Boletin Museo Regional Atacama N°7-2017 PDF
Boletin Museo Regional Atacama N°7-2017 PDF
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REGIONAL DE
BOLETÍN DEL
ATACAMA MUSEO REGIONAL DE ATACAMA
DIRECCIÓN DE BIBLIOTECAS,
ARCHIVOS Y MUESEOS
Año 07, N°7, 2017
Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos
Copiapó- Atacama- Chile
BOLETÍN DEL
MUSEO REGIONAL DE ATACAMA
COMITÉ EDITORIAL
Guillermo Cortés Lutz, profesor de Historia y Geografía, Doctor en Historia.
Ángel Espina Barros, doctor en Antropología, Universidad de Salamanca, España.
Luz Huerta Castillo, doctora en Historia, Universidad de Fairleigh Dickinson University- USA
Luis Castro Castro, doctor en Historia, Universidad de Playa Ancha.
José Manuel Recio Espejo, doctor en Historia, Universidad de Córdoba, España.
CONTACTO
Museo Regional de Atacama, Atacama Nº 98, Copiapó, Atacama, Chile.
Teléfonos: (56-52) 2212313-2230498
Fax: (56-52) 2212313-2230498
Email Editor: [email protected]
Sitio Web: www.museodeatacama.cl
Dirección Postal: Casilla 134, Correo Copiapó, Región de Atacama
ISSN: 0719-1251.
FOTOGRAFÍA PORTADA
Iglesia Santa Rosa de Lima, desde edificio Los Portales, Freirina Circa 1950.
Colección Museo Regional de Atacama
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año 2010 anualmente se ha publicado sin interrupción, abordando en sus números diversos
temas propios del desarrollo de las ciencias en la región y en el propio museo, poniendo
énfasis en temáticas relacionadas con la historia, la educación, biografías, sociología,
antropología, arqueología, etc.
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la realidad local, al estudio de las ciencias sociales, a la valoración de la museografía y de la
historia como elementos significativos en la educación de las comunidades, favoreciendo en
estos trabajos metodologías que permitan la inclusión de los puntos de vista de los diversos
actores de la región que quieran contribuir a enriquecer el debate académico, teórico,
metodológico, etc., ya sean atacameños, chilenos o extranjeros.
El boletín impreso se distribuye en las dependencias del Museo Regional de Atacama,
mediante canje con universidades e instituciones de investigación de Chile, y del resto del
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señalar su aprobación. Luego de ello, son publicados.
Instrucciones de Publicación
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SUMARIO
EDITORIAL .................................................................................................................... Pág 5
El VIAJE DESDE COPIAPÓ AL TITICACA COMO ORIGEN DEL PUEBLO AYMARA Y DEL
COLAPSO DE TIAHUANACO
Cherie Zalaquett Aquea................................................................................................. Pág 7
EDITORIAL
Resumen
Este artículo aborda las teorías que sugieren que los orígenes del pueblo aymara en el Titicaca
se remontan a una oleada de clanes que habitaban en las regiones de Coquimbo y Copiapó, quienes
emigraron hasta Tiahuanaco alrededor del siglo XII d.C. provocando la caída del imperio. Desde
principios del siglo XX hasta la actualidad, la comunidad científica internacional ha debatido estas
hipótesis formuladas por cronistas españoles y algunos archivos coloniales. Aquí sintetizamos el extenso
aparato teórico, elaborado por expertos de diversas disciplinas, acerca de estas presunciones. Y damos
cuenta de la información arqueológica recabada en la Región de Atacama que podría contribuir a
respaldar o contradecir estos supuestos.
Palabras claves: Copiapó, pueblo aymara, Tiahuanaco, prehistoria de Atacama
Abstract
This article addresses the theories that suggest that the origins of the Aymara people in the
Titicaca go back to a wave of clans that lived in the regions of Coquimbo and Copiapó, who emigrated
to Tiahuanaco around the 12th century AD. causing the fall of the empire. From the beginning of the
20th century to the present, the international scientific community has debated these hypotheses
formulated by Spanish chroniclers and some colonial archives. Here we synthesize the extensive
theoretical apparatus, elaborated by experts of diverse disciplines, about these presumptions. And we
take into account the archaeological information collected in the Atacama Region that could help to
support or contradict these assumptions
Keywords: Copiapó, Aymara people, Tiahuanaco, Atacama prehistory
1 Periodista y Doctora en Estudios Americanos por el Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de
Santiago de Chile. Docente de la Escuela de Periodismo de la Universidad Diego Portales. chzalaquett27@gmail.
com.
INTRODUCCIÓN
La Cordillera de Los Andes no solo constituye un encadenamiento geológico,
sino también un espacio cultural que determina la subjetividad de los pueblos que viven
en su entorno, los cuales emergen en contextos y matrices culturales heterogéneas, pero
configuran un imaginario común. En nuestra América del Sur, los códigos transculturales
andinos trascienden las fronteras nacionales y activan una coexistencia integradora tanto en
la herencia colonial, como en una unidad precolombina destruida por la conquista.
En tiempos aún más remotos, donde las formas de representación de la memoria
colectiva de los pueblos sin escritura pueden ser rastreadas por el saber arqueológico, las
evidencias sugieren el desarrollo de una cultura panandina, vinculada al paisaje cordillerano,
que enlaza poblaciones tan distantes entre las montañas altiplánicas y las pampas australes.
Estudios arqueológicos, etnohistóricos y lingüísticos sobre la región andina, que
sustentan los trabajos de Dillehay y Gordon (1998) y de Bengoa (2007a), avalan una unidad
cultural entre los aymara, quechua y mapuche, expresada en influencias recíprocas registradas
desde la formación de estos pueblos. Dillehay asegura que el inicio cultural de los proto-
araucanos comenzó en algún momento entre los años 800 y 1000 a.C.; y que en esa fase
temprana de su formación fue influenciada por rasgos andinos y de la floresta tropical, en
forma limitada (Dillehay, citado por Forster, Navarro & Núñez: s/a: 43).
Asimismo, José Bengoa (2007a: 34-35) afirma que antes de la invasión española y de
la llegada de los incas, durante siglos hubo comunicaciones e intercambios entre las culturas
indígenas andinas del norte y del sur. Describe la existencia de un “tráfico de influencias”
entre viajeros que venían desde los señoríos de las altiplanicies y de la costa, de lo que hoy
es Perú y Bolivia, hasta territorios situados en el extremo sur. En este periodo de contactos,
a través de familias migrantes, se fue expandiendo una transmisión de conocimientos que
influyó en el desarrollo de la agricultura, la domesticación de animales, el uso de piedras,
puntas de flecha y otros artefactos, así como la cerámica y la textilería; hubo una transferencia
de tecnologías, de sistemas mnemotécnicos, e incluso de formas lingüísticas y préstamos de
palabras. También circulaban las creencias y conocimientos mutuos sobre los dioses, las
almas y los difuntos; el culto a los cerros, a las huacas, los rituales, ceremonias y tradiciones.
Todos esos indicios nos hablan de una visión más amplia americana que se fue formando a
través de siglos de relaciones entre las culturas andinas septentrionales y los pueblos australes,
que en cada grupo asumió su forma específica.
Para Bengoa (2007a:35), la arqueología moderna reconoce este movimiento de
poblaciones y traspaso cognitivo que fluía desde el norte hacia el sur. Sin embargo, hay otras
investigaciones, basadas en cronistas españoles y documentos coloniales, que proponen una
ola migratoria en sentido contrario: desde el sur hacia el norte, y no al revés, como sostienen
las teorías más aceptadas.
Esta perspectiva de análisis caracterizó la producción de conocimientos y los debates
científicos de fines del siglo XIX y principios del XX, cuando la metodología de los estudios
sobre las civilizaciones andinas imperiales utilizaba como fuentes privilegiadas los relatos de
los cronistas y los archivos de la colonia; pero se carecía de un dispositivo tecnológico avanzado
que permitiese contrastar y triangular los datos aportados por los registros documentales,
como por ejemplo el análisis de ADN mitocondrial de restos humanos antiguos que hoy
complementa la decodificación de los hallazgos arqueológicos.
En ese marco, surgieron las discusiones intelectuales entre el historiador y antropólogo
peruano José de la Riva-Agüero con el científico alemán, considerado el padre de la
arqueología andina, Max Uhle, acerca de la difusión y hegemonía de las lenguas quechua
y aymara en Los Andes prehispánicos, quienes se plantearon preguntas y formularon teorías
sobre los orígenes de esos pueblos (Cerrón-Palomino, 1998: 97).
Al calor de las controversias entre eruditos, que pretendían llenar los vacíos sobre
las edades primitivas de nuestra América, fue cobrando fuerza la hipótesis de que el pueblo
aymara, asentado en el lago Titicaca, habría surgido de una corriente migratoria que comenzó
en las regiones chilenas de Coquimbo y Copiapó, a la cual se atribuye la destrucción del
imperio Tiahuanaco. Es decir, se planteó que los antiguos habitantes del Collao pre incaico,
se originaron en el semiárido de lo que hoy es Chile.
Con el desarrollo de los estudios etnohistóricos complementados con el análisis
lingüístico, que posibilitan una mayor comprensión del pasado en lugar de eclipsarse las teorías
de principios de siglo, en la década del 80 resurgió una nueva corriente de investigadores que
las reafirmaron. Se trata de los historiadores de Bolivia Teresa Gisbert y Roberto Choque, y
de Waldemar Espinoza Soriano, del Perú; y de la etnohistoriadora francesa Thérèse Bouysse-
Cassagne; todos ellos replantearon y discutieron en distintas obras la posible invasión aymara
de Tiahuanaco iniciada por poblaciones de Coquimbo y Copiapó.
En Chile, aproximadamente en el mismo periodo, fines de los 80 y comienzos de
los 90, aparecieron nuevos referentes para repensar y reinterpretar los conocimientos
sobre las etapas anteriores al dominio incaico en la III Región de Atacama. Por un lado, la
investigación arqueológica, mediante prospecciones en el Pukara de Manflas, determinó
la existencia de la Cultura Copiapó. Hasta entonces, su repertorio cerámico —negro sobre
rojo— no había sido reconocido como obra de una población autóctona y se le asignaba
un origen inca o de tradiciones macro andinas (Garrido Escobar, 2004:539–540). Y por otro
lado, en 1993 se produjo también la incorporación legal de la Cultura Colla como pueblo
originario, asentado en la región de Atacama desde hace siglos. El grupo cultural Colla es
de raigambre circunpuneña, es decir, establecido en Los Andes, que abarcan las tierras
altas de Catamarca, Salta y Jujuy en el noroeste argentino; la Región de Antofagasta y el
extremo septentrional de la Región de Atacama en Chile; y los Departamentos de Potosí
y Tarija en Bolivia (González, Jeria y Castells, 2014:38). Aunque el pueblo colla había
permanecido ignorado por la sociedad chilena, a partir de su inclusión en la ley indígena
inició un interesante proceso de etnogénesis (o reetnificación) en torno a su legado cultural,
como portador de la tradicional forma de vida andina y de su cosmovisión, muy semejante
a los aymara. “En la actualidad, los colla ven en el mundo aymara una puerta para ‘re-
volver’ hacia su pasado y configurar desde esa vuelta, su identidad ‘re-vuelta’” (Quiroz y
Jeria, 2010:38).
De esta manera, se reavivaron las interrogantes acerca de las culturas indígenas
precolombinas del Norte Chico y sobre las relaciones interétnicas que mantenían entre sí; al
mismo tiempo, surgen nuevas preguntas sobre sus vínculos con los habitantes de Los Andes
Centrales y Meridionales: ¿Quiénes eran los Copiapóes?, ¿qué lengua hablaban?, ¿cuál era
su relación, si la hubo, con los Colla y los aymara?, ¿es posible conectar a la cultura Copiapó
con algunos desarrollos culturales de la zona del Titicaca?, ¿su presencia en esa región fue
resultado de migraciones voluntarias o de tributos de mita en el incario?
Desde luego, las respuestas a estas interrogantes exceden el alcance de este artículo y
requieren ser abordadas en trabajos de investigación multidisciplinarios que puedan relacionar
no solo los conocimientos generados en Chile, sino desde un horizonte latinoamericano,
considerando que para los pueblos indígenas la cordillera de Los Andes no era un obstáculo
de aislamiento geográfico, sino más bien un factor de integración.
Para el estudio de la eras primitivas, los mitos originarios preservados por la oralidad
aportan un caudal de posibilidades de comprender la génesis de las identidades. Como
señala Thérèse Bouysse-Cassagne (1987: 16-17) no hay una fecha precisa para el nacimiento
de una identidad o de una cultura. A diferencia de lo que ocurre con los individuos, no es
posible capturar en el tiempo crónico el momento en que nace el sentimiento impalpable
de pertenecer una comunidad única, o definir el instante en que la mentalidad colectiva
otorga un sentido a su propia cultura. “Todo suceso decisivo de la historia […] —dice la
etnohistoriadora— que sólo tiene existencia en el espíritu y en el corazón y que sólo se
expresa a través del idioma del grupo”, se encuentra en la esfera de la subjetividad. Por
ello, la historia de los acontecimientos, que provee pruebas irrefutables, es a pesar de todo
insuficiente para abarcar un dominio en el que las creencias compartidas y las leyendas
tienen tanta importancia como la historiografía propiamente tal.
El presente artículo aborda el conjunto de hipótesis propuestas por investigadores del
mundo andino, relativas a la experiencia preincaica y que sugieren que el pueblo aymara se
habría originado en una oleada de tribus que navegaron desde el sur hacia el norte, teniendo
como punto de partida la zona de Coquimbo y el Valle del Río Copiapó. En la primera
parte sintetizamos el extenso aparato teórico, elaborado por expertos de diversas disciplinas,
acerca de estas presunciones. En la segunda damos cuenta de la información arqueológica
recabada en la Región de Atacama que podría contribuir a respaldar o contradecir estos
supuestos; y en la tercera concluimos con algunas reflexiones sobre las hebras investigativas
que quedan abiertas para ser abordadas en futuros trabajos.
que reclama esa identidad es el Manifiesto de Tiwanaku (1974)2, suscrito por el movimiento
político y cultural, indianista-katarista, que reivindicó la indianidad de Bolivia. El katarismo
emergió fuertemente influido por la obra del indianista boliviano Fausto Reinaga, como un
pensamiento anticolonial que revaloriza históricamente a los pueblos nativos y se propone
recuperar las tradiciones y luchas políticas indígenas.
Según el arqueólogo Carlos Ponce Sanginés, Tiahuanaco surgió alrededor del año
1.580 a. C. y se prolongó hasta el año 1.187 de nuestra era. Tuvo presencia en los actuales
países de Bolivia, Perú y Chile, pero principalmente a orillas del lago Titicaca. Su capital y
centro religioso fue la ciudad de Tiahuanaco o Taipicala, núcleo de una próspera civilización
que desarrolló la arquitectura, la filosofía y la astronomía, entre otras ciencias, y que hoy es
denominada por los historiadores altiplánicos la “cultura madre de Bolivia”.
Siguiendo a Sanginés, el historiador Roberto Choque Canqui (2011:8–9) distingue
tres culturas anteriores a Tiahuanaco. La más antigua sería Viscachani, situada en el
departamento de La Paz, un asentamiento precerámico que se remonta a 10.000 ó 30.000
años. Posteriormente surgieron las culturas Wankarani (1210 a.C–270 d.C.), en el norte del
lago Poopó, en Oruro; y Chiripa (1380 a.C.–22 d.C.) en la ribera del lago Titicaca.
Tiahuanaco tuvo tres estadios: a) una fase aldeana basada en la agricultura y alfarería;
b) una etapa urbana de construcción de edificios, templos y viviendas, con predominio de
una casta sacerdotal, que detentaba el poder político-religioso y el estudio de la astronomía;
c) un estadio imperial en el que expandió su territorio a la sierra y costa central del Perú, a la
costa norte de Chile y al norte argentino.
Por otra parte, desde principios del siglo XX se ha reconocido en la sierra de Ayacucho
a una civilización coetánea de Tiahuanaco: la cultura Wari, que se desarrolló entre 600 a
1.200 d.C., y habría sido producto de la fusión de varias culturas (Huarpa, de la sierra,
y Nasca, de la costa). Aunque desde las crónicas españolas se conocía su existencia, su
descubridor científico fue el arqueólogo peruano Julio Tello, con el hallazgo en 1927 de
una necrópolis. El antropólogo William Isbell plantea que Wari fue el primer imperio andino
prehistórico anterior al incario; y fue una sociedad expansiva, gobernada por guerreros. Isbell
(2010: 199) afirma que los wari hablaban una lengua protoquechua.
Algunas hipótesis proponen que Tiahuanaco y Wari podrían haber sido un estado dual,
donde Wari mantenía el centro del control político y militar en la sierra y costa peruana,
mientras Tiahuanaco, en el Titicaca, se encargaba de las actividades más ceremoniales. Isbell
asegura que hubo comunicación entre Tiahuanaco y Wari; que fueron dos Estados capitales
contrapuestos que compartían prácticas rituales y tradiciones:
2 El 30 de julio de 1973 ante una masiva concentración de aymaras y quechuas congregada en el centro
arqueológico de Tiwanaku se leyó el Primer Manifiesto de Tiwanaku, documento firmado por integrantes del
Centro de Coordinación y Promoción Campesina, Mink’a, el Centro Campesino Túpac Katari, la Asociación
de Estudiantes Campesinos de Bolivia y la Asociación Nacional de Profesores Campesinos, todos jóvenes
crecidos con la Revolución de 1952, que iniciaron una lectura crítica de los logros parciales de ésta. Buscaron
reinterpretar la historia boliviana, reivindicando la memoria de las revoluciones anticoloniales lideradas por
Tupac Katari y Bartolina Sisa en 1781 y por Pablo Zárate Willka en 1899.
A los investigadores de fines del siglo XIX y comienzos del XX les intrigaban los
orígenes de Tiahuanaco y el modo abrupto en que se produjo su final. Historiadores y
antropólogos se formulaban las mismas interrogantes que inquietaron al cronista Pedro de
Cieza de León, quien visitó sus ruinas en 1549, y quedó maravillado por la magnificencia
de los monumentos. El autor recogió testimonios de los indígenas intentando desentrañar
quiénes habrían sido sus constructores (Mitre, 2003:9). Básicamente se preguntaba: ¿serían
quechua o aymara los creadores de Tiahuanaco? , ¿qué lengua hablaban los tiahuanacotas: el
quechua, el aymara u otra diferente?, ¿los pueblos quechua y aymara eran nativos o intrusos?,
¿cuál era su procedencia originaria: el sur o el norte? (Cerrón-Palomino, 1998: 85–86).
El historiador José de la Riva-Agüero desarrolló su doctorado sobre las obras de numerosos
cronistas españoles para reconstituir filológicamente las informaciones sobre la prehistoria y
la historia del Perú. Su tesis La Historia en el Perú, publicada en 1910, ha sido reconocida
como la obra precursora en Latinoamérica del género de historia de la historiografía y que
simultáneamente constituye un aporte sustantivo en el campo historiográfico propiamente tal
(Basadre en De la Riva-Agüero, 1965 [1910]: XV–XVIII).
Siguiendo a Cieza de León, Garcilaso de la Vega y Antonio de Herrera3, De la Riva-
Agüero enunció la hipótesis de que los constructores de Tiahuanaco habrían sido “unas gentes
barbadas y blancas”, suponiendo que hablaban el quechua, porque era una lengua civilizada
que se habló en el inca. Sostiene, en cambio, que los aymara no eran nativos de Tiahuanaco,
sino guerreros muy violentos que emigraron desde el sur y destruyeron esa civilización (De
la Riva-Agüero, 1965 [1910]:63).
El historiador peruano remite a los testimonios de los informantes indígenas que
revelaron a los cronistas lo que sabían de sus antepasados. Hablaban de un príncipe colla
llamado Cari (algunos lo denominan Cara), quien exterminó a los hombres blancos del
Titicaca y fundó su propia dinastía en la zona. El nombre Cari se convirtió en un título
hereditario del linaje de los curacas colla de esa región. En tiempos de la conquista española,
el cacique de Chucuito, principal centro aymara del Titicaca, relató personalmente a Cieza
3 Antonio de Herrera desempeñó el cargo de Cronista Mayor de Indias y ha sido acusado de plagiar los manuscritos
de Cieza mientras estuvieron en su poder. Así lo afirma Marcos Jiménez de la Espada en el prólogo de la edición
del Tercero libro de las guerras civiles del Perú, el cual se llama la Guerra de Quito. Biblioteca Hispano-
Ultramarina, Madrid, 1877, pp. ix y ss., et passim. Nota del libro Crónica del Perú. El señorío de los incas, de
Pedro de Cieza de León, 2005, Caracas: Biblioteca de Ayacucho, pp XVIII.
de León que su antecesor, el primer Cari, habría sido un capitán que zarpó de las costas
chilenas, de “Coquimpu” (Coquimbo; De la Riva-Agüero, 1965 [1910]:94).
Así lo relata Cieza de León en la Crónica del Perú. El señorío de
los incas:
Cari, allegó a donde agora es Chucuito, de donde después de
haber hecho algunas nuevas poblaciones pasó con su gente a la isla y
dio tal guerra a esta gente que digo que los mató a todos […] aunque
anduviesen en sus guerrillas y pasiones, fundaron y hicieron muchos
templos y los capitanes que se mostraron ser valerosos pudieron
quedarse por señores de algunos pueblos (De León, 2005 [1553]: 304).
Otro tirano o señor, a quien llamaban Cari, había salido con
mucha gente y con grandes balsas entrado en las islas, adonde peleó
con los naturales de ellas y se dieron entre él y ellos grandes batallas,
de las cuales el Cari salió vencedor; mas que no pretendía otro honor
ni señorío que robar y destruir los pueblos y, cargado con el despojo,
sin querer traer cautivos, dio la vuelta a Chucuito, adonde había hecho
su asiento y por su mandado se habían poblado los pueblos de Hilave,
Xuli, Zepita, Pomata y otros; y con la gente que pudo juntar, después
de haber hecho grandes sacrificios a sus dioses o demonios, determinó
de salir a la provincia de los canas; los cuales, como lo supieron,
apellidándose unos [a otros] salieron a encontrarse con él y se dieron
batalla, en la cual fueron los canas vencidos, con muertes de muchos
de ellos. Habida esta victoria por Cari, determinó de pasar adelante;
y haciéndolo así llegó hasta Lurocache, adonde dicen que se dio otra
batalla entre los mismos canas y él, mas tuvieron una misma fortuna
que en la pasada. Con estas victorias estaba muy soberbio Cari […] (De
León, 2005 [1553]: 389).
Tiahuanaco. Los Quechuas se vieron obligados a emigrar, y así quedó su raza dividida en dos
porciones sin comunicación entre sí, como hoy mismo está: la de los quechuas del Perú y
Quito, y la de los quechuas de Charcas (Bolivia; De la Riva-Agüero, 1965 [1910]:93).
Como causa probable de la salida desde Chile, el historiador argumenta que el
avance del desierto en las zonas de Tarapacá y Atacama pudo atraer a los aymara hacia el
norte; subrayando que en tiempos prehistóricos esa pampa estéril habría tenido una extensa
vegetación, como lo sugieren investigadores4 que observaron vestigios de bosques y de ríos
disecados, “como el que existía junto a Copiapó”, ciudad que todavía en la época de los
españoles era llamada San Francisco de la Selva (De la Riva-Agüero, 1965 [1910]:93).
Respecto de las razones que habrían impulsado los viajes por vía marítima, no le
parecen mitológicos los recuerdos de los naturales, ya que las expediciones a través del
Océano Pacífico eran mucho más fáciles que las travesías por el desierto y por la cordillera
de Los Andes (De la Riva-Agüero, 1966 [1930]: 76-77).
Para reforzar la procedencia de los aymara del desierto de Atacama, el historiador
peruano cita a su par chileno Joaquín Santa Cruz, quien fuera intendente de Coquimbo. En
su artículo “Indios septentrionales de Chile”, publicado en 1913, Santa Cruz establece una
familiaridad entre los pueblos atacameños de Chile y los aymara de Bolivia en su conformación
física, costumbres e idioma. En lo lingüístico, recalca la abundancia en el Norte Chico de
nombres propios de lugar con la raíz pay, que en aymara significa desierto, como Paypote,
Paytanasa (actual Vallenar), Paypaz, Paynegue. Y asegura que otras denominaciones como
Chillimaco, Alcota, Churumata, Mallco en Limarí, Llaullao, Tunea, Chala, solo se interpretan
con vocabulario aymara5 (De la Riva-Agüero, 1966 [1930]: 120)
A De la Riva-Agüero le interesaba sobre todo defender el origen quechua de los
creadores de Tiahuanaco, en contraposición a los ocupantes extranjeros aymara, aborígenes
de tierras bárbaras del sur, cuya cultura estimaba rústica y grosera. Por ello, a través de todos
sus libros y artículos polemizaba con los científicos impulsores de las tesis “aymaristas”. El
sabio viajero y filólogo alemán, Ernst W. Middendorf, enfatizaba que la lengua tiahuanacota
era el aymara, aunque su origen era el norte: Mesoamérica (Cerrón-Palomino, 1998: 88–89).
Otro ilustre aymarista fue el arqueólogo alemán Max Uhle, quien suscribe el planteo de
Middendorf respecto de la difusión de la lengua aymara desde el norte (Colombia) hacia el
altiplano, extendiéndola por el sur a Antofagasta y Argentina. Afirmaba además que el aymara
sería más arcaico que el quechua por los paradigmas de su sistema verbal.
A lo largo de toda su obra, el historiador rebate ardorosamente los argumentos de Uhle,
aseverando la preponderancia del quechuismo primitivo y el carácter foráneo del aymara que
habría llegado a través de invasiones desde del sur en tiempos preincaicos o como resultado
de la política colonizadora de los incas, es decir, del sistema de mitimaes que imponía a
los pueblos conquistados cumplir tareas en otras regiones (De la Riva-Agüero 1966 [1930]:
131–150, citado por Cerrón-Palomino, 1998: 98).
4 Sobre la desertificación, De la Riva-Agüero cita una publicación de Ernst Meyendorff, L´Empire du Soleil, Pérou
et Bolivie, 1909, París; y las observaciones del geólogo francés G. Courty, Explorations Qéologiques dans
l’Amérique du Sud, París, 1907, pp. 17 a 21; y la obra de Eliseo Rechts, Nouvelle Qéographie Universelle, tomo
XVllI, Les régions andines, París, 1893, pp. 39 y 709, 745, 746, 756. (XIV) (De la Riva-Agüero, 1965 [1910]:93)
5 Santa Cruz, Joaquín. (1913). Indios septentrionales de Chile. En Revista chilena de Historia y Geografía, vol VII.
Su controversia con Uhle se prolongó hasta 1937, aunque el alemán solo se hizo
cargo de ella en 1910, posteriormente no tomó en cuenta las críticas del peruano (Cerrón-
Palomino, 1998:97–98).
Más tarde, en las décadas del 60 y 70, cuando las ciencias sociales e históricas
experimentaron notables avances, hubo también un fuerte progreso de la lingüística andina
con los trabajos de Alfredo Torero, considerado el fundador de esta especialidad, destinada
a reconstruir el pasado a través del lenguaje. Torero investigó el quechua, el aymara y otras
hablas nativas ya extintas e hizo su tesis doctoral en París sobre la lengua puquina, postulando
que era el idioma hablado en Tiahuanaco. También la etnohistoriadora Thérèse Bouysse-
Cassagne, amplió significativamente el conocimiento al publicar un mapa de la distribución
de las lenguas indígenas surandinas en la edición de Noble David Cook, de la Tasa de la Visita
General de Francisco de Toledo en 19756. El trabajo pionero de Thérèse Bouysse-Cassagne
constituye el primer estudio etnohistórico sistemático de los grupos étnicos aimaras del sur
andino, que incluye, en particular, a los del Collao (Domínguez Faura, 2010: 313–314).
En el transcurso de la década del 80, lingüistas andinos como Alfredo Torero y Rodolfo
Cerrón-Palomino acentuaron la tendencia a plantear el génesis de la lengua aymara como
fruto de migraciones, pero ocurridas dentro del mismo espacio geográfico Tiahuanaco-
Wari, descartando los éxodos más australes. Los arqueólogos, en cambio, no percibían
ninguna ruptura en la cultura material de la región de Tiahuanaco, por lo cual rechazaban
como improbable la idea de una invasión aymara (Arnold y Yapita, 2008:360); en tanto,
los historiadores siguieron sustentado las presunciones del desplazamiento de clanes desde
Coquimbo y Copiapó.
En ese estado de la cuestión, emergió la segunda camada de investigadores que
reactualizó la vigencia de las teorías de principios de siglo. En un campo de estudios de
hegemonía masculina, destaca la singularidad del trabajo de la arquitecta e historiadora
boliviana Teresa Gisbert, quien realizó una creativa aproximación al pasado prehispánico
desde un enfoque hermenéutico de las fuentes escritas coloniales que integraba la perspectiva
arquitectónica, la iconografía y el arte textil de los pueblos indígenas.
Gisbert convulsionó a la comunidad científica, cuando a través de sus obras —“Los
cronistas y las migraciones aymaras”7 (1987), Arte textil y mundo andino (1987) y El Paraíso
6 El mapa se titula Lenguas recomendadas para la catequización en el obispado de La Plata hacia 1580, mapa N°
2, p.320. En Cook, N. David (1975) Tasa de la Visita General de Francisco de Toledo. Lima: Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Dirección Universitaria de Bibliotecas y Publicaciones.
7 Gisbert, T. (1987) Los cronistas y las migraciones aymaras. Historia y cultura (12) La Paz.
de los pájaros parlantes (1989)— ratificó la vigencia de la tesis de una invasión como causa
del colapso de Tiahuanaco imperial. El marco teórico que sustentaba su propuesta yuxtaponía
las investigaciones más modernas, lingüísticas y etnohistóricas,
con los escritos de Pedro de Cieza de León y un relato de Pedro Mercado
de Peñaloza8 sobre los orígenes de los pueblos Lupacas, Pacajes y otros
aymara parlantes. De esta forma, Gisbert corroboró que los aymara
venían desde el sur, aludiendo a las hordas comandadas por Cari que
emigraron de los valles de Coquimbo y Copiapó, y navegando por el
Pacífico llegaron a establecerse en la zona del Titicaca. Asimismo, tuvo
la audacia de definir la trayectoria del viaje, dibujando un mapa con el
itinerario seguido por las tribus desde las regiones chilenas: Coquimbo-
Copiapó-Potosí-Poopó-Carangas-Chucuito.
Para Gisbert, la cultura previa a la invasión aymara fue la de Tiahuanaco, que
corresponde a gente de habla puquina, la cual fue empujada hacia el norte por los invasores.
Un remanente de expulsados quedó en la zona de Omasuyos, los cuales eran puquinas
parlantes; y otros grupos se exiliaron en el área de Kallahuaya, donde todavía conservan en
el habla algunas palabras puquinas. Atribuye la destrucción de Wari a los yaros, o Llacuaces,
que eran poblaciones de habla aymara, y asegura que el antiguo y verdadero nombre del lago
Titicaca era Lago Poquina, que después se llamó Chucuito y, finalmente, Titicaca. Asimismo,
revalida que Cari y su gente se establecieron en Chucuito y se los conoció como Lupacas9
(Gisbert, 1999, citada por Olmedo Llanos, 2006: 172–173).
La teoría de Gisbert fue aceptada como un hecho por gran parte de la comunidad
de historiadores, sobre todo durante las décadas de 1980 y 1990 del siglo pasado (Rivera
Casanovas, 2016: 79).
En esa misma línea, muy tempranamente Waldemar Espinoza Soriano había postulado
que una incursión aymara venida desde el sur provocó la desintegración de los Estados
de Tiahuanaco y Wari en el siglo XII d.C. Así lo plantea en sus escritos: “Los fundamentos
lingüísticos de la etnohistoria andina y comentarios en torno al anónimo de Charcas de
1604”, (1979) y en obras posteriores: Los Incas. Economía sociedad y estado en la era del
Tahuantisuyu (1987) y La civilización inca: economía, sociedad y estado en el umbral de la
conquista hispana (1995).
Este investigador incluye a la zona argentina de Tucumán, en el punto de partida del
viaje de los clanes aymara. Utilizando fuentes documentales de Cieza de León, Santa Cruz
Pachacuti, Guamam Poma de Ayala y otros cronistas, propone que el desplazamiento comenzó
en la región trasandina de Tucumán; y que un caudillo aymara salió de la región chilena de
Coquimbo siguiendo un recorrido en dirección norte hasta alcanzar el territorio imperial en
el altiplano boliviano y la sierra del Perú. Asegura que los incas eran descendientes de los
nobles tiahuanacos que escaparon de su capital Taipicala, cuando fueron invadidos por estas
8 Gisbert toma como referente el relato de Pedro de Cieza de León, incluido en la Segunda Parte de la Crónica del
Perú (1986) Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú. Y también en la obra Relación de la provincia de los
Pacajes, de Pedro Mercado de Peñaloza, que figura en el texto Relaciones Geográficas de Indias, (1885). Madrid:
Ministerio de Fomento/Tipografía de Manuel G.Hernández, pp 51–64
9 Teresa Gisbert, El paraíso de los pájaros parlantes. Plural editores, Bolivia, 1999
hordas aymara que llegaron a la isla del sol, destruyendo antes una población de huiracochas
(tiahuanacotas) y exterminándolos.
Así lo relata Espinoza Soriano:
En las postrimerías de la mencionada centuria (Xll), el Estado
de habla puquina, denominado más comúnmente Tiahuanaco, fue
asaltado e invadido por grandes oleadas humanas procedentes del sur
(de Tucumán y Coquimbo), en forma tan repentina e impetuosa que no
le dejaron tiempo para preparar la resistencia. Tales invasores, a todas
luces, no eran otros que los aymaras.
Los motivos del desplazamiento aymara de sur a norte y las
causas de la caída de los puquinas (o tiahuanacos) pudieron ser varias.
En el caso de los aymaras, posiblemente cambios climáticos (bajada de
la temperatura) pudieron llevarlos a un desalojamiento masivo rumbo a
zonas septentrionales; o tal vez la presión de otros pueblos que a su vez
los acometieron y empujaron; o tal vez sale una migración voluntaria en
busca de mejores horizontes.
En la situación de los puquinas (o tiahuanacos), que por entonces
conformaban un poderoso Estado, su rápida disolución pudo estar
determinado por lo violento e inesperado de la incursión aymara, no
dándoles la posibilidad de organizar la defensa; o quizás las aristocracias
o jefaturas de los pueblos conquistados y dominados por ellos,
ávidos de liberación, coadyuvaron con los asaltantes dinamizando el
derrocamiento. Cualquiera de estos hechos pudieron acaecer, o acaso,
todos juntos. Lo cierto es que el Estado de habla puquina y su capital
Taipicala fueron capturados y totalmente destruidos (Espinoza Soriano,
1987, 1995: Cap. 2).
Según este autor, después que los aymara se consolidaron en el Collao, reiniciaron sus
marchas, avanzando por el norte y oeste para atacar el Estado Wari, haciéndolo, según parece,
de la misma forma que desmoronaron a los puquinas. Pero antes habían instaurado el reino
aymara hablante de Lupaca, que incluye las localidades de Chucuito, Juli y Copacabana.
Así, mientras el caudillo Cari avanzaba por Copacabana y Yampupata para tomar la isla del
Titicaca, los sacerdotes y demás ayllus que sobrevivieron a la hecatombe no tuvieron más
opción que salir navegando en balsas de totora para desembarcar en las playas de Puno; y de
allí continuar una larga, penosa y sacrificada peregrinación hacia el noroeste en busca de un
refugio más o menos seguro para proteger la tradición cultural y política de la clase dirigente
de la arrasada Taipicala. De ese linaje, habrían surgido los incas.
La fase posterior al desplome de Tiahuanaco, caracterizada por la fragmentación del
poder en múltiples señoríos aymara, que aparecen hacia 1.200 d. C., en el denominado
Período Intermedio Tardío, ha sido abordada por el historiador Roberto Choque Canqui.
Desde su perspectiva, los reinos más representativos en el eje acuático del Titicaca eran:
Colla, asentado en el noroeste del lago; Lupaca hacia el Occidente; Pakaja, Karanka (Caranga)
y Lipi hacia el Sur. También menciona a los Qhana (Cana) y Qanchi que vivían en el norte
del lago y a los Qullawa y Urwina hacia el Occidente. Asimismo, identifica a los Qhara
Qhara al norte de Potosí, y Charca y Chicha al sur. Todos ellos constituían diferentes grupos
étnicos, pero podían ser agrupados en dos grandes conjuntos: los colla y los aymara, quienes
hablaban una sola lengua, el aymara. Las reinos más importantes en términos militares eran
los Colla, los Lupaca y Pacajes. Estos últimos, aparte del aymara, hablaban pukina (Choque
Canqui, 1997: 8–12).
En los antecedentes precolombinos de la formación de estas parcialidades aymara,
Choque Canqui, concuerda con Gisbert, Arce y Cajías (1987: 134–136), en el itinerario seguido
por los clanes procedentes desde el Sur Andino (Copiapó y Coquimbo) hacia el lago Titicaca
o Chucuito y luego llegando al norte del Perú hasta Cuzco y Wari.
Enfatiza que Copiapó y Coquimbo formaron parte de la expansión de Tiahuanaco y
por lo tanto, sus poblaciones, ya antes del viaje, vivían organizadas en ayllus y markas. Para
fundamentar el vasto alcance geográfico de la cultura andina, el historiador Choque Canqui se
inspira en antiguos relatos que describen al Collao, gobernado por un rey llamado Jawilla, cuya
jurisdicción abarcaba desde Vilcanota (situado a medio camino entre el Cuzco y el Titicaca)
hasta Chile10. Cabe recordar que según Bouysse-Cassagne (2006: 49), con toda probabilidad
Chile comenzaba al sur del camino que cruza la cordillera Occidental, entre Chicoana (Salta)
y Copiapó. De ahí que Choque Canqui (1997:14) deduce que las poblaciones chilenas,
organizadas en comunidades y ayllus, estaban sujetas al gobierno de Jawilla, el rey del Collao.
Respecto del traslado en el éxodo de estos grupos aymara hacia el norte, el autor
boliviano afirma:
Sin duda esta operación se realizaba dentro del antiguo espacio
cultural de Tiwanaku expansivo. Por consiguiente, los grupos aymaras
migrantes no eran extraños al mundo andino, sino que indudablemente
promovían las nuevas formas de organización socio-política en base
al ayllu y la marka. Es indudable, los aymaras en las diferentes oleadas
de su desplazamiento hacia el norte habrían destruido algunos pueblos
originarios, estableciendo “nuevas poblaciones” con su gente. Por
este motivo, los aymaras además son acusados de destructores de la
metrópoli de Tiwanaku (Choque Canqui, 1997: 9).
10 Descripción de Fray Martín de Morúa, mercedario, cura de Capachica, autor de Historia del origen y genealogía
real de los Reyes Incas del Perú, basado en el Manuscrito Loyola escrito alrededor de 1590. Manuscrito Loyola,
CSIC, Madrid, 1946, p.215, citado por Bouysse-Cassagne 1987, nota 1, p.301)
11 La palabra en corchete es nuestra.
Como se aprecia, la alfarería de los Pacajes era de color rojo y negro, las mismas
tonalidades de la cerámica que caracteriza a la Cultura Copiapó. De hecho, antes de la
identificación de esta cultura autóctona local, los investigadores del valle habían denominado
Inca-Pacajes a piezas de esta variedad alfarera, suponiendo que pudo ser influencia de los
tiempos del Tawantisuyu.
12 J. Hyslop, An archaeological investigation of the Lupaca Kingdom and its origins. Thesis, Ph D., dissertation,
Columbia University, 1976. No obstante, en su réplica a Bouysse-Casaagne, Torero sostiene que en este artículo
Hislop no habla de Coquimbo, sino de un sitio llamado Cultimbo, ubicado en las alturas de Chicuito, y sospecha
que Cieza de León se confundió, dada la similitud fonética entre ambos nombres (Torero, 1987: 402).
También el antropólogo francés Nathan Wachtel (1987: 393) puntualizó sus reparos
lamentando la mala circulación de la información científica, ya que “hubiera deseado saber
cómo Alfredo Torero integra en su interpretación los últimos trabajos sobre las migraciones
aymaras venidas del sur”, aludiendo a la tesis de Teresa Gisbert. Asimismo, Xavier Albó (1987:
377) manifiesta dudas sobre el origen de la lengua aymara en Pampas, considerando que en
esta región los incas implantaron mitimaes de múltiples zonas, e insinúa que en el siglo XVI
era muy difícil saber si las lenguas allí habladas eran previas o posteriores al incario. “La
poca diferenciación dialectal del aymara en la puna puede ser efectivamente un argumento
a favor de su llegada tardía. Pero no acabo de saber cuál es la argumentación que lleva a
Torero a pensar que el origen de esta lengua es por el río Pampas, que ha sido después área
con mitmas de orígenes muy diversificados”.
En las últimas páginas del mismo dossier, Torero respondió una a una las críticas de los
expertos mundiales, empleando un tono bastante agresivo y sin la cordialidad que se espera
de los debates científicos de esa altura intelectual. Sin embargo profundizó sus argumentos
para clarificar la fundamentación de su teoría.
Básicamente, Torero está convencido que los sucesos relatados por las crónicas de
Pedro Cieza de León, respecto de las batallas de Cari para conquistar el Titicaca, habían
ocurrido no mucho tiempo antes de la publicación de su libro, a mediados del siglo XVI; y
que estos enfrentamientos militares solo fueron terminados con la intervención del ejército
inca. Respecto del origen de Cari en Coquimbo, Torero advierte que el sitio altiplánico
descrito por Hislop como evidencia de la devoción de los lupakas hacia sus antepasados,
ubicado en las alturas de Chucuito, se llama Cultimbo, no Coquimb, y sospecha que Cieza
de León se confundió, dada la similitud fonética entre ambos nombres (Torero, 1987: 402).
Sin embargo, no descarta que los aymara hubiesen estado en Coquimbo y Copiapó,
pero sostiene que avanzaron primero desde el norte hacia el Titicaca y desde allí siguieron
marchando hacia el sur quizás hasta Atacama por la Cordillera Occidental andina. Una vez
afianzados en estas regiones, algunos grupos se devolvieron tiempo después, aprovechando
las condiciones más favorables proporcionadas por la expansión de los incas, hasta que
finalmente lograron conquistar el Collao:
Nada, entonces, impide —ni los datos lingüísticos ni los documentos históricos— asumir
las conclusiones arqueológicas […] y postular que invasores aymaraes, venidos originariamente
del norte en una o más oleadas, siguiendo las tierras altas de la Cordillera Occidental andina,
no pudieron vencer al comienzo, por largo tiempo, las defensas de los puquinas collavinos
y debieron continuar su avance mucho más al sur hacia quizá la puna atacameña, pero
atacando a las poblaciones puquinas y uruquillas (y/u otras más) de la mitad meridional del
Altiplano, hasta quebrar su capacidad de resistencia —capacidad indudablemente menor
que la del sector septentrional, dadas las condiciones naturales que no permiten allí una alta
densidad poblacional—.
Una vez afianzados en la región meridional, algunos contingentes
aymaraes habrían contramarchado tiempo después hacia el norte,
hacia el Collao, aprovechando las coyunturas favorables generadas
por la expansión cusqueña, y penetrado finalmente allí, en una suerte
de prolongado rodeo para alcanzar al fin, siquiera parcialmente, la
ambicionada tierra collavina (Torero, 1987: 402–403).
Para otros autores, en cambio, la tesis de la filtración del aymara desde Cañete sigue
respaldando la posibilidad de invasión de estos grupos desde Chile. Espinoza Soriano
(1979:155–156) adjudica la presencia de la lengua aymara en la sierra central y norte del
Perú, justamente a la llegada de las hordas que provocaron la caída de Wari y cuya agresión
dio origen al imperio Yaro (siglos XII–XIII), del que tanto habló Guamán Poma de Ayala. Según
este investigador, a la población invasora aymara los llamaban también llacuaces o yaros
según las zonas, y su existencia está acreditada por documentos coloniales, que revelan su
procedencia del Collao:
Yaro era el nombre oficial y honorífico que se daban a sí mismos;
y Llacuaces, el apodo o sobrenombre despectivo que les pusieron los
derrotados Huaris. La documentación examinada confirma igualmente
que estos Yaros o Llacuaces eran de habla aymara, pues procedían del
Collao, de donde invadieron los Andes centrales Espinoza Soriano
(1979:155–156).
(Garrido, 2007: 7). Garrido (2004: 544) sugiere que podría haber semejanzas en la dieta
alimenticia de la sociedad Copiapó con la del altiplano del antiguo Tawantisuyu, debido a
la descripción que hace el cronista Bernabé Cobo de una alfarería indígena de esa región
(“Tuestan el maíz en unas cazuelas de barro agujereadas”). Podría corresponder a ciertos
fragmentos de vasijas del estilo monocromo, que presentan perforaciones, hallados en el
pucará de Manflas. Sin embargo, del estudio del universo cerámico Copiapó, Garrido (2004:
550) concluye:
Cabe señalar que aunque aún no se ha podido determinar
ningún vínculo efectivo de la cerámica de la Cultura Copiapó con la de
zonas aledañas de los Andes Meridionales o más Centrales, el avance
a futuro de una investigación por esa línea será muy interesante a la
hora de poder correlacionar los principios simbólicos de los habitus
interpretados, con una cosmovisión mayor del sistema andino, en donde
podamos establecer hasta qué punto tales principios son semejantes y
en qué radica su particularidad.
A la luz de las evidencias arqueológicas, Castillo (1998: 192) analiza los textos de
los cronistas españoles que mencionan indígenas vinculados a Copiapó. La mayoría de esos
escritos se refieren a las formas de penetración militar de los incas en territorio chileno13, pero
no entregan antecedentes sobre las posibles migraciones previas desde Coquimbo y Copiapó
hacia el Titicaca. Tampoco son muy certeros los datos de las crónicas sobre los indios de
Copiapó forzados por el inca a cumplir mitas militares en el Tawantisuyu, como es el caso
de los Tomata Copiapó, que figuran en documentos coloniales de Tarija. Según Castillo, la
prospección arqueológica del valle chileno, nada indica sobre su existencia:
En los tres sitios más clásicos estudiados en el valle de Copiapó hasta ahora no asoman
decididamente las huellas de tales guerreros […]. En Viña del Cerro los mayores porcentajes
de cerámica pertenecen a los tipos locales Punta Brava y Copiapó Negro sobre Rojo y no
figuran tipos Inca-Pacajes u otras manifestaciones extranjeras […].
13 Oliva (1571) relata que el inca Huiracocha reforzó el ejército con indios chinchas, copiapoes, apatamas, tomatas,
yaquitas y calchaquíes, “toda gente belicosa y disciplinada en la guerra”; Garcilaso de la Vega (1609) narra que
Pachacuti Inca Yupangui avanzó con indios de Atacama y de los “tucma” (Tucumán); y Rosales (1670) señala que
el inca Huascar se habría servido de la ayuda de los juríes (Castillo, 1998: 192). En Argentina, habitaban pueblos
que habían recibido influencias andinas, pero también amazónicas, chaqueñas y pampinas según el caso, serían
los lules y tonocotes del Tucumán, nominados juries en las crónicas tempranas (Hidalgo, 2004 [1971]:41).
Para Castillo (1998: 279) es muy probable que los indios tomatas Copiapó hayan sido
oriundos del valle copiapino, quienes fueron desarraigados por el inca y obligados a sumarse a
sus ejércitos para combatir a los chiriguanos14 , rindiendo de esa manera su tributo militar. Una
vez expatriados en territorio boliviano, estos indígenas fueron asimilados a las etnias chichas.
Debieron ser mitimaes copiapinos los trasladados a dichas latitudes
porque no existe otro Copiapó como área geográfica específica, a lo más
hubo un campo o potrero Copiapó o ckopiapú en San Pedro de Atacama
(Casassas, J.M., 1974, citado por Castillo, 1998: 279).
El lingüista peruano también analiza las ciudades amuralladas, descritas por Hyslop,
en el suroeste del Collao, y las fortificaciones defensivas y pucaras similares encontrados en
las nacientes de los valles del norte de Chile, y el noroeste de Argentina, que acordonaban
las punas de Carangas, Lípez y Atacama. Precisamente, estas construcciones pueden ser
comparadas con las que caracterizan los sitios arqueológicos de la Cultura Copiapó. Para
Torero, serían obra de los pueblos Colla y no de los aymara:
No serían, pues, obra de los invasores aymaraes, como este autor
[Hyslop] ha supuesto, sino construcciones defensivas de los collas
destinadas a disuadir a los aymaraes de atacar las tierras bajas, así como
para proteger sus ganados y mantener abiertas sus rutas hacia los valles
de la costa (Torero, 1987: 403).
14 Los chiriguanos son un pueblo originario de Bolivia que hablaba una lengua tupi-guaraní. Han tenido presencia
en la región amazónica de Paraguay, Bolivia y Argentina.
Por otra parte, Rothhammer et al (2003: 273) advierten que la similitud encontrada
entre quechuas y Tiahuanacotas no indica necesariamente que los primeros estén vinculados
a la construcción de lo que actualmente se encuentra en ese espacio arqueológico. Y
también estiman posible que hayan compartido ancestros comunes, cuyo origen es la región
selvática de Bolivia, como insinúan recientes estudios de ADNmt realizados por su mismo
equipo científico.
Con estos resultados, los genetistas asignan especial crédito a la hipótesis de Alfredo
Torero (1987) de que la propagación del aymara se habría producido desde el norte hacia
el sur, es decir, desde la sierra peruana hacia el altiplano. Pero el estudio no aporta ninguna
respuesta concluyente sobre el origen del pueblo aymara, como grupo étnico extranjero a
Tiahuanaco, como tampoco arroja luces que permitan descartar del todo las versiones de los
mitos y las crónicas sobre Coquimbo y Copiapó como punto de partida.
Al contrario, al establecer un ancestro común entre los aymara y los atacameños,
este experimento también podría ser interpretado como un respaldo a las presunciones de
desplazamiento desde el sur hacia el norte, como plantearan De la Riva Agüero a principios
de siglo y Gisbert, Espinoza Soriano, Choque Canqui y Bouysse-Cassagne en los 80. Aun
cuando no sea posible determinar qué tanto más al sur habría comenzado el supuesto viaje
aymara hacia el altiplano de Perú y Bolivia.
CONCLUSIONES
En el transcurso de este artículo he intentado configurar un panorama de la discusión
bibliográfica y el estado de la cuestión en los estudios andinos sobre una temática que no
ha sido abordada en profundidad por la investigación académica chilena más reciente. Los
avances en nuestro país son reducidos, a pesar de la tremenda importancia que tiene esta
materia para las regiones de Atacama y Coquimbo, en particular, y para la prehistoria del
norte chileno en general.
Como hemos visto, la hipótesis del supuesto origen del pueblo aymara en Coquimbo
y Copiapó es un tema que ha movilizado a la comunidad científica internacional y ha sido
estudiado con pasión por especialistas de renombre en el mundo académico de Europa,
Estados Unidos y Latinoamérica.
Gracias a los valiosos debates y controversias que estos expertos han sostenido a
través de sus publicaciones, Chile se ha beneficiado de importante información científica
que podría contribuir a llenar los vacíos sobre las culturas originarias que poblaron nuestras
tierras en el pasado remoto. Pero sigue siendo indispensable el énfasis de la investigación
local, cuyo invaluable aporte de las singularidades geográficas y las especificidades culturales
autóctonas no pueden ser sustituidas por lecturas a escala global. Es indudable que las
discusiones científicas, por muy técnicas y objetivas que parezcan, también están atravesadas
por sentimientos nacionalistas o por la defensa de intereses estatales o de seguridad nacional.
De hecho, los documentos coloniales y los archivos históricos, así como sus interpretaciones,
se utilizan, por ejemplo, en los juicios internacionales de disputas territoriales.
Todo indica que la eficacia de este tipo de investigaciones depende en gran medida
de la perspectiva multidisciplinaria, porque permite integrar los datos de la historiografía,
la etnohistoria, la arqueología y la lingüística, entre otras ciencias. Aunque como remarca
Bouysse-Cassagne (2010:284), al mismo tiempo, la tarea se torna más compleja, porque las
disciplinas usan distintas escalas de temporalidad y, por ello, los resultados que cada una
ofrece separadamente no siempre coinciden, dificultando el cruce de datos.
También conviene tener en cuenta que la información arqueológica, historiográfica
y lingüística únicamente permite hablar de ancestros de las etnias estudiadas, ya que como
previene Silvia Rivera Cusicanqui (1991: 2–3), en el periodo colonial y al menos hasta fines
del siglo XVIII, si bien el aymara figuraba, junto con el pukina, como lingua franca de una
multiplicidad de ayllus, markas y federaciones que se extendían a lo largo del eje acuático
de los lagos Titicaca y Poopó, no hay evidencia de que ellos se percibieran a sí mismos como
parte de un mismo “pueblo” (Arnold, 2008: 53).
Sin embargo, el patrimonio arqueológico de Copiapó, como las tumbas ampollares, los
componentes del ritual de inhalación de alucinógenos, entre otros, pueden ser comprendidos
como voces que nos hablan del imaginario y la cultura común de los pueblos de esta parte de
América, que viven al pie de la Cordillera de Los Andes. Lo que debiera ser recogido por una
investigación académica más fina y específica sobre las poblaciones y lenguas preincaicas de
las regiones de Atacama y de Coquimbo.
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Resumen
Se presentan las manifestaciones de arte rupestre (pinturas) descubiertas en la Quebrada del
Daín, ubicadas en la comuna de Diego de Almagro, región de Atacama. Junto con su descripción, se
discute sucintamente en torno a sus probables filiaciones culturales y temporales.
Palabras claves: Arte rupestre, Pinturas, Prehistoria Local, Desierto Meridional de Atacama.
Abstract
The manifestations of rock art (paintings) that were discovered in Quebrada del Daín located in
Diego de Almagro commune, Atacama region are shown in this note. Besides its description, there is a
discussion about its probable cultural and temporal relationships.
Keywords: Rock Art, Paintings, Local Prehistory, Southern Desert of Atacama.
1 Dr. © Antropología con mención en Arqueología, Magíster en Antropología con mención en Arqueología.
Investigador del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales y Educación, Universidad de Atacama, Copiapó,
Chile. Departamento de Cultura y Turismo, Ilustre Municipalidad de Diego de Almagro. Investigador asociado,
Museo Regional de Atacama. [email protected]
2 Conservadora de Materiales Arqueológicos, Historiadora del Arte. Investigadora independiente
[email protected]
INTRODUCCIÓN
El estudio del arte rupestre en la región de Atacama constituye un tema pendiente
dentro del quehacer arqueológico nacional, en comparación a las preocupaciones más
sistemáticas sobre esta temática en el Norte Grande, en la región de Coquimbo y Chile
central, junto a un mayor interés, separado en el tiempo, en la Patagonia (Gallardo 2009).
Asimismo, se visualizan en las minoritarias investigaciones rupestres publicadas de la
región de Atacama (Castillo 1981; Cervellino 1985, 1992; Cervellino y Sills 2001; Hornkohl
1951; Iribarren 1976; Niemeyer 1985), y en las menciones sobre este tema en el territorio
en cuestión (Cervellino 1982; Cornely 1956: 166-169; Iribarren 1955-1956; Mostny y
Niemeyer 1983; Mulet y Sanguinetti 1958; Niemeyer 1955, 1976-77, 1979, 1998a), aspectos
relacionados con la técnica, la forma y las clasificaciones generales (sensu Gallardo et al.
2006: 77).
En este contexto se ha buscado la especificación de estilos rupestres, aunque con un
correlato descriptivo, generalista y con un tratamiento sumario en el caso de la región de
Atacama (Castillo 1985; Cervellino 1985).
Mayores especificaciones se aprecian en las definiciones del estilo Las Lizas (Niemeyer
1985), identificado desde el sitio tipo, ubicado en la costa a más de 41 km al norte de Caldera,
como también del estilo La Silla, que integra el sur de la región de Atacama en su distribución
(Niemeyer 1998b; Niemeyer y Ballereau 1998); hoy discutido en su asignación al Período
Alfarero Temprano (Troncoso 2012: 93). En consecuencia, es notoria la deuda arqueológica
frente al registro, análisis e interpretación del arte rupestre de la región de Atacama, situación
que tiende paulatinamente a revertirse en la actualidad (Cabello comunicación personal
2015).
Por consiguiente, se detallan en la presente nota las acotadas pinturas rupestres de la
quebrada del Daín, próximas a la localidad de Inca de Oro, comuna de Diego de Almagro,
en la perspectiva de aportar al conocimiento y sistematización del arte rupestre prehispánico
de la referida comuna y, por extensión, de la región de Atacama.
Figura 1
Quebrada del Daín y sitios próximos con pinturas.
Figura 2
Vista de la quebrada del Daín. Fotografía Carmen Castells.
Figura 3
Panel 1 del sitio Daín 1. Nótese el gran tamaño de las figuras respecto al
individuo sentado. Fotografía Carmen Castells.
Nos referimos a que son singulares por el gran tamaño de las dos figuras antropomorfas
que forman parte del panel 1 (figura 3).
El trabajo de relevamiento de las pinturas contempló el uso de un GPS Garmin modelo
MAP62s (coordenadas Datum WGS 84, Huso 19 Sur), registros fotográficos, gráficos y escritos.
Posteriormente se utilizó la aplicación DStretch del software Imagen-J para el
tratamiento digital de las fotografías, con el propósito de destacar las pinturas (visualización o
no de motivos ocultos, búsqueda de superposiciones y de diferentes pigmentos), esto debido
a su utilidad para el proceso investigativo y de documentación del arte rupestre (Quesada
2008–2010).
En el panel 1 se encuentran motivos representativos, consistentes en dos figuras
antropomorfas esquemáticas, contiguas y separadas por 0,15,5 m, ambas definidas en un eje
vertical y aparentemente en posición frontal, realizadas con pintura roja llana (figura 4). En
vista frontal la figura A indicaba en 2006 desde el extremo superior de la cabeza, contando el
tronco recto hasta el posible extremo inferior de la misma, un largo aproximado de 1,91 m.
La cabeza carece de rasgos faciales y tocado, estando unida a un tronco recto sin detalle del
cuello. Se distingue una extremidad superior izquierda que se proyecta en arco hacia abajo,
siendo cortada en su extremo distal por un trazo vertical corto. No fue diseñada la extremidad
superior derecha, ni tampoco sufrió una eliminación posterior por deterioros, lo que se
comprobó con el tratamiento digital de las fotografías. Al contrario, en el caso de la parte
inferior de la figura, sí podemos señalar una disgregación de la pintura original, acentuada
por la acción del agua lluvia. Por lo mismo, no se observan extremidades inferiores o una
prolongación hacia lo que podrían corresponder a ambas piernas juntas. En la parte inferior
de la figura A se registró un ancho aproximado de entre 0,28 a 0,30 m.
Por su parte, la figura B del panel 1 ostenta mayores daños (figura 4). Se dispuso
levemente más arriba que la figura A. En 2006 se reconocía desde el aparente extremo superior
de la posible cabeza (también sin rasgos faciales distinguibles por deterioros), pasando por un
tronco recto hasta un posible extremo inferior de la figura, un largo de alrededor de 1,93 m.
Cuenta con una extremidad superior derecha, más corta que la que se visualiza en la figura
A; de igual forma está cortada en su extremo distal por un trazo vertical corto. A su vez, la
extremidad izquierda habría estado completa, pero hoy aparece borrosa por efecto de las
lluvias. De acuerdo al tratamiento digital, la figura B se habría definido en sentido sagital,
sólo representando la parte lateral derecha del cuerpo. El extremo inferior de la figura arrojó
un ancho aproximado de entre 0,20 a 0,28 m. Tal vez existan otras figuras menores hacia el
extremo inferior y lateral izquierdo de la figura B, que no son discernibles, pese al apoyo del
software.
Las medidas de ambas figuras antropomorfas señaladas son referenciales y han variado
actualmente, debido a los eventos meteorológicos de 2015 y 2017 en la comuna de Diego de
Almagro. Nos parece que corresponden a figuras finiquitadas, no en proceso de elaboración,
pero que sufrieron los deterioros ya señalados.
En vista frontal, bajo la extremidad superior izquierda de la figura A, son reconocibles
dos figuras pequeñas (menos de 0,10 m de largo) de camélidos esquemáticos rojos con trazos
lineales (con más de 0,02 m de ancho), dispuestos en línea ascendente hacia la izquierda del
observador y separados por 0,05 m (C, figura 4), dando una cierta noción de movimiento.
Sus dimensiones son similares, siendo la figura superior ligeramente más grande que la
inferior. Están conformados por trazos lineales que definen cabeza, cuello, cuerpo y solo dos
extremidades verticales y paralelas en cada una de ellas, cola recta hacia atrás en la figura
superior y cola diagonal hacia arriba y atrás en la figura inferior, que además tendría dibujado
un pene corto hacia adelante que sale desde el vientre; con un trazo más grueso que en la
figura anterior. En la figura superior, la pata trasera es más gruesa que las representadas en
ambos camélidos. Sus deterioros son menores en relación con las figuras antropomorfas.
Figura 4.
Panel 1 con las figuras identificadas (A, B y C). Escala IFRAO (10 cm) en el
extremo inferior izquierdo. Fotografía Carmen Castells.
Figura 5.
Panel 1 del sitio Daín 1. Fotografía tratada digitalmente.
Figuras 6 y 7.
Fotografía del panel 2 del sitio Daín 1 y tratada digitalmente.
Probablemente los pigmentos de las pinturas de ambos paneles sean óxidos de hierro,
procesado mediante una molienda muy fina en las respectivas piedras de moler (figuras 8 y 9),
hasta obtener un polvo que se mezcló con una sustancia, al parecer, mayoritariamente acuosa.
Las pinturas se aplicaron en forma directa sobre la roca, pues no presenta acondicionamientos
previos en su superficie. Respecto al estado de conservación de las pinturas, se aprecian
deterioros pasados, producto del escurrimiento de agua sobre la superficie, como se indicó
antes. De allí que se plantee que pudiesen ser solubles en agua. Esta condición las hace
vulnerables frente a la lluvia que, si bien no es habitual en esta zona desértica, cuando
acontece suele ser intensa, arrastrando sedimento fino abrasivo y que contiene sales solubles
e insolubles. Esto conlleva perdidas parciales de la capa pigmental roja, lo que es patente en
las figuras antropomorfas del panel 1.
En consecuencia, los daños son materiales y estéticos, e inciden en una mejor lectura
descriptiva, al menos de las figuras antropomorfas. Así, los agentes de deterioro en este caso
son de carácter físicos y extrínsecos, sumándose también las características de las pinturas
(factor intrínseco) en su propia permanencia. De esta manera, los daños descritos volverán a
ocurrir, cada vez que se genere lluvia de intensidad en el sector, provocando que las pinturas
tarde o temprano desaparezcan. Por ello nuestro propósito de documentarlas.
Figuras 8 y 9.
Ejemplos de piedras de moler con pigmento rojo en sus superficies. Asentamiento en Inca
de Oro y campamento minero en Carrera Pinto, región de Atacama (sitios registrados por
nuestro equipo). Fotografías Carlos González.
personal 2015; Cervellino 1985, 1992; Cervellino y Sills 2001; Hornkohl 1951; Mostny y
Niemeyer 1983; Niemeyer 1977, 1979), las pinturas de la quebrada del Daín, como los otros
sitios que hemos registrado en las cercanías de Inca de Oro (figura 1) y en Tres Puntas (1 y
2), no han sido mencionados en la literatura arqueológica. Estos sitios son coherentes con
el acentuado desarrollo del trabajo minero local en torno a los pigmentos y a la lapidaria,
emprendido desde épocas preinkaicas en la zona. Desde esta perspectiva, consideramos que
el entendimiento de las acotadas pinturas del sitio Daín 1, debe integrar la información del
sitio y su entorno, sino también el conocimiento de las evidencias rupestres, contextuales y
temporales de los yacimientos arqueológicos cercanos, que en estos momentos es preliminar.
COMENTARIOS FINALES
Las ocupaciones alfareras prehispánicas en el desierto meridional de Atacama, y
concretamente en la comuna de Diego de Almagro, son recurrentes en oasis, aguadas, rutas
y caminos, reconociéndose también en focos productivos mineros, como campamentos y en
el sitio Mina Las Turquesas (González et al. 2017). Como lo indicamos, destaca la presencia
de pinturas rupestres en aguadas y en el oasis de Finca de Chañaral, fundamentalmente desde
la cuenca sur del río Salado. Este oasis constituye para nosotros un nodo ocupacional y
productivo con arte rupestre, asentamientos y sitios funerarios, con registros preinkaicos e
inkaicos (Cervellino y Sills 2001; González et al. 2017).
A su vez, en oasis menores en la comuna, como en Quinta Los Chañares o en Chañarcito,
ubicados al sureste y suroeste de la ciudad de Diego de Almagro, respectivamente, si bien
hemos registrado algunos testimonios alfareros y productos trasladados, no contamos hasta
ahora con arte rupestre, tal vez por las condiciones de estos parajes, los cuales no exhiben
formaciones rocosas notables y son recurrentes los aluviones.
Por consiguiente, es probable que las pinturas del sitio Daín 1 dicen relación con
espacios de alta significación para las poblaciones del desierto, que posean o hayan
poseído agua —además de pastos—, constituyendo también lugares que conectaban y
comunicaban rutas y caminos hacia y desde el nodo de Finca de Chañaral. En efecto, estos
lugares fueron frecuentemente recorridos y ocupados en el tiempo, dentro de las dinámicas
culturales locales e interregionales que interactuaban, mediante las actividades caravaneras
y los desplazamientos pedestres en el despoblado de Atacama, donde se conjugaban
manifestaciones circumpuneñas con las provenientes del valle de Copiapó.
Asimismo, planteamos que en las pinturas del sitio Daín 1 serían visibles dos “firmas
visuales”, al decir de Berenguer (2009: 64). Aunque las dos figuras antropomorfas y los dos
camélidos del panel 1 comparten una representación esquemática, en las primeras emplean
pintura llana y las segundas son trazos lineales, exhibiendo, a nuestro entender, diferencias
relevantes. En las figuras antropomorfas se observa una notable acentuación del tamaño3,
mientras que en los camélidos se reitera el esquematismo lineal, que se corresponde también
con la figura zoomorfa (¿camélido?) del panel 2 del sitio, concordando también en el
reducido tamaño. Si bien no se aprecian superposiciones, estimamos que las configuraciones
son distintas, lo que nos lleva a pensar en disímiles composiciones culturales (sensu Gallardo
3 Solo comparables en tamaño a las pinturas antropomorfas del Salar de Los Infieles en la comuna, aunque con
técnicas, diseños, cronologías y significados diferentes.
2009: 94), distanciadas en el tiempo, pese a que replicarían un principio dual en las figuras
antropomorfas y de camélidos en el panel 1, pero con técnicas, diseños y tamaños divergentes.
De acuerdo al estado de conservación, minoritaria representación y características
distintivas, los camélidos serían adiciones posteriores a las figuras antropomorfas del panel 1.
Las figuras antropomorfas tienen un análogo en el cercano oasis de Finca de Chañaral,
a más de 13 km al noroeste. En un panel ubicado en el flanco sur de la Quebrada de Chañaral
Alto del Oasis se registró una probable figura antropomorfa incompleta4 o simplificada,
esquemática y de pintura llana, que carece de cabeza, presenta brazos y un cuerpo recto y
largo (figuras 10 y 11), con una similar postura a los antropomorfos de Daín 1. Posiblemente
estas pinturas y el motivo de Finca de Chañaral tengan relación con expresiones culturales
de comunidades preinkaicas. Cabe mencionar que exiguos fragmentos de cerámica Ánimas
fueron consignados en la superficie del sitio Daín 3, en una terraza natural a más de 70
mts de distancia de las pinturas. Esto no implica una relación directa de asignación cultural
de las pinturas, sino más bien verifica el uso de una ruta vinculante por parte de grupos
portadores de cerámica Ánimas con el oasis de Finca de Chañaral, donde se ha constatado
una importante ocupación Ánimas (Cervellino y Sills 2001; González et al. 2017).
Figuras 10 y 11.
Fotografía de pinturas de Finca de Chañaral y tratada digitalmente. La probable figura
antropomorfa central mide 0,16 mts de largo. Fotografías Carmen Castells.
Por su parte, los camélidos esquemáticos lineales se corresponden con motivos similares
de tiempos tardíos del área atacameña (Gallardo y Vilches 1995, 2001; Gallardo et al. 1999;
Sepúlveda 2004, 2008; Vilches y Uribe 1999), aunque tampoco son ajenos a las redes sociales
caravaneras y camineras tardías del despoblado de Atacama (Finca de Chañaral; González
2013: 76,79), encontrándose también en petroglifos tardíos de Choapa (Troncoso 2012).
REFERENCIAS CITADAS
BERENGUER, J., G. CABELLO y D. ARTIGAS. 2007. Tras la pista del Inca en petroglifos
paravecinales al Qhapaqñan en el Alto Loa, Norte de Chile. Chungara 39 (1): 29-49.
CASTILLO, G. 1985. Revisión del arte rupestre Molle. En Estudios en Arte Rupestre,
editores C. Aldunate, J. Berenguer y V. Castro, pp. 173-194. Museo Chileno de Arte
Precolombino, Santiago.
IRIBARREN, J. 1976. Arte rupestre en la Quebrada de Las Pinturas (III Región). Anales
de la Universidad del Norte 10: 115-126.
NIEMEYER, H. 1976-1977. Guía del Arte Rupestre de Chile. Manual de los Fascículos
35, 36 y 37 de Expedición a Chile. Editora Nacional Gabriela Mistral, Santiago.
NIEMEYER, H. 1979. Variación de los estilos de arte rupestre en Chile. Actas del VII
Congreso de Arqueología de Chile, Vol. II, pp. 649–660. Ediciones Kultrun, Santiago.
SEPÚLVEDA, M. 2008. Arte rupestre en tiempos inkaicos: nuevos elementos para una
nueva discusión. En Lenguajes visuales del Inka, editoras P. González y T. Bray, pp. 111-124.
British Archaeological Reports S1848, Oxfordshire.
VILCHES, F. y M. URIBE. 1999. Grabados y pinturas del arte rupestre tardío de Caspana.
Estudios Atacameños 18: 73-88.
Resumen
El articulo trata sobre el desarrollo histórico que ha tenido la hacienda Chamonate
desde sus orígenes hasta la segunda mitad del siglo XX. Dos líneas de investigación estructuran
nuestro artículo. La primera de ellas se refiere el jurídico herencial, que logró establecer la
línea directa de herencia de todos sus dueños, línea que se remonta a los tiempos del periodo
colonial chileno. La segunda línea de investigación es la referente al desarrollo económico
y social que esta unidad productiva movilizó para abastecer de productos y subproductos
agrícolas y ganaderos a su espacioso hinterland, así como a la villa de San Francisco de la
Selva en un principio y luego a la ciudad de Copiapó.
Palabras claves: Chamonate, Copiapó, San Francisco de la Selva.
Abstract
The article deals with the historical development that the Chamonate hacienda has
had from its origins to the second half of the 20th century. Two lines of research structure our
article. The first one refers to the legal hereditary, which managed to establish the direct line of
inheritance of all its owners, a line that goes back to the times of the Chilean colonial period.
The second line of research is the economic and social development that this productive
unit mobilized to supply agricultural and livestock products and byproducts to its spacious
hinterland, as well as to the town of San Francisco de la Selva at first and then to the city of
Copiapó.
Keywords: Chamonate, Copiapó, San Francisco de la Selva.
1 Profesor de Historia y Geografía, Magister en Estudios Latinoamericanos, Editor del Boletín del MRA,
Documentalista, investigador y Jefe de Colecciones del Museo Regional de Atacama. rodrigo.zalaquett@
museosdibam.cl
INTRODUCCION
El 26 de octubre de 1540, luego de dos meses de penosa travesía por el despoblado
de Atacama, Pedro de Valdivia entra al valle de Copayapu siendo su impresión tan favorable
de la fértil comarca, que decide en ese lugar decretar la tenencia del valle y de todos los
territorios al sur de éste, en nombre de Dios y del Rey de España, nombrando al Copayapu
Valle de la Posesión, ya que fue en este valle donde Valdivia toma posesión del reino de
Chile, nombrándolo Gobernación de Nueva Extremadura.
Según cuenta la Historia de Copiapó de Carlos María Sayago, Valdivia hizo colocar
una cruz de madera en un sitio prominente, organizando a la tropa con sus mejores ropas
para luego realizar el primer Te Deum en Chile. Luego de tronar la artillería y redoblar los
tambores, el conquistador desenfunda su espada y cogiendo el pendón de Castilla, declaró
posesionado el valle en el nombre de Dios y del Rey de España. Luis de Cartagena, que
había sido nombrado por Valdivia escribano y notario público de la expedición y por tanto,
relator oficial de la misma, tiene la responsabilidad de redactar el primer documento escrito
en nuestro país con valides jurídica, estampando los sellos y las firmas oficiales, que dan
fe, en testimonio oficial e indiscutible de la toma de posesión de este reino. También el
cronista burgalés Jerónimo de Vivar lo constata en su crónica. Este hecho marca el inicio2 de
la Historia de Chile, incorporando a Chamonate en los anales de la historia occidental.
La llegada de los españoles significó la instauración de un nuevo sistema de dominación,
que se basaba en el dominio absoluto sobre las poblaciones autóctonas y sus tierras, que
fueron entregadas como forma de pago a los conquistadores españoles que integraban
la “hueste indiana”. Así nacen las Encomiendas y Mercedes de Tierras que se encuentran
estrechamente ligadas a las Haciendas, las que fueron establecidas por los españoles en todos
sus dominios y se caracterizaron por ser predios agrícolas y/o ganaderos de gran extensión,
que poseen un centro político y administrativo representado en la Casa Patronal, donde vive
el patrón y su familia.
Casi un siglo después, el Gobernador de Chile Antonio de Acuña y Cabrera el 3 de
octubre de 1652, asignará una merced de tierras y encomienda de 4 mil cuadras al Capitán
Juan de Cisternas y Escobar, como retribución de sus servicios militares en La Serena.
2 La Historia de Chile por mucho tiempo ha sido una historia clásica, conservadora y centralista. Esto ha significado
que los hitos y procesos lejanos a Santiago sean subvalorados y no hayan sido integrados al desarrollo de la
historia nacional.
Es por ello que nace esta nueva interpretación: La Historia de Chile, desde un punto de vista epistemológico y
de las fuentes, nace en este valle y no en Santiago. Pues el 26 de octubre de 1540 se refunde un hecho jurídico
con uno histórico. La escritura de un acta notarial documento público que certifica la toma de posesión de este
nuevo territorio, además el relato de Vivar en su crónica, que capta y describe el momento histórico de la toma
de posesión.
Allí, afirmamos, nace nuestra historia dentro del marco de la historia regional que da vida a la historia nacional.
Así nace nuestro tiempo eje de la Historia de Chile, aquel que nos permite acoplarnos al devenir de la historia
humana. Por eso el Gobierno Regional de Atacama decide proclamar como día de la región la fecha del 26 de
octubre. Esto queda estampado en un decreto aprobado por unanimidad por el CORE, con fecha 26 de octubre
del 2000.
3 Carlos María Sayago. Historia de Copiapó, Editorial Francisco de Aguirre, Buenos Aires Argentina, 1973 Pág.
104.
4 Ob. Cit. Pág. 104.
5 Ibídem. Pág. 104.
6 Sergio Villalobos. Chile y su Historia, Editorial Universitaria, Santiago 1998. Pág. 104
7 Sergio Villalobos. Ob. Cit. Pág. 100.
8 Diccionario Geográfico de la República de Chile, Francisco Solano Asta-Buruaga y Cienfuegos, Santiago de
Chile 1899 Pág. 223.
A fines del siglo XVII Chamonate era la principal encomienda del Copayapu, por tener
mayor número de indios con motivo de hallarse asignada sobre las más valiosas propiedades
del valle9.
A comienzos del siglo XVIII, en septiembre de 1712 bajo la Gobernación de Juan
Andrés de Ustáriz, y siguiendo las ordenanzas reales respecto del control y censo de las
tierras y sus productos, es que por encargo del Gobernador de Chile se envía al Licenciado y
Fiscal de la Real Audiencia, Baltasar José de Lerna y Salamanca, al agrimensor Francisco de
las Heras y el alarife José de Urrutia, para mensurar oficialmente las tierras hechas merced y
así fijar con claridad sus límites (…) pues las concesiones tenían límites vagos y confusos que
tal vez sus propietarios poseyesen más o menos de los que les debería corresponder10.
Así fue como se procedió a mensurar y lindar quinientas cincuenta cuadras, desde
el cerro sin nombre (que daba el límite oriental con la Hacienda Bodega) hasta un cerrito
aislado, a la parte sur del río y desde éste, hasta la punta de Toledo, trescientas ochenta y
cuatro cuadras, haciendo un total de novecientas treinta y cuatro. La línea que partía desde
esta punta de Toledo, hasta el cerro sin nombre, había sido fijada anteriormente como
deslinde entre el Marqués de Piedra Blanca de Guana, poseedor de Bodega y Ramadilla y
don Francisco Cisternas Villalobos, dueño de Chamonate11. Las tierras no alcanzaron para
enterar el total entregado a Cisternas, con lo que el Fiscal se limitó a asegurar los derechos
que correspondían a Francisco Cisternas Villalobos.
Aunque ya en tiempos precolombinos se explotaba el mineral aurífero del Inca, es
durante el siglo XVIII que el nombre Chamonate será también reconocido por la designación
de su cerro principal que hacia 1754 tenía en explotación minas de oro y cobre. A la parte
oriental se nota una altura, denominada cerro de Pichinche y a la del norte el de Patacón, en
los que se explotaron minas de oro desde 1756.
También en sus sierras fue descubierto dos años antes el mineral aurífero de su nombre
bastante rico, y otro de cobre más moderno12.
Benjamín Vicuña Mackenna en su libro La Edad del Oro en Chile13, menciona unos
antiguos documentos conservados en la Biblioteca Nacional, que se refieren a las vetas
mineras de Chamonate, que a comienzos del siglo XIX rendían cinco onzas por cajón.
Estas minas de oro y cobre fueron trabajadas por Alonso de Cisternas, Mateo Julio,
Pedro Miguel, Mateo Vilches, Gerardo Candia, Luque Moreno, Manuel de la Cerda y Francisco
Aldana, desarrollándose también en el sector la construcción de numerosos ingenios para
el beneficio del metal. De esta manera la Hacienda Chamonate comenzará a consolidarse
como unidad productiva, al proveer de insumos, alimento, animales y trabajadores, a la villa
de San Francisco de la Selva y habitantes del valle, sino que también a las faenas mineras
del sector.
Hacia 1757 la hacienda Chamonate recibía un nuevo turno para el regadío de sus tierras
que establecía los días lunes, martes y miércoles. Esto permitió mejorar su productividad y
terminar en 1778 con un pleito que sostenía desde hace años con la hacienda Bodega por
los turnos del riego.
Avanzaba el siglo XVIII y la producción de sus viñas y vinos seguía siendo de
excelente calidad. Seguramente es por eso que hacia 1766 la hacienda Chamonate, pagaba
una imposición al Convento de San Francisco, consistente en 1.000 pesos, que cancelaba
anualmente con 18 arrobas de vino.
En 1788 el Gobernador de Chile, Ambrosio O’Higgins, recorrió por más de un mes
el Partido de Copiapó y viendo que su clima era favorable, entregó semillas de algodón
a los hacendados para que las plantasen en las tierras del valle. Un año después, uno de
los hombres principales de la villa, don Julián de la Sierra, conseguía para sí la hacienda
Chamonate, gracias a la heredad de su esposa Felipa de Mercado y Cisternas. Siguiendo los
consejos del Gobernador O’Higgins, de la Sierra mandó plantar las primeras 600 matas de
algodón en Chamonate.
Es importante señalar que según una fuente, Copiapó y las haciendas Chamonate,
Bodega y Toledo comprendían en la colonia un mismo distrito regador. Así el turno de la villa
era aprovechado por Bodega y Chamonate14.
En 1793 el minero Pedro Fraga y Maqueira, quien fuera Corregidor y Alcalde primero
de Copiapó, comienza la explotación de unas ricas vetas de oro y cobre, ubicadas en la
sierra de Ramadillas y Chamonate. Estas vetas, lo transformaran en uno de los mineros más
acaudalados del valle.
El escritor copiapino Oriel Alvares Gómez15 señala que hacia fines de 1810, Pedro
de Fraga, partidario del bando realista y producto de la proclamación de Independencia,
decide deshacerse de sus pertenencias mineras, para sorpresivamente huir de Copiapó hacia
la Argentina y radicarse en La Rioja para fundar allí, junto a las minas de Fimatina y con parte
de su familia, inquilinos y peones, el poblado de Chilecito. Antes de su partida, oculta en los
trapiches, túneles, piques y socavones de sus minas, gran parte de su fortuna materializada en
lingotes de oro y barras de cobre, armas, joyas y finos objetos de arte religioso.
Ya en pleno siglo XIX, la familia Gallo Goyenechea es heredera por línea materna de
esta hacienda. Al casarse Candelaria Goyenechea de La Sierra con Miguel Gallo Vergara, uno
de los bienes acreditados por Candelaria es la Hacienda Chamonate, tasada para esa época
en $50.00016.
Será esta familia la que inyecte una importante cantidad de recursos económicos
construyendo una nueva casa patronal con hermoso jardín, mejorando las bodegas y cierres
perimetrales, comprando nuevas maquinarias y herramientas.
Pero es la creación, trazado y arborización del Parque Botánico o Bosque de Chamonate,
una de las obras más destacadas en la hacienda. Las fuentes señalan que fue Pedro León Gallo
Goyenechea quien hizo traer de Europa al agrónomo especialista en parques, Ms. Clemente
Vassart, quien trazó y arboleó el parque y el jardín de la casa patronal, plantando en el
lugar especies exóticas de árboles como la araucaria brasileña o las magnolias y jacaranda,
además de pinos, álamos, etc. El agrónomo francés se quedó algún tiempo en la hacienda
Chamonate, trabajando en el cuidado del Parque.
La familia plantó también más de 26 hectáreas de viñedos de diversas cepas, los que
daban unos 120 mil litros de vino tinto al año.
La Hacienda al transformarse en casas de campo del clan Gallo Goyenechea era
utilizada como parque para el esparcimiento y diversión de la familia, amigos e invitados
importantes de la esfera política, empresarial y religiosa, celebrándose en el lugar banquetes
y fiestas políticas donde a veces invitaban a “toda la gente”.
Un interesante relato de Ignacio Domeyko, de paso por Copiapó en 1842, sobre una
fiesta en Chamonate, transcribimos a continuación:
Dentro de unos días haremos un paseo a Chamunate, donde el señor Gallo, el más rico
entre los dueños de minas de plata, dará un gran banquete para los electores. Chamunate,
el fundo del señor Gallo, estaba a más de una milla de la ciudad. Toda la milicia, guardia
nacional, estaba invitada y todos los electores de uno y otro bando fueron llamados, en incluso,
cualquiera que lo quisiese podía concurrír allí, sin pedir permiso no dar cuenta a nadie.
Partió la orden del Gobernador, en su calidad de jefe del batallón, de comparecer
ejercicios en Chamonate, en armas y con uniformes como para pasar revista, cada sargento
debía acudir al frente de su tropa, cada oficial debía responder de su compañía. Todo el
batallón debía ponerse en marcha a Chamunate, en orden y de madrugada. De madrugada
redoblaron los tambores y todo el pueblo fue presa de una agitación extraordinaria. En la
Plaza, formado como para el combate, estaba el batallón de la milicia armada (…) el Mayor
dio la orden de marcha, la banda inició la música y una densa polvareda envolvió a la tropa
en marcha. Detrás de la tropa cabalgaba ciudadanos invitados o no invitados en tanto que
los altos funcionarios, los jefes electorales, el juez, el gobernador, etc. Iban en carrozas de las
que solo había dos en la ciudad en aquel entonces. Detrás de nosotros iban enormes carros
cargados de melones, sandias, duraznos, etc. Y detrás de éstos llevaban reses para la matanza,
al final viajaban los toneles con el vino. Don Vicente y yo íbamos a caballo. Llegamos al fundo
de Chamunate antes de que comenzara a despejarse la cotidiana nieblina matutina en el cielo.
El fundo de Chamunate está situado en un valle que se ensancha aquí y por donde
corre un arroyuelo entre secos y polvorientos arbustos, a ambos costados, por el sur y el
norte, se ven montes negruzcos, adornados con mancha blancas de arena traída desde el
desierto por los vientos (…) lo que se siembra en invierno se recoge en primavera y se trilla al
aire libre, y las reses y los caballos también buscan el pasto al cielo raso, en los lugares más
húmedos donde esas nieblas matutinas humedecen el césped.
La casa del fundo se parece a las de nuestros hidalgos, vive en ella el administrador,
el amo raras veces aparece allí. Al lado hay algunas chozas para los mozos y unas hermosas
viñas. Por el centro del valle pasa el reseco lecho del riachuelo, cubierto de piedrecitas y
grava, el que solo algunos años recibe algo de agua después de las lluvias de invierno. Para
regar la viña y el huerto se recibe el agua procedente de las cercanas y pobres fuentes a través
de una angosta acequia. Esta posesión comprada hace más de diez años por 40.000 piastras,
está actualmente avaluada en más de un millón de nuestros zlotys.17
La hacienda Chamonate también será el lugar donde los hijos menores del enlace
Gallo Goyenechea pasaron parte de su infancia junto a sus hermanos y parientes, corriendo
por el parque Chamonate o jugando a las escondidas en alguna bodega. Seguramente así se
forjó la amistad entre Miguel y Tomás Gallo Goyenechea, con su media hermana, hija de
padre común y nacida fuera del matrimonio, Teresa Gallo. En dos de sus cartas a su hermano
Miguel, hace referencia a las frutas y árboles que se producían en la hacienda Chamonate, ya
sea en el huerto frutal de la casa patronal, en los márgenes del bosque o en algún lugar del
terreno. En una de ellas escribe:
Querido hermano: He tenido el gusto de ver a Tomás nro. Hermano, lo he tenido
de visita varias veces en casa desde que ha venido, gusta de mi jardín y me ha ofrecido las
plantitas que yo quiera de Chamonate18.
Otra carta señala: Mí querido hermano: como no tengo de esas ricas peras, que hay en
Chamonate, te suplico me des unos palitos para injerto y particularmente de la grande, y de
la que llaman chirimoya19.
Estos palitos de pera llegaron finalmente a destino. Así lo leemos en carta de Ms.
Vassart a Miguel Gallo: Mi muy apreciado señor con su permiso le mando a la señorita Teresa
Gallo los palitos de peras, el 22 de este mes, ella recibió, ahora yo creo inútil mandar otra vez.
Luego la carta continúa: Muy señor mío, hoy 28 le mando con el carretonero seis
clases de rosas separado como Ud. Le preguntar con rotulo. También seis clases de peras, por
el cinco de agosto le mandaré con seguridad las peras, las chirimoyas y las verduras, por el día
siete los tres ramos de flores. Reciba usted señor, la más sincera en hora buena y el homenaje
respetuoso de su afectísimo seguro servidor. Clemente Vassart20.
Hacia fines de 1849 el cuerpo común de capitales del clan Gallo Goyenechea incluía
entre otros bienes muebles e inmuebles, la Hacienda Chamonate con mulas y herramientas,
etc. que ya era tasada en unos $125.000 de la época, solo superada por la tasación de
la Máquina de amalgamación y casaquinta en Copiapó por $150.000 y la Hacienda de
Pichiguao en Rancagua, tasada en $130.000, lo que nos lleva a pensar en la importante
cantidad de recursos económicos y humanos inyectados en ella, toda vez que era el lugar
preferido para residir de Candelaria Goyenechea.
17 Ignacio Domeyko, Un testimonio de su tiempo, memorias y correspondencias. Hernán Godoy, Alfredo Lastra,
Editorial Universitaria, 1994. P.p. 142–143.
18 Ob. Cit. Jorge Ibáñez Vergara. Pág. 17.
19 Ibíd. Pág. 19.
20 Pilar Álamos Concha, Epistolario de Miguel Gallo Goyenechea 1837–1869, Ediciones DIBAM, Santiago de Chile
2007. Carta fechada el 27 de julio de 1859. Pág. 308.
Entre 1846 y 1861, la hacienda Chamonate estuvo administrada sucesivamente por los
hermanos Miguel, Tomás y Pedro León Gallo Goyenechea.
Este último pudo gozar las playas de Caldera y el campo de Chamonate. La enorme
hacienda, que constituyó parte de la dote de su madre, parece haber sido el mayor de los
disfrutes durante su vida copiapina. Cuando la hacienda estuvo a su cargo se dedicó con
entusiasmo a la formación del parque botánico, del cual aún se conservan algunos vestigios.
La iniciativa suponía, además de un buen respaldo económico, conocimientos especializados
en jardinería, botánica y diseño. Las especies arbóreas, en su generalidad extranjera, y plantas
variadas, exóticas, requerían cuidados técnicos especiales. El botánico y agrónomo francés
Clemente Vassart, fue quien diseñó la estructura del jardín botánico, que pasó a constituir
una orgullosa creación de la familia Gallo. Este mismo agrónomo francés colaboró en la
ornamentación de la plaza de Copiapó y plantó en ella sus pimientos ahora centenarios21.
La hacienda Chamonate, propiedad de la familia Gallo Goyenechea, también jugó un
importante rol en los eventos revolucionarios de 1859.
Como unidad de producción agrícola y ganadera, era la responsable de suministrar los
bienes y alimentos necesarios para la buena preparación del ejército constituyente dirigido
por Pedro León Gallo Goyenechea. En las bodegas de Chamonate se guardaron alimentos,
armas y pólvora, carretas y vituallas para los soldados constituyentes.
De importancia estratégica, por ubicarse a pocos kilómetros del centro de operaciones,
fue decisiva su ubicación durante el combate de Linderos, que terminó con los planes de
invasión del coronel gobiernista José Antonio De la Fuente.
Éste, que había desembarcado en Caldera con 300 soldados el 16 de enero de 1859,
sin oposición alguna, pudo avanzar hasta Monte Amargo. Pedro León Gallo en conocimiento
del avance enemigo se fue a situar junto al cerro Pichincha, en las cercanías de Copiapó e
inmediato a los llanos de Chamonate (…). La división gobiernista apostada en Monte Amargo
a cargo del Coronel De la Fuente se encontraba en pésimas condiciones, sometida a un clima
con fuertes variaciones entre el día y la noche y bebiendo agua salobre del río22.
El combate de Linderos que librado por las avanzadas de los dos ejércitos, permitió
amedrentar a los gobiernistas y pensando De la Fuente en su inferioridad numérica, con su
salud seriamente quebrantada, resolvió el 28 de enero reembarcar su división y volver al sur
(…) Esta noticia fue celebrada ruidosamente en Copiapó por los opositores al gobierno del
presidente Montt y también los envalentonó en sus propósitos de seguir al sur del país (…)
Estando la provincia de Atacama en control absoluto del caudillo Pedro León Gallo, el 1 de
febrero revisto en Pichincha sus tropas, las que en esa fecha se componían de 989 plazas23.
Según la nueva subdivisión administrativa de la provincia de Atacama, el Departamento
de Copiapó se dividió en veinte subdelegaciones, siendo la subdelegación 3 de Bodega, en
donde este inserta la hacienda Chamonate:
21 Ibídem. Pág. 80
22 Oriel Álvarez, Atacama de Plata, Ediciones Toda América, Copiapó 1979. Pág. 195.
23 Oriel Alvares, Ob. Cit. Pág. 196.
Hacienda Chamonate
Se previene a los señores Félix Masías, Domingo Olmesi Santiago G.
Scheriff que si de la fecha de ocho días no mandan pagar los talajes
que adeudan a dicha hacienda, el primero de dos mulas, el segundo
de cuatro i el tercero de tres, se procederá a su tasación y remate para
el pago de lo que adeudan25.
El Administrador.
24 Proyecto de Subdivisión Territorial del Departamento de Copiapó. Santiago de Chile, Imprenta de “El Correo”,
1889. Pág. 7.
25 El Atacameño, diciembre 16 de 1890.
26 Informe del Primer Juzgado Civil de Copiapó. Causa Rol 29.327 del 2001. Pág. 2.
27 El Atacameño, diciembre 19 de 1890.
Ese mismo año, la hacienda Chamonate entrará nuevamente en pleito por el uso de
las aguas turnales. Esta vez fue el propio Alcalde de la ciudad, Sr. Letelier y el Inspector
de caminos y borde río San Román, los que fueron acusados de atropello a la propiedad
constituida32 por los dueños de las haciendas, señores Luis E. Rojas de Bodega y el Carmen;
Bartolomé Ferreira de Chamonate33, Félix Garay de Toledo y Juan Lorenzo Sieralta por Viña
de Cristo.
El Alcalde pasando a llevar los derechos de agua de las haciendas antes mencionadas,
determina negarles el riego del agua del río Copiapó, por un tiempo prolongado para
aumentarle a Copiapó y Pueblo San Fernando. Los abogados de ambas partes entrar en pleito
y los dos diarios de la ciudad, “El Amigo del País” y “El Atacameño”, tomaban partido por
uno y otro bando.
El primero de ellos señala en febrero 20 de 1919 que Los fundos Toledo, Bodega y
Chamonate comprenden el 7° distrito regador del valle y pagan contribuciones del rateo del
agua desde 1850.
Días después, el mismo diario continúa su defensa de los fundos señalados: En el rol
de 1848 y en títulos de agua más antiguos, se habla siempre de Chamonate i al hacerlo se
comprende bajo ese nombre a Toledo y Chamonate, que en lo antiguo fueron un mismo
fundo de un mismo dueño. Después se partió en dos fundos: Chamonate de propiedad de
la señora Candelaria Goyenechea de Gallo i Toledo de doña Loreto Goyenechea de Montt.
Rateo de Agua
Chamonate: Sr. Gallo; 4$ 5/2 reales.
Toledo: Sr. Montt; 4$ 5/2 reales34.
Foto 1
Peones podando árboles frutales
Fuente: Familia Porchile Risi
Circa 1930
En 1924 llega a Copiapó procedente del sur, el capitán Gabriel Valenzuela, con el
objetivo de asentar la primera pista de aterrizaje del lugar. Así, diseñó y demarcó el campo de
aviación de Chamonate, que habría de apoyar los primeros vuelos al extremo norte del país38.
Este es el primer antecedente, en relación a la construcción en los años 60s del futuro
aeródromo de Chamonate, llamado así por su ubicación en los llanos de la histórica hacienda
y seguramente, es la reminiscencia de este primer vuelo lo que nos menciona don Renato
Porcile: Antes hubo una cancha que hicieron limpiar, de unos 500 metros de largo por 50
de ancho39.
Hacia 1927, la hacienda Chamonate cuenta con 1.100 hectáreas, desarrollando
su potencial de hacienda, con la producción de vinos y criadero de vacunos (900) cerdos
(500), ovinos (1.500), equinos (20 caballares finos, 3 potros). La Hacienda también tenía un
excelente cultivo de árboles frutales, verduras, cebada forrajera, maíz, papas, sandías, zapallos,
legumbres, alfalfa, una lechería, quesos y uvas40. El Fundo era trabajado por 120 peones que
vivían en casas proporcionadas por la administración, con unos 500 habitantes, tenía una
escuela y un retén de Carabineros.
Foto 2
Plantación de flores en jardín de la hacienda
Al fondo se aprecia el gran Silo construido para almacenar trigo, maíz y cereales
Fuente: Familia Porchile Risi
Circa 1930
Foto 3
Plantación de alcachofas en Hacienda Chamonate
Al fondo se aprecia los grandes árboles del parque Botánico o Parque Chamonate
Fuente Familia Porchile Risi
Circa 1930.
Foto 4
Parte de la maquinaria del Fundo: enfardadora y tractor
Fuente Familia Porchile Risi
Circa 1930.
Foto 5
Fotografía desde casa patronal, apreciándose al fondo antigua escuelita del fundo y
los grandes árboles del parque Chamonate
Fuente Familia Porchile Risi
Circa 1930.
Esta escuelita rural aún pervive en el recuerdo de don Renato Porcile Rissi: Se llamaba
escuela Chamonate (…) es la que está a la entrada del parque, al lado de unos murallones
que habían, después se cayeron para el terremoto del 22. Estudié hasta los 7 u 8 años en
Chamonate, junto a mis hermanos. Teníamos una profesora que se llamaba Natalia Aguirre,
no sé cómo lo hacía para enseñar, porque habían niños de todas las edades, todos juntos.
Iban unos 30 o 40 niños de toda la hacienda, era la Escuela del fundo, donde iban todos los
niños desde el patrón al último peón (…), la convivencia era buena, no había gente mala. Se
seleccionaba el peonaje, si eran malos no entraban al fundo. Mi padre tenía un capataz mayor
y dos inferiores que lo ayudaban. Entre los peonaje había mucho argentino, llegaba por la
cordillera. Venían con animales y después aprovechaban de quedarse acá y a trabajar y hacían
familia. Me acuerdo del capataz que se encargaba de los animales que era un argentino muy
eficiente, de familia Cruz, eran varios hermanos. Había una viejita cuyana que cosía sacos, de
unos 75, 80 años, se sentaba con su pollera negra a coser sacos, tomando mate 43.
A pesar de la utilización de carretas, caballos, mulas y el ferrocarril, la pésima calidad
de los caminos interiores hechos de ripio y tierra, dificultaba las comunicaciones fluidas entre
los habitantes del valle. Por eso en las haciendas y fundos del valle, era común que estas
tuvieran una capilla para oración, una escuela para la instrucción de los niños y una pulpería
donde se vendían los productos que los peones necesitaban, pues viajar a la ciudad, era una
verdadera travesía. El camino a Chamonate estaba por ese tiempo por fuera de la hacienda,
posteriormente se hizo el camino que iba a la minas de cerro imán (…). Como los caminos
eran muy malos, el venir a Copiapó era como un safari, como una cacería de elefantes en el
África, nos veníamos en un auto antiguo, parece que era Chevrolet. Antes de eso mi papá
tenía un carrito, que se tiraba por tres o cuatro caballos, que se llamaba jardinera (…). Mi
papá tenía una pulpería para atender a los obreros, estaba en un ala de la casa, que tiene una
parte que daba a un corral, donde atrás había bodegas con aperos, fieros, herramientas y eso.
Detrás tenía una bodega y un campanario, donde había una campana que hacía levantarse a
la gente como a las seis o siete de la mañana, se levantaban con el sol a trabajar, trabajaban
mucho más los viejos antiguos, se trabajaba de sol a sol.
La estación de ferrocarriles que estaba más cercana, era Toledo44. Allí suponemos que
se embarcaban los productos y las personas que vivían o trabajaban en Chamonate, para
visitar la costa de Caldera, Copiapó o el interior del valle.
Continuando con su relato, don Renato Porcile nos dice que Chamonate era un
campamento muy grande (…). Cerca del parque había un parrón largo donde se hacían los
asados (…). Se hacían muchas fiestas, mi papá era muy bueno para las fiestas. Iba desde el
intendente para abajo, el comandante de carabineros, el del regimiento, el obispo, se juntaban
300 personas fácilmente. Se juntaban en el parrón, al lado del parque, con grandes mesones,
con bancas largas. Se ponían las parrillas debajo de los perales. Una parrilla con un toro, otra
con un cordero, otra con chancho, y así se divertían.
Respecto de la infraestructura más antigua de la hacienda, identificamos unos murallones
extremadamente anchos que forman parte de una bodega, que funcionó en el pasado como
granero. Esta misma estructura, cuyo techo hoy está en el suelo, compartirá espacio con el
retén que había en la hacienda y que era ocupado por una pareja de Carabineros porque
había mucha gente y a veces se armaban camorras.
Por su forma, materialidad y técnica constructiva, creemos que esta estructura es una
de las más antiguas de la hacienda, remontándose tal vez a la primera mitad del siglo XIX.
Además de esta bodega, don Renato nos señala que también es antigua la bodega de
vinos, la casona patronal y la escuela antigua (…). El silo lo construyó mi papá entre 1920
o 1925 (…). La casa también es antigua. Tenía corredores y piezas con ventanas y puertas
interiores y ventanas exteriores, un comedor, un salón tres piezas de alojados y una pieza
grande que se cayó, tiene como 6 piezas grandes. Esto estaba lleno de tinajas en el patio, otros
estaban en la pasada de los canales. En el patio teníamos tinajas de greda que ya no existen.
No nos cabe la menor duda que la actual casona patronal, hoy casi en ruinas, es la
misma que acogió durante gran parte del siglo XIX a la familia Gayo Goyenechea. Sus piezas
y pasillos aún mantienen el recuerdo de doña Candelaria Goyenechea de la Sierra.
Francisco Porcile Grondona, abuelo de don Renato, además poseía un importante
paño de terreno al frente de la plaza de Copiapó, en Chacabuco esquina Carrera, donde
estableció un mercado para comercializar allí los productos de la hacienda: El mercado
de Chamonate que estaba en Copiapó era propiedad de mi abuelo, tenía prácticamente la
mitad de la manzana. Era el único mercado que existía en Copiapó, los demás eran puros
negocios chicos de menestras (…). Se vendían todos los productos del fundo, se sembraba
mucho trigo, cereal, alpiste, linaza, cáñamo, carnes, frutas, verduras, de todo se vendía (…).
Mi madre, Elvira Risi Scheggia, después se hizo cargo del mercado en Copiapó (…). Nos
llevaba todos los días al mercado, a las siete de la mañana ya estábamos en pie45.
La excelente calidad de su producción de frutas y verduras no sólo le significó la
posibilidad de comercializarlos en la ciudad de Copiapó, sino que además competir en
certámenes y exposiciones agrícolas en La Serena con algunos de sus productos como un
zapallo peruano que tenía 60 kilos que sacaba los premios, la sandía limeña también; había
mucha producción de frutas, variedades de peras, duraznos y chirimoyos, lúcumos, cerezas,
nogales; había de todo, membrillo, membrilleros, damasco, teníamos un árbol de kaky46.
Los deslindes generales del fundo Chamonate hacia 1930 eran el norte con los cerros
que lo rodean por ese costado, al sur con la hacienda Toledo, al naciente con el cerro de
Pichincha y al poniente con la Sociedad Piedra Colgada, hoy fundo “San Luis”47.
En los años cuarenta se producirá un punto de inflexión en la historia de la hacienda
Chamonate, ya que se formará la “Comunidad de Chamonate” por escritura pública del
26 de septiembre del año 1940 y luego inscrita en 1945, en donde se le otorgan todos los
derechos de la herencia quedada, al fallecimiento de don Francisco Porcile Grondona en el
fundo Chamonate a doña María Lorca de Porcile y luego de su muerte, a su hijo Francisco
Porcile Lorca48. Estas sesiones comienzan en 1945 con doña Eugenia Porcile de Giovanetti
y Cristina Porcile Lorca, más adelante en 1947 es doña Adela Porcile Lorca y luego en 1948
doña Laura Porcile de Mattas, quienes ceden todos sus derechos en el fundo Chamonate a
don Francisco Porcile Lorca.
Sin embargo será en los años 60s, donde Chamonate sufrirá una escisión total de
la superficie que poseía anteriormente, esto es 610,89 hectáreas, a partir del fallecimiento
de doña María Lorca de Porcile y de la venta a la Línea Aérea Nacional de Chile, de unas
52 hectáreas de terreno, para la construcción del aeródromo Chamonate. Sin embargo,
quedó exento del pago de contribuciones de Bienes Raíces, por tratarse de predio agrícola,
suspendiéndose dichos pagos a contar del primero de enero de 1960.
Parcela 9: A don Raúl y Norma Porcile Calderón. Al norte con el camino que la separa
de la parcela número ocho. Al sur con la hacienda Toledo, al naciente con la parcela número
seis y al poniente con la hacienda San Francisco, con una superficie de 118,96 hectáreas. Se
adjudica con la suma de Eº 5.631,90 centésimos.
Se le designa a cada parcela siete horas y 55 minutos de aguas para regadío de los
predios. Las aguas de regadío de este fundo se dividen proporcionalmente al número de
parcelas. Quedan para uso común todos los caminos y todos los canales del fundo de uso
común. También se entregará de manera proporcional a las parcelas el uso del tendido
eléctrico, transformador y limpieza de canales49.
También se remataron las lomas y terrenos adyacentes al fundo Chamonate. Estos
terrenos se adjudicaron en Eº 200,00. En un 60% y en proporciones iguales a doña Adela
Porcile viuda de Vargas, Eugenia Porcile de Giovanetti, Josefina Porcile, Carlos Porcile Lorca,
Raúl y Norma Porcile Calderón. En un 40% a doña Silvia Porcile de Cabada, Renato y Mario
Porcile Risi. Los deslindes de estos terrenos son al norte con los cerros que miran al valle, al
sur con la línea de 200 metros que circundan las parcelas numero 1 a la cinco de Chamonate
y fundo Toledo en la puntilla de Pichincha, al naciente los cerros que miran al valle y al
poniente con la parcela 7 de Chamonate y cerros que miran al valle.
Seguramente es en ese contexto, que aparece en el diario El Día, el siguiente aviso
económico, ofertando maquinaria agrícola perteneciente, creemos, a la hacienda Chamonate:
GRAN REMATE
Sucesión Porcile
Continúa el lunes 25 y días siguientes a las 15:00 hrs.
Se pone en conocimiento de los interesados que aún quedan como 300 lotes de diversas
especies entre ellas: 1 máquina trilladora, 1 tractor Oliver, equipo de aspersión completo; la
química; repuestos y gran número de otras especies, además un alambique en funciones.
José Garrido Verdugo, Martillero Público50.
Otro aviso en el diario nos deja la impresión de que el antiguo Mercado de Chamonate,
del cual nos hablaba don Renato Porcile, también pasó a manos de otros dueños:
NARANJAS
Se ofrecen naranjas, limones y papas precios especiales a los comerciantes.
Calle Chacabuco esquina de los Carrera (ex Mercado de Chamonate)51
higueras que estaban en un canal. Allí había unas tinajas, mi hermano encontró una chapa
de bronce, con tremenda cerradura grande debajo de una. Casa Luis me regaló un cofre de
cobre grande, que también tenía pinta de haber sido enterrado56.
Hoy, a más de 400 años de su creación en el valle de Copiapó, la Hacienda Chamonate
sienta raíces ciertas de historia y patrimonio local. Su arquitectura, historias y personajes,
moldearon parte importante de la historia copiapina.
BIBLIOGRAFIA
Ibáñez Vergara, Jorge, Pedro León Gallo. Fundación Tierra Amarilla, 2010.
Vicuña Mackenna, Benjamín. La Edad del oro en Chile, Editorial Francisco de Aguirre,
Santiago 1968.
PRENSA
El Amigo del País
El Atacameño
El Día
Revista Atacama
INFORMES JUDICIALES
Adjudicación en Partición a Sucesión de Francisco Porcile Lorca y otros. Por Jaime
Jaramillo Adriasola, Conservador y Archivero Judicial, Copiapó 1960.
Informe del Primer Juzgado Civil de Copiapó. Causa Rol 29.327 del 2001.
ENTREVISTAS
Oriel Álvarez, Copiapó 1996
Renato Porcile, Copiapó 2016
Resumen:
La mujer diaguita ha ido ganando relevancia en el mundo público a través de su participación
y liderazgo en asociaciones y comunidades. Hoy es común observar cómo las mujeres diaguitas se
desenvuelven como líderes siendo muchas veces las representantes de sus comunidades, lo que permite
que puedan desarrollarse desde lo político. Por tanto, nos interesa poder conocer cómo es su vínculo
con la política.
Es través de la entrevista en profundidad, la observación y la revisión bibliográfica es que
pudimos comprender cómo las mujeres diaguitas de Atacama se relacionan con la política. Por ello nos
centramos aspectos relevantes que nos permitieron reflexionar sobre el rol de las mujeres diaguitas y la
participación política.
Palabras Clave: mujer diaguita – participación política - indígena
Abstract:
Diaguita women have been gaining relevance in the public world through their participation
and leadership in associations and communities. Today it is common to observe how diaguita women
develop as leaders, often being the representatives of their communities, which allows them to develop
from the political point of view. Therefore, we are interested in knowing how is your link with the
policy. It is through the in-depth interview, the observation and the bibliographic review that we could
understand how the Diaguita women of Atacama are related to politics, for that reason we focus on
relevant aspects that allowed us to reflect on the role of Diaguita women and political participation.
Keywords: Diaguita women - political participation - indigenous
1 Selección Trabajo de Fin de Máster: Mujer Diaguita y Participación Política, Universidad de Salamanca 2016.
2 Máster en Antropología de Iberoamérica. Académica Universidad de Atacama. Facultad Ciencias de la Salud.
INTRODUCCIÓN
Los diaguitas son una etnia indígena representativa del norte de Chile, geográficamente
se ubican en la región de Atacama y la región de Coquimbo. “Los diaguitas son un pueblo
originario chileno que estuvo presente entre los años 1200 d.C. y hasta el inicio de la historia
de Chile el 26 de octubre de 1540 d.C” (Cortés, G,2007:32).
Los diaguitas fueron un pueblo agro alfarero, de esta cultura se destaca su cerámica, que
es conocida por ser la más fina y hermosa que se ha desarrollado en tiempos pre hispánicos.
Sus tonalidades son rojo, negro y blanco, decorada con figuras geométricas, destacándose
además los jarros zapatos para uso diario y los jarros pato que son más elaborados y más finos
los que se usaron para fines ceremoniales o rituales. Sobre su idioma, algunos estudiosos
del tema dicen que éste fue el kakán, tesis que es rebatida por los lingüistas, puesto que no
existe nadie que hable esta lengua, por tanto se considera extinta. Su economía se basó en el
intercambio, la agricultura y la crianza de ganado, sabemos sobre su utilización de las minas
y las aleaciones, como es el caso que se dio en viña del cerro, un sitio con varios hornos
donde se realizaron fundiciones de cobre y oro, convirtiendo este sitio arqueológico en el
mayor centro metalúrgico de América del Sur.
Ahora bien, con la llegada de los españoles el proceso de aculturación fue imparable:
Figura 01
Fuente: Informe de la Comisión Verdad Histórica y Nuevo Trato con los pueblos indígenas
2008, Capítulo V: Los diaguitas. Mapa N°14
Sin embargo, esta tesis cambiaría radicalmente el año 2000, puesto que los diaguitas,
un pueblo considerado extinto, había logrado sobrevivir al paso del tiempo gracias a la mezcla
cultural y la mantención de rasgos culturales distintivos, encontrándose en la localidad de Alto
del Carmen en la región de Atacama. Comenzaron así las investigaciones que terminarían
con el reconocimiento de esta etnia dentro del Estado en el año 2006, incorporándose dentro
de la ley indígena 19.253 de la Constitución chilena sobre la protección, la promoción y el
desarrollo de los pueblos indígenas.
Es así cómo este pueblo logra reconocimiento y participación activa dentro de Chile,
participando y reconociéndose como una organización activa, a través de asociaciones y
agrupaciones de carácter indígena. Es por ello que este artículo busca reflexionar en torno al
rol de la política en el mundo diaguita, específicamente en el rol de las mujeres diaguitas y
la participación política.
Para esto es necesario comprender que uno de los aspectos importantes para el
desarrollo de los pueblos indígenas es la participación política.
• Ta política: plural neutro de políticos, las cosas políticas, las cosas cívicas, todo
lo concerniente al Estado, la Constitución, el régimen político, la República, la
soberanía;
• É politiké (techné): el arte de la política (Prélot,M. 1994:5).
Es por ello que la política y las organizaciones sociales tienen un estrecho vínculo,
ya que no se puede pensar un movimiento u organización social sin que esté directamente
relacionado con la política. Por tanto las organizaciones sociales cuentan con el apoyo de sus
adherentes, y como bien define Turner, el apoyo es todo en cuanto contribuye a la realización
de fines politicos. Por tanto, los liderazgos dentro de las comunidades servirán para lograr
los fines comunes de cada una de las organizaciones sociales, legitimizándose así frente al
resto de la sociedad como un grupo social cohesionado con intereses comunes y con ribetes
políticos. En consecuencia, vivir en comunidad es un acto político.
Foto 1
hay 15.558 (4,9%) personas con calidad indígena en una región con 312.486 habitantes
(INE, 2015).
Sin embargo, la entidad gubernamental a cargo no posee un número detallado de la
cantidad de mujeres diaguitas de la región, toda vez que estos datos se solicitaron a través de
la Ley de Transparencia 20.2854 y como respuesta se obtuvo un listado de todas las mujeres
con calidad indígena, sin hacer distinción de su etnia ni edad, en razón a ello podemos
señalar que 8.463 mujeres poseen la calidad indígena en Atacama.
En razón de lo anteriormente expuesto, quisimos conocer la cantidad de asociaciones
y comunidades diaguitas en la región, pero nos encontramos nuevamente con dificultades
en los datos entregados, ya que la CONADI posee un listado de la cantidad de asociaciones
y comunidades indígenas de la región, pero no especifica a qué etnia pertenecen. Por tanto
realizamos un breve catastro5 del número total de asociaciones y comunidades que llevan
nombre diaguita dentro de la región de Atacama, de ello obtuvimos lo siguiente:
TOTAL REGIÓN 1
6 Algunos de los conocimientos aquí presentados son parciales, específicos y seleccionados sobre la base de mi
experiencia frente a la investigación realizada.
abordar, toda vez que el escenario actual de la política chilena ha generado alto rechazo
en la población debido a los casos de abuso de poder y corrupción. Por tanto, decidimos
aproximarnos a la temática desde la visión de la política que ellas tienen.
Yo no me siento de ninguna ideología, pero me gustó mucho
Gladys Marín7. En tiempos de dictadura ella le enviaba mensajes
—refiriéndose al dictador Augusto Pinochet—, fue bastante chistoso, se
mandaban mensajes, nunca le tuvo miedo a él, fue muy valiente y fue
la única que me gustó cómo referente y el Partido Comunista no le ha
dado el valor a su valentía. Es la primera vez que lo digo porque después
se alzan, pero no me gusta ningún partido, son igual que la religión,
nunca se llega a un consenso y nunca se está contento. – Testimonio 1.
7 Gladys Marín: Política chilena perteneciente al Partido Comunista, fue elegida diputada en el gobierno de
Salvador Allende, estuvo asilada en la embajada de los Países Bajos en Chile cuando apresaron a su esposo,
quién es hasta hoy detenido desaparecido. Gladys Marín fue una mujer luchadora por los derechos humanos,
por sacar a relucir la verdad de las atrocidades ocurridas en Chile, fue una luchadora hasta el final, cuando
fallece en el año 2005 a causa de un tumor cerebral. Es una mujer muy importante dentro de la izquierda
chilena.
En ese sentido, esta mujer diaguita manifiesta cómo hoy es importante encontrar
un espacio donde participar de política partidista, puesto que así ella y su pueblo pueden
beneficiarse de esto, ya que son estos espacios políticos los que se han convertido en espacios
de instrumentalización para poder obtener beneficios. La valoración e interpretación que
realiza esta mujer es de vital importancia para comprender que para lograr acciones positivas
en post del pueblo diaguita, hay que concientizar a la comunidad de la importancia de
la política para ellos como etnia, y cómo ésta puede volverse una herramienta para lograr
objetivos, como tantas veces ha ocurrido a lo largo de la historia con los movimientos y/o
partidos políticos.
En este estudio pudimos encontrar un caso que se manifestó de manera política abierta:
Yo me identifico con política, sin política no tienes nada, el hecho
de estar conversando ahora es política, entonces esto es la política, mucha
gente cree que teniendo un diputado o senador es política y no es así,
yo soy de izquierda y participo porque desde los 14 años que participo
por mi papá, él es quien me ha llevado al tema político, de tener ideales
claros, de luchar por esto… empecé en el partido verde y me gustó que
estuviera relacionado con la protección al medioambiente, participación
igualitaria, yo recién estoy en pañales en lo que es la política y un partido,
porque antes era otra idea, era ir aprendiendo, acompañando y ahora,
estoy participando y aprendiendo. – Testimonio 2
El rol público político que posee la actual senadora genera altas expectativas en
el mundo de las mujeres diaguitas, es posible pensarse en un cargo político de elección
popular. Su condición de mujeres y diaguitas no es excluyente para poder representar a su
pueblo, para ellas esto no es una limitante, es una oportunidad de ejercer y lograr acciones
pro diaguitas.
Me encantaría por la parte exterior llegar a un cargo político,
consejera regional o, quién sabe, ser diputada, poder llevar a mi pueblo
a que lo respeten, que lo reconozcan territorialmente, a que tengamos
beneficios porque nos corresponden por historia. Me encantaría
representar políticamente (…). Mi rol como vicepresidenta es en parte
político porque existe la capacidad de mover masas porque si bien en
una agrupación hay que tener carácter, hay que tener empatía con las
personas para poder llevar una agrupación. – Testimonio 3
A través de estas palabras podemos observar las ganas de querer participar, no aislarse
de lo político, sino que ser parte de ello, entendiendo que esto no es una puerta cerrada
para ellas y que pueden desarrollarse dentro de este ámbito como mujeres indígenas y dar
respuestas a las demandas que como diaguitas poseen, no pierden el horizonte respecto a
cuales son las demandas, prima lo colectivo, el bien común de la comunidad.
A su vez, encontramos alguien en el ejercicio de un rol político-partidista:
Este testimonio se define una idea clara, el aprendizaje en el mundo de la política, las
posibilidades de desarrollarse en este ámbito y lo vital para desarrollarlo en el ámbito de las
demandas y necesidades del mundo diaguita.
Mencionar que estos últimos testimonios destacan ámbitos importantes a considerar:
el aprendizaje permanente, la salida al mundo público de lo político y la oportunidad. Es
posible pensar en puestos políticos, no se puede negar que la elección de la senadora diaguita
ha influido en la visión de estas mujeres, en sus posibilidades, en lo que pueden mejorar y
cómo beneficiar al mundo diaguita. Se abre una nueva arista dentro del imaginario de la
mujer diaguita, el acceso al poder político.
CONCLUSIONES
Este artículo tiene como objetivo reflexionar acerca del rol de las mujeres diaguitas y la
participación política. Para ello abarcamos dos hitos que nos parecieron más relevantes para
la reflexión, el cómo ven la política y cómo perciben a la senadora diaguita Yasna Provoste.
Ambos hitos nos entregan rica información sobre la mujer diaguita y su percepción
de la política. En primera instancia, les cuesta reconocerse como sujetas políticas,la mayoría
rehusaba identificarse políticamente, reconocer que su labor era política o que algo podría
identificarse como político. No veían que jugaban un rol político, veían sus liderazgos
dentro de las comunidades y/o asociaciones como algo natural. En ese sentido es importante
mencionar que una organización social posee una orgánica bastante similar a la de un
partido político, con estatutos y/o reglamentos que dan orden a la organización. Por ende,
estas mujeres realizan un ejercicio de poder permanente que algunas llevan realizando hace
años y otras de manera más reciente. Esto nos muestra que se está haciendo política dentro
del mundo femenino diaguita y que va por un excelente camino de consolidación.
Por otro lado pudimos constatar que la participación política de estas mujeres diaguitas
se concentra principalmente en el manejo de las políticas del Estado, se juega bajo las reglas
impuestas por el Estado y son ellas como líderes de sus agrupaciones quienes velan por lograr
los mayores logros y ventajas para sus comunidades y/u organizaciones. Estos se traducen
en fondos para proyectos de mujer indígena, fondos para paneles solares en territorios
indígenas, etc. A su vez, cuando hablamos del rol que ellas poseen como representantes de
sus comunidades y/o asociaciones, es cuando se toma conciencia de que lo que realizan
es una actividad política, toda vez que son electas a través de votación popular, cumplen
con los estatutos y velan por que su comunidad también lo haga, se manejan dentro de
espacios político-públicos y son sumamente conscientes que ellas como mujeres diaguitas
necesitan los cargos de representación popular o cargos dentro del gobierno, pero para ello
BIBLIOGRAFÍA
Bochetti, A. (1996). Lo que quiere una mujer. Historia, política y teoría. Escritos (1981–
1995). Ediciones Cátedra, Madrid.
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De Munter, Koen (2007). Nayra: Ojos al Sur del Presente: aproximaciones antropológi-
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Gargallo, F. (2012). Las diversas teorías y practicas feministas de mujeres indígenas. Re-
curso disponible en: https://drive.google.com/file/d/0B79mZbq15B4RZkNOMWxCQXhHQlU/
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2008, Capítulo V: Los diaguitas
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ciudadanía. Santiago de Chile: LOM Ediciones.
Recursos electrónicos:
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http://www.conadi.gob.cl/index.php/consejo-nacional/33-equidad-de-genero/546-derechos-
especificos-de-las-mujeres-de-pueblos-originarios
http://www.mueveteporlaigualdad.org/quees/n_participacion.asp
https://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=253035
https://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=30620
www.INE.CL
INTRODUCCIÓN
A lo largo del Valle de Copiapó existe una serie de iglesias o capillas ubicadas en las
localidades rurales cuyo valor patrimonial no se está apreciando como debería. Este hecho
se demuestra en el mal estado de conservación de muchas de ellas y en otros casos en inter-
venciones y “restauraciones“ que las han alejado considerablemente de su estado original.
Generalmente, hablar de patrimonio en el Chile actual no constituye un tema ajeno
en el discurso cultural. En nuestro país se otorga cada vez más relevancia a la conservación
y restauración, ya sea a través de un creciente número de inmuebles declarados patrimonio
cultural, así como en el incremento desde el nivel gubernamental del número de planes de
conservación. Sin embargo es en las grandes urbes donde existe un alto número de inmuebles
ricos en historia, técnicas constructivas y estilos arquitectónicos que están protegidos para su
conservación y que son objeto de una mayor intervención y restauración.
Precisamente para poner en valor el patrimonio que no se encuentra en áreas urbanas
centralizadas, como las capillas rurales del Valle de Copiapó, hemos decidido realizar
un estudio arquitectónico, constructivo e histórico de siete de ellas. La intención es dar a
conocer, valorar y sensibilizar a la comunidad en la que se encuentran insertos, asegurando
así su protección integral en el tiempo.
Las iglesias rurales generalmente son el lugar de encuentro de los habitantes, marcan
el hito del poblado y son punto referencial. Es por esto que nos hemos concentrado en
las siete iglesias rurales del Valle de Copiapó que según nuestros criterios tienen valor
patrimonial. Estos criterios son: antigüedad, interés estético y estilístico, sistema constructivo
y materialidad, significancia histórica y valor e importancia para la comunidad.
En este sentido el objetivo principal de nuestro trabajo ha sido procurar la recuperación
de las iglesias rurales del valle, como una unidad patrimonial y su puesta en valor desde lo
social, lo arquitectónico, lo estético y lo histórico.
1 Arquitecta, [email protected]
2 Arquitecta, Magíster en Restauración Arquitectónica, Universidad Internacional SEK, [email protected]
Foto 1
Cimientos de la iglesia de Choliguín del Valle de Copiapó
Fuente: Las autoras.
Así pasó también en el Valle de Copiapó. Una de las primeras iglesias elevadas en
el valle era la de Choliguín3, hoy conocida como ”Iglesia Colorada” por el color rojizo de
la tierra que revestía sus muros. De ella hoy sólo encontramos ruinas de sus fundaciones,
escondidas entre las parras de un fundo agrícola, sin señalización ni más protección que la
que le brindan los dueños del fundo.
De las iglesias en el Valle de Copiapó que hoy aún siguen en pie, la más antigua
es la iglesia de Nantoco. Bueno, en realidad hoy sólo se mantienen sus fundaciones, la
fachada principal, los recintos de entrada y la torre. La nave de la iglesia fue demolida en
los años 70 del siglo pasado porque se encontraba en peligro de derrumbe. Las fundaciones
de esta iglesia datan del año 1750 cuando Felipe de Mercado4 quien poseía minas en los
alrededores de Nantoco mandó a construir una capilla en su hacienda que 14 años más tarde
fue establecida vice-parroquia.5 De esta capilla hoy sólo encontramos las fundaciones ya
que en 1860, Apoliniario Soto, rico empresario minero y dueño de la Villa Viña de Cristo en
Copiapó, compró la hacienda para construir allí su casa de campo. El remodeló por completo
la iglesia en el estilo neoclásico que hoy podemos apreciar en su fachada principal y en
la torre.
Foto 2
Frontis Iglesia de la Hacienda Nantoco
Fuente: Las autoras.
3 Carlos María Sayago, Historia de Copiapó, Editorial Francisco de Aguirra, Bs. Aires, Argetnina 1974, Pág. 26.
4 Carlos María Sayago, Ob. Cit, pág. 102.
5 Ibíd. Pág. 273
Luego están las iglesias de Los Loros y de San Antonio, ambas construidas en el año
1853 según registros del obispado.6 Ambos pueblos eran lugares estratégicos en el valle en
los años de la bonanza minera. La construcción de estas iglesias coincide con la llegada de
la línea del tren a los pueblos.
Foto 3
Frontis Iglesia de Los Loros celebración de la Virgen del Carmen en Los Loros
Fuente: Las autoras
Una iglesia que no se ubica precisamente en el Valle de Copiapó, pero que por la
historia del pueblo donde se ubica se relaciona con el valle es la de Cerro Blanco.
De esta iglesia no se encontraron registros del año de su construcción, pero se deduce
que fue construida en los años de mayor auge de las Minas de Cerro Blanco entre 1840 y
1870. Esta iglesia se encuentra hoy abandonada, igual que el pueblo de Cerro Blanco, pero
aún se mantiene en pie.
Ahora, bajando por el valle llegamos a las iglesias más nuevas. La iglesia de Punta
Negra en el pueblo de San Fernando fue construida entre los años 1915 y 1916 por la dueña
del fundo San Miguel, Celsa Vergara.7
En Piedra Colgada encontramos una capilla elevada en el año 1930 por la familia
Aguirre Echegaray por gestión de Camila Aguirre cuyo propósito era reemplazar una capilla
que fue destruida por el terremoto de 1922.
6 Marcela Urizar Vergara, Las Iglesias de Atacama: “Una Mirada desde el archivo histórico diocesano de Copiapó”,
Ediciones del Obispado de Copiapó, 2008. Pág. 14–15.
7 Nelson Barrientos, Parroquia Santísima Trinidad. 100 años de fe en Atacama, Ediciones del Obispado de
Atacama, Copiapó 2016. Pág. 35.
Finalmente llegando a San Pedro encontramos una capilla muy sencilla, construida
en adobe en el año 1965 por Alejandro Moreno, el dueño del fundo de San Pedro. Esta es
seguramente una de las últimas capillas que se edificó bajo la lógica de los dueños de fundo
que buscaban ofrecer un espacio espiritual a sus trabajadores.
Foto 4
Capilla de San Pedro
Fuente: Las autoras
Todas estas iglesias son o eran católicas ya que desde la llegada de los españoles, esta
es la religión principal practicada en el valle.
Las siete iglesias rurales corresponden a dos categorías de iglesias. Las iglesias de San
Antonio, Los Loros y —dentro de su lógica específica minera— también Cerro Blanco son
iglesias de pueblo, construidas por la gente y por la iglesia católica. Estas iglesias muestran un
diseño más sencillo, lineas simples y poca decoración. Las iglesias de Nantoco, Punta Negra,
Piedra Colgada y San Pedro son iglesias correspondientes a haciendas agrícolas, donde los
dueños de los fundos demostraron su devoción religiosa a través de un edificio. Esto se nota
en la elaboración de un diseño más sofisticado con influencias desde Europa. La excepción
es la capilla de San Pedro que destaca por su sencillez.
Esto se explica por el año de su construcción, 1965, cuando el mayor motivo era
generar un lugar de oración para los trabajadores y no representar a la familia dueña de la
hacienda a través de la capilla.
Foto 5
Fachada posterior de la iglesia de San Antonio
Fuente: Las autoras
Junto con la investigación histórica, se realizó el levantamiento para hacer los planos
de las iglesias y desarrollar el trabajo de diagnóstico del estado actual de cada una de ellas.
No encontramos registro de planos de ninguna de las siete iglesias, algo que es imprescindible
para realizar un proyecto de restauración o simplemente una adecuada mantención de las
iglesias. El levantamiento planimétrico se realizó a través de una mezcla de técnicas, con
tecnología de láser, pero también de forma manual. En algunos casos, el entorno de las iglesias
complicó el levantamiento, como en Punta Negra donde el cableado de la calle desviaba la
luz del láser, o como en Piedra Colgada donde el vecino de la iglesia nos negó el acceso a
su terreno para realizar el levantamiento de las fachadas laterales y de la fachada posterior.
El levantamiento constructivo y el diagnóstico del estado actual de conservación se
realizaron solamente de forma visual. Esto se debe a que en el proyecto no contamos con
medios para la toma de muestras y posterior reparación de las iglesias. Por eso, previo a
cualquier intervención, se debe hacer un estudio más acabado, que requiere descubrir la
estructura, intervenir pisos y entretechos para constatar el nivel de daño.
De todas maneras, en la etapa de diagnóstico, el factor común que tiene la mayoría
de las iglesias es el deterioro provocado por la agresión de agentes atmosféricos y la acción
humana, ya sea por la falta de mantención o por la modernización de instalaciones.
La quincha
La palabra quincha viene de la palabra quechua “qincha” que significa muro o corral.
La quincha es un sistema de muro compuesto por varios elementos. La base estructural de
un muro de quincha es el esqueleto de madera, de pilares ubicados a poca distancia entre si
(generalmente 40 a 60 centímetros) con listones horizontales para su estabilidad. Las uniones
se hacen con clavos o en carencia de éstos con una cuerda delgada. Entre los pilares se
puede colocar algún tipo de relleno que puede ser barro con paja, o algún material orgánico
seco disponible en el lugar de la construcción. En el caso de Atacama se usaron mayormente
ramas de brea y de churque, una especie de aromo desértico, para el relleno. Cuando no
se coloca un relleno entre los pilares, se requiere de un revestimiento en ambos lados que
tradicionalmente es de algún tipo de caña. En el norte de Chile se usaba mucho la caña de
Guayaquíl, traída como lastre en los barcos que venían de Ecuador para cargar los minerales.
Estas cañas son más gruesas que el coligüe local por lo que se podían cortar longitudinalmente
por el medio para usarlas como costaneras. Sobre las cañas o directamente sobre la estructura
con el relleno se aplica el estuco de barro en varias capas. La primera capa contiene un alto
porcentaje de paja u otro material orgánico fibroso y luego se aplican una o dos capas con
una mezcla más fina como terminación.
Es importante destacar que los materiales de este sistema se complementan muy bien
beneficiándose en sus propiedades y manteniendo el equilibrio de humedad en el muro.
La mayor ventaja de la quincha es su alta resistencia sísmica debido a la flexibilidad
de la estructura de madera y a la composición del sistema por varios elementos en uniones
flexibles. En el caso de un sismo, es posible que se desprendan partes del estuco, pero la
estructura de madera que sostiene el techo seguirá en pie. Esto permite construcciones de
mayores dimensiones con muros relativamente delgados. Es por esto que muchas iglesias y
otras edificaciones de mayor dimensión están hechas de quincha. La resistencia sísmica de este
sistema fue demostrada por las iglesias de San Antonio, Los Loros, Cerro Blanco y Punta Negra
que pasaron el terremoto de 1922 y muchos otros sismos antes y después sin mayores daños.
Además la quincha es un sistema rápido de elevar que permite la instalación del techo
antes de la aplicación de la tierra a los muros.
La desventaja en zonas como el desierto de Atacama es que se requiere de madera de
longitudes mayores para la construcción. Debido a la escasa vegetación en la región, ésta era
difícil de conseguir por lo que tenía que ser traída desde otras partes del país, lo que elevó el
costo de la construcción.
Foto 6 (izq)
Muro de quincha con ramas de brea
Fuente: Las autoras
Foto 7 (der)
Muro de quincha con caña de Guayaquil
Fuente: Las autoras
Seis de las siete iglesias están hechas con el sistema constructivo de Quincha, que se
basa en una estructura de madera con algún tipo de relleno o forrado y un acabado por fuera
y por dentro con estuco de barro. En las iglesias que se construyeron con mayores recursos
como la de Nantoco, se puede observar que la estructura de madera está forrada con cañas
de Guayaquil, una caña que se traía como lastre en los barcos desde Ecuador que venían a
cargar mineral en las costas de Atacama. Las iglesias más humildes, como la de Cerro Blanco
y San Antonio llevan bajo el estuco de barro un relleno de ramas de brea y churque.
El adobe
El adobe es un ladrillo de tierra cruda que puede contener materiales de relleno como
paja, viruta o heces de animales para aumentar su firmeza. Para producir los ladrillos se
amasa la tierra con arena si es necesario, el material de relleno y agua. Esto se hace a mano,
con los pies o con ayuda de animales y luego se coloca la masa en moldes, compactándola
con fuerza. El ladrillo se deja reposar por un tiempo corto en el molde, luego se retira el
molde y el ladrillo se coloca al sol para el secado. La dimensión más utilizada en Chile es
de 30 x 60 x 10 centímetros, un tamaño grande por motivos de estabilidad estructural, pero
se pueden encontrar ladrillos de distintas dimensiones. Con los ladrillos se arman muros
de albañilería, pegándolos con un mortero de tierra sin agregados. Para emparejar las caras
del muro, se lava con un paño o una esponja o se aplica una capa de estuco para dar una
superficie más uniforme. En el coronamiento del muro se posicionan vigas de madera que
reciben la carga de la estructura del techo que normalmente está constituida de madera. Estas
vigas también actúan de cadenas para evitar el volcamiento de los muros.
Las grandes ventajas del adobe son la disponibilidad de sus materias primas en casi
todo el territorio y que éstas se pueden conseguir en su mayoría gratuitamente. Especialmente
en zonas con poca vegetación como el desierto de Atacama es un material muy utilizado,
donde además resulta favorable pues allí hay poca lluvia y agua en general ya que la humedad
es el peor enemigo de la tierra cruda.
La desventaja y la razón porque el adobe está mal visto en el Chile de hoy es su
comportamiento sísmico. Los ladrillos están pegados de forma rígida y en caso de
movimientos telúricos estas uniones se rompen, lo que puede generar el colapso del muro
que a su vez soporta el techo. Afortunadamente existen métodos constructivos para adaptar
las construcciones de adobe a las exigencias de la resistencia sísmica, pero aquí nos limitamos
a la descripción del método tradicional.
Foto 8
Reparación de un muro de adobe
Fuente: Las autoras
Solamente la iglesia de San Pedro fue construida en adobe lo que se explica por sus
dimensiones pequeñas que son fáciles de construir en este material. Para las iglesias de
mayores dimensiones como la de San Antonio era más fácil y rápido construirlas en quincha.
Además este sistema tiene una alta resistencia a sismos, cosa que es demostrada por las
iglesias de San Antonio, Los Loros, Cerro Blanco y Punta Negra que pasaron el terremoto de
1922 y muchos otros sismos antes y después sin mayores daños.
Foto 9
Portal de madera de la iglesia de Cerro Blanco
Fuente: Las autoras
Las iglesias que hoy aún están en uso y que necesitan urgente una restauración o al
menos reparaciones son las de San Antonio y de Piedra Colgada. Ambas iglesias tienen en
sus fachadas áreas con estuco desprendido, lo que deja la estructura de madera de su sistema
constructivo de quincha a la intemperie. Esto acelera el deterioro estructural.
En la iglesia de San Antonio se pueden ver algunos desaplomes en los muros, propios
del paso del tiempo. Una contrafuerte de adobe se apartó de la fachada, sin embargo, este
muro se ve estable. Por lo tanto se descarta que esto indique un daño estructural.
Todos los muros, al interior y exterior, se encuentran con fisuras en el estuco y craquelado
de pintura, producto de la degradación del material y movimientos o deformaciones que el
acabado no pudo resistir. En cuanto a la cantidad de fisuras en el estuco, se puede ver que
algunas han sido tapadas a lo largo del tiempo, volviendo a presentarse, por lo que se deduce
que se deben al comportamiento natural de la quincha frente a los cambios de temperatura
y movimientos.
Las fachadas más deterioradas son la lateral que colinda con la escuela rural, las de
la bodega en el mismo lado y la trasera, todas con grandes partes del estuco caído. Las dos
fachadas que están a la vista para el visitante se han mantenido mejor. La bodega muestra la
condición más preocupante ya que está sin vidrios en las ventanas, con serios daños en la
cubierta original de barro y en su interior hay escombros y basura. Año tras año, el deterioro
de esta iglesia se hace más notorio.
La iglesia de Piedra Colgada se ve bien a primera vista ya que desde la calle solo se
puede ver la fachada principal. Al mirar la iglesia de más cerca, se notan fisuras en la capa
pictórica y fuertes desaplomes en los muros, lo que es propio del paso del tiempo, pero por el
nivel de inclinación, mayor a 15 centímetros, indica en este caso un posible daño estructural.
Debido a un desacuerdo legal con el propietario del terreno que colinda con tres fachadas de
la iglesia, no ha sido posible realizar una adecuada mantención por el exterior de los muros
laterales y el posterior de la iglesia en los últimos años. Se aprecia el desprendimiento de
estuco en grandes áreas que deja al descubierto la estructura de madera de la quincha, lo que
acelera su deterioro pudiendo llegar prontamente a un colapso estructural.
En la techumbre y torre se observan daños de tipo estructural, debido a la escasa
mantención que ha tenido. Hay piezas faltantes que posibilitan el ingreso de aves que anidan
en grandes cantidades en el entretecho.
Foto 10
Iglesia de Piedra Colgada
Fuente: Las autoras
CONCLUSIÓN
Las iglesias de Nantoco y Cerro Blanco hoy se encuentran en abandono y no son usadas
como lugar de celebraciones religiosas. Sin embargo son importantes testigos de la historia
de nuestra región y de la fuerte relación entre el destino de sus habitantes y la minería. Estas
iglesias deberían ser mantenidas en su actual estado, en función de monumentos históricos,
protegidas de un futuro deterioro.
Las otras iglesias requieren de un plan de restauración y mantención más allá de los
arreglos que se han realizado en varias de ellas. Es importante cuidar su estructura original
y procurar la reparación con materiales originales y con encargados que entiendan de
restauración.
La iglesia de San Pedro sufrió últimamente modificaciones en su imagen original que
responden al parecer a las necesidades de sus usuarios.
A pesar de que el uso actual de un edificio siempre tiene la primera importancia, al
conocer los criterios de protección y restauración de edificaciones históricas, se podría llegar a
un consenso para evitar daños significativos en el patrimonio inserto en nuestros pueblos rurales.
BIBLIOGRAFÍA
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de Atacama y Coquimbo, los grandes y valiosos depósitos carboníferos de Lota y Coronel en
la Provincia de Concepción. Valparaiso, 1884.
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Argentina 1974.
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formas de asentamiento y el origen de la sociedad chilena: siglos XVI y XVII. III Edición,
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Marcela Urízar Vergara, Las iglesias de Atacama: Una mirada desde el archivo histórico
diocesano de Copiapó, 2008.
Foto 1
El 13 de mayo de 1922, en El Bosque, el Presidente Arturo Alessandri P. acompañado
por el general Luis Contreras S. revisa los aviones recién bautizados por el Nuncio
Benedetto Aloisi.
Se trataba de un exitoso y popular biplano de instrucción biplaza, de doble comando,
construido en Gran Bretaña por la A.V. Roe Aircraft Co. que batió el record de producción
durante la 1ª Guerra Mundial con más de 10.000 unidades entregadas. El Atacama en
Foto 2
Biplano de bombardeo De Havilland DH-9 N°84 “ATACAMA”, próximo a despegar
de La Serena a Copiapó.
Fuente. Revista Los Sports, marzo 1924
Curiosamente, ambos aviones habrían de efectuar también los primeros vuelos sobre
el territorio atacameño.
Para fines de 1923, el general Contreras concibió y dispuso la planificación de un
extraordinario vuelo jamás realizado hasta entonces, de Santiago a Tacna y regreso, por una
escuadrilla de siete aviones, con el doble propósito de ejercitar la movilidad del servicio y
de estudiar la factibilidad de establecer un servicio aéreo permanente al extremo norte e
intermedios. De acuerdo a un análisis previo, se decidió que la ruta aérea debería seguir
el trazado del ferrocarril longitudinal a fin que, de ser necesario, encontrar socorro en sus
estaciones, para lo cual se envió una comisión de oficiales y mecánicos a cargo del capitán
Gabriel Valenzuela con el fin de demarcar las pistas de aterrizaje a lo largo de la ruta,
surgiendo de esta manera los primeros aeródromos atacameños en Vallenar, en el altiplano
norte, aprovechando la existencia de un hipódromo; en la hacienda Chamonate cercana a
la estación Toledo, que sería el punto de término de la segunda etapa, y en Pueblo Hundido,
a un costado de la estación del ferrocarril, de donde la ruta continuaba hacia Baquedano
y Antofagasta.
La escuadrilla se constituyó en torno a dos bandadas:
1. Bandada de la Dirección: De Haviland “El Ferroviario”. Piloto, capitán Armando
Castro; pasajero, general Contreras.
Avro “España’’. Piloto, teniente Carlos Montecino; pasajero, cabo Luis Abarzúa.
2. Bandada de la Escuadrilla:
De Haviland “Coquimbo”. Piloto, teniente Andrés Sosa; pasajero, capitán Carlos Cruz
Hurtado.
De Haviland “Tacna”. Piloto, teniente Oscar Herreros; pasajero, ingeniero Arthur
Seabrook.
De Haviland “Tarapacá”. Piloto, teniente Francisco Lagreze; pasajero, cabo Palomo.
De Haviland “Atacama”. Piloto, teniente Marcial Arredondo: pasajero, cabo González.
Avro “General Korner”. Piloto, capitán Federico Baraona; pasajero, cabo Contreras.
Terminada la fase preparatoria y una vez que los arreglos previos esuvieron listos,
las tripulaciones con el general Contreras a la cabeza, fueron recibidas por el Presidente
Alessandri, quien les expresó los mejores deseos de éxito en la empresa que se iniciaría a las
8 de la mañana del sábado 16 de febrero de 1924, hasta La Serena, que marcaría término de
la primera etapa, transportando además, los primeros sacos con correspondencia y la prensa
del día.
Ya en vuelo, el teniente Arredondo se vio obligado a aterrizar en Cabildo por problemas
con el motor del Atacama, continuando al día siguiente pero sólo hasta Illapel, donde aterrizó
nuevamente víctima de la falla de un magneto. A las 10 am del lunes 18, los De HaviIand
“Coquimbo”, “Tacna” y “Tarapacá”, piloteados por los tenientes Sosa, Lagreze y Herreros
respectivamente, continuaron el raid en vuelo directo a Copiapó, pasando a gran altura sobre
Vallenar, para llegar a las 14,15 horas a Chamonate. Por una confusión aterrizaron en una
cancha de fútbol cercana a la plaza de Copiapó, de la que despegaron a Chamonate, con
grandes dificultades por las dimensiones de la improvisada pista. Poco después, aterrizaba el
Avro que conducía el capitán Baraona.
Foto 3
Tte. Andrés Sosa Fuentes, nacido en Copiapó el 30 de noviembre de 1895.
Fuente: Colección de prensa del autor
Al día siguiente los aviadores iniciaron la tercera etapa de Copiapó a Baquedano, que
los cuatro De Havilland cumplieron sin tropiezos, en tanto que los dos Avro 504, de menor
autonomía, debieron hacer escala en Pueblo Hundido y solo pudieron alcanzar hasta la
oficina Bonasort donde sus tripulantes pernoctaron.
Mientras tanto, el teniente Arredondo lograba despegar de Illapel, pero una nueva falla
mecánica en el Atacama lo obligaba a aterrizar en Combarbalá.
Foto 4
Bote volador Felixtowe F2A “Guardiamarina Zañartu” en Las Torpederas, listo para
su raid a Arica.
Fuente: colección prensa del autor
La tripulación designada quedó integrada por el capitán de fragata Abel Campos, jefe
de la Aviación Naval; el teniente 1° Manuel Francke, piloto de la aeronave; el mecánico 1°
Guillermo Gómez, el maquinista 1° Juan Constanzo, el telegrafista 1° Emilio Cifuentes y el
marinero 1° Hipólito Zambrano.
Considerando el ánimo exacerbado en la opinión pública mencionado, nada debería
fallar y... nada falló.
A las 10:30 A.M. del 1 de agosto de 1924 el “Guardiamarina Zañartu” despegó de Las
Torpederas con destino a Coquimbo, término de la primera etapa. Luego siguieron los puertos
atacameños de Huasco y Caldera, en cuyos muelles se reunió una palpitante multitud para
ver la portentosa máquina aérea y sus audaces tripulantes, antes de proseguir a Mejillones,
Iquique y finalmente Arica, regresando por la misma ruta al atardecer del 15 de agosto,
a Valparaíso. El capitán Campos y sus hombres habían recorrido 1.786 millas marinas,
bordeando la desértica costa nortina en algo menos de 23 horas de vuelo, en el periplo más
regular y con mayor tripulación realizado por la aviación chilena.
En las semanas siguientes la turbulencia política habría de acentuarse llegando
a derribar al Presidente Alessandri el 11 de septiembre de 1924, que marchó al exilio,
asumiendo en su remplazo la Junta de Gobierno liderada por el General Luis Altamirano. En
este enrarecido ambiente se produjo un movimiento de los oficiales del Servicio Aéreo del
Ejército que a su vez desembocó en la renuncia del General Luis Contreras el 23 de enero de
1925, al tiempo que asumía la jefatura del Ejército el General de División Mariano Navarrete,
quien de inmediato dispuso la creación de la Dirección General de Aeronáutica Militar,
poniéndola bajo el mando del Teniente Coronel Marmaduke Grove V., nacido en Copiapó el
6 de junio de 1878, quien llegaba a la aviación convencido de la importancia de impulsar,
entre otras cosas, la conectividad aérea a lo largo del país, lo que ciertamente implicaba la
conquista de la ruta aérea a través de los cielos atacameños.
Foto 5
Teniente Coronel Marmaduke Grove (Copiapó, 6 de junio 1878–Santiago 15 de
mayo 1954), luciendo el parche con el cóndor de los aviadores militares.
Foto wikipedia.org/wiki/Marmaduke_Grove
Foto 6
Aterrizaje del Vikers tipo Valparaíso en Chamonate al mando del capitán Alberto
Amiot.
Fuente: colección prensa del autor.
Tres días después, Amiot en su Vikers tipo Valparaíso y Rafael Saenz en el Junkers F-13
emprendieron el regreso a la capital, alcanzando en esa jornada hasta Copiapó con escala
en Antofagasta, y al día siguiente a El Bosque con escala en Ovalle. El teniente Arredondo en
tanto, debió revisar prolijamente su avión durante una semana antes de regresar por la ruta
de sus camaradas.
La segunda oprtunidad de ver un aeropolano en los cielos de Copiapó se produjo con
ocasión de la realización primer vuelo sin escalas de Santiago a Antofagasta emprendido al
amanecer del 12 de diciembre por el Junkers F-13 al mando del capitán Gabriel Valenzuela
y el teniente Enrique Mujica, llevando al coronel Marmaduke Grove y al mecánico Fritz
Reiche; el Vickers Valparaíso conducido por el capitán Osvaldo acuña y el ingeniero Arthur
Seabrook y el Junkers A-20 tripulado por el capitán Modesto Vergara y el mecánico Armando
Rojas, debiendo este último descender en Chamonate para cargar combustible. El infortunio
fue que al hacerlo se dañó el tren de aterrizaje, lo que obligó al capitán Vergara a permanecer
en Copiapó reparando los desperfectos hasta el día 18 pudo continuar a Antofagasta y Arica,
regresando el 24 a la capital con escalas en Antofagasta y Copiapó.
Por otra parte y contando con el decidido apoyo del Presidente Alessandri, su Ministro
de Defensa, coronel Carlos Ibáñez del Campo y de acuerdo a las orientaciones del general
Navarrete, Grove inició el arduo trabajo de estructurar el arma aérea del Ejército sobre la
base de la Directiva N°6, un notable documento que reorganizó la aviación militar; dispuso
medidas para el desarrollo de la aviación civil y de la aviación comercial; estableció la
necesidad de contar con un servicio meteorológico, de confeccionar la carta aeronáutica
nacional y de expandir los servicios aéreos a lo largo del territorio nacional, para culminar
su fecunda labor al frente de la aviación nacional, con la adquisición de una partida de 18
aviones de reconocimiento Vickers 116 Vixen V, con motores Napier Lion de 450 Hp, 12
biplanos Bristol Primary Trainer 83B Lucifer, dotados con motores Bristol Lucifer de 120 Hp y
26 cazas Vickers 7-C1 tipo 121 Wibault con motores Bristol Júpiter VI de 450 Hp.
Foto 7
Dornier Wal 10
Fuente: colección prensa del autor
Foto 8
El trimotor Junker J-1 en vuelo al mando del mayor Diego Aracena, transportando
al Ministro de Guerra, general Bartolomé Blanche, a Antofagasta el 10 de octubre
de 1927
Revista Fuerza Aérea N° 134
Fuente: colección prensa del autor
A partir de ese momento, el ir y venir de los aviones comenzó a ser parte del solitario
paisaje del desierto, demostrando a la vez que era perfectamente factible abrir rutas sobre el
desierto para expandir los beneficios del correo aéreo a las ciudades del norte, para lo cual
la aviación chilena ahora contaba con la decisión y energía inagotable del comodoro Arturo
Merino Benítez y el sacrificio de sus muchachos.
BIBLIOGRAFÍA
“Ese singular sentido de proteger al vuelo, una historia ilustrada”, DGAC, Santiago,
2000.
Flores A., Enrique, “Historia de la aviación en Chile” en Revista Fuerza Aérea Vols. 1
y 2, Santiago 1933–1934.