La Cultura Postmoderna
La Cultura Postmoderna
La Cultura Postmoderna
La Cultura Postmoderna
El malestar de la modernidad
El “post” de post moderno, indica un deseo de despedirse de la modernidad.
Desde los años veinte, existe un tema recurrente en la literatura: el vacío espiritual y la ausencia de sentido
del mundo moderno. En algunas obras literarias solo puede observarse vulgaridad, decadencia y vacío; un
mundo sin Dios y sin significación.
Puede considerarse al Romanticismo como la primera reacción anti moderna, fue una reacción nostálgica,
querían volver a la Edad Media.
Después, encontramos muchos otros “brotes” inconformistas frente a la modernidad, como por ejemplo la
bohemia, los hippies, los beatniks, etc.
Todos movimientos muy distintos entre sí, pero todos alimentados por una experiencia en común: la
alienación, enajenación y frustración del individuo en la sociedad. El hombre moderno, ya no se siente en su
casa, ni en la sociedad, ni consigo mismo.
Hasta ahora, las posturas anti modernas fueron patrimonio del individualidades atormentadas.
La postmodernidad aparece como un creciente espíritu de la época. Como si el virus del desencanto se ha
propagado generando una epidemia generalizada.
El nacimiento de la postmodernidad
La postmodernidad no es susceptible de una definición clara, ni de una teoría acabada. Aunque el término
es antiguo, el fenómeno cultural que hoy designamos con ese nombre es muy reciente, y no puede datarse
con precisión su comienzo, como el de ninguna nueva época.
Podemos hacerlo coincidir con algún acontecimiento significativo. Pero en realidad, podemos decir que la
postmodernidad surge a partir del momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no
era válido el proyecto moderno. “No entenderíamos la postmodernidad si no percibiéramos que está hecha
de desencanto”.
El final de la historia
Los filósofos postmodernos argumentan que la historia es un invento de los historiadores y que solo existe
en los libros, que en la realidad solo hay acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. Que el mundo está
plagado de “átomos-individuos”, que coinciden en el mundo por casualidad, sin proyectos en común.
La historia solo existe porque los historiadores han recopilado algunos acontecimientos que vieron
conveniente.
Hoy la historia se disuelve en muchas historias, tantas como individuos.
Los postmodernos, convencidos de que no existen posibilidades de cambiar la sociedad, han decidido
disfrutar al menos del presente con una actitud hedonista que recuerda el Carpe diem.
De Prometeo a Narciso
A cada generación le gusta reconocerse y encontrar su identidad en una gran figura mitológica o legendaria.
En la modernidad, se identificaban con Prometeo, quien desafiando a Zeus, trajo a la Tierra el fuego del
cielo, desencadenado el progreso de la humanidad.
Otro personaje, que no alcanzó la vigencia social de Prometeo, fue Sísifo, quien fuera condenado por los
dioses a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde volvía a caer
siempre por su propio peso. Este mito hacía analogía con los esfuerzos de los europeos por construir
Europa, que después de la Primera Guerra Mundial, terminó en un montón de escombros.
Ahora los postmodernos, sostienen que Prometeo era en realidad Sísifo, y que no hay que empeñarse en
subir la roca una y otra vez. Que hay que dejar la roca abajo y disfrutar la vida. Se olvidan de la sociedad y
concentran sus energías en la realización personal. Hoy es posible vivir sin ideales. El símbolo de la
postmodernidad es, sin dudas, Narciso, quien enamorado de sí mismo, carece de ojos para el mundo
exterior.
El individuo fragmentado
Al rechazar la disciplina de la razón, se encuentra fragmentado, pues obedece a lógicas múltiples y
contradictorias.
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En lugar de un Yo integrado, poseen una pluralidad dionisiaca de personajes. Optan por el placer por sobre
todas las cosas.
Todo lo que en la modernidad se hallaba en tensión y conflicto, convive ahora sin drama, furor ni pasión.
Cada cual compone los elementos de su existencia, tomando ideas de donde quiera, sin preocuparse si hay
o no coherencia entre ellas. Sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de
estructurar, vaga de unas ideas a otras. No se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le
sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas. “El sujeto postmoderno, si busca en
su interior alguna certeza primera, no encuentra la seguridad del cogito cartesiano, sino las intermitencias
del corazón proustiano”.
En las relaciones personales, renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser independiente
afectivamente, no sentirse vulnerable. Prefieren un placer breve y puntual, sin ambiciones de establecer
relaciones excluyentes ni duraderas.
Con respecto al lenguaje, los “tics”, que suelen expresar perfectamente el espíritu de la época, ponen de
manifiesto el cambio. En la modernidad, dos amigos se encontraban y se preguntaban: “¿Qué es lo que
haces?” (Se daba por supuesto que siempre había que estar haciendo algo). En la postmodernidad, no se
trata de hacer sino de estar, la pregunta ahora es “¿En qué rollo estás?”. “Cada noche un rollo nuevo, ayer
yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana aerobic y la reencarnación” (Joaquín Sabina)
De la tolerancia a la indiferencia
Con la pérdida de confianza en la razón, se ha perdido la esperanza de alcanzar un consenso social. Hoy
cabe todo, incluso las mayores extravagancias culturales. Cualquier objeto despojado de su función
ordinaria es arte.
Los hombres modernos creían todavía que la libre confrontación de opiniones conduciría a un acuerdo en
torno a la verdad y a la justicia.
Los postmodernos no creen posible alcanzar ese grado de integración ni tampoco los desean en absoluto.
Existe una heterogeneidad de pensamientos, sin integración ni consenso. “Mi juicio es mi juicio (…) y otro
no tiene derecho a él. Hay que desterrar el mal gusto de querer compartir el parecer de muchos. Un ´bien´
ya no es un bien en boca de un prójimo. No puede haber, por tanto un ´bien común´. Esa expresión encierra
una contradicción en sí misma” (Nietzsche)
Los postmodernos renuncian a discutir sus opiniones, viven y deja vivir. Una tolerancia devaluada que no es
más que una forma de indiferencia mutua.
Uno de los rasgos de la postmodernidad es que existe entre los hombres un cierto talante ecléctico y liberal
que huye de las opiniones fuertes.
Si en la modernidad se negó a creer lo que era digno de credibilidad, la postmodernidad no pone reparos a
tragarse lo increíble. “Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada.
Ahora creen en todo”
Podemos ver en la religiosidad postmoderna la “venganza de lo reprimido” de la que habló Freud. La
modernidad inhibió la sed de Dios, y ahora brota en estado “salvaje”.
Quizás también sea expresión de una sociedad peligrosamente frustrada que se está volviendo cada vez
más receptiva a las soluciones carismáticas, mesiánicas y fanáticas.
Es tal la complejidad de los nuevos cultos que sería necesario inventar una palabra inutilizable para
designarlos, tal como “psico-místico-paracientífico-espiritual-terapéutico”
De un estudio sociológico se desprende que no es precisamente el estrato menos instruido el que ha caído
en tales supersticiones. Sino que son los más instruidos los que creen más. Como también los divorciados y
los que han abandonado la práctica religiosa comparados con los casados y los practicantes.
El retorno de Dios
En la postmodernidad no solo retornan los brujos, también retorna Dios. Al entrar en crisis la razón del
racionalismo, quedan libres las vías de acceso a la fe que la modernidad clausuró.
Sin embargo, se observa una religión light, ya que el individuo postmoderno obedece a lógicas múltiples.
Frecuentemente prepara él mismo su “coctel religioso”, tomando una pequeña parte de todas y cada unas
de las creencias existentes, las que me mejor se adapten a sus necesidades y demandas. Y teniendo en
cuenta la aversión postmoderna a la fundamentación, no debe extrañarnos que al individuo no le preocupe
en absoluto la falta de coherencia del conjunto. Existen muchos católicos que no aceptan dogmas tan
centrales como la divinidad de Cristo por ejemplo.
El individuo postmoderno fragmentado, obedece a lógicas múltiples.
Durante los últimos años han surgido, lo que podríamos llamar “comunidades emocionales” como por
ejemplo las corrientes de tipo pentecostal y los grupos de oración corporal entre otros. Son muy diferentes
entre sí, en todas puede observarse algunas características postmodernas. Han recuperado las
dimensiones estéticas y celebrativas de la fe, pero hay que hacerle ciertas críticas:
En casi todos ellos puede apreciarse cierta desconfianza frente a las formulaciones dogmáticas, que
en muchos casos llega a un marcado intelectualismo.
También es posible percibir unas preocupaciones exclusivamente espirituales. Se ve que a la
disolución de la historia y la exaltación de la interioridad que caracteriza a la postmodernidad le va
mucho más la figura del contemplativo sentado en la postura de flor de loto que la del profeta
comprometido con la causa de la justicia.
Balance de la postmodernidad
El hombre moderno caminaba siempre con la mirada puesta en la meta, sin ser capaz de detenerse a
disfrutar del paisaje. Era necesario aprender a vivir “aquí y ahora”. Pero parece como si la postmodernidad
se hubiera ido al otro extremo, desvalorizando completamente el trabajo, el mérito y la emulación.
En cuanto a las actitudes frente al cuerpo, la moral victoriana característica de la modernidad era inhumana.
Hoy, en cualquier barrio, podemos ver a la amas de casa haciendo gimnasia para mantenerse en forma. Lo
malo es que ahora es tal el cortejo de solicitudes y cuidados que rodean al cuerpo que podríamos decir sin
exageración que se ha convertido en objeto de culto.
El racionalismo extremo de la modernidad mutiló al sujeto, pero es difícil admitir que la solución consista en
sustituir la tiranía de la razón por la tiranía del sentimiento.
Postmodernidad y conservadurismo
La postmodernidad es conservadora, porque al eliminar la conciencia histórica y afirmar el retorno de lo
igual, elimina también cualquier esperanza de mejorar la sociedad.
“No hay nada que hacer; por tanto, no hagamos nada”
Nunca insistiremos bastante en el empobrecimiento que todo esto supone para la humanidad. La
postmodernidad nos roba la esperanza, que es el muelle que dispara la actividad humana.
La postmodernidad es conservadora, también, porque al desconfiar de todos los discursos, le resulta
indiferente una política de derecha o de izquierda.
Mientras los filósofos postmodernos pontifican acerca de la negatividad del poder, los poderes avanzan y se
exhiben sin pudores ni vergüenzas.
La droga que es otro fenómeno típicamente postmoderno, tiene también consecuencias conservadoras, se
trata de un camino de liberación interior en medio de un mundo que se deja intacto.
En necesario decir claramente que la formula de la felicidad postmoderna “tener trabajo y hacerte el tonto”
es inmoral.
El hedonismo es privilegio de los ricos del mundo. El Dios de Jesucristo, partisano de los pobres, debe ser
también un recuerdo subversivo para la postmodernidad y sus nuevos ídolos y mitos.
Postmodernidad y melancolía
El hombre quiere ser feliz, y en la postmodernidad existe una tendencia fuerte a “pasarlo bien”. Sin
embargo, tanto las novelas como las letras de las canciones de los ochenta, reflejan todo tipo de soledades,
depresiones y frustraciones.
La modernidad había llegado a resultar inhóspita, pero todo hace pensar que tampoco la reacción
postmoderna ha logrado dar con el elixir de la felicidad. Si antes decíamos que solo los comprometidos
tienen derecho a celebrar, ahora añadimos que solo los comprometidos saben celebrar.