Tejerina Movimientos Sociales y La Accion Colectiva
Tejerina Movimientos Sociales y La Accion Colectiva
Tejerina Movimientos Sociales y La Accion Colectiva
Benjamín Tejerina
En este tipo de sociedad los individuos se comportan como masas porque tienen un
comportamiento colectivo que presenta las siguientes características: a) el foco de la
atención se halla muy alejado de la experiencia personal y de la vida cotidiana, b) la
modalidad de reacción ante objetos lejanos es directa, c) tiende a la inestabilidad, cambiando
con rapidez su foco de atención y la intensidad de la reacción, d) cuando se organiza en
torno a un programa y adquiere continuidad de esfuerzos, asume carácter de movimiento de
masas (Kornhauser, 1969, 40-44). Junto a estas masas también existen elites, constituidas
por aquellos que ocupan las posiciones sociales más elevadas dentro de la estructura social,
y grupos disponibles que no constituyen elites. Las elites son fácilmente accesibles a la
influencia de los grupos que no constituyen elites, y estos últimos se encuentran en alta
disponibilidad para ser movilizados por aquéllos.
Un rasgo peculiar de la estructura de la sociedad de masas es que carece de relaciones
intermedias, por lo que se puede considerar como una sociedad atomizada. Existen tres
niveles de relaciones sociales: a) las relaciones altamente personales o primarias como a
familia, b) las relaciones intermedias como las comunidades locales, las asociaciones
voluntarias y los grupos ocupacionales, y c) las relaciones que abarcan la población: el
Estado. La sociedad de masas se diferencia por amiento de las relaciones personales, la
debilidad de las relaciones intermedias y la centralización de las relaciones nacionales. Esta
estructura de relaciones genera una cultura y una personalidad características. A nivel
cultural, la ausencia de variedad de grupos locales produce carencia de variedad de culturas
locales, y la existencia de relaciones de masas se asocia con la presencia de normas de
masas, lo debilita la base cultural de las lealtades múltiples y fortalece la legitimación de la
masa; las normas de masas son uniformes y fluidas, ya 1cambian con facilidad. A nivel
psicológico, la sociedad de masas tiende a separar a los individuos entre sí, y el auto
extrañamiento acentúa predisposición del individuo a buscar «soluciones» activistas para la
angustia que acompaña a la alienación personal. De esta manera el hombre-masa se halla
disponible para ser movilizado por movimientos de masas, ya que carece de un conjunto
vigoroso de normas internalizadas que han sido reemplazadas por las normas de la masa.
En estas condiciones, «el individuo busca vencer la angustia que acompaña a la auto
alienación con la apatía o el activismo. Tanto el retiro de la actividad como el sumergirse en
ella constituyen reacciones características del hombre-masa» (Kornhauser, 1969, 108-109).
Para los teóricos de la sociedad de masas son las discontinuidades que se producen en el
orden social las causas inmediatas del surgimiento de movimientos sociales. Son situaciones
como la guerra, con su proceso de desintegración de las estructuras sociales, o una
depresión económica, con sus secuelas sobre el desempleo, el caldo cultivo de
comportamientos de masas; pero son, sobre todo, las discontinuidades en la autoridad
(existencia de un gobierno democrático carente de la presencia de grupos independientes
que defienden los derechos individuales y la estructura básica de la autoridad) y las
fracturas en la comunidad (la manera en que se introduce la industria y el proceso de
urbanización con sus ritmos de cambio) las ates sociales de los movimientos de masas
(Kornhauser, 1969, -164). El elemento central sobre el que pivota la interpretación s
movimientos de masas resulta ser el grado de cohesión social en una determinada sociedad.
La cohesión social se mide r el grado de legitimación de la autoridad y por el número y
carácter de las estructuras intermedias existentes entre los individuos aislados y el orden
social.
Muy cercana a la teoría de la sociedad de masas se encuentra el en que del comportamiento
colectivo de N. Smelser. Una de las diferencias fundamentales entre ambos enfoques es que
el comportamiento « Colectivo no trata de analizar los movimientos sociales con criterios
distintos sino con las mismas categorías que el comportamiento convencional. Ello se debe,
según Smelser, al hecho de que aunque el comportamiento colectivo es un intento de
redefinición colectiva de una situación estructurada, y el comportamiento convencional
implica la realización o adecuación a unas expectativas ya establecidas, ambos tipos deben
hacer frente a las exigencias impuestas por la vida social y, por lo tanto, pueden ser
analizados con los componentes de la acción social. Para Smelser el comportamiento
colectivo es una «movilización no institucionalizada para la acción, a fin de modificar tina o
más clases de tensión, basadas en una reconstrucción generalizada de un componente de la
acción» (Smelser, 1989, 86).
Existen diferencias importantes entre los distintos episodios colectivos, ya que nos podemos
encontrar con estallidos colectivos como el miedo, el pánico y las locuras o disturbios
hostiles, y los movimientos colectivos que se refieren a esfuerzos colectivos conscientes por
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modificar las normas o valores sociales. Ahora bien, en todo comportamiento colectivo existe
una tensión estructural subyacente. Los individuos se unen para actuar cooperativamente
cuando algo funciona mal en su ambiente social o las personas deciden unirse a un
movimiento social porque padecen las injusticias de las convenciones sociales existentes. Al
conjunto de determinantes de la génesis del comportamiento colectivo Smelser lo denomina
tensión estructural. En la acción colectiva se ven implicados varios niveles de los
componentes de la acción que son:
a) los instrumentos de situación que el actor utiliza como medios (el conocimiento del
ambiente, la previsibilidad de las consecuencias de la acción, etc.), b) la movilización de la
energía necesaria para alcanzar los fines definidos (motivaciones en el caso de personas
individuales y organización en el caso de sistemas sociales o interacciones entre individuos),
c) las reglas que orientan la búsqueda de ciertas metas que deben encontrarse entre las
normas, y d) los fines generalizados o valores que proporcionan guías para la orientación del
comportamiento (Smelser, 1989, 36).
El comportamiento colectivo es un intento de solucionar las consecuencias generadas por la
tensión. Los individuos combinan varios componentes de la acción en una creencia que
pretende aportar soluciones a la situación. Cuando las personas se movilizan como
consecuencia de la extensión de dicha creencia nos encontramos ante una situación de
comportamiento colectivo. Estas creencias generalizadas mueven a las personas a participar
en la acción colectiva y crean una cultura común que hace posible el liderazgo, la
movilización y la acción concertada (Smelser, 1989, 97). Pero el comportamiento colectivo se
encuentra determinado por seis componentes: 1) la conductividad estructural, 2) la tensión
estructural, 3) la cristalización de una creencia generalizada, 4) los factores precipitantes, 5)
la movilización para la acción, 6) el control social. Por conductividad estructural debemos
entender el grado en que cualquier estructura permite cierto tipo de comportamiento
colectivo. Si nos centramos en los dos tipos de comportamiento colectivo más próximos a
nuestra idea de movimiento social, la conductividad se refiere a la posibilidad de demandar
modificaciones de normas (movimiento normativo) o valores sociales (movimiento valorativo).
Algunas características de la estructura social facilitan o dificultan la acción de un movimiento
social. Así, la diferenciación institucional, la disponibilidad de medios para la expresión de
quejas, el alejamiento y aislamiento entre movimientos y la posibilidad de comunicarse a fin
de que puedan extenderse las creencias y se luzca una movilización para la acción son
algunas características i conductividad.
La tensión indica el deterioro de las relaciones entre las partes de un sistema. Así, la
presencia de un movimiento normativo señala la ausencia de armonía ente los estándares
normativos y las condiciones sociales reales. Estas situaciones suelen producirse cuando las
normas o las condiciones sociales experimentan un cambio rápido en un período de tiempo
relativamente breve. La aparición de nuevos valores suele dar lugar a nuevas formas de
definición social de la realidad por las e condiciones sociales que habían pasado inadvertidas
hasta entonces pasan a categorizarse como «males». Las creencias suponen una definición
compartida de la realidad, mediante la que se trata de «explicar» la situación en la que se
encuentran las personas. Según Smelser las creencias han podido existir durante mucho
tiempo en estado latente, activándose bajo determinadas condiciones de conductividad
estructural y de tensión. Las creencias generalizadas incorporan habitualmente un
diagnóstico sobre las fuerzas y agentes responsables del fracaso de la regulación normativa
o valorativa, así como un esbozo de programa alternativo. La combinación de estos
elementos constituye lo que podríamos denominar una causa en cuyo nombre se movilizan
los agraviados.
Para el desarrollo de las creencias generalizadas es importante la aparición de factores
precipitantes que crean una sensación de urgencia y aceleran la movilización para la acción.
Estos factores precipitantes den ser accidentales o buscados, pero en cualquier caso
alcanzan a1to grado de significación social para aquellos que se movilizan. El proceso de
valor agregado que es un movimiento normativo o valorativo se encuentra determinado por la
movilización de sus participantes en una acción colectiva. Esta movilización depende de
factores como el papel desempeñado por los líderes en la organización de la movilización, la
gestión de la fase real y posterior de la movilización, el éxito o fracaso de las tácticas
utilizadas, así como el desarrollo posterior al éxito o fracaso durante la fase de agitación
activa. Un último determinante de un movimiento normativo o valorativo depende, en opinión
de Smelser, del comportamiento de los agentes de control social, ya que éstos pueden
responder a las demandas de aquéllos de forma flexible y abierta o de manera contundente,
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En relación con los partidarios, el autor señala su heterogeneidad, tanto por sus
características (edad, sexo o clase social) como por sus Orientaciones hacia el movimiento y
sus valores. Si consideramos la naturaleza colectiva de un movimiento social, lo realmente
relevante no es tanto por qué razón un activista decide incorporarse a él como lo que sucede
a sus miembros con posterioridad a este momento y como resultado de las interacciones que
se producen dentro de él. Tanto el desarrollo como el resultado de un movimiento social
dependen de las interacciones que se producen en su interior entre líderes, el núcleo
reducido de activistas y los partidarios, así como de las interacciones que se establecen
entre el movimiento, los oponentes y contra- movimientos y el entorno más amplio de la
sociedad en que actúa. El hecho de tener que desenvolverse en un entorno afable u hostil
tiene una profunda influencia en la dinámica del movimiento. Durante los primeros momentos
de vida de un movimiento tiene lugar un período de profunda producción cultural en el que
intervienen un número mayor o menor de personas que entran en interacción y que
contribuyen a crear un sentido de unidad, a definir de manera general los valores que se
desean alcanzar, así como los objetivos que se pretenden conseguir y la estrategia a seguir.
La razón de ser de un movimiento es un valor o conjunto de valores, la visión de un objetivo
que será alcanzado con el esfuerzo voluntario de sus activistas y en torno al cual se
congregan sus partidarios. Estos valores pueden ser progresistas o reaccionarlos, generales
o restringidos, explícitos o implícitos. Los valores tienen una segunda dimensión que hace
referencia a los medios a través de los cuales los fines pueden ser alcanzados. Estos
medios, en tanto que escalones intermedios hacia la conquista de los valores más
abstractos, pueden transformarse en valores en sí mismos (la reorganización de la sociedad,
la transformación personal). El sistema de valores de un movimiento abarca la ideología, la
justificación de los valores. En ocasiones la ideología es el resultado de la producción de los
intelectuales pero también se desarrolla a través de las interacciones informales de sus
miembros y llega a formar una parte estable del sistema de creencias.
La ideología estaría constituida por cuatro elementos: 1) una visión de la historia que
pretende mostrar que los objetivos del movimiento están en armonía con las tradiciones de la
sociedad; 2) también incorpora dos visiones del futuro, una visión del paraíso y una visión del
infierno; 3) la necesidad del éxito del movimiento es dramatizada con un retrato de las
condiciones miserables que resultarán si el movimiento fracasa; 4) muy cercano a los mitos,
encontramos un conjunto de concepciones estereotipadas de los «héroes» y «villanos» del
conflicto en el que se encuentra envuelto el movimiento. Además de una ideología, un
movimiento social también desarrolla ciertas normas sociales. Estas normas se orientan a
procurar la disciplina interna del movimiento. Hacen mención al comportamiento de los
activistas para que actúen lealmente, refuercen su identificación con el movimiento y, en
algunos casos, se separen de los no miembros. Estas normas se refieren a los activistas
propios del movimiento, pero pueden llegar a dirigir el conjunto de las actividades cotidianas
de los miembros. La conformidad con las demandas culturales de un movimiento refuerza el
sentimiento de pertenencia del individuo y asegura la lealtad hacia los compañeros (Killian,
1964, 434-43 9).
sociedades industriales avanzadas [...] la gente se ha sentido cada vez más “alienada” de la
política y sus símbolos [...]. Pero sería un error limitar al área política los descontentos de la
burocracia. La capacidad de penetración de ésta es mucho mayor que todo eso. Todas los
principales instituciones de la sociedad moderna se han hecho “abstractas” Es decir, estas
instituciones se experimentan como entidades formales remotas, con escaso o ningún
significado que pueda concretarse en la experiencia viva del individuo» (Berger, Berger y
Kellner, 1979, 175). También aparecen descontentos de la pluralización de los mundos de
vida social que podemos definir como «falta de hogar», consecuencia de la movilidad social,
cognitiva y normativa que los individuos experimentan de forma creciente en la vida
moderna.
Entre las condiciones de partida del proceso de modernización figura una profunda
racionalización del mundo de la vida. El dinero y el poder tienen que poder quedar anclados
como medios en el mundo de la vida 1.1. Una vez cumplidas estas condiciones de partida,
pueden diferenciarse un sistema económico y un sistema administrativo que guardan entre sí
una relación de complementariedad y que entablan una relación de intercambio con su
entorno a través de medios de control. Este es el nivel de diferenciación sistémica en que
han surgido las sociedades modernas j...]. A medida que se implantan estos principios de
organización surgen relaciones de intercambio entre estos dos subsistemas funcionalmente
complementarlos y los componentes sociales del mundo de la vida en que están anclados
los medios. Una vez descargado de las tareas de la reproducción material, el mundo de la
vida puede, por un lado, diferenciarse en sus estructuras simbólicas, poniéndose así en
marcha la lógica propia de las evoluciones que caracterizan la modernidad cultural; por otro
lado, la esfera de la vida privada y la esfera de la opinión pública política quedan ahora
puestas también a distancia en tanto que entornos del sistema (Habermas, 1987, 543544).
Su diagnóstico guarda una fuerte conexión con la teoría weberiana de la racionalización
social y con la crítica de la razón funcionalista expuesta anteriormente de la mano de P.
Berger. Sin embargo, su tesis de la colonización del mundo de la vida dentro de la
fundamentación de una teoría de la acción comunicativa entiende el mundo de la vida como
algo más que un simple ámbito en el que se manifiestan de forma refleja los dictados de la
economía tecnológica y de un aparato estatal autoritario. Para Habermas, los nuevos
conflictos surgen en los puntos de intersección entre sistema y mundo:
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El intercambio entre las esferas de la vida privada y de la opinión pública, por un lado, y el
sistema económico y el sistema administrativo, por Otro, discurre a través de los medios
dinero y poder, y… ese intercambio queda institucionalizado en los papeles de trabajador y
consumidor, de cliente y ciudadano. Precisamente estos roles son los blancos de la protesta.
La práctica de los movimientos alternativos se dirige contra la instrumentalización del trabajo
profesional para fines de lucro, contra la movilización de la fuerza de trabajo por presiones
del mercado, contra la extensión de la compulsión a la competitividad y al rendimiento 1...].
También se dirige contra la monetarización de los servicios, de las relaciones y del tiempo,
contra la redefinición consumista de los ámbitos de la vida privada y de los estilos de vida
personal (Habermas, 1987, 560-561).
¿Dónde se manifiestan estos nuevos conflictos? A pesar de que en ellos participan
numerosos grupos que se enfrentan a grandes dificultades y a realidades que cambian con
notoria celeridad, lo que les convierte en manifestaciones con un carácter bastante difuso, se
puede intentar agrupar a las diferentes corrientes en las que estarían presentes grupos como
los movimientos antinuclear y ecologista, pacifista, vecinal, alternativo, minorías como los
homosexuales o discapacitados, religiosos, antiimpuestos, feministas, nacionalistas o
etnolingüísticos. Según Habermas, algunos de estos movimientos tienen un carácter
emancipador, mientras que otros adoptan una actitud de repliegue y resistencia. Algunos de
estos movimientos como el juvenil y el alternativo compartirían una crítica del crecimiento
centrada alrededor de los temas ecológicos y de la paz, lo que podría interpretarse como una
resistencia contra las tendencias a la colonización del mundo de la vida que atraviesan las
sociedades modernas. Los problemas a los que se enfrentan con gran sensibilidad estos
movimientos son aquellos que afectan a las bases orgánicas del mundo de la vida, que
proceden de la supercomplejidad o de las sobrecargas de la infraestructura comunicativa
(Habermas, 1987, 559-560). Estas sobrecargas proceden del «sufrimiento por las renuncias
que impone y la frustración que genera una practica cotidiana culturalmente empobrecida y
unilateralmente racionalizada. Así, las características adscriptivas como el sexo, la edad, el
color de la piel y también los grupos de pertenencia confesional sirven 1a construcción y
delimitación de comunidades, al establecimiento de comunidades de comunicación que se
autoprotegen en forma de subculturas, buscando condiciones propicias para el desarrollo de
una identidad personal y colectiva» (Habermas, 1987, 560).
Las nuevas formas sociales del conflicto de las que nos habla Ha- as se han venido
desarrollando a lo largo de las últimas décadas, y en contraste con otros conflictos más
tradicionales, no se sitúan en el ámbito de la reproducción material y del reparto de
recompensas. Los nuevos conflictos remiten al ámbito de la reproducción cultural, la
integración social y la socialización. Las fuentes de la protesta en las sociedades avanzadas
se encuentran en la defensa y restauración de formas amenazadas de vida y en el intento de
implantación de nuevas formas de vida social, o como afirma Habermas: «los nuevos
conflictos no se desencadenan en torno a problemas de distribución, sino en no a cuestiones
relativas a la gramática de las formas de la vida» (Habermas, 1987, 556).
La actividad de los nuevos movimientos sociales que se mueven en el seno de la
sociedad civil, a medio camino de la vida privada y el ámbito de la política institucionalizada,
ha permitido a C. Offe formular el argumento de que estos conflictos nos sitúan ante un
nuevo paradigma que ha desplazado al viejo paradigma dominante durante las décadas
posteriores a la Segunda Guerra Mundial. El viejo paradigma de la política se asentaba sobre
un amplio consenso entre los actores colectivos fundamentales, en torno a la idea de
garantizar un crecimiento económico capaz de asegurar el mantenimiento de un Estado de
bienestar, para proporcionar un estándar de vida adecuado a todos los ciudadanos. Este
acuerdo implicaba un consenso sobre los intereses, los temas, los actores y las formas
institucionalizadas de resolución de conflictos. Al mismo tiempo, «los actores colectivos
dominantes eran
grupos de interés particulares, amplios y altamente institucionalizados, y partidos políticos»
(Offe, 1988, 172).
El nuevo paradigma estaría representado por una serie de movimientos sociales
(ecologistas, pacifistas, alternativos, feministas) que defenderían nuevos contenidos y
valores. Los contenidos dominantes en los nuevos movimientos sociales se centrarían en el
interés por «un territorio (físico), un espacio de actividades o “mundo de vida”, como el
cuerpo, la salud e identidad sexual; la vecindad, la ciudad, el entorno físico; la herencia y la
identidad cultural, étnica, nacional y lingüística; las condiciones físicas de vida y la
supervivencia de la humanidad en general» (Offe, 1988, 177). Todos estos intereses y
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contenidos tienen una raíz común en unos valores que han adquirido una creciente
centralidad en las reivindicaciones de los movimientos sociales. Los valores más importantes
hacen mención a la búsqueda de autonomía e identidad tanto personal como colectiva, en
oposición a la manipulación, el control, la dependencia, la regulación y la burocratización.
La modificación de énfasis en la búsqueda de determinadas metas y el progresivo
desplazamiento de las nuevas generaciones hacia este conjunto de valores han dado pie a la
afirmación de que en las sociedades occidentales se estaría produciendo una revolución
silenciosa:
Los valores de las poblaciones occidentales han ido cambiando de un énfasis abrumador
sobre el bienestar material y la seguridad económica hacia un énfasis mucho mayor en la
calidad de vida. [...] Hoy en día un porcentaje sin precedentes de la población occidental ha
sido educado bajo condiciones excepcionales de seguridad económica. La seguridad física y
económica es algo que sigue siendo evaluado positivamente, pero su prioridad relativa es
más baja que en el pasado. Mantenemos la hipótesis de que también está teniendo lugar un
cambio significativo en la distribución de las cualificaciones políticas. Un porcentaje cada vez
más alto de la población está mostrando la suficiente comprensión e interés por la política
nacional e internacional como para poder participar en la toma de decisiones a ese nivel [...j.
El nuevo estilo político que hemos llamado de <desafío a la elites>’ ofrece a la población un
papel cada vez más importante en la toma de de7 cisiones específicas y no sólo la
posibilidad de elección entre dos o más grupos de personas que tomen las decisiones
(Inglehart, 1977, 3).
El cambio social, que se ha acelerado en las modernas sociedades industriales
como consecuencia de la innovación científica, el desarrollo económico y la multiplicación de
la información, estaría transformando la forma en que los actores sociales evalúan la
sociedad y su propio destino vital. A lo largo de las últimas décadas se viene produciendo un
cambio cultural que afecta sobre todo a los más jóvenes, que han sido educados y han vivido
una época de «seguridad y prosperidad económicas sin precedentes». Esta generación se
caracterizaría por tu presencia importante de valores postmaterialistas, mientras que las
generaciones anteriores socializadas en momentos de inseguridad y escasez económica se
inclinarían en mayor grado hacia valores materialistas. Esta tesis se basa en dos hipótesis:
1) Una hipótesis de la escasez, que sugiere que las prioridades de un individuo reflejan su
medio ambiente socio-económico, de manera que uno concede un mayor valor subjetivo a
aquellas cosas de las que tiene una provisión relativamente escasa. 2) Una hipótesis de
socialización según la cual, en gran medida, los valores básicos que uno tiene reflejan las
condiciones que prevalecieron durante los años pre adultos que uno ha vivido. Unidas, estas
dos hipótesis implican que como resultado de una prosperidad sin precedentes históricos y
de la ausencia de guerras que ha prevalecido en los países occidentales desde 1945, las
cohortes de nacimiento más jóvenes ponen menos énfasis en la seguridad física y
económica de lo que lo hacen los grupos más viejos, que han experimentado un grado
mucho mayor de inseguridad económica. Por el contrario, las cohortes de nacimiento más
jóvenes tienden a dar mayor prioridad a las necesidades no-materiales,
como el sentido de comunidad y la calidad de vida (Inglehart, 1991, 47-48).
movimientos sociales, minando el hecho de que son los movimientos sociales los que
producen, hacen surgir y reformulan los valores. Y es esta relación la que de quedar oculta
en la formulación de Inglehart. En el próximo apartado dedicaremos nuestra atención a dicho
problema.
Tres tipos de elementos pueden encontrarse en una identidad colectiva. En primer lugar,
implica la presencia de aspectos cognitivos que se refieren a una definición sobre los fines,
los medios y el ámbito de la u colectiva. Este nivel cognitivo está presente en una serie de
rituales, prácticas y producciones culturales que en ocasiones muestran
gran coherencia (cuando son ampliamente compartidos por los participantes en la acción
colectiva o, incluso, en el conjunto de una determinada sociedad), y en otras circunstancias
presenta una amplia redad de visiones divergentes o conflictivas. En segundo lugar, hacer
referencia a una red de relaciones entre actores que comunican, influencian, interactúan,
negocian entre sí y adoptan decisiones. Según Melucci, este entramado de relaciones puede
presentar una gran versati1idad en cuanto a formas de organización, modelos de liderazgo,
canales y tecnologías de comunicación. En tercer lugar, requiere un cierto grado de
implicación emocional, posibilitando a los activistas sentirse parte de un «nosotros». Puesto
que las emociones también forman parte de una identidad colectiva, su significación no
puede ser enteramente reducida a un cálculo de costes y beneficios, y este aspecto es
especialmente relevante en aquellas manifestaciones menos institucionalizadas de la vida
social como son los movimientos sociales (Melucci, 1989, 1995 y 1996).
El concepto de identidad colectiva formulado por Melucci permite entroncar con aquella
tradición teórica clásica de la acción colectiva que se fijaba sobre todo en la producción
cultural de los movimientos sociales. En esta tradición, Melucci ha sabido ver como nadie
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esta dimensión, constructivista de la acción colectiva, al tiempo que resalta los desafíos
simbólicos que emergen en las redes sumergidas de los movimientos sociales en un largo
proceso de elaboración durante los momentos de latencia o inactividad pública (visibilidad).
Tanto los factores estratégicos como el tipo de organización son elementos relevantes en la
eficacia de la movilización de recursos y, por lo tanto, para la consecución de los objetivos de
la acción. Los aspectos sobre los que inciden estos autores son los recursos, la estrategia y
la organización.
Junto al énfasis en la organización, en los últimos años se ha desarrollado ampliamente el
estudio del contexto político de la movilización. Autores como Tilly, Kriesi o Tarrow han
sistematizado una serie de variables de las que dependen las oportunidades políticas que
encuentran los movimientos sociales durante la protesta.
S. Tarrow ha definido la estructura de oportunidad política como unto de dimensiones del
entorno político que proporciona incentivos para que se produzca una acción colectiva,
afectando a sus expectativas de éxito o fracaso. Este enfoque enfatiza, sobre todo, la
movilización de los recursos externos disponibles a un grupo determinado. Con este
concepto se pretende ayudar a entender por qué los movimientos sociales obtienen
temporalmente incentivos frente a las elites o las autoridades y, después, los pierden
rápidamente a pesar de sus mejores esfuerzos (Tarrow, 1994, 85).
Tarrow diferencia dos tipos de elementos en la estructura de Oportunidad política, unos más
estables y otros que responden más fácilmente a procesos de cambio. Entre los primeros, se
subraya la importancia de la fortaleza del Estado, medida a través del grado de
centralización/descentralización de su estructura administrativa, y la posibilidad de reprimir o
facilitar (control social) la acción colectiva. Mientras un Estado centralizado tiende a
concentrar las demandas de los actores colectivos en la cima del sistema político, los
Estados descentralizados proporcionan a los movimientos sociales un gran número de
puntos de acceso para la reivindicación de sus objetivos en la base del sistema institucional.
En referencia a las formas de represión y control social, el Estado puede optar por una
estrategia más represiva, o por la utilización de medios más efectivos de control social como
la legitimación y la institucionalización de la acción colectiva.
Entre los aspectos cambiantes de la estructura política que proporcionan oportunidades y
recursos a los movimientos sociales, S. Tarrow enumera cuatro: el grado de apertura a la
participación que repercute en la acción colectiva; los cambios en las alianzas dominantes,
sobre todo cuando se producen alianzas inestables; la existencia y disponibilidad de aliados
influyentes; y la división entre elites que se manifiesta en conflictos dentro de y entre las
elites. Estas cuatro dimensiones más coyunturales de la estructura política son otros tantos
factores que pueden extender y difundir las oportunidades de ciertos grupos para llevar a
cabo una movilización colectiva.
Tanto los recursos económicos y organizativos como las características del contexto político
influyen en la evolución de los movimientos sociales, pero ya que éstos plantean cambios
más o menos profundos en uno o varios aspectos del orden social debiéramos considerar,
aunque sea brevemente, el instrumental para analizar las propuestas y contenidos que
persiguen a través de su acción. Una de las aportaciones más sugerentes en este ámbito es,
en mi opinión, lo que se ha dado en llamar el frame analysis, o análisis de los marcos
interpretativos. Con el concepto de frame alignment, Snow et al. se refieren a la relación
entre las interpretaciones de los individuos y las de las organizaciones en un movimiento
social, de tal manera que cuando se produce ese alineamiento el conjunto de intereses,
valores y creencias individuales y las actividades, objetivos e ideología de la organización
llegan a ser congruentes y complementarlos (Snow et al., 1986, 464). El concepto de frame
alignment es bastante similar al de consensus mobilization (Klandermans), y ambos se
utilizan para analizar la comunicación persuasiva de las organizaciones de un movimiento.
Snow et al. definen frame alignment como el resultado de un proceso interactivo que implica
hasta cuatro tipos distintos de procesos: la conexión de marcos interpretativos (bridging), la
explicación y desarrollo de un marco (amplification), la extensión de un marco interpretativo
(extension) y su transformación (frame transformation) (Snow et al., 1986).
Los programas, causas y valores que algunas organizaciones promueven pueden no estar
en consonancia con o parecer antitéticos a los estilos de vida convencionales y a los marcos
interpretativos existentes. En tales casos, la transformación de los frames existentes requiere
la propuesta de nuevos valores y el abandono de los viejos significados y creencias. El
resultado de este proceso puede ser la transformación de un ámbito o dominio específico
como los hábitos dietéticos, las pautas de consumo, las actividades de ocio, los cambios de
estatus para determinadas categorías de personas, etc. En otras ocasiones, este proceso
transforma los marcos interpretativos globales, llegando a funcionar como una especie de
marco maestro que interpreta acontecimientos y experiencias bajo una clave diferente y
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sobre el que se apoyan otros marcos de alcance más limitado (Snow et al., 1986). A estos
marcos generales Snow y Benford (1992) los denominan master frames. Con la
caracterización y atribución de contenidos a este concepto, estos autores pretenden elaborar
una herramienta útil para analizar el proceso de producción de los modelos culturales
dominantes con los que interpretamos la realidad social, así como los mecanismos
simbólicos de extensión de los marcos emergentes y de su posible éxito social, con el
resultado del progresivo abandono de los marcos preexistentes.
Los marcos interpretativos dominantes funcionarían como la gramática para un código
lingüístico, permitiendo entender y hablar de lo sucede en el mundo con sentido. Sin
embargo, aunque todos los marcos funcionan de la misma manera pueden mostrar
diferencias en los tres aspectos de que se componen. Cualquier marco dominante tienen que
cumplir una función explicativa a través de la elaboración de un diagnóstico que implica tanto
la identificación de un problema como la atribución de culpabilidad o causalidad. En segundo
lugar, desarrolla una función de articulación, pudiéndose diferenciar entre unos marcos más
restringidos y rígidos y otros más elaborados y flexibles. En tercer lugar, encontramos la
función de movilización potencial que dependería de dos variables: a) la relevancia para el
mundo y la vida de adherentes y simpatizantes y b) la capacidad de resonancia potencial,
basada en la credibilidad simbólica o fidelidad narrativa (Snow y Benford, 1992, 138-141).
Con estos útiles metodológicos es posible analizar el proceso de extensión de la producción
simbólica, que emergiendo a través de la acción colectiva de los movimientos sociales se va
extendiendo progresivamente a otros ámbitos sociales hasta producir, en determinadas
circunstancias, un cambio de valores.
4. COMENTARLOS FINAI.ES
Los enfoques que consideraban la acción colectiva característica de individuos poco o mal
integrados en la sociedad y procedente de sectores marginados han sido reemplazados por
otros que ponen su acento en la búsqueda racional de determinados objetivos privados o
metas colectivas.
El predominio de los análisis basados en la teoría de la elección racional ha conducido a
privilegiar aspectos como los recursos, la organización y las oportunidades que los grupos
estructurados deben gestionar eficazmente en su acción estratégica con que pretenden
alcanzar éxito en su movilización. Lamentablemente, esta forma de entender la acción
colectiva no ha prestado tanta atención a los aspectos simbólicos y culturales también
presentes en el proceso de movilización colectiva.
El análisis de los aspectos simbólicos cuenta con una larga tradición, como hemos puesto de
manifiesto recuperando las aportaciones de autores clásicos como Blumer, Killian o Turner.
También pensadores como Smelser reconocen su relevancia, aunque se centran más en los
aspectos estructurales que enmarcan la acción colectiva de los movimientos sociales.
En las sociedades capitalistas avanzadas nuevas condiciones estructurales acompañan la
emergencia y desarrollo de nuevas o renovadas formas de movilización colectiva, como han
puesto de manifiesto los diagnósticos de Berger, Habermas, Offe e Inglehart. Para estos
autores una de las aportaciones centrales de los movimientos sociales en la modernidad es
proponer nuevas formulaciones simbólicas e impulsar una renovación de los valores sociales
de la modernidad.
Un valor básico de esa modernidad ha sido la búsqueda de crecientes espacios de
autonomía individual y social para que los individuos construyan y defiendan tanto su
identidad personal como una multiplicidad de identidades colectivas. Las aportaciones de
autores como Eyerman, Jameson y Melucci nos ayudan a entender el proceso de
construcción social de dichas identidades, mientras que metodologías como la propuesta por
Snow y Benford pueden arrojar luz sobre el proceso de transformación de los desafíos
simbólicos en nuevos valores sociales.