
destruía toda posibilidad de una relación con la Santa Sede
mediante novedades como la elección popular de obispos
y procediendo por “invectivas” y afirmaciones que hacían
“odiosa á la Santa Sede”.52

  Contestacion del obispo y cabildo […] Oajaca, pp. 65-67 y 72-76.


51

  Observaciones que hace la Iglesia Catedral del estado de Chiapas,


52

acerca del dictámen y artículos de las instrucciones que debe ­d arse


al enviado á Roma…, en Colección Eclesiástica Mejicana, México,
Imprenta de Galván, a cargo de Mariano Arévalo, Calle de la Cadena
núm. 2, 1834, t. II, pp. 225-274, citas en pp. 226-227 y 272.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1181

El cabildo chiapaneco trajo a colación la Constitución


civil del clero francés, el forcejeo entre Napoleón y la Santa
Sede, y la presión de los españoles liberales exiliados en
Londres para que “América […] siga exactamente su apasio­
nado é injusto sistema […] [caracterizado por la] exaltación
impolítica de los jansenistas, ó mas bien febronianos”, para
llamar la atención al peligro de un cisma. Subrayó la expec-
tativa internacional por saber el desenlace de los sucesos
mexicanos. Y se dedicó a desmontar las afirmaciones de los
senadores en materia de las falsas decretales, el Sínodo de
Pistoya en Italia y los motivos de las persecuciones contra
el clero durante la revolución francesa, a defender el con-
cepto de un obispo universal en la figura del Papa, así como
las causas reservadas a la Santa Sede. Expresaba su temor de
que la propuesta de instrucciones del Senado diera origen a
“guerras literarias, que dividiendo al pueblo en opiniones,
darian desagradables resultados”.53
El tercer impreso mencionado por el cabildo metropo-
litano, Verdades de suma importancia, fue un folleto anó-
nimo. Procediendo metódicamente por 14 observaciones, el
autor hacía notar las mismas fuentes protestantes, jansenis-
tas, cismáticas y filosóficas en los argumentos y artículos de
la propuesta de instrucciones del Senado, señalaba el influjo
de las cortes liberales españolas (1820-1823) y subrayaba
en particular su apoyo en el Sínodo de Pistoya, al grado de
manifestar repetidamente una “levadura maligna de Pis-
toya”. Remató expresando que “no se intenta degradar en
cosa alguna la buena opinion de los señores de las comisio-

53
  Observaciones que hace la Iglesia Catedral […] de Chiapas, pp. 235-
249 y 266.
1182 Brian Connaughton

nes, ni su recta intencion”, pero insistía en que la propuesta


del Senado estaba lejos de una base doctrinal católica y no
sería aceptada jamás por la Santa Sede.54
El cuarto impreso mencionado por el cabildo metropoli-
tano era un suplemento del Águila Mexicana que atacaba las
ideas de Juan Bautista Morales mediante el planteamiento
de una serie de dudas sobre lo afirmado por él. Todas las
dudas giraban en torno al concepto igualmente medular en
la misma propuesta de las instrucciones formadas por el
Senado: que la Iglesia católica era una república federal y
no una monarquía en cuanto a su estructura eclesiológica
histórica. Para ser una república, el autor anónimo hallaba
una serie de anomalías irreconciliables. La constitución de
la Iglesia no provenía de un voto del pueblo, la Iglesia tenía
“magistraturas perpetuas ó vitalicias”, y se combinaban
en el Papa y los obispos facultades legislativas, ejecutivas
y judiciales, mientras en los concilios se unían facultades
legislativas y judiciales. Reprochaba que en unas cuestio-
nes Morales se apoyaba en usos de los primeros ocho siglos
de la Iglesia, y en otras más bien recurría a prácticas más
recientes. Y formulaba que

[…] los escritores empeñados en la depresion y reduccion del


primado [papal] á nulidad recogen, aprecian, ensalzan y re-
comiendan igualmente todas y cualesquiera instituciones sin
diferencia alguna de tiempos, con tal que conduzcan de algun
modo á su fin predilecto: y asi es que toman del tiempo antiguo

54
  Anónimo, Verdades de suma importancia a la nación mexicana, con-
sagradas a la misma por su editor…, México, Imprenta del Águila, 1826,
pp. 4, 12, 21, 39-41 y 46-47.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1183

las elecciones, de los siglos bajos el patronato, y de hoy dia la


verdadera república universal espiritual federada.55

Evidentemente tampoco encajaban bien en el esquema


republicano de la Iglesia el primado de amplia autoridad y
la necesidad de negociar el concordato, también defendidos
por el anónimo autor. Pero éste aseguraba a Morales que era
generalmente aceptado en el día que “los obispos reciben
inmediatamente su jurisdicción de Jesucristo” y ya no había
“peligro ni aun lejano de que puedan tomar el aspecto que en
tiempos pasados”, al parecer aludiendo a abusos de centrali-
zación, por lo cual carecía de sentido subir tanto el tono de
la discusión. La Iglesia americana gozaba históricamente de
una autonomía que a menudo superaba lo que pedía el mismo
Sínodo de Pistoya. El patronato de Indias, que México pre-
tendía ejercer como sucesor nacional, era un dechado “de la
libertad apostólica, el colmo de la condecoración de la sobe-
ranía civil”. Y se iba a conseguir. Las concesiones papales por
vía de sólitas superaban “las célebres libertades galicanas”.
El reducido poder del primado en América, esencialmente
en relación con la confirmación de obispos, sus cambios de
diócesis y la conducción de las causas criminales más graves,
no eran cosas de que preocuparse. Recomendaba este autor
avalado por el cabildo metropolitano pedir al Papa:

Lo primero: que los fieles mexicanos continuaran como has-


ta aquí en el uso, goce y ejercicio de todas las franquicias,

55
  El de las dudas, Dudas que se proponen al autor del suplemento al
Águila Mexicana Núm. 24, año 4º-, sobre el gobierno de la Iglesia y
facultades del romano Pontífice, México, Imprenta de Mariano Galván
Rivera, 1826, pp. 1, 5 y 8. (Curivas en el original.)
1184 Brian Connaughton

favores, privilegios, gracias e indultos acordados en su fa-


vor por la paternal benignidad de la silla apostólica. Lo se-
gundo: que se suplicase á la santa sede se digne continuar en
lo sucesivo á favor de esta considerable porcion del rebaño
de Jesucristo la misma solicitud, benevolencia é indulgencia
paternal que ha usado constantemente desde el mismo des-
cubrimiento de América. Tercero: que conceda al gobierno
civil ecsistente en estas partes las mismas prerrogativas, pri-
vilegios y derechos espirituales que en las iglesias de Amé-
rica obtenía anteriormente por concesion apostólica el go-
bierno español. Cuarto: que se sirva su santidad poveer las
seis sillas episcopales que se hallan vacantes en la república,
en sugetos mexicanos idóneos, y erigir obispados nuevos de
que hay evidente necesidad. Quinto: que se digne su beatitud
nombrar un vicario apostólico con facultades suficientes aun
extraordinarias, para que las necesidades de estos fieles no
carezcan en ningun caso de oportuno remedio; cuyos cinco
artículos hay fundamento para creer que serán despachados
felizmente.56

No era necesario, en opinión de este autor, seguir las


ideas de Febronio y Llorente en materia del Vaticano, por-
que “en los principios teológicos y canónicos sanos é indis-
pensables hay señaladas vías, medios y modos de acudir á
todas las necesidades”.57
El último impreso referido por el cabildo metropolitano
fue un folleto titulado Reflecciones. Éste puntualizaba una

  El de las dudas, Dudas, pp. 11, 17 y 19-21.


56

  El de las dudas, Dudas, p. 22.


57
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1185

serie de fallas graves en la argumentación de la propuesta de


instrucciones por el Senado:

Equivocaciones muy grandes sobre la inviolabilidad de la


primitiva disciplina, sobre los concilios de Pisa, Constancia y
Basilea, sobre el sínodo de Pistoya y la bula Auctorem fidei,
sobre los decretos de la asamblea constituyente de Francia,
número y calidad de los eclesiásticos que sostuvieron aquellas
determinaciones […]58

Pero había otros equívocos adicionales: la Iglesia no era


república representativa, los papas ejercían los tres po­deres
ejecutivo, legislativo y judicial, los obispos no tenían nece-
sariamente que ser elegidos por el pueblo, el Papa sí era
obispo universal, la Iglesia gozaba aún de la misma autori-
dad de variar la disciplina que en los primeros tiempos, y el
patronato no era inherente a la soberanía.59
Al unísono, con argumentos convergentes cuando no
iguales, la jerarquía eclesiástica cerraba la puerta a cual-
quier innovación en la disciplina o eclesiología de la Iglesia
en México. Como la voz eclesiástica autorizada, no vieron
licitud a lo planteado por los senadores y otros críticos del
momento. Desautorizaron sus fuentes y separaron cuidado-
samente la institucionalidad política civil —que no critica-
ron— de la eclesiástica, que definieron en plena aceptación de
las prácticas contemporáneas vigentes en la Iglesia ­católica.

58
  Reflecciones sobre el dictamen de las Comisiones Eclesiástica y de
Relaciones acerca de las instrucciones al Enviado a Roma, Impreso en
México en la oficina del C. Alejandro Valdés, y reimpreso en Guadala-
jara en la del C. Mariano Rodríguez, 1826, p. 22.
59
  Reflecciones sobre el dictamen, pp. 35-36.
1186 Brian Connaughton

Al no ocuparse mayormente de los roces entre la Iglesia y


el Estado, mismos que eran parte principal de los argumen-
tos contrarios, no atendieron cabalmente al malestar notable
en una parte de la élite política. Este arraigo en la ortodoxia
otorgaba gran coherencia a sus respuestas, pero las privaron
de peso político para la resolución de los problemas plantea-
dos por los críticos de las relaciones con Roma y de la posi-
ble extensión por esta vía de los intereses de la Santa Alianza
al interior de la frágil política nacional mexicana.
Hay numerosas incógnitas que se presentan aquí. ¿De
dónde proceden los pensamientos que normaron a los im-
pugnadores del concordato y las relaciones entre el Estado
mexicano naciente y la Santa Sede? ¿Eran de nuevo cuño o
tenían profundas raíces? ¿Cómo era que auto­res cuyos es-
critos habían sido condenados o cuestionados severamen-
te hubieran no sólo influido en el debate en México, sino
figurado como autoridades a lucir por parte de los críticos
de las prácticas imperantes en la Iglesia católica? ¿Por qué
la respuesta de las autoridades eclesiásticas solía evadir las
cuestiones políticas de fondo que motivaban a los pensa-
dores que pretendían innovar en materia de la estructura y
derroteros de la Iglesia católica al entrar en la época del li-
beralismo republicano?
Antonio Benlloch Poveda ha argumentado que ideas
como las planteadas por los políticos mexicanos liberales
que consideramos aquí, fueron parte del bagaje cultural y
jurídico del regalismo español durante siglos.60 A un lado
de su ortodoxia o heterodoxia, habían formado parte del
entramado de la monarquía española: el derecho de ejercer

60
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, pp. 293-322.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1187

el pase regio frente a comunicaciones de la Santa Sede, una


postura combativa en torno al patronato regio, el embate a
las reservas pontificias, la insistencia en la supremacía final
de las cortes reales en contestaciones legales. En su con-
cepto, la eventual “crisis de las relaciones Iglesia-estado
viene por una evolución de la estructura de ambos”. Pero
hubo conflicto en estas relaciones antes de que se hubiera
llegado a una crisis que se tornaba insuperable, evidente en:

[…] la línea continuada de nuestros autores en señalar que los


derechos Reales, respecto a la Iglesia, no son puramente algo
que viene por concesión de Roma, sino que el mismo dere-
cho de la Iglesia les ha reconocido el papel que desempeñan
­dentro de ella. Se llamará costumbre inmemorial, privilegio,
derechos adquiridos, etc. Todo ello será la justificación de la
intervención de nuestros reyes en asuntos eclesiásticos.61

Benlloch llama a la necesidad de contemplar las conti­


nui­da­des o “constantes” en esta materia a través de un largo
tiempo. Insiste en que los términos “corte romana” y “curia
papal” para referirse a la Santa Sede no eran ninguna nove-
dad del siglo xviii en adelante, sino que se remontaban a
siglos anteriores y al combate contra las percibidas arbi-
trariedades de Roma a la vez que se pugnaba por los “dere-
chos” de la corona española. Precisa que desde siglos antes
se tomaban como “pauta las decisiones conciliares, sin dejar
de estudiar los derechos adquiridos, costumbres, privile-
gios, de los lugares y de la corona”. Desde entonces detecta
gran recelo respecto a las causas que pasaban a Roma en vez

61
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, pp. 312 y 316-317.
1188 Brian Connaughton

de quedarse bajo el diocesano local. También se expresaba


reiterado celo por que los obispos fueran nacionales. Rete-
ner bulas, desautorizándolas en términos de su vigencia en
la monarquía, era la fórmula práctica de atender conflictos.62
En la óptica de Benlloch “las virtudes y defectos del xviii
español deben buscarse en la misma escuela hispánica, fun-
damentalmente”. Un elemento habitual en esa “escuela” era
la vinculación de regalismo con conciliarismo, si bien man-
teniendo el concepto de un rey proactivo y reformador en lo
espiritual. Había un poderoso motivo para conservar estas
posturas, porque el santo padre era visto como un soberano
civil y no sólo como un dirigente espiritual. Los monarcas
españoles, con sus intereses en el sur de Italia, eran espe-
cialmente susceptibles en estas cuestiones:

La constante crítica de la curia, por su preocupación más polí-


tica que religiosa, como enemiga de los intereses españoles en la
península itálica, hizo que permaneciese viva no sólo en la casa
de los Austria sino en los momentos difíciles de la guerra de
Sucesión. Las decisiones papales, o de su curia, eran vistas más
por el interés terreno que por su neta misión primacial dentro
de la Iglesia.63

La crítica de los regalistas españoles se extendió a los


orígenes mismos de la autoridad dentro de la Iglesia cató-
lica, misma que en su concepto abarcaba a los laicos católi-
cos y no sólo a los eclesiásticos. Benlloch lo plantea de esta
manera: “La canonística española del xvi y xvii tiene en
alguno de sus autores […] una clara manifestación de que el
62
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, pp. 300-302.
63
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, pp. 307-308.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1189

derecho no viene solamente por concesión papal, sino por la


estructura interna del derecho y deber del rey”.64
En los planteamientos de Benlloch, la influencia de
autores extranjeros, como Van Espen o Febronio, no era
cuestión de una imposición o desviación del pensamiento
jurídico español en materia de las relaciones poder civil-
poder religioso. Muestra que muchos de los autores extran-
jeros habían bebido en fuentes españolas y su retorno a la
Península era más bien reincidencia y confirmación que
innovación en un sentido cabal. Potenciaban tal vez algunos
aspectos de la tradición española del derecho, pero de nin-
guna manera representaban una “ruptura o heterodoxia”.65
Escribe en este contexto Antonio Mestre Sanchis que “la
herencia regalista hispana –que era potente y caudalosa–
fue potenciada por la influencia extranjera, desde Bossuet
a Van Espen y Febronio”.66
Esta mudanza ha sido descrita como una transformación
significativa de la ciencia jurídica en la medida en que “las
obras de Van Espen, Fleury, Febronio y [Domingo] Cabala-
rio, por citar sólo algunos ejemplos, dieron un ropaje canó-
nico y teológico al absolutismo” tanto en España como
en otras monarquías europeas católicas. Y la escisión que
esto representó entre Estado e Iglesia se dio también al
interior de la jerarquía eclesiástica, ya que “muchos Obis-
pos reivindicaron los derechos episcopales de la Iglesia
primitiva frente al centralismo curial de Roma”. Incluso
muchos daban muestras de desear “un retorno idealizado
64
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, p. 310.
65
  Benlloch Poveda, “Antecedentes doctrinales”, p. 303.
66
  Mestre Sanchis, “La influencia del pensamiento”, pp. 5-68, cita
en p. 20.
1190 Brian Connaughton

a los planteamientos disciplinares de la Iglesia visigótica.


El clero ilustrado, influido por las lecturas de los nuevos
autores y por las imposiciones de los monarcas, se adhirió
al regalismo práctico”, más que involucrarse en las cuestio-
nes teóricas. No faltó quien registrara la tensión que esta
situación implicaba. En 1768, el obispo de Barcelona, Cli-
ment i Avinent, manifestaba el creciente atractivo del epis-
copalismo al afirmar que la obra de Febronio “es la obra de
moda. Todos la leen, todos la citan”. Incluso expresó su opi-
nión de que “puede ser útil para que los obispos recobren la
jurisdicción de que están despojados [sic]”. Pero se preocu-
paba simultáneamente porque “la potestad secular quiera
usurparse las facultades que se quiten a Roma de un modo
estrepitoso”.67
Las confrontaciones entre la monarquía y la Santa Sede
que daban fuerza a estas tendencias se habían notado durante
la sucesión española a principios del siglo xviii. Las tensio-
nes llegaron al rompimiento al favorecer el Papa las pre-
tensiones del candidato austriaco al trono de España. Esto
impulsó los deseos de mayor autonomía para la Iglesia espa-
ñola y consecuentemente: “los planteamientos episcopalis-
tas-conciliaristas, dentro del regalismo hispano, resultan
evidentes con motivo de la ruptura de relaciones diplomá-
ticas con Roma en 1709”. Por decreto del 22 de abril de 1709
Felipe V expulsó al nuncio papal, cerró la nunciatura, prohi-
bió el envío de dinero a Roma y refirió el control de ciertas
cuestiones económicas a los obispos. En materia de justicia,

  Llaquet de Entrambasaguas, “La Facultad de Cánones”, pp. 77


67

y 79. Llaquet toma las citas del obispo barcelonés de la obra de Tort
Mitjans, El obispo de Barcelona, p. 134.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1191

todo regresó a como estaba antes de la creación de la nun-


ciatura, con el rey insistiendo en sus prerrogativas reales.68
Persistieron diversas tensiones a lo largo del reinado de
Felipe V. 69 Según Rodríguez González, el concordato
de 1753 entre Fernando VI y la Santa Sede resolvió algu-
nos de los puntos contenciosos que se acumularon a lo largo
de la primera mitad del siglo xviii, pero no todos, y no satis-
fizo todas las ambiciones de la monarquía española. Entre
otras limitaciones, se siguieron apelando sentencias de la
justicia española a la nunciatura papal y forzosamente las
dispensas matrimoniales debieron tramitarse en Roma. En
el gobierno de Carlos III (1759-1788) hubo forcejeos para
consolidar el poder monárquico en la Iglesia y reducir focos
de disidencia antirregalista.70 La expulsión de los jesuitas del
imperio en 1767 fue el suceso más notorio en este respecto.71
En 1771 el proyecto de reforma de la Universidad de
Salamanca, que se extendería luego a las demás universi-
dades de la monarquía, conllevó la crítica a la enseñanza
habitual de cánones e insistió en un nuevo énfasis en la
disciplina antigua de la Iglesia.72 Se fomentaron los plan-
teamientos regalistas y episcopalistas en las universidades
con la creación de cátedras de historia eclesiástica y tam-
bién de doctrina conciliar.73 Se introdujeron nuevos textos

68
  Mestre Sanchis, Apología y crítica, p. 291.
69
  Sempere [y guarinos], Historia del derecho, t. II, pp. 347-364.
70
  Rodríguez González, “Relaciones Iglesia-Estado”, pp. 196-217,
especialmente p. 204.
71
  Ferrer Benimeli, “Carlos III y la extinción”, pp. 239-259; Giménez
López, “El antijesuitismo en la España”, pp. 283-326.
72
  Llaquet de Entrambasaguas, “La Facultad de Cánones”, p. 200.
73
  Llaquet de Entrambasaguas, “La Facultad de Cánones”, p. 52.
1192 Brian Connaughton

o manuales que debían reflejar el pensamiento de la monar-


quía en este respecto, pues:

[a] lo largo de los siglos xviii y xix, además de la cuestión del


regalismo […], los canonistas polemizaron sobre el posible re-
torno a una Iglesia primitiva en la que los Obispos (episcopa-
lismo) o los Concilios y los Sínodos (conciliarismo) podrían
recuperar un mayor protagonismo en el seno de la Iglesia, fren-
te a quienes apoyaban el curialismo romano y el refuerzo del
poder papal más allá de las cuestiones meramente espirituales
(ultramontanismo).74

Desde finales del siglo xvii se había arreciado la polé-


mica entre ultramontanos y conciliaristas. En este contex-
to: “En el siglo xviii se escribieron algunas obras decisivas
que marcaron las relaciones entre la Iglesia y el Estado en
la época moderna, significando con ello una nueva forma
de concebir la Iglesia católica”. Desde luego entre tales
obras estaban las de Van Espen y Febronio, pero también
textos de Carlos Sebastián Berardi (1719-1768), Loren-
zo Selvaggio (1728-1772), Jacobo Benigno Bossuet con su
indispensable Historia de las variaciones de las Iglesias
protestantes, Noel Alexandre (1639-1724) presente con
Historia eclesiástica y Selecta historiae veteris testamen-
ti, Bonaventure Racine (1708-1755) con Abrégé d' His-
toire ecclésiastique, Giovanni Lorenzo Berti (1696-1766)
como autor de una apreciable Historia eclesiástica, Igna-
ce Hyacinthe Amat de Graveson (ca. 1670-1733) con otra

74
  Llaquet de Entrambasaguas, “La Facultad de Cánones”, pp. 214
y 216.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1193

Historia eclesiástica y Juan Cabasucio (¿?) con Noticia


eclesiástica. 75
Durante el gobierno de Carlos IV (1789-1808) las rela-
ciones entre la Iglesia y la monarquía se mudaron más
profundamente, si bien los “problemas básicos que se plan-
tearon obedecieron más a motivaciones políticas y econó-
micas que eclesiales” estrictamente. Entre 1795 y 1799 los
roces se incrementaron hasta que, a la muerte de Pío VI, un
decreto del 5 de septiembre de 1799 redujo “la Nunciatura
a una simple embajada y devolvió a los obispos la plenitud
de [sus] facultades disciplinarias”. Entre 1798 y 1808 se rea-
lizó una desamortización parcial de la riqueza eclesiástica,
misma que afectó profundamente a la Nueva España.
Las luchas político-eclesiásticas durante la monarquía de
Carlos IV propiciaron la consolidación de sectores opues-
tos, ultramontanos y cismontanos, en la Iglesia española.
El sector ultramontano demostró “una capacidad de acción
más que notable”. El grupo apellidado “jansenista” se carac­
terizó asimismo por “su cohesión doctrinal y no había aban-
donado la esperanza de aplicar su programa de reforma”. Al
entablarse las Cortes de Cádiz en 1810, se dio una man-
cuerna entre los jansenistas y los liberales. Los ultramon-
tanos, mediante los diputados “serviles”, se opusieron. 76
En consecuencia, desde el periodo de las Cortes de Cádiz
(1810-1814) el tema de una reforma religiosa se volvió el “talis-
mán” que definió aún más la postura de los contricantes.77

75
  Llaquet de Entrambasaguas, “La Facultad de Cánones”, pp. 215-
216.
76
  La Parra López, “Iglesia y grupos políticos”, pp. 61-80.
77
  Higueruela del Pino, “La Iglesia y las Cortes”, pp. 61-80, cita en
p. 68.
1194 Brian Connaughton

Emilio La Parra López enfoca el dilema del momento:

En una sociedad sacralizada como la española el desmantela-


miento del Antiguo régimen exigía, como asunto de primera
importancia, transformar la estructura eclesial. Cuando España
quedó conmocionada por la invasión francesa, ante el vacío de
poder originado tras la renuncia de Carlos IV y Fernando VII
[en 1808] se hizo preciso reflexionar sobre el modo de gobernar
el país y en uno y otro bando en que se dividió, afrancesados
y patriotas, surgió perentoria la necesidad de cambiar la Igle-
sia. Entre los patriotas […] fue unánime este deseo. A finales
de la centuria anterior sólo una minoría ilustrada abogaba por
la reforma de la Iglesia; en 1809, cuando instituciones y per-
sonalidades diversas contestan a la pregunta formulada por la
Junta Central [en la consulta al reino respecto a las reformas
necesarias] sobre los asuntos más importantes a tratar en Cor-
tes, la reforma de muchos puntos de la estructura eclesiástica es
apuntada por todos.78

El resultado fue que las relaciones entre el gobierno y


el clero se agriaron significativamente sin que éste tuviera
alternativa de apelar a la intervención directa de Fernando
VII, ya bajo el control de Napoleón Bonaparte en Fran-
cia. Las decisiones de las Cortes en materia de libertad
de prensa, supresión de conventos de pocos miembros,
manejo de las sedes vacantes eclesiásticas, supresión de
señoríos, intervención en la administración de bienes
de comunidades religiosas extinguidas, abolición del
Santo Oficio y expulsión del nuncio Gravina fueron focos
de enorme tensión entre sectores del clero y el gobierno

  La Parra López, “Ideas episcopalistas”.


78
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1195

de las Cortes y “envenenaron sus relaciones con el sistema


liberal. 79
El trienio liberal de 1820 a 1823, antesala inmediata a
la resolución que el México independiente debió tomar
en materia de las relaciones con Roma, sólo complicó este
escenario. Es sobre todo este periodo y su desenlace que
ayudan a explicar por qué los portavoces de la jerarquía
eclesiástica de México no podían ocuparse directamente
de los reclamos políticos más cabales que hacían diversos
miembros de la élite política liberal del país. En España, la
polarización entre liberales exaltados y reaccionarios había
llegado a la guerra civil generalizada y la intervención fran-
cesa para derrocar al régimen liberal. El encono entre las
partes enfrentadas fue signado por la violencia, los asesina-
tos, los destierros y los encarcelamientos. El clero estuvo
al centro de esta confrontación y las relaciones con Roma,
que llegaron al rompimiento diplomático al desconocer
el Vaticano a Joaquín Lorenzo Villanueva como repre-
sentante español ante la Santa Sede, se deterioraron en un
clima de denostaciones mutuas entre el nuncio Giustiniani
y el gobierno liberal. Varios liberales españoles exiliados se
habían instalado en Londres y mediante su periódico, Ocios
de los españoles emigrados, y diversas publicaciones como
las citadas por Servando Teresa de Mier, discutían e inter-
venían en la confrontación ideológica internacional y los
asuntos de México. Los individuos más connotados de esta
guerra a través de la prensa fueron Joaquín Lorenzo Villa-
nueva y José Canga Argüelles. En México mismo, no sólo
había opiniones encontradas dentro de la misma jerarquía

79
  Rodríguez González, “Relaciones Iglesia-Estado”, pp. 196-217.
1196 Brian Connaughton

eclesiástica, sino que se había dado lugar a conspiraciones


y actos desleales contra la república por eclesiásticos que
procedían bajo su propia autoridad.80 Simultáneamente, los
libros de Villanueva, Canga Argüelles y Llorente seguían a
la venta en las librerías.81
En este contexto, es de notar no sólo la claridad y fran-
queza de las declaraciones doctrinales de las respuestas
avaladas por el cabildo metropolitano a la propuesta de
instrucciones del 28 de febrero de 1826, sino lo comedido y
mesurado del lenguaje y el claro intento de atacar los des-
víos dogmáticos y no a los senadores personalmente, de no
agredir ad hominen. En un panorama internacional y nacio-
nal incierto, con la clara confrontación del liberalismo y
sus opositores, con un Estado pontificio débil y a la mer-
ced de potencias de la Santa Alianza como Francia, Aus-

80
  Higueruela del Pino, “El catolicismo liberal”, pp. 403-422;
Conejero Martínez, “El trienio constitucional”, pp. 345-369;
Moral Ruiz, “Sociedades secretas ‘apostólicas’”, pp. 21-31; Cárcel
Ortí, “Masones eclesiásticos españoles”, pp. 249-277; Tapia, “Las
relaciones Iglesia-Estado”, pp. 69-89. Para las conspiraciones al
­i nterior de México, véase Bustamante, Diario Histórico para 1826
y 1827, especialmente los anexos en Vázquez y Hernández Silva
(eds.), Diario Histórico.
81
  Sobre la venta de estos libros, mediante avisos intercalados entre mul-
titud de notas periodísticas sobre el patronato y actos de subversión
de eclesiásticos, véase El Sol, suplemento del núm. 1351 (26 feb. 1827),
“Catálogo de los libros españoles que se hallaran en casa de Seguin y
Rubio, Portal de los Mercaderes, Núm. 4 en México”; suplemento del
núm. 1392 (viernes 30 mar. 1827), “Catálogo de los libros que acaban
de llegar en Ernesto Masson 1ª calle de Plateros Núm. 4”; “Avisos”
(20 mayo 1827), núm. 1447, p. 2021, “Libros en la librería del Galván”;
suplemento del núm. 1575, “Catálogo de libros españoles que se hallan
en casa de Seguin y Rubio portal de Mercaderes, Núm. 4 en México”
(30 sep. 1827).
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1197

tria y España, como lo admitía el enviado a Roma Francisco


Pablo Vázquez,82 un sector notable de la jerarquía eclesiás-
tica mexicana buscaba marcar un camino hacia adelante que
no fuera ni ultramontano extremo y políticamente reaccio-
nario, como se había dado en España, ni cismontano en un
sentido cismático.83 Pero esta puerta abierta no eliminaría la
continuación de posturas confrontadas en el país, alimen-
tada por la permanente venta de obras polémicas sobre reli-
gión de Joaquín Lorenzo Villanueva, José Canga Argüelles
y Juan Antonio Llorente entre otros, aunque probablemente
sí explica la tardía pero pragmática política para concer-
tar el nombramiento papal de nuevos obispos para el país,
así como la práctica de un patronato virtual de baja inten-
sidad durante más de dos décadas después de que Gregorio
XVI nombró los primeros seis obispos del México inde-
pendiente en 1831.
En ese Estado católico, esa nación católica que refirie-
ron los senadores de la propuesta de instrucciones de 1826,
era impensable gobernar sin coordinar finamente las acti-
vidades de la Iglesia y el Estado. La Secretaría de Justi-
cia y Negocios Eclesiásticos, la “exclusiva” que permitía
al gobierno evitar ciertos nombramientos eclesiásticos,
las intervenciones directas de la Secretaría en promocio-
82
  AGN, Justicia Eclesiástica, Vázquez a Ramos Arizpe, Observaciones
sobre la negociación pendiente entre la república de Mejico y la Corte
de Roma, 28 de noviembre de 1827, vol. 83-1, ff. 98-105v; reproducido
en Alcalá Alvarado, Una pugna diplomática, pp. 272-283.
83
  En contraste, Brian Hamnett opina que en el caso español el desenla-
ce cruento y persecutorio del constitucionalismo en 1814 y 1823 “garan-
tizó el triunfo del ultramontanismo en la Iglesia española y la creciente
divergencia del liberalismo político de aquélla”. Véase Hamnett, “Joa-
quín Lorenzo Villanueva”, pp. 39-40.
1198 Brian Connaughton

nes y remociones eclesiásticas mediante indicaciones que


enviaba a los obispos, la característica transmisión de
directivos gubernamentales de los obispos a sus párro-
cos, así como vigilancia e impedimento episcopal de acti-
vidades políticas por los eclesiásticos bajo su mando, son
algunos de los elementos que constituyen ese patronato
virtual. Pero tenía, asimismo, toda una compleja liturgia
ciudadana durante las celebraciones patrióticas y religio-
sas, que incluían actos simbólicos como la asistencia de los
funcionarios públicos a misa y del cura a la plaza mayor
para una oración cívica los días 16 de septiembre, la asis-
tencia de todos a una misa Te Deum por la asunción del
poder civil por un nuevo gobernante, o la entrega del bas-
tón de mando del alcalde local al cura y de las llaves del
sagrario al alcalde, los jueves y viernes santos, todo para
evidenciar continua y constantemente la mancuerna entre
las dos autoridades constitutivas de la nación católica. 84
México en 1826 ya era una nación católica dividida en sus
planteamientos teórico-políticos, pero era asimismo una
nación de componendas y acuerdos prácticos. Las déca-
das siguientes serían difíciles por eso mismo, y la corre-
lación religión, política y nexos con Roma no lograría un
eje único o respuesta compartida por todos.

84
  Connaughton, “Los curas y la feligresía”, pp. 241-272; “El ocaso
del proyecto”, pp. 227-262; Costeloe, Church and State; “El gober-
nador de Zacatecas comunica las providencias que ha dictado contra
el Presbítero D. Anacleto Guerra, y contra los curas de Juchipila y
Jalpa”, AGN, Justicia Eclesiástica, vol. 180, ff. 291-294; “Ser. la resis-
tencia del cura de Juchipila á entregar la llave del Sagrario el Jueves
Santo al Jefe político de aq.a villa”, AGN, Justicia Eclesiástica, vol.
180, ff. 326-329.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1199

siglas y referencias

agn Archivo General de la Nación, México.

Alamán, Lucas
Historia de Méjico: desde los primeros movimientos que pre-
pararon su Independencia en el año de 1808 hasta la época
presen­te, México, Imprenta de J. M. Lara, 1852, t. v.

Alcalá Alvarado M. Sp. S., Alfonso


Una pugna diplomática ante la Santa Sede. El restablecimiento
del episcopado en México, 1825-1831, México, Porrúa, 1967.

Benlloch Poveda, Antonio


“Antecedentes doctrinales del regalismo borbónico. Juristas
españoles en las lecturas de los regalistas europeos modernos”,
en Revista de Historia Moderna. Anales de la Universidad de
Alicante, 4 (1984), pp. 293-322.

Blanco, Alda y Guy Thomson (eds.)


Visiones del liberalismo: Política, identidad y cultura en la
España del siglo xix, Valencia, Universitat de Valencia, 2008.

[Canga Argüelles, José]


Ensayo sobre las libertades de la iglesia española en ambos
mundos, Londres, Imprenta Española de M. Calero, 1826.

Cárcel Ortí, Vicente


“Masones eclesiásticos españoles durante el trienio liberal
(1820-1823)”, en Archivum Historiae Pontificiae, ix (1971),
pp. 249-277.

Conejero Martínez, Vicente


“El trienio constitucional en Valencia (1820-1823)”, en Anales
valentinos, 2 (1976), pp. 345-369.
1200 Brian Connaughton

Connaughton, Brian
“El ocaso del proyecto de ‘Nación Católica’. Patronato
Virtual, préstamos, y presiones regionales, 1821-1856”, en
Con­naughton, Illades y Pérez Toledo (coords.), 1999,
pp. 227-262.
“Los curas y la feligresía ciudadana en México, siglo xix”, en
rodríguez O., 2008, pp. 241-272.

Connaughton, Brian, Carlos Illades y Sonia Pérez Toledo (coords.)


Construcción de la legitimidad política en México en el siglo
xix , México, El Colegio de Michoacán, Universidad Autó-
noma Metropolitana-Iztapalapa, Universidad Nacional
Autóno­ma de México y El Colegio de México, 1999.

Cossío, David Alberto


Obras completas de…, Adalberto Arturo Madero Qui-
roga (comp.), Historia de Nuevo León, evolución política y
social, Monterrey, H. Congreso del Estado de Nuevo León,
2000, t. v.

Costeloe, Michael P.
Church and State in Independent Mexico. A Study of the
Patronage Debate, 1821-1857, Londres, Royal Historical
Society, 1978.

Dávila, Rafael
Guerra, guerra al sacerdocio, que corrompe las costumbres,
México, Imprenta del ciudadano Alejandro Valdés, 1826.
Guerra, guerra al sacerdocio malo, que corrompe las costum-
bres, Discurso Segundo, México, Imprenta del ciudadano Ale-
jandro Valdés, 1826.
Separémonos de Roma si queremos ser felices, México, Oficina
de la testamentaria de Ontiveros, 1826.
Separémonos de Roma, Discurso cuarto, México, Imprenta
del Águila, dirigida por José Ximeno, 1826.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1201

Fernández Albadalejo, Pablo (coord.)


Fénix de España: modernidad y cultura propia en la España
del siglo xviii (1737-1766), Madrid, Marcial Pons, 2006.

Ferrer Benimeli, José Antonio


“Carlos III y la extinción de los jesuitas”, en Actas del Con-
greso Internacional sobre “Carlos III y la Ilustración”,
1 (1989), pp. 239-259.

Fowler, Will
“Carlos María de Bustamante: un tradicionalista liberal”, en
Morales y Fowler, 1999, pp. 59-85.

García Monerris, Carmen


“Las reflexiones sociales de José Canga Argüelles: del univer-
salismo absolutista al liberalismo radical”, en Revista de Estu-
dios Políticos, 94 (oct.-dic. 1996), pp. 203-229.

Giménez López, Enrique


“El antijesuitismo en la España de mediados del siglo xviii”,
en Fernández Albadalejo, 2006, pp. 283-326.

Grégoire [Henri Baptiste]


Ensayo histórico sobre las libertades de la Iglesia galicana, y
de las otras del catolicismo, durante los últimos dos siglos, por
Mr.[…], antiguo obispo de Blois, París, Librería de Rosa, 1827,
2 vols.

Hamnett, Brian
“Joaquín Lorenzo Villanueva (1757-1837): de ‘católico ilus-
trado’ a ‘católico liberal’. El dilema de la transición”, en
Blanco y thomson, 2008, pp. 19-41.

Higueruela Del Pino, Leandro


“El catolicismo liberal durante el trienio constitucional”, en
Estudios históricos. Homenaje a los profesores José María Jover
1202 Brian Connaughton

Zamora y Vicente Palacio Atard, Madrid, Universidad Com-


plutense, 1990, pp. 403-422.
“La Iglesia y las Cortes de Cádiz”, en Cuadernos de Historia
Contemporánea, 24 (2002), pp. 61-80.

La Parra López, Emilio


“Ideas episcopalistas en los planteamientos de política reli-
giosa del primer liberalismo español”, en Congresos - Mayans
y la Ilustración, Simposio Internacional en el Bicentenario
de la muerte de Gregorio Mayans. Valencia - Oliva 30 sept. -
2 oct., t. I, pp. 29-30. Consultado en http://bv2.gva.es/i18n/
corpus/unidad.cmd?idUnidad=56675&idCorpus=20000&p
osicion=1FICHA.
“Iglesia y grupos políticos en el reinado de Carlos IV”, en
Hispania Nova, 2 (2001-2002), revista electrónica sin pági-
nación. http://hispanianova.rediris.es/general/articulo/022/
art022.htm

Llaquet de Entrambasaguas, José Luis


“La Facultad de Cánones de la Universidad de Cervera (siglos
xviii-xix)”, tesis de doctorado en derecho, Barcelona, España,
Universidad de Barcelona, 2001.

Llorente, Juan Antonio


Disertación sobre el poder que los Reyes Españoles ejercieron
hasta el Siglo duodécimo en la división de obispados, y otros
puntos conexos de disciplina eclesiástica: con un apéndice en
escrituras en que los hechos citados en la disertación, México,
Oficina del ciudadano Alejandro Valdés, 1826.

Mestre Sanchis, Antonio


“La influencia del pensamiento de Van Espen en la España
del siglo xviii”, en Revista de Historia Moderna. Anales de la
Universidad de Alicante, 19 (2001), pp. 5-68.
Apología y crítica de España en el siglo xviii, Madrid, Mar-
cial Pons, 2003.
¿UNA REPÚBLICA CATÓLICA DIVIDIDA? 1203

Moral Ruiz, Joaquín del


“Sociedades secretas ‘apostólicas’ y partidas ‘realistas’ en el
trienio constitucional”, en Tuñón de Lara y otros, 1972,
pp. 21-31.

Morales, Humberto y William Fowler


El conservadurismo mexicano en el siglo xix (1850-1910),
Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Esco-
cia, Reino Unido, University of Saint Andrews, Secretaría de
­Cultura, Gobierno del Estado de Puebla, 1999.

Rodríguez González, María del Carmen


“Relaciones Iglesia-Estado en España durante los siglos xviii
y xix”, en Investigaciones Históricas, 19 (1999), pp. 196-217.

Rodríguez O., Jaime E. (coord.)


Las nuevas naciones: España y México 1800-1850, Madrid,
Instituto de Cultura, Fundación Mapfre, 2008.

Sempere [y Guarinos], Juan


Historia del derecho español, Madrid, Imprenta Real, 1823,
t. ii.

Tapia, Francisco Xavier


“Las relaciones Iglesia-Estado durante el primer experimento
liberal”, en Revista de estudios políticos, 173 (sep.-oct. 1970),
pp. 69-89.

Tort Mitjans, Francesc


El obispo de Barcelona Josep Climent i Avinent: (1706-1781):
contribución a la historia de la teología pastoral tarraconense
en el siglo xviii, Barcelona, Balmes, 1978.

Tuñón de Lara, Manuel y otros


Sociedad, política y cultura en la España de los siglos xix y xx,
Madrid, Cuadernos para el Diálogo EDICUSA, 1972.
1204 Brian Connaughton

Varela Suanzes, Joaquín


“La teoría constitucional en los primeros años del reinado de
Fernando VII: El Manifiesto de los ‘Persas’ y la ‘Representa-
ción’ de Álvaro Flórez Estrada”. Véase http://www.cervantes-
virtual.com/servlet/SirveObras/01316153111793959756802/
index.htm

Vázquez, Josefina Zoraida y Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva


(coords.)
Diario Histórico de México, 1822-1848 de Carlos María Bus-
tamante, México, El Colegio de México, Centro de Investi-
gaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2003,
2 CD.

Villanueva, Joaquín Lorenzo


Vida Literaria de Dn…., Memoria de sus escritos y de sus opi-
niones eclesiásticas y políticas, y de algunos sucesos notables
de su tiempo. Escrito por el mismo. Con un apéndice de docu-
mentos relativos a la historia del Concilio de Trento, Londres,
s.e., 1825, t. II.

También podría gustarte